El Chocó en el siglo xix: encrucijada histórica, social, territorial y conceptual Hacia un nuevo siglo xix del noroccidente colombiano. Balance bibliográfico de Antioquia, Caldas y Chocó
Óscar Almario García Luis Javier Ortiz Mesa Lina Marcela González Gómez
986.151 A55 Almario García, Óscar El Chocó en el Siglo XIX : encrucijada histórica, social, territorial y conceptual : hacia un Nuevo Siglo XIX del noroccidente colombiano. Balance bibliográfico de Antioquia, Caldas y Chocó. Tomo 3 / Óscar Almario García, Luis Javier Ortiz Mesa, Lina Marcela González Gómez. -- Medellín : Universidad Nacional de Colombia, 2015. 337 páginas (Colección Bicentenario de Antioquia) ISBN : 978-958-775-478-0 ISBN : 978-958-775-481-0 1. CHOCÓ - HISTORIA. 2. CHOCÓ - HISTORIOGRAFÍA. 3. HISTORIA INVESTIGACIONES. I. Ortiz Mesa, Luis Javier. II. González Gómez, Lina Marcela. III. Título. Serie Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia
El Chocó en el siglo xix: encrucijada histórica, social, territorial y conceptual Hacia un nuevo siglo xix del noroccidente colombiano. Balance bibliográfico de Antioquia, Caldas y Chocó © © © ©
Óscar Almario García Luis Javier Ortiz Mesa Lina Marcela González Gómez Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín
ISBN Obra completa: 978-958-775-478-0 ISBN Tomo 3: 978-958-775-481-0 Primera edición: agosto de 2015 Diseño de carátula: Miguel Suárez Impresión: Centro de Publicaciones, Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín
Tabla de contenido
Introducción general ........................................................................... 11
Tomo 1 Antioquia: territorio y sociedad en la configuración de una región histórica Presentación..................................................................................... 23 Primer capítulo De las sociedades prehispánicas a la sociedad decimonónica. Imágenes y construcciones sobre la región........................................ 31
Las postrimerías del período colonial.............................................. 36
La transición de la vida colonial a la republicana............................ 41
Relatos del siglo xix......................................................................... 47
Segundo capítulo Enfoques de historiografía regional sobre la Antioquia del siglo xix: un acuerdo, muchos debates............................................... 65
La historia de Antioquia, una apología. 1900-1950........................ 66
Economía y colonización como ejes explicativos. 1950-1979......... 71
Un nuevo campo de preguntas, sujetos y fuentes. 1979-2002......... 84
Estudios sobre la economía regional........................................... 94
Estudios sobre la sociedad regional............................................. 98
Estudios sobre la configuración del espacio regional................... 125
Estudios sobre política y relaciones de poder.............................. 115 Consorcio de Estudios Regionales, 2002: un nuevo debate......... 127
Los aportes recientes. 2001-2011..................................................... 133
Estudios sobre la economía regional........................................... 135
Estudios sobre la sociedad regional............................................. 138
Estudios sobre la configuración del espacio regional................... 165
Estudios sobre política y relaciones de poder.............................. 147
Tercer capítulo
La configuración histórica de una región.......................................... 169
Un resumen necesario....................................................................... 171
La apertura de la frontera y la configuración subregional en la historia de Antioquia........................................................................ 181
Primer movimiento. De tierras bajas, medias y altas.
Actividades mineras, agropecuarias y comerciales....................... 183
Tercer movimiento. La ocupación de espacios residuales con continuidad de la marginación.............................................. 220
Segundo movimiento. La incorporación de espacios nuevos y la transformación de la frontera................................................ 210
Cuarto capítulo
Síntesis y perspectivas........................................................................... 249
Bibliografía............................................................................................. 263
Tomo 2 Caldas, una región antigua y nueva, tradicional y moderna, local y nacional Presentación...................................................................................... 23 Primer capítulo
Imágenes y construcciones sobre la región en el siglo xx........ 27
El segundo período......................................................................... 45
El primer período............................................................................ 28 El tercer período.............................................................................. 62 El cuarto período............................................................................. 107
Segundo capítulo
Caldas: una rápida construcción regional en el siglo xix......... 221 Una región antioqueña, caucana y tolimense: territorios, poblamientos y conflictos........................................... 221
Los países.................................................................................... 244 El norte caldense o el sur de Antioquia: colonizaciones, poblados, orden y conflictos.................................................... 244 El país del centro: Antioquia versus Cauca, colonizaciones blancas, mestizas y negras....................................................... 264 El país del oriente: un encuentro conservador entre Antioquia y Tolima con matices liberales en zonas cálidas........................ 285 El país del occidente: heterogeneidad cultural, sociedades indígenas y negras y conflictos por tierras: de Anserma por Quinchía hasta Marmato, Supía y Riosucio............................. 295
El país del Quindío: poblamientos, luchas, leyes y café............. 335
Bibliografía............................................................................................. 357
Tomo 3 El Chocó en el siglo xix: encrucijada histórica, social, territorial y conceptual
Presentación..................................................................................... 23
Primer capítulo
La construcción imaginaria de la región chocoana: del nacionalismo decimonónico a la academia moderna y contemporánea............... 35
La historia y la geografía nacionalistas del siglo xix....................... 37
El Chocó según la geografía nacionalista del siglo xix: la sorprendente aunque finalmente incomprendida “adaptación” de la gente negra a la selva húmeda tropical del Pacífico................ 45
La Comisión Corográfica en el Chocó y Panamá........................... 54
Los geógrafos de la transición del siglo xix al xx........................... 74
El “primer” Codazzi y el Chocó.................................................. 45
Los herederos de la Comisión Corográfica..................................... 62
Los primeros estudios contemporáneos sobre el Pacífico colombiano: de la marginalidad histórica y social a la inclusión política del Chocó con la creación de la Intendencia y el Departamento............................................................................. 78
La importancia de la década del cincuenta: el geógrafo cultural Robert C. West................................................................................. 100
Los estudios sobre el Chocó entre las décadas de 1920 y 1960: en la senda de las disciplinas académicas......................................... 89
Las condiciones académicas para los estudios sobre el Chocó entre 1960 y 1990.............................................................................. 104
Segundo capítulo
Los antecedentes prehispánicos y coloniales y el siglo xix en el Chocó....................................................................................... 121
El Chocó prehispánico..................................................................... 122
La conquista/colonización del Chocó.............................................. 126
Resistencia indígena, misiones y fronteras mineras: tres gobernaciones tras el territorio Chocó...................................... 133 La transición del siglo xvii al xviii, entre la libertad y la esclavitud: dominio payanés en el corazón minero colonial y resistencias étnicas............................................................ 147
Tercer capítulo
El siglo xix chocoano según sus investigadores contemporáneos................................................................................ 167
Los estudios realizados entre las décadas 1960 y 1990: el Chocó, entre las autonomías étnicas y los proyectos modernizadores de la República.................................................................................. 168
Rogerio Velásquez o el descubrimiento etnográfico e histórico del Chocó.......................................................................................... 172
Demografía histórica y vida social.................................................... 182
Configuración territorial................................................................... 185
El Chocó disputado.......................................................................... 192
Los estudios desde la década de 1990 hasta la actualidad: hacia un relato histórico inclusivo, el reconocimiento de la región biodiversa y la emergencia del sujeto étnico afrocolombiano............ 211
Cuarto capítulo
Conclusiones y perspectivas de investigación.................................. 273
Bibliografía............................................................................................. 287
Introducción general El presente estudio, titulado Hacia un nuevo siglo xix del noroccidente colombiano: Balance bibliográfico de Antioquia, Caldas y Chocó, tiene como cualquier otra empresa académica su propia historia. Lo particular de ésta consiste en que sus resultados provienen de dos momentos distintos en la investigación, pe ro conseguidos por los mismos investigadores. En efecto, este estudio es producto de un esfuerzo iniciado por los autores hace dos décadas y retomado por distintas razones hace tres años. No obstante lo diferentes que han sido esos momentos en la investigación, en ambos casos partimos de unos criterios básicos orientadores: el interés por la trascendencia del siglo xix en la historia de Colombia, la metodología de la revisión bibliográfica amplia y el objetivo de contribuir a promover nuevas investigaciones. El primer momento de este trabajo colectivo condujo a un informe de investigación reportado a Colciencias y a la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, en 1998, pero que por distintos motivos que no son del caso permaneció inédito.1 Los resultados
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Óscar Almario García, (investigador), Luis Javier Ortiz Mesa (coinvestigador), Lina Marcela González Gómez y José Alfonso Cano Velásquez (asistentes de investigación), Poder y cultura en el Occidente colombiano en el siglo xix: Patrones de poblamiento, conflictos sociales y relaciones de poder [proyecto (código 1118-10-023-91)], Medellín, Colciencias, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 1998. En este proyecto la historiadora Lina Marcela González Gómez actuó como coinvestigadora y coautora. Del tomo 2, correspondiente a Antioquia, se publicó la parte de Caldas, ver Luis Javier Ortiz Mesa y Óscar Almario García, Caldas, una región nueva, moderna y nacional, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2007.
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del segundo momento se concretan en el estudio que ahora llega como libro a la comunidad académica y al lector interesado.2 Durante el desarrollo de la investigación realizada, en el primer momento señalado, el trabajo se concentró en la revisión bibliográfica producida sobre el occidente colombiano en el siglo xix entre las décadas de 1960 y 1990, aunque el rango mucho más amplio que le dimos a la misma se explica por que los imaginarios, representaciones, discursos y modelos sistemáticos de comprensión sobre sus dos regiones nucleares, Cauca y Antioquia, provienen de sus antecedentes coloniales, acompasaron el tortuoso período de construcción del Estado nacional independiente y se proyectan hasta la modernidad y con temporaneidad del país y sus regiones. Así mismo, dicho balance bibliográfico lo hicimos con atención a tres criterios centrales y orientadores, a saber: el planteado por el historiador mexicano Enrique Florescano, quien señala que en las interpretaciones sobre el pasado inciden factores como las instituciones académicas, las presiones de la realidad política y social y la influencia de la historiografía extranjera; el del geógrafo y epistemólogo catalán Horacio Capel, para quien la comprensión de toda construcción conceptual hecha desde las ciencias sociales debe tener en cuenta las condiciones sociales en que ésta se produjo y el estado de las comunidades académicas institucionalizadas, y el del historiador colombiano Germán Colmenares, quien plantea que la cientificidad de la historia como disciplina radica no en la sumatoria fragmentaria de aspectos de la realidad sino en la búsqueda de síntesis que abarquen la máxima realidad posible.3 Asumimos también, que un balance para estudiar el noroccidente colombiano en el siglo xix no podía reducirse a Antioquia sino que tenía que incluir la región del Viejo Caldas, una de cuyas porciones le perteneció a aquella, mientras la mayor parte de ella debió ser disputada con las regiones de Cauca y Tolima, revelando así sus singularidades; así como la región del Chocó, un territorio con el cual los antioqueños han mantenido unas relaciones
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Agradecemos a la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, su respaldo para incluir este estudio en la Colección Bicentenario de Antioquia. Enrique Florescano, El nuevo pasado mexicano, México, Editorial Cal y Arena, 1991; Horacio Capel, Filosofía y ciencia en la geografía contemporánea. Una introducción a la geografía, Barcelona, Editorial Barcanova, 1981 y Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia. Popayán: una sociedad esclavista. 1680-1800, Bogotá, La Carreta, t. 2, 1979.
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tensas a lo largo del tiempo, bien por las intenciones de incorporación y anexión del territorio chocoano o por ser objetivo para la expansión de sus proyectos de diverso tipo, pero en todo caso como lugar que simbólicamente representa unos sentidos de vida y valores muy distintos de lo antioqueño. Agradecemos a Colciencias y a la Universidad Nacional de Colombia por sus respectivas autorizaciones para utilizar los resultados de la investigación de 1998 y la parte de ella publicada en 2007, con miras a su revisión e integración en la nueva investigación y al texto correspondiente. El estudio que hoy entregamos a expertos y aficionados, realizado entre 2010 y 2014, reafirma la pertinencia de los criterios orientadores menciona dos, que se refieren a la espacialidad, la temporalidad y la metodología, pero reduce la escala de análisis del occidente colombiano (primer momento de la investigación, cuando ésta se proyectó hasta el Gran Cauca) al noroccidente, entendiendo por tal las regiones de Antioquia, Viejo Caldas y Chocó. Pero también es bueno decir que los hemos afinado y profundizado al hilo de la incorporación de la producción académica de las dos últimas décadas, con lo cual completamos un balance bibliográfico que considera más de cincuenta años de producción académica muy valiosa y variada. Debe aclararse, no obstante, que no aspirábamos a realizar una labor totalmente exhaustiva al respecto sino una que tuviera en cuenta lo más representativo de esa producción, aunque somos conscientes del inevitable riesgo de las omisiones u olvidos que se presentan en este tipo de estudios, por lo cual ofrecemos anticipadas disculpas a autores y lectores. La tarea y la responsabilidad de quienes hemos realizado este balance bibliográfico se concentra entonces en ordenar el material consultado de acuerdo con algunos criterios rectores, entre los que destacamos: los temas (principales campos de trabajo que han preocupado a los investigadores), los problemas (cuestiones especialmente notables en sus hallazgos, que en casos remiten a los sujetos históricos, en otros a las circunstancias, o a los procesos a los cuales dieron aliento y a la identificación de las alternativas que se adoptaron), los alcances y limitaciones de esas interpretaciones (en relación con las fuentes y la documentación utilizada, el tratamiento de las mismas, el estado del arte en ese campo específico y la perspectiva de análisis adoptada) y por último, las posibles proyecciones (cuestiones que esos estudios dejaron abiertas para ser desarrolladas en nuevas investigaciones).
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Los investigadores comprometidos con este trabajo adoptamos la siguiente división de tareas: Lina Marcela González Gómez se encargó de la investigación sobre Antioquia, para lo cual incorporó 454 registros bibliográficos; Luis Javier Ortiz Mesa abordó el Viejo Caldas, analizando 268 registros bibliográ ficos y Óscar Almario García se acercó al Chocó, con base en el estudio de 700 registros. Como puede verse, este balance ha incorporado una bibliografía compuesta por un total de 1.422 registros, lo que sugiere la dimensión de la tarea realizada. No obstante los parámetros compartidos, cada parte se desarrolla con relativa autonomía de acuerdo con el volumen y complejidad del material tratado, y los desafíos y soluciones que los investigadores fuimos encontrando. En términos generales, la revisión bibliográfica presenta un corte al año 2011, momento para el cual se tomó la decisión de suspender la revisión para iniciar el trabajo de ordenar y clasificar el material consultado, para después dar comienzo a la redacción de los primeros borradores. De todas formas, por las diferencias en la composición de los textos, se han podido incluir algunos registros hasta el año 2014, coincidiendo con la última revisión para fines editoriales. Los autores de este estudio nos sentimos en deuda con varias generaciones de estudiosos que nos han antecedido en la preocupación por esta amplia región, y con las generaciones más recientes cuyos valiosos aportes han ensanchado nuestra visión del siglo xix en el noroccidente colombiano. Esperamos con este estudio retribuir en parte sus aportes. *** Este estudio se compone de tres partes con sus correspondientes registros bi bliográficos: Antioquia, Caldas y Chocó, presentadas en tomos independientes. En el primer tomo, denominado Antioquia: territorio y sociedad en la con figuración de una región histórica, se presenta una revisión una revisión de la forma como se ha interpretado el proceso de la construcción histórica de Antioquia durante el siglo xix, para lo cual se utilizaron dos tipos de relatos distintos: de un lado, las imágenes y construcciones discursivas realizadas sobre la región durante los siglos xviii y xix, a partir de las cuales puede hacerse una lectura de las características y los problemas que la Antioquia republicana heredó del dominio colonial; de otro lado, la historiografía regional sobre el siglo xix en la cual se incluye la producción más representativa publicada entre 1900 y 2011, mostrando, tanto los escritos iniciales de un repensar de la historia
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antioqueña asociados en general a la recién fundada Academia de Historia, como la investigación proveniente de disciplinas institucionalizadas, tales como la historia, la sociología, la antropología, la economía y la geografía. Teniendo en consideración que Antioquia ocupa un lugar privilegiado en el contexto nacional, en términos de investigación regional, en este balance, cuya búsqueda inicial es bastante exhaustiva y permite identificar una bibliografía que excede las posibilidades de este texto, se definieron varios parámetros de inclusión de los estudios a incorporar en el balance, entre los que pueden destacarse el eje temático de la construcción de la región desde fines del siglo xviii y a lo largo del xix, y la definición y una coherente resolución de un problema inves tigativo, con uso de fuentes documentales adecuadas al mismo. Teniendo en cuenta estas consideraciones, se presenta un balance bibliográfico sobre la base de 454 registros, que incluyen libros, capítulos de libros, artículos de revista y trabajos de pregrado o posgrado de los programas de Ciencias Humanas y Sociales de las universidades regionales y algunas por fuera de Antioquia, selección en la que se omitieron publicaciones que presentan en forma repetitiva los resultados de investigación. De esta manera, este tomo, que se centra en mostrar cómo ha sido analizado el proceso de la configuración de Antioquia como una región histórica, se compone de tres capítulos, antecedidos por una presentación general y seguidos de un aparte de síntesis y perspectivas. En el primer capítulo se da cuenta de las imágenes y construcciones narrativas sobre la región, en un período largo que incluye una lectura desde las sociedades prehispánicas hasta la sociedad decimonónica; en el segundo, se presenta el balance historiográfico en sí mismo, mostrando los principales enfoques de la historiografía regional sobre la Antioquia del siglo xix en tres momentos claramente reconocibles: 1900-1950, período de la apología de la historia regional; 1950-1979, cuando los procesos económicos y la colonización de la frontera constituyeron los ejes explicativos de la interpretación de la historia regional; y 1979-2002, cuando evidentemente se abrió un nuevo campo de preguntas y se incorporaron nuevos sujetos y fuentes al análisis regional. Así mismo, se realiza una actua lización bibliográfica (2001-2011) con respecto a la investigación inicial que da origen a este trabajo y que ya se mencionó. El tercer capítulo muestra, con base en la bibliografía incluida en el balance, el proceso de configuración histórica de la región durante el siglo xix y los
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matices que dan cuenta de la formación de sus subregiones. En la parte final del texto se incluyen unas reflexiones en las que se sintetizan los principales hallazgos y vacíos encontrados en el balance bibliográfico y las perspectivas a las que consideramos debe apuntar la investigación sobre la región antioqueña, lo mismo que la bibliografía completa de las obras consultadas. El segundo tomo de este estudio titulado Caldas, una región antigua y nueva, tradicional y moderna, local y nacional, consta de dos capítulos. El primero está dedicado al tema de las imágenes y construcciones históricas elaboradas sobre esta región del siglo xix a partir de los estudios producidos, sobre todo, en el siglo xx, y de las perspectivas investigativas que ofrece el balance bibliográfico realizado; él se estructura sobre la base de la definición de cuatro períodos que presentan rasgos historiográficos similares. El primero comprende los años que van de 1905 a 1935, cuya característica predominante se fundamenta en “la epopeya colonizadora” que crea riqueza y desarrollo económico, y conjuga dos rasgos clave, “una sociedad de campesinos robustos y trabajadores” y, otra, de “élites blancas y pensantes”, ambas descen dientes de “prosapias españolas católicas” en nada asociadas a los mundos indígenas y negros; con ello, se crea la imagen de una sociedad equilibrada, de “raza blanca”, dirigida por unas élites aristocráticas que la gobiernan adecua damente y la orientan con sus proyectos económicos, su orden político, sus expansivas sociabilidades y sus formaciones culturales. El segundo período parte de 1936 y se extiende hasta finales de la década de 1960, nutriéndose de las versiones construidas por Otto Morales Benítez acerca de la colonización como movimiento popular y fruto del “pueblo”, del comunitarismo, del coope rativismo y del sentido clásico de la “comunidad igualitaria” que valora todo ese mundo campesino, tradicional, mestizo, opuesto al latifundismo colonial, a los dudosos valores de la gran hacienda y de la sociedad fundadora blanca. Esta versión de la historia regional también se asocia, en parte, al estudio pionero de James Parsons acerca de una sociedad predominantemente democrática e igualitaria de pequeños y medianos propietarios construida en el proceso de colonización del occidente colombiano. El tercer período abordado en el primer capítulo se refiere a las cons trucciones e imágenes regionales surgidas entre 1970 y 1996, un período para el cual es notoria una muy buena producción bibliográfica, desde las nuevas perspectivas de la historia económica y social, que rompió el modo de explicar
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los procesos de colonización propio de las versiones anteriores e impuso una mirada acerca de la conflictividad de la misma, la diversidad de formaciones en los poblamientos, el carácter desigual de las intervenciones del Estado, las concesiones, las élites y los colonos corrientes; producción asociada a la ins titucionalización de la disciplina histórica y la presencia de autores nacionales y extranjeros con formación profesional. El cuarto período se extiende entre 1997 y 2011, un intervalo durante el cual se mantienen, aunque en menor grado, las líneas preponderantes del período anterior relativas a la historia económica, social y política, aunque siguen presentes las historias académicas y de orden local, de calidad desigual. Sin embargo, surgen con fuerza tres nuevos campos de estudio, relacionados con: 1) El papel de las guerras civiles en la región; 2) Las historias de localidades y ciudades vistas desde los procesos de ocupación, poblamiento y construc ción del territorio y, 3) Las diversas configuraciones de la sociedad caldense a partir de los fenómenos de etnicidad, “raza”, nación, región y cultura, un tema al que aún es tímido el acercamiento, aunque se ha nutrido de perspectivas de la historia cultural en sus relaciones con la historia social y económica y con la antropología social. El segundo capítulo del tomo relativo a Caldas estudia las diversas formas de construcción de la región caldense en el siglo xix a través de la configura ción de una diversidad de actores y de distintas subregiones o “países”, y analiza rasgos decisivos del modo como se construyó la región a través del estudio de sus territorios, poblamientos y conflictos, y de la configuración de sus países, a saber: 1) El país del norte caldense o del sur antioqueño, cuyas connotaciones más pertinentes están referidas a las relaciones entre colonizaciones, poblados, orden y conflictos; 2) El país del centro, en el cual se conjugan y contrastan dos regiones en fronteras móviles, conflictivas y complementarias: Antioquia versus Cauca, con colonizaciones blancas, mestizas y negras; 3) El país del oriente, en el cual se produce un encuentro conservador entre Antioquia y Tolima con matices liberales en zonas cálidas; 4) El país del occidente que revela con mayor intensidad la heterogeneidad cultural y las luchas por identidades y recursos, formada por sociedades indígenas, negras y blancas, cuya expresión fueron los conflictos por tierras, jerarquías político-culturales y fenómenos étnicos: de Anserma por Quinchía hasta Marmato y 5) El país del Quindío, caracterizado por poblamientos, luchas, leyes y café.
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En el tercer tomo de este estudio, titulado El Chocó en el siglo xix: Encrucijada histórica, social, territorial y conceptual, se presenta el balance bi bliográfico de los principales trabajos que en las últimas décadas han aportado a la comprensión del Chocó en el siglo xix. El conjunto de los estudios aquí considerados, producido desde la historia, la antropología y otras disciplinas sociales, insinúa una nueva representación de la región para dicho período, aunque no la logra del todo. La falta de una síntesis sobre este período de la historia chocoana se explica, fundamentalmente, porque el cono cimiento histórico en general está siempre en construcción y porque la tarea sigue especialmente incompleta para esta región colombiana. Nos interesa evaluar, de manera especial, este período de producción académica sobre el siglo xix y la región chocoana con el doble propósito de reconocer los aportes realizados por distintos investigadores que han estudiado la región, y de contribuir a estimular los estudios actuales y futuros. Lo que de alguna manera puede aportar también a otra finalidad no menos importante relacionada con el presente, por cuanto un conocimiento bien fundado sobre el inmediato pasado de esta región resulta imprescindible para comprender su inquietante actualidad e incierto futuro, y para asumir el desafío de proyectar críticamente, pero con esperanza, su construcción social. Las reflexiones sobre el Chocó se exponen en cuatro capítulos. En el pri mero, “La construcción imaginaria de la región chocoana: del nacionalismo decimonónico a la academia moderna y contemporánea”, intentamos rastrear el complejo proceso de elaboración discursiva, de representaciones e imaginarios desde el siglo xix hasta el pensamiento contemporáneo, tarea que iniciamos con una “historia de la historia”, con una historiografía de la construcción discursiva de esta región, que, aunque incompleta y provisional, la asumimos como clave reflexiva para abordar el desafío de rastrear el trayecto discursivo que ha operado sobre el Chocó desde el siglo xix hasta el presente, como un trazo en el que se entremezclan los proyectos de Nación, Estado y Cultura, con todas sus luces y sombras acerca de la colectividad, y los proyectos de los Otros subordinados y subalternizados. Con el segundo capítulo, “Los antecedentes coloniales y el siglo xix en el Chocó”, queremos llamar la atención acerca de las diversas tendencias, fenómenos y procesos sociales que originados sobre todo en el siglo xviii ten drían una especial concreción durante el siglo xix; por eso, da cuenta de los
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antecedentes coloniales del Chocó mediante el seguimiento a los principales elementos y líneas de interpretación de los procesos de conquista, colonización, catequización y sometimiento de las poblaciones originarias, así como de la evolución de estas ante la expansión española que desde el siglo xvi pretendió el control de un territorio selvático, fronterizo y disputado tanto por dis tintas jurisdicciones españolas como por otras potencias rivales. Así mismo, destacamos los cambios demográficos, territoriales y económicos ocurridos por la inicial introducción y posterior crecimiento de la población de procedencia africana y sus descendientes, los cuales fueron simultáneos a la precariedad del control colonial hispánico, sin olvidar los esquivos procesos tanto de extinción como de reconfiguración de los grupos indígenas. En esta parte nos interesa, de forma especial, comprender las dinámicas que caracterizan el siglo xviii como un período de transición entre el período del mundo precolombino y el siglo xix, en estricto sentido. El tercer capítulo, “El siglo xix chocoano según sus investigadores”, se concentra en identificar los procesos que definen dicha centuria como un período muy importante y dinámico para la configuración regional, entre los cuales cabe destacar de manera especial la consolidación y profundización de la tendencia sociodemográfica que condujo a que los grupos negros se convirtieran en la fuerza social predominante, desplazando definitivamente a la indígena, así como su consiguiente expansión por el territorio. Aunque la paradoja de este fenómeno reside en que ambos colectivos, negros e indígenas, serían sistemáticamente negados y deslegitimados por los discursos nacionalistas de la geografía y la historiografía de la república temprana, así como por las políticas gubernamentales que buscaron con afán realizar el ideal de una armonía entre “poblaciones civilizadas” y “territorios productivos” como base del progreso de la nación en formación y sus regiones. De acuerdo con los antecedentes y objetivos de este estudio, este capítulo se divide en dos acápites: el primero se ocupa del balance de los estudios sobre el siglo xix chocoano realizados entre 1960 y 1990; y el segundo de los realizados entre finales de esa última década y la actualidad. Finalmente, el cuarto y último capítulo se concentra en indicar algunas de las principales perspectivas de investigación que se desprenden del panorama anterior. ***
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Para terminar, debemos señalar que los resultados de la acción que llamamos revisión bibliográfica, realizada con base en una búsqueda exhaustiva pero una inclusión selectiva en el balance de acuerdo a los parámetros que se han señalado antes, no deja lugar a dudas acerca de la cantidad y calidad de la producción académica con la cual se cuenta actualmente para entender el siglo xix en las tres regiones aquí estudiadas. Es, precisamente, ese ejercicio de análisis de la producción académica más significativa el que nos ha permitido mostrar y sopesar los límites de esa masa crítica en general, y de algunos de los temas y problemas en ella encontrados, lo mismo que concluir que, no obstante lo mucho que se ha avanzado en las últimas décadas en el conocimiento de la singularidad histórica de Antioquia, Caldas y Chocó en el siglo xix, todavía es mucho lo que falta por hacer en materia de investigación y de comprensión del pasado de cada región y de la forma como se configuró el noroccidente colombiano en el período estudiado. No sobra decir que, no obstante, son los actuales avances, con sus limitaciones incluidas, los que tienen que servir de base para la proyección de futuros trabajos de investigación, y que Hacia un nuevo siglo xix del noroccidente colombiano: Balance bibliográfico de Antioquia, Caldas y Chocó, en tanto balance, no tiene pretensiones de realizar síntesis sobre los problemas implicados sino sólo de presentar los principales hallazgos señalados por quienes se han ocupado de estudiar estos problemas en las últimas décadas, y de demostrar que las nuevas representaciones y reinterpretaciones sobre el siglo xix secular de estas regiones todavía están en desarrollo. LOS AUTORES Medellín, abril de 2014
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Presentación Esta tercera parte presenta el balance bibliográfico de los principales trabajos que en las últimas décadas han aportado a la comprensión del Chocó en el siglo xix. El conjunto de estudios aquí considerados –producido desde la historia, la antropología y otras disciplinas sociales–, anuncia una nueva representación de la región, aunque no la logra del todo. La falta de una síntesis sobre este período de la historia chocoana se explica, a nuestro juicio, por dos razones fundamentales, por una parte porque en general el conocimiento histórico está siempre en construcción y por otra porque la tarea sigue especialmente inconclusa para esta región colombiana.1 No obstante, estamos convencidos de que un esfuerzo de síntesis histórica, que por lo dicho nunca debe aspirar a ser conclusiva, ayudaría significativamente a perfilar los estudios que en el futuro se propongan profundizar en la comprensión y explicación del siglo xix chocoano, de sus procesos y actores sociales, pero sin perder de vista dos cuestiones centrales: la necesaria y rigurosa evaluación de sus antecedentes coloniales y la ponderación precisa de sus consecuencias en la historia moderna y contemporánea regional.
Entendemos aquí por “síntesis” histórica no la sumatoria de aspectos fragmentarios de la realidad social considerada sino el “refinamiento progresivo de una idea” central y su respecti va documentación, en el sentido sugerido por el historiador Germán Colmenares para la síntesis de la historia nacional y que retomamos por su pertenencia para la comprensión y explicación del siglo xix chocoano. Véase Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia: Popayán una sociedad esclavista. 1680-1800, Bogotá, La Carreta, 1979, p. 22. 1
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El Chocó en el siglo xix: encrucijada histórica, social, territorial y conceptual
La tercera parte de este estudio que titulamos El Chocó en el siglo xix: encrucijada histórica, social, territorial y conceptual, se expone en cuatro capítulos: En el primero, “La construcción imaginaria de la región chocoana: del nacionalismo decimonónico a la academia moderna y contemporánea”, intentamos rastrear el complejo proceso de elaboración discursiva, de representaciones e imaginarios desplegados en torno suyo desde el siglo xix hasta el pensamiento académico contemporáneo. Con el segundo, “Los antecedentes coloniales y el siglo xix en el Chocó”, queremos llamar la atención sobre los principales fenómenos, procesos y tendencias, sobre todo de tipo poblacional, territorial y conflictual que, aunque originados y en algunos casos consolidados en el siglo xviii, no obstante tendrían su singular y pleno desarrollo a lo largo del siglo xix. El tercer capítulo, “El siglo xix chocoano según sus investigadores”, se dedica al núcleo de nuestro propósito, esto es, rastrear cómo se ha dado la construcción del Chocó del siglo xix por los estudios de las últimas décadas, tarea que por su amplitud y complejidad debemos presentar en dos partes: de un lado el balance de la producción académica entre las décadas de 1960-1990 y de otro la de 1990 hasta la fecha de este balance. Finalmente, el cuarto y último capítulo presenta las principales conclusiones a las que llegamos e indica algunas de las posibles perspectivas de investigación que se desprenden del panorama anterior. El primer capítulo nos permitió constatar la larga duración de los imaginarios que han servido de base para representar al Chocó, por lo general desde un lugar externo a su propia realidad material y social, a la que entendieron unas veces como algo que simplemente se ofrecía a los apetitos de dominio y riqueza de la expansión ibérica, en otras como un obstáculo a vencer por la razón o la fuerza del progreso y en casos como algo susceptible de transformar bajo ciertas condiciones de interés nacional o internacional. Todo ello desde las iniciales aspiraciones de saqueo y dominio de los tiempos coloniales, los posteriores ideales de progreso y civilización de la modernidad, con el proyecto del nacionalismo de Estado de la República de Colombia en formación pero concebido desde su epicentro andino y con negación de las “periferias”, e incluso desde los primeros desarrollos de las ciencias naturales, sociales y “aplicadas” que intentaron diagnosticar y modificar, con el concurso de propios y extraños, los problemas del país y sus regiones bajo determinados paradigmas de análisis. Interpelando en parte esa secuencia de imaginarios dominantes, vemos emerger también un incipiente esquema alternativo de representación del Chocó, agenciado por los primeros
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pensadores, académicos o político-sociales que intentaron comprender la región y su gente desde la clave de lo propio, la identidad y la dignidad.2 El segundo capítulo resume el ejercicio de revisión crítica de varias cuestiones historiográficas cruciales. Así por ejemplo, la periodización históri ca convencional, que se orienta con criterios estrictamente cronológicos en detrimento de los procesos, resulta inconducente para el estudio del Chocó, puesto que la evidencia indica que en esta experiencia se traslapan distintas dimensiones de la realidad como tiempos, espacios y sociedades con dinámicas simultaneas de conquista, colonización e imposición de modelos de explotación, dominio y control, primero sobre la población indígena originaria y después de la gente de origen africano esclavizada. Consecuencia de todo ello serán los complejos procesos de adaptación, recomposición y resistencia de estos grupos, que dieron lugar a configuraciones sociales muy contrastadas y para nada fáciles de remitir a un modelo único de comprensión. En el mismo sentido, una historia económica que no considere la dimensión social en todas sus posibles escalas de observación quedará limitada para reconocer los sujetos, individuales y colectivos, y sus acciones, y se verá impedida para explicar de fondo el establecimiento del sistema esclavista en estas provincias, identificar sus características singulares, describir las tensiones en ese entramado de fuerzas e intereses, o de rastrear las fisuras que presentaba ese sistema y las cuales se tradujeron en condiciones de posibilidad para la búsqueda de la libertad y la construcción de sociedades autónomas como iniciativas de los esclavos y sus descendientes, así como para la activa reconstitución de las comunidades indígenas. La tremenda movilidad Entre otros enfoques al respecto nos han sido de mucha utilidad: Santiago Castro-Gómez y Eduardo Restrepo (eds.), Genealogías de la colombianidad. Formaciones discursivas y tecnologías de gobierno en los siglos xix y xx, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana - Instituto Pensar, 2008, p. 11 por la perspectiva según la cual, antes de hablar de colombianidad se debe hablar de regímenes de colombianidad: “Así, lo que aparece como nación e identidad nacional son discursos que requieren ser historiados y desnaturalizados en aras de evidenciar las múltiples y cambian tes ataduras de sentido, de sensaciones, de poder y de resistencia”; y Juan R. Coca, Jesús A. Valero Matas, Francesca Randazzo y Juan Luis Pintos (coords.), Nuevas posibilidades de los imaginarios sociales, La Codesera (Badajoz), TREMN - CASGA, 2011, p. 9 quienes en la introducción de este estudio fijan las ideas centrales que animaron su proyecto: “Matrices de sentido o esquemas de representación, cada sociedad y cada tiempo tiene sus propios imaginarios. Es a través de éstos que configura, percibe, explica e interviene en lo que se considera la realidad. La posibilidad de conservar ciertas pautas, y crear incesantemente otras, está condicionada justamente por ciertos imaginarios sociales, y será en función de éstos que dentro de una sociedad se determinará lo plausible o lo inverosímil”. 2
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social producida en esas condiciones esclavistas entre los siglos xviii y xix constituye toda una revelación para la investigación reciente, de tal manera que los procesos de poblamiento y conquista de nuevos espacios por los grupos negros en libertad, ilustran la transición de una sociedad regional dominada demográficamente en el inmediato pasado por los grupos indígenas, hacia una sociedad que va a ser demográficamente dominada por los descendientes de los antiguos esclavos, pero bajo la paradoja de la exclusión de ambos sujetos colectivos de la representación nacional y por consiguiente del pleno disfrute de la ciudadanía. Asimismo, conviene decir que el siglo xix es el menos estudiado de todos los períodos históricos de esta región, lo que aparte de constituir un vacío historiográfico por llenar, contrasta con los estudios más completos sobre la vida colonial (prioritariamente referidos al siglo xviii) y los que se ocupan de su problemática contemporánea (sobre todo desde la década de los noventa del siglo xx). El tercer capítulo aprovecha los hallazgos de los dos primeros para presentar el balance bibliográfico más reciente y propiamente dicho. Algo fundamental que pudimos constatar positivamente en esta acción, es que asistimos a un cambio cualitativo en relación con los estudios sobre el Chocó, consistente en la transición de su marginalidad en las décadas anteriores a su trascendencia actual. Dicha transición obedece a la confluencia de factores de muy diverso orden, entre los cuales se pueden destacar: el nuevo discurso ambientalista (nuevas formas de desarrollo capitalista) y multicultural (otras modalidades de la diferencia) como una de las características del tardo capitalismo global; los consiguientes cambios constitucionales para ajustar intereses nacionales y globales (como, por ejemplo, la nueva Constitución Política de Colombia adoptada en 1991); los replanteamientos y reestructuración de las ciencias sociales y humanas (también como fenómeno global con sus ritmos y énfasis específicos en países y regiones) y la emergencia de “nuevos” sujetos étnicos en ejercicio de sus derechos como los afrodescendientes que, junto a los ancestralmente reconocidos como los indígenas, expresan en la actualidad las renovadas tensiones en torno a la cultura, los territorios, las exclusiones y las memorias. Por otra parte, no sobra agregar que nos interesa evaluar de manera especial este último período de producción académica sobre el siglo xix de la región chocoana por varios motivos: con el primero queremos llamar la atención sobre la importancia de un período en el que se imbrican procesos y tendencias que
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ligan el pasado colonial con la historia moderna y contemporánea de la región; el segundo busca reconocer los valiosos aportes realizados por varias generaciones de investigadores a la comprensión de esta región desde una perspectiva crítica; y el tercero pretende contribuir a promover los necesarios estudios futuros y a sugerir algunas de sus eventuales temáticas. Es posible que los anteriores propósitos también tengan algún impacto sobre la no menos importante cues tión del presente y futuro de la sociedad regional, y en ese sentido somos de la opinión que una visión crítica acerca del inmediato pasado regional puede contribuir a la comprensión del inquietante presente e incierto futuro de su sociedad. Ahora bien, aunque la delimitación de este ejercicio focaliza su esfuerzo en los últimos veinticinco años de producción académica aproximadamente, lo cierto es que en la práctica los trasciende, porque es inevitable considerar los aportes básicos de un conjunto de estudios que durante varias décadas anteriores prepararon las condiciones para las contribuciones contemporáneas. El cuarto capítulo, de conclusiones y recomendaciones, pretende sugerir posibles caminos para las investigaciones futuras y contribuir así a consolidar el interés de la comunidad académica por el estudio de esta región y sus problemas. Los resultados de la acción que llamamos revisión bibliográfica no deja lugar a dudas acerca de la cantidad y calidad de la producción considerada, con todo y que hemos sido más selectivos que exhaustivos.3 Sin embargo, ese mismo ejercicio de revisión de lo fundamental de la producción académica y sus alcances, también nos permitió llegar a otro nivel del análisis en el que pudimos sopesar los límites y las limitaciones de esa masa crítica en general, así como de varios de sus aspectos puntuales en particular. En conclusión, no obstante lo mucho que se ha avanzado en las últimas décadas en el conocimiento de la singularidad histórica del Chocó en el siglo xix, todavía es mucho lo que falta por hacer en materia de investigación. No sobra decir que no obstante, son precisamente los actuales avances, con sus limitaciones incluidas, los que tienen que servir de base para la proyección de futuros trabajos de investigación. Este estudio aspira, al
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Aunque el significativo número de registros en que nos apoyamos, 697 en total, puede inducir a una impresión distinta. Sin embargo, lo cierto es que la amplitud de la consulta no cambia la tendencia descrita, en el sentido de valorar los estudios y avances de investigación no obstante lo incompleto de su esfuerzo. Véase la bibliografía anexa.
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tiempo que a hacer un reconocimiento a los investigadores y estudiosos que se han ocupado del Chocó, a estimular el estudio de esta región entre las nuevas generaciones de investigadores. Un aspecto puntual que permite entender por qué todavía y en general no se alcanzan los niveles deseados en la historiografía regional del Chocó, con algunas importantes excepciones por supuesto, radica en que el promedio de los trabajos evaluados carece de un sólido soporte documental y por lo mismo todavía no son investigaciones de largo aliento. Cuestión que por otra parte señala un aspecto sustantivo a resolver en los retos futuros de la investigación y que debe comprometer a las potenciales entidades de fomento a aportar los apoyos institucionales que se requieren (salvamento y organización de archivos y fondos documentales, estudios de pregrado y posgrado con énfasis regional, becas para nuevos investigadores, entre otras). En efecto, en los estudios sobre el Chocó en general y su siglo xix en particular, los niveles de consulta e incorporación del material histórico de archivos y otros fondos documentales (centros, bibliotecas, museos y colecciones particulares) del país y el exterior, no son lo suficientemente sistemáticos, exhaustivos y rigurosos. Por consiguiente, condicionados por “el estado del arte” y por nuestras propias limitaciones, pero convencidos también de la importancia de contribuir a fomentar los estudios sobre esta región del país, decidimos ocuparnos de un balance bibliográfico en estricto sentido, es decir, de registrar y sistematizar lo más significativo de lo producido desde distintas disciplinas sociales sobre el siglo xix chocoano. No hay duda de que estos aportes hacen parte de la tendencia referida antes, en el sentido de una transición de la marginalidad académica de la región al inicio de un período de alta producción en los estudios sobre la región del Pacífico en general y del Chocó en particular. Si algo caracteriza estas últimas décadas de investigación sobre el Chocó, es la evidente transición de su marginalidad temática a su significativa importancia y la notable trasformación del estudio más o menos subsidiario de varios de los componentes de su realidad al reconocimiento y tratamiento de su complejidad analítica como región (histórica, política, cultural, étnica y geoecológica). En resumen, el cambio cualitativo consiste en que se empieza a contar con una imagen más amplia y profunda de su configuración poblacional y territorial, así como de los complejos procesos asociados, que de hecho cuestiona aque llas representaciones que lo reducían y simplificaban a solo “lluvia, miseria y
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negros”, como críticamente resumía las imágenes sobre el Chocó un reconocido antropólogo británico.4 Como expresión de esa creciente complejidad, la imagen unitaria del Chocó se ha venido descomponiendo y reconfigurando en varias unidades de observación geohistóricas. Con este cambio no se trata sólo de cantidad y variedad sino de calidad en la materia tratada, por el reconocimiento de la riqueza de sus dinámicas internas y sus relaciones con las tendencias de integración nacional y global. Los esfuerzos hacia la “construcción”, “reconstrucción” y “desconstrucción” del Chocó como región histórica, bajo nuevos parámetros de investigación, vienen de tiempo atrás y se presentan unas veces como iniciativas más o menos generales, en casos como proyectos institucionales o también como parte de las reflexiones académicas, intelectuales y de los movimientos socio étnicos por comprender las subjetividades e identidades actuales (negros, indígenas y sus interacciones), su anclaje histórico y su proyección de futuro. Un caso notable como antecedente de este tipo de estudios es el de la Fundación de Investigaciones Folclóricas, que en 1983 promovió y realizó el I Simposio sobre Bibliografía del negro en Colombia, el cual fue coordinado por Manuel Zapata Olivella y se llevó a cabo en la población de La Capilla, Cundinamarca.5 En carta de Zapata Olivella a Mosquera Rivas, ingeniero civil chocoano, político liberal y exgobernador del Chocó, fechada en Bogotá, el 30 de septiembre de 1983, en la cual lo invitaba a participar en el simposio, se exponía prácticamente todo un “programa de investigación”, como diríamos hoy, acerca de los futuros estudios afrocolombianos:
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Nada más grato y oportuno que tenerlo entre nosotros, contándonos todo lo que sepas sobre el origen, cantidad, métodos, mestizaje afro-indígena, afro-hispano y demás noticias sobre nuestros antepasados. No se trata de que presentes una investigación histórica sobre estos hechos, sino sobre las posibles fuentes que podrían consultarse: archivos de sacristías
Véase Peter Wade, Gente negra. Nación mestiza, Bogotá, Editorial Universidad de Antioquia Instituto Colombiano de Antropología - Siglo del Hombre Editores - Ediciones Uniandes, 1997. Véase Ramón Mosquera Rivas, Recuerdos de un hijo de mineros, Medellín, Editorial Difusión, 1985(?), pp. 218-224. Por las cartas cruzadas entre el autor y Zapata Olivella se puede colegir que la intención del simposio era la de dar inicio a un programa de investigación sobre las posibles fuentes para el estudio del negro en Colombia, tarea que todavía sigue a la espera de su plena realización y de la cual este estudio es apenas una contribución parcial.
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donde figuren partidas de bautizos y matrimonios de esclavos y libertos; archivos de notarías donde figuren los nombres de los propietarios espa ñoles de la Colonia con sus respectivos esclavos; dónde averiguar quiénes eran los dueños de esas minas de que hablas a partir del año 1933, etc., etc. Simplemente enumerar de acuerdo a tus conocimientos, memoria y experiencia, dónde pueden hallarse tales documentos, aunque sólo sea por sospecha. Posteriormente, y éste es el interés del Simposio, habrá investigadores que averigüen si en verdad hay o no datos de los que se presumen.6
Otro ejemplo a destacar es el del impacto de algunas publicaciones es peciales, como el libro compilado por Alexander Cifuentes sobre el aporte de los negros a la formación de las sociedades latinoamericanas, generado a partir de un encuentro amplio de investigadores que se apoyaron en una incipiente pero valiosa idea de comparación del caso colombiano con otras experiencias del área.7 A partir de antecedentes como estos, algunas instituciones perfilaron acciones y programas especiales, como el Banco de la República, que promovió las bibliografías especializadas como estrategia para incentivar la consulta e investigación regional.8 Por su parte, la Biblioteca Nacional de Colombia aportó la publicación de los catálogos de publicaciones seriadas, que rescatan información valiosa de materiales publicados en el siglo xix en localidades y regiones.9 En algunos casos, desde las disciplinas académicas, sus investigado res líderes empezaron delinear los sujetos y los problemas a considerar en los estudios.10 Desde entonces no han dejado de darse este tipo de aportes, es decir,
Véase el texto completo de la carta de Zapata Olivella en R. Mosquera Rivas, op. cit., p. 221; quien presentó en dicho simposio un comentario escrito sobre lo solicitado, que también vale la pena consultar, pp. 222-224. 7 Alexander Cifuentes (comp.), La participación del negro en la formación de las sociedades la tinoamericanas, Bogotá, Colcultura - Instituto Colombiano de Antropología, 1986. 8 Banco de la República, “Bibliografía sobre El Chocó. 1935-1983”, Bibliografías especializadas, Bogotá, vol. 4, núm. 31, 1984. 9 Biblioteca Nacional de Colombia, Catálogo publicaciones seriadas siglo xix, vol. 2, Bogotá, Colcultura, 1995. 10 Nina S. de Friedemann, “Estudios de negros en la antropología colombiana”, en: Jaime Arocha y Nina S. de Friedemann (eds.), Un siglo de investigación social: Antropología en Colombia, Bogotá, 6
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balances o compendios bibliográficos que han incidido en las investigaciones sobre el Chocó, aunque casi siempre con más énfasis en lo negro que en lo indígena, aunque en los casos en que se consideran ambos sujetos por lo general no se tiene en cuenta, integralmente, el conjunto de fenómenos regionales.11 Otros esfuerzos se han dirigido a cuestiones contemporáneas como la relación entre territorios y comunidades negras, pero no obstante pueden ser muy útiles si se cruzan sus informaciones y perspectivas con los antecedentes coloniales y republicanos de otros trabajos.12 Asimismo, se echan de menos los balances o guías acerca de las fuentes disponibles para la historia regional.13 Algunos de los ejemplos más recientes y que se podrían emular son: el titánico trabajo de Humberto Triana y Antorveza, que se viene publican do desde 1997, podría convertirse en una fuente que permita sistematizar información relevante para la historia regional del Chocó; 14 el de Luis Fernando González Escobar, que toma como eje de reflexión la cartografía histórica y ofrece valiosas posibilidades para releer la trascendencia de la estructuración del espacio como parte sustantiva de la configuración
Etno, 1984; Adriana Maya, Balance crítico de la bibliografía afrocolombiana desde 1954 hasta nuestros días, París, Universidad de la Sorbona, 1988 y Rafael Díaz, “Hacia una investigación histórica de la población negra en el Nuevo Reino de Granada durante el período colonial”, en: Contribución africana a la cultura de las américas, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología - Biopacífico, 1993. 11 Un interesante esfuerzo de integración de ambos sujetos con énfasis en lo contemporáneo se encuentra en Myriam Jimeno, María L. Sotomayor y Luz Valderrama, Chocó: Diversidad cultural y medio ambiente, Bogotá, FEN, 1995. 12 Ricardo Esquivel (comp.), Costa Pacífica y comunidades negras. Catálogo bibliográfico colectivo, Bogotá, Comisión Especial de Comunidades Negras, Secretaría Técnica - ICAN, 1993. 13 Un ejemplo de lo que se podría hacer para el Chocó se encuentra en el potencial que ofrecen las fuentes coloniales específicas, como las testamentarias, para desentrañar el universo social que les subyace. Véase Orián Jiménez, “Epístolas testamentarias del Chocó: Nuevo Reino de Granada, siglo xviii”, América Negra, núm. 13, 1997; o también en lo que se propone alcanzar para otra región con un proyecto de investigación ambicioso presentado a la Universidad Nacional de Colombia por Augusto Javier Gómez López, Afrocolombianos. Memoria y testimonio. 16701970 [fuentes documentales para la historia de los procesos de poblamiento, de estructuración económica, sociocultural y de las territorialidades de los afrodescendientes en el suroccidente colombiano], Bogotá, Universidad Nacional de Colombia - Centro de Estudios Sociales - CES, 2007. 14 Humberto Triana y Antorveza, Léxico documentado para la historia del negro en América (siglos xvi- xix). Tomo I: Estudio preliminar, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1997; Tomo II: A-C, 2001 y Tomo III: D-G, 2002.
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regional;15 los historiadores Óscar Almario García y Orián Jiménez se cuestionaron por las contrastadas (y para nada libres de problemas) construcciones del negro en Colombia con un estudio crítico y bibliográfico;16 por su parte, las investigaciones del antropólogo Eduardo Restrepo han dedicado buena parte de su esfuerzo a preguntarse por los recursos conceptuales y epistémicos desplegados para la construcción del negro y la negridad en Colombia.17 Otra opción ha consistido en la valiosa sistematización bibliográfica18 o en la recopilación bibliográfica pero con pretensiones mayores vía la comparación de la gente afrodescendiente en países distintos, como por ejemplo entre Colombia y Ecuador.19 Finalmente, los autores de este estudio queremos agradecer los valiosos comentarios, observaciones críticas e informaciones suministrados a esta in vestigación por varios amigos y colegas que tienen en común el conocimiento de la región y su generosidad intelectual: Claudia Leal de la Universidad de los Andes, Eduardo Restrepo del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana y Luis Fernando González de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Otros investigadores, como el antropólogo William Villa, y los historiadores Sergio Mosquera de la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba” y Orián Jiménez de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, con sus significativos trabajos sobre el Chocó, han sido referentes
Luis Fernando González Escobar, “Chocó en la cartografía histórica: De territorio incierto a departamento de un país llamado Colombia”, Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, vol. 33, núm. 43, 1997. 16 Óscar Almario García y Orián Jiménez, “Aproximaciones al análisis histórico del negro en Colombia (con especial referencia al Occidente y el Pacífico)”, en: Mauricio Pardo Rojas, Claudia Mosquera y María Clemencia Ramírez (eds.), Panorámica afrocolombiana: Estudios sociales en el Pacífico, Bogotá, ICANH - Universidad Nacional de Colombia, 2004. 17 Eduardo Restrepo, “Hacia los estudios de las colombias negras”, en: Axel Alejandro Rojas (ed.), Estudios afrocolombianos. Aportes para un estado del arte, Popayán, Editorial Universidad del Cauca, 2004; Políticas de la teoría y dilemas en los estudios de las colombias negras, Popayán, Edito rial Universidad del Cauca, 2005; Afrodescendientes en Colombia. Compilación bibliográfica, Bogotá, Instituto de Estudios Sociales y Culturales, Pensar - Universidad Javeriana, 2008; Etnización de la negridad: La invención de las “comunidades negras” como grupo étnico en Colombia, Popayán, Universidad del Cauca, 2013 y Eduardo Restrepo (ed.), Estudios afrocolombianos hoy: Aportes a un campo transdisciplinario, Popayán, Universidad del Cauca, 2013. 18 Véase Rocío Pérez de Samper, Estudios afrocolombianos. Sistematización bibliográfica, Bogotá, Colorgraf Editores, 2001. 19 Catherine Walsh, Edizon León y Eduardo Restrepo, Pueblos de descendencia africana en Colombia y Ecuador: Compilación bibliográfica, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2005. 15
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obligados para nuestro esfuerzo, por lo que les estamos también enormemente agradecidos. Asimismo, queremos agradecer a la historiadora Bibiana González quien estuvo al cuidado de la bibliografía de esta parte del estudio sobre el Chocó. Sin embargo, y como no puede ser de otra manera, sólo nosotros somos los únicos responsables del texto que aquí presentamos.
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Primer capítulo La construcción imaginaria de la región chocoana: del nacionalismo decimonónico a la academia moderna y contemporánea Este primer capítulo, que aporta elementos de reflexión acerca de las diversas matrices de sentido y los imaginarios que han representado esta región, resulta indispensable para nuestro propósito de balance bibliográfico, por cuanto entendemos que éste en buena medida descansa en evaluar materiales que han sido intencionadamente producidos, que fueron concebidos desde determinados esquemas de interpretación y que respondían a criterios ideológicos, políticos y científicos de su tiempo, desde los cuales se fue configurado, explicado e interviniendo la región. En síntesis, el Chocó como región no puede ser entendido como una sustancia que ha persistido durante el tiempo sino como la expresión de distintas construcciones e intencionalidades, siempre en tensión y conflicto con sus procesos más profundos y los sujetos que los animan. Por consiguiente, es recomendable, y a ello nos atenemos, iniciar una tarea como esta de la revisión bibliográfica con una “historia de la historia”, es decir, con una aproximación a la historiografía de la construcción discursiva de esta región, así ella esté todavía incompleta y provisional. En efecto, la historia como disciplina académica, y aquellas otras que proceden en lo fundamental con sus métodos, no es un oficio que consista en la búsqueda de una esencia perdida, que basta con aplicarse con juicio a encontrarla de acuerdo con unas pautas para el efecto, hasta llegar a un determinado campo de conocimiento en el
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que nos encontraríamos con “la verdad” o con la constatación de que antiguas zonas obscuras se han ido iluminando con nuevos reflectores. La historia como disciplina y sus procedimientos metodológicos, como por ejemplo las regiones entendidas como una de sus posibles unidades de análisis, son construcciones sociales. Precisamente, por ser socialmente construidas, tanto la disciplina como sus estrategias de investigación se van influyendo mutuamente, a través de una compleja acción en la que se combinan esfuerzos individuales, disciplinares, institucionales y sociales que obedecen a distintos intereses en juego. Por lo tanto, la labor historiográfica es inseparable del “estado del arte”, de la considera ción de los paradigmas dominantes en distintos momentos, épocas y períodos, de la ponderación del estado de desarrollo institucional del conocimiento, del reconocimiento de las representaciones “nacionales” con pretensiones de hege mónicas respecto de la colectividad, así como de las tensiones que estas suscitan con otras manifestaciones de la identidad y la representación del pasado, de la conciencia sobre las relaciones de poder que se expresan discursivamente como ideologías, criterios académicos y cosmovisiones, de las expectativas y proyectos sociales o colectivos que acompañan siempre las experiencias sociales, entre otros factores. Pero aún en ese contexto, la disciplina histórica tiene también sus propios o específicos desafíos, porque debe atreverse a retar y superar las limitaciones existentes, cuestionar las oclusiones establecidas para poder visibilizar otras realidades, dimensiones y sujetos, utilizar desde los vestigios y los indicios más fragmentarios hasta los documentos históricos más orgánicos y de posible seriación para avanzar hacia la comprensión de la complejidad subyacente. En resumen, la historia como disciplina debe aprovechar tanto su tradición en el trabajo con materiales históricos y su análisis como las señales de “hambre de historia” en general (de los expertos y de la sociedad) para encontrar los caminos que relacionen el trabajo de los historiadores con las expectativas sociales que aguardan por otras representaciones del pasado nacional, que le restituyan a todos los protagonistas (sujetos, territorios, memorias) sus respectivos roles y aportes. A partir de esta clave reflexiva es que abordamos el desafío de rastrear el trayecto discursivo que ha operado sobre el Chocó desde el siglo xix hasta el presente, como un trazo que se entremezcla con los proyectos de Nación, Estado y Cultura, con todas sus luces y sus sombras acerca de la colectividad.
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La historia y la geografía nacionalistas del siglo xix Todo parece apuntar a que el Chocó como reto para el conocimiento constituye a la vez tanto una referencia “axial” como una zona “oscura” respecto de su adecuada comprensión historiográfica, antropológica y sociológica. Esta paradoja, que todavía aguarda por su acertada resolución, amerita una breve explicación de nuestra parte. Su carácter axial se entiende si nos atenemos a la hipótesis, posiblemente no formalizada pero sí efectiva, de que todo habría “comenzado” en ese territorio en lo que a “nosotros” se refiere (es decir, la actual Colombia). En efecto, desde el momento mismo del primer “encuentro” entre las poblaciones originarias y las huestes españolas, por una parte tuvieron origen los consiguientes “experimentos” y experiencias que esa relación asimétrica significó en términos de sometimiento, control, dominio y exterminio. Pero por otra, como se sabe, también dio lugar a las diversas modalidades de resistencia, adaptación y reconfiguración de territorios y sociedades, a un entramado de relaciones entre sujetos diferentes y enfrentados, y a la vez forzados a la com plementariedad. Por todo ello, resulta sintomático que la tensión entre la asimetría de la dominación y el exterminio, y la adaptación y resistencia en esos territorios, haya establecido un continuum entre conquista/colonización y que se manifieste en los primeros textos fundacionales de la nación colombiana, según los parámetros de la geografía e historiografía nacionalista del siglo xix.1 Ahora
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Es significativo que el geógrafo-militar italiano Agustín Codazzi, en los textos producidos por la Comisión Corográfica, precisamente en clave nacionalista y republicana, haya sido uno de los primeros que se refiere a esa condición primigenia o seminal de los territorios del Darién, que hacían parte de lo que hoy llamamos Chocó: primera villa en la América española en contar con silla obispal (Santa María la Antigua), escenario de la primera “guerra civil” por las acervas rivalidades entre las cabezas principales de las huestes conquistadoras y punto desde el cual se originaron varias iniciativas decisivas para la conquista/colonización de Suramérica, como la fundación de Panamá, la búsqueda del tesoro del Dabeiba que condujo a la penetración del interior de la actual Colombia, la exploración de Antioquia, el “descubrimiento” del Mar del Sur por Balboa y a hacer expedita la ruta hacia el Perú por Pizarro; véase Agustín Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina. Volumen I: Estado del Cauca. Tomo II: Provincias del Chocó, Buenaventura, Cauca y Popayán. Tomo III: Provincias de Pasto, Túquerres y Barbacoas [18531855], Popayán, Universidad del Cauca - Colciencias - Universidad Nacional de Colombia, 2002, especialmente la parte histórica, pp. 53-54 y el “Aspecto del país”, pp. 77-88. Véase también Agustín Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina. Volumen VI: Estado del Istmo de Panamá. Provincias de Chiriquí, Veraguas, Azuero y Panamá [1853-1855], Bogotá, Universidad
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bien, es muy probable que con esas experiencias, que rápidamente se transfirieron a otros espacios y sociedades, también se haya iniciado otra fase histórica para al menos otras dos áreas americanas. Esto es, para esa parte de América del Sur que sería ordenada por los ibéricos en el virreinato del Perú y para el segmento de Centroamérica que se conoció inicialmente como Tierra Firme. Por su parte, lo que llamamos zona “obscura”, en relación con el reconocimiento de la complejidad histórica del Chocó, se puede explicar por la notable distancia que todavía existe entre la conciencia recientemente adquirida acerca de la densidad de los fenómenos que confluyen en esta región por una parte y los limitados conocimientos que aún tenemos de ella por otra. Esa brecha, que viene de tiempo atrás y que se ha pretendido llenar en distintos momentos con imaginarios y representaciones diversos, explica a su vez porque en nuestro país coincidieron, hasta hace relativamente poco tiempo, la efectiva marginalidad social del Chocó con su supuesta intrascendencia académica como campo de investigación. Lo que constituye otra confirmación de los obstáculos epistemológicos e ideológicos que se han levantado para su reconocimiento como una región con personalidad propia dentro de la historia nacional y americana por parte de los estudiosos. Desde los inicios de la República, el Chocó como porción de los territorios independientes de la Nueva Granada hizo parte de los imaginarios del país y de la “comunidad imaginada” (de acuerdo con la socorrida expresión del antropólogo británico Benedict Anderson), aunque siempre de forma marginal, periférica y aleatoria. El primer historiador de la República, José Manuel Restrepo, apenas se refiere en cinco ocasiones al papel del Chocó en las guerras de independencia y en la reconquista, dada la importancia del río Atrato para el control de ricos territorios auríferos aunque con “gente de segundo orden”. Su visión oficial del orden político y social de la época sugiere lo poco que significó la región
Nacional de Colombia, 2002, pp. 99-104, 139-151. Resulta también muy diciente, por así decirlo, que la obra fundamental de José Manuel Groot, artista e historiador colombiano del siglo xix, se inicie precisamente con el relato de las incursiones del conquistador español Vasco Núñez de Balboa en el territorio del Darién, véase José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada. Escrita sobre documentos auténticos, t. 1, Bogotá, Casa Editorial de M. Rivas & Ca., 1889, pp. 1-12. Dada la complejidad de esta experiencia histórica, no es casual que sea desde la literatura que se presente una de las últimas manifestaciones acerca de su intrincada comprensión, véase la reciente novela de Gustavo Arango, Santa María del Diablo. La delirante y triste historia de la primera ciudad española en Tierra Firme, Bogotá, Ediciones B, 2014.
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chocoana para la construcción del ideal de una nación progresista y liberal en el siglo xix.2 Lo que contrasta con la visión de los virreyes y autoridades españolas de la Nueva Granada durante las reformas borbónicas, que por fuerza tuvieron que considerar la importancia de las provincias del Pacífico en general y del Chocó en particular, dada la absoluta dependencia fiscal del virreinato de los recursos provenientes de las actividades mineras que se desarrollaban en ellas.3 Se tendría que esperar más de un siglo, hasta los trabajos pioneros del geógrafo cultural norteamericano Robert C. West y del etnógrafo chocoano Rogerio Velásquez,4 para que se empezara a modificar esa imagen subsidiaria del Chocó en la construcción temprana de la República de Colombia y para captar su verdadera trascendencia, en virtud de una visión descentralizada de la construcción de la nación, una perspectiva histórica más amplia y la comprensión de esos procesos desde la lógica interna de la región misma.5 Pero el cambio definitivo respecto de la valoración del Pacífico en general y del Chocó en particular vendría unas décadas después, cuando en el país coincidieron fenómenos globales (invención del Tercer Mundo, ambientalismo y multiculturalismo) con otros internos (Constitución Política de 1991) y la emergencia del sujeto étnico afrocolombiano, para que la atención de académicos,
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José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia en la América meridional [1827/1858], Medellín, Universidad de Antioquia - Universidad Nacional de Colombia Universidad del Rosario -Universidad de Medellín, 2009.
Al respecto puede verse Germán Colmenares, Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1989; para la diferenciación entre norte y sur del Pacífico en la Gobernación de Popayán véase Óscar Almario García, “Territorio, etnicidad y poder en el Pacífico sur colombiano, 1780-1930” [Tesis de Doctorado en Antropología Social y Cultural, Departamento de Antropología, Universidad de Sevilla] Sevilla, 2007, pp. 125-147; una edición reciente de informes de autoridades coloniales neogranadinas durante las reformas borbónicas es la de Raúl Alameda Ospina et. al., Virreyes y funcionarios neogranadinos ante las reformas borbónicas (1729-1818), Colección Antología Económica Colombiana, t. iv, Bogotá, Academia Colombiana de Ciencias Económicas, 2014. Véase Robert C. West, Alluvial placer mining in Colombia during the colonial period, Baton Rouge, Louisiana State University, 1952; y del mismo autor The Pacific Lowlands of Colombia: A Negroid Area of the American Tropic, Baton Rouge, Lousiana State University Press, 1957; Rogerio Velásquez, El Chocó en la independencia de Colombia, Bogotá, Ediciones Hispana, 1965. Óscar Almario García, Castas y razas en la Independencia de la Nueva Granada, 1810-1830: Identidad y alteridad en los orígenes de la nación colombiana, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2013.
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políticos y fuerzas internacionales convergiera hacia esta región de Colombia y el planeta.6 Durante el mismo siglo xix, viajeros y geógrafos construyeron una visión del Chocó que ha sido perfectamente recogida por el antropólogo Peter Wade bajo la acepción de “Negros, Miseria y Lluvias”.7 Aquellos, en modos diversos, consideraron el Chocó como una región rica en oro, platino, fauna, bosques y tierras feraces; y excelentemente ubicada para el comercio y la comunicación interoceánica; sin embargo, percibieron que se encontraba aislada y con poca densidad demográfica (15.000 habitantes en 1778, 43.000 en 1851, 75.000 en 1912), inapropiada para la agricultura intensiva y poblada por negros y unos pocos indios a los que caracterizaron como de razas inferiores.8 En opinión del explorador y viajero francés Brisson, los negros “son indolentes y viven desnudos y pobres, en la estupidez, el letargo y el abandono”; son flojos para el trabajo y cada uno de ellos “tiene su trabajadero o minita donde trabaja algunos días de la semana cuando necesita urgentemente con su familia, y prefiere ganar
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Sobre la invención del Tercer Mundo, el ambientalismo y el multiculturalismo como expresiones discursivas del tardo capitalismo, y la emergencia del sujeto étnico afrocolombiano véase Arturo Escobar y Álvaro Pedrosa (eds.), Pacífico: ¿Desarrollo o biodiversidad? Estado, capital y movimientos sociales en el Pacífico colombiano, Bogotá, CEREC, 1996; Arturo Escobar, El final del salvaje. Naturaleza, cultura y política en la antropología contemporánea, Bogotá, CEREC - ICAN, 1999; Arturo Escobar, Sonia Álvarez y Evelina Dagnino (eds.), Política cultural y cultura política. Una nueva mirada sobre los movimientos sociales latinoamericanos, Bogotá, Taurus - ICANH, 2001; María Victoria Uribe y Eduardo Restrepo, (eds.), Antropología en la Modernidad. Identidades, etnicidades y movimientos sociales en Colombia, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1997; Juana Camacho y Eduardo Restrepo eds., De montes ríos y ciudades. Territorios e identidades de la gente negra en Colombia, Bogotá, Fundación Natura - Ecofondo - ICAN, 1999; Mauricio Pardo (ed.), Acción colectiva, Estado y etnicidad, Bogotá, Colciencias - ICANH, 2001 y Maguemati Wabgou, Jaime Arocha Rodríguez et. al., Movimiento social afrocolombiano, negro, raizal y palenquero: El largo camino hacia la construcción de espacios comunes y alianzas estratégicas para la incidencia política en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012. Peter Wade, Blackness and race mixture. The dynamics of racial identy in Colombia, Baltimore y Londres, The Johns Hopkins University Press, 1993 y la traducción al castellano, Gente negra. Nación mestiza, Bogotá, Editorial Universidad de Antioquia - Instituto Colombiano de Antropología - Siglo del Hombre Editores - Ediciones Uniandes, 1997.
Véase Agustín Codazzi, “Informe sobre la Provincia del Chocó”, en: Geografía física y política de las provincias de la Nueva Granada: Segunda parte. Informes, Bogotá, Banco de la República, 1959; Felipe Pérez, Geografía de los Estados Unidos de Colombia, Bogotá, Imprenta de la Nación, 1862 y Charles Stewart Cochrane, Journal of a residence and travels in Colombia, 1823-1824 [1825], Londres, H. Colburn, 1924.
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poco pero ser libre y trabajar por su cuenta. Rara vez aguanta una ocupación permanente”.9 Esos negros viven con pocos indios en “estado casi salvaje, aunque son pacíficos por naturaleza”, en una amplia extensión territorial excesivamente húmeda con un “clima insalubre” y una presencia permanente de lluvias. Allí “el hombre es pobre y desgraciado, y no disfruta de un solo día bueno para consuelo de sus males, pues todos los días la lluvia inunda sus hogares, sus chozas están convertidas en cloacas inmundas cuyos techos entreabiertos dejan pasar por todas partes la lluvia”.10 Uno de los más notables testimonios de estos viajeros y exploradores quedó consignado en el texto “Viaje a la región aurífera y platinífera del Chocó”, que es el resultado del recorrido que Jean Baptiste Boussingault (1802-1887) realizó por el Chocó en 1829 y que incluyó en sus Memorias.11 Este naturalista y científico francés fue traído al país después del fracaso de la Escuela de Minería, viajó a Supía en 1827 para examinar el estado de la explotación de oro en el distrito y, como comisario designado por el ministro, para conciliar los intereses nacionales con los de la compañía Colombian Mining Company, según relata un investigador.12 Posteriormente, atraído por las minas de platino, emprendió un viaje por esta provincia minera, de la cual realizó una amplia descripción y análisis detallado mediante la combinación de la observación etnográfica y científica con su experiencia sensible, vivencias como viajero, procedencia europea y el análisis geológico y de minas; además, hizo un serie de gráficos y levantamientos debido a su continua insistencia en el poco e inexacto conocimiento que se tenía sobre el territorio, de ahí la especificidad de sus apuntes: “El interior del Chocó es tan poco conocido y el mapa que poseíamos era tan inexacto, que no creo inútil informar minuciosamente de los levantamientos hechos durante mi viaje”.13 En su narración y representación del Chocó de la época
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Jorge Brisson, Explotación en el alto Chocó, Bogotá, Imprenta Nacional, 1895, p. 151.
Gaspar Teodoro Mollien, Viaje por la República de Colombia en 1823, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Indiana, 1944.
Jean Baptiste Joseph Dieudonné Boussingault, “Viaje a la región aurífera y platinífera del Chocó”, en: Memorias, t. 2, Bogotá, Biblioteca V Centenario, Colcultura, 1994.
Luis Fernando González Escobar, “Chocó en la cartografía histórica: De territorio incierto a departamento de un país llamado Colombia”, Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, vol. 33, núm. 43, 1997. J. B. J. D. Boussingault, op. cit.
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se encuentra importante información sobre su exploración, ubicación y límites geográficos, sistema hidrográfico, clima, condiciones del terreno, características de la población y de las comunidades étnicas, número de habitantes, formas de poblamiento, vida urbana y material, conexión y vías de comunicación con otros entes territoriales como el Valle del Cauca y Antioquia, explotación minera y técnicas de explotación, clases de cultivos, relaciones comerciales, representaciones y prácticas sociales. En pocas palabras, su ameno relato es un acercamiento al Chocó desde todos los ámbitos. Aunque el lector debe ser consciente de las limitaciones e intereses que atraviesan sus interpretaciones, es importante comprenderlas desde el horizonte discursivo y las posibilidades de enunciación del momento en el que fueron producidas, y que contribuyeron a la configuración de la imagen y realidad del Chocó. En relación a la ubicación geográfica y características naturales del Chocó destaca la comunicación con los dos mares, el sistema hidrográfico y la humedad, que inciden en la población (compuesta de negros esclavos y unas 87.000 almas, dos poblaciones importantes como Quibdó y Nóvita, ocho parroquias y veinticinco anexos o caseríos) y agricultura de subsistencia; sobre la ocupación y poblamiento del territorio aportó tres pistas interesantes, que fue invadido progresivamente por negros esclavos, que jamás ha sido ocupado por los criollos y que sus tierra bajas (el Chocó propiamente dicho) tal vez jamás había sido ocupado por los indios chocós que prefirieron ocupar las tierras altas o de ladera; acerca de su comunicación y relación comercial con otros entes territoriales identificó que los alimentos que consumía la región provenían del valle del Cauca y Antioquia, destacó la importancia del camino que unía a Nóvita con Ansermanuevo, indicó que desde Cartagena vía el Atrato ingresaban mercancías de origen europeo y desde Charambirá en las bocas del San Juan los tasajos de carne y otros alimentos que requerían las cuadrillas de esclavos; la descripción de la población de Nóvita, surgida en medio de lavaderos de oro, contaba con una casa de fundición a donde se llevaba el oro en polvo de los reales de minas para ser trasformado en lingotes que se enviaban a las casas de moneda de Popayán o Bogotá, y una fundición en donde se hacía la “desplatinización” del oro en polvo; Tadó era el epicentro de la explotación platinífera y en sus alrededores había lavaderos muy productivos; describió a los indios chamís como de “existencia vagabunda”, viviendo de la selva y la pesca en los ríos, y resistentes al proyecto
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de la civilización católica; finalmente, resulta interesante destacar que fijó con claridad su posición frente a los numerosos proyectos que se discutían en la época sobre la construcción del canal interoceánico por el Chocó y argumentó la conveniencia de que su eventual trazado se hiciera siguiendo el valle del Atrato-San Juan, superando para el efecto el obstáculo del istmo de San Pablo, con el fin de unir el Atlántico y el Pacífico. En síntesis, con una mirada perfectamente occidental, el Chocó sólo tendría futuro, en concepto de viajeros y geógrafos de siglo xix, con la extensión de la raza blanca, en especial de antioqueños y extranjeros, sobre sus primigenios pobladores y los grupos negros que se hicieron demográficamente dominan tes desde finales del siglo xviii y sobre todo en el xix, única capaz de llevar a cabo empresas de progreso, crear “civilización”, vida ordenada y ciudadana, patrones de comportamiento dirigidos por el estado y la iglesia, roles de vida urbanos, y de sacar de la ignorancia a sus tradicionales habitantes. Aunque conviene detenerse en lo que algunos estudios recientes indican, en el sentido de que una relectura crítica de los postulados de la Comisión Corográfica y sus continuadores habilitaría concluir que el argumento de la sustitución de las ra zas inferiores por la blanca no se reducía a la simple dimensión biológica de la cuestión sino, y ante todo, al propósito de establecer un orden moral regenerador que portaban ciertos grupos sociales, es decir, a la supuesta superioridad moral de lo blanco frente a las otras razas y sus mezclas, y por lo tanto a su capacidad para encauzar sus acciones hacia el progreso y la civilización.14 Como sabemos, el espacio de lo que en la actualidad llamamos Chocó fue en el pasado un territorio disputado desde el siglo xvi por gobernaciones diversas, y por provincias, estados y departamentos durante los siglos xix y xx, dentro de un ambiente de reacciones, resistencias y sometimientos de sus pobladores. De tal suerte que a cada período histórico se corresponde una lógica espacial y territorial, así como diversas formas de representación e imaginación. Sin embargo, la rigurosa historización y espacialización de ese territorio y sociedad, no obstante
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Al respecto véase Eduardo Restrepo, “‘Negros indolentes’ en las plumas de corógrafos: Raza y progreso en el occidente de la Nueva Granada de mediados del siglo xix”, Nómadas, Bogotá, núm. 26, abril de 2007; y del mismo autor, “Imágenes del ‘negro’ y nociones de raza en Colombia a principios del siglo xx”, Revista de Estudios Sociales, Bogotá, Universidad de los Andes, 2007.
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sus notables contribuciones, es todavía una tarea pendiente para la investigación histórica y social. Con todo, así sea en forma provisional, puede considerarse que como fruto de este complejo proceso de construcción de territorios durante el siglo xix, las regiones de Bolívar, Antioquia y Cauca penetraron con fuerza al Chocó a través de “proyectos civilizadores” que pretendieron su integración a la nación concebida por las élites y el mundo internacional. Estas intervenciones coincidieron con cambios significativos en el orden mundial y nacional, como la apertura del Canal de Panamá en 1914, la expansión del comercio mundial, el interés de potencias y empresarios extranjeros por las riquezas auríferas y platiníferas, en relación con el primero; y las transformaciones en el orden político interno con el gobierno del general Rafael Reyes (1905-1909), ajustes en la legislación minera nacional y el ordenamiento territorial. Lo que explica que los proyectos modernizadores para el Chocó se fueran consolidando durante las primeras décadas del siglo xx, concebidas desde un incipiente y ambiguo reconocimiento de la conveniencia de su autonomía administrativa con la adopción de las figuras de intendencia (1907 y 1909) y de departamento (1908), que si bien lo separaban del departamento del Cauca quedaban siempre bajo el control directo del gobierno nacional. Iniciativas que se concretaron en una vasta explotación de recursos mineros, vegetales y faunísticos por colonizado res nacionales y foráneos, basados en operarios extranjeros, y en mano de obra negra y mulata de colonos pobres. Para 1923, el ingeniero Jorge Álvarez Lleras, interesado en el “progreso” del Chocó –en la introducción de antioqueños, la comunicación con el resto de la República mediante vías y la búsqueda de tie rras con propósitos agrícolas–, recogió los dos tipos de creencias externas sobre dicho territorio: unos creen que el Chocó es un emporio de riquezas fabulosas e inagotables y otros tierra infernal, malsana como ninguna y llena de fiebres espantables.15 Como puede observarse, los tradicionales imaginarios sobre el Chocó durante un siglo (1820-1920) se mantuvieron vigentes, y se extenderían hasta el presente, aunque con matices y modificaciones relativos a una región rica pero sin con quien explotarla racionalmente según el imaginario nacional dominante.
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Jorge Álvarez Lleras, El Chocó, Bogotá, Minerva, 1923.
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El Chocó según la geografía nacionalista del siglo xix: la sorprendente aunque finalmente incomprendida “adaptación” de la gente negra a la selva húmeda tropical del Pacífico Siguiendo las convenciones historiográficas establecidas por los primeros historiadores de la República, los geógrafos nacionalistas del siglo xix produjeron uno de los primeros y más completos cuerpos discursivos sobre el Chocó que por la supuesta autoridad científica de sus observaciones, la enorme influencia que tendrían en el imaginario nacional y sus consecuencias en disposiciones gubernamentales, ahora debemos tratar de considerar y reinterpretar en este ejercicio. Por razones de pertinencia y espacio no podemos dedicarnos aquí al tratamiento en profundidad de esta importante cuestión, pero al menos procuraremos identificar aquellos aspectos que juzgamos más relevantes y afines a los propósitos de este estudio, para lo cual rastreamos e interpelamos las obras de Agustín Codazzi, de Felipe Pérez y otros continuadores de la Comisión Corográfica.
El “primer” Codazzi y el Chocó
En dos momentos distintos y mediante tres textos diferentes el geógrafomilitar italiano Agustín Codazzi legó para la posteridad unas imágenes, informaciones y representaciones muy valiosas sobre el Chocó de la primera mitad del siglo xix. Escritos desde una perspectiva etnocéntrica y racista, en los marcos del proyecto nacionalista en marcha en el siglo xix y concebidos desde la ciencia geográfica de entonces, sus trabajos no sólo influenciaron a sus contemporáneos y sirvieron de base a decisiones gubernamentales sino que marcaron a los estudiosos y observadores que le sucedieron, lo que hace de ellos materiales de una enorme actualidad temática que bien vale la pena retomar, criticar y trascender. El primer momento y texto coincide con la llegada de Codazzi a América, y en particular a la Nueva Granada, futura Colombia, en medio de la Guerra de Independencia, durante el segundo semestre de 1819, tal como lo consignó en sus Memorias.16 El segundo momento tiene que ver con su regreso al país para 16
Mario Longhena (ed.), Memorias de Agustín Codazzi, Bogotá, Banco de la República - Archivo de la Economía Nacional, 1973.
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ponerse al frente del gran proyecto de levantar su carta geográfica y la de sus provincias, a instancias del general Tomás Cipriano de Mosquera, presidente de la República, quien en 1845 lo invitó a emprender dicho proyecto que buscaba replicar lo que Codazzi ya había realizado para Venezuela. En efecto, Mosquera, inicialmente nombró a Codazzi como profesor de la Escuela Militar Superior de Bogotá en 1848, pero sólo un año después, en enero de 1849, Codazzi arribaba a la capital para ponerse a sus órdenes. Se produjo entonces la sucesión presidencial del general José Hilario López, pero por fortuna no sólo se mantuvo el proyecto geográfico sino que incluso se formalizó con un instrumento firmado el 1° de enero de 1850, que facilitaría llevar a la práctica la titánica labor de la Comisión Corográfica, la primera expedición científica nacional de la República en formación. Los dos textos de nuestro particular interés y producidos en el marco de ese gran proyecto son los informes referidos al Estado del Cauca y a la provincia del Chocó,17 y al Estado del Istmo de Panamá y sus provincias.18 En relación con el primer momento de Codazzi en la Nueva Granada y sus Memorias, conviene decir que mientras Bolívar y Santander reorientaban la Guerra de Independencia de los llanos colombo-venezolanos a los Andes centrales de la Nueva Granada y triunfaban en Boyacá en agosto de 1819, Codazzi se adentraba en la provincia del Chocó en cumplimiento de una misión conspirativa en favor de los independentistas republicanos.19 Aunque no se trata de un texto que fuera producido como parte de un plan científico sino de las memorias de un viaje, resulta muy interesante como documento histórico por la indiscutible capacidad perceptiva de Codazzi, así como por la variedad y calidad de los registros sobre las circunstancias geográficas, sociales e históricas observadas. Dichas observaciones estuvieron condicionadas no sólo por el hecho de ser europeo, geógrafo-militar y partidario de la Independencia sino por el inevitable recorrido longitudinal de su viaje, que realizó básicamente sobre el eje del valle Atrato-San Juan, y en menor medida por lo que alcanzó a observar
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A. Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina. Volumen I: Estado del Cauca. Tomo II: Provincias del Chocó, Buenaventura, Cauca y Popayán. Tomo III: Provincias de Pasto, Túquerres y Barbacoas, op. cit., pp. 51-131. A. Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina. Volumen VI. Estado del Istmo de Panamá. Provincias de Chiriquí, Veraguas, Azuero y Panamá, op. cit., pp. 97-195. Véase lo concerniente al Chocó en M. Longhena, op. cit., pp. 350-377.
