G. Rubín equipara el apego infantil respecto de la madre durante el período preedípico a una posición homosexual en la niña, a la que denominó “la lesbiana preedípica”. Este tipo de interpretación no coincide con los desarrollos de N. Cho dorow (1984) y E. Dio Bleichmar (1985), quienes consideraron, partiendo de los estudios de R. Stoller, que existe una identidad de género temprana, diferenciable lógicamente de la dirección del deseo erótico. La envidia fálica tiene un carácter genitaüzado y lésbico para Rubin, mientras que el discurso freu diano sólo destaca su aspecto narcisista. Si para Freud la niñi ta es una especie de varoncito asexuado, para Rubin es un varón en posición fálica que desea a su madre. Entre las discípulas de Freud, fue Jeanne Lampl de Groot (1927) la psicoanalista a quien el creador del Psicoanálisis debe la conceptualización acerca del lazo preedípico de la niña con respecto a su madre. Ella relacionó la envidia fálica con el deseo de unión sexual con la madre y la comprensión de su imposibilidad debido a la similitud anatómica. El relato freudiano es mucho menos es pecífico y adultomórfico en este aspecto, y enfatiza los elementos narcisistas de la envidia fálica femenina (Freud, 1931 y 1933). Si seguimos a Rubin, pareciera que la única forma de rescatar las tendencias activas femeninas es no reprimir la corriente psíquica homosexual. De acuerdo con Freud, los deseos dirigidos a personas del mismo sexo estarían presentes en todos los sujetos, pero en la mayor parte de los casos quedarían reprimidos debido a la hegemonía de los deseos heterosexuales, corres pondientes al complejo de Edipo positivo. En un trabajo anterior (Meler, 1987) desarrollé la posible compatibilidad de la retención de actividad femenina con el deseo heterosexual. La actitud pasiva de las mujeres en el amor y el erotismo va quedando como un recuerdo del pasado, ya que correspondió a un período histórico durante el cual esa modalidad de conducta expresaba el estatuto femenino de objeto de deseo, quedando impedida la asunción de la subjetividad deseante para las mujeres. En la actualidad, consideramos saludable la posibilidad de un inter juego flexible entre los deseos ligados al dominio y las tendencias a depender y abandonarse a la actividad del otro. Y ese “otro” no es forzosamente la madre o las figuras que la represen-
ten sino que puede ser, como ocurre en la mayoría de los casos, un hombre* Eubin analizó la versión lacaniana del conflicto y de la estructura edípica, que desprende el relato de toda referencia rea lista ingenua. Según esta postura, la castración no es una falta real sino simbólica: es un significado atribuido a los genitales femeninos. Eso nos lleva a reconocer que aún vivimos en una cultura fálica. El falo está donde no están las mujeres; es la encarnación del status masculino al que acceden los hombres, y que implica ciertos derechos, entre ellos, el de tener una mujer. Es entonces una expresión de la dominación masculina, y deja profundas huellas en la subjetividad sexuada, entre ellas, la envidia del pene en las mujeres. La autora describió lo que consideraba el penoso camino hacia la feminidad, signado por la renuncia a la madre, la autodevaluación y la pasivización. Según dijo, la feminización de la niña implica violencia y deja un saldo de resentimiento. Es la preparación para vivir en la opresión. La autora consideró que la teoría freudiana ofrece una descripción acerca de cómo la cultura fálica domestica a las mujeres. En este sentido es correcta, pero es necesario rechazar su carácter normalizador y prescriptivo, ya que convalida ese estado de cosas. Utilizada de forma crítica, proporciona una adecuada herramienta para entender y modificar el “sistema sexogénero”. A fin de transformar la situación en la que transcurre la socialización primaria de los niños, modificando así las condiciones en las que se desarrolla el conflicto edípico, propuso compartir la crianza entre padre y madre, de modo que los ob jetos de amor primarios pertenezcan a ambos sexos. El desman telamiento de la compulsión cultural hacia la heterosexualidad haría innecesaria la represión de los amores tempranos y la sobrevaluación del pene. Si no hubiera intercambio de mujeres ni géneros, el drama edípico sería una reliquia. En suma, es necesario modificar el sistema de parentesco. Este, por otra parte, ha ido perdiendo funciones, quedando reducido a la de construir el género. Características descritas como femeninas, tales como masoquismo, narcisismo y pasividad, le parecieron indicadores del daño psíquico producido en las mujeres por el proceso de
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feminización; por ello lamentó que los psicoanalistas no hayan denunciado el carácter patógeno de lo que tan bien describían. Propuso la eliminación de los roles sexuales obligatorios, una sociedad andrógina y agenérica (aunque no asexuada), en la cual la anatomía sexual resulte irrelevante para lo que uno es, lo que hace y con quien uno hace el amor. Planteó la necesidad de estudiar las formas específicas como se produce el intercambio de mujeres en cada cultura, su relación con la acumulación de riquezas y el poder político, y cómo se relacionan estas circunstancias con el estatuto relativo de las mujeres. Consideró necesario un análisis que articule la sexualidad con la economía y con la política. LA FAMILIA OCCIDENTAL ACTUAL
Luego de este viaje por diversas teorías acerca del origen de la familia, con referencia a pueblos exóticos, resulta necesario pensar en nuestra familia, la familia occidental que conocemos. Para ello, recurriremos a la obra de Edward Shorter, historiador norteamericano, autor de El nacimiento de la familia moderna (1977). Según dice en esta obra, lo que distingue a la familia nuclear de otro tipo de familias es, más que el número de integrantes, un aspecto subjetivo o intersubjetivo, y que caracteriza como un sentido especial de solidaridad que separa la unidad doméstica de la comunidad que la rodea. Sus miembros!...] se sienten partícipes de un clima emocional que deben proteger de la intrusión ajena, por medio de la privaci dad y el aislamiento.
Para este autor, no debemos buscar la clave de la retracción familiar respecto de los lazos con la comunidad en el amor romántico, ya que éste surgió primero en las clases bajas, libres de las constricciones de la alianza debido a su carencia de recursos materiales, sino que el núcleo de formación de la familia nuclear fue la relación entre la madre y el hijo. La domesticidad surgió sobre la base de la creencia en la necesidad de un ambiente protegido para la crianza.
ÍNDICE
Las autoras......................................................................... 7 Prefacio.............................. ................ 9 ..................... ..... ........................... Prólogo................................................................................. 11 T\
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Parte I Género, Género, familia, subjetividad 1. Estudios de género. género. Reseña histórica, Mabel Bur in 2. La familia. familia. Antecedentes históricos históricos y perspectivas futuras, Irene Meler ............................................... ............................................... .
3. Ambito familiar y construcción del género, Mabel Bu r in ........ .
..... ............................................... 4. La familia: familia: sexualidades permitidas y prohibidas, prohibidas, Mabel Bu r in ........................... ...... ............... ....................... ............ .... .
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31 71
87 5. Parentalidad, Irene Meler ......................................... ............................. ............ 99 Parte II La vida familiar: vicisitudes evolutivas evolutivas y accidentales T\
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6. Amor y con convivenci vivenciaa entre ent re los géneros a fines del siglo XX, Irene Mel M eler er .............................................. ,. 129 7. El pasaje de la pareja a la familia. Aspectos Aspectos culturales, interpersonales y subjetivos, Irene Meler 163 163 8. La relación entre entr e padres padre s e hijos adolescentes, Mabel Bu r in ............................................................... 193
bres derivadas de la mejoría del estilo de vida de los sectores medios las que alejaron a los pobres de las veladas comunitarias. Es decir que, aunque Shorter centra lo que llama “la re volución sentimental” en los afectos, existen determinantes socioeconómicos, relacionados con el proceso de estratificación social de sectores que previamente eran más homogéneos. Shorter considera que el combate entre la comunidad y la domesticidad fue ganado de forma definitiva por esta última durante el período entre ambas guerras mundiales. Como antecedente de esta mentalidad, señala que “Hogar, dulce hogar” fue una frase que comenzó a oírse en 1870. Describe cómo la pareja se ha retirado casi completamente de la vida comunitaria, reforzando sus relaciones con los padres y los parientes próximos. La cohesión familiar del Antiguo Régimen se debía a la importancia del linaje, pero no había afectos positivos fuertes que hegemonizaran la relación y superaran el odio, surgiendo con frecuencia disputas por cuestiones patrimoniales* Según este autor, durante el siglo XX, en los años sesenta y setenta, se registró un incremento de la cantidad y la calidad de los vínculos de parentesco. Las relaciones con otras parejas constituyen una especie de ampliación de los lazos de familia. En las clases bajas, la retracción al ámbito privado es menor. Un historiador francés, J. Donzelot (1990), afirmó que se ha estimulado este proceso con el objetivo de romper las viejas solidaridades comunitarias y regular así las tensiones sociales. Shorter considera que la relación con los parientes no reem plaza los antiguos vínculos comunitarios. Más bien se los ve como amigos, y se privilegian los aspectos emocionales de los vínculos. En cuanto a la práctica de la sexualidad, de acuerdo con Shorter, el erotismo no era demasiado importante en la vida de la pareja tradicional. Tampoco había un nivel elevado de adulterios, por lo que se puede saber. El adulterio masculino era mínimo y el femenino casi inexistente. La cohabitación con alguna sirvienta tenía por objeto cuidar a la esposa de los múlti ples embarazos. Eso está muy alejado de la idea contemporánea de adulterio, que implica participación activa de las mujeres y búsqueda de amor.
En el período entre 1850 y 1914 las parejas se erotizaron y un indicador de esta situación fue el derecho de la mujer al orgasmo. Las clases bajas precedieron en este camino a los sectores medios, ya que las uniones se concertaban basadas en la atracción mutua. En las clases medias, donde la transmisión del patrimonio había decrecido pero no desaparecido, la necesidad de continuidad familiar favoreció la primacía del amor de las madres hacia sus niños y la domesticidad se construyó en tomo a la diada madrehijo. En el siglo XX el coito dejó de ser estacional, y se volvió parte de la experiencia cotidiana de la vida conyugal. Durante la década del *60, se asistió en Estados Unidos a una revolución espectacular de las prácticas sexuales. Subió el nivel de actividad erótica, por ejemplo, se incrementaron los índices de autoerotismo y de coito. La duración del coito aumentó, subiendo hasta diez minutos. Lo mismo ocurrió con la práctica del sexo oral. El Informe Hunt nos revela que un cuarto de las parejas norteamericanas, en 1970, practicaban el coito anal. Ante estos datos, Shorter se pregunta si no se tra tará de manifestaciones de explotación sexual de las mujeres, lo cual revelaría la persistencia de su estatuto subordinado reciclado bajo un ropaje erótico, pero concluye que no es así, ya que si en 1907 las tres cuartas partes de las mujeres no habían experimentado orgasmos, Kinsey relata que el 45 % de las es posas en su decimoquinto año de matrimonio casi siempre tenían orgasmos. Además, se manifestab an satisfechas y no se quejaban de los requerimientos maritales. Por el contrario, Shorter considera que la demanda femenina es responsable del aumento del índice de impotencia masculina. El precio de esta erotización de la vida cotidiana ha sido el abandono de una vida emocional significativa fuera del hogar y el aumento de la inestabilidad de las relaciones conyugales. Shorter relaciona lo que él llama la revolución sentimental con el capitalismo como modo de producción. Destaca la desaparición de las restricciones al comercio antes impuestas por los gremios, lo que favoreció el aumento del nivel material de vida, que se produjo a posteriori del período de sobreexplotación inicial y el surgimiento del proletariado industrial. Relaciona la organización desregulada del mercado, el aumento de la produc-