S ^ í^ w ^w
£E|*.r^¿
JANASSMANN
LA DISTINCION MOSAICA o el precio del monoteísmo Traducción de:
Guadalupe González Diéguez
-sk a l
Maqueta; RAG
Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código PenaJ, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica Tijada en cualquier tipo de soporte.
Título original
Die Mosaischc U ntcncheidunj’ oder dcr Preis des Monolheismux I
Cari Hanser Vcrlag Munich Vicna, 2003 © Ediciones Akal, S. A., 2006 para lengua española Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.; 918 061 996 Fax: 918 044 028 www.akal.com ISBN-IO; 84-460-2233-8 lSBN-13: 978-84-460-2233-6 Depósito legal; TO-486-2006 Impreso en Edibook, S. L. Yuncos (Toledo)
Para Theo Sundermeier
] ^ .... '" ^■ '- i - -
.
-liP t
V
,•
* <
''■*Á ■ ■ • '■ 'j
.'1 \
r ‘‘^ '
■-■:í -n ■ -'
a'
’-.
- " t í '" - ' ; T .- l/ J í
.p ír ^ i ^ ?'-í J-.'
''
-
n
ri
’»fí ■'>’ ' ■
'■'4- -V-
-‘i
i< -...
INTRODUCCIÓN
En algún momento en el curso de la Antigüedad -las dataciones oscilan entre la Edad de Bronce tardía y la Antigüedad clásica tardíase produjo un giro que ha determinado el mundo en el que vivimos actualmente de manera más decisiva que cualquier transformación política. Se trata de la transición de las religiones «politeístas» a las «monoteístas», de las religiones del culto a las religiones del libro, de las religiones específicas de una cultura a las religiones universales, en resumen; de las religiones «primarias» a las «secundarias», que, al menos tal como se entienden a sí mismas, no se desarrollan a partir de un proceso evolutivo a partir de las religiones primarias,'^ino que más bien se separan de ellas mediante un acto revolucionario.,;^ La diferencia entre religiones «primarias» y «secundarias» remite a una propuesta de! científico de la religión Theo Sundermeier'. Las religiones primarias se han desarrollado históricamente durante si glos y siglos en el marco de una cultura, de una sociedad y en su ma yoría también de un lenguaje, a los que se hallan indisolublemente li gadas.'A ellas pertenecen los mundos cultuales y divinos de la Antigüedad egipcia, babilónica y grecorromana.^ Las religiones se cundarias, por el contrario, son religiones que se deben a un actó de revelación y fundación, se levantan sobre las religiones primarias y se distinguen de^lasgeneralmente tachándolas de paganismo, idola tría y superstición. Todas las religiones secundarias, que al mismo tiempo son religiones del libro, universales y (quizá con la excepción
' TTi. .S u n d e r m e ie r . «Religión, Rcligioncn», en K. M üIIlt y Th. Sundermeier (cils.). L íx ik o n m ixsionslheoltigischer G rundhegrijfe, Berlín, 1987. pp. 411-423. W é^sc también de los mismos autores Wus ¡si R etinion? R dinionsw i.iscnschajt irn ih c o h g isc h c n K onííxt. Cütcrr:lch. 1999.
del budismo) monoteístas, miran por encima del hombro a las religio nes primarias, a las que consideran «paganas». A pesar de que en el transcurso de una «aculturación sincretista» estas religiones hayan podido adoptar muchos elementos de las religiones primarias, en la imagen que tienen de sí mismas llevan impreso el pathos de una «aculturación antagonista»,'^ tienen conceptos muy claros de aquello que es incompatible con su verdad (es decir, con su ortodoxia).,^ta transición no sólo tiene aspectos teológicos, en el sentido de una trans formación del concepto de dios; tjene también un aspecto político, en cuanto que supone la transformación de religiones específicas de una ' ' cultura en religiones universales. La religión pasa de ser un sistema inscrito indisolublemente en las condiciones-marco estatales, lingüís ticas y culturales de una sociedad, no sólo coextensivo a una cultura, sino prácticamente equivalente a ella, a ser;ffi sistema autónomo que ■se emancipa de esas condiciones-marco, supera todas las fronteras ~>iporíti_cas y étnicas y puede penetrar en otras culturas. Pero esta tran sición tiene también, y no en último lugar, un aspecto técnico, de transformación mediática, en tanto que giro d^la religión del culto a la_religión del libro, que no habría sido posible sin la invención de la escritura y su consiguiente utilización para la codificación de las ver dades reveladas. Todas las religiones monoteístas, y también el bu dismo, se basan en un canon de escritos sagrados. A ello se añade un aspecto psicohistórico, que Sigmund Freud puso de relieve por pri mera vez: ^ g ir o hacia el monoteísmo con sus exigencias éticas, su énfasis en el hombre interior y su carácter de «religión paterna» está ligado a una nueva mentalidad y a una nueva «espiritualidad», que ha acuñado de manera decisiva la imagen del hombre occidental. Por úl timo, también se trata en esta transición, de una manera general, de una transformación de la imagen del mundo y en particular de la re lación humana con el mundo. Bajo este aspecto dicha transición ha sido estudiada de la manera más intensiva; d)concy)tq_de.«época axial» de KarI Jaspers alude a ella en tanto que irrupción en la tras cendencia^, y el concepto de racionalización de Max Weber lo hace en tanto que proceso de desencanto del mundo^
^ K . J a s p e r s . Vom Ursprung und Ziel der Ceschichie, Munich, 1949; véase también A. A s s m a n n , «Einheit und Vielheit in der Geschichte. Jaspers’ Achsenzeit-Konzept, neu betrachtet». en Sh. Eisenstadt (ed.). Kuhuren der Achsenzeit II (véase n. 6), vol. 3, pp. 330 ss.; del mismo autor, «Jaspers'Achsenzeit, oder Schwierigkeiten mit derZcntralperspektive in der Geschichte», en D. Harth (ed.) Karl Jaspers. Denken zwischen Wssenschaft. Pnlitik und Philosophie, Stuttgart, 1989, pp. 187-205. ^ El teorema de la)época axial de Jaspers tiene una larga historia, que por lo demás casi no se menciona en el propio libro de Jaspers. Se basa en observaciones y reflexiones que se remontan hasta el siglo xviil. Ya Anquetil Duperron, el iranista y descubridor del ZendAvesta, llamó la atención sobre la contemporaneidad y el paralelismo de los procesos de
8
El punto esencial de esta transición es designado por mí con el concepto ^ « d is tin c ió n mosaica». No me parece que la distinción más decisiva sea la distinción entre el dios único y los muchos dio ses, sino Indistinción entre verdadero y falso en la religión, entre el dios verdadero y los dioses falsos, la doctrina verdadera y las doctri nas heréticas, entre saber e ignorancia, fe e incredulidad^Una vez es tablecida, esta distinción es nuevamente diftiminada, para después ser reintroducida de nuevo en otro sentido, intensificada o suavizada. Por ello, en lugar de un «giro monoteísta» con un antes y un después ine quívocos, puede hablarse mejor'^«m om entos monoteístas». enJos cuales se encuentra la distinción mosaica en todo su rigor -en el primer mandamiento, esto es, en el primer y segundo mandamientos, en la historia del becerro de oro, en la separación de las parejas mixtas con Nehemías, en la destrucción de los templos paganos en la Anti güedad tardía cristiana-'^ara después ser una y otra vez diluida, o di rectamente olvidada, en la praxis de la vida religiosa con sus com promisos ineludibles.'*A ello quisiera volver con más detalle en la tercera sección del primer capítulo. Aquí me interesa únicamente el problema del tiempo. La distinción mosaica no es un acontecimiento histórico que cambie el mundo de una vez por todas, sino un^idea regulativa que^ha desplegado su efecto.transformadorjdel mundo.duranteTiglos y siglos. Sólo en este sentido puede hablarse de(@ « g iro | rñoñótéísta». No se puede datar de modo que coincida en ningún sen-, tido con la distinción mosaica y desde luego no coincide en absoluto con las fechas de la vida de ningún «hombre Moisés» histórico. Antes de este giro sólo había religiones tribales, como el culto «po liteísta», y religiones nacionales, surgidas históricamente; después de
cambio religioso de China a Grecia en el primer milenio a.C. y habló de una «grande revolution dü genre humain» (D. M e t z l e r , «A. H. Anquetil Duperron [1731-1805] und das Konzept der Achsenzeit», Achaemenid History 7 ( 1991 ]. pp. 123-133). En el s. XX esla idea de un giro intelectual (casi) mundial fue tomada antes de Jaspers por Alfred W e b e r {Kullursoztologie. Ámsterdam, 1935) y después de Jaspers principalmente por Eric Vocgelin (Order und Hisiory, 1-V, Israel and Revelalion, Baton Rouge, 1956-1985). En los años 70 este deuate continuó en ¡a revista aincricana Daedalus, el volumen más importante apare ció en el año 1975 bajo el hermoso título de «The Age of irascendence». Desde entonces, un círculo en lomo a Shmuel Eisenstadt y Johann Amason ha seguido estudiando esta cues tión en una serie de jomadas, cuyas actas han sido publicadas (S. N. E i s e n s t a d t , (ed.), The Origin and Diversity o f Axial CiviUzalioni, Albany, 1986, véase S. N. E i s e n s t a d t , Kulluren der Achsenzeit. Ihre Ursprünge und ihre Viel/all, 2 vols., Fráncfort, 1987; Kulluren der Achsenzeit II. Ihre Inslilutionelle und kulturelle Dynamik, 3 vols., Fráncfort, 1992). véanse también las actas y estudios de Wolfgang Schiuchters sobre la teoría de la racionalización y el desencanto del mundo de Max Weber (publicados en W. S c h l u c h t e r , Religión und Lebensflihrung, 2 vols., Fráncfort. 1988). A estos estudios me he remitido como egiptólogo, no sólo en Moses der Ágypter, sino también en Ma ’ot ( 1990) y en Das kulturelle Ceddchlnis (1992), y he examinado la «gran revolución del género humano», de la que habla A n quetil Duperron, desde el punto de vista de una cultura que existía ya ames de este giro.
este giro encontramos junto a algunas de estas religiones desarrolladas históricamente y aún existentes en diversas culturas, también nuevas re ligiones, a las que son comunes las caractensticas de monoteísmo, reli gión revelada o del libro y religión universal, aunque podamos pregun tamos si el budismo es realmente un monoteísmo, si el judaismo es realmente una religión universal o, incluso, si el cristianismo es real mente un monoteísmo y una religión del libro/'Pero es común a todas las nuevas religiones un concepto de verdad enfático'^Todas ellas se ba san en una distinción entre religiones verdaderas y falsas y predican so bre esa base una verdad que no es complementaria respecto de otras ver dades, sino que sitúa a todas las demás verdades tradicionales o rivales en el ámbito de lo falso. Esta verdad exclusiva es lo auténticamente nuevo, y su carácter novedoso, exclusivo y excluyente, se distingue también claramente en la forma de su comunicación y codificación. Esta verdad, según se entiende j _¿Lxnisma, ha sido revelada a la hu manidad; de ningún modo habrían podido los hombres llegar hasta esta meta por sus propias fuerzas, mediante la experiencia acumulada durante generaciones; y ha sido fijada en un canon de escritos sagra dos, puesto que ningún culto ni rito habría sido capaz de preservar esta verdad revelada por siglos y milcnios.'^Dc la capacidad de universali-| zación de esta verdad revelada extraen las religiones nuevas o secun-í darías su energía antagonista, que las capacita para reconocer y cxcluir| lo falso y explicitar detalladamente lo verdadero en una estructura nor mativa de directrices, dogmas, reglas de vida y doctrinas de la gracia^ Gracias a esta energía antagonista, y a la certeza de lo que es inconci liable con lo cierto, recibe esta verdad su profundidad, sus f>erfiles de finidos y su capacidad para guiar la conducta. Por ello puede desig narse quizá de la manera más adecuada a estas nuevas religiones con el concepto de «contrarreligión».^stas religiones, y sólo éstas, tienen, junto a la verdad que predican, también un antagonista al que combaten.N'Sólo ellas conocen herejes y paganos, doctrinas heréticas, sectas, supersticiones, idolatría, magia, ignorancia, falta de fe, herejía y lo que todos estos conceptos puedan indicar como aquello que ellas denun cian, persiguen y excluyen como manifestaciones de lo falso. Este en.sayo no pretende anticipar un tratamiento extensivo del mencionado giro del politeísmo al monoteísmo, o de las religiones primarias a las secundarias, sino que busca aclarar y expandir la pos tura que he defendido en mi libro Moisés el egipcio*, en discusión
Assmann se refiere a su obra Muses der Ágypter. Enlzifferuni; eincr Ccclüclunisspur Munich. 1998. Se trata de una versión ampliada y diferente de la obra publicada por As,smann en inglés con el título de Mnses ihe Egyplian. The Memiry o f Egypt in Western Monolheism. Cambridge. 1997, y de la cual existe traducción castellana; Moisés el eaipcin. Madrid, Oberón, 2003. Cuando sea relevante la distinción entre la versión alemana y la inglesa (y por con-
10
con diversas interpelaciones críticas y objeciones. Pero no me pro pongo complementar, proseguir o rectificar aquí dicho libro, sino en trar en discusión de manera más concentrada y extensa con cuestiones que en el citado libro me ocuparon de forma marginal, o más o menos inconscientemente, y que sólo la recepción crítica del libro ha esta blecido como sus principales tesis y temas. Hemos aprendido gracias a la teoría de la literatura a distinguir entre la «intención del autor» y el «sentido» de un texto, He pxxiido experimentar la legitimidad de esta distinción como autor del texto Moisés el egipcio. Únicamente en la recepción crítica de este libro se ha desarrollado, de forma para mí sorprendente, la tesis de la distinción mosaica como el núcleo semán tico o, si así se quiere, como el «objetivo» central de este libro. De ma nera casi general se ha entendido el libro como una contribución a la crítica de la religión, o directamente como un ataque frontal al cristia nismo o al monoteísmo. En un primer momento, creí poder defender me de esta interpretación indicando que eso no era lo que yo había querido decir. En lo que a mí concernía, se trataba de aclarar un capí tulo durante largo tiempo desconocido de la recepción de Egipto en Occidente. Mucho más conocidos y estudiados habían sido el entu siasmo g o r^ ip to del Renacinaicnto. como consecuencia del rcdcscubrimiento del Corpus Hermeticum, los libros de jeroglíficos de Horápolo y los obeliscos romanos; la fascinación por Egipto del siglo xviii con sus esfinges, obeliscos, pirámides y misterios masónicos; así como principalmente Rj «egiptomanfa» del siglo xix como conse cuencia de la):xpedición napoícónica a Egipto, y los volúmenes de la Description de l'Egypte publicados subsecuentemente. Sin embargo, había sido pasado por alto el capítulo que se constituyó en los siglos XV II y X V III en tomo a la figura de Moisés el egipcio y que culminó en la osada idea de quCi^nTonoteísmo bíblico procedía en última instan cia de Egipto y era una transcodificación de los misterio^s'egipcios. He querido rastrear en sus orígenes antiguos y en sus consecuencias, que repercuten hasta la Modernidad, este capítulo recién descubierto de la historia de la memoria occidental de Egipto, y al hacerlo quizá haya cargado demasiado las tintas en mi entusiasmo descubridor; En el fon do yo pretendía una reconstrucción histórica, o mejor, «mnemohistórica», no una argumentación de controversia teológica. M'entras tan'o me he dado cuenta de que este argumento es com pletamente irrelevante. Aquí no se trata del «sentido subjetivamente pretendido», sino del potencial de sentido contenido en el texto, libe-
siguicntc la c.^slcllana) inanlcndremos el título en alemán para referimos a la versión alema na, y el tftulü en ca.slcllano servirá para indicar la olra versión. Cuando se haga referencia a tesis generales comunes a ambas versiones, citaremos el trtulo en ca.sle!lano. ¡N. del T.¡
I I
rado en las diversas lecturas y actualizado en la interacción de texto y lector(a), una comprensión que concuerda por completo con el en foque metodológico de una «historia de la memoria» puesto en prác tica en el libro en cuestión. Ni siquiera me pregunto qué intención subjetiva yacía en los textos bíblicos y otros, sino qué potenciales se mánticos estaban en posición de ser liberados en el curso de sus lec turas. Así también quisiera ahora, después de entre cuatro y cinco años de discusión extremadamente viva en tomo a Moisés el egipcio, hacerme eco con gratitud del potencial de sentido cristalizado en las diversas lecturas realizadas desde entonces y enfrentarme ante todo con las cuestiones que se han suscitado en tomo al concepto de la dis tinción mosaica. Esta crítica ha sido impulsada en dos direcciones diversas. "Algu nos me reprochan haber introducido la distinción mosaica, otros, ha ber querido suprimirla'^En un caso se trata del reproche de que he su bordinado la religión bíblica (si se me permite agrupar en este concepto la religión del antiguo Israel, la judía y la cristiana) a una distinción y, con ello, a una tendencia segregadora que le era origina riamente ajena; en el otro caso la crítica se dirige, por el contrario, a que he puesto en duda una distinción que es constitutiva para la reli gión bíblica y para todos los valores occidentales que se basan en ella. Ambos reproches, aunque se oponen diametralmente, implican una sospecha de antisemitismo: el uno encuentra en el concepto de la distinción mosaica la implicación de la intolerancia, el otro encuen tra en la tendencia a su superación el alegato de un retomo a Egipto, del politeísmo, del cosmoteísmo y de una vuelta al encantamiento del mundo.^Rolf Rendtorff opina «que en la Biblia no hay nada semejan te a la distinción mosaica», y que por tanto yo la subordino a una construcción que le es ajena en o rig e n ^ás bien se trata, como pone de relieve Klaus Koch, de si «una antítesis tomada de las más recien tes teorías de la religión; [...] ¿es en absoluto apropiada para determi naciones del ser esenciales?». En la realidad histórica las transiciones fueron mucho más fluidas, politeísmo y monoteísmo se solapaban de múltiples modos, y su distinción carece de todo fundamento en la his toria real. La distinción mosaica es una construcción teórica que no se ha dado en la «historia real, con sus factores políticos, económicos y sociales». Erich Zenger y Gerhardt Kaiser dan un paso más cuando entienden esta construcción como una especie de pecado original. «La distinción mosaica», escribe Erich Zenger, «es según Assmann el pecado originario de la historia de la religión y la cultura por exce lencia. Desde el punto de vista de Egipto parece como si con la dis tinción mosaica hubiera llegado el pecado al mundo». Si es insoste nible históricamente subordinar la distinción mosaica (entre religión verdadera y falsa) a la religión monoteísta, entonces es cuestionable 12
teológicamente poner en duda esta distinción y abogar por su supera ción. «Jan Assmann», escribe Karl-Josef Kuschel, «quiere reempla zar el monoteísmo bíblico por un cosmoteísmo y con ello se ubica en una línea de tradición que él mismo describe con las palabras clave “alquimia, cábala, hermetismo, neoplatonismo, espinosismo, deísmo y panteísmo”». Erich Zenger me atribuye la siguiente «afirmación fundamental»: «Esta distinción (la distinción j nosaica) ha traído tan ta desgracia y violencia al mundo que ha de ser finalmente abolida. El precio que la historia de la humanidad ha tenido que pagar por ella hasta ahora ha sido simplementó demas¡a_do..altQ^^ Ambos reproches son de mucho peso, y, como tengo que recono cer considerando ciertos pasajes de mi texto, tienen cierta justifica ción y merecen una discusión fundamental. Más aún, atañen a pro blemas que yo todavía no tenía del todo claros cuando escribí Moisés el egipcio. Debo incluso confesar que todavía hoy sigo sin tener cla ros algunos puntos (aunque no es el caso del «antisemitismo»). Ésta es una razón de más para que me interese mucho proseguir con el de bate iniciado. En verdad, no hay nada más lejos de mi intención que pretender reemplazar el monoteísmo bíblico, en el que me encuentro instalado espiritual y mentalmente, p ^ un cosmoteísmo,11 que úni camente he tenido acceso por variorBecenios de trabajo científico, aun siendo consciente que de tal apertura científica no sería posible sin cierta dosis de empatia y de tomar en serio el asunto. // Los capítulos de la primera parte no sólo intentan responder a mis críticos (con ello no solamente me refiero a las críticas que figuran en el Anexo, sino también a objeciones en discusiones, recensiones y cartas), sino que también responden a objeciones que me he ido plan teando yo mismo con el transcurso del tiempo, así como a puntos en los que creo haber superado la postura que defendm hace cuatro años y sobre los que creo haber aprendido cosas nuevas.'A pesar de ello me he esforzado por mantenerme estrictamente en el marco temático de mi libro sobre Moisés. Lo que he aprendido sobre esto en los últimos años se lo agradezco en primer lugar a mis críticoSv'/Siento que la re cepción crítica que ha encontrado mi libro en tan diversas disciplinas es un gran regalo que agradezco, con mayor motivo si cabe, porque yo mismo soy poco versado en la mayoría de esas disciplinas, en cu yos cotos me he introducido furtivaincnte con tanto descaro.
‘ Según Willi Oelmüller «As.'imann pretende ofrecer una alternativa a las consecuen cias desagradables del monoteísrño intolerante de Moisé.":. Jesús y Mahoma y de las tres re ligiones reveladas con su recurso a la unidad originaria del monoteísmo natural tolerante de Egipto», véase W. OlíLMOl.i.KR, Neaative Theologie heute. Die Lage dex Mfn.ichen vor Coff, Múñích, 1999, pp. 12-21. cita en pp. 16 s. En cualquier caso, no hablo de «monoteís mo natural», sino de «cosmoteísmo», y me refiero con ello al politeísmo.
1-^
,--J9C^
j ■■*■'(, ■■ ^ - ' r^“a. !Í1 3-.
’^'j^r^-.."' i: ■
V :.? V
-
'- , ...í--; "
■»í-
Hft.' ' íj
' r-i-
s ^
-.í*..
I ,L -
ííí^ íi i* ^ j
.
. _
:í'
LA DISTINCIÓN MOSAICA Y EL PROBLEMA DE LA INTOLERANCIA
¿C
u á n t a s r e u g io n e s h a y t r a s e l
A
n t ig u o
T estam ento?
La transición entre las religiones primarias y secundarias tiene lu gar en la propia Biblia. Tras los libros del Antiguo Testamento no hay una, sino dos religiones.(Q)primera apenas se distingue de las reli giones primarias del mundo de entonces con su veneración de un dios superior, que se alza y domina con creces sobre el mundo de los dioses, pero que no es en modo alguno un dios excluyente, que en tanto creador del mundo y de los hombres cuida de su creación, fortalece la fertilidad de los campos y rebaños, domina los elemen tos y determina los destinos de los hombres. De esta religión están especialmente impregnados los libros pertenecientes a la tradición y la corriente de redacción «sacerdotal». Por el contrario, la otra reli gión @ sitúa^rictam ente en contra de las religiones de su entorno, en la medida en que exige la veneraciórT exclusiva del dios único, prohíbe la representación de imágenes y hace depender la satisfac ción divina menos de sacrificios y ritos y mucho más del recto obrar del individuoY de la observancia de leyes dadas por dios, y fijadas por escrito.(Est^religión se expresa en los libros de_lqs_piofetas, así como en los textbs~(estratos'textüales) de la línea de tradición «deuteronomista»j,.La dirección «deuteronomista» tiene su núcleo en el quinto libro de Moisés, el Deuteronomio. Este libro exhala(@inconfundible espíritu doctrinal y predicador, que se vuelve a encontrar en otros libros y en un estrato de redacción específico. Los textos que se adscriben a la tradición sacerdotal no tienen un núcleo tan claro como el que repre.senta el Deuteronomio, sino que se encuentran más bien dispersos por los primeros cuatro libros de Moisés. Pero tienen por su parte un centro igual de distintivo en el Templo de Jerusalén. 15
Pertenecen al culto en el Templo y se vinculan a un estrato de lecto res profesional, sacerdotal, mientras que la tradición deuteronomista se dirige a un círculo mucho más amplio. «El Deuteronomio», escri be Gerhard von Rad, «procura llegar al corazón, pero al mismo tiem po satisface las exigencias de la inteligencia, pues siempre está dis puesto a explicar sus temas. En una palabra: el Deuteronomio se adapta plenamente al lector u oyente y a su capacidad de compren sión teológica. En cambio, este vivo deseo de interpretar las cosas falta por completo en el documento sacerdotal. Su tarea fundamental consiste en coleccionar, examinar y clasificar sus materiales desde el punto de vista t e o l ó g i c o » documento sacerdotal es un manual que pretende servir como base del culto en el Templo, épDeuteronomio es un libro de doctrina y de guía para la v[da, que pretende sentar las bases para la forma de vida y el ordenamiento social comunes^ Pero más allá de estas diferencias estilísticas y funcionales, estas dos líneas de tradiciones parecen basarse en experiencias religiosas dis tintas. Una de ellas, la más cercana al documento sacerdotal, se diri ge a la integración en el mundo, a la acomodación de los asuntos hu manos en el orden divino de la naturaleza; por el contrario, la otra religión, la que se anuncia en la tradición deuteronomista, se dirige a la superación del mundo, a la liberación de las obligaciones de este mundo por medio de un compromiso con el orden supraterrenal de la ley. Una de las religiones exige culto, sacrificio y. lo que más llama la atención, una autoinserción en los órdenes divinos de la creación li gada al mundo, la otra exige ante toda otra cosa el estudio incesante de la Escritura, separado del mundo, en el cual la voluntad y la ver dad de dios están depositadas. Ambas religiones no se encuentran en la Biblia hebrea mera mente yuxtapuestas, sino que constituyen un tenso antagonismo, porque cada una de ellas aspira precisamente a lo que la otra niega. Que este antagonismo no conduzca a una contradicción flagrante se debe a que ninguna de estas dos religiones aparece en los escritos veterotestamentarios constituida en toda su pureza y rigor. La reli gión arcaica y politeísta de la integración en el mundo ya sólo es perceptible de manera fragmentaria bajo el fuerte barniz de la re dacción monoteísta, y sólo puede ser reconstruida de manera esque mática con la ayuda de los numerosos paralelos en las religiones vecinas; la religión postarcaica, monoteísta, de la redención del mun do es presentada en los escritos veterotestamentarios en su conjunto todavía únicamente como una tendencia al rechazo riguroso de las
' Theologie des Alten Tesiamenls, Munich 1957, vol. I, p. 231 (ed. cast.: Tenlogía del Antiguo Testamento. Salamanca, Sígueme, 1978, p. 296).
16
otras religiones, consideradas idólatras, y sólo alcanza una expre sión plenamente desarrollada en los escritos constitutivos del ju daismo rabínico y de la patn'stica cristiana. En esta situación entre el ya-no y el todavía-no es f>os¡ble la coexistencia de ambas reli giones en la Biblia hebrea. Mejor aún: sin duda este tenso antago nismo en el interior de la propia Biblia es uno de los secretos que explican el éxito de su difusión por el mundo y de su capacidad para transformarlo. En su aplicación a dos formas muy distintas de religión, una poli teísta, la otra monoteísta, una ligada al mundo, otra que niega el mun do, una, religión del culto, la otra, religión del libro, se asemeja la Bi blia a una imagen equívoca de fondo y figura intercambiables; pues dependiendo de cómo la leamos, salta una u otra imagen al primer plano. Ninguna de estas dos imágenes puede reclamar para sí validez total. Quien lee la Biblia desde el punto de vista de la historia de la religión y, debido a los muchos paralelos, la considera como una re ligión más entre las del Próximo Oriente, como fx>r ejemplo Bemhard Lang en su último libro Jahwe, der biblische Gott'^, cae en la parcia lidad al igual que quien la lee desde el punto de vista de la historia de la recepción, como por ejemplo yo mismo en mi libro Moisés el egip cio, considerándola el mensaje del dios único, que basándose en la distinción mosaica, establece su religión como la verdadera y hunde a todas las demás en las tinieblas de la falsedad. Ninguna de estas dos imágenes hace justicia a la Biblia hebrea en todo su sentido; pero am bas ciertamente se encuentran en ella. No han sido los teólogos los únicos en percibir este dualismo in terno a la Biblia, esta doble faz de la Biblia hebrea. Un ejemplo par ticularmente significativo es el libro sobre Moisés de Sigmund Freud, en el que me detendré con mayor atención en el capítulo cuarto. Freud distingue en él dos figuras de Moisés, un Moisés «egipcio» y otro «madianita». El primero de ellos es responsable de un mono teísmo sublime, es decir, de eso que nosotros llamamos «contrarreligión», el estrato moderno de la Biblia hebrea; el otro es considera do por Freud como un adorador del dios volcánico Yahweh y como representante de una típica religión tribal, y es así responsable del estrato arcaico de la Biblia. Así pues, la Biblia no surge en modo alguno después de la transi ción al monoteísmo, sino que pertenece todavía en gran medida a una forma religiosa premonoteísta. Pero el monoteísmo ya se perfila en teramente como tendencia en la Biblia. Por eso la Biblia se sitúa como compilación textual en medio de ese giro y da fe tanto de la si-
B. Lanc. Jahwe, der hiblhche Cotí. Munich. 2002.
17
tuación previa politeísta como de la situación final monoteísta, y, ante todo, de los conflictos de la transición entre una y otra. A saber, la religión monoteísta de ningún modo procede de la religión arcai ca en el sentido de un estadio de desarrollo lógico; la relación entre la religión monoteísta y la arcaica ha de entenderse más bien en el sentido de una revolución, y no en el de una evolución. Entre las dos imágenes que se superponen en los escritos bíblicos como en una imagen equívoca, ésta es la tesis, se sitúa el giro monoteísta bajo la forma de una ruptura, una conversión que reposa sobre la distinción de verdadero y falso y que en la posterior historia de su recepción ge nera las distinciones entre judíos y gentiles, cristianos y paganos, cristianos y judíos, musulmanes e infieles, ortodoxos y heréticos, y que se ha manifestado en un sinnúmero de episodios violentos y de rramamientos de sangre. Precisamente de esta violencia y de estos derramamientos de sangre nos informa una serie de pasajes centrales y significativos del Antiguo Testamento. La tercera sección de este capítulo tratará este aspecto de forma más detallada. A nosotros mismos, que, en tanto que judíos, cristianos y musul manes (por no hablar más que del mundo monoteísta) vivimos desde hace siglos y milenios .sobre la base de la experiencia religiosa se cundaria y en el espacio espiritual abierto por la distinción mosaica, nos parece que ésta es la forma natural, normal y universal de reli gión, la que nosotros, como si fuera algo evidente, vinculamos al con cepto de «religión» y la que también hemos proyectado sobre todas las culturas ajenas y menos desarrolladas, a las que todavía les era ex traña la distinción entre religión verdadera y falsa. En comparación con este concepto de religión las religiones primarias nos parecen de ficientes, pues no conocen ninguna ortodoxia, apenas se distinguen de otros ámbitos culturales, y en muchos casos no queda claro por dónde discurren en realidad las fronteras entre divinidades y fenóme nos naturales, hombres sobresalientes o principios normativos. En és tos y en muchos otros respectos nos parece que no son todavía reli giones propiamente dichas. En el horizonte de esta convicción básica implícita (naturalmente, no se trata de una teoría teológica explícita) un concepto como el de «contrarreligión» ha de resultar necesaria mente chocante. ¿Qué quiere decir esto? ¿La forma más elevada, pura y desarrollada de religión, el monoteísmo, no ha de llamarse «reli gión», sino «contrarreligión»? ¡Vaya un contrasentido!
¿Qué
es v e r d a d
?
Tal como se indica en este encabezamiento, quisiera aclarar el caso paralelo de la ciencia. Al igual que la religión monoteísta se fun 18
da sobre la distinción mosaica, la ciencia lo hace sobre la distinción «parmenídea»^ La primera distingue entre religión verdadera y falsa, la segunda entre conocimiento verdadero y falso. Esta distinción, que se articula en las proposiciones de identidad, contradicción y tercio excluso (íertium non datur), se ve ligada generalmente al nombre de Parménides, que vivió en el siglo vi a.C. Con razón habla Wemer Jaeger de una «necesidad del pensamiento» que se introduce aquí: «En las frases insistentemente repetidas: el ser es, no-ser no es; lo que es, no puede no ser, lo que no es, no puede ser, expresa Parménides la ne cesidad del pensamiento, de la cual surge la imposibilidad de realizar la contradicción lógica en el conocimiento»^. Esta necesidad del pen samiento sitúa al conocimiento, al pensamiento y al reconocimiento sobre una base completamente nueva y traza una frontera entre el «pensamiento salvaje», en tanto que modo tradicional, mítico, de crea ción del mundo y el pensamiento lógico, que se somete a la necesi dad racional del principio de no contradicción. El nuevo concepto de conocimiento que los griegos introdujeron es igual de revolucionario que el nuevo concepto de religión introducido por los judíos y vincu lado al nombre de Moisés. A ambos conceptos les es propia una no vedosa capacidad para la distinción, la negación y la exclusión. Des de que hay ciencia, es decir, conocimiento basado en la distinción de verdadero y falso, que se deslinda del error y que se somete a sí mis mo a crítica a través de la fundamentación, existen distinciones como mito y logos, sabiduría y conocimiento, que corresponden exacta mente a la distinción entre paganismo y religión. El conocimiento científico es «contraconocimiento» porque sabe lo que es incompati ble con sus tesis. Sólo el «contraconocimiento» desarrolla un código de normas que establece lo que puede ser válido como conocimiento y lo que no, es decir, lo que es un conocimiento de segundo orden. Esta metodología corresponde a la teología en el sentido de una reli gión de segundo orden por parte de la contrarreligión.
^ En este punto quisiera agradecer cordialmenle a mis amigos el Dr. Horst Folkers (Friburgü) y Gcrt Schrixícr (Slutigart). El primero ¡lamo mi aientión sobre este paralelis mo en una discusión sobre mi tesis con Gerhard Kaiser en Hinterzarten (noviembre de 2000), el segundo desarrolló en unas jomadas en junio de 2002 el concepto de la «distin ción aristoiclica». que apunta en la misma dirección y que me rcfonó esencialmente en la elaboración de esta sección. * Paideia /. Berlín, ^1959, p. 237 [ed. cast.: Paideia: los ideales de la cultura griega México, FCE, 1957, pp. 172-173]. Vca.sc también del mi.smo autor Die Theotogie der frühen griechischen Denker, Darmsiadt, 1964, pp. 112-126. De la distinción introducida por Parménides se ha ocupado principalmente el filiSsofo de la religión berlinés Klaus Heinrich en varias publicaciones; véa.se especialmente Versuch üher die Schwierigkeit, nein zu sagen, Basilea/Fráncfort, 1964, pp. 15 ss., 59 ss. y 164 ss.; Parménides und Joña, Basilea/ Francfort, 1982, pp. 63 ss., 177 ss., y Tertium Datur. Eine religionsphilosophische Einführung in die Uigik, Basel, Strocmfcld/Rotcr Stcm. 19X7. pp. 39-50.
19
Por ello, conceptos como la «ciencia» del Antiguo Egipto o Babi lonia son en cierta manera anacrónicos, porque en el mundo del An tiguo Egipto y de Babilonia el «conocinúento» era algo muy distinto de lo que era entre los griegos posteriores a Parménides. A pesar de todo, estos conceptos funcionan más o menos bien. Es bien sabido que los griegos revolucionaron el mundo con la introducción de un nuevo y cn'tico concepto de verdad, y se considera el discurso sobre la «ciencia» pregriega con cierta reticencia y prudencia. Sin embar go, en lo que concierne a la religión, esta conciencia está conforma da de modo menos claro. Nadie sospecharía de un uso más o menos metafórico del lenguaje en obras sobre la «religión» egipcia o babi lónica. Nuestro concepto de religión comprende de manera totalmen te acrítica tanto a la religión monoteísta como a la premonoteísta. Pero en ese aspecto los judíos revolucionaron el mundo mediante la introducción de la distinción mosaica de forma al menos igual de de cisiva que los griegos, e introdujeron una forma de religión que se distinguía de aquello que tradicionalmente se llamaba religión de ma nera tan clara como la ciencia griega se distinguía de aquello que tra dicionalmente se llamaba ciencia. En muchas discusiones se me ha reprochado que esta tesis es «antisemita». Este reproche quizá fuera comprensible si yo hubiera interpretado esta transformación del mundo como un giro no hacia mejor, sino hacia peor, y quisiera reprochar a los judíos el haber ter minado para siempre con la edad dorada de la religión primaria al in troducir la distinción mosaica. Esto me parece igual de absurdo que si yo hubiera querido reprochar a los griegos el haber desencantado el mundo a través de la invención del pensamiento científico y de haberio sacrificado a la caiculabilidad racional. En mi opinión, eviden temente se trata tanto en el caso del pensamiento científico como en el del monoteísmo de avances civilizadores de primer rango, por cuya renuncia no se me ocurriría abogar nunca. Yo no abogo por un retorno ni al mito ni a la religión primaria. Yo no abogo por nada en absoluto, sino que intento describir y comprender. Cuando caracteri zo al pensamiento científico de «contraconocimiento» y atribuyo a la distinción parmenídea entre verdad y mentira respectivamente el ser y el no ser, no pretendo hacerio como crítica y devaluación, sino como una muestra del potencial de negación inherente a este cono cimiento. El conocimiento científico es, si así se quiere, «intolerante». Aquí se trata de verdades que, a pesar de ser en gran medida relati vas y superables, tampoco son compatibles con cualquier cosa, sino que se tienen que dotar de criterios de fundamentabilidad, verificabilidad y refutabilidad. Esto es tan evidente para nosotros que perte nece a nuestro concepto de ciencia. A ello nos referimos cuando de cimos «ciencia», y aludimos a un tipo de saber distinto cuando 20
usamos los términos «pensamiento salvaje» y «bricolaje» de Claude Lévi-Strauss^. El concepto de contrarrcligión ha de poner de relieve el potencial de negación inherente a estas religiones. Estas religiones, se quiera o no, son originariamente «intolerantes». Tampoco digo esto como un reproche. Hace ya 250 años David Hume postuló no sólo la mayor an tigüedad del politeísmo respecto del monoteísmo, sino también, y li gada a ella, la tesis de que el politeísmo es tolerante y el monoteísmo, por el contrario, es intolerante®. Ésta es una argumentación viejísima, por cuyos caminos desgastados preferí no transitar en mi libro sobre Moi sés. Las religiones secundarias han de ser intolerantes, es decir, han de tener un concepto claro de lo que perciben como incompatible con sus verdades, si es que estas verdades han de tener la autoridad, normatividad y obligatoriedad conformadoras de vida que ellas exigen. Las contrarreligiones han transformado desde los cimientos las respectivas rea lidades históricas en cuyo seno se han desarrollado. Esta fuerza crítica y remodeladora se alimenta de su energía negativa, es decir, de su ca pacidad de negación y exclusión. Otra cuestión es cómo esquivan esta intolerancia estructural suya. Éste no es mi tema, pero me gustaría se ñalar que las religiones no deberían negar el problema, sino trabajar so bre él. En este terreno sin ninguna duda se han hecho progresos consi derables en los últimos tiempos. /La intolerancia o el potencial de negación de la ciencia se manifiesta en dos direcciones: en la capacidad de poder distinguir entre conoci miento acientífico y científico y entre conocimiento falso y verdadero.'" Los mitos son conocimiento acientífico, pero por eso mismo no son erro res. Los errores son conocimientos científicos refutados, pero por eso mismo no son mitos. Lo mismo nos volvemos a encontrar por parte de las contrarreligiones. Las religiones primarias son «paganas», pero por eso mismo no son herejías, las herejías son opiniones y prácticas hetero doxas, pero por eso mismo no son religiones primarias ni paganismo. La analogía entre religión y ciencia, así como entre las distinciones mosaica y parmenídea -socrática, platónica, aristotélica- se puede se guir desarrollando. Pero se trata de algo más que de una mera'analogía. Un rasgo del nuevo concepto de ciencia es que linda con un contracon cepto igualmente nuevo, a saber, «fe». La fe en este nuevo sentido es el tener por verdadero algo que no puede ser fundado científicamente y
’ C. Lévi-Strauss, La pensée sauvage. Pans, 1962 [ed. cast.; El pensamiento salvaje. México. FCE, 1984], ‘ D. Hum e . The Natural Hisinry o/Religión [\151\. tspeci:i\inenle c\cttp. IX: «Com paración de estas religiones (i.e. politeísmo y monoteísmo) respecto de la persecución y la tolerancia». Utilizo la edición de A. Flew (ed.), Writings on ReUsion. LaSalle (Illinois). 1992. pp. 145-148.
que a pesar de ello reclama una pretensión de verdad de la más elevada obligatoriedad. El conocimiento no es fe, porque cuenta con una verdad sólo relativa y superable, aunque fundamentable y cnticamente com probable; la fe no es conocimiento, poque cuenta con una verdad que a pesar de no ser críticamente comprobable, es absoluta, insuperable y manifiesta. En el tiempo que precede a esta distinción no hay ni con cepto de conocimiento constitutivo para la ciencia ni concepto de fe constitutivo para la religión revelada. Antes de esta distinción, el cono cimiento y la fe, y con ello la ciencia y la religión, eran lo mismo. Títu los de libros como La fe de los helenos (U. v. Wilamowitz-Móllendorff) y La fe en los dioses en el Antiguo Egipto (H. Kees) son en el fondo ab-' surdos, porque los dioses en las religiones primarias no eran objeto de fe en el nuevo sentido de tener por verdadero algo contra toda eviden cia (guia absurdum), sino asunto de una evidencia escueta y natur^, una evidencia como la que el monoteísmo ha~feprimido en el ámbito de la idola^a y de la veneración pagana de la naturaleza. Los antiguos egip cios, como todos los seguidores de las religiones primarias, no creían en sus dioses, sino que tenían con^imjeHío de ellos, y este conoci miento no se definía según la verdad y la fal.sedad, sino que admitía unos junto a otros muchos enunciados a nuestros ojos contradictorio^'^ Hay cuatro tipos de verdades simples u originarias: verdades de experiencia (por ejemplo, «todos los hombre.'; son mortales»), verda des matemáticas (o geométricas, por ejemplo, «dos por dos son cua tro»), verdades históricas (por ejemplo, «Auschwitz») y verdades que sirven a la vida (por ejemplo, «derechos humanos»). La distinción mosaica introduce un nuevo tipo de verdad; la verdad absoluta, reve lada, metafísica o de fe. Este quinto tipo de verdad no pertenece a las verdades «simples» u originarias, sino que más bien constituye una innovación. En la revolución gnoseológica griega se trata de las cua tro verdades simples, ante todo, de la matemática y de la histórica, en la revolución monoteísta, por el contrario, se trata de la quinta ver dad, que coincide con ellas en el mundo: credo in unum Deum.
I n t o l e r a n c ia ,
v io l e n c ia y e x c l u s ió n
El concepto de la distinción mosaica ha sido percibido por algunos críticos como antirreligioso, o incluso como antisemita o anticristiano, porque según ellos implica el reproche de que con el monoteísmo ha cen su entrada en el mundo el odio, la intolerancia y la segregación"'.
’ L-a posición que se me atribuye es rcprcser.lada por ejemplo por R. M. SCHWAtrrz. The Curse o f Cain. The Vtnlent Legacy nf Mnnmheisrn, Chicago, 1997.
22
Evidentemente yo no creo que el mundo de las religiones prima rias estuviera libre de odio y violencia. Por el contrario, estaba lleno de violencia y enemistad en las más variadas formas, y muchas de es tas formas fueron reprimidas, civilizadas o directamente erradicadas por las religiones monoteístas cuando éstas se impusieron con su po der transformador, porque sentían que esa violencia era incompatible con la verdad que ellas defendía^. No pretendo en modo alguno po ner esto en duda. Pero tampoco puede ponerse en duda que, al mis mo tiempo, las religiones secundarias introdujeron en el mundo una nueva forma de odio: el odio a los paganos, herejes, idólatras y a sus templos, ritos y dioses. Si rechazamos tales consideraciones por ser «antisemitas» nos imponemos a nosotros mismos restricciones de pensamiento y discurso que limitan peligrosamente nuestra reflexión histórica. Quien no se atreve a dar cuenta del camino que ha recorri do, por temor a que la meta alcanzada pudiera parecer contingente, relativa, quizá incluso menos deseable que el punto de partida aban donado o que las opciones descartadas, favorece una nueva forma de intolerancia. La capacidad para autoinsertarse en la historia y rclalivizarse es una condición previa para toda autentica tolerancia. Mis críticos sostienen, frente a la tesis de que el monoteísmo se basa en la distinción de religión verdadera y falsa, que el monoteís mo no es la religión de la distinción, sino de la unidad y del univer sal ismo.^'Las distinciones atañen mucho más al politeísmo. Cada pue blo, cada tribu, cada ciudad venera a su propia divinidad y encuentra la expresión de su identidad diferenciada ^ i i n corr«pondiente mun do divino diferenciado. Cada divinidad respoñdí^e una distinción. El monoteísmo suprime todas estas diferenciaciones. Ante el dios único todos los hombres son iguales. El monoteísmo no traza fronte ras, por el contrario, las derriba. Así escribe, por ejemplo, Klaus Koch: «Los dioses politeístas están esencialmente vinculados a un lu gar determinado, a una región, y están asociados con su vínculo de adoradores, por tanto se muestran reservados, cuando no hostiles, ante todo lo impuro y extraño [...]. Un monoteísmo con,sccucntc supone, en cambio, una divinidad que llega a todos los hombres de manera in mediata, que es accesible en cualquier lugar, siempre y cuando una sociedad cerrada de elegidos no cierre el horizonte monoteísta. Cuan to m'>s exclusiva es la divinidad, más inclusiva es la humanidad»*'.'^ Erich Zenger lo expresa así: «El monoteísmo es, ya desde su plantea miento, no particular, sino universal»'\ H. Zirker insi.ste en que en el monoteísmo se trata de «comprender la realidad como unidad y de
* Véase infra, p. 170. ’ Véase infra, p. 158.
2.^
contar con una historia universal para la humanidad. El monoteísmo encuentra su sentido primario no directamente en la afirmación gra tuita de que sólo hay un dios, en vez de muchos, sino en su determi nación del mundo humano; el cual no debe estar escindido en el con flicto entre poderes divinos ni en el reparto de zonas de dominio diferenciadas, ni desgarrado en un dualismo insuperable de luz y tiniebla, de Ser bueno y malo, ni ser definitivamente pluralizado en la autoafirmación antagonista de los pueblos»'®. Esto es desde el punto de vista cristiano. La auténtica distinción, cuya superación asume el cristianismo, y que falta en la enumeración de Zirker, es la frontera entre judíos y gentiles trazada por la Ley, en particular por la circun cisión. El cristianismo se basa, de hecho, en la universalización de la distinción mosaica, que ahora ya no es válida sólo para los judíos, sino para todos los hombres". De ahí que reproches semejantes casi no se hayan levantado por parte de los judíos. El judaismo es una cultura de la diferencia. Para el judaismo es totalmente evidente que el monoteísmo levanta una frontera y que los judíos han de mantenerla. De igual modo que para el cristianismo la distinción es una abominación, para el judaismo lo es la asimilación. Para el lector judío, por tanto, la categoría de la dis tinción mosaica no supone ningún problema, sino algo de lo más na tural. El universalismo, que es propio del monoteísmo, es aplazado en el judaismo a una era final mesiánica; en el mundo tal como es aho ra, los judíos son los guardianes de una verdad que, a pesar de con cernir a todos los hombres, es confiada por el momento a los judíos, como vanguardia. Es cierto que para los cristianos esta era final ha comenzado hace 2.000 años, y aquí ya no puede haber más distincio nes. Por eso la propia teología cristiana ha cerrado los ojos ante el po der de exclusión del monoteísmo. El judaismo es una religión de la
H. Z i r k e r , «Monotheismus und Intoleranz». en K. Hilpert y J. Werbick (eds.). M il den Anderen leben. Wege zur Tolercmz. Dusseldorf. 1995. pp. 95-117, cita pp. 95 ss., cita do en J. M a n e m a n n , «Gótterdammerung. Polilischer Anti-Monotheismus in Wendezeiicn», en J. Manemann (ed.), Monotheismus. Jb. PoUtische Theologie 4, Münster, 2002, pp, 28-49, 48. '' E. S ANTNER, On ihe Psychotheohgy o/Everyday Ufe. Reflections on Freud and Ro.^enz>^eig. Chicago, 2001, en las pp. 3-6 se opone a Moses ihe Egyptian, distingue entre «conciencia global» y «conciencia universal» y adjudica la traducibilidad politeísta a la op ción «global» y la referencia a la humanidad monoteísta a la opción «universal». Según su argumento, el monoteísmo (igual que en el psicoanálisis) me aliena a mí mismo, es decir, descubre lo ajeno que hay en mí, me abre hacia los otros. Si sustituimos la palabra «ajeno» por la palabra «pagano», nos acercamos al asunto. Lo que aquí quiere decir «ajeno» es de terminado absolutamente en primer lugar por el monoteísmo. El monoteísmo, al denunciar lo ajeno que hay en mí, me abre los ojos a «los paganos». El odio a uno mismo y el odio al otro estín entrelazados, y el odio al otro no se atenúa en absoluto por el hecho de po derse convertir en odio a uno mismo.
24
autoexclusión. Por medio de la elección se distingue Israel (esto es, le distingue dios) de entre el seno de los pueblos. La Ley levanta una alta cerca en tomo al pueblo elegido e impide toda contaminación o asimilación de las ideas o usos del entorno. Para la autoexclusión no se requiere violencia, al menos violencia contra otros. Por eso las ma sacres de las que dan noticia los escritos bíblicos, de los adoradores del becerro de oro, de los sacerdotes de Baal por Elias y Josías, se re miten al propio pueblo, buscaji eliminar a los egipcios o a los cananeos que hay «entre nosotros», en medio de nosotros y en los propios corazones, están dirigidas hacia dentro, y no hacia fuera. Los «pue blos» (goyim) pueden adorar a quienes quieran y como quieran'^ Por el contrario, el cristianismo y el islam no han reconocido esta fronte ra y por este mismo motivo han sido una y otra vez violentos hacia fuera en la historia. La creencia judía en la elegibilidad pertenece al principio de la autoexclusión, el mandamiento de la misión cristiana o del sometimiento islámico pertenecen al principio de la segregación de lo ajeno. Al elegir dios a Israel como su pueblo le realza sobre el resto de los pueblos y prohíbe su asimilación a las costumbres del en torno, y por el contrario, al ordenar dios a cristianos y musulmanes difundir la verdad por el orbe, son segregados todos aquellos que cie rran los ojos a esta verdad. Sólo de esta forma se convierte en vio lento el potencial de exclusión inmanente al monoteísmo. Estas consideraciones son también relevantes respecto del pro blema de la intolerancia. La intolerancia se basa en la incapacidad, o quizá la falta de disposición, para tolerar opiniones divergentes, y las prácticas que se siguen de ellas. Esto presupone, además de la distinción entre propios y ajenos, la incompatibilidad entre ambos, tal como es fundamentada a través de la distinción entre verdadero y falso. La tolerancia, por su parte, se basa en las mismas presupo siciones. En sentido estricto, yo sólo puedo «tolerar» algo que va en contra de mis propias opiniones y que por tanto sólo soporto porque me lo puedo permitir, es decir, porque soy lo suficientemente podero; so o generoso como para no verme obligado a percibir lo que es in;Compat;b!e con mis opiniones como una amenaza, to n respecto a los 'politeísmos de la antigüedad pagana no puede por tanto hablarse en sentido estricto de «tolerancia», porque aquí los criterios de incompatibilidad no se dan y por ende, no hay nada que «soportar» en lo 'que concierne a la religión ajena. Por ello he sugerido, aunque se me haya reprochado, hablar de «traducibilidad» en vez de tolerancia.