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de las cordilleras y el mar (vía el San Juan y hasta Buenaventura). En efecto, Codazzi primero recaló en la isla de Providencia en el Caribe y después, ya frente al istmo de Panamá, en el archipiélago de San Blas, tuvo el primer contacto con “los naturales de América meridional, que se encuentran en el mismo estado en que se hallaban antes del descubrimiento del Nuevo Mundo” (se trataba de los indios cunas o tule, aunque no lo dice explícitamente). Esta observación inicial sobre los “indígenas” fue suficiente para deducir que los españoles no sólo jamás los habían podido dominar sino suponer que en cambio los habían dejado vivir en ese estado salvaje bajo el dominio de sus caciques, y por último concluir que el odio hacia los españoles era el rasgo distintivo de las relaciones interétnicas que creyó observar. Después, el propósito de su viaje lo conduciría hasta la bahía de la Candelaria, en el Golfo del Darién, donde el Atrato desagua por diversas bocas. Ese era el río que ahora debía remontar, objetivo que en adelante dependería casi que por completo de los bogas indios y de sus destrezas como navegantes ribereños. En su recorrido hacia el centro del Chocó, Codazzi experimentaría sensaciones muy similares a las de otros viajeros y exploradores europeos cuando se adentraban en territorios selváticos y desconocidos al seguir el curso de los ríos con el objetivo de llegar hasta el “corazón de las tinieblas”. El contraste entre esa sensación nueva frente a los indómitos ríos de los trópicos y la experiencia europea de unos ríos dominados por la intervención del hombre debió ser tan fuerte, que le impuso el recurso comprensivo de la comparación, de acuerdo con la cual los ríos de Europa los clasificó como ríos históricos, mientras que a los ríos tropicales de América, como el Atrato, los redujo a pura naturaleza. Razonamiento que entraña, según creemos, cierta variable o matización de la clásica división de la humanidad establecida por el conocimiento experto de la época entre “civilizados y salvajes”. En efecto, para Codazzi los ríos europeos confirmaban el triunfo del hombre sobre la naturaleza, puesto que su condición original y natural había sido domesticada y modificada por la presencia del hombre a través de muchos siglos de civilización, hasta convertirlos en útiles para el transporte y la población. En presencia del poderoso Atrato, en el cual durante los primeros siete días de viaje no advierte habitantes ni poblaciones en sus riberas, Codazzi se sorprende e intimida a la vez. En efecto, el Atrato le parece “más grande que nuestro Po”, pero lo sobrecoge ante todo el hecho de que se encuentre “cubierto de horribles bosques y selvas, cuyos únicos habitantes son los animales feroces”. En Codazzi, el Atrato deviene así en un río vaciado
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de humanidad que queda reducido a naturaleza en estado puro. Varias páginas describen el régimen de lluvias permanentes, lo que provoca que los cauces de los ríos y afluentes se desborden, y las tierras se inunden y empantanen, circunstancias propicias para que proliferen los insectos, las culebras y los caimanes. No obstante, Codazzi logra sobreponerse por un momento al peso aplastante de lo natural y aunque conmocionado por la explosión de vida que revienta antes sus ojos, deja salir su espíritu científico al describir con admiración la variedad de animales de monte, peces, aves y plantas que saturan los distintos ambientes. Sin embargo, finalmente retoma su impresión de estar en presen cia de una naturaleza que lo domina todo haciendo imposible cualquier tipo de civilización, por cuanto incluso aquella logra inhibir hasta la prosperidad misma de plantas que en otras regiones tropicales le han aportado beneficio a las poblaciones, tales como el banano, el maíz, el casabe, el ñame o las patatas. La consecuencia de esta inapelable situación material es la de una población en estado de naturaleza, condicionada por ésta y degradada en sus valores humanos.
[…] por lo que los habitantes están en la más grande miseria, ya que ven que el pescado apenas sacado del agua se pudre, que la carne todavía palpitante se corrompe y que el pan apenas se enfría se enmohece. Aquí todo se compra y se vende a precio de oro, sea el alimento, el vestido o cualquier otra cosa necesaria. Este clima es tan diabólico que ninguno escapa a las fiebres cotidianas o tercianas, pútridas o pestilenciales, al vómito negro, a la lepra, a las obstrucciones del hígado, a las insolaciones, al pian, que hace caer a pedazos los miembros gangrenados. En resumen se puede concluir que en este país el cielo y la tierra le han declarado la guerra al hombre, obstinado en establecerse allí por la avidez inextinguible del oro que se encuentra por todas partes en esta región.20
El crudo patetismo de este texto es muy diciente respecto de las con venciones que, con pretensiones científicas, primero se esbozaron y después se sistematizaron y formalizaron durante el siglo xix para describir, analizar y, en últimas, construir la región del Chocó a partir de ciertos parámetros y paradigmas que hoy entendemos como esencialistas, naturalizantes y eurocéntricos. La descripción del Chocó de este “temprano” Codazzi, treinta años antes de
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Ibíd., pp. 359-360.
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la Comisión Corográfica, apunta a cuestiones que en la actualidad estamos obligados a repensar y cuestionar, tales como la idea de región y subregión. En efecto, cuando Codazzi se refiere a la región lo hace teniendo en cuenta sobre todo sus principales características geográficas, pero en ningún caso se orienta por una idea de región histórica o social. Por eso, al distinguir las dos provincias nucleares que lo configuran, Citará con eje en Quibdó y el alto Atrato y Nóvita con eje en la población de su mismo nombre y el alto San Juan, alcanza a intuir las diferencias que existen entre ellas y la fragmentación histórica que subyace a sus respectivas configuraciones, pero no alcanza a explicarlas de fondo. Su registro acerca del predominio de indios y negros en un medio selvático y tropical como el del Chocó, simplemente confirmaba el determinismo geográfico que imperaba en la época como paradigma científico en ese tipo de observaciones. Que en este caso, parten del supuesto de que se trataba del más desventajoso territorio de los trópicos, cuestión que sintetizó en su inflexible metáfora de que allí se había entablado una lucha despiadada y desigual de la naturaleza contra la humanidad. Se puede deducir también, que para sus observaciones Codazzi se orientaba con una implícita representación de la “humanidad” de acuerdo con la cual ésta resulta ser una suerte de compuesto de dos sujetos sociales distintos aunque condenados a ser inseparables, pero precarios ambos respecto de un ideal de humanidad completa. En efecto, una parte de esa humanidad incompleta la forman los hombres “civilizados” (criollos o extranjeros) a quienes sólo la avidez del oro impulsa contra todo juicio a establecerse en esos territorios enfermizos, y la otra parte se conformaría de los indios y los negros del “país” que, aunque adaptados en forma sorprendente a esas condiciones tan extremas, en últimas lo hacen en forma in-humana. Ahora bien, no obstante la naturalización y esencialización de la “región” chocoana y sus gentes que se va perfilando con este tipo de registros, pero tratando de ir más allá de lo evidente de ellos e interpelándolos también, se alcanzan a advertir los vestigios y las evidencias de la densidad y la complejidad de la historia de esa humanidad que Codazzi juzgó como “precaria e in-humana”. Se trata por supuesto de una reflexión sobre un material residual que consigna de modo fragmentario y deformado la presencia de esos sujetos del pasado. Pero es precisamente el trabajo paciente de varias generaciones de investigadores y la propia memoria colectiva de sus habitantes sobre ese tipo de materiales y
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subjetividades, los que en las últimas décadas han venido transformando las representaciones sobre el Chocó. Sobre todo, al seguir las pistas de dos grandes cuestiones que llamaron poderosamente la atención de Codazzi a comienzos del siglo xix y que son hasta la fecha el centro de gravedad de las investigaciones sociales sobre la región: comprender la función del oro y explicar la condición de la gente negra (y en menor medida indígena). Se puede afirmar que desde Codazzi y hasta el presente, por decirlo de alguna manera, la representación de esa tensión entre lo evidente y lo profundo en relación con el oro y los negros, es la que fundamentalmente ha movilizado la acción investigadora en procura de las cuestiones clave para la comprensión del siglo xix chocoano, como veremos. En efecto, Codazzi advirtió que todo se compraba y se vendía a precio de oro, que había avidez por él y que éste se encontraba literalmente por todas partes.
Los montes lo encierran en sus flancos, lo llevan los arroyos, las arenas de los ríos corren mezcladas con el polvo de oro y con muy justa razón algunos escritores la han distinguido con el nombre de tierra del oro. Pero la mayor parte de los que buscan aquí enriquecerse, las más de las veces vienen a quedar sepultados con sus riquezas y llevan una vida siempre enfermiza, y hasta los hijos que nacen de ellos parce que nacen con fiebre.21
Una vez llegado a Quibdó (que enuncia como Citará), capital de la pro vincia de su mismo nombre, su descripción mantiene el enfoque sobre la relación oro y negros como un eje articulador que le ayuda a comprender lo que observa. El emplazamiento de la ciudad (en la orilla derecha del Atrato, frente a la desembocadura del río Quibdó) y su composición racial (de indios, negros y criollos americanos), delatan los tres siglos de colonialismo y el predominio de la economía minera. Es muy probable que los datos de Codazzi se encuentren entre los más tempranos y valiosos acerca de la reconfiguración y el reordenamiento del espacio que se estaba produciendo en la transición de la Colonia a la República, fenómenos que se proyectarán a lo largo del siglo xix. Codazzi calculó la población de la ciudad de Quibdó en unas tres mil personas, “pero la de los negros esparcidos a lo largo de los ríos y los lagos ascenderá a más de cinco mil y un poco menos serán los indios esparcidos en varios caseríos 21
Ibíd., p. 360.
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a lo largo de los diferentes ríos que bañan por todas partes esta región”.22 Los caseríos que identificó son: Murrí, San Miguel, Bebará, Beté, Lloró, Tadó y Bagadó. De lo dicho se puede conjeturar que, en ese momento, la “ciudad” de Quibdó se extendía más allá de su trama “urbana” propiamente dicha, hacia un aparente y confuso Hinterland en el cual los negros, ahora mayoritarios, habían adoptado una forma de poblamiento ribereño diferenciada del poblamiento indígena. Sin embargo, la confusión o desorden de este ordenamiento espacial es sólo aparente, porque más bien esa percepción de confusión hace evidente el momento de transición que se experimenta, es decir, cuando se deshace el modelo hispánico de poblamiento que se intentó en la región (ciudades, reales de minas y pueblos de indios) e irrumpía una movilidad geográfica y social inédita, agenciada por pobladores en libertad pero a partir de los antiguos recintos coloniales y esclavistas. En resumen, estos registros de Codazzi y otros similares pueden dar pie, y de hecho lo han dado, a hipótesis de trabajo para la investigación moderna y contemporánea, en el sentido que con la disolución de la esclavitud, el declive de los reales de minas del siglo xviii, la redefinición de los pueblos indios, el proceso de la Independencia y formación de la República, y el crecimiento de la población, se crearon las condiciones de posibilidad para que se diera, sin mayores restricciones, un poblamiento extensivo a lo largo del Atrato y sus principales afluentes. Fenómeno demográfico y social que tuvo en la gente negra su principal protagonista, aunque simultáneamente se produjera también una reconstitución de los grupos indígenas. Llama la atención que en sus Memorias, Codazzi nunca mencione al sistema esclavista ni a los esclavos del Chocó, lo que posiblemente se explique por las siguientes razones principales, o bien porque le pudo parecer obvia esa realidad o bien porque lo que encontró fue la degradación del sistema a consecuencia de distintas modalidades de libertad pactada, todo ello acentuado por la crisis política y cultural del mundo hispánico a uno y otro lado del Atlántico, como lo muestran los estudios más recientes. No obstante esta opacidad, los registros de Codazzi describen los componentes básicos que caracterizaban la predominante actividad minera en la provincia de Citará. En efecto, los indígenas, que habitaban en sus bohíos en los suburbios de la ciudad, se dedicaban a la navegación y el transporte
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Ibíd., p. 365.
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por el río. Mientras que los negros, que “hacen el oficio de domésticos y en las varias habitaciones situadas a lo largo de la orilla del río son los trabajadores del oro, ya que sólo ellos son capaces de resistir las grandes fatigas, las aguas continuas, el clima perverso y pútrido de estas regiones; están totalmente desnudos”.23 Los propietarios de los terrenos de las labores mineras son por lo general los criollos blancos, en los cuales han hecho levantar “arrabales de negros” y “allí los hacen trabajar para sacar el polvo de oro que se encuentra mezclado con la tierra”. Codazzi no nos dice cómo los hacen trabajar, aunque sabemos que una parte de esos “trabajadores negros” era en realidad esclava y la otra libre, pero dependiente al fin de cuentas de ese sistema extractivo. Asimismo, observa que la provincia de Citará se encuentra aislada por los accidentes geográficos que la separan de las otras provincias y que dependía por completo del comercio externo para suplir prácticamente todas sus necesidades. Sin embargo, esas precarias conexiones externas eran diferenciadas, como lo indica el hecho de que el flujo comercial con el Cauca vía Cali fuera limitado, mientras que en contraste se desarrollaba y consolidaba el tráfico con Cartagena vía el Atrato. Su reflexión sobre la cuestión de la herencia colonial se conecta con los retos de la construcción del Estado republicano en ciernes, como lo pone de presente el manejo de la cuestión fiscal y la persistencia del modelo extractivo del oro no obstante el cambio político. En efecto, como todo se compraba y vendía en oro, pero como éste no podía salir de la provincia del Chocó en polvo sino acuñado, el gobierno cobraba por ello el 20% nominal, aunque en realidad ganaba otro 20% con la mezcla y liga que le ponía en las fundiciones de Antioquia, Popayán y Santafé de Bogotá. Otros datos clave de Codazzi se refieren a lo intrincado de las relaciones sociales, y especialmente a la situación de dependencia que tenían los propietarios criollos de las minas respecto de los negros, lo que a su vez tenía efectos negativos en las características sui generis de la minería del oro en estas provincias. En efecto, Codazzi observó, en clave determinista geográfica y social, en relación con la raza “criolla” que presumía tanto civilizada como precaria, que el estado de enfermedad y postración en que vivían los criollos propietarios de los terrenos de minas tenía como consecuencia que no pudieran cuidar de sus intereses por sí mismos y que por consiguiente
23
Ibíd., p. 362.
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tuvieran que confiar “las más de las veces en los jefes de los negros para el trabajo de las minas”. No obstante, alcanzó a advertir que debía haber algo más que clima y enfermedad como causas para explicar esa “dependencia” de los blancos respecto de los negros, y a intuir que en esas condiciones se había pro ducido una total inversión del orden social previsto y sancionado desde la lógica ilustrada y racionalista moderna para la esclavitud, por lo cual anota que en estas provincias el trabajo de minas “se hace en forma diversa del de otras partes de América”. Con lo cual apuntaba a las características de la minería de aluvión (distinta a la de veta) en esta parte de la América hispana, a sus técnicas (como el canalón, el mazamorreo y eventualmente la zambullida), a los instrumentos de trabajo (azadones, barretones, palas, almocafres, bateas) y a la división del trabajo en la que sabemos que concurrían esclavos y libres. Por eso insistió también en la sorprendente adaptación de los negros a las inclemencias del cli ma, las dificultades del territorio y la dureza de los trabajos que se realizaban a la intemperie, para concluir, seguramente que muy a su pesar, en el inobjetable protagonismo de estos: “[…] los negros son los únicos que pueden soportarlos sin ningún perjuicio, porque se ve que son fuertes y robustos, mientras que el resto de la población sólo presenta hombres débiles y siempre enfermos”.24 Es decir, que Codazzi hace referencia a lo que podemos entender como las condiciones que explicarían la preponderancia de los negros en ese territorio, algo sustantivo que debemos seguir tratando de documentar, comprender y explicar. En cuanto a los datos aportados por Codazzi sobre la provincia y ciudad de Nóvita (cuyos habitantes estimó en 8.000), situada a orillas del río Tamaná, tributario del San Juan por su flanco derecho, cabe decir que son de menor cantidad y calidad que los aportados para el Atrato. No obstante, nos interesa destacar aquí los que resultan más relevantes para nuestros fines, como los que se refieren a cuestiones como su riqueza aurífera, los antecedentes históricos como antigua capital del Chocó, y la importancia económica y en las comunicaciones que ofrecía la Bodega de San Pablo, localizada en el arrastradero o istmo de su nombre, último punto de navegación por el río Quibdó (y Quito según otros geógrafos) cerca del San Juan. Codazzi pudo atravesar dicho istmo en menos
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Ibíd., pp. 364-365.
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de dos horas y por ello conjeturó que como proyecto de ingeniería sería posible cortarlo, “para comunicar el Quibdó [tributario del Atrato] con el río San Juan, el cual desemboca al Pacífico, y así unir mediante estos dos ríos los dos mares, a saber, el Atlántico y el Pacífico”.25 Estimó que la ciudad de Nóvita era más grande que la de Quibdó, calculó que allí también la proporción de criollos era ligeramente mayor pero más sana que en Citará, que al igual que en esta provin cia los negros trabajaban recogiendo polvo de oro que abunda en el Tamaná y que los indios se congregaban en pequeños caseríos y en torno a los puntos de mayor movimiento comercial como Santa Ana, Juntas, San Agustín, San Pablo y San Juan.
La Comisión Corográfica en el Chocó y Panamá Los otros dos textos imprescindibles para evaluar los aportes de Codazzi a la construcción del Chocó en el siglo xix fueron producidos como parte de los trabajos de la Comisión Corográfica dirigida por él. El primero hace parte de su informe para el Estado del Cauca en 1853-185526 y el segundo de lo reportado para el Estado del Istmo de Panamá de 1854.27 Con seguridad, ambos trabajos se cuentan entre los más representativos de la visión nacionalista en general y geográfica en particular acerca de esta región a mediados del siglo xix, por lo que resulta interesante detenerse ahora en la comprensión y crítica de esos sus supuestos, registros, perspectivas y pistas, que todavía ofrecen enormes posibilidades para la investigación actual. Por supuesto que esa acción crítica es posible pero siempre y cuando se reexaminen sus datos y valoraciones, se los contraste con otras referencias documentales y se incorpore la información actualmente disponible, para poder establecer una posible comparación entre lo ocurrido en el Chocó y otras experiencias en este momento de construcción republicana.
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Ibíd., p. 366.
A. Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina. Volumen I: Estado del Cauca. Tomo II: Provincias del Chocó, Buenaventura, Cauca y Popayán. Tomo III: Provincias de Pasto, Túquerres y Barbacoas, op. cit., pp. 53-131. Para la síntesis histórica véase pp. 53-55 y para la sociocultural en el “Aspecto del país”, pp. 76-88. Ibíd., pp. 99-104 y 139-151.
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Del informe sobre el Estado del Cauca y la provincia del Chocó cabe destacar el intento de síntesis histórica de la región y la presentación de las principales características de la población a la luz de unas hipótesis más o menos explícitas, algunas conjeturas y comentarios variados. De la síntesis histórica se pueden destacar los siguientes elementos: la presencia imbatible de los indios a lo largo del tiempo, sobre todo en el Golfo del Darién, las dificultades de los ibéricos para establecerse en ese territorio con los consiguientes desplazamientos y conflictos entre ellos y, finalmente, la persistencia de la resistencia indígena; la distinción entre las experiencias del Pacífico sur y el Chocó, por su argumento de que la fundación de Barbacoas en 1600 habría garantizado la conquista de esa primera parte del Pacífico, mientras que en el Chocó la resistencia indígena la retrasó, hasta que la presencia de los misioneros jesuitas desde 1654 permitió la reducción de los indígenas de las provincias de noanames, citares y chocoes;28 retomando a los cronistas Codazzi sostiene que cada uno de estos grupos indígenas contaba con 25.000 habitantes y los define a todos como caribes, lo que refuerza los datos conocidos al respecto y la imagen recurrente que los representa como guerreros bárbaros cuya presencia en el Chocó se explica a raíz de la expansión desde el sur de esa macro-nación indígena americana hasta la Costa Atlántica de la actual Colombia, concretamente hasta el golfo de Urabá; en ese territorio se habrían encontrado y mezclado con los grupos originarios provenientes de Centroamérica, aunque se mantuvieron diferencias lingüísticas que se proyectaron hasta la posterior formación de las provincias hispánicas; respecto a su localización, Codazzi sostiene que los noanamaes se ubicaron en las vertientes de la hoya del San Juan, los citaraes en las del Atrato y los chocoes en las del Baudó, pero que con la avanzada conquistadora se establecieron tres epicentros de esas provincias, Nóvita, Citará y Morro de Baudó, respectivamente; otro asunto importante que se desprende de las observaciones de Codazzi es el de la relación territorio-población que concibe en clave moderna (población y tierra productiva), al estimar que la superficie de la provincia del Chocó era de
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Para una posible comparación entre el Pacífico sur y el Chocó en este período consultar Juan David Montoya Guzmán, “Deliberadamente silenciosas: Fuentes acerca de las tierras bajas del Pacífico, siglo xvi y xvii”, en: Óscar Almario García (ed.), Las fuentes en las reflexiones sobre el pasado: Usos y contextos en la investigación histórica en Colombia, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín - Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2014.
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1.900 leguas granadinas pero a renglón seguido considerar que 1.492 de ellas estaban “baldías y desocupadas”; es evidente la contradicción entre esta manera de entender el territorio y sus propios datos acerca de la población indígena, a la que en últimas considera irrelevante, lo que conduce a desestimar las distintas modalidades de apropiación y usos del territorio de sus pobladores ancestrales; lo que explica el reduccionismo naturalizante de la relación territorio-población respecto de lo indígena que orientó a estos primeros geógrafos de la República, así como su consiguiente criterio para reconocer como propietarios de tierras en esta región exclusivamente a aquellos sujetos que exhibían títulos privados, o en su defecto, los baldíos nacionales o tierras de propiedad del Estado; este mismo canon discursivo, que reduce la humanidad de lo indígena a estado de naturaleza con el fin de fijar y legitimar desde la geografía los principios del ordenamiento jurídico y político de la República, se extendió también hasta la gente afrodescendiente, como puede deducirse de sus observaciones y síntesis sobre la población de la provincia del Chocó para 1853: en la región había 43.649 habitantes, dato que no incluye a los indios “dispersos” (por lo mismo incontables) ni a los indios “independientes” (que calcula con dificultad en al menos 3.000), que quedan por consiguiente excluidos de su geografía; procedimiento de negación y exclusión de la población chocoana respecto de la nación, que además se refuerza y enfatiza por su definición racializada como africana (léase no nacional) de su sector mayoritario: “La población del Chocó se debe considerar toda de raza etiópica, pues que no habrá en él que no lo sean, y la parte indígena reducida a poblado es poco numerosa comparativamente a la africana para que se hable de ella”.29 Como puede concluirse de lo dicho hasta aquí, el Chocó descrito por Codazzi corresponde a una región ambiguamente definida (entre la geografía y la historia) y en la que habita una población que resulta inaprensible para el discurso modernizador de entonces, sobre todo por dos presencias incómodas y disfuncionales a sus propósitos: por una parte, los indígenas bárbaros y dispersos en estado de naturaleza, y por otra, una predominante raza africana adaptada
29
A. Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina, Volumen I: Estado del Cauca, Tomo II: Provincias del Chocó, Buenaventura, Cauca y Popayán. Tomo III: Provincias de Pasto, Túquerres y Barbacoas, op. cit., p. 55.
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al medio pero carente de ambición y de luces para el progreso. Este núcleo discursivo modernizante y etnocéntrico acerca de la mayoría de la población del Chocó, continuará gravitando sobre los herederos de la Comisión Corográfica, como veremos. Ahora bien, es en la parte titulada “Aspecto del país”30 donde se plasman lo que consideramos las “hipótesis” más relevantes de Codazzi acerca de la región y su gente negra predominante, las cuales preferimos entender precisamente en esos términos hipotéticos por constituir las primeras representaciones más o menos orgánicas o sistemáticas acerca de esa realidad natural y social cuyas dinámicas configuraron el Chocó del siglo xix. Aunque en otro sentido dichas “hipótesis” se pueden entender también como evidencias tempranas de los bloqueos ideológicos y obstáculos epistemológicos experimentados por las élites nacionalistas y los geógrafos en particular para reconocer la diversidad regional, étnica y cultural del país en construcción. Con fines de síntesis y con miras a aportar elementos de análisis que se deben relacionar con estudios posteriores, identificamos las siguientes líneas hipotéticas en la argumentación de Codazzi: la primera la podemos definir como de tipo natural o geográfica (la región física), la segunda es demográfica o social (las características de los pobladores) y la tercera de perspectivas (las posibilidades y obstáculos para el progreso de la región). En relación con la hipótesis geográfica, Codazzi consideraba una absoluta desgracia la localización del Chocó en “la región de las calmas, y por lo tanto de las lluvias perennes, de las turbulencias y tempestades”,31 lo que condicio naba sin atenuantes el régimen de vientos que, debilitado, era incapaz de remover la evaporación que subía por la acción del calor desde los ríos que surcan el territorio y la mantenían constante y suspendida sobre él, para finalmente precipitarse en lluvias recurrentes. Aunque el geógrafo era consciente de que esa misma localización presentaba algunas ventajas, como la de una eventual comunicación interoceánica por el iItmo de Panamá o mediante la conexión del Atrato-San Juan. Asimismo, advirtió los impresionantes contrastes interiores
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Ibíd., pp. 76-88. Ibíd., p. 86.
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de la región, las similitudes y diferencias entre las hoyas de sus dos grandes ríos (Atrato y San Juan) y sus tributarios, la influencia de la Cordillera de los Andes que arrastra hacia las partes bajas corrientes hídricas ricas en minerales, y destacó lo distintas que eran las serranías del Darién y el Baudó. Subrayó las ventajas que tenía contar con unas vías naturales de comunicación como los ríos, que no sólo permitían la navegación por ellos sino las múltiples posibilidades de comunicación entre ellos mediante lo que llamó “los istmos interiores” o pasos de una corriente a otra, como los de: San Pablo (Atrato-San Juan), Becardó (Noanamá-Baudó), Suruco (que comunica también con el Baudó), Taridó (que cae al Quito, tributario del Atrato), Pató (que cae al Quito cerca de Quibdó) y Surucó de Munguidó (que cae al río de Ampará). En lo que tiene que ver con sus observaciones hipotéticas acerca de la condición de la población, estas parten de un dato histórico relevante, el descubrimiento de los minerales del Chocó por la parte del Pacífico, lo que benefició especialmente a los mineros de la provincia de Popayán que iniciaron su explotación primero con mano de obra indígena y después africana. Por cuanto con este hallazgo se identifica una de las pistas clave para entender el gran cambio demográfico y social ocurrido en el Chocó entre el siglo xviii y el xix con el tránsito de la esclavitud a la libertad y la creación de las condiciones de posibilidad para el consiguiente predominio de la gente negra en el territorio. Codazzi se refirió también a las limitaciones que tuvo el imperio español para poblar y ordenar ese territorio, y a sus dificultades para protegerlo de las potencias competidoras, circunstancias que tuvieron dos grandes consecuencias como sabemos en la actualidad: la primera consiste en el abandono del territorio del Darién como interés imperial, y la segunda tiene que ver con las posibilidades para la resistencia y reconstitución de los cunas (tule). Desde nuestra relectura crítica de Codazzi y su principal proyecto en tendemos que a partir de los criterios y prácticas de la Comisión Corográfica, con los cuales se describió y pretendió modificar la realidad observada en el Chocó, se consolidaron también los prejuicios ideológicos y la opinión general que predominaron en la época acerca de las desventajas de las tierras bajas para el progreso y la civilización. De tal suerte que criterios científicos e imaginarios públicos coincidieron en el argumento de que las tierras altas eran las únicas “naturalmente” aptas para el progreso pero siempre y cuando estuvieran habitadas por pobladores blancos, y en que, de cumplirse dicha premisa en el Chocó,
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podría esperarse el anhelado y aplazado progreso de la región. Así, Codazzi imaginó un futuro regional más o menos inmediato, en el que la serranía del Darién, que evaluó como “desierta” en el momento de sus observaciones, cambiaría drásticamente su situación como consecuencia de la apertura del Canal de Panamá y la consiguiente dinamización del comercio. La serranía del Darién recibiría entonces la afluencia de la ansiada raza blanca, criolla y extranjera, y cuyo asentamiento había sido imposible en las tierras bajas y auríferas, con lo cual se modificaría sustancialmente la situación de atraso secular de la región. Codazzi extendió ese mismo argumento pergeñado para el Da rién, de la relación tierras altas-población blanca como virtuosa para el progreso, a los cambios que esperaba se dieran en la provincia de Citará, en la medida que los “mineros inteligentes” (léase blancos-criollos provenientes de Antioquia) se establecieran en la Cordillera de los Andes, buscaran y explotaran sus filones, y desarrollaran la agricultura y el comercio, modificando de paso y de fondo las condiciones de esa provincia. En resumen, para Codazzi el cambio regional no podía provenir de la “raza negra actual y sus descendientes”, porque aunque adaptada a las inclemencias del clima y la humedad de las tierras bajas y auríferas su indolencia y pereza, su ignorancia y la ausencia de competidores la habían conducido a un estado de molicie y falta de ambición. Sólo la presencia de la raza blanca, asentada en un futuro en la Cordillera Occidental y la serranía del Darién, con sus adelantos y progresos, podría estimular a los negros a salir de su estado de atraso. Finalmente, consideramos aquí las causas que según Codazzi explicaban el “poco progreso del Chocó” y de las cuales excluyó la falta de caminos, porque ponderó que no sólo los ríos constituían esas vías naturales sino que podían ser aprovechados con gran utilidad. Su principal argumento como explicación del atraso regional es geográfico, porque dada su localización en “la región de las calmas”, las consecuencias climáticas para el Chocó son de una absoluta desventaja. El segundo argumento es racial y se deriva del anterior, el predominio de la raza negra que considera también negativo para el progreso, situación que se configura porque la raza blanca no puede asentarse en la región ya que se enfermaría y debilitaría, cosa que no sucede con la “raza africana”, es decir, con “el negro traído a estos lugares desde su suelo abrazador de África”, lo que le permitió adaptarse a las condiciones extremas del clima del Chocó.
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El tercer argumento, que puede definirse como antropológico, se inscribe en los prejuicios etnocéntricos y científicos de la época, porque si bien identificó la capacidad de adaptación de la gente negra al territorio y reconoció su imaginación para construir sus sociedades singulares, finalmente la subestima por su supuesta elementalidad, argumento que lleva hasta el extremo de su naturalización, como se evidencia en su analogía de la raza negra del Chocó con los animales anfibios (seres de tierra y agua). Finalmente, Codazzi concluyó que la apropiación que hicieron los negros del territorio de las tierras bajas ricas en metales preciosos constituía un inconveniente para el progreso del Chocó y el país, por lo cual ese poblamiento tendría que modificarse drásticamente en el futuro inmediato, a través de la promoción de la presencia de la raza blanca, probablemente proveniente de Antioquia. Finalmente, consideraremos las cuestiones más importantes expuestas por Codazzi sobre el Chocó, a propósito de su informe del Estado del Istmo de Panamá.32 Coincidimos con la perspectiva de los editores, analistas y co mentaristas de ese informe33 quienes subrayan que dicha documentación permite pensar en asuntos que todavía hoy reclaman nuestra atención, como el aislamiento de Panamá en el ámbito granadino, las circunstancias mundia les que incidieron para convertir el istmo en espacio nodal para las tendencias imperialistas del siglo xix y primeras décadas del xx, y la forma como allí se entrecruzaron dinámicas nacionales e internacionales, tecnológicas y sociales, que entre otros hechos explican la construcción del Ferrocarril Transoceánico (a mediados del siglo xix) y después del Canal Interoceánico (concluido en 1914). Por nuestra parte, agregamos que lo expuesto por Codazzi sobre Panamá y sus alusiones comparativas con el Chocó permiten inferir que ese contraste le sirvió de sustento para validar su percepción de que esta última región se encontraba en la peor de las situaciones como se ha mostrado antes, pero que no obstante, en su rescate vendrían la sorpresiva prosperidad de Panamá jalonada por el comercio mundial y la de Antioquia desde el interior del país, constituyéndose en las posibilidades para su efectiva transformación.
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33
A. Codazzi, Geografía física y política de la Confederación Granadina, Volumen VI. Estado del Istmo de Panamá. Provincias de Chiriquí, Veraguas, Azuero y Panamá, op. cit., pp. 99-104, 139-151. Ibíd., pp. 15-96.
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Podemos resumir en tres las cuestiones relevantes y especialmente rela cionadas con el Chocó expuestas por Codazzi, la histórica, la geográfica y la sociodemográfica. Los antecedentes históricos apuntan a considerar, por una parte, las ventajas de localización del istmo, los procesos de conquista y colonización, y la facilitación del trafico imperial español, y por otra las tendencias que se configuran a mediados del siglo xix, por la intensificación del comercio mundial, el descubrimiento del oro en California y Australia, la creciente demanda de servicios de transporte, el notorio interés de gobiernos extranjeros por la región (expediciones), y por consiguiente, los cambios tecnológicos operados en su interior, contexto en el que vaticina el inmediato progreso de Colón y Panamá como los puntos clave del tráfico por el istmo, y la construcción del canal interoceánico. Respecto de lo geográfico, toma a la serranía del Darién como el límite natural entre Panamá y esa provincia; distingue entre Darién del Norte (el vértice que forma el golfo de Urabá en el Océano Atlántico) y Darién del Sur (el arco que describe el golfo de San Miguel en el Pacífico). Pero además, avanzando elementos que aquí consideramos sociodemográficos, indica que las tribus que pueblan las costas del Darién del Norte (los tule) se encuentran casi que en la misma situación de los tiempos de la conquista, con sus embarcaciones ligeras, dedicadas a la pesca y cacería (en esta última actividad sólo habían cambiado las flechas por la escopeta y en las labores agrícolas habían introducido algunas herramientas como hachas y machetes). Sin embargo, ese supuesto estancamiento social de los indígenas contrasta con otro dato suyo que supone una capacidad política y de presión de aquellos, en el sentido de que los indígenas forzaron (con el concurso de agentes ingleses con los que habían mantenido relaciones de alianza de vieja data) a la Corona española a la firma de tratados de paz en 1790 (se trata de los tule o cunas, como ya se dijo, aunque Codazzi no lo registra así). Después de estos tratados, los fuertes construidos por las autoridades españolas sobre la costa y los ríos Sabana, Chucunaque y Yira, quedaron abandonados y en ruinas. Así las cosas, todo parece apuntar a que se produjo la total renuncia de España al control territorial del Darién, pero se puede inferir que también debió darse un complejo y aún desconocido proceso de reconfiguración indígena con efectos en lo que consideraban su territorio. Lo anterior tendría sus consecuencias para el Estado nacional colombiano en construcción, según lo indica Codazzi, porque continuó el abandono del Darién, pero ahora como territorio nacional, y por eso se entiende su patética
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afirmación: “Ya ha pasado más de siglo y medio [desde los tratados de paz de los españoles con los indígenas] sin que nadie haya vuelto a fijar la vista sobre el Darién estando entre puntos tan frecuentados como Cartagena, Portobelo y Chagres. Esta tierra, la primera que se atravesó para ir al Pacífico, de las primero habitada, hoy desconocida tanto como lo puede ser el interior de la Guinea”.34 A modo de conclusión, las observaciones realizadas por la Comisión Corográfica tanto sobre el Chocó como las referidas a Panamá, permiten conjeturar lo siguiente: en ellas el Chocó aparece situado en un desventajoso lugar geográfico, habitado en sus tierras bajas ricas en oro por razas inferiores (indígenas y negros), que por lo mismo no podrán aprovechar sus riquezas hasta tanto nuevos pobladores blancos (atraídos por el comercio en Panamá y desde Antioquia) se asienten en la Cordillera Occidental y en la serranía del Darién, modificando sus lamentables condiciones interiores.
Los herederos de la Comisión Corográfica En la segunda mitad del siglo xix el geógrafo Felipe Pérez pretendió darle continuidad a los objetivos de la Comisión Corográfica y profundizar el co nocimiento geográfico del país, de sus regiones y provincias con su Jeografía Física i Política de los Estados Unidos de Colombia.35 Felipe Pérez no sólo resumió y sintetizó las informaciones de la Comisión Corográfica dirigida por A. Codazzi sino que buscó reordenarlas con criterios propios, tal como quedó plasmado en su geografía. Pero es necesario agregar que, a diferencia de la Comisión Corográfica, el trabajo de Pérez es, aparte de individual, de gabinete y no de terreno, lo que tuvo dos grandes consecuencias. Por una parte, en cuanto al tipo de texto, en virtud de sus pretensiones reorganizadoras de las informaciones anteriores, y por otra, en cuanto a la aspiración de convertir la geografía y sus procedimien tos en clave del ordenamiento territorial de la república en construcción. Uno de esos criterios es el concepto de región que Pérez utilizó explícitamente y de acuerdo con el paradigma geográfico de la época, según el cual la región física
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Ibíd., p. 141.
F. Pérez, op. cit. Véase en el tomo ii lo concerniente al Estado del Cauca (pp. 165-403, sec ción xix). Aspecto del país. Región del Chocó pp. 308-331. 35
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era la base para explicar los aspectos históricos, económicos, sociales, culturales y políticos de las provincias, perspectiva que se inscribía en el determinismo geográfico predominante en la época. Ahora bien, a raíz del uso del concepto de región por Pérez se advierte un creciente campo de tensión discursivo en la geográfica decimonónica del país. En efecto, Pérez definió al Chocó como una región y siendo fiel a la perspectiva anotada, partió de lo físico para explicar lo social con una evidente carga racista y etnocéntrica. Por su parte, los geógrafos nacionalistas de finales del siglo xix y principios del xx, como por ejemplo Pablo Vila, si bien coincidieron en el reconocimiento de la región física del Pacífico tendieron a desconocer en forma mucho más drástica a la gente negra de la Costa Pacífica como una cultura diferenciada que debía ser valorada por el país nacional. Felipe Pérez describió al Chocó como un extenso “país” cuyos terrenos pertenecieron en el pasado a cuatro naciones indígenas (cunas, citaraes, noa namaes y chocoes), el cual se estructuraba en torno al eje longitudinal de sus dos grandes ríos navegables, el Atrato y el San Juan. Sin embargo, después de trascurridos trescientos sesenta años del primer contacto de las naciones originarias con los españoles, el geógrafo que nos ocupa no pudo evitar hacerse una serie de preguntas que delatan su desconcierto, y con seguridad que el de la mayoría de los agentes modernizadores de la época, tales como: por qué no quedaban ni siquiera vestigios de sus primeras poblaciones (San Sebastián de Urabá y Santa María la Antigua del Darién), por qué no se veían vapores en el Atrato si su navegabilidad era mejor que la del Magdalena, por qué no había poblaciones ni cultivos ni sendas por las cuales transitar, por qué los indios cuna no se habían mezclado todavía con la raza europea, qué explicaba la ausencia de ciudades, industria y comercio, por qué el “aborigen” se encontraba en la misma ignorancia de sus antepasados y tan solo la escopeta en lugar de arco y flechas o vestir pantalón y camisa para entrar en los poblados eran los únicos cambios experimentados, por qué el indígena aborrecía tanto al hombre español, por qué no se han enviado allí misioneros para civilizarlos o expediciones para conquistarlos.36 Como puede verse, este conjunto de porqués constituyen todo un catálogo que evidencia el desconocimiento de la región por parte de las élites
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Ibíd., p. 309.
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nacionalistas, pero también de los prejuicios y el malestar que todo esto generaba en el proyecto modernizante del país, cuestiones que las páginas siguientes de su geografía intentaron resolver pero sin logarlo. Lo que explica que la geografía de Pérez sobre el Chocó sea sobre todo un registro de evidencias físicas, una repetición de afirmaciones tenidas por ciertas en la época sobre su condición social y reveladoras especulaciones acerca de la posible evolución que tendría la situación que se describía. En ese marco se inscribe, entonces, una primera hipótesis acerca del supuesto “vacío” social del Darién y sus posteriores consecuencias. De acuerdo con la cual, el español, al no encontrar allí las riquezas en metales preciosos que buscaba con afán, y ser poderosa y eficazmente resistido por los grupos originarios, no habría podido asentarse ni penetrar ni conocer el interior del país. Hecho que tan sólo va a ocurrir cuando los ibéricos pudieron acceder a las tierras de Antioquia, descubrir el Pacífico y empezar la explotación de las minas del interior de Panamá, a raíz de lo cual se produjo la emigración de los aventureros desde el Darién, primero hacia el istmo y después al Perú. La idea de un Darién despoblado o vacío se refuerza en principio con el dato de la decisión administrativa de la Corona española de crear en 1724 el gobierno especial del Chocó con base en las tres tenencias de citaraes, noanames y chocoes, que indica el desprecio dieciochesco por el Darién. Así como con la información de que en la segunda mitad del siglo xix, casi ciento cincuenta años después de dicha decisión administrativa colonial, en la culata del golfo de Urabá, a duras penas se encontraba “una pequeña aldea de reciente fundación, nombrada Turbo, sobre el pequeño puerto de Pisisí, el cual podrá contener a lo más una docena de buques”, y en cuyos alrededores existen plantaciones de caña, plátano, café, cacao, cocos, caucho y otras resinas.37 Otros datos, que en realidad son de tipo marginal para Pérez, permiten no obstante que desde las perspectivas de investigación actuales se pueda avanzar en el ejercicio de interpelar su información, enfoque y análisis. En efecto, uno de ellos se refiere a un fenómeno natural pero que tenía consecuencias sociales en la región y que el geógrafo registra con su nombre vernáculo, consistente en una migración masiva de peces que en la temporada del verano y por la desecación de las ciénagas buscan a través de los caños las
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Ibíd., p. 310.
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aguas del Atrato, dando lugar a las “grandes pesquerías, que llaman rivazón (que se disputan indios, negros y caimanes)”.38 El otro tiene que ver con la relación que establece el geógrafo entre asentamientos humanos y condiciones geográficas, al sostener que las orillas bajas y cenagosas del río León explicarían su despoblamiento, mientras que las más altas del Sucio justificarían la presencia de algunos “pobladores negros y zambos”. En resumen, nótese cómo lo que supuestamente estaba despoblado, el Darién, resulta de pronto habitado. En efecto, es evidente que el supuestamente “vacío” Darién se encuentra en realidad ocupado por presencias muy dinámicas pero desconocidas para la época y para una mirada centro-andina, esto es, por grupos humanos de “indios y negros” que aprovechan los ciclos naturales y sus recursos para sobrevivir, construir sus asentamientos y formar sociedades. Como resulta obvio deducir, esta sorpresiva presencia de gente negra e indígena demanda una explicación consistente acerca de su procedencia, lugares de asentamiento, características culturales y relaciones sociales. En las páginas siguientes de su geografía, la descripción de Pérez se concentra en el Atrato y sus tributarios, y en varios aspectos de la vida social, que aquí ordenamos de acuerdo con los fines que nos animan. No obstante, y antes de concentrarnos en ello, adelantemos que de los datos aportados por este geógrafo sobre el Chocó se pueden inferir cuestiones relevantes para la investigación actual como: que no se encontraba aislado y en cambio existía una evidente porosidad hacia otras regiones, que sus rutas de comunicación con el exterior y en varias direcciones eran por lo mismo muy fluidas, y que la región contaba con una tremenda movilidad y dinámica interna. Cuestiones importantes a sopesar y retomar por los estudios posteriores, en tanto y en cuanto el Chocó había sido descrito por lo general como un región aislada y sin mayor reconocimiento a sus dinámicas internas. Sin embargo, seguir adecuadamente las pistas al respecto supone también ir más allá de las evidencias y acceder al reconocimiento de la singularidad y diversidad de los sujetos sociales que las sustentaban. Como por ejemplo, en el caso del camino indígena que comunicaba a la Cordillera de Abibe con el río Sinú y la sabana
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Ibíd., p. 311.
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de la Costa Atlántica, que delata presencias, prácticas y movilidades de larga duración de comunidades indígenas. Cuestión que alcanzó a intuir el geógrafo decimonónico que nos ocupa, lo que evidencia la tensión entre las formas republicanas idealmente diseñadas y la realidad de los entramados sociales con los que se enfrentaban, y que lo conduce a bosquejar cierta geografía política y étnica de estos grupos indígenas. En efecto, Pérez, por un lado ubicó a los citaraes en los ríos Peroso, Juradó y Tamadó, y por el otro identificó que desde el río Carepa se iniciaría una frontera cultural porque a partir de ese lugar comenzaría el territorio controlado por los cuna.39 Por su parte, la serranía del Darién es descrita con ambigüedad como “casi desierta”, precisamente porque no obstante lo que se afirmaba, a renglón seguido tuvo que registrar la incómoda presencia indígena: los cunas se asientan desde Tarena hasta el Arquía, y algunos en Cacarica; el río Truandó es navegado por los cunas que, atravesando el istmo, van al río Juradó, que desagua al Pacífico, donde se encuentran familias de ese grupo que comercian con Panamá.40 A partir de evidencias como esta, se debe entender que uno de los retos más exigentes para los investigadores actuales consiste en tratar de convertir datos marginales contenidos en registros anterio res, como por ejemplo describir un territorio como supuestamente desierto o semi-desierto, en posibilidad de visibilidad de sujetos colectivos fundamentales. En síntesis, el argumento esgrimido por este geógrafo acerca del supuesto desierto de la serranía del Darién se puede explicar porque en realidad, más que al servicio de su geografía científica, obedece a la búsqueda de un enunciado narrativo que le permita resolver la contradicción que observa entre un territorio promisorio para el progreso pero que está poblado por seres indeseables. En resumen, de lo que se trataba era de imaginar un territorio y un futuro sin indígenas. Lo que equivale a decir que la invención del “desierto” del Darién es una lectura moderna y esquizofrénica, a la que se recurre para poder enunciar el ideal de que en el futuro ese territorio será poblado pero sólo por inmigrantes blancos que, atraídos por la construcción del canal interoceánico (se refiere a su trazado por el istmo de Panamá, perteneciente entonces a Colombia), garantizarán por fin que se cumpla el aplazado e irrealizado sueño de su control
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Ibíd., p. 313. Ibíd.
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por la raza blanca predestinada para ello. De esta manera, la “raza blanca” podrá habitar y dominar esos lugares, justamente lo que no se pudo hacer en el bajo Atrato por lo insalubre y malo de las tierras. Sin embargo, este recurso retórico y discursivo no alcanzaba a disolver la tensión que en el texto del geógrafo se expresa como los obstáculos y amenazas que se levantan frente a ese proyecto de “beneficio universal” (la construcción del canal interoceánico), y que se resumen en la inquietante presencia de los “indios bárbaros”.41 Después, el geógrafo Pérez se dedica a la descripción del Atrato y sus afluentes, el corazón de la región del Chocó, y se entusiasma inicialmente con la ponderación del distrito parroquial de Murindó, que por su localiza ción, río y vegas presenta no sólo un paisaje atractivo sino grandes ventajas para la comunicación fluvial y terrestre, en las que se destaca su conexión con Antioquia, que le parece esencial para el futuro regional. Por eso recuerda que no fue por casualidad que el señor Carlos de Greiff trazara y abriera por allí el camino a Frontino, que aunque promisorio por sus riquezas mineras en oro en el momento se encontraba cerrado por falta de tráfico y pobladores.42 Lo que observa en el trayecto entre Murindó y Quibdó es que de uno y otro lado del Atrato desembocan ríos (navegables por pequeñas embarcaciones) que vienen de los Andes o de la serranía del Baudó, cuyas respectivas características y riquezas influyeron en las actividades de sus pobladores, es decir, sus vocaciones mineras o agrícolas: “[…] trayendo los unos partículas auríferas i no trayendo los otros nada; explotando en los unos las minas la raza africana, i en los otros cultivando la tierra”.43 Aparte de la interesante diferenciación de las ocupaciones de la gente negra en la cuenca del Atrato –unos como mineros en el flanco que desciende de los Andes y otros como agricultores en el que se integra al Baudó–, es sintomática y diciente la manera de referirse a la gente negra del Chocó como raza africana. Este lenguaje racializado fue activado por los primeros legisladores republicanos como parte del ejercicio de imaginar la nación y se acentuó particularmente con los trabajos e informes de la Comisión Corográfica en su afán de identificar a
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Ibíd., p. 314. Ibíd., p. 316. Ibíd., p. 317.
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los negros como un obstáculo para la modernización, la formación del mercado interno y la integración nacional.44 Legados que los geógrafos nacionalistas de la segunda mitad del siglo xix tradujeron en todo un complejo ideológico y racis ta, pero legitimado como moderno y progresista. Desde este cuerpo discursivo se discriminó a los negros por su origen (por eso la necesidad de remarcar lo de raza africana), se los apartó simbólicamente de la nación en construcción aunque se suponía que las leyes abolicionistas de la esclavitud debían incluirlos (al hacerlos sentir como externos y no originarios), se los racializó como indolentes, perezosos y carentes de motivaciones por el progreso, y se los naturalizó como seres adaptados a su medio casi que a modo de una extensión de la naturaleza, despojándolos de su humanidad e identidad. La descripción de la región por Pérez continúa ofreciendo datos sobre el poblamiento diverso del Chocó, indicando que pocos indios citaraés se en cuentran en las cabeceras de los ríos que descienden de los Andes a la cuenca del Atrato; mientras que en el opuesto habitan los chocoes en las bajas cabeceras del Baudó, en las costas del Pacífico y en los ríos que desaguan en él. Sin embargo, enfatiza que el predominio del poblamiento negro del Atrato no deja lugar a dudas, describe la multitud de casas de negros que hay esparcidas por sus orillas, la manera de construir sus viviendas (sobre “estantillos” elevados sobre las aguas, con pisos y techos de palma), la recursiva conversión de los ríos en caminos, para lo cual emplean las canoas (que llaman potros o potrillos) y utilizan canaletes y palancas para remontarlos y atravesarlos.45 Indica que en el antiguo fuerte de Murrí, en la boca del Bojayá, y en la orilla izquierda del Atrato, se encuentra el distrito parroquial de la Tebada, ri co en minas, habitado por zambos e indios citaraés y del cual parte un camino que comunica con Antioquia.46 Cerca del Atrato, en las orillas del Bebará, se encuentra la población de ese nombre, de la cual sale una trocha de a pie para
Véanse los informes de Agustin Codazzi y Santiago Pérez para las provincias del Chocó y Barbacoas. A. Codazzi, “Informe sobre la Provincia del Chocó”, op. cit., pp. 53-54, 77-88 y Santiago Pérez, “Apuntamientos de viaje”, Revista Popayán, núm. 84, agosto de 1917, pp. 168-171; núm. 85, septiembre de 1917, pp. 1-4; núm. 86, octubre de 1917, pp. 22-25 y núm. 87, diciembre de 1917, pp. 32-35. 44
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F. Pérez, op. cit., p. 318. Ibíd.
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el pueblo de Urrao, Estado de Antioquia; condiciones que Pérez consideraba favorables para establecer comunicaciones entre Urrao y Medellín, y para inducir una migración antioqueña hacia el Chocó.47 Al frente de Quibdó, antigua capital de la provincia, situada en la ribera derecha del Atrato, desemboca el río Quito, que nace en las colinas auríferas del istmo de San Pablo, que separa las aguas que van del Atlántico al Pacífico, cuya altura calculó en cien metros sobre el nivel del mar.48 Anota el geógrafo que en el distrito parroquial de Lloró el país cambiaba de aspecto, por las explotaciones auríferas que se daban en ambos lados del Atrato y el Andágueda. A tres kilómetros de Lloró se encontraba el vecindario de Bagadó, que era el puerto que recibía el tráfico proveniente del centro del Estado del Cauca hacia Quibdó, pero también de los indios de Chamí y San Juan, por un camino de a pie (o de cargueros). Por estas razones, Pérez consignó su potencial para “el minero inteligente”, la trasformación del Chocó (con nuevos habitantes y riqueza agrícola y mineral), una fluida navegación a vapor entre Cartagena y el Atrato y consideró que el Atrato podría contener unos noventa mil habitantes en el futuro.49 Ahora bien, esos nuevos habitantes los concibe como provenientes de fuera de la región, o mejor dicho, como inmigrantes, como queda claro en la siguiente cita, en la que se empieza a prefigurar una nueva geografía política y de población para la región, que en esencia debía modificar la correlación de fuerzas que en ese momento favorecía a los negros, mediante una distribución que por un lado les dejaba a estos las tierras bajas y por el otro promovía la inmigración “blanca” en las cordilleras.
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Esto sin contar con la raza negra actual i sus descendientes, que ocuparán siempre las partes bajas de los ríos i la llanada. Esta raza indolente i perezosa, que puede soportar el calor abrasador de estos valles, i en cuya constitución física no influye la humedad, las casi perennes lluvias ni la evaporación de las aguas estancadas, es la única llamada a esplotar los lavaderos de oro en las tierras bajas ya que sus peculiares condiciones no pueden hacerle temer la competencia de nadie. I si algun día su ignorancia desparece i su pereza se cambia en actividad, cada familia podrá
Ibíd.
Ibíd., p. 319. Ibíd., p. 320.
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enriquecerse en poco tiempo i trocar su desnudez por buenos vestidos, sus malas chozas por cómodas habitaciones, dando sus hijos la educación que no recibieron sus padres, i que los conducirá a la felicidad.50
De acuerdo con esta geografía política, las tierras bajas equivalen al espacio natural de los negros, mientras que las tierras altas se reservan para el dominio de los “blancos” y se prevé que sean estos últimos quienes, unas vez establecidos en el territorio, asuman el liderazgo del progreso regional.
Puede ser que la presencia de la raza blanca en las cordilleras (los Andes y el Darién), sus progresos en el cultivo i en las minas, i el ver que con el trabajo consigue un bienestar que antes no tenia, estimule algo a la rama etiópica para salir del estado de brutalidad en que yace, resolviéndose a esplotar, con actividad i constancia, los ricos dones con que les brinda la naturaleza por todas partes, i de los cuales son ellos únicos señores.51
En contraste con la descripción de un Atrato poblado por los negros, la del San Juan y sus ríos afluentes se presenta como la de “un país desierto”, lleno de selvas y ríos desconocidos, que cuando son conocidos es debido sólo a sus riquezas auríferas. El oro se manifiesta en polvo, pepitas y lentejuelas que son arrastradas por las corrientes que bajan de los Andes; mientras que en la serranía del Baudó, en la parte opuesta, no se encuentran estas riquezas auríferas. Estas diferencias geográficas entre el San Juan y el Baudó dieron lugar a adaptaciones distintas y versátiles de la gente negra mayoritaria, como se desprende del texto del geógrafo del siglo xix, pero a las cuales menosprecia por su supuesta falta de ambición por el progreso.
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En un lado trabaja el minero, en el otro el agricultor; en un lado se saca oro i platina; en el otro se cosecha maiz, plátano, caña i algún cacao; en tanto que la raza negra se ve regada en ámbas orillas con sus chozas levantadas sobre horcones, viviendo sin ninguna comodidad, i a veces hasta sin una miserable mesa en que comer, ni un banco en que sentarse […].52
Ibíd.
Ibíd., p. 321. Ibíd., p. 322.
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Indica que del pueblo de Tadó, en la confluencia del Tadó y el San Juan, sale un camino de tierra que conduce a los vecindarios de San Juan y Chamí, habitados por indios reducidos pero no civilizados, “de la raza de los noanamaes”. Agrega Pérez que fue en ese camino del Chamí, en 1539, en donde los in dios batieron a los españoles que venían de Ansermanuevo. Dicho camino comunicaba con Ansermanuevo y Bogadó.53 La antigua Nóvita tuvo el rango de capital de provincia porque en su momento, su localización le otorgaba ciertas ventajas frente al Atrato, por su mayor cercanía al Océano Pacífico (vía Tamaná-San Juan-Océano Pacífico y puerto de Buenaventura) y por asentarse a un costado del camino de tierra que permitía el tránsito desde el valle del Cauca hasta el Chocó, a partir de la villa de Ansermanuevo, población situada no muy lejos de Cartago (que a su vez se conectaba con el llamado camino del Quindío, del Estado Federal).54 Básicamente, según la geografía de Pérez, la provincia del San Juan se componía de tres núcleos de población o subregiones: el alto San Juan y las bocas del Tamaná, el Baudó y las bocas del San Juan en el Pacífico. La descripción del Baudó le ocupa a duras penas unas cuantas líneas a Pérez, lo que evidencia que era un área casi que por completo desconocida para el país de entonces. Nos dice que sólo unos cuantos blancos vivían allí, que el restos eran zambos, negros e indios medio civilizados; que pocos negros habitaban las orillas del Baudó. Los indios son en realidad los chocoes, “que conservan sus usos y costumbres”, quienes habitan en sus cabeceras, así como los otros ríos que van al Pacífico, en los que tienen sus sementeras; y que con ellos conviven varios negros y zambos fugitivos, cuyos hijos comparten los “instintos” y “condiciones de ambas razas”.55 Lo que insinúa un tema tanto en parte retomado como de fondo pendiente para los estudios actuales, desde el enfoque de las relaciones interétnicas, como veremos. En relación con el alto San Juan y Tamaná, que además era el epicentro de esa provincia, enfatiza que en ella se concentra la actividad minera. Describe que cuando se desciende el San Juan su cauce se amplía y se forman
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Ibíd.
Ibíd., p. 323. Ibíd., p. 324.
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islas pero deshabitadas, no obstante en sus orillas se observan a trechos las habitaciones de los negros (las cuales siguen el patrón descrito), con escasos cultivos (plátano y caña de azúcar).56 En el río Sipí (o San Agustín) y parroquia del mismo nombre, pueblo minero y agricultor, el geógrafo advierte la presencia de una “raza mezclada de indios, zambos y negros” y destaca “un poco de más actividad para el trabajo, aunque no la necesaria para sacar todo el provecho que le brindan los ricos minerales y los feraces terrenos que posee”. Desde ese punto, un camino conduce a los minerales de Cajón y de San José, pero que se extiende hasta Nóvita. Desde Sipí también parten dos precarios caminos de a pie (antiguos senderos indígenas) que lo comunican con el valle del Cauca, uno conduce a Roldanillo y el otro a Cazares (cerca del anterior). El distrito parroquial de Noanamá se compone de pobladores indios y algunos zambos y mulatos; su territorio corresponde a la antigua provincia de Noanamaes, en el cual todavía los indios viven esparcidos por las orillas del San Juan y sus afluentes.57 En cuanto al delta del San Juan, indica que su vértice se localiza en Cabeceras, desde donde se abren sus bocas en busca del Pacífico; por estas pueden penetrar goletas y hay un puerto mediano en Charambirá, a donde arriban los buques costaneros que hacen el tráfico desde Guayaquil trayendo bayetas y otras cosas que cambian por el oro del Chocó, y también por las mercancías que bajan por botes desde Nóvita. Felipe Pérez, en forma similar a la que intentó antes para referirse al futuro del Atrato, alcanza a pergeñar un destino más positivo para el San Juan, que se puede resumir así: que los vapores penetren por las bocas del San Juan y remonten su cauce hasta las bocas del Tamaná; que en ese lugar se debe proyectar y formar una población mercantil similar a Quibdó, que sirva de escala a los distintos tráficos, y para suministrar los artículos de primera necesidad y las herramientas de trabajo que necesitan las poblaciones agricultoras y mineras de la serranía, todo ello como parte del imaginario de una provincia renovada.58 Su descripción de esta región concluye con una explícita valoración acerca de las posibilidades para su progreso, que apela a la comparación contrastiva con
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Ibíd.
Ibíd., pp. 325-326. Ibíd., pp. 326-327.
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Antioquia para reafirmar la idea de que en el Chocó confluyen las condiciones geográficas más adversas y el predominio de la “indolente raza negra” como factores que impiden su bienestar, en una perspectiva que delata la clave determinista y racista desde la cual concibe su geografía.
[…] es preciso que se sepa que sí este país no ha progresado como debía, i como lo ha hecho Antioquia, igualmente aurífera, es porque el Chocó tiene la faja de oro aluvial en un clima mui malo para raza blanca, i por lo tanto bien diferente del de Antioquia o Santarosa (teniendo apenas una similitud con el de Cázares) clima donde la indolente raza africana i sus mezclas son las únicas que pueden vivir.59
Este geógrafo nacionalista del siglo xix se preguntó entonces por las razones del atraso regional del Chocó y reclamó por un “examen bien detenido” para conocer las causas que habían limitado el trabajo y provecho de sus ricos minerales; sin embargo, llama la atención que nunca mencionara como antecedentes de esa situación ni el pasado colonial ni la esclavitud. Descartó que la falta de caminos fuese la causa fundamental al respecto, al sostener que los ríos, y sobre todo el Atrato y el San Juan, que podían comunicar los dos océanos eran más bien un privilegio que una desventaja. Conjeturó que si aumentara la producción de oro y se ampliara el consumo de víveres y mercancías, el comercio se haría más dinámico y los vapores frecuentes, y por consiguiente las comunicaciones serían también más fluidas con el valle del Cauca y Antioquia (en un intercambio de víveres y animales por oro), pero que todo ello dependía de que hubiera consumo y población.60 No obstante, hizo una observación de fondo, porque según Felipe Pérez, el Chocó desgraciadamente se encuentra en la “región de las calmas”, y por consiguiente de las lluvias permanentes, las turbonadas y las tempestades. Los vientos alisios del Atlántico y el Pacífico disminuyen su fuerza a medida que se aproximan al Ecuador, así las cosas, la falta de vientos, sumada a la humedad constante, por las lluvias, los ríos y el vapor, se incrementa. De estas condiciones geográficas Pérez dedujo consecuencias demográficas y sociales del siguiente tenor: “Nadie podrá venir a habitar estas rejiones sin
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ser acometido de los frios i calenturas; i el hombre banco, por aclimatado que esté, tendrá una vida mas corta que la que tuviera en otros lugares; sus fibras se debilitarán i llevará una existencia débil i enfermiza, por poco que se exponga al agua i al sol”.61 La desapacible conclusión del geógrafo es que la raza africana (por la similitud con el clima de África) y en parte los indios (adaptados a este medio desde tiempos inmemoriales), serán los únicos habitantes de estas tierras bajas. “Esta raza es la que está llamada a trabajar las minas de oro corrido que se encuentran en casi todos los rios y quebradas de este lluvioso pais, i en las partes que tienen pequeñas colinas cerca de los mismos rios, resultado de aluviones antiguos”.62 Aunque el geógrafo soñaba con que las vetas de oro de las cordilleras, una vez halladas y explotadas por otro tipo de mineros (léase no negros), podría cambiar ese destino que parecía inexorable, sobre todo porque ese hecho atraería a otros pobladores al Chocó, como los ansiados “antioqueños”.
Los geógrafos de la transición del siglo xix al xx Medio siglo después de la Comisión Corográfica, uno de los geógrafos más destacados del país, Francisco Javier Vergara y Velasco, todavía no podía des prenderse del legado de sus postulados y visiones acerca del Chocó.63 En efecto, de los caminos descritos por él, con sus correspondientes distancias entre los puntos de referencia, se puede deducir que entendía los flujos que los justificaban desde una relación centro (interior del país) y periferia (Chocó). Así, el camino de Quibdó une a las poblaciones de: Quibdó - Quebrada Guayacana - Bellavista Las Ollas - Sabaletas - El Valle - Alto del Oro - Las Playas - Alto del Mico - La Unión - El Carmen - Alto de la Raya - Bolívar.64 El camino de Cartago a Nóvita:
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Ibíd., p. 329. Ibíd., p. 330.
Francisco Javier Vergara y Velasco, Nueva geografía de Colombia. Escrita por regiones naturales [1901], Bogotá, Publicaciones del Banco de la República - Archivo de la Economía Nacional, 1974. Ibíd., t. i, p. 128.
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Cartago, río Cauca - Ansermanuevo - Alto del Roble - La Hondura - El Cañizal (la Cordillera) - río Garrapata - Las Cruces - río Ingará - El Afligido - Juntas de Tamaná - El Tigre - Nóvita.65 El camino del Chamí une a: Arrayanal - Alto de Paramillo - Chamí - Alto del Charco - San Juan - Pedernal - Quebrada López - Mombú - Alto del Tomín - Carmelo - Alto del Carbón - Bagadó.66 En un tema recurrente en este tipo de estudios, Vergara y Velasco se refiere al régimen de lluvias en el Chocó, según el cual, llueve menos en enero y febrero y más de noviembre a junio en la cordillera, y de marzo a junio en las partes bajas. Mientras que en los contornos del golfo de Urabá, por la acción de los alisios, hay un verano efectivo de enero a marzo.67 En la misma clave geográfica ubica la región del Chocó dentro de ese conocimiento experto como una de las regiones mejor conocidas del mundo y a partir de esos hallazgos, es uno de los primeros en concluir que se trata de una gran unidad física pero con consecuencias en lo humano. “Esta región es una de las comarcas mejor caracterizada del mundo entero, desde el punto de vista geográfico, y consiste en la larga faja tendida del golfo de Urabá á la frontera ecuatoriana, por entre la cresta occidental de los Andes y el mar […]”.68 El geógrafo era consciente de la profunda relación que se había establecido entre geografía y gente en esta región a lo largo del tiempo, cuestión sustantiva que se supone pudo haberlo conducido a identificar la región cultural o étnica que subyace a la región geográfica, lo que sin embargo no ocurre así sino que en su lugar se reafirma en los criterios deterministas, nacionalistas y racistas que caracterizan a la geografía del país en ese período. Veamos lo expresado por Vergara y Velasco en 1901:
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En una palabra, los caracteres de la comarca son tales y tan especiales, que á despecho de las divisiones políticas y de las vicisitudes de la historia, los habitantes que la pueblan han acabado siempre por adquirir igualdad de tendencias, usos y costumbres. Desgraciadamente, entre las causas que han originado la autonomía del Chocó como región geográfica, se
Ibíd., p. 129. Ibíd.
Ibíd., t. ii., p. 437. Ibíd., p. 472.
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encuentra la de tenderse bajo la región de las calmas (2° lat. S. á 8° lat. N.), es decir, de las lluvias y turbonadas perennes, sin vientos reguladores, creadoras además de una atmosfera tan húmeda y ardiente que en ella la vida orgánica alcanza la plenitud de su desarrollo, y sólo la raza negra puede vivir en un medio tan malsano.69
Nótense las tres grandes premisas de este geógrafo de “transición” para entender la región del Chocó, en su orden: primera, que el Pacífico constituye una gran región geográfica y una de las más conocidas del planeta desde ese saber; segunda, que sus características geográficas han incidido poderosamente en los rasgos culturales homogéneos de sus pobladores, lo que entiende como una singularidad negativa; y tercera, que en esos pobladores predominan los de raza negra, los únicos que pueden vivir en medio de la malsana región de las calmas. A partir de estas premisas, su conclusión constituye una pieza ejemplar acerca del modo como el discurso nacionalista, histórico y geográfico se negaba a admitir la diversidad étnica, social y regional del país en construcción. Nótese también cómo al socorrido argumento de que la raza negra constituye un obstáculo para el progreso regional, se suma ahora y en forma explícita otro obstáculo, el de la naturaleza o la selva, por lo cual ambos obstáculos, el humano y el natural, deben ser removidos, trasformados o eliminados de la realidad como condición de posibilidad de futuro, pero con otros protagonismos distintos al de negros e indios.
Hemos dicho mal: esa raza [la negra] no vive allí, sino que vegeta, porque indolente y ociosa por naturaleza, como que sin esfuerzo satisface sus necesidades vegetativas, no emplea el vigor de su brazo en el progreso de la tierra donde habita, por lo cual el Chocó no será conquistado para la civilización sino el día en que la raza blanca se apodere de la sana y elevada cordillera, y de ella descienda poco a poco, talando la selva y encauzando las aguas, hasta llegar al curso navegable de los ríos que hoy por hoy en vano abren fáciles caminos hasta el mar.70
Casi medio siglo después de Vergara y Velasco, y un siglo después de la Co misión Corográfica, el geógrafo Pablo Vila completaría, desde el nacionalismo
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Ibíd., p. 473.
Ibíd., pp. 473-474.
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científico, la labor de “invisibilizar” (como diría años después una reconocida antropóloga, Nina S. de Friedemann) a la gente negra del Pacífico en general y del Chocó en particular.71 El argumento principal de este geógrafo consiste en exponer y justificar científicamente el proceso de mestizaje como algo fundamental para las características nacionales. Por eso, Vila alude a la formación de tipo triétnico de la población (blanco, indio y negro) y a su relación con el medio geográfico, lo que habría originado en Colombia lo que denomina tipos regionales de características diferenciales, que le otorgan una notable variedad a la población de la República. En desarrollo de ese argumento central, sustenta la existencia de dos grandes regiones colombianas, la gran región andina y la gran región oriental. En su exposición se hace notorio el ensamble de argumentos geográficos con los de origen historiográfico, los dos grandes sustratos narrati vos y científicos del nacionalismo. En efecto, no puede escapar a nuestra lectu ra crítica de ese discurso, que son precisamente esas dos grandes regiones las que constituyen la base de sustentación para edificar el mito moderno de la formación de la nación y sus instituciones, por cuanto facilitan la articulación narrativa del pasado colonial (alto andino y centralista) con la gesta inde pendentista (los “llanos orientales”) que establece el nexo con las condiciones de futuro. Por eso se explica que Pablo Vila identifique dentro de dichas regiones a las que considera nucleares de la nacionalidad, sus respectivos tipos regionales, con lo cual su geografía deviene en nacionalismo científico. Por el despliegue de una estrategia demostrativa que parte de lo geográfico para llegar a lo políticosimbólico de ese momento, al intentar conciliar, con los conceptos de grandes regiones nacionales (algo superior y sustantivo) y tipos regionales (algo menor y variables dentro de lo anterior), el principio de homogenización del estadonación de la modernidad y la evidente diversidad étnica, social y cultural del país. Así, en la gran región andina los tipos son: antioqueños y caldenses, costeños, boyacenses y cundinamarqueses, caucanos, santandereanos y tolimenses; y en la gran región oriental el tipo regional del llanero. En cualquier caso, esos tipos regionales se conciben como resultado del mestizaje, y por consiguiente estos no son representados ni como indígenas
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Pablo Vila, Nueva geografía de Colombia. Aspecto político, físico, humano y económico, Bogotá, Librería Colombiana Camacho Roldán & Cía. Ltda., 1945.
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ni como negros. Por esa misma razón, en ese singular reparto de tipologías regionales de los colombianos no tenía cabida, ni podía haber lugar para el “ti po regional” del Pacífico, precisamente por ser una de las regiones en las cuales la convergencia de lo natural con lo cultural ponía en entredicho el argumen to del mestizaje como la gran característica de lo nacional. Los argumentos esgrimidos en favor del esquema de las mezclas raciales producidas en las gran des regiones y reflejadas en los tipos regionales se refuerzan con otro criterio, el de regiones naturales, con lo que se completa el mapa de la geografía humana y física del país para ese entonces. En efecto, dentro de las dos grandes regiones colombianas mencionadas (Andes y Llanos), Pablo Vila identificó varias regiones naturales. En los Andes: Llanura del Pacífico (distinguió Sur y Chocó), Centro Meridionales (Altiplanicie de los Pastos, hoya del Patía, Páramo de las Papas, Altiplanicie Payanesa, Valle del Cauca), montañas de Caldas y Antioquia, Valle del Magdalena, Altiplanicie Boyacense, montañas de Santander, Cuenca del Catatumbo, Llanura Atlántica. En los Llanos: los llanos y la selva amazónica.
Los primeros estudios contemporáneos sobre el Pacífico colombiano: de la marginalidad histórica y social a la inclusión política del Chocó con la creación de la Intendencia y el Departamento Resulta sintomático que los primeros estudios más o menos comprehensivos, de mayor divulgación y mejor conocidos sobre el Pacífico colombiano, que fueron realizados y publicados durante las primeras décadas del siglo xx, se concentraran precisamente en la parte sur del mismo y dejaran casi de lado, por así decirlo, al Chocó. Nos referimos aquí a las obras del misionero agustino recoleto Bernardo Merizalde del Carmen (1921), el geógrafo militar general Paulo Emilio Escobar (1921) y el político liberal Sofonías Yacup (1934).72 Este desplazamiento temático y bibliográfico respecto del Chocó a co mienzos del siglo xx, de alguna forma reflejaba el vacío que en torno suyo,
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P. Bernardo Merizalde del Carmen, Estudio de la costa colombiana del Pacífico [1934], Bogotá, Imprenta del Estado Mayor General, 1921; Paulo Emilio Escobar, Bahías de Málaga y Buenaventura. La costa colombiana del Pacífico, 1918-1920, Bogotá, Imprenta Nacional, 1921 y Sofonías Yacup, Litoral recóndito, Medellín, Ediciones Drake, 1993.
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aparte de la inercia histórica, había producido un conjunto de fenómenos de hondo calado histórico y social. En efecto, la “separación” de Panamá en 1903 como consecuencia de la Guerra de los Mil Días, y la posterior apertura del Canal de Panamá en 1914, obra realizada y controlada por los Estados Unidos de América, más allá de la crisis política y heridas simbólicas suficientemente conocidas que produjeron en el país, tuvieron otras consecuencias y en varios órdenes. En la práctica favorecieron el desarrollo de Buenaventura como enclave de servicios portuarios, en la medida que el flujo de las exportaciones de café y azúcar transformó a ese precario puerto en el más importante del país por su movimiento de carga.73 Confluyeron así circunstancias externas e internas que contribuyeron a apuntalar el viraje demográfico de Colombia hacia el occiden te de su territorio, lo que tuvo a su vez efectos notables en el ordenamiento interno de regiones “nuevas” como el valle del Cauca y Viejo Caldas, azucarera y cafetera respectivamente, por el papel central que jugaron los ferrocarriles en ambas regiones, complementados por el trazado de sus vías de comunicación carreteables que le dieron orientación a sus dinámicas demográficas y migratorias, todo ello con enormes consecuencias en la economía y sociedad regionales, así como en la unificación del mercado nacional, entre otros aspectos.74 Pero insistimos, todo ello profundizó todavía más la marginalidad económica, social y política del Chocó, como si el siglo xix hubiera “conspirado” contra sus aspiraciones de inclusión y desarrollo en el siglo xx. En contraste con el resto de la Costa Pacífica colombiana, donde sus municipios costaneros pertenecían política y administrativamente a los depar tamentos del Valle del Cauca, Cauca y Nariño, el Chocó expresaba a ese respecto una situación más bien ambigua y por dos razones básicas. Primero, porque su configuración política y administrativa presentaba una excepcionalidad “positiva”, por llamarla de algún modo, en la medida que su jurisdicción se correspondía
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Óscar Almario García, La configuración moderna del Valle del Cauca, Colombia, 1850-1940: Espacio, poblamiento, poder y cultura, Cali, Cecan Editores, 1994.
Luis Javier Ortiz Mesa y Óscar Almario García, Caldas: Una región nueva, moderna y nacional, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 2007. Tema que además de tratarse en la sección correspondiente de este balance bibliográfico la hemos sometido a una revisión completa a la luz de los aportes de los trabajos más recientes.
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en lo fundamental con su compleja unidad territorial.75 Segundo, porque su condición de Intendencia Nacional desde 1906, en el marco de la política de los llamados Territorios Nacionales, evidenciaba una anomalía política, por cuanto dejaba al Chocó en un incómodo punto intermedio entre la nación y el departamento, pero sin contar con ninguna de las ventajas de ambas entidades. Sin que pueda olvidarse, por otra parte, que la ubicación “mediterránea” y ribereña de Quibdó, su capital y principal centro urbano, representaba para la región en su conjunto una desventaja en relación con las políticas nacionales como la apertura hacia los mercados externos y la consiguiente necesidad de contar con puertos modernos para el efecto y las consiguientes vías de acceso a ellos.76 Por otra parte, el hecho de que Panamá, después de su “separación” de Colombia, no presionara de manera especial por la definición de límites con el Chocó, le dio cierta tranquilidad en esa materia a la región. La escasa consideración del Chocó en la obra de Merizalde se puede explicar porque su propósito básico era dar cuenta de las acciones de los agustinos recoletos desde finales del siglo xix en los territorios que les fueron asignados para poner en práctica los convenios entre la Santa Sede y el Estado colombiano, acerca de la cristianización tardía de negros e indígenas. En tanto, el territorio de la misión agustiniana comprendía desde el río Mataje en la frontera con el Ecuador hasta el río Naya en el límite entre los departamentos del Cauca y el Valle del Cauca; la costa de este último y por supuesto el Chocó quedaron excluidos de sus responsabilidades. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la labor misionera de los agustinos recoletos en el Pacífico se había iniciado en la primera mitad del siglo xix en Panamá y el Chocó, lo que permite explicar por qué el tema del canal para comunicar los dos mares (Atlántico y Pacífico) se contaba entre sus
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Julio Londoño, Geopolítica de Colombia, Bogotá, Imprenta del Ministerio de Guerra, 1948, p. 24. Este general de la República considera que el caso del Chocó, para ese momento Intendencia, es extraordinario por su afortunada delimitación en medio del predominante desorden al respecto en el país.
Aunque después de su separación Panamá dejó indefinidos los límites con Colombia, lo que afectaba especialmente al Chocó en lo tocante a su jurisdicción, la cuestión álgida con sus fronte ras tuvo que ver más con las regiones colombianas circundantes y que trataron de arrebatarle partes de su territorio. Véase José E. Mosquera, Historia de los litigios de límites entre Antioquia y Chocó siglos xvi- xxi, Medellín, s.e., 2006 y del mismo autor Huellas históricas, Medellín, s.e., 2010. 76
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preocupaciones, hasta cuando esta orden religiosa fue expulsada del país en 1863 durante el período de predominio de los liberales radicales. Pero los agustinos recoletos regresaron al país a finales del siglo xix y se les asignó entonces la responsabilidad territorial ya señalada en la Costa Pacífica. Los misioneros en general y los agustinos recoletos en particular, fueron activos agentes del nacionalismo, de un nacionalismo católico para ser precisos, lo que pensamos tuvo consecuencias muy importantes en cuanto a influenciar y definir la cultura política de las gentes del Pacífico sur por la peculiar conjunción entre Dios y Patria, que en las condiciones del Pacífico a comienzos del siglo xx se traducía en una identidad regional (más que étnica) que propugnaba por su inclusión en el país nacional que la desconocía. Ahora bien, algo notable en la obra de Merizalde es su conciencia sobre la importancia de contar con un relato histórico como parte de la labor misionera y patriótica, con lo cual se abrió la senda de los estudios históricos y etnográficos sobre la gente y el territorio del Pacífico colombiano, obviamente desde los parámetros del nacionalismo católico: por eso, como él mismo lo subraya, se dedicó “al estudio de los archivos del Litoral, de los dialectos indígenas, de la etnografía, literatura, historia natural y geografía de la región”.77 Ahora bien, aunque el Chocó quedó por fuera de sus refle xiones, salvo en los pasajes iniciales en los que se refiere a la conquista y colonización, en el texto subyace la idea de que existe una región pacífica que es necesario dar a conocer al país y el mundo, lo que explica también la pretensión fundamental del libro, de dar “alguna idea de aquella desconocida región”.78 La escritura y posterior edición de la obra de Merizalde tuvo un impacto que trascendió los ámbitos de la Iglesia y llegó hasta los círculos gubernamentales y de la intelectualidad de entonces, lo que seguramente alentó reflexiones similares sobre el Chocó y otras regiones marginales del país. En su sesión de 16 de marzo de 1922, la Academia Nacional de Historia aprobó una moción de felicitación a la obra de Merizalde y además lo aceptó como miembro correspondiente, entre otras razones por considerar que “es de grande interés, especialmente para los habitantes de las costas del Pacífico y para todos los amigos de los estudios históricos” y por dar cuenta de las transformaciones de las costas del Sur:
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P. B. Merizalde del Carmen, op. cit., véase “Introducción”, p. 5. Ibíd., p. 6.
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regiones completamente abandonas antes por las autoridades civil y eclesiástica, y hoy en vía de moralización, instrucción y aun progreso material, debido en su mayor parte a los esfuerzos de aquellos nobles y benéficos misioneros. Hace la descripción de los ríos, montañas, costas y bosques de la región, de las costumbres de sus habitantes, negros e indígenas, la historia del descubrimiento de la costa por los españoles.79
Los temas en discusión por esa época acerca de la posibilidad o no de trans formar la marginalidad y el atraso de determinadas regiones del país, implicaban también los criterios considerados como válidos para entender, jerarquizar y ponderar esas circunstancias, razones por las cuales el país intelectual prácticamente se dividió en dos grandes corrientes al respecto. En la primera confluía un amplio espectro de opiniones que reunía a conservadores católicos, liberales y hombres de ciencia, quienes consideraban que las condiciones adversas (raciales, geográficas, de recursos públicos) podían modificarse mediante la moralización de sus habitantes (educación, evangelización, disciplina social y del trabajo) con el fin de propiciar otras prácticas y costumbres que condujeran a una mejor explotación de sus recursos naturales, profundizar la integración nacional y asegurar el progreso material. La segunda corriente la conformaban quienes consideraban que las circunstancias geográficas tropicales y la composición racial del país, así como su materialización en algunas de sus regiones en la que predominaban indígenas, negros y mezclas raciales deleznables, constituían factores condicionantes extremos que hacían fracasar de antemano cualquier intento de modificación de las mismas. Su principal exponente fue el político conservador y futuro presidente de la República, doctor Laureano Gómez. No obstante, entre las posiciones de ambas corrientes es posible advertir puntos de vista y apreciaciones que se encontraban en una zona intermedia de los argumentos, pero que no es del caso detallar ahora. El contraste entre las obras del agustino recoleto Merizalde y el general Paulo Emilio Escobar es notable, sobre todo por la manera como es considerado el factor humano en ellas. Así, para Merizalde la urgente transformación de la gente negra e indígena en católicos y patriotas simplemente confirmaba que la obra de Dios y del Estado estaba todavía en marcha y que faltaba mucho por
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Ibíd., véase Anexo: Informe de la Academia Nacional de Historia, pp. 237-238.
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hacer. En esa perspectiva, los principales sujetos de su estudio son en estricto sentido la Iglesia y el Estado, entendidos como los agentes por excelencia del cambio social y regional, mientras que la gente negra e indígena es considerada sólo como materia a trasformar y moralizar. Por su parte, para el general Escobar, cuyo texto es un informe técnico y científico que revela implícitamente las preocupaciones del Estado colombiano por la situación militar y portuaria derivada de la separación de Panamá y la apertura del canal interoceánico por ese país, el sujeto por excelencia no es el Estado, ni la Iglesia, ni la gente sino la geografía. Que se entiende como como hecho físico o mejor como conjunto de hechos físicos, es decir, sus accidentes, costas y bahías, los ríos y montañas, y las posibilidades que ofrecían para la defensa del territorio nacional y el progreso del país. Se trata por tanto de una geografía en esencia vaciada de pobladores y territorios, los cuales sólo aparecen como dato marginal, informativo o decorativo. Este informe se origina en una gran preocupación, esa sí explícita, del gobierno nacional, el Congreso y la opinión pública por esa época, acerca de las dos opciones que se consideraban clave para asegurar el futuro del ya muy activo puerto de Buenaventura: mejorar su situación y servicios pero sin cambiar su ubicación en la isla de Cascajal situada al fondo de la bahía de su nombre o en su defecto trasladarlo a la bahía de Málaga en la parte continental y hacia el mar abierto. Para resolver esta cuestión se vio necesario contar con una evaluación técnico-científica de los diversos factores a considerar (técnicos, comerciales, higiénicos, presupuestales). Pero existía también el interés en reconocer las bahías de Solano, Utría y Cupica en el Chocó y cualquier otra que se considerara conveniente, y en levantar sus respectivos planos, tema asociado al interés portuario y al viejo asunto del eventual canal interoceánico por el territorio chocoano, pero que se relaciona a su vez con el impacto de la apertura del Canal de Panamá en el país. De hecho, este informe técnico del general Escobar se originó en la Ley 11 de 1916 (agosto 29), por la cual se dispuso el reconocimiento científico de la Costa del Pacífico y se dieron autorizaciones para la ejecución de ciertas obras y contratar un empréstito que, aunque se aprobó, no pudo llevarse a la práctica por razones presupuestales, por lo cual debió reformarse con la Ley 2 de 1917 (septiembre 15), que tampoco tuvo efectos prácticos. Hasta que por último, una nueva ley, la 16 de 1918 (septiembre 4), reformatoria de las dos anteriores sobre el mismo asunto, puso término a la indefinición. No obstante, antes de expedirse dicha ley, el ministro de obras
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públicas decidió despachar al miembro militar de la comisión, general Paulo Emilio Escobar, con un pliego de instrucciones. Este oficial, quien tomó como base de operaciones a Buenaventura y a bordo del guardacostas Cauca, durante cinco meses de exploraciones, de julio a noviembre de 1918, alcanzó dos grandes objetivos: el primer estudio detallado de las bahías de Málaga y Buenaventura (de lo que trata puntualmente el informe) y el reconocimiento geográfico y militar de todo el litoral Pacífico colombiano, desde el río Mataje en la frontera con el Ecuador en el Sur hasta más allá de Punta Ardita, límite con el istmo de Panamá al Norte (cuyo informe no está incluido y desconocemos lo que fue de él). Desde lo geográfico, el general Escobar enfatizaba en varios aspectos que conviene retener. Que la Costa Pacífica colombiana se dividía en dos zonas perfectamente delimitadas cuyo límite es el Cabo Corrientes, situado al norte de Buenaventura, en el Alto Chocó, que separa la costa norte de la costa sur. Anota Escobar que: “Los españoles llamaban Alto Chocó al país comprendido entre Urabá y Buenaventura; es decir, los opuestos valles de los ríos Atrato y San Juan y la serranía del Baudó, inclusive la costa; y Bajo Chocó la zona comprendida entre Buenaventura y el Ecuador. Conviene conservar estas denominaciones para la historia y geografía del país”.80 Su descripción básica de ambas costas corrobo ra lo sustantivo de lo observado por los geógrafos del siglo xix. La costa norte es alta, rocosa en gran parte, presenta bahías y ensenadas importantes (Solano, Cupica y Utría), la serranía del Baudó se proyecta casi hasta el mar, no desaguan ríos importantes en esta zona y llueve menos que en el sur. La costa sur presenta una línea de manglar, tierras bajas y anegadizas, la Cordillera Occidental corre paralela y en ella nacen la mayor parte de los ríos que desaguan en esta parte. Unas décadas después, el geógrafo Felipe Pérez Arbeláez, a partir de lo que consideraba como “errores irreparables” cometidos por Colombia contra su sistema portuario, concluía que en el Pacífico el puerto óptimo y de carácter internacional tendría que haberse ubicado en la Bahía de Málaga por sus ventajas geográficas, así como en el Atlántico debió ser Cartagena. Con lo cual, retomaba una apreciación expuesta por el geógrafo Felipe Pérez un siglo antes en su Geografía general. Las consecuencias negativas a su juicio de haber optado por la Bahía de Buenaventura en lugar de la Málaga para establecer el gran puerto
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P. E. Escobar, op. cit., p. 177.
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en ese océano, las sintetizó en dos aspectos fundamentales, las dificultades para la comunicación con el interior y el bajo impacto del puerto de Buenaventura en el desarrollo del Chocó. En efecto, más segura que la ruta por el Dagua, que comunicaba a Cali con Buenaventura, era la que se podría haber construido por la ruta Pacífico - Madroñal - Buga con terminal en el puerto de Málaga, pero que los caleños tenían la idea equivocada de que no los favorecía. De otro lado, porque se habían desaprovechado las comunicaciones por los canales naturales que unían a la Bahía de Málaga con las bocas del San Juan, y que de haberlo sido “le hubiera dado vida a todo el Chocó”.81 En cuanto al libro de Sofonías Yacup, Litoral recóndito, publicado por primera vez en 1934, cabe decir que se trata de un compendio de artículos su yos publicados en el periódico El Tiempo de Bogotá entre 1930-1931. El autor, abogado, político liberal, miembro del Congreso durante varios períodos y en representación de distintas circunscripciones electorales (Valle del Cauca, Cauca y Nariño), e Intendente del Chocó, se inscribe en una corriente nacionalista y reformista del partido liberal, desde la cual intenta redefinir al Pacífico como una gran región, es decir, como una unidad geográfica y cultural que se compone del Chocó y la costa sur. Por eso, es muy explícito en exponer el propósito central que lo anima:
[…] destacar la importancia de la Costa del Pacífico y la Intendencia del Chocó, que a pesar de sus ingentes riquezas naturales, se encuentran en estado de lamentable postración. En la apreciación de la Costa del Pacífico no he hecho distinción de las regiones de ella que pertenecen a distintos departamentos, porque estoy convencido de que todos esos pueblos, emplazados al borde de sus riberas, persiguen un mismo ideal y sufren un mismo dolor sin embargo de las divisiones administrativas y políticas que los separan.82
Aunque difusa todavía, la idea de una macro-región del Pacífico se alcanza a advertir detrás de su intención de sobreponerla a las fracturas y divisiones que imponían los límites administrativos departamentales. El autor también
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Felipe Pérez Arbeláez, Recursos naturales de Colombia, Bogotá, Instituto Geográfico de Colombia “Agustín Codazzi”, 1964, pp. 19, 36-37. S. Yacup, op. cit., pp. 17-18.
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era consciente de que con ese tipo de reflexiones se estaba dando inicio a un proceso de comprensión de la situación regional que podría tener muy diversas consecuencias, por lo cual enfatizaba que con su aporte, “la senda queda un tanto despejada para que voluntades más enérgicas, inteligencias claras y entusiasmos nuevos, realicen a totalidad el propósito urgente de la redención del litoral Pacífico, que debe ser un constante y general empeño siquiera de los vinculados a la región”.83 Esta cuestión, de una incipiente consciencia regional, si se quiere todavía ambigua –porque discurre entre los conceptos de región marginada, clases sociales bajas y una identidad cultural que se define negativamente en tanto desconocida por el resto del país–, era de todas formas un sentimiento más o menos compartido por otros miembros del Congreso provenientes de la región del Pacífico o de los departamentos que tenían territorios y población en ella, como el político liberal chocoano Diego Luis Córdoba con quien Yacup mantuvo relaciones cercanas. El capítulo 15 del libro de Yacup, que se titula “Vida intendencial: de partamento del Chocó”, no obstante lo corto es una pieza interesante a considerar en estos antecedentes, porque contextualiza las condiciones históricas y legales que explican la creación de la Intendencia Nacional del Chocó, según el Decreto 1347 de 5 de noviembre de 1906, cuyo territorio se segregaba del departamento del Cauca al cual pertenecía hasta esa fecha de conformidad con la Ley 8ª de 1821.84 Pero el capítulo es también un texto interesante porque introdujo un tono crítico respecto de lo que el autor llamó el “régimen de intendencias y comisarías” del país, que fuera diseñado como alternativa a los diagnosticados desarrollos desiguales de sus regiones, porque a su juicio no sólo se había revelado incapaz de resolver esos desniveles entre las regiones sino que establecía una suerte de zona indefinida que perpetuaba de hecho las diferencias entre ellas: “La Intendencia es como una zona neutra de la administración pública. Se parece al Departamento y a la Nación, pero no tiene las capacidades de ninguna de esas dos entidades”.85 La manera visionaria como este político de principios del siglo xx propugnó por resolver esa contradicción institucional que afectaba
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Ibíd., p. 18.
Ibíd., pp. 109-112. Ibíd., p. 110.
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el desarrollo regional, consistió en proponer la creación del departamento del Chocó, por lo que no cabe duda que fue uno de los pioneros en la promoción del nuevo ente, que se haría realidad en 1946, doce años después de que él lo propusiera y cuarenta después de creada la Intendencia. Asimismo, resulta interesante destacar que Yacup alcanzó a entender que el éxito de la iniciativa del nuevo ente departamental para el Chocó requería de un cambio de perspectiva en el país nacional al respecto, es decir, del apoyo de la opinión pública y de una modificación del imaginario nacional. Lo que exigía, por una parte, el decidido liderazgo del liberalismo, y por otra, del concurso de las gentes de la región, con lo cual apuntaba a lo que interpretamos como la irrupción de una suerte de regionalismo nacionalista pero que llevaba implícita la reivindicación de la gente negra mayoritaria.
Que la opinión nacional se movilice a favor del Departamento del Cho có, en pos de una realidad patriótica, progresista y urgente. Después el establecimiento de una colonia agrícola y un puerto habilitado con aduana en los límites con Panamá, vías de comunicación interna y de penetración del Chocó a los departamentos vecinos, Valle del Cauca y Antioquia, y colonización de la extensa faja de la costa chocoana, solitaria y abandonada, completarán la obra.86
No hay duda de que Yacup concebía y proyectaba esta acción desde su condición de liberal reformista e inspirado en un nacionalismo socialmen te sensible: “El país, en deuda con esa zona encarcelada, emplaza a las ad ministraciones liberales para libertarla, para humanizarla y para hacerla reproductiva”.87 No obstante que las más emblemáticas obras de las primeras décadas del siglo xx sobre el Pacífico dejaron de costado al Chocó, como ya se ha anotado, hubo por fortuna una notable excepción al respecto, aunque no disonante con el paradigma racista predominante que se ha venido comentando. En efecto, la mirada atenta de Jorge Álvarez Lleras permitió inscribir esta región en el mapa intelectual del país, al llamar la atención sobre su trascendencia para el desarrollo nacional, recopilar la primera bibliografía especializada que se conoce,
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Ibíd., p. 111. Ibíd., p. 112.
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indicar la importancia de las relaciones de viaje como fuente relevante para su conocimiento y discurrir sobre su geografía.88 Álvarez Lleras, Ingeniero Civil de la Universidad Nacional en Bogotá y discípulo del científico Julio Garavito Armero, fue fundador, animador y miembro de los más importantes centros académicos de las primeras décadas del siglo xx en el país, como la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (fundada en 1933), la Sociedad Colombiana de Ingenieros, el Observatorio Astronómico Nacional, la Comisión para la Historia Nacional de 1902 (hoy Academia Colombiana de la Historia) y profesor y administrador en las facultades de ingenierías de la Universidad Nacional y de Nariño. También se desempeñó como ingeniero práctico y su labor estuvo ligada al diseño y construcción de los ferrocarriles nacionales, las vías de comunicación, los puentes y puertos, entre otras obras civiles. En 1923, en cumplimiento de una solicitud del gobierno nacional para realizar una exploración de la Intendencia del Chocó con miras a la construcción de vías de comunicación por ese territorio, pudo correlacionar sus condiciones físicas y sociales, cuyas observaciones quedaron consignadas en una serie de in formes que fueron publicados en el Boletín de la Sociedad de Ingenieros de Colombia. Al seguir las tendencias del positivismo en el mundo, en las que predominaba el paradigma de las ciencias naturales como principio de autoridad y verdad, los estudios sobre las regiones marginales del país tendieron a orientarse con criterios de utilidad práctica, tales como aprovechar las características geográfi cas que podían facilitar su integración al proyecto nacional, promover aquellas iniciativas que tendrían alto impacto en el progreso material y conocer los re cursos regionales como fuentes de su eventual modernización, por lo cual los aspectos sociales e históricos en sentido estricto fueron tratados más bien en forma secundaria.89 De conjunto, tanto los estudios generales sobre el Pacífico
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J. Álvarez Lleras, op. cit.; y del mismo autor los siguientes textos: “Bibliografía relativa al Chocó y al Darién”, en: El Chocó, Bogotá, Minerva, 1923; “El Chocó. Relaciones de viajes referente a esta región de Colombia”, Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia, Bogotá, núm. 1, marzo de 1935; núm. 2, julio de 1935 y vol. 3, núm. 1, abril de 1936 y “Algunos escritos geográficos. Generalidades sobre el Chocó”, Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia, Bogotá, vol. 20, núms. 73-76, enero - junio de 1952. Algunas excepciones al respecto son las contribuciones de J. Álvarez Lleras ya citadas; el artículo del lingüista antioqueño Abraham González Zea, “El Chocó en la historia”, Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá, vol. 31, núms. 357-358, julio - agosto de 1944 y el texto de Robert Cushman
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como los aportes de Álvarez Lleras contribuyeron a allanar el camino para la etapa posterior de los estudios sobre el Chocó, caracterizada por ser mucho más académica, con énfasis en los aspectos sociales y especializada en sus propósitos, como veremos seguidamente.
Los estudios sobre el Chocó entre las décadas de 1920 y 1960: en la senda de las disciplinas académicas En la época de la expansión colonial europea (particularmente para nuestro interés el período que comprende desde aproximadamente 1880 hasta después de la Segunda Guerra Mundial), tanto dicha experiencia en general como el pensamiento social occidental en particular, estuvieron condicionados por el ideal de progreso y civilización al cual debían integrarse sin otra posibilidad las poblaciones colonizadas o periféricas. De ese ideal, convertido entonces en destino ineluctable, se derivó también el papel que se esperaba de las ciencias sociales como subsidiarias del colonialismo. Aunque resulta paradójico constatar que desde esa condición subordinada al colonialismo se produjeran las grandes teorías socioantropológicas e históricas (evolucionismo, funcionalismo, difu sionismos cultural, historia cultural y relativismo cultural) que, en medio de grandes diferencias conceptuales y tradiciones nacionales distintas, de to das formas contribuyeron a cuestionar en parte el etnocentrismo, generar descripciones valiosas acerca de las culturas objeto de la expansión y reconocer la importancia de distintos territorios, grupos étnicos y sociales.90 En el caso de América Latina y durante este período, las relaciones entre expansión colonial y teoría social son particularmente complejas, porque a las contradicciones de una modernidad que en general legitimaba su proyecto sobre la base de negar o minimizar la humanidad de los Otros, se suman cuestiones como la ambivalente situación de colonialidad/modernidad que subyace a la independencia política más bien formal de sus países, así como las diferentes modalidades a través de las cuales las ideas modernas y las disciplinas académicas circularon y se aclimataron
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Murphy, “Racial succession in the colombian Chocó”, Geographical Review, Nueva York, vol. 29, núm. 3, 1939. Dieter Haller, Atlas de etnología, Madrid, Akal, 2011, pp. 23-27.
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en la región a partir de los grandes centros difusores de Europa y Norteamérica, para terminar influyendo sobre gobiernos e imaginarios colectivos.91 Por las anteriores razones, una clave definitiva para los estudios nacionales y regionales actuales radica en la capacidad de descifrar la manera como se materializaron, en esas escalas, dinámicas mucho más amplias, como la nueva fase de la industrialización, la trasformación del colonialismo en imperialismo, la mundialización y el control del espacio por la modernidad.92 Siguiendo los postulados de la nueva geografía, Montaldo indica que cambia la relación de escalas con la cual se había analizado el espacio, precisamente al hilo de la nue va espacialidad que debe redimensionar la cartografía simbólica del siglo xix, dándole para el efecto prioridad al espacio global sobre las otras dos escalas primarias, del espacio urbano y el estado-nación. Con todo ello, el siglo xix adquiere una gran relevancia y densidad analítica: “Si toda lucha por el espacio es política, en el siglo xix es cuando se configuran los ejes de legitimación político-discursivos del dominio de los espacios: centros y periferias, metrópolis y colonias, naturaleza productiva y desiertos”.93 Por su parte, en su historia de la mundialización, Echevarría se atiene al criterio de que es el movimiento del espacio el que genera un tiempo distinto, impulsado por los cambios y ajustes del sistema económico europeo en expansión, quien valida su periodización y comprensión desde un esquema de interpretación, que concreta en la apreciación de que han ocurrido cinco impulsos capitalistas desde 1470 hasta nuestros días. De esos cinco momentos o impulsos nos interesa especialmente el cuarto, el ocurrido entre 1770 y 1970, no sólo porque comprende cronológicamente al siglo xix sino sobre todo por las tendencias sustantivas que lo definen. En efecto, desde finales del siglo xvii los “métodos de expansión espacial del sistema económico europeo” presentaron grandes inconvenientes y dificultades para manejar su elasticidad respecto a la sincronía entre el espacio de las potencias europeas y el de sus posesiones ultramarinas. La Revolución Industrial, el
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Graciela Montaldo, Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1999.
Al respecto ver el interesante y sintético ensayo de Miguel Ángel Echevarría Bacigalupe, En los orígenes del espacio global. Una historia de la mundialización, Madrid, Catarata, 2013. G. Montaldo, op. cit., p. 17.
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mercantilismo liberal y el mercado mundial, condensan la orientación hacia un cambio en el manejo del espacio, que se puede sintetizar como el paso de lo extenso (dominios) a lo intenso (rendimientos por áreas), como dice Echevarría. Transición en la que serán más exitosas las potencias mejor adaptadas para el cambio y con mayores posibilidades de modificar sus sistemas espaciales de control y administración de territorios y poblaciones, cuestiones que en últimas se reducen al tránsito del sistema colonial al sistema imperialista.94 Precisamente serán España, Portugal y Holanda, primeras en la expansión colonial europea, quienes en este nuevo período se van a ver limitadas para los cambios requeridos, con las consecuencias conocidas en sus posesiones de procesos anticoloniales, independencias políticas y surgimiento de nuevas repúblicas. La complejidad de los problemas implicados en los cambios espaciales del mundo moderno y sus consiguientes dificultades para observarlos a escalas distintas (locales, regionales, nacionales y mundiales), ha pasado a las ciencias sociales como tensiones conceptuales o comprensivas en las investigaciones puntuales y discretas, como lo evidencian las limitaciones en el uso de categorías y otros criterios analíticos, que en muchos casos no resisten la prueba de su contrastación con las evidencias y fuentes disponibles. Así lo experimentamos en el caso regional del Chocó que nos ocupa, en el que resulta conveniente discutir si denominaciones como frontera minera, provincias coloniales, Pacífico, Chocó, sociedad regional, o simplemente región del Chocó, son suficientes como para dar cuenta de esta compleja experiencia histórica. En efecto, una serie de preguntas quedarán abiertas al diálogo y la interpelación con los enfoques adoptados por los investigadores de esta región, tales como: si la frontera minera dejó de serlo en algún momento o hasta qué punto como consecuencia de la minería de aluvión extensiva y sus efectos en lo espacial, territorial y demográfico; si en ese cambio se formó y hasta dónde una región económica;95 si el proceso de “implantación
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M. Á. Echevarría Bacigalupe, op. cit., pp. 227-233.
Eric Van Young plantea que entre los historiadores existe una paradoja en torno al concepto de región, dado que no obstante su evidente centralidad para su trabajo se carece de una definición clara de dicha noción. Asimismo, que independiente de ella, el concepto de región contiene un enorme potencial epistemológico para el trabajo historiográfico. Desde su perspectiva las re giones se definen como espacios procesuales cuya arquitectura y dirección internas están sujetas 95
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colonial” alcanzó a configurar, o estaba en la dinámica de hacerlo, una provincia (algo que, con todas las salvedades del caso, se puede situar a medio camino entre la comarca y la región),96 o si en el caso del Chocó y el período que nos concierne se puede utilizar el criterio de región histórica; o si se trata más bien de un espacio y sociedad en los que se mantuvieron a la vez las características de frontera, región económica, provincia y región histórica sui generis. Uno de los más penetrantes estudiosos del Chocó y el Pacífico en general, el antropólogo William Villa, sostiene la hipótesis de que el concepto de región que se construye para el Pacífico (norte y sur) es relativamente reciente y que es en 1958 en el Simposio de Tierras Húmedas que “se constituye en la primera aproximación al Pacífico desde una visión regional, allí prima la mirada del geógrafo que se hace manifiesta en las investigaciones de West, R. y de Guhl, E.; en tanto una
a una negociación constante de los actores que están tanto adentro como afuera de la región. Lo que de nuevo nos remite al socorrido modelo de centro y periferia, pero que ahora debemos ser capaces de leer y usar de otra manera, más flexible y menos mecánica si se quiere. Para Eric Van Young: “El concepto de región en su forma más útil es, según creo, la ‘espacialización’ de una región económica. Una definición funcional muy simple sería la de un espacio geográfico con una frontera que lo delimita, la cual estaría determinada por el alcance efectivo de algún sistema cuyas partes interactúan más entre sí que con los sistemas externos. Por un lado, la frontera no necesita ser impermeable y, por otro, no es necesariamente congruente con las divisiones políti cas o administrativas más familiares y fácilmente identificables o aun con los rasgos topográficos”. Véase Eric Van Young, “Haciendo historia regional: Consideraciones metodológicas y teóri cas”, en: Pedro Pérez Herrero (comp.), Región e historia en México (1700-1850). Métodos de análisis regional, México, Instituto Mora/Universidad Autónoma Metropolitana, 1991, pp.101-102.
De acuerdo con el enfoque de un geógrafo historiador, Jesús Burgueño, La invención de las provincias, Madrid, Catarata, 2011, pp. 8-9: “Simplificando, podemos afirmar que, en Espa ña, el vocablo [provincia] se ha ido constriñendo territorialmente hasta responder a lo que hoy día conocemos. En el origen imperial romano, provincia fue inicialmente el conjunto de Hispania y posteriormente se llamó así a sus tres grandes demarcaciones internas (Bética, Lusitania y Tarraconense) a las que luego se añadieron otras dos: Cartaginense y Gallaecia. En la Edad Media el término no era de uso muy habitual, al haber sido desplazado por la panoplia de denominaciones feudales: principado, reino, condado… Es en Época Moderna cuando su utilización resurge y se concreta, como veremos con significaciones divergentes según los territorios. Será la ges tación de la división provincial actual la que otorgue un significado muy acotado al término, situándolo definitivamente a medio camino de comarca y región”. Asimismo, es conveniente agregar lo siguiente en relación con la singularidad de los intentos de ajuste del modelo español de administración colonial: “En la Edad Moderna las provincias sustituyeron en Castilla a las merindades y adelantamientos, típicos de la Baja Edad Media y desaparecidos en el siglo xvi, aunque no fue hasta el reinado de Felipe V cuando la división provincial quedó institucionalizada como un rasgo más de la política centralizadora de los Borbones. La finalidad fundamental de 96
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aproximación cultural es todavía limitada”.97 Dicha construcción tardía de la región y desde la geografía se explica, según Villa, por la larga vigencia de una percepción del Pacífico como un territorio a integrar a los centros andinos o como despensa proveedora de recursos. En la primera mitad del siglo xx, las ciencias sociales y humanas se debatían entre su fidelidad al modelo positivista que se había impuesto en la modernidad como paradigma dominante, traducido en ellas en términos de darwinismo social, estructural-funcionalismo, nacionalismo histórico, geografía determinista, economía matemática, entre otras, y una serie de manifestaciones críticas como la renovación gramsciana del marxismo, la Escuela de Anales en la historia, la antropología histórica, la antropología cultural, la geografía cultural, la sociología regional, entre otras. Que se vieron singularmente estimuladas por fenómenos sociopolíticos como las luchas contra el racismo y los derechos civiles (especialmente en Estados Unidos de América), la defensa de la diversidad cultural amenazada y los cuestionamientos al ideal de progreso como ideología imperialista, los movimientos de descolonización en el llamado Tercer Mundo y las discusiones acerca de los modelos de desarrollo para estos países, entre los principales.98 Los balances acerca del origen de las ciencias sociales en Colombia en la primera mitad del siglo xx, y en particular de la antropología, tienden a subrayar
esta circunscripción territorial era constituir el marco de acción de los intendentes […] Durante el reinado de Carlos III hubo un proyecto de homogeneización territorial, dividiendo las provincias en nueve distritos con un corregidor al frente, pero como otros muchos de la época, el proyec to se quedó sobre el papel y habrá que esperar a la división territorial de 1833 para que el mapa provincial español adquiera su definitiva forma”. Véase Enrique Martínez Ruiz (dir.), Diccionario de la historia moderna de España. II. La administración, Madrid, Istmo, 2007, pp. 306-307. 97 William Villa, “Movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano. La cons trucción de una noción de territorio y región”, en: Adriana Maya (ed.), Geografía humana de Colombia: Los afrocolombianos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1998, p. 434. 98 A comienzos de los años cincuenta, la unesco, uno de los organismos multilaterales surgidos después de la Segunda Guerra Mundial, debió ocuparse de las manifestaciones y “rebrotes” del racismo en el mundo, y emitió declaraciones al respecto en 1950 y 1951. En 1952 encargó al más prestigioso antropólogo del momento, Claude Lévi-Strauss, de redactar un documento guía sobre la delicada cuestión de la unidad de la especie, la paradoja del progreso y la preservación de la diversidad cultural, que condujo a su ya célebre texto en el pensamiento social: “Raza e historia” (1952). Sobre las posiciones de las unesco véase José María Castañeda, El racis mo ante la ciencia moderna. Testimonio científico de la unesco, Ondarroa (Vizcaya), Ediciones Liber, 1961 y Claude Lévi-Strauss, Raza y cultura [1952, 1972, 1983], Madrid, Cátedra, 2000.
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sus características más bien atípicas, la influencia del americanismo europeo y la prioridad de sus estudios sobre las sociedades indias. Lo atípico remite a los orígenes de la nación y su heterogeneidad, así como a las dificultades para un relato homogéneo acerca de su identidad, tal como puede verse en este texto del antropólogo Jon Landaburu, que hace parte de una obra colectiva:
Las luchas de emancipación, las guerras civiles y la lenta formación de un Estado colombiano durante el siglo xix no son favorables a la observación etnográfica de un conjunto humano de una prodigiosa diversidad étnica (amerindios de más de un centenar de comunidades etnolingüísticas diferentes, negros establecidos en las tierras bajas –sobre todo en las costas Atlántica y Pacífica–, campesinos indios desenculturados, colonos blancos y mestizos, blancos urbanos de tradición hispánica).99
De acuerdo con este autor, la antropología colombiana se forma de dos grandes tradiciones, el americanismo europeo y los movimientos socialistas latinoamericanos de los años veinte y treinta del pasado siglo, en los que predo minan los intereses por la cuestión indígena, y después por el campesinado y la reforma agraria. Temática adoptada también por los movimientos intelectuales y artísticos de la época en Colombia, como el grupo Los Bachués, como lo indica otro estudio.100 La importancia de los estudios amazónicos en este período y el creciente interés por el universo andino reforzaban el privilegio del estudio de las sociedades indias pasadas o sobrevivientes, así como el mayor desarrollo de los respectivos modelos de análisis y estrategias de investigación adoptados por distintas ciencias sociales (arqueología, etnografía, antropología y etnohistoria).101 Aunque en cierta forma marginal a la gran área atlántica para el estudio de las sociedades afroamericanas o afrodescendientes, en Co lombia también se llegaría a sentir la influencia de los estudios sobre las Améri cas Negras, liderados inicialmente por Melville Herskovits, interpelados por
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Véase Pierre Bonte y Miguel Izard (eds.), Diccionario Akal de etnología y antropología, Madrid, Akal Ediciones, 1996, p. 69.
Gerardo Ardila, “Gerardo Reichel-Dolmatoff y la historia de las ciencias sociales en Colombia”, en: Gerardo Reichel-Dolmatoff, antropólogo de Colombia 1912-1994, Bogotá, Museo del Oro - Banco de la República, Departamento de Antropología - Universidad Nacional de Colombia, 1998, pp. 15-21. Consultar P. Bonte y M. Izard, op. cit., pp. 55-58, 58-65, 76-79.
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E. Franklin Frazier y continuados por Roger Bastide, y por un significativo número de estudiosos en cada país.102 Es en este contexto de cambios económicos, sociales y políticos mundiales, de tensiones en las ciencias sociales por el avance de las perspectivas críticas y de emergencia de movimientos sociales de distintos propósitos, que se empiezan a formar las ciencias sociales en Colombia y con ellas, la posibilidad de nuevas representaciones de lo nacional y sus regiones en la primera mitad del siglo xx. Entre los años 1920 y 1960, el creciente interés por el Chocó se revela en los estudios realizados por una pléyade de pioneros extranjeros y varios na cionales desde la arqueología,103 la lingüística,104 la antropología, la etnología y etnografía,105 la geografía,106 los discursos religiosos107 y la sociología;108 además
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Ibíd., pp.74-76.
Para los estudios sobre Chocó desde la arqueología véase: Sigvald Linné, Darien in the past. The archaeology of easter Panamá and Northwestern, Colombia, Goteborg, 1929; José Recasens y Víctor Oppenheim, “Análisis tipológico de materiales cerámicas y líticos procedentes del Chocó”, Revista del Instituto Etnológico Nacional, Bogotá, vol. 1, 1944; Gerardo Reichel Dolmatoff y Alicia Dussán, “Investigaciones arqueológicas en la Costa Pacífica de Colombia. I. El sitio de Cupica”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 10, 1961; y de los mismos autores “Contribuciones a la etnografía de los negros del Chocó”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 11, 1962; Graciliano Arcila Vélez, “Informe de las investigaciones realizadas en Dabeiba, Chigorodó, Acandí, en septiembre de 1954”, Boletín del Instituto de Antropología, Medellín, vol. 1, núm. 3, 1955; y del mismo autor “Investigaciones antropológicas en el Carmen de Atrato, departamento del Chocó”, Boletín del Instituto de Antropología, Medellín, vol. 2, núm. 7, 1960.
Para los estudios sobre Chocó desde la lingüística véase: Jacob Loewen, “Dialectología de la familia lingüística Chocó”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 9, 1960; Paul Rivet, “La lengua Chocó”, Revista del Instituto Etnológico Nacional, Bogotá, vol. 1, 1943-1944 y Gerardo Reichel Dolmatoff, “Bibliografía lingüística del grupo Chocó”, Boletín de Arqueología, Bogotá, vol. 1, núm. 6, 1945.
Para los estudios sobre Chocó desde la antropología, la etnología y etnografía véase: Roberto Pineda Giraldo y Virginia Gutiérrez de Pineda, Estudio etnográfico del Chocó: El Jaibaná, s.d., 1953; de los mismos autores “En el mundo espiritual del indio Chocó”, Miscelánea Paul Rivet. Octogenaria Dicata, México, vol. 2, 1958; Reina Torres de Arauz, “Los indios chocoes del Darién. Algunos aspectos de su cultura”, América Indígena, México, núm. 18, julio de 1958; de la misma autora “Los indios cuna continentales”, América Indígena, México, núm. 22, octubre de 1962 y “Estudio etnológico e histórico de la cultura chocó”, Centro de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Panamá, Panamá, núm. 1, 1966; Gerardo Reichel Dolmatoff, “Notas etnográficas de los indios del Chocó”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 9, 1960; G. Reichel Dolmatoff y A. Dussán “Contribuciones a la etnografía de los negros del Chocó”, op. cit.; Santa Teresa de Severino, Creencias, ritos y costumbres de los indios catíos de la Prefectura Apostólica de Urabá, Bogotá, Imprenta San Bernardo, 1924; de la misma autora Indios catíos,
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de los primeros aportes del etnógrafo Rogerio Velásquez desde la historia y la etnografía,109 las ciencias naturales, y en menor medida, la historia académica con temas de independencia y pocas monografías locales.
indios cunas. Ensayo etnográfico de dos razas de indios en la América española, Colección de Autores Antioqueños, Medellín, Imprenta Departamental, 1959; Kathleen Romoli, “Apuntes sobre los pueblos autóctonos del litoral colombiano del Pacífico en la época de la conquista española”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 12, 1963; Erland Nordenskiold, Henry Wassen y Rubén Pérez Cantule, “An historica and ethnographical survey of the Cuna indians”, en: Etnografiska Audelnigen, Goteborg, Goteborg’s Museum, 1932; Erland Nordenskiold, “An historical and ethnographical survey of the Cuna indians”, Comparative Ethnographical Studies, Goteborg, Goteborg’s Museum, vol. 10, 1938 [1883]; Henry Wassen, “Cuentos de los indios chocós”, JSAP, París, vol. 25, 1933; del mismo autor “Notes on Southern Groups of Choco Indians in Colombia”, Etnologisk Studier, Goteberg, vol. 1, 1935 y Gustavo Jiménez, Los indios chocó; el hábitat; el ciclo vital, s.d., 1954.
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Para los estudios sobre Chocó desde la geografía véase: Contraloría General de la República, “El Chocó”, en: Geografía económica de Colombia, Bogotá, Imprenta Nacional, 1943; R. C. West, Alluvial placer mining in Colombia during the colonial period, op. cit.; del mismo autor The Pacific Lowlands of Colombia: a Negroid Area of the American Tropic, op. cit.; James Parsons, Antioquia’s corridor to the sea: The historical geography of the Settlement of Urabá, vol. 49, Berkeley, University of California Press, 1967; R. Cushman Murphy, op. cit. y del mismo autor “The earliest spanish advances southward from Panama along the west coast of South America”, Hispanic American Historical Review, Durham, vol. 21, 1941.
Prefectura Apostólica del Chocó, Informe del prefecto apostólico del Chocó al Arzobispo de Bogotá participante de la junta de misiones, Bogotá, Imprenta Nacional, 1919; Prefectura Apostólica del Chocó, Informe oficial que rinde el Prefecto apostólico del Chocó a la Delegación Apostólica 1911-1915, Bogotá, Imprenta Nacional, 1928; Francisco Gutiérrez, Informe de la prefectura apostólica del Chocó, Quibdó, Imprenta Claretiana, 1929 y “Misioneros del Corazón de María en el Chocó”, Bodas de Plata, Quibdó, s.e., 1934. Para los estudios sobre Chocó desde la sociología véase: Orlando Fals Borda, La vivienda tropical húmeda, sus aspectos sociales y físicos como se observan en el Chocó, Bogotá, Centro Interamericano de Vivienda y Planeación, 1958 y Aquiles Escalante, “El negro en Colombia”, Monografías sociológicas, Bogotá, núm. 18, 1964.
Sobre los estudios de Rogerio Velásquez véase: Rectificaciones sobre el descubrimiento del río San Juan, Bogotá, Imprenta Nacional, 1953; y del mismo autor “La canoa chocoana en el folclor”, Revista Colombiana de Folclor, Bogotá, núm. 3, 1957; “La fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”, Revista Colombiana de Folclor, Bogotá, núm. 4, 1960; “Adivinanzas del Alto Bajo Chocó”, Revista Colombiana de Folclor, Bogotá, vol. 2, núm. 5, 1960; “Leyendas y cuentos de raza negra. Leyendas del alto y bajo Chocó”, Revista Colombiana de Folclor, Bogotá, 1960; “Instrumen tos musicales del alto y bajo Chocó”, Revista Colombiana de Folclor, Bogotá, núm. 6, 1961; “Ritos de la muerte en el alto y bajo Chocó”, Revista Colombiana de Folclor, Bogotá, núm. 6, vol. 2,1961; “Vestidos de trabajo en el alto y bajo Chocó”, Revista Colombiana de Folclor, Bogo tá, vol. 2, núm. 6, 1961¸“La fiesta de los negritos de Nóvita”, Boletín Cultural y Bibliográfico, Bo gotá, Banco de la República, 1961 y El Chocó en la independencia de Colombia, Bogotá, Ediciones Hispana, 1965. 109
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Aunque era evidente que el Chocó cada vez estaba poblado por un mayor número de gentes negras desde el siglo xviii y hasta la contemporaneidad,110 los interrogantes acerca de los pobladores originarios, es decir, de los indígenas, se pusieron en el centro de las reflexiones de este período. Ello tenía que ver con varios aspectos. De una parte, con los paradigmas todavía dominantes en la antropología (anglosajona y francesa) que, en desarrollo del “gran reparto”, como lo denomina Jack Goody,111 según el cual el estudio del hombre se repartía entre la historia (estudio del pasado de las sociedades complejas y con escritura), la sociología (dedicada al conocimiento de las sociedades modernas) y la antropología (que asumió el estudio de las sociedades “primitivas” sobrevivientes), y se interrogaba por esos “otros” periféricos, sus orígenes, desarrollos, caracteres actuales e incidencias en la configuración de la sociedad moderna, como en el caso de la colombiana de entonces. De este modo, las lenguas, los ecosistemas, las formas de vida, las relaciones entre sociedades nativas y colonizadoras, las potencialidades en recursos y las formas de interrogación a la sociedad nacional fueron objeto de estudio de los especialistas señalados. Por otra parte, estos estudios no se desarrollaron en el vacío, por así decirlo, sino que expresaban los complejos fenómenos de institucionalización del conocimiento social en el mundo occidental y su influencia en el periférico. En efecto, los desarrollos mencionados tuvieron sus apoyos en entidades públicas y en publicaciones especializadas en el contexto de la incipiente inscripción del país en esas tendencias mundiales. La llamada República Liberal (1930-1946) implicó una relativa apertura política del país a nuevas tendencias y un intento significativo de cambios institucionales para buscar apoyo social al proyecto liberal. Así, los estudios etnológicos y antropológicos en la Escuela Normal Superior ligada a la Universidad Nacional (años treinta), se vieron respaldados y ampliados por la creación del Instituto Etnológico Nacional (1941), luego convertido en Instituto de Antropología (1953), logros institucionales en los cuales fue decisiva la presencia del reputado etnólogo francés Paul Rivet. En torno al estudio de las lenguas indígenas fue clave el papel del Instituto Lingüístico Caro y Cuervo, y de algunas comunidades religiosas como la Claretiana.
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Contraloría General de la República, op. cit.
Jack Goody, La domesticación del pensamiento salvaje, Madrid, Akal, 1985.
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El Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia, unido a la Revista Minera y al interés del gobierno liberal de los años 1934-1938 (primera administración de Alfonso López Pumarejo) por elaborar geografías económicas de las distintas regiones del país, facilitaron una mejor comprensión de la configuración de territorios y poblamientos, riquezas y modos de explotación de las mismas, características geológicas y ambientales, prácticas económicas, composición racial y cultura material de los pobladores (vivienda, música, transporte, comercio, entre otros) así como estudios sobre caminos, navegación, canales y minería. En estos últimos fue decisivo el papel del Instituto Geográfico Nacional, que cobra vida institucional mediante el Decreto 1440 del 13 de agosto de 1935.112 Otra iniciativa importante fue la Comisión de Cultura Aldeana, desarrollada desde 1934 a instancias de Luis López de Mesa, ministro de educación del presidente Alfonso López Pumarejo, que pretendió reformar la educación nacional para utilizarla como medio de transformación de las condiciones rurales del país y cuyo objetivo esencial buscaba acercar a los campesinos y aldeanos a los bienes culturales de la civilización occidental.113 Los ambiciosos alcances de la Comisión de Cultura Aldeana se relacionan directamente con los inicios de los estudios sociológicos en Colombia, por su preocupación de alcanzar un diagnóstico detallado de regiones y localidades en las que la cuestión agraria constituía el epicentro de la vida social y sus conflictos. Estos temas se profundizarían con otro proyecto de similar inspiración aunque más puntual, como la Encuesta Folclórica Nacional de 1942.114
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Dicho instituto dependió desde su creación del Estado Mayor del Ejército, como quiera que había surgido en medio de las preocupaciones del país por la defensa del territorio nacional y a raíz del conflicto con Perú. En efecto, la propuesta de levantar una nueva carta militar del país fue presentada en 1932 por el profesor universitario Belisario Ruiz Wilches al gobierno del presidente Enrique Olaya Herrera (1930-1934) y se concretó en la siguiente administración de Alfonso López Pumarejo (1934-1938). Sin embargo, evidenciando los cambios en la sociedad y el Estado colombianos, en 1940 se transforma en Instituto Geográfico y Catastral, dependencia del Ministerio de Hacienda. Finalmente, en 1950 adopta el nombre actual de Instituto Geográfico Agustín Codazzi-IGAC, en honor del geógrafo italiano del siglo xix. Alfredo Molano y César Vera, Evolución de la política educativa en el siglo xx, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 1984.
Renán Silva, República liberal, intelectuales y cultura popular, Medellín, La Carreta Editores, 2005 y Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia. La Encuesta Folclórica Nacional de 1942: Aproximaciones analíticas y empíricas, Medellín, La Carreta Editores, 2006.
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Empero, si los indígenas se convirtieron en centro de reflexión de las disciplinas sociales en el país, surgió a mediados de la década del cuarenta el interés por los negros o descendientes de africanos, siguiendo una tendencia alimentada desde la academia y el ambiente político norteamericano, que ya había influenciado la gran área caribe y atlántica, lo que de alguna manera también va a introducir esta temática en Colombia. En efecto, no obstante el carácter más bien marginal que tuvo la experiencia de la esclavitud neogranadina y colombiana respecto de la gran área atlántica y de sus principales unidades de estudio (plantación, ingenio, haciendas), los estudios mencionados motivaron los de las relaciones entre el pasado y el presente de ese entonces en el país. Así, James Ferguson King, el sacerdote jesuita José Rafael Arboleda y el antropólogo norteamericano Thomas J. Price115 se ocuparon de las especificidades culturales de los grupos negros y de las pervivencias de los rasgos culturales africanos en las sociedades negras americanas, pero por lo dicho y aunque no se ocuparon del Chocó directamente, contribuyeron a la difusión de los estudios afroamericanos y en cierta medida a anticipar las perspectivas de los futuros estudios en el país. Price conjugó estudios antropológicos de la escuela culturalista americana (influenciada por los trabajos de Herskovits) con explicaciones históricas so bre los orígenes de los esclavos, fechas y lugares de llegada, transacciones y costumbres según áreas de origen y destino, fechas de catequización, tareas económicas y contactos interétnicos en minas y haciendas, tal como lo destacada un investigador contemporáneo que ha seguido atentamente estas circulaciones y enunciados discursivos en la configuración de lo negro en Colombia.116 Al tiempo, por esa época, el etnólogo chocoano Rogerio Velásquez estudió rasgos etnográficos, etnológicos y de poblamiento de grupos negros, cuyas
James Ferguson King, “Negro slavery in New Granada”, en: Greater America. A. Ogden and E. Sluiter, Berkeley, University of California Press, 1945; José Rafael Arboleda, “The etnohystory of Colombian Negroes” [Tesis de Maestría, Northwestern University], Chicago, 1950 y “Nue vas investigaciones afrocolombianas”, Revista Javeriana, Bogotá, vol. 37, núm. 183, 1952; Thomas J. Price, “Estado y necesidades actuales de las investigaciones afrocolombianas”, Revista de Antropología, Bogotá, núm. 3, 1954 y del mismo autor Saints and spirits: A study of diferential aculturation in Colombia Negro Communities, Michigan, University Microfilms, 1955. 115
Eduardo Restrepo, “Afrocolombianos o ‘grupos negros’ en el Pacífico colombiano: Construcción y perspectivas de la investigación antropológica” [Informe de Investigación, Instituto Colombiano de Antropología], Bogotá, 1996.
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observaciones valorativas en general positivas, contrastan con las del país nacional que los concebían como “pobres, ignorantes y marginales”; también se dedicó al rescate y análisis de cuentos, adivinanzas, leyendas, instrumentos musicales, vestidos y ritos de muerte de la cultura tradicional negra, y de otra parte abordó la cuestión de los rasgos socioeconómicos (Atrato Medio), el primer estudio de la independencia y la participación popular en esta región y de otras manifestaciones culturales como la fiesta de negritos en Nóvita.117 Por su parte, Gerard Reichel Dolmatoff produjo una documentación afrocolombiana en 1954 y una etnografía sobre los negros en 1962.118 Otros trabajos de estudiosos o aficionados chocoanos realizados durante este período indican que también existió una preocupación endógena, por así decirlo, en torno a la comprensión de la región, como lo evidencian los aportes de Daniel Valois Arce.119
La importancia de la década del cincuenta: el geógrafo cultural Robert C. West Dentro del período de los años veinte a sesenta del siglo pasado se destaca especialmente las décadas del cincuenta y sesenta, sobre todo por los aportes sustantivos de dos investigadores que van a influir de forma notable en los estudios posteriores: el geógrafo cultural norteamericano Robert C. West y el etnógrafo chocoano Rogerio Velásquez. En los párrafos siguientes nos ocuparemos del primero de ellos. El geógrafo West inició sus estudios sobre Colombia desde finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta del siglo pasado y, después de un notable trabajo de campo, archivos, documentación y entrevistas con distintos personajes de la vida nacional, publicó dos trabajos seminales en 1952 y 1957
Rogerio Velásquez, “Apuntes socioeconómicos del Atrato medio”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 10, 1962.
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Gerardo Reichel Dolmatoff, “Documentación afrocolombiana”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 3, 1954; y del mismo autor “Contribuciones a la etnografía de los negros del Chocó”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 11, 1962.
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Daniel Valois Arce, Departamento del Chocó, Medellín, Tipografía Industrial, 1945.
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sobre lo que llamó las tierras bajas del Pacífico colombiano.120 En la década siguiente lideraría un equipo de investigación que llevó a cabo una geografía histórica de las tierras bajas de Tabasco, México, cuya edición original en inglés es de 1969 bajo el título The Tabasco Lowlands of Southeastern Mexico, publicada por la Universidad Estatal de Luisiana.121 Robert C. West primero se graduó y después obtuvo su doctorado en la Universidad de California, Los Ángeles, pero posteriormente se vinculó a la Universidad de Louisiana, en donde desarrolló una destacada carrera académica que le significó reconocimientos diversos. En su trabajo y perspectiva de análisis se advierte la influencia del geógrafo cultural Carl O. Sauer, con quien mantuvo un estrecho contacto en Berkeley. Como es sabido, Sauer desarrolló una perspectiva innovadora en la geografía de la época que estimulaba la relación entre esa disciplina y la historia, dado su interés constante por las diferentes formas de vida humana, su relación con el medio natural (procesos históricos y ecológicos) y por su permanente búsqueda de explicaciones acerca de la forma como se modifica el paisaje cultural. Fue justamente en Berkeley que West desarrolló sus ideas sobre “el paisaje cultural” y la “geografía cultural”, según un estudio crítico de su obra que seguimos en este punto. Por este mismo estudio sabemos también, que los intereses académicos
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R. C. West, Alluvial placer mining in Colombia during the colonial period, op. cit. y del mismo autor The Pacific Lowlands of Colombia: A Negroid Area of the American Tropic, op. cit. Posteriormente, se hizo una traducción al español (realizada por Jorge Orlando Melo) con la lamentable omisión de los mapas de las áreas mineras que son muy importantes, La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1972. En el año 2000, coincidiendo con el notable auge de los estudios sobre el Pacífico colombiano, se publicaron de nuevo los estudios de Robert C. West. Por una parte, el geógrafo Camilo Domínguez y su equipo llevaron a cabo una nueva edición de La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial (con la inclusión de los mapas omitidos en la primera edición) y la compendiaron junto con los capítulos v (“El litoral del Pacífico”) y vi (“Población y poblamiento”) de Las Tierras bajas del Pacífico colombiano, para conformar, con ambas traducciones, la Revista del Departamento de Geografía, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Edición Especial, 2000. Por otra parte, en buena medida por iniciativa suya, con su traducción y el apoyo institucional del ICANH, la investigadora Claudia Leal lideró una edición completa y muy cuidadosa de Robert C. West, Las tierras bajas del Pacífico colombiano, Bogotá, ICANH, 2000. En síntesis, tuvieron que pasar cincuenta años desde que West iniciara sus contribuciones al estudio de la historia de la minería y de la región pacífica colombiana para que su obra se tradujera completa y quedara así mucho más asequible para el uso de los investigadores. Robert C. West, Norbert P. Psuty y Bruce G. Thom, Las tierras bajas de Tabasco en el sureste de México, México, Gobierno del Estado de Tabasco, 1985.
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de West comprendían otros campos, y que: “Enriqueció su perspectiva con el diálogo sostenido con Alfred Kroeber en 1926, al incorporar el estudio de las áreas culturales y su relación con el paisaje (la transformación de ‘un paisaje natural en paisaje cultural’)”.122 Según estos, y otros críticos de su obra que ponderan la amplitud de su perspectiva analítica, se puede deducir que West no puede ser considerado como un determinista geográfico a secas sino más bien como un investigador que postuló la indisoluble relación entre el hombre y su medio natural, lo que también explica que su geografía se encuentre en permanente diálogo con la historia y la antropología. En síntesis, West, bajo la influencia de dos de las más importantes personalidades del pensamiento social de entonces, el geógrafo Sauer y el antropólogo Kroeber, pudo definir su propia línea de trabajo en la geografía cultural de entonces, imprimiéndole su sello personal y el rigor que lo caracterizaron. Adicionalmente, conviene decir que West fue contemporáneo y coinvestigador del geógrafo norteamericano James J. Parsons, también discípulo de Sauer, y quien aportaría a su vez uno de los trabajos fundamentales para la renovación académica del conocimiento del pasado nacional de Colombia por sus estudios sobre la “colonización antioqueña”, cuya trascendencia analizamos en la primera parte de este balance bibliográfico. Se puede afirmar que con su trabajo de 1952, en el que estudia la minería de aluvión en Colombia, Robert C. West dio inicio al conocimiento detallado de la región del Pacífico en general y del Chocó en particular, que él mismo se encargaría de ampliar y detallar con el estudio de 1957. Sus aportes de 1952 tienen que ver con dos cuestiones sustantivas que podemos resumir en la geografía histórica de la minería y los procesos de poblamiento asociados con ella. En efecto, primero al identificar, documentar y mapear las regiones mine ras de la Nueva Granada durante el período colonial, incluidas por supuesto las regiones mineras de las tierras bajas del Pacífico, y después al describir las técnicas de la minería aurífera y la fuerza de trabajo implicada en dichas regiones. Con lo cual, West puso a prueba su modelo de análisis acerca de la configuración
Ramón Castellanos Coll y Tania María Arias de la Fuente, “Análisis historiográfico de las tierras bajas de Tabasco”, Perfiles, enero - abril de 2006, pp. 115-125. No obstante, resulta sorprenden te, por decir lo menos, que estos estudiosos no hagan una referencia explícita a los trabajos de R. C. West en Colombia, que precisamente “prepararon” las condiciones para el estudio so bre Tabasco, México. 122
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del paisaje cultural a partir de la interacción con las condiciones naturales, que en principio eran adversas en el caso del Pacífico colombiano. Asimismo, West distinguió los dos ciclos del oro en la historia minera colonial de la Nueva Granada, el primero de los cuales corresponde al siglo xvi y el segundo al siglo xviii, con un obvio siglo xvii intermedio y recesivo, lo cual aportó, aparte de una periodización en general pertinente, una pieza analítica clave que facilita tanto la diferenciación como la comparación entre ambos ciclos productivos del oro y sus principales componentes, del cual se pueden derivar estudios específicos. Como preguntarse por lo ocurrido con el poblamiento del Chocó entre finales del siglo xvii y a lo largo del siglo xviii de acuerdo con nuestro particular interés en este estudio. Así, “la pacificación indígena” debió ser obra primero de los misioneros y luego de las fuerzas españolas, por lo que la explotación de oro en el Chocó sólo comenzó a hacerse en gran escala a fines del siglo xvii. En 1690 las minas de Tamaná y el real de Nóvita se habían restablecido, además de otros campamentos nuevos, fundados a los lados de los tributarios orientales de las zonas altas de los ríos San Juan y Atrato.123 Sobra decir que los trabajos de West estimularon el diálogo y ayudaron a orientar las búsquedas de los historiadores de la sociedad y la economía colonial, y especialmente de quienes iniciaron los estudios sobre la esclavitud y el sujeto esclavo. Pero también de los estudiosos de las dinámicas hacia la libertad a partir de los antiguos recintos esclavistas mineros, de las cuales resulta una suerte de geografía libertaria que se plasma en todo el territorio del Pacífico, como lo indica Germán de Granda. En efecto, según este lingüista español, “tras producirse la liberación de los esclavos de Colombia a mediados del si glo xix, los núcleos negros de las explotaciones mineras abandonaron grandes zonas del occidente colombiano desde el Baudó, al Norte, hasta los límites de la provincia de Esmeraldas, al Sur, buscando otro tipo de actividad”.124
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Robert C. West, La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1972.
R. C. West, The Pacific Lowlands of Colombia: A Negroid Area of the American Tropic, op. cit., pp. 103-108, sobre todo el mapa 18 referente a las migraciones de los negros de las zonas mineras entre 1850 y 1920. Y también William F. Sharp, “El negro en Colombia: Manumisión y posición social”, Razón y Fábula, Bogotá, núm. 8, 1968, pp. 91-107, citado en: Germán de Granda, “Onomástica y procedencia africana de los esclavos negros en las minas del sur de la gobernación de Popayán (siglo xviii)” [ponencia], VI Congreso Internacional de Minería: 124
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Las condiciones académicas para los estudios sobre el Chocó entre 1960 y 1990 Entre las décadas de 1960 y 1990, tomando como base los estudios de los pioneros, se inicia el proceso de construcción intelectual del Chocó como región compleja y diversa, vista desde diferentes disciplinas, con nuevos temas, métodos y fuentes, período que a su vez se soporta en nuevos desarrollos instituciona les, la realización de eventos especiales y el incremento de las publicaciones, entre otros. Es evidente que durante estas cuatro décadas el país cambió en muchos campos. Se produjo en él “una transformación extremadamente rápida de las mentalidades y de las estructuras de la vida social”,125 aunque en algunas zonas como el Chocó, el ritmo de cambio fuera más lento o en apariencia hasta inexistente. Sin embargo, el ritmo de urbanización, la acelerada revolución de la informática, la transición demográfica, un cambio de valores en tan poco tiempo, el incremento de la escolaridad formal sobre todo en el género femenino, y los rápidos procesos de secularización, dieron lugar a transformaciones asociadas a un capitalismo salvaje, un individualismo radical, un consumo frenético y unas violencias latentes o visibles. En este contexto de modernización social y del Estado se dio también un inicial proceso de modernización cultural con un sistema escolar masivo, la aparición de un mercado cultural nacional, la crea ción de una práctica científica continua y la filtración masiva del conocimiento científico. Estos últimos aspectos estuvieron asociados a la consolidación de las universidades públicas, algunas privadas y entes de diverso orden –guber namentales, no gubernamentales y privados–, a un fortalecimiento de las ciencias sociales y al desarrollo de una cultura laica. En los años sesenta aparecen
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La minería hispana e iberoamericana. Contribución a su investigación histórica. Estudios, fuentes, bibliografía, vol. i [Cátedra de San Isidoro], León, 1970, pp. 605-638, pie de página 27, p. 612. Según este lingüista español, tras producirse la liberación de los esclavos de Colombia a mediados del siglo xix, los núcleos negros de las explotaciones mineras abandonaron grandes zonas del occidente colombiano desde el Baudó, al Norte, hasta los límites de la provincia de Esmeraldas, al Sur, buscando otro tipo de actividad, pp. 612 y 613. Jorge Orlando Melo, Predecir el pasado: Ensayos de historia de Colombia, Bogotá, Banco de la República, 1992.
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la sociología, la historia, la economía y la antropología “como disciplinas académicas modernas, decisivas en la generación del discurso que configura la identidad nacional”,126 y convertidas en el ámbito universitario en profesiones, con resultados académicos, publicaciones de libros y revistas, eventos nacionales e internacionales y asesorías a planes gubernamentales y privados. Como era de esperarse, las nuevas disciplinas institucionalizadas, en asocio con las principales perspectivas de los pioneros y nuevos y más diversos enfoques, dieron lugar a visiones más contrastadas de los problemas que entonces se abordaron, sin olvidar que el nuevo contexto del país en los años noventa dio lugar a relaciones más abiertas con una economía global, a cambios jurídicos de importancia como la adopción de la Constitución Política de 1991, de corte multiculturalista, y a agudos conflictos internos, aspectos que incidirán en los desarrollos académicos y políticos de la sociedad colombiana en los últimos años de cara al siglo xxi. En este contexto, el Chocó y el Pacífico sur, y en general el Pacífico colombiano, se convirtieron en objeto de reflexión de disciplinas de las ciencias sociales y de las ya tradicionales ciencias naturales, y en un centro de intereses nacionales e internacionales por su ubicación estratégica, asociada a una rica biodiversidad dentro de las políticas globales con respecto a la cuenca del Pacífico. Con ello, de modo desigual, se han conjugado intereses académicos, políticos y económicos que han dado lugar a diversos estudios sobre el territorio, objeto de nuestro interés, y que han modificado nuestro modo de percibir el Chocó; sin embargo, coexisten con los tradicionales imaginarios de los períodos precedentes. Los estudios arqueológicos nos han trasmitido una visión de larga duración de poblamientos dinámicos y densos; con vigorosos contactos por más de treinta y cinco siglos antes del dominio hispánico, en una región estratégica y com petida por sus riquezas. Así mismo, han sugerido la necesidad de interactuar con otras disciplinas para lograr comprensiones más precisas sobre marcos cronológicos, secuencias culturales, ecosistemas y configuración de territorios y poblamientos.127
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Ibíd., p. 164.
Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993; David Stemper y Héctor Salgado López, “Metalurgia prehispánica y colonial-republicana en el Pacífico colombiano”,
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Los estudios antropológicos y etnológicos han centrado su atención en las sociedades indígenas y negras, pero han abierto nuevos campos. El “universo amerindio” fue estudiado desde diversas escuelas teóricas donde primó el fun cionalismo británico, el culturalismo norteamericano, el estructuralismo francés, el marxismo y en menor medida, paradigmas combinados y abiertos que fueron adecuados a nuevos problemas de investigación. Así mismo, en menor escala se incrementaron los estudios sobre sociedades negras desde perspectivas tales como la ecología, el materialismo cultural, el marxismo y la antropología simbólica. La producción antropológica ha avanzado en el estudio de sociedades indígenas individuales y más recientemente se acerca a estudios de relaciones interétnicas, y de áreas y conjuntos históricos - culturales - geográficos que permitan dar cuenta del comportamiento de una sociedad en el conjunto de otras, de redes y circuitos de intercambio comercial, creencias religiosas y complejos ceremoniales, resistencias, territorialidades, etnicidad e identidad. A su vez, se han incrementado progresivamente los estudios sobre comunidades negras, en especial sobre los temas de familia, religión y cultura; y en menor medida, sobre relaciones interétnicas especialmente con indígenas, blancos y mestizos, y sobre el papel de tales actores sociales en la configuración regional y nacional.128
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Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, núm. 30, 1993; Leonor Herrera, “Costa del Océano Pacífico y vertiente oeste de la cordillera occidental”, en: Álvaro Botiva et al., Colombia Prehispánica. Regiones Arqueológicas, Bogotá, Colcultura - ICAN, 1989; Gerardo ReichelDolmatoff y Alicia Dussan, “Investigaciones arqueológicas en la Costa Pacífica. II. Una secuencia cultural en el bajo río San Juan”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, núm. 11, 1962 y Gerardo Reichel-Dolmatoff, “Colombia indígena: Período prehispánico”, en: Manual de Historia de Colombia, Bogotá, Colcultura, 1978.
Patricia Vargas, La conquista tardía de un territorio aurífero. La reacción de los embera de la cuenca del Atrato a la conquista española, Bogotá, Universidad de los Andes, 1984; “Los embera y los cuna en frontera con el imperio español. Una propuesta de trabajo complementario de la historia oral y de la historia documental”, Boletín del Museo del Oro, Bogotá, núm. 29, octubre - diciembre de 1990; “Los embera, los waunana y los cuna. Cinco siglos de transformaciones territoriales en la región del Chocó”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993; Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos xvi y xvii, Bogotá, CEREC - Instituto Colombiano de Antropología, 1993; “Fronteras fluidas y de dominación en el río Atrato”, en: Guido Barona y Francisco Zuluaga (comps.), Memorias 1er Seminario Internacional de Etnohistoria, Cali, Universidad de Valle, 1995. También véase Luis Guillermo Vasco Uribe, Jaibanás: Los verdaderos hombres, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1985; del mismo autor Cestería y cerámica en dos grupos embera de vertiente: Estudio comparativo, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1985 y Kathleen Romoli, “El alto Chocó en el siglo xvi. Parte i”, Revista Colombiana
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También se han producido importantes estudios temáticos que repre sentan una gama muy abierta sobre tópicos lingüísticos, de poblamiento, rebeliones y resistencia indígena, antropología simbólica referida a sistemas de representaciones, organización social y política y sistemas de producción. Dado el interés por los viejos y nuevos actores, indios y negros, y por el peso de la región en el contexto nacional e internacional se produjeron importantes obras colectivas y eventos que mostraron una riqueza temática y una diversidad en el tratamiento de los problemas que van desde los asuntos políticos hasta temas de las ciencias naturales, pasando por tópicos de la vida cotidiana. Aquí la amplia gama está concentrada básicamente en obras colectivas entre las cuales, Colombia amerindia y Colombia Pacífico129 se han convertido en síntesis imprescindibles para un estudio de las sociedades locales. Por supuesto, siempre y cuando se tengan en cuenta las cuestiones de escala implicadas en el análisis (local, regional, nacional). Los estudios acerca del impacto de la conquista y colonia sobre las sociedades emberas y cunas;130 y en menor medida sobre las sociedades de urabaes y waunanas,131 han permitido precisar resistencias, alianzas, extinciones y superposiciones territoriales entre comunidades y de éstas con el imperio español. De las cuatro subregiones del Chocó desde el impacto colonial en el si glo xvii (Baudó, Bajo San Juan, Bajo Atrato y Alto San Juan - Alto Atrato), la más investigada es evidentemente la central, por constituirse en el eje mi nero (Alto San Juan - Alto Atrato), y más recientemente ha tomado auge el estudio sobre el Bajo Atrato, en razón de ser la zona disputada de Urabá; y en de Antropología, Bogotá, vol. 19, 1975; de la misma autora “El alto Chocó en el siglo xvi. Par te ii. Las gentes”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 20, 1976; Luis Duque Gómez, “La vertiente del Pacífico”, en: Historia extensa de Colombia, Bogotá, Ediciones Lerner, 1967; Mauricio Pardo Rojas, El convite de los espíritus, Quibdó, Centro de Pastoral Indigenista, 1983 y del mismo autor “Indígenas Chocó”, en: Francois Correa y Jimena Pachón (coords.), Introducción a la Colombia amerindia, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología - Colcultura, 1987.
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Ibíd.
P. Vargas, “Los embera, los waunana y los cuna. Cinco siglos de transformaciones territoriales en la región del Chocó”, op. cit. y Kathleen Romoli, Los de la lengua cueva, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1987. Álvaro Cháves Mendoza, “Grupo indígena waunana”, en: Geografía Humana de Colombia. Región del Pacífico, t. 9, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1992.
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menor medida, los estudios sobre las zonas del Baudó y el Darién con mayor desarrollo, éste último, en Panamá. Asimismo, se han logrado periodizaciones importantes sobre la conquista, colonia y república, en especial de las socieda des emberas y cunas. Mas, el impacto colonial, el conocimiento de rasgos de las sociedades prehispánicas y las periodizaciones que conocemos actualmente no han permitido todavía acercamientos significativos al tema demográfico. Con excepción de los estudios de Mauricio Pardo Rojas y Patricia Vargas para el caso embera y cuna,132 de Romoli, y Steward y Faron para el caso de los cuevas,133 de Sharp y Colmenares para el siglo xviii,134 de José Olinto Rueda para el Pacífico en general,135 de Orián Jiménez para el Baudó136 y de Sergio Mosquera para el Citará en el siglo xix,137 son muy pocos los avances sobre el tema demográfico. Los estudios históricos, con obras excelentes de Germán Colmenares y William F. Sharp, abordaron la configuración de una sociedad esclavista desde una creativa mezcla de escuelas de historia de Anales, del marxismo y trabajos de otras disciplinas en el primer caso, y desde la New Economic History norteamericana en el segundo caso. Después hubo aportes desde una sociología histórica para el estudio de la subregión de Urabá y del poblamiento chocoano,138
Mauricio Pardo Rojas y Patricia Vargas, Informe etnográfico. Indígenas Cuna y Chocó, Bogotá, ICAN, 1984; de los mismos autores Informe etnográfico, tierras bajas del litoral pacífico: Golfo de Urabá y occidente Andino. Indígenas Cuna y Chocó, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropolo gía, 1985. 132
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K. Romoli, Los de la lengua cueva, op. cit.; Julián Steward y Faron Louis, Native peoples of south América, Nueva York, Mc Graw Hill, 1959.
William F. Sharp, Forsaken but for Gold: An Economic Study of Slavery and Mining in the Colombian Chocó, 1680-1810, Chapel Hill, University of North Caroline, 1970; del mismo autor Slavery on the Spanish frontier: The colombian Chocó 1680-1810, Norman, University of Oklahoma Press, 1976 y Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia: Popayán una sociedad esclavista. 1680-1800, Bogotá, La Carreta, 1979.
José Olinto Rueda, “Población y poblamiento”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993. Orián Jiménez, “Baudoseños, convivencia y polifonía ecológica” [Tesis de Grado, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia], Medellín, 1996.
Sergio Mosquera, De esclavizados y esclavizadores en Citará. Ensayo etnohistórico, Medellín, Promotora Editorial de Autores Chocoanos, 1997. María Teresa Uribe de Hincapié, Urabá. ¿Región o Territorio?, Medellín, Iner - Corpourabá, 1990 y Jacques Aprile-Gniset, Apuntes sobre el poblamiento y los habitantes del Chocó, Cali, Universidad del Valle, 1991.
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desde una geografía cultural e histórica;139 y desde una mixtura abierta de escuelas históricas y fuertes niveles empíricos para abordar el Baudó del siglo xviii140 y el Citará del siglo xix.141 Otros ensayos de historia social han aportado también a la comprensión regional: de William Sharp sobre manumisión, libres y resistencia negra;142 sobre cimarronismo en el occidente de Francisco Zuluaga;143 sobre la rebelión de los citaraes en el Chocó de 1684 a 1685 de Caroline Hansen,144 y de Beatriz Castro sobre el poblamiento de la Costa Pacífica.145 El siglo xix es uno de los períodos menos estudiados en lo que se refiere al Chocó. Tenemos un conjunto de trabajos que hacen referencia a hipótesis sobre las actividades, ocupaciones, poblamientos, relaciones interétnicas y conflictos de indígenas y negros en el Chocó. Sin embargo, este siglo es pobre en estudios históricos con base documental, en parte porque los historiadores poco se han ocupado del Chocó, bien porque consideraron que era objeto de estudio de los antropólogos o bien porque creyeron que el siglo xix había perdido interés por la caída de la producción minera. Según Carl H. Langebaek es posible incluso que la imagen distorsionada de una historia indígena y negra hecha por antropólogos y la de mestizos y blancos por historiadores aún tenga vigencia. Con los trabajos mencionados, al parecer, se ha iniciado la construcción de un camino entre la historia, la antropología y la etnohistoria. Particularmente, Roberto Pineda en un ensayo sobre la etnohistoria en Colombia presenta un balance bibliográfico que muestra en los últimos años cómo algunos inves tigadores han ampliado nuestro conocimiento del área pacífica y del golfo de
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J. Parsons, op. cit.
O. Jiménez, op. cit.
S. Mosquera, op. cit.
William Sharp, “Manumisión, libres y resistencia negra en el Chocó colombiano 1680-1810”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993.
Francisco Zuluaga, “Cuadrillas mineras y familias de esclavos en Nóvita (Chocó, Colombia), siglo xviii”, América Negra, núm. 10, Bogotá, diciembre de 1995. Caroline Hansen, “La rebelión de los citaraes en el Chocó, 1684-1685”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993. Beatriz Castro, “El poblamiento de la Costa Pacífica”, en: Alonso Valencia (dir.), Historia del Gran Cauca, Cali, Universidad del Valle, 1996.
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Urabá.146 Según Pineda, Carl H. Langebaek analiza las relaciones de los cunas con las diferentes colonias extranjeras, con las cuales tuvieron comunicación permanente en el golfo de Urabá, especialmente franceses, ingleses, escoceses y holandeses; los viajes de los jefes cunas en busca de bienes en el comercio de larga distancia y la importancia del mismo para los cacicazgos de América Central. Asimismo, Jorge Gómez147 elaboró un escrito sobre la relación cunas - Estado colombiano, en particular sobre el convenio de 1871. Señala finalmente Pineda que el excelente estudio de Mary W. Helms sobre los cacicazgos prehispánicos de Panamá es una referencia fundamental para toda el área.148 Patricia Vargas produjo un excelente ensayo sobre los embera, los waunana y los cuna en el libro Colombia Pacífico, en el cual muestra las naciones y territorios existentes al momento de la ocupación española, sus condiciones de poblamiento y sus sistemas de vida.149 Luego se refiere específicamente a cada una de estas sociedades. A los cunas como habitantes de los valles del Atrato; a los waunana y emberas como pertenecientes a la misma tradición cultural y habitantes del alto río Atrato y del alto río San Juan; a la modalidad segmentaria de la organización política embera, y más tarde a los sitios principales de la confrontación entre la configuración minera hispánica y la tradicional ocu pación de los territorios indígenas. Aquí, Vargas muestra los fenómenos de la superposición de territorialidades, las fronteras de guerra y fronteras fluidas entre los distintos grupos, y de estos, con el imperio español. Expone así mismo el carácter tardío de la ocupación española a finales del siglo xvii y la organización bajo sistemas de pueblos de indios como apoyo para el desarrollo del eje minero colonial del Chocó en el siglo xviii. Más adelante se refiere a las consecuencias de los procesos de configuración de una nueva regionalidad en el Chocó, a través de las formas de vida libres, dispersas en las orillas de los ríos, 146
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Roberto Pineda Camacho, “La etnohistoria en Colombia: Un balance bibliográfico (1940-1994)”, en: Guido Barona y Francisco Zuluaga (eds.), Memorias del primer simposio, Cali, Universidad del Valle, 1995. Jorge Morales Gómez, “Grupo indígena los cuna”, en: Geografía humana de Colombia: Región del Pacífico, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1992. Mary W. Helms, Ancient Panamá. Chiefs in Search of Powers, Austin y Londres, University of Texas Press, 1979. P. Vargas, “Los embera, los waunana y los cuna. Cinco siglos de transformaciones territoriales en la región del Chocó”, op. cit.
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especialmente poblamientos negros, y en las zonas altas de los ríos, en particular de poblamientos de indios. Finalmente, un tema que también señala Vargas es el de la vida de los pobladores indígenas y negros en las modernas economías extractivas y colonizadoras del siglo xx, hasta culminar con un análisis sobre la actual población chocoana y las formas contemporáneas de resistencia. Tal como señala Pineda en su balance de la etnohistoria, Henry Wassen y Erland Nordenskiold dedicaron, en las décadas del treinta y cuarenta, estudios importantes sobre la etnografía, etnología e historia de las sociedades cunas.150 Por su parte, a partir de su tesis del año 1969 dedicada a los cuna, Wassen ha realizado importantes trabajos de etnografía y representaciones mentales, fauna, trabajo y enfermedades entre los cunas.151 El cosmos, la religión y las creencias de los indios cunas han sido estudiados por Antonio Gómez a fines de los sesenta y “Arquía, la organización social de una comunidad indígena cuna”, es un estudio de tesis realizado por Leonor Herrera, quien además con María Cardale hizo un interesante estudio sobre la mitología cuna en el año 1974.152 En el año 1989, Sergio Carmona dedicó un estudio a la música como fenómeno cosmogónico entre los cuna, y en el mismo año “Pab Igala” compiló historias de la tradición cuna.153 Los fenómenos de resistencia indígena y negra entendidos como actos tendientes a mantener ante el otro la independencia política y la identidad, han sido abordados por Patricia Vargas, en su estudio sobre emberas frente a la dominación española; por Caroline Hansen en torno a la rebelión india de 1684,
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Henry Wassen, Contributions to Cuna ethnography: Results of an expedition to Panama and Colombia in 1947, Nueva York, AMS Press, 1979; del mismo autor “Carácter y posición general de la cultura de los indios chocó. Comparación con los panches y los muzos”, en: Apuntes sobre grupos meridionales de indígenas chocó en Colombia, Bogotá, El Greco, 1988 y Apuntes sobre grupos meridionales de indígenas chocó en Colombia, Bogotá, El Greco, 1988.
Antonio Gómez, Los cuna, aspectos culturales de la adaptación al ambiente, Bogotá, Universidad de los Andes, 1967; Leonor Herrera Ángel, “Arquía, la organización social de una comunidad indígena cuna” [Tesis de Grado, Departamento de Antropología, Universidad de los Andes], Bogotá, 1969 y Leonor Herrera Ángel y Marianne Cardale, “Mitología cuna: Los kalu según Alfonso Díaz Granados”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 17, 1974, pp. 201-247. Sergio Iván Carmona Maya, La música: Un fenómeno cosmogónico en la cultura cuna, Medellín, Universidad de Antioquia, 1989 y Pab Igala, Historias de la tradición kuna, Quito, Ediciones Abya-Yala, 1989.
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y por Mosquera a través de las modalidades de automanumisión, cimarronismo, blanqueamiento, sublevaciones y recompensa por servicios.154 Los estudios locales y regionales tomaron un auge significativo desde la década del ochenta, y se movieron entre descripciones simples del Chocó en donde la formación jerárquica de los blancos estaba en la pirámide superior y la de indios y esclavos en la parte inferior, hasta posiciones críticas que buscaron reivindicar el Chocó como lugar olvidado y necesitado de reconocimiento por el Estado y la sociedad nacional. Conocemos ocho estudios locales o regionales referidos a pobladores indígenas y negros, en las perspectivas señaladas.155 Pero más recientemente, entre los años 1992 y 1993, la organización de los barrios populares de Quibdó y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICAN), desarrollaron unas historias locales del Chocó que apuntaron a los factores de organización social, conformación territorial y construcción de la identidad en los municipios de Nuquí, Bahía Solano y la cabecera municipal de Quibdó.156 Las relaciones interétnicas están presentes en los estudios de Patricia Vargas, María Teresa Uribe de Hincapié y Claudia Steiner.157 Anne Marie Losonczy abordó las relaciones interétnicas entre cholos y negros.158 Peter Wade P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos xvi y xvii, op. cit.; C. Hansen, op. cit. y S. Mosquera, op. cit. 155 Véase Carlos Arturo Caicedo Licona, El Chocó por dentro, Medellín, Lealón, 1980; Fernando Gómez Pérez, Chocó quinientos años de espera, Medellín, Lealón, 1980; Juan Tulio Córdoba, Panorama etnográfico del Chocó de hoy, Medellín, Universidad de Antioquia, 1982, del mismo autor Etnicidad y estructura social en el Chocó, Medellín, Lealón, 1983; Eduardo García Vega y Jaime Echavarría Córdoba, Monografía de la colonia agrícola José Celestino Mutis: Municipio de Bahía Solano, Quibdó, Universidad Tecnológica del Chocó, 1984; William Villa, Carnaval, política y religión: Fiestas en el Chocó, Bogotá, Departamento de Antropología - Universidad Nacional de Colombia, 1985; Marco Tobías Cuesta Moreno, El Chocó ayer, hoy y mañana, Bogotá, Fundación Publicaciones Consigna, 1986; Miguel Demetrio Moya Córdoba y Fabio Perea Hinestrosa, Municipio de Condoto, Medellín, Gráficas Valladares, 1989. 156 Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó [programa de historia local y regional del Instituto Colombiano de Antropología ICAN - PNR, con la organización OBAPO 1992-1993, vol. 1 Historias regionales, vol. 2 Historias locales], Bogotá, ICAN - PNR, 1999. 157 P. Vargas, “Los embera, los waunana y los cuna. Cinco siglos de transformaciones territoriales en la región del Chocó”, op. cit.; M. T. Uribe de Hincapié, op. cit.; Claudia Steiner, “Héroes y banano en el Golfo de Urabá: La construcción de una frontera conflictiva”, en: Renán Silva (ed.), Territorios, regiones, sociedades, Bogotá, CEREC - Universidad del Valle, 1994. 158 Anne Marie Losonczy, “Les saints la foret: Systeme social et systeme rituel des negro-colombiens, exanges interethniques avec les embera du choco, Colombie” [Tesis de Doctorado, Ciencias 154
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lo hizo para el caso de Urabá;159 Wassen, para el caso de las culturas Chocó en comparación con panches y muzos;160 Nina Friedemann en las relaciones entre emberas y poblaciones negras.161 Cada vez es de mayor importancia el conocimiento de los universos culturales de indígenas y negros para comprender sus relaciones con los con textos ecosistémicos y los imaginarios que construyen en interacción con ellos. En esto los aportes de la antropología han sido decisivos. Allí los estudios de Mauricio Pardo, Astrid Ulloa, Álvaro Chávez, Jaime Arocha, Jorge Morales, Luis G. Vasco y Patricia Vargas,162 han permitido establecer conexiones con fenómenos de mentalidad, comportamientos, actitudes mentales y conductas de grupos indígenas y negros, en una perspectiva histórica. Por ejemplo, éstos estudios han realizado exploraciones sobre la concepción del mundo de unos grupos con respecto a otros, la reconstrucción sociocultural de los africanos y sus descendientes, y de los indígenas y los suyos, así como sobre algunos fenómenos de religiosidad y catolicismo; estos temas han sido posibles de entender también mediante estudios etnohistóricos que han puesto en comunicación historia, antropología, geografía y otras disciplinas. Según Eduardo Restrepo, a principios de los años ochenta, y desde la perspectiva de la ecología y el materialismo cultural, se abre la discusión sobre
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Sociales, Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, Université Libre de Bruxelles], Bruselas, 1992, publicado en castellano en el 2006 con el nombre de La trama interétnica. Ritual, sociedad y figuras de intercambio entre los grupos negros y emberá del Chocó, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia - Instituto Francés de Estudios Andinos, 2006. Peter Wade, “La relación Chocó-Antioquia: ¿Un caso de colonialismo interno?”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993. H. Wassen, “Carácter y posición general de la cultura de los indios chocó. Comparación con los panches y los muzos”, op. cit.
Nina S. de Friedemann, “Emberas. Escultores del espíritu”, Revista Campana, Bogotá, núm. 83, diciembre de 1981.
M. Pardo Rojas, “Indígenas chocó”, op. cit.; Elsa Astrid Ulloa Cubillos, “Grupo indígena los embera”, en: Geografía humana de Colombia: Región del Pacífico, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1992; Á. Cháves Mendoza, op. cit.; Jaime Arocha, “Chocó: paraíso de paz”, en: Contribución africana a la cultura de las américas, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1993; J. Morales Gómez, op. cit.; Luis Guillermo Vasco Uribe, “Los embera-chamí en guerra contra los cangrejos”, en: Francois Correa (ed.), La selva humanizada, Bogotá, ICAN - PNR CEREC, 1990 y P. Vargas, “Los embera, los waunana y los cuna. Cinco siglos de transformaciones territoriales en la región del Chocó”, op. cit.
