Ernesto Milà
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El Pequeño Tablero Local Geopolítica de España
Colección Geopolítica 6
Editorial PYRE
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Título: El pequeño tablero local. © Ernesto Milà. 2005 © Pyre, SL Portada: César 1ª Edición: Enero 2005 Producciones y Representaciones Editoriales, SL Apartado de Correos 9288 - 08080 Barcelona E-mail:
[email protected] ISBN 84-933678-7-7 Dep. Legal: B-XXXXX-2002 Impreso en España Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.
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Introducción A finales del 2003, en nuestro ensayo «Identidad, Nación, Nacionalidad» apuntamos a la necesidad de una redefinición de España y de su papel en la postmodernidad. Esta tarea implica, necesariamente, abordar el significado de España desde varios puntos de vista. Uno de ellos –el que hemos decidido abordar ahora– es el de la geopolítica que nos servirá para definir una estrategia en política internacional.
¿Por qué la Geopolítica? Lo más sorprendente de Ratzel –en la práctica el fundador de esta ciencia– es que, en las 600 páginas de su largo tratado, jamás definió el concepto de geopolítica. Quien quiera una definición habrá de recurrir a otros tratadistas (Haushoffer, Stanzs Hupé, Wigert, Andreas Dorpalen, etc). Hasta Ratzel la «geografía política« estudiaba a los Estados entendidos como entes implantados en una dimensión geográfica y vinculados a un territorio concreto. En realidad, cuesta diferenciar la «geografía política« de la «geopolítica». Hubo que esperar que la «escuela alemana« clarificara éste extremo a partir de Haushoffer. En un artículo publicado a principios de los años 30 y firmado por Haushoffer, Vogel y Sieger, se definía a la geografía política como la «doctrina de la división del poder estatal en los espacio de la superficie terrestre y su determinación por la forma y estructura, clima y vegetación del suelo». En ese mismo artículo, la geopolítica era definida como «la ciencia de las formas de vida políticas en los espacios vitales naturales que considera a través del proceso histórico, un ser vin5
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culado al medio ambiente». Y más adelante, el propio Haushoffer hacía escrito: «Los descubrimientos de la geografía representan el armazón de la geopolítica. Los acontecimientos políticos han de concurrir dentro de éste armazón para tener consecuencias permanentes» (…) «Antes o después ha de prevalecer la característica limitación terrestre de los acontecimientos políticos. De este modo la geopolítica se convierte en un arte. La cuestión de guiar la política práctica hasta este punto, obliga a dar un paso hacia lo desconocido. Ese paso lleva al éxito sólo si se guía por la geopolítica«. Y concluye: «La geopolítica es la ciencia geográfica del Estado». Y Weigert, mucho más conciso y breve establece esta definición: «Geopolítica es la ciencia que trata de la dependencia de los hechos políticos con relación al suelo». Hupé alude a la finalidad de la geopolítica: «Proporcionar las bases para los proyectos de una estrategia política de carácter global». Y Dorpalen, uno de los discípulos de Haushoffer, define el marco de la que esta ciencia extrae su información cuando escribe: «La geopolítica es una técnica política que se basa en los descubrimientos de la geografía política, la historia, la antropología, la geología, la economía, la sociología, la psicología y otras ciencias que, combinadas, explican la situación política». Algunos tratadistas –especialmente, la escuela anglosajona– no suele establecer diferencias entre geopolítica y geografía política, sin embargo, la escuela francesa y alemana, si tienden a las diferenciaciones. Para estos, las diferencias entre ambas ramas del saber geográfico se refieren principalmente a la interpretación de los conocimientos recopilados (geografía política) o bien a la aplicación práctica de estos conocimientos (geopolítica). En este sentido, Vicens–Vives decía que la 6
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geopolítica es una ciencia dinámica (como una película que se inicia en el pasado más remota y se proyecta sobre un futuro cuyas características se pretende elucidar), mientras que la geografía política es una ciencia estática (como un fotograma de esa misma película, siempre vinculada a un momento concreto del pasado o del presente). El propio Vicens–Vives, siguiendo en esto a la escuela alemana, define el núcleo de la geopolítica como compuesto de «vida« y «síntesis«: síntesis en tanto que para poder establecer una tesis geopolítica es preciso recurrir al análisis de una multiplicidad de aspectos en la vida de un pueblo; vida en la medida en que se trata de un análisis activo, dinámico, creativo que pasa revista a la trayectoria de los pueblos y a su futuro. Pero, además tal como estableció Sigfried Passarge, la Geopolítica «postula una política estatal de conformidad con los vínculos geográficos». Por mucho que lo intentasen, los bolivianos o los suizos, naciones enclastradas en el núcleo central de dos masas continentales, jamás lograrán ser potencias marítimas: su destino, su historia y sus limitaciones, están definidas por su situación geográfica. Eso explica los conflictos de Bolivia con sus vecinos en los últimos doscientos años y sus principales episodios bélicos y políticos. La orientación de un Estado jamás puede ignorar su situación y su definición geopolítica. Ahora bien, siguiendo a Dorpalen, para poder establecer cuál será su posible orientación futura, será necesario analizar su pasado histórico (geohistoria), sus componentes étnicas y antropológicas (geobiología), sus características morfológicas (geografía física) y su psiquismo (geopsicología). A partir de lo cual estaremos en condiciones de realizar la «síntesis« a la que aludía Vivens. 7
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No hay, en definitiva, posibilidades de redefinir España sin realizar un análisis geopolítico mínimo. Las dos tendencias básicas de la historia de España A poco que examinemos la historia de la Península Ibérica, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, advertiremos la existencia de dos tendencias contrapuestas que se alternan y suceden en infernal cadencia: una tendencia hacia la unidad alternada con una tendencia al cantonalismo. La particular situación geográfica de España ha hecho que desde el Paleolítico Superior, la Península Ibérica haya sido un escenario de tránsito de distintas culturas: en algunas zonas de la Península, la cultura solutrense se superpuso a la auriñacense que había logrado abarcar todo el territorio peninsular y prácticamente toda la Europa que quedó a salvo de las glaciaciones. Sin embargo, la cultura solutrense que, históricamente buscó extenderse hacia el norte y logró penetrar a través de la Península a toda Europa, ocupó solamente las costas mediterráneas y parte del valle del Guadiana, remontaron el Tajo hasta llegar prácticamente a las fuentes del Duero. Posteriormente, cuando aparecieron las civilizaciones neolíticas, éstas se expandieron por las zonas costeras del Atlántico, por el sur de Andalucía, abarcando toda la cornisa cantábrica, los Pirineos y eludiendo casi completamente las zonas del interior peninsular, si bien remontaron el valle del Tajo y el del Duero hasta no más lejos de Palencia. Esta diferencia de zonas de colonización señala dos tipos de pueblos: atlánticos (neolíticos) y mediterráneos (paleolíticos), asentados en dos zonas de la península bastante bien diferenciadas. Las distintas oleadas íberas y celtas posteriores supusieron una confirmación de las dos tendencias y una cierta 8
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balcanización de la Península, a la que se unió el área de influencia de la potencia comercial Fenicia en el tercio sur de la Península. A diferencia de los fenicios, situados en el otro extremo del Mediterráneo, los griegos tuvieron una muy débil presencia en la costa mediterránea española con algunas colonias, limitándose a mantener su área de influencia en el Mediterráneo Oriental con una cierta tendencia a seguir rutas comerciales hacia Norte atravesando el Bósforo y los Dardanelos y mateniendo sólidas bases en todas las costas del Mar Negro. Pero luego llegó Roma y con Roma, la tendencia al cantonalismo peninsular fue abortada, considerándose toda la península como una unidad geográfico–política que solamente fue dividida a efectos administrativos en dos (Hispania Ulterior y Citerior) posteriormente en tres (Lusitania, Bética y Tarraconense) y en el período final, en cinco (Gallaecia, Lusitania, Tarraconense, Cartaginense y Bética). Al margen de que la cornisa cantábrica estaba alejada del núcleo central de irradiación del Imperio (el mundo mediterráneo), lo cierto es que la feliz conclusión para las legiones romanas de las guerras cántabras sellaron, por vez primera, una unidad peninsular digna de tal nombre. Tras este período, se seguiría el 411 las invasiones bárbaras y el establecimiento de las tribus suevas, vándalas y alanas en distintas zonas que desbarataron la administración romana creándose reinos autónomos como el Suevo de Galicia, mientras los vándalos marcharon hacia el sur, se asentaron momentáneamente en Andalucia y los alanos poblaban el centro. Entre el 448 y el 456, el Reino Suevo de Galicia alcanza a dominar prácticamente todo el territorio peninsular, salvo una franja de la costa mediterránea. Reckiario, el primer rey católico suevo es el único que en ese momento mantiene la ambición de unir a 9
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los reinos peninsulares. Pero, finalmente, no será él, sino los visigodos quienes restablezcan de nuevo la unidad peninsular. Con las primeras tribus bárbaras lo que triunfa es el cantonalismo. Con los visigodos, la tendencia opuesta. Llamados por los romanos para expulsar a las tribus bárbaras y restablecer la administración imperial, los visigodos entran en la Península el 418 y logran el objetivo propuesto, si bien el Reino Suevo resistirá hasta el 585, año en que Leovigildo vence al suevo Audeca y Galicia queda incorporada a su reino. Desde su entrada en la Península, los visigodos habían evidenciado una tendencia a la unificación de los territorios, especialmente cuando se establecieron definitivamente y trasladaron la capital de su reino desde Tolosa hasta Toledo, tras la batalla de Vouillé. Pero, en las postrimerías de ese período, se producen las primeras rebeliones en la Septimania (especialmente la protagonizada por el Conde Paulus), que indican que había reaparecido de nuevo la tendencia hacia el cantonalismo. Pero el 711 ocurre la mayor tragedia en la historia de España. El reino visigodo es masacrado por la primera oleada islámica y, tras la confusión inicial y un período en el que todavía se mantienen los restos de la administración latino–visigoda, sobre una situación de cantonalismo virtual, se impone de nuevo una administración central, el Califato de Córdoba que, prácticamente domina a toda España. Más tarde, triunfará de nuevo la tendencia al cantonalismo; en efecto, tanto entre los reinos cristianos de un lado y entre la zona de ocupación islámica de otro, se generará un fenómeno de fracturación política; aparecen las taifas en la zona sur, mientras los reinos cristianos no logran fusionarse sino hasta muy avanzada la Edad Media. Entre el 711 y el 1479, momento histórico del inicio de la reunificación castellano–aragonesa, la Península vive un nuevo 10
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y largo período de cantonalismo, al que seguirá un esfuerzo de convergencia a partir de los Reyes Católicos y que se prolongará durante los grandes Austrias. Posteriormente, reaparecerán iniciativas cantonalistas en el siglo XVII a la que seguirá el proceso de centralización impreso por los primeros borbones. Las Juntas de la Guerra de la Independencia, tienen un carácter completamente local, y es con ellas que se impone nuevamente el cantonalismo. Pero luego, el jacobinismo liberal abolirá los fueros y tenderá a la destrucción de los cuerpos intermedios de la sociedad, en pleno siglo XIX. Con una diferencia de pocos años, se producirán los estallidos cantonalistas situados en la aureola de la I República y la aparición del nacionalismo catalán (a partir del bombardeo de la ciudad por Espartero y Van Hallen). Nuevamente reaparece la tendencia al cantonalismo que será neutralizada en los primeros años del siglo XX, reaparecerá brevemente durante la II República y volverá a ser barrida durante el franquismo. En este sentido, la constitución de 1979, intenta establecer un punto de equilibrio entre ambas tendencias, pero en su ambigüedad está implícita la actual potencialidad disgregadora que vivimos en la actualidad y que tiene distintos frentes, todos ellos graves: el social–nacionalismo catalán de la mano de Maragall, el independentismo de Carod, el nacionalismo vasco con Ibarreche y, en general, en todo el territorio nacional, una tendencia a la disolución del Estado en beneficio de los cantones autónomos.
El justo punto medio Hoy, es indudable que prevalece en la política española la tendencia hacia el cantonalismo y la disgregación. Ya hemos visto que no es la única vez en la historia que esto ha ocurrido: 11
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de hecho, la historia de España está sometida a una tensión permanente entre las fuerzas que tienden a su disgregación y aquellas otras que propelen la integración peninsular. Ahora bien, cometeríamos un error si concibiéramos que toda la historia de España discurre solamente en torno a este proceso dialéctico centralización–cantonalismo. De hecho, la realidad nunca es completamente blanca o negra, existe una «lógica borrosa« que implica la existencia de distintos matices. Ahora bien, a la hora de plantear una política de futuro, es evidente que no puede tomarse como modelo el siglo XIX español, el más absurdo e inútil de toda nuestra historia, en el que la tendencia al centralismo extremo se alterna con la fragmentación más radical; ambas posiciones son la derivada de un proceso de decadencia extrema que tocó fondo con la crisis finisecular del 98. Los instantes de crisis deben servir como señales de alerta, pero es necesario buscar la inspiración para guiar el futuro en otros momentos de nuestro pasado. Es, pues, necesario plantearse en qué momento España vive su mejor período histórico. Y a esa pregunta solo puede contestarse de una manera: el período que incluye la conquista de Granada, el descubrimiento de América, los dos grandes Emperadores (Carlos V y Felipe II) en los que el desarrollo imperial, se une al florecimiento espiritual, cultural y científico, es en esos momentos en los que hay que buscar el modelo histórico y la inspiraicón. Pero ese período tiene un elemento nuevo que no había estado presente antes: el Imperio formado por un núcleo geohistórico central (Castilla–Aragón) en torno al cual gravitan una serie de «nacionalidades« en Europa y de Virreinatos en América. Un territorio tan extenso como el Imperio, no podía estar formado por una sola nación; lo difícil en todo Imperio es 12
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obtener la adquiescencia de las nacionalidades que lo componen. Solamente en Europa, las posesiones imperiales de los Habsburgo incluían España, el Sacro Imperio, Cerdeña, Sicilia, Nápoles, el Franco Condado, los Países Bajos, Luxemburgo, Silesia, Bohemia, Eslovaquia, Austria, y un largo etcétera. Un imperio de tal amplitud, al que había que añadir las posesiones africanas y grandes extensiones en el continente americano, no podía gobernarse desde una centralización absoluta. Se imponía un alto grado de descentralización y la creación de administraciones que tuvieran sus raíces en los propios territorios administrados pero que, al mismo tiempo, fueran «leales« a la administración imperial. Más que nunca, en el Imperio renacentista fue preciso salvaguardar la noción feudal de «lealtad» del emperador en relación a los distintos cuerpos intermedios de la sociedad… y viceversa. El régimen de equilibrios era absolutamente inviable sin la concurrencia de varios elementos; el primero de todos ellos introducía un factor vital; en efecto, un imperio surge allí en donde hay una «voluntad de poder«. Esa voluntad de poder se pone al servicio de una «causa« (en el caso de los Austrias, la defensa de la catolicidad) y es entonces, cuando confluye con otros elementos de carácter geopolítico e histórico, que aparecen los grandes períodos históricos en la vida de un pueblo. El Imperio Romano duró un ciclo de 800 años gracias al aparato administrativo y de comunicaciones que fue capaz de crear y gracias a la potencia cultural de Roma, muy superior al resto de culturas de su entorno. Esto se unió al instinto geopolítico de los grandes césares que renunciaron a conquistas territoriales para evitar alejarse de un espacio geopolítico privilegiado –el Mediterráneo– en el cual Roma ocupaba una posición de centralidad. Los grandes césares de Roma mani13
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festaron una prudencia geopolítica propia de grandes estadísticas, a diferencia de la figura de Alejandro Magno, general victorioso mientras vivió, pero nulo estadista, capaz de alejarse del marco geopolítico de Hélade. El imperio español logró mantenerse en su apogeo durante un ciclo de algo más de un siglo, gracias a factores militares (haber neutralizado el poderío continental francés y dotarse de un fuerte poderío naval, triunfante a partir de Lepanto) y geopolíticos (España estaba geográficamente, mejor que cualquier otro país, para mantener relaciones con el Nuevo Mundo situado al otro lado del Atlántico; consiguió estar presente en dos escenarios marítimos, Mediterráneo y Atlántico), unido a los factores culturales (idea de «misión» y «destino», inherente en toda la pintura y literatura del Siglo de Oro) y a un régimen de articulación de las nacionalidades, heredado del Sacro Imperio que se había visto obligado, desde los Otones, a gobernar sobre territorios muy diversos. Justo en ese período histórico, el Imperio de los Austrias encontró el justo punto medio entre el cantonalismo y el jacobinismo, entre la dispersión y la uniformización, y por ello, en ese preciso instante, se produjo un salto cualitativo (en relación a la visión cantonalista que había dominado a toda la Edad Media española, si bien en aquel período jamás se perdió la idea entre los Reinos Cristianos de pertenecer a una misma comunidad de destino procedente de la Hispania Visigoda) y cuantitativo (en relación a la extensión de los territorios administrados). La superación de las tensiones dialécticas cantonalismo– jacobinismo regresó justo cuando se debilitaron las fuerzas que generaron el Imperio de los Austrias. La conclusión de esta experiencia histórica es clara: la tensión desaparece en mo14
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mentos de gran tensión histórica y política, cuando se dan distintos factores que generan, no sólo un proceso de concentración interior, sino de proyección exterior. La cuestión es, de qué manera puede traducirse en términos de modernidad y de realismo político, éste que fue el mejor período en la historia de España.
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I PARTE ¿Poder terrestre o poder marítimo? Reviste especial importancia la distinción geopolítica que se establece entre espacio oceánico y espacio terrestre que lleva directamente a la clasificación de las naciones como «naciones marineras» o «naciones terrestres», o bien «potencias oceánicas» y «potencias continentales». Vale la pena resumir aquí lo que implica cada una de estas clasificaciones.
Potencias oceánicas: rasgos generales Las potencias oceánicas hacen del mar el eje de su actividad. Pronto, incluso en momentos muy tempranos de su desarrollo, el mar les lleva directamente al ejercicio del comercio. En el curso de su desarrollo, la actividad marítima se convierte en la actividad central que configura el carácter de la comunidad y las propias estructuras del Estado. El mar y la actividad comercial inducen a la relación con otros pueblos vecinos y las necesidades comerciales –las mismas en todas las épocas– favorecen un carácter tolerante y liberal e inducen en poco tiempo al cosmopolitismo. La guerra no se presenta como la primera actividad para conseguir nuevos mercados, sino que, inicialmente, se intenta la colaboración con otras potencias, los acuerdos bilaterales y el establecimiento de redes que busquen, fundamentalmente, un control comercial, no político. Salvo, naturalmente, que para ampliar los mercados sea preciso recurrir a la fuerza; algo que no se evita, en absoluto. No son principios éticos y morales los que inducen al pacificismo, sino la economía de esfuerzos y el 16
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pragmatismo propio del comerciante a la búsqueda de buenos y lucrativos negocios. Pero cuando la paz no lleva la cuenta de beneficios al lugar deseado, se recurre a la guerra. En lo que se refiere a la forja del carácter, estos pueblos y sus negocios promueven automáticamente el individualismo adolecen de falta de una conciencia colectiva arraigada. Aun cuando exista, sus derechos y libertades individuales son consideradas como anteriores y superiores a los del Estado. Ratzel explica que el poder marítimo contiene «elementos espirituales«: prudencia, perseverancia y amplitud de miras. Políticamente, su sistema de organización es liviano, tienden a disminuir el aparato estatal (no es la administración pública lo que interesa al comerciante, sino la rentabilidad de sus negocios, el Estado sólo sirven en la medida en que a su sombra pueden realizarse también buenos negocios). Pero, claro, todo esto a condición de que las costas sean una puerta abierta y no una frontera desde la que se otee la presencia de un enemigo siempre dispuesto a atacar.
De las distintas formas de ser terrestre Frente a las potencias oceánicas, se encuentran las potencias continentales o terrestres, con unas características completamente diferentes. En este tipo de sociedades el individuo se disuelve en el grupo, encuentra su riqueza en la tierra y tiende a ampliarse constantemente mediante las conquistas. El individuo aislado está situado por debajo del Estado y de la Comunidad. Son los intereses colectivos los que privan sobre los particulares. Mientras el mar es relativamente uniforme, el territorio terrestre es absolutamente diverso. En las zonas montañosas suelen asentarse poblaciones que adquieren un carácter áspero, 17
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apegado a sus tradiciones seculares, celosos de su independencia, tienden al aislamiento y a la formación de microestados, mientras que la población de los valles suele estar predispuesta a las renovaciones culturales y de cualquier otro tipo a las que se adaptan con facilidad y tienden a la formación de Estados complejos. Existe pues, una contradicción fundamental entre «valle« y «montaña». Vicens señala que tanto la «dieta, la ocupación o las costumbres de los pueblos de la montaña chocan con las de los valles». Por lo demás, en la montaña se han refugiado los proscritos, los perseguidos, los réprobos que defienden contra viento y marea su libertad e independencia, en tanto que a resguardo en lugares de difícil accesibilidad. Históricamente, los pueblos montañeses se han visto estimulados por una climatología adversa (siempre y cuando no sea excesivamente adversa) desplegando posibilidades históricas en un momento concreto y descargando fuertes dosis de agresividad contra la población de los valles. Frecuentemente los Estados situados en los llanos han sido arrasados por invasiones de pueblos procedentes de la montaña. Pero los pueblos montañeses jamás han tendido a la formación de Estados complejos sino, más bien, de microestados. Han protagonizado el cantonalismo y la parcelación del territorio; algunos de estos Estados montañeses todavía subsisten en Europa: Andorra, el principado de Mónaco, San Marino o en Asia (Nepal o Buthan). Los pueblos montañeses suelen adherirse sin gran dificultad a un poder central aglutinador, pero cuando éste falla, tienden a disgregarse. La conclusión final es que la montaña favorece el cantonalismo y acentúa (o facilita) las oposiciones sociales que lo generan. 18
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Pero en la «tierra firme« existen otras características morfológicas que inducen determinados comportamientos: los ríos, por ejemplo, que se convierten en canales de tránsito de mercancías y de dinámicas históricas. En el pasado, las poblaciones de las montañas se vieron arrastradas por el curso de los ríos, hacia las tierras bajas, mientras que, frecuentemente, las invasiones se han canalizado ascendiendo a través de los ríos, como si se pretendiera elucidar el misterio de sus orígenes. El río, a fin de cuentas, comunica, para bien o para mal. Los valles, por su parte, situados en torno a los ríos tienen también unas características neohistóricas muy concretas: están poblados por gentes de la misma cultura y lengua y limitan con cordilleras montañosas. Desde estas cordilleras es más fácil defender el territorio en la medida en que, generalmente, las riveras de los ríos están deforestadas y abiertas como resultado de la glaciación cuaternaria. En los valles resulta imposible establecer fronteras, éstas vienen dadas por cordilleras montañosas, ríos o selvas espesas. En las cordilleras, la inaccesibilidad hace que los pasos, brechas o extremos se convierten en zonas de tránsito de invasiones en el peor de los casos, o que favorezcan las comunicaciones en el mejor. Los pasos de montañas se han definido geopolíticamente como «ganglios del sistema de comunicaciones» o «puertas de invasión». Por el contrario, la presencia de masas boscosas ha supuesto la aparición de fronteras naturales bien protegidas y, desde luego, suponen un refugio superior a la montaña. Cuando el bosque se encuentra en zona montañosa, esa frontera resulta inexpugnable. Contrariamente al bosque, la estepa es una «región de comunicación abierta» a través de la que se producen las grandes invasiones y en torno a las cuales se forjan grandes imperios o Estados. 19
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Finalmente, antes o después, toda masa terrestre termina en un litoral. Éste puede generar estímulos importantes para las poblaciones y movilizar energías sociales. Pero para que ello se produzca es preciso que se den una serie de condiciones: el papel de las costas será favorable cuando éstas se hallen a prudencial distancia de otras que, económicamente, sean tentadoras y técnicamente alcanzables. En general, cuando «cuaja« una potencia terrestre, suele dar mayor importancia al Estado. Al tener que administrar territorios progresivamente más extensos, se forman estructuras sólidas y complejas. El comercio es secundario en relación a la actividad del Estado.
Geopolítica de España y su política exterior Con estos elementos generales, ya podemos disponer de unas bases sólidas para definir el papel geopolítico de España. Además, para ello, será preciso atender a su situación geográfica en el extremo occidental de la masa continental eurasiática, constituyendo la frontera suroeste de Europa. Esta privilegiada situación hace que sobre nuestro territorio se hayan conjugado dos movimientos neohistóricos: el que tiende de Este a Oeste (corriente mediterráneo–atlántica) y el que tiende de Norte a Sur (corriente euroafricana). No hay que olvidar que la marcha de la historia siempre ha sido de Este hacia el Oeste. En esa dirección se han generado los más fuertes movimientos históricos incluso en la actualidad, cuando la «Doctrina Rumsfeld« establece el Océano Pacífico como el teatro principal de operaciones de los EEUU, es decir, hacia su Oeste. En este sentido, la «fachada« atlántica de Europa está formada por la Península Ibérica, Francia y el Reino Unido. El papel de los países situados más al Norte (Dinamar20
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ca, la Península Escandinava) es menor en función de su alejamiento geográfico y su proximidad a zonas de climatología más hostil. El estudio sobre las líneas de comunicaciones desde finales de la Edad Media, cuando las condiciones técnicas facilitaron la navegación oceánica, indican que quedó definida una línea de expansión desde la Península hasta las Canarias y las Azores y de ahí hacia el Atlántico Sur con «Cathay» como destino buscado y Sudamérica con el encontrado realmente. Anteriormente, otra línea de penetración, la Norte–Sur, había sido definida desde el Paleolítico y el Neolítico, trayectoria que luego siguieran en dirección descendente los vándalos hasta establecerse en el actual Marruecos, y más tarde, nuestros antepasados, para asegurarse una franja defensiva en el Principado de Marruecos, controlar el mar de Alborán y la otra orilla del Estrecho y prevenir la posibilidad de nuevos ataques llegados del Sur. Pero estas rutas, no solamente han sido de tránsito hacia América o hacia el Magreb. También han sido rutas por las que han discurrido las invasiones: desde el Sur se produjo la primera oleada islámica y las que siguieron posteriormente, y desde el Atlántico llegaron los grandes ataques vikingos y normandos de la Edad Media que consiguieron adentrarse, remontando los ríos, por el corazón de la Península. Esta tendencia no ha cambiado en el curso de los siglos: hoy la inmigración constituye una verdadera tendencia de Sur a Norte que, desde el punto de vista geopolítico, puede ser considerada una colonización pacífica (al menos por el momento), mientras que de Oeste a Este se han producido, sobre el plano cultural, la penetración de los productos americanos, y sobre el plano militar, la construcción de bases avanzadas de la thalasocracia norteamericana. 21
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Así pues, por su situación geográfica, España es. 1) Ruta avanzada y bidireccional de dos líneas de expansión: Norte–Sur y Este–Oeste. 2) Ocupa un tercio de la fachada atlántica de Europa (eje Finisterre – Gibraltar – Canarias). Mientras duró la «guerra fría« y la bipolaridad (1945–1989), aun cuando en teoría, España no hubiera estado adherida a la OTAN, en la práctica, los acuerdos tejidos por Franco con los EEUU suponían una inclusión efectiva en la Alianza Atlántica a la que proporcionábamos cuatro elementos clave: 1) El control del tráfico naval sobre el Estrecho de Gibraltar, operado a través del Mar de Alborán cuya costa Sur, al independizarse el Principado de Marruecos quedó recudido a Ceuta, Melilla y las Islas Adyacentes, suficientes elementos como para asegurar el control de la navegación y el cierre del Estrecho para embotellar a la flota soviética en el estanque Mediterráneo. 2) «Profundidad« a la Alianza cuyas líneas quedaban ampliadas más de 1000 km con la inclusión de España. Sin esta inclusión era imposible defender Europa Occidental de un ataque soviético (real o supuesto) pues, entre la frontera Germano Occidental y el Atlántico francés de Bretaña y Aquitania, apenas existían entre 900 y 1000 km. 3) El portaviones atlántico del Archipiélago Canario situado en la ruta del Atlántico Sur, pero también en la ruta del petróleo que, desde el Golfo Pérsico bordea las costas de África para llegar a Europa, uno de los ejes en disputa en el mundo bipolar a partir de 1973 (primera crisis del petróleo con el cierre del canal de Suez e inicio de la era de los superpetroleros).