El judaismo no ha ejercido nunca el proselitismo, pero en la antigüedad am jo a un buen número de prosélitos, véase sobre esto R. S ta rk , 0/ie Truc C
I refiriéndome a la práctica atestiguada entre los súmenos de la tra ducción de nombres de dioses (primero de una lengua a otra, pero ^ después también de una religión a otra)yLa religión ajena era perci^■bida esencialmente como compatible con la propiy ^ s to no quiere/f decir que los pueblos correspondientes se tratasen entre sí con meinor violencia, o que la violencia haya llegado al mundo por prime ra vez junto con la religión mosaica. Tan sólo quiere decir que la ¡violencia política no estaba fundamentada teológicamente, o al me nos, no en el sentido de que mediante el sometimiento de los otros estuviera en juego la conversión de los fieles de una religión consi derada falsa./Cuando por ejemplo los asirlos invocaban al dios Asur con sus cruéles acciones punitivas sobre sus vasallos rebeldes, no era porque estos disidentes fueran partidarios de sus propios dioses falsos, sino porque habían faltado a las obligaciones de lealtad que habían jurado a Asur y, al hacerlo, se habían convertido en enemi gos del dios'^ La propia posibilidad de tomar a pueblos extranjeros bajo juramento se basaba en la convicción de que su religión y sus dioses eran conciliables con los dioses asirios. Que la práctica de la traducción do los nombres de dioses ya se configurase en Mesopotamia en el tercer milenio es el resultado de las múltiples formas de comunicación interestatal que se desarrollaron en este espacio, con una organización policentrica entre los Estados individuales. Los acuerdos con los otros Estados tienen que ser jurados, y los dioses por los que se jura por ambas partes contratantes deben ser compa tibles. Así surgen listas de equiparaciones entre dio.scs, que final mente correlacionan hasta seis panteones distintos'**. Esto no sería posible si se considerase a los dioses ajenos como falsos y ficticios. Todos los acuerdps son jurados en nombre de los dioses de ambas parites contratantes,/La religión hacía las veces de medio de comunicación, \ ¡no de delimitación y segregación. El principio de la traducibilidad de :los nombres divinos sirvió con ese fm para superar el etnocentrismo ^ 'primitivo de las religiones tribales y para poner a las culturas en rela/ ¡ción unas con otras y hacerlas transparentes./Que esas relaciones tam bién se desarro,lla.sen ocasionalmente a través de la violencia es harina i de otro costa}/ Pero lo importante es que el principio de la distinción mosaica bloqueó esta traducibilidad. Naturalmente, los pueblos son muy li-
” Vcn.sc m¡ ensayo «Golte.s willige Vollstrcckcr. Zur politischcn Thcologie dcr Gewali», Sacculum 51 (2000). pp. 161-174, en cl que trato principalmente de teología de la violencia egipcia y a.siria. Váa.'u: R. A. LnrKK, A Reconsiruclinn n f the Assyrn'Bahylonian CoJ-Uats, An: Aniium and An; Anu ,íu Améti. Yale Babylonian Collection, New Haven. 1998; W. G. Lambrkt. .GiSlIcrrislcn., RcalIc.x¡kon der AxsyrinhRk III (1957-1971). pp. 473-479.
26
bres de reconocer al dios verdadero tan sólo al final de los tiem pos'^, pero sus formas actuales de veneración de un ser superior no son reconocidas como equivalentes a la verdadera. Júpiter no se puede traducir por Yahweh. A los judíos les habría sido imposible, en virtud de esta distinción, establecer con los asirios una alianza cuya rúbrica juramental habría implicado la equiparación y la traducibilidad recíproca de Asur y Yahweh. Por tanto, la distinción mo saica tiene ciertamente consecuencias en la RealpoUtik, y supongo que con su introducción de lo que se trata ante todo es de eso. Para los judíos Yahweh no se puede traducir por «Asur», «Amón» o «Zeus». Eso es algo que los «gentiles» nunca entendieron. Sobre la base de la práctica milenaria de la traducción de nombres de dioses se había consolidado desde hacía largo tiempo la convicción de que todos los nombres de dioses designaban en el fondo al mismo dios. Varrón (116-27 a.C.) consideraba innecesario distinguir entre Jovis y Jao*, «porque no importan los nombres, mientras a lo que se aluda sea la misma cosa» (nihil interesse censens quo nomine nuncupetur, dum eadem res inteUigatur)^^. Celso argumentó en su panfleto contra los cristianos (Alethes logos) que «no supone ninguna diferencia que se llame a dios “el Altísimo” (Hypsistos) o Zeus, o Adonai, o Sabaolh. o Amón como los egipcios, o Papaios como los escitas»'''. Por el contrario, la traducibilidad bloqueada hace posible por primerísima vez «vincularse» a un dios. Es posible vincularse a un nombre sola mente, y no a un «ser supremo», que en última instancia se identifi ca con todos los demás dioses, cuando no directamente con «lodo lo que es». Para la religiosidad pagana de la Antigüedad tardía el nombre de dios había sido una «palabra vacía», en primer lugar, porque era con vencional, y en segundo lugar, porque dios, a quien los paganos tam bién habían reconocido desde hacía tiempo como uno y único en y tras la plétora de los nombres, de todos modos no necesitaba ningún nombre, puesto que efectivamente él era Uno, y un nombre sólo se usa donde es relevante distinguir al Uno de los Otros (Asclepio § 20, una convicción que Lactancio consideró como cristiana)”*. Entre ju díos y cristianos, por el contrario, el nombre de dios, incluso a pesar de ser considerado inefable, o directamente oculto, tiene un papel
En ello ve U. Dutchrow la prueba de la traducibilidad también de la religión mo noteísta. ‘ Entre Júpiter y Yahveh (Jao= Yahweh, en griego). ¡N. del T.J Agustín. De consenso cvimnelist. 1, 22, 30 y 23. 3 1 PL 34, I005f = Varrón fr. 58b. véase M. HiaMCFJ., Judcntum und Hellenismus, Tubinga, ^1988, p. 472, n. 19 y p. 477. n. 33. Ap. On'gene.s c. Ccis. I 24, V 41 (45); vea.sc Hengel, op. til, p. 476. '* Véa.se J. A.ssmann, Mavir.v dcr Á^ypler, cit., n. 415.
27
fundamental, que puede decidir entre la vida y la muerte. Qiddush haShem, «santificación del nombre», es la fórmula para referirse al mar tirio en el judaismo, y los cristianos rezan «santificado sea tu nombre»; ambos aluden con estas fórmulas a la profesión de fe incondicionada en este dios, y no en otro. En esta forma de intolerancia que se basa en la nueva conciencia de la incompatibilidad, no se trata de ejercer la violencia, sino de su frirla, es decir, de la resolución de antes morir por las propias creen cias que verse dispuesto a acciones o convicciones que son incompa tibles con la religión verdadera. Así pues, no se trata de tolerar las opiniones y acciones de los demás, sino de abstenerse de acciones consideradas como intolerables que los unos exigen de los otros, como por ejemplo el comer la carne de los sacrificios como signo del reco nocimiento del culto al emperador romano. Se trata así menos de la in tolerancia del agente, es decir, de los representantes del Imperio ro mano, que por lo general habrían estado más que dispuestos a todo tipo de concesiones y se habnan contentado con las formas mínimas de reconocimiento, porque poco interés podían tener en fomentar el martirio, sino de la intolerancia de las víctimas, que habrían percibido hasta la menor concesión como una apostasía de dios y como una «asi milación». Sólo cuando los propios cristianos llegaron al poder y el cristianismo fue instituido como religión oficial del Imperio romano se transformó la intolerancia negativa en positiva. Del rechazo a co mer la carne de los sacrificios se pasó a la prohibición de llevar a cabo tales sacrificios. Cuando se comprende que la intolerancia inmanente al monoteís mo que necesariamente deriva de la distinción mosaica hizo su apari ción por primera vez en forma pasiva o martirológica, es decir, como rechazo a aceptar una forma de religión considerada falsa y preferir la muerte, entonces resulta evidente que en el problema «monoteís mo y violencia» se trata tanto del sufrimiento como del ejercicio de la violencia. Lo mismo ocurre con el odio. Que con la distinción mo saica haya llegado el odio al mundo, a saber, en forma de odio a los «paganos», que únicamente a partir de la luz de esta distinción podían ser delimitados como tales y reconocidos como merecedores de odio, es sólo una verdad a medias. Mucho más decisivo que el odio a los excluidos es el odio de los propios excluidos. En el Talmud de Babi lonia, Tratado de Shabbat 89a, se plantea la cuestión del significado del nombre «Sinaí». La respuesta dice que el nombre se debe a que es la montaña de la que descendió el odio (sin ah) hacia los pueblos del mundo” . Los pueblos están celosos del pueblo elegido, al que le
” Agradezco a Almul Sh. Bnjckstiin el haberme aclarado el pasaje.
28
fue dada la Torah en el SinaP. A este argumento se le reprocha hoy día que acaba por hacer responsables a las propias víctimas de su des tino., Pero, ¿qué es el martirio sino la responsabilidad de las víctimas de su propio destino?/Naturalmente, a los judíos asesinados por los nazis no se les preguntó si profesaban el judaismo o no. Pero eso no nos debe hacer perder de vista lo que significa «profesar» y cuán in separablemente esta categoría está ligada a la distinción mosaica. El antagonismo característico para el monoteísmo como contrarreligión, la negación excluyeme y segregadora sobre la que él se define —«¡Ningún otro dios!»- no sólo funciona, como ya se ha mencionado anteriormente, excluyendo únicamente hacia fuera, sino también, y ante todo, hacia dentro. No sólo se trata del paganismo de los demás, se trata en primer lugar de lo falso en la propia religión. El conflicto en tre verdad y falsedad y el giro desde las religiones primarias a la contrarreligión tienen lugai' en la propia Biblia. El monoteísmo relata la historia de su implantación como una historia de la violencia en una se rie de masacres. Pienso, por citar tan sólo algunos ejemplos, en la ma sacre a raíz de la escena del becerro de oro (Ex 32-34), la masacre de los sacerdotes de Baal tras la competición sacrificial con Elias (I R 18). en la violenta imposición de la reforma de Josías (11 R 23, 1-27) y en la separación forzada de las parejas mixtas (Esd 9, 1-4; 10, 1-17). Es tos y otros pasajes han sido reprochados a la religión bíblica desde los días de la Ilustración una y otra vez por sus críticos, como prueba do la inherente violencia e intolerancia del monoteísmo^'. Es estúpido e in necesario repetir simplemente estas críticas; hemos aprendido hace tiempo que estas atrocidades narradas en la Biblia nunca tuvieron lugar en la realidad histórica, y que, en todo caso, en lo que respecta al judais mo, nunca persiguió a los paganos con violencia. Pero me parece igual mente estúpido dejar simplemente de lado la interpretación de estos pasajes y pretender presentar al monoteísmo como una religión de un universalismo tolerante, superadorde todas las distinciones. Tiene que tener algún significado que el monoteísmo relate en los textos bíblicos la historia de su implantación con todos los registros de la violencia. Ta.mbién aquí es recomendable un cambio de perspectiva relativo a la memoria histórica. Ya no se trata de la cuestión de cómo el monoteís mo se impuso de hecho en Israel, si fue de modo evolucionista o revo lucionario, en forma de transformaciones paulatinas o do medidas vio-
“ Cfr. S. Freud, Der Mann Moses und die monolheistische Retigion. Gesammelle Wcrke XV ! [1939], cd. por A. Freud, Fráncfort, 1964, p. 119 [ed. cast.: Moisés y la retipón mo noteísta. Madrid, Alianza, 2001, p. 112): «En efecto, me atrevo a anrmar que aún hoy no se ha logrado superar la envidia contra el pueblo que osó proclamarse hijo primogénito y pre dilecto de Dios-Padre, cual si efectivamente se concediera crédito a esa pretcnsión». Hasta hoy. ví.ise por ej. R. M. Schwartz, op. dt.
29
lentas, sino que ante todo se trata de cómo este proceso es recordado en los propios textos bíblicos. Yo no veo ninguna clase de ventaja gnoseológica, histórica o teológica en pretender negar esta semántica de la violencia inscrita en los textos bíblicos. El monoteísmo es teoclasta. Así se percibe él mismo, así se presenta en los textos bíblicos, y así ha producido efectos en la historia. Deberíamos mejor plantear nos cómo tratar con esta semántica de la violencia, en vez de simple mente negarla y transfigurar al monoteísmo en la religión del amor fraterno universal. K / No me interesa hacer una crítica del monoteísmo, sino el análisis y\histórico dcs^cafáctcrrevoltrcionario en.tanto que innovación trans formadora del mundoyPara ello es de una importancia decisiva que su imposición se presente en los escritos inspirados por el monoteísmo en la Biblia como violenta, incluso directamente como una serie de masa cres. Aquí h ^ lo de una semántica cultural, no de historia de los acontecimientos/El monoteísmo, quiero decir con esto, es consciente de la ' violencia que le es inherente y subraya el giro revolucionario que su in troducción coherente implica. No me interesa la tesis barata y de hecho «simplemente gro.scra» (Zenger) de que el monoteísmo sea originaria ‘ y nccc-sariamentc intolerante, sino mostrar que su inherente capacidad ; de negación, la energía antagonista de la distinción entre verdadero y ' falso y el principio de tertium non datur conducen a una esfera que anjtcs no había existido, que ni siquiera había sido pensable, la esfera d ^ lo sagrado, de las representaciones divinas, de la religión/A través de esta capacidad de negación obtiene el monoteísmo el carácter de contrarreligión que determina su verdad con la exclusión de lo que es incompatible con ella. Ni la religión egipcia, ni la mesopotámica, ni la cananea, ni tampoco la propia religión bíblica arcaica podían caliHcarse en este sentido de contrarreligiones, pero sí la nueva reli gión, cuyos perfiles se dibujan ante todo en el Deuteronomio y en los libros influidos por la tradición deuteronomista.
C
o n s t r u c c io n e s d e l o t r o
:
l a s á t ir a r e l ig io s a
Como hemos dicho, la religión mosaica se refiere a la distinción entre religión verdadera y falsa. Mi tesis es que esta distinción supo ne una innovación revolucionaria en la historia de la religión. Esta distinción era ajena a las religiones o culturas tradicionales surgidas en la historia. En ellas se aplican como guía las diferencias de lo sa grado y lo profano, o de lo puro y lo impuro. La principal preocupa ción no es, como en las religiones secundarias, el peligro de adorar a dioses falsos, sino por el contrario, la posibilidad de desatender a una 30
. divinidad importante. Las religiones ajenas tienen esencialmente e l' mismo valor de verdad que la propia, y de ahí se concluye que entre dioses propios y ajenos existen relaciones de traducibilidad. La tran sición de la experiencia religiosa primaria a la secundaria equivale, por tanto, también a una novedosa construcción de identidad y alteridad, que bloquea dicha traducibilidad. En lugar de lo que podría lla marse una «hermenéutica de la traducción* surge una «hermenéutica de la diferencia», que afirma lo propio a través de una medición de la distancia que lo separa de lo ajeno y que procede según el principio ¿m nis determinatio est negatio^/ En lo que a mí respecta, la novedad reside en esa operación. La construcción de la alteridad acompaña inevitablemente a cada cons trucción de identidad. Esto no tiene nada de particular. Cuanto más es trechos son los vínculos internos, más rigurosa es la demarcación ha cia el exterior. Sin embargo, ésta es sólo una verdad a medias. Como compensación de la distancia entre lo propio y lo ajeno, que forma parte del desarrollo de la correspondencia, el hombre dispone de la comunicación.yíbdas las culturas desarrollan junto con los símbolos de la identidad, hermenéuticas de lo ajeno y técnicas de traducción. El, politeísmo como sistema cultural es una de tales técnicas de traduc ción. Expresa, por medio de la articulación personal y funcional de lo numinoso, el mundo divino propio del grupo de tal manera que lo hace compatible con los mundos divinos de otros grupos y culturas. Las re ligiones tribales no .serían tan traducibles mutuamente. En este res pecto el politeísmo rcpre,senta un gran logro cultural. Por muy dife rentes que puedan ser los grupos en todos los demás respectos, acerca de sus dioses pueden entenderse. Pero en la distinción mosaica nos en contramos con algo considerablemente diferente, porque en ella se tra ta de una identificación «contra», esto es, en la terminología de Georges Devereux, de una «aculturación antagonista»^. El «pagano» no es simplemente «el otro», sino el producto de una construcción polémic y É n verdad, en la distinción mosaica, como hemos subrayado variasj7^ v^^ces, se trata en primer lugar y ante todo de la propia religión, en iv
Sobre el problema do la hcrmcncutica interrcllgiosa, véase Th. Sundermeikx, Den JremJen versiehen,OiM\ngcn, 1996. ^ Véase G. Dl-;vpj»l-ux, «Ant.ngonislic Acculturation», American Sociolo)-¡cal Review 7 (1943), pp. 133-147. En I. EiiiL-EmiíSFKljyr. Krieg und Frieden aus der Sichl der Verhaltensforschung, Munich, 1975, no se distingue entre extranjería y enemistad. Los facto res de la vinculación de grupo hacia el inlerior («amor») engendran hacia fuera no sólo ex tranjería, sino enemistad («odio»). Sin odio hacia el exterior un grupo no puede ganar cohesión interna. Yo tengo a esta construcción, que recuerda fuertemente a C . Schmitt y a su determinación del concepto de lo político bisándo.sc en su distinción amigo/enemigo, por reduccioni.sta. La enemisl.nd es un caso particular de extranjería, y la extranjería ha de verse siempre en relación con la «traducción». TI
cuyo marco se decid.e^ntre.v^ a d e ro y falso, y de la delimitación del paganismo dentro éehprOpíÓ’grúpo y cultur^Sin embargo, en la Bi blia hay un género literario en el que también se trata de la religión de los otros, que contempla de modo deliberadamente incomprensivo la práctica religiosa de los otros y la expone al ridículo bajo la luz alienadora de una descripción satírica; la sátira religiosa^^. Los inicios de este género se encuentran ya en la Biblia, en Jere mías (10), el Deutero-Isaías (44) y algunos versículos del Salmo 115“ . Este salmo confronta la invisibilidad del dios bíblico con la visibilidad de las imágenes paganas y pretende ponerlas en evidencia como ficti cias, ineficaces e ilusorias a causa de su materialidad visible. ¿Por qué han de decir has gentes; «Dónde está su Dios?» Nuestro Dios está en los cielos; todo cuanto le place lo realiza. Plata y oro son sus ídolos, obra de mano de hombre. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen nariz y no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan (Sal 115, 2-7)*.
Aquí con las imágenes no se hace ya referencia a «otros dioses» que despiertan los celos de Yahweh, sino a meros «ídolos» C^atzavim), dioses falsos y ficticios que los paganos se han fabricado en su ena jenación. El carácter absurdo de esta forma de religión que venera a las imágenes se pone de manifiesto de modo aún más despiadado en la sátira del Deutero-Isaías: ¡Escultores de ídolos! Todos ellos son vacuidad; de nada sirven sus obras más estimadas; sus testigos nada ven y nada saben, y por eso quedarán abochornados.
J. A s s m a .s n , «In Bilder verstrickt. Bildkult, Idolatrie und Kosmotheismus in der Antike», en R. Bemhardt y L'. Link-Wieczorek (eds.), Merhapher und Wirklichktit. Die LoS¡k der Bildhaftigkeit im Reden von Cotí, Mensch und Natur, Gottingen, 1999, pp. 73-88. ^ Sobre éstos y otros textos véase A. B e r l e j u n c , Die Theologie der Bilder. Hemellung und Einweihung von KuUhildern in Mesopolamien und die alttestamentUche Bildpolemik, Orbis Biblicus et Orientalis 162, Friburgo, 1998, pp. 369-411. Las citas bíblicas están tomadas de Biblia de Jerusalén. Bilbao, Desclée de Brouwer, \916. [N .d e lT ]
32
¿Quién modela un dios o fiinde un ídolo, sin esperar una ganancia?
[...] El forjador trabaja con los brazos, configura a golpe de martillo, ejecuta su obra a fuerza de brazo; pasa hambre y se extenúa; no bebe agua y queda agotado. El escultor tallista toma la medida, hace un diseño con el lápiz, trabaja con la gubia, diseña a compás de puntos y le da figura varo nil y belleza humana, para que habite en un templo. Taló un cedro para sí, o tomó un roble, o una encina y los dejó hacerse grandes en tre los árboles del bosque; o plantó un cedro que la lluvia hizo crecer. Sirven ellos para que la gente haga fuego. Echan mano de ellos para calentarse. O encienden lumbre para cocer pan. O hacen un dios, al que se adora, un ídolo para inclinarse ante él. Quema uno la mitad y sobre las brasas asa la carne y come el asado hasta hartarse. También se calienta y dice: «¡Ah! ¡me caliento mientras contemplo el resplan dor!» Y con el resto hace un dios, su ídolo, ante el que se inclina, le adora y le suplica diciendo; «¡Sálvame, pues tú eres mi dios!» No saben ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su cora zón no comprende. No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento para decirse; «He quemado la mitad, he cocido pan sobre las brasas; he asado carne y la he comido; y ¡voy a hacer con lo restante algo abo minable! ¡voy a inclinarme ante un trozo de madera! (Is 44, 9-19).
El texto emplea el género literario propio del Antiguo Oriente de la sátira de las profesiones para mofarse del afán de los idólatras^*'. Su modo de proceder consiste en presentar determinadas actividades profesionales especializadas como un esfuerzo sin meta, absurdo, que no sirve para nada y que sólo resulta fatigoso, contaminador y defor mador, de modo que repercute sobre las propias actividades y con ello las excluye de la sociedad y de la jerarquía de valores de la ac ción socialmente significativa. El esfuerzo de los idólatras es absur do porque los ídolos de los que se trata son ficticios, son dioses que no existen en absoluto, potencias imaginarlas. La sátira se basa en una técnica de distanciamiento. La actividad o modo de actuar des crito es distanciado a través de la abstención consciente de determi nadas presuposiciones que les darían sentido. Aquí se prescinde de que un pedazo de ¡nadera naturalmente nunca puede ser adorado como imagen de dios eo ipso, sino que primero debe llevarse a cabo una minuciosa ceremonia de consagración que lo pone en relación con el mundo divino y lo prepara para la recepción provisional de la
Sobre este género, véase P. Seibert, Die Charakterísúk. Umersuchungen zu einer ahagyptischen SprechsUte und ihren literarischen Auspragunaen, Wiesbaden. 1967.
33
presencia divina. La reducción de la imagen del culto, que sólo «fur ciona»^^ como tal en conexión con una semiótica extremadament compleja, a su mera materialidad es una trampa aJienadora que pon todas las acciones a las que se remite bajo la luz del absurdo. El perfeccionamiento más prolijo que con diferencia experiment la sátira de la «necedad de los idólatras» se encuentra en el texto apó crifo* de la Sabiduría de Salomón. Aquí el tema se desarrolla en n menos de cuatro capítulos. En ellos se aprecian variaciones interc santes. En primer lugar el texto trata de aquellos que dirigen su ado ración a los fenómenos naturales y que veneran la obra de dios en ve de venerar a su Creador: Los que al fuego, al viento, ai aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras de! cielo los consideraron como dioses, señores del mundo. Éstos; Con todo, no merecen tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios, y queriéndole hallar Como viven enlrc sus obras, se esfuerzan por conocerla.s, y .se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bclla.s .se presentan a sus ojos!
Estos adoradores de la naturaleza quedan atrapados en la eviden cia y la belleza naturales de la Creación, de modo que son incapaces de reconocer al Creador. Pero de todos modos están en el buen cami no. Pero aquellos que ponen su esperanza en «cosas muertas» son unos desagraciados sin remedio. Con ello llega el texto a los adora dores de imágenes y aplica de nuevo a su caracterización la forma ya familiar de la sátira: De.sgrac¡ados, en cambio, y con la esperanza puesta en seres sin vida, los que llamaron dioses a obras hechas por mano de hombre, al oro, a la plata, trabajados con arte a representaciones de animales o a una piedra inútil, esculpida por mano antigua.
^ Véase mi contribución «Semiosis and Inlerprctation in Ancicnt Egyptian Ritual», en S. Biderstein y B.-A. Scharfslein (cds.). ínterpretation in Religión (Philosnphv and Reli gión 2). tild e n . 1992, pp. 87-I I 0. L-a tradición protestante anglosajona denomina apócrifos a los libros de la Biblia que los católicos denominan dcuterocanónicos. En este caso se trata del libro de Sabiduna que aparece en las ediciones de la Biblia católica al uso. //V. del T.¡
34
Un leñador abate con la sierra un árbol conveniente, lo despoja diestramente de toda su corteza, lo trabaja con habilidad y fabrica un objeto útil a las necesidades de la vida. Con los restos de su trabajo se prepara la comida que le deja satisfecho. Queda todavía un resto del árbol que para nada sirve, un tronco torcido y lleno de nudos. Lo toma y lo labra para llenar los ratos de ocio, le da forma con la destreza adquirida en sus tiempos libres; le da el parecido de una imagen de hombre o bien la semejanza de algún vil animal. Lo pinta de bermellón, colorea de rojo su cuerpo y salva todos sus defectos bajo la capa de pintura. Luego le prepara un alojamiento digno y lo pone en una pared asegurándolo con un hierro. Mira por él, no se le caiga, pues sabe que no puede valerse por sí mismo, que sólo es una imagen y necesita que le ayuden. Pues bien, cuando por su hacienda, bodas o hijos ruega, no se le cae la cara al dirigirse a este ser sin vida. Y pide salud a un inválido, vida a un muerto, auxilio al más inexperto. un viaje feliz al que ni de los pies se puede valer, y para sus ganancias y empresas, para el éxito en el trabajo do sus manos al ser más desmañado le pide destreza (Sb 13. 10-19).
Pero el texto no se contenta con la mofa y la sátira, sino que pro cede a una maldición forma!; Pero el ídolo fabricado, maldito él y el que lo hizo; uno por hacerle, el otro porque, corruptible, es llamado dios, y Dios igualmente aborrece aJ impío y su impiedad; ambos, obra y artífice, serán igualmente castigados. Por eso también habrá una visita para ídolos de las naciones, porque son una abominación entre las criaturas de Dios, un escándalo para las almas de los hombres, un lazo para los pies de los insensatos'. La invención de los ídolos fue el principio de la fornicación; su descubrimiento, la corrupción de la vida (Sb 14, 8-12).
Aquí se introduce con la expresión «lazo» el concepto de «se ducción». Las imágenes no sólo son inútiles, sino que también inci tan al mal. En lo que respecta al carácter inútil y ficticio de las imá 35
genes, hace al texto digno de atención que considere el culto a la imágenes como un fenómeno secundario, derivado; «No existía desde el origen ni tampoco durarán eternamente, sino que llegaron í mundo a través del vano delirio de los hombres» (Sb 14,13-14). Est argumento es especialmente interesante y anticipa la discusión sobr las formas naturales y originarias de la religión, de la que se ocupa rán los siglos xvii y xviii. La introducción del culto a las imágenes s retrotrae a dos raíces históricas: el culto a los muertos y el culto a soberano. Un padre atribulado por un luto prematuro encarga una imagen del hijo malogrado; al hombre muerto de ayer, hoy como a un dios le venera y transmite a los suyos misterios y ritos. Luego, la impía costumbre, afianzada con el tiempo, se acata come ley También por decretos de ios soberanos recibían culto las estatuas. Unos hombres que, por vivir apartados, no les podían honrar en persona representaron su lejana figura encargando una imagen, reflejo del rey venerado; así lisonjearían con su celo al au.sente como si pre.sente se hallara. A extender este culto contribuyó la ambición del artista y arrastró inclu.so a quienes nada de! rey sabían; pues deseoso, sin duda, de complacer al soberano, alteró con su arte la semejanza para que saliese más bella. y la muchedumbre seducida por el encanto de la obra.
al que poco antes como hombre honraba, le consideró ya objeto de adoración (Sb 14. 15-20). Esto ya no es sátira, sino una teoría forma! de la religión que, en lo que respecta al origen de las imágenes, presenta tesis totalmente jdignas de consideración/Los orígenes del culto a las imágenes se hajllan, según esta teoría, en el culto a los muertos y en el culto al soVjberano, en la plástica de las sepulturas y en la representación política. En la época en la que este texto fue producido el mundo estaba lleno de estatuas del emperador romano. La reverencia rendida a estas imágenes servía para probar la fidelidad de los pueblos sometidos, que podían conservar sus cultos, costumbres y leyes locales mientras permanecieran leales al Imperio romano, y esta lealtad tenía que ma nifestarse públicamente en la veneración de las imágenes del empe rador. Las imágenes surgen, por una parte, «de abajo», del deseo de los deudos de establecer contacto con los ausentes, y por otra parte, «de arriba», de la necesidad de representación de las instituciones go36
bemantes, es decir, de una presencia mediada por las imágenes en el conjunto de la zona dominada por ellas. El verdadero aguijón de esta en tica de la religión concierne me nos al origen, y mucho más a las consecuencias del culto a las imá genes. Aquí el texto se entrega a las suposiciones más aventuradas; Con sus ritos infanticidas, sus misterios secretos, sus delirantes orgías de costumbres extravagantes, ni sus vidas ni sus matrimonios conservan ya puros. Uno elimina a otro a traición o le aflige dándole bastardos; por doquiera, en confusión, sangre y muerte, robo y fraude, corrupción, deslealtad, agitación, perjurio, trastorno del bien, olvido de la gratitud, inmundicia de las almas, inversión en los sexos, matrimonios libres, adulterios, libertinaje. Que es el culto de los ídolos sin nombre principio, causa y término de todos los males (Sb 14, 23-27).
El reproche contra ios idólatras se ha transformado de manera fundamental. El segundo mandamiento y la historia dcl becerro de oro no hablan de la religión de los Otros. Ésta no es ni perseguida ni expuesta al ridículo; simplemente no aparece a la vista. De lo que se trata es de la propia religión y de su forma correcta. No se debe ado rar ninguna imagen, porque eso implicaría la adoración de otros dio ses, y Yahweh es un dios celoso, que castiga terriblemente tales inn* delidades. Que otros pueblos adoren a sus dioses en imágenes es algo que queda a su libre elección. No se trata de eso. La crítica de la re ligión comparada no es el tema del decálogo. Pero «Sabiduría de Sa lomón» es un texto surgido en el Helenismo, en una época de con flicto entre «joudaismos» y «hellenismos»'**. En ese momento la mirada se ha ampliado de modo universal, y no sólo son condenadas las formas falsas de la re!ig-ión judía, sino que también las demás re ligiones son condenadas y maldecidas en su conjunto, en tanto que paganismo. Sólo entonces adquiere el tema de la idolatría la intensidad de la intolerancia interreligiosa e intercultural. La diferencia entre Is rael y los pueblos es intensificada, como diferencia entre verdad y mentira, así como entre bendición y maldición. Sólo con ello surge el concepto de idolatría en el sentido de criterio universalmente válido de religión verdadera. Este concepto de idolatría depende totalmente del monoteísmo exclusivo, para el que no se trata de adorar sólo a Yahweh y no adorar a ningijn otro dios junto a él, sino de negar por
-* Véase M. Hengel, op. cit.
completo la existencia de otros dioses y con ello, de acusar a todas la: demás religiones de adorar a pseudodioses y, a través de esta equivo cación, implicarse cada vez más profundamente en todas las forma, de maldad, mentira y crimen. El núcleo de esta crítica consiste en qu( con el monoteísmo como «idea regulativa», las religiones de la ima gen quedan desprovistas de toda orientación ética.
38
n
MONOTEÍSMO, ¿UNA CONTRARRELIGIÓN CONTRA QUÉ?
M o n o te ís m o
versus
p o lit e ís m o
Monoteísmo y politeísmo son conceptos que proceden de los de bates de controversia teológica de los siglos xvii y xviii y que son completamente inadecuados para la descripción de religiones anti guas. Ni hubo jamás religiones que se definieran por el concepto de multiplicidad, es decir, que en lugar del lema heis theos (un dios único) hubieran elegido como lema la fórmula polloi íheoi (muchos dioses), ni tampoco hubo nunca (quizás hasta el recrudecimiento del islam en el siglo xiii) una religión que sostuviese un monoteísmo puro y estricto, sin intervención de seres mediadores o angélicos. La unidad de dios no es sólo la invención del monoteísmo, sino tam bién el tema central de las religiones politeístas. Esta tesis, que por ejemplo el neoplatónico inglés Ralph Cudworth ya había sostenido en el siglo xvii', se ve ilustrada por centuplicado en los himnos de dicados a los dioses del antiguo Egipto^. La contraposición de uni dad y multiplicidad es enteramente inapropiada como instrumento para la descripción y clasificación de religiones antiguas. El crite rio no es la unidad de dios, sino la negación de «otros» dioses. Esta negación no atañe a la «religión», sino a la «teología», esto es, a la teoría de dios, tal como es sostenida por los teólogos y después tras ladada de manera más o menos consecuente y duradera a la praxis religiosa.
' The Inlelleclucil Syslcm n f Ihe Univerxe. Cambridge, 1678, véase Muses der A^ypter. cll.. pp. 119 S.S. ^ Moses ihe En\plian. cil., pp. 168-207. En la edición alemana esta sección fue considerablcmcnle acortada. dada.s mis numcrosa.s publicaciones .sobre el asunto en lengua alemana.
TO
También está en relación con la distinción entre teología y religiót el otro argumento que con frecuencia se me objeta: que un monoteís mo tal como yo lo he postulado basándome en la distinción mosaic; no ha existido jamás en la realidad histórica, o al menos no ha existi do en la Biblia. A este respecto se hace referencia a la creencia pre deuteronómica y extradeuteronómica en YHWH, que reconoce junte a YHW H a una parhedros*. como por ejemplo la Asherat-YHWH dt Kuntillat Ajrud o la Anat-YHW de Elefantina. O se hace referencia i las legiones celestiales y los ángeles, sin los que las formas de creen cias judías más tardías no son siquiera concebibles. En el caso de cristianismo se menciona la Trinidad. A partir de tales premisas se He ga a la conclusión de que nunca ha existido el monoteísmo puro (o en todo caso, sólo lo habría hecho en el islam), de ahí que también la distinción mosaica sería un mero constructo teórico. En el mismo ni vel se encuentra el argumento de que el aniconismo nunca habría sidc llevado a la práctica de manera estricta, de que evidentemente tanto en el Israel antiguo como en el clásico y en el de la Antigüedad tar día habría habido imágenes, y de que ciertamente el propio cristia nismo habría supuesto un completo retomo a las imágenes. Así, la distinción mosaica no podría tener mucho contenido. La distinción mosaica no implica, como ya se ha puesto de relie ve al comienzo, ningún giro crucial en la historia, sino más bien un acontecimiento, un momento, en tanto que generalmente es traslada da de golpe a la realidad cotidiana. A estos momentos monoteístas pertenece también, y con gran probabilidad como su ejemplo más temprano, la revolución dcl Akhenatón de Amama. En ella, una vez más, lo decisivo no es si se trataba realmente de un «monoteísmo puro», porque junto al único dios solar Atón, también el rey, e inclu so la reina, seguían recibiendo cierto culto, y hasta el animal sagrado del dios solar, el toro Mnevis, era tolerado. Es mucho más determi nante el hecho de que, muy en el sentido de la distinción mosaica, los dioses y cultos de la religión tradicional fueran abolidos y persegui dos. Aquí, en el Egipto del siglo xiv a.C., se distinguió por primera vez entre verdadero y falso en el ámbito de la religión, y esta distin ción fue llevada a la práctica con todas sus consecuencias políticas, culturales, sociales y, sin duda, también psíquicas. Claro está que esta revolución no supuso un giro crucial hacia el monoteísmo, sino que quedó como un mero momento monoteísta, a pesar de haber dejado tras de sí las huellas más persistentes en la historia del espíritu y de la religión; y sin duda implicó un giro, aunque tampoco en sentido
Divinidad auTilinr. las dos Tiguras a las que aquí se hace referencia son divinidades aiuiliarcs fcmcnina.s. ¡N. del T.j
40
monoteísta, sino más bien panteísta. Tras el episodio monoteísta de la época de Amama la cultura egipcia no retomó simplemente aJ politeís mo tradicional, sino que intentó encontrar una conciliación entre la nueva idea de la unidad de dios y la tradicional multiplicidad de dio ses. La solución fue la idea del dios único oculto, que se manifiesta en la multiplicidad de los dioses inmanentes al mundo en tanto que sus nombres, símbolos, imágenes, miembros, aspectos. La Biblia se hace eco de varios «instantes monoteístas» que pron to recayeron en prácticas politeístas o sincretistas. No es, por tanto, ningún argumento contra la tesis de la distinción mosaica que ésta no haya encontrado respaldo en la historia de la religión, en el sen tido de que ni en el Israel antiguo ni en el judaismo temprano se haya dado un monoteísmo estricto. La distinción mosaica forma parte de una teología del Antiguo Testamento, pero no de una his toria de la religión de Israel^, en todo caso, no antes de Josías, si es que se acepta cierta historicidad en la reforma cultual de Josías (II R, 22-23). La distinción mosaica no se puede fechar, está en los textos, pero sin duda desde Akhenatón ha sido trasladada a la realidad his tórica con mayor o menor violencia una y otra vez, y finalmente ha originado, en un proceso que se prolonga durante muchos siglos, un giro que ha transformado en su sentido al menos al mundo occiden tal e islámico. Con el concepto de la distinción mosaica no se hace referencia a ninguna situación histórica, sino a una posición espiritual. Igual que en el caso de la unidad de dios, en el aniconismo se trata también de algo que atañe a la teología y no a la religión. Una religión compren de siempre una plétora de posiciones diversas, y ante todo, la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, es de una polifonía que no tiene rival. Dondequiera que me remita, hay una voz y una posi ción en ese concierto polifónico: la voz del «partido de YHW H solo», en la terminología de Morton Smith y Bemhard Lang\ la postura de! Deuteronomio y de la escuela deuteronomista, la voz del Deutero-
’ V¿ase B. Janowski y N. Lohfink (eds.), Religionsgeschichle Israels o d ír Theologie cíes alten Tesiamenis?. JBTIt 10, Neulirchen-Vluyn, 1995; B. Janowski y M. KOckekt (eds.), .~\!¡¡;w:issí':ícl:Jcltie Israels. Fórmale un<¡ ma^riale Asykte.G'ú\crs\oh. 1999; O. Keel, «Religionsgeschichtc Israels oder Theologie des Alten Testaments?», en F. L. Hossfeid (ed.), Wieviel Systematik erUiuht die Schrifí? A uf der Suche nach einer gesam:h¡blischen Theo logie, Friburgo, 2001. pp. 83-109. La categoría de la distinción mosaica permite resolverla debatida cuestión de «¿Teología o historia de la religión?», que prendió en el estudio del Antiguo Testamento a raíz de R. ALm:nTZ. Religionsgeschichle Israels in allieslamenllicher Zeil. 2 vols., Gótlingen. 1992, en el sentido de un no sólo-sino también. Con la dis tinción mosaica y la introducción de un concepto de verdad exclusivo se abre la escisión entre exigencias normativo-sistemátic.is y praxis religiosa. * M. S.^^rrH, Palestinian Piirlies and Polilics lluil Sliaped ihe Oíd Teslament. Nueva York. 1971; B. Lang. Der einzige Ciiii. Die Cehiiri des hihlischen Mnnniheismus, Munich, 1981.
Isaías. Lo que me interesa no es si las pretensiones de estas posicio nes fueron alguna vez trasladadas a la realidad histórica hasta sus úl timas consecuencias, sino el hecho de que fueron, en suma, formula das y registradas. Que la prohibición de imágenes ocupa un luga muy prominente en la Biblia no se desmiente en modo alguno por e argumento de que en Israel sí había imágenes, y quien piense que ei el libro del Éxodo no se trata de idolatría, está pasando por alto la his toria del becerro de oro. Posiblemente sea también el monoteísmo en el sentido estricto de veneración exclusiva de un único dios una idea regulativa que nunca pueda ser institucionalizada hasta sus últimas consecuencias, que es sostenida por figuras individuales como AJchenatón o los profetas bí blicos, o por movimientos como el movimiento de «YHW H solo», o bien la escuela deuteronomista. La historia del monoteísmo es la his toria de los instantes monoteístas, que sobre la base de la distinción mosaica y de su potencial revolucionario han desarrollado fuerzas vi gorosas y transformadoras del mundo, pero que nunca se han dejado establecer a largo plazo, en el sentido de un avance irreversible que no pueda volver a dar marcha atrás. El sentido originario de esta idea, para insi.stir en ello una vez más, no es que sólo exista un dios, sino que al lado del único dios verdadero sólo existen dioses falsos, cuya veneración es condenada do la forma más enérgica. No es lo mismo. La afirmación de que sólo existe un dios se deja conciliar entera mente con la aceptación, e incluso con la adoración de otros dioses, siempre que la relación entre dios y dioses no se piense en el sentido de la exclusión, sino de la subordinación. El punto decisivo no es la unidad, sino la exclusión. ! / Por c.so, en vez de monoteísmo y politeísmo, debería hablarse me jor de religiones exclusivas y no exclusivas, pero con ello también aquí el concepto de religión ha de ser reemplazado por el de teología^ No se trata de religión, sino de ideas teológicas. El monoteísmo es una de tales ideas, el politeísmo no. No ha sido construido como idea hasta la Edad Moderna. Así que la cuestión no es si la religión del an tiguo Israel era politeísta o monoteísta, sino si puede encontrarse la idea monoteísta en los escritos del Antiguo Testamento, y si pueden citarse en la realidad histórica portadores y grupos que hayan defen dido esta idea en una determinada situación histórica. La Biblia he brea es un texto polifónico. Para cada voz hay una contraparte. La distinción mosaica es el tema de una voz determinada, no una reli gión establecida de manera duradera. Esto vale también para un concepto como el de contrarreligión, que implica los conceptos de monoteísmo y distinción mosaica. La contrarreligión es un estado de agregación, en el cual una religión no puede mantenerse de manera consecuente durante largo tiempo. Nin 42
guna de estas religiones secundarias ha podido (y quizá tampoco haya querido) evitar a la larga albergar en sí elementos de las religiones primarias rechazadas por ella en tanto que paganas. Con todo ello, llevan consigo un «momento contrarreligioso», que en determinadas situaciones puede desencadenarse una y otra vez. Entre ellas se cuen ta, por ejemplo, la agudización de la distinción mosaica en la Con trarreforma, como reacción frente al sincretismo de platonismo y cristianismo del Renacimiento^, la «teología dialéctica» de un Karl Barth, que respondió al protestantismo cultural liberal de fines del X IX , con su relativización histórica de las pretensiones de verdad cris tianas, y en época más reciente, aunque de modo muy diferente y so bre todo en formas muy diferentes, los fundamentalismos modernos, que se presentan como una cultura reactiva frente a la modernización, secularización y «occidentalización» del mundo. Es por tanto totalmente consecuente que el movimiento monoteísta más temprano del que tenemos noticia haya permanecido con carácter de episodio: la religión de Amama. Aquí nos encontramos, ya en su pri mera entrada en escena, con la idea monoteísta y con la violencia teoclasta como algo que corresponde a un determinado momento históri co, junto con el cual se extingue, y que no puede establecerse a largo plazo. Mi suposición es que el pensamiento monoteísta nunca habría podido establecerse de forma distinta a la de una tradición escrita. La idea monoteísta sólo se deja fijar a largo plazo en tanto que corpus tex tual, pero no en tanto que religión institucionalizada, al menos no en toda su rigurosidad, pureza y coherencia. Esta forma de «institucionalización a través de la escritura» no fue alcanzada por primera vez en Egipto, sino en Israel. ' /Recapitulemos: «monoteísmo» es una idea regulativa, «politeís mo» es la caracterización de una práctica religiosa que se opone a di cha idea. Nunca ha habido religiones que se hayan declarado partida rias del politeísmo en tanto que idea regulativa/La denominación de «politeísmo» es un concepto polémico del monoteísmo, que no es adecuado más que para la descripción del propio monoteísmo como una contrarreligión que excluye polémicamente a las otras religiones. A decir verdad, el concepto de politeísmo ha sido constituido hi.stóricamente como un concepto sustitutorio neutral para el concepto in dudablemente polémico y denunciatorio de idolatría («paganismo»), pero las implicaciones negativas del concepto precedente han recaí do sobre él, porque, las cosas como son, tiene exactamente el mismo significado en sentido amplio.
’ Véíise: J. Assmann, «Z(5roa.ster/Zannhuítra in dcr Gcdiichtni.'!- und Forschungsge.
43
A k h e n a t ó n y M o is é s : m o n o t e ís m o e g ip c io y m o n o t e ís m o b íb l ic o
La distinción mosaica entre religión verdadera y falsa encuentra su expresión formativa y normativa más importante en el relato del Éxodo de Egipto, que representa algo así como el mito fundacional del monoteísmo. Egipto representa el mundo del paganismo, de las religiones primarias, de las que se deslinda el monoteísmo y a las que deja tras de sí de una vez por todas con su salida de ese mundo. Esta significación, que el propio relato bíblico atribuye al antiguo Egipto, hace el problema interesante a ojos de los egiptólogos. ¿Cómo se muestra el monoteísmo en sus orígenes y en sus manifestaciones cuando es contemplado desde Egipto, es decir, desde un mundo en el que se ubica su origen y del cual se deslinda? Se ve entonces ense guida, por ejemplo, que hay dos vías muy diferentes que conducen al monoteísmo, o mejor dicho: hay dos formas muy diferentes de mo noteísmo, que se alcanzan respectivamente por vías totalmente dis tintas. Una de ellas, la vía evolutiva, conduce a un monoteísmo in clusivo, que no representa otra cosa que una fase de madurez del politeísmo. La otra vía, revolucionaria, conduce por el contrario a un monoteísmo exclusivo, que no se alcanza a través de un proceso de desarrollo, sino sólo a través de una ruptura revolucionaria con todo lo anterior. Únicamente para este monoteísmo exclusivo es válida la distinción entre religión verdadera y falsa. La historia de la religión de Egipto nos confronta con ambas for mas de monoteísmo. La reforma religiosa del faraón Akhenatón, que hacia mediados del siglo Xiv a.C. rechazó la religión tradicional en su totalidad c instauró en su lugar el culto a un único dios del Sol y de la Luz, ha de entenderse como un monoteísmo exclusivo y revolucio nario. La subsiguiente teología de la época ramésida, que junto a la reinstauración del mundo de los dioses tradicional desarrolló la idea de un ser supremo oculto, que se manifestaba en el mundo de los dio ses politeísta como una forma de su viraje hacia el mundo, se presta a ser comprendida como un monoteísmo inclusivo y evolucionista, que encuentra estrechos paralelos en los estadios tardíos de las reli giones mesopotámica, griega e hindú. También el monoteísmo veterotestamentario ha de ser clasificado como un monoteísmo revolucionario y exclusivo. Su carácter exclu sivo encuentra una expresión suficientemente clara en el primer man damiento. Nada sería menos adecuado al dios bíblico que la idea de que los demás dioses no fueran otra cosa que el reflejo colorido de su viraje hacia el mundo. Más difícil de determinar es el carácter revo lucionario de esta religión. Es evidente que aquí se ha de distinguir estrictamente, como ya he recalcado, entre el desarrollo histórico de la religión de Israel por una parte y la semántica del texto bíblico por 44
otra parte. La historia de la religión revela como algo más que cues tionable que haya habido alguna vez una «revolución» monoteísta que se pueda comparar, ni siquiera de lejos, a la revolución de Akhenatón. Sin embargo, los textos hablan, como hemos dicho, de una multitud de acciones muy violentas, de las que al menos la reforma de Josías presenta el carácter de una subversión revolucionaria, en cuyo transcurso se extirpan radicalmente todas las huellas de una religión premonoteísta. Como quiera que se haya impuesto el monoteísmo veterotestamentario en verdad, de manera evolutiva o revolucionaria, los textos sitúan a este proceso, con evocadora mirada retrospectiva, indu dablemente bajo la luz de un hecho revolucionario, que tuvo que acabar con muchas falsas religiones para poder imponer la religión verdadera. Esta semántica no puede ser despachada tachándola meramente de ficción. Tampoco parece ganarse mucho con calificar a estos textos simplemente de «tardíos», datándolos en época postexílica, o incluso helenística. En lo que respecta a mi planteamiento, es bastante indi ferente la cuestión de a partir de cuándo, o dicho directamente, si pue de hablarse en absoluto también en la realidad histórica de un mono teísmo revolucionario «realmente existente»/Lo que me interesa es I el hecho de que el monoteísmo en la teología del Antiguo Testamen to se considera a sí mismo revolucionario y se implanta con gran vio-' lencia en el lugar de religiones más antiguas, condenadas como falsas y prohibidas. Es este monoteísmo revolucionario y exclusivo el que ha de ocupamos aquí. Es el único que se basa en la distinción entre religión verdadera y falsa, que yo he denominado distinción mosaica, y en la cual se sustenta en última instancia la distinción entre dios y mundo*./ En el ámbito de la historia es evidentemente Akhenatón quien puso en práctica esta distinción por primera vez. A diferencia del caso de Moisés, nos las vemos aquí con la historia, y no con la teología (retroproyectiva). Akhenatón no exigió «no debéis tener ningún otro dios junto al dios único de la Luz y del Sol, Atón». Simplemente abo lió los demás dioses y no tuvo por válida ninguna mención ulterior a ellos, ni siquiera condenatoria. La exclusión se consumó en la prácti ca, no discursiva ni teóricamente. A pesar de ello, está justificado ha blar de la distinción mosaica, y no de la «distinción de Akhenatón». La distinción de Akhenatón no llegará a ser una figura de la memoria articulada discursivamente, codificada y canonizada; como tal, la dis tinción se vincula mucho más con el nombre de Moisés. A pesar de
‘ En su libro Welihilder der RíU^innen, Zúrich, 2001, caracteriza cl científico de la re ligión de Zurich Fritz Stolz al monoteísmo como «distinción de Dios y mundo» (cap. 8. pp. 139-212).
a*?
ello estamos en nuestro derecho de suponer que la distinción mosai ca está presente, como teología implícita, también en las acciones de Akhenatón. Es en el marco de este punto en común entre el monoteís mo de Akhenatón y el de Moisés donde saltan a la vista con mayor fuerza las diferencias entre ambos. El monoteísmo del Akhenatón de Amama era un monoteísmo del conocimiento. Tras él hay una nueva imagen del mundo: todo el ser, el conjunto de la realidad, se debe al efecto del sol, que por medio de sus rayos produce luz y calor, y por medio de su movimiento engendra el tiempo. A partir de este descubrimiento de que el sol no sólo generaba la luz, sino también el tiempo, concluyó Akhenatón que los demás dio ses eran innecesarios para la generación y la conservación del mundo, y por ende, eran inexistentes, puras patrañas. Por ello sus templos fueron cerrados durante el mandato de Akhenatón, sus cultos y fiestas abolidos, sus imágenes destruidas y sus nombres borrados. Esto es algo comple tamente distinto del proyecto mosaico. En Moisés no se trata de una nueva cosmología, sino de un nuevo orden político, de legislación, constitución, alianza y pacto. Su objetivo es un monoteísmo político, un monoteísmo del pacto. No dice: «No hay otros dio.scs aparte de mí», sino: «Para ti no hay otros dioses», es decir, tú no debes tener otros dio ses. La existencia de los demás dioses es aquí enteramente reconocida, a diferencia del caso de Akhenatón. De otro modo, la exigencia de fide lidad no tendría ningún sentido. Esos otros dioses no son negados, pero son prohibidos. Adorarlos no sólo será considerado locura, sino el peor de los pecados. El concepto de «falsa» religión tiene, pues, en A khena tón y en Moisés un sentido bien diferente. En el caso de Akhenatón se trata de una falsa imagen del mundo, en el de Moisés se trata de infide lidad, más exactamente, de la violación de un pacto. La primera es una categoría cognitiva, un asunto relativo al conocimiento, mientras que la otra es una categoría política, un asunto relativo al pacto. El monoteís mo bíblico es político en su núcleo, que sale a la luz muy claramente en el libro del Éxodo, y también en el Deuteronomio, pero se diluye en lo cognitivo y en lo ontológico en el Deutero-Isaías y en otros textos rela tivamente tardíos, y se desarrolla en el curso de los siglos hasta llegar a la certeza de que sólo hay un dios y de que los gentiles no adoran a «otros» dioses, sino a dioses inexistentes, a «ídolos» incluso. El monoteísmo tiene, pues, ante todo, un sentido político. No se pue de servir a dos señores. O bien establezco una alianza con dios, o bien con el faraón, pero no con los dos a la vez, como tampoco pxxlía en aquellos tiempos un pequeño Estado como Judá establecer una alianza con Taharqa y con Asurbanipal simultáneamente. Este «o bien... o bien» no se había dado hasta entonces en la religión. Uno pxxlía ser especial mente devoto de una divinidad, pero eso no implicaba atraerse la ira y los celos de los demás dioses, como tampoco se ofendía a la divinidad 46
preferida al ofrecer un sacrificio a otra. Los celos del dios bíblico son un afecto político. No corresponden a los celos del enamorado o la ena morada, sino a los del socio en un pacto. A pesar de ello, también se ha bla a menudo en este contexto, especialmente en Oseas, de amor sexuaJ y de adulterio, aunque no se trate más que de metáforas para referirse Ia la alianza política/Pero la propia alian2a no es ninguna metáfora, sino la cosa en sí misma. Es la nueva forma, en religión, de la relación en tre dios, hombre, sociedad y mundo la que aquí se instaura. Esta nueva relación sólo puede establecerse con un dios únic(yAsí se llega al mo noteísmo. Eso no quiere decir que no haya otros dioses, sino que éstos no tienen significado político, permanecen excluidos de esa aJianza, de esa nueva relación con dios. Por ello debería hablarse, con mayor pre cisión, de un monoyahwismo, como se expresa claramente en la fór mula «YHWH ehad» de la oración del «shemah»*. YHWH es único, es el único dios al que Israel se vincula.
M
o n o t e ís m o c o m o a n t ic o s m o t e ís m o
Sólo se puede entender el monoteísmo revolucionario, exclusivo, cuando también se entiende el politeísmo contra el que se dirige. Esto se deriva del reconocimiento de que este monoteísmo no ha surgido por evolución a partir del politeísmo, sino que lo ha excluido en tan to que paganismo. Aunque él mismo, como hemos dicho, tiene pre tensión de validez universal y coloca en el lugar de los muchos dioses tribales y nacionales politeístas al dios único, creador y sustentador del mundo, igualmente válido para todos, también establece con la superación de las diversas fronteras una nueva frontera mucho más decisiva: la frontera entre religión verdadera y falsa. Sólo a partir de la posición definida como falsa, que es tanto en el caso de Moisés como en el de Akhenatón la religión egipcia tradicional, se entiende qué es lo que ha de considerse como verdadero’ . El monoteísmo re-
Oración extraída de Dt 6,4-9; Dt I I, 13-21 y Nm 15,37-41, que comicn/a con las palabra.s «Escucha (shemah) Israel, nuestro Dios es YHW H. YHW H es Uno (chadf>. fN. del T¡ ’’ La tesis de que sólo se rcconoce una verdad cuando se comprende lo que ésta deli mita como falso, es válida naturalmente sólo en las ciencias de la cultura, no en sentido teo lógico. Kart Barth ciertamente no suscribin'a esta tesis. Entonces sería una verdad relativa, pero no absoluta. Quisiera subrayar aquf que yo no abordo este tema desde el punto de vis ta de la teología, sino de la ciencia de la cultura. Yo trato el monoteísmo revolucionario como un fenómeno histórico y como una determinada scminlica cultural, que pretendo ilu minar desde su contcxto, y como en mi opinión aquí se trata de una semintica fuertemen te polémica, antagónica, quiero decir que nosotros, como historiadores y científicos de la cultura, sólo podemos comprenderla a partir de lo que ella e.xcluye como lo que se opone a ella. I^ s científicos de la cultura son relativistas metódicos, independientemente de que puedan creer mis allá de e.so.
47
volucionario o exclusivo es antipoliteísmo. Pero, ¿qué quiere decirse con esto? Nosotros comprendemos cómo es el dios de una religión mono teísta, aunque no creamos en él. Es el creador y sustentador del mun do, cuyo destino gobierna, un dios invisible, oculto, espiritual, extramundano, extratemporal, extraespacial, tal como es invocado por Moisés en la ópera de Amold Schónberg Moisés y Aarón: ¡Dios único, eterno, omnipresente, invisible e inimaginable!
No debemos entretenemos aquí más en mostrar que éste no es (todavía) el dios del Antiguo Testamento; el dios de Schónberg con cuerda mucho más con el concepto de dios moderno e ilustrado, tanto protestante como judío, el cual el lector actual con mayor o menor esfuerzo retroproyecta también al monoteísmo antiguo, lo grando así sentirse como en casa al leer el texto bíblico. Pero lo que es el mundo de los dioses de una religión politeísta es algo que no podemos ni entender, ni mucho menos creer en ello. Debemos en primer lugar reconocer que esta comprensión se nos ha perdido tras más de 2.000 años de monoteísmo. En esto quizá pueda ayudar un poco la egiptología, que desde hace 180 años ha intentado com prender el mundo egipcio. Esta contribución no ha de malentenderse como un alegato en defensa del politeísmo, ni tampoco como una crítica de! monoteísmo. La egiptología es el estudio de una cultura, no una teología. Busca conocer y comprender, y se abstiene de toda valoración normativa. Ocuparse de Egipto quiere decir seguir la pista del camino que al menos la humanidad occidental ha recorri do en su desarrollo cultural. Reconstruir este camino no quiere de cir ni mucho menos pretender desandarlo, algo que además me pa rece completamente imposible. Pero sí considero importante dar cuenta de las decisiones y maniobras que marcaron ese camino para ver qué opciones fueron rechazadas frente a las que fueron adopta das y nos han configurado. En mi libro Moisés el egipcio yo inten to mostrar que el mundo occidental no se ha desembarazado por completo de la añoranza de Egipto como encarnación de las alter nativas rechazadas. Así pues, ¿qué es y qué hace un mundo de dioses, en oposición al dios único, tal como nos ha sido confiado por nuestra tradición occidental? Si imaginamos al mundo como un cuadrado de dios,!' jcosmos, hombre y sociedad, entonces está claro desde un principio ¡que este cuadrado se transformará en triángulo si ponemos en lugar de dios un mundo de dioses/Un mundo de dioses no se enfrenta a los mundos de cosmos, hombre y sociedad, sino que es un principio
que los penetra de manera estructurante, ordenadora y dotadora de sentido. Un mundo de dioses constituye en primer lugar al cosmos, que es considerado como un proceso sinérgico de fuerzas que coo peran y se enfrentan unas a otras. En cualquier caso, en Egipto es cierto que el cosmos es menos un espacio bien ordenado y más bien un proceso exitoso, resultado cotidiano de la acción de los dioses. Con ello queda claro que el principio de la multiplicidad está ins crito de manera irrebasable en esta imagen del mundo, y de qué modo lo hace. El proceso cósmico perdería su carácter sinérgico si fuera concebido como la organización de un único dios. En segun do lugar, un mundo de dioses constituye el Estado y la sociedad, gracias a que los dioses efectivamente ejercen un dominio terrenal. Todas las grandes divinidades son dioses de una ciudad, todas las colonias significativas son ciudades de un dios. El culto no es otra cosa que el servicio debido a los dioses en tanto que señores de la ciudad. Así, un mundo de dioses estructura en la dimensión políticocultual la estructura política de la sociedad, determina la pertenen cia de cada uno a una comunidad cívica, festiva y cultual, determi na la relación de las colonias con las ciudades, de las ciudades con las regiones, y de las regiones con la capital, y define de este modo la identidad política de los países y de todas sus subdivisiones hasta el nivel más bajo, hasta el ciudadano individual. También aquí se muestra el significado y la necesidad irrenunciable del principio de multiplicidad. Esta identidad sociopolítica tan rica en subdivisiones se desdibujaría en una masa gris si los múltiples dioses fueran sus tituidos por un dios único. En tercer lugar, y ésta es quizá la función del politeísmo más difícil de comprender, un mundo de dioses cons tituye el mundo del destino humano, que se representa como un todo dotado de sentido con sus alegrías y penas, sus crisis y soluciones, sus etapas vitales y transiciones a partir de los destinos de los dio ses, esto es, de los mitos. Los mitos cuentan cosas acerca de los dioses, y fundan con ello las disposiciones de la vida humana. También esta función creadora e instauradora de sentido depende totalmente de! principio de multiplicidad. Los dioses despliegan su destino única mente en relación unos con otros. El mundo de los dioses se articu la así como una teología cósmica, política y mítica, y es bajo la for ma de discurso sobre el cosmos, sobre los órdenes estatal y cultual y sobre los destinos míticos como lo divino se deja plasmar en el lenguaje. /El monoteísmo se dirige en particular contra la teología. Se trata de ■la multiplicidad, cierto es, pero lo decisivo no es el principio numérico de la multiplicidad, sino la indistinción entre dios y mundo, a la que i necesariamente se somete la multiplicidad. Lo divino es el mundo en I el que se inscriben las tres dimensiones de la naturaleza, el Estado y el
mito*. El politeísmo es cosmoteísmo. Lo divino no se puede desligar del mundo. Pero de este desligamiento es de lo que se trata en el monoteís mo. Lo divino se emancipa de su atadura simbiótica al cosmos, la so ciedad y el destino y se presenta frente al mundo como una magnitud injdependiente. Al mismo tiempo, el hombre también se emancipa de su V relación simbiótica con el mundo y se transforma en un individuo autóinomo, esto es, teónomo, en asociación con el dios único, extramundano jpero dirigido hacia el mundo. En esto se basa la más decisiva de todas •las consecuencias psicohistóricas del monoteísmo. «Libertad» en sen¡tido religioso no quiere decir nada más que esto./fel monoteísmo no ‘atañe únicamente a la imagen de dios, sino también a la del hombre. Que. da claro, a partir de esto, que un retomo al politeísmo y a Egipto no pue de ser conveniente. Señamos incapaces de hacerlo, ahora que hemos pa sado por este largo proceso de emancipación y diferenciación. En tanto que occidentales, no podríamos vivir en ningún ámbito espiritual que no estuviera escindido por la diferencia mosaica. Con el Éxodo de Egipto, por decirlo así, fue cortado un cordón umbilical’ que no puede volver a ■ unirse de nuevo./Con el Éxodo de Egipto hemos sido liberados, libera dos de lo que el libro del Éxodo describe como la opresión faraónica, y ; con ello también de lo que desde el punto de vista del monoteísmo pa rece una implicación mortal en el mundo. En el mismo movimiento también lo divino sale con el Éxodo de Egipto de su inmanencia en los ^'órdenes cósmico, cultual, político y social. En última instancia, la dis*jtinción mosaica equivale a la distinción entre dios y mundo, y con ello ifunda también la distinción entre hombre y mundo,-^ Esta ruptura de la relación simbiótica con el mundo es indicada con el concepto de «integración en el mundo» y con la fórmula de «no al mundo» (Moses der Agypter, p. 247), que para Erich Zenger es «apenas
* En estas tres dimensiones se reconocen sin dincultacl las tres «teologías» que Varrón distinguió en sus Antiquitatex rerum divinarum: La «teología natural» [Theologia naturalis: dimensión cósmica) de los filósofos, la «teología poética» (Theologia/ahularís: dimen sión mítica) de los poetas y la «teología política» {Theotogia civilis: dimensión política) de los sacei^Joies y ciudadanos, vca.se G. LiriBüRG, «Die Theologia tripertita in Forvrhung und Bezeugung», A N RW 1/4 (1973), pp. 63-115; ibid. «Die Theologia tripertita ais Formprinzip antiken Denkens», Rheinischcs MuxcumJür Philologie 125 ( 1982), pp. 25-52; A. D 1HI.E. «Die Theologia tripertita bei Augustin», en H. Cancik et al. (eds.). Ceschichte - Trad'niim - ReJlexion (Fs. Martin Hcngel), Tubinga, 1996, pp. 183-202. Lz dimensión que falta aquí es la histórica. Precisamente esta dimensión es colocada por el monoteísmo en primer plano. Ésta es una de las tesis básicas de la obra de Martin BuberM oj^j, Zúrich, 1948, así como del li bro de Rodney Stara, op. cil.. cuyo conocimiento debo agradecer a Ulrich Nolte. ’ Rolf Rendtorff pone reparos a la fni.sc: «Egipto es el vientre del que surgió el pue blo elegido, pero el cordón umbilical se cortó para siempre con el establecimiento de la dis tinción mosaica» {Moses der Ágypter, cit., p. 242). Él «no entiende la metáfora del seno materno en este contexto». Me remito a Dt 4, 34, donde se dice que Dios ha elegido a Is rael, «un pueblo en el seno de (otro) pueblo», goy mi-qereh goy. La palabra hebrea qereh es muy fuerte, puede querer decir también «entrañas», «seno materno».
50
comprensible». Como es de esperar, Zenger remite, con razón, a la «re lación con el mundo y la orientación hacia el más acá» del Antiguo Tes tamento, así como a la «tierra» como «don salvífico de dios» por exce lencia. También Gerhard Kaiser y Rolf Rendtorff protestan contra la imputación de la negación del mundo. Todo ello es completamente co rrecto, pero es algo muy distinto de la creencia en la divinidad del mun do. Con la distinción entre dios y mundo, en cualquier caso, surge la po sibilidad de una nueva distancia respecto del mundo, una reserva intema hacia lo que es sólo «terrenal», una relativización de la inserción total en el mundo. Quien se halla sobre la base de la distinción mosaica, no se siente en absoluto como en casa en este mundo. Desde el punto de vista de Egipto, el camino de Europa se presenta como la ruptura de las relaciones simbióticas entre dios y mundo, a favor dcl dios transcen dente y de la verdad revelada. Momentos extremos en este camino son la negación radical del mundo de la gnosis y la visión protestante dcl mundo como «valle de lágrimas». Admito de buen grado que la religión del antiguo Israel no era una religión de salvación. Pero eso no quiere decir que no encuentren expresión, ya en algunos pasajes dcl Antiguo Testamento, ideas que se desarrollarán plenamente en las religiones de salvación que se constituirán posteriormente. En este sentido, aquí se trata, si no de religión, de una teología, o dicho con más precaución: dcl planteamiento de una teología del distanciamiento, que se opone a las religiones de una integración en el mundo consumada como la egipcia'^. Lo contrario del monoteísmo no se llama politeísmo, ni siquiera paga nismo e idolatria, sino cosmoteísmo, la religión del dios inmanente y de la verdad velada, que se muestra y se oculta en miles de imágenes, imágenes que no se excluyen lógicamente, sino que se aclaran y se complementan unas a otras. Ahora vemos con mayor claridad a favor de qué y contra que ha tomado partido Occidente con su opción por el cristianismo y el mo noteísmo; pero ante todo vemos que la alternativa excluida, el cosmotcísmo reprimido en el monoteísmo, acompaña como una sombra a la religión y a la historia intelectual de Occidente, y la acecha una y otra vez, en olea das. La religión de Goethe, por ejemplo, era el cosmoteísmo, la verdad ve lada de la inmanencia divina, y Goethe no está solo en esto de ningún modo. Ya en el Renacimiento, la visión del mundo del cosmoteísmo anti guo retomó con los textos antiguos y las obras de arte con la fuerza de un retomo de lo reprimido. De este retomo responde Moisés el egipcio.
"* En su libro ¡j : s deux xfiurves de ¡a morule el de Ici religión, París. 19.12 [cil. cast.: Lm s don fuentes de /<; moral y de l
51
E l m o n o t e ís m o c o m o t e o l o g ía p o l ít ic a : é t ic a , k js t ic ia , l ib e r t a d
El más importante título honorífico que el monoteísmo lleva por bandera es la justicia. Con la creencia en el dios único, esto es, la con vicción general de las religiones monoteístas, la moral y el derecho llegan al mundo. «Lo decisivo es que precisamente a través del mo noteísmo bíblico la ética hace su entrada en la religión (decálogo), algo que es una novedad, pues los dioses de Babilonia, Asiría o Canaán no tenían nada que ver con la ética en este sentido»". En esta formulación, el enunciado no es del todo falso, pero sí resulta pro blemático si la «entrada en la religión» se entiende como «entrada en el mundo», tal como pretende su autor, Hannes Stein'*. El monoteís mo es también, ante todo, un logro civilizador. Mientras que los dio ses paganos se preocupan de la pureza de los sacerdotes, la correc ción de los rítos y la abundancia de los sacrificios, el dios de la Biblia es el único, o el que más se interesa por la justicia. A este dios no se le sirve con apetitosas víctimas sacrificiales, sino con buenas obras y caridad. Los profetas no se cansarán de insistir en este punto. De he cho, en vano se buscará algo semejante en Egipto y Mesopotamia. A pesar de ello se encuentra en un texto egipcio del Imperio Medio la asombrosa frase; «Es mejor recibida la buena conducta del justo que el buey de aquel que comete injusticia». Pero el texto prosigue: «Compórtate para con dios, de modo que él haga igual para contigo, con grandes víctimas, que provean abundantemente al altar, con ins cripciones»'^. En Egipto se «comporta» uno «para con dios» cuando se abastecen con abundancia los altares, y en e! resto del mundo extrabíblico esto no ha debido de ser muy diferente. Pero en el monoteís mo se comporta uno para con dios al «tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios» (Mi 6, 6-8). En consecuencia -este reproche se objeta una y otra vez contra el con cepto de la distinción mosaica- la referencia del monoteísmo a la dis tinción entre verdadero y falso pasa por alto el asunto que verdadera mente importa. No se trata de verdadero y falso, sino de justicia e injusticia, libertad y opresión. El monoteísmo ha liberado al hombre para la responsabilidad moral. Este reproche es totalmente legítimo. El tema del libro del Éxodo, esto es algo que de hecho no puede discutirse, no es la distinción en
” J. Manemann, «Gótterdammerung. Politischer Antimonotheismus ¡n Wendezeiten». c¡t. pp. 28-49. cita p. 46. '• H. S t e i n , Moxes und die Ojfenbanin¡; der Demokraiie, Berlín. I99S, p. 29. Merikare pp. I2S-130. A. VOLTEN, Zwei Alídgyplische Polili.vche Schriften. Die Lchrcfúr Kiini¡> Merikart und die Lehre des Konigs Amenemhet (Analecla Aegypliaca IV), Copenhague. 1945. p. 68.
52
tre religión verdadera y falsa, sino la distinción entre esclavitud y li bertad. Ahora bien, en Moisés el egipcio no me interesaba la cuestión de sobre qué trata el libro del Éxodo, sino de cómo ha sido entendida en términos mnemohistóricos la oposición en él desarrollada entre Egipto e Israel, y de cómo ha acuñado la tradición occidental la ima gen de Egipto. A pesar de ello este reproche es relevante y merece una discusión más amplia, a efectos de la cual en esta sección quisiera cambiar la orientación de la pregunta y tratar el texto bíblico no des de el punto de vista de la mnemohistoria, sino de la exégesis. Estoy de acuerdo en que en el libro del Éxodo se trata de la distinción entre es clavitud y libertad, y constato que al menos coincidimos en el punto . de que el libro del Éxodo presenta una distinción/A partir de este pun' to yo argumento que en la nueva religión introducida en él se trata en primerísima línea de temas como la libertad, la ley, la justicia, esto es, 'de teología política, y precisamente esto es defmido como la verdade~ra religión. Por primera vez en la historia de la religión, justicia, ley y libertad se definen como los temas centrales de la religión, lo que constituye la innovación revolucionaria de la distinción mosaica.'La falsa religión se da a conocer políticamente mediante la opresión, el despotismo, y la ausencia de ley y de justicia. El monoteísmo es en su núcleo teología política. En eso estoy completamente de acuerdo. Pero no debemos olvidar tampoco que en la historia del becerro de oro. que también se encuentra en el libro del Éxodo, se trata de idolatría y no de liberación, aunque también la prohibición de las imágenes admita, como se mostrará más adelante, una significación teológico-política. Cuando se interroga a las fuentes no desde la perspectiva «mnemohistórica» (¿cómo han sido leídas?), sino con relación a lo que quieren decir según el estado de los conocimientos de la filología ac tual. queda clara una cosa; la historia del Éxodo de Egipto representa el proceso de emancipación de dios como un acto de liberación polí tica. Se trata aquí del éxodo del ámbito de la esclavitud hacia la liber tad. En verdad, libertad no es una palabra bíblica y no se encuentra en este contexto, pero la alianza sellada con dios en e! Sinaí es notoria mente concebida como una liberación de la servidumbre humana. En esto coincido totalmente con mis críticos, en particular con Klaus Koch y Rolf Rendtorff''*. Pero eso no quiere decir ni mucho menos que en la distinción mosaica no se trate de «verdadero y falso», sino únicamente de «libre y no libre». En el caso de «libre y no libre» se trata más bien de una determinación relativa ai contenido de aquello
Véase mi libro Herrscha/l im
que tiene que valer como «verdadero y falso». La falsa religión se da a conocer como degradante, envilecedora del hombre, esclavizadora. Pero no creo que el monoteísmo bíblico se pueda reducir a derecho y justicia. Por supuesto, Yahweh monta en cólera por la injusticia ejer cida contra los pobres, pero en el libro del Éxodo se enoja ante todo por el becerro de oro, en cuya elaboración y adoración nadie fue opri mido ni explotado. Lo que mis críticos indican acerca de la libertad y la justicia es correcto, pero no es todo lo que hay. El instrumento de la liberación de la esclavitud egipcia, y de toda otra esclavitud, es la ley, en eso también coincido plenamente con mis críticos: no se trata tanto de fundar un Estado como de desembarazar se del principio Estado y fundar una sociedad antiestatal, en la que el principio de la estatalidad se encuentre en la menor medida posible'^. Este impulso antiestatal se escenifica en el relato como la oposición frente a Egipto. Egipto es, en tanto que encamación de la estatali dad, el ámbito de la esclavitud, no de la idolatría. No es de la falsa religión, sino de la falsa política, de la que se autoexcluye Israel con el Exodo de Egipto y la alianza con Yahweh. La falsa política es la hybris faraónica, el gobierno como opresión, esclavización, priva ción de derechos, maltrato. A quien experimente la ley como una carga y una obligación se le dirá: acuérdate de que fuiste un esclavo en Egipto. Desde el interior, desde la perspectiva del texto bíblico, el monoteísmo es originariamente y en primer lugar una religión de la liberación de la opresión egipcia y la fundación de una forma de vida alternativa, en la cual un hombre no domina sobre otros, sino que los hombres so a.socian en libertad para someterse a una alianza establecida con dios. En la e.scenificación narrativa del Éxodo de Egipto .se muestra la fundación del monoteísmo como un movimien.10 de resistencia respaldado por dios.Al liberarse los hombres del 'yugo del faraón y de su opresión degradante, se emancipa a la vez también lo divino o lo sagrado de su representación política y se convierte en un a.sunto que atañe exclusivamente a dios, que aquí por primera vez toma el cetro de la actuación histórica en la mano y separa, o al menos tiende a separar, la salvación de la disposición del poder terrenal. A partir de ahora la religión y la política son co sas distintas, cuyo concierto ha de ser negociado trabajosamente y cuya unidad sólo puede ser obtenida violentamentey Estoy totalmente
Cfr. N. Lx)iiiink. «Dcr Begriff (Jc,s Goltc.sreichs vom Alien Testamcnt her gesehcn», en J. Schrcincr (cd.), Unlenvens zur Kirche. Altleslamenlliche Konzeptionen, Quaestioncs Di.sputatac 110, Fribrugo, 1987. pp, 33-86. especialmente p. 44. También en otro estudio utiliza Lxjhflnk rcfiriéndo.sc al antiguo l.sraci el concepto de «sociedad de contra.ste»: «Dcr gewalttatige Golt de.s Alten Testaments», en Der eine Cotí der beiden Testamente. Jahrhuchf. Bibl. Thenlo/fic 2, Ncukirchen, 1987, pp. 106-136, especialmente pp. 119 ss.
54
de acuerdo con Rolf Rendtorff y con otros cuando consideran la «teo logía política» del libro del Éxodo como su núcleo primario y la cues tión de la idolatría como secundaria. Pero esa consideración no es vá lida desde el punto de vista de la mnemohistoria. En el Helenismo y en la Antigüedad tardía la idolatría fue trasladada al punto central de modo cada vez más intenso en tanto que encamación de la falsa reli gión, y en las discusiones de controversia religiosa del siglo xvii se vinculaba al concepto del paganismo la idolatría, mucho más que la injusticia y la opresión. Quizá el primer caso de una unificación forzosa y violenta de po' der y salvación en la historia de la humanidad coincida sorprenden; temente con la primera aplicación de la distinción mosaica entre reli gión verdadera y fals^" En el conjunto de la historia faraónica no hay ningún caso tan extremo de deificación estatal como la religión de Amama. Éste es el punto en el que Akhcnatón y Moisés, el monoteís mo egipcio y el bíblico, se muestran como antípodas. El dios que Akhenatón colocó en el lugar del mundo de los dioses tradicional era el sol, una fuerza natural, una energía cósmica. Con ello Akhcnatón permaneció dentro de los límites del cosmoteísmo. Únicamente el propio Akhenatón podía entablar una relación personal con esa divi nidad no mítica, cósmica; para los hombres ese dios no era más que el sol, fuente de la vida, pero no de una orientación ética o de inter venciones transformadoras del destino. En el espacio que surgió se colocó el propio rey. Se ofreció a los hombres como el dios dcl indi viduo y de una religiosidad personal. Quien se vincula.se a el y le pu siera en su corazón encontraría la salvación, pero su ira recaería so bre quien negase su doctrina: Muestra su ira contra quien ignora su doctrina Y .su gracia hacia quien la reconoce'*’.
Ésta era la forma en la cuaj Akhenatón distinguía entre verdadero y falso, creyentes y paganos. Akhenatón monopolizó 5 I vínculo entre dios, hombre y sociedad, y con ello restituyó y agudiz'ó*considerabIemente el monopolio religioso del Estado/que hasta entonces había te nido en Egipto la forma de la realeza sacra, pero que en el curso dcl Imperio Nuevo, desde el siglo xv a.C., había sido socavado por diver sas ideas de religiosidad personal e inmediatez divina individual. En Akhenatón alcanzan la hybris faraónica y la deificación del Estado sus formas más extremas, contra las que reacciona el mito dcl Éxodo.
M . S a n d m a n , Textafrnm the Ttme o f Akhenalcn, Ilihiiotheca Aeííyptiaca VIII. .■;c!as, 1938. p. 86; 15-16.
Bru-
í 4^0 es ciertamente una casualidad que justamente la primera aplica/ ción de la distinción mosaica condujera a una unificación forzosa de ¿^goder y Síüvacióiy'Remite a una ambivalencia inscrita en el monoteís mo desde el principio. Por un lado, el monoteísmo supone junto con la distinción entre verdadero y falso también la distinción entre poder y salvación. El dios transcendente ya no se deja representar por los go bernantes terrenales; en tanto que Señor de la historia se encarga per sonalmente de la realización de la salvación. Ciertamente éste no es el dios de Akhenatón, que no era ni transcendente, ni un dios de la histo ria, sino el sol. Sin embargo, aquí la distinción entre verdadero y falso también conduce a una redefinición radical del vínculo entre poder y salvación. El dios único ostenta un título real, su nombre es escrito en cartuchos, y entra a formar parte como socio decano en una corregen cia con el rey. Así, el rey ya no «representa», como había hecho hasta entonces, al dios ausente en la tierra, sino que ambos gobieman juntos, uno como potencia cósmica, el otro como potencia político-moral. Así se da aquí, junto a la distinción entre poder y salvación, una intensifi cación de su vínculo. Pero también en los entomos monoteístas del ju daismo temprano, del cristianismo y muy especialmente del islam se volvieron a producir una y otra vez unificaciones forzosas semejantes -en el sentido de la teocracia, de! cesaropapismo bizantino o del poder terrenal de los dirigentes espirituales-.'Una y otra vez, cuando el mono- < teísmo deja de ser un movimiento de resistencia político y se establece como régimen dominante, su teología política pasa poco a poco de ser crítica del Estado a ser legitimación del Estad$>T Sin embargo, si se considera al monoteísmo desde el punto de vis ta de sus orígenes y se observan estos orígenes desde la perspectiva del mundo que les precedía, entonces se muestra que el sentido polí tico -o la consecuencia política- de la distinción mosaica yace en la separación entre poder y salvación. En los comienzos de la realeza faraónica, contra la que se dirige Moisés, se daba la unidad indistin guible, casi natural (y sólo en Akhenatón exagerada violentamente) de poder y salvación. El rey egipcio es, en tanto que hijo de dios, a la vez el intermediario de la salvación y la encamación de la orientación ha cia el mundo de dios. El monoteísmo, al convertir la salvación en un asunto exclusivo de dios y retirar el poder de manos de las instancias terrenales, sólo mantiene en lo que respecta al gobierno un rey que ha de someterse profundamente a laTorah y estudiada día y noche. En el fondo, desaparece la realeza; en el judaismo adopta la forma escatológica del mesianismo, y en el cristianismo se cumple en la figura de Je sucristo y su reino, que no es de este mundo. También aquí se niega una relación simbiótica con el mundo, a saber, la idea de que en las formas de poder político se manifiesta lo divino que habita en el mun do. Tal relación ya no ha de volver a darse. 56
D
e r e c h o y m o r a l en el m u n d o
DE LA JUSnCL\
en
«pagano»
y l a t e o l o g e a c ió n
EL MONOTEÍSMO
La «esclavitud» pertenece, al Igual que la «idolatría», a las cons trucciones poléniicas de los «paganos» que se hallan al otro lado de la distinción mosaica. Desde el punto de vista de Israel, el Estado egipcio es considerado el «lugar de la esclavitud»; pero, ¿cómo se muestra desde el punto de vista de las fuentes egipcias? De manera sorprendente, el Estado egipcio también se ve a sí mismo como un instrumento y una instancia de liberación. En lengua egipcia, como en la Biblia, no existe la palabra «libertad», pero el asunto al que se refiere es transferido, como en la Biblia, al concepto de la «salva ción». El Estado es el defensor de una «justicia salvadora»’’ . Se es tablece en la tierra para instaurar la justicia y liberar a los débiles de la opresión de los poderosos. En Egipto el Estado libera a los hom bres de la opresión del estado de naturaleza, en Israel la ley libera a los hombres de la opresión del Estado. Sobre la tarea salvadora del rey, esto es, del Estado, de expulsar la injusticia de la tierra y de instaurar la justicia versa un «tratado cultualteológico»'** sobre el rey como adorador de! dios solar. La última es trofa dice: Ra ha instituido al rey en la tierra de los vivientes para siempre jamás, para hablar de justicia a los hombres, para apaciguar a los dioses, para hacer surgir la Ma’at (justicia), para aniquilar la Isfet (injusticia). Él (el rey) ofrece sacrificios divinos a los dioses y sacrificios de muerte a los transfigurados.
La tarea del rey en la tierra consiste en realizar la Ma’at y en ex pulsar la Isfet. Eso quiere decir en concreto hablar de justicia a los hombres y satisfacer a dioses y muertos con sacrificios. Así que tam bién en el mundo egipcio ocupa la idea de justicia un lugar central. Pero en esta justicia no se trata de law and order. Debemos distinguir entre una «justicia de arriba» y una «justicia de abajo». La justicia de arriba es un órgano del Estado, instituido para proteger a los gober nantes de la rebelión, a los propietarios del robo, y al orden de todo
J. A s s m a n n , B . J a n o w s k i y M. W e l k e r (c d s .). Cerechligkeii. Richten une! Relien in der ahendlandischen Tradilion und ihren allorieniatischen Ursprüngen. Munich, 1998; B. J a n o w s k i . Die reuende Gerechitskeii, Neukirchen-Vluyn, 1999. '* Cfr. J. A s s m a n n , Re ¡md Amun, Die Krise des polylheistischeii Wellhilds im Á^ypten der IS.-20. Dynaslie. Friburgo y Gottingcn, 1983, pp. 24 ss.
S7
tipo de perturbadores. En la idea egipcia de Ma’at se trata de una jus ticia de abajo, de una justicia salvadora, que viene en auxilio de jx)bres y débiles, de desposeídos y privados de derechos, de viudas y huérfanos proverbiales” . La justicia no es instaurada desde arriba, sino reclamada desde abajo. Según la concepción egipcia, no es un órgano del Estado, sino al contrario: el Estado es instituido para rea lizar la justicia en la tierra. I También en la Biblia se trata de la justicia salvadora, de la justi cia de abajo. Aquí son los profetas quienes la reclaman. Habla^^^r. orden de tno^v_hacen frente'al Estado. No existe nada semejante en el mundo del Oriente Antiguo. De ahí que sea natural la interpretación que explica que el monoteísmo, tal como lo predican los profetas, ha sido el primero en traer esta idea de justicia al mundo/Pero en vez de profetas había en el mundo del Antiguo Oriente espejos de pn'ncipes y textos sapienciales, que recordaban al rey, es decir, al Estado, su tarea de imponer la justicia salvadora en el mundo. Sus autores no son pro fetas que hablen por orden de dios, porque precisamente aquí se trata de principios de la conducta y de la vida en común sencillos y relati vamente profanos./fen Egipto destaca principalmente una obra litera ria que .se conoce con el título de Lcix quejas de los campesinos^ Cuenta la historia de un habitante de un oasi.s que con su miserable producción se traslada a Egipto para intercambiarla por cereales, y que tras ser desvalijado por el camino reclama sus derechos ante el prínci pe rcspon.sablc de la admini.stración de justicia de la región en cues tión en nueve di.scur.sos perfectamente estructurados y de alto nivel poético, en los que prc.scnta ante el príncipe los principios fundamen tales de la Ma’at. No puede imaginarse una caracterización más clara de la justicia de abajo. El hombre del oasis cumple la misma función y proclama las mismas exigencias que los profetas bíblicos, p»ero en una manera que l ^ s propia y sin apelación divina./ La tradición monoteísta-ha"oTv¡dado sistemáticamente este antece dente de la idea de justicia bíblica, pues sostiene la opinión de que pre cisamente era la idea de justicia la que ella había hecho valer por pri mera vez en este mundo en el curso de su transformación de la
Vcisc J. A s s m a n n . M a ’at. Cerechtigkeit unct Unslerhlichkeil im Alien Ágypten, Munich, 1990. ^ Desgraciadamente aún no poseemos una traducción completa legible de este texto de t.inta importancia. Véase porci momento la hermosa traducción parcial de E. H o r n u n c , Mcistcrwcrkc aUai>ypthcher Dichlun^. Zúrich, 1978, pp. 9-22. Para la interpretación del texto véa.>ic A. G n i r s (ed.). Readin^ the Eloquent Peasant, Proc. of ihe International Confercnce on The Tale of Ihe Eloquent Pea.sant at thc University of California, Los Ángeles. 27-30 do mar/.o do 1997, Un¡;ua Ae¡>yptia 8, Góttingen, 2CXX). mis reciente traducción inplc.s.1 se encuentra en R . P a r k i n s o n , The Tale o f Sinuhe and Olher Ancieni Egyplian Pocms. Oxford, 1997.
58
reaJidad./ésto es falso, puesto que la justicia estaba en el mundo desde hacía mucho tiempo; sin ella no habna funcionado la convivencia hu mana. Pero en el mundo egipcio, como hemos visto, su lugar estaba eny^tre los hombres, no entre los dioses. Lx»s hombres exigen justicia, los ■dioses ofrendas sacrificiales. La justicia es, en su origen, algo más bien profano o seculaiyt.a religión y la ética tienen raíces distintas^* y cons tituyen en las religiones primarias esferas separadas, aunque también en mutua relación de múltiples modos. En el monoteísmo por primera vez se funden en una unidad inseparable. Lo incomprensible de esta fu sión, que es una de las innovaciones sobresalientes del monoteísmo bíblico, es subrayado con frecuencia desde el punto de vista de la egip tología^^. La ética, escribe por ejemplo E. Otto, «en suma se vincula sólo de manera vacilante y tardía con la religión»^, y M. Lichtheim establece que «(religión and) ethics were, and are. two distinct avenúes of thought»^'*. Lo que sirve como lugar común en la egiptología es en otros do minios de la vida intelectual todavía un problema candente. Quien por ejemplo sostenga que la ética y la religión no tienen en su origen nada que ver, supone también que puede haber una ética sin religión. Con esta suposición Fierre Bayle desencadenó una tormenta de in dignación en tomo a 1700^. Incluso un Voltaire contradijo e.sta tesis y dijo que si dios no existiera, habría que inventarlo, porque de otro modo no podría instaurarse la justicia en la tierra. Pero la cuestión es incluso hoy día objeto de controversia, y la tesis de que en lo relati vo al derecho, a la moral y a la justicia se trata originariamente de bie nes terrenales y no celestiales, sigue desencadenando ocasionalmen te en círculos teológicos una profunda inquietud. Yo mismo he tenido ocasión dos veces en el último año de presentar ante una audiencia de teólogos mi opinión sobre el origen profano de la justicia. La prime ra vez se me discutió con paciencia y comprensión^^ Pero la segun da vez, en las Saizburger Hochschulwochen 2000, un hombre de igle sia llegó incluso a afirmar que las consecuencias de mi postura conducirían «al aborto, a parques humanos en el sentido de Sloterdijk
H. Bcrgson, Ij:s d cu x .w urces de la m nrale et d e lu rcli);¡r)n. cil. “ Cfr. por último con gran cnfa.sis y apelando a numerosos prcdccesoivs M. IJCirniUM. Moral Valúes in A ndeni Enypl, O it is Biblicus ct Oricnlalis 155, Friburgo, I W , pp. R9-99. Wesen und Wandcl dcr auyptixchen Kultur, Hcidciberg/Nucva York, 1969, p. W). M oral Valúes in Anclen! íiRypt. CÍL, p. 89. “ Pensées dlverscs á l'o
59
y a nuevos Auschwitzs»; de forma tan amarga (y ciega) defiende la Iglesia todavía hoy el dogma de la inseparable unidad de monoteís mo y justicia^’ . Pero muy al contrario, mi tesis del origen terrenal de la idea de justicia sale en defensa del monoteísmo contra objeciones como las que le planteó por ejemplo Friedrich Nietzsche. Nietzsche denunció los principios de la justicia salvadora como «moral de esclavos»^®. También él la consideró una invención del monoteísmo bíblico y vio por tanto en ellos la religión de ios privados de derechos y privile gios, nacida del resentimiento hacia el helenismo y el romanismo triunfantes, que representaban los valores «aristocráticos» de la no bleza y la riqueza, la fuerza y la belleza. El propio Max Weber le dio vehementemente la razón en esto-’ . Quien contra ellos pueda mostrar que los principios bíblicos de la justicia salvadora también se en cuentran por igual en la tradición sapiencial de las culturas del Anti guo Oriente y constituyen las bases de una forma generalmente di fundida de Estado, vida y comunidad, absuelve al monoteísmo bíblico de esta objeción, y además puede aclarar que estos principios no tienen nada que ver con el resentimiento y la moral de esclavos^. Por el contrario, se trata aquí de una verdadera moral de señores, de la moral de señores que son conscientes de su responsabilidad hacia abajo y que en tanto que señores saben perfectamente qué es lo que hay por debajo de ellos y a qué se dirigen sus cuidados. No se es se ñor gracias a la fuerza y la belleza, sino a través de una estructura de dependencia que impone a uno una responsabilidad extraordinaria. De ahí que los señores egipcios se declarasen partidarios de esta mo ral en sus inscripciones funerarias, a pesar de tratarse de una justicia desde abajo, que, como en la mencionada historia del campesino, también es reclamada por representantes del estrato inferior. El monoteísmo no ha traído al mundo el derecho y la justicia, que ya estaban en él desde mucho antes. Y a pesar de ello, la memoria mo noteísta tiene razón en cierto sentido: bien es cierto que el monoteísmo
” J. A s s m a n n , «Religión und Cerechtigkeit». en H. Schmidinger (ed.), Cerechiigkeil heute. Anspruch und Wrktichkeil, Innsbrack/Viena. Saizburger Hochschuiwochen, 2000, pp. 13-30. F. N ie t z s c h e , Zur Cenealogie der Moral. Eine Streilschrifi. Erste Abhandiung: «Gut und Bosc», «Gul und Schiecht», edición crítica, ed. porO. Colli y M. Montinari, vol. 5, Berlín/Nueva York. -1988, pp. 257-289 (ed. casi.: Gentalogta de la moral. Primer trata do: «Bueno y malvado», «bueno y malo», Madrid, Alianza, 1997, pp. 33-7l|. • ’ Ma.\ Weber en su estudio sobre el judaismo antiguo se ha hecho eco de la tesis del resentimiento con gran aceptación por su parte, véase E . F l e i s c h m a n n , «Ma.x Weber. die Juden und das Ressentiment». en W. Schluchter (ed.), Max Webers Studie üher das aniike JuJcnrum. Fríncfort. 1981, pp. 263-286. J. Assmann, M í i 'u i , cit., pp. IT i-llZ.
60
/no ha inventado la justicia, como se afuma, pero sí la ha convertido por primera vez en un asunto que concierne inmediatamente a dios. Hasta entonces el mundo no había conocido a ningún dios legislador. Dios como juez que vela por el derecho y la justicia, que recompensa a los justos y castiga a los delincuentes -esta ¡dea era absolutamente centra] en Mesopotamia y Egipto-. En Egipto la justicia es una idea divina, pero el derecho y las leyes son una institución humana. Por ello atañen al rey, que una y otra vez tiene que promulgarlos y ponerlos en vigor, y en los casos de clemencia también tiene que anularioSy/Con ello no hace la competencia a los dioses, sino que representa el principio divi no de la justicia y representa lo divino en la tierra. Pero es soberano en SU creatividad legislativa. El dios bíblico reclama para sí exactamente esa soberanía jurídica cuando se presenta como legislador. Él, por su parte, sí hace la competencia al rey, se coloca en su lugar y le desplaza del trono de la realeza jurídica soberana. Este tipo de poder no tiene otro lugar en el horizonte del monoteísmo bíblico^'. Tampoco carece de toda legitimación histórica el monoteísmo cuando reclama para sí el título honorífico de la justicia y cuando lleva 1 el derecho por bander^'^Ninguna religión «pagana» había hecho del de: recho su asunto principal. Pero la tradición monoteísta ha olvidado que en el mundo antiguo el Estado era quien respondía del derecho y la jus ticia, y exactamente en el sentido de una justicia salvadora que incluye derecho y clemencia, como caracteriza a la justicia divina la represen tación bíblica. El logro del monoteísmo no consiste en la introducción, sino en la «transferencia» de derecho y justicia desde la tierra y la ex periencia humana como fuentes jurídicas al cielo y la voluntad divina^-. | En la medida en que el monoteísmo convierte a la justicia en un asun to de dios, es decir, la «teologiza», la eleva al rango de verdad religiosa. La justicia es incorporada en la esencia de la religión verdadera, y con ello la privación de derecho, la inmoralidad y la mala conducta se sitúan bajo el signo del «paganismo». Por ello la Biblia presenta a la religión pagana no sólo como ido latría, sino también, y a la vez, como privación de derecho y mala conducta. Idolatría e inmoralidad van de la mano. Se trata, ¿iertamente, de un grave error desde el punto de vista de la egiptología, cuando no directamente una difamación consciente; también los «paganos e idó latras», como por ejemplo los babilonios y los antiguos egipcios, te nían representaciones morales altamente desarrolladas; sólo que para ellos no estaban ancladas en la religión, sino en otros dominios com-
•” Vénse J. A s s m a NN, Herrscluifl und Hcil. PoHíixhc Tlienlof;¡i; ¡n AUa^ypten. Israel und Europa, Munich, 2000, pp. 46-52. Sobre el concepto de «transferencia», y para ejemplos de ese proceso véase H/rrschaft und Heil, c¡t.
parativamente profanos de la vida cultural. Junto al Estado como la forma de institucionalización de la justicia es preciso mencionar aquí ante todo a la «sabiduna» como el mundo discursivo correspondien te en cuyo marco las ideas pertinentes se desarrollan, codifican y es tablecen. La Biblia ha heredado estas tradiciones sapienciales del Oriente Antiguo, en parte incluso en la forma de traducciones de sec ciones de textos completas, por ejemplo de la doctrina egipcia de Amenemope^^. La expresión egipcia para esta tradición es sbzjj.t, li teralmente «doctrina de la educación»^. Lo que pretenden enseñar estos textos no es propiamente sabiduría, sino buena conducta, por lo que las normas de la mesa y las reglas de comportamiento pertenecen por igual a ellos como axiomas eminentes de la relación con el prójimo. La expresión egipcia que es central aquí es M a’at” . Ma’at es una dio sa, de modo que tampoco aquí nos movemos en una esfera completa mente alejada de la reiigión.A>a esfera de la justicia es profana sólo relativamente, no absolutamente. Es relativamente profana porque las prescripciones de pureza ritual, por ejemplo, no se cuentan entre las nor mas morales. Aquí no encontramos ninguna prescripción del tipo: el cabrito no ha de cocerse en la leche de su madre. Todo el dominio de las leyes rituales, de las cearemoniaiia en Tomás de Aquino o de los huqqim en la tradición rabínica^*^ está ausente aquí. Preceptos de pu reza, tabúes y demás hubo naturalmente en Egipto en abundancia, pero no pertenecían a la enseñanza moral gcncraly^ Es probable que originariamente en Israel las cosas no fueran muy distinta.s. En la Biblia topamos con exactamente el mismo tipo de nor mas de vida que se presentan en las doctrinas sapienciales egipcias y mc.sopotámicas^^. Esta normas de vida no tienen el estatus de misvot, obligaciones sagradas impuestas por dios, sino más bien el de consejos totalmente humanos basados en una larga experiencia, en el saber tra dicional de generaciones. Este tipo de sabiduría relativamente profana .se vincula en la Biblia con el rey Salomón como figura simbólica, de igual modo que el sagrado derecho divino se vincula con Moisés. Moi sés responde del derecho divino, de esa forma de justicia que procede de la alianza con dios y por ende del centro mismo de la religión, de esas leyes cuyo cumplimiento mantiene al hombre en conexión -en alianza, en pacto- con dios. Estas leyes son condensadas en alemán.
Véase D. R0MHFJJ5, Wege dcr Weisheit. Dic Lehren Amenemopex und Proverbien 22. 17-24. 12. Berlín/Nueva York. 1989. ” Cfr. La hermosa antología de H. Brunniü», Allanypiixche Weisheit. Zúrich, 1988. Via.sc J. Assmann, cit. ^ Véa-sc J. Assmann, Mases der Ágypler, cil., n. 137. ViSa.sc por ejemplo G. von Rad, Weisheit in Israel, Ncukirchen, 1970; B. Lang. «Kluülicit ais Elhos uncj Weisheit ais Beruf. Zur L.ebenslchrc Im Alten Testament», en A. Assmann (cd.), Weisheit. Munich. 1991, pp. 177-192.
62
inglés, francés, etc. de buena gana en singular como «la Ley», como equivaJente del término hebreo Torah, pero en tanto que esa palabra quiere decir «instrucción», se refiere a los cinco libros de Moisés y comprende junto a la ley también la historia. Esta ligazón de ley e his toria es decisiva: sobre ella se basa la exclusividad de la ley. Este dere cho es igual de sagrado que la historia; son las leyes del pueblo de dios, y fundan la justicia del pueblo de dios, no una ética general. En clara oposición a esta exclusividad del derecho mosaico está la validez universal de la sabiduría salomónica. El libro de Proverbios contiene todas las colecciones de proverbios posibles, entre ellas in cluso una que ha sido traducida en bloque del egipcio^*. Lx)S prover bios sapienciales constituían un saber que estaba ampliamente difun dido en todo el oriente del Mediterráneo. El carácter exclusivo y sagrado del derecho mosaico contrasta con el carácter universalmen te válido, y en comparación profano, de la sabiduría salomónica. También en esto es preciso delimitar el concepto de lo profano. En efecto, Hokmah no es una diosa como la egipcia M a’at, pero toda esta compilación de la sabiduría lleva como encabezamiento la frase; «ei temor de dios es el principio de la sabiduría» (Sal 111, 10;cfr. Pr 1,7; 9, 10; Si 1, 14), y esta frase coloca a la sabiduría sobre un fundamento religioso. En la posterior hermenéutica rabínica Hokmah y Torah se acercan mucho, e incluso se confunden en ocasiones en una misma figura. Pero aquí hablamos acerca de los orígenes. Y ahí debería que dar claro que la sabiduría en Israel tiene un origen tan mundano y ale jado del culto como en Egipto. La idea de que las religiones «paganas» no han conocido la moral no corresponde por tanto a la realidad. Únicamente es cierto que la moral no pertenece en sentido estricto a la religión, al culto sacrificial ni a sus reglas de pureza. Pertenece al ámbito de una sabiduría mun dana, a menudo corporativa o cortesana. Concierne a la convivencia de los hombres y no al trato con lo divino. Mi tesis es, pues, que la justicia no nació en el .seno de la religión, sino que se infiltró desde fuera en la religión. Con ello, no sólo la religión es «eticizada», sino que también y ante todo, la justicia es teologizada o sacralizáda. Este proceso se muestra del modo más claro cuando es contemplado des de Egipto, pues los textos egipcios antiguos no sólo ponen a la vi.sta el origen comparativamente profano de la moral, sino también los co mienzos de su teologización. La transición egipcia hacia una teologización de la justicia se en cuentra en la idea del tribunal de los muertos, que comenzó a impo-
“ D. Riimlicld, 24. 22. cil.
der Weisheit. Die Uhren Amenemopex uncí Proverbien 22, 17-
nerse en el umbral entre el tercer y el segundo milenio. Con esta idea, la justicia se coloca sobre un fundamento divino. A pesar de que la rea leza renunciase en cierto momento a la pretensión de haber sido ins taurada por el dios creador para la imposición de la justicia en la tie rra, el individuo tenía que dar cuenta de su conducta en vida ante los dioses tras su muerte^®. Pero las normas de las que se trataba en el tri bunal de los muertos no eran distintas de las normas de la vida social: no matar, no robar, no mentir, no practicar la impudicia, no traicionar al rey, no insultar a dios, no tocar ninguna jx>sesión del templo, pero también cosas mucho más sutiles como por ejemplo no denigrar a na die delante de sus superiores, no ser el causante de ningún dolor, no dejar a nadie hambriento, no provocar lágrimas, no maltratar a nin gún animal, no aumentar al comienzo del día la carga de trabajo pres crita, no reñir ni pelear, no espiar a nadie, no mirar mal a nadie, no ser colérico ni violento, no envanecerse y no hacer oídos sordos a las palabras de la verdad'^. El verdadero paso hacia una teologización de la justicia en Egip to no es pues la instauración del Estado, sino la idea del tribunal de los muertos. A través de ella las normas de la ética se ponen sobre una base teológica. En cualquier caso, aquí dios todavía no hace su en trada como le^gisiador, sino como juez. Esta distinción es ciertamen te decisiva/E! derecho según el cual dios juzga a los hombres en Egipto no es el derecho divino, sino la sabiduría humana. Dios juzga según los mismos criterios que el mundo contemporáneo y la poste ridad. Quien ha vivido en armonía con los hombres también está en armonía con dios/La Biblia por primera vez traza aquí una frontera bien definida y formula la idea de que también es posible sufrir en aras de la justicia. Únicamente en el marco de una religión en la que dios no sólo aparece como juez, sino también como legislador, será concebible la idea de que el juicio de ios hombres y el juicio de dios puedan discrepar ampliamente. Con este paso la justicia se convierte en un asunto de dios y es emplazada en el mismo centro de la reli gión. Éste es, de hecho, el primer logro del monoteísmo bíblico. El monoteísmo ha teologizado, esto es, ha convertido en asuntos de dios, las tradiciones juridicas y morales que encontró a su llegada, y las ha incorporado en el núcleo del edificio de tres alturas de su canon. En tanto que instrucción dada por dios, en tanto que Torah, gozan de obligatoriedad absoluta e independiente del tiempo. En los libros de los
Véase del autor, M a ’at, cit., cap. 5: «Ágyptcn. Eine Sinngeschichte», pp. 178-195; J, A.ssmann, B. Janowski y M. Welker (cds.). Cemchtigkeit. Richten und Relien in der ahendlündhchen Tradtlion und ihren altnrientaliachen Ursprüngen, cit. Toienbuch. cap. 125. véase E. HOKSUt^C, Da.'! Tolenhuch der Ágypier, Zúách. 1979, pp. 2.13-245,
64
profetas, Nebi’im, la instrucción atemporal dada por dios recibe una actualización temporal y una interpretación histórica. En los Ketubim, la bella literatura, la sabiduría mundana, es compilada bajo la forma de temor de dios y piedad vividos. Sólo en este plano encon tramos paralelos en las culturas del Oriente Antiguo. Ni siquiera el Código de Hammurabi ha obtenido en la historia de su recepción gra dos de obligatoriedad comparables a los de ninguno de los Ketubim. La Torah y los Profetas no tienen paralelos. La palabra del rey, la ley concreta decretada y puesta en vigor, es generalmente oral, en ningún caso supera la temporalidad. Pronto el siguiente rey decretará otra ley. La justicia es eterna, pero el derecho se transforma de generación en generación, se encama en reyes y administradores de justicia, pero no en escrituras sagradas. A l teologizar el derecho y elevarlo a derecho de dios, el monoteís mo liberó a los hombres de la creencia equivocada de que sin un rey que les decretara el derecho, se rebanarían el pescuezo mutuamente. Con ello, la alianza entre Estado y justicia, hasta entonces nunca cuestionada, es sacada de quicio. Es lícito vincularse consecuente mente a este espíritu de liberación y oralización, para no sucumbir a la creencia equivocada de que sin un dios-juez que nos vigile cons tantemente, no se habrían instaurado en la tierra la dignidad y los de rechos humanos. La humanidad ciertamente no se unificará en una religión común. Pero si religión y derecho tienen raíces distintas, en tonces permanece la esperanza de que un día puedan ponerse de acuerdo sobre principios jurídicos comunes. En tomo a estos princi pios las religiones que hayan tomado la justicia por bandera tendrán una palabra importante, quizá decisiva, que decir, pero junto con to das las voces «mundanas», y sin ninguna prioridad sobre ellas, que se hayan consagrado a este asunto.
y:
> 's
j. ^
' - - - -J ^ y .'v i.' £ . ; a- ' ■ >=? , '^ > .
S;/.^
’^ f W
i ' T lj J
" -
M -tÍ * " —'
.