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el criterio de etnicidad de los grupos negros y su invisibilidad para el discurso académico.163 A partir de entonces comienza a utilizarse la categoría de huellas de africanía como elemento de configuración de los grupos negros.164 Con ello la afirmación de la identidad y de las particularidades de los grupos negros se basará en el fenómeno de la etnicidad. Según Friedemann y Arocha, en el encuentro de los esclavos negros con la cultura blanca europea sobrevivieron orientaciones cognitivas de aquellos, que constituyeron las huellas de africanía, elemento decisivo sobre el que se produjo el proceso de adaptación y creación cultural de los africanos a las nuevas condiciones históricas en América. De esta manera, y basados en Gregory Bateson, las pervivencias que generan una reintegración étnica proceden de procesos primarios y cadenas iconográficas del inconsciente reproducidas a través del hábito.165 Pero también las huellas de africanía se refieren a procesos creativos de los africanos en América, con lo que se fortalece la búsqueda de visibilizacion de un negro invisibilizado.166 Asimismo, las huellas de africanía están soportadas en el sujeto y la emoción como factores del nuevo conocimiento científico. Esta perspectiva se encuentra en el libro de Nina S. de Friedemann Criele Criele son. Del Pacífico negro; y en el laboratorio de investigación social en el Baudó liderado por el antropólogo Jaime Arocha, profesor de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá.167
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E. Restrepo, “Afrocolombianos o ‘grupos negros’ en el Pacífico colombiano: Construcción y perspectivas de la investigación antropológica”, op. cit. Jaime Arocha y Nina S. de Friedemann (eds.), Un siglo de investigación social: Antropología en Colombia, Bogotá, Etno, 1984.
E. Restrepo, “Afrocolombianos o ‘grupos negros’ en el Pacífico colombiano: Construcción y perspectivas de la investigación antropológica”, op. cit.
Nina S. de Friedemann, La saga del negro: Presencia africana en Colombia, Bogotá, Instituto de Genética Humana - Pontificia Universidad Javeriana, 1993; Jaime Arocha, “El sentipensamiento de los pueblos negros en la construcción de Colombia”, en: La construcción de las Américas. Memorias del IV congreso de Antropología en Colombia, Bogotá, Universidad de los Andes, 1992 y Adriana Maya, “Afrocolombianos: se lleva la misma sangre”, El Colombiano. Colombia, país de regiones [suplemento dominical], Medellín, núm. 30, 1993.
Véase Nina S. de Friedemann, Criele criele son. Del pacífico negro, Bogotá, Planeta, 1989 y J. Arocha, “El sentipensamiento de los pueblos negros en la construcción de Colombia”, op. cit. y “Chocó: paraíso de paz”, op. cit.
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Natalia Otero, Javier Moreno y José Fernando Serrano han realizado tesis dentro de las perspectivas anteriormente anotadas sobre relaciones interétnicas entre pobladores afrocolombianos y emberas; relaciones de autoridad y formas de resolución de conflictos.168 Los estudios locales sobre sociedades negras se ampliaron en la década del ochenta a localidades mineras y relaciones comunitarias, 169 economías campesinas negras170 y familia afrocolombiana en Condoto y Nóvita.171 En 1987, en el contexto de planes gubernamentales dirigidos al Pacífico, Emperatriz Valencia y July Leesberk estudiaron sistemas de producción del medio Atrato;172 Jorge Yepes se dedicó a la dinámica de la población y producción en el bajo-alto Atrato.173 Por su parte, Anne Marie Losonczy estudió sistemas de representación de negros americanos recurriendo a la categoría de cimarronismo sociocultural, entendido éste como estrategias cognitivas e identitarias originales y coherentes que desvirtúan y recrean los modelos culturales impuestos.174 Si la década del noventa se caracteriza por diversas orientaciones teóricas que ponen en cuestión la categoría huellas de africanía y su pertinencia para caracterizar la etnicidad de los grupos negros, nuevas investigaciones etno gráficas se preguntan por tres problemas centrales: la identidad, la etnicidad
Natalia Otero, Los hermanos espirituales. Compadrazgo entre pobladores afrocolombianos e indígenas embera en el río Amporá (alto Baudó - Chocó), Bogotá, Universidad de los Andes, 1994; Javier Moreno Moreno, “Ancianos, cerdos y selva: Autoridad territorio y entorno en una comunidad afrocolombiana” [Tesis de Grado, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia], Bogotá, 1994 y Fernando Serrano, Cuando canta el guaco: La muerte y el morir en poblaciones afrocolombianas del río Baudó. Chocó, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1994. 169 Víctor Jiménez, Guaitadó, una comunidad minera del río Atrato. Resultados de una encuesta socioeconómica, Bogotá, Universidad de los Andes, 1982; Susana Castro y Yamila Serna, La esclavitud negra en el Chocó: Provincia de Nóvita 1750-1800, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1984. 170 Rafael Gómez Ramírez, Arusí: Comunidad negra de campesinos - pescadores - labradores de botes en la Costa Pacifico del Chocó, Medellín, Universidad de Antioquia, 1983. 171 M. D. Moya Córdoba y F. Perea Hinestrosa, op. cit. 172 Emperatriz Valencia y July Leesberk, Los sistemas de producción en el medio Atrato (Chocó), Quibdó, Diar - Codechocó, 1987. 173 Jorge Yepes, “Dinámica de población y ciclo anual de producción en el bajo-alto Atrato” [Tesis de Grado, Departamento de Antropología, Universidad de Antioquia], Medellín, 1988. 174 Anne Marie Losonczy, “Del ombligo a la comunidad: Ritos de nacimiento en la cultura negra del litoral pacífico colombiano”, Revindi, Budapest, núm. 3, 1989. 168
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y el territorio; en buena medida tales problemas están asociados al peso que han tomado los grupos negros en el país, concretamente por la emergencia de un movimiento étnico-territorial que toma forma con la adopción de la Constitución Política de 1991, su Artículo transitorio 55, y la Ley 70 de 1993 y sus decretos reglamentarios. Aquí debemos destacar los estudios de Peter Wade sobre relaciones interétnicas en el Urabá chocoano, en donde la categoría de etnicidad se fundamenta en la idea de localidad y región, criterio de distin ción establecido por las gentes, que remite a una especificidad cultural. El autor también se ocupa del orden racial, la identidad nacional e indios y negros en dichos contextos; construye una topografía cultural sobre Colombia, presenta las regiones donde el poblamiento negro es más significativo175 y muestra el imaginario que se ha construido respecto a la sociedad chocoana desde el siglo xix: “lluvia, miseria y negros”.176 En 1990, aunque no se refieren directamente al Chocó, Whitten y Quiroga retoman el tema de negros y adaptación, cambios tecnológicos, organización social y actividades productivas en la Costa Pacífica, para señalar tres rasgos importantes: la intensa movilidad espacial de las poblaciones negras, los lazos familiares y de parentesco como orientadores del comportamiento y de cisiones a lo largo del ciclo de vida del individuo, dado el sistema tradicional de organización social, y el proceso adaptativo de los pobladores de la costa a condiciones nuevas.177 Los procesos de poblamiento en la cuenca del río Baudó fueron abordados por Emperatriz Valencia bajo la perspectiva de la adaptación; Mónica Restrepo estudió el poblamiento y la estructura social de las comunidades negras del medio Atrato asociadas al sistema esclavista y a los fenómenos de resistencia, cimarronismo, parentesco y comunidad doméstica, clave ésta última del sincretismo cultural de las tres civilizaciones: africana, europea e indígena. Jacques Aprile y Gilma Mosquera también se ocuparon de los procesos de poblamiento y colonización del siglo xvi al xx mostrando la dispersión de las
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P. Wade, “La relación Chocó-Antioquia: ¿Un caso de colonialismo interno?”, op. cit.
Eduardo Restrepo, “Invenciones antropológicas del negro”, Revista Colombiana de Antropología, núm. 33, 1996-1997, pp. 238-269. Ibíd.
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poblaciones negras desde fines del siglo xviii y la configuración de aldeas en las zonas bajas de los ríos.178 Finalmente, Jaime Arocha desde la ecología cultural aborda el “bricolaje de los negros”, mecanismo característico de estos grupos negros ante la incer tidumbre del entorno físico y sociohistórico. Considera las huellas de africanía como el eje sobre el cual los grupos desarrollan su inventiva sociocultural y su adaptación a contextos inciertos. Anne Marie Losonczi estudia en su tesis doctoral el aspecto creador del sincretismo de la cultura negra, e introduce el estudio de las representaciones culturales como un sistema autónomo.179 Como hemos señalado, los estudios colectivos se han incrementado y el número de eventos es muy profuso. En 1993 se produjo la obra colectiva que consideramos de mayor importancia en la reflexión sobre el Pacífico y específicamente sobre la región del Chocó. De sesenta y ocho artículos que componen el libro Colombia Pacífico, editado por Leyva, veintiocho están referidos a estudios de las ciencias naturales, dieciocho son investigaciones desarrolladas por la antropología, la etnología, la arqueología y la etnohistoria; seis son estudios históricos y cuatro se refieren a temas sociológicos; un solo estudio se dedica a la demografía, uno de los temas de más pobre desarrollo en el caso del Pacífico; dos a estudios etnomédicos y médicos; dos estudios se refieren a la educación, dos al tema de la agricultura, uno a los impactos ambientales recientes sobre el ecosistema, tres a los movimientos sociales y uno evalúa el estado de las investigaciones hoy.180 Vale la pena detenerse en este último, un estudio de Henry Arboleda Home que evalúa los estudios sobre los recursos del Pacífico, minería, bosque natural, manglares, algas, moluscos, peces, sector agropecuario, turismo e infraestructura física y social.181 Con respecto a los estudios sobre minería, en especial hidrocarburos, oro, hierro, cobre, titanio, manganeso y caliza, Arboleda Home los ve limitados y faltos de investigación en lo que se refiere a las afectaciones al medio ambiente y los recursos forestales, es decir, las tres formas boscosas: bosque muy húmedo
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Ibíd. Ibíd.
P. Leyva, op. cit.
Henry Arboleda Home, “La investigación como base para la conservación y el desarrollo del Pacífico”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993.
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tropical, húmedo tropical con manglares y cuangariales y bosque tropical pluvial con gran diversidad florística. Señala la falta de investigación científica sobre los resultados de la explotación efectuada en bosques naturales; faltan así mismo inventarios sobre propiedades físico-mecánicas, efectos de la explotación y de su regeneración en el ecosistema en que se ubican, con excepción de los manglares que tienen un buen inventario, distribución geográfica, propiedades y formas de utilización. Con respecto a los recursos algológicos y a los moluscos, ve positivas las investigaciones; lo mismo que para los crustáceos y parcialmente para la ictiofauna; y en buen estado los estudios sobre recursos pesqueros pelágicos, en especial los del atún cardume, plumada, mochuelo y camarón blanco. Considera Arboleda Home que la Costa Pacífica reúne una gama muy rica de ecosistemas como manglares, esteros, bahías, afluentes de agua dulce y plantón en abundancia, lo que exige adelantar procesos de investigación sobre diferentes tópicos para su sustentabilidad y continuidad. Señala la necesidad también de investigación sobre la adecuación de embarcaciones y artes de pesca, calendarios de vedas, proceso de repoblación, mantenimiento de los ecosistemas básicos, modos de captura, conservación, procesamiento y comercialización de la pesca. Asimismo, señala que del territorio Pacífico sólo el 2,8% posee vocación agrícola intensiva y el 2,2% posee alguna aptitud agropecuaria. En general, este sector es subsidiario de la economía del litoral Pacífico pues los suelos son de poca fertilidad debido a su toxicidad, alta acidez, luminosidad, alto drenaje, lixiviación y elevada pluviosidad. En el campo socioantropológico, considera el autor en mención, que a pesar de las muchas contribuciones científicas no se dispone de un conocimiento suficiente sobre la fisonomía de las poblaciones del litoral Pacífico; deben considerarse factores de intensa movilidad de la población, sus valores históricos y culturales como claves y condicionantes de los procesos de desarrollo social y organizacional, valores étnico-culturales decisivos para entender identidades, preferencias laborales, uso del tiempo libre y aplicación de sus ingresos. Finalmente, señala necesidades de investigación hoy sobre la dinámica de los ecosistemas terrestres y marinos del Pacífico; sobre los recursos naturales con el fin de responder a necesidades humana y sobre el medio ambiente y su interacción con el ser humano a la luz de categorías tales como preservación, protección, producción y recuperación. También considera que los enfoques
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de tales investigaciones deben involucrar características de sustentabilidad, aplicabilidad, interdisciplinariedad y continuidad. En otro ensayo sobre bases para el ordenamiento territorial, Ana Patricia Ortiz y Ángel Massiris Cabeza, del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, señalan la importancia del medio biofísico para el entendimiento de las so ciedades y el ecosistema del Pacífico; en él se refieren a las características sociogeográficas y al desarrollo sociocultural y económico pasado y actual como vinculados con el medio biofísico. Por lo tanto, consideran que es muy importante el estudio de las condiciones climáticas, hidrográficas, geomórficas y del aprovechamiento de recursos forestales, mineros, pesqueros y del suelo como condicionantes de la distribución espacial de la población, los sistemas de producción y los sistemas de mercado. Se han recogido en esta parte de nuestro balance éstos tópicos, ofrecidos por los ensayos reunidos en Colombia Pacífico, para sugerir la importancia de estudios interdisciplinarios futuros entre ciencias naturales y sociales. Si bien se están produciendo acercamientos entre disciplinas para tener una visión más integral de las sociedades, economías y culturas del Pacífico, aún falta mucho camino por recorrer. Nuestra percepción es que las sociedades negras, indias, mulatas, mestizas y blancas del Chocó, en el caso que nos ocupa, requieren de miradas que repiensen sus historicidades. Dichas miradas deberán recrear a profundidad a los hombres y mujeres con su ambiente vital.
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Capítulo 2 Los antecedentes prehispánicos y coloniales y el siglo xix en el Chocó Se impone una indiscutible perspectiva de “larga duración”, dicho a tono con un emblemático maestro de la historia contemporánea, en relación con el reto de la comprensión de los territorios y gentes que durante el siglo xix configurarían el Chocó, lo que justifica los propósitos de este capítulo. Aunque para el efecto nos basamos en lo fundamental en la investigación inicial (1998) que dio origen a este estudio y dado que no contábamos con posibilidades de actualizarla con la incorporación de los estudios producidos desde entonces hasta la fecha, no obstante consideramos que lo expuesto entonces sigue teniendo pertinencia y utilidad hoy en día, sobre todo en el sentido de considerar los antecedentes prehispánicos y coloniales en términos de las principales tendencias, fenómenos y fuerzas sociales que, aunque perfiladas en ese pasado, se proyectarían durante los tiempos republicanos en esta región.1 Asimismo, este enfoque de largo plazo acerca de la configuración territorial y social del Chocó, permite que dejemos sentado algo crucial para nuestro punto de vista: que este territorio no puede ser esencializado o reducido a una sola
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Óscar Almario García y Luis Javier Ortiz Mesa, Poder y cultura en el Occidente colombiano durante el siglo xix: Patrones de poblamiento, conflictos sociales y relaciones de poder [informe final de investigación], Medellín, Colciencias - Universidad Nacional de Colombia, 1998.
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característica, identificado con un sujeto social único, comprendido desde una variable determinante o considerado como algo inmutable en el tiempo sino todo lo contrario. Se trata de un espacio que deviene en territorio, que como tal ha sido ocupado, apropiado, competido y modificado durante el trascurso del tiempo por una amplia variedad de intervenciones de distintas fuerzas y sociedades humanas que desplegaron sus correspondientes estrategias y tecnologías de control, uso y dominio, y que por consiguiente siempre ha estado sometido a tensiones, conflictos y complementariedades a especificar.2
El Chocó prehispánico Los primeros cazadores recolectores de la edad de piedra que llegaron a las hoy húmedas selvas del Chocó, lo hicieron unos diez mil años antes de Cristo. Dos mil años después se inició la domesticación de plantas y animales, una vez extinguida la megafauna y retirados los hielos. Al parecer, los pobladores se instalaron a orillas de los ríos Baudó, Chorí, Jurubidá y la Ensenada de Utría. De tal manera que al llegar los españoles en el siglo xvi habían transcurrido treinta y cinco siglos (3.500 años) de presencia de pobladores en el Pacífico colombiano.3 Se trata sin duda de una de las grandes adaptaciones humanas al medio de la selva húmeda tropical, que no obstante los avances significativos sobre el conocimiento de esta experiencia todavía requiere de estudios especiales (arqueológicos, etnohistóricos, históricos y antropológicos, entre otros) que relacionen, sobre todo, la intensidad y brutalidad del choque de los ibéricos con estas poblaciones indígenas y las características de su resistencia, así como la persistencia de sus formas de vida en los períodos posteriores y su influencia sobre pobladores blancos, mestizos y negros.
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Este segundo capítulo de la tercera parte de este estudio se basa, fundamentalmente, en el texto correspondiente a Ó. Almario García y L. Javier Ortiz Mesa, op. cit., vol. 2, y por lo tanto en la revisión bibliográfica realizada hasta esa fecha. Para esta segunda versión sólo hemos revisado su redacción y composición, pero no actualizado o incorporado los registros de la producción académica más reciente sobre el período colonial chocoano, lo que habría excedido por completo las posibilidades que teníamos para realizar este estudio, que se centra en el siglo xix. “Biopacífico. Una mirada al Pacífico colombiano”, Ecos, núm. 3, 1995.
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Mauricio Pardo4 y Camilo Hernández,5 basados en afirmaciones docu mentales sobre el territorio chocoano colonial, la historia oral y los estudios arqueológicos, señalan la existencia de los siguientes grupos indígenas en el Chocó al momento de la penetración hispánica: “Chancos en el río Garrapatas. Yacos en el Alto Calima, Tootumas e Ingaraes en el Sipí. Noanamás en el Bajo San Juan (Uaunanas). Surucos en el río Quito. Poromeas en el Bojayá y Cunas en el Bajo Atrato”; además de éstos, basados en Romoli6 e Isacsson,7 sabemos que existieron los tatamá y los ima del alto San Juan, los citará del alto Atrato, subgrupos embera identificados estos como chocó por los españoles,8 los idabá de la Ensenada de Utría y los urabaes en el Darién. Por su parte, los cuevas se encontraban al occidente del golfo de Urabá. Según misioneros jesuitas, chocoes y waunanas eran 60.000 en 1600 después de las epidemias de 1588, si a ello se suman cunas y darienes (30.000) y aún urabaes, el total de la población indígena pudo estar cercana a los 90.000 habitantes. Emberas, cunas y waunanas, cabezas de sociedades muy diversificadas en las cuencas de los ríos San Juan, Atrato y Baudó, y en el litoral Pacífico, se disputaron territorios que incluyeron guerras, relaciones matrimoniales, adquisiciones culturales y circulación de productos.9 Estas sociedades indígenas si bien deli mitaban sus territorios dentro de la lógica de fronteras fluidas o de guerra, se encontraban asentadas en el alto río San Juan y alto río Atrato (emberas), bajo San Juan (waunanas), Baudó-Birú (monguineras y mombocanas), y medio y
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Mauricio Pardo Rojas, “Bibliografía sobre indígenas Chocó”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, vol. 23, 1980-1981, diciembre de 1982; y del mismo autor “Los indígenas chocoanos, 450 años de resistencia”, Codechocó, Quibdó, núm. 1, enero - julio de 1985. Camilo Antonio Hernández, Ideas y prácticas ambientales del pueblo embera del Chocó, Bogotá, 1995. Kathleen Romoli, “El alto Chocó en el siglo xvi. Parte i”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 19, 1975. Sven-Erik Isacsson, “Embera; Territorio y régimen agrario de una tribu selvática bajo la dominación española”, en: Nina S. de Friedemann (ed.), Tierra, tradición y poder en Colombia. Enfoques antropológicos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1976. Henry Wassen, “Estudios chocoes. Etnohistoria chocoana y cinco cuentos wuaunanas apuntados en 1955”, Etnologisk Studier, Goteberg, vol. 26, núm. 26, 1963. Patricia Vargas, “Los embera, los waunana y los cuna. Cinco siglos de transformaciones territoriales en la región del Chocó”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993.
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bajo Atrato (cunas). A su vez, establecieron relaciones fronterizas, de comercio y ceremoniales con los cuevas del Darién, una sociedad relativamente jerarquizada al noroeste del golfo de Urabá; los senúes –uno de cuyos grupos fue el de los urabaes– al norte del golfo y ubicados hacia los ríos Sinú y San Jorge, ricos en sistemas hidráulicos y en tumbas con orfebrerías de oro; los catíos o carautas con sus riquezas auríferas y su centro religioso en Dabaibe al oriente del Atrato y sobre la Cordillera Occidental; e indígenas del interior hasta la Amazonía y del litoral Pacífico al sur, centro y norte de la futura América.10 Por lo dicho, se trata de sociedades indígenas con altos niveles de despla zamientos y contactos, con grados diversos de desarrollo, en donde predominaron las formas de organización segmentaria y los patrones dispersos de poblamiento ribereño asociados a la selva o al mar. Según Isacsson,11 los primeros cronistas españoles señalan el poblamiento disperso y móvil de los indígenas chocó junto con una organización política débil de las “behetrías” o señoríos pequeños del litoral debido a la formación particular de la agricultura que en gran parte determinaba los lugares de resi dencia. Así, la pauta de poblamiento, especialmente entre emberas y waunanas, fue segmentaria, dispersa y móvil pues llevaba consigo una estructura política expresada así por el cronista Fray Pedro Simón, en 1623: “Es gente que no se les conoce cabeza queriendo serlo cada uno”, y con respecto a los emberas del alto río Atrato, “porque estos indios no tienen sujeción ni lo están a nadie [...] no dan obediencia a cacique ni capitán suyo sino cuando quieren”.12
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Leonor Herrera Ángel, “Costa del Océano Pacífico y vertiente oeste de la cordillera occidental”, en: Álvaro Botiva et al., Colombia Prehispánica. Regiones Arqueológicas, Bogotá, Colcultura - ICAN, 1989; Kathleen Romoli, “Apuntes sobre los pueblos autóctonos del litoral colombiano del Pacífico en la época de la conquista española”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 12, 1963, y de la misma autora “El alto Chocó en el siglo xvi. Parte ii. Las gentes”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 20, 1976; Reichel Dolmatoff, “Notas etnográficas de los indios del Chocó”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 9, 1960, y del mismo autor “Apuntes etnográficos sobre los indios del alto río Sinú”, Revista Colombiana de Ciencias, vol. 12, núm. 45, noviembre de 1963, pp. 29-40; David Stemper y Héctor Salgado López, “Metalurgia prehispánica y colonial-republicana en el Pacífico colombiano”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, núm. 30, 1993. S.-E. Isacsson, op. cit. Ibíd.
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El único poder reconocido por estas comunidades era el del jefe guerre ro, que lo era sólo temporalmente y con séquito bastante reducido, de diez a quince hombres. Como veremos, esta configuración del poblamiento y de la organización política fueron factores que dificultaron a la Corona española la creación de un orden social basado en centros urbanos estables para la explotación de las ricas zonas mineras del alto Chocó, lo que sólo se logró a fines del siglo xvii. Si bien este fue el patrón de poblamiento predominante en la población indígena, se presentaron variaciones en otro tipo de sociedades. Los cunas conjugaron poblamientos nucleados de 3.000 a 7.000 personas, con poblamientos dispersos en ríos y selvas dependiendo de las circunstancias, bien por luchas con los embera o más tarde por enfrentamientos con la invasión hispánica.13 Por su parte, los cuevas, con una estructura social más jerarquizada y cen tralizada, fueron más proclives al dominio español, cuando emberas y waunanas se caracterizaban por un sistema de organización sociopolítico segmentario distribuido en provincias, parcialidades, familia extensa y familia nuclear y con patrones dispersos e itinerantes de poblamiento. Los urabaes tenían las mismas costumbres de los sinúes; hacían parte de la comarca de Finsenú que cobijaba la cuenca media y hoya del río Sinú, los grandes cacicazgos del Finsenú, Pansenú y Senufaná y conformaban confederaciones basadas en la identidad cultural. Si bien cada comarca alcanzaba niveles de autosuficiencia, había especialización regional de la producción. Los urabaes hacían parte de un circuito de producciones regionales en el cual Isla Fuerte producía para el comercio sal, langosta y pescado. Las gentes de Betancí, centro religioso y lugar del cementerio sinú, eran expertas orfebres; los de Pansenú, en el medio río San Jorge, producían significativamente bienes agrícolas y pesqueros, por su manejo hidráulico basado en camellones y canales. En la zona de Senufaná se extraía oro, y entre los senúes y sus vecinos occidentales, los urabaes, había lugares establecidos como centros de mercadeo. En síntesis, las sociedades prehispánicas en el Chocó se caracterizaron –con excepción de los cuevas– por ser organizaciones segmentarias no jerarquizadas, móviles y nucleadas o dispersas según las circunstancias. Tales características se Patricia Vargas Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos y xvii, Bogotá, CEREC - Instituto Colombiano de Antropología, 1993. 13
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afincaron en un medio ecosistémico de selva tropical húmeda donde con ríos y mar configuraron estilos de vida propios e identitarios.14 Como puede observarse, hemos optado por delimitar el Chocó prehispánico como una tensa y dinámica relación entre varias sociedades indígenas que cons truyeron sus territorios en torno al sistema sanguíneo de los tres ríos principales (Atrato, San Juan y Baudó) con sus respectivos afluentes, y de las zonas de los litorales Atlántico al norte y Pacífico al occidente donde predomina la selva tropical húmeda. Esta perspectiva es bastante operativa para la investigación, pues permite aprovechar los aportes arqueológicos, antropológicos y lingüísticos sobre las sociedades prehispánicas acerca del vasto universo de contactos, intercambios y relaciones que las sociedades mencionadas tuvieron con un hinterland más amplio; facilita delimitar un campo de fuerzas que, visto en la larga duración, siempre ha sido disputado y considerado como estratégico por sus múltiples riquezas y su posición geográfica; y ayuda a señalar las diversas superposiciones territoriales desde el impacto colonial hasta el republicano con las correspondientes reacciones por parte de sus pobladores ancestrales, pre cisando las permanencias y los cambios en la configuración subregional entre el siglo xvi y el siglo xix.
La conquista/colonización del Chocó La conquista española sobre los territorios chocoanos se inició a comienzos del siglo xvi y se logró establecer a fines del siglo xvii. Por las características singulares de este proceso, en el que se superponen tiempos, sujetos y modalida des de dominio, no consideramos pertinente mantener la clásica periodización de conquista y colonización que utiliza la historiografía convencional y los manuales escolares, y nos inclinamos por enunciarlo como conquista/colonización, indicando
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Jorge Morales Gómez, “Grupo indígena los cuna”, en: Geografía humana de Colombia: Región del Pacífico, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1992; Álvaro Cháves Mendoza, “Aculturación e identidad de los waunana del Chocó, Colombia”, en: Indianismo e indigenismo en América, Madrid, Alianza, 1990; Elsa Astrid Ulloa Cubillos, “Grupo indígena los embera”, en: Geografía humana de Colombia: Región del Pacífico, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1992; Mauricio Pardo Rojas, “Indígenas Chocó”, en: Francois Correa y Jimena Pachón (coords.), Introducción a la Colombia amerindia, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología - Colcultura, 1987.
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con ello un continuum. Diversos factores incidieron en que el proceso fuese lento y en que el establecimiento del dominio colonial tuviese peculiaridades comparables con pocos casos en el resto del territorio de la Nueva Granada, en zonas indígenas de sindaguas, chimilas, pijaos y barbacoas.15 Las razones de tales fenómenos han sido atribuidas a las circunstancias españolas, pues hasta 1570 los conquistadores centraron su interés en la ad quisición de riquezas en sociedades jerarquizadas y de más fácil acceso, a los conflictos jurisdiccionales asociados a demoras legales para las expediciones y a desacuerdos entre soldados y capitanes debido a la precariedad de aquellas, al hecho de ser una de las zonas más húmedas del mundo, de selva tropical y con alto régimen de lluvias, con trochas sólo para caminantes –no para caballos y mulas– y dificultades para el movimiento de los españoles a través de potros o canoas en los ríos. A ello se sumó la excesiva humedad que le restaba efectividad a los arcabuces españoles, el tipo de poblamiento segmentario de las sociedades indígenas cuya agricultura era de roza y barbecho, y cuyo carácter fue itinerante y móvil en ambientes de selva tropical, lo que las hacía de más difícil sometimiento y de ataques más sorpresivos; y a sus variadas formas de resistencia.16 Durante el siglo xvi, dentro del proceso de incorporación de los territorios chocoanos a la Corona española, se creó una frontera de conquista en el nor occidente entre 1509, fecha de fundación de Santa María la Antigua del Darién y 1595, fecha de anexión de Toro (en el valle del Cauca) a la gobernación de Popayán.17 Sin embargo, en el territorio del Darién los españoles no encontraron oro. Entre 1501 y 1510 los conquistadores realizaron desde sus bases de apro visionamiento – Jamaica y La Española– exploraciones, penetraciones y saqueos sobre el golfo de Urabá y el Darién, que produjeron los primeros conflictos con los urabaes –primeros en conocer y repeler a los españoles en el golfo– y la adquisición de mejores conocimientos de la región.
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Germán Colmenares, “Historia económica y social de Colombia 1537-1719”, en: Talleres ediciones culturales, Bogotá, Universidad del Valle, 1973. Patricia Vargas, La conquista tardía de un territorio aurífero. La reacción de los embera de la cuenca del Atrato a la conquista española, Bogotá, Universidad de los Andes, 1984. P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española siglos op. cit.
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Con el objeto de iniciar el poblamiento español del litoral, son capituladas por la corona, en 1508, dos gobernaciones: Nueva Andalucía, desde Coquibacoa (Golfo de Venezuela) hasta el golfo de Urabá, bajo Ojeda, y Veragua, del río Atrato hasta Honduras, bajo Nicuesa. El interés por penetrar al interior del territorio chocoano llevó a la fundación española de pueblos, ciudades y fuertes de penetración que generaron conflictos jurisdiccionales y reacciones de los indígenas de la región –urabaes y cunas– con excepción de los cuevas. Por tanto el período 1509-1550 muestra en el bajo Atrato y el Darién el establecimiento efímero de centros poblados y su rápida sustitución: de San Sebastián de Urabá (1509) a Santa María La Antigua (1510-1524), Acla, Panamá (1519) y San Sebastián de Buenavista (1534-1550). Si se miran los resultados de las colonizaciones de las dos gobernaciones mencionadas, estos fueron eficaces en el curso bajo del río Tanela donde Santa María la Antigua se estableció como ciudad, obispado y fuerte, y ejerció una influencia directa sobre los cuevas del istmo occidental hasta casi extinguirlos, más encontró resistencias en el este del Darién hasta Dabaibe. El sometimiento de los cuevas para quienes la invasión fue percibida como un diluvio y una inundación arrasadora, permitió una vía libre para la apertura del Pacífico, la que en gran medida se realizará desde Panamá. Entretanto, en 1514 surgió la gobernación de Castilla de Oro (Panamá) la cual reunía las jurisdicciones anteriores, de Veragua al Cabo de la Vela. Así, el interés se trasladó del bajo Darién y algunas zonas del interior al istmo, por la facilidad para la comunicación y el comercio entre los dos mares, por la apertura de rutas y ejes de coloniza ción hacia el Pacífico y por el interés en las conquistas del Perú y Nicaragua.18 Acla quedó como único puerto en la costa del Darién, con buenas aguas, tierras fértiles y maderas para fabricar barcos. Desde allí, Núñez de Balboa abrió la ruta a través del istmo hasta el Pacífico en 1513; y Gil González Dá vila organizó su exitosa expedición a Centroamérica en 1520 cruzando hasta el Pacífico para aprovechar los barcos abandonados de Núñez de Balboa. Todavía en 1527, Acla era el principal asentamiento del istmo, sin excluir a
James Parsons, Antioquia’s corridor to the sea: The historical geography of the Settlement of Uraba, vol. 49, Berkeley, University of California Press, 1967 y P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española siglos xvi y xvii, op. cit. 18
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Panamá. Esta ciudad, entonces, se convirtió en el nuevo eje colonizador por la distribución de encomiendas a españoles de Santa María y otras poblaciones, y por las ventajas que ofrecía para obtener indios tributarios y riquezas mineras hacia el Pacífico.19 Entre tanto, Fernández de Oviedo capituló la gobernación de Cartagena, escindida de la de Castilla de Oro, por no darse en esas tierras intentos de colonización; obtuvo de Pedrarias el cargo de Teniente del Darién y de su provincia, y pasó de la guerra abierta a las relaciones de comercio –en especial de armas– con los cunas. Para entonces las comunidades indígenas aliadas del Darién habían quemado a Santa María (1524) y en su lugar se crearon palenques de negros cimarrones y aldeas de nativos. Por su parte, el teniente gobernador de Panamá, Julián Gutiérrez, usó a Acla como base para la pacificación de los indios del otro lado del golfo en búsqueda del control del golfo de Urabá, de los tesoros sinú y del Dabaibe. Después de siete viajes por estos territorios debió declinar sus intereses por colonizar estas tierras al otorgársele a Pedro de Heredia la Gobernación de Cartagena –desde el río Magdalena hasta el Atrato–, al tomar posesión de parte de ella en San Sebastián de Buenavista (1535) en contra de Castilla de Oro, y al producirse la cédula real de 1536, según la cual Urabá pertenecía a dicha gobernación. Al tiempo, los indígenas urabaes y cunas mantuvieron su guerra abierta frente a los invasores, cuando los sinúes fueron sometidos a encomienda y su cementerio sostuvo, por el saqueo durante diez años, a la Gobernación de Cartagena.20 A partir de estos procesos se producirán las exploraciones hacia el interior que convierten al río Cauca en eje de las colonizaciones hacia Antioquia (1541) y el Sinú, con fuertes relaciones hacia la cuenca del río Darién y el golfo de Urabá. De otra parte, con la capitulación de la Gobernación de Popayán por Belalcázar (1540) –cuando se escindió del Perú y tenía la actual Antioquia límites con la Gobernación de Cartagena– y las fundaciones de Antioquia, Arma, Cartago y Anserma, el Chocó seguirá siendo con más fuerza una frontera militar disputada por los núcleos urbanos recién fundados. A su vez, recibirá muchas expediciones desde Anserma, Cali, Popayán y Cartago.
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J. Parsons, op. cit. Ibíd.
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Pues bien, si las primeras expediciones de conquista se disputaron el bajo Atrato, el golfo de Urabá y su hinterland y el istmo, desde 1525 se avanzó por el Pacífico desde Panamá y hacia el sur chocoano para conquistar y poblar con españoles las tierras de los barbacoas, emberas, waunanas y cunas, ruta intermedia hacia el imperio de los incas y sus riquezas de que hablan las noticias de la época. A partir de las exploraciones de Almagro y Pizarro (1525), Belalcázar y Ladrilleros (1536), Jorge Robledo y Gómez Hernández (1539), y Andagoya (1540), por el litoral Pacífico y el alto Chocó, las provincias de Birú (Bahía Cupica) y de los Chancos y el río Baxo (San Juan), surgió entonces la figura de la Gobernación de San Juan.21 El territorio comprendido entre el río San Juan de Micay y la Punta de Garachine en la provincia de Atacames, en el Ecuador actual, fue capitulado por la Corona para su conquista y “pacificación” a Pascual de Andagoya en 1538. Estos límites dieron lugar a discusiones con Belalcázar, apoderado de la Gobernación de Popayán y ya independiente de Quito. Con ello se produce la fundación del Puerto de Buenaventura en una bahía que se convirtió en el sitio de entrada de mercancías a las poblaciones de Popayán y en el lugar de tránsito de expediciones y más tarde de alimentos al Chocó central. En medio de hostilidades de los indios y dificultades geográficas, en la segunda mitad del siglo xvi, se hicieron expediciones, se fundaron efímeras ciudades, pueblos y reales de minas que fueron permeando cada vez con más fuerza los tradicionales territorios indígenas en el alto Chocó. En el año de 1573, y con el objeto de crear un centro desde donde se abriera la colonización minera, la expedición de Melchor Velásquez fundó la ciudad de Nuestra Señora de la Consolación de Toro en la cabecera del río Ingará, luego trasladada a la comarca altochocoana de los indios tootumas, alrededor del cerro Torrá. Allí formó encomiendas y sometió indios noanamá (waunanas), con quienes también abrió explotaciones en los ríos Tamaná, Cajón y Sipí –afluentes del río Baxo (San Juan), recorrido por primera vez en los cuarenta–, dio lugar a ciudades y campamentos mineros y fuertes de frontera como Bagadó (1578), Santiago (1578), Sipí (1597), Cáceres (1575-1588) y Nóvita (1601). Debido a los conflictos por superposiciones jurisdiccionales entre Belalcázar y Andagoya, el Gobierno de San Juan tuvo una rápida disolución, mas debido 21
K. Romoli, “El alto Chocó en el siglo xvi. Parte i”, op. cit.
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a las riquezas mineras, el Chocó adquirió importancia hasta convertirse en una Gobernación independiente en 1583 bajo el nombre de “Gobernación del Chocó, Dabeyba y valles de Baeza” la cual además de colonizar el Chocó debía someter a los catíos, en cuyo territorio nació la incipiente aldea de Santa Fé de Antioquia, sometida a cambios de lugar y ataques indios entre 1540 y 1570. Fracasada esta expedición desde las ciudades de Anserma y Cartago, la Gobernación de Popayán buscó colonizar el alto Chocó, por lo que como señalamos atrás, se fundó Toro en 1573. Las rebeliones indígenas contra el trabajo forzado en las minas, la matanza de cristianos de las expediciones y los asaltos a la ciudad y demás pobla dos de españoles concluyeron con el abandono de Toro y sus minas. En 1587, Toro fue trasladado a la vertiente oriental de la Cordillera Occidental, y en 1595 el Chocó fue incorporado a Popayán para facilitar el control de la provincia y las operaciones militares sobre su territorio. La disputa por el territorio Chocó y su control seguirá siendo clave para la expansión de la colonización hispánica. Por ello, en síntesis se observa que, en medio de penetraciones, fundaciones y resistencias indígenas, a fines del xvi y en los inicios del xvii, “hacia el sur, Toro y Nóvita, tendrán como región de influencia el alto río San Juan... Hacia el nororiente Santa Fe de Antioquia tendrá como región de influencia, los afluentes orientales del medio y bajo Darién (Atrato) el alto río Sinú y el golfo de Urabá...” pero sin:
controlar los territorios de las sociedades nativas, estableciéndose en la relación entre unos y otros una frontera móvil. Anserma y Cartago serán también centros de colonización hacia el alto Chocó en las cuencas del río San Juan y alto Atrato; desde Cartagena y Tolú habrá influencias y fronteras instauradas sobre las zonas del litoral caribe y el golfo de Urabá; desde Panamá sobre la zona del río Tuira y el litoral Pacífico; y desde Popayán y Cali, vía Buenaventura y el puerto de Charambirá al norte; sobre el pacífico se incidirá en el bajo y alto San Juan.22
Mauricio Pardo señala que entre 1511 y 1593 se produjeron al menos diez intentos de penetración sobre territorio chocoano asociados a pillajes de huestes conquistadoras, hostilidades de los indios, arrasamiento de los iniciales centros
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P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos xvi y xvii, op. cit.
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mineros (Nóvita 1586), contagios de viruela y diezma de la población indígena (1588) y fundaciones de fuertes para pacificar y poblar con indios como en los casos de Santa María la Antigua del Darién (1509), Toro (1573) y Cáceres (1588).23 Las respuestas indígenas a las invasiones hispánicas durante el siglo xvi fueron diversas y tuvieron peculiaridades en cada subregión. La primera noto riedad es que a pesar de las superposiciones iniciales de territorialidades de parte de los españoles sobre zonas indígenas, éstas todavía a principios del siglo xvii en el río Atrato, eran casi independientes del imperio español. Sin embargo, los territorios de emberas, cunas y waunanas estaban rodeados por áreas de frontera militar, configuradas a partir de la influencia de las ciudades españolas vecinas, y en algunas zonas más periféricas ya habían ingresado muchas expediciones, la mayoría de ellas fracasadas.24 Desde fines del siglo xvi, y ante la ineficacia del gobierno del Chocó para garantizar la seguridad del vecindario de Toro y los pueblos cercanos, los vecinos de ésta solicitaron su reincorporación a la Gobernación de Popayán. Al parecer, las cuatro provincias chocoanas bajo la nueva jurisdicción por los años 1620-1630 fueron las de Poya, compuesta por los territorios costaneros desde las bocas del San Juan y ríos adyacentes al norte y sur; la de Noanamá, desde la parte media del río San Juan hasta el istmo de San Pablo; la de Citará, desde el Arrastradero de San Pablo hasta el bajo Atrato; y la de Tatamá que se extendía por zonas montañosas de Antioquia hacia el noroccidente caldense –Supía, Riosucio y Marmato–. Para los años 1659-1660 ya parecen existir pactos entre conquistadores e indígenas en Poya y Noanamá donde se pagaban diezmos y primicias, no así en Citará y Tatamá, cuyos indios se encontraban en guerra contra las huestes españolas. Estas provincias se modificarán con el reordenamiento territorial producido por la conquista misional entre 1645 y 1674 al crearse formalmente pueblos de indios y reales de minas; entonces serán conformadas las tenencias de Nóvita, Citará y Baudó con eje en Nóvita, centro minero, comercial y lugar desde donde se enviaba el oro hacia Popayán.25 M. Pardo Rojas, “Indígenas Chocó”, op. cit. P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos xvi y xvii, op. cit. 25 Contraloría General de la República, “El Chocó”, en: Geografía económica de Colombia, Bogotá, Imprenta Nacional, 1943. 23 24
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Resistencia indígena, misiones y fronteras mineras: tres gobernaciones tras el territorio Chocó El proceso de conquista/colonización durante el siglo xvii podría dividirse en tres períodos, siguiendo las indicaciones de una investigadora, así:26 El primer período va de 1600 a 1640, y comprende el momento en que los españoles alcanzan el Atrato después del fracaso de la configuración de las primeras ciudades en el Darién. Se produce el inicio del establecimiento de los reales de minas, un alto nivel de dispersión de las comunidades, y los procesos de resistencia que generaron fronteras provisionales e inestables tanto entre las etnias indígenas como entre las comunidades indígenas y la sociedad hispánica. Ante el fracaso del establecimiento militar hispánico se procede a la configuración de misiones en un segundo período entre 1640 y 1674, período que va a dar lugar a la fundación de los primeros pueblos de indios, a un intento de ordenamiento interno con Citará fundado en 1654 y Nóvita, sede de tenencia del gobernador en 1678, y que se constituirá en la clave para el desarrollo posterior del segundo ciclo minero (1680-1800) en el Nuevo Reino de Granada;27 así como Santa Rosa y Guarne lo fueron puntualmente para Antioquia. En la pri mera parte del ciclo se dará la introducción masiva de mano de obra esclava por parte de mineros de la Gobernación de Popayán, preferentemente. Un tercer período, que va de 1680 a 1700, es de crisis y reconquista. Es el período de levantamientos indios y de instauración definitiva de las instituciones coloniales en territorio embera; del establecimiento final de los reales de minas base para el proceso de extracción de minerales en el siglo xviii. Acerca de la anterior periodización general indicada por Patricia Vargas, es necesario tener en cuenta los ritmos diferentes de las distintas “subregiones” o “países” con características geohistóricas y culturales específicas, con el objeto de establecer las peculiaridades de cada una de ellas. De modo general, en el 26
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Patricia Vargas, “La fundación de pueblos en la cuenca alta del río Atrato. Siglo xvii”, Revista de Antropología, núm. 1, 1985, pp. 56-79.
El llamado por los historiadores económicos “segundo ciclo minero” colonial va a estar centrado predominantemente en el andén del Pacífico y en el Chocó como eje, con las zonas anexas del Raposo, Naya, Timbiquí, Iscuandé y Barbacoas, situadas al sur de la desembocadura del San Juan.
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siglo xvii, a partir de la colonización minera, se fragmentaron socio-política y espacialmente emberas y cunas; los waunanas conservaron, en parte, su integridad territorial; los cuevas fueron extinguidos y los tule ocuparon sus territorios; los urabaes resistieron y hostilizaron el dominio hispánico. El asedio sobre los territorios chocó se hizo más pronunciado en el siglo xvii hasta establecerse definitivamente el dominio colonial. Las doce expediciones conocidas que se realizaron desde la Gobernación de Popayán y las entradas de conquistadores, misioneros jesuitas, franciscanos y seculares desde Cartagena, Panamá y Antioquia, culminaron con el relativo establecimiento o asentamiento español en el Chocó bajo las modalidades de reales de minas asociados a pueblos de indios en el corazón minero colonial.28 Los mineros españoles buscaron asentarse en el alto Atrato y el alto San Juan como los ejes donde la minería era más profusa y rica, y permitía una obtención de riqueza rápida. En medio del establecimiento de efímeros campamentos mineros, sublevaciones de indígenas por el trabajo forzado y los malos tratos, saqueos e incendios de ciudades vecinas (Anserma, Arma, Cartago) y la introducción de esclavos africanos para las explotaciones mineras, se produjeron reordenamientos territoriales que modificaron los tradicionales poblamientos indígenas, forzaron el desplazamiento de grupos indígenas a territorios nuevos o a zonas pobladas por otras sociedades, transformaron los patrones de poblamiento en las zonas centrales, desestructuraron de modo variable y diverso las sociedades primigenias y dieron lugar a nuevas relaciones interétnicas entre indígenas, y entre estos y los grupos humanos negros recién introducidos. Pero evidentemente el cambio más significativo lo introdujo el establecimiento de un dominio colonial que, no obstante la permanente inestabilidad, reordenó el territorio y con él la vida de las sociedades nativas e introdujo e impuso estructuras sociales, culturales políticas y económicas diferentes a las hasta entonces conocidas por los indígenas. El establecimiento colonial no fue uniforme sobre el conjunto del territorio. Em beras del alto Atrato y del alto San Juan vivieron la transformación del empuje militar hacia las relaciones comerciales y las estrategias misionales entre 1645 y 1672, para culminar con las rebeliones indias y represiones españolas entre 1680 y 1687. 28
Alonso Valencia Llano, Resistencia militar indígena en la Gobernación de Popayán, Popayán, Fundación Regional de Investigaciones Sociales, 1989.
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En 1645 se cambió la política de guerra por la misional en la Gobernación de Antioquia, con relación al Chocó. En ese año, Fray Matías Abad atraviesa las cuencas de los ríos Arquía (hasta donde habían colonizado los emberas), Andágueda y Atrato. Este último es recorrido hasta su parte baja, donde el fraile encuentra la muerte a manos de los cunas. A partir de 1668 la Gobernación de Antioquia envió al bachiller y presbítero Antonio de Guzmán y Céspedes al territorio embera, quien logró establecer tratados simétricos con los indígenas y fundar, para 1672, cinco pueblos en las cuencas del Atrato, no sin la oposición de la Gobernación de Popayán. En medio de conflictos jurisdiccionales, las gobernaciones de Antioquia, Popayán y Cartagena fueron encargadas por la Corona para “pacificar” a los chocó. El bachiller salió de Urrao con la orden de sondear la tierra, ríos y cordilleras para delimitar un camino de fácil acceso a la infantería, de reconocer las provincias y yacimientos auríferos que encontrase, de hacer un censo de indígenas y, lo más importante, negociar la paz con los nativos reduciéndolos con medios de suavidad que incluían la evangelización, el agasajo y el planteamiento de reciprocidades. El bachiller recorrió entre 1668 y 1670 sus dos primeras entradas, del valle de Urrao hasta el río Arquía, luego los afluentes orientales del Atrato de donde bajó a éste por el Neguá y recorrió parte del Capá y del Andágueda posteriormente. Hasta aquí los acuerdos con los indígenas permitieron a los españoles explotar los aluviones de su territorio, introducir algunas cuadrillas de esclavos africanos y hacer pueblos dejando señalados los sitios de los mismos. La colaboración de los indígenas tenía como condición no ser desposeídos de sus tierras ni ser encomendados a persona particular.29 En 1672, el bachiller Antonio de Guzmán y Céspedes hizo su tercer viaje con una intención más firme de colonizar; ya tramitaba la exclusividad política de la región del alto Atrato en competencia con Popayán y Cartagena, pues tenía permiso para introducir ejército y organizar un centro de abastos en Urrao para futuras expediciones. Con los capitanes de las parcialidades discutió los lugares de fundación de los pueblos teniendo en cuenta la comodidad de los indígenas para la agricultura y la de los españoles para la explotación del oro. Al tiempo, en la década de 1670, entraron al norte chocoano mineros de Antioquia por la vieja ruta que atravesaba el valle de Urrao, los cuales 29
P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos xvi y xvii, op. cit. y A. Valencia Llano, op. cit.
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establecieron pequeños centros de minería de oro, en los ríos Bebará y Neguá, tributarios orientales del Atrato. Entre tanto, en las poblaciones nuevas se inició el cobro de tributos en oro a los indios, lo que produjo choques entre payaneses y antioqueños por la jurisdicción del territorio. Los pueblos fundados fueron San Joshep en la parte media del Atrato, Santiago, sobre el Atrato, entre las desembocaduras del Andágueda y el Capá, San Pedro sobre el Atrato, abajo del río Tanandó cerca a Citará, San Juan de Neguá, cerca de la desembocadura del río Nauritá en el Neguá y Nuestra Señora de la Candelaria en la parte alta del río Bebará. A cada poblado se le delimitó su propio resguardo y cada uno eligió dos alcaldes y un fiscal dentro de sus capitanes, quienes atraerían a sus gentes para hacer casa en el pueblo y recogerían el tributo.30 A partir de allí, el bachiller vigiló la construcción de iglesias, casas de doc trineros y habitaciones de los nativos. El ordenamiento en pueblos y el inicio de una explotación sistemática de las minas no dejó tranquilo al gobernador de Popayán ni a la Audiencia; esta última ordenó el retiro del bachiller y la entrega de la misión en Citará a religiosos de la orden de San Francisco, y a jesuitas en la provincia de Nóvita. El ingreso del bachiller trastocó el orden social de los emberas atrateños, pues estos hasta 1660 tuvieron un poblamiento disperso, vivían de a unas seis familias promedio por casa, y había un mayor número de capitanes por menos gente. Para 1672, al fundarse los cinco pueblos de indios, las gentes asentadas a lo largo de los ríos Arquía, Neguá, Bebará, alto Atrato y sus afluentes se organizaron en aquellos, aunque conservaban su territorio mediante resguardos. Sin embargo, la situación se complicó con la política de los franciscanos pues estos introdujeron instituciones e implantaron medidas que rompieron con los pactos establecidos por el bachiller, a saber, la organización de corregimientos, el servicio personal, altos tributos, la concentración de la población en tres centros y el uso del castigo físico para el manejo de “los infieles”. La reacción india a estas políticas no se hizo esperar y adquirió formas tales como el cimarronismo, las migraciones con sus efectos de dispersión, la colonización de nuevas áreas, los conflictos interétnicos y las revueltas que fueron bastante fuertes en este período. En general, la fundación de los pueblos de 1672 introdujo variaciones en la sociedad indígena, en especial en cuanto a
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P. Vargas, “La fundación de pueblos en la cuenca alta del río Atrato. Siglo xvii”, op. cit.
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la centralización de la autoridad política en cada conglomerado indígena y el cimarronismo. Por su parte, según Cháves, el territorio waunana, del bajo río San Juan, fue “pacificado” alrededor de 1630,31 mas para fines del siglo xvii encontramos waunanas huyendo de tributos y trabajos forzados y desplazándose a los ríos del sur de Buenaventura, el Naya, el Yurumanguí, el Micay y el Saija. La conquista espiritual y la modificación de las relaciones militares por relaciones de contacto comercial por parte de los españoles dieron lugar a la incorporación de la frontera minera del Chocó a la Gobernación de Popayán. Según Alonso Valencia, se pasó de este modo de una frontera militar a una frontera minera, lo que exigió cambios profundos en las relaciones interétnicas y en las relaciones entre mineros, negros e indios.32 Ellas se refieren a los fenómenos de evangelización, organización poblacional en forma de pueblos de indios y a cambios en la estructura social que permitieron que los españoles nombraran autoridades indígenas permanentes. Todo ello debilitó provisionalmente la resistencia indígena, permitió el ingreso de mineros para explotar placeres y minas, y produjo una mayor presión sobre la población nativa a través de la reducción de sus territorios de caza, pesca y cultivo. Así, las nuevas exigencias de tributos y alimentos, para satisfacer la demanda minera, culminaron con la rebelión indígena de 1684 en la provincia de Citará. El período 1680-1695 fue de crisis y reconquista, lo que implicó la instauración definitiva de las instituciones coloniales, al menos en territorio embera.33 Al mismo tiempo se configuraron reales de minas más estables con introducción de esclavos y una frontera minera con una economía de enclave basada en esclavos importados. Este nuevo ciclo minero se inició en 1680 y culminará alrededor de 1800, siendo el período 1680-1730 el de mayor productividad, como lo indican los estudios de historia económica colonial.34
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Álvaro Cháves Mendoza, “Grupo indígena waunana”, en: Geografía humana de Colombia. Región del Pacífico, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1992. A. Valencia Llano, op. cit.
P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española siglos op. cit.
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y
xvii,
Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia: Popayán una sociedad esclavista. 1680-1800, Bogotá, La Carreta, 1979; Zamira Díaz, Oro, sociedad y economía. El sistema colonial en la Gobernación de Popayán: 1533-1733, Bogotá, Banco de la República, 1994 y Guido Barona,
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Los indígenas de la provincia de Citará reaccionaron a las políticas de fundación de pueblos de indios y sometimiento a encomienda y a tributos, y produjeron dos levantamientos significativos en los años de 1680 y 1684. Los embera reaccionaron ante el rompimiento del pacto por parte de los franciscanos y del Teniente Gobernador y aprovecharon cualquier incidente para manifestar su inconformidad; solicitaron a la Gobernación de Antioquia ante los malos tratos y las nuevas exigencias económicas, la destitución y expulsión de los misioneros y del Teniente Gobernador; quemaron el pueblo de Lloró y bloquearon puertos y caminos para evitar el ingreso de gentes de Anserma y de Popayán.35 Desde la Gobernación de Antioquia, los emberas fueron reducidos de nuevo a poblados y se les derribaron sus casas, destruyeron sus rocerías y plantaciones, para obligarlos a vivir en policía. Se reedificaron iglesias y nombraron nuevos misioneros. Para 1684 se habían agudizado las tensiones en la provincia de Citará, en especial en los poblados de Neguá, Lloró y San Francisco de Atrato, debido a extorsiones, maltrato, traslado de pueblos de indios y presión sobre los mismos. Los indígenas se rebelaron entonces en 1684 en la provincia de Citará y mataron 112 personas, la mayoría españoles; también esclavos, indios y pajes que servían a los primeros, así como cargueros, mozos y niños. Asimismo, robaron sus bienes, ornamentos, alhajas, ropa, oro, sal, herramientas y esclavas. Las reacciones de Antioquia y Popayán fueron inmediatas y para 1687 el territorio estaba de nuevo sometido con escarmientos, se reorganizaron algunos pueblos, en especial Lloró y Neguá, y mediante “el perdón a los emberas” se establecieron corregimientos de indios y se tasaron tributos.36 De este modo, desde fines del siglo xvii los embera quedaron sometidos a una drástica ocupación española, organizados en cuatro pueblos, principalmente los de Lloró y Neguá, con 247 tributarios en 1688, a los que se agregaron los negros esclavos que empezaron a ser introducidos por los dueños de minas; además, se organizó en los noventa, otro pueblo en Arquía y otro en Bebará.
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La maldición de Midas en una región del mundo colonial: Popayán 1793-1830, Cali, Universidad del Valle, 1995.
Caroline Hansen, “La rebelión de los citaraes en el Chocó, 1684-1685”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993. Ibíd.
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A ellos se sumó el reedificado pueblo de Citará, más tarde llamado Quibdó. En estas condiciones el sistema colonial en el Chocó funcionó a partir de pueblos de indios y reales de minas. A su vez, grupos emberas migraron hacia el bajo Atrato, la Costa Pacífica, El Bojayá, Vigía del Fuerte y Baudó. Sabemos, también, que el levantamiento de 1684 produjo migraciones hacia Camugra, El Andágueda, las cabeceras del Atrato, Vichó, Tagachí y el río Murrí. Los embera migraron dentro de su territorio a los altos cursos de los ríos, exploraron con los surucos nuevos espacios en los ríos Tagachí, Murrí y Bojayá, y otros se refugiaron, lo que dio lugar a la conformación de un nuevo territorio.37 Así, “la pacificación indígena” debió ser obra primero de los misioneros y luego de las fuerzas españolas, por lo que la explotación de oro en el Chocó sólo comenzó a hacerse en gran escala a fines del siglo xvii. En 1690 las minas de Tamaná y el real de Nóvita se habían restablecido, además de otros campamentos nuevos fundados a los lados de los tributarios orientales de las zonas altas de los ríos San Juan y Atrato.38 Asimismo, a fines del siglo xvii y comienzos del xviii, grupos embera desplazados se establecieron en el Darién;39 en el corazón minero colonial, ya instaurado el sistema de corregimientos en 1687, emberas fueron obligados a ocuparse de las labores agrícolas, del transporte y de las obras públicas mientras los esclavos eran concentrados en campamentos mineros. Con el ingreso definitivo de los españoles al corazón minero colonial, alto Atrato y alto San Juan, se inicia el segundo ciclo minero, se incorporan esclavos negros al territorio indígena, se reordena el espacio tradicional indígena y se reestructuran las relaciones interétnicas y entre indígenas, esclavos y españoles. Es evidente que asistimos a una desestructuración de las relaciones tradicionales de las sociedades indígenas, ahora sometidas a encomiendas, pueblos de indios con resguardos y tributarias de los centros mineros. Los tradicionales límites
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P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española, siglos xvi y xvii, op. cit. Robert C. West, La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1972. Reina Torres de Arauz, “Estudio etnológico e histórico de la cultura chocó”, Centro de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Panamá, Panamá, núm. 1, 1966.
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interétnicos40 son ahora sustituidos de modo más radical por una transfiguración étnica41 que implica cambios ecológicos, tecnológicos, socioeconómicos e ideológicos en el espacio indígena tradicional. Con ello se producen, en medio de formas de resistencia e identidad, secuencias de integración progresiva de las sociedades indígenas y negras a la sociedad colonial que alteran el hábitat, la demografía y los estilos de vida. Unos grupos serán extinguidos por las enfermedades y los cambios en las actividades económicas, sociales y mentales; otros se aislarán y buscarán, de manera dispersa, reconstruirse o sobrevivir, otros mantendrán un contacto intermitente bajo las formas de una frontera móvil y otros tendrán un contacto permanente o serán integrados completamente al nuevo ordenamiento colonial.42 Después de casi dos siglos de exploraciones, fundaciones efímeras, guerras a muerte y políticas misionales, el dominio colonial pudo establecerse en las provincias de Nóvita y Citará con énfasis en el alto Atrato y el alto San Juan donde con reales de minas y pueblos de indios se configuró un sistema de explotación del oro, para sostener la Gobernación de Popayán y extraer riquezas para la Corona. Por otra parte, el impacto colonial sobre la sociedad cuna fue diverso. De una parte, la dominación española sobre los embera en el corazón minero colonial presionó a su vez sobre los territorios cunas del medio Atrato y los obligó a migrar hacia el norte. Unos y otros debieron migrar, lo que dio lugar a la configuración de una frontera militar fluida durante más de cien años entre emberas y cunas en el río Atrato. Las migraciones cunas se produjeron hacia el este y oeste del río Tanela, hacia el río Tuira y la Costa Atlántica hasta la punta de San Blas y hacia el este hasta el río Sinú. Así, los cunas perdieron territorios en el Atrato, deshicieron centros poblados y también se expandieron hacia el río Chucunaque y los dos litorales. Con ello, de otra parte, los cunas, al conformar territorios en el litoral, tuvieron una posición estratégica para relacionarse con los europeos de otras nacionalidades con quienes aunaron esfuerzos en contra 40
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Patricia Vargas, “Fronteras fluidas y de dominación en el río Atrato”, en: Guido Barona y Francisco Zuluaga (comps.), Memorias 1er Seminario Internacional de Etnohistoria, Cali, Universidad de Valle, 1995. Darcy Ribeiro, Fronteras indígenas de la civilización, México, Siglo XXI, 1977. Ibíd.
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de los españoles, y constituyeron un centro de intercambio y contrabando en el golfo de Urabá y los territorios circundantes. El golfo de Urabá fue débilmente controlado por los españoles, lo que atrajo a otras naciones europeas, las cuales buscaron atacar desde allí la flota que transportaba el oro y la plata desde Portobelo. Asimismo, entre 1698 y 1700 se establecieron escoceses en el Darién, se asentaron franceses con mo delos agrícolas de siembra de cacao y asecharon permanentemente piratas y bucaneros holandeses, franceses e ingleses, y salteadores que se escondían entre los manglares, con fácil acceso a Portobelo, Tolú o Cartagena. Con ellos se aliaron los cunas para practicar el trueque de fusiles ingleses, pólvora seca y aguardiente (brandy) por manatí, carne de tortuga carey y plátanos. En Santa Fé de Antioquia y su cabildo, se sabía de incursiones permanentes que podían llegar a la capital desde 1680, lo que causó tensiones y exigió el mando de tropas en algunas ocasiones. Santa Fé de Antioquia debió estar en alerta permanente a lo largo de su frontera occidental durante el siglo xviii, pues continuamente se rumoraban invasiones de piratas ingleses.43 La Corona cerró el tráfico del río Atrato desde 1698 y por casi un siglo, buscando eliminar el contrabando, en especial la exportación ilícita de oro desde las minas de Antioquia y el Chocó. Sin embargo, su efecto fue contraproducente pues alentó las actividades de contrabando frente a la impotencia de las autoridades españolas, las cuales poco pudieron lograr con la instauración de los vigías o fuertes en el Atrato; sólo se produjeron alzas de precios en artículos de ferretería y telas españolas. Empero, dentro del proceso de transición de modalidades militares a misionales por parte de la Corona española, también los cunas, cuevas y mon guineras hicieron parte de estas políticas; tales modalidades reordenaron sus tradicionales patrones de poblamiento, en especial en el río Tuira y en la zona actual de Bahía Solano; y en el último caso, el de los monguineras, casi produjeron la extinción de sus pobladores. A comienzos del siglo xvii, al noroccidente de los territorios cuna, Panamá era centro de la Audiencia que cobijaba parte de Centroamérica; contaba con ocho mil habitantes en su centro urbano, entre españoles, extranjeros y
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J. Parsons, op. cit.
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esclavos. Su principal actividad era el comercio de cacao traído de Guayaquil, vino de Lima, azúcar de Nazca y harinas de Nicaragua; tenía comunicación con Cartagena y Buenaventura y poseía haciendas ganaderas y aserríos con negros esclavos. En su jurisdicción existieron tres pueblos cuevas repartidos en encomiendas, Chepo, El Rey y Taboga. Entonces se proyectaba integrar los territorios cunas del río Tuira de la zona del Cabo Corrientes; al suroccidente de la ciudad se encontraba el presidio de Boyano, un puesto de guerra con los cunas. En este contexto se desarrolló una misión de agustinos descalzos desde Cartagena para poblar y adoctrinar a los cunas, lo que fue demandado por el presidente de la Audiencia de Panamá por instrucción de Cartagena y la Gobernación de Tierra Firme, que abarcaba el litoral Pacífico. Por ello, aquel envió al río Tuira a Fray Adrián de Santa Inés en 1637, quien organizó tres pueblos –San Enrique, Santo Tomás y San Jerónimo– los cuales fueron la base para el posterior establecimiento de los reales de minas en el río Tuira.44 Por los años 1630-1640, los franciscanos extendieron su misión a Jella (actual Bahía Solano), donde en el siglo xvi se encontraba la gente de Birú o monguineras. Allí, las misiones organizaron cuatro pueblos con dos mil habitantes cada uno. Por el contacto con españoles y la concentración de la población, las epidemias arrasaron con la mayoría de los indígenas; los pocos que quedaron asesinaron a los misioneros, con lo que concluyó la misión y el entramado social de los monguineras se debilitó. Sobre estos territorios casi abandonados se iniciará a fines del siglo xvii un poblamiento de la región por los emberas, expulsados por la colonización española del alto Atrato y del alto San Juan. Asimismo, durante el siglo xviii, negros libres y cimarrones coparán parte de estos territorios extensivos hasta el Baudó. La Gobernación de Antioquia buscó desde el siglo xvi salidas al mar del norte y el golfo de Urabá. En 1596 fundó el poblado efímero de San Agustín de Ávila cerca a la desembocadura del Atrato y el viejo sitio de Santa María la Antigua. En 1618 y 1622 se produjeron asentamientos provisionales de gente de Antioquia en Urabá o el Darién. Entre 1626 y 1633 una misión evan gelizadora proveniente de Cartagena, la del agustino Antonio de la Cruz, trabajó con éxito entre los remanentes de urabaes. Se fundó Santa Ana –en la aldea
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Ibíd.
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actual de pescadores, Damaquiel– y juntaron 1.200 indios en quince pueblos, convertidos a la fe católica. Esta “pacificación” se extendió dieciséis leguas hacia el interior por los valles de los ríos San Juan y Mulatos y hacia el occidente hasta la costa de Urabá donde se restableció por poco tiempo San Sebastián de Buenavista. En 1629 esta misión recibió el respaldo especial de la Santa Sede hasta que en 1635 se rebeló el cacique Juan Morrongo. Los misioneros fueron asesinados y los pocos españoles sobrevivientes huyeron a Cartagena.45 Entre 1557 y 1775 se organizaron, desde Antioquia, nueve expediciones al Chocó en los años de: 1570, 1639, 1640, 1670, 1676, 1684, 1711. La situación llegó a tal punto que cuando se autorizó la fundación de Medellín (1670), una de las condiciones fue que los habitantes contribuyeran a la reducción de los indios del Chocó y que el producto de la venta de los cargos públicos en el Valle de Aburrá se destinara a este fin. Al bajo Atrato, hasta su desembocadura, se dirigió una expedición en 1676 al mando del gobernador Bueso de Valdés y en ella demarcaron por vez primera el río y lo navegaron. Una segunda expedición fracasó por influencia del gobernador de la provincia de Popayán, quien reclamaba el dominio sobre ese territorio.46 La intensificación de las acciones para colonizar y explotar las minas del territorio chocó por parte de los españoles de Santa Fé de Antioquia se debió a la frontera de guerra que los emberas mantenían con la ciudad, al declive de la producción minera en Buriticá y a la merma demográfica de los catíos. En 1666, la Corona, por cédula real, impulsó la “pacificación” de los chocó y facilitó su delegación a los gobernadores de Popayán, Antioquia y Cartagena, con las promesas de agregar territorios a cada gobierno. Esto creó conflictos de jurisdicción entre Antioquia y Popayán en la cuenca del río Atrato. Finalmente, Popayán lograría influencias sobre la cuenca del San Juan y Santa Fé de Antioquia sobre la cuenca del Atrato, la que fue nominada provincia de Citará por los españoles.47 Los efectos del impacto colonial entre los noanamás o waunanas parecen ser menos drásticos que los ocurridos a los emberas y cunas. Estas sociedades, una de las menos estudiadas hasta hoy, debió sostener con tributos y alimentos 45 46 47
Ibíd. Ibíd.
P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española siglos op. cit.
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la ya mencionada ciudad de Toro hasta su retiro del río Ingará y su traslado al valle del río Cauca en 1594, debido a los ataques de indios noanamás, ci rambiraes, chancos, chocoes, tootumas y tatamaes sobre encomiendas y minas. El gobernador Melchor de Salazar logró penetrar en 1537 los territorios del río San Juan donde habitaban los noanamás. También alcanzó a introducir treinta negros, abrió nuevas minas y extrajo buenas cantidades de oro. Desde el punto de vista económico obtuvo buenos resultados pero fracasó militarmen te, pues perdió cuarenta soldados y quedó malherido. No obstante, afectó con epidemias de viruela a los waunana lo que los diezmó considerablemente. Continuó la resistencia de estos y su presión por expulsar los pocos españoles introducidos, lo que se vio respondido con la abolición de la Gobernación del Chocó. Incorporado el Chocó a la Gobernación de Popayán, se hicieron expediciones que produjeron el sometimiento de ingaraes y tootumas, y su reparto en encomiendas. En cambio noanamás y emberas siguieron resistiendo al establecimiento español, aunque el gobierno de Popayán envió dos misioneros jesuitas en 1624, los que durante diez años ejercieron allí su labor. No obstante, los territorios del bajo San Juan siguieron siendo por selvas y ríos, zonas de refugio de los indígenas.48 Los ataques y asaltos de indígenas fueron aún más eficaces cuando se confederaron chocoes y pijaos, con cuya guerra sistemática obligaron el traslado de la ciudad de Cáceres en 1600 al sitio que hoy ocupa la población de Roldanillo. La resistencia indígena de tatamaes y otros indios del Chocó fue de tal envergadura que fracasaron trece expediciones en el siglo xvi (1513-1597) y doce en el siglo xvii (1606-1686), originadas en Santa María la Antigua, Anserma, Buga, Cali, Toro, Popayán, Cartago y Pasto, sin contar las provenientes de Panamá, Santa Fé de Antioquia y Cartagena.49 Las urgencias por conquistar y explotar el Chocó eran tales que la Go bernación de Popayán decidió en 1605 penetrarlo no por tierra sino por mar. En un pequeño barco, el capitán Cristóbal Quintero salió con cuarenta soldados a descubrir las tierras del río Noanamá y luego viajaron otros para abrir minas; no contaron con la colaboración de los indios para el laboreo de minas ni con
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Á. Cháves Mendoza, “Grupo indígena waunana”, op. cit. y E. A. Ulloa Cubillos, “Grupo indígena los embera”, op. cit. A. Valencia Llano, op. cit.
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oposiciones porque las relaciones de contacto militar las cambiaron por las de tipo comercial ofreciendo artículos españoles, mantas, cuchillos y machetes a los cirambiraes. Al tiempo, estas entradas se vieron favorecidas por las guerras interétnicas que se libraban entre grupos indígenas, en parte por la presión militar española en zonas cercanas, y en parte, porque de vieja data luchaban por recursos, gentes y territorios. Por tales motivos, los cirambiraes pidieron ser defendidos por los españoles ante indígenas que les hacían la guerra y podían quitarles mujeres e hijos. En este contexto, los españoles pudieron explotar el real de minas de Nóvita. Sabedores en la Gobernación de Popayán y en la Audiencia de Santa Fe de las riquezas del Chocó, pero enfrascado el Gobierno colonial en la eliminación definitiva de los pijaos, sólo en 1628, Martín Bueno de Sancho logró someter a seiscientos indios a través de alianzas con caciques y contactos comerciales en el río San Juan, llegando hasta la provincia de los citarabiraes y a Toro. Con ello, Bueno de Sancho negoció una capitulación con el Gobierno de Popayán para conquistar y colonizar el Chocó y para explotar sus minas introduciendo esclavos negros. Aceptada ésta, se asoció a una operación de conjunto para incorporar los territorios chocoanos a la Gobernación, la cual partiría de Cali por el río San Juan, de Pasto hacia los barbacoas y sindaguas, de Cartagena hacia el norte chocoano y del valle del Cauca hacia el centro del Chocó. Con fracasos casi totales, las expediciones no pudieron con la capacidad de resistencia de los indígenas.50 Entre las décadas del sesenta y setenta pudieron ser sometidos los chocoes, emberas y waunanas quienes controlaban el tránsito entre Cali y Buenaventura, cuando los otros grupos indígenas de la vertiente de la Cordillera Occidental cercanos al valle, se desplazaron tierra adentro. Pero así como en Santa Fé de Antioquia, la labor misionera del presbítero Antonio de Guzmán y Céspedes fue decisiva para someter a los indios, los sacerdotes franciscanos comandados por el padre Juan López García –encargado de la conversión de los indios de la villa del Anserma– hicieron otro tanto en el sur y centro del Chocó, desde 1675. Sin embargo, y aunque ingresaron doce franciscanos al mando de Don Miguel
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Enrique Ortega Ricaurte y Ana Rueda Briceño (eds.), Historia documental del Chocó, vol. 24, Bogotá, Editorial Kelly, 1954.
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de Castro Rivadeneira para el adoctrinamiento y ordenamiento de pueblos de indios, sobresalieron las usurpaciones de curatos por riquezas auríferas, el excesivo cobro de tributos a los indios y su explotación como fuerza laboral en campos de cultivo. En 1679, una cédula real ordenó al gobernador de Popayán apoyar el envío de sacerdotes al Chocó reiterando que los indios evangelizados no podían repartirse en encomiendas ni se les podía cobrar tributos hasta pasados diez años de su evangelización y con previo permiso real. Como en el caso de Antioquia, al ingresar los franciscanos exigidos por la Gobernación de Popayán, estos se apoyaron en soldados que garantizaban el nuevo orden establecido y el sometimiento de los indígenas. Organizadas las misiones de este modo, la incorporación de la frontera militar del Chocó quedaba asegurada. Se trataba entonces de vincular económicamente la zona desde Antioquia y Popayán, mediante la apertura de una frontera minera basada en reales de minas con mano de obra esclava y en pueblos de indios, abastecedores de alimentos básicos para los primeros y sus propias comunidades. A fines del siglo xvii, ante los excesivos tributos y los trabajos forzados, grupos de waunanas se desplazaron de nuevo hacia los ríos del sur de Buenaven tura: el Yurumanguí, el Naya, el Micay y el Saíja. Así, al comenzar el siglo xviii encontramos waunanas en esos ríos, en el bajo San Juan y sus afluentes, en los ríos Dagua, Anchicayá y Raposo;51 y migrantes waunanas en territorios cunas entre el Cabo Corrientes y Juradó. A fines del siglo xvii, la cuenca media y baja del río Atrato era independiente del imperio español, aunque en ella se produjeron drásticos cambios territoria les por la presión del imperio sobre emberas en el alto río San Juan y alto río Atrato; por el efecto de este fenómeno sobre los cunas del medio y bajo Atrato, por las migraciones emberas al Baudó, Pacífico, medio y bajo Atrato, y territorios catío y chamí. Para entonces, algunos grupos emparentados con la tradición cuna se habían extinguido y mestizado con los pocos cuevas, catíos, monguineras y burumias. Por su parte, los tule del río Tuira se encontraban en proceso de integración a los reales de minas instaurados en su cuenca, aunque la mayoría de su población –de gran ascendencia guerrera y comercial– era reacia a la ocupación española y se había aliado en ocasiones con los ingleses
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Á. Cháves Mendoza, “Grupo indígena waunana”, op. cit. y E. A. Ulloa Cubillos, “Grupo indígena los embera”, op. cit.
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y franceses para obtener ganancias del contrabando de oro y de productos extranjeros. En el alto río Atrato, una parte de los embera quedó integrada a la colonia minera después de la rebelión de 1684 y su represión en 1687; los demás, así como los señalados anteriormente, vivieron independientemente o en contactos intermitentes con los centros urbanos españoles que no pasaron de ser reales de minas relativamente organizados. Para el avance de la ocupación y colonización españolas, la superposición de territorialidades jugó un papel decisivo, pues se buscó darle legitimidad a ordenamientos territoriales que se oponían a las regiones históricas y culturales de las sociedades indígenas, lo que creó conflictos interétnicos y con el imperio que se seguirán expresando en los futuros proyectos impulsados por las élites coloniales y republicanas.52
La transición del siglo xvii al xviii, entre la libertad y la esclavitud: dominio payanés en el corazón minero colonial y resistencias étnicas Asistimos, en el tránsito del siglo xvii al siglo xviii, a un proceso de trans formación de una frontera militar en una frontera minera, lo que producirá cambios radicales en el ordenamiento demográfico, territorial y económico de la Gobernación de Popayán y tendrá efectos significativos sobre las sociedades indígenas. Como hemos señalado, las fronteras interétnicas tendrán profundos cambios, así como las relaciones entre nuevos actores; mineros blancos, indígenas y esclavos negros, y más tarde, libres de todos los colores pero con predominio de los descendientes de esclavos africanos y criollos. Las modificaciones de las relaciones interétnicas están referidas a la introducción de esclavos africanos y a su organización en campamentos mineros, a la fundación de pueblos de indios con los consecuentes fenómenos de evangelización, cambios en su tradicional estructura social, nombramiento de autoridades indígenas centralizadas, la irrupción de indios ladinos y el sometimiento a tributación permanente. Con ello, las tácticas de resistencia indígena bajo formas de organización segmentaria variaron totalmente e incorporaron a los indios como vasallos del rey de España; y abastecedores de alimentos de españoles y negros, habitantes de los reales de 52
P. Vargas, Los emberas y los cunas: Impacto y reacción ante la ocupación española siglos op. cit.
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minas. Debilitada la estructura comunitaria indígena y aislados los aborígenes en pueblos de indios especialmente en el centro del Chocó, los españoles ingresaron masivamente para explotar por más de un siglo (1680-1800), minas y placeres, sometiendo gran parte de la población nativa y reduciendo sus territorios de caza, pesca y cultivo. Después de la rebelión de 1684 y de la política de tierra arrasada de 1686-1687, el establecimiento español se hizo más sólido en el Chocó y aunque las resistencias indígenas y las rebeliones esclavas no estuvieron ausentes, la Gobernación de Popayán logró una abundante producción aurífera que le permitió vivir sin mayores sobresaltos durante el siglo xviii. No obstante, el Chocó, como señala Germán Colmenares,53 “tierra de nadie”, conservó siempre su carácter fronterizo, a tal punto que, en 1713, después de su reducción definitiva, su poblamiento era precario y a pesar de sus ingentes riquezas no tenía Cajas Reales, hasta que fue instalada una ese año, en San Felipe de Tatamá. Nóvita que había sido fundada en 1601, para 1731 era asiento del cura y el gobernador con un real de minas, veinte casas, una fábrica de madera y paja, sin vecinos que establecieran república, porque eran trashumantes y los únicos que tenían residencia eran los mineros en sus entables en medio de montañas incultas.54 Después del primer ciclo minero del Nuevo Reino de Granada entre 1550 y 1630, el segundo, entre 1680 y 1800, se centró en Nóvita, Citará, Ra poso, Barbacoas, San Francisco de Naya, Iscuandé, Timbiquí y Caloto en la Gobernación de Popayán; y Guarne y Santa Rosa en Antioquia. Este ciclo empleó, en la Gobernación de Popayán, casi exclusivamente mano de obra esclava africana, por lo que estuvo asociado más estrechamente a los sucesivos asientos que garantizaban el tráfico de los esclavizados africanos. Para 1711 la población esclava del Chocó fue de 1.000 habitantes, la que pasó a cerca de 4.000 en 1738, lo que revela el incremento de las riquezas mineras, la introducción de esclavos y el peso de los grandes comerciantes en la trata desde Cartagena. En 1711 había cuarenta propietarios de cuadrillas en el Chocó, y en 1759 cincuenta y seis propietarios disponían de 4.237 esclavos. En el primer caso quince poseían más de veinte esclavos y en el segundo más de cuarenta.
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G. Colmenares, Historia económica y social de Colombia: Popayán una sociedad esclavista. 1680-1800, op. cit. Ibíd.
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Para el siglo xviii, según Sharp (1976),55 en el Chocó, la población negra iba en crecimiento o era al menos estable y no fue diezmada de modo semejante a la de las poblaciones antillanas o brasileñas. Sin embargo, el crecimiento de la población esclava entre 1711 y 1770 se debió a permanentes compras de esclavos, aunque el crecimiento experimentado entre 1759 y 1782, es decir 2.800 esclavos (el 2,2% anual), debía atribuirse, según Colmenares, en gran parte al crecimiento vegetativo de la población. El proceso de criollización de los es clavizados es un tema pendiente de nuevos estudios. Así, la población negra en el Chocó pasó de 4.750 esclavos en 1759 a 5.756 en 1778, o sea que creció a una tasa del 1,6% anual, mas entre 1782 y 1808 disminuyó debido más al traslado de cuadrillas enteras a la Gobernación de Popayán (a otros frentes mineros) que a la depauperación demográfica o a la frecuencia de manumisiones como lo propone Sharp. Para 1782 hay 7.000 esclavos en el Chocó y allí se inicia el descenso, debido a que no sólo no se introducen más bozales sino que hay problemas para abastecer tanto esclavo y además está decayendo la producción minera. Con estos datos podemos tener una primera percepción acerca de los cambios que se producirán en los ejes de la colonia a la república y el tránsito de Nóvita a Quibdó como centro republicano, el cual será a su vez eje demográfico, administrativo, económico y político. La lucha y disputa por el territorio chocoano parecería culminar en el siglo xviii, una vez los mineros de la Gobernación de Popayán lograron con modalidades misionales y militares asumir el control del corazón minero de las provincias del Citará (Atrato) y de Nóvita (San Juan) convertidas ahora en un territorio autónomo bajo la dirección de la nueva Gobernación del Chocó en 1726, separada de Popayán. Sin embargo, el eco y el conocimiento de las riquezas del Chocó mantuvo la atención y las entradas de otros interesados, especialmente por el río Atrato desde el golfo de Urabá y Cartagena, por el valle del Penderisco desde Santa Fé de Antioquia y por el bajo San Juan desde el valle del río Cauca y el sur de la Gobernación de Popayán. Evidentemente, la minería del oro y el ingreso de mineros de Popayán y de Antioquia con cuadrillas de esclavos, se convirtieron en los motivos que dinamizaron la economía extractiva y dieron lugar a un nuevo orden en el
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William F. Sharp, “La rentabilidad de la esclavitud en el Chocó, 1680-1810”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, 1976.
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Chocó, orden que a su vez implantó nuevas reglas de juego en las relaciones entre comunidades e imperio. Veamos estos procesos en las subregiones o “países” que se vislumbraban ya a fines del siglo xvii: en el bajo Atrato asociado a Cartagena, Panamá y Antioquia; en el bajo San Juan entre el Sipí y sus bocas hasta el Usarragá, incorporando el conjunto de ríos que cae al Pacífico en este trayecto; en el Baudó y sus serranías conducentes al Darién con sus territorios del litoral, y en el alto Atrato y alto San Juan. El bajo Atrato (Darién), desde cuando Cartagena fue erigida por el imperio español en el puerto oficial del Atlántico, se convirtió en un lugar de contrabando; aunque ya desde 1537 en carta de Vadillo al Rey, le manifestaba que en el bajo río Darién, el valle de los ríos Sucio, Urabá y Sinú “todo es una contratación” especialmente de oro. Durante el siglo xviii, al cerrarse el río Atrato por la Corona, se amplió con ello el sistema de contrabando; se incrementaron las invasiones de extranjeros no españoles –especialmente ingleses– que llegaron incluso a conmover a los vecinos de Santa Fé de Antioquia; y tuvieron un de cisivo papel los indígenas cunas en el comercio con extranjeros donde hubo tal vez tres mil familias dispersas por la costa del Darién al norte del Atrato, dirigidas por doce caciques. Los cunas llegaron incluso a atacar con armas inglesas y en pequeños grupos en la región del Atrato y el Sinú a los odiados y destartalados fuertes (vigías) de españoles. En informes españoles de 1761 y 1763 se señala el considerable comercio de contrabando en esta zona, a pesar de la imposición de la pena de muerte por parte de la Corona. Al parecer, la ruta del río León a Antioquia era bien conocida por los contrabandistas quienes empleaban veinte días en el recorrido (eran dieciséis leguas, ocho por río y ocho por caminos de herradura) e introducían mercancías compradas a barcos extranjeros; otra parte del contrabando con destino al alto Cauca subía por el Atrato y en su cabecera se transbordaba para ser llevado por tierra a Cartago y a Cali. Asimismo, contrabandistas de Cartagena y Panamá se daban cita en el golfo y cuatro buques holandeses anclados en 1730 en la culata del golfo, durante seis meses, partieron, al parecer, con 12,5 arrobas de oro.56 Como señalamos, la Corona cerró el paso por el Atrato entre 1698 y 1789 para eliminar el contrabando y así evitar la exportación ilícita de oro desde las
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J. Parsons, op. cit.
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minas del Chocó y Antioquia. Al resultar contraproducente, como hemos visto, el Atrato se abrió primero al tráfico limitado a los comerciantes de Cartagena en 1783, pero los cunas no favorecieron la liquidación del contrabando y lo siguieron haciendo aún en el siglo xix. Entretanto, en el siglo xviii los franceses fueron los extranjeros que más visitaron la región y empezaron a colonizarla entre el sitio donde estuvo San Sebastián de Buenavista y el río Turbo. En 1740, la mayoría de los sesenta extranjeros de la zona eran calvinistas franceses, los que se dedicaron al cultivo del cacao y se mezclaron con indígenas cunas; más en 1757, en una sublevación provocada por ingleses y apoyada por indios miskitos, fueron asesinados 87 de 170 colonos que vivían entre el golfo de Urabá y el archipiélago de San Blas. Los que escaparon se dirigieron al valle del Sinú. En 1761 se sabe que había en la costa de Urabá 73 propiedades sembradas de cacao con 105.800 árboles y algunas de tabaco, las que quedaron en manos de los cunas. En este contexto, la Corona no estuvo totalmente ajena a los sucesos, y para combatir a los con trabandistas y controlar a los indígenas, en 1784 estableció cuatro pueblos fortificados, tres en el Darién, Mandinga, La Concepción y Caledonia y uno en Urabá –San Carlos de Caimán–. Sin embargo, en 1791 y 1792 las fortalezas fueron abandonadas.57 Mientras cunas y extranjeros habitaron la región en el siglo xviii, Antioquia, Popayán y Cartagena mantuvieron expectativas sobre el bajo Atrato y el golfo de Urabá. Además, con el aparente cierre del Atrato por un siglo, el dominio sobre la zona bajó de tono más no de interés; éste sería reavivado en el siglo xix. Entretanto, los cunas controlaron el territorio y compartieron tensa mente algunas zonas con emberas huidos del corazón minero colonial en el alto Atrato y alto San Juan, en las cabeceras de las nuevas provincias de Citará y Nóvita. El siglo xviii podría caracterizarse como el siglo del establecimiento de la dominación colonial mediante la organización de un modelo de explotación económica accionado por esclavos africanos e indígenas emberas bajo la direc ción de las élites blancas apoyadas en burócratas y religiosos, y en capataces administradores de los entables mineros. Sin embargo, y aunque el peso del
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modelo es de una realidad indiscutible, no obstante se produjeron al tiempo fenómenos de resistencia y modalidades de funcionamiento caótico que nos permiten caracterizar este siglo como un período de lucha entre la esclavitud de negros africanos y otras formas de coacción, tales como indios bajo sistemas de tributación y trabajo, de una parte, y la libertad y sus diversas expresiones: automanumisión, cimarronismo, sublevaciones, recompensas por servicios y blanqueamiento.58 Además de éstas, dentro de los procesos de la vida cotidiana y por razones de eficacia en el trabajo, patrones de rentabilidad y sicología social, se produjo un fenómeno denominado de “libertad transitoria”59 que facilitó la explotación minera y el mejoramiento de los niveles de libertad de los esclavos, aún bajo el sistema de cuadrillas. El siglo xviii es también un período decisivo en el reordenamiento te rritorial del Chocó debido a la introducción de cuadrillas de esclavos africanos desde 1689; a la fundación de pueblos de indios con la respectiva concentración de gente embera de diversos lugares en resguardos, con las correspondientes exigencias de tributos y las reacciones expresadas en migraciones, y al ingreso de funcionarios, comerciantes y eclesiásticos con sus efectos sobre unas sociedades distintas en sus cosmovisiones y actitudes. Los ejes de este reordenamiento fueron Citará (Quibdó) en el Atrato y Nóvita en el San Juan, ambas, cabezas de las nuevas provincias de la Gobernación del Chocó, creada en 1726. Nóvita se constituyó en la provincia más importante de explotación aurífera por la riqueza minera en las áreas de sus ríos y por la mayor concentración de esclavos en los reales de minas. En ella, el peso de los mineros de Popayán, Cali, Cartago y Anserma fue preponderante; en menor
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Sergio Mosquera, De esclavizados y esclavizadores en Citará. Ensayo etnohistórico, Medellín, Promotora Editorial de Autores Chocoanos, 1997.
Orián Jiménez, “Baudoseños, convivencia y polifonía ecológica” [Tesis de Grado, Departamen to de Historia, Universidad Nacional de Colombia], Medellín, 1996 y “La conquista del estómago: viandas, vituallas y ración negra, siglos xvii-xviii”, en: Adriana Maya (ed.), Geografía humana de Colombia: Los afrocolombianos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1998. En este último texto el autor sostiene que: “Una vez se les dejaba en libertad transitoria mediante el sistema de auto-alquiler, o esclavos dados en jornal, los esclavistas no se veían en la obliga ción de suministrarles ningún alimento. Con ello las ganancias de los dedicados a la esclavitud eran mayores pues, además de que se libraban de la manutención, recibían diariamente cierta cantidad de ‘tomines de oro’ de manos de sus ‘esclavos’ –según las costumbres de los países donde se desarrollara– por el beneficio de este sistema”; pp. 232-233 [la cursiva es del autor]. 59
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medida, los mineros de Santa Fé de Antioquia se dirigieron a los tributarios del alto Atrato (Capá y Andágueda principalmente) y tuvieron una mayor presencia en la provincia de Citará. Sin embargo, mineros de la Gobernación de Popa yán en el alto Atrato y cunas asociados a extranjeros en el bajo Atrato pero con conexiones en el corazón minero colonial, lograron competir con los de Santa Fé de Antioquia por el oro, explotándolo en parte los primeros y usándolo para contrabando los segundos. Dentro de este reordenamiento territorial, emberas y en menor medida noanamás fueron sometidos a tributos y producciones agrícolas de plátano, maíz y caña de azúcar principalmente, para sustentar la mano de obra esclava en la explotación del oro. Ello produjo impactos en estas sociedades y desplazamientos que presionaron y chocaron con sociedades vecinas, lo que reordenó fronteras interétnicas entre emberas, cunas y catíos en el medio y bajo Atrato, produjo dispersión, migraciones emberas y cimarronismo hacia el Baudó, el Pacífico y afluentes del Atrato medio y bajo (Bojayá), y migraciones de waunanas hacia los ríos Dagua, Anchicayá y Raposo y hacia Panamá, el río Micay y al sur. Estas nuevas realidades debieron incidir en la caída demográfica de la población indígena. El desplazamiento de los hábitats tradicionales indígenas, el ingreso de la población esclava en su reemplazo en algunas zonas, las nuevas formas de ordenamiento y trabajo indígenas y la diezma producida por enfermedades fruto del contacto con los españoles, llevaron a que a fines del siglo xviii el nú mero de indígenas censados fuese excesivamente bajo: 1.659 en la provincia de Nóvita y 3.755 en la provincia de Citará en 1778, si se tiene en cuenta que los datos demográficos de 166060 eran del orden de 60.000 habitantes en el Chocó, y en 1768 la población indígena del Chocó (citarás y noanamás) se estimaba en 36.000 habitantes.61 Tal como hemos señalado, el asentamiento colonial se realizó en la zona minera más rica, donde había una mayor densidad de población indígena y una mayor concentración de esclavos negros. Por ello, en el centro del Chocó (alto Atrato y alto San Juan) se produjo el mayor número de centros poblados, y en menor medida en el Baudó, el bajo San Juan, bajo Atrato y Costa Pacífica. 60 61
W. F. Sharp, op. cit.
M. Pardo Rojas, “Bibliografía sobre indígenas Chocó”, op. cit.
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Murrí fue fundada en 1711, más tarde Tadó en 1715, Condoto en 1758 y Beté en 1765. Sin embargo, se fue produciendo durante el siglo xviii un desplazamiento lento de negros libertos, cimarrones y manumisos e indígenas hacia zonas de refugio de los territorios mencionados, donde vivieron de la pesca y la agricultura, principalmente.62 Solamente Quibdó y Nóvita se convirtieron en centros de poblamiento más permanente y estable; eran a la vez centros administrativos rodeados de campamentos mineros sobre los cuales tuvieron jurisdicción política, religiosa y económica. Estos centros dependían a su vez de Popayán, el eje jurisdiccional, centro de gobierno y sede episcopal. Podría afirmarse que tanto los centros mineros principales (Quibdó, Lloró, Sipí y Nóvita) como los demás –aún los últimos fundados del siglo xviii: Condoto y Tadó (1785)– se situaron en las vegas de los ríos y eran de reducida extensión. Sus abastos principales fueron el cerdo, la carne salada de res, mieles, aguardiente, menestras y harinas traídas de las provincias de Cali, Buga, Cartago y Anserma; cacao, carne de monte, pescado, azúcar, plátano y maíz eran producidos predominantemente por indígenas; las harinas y ropa eran traídas de Cartagena por el río Atrato. Con esta base alimenticia, cuando fue eficiente, los entables mineros con unidades de cuadrillas lograron ser altamente productivos, en especial entre fines del siglo xvii y 1730, ya que en el resto del siglo xviii la producción fue menor pero estable.63 En el corazón minero colonial, el proceso que va entre 1680 y 1800 produjo en buena medida una variación de los tradicionales patrones de poblamiento embera y de su sistema socio-político segmentario. La subregión se pobló en las zonas auríferas ribereñas por pobladores negros, libres y esclavos, prefe rentemente; y en las partes altas y medias de los ríos por pobladores indígenas. Si bien, en ambos casos, los asentamientos fueron pequeños, el proceso de po blamiento y de despoblamiento –por lo efímero de algunos y los traslados de otros– fue continuo e itinerante. El nuevo orden, de “una sociedad netamente esclavista, creada y mantenida con el propósito único de saquear la riqueza
Jacques Aprile-Gniset, Apuntes sobre el poblamiento y los habitantes del Chocó, Cali, Universi dad del Valle, 1991, y del mismo autor Poblamiento, hábitats y pueblos del Pacífico, Cali, Universidad del Valle, 1993. 62
63
Beatriz Castro, “El poblamiento de la Costa Pacífica”, en: Alonso Valencia (dir.), Historia del Gran Cauca, Cali, Universidad del Valle, 1996.
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aurífera de la región”,64 modificó tradicionales formas de vida indígena, pero generó relaciones interétnicas e intersticios que facilitaron los procesos de libertad de indígenas y esclavos, no exentos de conflictos. En tales contextos, el poder colonial efectivo se concentró en el alto Chocó y como resultado de la colonia minera coexistieron nativos dependientes e inde pendientes, negros esclavos y libres, mulatos, zambos, blancos dueños de minas, burócratas, comerciantes y clérigos. Hubo también casos de negros libres con esclavos y minas, y negros libres que ejercieron el barequeo, la agricultura y el comercio en pequeña y mediana escala. Estos últimos se convirtieron en un eslabón de transición entre nativos y españoles, construyendo formas culturales propias. Si bien el mestizaje biológico fue escaso, los africanos y sus descendientes aprendieron técnicas de los aborígenes, desde la construcción de casas y canoas hasta modalidades agrícolas y médicas.65 Presumimos que las relaciones interétnicas, poco estudiadas para el siglo xviii, aportarían mucha riqueza para el conocimiento de la sociedad y de cada grupo en particular. Es evidente que los contactos entre comunidades indígenas y negras se inician al establecerse los primeros distritos mineros en el Chocó y ante las necesidades de abastecimientos de alimentos (maíz, plátano) para sustentar a las gentes negras. Las relaciones de indios y negros con los mineros propietarios, comerciantes, clérigos y representantes de autoridades coloniales fueron diferentes, pues allí se trataba de relaciones de conquista, dominio y explotación, al menos en una primera instancia, pero debieron conjugarse con relaciones paternalistas, patronímicas y sexuales. En las minas también se dieron las relaciones interétnicas. En ellas, los indígenas servían como canoeros para el transporte de víveres por las riberas de los ríos, como cargueros cuando se trataba de transportar mercancías por vías terrestres como en el caso del paso de géneros comestibles entre las provincias de Nóvita y Citará a través del arrastradero de San Pablo, y como cultivadores del maíz, con su manejo milenario, para alimentar y sustentar las cuadrillas de esclavos. 64 65
W. F. Sharp, op. cit.
O. Jiménez, “Baudoseños, convivencia y polifonía ecológica”, op. cit.
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Pero las relaciones interétnicas, no siempre equilibradas, se vieron atra vesadas por la dinámica minera colonial que implicaba intereses esclavistas de payaneses y antioqueños, luchas por el control de sus respectivas áreas de influencia, y el papel de franciscanos y jesuitas en la obra misionera buscando calmar asperezas por conflictos ancestrales entre sociedades indígenas. Además de estos aspectos, el incremento de la explotación aurífera a comienzos del siglo xviii hizo más tensas las relaciones entre esclavistas, corregidores de indios y curas y entre estos tres con negros e indios. Los esclavistas luchaban porque los indios sostuvieran de alimentos a las cuadrillas de esclavos; los corregido res “dueños del trabajo personal de los indígenas” trataban de controlar a los indios en sus pueblos para no perder los jugosos repartimientos ricos en dinero y obtener tributos que los ponían por fuera del dominio del clero. Los clérigos se quejaban del abandono espiritual de los indios por el manejo que corregidores y esclavistas hacían de ellos. Por su parte, la Real Audiencia, quien debía resolver el conflicto, “argumentaba que no dando bastimento los indios a los esclavos el perjudicado era el quinto del rey”. Entre tanto, indios y negros luchaban por sobrevivir en medio de tantos intereses en juego. Indígenas de Bebará y Quibdó se quejaban en 1711, ante las autoridades de Antioquia, de los maltratos que recibían de corregidores y tenientes de gobernador porque les impedían atender sus rocerías, platanales y pesquerías para alimentarse con los suyos. Por los malos tratos y las hostilidades, indios y negros respondían con el cimarronaje; los pri meros se retiraban al centro de las montañas y las cabeceras de los ríos, y los segundos lograron la libertad huyendo o a través de la compra. Muchos “libres de espíritu” se desplazaron a fines del siglo xviii al Baudó –antigua provincia de Birú– y se asentaron en ese refugio geográfico.66 Según estudios recientes con muy buen uso de archivos oficiales, en la provincia de Nóvita, la más rica en oro en el Chocó durante el siglo xviii, fue posible que muchos negros permearán o fisuraran el sistema esclavista y obtuvieran excedentes en dinero para lograr su libertad.67 Después de 1750, las márgenes del río San Juan se poblaron de hombres libres que ejercieron el oficio de canoeros; otros se dirigieron allí por su mala conducta o por ser fugitivos de la justicia.
66 67
Ibíd. Ibíd.
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Como resultado del cimarronismo y de la automanumisión, en 1782 el Baudó contaba con 157 indígenas y 90 hombres libres de color. Cuarenta años después, en 1822, los indígenas ascendieron a 286 cuando la población negra se cuadruplicó alcanzando a 348 personas. Esto muestra que mineros de las provincias de Nóvita y Citará permitieron que pobladores negros e indios se expandieran más allá de sus lugares de explotación aurífera y abrieran campo a muchos esclavos para acumular el dinero necesario para comprar su libertad. Las formas de “libertad transitoria”68 que se produjeron en los reales de minas permitieron a muchos esclavos trabajar en su beneficio, acumular dinero tomín a tomín, enviarlo a sus amos y obtener el documento de libertad. En el Chocó, dada la calidad de los esclavos “de barra” y su carácter racial, estos debían pagar sumas más altas de dinero para obtener su libertad, que aquellos que vivían en villas y ciudades.69 De esta manera, el Baudó se pobló con esclavos “libertos” de los centros mineros coloniales de las provincias de Citará y Nóvita quienes, una vez obtenida su libertad, buscaron independencia territorial; y con “libres de espíritu” que adoptaron posiciones de resistencia frente al sistema esclavista, “violentaron” la sociedad en que vivían y se refugiaron en una zona rocosa y de difícil acceso, como fue el Baudó y el litoral Pacífico al norte. Con este proceso, las relaciones interétnicas se desarrollaron en el Baudó, creándose diversos nexos de solidaridad, resistencia y violencia. Podría afirmarse que indios y negros se conocían en buena medida desde antes de trasladarse al Baudó pues en pueblos y minas habían compartido la fabricación de canoas y casas, el abastecimiento de maíz y pescado, la enseñanza del cultivo de plátano, la crianza y comida de cerdo, y los saberes empíricos sobre curaciones de enfer medades. Estas relaciones dieron lugar a cruces culturales y connivencias entre ambas etnias, y a un número desconocido de zambos. Si algún lugar cumplió un papel decisivo en el fortalecimiento de las rela ciones interétnicas y de los conflictos provocados por esclavistas y corregidores fue el Arrastradero de San Pablo. A través suyo quedaban unidas las provincias de Nóvita y Citará distantes una hora y media de camino, entre los ríos Atrato
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Ibíd. Ibíd.
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al norte y San Juan al sur. Los indígenas tenían la potestad en este lugar para ejercer el oficio de cargueros, con lo cual cubrían el tributo. Así mismo, por allí ingresaban desde Popayán, Cali, Buga y Cartago alimentos (carnes, granos y mieles) y géneros de la tierra. Esclavistas y corregidores de indios cometieron abusos y convirtieron el paso en un lugar privado, lo que encareció los géneros. Aunque la Real Audiencia estipuló desde 1772 que el lugar fuera privativo de los indios de Lloró y prohibió la intromisión de gente “libre y vagabundos forajidos”, desde mediados del siglo xviii éstos fueron lentamente desplazados del dominio exclusivo del arrastradero, y al culminar el siglo la mayoría de las labores de guías y arrastre eran desarrolladas por negros. Los litigios continuaron a tal punto que aún entre los indios hubo diferencias pues los de Quibdó cobraban doce pesos por el arrastre cuando los del pueblo de Lloró cobraban sólo seis pesos.70 El panorama atlántico, por las magnitudes de la esclavitud, contrasta en varios sentidos con la esclavitud neogranadina, en relación con aspectos como el número de esclavos, los lugares de destino, las actividades productivas o de servicios y las características geoecológicas y etnohistóricas de la esclavitud. La cifra exacta, o por lo menos aproximada de los africanos que fueron transportados al Nuevo Reino de Granada, es todavía materia de discusiones, en virtud de las dificultades en los cálculos, la disponibilidad de fuentes que permitan su seriación y la variable indeterminada que representa el contrabando como práctica constante. Sin embargo, los cálculos más aceptados hasta la fecha estiman en 250.000 los esclavos introducidos en esta parte de la América española, con base en datos oficiales y su interpretación (aunque es muy posible que ingresaran otros 125.000 de contrabando).71 Un porcentaje muy bajo –aproximadamente un 1%– en comparación con toda la trata en América (entre diez y quince millones de esclavos); incluso si lo comparamos con toda la trata que se calcula para la América española: según algunas investigaciones un total de 1.600.000 esclavos fueron introducidos en las colonias controladas por España (otros datos completan el panorama americano al respecto así: 4.000.000 a Brasil, 3.700.000 al Caribe inglés, francés, holandés y danés, y más de 500.000 a
70 71
Ibíd.
Hermes Tovar Pinzón et al., Convocatoria al poder del número. Censos y estadísticas de la Nueva Granada, 1750-1830, Bogotá, Archivo General de la Nación, 2003, pp. 29-31.
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América del Norte).72 En efecto, aunque los africanos esclavizados que tuvieron como destino el Nuevo Reino de Granada constituyeron tan solo una cuota minoritaria dentro del total de la trata negrera que drenó la demografía africana a lo largo de varios siglos, con el tiempo ellos y sus descendientes tendrían un peso muy significativo en su estructura social y racial, al compás del fenóme no de las mezclas raciales que dio lugar al mestizaje, mulataje y zambaje.73 Dentro de las tesis generales sobre la catástrofe demográfica indígena, también en el Chocó, buena parte de los indígenas debió ser sustituido mediante la importación de esclavos. A fines del siglo xviii (1776), cerca de 70.000 negros esclavos habitaban en el virreinato de Nueva Granada; el Chocó contaba con casi 6.000 de ellos (1779). Sabemos de las relaciones de trabajo en los reales de minas que se establecie ron en el Chocó en el siglo xviii, y de la estructura de poder jerarquizada, controlada por capitanes de cuadrillas, jefes de corte y administradores de esclavos. Los reales de minas localizados en las riberas de los ríos permitían el uso de agua reunida en pozos y desplazada a través de acequias. Aquellos estaban compuestos en orden jerárquico así: una casa para el administrador, unos cuantos ranchos para los negros, una troja para almacenar maíz, un rancho para el manejo de la fragua, una capilla y cortes o frentes auríferos donde los esclavos realizaban los trabajos de extracción.74 Se trataba de pueblos móviles que se desplazaban a medida que se agotaban los veneros cuyos esclavos pertenecían a gentes adineradas –ausentistas– asentadas en ciudades coloniales como Popayán, Cali, Buga, Santa Fé de Antioquia, Medellín o Santa Fé de Bogotá, a esclavistas mineros y comerciantes, residentes por temporadas en las minas, 72
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74
Véase Marc Ferro (dir.), El libro negro del colonialismo. Siglos arrepentimiento, Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 131.
xvi
al
xxi:
Del exterminio al
Así lo indican los datos demográficos contemporáneos: Norman Whitten, Pioneros negros: La cultura afro-latinoamericana del Ecuador y Colombia, Quito, Centro Cultural Afro-Ecuatoriano, 1992, p. 61, quien recuerda que según Curtin (Philip D. Curtin, The Atlantic Slave Trade. A Census, Madison, The University of Wisconsin Press, 1969) la introducción de “piezas” africanas para el área de Panamá, Colombia y Ecuador fue del 2% del total en América, pero que en 1950 surgió con el 7% del total de la población afroamericana de la época. Cabe agregar que la situación actual de Colombia respecto a la adscripción étnica, según el Censo Nacional de 2005, confirma esta tendencia al crecimiento y fortalecimiento demográfico de los afrocolombianos o afrodescendientes en el país. O. Jiménez, “Baudoseños, convivencia y polifonía ecológica”, op. cit. y W. F. Sharp, op. cit.
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o a mineros con pequeños capitales que manejaban y explotaban las minas al mismo tiempo. En la explotación minera, los esclavos hombres trabajaban anualmente 227 días y las mujeres 210. Los tiempos de dos horas libres al día y días domingo los empleaban en manufacturas u ocupaciones para conseguir dinero con que comprar su libertad. Es realmente inimaginable un cautiverio sin posibilidades de trabajo libre para siembras, extracción de oro y beneficio propio, por lo que Orián Jiménez ha acuñado el término de “libertad transitoria” asociada a movilidad, adquisición de capacidad adquisitiva por parte de los esclavos, laxitud en la esclavitud y ganancia mutua para amos y esclavos. Estos aspectos incidirán en el alto número de negros libres en la segunda mitad del siglo xviii, especialmente en la provincia de Nóvita, cuando la liquidación de testamentarias –y no ya los inventarios de minas– es más profusa. Las altas inversiones en esclavos (quinientos patacones de oro por un esclavo) y la caída paulatina de la producción minera desde mediados del siglo xviii llevó al “autoalquiler o esclavos dados al jornal” para no perder el capital invertido. Con ello, los esclavistas se salvaban de su manutención y no perdían ese capital. De este tipo de características del sistema esclavista en el Pacífico (Chocó y Sur), algunos investigadores han deducido lo que se puede considerar como su singularidad.75 Con este mecanismo la libertad total se abría paso dentro de un sistema aparentemente laxo que permitía comprar la libertad a los esclavos y recuperar la inversión a los esclavistas. Quienes no lograron la libertad debieron quedar adscritos a las minas, huir o aún volverse esclavistas como sus amos, o dóciles y serviles. De allí que a las formas de resistencia expuestas puedan agregarse las relaciones de solidaridad y aún de asimilación del sistema esclavista en las que participaron también muchos negros. En este contexto, “la libertad transitoria” fue producto de la política laboral desarrollada en el Chocó y de la decadencia de los distritos mineros de la segunda mitad del siglo xviii; con ello se desencadenaron formas de trabajo concertadas que primarán en el siglo xix. De esta manera, y como resultado de la quiebra de los lazos de sujeción esclava, se llevó a cabo el poblamiento de regiones como el Baudó que hasta fines del siglo xviii contaba con muy poca gente. La
75
G. Barona, op. cit.
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explotación aurífera del Chocó y específicamente de Nóvita, creó entonces en los negros dos pautas de poblamiento: la de los que quedaban libres mediante el fenómeno de “libertad transitoria” o la de los que la compraban; y la de los que violentaron la institución de la esclavitud mediante el cimarronaje o de los que debieron ocultarse por haber cometido delitos. Para fines del siglo xviii percibimos una crisis en la producción minera chocoana, lo que incidirá en el traslado de cuadrillas de esclavos hacia el centro de la gobernación, habrá un mayor número de esclavos ahora libertos por compra de la libertad, manumisión o por cimarronaje variado, y se producirá una quiebra generalizada de los lazos de sujeción esclava,76 que a su vez incidirá en la dispersión de las sociedades indígenas, la migración de blancos y la búsqueda de nuevos hábitats por parte de las sociedades negras. Aunque aparentemente la crisis minera dejó al Chocó a la deriva, la disputa de su territorio por parte de las nuevas provincias republicanas del Cauca, Antioquia y Cartagena, seguirán presentes durante el siglo xix. Chocó seguirá siendo un territorio estratégico por su ubicación y riqueza, que se consolidará ahora como región bajo el eje de Quibdó, su nueva capital republicana. Los procesos de poblamiento cambiarán de modo sustantivo en el siglo xix ya que, cuestionados desde fines de la colonia los elementos vertebrales de la esclavitud, y en parte rotos los reales de minas y los pueblos de indios, se reordenará el espacio tradicional en uno nuevo y republicano que facilitará la reconstrucción de estilos de vida ancestrales en sociedades indias y negras, aunque ahora inmersas en proyectos nacionales y regionales. Los complejos mineros tuvieron el carácter de una economía extractiva y de marginalidad frente a los centros de poder del sistema colonial. Ello se debió a las dificultades del transporte y del comercio, y al poco interés de los españoles por enraizarse en esas tierras. En cambio, ello redundó en beneficio de negros e indígenas quienes pudieron buscar alternativas de autosuficiencia y relativa autonomía social, política y religiosa. Si los negros trabajaron en la minería, ya avanzado el siglo lo hicieron con más fuerza en la agricultura, el transporte, el comercio y otros oficios especializados como el de rezanderos, médicos raiceros,
76
Germán Colmenares, “Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830”, en: Germán Colmenares, Zamira Díaz de Zuluaga, José Escorcia y Francisco Zuluaga (eds.), La Independencia: Ensayos de historia social, Bogotá, Colcultura, 1986.
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herreros, carpinteros y bodegueros. También ocuparon las vegas de los ríos y algunos tuvieron minas de su propiedad y vivieron en pueblos principales como Quibdó.77 Para los africanos y sus descendientes, según P. Vargas,78 “la contribución social, cultural y la conformación territorial en la región, se dio a partir de cuatro caminos. Estos son: el cimarronaje, el campamento minero, la automanumisión, y la manumisión”. Por la automanumisión, en el Atrato, los esclavos nunca fueron más de cuarenta de cada cien personas de la población total, aunque ésta fue la forma más generalizada para obtener la libertad. Para 1851, con las leyes de libertad de esclavos, estos representaban cuatro de cada cien personas en el Chocó, los que crearon amplias redes sociales junto con los libres y resta blecieron su “organización social conformada por parentelas extendidas, centradas en las mujeres donde los vínculos de parentesco ficticio como el compadrazgo, los hijos de crianza y la generalización del nombre de tío para las personas de edad, son fundamentales en la ampliación de los lazos de solidaridad”.79 Las relaciones entre los procesos de identidad de pobladores negros con la religiosidad católica institucionalizada es un tema por explorar y en el que se entrecruzan memorias de la esclavitud y la libertad, la experiencia de la cons trucción de sociedades autónomas y varios sentidos colectivos (reciprocidad, comunidad, territorios compartidos) y nuevas estrategias de control (como las misiones católicas). Aquellos se toman espacios religiosos católicos para expresar sus sentimientos de dolor y alegría, ajenos a la tradición cristiana. Los sacerdotes no enseñaban el catolicismo a estas gentes por lo disperso de las minas, por lo que dicha enseñanza estuvo a cargo de capataces, dueños de minas, madres de familia, capitanes o alguno de la cuadrilla. Alabaos, rezos, advocaciones, rosarios y dogmas católicos fueron facetas de apropiación del catolicismo. A fines del siglo xviii, muchas comunidades negras se ubicaban en las vegas de los ríos Atrato y San Juan de manera dispersa, y en el Baudó. Los embera ocuparon la margen occidental del río Atrato, y partes altas y medias de los ríos más fértiles y menos inundables para la agricultura. Los mineros libres
77 78 79
P. Vargas, “Fronteras fluidas y de dominación en el río Atrato”, op. cit. Ibíd., p. 341. Ibíd., p. 342.
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ocuparon afluentes orientales del Atrato, con la explotación de las minas y platanares, pues allí por conformación geológica se encuentran abundantes yacimientos auríferos. Muchos libres se establecieron también en la vecindad de los campamentos mineros para extraer oro, comerciar o vender sus productos agrícolas. En el contexto de la colonia española, las relaciones de frontera territorial y cultural establecidas por los negros en el Atrato están mediadas por sus relaciones culturales con los indios y blancos. Entre los embera y los negros las relaciones fueron predominantemente conflictivas y tensas. Los negros se asentaron en las partes bajas de los ríos y fueron desplazando a los embera de las zonas medias. Estos últimos consideraban “bárbaros” a los primeros dentro de una conflictiva frontera cultural. Sin embargo, hacia el río Baudó migraron negros cimarrones y automanumisos desde el siglo xviii, los que lograron asociarse y producir zambaje y buenas relaciones con los indígenas. De estos negros descendieron los pioneros de la tagua y el caucho en el Pacífico. Así, basados en el censo de 1778, la población del Chocó fue de 14.662 habitantes. El poblado más grande era el de Quibdó con 2.241 habitantes, centro administrativo y comercial, seguido de los centros mineros de Tadó (2.121) Nóvita (1.628) y Lloró (1.684). Los esclavos representaban el 40% de la población chocoana, seguidos por un 36% de indígenas concentrados principalmente en Quibdó (1.077), Lloró (1.140) y Chamí (993) en Citará; y en Noanamá (640) en Nóvita. Por su parte, los libres representaban el 21% y los blancos el 3%. El peso de la población negra esclava y libre es significativo pues representa el 61% del total, lo que se incrementará a lo largo del siglo xix y hasta el último censo realizado con criterios raciales en 1912, cuando el 85% fueron negros y el 15% restante fue de blancos indígenas y mezclados. En dos siglos, entre 1660 y 1860, la población en el Chocó pasó de una significativa demografía indígena a una predominantemente negra.80 Tal como hemos señalado, en el siglo xviii el poblamiento más significativo se produjo en la subregión central de la sociedad chocoana, en los cauces medios
80
Hermes Tovar, Que nos tengan en cuenta, 1800-1900, Bogotá, Banco de la República, 1995; Robert Murphy Cushman, “Racial succession in the colombian Choco”, Geographical Review, Nueva York, vol. 29, núm. 3, 1939; W. F., Sharp, op. cit. y G. Colmenares, Historia económica y social de Colombia: Popayán una sociedad esclavista. 1680-1800, op. cit.
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y altos del Atrato y del San Juan, así como de sus afluentes orientales, donde se encontraban las principales riquezas auríferas. Después del sometimiento de em beras a pueblos de indios y de la organización de algunos grupos indígenas bajo el sistema de servicios personales y tributo, se agudizó la caída de la población aborigen, al tiempo que por razones de la trata, principalmente, se incrementó la población esclava y por efectos de la manumisión y el cimarronismo, más significativamente, lo hizo la población libre predominantemente negra. Con ello, la Gobernación de Popayán tuvo la mano de obra necesaria para explotar las minas y alimentar en parte sus poblaciones, con lo que se resarció de la crisis minera ocurrida en el valle del río Cauca en el siglo xvii. Los procesos de reordenamiento territorial con la introducción de escla vos y la fundación de pueblos de indios dieron lugar a reacciones de los grupos sometidos y a movimientos de población. En relación con las reacciones hemos detectado entre 1688 y 1825 al menos seis rebeliones de esclavos y siete acciones de resistencia significativas de comunidades indígenas entre 1719 y 1778. Las primeras fueron sublevaciones e insurrecciones por maltrato de mineros y capataces a esclavos, especialmente en Tadó, la Balsa, Nóvita, Bebará, Noanamá y Baudó. Las reacciones indígenas consistieron en ataques a pueblos como Beté y rebeliones en Murindó y Riosucio por malos tratos y tributos excesivos.81 A fines del siglo xviii, el mapa del Chocó es completamente diferente al que dejamos en 1670. En el bajo Atrato los cunas con pocos emberas desplazados lograron mantener el control del golfo de Urabá mediante pactos con corsarios, piratas y contrabandistas extranjeros, con los que el nuevo orden no estuvo exento de conflictos entre ellos y con un imperio español que, aún débil en esta subregión, creó mecanismos de control al contrabando de oro, de otras mercaderías y de esclavos. Al hacerse fuertes en el golfo lograron también mayor estabilidad en el Darién. Por su parte, los waunanas en el bajo San Juan debieron moverse en tres direcciones: asociarse al comercio proveniente de las provincias del sur y el valle del río Cauca hacia Nóvita y Quibdó, producir bienes agrícolas para el sustento de cuadrillas de esclavos en centros mineros y migrar asociados a manumisos ante la presión de formas de trabajo que afectaban
81
M. Pardo Rojas, “Bibliografía sobre indígenas Chocó”, op. cit. y A. Valencia Llano, op. cit.
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sus órdenes tradicionales, hacia el norte del litoral Pacífico vía Charambirá, Buenaventura o Panamá. Esta subregión se asociará con más fuerza, por los motivos señalados, a las provincias del Valle del Cauca y a Popayán, pues además los caminos terrestres vinculaban a Nóvita con Cartago y Anserma; Sipí, por vía fluvial, se comunicaba con el río Naranjal (valle) y por el Dagua se llegaba desde el bajo San Juan al Cauca. El alto Atrato y el alto San Juan se convirtieron en el eje de la región al transitar de una frontera militar y misional hacia la apertura de una frontera minera de gran impacto en la Gobernación de Popayán, en el Virreinato de la Nueva Granada y en las Cajas Reales españolas. Evidentemente, los factores decisivos de la introducción de mano de obra esclava y del sometimiento de emberas y pocos waunanas al sistema de pueblos de indios, trastocó los territorios ancestrales y propició nuevas relaciones interétnicas, de dominación y resistencia que incidieron en las estructuras vitales de las sociedades sometidas. La zona fue a su vez disputada con fuerza por la Gobernación de Popayán en el alto San Juan, y por la de Santa Fé de Antioquia en el alto Atrato. Por vía fluvial (con arrastraderos) Beberá y Beté se comunicaban con Santa Fé de Antioquia; por camino terrestre Santa Fé de Antioquia salía por Urrao hacia el Atrato; y desde Chamí (Risaralda hoy) se ingresaba a Bagadó. En el siglo xviii surgió la subregión del Baudó de un modo nuevo, ya que los monguineras fueron extinguidos, por lo que se produjo un repoblamiento que pareció tener más el sentido de zona de refugio para pobladores negros huidos del corazón colonial y de indios migrantes que reaccionaron al dominio hispánico. Del río Atrato migraron los dobidá del Bojayá y del Baudó. A mediados del siglo xviii, y con el objeto de concentrar fugitivos emberas, se fundaron Opogadó, Napipí y Cupica. Para la misma época citaraes-emberas migraron hacia el río Bojayá, el alto río Baudó, la Costa Pacífica y el Darién, acompañados de negros libres que se asentaron en el litoral y en las márgenes del río Baudó y sus afluentes. Esta subregión posee la peculiaridad de estar muy asociada al Pacífico atravesando la Serranía del Baudó, transmontando la del Darién o saliendo por las bocas del río Baudó a cabos y bahías. Esta zona del litoral recibirá un poblamiento más significativo en el siglo xix cuan do las riquezas vegetales y faunísticas sean objetivos clave de los mercados internacionales. Con los movimientos poblacionales señalados, el estado demográfico y territorial del Chocó, según los censos de finales del siglo xviii, es el siguiente:
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los principales asentamientos en la provincia de Nóvita fueron Nóvita, la capital, con 1.628 habitantes; Tadó con 2.121; Sipí con 1.092; Juntas con 260; Baudó con 201 y Cajón con 383; Noanamá con 906 y Brazos con 915. Esta provincia tenía 7.509 habitantes distribuidos en 12 clérigos, 146 blancos, 1.659 indios, 1.975 libres y 3.717 esclavos. En la provincia de Citará los centros poblados eran: Quibdó con 2.241; Lloró, 1.684; Chamí, 1.013; Beté, 271; Bebará, 1.048; Murrí, 335 y Pavarandó, 1.561. Contaba con 7.153 habitantes distribuidos en 11 clérigos, 163 blancos, 3.755 indios, 1.185 libres y 2.039 esclavos. En conjunto poseía una población total de 14.662 habitantes bajo el control colonial. Quibdó era el centro administrativo de la provincia y tenía la mayor población con 180 casas, 80 en las afueras y 100 de otros grupos sociales. La mayoría de los nativos vivían al parecer independientes, pues el sur del Chocó sólo tenía cuatro pueblos de españoles y cinco de indios en 1749.82 En el censo de la provincia del Chocó de 1778, en Nóvita había ocho lugares y en Quibdó siete con sólo veinte personas en estado eclesiástico, de los cuales tres eran seculares en Tadó y Quibdó, y dos en Nóvita y Chamí. De los 309 blancos (2,11% del total de la población) la mayoría estaba en Tadó (64), Quibdó (45), Nóvita (37) y Bebará (35). Los indios eran 5.414 (36,93%) con peso en Lloró, Quibdó, Chamí, Noanamá y Tadó. 3.160 fueron libres, en especial en Nóvita, Tadó, Quibdó, Brazos, Bebará y Sipí. Los esclavos eran 5.756 con peso en Nóvita (1.129), Tadó (1.157), Sipí (685), Quibdó (714) y Bebará (613). Libres y esclavos fueron el 61,36%, indios el 36,01% y blancos el 2,38%. Así, en total hubo 14.662 habitantes, siendo los centros más poblados Quibdó (2.241), Tadó (2.121), Lloró (1.684), Nóvita (1.628), Sipí (1.092), Bebará (1.048) y Chamí (1.013).83
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H. Tovar, op. cit. y José Olinto Rueda, “Población y poblamiento”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993. H. Tovar, op. cit.
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Tercer capítulo El siglo xix chocoano según sus investigadores contemporáneos Este tercer capítulo se concentra en identificar los procesos que definen el siglo xix chocoano como un período decisivo y muy dinámico para la configuración regional, entre los cuales cabe destacar la consolidación y profundización de la tendencia sociodemográfica que condujo a que los grupos negros se convirtieran en la fuerza social predominante, así como su consiguiente expansión por el territorio, desplazando definitivamente a la indígena. Aunque la paradoja de este fenómeno reside en que los modos de poblar de ambos colectivos, negros e indígenas, serían sistemáticamente negados y deslegitimados por los discursos nacionalistas de la geografía y la historiografía de la república temprana, así como por las políticas gubernamentales. En efecto, estos imaginarios y discursos dominantes buscaron con afán realizar el ideal de una armonía entre “poblaciones civilizadas” y “territorios productivos” como base del progreso de la nación en formación y sus regiones. De acuerdo con los antecedentes y objetivos de este estudio, este capítulo se divide en dos partes: la primera se ocupa del balance de los estudios sobre el siglo xix chocoano realizados entre 1960 y 1990; y la segunda de los realizados entre finales de esa última década y la actualidad.
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Los estudios realizados entre las décadas 1960 y 1990: el Chocó, entre las autonomías étnicas y los proyectos modernizadores de la República Con base en los estudios producidos entre las décadas de 1960-1990 sobre el Chocó del siglo xix, que tuvimos la oportunidad de consultar para nuestro primer balance bibliográfico, sintetizamos, en las siguientes páginas, lo fundamental de lo que encontramos en ellos.1 El tránsito del siglo xviii al siglo xix en el Chocó ha sido poco estudiado así como el siglo xix en su conjunto. Sobre tales períodos existen avances e hipótesis todavía parciales y en esos estudios escasean los que se basan en la documentación primaria exhaustivamente trabajada. Los excelentes estudios de William Sharp2 y Germán Colmenares3sobre la gobernación de Popayán llegan hasta 1810; y los trabajos sobre el siglo xix señalan perspectivas importantes pero aún el campo de investigación es bastante limitado. Entre los desarrollos más significativos en la perspectiva de un “nuevo siglo xix” se encuentran: los trabajos de Rogerio Velásquez, que se refieren a la Independencia en el Chocó y las condiciones socioeconómicas durante la posesclavitud en el Atrato medio,4 de De Granda sobre las áreas dialectales asociadas a la experiencia minera y su énfasis en estudios del bajo Atrato en los siglos xix y xx,5 de María Teresa Uribe de Hincapié sobre Urabá (siglos xvi-xx),6 de Jacques Aprile-Gniset
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Óscar Almario García y Luis Javier Ortiz Mesa, Poder y cultura en el Occidente colombiano durante el siglo xix: Patrones de poblamiento, conflictos sociales y relaciones de poder [informe final de investigación], Medellín, Colciencias - Universidad Nacional de Colombia, 1998.
William F. Sharp, “La rentabilidad de la esclavitud en el Chocó, 1680-1810”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, 1976; y del mismo autor Slavery on the Spanish frontier: The colombian Chocó 1680-1810, Norman, University of Oklahoma Press, 1976.
Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia: Popayán una sociedad esclavista. 1680-1800, Bogotá, La Carreta, 1979.
Rogerio Velásquez, “Apuntes socioeconómicos del Atrato medio”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 10, 1962; y del mismo autor El Chocó en la independencia de Colombia, Bogotá, Ediciones Hispana, 1965. Germán de Granda, Estudios sobre un área dialectal hispanoamericana de población negra. Las tierras bajas occidentales de Colombia, Bogotá, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1977.
María Teresa Uribe de Hincapié, Urabá. ¿Región o Territorio?, Medellín, Iner - Corpourabá, 1990.
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sobre el poblamiento chocoano,7 de James Parsons sobre Urabá,8 de Patricia Vargas e Isacsson sobre las sociedades indígenas,9 de Beatriz Castro sobre el poblamiento del Pacífico,10 de Sergio Mosquera sobre la esclavitud en Citará11 y algunos valiosos ensayos sobre el Chocó dentro del Pacífico colombiano en la publicación de Biopacífico - FEN.12 Tal como habíamos señalado atrás, el Chocó continuó siendo un territorio disputado durante el siglo xix por sus riquezas mineras, vegetales y faunísticas, sólo que ahora bajo la condición de una república en construcción dentro de la cual debería cumplir un papel singular. Las disputas e intervenciones sobre sus territorios estuvieron dirigidas desde las provincias de Cartagena, Antioquia y Cauca sobre los dos cantones republicanos del Chocó, el del Atrato y el del San Juan, con centros capitales en Quibdó y Nóvita respectivamente. Era evidente pues que con esas intervenciones se trataba de integrar, dentro del proyecto nacional de las élites dirigentes, a una provincia compuesta por pobladores indígenas, negros esclavos y libres, y por élites locales blancas y mestizas que a la vez que arraigadas a sus pueblos de origen se asociaron al proyecto republicano con entusiasmo. Las modalidades de dicha integración fueron variadas, aunque tuvieron impactos desiguales según las subregiones y según la capacidad de aceptación, resistencia o autonomía y alejamiento de los pobladores con respecto al proyecto nacional de las élites.
Jacques Aprile-Gniset, Apuntes sobre el poblamiento y los habitantes del Chocó, Cali, Universi dad del Valle, 1991; y del mismo autor Poblamiento, hábitats y pueblos del Pacífico, Cali, Univer sidad del Valle, 1993. 7
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James Parsons, Antioquia’s corridor to the sea: The historical geography of the Settlement of Uraba, vol. 49, Berkeley, University of California Press, 1967.
Patricia Vargas, La conquista tardía de un territorio aurífero. La reacción de los embera de la cuenca del Atrato a la conquista española, Bogotá, Universidad de los Andes, 1984; y de la misma autora “Fronteras fluidas y de dominación en el río Atrato”, en: Guido Barona y Francisco Zuluaga (comps.), Memorias 1er Seminario Internacional de Etnohistoria, Cali, Universidad del Valle, 1995 y Sven-Erik Isacsson, “Embera: Territorio y régimen agrario de una tribu selvática bajo la dominación española”, en: Nina S. de Friedemann (ed.), Tierra, tradición y poder en Colombia. Enfoques antropológicos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1976. Beatriz Castro, “El poblamiento de la Costa Pacífica”, en: Alonso Valencia (dir.), Historia del Gran Cauca, Cali, Universidad del Valle, 1996.
Sergio Mosquera, De esclavizados y esclavizadores en Citará. Ensayo etnohistórico, Medellín, Promotora Editorial de Autores Chocoanos, 1997. Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993.
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De una parte, con la crisis de la minería a fines del siglo xviii, el abandono de algunos ricos mineros de los tradicionales reales de minas y el incremento de la población libre, una vez los lazos de sujeción se fueron resquebrajando en la segunda mitad del siglo xviii se produjo un proceso nuevo de migraciones colonizadoras dentro de la provincia, las cuales se conjugaron con el ingreso de pobladores de provincias cercanas. En ambos casos se crearon nuevas fundaciones de pueblos en el bajo y medio Atrato, el Baudó y el Pacífico principalmente; se produjo un cambio en cuanto a los ciclos económicos basados más en recursos vegetales exportables que en los minerales preciosos; y un reordenamiento de los ejes regionales cuyo centro fue Quibdó –eje administrativo, comercial y político– ante una Nóvita decadente y una Istmina ascendente, hasta convertirse ésta última en el centro de la provincia de San Juan a comienzos del siglo xx. Con estas transformaciones los territorios y poblamientos del Chocó sufrieron modificaciones significativas durante el siglo xix. Mas, dentro del nuevo período republicano, el Estado, los partidos políticos y la iglesia impulsaron un proyecto modernizador que penetró al Chocó para afirmar la ciudadanía de sus habitantes, igualándolos lentamente ante la ley (con medidas como la abolición de la esclavitud, del resguardo y del tributo a los indígenas, y “concesión” de libertades, participación electoral y en cargos públicos, en la prensa, la educación y las guardias nacionales), fenómeno cuya complejidad, ambigüedades y contradicciones amerita su estudio en profundidad. La igle sia por su parte mantuvo su presencia a través de sacerdotes, seculares y de comunidades religiosas, parroquias y viceparroquias, y de una amplia predicación de la doctrina en competencia con las visiones del mundo de indígenas y negros, quienes aceptaron, adaptaron y resistieron el estilo de vida propuesto por la iglesia católica. En todo caso, la institución eclesiástica transmitió sus mensajes utilizando mecanismos diversos, usó de la teatralidad de su poder, de la imagen, la tradición oral, la música y del prestigio y respeto que obtuvo socialmente. Al fin y al cabo se ocupó también de los momentos límites e íntimos en la vida de las personas: el nacimiento, el matrimonio, la enfermedad, las desavenencias y la muerte. Pero el proyecto nacional de las élites fundó sus valores cívicos y religiosos en un proceso de imposición de una cultura, una lengua, un credo y una raza. Con ello, los habitantes mayoritarios del Chocó –indios y negros esclavos y libres, y mulatos– quedaban supeditados al nuevo proyecto a través de un mestizaje cultural que se tradujo en la imposición de una cultura dominante blanca y
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criolla que excluyó en lo sustantivo los proyectos de tales grupos. Ciertamente, hubo sectores que se plegaron al proyecto modernizador de las élites con lo que la República tuvo también en el Chocó su particular proceso de construcción. Podría afirmarse que en una sociedad cuya visión preponderante de la vida y de la riqueza no es la occidental –obtener ganancias, ahorrar y explotar recursos diversos sin medir sus efectos–, que no logró crear grupos medios significativos, aunque sí unas pocas formas de ascenso social, vio en la actividad política una manera de obtener favores y contraprestaciones, y de asegurar –aunque fuese por períodos– la subsistencia propia y la familiar. Con ello, la formación de clientelas políticas asociadas a los partidos liberal y conservador debió ser uno de los principales ejes de la política regional chocoana en sus pocos centros urbanos, creando a su vez lazos relacionales mediante familias extendidas hasta los lugares más distantes.
Así, el proyecto modernizador fue penetrando de múltiples formas al Chocó. Estado, particulares adinerados, partidos políticos e iglesia se decantaron por realizar una segunda conquista del Chocó, introduciendo cambios en el orden económico, político, social y religioso. La dinámica comercial ganó terreno a través de la política de colonización y concesión de baldíos, el impulso a la navegación a vapor, la construcción de caminos, la explotación de nuevos pro ductos vegetales, faunísticos y minerales y su exportación, la introducción de dragas para la explotación minera, la fundación de poblados, la configuración de Quibdó como eje regional y distribuidor de bienes, y un relativo incremento demográfico en los centros urbanos de Quibdó, Istmina, Juradó y bajo Baudó. Estos factores incidieron en un reordenamiento poblacional que modificó territorios y competencias administrativas y políticas. Con ello, la política regional tuvo bases lugareñas y se centró en tradiciones familiares y lealtades locales. Aún no sabemos si más allá de un estilo clientelista de la política fue posible establecer desarrollos educativos anteriores a los conocidos a fines del siglo xix, pues al parecer poco incidió este factor en la movilidad social y estuvo poco extendido. Sin embargo, debieron existir unas élites ilustradas locales en Quibdó y en menor medida en Nóvita, cuando sabemos de la existencia y circulación de catorce periódicos durante el siglo xix.13
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Biblioteca Nacional de Colombia, Catálogo publicaciones seriadas siglo Colcultura, 1995.
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xix,
vol. 2, Bogotá,
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Particulares adinerados jugaron un papel decisivo en el comercio, el gobierno regional, la prensa, la apropiación de baldíos y la explotación de las riquezas naturales. Estos, como parte de las élites políticas, económicas y religiosas configuraron un grupo de poder, predominantemente blanco, que ordenó a su modo el modelo republicano en la región, teniendo en cuenta la creación de sociabilidades con otros sectores –más que todo populares– que dieron lugar a relaciones de mutua dependencia y oposiciones directas e indirectas. Aún los estudios sobre el Estado surgido de la Independencia y sus relaciones con las provincias y cantones son limitados o carecen de base documental. Para el caso del Chocó, sabemos poco sobre su papel en las guerras de independencia y en la configuración de la nueva república y mucho menos del modo como fue asumida, resistida o rechazada por los diversos grupos sociales. Sin embargo, basados en los estudios existentes y en algunas pistas documentales, vamos a sugerir líneas de comprensión y problemas que permitan un acercamiento a los cantones chocoanos (1821-1886) con sus distritos, aldeas y secciones; y a las provincias del Atrato y del San Juan bajo la administración del departamento del Cauca durante la Regeneración en Colombia. Será necesario entonces señalar rasgos de la dinámica entre construcción nacional y construcción regional, con sus respectivas relaciones de conflictos, superposiciones, autonomías, inte graciones, rupturas y resistencias. Ingresamos al siglo xix en el Chocó con los mismos rasgos de la sociedad colonial construida en el siglo xviii –una sociedad tradicional–, en contraste con un nuevo proyecto republicano impulsado por las élites ilustradas. Aún no tenemos estudios que nos permitan comprender el encuentro y los conflictos entre estos dos modelos de sociedades, y los matices que se produjeron en sus diversos grupos sociales con respecto al nuevo proyecto. Basados todavía en unas pocas pistas señalaremos perspectivas y ausencias en el estudio del siglo xix sobre el Chocó.
Rogerio Velásquez o el descubrimiento etnográfico e histórico del Chocó En este contexto se destaca la obra del etnógrafo chocoano Rogerio Velásquez (Sipí, Chocó 1908-Quibdó, Chocó, 1965), nacido en un pueblo situado en las riberas de uno de los 130 ríos afluentes del San Juan. Profesor de la Escuela Normal Superior de Tunja, etnólogo de la Universidad del Cauca, Popayán
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(Instituto Etnológico), investigador auxiliar del Instituto Etnológico Na cional y jefe de la sección folclórica del mismo, que se puede considerar el primer etnógrafo afrocolombiano profesional. En el año 2000, en un primer reconocimiento nacional a la trascendencia de sus aportes, el icanh publicó una compilación de sus ensayos y estudios, hasta entonces dispersos en materiales de difícil consecución, edición que estuvo al cuidado del antropólogo Mauricio Pardo.14 Diez años después, la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, proyecto del Ministerio de Cultura, hizo una nueva recopilación de sus ensayos y escritos, esta vez al cuidado del historiador Germán Patiño.15 Los estudios de este etnógrafo, que se refieren a una gama muy amplia de asuntos y temas, revelan lo atento de su mirada, su curiosidad científica, el respeto por las tradiciones culturales y diversas prácticas de la gente con la que se identificaba por obvias razones, así como la seriedad y rigor con que abordaba los problemas de investigación que se planteó. Así, cuestiones históricas, la geografía y las comunicaciones, los avatares administrativos del Chocó, la eco nomía y el comercio regionales, la medicina popular, los rituales de muerte, la tradición oral y la literatura popular, la cultura material, la ancestralidad africana, entre otros muchos aspectos, formaron parte de sus inquietudes, pesquisas y reflexiones. De todo ese invaluable material vamos a retomar dos trabajos su yos que consideramos especialmente valiosos para los fines de nuestro estudio. El primero que consideraremos aquí se titula El Chocó en la Independencia de Colombia16 y el segundo lleva por título “Apuntes socioeconómicos del Atrato medio”.17 Como fue subrayado recientemente, el aporte de Velásquez sobre la independencia hace parte de uno de los primeros trabajos que en Colombia contribuyen a descentrar y “desnacionalizar” el discurso mítico de ese proceso, que ha sido instrumentalizado por sus élites de poder por cuanto lo explican como la realización heroica del proyecto ilustrado y capitalino con exclusión
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Rogerio Velásquez, Fragmentos de historia, etnografía y narraciones del Pacífico colombiano, Bogotá, ICANH, 2000.
Rogerio Velásquez, Ensayos escogidos, Bogotá, Ministerio de Cultura - República de Colombia, 2010, pp. 9-36. Rogerio Velásquez, El Chocó en la independencia de Colombia, Bogotá, Ediciones Hispana, 1965. R. Velásquez, “Apuntes socioeconómicos del Atrato medio”, op. cit.
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de las provincias y los sectores populares y subalternos.18 En ese denso ensayo, Velásquez, al tiempo que cuestiona ese enfoque mítico, nacionalista y elitista, se esfuerza en incluir al Chocó y su gente en un imaginario nacional resignificado, para lo cual recurre al concepto de negredumbre (una analogía contrastiva, según creemos, de muchedumbre, en boga en esa época), recurso retórico que se podría entender como la promoción de un nacionalismo con pueblo y que, desde su particular punto de vista, supone que se trata de un pueblo que además debe incluir lo negro. Así que con las reflexiones pioneras de este estudioso estamos en presencia no sólo de cuestiones de índole académica sino también de sus consecuencias políticas, lo que convierte a Velásquez en un ejemplar intelectual que apunta en dos sentidos, el científico y el político, de una todavía difusa pero ya perceptible identidad negra. Según el etnógrafo, a comienzos del siglo xix el Chocó era un territorio conocido, y lo era en realidad desde el siglo xviii, aunque sólo en su “superficie” y en forma paradójica, es decir, no de fondo. A diferencia de lo expuesto por los geógrafos del siglo xix que no fueron conclusivos respecto de lo que explicaba el atraso del Chocó, Velásquez aprovecha este ensayo para dejar sentada su hipótesis de que sí pesa en ello su aislamiento y la falta de caminos que lo alejaban de Cartagena, Cali, Santafé de Antioquia, Neiva y Popayán. Sin embargo, dichas dificultades, que fueron observadas en su momento por los visitadores reales (como por ejemplo Juan Jiménez Donoso en 1780), en lugar de recibir respuestas positivas de las autoridades coloniales condujeron a disposiciones erráticas que acentuaron su aislamiento, en la medida que siempre privilegiaron el interés imperial en desmedro del provincial: “De los ríos se acordaron en España para cerrarlos, como ocurrió con el Atrato […]”.19 A partir de esta base, la crítica de Velásquez se concentra en demostrar que el Estado español nunca tuvo una política colonizadora sino puramente extractiva de recursos, hipótesis que tendría consecuencias en distintos planos, como el social por la ausencia de una sociedad consistente y estable, y el político, que permite explicar por qué el malestar reinante fue canalizado por el proceso de la Independencia y 18
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Óscar Almario García, Castas y razas en la Independencia de la Nueva Granada, 1810-1830: Identidad y alteridad en los orígenes de la nación colombiana, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2013, pp. 17-26. R. Velásquez, El Chocó en la Independencia de Colombia, op. cit., p. 50.
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comprender la dinámica por la cual “los de abajo” se sumaron al mismo. De este modo, su análisis devine en una contra-narración o contra-relato al que oficialmente predominaba hasta ese momento, en la medida que pretende no sólo la inclusión social de la gente de la provincia del Chocó en ese momento fundacional de la nación sino que de ello se deriva una intención de inclu sión simbólica en el imaginario nacional de esta región y su gente en relación con el futuro. Proponerse develar los motivos y las razones de la Independencia en el Chocó, le impone a Rogerio Velásquez desarrollar un notable trabajo de do cumentación, análisis y síntesis histórica, que a su vez es revelador de su amplia capacidad para integrar materiales de archivos, observación etnográfica e ima ginación sociológica. Siguiendo el canon de los estudios sociales de la época, su exposición tiene este orden: en la primera parte se exponen las características más estructurales de la provincia económica, las clases sociales y las rebeliones de la plebe; y en la segunda se ilustra la “noticia revolucionaria”, el año terrible de 1816 por la reconquista española, así como los posteriores de 1816 a 1819 por el desarrollo del conflicto y finalmente las “noticias sobre los libertadores”. En cuanto a la economía y en particular el estado de la agricultura regional, y a diferencia de lo sostenido por el fatalismo de los geógrafos del siglo xix y de la transición al xx, Velásquez argumenta que si bien los suelos chocoanos no eran los más aptos para la producción agrícola intensiva, por estar permanentemente sometidos a las lavadas por la pluviosidad y humedad, y admitido también que durante la Colonia la agricultura fue sobre todo de subsistencia, no obstante sostiene que la historia regional bien pudo haber sido diferente. Esto es, de haber mediado otras políticas imperiales en favor de la población, porque a pesar de las desventajas de los suelos para su uso agrícola intensivo, de todas formas quedaban disponibles importantes terrenos que pudieron haberse utilizado para la agricultura. En efecto, en su opinión, “[…] quedaban las terrazas aluviales de las riberas, las localidades costeras del Cario, donde estaban ubicadas Concepción, Mandinga y Caimán y las veras de los ríos que desembocan al Pacífico”.20 Con lo cual, Velásquez introduce uno de los niveles de observación clave para comprender y explicar tanto los procesos de apropiación de la tierra durante
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Ibíd., p. 50.
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la Colonia por “colonizadores” y especuladores como las posteriores dinámicas de ocupación extensiva del territorio por la gente negra en libertad durante el siglo xix. Contra la idea formulada y difundida por Codazzi, la Comisión Corográfica y sus continuadores, sobre la supuesta desidia del negro chocoano como causa principal del atraso provincial, Velásquez expone el argumento de la responsabilidad histórica de un Estado colonial parasitario y saqueador de los recursos por cuanto su interés no es colonizar, es decir, porque no crea colonias ni forma provincias, porque en últimas no busca establecer un poblamiento. Lo que aparte de los factores económicos tuvo sobre todo consecuencias so ciales, por la configuración de unos sujetos externos o “colonizadores” que no se identificaron con la provincia que gobernaban y controlaban sino a la que solamente expoliaban, con lo cual el sujeto colonizador se redefine como un sujeto “interno” pero que en realidad parasitaba en las condiciones provinciales. Crítica sociohistórica de fondo sobre el colonizador hispánico que Velásquez extiende hasta los sujetos “criollos”, es decir, a los mineros esclavistas de Pasto o Popayán, que únicamente buscaron el control de minas y tierras para heredar pero no para labrar y producir. Así las cosas, la minería del oro habría condiciona do la agricultura, condenándola a la precariedad y falta de iniciativa amplia y comercial. Mientras que los geógrafos nacionalistas del siglo xix y comienzos del xx insistieron hasta la saciedad en las desventajas geográficas del Chocó por su localización en la región de las calmas, Rogerio Velásquez contraargumenta que la humedad y fragmentación de los suelos jugaron a favor de un encuentro creativo entre los pobladores y las condiciones naturales para que se incrementara la diversidad de los productos, lo que a su vez propiciaba una cercanía entre los pobladores asentados en los diferentes lugares y el aprovechamiento de esa amplia diversidad. Sin embargo, el español, obsesionado por el saqueo del oro, desestimó estas ventajas y no reconoció la potencial relación productiva que se anunciaba entre minería y agricultura, por lo que los bosques de Unguía y de San Joaquín de Nauritá, los entornos de Bojayá, Munguidó y Tamaná, las vertientes templadas del San Juan o del Atrato, permanecieron como tierras improductivas. En una perspectiva de corte sociohistórica Velásquez concluye presentando el radical contraste entre un “pueblo conquistador” externo y otro endógeno sometido al expolio y la infelicidad: “Al pueblo conquistador le bastaba buscar oro, vivir como refugiado, ahorrar equipo, comer mal, alojarse en peores condiciones. En su presupuesto no figuraban comunidades felices, prósperas y uniformes que
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sintieran el deseo de vivir plena y cabalmente”.21 Su crítica de lo peninsular como experiencia colonizadora de la peor estirpe deviene en sociología histórica, puesto que deduce de ella todas sus implicaciones en las condiciones internas coloniales, por lo que llega a sostener o representar una situación cultural que raya con la esquizofrenia social, ya que los vencedores, representados por sus descendientes “criollos”, adoptan los vicios y costumbres de los vencidos, razón por la cual los blancos del Chocó se condenaron a sí mismos a una existencia precaria en lo cotidiano pero ambiciosa en la apropiación de tierras y minas: “Para él [el terrateniente pastuso o payanés], la libertad política se conseguía con el ejercicio de socavones u hoyaderos, tomas o fosos longitudinales. Empero, disputaba por las tierras vecinales que se destinaban para la descendencia, nunca para labrarlas y convertirlas en recursos alimenticios de que tanto se necesitaba”.22 La evidencia histórica constata esta tendencia a la apropiación en forma privada de las tierras del Chocó, porque a partir de la cédula real del 15 de octubre de 1754 los dueños de entables de minas se apropiaron de los baldíos aledaños, no obstante existir el antecedente de donación de tierras de pan sembrar, estancias de ganado mayor o caballerías para el sostenimiento de los esclavos. Como explica Rogerio Velásquez, a raíz de ello el San Juan terminó repartido entre veinticuatro mineros de Popayán, Santa Fe y algunos de la provincia, y el Atrato se dividió entre “quince terratenientes”.23 En ninguno de estos casos se promovieron la agricultura, la ganadería o el comercio. En esas condiciones estructurales de predominio de la economía minera parasitaria, lo notable es que no obstante pudo abrirse paso la agricultura de los colonos negros y mulatos, con sus características de nomadismo y prácticas difíciles, tal como la vio en su momento Don Carlos Ciaurriz en 1803.24 Toda esta situación social regional descrita por Velásquez se veía agravada por el hecho de que el indio trabajaba
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Ibíd., p. 53. Ibíd., p. 54. Ibíd.
Informe rescatado en Enrique Ortega Ricaurte y Ana Rueda Briceño, Historia documental del Chocó, vol. 24, Bogotá, Editorial Kelly, 1954. Así como otros funcionarios coloniales, véase Bartolomé Tienda de Cuervo, “Memoria del Intendente sobre el estado de Nueva Granada, y conveniencia de restablecer el Virreinato”, Economía Colombiana [revista de la Contraloría General de la República], Bogotá, año iii, vol. 9, núm. 25, mayo de 1956, pp. 389-396.
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para los corregidores y no para su familia o grupo, con lo cual el cuadro general de la región alcanza proporciones negativas colosales. La otra causa de la independencia en el Chocó tiene que ver con la minería, la cual experimentaba una evidente decadencia a finales del siglo xviii, motivada por varios factores que Velásquez resume en cinco: uno, los métodos de trabajo anticuados y carentes de herramientas que condujeron al desplome de la producción, la ruina de los entables, la decadencia de las cuadrillas y la consecuencia de esclavos dispersos y desordenados; dos, a la pobreza en general de los mineros por la escasa rentabilidad de la producción, la consiguiente división entre mineros “ricos” y “pobres” y la aparición de una “minería nómada” practicada por zambos, mulatos y negros libres; tres, la precariedad reinante en los asentamientos y pueblos en los que no se aplicaron las disposiciones de las Recopilaciones, que por lo mismo quedaron mal situados e indefinidos en sus términos y funciones; cuatro, a las cargas impositivas del imperio que colapsaron las posibilidades de atenderlas y en cambio desataron las peores prácticas, rivalidades y ambiciones; y cinco, a la falta de las más elementales condiciones para la educación de la población, que desembocó en revueltas populares, mientras que los sectores de élite se enfrentaban por el poder. Sin lugar a dudas, el estudio de Velásquez sobre las condiciones regionales del Chocó para el momento de la Independencia constituye un ejemplo pionero para las nuevas generaciones de investigadores. El segundo estudio de Velásquez, con especial referencia al sigo xix chocoano, referido a las condiciones socioeconómicas del Atrato medio, contiene varias de las pistas analíticas clave que los investigadores posteriores han seguido hasta la actualidad para comprender las relaciones entre los antecedentes coloniales y el siglo xix, y sobre todo para identificar las principales características de la región en este último siglo.25 Todo lo cual se sintetiza en la sorprendente contradicción entre el río Atrato que representaba “todo” (movilidad, recursos, desagüe) y la absurda decisión de la Corona española de clausurarlo durante la mayor parte del siglo xviii por el peligro del contrabando y la amenaza de las potencias competidoras, lo que se tradujo en consecuencias nefastas para las posibilidades de bienestar en el interior de las provincias chocoanas. Con
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R. Velásquez, “Apuntes socioeconómicos del Atrato medio”, op. cit.
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este trabajo, Rogerio Velásquez también incursiona en temas novedosos para la época y que siguen abiertos a la discusión actual, como el de la cultura material y la trama social de la región y sus grupos fundamentales. En efecto, siguiendo a Orlando Fals Borda,26 Velásquez apunta que la vivienda del negro chocoano es una adaptación casi integral de la indígena, ajustada a la actividad minera, que se va a difundir por los ríos con la expansión migratoria de los negros a mediados del siglo xix. Pero más allá de estos temas, el verdadero objetivo de este ensayo y su trascendencia consiste en el análisis de las características y cambios en las relaciones de propiedad en esta parte del Chocó, que a su vez es una manera de introducirnos en el intrincado asunto de la estructura social del período que nos ocupa, temas en los que Velásquez sigue los caminos abiertos por los estudios de Robert C. West de unos años antes. En efecto, dos grandes y nuevas tendencias históricas, y las fuerzas sociales implicadas se perfilan en el Chocó desde la segunda mitad del siglo xviii, las mismas que se proyectarían hasta el xix, esto es, las que representan los grandes propietarios y la de la propiedad de los libertos. Como se anotó antes, los grandes propietarios se habían hecho a las “tierras de composición” del Chocó aprovechándose de la real cédula del 15 de octubre de 1754.28Sin olvidar los antecedentes que indican que los registros de minas en las condiciones geoecológicas ya descritas constituían una estrategia jurídica de apropiación de tierras y cursos de agua, que se sirvió de la Recopilación de Leyes de 1680, según el análisis de Ots,29 y que Velásquez retoma.30 Aseguradas entonces las posesiones de los grandes propietarios esos dominios se manejaban después de cualquier manera, es decir, que las tierras se podían vender, enajenar y heredar, y jugar con ellas en la feria de empleos, entre otras modalidades. Respecto de las propiedades de los libertos, el etnógrafo chocoano toma el emblemático año de 1851 (libertad absoluta de los esclavos decretada por la República) como el hito cronológico a
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Orlando Fals Borda, La vivienda tropical húmeda, sus aspectos sociales y físicos como se observan en el Chocó, Bogotá, Centro Interamericano de vivienda y Planeación, 1958. R. Velásquez, “Apuntes socioeconómicos del Atrato medio”, op. cit., p. 141.
Sobre el particular R. Velásquez se apoya en un texto de Miguel Antonio Arroyo de 1954. En este punto cita un texto de José María Ots de 1945.
R. Velásquez, “Apuntes socioeconómicos del Atrato medio”, op. cit., p. 173.
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partir del cual los libertos se habrían asentado en las propiedades de los antiguos amos. Todo esto en medio de una gran variedad de alternativas, es decir, como tierras tomadas en arriendo o no, de grado o por fuerza, pero en todo caso lo cierto es que los libertos se apropiaron de las minas de los terratenientes y se instalaron a vivir en los platanales antiguos. Mientras tanto, se verificaba la decadencia de haciendas y lugares por el avance de esta nueva fuerza que representaban los libertos, que paradójicamente Velásquez registra como algo de impacto negativo, como supone que lo evidencian los casos de “[…] las haciendas de Bebará y Bebaramá, Beté y Riosucio, Munguidó y Andágueda”.31 Sin duda, esta parte de su análisis se presta a mucha discusión desde las perspectivas actuales, por lo menos en dos sentidos, según creemos: en uno, por estar apegada a la idea de que 1851 (ley de manumisión general de los esclavos) es la fecha que marca el despegue hacia la emergente forma de propiedad de los negros libres, lo que contrasta con las investigaciones más recientes, como veremos más adelante, que demuestran las consecuencias que tuvo la “libertad pactada” o “transitoria” en la movilidad social y en las formas de propiedad entre los libres, como fenómenos sociales asociados a la decadencia minera a finales del siglo xviii; y en otro, por establecer una distinción muy drástica, vía la comparación, entre esa experiencia de la propiedad de los libertos en el Valle del Cauca y la del Chocó antes de 1851. En efecto, según Velásquez:
Podría argüirse que hubo, antes de 1852, negros con haciendas que producían cartas de aforramiento. Tales hatos fueron frecuentes en el Valle del Cauca donde se daban, no graciosamente, sino como medio de lograr los amos mayores ingresos o de descargarse del sustento de los acollarados. En el Chocó los trabajadores de las minas carecieron de esas ventajas, pues el esclavo no podía distraerse de los quehaceres de los entables en los días festivos, so pena de ser castigado o vendido a postores del interior.32
De este modo, Velásquez se introduce en otro campo de estudio significativo en el que se conectan pasado y presente como cuestión relevante para el análisis social, en lo que infería era la situación de ese momento, es decir, a comienzos
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Ibíd., p. 173. Ibíd., p. 174.
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de la década del sesenta del siglo pasado, en relación con la propiedad de la tierra en el Chocó. Situación que puede resumirse en una suerte de contradicción entre la realidad social y las disposiciones jurídicas, por cuanto el poblamiento de los libres no descansó o no se soportó sobre títulos legítimos de propiedad. En efecto, el abandono de los antiguos reales de minas facilitó la creación de nuevos caseríos, así: Las Mercedes se forma por los habitantes de Neguá, Bebará, Bebaramá, y Bete; Boca de Tanandó a partir del real de minas de Lombricero de Tanandó; Yuto de Lloró y Samurindó; Boraudó de Lloró, entre otros. En su dinámica, el poblamiento de los libres se hace extensivo y ribereño, complementado por una agricultura de subsistencia. A nuestro modo de ver, el análisis de Velásquez se torna contradictorio en este punto, porque por una parte reconoce la nueva dinámica pobladora iniciada en el siglo xix, pero por otra critica la supuesta incapacidad de la gente negra para asegurar su propiedad. En efecto, Velásquez sostiene que leyes del siglo xix (como las de los años 70, 74 y 82) y del xx (de los años 15, 17, 26, 31 y 36) “los autorizaba [a los negros] para alcanzar el derecho de propiedad, [pero que] la indolencia y la ignorancia no los dejaron actuar. Hoy sin derecho escrito, por ocupación y por cultivo los ampara el artículo 19 de la ley 100 de 1944 […]”.33 Sin embargo, la cuestión en discusión radica en que la “indolencia y la ignorancia” de la gente negra del Chocó no son características espontáneamente desarrolladas sino las manifestaciones de siglos de esclavización, subalternización y subordinación, que la experiencia republicana acentuó con su discurso nacionalista, progresista y racista. Lo que entre otros fenómenos significó la fractura o desencuentro entre la construcción de territorios como gesta colectiva y la formación de identidades étnicas. Cuestión que tan sólo las condiciones de finales del siglo xx y la adop ción de la Constitución Política de 1991 en Colombia permitirán resolver parcialmente mediante la emergencia de la identidad étnica afrocolombiana y sus derechos territoriales. No obstante estas contradicciones, hay que reconocer que Velásquez anticipó el complejo problema que subyacía a la situación regional del Chocó del siglo xix a partir de la estrecha relación entre el pasado esclavista, la decadencia minera, las formas de propiedad de la tierra y el poblamiento negro en libertad, que apuntan a su singularidad. Por eso, tuvo razones de sobra para
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Ibíd.
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argumentar las dificultades que esa falta de títulos sobre la tierra implicaba en términos de inestabilidad social, limitaciones en las herencias y sucesiones, procesos de compra-venta y demás. Esta ausencia de títulos en sus nuevos detentadores (herederos de los antiguos esclavos y libertos) facilitó incluso que los descendientes de antiguos propietarios blancos en algún momento decidieran cobrarle impuestos a los “ribereños del San Juan y del Atrato”, lo que a su vez empujó a éstos a la agricultura nómada y difícil, acentuada por los problemas de transporte. Sin olvidar las dificultades sin cuento que para un campesino chocoano presentaba el intentar hacerse a un título de propiedad con arreglo a las leyes. Con base en estos valiosos aportes de Velásquez, quien a su vez se apoyó en los de West, entre otros, la cuestión de las relaciones entre el poblamiento nuevo y la apropiación de territorios comenzó a definirse como una temática central para los nuevos estudios sobre el Chocó. En adelante, nos detendremos en los aspectos de este balance que relacionan la cuestión del poblamiento con los conflictos y tensiones sociales.
Demografía histórica y vida social En su dinámica demográfica entre 1778 y 1912, una suerte de largo siglo xix, según creemos, se experimentó una de las transformaciones más significativas de la provincia del Chocó: la de su configuración poblacional. A ese respecto, según José Olinto Rueda, la región pacífica (Chocó y Barbacoas) tuvo cuatro momentos.34 De 1780 a 1825 hubo estancamiento de la población (1778: 37.000, 1825: 35.000), pero aquí los datos están sobrenumerados por Rueda, pues en 1778 los pobladores ascendían a 23.873, por lo que se produjo un crecimiento muy leve. El mayor auge demográfico del siglo considerado se produjo entre 1825 y 1851 cuando la población alcanzó 73.512 habitantes, se incrementaron las explotaciones mineras bajo formas de mazamorreo y se dinamizaron los flujos migratorios. Entre 1851 y 1870 decayeron las tasas de crecimiento cuando en el lapso de diecinueve años, la población sólo aumentó en 11.000 habitantes,
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José Olinto Rueda, “Población y poblamiento”, en: Pablo Leyva (ed.), Colombia Pacífico, t. 1, Bogotá, Biopacífico - FEN, 1993.
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lo que parece estar asociado a la baja productividad en las explotaciones mineras y a la liberación legal de los esclavos, quienes se dispersaron en gran medida y muchos no pudieron ser censados. Para los años 1870-1905 se produjo una modesta recuperación demográfica, al parecer subnumerada, pues hasta 1912 el incremento poblacional no tuvo parangón ni antecedente. Entre 1870 y 1912 el Pacífico pasó de 84.790 habitantes a 168.306 lo que significa un incremento del 100%; así, se dobló la población en cuarenta y dos años. En este contexto, la provincia del Chocó con sus cantones del Atrato y del San Juan, tuvo un primer período casi estancado entre 1782 (17.900) y 1835 (21.194), un importante crecimiento entre 1835 y 1851 (43.649) y un excesivo decrecimiento entre 1851 y 1870 (41.343). Estos últimos períodos debieron estar asociados a fenómenos de migraciones, población dispersa y ocupación de negros e indios en lugares de difícil acceso para la configuración censal, porque si se miran las tasas de crecimiento entre 1870 y 1912 (87.546) más que se dobla la población en este período. Aunque estas tasas de crecimiento poblacional son menores a las del resto del país son significativas en una región cuyos niveles de salubridad e higiene son deficientes y cuyos ritmos de natalidad, mortalidad y morbilidad son críticos en el conjunto nacional. Si se mira al Chocó en el conjunto del Pacífico se percibe que su peso demográfico es el de mayor importancia. Para el período 1835-1870 el Chocó representa un poco más del 50% de la población del Pacífico; para 1905 (censo subnumerado) sólo el 33,9% y para 1912 el 44,9%, sólo si se tiene en cuenta el número de 77.546 habitantes en total, cuando el resto de los porcentajes se distribuyen entre un 25% a 30% de la zona de Buenaventura y un 20% a 25% de la zona de Pasto - Tumaco. Si aún miramos más detalladamente los censos encontramos que dentro del Chocó, el Cantón de San Juan posee más habitantes que el del Atrato entre 1782 y 1870, cuando éste último toma la delantera centrado en tres ejes de desarrollo urbano: Quibdó (la capital) que para 1912 cuenta con 20.475 habitantes, Itsmina con 12.846, y Pizarro con 5.697. Este último hace parte de la zona de Juradó con un total de 9.504 habitantes incluidos Litoral (1.050) y “salvajes” (1.500). Por su parte, en el Cantón de San Juan surge con fuerza Baudó en el litoral, Nóvita y Tadó permanecen aunque en descenso en orden de importancia demográfica y económica, y Condoto y el Carmen aparecen y se destacan como
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nuevos poblados. Asimismo, en el Atrato decaen los distritos de Chamí, Lloró, Bebará y Murrí durante el siglo xix, cuando en el San Juan lo hacen Sipí y Noanamá principalmente. En este contexto, en la segunda mitad del siglo xix se produce un reor denamiento territorial muy vasto en el Chocó pues para 1912 se registran 77.546 habitantes más un renglón de “indios (tribus)” que agrega 10.000 moradores calificados como “irreductibles” o “salvajes”. Si exceptuamos a Acandí, Urabá y Juradó, el Chocó registra para 1912, 57.547 habitantes discriminados en 2.719 blancos, 40.661 negros, 5.237 indios, 8.989 mezclados y 73 extranjeros.35 Al parecer, hay síntomas que indican que en este período se produjo un marcado auge de la colonización campesina agrícola, tal vez dinamizada por la libertad de circulación que significó la manumisión entre 1821 y 1852 y la crisis correspondiente de los antiguos centros mineros. Entre 1778 y 1912 el Chocó pasó de tener un 61% de su población com puesta por negros esclavos y libres, a poseer una del 85% conformada por los mismos. Ello significa que la importante aunque limitada población indígena de la región fue de sólo 5.389 (36%), frente a 8.916 esclavos y libres en 1778, cuando para 1912 de cerca de 80.000 habitantes, sin considerar “irreductibles” ni pueblos como Neguá y Pueblo Rico, el 85% de los pobladores fueron negros, y los indígenas, mezclados y blancos completaron el 15% restante del total de la población. En el lapso de dos siglos, de 1660 a 1860, se transformó la composición racial del Chocó,36 lo que tendrá incidencia en los reordenamientos territoriales y en los nuevos cambios de la economía y la sociedad regionales, pues además se abolió la esclavitud después de un proceso creciente de rebelio nes, manumisiones, cimarronismo, blanqueamiento y concesiones de libertad. La dinámica demográfica, basada principalmente en las tasas de natalidad positivas de parte de la población negra, en un descenso de la indígena y en un leve crecimiento de la blanca, presionó hacia nuevas fronteras y territorios dando lugar a nuevos poblamientos, a fronteras fluidas entre los distintos grupos y a la creación de instituciones, lo que asociado a las dinámicas
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J. Aprile-Gniset, Apuntes sobre el poblamiento y los habitantes del Chocó, op. cit.
Robert Cushman Murphy, “Racial succession in the colombian Chocó”, Geographical Review, Nueva York, vol. 29, núm. 3, 1939.
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colonizadoras y comerciales de los gobiernos nacional y regionales cercanos reordenó en parte las subregiones existentes y dio lugar al repoblamiento de otras. Podría afirmarse que del siglo xviii al xix transitamos de una producción minera en decadencia y estancamiento en el alto Atrato y el alto San Juan a modos de vida más asociados a la explotación de ricos productos vegetales y a la producción artesanal de pesca y agricultura, sobre todo en el Baudó, el Pacífico y el bajo Atrato.37
Configuración territorial Con el declive de la producción colonial en el corazón minero chocoano, se produjo una gran dispersión de pobladores indígenas y negros, que migraron hacia el medio y bajo Atrato, el Baudó, el Pacífico, el San Juan, el occidente del actual Caldas y el occidente y suroeste de Antioquia. En el bajo Atrato estos debieron disputar territorios con migrantes procedentes de Cartagena y de los ríos Sinú y San Jorge para dar lugar a los poblados de Turbo, Acandí y Riosucio. Con una dinámica comercial más amplia con eje en Quibdó, una importante navegación de cabotaje y ricas explotaciones de tagua, maderas, raicilla ipecacuana, caucho, conchas de mar y pieles de animales, se configuraron tales poblaciones, empujando a indígenas cunas más hacia Panamá y hacia unas pocas costas del golfo de Urabá; cada vez más emberas se trasladaban a las cabeceras de los ríos y selvas todavía intocadas, o se congregaban con catíos y chamíes después del éxodo de los centros mineros.38 Una población negra en expansión, una disminuida población indígena y una élite predominante, ordenaron de modo diverso sus territorios. Quibdó, Istmina y Nóvita fueron los centros de comercio durante el siglo xix. El primero se constituyó en eje administrativo, comercial y político desde el cual se conformaron redes económicas, políticas y culturales con los demás pueblos donde existieron élites lugareñas que impulsaban las políticas de “modernización” promovidas por las regiones vecinas, y constituían un orden que debió pasar siempre por las transacciones intergrupales y las relaciones de parentesco. De
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J. Aprile-Gniset, Apuntes sobre el poblamiento y los habitantes del Chocó, op. cit. M. T. Uribe de Hincapié, op. cit.; G. de Granda, op. cit. y B. Castro, op. cit.
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todos modos, el siglo xix presenta un Chocó que bajo el proyecto económico republicano integra varios circuitos y rutas de comercio: de Callao hacia Gua yaquil, Charambirá, Arrastradero de San Pablo y Quibdó; de Panamá hacia Cupica, Bebará y Quibdó; en el Caribe, desde Jamaica a Cartagena y Quibdó; y de Cartago por Nóvita hacia el Arrastradero de San Pablo y Quibdó.39 Quibdó se convirtió en la terminal de estos circuitos comerciales después de la apertura del Atrato, del incremento de compañías comerciales creadas por hombres de negocios en Quibdó por parte de ingleses que impulsaron el comercio entre Jamaica y Quibdó, algunos de los cuales ocuparon cargos públicos y se ave cindaron allí (Bruce, Cohen, Morris, Higeon, Perry e Isaacs entre 1821 y 1830). Otros desarrollaron un comercio Atlántico con géneros de Castilla vía Cartagena-La Habana-Quibdó y Nóvita, como los Ferrer; y otros más fueron comerciantes, mineros o abastecedores de los centros mineros esclavistas como los Rovira de Supía, Siqueira de Cartagena, Gaes de Buga, Terán de Quito y Ayala de Panamá. Para el período 1808-1851 el lucrativo negocio de compraventa de esclavos decayó al caer la minería, al ser trasladadas algunas cuadrillas a haciendas caucanas, al incrementarse la formas de obtención de la libertad y los costos de mantenimiento. Sin embargo, entre 1808 y 1850 se sabe de 902 compra-ventas de esclavos en Quibdó con valores entre 250 y 580 pesos de plata, lo que muestra que aún en la primera mitad del siglo xix la existencia de una sociedad esclavista era significativa.40 Poco sabemos de la composición de los grupos dirigentes, pero se percibe aún a tientas el predominio de familias blancas y en menor medida de familias extendidas de negros con poder económico y prestigio social, vehículos clave para integrarse a una sociedad que los marginó y excluyó. Al parecer, a través del comercio, la minería, la política, la administración y las uniones matrimoniales se configuró un círculo de familias (Contos, Ferreres, Arriagas, Andrades, Garcés) que logró un liderazgo regional, controló los cargos públicos y estableció relaciones de paternalismo y dependencia con las que pudieron –aparentemente con bajo nivel de conflictos– someter a la mayoría de la población. Algunos autores hablan de “espacios de aceptación interétnicos, convivencias pacíficas e in-
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Contraloría General de la República, “El Chocó”, en: Geografía económica de Colombia, Bogotá, Imprenta Nacional, 1943. S. Mosquera, op. cit.
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tegraciones sociales” que rompen con una pretendida “superposición étnica inmutable”, y de cómo las relaciones de parentesco, políticas y económicas (por deudas, créditos, dependencias basadas en la confianza mutua) contribuyeron a la distensión social en una economía donde no abundaba el circulante, y los créditos –en dinero o en especie– eran comunes.41 Las élites económicas y políticas le dieron un ordenamiento propio al espacio republicano mediante el desarrollo de centros con algún peso urbano, como Quibdó, Istmina y Juradó en el siglo xix. Desde tales centros se distribuían productos importados y bienes exportables. A fines del siglo, en Quibdó hubo almacenes aperados al mejor estilo europeo. Para Brisson, hacia 1890, Quibdó era una capital con una sociedad distinguida y culta donde habitaban prestantes negociantes como los Ferrer, Gabriel Lince y Elías Sierra. Su calle principal estaba conformada por almacenes bien provistos de géneros extranjeros, lozas, porcelanas, ferretería, harina, vinos y artículos de uso común en Norteamérica y Europa. Su dinámica comercial estaba asociada a la presencia mensual del Vapor Atrato con treinta y ocho toneladas de mercaderías, canoas y barquetas provenientes de Cartagena y comerciantes antioqueños que introducían gana do vacuno, marranos, frijoles, papas y cebollas desde el suroeste. A cambio se exportaba e intercambiaba tagua, aceites, resinas, maderas, oro y platino. La vida en Quibdó era entonces cara y comenzaba a ser regida de nuevo por los franciscanos recién llegados que en poco tiempo habían casado a todos los amancebados.42 Si Quibdó se estaba configurando como el centro urbano indiscutido del Chocó, en su comarca cercana y aún más en los territorios más lejanos, los poblados crecían lentamente. Para fines del siglo, según Brisson, en la región del Andágueda no existía autoridad civil ni religiosa, no había ley ni instrucción ni escuela alguna. Incluso afirmaba que: “Cada negro tiene su trabajadero o minita donde trabaja algunos días de la semana (cuando necesita urgentemente) con su familia, y prefiere ganar poco pero ser libre y trabajar por su cuenta. Rara vez aguanta una ocupación permanente”.43
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Ibíd.
Jorge Brisson, Explotación en el alto Chocó, Bogotá, Imprenta Nacional, 1895. Ibíd., p. 151.
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Es notoria la desigualdad económica, demográfica y social entre los prin cipales centros urbanos y los demás poblados, tales como Lloró, Bagadó y Chamí. Este factor debió incidir en la desigual y a veces inexistente presencia de un proyecto nacional que no se fundamentó en los pueblos. Si los ejes urbanos le dieron un nuevo orden al Chocó, bajo la dirección de las élites, otros grupos de la población reorganizaron las subregiones existentes, debieron modificar zonas de territorios anteriores y crearon otras nuevas. Estos procesos conjugarán desigualmente los proyectos modernizadores desde las provincias, los estados o departamentos del Cauca, Bolívar y Antioquia con respaldo en los ejes urbanos del Chocó y los territorios indígenas y de negros libres, principalmente. Los desarrollos modernizadores consistieron en proyectos económicos integrativos a la nación y al mundo internacional, mediante la dinamización del comercio de productos vegetales, faunísticos y minerales con sus correspondientes intercambios por mercaderías extranjeras y nacionales, la apertura de vías de comunicación que penetraron al Chocó asociadas a concesiones de baldíos y al desarrollo de la navegación a vapor. Tales proyectos económicos impulsaron oleadas de colonizadores, bien por reordenamientos territoriales, cuando indígenas o negros libres se debieron desplazar de los viejos centros coloniales, o bien por migraciones nuevas hacia territorios menos habitados como el bajo Atrato, el Baudó y el Pacífico. Así, con nuevas fundaciones y más pobladores, el Chocó creció demográficamente y siguió siendo un territorio en disputa por propios y extraños. A los proyectos económicos –algunos sólo enunciados como el del canal interoceánico– se articularon proyectos políticos. El predominante fue el proyecto republicano de las élites que se fundó en un orden parcial de leyes, partidos y redes políticas, iglesia, educación escasa, prensa significativa, algún desarrollo urbano y una pequeña élite fundada en riquezas económicas, prestigio social, status y redes de parentesco y de paternalismo que permitieron ejercer gobierno y dirigencia social por un largo tiempo. Es notorio que este proyecto fue predominante en el Chocó y debió ejercer un alto peso integrativo, pero al tiempo, debió chocar con formas autonómicas propias de sociedades que tenían otros modos de pensar, de relacionarse y de establecer sociedad, como las tradicionales organizaciones indígenas o los más mezclados grupos de negros africanos. Así, este proyecto económico, político y cultural de una república moderna superpuesta a poblados tradicionales debió coexistir en el Chocó con estilos de organización económica,
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social y cultural diversos y con cosmovisiones y territorialidades distintas a la occidental. Las tipologías de asentamientos a fines del siglo xix muestran la imposibilidad de un orden colonial de redes urbanas o de un orden republicano integrado, pues predominaron las distribuciones ribereñas como patrón de asentamiento dominante en la selva tropical en pequeños caseríos, con una mayor población indígena ubicada en la cabeceras y partes medias de los ríos, y una población negra más centrada en los bajos de los ríos y al borde del mar. Además, se construyeron pequeños caseríos en las playas o en tierras firmes rodeadas de manglares mientras las zonas interfluviales se mantenían despobladas; entonces la economía básica de estas poblaciones fue de subsistencia y estuvo basada en la pesca, la caza y la agricultura.44 De la coexistencia y los conflictos entre proyectos y estilos de vida resultaron las subregiones, algunas con tradiciones construidas y otras con novedades en su desarrollo. Veremos sus rasgos en el siglo xix para, en un futuro, comprender sus desarrollos desiguales en el siglo xx. En relación con el bajo Atrato algunos autores, como Aprile-Gniset y De Granda,45 han señalado que se produjo un movimiento poblacional hacia el litoral desde los ejes mineros coloniales, que dio lugar a un repoblamiento desde el interior del Chocó y desde Cartagena con efectos demográficos sobre el medio y el alto Atrato y en especial sobre Quibdó, y hacia territorios centrales del valle del Cauca. El llamado “repoblamiento” del bajo Atrato se produjo en la segunda mitad del siglo xix por parte de esclavos negros procedentes de las áreas mineras del interior y de la región Atlántica cuyo centro fue Cartagena, mediante una nutrida navegación de cabotaje y un tráfico comercial intenso con localidades costeras situadas al occidente hasta más allá de la frontera panameña, y con localidades ubicadas en las orillas del Atrato hasta Quibdó. Después de levantada la prohibición de navegación por el Atrato en 1783, el tráfico comercial adquirió mayor importancia; Cartagena y las zonas de las antiguas sabanas de Bolívar se convirtieron en foco de una importante corriente migratoria dirigida hacia las áreas costeras chocoanas del Atlántico e incluso, hacia las del bajo Atrato.
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J. Aprile-Gniset, Apuntes sobre el poblamiento y los habitantes del Chocó, op. cit. y B. Castro, op. cit.
Jacques Aprile-Gniset, “La colonización del Atrato”, en: La ciudad colombiana, vol. 2, Bogotá, Fondo de Promoción de la Cultura Popular, 1991 y G. de Granda, op. cit.
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Por su parte, Acandí, Turbo y Riosucio se debatieron para su formación entre Cartagena y el Chocó mismo. En Riosucio, la emigración procedente de Turbaco y otras poblaciones cartageneras se sobrepuso en la segunda mitad del siglo xix a una capa poblacional un poco anterior, procedente de las áreas chocoanas de economía minera del medio y del alto Atrato y especialmente del San Juan. Este núcleo de colonos cartageneros del bajo Atrato –que en 1890 estaba constituido por familias de apellido Prestán, Vergara, Gómez, Garrido, Marrugo, Porras, Ávila y Martínez– fue reforzado más tarde por familias de origen chilapo (de las sabanas de Córdoba y Sucre) en busca de terrenos libres, inexistentes en sus regiones por el predominio de latifundios ganaderos.46 El caserío chocoano llamado Pisisí y más tarde Turbo, fue fundado a partir de la recolección de caucho por una población negra de origen chocoano, atrateña y sanjuaneña, como lo muestran apellidos locales como Perea y Asprilla originarios de la región del San Juan; pero a su vez tuvo mayores penetraciones bolivarenses que Riosucio. Por su parte, Acandí tuvo una total fisonomía caribeña, impuesta por sus fundadores, originarios de Cartagena. Así, la zona de máximo influjo bolivarense fue la de Acandí, seguida por la de Turbo y la de Riosucio (bajo Atrato), mientras que la del alto y medio Atrato, afectada por la navegación fluvial originada en Cartagena, posee una fisonomía chocoana con pocas penetraciones culturales bolivarenses.47 Así, los nuevos poblados de la región del golfo de Urabá tuvieron como eje de fundación la explotación y la recolección de productos vegetales como la tagua, la raicilla ipecacuana, el caucho y la madera, donde se combinaron gentes del Chocó, de la Costa Atlántica y de las regiones de los ríos Sinú y San Jorge, como se verá con más detalle más adelante. Por su parte los cunas llegaron alrededor de 1850, después de muchos desplazamientos y migraciones, al archipiélago de San Blas y organizaron un territorio fuerte bajo su control. En el siglo xix, la piratería en el Darién tomó la forma de comercio legal y de contrabando sólido. En éste participaban en 1850 barcos norteamericanos y comerciantes de Cartagena, Curazao, Jamaica y Portobelo. Como en períodos anteriores interesaba de los cunas la carne de
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G. de Granda, op. cit. Ibíd., p. 59.
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manatí y de tortuga, la concha de carey, la tagua, el cacao, el ipecacuana y los plátanos, y a los cunas les interesaban los rifles ingleses, la pólvora, las telas de algodón y el brandy. Estos sembraron palmas y se dedicaron a comerciar también con los cocos en San Blas, donde configuraron un modelo de sociedad reconocida por el Estado de Panamá en 1925. La zona del bajo Atrato fue durante la época colonial un área prácticamente despoblada de habitantes blancos, criollos y negros, más no de indios embera y cunas principalmente, debido a lo cenagoso del terreno, a la inexistencia de explotaciones auríferas y a la prohibición entre 1698 y 1789 de la navegación por el Atrato para evitar la salida de oro de contrabando, controlada relativamente por vigías o fuertes militares. Por ello, sólo en la segunda mitad del siglo xix se produjo un poblamiento nuevo en el bajo Atrato como consecuencia de migraciones de antiguos esclavos negros y sus familias desde las zonas coloniales de explotación aurífera a nuevas zonas de pesca y agricultura, una de cuyas ramas descendió por el Atrato y fundó caseríos como Napipí, la Isla de los Palacios, El Montaño (de procedencia sanjuanera) y Playablanca, luego llamada Riosucio.48 Las familias Moreno y Mosquera, todavía hoy representadas en el bajo Atrato, procedían de Nóvita. La segunda migración, que dio lugar a Riosucio, estaba compuesta por gentes criollas o mulatas desplazadas desde Cartagena y su comarca, en busca de terrenos libres para la agricultura. Para fines del siglo xix (1890) parecen predominar los cartageneros y los de comarcas circunvecinas, pero debido a la afluencia posterior de negros del Atrato y del San Juan estos terminaron por sobreponerse al núcleo costeño. Para completar nuestro mapa, nos referiremos a Urabá, un territorio sui generis en el norte del Chocó. Según María Teresa Uribe de Hincapié49 Urabá y su hinterland fue desde el período de conquista un territorio con rasgos de pervivencia histórica por lo que distingue cuatro ejes sobre los cuales se ha desarrollado: el de la disputa y el conflicto, el del saqueo y la recolección, el del refugio y la ilegalidad, y el de la resistencia y la supervivencia. Si se mira, grosso modo, el Chocó no está exento de gran parte de esta caracterización, máxime si los territorios de Urabá y del Darién han estado, o
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Ibíd., p. 201.
M. T. Uribe de Hincapié, op. cit.
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bien incorporados administrativamente al Chocó y al Cauca, o bien poblados por sus gentes en convergencia con pobladores de la costa Atlántica y del interior hasta el siglo xx.
El Chocó disputado En este contexto, vemos entonces rasgos centrales del eje de la disputa y el conflicto, asociado a los proyectos modernizadores impulsados sobre el norte chocoano y sus resultados. La disputa republicana por el control de Urabá y parte norte del Chocó se produjo principalmente entre Cartagena (Bolívar), Cauca y Antioquia. Las tres regiones reclamaban jurisdicción sobre el valle del bajo Atrato y Urabá.50 Cauca, particularmente, reclamaba toda la cuenca del Atrato hasta su desembocadura, y Antioquia la margen derecha del río, lo que fue reconocido por la Ley del 17 de noviembre de 1831. Ese año se reabrió la navegación por el río Atrato a todo tipo de embarcaciones y se estableció un puerto de aduana que dio origen a la población de Turbo, fundada en 1840. Así, entre 1831 y 1850 se desataron acciones para colonizar aquel territorio e integrarlo, junto con el occidente antioqueño y parte del suroeste, al modelo de desarrollo antioqueño.51 Se concedió un privilegio para construir el camino Cañasgordas - río León, luego decretado camino nacional, el cual se hizo entre Frontino y el río Murindó, y otro por la Cerrazón realizado por la compañía comercial denominada Mutatá. Para estos casos se utilizó muchísimo la concesión de baldíos, lo que impulsó la colonización y dio lugar a la fundación de los primeros poblados de la zona: Turbo (1840), Frontino (1848) y más tarde Dabeiba (1872). Al tiempo, en medio de resistencias indígenas, se inició la política de liquidación de los cuatro resguardos del área: San Carlos de Cañasgordas, Buriticá, Sabanalarga y Murrí.52 Así, entre 1831 y 1850 en la zona de Urabá bajo dominio antioqueño, se llevó a cabo un inicial proyecto vial, mercantil y minero, y una política de integración de la población indígena al corpus político cultural antioqueño a través del proyecto de descomposición de resguardos entendidos como baldíos y
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J. Parsons, op. cit.
M. T. Uribe de Hincapié, op. cit. Ibíd., p. 23.
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mediante la utilización de la propuesta misional de la iglesia. Con ello, Antioquia, al parecer expandió su frontera económica y sociocultural hasta más allá de Cañasgordas, más no hasta los terrenos bajos del golfo. En 1847, por motivos políticos y regionales, el presidente Mosquera asignó el partido de Turbo (en territorio del supuesto Urabá antioqueño) a la provincia del Chocó, lo que fue derogado en 1848 (por las protestas antioqueñas) y hasta 1850. En éste año, con la división territorial y electoral del gobierno de José Hilario López, el partido de Turbo volvió al Chocó, y en 1857 al Estado del Cauca hasta 1886 y al departamento del Cauca hasta 1905, año en que pasó definitivamente a Antioquia. Al parecer esto se debió a razones políticas, geo políticas y estratégicas para compensar a Antioquia por la pérdida de territorios cuando se produjo la creación del departamento de Caldas; y por cuidados y colonizaciones sobre el golfo ante la pérdida de Panamá. Entre tanto, desde 1886 se había iniciado la construcción del camino al golfo o camino de occidente por parte de Antioquia con la asesoría del ingeniero inglés Juan H. White. El puente de occidente sobre el río Cauca fue construido en 1889 por el ingeniero José María Villa, lo que haría más expeditas las comunicaciones entre Urabá, el Occidente y Medellín; y para 1905 se iniciaba el debate sobre la construcción de la carretera al mar que demoró hasta 1926, en medio de dificultades financieras y geográficas, rivalidades locales y enfrentamientos entre sectores de la élite antioqueña sobre el recorrido y el medio de transporte más adecuado, si la carretera o el ferrocarril. Entre tanto, Cauca controló el comercio por el sur del Chocó y Bolívar por el norte, por lo que Antioquia buscó disputarles dicho control por el centro. Para ello se construyó un camino entre Urrao y Quibdó que acaparó parte del comercio de aquella plaza para Antioquia, pero fue después de 1870 que se abrió una campaña por el camino de occidente a través de Dabeiba y Pavarandocito al golfo de Urabá. Hubo incluso un proyecto anterior de suministrar fondos para el establecimiento de “granjeros y artesanos de otras partes de la república”. Asimismo, la peste de mancha de cacao en Antioquia (1850-1852) empujó a un grupo de campesinos arruinados hacia Urrao. Más tarde, entre 1872 y 1888, se hicieron dos concesiones a la provincia, de trescientas mil hectáreas de baldíos para desarrollar la colonización y la inmigración entre Frontino y el río Atrato; pero poca tierra se distribuyó entre los colonos. Algunas hectáreas fueron para el contratista inglés Juan H. White
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quien construiría el camino de Pavarandocito, donde explotaban madera de cedro transportada en balsa por el Atrato y el río Sucio para luego embarcarla a Estados Unidos. Por su parte, contratistas del puente colgante de occidente recibieron diez mil hectáreas de baldíos y se fundaron dos compañías para fomentar la colonización pero no funcionaron entre 1894 y 1904. Una mirada a los baldíos otorgados a diferentes agentes en la zona de Urabá y sus cercanías entre 1826 y 1900 dan una idea de los propósitos, las cantidades y los lugares más estratégicos. En 1826 se concedieron 50.000 hectáreas al norte del Chocó a la Casa Inglesa Harring para “poblarlas con extranjeros”; y 53.982 en Arquía a Pedro y Juan Manuel Arrubla y Hermanos por vales de deuda pública. En 1838, Juan Antonio G. [sic] y su sociedad recibieron 50.000 hectáreas aproximadamente en el río León - Cañasgordas para la construcción de un camino. En 1844, el sueco Carlos Segismundo de Greiff recibió 20.000 hectáreas aproximadamente entre Cañasgordas y Murrí para la construcción de un camino. Entre 1822 y 1869, en terrenos de Ituango, Murindó y Turbó, fueron cedidas, con el objeto de poblar, 19.212, 7.680 y 5.120 hectáreas respectivamente. Finalmente, entre 1870 y 1900 se concedieron en Dabeiba (sin datos), Frontino (sin datos) e Ituango, 1.970, 800 y 68.552 hectáreas respectivamente. El objeto en el caso de Ituango fueron los pobladores y el número de concesiones fue de 113.53 Al tiempo, el Estado del Cauca impulsaba caminos y colonizaciones para atraer colonos y explotar sus territorios. Por ello se impulsaron los caminos de Juntas de Tamaná - Anserma Nuevo en 1874, y del Chamí en 1891. Hubo también avances de la empresa del camino al Atrato dirigida por Juan Bautista Mainero y Trucco la cual construyó una trocha entre Quibdó y La Raya (Estado del Cauca) de veintidós leguas y entre La Raya y Bolívar (Estado de Antioquia) de dos leguas; y proyectos y excursiones de la sociedad exploradora del Chocó, de Medellín. El Estado del Cauca estimuló la colonización empresarial mediante la concesión de baldíos, en especial a constructores de caminos, quienes debían atraer colonos de otros estados. Esto se dio principalmente en la región del Atrato
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María Teresa Uribe de Hincapié y Jesús María Álvarez, Poderes y regiones, Medellín, Universidad de Antioquia, 1987; M. T. Uribe de Hincapié, op. cit. y Catherine Legrand, Colonización y protesta campesina, 1850-1950, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1988.
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donde la presencia caucana fue más débil y donde era indispensable construir caminos que permitieran vincularla con el Atlántico, pues el flujo comercial del Chocó estaba en manos de contrabandistas y empresarios antioqueños. De aquí se desprendió el inicio de la construcción del camino que comunicará a Quibdó con el Atrato en 1863. Otros empresarios recibieron terrenos en la costa del Pacífico en Bagadó y Quibdó asociados a explotaciones mineras con pocos resultados. Además de particulares, se adjudicaron baldíos para la creación de colonias agrícolas como la del Carmen en 1869. Sin embargo, el comercio y el oro chocoano siguieron asociados al valle del Cauca y Panamá y al contrabando con Antioquia y Bolívar, lo que perjudicaba al Cauca.54 Por su parte, el eje del saqueo y la recolección tuvo dos fases. En el Chocó, desde las entradas hispánicas de los siglos xvi y xvii hasta el establecimiento del dominio español, el saqueo de los recursos minerales (oro) se convirtió en la razón de ser de la colonización.55 En el caso de Urabá, los recursos forestales fueron el eje estratégico de explotación.56 Ambos tipos de explotación reordenaron el espacio y el territorio de las sociedades nativas y de las comunidades negras esclavas integradas a la minería; a la vez que les facilitaron intercambios, las relaciones interétnicas se produjeron en un marco de conflictos, fronteras fluidas y competencias por recursos y reconocimientos. La economía de la recolección, iniciada en Urabá a mediados del siglo xix, estuvo constituida por cuatro productos: el caucho, la tagua, la raicilla ipecacuana y la madera. El caucho se produjo en Turbo, Acandí y otros pequeños poblados del occidente del golfo; a su vez fueron centros de servicios y recur sos para caucheros y cuadrillas. Cartagena y Panamá fueron los centros desde donde el producto se exportó. Un inglés en 1858 en Turbo, compraba caucho a recolectores de los ríos León y Atrato; una firma de Nueva York tenía allí también una pequeña fábrica que procesaba ochenta toneladas al año y casas
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Alonso Valencia Llano, Empresarios y políticos en el Estado Soberano del Cauca, Cali, Universidad del Valle, 1993.
W. F. Sharp, “La rentabilidad de la esclavitud en el Chocó, 1680-1810”, op. cit.; y del mismo autor Slavery on the Spanish frontier: The colombian Chocó 1680-1810, op. cit.; Germán Colmenares, “Historia económica y social de Colombia 1537-1719”, en: Talleres ediciones culturales, Bogotá, Universidad del Valle, 1973; y del mismo autor Historia económica y social de Colombia: Popayán una sociedad esclavista, op. cit. M. T. Uribe de Hinacapié, op. cit.
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exportadoras de Cartagena se interesaron en el negocio. Si bien este ciclo del caucho se agotó rápidamente, generó mucha violencia: la resistencia armada de los indios a la casi esclavitud impuesta por los caucheros y las retaliaciones de estos mediante el uso de cuadrillas armadas para garantizar el saqueo; hubo entonces venganzas y muchos asesinatos. Entre 1869 y 1946 se dieron varias masacres colectivas por esta causa.57 La tagua se explotó desde 1887 en Acandí por el primer asentamiento negro en la banda occidental del golfo, en territorios indios con sus respectivos conflictos y mediante un convenio entre ambos grupos. También se explotó en las cercanías de Turbo, y las vegas de los ríos León, Atrato y Sucio. La fundación de Chigorodó en 1912 estuvo muy ligada al comercio y la recolección de la tagua, a lo que se sumaron los pobladores venidos del Sinú y Cartagena. Las zonas aledañas a los ríos San Juan y Mulatos se dedicaron a su recolección. La fundación de Arboletes se produjo por tagueros capitaneados por Manuel Torres enfrentados al propietario de tierras Manuel Barrios. Así, la tagua más que el caucho fue un eje estructurante del territorio. Para entonces, Eusebio Campillo, “rey de la tagua”, fue uno de los grandes compradores del producto desde su hacienda de Guapá en Chigorodó; a comienzos del siglo, en 1914, gobernaba allí “como un místico rajá al modo de un amo feudal sin que nadie lo interfiriese” y exportaba el producto desde Cartagena. Su modelo semiesclavista se combinó con formas más mercantiles de recolección: pequeñas cuadrillas de tagueros independientes que vendían su producto en Chigorodó, Turbo y Arboletes a comerciantes cartageneros, sinuanos y panameños y a compañías pequeñas que usando la modalidad de peonaje recogían la tagua para exportarla.58 Por su parte, San Juan de Urabá, Necoclí, Turbo y la trocha del alto Sinú hacia las cuencas altas del río Mulatos fueron los centros de producción de la medicinal raicilla ipecacuana. San Juan de Urabá tiene asociada su fundación a la raicilla y su explotación. Esta fue hecha por pequeños comerciantes localizados en poblados de la región, aunque la zona de mayor explotación fue la del alto Sinú, pues los principales compradores y exportadores se ubicaron en la ciudad de Montería, lo que fortaleció sus lazos socioculturales, históricos y mercantiles con el futuro departamento de Córdoba.
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J. Parsons, op. cit. y M. T. Uribe de Hincapié, op. cit. Ibíd., p. 36.
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En cuanto a la madera, esta ha sido punto clave en la consolidación de Urabá. Desde el siglo xvii fue comercializada por los nativos con contrabandistas y piratas. Desde mediados del siglo xix fue exportada por nacionales y extranjeros como Rubén Ferrer en Pavarandocito y la Compañía Emery de Boston en el Sinú entre 1883 y 1915, y en Urabá entre 1919 y 1929. Con ello se incrementaron las rutas de penetración, lo que incidió en el poblamiento norte y nororiente de Urabá, en la fundación de haciendas ganaderas y en la apertura de la frontera en el siglo xx. Así, la explotación del bosque y de sus productos fue un “primer factor estructurante de la parte mediterránea del golfo y fortaleció la presencia y la influencia en la zona de polos económicos como Montería, Cartagena, Panamá y Colón”, generó formas espontáneas de colonización y poblamiento negro desde el Chocó sinuano y caribeño, y modificó las tradicionales formas de vida de catíos y emberas en el golfo y en su hinterland asociado al Atrato y al occidente de Antioquia.59 Ya a fines del siglo xix, más bolivarenses se dedicaron a la explotación de la tagua, el caucho, la raicilla y el carey, con lo que algunos se establecieron en el territorio tule de Acandí, Toló, Sapzurro y Capurganá. Veamos ahora el movimiento hacia el litoral Pacífico. Este se produjo desde el corazón mismo de la tradicional zona minera colonial, y dio lugar a la fundación de pequeños caseríos dispersos a lo largo de la costa que subsistieron de la agricultura, la pesca y otras riquezas de mar. En algunos casos se produjo una intercomunicación de zonas rurales por vía marítima con centros portuarios como Buenaventura y Charambirá, lo que los relacionó mucho más con terri torios distintos a Colombia (Panamá y Ecuador), que con los núcleos pobla cionales del interior del país, de difícil acceso. Una anécdota, de la tradición oral rescatada también por Rogerio Velásquez, lo dice todo: un padre chocoano mostraba a su hijo, antes de 1905, las estribaciones occidentales de la cordillera andina y le decía: “Hijo mío, allá comienza un país que se llama Colombia”.60 Las explotaciones de caucho, la recolección de la tagua y la cacería de animales fortaleció la colonización de los “libres”. Al Baudó llegaron explotadores de tagua y establecieron campamentos y centros de mercadeo del producto en Boca de
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Ibíd.
G. de Granda, op. cit., p. 189.
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Pepé y Pizarro. La mayoría provenían del Atrato, el San Juan, la Costa Pacífica y Panamá. Según Robert C. West,61 el éxodo de negros desde Condoto, Tadó, Nóvita y el alto San Juan fue significativo hacia las riberas del Baudó. De Quibdó y el alto Atrato, negros libertos y huidos se dirigieron al alto Baudó y a sitios pesqueros como Arusí, Nuquí y Nabugá entre Bahía Cupica y el Cabo Corrientes. Al gunos bajaron por el Atrato y se establecieron en las riberas de sus tributarios occidentales como el Bojayá, Tagachí y Buey.62 Esta llamada “expansión morena” se dirigió hacia tierras “baldías” y hacia algunos territorios de agricultura rotativa, caza y pesca de los indígenas emberas.63 Según De Granda64 la Costa Pacífica del Chocó sólo comenzó a poblarse de modo estable por grupos diferentes a los indios a partir de 1852, como resultado de la abolición de la esclavitud. Por tradición oral sabemos que los primeros moradores de Coredó, Jella (Bahía Solano) y Arusí procedieron de zonas internas del Chocó de economía minera. La primera familia establecida en Arusí, la de Regina Díaz, data de 1870, procedente del viejo real de minas de Nóvita. La familia más antigua del poblado de Jella, fue la de Palacios hacia 1875 procedente de las minas del Atrato, seguida por la familia Medina pro cedente de Chiriquí (Panamá). Por los mismos años fue fundado Coredó por Juan Llerena y Sinforosa Hinestroza, venidos desde las minas del Baudó. Un tópico que debe señalarse dentro de los nuevos procesos de poblamiento de la segunda mitad del siglo xix es el de la emigración de familias blancas desde las tierras bajas del Pacífico hacia las localidades del interior tales como Cali, Popayán y Pasto en el sur, Medellín y Cartagena en el norte. Ello se debió, con argumentos tentativos, a la abolición de la esclavitud, a la ruina de las explotaciones auríferas a causa del encarecimiento o la ausencia de mano de obra servil, al carácter itinerante de la minería y a su declive en las zonas más
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Robert C. West, La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1972. Robert C. West, The Pacific Lowlands of Colombia: A Negroid Area of the American Tropic, Baton Rouge, Lousiana State University Press, 1957.
Héctor Castrillón Caviedes, Chocó indio, Medellín, Centro Claretiano de Pastoral Indigenista, 1982. G. de Granda, op. cit.
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productivas. No obstante, algunas viejas familias criollas desplazadas de los reales de minas se establecieron en las localidades chocoanas donde formaron una importante y activa sociedad blanca. Así, en Quibdó se asentaron los Valdés, Rey, Barbosa y Carrasco venidos del San Juan; los Abadía, Valencia y Ferrer llegaron de las antiguas zonas mineras del Atrato, mientras que en Istmina se asentaron los Arce de origen noviteño. De otra parte, según la tradición oral, en la segunda mitad del siglo xix abandonaron a Nóvita los Roldán, Mallarino, Hurtado, Argáez, Bonilla, González, Guzmán, Holguín y Poza.65 Desde Agustín Codazzi en 1820 hasta Brisson en 1893 los viajeros y exploradores asociados a las compañías de colonización, apertura de caminos y estudio de potencialidades naturales y económicas de la región que se movieron especialmente por zonas de ríos, registran en el Chocó “unas tierras habitadas por la raza africana” dedicadas a la explotación de minas y a la vida independiente y libre “en las orillas de los ríos sembrando unas pocas matas de plátano, algunas de maíz y otras de caña, cuyos productos, unidos a los peces abundantes en los ríos y a los zaínos y cerdos de monte, pueblan las selvas no inundadas, les dan un grosero pero seguro alimento”.66 A su vez, es notorio el bajo crecimiento demográfico y la dispersión y migraciones de las sociedades indígenas durante todo el siglo. Según un reciente estudio sobre la provincia del Citará (alto Atrato) con eje en Quibdó, el siglo xix tuvo peculiaridades que replantean algunas tesis sobre esta subregión y señalan pistas para un estudio documentado del Chocó.67 Con la crisis de la minería basada en cuadrillas de esclavos y relativamente regulada en el siglo xviii, parecería que para el siglo xix la esclavitud ya casi estaba terminada. Pero no fue así. Según Sergio Mosquera,68 al menos en la provincia de Citará la esclavitud continuó presente y alcanzó en 1851 un total de 1.725 esclavos; además se dio un alto número de compraventas entre 1808 y 1850 (902 casos) cuando la población total de la provincia en 1843 era de 13.409 habitantes. Al tiempo se produjo un significativo número de cerca de 400 libertos 65 66
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Ibíd., 191.
Agustín Codazzi, “Informe sobre la Provincia del Chocó”, en: Geografía física y política de las provincias de la Nueva Granada: Segunda parte. Informes, Bogotá, Banco de la República, 1959. S. Mosquera, op. cit. Ibíd.
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por automanumisión y recompensa ente 1808 y 1848. De tal manera que, al menos por los datos documentados, todavía en la primera mitad del siglo hasta la fecha de abolición de la esclavitud, ésta coexistió con estrategias cada vez más dinámicas de parte de los esclavos, de sus familias y a veces de sus dueños, para obtener la libertad. Para lograrla se dieron, además de las dos modalidades mencionadas, el cimarronismo, el blanqueamiento y las sublevaciones. Dado el declive minero y la ruptura paulatina de los lazos de sujeción, no obstante, Quibdó se fue convirtiendo en el eje administrativo, político y comercial del Chocó con lo que sus élites sustituyeron su tradicional peso minero por una tradicional dinámica comercial y agrícola que asoció y explotó riquezas vegetales, faunísticas y mercaderías extranjeras.69 Al tiempo se incrementaron los negros libres y muchos indígenas migraron, con lo que la mano de obra para actividades permanentes no fue fácil de adquirir. Debieron entonces convivir pueblos libres al lado de espacios de blancos, como en Cértegui y Tutunendo, pero estos últimos siempre buscaron aislar a los esclavos de los libres por los conflictos que ellos les generaban y las posibles inducciones hacia la libertad. Las ocupaciones fueron más variadas de lo hasta ahora conocido. Si bien la minería esclavista fue el motor principal del poblamiento del Citará, durante el siglo xviii y hasta 1807, los negros esclavos se alternaron en faenas mineras (165 días) y agrícolas (producción de raciones –64 plátanos: 1 ración–) y dedicaron tiempo a festividades y tiempos a resarcirse de enfermedades. De tal manera que los indígenas no fueron exclusivos de la agricultura, y ambos compartieron lo más significativo de una dieta alimenticia: plátano, maíz, frutales, carnes de animales de monte y pescado. Al parecer, en el Citará en el siglo xix hubo un buen número de tierras ocupadas, puestas a producir y delimitadas por escritura. Se produjo entonces un avance en ganadería vacuna, porcina y caprina, en el mercado de tierras, y surgieron negros libertos que compraron esclavos para minería. Mosquera ha encontrado seis casos de estos entre 1810 y 1818 en Quibdó, y diversas formas de posesión de “baldíos”. Unos pocos cargos públicos en las administraciones locales fueron ocupa dos por gentes blancas y negras en menor medida, desde gobernadores pasando por alcaldes, corregidores de naturales, concejales, administradores de correos
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B. Castro, op. cit.
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y escribanos; otras ocupaciones fueron aparentemente menos visibles pero de cisivas en una sociedad con pocos indios y muchos negros libres, tales como las de: curanderos, comadronas, domésticos, bogas, bodegueros y capitanes. Hubo, asimismo, especialistas en explotaciones madereras y de productos vegetales, sobre todo pobladores negros, y artesanos de cestería, madera y palma. Aunque no tenemos una visión por localidades del “Citará” en el siglo xix, Mosquera señala también características de la estructura social y muestra a través de referencias a familias blancas y negras, de qué modo se encuentran articulados el poder económico y político, el prestigio social y los enlaces matrimoniales (De la Cuesta, Ferrer, Córdoba, Becerra, Pacheco, Mina, Carabali, Palacios, Lemos, Machado y Mendoza). Tales familias mantuvieron privilegios al parecer a través del comercio, la política, la administración local y la educación. Sobre las familias de esclavos, Mosquera señala cómo la esclavitud retuvo más al hombre que a la mujer, por lo que el padre fue una figura lejana y con poca responsabilidad en el hogar. Con ello fue más corriente que la mujer fuese cabeza de familia. Asimismo, en la movilidad generada por la venta de esclavos separados de padres, hijos y esposas, hasta 1821, se producía una desterritorialización con lo que el hombre se relacionaba con nuevas mujeres. Con ello, las familias extensas fueron lo común en la región y se vieron reforzados los lazos de consanguinidad cuando uno de sus miembros se manumitía y trabajaba duro para liberar a sus familiares. Dentro de este proceso llama la atención, en una región como la chocoana, el efecto positivo de la ley de manumisión de partos de 1821, la cual introdujo cambios en la familia del esclavo: la libertad de nacidos a partir del día de la ley, la prohibición de la venta separada de padres e hijos y de parejas casadas. En las compraventas de esclavos se perciben después de la ley, y en lo sucesivo, negociaciones con familias enteras; una mayor frecuencia de casamientos entre esclavos, con lo que permanecen juntos y crían una descendencia de libres, y un incremento de compras de libertad de madres para sus hijos y de mujeres por parte de sus maridos. Al parecer, el núcleo familiar se fortaleció y la figura paterna adquirió mayor presencia; hubo más retención de los hijos en el hogar y bajó el temor a perder los hijos en una “sociedad del no destete” como dice Mosquera. Otros tópicos sobre los cuales apenas se inician estudios son los de la pa tronimia; el papel de los comerciantes, sus identidades y circuitos económicos en relación con el poder regional; los fenómenos de resistencia y las luchas de los esclavos, así como las modalidades de consecución de la libertad; las
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características y relaciones entre la religión cristiana católica impuesta en la Colonia y la República, y las religiones africanas. Acerca de la patronimia en el Citará, entendida como potestad del amo para colocarle a sus esclavos nombre y apellido, para diferenciarlos de otros y señalar sus pertenencia y propiedad a sus dueños, podrán estudiarse desde redes parentales hasta pérdidas, mezclas y pervivencias de identidades africanas, y procesos de configuración de un mestizaje cultural. Las rutas del comercio en el siglo xix revelan un incremento de las relaciones del Chocó con el mundo exterior y de las casas de comercio, y una penetración cada vez mayor de extranjeros y nacionales, en la búsqueda de explotaciones de riquezas y apropiaciones de territorios. Poco sabemos de estos aspectos, más allá de las políticas “modernizantes” de Antioquia, Cauca y Bolívar para penetrar el Chocó y hacerse a territorios y gentes,70 del proyecto de gobierno nacional asociado o no con extranjeros sobre la construcción de un canal interoceánico, de la explotación de riquezas vegetales (caucho, tagua, maderas tropicales) o del montaje de empresas madereras de explotación de caucho y cedro como Emery de Boston, o de azúcar como el Ingenio de Sautatá. De todos modos, habrá que estudiar la incidencia de esta avalancha modernizadora en la tradicional y rica biodiversidad chocoana y en sus pobladores, en términos de percepción, modificación de concepciones de la vida, transformaciones territoriales y modos de existencia. Sobre el mercado de esclavos llama la atención –como se señaló más atrás– que en la primera mitad del siglo xix haya sido todavía importante. Dichas compraventas en el Citará (1808-1850: 902 casos) fueron decayendo a medida que se acercaba la ley de abolición de la esclavitud. Propietarios de esclavos los vendieron para recuperar la inversión, otros los sacaron en venta fuera del país (Panamá, Perú) y otros convinieron el precio de la libertad con los esclavos. Una mirada, aún superficial, a las estrategias de los esclavos para obtener la libertad permite intuir una tensión de acuerdos y conflictos entre propietarios y esclavos. Las formas más frecuentes fueron el cimarronismo con sus palenques, las sublevaciones por abusos y malos tratos, la automanumisión, la recompensa
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Como lo indican los primeros trabajos al respecto de J. Parsons, op. cit.; M. T. Uribe de Hincapié, op. cit. y A. Valencia Llano, op. cit.
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por servicios y el blanqueamiento. La mencionada “libertad transitoria”71 es una manera comprensiva de señalar la tensión entre libertad y esclavitud en que vivieron propietarios y esclavos, y las necesarias mediaciones de rentabilidad, trabajos distintos al minero, actividades independientes para obtener dinero y especies para comprar la libertad, actividades cotidianas, festividades y relaciones interpersonales variadas. El tejido social quedaría incompleto si no abordáramos la religiosidad, que según Mosquera72 integra y expresa la totalidad de la vida de los pobladores negros, y que se ha visto cruzada por los procesos pastorales de la iglesia católica. Las religiones africanas están íntimamente vinculadas con la naturaleza, de tal manera que asocian espíritu, selva y hombre en un sistema de creencias; no son doctrinarias; su templo es la selva, lugar de los dioses, espíritus, plantas, familias, medicinas, alimentos, riquezas, lugares de herencia, presencia de muertos; retención, posesión, conocimiento y manejo de especies para preservar la vida; lugar de saberes mágico - religiosos. En estas sociedades ágrafas (orales) la palabra es sagrada, nombra cosas y gentes, insufla espíritu, anima y pone en movimiento; une y liga oraciones, rezos, secretos e invocaciones con dioses fuertes y cercanos; y se hace alabaos, proverbios, cuentos y música. La selva (plantas, ríos, especies) y la palabra dinamizan las tradiciones y las recrean aún en medio de la superposición de las creencias católicas sobre las africanas.73 En síntesis, territorios, poblamientos y conflictos le dieron una peculiar configuración regional al Chocó. Las disputas por territorios y recursos tuvieron una continuidad histórica y resistencias desiguales de sus pobladores primigenios, quienes, en cuanto sobrevivieron lograron afirmar en un ambiente de dominación social y rentabilidades económicas sus propias particularidades culturales. Empero, siempre debieron debatirse entre procesos integradores occidentales y recreaciones autónomas de sus estilos de vida, en las diversas subregiones que construyeron bajo tensiones, fronteras fluidas y de guerra, pactos y múltiples modalidades de resistencia.
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Orián Jiménez, “Baudoseños, convivencia y polifonía ecológica” [Tesis de Grado, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia], Medellín, 1996. S. Mosquera, op. cit.
Sergio Mosquera, Memorias de los últimos esclavizadores en Citará. Historia documental, Medellín, Promotora Editorial de Autores Chocoanos, 1996.
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Además de los factores señalados atrás, la configuración regional de Chocó mostró signos republicanos desde épocas tempranas, que aún no han sido investigados a profundidad. Tales signos son notorios en las dinámicas demográficas, productivas e institucionales en lo civil y lo religioso: cerca de 80.000 habitantes en 481.25 km² y 12 municipios; Quibdó (23.000 habitantes), Istmina (20.000) y Pizarro (6.000) se afirmaron a principios del siglo xx como los ejes del Atrato, el San Juan y el Baudó - Pacífico. Estos centros fueron los principales productores de plátano, cacao, caucho y frutales junto a Tadó y Nóvita; el coco se produjo en Acandí y Pizarro; y el café en Pueblo Rico y Acandí. En 1909, según datos de la Geografía del Chocó, Baudó y Acandí, exportaron 61.708 y 60.000 kilogramos de tagua respectivamente; Acandí y el San Juan, 700 y 20 toneladas de carey. Por esos años, los aserríos se incrementaron en Quibdó, Soatatá, Tutumate, Malaguita y Quícharo; así como algunas manufacturas –de mantas, ruanas, sombreros y muebles–; la construcción de barcas de vela hasta de treinta toneladas en la Costa Pacífica; las minas tituladas de oro de aluvión y de veta sobre todo en Quibdó, Bagadó, Nóvita y Tadó –el total de títulos entre 1887 y 1909 fue de 335 de aluvión y 34 de veta–; la introducción de maquinarias para beneficiar arroz y yuca y elaborar pastas para sopas, velas esteáricas, jabón y hielo. Con todo ello, se dinamizaron aún más los caminos, la navegación a vapor y los circuitos comerciales con el interior del país y con sus costas hacia el norte panameño y caribeño, y hacia el Pacífico sur. Al tiempo, mejoraron las rutas públicas, y las instituciones civiles y eclesiásticas tuvieron una mayor presencia. Si miramos al siglo xix, las instituciones republicanas se fueron estableciendo lentamente en el Chocó. Algunos datos llaman la atención en este sentido: las viejas parroquias y viceparroquias de los dos cantones de 1825 se convirtieron en distritos de la provincia entre 1840 y 1917, y aún se incrementaron y se formaron muy tempranamente; en las décadas de 1810 y 1820, los cargos públicos se incrementaron y aun el gobernador Cancino en los años veinte nombró alcaldes indígenas en Sipí, Noanamá, Tadó y Juntas de Tamaná; la prensa apareció en los años treinta en Quibdó y más tarde en Nóvita. El Indígena Chocoano (1834), el Constitucional del Chocó y la Gaceta de Nóvita (1841) al parecer, fueron los portadores iniciales de ideas primigenias liberales republicanas: las acciones de gentes del Chocó en las guerras de independencia, la reconquista y algunas guerras civiles del siglo xix (1841, 1899-1902). Así, la república organizadora de distritos y estatutos legales, creadora de cargos públicos y periódicos, reguladora ideal de los comportamientos de las
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sociedades negras, indias, mulatas y mestizas y partícipe en los conflictos civiles del siglo xix, tuvo en la iglesia católica, en sus sacerdotes seculares y comunidades religiosas y en sus prácticas, discursos e instituciones, un baluarte decisivo para penetrar los diversos grupos sociales. Para 1825 el Cantón de Atrato con su ca becera de San Francisco de Quibdó tuvo cinco parroquias Lloró, Chamí, Beberá, Tutunendo y Cértegui y el Cantón de San Juan con centro en San Jerónimo de Nóvita tuvo cuatro parroquias, San Agustín, Noanamá, Baudó y Tadó; y ocho viceparroquias, Juntas, Cajón, San Pablo, Viroviro y Raspadura, entre ellas. Para 1908, la Prefectura Apostólica del Chocó dirigida por los claretianos, contaba con quince parroquias –tres con templo, ocho con templo inconcluso, ruinoso o en obra; una capilla y tres sin templo– y trece viceparroquias. Las transformaciones lentas de orden económico, político y social del Chocó, desde fines del siglo xviii hasta fines del xix produjeron pues cambios en los ejes de poder regional. Quibdó se consolidó como nuevo eje republicano, sustituyendo a la Nóvita colonial, y fundó su nuevo orden en una élite ilustrada con conexiones mercantiles y culturales asociadas a Panamá, el golfo de Urabá, Cartagena y el occidente y suroeste de Antioquia, y en menor medida con el San Juan y los puertos del Pacífico, Charambirá y Buenaventura, donde las decadentes Nóvita y Sipí debieron relacionarse más con el litoral Pacífico y el valle del Cauca. Por su parte, Istmina y Pizarro surgieron como nuevos ejes de sus propias subregiones. Asimismo, en la primera mitad del siglo se vivió una interesante dinámica de rivalidades provinciales y cantonales entre Citará (Quibdó) y San Juan (Nóvita) que se vieron atravesadas por diferencias partidistas entre Nóvita y Tadó –conservadores– y Quibdó y Turbo, liberales. Los principales canales de expresión de estas rivalidades políticas fueron lógicamente los partidos con sus pequeñas y eficaces redes lugareñas y familiares, la disputada ocupación de los cargos públicos, las divisiones territoriales per manentes, las elecciones y los numerosos periódicos en una sociedad con bajo nivel de alfabetización y una lenta, a veces inexistente y al parecer poco buscada, movilidad social. Las rivalidades entre cantones y gentes de los partidos tuvieron también relación con otras provincias del Cauca y de Antioquia. En 1831, por poco tiempo, Cauca –y con él el Chocó– hizo parte del Ecuador; propietarios mineros y comerciantes de Popayán y de otras localidades vecinas fueron representantes
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al Congreso, a la Legislatura del Estado y a organismos judiciales regionales por el Chocó; en 1859 un periódico bogotano recogía las inquietudes de gentes de la provincia del Atrato que querían su anexión a la de Antioquia y una ruptura de su dependencia lejana de la del Cauca.74 Las disputas por el territorio chocoano entre Antioquia y Cauca se agudizaron en el siglo xix, cuando la primera buscó obtener la zona del río Atrato allende la Cordillera Occidental y el oriente del golfo de Urabá en disputa con Cartagena, lo que logró en 1905; y el Cauca buscó asegurar el territorio centro-sur del Chocó, el cual casi siempre estuvo bajo su jurisdicción, mas no bajo su control.
Síntesis y perspectivas Una de las mejores síntesis de este complejo proceso con énfasis en la con figuración territorial se encuentra en el trabajo “Chocó en la cartografía histórica: De territorio incierto a departamento de un país llamado Colombia”, de Luis Fernando González Escobar, arquitecto, historiador e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, que analiza la construcción histórica del actual departamento del Chocó a partir del estudio de la cartografía producida entre el siglo xvi y el siglo xx.75 La importancia de este texto se encuentra en la perspectiva de cambio que lo atraviesa, pues mediante el acercamiento minucioso al material producido por cartógrafos, militares, ingenieros, viajeros, instituciones oficiales, compañías comerciales y gobiernos extranjeros, logra escenificar los diversos intereses, actores y re presentaciones que en el trascurso del tiempo han configurado el Chocó como un territorio negro, minero, inhóspito, atrasado pero rico en recursos naturales. De la misma manera, nos permite reconocer las implicaciones y trascendencia de este material para el análisis histórico, pues sus condiciones de producción, presencias y ausencias nos hablan más allá de lo evidente, reflejando la reiterada relación entre conocimiento geográfico y poder. Por ejemplo, el autor señala que
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Daniel Valois Arce, Departamento del Chocó, Medellín, Tipografía Industrial, 1945.
Luis Fernando González Escobar, “Chocó en la cartografía histórica: De territorio incierto a departamento de un país llamado Colombia”, Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, vol. 33, núm. 43, 1997.
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en el primer mapa conocido del Nuevo Reino de Granada –reproducido por primera vez en el Atlas de mapas españoles de América. Siglos xv a xvii dirigido por el Duque de Alba en 1951– el Chocó no aparece, ausencia que entiende como un geografía y una realidad político-administrativa sin concretar para los españoles; sin embargo, sí se encuentran referenciados algunos puntos estratégicos de los territorios que ya habían sido sometidos, como la parte baja del río Darién, Cali y Urabá, el resto del territorio es señalado como llanos mon tuosos y tierra de vallano, habitado por negros cimarrones y algunos pueblos de cunas.76 Además de estas primeras representaciones, las referencias generales a los grandes accidentes geográficos explorados desde 1510, como las costas del golfo del Darién, la idea sobre el Chocó era difusa, sus límites eran borrosos y generalmente desconocidos en la cartografía del siglo xvii, a excepción del mapa elaborado por Melchior de Salazar en 1596, cuando se logró penetrar por Tatamá la nación embera, y sus territorios se denominaron como provincia del Chocó; y un mapa realizado catorce años después en el que se manifiestan los avances logrados en el reconocimiento del territorio. Para el siglo xviii, el mayor conocimiento del territorio, como la precisión de sus límites, era indispensable para extender el dominio de la Corona española; por ello las expediciones de reconocimiento y exploración de ingenieros mili tares estuvieron ligadas a las diferentes campañas de “pacificación” que se emprendieron para dominar el alto Chocó, de ahí la importancia que empieza a tomar la provincia del Chocó, creada en 1726, como nueva frontera minera, autónoma administrativamente pero ligada en la práctica al control de la élite de terratenientes, mineros y comerciantes de la gobernación de Popayán. Esta provincia minera no sólo benefició a la élite payanesa y a los traficantes de esclavos africanos que fueron incorporados a los reales de minas en remplazo de la mano de obra indígena, también se dinamizó la economía colonial altamente dependiente del oro y se inició la exploración, dominación militar y poblamiento de otros territorios estratégicos como la región del Atrato y del Darién. De modo que, el paulatino y claro conocimiento del territorio estuvo fuertemente ligado al interés de la Corona de expandir su control a través de las estrategias militares, reducción de la población indígena, fundación de nuevos poblamientos
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Ibíd.
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y control sobre las salidas fluviales. “Elaborar mapas de estos territorios, al igual que de las costas, era imperioso para la Corona, con el fin de diseñar estrategias de control y sometimiento, tanto para los extranjeros como para los indígenas, que de hecho estaban aliados entre sí en contra de los españoles”.77 Es así como en la cartografía, cartas, planos y relaciones de la época, la provincia del Chocó aparece ya representada mediante señalizaciones y límites precisos, pero que se fueron reduciendo de los territorios explorados, conocidos o en proceso de reconocimiento, como los de la región del Atrato, los cuales, según González Escobar, eran percepciones muy cercanas a lo que en la realidad sucedía con el Chocó, en cuanto a su integración a la red urbana y a la organización espacial colonial. Los territorios que todavía no habían sido dominados por la Corona, como los que se encontraban en el poder de los cuna-cunas del bajo Atrato, fueron definidos como belicosos, irreductibles o como tierras desiertas, y entraron en los proyectos de dominio iniciados mediante su exploración, dominio militar y puesta en marcha del proyecto de navegación por el río Atrato. Durante el tránsito del Virreinato a la República, el Chocó, a pesar de la decadencia minera generada tras la participación de los esclavos en los ejércitos independentistas, abandono de los entables mineros y posterior abolición de la esc lavitud, no perdió protagonismo, por el contrario, adquirió mayor importancia económica y estratégica para los entes territoriales que se lo dis putaban, como Cauca o Antioquia, para el estado en formación y para los go biernos extranjeros. De esta manera experimentó un largo proceso en el que varió de la dependencia de Popayán, su adscripción política-administrativa y sus fronteras territoriales. Al tiempo, estas variaciones afectaron directamente la población, constantemente desplazada, reducida e incorporada dentro de los modelos impuestos por el estado nacional decimonónico. A su vez, alterada tras el ingreso de nuevos actores e inmigrantes, por ejemplo actores económicos que encontraron en la explotación de materias primas, caucho y otras especies forestales, la posibilidad de percibir ingresos mediante su exportación a Europa y Estados Unidos. Esta nueva dinámica poblacional terminó por definir nuevas fronteras físicas y sociales, incorporando nuevos territorios a la estructura espacial y al sistema económico tanto del Chocó republicano como del país. En pocas
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L. F. González Escobar, op. cit.
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palabras, la explotación minera y forestal, así como el movimiento poblacional, hicieron que los intereses se centraran nuevamente en el Atrato, y por esta vía en Cartagena y el Caribe. Dichos intereses también se manifestaron en el desarrollo de la cartografía, desde las instituciones oficiales, por ejemplo, con la creación de la Comisión Corográfica en 1850, momento para el cual la prioridad del estado en desarrollo era articular y controlar la nación mediante el reconocimiento de sus recursos y redescubrimiento del territorio que en su mayoría estaba sin recorrer, pero que necesitaba de trazados enfocados en la definición o construcción de rutas terrestres y fluviales más eficaces. De igual modo, en la proliferación de mapas, croquis, cartas, planos, relatos de viajes, investigaciones, estudios científicos o descripciones etnográficas, que fueron realizadas por ingenieros, militares, científicos, viajeros en misiones nacionales o privadas, comerciantes, empresas mineras nacionales e internacionales, y gobiernos extranjeros interesados en la construcción del canal interoceánico. Todos buscaban sus potencialidades económicas y alimentaron las representaciones del Chocó como un territorio caracterizado por su riqueza en oro y platino, variedad forestal y clima malsano. Igualmente, contribuyeron directa o indirectamente a la mejor comprensión del conjunto de la geografía y topografía del territorio. Finalmente, Chocó recibió el siglo xx con la restructuración de sus límites a causa de dos acontecimientos importantes, en 1905 la incorporación al de partamento de Antioquia de la parte oriental del río Atrato en el área geográfica del Urabá, y en 1906 su reconocimiento como intendencia nacional. A pesar de la pérdida de importantes territorios y de las desventajas administrativas que debió asumir como Intendencia, según González Escobar, el Chocó vivió uno de los períodos históricos más fructíferos hasta el momento, pues se articularon factores políticos, económicos y culturales que llevaron a la emergencia de nuevos grupos sociales que se aislaron de los proyectos de las clases dominantes y posibilitaron la consolidación de una propuesta política de corte racial; además, del paulatino crecimiento de la población negra en las áreas urbanas y su consolidación como grupo predominante. Por otro lado, desde finales del siglo xix la minería de platino había despertado numerosas expectativas entre inversionistas franceses, sirio-libaneses y estadounidenses, convirtiéndola en el principal motor de la economía e impulso para la exploración de nuevas tierras y yacimientos, aunque, la clase dirigente también buscó incentivar la agricultura mediante la
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inmigración hacia algunas aéreas geográficas. Equivalentemente alimentó los sueños de modernidad, encarnados en numerosos proyectos de comunicación, como el canal interoceánico o la conexión carreteable y ferroviaria con el interior del país. Aunque la mayoría de propuestas aun hoy permanecen en el papel y el proceso de aislamiento ha sido cada día mayor, se logró adelantar la conexión intrarregional como la vía Istmina-Quibdó, o la vía Quibdó-Medellín. En el ocaso del siglo xix y la primera mitad del siglo xx fueron estos proyectos modernizadores, intereses geográficos o etnográficos, y expectativas sobre el Chocó, los que estimularon la producción de numerosos estudios específicos, descripciones generales, investigaciones geológicas, artículos académicos, historias de la minería, cartas topográficas y material fotográfico, entre otros numerosos documentos. En lo político, con la Constitución de 1886 y el régimen de la Regeneración, se acentuaron las tendencias que marginaban al Chocó de la vida nacional y en lo interno promovían su ordenamiento con base en el autoritarismo del gobierno y el clericalismo de la Iglesia. Lo que se va a reafirmar durante la presidencia de Rafael Reyes con el Decreto N.° 1347 de 5 de noviembre de 1906, por el cual se crea y organiza la Intendencia Nacional del Chocó, que es evaluado por Daniel Valois Arce, en El Departamento del Chocó, como el comienzo de un sistema de excepción para la región, de un tratamiento jurídico especial y una anomalía constitucional, porque se prescindía del criterio de provincias y pobladores. Bajo estas circunstancias, se empezaron a manifestar corrientes críticas en lo político (con la figura de Diego Luis Córdoba) y la cultura (con personajes como el escritor Arnoldo Palacios y el poeta Hugo Salazar Valdés). Para la segunda mitad del siglo xx, la Intendencia se consolidó como Departamento, con una ciudad predominante como Quibdó y contrastada con un alto aire de ruralidad en el resto del territorio. Para los años setenta y ochenta las imágenes sobre el Chocó estuvieron cargadas de un aire de denuncia, girando de la explotación meramente extractiva hacia la búsqueda de una conciencia social. Una institución clave para el futuro regional toma forma con la fundación de la Universidad Tecnológica del Chocó (UTCH) en 1975. Sus antecedentes se remontan a la Ley 38 de 1968 por la cual se creaba el Instituto Politécnico Diego Luis Córdoba, en homenaje a su inspirador y quien había muerto un año antes. Mediante la Ley 7 de 1975 se cambió su nombre por Universidad Tecnológica del Choco “Diego Luis Córdoba”. El 25 de junio de 1993, por la Resolución N.° 3274, se le reconoció su carácter de universidad y desde 1997-1998
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se crean sus programas de posgrado. En septiembre de 2007 se crea en la uni versidad el Centro Nacional de Estudios y Documentación de las Culturas Afrocolombianas, con los apoyos del Ministerio de Cultura, la Embajada de Estados Unidos y la Universidad de Georgetown, entre otros. En los años setenta y ochenta se patentiza el reconocimiento de la enorme biodiversidad del Chocó, producto de las investigaciones de instituciones na cionales y extranjeras que dan cuenta de la flora, la vegetación, la fauna, los recursos genéticos y las particularidades ambientales y culturales, que aunado a los nuevos conceptos impulsados desde la década del setenta del desarrollo sostenible o sustentable y a la revalorización de los activos biológicos, determinan otra mirada al Chocó, ya no del territorio de inmensas riquezas inexplotadas sino al de una biodiversidad amenazada.
Los estudios desde la década de 1990 hasta la actualidad: hacia un relato histórico inclusivo, el reconocimiento de la región biodiversa y la emergencia del sujeto étnico afrocolombiano El balance de los principales trabajos considerados por este estudio crítico indica que se está produciendo una notable transformación en la construcción académica del Chocó, que se caracteriza entre otros aspectos por los siguientes: primero, la región ha adquirido evidente notoriedad académica y social; se gundo, estas reconocen su complejidad sociohistórica y múltiples dimensiones de análisis; tercero, su imagen supuestamente homogénea, naturalizada y esen cializada en varios sentidos, está cediendo el paso a la descripción y análisis de matices y diferencias internas significativas, como por ejemplo las subregiones o “países” (Atrato, San Juan, Baudó y Darién o Urabá); cuarto, las temáticas que abordan sus investigadores son también más amplias y se refieren a distintos sujetos étnicos y sociales (grupos negros, indígenas, élites internas, colonizadores externos y agentes del extractivismo), a sus iniciativas productivas, actividades políticas, formas sociales, prácticas culturales e identidades, inscritas en procesos de cambio social y configuración contemporánea del Chocó, y por supuesto a sus tensiones y conflictos; quinto, también empiezan a ser mejor definidas las conexiones entre el pasado colonial (especialmente el siglo xviii), la con figuración regional durante el siglo xix y sus posibles consecuencias en la
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situación moderna y contemporánea del Chocó; sexto, se percibe una incipiente pero productiva colaboración entre las distintas ciencias sociales y humanas, y entre estas y algunas de las ciencias naturales, aunque se trata más que todo de una convergencia de tipo pragmático o de conveniencia y no tanto porque se haya producido un cambio paradigmático de fondo. Por otra parte, al intentar una clasificación de los estudios evaluados, alcanzamos a identificar algunos ejes temáticos que, no obstante lo provisionales que resultan, de todas formas permiten constatar la diversidad de los campos de interés pergeñados por las exploraciones y reflexiones, así como sus posibilidades de desarrollo a futuro. Esos ejes y sus principales estudios referidos al Chocó, o que de algún modo se relacionan con él, son: 1) Esclavitud y libertad,78 2) Coloniza ción, poblamiento y conflictos,79 3) Memorias de viaje, geografías y etnografías,80
Tema abordado en los siguientes estudios de Orián Jiménez, “La conquista del estómago: viandas, vituallas y ración negra, siglos xvii-xviii”, en: Adriana Maya (ed.), Geografía humana de Colombia: Los afrocolombianos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1998; “El Chocó: Vida negra, vida libre y vida parda, siglos xvii y xviii” [Tesis de Maestría, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia], Medellín, 2000; “Esclavitud y minería en Antioquia”, en: 150 años de la abolición de la esclavización en Colombia. Desde la marginalidad a la construcción de la nación, Bogotá, Aguilar, 2002; “El Chocó: Libertad y poblamiento 1750-1850”, en: Claudia Mosquera, Mauricio Pardo y Odile Hoffmann (eds.), Afrodescendientes en las Américas: trayectorias sociales e identitarias, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, ICANH, IRD, ILAS, 2002; El Chocó: Un paraíso del demonio. Nóvita, Citará y El Baudó, siglo xviii, Medellín, Universidad de Antioquia, 2004. Los de Bernardo Leal, “Los esclavos en el Chocó, vistos a través de documentos judiciales del siglo xviii”, en: 150 años de la abolición de la esclavización en Colombia. Desde la marginalidad a la construcción de la nación, Bogotá, Aguilar, 2002 y “Pido se me ampare en mi libertad. Esclavizados, manumisos y rebeldes en el Chocó (1710-1810) bajo la lente colonial y contemporánea” [Tesis de Maestría, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia], Bogotá, 2006.También en las investigaciones de S. Mosquera, Memorias de los últimos esclavizadores en Citará, op. cit. y De esclavizados y esclavizadores en Citará, op. cit.; Don Melchor de Barona y Betancourt y la esclavización en el Chocó, Quibdó, Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba”, 2004; “Los procesos de manumisión en las provincias del Chocó”, en: Claudia Mosquera, Mauricio Pardo y Odile Hoffmann (eds.), Afrodescendientes en las Améri cas: Trayectorias sociales e identitarias, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, ICAN - IRD - ILAS, 2002; Gente negra en la legislación colonial [Serie Ma’Mawu], Medellín, Lealón, 2004; Don Melchor de Barona y Betancourt y la esclavización en el Chocó, op. cit. 79 Cuestiones tratadas por Ó. Almario García y L. Javier Ortiz Mesa, op. cit.; Jacques Aprile-Gniset, Génesis de Buenaventura: Memorias del Cascajal, Buenaventura, Universidad del Pacífico, 2002; Jorge Gamboa, “Desarrollo de la población chocoana desde la colonización española hasta nuestros días”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999 y “Política de baldíos en el Chocó durante la segunda mitad del siglo xix”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, 78
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4) Poderes, territorios y fronteras,81 5) Independencia y construcción del Estado nacional,82 6) Minería, organización social y relaciones de poder,83 7) Economía,
Bogotá, ICAN -PNR, 1999; los estudios de Luis Fernando González Escobar, “Quibdó, la afropolis del Atrato”, Credencial Historia, Bogotá, núm. 227, 2008; El Darién. Ocupación, poblamiento y trasformación ambiental. Una revisión histórica, parte i, Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2011; El Darién. Ocupación, poblamiento y trasformación ambiental. Una revisión histórica, parte ii, Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2012; Zulia Mena, “La comunidad negra y la relación campo-poblado en el Chocó”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999; Sergio Mosquera, El clan de los Córdobas y otras genealogías regionales, Medellín, s.e., 2003; William Villa Rivera, “La gesta territorial de los afrodescendientes en el Pacífico”, en: Roberto Burgos Cantor (ed.), Rutas de Libertad. 500 años de travesía, Bogotá, Ministerio de Cultura - Pontificia Universidad Javeriana, 2010. 80 En trabajos como los de Orián Jiménez y Óscar Almario García, “Geografía y paisaje en Antioquia, 1750-1850. De los retos de la provincia interna al espejo externo del progreso”, en: Guido Barona Becerra, Augusto J. Gómez López y Camilo Domínguez Ossa (eds.), Geografía Física y Política de la Confederación Granadina: Estado de Antioquia. Antiguas provincias de Medellín, Antioquia y Córdova, Medellín, Universidad Nacional de Colombia - Universidad EAFIT - Universidad del Cauca, 2005; Eduardo Restrepo, “Hacia la periodización de la historia de Tumaco”, en: Michel Agier et al., Tumaco: Haciendo ciudad, Bogotá, ICAN - IRD - Univalle, 1999 y “‘Negros indolen tes’ en las plumas de corógrafos: Raza y progreso en el occidente de la Nueva Granada de mediados del siglo xix”, Bogotá, núm. 26, abril de 2007. 81 Véase de P. Vargas, (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, op. cit. y Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias locales, vol. 2, Bogotá, ICAN - PNR, 1999. 82 Jorge Gamboa, “Política de baldíos en el Chocó durante la segunda mitad del siglo xix”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999; Orián Jiménez, “El Chocó: Configuración regional en la primera mitad del siglo xix”, Bucaramanga [informe final presentado a Colciencias y la Universidad Industrial de Santander], 2000 y “La provincia del Chocó ante el ‘Estado Nación’”, Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, núm. 6, 2001. Las investigaciones de Claudia Leal, The Illusion of Urban Life in the Forest. A History of Barbacoas and Quibdó on the Colombian Pacific Coast, Berkeley, Latin American Studies - University of California at Berkeley, 1998; “Un puerto en la selva: Naturaleza y raza en la creación de la ciudad de Tumaco, 1860-1940”, Historia Crítica, Bogotá, núm. 30, julio - diciembre de 2005; “Recordando a Saturio. Memorias del racismo en el Chocó (Colombia)”, Revista de Estudios Sociales, Bogotá, núm. 27, agosto de 2007; “Black forests. The Pacific Lowlands of Colombia, 1850-1930” [Tesis Doctoral, Departamento de Geografía, Universidad de California], Berkeley, 2004. El rescate y análisis documental de Armando Martínez Garnica y Daniel Gutiérrez (eds.), “Gobernación del Chocó (provincias de Nóvita y Citará)”, en: Quién es quién en 1810, guía de forasteros del Virreinato de Santa Fé, Bogotá, Universidad del Rosario - Universidad Industrial de Santander, 2010; Jane M. Rausch, “Diego Luis Córdoba and the Emergence of Afro-Colombian Identity in the Mid-Twentieth Century”, Secolas Annals, vol. xxxii, noviembre de 2000; Ana Catalina Reyes Cárdenas, “La independencia en las provincias de Antioquia y Chocó”, Credencial Historia, Bogotá, núm. 243, 2010. 83 Ángela Milena Castillo Ardila y Daniel Varela Corredor (eds.), Las compañías Chocó Pacífico y Tropical Oil a comienzos del siglo xx. Retratos en blanco y negro, Bogotá, Universidad Nacional
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modos de producción y estudios sociales,84 8) Familia y organización social,85 9)Expresiones culturales y relaciones interétnicas,86 10) Comunidades indígenas,87 11) Lenguaje y tradición oral,88 12) Misiones religiosas,89 13) Construcción y de Colombia, Comisión para la Celebración del Bicentenario de la Independencia, 2013; Darcio Antonio Córdoba Cuesta y Cidenia Róvira de Córdoba, Explotación artesanal del oro. LéxicoUtensilios-Metodología del Pacífico colombiano, Bogotá, Corporación Identidad Cultural, 2003 y Patricia Vargas, “Organización social, identidad y territorio de las gentes negras en el río Atrato durante el siglo xviii y sus huellas en la actualidad”, en: Construcción territorial en el Chocó: His torias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999. 84
Claudia Leal y Eduardo Restrepo, Unos bosques sembrados de aserríos. Historia de la extracción maderera en el Pacífico colombiano, Medellín, Universidad de Antioquia - Colciencias - ICANH - Universidad Nacional de Colombia, 2003; Julio Romero P., Geografía económica del Pacífico colombiano [documento de trabajo sobre economía regional], Cartagena, Banco de la República - Centro de Estudios Económicos Regionales (CEER), núm. 16, octubre de 2009; Wilmar Alexander Cano López, “Ríos en disputa: Minería, conflictos territoriales, comercio del oro en Chocó (1905-1939)” [Tesis de Maestría en Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia], Medellín, 2014.
Orián Jiménez, “Epístolas testamentarias del Chocó: Nuevo Reino de Granada, siglo xviii”, América Negra, núm. 13, 1997; Javier Moreno Moreno, “Ancianos, cerdos y selva: Autoridad territorio y entorno en una comunidad afrocolombiana” [Tesis de Grado, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia], Bogotá, 1994; Antonio Pareja, “Características de la familia en las áreas mineras del Chocó” [Tesis de Grado, Universidad Pontificia Bolivaria na], Medellín, 1981; Berta Inés Perea, “La familia afrocolombiana en una comunidad minera del Chocó” [Tesis de Grado, Universidad Externado de Colombia], Bogotá, 1986.
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Anne Marie Losonczy, “Memorias e identidad: los negro-colombianos del Chocó”, en: Juana Camacho y Eduardo Restrepo (eds.), De montes, ríos y ciudades. Territorios e identidades de la gente negra en Colombia, Bogotá, Fundación Natura - ECOFONDO - Instituto Colombiano de Antropología, 1999 y La trama interétnica. Ritual, sociedad y figuras de intercambio entre los grupos negros y emberá del Chocó, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia - Instituto Francés de Estudios Andinos, 2006; Sergio Mosquera, Visiones de la espiritualidad afrocolombiana, Manizales, Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico, 2001 y Rogerio Velásquez, Fragmentos de historia, etnografía y narraciones del Pacífico colombiano, op. cit.
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Luisa Natalia Caruso López, “Representaciones y etnicidad en el universo indígena de Antioquia. Miradas desde el Estado y la Iglesia (1957-1987)” [Tesis de Maestría, Departamento de Histo ria, Universidad Nacional de Colombia], Medellín, 2006; Joaquín García Casares, Historia del Darién. Cuevas, cunas, españoles, afros, presencia y actualidad de los chocoes, Panamá, Editorial Universitaria “Carlos Manuel Gasteazoro”, 2007 y Erik Werner Cantor, Ni aniquilados ni vencidos: Los embera y la gente negra del Atrato bajo el dominio español. Siglo xviii, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000. 87
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Martha Luz Machado Caicedo, La escultura sagrada chocó en el contexto de la memoria de la estética de África y su diáspora: Ritual y arte, Bogotá, Colección CES, Universidad Nacional de Colombia, 2011 y “Cultura material e historia cultural: Pueblos, mitos y esculturas sagradas en el litoral Pacífico colombiano”, en: La diáspora africana. Un legado de resistencia y emancipación, Cali, NiNsee - Fundación Universitaria Claretiana - Universidad del Valle, 2012.
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representación del entorno natural90 y 14) Estudios sociales e históricos y balances bibliográficos.91 Teniendo en cuenta la anterior clasificación provisional de los estudios referenciados, la verdad es que en algún momento consideramos la opción de organizar esta parte del balance bibliográfico siguiendo dichos ejes temáticos; sin embargo, por varios motivos, pero sobre todo por el desarrollo desigual que presentan y la consiguiente dispersión, finalmente prescindimos de ese camino. Como alternativa, optamos por definir otros ejes temáticos, tres en concreto, que nos parece tienen la doble ventaja de ser más transversales y al tiempo más concentrados, lo que aparte de facilitar nuestra tarea también puede ser más útil para las investigaciones futuras. A continuación presentamos el balance bibliográfico de las últimas décadas de producción sobre el Chocó del siglo xix, siguiendo esos tres campos de problemas o temáticos. El primero de esos campos temáticos tiene que ver con la necesidad de avanzar hacia lo que podemos llamar una historia cruzada del mundo
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Amanda Caicedo Osorio, Construyendo la hegemonía religiosa: Los curas como agentes hegemónicos y mediadores socioculturales (diócesis de Popayán, siglo xviii), Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, CESO, Ediciones Uniandes, 2008; Germán Ferro Medina, “Contexto religioso en la Costa Pacífica: Resistencia, tradición mestiza y afirmación de identidad”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999 y Aida Cecilia Gálvez Abadía, Por obligación de conciencia. Los misioneros del Carmen Descalzos en Urabá (Colombia), 1918-1941, Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2006.
Patricia Vargas y Germán Ferro, “Gente de mar y río, gente de luna”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999.
Óscar Almario García y Orián Jiménez, “Aproximaciones al análisis histórico del negro en Colombia (con especial referencia al Occidente y el Pacífico)”, en: Mauricio Pardo Rojas, Claudia Mosquera y María Clemencia Ramírez (eds.), Panorámica afrocolombiana: Estudios sociales en el Pacífico, Bogotá, ICNAH - Universidad Nacional de Colombia, 2004; Rafael Díaz, “Hacia una investigación histórica de la población negra en el Nuevo Reino de Granada durante el período colonial”, en: Contribución africana a la cultura de las américas, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología - Biopacífico, 1993; Rocío Pérez de Samper, Estudios afrocolombianos. Sistematización bibliográfica, Bogotá, Colorgraf Editores, 2001; Eduardo Restrepo, “Hacia los estudios de las co lombias negras”, en: Axel Alejandro Rojas (ed.), Estudios afrocolombianos. Aportes para un estado del arte, Popayán, Editorial Universidad del Cauca, 2004; Políticas de la teoría y dilemas en los estudios de las colombias negras, Popayán, Editorial Universidad del Cauca, 2005; Afrodescendientes en Colombia. Compilación bibliográfica, Bogotá, Instituto de Estudios Sociales y Culturales, Pensar - Pontificia Universidad Javeriana, 2008 y Catherine Walsh, León Edizon y Eduardo Restrepo, Pueblos de descendencia africana en Colombia y Ecuador: Compilación bibliográfica, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2005.
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prehispánico y su posterior influencia en la experiencia colonial y republicana, en la medida que contribuiría a conectar y relacionar la historia de los caribe con la de los grupos indígenas asentados en las selvas del Chocó antes del “contacto”; en forma simultánea, se podría desarrollar también una historia “trasnacional” del área en cuestión, en el sentido de ir más allá de los límites de las naciones actuales y de la incidencia que estos tienen en las historiografías respectivas de Colombia y Panamá, esto con el objetivo primordial de apreciar los fenómenos de conquista/colonización considerándolos como un continuum que por tanto cuestiona los actores, los espacios, las cronologías y las periodizaciones con vencionales, y que habilita definir el área como uno de los primeros grandes laboratorios de la experiencia de la expansión y dominación Occidental sobre territorios y poblaciones originarias; finalmente, y en relación con este primer tema, si se tiene en cuenta que los principales actores del “pasado”, como en el caso de las comunidades indígenas y la gente negra, son los “mismos” que siguieron gravitando sobre la construcción de las repúblicas modernas y que todavía hoy pugnan por incluirse y protagonizar el presente y el futuro de sus territorios, se comprenderá la importancia de una historia de larga duración que permita inscribir la presencia de estos actores en distintos períodos y va lidar el reconocimiento de la plena vigencia de sus proyectos de identidad y territorialidad contemporáneas. El segundo campo de reflexión invita a los analistas a explicar varios y complejos fenómenos en el Chocó, como por ejemplo dar cuenta de cómo se produjo la trasformación de una frontera tardíamente conquistada (durante el siglo xvii) a una región minera marginal (en el siglo xviii) y la consiguiente e interesante cuestión de la transición social y económica del esclavista siglo xviii al libertario siglo xix; a comprender el cambio demográfico que condujo de la predominante población indígena inicial a la de los africanos esclavizados y sus descendientes libres; y a analizar cómo fue posible que desde el seno de la gente negra irrumpieran con fuerza los libres, que en su dinámica después van a ocupar los espacios vacíos del territorio y finalmente a dar forma a sus sociedades locales ribereñas, mediante una gesta libertaria que en la práctica constituyó una respuesta a las estrategias de negación y exclusión diseñadas desde el Estado republicano; a profundizar en otro de los grandes hallazgos de la investigación reciente, esto es, la constatación de la enorme diversidad de una región como la del Chocó, tenida hasta hace poco por homogénea geográfica y culturalmente,
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mediante la identificación de los “países chocoanos”: Atrato, San Juan, Baudó, Urabá, con sus identidades respectivas y correspondientes tramas interétnicas. Finalmente, el tercer campo de trabajo se pregunta por la política y las relaciones de poder regionales en los marcos del nacionalismo del siglo xix, así como por los discursos y dispositivos de la exclusión por una parte y las expectativas de inclusión y resistencia de la gente negra, indígena y demás po bladores del Chocó por otra. Todos estos campos temáticos y su eventual consolidación, pasan por la construcción de los archivos respectivos y la estructuración del trabajo de investigadores que, individualmente y en redes asociativas, decidan aceptar los retos que supone profundizar en el conocimiento de esta región.
1. Hacia una historia cruzada del norte suramericano prehispánico y una historia “transnacional” de la conquista/colonización del Chocó y sus consecuencias en la República temprana: la expansión caribe, la “conquista” del Darién, el “transitismo” de Panamá y la configuración de los territorios contiguos
La expansión caribe hasta su frontera noroccidental en Suramérica es un fenómeno que tiene una enorme trascendencia en la perspectiva de una nueva historia americana en general, de Suramérica en particular, y del Chocó colombiano y de su siglo xix en forma puntual. Cuestión que en principio se relaciona con asuntos como la historia de sus grupos indígenas originarios, pero que con el transcurso del tiempo tiene que ver también con otros actores étnicos y sociales que compitieron por su territorio y especialmente por el Darién, y los posibles límites de dicha expansión caribe por el noroccidente de Suramérica. Así lo sugieren, entre otros trabajos, los estudios del antropólogo venezolano Mario Sanoja Obediente y su equipo, que parten de la hipótesis de que a raíz de la “gesta caribe” se habría formado una sociedad específica que contó con un territorio diferenciado, unidad lingüística y cultural, e identidad propia, elementos que de conjunto permiten definirla como una etnia-nación que tuvo asiento en la macroregión geohistórica caribeña. En efecto, a partir de un primer centro difusor ubicado entre el Matto Grosso y las cabeceras del Amazonas, desde el segundo siglo de la era cristiana, grupos agricultores ceramistas de lengua caribe habrían dado inicio a una expansión hacia el norte al adentrase por la cuenca del Orinoco, el oriente, la costa central de Venezuela, el sur del Lago de Maracaibo y la Costa Atlántica colombiana, hasta llegar a controlar esta
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vasta región para el siglo xiii. Vistas así las cosas, esa gesta demográfica y social habría durado aproximadamente once siglos en expandirse. A su paso, los caribes desplazaron o absorbieron a otros grupos originarios, como los antiguos pueblos arahuacos que ocupaban la costa norte de Suramérica hacia el año 1000 antes de nuestra era. La fuerza de esa migración o expansión caribe habría llegado a su máximo nivel entre los siglos ix y xiv cubriendo un área desde Paria hasta las bocas del Amazonas, pero todo indica que su influencia se proyectó incluso hasta buena parte del Caribe insular. Los arqueólogos Vargas-Arenas y Sanoja argumentan que como parte de este proceso se configuró un “gran cacicazgo o señorío caribe” con eje en la costa central de Venezuela e islas cercanas, que estableció alianzas con otros grupos caribes y ejerció el control político de la costa nororiental de Venezuela, la cuenca del Orinoco y las Antillas menores, por lo cual estuvo en condiciones de ofrecer una tenaz resistencia al avance ibérico sobre sus territorios y pueblos hasta el siglo xvi.92 Deducimos de lo anterior que el extremo occidental de tal expansión caribe se solapa, entonces, con la provincia del Darién y el golfo de Urabá, espacio en donde los hispánicos pretendieron establecer su domino inicial en Tierra Firme, según estudios conocidos.93 Precisamente, la referida expansión caribe, para el caso que nos ocupa, puede dar pie a la hipótesis de considerar al Darién no sólo como una frontera administrativa dentro del imperio español (disputada por distintos conquistadores y gobernadores ibéricos), y sin olvidar los intereses de las otras potencias europeas que aspiraron a su control, sino también como una frontera étnica de larga duración que, vista desde la presencia e historia indígena, obliga a cuestionar las periodizaciones convencionales de conquista-coloniarepública que soportan los relatos tradicionales, oficiales y hasta académicos al respecto. Esta hipótesis acerca del Darién tiene una doble relación con la 92
Iraida Vargas Arenas y Mario Sanoja Obediente, “Los pueblos caribes: Una etnia-nación”, Red Voltaire, 19 de abril de 2004 [www.voltairenet.org/a120758]; Mario Sanoja Obediente, Los hombres de la yuca y el maíz, Caracas, Monte Ávila Editores, 1981; Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas Arenas, Gente de la canoa: Estudios sobre los antiguos modos de vida recolectores del Noreste de Venezuela, Caracas, Editorial Tropycos, 1995; Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas Arenas “Las bases históricas de las sociedades sedentarias en el norte de Suramérica: El caso venezolano”, en: Paulina Ledergerber-Crespo (ed.), Formativo Sudamericano, una revaluación, Quito, Ediciones Abya-Yala, 2002, pp. 355-365.
George Friederici, El carácter del descubrimiento y la conquista de América, México, Fondo de Cultura Económica, 1973 y Miguel Izard, Tierra firme. Historia de Venezuela y Colombia, Madrid, Alian za Editorial, 1987. 93
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configuración de dos territorios contiguos, Panamá y Chocó. Veamos el primero de estos territorios. El gran historiador panameño Alfredo Castillero Calvo, en su monumental obra,94 en la que hace uso tanto de una sólida documentación como de una ma gistral capacidad de síntesis, finalmente condensa la historia del istmo en dos grandes procesos. El primero se refiere a su carácter transitista, dada su función de facilitar el movimiento ultramarino dentro del imperio español durante el período colonial. El segundo tiene que ver con su posterior dependencia, es decir, respecto de los grandes centros de poder mundial que compitieron por hacerse al control de esa supuesta vocación geográfica de Panamá en tiempos modernos y contemporáneos. Lo importante para nuestros fines es que de estos dos grandes procesos que definen la trayectoria histórica del istmo panameño, transitismo y dependencia, se derivan importantes consecuencias para el análisis de la dinámica que tomaría la conquista/colonización española en el resto de América95 y especialmente hacia el sur. Lo que va a incidir a su vez en la definición y características de los espacios contiguos al istmo panameño, como en el caso del Chocó en tiempos coloniales e inclusive posteriormente, es decir, durante la vida independiente de los países antes sujetos al dominio español, como en el caso de Colombia. Sin embargo, para comprender a cabalidad el caso panameño y sus características de transitismo y la dependencia como variantes específicas y diferenciadoras respecto de otros países, ya que su aparato productivo no estuvo a disposición exclusiva de la extracción de metales preciosos sino que se especializó en facilitar el tránsito ultramarino por su territorio, es preciso adoptar una perspectiva de larga duración, que por obvias razones solo expondremos aquí en forma sucinta.
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La producción de este maestro de la historia panameña es tan vasta como trascendental. Aquí sólo retomamos los trabajos que juzgamos más pertinentes para nuestro propósito del análisis del Chocó en el siglo xix: Alfredo Castillero Calvo (dir.) [con la colaboración de Fernando Apa ricio], Historia General de Panamá, Panamá, Comité Nacional del Centenario de la República de Panamá, 2004 y “Transitismo y dependencia: El caso del istmo de Panamá”, Nueva Sociedad, núm. 5, marzo - abril de 1973, pp. 35-50. Según el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, Cuba/España. España/Cuba. Historia común, Barcelona, Crítica, 1995, p. 15, el primero en utilizar el término conquista/colonización (“como hechos simultáneos y no como dos etapas”) para expresar un continuo en la implantación española, que por lo general es analizada en dos momento separados por la historiografía convencional, fue el historiador venezolano Germán Carrera Damas.
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Con el fin de analizar los inicios del proceso en cuestión, Castillero Calvo expone una secuencia de distintos momentos que lo van definiendo: “Des cubrimiento intelectual” del istmo, la “Búsqueda del Paso” y el “Hallazgo del Paso”.96 En efecto, en principio lo que hubo fue un “Descubrimiento intelec tual” del istmo, intuido desde el cuarto viaje de Colón en 1504, ratificado con el periplo de Américo Vespucio en 1501-1502 y sus consecuencias, porque se pudo establecer el carácter continental de América, lo que se reafirmó al cris talizar la conciencia española sobre el hecho del Nuevo Mundo y avizorarse la posibilidad de una monarquía universal por su extensión hacia el oriente. Todo esto se tradujo después en la “Búsqueda del Paso”, ya en dirección al istmo con las expediciones de Yáñez Pinzón, Díaz de Solís, Nicuesa y Ojeda. Finalmente, la dinámica antecedente se materializó en el “Hallazgo del Paso”, que culmina con la travesía de Balboa y el descubrimiento del Mar del Sur en septiembre de 1513. A partir de estos momentos, y en particular del último de los identificados por Castillero Calvo como el hallazgo del Paso, se inicia una nueva etapa que se caracteriza porque la Corona se involucra directamente en la empresa del Paso, que es rebautizada como Castilla de Oro. En desarrollo de la misma, financia una costosa expedición a cuya cabeza pone como representante a Pedrarias Dávila, quien llega al istmo al mando de una armada imponente y con instrucciones precisas para garantizar el movimiento ultramarino. Todas esas decisiones ya hacían parte de un proyecto imperial que pretende extenderse por la ruta del Moluco hasta el Oriente, por lo cual era imprescindible establecer ciudades terminales de la misma, lo que de conjunto va a cambiar el sentido de la colonización del istmo, por lo cual esta termina por desplazarse del Darién al occidente. En resumen, tiene lugar una etapa “caracterizada por la Insti tucionalización de la función del istmo como Zona de Tránsito y de su adscrip ción al sistema colonial español”, como lo indica el historiador panameño que seguimos.97 Tal como lo subraya Castillero Calvo, este cambio en la política imperial española y la nueva función asignada al istmo panameño como facilitador
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A. Castillero Calvo, Historia General de Panamá, t.1, vol.1, op. cit.; y del mismo autor “Transitismo y dependencia: El caso del istmo de Panamá”, op. cit. A. Castillero Calvo, “Transitismo y dependencia: El caso del istmo de Panamá”, op. cit., p. 37.
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del tránsito, van a tener varias consecuencias importantes en la configuración de los territorios y sociedades contiguas, que serán sometidos a las avanzadas de la empresa conquistadora/colonizadora. De tal manera que, el incesante tráfago de conquistadores y aventureros que provenientes de las Antillas hacían pie en el istmo, así como la función de éste de servir de base a las operaciones contra los pueblos indígenas, dos hechos que tipificaron las primeras décadas de la presencia ibérica en esta parte de la América española, en lo sucesivo van a experimentar sustanciales modificaciones y a dar lugar a dos dinámicas si multáneas, fundamentales e inéditas. Por un lado, se produjo la sedentarización de la población hispánica en el istmo (lo que explica las fundaciones de Panamá, Nombre de Dios y Nata), y por el otro, se dieron las condiciones de posibilidad para la irradiación de la conquista y colonización española hacia Centroamérica, y sobre todo al Perú. Al hilo de estas dos dinámicas se produjo también un cambio demográfico en el istmo, que se acompaña a su vez de una movilidad social sin precedentes, por el desplome de la población indígena violentada y expoliada durante el primer período y la disminución cuantitativa de los conquistadores que empezaron a ser movilizados hacia otras direcciones. Por consiguiente, ambos conjuntos, indígenas y conquistadores, serían sustituidos por los grupos de esclavos negros y mercaderes respectivamente, con la particularidad de que este último grupo se hizo al poder de las instituciones coloniales, al control del comercio y al monopolio del prestigio social en el istmo. Finalmente, una serie de decisiones imperiales terminó por apuntalar la política ultramarina de España y la función transitista del istmo, entre las que sobresalen el establecimiento del sistema de ferias y galeones y la sorprendente creación de la Audiencia de Panamá, si se tiene en cuenta su precaria población en ese momento. A propósito de la configuración territorial de Panamá, de su transitismo y dependencia, pero ahora con fines comparativos, cabe subrayar que la posición geográfica del Chocó lo define también como un territorio potencialmente propicio para los proyectos transoceánicos a lo largo del siglo xix y principios del xx, y por consiguiente espacio de interés para su intervención por el sistema mundo. Ahora bien, aunque tales proyectos no se llevaron a la práctica en el caso del Chocó, existe suficiente evidencia del interés internacional en ellos.98 Agradezco a la investigadora Claudia Leal de la Universidad de los Andes por compartir conmigo la información de varios documentos, informes y reportes acerca de estos proyectos, pero que 98
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Con lo cual queremos llamar la atención sobre el hecho de que ni el transitismo ni la dependencia, que caracterizaron la historia del istmo panameño, se dieron en el caso del Chocó, o por lo menos no con la intensidad del primero a la que se refiere el distinguido historiador panameño. En el caso del Chocó ocurrió todo lo contrario, porque precisamente su marginalidad respecto del país y del mundo a consecuencia de la disolución del sistema esclavista y la consiguiente decadencia de la explotación minera, constituyen una constante poderosa durante el siglo xix y xx. Situación estructural que a duras penas se va a ver matizada a finales del siglo xix, por la explotación de algunas de sus riquezas (oro y platino) mediante el recurrente modelo extractivo conocido y con destino al mercado mundial. La pregunta que se impone a raíz de este esquema comparativo es la siguiente, hasta qué punto esta situación de marginalidad del Chocó respecto del país y el mundo, durante buena parte del siglo xix, pudo haber creado también condiciones de posibilidad para una construcción de sociedad regional singular y relativamente autónoma por iniciativa de sus principales actores. Esto es, la oportunidad para forjar un territorio en el que los grupos negros se hicieron demográfica y socialmente mayoritarios, aunque en medio de unos marcos económicos y sociales dominantes desde los cuales se los negaba, excluía y deslegitimaba. Asimismo, esas condiciones peculiares representaron para los grupos indígenas oportunidades para experimentar un significativo proceso de reconstitución, basado en su recuperación demográfica, la afirmación sobre territorios tradicionales en algunos casos y la movilidad hacia nuevos territorios en otros. Con otras palabras, la historia común, y a la vez contrastada, de grupos negros y comunidades indígenas en el Chocó, reclama el examen riguroso de las modalidades de la ocupación territorial extensiva pero que a su vez son dinámicas inseparables de sus respectivas identidades étnicas. Aunque en otro sentido, estas deben considerarse hasta cierto punto difusas, por las interferencias originadas en las acciones del Estado nacional y sus agentes, y por las dinámicas del sistema mundo. Dos estudios de largo aliento y muy valiosos indican la importancia que ha cobrado el Darién en los últimos años: el primero es la notable investigación
no hemos podido consultar sistemáticamente para este trabajo, razón por la cual omitimos sus re ferencias, aunque no dudamos en recomendarlas como un tema a desarrollar para futuras investigaciones.
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del geógrafo e historiador español Joaquín García Casares99 y el segundo el ambicioso estudio del investigador Luis Fernando González Escobar.100 La investigación de García Casares, producto de una tesis doctoral en la Universidad de Valencia, España, estudia el Darién histórico en la larga duración y con mucho sentido considera el área contigua del Chocó como parte del es pacio de su interés. En efecto, el estudio establece que a raíz de la estrategia ultramarina de España y la incorporación del istmo panameño a ella, se produjo el definitivo desplazamiento de la presencia y actividades hispánicas del golfo de Urabá y el Darién en el oriente de la llamada Tierra Firme suramericana, hacia el occidente del istmo y la provincia de Veragua primero, y por último hacia el eje Panamá (Océano Pacífico) - Nombre de Dios (Océano Atlántico). Por consiguiente, la provincia del Darién, que en un principio tuvo un alto interés para la empresa conquistadora española y para las potencias competidoras, devino en territorio marginal, en espacio “vacío” y de escaso control por parte de las distintas jurisdicciones coloniales, situación que sería aprovechada por los grupos indígenas para recomponerse de las duras condiciones impuestas por la invasión y para mantenerse en estado de guerra. Esta situación singular, según la perspectiva de García Casares, explica por qué entre los indígenas originarios y sus vecinos se produjo un relevo étnico por parte de otros grupos del Darién histórico y del Chocó a través de complejos procesos, escasamente documentados hasta ahora por lo demás como veremos, pero que en principio se pueden caracterizar como de disolución, reconfiguración y etnogénesis, de acuerdo con nuestro propio lenguaje. Los mismos que condujeron, por ejemplo, al surgimiento de los cunas como un grupo nuevo (que se autodenominan tule), como lo define García Casares. Pero que también explican la movilidad de los chocoes, cuya presencia en el territorio darienita data del siglo xvii, así como de su variante del pueblo emberá de la que hay evidencia desde el siglo xviii y más recientemente de los waunana. Por todas estas razones, éste investigador opta con acierto por considerar el estudio del Darién en relación inseparable con el vecino Chocó y los pueblos indígenas chocoes. Por otra parte, y con el transcurso del tiempo, la historia de
99 100
J. García Casares, op. cit.
L. F. González Escobar, El Darién. Ocupación, poblamiento y trasformación ambiental. Una revisión histórica, parte i, op. cit. y parte ii, op. cit.
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la población afroamericana en el Darién se tornó también muy compleja, hasta convertirse en el grupo más importante del Darién histórico, todo ello en medio de la implantación pretendida por los europeos. Por las consideraciones anteriores conviene resumir lo que dicha inves tigación entiende por el territorio del Darién histórico, no sin antes advertir que los diferentes nombres que ha recibido la región en sentido amplio o restringido, pueden dar origen a confusiones. En efecto, después del control de las islas del Caribe por los ibéricos, Tierra Firme fue la denominación genérica utilizada por ellos para designar toda la amplia franja del primer contacto, encuentro o invasión en la costa norte suramericana (actuales Venezuela, Colombia y Pa namá), pero cuyo uso se fue restringiendo con el paso del tiempo al área contigua como Nombre de Dios. Veragua se utilizó para nombrar la región ístmica costera situada al occidente del golfo de Urabá. Por su parte Urabá (llamado también Nueva Andalucía, aunque en forma efímera), designaba el área comprendida al oriente del golfo de Urabá y el curso bajo del Atrato, la cual fue incorporada en términos generales a la gobernación de Cartagena. Panamá es todavía un topónimo indeterminado, al parecer originado en el nombre de un caserío de pescadores o de un árbol, pero en todo caso ese fue el nombre que recibió la ciu dad fundada por Pedrarias Dávila en 1519, el primer asentamiento europeo en las costas del Pacífico, el mismo que tomaría la región en su conjunto, así como la Gobernación, la Capitanía, y las varias veces creada y otras tantas suprimida Audiencia de Panamá. El nombre de Castilla de Oro o Castilla Aurífera otorgado por el rey Fernando, hizo parte de las instrucciones dadas a Pedrarias Dávila tanto para asegurar el control amplio del territorio ístmico como para garantizar la acción expansiva hacia el sur y el norte.101 Teniendo claro lo anterior, retomemos lo que este investigador denomina el “Darién histórico”. Concretamente, un territorio amplio que incluía una buena parte de Veragua (la gobernación otorgada a Nicuesa) y una parte más pequeña de Urabá (la gobernación otorgada a Ojeda), que fueron las ocupadas al comienzo de la invasión, más los territorios del bajo Atrato y el Mar del Sur, resultado de las exploraciones posteriores.102 Sin duda, de todo este territorio da-
101 102
J. García Casares, op. cit., pp. 24-25.
El estudio de J. García Casares indica que el Darién histórico conserva, hasta el presente, no obstante los cambios políticos y administrativos, y el estar repartido entre la República de
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rienita, el río Grande del Darién, o río San Juan como también se lo llamó y desde el siglo xviii río Atrato (nombre que utilizaremos en adelante para evitar confusiones), que unía y separaba a la vez las gobernaciones de Urabá y Veragua, jugaba un papel central desde el punto de vista geográfico y del ordenamiento del espacio. No obstante, todo parece indicar que el golfo de Urabá es también una frontera etnográfica, si se lo observa desde lo indígena, en la medida que marcaba diferencias y delimitaba territorios controlados por distintos grupos étnicos, por una parte de los muy guerreros grupos caribes y por otra de los muy distintos cuevas de lengua chibcha que se redujeron y refugiaron en la parte costera del istmo, en la provincia de Veragua. En términos políticos, en ese territorio en disputa se intentaron establecer las primeras poblaciones españolas en el continente americano, primero con San Sebastián (1509), situado en la ribera derecha del Atrato, y después con Santa María la Antigua (1510), en la ribera izquierda, que se convirtió en la primera fundación hispánica estable y en el gran centro de las operaciones de conquista y pillaje de las riquezas y poblaciones indígenas. A esa precaria villa, en la que mal vivían un puñado de españoles y unos centenares de indígenas sometidos, llegaría la imponente armada de Pedrarias Dávila en 1524 (22 naves y 2.000 hombres), lo que sometió el territorio y la ya expoliada población indígena a una presión inso portable, que hizo colapsar el precario equilibrio entre la población (indígena y española), los recursos disponibles y el medio ambiente, lo que llevó a la destrucción, la hambruna y el despoblamiento, y por último al desplazamiento del centro de poder a la ciudad de Panamá. Así como al consiguiente olvido del territorio del Darién y su gente por el poder imperial hispánico, al tiempo que reaparecieron en él grupos indígenas beligerantes. Sin embargo, como parte de esa debacle demográfica pero antes de su desenlace definitivo, los ibéricos convirtieron la zona en un teatro del horror contra la población indígena, mediante las “cabalgadas”, “entradas”, “ranche-
Panamá y la República de Colombia, lo fundamental de su territorialidad, que: “Comprendía la región Este y Sur del Istmo panameño, el golfo de Urabá y el bajo curso del río Atrato; es decir, la actual provincia del Darién, parte de la provincia de Panamá (incluso las islas de las Perlas) y la comarca de San Blas en la República de Panamá, y las costas del golfo de Urabá y la zona Sur de este en los actuales departamentos de Antioquia y del Chocó, en Colombia”. J. Gar cía Casares, op. cit., pp. 24-25.
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rías” y “rescates”, modalidades de pillaje de sus riquezas y recursos. Las primeras voces críticas de lo que ocurría en América, levantadas por Antonio de Mon tesinos y Bartolomé de las Casas, obligaron al primer ajuste jurídico y moral de la política imperial española pero que en la práctica lo que hizo fue acentuar la agresión y la violencia, precisamente cuando el rey Fernando promulgó el “requerimiento”, un documento por medio del cual se requería a los jefes indios su sometimiento al Papa en lo espiritual y al Monarca en lo temporal, y que en caso de no hacerlo quedaba justificada la guerra contra ellos. En resumen, una argucia jurídica para conciliar los intereses del Estado imperial con la conciencia cristiana. En este marco de acontecimientos cobra importancia Santa María la Antigua del Darién. No sólo se hicieron las avanzadas desde el valle del Cauca, Toro, Cartago, Anserma, o el sur, Popayán y Buenaventura, sino también desde Antioquia, pe ro esto no cambia lo sustantivo de la hipótesis de García Casares acerca de los procesos migratorios de los chocoes hacia el Norte del Darién y hacia el sur.
2. La transición económica y social del siglo xviii al xix
Un aporte cualitativo de los estudios recientes consiste en haber desentrañado las claves que relacionan los siglos xviii y xix y una de las cuales apunta a la conveniencia de ir más allá de una lectura meramente económica y en particular del sistema esclavista de ese primer siglo. En efecto, los grandes aportes de la geografía cultural (Robert C. West) y la historia económica (William Sharp y Germán Colmenares) se concentraron en explicar las actividades de la economía esclavista del oro y las condiciones geoecológicas de las cuales dependía en gran medida, y aunque se refirieron al sujeto esclavo, a sus condiciones de trabajo y vida, e identificaron las primeras manifestaciones de su identidad, los espacios propios, la búsqueda de la libertad y la resistencia a la esclavitud, buena parte de su mundo cotidiano, las distintas formas de movilidad social hacia la libertad y los diversos espacios conquistados para su humanidad y la de sus grupos, quedaron sin apreciarse debidamente. Estos límites y limitaciones de la geogra fía cultural y la historia económica y social, estimularon a otros investigadores hacia los estudios del poblamiento y construcción de los hábitats en el Pacífico en general y del Chocó en particular, justamente los trabajos de Jacques Apri le-Gniset, Gilma Mosquera, William Villa, entre otros, son ejemplo de ello.
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A partir de estos grandes y valiosos antecedentes, los más recientes análisis sobre el Chocó presentan, en medio de obvias diferencias de documentación y enfoques, algunas características comunes, como la multidimensional de sus análisis (económico, social y cultural; regional, local y microhistórico; histórico y etnográfico), la pretensión de incluir a los distintos sujetos sociales implicados (blancos, esclavizados, libres, indígenas y sus mezclas), así como sus interacciones (alianzas y conflictos, oposiciones y fronteras), y el uso intensivo de material de archivos y fuentes diversas.103 En un trabajo colectivo realizado en los noventa (ican y pnr), Patricia Vargas y su equipo nos introducen en el complejo mundo de las relaciones sociales chocoanas durante la transición del siglo xviii al xix, como parte de la comprensión de las cuestiones territoriales y de la identidad contemporánea de la región.104 En una de las partes de este estudio colectivo, Vargas, con base en las descripciones de la época consultadas, sintetiza las características de la provincia de Citará a finales del siglo xviii, definidas por la tensión entre co lonización española y resistencia de negros e indígenas, que condujo a que los embera ocuparan la vertiente occidental del río Atrato (más fértiles y menos inundables para la agricultura), mientras que los mineros y los libres ocuparon la vertiente oriental con sus respectivos afluentes, para establecer sus entables de minas y espacios agrícolas complementarios (platanales), que llevó a una evidente vecindad y complementariedad, espacial y económica, entre los mazamorreros libres y los campamentos de minas.105 Las condiciones de la región imponen que sus actividades económicas dependan de la autosubsistencia, el comercio externo y el contrabando como constantes, en medio de las explotaciones mineras que se reparten entre campamentos laborados con manos de obra esclava y Algunos autores se destacan sobre otros por la amplitud, consistencia, persistencia e influencia de sus investigaciones, razón por la cual los tomamos como referencia central para esta parte de nuestro estudio, tales son los casos de Sergio Mosquera (la historia de lo propio), Orián Jiménez (de la historia de la esclavitud a la historia de la libertad), Joaquín García Casares (la historia conjunta de afros, indios, mulatos y mestizos), Luis Fernando González (el poblamiento tardío del Darién), William Villa (el poblamiento y los conflictos chocoanos), Claudia Leal y Eduardo Restrepo (el extractivismo como clave de comprensión histórica). 103
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P. Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, op. cit. y Construcción te rritorial en el Chocó: Historias locales, op. cit. P. Vargas, “Organización social, identidad y territorio de las gentes negras en el río Atrato durante el siglo xviii y sus huellas en la actualidad”, op. cit.
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mazamorreros libres. En lo social y simbólico, no obstante la precariedad de la colonización y la evangelización, las relaciones se encontraban marcadas por las representaciones de los grupos raciales que a su vez suponían unas características culturales, en las que cholos (indios), negros (afros y sus descendientes) y blancos (criollos, peninsulares y extranjeros), se repartían las clasificaciones principales y jerarquías, sin olvidar sus respectivos cruces raciales. Los núcleos blancos fueron reducidos, prestantes familias de blancos se establecieron en el Chocó y monopolizaron la administración civil y eclesiástica, así como el comercio y las minas. Según Vargas, Arboledas, Caicedos, Arroyos, Hurtados, Mosqueras, Morenos y Asprillas, tenían sus raíces y orígenes en la gobernación de Popayán y más concretamente en el valle del Cauca. A finales del siglo xviii, con la apertura del Atrato, fue creciente la influencia de comerciantes cartageneros o afincados en ese puerto del Caribe neogranadino. El avance de la colonización en el Chocó constituye todo un registro de la modificación de antiguas fronteras indígenas, con los embera que ocupaban la parte media del Atrato y los cunas que lo hacían en el bajo Atrato, proceso en el que el papel de Quibdó será cada vez más significativo. En medio de circunstancias difíciles los indígenas habían logrado resistir y reconfigurar sus sociedades y territorios. El sistema de corregimiento, si bien trastocó el orden de las sociedades originarias con la introducción de jerarquías nuevas (caciques y capitanes con ciertos privilegios) y como parte de un proceso de ladinización que se acompañaba de la intensificación de las formas de explotación opresión que se generalizaron empobreciendo las poblaciones indígenas, no fue suficiente para contener su resistencia, que recurrió a la modalidad de la dispersión territorial. Con todo, para finales del siglo xviii siete pueblos indios se habían establecido en la provincia de Citará: Quibdó, Lloró, Chamí, Beté, Bebará, Murrí y Pabarandó. Pero todavía se carece de un estudio en profundidad de demografía histórica especializado en estos procesos y en las cartografías de la resistencia, la construcción de territorios y la reconfiguración étnica, que nos permita saber acerca de cuestiones como: la diferencia y los flu jos entre identidades indias “reducidas” y “enmontadas”, por llamarlas de este modo; las variantes en los procesos de evangelización y al tiempo la persistencia de los sistemas de creencias y rituales indígenas (por ejemplo entre los embera); y la situación en las fronteras más tensas o críticas, como el territorio cuna, que empezaba justamente allí donde el control español se hacía todavía más limitado
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en el bajo Atrato (lo que se pretendió subsanar con el emplazamiento del pueblo de Murindó, llamado San Bartolomé, como lo registra Vargas). En cuanto a los negros, el trabajo de Patricia Vargas subraya varias cuestio nes sustantivas para nuestros fines, como la rápida adaptación y apropiación en varios sentidos de estas tierras por los africanos y sus descendientes, la integración entre negros bozales y criollos y mulatos, la construcción de imaginativos lazos sociales y culturales que facilitaron su identificación y la resistencia al dominio desde la vida diaria: tales como el compadrazgo, la vecindad y el parentesco con centralidad en las mujeres, la apropiación del espacio de la religión católica en el sistema esclavista para expresar sus tradiciones y, según creemos, su ancestralidad más profunda (africana), y el conocimiento de la naturaleza que los rodeaba y les proporcionaba recursos materiales y objetos simbólicos con los cuales relacionar su cosmovisión (selva, espíritus, humanidad) con la dura cotidianidad y las contingencias de la vida. Cuestiones que se reflejan en eventos y procesos que todavía falta documentar y comprender a cabalidad, como la automanumisión, la huida, los hallazgos e invenciones tecnológicas en la minería, la agricultura, la artesanía, los levantamientos de esclavos e incluso las eventuales alianzas con los indios cunas (como en el caso del levantamiento Bebará contra medidas fiscalistas en 1766). Pero sobre todo, en el ya identificado fenómeno de los libres, tema que será ampliado por otros colaboradores de este estudio. En efecto, Erik Werner Cantor presenta un estudio de síntesis de sus investigaciones acerca de cómo la extracción de oro propició el encuentro de embera, afroamericanos y europeos en la cuenca del Atrato en el siglo xviii.106 El estudio busca ilustrar la interdependencia de los actores sociales en la provincia de Citará –blancos, negros e indios–, con la extracción de oro y las consecuencias sociales derivadas del cierre del Atrato durante la mayor parte del siglo xviii. Según este investigador, la interdependencia de las actividades mineras, de transporte, comercio y agrícolas, con sus respectivos agentes, no aparece representada en las fuentes coloniales del Archivo General de la Nación y conjetura que las relaciones entre estos grupos sociales se caracterizaron
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Erik Werner Cantor, “Extracción de oro: Encuentro de embera, afroamericanos y europeos en la cuenca del Atrato. Siglo xviii”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999.
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“por la coexistencia más que por la convivencia”, que vieron reforzadas por las políticas de segregación colonial entre negros e indígenas por los temores a que se concertaran para los levantamientos y el severo aislamiento de los esclavos.107 Estas características dominantes sólo cambiarían a partir del último cuarto del siglo, cuando existe suficiente evidencia de convivencia entre negros libres, indios y blancos en algunos pueblos (Quibdó, Beté y Bebará). Una fuerte división del trabajo sometió a los esclavos negros a las labores mineras, mientras que los indígenas fueron dedicados a las actividades complementarias de transporte (navegación de los ríos, tránsito por caminos y arrastraderos), agrícolas y la construcción de los medios indispensables para la movilidad, como las canoas. Los abastecimientos externos y el contrabando componían las modalidades del comercio, concebido siempre como subsidiario de la explotación del oro y medido por ella. Las medidas adoptadas por las autoridades reales de restringir la navegación a la parte baja del Atrato a finales del siglo xvii por los temores de las incursiones de indios cunas, piratas y contrabandistas, tuvieron como consecuencia efectiva la reducción del espacio de la colonización a la parte alta y media del Atrato, donde se concentraban las actividades mineras, lo que condenó los otros espacios (la parte baja o del Darién) y las posibilidades de conexión (con Antioquia, Cartagena y Panamá) al olvido y con ello a la pérdida de oportunidades paras las provincias chocoanas, las dificultades del comercio, el encarecimiento de los productos y la pobreza general. El complejo minero se desarrolló en estas condiciones, mediante la modalidad de campamentos y cuadrillas de esclavos, administrados por capata ces y la asistencia incluso de esclavos destacados a funciones especiales como los capitanes y capitanejos. Dos importantes instituciones complementaron la colonización en la provincia de Citará, el Corregimiento y la Iglesia. El Corregimiento, instaurado en la provincia desde 1687, después de la campaña militar del teniente Carlos Sotomayor de Alcedo, buscó básicamente la reducción, el control y la administración de los embera, mediante la adjudicación de resguardos, el pago de los salarios a los trabajadores indígenas y la generalización del tributo. La presencia evangelizadora de los franciscanos, desde la segunda mitad del siglo xvii, contribuyó decisivamente a controlar y disciplinar la im 107
Ibíd., p. 68.
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prescindible mano de obra esclava e indígena para las explotaciones mineras y sus actividades complementarias. Uno de los mayores méritos de este estudio es el haberse centrado en la figura del corregidor y su función clave para asegurar la producción minera. Así, esta figura se desdobla de funcionario en empresario, al intermediar en el comercio interno de la provincia. Al controlar la mano de obra indígena y su pago, el corregidor podía jugar con los jornales (pago en oro) y los géneros (pago en especie), con evidentes ventajas a su favor. También monopolizaba las herramientas necesarias para las labores. Una cadena de de pendientes o intermediarios entre el corregidor y los indios, que actuaban como como capataces y la necesidad que los mineros tenían del trabajo indígena para no ver afectada la productividad de sus campamentos y cuadrillas, convertían al corregidor en una figura central de la vida colonial en esta provincia constreñi da y emblema de todos los excesos a que conducía una economía basada en la exclusividad minera esclavista y sus nefastas consecuencias sociales. A finales del siglo xviii era claro que ese modelo de colonización hacía agua por todos los costados, el contrabando no sólo nunca puedo ser controlado sino que se acentuó, los cuna mantuvieron el control territorial sobre la parte baja del Atrato a pesar del emplazamiento de la Vigía (sobre la desembocadura del río Sucio), el comercio padecía los estragos mencionados y por lo menos la mitad de la producción minera del Chocó se evadía del control real. La apertura del Atrato en el último cuarto del siglo se impuso cuando el daño para el desarrollo regional ya estaba hecho, pero no obstante, procuró restablecer el comercio con el fin de reactivar la producción aurífera. En las presiones coincidieron autoridades reales modernizantes urgidas de recursos fiscales, la situación de los mineros que habían invertido fuertes capitales en la compra de esclavos a mediados del siglo xviii y que no veían recompensadas sus inversiones con la productividad de sus minas, los mineros independientes o mazamorreros obligados a compras costosas de productos agrícolas y herramientas, los comerciantes de Cartagena que vieron posibilidades en ese mercado, lo que por oposición puso en guardia a los comerciantes y mineros del valle del Cauca que tradicionalmente habían controlado el mercado con el Chocó por la provincia de Nóvita. Las interacciones e interdependencias entre embera, afroamericanos y europeos forzadas por la economía minera pero con múltiples consecuencias en sus respectivas sociedades e identidades, todavía aguarda por nuevos estudios que terminen de esclarecer cuestiones como las siguientes: los intercambios y
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relaciones interétnicas entre negros e indígenas todavía es una cuestión abierta a la investigación, lo que muy seguramente se tenga que correlacionar, como sugiere el estudio de Cantor, con los nichos ecológicos disponibles, las activida des productivas condicionadas por estos, las tecnologías apropiadas por unos y otros grupos y su trasferencia o difusión, como en el caso de las mineras de los negros y las agrícolas de los indígenas, e incluso preguntarse categóricamente por la hipótesis de este investigador acerca de cómo se dio la transición de la coexistencia a la convivencia en estos grupos sociales a finales del siglo xviii; asi mismo, es pertinente interrogarse por la desestructuración de las familias negras, por las ventas que sus propietarios hicieron de parte de sus miembros hacia otras regiones para compensar la crisis de la producción minera, o considerar las posibilidades de la reproducción de estas en el Chocó cuando las ventas se dieron en su interior o en los lugares cercanos a sus asentamientos, e incluso tener en cuenta los casos en los que el abandono de las minas por los propietarios que dejaron de explotarlas y el consiguiente estado de libres de hecho que con ello alcanzaban los antiguos esclavos dejaban espacios para las sociedades libertarias. La cuestión de las fronteras étnicas y las relaciones interétnicas también pueden ser objeto de futuros trabajos, y en ese sentido la pregunta por lo que pasó con los embera y los cunas en sus respectivos territorios y sobre la reestructuración de sus sociedades, así como por las distintas formas de representación de sí mismos y de los otros, son fenómenos cuyo conocimiento puede arrojar nuevas luces sobre las condiciones de la configuración regional en la transición del siglo xviii al xx que hoy desconocemos. Estos problemas fueron tratados con más amplitud y profundidad por Erik Werner Cantor en un trabajo posterior.108 El estudio muestra la activa participación de los embera en la conformación de la provincia de Citará, mediante los procesos de negociaciones y pactos para establecer los pueblos indios y los resguardos, el rol de los indios “mandones” en la intermediación entre las comunidades indígenas y la colonización española, todo ello en función de asegurar una fuerza laboral indispensable y complementaria para la producción minera y la estabilización de los campamentos y las labores de las cuadrillas de esclavos. La frontera embera originaria se transformó al hilo de estas intrincadas
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E. W. Cantor, Ni aniquilados ni vencidos, op. cit.
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interdependencias en posibilidad para asegurar el control del alto y medio Atrato, mientras que los cuna mantuvieron el bajo Atrato como territorio independiente del control español y como zona propicia para el contrabando y para el encuentro con los competidores del poder español. Además de ilustrar sobre la manera como se impuso el poder colonizador en esta provincia y las instituciones clave como las autoridades locales (corregidores) y la evangelización (franciscanos), el trabajo presenta una radiografía detallada de las condiciones y especialidades laborales que se asignaron a negros e indígenas. La documentación de los trabajos y la vida cotidiana de las cuadrillas en las minas ofrece una escala poco tratada en los estudios de este tipo, sobre el diario vivir en condiciones esclavistas, los imaginarios de los mineros acerca de la productividad, la inversión en esclavos y la reproducción de esa fuerza de trabajo, pero también de las precarias tecnologías mineras que dependían en lo fundamental de las habilidades y capacidades de los esclavizados, aspectos que revelan la fragilidad del sistema esclavista y las condiciones que se encubaban para su futura disolución. Asi mismo, se documenta y analiza con rigor el trabajo indígena y la servidumbre como indispensables para la economía extractiva de metales preciosos, las capacidades de las comunidades indígenas para producir excedentes agrícolas (maíz y plátano) incluso a costa de su propia alimentación, sus habilidades como constructores de canoas, viviendas y utensilios fundamentales para la movilidad y vida diaria y su función como cargueros en el camino del Chamí. El perverso sistema de endeudamiento y pago en especie del trabajo indígena que convirtió a los corregidores en “empresarios” comerciales y las estrategias de las economías de subsistencia de los citaraes. En otro plano, el estudio documenta y analiza las distintas modalidades de resistencia al poder colonial y las explotaciones mineras y agrícolas que desarrollaron negros e indígenas. No todas las comu nidades indígenas embera pudieron ser reducidas a pueblos y resguardos ni contraladas laboralmente, como se evidencia por la práctica constante del cimarronismo o el alejamiento de las zonas de avanzada de la colonización española. La guerra contra los cuna es otro aspecto tratado por la investigación, así como la división que la colonización produjo entre sus comunidades ci taraes o embera; es decir, entre los que mantuvieron alianzas y pactos con los colonizadores y quienes resistieron al dominio desde las nuevas jerarquías como autoridades indígenas o desde sus tradiciones, con modalidades como el
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poblamiento disperso, la oposición a la evangelización, la conservación de la lengua, las creencias (“brujería”) y las formas de vestir propias, entre otras. Por su parte, la respuesta de los negros a la esclavitud da cuenta de la complejidad de un proceso que incluye desde la huida y formas de violencia individual contra los amos hasta la construcción de sociedades libres y sobre todo a la emergencia del sujeto social de los libres en el Chocó. En dicho proceso se identifican unidades de análisis novedosas como: la fragmentación y dispersión de los esclavizados africanos por las distintas geografías de la esclavitud, así como su mezcla con los esclavos criollos y la consiguiente atomización en los distintos distritos mine ros, lo que a juicio de este investigador impidió la conservación de un pasado y lengua común africanas como base para la construcción de su identidad; otro tema importante es el de la formación de la familia negra en los campamentos mineros, las cuadrillas de esclavos y los asentamientos de libres; el papel del cristianismo en la construcción de la identidad negra como un espacio ganado por la resistencia a la institucionalidad dominante y la formación del mundo de los libres, su paulatina organización social, la combinación que hicieron de las actividades mineras y agrícolas, el poblamiento disperso asociado a las labores mineras de baja intensidad y las tensiones crecientes por el crecimiento poblacional de los libres y el desplazamiento de las comunidades indígenas. El historiador Francisco Uriel Zuluaga tomó la cuadrilla como unidad de análisis pero no sólo para su convencional tratamiento de la historia económica sino para preguntarse por su relación con la formación de la familia negra en el siglo xviii, pero en este caso centrándose en la provincia de Nóvita, que presenta similitudes y diferencias con lo ocurrido en Citará.109 A propósito, la provincia de Nóvita, de acuerdo con nuestro trabajo, tiene significativamente menos estudios disponibles que la de Citará, pero es presumible pensar que con los avances de unos y otros en un futuro sea posible incursionar en perspectivas comparativas sobre este particular tópico. El historiador chocoano Sergio Mosquera, con base en la revisión cuidadosa de los archivos notariales de Quibdó y otros de su departamento, ha enriquecido el conocimiento de la región chocoana al mostrar las diferencias y mati
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Francisco Uriel Zuluaga, “Cuadrillas mineras y familias de esclavos en Nóvita (Chocó, Colombia), siglo xviii”, América Negra, Bogotá, núm. 10, diciembre de 1995.
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ces que se perciben en la construcción territorial de Nóvita y Citará,110 el poblamiento hacia el Baudó por río el Quito, la etnohistoria de los esclavizadores y los esclavizados en Citará111 y, en su relato vívido sobre las visiones de la espi ritualidad afrocolombiana, en el que presenta conmovedores relatos de ancianos, raiceros, bañadores de perros y expertos en ombligadas,112 los cuales contrasta con su propia producción histórica y con las etnografías de antropólogos como José Fernando Serrano, quien estudió los ritos fúnebres en el Baudó.113 Con su aporte, Sergio Mosquera ha tendido un puente iluminador entre las fuentes escritas y manuscritas y las orales, en función de llegar al fondo de la historia regional. Con ello ha contribuido a romper con la visión homogenizadora del Chocó para introducirnos en las cuestiones de escala de la investigación histórica, con el propósito de llevar el análisis hasta el nivel subregional y contrastar los desarrollos históricos diferentes entre las provincias de Nóvita y Citará. Tales avances han permitido llevar a cabo un tratamiento distinto de los procesos y llegar a una visión muy distinta de la que se tenía de la historia colonial chocoana de la minería y transformarla en una historia social y cultural con rostro humano, por decirlo de este modo. En otros casos, este investigador se vale de la biografía y la prosopografía para ilustrar las múltiples condiciones de posibilidad de la esclavitud, como por ejemplo al mostrar la aparición de un pastuso, Don Melchor de Barona y Betancourt, y su influencia en la sociedad chocoana.114 Como el esclavizador más rico del siglo xix, Barona y Betancourt mantuvo una relación de peripecias entre esclavista y comerciante en momentos en que la abolición se avecinaba. Con una tesis de maestría en la Universidad Nacional en Medellín en 2000, convertida poco después en libro, el historiador Orián Jiménez aporta uno de los trabajos más completos sobre el Chocó del siglo xviii, “un paraí-
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S. Mosquera, Memorias de los últimos esclavizadores en Citará, op. cit. y De esclavizados y esclavizadores en Citará, op. cit. S. Mosquera, Don Melchor de Barona y Betancourt y la esclavización en el Chocó, op. cit. S. Mosquera, Visiones de la espiritualidad afrocolombiana, op. cit.
Fernando Serrano, Cuando canta el guaco: La muerte y el morir en poblaciones afrocolombianas del río Baudó. Chocó, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1994. S. Mosquera, Don Melchor de Barona y Betancourt y la esclavización en el Chocó, op. cit.
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so del demonio”.115 En efecto, uno de los mayores logros de este trabajo es que describe y analiza las singularidades de una región que hasta hace sólo unas cuantas décadas se tenía por homogénea geográfica y culturalmente. Los ríos Atrato, San Juan y Baudó (y sus innumerables tributarios), que actúan a manera de sistema sanguíneo de la región, presentan también notables diferencias fisiográficas que no sólo incidieron en las variadas alternativas económicas y sociales sino en la configuración de tres provincias distintas (Citará, Nóvita y Baudó), pero que fueron puestas bajo control de un ente administrativo creado por la Corona española en 1726, la gobernación de el Chocó. Según Jiménez, hasta mediados del siglo xvii el Chocó no fue cosa distinta que una zona de colonización para las autoridades coloniales, y apenas desde 1650 se podría definir como una región marginal dentro de la economía minera del segundo ciclo del oro, es decir, cuando ya habían declinado los centros productores del primer ciclo (Cáceres, Buriticá, Zaragoza y Guamocó). El concepto de región marginal es central para este trabajo, porque en buena medida permite ordenar, disponer y ubicar cuestiones como los tiempos, los procesos, los espacios, las formas sociales y los sujetos. Dice Jiménez: “Entiendo el concepto región marginal como aislamiento geográfico y como ausencia de control político por parte de la Corona y de la Real Audiencia. En términos económicos, la condición marginal culminó con el incremento de la explotación aurífera a finales del si glo xvii, pero la marginalidad política se mantuvo a lo largo de la Colonia y el siglo xix”.116 De acuerdo con lo sugerido por Jiménez, es posible utilizar varios criterios de investigación para el estudio regional del Chocó en los períodos en cuestión. Así, zona de colonización se asocia a la conquista y colonización tardías de estos territorios y pueblos (si se la compara con otras), dinámicas que duran hasta mediados del siglo xvii; región marginal supone la inclusión contradictoria del Chocó en el ordenamiento colonial, al inscribirse sus áreas mineras productivas desde 1650 en el segundo ciclo del oro, pero no obstante quedar marginadas sus precarias provincias de la inclusión política; este rasgo contradictorio, de inclusión económica y exclusión política, se mantendría como característica de larga duración en la región durante los siglos xviii y xix
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O. Jiménez, El Chocó: un paraíso del demonio, op. cit. Ibíd., p. 2.
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(y hasta el presente); por otra parte, esos factores decisivos en la configuración regional también definieron sus relaciones con lo “externo”, es decir, con el resto del Reino durante la colonia y con el país nacional en formación durante el siglo xix, y con la economía mundo sobre todo a finales de ese siglo y principios del xx (nuevo ciclo del oro); de esta manera, la provincia del Darién podría ser representada durante la colonia como “periferia” de la región marginal y a lo largo del siglo xix como de paulatina integración al Chocó y el país al hilo de la expansión demográfica de los libres por el Atrato medio y bajo, integración que finalmente cobra gran intensidad al transformarse el Darién en espacio clave para la agricultura de agro-exportación (banano) en las primeras décadas del siglo xx; por otra parte, la zona del Raposo en el Pacífico, al sur del Chocó, representa un área de experimentación esclavista durante la colonia que influ yó significativamente en el establecimiento de ese sistema en el Chocó (clanes esclavistas de Popayán, Cali y Buga, introducción de cuadrillas de esclavos, emplazamiento de entables de minas y apropiación de tierras, tecnologías de producción, entre otros), que con la disolución del sistema esclavista durante el siglo xix ofreció algunas posibilidades para la movilidad de gente negra entre ambas zonas, pero que a comienzos del siglo xx se transforma en un polo de atracción para los habitantes del Chocó por el surgimiento del moderno puerto de Buenaventura, la construcción del Ferrocarril del Pacífico y la apertura del Canal de Panamá. A partir de esta geografía histórica, por así llamarla, que derivamos del estudio comentado, la investigación de Jiménez se concentra en dos cuestiones sustantivas que forman las partes consiguientes de su libro, la primera de las cuales se ocupa del estudio de los países del Chocó, mientras que la segunda describe con detalle la vida cotidiana en los reales de minas. En efecto, las pistas levantadas en las investigaciones anteriores del autor se completan aquí con base en un amplio trabajo de documentación de archivos y pertinentes elementos etnográficos (el autor hizo parte del equipo del proyecto de investigación de la Universidad Nacional de Colombia, Los baudoseños: convivencia y polifonía ecológica, 1995-1996, dirigido por el antropólogo Jaime Arocha) que se po nen al servicio de un objetivo novedoso, el conocimiento por dentro de esa sociedad regional y el entramado de sus relaciones. Mediante esa estrategia de investigación se hacen visible los matices y las lógicas internas más finas que
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explican las configuraciones de los cinco países o comarcas del Chocó colonial, es decir, Nóvita, Citará, Tatamá, El Raposo y El Baudó. De estos cinco países o comarcas, la investigación se ocupa de tres, por considerar que los de Tatamá y El Raposo giraron más en torno a los intereses de la gobernación de Popayán y sus clanes esclavistas, que de las dinámicas internas. Así entonces, se podrían sintetizar sus características sustantivas: Nóvita era el país del oro y por lo tanto negro en su composición étnica predominante; Citará, el país del comercio y la agricultura, indio predominantemente, aunque con una activa presencia de cuadrillas de negros esclavos; y el Baudó, el país del refugio y de la agricultura, étnicamente pardo y zambo. Para la construcción de estos paí ses, el investigador se atiene “tanto a los procesos de poblamiento como a las características fisiográficas y del paisaje”,117 en una suerte de geohistoria. Agrega Jiménez algo importante, en tanto y en cuanto apunta a la nueva subjetivi dad regional que se consolida después de 1780: “[…] esta triada étnica se vio transformada por la aparición masiva de los libres, quienes procedentes de los Reales de Minas se asentaron en los espacios vacíos y en los afluentes de estos tres ríos, Atrato, San Juan y Baudó”.118 La matriz en la cual se engendró esa nueva subjetividad de los libres fue precisamente la de los Reales de Minas y es por eso que a ellos se dedica la segun da parte del estudio de Jiménez, mediante una combinación de microhistoria y etnografía histórica. En efecto, lo que el autor llama las “huellas discontinuas” de esclavistas y esclavizados son seguidas mediante un exhaustivo trabajo de archivos de Bogotá, Popayán, Cali, Cartago y Medellín. La documentación consultada no sólo constata la evidencia del proceso histórico en cuestión sino que también aporta los datos necesarios a la etnografía histórica para reconstruir la vida cotidiana en esos recintos coloniales, cuya singularidad es descrita con precisión. Con base en esa novedosa unidad de análisis, se identifican prácticas y modalidades de la actividad minera que anteriormente habían sido descritas en forma más bien genérica, como en el caso de la denominada minería de aluvión o mazamorreo. La persistente búsqueda de las características concretas de esas condiciones de explotación y vida social conduce a distinciones clave, como
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Ibíd., p. 4. Ibíd., p. 7.
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las de las minas de lo alto (o mirasoles) y de lo bajo (o veneros), cuyas similitudes y diferencias se relacionan con las condiciones hidrográficas y geográficas, y las posibilidades de explotación con base en las corrientes de agua y la disponibili dad de ella en diferentes momentos del año. Asimismo, se ilustran las diferentes técnicas de explotación y la diversidad de herramientas utilizadas, la variedad de oficios y funciones que dan cuenta de la insospechada complejidad y dife renciación sociales de los distintos aperos y de las condiciones tan fluidas en que se experimenta la vida material, es decir, de los múltiples trasiegos de la vida diaria y los intensos flujos que ligaban los Reales de Minas con el mundo exterior. Frente a los trabajos anteriores, que por lo general coinciden en las limi taciones para establecer el control colonial del territorio chocoano, el estudio de Mónica Patricia Hernández opta por matizarlos y en últimas por lanzar la hipótesis de que las “prácticas territoriales” desarrolladas por la colonización española en el Chocó demostrarían que logaron algo más que un territorio de frontera.119 La autora sostiene que una convención historiográfica muy estableci da parte del supuesto de considerar que la colonización española en esta región presenta la característica dominante de su marginalidad respecto de los centros de poder y la ausencia de control del territorio por los españoles, como lo indican los estudios clásicos al respecto de William Sharp, Germán Colmenares y Patricia Vargas. Sin embargo, desde su perspectiva, lo que denomina algunas “practicas territoriales” en la construcción del espacio en el Chocó durante el siglo xviii, se podría matizar dicha convención historiográfica. La delimitación territorial es una de esas prácticas, es decir, una gobernación (desde 1726) que contenía unas provincias (Nóvita, Citará y Baudó). El establecimiento de las unidades administrativas con sus jurisdicciones dependió de la importancia que en la zona tuvieran los recursos mineros explotables, lo que explicaría por qué no se establecieron en el caso del Baudó. La segregación de sus provincias de la administración de la gobernación de Popayán y darle el estatus de gobernación al Chocó en 1726 hizo parte de la estrategia de organización del virreinato de la Nueva Granada y de los propósitos borbónicos de mejorar los ingresos fiscales
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Mónica Patricia Hernández Ospina, “Formas de territorialidad española en la Gobernación del Chocó durante el siglo xviii”, Historia Crítica, Bogotá, núm. 32, julio - diciembre de 2006, pp. 12-37.
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de la Corona, en este caso controlando el fraude, el contrabando y el territorio. Pero no fue clara la demarcación de límites, lo que generó tensiones entre ambas gobernaciones y que la provincia del Raposo y el puerto de Buenaventura quedaran como una zona de interés tanto para el Chocó como para Popayán, lo que por otra parte propició que las élites de Cali hicieran del control del Raposo, el camino al Pacífico y el puerto de Buenaventura un asunto vital para sus intereses. Las disputas por el límite más al sur o más al norte del río Calima estuvieron pues a la orden del día, como parte sustantiva del control de la provincia estratégica del Raposo (puerto, contrabando, ingreso al interior de la gobernación de Popayán, conexión con Quito y Perú al sur y Panamá al norte). Cuestiones en las que siempre se encuentran dos lógicas diferenciadas, las de las autoridades centrales que tomaban las decisiones jurisdiccionales alejadas de las realidades regionales y las de los que tenían intereses directos como mine ros, comerciantes y pobladores. A partir de estas decisiones se establecieron las tres provincias históricas del Chocó, Nóvita, Citará y Baudó, pero serían las dos primeras, por las explotaciones mineras en el alto Atrato y el alto San Juan, las que van a constituir el eje del poblamiento colonial. El territorio del bajo Atrato, frontera de los cuna, se define como un territorio independiente del poder español. Otra de las manifestaciones de “territorialidad española” que analiza la investigadora es el ordenamiento territorial como tal, es decir, y siguiendo los criterios de Marta Herrera Ángel, a las prácticas asociadas a las formas de ma nejo y distribución del espacio y los conflictos generados, a la intervención del espacio en función de la racionalidad dominadora y por lo tanto de control de las poblaciones. La imposibilidad de controlar el bajo Atrato condujo a la absurda medida de su cierre en 1698 por Cédula Real con las funestas consecuencias conocidas, no obstante su apertura en 1784. El control espacial y de población se redujo en el Atrato a su curso alto y medio, como lo observa este estudio y el de Erik Werner Cantor, con dispositivos como los pueblos indios y los distritos mineros. Los pueblos indios de Citará (Pavarandó, Murrí, Bebará, Beté, Quibdó, Lloró y Chamí) y Nóvita (Tadó, Juntas, Brazos, Nóvita, Noanamá y Sipí) se pudieron establecer merced a un revelador proceso de negociaciones y transacciones entre las autoridades españolas y las comunidades indígenas, que tuvieron condiciones de incidir en sus localizaciones y relocalizaciones, así como de mantener sus rozas y sementeras de cultivos de pancoger en los entornos de los pueblos o en su defecto esgrimir la amenaza de huir al monte, lo que hace
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presumir una dualidad en las formas sociales como estrategia de resistencia. No obstante, todos estos fenómenos son inscritos por esta investigadora en las lógicas de control espacial y social españolas. La diferencia entre los asen tamientos y los ordenamientos indígenas y los asentamientos mineros radicaba precisamente en las distintas lógicas, agentes, nichos ecológicos y movilidad requerida. Estos últimos, dada la condición esclavizada de los negros, no de pendieron de negociaciones o transacciones con el dominio blanco, pero en su desarrollo sí surgieron posibilidades para la aparición de las sociedades negras y el universo de los libres, en las que se fue imponiendo la práctica de un poblamiento disperso en las riberas de los ríos. La autora concluye su argumento diciendo que ante la ausencia de villas y ciudades como tradicional forma de ordenamiento del territorio y el establecimiento de jurisdicciones, en el caso del Chocó, funcionaron otro tipo de asentamientos como las provincias, los pueblos de indios y los campamentos mineros que cumplieron ese papel, con lo cual se garantizó lo fundamental de la avanzada colonizadora de explotar los recursos auríferos y controlar la población esclava e indígena, lo que a su juicio hace de esta una alternativa racional y pragmática para las condiciones que los ibéricos encontraron en el Chocó. De los dos “países” genitores (alto San Juan y alto Atrato) a los cuatro “países” del Chocó, puede resumir la actual tendencia sobre la construcción académica de la región. En efecto, las antiguas provincias Atrato, San Juan, Baudó y Darién, y su trasformación en nuevos territorios con sus respectivas características, demográficas, sociales y étnicas, constituyen un campo de acción de la investigación reciente. Los estudios sobre el Chocó apuntan a reconocer su interesante diversidad interior, como lo evidencia el hecho de que, además de diferenciar y analizar los céntricos y clásicos “países” del Atrato y el San Juan, ahora también hagan énfasis en la trascendencia del Darién y el Baudó en la configuración regional. Un estudio reciente sintetiza las principales características de la provincia del Baudó, menos conocida que las de Nóvita, Citará y Darién, por lo cual conviene retomarlo aquí.120 Se trata de una investigación sobre las persistencias y cambios
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Carlos Andrés Meza, Tradiciones elaboradas y modernizaciones vividas por pueblos afrochocoanos en la vía al mar, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), 2010.
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en los pueblos afro-chocoanos, pero que adopta la perspectiva histórico-cultural como guía de interpretación, motivada precisamente por la construcción de una obra de infraestructura y sus posibles impactos socioculturales, la conexión terrestre Ánimas-Nuquí. La investigación contó con el apoyo de varias entidades académicas (como la Universidad Tecnológica del Chocó y el Instituto Co lombiano de Antropología e Historia (ICANH)), la Embajada de Estados Unidos y la participación activa de varios consejos comunitarios de la gente negra del alto Baudó. El capítulo segundo, dedicado al contexto histórico, geográfico y cultural de los territorios en cuestión, es de nuestro particular interés. En la perspectiva de los trabajos de Jaime Arocha y Adriana Maya, el investigador sostiene que contrario a lo que plantean la mayoría de las interpretaciones, de antes e incluso recientes, sobre el supuesto aislamiento de las poblaciones del Baudó, es decir, las costeras de Tribugá, las de la serranía del Baudó y las de los ríos San Pablo y Quito, estos territorios y gente experimentaron una amplia movilidad, especialmente animada por el sentido de libertad y el poblamiento libre que datan del siglo xvii y se mantienen hasta el presente, pero que también se vio reforzada por vínculos sociales y parentales que tejen una red en la que están inscritos pueblos afronuquiseños, los del golfo de Tribugá y la serranía del Baudó. Los primeros baudoseños llegaron a Tribugá entre 1805 1830. El concepto de integración regional, invocado por los distintos planes de desarrollo para el Chocó o a la hora de proyectar obras de infraestructura, es sometido a una pertinente crítica por Carlos Andrés Meza, que recurre precisa mente a la perspectiva histórico-cultural para demostrar que dos tendencias se contraponen al respecto en la región: la representada por los pobladores ori ginarios y ancestrales que en condiciones adversas no obstante han resistido a la deshumanización de sus comunidades y propendido por la integración social interna, y la que tiene que ver con todas las formas de integración traumáticas que le fueron impuestas a la región desde afuera, como el colonialismo, la esclavitud y el extractivismo. La geografía, la historia y la configuración territorial, son los principales ejes tratados en el capítulo dos del trabajo comentado.121 La geografía hace referencia al área que comprende la cuenca del río Baudó (separado del Pacífico 121
Ibíd., pp. 65-125.
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por la serranía de su nombre), el golfo de Tribugá (en la Costa Pacífica) y los ríos San Pablo y Quito (cuyas terrazas aluviales están bajo la influencia de la depresión del Atrato). El área se comunica mediante un corredor montañoso con la serranía del Darién y el istmo de Panamá. La región es muy diversa, así como las actividades de sus gentes. En el valle fértil del alto Baudó se asientan varias comunidades (Santa Rita, Pureza, Chachajo, Yucal, Puerto Luis, Mojaudó y Cugucho) y en torno suyo hay una amplia red fluvial que fertiliza los suelos y facilita las comunicaciones, lo que definió la características de los asentamien tos y la vocación agrícola de la región, que se complementa con la extracción de productos del bosque y la movilidad entre la serranía y la Costa Pacífica. En la desembocadura del río Baudó al Océano Pacífico se encuentran comunidades como Pilizá, Pavasa y Virudó, en una zona influenciada por los esteros, el mar y el bosque aluvial. Esta zona se comunica con el alto río San Juan y el puerto de Buenaventura mediante corredores naturales como los esteros, que se han utilizado ancestralmente para la movilidad. Por su parte, en el golfo de Tribugá se localizan las poblaciones de Tribugá y Nuquí, en una zona caracterizada por las actividades de la navegación y pesca, agricultura y cacería y extracción de flora del bosque. Mientras que en los ríos San Pablo y Quito predominan la minería, la agricultura y el comercio. Sintetizando los trabajos de varios investigadores como Sergio Mosquera, Orián Jiménez, Jaime Arocha, Adriana Maya, Luis Fernando González Escobar, Claudia Leal, Eduardo Restrepo y William Villa, entre otros, la investigación presenta un cuadro comprehensivo con el mapeo correspondiente de los procesos de libertad y poblamiento que han configurado históricamente el territorio del Baudó y en forma más amplia el Chocó. El istmo de San Pablo (arrastradero) fue el epicentro de las migraciones hacia la Costa Pacífica, pero a partir de los desplazamientos de huidos del Real de Minas de Cértegui, en la provincia de Citará, que en busca de libertad atravesaban el río Quito y se internaban en la zona de refugio del Baudó. En este punto el investigador reflexiona sobre los orígenes africanos de los esclavizados, las huellas de la diáspora en el Chocó y la forma como sus descendientes retuvieron en la memoria su pasado africano y eventualmente lo reprodujeron mediante distintas prácticas socioculturales, como el parentesco, las creencias y los saberes. Aunque no es una hipótesis explícita de esta investigación, consideramos válida por nuestra parte una
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digresión en el siguiente sentido: en el área que fue el corazón de la minería esclavista y controlada por la avanzada colonizadora, el alto San Juan y el alto Atrato, la memoria africana se debilitó por la presión de las distintas estrategias de dominio y por consiguiente la resistencia de la gente negra tuvo que reinventar una identidad que no requirió de ella; mientras que en la marginal provincia del Baudó, que careció de importancia para los dominadores por la falta de oro, la memoria africana posiblemente persistió en mejores condiciones. Ahora bien, de vuelta a los argumentos de esta investigación tenemos que la ocupa ción de la cuenca del Baudó se dio mediante varios momentos: inicialmente el cimarronismo y la formación de palenques, luego el surgimiento de las comu nidades de libres (por ejemplo Chachajo en 1737) y finalmente una compleja reintegración étnica de afrodescendientes, indígenas y sus mezclas (con fluidos contactos interétnicos, compadrazgos entre negros e indios, entre otros aspec tos). A principios del siglo xix estas oleadas de poblamiento habían llegado hasta la Costa Pacífica. El golfo de Tribugá se pobló en dos etapas, la primera da cuenta de la presencia ancestral de embera, waunana y tule, y la segunda tiene que ver con una oleada migratoria a mediados del siglo xix que explica el origen de las poblaciones del golfo. Entre 1880 y 1910, la construcción del Canal de Panamá y su separación de Colombia generaron la colonización y el poblamiento de las playas de la Costa Pacífica que se dedicaron a los cultivos de coco y plátano verde para vender en los mercados panameños. Los puertos de Cupica al norte y Charambirá al sur, sin olvidar la navegación de cabotaje, el comercio de la tagua y el contrabando, dinamizaron los circuitos del Pacífico en ambos sentidos. García Casares dedica la tercera (páginas 263-415) y cuarta parte (páginas 417-534) de su libro al estudio exhaustivo del Darién en el siglo xviii y siglos xix y xx, respectivamente, con lo cual ofrece uno de los trabajos más completos y mejor documentados que conozcamos.122 Lo analizado en el siglo xviii constata la abundancia y el valor de las fuentes que ilustran sobre múltiples acontecimientos, caseríos y pobladores, la fundación de pueblos y el desarrollo de misiones, la vida cotidiana, las acti
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Joaquín García Casares, Historia del Darién. Cuevas, cunas, españoles, afros, presencia y actualidad de los chocoes, Panamá, Editorial Universitaria “Carlos Manuel Gasteazoro”, 2007.
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vidades económicas, los ataques indígenas a los asentamientos y las incursiones de extranjeros, los intentos de defensa y control del territorio y los proyectos, por lo general fracasados, de expansión de la conquista y avanzada colonizadora, aspectos tratados con gran detalle. Superado el conflicto con la colonia escocesa en Calidonia a finales del siglo xvii, desde la gobernación de Panamá se intentó de nuevo el control de Darién, que continuaba bajo asedio de piratas franceses, ingleses y holandeses, los primeros de los cuales llegaron a hacer suficiente pie en el área como para establecer fuertes alianzas con los grupos indígenas e incluso un mestizaje con ellos. Los indígenas llegaron a incorporar a sus prácticas primero el francés y después el inglés, como lo señalan distintas fuentes españolas. Sin embargo, el desorden administrativo colonial español de este período condujo a la desa parición temporal de la Audiencia de Panamá entre 1718 y 1722 y a que la zona pasara a depender del Virreinato del Perú, tiempo durante el cual se incrementaron las incursiones extranjeras y los actos de guerra de los indígenas. Aunque Panamá recuperó su rango jurídico entre 1718 y 1751, lo volvió a perder ese último año, tras la instauración del Virreinato de la Nueva Granada del cual pasó a depender. Algunos caciques indios del sur y norte de la serranía darienita mantuvieron acuerdos con las autoridades de Panamá y misiones de dominicos y jesuitas procuraron reducir a los indígenas al “toque de campana”. Aunque se mantuvieron los proyectos de control completo de la provincia, estos fueron un rotundo fracaso, por la lentitud de los estudios, los complicados trámites burocráticos y la falta de interés en llevarlos a cabo con decisión, hasta llegar al definitivo abandono de la región. En estas condiciones, distintos grupos indígenas darienitas mantuvieron su presencia en el territorio, como los paparos y tiragones, pero serían definitivamente los cunas o tule los que impondrían su hegemonía, por encontrarse mejor estructurados y organizados, y con mayor capacidad de combate que en épocas anteriores, según el análisis de García Casares. Lo que de todas formas no impidió que persistieran algunos tratos con españoles, franceses e ingleses, los cuales tuvieron el efecto de dividir las comunidades indígenas y diferenciarlas, lo que además generó variados procesos migratorios desde el este y centro del Darién hacia el norte. García Casares demuestra, con base documental sólida, la presencia de los indígenas chocoes hacia las regiones del sur y centro del Darién. Mientras que la población de
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ascendencia africana, que juzga “notablemente influida por la cultura española”, se estableció en los “lugares de minas” y pueblos españoles del centro geográfico y de la vertiente sur del Darién histórico, lugares a partir de los cuales su número irá creciendo progresivamente en la región.123 En lo concerniente al siglo xix el estudio de García Casares aporta las siguientes cuestiones sustantivas. El abandono de las fundaciones y forti ficaciones españolas a finales del siglo xviii, el surgimiento del Estado re publicano independiente y el fuerte incremento del comercio mundial tuvieron consecuencias definitivas para la transformación del Darién. Sin embargo, los antecedentes coloniales, la precariedad fiscal del Estado, las distancias y dificultades en las comunicaciones, reiteraron en las nuevas autoridades la situación y actitud de desinterés y desconocimiento sobre la región que man tuvieron las autoridades coloniales. La región experimentó un largo período de estancamiento luego de la lenta evolución en materias demográficas y económicas, a duras penas dinamizadas por factores internos y externos que buscaron aprovechar sus recursos naturales. Para este investigador, la redefinición de los límites de los países de la Gran Colombia, la reactivación comercial por el Caribe, la construcción del Ferrocarril de Panamá (transístmico), la intensa
Acerca de tres décadas clave en los reiterados y fallidos intentos por controlar el área para la Corona española, véase Juan David Montoya Guzmán, “Un teatro de guerra y hostilidad: Re formismo borbónico en las fronteras del Darién, 1761-1791”, en: Ana Catalina Reyes Cárdenas, Juan David Montoya Guzmán y Sebastián Gómez González (eds.), El siglo xviii americano. Estudios de historia colonial, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2013. Se trata de un estudio valioso sobre las estrategias españolas para controlar el esquivo territorio de los cunas y vencer su resistencia, que utiliza informa ción de archivo, informes y relaciones de funcionarios coloniales, mapas de la época y varios fondos de archivos de Colombia y España. En su resistencia los cunas construyeron efectivas re des de intercambio y solidaridad entre sus comunidades, pero también recurrieron a alianzas y tratos con franceses e ingleses, toda una trama compleja de relaciones interétnicas y trasnacionales que los ibéricos pretendieron negar o reducir a la simple expresión de “contrabando”, que era sólo uno de los aspectos de preocupación por sus efectos fiscales. Estas estrategias de dominio y control de los ibéricos, que en últimas fracasaron, pasaron de la inicial guerra a sangre y fue go a las posteriores negociaciones, que tardíamente daban a entender que se empezaba a admitir la posibilidad de derechos de comunidades indígenas autónomas dentro del imperio español. Todo lo cual hace de esta experiencia un caso excepcional, sobre todo si se tiene en cuenta que para finales del siglo xviii ya se había asegurado el control del conjunto del Nuevo Mun do para España. Por otra parte, el estudio también incursiona en las excepcionales relaciones entre los cunas y franceses e ingleses, las cuales llegaron hasta el mestizaje biológico y cultural, tema que es necesario ampliar y desarrollar en futuras investigaciones. 123
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movilidad por el istmo panameño, las explotaciones de caucho, tagua y recursos marinos, entre otros factores, impactaron sobre la región del Darién provocando migraciones, desplazamientos y trasformaciones por lo general negativas para la población originaria, que asistió a una inédita presión por los territorios que siempre había considerados suyos. A la vez, se registra un incremento de la población de ascendencia africana por razones de índole vegetativa, pero también por inmigraciones procedentes del Caribe y el Chocó propiamente dicho. Los indígenas chocoes también avanzaron sobre el Darién, lo que obligó a desplazamientos geográficos de la población cuna hacia las cabeceras de los ríos principales y a la costa norte del Darién.124 García Casares llama la atención sobre el hecho de que a diferencia de las abundantes fuentes disponibles para el siglo xviii, son muy escasas las del siglo xix, como lo pudo constatar en los fondos panameños. Por su parte, el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar aporta uno de los más ambiciosos y comprehensivos trabajos sobre el Darién colombiano (desde la colonia hasta el siglo xx), como ya lo reseñamos, pero del cual queremos retener aspectos centrales.125 El investigador define con acierto su trabajo como “revisión histórica”, la cual parte de identificar un amplio vacío historiográfico que va desde el siglo xvii hasta la primera mitad del xx, por cuanto la mayoría de los estudiosos se han ocupado del primer y trágico período de la conquista o de la segunda mitad del siglo xx cuando la región se insertó en las tendencias modernizadoras. González Escobar señala que durante ese tiempo, lejos de ser una tierra de nadie e inhóspita, el Darién mantuvo interesantes dinámicas propias que le otorgaron a la región su personalidad y presencia históricas que vale la pena documentar y analizar. Para dar forma a su empeño, en la primera parte del libro recurre a una periodización que resulta pertinente: un primer período de conquista española; el segundo se caracteriza por la reducción de los indígenas y la configuración territorial en el siglo xvii, y un tercer período en el que se produce la colonización criolla y republicana.
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Luisa Natalia Caruso López, “Etnicidad y representación: El caso de los pueblos indígenas de Antioquia (1957-1987)”, en: Óscar Almario García (dir.), Los sujetos colectivos en la formación del Estado Nacional colombiano, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 2007.
Luis Fernando González Escobar, El Darién. Ocupación, poblamiento y trasformación ambiental, parte ii, op. cit.
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Una exhaustiva consulta de fondos históricos y materiales impresos, además de documentación oficial y el conocimiento de la región, que finalmente se reflejan en una escritura fluida, hacen de este estudio una obra muy valiosa. González analiza cómo el supuesto “espacio vacío” del Darién colonial, que heredaría la República temprana, desde la segunda mitad del siglo xix se convierte en un espacio vital para la economía e intereses mundiales, que trasformarán definitivamente a Panamá en lugar de tránsito nodal de la mo dernidad de entonces (ferrocarril y canal interoceánicos, puertos terminales en Colón y Panamá), y finalmente en un nuevo país, a consecuencia de la guerra civil de los Mil Días en Colombia, con lo cual la región del Darién quedará repartida en dos países, Colombia y Panamá. En este contexto, la sombra de una nueva secesión, en este caso del Chocó, planeó sobre el devastado escenario nacional y sus fragmentadas élites dirigentes. La idea de una Intendencia en el Chocó empezó a discutirse en el Congreso desde 1904 por iniciativa del líder liberal Rafael Uribe Uribe, y durante la administración del presidente Rafael Reyes se adoptó la Ley 19 de 1904 de “fomento para la región del Chocó”, que pretendía a marchas forzadas provocar la fallida integración de la región al país nacional, mediante iniciativas como la conexión entre el Atrato y el Cauca, las concesiones para la construcción de caminos de herradura, la regularización de la navegación por el San Juan y el Atrato, el fomento de las colonizaciones en las rutas de los caminos, la entrega de baldíos a los municipios (Nóvita, Cuellar y Murrí) con la condición de que se trasladaran de sus emplazamientos iniciales y se proyectaran como puertos, Turbo y Charambirá se declararon como “puertos de depósito” y se contempló su mejoramiento. Se concibió una misión científica para estudiar la navegabilidad de sus ríos principales y el canal Atrato-Napipí-Cupica y se suspendió toda adjudicación de bienes de propiedad nacional a favor de individuos, entidades y compañías extranjeras en la región del Chocó y Darién.126 Sin embargo, como lo subraya González Escobar, la ley muy poco tuvo en cuenta la zona inmediata a Panamá, es decir, el Darién, lo que provocó que desde Panamá se mantuviera la indefinición de límites con Colombia como una presión constante y en lo interno las tímidas discusiones acerca de las alternativas administrativas y territoriales que había que tomar, lo
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Ibíd., parte ii, pp. 25-26.
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que prolongó la delimitación territorial del Darién hasta 1935-1937. Este estudio muestra cómo se llegó a una verdadera “feria de baldíos”, que aprovechó las su perposiciones y contradicciones jurídicas entre títulos coloniales, las ambiguas disposiciones republicanas del régimen federalista y centralista, las indefiniciones acerca de quiénes eran los titulares de los derechos sobre el subsuelo y los lechos de los ríos, para promover un tráfico de traspaso de derechos, compraven tas y concesiones que favoreció principalmente a inversionistas, aventureros y empresarios extranjeros, y a parte de los antiguos mineros y propietarios. En este contexto, la creación de la Intendencia del Chocó en 1906 no favoreció especialmente al Darién, ya que las élites políticas y sociales chocoanas prefirieron mantener centrados sus intereses en la tradicional área del alto San Juan y alto Atrato con eje en Quibdó e Istmina pero tratando de ajustase a las nuevas tendencias (comercio, comunicaciones e integración nacional). Por lo cual, salvo la colonización orientada hacia la Costa Pacífica con base en las políticas nacionales de fomento a las colonias agrícolas, que explican la conso lidación de Juradó y Bahía Solano (o el área entre Bahía Cupica y la Ensenada de Utría), no se registran tendencias positivas en el Darién en las primeras décadas del siglo xx. Con el transcurso del tiempo hasta el nombre de Darién iría dando paso al de Urabá, que expresa la influencia antioqueña en la región (Urabá antioqueño). Entre los muchos méritos que tiene este estudio, hay uno que consideramos fundamental por el objeto específico del nuestro, el cual radica en haber develado las fuertes conexiones existentes en la época entre una visión elitista e interiorana de la historia nacional, sus territorios y sus gentes con las posibilidades de adoptar políticas que, convertidas en disposiciones y leyes sobre el supuesto de promover el “progreso” nacional y de sus regiones, esencialmente favorecieron a los sectores que monopolizaban la política, la economía y la cultura nacional. González Escobar muestra cómo para el caso del Darién, la colonización espontánea y dispersa de su parte baja y costera que se originó a partir de las antiguas zonas de colonización ibérica en el Atrato, fue agenciada por libres, mulatos, zambos e indígenas desde el último tercio del siglo xix, que Acandí se estabilizó como nuevo asentamiento y que la colonización giró en torno al aprovechamiento, la explotación y la comercialización de la tagua, pero que los colonos carecían de los títulos legales. No obstante su trascendencia, esta colonización inédita sería desconocida desde los centros de poder del interior, mientras que las
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élites económicas, bogotanas, cartageneras y antioqueñas diseñaron diferentes estrategias, empresariales, comerciales y políticas para apropiarse de los territorios del Darién y sus recursos, lo que hará de la región un reeditado escenario de conflictos y tensiones que como es sabido llegan hasta el presente con una particular intensidad. En el ínterin, esta nueva avanzada colonizadora trastocó los territorios cuna obligándolos al desplazamiento permanente pero también impulsándolos a su reconstitución, como lo constatan sus relocalizaciones en distintos lugares y su demanda de tierras de resguardos al Estado desde 1916, sin olvidar que se gestaron renovadas tensiones con la gente negra por el control de recursos de ríos y bosques.
3. Sobre el siglo xix y sus consecuencias: de supuestos “siervos de hombres a siervos de vicios” o más bien la gesta social y territorial de los libres
El siglo xix es uno de los períodos menos estudiados en lo concerniente al Chocó. Si bien es cierto que se cuenta con un conjunto de trabajos que documentan, analizan y ofrecen valiosas hipótesis sobre las actividades, ocu paciones, poblamientos, relaciones interétnicas y conflictos de indígenas y negros con el Estado o intereses privados en el Chocó durante ese período, ello no es suficiente. En efecto, dicho siglo es todavía pobre en estudios históricos con base en consultas documentales sistemáticas, en parte porque los historiadores poco se han ocupado del Chocó, ya sea porque consideraron que más bien debía ser objeto de estudio de los antropólogos o bien porque creyeron que el siglo xix había perdido interés por la caída de la producción minera y su relación con la formación del mercado nacional y el Estado Nación, los temas más recurrentes del período. Según el antropólogo Carl Henrik Langebaek es posible incluso que la imagen distorsionada de una historia indígena y negra, hecha por antropólogos, y la de mestizos y blancos, por historiadores, aún tenga vigencia. Este imaginario, que todavía influencia las investigaciones actuales, viene en realidad de lejos y hunde sus raíces en el nacionalismo del siglo xix, como lo hemos indicado a lo largo de este estudio. En efecto, por ejemplo, después de su cuarto viaje durante las actividades de la Comisión Corográfica y al referirse a la realidad que creyó encontrar en el Chocó, Codazzi describió de la siguiente manera la situación de los antiguos esclavos:
[…] al verse de repente libres; al pasar del estado de esclavitud al de dueños de sí mismos, sin preparación, sin hábitos de libertad, sin costumbres de
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virtud, sin deseo de comodidades que no conocen ni imajinan, han pasado de siervos de hombres, a siervos de vicios; tienen las manos libres, pero el alma y el corazón esclavos; han confundido la independencia con la altanería; la libertad de escojer trabajo con la libertad para no trabajar; la igualdad de derechos con la igualdad de miseria; la dignidad de hombres libres con la insolencia de déspotas.127
Los libres, antiguos esclavos o sus descendientes, quienes en libertad devi nieron en el sujeto social clave para la comprensión de las encrucijadas del Chocó que nos ocupan, sólo le merecieron al gran geógrafo del siglo xix ese registro despectivo y racista. Esa visión sobre el Chocó y su gente, de pobreza, marginalidad y falta de iniciativa de sus pobladores, se proyectaría durante prácticamente el siglo siguiente en el pensamiento social colombiano. En efecto, cuando Vicente Restrepo, pro-hombre antioqueño y Ministro de Estado durante la presidencia de Rafael Núñez, trató a finales del siglo xix (1883) de llenar el vacío existente acerca de la historia de las minas de oro y plata de Colombia, tuvo necesariamente que referirse a la decadencia de la producción minera en el Chocó y al estado lamentable en que se encontraba en términos generales la región, y para ello se apoyó extensamente en el testimonio de Mr. Roberto B. White, que había explorado la región en 1870 y 1878 con fines técnicos y empresariales. White consideraba que la emancipación de los esclavos en 1851 había constituido un “golpe mortal” para la explotación minera del Chocó y que sus consecuencias se materializaban en el hecho de que sus riquezas yacían sepultadas para el uso y beneficio de la nación, mientras que los “esclavos manumisos se hallaban en posesión de su independencia” y la región prácticamente se había mantenido en un desorden político hasta 1865, lo que aplazó cualquier posibilidad de explotación de nuevo de las minas. La nostalgia por el pasado esclavista y el malestar por la imposibilidad de contar con la mano de obra indispensable para explotar el oro y el platino, son pues evidentes tanto en Restrepo como en White. Adicionalmente, Restrepo cita un interesante fragmento de las observaciones de Roberto B. White en el que alude a los negros libertos y sus prácticas mineras de subsistencia, muy diferentes de
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Agustín Codazzi, El Neogranadino, núm. 285, Bogotá, 1° de diciembre de 1853, p. 442, citado por O. Jiménez, “El Chocó: Configuración regional en la primera mitad del siglo xix”, op. cit.
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las empresariales intensivas que pretendían los nuevos inversionistas que no dejaban de lamentarse por la falta de brazos y dinero en el Chocó:
Los negros continuaron sacando oro por su propia cuenta en los puntos más favorables, y donde se requiere escasa labor, con el único fin de atender a sus diarias necesidades; pero como estas son pequeñas y es aún menor su ambición, se entregaron a la pereza que los caracteriza y sacaron apenas bastante oro para comprar vestidos y aguardiente […]”.128
Más de siete décadas después del estudio de Restrepo, es decir, a mediados del siglo xx, Don Luis Ospina Vásquez, otro prominente antioqueño, miembro de una familia prestante y de poder, y uno de los pioneros de los nuevos estudios históricos y sociales en el país, seguía considerando que la emancipación de los esclavos (que no eran muchos para el momento, alrededor de 25.000) con la Ley de 21 de mayo de 1851, había tenido no obstante consecuencias negativas para la economía nacional y el Chocó en particular, porque en su opinión: “La indemnización no correspondía a la pérdida real que sufrían los propietarios, y en muchos casos los libertos no hicieron buen uso de su libertad”.129 En resumen, el fenómeno social más interesante del período bajo estudio, esto es, la emergencia y expansión territorial de los libres en el Chocó, fue incomprendido o directamente despreciado por el análisis social durante un siglo, desde media dos del siglo xix hasta la segunda mitad del xx. No obstante lo dicho sobre la larga duración del imaginario de invisibilidad sobre la región y gente chocoana durante ese período, algunos trabajos han empezado a modificar dicha situación. En efecto, en la senda de la contribución pionera del etnógrafo chocoano Rogerio Velásquez de las décadas del cincuenta y sesenta, la historiadora Ana Catalina Reyes muestra en “La independencia en las provincias de Antioquia y Chocó”, un breve pero interesante artículo (que hace parte de una investigación de más largo aliento sobre los primeros años de la Independencia en la Nueva Granada), el estado en que se encontraban las provincias del Chocó para el momento de la independencia y la manera como su organización política, administrativa y económica influyó en los diferentes
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Vicente Restrepo, Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia [1883], Medellín, FAES, 1979, p. 82.
Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930 [1955], Medellín, FAES, 1979 p. 224.
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entes territoriales que lo conformaban, como Nóvita, Citará y el Baudó, res pecto de las posiciones o desplazamientos que sus élites fueron adoptando en relación con el proyecto independentista y la posterior consolidación del nuevo estado nacional.130 Por ejemplo, en la provincia de Nóvita sus autoridades locales se apropiaron, a su manera, de las medidas emanadas del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada en 1814, con el propósito de darse su propia organización política como un Estado conformado por ciudadanos libres e iguales. Esta provincia estaba afectada por las tensas relaciones entre las élites de mineros, terratenientes y comerciantes de la Gobernación de Popayán, enfrentadas por el control económico y territorial de las minas de oro, para cuya explotación empleaban mano de obra esclava. A su vez, debían protegerse de otras provincias de la Nueva Granada, que vieron en esta coyuntura la opor tunidad de apoderarse de esta rica provincia minera. Como es conocido, el complejo proceso de Independencia de la Nueva Granada estuvo marcado por la fragmentación del reino en poderes locales, cuyos intereses se encontraban dispersos de acuerdo con las características específicas de cada región. Ni siquiera una provincia aislada como Chocó se encontraba ajena a las discusiones que se libraban alrededor de las ideas de soberanía y autonomía, también presentes en provincias como Cartagena, Tunja o Santa Fe. Por ejemplo, el cantón minero de Nóvita que rivalizaba con Citará, cuyo centro administrativo era Quibdó, capital de la provincia de Chocó, encontró en la crisis de la monarquía la posibilidad de independizarse tanto de las disposiciones de la ciudad capital como del poder que la gobernación de Popayán había ejercido y pretendía seguir ejerciendo sobre ella. De esta manera, Nóvita asumió su autonomía mediante la conformación el 27 de septiembre de 1810 de una Junta Provincial Gubernativa, que contó con la presencia de las autoridades locales y tuvo como presidente a Don Miguel Antonio Moreno y como vicepresidente a Don Francisco Antonio Caicedo. Ellos eran reconocidos por sus vínculos con la minería esclavista y representaban los intereses de las élites caleñas encargadas de proveer a las minas de Nóvita con víveres y mano de obra esclava. Esta posición sugiere mirar la independencia como un fenómeno social atravesado por diversas racionalidades políticas y sociales enfrentadas, y en casos complementarias. En un espacio como la provincia de Nóvita, esta confrontación
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A. C. Reyes Cárdenas, op. cit.
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se dio entre diferentes maneras de asumir la libertad: proclamada para los dirigentes, pero negada para los esclavos. A pesar de no reconocer inicialmente a los esclavos como ciudadanos de la nueva nación, la fuerza de los acontecimientos llevó a integrarlos paulatinamente, ya fuera por su participación en los ejérci tos patrióticos o realistas, por las diferentes formas de auto manumisión o de resistencia, por las posteriores legislaciones sobre el tema, o por los cambios que el modelo republicano exigió a la economía minera de corte esclavista. Otra investigación encontró,131 en relación con este mismo período y provincias del Chocó, que ellas entraron en los cálculos y los proyectos imagina dos acerca de los nuevos espacios políticos, territorios y alianzas pergeñados por las élites criollas en medio de la eclosión juntera. Así por ejemplo, el criollismo vallecaucano, liderado por Cali y las ciudades confederadas, aspiró a incorporar a su proyecto autonomista las provincias chocoanas; y lo mismo ocurrió con la provincia de Antioquia que le ofreció al Chocó anexión y protección militar. No obstante, los chocoanos optaron por mantener su autonomía frente a una y otra opción. Otro campo de trabajo en relación con el siglo xix chocoano tiene que ver con una historia política pero abordada en clave social y cultural, lo que permite ocuparse de problemas novedosos tales como: correlacionar adecua damente las escalas nacional y regional, observar la formación de la identidad afrodescendiente en un contexto republicano e intentar proyectar estas cuestiones del pasado cercano hasta las nociones contemporáneas de territorio y región pero incluyendo la visión de las sociedades negras, como lo sugería un lúcido estudioso del Chocó.132 En este contexto, vale la pena reconsiderar y revalorar la sugerente hipótesis de Daniel Valois Arce acerca de por qué Colombia ha ignorado históricamente al Chocó y la manera como esta cuestión se refleja especialmente en la división territorial del país, y en la dependencia administrativa del Chocó a través de su
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Óscar Almario García, “Constitucionalismo, proyectos divergentes y guerra absoluta durante los tiempos gaditanos en la provincia de Popayán, Nueva Granada”, en: Jorge Giraldo Ramírez (ed.), Cádiz y los procesos políticos iberoamericanos, Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2013, pp. 205-269. William Villa, “Movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano. La cons trucción de una noción de territorio y región”, en: Adriana Maya (ed.), Geografía humana de Colombia: Los afrocolombianos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1998.
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historia.133 Para su época, este fue un valioso estudio y prácticamente la primera monografía de historia política republicana sobre el Chocó, que sin embargo constituye también una evidencia más de la invisibilidad que se impuso sobre la gente negra chocoana por el desplazamiento analítico que realiza de la identidad a la cuestión “territorial”, dimensión que aunque es novedosa finalmente resulta vaciada de contenido, es decir, de gente real. Al respecto, el historiador Orián Jiménez abordó en dos estudios el tema de la relación entre la provincia del Chocó y la construcción del Estado Nacional temprano, pero desde la perspectiva poco frecuente de la etnicidad, en los que el centro de su reflexión son los grupos étnicos, negros, indígenas, mulatos, zambos y mestizos, como agentes integradores de ese proceso.134Los trabajos, basados en una exhaustiva consulta documental, muestran de conjunto el fraca so de las políticas de integración de la población negra del Chocó al proyecto republicano y sus instituciones, hecho que explica por variados factores, pero en esencia por la prevalencia de valores y prácticas racistas de origen colonial como la esclavitud, el peonaje y el otorgamiento de baldíos que reñían con los ideales de igualdad política pregonados desde la República. El orden colonial se mantuvo incólume y se reprodujo en las nuevas condiciones políticas, por el total abandono de los caminos, el desastroso comercio, la marginalidad de la región respecto de los centros del interior andino, la falta de escuelas y servicios re ligiosos, como lo registraron entre otros los geógrafos de la Comisión Corográfica que visitaron las provincias del Chocó a mediados del siglo xix. La explotación del oro había justificado los tres siglos de esclavitud colonial, pero para la gente negra el oro no representaba afán de acumulación sino posibilidades para la subsistencia, por lo cual la minería de los pobladores ahora en libertad fue funcional a sus estrategias de poblamiento disperso y conquista de nuevos territorios. Las contribuciones fiscales del nuevo Estado se dificultaron en estas condiciones y se mantuvo el contrabando como práctica consuetudinaria, al tiempo que sus pobladores experimentaban la distancia del Estado y lo inconveniente de sus disposiciones, que se tomaban de espaldas a la realidad
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D. Valois Arce, op. cit.
O. Jiménez, El Chocó: configuración regional en la primera mitad del siglo xix, op. cit. y “La provincia del Chocó ante el ‘Estado Nación’”, op. cit.
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regional. Así las cosas, la integración territorial fue la manera como el discurso republicano se adaptó a la incómoda presencia de la gente negra en la región. En esas condiciones, por su parte la etnicidad negra (poblamiento ribereño, sociedades autónomas, valores compartidos) habría sido la repuesta autárquica al fracaso de la integración republicana de los negros del Chocó. Por otra parte, es muy probable que el gran hallazgo de las investigaciones históricas y sociales sobre el siglo xix chocoano consista en la documentación y análisis del fenómeno de la emergencia de los libres y la construcción de sus sociedades. Es por ello que varios trabajos apuntan a ilustrar los orígenes, la evolución y la consolidación de este interesante fenómeno que condicionó en buena medida la configuración regional del Chocó en el período. Algunos de ellos ponen el énfasis en las cuestiones cuantitativas o demográficas, mientras que otros avanzan hacia lo sociocultural, o en casos recurren a novedosos análisis de lo político y las maneras como esos pobladores chocoanos experimentaron la República temprana en Colombia. Lo que en buen medida ha dejado de lado, con algunas excepciones, los necesarios estudios socioeconómicos sobre lo ocurrido en la región y concretamente con la producción minera de gran escala a finales del siglo xix y principios del xx, y la cuestión de cómo se relaciona este hecho con la situación de los pequeños mineros, sus propiedades de hecho y sus asentamientos poblacionales. En esa perspectiva del análisis de los libres y sus territorios en el Pacífico durante el siglo xix, los trabajos de Odile Hoffmann sobre la experiencia común de los grupos negros de ocupar la llanura aluvial, la periodización sugerida por Jaques Aprile-Gniset y en particular del período que denomina “afrocolombiano”, y el enfoque de William Villa acerca del territorio como expresión de identidad de estos colectivos, constituyen las pistas más sólidas sobre el tema y que otros investigadores han venido rastreando y confirmando. Jorge Gamboa se ocupó del tema de los libres y sus sociedades en dos ensayos que hacen parte del proyecto colectivo coordinado por Patricia Vargas que se ha citado antes, el primero es breve y se dedica a la manumisión de los esclavos en la primera mitad del siglo xix con base en datos estadísticos,135y el
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Jorge Gamboa, “La manumisión de los esclavos del Chocó. 1821-1851”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999,
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otro más amplio se ocupa de la cuestión de los baldíos en la segunda mitad de dicho siglo con base en la documentación de archivos relevantes.136 Lo sustantivo del primer ensayo sobre la manumisión entre 1821 y 1851 es que logra mostrar el potencial que tienen varias fuentes de archivo para hacer claridad acerca de las tensiones entre los alcances de las leyes republicanas sobre la esclavitud por una parte y las sociedades de esclavos y libres en el Chocó que esperaban la dignificación de su humanidad por otra. El proceso de liberación de los esclavos antecedió mucho en el tiempo a las leyes republicanas, al punto que la población cautiva nunca sobrepasó, ni siquiera en los períodos de mayor auge de la esclavitud en el siglo xviii, a la población de libres, que creció significativa y sostenidamente desde finales del siglo xvii y sobre todo a largo del siglo xviii hasta alcanzar en 1851 el 97 % de la población total del Chocó. No obstante, esas décadas que median entre la ley de libertad de vientres (1821) y la de abolición definitiva de la esclavitud (1851) permiten identificar la fuerte carga ideológica del pasado esclavista y su proyección a los tiempos republicanos, como se evidencia en la manera como los antiguos mineros buscaron beneficiarse económicamente de ellas y recuperar sus inversiones a pesar de los ideales de igualdad que presuponían la formación de ciudadanía y nación como lo indica Gamboa, así como constatar la hipótesis expuesta por Germán Colmenares (agregamos por nuestra parte) acerca de la disolución del sistema esclavista por sus propias contradicciones, lo que favoreció la predominante libertad por compra (automanumisión) y también los procesos de cimarronaje de los grupos negros en libertad. De tal manera que lo que debe correlacionarse en este tipo de exploraciones es la emergencia de una fuerza social nueva (los libres) y sus consecuencias demográficas y territoriales (crecimiento y expansión). Según Gamboa, la dinámica de ocupación de los nuevos espacios y territorios por los libres en el Chocó partió del alto San Juan, se dirigió al norte hacia el alto Atrato, y al occidente con el poblamiento del Baudó y la costa del Pacífico. Las sociedades de negros libres desarrollaron el modelo de poblamiento
con base principalmente en el AGN, Sección República, Fondo Manumisión y los censos de la época. 136
Jorge Gamboa, “Política de baldíos en el Chocó durante la segunda mitad del siglo xix”, en: Patricia Vargas (ed.), Construcción territorial en el Chocó: Historias regionales, vol. 1, Bogotá, ICAN - PNR, 1999, con base principalmente en AGN, Sección República, Fondo Baldíos.
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disperso y ribereño conocido, en el que las actividades mineras de baja escala que se complementaban con una agricultura de subsistencia en lo económico, se reafirmaban con distintas prácticas, rituales religiosos y lazos comunitarios que garantizaban la cohesión social y la reproducción de estas sociedades. Finalmente, el estudio insinúa un tema relevante y urgido de conocimiento sistemático, sobre todo en relación con la espinosa cuestión de la pérdida de la memoria africana (o su fragmentaria conservación) y la formación de la nueva identidad negra. En efecto, durante estas décadas (1821-1851) las tempranas leyes republicanas parecen haber contribuido a borrar los ya de por sí débiles registros de la memoria ancestral africana por varias razones: como el énfasis discursivo puesto por los vencedores de la Independencia en lo nacional y en una nueva representación de la historia en el que no hay cabida para África; el hecho de que las leyes de abolición de la esclavitud fueran presentadas como logros de la República con evidente negación de la gesta libertaria previa de la gente negra, desde lo cual el pasado africano y esclavizado pesa negativamente sobre esta; la exaltación de los ideales de ciudadanía y progreso que reñían con los valores desarrollados por las comunidades étnicas; el que en el momento del otorgamiento de la libertad, en las cartas respectivas, se les diera a los antiguos esclavos los apellidos de los esclavistas (Asprillas, Palacios, Córdobas, Cuestas y Mosqueras) en desmedro de los “apellidos” que delataban sus orígenes africanos (Congos, Criollos, Mina, Mulato, Arará, Carabalí, Chambá, Popó y Mandinga). En cuanto al ensayo dedicado a la cuestión de los baldíos en el Chocó durante la segunda mitad del siglo xix, cabe decir que pocos temas pueden sintetizar mejor las contradicciones sociales de ese período como este. En efec to, si se tienen en cuenta dos grandes cuestiones, por una parte que los libres se multiplicaron, dispersaron y apropiaron desde el siglo xvii y sobre todo del xviii de espacios vacíos abandonados por los antiguos mineros esclavistas o que nunca fueron incorporados a la avanzada colonizadora hispánica y que esta tendencia se consolidó socialmente y expandió espacialmente durante el siglo xix; y por otra que las tierras no adjudicadas en ninguna forma legal por el rey y sus autoridades coloniales (o realengas) revirtieron al nuevo Estado republicano que las consideró en adelante como baldíos nacionales y uno de los pocos recursos disponibles para inducir el progreso nacional, pues, tenemos una síntesis de los conflictos del siglo xix: de un lado gente negra que se había apropiado de hecho de territorios y establecido sus asentamientos ribereños (minas y viviendas) desde
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hacía mucho tiempo y del otro el Estado o los particulares que consideraban suyos los baldíos o que los reclamaban legalmente. En ese sentido, el ensayo de Gamboa constituye, a nuestro juicio, sobre todo una invitación a llevar a cabo un programa de investigación sobre el tema teniendo en cuenta sus múltiples aspectos, cuestiones y fenómenos asociados, para el cual se puede partir de las posibilidades que ofrece el Fondo de Baldíos del agn.137 Sin embargo, por la confluencia de tendencias internas y externas, el panorama estaba a punto de cambiar. Para finales del siglo xix y principios del xx las grandes potencias del momento y el mercado mundial empezaron a demandar nuevos productos del trópico, en el país había terminado la sangrienta guerra civil de los Mil Días con la pérdida del territorio de Panamá para Colombia, con lo cual el país fue creando un ambiente favorable para la explotación de los recursos naturales contenidos en sus áreas periféricas, lo que condujo a la idea de concebir los baldíos no tanto como un recurso del Estado sino como parte de una estrategia para incentivar la inversión extranjera y promover la colonización interior del territorio nacional. Leyes y políticas de fomento a la explotación de recursos y el establecimiento de poblamientos en las áreas vacías o abandonadas se fueron adoptando en el país, con consecuencias por lo general negativas para los pobladores ancestra les, indígenas y negros, como en el caso del Chocó. La explotación de la tagua y el caucho dinamizaron el litoral Pacífico chocoano tradicionalmente despoblado, como lo pone de presente el establecimiento de los corregimien tos de Nuquí y el Valle, así como el relativo progreso de otros lugares costeros que mantenían un activo comercio con Panamá. Sin embargo, no tardaron en presentarse los conflictos que enfrentaron a pobladores y cultivadores tradicionales con los primeros empresarios que habían arrendado terrenos para explotar y comercializar ese tipo de productos. En un contexto de limitaciones presupuestales del Estado y la necesidad de promover obras públicas para pe netrar las fronteras interiores, se expidieron leyes de fomento a la agricultura y la colonización, como las leyes 61 de 1874 y 48 de 1882, que se basaban en el ideal de formar un campesinado productivo. En esa perspectiva, los baldíos fueron
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J. Gamboa, “Política de baldíos en el Chocó durante la segunda mitad del siglo xix”, op. cit.
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puestos al servicio de dicha estrategia y decisiones institucionales, que varios analistas (como Catherine LeGrand) no dudan en considerar como el primer intento serio de reforma agraria en el país, y por consiguiente de poner a raya el latifundio improductivo y la apropiación de tierras con fines especulativos. Sin embargo, para las condiciones del Chocó, donde sus gentes no tenían una tradición campesina como en otras zonas del interior andino y las tierras no eran aptas para la producción agrícola intensiva, estas políticas nacionales no fueron exitosas. Sin olvidar que irrumpieron otras prácticas y estrategias de antiguos mineros o nuevos inversionistas que maquinaban en los estrados judiciales y entre las autoridades locales para hacerse al control de territorios de ríos, selvas y bosques. La Ley 56 de 1905 entregó a los municipios los baldíos adjudicados antes o después de la Ley 48 de 1882 que no habían sido cultivados. Como lo indica Gamboa, el panorama de conflictos es complejo y amerita detallarse, por la superposición de territorialidades (tierras, minas y resguardos), jurisdicciones (nacionales, departamentales, municipales), leyes y disposiciones (de orden nacional, local o privado), así como de agentes sociales tradicionales (indígenas y negros), en transición (poblamientos) y nuevos (colonizaciones, empresas). El control de los bosques nacionales, el establecimiento de colonias agrícolas (Bahía Solano) y penales, las leyes de colonización que convirtieron a las gentes del Chocó en “colonos” de las tierras que habían ocupado ancestralmente, las adjudicaciones de tierras y minas, las titulaciones y conflictos entre cultivadores sencillos y empresarios, las concesiones mineras, entre otros conflictos inven tariados por este trabajo, muestran la tensión social creciente en las últimas décadas del siglo xix y primeras del xx en el Chocó. A estos temas, y puntalmente a los conflictos de la minería aurífera, dedicó su tesis de maestría el historiador Sergio Mosquera,138 los cuales fueron analizados como un choque de dos culturas distintas, la del “barequero” (el pequeño minero para quien la tierra garantiza la subsistencia familiar y contribuye a reproducir las sociedades locales) y la del Estado o el empresario minero (que entienden la tierra como factor de ingresos fiscales, producción y acumulación).
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Sergio Mosquera, “Conflictos en el sector de la minería aurífera chocoana. Aproximación a los problemas por la tierra” [Tesis de Maestría, Departamento de Historia, Universidad Externado de Colombia], Bogotá, 1998.
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El estudio detallado de estas prácticas, conflictos y tensiones que giraron en torno a las actividades mineras y el territorio se encuentra en varios trabajos recientes. Claudia Leal estudió el papel de la Compañía Minera Chocó Pacífico en el auge del platino,139 Ángela Milena Castillo y Daniel Varela analizaron los conflictos entre libres afrodescendientes y la Compañía Minera Chocó Pacífico,140 temática que también fue tratada recientemente en una tesis de maestría por Wilmar Alexander Cano López.141 El trabajo de Leal analiza la década durante la cual Colombia fue el principal exportador de platino del mundo (1916-1926), cuya actividad explotadora estuvo a cargo de la Compañía Minera Chocó Pacífico asentada en el río Condoto, tributario del San Juan. La autora examina la paradoja de que el país no recibiera regalías por esa extracción minera, para revelarnos aspectos desconocidos de la formación del Estado colombiano. Durante esa década, los precios del precioso metal subieron significativamente, como consecuencia de la baja en la producción de Rusia. Sin embargo, el primer intendente de platinos que visitó la zona en 1925 pudo constatar dos hechos clave: la mitad de la producción dependía de las operaciones de la compañía minera y la otra mitad del trabajo d pequeños mineros locales; la empresa se había apropiado con títulos de los últimos diez kilómetros del río Condoto y con base en ello quedaba exenta de pagar las regalías al Estado colombiano. En resumen, no obstante los precios excepcionales y ser el primer exportador mundial de platino, el Estado no recibió regalías de la empresa estadounidense que lo extrajo del subsuelo colombiano. La autora explica las causas de esta paradoja por las debilidades del Estado colombiano en las primeras décadas del siglo xx en las que se experimentaba la transición de un régimen federal a otro centralista y por su inconsistencia en la legislación minera que “apoyó derechos mutuamente excluyentes sobre los mismos recursos”, es decir, de la nación y de los particulares sobre los lechos de los ríos. En efecto,
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Claudia Leal, “La compañía minera Chocó-Pacífico y el auge del platino en Colombia, 18971930”, Historia Crítica, Bogotá, noviembre de 2009.
Ángela Milena Castillo Ardila y Daniel Varela Corredor, “Conflictos entre libres afrodescendientes y la Compañía Minera Chocó Pacífico en el río Condoto, Chocó (1916-1931)”, en: Ángela Milena Castillo Ardila y Daniel Varela Corredor (eds.), Las compañías Chocó Pacífico y Tropical Oil a comienzos del siglo xx. Retratos en blanco y negro, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Comisión para la Celebración del Bicentenario de la Independencia, 2013. W. A. Cano López, op. cit.
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el Estado, a nivel regional, inicialmente “otorgó títulos de propiedad privada sobre los lechos de los ríos chocoanos, sobre todo extranjeros” y después consideró los lechos de los ríos propiedad nacional y por eso los concesionó.142 Con base en el rescate de valiosos informes de un intendente, del alcalde municipal de Condoto y de fotografías que reposan en el agn, Castillo y Varela describen los conflictos entre los afrodescendientes y la compañía minera durante el período de auge y caída de los precios del platino (1916-1931). Su argumento plantea que a diferencia de la compañía minera que utilizó métodos coercitivos en el manejo de los conflictos, las modalidades de los afrodescendientes fueron de “plurirrespuestas”, en la medida que recurrieron a la organización civil, las acciones colectivas y su articulación con el auge del platino con la intensificación de sus actividades mineras. Sin embargo, el Estado nacional desestimó las voces de los locales y favoreció los intereses de la empresa minera. Con su vinculación al auge platinífero los afrodescendientes contribuyeron a la distensión de la situación, al tiempo que se beneficiaron económicamente y contribuyeron por lo menos con la mitad de la producción de platino, mientras que la otra mitad la produjo la empresa. La defensa del territorio y el río frente a su apropiación por la empresa sintetiza lo fundamental de la identidad colectiva, y el valor material y simbólico que le otorgaban. El estudio de Cano López sintetiza valiosos trabajos anteriores y se soporta en la consulta de fuentes del agn, como los fondos Ministerio de Mi nas, Ministerio de Gobierno y Baldíos, y el Archivo Histórico de la Casa de Moneda, entre otros. Se trata de un estudio de caso que, como lo indica su autor en la introducción, muestra algunos procesos sociales, políticos, económicos, legislativos, técnicos y comerciales que están relacionados con la emergencia y configuración de prácticas y discursos de intervención estatal sobre los recursos naturales, como los metales auríferos y platiníferos, y sobre los territorios, como las regiones mineras, el subsuelo, los lechos de los ríos, con el fin de derivar su crecimiento económico y social de la explotación minera. El autor parte de una doble situación para incursionar en este problema, por una parte la importancia que en la actualidad tiene el oro como unidad de valor global y por otra la
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C. Leal, “La compañía minera Chocó-Pacífico y el auge del platino en Colombia, 1897-1930”, op. cit., pp. 152-153.
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ausencia de estudios históricos sobre la minería contemporánea. El espacio de reflexión es evidente y preciso, Condoto, Chocó, el lugar en el cual se estableció la Compañía Chocó Pacífico con fines de explotación de los metales preciosos, lo que generó un circuito de comerciantes del oro que aparte de la empresa extranjera involucraba a sirio-libaneses y antioqueños con la Casa de Moneda en Medellín. El problema radica en que estas prácticas y discursos de intervención del espacio chocoano, que favorecieron los intereses extranjeros, en otro sentido modificaron sustancialmente los procesos de poblamiento espontáneo, disperso y de autosubsistencia en la región, desatando una lucha enconada por el control de los territorios y lechos de los ríos. El modelo de poblamiento desplegado por los libres que se apropió de hecho del territorio chocoano, colisionó con los títulos y concesiones mineras auspiciadas por las políticas y leyes estales de comienzos del siglo xx. Con el régimen del general Rafael Reyes, conocido como el Quinquenio (1905-1909), desde 1905 el país se interesó vivamente por contar con una política minera, lo que tendrá consecuencias significativas en el Chocó. En 1907 el Chocó dejó de depender administrativamente del departamento del Cauca, al convertirse en Intendencia. Desde esa fecha también data la entrega de muchos ríos en concesión para su explotación aurífera. Justo en ese año, el río Condoto le fue otorgado en concesión al general José Cicerón Castillo, quien a su vez cedió su control a la compañía británica Anglo Colombian Development Company (ACDC), la misma que más adelante entró en pleitos jurídicos con Henry Granger y su aliada, la compañía estadounidense General Development Company (GDC), circunstancias en la que surgirá la Chocó Pacífico en 1916. En la década de 1930, según el estudio de Cano López, se consolida la política de control de cambios en Colombia y se instaura la Casa de Moneda como mecanismo de control del comercio del oro a nivel nacional, entidad con la cual las compañía mineras y comerciantes del Chocó van a establecer relaciones fluidas. Sin embargo, a finales de esa década, las políticas de control de cambios y exportaciones, así como las dinámicas de comercio del oro se trans formaron, debido a tendencias internacionales y sus incidencias en el país. Aunque es consciente del conjunto de factores que contribuyeron a configurar esa compleja realidad, no obstante este investigador decidió concentrar su estudio en la intervención del Estado en ella, lo que deja en un plano secundario los proceso de poblamiento que venimos reseñando. En esos quince años se
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asiste una creciente inversión extranjera en minas y a señalados cambios en la legislación nacional, así como cambios institucionales, como por ejemplo la creación del Ministerio de Obras Públicas. Un complicado proceso de apro piación de nuevos territorios acompaña estos cambios, el cual comienza con la “denuncia” de minas y termina con la “titulación” propiamente dicha. Desde finales del siglo pasado, en 1880, se asistió a una oleada de titulaciones en Chocó y Antioquia, que favoreció a políticos, negociantes y extranjeros. Hasta 1907, los títulos mineros habían avalado la propiedad privada sobre los cursos de los ríos en Antioquia y Chocó; sin embargo, desde ese año, con la organización del Ministerio de Obras Públicas y con la Ley 59 de 1909, se prohibió la titulación en los ríos navegables y los recursos mineros retornaron a la nación, lo que en cierta forma limitó la apropiación privada sobre los ríos auríferos, aunque debe reconocerse que la medida llegaba tarde en realidad. Este cambio en la política minera fue el que generó los litigios y conflictos de minas y tierras, lo que a nuestro juicio pone de presente la cuestión de a quién le pertenece el territorio: al Estado, a los particulares o a los pobladores tradicionales.143 Con el tema de configuración regional del Chocó en el siglo xix podemos intentar cerrar esta parte de nuestro estudio. Como se habrá podido observar a lo largo de este trabajo, la cuestión reviste gran complejidad, por las distin tas variables y factores a considerar. Sin embargo, por lo menos los siguientes aspectos se encuentran relativamente mejor tratados por los estudios que este balance bibliográfico pudo consultar. Todo indica que existe un consenso en torno a que el entrecruzamiento de tendencias internas, nacionales y mundiales durante el siglo xix convirtieron la región del Chocó en un espacio de gran tensión social, muy intervenido por intereses diversos en procura de sus recursos, pero que no obstante presentó también posibilidades para la construcción de territorios e identidades de la gente negra y las comunidades indígenas, aspectos que de conjunto dan cuenta de sus protagonismos, transformaciones y configuración regional. Ahora bien, ese punto de partida común no hace más que reclamar hipótesis centrales explícitas que permitan explicar los proce sos, sujetos y fenómenos fundamentales del período en cuestión. El auge de
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Pregunta candente que ya había quedado planteada en el trabajo pionero de Aquiles Escalante, La minería del hambre. Condoto y la Chocó-Pacífico, Barranquilla, Universidad del Atlántico, 1971.
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las compañías extranjeras que explotaron los recursos minerales en Colombia se presentó desde finales del siglo xix, pero después de la Primera Guerra Mundial decayó la presencia de Inglaterra que había tomado la delantera y el período de mayor crecimiento corresponde a la década de 1920-1930 como lo indican los trabajos de Leal, Castillo y Varela y Cano, entre otros. De acuerdo con lo expuesto por Castro-Gómez y Restrepo, desde la pérdida de Panamá y hasta el inicio de la “República Liberal” (1930), el período significó el ingreso del país en la fase industrial del sistema mundo moderno/colonial;144 pero por nuestra parte queremos anotar, que el paradójico Chocó se adelantó a esta periodización nacional respecto de la economía mundo desde la segunda mitad del siglo xix, en virtud de iniciativas como las empresas mineras extranjeras que explotaron los metales preciosos y las exploraciones tecno-científicas sobre el canal interoceánico. En esa dirección, procurando sintetizar los aportes sustantivos de varios estudiosos ya citados, como Orián Jiménez, Sergio Mosquera, Jaime Arocha, Claudia Leal, Eduardo Restrepo, William Villa, Joaquín García Casares, Luis Fernando González Escobar y Carlos Andrés Meza, cabe decir que la configuración regional se vio condicionada por distintos fenómenos y que finalmente tomaría unas características particulares. A partir de economías coloniales y modernas, de rutas antiguas y nuevas de movilidad y poblamiento, la formación de comunidades afrodescendientes e indígenas con fuertes identidades, y una centralidad con eje en Quibdó pero en un contexto de integración interna y externa, se fue configurando el Chocó del siglo xix y adquiriendo sus características centrales. Mosquera y Jiménez demuestran con sus estudios sobre el siglo xviii el carácter inestable de la colonización ibérica del Chocó, las contradicciones intrínsecas de la economía extractiva y esclavista del oro, las múltiples formas de resistencia desplegadas por negros e indígenas, y la poderosa emergencia del universo de los libres; que en la transición del siglo xviii al xix y durante la primera mitad de este último, el Chocó seguía siendo una región marginal al Estado Central y al proyecto republicano que lideraron los triunfadores criollos del proceso de Independencia, que estos fracasaron
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Santiago Castro-Gómez y Eduardo Restrepo (eds.), Genealogías de la colombianidad. Formaciones discursivas y tecnologías de gobierno en los siglos xix y xx, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana - Instituto Pensar, 2008, p.16.
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en sus intentos de integrar a los negros por los fundamentos racistas y excluyentes que los animaron, y que la situación de la región sencillamente era similar a la de la colonia, como lo revelan la falta de caminos y comercio, la precariedad administrativa, la debilidad fiscal, la ausencia de escuelas y servicios religiosos, entre otras evidencias; la cuestión de cuáles fueron las fuerzas nutricias de la identidad negra (afro génesis, euro génesis o una identidad otra) o indígena (diferenciando los distintos grupos) y la reconstrucción de sus relaciones interétnicas siguen siendo temas abiertos a la discusión. Arocha y otros han subrayado las razones del fracaso de la introducción de una agricultura a gran escala en la región como vía para su integración a la nación según las élites del interior, criterio que reñía con las prácticas ancestrales de sus pobladores y las características geoecológicas del Chocó. Disuelta la economía esclavista del oro por sus propias contradicciones, por las tendencias libertarias de la gente negra y por las leyes republicanas, autores como Claudia Leal, Eduardo Restrepo, William Villa, Joaquin García Casares, Luis Fernando González Escobar y Carlos Andrés Meza analizan las tendencias que siguieron, ya que a finales del siglo xix las actividades económicas del Chocó derivaron hacia la comercialización del caucho y las semillas de tagua, al lado de las nuevas modalidades de explotación del oro y el platino que favorecieron la conformación de nuevas élites sociales y de poder representadas en familias blancas y de origen sirio-libanés que se afincaron en Quibdó como centro de operaciones comerciales. El surgimiento de nuevas élites internas de poder, el papel de Quibdó como centro político, administrativo y comercial del Chocó, y las nuevas modalidades de explotación de los recursos naturales que afectaron territorios y pobla ciones, son los otros temas que están en desarrollo y que van a contribuir a dotarnos de un mapa comprehensivo acerca de la configuración regional del Chocó en el singular siglo xix que nos ocupa. Claudia Leal introdujo con su tesis de doctorado la relevancia de las ciuda des de Barbacoas y Quibdó en la experiencia de la formación de las sociedades negras en la selva aluvial y en la configuración territorial del Pacífico colombiano entre la segunda mitad del siglo xix y las primeras décadas del xx.145
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C. Leal, “Black forests. The Pacific Lowlands of Colombia, 1850-1930”, op. cit.
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Luis Fernando González Escobar analizó la estructuración de Quibdó desde las perspectivas históricas, urbanas y arquitectónicas, y también la formación de las élites blanco-mulatas y extranjeras que monopolizaron el comercio, la administración pública y las relaciones con los partidos políticos y la institucionalidad nacional.146 En el siglo xix se produce el desplazamiento de Nóvita por Quibdó como centro de la provincia del Chocó, tendencia que se anuncia desde las últimas décadas del orden colonial y se consolida con distintas disposiciones republicanas. De esta manera, la tradicional autonomía administrativa del Chocó como provincia se completaba con una centralidad política. Las vías de comunicación naturales como los ríos y en particular la buena navegabilidad del Atrato y su comunicación con el Atlántico y el puerto de Cartagena, favorecieron la consolidación de Quibdó como centro provincial. En la segunda mitad del siglo xix lsa iniciativas privadas para introducir la navegación a vapor en el Atrato y la construcción de caminos para comunicarse con Antioquia, el Quindío y el Cauca, apuntalaron la creciente función de Quibdó. El comercio se consolidó con agentes locales, cartageneros y siriolibaneses, que además de esta actividad tradicional desarrollaron habilidades que les permitieron articularse con la explotación de nuevos productos como los forestales y del oro y platino extraídos mediante la minería tecnificada con la introducción de dragas. González Escobar identifica un grupo de “dirigentes raizales” del Chocó conformado por familias criollas residentes en Quibdó, que ante la crisis minera del siglo xix habían puesto sus intereses en el manejo político de la provincia, como los Conto, Castro, Arrunátegui, Argaéz, Ulloa, entre otros; otro núcleo tuvo su origen en las antiguas actividades mineras y comerciales en el Atrato, como los Abadía, Valencia y Ferrer; y otro más, estuvo conformado por familias provenientes de la provincia de Nóvita como los Valdés, Rey, Barbosa y Carrasco. Las conexiones de estos dirigentes raizales con el Cauca les facilitaron la promoción de ciertas iniciativas en favor del Chocó y con ello su empoderamiento político, como en el caso de César Conto, el más influyente político del período y quien llegó a ser presidente del Estado Soberano del Cauca.
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Luis Fernando González Escobar, Quibdó. Contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico, Medellín, Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico - IIAP, 2003 y “Quibdó, la afropolis del Atrato”, op. cit.
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Sin embargo, la evolución de estas tendencias y del rol de Quibdó en las primeras décadas del siglo xx es un campo que todavía falta terminar de explorar por la investigación histórico-social. Al respecto, Villa propone un esquema de interpretación según el cual, entre finales del siglo xix y las primeras décadas del xx se produjo un relevo en las élites regionales a causa de la decadencia de las economías extractivas que fueron el sustento del aparato jerárquico socioracial, lo que provocó a su vez el ocaso de las familias blancas tradicionales, que habían perdido el control de las antiguas zonas auríferas y que como se ha visto fueron apropiadas por los pobladores libres en expansión.147 Entre las décadas de 1920 y 1940, los grupos negros fueron adquiriendo el poder suficiente para reemplazar a los blancos en el control de la estructura política y administrativa, y configurar un proyecto racial regional orientado a tomar el poder en el Chocó. De acuerdo con lo anterior, la cabal inserción del Chocó en el bipartidismo tradicional habría sido entonces relativamente tardía, a partir de la nueva élite que se expresó en dos corrientes, el “lozanismo” y el “cordobismo”; la primera de ellas reflejando la hegemonía blanco-mulata en ascenso y la segunda con la figura de Diego Luis Córdoba, que aspiraba a la inclusión de la gente negra en la nación, mediante la masificación de la educación y el acceso a los cargos públicos. La cuestión de las características de la identidad negra durante el siglo xix y primeras décadas del xx, amerita la comparación acerca de lo ocurrido al respecto en las décadas posteriores de este último siglo porque, como lo indican otros estudios, sus dinámicas ya no van a descansar sobre los mismos soportes que le antecedieron. Así lo considera por ejemplo la historiadora Jane M. Rausch, quien reflexiona sobre la emergencia de la identidad afrocolombiana hacia mediados del siglo xx a través del análisis de lo que representa el político liberal chocoano Diego Luis Córdoba, cuando las condiciones nacionales y regionales habían cambiado sustancialmente en comparación con el primer período, y las debilidades en la construcción del Estado nacional abrieron fisuras para que por ellas irrumpieran las identidades sociales, étnicas y regionales negadas o inhibidas desde la representación dominante de lo “nacional”.148
William Villa, “La sociedad negra del Chocó: Identidad y movimientos sociales”, en: Mauricio Pardo (ed.), Acción colectiva, estado y etnicidad en el Pacífico colombiano, Bogotá, Colciencias ICANH, 2001. 148 J. M. Rausch, op. cit. 147
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Acerca de la configuración regional del Chocó creemos identificar dos vertientes de análisis, que se complementan en cierta forma. Por una parte, quienes ponen el énfasis en los asuntos territoriales internos y, por otra, lo ponen en la imbricación de tendencias regionales, nacionales y globales. La primera corriente la resume muy bien William Villa, quien a partir de los estu dios sobre territorios y poblamientos en el Pacífico de la historia económica (William Sharp, Germán Colmenares, Francisco Uriel Zuluaga), la geografía cultural (Robert C. West, Odile Hoffmann), la socioantropología (Nina S. de Friedemann, Jaime Arocha y Adriana Maya), la construcción de hábitats ( Jacques Aprile-Gniset y Gilma Mosquera) y la historia antropológica (Sergio Mosquera, Orián Jiménez), desarrolla por su cuenta un modelo de interpretación sobre la configuración del Chocó entre los siglos xviii al xx.149 Villa analiza la paradoja de una globalización que en la actualidad desterritorializa las relaciones sociales que antes se fundaban en el paradigma del Estado nacional homogéneo y continuo espacialmente (siglos xix y casi todo el xx), mientras que en esos estados se presentan ciertos particularismos culturales y procesos de reconstitución étnica que, como en el caso de las comunidades indígenas y negras del Pacífico colombiano, replantean la cuestión de las relaciones entre identidades étnicas y la institucionalidad nacional, en los marcos de la Constitución Política de 1991, de corte multiculturalista y ambientalista. Precisamente, los límites a este re-encuadramiento del Estado y sus normas constitucionales respecto del reconocimiento de la diversidad, que no quiere ir más allá de una nueva forma de integración que esconde, tras lo declarativo, la negación a que negros e indígenas puedan cogestionar sus territorios con autonomía. Cuestión que, además, pone de presente la negación histórica de la correlación entre la gente ancestral y los territorios como la verdadera clave de la integración de las sociedades, las regiones y la nación. En este contexto, el análisis de la problemática contemporánea de estos territorios valida lo dicho sobre los
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Entre otros trabajos de este investigador véase William Villa, “Afrochocó, territorio y cultura”, en: Gloria Triana (comp.), Aluna: Imagen y memoria de las Jornadas Regionales de Cultura Popular, Bogotá, PNR -Colcultura, 1990; “Movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano. La construcción de una noción de territorio y región”, op. cit.; “La sociedad negra del Chocó: Identidad y movimientos sociales”, op. cit.; y “El estado multicultural y el nuevo modelo de subordinación”, en: Jesús Aníbal Suárez (ed.), El debate a la Constitución, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia - Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos, 2002.
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antecedentes históricos, en los cuales se formó un imaginario de explotación extractivista de los recursos y de integración subordinada de la región del Pacífico en general y del Chocó en particular a la nación y la economía mundo. La otra tendencia la podemos sintetizar en los aportes de Claudia Leal y Eduardo Restrepo quienes abordaron en forma novedosa y con rigor la historia de la extracción maderera ocurrida en el Pacífico colombiano a lo largo del siglo xx, entendida como pieza clave para explicar la configuración de esta vasta y heterogénea región colombiana (Chocó y Sur) y sus complejas relaciones con el país y el mercado mundial. Con acierto, su análisis concibe esta historia como parte de un proceso mucho más dilatado en el tiempo, o lo que es lo mismo, como la fase contemporánea o más reciente de un proceso de larga duración que ha mantenido vigente la economía extractiva durante varios siglos en el Pacífico colombiano. Precisamente, el capítulo primero del libro se ocupa de ilustrar los componentes centrales de esa historia, al establecer el marco contextual (procesual e histórico-social) y al definir los conceptos (con base en la geografía cultural y la antropología económica) que permiten comprender los sucesivos ciclos, productivos y depresivos, del modelo extractivo persistente en la región: el del oro en la colonia, el de la tagua y el caucho entre finales del siglo xix y principios del xx, de nuevo del oro en las primeras décadas del xx y, finalmente, el de la madera a lo largo del siglo pasado, como los más importantes. Los autores no desconocen que también se dieron otros ciclos de extracción de los recursos renovables y no renovables –como el de las tortugas, el del manatí, el de la corteza de mangle y el de los cogollos del naidí–, pero muestran que no obstante su relativa importancia en las zonas y localidades donde se practicaron ésta fue menor en comparación con los grandes ciclos extractivos ya reseñados, que sí representaron un impacto global sobre la región y que por lo mismo pueden explicar su configuración histórica y presente. La hipótesis fundamental que articula los seis capítulos que se dedican a la historia de la extracción maderera en el Pacífico propone que esta modalidad económica fue posible por cuanto en ella se articulan dos lógicas o visiones distintas aunque también complementarias en relación con la naturaleza. Este problema resulta medular porque, en últimas, es la naturaleza la que hace posible la oferta ambiental imprescindible para que funcione el modelo de economía extractiva. La primera de estas lógicas o visiones, representada en el imaginario colonialista hispánico, que se reafirma con los ciclos extractivos posteriores, se
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sintetiza en el afán de obtener las mayores y más rápidas ganancias a costa de los recursos naturales de los territorios dominados. Se buscó, fundamentalmente, beneficiar los intereses externos a las regiones explotadas, sin importar las consecuencias degradantes que sobre el medio ambiente y las comunidades implicadas generaban las “empresas” extractivas. La otra lógica o visión es la que agencian los pobladores negros de este territorio, al que conciben como su “casa colectiva”. A ésta lógica compartida colectivamente habrían llegado como consecuencia de una apropiación social y simbólica del territorio, después de adaptarse a sus distintos nichos ecológicos (costa-esteros, ríos y quebradas, parte alta de los ríos) y de desarrollar las diversas prácticas productivas conexas (pesca, agricultura, minería, caza, recolección y extractivismo a escala) y com plementarias entre sí. Esta lógica o visión de la gente negra también implica la explotación de los recursos naturales pero, a diferencia de la lógica extractivista intensiva, no responde al ideal de ganancia o acumulación frenética que anima a los agentes externos. Descansa, por el contrario, sobre una peculiar manera de entender su relación con la naturaleza y el denso entramado de necesidades y relaciones sociales que se satisfacen a través de complejos dispositivos de pa rentesco, afinidades y reciprocidades de los cuales se nutre toda la vida social. Sin embargo, a lo largo de la historia, han sido precisamente los ciclos extractivos los que han insertado a las gentes de la región en el mercado nacional y mundial, contribuyendo a monetizar sus economías de escala y a conectar el territorio con el país andino.
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Cuarto capítulo Conclusiones y perspectivas de investigación Aunque este estudio bibliográfico ha centrado sus esfuerzos sobre todo en los últimos veinticinco años de producción académica aproximadamente, lo cierto es que en la práctica los trasciende, porque no sólo resulta inevitable sino indispensable considerar los aportes sustantivos de un conjunto de estudios que durante varias décadas anteriores prepararon las condiciones para las con tribuciones contemporáneas. Con otras palabras, aproximarse a la experiencia social del Chocó en el pasado y específicamente en el siglo xix supone, tanto para la investigación histórica y social como para un balance de la misma, tener en cuenta varias acciones y criterios de trabajo muy exigentes, algunas de las cuales nos permitimos precisar con el fin de hacer claros los posibles alcances de este estudio pero también sus limitaciones. Como se comprenderá con facilidad, de entrada resulta imprescindible valorar, criticar y reinterpretar los aportes de distintas representaciones e imá genes construidas en torno a esta región durante casi un siglo y sus influencias posteriores, razón por la cual y de manera especial tuvimos en cuenta los estudios más significativos y pertinentes a nuestros fines de las últimas cinco décadas aproximadamente, período de la consolidación y plena institucionalización de las disciplinas sociales en Colombia.1 Por otra parte, si 1
Una consecuencia de esta decisión se refleja en el amplio número de registros bibliográficos considerados, 697 en total, que si bien no son todos los posibles constituyen una base significativa para las investigaciones venideras.
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se tiene en cuenta el período (siglo xix) y región (el Chocó) considerados, el conocimiento histórico resulta central para nuestros fines, y como es sabido, este es un tipo de conocimiento social específico que se basa fundamentalmente en el uso, la crítica e interpretación de documentación relevante, que en el caso del Chocó resulta ser tan antigua como abundante y compleja. Ahora bien, un reto historiográfico constante radica en la construcción de nuevos problemas a partir de las opacidades e insatisfacciones de las soluciones ofrecidas a los iniciales, lo que implica retomar las tareas o replantearlas. Como se sabe, el “estado del arte” suele condicionar las acciones de investigación futuras, porque en muchos casos implica superar el predominio de ciertas convenciones, prejuicios y obstáculos, que por lo general se asocian con el desconocimiento de o el desprecio por potenciales fuentes de información o materiales históricos valiosos. Sin embar go, desde una historia crítica en permanente evolución, de lo que se trata ahora es de construir nuevos problemas de investigación iluminados por otros sistemas de comprensión pero que deben soportarse en una documentación significativa, intensivamente tratada y creativamente aprovechada. En ese doble ejercicio, por una parte de utilizar las fuentes disponibles y de recabar nuevas, y por otra de desplegar suficiente imaginación sociohistórica para construir otras perspectivas y problemas de investigación, no hay que perder de vista que los materiales históricos que se ponen al servicio de novedosos campos de trabajo deben ser como siempre sometidos a la crítica documental. Esto con el fin de trascender las opacidades, sesgos y vacíos que se desprenden de las matrices de comprensión construidas al hilo de la experiencia histórica, tales como la empresa conquistadora/colonizadora durante los tres siglos de dominio colonial y el período de la construcción temprana del Estado nacional. La disciplina histórica está advertida hace mucho tiempo de la valiosa información que subyace al carácter aparentemente residual de la vida de los dominados suministrada por la documentación producida desde los ámbi tos y agentes de la dominación. Sin embargo, esa naturaleza residual de la experiencia histórica que subyace a la información disponible, constituye una de las bases fundamentales para el trabajo de seguir las huellas de las tensiones y conflictos de una época, identificar las acciones y los sujetos sociales, ilustrar el funcionamiento de las instituciones pero también sobre las fisuras y límites de los sistemas de poder, las contradicciones e incapacidades del control social y simbólico, las verdaderas dimensiones de la explotación y la opresión, y por lo
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tanto, las posibilidades para las distintas modalidades de resistencia, desde las más notables y heroicas hasta las que se gestaban en la vida cotidiana, que en todo caso constatan la versátil capacidad de los dominados, excluidos y explotados para resistirse a su situación y propugnar por su humanidad, y la de sus grupos y familias.2 A la luz de este estudio varios temas quedan abiertos para su profundización y, sin pretender ser exhaustivos, no podemos menos que atrevernos a mencionar los siguientes y más generales:
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La previsible consolidación de la historia social y cultural del Pacífico colombiano en general y del Chocó en particular plantea también, y contrario a lo que podría suponerse, un retorno a viejos temas de la historia económica pero que deben ser tratados desde otras claves de interpretación, como una historia multidimensional de la esclavitud en la región (económico-ecológica, sociocultural y simbólica) y los ciclos productivos analizados como densos procesos de continuidades y cambios con consecuencias variadas en la mano de obra, las tecnologías y las dinámicas de la población.
Los variados caminos del “mestizaje” cuestionan el hecho de considerar el fenómeno como un proceso único e indican la necesidad de estudios específicos al respecto; pero también es necesario dotarse de un modelo interpretativo apropiado para el Pacífico colombiano y el Chocó en concreto, porque allí no se configuraron los dos modelos conocidos en Iberoamérica; es decir, el que resultó del contacto asimétrico de los invasores europeos con las poblaciones indígenas en las tierras altas (mestizaje) de economía de encomiendas y haciendas y el de las tie rras calientes (mulataje) de población esclavizada negra y economía de plantación; esto ha limitado la observación de la variante del zambaje como expresión de relaciones interétnicas condicionadas por la resistencia a la dominación de esclavistas y corregidores, el control
Acerca de las fuentes en el trabajo histórico véase un reciente libro colectivo: Óscar Almario García (ed.), Las fuentes en las reflexiones sobre el pasado: Usos y contextos en la investigación histórica en Colombia, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín - Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2014.
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del territorio compartido y el aprovechamiento de las fisuras del sis tema esclavista y sus actividades complementarias para desarrollar sus sociedades en esa región marginal.
Definidos con mayor claridad los países o comarcas del Chocó por la singularidad de los países de Nóvita, Citará, Baudó y Darién, cabe preguntarse por sus respectivas evoluciones y relaciones, tanto internas como entre sí y con las fronteras exteriores como Panamá, Cartagena, Antioquia, el Reino y Popayán; con esta última a través de las provincias de El Raposo y Tatamá, que resultan clave para una visión general sobre el Pacífico y para un historia comparada entre sus partes norte y sur; lo que permitirá comprender y explicar mejor cuestiones como los circuitos lejanos de comunicación y comercio practicados por negros e indígenas (ríos y quebradas, caminos indígenas, arrastraderos y caminos informales, y rutas comerciales y del contrabando), los traslados de población de unos lugares productivos a otros, las migracio nes indígenas desde el Chocó hacia los ríos al sur de Buenaventura y hasta la frontera con el Ecuador a lo largo de los siglos xvii, xviii y xix, pero también las migraciones negras desde el Chocó hacia el río Calima, el valle del Cauca y Buenaventura en el sur, o hacia el Urabá y los ríos Sinú, San Jorge y Cauca al nororiente.
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Los avances en los estudios sobre el Chocó y el Pacífico sur ameritan el diseño de un ambicioso programa de investigación, que entendemos como interinstitucional e interdisciplinario, que a su vez puede servir de base para estudios comparados entre esta experiencia colombiana y otras de América Latina caracterizadas por la presencia, resistencia y construcción de territorios e identidades de la gente negra y las comunidades indígenas.
Las explotaciones mineras por compañías extranjeras con el uso de dragas, la construcción del Canal de Panamá y su apertura en 1914 y la explotación de productos vegetales (tagua, caucho, madera y rai cilla ipecacuana) estimularon las corrientes de colonización blancomestizas, indias y negras hacia el litoral Pacífico, el golfo de Urabá, el istmo de Panamá y las riberas de los ríos principales; incentivaron el cabotaje costeño entre el río San Juan y Buenaventura, a lo largo del Atrato entre Quibdó y Turbo y el comercio de productos vía Turbo,
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Buenaventura o Panamá. Así, es significativa la dinámica económica y cultural que se vive en el litoral Pacífico, en el Atrato y en el Golfo en relación con los poblamientos, los transportes y las nuevas riquezas explotables a fines del siglo xix y comienzos del xx. A estas dinámicas debió corresponder un proceso social y político sui generis que aún no ha sido estudiado y del cual sólo conocemos algunos rasgos. En desarrollo de lo anterior, se podrían promover nuevos estudios sobre la explotación de los recursos naturales contemporáneos, como la madera, el oro y la palma africana, que no sólo se relacionan con sus antecedentes históricos sino que confirman la larga vigencia del extractivismo como pauta económica e imaginario sobre la región.
También será necesario estudiar las relaciones de poder en un con texto diferente al de las zonas interioranas y andinas pues en el Chocó las formaciones culturales de las sociedades indias y negras poseen características y peculiaridades en el proceso de configuración regional y nacional. Estas pasan por relaciones de reciprocidad, complementariedad, solidaridad y conflicto muy específicas. Aquí las cosmovisiones juegan un papel decisivo en la comprensión de las relaciones y los conflictos. En ello, los estudios antropológicos podrán ser muy útiles en un buen trabajo con la historia y otras disciplinas de las ciencias naturales.
En este contexto llama la atención la inexistencia de estudios sobre la presencia de la iglesia en la sociedad chocoana en el siglo xix, en contraste con el alto nivel de religiosidad de sus gentes, las escasas historias locales y las pocas referencias a instituciones educativas. Sa bemos del importante papel de la iglesia a través de sacerdotes seculares y las misiones de órdenes religiosas, especialmente franciscanas, jesuitas, capuchinas y de agustinos recoletos en los siglos xvii y xviii, a tal punto que se constituyeron en mecanismos clave para la penetración definitiva del régimen español en la región. Sin embargo, sólo se conocen referencias de sacerdotes seculares, entradas de comunidades religiosas franciscanas a fines del siglo en Bagadó, Lloró y Quibdó, y más tarde, a comienzos del siglo xx, de la comunidad claretiana. Es posible que los nuevos sistemas de vida libre de negros y de indios, y la poca vida “a son de campana” que tuvieron, así como el abandono
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de viejos Reales de Minas y pueblos de indios, dificultaran un proceso de asentamiento, control y concentración de gentes, necesario para la predicación de la doctrina y la seguridad de su eficacia. O que como señala Patricia Vargas, el peso de las madres y abuelas y de gentes de la comunidad –rezanderos por ejemplo– en la transmisión de la doctrina católica, fue más decisivo que el de los sacerdotes en la Colo nia y en el siglo xix.
De otra parte, las escasas historias locales pueden explicarse por el carácter provisional de los asentamientos, por el régimen de vida iti nerante más acentuado desde el momento en que se inició la conquista española y por los cambios de lugar de los pueblos a causa de los incendios, las inundaciones o las presiones de grupos como ocurrió con Nóvita, por ejemplo. Pero además, debe señalarse que en el ambiente del Chocó, donde las relaciones hombre-naturaleza son tan peculiares, los estudios locales deberán sustituirse por estudios de subregiones asociadas a ríos, quebradas, esteros, zonas de litoral e intercambios entre grupos sociales étnicos, comerciales, etnobotánicos, médicos, ali menticios o religiosos, en la perspectiva de un continuum existente en el Pacífico, el Atlántico y las regiones del interior, sin cuya peculiaridad la historia de Colombia no podrá construir estudios comparables percibidos dentro de largas duraciones temporales y espaciales. Por fortuna, desde los años 1992-1993 se han realizado estudios de historia local de investigación-capacitación en algunas zonas del Chocó.
En síntesis, el Chocó requiere de estudios en diferentes órdenes para los siglos xix y xx:
1) Explorar fuentes diversas en el Archivo General de la Nación, el Archivo Central del Cauca (Popayán) y los archivos regionales y locales, especialmente en las capitales de sus provincias. Asimismo, en archivos de entidades inter nacionales y compañías extranjeras que tuvieron presencia en los distintos ci clos económicos regionales. Las comunidades religiosas actuantes en la región poseen valiosos estudios y documentos sobre la misma. El trabajo de archivos deberá acompañarse de muchas otras fuentes: periódicos, tradiciones orales, toponimias, cartografía, fotografía, trabajo de campo, mapas etnoculturales, memorias, biografías, autobiografías, libros de viajeros y diarios.
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2) La historia regional puede identificar la preponderancia de lo negro pero no puede reducirse al estudio de ese sujeto social. En la actualidad un balance bibliográfico indica que la cuestión indígena perdió importancia. Una recomendación que se desprende de las anteriores cuestiones es la de propiciar encuentros, trabajos conjuntos y estudios especiales que propendan por la integración de ambos factores, así como por una historia regional integradora e inclusiva de sus diferentes sujetos sociales. 3) El reto de la formación de nuevos investigadores es inseparable de una perspectiva que parta de la complejidad de los problemas y que propenda por la colaboración entre las distintas disciplinas de análisis.
4) Es muy posible que en buena parte el futuro de la región dependa de cómo se la ha definido y representado históricamente y aún de cómo se la defina y represente hoy. Por ello, es necesario un estudio de la región chocoana con una mirada integradora de su economía, geografía, demografía, sociedad y cultura; en una perspectiva de larga duración que relacione los procesos de los siglos xv-xviii con los siglos xix y xx que permita precisar factores de permanencia y de cambio en diálogo con otras disciplinas y dentro de una visión comparada y de conjunto del Pacífico.
Con todo, el desarrollo de nuevas formas de hacer historia no es suficiente como para establecer una ruptura definitiva con los obstáculos que han limitado sus posibilidades en el inmediato pasado, es por eso que también debe cuestionar se y superarse el predominio de un discurso paradigmático de modernidad que centrado en los supuestos del progreso, lo universal, el protagonismo de sus sujetos, valores e instituciones (individuos y clases dominantes, Estados naciones), y el capitalismo como forma económica, ha condicionado los relatos de la historia de la humanidad, reducido su impresionante diversidad y negado los otros protagonismos. Precisamente, por el momento singular que experimenta la perspectiva histórica en la actualidad, es que debe profundizarse en el propósito crítico, inclusivo y totalizante de un nuevo relato de la historia nacional y sus regiones. En esa dirección, el conocimiento y uso sistemático de las fuentes coloniales y republicanas resulta decisivo para conducir a los investigadores hasta la totalidad posible, esto es, a observar y explicar desde las dimensiones más evidentes y estructurales de la sociedad y sus instituciones hasta los entramados más sutiles de la vida social y cotidiana en donde se refugian la identidad, la resistencia y la dignidad, pasando por todas las mediaciones e interacciones que
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se presentaron entre incluidos y excluidos, dominantes y dominados, ciudadanos y comunidades étnicas.3 En esa perspectiva, en el contexto de un balance similar a este pero de hace una década, dos historiadores aportaron con base en sus experiencias de investigación y preguntándose por la “construcción del negro y de lo negro desde el archivo”, un conjunto de reflexiones y recomendaciones a tener en cuenta para el período que nos ocupa (siglos xviii y xix) y los problemas asociados, que en nuestra opinión mantiene plena vigencia, razón por la cual lo retomamos y adaptamos aquí con miras al propósito de concluir este estudio sobre el Chocó y proponer algunas perspectivas de investigación.4 En efecto, en las conclusiones de su estudio sobre la construcción del negro en el pensamiento histórico y social colombiano, Óscar Almario García y Orián Jiménez propusieron un conjunto de criterios a tener en cuenta para las investigaciones futuras con base en el trabajo exhaustivo de fuentes que reposan en los archivos y que resultan también relevantes a la hora de concluir este estudio sobre el Chocó y tratar de estimular nuevas investigaciones. Inicialmente, Almario y Jiménez propusieron la conveniencia de la construcción de distintos archivos temáticos, lo que entre otras cosas supone diferenciar el archivo como lugar (en el que reposan, se custodian y organizan documentos históricos) del archivo como problema (lo que cada investigación o programa de investigación se propone llevar a cabo), por decirlo de este modo. Asimismo, estos investigadores enfatizaron en la necesidad de abordar distintas dimensiones del análisis social, desde las escalas más evidentes de observación (como la economía minera y el sistema esclavista por ejemplo) hasta las más sutiles (como la vida cotidiana y el mundo de la vida en los Reales de Minas), mediante el uso de fuentes económicas o conjuntos de inventarios registrados en las testamentarías. De otro lado, los historiadores y otros investigadores sociales ya estamos advertidos de
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Sobre algunos fondos coloniales relevantes pueden consultarse los de Encomiendas, Minas, Esclavos, Visitas, Guerra y Marina, del AGN, del ACC y el Fondo Popayán del ANE, porque ofrecen la posibilidad de rastrear y documentar suficientemente estos y otros procesos. En relación con los fondos republicanos más adelante recomendamos algunos. Óscar Almario García y Orián Jiménez, “Aproximaciones al análisis histórico del negro en Colombia (con especial referencia al Occidente y el Pacífico)”, en: Mauricio Pardo Rojas, Claudia Mosquera y María Clemencia Ramírez (eds.), Panorámica afrocolombiana: Estudios sociales en el Pacífico, Bogotá, ICNAH - Universidad Nacional de Colombia, 2004.
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que los caminos y rutas hacia la libertad trasegados por la gente negra fueron muy diversos e imaginativos, y que distintos momentos y modalidades así lo delatan. Cuestiones que obligan no sólo a distinguir y diferenciar los entramados sociales sino a identificar las prácticas y las lógicas profundas que subyacen a la libertad por gracia, aquella que recibían los esclavos de sus amos en las memorias testamentales, y la libertad comprada, pactada y usurpada que indica, en unos ca sos la forma como los esclavos, con su trabajo en los días domingos y festivos, adquirían la independencia de sus amos, o en otros, la de quienes por el maltrato y el espíritu insubordinado terminaban por huirse, hacerse cimarrones y, en ocasiones, formar palenques. Pero también a considerar las distintas modalidades de nomadismo y las prácticas itinerantes como formas de resistencia al modelo esclavista, o el establecimiento de rochelas cuando se trataba de grupos amplios y coordinados. Fenómenos que, sin embargo, no niegan la vigencia de la trama social que vinculaba a amos y esclavos y sus descendientes, en una experiencia que puede comprenderse desde un modelo como el de los establecidos y los marginados y sus distintas interacciones e interdependencias, caracterizado por articular distintos componentes como la posición social, la riqueza y el poder.5 Modelo teórico que debe ponerse a prueba con la evidencia, como en el caso del siglo xviii chocoano por ejemplo, cuando precisamente los grupos negros al hilo de su notable movilidad social tendieron a aproximarse a los blancos, lo que obligó a estos últimos a recurrir a distintas estrategias y mecanismos de segregación legal y simbólica para impedirlo y acentuar las distancias sociales prescritas (“superiores” e “inferiores”), tensiones que justamente pueden rastrearse en fuentes históricas que reposan en los archivos judiciales como los pleitos sobre desobediencia, rebeldías y el desconocimiento del tratamiento del don. Por su parte, el crucial problema de la “resistencia secreta” puede dar pie a otro de los archivos a construir en las investigaciones futuras. En tanto esa resistencia “se hacía desde el diario vivir”, según Almario y Jiménez las fuentes notariales (cartas de libertad, compra- venta de esclavos, tutelas, dotes, testamentos y fianzas), leídas e interpretadas en clave sociohistórica, pueden guiar a los investigadores por los entresijos de las relaciones entre esclavitud y libertad, a entender los flujos y conexiones entre el sistema esclavista y las acciones de
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Norbert Elias, La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá, Norma, 1998, pp. 89 y 90.
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los esclavos y libres, y en últimas explicar el origen de las sociedades negras li bertarias. Al respecto conviene citarlos textualmente.
La superposición de estos instrumentos públicos y las testamentarías, las cartas, los registros de asiento, las partidas de bautismo, de defunción, de matrimonio, y los expedientes de carácter judicial, son la materia prima para identificar el tránsito de la quietud de la vida cautiva del esclavizado, a la movilidad de la vida libre y mulata de que gozaban quienes permanecían menos tiempo en los Reales de Minas y más entre blancos y mestizos, o que directamente expresaban el surgimiento del microcosmos de las sociedades locales negras en libertad.6
La cuestión de la libertad puede convertirse en otro campo problemático y un archivo especial. En efecto, es preciso establecer tanto un corte histórico como las líneas de continuidad entre el tipo de libertad colonial y lo que vino después de 1821 con la libertad de vientres y, posteriormente, en 1851 con la abolición jurídica de los esclavizados en la Nueva Granada. Porque contrariando el relato clásico de la modernidad, desde el cual la libertad es un logro entre otros de la conquista de la individualidad y consecuencia de la lucha contra el antiguo régimen, todo parece apuntar a que la libertad de los grupos negros y la búsqueda de su dignidad en realidades como la que aquí se discute no sólo antecede sino que es distinta en sus motivos y razones a la libertad procurada por los modernos. Lo anterior no supone negar la confluencia, las negociaciones y las tensiones de ambas tendencias en los marcos de la construcción temprana de la República (guerras civiles, manumisión y abolición de la esclavitud, reformas liberales de medio siglo, filiaciones partidistas y proteccionismo eclesiástico), pero sí llama a diferenciar los períodos, las características y las motivaciones que pudieron tener los distintos sujetos sociales. Todo ello con miras a considerar dos fenómenos simultáneos y paralelos, en tensión y conflicto permanente, pero también complementarios: la etnogénesis de los grupos negros y la formación del Estado nacional colombiano. Ahora bien, en la medida que se avanza en el curso del tiempo desde el período colonial hacia el siglo xix, las mencionadas alertas en cuanto al uso y la crítica de fuentes no sólo deben mantenerse encendidas sino acentuarse, porque 6
O. Almario García y O. Jiménez, op. cit., p. 98.
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los materiales históricos que dan cuenta de la experiencia republicana fueron producidos durante el llamado “siglo xix secular”, es decir, una “centuria” que va más allá de su simple cronología y que involucra procesos que se encubaron en el pasado colonial, se desarrollaron a lo largo de ese siglo y se extendieron incluso hasta las primeras décadas del siglo xx. En ese período que coincide justamente con “La Era de la Imperios”, como prefiere llamarla el emblemático historiador británico Eric Hobsbawm, pero al hilo también de la vida política independiente del país y la compleja formación del Estado nacional en Colombia, se experimentaron fenómenos propios de la modernidad sociocultural entre los cuales sobresalen la masificación de la escritura, la proliferación de los medios impresos, la primera sistematización de información y datos, una creciente normatividad, disposiciones e instrucciones de las instituciones esta tales, empresas privadas y proyectos de diverso tipo, con lo cual, el volumen de los documentos históricos se multiplicó exponencialmente.7 En desarrollo de los anteriores criterios es preciso admitir que la diversidad de los grupos humanos del Chocó no sólo es impresionante sino también esquiva por muchas razones, cuestión que tiene que ver sobre todo con el hecho de las complejas relaciones sociales, económicas y políticas, las cuales se concretaban en prácticas específicas e interdependencias sutiles, condicionadas por el entorno, e inscritas en intrincadas formas simbólicas acerca de las diferencias sociales y étnicas, que se reforzaban en los ejercicios del poder, lo que también acicatea la imaginación para tratar de identificar a los diversos grupos sociales, reconocer su capacidad de autorrepresentación y sopesar sus condiciones para imponerse, asociarse o someterse a los otros. Por otra parte, es necesario admitir que las variables de tiempo y circunstancias, aparte de ser diferenciadas, se deben relacionar también con el accionar concreto de los grupos, la construcción de
Con razón, Almario y Jiménez apuntaban que: “En efecto, una auténtica maraña de documentos oficiales – constituciones, leyes, decretos, disposiciones y códigos–, del orden nacional, regional y local, que versan sobre las más diversas materias (propiedad, tierras, formas de trabajo, educación, salud, tributos, participación política y orden público, entre otras); que hay que sumar a la masa documental de reglamentos, cartas familiares y de negocios y oficios rutinarios de las empresas particulares; aparte de los innumerables periódicos, revistas, hojas sueltas, proclamas, pro nunciamientos y convocatorias políticas de todo tipo y lugar. Sin olvidar que es durante ese si glo que se despliega una iconografía de lo nacional (himnos, banderas, emblemas, cuadros, alegorías), que sumados al uso de los periódicos, grabados y la aparición de la fotografía, constituyen un conjunto de fuentes imprescindibles”. Ibíd., p. 100. 7
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identidades colectivas, la configuración de territorios socialmente apropiados y el carácter mismo de los conflictos. Por último, asumir que las dinámicas histórico-sociales advertidas responden a distintos sentidos, agentes y tramas (imperiales, colonizadores, aventureros, de resistencia, adaptación, interacción y coexistencia), pero cuyas distintas consecuencias todavía no alcanzamos a comprender a cabalidad. Con dos ejemplos documentales, Almario y Jiménez advertían sobre las posibilidades y cuidados que hay que tener con las fuentes decimonónicas. En efecto, por una parte, los fondos Gobernaciones y Gobernaciones Varias y Congreso del agn, dan cuenta sin duda de la dispendiosa pero sostenida construcción del Estado Nacional y especialmente en cuanto a los dos monopolios fundamenta les pretendidos, el fiscal y de la fuerza; sin embargo, muchas poblaciones y asentamientos escapaban al control de esos delgados hilos de la precaria insti tucionalidad del siglo xix, por lo que resulta indispensable recabar otras fuentes con el fin de visibilizar su vida social. De otra parte, el fondo Baldíos del agn todavía ofrece muchas posibilidades para la mirada atenta de los investigadores que quieran establecer con precisión la constante lucha por la tierra como recurso (producción formal e informal, intercambios recíprocos y comercio “ilegal”) y como espacio simbólico de las sociedades locales, los grupos y familias, e identificar los conflictos y sus agentes (propietarios legales versus colonos y poseedores de hecho); no obstante, la ocupación sobre territorios “vacíos” o abandonados por los antiguos propietarios, por los grupos negros en el Chocó, se dio de hecho y la documentación al respecto escamotea esa presencia y gesta molecular negra, que es preciso documentar con otras evidencias que reposan en archivos locales y regionales, o que se esconden en las fuentes notariales y los fondos de manumisión, pero también en las hojas sueltas y publicaciones periódicas, en los testimonios de las guerras civiles en la escala regional, e incluso en fuentes no escritas como la tradición oral, la memoria colectiva y las expresiones folclóricas, entre otras. Ahora bien, la escasa centralidad académica contemporánea del Chocó a la que hemos hecho referencia antes, se vio matizada en parte por las obliga das referencias a su realidad geográfica, ambiental o social desde diferentes perspectivas de análisis. O en casos, en la medida que los analistas tuvieron que considerar aspectos de su realidad en forma más o menos subsidiaria, al dar cuenta de temas generales como la etnografía indígena, la economía minera y la
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esclavitud colonial o republicana. Por consiguiente, no obstante sus limitaciones, esos aportes conforman un amplio y valioso material a considerar y retomar por los investigadores actuales. Por lo mismo, un balance bibliográfico sobre el Chocó en el siglo xix no puede evitar constatar que a pesar de los evidentes y valiosos esfuerzos realizados por varias generaciones de investigadores para comprenderlo, los cuales se han intensificado en las últimas dos décadas, todavía es muy grande el desconocimiento que tenemos de ese pasado. Asimismo, el siglo xix es precisamente el menos estudiado de todos sus períodos y constituye por tanto un vacío historiográfico por llenar, lo que contrasta con los estudios coloniales (sobre todo del siglo xviii) y los contemporáneos (sobre todo desde la década de los noventa del siglo xx). Por otra parte y por fortuna, los ves tigios de ese pasado perviven en múltiples registros y memorias (documentos, mapas, territorios, poblaciones, etnografías, geografías, presencias, expe riencias, expectativas e identidades) que reposan en distintos fondos de archivos, bibliotecas, museos y colecciones del país y del mundo, pero que también han dejado su huella en el territorio, la memoria y el patrimonio cultural de la gen te que motivó sus distintos orígenes en diferentes momentos históricos. Pero sobre todo, no hay duda que ellos contienen las suficientes evidencias de su trascendencia, lo que a su vez amerita nuevas interpretaciones, todo lo cual debe acicatear el compromiso con la investigación.8 Por último, queremos insistir en la transformación que se experimenta en los estudios sobre el Chocó en los años recientes, en la que se entremezclan cuestiones de orden académico, social y político que nos hacen prever que esta tendencia no sólo se puede consolidar sino que es necesario estimularla decididamente. Cuestiones globales como el interés por zonas biodiversas y geoestratégicas como el Chocó, las internas asociadas a las nuevas formas de representación de las diferencias e identidades étnicas y sociales, y la urgencia de promover nuevos modelos de desarrollo integral que superen las desigualdades regionales e incluyan con justicia y equidad social a los marginados, son
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A manera de sugerencia se pueden consultar: los catálogos publicados por el agn, sobre sus diversos fondos. El Catálogo del Archivo Arzobispal de Popayán, que se encuentra microfilmado en el agn. Los catálogos publicados por la Biblioteca Nacional de Colombia, sobre Manuscritos y Periódicos y Revistas. De José María Arboleda Llorente, Catálogo General del Archivo Central del Cauca (1969-1979), (8 vols.) y los catálogos sobre las Salas Mosquera y Arboleda.
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propicias también a otras formas del análisis histórico y social que incorpore la complejidad, las escalas diversas y la humanidad de todos. En esa perspectiva, reiteramos tres campos de reflexión y trabajo para las investigaciones futuras:
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Una historia cruzada y transnacional de larga duración del Chocó en general y del Darién en particular que permita tender un puente entre la historia de la expansión caribe, los grupos asentados en los territorios chocoanos antes de la expansión ibérica y los situados en Centroamérica y el sur suramericano; así como su relación con la presencia europea y modalidades de dominio, control y explotación.
El estudio sistemático de las dinámicas internas del Chocó: de la frontera tardíamente conquistada del siglo xvii a la región minera marginal del siglo xviii, del esclavista siglo xviii al libertario del xix, la disolución de la esclavitud y la irrupción de la gente libre, la diferenciación e integración de los países chocoanos y la reconfiguración de los grupos indígenas. El estudio de dos dinámicas simultaneas, diferentes, contradictorias y complementarias: la formación de la identidad étnica de los grupos negros y la formación del Estado nacional colombiano.
En este programa de investigación, que podría ser liderado por la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba” y su Centro Nacional de Estudios y Documentación de las Culturas Afrocolombianas, con el concurso del ICANH, universidades e investigadores nacionales e internacionales, se deben considerar también varias acciones específicas, como la delimitación de temas y subtemas, la recuperación de fuentes de archivo y patrimoniales y la formación de nuevos investigadores, entre otras.
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Óscar Almario García
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Los autores
ÓSCAR ALMARIO GARCÍA
Historiador, Magíster en Historia Andina, Doctor en Antropología Social y Cultural por la Universidad de Sevilla. Profesor Titular del Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, donde coordina la Maestría y el Doctorado en Historia y el Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales. Dirige el grupo de investigación Etnohistoria y Estudios de Américas Negras, desde el cual ha desarrollado sus líneas de investigación sobre la formación de la nación y el Estado, las configuraciones regionales y el aporte de los sectores subalternos y étnicos, especialmente de los afrodescendientes. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Su publicación más reciente, como editor y coautor, es Las fuentes en las reflexiones sobre el pasado: usos y contextos en la investigación histórica en Colombia (Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2014).
LINA MARCELA GONZÁLEZ GÓMEZ
Historiadora, Magíster en Ciencias Sociales y doctora en Historia. Profesora del Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Coordinadora del semillero y la línea de investigación Problemas geohistóricos y socioespaciales, del grupo de investigación Historia, espacio y cultura, de la misma universidad, donde se acerca a la investigación en temas sociales y espaciales en diversos períodos de la historia de Colombia, y distintos espacios subnacionales, de lo cual cuenta con publicaciones
relacionadas con fenómenos urbanos (2000, 2007, 2008), problemáticas del desarrollo (2007, 2008, 2011), geohistoria del suroriente del país (2007, 2009, 2010, 2015) y procesos fronterizos (2014). Su publicación más reciente es Un edén para Colombia al otro lado de la civilización. Los Llanos de San Martín o Territorio del Meta, 18701930 (Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2015).
LUIS JAVIER ORTIZ MESA
Miembro de la Orden Gerardo Molina y Profesor Titular y Emérito jubilado de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Magíster en Historia Andina, Flacso, Quito, Ecuador y Doctor en Historia en la Universidad de Huelva, España. Sus publicaciones en libros y revistas versan sobre temas de historia regional, historia política e historia social de Colombia y América Latina, destacándose sus estudios sobre guerras civiles en el siglo xix colombiano. Autor del El Federalismo en Antioquia, 18501880. Aspectos Políticos (1985); Fusiles y plegarias. Guerra de guerrillas en Cundinamarca, Boyacá y Santander, 1876-1877 (2004) y Obispos, curas y fieles en pie de guerra. Antioquia, 1870-1880 (2010). Coautor de Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 1840-1902 (2005); Caldas: una región nueva, moderna y nacional, con Óscar Almario García (2007) y Guerra y rebelión en la década de 1870. Estados Unidos de Colombia con Diego Andrés Jaimes González (2014). Coeditor académico de Naciones, gentes y territorios. Ensayos de historia e historiografía comparada de América Latina y el Caribe, con Víctor Manuel Uribe Urán (2.000). Miembro del grupo interuniversitario de investigación “Religión, Cultura y Sociedad”. Fue director de la Revista Historia y Sociedad del Departamento de Historia, de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín (abril 2002-junio 2009, agosto 2010-diciembre 2011). Ha sido profesor invitado por las Universidades de Oxford y St. Andrews (Gran Bretaña), Illinois e Internacional de la Florida (Estados Unidos), Picardie Jules Verne (Amiens, Francia), Mayor de San Andrés (Bolivia), Estadual de Río de Janeiro (Brasil) y universidades colombianas.
Coeditores Colección Bicentenario de Antioquia
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Árboles de Antioquia
Este libro se terminó de imprimir en el Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional de Colombia- Sede Medellín en el mes de septiembre de 2015. Esta edición consta de 300 ejemplares, La carátula se imprimió en propalcote C2S 250 gramos las páginas interiores en Earth pact natural 70 gramos. La fuente tipográfica empleada es Adobe caslon Pro Regular, Italic, Semibold.
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