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4) Base avanzada para la llegada de aprovisionamientos, por mar y por aire de EEUU, potencia aislada geográficamente y, por tanto, segura en el caso de confrontación bipolar, donde, históricamente se ha concentrado la producción de armamento destinado a los campos de batalla europeos durantes los dos últimos conflictos mundiales. Ahora bien, liquidada la era de la bipolaridad, el mundo pasó a una situación de inestabilidad unipolar a cuyo fin estamos asistiendo. En esa nueva etapa, el papel geopolítica de España, lejos de atenuarse, queda realzado en la perspectiva de un mundo multipolar en el que España es la frontera Sud– Oeste de Europa y, por tanto, el puesto avanzado en las comunicaciones con tres bloques exteriores a Eurasia: 1) El Magreb, cuya evolución futura se basará en tres factores: – Inestabilidad interior (conflicto sociales a causa de la pobreza, políticos a causa del déficit democrático y religiosos a causa de los choques entre distintas facciones del islamismo local) que pueden derivar en conflictos armados civiles. – Presión demográfica propia y recepción de la presión demográfica procedente del Africa Subsahariana que exceden con mucho las posibilidades de integración de los Estados locales. – Progresiva penetración de los EEUU (hoy competidor de la UE, mañana enemigo) que al verse rechazados en el territorio de la Unión Europea, intentan seguir presentes en el Mediterráneo a partir del Magreb (penetración efectiva en Marruecos y Argelia, presencia consolidada en Egipto desde su derrota en la guerra del Yonkipur y neutralización de las veleidades libias). 23
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2) Iberoamérica, cuya evolución futura girará en torno a tres ejes: – El intento de consolidación de Brasil como primera potencia regional si se dan distintos factores políticos (posibilidad de establecimiento de una política de Estado estable), sociales (disminución de la pobreza y el analfabetismo), de comunicaciones (si aumentan las vías de comunicación entre el Brasil atlántico y los países del Pacífico: especialmente Chile, Bolivia y Perú), lingüísticos (bilingüismo práctico en Brasil para facilitar el intercambio con el resto de Iberoamérica de lengua española). – La concentración de esfuerzos de EEUU para lograr una mayor penetración económica y un mejor control político, especialmente en los países de la cuenca del Pacífico (Chile, Perú, Ecuador y Venezuela). Lo que supondrá, en la práctica, una guerra comercial con España, principal inversor en la zona en estos momentos. – La estabilización de una zona de librecomercio similar al antiguo Mercado Común que favorezca la integración de las economías regionales y genere un gran mercado de consumo en condiciones de propulsar una industria estratégica propia. 3) Los EEUU, cuya evolución en los próximos veinte años tendrá como ejes: – El aumento de influencia de la minoría hispana en la vida cultural, en la sociedad y en la vida cultural de los EEUU que, por primera vez en su historia dejarán de ser un país WASP con minorías recluidas en ghetos y sin cultura ni tradiciones propias. [ver nuestro artículo «América se escribe con Ñ« publicado en infokrisis, Anexo I] – Un aumento de la inestabilidad social a causa de las desigualdades crecientes e insoportables de renta y de la 24
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estratificación étnica de la misma. La integración racial de los años 60 ha fracasado completamente y EEUU tiene ante la vista un conflicto civil que será a la vez racial y social en un momento de regresión de las libertades públicas y de los beneficios sociales en nombre de un liberalismo salvaje cada vez más extremo. – La sensación de fracaso civilizacional y neoimperial que generará la breve tentación unilateralista que se aseverará inviable cuando concluya el segundo mandato de Bush, debiéndose aceptar el hecho consumado de una multipolaridad. Esto hará que cristalicen de nuevo las tendencias aislacionistas tradicionales en EEUU y el país se recluya en su territorio nacional, y con aspiraciones hegemónicas reales solamente sobre Iberoamérica. – Una quiebra inevitable de la economía norteamericana que arrastra desde principios de los 80 un incremento de la deuda pública, actualmente extremo y que solamente está avalado por la aparente estabilidad política y el peso militar de EEUU, como soportes para el valor de cambio del dólar, más que el valor de éste en sí mismo. Esta quiebra puede ser el desencadenante de la fractura racial y social a la que hemos aludido – El desplazamiento del teatro principal de operaciones de EEUU, del Atlántico Norte al área del Pacífico con todo lo que ello implica: proliferación de bases militares y de intervencionismo en la zona, acuerdos comerciales preferenciales con esos países y, posibilidad de enfrentamientos con una zona, posiblemente no tan desarrollada como la Unión Europea, pero en situación ascendente y en donde EEUU va a encontrar fuertes competidores económicos (Japón) y a la vez militares (China y Rusia). 25
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Cada uno de estos tres actores geopolíticos interacciona en el devenir histórico de España que, inevitablemente, va a estar vinculado a la Unión Europea, antes que a cualquier otro bloque, pero, al mismo tiempo, va a tener que afrontar problemas nuevos: – El inevitable deterioro de las relaciones con Marruecos que no ha renunciado a sus aspiraciones a construir un «Gran Marruecos« teniendo, por tanto, aspiraciones pretensiones territoriales sobre Ceuta, Melilla, Islas Adyacentes y Canarias (lo que atenta directamente contra la soberanía nacional), ni realiza esfuerzos reales para cortar la producción y exportación de haschís con la que inunda a España (lo que atenta directamente contra la salud pública nacional), ni tampoco para contener la riada de inmigrantes que aspiran a acceder a los escaparates de consumo europeos (lo que atenta directamente contra el orden público y la seguridad ciudadana). Esto, sin olvidar, el gaseoducto de Tarifa que supone un cordón umbilical con las reservas argelinas (cuyo corte implicaría un atentado contra nuestro crecimiento económico). – El inevitable distanciamiento con los EEUU a causa de la «alianza más segura» que practica este país en la zona (actualmente orientada hacia Marruecos y entre 1956 y 1999 orientada preferencialmente hacia España) con la contrapartida del ascenso hispano en EEUU que tenderá a atenuar este distanciamiento. Desde 2000, con el descubrimiento de bolsas de petróleo en distintas zonas de Marruecos (la zona Este fronteriza con Argelia, la zona costera del Sahara administrada por Marruecos y la plataforma continental canaria, reivindicada por éste país), EEUU ha aumentado su penetración dentro de Marrue26
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cos, siguiendo la que ya había iniciado desde 1998 en Argelia. Esto es hasta tal punto cierto que Marruecos está integrado en el dispositivo militar norteamericano como parte de Oriente Medio y garantiza –tal como se demostró con el desembarco norteamericano en Marruecos durante la Segunda Guerra Mundial– el acceso de EEUU al extremo occidental del mundo islámico. – El inevitable endurecimiento de la relación económica de EEUU con Iberoamérica que gravitará en torno a una potencia regional emergente (Brasil) que pretenderá hacer valer su influencia ante presencias exteriores, incluida la española y en torno a una potencia histórica presente en la zona desde la Doctrina Monroe (EEUU) que seguirá consideran a Centroamérica y el Caribe como su «patio trasero» y a la masa sudamericana como su «coto privado de caza«. De hecho, es significativo que en las páginas del amplio estudio de Brzezinsky «El Gran Tablero Mundial» no haya ni un solo capítulo dedicado a Iberoamérica, significativo en tanto que los EEUU consideran esta zona geopolítica como una propiedad sobre la que posee derechos preferenciales. Teniendo en cuenta todos los factores señalados hasta ahora inducen a unas líneas en política exterior determinadas por estos tres ejes que más adelante detallaremos y que ahora apenas enunciamos: – Desde el punto de vista cultural: en EEUU penetración, esto es contribuir al aumento de influencia del mundo hispano en los EEUU, haciéndolo extensible, no solamente a los troncos étnicos indios venidos del Sur de Río Grande, sino también a la propia población hasta ahora WASP, esto es, restando impacto a los productos culturales surgidos de ese núcleo; para lo que es preciso 27
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«hispanizarlo«. Esto, parecía ilusorio en décadas anteriores, pero un estudio de las curvas demográficas de la población hispana en los últimos diez años, deja prever un vuelco completo a la situación. En otras palabras: culturalmente, se trata de recuperar la idea de que parte de la tradición norteamericana es hispana y que prácticamente la mitad del territorio de los EEUU (según atestigua el Tratado de Paz de París de 1763 que marca el límite entre las posesiones inglesas y españolas en América del Norte) fue hispano y colonizado por españoles (Florida y el Virreinato de Nueva España cuya parte norte correspondía a los actuales Estados de California, parte de Nevada, Texas, Nuevo México y parte de Oregón). Esto aporta raíces históricas para avalar y justificar la penetración cultural. – Política de contención hacia un mundo árabe imprevisible, atrasado y sin posibilidades de alcanzar un nivel óptimo de desarrollo económico a causa del atraso histórico que supone el islamismo así como el fracaso de los intentos occidentalizadores (Nasser, el baasismo iraquí, sirio y libanés, los vaivenes persa–iraníes), un mundo árabe al que le quedan únicamente treinta años de reservas petrolíferas para seguir manteniendo una providencial fuente de ingresos y dentro del cual no existe ni un solo país en el que pueda hablarse de una situación de estabilidad real. – Política de cooperación con entre la Unión Europea e Iberoamérica en aras de asegurar la estabilidad de las inversiones españolas, evitar que los intercambios comerciales en el subcontinente se realicen solamente en dirección Norte–Sur con el grado de dependencia que implica. El mantenimiento de una situación imperial de los EEUU sobre Iberoamérica, implicaría en corto es28
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pacio la reaparición de una tentación intervencionista en el resto del mundo. De ahí que la Unión Europea y España en concreto deban apoyar el desarrollo de los grandes países iberoamericanos: Brasil (llamado a ser por sus geografía, reservas, población y tecnología, el germen de una potencia regional), Argentina, Chile (países con gran potencial económico y cultural, cuyas contraposiciones geopolíticas se trata de atenuar) y Venezuela (ruta más corta hacia Iberoamérica).
Tres consecuencias de una línea política exterior Lo visto hasta ahora nos permite formular tres consecuencias. La primera consecuencia a desarrollar es la siguiente: contra más atenuada esté la influencia cultural protestante y calvinista en los EEUU, mayores espacios de libertad tendrán los pueblos Iberoamericanos y mayor estabilidad tendrá un sistema multipolar. En ese contexto el papel de España queda reubicado como puente –no retórico sino muy real– entre Eurasia y el continente americano. La segunda consecuencia a desarrollar es: dada la inestabilidad del mundo islámico, la única política posible es la contención. De nada sirve ayudar a políticas de desarrollo regional en países que, de la noche a la mañana, pueden deslizarse bruscamente hacia el fundamentalismo más radical, o países que albergan en su interior un potencial explosivo que hace inviable la inversión en desarrollo; dadas las peculiares características del islam y la intensidad con que esta religión condiciona la vida de los pueblos árabes y magrebíes, les imprime agresividad, les dota de un mesianismo enfermizo e históricamente superado y genera objetivos teocráticos que enlazan con un pasado remo29
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to, y dada, finalmente, el papel geográfico de «frontera sudoeste de la Unión» que tiene España, por todo ello, la contención es la única política posible, no sólo para España sino para toda la Unión Europea. Este axioma puede ser desarrollado a partir de las tesis que expusimos en nuestra serie de artículos contrarios a la integración de Turquía en Europa [ver anexos] y la posibilidad de que el «espacio turcófono» sea un factor de desestabilización permanente entre las tres potencias euroasiáticas. La tercera consecuencia no es otra que reconocer que el destino de España y el de Europa, a lo largo de todo el siglo XXI, van a estar indisolublemente unidos. Si bien es cierto que en el pasado, las contradicciones y los intereses contrapuestos, frecuentemente, se tradujeron en guerras y conflictos, éste período ha concluido. La última guerra civil entre europeos (1939– 45) y la fabricación de nuevas armas de destrucción masiva, indican que, de producirse un nuevo conflicto de esas características en suelo europeo, implicaría casi necesariamente la desaparición de Europa, incluso físicamente. Dicho todo esto regresemos ahora al examen de España como potencia naval o terrestre. Si acabamos de examinar las necesidades en política exterior de nuestro país, veamos ahora cuál es su problemática interior.
La pérdida del sentido de Estado La configuración geográfica de España determina que en su proyección exterior, se vea limitado por el hecho de ser una península. Esta península está situada en el confín de Eurasia: tiene una doble vertiente, Atlántica y Mediterránea. Mientras que por tierra se encuentra limitada a la frontera pirenaica, son los mares los que abren los horizontes geopolíticos de España. 30
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El drama de nuestro país consiste en que a partir de la batalla de Trafalgar, su poder naval resultó absolutamente pulverizado y ya no estuvo en condiciones de asegurar la neutralización de las tendencias independentistas de las nacientes burguesías locales iberoamericanas. En pocos años se perdieron las colonias y cuando España logró, hacia finales del siglo XIX haber reconstruido un mínimo poder naval, la escuadra de nuevo fue barrida por la estadounidense, más moderna y próxima a sus bases. A partir de ese momento y hasta nuestros días, la capacidad naval española ha estado a mínimos y solamente en los años del franquismo logró disponer de una industria naval, fundamentalmente orientada hacia la construcción civil, pero que no dispuso nunca de presupuesto suficiente como para reverdecer nuestro poder naval, especialmente para un país de costas tan dilatadas. De hecho, mientras duró el período imperial de los Austrias, España alternó la capacidad naval con la terrestre. Pero resulta evidente que alternar estos dos dominios tenía contrapartidas negativas: no poder especializarse en ninguno. En aquellos mismos siglos, Inglaterra, fue desarrollando una marina progresivamente más poderosa que, finalmente, logró llevar su pabellón a todo el mundo y asegurar un siglo XIX de crecimiento industrial acelerado. Esto, unido a los yacimientos de hierro y hulla, aseguró la preponderancia británica en el XIX y una rápida industrialización. Pero en España, en ese mismo momento, fallaron tres elementos básicos que hicieron que España perdiera el paso de la modernidad: – faltó la estabilidad política y sobraron las discordias civiles interminables a lo largo de todo el siglo; – faltaron materias primas y, faltó, por tanto posibilidades de desarrollo industrial; 31
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– finalmente, amputado el poder naval, España se recluyó en sí misma sin grandes posibilidades de proyectarse hacia el exterior. Así se perdió el siglo XIX. España pasó a ser una «potencia atrancada« según la denominación con la que Haushoffer denominó a aquellos países que veían su poder inmovilizado por falta de materias primas y de energías vitales interiores. Esta falta de autoestima y confianza en sí misma, fue reconocido y paliado por la Generación del 98, pero lo primero la escasez de materias primas– resultó un handicap irremediable (a pesar de que España y Suecia se transformaron en exportadores de hierro a Inglaterra cuando éste se agotó en las islas británicas). Las crisis políticas que se desarrollaron al entrar en el siglo XIX y que han proseguido, prácticamente sin fin hasta nuestros días (entendemos que la situación autonómico–constitucional actual es la enésima evidencia de esa inestabilidad lacerante e irresponsable) han demostrado suficientemente la incapacidad de España y del pueblo español para comprender lo que es el Estado, la misión del Estado, las políticas de Estado, la vinculación entre el Estado y la Nación y la situación superior del Estado sobre las facciones políticas que se disputan su administración. Todo esto ha generado una situación de inestabilidad cuya primera característica ha sido la impermanencia y la facciosidad irreconciliable de las partes enfrentadas. De hecho, el mayor alegado contra los nacionalismos vasco y catalán es que precisamente en esas dos nacionalidades (las llamamos «nacionalidades« y no simplemente regiones en tanto que disponen de rasgos identitarios propios y siempre han sido partes personalizadas de un todo, aun cuando no hayan alcanzado nunca situaciones de independencia tal como se conciben en nuestros días, sino más bien, regímenes forales particulares) 32
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encarnan, mejor que cualquier otra, el ser y la personalidad españolas. De la misma forma que se habla de las «dos Españas«, así mismo puede aludirse a los «dos Países Vascos» o las «dos Catalunyas« con la misma facilidad: la Catalunya de Maciá no es la de Cambó, la de Gaudí no es la de Dalí, la del Empordá, no es la del Penedés, ni el País Vasco de Arana es el de Baroja o Unamuno, ni el del entorno de ETA es el de «Basa Ya« o demás entidades antiterroristas. Al 50%... La disparidad de caracteres y tipos psicológicos que se da en nuestro país, es reforzada, además por la dispersión de los núcleos geo–históricos, y parece inhabilitar a nuestro país, al menos desde inicios del XIX, para comprender lo que es la «misión del Estado y de la Nación« en la modernidad. Ahora bien, es preciso recordar que uno de los rasgos habituales del «poder terrestre« es la capacidad para estructurar Estados complejos y dotados de un fuerte sentimiento de «misión« y «destino«. Éste no es el caso de la España actual. Su sentido colectivo del Estado pareció agotarse a finales a lo largo del siglo XVIII. Y, desde entonces sigue ausente, con breves centelleos puntuales, más en personalidad aisladas que en movimientos políticos de masas. El franquismo fue uno de esos momentos puntuales a los que aludíamos.
Las orientaciones geopolíticas del franquismo En este sentido, es preciso reivindicar al franquismo como uno de los momentos específicos de la historia de España, al que intentamos juzgar en términos de actualidad política, sino de historia. El franquismo surgió de una revuelta militar contra la legalidad republicana, una legalidad que no lograba sacar a España 33
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del empantanamiento secular de los dos últimos siglos: porque, a pesar de las buenas intenciones, los intentos liberales del siglos XIX y especialmente la II República, se habían traducido en sonoros fracasos históricos. Afortunadamente, en los últimos años, ha aparecido una tendencia revisionista que ha cuestionado la versión tan políticamente correcta como maniquea que ve en la República una legalidad lacerada gratuitamente por una insensata revuelta militar. Las cosas son mucho más complejas y así se ha encargado de recordarlo esta tendencia revisionista encabezada por Pío Moa. El franquismo, históricamente, recompuso una política de Estado y, sobre todo, supuso una concentración de esfuerzos –bajo la forma de una dictadura– para lograr recuperar el paso con la industrialización. La historia enseña que, tanto en España como en Rusia, países atrasados en el primer tercio del siglo XX y China, fundamentalmente agrario hasta los años ochenta, la única forma de lograr recuperar el terreno perdido, consiste en concentrar esfuerzos, subordinar cualquier energía y vitalidad al desarrollo económico y planificarlo, evitando el riesgo de cambios políticos bruscos que adopten decisiones contradictorias. Es innegable que el franquismo estuvo lejos de los estándares democráticos que entonces se daban por Europa, pero no es menos cierto que el atraso industrial de más de un siglo que tenía la España de 1939, entró en vías de superación. La España democrática de 1979, fue posible sólo gracias al crecimiento de las fuerzas productivas realizado durante los veinticinco años anteriores (a partir del Plan de Estabilización) que, a partir de cierto punto, para seguir progresando, precisaban de un marco democrático (que permitiera la apertura de nuevos mercados a través de la integración en la entonces llamada Comunidad Económica Europea). El ingreso en el Mer34
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cado Común, no hubiera podido acometerlo la España pobre y miserable de 1936, amenazada por el aventurerismo anarquista, el fantasma de la revolución bolchevique que seducía tanto a las minúsculas formaciones de extrema izquierda (PCE y POUM) sino también a un amplio sector del PSOE, y, para colmo, con unas fuerzas independentistas con idéntico poder centrífugo que en la actualidad. La mezcla de atraso e inestabilidad política es siempre la garantía para persistir en el subdesarrollo. Resultaría difícil juzgar en términos políticos actuales la tarea histórica de Napoleón reduciéndola a un simple golpista contra el Directorio, o bien limitando el papel político de Stalin a ser un gran masacrador. Ciertamente, Napoleón era un general poco dispuesto a ser eternamente un segundón en manos de un Directorio de limitada talla, y Stalin debió afrontar problemas de modernización, conflicto y conspiraciones muy reales en el interior, pero fue algo más que un gran represor. Lo mismo puede decirse de Franco y del franquismo. En el momento en que el franquismo sea analizado como una parte de la historia de España en lugar de cómo un elemento de caracterización (y caricaturización) política del presente, habremos ganado perspectiva y madurez histórica. El hecho de que el núcleo inicial del franquismo fuera un grupo de oficiales africanistas que habían vivido la experiencia de la guerra de África y, en buena medida, se tratara de oficiales brillantes, estrategas notables que habían actualizado sus conocimientos al paso con los importantes avances de la ciencia militar y de las ciencias geográficas que se produjo en el primer tercio del siglo XX, generaron el que, tras la derrota de las potencias del Eje –a las que Franco era altamente tributario, pero a las que no ayudó en la medida requerida por la 35
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situación estratégica creada por la primera fase de la Segunda Guerra Mundial– la clase política del franquismo se viera obligada a establecer una política exterior (y en buena medida una geopolítica, no olvidar que buena parte de los investigadores alemanes terminaron residiendo en España a partir de 1945 e incluyeron en el interior del régimen aportando sus conocimientos y asesoramiento técnico) que, fue aplicada durante 20 años ininterrumpidamente [ver nuestro artículo sobre «Política Exterior española, de Castiella a ZP«, en Anexo II]. El franquismo insistió en desarrollar una innegable potencialidad marítima que se tradujo en un formidable impulso a la construcción naval con fines comerciales, que no tuvo su paralelo en la reconstrucción de una flota potente y dotada de los más modernos adelantos técnicos. Entre 1956 y 79, España se vio obligada a aprovechar el detritus naval norteamericano procedente de la Segunda Guerra Mundial, reconvirtiéndolo y jamás pudo llevar a efecto un programa naval que superara el atraso secular generado a partir de Trafalgar, Cavite y Cuba. Para el franquismo resultó evidente que España solamente podía reconstruir su potencia a través de los mares. La amistad que le deparó la Argentina de Perón y la tarea de los ideólogos de extracción falangista del régimen, impuso la recuperación de la «hispanidad« como eje central de una política exterior mucho más ambiciosa de lo que parece hoy y que tuvo traslaciones en todos los terrenos: desde la creación del Instituto de Cultura Hispánica, hasta la celebración del Congreso Hispano–Luso–Americano–Filipino, o incluso al mantenimiento de relaciones con Cuba, incluso tras la subida de Castro al poder, pasando por iniciativas tácticas mucho más banales como la participación en los festivales de la OTI (Organización de Telecomunicaciones Iberoamericanas) o el impulso de emisio36
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nes de TV transcontinentales como «Trescientos Millones«. Estas iniciativas, así como la presencia de jóvenes iberoamericanos en los congresos anuales organizados por la Delegación Exterior del Frente de Juventudes, tendían a establecer puentes con Iberoamérica, que revalidaban los nexos históricos del pasado, justo en el momento en que parecía difícil que de Europa pudiera llegar otra cosa que no fuera una riada turística, pero, desde luego, mucho menos capitales y un régimen de aranceles bastante desalentador. Ahora bien, los problemas que afrontaba el franquismo impedían que en este terreno –como en la creación de una fuerza fuera nuclear española cuya creación, Carrero Blanco contempló a finales de los años 60 e intentó llevar a la práctica hasta el momento mismo de su muerte– se pudiera ir muy lejos. Lo importante era que estaban sentadas las bases para el futuro.
El desmantelamiento de la política exterior En lugar de considerar al franquismo como historia y como acción de gobierno, a partir de 1977 y especialmente de 1979, se rompió con todas estas iniciativas. La idea de la «hispanidad« empezó a ser denostada como reaccionaria. El intento del PSOE de proyectar nuevamente el papel internacional de España a través de los «eventos del 92« quedó limitado y fue incapaz de insuflar lo esencial: el sentido de cooperación en el marco de la idea de «hispanidad«, retenida como reaccionaria incluso desde las instancia del poder socialista. En lugar de eso, tanto en la Expo–Sevilla, como en el entramado de las celebraciones del Vº Centenario, se empezó a exaltar el «mestizaje« y se pidieron disculpas taxativas al trato que los Conquistadores dieron a los indígenas. El problema no es reconocer el hecho en sí del mestizaje sino atribuirle una importancia central, cuan37
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do, en realidad, a poco que examinemos los hechos, resulta completamente irrelevante. A decir verdad, poco había de que disculparse. Ciertamente, las culturas indígenas habían desaparecido, pero es innegable que esta desaparición se produjo, no tanto por la acción de un pequeño puñado de conquistadores sino por que sus posibilidades vitales interiores se habían agotado. No eran otra cosa que una superestructura burocrático administrativa, tiránica y degenerada, en algunos casos con una irreprimible tendencia a los sacrificios humanos masivos, como pocas veces se han contemplado en la historia de la humanidad, que se desmoronó con la mínima presión exterior, abandonada especialmente por sus propios súbditos. A partir del momento en que el énfasis se sitúa en reales o supuestos «mestizajes interculturales«, resulta absolutamente imposible detraer algún tipo de criterio geopolítico aplicable a la orientación de las relaciones internacionales: lo que se está haciendo es reactualizar el papel de culturas que fueron barridas por la historia y que no tienen lugar en la modernidad, culturas que tienen interés para los antropólogos, etnólogos e historiadores del pasado, pero no para la creación de lineamientos políticos en el presente. El problema era que, realmente, los socialistas creían que este mestizaje era «justo y necesario«, mientras que al aznarismo le faltó tiempo y valor para no entrar en el juego de lo políticamente correcto, dejando las cosas en este terreno, más o menos, como estaban. La cuestión es: el mestizaje real existió solamente en Centroamérica y en los países andinos donde el peso demográfico de los aborígenes sudamericanos era mayor, pero estuvo casi completamente ausente en el cono sur. Además, es innegable que absolutamente en toda Iberoamérica, 38
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incluida Cuba, las élites gobiernantes eran (y en buena medida, siguen siendo) étnicamente descendientes de los colonizadores europeos (hasta el punto de que países como Argentina son, en realidad, «latinoamericanos«, más que «iberoamericanos« en sentido estricto). Reconocer este hecho, es reconocer por donde ha discurrido la historia: las clases dirigentes iberoamericanas han sido de origen europeo, los indígenas han estado casi completamente ausentes o han protagonizado episodios puntuales que no han desembocado en formas estables. En estos momentos, en países andinos como Bolivia, estamos asistiendo al reverdecer del indigenismo. Va a ser cuestión de analizar de cerca la evolución de este país (y de los vecinos) para advertir si, realmente, el indigenismo es capaz de insertarse en la modernidad o, simplemente, se trata de un fenómeno de rechazo al fracaso de formaciones políticas tradicionales. Y nos parece que esta segunda posibilidad es más cierta. Por nuestra parte, consideramos a dichos movimientos como inestables: de la misma forma que inicialmente absorbieron los valores del catolicismo llevados por los colonizadores, perdieron en pocas décadas sus propias tradiciones, se sumaron al consumismo y a los valores de la cultura americana en los años 70–80, fueron objeto preferencial de penetración de las sectas evangélicas y de los cultos exóticos llegados de EEUU (en los 90), su reverdecer en estos momentos se realiza sobre el vacío. En efecto, las tradiciones indígenas son tradiciones muertas, de las que apenas queda constancia en los libros de antropología y en los estudios especializadotes sobre chamanismo y cultura andina, pero que, en la práctica no son otra cosa que unas pocas costumbres tribales que han subsistido hasta nuestros días, habiéndose perdido el eje central de esas tradiciones y no existiendo ninguna transmisión directa capaz de recons39
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truirlas. A pesar de lo que se suele decir en Bolivia y Perú, nuestra opinión es que, en los siglos XVII y XVIII se agotaron completamente los filones centrales de las culturas indígenas americanas, permaneciendo sólo algunos aspectos parciales, folklóricos y costumbristas a partir de los cuales resulta imposible reconstruir el conjunto. La Hispanidad es el único criterio cultural capaz de establecer un denominador común y una referencia universal para todos los países de Iberoamérica sobre la que fundamentar una cooperación común y un proceso de convergencia (que, en la actualidad solo puede ser económico) capaz, no solo de propulsar sus maltrechas economías, sino además, de establecer puentes con Europa a través de España.
Las exigencias mínimas del poder naval Ahora bien, decir «potencia marítima« implica necesariamente aludir a los rasgos que acompañan a este tipo de poder: el carácter comercial. Como ya hemos dicho, los fracasos históricos del siglo XIX generaron el atraso económico de España. La falta de una industria de exportación hizo que España no destacara como potencia comercial. El Imperio Español, por lo demás, se había forjado con la idea mesiánica de expandir la catolicidad en dos frentes: expandiéndolo en el Nuevo Mundo y combatiendo a la reforma protestante en Europa; esto lo que le dio una solidez misional y un destino histórico en cuya realización, nuestro país se agotó y desangró. En este sentido, tanto Colón como los Reyes Católicos tenían excepcionalmente claro que en el Nuevo Mundo se encontraba un nuevo terreno para obtener buenos rendimientos económicos que permitirían, entre otras cosas la organización de una nueva cruzada en Tierra Santa. El 40
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problema fue que, a medida que fue acentuándose la decadencia española, la colonización mostró ser un «mal negocio«: la piratería siempre hizo que no llegaran a España los beneficios de la colonización y la precariedad de los tránsitos marítimos unidos a climatologías adversas hicieron que parte de lo obtenido con la explotación de las riquezas naturales se perdiera por el camino. Este hecho, unido a la formación de incipientes burguesías locales, indujo a la independencia progresiva de las naciones americanas. Pero hasta el último momento se demostró que existía una posibilidad muy cierta y real de que España y los españoles representáramos un papel de primer orden en los intercambios comerciales entre ambos lados del Atlántico: el papel de los «indianos« no puede ser olvidado, sino que es preciso reivindicarlo como uno de los momentos más creativos y vitales de nuestra trayectoria como pueblo. Prácticamente, toda la geografía española produjo esta raza de hombres indómitos, llamados al comercio y a la aventura de ultramar. Ciertamente, no todos ellos, obtuvieron ingentes beneficios, pero si es rigurosamente cierto que a partir de ellos, se generaron dinastías económicas que tuvieron importancia a lo largo de todo el siglo XIX español y que incluso existen en nuestros días. Hombres de la talla de Joan Güell i Ferrer, de los hermanos Vidal– Quadras, del gallego Pedro Ximeno y de Joseph Xifré (ambos triunfaron en Nueva York en torno a 1930–50), de los Partagaz y de tantos otros, muestran que nuestro pueblo sí está dotado para el comercio, tal como, por lo demás, confirman hoy la presencia de empresas españolas en Iberoamérica y el hecho de que sea España el principal inversor en aquella zona. Pues bien, esta tendencia debe hacernos pensar que el destino geopolítico de España, en tanto que nación preferente41
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mente orientada hacia los mares y con posibilidades de ejercer a través de estos notorios tráficos comerciales, consiste en aumentar su poder naval. Incluso dentro del marco de la Defensa Europea Común, asegurar con nuestras propias fuerzas, el control del eje central del Mediterráneo Occidental (el mismo que ya fue la columna vertebral de la expansión marítima de la Corona de Aragón a partir de las costas mediterráneas de España y del portaviones balear), dando sentado que el flanco norte está cubierto por la marina francesa e italiana y el flanco sur, hoy, como ayer, es inestable y hostil. Por otra parte, en el Atlántico, es indispensable fortalecer el eje Gibraltar – Canarias (que, como prolongación del eje Gibraltar – Baleares) constituye la columna vertebral de nuestro glacis defensivo, con tres objetivos: 1)Asegurar una política contención respecto al Magreb en cuyo contexto hay que incluir la cláusula de salvaguardia de los derechos y libertades del pueblo saharui, 2)Garantizar la libre navegación por el Atlántico Sur a partir de Canarias y la integridad del tráfico entre marítimo entre los países de la Hispanidad, y 3)Asegurar el último tramo de la ruta del petróleo del golfo pérsico hacia Europa. España, en definitiva, debe mirar nuevamente hacia el mar, máxime cuando el fracaso de la política exterior norteamericana en Oriente Medio y su aislamiento creciente, el desmantelamiento efectivo de la Alianza Atlántica, la creación progresiva de un sistema integrado de Seguridad y Defensa Europea, abren las puertas a que las naciones de la Hispanidad conviertan de nuevo, como en los siglos XVI y XVII al Atlántico Sur en algo similar a un «mare clausum«. Para asumir una tarea de estas características es, ante todo, imprescindible disponer de una industria naval propia, con una cartera de pedi42
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dos que justifique su existencia y a través de la cual se pueda abordar un programa de construcciones navales que garantice la existencia de una flota de superficie y submarina en condiciones de asegurar la integridad de los mares. Además, de esta idea «oceánica« de España derivan también una serie de «exigencias mínimas« de política exterior: 1)Apoyar decididamente a Argentina en su recuperación de las Islas Malvinas y de las Georgias del Sur, posiciones clave ante el Estrecho de Magallanes y el acceso a la Antártida y para garantizar la seguridad en la navegación por el Atlántico Sur. 2)Acelerar la retrocesión de Gibraltar, reconociendo –lo que parece ser el principal problema de la cuestión–, un estatuto especial para los «llanitos« que garantice sus actuales medios de vida, pero bajo soberanía y pabellón español. 3)Apoyar las iniciativas francesas de presencia en el África Subsahariana, así como los programas de cooperación europea con esta zona deprimida. Apoyo a Portugal en el mantenimiento de lazos privilegiados con sus antiguas posesiones africanas. En este sentido, la norma que debe regir la cooperación al desarrollo y los paliativos a la caótica situación africana son: «apoyo al desarrollo y tutela de ese desarrollo a cambio de seguridad y bases avanzadas«. Estos tres puntos marcan las prioridades de una política de Estado en el área atlántica. Una política que, aun siendo autónoma, debe ser encuadrada dentro del marco de la Unión Europea y que tiende a realizar el destino geopolítico de España: una vocación de integración en tanto que extremo occidental de Eurasia y una vocación oceánica propia en tanto que «madre patria« de los países de la Hispanidad. 43
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II PARTE Geopolítica de lo centrífugo En el capítulo primero aludíamos a la doble tendencia presente en toda al historia de España que, por una parte, tendía a la fusión de los pueblos peninsulares y, por otra, alternativamente, al estallido y separación. Hoy nos encontraríamos en ese período de estallido que, a la postre, no sería sino el preludio de un nuevo período unitario… Vale la pena preguntarnos en qué elementos geopolíticos se apoyan las actuales tendencias centrífugas.
La montaña y los originenes de la Reconquista Tras producirse la dislocación del reino visigodo en los primeros momentos de la invasión islámica, los distintos núcleos resistentes se refugiaron en las montañas de la cornisa cantábrica y de las vertientes pirenaicas. Buena parte de los resistentes eran representantes de la antigua nobleza visigoda que se negaron a aceptar entregar tributo al Islam y, desde los inicios de la lucha por la expulsión del invasor, quisieron mantener vivo el recuerdo del Reino Visigodo de Hispania. Todos ellos se consideraron, con mayores o menores pretensiones en definitiva, «reyes de las Españas« (Don Pelayo, al parecer, había sido portaespada del último rey visigodo, Rodrigo), sin renunciar al momento en el que se restituiría la unidad del viejo reino visigodo. Resulta difícil entender como, a partir de este entusiasmo unitario, por qué los reinos peninsulares prosiguieron hasta el siglo XV su fragmentación. En el siglo XI, el cantonalismo his44
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pano se extendía tanto en la España islamizada como en la cristiana: Galicia, León, Castilla, Navarra, Aragón y nueve condados en el espacio catalán, evidenciaban una parcelación extrema. En la zona todavía ocupada la situación era aún peor. La geopolítica explica perfectamente el por qué de esta tendencia, cuando, realizando un análisis histórico, establece que siempre ha existido como constante el cantonalismo montañés. Los pueblos que han desarrollado su hábitat originario en las montañas siempre han sido celosos de sus libertades, tradicionalistas, opuestos al progreso y desconfiados de todo lo que viene del llano, pero, así mismo, con tendencia a prevenirse de los montañeses de otras latitudes. En la primera fase de la Reconquista, absolutamente todos los núcleos de las que partieron los núcleos de resistentes, eran núcleos montañeses, cada uno de los cuales se desarrolló de manera independiente de los demás. La montaña les impuso unos rasgos de carácter imprescindibles para que pudieran sobrevivir en un medio hostil y aislado. Allí, en las alturas, nuestros ancestros almacenaron posibilidades históricas que se manifestaron en el momento oportuno. De hecho, la primera fase de la Reconquista no fue otra cosa más que una serie de descargas de agresividad de las poblaciones montañesas contra las llanuras habitadas por islamistas.
El avance de los reinos cristianos hacia el Sur Esto hizo que hacia el siglo XI, los reinos de Galicia, León, Castilla y Navarra, hubieran logrado expanderse casi en paralelo hacia el sur a partir de los originarios núcleos montañeses en donde se articularon los distintos focos de la resistencia. En los Pirineos subsistían los nueve condados catalanes y el Reino de Aragón, reducido éste último a una pequeña franja pirenaica 45
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y los otros a un conjunto de pequeñas piezas míticamente derivadas de la leyenda sobre Otger Kathalón y «los nueve barones de la fama«, pero manteniendo prácticamente las mismas posiciones que formaron la Marca Hispánica en el siglo IX. En la práctica, entre el siglo IX y el XI, en doscientos años, las posiciones cristianas en los Pirineos apenas avanzaron. Esto tiene mucho que ver con el conservadurismo propio de los habitantes de la montaña que les induce a permanecer encastillados en sus posiciones y limitados a operaciones de represalia contra los habitantes del valle. Geopolíticamente, podemos establecer la constante de que, contra más próxima a sus orígenes está un pueblo, inicialmente montañés, menos se preocupa de ampliar sus dominios y se limita a meras represalias y racias en el valle. Pero, a medida que, mediante la colonización campesina, individuos afectos a los reinos montañeses, van estableciéndose en las tierras bajas, en realidad tierras de nadie y el núcleo montañés ve expandir su territorio dejando cada vez más atrás su origen montañés, la expansión se vuelve cada vez más rápida: la velocidad de las conquistas de un pueblo montañés, están, así pues, en razón inversa a la proximidad a la montaña: contra mas próximos se encuentran a la montaña, menor es su voluntad conquistadora, cuanto más alejados están de las cumbres, avanzan a mayor velocidad hacia la conquista de nuevos territorios. En 1300, en apenas dos siglos, prácticamente, la conquista se consumó, exceptuando el Reino de Granada que subsistiría otros doscientos años más. Es indudable que estos progresos en la Reconquista coincidieron también con otros episodios históricos, especialmente con las Cruzadas. La victoria de las Navas de Tolosa (1212) tiene lugar en la misma época en la que se había asentado el Reino Latino de Jerusalén. Puede decirse que el espíritu de la 46
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Cruzada fue asumido por los antiguos líderes montañeses, unificó sus criterios y favoreció políticas de fusión dinásticas que, finalmente, redujeron el cantonalismo peninsular a cuatro reinos: Portugal, Castilla, Navarra y Aragón.
Dos cuencas fluviales: dos corrientes históricas Ahora bien, hay que tener en cuenta otro factor para explicar el por qué la Reconquista evolucionó como lo hizo. La orografía y los valles hicieron que las áreas expansivas de los Reinos peninsulares tomaron dos orientaciones. No es por casualidad que, finalmente, los ríos que atravesaban Castilla desembocaran en el Atlántico y el gran río que constituía la columna vertebral de Aragón, el Ebro, lo hacía en el Mediterráneo. Ya hemos visto brevemente en el Capítulo II que los ríos han sido elementos clave de los desarrollos geopolíticos de los pueblos, ahora se trata de insistir en ese orden de ideas. A través de ellos se ha canalizado el transporte y el comercio, y mecánicamente, han llevado a averiguar qué se encontraba en las tierras bajas. Los antiguos se preguntaban siempre hasta dónde podía llegarse siguiendo el curso de los ríos. No es que los ríos fueran una frontera natural, de hecho, en realidad, los ríos constituyen, más bien, un eje de intercambios comerciales, es decir de ósmosis antes que de división. El Madeira en Brasil, Madre de Dios en Bolivia, lejos de ser una frontera, es el canal por el que circulan los tráficos comerciales entre ambos países, en especial el abundante caucho boliviano hasta Manaos. En torno a los ríos, en los valles por los que discurren, se asientan poblaciones que viven de la agricultura y el comercio. En el lado castellano, las conquistas fueron marcadas por el avance hacia los valles del Duero primero, del Tajo después, 48
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del Guadiana más tarde y, finalmente del Guadalquivir. El curso de estos ríos atravesaba la meseta castellana y todo el problema consistía en cómo asegurar las conquistas mediante la instalación de castillos y de colonos armados. En cierto sentido, los campesinos hicieron Castilla tanto como los guerreros. La fidelidad a la tierra propia del campesino –el origen montañés de los reinos ya había quedado lejos– hizo que la Reconquista tuviera pocas regresiones y que, una vez se talaban los espesos bosques para asegurar visibilidad y zonas de cultivo en las que pudieran asentarse nuevos colonos, ese terreno ya no fuera recuperado jamás para el Islam. Pero el Reino de Aragón se desarrolló de otra manera. El espacio geopolítico de Aragón era un triángulo constituido por los Pirineos de un lado, el curso del Ebro de otro y la costa Mediterránea finalmente. Más allá de la Cordillera Ibérica, Aragón no encontró las posibilidades de expanderse hacia el Oeste y, al encontrarse más allá de la desembocadura del Ebro, solamente pudo expanderse hacia el Sur, hasta el Paso de Biar, (justo en donde, por cierto, estamos escribiendo estas líneas) lugar histórico de frontera entre Castilla y Aragón. Precisamente, la pujanza de Barcelona deriva de su privilegiada situación, en la costa, disponiendo del control de los pasos pirenaicos que, facilitaban el comercio hacia la Ciudad Condal. Además, la depresión prelitoral catalana conducía directamente al emplazamiento de Barcelona, entre los ríos Besós y Llobregat, desde donde se abrieron caminos hacia el sur, esto es hacia el Valle del Ebro. Al adquirir la baronía de Flix, situada en la salida de la última garganta que atravesaba aquel río, el Condado de Barcelona (no Catalunya, es importante recordarlo) se aseguró la posesión esencial para el dominio económico de la Corona de Aragón. 49
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El Reino de Aragón, había intentado una expansión hacia la otra vertiente de los Pirineos, ensayando el embrión de lo que geopolíticamente se llama un «Estado Encabalgado« (cuando un núcleo montañés dispone del control de los pasos de montaña y se expande a uno y otro lado de la montaña). Pero la reorganización del Reino Franco, hizo que tras la Batalla de Muret, las aspiraciones aragonesas sobre Cominges, Tolosa y el Languedoc, se disiparan [véase nuestro libro «Guía del Catarismo« – Editorial Martínez Roca, Barcelona 1998– en donde se toca este aspecto en el Capítulo III y IV]. La derrota de Muret marco un giro geohistórico en el desarrollo de la Corona de Aragón y le obligó prácticamente a seguir el curso del Ebro hasta más allá de su desembocadura: fue entonces cuando se inició la expansión mediterránea de la Corona de Aragón que en el siglo XIV ya disponía del control sobre las Baleares, Cerdeña y Sicilia, luego con Alfonso el Magnánimo, alcanzó hasta Grecia y los Balcanes, llegando hasta Tebas, sin contar la aventura de los almogávares en Atenas y Neopatria. Tras producirse la unificación de los Reinos Peninsulares con los Reyes Católicos, mientras Castilla inició su expansión oceánica en el Atlántico, Aragón persistía en su vocación mediterránea. En los siglos XVI y XVII, españoles y portugueses podían considerar en rigor el Océano Atlántico como un «mare clausum«: dominaban absolutamente todas las puertas que daban su acceso. El Estrecho de Gibraltar, el Estrecho de la Florida, el Cabo de Buena Esperanza y el Estrecho de Magallanes. Pero, a decir verdad, los adelantos tecnológicos de la época no permitían todavía un tráfico fluido y mucho menos la existencia de comunicaciones estables en un espacio tan amplio como el Atlántico. 50
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El Mediterráneo, por el contrario, estaba hecho más a medida de la expansión que podía realizar una potencia en la época. Desde ese punto de vista, se produce una mayor acumulación de capital en la Corona de Aragón y, más en concreto, en la Ciudad de Barcelona que en Castilla. Además, Catalunya se beneficia de la frontera de los Pirineos y especialmente con el tráfico polarizado en Port Bou. Una vez más, una frontera no es un lugar de separación, sino una zona de cooperación entre los dos países que allí se encuentran. Hasta bien entrado el siglo XVII, en concreto hasta la Paz de los Pirineos, no existían fronteras tales como las entendemos hoy. Apenas importaba otra cosa que el control de los nudos de comunicaciones, más que de un dominio concreto sobre una línea de frontera. La «Paz de los Pirineos» estableció como frontera la marcada por las «crestas divisorias« que, efectivamente, ya señalaban una línea perfectamente definida, tras la cual, tanto Francia como España, situaban plazas fortificadas tales como Salses diseñada por el ingeniero Vauban en el Rosellón francés o Figueras en el Alt Empordá español. Así pues las fuerzas vitales que aprovecharon sobre las condiciones geopolíticas, determinaron la existencia de tres fases en la Reconquista: – La formación de dos núcleos de resistencia en las montañas (el que apareció en la cornisa cantábrica y el que apareció en los montes Pirineos). – Su irradiación a través de los valles (los distintos reinos originados en la cornisa cantábrica convergieron en uno solo, mientras que los reinos y condados pirenaicos, en su expansión hacia el valle del Ebro y el Mediterráneo, también terminaron constituyendo una sola unidad histórica). 51
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– La unificación final, operada en el momento en el que coincidieron distintas circunstancias históricas, desde las dificultades sucesorias en Castilla y Aragón, hasta la conciencia reactualizada de culminación del objetivo inicial: la rehabilitación de la unidad originaria del Reino Visigodo.
El reino de Navarra y su propio camino ¿Y Navarra y el País Vasco? El reino de Navarra había surgido a mediados del siglo VIII aprovechando los contrafuertes pirenaicos próximos al Cantábrico. En esos primeros años, los navarros se vieron presionados por el sur por los contingentes islamistas y por el norte por los francos. En el siglo IX, consiguieron estabilizar una dinastía iniciada por Iñigo Arista que en el siglo X fue sucedida por la dinastía Jimena con la que Navarra alcanzó su máximo esplendor. Sancho Garcés III «El Mayor« logró incorporar el Sobrarbe, el Ribagorza, Álava, Vizcaya y el condado de Castilla. A su muerte se inició la crisis de este reino que se fusionó con los aragoneses, luego con los francos y que, en la práctica, estuvo comprimido por sus dos grandes vecinos, Castilla y Aragón. En el siglo XIV, Navarra permaneció ligada al reino de Francia. Durante el reinado de Juan II de Aragón se produjo la lucha contra su hijo el Príncipe de Viana con la división del reino en dos facciones: los agromonteses que apoyaron a Juan II y los beamonteses que apoyaron al Príncipe de Viana. Finalmente, en 1515, Fernando el Católico invadió navarra y la incorporó a la Corona de Castilla, integrándola de hecho en la unidad peninsular como uno de sus más fuertes pilares. En el Reino de Navarra, incluso en la actualidad, son perceptibles los rasgos propios de las poblaciones montañesas. No es por casualidad que el nacionalismo vasco se haya en52
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castillado en algunas comarcas montañosas y sea el núcleo del abertzalismo más radical, mientras que el territorio de la actual Comunidad Foral de Navarra sea uno de los Reinos históricos en los que más se siente y se vive la idea de España. Fue allí donde arraigó con más fuerza el conservadurismo tradicionalista hasta mediados del siglo XX. Si examinamos los rasgos de carácter que la geopolítica atribuye a las poblaciones montañesas, veremos que tales tendencias son coincidentes con la cristalización política de esta comunidad. De hecho, estas tendencias solamente van atenuándose a medida que las poblaciones del valle van creciendo. Es preciso no olvidar que, la escuela francesa de geopolítica, ha insistido en que los valles de ayer son las ciudades de hoy. No es de extrañar, por tanto, que sea precisamente en las zonas rurales y especialmente montañosas en donde el radicalismo abertzale haya arraigado con más facilidad, y que el voto nacionalista sea un voto progresivamente ruralizado. Por lo demás, el nacionalismo vasco sigue una tendencia que la geopolítica ha analizado hasta la saciedad y Vicens Vives ha llamado «tendencia a la Reconquista«: «Los núcleos neohistóricos tienden a justificar su actividad expansiva acogiéndose a la herencia de formaciones similares más antiguas que han ejercido soberanía sobre determinados territorios». Y, acto seguido, pone como ejemplo los Estados cristianos medievales que reivindicaban la herencia visigoda y luego las cruzadas. En el caso vasco–navarro, esta tendencia a la «reconquista« está presente especialmente en las falsificaciones históricas difundidas por el gobierno autónomo vasco (y también por el catalán): aislando momentos puntuales de la historia de estas zonas, casualmente, aquellos momentos en los que esas zonas 53
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alcanzaron una mayor expansión, se reivindican territorios, soberanías y unidades ideales a las que se pretende regresar. De hecho, todo el micronacionalismo moderno es un proyecto de «reconquista« de un territorio ideal sobre el que gobernó en un determinado momento histórico cuando no existía la noción de «Nación«.
El determinismo geopolítico de los nacionalismos No es en la historia en donde los micronacionalismos pueden asentar sus aspiraciones, sino más bien en criterios geopolíticos: es decir, no existen «nacionalidades« (o las «naciones« maragallanas) dentro de la Nación Española, a causa de pasados históricos, ni siquiera por «factores diferenciales« de tipo étnico o cultural (el RH de los nacionalistas vascos y el idioma de los nacionalistas catalanes), sino por determinismos geopolíticos en función de los cuales se construyen ideologías y interpretaciones. El nacionalismo, menos que cualquier otra doctrina, es un títere de factores subpersonales y geohistóricos subjetivos. Existen tendencias centrífugas en España porque existen redes fluviales paralelas que desembocan en el Atlántico de un lado y, de otro, porque existe un gran río que desemboca en el Mediterráneo. Diferente hubiera sido de existir en España una configuración hidrográfica como la francesa en la que los ríos, en lugar de ser paralelos, fueran centrífugos y, partiendo de un núcleo central, irradiaran. El germen de la centralización estatal que ha experimentado Francia desde el período de Felipe el Hermoso, es buena muestra de esta teoría. Sin embargo, la existencia de cuencas fluviales paralelas, pero en direcciones opuestas, tiene un poder disociativo extraordinario que hizo imposible, no sólo la aven54
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tura transpirenaica de la Corona de Aragón y su intento de extender su influencia por Bigorre, Foix, Toulouse y el Languedoc (oposición entre el Garona y el Ebro), sino que también explica la diversidad de vicisitudes históricas que han vivido Castilla y Aragón, cuyos núcleos fluviales caminan opuestos y cuyas aventuras marítimas se han hecho en función de mares opuestos. Mientras el País Vasco es el último reducto de las primitivas poblaciones de la Península Ibérica (en este sentido, puede decirse, con cierta ironía por lo que a los nacionalistas se refiere, que los Vascos son… los primeros españoles y, en cualquier caso, los primitivos habitantes de las Hespérides o de Hispaniae) cuya existencia está justificada por la particular geografía vasca compuesta por altos valles encerrados entre zonas montañosas, el reino de Aragón, al disponer de una salida al Mediterráneo, se preocupó por ampliarla (una tendencia geopolítica natural), expandiéndose hacia el sur, ocupando la costa del Levante, en la medida en que encontró cerradas sus posibilidades de expansión hacia el norte y la oposición entre las cuencas fluviales del Garona y del Ebro, impidió la constitución de un Estado encabalgado.
Utopía geopolítica y realidad española Antes de dar una paso más en nuestro estudio, nos será preciso retener el concepto de «núcleo geo–histórico». Se trata del espacio natural favorecido por el cruce de comunicaciones y corrientes de tráfico de donde (a causa de diversas coyunturas) ha surgido el ímpetu creador de una cultura o de un Estado. Dichas coyunturas han sido espoleadas por la «ley de la adversidad creciente«, según la cual, frente a un estímulo adverso, notable, pero no destructivo, una comunidad, reac55
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ciona y genera una vitalidad interior que la proyecta hacia el exterior de sí misma. La Grecia de los orígenes, establecida sobre un suelo agreste forzó a la emigración de los hombres dotados de mayor vitalidad y a las actividades comerciales, esto les llevó a fundar colonias y a vivir un período de desarrollo económico que alumbró un régimen democrático y el desarrollo de las ciencias y las artes. Los núcleos geo–históricos de la Reconquista, como hemos visto fueron el galaico–portugués, el asturiano–castellano–leonés, el vasco–navarro y el catalana–aragonés, todos sometidos a la «adversidad«: desposeídos de sus patrimonios por la invasión islámica, arrojados a un medio montañoso hostil (pero no destructivo), de estas desgracias nuestros ancestros extrajeron la fuerza suficiente como para descender hacia el Sur y reconquistar el territorio usurpado. Es preciso completar este concepto con otro no menos importante, el de «ecumene estatal« o porción del Estado que contiene la población más densa y numerosa y la red de comunicaciones más tupida. Habitualmente, este «ecumene« es también el núcleo neoeconómico de muchos Estados. Vicens explica que la utopía geopolítica sería la coincidencia del núcleo neohistórico con el ecumene estatal en el centro geométrico del país. Esta utopía geopolítica se completa con el debilitamiento, tanto de la capacidad estatal, como de la económica y de la densidad de población, a medida que nos vamos separando de ese centro geopolítico que a la vez es centro geométrico. Este debilitamiento llegaría a una zona desértica que constituiría la frontera de esa utopía geopolítica ideal. Al menos sobre el papel. Está claro que, en la práctica, un Estado de ese tipo es improbable y, por lo demás, inexistente. Frecuentemente, los núcleos geo–históricos pasan de una región a otra dentro incluso 56
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del mismo Estado, y las fronteras, lejos de ser territorios desérticos, son zonas geoeconómicamente importantes. Ahora bien, es preciso no perder de vista las dos nociones de «núcleo geopolítico« y de «ecumene Estatal«. Si aplicamos a España estos dos conceptos observaremos que, en la práctica: 1)Existen distintos ecumenes estatales y no uno solo. A diferencia de Francia en donde París y sus alrededores concentran la mayor población y la mayor capacidad industrial del país, en España, tanto la población como la industria se han encontrado fragmentados en tres grandes núcleos: Madrid, Barcelona y Bilbao. 2)Ciertamente, todos los pueblos peninsulares han sido espoleados en algún momento por la citada «ley de la adversidad creciente«, solo que han dado distintas soluciones a sus problemas: los castellanos, extremeños, andaluces, navarros, la encontraron en la aventura Atlántica y en la conquista de América, mientras los catalana– aragoneses se centraban en el Mediterráneo. 3)Catalunya y el País Vasco se han visto más favorecidas por la situación fronteriza y por disponer cada una de dos zonas preferenciales de cruce de los Pirineos (Portbou y Hendaya) lo que ha hecho que el comercio favoreciera extraordinariamente ambas zonas. 4)Mientras España pudo mantener los virreinatos en América, era evidente que el núcleo neohistórico de España se situaba en Castilla, mientras que, a partir del siglo XVII, la presencia catalana–aragonesa en el Mediterráneo fue menguando y, en el fondo, la victoria de Lepanto, fue una victoria «de las Españas», mucho más que de Castilla. No olvidemos que las galeras de la victoria se construyeron en las Atarazanas barcelonesas y el Cristo de la Batalla se encuentra hoy en la Sala Capitular de la Cate57
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dral de Barcelona (en donde a partir de 2003 no se ha realizado la tradicional misa–homenaje para evitar ofender la sensibilidad de los islamistas asentados en la Ciudad Condal). Pero a partir de la independencia de las Colonias americanas y especialmente de la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, en un contexto de industrialización de Catalunya el País Vasco, el núcleo geo– histórico castellano–español, perdió vigor. El vacío generado fue cubierto por el nacionalismo que apareció en el último tercio del siglo XIX en Catalunya y el País Vasco y que tiene una neta hegemonía en nuestro momento histórico. El estudio sobre los núcleos originarios de la Reconquista, sobre las cuencas fluviales y sobre los núcleos geo–históricos y sobre el ecumene estatal nos han dado las razones para entender el por qué existe hoy una tendencia a la disgregación que anteriormente, en otros momentos de nuestra historia se ha manifestado igualmente. Ahora bien, no es menos cierto, que la tendencia hacia la convergencia de los pueblos peninsulares también se ha evidenciado en otros momentos de la historia y que es posible encontrar en la historia momentos y elementos geopolíticos que justifican precisamente, todo lo contrario. Baste decir que España está incluida en una península de tamaño medio y que, como tal, ha favorecido la formación de una sola nación–Estado. La situación de España, rodeada de mar por todas partes, de la misma forma que ha generado dos cuencas fluviales, dos horizontes marítimos distintos, es también, precisamente por eso, el elemento central del proceso de convergencia de sus pueblos. La frontera francesa, perfectamente definida por los Pirineos y las fronteras marítimas, hacen de España un país perfectamente definido. 58
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España y Portugal: la cuestión del federalismo Las fronteras con Portugal en rigor, podría decirse que son «fronteras atenuadas« y que la historia de ambos países ha sido paralela en los últimos siglos y caracterizada a partir del último tercio del siglo XX casi por una superposición, incluso temporal, de episodios históricos (pérdida de las posesiones ultramarinas, caída de los regímenes paralelos salazarista y franquista con dos años de diferencia, implantación de un sistema democrático que en sus primeros años demostró una increíble inestabilidad, alternancia posterior sin grandes traumas de distintas opciones políticas, ingreso en la Unión Europea), con un desarrollo económico similar y una sociología muy próxima. Por otra parte, las tradicionales relaciones de buena vecindad, la proximidad lingüística y cultural, los lazos que unen a ambos países con Iberoamérica, hacen que, la frontera entre ambos países haya sido preservada por la historia y el carácter atlántico de Portugal, por obvias razones, no tenga la contrapartida que tiene España, de la salida a otro mar. En este sentido lo único que queda lamentar en este análisis es que hayamos recibido como legado una separación histórica entre ambos países, en lugar de una sola nación. De haber existido ésta, muy probablemente, el destino histórico del conjunto hubiera sido muy diferente y la Península Ibérica hubiera jugado un papel superior en la historia. Por otra parte, no hay que olvidar que una unidad de este tipo habría necesariamente dado lugar a una estructura federal que se hubiera adaptado históricamente más a una configuración geopolítica como la española. En efecto, todos los tratadistas (en especial la escuela alemana) insisten en este hecho: cuando la configuración hidrográfica de un país es una 60
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«red centrífuga«, genera un núcleo central a partir del cual irradia el poder estatal (Francia, como hemos dicho, dispone de esta configuración), pero cuando se trata de una «red paralela«, se establecen intereses económicos semejantes, que facilitan el tránsito a un Estado Federal (Alemania es el caso típico de un país de estas características). Ahora bien, la formación de los Estados federales se fraguó a lo largo del siglo XIX, probablemente el siglo más desgraciado en la historia de España, un siglo completamente perdido en la que no se abordaron las reformas y procesos de actualización necesarios. Desgraciadamente, el siglo XIX español no fue otra cosa que la copia servil de modelos nacionales ajenos, la aplicación de un jacobinismo llegado de Francia y que no se adaptaba a la configuración geopolítica de España. La actualización de los fueros tradicionales de todas las regiones y nacionalidades peninsulares hubiera debido llevar en el siglo XIX, automáticamente, a una estructura federal que sustituyera al régimen centralizador y nivelador, contrario a las autonomía regionales, impuesto por los primeros borbones y extremizado por los intentos republicanos y liberales posteriores, así como por el absolutismo que le fue opuesto. En la actualidad, el tránsito de un Estado unitario –atenuado por la legislación autonómica y por una constitución en reelaboración– a un Estado Federal, es problemático. Habitualmente, los Estados Federales se generan como resultado de un proceso de modernización y actualización de un legado histórico (la República Federal Alemana) o bien como resultado de un proceso unitario en el cual se van incorporando progresivamente nuevas piezas a un núcleo histórico (el proceso de formación de los Estados Unidos a partir de la agregación de nuevas piezas a las antiguas colonias de Nueva Inglaterra). 61
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Sin embargo, la historia todavía no ha registrado hasta ahora el caso de un Estado Unitario que se fragmente voluntariamente, para luego, acto seguido, reconstruir la unidad originaria mediante una estructura federal. En este sentido, todos los intentos relativamente parecidos a los que hemos asistido (el desmembramiento de la URSS y la posterior constitución de la CEI) no pueden ser considerados como satisfactorios, sino que, más bien alertan, sobre los riesgos de una aventura similar. Por otra parte, cualquier modelo de convivencia nacional precisa tener muy claro la misión y el destino para el que ha sido creado. En este sentido, la existencia de partidos nacionalistas e independentistas, vuelve la situación completamente inestable. La miopía de los partidos independentistas es tal que no pueden ver nada más allá del hecho mismo de culminación del proceso independentistas sin preocuparse en absoluto de la viabilidad de la nueva nación recién formada. Esto sin recordar las interpretaciones históricas torticeras o el simple falseamiento y adulteración, la selección interesada de los hechos históricos y las posibilidades de «limpieza étnico–lingüística« implícitos (y dentro de la lógica, por lo demás) a cualquier intento nacionalista. El tránsito de España de Estado Unitario a Estado Autonómico, ha sido relativamente agitado (tensiones terroristas en el País Vasco, un régimen de erradicación de la lengua española en las administraciones locales y en la enseñanza y un perpetuo forcejeo con el Estado aumentando las pretensiones autonómicas) y el paso que se percibe en el horizonte hacia un Estado Federal con la reforma constitucional en ciernes, hace que se proyecten sobre el futuro de España oscuros nubarrones.
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La Euro–región de Maragall Es en este contexto en el que hay que insertar el intento del presidente de la Generalitat de Catalunya Pascual Maragall de crear una región transpirenaica o euroregión que agrupara a las autonomías de Valencia, Catalunya, Aragón, Baleares en España y al Languedoc francés. Sobre el papel, la propuesta no es completamente absurda y Maragall, a principios de diciembre de 2004, ha intentado activarla creando un Centro Tecnológico Aeroespacial en Viladecans en sintonía con la industria aeroespacial francesa (no languedoquiana, hay que recordarlo) de Toulouse. La aspiración de este centro es la creación de un eje tecnológico Barcelona–Toulouse que contribuya a dar un impulso a la cooperación entre ambas capitales regionales. Pero Maragall se equivoca pensando que este proyecto es el producto de una lúcida proyección geopolítica. De hecho, el principal argumento para justificar su existencia, es que buena parte de los intercambios comerciales de Catalunya tienen lugar con esa región francesa… como es normal y como ocurre entre dos ámbitos de cualquier espacio fronterizo. En las relaciones económicas internacionales rige el principio de la contigüidad (los intercambios comerciales son más intensos entre espacios geográficamente contiguas incluso en estos tiempos de globalización) y esa contigüidad se realiza sin esfuerzo, por la misma dinámica de los hechos. Maragall, en el fondo, lo que intenta (o a lo que lleva automáticamente) es algo muy diferente: disminuir el peso del Estado Francés y del Estado Español en sus ámbitos políticos actuales, mediante la creación de una tercera pieza intermedia, el famoso «Estado encabalgado« que ya fracasó con Pedro El Grande en la batalla de Muret… precisamente por imperativos geopolíticos y no sólo por la fuerza de las armas. 63
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Las posibilidades de la «euro–región» de llegar a algo tangible son mínimas: el desinterés del País Valenciá, la debilidad política de la comunidad balear, la sensación de que la Comunidad Autónoma de Aragón va a remolque, sin considerar el proyecto como algo propio sino sólo como una posibilidad de superar su regresión demográfica, y la apatía con la que se ha tomado en Francia en donde las regiones tienen muchas menos atribuciones que en España, hacen que este proyecto no pase de ser una «maragallada« que se disolverá por la misma fuerza de las cosas. Tres elementos objetivos de carácter geopolítico juegan en contra del proyecto de Maragall: 1) La existencia de dos núcleos geohistóricos sin relación política desde el siglo XIII: Barcelona y Toulouse, con dos lenguas diferentes, con dos vinculaciones políticas a diferentes Estados. 2) La existencia de dos cuencas fluviales opuestas (la del Garona hacia el Atlántico y la del Ebro hacia el Mediterráneo) que fuerzan flujos comerciales y humanos diversos y centrifugan intereses mutuos. 3) La existencia de lo que, para el Estado Francés y el Español, es una «frontera estable«, mientras que para Maragall se trata de una «frontera de regresión« a causa de la formación de la Unión Europea. Este último elemento preciso un análisis más pormenorizado. Para Maragall y, para cualquier nacionalismo regional, la creación de la Unión Europa ha sido tomada como una posibilidad de disminuir la importancia de las fronteras nacionales (que de «estables« pasarían a ser «fronteras en regresión») en beneficio de nuevas fronteras («fronteras en formación»). Pero en todo esto hay algo de subjetivo: la Unión Europea parece 64
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tener voluntad de ser una «unión de Estados Nacionales«, no una confederación de euro–regiones autónomas.
La Euro–región alternativa Por lo demás, es evidente que Maragall no va a poder contar para su proyecto con lo que constituiría el «apéndice sur», el antiguo reino de Valencia. Es más, el proyecto de Maragall no es sino una constatación de la progresiva disminución de influencia de Barcelona en el seno de España, incluso en el terreno económico, en beneficio de la ciudad de Valencia. La polémica sobre el transvase del Ebro ha contribuido a envenenar las relaciones entre Catalunya y Valencia y, dentro de este esquema de rivalidad regional hay que enmarcar la polémica lingüística. La ausencia del nacionalismo catalán en la gobernabilidad del Estado durante 25 años ha generado en el Estado una desconfianza hacia las verdaderas pretensiones de la autonomía catalana y esto ha hecho que, automáticamente, aumentaran las inversiones y el interés de los distintos gobiernos (socialistas, populares, centristas) hacia la ciudad de Valencia. Desde este punto de vista, es evidente que el gobierno del Estado ha promocionado un eje estratégico distinto pero de mayor calado: Lisboa – Madrid – Valencia. Las tres ciudades, situadas prácticamente en el mismo paralelo, en la práctica constituyen otra «euro–región« con mucha mayor entidad en la medida en que cuentan con el apoyo de los dos gobiernos centrales protagonistas (español y portugués), con la linealidad de las vías comerciales, y con desembocadura en dos mares apoyado por dos grandes puertos en sus extremos. Esto sin olvidar que Valencia se ha configurado como el gran puerto del Oeste 65
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del Mediterráneo, sustituyendo al de Marsella y sin que Barcelona haya podido preverlo.
¿Transformar lo centrífugo en centrípeto? La pregunta en este momento es justamente ésta: ¿es posible, desde el punto de vista geopolítico, transformar la corriente centrífuga que se ha manifestado en este momento en la historia de España, en una corriente de signo opuesto como la que ha prevalecido en otros momentos en esa misma historia? Parece difícil. Desde el punto de vista geopolítico, existen razones para justificar una y otra actitud, si bien, el carácter peninsular de España no particularmente dotado de riquezas minerales y con una industrialización tardía, hacen que la lógica de los hechos implique concentrar mucho más que dispersar, reforzar convergiendo, mucho más que debilitar divergiendo. Pero en política la lógica cuenta poco, lo que cuenta más bien son los elementos subjetivos e incluso subpersonales, especialmente en estos momentos en los que la democracia se basa en la ley del número. Son los elementos emotivos y sentimentales los que cuentan y son sobre ellos que se apoya el elemento nacionalista e independentista artífice de la tendencia centrífuga hoy en boga. Pues bien, a la hora de establecer líneas para una recuperación de la «idea nacional« española habrá que apelar a argumentaciones que tienen su base en la geopolítica. De hecho, una Nación existe como tal cuando tiene asume una «misión« y un «destino». Justo en el momento en el que esa misión y ese destino se han ido diluyendo, han emergido las tendencias centrífugas. Hoy no parecen manifestarse fuerzas espirituales suficientes como para justificar la «unidad nacional» en la medida 66
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en que se ha perdido la idea de cuál puede ser la misión y el destino de España. Así pues, en el fondo, el problema es «espiritual«, o por utilizar un concepto caro a Haushoffer, se trata de estimular las «fuerzas vitales» particulares de la Nación. En nuestro ensayo sobre «Identidad, Arraigo, Nación, Nacionalidad, Europa«, ya explicábamos la necesidad que tiene España de abrirse hacia «arriba« en dirección hacia una unidad federal superior, la Unión Europea, y de abrirse hacia «abajo« hacia las unidades regionales y las nacionalidades (ambas, partes constitutivas de un todo). Pero eso es, ante todo, una orientación política, no la introducción de elementos que contribuyan a establecer la misión y el destino de España que, en este sentido, no serían diferentes a los que pudieran darse en cualquier otro país europeo. Gracias a las orientaciones geopolíticas que hemos manejado hasta ahora, hemos podido advertir que España tiene tres elementos sobre los que se puede asentar la recuperación de misión y destino: 1) Su situación geográfica como apéndice y punta avanzada de Eurasia. 2) Su lengua hablada en estos momentos por más de cuatrocientos millones de personas. 3) El carácter mediterráneo de su costa Este. Podría hablarse de un cuarto elemento, la «cultura española« vehiculizada sobre el idioma español que se exportó a América. Ahora bien, es preciso ser realistas en este terreno. Esta operación de exportación cultural se produjo en los siglos XVI– XVIII, y se identificaba con la cultura y la religión católicas. Pero lo que entonces mantenía la iniciativa respecto a su momento histórico –el catolicismo– se encuentra hoy en crisis, extremadamente debilitado, en plena regresión y a la espera de 67
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una reforma tan necesaria como urgente que se mostrará inaplazable tras el nombramiento de nuevo Papa. Ni en la España del siglo XXI, ni en la Iberoamérica actual, el catolicismo tiene fuerza suficiente e iniciativa social y cultural como para poder ser considerada como un elemento clave en la cuestión. Es a partir de los tres elementos que hemos enumerado como puede configurarse la misión y el destino de España en las próximas décadas. Es ahora el momento de desarrollar algunas ideas que hemos expuesto en el Capítulo II. 1. Contención ante el Sur El eje Baleares – Costa Mediterránea del Sur – Canarias configura una necesidad: contención y defensa ante un Sur que experimenta tres procesos deletéreos: – Explosión demográfica en el Magreb y en África Subsahariana – Aumento de la inestabilidad interior en todos los países de esa área y en todos los terrenos (incluida la sanitaria). – Ascenso del fundamentalismo islámico. Estos tres elementos generan un movimiento cuya importancia no debe descuidarse: el flujo de migraciones de Sur a Norte que corre el riesgo de alterar el sustrato étnico–cultural en Europa y particularmente en España, frontera Sur de la Unión Europea. En el momento en el que este sustrato cultural quede modificado, en ese momento, se perderá la noción de pasado ancestral, y será imposible reconstruir una misión y un destino para España. En este sentido, es evidente que, con independencia de su orientación política, los gobiernos del futuro en España deben preocuparse, particularmente, de: – estimular la demografía y favorecer la creación de familias numerosas 68
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– limitar al máximo la inmigración procedente de Africa magrebí o subsahariana, y – limitar al máximo la difusión de ideas, conceptos, sistemas de pensamiento o creencias, que no sean tradicionales en España. 2. Penetración en los EEUU En los tiempos en los que EEUU ha sido considerado como un país hegemónico, pensar en una penetración cultural española en los EEUU parecía una utopía absolutamente irracional, pero en estos momentos en los que la hegemonía norteamericana se está quebrando por momentos y en donde la inevitable derrota americana en Irak llevará a una crisis de autoestima mucho peor que la de que sobrevino tras la retirada de Vietnam, estamos ante una vía abierta. La «tosquedad« de la cultura americana (tal como la define Brzezinsky) es la garantía de su máxima difusión, pero al mismo tiempo de su debilidad. Durante tres siglos, los EEUU se han visto libres de la presencia de ideas que entraran en contradicción con el núcleo ideológico de su pensamiento (el puritanismo calvinista). Pero desde los años 70 se viene registrando una afluencia masiva y creciente de inmigrantes mexicanos en los EEUU. En pocos años, esta penetración se ha vuelto absolutamente incontrolable. Lo que está entrando son núcleos de población con una cultura propia, una escala de valores en flagrante contradicción con el calvinismo y, finalmente, una lengua vehicular propia. En este sentido se trata de favorecer, acentuar y apoyar la penetración hispana en los EEUU: convertir a España en el núcleo emisor de unos productos culturales capaces de competir con los específicamente norteamericanos: productos ci69
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nematográficos, hábitos alimenticios, literatura, valores. Las bases norteamericanas en Europa son el residuo de un tiempo pasado que ya no volverá, restos de una aspiración a la grandeza que fue tan fugaz como intensa, reservas aisladas de un poder imperial fatuo e irreal por desmesurado. Ahora se trata de lo contrario, de tomar la iniciativa, pasar a la ofensiva y ver en los EEUU un gran mercado en el que dentro de cincuenta años la mayoría de sus habitantes tendrán al español como primera lengua o bien la conocerán. Si hay un país que está en condiciones de extraer ventajas de esta nueva situación, ese país es España. 3. Cooperación Iberoamericana La penetración en la sociedad americana es secundaria en relación a otro frente importante de rehabilitación de la idea de España: Iberoamérica. Es allí en donde se encuentran mercados suficientes, reservas naturales y potencial cultural como para no aprovechar la privilegiada situación de España como punta avanzada sobre Iberoamérica. Estimular la cooperación con Iberoamérica, favorecer la integración de los países del subcontinente en un solo bloque económico y apoyar el desarrollo regional, se presentan como tareas urgentes, no sólo del Estado Español, sino de toda la población española. Especialmente importante es permanecer próximos a Cuba en los momentos en los que se abran las puertas de la transición política de aquel país caribeño. Y esto es doblemente importante, por el pasado cubano en el que se fundieron emigrantes de todas las zonas de España, especialmente catalanes.
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Por otra parte, cuando EEUU acepte su derrota en Irak, se replegará en su tradicional aislacionismo histórico y buscará en sus inmediaciones continentales, el área preferente de expansión: Iberoamérica y, en particular, los países de la cuenca del Pacífico. Ese intervencionismo de EEUU en la zona implicará una tendencia hacia la satelización definitiva y un cierre del paso al ascenso de potencias regionales (Brasil, la mejor situada). Desde España debemos de asumir el compromiso de defensa y de la independencia de Iberoamérica, frente al gigante del Norte, favorecer la cooperación para el desarrollo y la recuperación de Iberoamérica, así como la transición pacífica de sus pueblos hacia formas de gobierno democráticas. El nuevo lema es la réplica la «Doctrina Monroe« reformulada 150 años después: «Al Sur del Rio Grande, América para los Iberoamericanos». 4. Unión con la Unión La Unión Europea es el futuro de España y la garantía de un mundo multipolar. Resulta absolutamente impensable la segregación de España de la Unión Europea y la misma regresión en el proceso de solidificación de esa instancia. Pueden ocurrir ralentizaciones, incluso parones en la velocidad de marcha, pero muy difícilmente, regresiones. Ahora bien, la Unión Europea logrará mantenerse en la medida en qué: – Sea capaz de promover unos valores y una cultura propios que solamente pueden salir de la tradición europea en sus distintas componentes originarias. – Sea capaz de asegurar una política exterior unitaria y una defensa compacta y en condiciones de asegurar la integridad territorial de la Unión. – Sea capaz de asumir una política económica suficiente71
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mente agresiva y profunda para asegurar un puesto preferencial en los mercados mundiales. – Sea capaz de asumir una política científica capaz de mantenernos en la vanguardia del desarrollo tecnológico de la modernidad, especialmente en cinco sectores: energía de fusión, inteligencia artificial, biotecnologías, nanotecnologías y criogenia. En este sentido, sería necesario sustituir la línea europeista que hemos recibido como herencia del «Mercado Común«, es decir, la «Europa de los mercaderes« y de los negocios, por la mística europea teorizada por Jean Thiriart en los inicios del proceso de convergencia europea en los años 60 y expresada en su libro «Europa: un Imperio de 400 millones de Hombres» [Editorial Mateu, Barcelona 1964]. Si nos despojamos de los prejuicios emanados de lo políticamente correcto, seremos capaces de asumir el hecho de que la Europa del futuro debe ser ese «Imperio» del que hablaba Thiriart en los años 60. Un «Imperio«, entendido no como una voluntad de dominio territorial, sino como un foco de irradiación de fuerza vital, energía, creatividad y cultura. Es evidente que –como ya hemos dicho desde la primera parte de este estudio– un Imperio de estas características está llamado a ser una de las tres piezas claves en el mantenimiento de la estabilidad euroasiática, junto a Rusia y China. * * * Con estos elementos debería de crearse un «núcleo de energía interior« en condiciones de contrarrestar las iniciativas nacionalistas e independentistas o las «brillantes ideas« a lo Maragall. Mientras estos elementos no estén presentes en la sociedad española, el micronacionalismo conservará la iniciativa. 72
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ANEXO I América se escribe con «Ñ» Antes de las últimas elecciones norteamericanas, a decir verdad, daba exactamente igual quien ganara la competición, pocas cosas iban a cambiar en las relaciones de EEUU con el resto del mundo. No iba a producirse un cambio radical el política exterior, tan sólo una suavización de las formas. Mientras los poderes fácticos sigan siendo los mismos –y lo hubieran sido bajo Kerry como lo han sido con Bush– no habrá otra política más que las aventuras exteriores, la ruina interior y el enriquecimiento de la clase de los especuladores bursátiles. Pero existen elementos nuevos en la política norteamericana. Sin duda el más importante es el crecimiento de la comunidad hispana.
Cuando América es… América del Norte Llama la atención que el libro de Zbigniew Brzezinski, «El Gran tablero mundial«, se pasa revista a la geopolítica de todo el mundo… pero no de África (verdadero centro del enfrentamiento larvado actual entre Francia, China y EEUU), ni de América Latina. Da la sensación de que Brzezinski cree que no vale la pena aludir a algo que se considera el «patio trasero» de los EEUU y que, de ninguna manera, se toleraría que alguien cuestionara el dominio neocolonial con que se mira al hemisferio centro y sur desde norteamérica. Haría bien el judío–polaco Brzezinski en preocuparse sobre el mundo hispano por que este será mayoritario en sólo unas generaciones en EEUU. De hecho, la composición originaria de los EEUU se ha reconstruido gracias a la inmigración 74
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masiva mexicana. Efectivamente, vale la pena recordar que, a principios del siglo XIX, existían en Norteamérica tres troncos étnicos: el blanco, el negro y el aborigen. Cien años después, los aborígenes habían desaparecido recluidos en exiguas reservas y mermados por la caballería de los EEUU, por las epidemias, el alcoholismo y la pobreza endémica. Hoy, grupos étnicos procedentes de México, de troncos similares a estos indígenas, se están asentando masivamente especialmente en el sur de los EEUU… en la parte que en otro tiempo se robó a México. EEUU es un país trirracial y no todas las comunidades crecen a la misma velocidad. La tasa de fecundidad de los hispanos residentes en EEUU era casi el doble que el de la comunidad blanca. En 1999, era de 1’82 para los blancos, el 2’9 para los hispanos. Para colmo, los hispanos tienen una baja tasa de matrimonios mixtos, especialmente en los últimos años en donde ha podido constatarse que, a medida que crece el peso de la comunidad hispana, desciende el número de matrimonios mixtos, como si los hispanos ya no tuvieran necesidad de acercarse a personas del otro sexo de origen blanco, para progresar socialmente. Y lo que es más significativor: también la unidad lingüística del país está a punto de romperse. Hoy, los hispanos son mayoría en determinadas zonas. Miami es una ciudad hispana y en breve Nueva York, será la ciudad con un mayor número de hispanoparlantes de todo el mundo. Hubo un tiempo en el que los hispanos debían necesariamente dominar el inglés para tener alguna posibilidad de progreso en la sociedad norteamericana. Esto hizo que a principios de los años 80 se considerase que la «integración« de los hispanos era ejemplar. Pero se trató de un espejismo. A medida que se fueron formando comunidades en las que los hispanoparlantes eran mayoría, la población 75
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anglófona ha ido abandonando progresivamente esas zonas (Miami es el ejemplo de una gran ciudad que ha ido perdiendo población anglófona a ritmo de 15.000 anuales, 143.000 en los últimos 10 años. Hasta ahora resultaba significativo que una frase habitual entre los presidentes de los EEUU fuera «Dios bendiga a América»… por «América» entendían, naturalmente, «América del Norte», porque, desde la Doctrina Monroe, los EEUU habían decretado que todo el continente, de Norte a Sur, era su zona de influencia y así lo hicieron saber: tras la independencia de las colonias españolas, no tolerarían que otras potencias europeas estuvieran presentes en el continente americano. Así ha sido. Sólo que ahora es la otra América la que asciende hacia el coloso del Norte y lo ocupa.
Dos escalas de valores radicalmente opuestas A diferencia de la comunidad negra que pronto perdió su lengua y sus tradiciones seculares, los hispanos han conservado bien tanto como otros factores de identidad étnica y antropológica. El hecho mismo de que cada vez sea más evidente que un candidato a la presidencia de los EEUU deba, necesariamente, hablar español, es suficientemente significativo de la pujanza de esta comunidad. Pero la diferencia va mucho más allá. En el terreno religioso, por ejemplo, es donde ambas comunidades se sitúan en las antípodas. Mientras que el «dios« de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes), es el dios de los triunfadores, el dios que otorga su gracia a quienes han triunfado socialmente gracias a su presunta justeza y pureza de intenciones, el dios de los multimillonarios, en definitiva, por el contrario, el dios de los hispanos es aquel que se identifica con los pobres, que está 76
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con los pobres y que él mismo, a su vez, es pobre. Sería difícil encontrar dos escalas de valores tan alejadas. Hasta ahora, los EEUU habían sido viables en la medida en que solamente existía un modelo de ser norteamericano. La presencia masiva de hispanos ha roto esta unanimidad. Ahora ya no se trata de peleas de bandas como las que pintó en «West side Store«, ahora es algo mucho más masivo, profundo y arraigado: dos comunidades, dos valores, dos evoluciones distintas.
Blancos no hispanos pierden la mayoría EEUU se ha constituido a lo largo de su historia por distintas oleadas étnicas. El film «Bandas de Nueva York», ambientada en los arrabales de la ciudad mientras se desarrollaba la guerra civil americana, pinta el ambiente de odio y resentimiento que existía en la época entre los «americanos viejos«, nacidos en el continente e hijos de inmigrantes europeos que llegaron durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX y de otro, los nuevos llegados en esa época, fundamentalmente irlandeses. Mientras los primeros eran puritanos y protestantes, los otros eran católicos. El conflicto, tal como muestra la película con cierto rigor, estaba servido. A finales del siglo XIX, los principales contingentes de inmigración llegaban de Alemania, los países nórdicos y, particularmente, Irlanda. Tras la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de media Europa por la Unión Soviética, generó una diáspora en muchos núcleos de población del Este que llegaron a EEUU. Así mismo fue también el tiempo de oro de la inmigración italiana. En 1960 las principales comunidades de inmigrantes en EEUU eran europeas: 748.000 polacos, 833.000 ingleses, 77
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953.000 canadientes, 990.000 alemanes y 1.257.000 italianos. Parecía mucho, pero las cifras 40 años después son completamente diferentes. Las comunidades inmigrantes con mayor número de ciudadanos son: cubanos (952.000), hindúes (1.007.000), filipinos (1.222.000), chinos (1.391.000) y mexicanos (¡7.841.000!). En apenas quince años algunos Estados de la Unión han variado sensiblemente su composición demográfica. California, por ejemplo, en 1990 tenía un 57% de blancos y un 25% de hispanos y, en la época, esto parecía alarmante ya a algunos políticos de extracción anglosajona. Era realmente poco, por que en la actualidad, la proporción es 50–30 y los demógrafos calculan que en el año 2040 –a la vuelta de la esquina en la historia– existirá un 31% de población blanca por un 48% de hispanos. California, el Estado más pujante y con mayor peso económico de los EEUU, será un Estado con una amplia mayoría hispana. En todo el país, los blancos no hispanos eran en 1990 el 76’5% de la población, diez años después ya habían descendido hasta el 69’1%. En la fecha clave de 2040, no sólo California, sino también Hawai, Nuevo México y el Distrito de Columbia, los blancos no hispanos serán minoría.
La marejada hispana EEUU mantiene con México una frontera de 3500 km de longitud. Se trata de una frontera peligrosa, mucho más, desde luego, que la que EEUU mantiene con Canadá. Y es lógico que así sea. Existe una igualdad de ingresos medios entre la población canadiense y la estadounidense, pero, en el Sur ocurre justamente lo contrario: la diferencia de ingresos a uno y otro lado del Río Grande es la mayor que existe entre dos países contiguos en todo el mundo. 78
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Estos diferenciales de renta, cuando aparecen, siempre son peligrosos y generan migraciones masivas. Es, en el fondo, lo que ha ocurrido a uno y otro lado del Mediterráneo, sólo que la contigüidad entre Europa del Sur y el Magreb está rota por Gibraltar y las aguas del Mare Nostrum. Esto hace también que si bien el 60% de la población marroquí desee emigrar a Europa (y, en concreto, mayoritariamente, a España), no todos tengan la posibilidad de hacerlo, mientras que hoy el 30% de la población mexicana ya se encuentra en EEUU. La revista «Foreing Policy« en su número de abril/mayo de 2004, dedicaba su portada a «La amenaza hispana a EEUU«. El artículo anunciado en la portada, había sido escrito por el teórico neoconservador de la «lucha de civilizaciones«, Samuel Huntington. Algunos de los datos ofrecidos por Huntington eran, sencillamente, espectaculares y se comprende que no tuviera lugar para el optimismo. El crecimiento de la población mexicana en EEUU ha sido casi asindótico. En la década de los 60 entraron en EEUU 640.000 mexicanos. Parecía poco y nadie se preocupó. En los años 80, entraron 1.656.000 mexicanos y entre 1981 y 1991, 2.249.000. Pero las altas tasas de natalidad de esta comunidad falsean estas cifras. Antes hemos hablado del 2’9%, lo que hace que, solamente mexicanos, residan en estos momentos en EEUU, un mínimo de 20 millones de personas. Así mismo, es significativo el número de detenciones en la frontera: 1,6 millones en la década de los 60, 11,9 en la década de los 70 y 14 millones en la década de los 80. En la actualidad se estima que cada año cruzan ilegalmente la frontera 350.000 mexicanos. No hay ni un solo datos demográfico, económico o sociológico, que indique que estas cifras van a moderarse o a bajar en los próximos años.
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La rotura de la unidad lingüística El español da coherencia a la sociedad hispana en EEUU. El origen cristiano refuerza esta identidad, pero corresponde, fundamentalmente, a la lengua el papel de cemento unificador. Mientras los afroamericanos perdieron en la primera generación todo rastro de su lengua y de sus tradiciones, los hispanos la han conservado. En 1990, el 95% de los hispanos hablaban castellano en su hogar. Este porcentaje no ha disminuido sino que tiende a aumentar levemente. Por el contrario, lo que sí ha aumentado, es el número de hispanos que hablan inglés con dificultades y, especialmente, el número de hispanos que han renunciado a hablar inglés: respectivamente, el 73’6% y el 43% en 1990. Del total de hispanos residentes en EEUU, 28 millones en el año 2000, 13’8 hablan inglés con dificultades. En la aglomeración de Los Ángeles, el 11’6% de la población solamente habla español, el 25% habla ambas lenguas por igual, un 32% habla más inglés que español, un 30’1% habla sólo inglés. Es evidente que, cada vez para un mayor número de mexicanos, hablar inglés tiene cada vez menos incentivos. En la actualidad, las posibilidades de encontrar trabajo de un ciudadano norteamericano bilingüe son superiores a las de un ciudadano que sólo hable inglés o sólo español. El bilingüísmo está ya implícito en la sociedad norteamericana, aun cuando la Constitución no lo sancione. Observen: las familias que hablan solo español tienen unos ingresos medios de 18.000 dólares, mientras que las familias angófonas llegan hasta los 32.000 dólares anuales… pero las familias bilingües llegan a los 50.000 dólares de ingresos. Hoy, para ocupar un puesto cómodo en la burguesía media norteamericana es cada vez más imprescindible hablar inglés. Uno de los problemas insolubles que sumen a 80
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la comunidad negra en la pobreza, es precisamente el hecho de que la casi totalidad de sus miembros son angloparlantes. El clima lingüístico de los EEUU está descrito con unas breves pinceladas en la película «Un día de furia». El protagonista, un burgués medio norteamericano, WASP, se siente airado por la pérdida del empleo y el cambio de paisaje en su entorno: cada vez encuentra a gentes que, o bien no hablan su idioma (recuérdese el shop coreano o vietnamita), o bien las bandas de delincuentes hispanos se enseñorean de ciertas zonas. El clima de decadencia moral, cultural y económica, se corona con la pérdida de la hegemonía lingüística inglesa. Las alarmas sonaron en 1998 cuando el nombre de «José« encabezó la lista de los más inscritos en el registro civil de Florida y California, desplazando a «Michel» (algo parecido a cuando en la Catalunya de 2000 los «Mahomet« superaron a los «Jordis» en inscripción en el Registro Civil). Las autoridades intentaron cortar la afloración de leyes locales que tendían a la cooficialidad lingüística, pero no fue posible impedir las reivindicaciones cada vez más masivas y radicales de los hispanos a favor de su lengua común. En 1998 se produjo un nuevo trauma: por primera vez en el inicio de un partido de fútbol en Los Ángeles, el himno norteamericano fue abucheado por los asistentes hispanos. Lo más parecido a un sacrilegio. Realmente poco por que Osvaldo Soto, uno de los miembros notables de la comunidad hispana estadounidense explicó: «El inglés no nos basta, no queremos una sociedad monolingüística». Las asociaciones hispanas pidieron en esas fechas que el Congreso autorizara el desarrollo de programas de protección cultural y educación bilingüe. En Florida y Los Ángeles, cada vez un mayor número de empresas contestan a las llamadas telefónicas preguntando en qué idioma desean que se les atienda: «¿in81
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glés o español?». Ciertamente, se trata de una muestra de pragmatismo empresarial… pero que, en definitiva, supone un impacto en la línea de flotación de uno de los elementos sobre los que se ha asentado el poder de los EEUU: la lengua inglesa. Un espacio lingüístico homogéneo formado por 300 millones de personas, asegura un mercado igualmente homogéneo, a diferencia de Europa en donde los productos culturales deben ser traducidos a 40 lenguas nacionales diferentes, sin contar las lenguas regionales.
Cambio de paisaje previo al cambio político Huntington cita una frase de Theodore Roosevelt, pronunciada en 1917: «Debemos tener una sola lengua y una sola bandera. Debe ser la lengua de la Declaración de la Independencia, el discurso de despedida de Washington, la proclamación de Lincoln en Gettysburg y en su segunda toma de posesión». Pero en 2000, Hill Clinton, realizaba un giro copernicano, cuando expresaba ante representantes de la comunidad hispana: «Confío en ser el último Presidente de los EEUU que no sepa hablar español». De hecho, así ha sido; su sucesor, George W. Bush, se expresaba habitualmente en español y a partir de mayo de 2001, pronuncia su discurso semanal radiado en inglés y español. Huntington concluye estas consideraciones escribiendo textualmente: «Si la división lingüística prosigue será la escsición más grave en la sociedad estadounidense». Pues bien, dicha escisión ya se ha producido. Cuando Clinton deseó públicamente que su sucesor hablara español, justamente se había producido una polémica decisión en el Estado de California, la Proposición 187 de que limitaba el acceso a la Seguridad Social de los hijos de los inmigrantes. Los hispanos se manifestaron por las calles con la 82
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bandera mexicana en alto y la norteamericana boca abajo, «a la funerala«. Los inmigrantes mexicanos, a diferencia de los «chicanos« de los años 50–70 (los protagonistas del «West Side Story»), no se consideran norteamericanos; cuando se les pregunta, contestan que «hispanos» (un 41’2%) o simplemente «mexicanos» (36’2%). En la actualidad, los equilibrios políticos implican que los próximos presidentes de los EEUU pueden gobernar –por el momento– de espaldas a los hispanos, pero no contra los hispanos y cada vez emplean más esfuerzos en cautivar el voto latino. En el futuro, sin duda dentro de esta década, quien desee ser elegido presidente deberá cortejar –y no sólo mediante unas pocas frases dichas en español– a la comunidad hispana, otorgando concesiones, lo que implicará la materialización del peor fantasma descrito por Huntington, «la escisión lingüística».
Miami como paradigma En Miami no son los mexicanos sino los cubanos quienes han conquistado la ciudad. Dos terceras partes de la población en estos momentos, está compuesta por hispanos, y de estos, la mitad, son cubanos. El 75% de la población se expresa corrientemente en castellano. El número de angloparlantes que abandonan la ciudad es de 15.000 anuales. En diez años, el inglés se habrá desterrado completamente de Miami. De hecho, hoy ya no hace falta saber inglés para vivir en Miami y desenvolverse por la ciudad. Y en Nueva York empieza a ocurrir otro tanto, no digamos en San Francisco. Paradójicamente, los culpables de la hispanización de Miami, fueron los distintos presidentes de los EEUU que, desde 83
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Kennedy sometieron a Cuba a cerco económico, mientras que fueron recibiendo a los anticastristas huidos de la isla. En tanto que los cubanos residentes en Miami no podían enviar sus ahorros a Cuba, los invirtieron en la ciudad. A medida que Cuba fue segregando más y más exilio, el capital cubano fue acumulándose en Miami. Hoy es una de las grandes ciudades de EEUU que viven del comercio internacional. Por Miami pasaron en 1993, 25600 millones de dólares en negocios de importación. En 1998, una televisión no inglesa, de habla española, ocupó en Miami el primer puesto en el share de audiencia. Hoy no cabe ninguna duda de que la tendencia imparable es que la población hispana conquiste las zonas que en otro tiempo EEUU robaron a México. Se trata, innegablemente, de una reconquista, mediante la colonización demográfica imparable. Algunos han bromeado diciendo que en el 2080, los EEUU se llamarán «Mexicamérica«, «Améxica» o «Mexifornia»… pero, para otros, no se trata de un peligro, sino de la peor pesadilla que sufre el «imperio« crepuscular y decadente. A nadie se le escapa que lo que ha ocurrido en Miami está a punto de ocurrir en Los Angeles y en los Estados de California, Texas y Nuevo México. La América que resulte de este avance hispano no será, desde luego, como la que hemos conocido, ni por su fisonomía, ni por sus valores.
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ANEXO II La política exterior española: de Franco a ZP Si bien es cuestionable que con Franco todos viviéramos mejor, resulta mucho más evidente que, al menos con Franco teníamos una política exterior que fue estable durante treinta años. En la transición todo esto se rectificó por que había necesidades nuevas en España y una nueva situación internacional más tarde. Se sucedieron Felipe, Aznar y ZP en el poder… y lo que hasta entonces era estabilidad se convirtió en giros constantes. Hoy España carece de política exterior digna de tal nombre.
La continuidad en política exterior: base de credibilidad En pocos meses, España ha pasado de un alineamiento incondicional con EEUU a hacer ejercicio de antiamericanismo. La retirada de las tropas americanas de Irak ha sido la primera promesa –y prácticamente la única– que ZP ha cumplido de todo su programa electoral redactado desde la percepción de imposibilidad de llevarlo a la práctica. Era una promesa, aparentemente, muy fácil de cumplir, así que ZP recurrió a hacerla efectiva el 18 de abril cuando apenas hacía unos días que llevaba en el poder. ZP y buena parte de su electorado, creyeron que esta era la línea justa a adoptar en política exterior. De hecho, prácticamente el 85% de los españoles se había manifestado contra la 85
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ocupación de Irak y una cantidad todavía mayor se pronunció, en su momento, opuesta al envío de tropas. ZP creyó que el talante se demostraba cumpliendo esta promesa que le reportaría un aumento de su prestigio. Si, pero es evidente que no midió las consecuencias. Nunca debimos inmiscuirnos en las aventuras militares de Bush, pero, en realidad, hubo algo peor que enviar tropas: la forma improvisada y precipitada en que fueron retiradas. El mérito le cabe a ZP y, aleatoriamente al ministro Moratinos, a partir de ese momento, apodado por algunos «Desatinos». Pero no fue una buena opción. En política exterior la credibilidad no viene dada por la justeza de una decisión, sino por la continuidad con que determinada línea política es mantenida. De ahí que en todos los países se tienda a aplicar políticas internacionales consensuadas entre los partidos mayoritarios. Así se evitan las oscilaciones constantes que, a la postre, no benefician, ni los equilibrios internacionales, ni a los países que las protagonizan. España no tiene en el momento actual política exterior digna de tal nombre, en este momento. A partir de la reunión del G– 8 a principios del 2002 y, especialmente tras el nombramiento de Ana de Palacio y la crisis de Perejil, la política exterior del PP se convirtió en un mero seguidismo acrítico hacia las decisiones tomadas en Washington. Pero, ni antes ni después, ni probablemente desde 1975, existe una política exterior propia, autónoma y definida con claridad.
Política exterior franquista. Líneas maestras Hay que decir que el franquismo pudo establecer, a partir de 1943, una línea política propia, muy bien definida. Cierta86
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mente, el franquismo participó en el Pacto Anti–Komintern y, en un primer momento, se alineó con las potencias del Eje a las que, en buena medida, debió la posibilidad de imponerse sobre sus adversarios republicanos. Pero en 1943, resultaba evidente para un militar profesional como Franco, que el Eje no iba a poder combatir en distintos frentes al mismo tiempo y que lo más prudente era hacer gala de neutralidad para evitar males mayores. Esa habilidad para mantener a España fuera del conflicto y esa política de equilibrios, en la práctica fue lo que garantizó que el franquismo subsistiera hasta la muerte de su fundador. Por que, en un segundo tiempo, tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial y el Golpe de Praga de 1948, un «telón de acero« cayó sobre Europa. Se hizo evidente que los partidos comunistas de Europa eran una pieza de la política exterior soviética y que Stalin, amparado en una fuerza nuclear creciente, podía ambicionar desparramar su fuerza militar por Europa Occidental. En tanto que anticomunista, Franco se convirtió en un auxiliar de la OTAN, situado, paradójicamente, fuera de la alianza. En ese tiempo, la política exterior de Franco fue una traslación de su política interior, el anticomunismo. Segregado de Europa por su particular formulación política, Franco fue incluido en el dispositivo de defensa occidental a través de pactos bilaterales con los EEUU. España se alineó de esta forma con una concepción «atlantista« y «occidentalista«. Las otras dos orientaciones de la política exterior franquista fueron la defensa de «nuestra tradicional amistad con el mundo árabe» y cierta retórica imperial que tendía puentes con Iberoamérica. 87
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En tanto que militar africanista, Franco conocía con relativa exactitud al mundo árabe. Si la diplomacia franquista jamás pudo vencer la desconfianza de las democracias europeas, si al menos estuvo en condiciones de tejer una tupida red de relaciones bilaterales y acuerdos con los países árabes. Y esto, a pesar, incluso, de las relaciones con Marruecos oscilante y permanentemente sometida a tensiones a partir de la independencia de aquel país (1956). Con algunos países árabes (Egipto) se exportaron armas y se diseñaron proyectos armamentísticos (cazas tácticos Saeta, el proyecto de reactor en ala delta, desarrollado por Willy Messersmith que fue finalmente vendido a Nasser y el proyecto de avión de despegue VTOL a principios de los años 70). Las relaciones con Arabia Saudí y con el Sha de Persia, fueron inmejorables y lo mismo puede decirse de Jordania y Siria. En este sentido, la política exterior española de la época suponía un apoyo incuestionable al bloque árabe frente a Israel, país con el que Franco jamás mantuvo relaciones diplomáticas. En el otro extremo, los teóricos de la «España Imperial« sugirieron que se buscara en Iberoamérica lo que Europa se negaba a conceder: en primer lugar, relaciones diplomáticas para evitar el aislamiento y, sobre todo materias primas y víveres. A partir de la visita de Eva Perón a España, el franquismo estuvo en condiciones de superar el período de racionamiento e incluso, diez años después, convocó un pomposo Congreso Hispano–Luso–Americano–Filipino, promovido por el cerebro de la diplomacia franquista, el excombatiente de la División Azul, devenido ministro de exteriores, Fernando María Castiella. Occidentalismo anticomunista con la consiguiente alineación con EEUU, «tradicional amistad con el mundo árabe» y, por tanto, opción antiisraelí, y, finalmente, cultivo de nuestros lazos 88
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transcontinentales con Iberoamérica, fueron los tres ejes de una política exterior que Franco consiguió mantener entre 1943 hasta su fallecimiento: durante 32 años, sin alteraciones de ningún tipo.
Durante la transición: Mirada a Europa A la muerte de Franco, en todos los terrenos, incluido en política exterior, se hizo borrón y cuenta nueva. En realidad, Franco había puesto sobre el tapete todas las piezas que luego, recombinándose generarían la transición. Franco había creado un sistema económico de planificación capitalista y economía proteccionista que permitió pasar a partir del Plan de Estabilización del subdesarrollo a un desarrollo evidente de las fuerzas productivas. A medida que las fuerzas productivas se iban desarrollando y el peso del mercado se iba imponiendo sobre la planificación económica, empezó a aparecer una contradicción insuperable. El sistema económico, liberal y de mercado, debía convivir con una estructura política autoritaria. Hubo un momento en el que la economía española para seguir desarrollándose precisaba de un nuevo marco político. Esa exigencia –y no la muerte de Franco– fue lo que generó el movimiento imparable llamado «transición democrática«. De hecho, a partir de 1971, Franco y, especialmente Carrero Blanco, ya daban por sentado que, económicamente, España debería de integrarse en la naciente Comunidad Económica Europea y, por tanto, precisaría adoptar una forma política democrática. Carrero trabajaba en esa dirección –un tránsito controlado hacia una democracia limitada hasta los socialistas y que excluyera a los comunistas, como el sistema alemán– cuando le sorprendió la muerte. 89
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Hay datos más que suficientes como para suponer que en los últimos años del franquismo, las relaciones con EEUU sufrieron cierto deterioro. Carrero había promovido secretamente una iniciativa de investigación militar que debía concluir en la inclusión de España en el «club atómico». Por otra parte, la negociación sobre el arriendo de las bases militares y la renovación de los acuerdos bilaterales, resultó extremadamente duro y forzado, hasta el punto de que algunos analistas han observado que determinados movimientos terroristas de la época (el FRAP en concreto) estaban teledirigidos por la CIA a fin de generar en el interior del régimen una sensación de desestabilización que les hiciera aceptar más fácilmente los acuerdos que Washington proponía. En política exterior, el cambio más notable que se imprimió durante la transición fue el «atlantismo». Adolfo Suárez y Calvo Sotelo eran conscientes de que, en el esquema de la época, la integración en la CEE, pasaba, inicialmente por una integración progresiva: en primer lugar por la homologación de la forma política (lo que se produjo a partir de 1979, disolviéndose las últimas reticencias tras el fracaso del golpe de Estado del 23– F) y, en segundo lugar, por la integración en la Alianza Atlántica (era todavía el tiempo en el que el Pacto de Varsovia situaba agresivamente sus fuerzas en la frontera entre las dos alemanias) que contribuía a dar profundidad al pacto.
Felipismo: una política exterior irrelevante La relación privilegiada con los EEUU fue mantenida en virtud de los acuerdos firmados el 1 de diciembre de 1988 (Convenio para la Cooperación y la Defensa) que no fueron otra cosa más que un lavado de cara del felipismo al que la opinión pública le achacaba haber engañado al electorado con su 90
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«OTAN: de entrada no» al que siguió el «Si a la OTAN». El felipismo alardeó en aquella época de que los pactos habían salvado la subordinación con la que los EEUU habían tratado a la España franquista… pero la realidad era que con una España integrada en la OTAN, la importancia de estos pactos era muy secundaria. También era el tiempo en el que EEUU estaba autolimitando la presencia de sus tropas en el extranjero y le interesaba reducir efectivos en algunas bases, como las instaladas en España. En ese período, la normalización de las relaciones con el Estado de Israel y la crítica hacia los asuntos internos de países iberoamericanos dirigidos por militares, llevaron al traste con lo ganado por el franquismo en estos dos frentes. En ese momento, ya no estaba clara cuál era la opción de política exterior, fuera de las declaraciones de cara a la galería. El felipismo jamás condenó la ocupación por Israel de los territorios palestinos, mantuvo una postura ambigua e irrelevante en el conflicto Irán–Irak, y se limitó a aludir al respeto a los derechos humanos en relación a Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia, etc. En una diplomacia que oscilaba entre el escultismo más voluntarista y bienintencionado y la traición a los propios principios (asunto OTAN). A decir verdad, el alineamiento atlántico del PSOE tendía a integrar a España en la CEE, en un tiempo previo a los acuerdos de Maastrich en los que la institución no aspiraba a ser otra más que lo que indicaba su nombre: un «mercado común«, cuya defensa estaba subordinada a la iniciativa Norteamérica, dentro de la OTAN y en un mundo bipolar. Las relaciones con Iberoamérica fueron tenidas como secundarias y confiadas a un personaje extremadamente secundario –Yañez Barnuevo– que multiplicó sus viajes a todos los 91
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países de la zona… sin obtener resultados apreciables. En cuanto al mundo árabe, Felipe adoptó una posición de mediador cuando España ya había perdido la confianza del mundo árabe (a causa de la normalización de relaciones con Israel) y no había ganado todavía la del Estado judío.
Aznar o el paradigma de lo que no debe hacerse en Exteriores Cuando Aznar subió al poder, todo este esquema ya había quedado atrás: el Telón de Acero había caído, estábamos perfectamente integrados en Europa recibiendo, además, unas suculentas inyecciones de fondos estructurales gracias a los cuales era posible abordar la realización de faraónicas obras públicas, Iberoamérica vivía una situación de relativa estabilidad política por primera vez en un siglo y, finalmente, Maastrich había hecho del «Mercado Común« una futura unión política. En la primera legislatura, Aznar no varió absolutamente nada las orientaciones en política exterior, heredadas del felipismo. Pero la situación internacional jugaba contra él en el Mediterráneo. El Magreb, aquejado de una demografía explosiva, empezaba a presionar y enviar miles de inmigrantes ilegales, miles de toneladas de haschís y a formular reivindicaciones territoriales en el Sahara, en Ceuta, Melilla y, finalmente, en Perejil en donde pasó a la acción. También había variado la postura de alguno de los actores. EEUU estaba priorizando su relación con el mundo árabe y consideraba a Marruecos como la fachada atlántica de éste. En esa época, algunos observadores norteamericanos empezaban a augurar el distanciamiento entre Europa y EEUU. Hasta Perejil no se supo si la UE iba a tener una reacción unánime 92
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ante riesgos exteriores (no la tuvo). Lo más probable es que Marruecos, animado por EEUU, decidiera abordar la invasión de Perejil. Para EEUU se trataba de realizar un test sobre la UE. Y el test indicó que Francia seguía manteniendo una política exterior autónoma, inamovible desde el siglo XIX en el Magreb. Se trataba de debilitar a España en la zona. Por lo tanto, cuando se produjo el incidente de Perejil, Francia calló. Esto, unido al excelente «feeling» personal entre Aznar y Bush, que el primero descubrió a partir de la reunión del G–8 (enero de 2002), generaron un relevo en exteriores y la sustitución del ministro Piqué (que lo ignoraba absolutamente todo de las relaciones internacionales) por la ministra Palacio (cuyo único mérito era la amistad que la honraba con Colin Powell y sus inmejorables relaciones en el mundo de los negocios de EEUU). Pero no fue sólo un relevo de personas, sino que la línea política del ministerio sufrió un giro copernicano. Los cuatro ejes de la política exterior aznarista fueron: 1) El alineamiento con los EEUU por encima de cualquier otra relación internacional. 2) La asunción por parte de Aznar de la doctrina del «ataque preventivo« (traducido como «acción anticipatorio«) como eje central de la Defensa. 3) Un mal disimulado euroescepticismo con una tendencia a bloquear las discusiones, ralentizando la adopción de acuerdos, especialmente en el terreno de la constitución europea. 4) El intento de recuperar un papel internacional para España. Pero estas cuatro líneas tenían puntos negros: en primer lugar, el alineamiento con los EEUU era completamente absurdo. Aznar hizo algo que jamás debe hacerse en política interna93
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cional: confundir las buenas relaciones personales con las políticas de Estado. Era evidente que ni Aznar ni Bush iba a estar más de ocho años en el poder y que sus sucesores, probablemente no se apreciarían tanto… resultaba absurdo, en el período de las democracias formales, basar una política exterior en principios que databan de la época de las monarquías tradicionales. La continuidad dinástica, frecuentemente asociada a las mismas políticas, no existe en las democracias electivas. Aznar seguramente pensaba que la protesta popular y el antiamericanismo latente en la sociedad española sería olvidado en cuanto su política diera sus frutos. Creía verdaderamente –y esto es lo dramático– que apoyar a EEUU en su loca aventura iraquí, reportaría beneficios «inimaginables», tal como expresó zafiamente Jeff Bush, hermano del Presidente, en su visita a España, y tal como Aznar creyó hasta la cumbre para la reconstrucción de Irak celebrada en Madrid… Para colmo, Aznar se distanció del «núcleo duro« de la UE (Francia y Alemania), intentó realzar su papel poniéndose al frente de los países europeos de tamaño medio, intentona que se plasmó en la «Carta de los Ocho», de apoyo a Bush, el 30 de enero de 2003. Esta actitud olvidaba que el 80% de los intercambios comerciales de España se producen con la UE y que la buena marcha de la lucha antiterrorista dependía, fundamentalmente, de la actitud francesa, así como el desarrollo de infraestructuras financiadas con fondos estructurales. España, menos que nadie, podía permitirse el lujo de ser «euroescéptica« cuando las cuentas públicas españolas (como se encargó Schröder de recordarlo) se equilibraban gracias a la aportación de Fondos Estructurales. Nada que decir sobre la doctrina del «ataque anticipatorio«… que, en realidad, no estaba claro contra quien 94
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iba dirigido. En política, pero sobre todo en Defensa, la distinción y la claridad entre quien es el amigo y quien el enemigo, es básica. Aznar había fotocopiado el programa de Bush en la materia, lo había traducido y lo había aplicado sin que nadie en Defensa chistara. Para colmo, cuando se produjeron los ataques terroristas del 11–M, venidos de Marruecos, en ningún momento, la doctrina del «ataque anticipatorio» entró en juego. La impreparación de las Fuerzas de Seguridad del Estado para hacer frente al «terrorismo internacional« indicaba que, ni el mismo Aznar, creía en la existencia de ese riesgo y que, por tanto, nada se hizo para conjurarlo… ni siquiera preparar un «ataque anticipatorio». Pero había algo peor. Ignorar las propias fuerzas, la propia capacidad y los propios límites. Tras haber salido junto a Bush y Blair en la famosa foto que cerró la cumbre de las Azores, Aznar creyó estar en el techo del mundo. Y no era así: interesaba que apareciera en la foto por que suponía evidenciar una fisura en la UE y daba la sensación de que los países iberoamericanos seguirían al líder español… pero era evidente que ni en España existía una opinión pública que fuera el apoyo de esa posición, ni mucho menos que España estuviera en condiciones de enviar tropas a combatir sobre el terreno, a diferencia de Inglaterra que hoy cumple su papel de infantería colonial de EEUU. España carecía de fuerza suficiente para irrumpir en la escena internacional con un papel de actor de primer orden. Cualquiera con un mínimo sentido del realismo lo hubiera asumido. Aznar no. Y lo que es peor, esa nueva política de alineamiento promaericano generó una inmensa confusión en las cancillerías iberoamericanas y árabes, suponiendo una pérdida de imagen en esas dos zonas en las que durante casi cuarenta años Fernando María Castiella, había orientado sus preferencias. 95
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Ciertamente, el intento de Aznar de –tal como expresó– «sacar a España del rincón de la historia en donde ha permanecido durante siglos», y situarla entre «las naciones que cuentan y deciden» era loable… pero pecaba de irrealismo. Para que una política de este tipo fuera posible sería necesario que existiera un consenso político interior y que la propia sociedad estuviera dispuesta a asumir ese papel con todas las consecuencias implícitas: rearme, ampliación de los presupuestos militares, intervención directa en zonas en conflicto, y sobre todo, una economía potente y saneada, capaz de soportar todo esto. Ni uno sólo de estos elementos estaba presente en 2002. Aznar basaba toda su política en un solo y débil elemento, impermanente y subjetivo: su amistad personal con los Bush.
ZP, el giro de la impreparación De Piqué se decía que era un «vago«, que le gustaba poco trabajar en el ministerio y que no estaba dispuesto a aguantar reuniones hasta altas horas de la noche. De la Palacio se dijo que había instalado el caos en el ministerio, desoyendo los consejos de los técnicos y profesionales de la diplomacia. Con Moratinos esta tendencia se ha corregido y aumentado, sólo que él no tiene excusa, pues, no en vano, es diplomático profesional. Hasta ahora, en los seis meses de gobierno socialista, el giro en política exterior ha sido visible… tanto como la impreparación, el amateurismo y la inexperiencia de que hacen gala los socialistas en el terreno de las relaciones internacionales. ZP basa toda su política exterior en la búsqueda del «consenso« como quitaesencia del talante aplicado a este sector. Así, al menos, figuraba en el programa socialista. Es muy bue96
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no aludir al consenso en exteriores… sólo que ZP no ha dado absolutamente ninguna prueba de tender al consenso en este terreno. Absolutamente todas sus iniciativas en la materia han sido unilaterales y se han hecho sin contar con la oposición (desde la retirada de tropas hasta las invectivas contra el PP durante la visita de Chavez). No hay consenso. Y en este terreno, no creemos que fuera muy difícil obtenerlo. El PP no va a poder seguir enrocado durante mucho tiempo a las posiciones aznaristas. El hecho que, desde que fue apeado del poder, Aznar haya proliferado sus visitas a EEUU y se haya entrevistado con Bush, Powell, Rumsfeld, mientras que el propio Bush ni se ha dignado descolgar el teléfono y contestar a las llamadas de ZP, no suponen apenas nada: es en España en donde hay que gobernar y se gobierna con el apoyo del electorado, no con apretones de mano con los líderes norteamericanos tenidos unánimemente en Europa como una banda de aventureros tan locos como peligrosos. Sin olvidar que fue Rumsfeld quien pretendió dividir a la Unión Europea aludiendo a la «Vieja Europa» (Francia y Alemanaza) y a la «Nueva Europa» (España, Polonia e Inglaterra). A pesar de los gestos de Aznar, la evolución de los acontecimientos internacionales juega en su contra. EEUU está empantanado en Irak, no se han encontrado armas de destrucción masiva, el mundo no es más seguro sin Saddam Hussein, el triángulo sunnita está permanente y completamente fuera de control, las distintas facciones de la resistencia irakí, especialmente la baasista–militar están demostrando que aguantan el pulso impuesto por los marines y la USAF. Hoy, Washington prosigue sus invectivas contra Corea, Irán, contra Siria, en una locura agresiva que hace absolutamente indefendible su posición internacional fuera de la capital americana. Y es en España en donde el PP debe de ganar elec97
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ciones. No es raro que en pocos meses, el PP deba cambiar necesariamente su impostación política internacional si quiere regresar al poder. ZP ha basado su línea en cinco puntos que fue sido capaz de enunciar como declaración de intenciones en el programa electoral del partido: 1) Consenso para crear una «política de Estado« (ni ha intentado el consenso, ni hay el más mínimo gesto que demuestre que tiende a él), 2) Aproximación al núcleo duro de la UE (tanto Schöder como Chirac son conscientes de la escasa talla política de ZP y de lo peligroso de hacer concesiones a un país como España que ha demostrado «no ser de fiar« en materia internacional), 3) Reaproximación al Mediterráneo y a Iberoamérica (primer viaje de ZP al extranjero: destino Marruecos, objetivos alcanzados: cero; ignorancia de la situación actual del Mediterráneo: enfrentamiento entre el Norte y el Sur y necesidad para la política española de contener al Sur; en cuanto a Iberoamérica: mientras España dudaba, ha aparecido una nueva potencia regional de primer orden: Brasil que tiene un guión propio; la reciente Conferencia Panamericana de Costa Rica paralela a la cumbre de Cooperación del Pacífico, ha demostrado que la mayoría de países iberoamericanos «que cuentan», salvo Venezuela, miran hacia el Pacífico más que hacia Europa. ZP no lo ha advertido aún). La opción aznarista desorientó a los países iberoamericanos, pero ZP no ha logrado recuperar la confianza. 4) Amistad con EEUU (… durante los próximos cuatro años, mientras Aznar siga paseándose por las esferas del poder en EEUU y Bush recuerde la afrenta que le supu98
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so la defección española de Irak, proponer la «amistad con EEUU es un puro sinsentido. La visceralidad de Bush va a imposibilitar recomponer este eje de relaciones con todos los riesgos económicos que esto puede acarrear y de los que los trabajadores de Izar son los primeros afectados al haberse rescindido el contrato de mantenimiento de la VI Flota. Más bien es posible que EEUU lo que intenten es torpedear las exportaciones españolas y la penetración económica en Iberoamérica). ZP no es un diplomático, Moratinos si lo es, pero solamente es especialista en la cuestión palestina… El gobierno ZP, en esto, como en cualquier otra área, da la impresión de amateurismo e impreparación. Ningún país sólido va a rectificar sus relaciones con España, mientras esta sensación siga estando presente en las cancillerías de todo el mundo. La impericia de ZP le imposibilita para poder tener un protagonismo en las relaciones con Chirac y Schröder. Cuando este último visita a ZP, en lugar de dar cualquier concesión al «nuevo amigo«… le vende 120 carros de combate Leopard. Seamos claros: ZP no es tomado en serio en Europa y jamás lo será mientras no sea capaz de pactar una política clara de consenso en política exterior. ZP es despreciado en Washington donde se recuerda que permaneció sentado al paso de la bandera americana, desprecio aún mayor que el haber retirado las tropas de Irak. ZP es ignorado en el núcleo central de Iberoamérica que mira hacia los mercados del Pacífico y tiene un nuevo lidership regional, Brasil. Allí solamente puede tener como interlocutor a Castro o Chavez. En el mundo árabe, progresivamente radicalizado e impregnado por el fundamentalismo islámico, ZP es presidente de Al–Andalus… tierra que un día fue musulmana y resultó «usurpada por cruzados e infieles». 99
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Esto sin olvidar que con Marruecos la situación sigue igual que en los últimos 10 años, sólo que España ha cedido en la cuestión del Sáhara y tiene ya 600.000 marroquíes en su territorio de los que la mitad son simpatizantes de Bin Laden… Resumiendo, podemos decir que el franquismo logró estabilizar durante más de treinta años una política exterior. Durante la transición se realizaron las rectificaciones necesarias en la época, pero esa política se tornó inestable. Los cambios internacionales de 1989–2002, no hicieron que los distintos gobiernos españoles pudieran reconstruir una línea política propia en este terreno y, finalmente, los giros copernicanos realizados por Aznar y por ZP, han contribuido a restar credibilidad a España en los foros internacionales y entre las diplomacias mundiales. En estas condiciones, ni ZP ni Moratinos, ni la política exterior española, son tomadas en serio… sean cuales sean, por ninguno de los principales actores internacionales. Como ya hemos dicho, en ésta área sólo las políticas estables son tomadas en consideración. El resto es obra de ilusos o alucinados. Tanto a Aznar como a ZP, les cuadran bien estos calificativos. En efecto, ambos han confundido en distintos grados sus filias y fobias personales con políticas de Estado. Y así estamos como estamos.
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Anexo III El eje de la Defensa Nacional y sus exigencias en el siglo XXI
Esta última entrega del trabajo sobre geopolítica de España en el siglo XXI, está destinado a la redefinición de lo que creemos son conceptos básicos para la Defensa Nacional. Para ello es preciso abordar la cuestión de en dónde exactamente se encuentra el eje de la misma. A partir de ahí, introduciendo una valoración de tipo político, estaremos en condiciones de definir el marco en el que, a nuestro criterio, debe reconstruirse una nueva política de defensa y seguridad. En los últimos treinta años no ha existido unanimidad en cuanto a los ejes estratégicos de la defensa nacional. Faltaría saber si hoy es viable cualquier tipo de defensa nacional a la vista de lo miserable de los presupuestos dedicados a este fin. Pero, dejando aparte este espinoso problema que, desde luego, ZP y el recluta Bono no tienen la más mínima intención de resolver, la cuestión central sigue siendo sobre qué eje estratégico se estructura la defensa nacional. Vamos a intentar realizar una aportación en este sentido.
EL EJE CANARIAS – GIBRALTAR – BALEARES Toda la polémica estratégica en los últimos cuarenta años en España ha girado sobre el consabido tema de la prioridad dada al mar o al territorio, esto es a la prioridad que debía darse a la defensa naval o a la defensa territorial. Está claro 101
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que, dada la división tradicional en distintas armas, la Marina ha defendido sus tesis y el Ejército de Tierra los suyos. Según haya sido mayor o menor el prestigio y la hegemonía de una u otra arma, ha triunfado una u otra tesis; por supuesto, las orientaciones del poder político han pesado también extraordinariamente, tal como veremos en el curso de este estudio. Tras la firma de los acuerdos de cooperación con los EEUU en 1956 y tras el establecimiento de la base de Rota, entonces bajo control total norteamericano, triunfó la tesis de que el Estrecho de Gibraltar era el «pivote fundamental» sobre el que descansa toda la defensa nacional. No es por casualidad que esta tesis se enseñó como doctrina oficial, tras la desarticulación de los últimos maquís (Quico Sabater y Ramón Vila Capdevila (a) «Caraquemada», muertos en Catalunya en 1963 y sus bandas dispersadas y en fuga) quedó claro que la única amenaza sobre la defensa nacional que podía pesar venía del Sur. Por otra parte, la firma de los acuerdos con los EEUU, aún cuando no nos incluían en el dispositivo de la OTAN, si, desde luego, nos incorporaban a la «defensa occidental» y, por la particular situación geográfica de la Península, era evidente que a España le correspondía la defensa de los accesos al Mediterráneo y –tal como se evidenciará a partir de la primera crisis del petróleo, de la guerra del Yonkipur (1973) y de la ofensiva soviética sobre la «ruta del petróleo» (1973-1983)- el control sobre el último tramo de la «ruta del petróleo» que, del Golfo Pérsico, bordeando África, llegaba hasta Europa. Para asegurar estos objetivos, los teóricos de la defensa nacional establecieron un «eje estratégico» comprendido entre Baleares y Canarias, teniendo al Estrecho de Gibraltar como pivote. Y en todos los planes de la defensa en esa época quedó reflejado este planteamiento estratégico. 102
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A partir de 1976 y hasta el final de la transición (que puede considerarse concluida en el período comprendido entre el 23F de 1981 y la victoria socialista en octubre de 1982) prácticamente todo el país quedó paralizado por los traumatismos de la época y, por otra parte, las FFAA se vieron afectadas por tres presiones de distinta matriz: – la ominosa retirada del Sáhara y la conciencia clara de haber abandonado a su suerte a un pueblo hasta entonces amigo. – el choque entre el juramento de fidelidad militar y los sucesos que alteraron profundamente el panorama político español. – las tensiones interiores que desembocaron en distintos procesos golpistas y en un descontento, desorganizado en su mayor parte, pero mayoritario, que se daba en el seno de las FFAA, especialmente en el Ejército de tierra. En este contexto, era imposible replantear los planes de la Defensa e incluso acometer la necesaria renovación del equipamiento. A pesar de la importancia de determinadas decisiones políticas que se adoptaron en aquel momento (creación del Ministerio de la Defensa en 1977, como fusión de los ministerios correspondientes a los tres ejércitos (tierra, mar y aire) y constitución posterior de la Junta de Jefes de Estado Mayor), los planes estratégicos no variaron. A medida que avanzó la transición, se hizo evidente que España entraría antes o después en la entonces llamada Comunidad Económica Europea y que el paso previo en la época, era la incorporación a la OTAN. A medida que la transición fue desembocando en la estabilización del sistema democrático, los teóricos de la defensa confirmaron las tesis estratégicas 103
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imperantes desde los años 60. El almirante González-Llanos en 1980 explicó que «El centro de gravedad de nuestra estrategia es la zona del Estrecho con sus accesos, prolongados hasta las Islas Baleares y las Canarias». Y este planteamiento ya se hacía pensando en la próxima incorporación a la OTAN.
EL POR QUE DE ESTE EJE ESTRATEGICO Por nuestra parte, consideramos que ese eje estratégico era válido en 1963, en 1980 y, mucho más, en 2004. En primer por que era evidente que, liquidado el maquís en 1963 e, incluso, liquidada ETA a partir de finales de los años 90 (con todo el potencial residual que se ha prolongado hasta nuestros días, siempre en progresivo agotamiento), de la frontera francesa no podía venir ninguna amenaza. Así mismo, a medida que se evidenció el desplome interior de la URSS a mediados de los años 80 (a causa del empantanamiento en Afganistán, de la rebelión polaca que desmanteló la red de alianzas defensivas de la URSS, de la «guerra de las galaxias» de Reagan que puso el listón armamentístico a un nivel que la URSS no podía alcanzar y del crecimiento de las etnias no-rusas dentro de la URSS), resultó evidente que la amenaza tampoco podía proceder ni de la fachada Atlántica ni de la específicamente cantábrica. El único problema posible podía proceder –y las acciones terroristas marroquíes contra la guarnición de Ifni, los sucesos del Sáhara, a partir de los ataques del FPolisario y, posteriormente, de la «Marcha Verde», así lo demostraban- del Sur y en el Sur se encontraban el mar de Alborán y la zona del Estrecho con su prolongación atlántica. Aunque no se decía para evitar roces diplomáticos, lo cierto es que, a partir de la independencia marroquí de 1956, quedó claro que el nuevo Estado asu104
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mía la tesis defendida hasta entonces por el Istiqlal según la cual el territorio «histórico» al que aspiraba Marruecos era el comprendido por el territorio del Principado de Tánger, el Marruecos francés que habían dado lugar en su independencia al Reino de Marruecos, más la franja de Ifni, el Sáhara Occidental español, Ceuta, Melilla, las Islas Adyacentes, las Islas Canarias, la zona argelina de Tinduf y Bechar, Mauritania y Malí hasta el río Senegal. A esta ficción geopolítica, el Istiqlal le llamaba el «Gran Marruecos». A medida que éste país avanzó en su independencia, el Istiqlal consiguió que su proyecto imperialista en la zona, fuera asumido por la mayor parte de fuerzas políticas y sociales del país… especialmente por la Casa Real. Era evidente que la doctrina del «Gran Marruecos» convertía, automáticamente, a éste país en adversario de España: en apenas una década, Marruecos logró el dominio sobre la franja de Ifni y consiguió apoderarse en la práctica del Sáhara Occidental mediante un golpe de efecto de repercusiones internacionales –la «Marcha Verde»- convirtiéndose, oficialmente, en «administrador» del territorio y, en la práctica, incorporándolo al «Gran Marruecos». Esta dinámica hacía que sólo a los ciegos y tontos –y en España han abundado políticos con esos rasgos- se les escapara que, la misma dinámica de los hechos, iba a hacer que las próximas piezas del dominó marroquí fueran, por éste orden, las Islas Adyacentes, Ceuta, Melilla, y, finalmente Canarias. Esto sin olvidar que en algunos medios, no precisamente extremistas, marroquíes en antiguo reino nazarí de Granada figura como «zona islámica» a recuperar y en medios ligeramente más radicales, toda España, esto es AlAndalus, se considera zona marroquí… Y esto tiene una importancia capital, por que lleva directamente –mucho más que 105
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la Cumbre de las Azores- a los criminales atentados del 11-M. Este planteamiento –que era válido ayer y, acaso, mucho más válido hoy- hacía, no sólo del punto geográfico en sí mismo del Estrecho de Gibraltar, sino de toda la zona, el «pivote de la defensa», pues no en vano precisamente por ahí pasa el cordón umbilical que une el territorio continental con las plazas de soberanía en África y es por ahí por donde, necesaria, deben discurrir los convoyes de ayuda ante una eventual ofensiva marroquí sobre esos territorios. La historia ha demostrado la justeza de estos razonamientos. En julio de 1936, Franco pudo asegurarse el apoyo a los núcleos sublevados andaluces, gracias al llamado «Convoy de la Victoria» que trasladó al grueso del Ejército de África hasta la Península y, posteriormente, el cierre del Estrecho a la flota republicana, con lo que la cornisa cantábrica debió de soportar un bloqueo que apenas lograron superar los «bous» armados de la república y del gobierno vasco. Es evidente que una zona geográfica no se defiende concentrando solamente medios y sistemas en su entorno, sino asegurando también sus flancos. Los dos flancos de la zona de Gibraltar son las Islas Canarias y las Islas Baleares. Con este eje o «arco defensivo» cualquier ataque que venga del sur puede recibir una respuesta adecuada y obligar al agresor a combatir en dos frentes, en una situación de inferioridad estratégica.
LA DEFENSA NACIONAL SEGÚN FG... Al formarse el primer gobierno socialista, fue nombrado Ministro del Interior un verdadero relaciones públicas que ni siquiera había realizado el servicio militar. Toda la habilidad y el don de gentes de Narcis Serra se proyectó, más que en las 106
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salas de planificación de las FFAA, en los banquetes y recepciones, en las que pudo desplegar sus dotes de relaciones públicas, cautivando, fundamentalmente al público femenino («las militaras», o esposas de militares) a las que deleitó tocando para ellas el piano y departiendo con sus maridos demostrando que los socialistas no eran esos «lobos con piel de cordero» tal como pensaban hasta entonces Milans del Bosch y sus compañeros (Milans estaba convencido en 1982, por ejemplo, de la que la victoria socialista entrañaría su inmediato fusilamiento, en un estado de espíritu que no era único en el seno de las FFAA de la época, pero si significativa). En la Directiva de la Defensa Nacional 01/1984, Felipe González asumió la tesis de la Marina sobre el eje defensivo Canarias – Gibraltar – Baleares, sin añadir ni una sola sílaba. Esta aceptación reflejaba también el clima de la época y la pérdida de confianza que pesaba sobre el Ejército de Tierra del que se sabía que la mayor parte de sus cuadros habían asistido con indisimulada hostilidad los sucesos de la transición, a diferencia de la Marina que había aceptado con más facilidad la realidad de los hechos. En problema con que se encontraron los socialistas fue que, a partir de 1983 sus esfuerzos en materia de defensa se orientaron hacia la integración en la OTAN… y este planteamiento de la Defensa chocaba con la opinión de los futuros aliados dentro de esta instancia. La transición estaba demasiado próxima como para que los «vecinos» no temieran eventuales «regresiones». Además, Inglaterra mantenía el contencioso de Gibraltar y vio con malos ojos el traslado del cuartel general de la Marina de El Ferrol a la base de Rota y, con ella, el grueso de la flota. Tampoco percibió como «acto amistoso» la reorganización del Ejército de Tierra con el envío de las unidades de élite 107
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al sur y mucho menos aún, la creación del Mando de Artillería de Costa del Estrecho. Los ingleses estaban en su derecho de pensar que España intentaba restarles protagonismo en la zona del Estrecho y que buena parte de este despliegue de efectivos se realizaba para controlar a las fuerzas armadas inglesas desplegadas en la zona. Por otra parte, las necesidades del gobierno socialista de congraciarse con el estamento militar, incluso cierto «nacionalismo» del que el gobierno socialista hizo gala en sus primeros momentos (en EEUU se consideraba que los socialistas españoles y Felipe González eran «jóvenes nacionalistas»…) y algunas iniciativas posteriores (la organización de los eventos del Vº Centenario, la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona) tendían a proyectar la imagen de España sobre el mundo. Por todo ello, los socialistas reiniciaron la presión para la recuperación de Gibraltar, tema que incluso figuraba en la Directiva de la Defensa de 1984. Pero en 1985, el Plan Estratégico Conjunto incluyó una novedad que muy pocos advirtieron: la referencia a Gibraltar había desaparecido y se aludía al eje Canarias – Península – Baleares. Se aludía a un concepto estratégico nuevo, el de «amenaza no compartida» con el que se situaba la posibilidad de una agresión contra zonas del territorio nacional, no incluidas en el Tratado de Washington: era una alusión a Ceuta, Melilla y Canarias. De hecho, cuando se produjeron los sucesos de Ifni, las Fuerzas Aéreas no pudieron utilizar los reactores F-86 Sabre, ni siquiera los transportes tácticos DC-3, contra los terroristas marroquíes que atacaron, a causa del acuerdo con Washington. En aquella ocasión, por última vez en la historia, las versiones fabricadas en España de los viejos aviones alemanes, los cazas «Messeresmith 109», los bombarderos tácticos «Heinkel 108
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111» y los transportes de tropas «Junkers 52», alzaron el vuelo para sostener a nuestras unidades de Regulares, Paracaidistas y Legionarios, sitiados en Ifni… mientras los modernos F-85 Sabre, debían quedarse en tierra a éste lado del Estrecho.
EN LA OTAN, SIGUEN LOS PROBLEMAS En 1986, finalmente, España entra en la OTAN. Parece que en esos momentos ya puede hablarse con más libertad sobre los temas militares y sobre todo lo que atañe a la Defesa Nacional. En ese momento, resulta altamente irónico que después de tantas y tan vivas discusiones sobre el asunto del «eje estratégico», finalmente resultara –tal como reconoció el Instituto Español de Estudios Estratégicos en 1987 que: «España carece de nivel adecuado para ejercer su dominio sobre el Estrecho». Lo más terrible era que, ni siquiera la modernización abordada en aquella época de las fuerzas armadas (planes META, FACA y Programa Naval), iba a conseguir situarnos en condiciones de defender el pivote sobre el que dependía nuestra seguridad. Claro está que en aquel momento se consideraba que el enemigo era la URSS y estaba claro que las unidades españolas no iba a poder contener en ningún caso los fabulosos cruceros de las Fuerzas Navales Soviéticas, dotadas de una capacidad tecnológica y de fuego insuperable. Además de este problema aparecieron las fricciones con los socios de la OTAN, especialmente con Inglaterra, que subsistirán hasta 1997 y que solamente fueron salvadas mediante la intervención de Madeile Albright. Inglaterra aceptó la desaparición del mando aliado de Gibraltar. Portugal, a pesar de las buenas relaciones tradicionales, manifestó recelos –que también fueron superados- a causa de que la incorporación de España, disminuía sensiblemente su peso en la OTAN. 109
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En los últimos años del socialismo, cuando está claro que el «enemigo» se ha desplomado y que al menos durante un largo período, la URSS primero y la CEI después, no supondrán una amenaza para la seguridad nacional, existe cierta ambigüedad en cuanto a los objetivos de la defensa. En ese tiempo, los últimos años del socialismo, FG acariciaba la idea de convertirse en un líder de proyección mediterránea, aumentó su intervención en los asuntos de Oriente Medio y en el contencioso palestino-israelí y convocó una Conferencia Mediterránea que, finalmente no llegará a realizarse, pero que tenía como finalidad, aprovechar la proyección internacional conseguida por España gracias a los eventos del 92, a fin de consolidar una posición de «potencia media» en esta importante zona geopolítica. FG aspiró a ser el interlocutor de «occidente» con Ghadafi (por entonces aún no respuesto del bombardeo norteamericano sobre Trípoli de 1986), estrechar lazos con el FLN argelino, que se había quedado sin aliado tras el desplome de la URSS y, particularmente, con Marruecos y Túnez. Era evidente que había que tender la mano y ahorrar cualquier iniciativa que supusiera que las FFAA españolas apuntaban contra el «enemigo del Sur». Es por todo ello que en ese período, desaparecen de las Directivas de la Defensa Nacional y de los Planes Conjuntos de Operaciones, las referencias hacia el Norte de África y la Zona del Estrecho, a pesar de que, al producirse la Segunda Guerra del Golfo (ocupación de Kuwait por parte de Irak y subsiguiente Operación Tormenta del Desierto), el Estrecho de Gibraltar apareció como una zona estratégica de primer orden a través de la cual pudo abastecerse a las tropas americanas desplegadas en Arabia Saudí. Un año antes, en el Ministerio de la Defensa español se había empezado a abandonar la idea del 110
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«eje estratégico» y, lo más sorprendente, es que en 1992, en la Directiva de la Defensa Nacional de ese año, ya no hay ninguna referencia a Gibraltar, mientras que, por el contrario, se dice: «Nuestra seguridad no se inscribe a un espacio territorial propio e inmediato, ya que los intereses de nuestra nación también requieren ser protegidos fuera de los límites de ese espacio», lo que implicaba una alta dosis de indefinición que prosiguió en los años siguientes en beneficio de una definición claramente terrestre los principios estratégicos. En el Concepto Estratégico de 1993, incluso, se califica la tendencia anterior como una «fijación estratégica por el sur» y la Península pasa a ser el centro de gravedad de la defensa. Es fácil percibir en todo ello una recuperación del prestigio del Ejército de Tierra que había resultado pulverizado con los proyectos golpistas de principios de los años 80. En esta concepción el territorio peninsular pasa a ser el «centro de gravedad» y la «base fundamental de proyección de fuerzas». Es cierto que, los acontecimientos de la Segunda Guerra del Golfo, mostraron la importancia del territorio peninsular como zona de tránsito para el despliegue norteamericano en Arabia Saudí y que, prácticamente, todos los transportes aéreos que partían del territorio norteamericano, se veían forzados a repostar en las bases americanas en España. Pero con esto lo que se evidenciaban eran los intereses estratégicos de los EEUU, no de España. Al producirse la victoria de 1980 sobre el Ejército Iraquí, George Bush pudo proclamar ante sus tropas desplegadas en Arabia Saudí el «nuevo orden mundial» del que los EEUU se consideraban, como el presidente reclamó, como la única potencia con «fuerza moral suficiente como para liderarlo». En ese momento, podemos marcar el tránsito de una distribución 111
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bipolar del mundo que había regido desde 1945 hasta ese momento, a una distribución unipolar. Esta nueva situación partía de la base de que ninguna potencia podía disputar a los EEUU la hegemonía mundial. No es de extrañar que en 1995, el Plan Estratégico Conjunto aludiera a la «inexistencia de enemigos», haciéndose eco de las directivas de la OTAN. Pero las cosas distaban mucho de estar claras y, por lo demás, el paréntesis unipolar, como luego se ha demostrado, apenas ha podido ser mantenido durante veinticinco años, pues, no en vano, las la reordenación de fuerzas con posterioridad a la invasión de Irak, y a las dificultades del ejército de ocupación norteamericano por pacificar el país, quedó claro que las potencias que componían el tablero euroasiático, habían percibido, perfectamente, cuál era la principal amenaza para su estabilidad: los EEUU y, mientras que especialmente a partir del segundo mandato de George W. Bush, EEUU aparecía como una potencia en declive, resultaba evidente que la Unión Europea se sentía cada vez más reforzada, Rusia había manifestado de nuevo su voluntad de recuperar el espacio perdido en el terreno internacional y China se configuraba como una potencia emergente, lo que sólo podía implica, la desembocadura en un mundo multipolar. Pero ni en los últimos años del primer período de gobierno del PSOE, ni siquiera en la primera legislatura del PP, cuando aún no tenía la mayoría absoluta, podía preverse todo esto.
LA POLITICA DE DEFENSA DEL PP En la primera legislatura de Aznar, el principal suceso traumático que afecta a la defensa nacional, es el ataque de la OTAN sobre Yugoslavia, impulsado por el intervencionismo norteamericano, en lo que ha constituido la única actividad ofensiva que ha desarrollado la Alianza Atlántica a lo largo de su 112
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historia. En esas operaciones extrañas en donde ni España ni cualquier otro país europeo se jugaba absolutamente nada, ni podía aspirar a ver en los ataques aéreos un objetivo estratégico de ningún signo (ni siquiera en el terreno de los cacareados «derechos humanos» había mucho que defender, pues no en vano, las bandas terroristas de la UÇK cometían crímenes y exacciones en número y frecuencia mucho mayores que las milicias regulares serbias), participaron aviadores españoles, mientras que el «telefonista» que transmitió las órdenes de ataque del Despacho Oval de la Casa Blanca al general Wesley Clark, es decir, el Secretario General de la OTAN, fue el socialista español Luis Solana. Los bombardeos sobre Kosovo y, posteriormente la invasión norteamericana de Afganistán nunca ocultaron que su interés estratégico único estaba al servicio de los EEUU, algo que en Europa solamente se percibió con posterioridad a los acontecimientos y entrañó cambios sustanciales en la actitud europea entre octubre de 2001 (invasión de Irak) y verano de 2002 (cuando EEUU manifestó claramente que entre septiembre y fin de año invadiría Irak, si bien no estuvo en condiciones de hacerlo, tanto por causas políticas –su aislamiento creciente- como por causas estrictamente militares –lentitud en el despliegue- hasta mayo del año siguiente). En ese período la Unión Europea –al menos el «núcleo duro»toma conciencia de sí misma y tiende a emanciparse de la estrategia intervencionista norteamericana y a recuperar un perfil propio. Aznar no verá las cosas de este modo. En la política aznarista hay dos tiempos perfectamente definidos. Antes y después de la cumbre del G-8 en Canadá (julio 2002). En aquella cumbre ocurrió el «flechazo» entre Aznar y Bush a raíz de sus conversaciones sobre records deportivos. En buena medida el giro proamericano de la política española a 113
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partir de mediados de 2002 se produce a partir de ese momento y, bajo la impresión de la reacción francesa durante la crisis de Isla Perejil. Error, por que en política exterior, la estabilidad (en las amistades y en las enemistades) es fundamental y, porque los vaivenes en política exterior no pueden estar al albur de las filias y las fobias de los gobernantes de turno. En la primera parte de su período de gobierno, Aznar definió como «interés estratégico inmediato, la estabilidad del Mediterráneo y la garantía de acceso al Estrecho». Acto seguido solicitó la desaparición del mando aliado de Gibraltar que, finalmente, se logró en 1998, con la adquiescencia de Inglaterra tras múltiples resistencias. Ahora quedaba solo abordar el problema del Sur. En el Libro Blanco de la Defensa aparecido en 2000, Gibraltar, el Mediterráneo Oriental y el Norte de África quedan, se menciona de nuevo como «zonas de interés estratégico», con alusión explícita a Gibraltar. Esta orientación seguirá en años anteriores y en particular en la Revisión Estratégica de la Defensa que ligó la seguridad española a la estabilidad general en el área mediterránea. Ahora bien, ese año ya habían ocurrido muchas cosas como para que no se reconociera la existencia de una inestabilidad creciente. En primer lugar, las prospecciones petrolíferas que el gobierno concedió a REPSOL en 2001 ocasionaron lo que, eufemísticamente, se llamó «desencuentro» entre España y Marruecos y la retirada del embajador marroquí. Meses después estallaba la crisis de Perejil. Pero todo esto ocurría cuando el destino energético de España dependía en buena medida del gaseoducto de Tarifa y de las exportaciones de gas natural argelino que pasaban a través de Marruecos. En esta situación de dependencia energética creciente, cualquier tensión podía ser considerada como vital para los intereses nacionales. 114
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En esto (principios de julio de 2002) se produce la aventura marroquí en Isla Perejil. Poco antes se había producido el relevo de Piqué por Ana de Palacio en Exteriores y, acto seguido, casi sin solución de continuidad, tuvo lugar la cumbre del G-8. Aznar llegó resentido por el silencio francés ante la innoble agresión marroquí. Era evidente que en ese momento Chirac mantenía la política histórica que a lo largo del siglo XIX y XX había protagonizado en África del Norte: afianzar su presencia en la zona, debilitando a España. Eran los restos de la «grandeur» francesa. Aznar lo entendió como una ofensa personal (olvidando que el éxito de la lucha antiterrorista dependía en buena medida de la actitud francesa o que buena parte de nuestras exportaciones e importaciones tienen más que ver con Francia que con cualquier otro país europeo) y encontró en Bush a un confidente y amigo con el que sintonizó fanfarroneando sobre marcas atléticas (4 kilómetros en 6 minutos, 22 segundos…). Allí nación una amistad que tuvo como resultado un giro copernicano en la postura internacional de España: euroescepticismo, desconfianza y alejamiento hacia el «núcleo duro» de la Unión, intento de liderazgo de los países de tamaño medio de la Unión, y, particularmente, presencia en la Cumbre de las Azores, con un apoyo decidido a la intervención en Irak que contrastaba con el 90% de oposición en la opinión pública. Durante la crisis de Perejil, la Palacios logró que su amigo Colin Powell mediara a favor de una salida negociada que permitiera una salida airosa a unos o a otros. Powell así lo hizo, pero a poco que se examine el resultado de su gestión, se verá que la nueva situación benefició especialmente a Marruecos. De ser Isla Perejil una posesión española sin limitaciones de ningún tipo, pasó a ser una posesión española en la que nuestro 115
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país no podía ejercer ningún derecho de soberanía, ni siquiera colocar la bandera nacional… Lo que Aznar nunca entendió es que EEUU estaba iniciando una aproximación hacia los países de África del Norte, uno de cuyos objetivos era restar esta zona a Francia de su esfera de influencia, pero que esta operación no era solamente contra Francia… sino que suponía una situación de «prevengan» ante toda la Unión Europea… de la que España formaba parte con una integración creciente (el Europa, la principal amenaza contra la economía norteamericana, hacía año y medio que circulaba por nuestros bolsillos). A partir de ese momento, la política exterior de Aznar que, antes de Perejil había sido realista y en el área de defensa logró algo que no habían alcanzado los socialistas (el desmantelamiento del mando aliado de Gibraltar), se tornó errática y pasó a ser una fotocopia reducida de las líneas básicas de la administración Bush. Así, por ejemplo, en la Revisión Estratégica de la Defensa de 2002 se aludía a las «acciones anticipatorias» como traslación del concepto estratégico norteamericano de «ataque preventivo». En ese momento, Bush ha logrado que el PP en pleno acepté sus tesis sobre «estados canallas» y «estados fallidos» y, especialmente, la valoración del «terrorismo internacional» como inspirado por el «eje del mal». Y, en la medida en que el «terrorismo internacional» es un enemigo difuso, más teórico que real, y toda la teoría en torno al «eje del mal», los «estados fallidos», «estados canallas», etc, un mero artificio teórico para justificar una política mesiánica y expansiva, estas ambigüedades llevaban a conceptos estratégicos inaplicables: ¿»acciones anticipatorios»? ¿contra quién? ¿en qué casos? ¿de dónde podía venir el terrorismo internacional en España? Y en este terreno, no estaban claras las cosas. ¿Se iba a atacar a Francia, rompiendo cualquier legalidad internacional, al saber 116
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que existía una célula de ETA en tal o cual zona? ¿no era más prudente instar a la seguridad del Estado francesa a que interviniera? Y otro tanto podía decirse si el foco terrorista se situaba en Marruecos. Está claro que Aznar aludía a otros países y que era una forma de justificar la intervención en Irak. Ahora bien, está demasiado claro que el Golfo Pérsico está demasiado alejado de España como para poder incluirlo en nuestra zona de influencia geopolítica. Este tipo de apreciaciones puede generar errores definitivos en la conducción de los asuntos del Estado. Recuérdese que mientras Julio César, militar invencible y apoyado por la maquinaria militar más temible de su época, se detuvo ante los boques de Germania y autolimitó la zona de influencia imperial al estanque mediterráneo y a sus accesos, demostrando ser, además de un gran caudillo militar, un hábil político y un estratega notable, Alejandro Magno, salió del área geopolítica propia de Hélade para llegar, de victoria en victoria, hasta las puertas de la India… y no poder dar acompañar la extensión espacial de una duración temporal, demostrando, precisamente por esto, ser un brillante general, pero carecer de cualidades políticas. España en Irak estaba muy lejos de su zona geopolítica de influencia. En realidad en la Revisión Estratégica de 2003, se aludía a que «España debe mantener una capacidad operativa propia y suficiente que le permita mantener el control del Estrecho». Y no estaba claro que los programas META, FACA y PRONA hubieran conseguido –tal como el Instituto Español de Estudios Estratégicos proclamó en 1987- alcanzado el nivel adecuado para asegurar nuestras exigencias defensivas en la zona del Estrecho. Digamos que Aznar aspiraba a jugar en primer división, cuando tenía un equipo propio para una liga regional. Reconocer la realidad del propio espacio geopolítico, las capacidades reales 117
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defensivas y ofensivas, son los adornos que deben corresponder al estadista de altura. Desconocerlos, implica caer en aventuras de dudoso final. Y, aun reconociendo el patriotismo y las intenciones de Aznar («Hacer que España salga de su rincón y pese de nuevo en el mundo»), era demasiado evidente que el fin propuesto no tenía nada que ver con las posibilidades reales.
¿AMENAZAS IMPREVISIBLES O AMENAZAS DEMASIADO REALES? Cuando la impreparación y el amateurismo se instalan en el poder, la defensa nacional salta en pedazos. Pues bien, hoy la impreparación, el amateurismo y la demagogia están en el poder. En el Ministerio de Defensa las únicas actuaciones de su titular han tenido dos ejes en absoluto militares, sino simplemente políticos: las reiteradas acusaciones al PP de haber engañado a la opinión pública por el incidente del Yakolev-42 (nadie va a discutir que existen responsabilidades políticas del Ministro Trillo y que, probablemente existen también responsabilidades de mandos de la Defensa Nacional que en otro tiempo hubieran depurado «tribunales de honor», proscritos en la actualidad) y las reiteradas alusiones a la unidad nacional y al papel de las FFAA en dicha unidad (declaraciones que son la contrapartida equilibrante de las declaraciones en sentido contrario realizadas por los aliados más conspicuos del PSOE, gracias a los cuales gobierna, ERC, PNV e IU, hasta el punto de que puede dudarse de la sinceridad de tales declaraciones y de que no intenten otra cosa que neutralizar las declaraciones en sentido contrario). Por lo demás, en estos ocho meses del segundo mandato del PSOE, no se sabe de ninguna otra inicia118
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tiva digna de tal nombre que haya partido del ministro Bono. La doctrina oficial actual es que la «amenaza es imprevisible». Pero no lo es. En realidad, cualquier amenaza es imprevisible desde el punto de vista de cuando se va a concretar, pero muy previsible si se examina de desde dónde va a proceder. Hoy más que nunca, el enemigo está al Sur, siempre al Sur y solo al Sur. Es más, el enemigo tiene nombres y apellidos, se llama Marruecos y la monarquía alhauita, se llama «Gran Marruecos» y se llama islamismo. Y lo que es peor, el «enemigo del Sur» ya ha iniciado una guerra de baja cota contra España. Negarse a reconocer esto, en beneficio de un simplista, ingenuo y amateur propuesta de «diálogo de civilizaciones» es suicida e irresponsable para la defensa nacional. Mientras los planes de la defensa vayan a remolque de las iniciativas de políticos obtusos e insensatos que ni siquiera tienen una mínima visión de Estado, carecen por completo de una visión geopolítica de la situación mundial (y ni siquiera los responsables de Exteriores estén en condiciones de realizarla), mientras no haya una voluntad política de asegurar la defensa nacional y de llamar a las cosas por su nombre, España seguirá sin poder articular una estrategia realista de defensa. Y lo que es peor: el flanco sur de la defensa europea estará desguarnecido. Decimos que Marruecos tiene planteada una guerra de baja cota contra España. Este concepto implica la existencia de un conflicto iniciado por una de las partes que evita recurrir a «métodos calientes», y basa su actuación en un desgaste progresivo del adversario. Es el modelo de conflicto que Marruecos está siguiendo contra España, especialmente a partir de 1998, cuando muere Hassan II, y llega al trono Mohamed VI y su camarilla. Este período, por lo demás, coincide con tres hechos fundamentales a tener en cuenta: 119
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– Aumento de la dependencia española en materia de energía, del gaseoducto de Tarifa que transvasa el gas natural argelino hasta Sevilla. – Descubrimiento de bolsas petrolíferas en el Este marroquí, fronterizo con Argelia, en la franja costera del Sáhara Occidental administrado por Marruecos y en aguas territoriales canarias reivindicadas por Marruecos y – Aumento de la influencia norteamericana en Marruecos y Argelia, con la paralela y progresiva disminución de la influencia francesa. Todos estos elementos crean un cuadro particularmente inestable y sensible que no puede ser eludido. Así mismo, para un análisis de la situación, no pueden eludirse tres elementos decisivos: – que la doctrina del «Gran Marruecos» no ha sido rechazada oficialmente por el régimen marroquí y que en el salón del trono de Rabat, en el tapiz situado sobre el sillón real, pueden verse, lo han visto todos los embajadores de España que allí han presentado sus cartas credenciales y la Familia Real española que allí ha visitado a su homóloga marroquía, el mapa del Gran Marruecos incorpora incluso a Canarias en su diseño… – que Marruecos vive una situación de inestabilidad interior que irá creciendo a medida que crecen tres elementos clave: - La demografía que hace que cada veinte años se duplique la población del país. - La economía y las estructuras feudales que hacen que el sistema económico y los parámetros por los que se rige no respondan a las exigencias demográficas: cada vez hay más distancia entre ricos y pobres y, por tanto, más resentimiento y odio social. 120
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- La difusión del islam fundamentalista cada vez más extendido gracias a la financiación de los grupos wahabitas saudíes que hacen que hoy, el 30% del islam marroquí esté fuera del control de la Casa Real y el 50% de la población marroquí vea con buenos ojos a Bin Laden y Al Qaeda (sea lo que sea que es…) – que las reformas políticas y económicas en las que se confió durante el primer año de reinado de Mohamed VI, están atascadas y que, en contra de lo que se proclama desde Rabat, la distancia .antropológica, sociológica, cultural, política y ética, que separa a la Unión Europea de Marruecos, está aumentando de día en día. Ahora bien, antes hemos hablado de una «guerra de baja cota». Es preciso afinar este concepto. Por que lo importante no es lo que Marruecos dice, sino lo que hace. Está claro que, en los foros internacionales y en las conversaciones entre dirigentes de ambos países, Marruecos manifiesta la mejor de las voluntades para resolver los equívocos y las situaciones de «desencuentro». Pero esto es importante, pertenece al «doble lenguaje» que suele ser la clave antropológica y cultural habitual en todo el mundo árabe. Lo importante es lo que hace Marruecos, algo que no deja de ser intranquilizador. La guerra de baja cota se libra en cuatro frentes: – Cuando Marruecos atenta contra la salud pública, permitiendo sin prácticamente hacer absolutamente nada, salvo absorber fondos comunitarios, que cada año crezca la superficie de cultivo de hachís, destinado a la exportación, el 80% en dirección a España. No se trata de una droga dura, ciertamente, pero es una droga que altera la percepción de la realidad, crea un modelo de carácter apático, sin motivaciones de ningún tipo, «buenista», situado en un contexto que no tiene nada que 121
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ver con el real. Mediante el narcotráfico, Marruecos debilita el carácter y la voluntad, especialmente de la juventud española. – Cuando Marruecos atenta contra la seguridad ciudadana, permitiendo sin prácticamente hacer absolutamente nada, que miles de inmigrantes propios y procedentes del África Subsahariana, crucen diariamente el Estrecho en un fenómeno de colonización de carácter masivo sin precedentes en la historia. Está claro que estos contingentes crean el campo de cultivo para futura reivindicaciones y para la internacionalización del problema de Canarias, por ejemplo. Los atentados del 11-M y las estadísticas sobre la delincuencia practica por súbditos marroquíes en España son elocuentes: tras ganar la batalla contra la delincuencia española, las fuerzas de seguridad del Estado están perdiendo la batalla contra la delincuencia venida de fuera de España y en gran medida llegada a través de Marruecos. El silencio previo a los atentados del 11-M de los servicios marroquíes sobre la militancia fundamentalista de los que luego resultaron detenidos e inculpados es elocuentes, como es elocuente el que el día 13-M, funcionarios marroquíes entregaran documentación sobre la presunta militancia integrista de esos mismos sujetos… documentación que habían ocultado anteriormente a su detención. Esto sin mencionar el hecho de que desde el 11-M se vive una situación de «efecto oleada» en el tránsito de inmigrantes ilegales por el Estrecho, efecto que el ministro Caldera intenta minimizar a fin de hacer que el país acepte su proyecto de regularización masiva. Hay que recordar que en zonas como Ceuta y Melilla, la población de origen marroquí ya es mayoritaria. 122
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– Cuando Marruecos atenta contra la integridad nacional, manteniendo sus reivindicaciones sobre el Gran Marruecos, cuando en las mezquitas moderadas, el mapa de expansión del islam abarca hasta el antiguo reino de Granada y en las mezquitas wahabitas llega hasta los Pirineos, cuando periódicamente mantiene abierta la cuestión de Ceuta y Melilla y las Islas Adyacentes y, sobre todo, cuando, inducido, seguramente por EEUU a fin de comprobar la unidad de respuesta de la OTAN y de la UE, asaltó Isla Perejil en el último acto de piratería que se tiene constancia en el Mediterráneo y cuando reivindica las aguas de Canarias donde Repsol obtuvo en 2001 permiso para realizar prospecciones. – Cuando Marruecos atenta contra la economía nacional, impidiendo a nuestros buques que faenen en sus aguas territoriales, unilateralmente ampliadas y que se niega pertinazmente a discutir, a cuando exporta masivamente productos agrarios a precios que hunden la agricultura española, o bien cuando sostiene la existencia del gaseoducto de Tarifa como chantaje para evitar represalias por exacciones cometidas en otros terrenos, o cuando las remesas de euros enviadas por los inmigrantes marroquíes en España suponen una fuga divisas, o bien cuando los sistemas españoles de educación, sanidad, protección social, se ven sobrecargados por el peso de los contingentes marroquíes en nuestro país. Y, por supuesto, junto a estas estrategias de guerra de baja cota, se unen los chantajes propios de una guerra convencional, como las compras masivas de armamento por parte de Marruecos, justificadas para hacer frente al FPolisario (que desde hace una década no realiza acciones armadas), en especial su programa de rearme naval que apunta directamente con123
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tra España (pues, no en vano, el FPolisario carece de marina y diversos acuerdos mutuos de cooperación magrebí aseguran, al menos sobre el papel, la amistad con los vecinos (Argelia y Mauritania). A esto hay que añadir una nueva situación internacional que todavía parece no ser captada por los responsables de la Defensa y que se basa fundamentalmente en el «decoupling» operado entre la Unión Europea y los EEUU. La intensidad que imprimió el presidente Aznar a la aproximación a su homólogo norteamericano George W. Bush, ignoraba el hecho esencial: que el «núcleo duro» de la UE se había distanciado por completo de la línea seguida por la administración americana tras la invasión de Afganistán. Es en ese momento, cuando desde Europa se comprueba que EEUU está dirigido por una banda de aventureros, en donde los intereses petroleros, los del complejo militar-industrial, los intereses de los fundamentalistas cristianos y de los neoconservadores que forman el núcleo duro de la administración Bush (y la dirigen sin ninguna duda y ningún escrúpulo. Véase nuestro trabajo «¿Quién está detrás de Bush?» en la Zona de Descargas), no coinciden en absoluto con los de Europa. Es más, son contrarios a los intereses de Europa. Además, la estabilización de la moneda única europea, ha sido un golpe para la hegemonía del dólar que, a partir de ahora, no es la única moneda internacional de intercambio. Para colmo, la catastrófica situación económica de los EEUU (deuda exterior de 600.000 millones de dólares, jamás conocida por país alguno, y la necesidad de hacer llegar cada día a través de las bolsas, 2000 millones de dólares para asegurar el consumo interior, unido a la pérdida de confianza en el dólar y en las empresas norteamericanas a partir de las quiebras del 2001-2) hace que, justamente en este momento, no estén en 124
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condiciones de permitir la «disidencia europea». Este análisis, finalmente, nos lleva a definir a EEUU, no como enemigo desde el punto de la defensa nacional, pero sí como «elemento de inestabilidad internacional». Algo que no puede ser eludido a partir de ahora por los estrategas de la Defensa.