- ■
.-■■■'
-i"! -■-
“ J.
-•1^ p ■ ¿* V
■ '' \ *•
'- y f ^ i ‘*i^ 'vrV
■ =T>i J ‘ ' ^ ■^'3 'í- -; , • 1 /:í=íl ’s - .
ra
LA LUCHA DE LOS RECUERDOS. ENTRE IDOLATRÍA E ICONOCLASTIA
L
a l e y e n d a d e los lepro sos y el t r a u m a
E G ir c iO DE A
m arna
Una de las tesis de mi libro sobre Moisés, que ha despertado una protesta particularmente violenta, dice resumidamente: el antisemi tismo es en sus más tempranos orígenes egipcios un antimonoteísmo. El monoteísmo, por su parte, es en su origen un anticosmoteísmo. Se dirige contra la divinización del mundo, que implica una divini zación del poder. Esta tesis se basa en la suposición de un rastro de recuerdo oculto en la historia del monoteísmo que se retrotrae hasta Akhenatón, es decir, hasta mucho antes del surgimiento del mono teísmo profético de la Biblia. Pero, ¿cómo podemos entender el pa pel de Akhenatón en esta historia, si no es en el sentido de una in fluencia directa o indirecta de la religión de Amama en la Biblia? Algunos de mis críticos se han referido a la gran distancia temporal entre Akhenatón y los profetas, así como a la desaparición de todo re cuerdo de Amama en la posterior tradición egipcia y han negado toda relación entre Amarna y la Biblia'. Pero yo no sostengo (como hace por ejemplo Sigmund Freud) que haya una relación directa entre Akhe natón y Moisés, esto es, el comienzo del monoteísmo bíblico. Ni si quiera sostengo que haya habido en alguna parte, en Egipto o en Canaán, residuos y recuerdos de la religión de Amama, que de ma nera indirecta hayan podido influir sobre el surgimiento del mono-
' Junto a Gcrhard Kaiser véa.'tc también F. M a CIFJKW s k i , «AusschlicBIichkeitsansprüchc ¡n der Holocausldebattc», en R. Klocpfcry B. Dückcr (cds.), Krilik undGeschichle der Intoíeranz. Heidcibcrg, 2000, pp. 199-214, aquí pp. 204-208. Macicjewski rechaza la re misión de la leyenda de los leprosos de Manctón a la ¿poca de Amama. En su opinión no se trata en ella de «antimonotcísmo», sino de odio a los judíos.
67
teísmo profético^. Mi tesis es más bien que Akhenatón y Moisés h sido relacionados retroactivamente. En mi opinión, existe de hecho Egipto un recuerdo diferido y legendario de la época de Amama, q por muy improbable que parezca permaneció vivo a lo largo de los glos y se adhirió a Moisés y a los judíos en época helenística, cuan los egipcios entraron en contacto con el monoteísmo judío. Los egi cios reaccionaron de manera exageradamente hostil frente al monote mo que les salió al paso en la figura de los judíos porque chocó ■ ellos con una disposición antimonoteísta. Según esta tesis, el único r cuerdo que la época de Amama habna dejado tras de sí en los egipci sería un complejo de miedo y odio ante toda forma de iconoclasti Este complejo encontró expresión en la leyenda de los leprosos, t como es relatada por Manetón. Así pues, el antisemitismo egipcio i también antimonoteísmo en su origen y se explica por las consecuei cias psicohistóricas latentes de la época de Amama. Para poder fundamentar esta tesis debo entrar en detalles de nue\ sobre la «leyenda de los leprosos», que ya he tratado por extenso en ¡ segundo capítulo de Moisés el egipcio. Havio Josefo la resumió en s panfleto Contra Apionem. En este escrito Josefo se enfrenta a los histc riadores helenísticos, en su mayoría de procedencia egipcia, que pre sentaban el Éxodo de los judíos de una manera polémica, que ponía pí tas arriba el relato bíblico. El propio Apión, contra quien se dirige 1 obra en especial, adopta un lugar predominante en esta antología de pro paganda antijudía. El dossier compilado por Flavio Josefo nos propor ciona una mirada sorprendente a la fase temprana de un pronunciado an tijudaísmo que, de manera completamente inequívoca, se concentra ei Egipto. Aquí, en el Egipto ptolemaico y alejandrino, son acuñados po primera vez una serie de clichés que después permanecerán vivos en 1; posterior historia del antisemitismo hasta la época más reciente. El asun to es relevante porque muestra que el odio a los judíos es mucho má; antiguo que el cristianismo', el cual añadirá posteriormente unos cuanto; estereotipos antijudíos más a este tenebroso sedimento^. El fenómeno de este antijudaísmo precristiano, especialmente egipcio, ha encontrado también en la investigación la atención que se merece. En los últimos años han aparecido dos tratados monográficos del tema, obra del hebraísta berlinés Peter Scháfei^ y de! especialista
- En cualquier caso podría pensar que el salmo 104 se remonta a una traducción babi lónica del Gran Himno, que llegó a Canaán por medio de la correspondencia diplomática con la corte de Amama y que se introdujo en la poesía autóctona. •' Cfr. tambiín E. B a l t r u s c h , «Bewunderung. Duldung, Ablehnung: Das Urteil über dic Juden in der griechisch-rómischen Literalur», KLIO 80 (1998). pp. 403-421. ‘ P. ScilAltR, Judacophnbia. The Allitude lowards tke Jcws in the ancient World, Cambridge, Mas.^.. 1997.
68
en historia antigua israelí Zvi Yavetz^. Hay unanimidad respecto a que este antijudaísmo floreció en el ambiente multicultural de Ale jandría, donde una poderosa comunidad de la diáspora judía convivía con griegos y egipcios. No faltaba allí cierta tensión, que condujo principalmente a los egipcios nativos desclasados a un fuerte resenti miento. El desacuerdo reside únicamente en la explicación de la gé nesis del conflicto. Los unos ven en él un cuadro reactivo, primero egipcio y luego pagano en general, contra el monoteísmo egipcio con su pretensión de exclusividad, que tilda de idólatras a todas las demás religiones. Así entendía por ejemplo Amos Funkenstein este relato del Exodo como «contrahistoria», una inversión consciente de la his toriografía bíblica con el propósito de destruir, mediante la inversión de su relato fundacional, la imagen de sí mismos de los judíos, basa da en dicho relato*. Por el contrario, Peter Schafer rechaza esta inter pretación por su esencialismo e insiste en la contingencia histórica del proceso, que no se basa en la «naturaleza del asunto», sino que únicamente puede ser explicada por el encadenamiento de constela ciones y acontecimientos históricos determinados, esto es, únicamen te por la historia, pero no por el recurso a grandes palabras como la «esencia del judaismo» o del «egiptismo». Pretende en cualquier caso, como es comprensible por razones de corrección política, evi tar responsabilizar a ios propios judíos del odio suscitado contra ellos. No hay nada más lejos de mi análisis que esa consecuencia. No me interesa la «esencia» del judaismo, sino la estructura de la distin ción mosaica y del monoteísmo exclusivo fundado por ella. Por lo de más, un antijudaísmo aplicado a la idea de elección puede remitirse a una tradición interna al judaismo, que desde el Talmud hasta Sigmund Freud había reflexionado anticipadamente: «Del monte Sinaí vino el odio a las naciones del mundo»’ . Eso les proporciona la cer teza de que sus sufrimientos no carecen de sentido y no resultan de las contingencias arbitrarias de la historia. En este tipo de esencialis mo no se trata de un cliché antisemita, sino de una constitución de sentido histórico de un tema interno al judaismo. M i propia interpretación es igualmente «esencialista», pero busca el núcleo del conflicto no en la «esencia» del judaismo, sino en la de Egipto, a saber, en una cadena de experiencias traumáticas cuyo im pulso originario quisiera identificar con el trauma de la religión de Amama. Me gustaría volver a argumentar aquí esta interpretación.
^ Z.
JudenfeinJschaft in Jcr Aniike, Munich, 1996. Véase también E. BalJuden und dax R iim h c h c R e ich . C eschichte c'mer k o n flik ire k ite n Beziehun¡(,
Y a v e tz ,
TRUSCH, D ie
Darmstadl, 2002. ‘ A. F u n k k n s te in , P erceptions n f Jcw ish H istory. Bcrkcicy, 1993, pp. 32-49. ’ Talmud d i B ahU nnia. Tratado Shabbat 89a, cfr. suprn, cap. I , sccción 3.
que ante todo se basa en el testimonio de Manetón, en la distincic estricta entre la redacción de Manetón y todas las otras versiones ( la leyenda. Las demás redacciones hablan sin excepción de los judie sin embargo en Manetón no se habla en absoluto de ellos. La únii conexión consiste en una glosa, que evidentemente fue insertada po teriormente en la narración. Manetón habla de un sacerdote egipcio llamado Osarsiph, que ( época de Amenofis EU (esto es, el padre de Akhenatón, quien fue borrado de las listas de los reyes) se constituyó en líder de un grup de leprosos. El rey había internado a estos leprosos en campos c concentración y los había sometido a trabajos forzados. Un augun le había comunicado que los leprosos contaminarían el país y con ell impedirían que él, el rey Amenofis, pudiera ver a los dioses. Osarsip negoció con el rey y consiguió que les dejaran salir a la vieja ciuda hicsa de Avaris, en el Delta oriental. Allí organizó a sus leprosos e una colonia y estableció sus leyes. El primer precepto decía: los dic ses no deben ser adorados. El segundo ordenaba comer los anímale sagrados y desacatar los tabúes alimentarios habituales. El tercer prohibía el trato con los no pertenecientes a la colonia. Por último, s dice, Osarsiph tomó el nombre de «Moisés». Ésta es la glosa por me dio de la cual, bien el propio Manetón, bien su lector Josefo, estable ció la conexión con el Éxodo. Así coinciden el rey-hereje suprimid' y el archiprofeta y legislador judío. A continuación Osarsiph, alia Moisés, consolidó la ciudad, conquistó Egipto y aterrorizó al país du rante 13 años del peor modo posible. Los leprosos quemaron las ciu dades y templos, destruyeron las imágenes de los dioses, transforma ron los santuarios en cocinas y asaron en el espeto a los animale, sagrados. El periodo de aproximadamente 13 años corresponde a 1: duración del sitio de Ei-Amama. La acción transcurre durante la épo ca de Amama. Evidentemente esta leyenda conserva un recuerd( vago y diferido del epi.sodio monoteísta de la época de Amarna, cuyc carácter teociasta expresa de manera bastante clara". Manetón ilustra la distinción mosaica desde el lado opuesto, desde el lado de los paganos. A partir del mandamiento de no adorar a los de más dioses encontramos en Manetón la prohibición de adorar a cual quier dios en absoluto. A partir de la prohibición de las imágenes en contramos en éi el precepto de destruir las imágenes y sacrificar a los animales sagrados. A partir de la exclusividad autosegregadora de la ley encontramos en él la prohibición del trato con los profanos. Ante
* Cfr. también A. L/Dprifjmo, ¡m Penxée el l'écriture, París, 2002, pp. 110-115. Puede anrmaric que la interpretación de Amama dcl relato de Manetón .se ha impuesto en gene ral en la egiptología, con la inclusión de otros recuerdos como los de los hicsos, los asirios, los persas.
70
todo, nos topamos aquí por primera vez con el lenguaje de la enfer medad. Desde el punto de vista de la religión tradicional, que se basa en la distinción de puro e impuro, la nueva religión, con su destruc ción de dioses e imágenes, aparece como la peor forma de impureza, como la lepra. Los Padres de la Iglesia retomarán más tarde este len guaje y lo aplicarán a los paganos e idólatras. Eusebio habla de la «en fermedad egipcia», Teodoreto de la «enfermedad griega». La idolatría es, a sus ojos, una plaga, una adicción contra la cual la ley ha de fun cionar como una cura de abstinencia. En el lenguaje de la enfermedad, en particular en la metáfora de la adicción, se articula el saber cons ciente sobre los aspectos traumáticos de la religión monoteísta con su distinción entre verdadero y falso. Pero ante todo se muestra que el antijudaísmo egipcio se basaba de hecho en una represión, esto es, en un trastorno de la psique colectiva. En el encuentro con el monoteísmo judío los egipcios exf>erimentaron un retomo de lo reprimido frente al que reaccionaron con un fuerte mecanismo de defensa. El relato de Manetón nos muestra que conceptos como «trauma», «represión» y «latcncia» no remiten en absoluto únicamente a fenó menos psíquicos, sino también a fenómenos culturales, y nos mucstni también cómo lo hacen. La represión de Akhenatón consiste en la .su presión total de todo rastro de la época de Amama, incluyendo la eli minación de su nombre de las listas de reyes, de modo que .se hacía imposible identificar, fechar y localizar el recuerdo traumático de aque lla época, que así adquirió rasgos cada vez más vagos y legendarios. De esta forma se estableció una situación de latencia. Tras una o dos generaciones, ya no se sabía a qué nombre había que vincular la revo lución teoclasta. A pesar de todo, el nombre y el personaje de Akhe natón no fueron suprimidos por completo; bajo la máscara de Osarsiph pervivieron restos de recuerdos que han constituido en la memoria del pueblo una «cripta»*, que en último término ha posibilitado la identi ficación de Akhenatón con Moisés. La interpretación de la leyenda de los leprosos por Josefo como una inversión difamatoria de la historia del Exodo es un caso clásico de lectura fallida, que es interesante como tal y que hasta hOy ha te nido efecto sobre todos los lectores que, como el propio Josefo, no es tán en situación de interpretar las alusiones que remiten a la historia egipcia. Manetón deja bien claro a todo iector informado que se tra ta de un acontecimiento totalmente diferente del destierro de los hicsos, del que habla en otro pasaje y que Josefo había referido al Exo do de los hijos de Israel. Manetón fecha el episodio de los leprosos un buen par de siglos después de los hicsos, en la época de Amenofis 111,
«Cripla» en el .sentido frcudinno de recuerdo cncriplado. ¡N. del T.j
porque introduce al sabio Amenofis, hijo de Paapi (esto es, Hapi como protagonista. Se trata de una personalidad histórica cuyo con cimiento Manetón podía presuponer en sus lectores, pues todavía g zaba en aquel tiempo de veneración cultual. Pero Josefo ya no ente dió ese dato y pudo meter en el mismo saco ambos relatos, el de li hicsos y el de los leprosos. Él considera fiable el relato de los hicsc basado en la tradición escrita, y por el contrario, considera el reía de los leprosos la representación legendaria, transmitida oralment del mismo acontecimiento. Así, lo mismo ocurre a los lectores no egiptólogos de Josefo coir Amos Funkenstein, Peter Scháfer y Franz Maciejewski’ . No saben qi hacer con la referencia a Amenofis EQ, y por tanto a la época de Ama na, y leen la historia de los leprosos como una reacción helenística freí te al judaismo alejandrino. Pero para el lector egiptólogo las alusionc a la época de Amama son concluyentes; la datación bajo Amenofis II la limitación a 13 años, que corresponde exactamente a la duración dt sitio de Amama, y ante todo, la caracterización indudablemente re! giosa del conflicto'®. No se trata de política, sino de religión, no se tra ta de explotación y sometimiento, sino de la destrucción del politeísmo egipcio, que tenía su núcleo sacrosanto en el culto a los animales sa grados. Estos detalles no encajan ni en la época de los hicsos ni en e Helenismo, sino únicamente en la época en la que Manetón fecha es tos hechos. Si junto a esto se tiene presente que inmediatamente a con tinuación de la época de Amama en toda la región del Próximo Orien te causó estragos durante más de 20 años una epidemia de peste" entonces también son comprensibles las referencias, que no faltan er ninguna variante de esta leyenda, a una enfermedad -peste o lepra-'-.
’ «AusschlieBlichkeitsansprüche ¡n dcr Holocaustdebatte», cit. En su nuevo libro Psychoa nalytisches Archiv urul jüdisches Cedachtnis. Freuct, Beschnetdung und Monotheismus, Viena 2002. pp, 293-307, Maciejewski ha corregickí su interpretación en este punto. Reacciona con elle a una redacción del capítulo previa a la ahora disponible, que apareció corro «Antijudaismus oder Antimonotheismus? Hellenistische E;toduscrzahlungen», en D. Borchmeyer y H. Kiesel (eds.). Das Judentum ¡m Sp 'tegel seiner kulíurellen Umwnhtn, Neckargmünd, 2002, pp. 33-54. E . M e y e r , Aegyptische Chronologie, Abhandiungen der Preussischen Akademie der Wissenschaften, Leipzig. 1904, pp. 92-95; R . K r a u s s , Das Ende der Amarna-Zeii, Hildesheim, 1978; D. B. R e d f o r d , «The Hyksos Invasión ¡n History and Tradition», Orientalia 39 (1970), pp, 1-51, remite la leyenda de los leprosos a la época de Amama, igual que en Pharaontc King Lisis, Annals and Day-Books. A Contribution lo the Study oflhe Egyplian Sense o/Hislory. Mississauga. 1986, p. 293. " Véase H. G o e d i c k e , «The Canaanite Illness», Sludien zur Altdgyplischen Kullur 11 (1984) pp, 91-105; del mismo, «The End of the Hyksos in Egypt», en L. H. L^sko (ed.), Egypiotogical Sludies in Honor of Richard A. Parker, Hannover/Londres, 1986, pp, TI-Al. Sobre la lepra en el antiguo Egipto véase W, V/ESTENtxDRF, «CHe Lepra im pharaonischen Agypten», en H, W olf (ed.), AussaK-Lepra-Hansen-Krankheit. Ein Menschheilsproblem im Wandel, Würzburg, 1986, pp, 35-57; Th. B a r d in e t , «Remarques sur les maladies de la peau, la liprc.et le chátiment divin dans l'Égypte ancienne», Revue d'Égypiologie 39 (1988), pp, 3-36.
72
Naturalmente se impone la pregunta de por qué Manetón no ha bla de Akhenatón, el hijo de Amenofis II, sino de Osarsiph, y por qué presenta esta fundación religiosa real, una revoluci
Igual que el sumo sacerdote en Israel, en Egipto eran los sacerdotes de la diosa Sekhmet los encargados del control de la lepra. Según descripcione.-! de J. F. Quiick, el «Libro del templo», del periodo egipcio tardío, editado por ¿1, prescribe que el s.icerdole de Sekhmet expuls.nra a los leprosos de la ciudad; «Él es quien inspeccionaba a la gente para mantener fuera de la ciudad la enfermedad de Hemul-Sa, quien se acercaba a cual quier lugar en el que se hubiera dado para purificarlo, él es quien se ocupa de la enfer medad Wemha. la lepra, la enfermedad mesheshul, la inflamación de la piel shímemel, la inflamación .■mr/ct, la apoplejía y la enfermedad peschit». Mary Douglas identificó en el libro de Números un paralelismo en el tratamiento de los leprosos y de los idólatras, de igual manera podría haber en el marco de la semántica egipcia un paralelismo entre ico noclastas y leprosos, véase M. DouctJ^s, «In the Wildemcss. The Doctrine o f Defilement in the Book o f Numbers». Journal fn r the Study o f thc Oíd Testáment. Supplement Se ries 158 (1993). Sheffield.p. 148.
73
formación c o rp o ra lE n segundo lugar, muchos de los destrozos la época de Amama en monumentos anteriores siguen siendo vi bles. Cuando hablo aquí de «represión» no me refiero con ello a q esos recuerdos hubieran desaparecido por completo y tras mil añ emergieran de su inmersión en un inconsciente colectivo, sino a q fueron marginados y demonizados, del mismo modo que en Egip eran marginados y demonizados los leprosos. En tercer lugar, esta 1 yenda probablemente ya fue ligada al recuerdo de los hicsos en épo temprana y estos recuerdos fueron refundidos en la medida en que fu ron registrados. Los hicsos eran inmigrantes procedentes del sur i Palestina que en los siglos xvii y xvi a.C. construyeron un imperio partir de su capital Avaris, en el delta orienta], dominaron el Ba Egipto e hicieron tributario al Alto Egipto. Los testimonios arqueol gicos y epigráficos ciertamente no inducen a creer en un dominio d terror ni en una época de sufrimiento en particular. Únicamente di generaciones después de su destierro, la reina Hatschepsut la descril bajo esa luz en una de sus inscripciones: Yo he fortalecido lo que c.staba en niina.s, y he alzado lo que estaba desmembrado antes, cuando los a.siaticos estaban en el país del norte, en Avaris, hordas errantes estaban a su mando y destruían lo establecido pero dominaban sin el dios del So! y el no actuaba por una falta de dios ha.sta ahora, hasta mi majestad mientras yo. por el contrario, permanezco en el trono de Re tras haber sido profetizada para una época venidera como una conquistadora nata (“ella nace y ella conquista” )'^.
De la época ramésida, es decir, posterior a la experiencia di Amama, proccdc un relato en el que el hicso Apofis es tildado de mo notcísta por «no adorar a ningún dios o diosa» aparte de Seth. Proba
A. I. CiANSKAYA y o. D. Bi;ri.kv, «nshcllcct in Apophlhcgmaia patoim and hoi Ic lobcmcnoi ¡n Manciho», en Coptology: PasI, Presen!, and Future. Sludies ¡n Honour q Roudolphe Ka.txer, Oricntalia Lovanicnsia Anaiccta 61. Lciclcn, 1994, pp. 305-316, cspe cialmcnto pp. 309 ss. Los autores ven en el motivo de la lepra, entendida como una defor mación corporal, una alusión a la peculiaridad del arte de Amama tal como aún permane ció perceptible para generaciones posteriores en las representaciones de Akhenatón y de li familia real en las e.slelas fronterizas de Amama, En su opinión Manetón es el primero que remitió la iconografía real de la época de Amama a una enfermedad, a saber, la lepra. Po nen esto en relación con una estela de Artapanos, en la que se decía del faraón Chenephrcs, durante cuyo reinado se supone que Moisés habria sido educado en la corte, que había sido el primer hombre que fue deformado por la elefantiasis F. Jacoby, Die fragmente der f;riechhchen hi.tinriker. Hist. III C, Leiden, 1969, n.° 726). A. H. Gaki)INI:k, Journal o j Eayplian Archaenlngy 32 (1946), pp. 43-56.
74
blemente entonces, dos o tres generaciones tras la época de Amama, el recuerdo de los hicsos adoptó de nuevo, bajo la impresión de la nueva experiencia, el carácter de un conflicto religioso'*. Así se llegó a la tradición de una época de sufrimiento condicionado por la reli gión. Estos recuerdos no desaparecen, sino que se vuelven a relatar en el transcurso de los siglos, son enriquecidos con nuevas experien cias -como por ejemplo la «conspiración siria» en la transición de la dinastía 19 a la 20’’ , las conquistas asirías y persas y los dominios ex tranjeros- y, por último, son ligados a los judíos. Pero, en mi opinión, no tenemos que vérnoslas aquí tanto con el problema de cómo un recuerdo se conserva durante más de mil años, sino de cómo un trauma puede producir efectos tan duraderos. El au téntico problema no es la estabilidad del recuerdo, sino la persisten cia del trauma. La experiencia de la subversión monoteísta, de esos 13 años acerca de los que escribe Manetón, se ha inscrito de modo tan persistente en la actitud fundamental de la cultura de los egipcios que éstos reaccionaron fóbicamente ante la religión judía. Falta por explicaren último lugar porqué esta experiencia fue trau mática. Aquí no entraban en juego conquistadores extranjeros. El mo noteísmo que Akhenatón introdujo en Egipto era el culto al dios del Sol, a quien los egipcios ya adoraban hasta entonces como el dios .su premo. aunque no a costa de todos los demás dioses. Pero ésta era la gran innovación: no la introducción de un nuevo dios, sino la prohibi ción y persecución de todos los viejos dioses; sin duda tuvo que ser un fuerte choque. En lo que a nosotros respecta, las experiencias de nuestra propia época y del poscoloniaiismo nos han hecho tomar con ciencia de lo que supone para una mentalidad que sabe que la subsis tencia del mundo depende de la realización regular y correcta de los ritos, que los ritos sean repentinamente suspendidos, las fiestas abo lidas, las ciudades sagradas profanadas, las imágenes destruidas, los cultos prohibidos, los sacerdotes perseguidos y todo el mundo de dio ses y normas tradicionales interpretado como patrañas, obra diabólica e idolatría. Esta experiencia la pasaron los egipcios en el siglo xiv a.C, probablemente por primera vez en la historia. No puedo imaginaria
De ningún m x lü me interesa «prescindir de una orientación hacia la secuencia fun damentalmente relevante de hicsos-Amama como modelo complementario y colocar tixlo el pc.so que acuña la tradición unilatcralmentc en la recepción de los sucesos de Am.nnia» (M . GOrg. «Der sogenannle Exodus zwischen Urinncrung und Polemik», Jcru.uiiem Sludies ¡n Ef-y-ptolony. Ágyplcn und Altes Testamcnt 40 (1998). p. 169. ” Papiro Harris I 75. 2-7. P. CRANUirr. Le CrtwJ Papyrux Ih rríx I, UdE 109, Hl Cai ro, 1994, vol. I. pp. 33.S s., vol. 2. pp. 2l5-23<í; así como la c.stela de Elefantina de Sethnacht, véa-se S. ¡. Si;I1)i.mi-;yi;k, «Epigraphi.sche IJcmerkungen zur Stele des Sethn.nchte aus Elephantinc», en H. Guksch y D. Polz (cds.), Simiancn. I'eslxdtrift Slaclehnunn. Magun cia. I998,pp. 384-386.
75
de ningún modo que no sea traumático. Pero lo decisivo en ello no e para insistir una vez más, la idea de la unidad de dios, sino la idea d los dioses falsos, la idea de que pueda haber algo como una falsa rt ligión, el concepto de una verdad que no se sitúa junto a otras, enri queciéndose con ellas, sino que coloca a todas las demás en posició de falsas respecto de sí misma. Akhenatón, que fue el primero en er. contrar la distinción entre religión verdadera y falsa, se adelantó co: ello en mucho a su tiempo y debió parecer en su propia época hereje sacnlego y loco. Cuando se descubre el auténtico trasfondo histórico de la leyend. de los leprosos con la referencia a la época de Amama, dicha leyend; aparece bajo una luz distinta. No tiene nada que ver con una malin tencionada difamación de los judíos, como flagrante ejemplo de la cual había sido presentada por Josefo. Aquí no se trata de antijudaísmo, sino de antimonoteísmo. Por ello los monoteístas son presentados como ateos y teoclastas, pues la característica de esta nueva forma de religión, como hemos dicho, no consiste en que venere a un nuevo dios, sino en que persigue a los otros dioses. La leyenda es ciertamen te polémica en gran medida, pero no reacciona con ello contra el ju daismo, que únicamente se prohíbe a sí mismo la veneración de otros dioses y se autosegrega de las demás naciones, pero que no ha perse guido a otros dioses ni ha segregado a otros grupos, sino que es un cuadro reactivo contra ia teoclastia masiva de la época de Amama. Esta tesis responde principalmente al reproche de Franz Maciejev/ski, quien pretende mantener a Akhenatón al margen de la mnemohistoria de la distinción mosaica: «se debe dejar la distinción mo saica allá donde pertenece según la letra y el espíritu», es decir, en el judaismo"*. Tras mi interés por alargar la línea mnemohistórica de la distinción mosaica hasta Akhenatón y por reducir el antisemitismo a un antimonoteísmo más antiguo que los judíos él sospecha «la confusa mala conciencia de la era posterior a Auschwitz», que tiene interés en «arrebatar a los judíos la formación religiosa del monoteísmo (y trans feriría a otros, a los egipcios), como si la atribución pudiera ser ma lentendida en el sentido de una acusación»Pero precisamente ésta era la tesis de Sigmund Freud, quien sin duda perseguía otros intere ses. Naturalmente yo no pretendo arrebatar a los judíos el hecho de la formación religiosa del monoteísmo. Tan sólo pretendo llamar la aten
'* «AusschIieBüchkeitsansprüche in der Holocaustdebatte», cit., p. 208. ” Pp. 208 s., n. 18. Es decir, que yo quería liberar a los judíos del reproche de haber in ventado el monoteísmo. Pero, para Insistir en ello una vez más, en el contexto del monote ísmo cualquier reproche está lejos de mí. También yo veo, como Maciejewski, la «intro ducción del monoteísmo» como «uno de los grandes logros de la civilización occidental» y exactamente igual que Freud veo en el monoteísmo un «progreso en la espiritualidad».
76
ción acerca de que Akhenatón ha de ser considerado el primer funda dor de una religión monoteísta, si hacemos de la negación de otros dioses el criterio del monoteísmo, y de que ya con ocasión de esta fun dación religiosa se manifestó el odio monoteísta a los demás dioses, así como también el odio antimonoteísta al «criminal de Amama» (como es llamado Akhenatón en una inscripción ramésida“ ). Mientras tanto, Maciejewski se ha sumado a mi interpretación del texto de Ma notón como un recuerdo diferido de Amama, y ha sugerido incluir a Akhenatón en la mnemohistoria del monoteísmo de una forma mucho más atrevida de la que yo habría osado. Él considera posible que «ese modo de proceder de la contrahistoria que Funkenstein reprocha a los autores de los relatos helenísticos del Éxodo, se manifiesta originaria mente en el propio relato bíblico del Éxodo»^'. La historia bíblica del Éxodo sería por su parte una contrahistoria, que reaccionaría frente a la leyenda egipcia en la que los hicsos y Amama estaban mezclados. «Mucho antes de Manetón, quiere esto decir, estaban relacionados en la figura del recuerdo central del Éxodo el recuerdo de los hicsos y el recuerdo de Amama: en tanto que parte de la memoria judía. Son, por lo tanto, irrefutablemente los propios judíos quienes se han colocado en la parte egipcia de su mito fundacional en ia sucesión de los hicsos y en la herencia de Akhenatón»^-. El relato bíblico del Éxodo contie ne en sí de hecho todos los rasgos de una contrahistoria, o como mí nimo de una «inversión narrativa», al menos cuando se Ice en relación con los hicsos. Convierte a los reyes en esclavos, a la expulsión en prohibición de emigrar, al descenso desde el trono egipcio a la insig nificancia lo convierte en ascenso desde la opresión a la libertad del pueblo de dios. ¿Por qué no habrían de haberse mezclado en esta mne mohistoria también recuerdos de la subversión monoteísta de Akhe natón, sobre todo teniendo en cuenta que Palestina, como atestiguan las cartas de Amama, estuvo implicada del modo más intenso en los sucesos de Egipto? No pretendo descartario, pero por mi parte me atengo a la distinción entre antimonoteísmo y antisemitismo. Pero la interpretación dcl recuerdo de Amama diferido y contami nado con los hicsos sólo vale para la leyenda original, y quizá incluso también para Manetón, aunque posiblemente también éste ya hubiera establecido la relación con los judíos. Los autores más tardíos que se hicieron eco de esta leyenda en el conjunto de sus variadas redaccio nes vincularon a ella únicamente el Éxodo de los judíos, y Josefo tie
^ A. H. G a rd in fr. The ¡nscriplinn o¡Mes. A Contrihution to the Sludy o f Egypliun Judicial Fmcedure. Unlcrsuchungen zur Ceschichtc und Alterlumskunde Ágyptens 4. U ip zig . 1903-1905. pp. 14. 11.23, n. 82 y 54. Psvchoanatylixchcs Archiv urui jüdisches Cedachtnis, cit., p. 297. ” Ihid: p. 300.
77
ne toda la razón cuando reprocha a estas descripciones una tendencia polémica. La existencia de un antijudaísmo egipcio tampoco se puede rechazar. Encuentra su explicación en lo que puede denominarse el «complejo de Amama» de los egipcios, su actitud fóbica frente a toda forma de iconoclastia, que en la época tardía se vincula principalmen te a la institución de los animales sagrados^. La actitud crítica de los judíos frente a los animales sagrados y a las innumerables imágenes divinas de los egipcios afecta a su punto más sensible. Al igual que las vacas sagradas en la India colonizada por los ingleses, los animales sa grados fueron convertidos por convención en símbolos centrales de la identidad religiosa nacional en el Egipto ocupado por persas y griegos. La leyenda de los leprosos es la expresión del temor muy extendido y virulento, comprensible en una situación de dominio extranjero, a que el mundo egipcio pudiera encontrar un fin violento a través del sacri ficio de los animales sagrados, la destrucción de las imágenes y la sus pensión del culto. De ello tratan muchos testimonios de una forma apocalíptica específicamente egipcia. Por lo demás, los egipcios sabían de lo que hablaban, pues no fueron persas, ni griegos ni romanos quie nes pusieron un súbito fin a su cultura, sino cristianos y musulmanes. Su ruina no se dio bajo el signo de la violencia política, sino de la ver dad monoteísta. Con la verdad monoteísta ciertamente no vino al mundo «el» odio, pero sí un nuevo tipo de odio, el odio icono, es decir, teoclasta del monoteísmo hacia los antiguos dioses, declarados ídolos, y e! odio antimonoteísta de los segregados por la distinción mosaica, de clarados paganos. Poner esto en claro no equivale a pretender retor nar a un mundo que todavía no estaba escindido por la distinción mo saica. Simplemente ayuda a tratar con este conflicto y a aguzar la mirada hacia sus múltiples formas de aparición. Para ello la distin ción entre antimonoteísmo y antijudaísmo puede ser sumamente útil. Denomino antimonoteísmo a una actitud que se dirige contra la distinción entre religión verdadera y falsa. De manera significativa también se vincula esta actitud desde la Antigüedad con una fuerte proclamación de la unidad de lo divino. La posición opuesta al mo noteísmo no sostiene algo así como «dios es la multiplicidad», sino «dios es uno y todo». Es por tanto incorrecto designarla con la ex presión «politeísmo». No se trata de la multiplicidad de lo divino, sino de que lo divino no sea delimitado por ninguna frontera dogmá
S o b r e el cullo a los animales en el Egiplo tardío y su valoración en la Antigüedad véa.sc K. A. D. S m e u k y E. A. H e m e l r i j k , «“Who knows not whal monsters demcnted Egypt worships?", Opinions on Egyptian Animal Worship in Anliquity as Part of the Ancicnt Conccplions of Egypt», en Au/stieg uml Niedtrgang der rüm. Well II, 17-4, Berlín, 1984. pp. 1852-2000 y 2.-)37-2357.
78
tica en la plenitud y multiplicidad de su manifestación intraniundana. En el fondo se trata, como hemos expuesto anteriormente, de la divi nidad del mundo. Las culturas judía, cristiana y musulmana trazan una frontera estricta entre dios y mundo. Precisamente esa frontera la ha combatido el antimonoteísmo antiguo en tanto que iconoclastia, o mejor, teoclastia. Por ello he sugerido aquí hablar de cosmoteísmo en lugar de politeísmo^'*.
I c o n o c l a s t ia
e ic o n o l a t r ía
La prohibición de las imágenes, desde el punto de vista egipcio, tiene un doble sentido. Por un lado es de naturaleza política y se di rige contra la pretensión del Estado de representar lo divino en la tie rra. Los dioses, según la concepción egipcia, están lejos y ocultos. Se han retirado del mundo y se han vuelto invisibles. Pero en lugar de su presencia real han implantado en la tierra el Estado, que les repre senta; bajo la figura de reyes, imágenes y animales sagrados. Mien tras haya un Estado que sea competente para el culto sacrificial, los dioses habitan en sus imágenes y mantienen la simbiosis intramundana. E! Estado es también al mismo tiempo una especie de Iglesia. Su tarea primordial consiste en no permitir que se rompa la relación de los dioses con el mundo, ni siquiera bajo las condiciones de la le janía de ios dioses. En lugar de su presencia personificada, encontra mos la mediación y la representación. Estado y culto, templos, ritos, estatuas, imágenes son capaces de hacer pre.sente lo divino a través de la fuerza del símbolo, y de fundar un contacto siempre mediado con lo divino^. En lugar de la cercanía originaria de los dioses, inmediata y
Cfr. J. A.SSMANN, Monotheixmus und Kosmnlheismus. AltÜKyptische Fnrmtn des trDtrnkcna des Binen» und ihre ahendlündhche Rezepl¡on.tf;exch¡chle, Hcidclbcrg, Abh. dcr Hcidclbcrgcr Akad. dcr Wisscnschaftcn, 1993. “ Cfr. J. A s s m a n n , roUlischc Theulo¡(ie zwÍKhen Áxyp'en und hraei. Múiilch, 1W2. pp. 4S-63; Herrschafi und Heil. cil.. pp. 37-45. Cómo Oitmar JoiiN («Zur t^ogik des Mi>nothcismu.'i. Vertcidigung des Monothci.smu.s gcgcn den Vorwurf scincr inharcnlcn Gcwiilllatigkcit», en J. Manemann. Monotheismus. cit., pp. 142-153) puede llegar a pcn.sar que los poliici'snios se caractcriTan en mi descripción «por una inmediatez irrcRexiva de lo numinoso» (p. 148) es algo que me rKuIla u n incomprensible como la afirmación de que para mí la «religión es siempre un acto de innK'dialcz cnlrc hombre y Dios, ptofano y sagratlo» (p. 150). Yo tampoco veo en la prohibición de la.s imágenes una «sobtrelevación religiosa del poder político» (p. 147), sino por el contrario la desUucción de lal sobreclevación. «Un faJIo fundamental» continúa John, «de A.ssmann consiste en que saca la prohibición de lis Imágenes de su contexto. La prohibición de las ¡m-lgcnex esli empotrada en la revelación de la ley en el Sinaí». Yo no veo cuándo ni d<>nde he podido dej.!rdc ser con.scienle de esc «con texto». Por el contrario, me interesa en primen'sima línea la conlcxtuali/jción de ia prohibi ción de la.s imágenes, no ,s<)lo filológicamente, sino también hi.stóricanienle.
79
simbiótica, tal como la relatan e imaginan los mitos, se produce el ámbito de la cercanía de dios culturalmente conformado, basado en las posibilidades de mediación y representación. El Estado es la ins titución de esta cercanía de dios. El faraón gobierna como represen tante del dios creador. , /E n Egipto el dios creador y dios del Sol Re es representado por el I rey en su imposición de la justicia en la tierra. El rey reproduce en su I gobierno materializado sobre los hombres el gobierno de dios sobre ' los dioses. De ahí, de esta relación de reproducción, deriva su legitimidadyEI gobierno del rey no hace la competencia al gobierno de dios, al contrario, lo reproduce y lo tiene por condición previa. Pero el gobierno divino, para poder hacerse valer en la tierra, es traslada do al rey, a las instituciones estatales, y con ello a las imágenes que lo representan en el horizonte del mundo humano. Éste es el princi pio de la teología política representativa; el gobierno como imagen de dios. Así, «imagen de dios» en Egipto es también un título habitual del rey^*. A ojos del monoteísmo bíblico es precisamente la categoría de la representación donde se muestra la falsedad de la idolatría faraó nica: la esfera de los reyes, las imágenes y los animales sagrados. Por ello las imágenes han de ser prohibidas. En esto reside el sentido político del aniconismo bíblico, hasta ahora poco estudiado. En la prohibición de las imágenes encuentra su máxima expresión el re chazo de la falsa política. En los reinos orientales que constituían el entorno de Israel, y muy en particular en Egipto, las divinidades se comportaban también como gobernantes. Gobernaban como dioses de! reino sobre Estados enteros, como Asur sobre Asiria, Marduk so bre Babilonia, Amón o Amón-Ra sobre Egipto, o bien como dioses de la ciudad sobre ciudades, como Enlil sobre Nippur, Ishtar sobre Uruk, Ra sobre Heliópolis, Amón .sobre Tobas, Atenea sobre Atenas. Pero estos dioses no gobernaban de manera inmediata, directa, sino de ma nera indirecta. En primera instancia no gobiernan sobre los hombres, sino sobre otros dioses. En la tierra son representados en su gobierno por el rey. Precisamente esta representación es excluida por el anico nismo en su sentido político. La prohibición de las imágenes alude ante todo y en primer lugar a que dios no ha de ser reproducido. Las imágenes no son compatibles con la presencia real exigida por dios y fundada a través del establecimiento de un pacto, esto es, con la for ma de viraje hacia el mundo de dios no sólo «viva» sino también po lítica. Las imágenes son medios de una representación mágica de lo divino. Sin embargo, el dios vivo no se deja representar mágicamen
“ Véase B. O c k i n C a , Die CotlehenbililUchkcit irn Alten Ágypten und im Alíen Testameni, Ágypten und Altes Testament 7, Wiesbaden, I9S4.
80
te, sino que se revela cuando y como quiere. Dios tampoco necesita a ningún rey que le represente como juez y legislador. Éste es el sen tido político del aniconismo. También en la prohibición monoteísta de las imágenes se trata en tre otras cosas del rechazo del cosmoteísmo^’. La reproducción es en tendida como un acto de adoración. No se deben representar las co sas de este mundo, para no implicarse en su adoración^®. Por eso el hombre también debe dominar el mundo; no para beneficiarse de él, sino para resistirse a adorarlo. Junto al significado político, la prohibición de las imágenes tiene otro sentido mucho más general que rebasa el sentido político: se di rige también contra las imágenes en general. Está prohibido: no vayáis a perveniros y os hagáis alguna escultura de cualquier re presentación que sea; figura masculina o femenina, figura de alguna de las bestias de la tierra, figura de alguna de las aves que vuelan por el cielo, figura de alguno de los reptiles que serpean por el suelo, fi gura de alguno de los peces que hay en las aguas debajo de la tierra. Cuando levantes tus ojos al cielo, cuando veas el sol, la luna, las es trellas y todo el ejército de los cielos, no vayas a dejarte seducir y te postres ante ellos para darles culto. Eso se lo ha repartido Yahweh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo, pero a vosotros os tomó Yahweh y os sacó de! horno de hierro, de Egipto, para que fue seis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy*’ .
Sobre la prohibición bíblica de las imágenes véase Ch. Dohmen. Das Bilderverhot, Bonner biblische Beitriige 62 , Frincfort. ^1987; T. M e t t i n g e r . N o Crinen ¡mage? hraelite Antconism in lis Near Easlern Contexi. Coniectanea Biblica, Oíd Testament Series 42, Estocolmo, 1995; Chr. U e h l in c e r , « D u culle des imagcs i son interdil». Le monde de la bible 110 (abril de 1998) pp. 52 -63; A. Berlejung, op. cit.i M. B. Diek, «Propheiic Panxiies of Making the Cult Image», en M. B. Diek (ed ). The Mtiking of ihe Culi ¡mage in the Anden! Near Easl. Winona Lake, 1999, pp. 1-54; R . R e n d t o r f f . «Was verbietel dxs alnesiamentlichc Bilderver-. b o t ? » , en R . Bcmh.vdt y U . Link-Wieczorck (cds.), Melaplier um¡ Wirkikhkeil. Die U>aik der BUdha/tiükdí im Reden von Coll, Mensdi tind Naliir, Góttingen, 1999, p. 65; P. M. VAN Bu r é n , «Idols, Works of Art, and Language, Or. What is Wrong with Graven Imagcs», en Melapher und Wirklidikeit. cit.. pp. 66-72 así como mi contribución al mismo volumen, «In Bilder veretrickt. Bildkuli, Idolatre und Kosmoiheismus in der Antike»,cit., pp. 73-88 y prin cipalmente O. K e e l , «Warum im Jerusalemcr Tcmpel kéin anthropomorphes Kuílbild gestand e n haben dürfie», en Homo Piclor. Colloquium Rauricum 7. Munich. 200!, pp. 244-281. “ [>onde se trata de la prohibición de la.<: ira.-igencs la Biblia no emplea la palabra ge neral para «imagen», selem. como por ejemplo en Gen 1. 26 s. en el contexto de la seme janza del hombre con Dios, sino términos especiales para «imágenes grabadas», «imáge nes fundidas» y otros, que connot.nn junto a su producción su fin de ser empleadas como imágenes cúlticas (como nue.stra pal.ibra «fetiche», que remite a través del portugués al la tín /acere «hacer, producir»), ^ D t4 , 16-20.
81
Este sentido de la prohibición de las imágenes que va mucho mi'lejos, que prohíbe toda representación figurativa, se dirige contra 1; relación de simbiosis con el mundo del cosmoteísmo, contra las imá genes como una forma de implicarse en el mundo. El hombre e; puesto sobre la creación, no dentro de ella. No debe adorarla por 1: impresión de su debilidad y dependencia, sino que debe administrar la libre e independientemente. También el dominium terrae, el pre cepto de dominar la tierra, vincula el concepto de la imagen con un: enumeración de los seres vivos; Y dijo Dios: Hagamos a] ser humano a nuestra imagen, como seme janza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cié los, y en ¡as bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas la: sierpes que serpean por la tierra^.
De modo semejante se ordena más tarde, en la alianza que dios es tablece con Moisés: Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra. Infundiréis temor y mie do a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar, quedan a vuestra disposición. Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde. En su libertad, indcpcndcncia y responsabilidad el hombre es una imagen de dios. La prohibición de las imágenes tiene el sentido, al igual que el dominium terrae, de sustraer al mundo de la esfera de lo divino, esto es, de la indisponibilidad humana. El hombre debe dis poner del mundo: en ello reconoce su no divinidad, esto es, la divini dad exclusiva del dios extramundano. Disponer de algo es lo contra rio de adorarlo. Lo mismo ocurre con las imágenes. Se debe disponer de la materia, no adoraria. No se ha de adorar a las imágenes, porque eso supondría adorar al mundo. La prohibición de las imágenes tiene también un sentido doble: des truye la esfera de la representación, en la que el Estado se legitima (esto es, pretende legitimarse) con sus imágenes y representantes en tanto que Iglesia y representación de lo divino en la tierra, y desencanta el mundo que tiene al hombre bajo su hechizo apartándole de dios. Iconoclastia quiere decir teoclastia: junto con las imágenes, los dioses que eran adorados en ellas han de ser hechos añicos. Nos encontramos aquí
Gn
82
1. 26.
en un mundo en el que todavía no existe el arte y lo estético como una esfera de placer desinteresado. Las imágenes son producidas para la adoración, fundan un contacto entre hombres y dioses/Las religiones politeístas tal como son excluidas del monoteísmo y segregadas en tanto que paganismos, veneran un mundo de dioses, no ai dios único , exclusivo del monoteísmo. Pero un mundo de dioses no se enfrenta desde fuera, como hemos mostrado anteriormente, al «mundo» en el j sentido del conjunto de cosmos^, hombre y sociedad, sino que es un¡ principio que lo impregna desdc'dentro es_^cturándolo, ordenándolo! ,í y dándole sentido. Un mun3^de dioses se articula por tanto como; r' una teología cósmica, política y mítica, y es en tanto que discurso so-¡ bre el cosmos, sobre los órdenes políticos y cultuales y sobre los des-! tinos míticos, como lo divino se deja llevar al lenguaje. Una vez más se muestra que tras la distinción mosaica entre verdadero y falso en la religión está en última instancia la distinción entre dios y mundo. ^ La crítica monoteísta a la religión icónica, que comienza en la Bi blia con Jeremías (10), el Dcutcro-Isaías (44) y el Salmo 115, conti núa en el Helenismo con cuatro capítulos enteros de la Sabiduría deSalomón, largos pasajes en Filón, De Dccalof;a y De Le^-ihus Spcáalibas, el tratado Abodah zarali de la Mishnah, así como innumerables tratados cristianos como por ejemplo De ¡dololatria de Tertuliano o Curación de las enfermedades griegas (es decir, paganas) (Hellcnikón pathemáíón therapetiliké) de Teodoreto. La religión ¡cónica, en ello coinciden judíos y cristianos, es una especie de locura que mantiene bajo su hechizo con violenta coerción a los paganos y les aparta dcl conocimiento espiritual de dios. Por el contrario, las leyendas egipcias representan a los destructores de las imágenes como leprosos. Ambas partes se consideran respectivamente «impías». Pero mientras que para los monoteístas la impiedad consi.ste en adorar a dio.ses falsos, los cosmoteístas caracterizan la impiedad por la negación de adorar a los dioses, da igual a cuáles. Para ellos, para los paganos, no hay dioses fal sos. Todos los dioses tienen derecho a ser venerados, y el temor consis te más bien en haber dejado de adorar a algún dios, quizá desconoci do, más que en venerar a dio.ses falsos. Mientras los judíos deben extirpar todas las imágenes para no perder el contacto con su dios, los «paganos», a la inversa, deben multiplicar las imágenes y guardadas como oro en paño para permanecer en conexión con sus dioses. De qué trata realmente el culto a las imágenes nos habla un texto que fue escrito teniendo ya en cuenta el cristianismo triunfante en cier nes; el tratado hermético Asclepius. Este texto trata en varios capítu los de las imágenes de los dioses, que ciertamente son fabricadas por la mano dcl hombre, pero repre.sentan todo lo contrario de la «materia muerta», tienen la capacidad de establecer una conexión con los po deres divinos y los hacen presentes durante los rituales en la tierra. Las 83
imágenes son medios de elaboración de la cercanía divina. Se en cuentran en el contexto de un culto cuya meta es reproducir los suce sos celestiales en la tierra y hacer descender a los dioses desde el cíe lo a la tierra. A través de este culto y de las muchas imágenes, Egipti entero se convierte en el «templo del mundo», en el que los dioses tie nen su morada, siempre que este esfuerzo incesante no se rompa. Y, pesar de todo, continúa el texto después: Y sin embargo llegará un día en el que parecerá como si los egipcios hu bieran adorado a la divinidad infructuosamente con corazones piadoso y con incansable devoción, y todo el sagrado dirigirse hacia los diose será vano y sus frutos serán hurtados. Pues la divinidad ascenderá des de la tierra hasta el cielo de nuevo y abandonará Egipto. Esta tierra, an taño sede de la religión, será privada de la presencia divina. Extraño habitarán esta tienra, y los viejos cultos no serán perpetuados, sino qu< serán prohibidos. De la religión egipcia sólo quedarán fábulas y piedragrabadas. [...] Todos los días los hombres estarán hastiados de la vid: y no se maravillarán ante el cosmos (mtindits) ni lo adorarán. Todo esto tan bueno que nunca hubo nada mejor, ni lo hay ni lo habrá, estará er peligro de sucumbir, los hombres lo verán como una carga y lo despre ciarán. Ya no amarán e.ste mundo, la inigualable obra de dios, a esta glo riosa consUucción, constituida por una infinita multiplicidad de formas. in.strumentos (machina) de la voluntad divina, que insufla su gracia sin cc.sar en su obra, en la que se muestra como unidad y totalidad en ar mónica multiplicidad todo lo que es digno de veneración, alabanza > amor. Se preferirá la tiniebla a la luz y la muerte a la vida. Nadie eleva rá .sus ojos al cielo. Los piadosos serán considerados locos, los impíos .serán tenidos por sabios y los malvados por buenos. [...] Los dio.ses se separarán de los hombres -¡oh, dolorosa separación!y sólo los malvados demonios, que se mezclarán con los hombres, y los miserables se dedicarán con violencia a toda cla.se de crímenes, a la guerra, al robo, al engaño, y a todo lo que es contrario a la natura leza del alma. En esos tiempos la tierra ya no será firme y el mar ya no será nave gable, el cielo no acogerá el curso de las estrellas, ni las estrellas con servarán sus órbitas en el cielo; toda voz divina necesariamente se acallará. Los frutos de la tierra se pudrirán, el suelo será baldío y el propio aire será pesado y pegajoso. Ésa será la ancianidad del mun do: la carencia de religión (inreligh), de orden (inordinatio) e inte lección {inrationabilitaspK
” Asclcpio 24-26 en A. D. NOCK-A.-J. FestuciéRE (cd.), Corpus Hcrmelicum //. CoIlcction BudíS. París, 1960, pp. 326-329; redacción copta: Nag Hammadi CcxJex VI, 8. 70.3-
84
«Los viejos cultos no sólo serán abandonados, sino que serán di rectamente prohibidos», aquí tenemos el primer precepto de Osarsiph, alias Moisés. «Los piadosos serán considerados locos», esto corres ponde exactamente a la sátira bíblica de los idólatras. Pero la con secuencia será, según la apreciación de los adoradores de imágenes, que los dioses se retirarán del mundo, y la tierra despojada de dio ses ya no será habitable/La veneración de las imágenes, así se prue ba, es adoración del cosmos o cosmoteísmo. Imágenes y ritos igua lan la tierra y el cielo e integran al mundo humano en el orden cósmico. Quien destruye las imágenes desgarra el vínculo entre cielo ' y tierra, cosmos y sociedad, expulsa a los dioses del mundo y des truye todo orden civil. Guerra, robo, engaño y violencia son las con-j secuencias^/ ' Pero exactamente lo mismo que los «paganos» adoradores de las imágenes temían de parte de ios monoteístas, éstos se lo atribuían a los «idólatras»; a saber, que destruían las orientaciones morales y favore cían la violencia, la mentira y el adulterio. Para los monoteístas la impli cación con las imágenes equivale a implicarse en el mundo. La venera ción de los paganos se confunde al dirigirse a lo hecho y a lo producido. Se equivoca al no ver por encima de lo creado al creador, que es invisi ble, está alejado del mundo, y no es localizable en lo creado. Esta sepa ración estricta entre creador y creación representó en el mundo antiguo una tremenda inversión y transmutación de los valores de todas las for mas habituales de pensamiento y creencia. La creación era considerada una vinculación, no una separación de dios y mundo. En la creación .se manifestaba el creador. Esta estrecha vinculación podía en Egipto in tensificarse hasta el punto de llegar a la idea de que el mundo es el cuer po de dios, animado por él desde dentro. En el sincretismo helénico en-
73.22 ed. M. Kniuse-P. Labib. «Gnosiische und Hcrmetische Schriflen aus Ccxiex [I und Codcx VI», en ADAIK. Koplischc Reihc 2. Glücksladt, 1971, pp. 194-200. C. CoLPi; y J. H o i -ZIIAUSF.n , Das Corpus Hermeücum Deutsch, Clavis Pan.<;ophiae 7,1, Sttiltgart-Bad Cannsiadl, 1997, pp. 287-291 (lat.) y 540-562 (copt.). Cfr. G. F o w d e n , Tht Egypiian Mer mes. .4 historical approach lo Ihe ¡ale pagan rnind, Cambridge, 1986, pp. 39-43; J. AssMA.SN, «Kanigsdogma und Hcilscrwartung. Politische und kullischc Chaosbeschreibungen in ágyptischen Texlen», en D. Hellholm (ed.). Apocalypticism ¡n ihe Mediterranean World ütul in lite Near Ec^st, Tubinga. 1933, pp. 345-377,373 s.; í. Assmann, «Magische Weisheit. Wissensformen ¡m ágyptischen Kosmolheismus», en Stein und Zeit. Mensch und Cesellschafi irn Alien Ágypten, Munich. 1991, p. 75. J. P. MaHÉ. Mermes en Hauie-Égyple. Les lextes hermétiques de Ñau Hammadi el leurs paratléles grecs el lultns, 2. Quebec, 1982, pp. 69-97; D. F ra n k iu rte r, EHjah in Upper Egypt. The Apocalypse of Elijah and Early Egypiian Christianity. Minneapolis. 1993, pp. 188 s. La inraiinnabilitas bonorum omnium corres ponde en copio a «la falta de buenas palabras». La decadencia del entendimiento lingüísti co y el aumento excesivo de la violencia se cuentan entre los motivos centrales de las des cripciones egipcias del caos, véase; J. Assmann. «Konigsdogma und Heilserwartung», en Slein und Zeit, cit. pp. 259-287.
85
contraron amplia difusión tales ideas, en particular en la cosmología estoica, neoplatónica y hermética^^. Lo que el monoteísmo bíblicc demonizaba como idolatría (idololatria, abodah zarah) era en últimíinstancia el cosmoteísmo antiguo. Quien adora las imágenes destru ye la vinculación con el dios extramundano, porque concentra su ado ración en un objeto perteneciente a este mundo y al hacerlo su vene ración se dirige a lo dado y lo producido. Se pierde en el mundo y en sus valores, que se orientan según el principio de placer, el derecho de los más fuertes y la «supervivencia de los más adaptados», mien tras que todo orden y norma superior procede de la revelación del Dios extramundano. A la inversa, el cosmoteísmo «pagano» demoni zaba el monoteísmo exclusivo en tanto que ateísmo, porque esa reli gión implicaba el rechazo de todos los demás dioses. El cosmoteísmo no dice que Yahweh sea un dios «falso» al que no se deba adorar; por el contrario, incluye en el acto al dios de los judíos en su repertorio de textos sagrados y de fórmulas mágicas. Lo que le escandaliza es la negación de la veneración debida al resto de los dioses. Esta nega ción, ése es su temor, conducirá en último término a la destrucción del mundo, porque expulsa a los dioses del mundo, a los dioses que para el son las potencias intramundanas que animan al mundo desde dentro, y los expone a la descomposición en tanto que materia muerta. Para c! cosmoteísmo el cosmos es el arquetipo de las normas que también fundan la vida social y política de los hombres. De ahí que a sus ojos el acosmismo de los iconoclastas destruya la armonía social. Por el contrario, para c! monoteísmo el orden fundante de la convivcncia do los hombres no es de este mundo, sino que procede de una fuente exlramundana. Por e.so las imágenes son para él una abomina ción, porque cierran el paso a esa fuente y sujetan a los hombres a las e.sferas inferiores de la mundanidad. En Moisés el c};ipcio me interesaba demostrar que el monoteísmo nunca consiguió desbancar por completo a la opción cosmoteísta. Ésta ha logrado hacerse oír una y otra vez en el curso de la historia del es píritu y la religión occidental. En ello ha jugado especialmente el anti guo Egipto un papel central. Esto es motivo suficiente para interesarse como egiptólogo por este peculiar «ejemplo», más allá del mutismo de los textos del antiguo Egipto. El nombre de Egipto siguió vivo en tex tos griegos y latinos, como el Corpus Hermeticurr?^ y los Jeroglíficos
Cfr. dcl autor, Miinnlhcismu.t und Kosmothcismus. cit. ” Corpus Hcrmclicum A. D. Nock y A. ¡. FKmjCiíiRE (cd ). Hermé.i Trisméjtisle, 4 vols., Colleclion Dudó, París, 1945-1954. Nucva.s traducciones comentadas de B. P. CoPlíNHAvr*. Hennetica. The Crcck Cnrpus Hermetkum and ihe Latín Asclepius in a new En/¡lish trunslation wiili notes and introduction. Cambridge, 1992, y C. Colpe y J. Ho'zhausen. Da.'! Corpus Hcrmeticum Deutsch, cit.
86
de Horápolo^. En los siglos xvn y xvin ganó terreno la idea de que Moi sés no había recibido la idea monoteísta conio una revelación, sino que la había aprendido de los misterios egipcios, en los que habna sido iniciado en tanto que príncipe egipcio. Con ello parecía halserse encontrado la re conciliación entre monoteísmo y cosnx>teístno. El cosmoteísmo egipcio se presentaba como una religión natural en cuyo setK) se habría custodia do la idea de la unidad de lo divino, de Isis como madre-Naturalcza, como un misterio. Moisés habría revelado este misterio a los hebreos y con ello a la humanidad. En esta época también se habría acuñado el con cepto de cosmoteísmo, ciertamente tanto en relación con la religión pagana de la Antigüedad como también con la filosofía de Spinoza. Hacia fines del siglo xviii fue descubierta la India como mundo es piritual. La filología reconoció el parentesco entre el sánscrito, el grie go, el latín, etc. y postuló basándose en este parentesco lingüístico que India era el lugar de procedencia originario de los pueblos «indoger mánicos»^^. Con ello recibió India la herencia de Egipto, de represen tar al cosmoteísmo como alternativa descartada al monoteísmo. Sólo entonces comenzaron a enfrentarse lo semítico y lo indogermánico como dos posiciones opuestas lingüística y étnicamente, es decir, «racialmcnte» y espiritual o religiosamente; sólo entonces, en relación c o n India, a d o p t ó el c o s m o t e í . s m o . es decir, el antimonoteísmo, ra.sgos antisemitas. El monoteísmo exclusivo se presentó precisamente en tonces como una religión típicamente semita, como un «monoteísmo del desierto», una religión de nómadas. Con ello se volvieron a expe rimentar, pensándolo bien, las fobias del antiguo Egipto. Muchos ele mentos en el anti.semitismo no son cristianos, sino paganos, o mejor, neopaganos. Por eso mismo diagnosticó Freud a los antisemitas como «cristianos mal bautizados»^.
^ Ediciones dcl Icxlo: F. SuorixJNE, Hori ApolUnis Hierogtyphica, NcapcI. 1940; tni(Jucción inglesa: G. BoAü.VieHien>);lyphicso/HorapoIIo, Princcton, 1950,rcimpr. I993;cjición de bolsillo bilingüe griega-italiana: O R A rO lJX ), / Ceroffliftci. Intnxlir/.ionc. tradu/.ionc e note di M. A. Rigoni c E. Zanco, Milán. 1996. Una nueva edición del tcxio griego con traduc ción alemana de Heinz Josef Thissen se publicó en 2(X)I por K. G. Saur (antes Tcubncr) en Leipzig [ed. cast.: Hier
9.1
Con ello, a mi entender, Freud dio en el clavo. La opción cosmoteísta nunca fue superada por completo ni llevada a su desaparición, sino que reapareció una y otra vez bajo diversas transformaciones y disfraces, como hermetismo, paracelsismo, alquimia, espinosismo, francmasonería, rosacrucismo, teosofía, etc. En el siglo X X tienen ras gos claramente cosmoteístas la antroposofía, la Federación Monista de Haeckel, los cósmicos de Munich, el neopaganismo nacionalso cialista, así como varias religiones New Age: movimientos que entre sí son totalmente diferentes, incluso opuestos, y que de ningún modo se deben meter en el mismo saco, pero a los que es común un ele mento de antimonoteísmo. El estudio de las fuentes helenísticas y del Antiguo Egipto puede instruimos sobre el origen de este conflicto y de ese modo contribuir a disolver ciertas ideas fijas y fobias antise mitas por medio del análisis histórico.
T h EOLOCIA
f r is c a
y
SUPERACIÓN DE LA DISTINCIÓN MOSAICA
También en la Modernidad temprana se dio una lucha de los re cuerdos, pero entonces no se dirimió entre monoteístas y «paganos», sino en el interior del propio monoteísmo. Se trata de la relación del monoteísmo con el pasado que le precedió. ¿Hemos de caracterizar este pasado ante legem como paganismo y entender la profesión de fe en el Sinaí como una conversión? ¿O hemos de incluir este pasa do en la historia de la verdad y entender a Moisés sólo como un por tador de la verdad y de la revelación entre otros, entre los cuales al gunos, como por ejemplo Zoroastro y. Hermes Trimegisto, le superaban en antigüedad? La segunda opción equivaldría a una supe ración de la distinción mosaica. En Moisés el egipcio relacioné el proyecto de una superación de la distinción mosaica con el deísmo del siglo X V III. A esto puede objetarse que ya el neoplatonismo flo rentino de los siglos XV y xvi conducía a tal superación con su con cepto de una prisco theologia o philosophia perennis^^. El siglo xvili recurre en muchos respectos a los siglos xv y xvi, y el siglo que que da en medio, el xvii, puede entenderse bien desde el punto de vista del siglo XVIII como un precursor de la distinción mosaica, bien des de el punto de vista del siglo xv, desde el cual se presenta precisa mente a la inversa, como la época de su reintroducción intensificada. Me di cuenta de estas objeciones durante la lectura de un libro que en ciertos aspectos representa una empresa paralela a la de mi Moisés el
W . S c h m i d t - B i g g e m a n n , Philosophia Perennis. Historische Umrisse abendlcindischer Spiritualítál in Antike, Milletaller uncí Friiher h'euzeií. Fráncfort, 1998.
88
egipcio: Faszination Zarathustra de Michael Stausberg^®. Stausbcrg investiga en este libro con el método de la ninemohistoria la recep ción de Zaratustra en la historia de la religión europea de los siglos X V a xvin, y descubre en ella un «rastro mnémico» muy semejante al que yo he rastreado desde Akhenatón, pasando por las fuentes grie gas, hasta el siglo xviii. También aquí juegan un papel decisivo los textos neoplatónicos. Lo que es el Corpus Hermeticum para Hermes Trimegisto son los oráculos caldeos para Zoroastro. La mnemohistoria occidental de 2^roastro se instituye con Gemistos Plethon (1355/1360-1454), quien en el siglo xv huyó desde Bizancio a Florencia ante el avance de los turcos. Puede considerar se el primer representante de una theologia o philosophia prisco^'*. Plethon elevó el platonismo representado por él al rango de una filo sofía originaria, remitiendo textos neoplatónicos como los oráculos caldeos a Zoroastro y datándolos, apoyándose en testimonios antiguos (principalmente Plutarco), 5.000 años antes de la Guerra de Troya'*®. El mismo se consideraba directamente como fundador de una nueva religión, que en tanto que reinstauración de una verdad originaria y común a todos los pueblos debería superar las diferencias entre pa ganos y cristianos"*'. Se trata con ello del intento más radical de su peración de la distinción mosaica entre religión verdadera y falsa que yo conozca. Consecuentemente, Plethon fue percibido por sus ene migos como neopagano, como polytheos*^. En esta osadía Plethon es taba solo; a pesar de que todas las posiciones posteriores se basan en él directa o indirectamente, pertenecen en el marco de un cristianis mo entendido siempre en sentido amplio. Es de todas formas muy no table que la crítica de la distinción mosaica en la Modernidad tem prana se instaure con una ruptura radical y que la ruptura con la tradición bíblica se legitime como el recurso a una tradición supues tamente mucho más antigua y originaria. La nueva religión que Plet hon representa se muestra como la reinstauración de lo inmemoriaimente antiguo. Este punto de partida radical fue fuertemente mitigado en sus elaboraciones posteriores en el marco del renacimiento flo rentino. El desarrollo parte aquí de la heterodoxia radical, al revés
“ M . S t a u s b f . r g , Faszir.alion Zarathustra. Zoroaster u n d d ie E uropdische ReHifionsgeschichte d er Frühen N euzeii, Religionsgeschichliche Versuche und Vorarbeitcn 42, Ber lín/New York, 1998. ” M. Stausberg, op. cil., pp. 35-82. * Con referencia a Plutarco, De Iside 359 e. “ M. Stausberg. op. cit., pp. 75 s. *- Scholarios; probablemente la mis temprana aparición del concepto «politeísmo». Véase la literatura citada por M. S t a u s b e r g y F. S c h m i d t (ed.), L'impen.'íahle p o ly th e im e : étu d es d 'h isto río g ra p h ie religieuse, Textes rassemblés et présentés par Francis Schmidt.
París.
I9 S 8 .
89
que en los siglos xvii y xviu, cuando a partir de la posición de John Spencer, todavía entendida como ortodoxa, se avanzó en los círculos de los deístas y francmasones hacia posiciones heterodoxas cada vez más radicales. El concepto de Marsilio Ficino (1433-1499) de prisca theologia ya no se entiende como una nueva religión que vaya más allá del cristianismo, sino como una religión y al mismo tiempo una filoso fía originaria, que incorpora el platonismo atribuido a Zoroastro y a Hermes Trimegisto en el cristianismo. Se trata en Ficino, como en Plethon, de una superación de la distinción mosaica, pero no en un sentido poscristiano, neopagano, sino en un sentido cristiano am pliado, que entiende al cristianismo como una religión originaria preparada y anunciada en todas las religiones antiguas. En el trasfondo se encuentra una teoría de la difusión de la verdad basada en la genealogía bíblica, según la cual todas las tradiciones religiosas se remiten a Noé y después fueron difundidas por toda la tierra por los hijos y nietos de Noé. Con ello aparecen ya sea Mermes Trimegisto, ya sea Zoroastro, como los primeros en una cadena de sabios y teó logos que fuera de la tradición bíblica mantuvieron y ampliaron el saber originario adámico, esto es, noaquico"*^. Todas las tradiciones (sapienlia) religiosas, normativas y culturales tienen un origen co mún en dios y fueron codificadas por los hombres sabios de los tiem pos inmemoriales. Con el modelo de la prisca theolo}’ia se vincula en Ficino el plan de renovar la filosofía en el sentido de una forma de vida, esto es, de una unidad de sabiduría, piedad y a c t i v i d a d práctica en el sentido de arte médico, cura de almas y filología. El ideal renacentista del «mago», que aunaba en sí estos roles y competencias, apelaba a Her mes Trimegisto y Zoroastro como archimagos'^^. También este ideal
El prototipo de esta concepción parece suministrar un pa.sajc en la Bihlinlheca His tórica de Diodoro ( I 94,1-2). en el que ¿ste habla de los sci.'; grandes legisladores que han apelado a (un) Dios como fuente de su legislación. El primero de estos legisladores, de! fundador del Imperio egipcio, a quien Diodoro llama bien Menas o Menes, bien Mnevis, «afirmaba que Hermes le había dado las leyes». Lo mismo decía Mino.s en Creta de Zeus y Licurgo en Esparta de Apolo, Zoroa.stro entre los «.irianos» (arianoi) del Agalho.^ Daimon (Ahura Mazda), Zalmoxis entre los dacios en Hcstia y Moses entre los judíos de ¡ao (Yahweh). IDe este pasaje obtiene Ficino el prototipo de su «teología antigua», al interpre tar el concepto de «legislador» en el sentido de «fundador de una religión». El pasaje de Ditxloro recibirá después el siglo xviii una interpretación completamente distinta, convirti(indnse en un texto de referencia central de la Ilustración radical. De los «seis legislado res» a los «tres impostores» sólo hay un piso. En Ficino este pasaje es entendido de una manera totalmente distinta, más bien en el sentido de Diodoro, sin que parezca a.wiarle ninguna intención denunciatoria. " Para un típico defen.sor de este ideal, cfr. A. G r a f t o n , Cárdanos Kosmos. Die Wcltcn un<¡ Wí-rke eines Renaissance-Aslroloj^en, Berlín, 1999.
90
dél mago implica con su vinculación de teólogo y médico, filósofo e investigador de la naturaleza, en cierto modo una superación de la distinción mosaica, en la medida en que ésta se acuñó en la separa ción de lo espiritual de la esfera de las profesiones y competencias mundanas. El caso del conde Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) es por ello particularmente interesante en este contexto, porque este au tor hacia el final de su corta carrera llevó a cabo un giro total. Des pués de haber adoptado con entusiasmo el modelo de la prisco theologia en un primer momento, se distanció de él en su Disputatio adv. astrologiam, en tanto que prisco superstitio y anticipó con ello ya al gunos argumentos del siglo xvii que conducían a una reinstauración intensificada de la distinción mosaica. Con ello Pico se adelantó con mucho a su época, al alejarse de la posición que él mismo había sos tenido hasta entonces. Agostino Steuco (1497/1498-1548) desarrolló el modelo de Ficino de la teología antigua con su concepción de la philosophia perennis*^. También aquí se trata de la superación de la distinción entre religión verdadera y falsa a favor de un «acuerdo de la sabiduría de todos los pueblos entre sí y dcl acuerdo de esta sabiduría con las doctrinas del cristianismo»'**. También Steuco parte de una «revelación originaria absolutamente divina» que se ha transmitido por medio de los gran des sabios a través de los siglos y de los pueblos. Este proceso de di.fusión de una religión originaria propagada y ramificada a partir de un origen común que Ficino entendía en el sentido de una evolu ción^^, está sin embargo en Steuco bajo el signo de la degeneración. El cristianismo, antaño religión mundial, es pre.sentado en el curso de esta degradación general de la tradición, en contraste con las formas de decadencia que ganan terreno, a las que pretende superar con el re tomo a la verdad común. La variante de la degeneración de la teoría de la difusión se convierte en el siglo xvii en el modelo cultural do minante. Igual que Plethon desarrolló su visión de la unidad bajo la impresión deí conflicto no sólo entre la Iglesia oriental y occidental, sino también entre cristianismo e islam, así Steuco desarrolló la suya bajo la impresión de la escisión inminente de catolicismo y protes tantismo. En todos los casos, también en Ficino, Pico, Reuchiin y otros, se da el recurso a Zoroaslro y Hermes, el platonismo y ¡a ca bala como lo inmemorialmente antiguo puesto al servicio de un mo delo de tolerancia marcadamente pacificador. En la unidad del origen
Véase W. Schmidt-BIggcm.nnn, Philosophia Perennis. Hiatorische Umris.te ahfntllandischer Spiriiualilal in Aniike, Millelatler und Frijher Neuzeil, cit. M. Slausbcrg, op. cit.. p. 28X. Cfr. M. SlJu.sbcrg. op. d i., p. 134.
01
se descubría la superación de la discordia contemporánea. La supera ción de la distinción mosaica mediante el recurso a portadores de la verdad y a las tradiciones premosaicas debería quitar hierro al con flicto entre confesiones. También el proyecto de Francesco Patrizi (1529-1597) de una Nova De Universis Philosophia está bajo el signo de una visión uni taria. También aquí se trata de una superación de la distinción mo saica, a saber, bajo la forma de una teoría de la convergencia de la verdad, que postulaba una armonía total entre, por una parte, las cin co distintas direcciones de la filosofía (cuatro filosofías «antiguas» y la propia filosofía de Patrizi) y la doctrina católica por otra parte. En Patrizi la teoría de la degeneración adopta la forma lingüística de una historia de la decadencia del lenguaje originario. El lenguaje originario, esto es, el lenguaje de Adán perdido en la torre de Babel, funcionaba, usando un concepto de Aleida Assmann, según el prin cipio de la «significación inmediata», es decir, una participación in mediata y natura! de los signos en la esencia de lo designado, mien tras que los lenguajes posteriores funcionan según el principio de la significación mediada, es decir, según un código que establece de manera convencional la relación entre signo y designado'***. Sólo en las fórmulas mágicas de las lenguas extranjeras, los onomata bar bara, permanecía vivo el principio de la significación inmediata y les otorgaba la capacidad de hacer presente, esto es, de conjurar a lo designado. En el contexto de esta «búsqueda del lenguaje perfecto»'*® juega Egipto un papel central con motivo de la discusión sobre los je roglíficos como «signos n a t u r a l e s » ^ ® . Teniendo en cuenta que Aristó teles era considerado el representante de una teoría del lenguaje y de los signos en el sentido de la significación mediada, se entiende tam bién la fuerte polémica antiaristotélica que Patrizi y otros ligaron a su proyecto de una semiótica de la significación inmediata basada en Platón” .
■'* Véase S. A . A s s m a n n , Die Legiiimitcit der Fiktion, Munich. 1980, Véase también de la misma autora, «Die Weisheil Adams», en A . Assmann (ed.), Weisheil, cit., pp, 305324, Véase el libro homónimo de U. Eco, La Ricerca delta lingua perjeita nella cultura europea. Laterza, Bari, 1993 [ed. cast.: La búsqueda de la lengua perfecta, Barcelona, Crí tica, 1999], “ Véase por ejemplo L. D i e c k m a n n . Hieroghphics, St Louis, 1970. M, V. D a v i d , Le déhai sur les écritures et l'hie'roglyphk aux xvii' et xvii' siécle, París, 1965. Estos contextos sólo pueden ser indicados aquf. C fr para más detalle A . y J. A s s m a n n (eds,), Hiernglyphen. Slationen einer anderen abendldndischen Crammatologie, Munich, 2003.
92
L
IN T EN Sm CA CIÓN DE LA DISTINCIÓN MOSAICA Y EL SURGIMIENTO
a
DE LA PAGANOLOGÍA
La obra de Patrizi marca el fin del clima espiritual de tolerancia propio del Renacimiento: fue incluida en 1592 en el índice de libros prohibidos. En el clima exaltado de la Contrarreforma ya no había lu gar para la prisca theologia ni para la utopía de una superación de la distinción mosaica. Con este giro se trasladó el discurso sobre Her mas Trimegisto y Zoroastro de Italia a los países nórdicos, del con texto católico al predominantemente protestante y de la filosofía -es decir, de la utopía de una unidad de teología, filosofía y arte médicoa la investigación histórica, es decir, «anticuaría». Esta fase está bajo el signo por una parte de la crítica históríco-filológica y por otra par te del rechazo directamente fóbico de la idolatría. Como víctimas de la crítica cayeron los oráculos caldeos, que fueron desenmascarados como obra de la antigüedad tardía al igual que el Corpus Hermeticiim. De este modo ganaron importancia otras fuentes: inscrípciones, testimonios de los historiadores antiguos y de los Padres de la Igle sia, relatos de viajes, etc. Por primera vez se hizo visible en su ex tranjería la tradición ligada a Zoroastro y dejó de ser acaparada como una forma originaria o temprana de lo propio. De ahí surgió paradó jic am ente, a la vez que la estricta separación de lo ajeno, un interés totalmente nuevo y mucho más intenso y esencial por el mundo extrabíblico. Junto con la nueva segregación de los «paganos» encon tramos en el siglo xvii un periodo de prosperidad sin precedentes en su investigación. Esta nueva «paganoiogía» o estudio de los paganos sirve a menudo para desenmascarar el carácter tardío y derivado de textos y ritos paganos, como por ejemplo la datación tardía del Cor pus Hermeticum por Isaac Casaubon, pero también representa un cuadro reactivo frente a la reinstauración intensificada de la distin ción mosaica y la intolerancia ligada a ella. Que a pesar de todo no se trata de una historia de la religión en sentido moderno está en relación con el segundo foco, la nueva imagen del enemigo como «sabianismo». En particular Zoroastro se convertirá ahora en la personificación de esta religión pagana y con ello en el objeto del más fuerte rechazo. Sabianismo” es un sinóni mo de idolatría. El concepto de los sabianos, que no es idéntico, pero que a menudo se confunde con el de los sabeos (del reino de Saba), ha de considerarse como una creación del gran filósofo judío
SOHN,
Sobre los sabianos tareccmos de una ¡nvcstipacWn comprcn.'iiva reciente. D. CmwolD ií Ssahier un J cler Ssahtsmiis. 2 vol.s., San Peicrsburgo, 1856, sigue siendo funda
mental.
93
Maimónides (1135-1204)^^ Maimónides había intentado fundamen tar históricamente las leyes rituales judías, que no se podían funda mentar según la razón, y había intentado hacerlo en el sentido de una «inversión normativa» de los ritos paganos (la ley prescribe lo que está prohibido entre los paganos, y prohíbe lo que entre los paganos eran prácticas sagradas). En su búsqueda de tales ritos Maimónides se topó con la religión de los sabíanos en el libro La agricultura de los nabateos (en árabe al-filáha al-nabatiyya, en hebreo ha-abodah ha-nabatit) de Ibn Wahshiyya, autor del siglo X^. A las característi cas de la idolatría «sabiana» pertenecían principalmente la adoración de los cuerpos celestes y la astrología. Para Maimónides, el paganis mo no era simplemente un concepto genérico para todas las religio nes excluidas bajo el signo de la falsedad, sino una religión propia mente dicha, que para él era equivalente a una identidad étnica en tanto que comunidad, pueblo o nación, precisamente ios sabíanos o la ummat Sabl’a. La manera más eficaz de borrar un recuerdo consiste en supcrponerie un contrarrecuerdo. Así pues, el monoteísmo como contrarreligión sólo podía establecerse sobreescribiendo los innume rables ritos de los sabíanos con nuevos ritos que los ponían cabeza abajo en el sentido de una inversión normativa de los ritos paganos. Stephen Netties resume en el año 1625 e! principio de Maimónides de la inversión normativa del siguiente modo: En su Guia de perplejos escribe Moisés ben Maimón que los ritos sa crificiales fueron instaurados especialmente con el fm de extemiinar la idolatría. Pue.s mientras q u e los paganos adoraban a los animale.s, como por ejemplo ios caldeos y egipcios adoraban a vacas y came ros, en relación con las constelaciones de Tauro y Aries, por eso mis mo ordenó dios sacrificar a dichos animales como ofrendas sacrifi-
ciales^^
S. Stkoum.sa, «Entre Harran ct al-Maghrcb. La théoric maimonidiennc de I’histoirc des rcligions ct scs sourccs anibcs», en M. Fierro (ed.). Judíos y musulmanes en al-Andalus y el Mat^hreh. contactos inlelecluulcs, Madrid, 2002, pp. 153-164. ^ Ibn Wahshiyya. al-füüha al-nahatiyya hebr. ha-civocla ha-nahatit. Véa.sc T. F a UD, L'aañculture nahaléenne. Traduction en arahe attríhue'e á Ahu Bakr Ahmodh. 'AU al-Kasdani conr.u sous le nom d ’lhn Wcihsiyya (IVe/Ve siecle). édition critique. Damasco, 1998. Sobre la cuestión de las relaciones entre los «sabíanos» (Zahii) y los «sabeos» (Scihaei) hay una larga discusión en Spencer. pp. 211-213. ” «Moses ben Maimón in More Hanebucim writes that the end for which sacrifices wen: commanded d¡d tend especially to the rooting out o f idolatry: for whereas the Genti les worshipped beasts, as Ihe Chaldaeans and Aegyptians bullocks and sheep. with rcfercnce to the Celc-stiall Signes. Aries and Taurus. etc., thereforc (saith he) God commanded thc.sc to be slaino in sacrifice», véase S. N e t t l e s . Answer lo the Jewish P an ojMr. Selden ’s llisinry nfVilhc.i. Oxford, 1625. pp. 46-47, citado en G. S t r o u m s a . «John Spencer and tlie R(X)Ls of Idolatry», Hislory oJReligions 40 (2CW1), pp. 1-23; p. 17.
94
La tesis de Maimónides era ciertamente que las leyes rituaJes no se basaban en razones racionales, sino que se explicaban histórica mente. La explicación histórica de las leyes la veía él en su función de deshabituar de la idolatría a los judíos, que se habían asimilado por completo a las prácticas sacrificiales paganas de los sabíanos, sobreescribiendo sistemáticamente los ritos paganos, para de ese modo de jarlos caer en el olvido. El concepto maimonideano de los sabíanos como una religión mundial que antaño abarcara a todo el mundo, pero que desde entonces ha caído por completo en el olvido, es la in versión exacta del concepto de una prisca theologia. Si ésU se basa en una inclusión enfática de la sabiduna pagana y con ello en una su peración de la distinción mosaica bajo la luz de una verdad común, aquélla se basa en una exclusión igualmente enfática de las prácticas paganas y en un reforzamiento de la distinción mosaica bajo la luz de una verdad exclusiva y exigible a los hombres sólo paulatinamente y en astuta adecuación a las circunstancias históricas. Indudablemente, el concepto de los sabíanos tiene connotaciones negativas, pero al mismo tiempo es (ya en Maimónides) objeto de una fa.scinación de primer rango. Bajo la influencia de esa fa-scinación surge la nueva paganología; la investigación del paganismo en tanto que tal, y no como preparación del cristianismo. El siglo XVil es la edad de oro de la paganología, y con ello también es la cuna de la ciencia de la religión. En ella ha de prescindirse naturalmente de los duros juicios de valor, y también de las demostraciones de repugnan cia fóbicas respecto de la idolatría que con demasiada frecuencia, sin duda también en el contexto protestante, venían impuestas por la ne cesidad de camuflar el interés, y que desacreditaban esencialmente el carácter científico de esa investigación (en el sentido moderno), y que más bien pre.staban atención a la curiosidad manifiesta con la que a partir de ese momento era posible dirigirse a los extraños en un sen tido mucho más inclusivo e incluso también histórico-crítico del que habría sido posible imaginar en el marco de la prisca iheolof’ia en la primera fa.se de la recepción. El nuevo planteamiento trata del .surgi miento, el desarrollo y la acuñación del paganismo. En el .se trazará, a diferencia de los siglos xv y xvi, la distinción mosaica en lodo su rigor, el límite entre verdad y mentira, cristianismo y paganismo, mo noteísmo y politeísmo, es decir, idolatría, pero en realidad c.sto se hará únicamente para poder dcdicar.se al estudio del paganismo con un tremendo despliegue de atención y erudición. En esto reside, des de el punto de vista de la historia de la ciencia, el interés de las obras de John Selden {De Diis Syris, 1610), Gerhard Johannes Voss {De Theologia geníili, 1641), Samuel Bochart {Gcographia Sacra, 1646), Theophile Gale {The Court o f ¡he Gentiles, 1669-1671) y muchos otros. La teoría renacentista de la difusión, que retrotrae todo saber a
un origen común y al mismo tiempo también ve en él garantizada 1 continuidad efectiva de su unidad, exf)erimenta a través de esta inter sificación de la distinción mosaica una modificación decisiva. En li. gar de la tradición entra ahora en juego el concepto de la recepciór que ciertamente transgrede los límites, ya se trate de la recepción de saber bíblico por los paganos, o del saber pagano por la Biblia. El con cepto de recepción Yíranj/aí/o, mutatio, imitaíio) implica la represen tación del límite, y con ello la posibilidad de una comparatística qu traspasa los límites. Uno de los autores más importantes es Fierre Da niel Huet {Demonsíratio Evangélica, 1679). La distinción entre reli gión verdadera y falsa es trazada por él con un rigor especialmente po lémico. Los cinco libros de Moisés, cuya, autenticidad y antigüedat fueron corroboradas con énfasis por Huet (probablemente contra Spi noza^'^) son considerados la codificación original de la verdad divina por el contrario, las religiones paganas son consideradas su copia dia bólica. Esta obra, tan erudita y célebre en su tiempo como por otra par te apologética, unilateral y parcial, ciertamente no será declarada ur hito en la historia científica en el camino hacia la historia de la religión. Pero se encuentra en De legibus (1685) de John Spencer una réplica que ponía las tesis de Huet cabeza abajo y mostraba qué otras posicio nes eran posibles en el siglo xvii. Cuando Huet presenta las institu ciones paganas como plagio del Pentateuco, Spencer devuelve la pe lota e identifica las leyes rituales mosaicas como recepciones del paganismo (egipcio)^^. A pesar de que Spencer se equivoque en la ma yoría de los casos desde el punto de vista egiptológico y veterotestamentario, tiene naturalmente toda la razón en lo que se refiere a la mayor an tigüedad de la religión egipcia respecto de la bíblica. Pero es decisivo que Spencer libere el concepto de la recepción {translatio, es decir, mutatio) de toda valoración en el sentido de plagio o de imitación (malinten cionada). En el mismo sentido exento de valoración emplea también Thomas Hyde en su Historia Veterum Persarurn (1700) el concepto de la recepción. Aquí es de nuevo la Biblia la parte que da y el paganis mo la parte que toma. Pero que Zoroastro haya entrado de aprendiz con el profeta Jeremías y haya aprendido mucho de él no hace más que honrar su propia teoría, según Hyde.
^ M. Stausberg, op. cit., pp. 657 ss, ” Sobre Spencer se han publicado (desde la aparición de Moses á tr Ágypter) nuevos estudios, véase G. Stroumsa, «John Spencer and the Roots of Idolatr>», cit.; M. M ui^ow , Moderne aun dem Umergrund. Radikale Friihaujlclarung in Deutschland I6S0-1720, Hamburgo, 2002. pp, 85-113; J. A s s m a n n , «Die Historisierung der Religión: Maimonides, Spencer. Schiller, Freud», en G. W. Most (ed.), Hiatoricization-Historisierung = Aporema¡a. Kritische Studien zur Philologiegeschichte 5, Gottingen, 2001, pp. 25-43; J. A s s m .^ n .n , «Das Gcheimnis der Wahrheit. Das Konzept der "doppelten Religión" und die Erfindung dcr Religion.sge.schichle», Archivfiir Retigionsgeschichte 3 (2001), Leipzig, pp. 108-134.
96
Con el concepto de la recepción o la traducción la distinción mo saica es, cuando menos, relativizada de nuevo. Ciertamente el límite está trazado, pero hay intercambio y recepción. La intensificación or todoxa de la distinción mosaica en la época de la Contrarreforma es suavizada con cautela, pero continua y tenazmente. El concepto po lémico de idolatna es sustituido por el concepto más neutral (en cual quier caso, con intención menos valorativa que descriptiva) de poli teísmo. El concepto clave para la paganología de los siglos xvii y X V III es «misterio». Las religiones paganas son interpretadas como re ligiones mistéricas, que conocen la verdad, pero que la mantienen oculta bajo el velo del misterio y sólo pueden hacerla accesible a unos pocos iniciados, mientras que Moisés la reveló después a su pueblo y transformó la distinción entre iniciados y profanos en la distinción entre judíos y gentiles.
97
IV
SIGMUND FREUD Y EL PROGRESO EN LA ESPIRITUALIDAD
A pesar de que el l ibro de Sigmund Freud Moisés y la religión mo noteísta despertó poca atención tras su publicación tanto entre psi coanalistas como entre historiadores y teólogos, desde hace unos doce años, esto es, más de 50 años después de su aparición, experi menta un retomo de lo más singular'. En estrecha relación con él, también la cuestión de Moisés y el origen del monoteísmo ha tenido en los últimos años un auge inaudito, y ello no sólo en círculos teo lógicos, sino también históricos, filosóficos, literarios e intelectuales en general, llegando incluso a nichos tan apartados como la egiptolo gía, desde la cual yo comencé a ocuparme de esta temática hace ya
' Cfr. por ejemplo: E. Rlcn, Freud and Mosat. The L^ni; Journey Home, Nueva York. 1990; I. C R U R R lC H - S lM rris, Freudx Moses-Siudie ais Ta^traum, Wcinheim, 1991; Y. H. Y e r u s m a l m i . Freud's Mases. Judaism lerminuhle and interminable, New Haven. 1991; B. COLDSn;iN, Reinscrihing Mases. Heine, Kajka, Freud. and Schoenberj’ in a Eurvpean Wilderness, Cambridge, Mas.'!., 1992; R. Pa u l , Mases and Civilizalian: ihe Meaning llebind Freud's Mylh, New Haven, 1996; J. Di:kriim, Muí d'Archive. París, W .'í |ed. cast.: M al de archivo, Madrid. Trolla, 1996|; R. J. Bi£RNSTI;in, Freud and the Le/;acy of Mases, Cambridge, Mass.. 1998; Manalsschri/l fú r Seclsarge und Beratunf; 51.4 (mayojunio 1999), Suplemento e.spccial Sechzig jahre •D er Mann Mases». TUtr Religionskritik lY.' t S'xmund Freud. Wege zum Men.Kchen; M. PORTE, Le mylhe manothéisle. Une leciure de ^L'hamme Moise el la religión monoihéiste de Sigmund Freud, Fontcnay-au.x-Roses, ! 999; E. Sanlner, op. cit.\ W. H líC E N lü!. Wege aus der vaterlosen Psychoanalyse. Vier Abhandlungen üher Freuds uMann Mases», Tubinga, 2001; B. W lT T E . «Die Schrift im Exil. Sigmund Freuds Der Mann Mo.kcs und die jüdischc Tnidition», en V. borso, G. Krumeich y B. Wilte (eds.). Medialilül und Cedachmis. Inlerdi.sziplinare Beilrage zur kulturellen Verarheilung kultureller Kri.sen. Stullg.nrt y Weimar, 2001, pp. 55-66; F. Maciejewski, Psychoanalylisches Archiv und jiidisches Cedüchinis. Freud, Beschneidung und Monnlheismus, Viena. 2002. El número PSYCHE. Zeit.schri/l fü r Psychoanalyse und ikre Anwendungen 56 (2002), está casi por completo dedicado a la discusión del libro sobre M oi sés de Freud.
99
Ya Moses Mendelssohn había llamado la atención sobre esta vincula ción de escritura e historia de la religión; «Me parece que la transfor mación que en las distintas épocas de la cultura ha tenido lugar con lo5 signos de la escritura ha participado de manera importante desde siem pre en las revoluciones del conocimiento humano en general, y en lai múltiples modificaciones de sus significados y conceptos en asuntos religiosos en particular»^. Moses Mendelssohn pensaba con ello (refi riéndose a William Warburton y a Giambattista Yico) en la transición de la escritura pictográfica a la alfabética^, mientras que aquí se trata ante todo del paso de la oralidad a la escritura, es decir, de la «cohe rencia ritual» a la «textual»^. Con el principio de la coherencia ritual se vincula la idea de la in capacidad del mundo para sustentarse a sí mismo. Las culturas ritua les o religiones del culto parten típicamente de la idea de que el uni verso sufrirá o directamente perecerá si los ritos no son llevados a cabo como es debido. El rito sirve a la preservación de un orden glo bal que está amenazado de ruina. La coherencia textual surge de la desaparición de esta idea. Para la Biblia, la introducción de una teo logía de la creación y de una teología de la voluntad opera este cam bio. El mundo debe su existencia no a los ritos, sino a la voluntad y al efecto sustentador de un dios tra.scendente. Con el principio de la coherencia ritual y de la incapacidad del mundo para sustentarse a sí mismo se vincula el tipo social del sacerdote, de igual manera que a la interpretación textual pertenece el tipo social del exegeta, el erudi to de las Escrituras y el predicador. El sacerdote se distingue del gru po por medio de estrictos preceptos de pureza; se cualifica por la pu reza ritual que ha de ser alcanzada a través de abluciones, ayunos, contención sexual y otras formas de «ascésis mágica» (Max Weber). La atribución sacerdotal es en primera instancia una cuestión corpo ral, el cuerpo entra aquí en juego de modo mucho más fuerte que en el caso de las religiones del libro. El pa.so de las religiones del culto a las religiones del libro con lleva un cambio estructural de lo sagrado’ . Las religiones primarias
^ M. MENDF.I.S.SOHN, Jerusalem, en Schriften üher Religión und Au/klarung, ed. por M. Thom, Berlín. 1989, pp. 422 s. (ecl. ca-il.: Jerusalén o acerca de poder religioso y judais mo, Barcelona/Madrid, Anthropos/MEC, 19911. ^ Véase mi ensayo «Picturcs versus Lcllcrs: William Warburton’s Theory of Grammalological Iconoclasm». en J. Assmann y A. I. Baumgartcn (eds,). Represemalion in Re ligión. Sludics in Honor o j Moshe Barasch. Leidcn, 2001, pp. 297-311. ^ J. A s s m a n n , Das kullurelle Gedüchlnis. Schri/i, Erinncrung undpoliíische Identitat in Jrühen HochkuUuren, Munich. 1992, pp. 87-103. * A. Dihle, «Hcilig», en E. Da.ssmann et al. (eds.), Reallexikon Jiir Aniike und Chrislennim. Sachworterbuch zur Auscinandcrsetzung des Christentums mit der Antiken Welt, vol. XIV, Stutlgart. 1988, pp. 1-63. El griego y el latín distinguen dos conceptos para lo sa
122
o del culto tienen que ver con lo sagrado manifiestamente presente en el mundo (hieros, sacer). El elemento sagrado con el que trata el sacerdote -y para el que tiene que purificarse—está presente en el mundo, encamado de manera fija en un lugar, o manifiestamente re presentado y apartado por barreras altísimas del profano mundo de la vida cotidiana. El trato del sacerdote con lo sagrado exige, de esta forma, santidad en el sentido de hosios, sanctus. Así se denomina un estado que se diferencia de la esfera de lo profano. Por el contrario, las religiones secundarias suprimen esa diferencia, porque lo sagra do ya no se encuentra en absoluto en el mundo. Lo único que en ellas todavía puede ser considerado hieros o sacer es la escritura sagrada, biblia sacra. A ésta se aplican, por tanto, en el judaismo y en el is lam, representaciones y normas que están claramente tomadas del ri tual. Así, por ejemplo, un judío no debe poner una Biblia en el sue lo, y un musulmán no debe destruir ningún texto en escritura y lengua árabe, ni llevarlo consigo para leerlo a lugares indecorosos, aunque se trate del periódico. El cristianismo, y en particular el pro testantismo, tampoco han logrado deshacerse de estos restos del ri tual. El exegeta o predicador se cualifica para su cargo por su cono cimiento de las Escrituras. Sabe leerlas y explicarlas, las conoce de memoria, sabe iluminar un pasaje por medio de otros, y ante todo sabe aplicarlas a la realidad vital del presente correspondiente. Aquí no hay ninguna interacción inmediata con la naturales. El éxito de su ejercicio profesional se mide por el grado de aplicación de su pré dica, es decir, por la adaptación del texto a la praxis vital. Las con secuencias psicohistóricas de semejante exilio de lo sagrado del mundo, por un lado en la trascendencia, y por otro en la escritura, conducen a un desvío fundamental de la atención, que originaria mente estaba dirigida hacia los fenómenos de este mundo y hacia lo sagrado que se muestra en ellos, y que ahora se concentra exclusiva mente en la escritura. Todo lo demás es estigmatizado como idola tría. Las cosas de este mundo, muy en particular las imágenes, son trampas para desviar la atención de la escritura. El hombre debe sor tear estas trampas. La demonización de las imágenes y de lo visual va aparejada a un cuasi paralelismo lingüístico que desensualiza a la religión y que desmantela la teatralidad de los ritos. Moses Mendelssohn, por lo demás, también vio muy claramente estas consecuencias.
grado, que tanto en hebreo como en las lengua."! modernas confluyen en uno. Por un lado el término hieros en griego, sacer en latfn, caracteriza lo «sagrado que está objetlvamcnic presente en el mundo en muchos lugares», por el otro lado, el término hosios o sanctus de signa «la calificación del hombre o del objeto que es necesario para la comunicación con lo sagrado» (A. D 1111.F., Buch imd Kuli, manuscrito sin publicar. Agradezco de todo corazón a Albrccht Dihle por haberme cedido este texto).
f- europeos cada vez más incapaces de entender la vinculación de lo ji dio y lo griego, de Jerusalén y Atenas, como un fructífero «no-sóli sino-también», en lugar de como un forzoso «o bien-o bien». El gi; peculiar que imprime la respuesta de Heine a la pregunta por el origt de Europa consiste en generalizar la oposición. Ya no se trata de aric o semitas, sino de una oposición mucho más general, que atañe a todc los hombres, de la oposición entre la espiritualización ajena al muntí o enajenadora del mundo y la sensualidad ligada aJ mundo. La prim; ra la han heredado los hombres de los judíos, la segunda, de los gric gos, de modo que en su pecho habitan dos almas, una judía y oti griega, y o bien la una, o bien la otra, gana la supremacía en ellos. Pe ello Heine liga irónicamente la espiritualidad (judía) a los concepto de «instinto» y «adicción» y reserva a su antípoda, la vinculación co el mundo (griega), el título honorífico de «esencia». Esto fue visto por Freud de manera similar. También él consider que la contribución específicamente judía a la historia de la humanida es la aspiración a lo que él denomina el «progreso en la espiritualidad' Este progreso corresponde en el plano de la psicohistoria humana a I que Freud denomina «sublimación» en el plano de la vida anímica in dividual, y que para él representa el logro más elevado de la estructun y de la maduración psíquica. Y también Freud, al igual que Heine, ha bla en este contexto de un «instinto», aunque lo hace, por el conL'^ic para rechazar este concepto por ser inadecuado. «Para muchos de noso tros», escribe, «puede que también resulte difícil renunciar a la creenci; de que en el propio hombre reside un instinto de perfección, que le h: conducido a su apogeo actual de rendimiento espiritual y de sublima ción ética», para después proseguir: «lo que ocurre es que yo no creo er semejante instinto». Este de.sarrollo cultural no se debe a ningún instin to, sino muy al contrario, a la represión del instinto. «El desarrollo ac tual», e.scribe Freud, «no me parece admitir otra explicación que lo que se observa en los animales y en una minoría de individuos humanoi como un impulso infatigable de perfeccionarse cada vez más, se entien de naturalmente como una con.secucncia de la represión del instinto, so bre la que se ha construido lo más valioso de la cultura humana»’ . El ju daismo es el motor de este progreso, que no se halla en la naturaleza instintiva del hombre, sino que se opone profundamente a ella. Los ju díos han dado con ello el paso decisivo, y lo han hecho -en esto Freud da la razón a Heine- mediante el rechazo de las imágenes. El segundo mandamiento marca el umbral de la época decisiva en este progreso.
’ Jen.seit.'! dex LMstprinzips. en S. Fri-IUD, Studienaus^ahe, vol. III, Francfort, 1982, p. 251; Hcgcl habla de un «instinto dcl espíritu del mundo», así como de un «in.stinto de per fectibilidad»: Vorle.'tunj’en zur Philo.wphie der Ceschichte, Stutlgart, 1961, pp. 104 s. Véa.sc A . A 5 S m ,\n n , Tirne and Pcrfecíinn. texto do conferencia sin publicar, Jerusalén, junio 1999.
102
Esta valoración de la próhibicióri'dc'las'imágenes'tiene también una tradición que se remonta miicho tíem ^ atrás. Kant veía en ella la quintaesencia de lo sublime (lo «sublime»,’á lo que aspira todo «pro ceso de sublimación»); «Quizá no haya en el libro de la ley de los ju díos ningún pasaje más sublime qiie él mandamiento: “No debes ha certe ninguna imagen tallada, ni alegoría alguna, ni de lo que hay en el cielo, ni de lo que hay en la tierra, etc.”. Ese solo mandamiento pue de explicar el entusiasmo que el pueblo judío, en su periodo civilizado, sintió por su religión, cuando se comparó con otros pueblos o con aquel orgullo que inspira el mahometismo»*. Las declaraciones de Freud so bre el «progreso en la espirinialidad» pueden leerse como un comen tario a esta frase de Kant. También Freud se pregunta, al igual que Kant, por la fundamentación en última instancia tanto de la violencia coercitiva (el «entusiasmo» de Kant) que ejerce la religión sobre el pueblo judío, así como por el orgullo de ser el pueblo elegido. Para Freud se trata en el caso de la religión monoteísta de «el rechazo de la magia y de la mística, los estímulos hacia el progreso en la espirituali dad, la exigencia de sublimación» y del proceso «en el que el pueblo, lleno de dicha por la posesión de la verdad y embalsado de la con ciencia de ser el elegido, alcanza la máxima apreciación de lo intelec tual y el énfasis de lo ético»’. Freud titula como «El progreso en la espiritualidad» la tercera de un total de ocho secciones en las que recopila los resultados de su úl timo libro Moisés y la religión monoteísta. Esta sección no sólo ha bía sido publicada por él como un artículo independiente'®, sino que también fue leída por su hija Anna en el Congreso Internacional de Psicoanálisis de París 1938 como contribución suya". Esto muestra el aprecio que concedía a este texto el propio Freud. Veía en él su re conocimiento al judaismo, su legado como filósofo de la cultura y lo esencial de su libro sobre Moisés'^. De modo que ciertamente no es errado expresar mediante esa fórmula la comprensión de Freud del judaismo y de la contribución judía al desarrollo de la humanidad. Si el destino del hombre es progresar en la espirituülidad, entonces son los judíos los que van a la vanguardia en ese camino.
* Krilik der UrteilxkrajI. § 29, 2.’ cd., p. 125. Danmstadt 365 (cd. casi.; Crítica del ju i cio. Madrid, Espasa-Calpc, 1977, p. 178). Exaclamenlc de la misma truincra explica Freud el sentimiento de superioridad sobre las demás religiones posibilitado por el monoteísmo y por el «progreso en la espiritualidad» que conlleva. Véase sobre esto in/ra.
’ Moses (1974). p. 534. Internaiionalt Zeilschrift fú r Psychoanatyse und Imano 24, 1/2 (1939), pp. 6-9. “ El 2 de agosto de 1938, véase nota editorial en Mnsex (1974), p. 457. Sigo aquí agradecido las indicaciones ofrccid.ns por R. Bcmstein op. cit., pp. 82-89.
103
E
l t r a u m a d e l m o n o t e ís m o : h e r m e n é u t ic a a n a l ít ic a
Y MNEMOHISTORL\
La pregunta de partida de Freud trata del origen del judaísn Quiere saber «por qué el judío ha llegado a ser lo que es, y por qué atraído hacia sí ese odio inextinguible»'^. Lo que he denominado s pra la intensificación edípica, vale sólo para el judaismo, del misr modo que Freud entiende por religión monoteísta el judaismo, y no cristianismo. La intensificación patriedipal de la religión paterna juc es la condición psíquica para el progreso en la espiritualidad. La respuesta de Freud a la cuestión de por qué el judío ha llegac a ser lo que es resulta bastante sorprendente. «El judío» es la obra ( un único hombre, el «hombre Moisés»*. Este hombre ha creádo pueblo judío, y lo ha hecho de un modo doble. Primero lo ha creac de manera puramente externa, al formar a partir de una muchedur. bre amorfa de esclavos un pueblo en el sentido de una comunidad o ganizada políticamente, como autor de su liberación, legislación doctrina religiosa. Pero también lo ha creado en otro sentido mucr más profundo, al formar su alma. Esta creación mucho más decisiv, que por primera vez hizo del «judío» «lo que es», no la llevó a cab en vida, sino únicamente tras su muerte. Este proceso etnogenético psicogenético se extendió durante muchos siglos. Pertenece al ámb to de la historia oculta. Los anales del recuerdo oficial, el texto bíbh co y las fuentes históricas habituales, no saben nada de él. Sólo c aparato «arqueológico» del psicoanálisis es capaz de penetrar en est ámbito profundo de la vida psíquica colectiva y de descubrir un ori gen que en el recuerdo consciente no sólo ha desaparecido, sino qu ha sido reprimido según todas las reglas de la teoría psicoanalítica, ei tanto que experiencia profundamente traumática. Sólo así, segú: Freud, puede entenderse la dinámica según la cual una idea puedt cautivar y «mantener bajo su hechizo» al alma de todo un pueblo co¡ irresistible coerción. «En efecto, es digno de particular atención», es cribe, «el hecho de que cualquier elemento retomado del olvido s< impone con especial energía, ejerciendo sobre las masas humana? una influencia incomparablemente poderosa y revelando una irresis tibie pretensión de veracidad contra la cual queda inerme toda argu
Cartr. a Amold Zweig del 9 ds septiembre de 1934; S. F r e u d y A. ZwEic. BrieJwechset, Fráncfort, 1968. La expresión «el hombre Moisés» hace referencia al título de la obra de Freud sobre Moisés, que en alemán dice literalmente «El hombre Moisés y la religión monoteísta», y a É.xodo 11,3, versículo del que Freud tomó la expresión para el título de su obra. Este ver sículo dice: «el hombre Moisés era muy importante en la tierra de Egipto». Assmann trat: de esto en Moisés el egipcio, cit., pp. 166-167. ¡N. del T.]
104
mentación lógica/a manera'del comprenderse este enigmático caj^cter ¿o m p á^d o lo cóh 'él delirio del psicótico. Hace tíempo hemos ádvértidó que ía'ideá'delir^te con tiene un trozo de verdad olvidadaj''que' há debido 'só defor maciones y confusiones en el cursó de su evocación y que la convic ción compulsiva inherente al delirio emana'de este núcleo de verdad y se extiende a los errores que lo envuelven. Semejante contenido de verdad -que bien podemos llamar verdad histórica- también hemos de concedérselo a los artículos de los credos ipeligiosos, que, si bien tienen el carácter de síntomas psicóticos, se han sustraído al anatema del aislamiento presentándose como fenómenos colectivos»'^. Para Freud, la tradición religiosa construye con sus «dogmas» un velo de «ilusiones encubridoras», «deformaciones y confusiones», que su metodología cuasi arqueológica del trabajo del recuerdo psicoanalítico es capaz de descubrir, para dar con el núcleo de verdad histórica. Freud está convencido de no haber reconstruido este origen, sino de habedo descubierto, igual que los arqueólogos del siglo xix redescu brieron a Akhenatón, el faraón olvidado por la historia y venerado por Freud, e igual que en la época de Freud Howard Cárter redescubrió al faraón Tutankamón. Una de las metáforas topológicas recurrentes en Freud es, como es bien sabido, el concepto de la profundidad. Se halla en estrecha re lación con la topología del alma freudiana, que se estratifica en Ello, Yo y Super-yo. El Ello es la capa más profunda del inconsciente. Se encuentra retirado de la conciencia y sólo se manifiesta en rastros y síntomas. El análisis es el arte de internarse en esta profundidad. Freud lo compara a menudo con agrado con el trabajo del arqueólogo. También su colección arqueológica tiene que ver con esta fascinación por la arqueología. Ya en su temprano estudio sobre la histeria del año 1896 Freud desarrolló explícitamente esta comparación de su méto do con la arqueología: Supongamos que un explorador llega a una comarca poco conocida, en la que despiertan su interés unas minas consistentes en restos de muros y fragmentos de columnas y de lápidas con inscripciones bo rrosas e ilegibles. Puede contentarse con examinar la parte visible, in terrogar a los habitantes, quizá semisalvajes, de las cercanías sobre las tradiciones referentes a la historia y la significación de aquellos restos monumentales, tomar nota de sus respuestas... y proseguir su viaje. Pero también puede hacer otra cosa: puede haber traído consi go útiles de trabajo, decidir a los indígenas a auxiliarle en su labor
/Vfo.5fí(l974), p. 533.
investigadora, atacar con ellos el campo en minas, practicar excavíi ciones y descubrir, partiendo de los restos visibles, la parte sepult: da. Si el éxito corona sus esfuerzos, los descubrimientos se explic: rán por sí mismos; los restos de muros se demostraran perteneciente al recinto de un palacio; por los fragmentos de columnas podrá re construirse un templo, y las numerosas inscripciones halladas, bilir gües en el caso más afortunado, descubrirán un alfabeto y un idiomr proporcionando su traducción insospechados datos sobre los suceso pretéritos, en conmemoración de los cuales fueron erigidos tales mo numentos. Saxa loquuntur!'^.
Saxa loquuntur, las piedras hablan, pero cuentan al arqueólogc que penetra en la profundidad una historia muy diferente de la que habrían podido ofrecer la tradición de los habitantes semisalvajes c los hallazgos en superficie. Precisamente de esta diferencia es de I; que se trata en Freud. La verdad de lo profundo es esencialmente dis tinta de los mensajes, de la apariencia de la superficie. De esta dife rencia se deriva el principio de la hermenéutica freudiana. Es una her menéutica de la desconfianza (Paul Ricoeur'*), que no ve más que rastros distorsionados y falsificados de una verdad oculta en los da tos explícitos de la superficie. De igual modo procede Freud con los textos bíblicos. Cree poder percibir a través de ellos los contornos de una historia que ha dejado la más fuerte conmoción en las almas de los afectados, los judíos, y que en el transcurso de los siglos los ha llevado a ser lo que son. La mnemohistoria rccorrc exactamente el camino inverso. No pre gunta por la verdad histórica, sino por la verdad simbólica. No apar ta a un lado a los símbolos, para poder llegar a través de ellos a un núcleo de verdad oculto, olvidado o reprimido, sino que interroga a
S. FriíUD, ~/Mr dcr llyslcric. cn Cesainmetle Werkt: I, pp. 426-427 \:d. ca.<:t.: «L.a etiología de la hisicri.n», cn f-jicrilos .•siihre histeria. Madrid, Alianza, 2002, pp. 111-1121. Sobre la metáfora de la arqueología cn Freud vca.sc D. KuSPIt. «A Mighty Mctaphor; The Analogy of Archacology and Psyehoanalysis», en L. Gamwell y R. Wells (eds.), Sigmuncl Freud and Arl. His Personal CoHection o f Anliquities, Nueva York y lien dres, 1989, pp. 133-151; K. SroacRi-jn*, «Am Rand dcr Aufklánjngsmctaphcr. Korrcspondenzen zwischen Archáologie und I’sychoanalyse», cn L. Marinelli (cd.), "Meine... alten und dreckigen Gótler». Au.t Sigmund Freuds Sammlung. Kalalog dcr Ausstellung im SigmundFrcud-Muscum Viena. 18 de noviembre de 1998-17 de febrero de 1999, Basilca, 1998, pp. 81-93, y, sobn: todo, L. Fi.fai. Der Mann Freud, Fráncfort/NuevaYork. 1993, pp. 35-58. Sobre Freud como colcccionisla de antigüedades vca.se también A. M. RlZZt/lU, Why did Freud Reject Cod? A Psychndynamic Interprelatinn, New Haven, 1998, especialmente pp. 1-21, así como S. B arker (cd.), Excavations and their Ohjecis. Freud's CoUection of Anliquities, Nueva York. 1996. P. R i c o r u r , Die Inierprelalion. Ein Versuch üher Freud, Francfort, 1969 [cd. cast.; Freud: una interpretación de ta cultura. México, Siglo X X I, 2002].
106
los símbolos por su paiticipación en él. No pregunta cómo sucedie ron las cosas realmente, sino cómo y por qué fueron recordadas. Freud basa su análisis del monoteísmo como religión paterna -po dría casi hablarse directamente de «patriteísmo»— en dos fundamen tos, que fueron sustraídos de todo recuerdo consciente, es decir, de la tradición cultural, y que sólo pueden volver a ser sacados a la luz por medio de la «pala arqueológica» de la hermenéutica psicoanalítica: el primer fundamento consiste en una «construcción psicohistórica»'^, el mito de la horda primigenia que ya había desarrollado en 1912 en Tó tem y tabú, y el segundo fundamento representa una reconstrucción histórica llevada a cabo con perspicacia de criminalista, por así decir, que culmina en dos tesis de una osadía que quita el aliento: que Moi sés no era hebreo, sino egipcio, y que no murió en Moab, como rela ta la Biblia, sino que fue asesinado por su pueblo. Ambos fundamen tos son insostenibles. El propio Freud se lamenta, tanto en este libro como en sus cartas, de haber levantado un coloso sobre pies de ba rro'®. Pero el coloso, su análisis de la religión paterna monoteísta y de sus consecuencias psicohistóricas, sigue presentándose ante nosotros como una provocación fascinante. Las tesis de Freud de que Moisés era egipcio y fue asesinado por los judíos se oponen a la representación bíblica, y construyen por tan to una oposición diametral entre verdad histórica y simbólica, entre el Moisés histórico y el bíblico. Esto es tanto más paradójico, cuanto que no poseemos la menor fuente o rastro de un Moisés histórico. Todo lo que tenemos es el Moisés bíblico, y, aparte de él, un par de leyendas helenísticas y judías de historicidad aún más dudosa, que por lo demás casi no juegan ningún papel en Freud. La contradicción que él cons truye no se da entre las fuentes bíblicas y extrabíblicas, sino que se ha lla en el interior de la propia Biblia; el Moisés bíblico es un hombre con dos historias, un palimpsesto, un retrato en el que se ha pintado encima. A ojos de Freud el relato bíblico se toma una gran molestia para encubrir ambos hechos fundamentales, el origen egipcio de Moi sés y su asesinato, pero se traiciona en los rastros que a pesar de todo se han conservado. Uno de tales rastros es el nombre M oi^s, que es indudablemente egipcio, aunque en el relato bíblico es maquillado, de manera insuficiente, con una etimología hebrea. Otro rastro es la le yenda de la infancia, que sigue el difundido e.squema mitológico del «nacimiento del héroe» (Otto Rank), aunque de una manera invertida
” Konslruktionen in der Analyse (1937), Studienausgabc, Fráncfort, 1975, Ergánzungsband, pp. 393-406; G. Kimmhrle(ed.). Konstmlaionen in derPsychoaivilyse,'X\i'b\r.ga. 1998. '• Y. H. YerushaJmi, op. di., pp. 21 s., ha recopilado los pasajes correspondientes 'Je las cartas en este libro.
107
que sólo admite una conclusión: en él se pretende «judaizar» a ui egipcio. Un tercer rastro es la «torpeza de lengua» de Moisés, qu apunta a que no dominaba bien la lengua hebrea y sólo podía hacers entender por los judíos a través de un interprete (Aarón)*’ . También e supuesto asesinato de Moisés habría dejado rastros en la Biblia. Tale rastros los encuentra Freud en la violencia asesina y en la clara inten ción homicida de que es objeto Moisés en varias ocasiones, así comc en el topos del destino violento del profeta, en particular en Oseas, de que Goethe y después principalmente Emst Sellin, el especialista en e Antiguo Testamento consultado por Freud como informante, deducer el asesinato de Moisés. Así, en Ex 17, 4 se dice: «Clamó Moisés i Yahweh y dijo: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta par; que me apedreen”». Y en Nm 14, 10 leemos: «Toda la comunidad ha blaba de apedrearlos [a Moisés y Aarón]». Lo mismo que a Moisés > Aarón les ocurre a muchos otros profetas en Israel, hasta llegar a Juan el Bautista y Jesús, que fueron realmente asesinados. El «destino vio lento del profeta» es un motivo recurrente en el texto bíblico™. El tex to decisivo es Is 53, que narra los sufrimientos del siervo de dios. Freud deduce de estos rastros que los judíos mataron a Moisés porque no fueron capaces de soportar durante largo tiempo las elevadas exi gencias de su religión abstracta (espiritualizada). El progreso en la es piritualidad y el sentimiento de superioridad que conlleva conduce siempre a cuadros reactivos violentos. Moisés fue su primera víctima, y en este sentido fueron los judíos, quienes le mataron, los primeros antisemitas-'. Pues el antisemitismo, a cuyo análisis Freud también se dedica de manera primordial en este libro, es un cuadro reactivo frente al espíritu, que sólo con dificultad es soportado en este mundo. El an tisemitismo es antimonoteísmo, y con ello, antiintelectualismo. El he cho de que Moisés fuera una víctima del pueblo judío se distingue con mayor claridad cuando se tiene presente que Moisés era egipcio y por ello no pudo haber basado la religión monoteísta enseñada por él en nada de lo que aportaban los judíos, constituidos en pueblo por él, de su propia tradición. Abraham es, pues, únicamente la figura de una fic ción de continuidad posterior. Los judíos como pueblo se deben a un impulso externo.
La supuesta pisla de que el nombre judío de Dios Adonai («mi señor»), que viene a sustituir al tetragrama inefable, se remitiría al nombre Atón, el Dios de Akhenatón, fue cier tamente mencionada por Freud, pero afoaunadamente no fue seguida por él. “ O. H. S t e c k , Israel uncí das gewallsame Ceschick der Propheten, NeukirchenVluyn. 1967. Freud sigue aquí la teoría del estudio.so del Antiguo Testamento E. S e l l i n , Mose und seine Bedeutung Jur die Israelirisch-jiidische Religionsgeschichle, Leipzig, 1922, quien posteriormente se retractará de esto.
108
Para Freud Moisés era, como es sabido, un seguidor de Akhenatón que tras la muerte de éste emigró a Palestina junto con los judíos resi dentes en el Delta, a quienes había transmitido la religión monoteísta. Pero los judíos demostraron no estar a la altura de las elevadas exi gencias, es decir, de la espiritualidad de un monoteísmo abstracto; ase sinaron a Moisés e inmediatamente reprimieron el hecho. Este hecho fue una experiencia traumática que cumpliría en ellos la función del recuerdo reprimido del asesinato del padre prmiigenio que se remon ta a los comienzos de la filogénesis^. El asesinato de Moisés signifi ca «la evocación de la huella mnémica olvidada, por una repetición real y reciente del suceso. El asesinato de Moisés foe una de esas repeticiones»^. El monoteísmo era, así pues, el retomo del padre, y el asesinato de Moisés repetía el parricidio primigenio. El núcleo para dójico de la argumentación de Freud es que únicamente a través de su asesinato y de la inmediata represión de este hecho pudo Moisés lle gar a ser lo que es: «el creador del pueblo judío», una figura de me moria permanente e imborrable. Tras el asesinato de Moisés el mono teísmo predicado por él entró en un periodo de latencia de varios siglos, para finalmente subyugar a las masas como retomo de lo re primido. La idea de una posible conexión entre estos dos aconteci mientos choca con la dificultad de la distancia temporal. Akhenatón vivió en el siglo Xiv a.C. y el surgimiento del monoteísmo bíblico se sitúa en el movimiento profético, que tiene sus comienzos en el siglo V III y que únicamente en época postexílica dio paso a ese monoteísmo puro y radical que Freud denomina «religión monoteísta». Precisa mente esta distancia es lo que la interpretación freudiana pretende ex plicar con su tesis de un periodo de latencia. La teoría de la represión afirma que existe un olvido preservador. Al amparo de tal olvido preservador pudo mantenerse, según Freud, también la idea del monoteís mo exclusivo entre los judíos desde el siglo xiv hasta el v. En opinión de Freud el asesinato de Moisés es importante porque fue reprimido y sólo en el retomo de lo reprimido, con su irresistible dinámica, posibilitó la irrupción del monoteísmo entre los judíos. Al igual que el asesinato del padre primigenio puso fin al sistema de la horda primigenia y se convirtió en acto fundacional, es decir, en ase sinato fundacional de la cultura y de la religión totémica. El asesinato de Moisés puso fin a la religión politeísta y se convirtió en el asesina to fundacional del monoteísmo. Toda tradición realmente coercitiva, que mantenga a las almas bajo su yugo, se basa en la represión y tie
^ La siguienlc Icoría fue presentada por Freud en primer lugar y de manera mucho más explícita en su escrito Tótem y Tabú, en particular en su cuarto ensayo («El retomo in fantil del totemismo»), véase Moses (1974), pp. 387 ss. “ Der M a m Moses. p. 132 (ed. cast.: Moisés y la religión monoteísta, cit., p. 125).
109
ne, por decirlo de un modo coloquial, trapos sucios. En este ámbito proftindo de la vida psíquica colectiva únicamente el psicoanálisis puede penetrar y descubrir un origen que el recuerdo consciente (es decir, la tradición escrita) no sólo ha hecho desaparecer, sino que ha reprimido según todas las reglas de la teoría psicoanalítica, en tanto que experiencia profundamente traumática. La cuestión es, pues, dónde exactamente tenemos que situar esta escisión entre superficie y profundidad: en la estructura psíquica del in dividuo, en cuyo caso el alma judía sabría en su inconsciente del asesinato de Moisés, reprimido por su consciente, o en la memoria cultural de la tradición escrita y oral, que ahora se habría converti do por su parte en una memoria de doble fondo, y bajo su sentido superficial contendría también un sentido más hondo, accesible sólo en rastros. Richard Bemstein y antes de él Jacques Derrida han queri do proteger a Freud de Ycrushalmi, quien le acusa de psicolamarckismo, y remiten la teoría de Freud de las transmisiones inconscientes a instancias culturales como el «archivo» (Derrida) y la «tradición» (Bemstein). Pero Freud toma en este asunto una posición totalmen te clara y explícita, y lo hace contra el archivo cultural y a favor del psicolamarckismo en un pasaje recapitulador al final de la primera parte de su estudio sobre Moisés, que merece ser citado aquí in ex tenso: Cuando estudiamos las reacciones frente a los traumas precoces, muchas veces quedamos sorprendidos al comprobar que aquéllas no se aju.stan a la propia vivencia del sujeto, sino que se apartan de ésta en una forma que concuerda mucho más con el modelo de un suce so filogenético, y que, en general, sólo es posible explicar por la in fluencia de éste. La conducta del niño neurótico frente a sus padres, en los complejos de Edipo y castración, está colmada de tales reac ciones, que parecen individualmente injustificadas y que sólo filogenéticamente se tornan comprensibles, es decir, por medio de su vinculación con vivencias de generaciones anteriores. Sin duda val dría la pena reunir y publicar el material en que aquí puedo fundar me; su valor probatorio me parece lo bastante sólido como para atre verme a dar un paso afirmando que la herencia arcaica del hombre no sólo comprende disposiciones, sino también contenidos, huellas mnemónicas de las vivencias de generaciones anteriores. Con esto hemos ampliado significativamente la extensión y la importancia de la herencia arcaica. Pensándolo bien debemos admitir que hace tiempo desarrollamos nuestra argumentación como si no pudiera ponerse en duda la he rencia de huellas mnemónicas de las vivencias ancestrales, indepen dientemente de su comunicación directa y de la influencia que ejer110
■7
ce la educación por el ejemplo. Al referimos a la subsistencia de una » • f* • ' 1.V— .X . ' f ^ v .- f . • .• . antigua tradición en un pueblo o a la formacióa de un carácter étni. co, casi siempre aludlntos a semejante tradidón^hercda^ y.no a una transmitida por comumcación. Ó, por lo menos, no establ^; mos diferencias entre ambas si no nos percatairos claramente de la osadía en que incurrimos con está omisión. Pero nuestro plantea miento es dificultado por la posición actual de la ciencia biológica, que nada quiere saber de una herencia de cualidades adquiridas. No obstante, confesamos con toda modestia que, a pesar ^ tal obje ción, nos resulu imposible prescindir de este factor de la evolución biológica. Es verdad que en ambos casos no se trata de una misma cosa: allí son cualidades adquiridas, difícilmente captables; aquí, huellas mnemónicas de impresiones exteriores, en cierta manera tangibles; pero en el fondo seguramente sucede que no podemos imaginamos una de esas herencias sin la otra. Si aceptamos la con servación de tales huellas mnemónicas en nuestra herencia arcaica, habremos superado el abismo que separa la psicología individual de la colectiva, y podremos abordar a los pueblos igual que al indivi duo neurótico^'*.
Esto es un claro voto a favor de la biología y contra la cultura. La mncmohistoria, por el co n u c o , se ciñe al archivo de la tradición cul tural. No conoce recuerdos primigenios filogenéticos. Mi crítica a Freud es que tenía un concepto demasiado débil de la memoria cul tural o del archivo cultural, al haberlo limitado a la mémoire voloniaire de los datos conscientemente transmitidos; Una tradición que únicamente se basara en la comunicación oral, nunca podría dar lugar al carácter obsesivo propio de los fenómenos religiosos. Sería escuchada, juzgada y eventualmente rechazada, como cualquier otra noticia del exterior, pero jamás alcanzará el privilegio de liberarse de las resüicciones que comporta el pensamiento lógico. Es preciso que haya sufrido antes el destino de la represión, el esta do de conservación en lo inconsciente, para que al retomar pueda producir tan potentes efectos, para que logre doblegar a las ma.sas bajo su dominio, como lo comprobaremos en la tradición religiosa, asombrados y sin lograr explicárnoslo por el momento^. Los archivos de la tradición cultural tienen muchos estratos y con servan muchas cosas que ya no se entienden en su sentido originario
“ “
Ibid.pp. 129-131 \cd. C 3 S L : Mobés y la retin¡ón mimoleCsia, cil, pp. 122-213]. ¡bid., cfr. B. Goldstcin. op. cU„ p. 117, y Ycnishalmi, op. cU„ p. 30.
111
ni se usan para lo que fueron concebidas. El caso de Moisés, con su nombre egipcio y su etimología popular hebrea («el que fue sacado de las aguas»), es el mejor ejemplo de esto. Otro ejemplo sería el re cuerdo diferido de la época de Amama -así como de la época de los hicsos- en la leyenda de los leprosos. La memoria cultural no es sólo una mémoire volontaire, sino también una mémoire involontaire, en cuyos estratos más profundos se contienen muchas cosas que tras una larga latencia pueden volver a ser efectivas y afectar a los hombres. El trauma del monoteísmo, si es que existe algo así, a mi modo de ver no se basa en un doble asesinato del padre, primero del padre pri migenio y después de Moisés, sino en un doble asesinato de dios, pri mero de los dioses «paganos» y luego del dios del propio monoteís mo, es decir, que la violencia teoclasta que es inherente al monoteísmo acaba por dirigirse contra el propio dios. No sólo la teología negativa, sino también el asesinato de dios son consecuencias de un progreso en la espiritualidad.
L
a p r o h ib ic ió n d e l a s im á g e n e s c o m o p r o g r e s o
EN LA
e s p ir it u a l id a d
Freud veía la ruptura decisiva o el progreso en la espiritualidad en la prohibición de las imágenes: Entre los preceptos de la religión mosaica se cuenta uno cuya impor tancia es mayor de lo que a prim era vista se sospecharía. Me refiero a la prohibición de representar a Dios por una imagen; es decir, a la obligación de venerar a un Dios que no es posible ver. Sospechamos que en este punto Moisés superó la severidad de la religión de Atón; con ello quizá sólo quisiera ser consecuente, haciendo que su Dios no tuviera nombre ni imagen, pero también podría tratarse de una nueva precaución contra las intromisiones de la magia. En todo caso, esta prohibición tuvo que ejercer, al ser aceptada, un profundo efecto, pues significaba subordinar la percepción sensoria! a una idea deci didamente abstracta, un triunfo de la espiritualidad sobre la sensuali dad y, estrictamente considerada, una renuncia a los instintos, con to das sus consecuencias psicológicamente ineludibles^^.
Para Freud esta prohibición mosaica significaba la irrupción en un nuevo mundo. «Se inauguró el nuevo ámbito de la espiritualidad». El rechazo de las imágenes, y sólo él, abrió el paso al reino del espíritu.
“ M o ifj (1974), p. 559 [ed. cast.: Moisés y la religión monoteísta, cit.. p. 138].
112
Freud entendía el segundo mandamiento como una proclamación de la invisibilidad por antonomasia de dios y de su iirepresentabilidad. Hoy quizá se pondría en primer plano más bien la unicidad de Yahweh y el mandamiento de su veneración exclusiva, pero aquí se trata en resumidas cuentas de la prohibición de las imágenes, y no sólo de la imagen de dios. La idea es que toda imagen conlleva la posibilidad de ser adorada como si fuera un dios, con lo que inevitablemente ha de ser «otro dios», pues el verdadero dios no puede ser representado^’. Pero la interpretación de Freud de la prohibición de las imágenes se inserta en una larga tradición. Ya en la Antigüedad la habían interpre tado así. Según Hecateo de Abdera (segunda mitad del siglo rv a.C., véase supra capítulo 2) Moisés prohibió las imágenes de los dioses «porque dios no posee ninguna figura humana; sólo el cielo, que abarca la tierra, es dios y señor de todo»^®. La religión verdadera ins taurada por Moisés consiste en la veneración monoteísta despojada de imágenes de un único dios del Cielo, «omniabarcante» (periechort). En Estrabón (siglo l a.C.) un sacerdote egipcio llamado Moi sés, insatisfecho con la religión egipcia, decidió abandonar el país y emigrar a Judea junto con muchos simpatizantes. Su doctrina consis te en el reconocimiento de que «dios es un ser que nos abarca a todos nosotros y a la tierra y al mar, que nosotros denominamos cielo y tie rra y naturaleza de las cosas»^’ . Esta divinidad no podía ser repro ducida en ninguna imagen. «Debería prescindirse de toda actividad representativa y adorar a dios sin ninguna imagen.» Para acercarse a dios hay que «vivir virtuosamente y en justicia». El progreso en la es piritualidad significa para Estrabón, así pues, en primerísima instan cia una eticización de la religión. El dios de Moisés no quiere sacri ficios sangrientos ni danzas orgiásticas; lo que exige es justicia. Es evidente que con ello Estrabón hace referencia sólo al decálogo. En su opinión los hebreos abandonaron posteriormente la pura doctrina
Sobre la prohibición bíblica de las im.igenes v¿asc p. 81, n. 27. ” Hecateo de Abdera, Aigyptiaka, Fragmentos en Diodoro, B ib l. H ist. XL, 3 = Diod o ru s o j Sicity ed. y trad. por F. R. V/alton, Loeb Classical Library (Cambridge Mass.. 1967), p. 281; cfr. M. S t e r n , C reek a n d L atin A uihors on Jew s a n d Judaism , 3 vols., Jerusalén, 1974-1984, vol. I, pp. 20-44, así como G. C. Ha.m sen, «Dcr Judenexkurs des Hekataios und die Folgen», en J. U. Kalms (ed.), /nternationales Josephus-K olloquium , Aarhus, 1999, Mijnich, 2000, pp. 11-12; B. B a r - K o c h v a , P seudo-H ecataeus. O n th e J e w i: Legiíim izin g the Jew ish D iaspora, Bcrkeley, 1996. ” Estrabón argumenta aquí en la línea de una teología defendida a menudo, según la cual el cosmos sería el verdadero templo de la divinidad. Éste es un argumento contra el culto a las imágenes, que pasa por alto completamente el sentido de la prohibición bíblica de las imágenes. A q u í se trata de la inconveniencia de una reducción de lo inabarcable y lo no sensible (el logos omnipotente es sólo percibible por la razón, no por los sentidos) a un objeto de culto concreto. Se supone que Estrabón se basa en esto en Posidonio, con lo.que el texto en su esencia se remite a mediados del siglo II a.C.
1n
y desarrollaron costumbres supersticiosas como las prescripcione.' alimentarias, la circuncisión y otras leyes^. La vinculación de ani conismo y ética es, como veremos, también relevante para Freud Uno de los precursores de Freud en el proyecto de una genealogía de judaismo, John Toland, basa su reconstrucción en el relato de Estra bón en su obra Origines Judaicae («Jüdische Ursprünge», 1709)^' Igualmente Tácito (siglo i d.C.) caracteriza la idea de dios judía de monoteísta y anicónica: «Los egipcios adoran a muchos animales c imágenes monstruosas; los judíos sólo conocen un dios, y lo cono cen únicamente con la mente (mente sola). Consideran impíos a lo5 que confeccionan imágenes de dios tomando como modelo la ima gen del hombre: el ser supremo y eterno es para ellos irrepresentable e infmito»^^. Para Freud la creencia en la elección divina constituye el núcleo de la identidad judía. Esta creencia y este orgullo se alimentan en última instancia de la prohibición de las imágenes y de la renuncia al instinto que ésta exige. La prohibición de las imágenes implica los tres princi pios fundamentales de la religión monoteísta, tal como los definió Freud; «la idea de un dios único, así como el rechazo del ceremonial mágico y el énfasis en la exigencia ética»” . La vinculación de la prohi bición de las imágenes con la ética, esto es, la vinculación de la idola tría con la anarquía, la impudicia y la violencia, está profundamente inscrita en la Biblia. Los profetas reprueban (o al menos relativizan) el culto sacrificial y exigen en primer lugar justicia. La ley, y eso quiere dccir aquí: las exigencias de la ética, son consideradas la voluntad de dios y el único medio de llevar una existencia grata a dios. El concep to frcudiano de progre.so en la espiritualidad liga prohibición de las imágenes y renuncia al instinto. La prohibición de las imágenes es re nunciar a la sensualidad y volverse hacia la espiritualidad. El monoteís mo es, en opinión de Freud, un mecanismo de sublimación. Implica ese «no al mundo» que también yo veo operante en la prohibición de las imágenes y principalmente en el monoteísmo, y del que nada quieren saber mis críticos especialistas en el Antiguo Testamento. Repito una
&:trabón, C eoaraphica XVI, 2:35; M. Stf-;rn, op. cil., pp. 261-351, especialmente pp. 294 s. (n.° 35). V éa se M o ses d e r Á /;yplcr,c\\..,pp. 133 s.s. «Acgyplü pleraque animalia cfTigiesquc composita.'; venerantur, ludaei mente sola unumque numen intellegunt; profanos, qui deum imagines mortalibus maleriis in species hominum efringant; summum ¡Ilud ct atemum ñeque Imilabile ñeque interiluaim; Historiae», V. § 5-4 = Siem, op. ci!., II. pp. 19 y 2. Véase R. S. BlOCH, D er ju d en exku rs des Taciru.x: E in B e h p ie l riim h c h er Elhnni;raphie, Münsteraner Judaistische Sludicn 5, Münster (en prensa). En general, sobre la valoración de los griegos de la idea de Dios judía y su su puesta abstracción rilosófica véase M. Hengcl, op. d t., cap. IV ” M «i
114
vez más mi punto de vista, porque no lo considero una crítica al mo noteísmo, sino, muy por el contrario, un reconocimiento completa mente admirativo de una irrupción o de un «progreso» en la espiritua lidad (que también es cada vez más arriesgado y frecuentemente convertido en retrógrado). Quien cumple la ley vive como un extraño en el mundo. Así se dice en el Salmo 119, versículo 19: «Un forastero soy sobre la tierra, tus mandamientos no me ocultes». Permanecer fiel a la ley implica vivir como un extraño en la tierra, aunque sea en la tie rra Prometida. La ley circunscribe un orden contrafáctico, que hace po sible que se pueda vivir en este mundo sin asimilarse a él en absoluto. El monoteísmo funda una extranjería existencia! en el mundo. Esta alienación del mundo es el «progreso en la espiritualidad». Es preciso reconocer a Freud que su interpretación de la prohibi ción de las imágenes como una irrupción en el progreso en la espiri tualidad y como el núcleo de la identidad judía y del orgullo de la elección divina posee gran plausibilidad interna. Por otra parte, se le puede objetar que esta transición judía desde el reino de los sentidos hacia el reino del espíritu no es un caso aislado, sino que se inscribe, si bien de modo muy particular, en esa ruptura general en la historia de la humanidad que Karl Jaspers ha denominado «época axial»^. En primensimo lugar, naturalmente, hay que citar a Platón en ella. La filosofía platónica es el intento más decisivo de abandonar el mundo de lo dado a los sentidos por el mundo de una verdad que sólo se ve con los ojos del espíritu. La filosofía platónica ha tenido con ello un efecto revolu cionario y ha inspirado un sinnúmero de orientaciones filosófico-religiosas basadas en la idea de un mundo espiritual, como por ejemplo el neoplatonismo, el hermetismo, y, ante todo, la gnosis. El pensa miento occidental está profundamente impregnado de la filosofía del espíritu platónica, y el propio texto de Freud está en deuda con el mo delo platónico. Es curioso que Freud haya dejado a Platón completa mente de lado. Freud construye su concepto de un progreso en la espi ritualidad del mismo modo en que Heine había hecho su contraposición de judíos y griegos: Naturalmente, el privilegio que durante unos dos m il años gozaron los anhelos espirituales en la vida del pueblo judío no dejó de tener consecuencias: contribuyó a restringir la brutalidad y la propensión a la violencia que suelen aparecer cuando el despliegue de la fuerza muscular se convierte en ideal del pueblo.
^ K. Jaspers, op. d i. Sobre la teoría de Jaspers de una irrupción general en la tras cendencia en tomo al 500 a.C. véase p. 8. n. 3.
115
Está claro que para Freud el «despliegue de la fuerza muscular' del «ideal del pueblo» griego no está justificado en absoluto. Así, pro sigue: A los judíos les quedó negada la armonía entre el desarrollo de las ac tividades espirituales y el de las corporales que alcanzó el puebh griego.
Para después concluir claramente: Pero, colocados ante la disyuntiva, optaron ai menos por lo más va
lioso^^. Si nos preguntamos mediante qué han configurado los griegos a Occidente y dónde podría Occidente anclar su origen dentro de la tra dición griega, se señalaría a la metafísica platónica y aristotélica; el deporte y la cultura del culto al cuerpo son inventos relativamente re cientes y postoccidentales, que probablemente sean una pieza esencial de la identidad moderna occidental, pero no de la identidad tradicio nal. Por otra parte, ha quedado claro, a más tardar desde Nietzsche, que Platón con su teoría de los dos mundos ha seguido un camino pe culiar, que era probablemente ajeno a Grecia en su origen. Cierta mente Platón ha ejercido una enorme influencia, pero no puede ser considerado como exponente de Grecia. Dicho de modo exagerado, pertenece al bando de los judíos de Heine. No sin razón el pitagórico Numenius de Apameia había denominado a Platón «un Moisés que habla ático». Así, quizá Freud tenía razón al prescindir de él en este asunto y al conceder a los judíos un lugar preeminente en lo que res pecta a una historia de la humanidad^*. Pero acerca de esto es llamativa su valoración del cristianismo. Para él esta religión, que se volvió de nuevo hacia las imágenes y los ritos mágicos, ante todo hacia el rito sacrificial de la comida totémica, en la que el propio dios es comido por la comunidad de los cre yentes^’ , indica un claro retroceso en la espiritualidad. Esta tosca
M o ííj (1974), p. 56! [cd. cast.: Moisés y la religión monoteísta, cit.. p. 141). En la redacción originaria se dice; «la decisión a favor de lo más relevante culturaímente». ^ Deberia insistir en que me muevo aquí conscientemente en el plano de los clichés de la tipología cultural, tal como Freud los tenía en cuenta, y no en el plano de la investigación histórica, que pone su meta precisamente en la deconstrucción de tales clichés. No me inte resa corregir a Freud como historiador, sino entender por qué prescindió de ideas que com petían en ese momento, y que exactamente igual que él veían el desarrollo de la humanidad en un progreso en la espiritualidad, pero que ubicaban las rupturas decisivas en otros lugares. Mases (1974), pp. 532 y 535 [ed. cast.: Moisés y la religión monoteísta, cit., p. 107] («Ya hemos señalado que la ceremonia cristiana de la santa comunión, en la que el creyente
116
perspectiva, obtenida desde'el extcrior/se’ expli^'por.uh j a ^ por la experiencia del cristianismo'del propio Freüd,-que prob^lemente se limitaba en gran medida sj cristianismo populan,yien&,’y.por otro lado por sus lecturas, en particular'de ^.\StcvenMn Sniith; Charles Darwin y James Frazer. Es bastante comprensible que las formas ex ternas del catolicismo popular austríaco provocásen en un judío extrañeza, cuando no directamente repugnancia, igual que a la inversa, el antijudaísmo occidental ha reaccionado de forma encendida frente a las formas externas del judaismo. Las aversiones entre religiones se alimentan, como es comprensible, de los ritos de los demás, y no de perspectivas teológicas internas, a las que generalmente no se tiene acceso. Pero en lo que concierne a estas perspectivas teológicas in ternas, nos topamos en el caso del cristianismo en primer lugar y en una posición absolutamente central con un principio que no se puede denominar de modo más acertado que con la fórmula freudiana del «progreso en la espiritualidad». Podría aducirse que Freud con esta fórmula, quizá sin saberlo, se hacía eco de un cliché que si no es pla tónico, sí es al menos cristiano. Pero yo pienso que él emplea aquí con toda intención, y no sin cierta ironía, un lopos cristiano, dado que esta idea cristiana de un progreso en la espiritualidad constituye, ade más, una pieza clave del antijudaísmo cristiano. Precisamente en ella se basará el rechazo cristiano de la ley. La crítica paulina de la ley ar gumenta la abstracción del espíritu y la carne. La letra mata, el espí ritu da la vida. Esto recorre toda la tradición cristiana. La Halakah es rechazada en tanto que «justicia mecánica», y con ello externa y ma terial. A la ley se contrapone la fe, que no se dirige al reino de dios, inaccesible tanto a los sentidos como a la razón. Credo quia absurdum, esta fórmula archicristiana es citada por Freud dos veces en este contexto, sin que se distinga en ella ninguna contradicción con su va loración del cristianismo. Desde el punto de vista cristiano los judíos se han quedado atascados en la carne: Israel carnali^^. Sólo la sali da del mundo de la ley inaugura el acceso al reino del espíritu. Esta insistencia incansable de la teología cristiana en la espiritualidad, desde sus primeros comienzos con Jesús y Pablo, no puede haber per manecido por completo oculta a Freud, como tampoco su propia deuda con esta tradición de pensamiento. Por ello me parece mucho más plau sible que Freud pretendiera arrebatar a los cristianos este teologúmeno central y atribuírselo a los judíos, en una inversión irónica del modo de proceder cristiano, declarando motivos centrales del judaismo como el
ingiere la came y la sangre del Redentor, no h.ice sino reproducir el tema del antiguo banque te totémico. aunque tan sólo en su sentido tierno, de veneración, y no en el sentido agresivo»). “ D. B o y a r í n , Carnal Israel, Berkeley, 1993.
117
amor al prójimo, el amor al enemigo, el énfasis en el hombre interior, etc., como logros específicamente cristianos. Por ello aplica la fór mula paulina, que debiera legitimar la renuncia cristiana a la ley, a la prohibición de las imágenes y a la renuncia judía a las imágenes di vinas. El cristianismo «asimiló elementos de muchas fuentes, renun ció a muchos rasgos del monoteísmo puro y se adaptó en abundantes particularidades a los rituales de los restantes pueblos mediterráneos», y al hacerio, ciertamente se volvía hacia Egipto de nuevo. «Sucedió como si Egipto se quisiera vengar nuevamente en los herederos del Ikhnaton»” . Aún con mayor claridad se expresa Freud en otro pasaje; «En ciertos sentidos, la nueva religión representó una regresión cul tural frente a la anterior, la judía, como suele suceder cuando nuevas masas humanas de nivelcultural inferior irrumpen o son admitidas en culturas más antiguas. La religión cristiana no mantuvo el alto grado de espiritualización que había alcanzado el judaismo. Ya no era es trictamente monoteísta, sino que incorporó numerosos ritos simbóli cos de los pueblos circundantes, restableció la gran diosa madre y ha lló plazas, aunque subordinadas, para instalar a muchas deidades del politeísmo, con disfraces harto transparentes. Pero, ante todo, no ce rró la puerta -como había hecho la religión de Atón y la mosaica que le sucedió- a los elementos supersticiosos, mágicos y místicos, que ha brían de convertirse en graves obstáculos para el desarrollo espiritual de los dos milenios siguientes»'*®. Freud no deja que la radicalidad cristiana de la espiritualidad reli giosa pa.se por progreso en la espiritualidad. «Más tarde aún», así es cribe. refiriéndose con ello al surgimiento del cristianismo, «ocurre que la espiritualidad misma es dominada por el curiosísimo fenómeno emocional de la fe, llegándose de tal modo al famoso credo quia absurdum»*'. Así pues, Freud no ve en esto un rivalizar en el progreso en la espiritualidad, sino por el contrario una salida de la espirituali dad. Para él, esta razón, todavía no espiritual, o no suficientemente es piritual, sobrepasa ios límites de la mística, que el mete en el mismo saco que la magia y que ya nada tiene que ver con la espiritualidad. En su opinión, espiritualidad quiere decir inequívoca y exclusivamente intelectualidad, no mística. Lo que el entiende por «progreso en la es piritualidad» corresponde en primera instancia al teorema de la racio nalización de Max Weber del «desencanto del mundo»'*-. A este res-
” M ases (1974). p. 580 [ed. ca.st.: M oisés y la religión m unoleísta, cit., p. I67|.
¡hid., p. 536 [ed. cast.: M oisés y ía rglif-ión m onoteísta, cit., p. 108). *' ¡hitl., p, 564 |ed. cast.: M oisés y ¡a religión m onoteísta, cit., p. 145].
Véase H. G. Kippcnberg. op. cit., pp. 218-24.1. Según Id cual corresponde a Max Weber, contra su propio juicio, una «musicalidad religiosa» en mucha mayor medida que a Sigmund Freud.
118
pecto, el cristianismo representa un volver a encantar el mundo. Por el mismo motivo Freud tampoco puede reconocer a la mística platoni zante, gnóstica y hermética como un progreso en la espiritualidad. Precisamente así se concebían a sí mismos estos movimientos. Todo el servicio cultual debía ser interiorizado y transformado en una acti vidad espiritual que se denominaba thysia logike, «culto sacrificial espiritual>/l Legos quiere decir razón, y la expresión thysia logike pue de también traducirse como «religión racional». La nrüstica filosófica se veía a sí misma como un asunto en gran medida racional. En la An tigüedad tardía todo el mundo mediterráneo estaba impregnado de este anhelo de espiritualización y muchas de estas corrientes conti nuaron influyendo fuertemente en la posterior historia intelectual de Occidente. La distinción entre intelectualidad y espiritualidad no se puede sostener desde la perspectiva interna de la religión cristiana, como tampoco desde la perspectiva de las incontables comentes filo sóficas y místicas (incluyendo la cabala judía). Todo esto podn'a objetarse a Freud y a su idea de que los judíos es tán más adelantados en el progreso en la espiritualidad, de la cual re sulta un origen judío de Occidente. Y a pesar de ello también habría que darle la razón en su derivación de la «religión de la razón a partir de la fuente del judaismo», para expresarlo con el título de otro libro, de la postulación de un origen judío de Occidente“^. La prohibición de las imágenes, si bien no estaba originariamente destinada a ello, introdu ce un impulso eminentemente racionalista, que encuentra su máxima expresión en su formulación tardía, particularmente en la forma de la crítica satírica de la religión. Esta forma de crítica, que sin duda es continuada en la crítica de la religión de Freud, principalmente en su lenguaje de la enfermedad, tiene de hecho sus raíces en la prohibición de las imágenes judía. Con la prohibición de las imágenes entra por primera vez la distinción de verdadero y falso en el mundo de los dio ses, y con ella también la distinción entre razón y locura en la reli gión''^. La «prohibición mosaica» constituye un punto arquimédico a partir del cual la religión icónica puede ser desenmascarada en tanto que ilusión, y a partir del cual Freud finalmente desenmascara conse cuentemente la religión a secas en tanto que ilusión. El progreso en
Véase O. Casi-1, «D¡c loglkc thysia dcrantikcn Mystik ¡n dcrchrisilich-lilurBischcn Unidcutung», Jahrhuch Jlir U lurf’iew hservicha/l 4 (1924), pp. V I-A I. El Icxto más imporlantc para este principio es cl Tratado XIII dcl C orpus H erm elicum , véase W. G kpse , C o r p u s H erm elicu m XIII arul E arty C hristian U leralure, L^idcn, 1979. H. Comen. D¡c Religión d e r Verrturxft a u s den QucUen d e s Judentum s, Berlín, 1919 [cd. cast.; La religión de ¡a ruzfin desde la fu e n te s del judaism o, Barcelona, Anthropos, 2004 ]. Cfr. aquí en detalle J. Assmann, «In Bilder verstriclct. Bildkult, Idolatrie und Kosmothcismus in der Antike», cit.
119
t II
la espiritualidad consiste en desenganchar paulatinamente a los hom bres de las coerciones de la idolatría, que mantienen preso a su espíri tu. Freud muestra el esfuerzo de liberación espiritual que implica la prohibición de las imágenes como un proyecto profundamente judío y, al mismo tiempo, como una tradición que él mismo reivindica haber heredado y superado con su psicoanálisis. Si el destino del hombre es progresar en la espiritualidad, entonces los judíos son los que van a la vanguardia en ese camino.
1 20
LAS CONSECUENCIAS PSICOfflSTÓRICAS DEL MONOTEÍSMO
Por último quisiera resumir en cuatro puntos algunas de las con secuencias psicohistóricas del monoteísmo, esto es, de la contrarreligión, según mi punto de vista, así como presentarlas en el marco de una teoría de la memoria cultural y de la mnemohistoria.
El
« s c r ip t u r a l
t u r n » : d e l c u l t o a l l ib r o
La transición de la experiencia religiosa primaria a la secundaria puede también entenderse como la transición del ritual al texto. Si en las religiones primarias o arcaicas el texto estaba incluido en el ritual y subordinado a él, en el monoteísmo el texto, bajo la forma de escritura canón.ca, pasa a ser lo decisivo, y el ritual sólo tiene ya una función de encuadre y acompañamiento. Esta transición funciona como una línea divisoria y separa dos tipos de religiones que pueden contraponerse en tanto que religiones del culto y religiones del libro. A estas últimas per tenecen los tres monoteísmos occidentales, judaismo, cristianismo e is lam, así como budismo, jainismo y la religión de los Sikhs. Todas las religiones secundarias son religiones del libro. Se basan en un canon de escritos sagrados como la Biblia hebrea y la Biblia cristiana, el Corán, el canon Jaina, el canon Pali y el Adi Granth'. La transición monoteís ta encuentra su correlato en una transformación mediática. Del lado de las religiones secundarias están escritura y trascendencia, de igual modo que del lado de las religiones primarias están rito e inmanencia.
' Véase C . COLPE, «Sakralisierung von Textcn und Filiationen von Kanons», en A. y J. Assmann (eds.). Kanon und Zensur, Munich. 1987. pp. 80-92.
171
Ya Moses Mendeissohn había llamado la atención sobre esta vincula ción de escritura e historia de la religión: «Me parece que la transfor mación que en las distintas épocas de la cultura ha tenido lugar con lof signos de la escritura ha participado de manera importante desde siem pre en las revoluciones del conocimiento humano en general, y en la^ múltiples modificaciones de sus significados y conceptos en asunto? religiosos en particular»^. Moses Mendeissohn pensaba con ello (refi riéndose a William Warburton y a Giambattista Vico) en la transición de la escritura pictográfica a la alfabética’, mientras que aquí se trata ante todo del paso de la oralidad a la escritura, es decir, de la «cohe rencia ritual» a la «textual»"*. Con el principio de la coherencia ritual se vincula la idea de la in capacidad del mundo para sustentarse a sí mismo. Las culturas ritua les o religiones del culto parten típicamente de la idea de que el uni verso sufrirá o directamente perecerá si los ritos no son llevados a cabo como es debido. El rito sirve a la preservación de un orden glo bal que está amenazado de ruina. La coherencia textual surge de la desaparición de esta idea. Para la Biblia, la introducción de una teo logía de la creación y de una teología de la voluntad opera este cam bio. El mundo debe su existencia no a los ritos, sino a la voluntad y al efecto sustentador de un dios trascendente. Con el principio de la coherencia ritual y de la incapacidad del mundo para sustentarse a sí mismo se vincula el tipo social del sacerdote, de igual manera que a la interpretación textual pertenece el tipo social del exegeta, el erudi to de las Escrituras y el predicador. El sacerdote se distingue del gru po por medio de estrictos preceptos de pureza; se cualifica por la pu reza ritual que ha de ser alcanzada a través de abluciones, ayunos, contención sexual y otras formas de «ascésis mágica» (Max Weber). La atribución sacerdotal es en primera instancia una cuestión corpo ral, el cuerpo entra aquí en juego de modo mucho más fuerte que en el caso de las religiones del libro. El paso de las religiones del culto a las religiones de! libro con lleva un cambio estructural de lo sagrado’. Las religiones primarias
^ M. MENDF.l.ssOHN,7fru.ic;/
122
o del culto tienen que ver con lo sagrado manifiestamente presente en el mundo (hieros, sacer). El elemento sagrado con el que trata el sacerdote -y para el que tiene que purificarse- está presente en el mundo, encamado de manera fija en un lugar, o manifiestamente re presentado y apartado por barreras altísimas del profano mundo de la vida cotidiana. El trato del sacerdote con lo sagrado exige, de esta forma, santidad en el sentido de hosios, sanctus. Así se denomina un estado que se diferencia de la esfera de lo profano. Por el contrario, las religiones secundarias suprimen esa diferencia, porque lo sagra do ya no se encuentra en absoluto en el mundo. Lo único que en ellas todavía puede ser considerado hieros o sacer es la escritura sagrada, biblia sacra. A ésta se aplican, por tanto, en el judaismo y en el is lam, representaciones y normas que están claramente tomadas del ri tual. Así, por ejemplo, un judío no debe poner una Biblia en el sue lo, y un musulmán no debe destruir ningún texto en escritura y lengua árabe, ni llevarlo consigo para leerlo a lugares indecorosos, aunque se trate del periódico. El cristianismo, y en particular el pro testantismo, tampoco han logrado deshacerse de estos restos del ri tual. El exegeta o predicador se cualifica para su cargo por su cono cimiento de las Escrituras. Sabe leerias y explicarlas, las conoce de memoria, sabe iluminar un pasaje por medio de otros, y ante todo sabe aplicarlas a la realidad vital del presente correspondiente. Aquí no hay ninguna interacción inmediata con la naturaleza. El éxito de su ejercicio profesional se mide por el grado de aplicación de su pré dica, es decir, por la adaptación del texto a la praxis vital. Las con secuencias psicohistóricas de semejante exilio de lo sagrado del mundo, por un lado en la trascendencia, y por otro en la escritura, conducen a un desvío fundamental de la atención, que originaria mente estaba dirigida hacia los fenómenos de este mundo y hacia lo sagrado que se muestra en ellos, y que ahora se concentra exclusiva mente en la escritura. Todo lo demás es estigmatizado como idola tría. Las cosas de este mundo, muy en particular las imágenes, son trampas para desviar la atención de la escritura. El hombre debe sor tear estas trampas. La demonización de las imágenes y de lo visual va aparejada a un cuasi paralelismo lingüístico que desensualiza a la religión y que desmantela la teatralidad de los ritos. Moses Mendelssohn, por lo demás, también vio muy claramente estas consecuencias.
grado, que ta n to en hebreo como e n la.
«Somos hombres de letras», se lamenta. «De las letras depende todo nuestro ser»*. Por eso elogió la ley judía, porque prescribía muchos ritos y en esos ritos se rescataba la dimensión estética de la religión bajo las condiciones de la religión del libro. El principio de la coherencia ritual se basa en los medios que ha cen a lo sagrado manifiestamente presente en el mundo. Estos medios son lugares, árboles, manantiales, piedras, grutas, bosquecillos sagra dos, pero también y principalmente imágenes, estanjas, símbolos e instalaciones arquitectónicas como templos, pirámides y estupas. El sacerdote debe adaptarse a esta sacralidad tan presente. «Quita las san dalias de tus pies», se dice en Ex 3, 5 «porque el lugar en que estás es tierra sagrada». Donde lo sagrado está presente de manera viva y ma nifiesta rigen otras leyes, cuyo incumplimiento puede resultar letal. Esto también se aplica a los textos sagrados, que a tal efecto son in cluidos, por ejemplo en forma de recitación, en los rituales. También ellos hacen presente a lo divino. Su correcta recitación en el lugar ade cuado, en el momento adecuado y por el orador adecuado despliega fuerzas cosmogónicas sustentadoras del mundo. En el Egipto tardío estos textos fueron compilados bajo el nombre de «Poder de Ra», que quiere decir algo así como «energía solar». El sacerdote egipcio debía mascar sosa y purificar su boca antes de recitar estos textos, que de bían ser protegidos de la profanación de igual modo que los lugares, las imágenes y los símbolos sagrados, y debían se' rodeados de todos los preceptos de mantenimiento del secreto. En el judaismo se invierte la relación entre escritura y culto. Aquí la escritura ya no es precepto o post scriptum de la ejecución del culto. La escritura es lo auténtico. La ejecución cultual se reduce a la ejecución posterior de la escritura, en forma de lectura en común, recuerdo, aplica ción e interpretación. Eso equivale a una inversión total de la polaridad. La escritura no perpetúa el ritual, sino que lo sustituye. Ya el historiador judío Flavio Josefo saca a colación en el siglo i d.C. la diferencia entre «coherencia ritual» y «coherencia textual» cuando contrapone judaismo y helenismo (o paganismo); ¿Dónde se podría encontrar según es’.o una administración estatal igual de venerable? ¿Dónde se podría encontrar una que estuviese en tan her mosa armonía con el temor de dios? Si todos los estratos del pueblo son educados en la piedad, si el cuidado de esta última es asignado a los sacerdotes, ¿acaso no parece como si toda la vida pública fuera una única fiesta sagrada? Lo que los paganos únicamente celebran durante pocos días bajo el nombre de misterios y consagraciones, sin poder
M. Mcndelssohn, Jerusaiem, cit., p. 422.
124
• • mantenerlo de manera duradera en su corazón, eso lo mantenemos no sotros todo el tiempo con infinito júbilo y definitivamente''. Lx)s paganos han de esperar hasta la próxima realización del ritual, pero los judíos están en posesión permanente de sus textos culturales, porque los aprenden en «pública instrucción» por los sacerdotes. Sus «misterios» son permanentes y continuados. Consisten en las lecturas acompañadas de la interpretación sacerdotal de los textos sagrados y culturales. Es una de las más curiosas coincidencias de la historia que el Tem plo judío fuera destruido precisamente en el momento en el que por el propio desarrollo interno de la religión se había convertido en algo superfluo. La escritura ya se había instalado en su lugar y había minado el sentido de los ritos desde dentro cuando Tito destruyó el Templo en el año 70. El movimiento de Jesús no era más que una de las muchas corrientes judías (y también griegas) que luchaban por superar la idea básica del culto, es decir, el sacrificio sangriento, el asesinato ritual, por medio de la sublimación, la eticización y la introversión. Si Tito no hubiera destruido el Templo, habría sido necesario cerrarlo -o no se habría llegado nunca al judaismo, y con ello tampoco al cristianis mo ni al islam. Ciertamente, el Templo era innecesario, pues el culto había encontrado su tumba en la escritura hacía ya largo tiempo. Hay mucho en favor de que el monoteísmo judío, el principio de la revelación y el rechazo cada vez más intenso de las formas tradicio nales del culto que se deriva del mencionado principio, surgieron del espíritu de la escritura, o se encuentran profundamente vinculados al medio de la escritura; muy en la línea de Moses Mendelssohn, quien había postulado una relación entre revoluciones mediáticas y transfor maciones religiosas hace ya más de doscientos años. El paso hacia la religión de la trascendencia era un paso de salida del mundo -casi po dría hablarse de una emigración, de un éxodo- en la escritura*. En úl timo término, la escritura canonizada sustituye al arte, a la vida públi ca, al mundo. El mundo como tal es explicado y desacreditado en tanto que objeto de idolatría. La oración que se dirige al Creador no debe confundirse con lo creado. La radical extramundanidad de dios corresponde a la radical escrituralidad de su revelación. Con ello aludimos a una conexión entre escritura y trascendencia que Friedrich Kittler ha formulado con inimitable precisión: «Sin técni cas culturales [...] nadie sabría que hay algo más que lo que hay. El cie
’ Flavio Josefo, C ontra Apinnem cap. 22, en H. Cleme.ntz (ed. y trad.), Joscphus Flavius, K tein ere Sch riften , Wicsbadcn, 1993, pp. 177 s. * Véase en particular M. H albertal, People o f ¡he Book. Canon. Mcaning, and Authoriiy , Cambridge, .Mass., 1997.
125
lo sería simplemente el cielo, la tierra sería la tierra y los así llamador hombres serían simple y llanamente hombres y mujeres. Pero las reve laciones de lo sagrado conducen al saber, o (para decirlo con mayo exactitud y en inglés), a la artificial intelligence»^. La Biblia y el Corá; no se han desarrollado a partir de fómiulas cultuales, sino a partir de le yes e historias. Su normaüvidad no es teúigica en su núcleo más origi nano, sino moral y jurídica. La Biblia y el Corán fundan maneras de vi vir, no ejecuciones cultuales. Su arte es la escritura, que se ha opuesto a culto y le ha puesto fin. Sin las técnicas culturales de la escritura y h hermenéutica, no sería concebible eso que en el siglo xvin se denorrü naba «religión positiva» y que se contraponía a la «religión natural>: como algo artificial. Al monoteísmo profético le falta evidencia natural se mueve, como dice Pablo, no en el espectáculo sino en la fe. La fe se apoya en la escritura, en la alianza puesta por escrito y en la ley. El cul to se apoya en el acto, el cumplimiento y el espectáculo. La escriturs condujo a una desritualización y a una desteatralización de la religión.
C
r ip t a
La experiencia de la religión secundaria no se limita a una demar cación exclusivamente negativa frente a la «falsa conciencia» del pa ganismo. Es más bien compleja, al asimilar en el curso de la refundi ción sincrética formas y existencias de la experiencia de la religión primaria. Las religiones nuevas o secundarias no han logrado jamás aniquilar por completo los rastros de la(s) religión(es) primaria(s) so bre la(s) que se crean o en la(s) que se basan; más bien, las han asimi lado de múltiples modos, y el grado en el que han logrado hacerlo de termina incluso, según Theo Sundermeicr, su capacidad de asimilación y de proselitismo. «La historia de la religión no transcurre tan fácil mente, de modo que la novedad que visionarios y profetas traen, la ex periencia de la religión secundaria, sustituya a la primaria, sino que en una tercera fase, en un complejo proceso de rechazo y de reintegración simbólica, los elementos vitales de la experiencia de la religión secun daria son integrados en la primaria y son fusionados en una nueva sín tesis. Aquí se da un sincretismo aumentado que ha de ser valorado ine vitablemente de forma positiva. Cuanto más profunda logre ser la síntesis, con tanta mayor vitalidad podrá establecerse la nueva religión como religión popular»'". Pero la procedencia «pagana» de estos «ele
’ F. Krm,ER, «Die Hcüigc Schrift», en D. Kamper y Ch. W ulf (cds.). Das Heilige. Seine Spur ¡n dcr MoJerne. Francfort, 1987. pp. 154-162, cita p. 154. Th. Sundermeicr, «Religión, Rcligioncn», cit., p. 4 18.,
126
mentos vitales» ha de ser olvidada y hecha invisible. Puede deciise por ello que las religiones secundarias o contrarreligiones desarrollan una nueva forma de inconsciente al enriquecerse con contenidos de la ex periencia de la religión primaria y del ejercicio de la religión primaria, cuya semántica ha de ser reinterpretada y cuyas formas han de ser ca nalizadas para poder mantenerse de manera viable en el nuevo con texto. Estos contenidos constituyen en el conjunto de las religiones secundarias una especie de «cripta» que ya no es iluminada por la se mántica religiosa mantenida en la conciencia, pero de cuyas profun didades surgen en todo momento impulsos inmemoriales que pueden subyugar a los hombres. Esto recuerda a la teoria de la religión de Sigmund Freud. Freud describe, como hemos visto, el origen de la religión monoteísta direc tamente como un «retomo de lo reprimido»". También para él la his toria de la religión se presenta como una estratificación de la memoria. El estrato más bajo o la «cripta» más profunda constituye lo que él de nomina la «herencia arcaica», la acuñación patriedípica en la «horda primitiva». En una etapa cultural posterior se pone fm a este asesinato y el padre es elevado al rango de divinidad. Sacrificios sangrientos y comidas totémicas ocupan el lugar de la antigua violencia. La religión (primaria) surgió y soterró con sus mitos y tabúes el temor de la época primitiva, que se había grabado en la dotación básica inconsciente de la psique humana en tanto que «herencia arcaica». Con el mensaje mo noteísta del egipcio Moisés volvió a emerger desde el inconsciente la religión patema con sus estrictas exigencias de sublimación y sus nor mas de pureza y justicia bajo una forma transfigurada. El «asesinato de Moisés» fue un caso de pasado realizado y no recordado que se grabó en el alma judía como una experiencia traumática y que logró abrirse paso en el mensaje monoteísta de los profetas como un «retomo de lo reprimido» tras una fase de latencia de varios siglos. La distinción de Freud entre «totemismo» y «monoteísmo» cierta mente parece muy diferente de la distinción entre religiones primarias y religiones secundarias, y hoy no se debería hacer mucho caso a quien fuera capaz de seguirie en su mitología de la «horda primigenia»' y del asesinato de Moisés. Podnamos con toda confianza trasladar esta tcona al museo de los mitos científicos, si no se hallara en ella cierta compre.asión de lo más concluyente de las dimensiones profundas de la me moria cultural, que ni siquiera se deja reducir al negocio consciente de la transmisión y la recepción'^ sino que tiene lugar mediante empujo
" Me refiero aquí a S. Freud, Toiem und Tabú [19I2J y D e r M a n n Moses und die mon o th e h th c h e R eligión (1939]. Así H. Canok y H. Moiir, «Erinnerung/Gedachtnis», en H andw orterbuch relia io /isw issen xch a /llicher GrundhesriJJe, 2. vols-, SluttgarI, 1990, pp. 299-323.
107
nes y rupturas, latericias y reapariciones, y que ante todo nunca trata ún camente del presente, sino que siempre produce nuevos sincretismos c lo viejo y lo nuevo. En un sentido muy distinto al de Freud podría di nominarse «herencia arcaica» a las formas de experiencia religiosa pr maria refundidas en las religiones secundarias. Es verdad que ésta n está grabada en la psique humana, pero constituye una dimensión prc ftinda, una «cripta» de la propia tradición religiosa, la cual, al igual qu el lenguaje, conlleva mucho más en lo referente al saber y al recuerde que aquellas que viven en ella cada vez que sale a la conciencia. La ¡dea de que el monoteísmo bíblico es una religión de doble for do, que ofrece junto a su cara externa o superficie formulada en los tex tos canónicos una cara interior o inferior oculta, se remonta much tiempo atrás. En el capítulo 3 ya abordé la teoría de la religión del fi lósofo judío Maimónides y en este resumen quisiera volver a ellí Cuando Maimónides se plantea la tarea de encontrar una explicació: para las leyes rituales mosaicas y para ello toma por base el principii de la «inversión normativa», da por supuesto que la religión monoteís ta contiene un estrato profundo que ha llegado a ser inconsciente, a que ha sido relegado el paganismo negado y olvidado. Naturalmente para aquellos que practican la ley, el sentido contrario pagano ya no e> consciente. Únicamente la investigación por parte de la ciencia de la re ligión puede iluminar esa profundidad, y Maimónides puede ser con siderado el padre fundador de la ciencia de la religión con su redes cubrimiento de los paganos, esto es, del sabianismo'^. Él explicó la función de las leyes rituales como una especie de arte del olvido'*', una cura de abstención de la idolatría sabiana. La ley, o mejor dicho, el con junto de la tradición bíblica como una praxis compleja de costumbres cultuales, ritos y normas de vida, adquiere a la luz de esta teoría un do ble fondo. Aparece como el recipiente histórico, temporalmente condi cionado, de una verdad atemporal, que está oculta en él y que sólo tras un largo proceso de purificación, de deshabituación de la idolatría y de viraje hacia el puro conocimiento de dios se impondrá gradualmente. Maimónides denomina por ello a la Ley □'’jdd {dibre kefilayim: «pa labras de duplicación» o, en la interpretación de Spencer, verba duplicatay^. Tienen un sentido público y un sentido oculto. Este carác
" S. Stroumsa, «Entre Hairan ct al-Maghreb. La thíorie maimonidienne de l ’histoire des reügions ct ^es sources ar:ib«s». c¡t., pp. 153-IÓ4. H. W e i n r i c h , Leihe. K unst und K ritik des Vergessens, Munich, 1997, asimismo C ibi es eine K unst d es Vergessens?, Jacob Burckhardt-Gesprache auf Castelen 1, Basilea, 1996, sostiene contra Eco (véase nota) la existencia de un arte del olvido. En cualquier caso, Weinrich sólo trata del olvido individual, mientras que la teoría de la ciencia de la re ligión de la inversión normativa se refiere al olvido coletivo. Spencer, D e legibus, I, p. 155. Evgen Tarantul me remite a Is 40, 2 para la forma inusual kefilayim «reduplicación», («pues ha recibido de mano de Yahveh castigo doble por
128
ter del doble fondo es ajeno'a la“religión pagana. Los ritos sabíanos no tienen ningún otro significado que el que está en la superficie y es conocido por todos. Sólo a través de la estructura de la superposición o de la transferencia antagonista de una tradición pasada y rechazada puede la religión llegar a tener doble fondo. Los paralelos con la dis tinción de Sundermeier entre experiencia religiosa primaria y secun daria y con el concepto de contrarreligión son evidentes. Las religio nes secundarias o contrarreligiones tienen doble fondo; llevan consigo el paganismo rechazado como si fuera una cripta olvidada.
L
a in v e n c ió n d e l h o m b r e in t e r io r
La señal distintiva de las religiones es, como ha puesto de relieve particularmente Theo Sunde^meier'^ que son conscientes de su no vedad. Naturalmente las religiones monoteístas, judaismo, cristianis mo e islam, no se ven a sí mismas como religiones secundarias o con trarreligiones. El monoteísmo es, según su punto de vista, la única religión originaria, y las instituciones de un Moisés, Jesús o Mahoma, tienen el sentido de un retomo a la verdad monoteísta, que mientras tanto había sido cubierta enteramente por errores. Pero precisamente por eso resulta tanto más digna de atención la exactitud enfática con la que el mito del Éxodo representa el paso de una religión primaria a una secundaria. Con este paso, que la tradición judeocristiana de nomina el cambio de la época ante legem a la sub lege, sufre una trans formación el estado de agregación de la religión. Se sitúa sobre una base estrictamente normativa (la ley), se distingue claramente de lo que es diferente, cuyos símbolos centrales son «Egipto» y «Canaán», y se otorga la forma de una «alianza» (berit) según el modelo de un pacto político, en cuyo marco no sólo Israel se convierte en el pueblo de dios, sino que también dios se convierte en el «dios nacional». Aquí no se restauran, ni siquiera desde la perspectiva interna de la autointerpretación de la Biblia, ningunas relaciones originarias, sino que se crea algo revolucionariamente nuevo. Yo entiendo todo el complejo del'Exodo y el Sinaí como la redacción narrativa de esta conversión de la religión primaria a la secundaria, a un estado de agregación de mayor conciencia, compromiso y obligatoriedad. Al ser conscientes de su propia novedad, las religiones secunda rias se saben al mismo tiempo religiones distintas, en un sentido nue
todos sus pecados») El hebreo de Spencer no está vocalizado. El adjetivo kefuUm «doble», que corresponde a «duplicata», exigiría debarim en lugar del status constructus dibre. Th. Sundermeier, «Religión, Religionen»,cit., pp. 411-423, cfr. también del mismo autor, Was ¡si Religión? Religionswisseiischa/t im ihenlosischen Konteit, cit.
no
vo y enfático, de la religión primaria, que no se distingue de nada que tampoco se diferencia de la «cultura», ni se puede «separar sec torialmente» en el seno de la cultura. Las religiones secundarias «contrarreligiones» constituyen un mayor grado de conciencia, por que la distinción entre verdadero y falso en la que se basan ha de se constantemente reproducida internamente. Las religiones secundc rias se saben religiones no sólo en oposición a magia, supersticiór idolatría y otras formas de «falsa» religión, sino también en oposi ción a ciencia, arte, política y otros sectores culturales. El paso de 1 experiencia religiosa primaria a la secundaria es por ello también u proceso de toma de conciencia. Lo que en el horizonte de la expe riencia religiosa primaria no se reconoce como esfera de los propio valores y normas, se dibuja ahora en su perfil específico y obliga . una decisión consciente. «Ahora se puede y se debe tomar partidi por lo nuevo. El cumplimiento ritual ya no es suficiente, se trata tam bién del cumplimiento interior. La fe exige la consecuencia de dis tinguir la verdad de la mentira. [...] Hay ahora religión “verdadera' y “ falsa”»'''. Por ello, el paso de la experiencia religiosa primaria a la secunda ria implica una ruptura en la historia de la conciencia o del alma. A esto se refiere Sundermeier con su expresión «cumplimiento inte rior». La experiencia religiosa secundaria es equivalente a la «inven ción del hombre interion>'“. La distinción entre verdad y mentira nc sólo divide el espacio externo, sino que también corta por la mitad e! corazón humano, que sólo a partir de ese momento será verdadera mente la escena de la dinámica religiosa. La religión secundaria es en un sentido completamente nuevo y enfático, un «asunto del cora zón». Acerca de esto, basta con aludir a la oración del Shemah, que no sin razón pone en estrecha relación la unicidad de dios y la inten sidad del cumplimiento interior: E.scucha Israel. Yahvvch nuestro dios es el único Yahweh. Amarás a Yahweh tu dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy
17
Th. Sundermeier, «Religión, Religionen», cit., p. 418. Véase J. ASSM ANN y Th. S u n d ie r m e ie r (eds.), D ie E rfm d u n ^ des ¡nneren M enxchen S lu J ic n z u r rcU^ioscn Anthropologie, Gütersioh, 1993. ” Como M. W e i .n t e l d , «The Loyalty Oath in the Ancient Near East». U garitischc F o rschungen 8 (1976), pp. 379-414, ha mostrado, el lenguaje de este mandamiento proce de de los juramentos de lealtad hititas y asirlos, cfr. por ej. «Así como amáis a vuestras mu jeres. a vuestros hijos y a vuestras casas, así debéis amar las cosas del rey» (p. 383), «Si no amáis a Asurbanipal como a vuestra propia vida», «Si la vida de nuestro señor no es mis preciosa para nosotros que nuestra propia vida» (juramento de los oficiales hititas, Weinfeid, op. d i ., p. 3S4), etc. ri
130
■ V - •CONTRARRmCIÓN Y EL CONCEPTO DE PECAIX) ‘
^
,M:;,.;V.yl^.iip.^,ÍJ05^;.w ........ .. . • En la introducción a su compilación en tres volúmenes de Die Sagen derJuden (Fráncfort, 1919), escribe M. J. ben Gurion (Berdichevsky) que «el sentimiento de una culpa ineludible, que recae sobre todas las criaturas, y el esfuerzo eterno por liberarse de esa culpa a pesar de todo»“ constituye el rasgo esencial de las leyendas. No es a este senti miento de culpa al que yo me refiero cuando tomo en consideración si no habrá llegado al mundo con la distinción mosaica «el pecado», o me jor dicho; un nuevo concepto de pecado. El sentimiento de culpa del que escribe ben Gurion es un fenómeno muy difundido. Es común a muchas religiones, si no a todas, la idea de una culpabilidad originaria, a conse cuencia de la cual se fue a pique un estado paradisíaco originario y sur gió el mundo en su imperfección, tal como lo conocemos nosotros, con muerte y dolor, fatiga y trabajo. La Biblia conoce hasta dos de estos mi tos de la culpabilidad originaria: la expulsión del Paraíso y el diluvio. La leyenda del diluvio también se encuentra en Mesopotamia, Grecia y muchas otras tradiciones, mientras que en el antiguo Egipto y en mu chos mitos africanos una culpabilidad originaria humana conduce a la separación de cielo y tierra, y con ello, de dioses y hombres. A este res pecto el monoteísmo no se desvía en modo alguno de las religiones pa ganas. El «pecado original» y el «diluvio» tienen multitud de paralelos; este concepto de pecado no es, pues, nada nuevo, y de ninguna manera llegó al mundo por primera vez con el monoteísmo. El nuevo concepto de pecado, tal como llegó al mundo con la distinción mosaica, está re lacionado con la vinculación, totalmente nueva, a la fidelidad que con trae el Único, el dios que está completamente separado del mundo y que se contrapone a él desde fuera, con su pueblo, esto es, con aquellos que creen en él. Pecado quiere decir traicionar esta fidelidad y ser infiel. La escena originaria de esta nueva forma de pecado no es el pecado original ni el diluvio, sino la danza en tomo al becerro de oro. Con este acto los israelitas fueron infieles a dios y recayeron en la religión pri maria. Tras el Éxodo de Egipto la religión primaria, tildada de pagana, es considerada no sólo un error, sino también una caída y un pecado. Al fin y al cabo, la frontera entre verdad y mentira no sólo tiene un signifi cado cognitlvo, sino que también, y ante todo, tiene un significado moral. Ciertamente los dioses falsos ni siquiera existen, pero a pesar de ello representan una tentación permanente y seducen al corazón huma no con sus trampas. Al mismo tiempo que la experiencia de la religión secundaria surge el pecado como la conciencia de haber faltado a la fi delidad, a la capacidad de cumplimiento interior, y de haber sucumbido
“
V o l. I . p . X I .
131
a las tentaciones de los dioses falsos. La experiencia de la religión pri mana es, en su indistinción de religión y cultura, objeto de una eviden cia simple, directamente natural. A nadie se le ocurriría la idea de nega la existencia de los poderes divinos. Se encuentran todos ellos a la vis ta, bajo las formas de sol, luna, aire, agua, tierra y fuego, muerte y vida guerra y paz. Pueden ser desatendidos, se les puede faltar al respeto, se puede pecar contra ellos de mil maneras, por ejemplo rompiendo une de sus tabúes, pero no se puede p»oner fin ni negar la relación con ellos que nunca es el objeto de una decisión interna, pues todos han nacido er su seno de manera irrenunciable. Pero la experiencia de la religión se cundaria se basa en una revelación que no se puede ver ni experimentar, sino en la que sólo se puede tener fe «con todo el corazón, con toda ei alma y con todas las ftierzas». En esta separación del mundo sensible consiste lo que Sigmund Freud ha denominado el «progreso en la es piritualidad», que ha de tenerse por una de las características más de cisivas de la experiencia de la religión secundaria. Un primer aspecto del nuevo concepto y de la nueva conciencia del pecado tiene que ver con la exclusividad de la relación dios-hombre en el monoteísmo. El dios uno y único no encuentra en el acto de su diri girse al mundo ningún otro socio más que el pueblo de sus fieles y el corazón humano, ya que el propio mundo efectivamente ha perdido toda divinidad. El hombre, con otras palabras, carga con todo el peso del dirigirse hacia el mundo de dios, que es reflejado en múltiples mo delos y metáforas, como relación amorosa entre el novio y la novia, como relación entre padre e hijo, pastor y rebaño, jardinero y viña, pero ante todo, y esto no es ninguna metáfora, sino la cosa misma: señor y socio en la alianza. Nunca había tenido el hombre semejante responsa bilidad en el compromiso; los dioses de las religiones politeístas se di rigían al mundo en forma de compromisos y constelaciones mutuos. Sólo en el monoteísmo el dios único apuesta, en lo que se refiere a su remitirse al mundo, exclusivamente por los hombres y por su disposi ción para el amor y la fidelidad. Esto va acompañado por parte del hombre por el sentimiento totalmente nuevo de la renuncia. La unici dad y unidad del dios monoteísta implican también soledad, aislamiento. Algunos textos egipcios subrayan este aspecto, al llamar a dios no sólo el único, sino el «único solitario» que, tal como Yámblico parafrasea esta fórmula, «permanece en la soledad de su unicidad»^'. Esto se re fiere en primer lugar al dios originario antes de la creación, y también, posteriormente, al dios creador y dios del Sol en el mundo surgido, es decir, creado, en la medida en que él no sólo no habita en ese mundo.
De Mysleriis VIH. 2. Víase J. Assmann, Re und Amun. Die Krise des polythelstischen Welibilds ¡m Ágyplen der 18.-20., c¡t., pp. 171-175.
132
sino que también puede ser concebido en oposición a él. Pero este dios no establece ninguna alianza con los hombres y sólo puede ser experinientable de modo interno al mundo, que se despliega en una multi plicidad diferenciada de un mundo de dioses. El dios bíblico también está solo y aislado, y precisamente en las formas de su dirigirse al mun do lo está en un sentido mucho más radical. Por ello está destinado al amor y a la fidelidad de los hombres. Thomas Mann en su novela so bre José pone en estrecha relación la soledad y los celos de dios: «Sí, también dios, el Señor, estaba solo en su grandeza, y José entendía cuánto contribuía la soledad del dios carente de esposa e hijos a expli car sus celos en la alianza establecida con los hombres»^^. El otro aspecto del concepto de pecado específico del monoteísmo es la idolatría, esto es, la tentación de sucumbir que emana de los dioses falsos. La hipótesis de la falsedad de los dioses topa manifiestamente en el alma humana con una dura resistencia. De esta resistencia se habla una y otra vez en la Biblia. No es nada fácil para el hombre desprenderse de los dioses identificados como falsos ídolos. Pues estos dioses tienen la ventaja y la capacidad de seducción de la evidencia natural, que se aparta de la verdad revelada. Se trata de los dioses de este mundo, es de cir, de la divinidad del mundo, que es radicalmente desencantado por la religión monoteísta. De esta resistencia están llenos los textos bíblicos. La tesis de que con la distinción mosaica llega al mundo un nuevo sentimiento de culpa y, ligado a él, un nuevo concepto de pecado, ha sido rechazada por la crítica con especial intensidad. En particular Gerhard Kaiser se ha escandalizado por los «colores sombríos» con los que he presentado al monoteísmo. No obstante, estos «colores sombríos» pertenecen a la autopercepción interna de la religión monoteísta. Por lo demás, yo no digo que «pecado y culpa sean las consecuencias de la escisión del mundo debida a la distinción mosaica», sino que hablo úni camente de una conciencia y de una concepción de la culpa nuevas, que han llegado al mundo junto con esta distinción y con el giro que ha im preso en la historia de la conciencia. Esta constatación no conlleva nin guna valoración. En mi opinión el desarrollo de una conciencia de culpa más refinada y profunda representa un logro elevadamente civiliza dor. el equivalente bíblico del descubrimiento griego de lo trágico. La invención del pecado pertenece al «progreso en la espiritualidad», pues «al pecador pertenece el espíritu; efectivamente, bien pensado, todo espíritu no es más que sentido para ei pecado»^^.
^ Th. M a n n Joseph in Ágypten, 4.* parte, «Joseph crwagt diese Dinge» (ed en un volu men, Fráncfort, 1964. p. 655). Más sobre esto en la sección «Josephs Keuschhcit» {ihid., p. 841). Th. Mann, Joseph und seine Brllder, Joseph ¡n X g y p le n , 6.‘ parte, última sección {ibid., p. 846).
133
i
.CONQLUSIÓN
■' ■i''.;-’’' - ' f.'r'-4;ion'.^;3, 1. ;•■' T.:>-.ri7>t •• : . •
íj'.-.t ,■>»{;;;'..i
/■: •:
•
«Quien descubre a dios en Egipto, supera esta distinción» -con esta frase termina mi libro Moses der Ágypter, y no puedo censurar a nadie por haber entendido a tal efecto que yo imagino haber des cubierto a dios en Egipto y he pretendido haber superado la distin ción mosaica. Yo no he descubierto a dios en Egipto y no me con vence en absoluto la demostración de dios de la historia de la religión. Tampoco he pretendido ni pretendo superar la distinción mosaica. Lo que he querido decir con esa frase es que todos los que hacen de Moisés un egipcio y creen haber «descubierto a dios en Egipto», desde Spencer hasta Schiller (en aquel momento incluyen do también a Freud, algo de lo que hoy quisiera retractarme expre samente) han llevado a cabo la superación de la distinción mosaica. Lo que a mí me interesaba era la lógica mnemohistórica del debate sobre Moisés: ¿quién narra la historia, de qué modo lo hace y con qué propósitos? Cuando en Moisés el egipcio yo, personalmente, vuelvo sobre esta historia, debo naturalmente plantearme la cuestión de por qué yo, no judío, cristiano, alemán, egiptólogo, estoy fascinado por este tema. El hecho de que un alemán de nacimiento bregue con el problema del antisemitismo se entiende de suyo, y como egiptólogo, me ocupa des de hace tiempo la cuestión de en qué medida el recuerdo del antiguo Egipto se ha introducido en los fundamentos de la imagen que Occi dente tiene de sí mismo y en su memoria cultural. El mito de Moisés, si es que puedo designarlo por una vez así, como una pura figura del recuerdo, despojado de su núcleo histórico indudablemente existente, pero también inasible, desafía al egiptólogo de entrada, y no sólo por que, como Freud indicó, encontremos aquí una historia egipcia re pintada con colores bíblicos como si fuera una verdad histórica, sino n<:
porque aquí es ccxliñcada una determinada imagen de Egipto. La r ligión monoteísta, para retomar la expresión de Freud, se define en relato del Éxodo distinguiéndose de Egipto. Era preciso salir de Egi to para ingresar en el monoteísmo. Probablemente, no quiero afi marlo de manera concluyente, esto sea históricamente verdader pero en cualquier caso es simbólicamente verdadero, y personalme te, la verdad simbólica me parece, dicho abiertamente, más inter sante que una posible verdad histórica, es decir, que el hecho de qi quizá un grupo de hebreos nómadas o de trabajadores extranjeros s: liera de Egipto bajo la guía de un hombre que llevaba el nombre egi¡ ció de Moisés. Cuando uno se pregunta por las consecuencias psicohistóricas di monoteísmo, lo relevante no es cómo sucedieron realmente las cosa, sino cómo son recordadas y por qué son narradas. En este sentido er cuentro, igual que Freud por ejemplo, digno de la mayor atención (. hecho de que el nombre de Moisés sea egipcio, que la narración cor ceda valor a que Moisés fuera educado en la corte egipcia como u príncipe, que «el hombre Moisés fuera tenido en gran estima en la tie rra de Egipto» y que en su retomo a su propio pueblo sufriera un cam bio de identidad. El monoteísmo es el objeto de una conversión, ei primer lugar de una conversión personal, después de una conversiói colectiva. Cuando dios dice «de Egipto he llamado a mi hijo», no sók se indica el lugar geográfico, sino también el mundo espiritual dt Egipto. Egipto representa simbólicamente todo un mundo y una reía ción con dios, incluyendo la «espiritualidad» vinculada a él, del que es preciso salir, o, como dice la Biblia, «ser arrancado», desde fuera hacia fuera. Desde dentro, en el sentido de una evolución gradual, k humanidad nunca habría llegado al monoteísmo. El monoteísmo es objeto de un éxodo, delimitación, conversión, revolución, giro e in novación radical, que están vinculados al igualmente radical abando no, rechazo y negación de lo antiguo. Así, los momentos decisivos del monoteísmo son situaciones de conversión. Moisés convierte a los hebreos que han recaído en la ido latría al monoteísmo, Pablo convierte a judíos y gentiles al cristianis mo, Mahoma convierte a judíos, cristianos e infieles al islam, y en to das estas situaciones de conversión la distinción mosaica entre verdadero y falso es introducida y agudizada. La distinción mosaica reaparece una y otra vez. A estas «situaciones históricas de crisis en las que la “distinción mosaica” es vital» pertenece sin duda, en esto le doy totalmente la razón a Karl-Josef Kuschel, el régimen de injus ticia del Tercer Reich, a la vista de! cual Sigmund Freud y Thomas Mann interpretaron el monoteísmo como «progreso en la espirituali dad», se comprende que no invocando a una revelación, sino a los fundamentos irrenunciables de la humanidad. «La experiencia de la 136
catástrofe obligó a la distinción mosaica», formuló Karl-Josef Kuschel, muy en consonancia conmigo. Obligó a ella en opinión de Heinrich Heine, así como de Sigmund Freud y de Thomas Mann. . El mito de Moisés traza una frontera y concierne a una distinción; la distinción entre Egipto e Israel, entre la vieja y la nueva relación con el mundo, entre los dioses ajenos y el dios único y verdadero, en tre verdadero y falso en la religión y, en última instancia, entre dios y mundo. Esta distinción es la que ha acuñado, con sus consecuencias psicohistóricas, la espiritualidad monoteísta, no sólo la judía, sino también, como resulta evidente, la cristiana y la islámica. En mi opi nión es totalmente irrelevante que una religión venere junto al único dios verdadero también a ángeles y santos, y ni siquiera las figuras del Hijo y el Espíritu Santo hacen del cristianismo un politeísmo. De lo que se trata más bien es de la frontera, tras la cual hay otros dio ses, falsos dioses, ídolos, fetiches, supersticiones, magia, herejías y todas las demás formas posibles de «falsedad». Donde esta frontera ha sido trazada, nos encontramos con la nueva religión y con sus con secuencias psicohistóricas. Evidentemente, el cristianismo y el islam trazan esta frontera, al igual que el judaismo. La única diferencia es triba en que el judaismo la traza en el sentido de la autosegregación, mientras que los demás monoteísmos la trazan en el sentido de la se gregación de lo ajeno. Los judíos, con su veneración del único dios verdadero, se segregan de los demás pueblos, por los que ya no se in teresan más. Con el estricto mantenimiento de la ley cultivan una for ma de vida en la cual encuentra expresión simbólica esta autosegre gación. El cristianismo se propuso superar esta autosegregación y abrirse a los pueblos. Desde entonces, es segregado todo el que de clina esta invitación. De este modo el monoteísmo pasa a ser al me nos invasivo, y en ocasiones también directamente agresivo. Esto se aplica correspondientemente al islam, que además de esto redefme la frontera políticamente y no sólo distingue entre verdadero y falso, sino entre sumisión y guerra {dar al-islam y dar a l harb). En cual quier caso el monoteísmo se define desde su oposición, segregada por él en tanto que paganismo. Lo que creo haber descubierto en Egipto es lo reprimido y olvi dado, el aspecto del monoteísmo apartado en cierta medida de la me moria cultural, que de todos modos ha permanecido presente en la memoria monoteísta de Occidente como objeto de negación y des mentido. Que aquí se trate de una «represión» en sentido clásico, es decir, freudiano, resulta de la violencia del impulso con el que el re tomo de este reverso reprimido de Occidente ha atacado una y otra vez: bajo la forma de una prisco theologia y en el hermetismo del Re nacimiento, en las ideas de la religión natural, del esplnosismo y del panteísmo en la Ilustración y el Romanticismo temprano y en los di
versos cosmoteísmos, desde los cósm icos de M u n ic h hasta el «dic de H itlen>', el culto W icca y otras religiones New Agé^. M e intereso por tanto por un trabajo del recuerdo, que saca a la lu lo reprim ido, para hacerlo accesible a una reelaboración, esto es, u n a «su b lim a c ió n » en el sentido de Freud. N o pretendo superar I d is tin c ió n m osaica, pero abogo por su sublim ación. M antengo, in ch so a pesar de las objeciones de Karl-Josef Kuschel, que ya no podt m e s apelar a verdades «absolutas», sino sólo a verdades «que sirve a la v id a » que hay que renegociar una y otra vez. La distinción me saica, com o Freud nos ha enseñado, no sólo representa trauma, re presión y neurosis, sino tam bién un «progreso en la espiritualidad» í q u e - por m uy caro que tengam os que pagar por él- no hemos de vol ver a renunciar. Deberemos aferram os a la distinción entre verdade ro y falso, a los conceptos claros de lo que percibim os com o inco m patib le con nuestras convicciones, si es que tales convicciones han d tener alguna fuerza y profundidad. C on la salvedad de que ya no po drem os fundar esta distinción en una revelación fijada por escrito á: una vez por todas. De este m o d o debemos hacer de la propia distin c ió n mosaica el objeto de una incesante reflexión y redeflnición, di una « d ilu c ió n di.scursiva» (Jürgcn H abcrm as), si es que pretendemo.' que nos siga sirviendo com o base para un progreso en la hum anidad
' M, Ri.ssmann, Hiüerx Coll. Vi>rsi;hun);X!;¡c¡uhe uncí Senduni'shewufitsein des deut.xchen Dikiaior.i, Zúrich, 2001. En su reseña de este libro en Weli del 25 de agosto de 2001 Hanncs Stein ha sugerido clasificar la religión de Hitler como «cosmotcísmo». ^ Véa.'ic W. H a n i: c r a a i- , New A/;e Relif;ion a n d Western Culture. E .m leridsm in ihe M irrn r n f Secular Thou/;hl. Albany. 1998; J. P i ; a r s o n , R. H. Rohhrts y G. Sa.v.iuf.1. (edx.), N aliire fteli/’inn Tnday: The P a^an A llernative lo ihe M ndern World. Edimburgo, 199S.
138
APÉNDICES
m
'- ^ -
Sí'r -___
,i,^ VV- i.
■lií *», . ~
«í^'-
g í^ 5 ^ - ^ ^ Í - '* Í C Í ..: ..t ,- ^ ¿ f e ,- -
'
■'"
'
■ ^
" i.i
, . f . :
■_
r
-
, _ - 4^ -
'. '"V -■
IT I
-' fT^-Jr-- -= - - J. .y . ,
' ■
I
J
,- : í¿ '-
.4'é:
1i • T- *j
V-
"
,
''
^j
* . I|-U■ ^■ '
^-Vt- A-: -
_ >
-T , x
- r- - . ,
“*
O I ,
.-- <
- i ■■'■■.L; •'-,
>■ i-.r» -. 'v
-
í.
....
' - f
.
■-■ ‘-f.-fe-tíi
í-Ví -■ (
'<^ví-""\i-
-i.a* "
í*’"
L'=- • -^-V, ■ =-■ *■ -■ ' iV't'' ■' '■-^,1 - - m
v a ^ r :^ . V i ^ - *^ -- -. -11 ^1 -,
■ r
J^-
-■
' ,T ' - ._«l.'*^' i'- ° ' - .^ ^ ^ 5 j >
r - ¿: ■
•' • - í
aip *■
,
V -
>s
É É iiiiliiiiia iiiM iliÉ
■
■ -^- .V
_
ROLF RENDTORFF'
EGIPTO Y LA «DISTINCIÓN MOSAICA»
La estimulante y a menudo cautivadora lectura del libro de Jan Assmann Moses cler Ágypter- sume al estudioso del Antiguo Testa mento en cierta perplejidad. Por una parte, éste se ve directamente in terpelado y desafiado por el tema, pero por otra parte Assmann ase gura, justo al comienzo: «Ni siquiera plantearé la pregunta-dejemos que se responda ella sola- de si Moisés era egipcio, hebreo o madianita. Esta pregunta concierne al Moisés histórico y, por tanto, perte nece a la historia. Yo me ocuparé de Moisés como una figura del re cuerdo» {Moisés..., p. 24). Pero poco más adelante habla de: «la posibilidad de que pueda haber excelentes pruebas (y yo, de hecho, creo que las hay, aunque ésa es otra historia) de que Moisés, si es que existió alguna vez una figura histórica con ese nombre, fue, en efec to, egipcio» {Moisés..., p. 25). Así pues, la cuestión resuena constan temente, y lo hace bajo un doble aspecto: si Moisés^ fue egipcio y si llegó a existir en algún momento. En tanto que estudioso del Antiguo Testamento, yo no puedo pa sar esto simplemente por alto en la lectura del libro. Cierto es que en
' Publicado en D. B eCKUR (ed.), MU dem Fremílen leben. II parte, Kunst -Hermemcutik Ókutrene, Erlangen, Erianger Verlag fiir Mission und Ókumene, 2002, pp. 113-122. - J. A s s m a n n , dcr Áaypler. Enizifferun); einer Gediichimxspur. Munich, 1998. Las posteriores referencias a números de páginas entre parfntesis se remiten a esta edición [cuando la cita ha sido lomada de la edición castellana, se indica entre parénte.sis Moisés... y a continuación el número de página. Cuando la cita no .'^e encuentra en la edición caste llana, se indica entre paréntesis M o .w ... y el número de^página (N. de!T.)\. ’ En las citas empleo la forma del nombre «Moses», tomada de la tradición grecolatina; en el resto del texto prefiero u.sar la forma hebrea del nombre que me es f.-.miliar: «Mose» (en la traducción castellana tamo Moses como Mose se han traducido por «M oi sés», al no existir en castellano una forma familiar de este nombre (N. dcl T".^].
141
él se trata de la mnemohistoria, y por ello, de «la historia del recuer do de Egipto que tiene Europa» {Moisés..., p. 21). Esto quiere decir que esta historia encuentra sus comienzos más allá de donde el estu dioso del Antiguo Testamento es «competente». Pero es precisamen te en los textos de la Biblia hebrea (lo que yo llamo aquí el «Antiguo Testamento») donde todo ello se origina: no se trata sólo de la figura de Moisés, sino más bien,de la «distinción mosaica», la «distinción entre lo verdadero y lo falso en una religión» que la tradición «atri buye a Moisés» {Moisés..., p. 14). Pero esto quiere decir que se tra ta de que «el espacio partido o cortado por esa distinción es el espa cio del monoteísmo occidental» (Moisés..., p. 14). Y se trata, al mismo tiempo, de una puesta en tela de juicio fundamental de la dis tinción mosaica: «En el mapa de la memoria... Israel y Egipto apa recen como mundos antagónicos... “Egipto” no sólo representa la idolatría, sino también un pasado que hay que rechazar» {Moisés..., pp. 19-20). Pero esto quiere decir: «Si el espacio de verdad religiosa se construye mediante la distinción entre “Israel en verdad” y “Egip to en error”, cualquier de.scubrimiento de verdades egipcias invalida rá necesariamente la di.stinción mosaica y desmontará el espacio se parado por esta distinción» [Moisés..., p. 21). Al leer esto, se da uno cuenta do que no se trata de un libro inofensivo. El hecho de que el enunciado que acabamos de citar exprc.sa también el programa pcr•sonal del autor se muestra con claridad de.seablc en que lo repite no sólo a lo largo del libro, sino también en la última frase, a modo de resumen: «Quien descubre a dios en Egipto supera esta distinción» (Mo.scs..., p. 282). Dado que esta distinción se refiere al «espacio del monoteísmo occidental», la provocación subyacente en este progra ma no desafía únicamente al estudio.so del Antiguo Testamento.
I He leído con gran interés y provecho la parte principal del libro, el seguimiento del rastro en la memoria europea. Comparto el a.sombro de Assmann acerca del poco interés que el «Moi.scs» de Freud ha suscita do entre los estudio.sos de las di.sciplinas en cuestión {Moisés..., p. 18), y lo aplico también a mis propios colegas (yo mismo incluido). Pero quisiera centrarme en lo que entiendo como el propio mes.mge de Ass mann. Y quisiera hacerlo en primer lugar en tanto que estudio.so del Antiguo Testamento, para quien Moisés es una figura central del tex to que interpreta. Hago esto no sin cierta vacilación. Assmann recalca que «como fi gura del recuerdo, Moi.sés el egipcio es radicalmente diferente del Moi sés hebreo o del Moi.sés bíblico», y que «ciertamente Moi.sés el egipcio 142
no pertenece a la tradición canónica» {Moisés..., pp. 24-25). Pero, no obstante, las fuentes que tenemos de Moisés el egipcio no son distintas de Lis del Moisés bíblico, a saber, la Biblia hebrea «canónica». Podemos -¡y debemos!- en cualquier intento de reconstruir la figura histórica de Moisés, tomar en consideración los textos y -cada cual a partir de sus pre,‘:upuestos metodológicos-decidir a qué tradiciones quiere uno dar la primacía. En esa medida la frase «el enfoque mnemohistórico se toma extraordinariamente selectivo» (Moisés..., pp. 23-24) no ha de motivar ningún reproche en tanto que tal. En cualquier caso, sí surgen algunas cuestiones de la selección de los textos bíblicos y de su valoración en el boceto de la imagen aquí trazado. Assmann cree que hay «excelentes pruebas» para pensar que «Moi sés, si es que existió alguna vez una figura histórica con ese nombre, fue, en efecto, egipcio» (Moisés..., p. 25). Dejemos primeramente los matices a un lado para que hacer notar algo. Moisés no tiene en los tex tos bíblicos ninguna genealogía israelita convincente, que pudiera de algún modo alinearle con los «patriarcas» Abraham, Isaac y Jacob. La formulación, al comienzo de la historia de su nacimiento en Ex 2, I , es cualquier cosa menos clara, y ante todo los nombres de sus padres no se mencionan. Después viene la conocida historia del abandono dcl niño en el Nilo y de su hallazgo por la hija del faraón -«un autentico motivo legendario»"*. Entonces Mo¡.sés recibe un nombre egipcio^ y crece en la corte egipcia. Después, cuando el relato vuelve a ocuparse de él, sale en busca de «sus hermanos» y «contempla su servidumbre» (Ex 2, II); pero no .se explica si él es parte de ellos ni de qué modo. Cuando se ve obligado a huir, se identifica ante la hija del sacerdote de Madián como «egipcio» (Ex 2, 19), y el narrador no hace ningún in tento de corregir esta identificación. Ahora bien, todo esto no indica con certeza que «Moisés era un egipcio». Indica en primer lugar que, según esta descripción de sus comienzos, podría encajar mejor en la tradición egipcia que en la is raelita. Pero aquí se plantea la cuestión de cómo quiere uno manejar los textos. En el siguiente capítulo de la Biblia hebrea, Moisés es in troducido de manera totalmente inequívoca en la tradición, israelita por medio de la aparición divina y de la proclamación del nombre Yhwh. Ya en el primer discurso de la zarza ardiente se dice: «Yo .soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3, 6), y un poco más adelante el nombre Yhwh, que
■ * M. B uukr, M ases. Jcnisaicn. 1945/Hcidclbcrg, 1952, p. 41 {-W erkc. Vol. 2, Munich/ Hcidclbcrg. 1964, pp. 9-230; p. 41). ^ M. Bubcr; «,'M:gún parccc, proccdc de u n «Irnlo dol pueblo e n gran medida eglplizado» (o/7. c it.. p. 43). Una postura .scmcj.nntc la podemos encontrar hoy día en R. At.nian'Z, R íliü io n s i’exch ich ie Isrtieis in (ililesuiinenilicher Z eit, vol. I, Góttingen, 1992, pp. 75 s.
143
acaba de ser proclamado, es identificado con el dios de los padres (Ex 15, 2). Como muy tarde a partir de este momento Moisés es in dudablemente un israelita, y el dios de Israel le encarga liberar a su pueblo del yugo egipcio. Nada da a entender que la religión desarro llada por él en ese momento (o como se quiera decir) estaba influida f)or la religión egipcia. Pero tampoco hay ninguna alusión o indicio de que entrasen en juego en ella elementos antiegipcios. A pesar de ello, no dejo de prestar atención al matiz: «si es que existió alguna vez». Naturalmente, no representa ningún problema para un intérprete de textos antiguos (incluida la Biblia) considerar a figuras de la tradición como figuras no «históricas». Y la cuestión de si Moi.sés realmente existió es para nosotros cualquier cosa menos nueva, mucho menos sorprendente. Pero sí es un problema muy esen cial para el intérprete de textos si puede o no atribuir determinadas tra diciones a una persona determinada, o si se trata de tradiciones anóni mas. Y aquí efectivamente no se trata de nada más insignificante que de la cuestión de los comienzos de la religión israelita o directamente de su origen. ¿Es Moisés el fundador de la religión israelita?^. Pero quizá no esté hablando yo el mismo idioma que Assmann en su puesta en cuestión. La cuestión del «Moisés histórico» no le inte resa en absoluto. «Jamás se han encontrado pruebas de su existencia histórica, y ha crecido y se ha desarrollado únicamente como una fi gura de la memoria, absorbiendo e incorporando todas las tradiciones relativas a la legislación, la liberación y el monoteísmo» {Moisés..., p. 37). Pero si Moisés es, finalmente, una figura de la memoria, ¿qué implica esto para la distinción mosaica?
II «El movimiento monoteísta que está asociado explícitamente al nombre de Moisés dentro del contexto genera! de la historia y la teo logía bíblica se presenta a sí mismo en el libro del Éxodo como una revolución antiegipcia» {Moisés..., p. 234). Aquí se queda perplejo el
‘ Duranic más de tres décadas hemos mantenido un debate sobre esta cuestión, entre otras muchas: K. Koch, «Der Tod des Religionsstifters. Erwagungen über das Verhaltnis Israe!.'! 7iir Geschichte dcr altorientaüschen Rellgionen». Ktjrygma und Dogma 8 (1962) pp. 100-123 (= Sludien zur allteslamenllichen una allorienlalischen Religionsgeschkhle. Berlín, 1988, pp, 32-60); F. Baum cartel, «Der Tod des Religionsstifters», Kerygma und Dogma 9 (1963), pp. 223-233; R. Rendtorff, «Mose ais Religionsstifter?», Crtammelie Studien zum AUcn Theologische Bücherci 57 (1975), pp. 152-171. La frase fi nal de mi contribución decía entonces: «En esta serie de figuras, que juntas han acuñado la religión de Israel de manera decisiva. Moisés no debería ser despojado del lugar que se le ha a.'signado pero no es ni ha sido nunca el "fundador de la religión de Israel"».
144
estudioso del Antiguo Testamento. Comienza a buscar en su memo ria y en su literatura, buscando algo que pueda fundamentar esta afir mación. Dejemos por ahora de lado la cuestión de cómo podría de terminarse de qué manera «el movimiento monoteísta se entiende a sí mismo»; en la gran diversidad de las tradiciones veterotestamentarias difícilmente podrá encontrarse una respuesta unánime a ello. Centré monos mejor en la cuestión de qué podría querer decirse con «revo lución antiegipcia». «La imagen bíblica de Egipto significa “idolatría”» {Moisés..., p. 232). Ésta es una frase clave, como se muestra claramente de nue vo en el encabezamiento de una sección posterion «Moisés y la in vención de la idolatría» {Moses..., p. 268). La «idolatría» es conside rada aquí bajo dos aspectos muy diversos. En primer lugar: idolatría «en el sentido de la divinización del mundo o cosmoteísmo. Al salir de Egipto, Israel sale del “mundo”, de una cultura orientada a la feli cidad externa, al éxito secular, al bienestar civil, a los bienes materia les y al poder político» (Moses..., p. 246). Pero, ¿participaba «Israel» de todo esto? A este respecto podrían citarse al menos las quejas de ios israelitas durante su peregrinaje por el desierto, recordando las «ollas de Egipto» (Ex 16,3; Nm 11,4 s. passim). Por lo demás, la imagen bí blica de Egipto está dominada completamente por el estereotipx) de la «servidumbre» o esclavitud. Mencionemos sólo algunos ejemplos de esto: al comienzo del contencioso dramático con el faraón se dice, en un discurso divino que Moisés ha de transmitir al pueblo: «sabréis que yo soy Yahweh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egip to» (Ex 6, 7). Más tarde, en el Sinaí, el decálogo, en tanto que revela ción de la participación jubilosa en la Torah, es introducido con las pa labras: «Yo, Yahweh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre» (Ex 20,2). Y cuando más tarde el hijo pre gunte por el sentido de los mandamientos, la respuesta del padre ha de comenzar así: «Éramos esclavos del faraón en Egipto» (Dt 6,21). ¿Era realmente el mundo del «bienestar civil» del que salió Israel? La idolatría en el sentido estricto de la adoración de imágenes es considerada por Assmann en Egipto «simplemente como la expresión de la obcecación de una cultura que permanece ligada a su implica ción en el mundo» {Moses..., p. 246). Pero: «El monoteísmo mosai co es una contrarreligión explícita que depende de la preservación de aquello a lo que se opone para su propia definición. Por esta razón, la Biblia ha conservado una imagen de Egipto que es su propia contrai magen. El término central aquí es idolatría» {Moisés..., p. 235). Este pasaje merece un análisis más preciso. La primera frase puede ser remitida más o menos a la Biblia he brea. El monoteísmo bíblico contiene un elemento central y muy prio ritario de contraposición excluyente de otras religiones. Si puede de I4S
nominársele «contrarreligión» o no,
’ Cfr. mi ensayo ( R . R i í n d i d r i t ] « "B iin d " ais Slnikturkon/.cpl in Génesis und Exoilus», en Kdmm und Thcnto¡<¡c. Vnrarbeiten cu einer TheoU¡¡>¡e des Alien Te.'Hament.i. NcuV.irchcn-Vliiyn, 1991. pp. I2.'5-13I; ahora también Thcnhxie dex Alten Textuments, vnl. !. Ncukirchen-VIuyn. 1999. pp. 55 s.'!.
146
no hay mucho a favor de esta equiparación. Para ello Assmann cita a Spencer (1630-1693) y a las fuentes judías y cristianas de la Antigüe dad tardía mencionadas {Moisés..., pp. 71 ss.). En los estudios más re cientes del AntiguoTestamento, por el contrario, se enfatiza de mane ra casi unánime la oposición a la religión cananea, en la cual varios dioses son representados bajo la forma de toros o con el emblema de un toro®. Al hacerlo tampoco puede la exégesis prescindir del parale lismo manifiesto entre la elalx)ración del becerro de oro en el Sinaí (Ex 32) y la erección de los becerros de oro en Bet-El y Dan por Jeroboam I (I R 12, 28-39)’ . La cuestión de las mutuas relaciones, lite rarias y concernientes a la historia de la transmisión, entre ambos tex tos puede basarse en esto. Pero parece claro que el relato en el primer libro de Reyes no tiene nada que ver con la religión egipcia. Assmann sabe esto, naturalmente: «es, por el contrario, Canaán quien juega el papel mítico de Egipto en la realidad histórica» {Ma ses..., p. 246). Pero justamente en este punto añade un matiz particu lar. A continuación de la fra.se «la obcecación de una cultura que per manece ligada a su implicación en e! mundo» se dice: «Por eso precisamente hay cuarenta años de desierto entre el Exodo de Egipto y la toma de po.sesión del país que mana leche y miel [...]. La confi guración semántica del concepto “Israel” tiene lugar en el desierto. El desierto es un mundo opuesto a Egipto, y por ello el lugar apropiado para fundar una contrarrcligión, que considera todo lo que Egipto de fiende como lo ajeno, como el “pecado” por antonomasia». Esta va loración del desierto no se puede extraer de ninguno de los textos de la Biblia hebrea"’. Dicha valoración se funda en Assmann, y no en úl timo término, en su equiparación de «Sinaí» y «desierto». Pero tam poco en la tradición dcl Sinaí se encuentra dicho matiz antiegipcio.
III Assmann exige justicia para Egipto, pero la exige sobre la ba.se de una imagen de Egipto que nunca existió como tal en la Biblia hebrea.
* Cfr. H. Gi'-Si;, «Dic Rcligionen Alt.syricns», en H. Cese; M. Hofncr y K. Rudolf, Die Relif¡ii>ncn Ahsyricns, Aharahien.'! itrui eler Marulcier, Die Rcligionen t!cr Mcnschhcil. vol. 10, 2, SUiligart, 1970. pp. 3-2."i2, cspccialmcnlc pp. 97, 129, 163; M. Wiupnorr, «GoK und Slicn», Zeilxcitri/l des Dcutschcn / ’alii.ilina-Vcreinx 77 (1961), pp. 9.3-117. Una pregunta adicional surge dcl hecho de que en la glíptica del Orlenle Antiguo los toros y otros ani males frccucntemcntc eran repre.sentados como portadores de Itw dioses, pero no como los dioses mismos. Pero dejaré aquí do lado esta cuestión. ’’ Véisc R. Albcrtz, op. d i., pp. 221-226. Cfr. el excelente cii.sayo .sobre QLCL niidhar de S. Tai.mon en Thfoloj’isches Wíiricrhiich zum Alien TcsUimcnl ¡V. Sluttgan, I9S4, pp.
147
Si se traía de «corregir las distorsiones segregadoras y alienantes bajo las que se nos presenta Egipto a la luz de la distinción mosaica» {Ma ses..., p. 250), entonces se trata en gran medida, según la exposición del propio Assmann, de las configuraciones posbíblicas del papel de Egipto y su religión. Esto resulta especialmente claro en lo que se refiere al papel que Assmann atribuye al Éxodo. «La distinción mosaica se expresa en el relato de la emigración, en griego, éxodo, de los hijos de Israel de Egipto. Así, Egipto vino a convertirse en el símbolo de lo segregado, lo rechazado, la falsedad religiosa y el concepto del “paganismo”» (Moses..., p. 20). ¿Dónde se encuentra esto en la Biblia hebrea? El Exodo es liberación,-redención de la esclavitud, y con ello, al mismo tiempo, inauguración del camino hacia la tierra prometida. Es cierto que esta liberación se consigue a pesar de la oposición duradera del faraón. Pero los capítulos de Ex 5-12 no permiten reconocer ninguna manifestación que pudiera corregir tal caracterización. Todo es des crito como una lucha de poder entre el faraón y Moisés, o Yhwh, más exactamente. El faraón es presentado como el antagonista de Yhwh: «¿Quién es Yahweh? [...] No conozco a Yahweh» (Ex 5, 2)". Egipto tan sólo aparece en la figura del capataz de los trabajos forzados y del hechicero; pero los papeles de estos últimos sirven principalmente para demostrar la superioridad de Yhwh. Después de que el ejército egipcio se hunde en el Mar Rojo (Ex 14 y 15) Egipto deja de apare cer, salvo en las quejas de los israelitas, hartos del permanente maná, que añoran las «ollas de Egipto». Y después cuando se habla del Éxo do, se trata sobre todo de las «señales y prodigios» que dios ha hecho por Israel (Ex 7, 3; Dt 6, 22 y 26, 8). Ciertamente, el «mito del Éxo do» ha proyectado otras imágenes. Pero la cuestión es qué es lo que ha de ser «corregido». De aquí se siguen más preguntas: ¿qué sigue al Éxodo? A esto la Bi blia ofrece respuestas muy diversas. Para Assmann, lo que sigue en su simbolismo es el desierto. Ciertamente puede decirse algo sobre la tesis; «La configuración semántica del concepto “Israel” tiene lugar en el de sierto» {Moses..., p. 246). Menos convincente resulta la frase que apa rece a continuación: «el Éxodo de Egipto es el acto fundacional de una religión que renuncia a la integración en el mundo para estar cerca de dios». A pesar de todo, el Éxodo se vincula directamente y de manera dogmática con la entrada en «la tierra que mana leche y miel» (Dt 26, 5-11). Además el Éxodo es una y otra vez la condición inmediata para el ingreso en la tierra dada por dios (por ej. Sal. 136, 10-22). Y la bue na vida en esa tierra es la consecuencia de comportarse según la volun
" Cfr. mi Thtrnlngie
I4£
í / í -.v
Alien Te.^iamtrnr.i, cit.. vol. I , pp. 40 ss.
tad de dios. Esto es, sin duda, otro tipo de «integración en el mundo» de la que Assmann ha descrito para Egipto. Pero el Éxodo no es sólo sali da, sino también comienzo del camino hacia la tierra prometida. Ante todo conduce el camino del Éxodo al Sinaí. Aquí podna ver se el lugar en el que la «distinción mosaica» habría de ser formulada. Assmann tiene razón cuando entiende el segundo mandamiento como un comentario del primero (Moses..., p. 20). Yo también estoy de acuerdo con la siguiente afirmación: «Las imágenes son automática mente “otros dioses”, pues el dios verdadero es irrepresentable»'^. Pero aquí se vuelven a cambiar las tomas. Todo lo demás que aparece en el decálogo y en todos los demás mandamientos «mosaicos» es de jado de lado. «La ley es algo más que mero (!) fundamento para el or den social y la pureza ritual [...]. El Éxodo es una historia simbólica, la ley es un ordenamiento jurídico simbólico, y la moral es una figura simbólica [...].» La ley mosaica es reducida a las «distinciones y opo siciones» entre Israel y Egipto. «Pero la distinción directriz es aquella entre religión verdadera e idolatría.» Se podría estar completamente de acuerdo con la última afirmación, pues se muestra en los diversos contextos que el primer mandamiento es presentado una y otra vez como fundamental, y a menudo represen ta por completo la voluntad de dios. Pero, ¿se refiere esta distinción a Egipto? El que quizá sea el texto legal bíblico más antiguo, que aparte de leyes contiene exclusivamente instrucciones cultual-religiosas, co mienza así: «Observa bien lo que hoy te mando. He aquí que voy a ex pulsar delante de ti al amorreo, al cananeo, al hitita, al perizita, al jivita y al jebuseo». Y después prosigue con la orden de no hacer ninguna alianza con los habitantes del país y de derribar sus altares. «No te pos trarás ante ningún otro dios, pues Yahweh se llama Celoso, es un Dios celoso» (Ex 34, 11-26)'^. Así se dice en la Torah de Moisés, como es a menudo denominada esta recopilación de mandamientos divinos. Aquí el mandamiento de la veneración exclusiva de Yhwh es desa rrollado de manera muy enérgica contra los vecinos de Israel -reales o míticos- en la tierra de Canaán. No se encuentra en la Biblia hebrea ninguna expresión semejante referida a Egipto. Éste es un punto en el que la consideración mítica de Assmann de la relación de Israel con Egipto entra en contradicción particularmente flagrante con cualquier consideración histórica. Assmann parece casi estar respondiendo a Ex 34 cuando escribe: «La función que desempe
Cfr. mi artículo [R. Rendtorff] «W.is verbictct das alttcstamenlliche Bilderverbot?», en R. Bemhardt y U. Link-Wieczorek (cds.), Festschríft fU r Dieler Ritschl. Metapher uncí W rklichkeil. Die Lngia dcr Bildhafúgkch im Reden von G oll, Mensch und Nalur, Neukirchen-Vluyn, 1999, pp. 54-65. C f r . F. C r O s e m a .n n . Die Tora, Munich, ’ I997, p p . 138-170.
149
ña Egipto en el mito del Éxodo, con su significación fundamenta] para la autodefinición de la religión monoteísta, se diferencia claramente de las funciones históricas que filisteos, amalecitas, moabitas, hititas, cananeos, asirios, babilonios y otros poderes de la Edad del Hierro, in cluyendo al propio Egipto, desempeñan en los libros históricos y proféticos de la Biblia. La función de Egipto en la narración del Exodo no es histórica sino mítica: ayuda a definir la auténtica identidad de aque llos que cuentan la historia» {Moisés..., p. 232). La afirmación siguiente me causa las mayores dificultades: «Egip to es el seno materno del que salió el pueblo elegido, pero el cordón umbilical fue cortado de una vez por todas con la distinción mosaica». No acierto a comprender la metáfora del seno materno en este con texto. Tampoco veo dónde y cómo es preparada o fundamentada por lo anterior. Los diversos aspectos bajo los que se habla de «Moisés, el fundador de la nación» -al menos en relación con Freud {Moses..., pp. 238 ss.y- apenas se dejan encajar con esta metáfora. Y en la frase siguiente: «La superación de este paso en la historia humana consti tuye la agenda oculta del debate sobre Moisés el egipcio» aparece de nuevo la metáfora. En cualquier caso resulta claro aquí que la cuestión de «¿Quién era Israel?», esto es, el Israel del Éxodo, ciertamente tiene una fun ción en algunas de las contribuciones aportadas por Assmann al de bate sobre Moisés el egipcio, pero no lo tiene en el capítulo final don de presenta su propia agenda. Pero tal cuestión es al menos tan enigmática como la pregunta «¿quién era Moisés?». Y está en estre cha rclación con la cuestión de si Moi.ses trajo una nueva religión, pues esta pregunta contiene otra: ¿a quién se la trajo? Sin embargo, la respuesta a todas estas preguntas no es la auténtica agenda de Assmann. Lo que a él le interesa es la superación de la dis tinción mosaica. El problema que hay en ello es, como poco, doble. Por un lado: ¿qué debe ser superado? He intentado mostrar desde di versos puntos de vista que en la Biblia no se encuentra la distinción mosaica delimitada y agudizada, tal como Assmann alega una y otra vez. Ya el decálogo muestra muy enérgicamente que limitarse a la dis tinción entre religión verdadera e idolatría no basta en ningún ca.so para caracterizar las proposiciones nucleares de la religión «mosaica». Y cuando se adjudica al concepto de pecado un significado tan central como hace Assmann siguiendo a Freud (Moses..., pp. 281 ss.) enton ces uno no puede remitirse únicamente y en primera línea a esta dis tinción. Más bien se muestra aquí que de lo que se trata en buena me dida es de ética -una dimensión, por lo demás, de la que «carece» por completo el nuevo dios Akhenatón {Moses, p. 155). Por otra parte: ¿quién debe «superar»? ¿Quién podría arruinar «la distinción mo.saica y el espacio construido por ella» (a saber, el «espa150
del monoteísmo occidental» (Moisés..., p. 1 4 ) ? ¿Y podría de hecho «descubrirse un dios en Egipto» (Moses..., p. 281)? ¿O quizá este «arruinar» no se pretende tan definitivo? Cuando en la superación de la distinción mosaica no se trata de «los costes de la verdad, sino de los costes de su definición segregadora y exclusiva» {Moses..., p. 180), entonces esto parece totalmente distinto. «Rechazo del cosmoteísmo» es en la Biblia hebrea ante todo y casi siempre una exigencia a Israel, y no a los demás pueblos. Así se dice, por ejemplo, en el contexto de la prohibición a Israel de adorar al sol. la luna, las estrellas «y todas las huestes de las legiones celestiales»: «Eso se lo ha repartido Yahweh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo, pero a vosotros os tomó Yahweh y os sacó del homo de hierro, de Egipto, para que fue seis el pueblo de su heredad, como sois hoy» (Dt 4, 19 ss.). Aquí el Éxodo se contrapone de manera muy marcada al culto de los astros, y en los versículos 15-18 también a todo culto de las imágenes, pero al mismo tiempo el culto de los astros no sólo es permitido libremente a los demás pueblos, sino que les es asignado como un encargo divino. Podría también citarse a este efecto Mi 4, 5: «Pues todos los pueblos caminan cada uno en el nombre de sus dioses, pero nosotros camina mos en el nombre de Yahweh nuestro Dios, para siempre jamá,s». Re sulta evidente que aquí no se trata de «segregación». c ío
IV
Habría aún mucho que cuestionar. Para el estudioso del Antiguo Testamento se plantea ante todo la pregunta de que quiere decir que «la distinción mosaica [...] transformó considerablemente el mundo en el que tuvo lugar» {Moses..., p. 20). ¿Acaso muchas de las rela ciones que Assmann presenta como oposiciones no han sido causa das únicamente por la recepción de la «distinción mosaica» en el cristianismo, en particular en el cristianismo vinculado al poder te rrenal desde Constantino, a quien no sin razón se ha llamado por esto «el Grande»? ¿No es en ese punto cuando por primera vez comien za a ser motivo de alarma para las demás religiones la distinción mo saica. con su definición segregadora y exclusiva? Ciertamente, el odio es anterior a esto. Pero los judíos nunca tuvieron la posibilidad de someter a su concepto de monoteísmo a los fieles de otras reli giones, como sí hicieron después cristianos y musulmanes en la me dida de sus posibilidades. Por último: ¿no podría legitimarse el odio a los judíos por parte de los cristianos mediante la distinción mosaica, si éste se define como el «odio inextinguible hacia el monoteísmo y hacia el .sentimiento de superioridad que lleva a.sociado» y como «la venganza de los que han I C I
sido excluidos por la distinción mosaica», tal como hace Freud?''*. El antisenütismo es en su acuñación esencial -esto es, cristiana- un pro blema interno al monoteísmo. La referencia de Freud a «la saga judía de José y sus hermanos», en la que se trata de ios celos por el «hijo predilecto del padre temido», desplaza el asunto a un plano muy dis tinto. Pero eso ya es otra historia.
Cfr. J. Assmann. M o.^ís der Á^ypter. cit.. pp. 241 s.
152
ERICH ZENGER'
í CUÁL ES EL PRECIO DEL MONOTEÍSMO?
La monografía de Jan Assmann publicada en 1998 Moses der Ágypter: Entzifferung einer Gedachtnisspur (Munich; la edición ame ricana data de 1997) no es sólo un libro fascinante desde el punto de vista del estudio de la cultura que busca poner en claro y transformar la historia intelectual europea «a partir de Egipto» (el subtítulo de la edición americana decía incluso: «The Memory of Egypt in the Wes tern Monotheism»), Las tesis expuestas en él resultan incendiarias y provocadoras en sumo grado para una teología que (todavía) preten de mantener como fundamento irrenunciable la Biblia hebrea y la idea de dios contenida en ella. El ferviente alegato de Assmann a fa vor de la aceptación del programa comprendido en la denominación «Moisés el egipcio», que no se propone suplementar, sino anular o superar el monoteísmo ligado a «Moisés el hebreo», indudablemen te atañe al discurso actual sobre la verdad de las religiones y sus re laciones mutuas. No decidiremos aquí hasta qué punto el tono de esta obra está mo dulado por la posmodemidad, ni si algunos de sus pasajes se acercan a la alabanza del politeísmo tan a la moda; pero es indiscutible que el libro puede y tiende a ser leído así. AI tratarse de un libro que pre tende descubrir la historia de los nefastos efectos del Moisés bíblico y sustituirla por la seductora imagen de «Moisés el egipcio», supone un cuestionamiento radical de la Biblia y de cualquier teología que se legitime bíblicamente.
' Publicado en Herder Korrespondenz. Monatshefte für GescIIschaft und Religión (abril 2001), pp. 186-191.
153
S e trata d e M oisés e n t an t o q u e f ig u r a d e l r e c u e r d o
En este debate no se trata del conjunto de cuestiones relacionadas con: «¿Qué sabemos hoy día acerca del Moisés histórico?», ni tampoco de las preguntas, discutidas con ardor actualmente; «¿Cómo y cuándo surgió el monoteísmo bíblico? ¿Desde cuándo es el culto de Israel un culto anicónico?». Se trata más bien de Moisés en tanto que figura del recuerdo, es de cir, de Moisés como código de un antagonismo religioso que se ex tiende por toda la historia de la humanidad; «Como figura del recuer do, Moisés el egipcio es radicalmente diferente del Moisés hebreo o del Moisés bíblico. Mientras Moisés el hebreo es la personificación de la confrontación y el antagonismo (entre Israel = verdad y Egipto = falsedad), Moisés el egipcio tiende un puente sobre esta oposición. En cierto sentido, encama la inversión o, al menos, la revisión del mito del Éxodo» {Moisés..., p. 24). La «distinción mosaica» es el grito de guerra de este polémico escri to de Assmann, que, al igual que sus demás obras, es lingüísticamente creativo, sugerente en su posicionamicnto e intelectualmente seductor. En resumidas cuentas, la «distinción mosaica» es, según Assmann, el pe cado originario do la historia de la religión y la cultura. Desde el punto de vista de Egipto parece como si con la distinción mosaica hubiera lle gado al mundo el pecado. Quizá en esto se halle la razón más importan te para poner en cuestión la distinción mo.saica {Moses..., p. 282). Que la Ilustración, como el libro de Assmann rastrea de manera impresionante, motivase programáticamente y venciese su lucha con tra las instituciones eclesiásticas, contra su dogmatismo represivo y contra sus estrategias de exclusión y aniquilación con su descubri miento de «Moisés el egipcio», no es según Assmann un argumento que sea fácil dejar de lado para establecer la necesidad de una supera ción definitiva de la distinción mosaica en tanto que principio de dis criminación y desprecio de las «otras» religiones. De hecho, tal como se plantea hoy día la cuestión en todo el mundo, ¿aca,so no se daría fi nalmente una reconciliación de las religiones, s¡ todas ellas renuncia sen jubilosamente a la así llamada distinción mosaica? Assmann ha resumido (en una entrevista del programa cultural bávaro «Alpha» sobre su libro) en que consiste esta distinción mo saica, en tanto que axioma fundamental ai menos del monoteísmo judío-cristiano-musulmán, de la siguiente manera: Con la distinción mo.'iaica me refiero a la introducción de la distin ción entre verdadero y falso en el ámbito de las religiones. La reli gión se había basado hasta entonces en la distinción entre puro c im puro o sagrado y profano, y no había en ella lugar en absoluto para la
154
¡dea de dioses falsos, ni para la idea de dioses prohibidos, a quienes no se debe adorar, ni para la idea de dioses que simplemente no exis ten -que era la forma radicalizada de esta distinción-. Antes de ella era por tanto totalmente inconcebible imaginar algo semejante En resumen, en la Edad del Bronce el tremendo reto para la teología consistió en tener que establecer exactamente esas equivalencias, con las que (...] era pwsible hacer acuerdos con los vecinos. El concepto de que los dioses son adorados en todas partes, y de que probablemente se trate siempre de los mismos dioses, aunque sean adorados bajo nom bres distintos, y la idea de que pueda ocurrir que un dios que realmen te merezca veneración sea desatendido, conformaban el aspecto de la religión tradicional en vigor hasta Moisés. En este mundo tradicional, introducir una distinción entre el único dios verdadero por un lado y los dioses o bien prohibidos o bien falsos por otro lado era un acto revolu cionario muy poco común, que creó un nuevo mundo y una nueva rea lidad. A esto es a lo que yo llamo la distinción mosaica.
Bien entendido; por una parte, ésta no es la afirmación fundamentalista de que un Moi.sés histórico del siglo xiii a.C. haya implementado esta distinción por encargo del dios YHWH, quien se le ha bía revelado como único dios verdadero, pero por otro lado, sí que es la tesis de historia de la religión que dice que esta distinción, propa gada narrativa y apelativamente con el nombre de Moisés en el con texto del relato del Éxodo de Israel de Egipto, ha sido un cambio de tornas, quizá incluso el cambio de tornas decisivo de la historia de la humanidad, aunque sólo alcanzase efectos históricamente comproba bles por primera vez en el siglo vil a.C. (en el contexto de la llamada reforma de Josías: véase Dt 6,4 s.), en el siglo vi a.C. (Deutero-I.saías: véase Is 43, 10-13) o acaso en tomo al año 400 a.C. con la redacción final de la Torah o Pentateuco. Cuándo fue proclamada por primera vez la distinción mosaica, quién la «descubrió», y ante todo mediante qué estrategias fue impuesta, estas preguntas son secundarias para el di.scurso ejercido en el libro de A.ssmann respecto de la afirmación fundamental; esta distinción ha traído al mundo tanta desgracia y violencia que debería ser anulada de nuevo de una vez por todas. El precio que la historia de la humanidad ha tenido que pagar por ella hasta ahora ha sido simplemente demasiado alto.
¿D
e b e n l a s r e m g i o n h .s m o n o t e í s t a .s r e n u n c i a r a l r e c u r s o
DE
la
B ib l ia
hebrea?
Si las tesis de A.ssmann .son correctas, las religiones monoteístas deberían al menos renunciar a recurrir a la Biblia hebrea y rehabilitar 155
jubilosamente a Egipto. Estas tesis comprenden principalmente los siguientes puntos: 1. «El movimiento monoteísta que está asociado explícitamente al nombre de Moisés dentro del contexto general de la historia y la teo logía bíblicas se presenta a sí mismo en el libro del Éxodo como una revolución antiegipcia El monoteísmo mosaico es una contrarreligión explícita que depende de la preservación de aquello a lo que se opone para su propia definición. Por esta razón, la Biblia ha con servado una imagen de Egipto que es su propia contraimagen. El tér mino central aquí es idolatría» (Moses..., p. 269). 2. «La imagen bíblica de Egipto simboliza el concepto de “idola tría", y lo hace en el sentido de una divinización del mundo [...]. En la medida en que Israel emigra de Egipto, emigra también del “mun do”, de una cultura orientada a la felicidad externa, al éxito secular, al bienestar civil, a los bienes materiales y al poder político. La ido latría de Egipto no consiste en última instancia en adorar a las imá genes, sino en instalarse en este mundo con demasiada intensidad, en encontrar todavía lo divino en la felicidad y en la evidencia naturales de la satisfacción terrenal, siendo por ello ciegos ante la realidad del dios extramundano e invisible» {Moses..., p. 246). De este «Egipto» emigró el Israel monoteísta (cuando quiera que pueda haber surgido como tal históricamente) y evoca este exilio en el relato del Éxodo en tanto que «mito fundacional de la religión mo noteísta» {Moses..., p. 247), mito que hasta hoy día se mantiene po derosa y violentamente en la historia de sus efectos. 3. En el relato del becerro de oro -en la Biblia la «escena origina ria» de la iconoclastia monoteísta, que al mismo tiempo quiere ser una teoclastia coherente-, está fijado por escrito el potencial de odio y violencia que ha sido actualizado una y otra vez en la historia de las religiones monoteístas. El Moisés bíblico, en nombre de la verdad monoteísta, destruye el becerro que encama la idolatría, es decir, el error, y permite que sus adeptos sean ejecutados a espada. Quien es fiel al error y adora a los ídolos es un enemigo de dios y en último término ha de ser «convertido» o aniquilado. Según Assmann, éste no es sólo el mensaje del Antiguo Testamen to, sino también la realidad histórica producida por él. «En la presenta ción del Antiguo Testamento el monoteísmo se impone en forma de masacres. Aunque la violencia de la semántica bíblica no se puede ne gar, también se puede constatar igualmente que de las tres religiones abrahámicas que se basan en esta semántica nunca han sido los judíos, sino los cristianos y musulmanes, quienes han puesto en práctica esta violencia [...]. Únicamente los judíos han sabido cómo humanizar es tos textos en la historia exegética de modo que no causen ningún daño. Ellos han interiorizado la diferencia entre amigo y enemigo 156
La tendencia a la interiorización se reforzó cada vez más en el ju daismo, de modo que finalmente penetró en el corazón del individuo [...]. El judaismo siempre estuvo interesado únicamente por los pa ganos en su propio seno, no por los paganos de su entorno en el ám bito exterior político. En tanta mayor medida, cristianismo e islam to maron por bandera la teología política de la violencia para someter a los paganos de su entorno» (J. Assmann, «Monotheismus und DconokJasmus ais politische Theologie», en O. Eckart (Ed.), Mose. Ágypten und das Alte Testament, Stuttgart, 2000, p. 138). 4. El precio que la historia de la humanidad ha tenido que pagar hasta ahora por la distinción mosaica ha sido demasiado elevado. No sólo incluye la violencia legitimada por el monoteísmo, sino también la perversión de la memoria cultural de Occidente. «Egipto» no es simplemente aniquilado, ni tampoco reprimido o silenciado, sino que por el contrario, es minuciosamente recordado, aunque por supuesto, como contraimagen de la propia imagen. La importancia del debate sobre Moisés, que está abierto desde la Ilustración y que Assmann pretende reactivar, impulsado, y no en últi mo lugar, por el Moisés de Sigmund Freud (Der Mann Moses und die monotheisiische Religión [1939]), ampliamente ignorado por la teolo gía, reside en el esclarecimiento del subtexto egipcio de la Biblia, en la rectificación de sus distorsiones, y principalmente en la superación de la distinción mosaica, en tanto que raíz de la violencia religiosa. Si entiendo correctamente a Assmann, lo que le interesa no es la destrucción del monoteísmo, sino su liberación de las imágenes anta gonistas que le son inherentes, de su desprecio dogmático por «Egip to» y de su tendencia a la violencia. Para ello Assmann considera un requisito decisivo el redescubrimiento de Egipto como tierra dorada del monoteísmo bíblico, y la rectificación o sustitución del Moisés bí blico por «Moisés el egipcio». Respecto de la demonización de «Egip to», frente a la cual se levantó y se levanta la religión bíblica, según su propia autopercepción como una contrarreligión opuesta a Egipto, se trata aquí de un cambio de paradigma.
E
l c a r á c t e r c o n c il ia d o r d e l p o l it e ís m o es s o b r e v a l o r a d o
Este ingenioso, emocionante y enfáticamente intelectual alegato de «Moisés el egipcio» (en el cual «retoma» el Akhenatón histórico, reprimido por la historia de la religión egipcia) es tan rico en pers pectivas y matices que no puede ser aquí ni presentado de modo exhaus tivo ni discutido en detalle. Tampoco resulta adecuado pretender dar carpetazo polémicamente a la crítica fundamental aportada por Ass mann mediante observaciones individuales relativas a la historia de la 157
religión o de la teología, que pudieran indicar que este o aquel pasa je bíblico puede también entenderse de otra manera, o que también ha existido otra historia de los efectos del monoteísmo. La discusión de bería tratar necesariamente de muchos puntos. Menciono a continua ción algunos que me parecen los más importantes. 1. Assmann sobrevalora el carácter conciliador del politeísmo. Esto está en relación, y no en último término, con su planteamiento metodológico de la historia del sentido o de la memoria. Sólo si se hace desaparecer la «historia de los acontecimientos», y en particular sus dimensiones histórico-sociales, es posible en mi opinión hablar de manera tan entusiasta del politeísmo como lo hace Assmann. Los politeísmos que existieron realmente en la Antigüedad legitimaban por lo general «sociedades clasistas» jerárquicamente estructuradas, y el aspecto del «internacionalismo», tan subrayado por Assmann, hasta donde yo sé, no impidió en ninguna parte la guerra, que en los tiempos del Israel bíblico era utilizada por los grandes imperios como un medio «legítimo» de hacer política, con el específico respaldo de sus dioses. Bien entendido, no me interesa di.scutirsi el monoteísmo era más violento que el politeísmo o a la inversa, sino cuestionar la tesis principal de Assmann de que la distinción mosaica es la raíz de la violencia del monoteísmo bíblico. 2. Assmann minusvalora la «capacidad» del monoteísmo. A su te sis de que la distinción mo.saica ha e.scindido y desgarrado al mundo se le puede oponer con buenas razones la siguiente antítesis: «El mono teísmo es, ya desde su planteamiento, no particular, sino universal». Esto se muestra claramente en la Torah como mito básico del monoteís mo bíblico. El dios de Moi.ses es también y ante todo el dios de todos los pueblos, como se pone de relieve en Gn 1-9, en tanto que clave her menéutica también del relato del Éxodo. Ciertamente, no es ninguna coincidencia que toda la serie de textos sobre la teología de la creación del Antiguo Testamento no reciban la atención de A.ssmann (cfr. frente a esto la relevancia teológica de los textos de la creación incluso para la soteriología cristiana en K. Lóning y E. Zenger, Ais Anfan^ schuf Gott. Bihlische Schópfungslhcolo^ien, Dusseldorf, 1998). El alegato de Assmann a favor del cosmoteísmo mantendría en virtud de este trasfondo una dirección diferente. Quisiera hacer hin capié en lo siguiente: «El reconocimiento de un dios único pone las bases para concebir la realidad como una unidad y para dotar a la hu manidad de una historia universal. El monoteísmo encuentra su sen tido primordial no en la mera afirmación de que sólo hay un dios, en vez de muchos dioses, sino en su determinación del mundo humano: éste no ha de ser escindido por el conflicto entre diversas potencias di vinas ni en la división de diversas áreas de dominio, no ha de ser des garrado en un dualismo insuperable de luz y tinieblas, de un ser bueno 158
y un ser malo, no ha de ser definitivamente pluralizado en la autoafirTiación antagóm'ca de los pueblos. Por muy ambivalentes, o incluso peigrosas, que puedan ser ciertas consecuencias del monoteísmo, se en cuentran dentro del contexto de esta constitución de un orden del ser comprensivo y una orientación positiva, superando las relaciones dadas y mirando hacia un futuro más grande» (H. Zirker, «Monotheismus und Intoleranz», en H. Hilpert y J. Werblick (eds.), Mit den Anderen ¡ehen, Dusseldorf, 1995, pp. 95 s.)3. Me resulta casi incomprensible una de las líneas centrales de la crítica del monoteísmo de Assmann en su libro: «El Éxodo de Egipto es el acta fundacional de una religión que renuncia a la integración en el mundo para poder estar cerca de dios. Para dicha religión, recaer en la mundanidad es negar a dios y con ello pecar, lo que acarrea su frimiento; pero para ella entrar en la religión es negar al mundo, que -eacciona ante esto con odio y persecución» {Moses..., p. 246). El «de sierto» pertenece, por tanto, a la semántica fundacional del mono:eísmo bíblico. Esta tesis sorprende en primer lugar, porque no pocos 'cólogos cristianos (en particular los que se presentan como estudio sos cristianos del Antiguo Testamento) han reprochado al Antiguo Testamento su implicación en el mundo y su orientación hacia el •nús acá. Ante todo, esta tesis contradice la corriente principal de las ideas y promesas de salvación bíblicas: la tierra con sus frutos es el don de dios )or excelencia (cfr. de manera paradigmática el Pequeño Credo en Dt 26. 5-10, donde el «desierto» ni siquiera es mencionado). Las utopías le salvación proféticas muestran en imágenes siempre nuevas la ferti lidad paradisíaca de la tierra como prueba de la cercanía de dios (cfr. )or ejemplo Am 9, 13-15). Todo el libro de Isaías puede leerse como ma visión de la transformación del «desierto» en un jardín de dios .ósmico. Las múltiples metáforas del banquete de dios y del encuentro le los sentidos con dios en el Salterio (cfr por ejemplo Sal 16; 17; 23; 'ri passini) no son fenómenos marginales o recaídas del monoteísmo mosaico, sino explicaciones de e.sa idea monoteísta de dios, según la jual YHWH encomienda ai pueblo de Israel su tierra, y aún a todos los lombres la tierra creada por él como lugar de la vida. 4. El propio Assmann califica a su libro de contribución al análi■iis histórico del antisemitismo. Con ello recurre ante todo a Sigmund Frcud y continúa su planteamiento a través de sus consideraciones re lativas a la historia de la religión. Si se compara la redacción alema na del libro de 1998 con la primera versión americana de 1997, y se comparan ambas con las exposiciones en el estudio de la Biblia de Stuttgart mencionado anteriormente de 2000, .se ve rclativizada apreciablemente la burda tesis de que el odio monoteísta exigido por la Jistinción mosaica hacia los pueblos del mundo (politeístas) habría 159
provocado directamente el odio de estos pueblos del mundo. Si la te sis de 2000 de que el judaismo ha interiorizado la violencia mono teísta y el cristianismo y el islam la han vivido externamente es la úl tima palabra en esta difícil cuestión es algo que el propio Assmann tampoco pretende reivindicar. Junto a estos puntos particulares sobre los que se ha de seguir re flexionando, han de exponerse por último con la brevedad necesaria los problemas que plantea la tesis principal del libro sobre la distin ción mosaica como el pecado original originario de la historia de la religión. En mi opinión esta distinción es irrenunciable, pero ha de ser entendida de otro modo a como la entiende Assmann y a como suele ser entendida por la teología tradicional. Si se hace así, los fatales re cursos a la violencia como imperativo del pensamiento de dios bíbli co podrán ser desenmascarados como opuestos a él. Bien entendido, con ello no se ha de restar importancia a la vio lencia fáctica de los monoteísmos, cristiano e islámico principalmente. Pero sí ha de combatirse la idea de que la violencia es inherente al mo noteísmo bíblico per se. Y ante todo ha de reconocerse cómo a partir de la distinción mosaica correctamente entendida la violencia puede ser incluso superada.
L
a d is t in c ió n m o s a ic a e n t e n d id a d e u n m o d o d if e r e n t e
La distinción mosaica entre lo verdadero y lo falso en la religión no es idéntica a la distinción numérica o formal entre un dios y mu chos dioses, sino que se trata de una distinción determinada por su contenido. Esto se muestra de manera paradigmática en el manda miento principal del decálogo (Ex 20, 2 s. = Dt 5, 6 s.). En él, YHWH «deñne» su ser-dios como antítesis de los múltiples dioses egipcios no recurriendo a su unidad, sino explicitando su unicidad divina en la antítesis de libertad y esclavitud: «Yo soy YHWH tu Dios, que (por que) te he sacado de la tierra de Egipto, de la esclavitud». Ésta es su verdad: la liberación de cualquier forma de esclavitud. «Egipto» no es aquí un nombre en clave del politeísmo, sino de todas las formas de degradación y privación de derechos de ios hom bres. Cuando Assmann hace desaparecer este aspecto de la imagen bíblica de Egipto, que por lo demás es muy compleja, y alcanza así su propia comprensión de la distinción mosaica, quizá esté remitién dose a la recepción posbíblica del primer mandamiento. Pero dicha recepción ha sepultado el núcleo del concepto bíblico de dios en gran medida. Se puede, y se debe, comprender incluso los mandamientos individuales del decálogo como explicaciones de esta «verdad de dios» fundamental: en los diez mandamientos, y a través de ellos, el 160
ámbito de la libertad, de la justicia y de la solidaridad es fundado y protegido por un dios que se muestra en ellos como el dios verdadero. El recurso a «Egipto» es la referencia a una experiencia histórica de Israel que por una parte tiene que ver con el colapso del imperio fa raónico a fines de la Edad del Bronce y que por otra parte ha sido de hecho convertida en «nombre en clave mítico», aunque mantiene su capacidad de testimonio referido a la historia. Es posible rastrear innumerables discursos dentro de la Biblia so bre esta «verdad divina» del dios de Israel en contraposición con los «otros» dioses. Debo contentarme con la referencia a uno de ellos. El Salmo 82 es (y no sólo en este respecto) uno de los textos más es pectaculares de la Biblia en general (cfr. acerca de esto mi interpretación en F.-L. Hossfeld y E. Zenger, Psalmen 51-100 [Herders theologischer Kommentar zum Alten Testament], Friburgo, 20CX), pp. 479-492). Este salmo pinta con colores míticos una «imagen del mundo» sumamen te dramática, mostrando una realidad llena de injusticia y violencia, y lamenta esta conmoción, consecuencia de la negligencia de los dio ses de las naciones. El salmo no encuentra otra salida que hacer desaparecer a los dio ses de las escenas del cielo y la tierra y convertir a YHWH, el dios de Israel, en dios de todas las naciones, como liberador de las masas ex plotadas y desposeídas. Este salmo proclama de hecho la «distinción mosaica» entre lo verdadero y lo falso en el ámbito de las religiones. Pero no se trata en él de la alternativa monoteísmo/politeísmo, sino de la injusticia, la privación de derechos de los hombres, y la destrucción de la creación por una parte, y por la otra de la libertad y la dignidad humanas, y del establecimiento y la defensa de la tierra como lugar para la vida. Ésta es, según la comprensión bíblica, la distinción fundamental en lo que respecta a la historia de la religión en el discurso sobre el dios verdadero. Un monoteísmo que haga de esto el centro de su con cepto de religión y de su práctica religiosa, ciertamente se diferen ciaría en mucho de los monoteísmos combatidos por Assmann. Que ya no podemos leer con tanta ingenuidad los violentos textos de la Bi blia sobre el dios verdadero como hemos venido haciendo hasta aho ra es algo que no requiere más fundamentación. Ésta es la sana pro vocación que hay en el libro Moisés el egipcio.
161
KLAUS KOCH'
■ELMONOTEÍSMO COMO CHIVO EXPIATORIO?
Una vez que la cultura occidental ha dado por superada, supcrflua e incluso inmoral la cuestión de la culpa colectiva como problema metafísico, a pesar de que el traumático transcurso de la historia y de la si tuación de injusticia en nuestra sociedad no puedan negarse, no pode mos hacer otra cosa más que buscar de manera no metafísica una razón para los acontecimientos y circunstancias espantosos, en particular para la Shoah, que entre los anglosajones recibe el perverso nombre de HoIncaiisto. Cuando tras la Segunda Guerra Mundial dejó de parecer su ficiente como raíz de todo mal la remisión de estos acontecimientos a un militarismo prusiano-alemán de corto alcance, y después a un capi talismo considerado de mayor ámbito; cuando incluso el sometimiento patriarcal de la mujer, acuñado a lo largo de la historia de la humani dad, dejó de convencer a todos como causa, surgió de nuevo el mono teísmo de judaismo, cristianismo e islam como el chivo expiatorio más general para la historia y para el presente. Esto se puede hacer valer de un modo superficial y provocador^, de un modo rico en material, pero un poco patético, segiln el cual Jesús se eleva por encima de la cié naga general de la depravación con su mensaje\ o incluso con una dic ción exquisitamente filosófica, como por ejemplo en Odo Marquard'*, en cuyo caso no está claro hasta qué punto el asunto es tomado en sc-
' Publicado cn Thcoloj^ische IJlerulurzeilun¡;. MonaUsschrifl fiir das gcsamlc Gcbicl dcr Thcolojjic und RcI¡gion.swisscns<;hafl 9 (scptrcmbn: 1999), pp. R74-8S4. ^ A, KOnZLI, Golte.ikrixc. Rcinbck, 1998. ^ G. Ml-'l.SADlli, Histoire Céncrate de Oicu, Pans, 1997. Sin mirar de .-«Klayo a Jc.sú.'í: H. Haakmann, Religión und Autorilül. Oer Wc;? des Cottcs ohnc Ki/nkurrcnz, Hlldcihcim, 1998. ‘ «Lob dcr Polythoisinu.s» (Elogio dcl politLM'.imo). cn H. Po.scr (cd.). Philoxnphie und S iy t h a s .
Berlín, 1979, pp. <0-58.
163
rio o es mero producto de una celebración báquica. Conducido con un conciencia del problema muy diferente, y de un rango científico much> más elevado es el estudio fundamenta] del tema que aquí tenemos d manos de Jan Assmann, Moses the Egyptian^. Este egiptólogo de Heidelberg, a quien debemos obras fundamen tales sobre la religión y la cultura del Antiguo Egipto, y que se ha ga nado un renombre internacional más allá de su especialidad académic, como estudioso de la cultura, no trata en esta obra del Moisés históri co, ni siquiera de un Moisés egipcio. Más bien pretende contribuir ; «un análisis histórico de! antisemitismo» (p. 19). Dado que la más re ciente redacción de] libro, la alemana, diverge en algunos aspectos dt la primera edición inglesa, trataremos primero de esta última. Assmann ve una raíz importante en una oposición religiosa fun damental ya abierta en la Antigüedad temprana, a saber, el antago nismo entre la religión primaria, politeísta, y la comrarreligión, es de cir, una forma de religión que se remite a una revelación, que sólc está dispuesta a reconocer a un dios único y que «rechaza y repudie todo lo que hubo con anterioridad y lo que existe fuera de ella bajo la denominación de “paganismo”» (p. 16). A este efecto entra en consi deración la «distinción mosaica entre religión verdadera y falsa», dis tinción de carácter mnemohistórico, que ha dominado durante siglos las tradiciones judía y cristiana. Para este monoteísmo Egipto pro porciona desde un principio la más horrorosa contraimagen: «La ima gen bíblica de Egipto significa “idolatría”» (p. 232 passim). La contrarreligión que se remite a Moisés había tenido precisamente un precursor egipcio en la religión solar de Akhenatón. Para Assman ésta habría sido «la erupción más violenta y radical de una contrarreligión en la historia de la humanidad» (p. 39), un «movimiento exclusivista e intolerante» (p. 186). Con la intolerancia monoteísta de un Alchenatón, y posteriormente del Israel mosaico, contrastaba resplande ciente el politeísmo tolerante difundido por todo el Antiguo Oriente, en el que no había ninguna exclusividad, ninguna idea de idolatría, para el que las divinidades eran internacionales, puesto que estaban ancladas en el cosmos (pp. 16 y 66). Desde Akhenatón a Moisés el puente es trazado de manera muy interesante, al tomarse en consideración como testimonios valiosos de una tradición oral relatos griegos y latinos sobre el Éxodo de los judíos de Egipto bajo la guía de un tal Moisés en la época en que una epidemia azotaba el país. En tal tradición se habría conservado un re
* J. A s s m a n n , Mosca the Egyplian. The Memnry o f Egypt in Western Mnnorheism, Cambridge. 1997. También: J. A s s m a n n , Moses tler Ágypter. Entzifferung einer Cedüchinisspur. Munich. 1998.
164
cuerdo encriptado de la época de Amama, «fábulas que debieron per vivir en la tradición oral durante siglos e, incluso, milenios» (p. 57). Su punto de partida fue que el recuerdo de los hicsos expulsados an tes del comienzo del nuevo reino en la época de Amama fue hecho propio de tal modo que los hicsos fueron proscritos como el enemigo religioso por excelencia. En el mismo lapso temporal los cananeos en Palestina adoptaron el recuerdo de los hicsos que huyeron hacia allí en su destierro como esclavos de Egipto y transmitieron la tradición a los hebreos (p. 56). De este modo se mantuvo, en formas opuestas, el recuerdo de la oposición de Amama a la religión tradicional egip cia tanto en Egipto como en Palestina. Los estudiosos de la Biblia hoy día tratan de mantenerse al mar gen de la oral tradition tan cara a Assmann, ya que para ellos sólo cuenta lo que ha sido transmitido por escrito por los «redactores». De todos modos, Assmann presenta también algunos puntos de apoyo li terarios que deberían ser dignos de interés también para los estudio sos del Antiguo Testamento. Así, cita el más antiguo relato extrabíblico del Éxodo, el de Recateo de Abdera, de mediados del siglo vi a.C. Según él, durante una epidemia los egipcios habrían expulsado a los extranjeros, una parte de los cuales habrían migrado a Jerusalén bajo la guía de un tal Moisés, que les prohibió las imágenes divinas y pro clamó a un solo dios como señor de todo. ¿Cómo se conjuga esta no ticia con la tesis, de moda hoy día entre los exegetas, según la cual los relatos del Éxodo sólo habrían podido surgir durante el exilio, si es que no lo hicieron en época helenística? Tras haber encauzado el asunto de esta manera en los dos capítu los introductorios, la parte principal del libro (pp. 71-186) se dedica al recuerdo en la cultura occidental de la relación entre Moisés y Egipto desde el comienzo de la Ilustración hasta llegar a Sigmund Freud. Sus representantes buscan, en oposición a las ortodoxias cris tiana y judía, pensar a Moisés como un egipcio, y así trazar un puen te entre la religión del Antiguo Egipto y la religión de Israel, supues tamente derivada de ella. El primero en hacerlo fue John Spencer en su monumental obra De Legibiis Hebraeorum Ritualibus el Earum Rationibus Libri Tres, de 1685. Mientras hasta entonces, como con secuencia de la literatura de la diáspora judeohelenística, una enorme cantidad de contenidos de la religión egipcia pasaban por ser présta mos de Israel, Spencer invirtió la relación, estableciendo los ritos egipcios como más antiguos, y los israelitas o bien como ceremonias lue se oponían deliberadamente a estos últimos (por ejemplo, con el -ordero pascual se pretendería neutralizar a uno de los animales sa grados para los egipcios), o bien como adaptaciones contemporiza doras de un Israel cada vez más egiptizado. Además, Moisés adoptó de maestros egipcios el doble sentido de las leyes rituales, que junto 165
a su sentido litera!, dirigido al pueblo llano, tienen un sentido secreto, pneumático, y representan ante todo «misterios evangélicos». Assman muestra con detalle cómo la temática inaugurada por Spencer fue re tomada por Cudworth y por el deísta Toland, y cómo dio un nuevo giro con W. Warburton, quien publicó, entre 1737 y 1741, una Divine legation ofMoses. Warburton supone que en toda religión hay miste rios secretos para los iniciados, en último término pensados monoteísticamente, y cultos públicos, enfocados hacia la recompensa y el cas tigo en el más allá. El comienzo de esto se halla en Egipto, y encuentra expresión adecuada en el significado simbólico de los jeroglíficos. El acto revolucionario de Moisés consiste en haber proclamado pública mente los misterios religiosos, convirtiendo a todo su pueblo en un pueblo de iniciados. De ahí la exposición se traslada al Idealismo alemán, al discípulo de Kant K. L. Reinhard, a F. Schiller y G. E. Lessing. Aquí se recoge también la tesis de la doble forma de las doctrinas religiosas antiguas, poro se remonta a la verdad de los misterios previos a Moisés, y se constata un cosmoteísmo con la fórmula Hen-kai-pan que se propaga como convicción propia, como una unidad última inefable. É.sta, tam bién es creencia fundamental en Herder, Hamann, Holderlin, Goethe y los francmasones. Assmann no está .solo en esta convicción perso nal, con lo que puede constatar con júbilo: «¡El “cosmoteísmo” de los comienzos dcl Romanticismo alemán es un regreso [...] al antiguo Egipto!» (p. 159). Aquí sale a la luz una memoria cultural «que man tiene un cierto cuerpo de conocimiento accesible durante más de dos mil años» (p. 161). Un quinto capítulo está dedicado a la obra de Freud Der Mann Ma ses tind der Monolheismus'’ como punto final y culminante dcl di.scurso. Dado que con él emerge un paradigma completamente nuevo, el psicoanálisis, y que Freud no apela a sus predecesores, y que tampo co pretende como ellos un mejor conocimiento de dios, sino que con sidera a toda religión como una neurosis colectiva, cabe preguntarse si no estará totalmente fuera de lugar en este di.scur.so (p. 162). A.ssman constata, a pesar de todo, la continuidad de la memoria cultural, por que Schiller era el poeta preferido de Freud, y porque W. R. Smith, cuya teoría en el ámbito de la ciencia de la religión sobre el tótem fue adoptada por Freud, apela por su parte a Spencer (p. 164). Gracias al descubrimiento realizado mientras tanto de Akhenatón y su religión, Freud dispone de un material documental mucho más amplio que sus predece.sores. Según Freud, Akhenatón se d¡.stingue de la religión tra-
‘ A continuación citado según S. pRiiun, Gcxammclle Wcrke X V !, L.ondrcs, 1950. pp. 101-246.
166
dicional egipcia en cinco puntos: 1. condena de la magia, 2. condena de las imágenes divinas, 3. negación del más allá o de la inmortalidad, 4. negación de la pluralidad de dioses y énfasis en el dios único, y 5. énfasis en la pureza ética en lugar de la pureza ritual. ¡Precisamente ésos son los contenidos de la revelación mosaica en la tradición posterior y los requirements ofbiblical anti-Egyptianism en la época siguiente! (p. 169). De ahí deduce Freud que Moisés tuvo que haber sido egipcio de nacimiento, como su propio nombre indica, y además tuvo que haber sido un convencido adepto de Akhenatón, que tras el fracaso de la revolución de Akhenatón buscó un nuevo pue blo como círculo de fieles y lo encontró en los judíos. A esto parece oponerse ciertamente la tradición veterotestamentaria de que Moisés permitió que actuase un espíritu del desierto, Yahweh, y que se difun diera su culto, ligado a imposiciones rituales intensivas, en el desierto del Sinaí. Freud sale de este dilema recurriendo sin pararse en barras a un segundo Moisés junto al egipcio, un Moisés nómada. Las religio nes de ambos fueron fusionadas, de modo que la del primero obtuvo paulatinamente la primacía. Con vistas a tal resultado fue decisivo que -según una tesis planteada de manera provisional por E. Sellin- el Moisés (egipcio) fuera a.scsinado en el desierto por el pueblo, gra bándose este asesinato profundamente como sentimiento de culpa en los participantes en él, e incluso en todas las generaciones siguientes. Sólo así pudo llegar a ser Moisés el «creador de la nación judía» (p. 179). En esta palabra se refleja el asesinato del padre primigenio de la hor da primitiva darwiniana en los comienzos de la humanidad. «El Moi sés asesinado es inseparable de la teoría de Freud acerca del origen y la esencia de la religión» (p. 178). El trauma de culpabilidad resultante ha dejado su impronta en la religión judía (y cristiana) hasta el pre.sente, y permite comprender el odio inextinguible a los judíos por «la “hostilidad” inherente al mo noteísmo como una religión del padre» (p. 186). (En cualquier ca.so, la deducción fatal de que las persecuciones contra los judíos están motivadas en último termino por el monoteísmo judío no quieren ex traerla abiertamente ni Freud ni Assmann.) La justificación para el despreocupado salto a través de los mile nios de.sde Akhenatón hasta Freud la proporciona un breve capítulo titulado «La concepción del “Uno” en las antiguas religiones egip cias» (pp. 187-229). En él únicamente entran a! debate fuentes egifx:ia.s. Assman se remite principalmente a la manida fórmula del rey de los dioses y dios del Sol Amón-Ra, como «el Unico que se convierte en millones». A diferencia de egiptólogos como E. Homung, Assman in terpreta esta fórmula en el sentido de que no .se recurre aquí a un tiempo originario, sino a una realidad presente, de modo que el dios originario, en tanto que primogénito del mundo, sigue siendo uno a 167
pesar de las infinitas divisiones. Según esto, el Hen-kai-pan ya era algo evidente para la época ramésida, en él encontró su clara expre sión un cosmoteísmo antiguo. Y contra él había intentado poco antes el episodio de Akhenatón una «desmitificación, desmitologización, desdivinación, depolarización, despolitización y desmoralización ra dicales» (p. 212). Mientras que Assman en publicaciones anteriores como Re und Amun. Die Krise des polytheisñschen Weltbildes im Ágypten der 18.-20. Dynastie^ y Ágypten. Theologie und Frdmmigkeit einerfrühen Hochkultur^ todavía se había propuesto la tarea de derivar la revolución de Amama de tendencias previas en la religión egipcia y de un crecien te énfasis en la supremacía del dios del Sol, y al mismo tiempo pro bar que después de Amama la teología de Amón tebana, con su acen tuación de la unidad y el carácter oculto de ese dios, había proseguido sus esfuerzos en una forma modificada, ahora en gran medida deja de lado a Akhenatón en el continuum de dicho contexto histórico. La cri sis del politeísmo en el siglo xiv a.C. habría dado lugar, así pues, a dos movimientos completamente distintos, una contrarreligión por un lado, y un cosmoteísmo por el otro (p. 191). Con el segundo de estos conceptos Assman caracteriza el concepto ramésida de inefabilidad y el carácter oculto de un dios del So! que forma una unidad con el cos mos, el cual es entendido como su cuerpo. Como es de esperar tras semejante recorrido, el capítulo final re clama: «La abolición de la distinción mosaica; antagonismo religio so y su superación» (pp. 231-242). Un año después de la edición inglesa apareció la alemana. No pre senta una traducción estricta palabra por palabra, ordena los capítu los de modo diferente y con frecuencia diverge en el tono y en el én fasis de su precedente. El concepto llamativo y poco preciso de «Western Monotheism» es sustituido en el subtítulo del libro poruña mera «huella en la memoria». El capítulo final ya no anuncia «La abolición de la distinción mosaica» ni una superación del antagonis mo religioso, sino que es mucho más moderado (¿o quizá resignado?) en su encabezamiento: «Símbolos y transformaciones de la distinción mosaica». También en el cuerpo del texto se aprecian divergencias. El texto inglés dice (p. 233): «La religión de Amama [...] se opuso a la tradición bajo las más violentas formas de negación, intolerancia y persecución», mientras que el lector alemán lee: «Puesto que Akhe natón [...] fue el primero que fundamentó una religión bajo el signo de la verdad y rechazó todo lo anterior considerándolo falso, no pue-
’ Orbis Biblicus et Orienlalis 51, