Discipulado para un pueblo sacerdotal Joan Chittister, OSB - Dublin, 2001
DISCIPULADO PARA UN PUEBLO SACERDOTAL EN UN PERÍODO DE FALTA DE SACERDOTES Por Joan Chittister, OSB Joan Chittister, osb Conferencia pronunciada en el Primer Congreso Mundial sobre la Ordenación de Mujeres. Dublín, 30 de junio de 2001 Tres historias pueden ilustrar estas reflexiones sobre el discipulado en una época de transición: La primera es sobre una dulce anciana que al conducir su automóvil tenía la singular costumbre -aunque algo peligrosa- de estar doblando, y doblando, hacia el carril de la derecha. Dicen que la última vez, un tipo de un Cadillac que ella rozó de costado, se bajó de su automóvil, le pasó por delante, se apoyó en la ventanilla de su lado y le dijo: "Señora, sólo dígame una cosa: ¿por qué no puso la señal de giro?" Y la anciana levantando la mirada le dijo: "Hijo mío, porque… yo siempre doblo aquí". La segunda historia es del poeta Zen Basho, que escribió: "No busco seguir los pasos de los antiguos; busco lo que ellos buscaban" Y la tercera es una antigua historia monástica: Había una vez, comienza la historia, un ministro (de una comunidad parroquial) que emprendió un difícil viaje hacia un lejano monasterio porque allí se encontraba una monja muy anciana que tenía reputación de hacer preguntas espirituales muy penetrantes. "Venerable mujer -le dijo el ministrohazme una pregunta que renueve mi alma." "Ah, sí, bien -le dijo la monja- tu pregunta es: '¿Qué es lo que necesitan?'. El pastor luchó con la pregunta durante días, pero luego, desanimado, decidió abandonar y regresó amargamente a lo de la anciana monja. "Venerable mujer -le dijo el hombre- vine aquí porque estaba cansado, deprimido, reseco. No vine aquí para hablar de mi ministerio. Vine a hablar sobre mi vida espiritual. Por favor, dame otra pregunta." "Ah, bien, claro. Ahora veo -dijo la monja- En ese caso la pregunta para ti no es '¿Qué es lo que necesitan?' La pregunta correcta para ti es '¿Qué es lo que realmente necesitan?'" Esta pregunta me da vueltas: ¿Qué es lo que la gente realmente necesita en un período de una iglesia sacramental en el que se están perdiendo los sacramentos; y sin embargo, todas las aproximaciones a la cuestión -siquiera la aceptación de que hay una cuestión atendible sobre la naturaleza y el significado del sacerdocio- está siendo bloqueada, obstruida, negada y suprimida? "¿Qué es lo que realmente necesitan?" llega a ser un estribillo que me ronda insistentemente por más razones que las meramente filosóficas. En la cima de una montaña de México, después de kilómetros de subir por una senda con huellas de barro, aguas arcillosas, visité una aldea india que era atendida por un sacerdote sólo una vez al año. Pero eso fue hace tiempo. Ahora la montaña es igual de alta, pero el sacerdote es quince años más viejo. Hace cinco años, hablé en una parroquia de los Estados Unidos de 6.000 familias -uno de esos nuevos fenómenos del Oeste llamados 'mega-churches' que era atendida por tres sacerdotes. `Aquí no hay déficit de sacerdotes’ -te hacían saber los curas- porque el obispo había redefinido la tasa óptima de sacerdotes por cantidad de habitantes: de un sacerdote cada 250 familias pasó a ser a un sacerdote cada 2.000 familias.