EL TERRORISMO INTERNACIONAL COMO FACTOR DE DESESTABILIZACION Pero a este elemento hay que añadir otro más y último: el terrorismo internacional. Para cualquier analista, está claro que no hay nada claro sobre quien mueve los hilos del terrorismo internacional, ni se sabe exactamente lo qué es, ni a qué intereses responde, ni siquiera si se trata de algún tipo de operación cuyas raíces van mucho más allá de lo que se ve en la superficie (como seguramente así es). Pero, a fin de cuentas, el hecho último es que existe un terrorismo internacional que, no es, desde luego, un factor de desestabilización internacional (el factor de desestabilización, insistimos son los EEUU que utilizar en terrorismo islamista como «casus belli» para justificar sus aventuras exteriores), pero sí un elemento que puede cristalizar en perturbaciones locales de gravedad como los sucesos del 11M. Lo más probable es que este terrorismo sea, en buena medida, producto del «efecto contagio», generado por islamistas independientes, sin capacidad de organización, ni de análisis político, que hayan decidido –por odio y resentimiento hacia Europa y a causa de la brecha cultural, social y antropológica existente entre la sociedad europea y la islamista- lanzarse a destruir allí donde puedan: en España, en Francia, en Holanda, etc, tal como se ha visto en los últimos meses. 125
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Existe la sospecha de que no es solo el odio y el resentimiento quienes figuran como motor último de la acción de estos grupos, sino sus aspiraciones a «reconquistar» España, para ellos Al-Andalus, tierra del islam que fue «usurpada por cruzados e infieles»… Habitualmente, los proyectos terroristas se asientan sobre locuras colectivas como esta. Pero no hay que olvidar que una encuesta publicada a principios de 2004, establecía que el 50% de la población marroquí veía con buenos ojos la acción de Bin Laden y, una encuesta anterior, explicaba que el 60% de los marroquíes están dispuestos a abandonar su país… en dirección, preferentemente a España, y en cuanto a franja de edad, el 80% de ellos, eran menores de 30 años, es decir, jóvenes. Gracias a las antenas parabólicas los jóvenes marroquíes conocen lo que creen que es la sociedad española: playas en las que las mujeres van en top-less (cuando sus mujeres lucen velor y chilabas hasta los pies), gente de origen islámico como Zidane convertidos en multimillonarios, y una sociedad a la que consideran débil e incapaz de defenderse (a ello le inducen también, algunos de sus amigos y familiares que en Marruecos sufrirían amplias penas de prisión sin juicio y palizas solo por robar unas naranjas en el mercado, mientras que en España, detenidos una y otra vez por pequeños hurtos, jamás entran en prisión, ni pasan más de 24 horas en comisería…). Además, España, en su óptica, da con solo pedir: da enseñanza islámica en las escuelas, da becas de alimentación y libros gratuitos a los niños, da asistencia médica a todos los residentes, subvenciones, alimentos gratuitos a través de Caritas, Cruz Roja, ONGs, etc, etc, etc. No es raro que en Marruecos exista una voluntad migratoria como nunca antes, especialmente por que en el país, no existe ningún tipo de posibilidades de despegue económico para los jóvenes, gracias al sistema feudal y particularmente odioso de acumulación de ca126
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pital en las clases favorecidas y de empobrecimiento absoluto y laminación de las franjas intermedias de la sociedad que convergen con las clases más necesitadas. Un sistema «a la europea» es solo viable cuando existe una clase media amplia y extendida y que percibe posibilidades de mejorar su posición. En Marruecos no existe nada de este estilo. No es raro que Marruecos no haga nada para impedir la oleada migratoria. Gracias a ella se libera de una presión demográfica… pero también y sobre todo, política. Los más pobres, son precisamente quienes se van, es decir, los que no deben nada a la Casa Real, ni oran por la salud del «príncipe de los creyentes» en la red de mezquitas oficiales, sino que manifiestan su fe islámica en las mezquitas wahabbitas que han proliferado por todo Marruecos. Solamente en el Valle del Rif, la zona más pobre de Marruecos hasta hace poco, el cultivo de hachís, la ha convertido en zona de recepción de inmigración interior… Está claro que en estos momentos existen entre 600 y 700.000 marroquíes en España. Esto es, según las estadísticas, 300 ó 350.000 de ellos –como mínimo- serían simpatizantes de Bin Laden y, por tanto, estarían en disposición de apoyar iniciativas terroristas. Sobre esta base social, puede arraigar un movimiento terrorista organizado del que las células desarticuladas desde el 11-M son solamente las primeras avanzadillas. Ahora bien, esta amenaza terrorista existe… pero no con la gravedad ni con la repercusión internacional que le atribuyen los EEUU y en su momento, José María Aznar. En absoluto. Es absolutamente falsa la distinción entre «Estados Canallas» (aquellos Estados cuya clase dirigente alimenta núcleos terroristas e intenciones agresivas: dentro de la mitología ame127
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ricana, Saddam Hussein y sus cacareadas «armas de destrucción masiva» jamás vistas) y «Estados Fallidos» (aquellos cuya debilidad y fracaso a la hora de cristalizar han favorecido el que cayeran en manos del terrorismo internacional: el Afganistán talibán… colocado ahí por los propios americanos en 1995). Y es todavía más falsa la existencia de un «eje del mal» que, en la práctica estaría solo formado por micropotencias de cuarto o quinto orden, ninguna de las cuales, por los demás, manifiesta en estos momentos, intenciones agresivas ni contra EEUU, ni contra la UE. La amenaza terrorista existe, pero puede ser controlada a través de tres vías: – Un reforzamiento de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a partir del reconocimiento del hecho real – aunque políticamente incorrecto- de que en estos momentos el 80% de la delincuencia (y especialmente los episodios más graves) están protagonizados por súbditos de países extranjeros. – Un reforzamiento del arsenal legislativo y un endurecimiento de la ley de extranjería así como un endurecimiento y fluidez del procedimiento de repatriación y expulsión, así como cualquier otra medida orientada a contener el «efecto llamada». – Una selección del tipo de inmigración que conviene a la sociedad y a la economía nacional: en tanto que «enemigo del Sur», se trata de cerrar el paso a toda inmigración procedente de Marruecos, y evitar, así mismo, el aumento de los contingentes islamistas en el territorio nacional. Pues bien, mientras persista la actual situación política, con un presidente de gobierno que en su ingenuidad criminal e ignaro en conocimientos políticos, geopolíticos, antropológicos y 128
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antiterroristas hasta el punto de afirmar, ante el cuadro que hemos descrito (y cuya realidad objetiva parece difícilmente cuestionable), que el terrorismo se combate con el «diálogo de civilizaciones», mientras persista esta situación, decimos, ninguno de los tres puntos va a mejorar, sino que, previsiblemente, todos ellos van a sufrir situación de crisis: la delincuencia y la degradación social y ciudadana llegarán a extremos como en Francia en donde existen 1200 zonas de «non droit» controladas por bandas de energúmenes de origen magrebí y donde en algunas prisiones el 82% proceden del Magreb, particularmente de Argelia, el gobierno lejos de reconocer el hecho, intentará reforzar las garantías de los inmigrantes para detener y neutralizar las medidas de expulsión, la reforma de la ley de extranjería, redoblará el «efecto llamada» a lo largo del 2005, y, para colmo, seguirán aumentando los contingentes procedentes de las zonas musulmanas de la antigua Yugoslavia (especialmente de Kosovo, protagonistas de buena parte de los más sonados episodios de delincuencia), del Magreb y Pakistán, zonas en donde el integrismo islámico se difunde con mayor velocidad… Es absurdo ignorar que todos estos elementos van a plantear problemas muy serios, incluido el recrudecimiento del terrorismo, justo en los momentos en los que ETA es un despojo y la delincuencia podría estar reducida a la mínima expresión aceptable en una sociedad civilizada.
ALGUNAS CONCLUSIONES PROVISIONALES El enemigo está en el Sur si bien una quinta columna está llegando a nuestro país y colonizando, particularmente, aquellas zonas que Marruecos reivindica: Canarias, Ceuta y Melilla. Es decir, también hay un enemigo interior que, progresivamente, va tomando cuerpo y que podría llegar a protagonizar, en el 129
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límite de secuencias terroristas, intentos insurreccionales en zonas en las que son mayoría. Todo ello en un contexto internacional en el que los EEUU se han convertido en el principal factor de inestabilidad y en el que Eurasia (del que España es su prolongación extraña y su límite occidental) va a ver el ascenso de tres actores geopolíticos: la Unión Europea, la Rusia reconstituida y la China en proceso de ascenso. La estabilidad y la seguridad mundial dependen del multilateralismo y del entendimiento entre estos tres actores eurasiáticos. De esta valoración –insistimos, una valoración difícilmente refutable- deben partir las coordenadas para una revisión del concepto y de las líneas estratégicas de la Defensa Nacional. Y en este sentido creemos que hay que ser audaces y realistas. Realismo implica reconocer: – Que la apresurada transformación de las FFAA de reemplazo por las profesionales se ha saldado con un clamoroso fracaso. – Que no existe dotación presupuestaria para una defensa nacional de envergadura y que no hay voluntad política de asumirla. – Que la sociedad española no ha valorado suficientemente el nivel de riesgos que va a afrontar en el futuro – Que los conceptos clásicos no responden a las necesidades impuestas por la realidad de los hechos y que las amenazas de siempre procedentes del sur han adquirido hoy una nueva dimensión. – Que los despliegues actuales de las FFAA, especialmente del Ejército de Tierra no responden a las necesidades nuevas. Y todo lo dicho hasta ahora debe concretarse en unas líneas maestras a definir por los estrategas de la Defensa, pero en las 130
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que, sin duda, deberán estar presentes los siguientes elementos: – Si resulta difícil volver al ejército de reemplazo y no hay presupuesto suficiente para ampliar el ejército profesional, habrá que tender hacia nuevos modelos de reclutamiento y defensa. En nuestra opinión, existen salidas para esta situación: – Tender hacia un ejército con rasgos similares en su entrenamiento al suizo basado en entrenamientos cortos pero intensos y continuados. – Tender a la dispersión de unidades y a la formación de «núcleos de defensa territorial» al modo del ejército yugoslavo durante el período titoista. – Tender solamente a la formación de unidades de despliegue e intervención rápida y a la creación inmediata de unidades formadas por reservistas en cuanto surgieran los primeros síntomas de crisis. – Tender en el Ejército de Tierra a centrar el entrenamiento y los planes estratégicos en el desarrollo de la forma tradicional de combate que se ha dado en nuestro territorio: la guerra de guerrillas contra el enemigo interior (aquel que ya se encuentra en nuestro controlando porciones de nuestro suelo) y que apareció contra Roma, contra la primera invasión islámica y contra la invasión napoleónica, especialmente, pero que también se manifestó en las guerras carlistas del siglo XIX. – Tender en el Ejército del Aire a priorizar tres ejes: los cazabombarderos tácticos especializados en el ataque a objetivos en tierra, VTOL (de despegue y aterrizaje vertical), los cazas de altura especializados en la defensa contra ataques aéreos y la aviación de transporte STOL (despegue y aterrizaje cortos), de 131
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aterrizaje y despegue en espacios reducidos y no habilitados como campos de aviación. – Tender a una Marina cuyo eje táctico sean pequeñas unidades de combate, extremadamente móviles y con alta potencia de fuego, acumulables en zonas de conflicto, de construcción barata, poca tripulación y dotadas de sistemas tecnológicos de vanguardia y cuyo eje estratégico lo constituya una ampliación de la flotilla de fragatas y un segundo portaeronaves, cada uno de los cuales se desplegara en ambas alas del «eje estratégico». – Tender a la formación de un cuerpo de oficiales en los que se priorice la capacidad de mando, el liderazgo sobre la tropa, la capacidad de organización y de respuesta autóma ante situaciones excepcionales, antes que la obediencia mecánica a la cadena de mando, la burocratización o la sedentarización, con unos salarios equiparables a cargos de responsabilidad equivalentes en la vida civil.. – Tender a una proyección de los valores de las FFAA sobre la sociedad (espíritu de sacrificio y de entrega, patriotismo, disciplina, lealtad, fidelidad a la palabra dada, espíritu de iniciativa, voluntarismo en defensa de la comunidad, sentimiento de honor, formación del carácter, austeridad, dureza, espíritu de aventura, visión estratégica y capacidad de reacción táctica, etc) salvando la brecha que se ha abierto entre estos conceptos y una sociedad permisiva, egoísta y desmovilizada en cualquier otro plano que no sea en el del propio beneficio. - Desplazar buena parte del esfuerzo de las FFAA hacia la sociedad. En este sentido parece lógico que determinadas profesiones (funcionarios de los cuer132
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pos de seguridad del Estado, vigilantes y guardias jurados, bomberos, etc.) deban estar solamente abiertas a aquellos ciudadanos españoles que han servido en las FFAA. O de lo contrario el límite de 12 años para los «soldados profesionales», supone un handicap que siembra dudas respecto a su futuro en la vida civil. De otra parte, es preciso que en estos momentos en los que se viven momentos de interés por los deportes de aventura, los tres ejércitos deberían de promover la creación de «clubs» y «asociaciones» en los que se impartieran cursos de supervivencia, escalada, paracaidismo, vuelo deportivo, submarinismo, navegación, artes marciales, sociedades de tiro deportivo, etc, en donde jóvenes civiles con espíritu aventurero y deseoso de vivir experiencias y situaciones de riesgo y tensión, pudieran ser formados por especialistas de las FFAA y constituir, en la práctica, círculos ligados al concepto de defensa territorial a la yugoslava que hemos propuesto anteriormente. Se trata de aprovechar los caracteres más activos y dinámicos para la defensa nacional, indirectamente, aun cuando por motivos personales no se sientan inclinados a integrarse en el «ejército profesional», pero puedan recibir una formación del carácter y una preparación técnica que haga de ellos, elementos activos en caso de emergencia del «peligro interior». En este mismo sentido, nos parece fundamental que los medios de comunicación del Estado, en especial la TV, dediquen espacios y series dedicados a las FFAA y de la misma forma que en la actualidad hay series que dramatizan la vida en hospitales o comisarías de policía, también deberían de existir series que mostraran los aspectos de la vida militar, en especial, la tarea 133
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humanitaria de despliegue en zonas de conflictos que nuestras FFAA han realizado en los últimos años. En general, todo este tipo de iniciativas debería ser considerado como un aspecto de las «operaciones psicológicas». – Dentro de esta perspectiva es preciso también estimular la vinculación entre la Universidad y las FFAA a través de programas de cooperación e investigación. Un ejército del futuro será un ejército tecnificado y, aun cuando el valor, la disciplina, la audacia y el sentido táctico, seguirán siendo esenciales en el desarrollo de los combates, cada soldado deberá disponer de una formación completa en el manejo de distintos recursos tecnológicos. Existen armamentos cuyo desarrollo no es posible sin la cooperación intereuropeo, pero también existen sectores de la defensa cuyas necesidades pueden ser cubiertos por la industria local y que pueden beneficiarse de programas de investigación desarrollados de común acuerdo con las Universidades. Es preciso recordar que las necesidades de las FFAA siempre han supuesto un estímulo para la industria nacional y que, incluso durante el período franquista en donde hasta última hora existió siempre un cierto aislamiento internacional, España logró vender aviones, armamento ligero y equipamientos en muchos países. Así mismo, hay que recordar que las necesidades de la defensa naval deberían ser satisfechas por los propios astilleros españoles que figuran entre los mejores del mundo. – Por supuesto, la línea de incorporar masivamente extranjeros a la búsqueda de regularización, más allá de las unidades tradicional como la Legión, debe ser abando134
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nado y considerada como una aventura insustancial, humillante y que deja el 7% de la defensa nacional en manos de soldados de fidelidad a la bandera, como mínimo, dudosa. – En el territorio peninsular el enemigo a abatir va a ser interior y los planes deberían trazarse en función de los riesgos de insurrección que pudieran aparecer entre comunidades alógenas espoleadas por odio y resentimiento o bien por agentes exteriores: para eso es preciso una reorganización territorial del Ejército de Tierra allí en donde este riesgo va a estar más presente. Y para ello habrá que realizar un seguimiento constante de la evolución de los acontecimientos, sin establecer patrones estáticos de dispersión de unidades, sino al paso con la evolución de los acontecimientos. – La posibilidad de que existan procesos secesionistas en algunas comunidades debería ser completamente desechado en el marco de la Unión Europea. La complejidad de las sociedades modernas, especialmente en Europa, y la misma dinámica y necesidades de gestionar un espacio geopolítico tan amplio como la UE, restan cualquier credibilidad y valor a futuros procesos secesionistas que no tendrían eco ni lugar en el marco de la UE. – La eje estratégico Canarias – Gibraltar – Baleares debe ser mantenido, reformulado y consolidado como exigencia estratégica. Pero es preciso varias su orientación sensiblemente. Hoy, la función de ese eje, ya no es velar por la integridad de la ruta del petróleo, o simplemente controlar los accesos oriental y occidental al Estrecho, sino: – Cortar la oleada inmigratoria procedente del sur, para lo que hay que potenciar inevitablemente los cuatro sistemas que la Defensa Nacional tiene establecidos en la zona: el Sistema Integral de Vigilancia Electróni135
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ca (gestionado por la Guardia Civil contra los tránsitos clandestinos en el Estrecho), el Sistema Santiago de Captación de Señales Electromagnéticas del Estado Mayor de la Defensa que aporta información estratégica, el Centro Zonal de Coordinación y Salvamento de Tarifa, que identifica a los buques que atraviesan el Estrecho y, finalmente, el Centro de Operaciones del Mando de Artillería de Costa del Ejército de Tierra que realiza el control militar de superficie y, por tanto, que contribuye al aumento de la vigilancia en la zona. De lo que se trata, precisamente, es de ampliar estos sistemas a las zonas de Canarias y Baleares de tal forma que el eje estratégico sea, finalmente, una línea defensiva contra penetraciones de baja cota. – Prever un eventual recrudecimiento de las reivindicaciones de Marruecos sobre Ceuta, Melilla y las Islas Adyacentes, con la posibilidad de establecer un corredor aeronaval que asegure el refuerzo inmediato y el despliegue de unidades de élite que refuercen instantáneamente la integridad territorial y defensa de Ceuta, Melilla y las Islas Adyacentes. – Vincular la defensa nacional a la defensa de la Unión Europea y, al mismo tiempo, tender a una desvinculación de la OTAN. De hecho, en la actualidad, tras los sucesos del 11-S, es bueno que los estrategas de la Defensa atribuyan a la OTAN la catalogación de «organismo muerto» o, como máximo, «agonizante». Contrariamente a lo que creían los EEUU, principales valedores de la incorporación de los países del Este a la Alianza, lejos de contribuir al refuerzo de la misma, lo que han acelerado es su integración en la UE y, con ellos, su alejamiento progresivo de la esfera de influencia de los EEUU. Cada 136
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vez más voces se alzan para reclamar la reactualización de la Comunidad Europea de Defensa, corregida y amplia, o bien de la constitución de un organismo europeo de Defensa a partir de la desvinculación del mando americano y del europeo. No hay que perder de vista que, económicamente, Europa y EEUU son hoy rivales económicos, quien dice rivalidad hoy, dice enemistad mañana, esto en el peor de los casos; en el mejor, la reorientación de la política norteamericana –eje central del Plan Rumsfeld- hacia el Pacífico y la envergadura creciente de la UE, va a hacer que sucesivas administraciones norteamericanas pierdan todo interés en participar en la defensa y seguridad de Europa (por lo demás ¿ante quién y contra qué?), esto va a generar, automáticamente, el que Europa deba estar en condiciones de asegurar su propia defensa y esto solo puede hacerse, en este momento, a partir del «núcleo duro» de la Unión, Francia y Alemania y es, en función de estos países, que habrá que tejer los vínculos de cooperación. – Queda el contencioso de Gibraltar. Y queda por realizar la valoración de Inglaterra dentro de la actual distribución de papeles en la escena internacional. Inglaterra se debate en estos momentos entre la fidelidad a su tradición atlántica y al eje anglosajón y su situación de nación europea, miembro de la UE. Dentro de la UE, es, indudablemente, uno de los tres motores que aportan más fondos para la construcción europea, sin embargo, la fidelidad histórica respecto a EEUU, hace que tenga un pie en cada lado del Atlántico. Eso no era un problema mientras Europa fue solo un «mercado común». A partir de Maastrich cuando se decide avanzar en la construcción política de Europa, Inglaterra empieza a estar rota entre dos fidelidades y ostenta una situación única en el 137
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continente. En el momento de escribir estas líneas resulta difícil prever cuál va a ser la orientación política inglesa en los próximos años y el coste que va a pagar Blair por su alineación con EEUU en la cuestión iraquí. Pero, todo induce a pensar, que éste país no podrá mantener por mucho tiempo su ambigüedad y que, antes o después, deberá decantarse por el dólar o por el euro, antes o después deberá reconocer que en cincuenta años su imperio ha quedado desmigajado y que la retirada de tropas situadas más allá del Este de Suez (1969) o el alquiler de bases militares a EEUU (Diego García en el Indico), o el mantenimiento de la colonia de Gibraltar, no van a hacer que vuelvan pasadas glorias a la corona. Y en este sentido, debe quedar clara la voluntad de cualquier gobierno digno de llamarse español, de reivindicar con la mayor energía posible, la retrocesión de la colonia, aun respetando un fuero particular para los «llanitos». Pero está claro que España no puede renunciar al control sobre la plaza de Gibraltar, ni a perpetuar una situación de colonialismo dentro de la Unión Europea. La cuestión se complica extraordinariamente si nos atenemos a lo dicho sobre el hecho estratégico más importante en los últimos años, el cambio progresivo de status de EEUU en relación a Europa, que ha pasado de «país amigo», a «país competidor» y de factor de estabilidad dentro de un mundo bipolar a principal factor de desestabilización mundial. Inglaterra se encuentra en una posición demasiado ambigua como para no favorecer la posición de la administración norteamericana y, por tanto, es urgente la recuperación de Gibraltar en la perspectiva futura de declarar el Mar Mediterráneo como un «mare clausum» cerrado a la navegación de marinas potencialmente hostiles y desestabilizadoras. 138
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Sumario Introducción ............................................................................. 5 I PARTE ¿Poder terrestre o poder marítimo?...................................... 16 II PARTE Geopolítica de lo centrífugo .................................................. 44 Anexos ANEXO I América se escribe con «Ñ» ................................................. 74 ANEXO II La política exterior española: de Franco a ZP ...................................................................... 85 Anexo III El eje de la Defensa Nacional y sus exigencias en el siglo XXI ........................................................................................ 101
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