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En diócesis tras diócesis, las parroquias se están fusionando o se están cerrando, están siendo transformadas en estaciones de parada sacramentales atendidas por sacerdotes retirados o por diáconos varones casados, todo lo cual está diseñado para conservar una iglesia de varones, independientemente de si se está ofreciendo un servicio pastoral o no. El número de sacerdotes está disminuyendo; el número de católicos está aumentando; el número de ministros laicos que se gradúan se está elevando en todos los centros de formación, a pesar de que sus servicios están siendo restringidos, rechazados o ejercidos de modo redundante en parroquia tras parroquia, más que antes. Y en Pensilvania, (la ciudad donde yo vivo,) a una nena de cinco años sus padres le respondieron a una pregunta sobre de la falta de mujeres sacerdotes en su parroquia con la categórica explicación de: " En nuestra iglesia no hay señoritas sacerdotes, querida". La pequeña lo pensó un instante y después les dijo con absoluta sencillez pero con gran agudeza: "¡¿Entonces, porqué vamos allí?!" Claramente, la iglesia está cambiando, aún cuando ella reafirme su inmutabilidad. Pero esta resistencia al cambio es bien diferente del dinamismo de la primitiva iglesia en la que Priscila, Lidia, Tecla, Febe y cientos de mujeres como ellas abrieron iglesias en sus casas, caminaron como discípulas de Pablo, "lo obligaron", dice la Escritura, a atender una determinada región, instruyeron a la gente en la fe y ejercieron su ministerio en las incipientes comunidades cristianas, sin excusas, sin justificaciones, sin capciosos escondites teológicos como que si estaban ejerciendo el ministerio "in persona Christi" o "in nomine Christi". Tanto la cuestión como la respuesta, en realidad, son evidentes. ¿Qué es lo que realmente necesitan? Necesitan lo que necesitaban cuando el templo llegó a ser más importante que la Tora. Necesitan lo que necesitaban cuando la fe era más una visión que una institución. Necesitan lo que siempre han necesitado: necesitan comunidad, no clericalismo patriarcal; necesitan lo sagrado, no lo sexista; necesitan lo humano, no lo homofóbico. La gente necesita más profetas de la igualdad, no más pretendientes a un sacerdocio de privilegio masculino. Necesitan discipulado, no decretos canónicos. Así que, ¿qué es lo que tiene que hacerse en un tiempo como éste en el que lo que se busca y lo posible son dos cosas diferentes? ¿A qué le entregaremos nuestro esfuerzo mientras estamos viendo que nuestro esfuerzo no es querido? Las cuestiones pueden sonar como nuevas pero la respuesta es vieja, es antigua, es auténtica. La respuesta es el discipulado. El hecho es que no podremos nunca tener un "sacerdocio renovado" a menos que tengamos un discipulado renovado en nosotros mismos y en torno a nosotros -en torno a nosotros y en nosotros también. La tentación es llegar a cansarse en la búsqueda, aparentemente infructuosa, de un cargo. Pero la llamada es para volver a renovar nuestro compromiso por las exigencias esenciales, antiguas y auténticas del discipulado. Para renovar el sacerdocio, debemos renovar el discipulado. Si buscamos la ordenación que Jesús da, debemos perseguir tres cosas: 1. Debemos entender la naturaleza del discipulado 2. Debemos reconocer los signos del verdadero discipulado 3. Y debemos estar deseando entregarnos a lo que el discipulado nos exija ahora mismo
1. ¿Qué es el discipulado? El discipulado cristiano, por naturaleza, es algo muy peligroso. Siempre ha puesto en riesgo a las personas que lo aceptaron. Hace que siempre que un seguidor se lo tomó en 2 de 9
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serio, estuvo a la expectativa de un rechazo; desde Martín de Tours hasta John Henry Newman, desde Mary Ward hasta Dorothy Day. A cada frágil comunidad cristiana que nace, el discipulado la pone en tensión con la época en la que ésta se desarrolla. En la iglesia primitiva, ser una comunidad cristiana significaba desafiar al imperialismo romano, ensanchar las bases del judaísmo, oponerse a valores paganos con valores cristianos.Exigía una presencia muy concreta; hacía falta un gran coraje, una fortaleza sin fin y una clara posición pública. Un discipulado real significaba el rechazo de cosas reales: significaba rechazar la adoración del emperador, abstenerse de los sacrificios de animales, incluir a gentiles, eliminar reglas sobre cuestiones de alimentación, abandonar la práctica de la circuncisión, aceptar a las mujeres, sustituir la ley por el amor, el nacionalismo por el universalismo, un pueblo elegido por un pueblo global: ¡USTEDES! En ese entonces, seguir a Cristo no era una excursión en el campo intelectual, era algo real, inmediato, cósmico. No era fácil en aquel entonces y tampoco será fácil ahora. El problema con el discipulado cristiano es que en lugar de requerir simplemente algo así como un ejercicio académico o ascético –como está implícito en la mayoría de otros tipos de 'discipulado'- el discipulado cristiano requiere de un modo de vida que seguramente, en algún momento va a hacer caer a la persona de las mesas de banquete de los prestigiosos salones, y de los palcos de los presidentes, y de las procesiones de las órdenes eclesiásticas de caballeros, a los más sospechosos márgenes de la iglesia y la sociedad. Seguir a Jesús, en otras palabras, es seguir a alguien que va al revés del mundo, incluso del mundo religioso. El discipulado verdadero representa, como mínimo, un estado tambaleante. No es pertinente para personas con alta necesidad de aprobación, estatus social y respetabilidad pública. Seguir a Jesús es ir por un tortuoso camino, que conduce siempre y dondequiera que sea, a sitios donde una "buena" persona no debería ir, a momentos de integridad que preferiríamos no tener que afrontar. El discípulo carga con una visión del mundo que clama su cumplimiento ahora mismo. El discipulado cristiano no es una preparación para un futuro, ni es alcanzable desde el presente por medio del éxtasis. El discipulado cristiano es el compromiso a vivir una vida evangélica, una vida marginal en este lugar, en este tiempo y a cualquier costo. Seguir a Cristo es ponerse a modelar un mundo en el que los modelos en los que hemos sido formados se convierten, demasiado frecuentemente, en aquello de lo que, últimamente, debemos abjurar. Bandera y patria, beneficio y poder, chovinismo y sexismo, clericalismo y autoritarismo hechos en el nombre de Cristo no son virtudes cristianas, sea cual sea el sistema que busque en ellas su legitimidad. El discipulado cristiano se trata de vivir en este mundo del modo en que Jesús, el Cristo, vivió en el suyo - tocando a los leprosos, sacando burros de las zanjas en sábado, cuestionando lo incuestionable - y ¡confraternizando con mujeres! Discipulado implica un compromiso a dejar nidos y hogares, posiciones y seguridades, señoríos y legalidades para ser ahora - en nuestro propio mundo - lo que Cristo fue para el suyo. El verdadero discípulo escucha al pobre, y ofrece su ministerio a cualquiera, a todos en este mundo, a aquellos que, habiendo sido usados por el establishment, después fueron abandonados y siguen su camino solos, inadvertidos en un mundo patriarcal, indeseables en un mundo patriarcal pero poderosamente, poderosamente usados por el mundo patriarcal que abusa del poder para guarecer beneficios inmorales e inescrupulosos. El discipulado está preparado para hacer frente a un mundo proclive en mantener sus propias metas a cualquier precio. Si es por el discipulado por lo que estás aquí, ¡no te engañes! El precio es alto y la historia lo ha demostrado fielmente. Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Juana de Arco fueron perseguidos por oponerse a la jerarquía misma y, más tarde, fueron canonizados por ella. El discipulado le costó a Mary Ward, su salud, su reputación e 3 de 9
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incluso, un funeral católico. El discipulado, a Martin Luther King, le costó la vida. No hay duda acerca de esto, la naturaleza del discipulado es pasión y riesgo.
2. Signos del verdadero discipulado Pero entender la naturaleza del discipulado no es suficiente. Debemos estar marcados con su sello. ¿Y cuál es el sello del discipulado? El auténtico discipulado dice la verdad en tiempos difíciles. Para el discípulo, el problema es claro: la iglesia no debe sólo predicar el evangelio, tampoco debe obstruirlo. Debe ser lo que dice. Debe mostrar lo que enseña. Debe ser juzgada por sus propios valores. La iglesia que coopera silenciosamente con el desposeimiento de los pobres o con la esclavización económica del extranjero en nombre del patriotismo o la ciudadanía se convierte en un instrumento más del estado. La iglesia que bendice gobiernos opresores en nombre de la obediencia a una autoridad que niega la autoridad de la conciencia, se convierte ella misma en opresora. La iglesia que se calla ante la masiva militarización realizada en nombre de la defensa nacional abandona el compromiso con el Dios del amor por la preservación de una religión civil. La iglesia que predica la igualdad de las mujeres pero no hace nada para demostrarlo dentro de sus propias estructuras, que proclama una teología de igualdad pero insiste en una eclesiología de la superioridad no está en sintonía con lo mejor de sí misma y sí, está peligrosamente cerca de repetir los errores teológicos que subyacen bajo siglos de esclavitud sancionados por la iglesia. La pauperización de las mujeres en nombre de la santidad y del esencialismo de la maternidad va en contra del Jesús que derribó mesas en el templo, que se enfrentó a Pilatos en el palacio, que regañó a Pedro para que depusiera la espada y que, a pesar de la enseñanza de aquellos días, curó a la mujer que padecía de hemorragias, y a sus propios apóstoles, no les permitió que hicieran callar a la mujer samaritana en cuyo relato la Escritura nos dice, "Miles creyeron ese día". En fin, la vida de Jesús nos muestra que la invisibilidad de las mujeres en la Iglesia amenaza la naturaleza de la iglesia misma. Obviamente, el discipulado no está basado en el sexismo. No está basado en normas culturales. No está basado en una piedad privada. El discipulado opone lo santo a lo mundano. Opone el corazón de Cristo a la falta de corazón de un mundo eminentemente orientado hacia el varón, definido por el varón, y controlado por el varón. Y ese no es el modelo de verdadero discipulado que nos da la Escritura. Ser un discípulo en el modelo de Judith y Esther, de Débora y Ruth, de María y María Magdalena significa descubrirnos a nosotros mismos hacedores de un mundo donde los débiles confunden a los fuertes. El verdadero discípulo, como la profeta Ruth, comienza por dar forma a un mundo donde los ricos y los pobres compartan el jardín de acuerdo a sus necesidades. Los verdaderos discípulos se proponen, como Débora, a forjar un mundo donde los últimos sean los primeros y los primeros sean los últimos -comenzando por ellos mismos. El verdadero discípulo insiste, como lo hizo la comandante Judith, en un mundo donde las mujeres hagan lo que hasta ahora ha sido aceptable sólo para los hombres, simplemente, ¡porque los hombres así lo dispusieron! A la discípula que tras la sombra de Esther, salvadora de su pueblo, tanto como Moisés lo fue del suyo, va camino al reino de Dios acoge al excluido, tiene consideración por el otro, respeta la creación- hace, de una tierra extranjera, un hogar. "Ven, sígueme" se convierte en un himno desde el que se proclama públicamente que nadie -nadie- está excluido y por el cual, ningún riesgo es demasiado grande. El verdadero discipulado, lo sabemos desde la vida de Cristo a quien seguimos, no es ser miembros de un club social clerical llamado iglesia. Esa no es una ordenación que los ordenados de veras puedan soportar. 4 de 9
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El discipulado no es un ejercicio intelectual o un consentimiento a un cuerpo de doctrina. El verdadero discipulado es una actitud del espíritu, una cualidad del alma, un modo de vida que no es político pero que tiene serias implicancias políticas, y que puede no ser oficialmente eclesiástica, pero que, al final, cambiará a una iglesia que es más eclesiástica que comunitaria. El discipulado real cambia las cosas, simplemente, porque no puede ignorar a las cosas cómo son. Rechaza todo lo que desafía la voluntad de Dios para la humanidad... no importa cuán sensato sea, no importa cuán racional sea, no importa cuán común sea, no importa cuán obvio sea, no importa cuán históricamente patriarcal sea, no importa cuán frecuentemente haya sido llamada "voluntad de Dios" por aquellos que pretenden determinar lo que ésta es o que intentan imponerle a otros lo que ellos dicen que es. El discípulo hace pública su discrepancia con los valores de un mundo que favorece sólo a aquellos que ya han sido favorecidos. El verdadero discípulo pone en evidencia a las instituciones que se llaman a sí mismas "liberadoras" pero que mantienen sometida a la mitad de las personas del mundo. Muestra su indignación por los sistemas que son más proclives a la exclusión de personas que consideran inadecuadas que a la inclusión en ellos de todas las personas. El verdadero discipulado, siempre, siempre, siempre, se pone del lado del pobre, de la minoría, del excluido, del envilecido, del rechazado, del otro, a pesar del poder del rico y del poderoso -no porque el pobre y el desamparado sean más virtuosos que el rico y el poderoso, sino porque el Dios del amor quiere para ellos también, lo que el rico y el poderoso les disputan o les niegan. El discipulado se abre camino con paso decidido a través de corporaciones como la de Herodes; a través de instituciones como la de los fariseos, a través de sistemas como los cambistas de moneda del Templo, y a través de chovinistas como esa clase de apóstoles que quieren desembarazarse de las mujeres. El discipulado se manifiesta tal cual es, descubre su desnudez en medio del mercado del mundo y, en el nombre de Jesús, grita a viva voz todos los gritos del mundo hasta que alguno, en algún lugar, escuche y dé respuesta al más pobre de los pobres, al más humilde de los humildes, al más excluido de los desechados. Cualquier otra cosa -toda la pompa, todo el encaje dorado y la seda roja, todos los rituales del mundo -los evangelios dan testimonio de esto- es, sin duda, un discipulado mediocre y falso. Y en esto radica el problema: una cosa es para un individuo armarse del coraje que hace falta para estar solo en el ojo de la tormenta que se llama "Mundo real". Y otra cosa completamente distinta es ver que la misma iglesia no alcanza a ser reflejo fiel del Cristo vivo. ¿Por qué? Porque la iglesia de Jesucristo podría no estar llamada al sacerdocio ordenado como lo conocemos ahora, pero la iglesia de Cristo siempre, indudablemente, está llamada, con seguridad, al verdadero discipulado. Para la iglesia -para ti y para mí, así como para la institución- no atenerse a lo que ahora exige el discipulado es abandonar el discipulado que ella le pide al mundo que siga. Ver a una iglesia de Cristo desentenderse de lo que el pobre y el marginado merecen, que instituye en ella misma los mismos sistemas que desprecia en la sociedad, es no ver a la iglesia en absoluto. Es, a lo sumo, una religión reducida a una institución social más, diseñada para confortar a los confortados pero no para desafiar las cadenas que atan a la mayor parte de la humanidad -y a las mujeres- a la cruz. En esta clase de iglesia, el evangelio ha sido reducido durante largo tiempo al catecismo. En esta clase de iglesia, la profecía se muere, la justicia gime y la verdad se hace demasiado oscura para el corazón que busca ver. Hoy, como nunca antes en la historia quizá, el mundo, y por lo tanto la iglesia dentro de él, está siendo tensado por situaciones vitales hasta el punto límite que, aunque no sea por otra razón que por su extensión, están sacudiendo el globo desde sus cimientos. Cuestiones vitales nuevas emergen con alarmante impacto e implacable persistencia. Y la 5 de 9
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más grande de todas ellas es la cuestión de la mujer. Las mujeres son la mayor parte de los pobres, la mayor parte de los refugiados, la mayor parte de los que carecen de educación, la mayor parte de los golpeados, la mayor parte de los desechados del mundo. Aún en la iglesia donde fueron formadas y están consagradas y comprometidas, las mujeres son ignoradas, inclusive, ¡hasta en los pronombres de la Misa! ¿Dónde está la presencia de Jesús para la mujer golpeada, para la mujer mendiga, para la mujer abandonada, para la mujer sola, para la mujer cuyas preguntas, gritos y vivencias no tienen lugar en los sistemas del mundo ni tampoco en la iglesia? A menos que, por supuesto, para ser definida como una naturaleza humana de segunda clase, no tan competente, no tan apreciada, no tan humana, no tan agraciada por Dios como son los hombres.
3. Teología del discipulado La cuestión real que se debe considerar es la tercera. ¿Qué es lo que la teología del discipulado exige en este punto? ¿Qué implicancia tiene en esto la teología de un pueblo sacerdotal? ¿Acaso las mujeres son simplemente discípulas de Cristo a medias? ¿Para ser medio comprometidas, medio anoticiadas, medio valoradas? A la luz de estas situaciones, existen cuestiones en la comunidad cristiana que hoy, en consecuencia, no pueden ser masajeadas por notas de pié de página, ni oscurecidas por la jerga (eclesial), ni se hacen al paladar por un retiro de "fe". Por el contrario, delante de estos temas, las notas de pié de página titubean. El lenguaje propio de la iglesia sólo sirve para poner de relieve la cuestión y la misma fe exige (resolver) esta cuestión. El discipulado de las mujeres no es una cuestión pasajera, por mucho que se implore o se legisle en la oscuridad eclesiástica. Efectivamente, el discipulado de la iglesia con respecto a las mujeres es la cuestión que, en el largo plazo, pondrá a prueba a la iglesia misma. En la cuestión de la mujer, la iglesia enfrenta uno de los desafíos más serios al discipulado desde el surgimiento de la cuestión de la esclavitud cuando aducíamos, también entonces, que la esclavitud era la voluntad de Dios para algunas personas -pero no para nosotros. La cuestión más importante a la que hoy se enfrentan los cristianos es qué significado tiene el discipulado en una iglesia que no quiere a las mujeres en ningún otro lugar más que en los bancos. Si el discipulado se reduce a la masculinidad, ¿esto exime al resto de los cristianos? Si solamente los hombres pueden vivir realmente el discipulado de modo pleno, ¿para qué la mujer va a aspirar al discipulado que el bautismo implica, exige y se muestra a todos en la vida de Jesús? ¿Qué significa también para las mujeres mismas que se enfrentan al rechazo, la desvalorización y a un debate teológico basado sobre los restos de una biología mal teologizada? ¿Qué hacemos cuando una iglesia proclama la igualdad de las mujeres pero se construye a sí misma sobre estructuras que aseguran su desigualdad? ¿Qué significa, además, el rechazo de mujeres a los más altos niveles de la iglesia por hombres que afirman estar iluminados pero que continúan sosteniendo el mismo sistema que se mofa de la mitad de la raza humana? ¿Qué significa para la iglesia, que afirma ser seguidora del Jesús que curó en Sábado, que resucitó mujeres y que confrontó con los maestros de la fe -mandatum o no mandatum, documentos "definitivos" o documentos "no definitivos"? Y finalmente, ¿qué significa para una sociedad terriblemente necesitada de una cosmovisión del mundo en el amanecer de una era global? Las respuestas son desalentadoramente claras en todos los aspectos. El discipulado cristiano no está simplemente en peligro de quedar atrofiado. El discipulado se ha convertido, de hecho, en el enemigo. Quien de nosotros no quisiera que fuera aceptado un discipulado pleno, oficial, auténtico -algo que se nos pide a todos según lo enseña la misma iglesia- (y sin embargo) se ha convertido, al menos, en algo tan problemático para la integridad de la iglesia como (lo es) la exclusión de mujeres de esas deliberaciones en 6 de 9
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las que plasman su teología y (con ella) forman a su pueblo. Las mujeres comienzan a preguntarse si, después de todo, el discipulado tiene algo que ver con ellas. Y en esto reside la cuestión contemporánea, el desafío presente al discipulado. Algunas consideran que la fidelidad al evangelio significa hacer lo que siempre hemos hecho. Otras sólo encontramos esa fidelidad en ser lo que siempre hemos sido. La distinción es crucial para nuestra comprensión de la tradición. La distinción también es esencial para entender el discipulado en la iglesia moderna. Cuando "la tradición" se convierte en sinónimo de "el sistema" y mantener “el sistema” llega a ser más importante que mantener “el espíritu de la tradición”, el discipulado se marchita y llega a ser, cuando más, "obediencia" o "fidelidad" al pasado, pero no un compromiso en lo más íntimo con la presencia del Cristo vivo enfrentando a las lepras de la época. La sociedad antigua llamaba a los ciegos, pecadores; a una niña, inútil; a una mujer menstruante, impura; todos ellos, marginales al sistema, condenados a la periferia de la vida, excluidos del centro de la sinagoga, prohibidos en el corazón del templo. Pero Jesús atrae a cada uno de ellos hacia él, a pesar de las leyes, sin reparar en culturas, a pesar de la desaprobación de los notables espirituales de la región, y los colma de él mismo y los envía, como él, por los caminos y sendas del mundo entero. Ser discípulos de Jesús significa que nosotros debemos hacer lo mismo. Hay algunas cosas, parece, que no entienden razones en beneficio de sutilezas institucionales. El discipulado supone, conlleva, exige nada menos que la confirmación, la ordenación del amor de Jesús para todos, en todo lugar, no importa quiénes osen arrogarse para sí el descarado derecho de trazar límites en torno a la voluntad de Dios para aquellos que conocemos como “indeseables”. Definir la "fe" como la buena disposición para aceptar lo que es inaceptable es una fe despojada de Jesús. El discipulado y la fe son de la misma clase. Decir que creemos que Dios ama a los pobres, que juzga a favor de ellos, que quiere su liberación, pero nosotros mismos no hacemos nada para liberar al pobre, para escuchar sus súplicas, para levantar sus cargas, para hacer algo en favor de ellos, es por cierto, una fe vacía. Decir que Dios es amor y nosotros mismos no amamos como Dios ama bien puede ser iglesia, pero no es Cristianismo. Predicar una teología de la igualdad, decir que todas las personas son iguales a los ojos de Dios, pero al mismo tiempo mantener una teología de desigualdad, una espiritualidad de dominación que prohíbe la plenitud de la fe a la mitad de la raza humana sobre la base de su género, que dice que las mujeres no tienen lugar en el gobierno de la iglesia y en el desarrollo de la doctrina -y todo esto en el nombre de Dios- es vivir una mentira. Pero si el discipulado es seguir a Jesús más allá de las fronteras, a cualquier costo, para llevar el reino de Dios, para el establecimiento de relaciones justas, entonces, fundamentar (la negativa) al llamado de una mujer para seguir a Cristo en su imposibilidad de parecerse a Jesús obstruye el fin mismo para el que la iglesia fue fundada; obstruye la capacidad de la mujer para seguir a Cristo en plenitud, para dar su vida por los demás, para bendecir y predicar y sacrificarse y construir comunidad "en su nombre" -como dicen los documentos sobre sacerdocio, que un pueblo sacerdotal debe hacerlo. Y esto se hace en bien de la religión, desafiando al evangelio mismo. Cómo es posible que una iglesia tal como ésta, convoque convincentemente al mundo a practicar la justicia en nombre de la justicia que ella misma no practica. Cómo es posible que la iglesia llame a otras instituciones para que las mujeres sean tratadas como seres humanos plenos, hechos a imagen de Dios, cuando su humanidad es precisamente lo que la misma iglesia sostiene en contra de ellas en el nombre de Dios.
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Es una cuestión filosófica de inmensas proporciones. Es una cuestión que, así como con la esclavitud, pone a prueba a la iglesia. Para que en la iglesia se haga presente la cuestión de la mujer, para que ésta preste un servicio pastoral, para que sea una discípula, la iglesia misma debe ir convirtiéndose hacia esto; en realidad, la iglesia debe ser convertida por esto. Los hombres que no toman la cuestión de la mujer en serio, puede que sean sacerdotes, pero posiblemente no sean discípulos ni sean "otros Cristos". No el Cristo que nació de una mujer. No el Cristo que envió mujeres para que lo anuncien. No el Cristo que tomó facultades de una mujer cananea. No el Cristo que envió mujeres para predicar la resurrección y la redención de la carne a los apóstoles que en ese entonces no lo creerían y que aún hoy no lo creen. No el Cristo que envió al Espíritu Santo sobre María, la mujer, así como sobre Pedro, el varón. No el Cristo que anunció su mesianismo tan claramente a la mujer samaritana como a la roca que se hizo pedazos. Si éste es el Jesús que como cristianos, como iglesia, estamos dispuestos a seguir, entonces el discipulado de la iglesia está fuertemente cuestionado. En efecto, Basho escribe: "No busco seguir los pasos de los antiguos. Busco lo que ellos buscaban." El discipulado depende de nuestro llevar la voluntad de Dios para la humanidad a las cuestiones de esta época como Jesús lo hizo para la suya. Mientras que la tradición sea utilizada para que signifique seguir tras los pasos de nuestro pasado en vez de buscar mantener el espíritu de Cristo en el presente, entonces es improbable que conservemos algo más que la cáscara de la iglesia. La conciencia del carácter universal de la humanidad a través de las diferencias se ha convertido en la trama que mantiene ligado al mundo en una era global. Lo que alguna vez fue un orden jerárquico de la raza humana, está comenzando a ser visto como lo que es: la opresión del género humano. La colonización de las mujeres está comenzando a ser vista ahora tan inaceptable como la opresión colonial de África, como las cruzadas contra los turcos, como la esclavitud de los negros o como la masacre de los pueblos indígenas en el nombre de Dios. Es verdad que los debates teológicos se están propagando frenéticamente por todas partes; pero también es verdad que por todas partes el Espíritu Santo va abriendo brechas –tal como el mismo Espíritu Santo lo hizo en Roma en los años '60. En Asia, las mujeres budistas están exigiendo la ordenación y el derecho de hacer las mandalas sagradas. En India, las mujeres están comenzando a hacer las danzas sagradas y a encender los fuegos sacros. En el Judaísmo, las mujeres estudian la Tora y ya, ahora, llevan los rollos, leen las escrituras y dirigen congregaciones. Sólo en las culturas más atrasadas, más legalistas, más primitivas, las mujeres se han hecho invisibles, se han inutilizado, han sido consideradas menos que seres humanos, menos que seres espirituales. La humanización de la raza humana está por llegar. El único interrogante para la iglesia es si la humanización de la raza humana conducirá también a la cristianización de la iglesia cristiana. De otro modo, el discipulado morirá y con él, la integridad de la iglesia. Debemos tomarnos el discipulado o dejaremos la iglesia del futuro con funcionarios pero sin discípulos. No podemos renovar el sacerdocio sin renovar el discipulado -el nuestro y también el de los demás. El hecho es que el Cristianismo vive en los cristianos, no en los libros, no en los documentos llamados 'definitivos' para ocultar el hecho de que en el mejor de los casos son de tiempo limitado, no en la chatura con referencia a las "vocaciones especiales", no en los errores del pasado, (falsamente) dignificados como "tradición". Lo nuevo de la vida es que el discipulado para las mujeres y el discipulado de las mujeres es la clave para el discipulado del resto de la iglesia.
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Las cuestiones están claras. La respuesta es oscura e incierta; pero crucial para el futuro de una iglesia que proclama ser eterna. Thomas Carlyle escribió: "Nuestra principal oportunidad no es ver borrosamente lo que está a lo lejos sino ver claramente lo que está al alcance de la mano". Un grupo como éste, ustedes, en un tiempo como éste -un pueblo sacerdotal en una época sin sacerdotes- debe tener en mente, en forma clara, una visión global, una visión final, una visión última, una visión de lo ineludible. Sí. Pero también debemos tener en mente las tareas del presente; y la tarea del presente no es simplemente prepararnos para la ordenación sacerdotal en una iglesia que se empeña en obstruirla, en una iglesia que, o bien duda o le tiene miedo al poder de la verdad para persuadir; y por eso, incluso, niega el derecho a discutir esta cuestión supurante de si las mujeres pueden o no pueden participar en el sacramento del orden sacerdotal. Claramente, la preparación para la ordenación al sacerdocio sería prematura, en el mejor de los casos, sino francamente lesiva al Espíritu en un clima como éste. No, la tarea del presente, en un tiempo como éste, es utilizar todas las organizaciones a las que pertenecemos para desarrollar una teología de la iglesia hasta un punto de masa crítica. Ahora, la tarea es ejercer un discipulado peligroso. Necesitamos un grupo libre de mandatos, que organice seminarios, que suscite debates públicos al estilo de las grandes disputaciones medievales que arguyeron a favor y en contra de la plena humanidad de los indígenas, que coordine talleres, que patrocine publicaciones, que escriba libros y sitios de perfeccionamiento en la Web, que organice más y más reuniones como ésta donde las mujeres hablen libremente sin importarles lo que les vaya a pasar a las que participen en ellas. Debemos reunir grupos que traten el tema de la infalibilidad de la infalibilidad y del rol del 'sensus fidelium' en el desarrollo de la doctrina, y la cuestión de la evidente exclusión de mujeres en la restauración del diaconado permanente -una forma oficial de discipulado para mujeres con una teología, historia, ritual, liturgia y tradición que está firme, total y claramente de su lado. Es tiempo de sacar a la luz del día las discusiones que se murmuran detrás de cada puerta de iglesia, en cada corazón que busca. Si el sacerdocio requiere predicación, sacrificio y edificación de la comunidad, como dice Vaticano II, es decir, proclamar el advenimiento de una nueva iglesia sacrificándonos nosotros mismos para traerla, formar una comunidad nueva con la noción de que una nueva clase de sacerdotes y diáconos permanentes mujeres, esto puede ser, ahora mismo, el mayor servicio sacerdotal de todas ellas. Así como la anciana de la historia, debemos continuar doblando, y doblando, y doblando, en la dirección del discipulado -como siempre lo han hecho las mujeres- pero ahora de un modo diferente. Como dice Basho, no buscamos seguir los pasos de los antepasados. Buscamos lo que ellos buscaban. No buscamos hacer lo que ellos en realidad necesitan. Necesitamos hacer mucho más que eso. Necesitamos hacer ahora lo que ellos realmente, realmente necesitan. ¿Por qué? Porque, como dice Juan XXIII en 'Pacem in Terris': "Cuando quiera que sea que las personas descubren que tienen derechos, tienen la responsabilidad de reclamarlos" Y porque Proverbios nos enseña claramente que "Si el pueblo guía, los guías finalmente lo seguirán". Por lo tanto, ¿qué debemos hacer como pueblo sacerdotal? Debemos asumir la responsabilidad. Debemos recuperar la iglesia. ¡Debemos guiar a los guías a la plenitud de la vida cristiana!
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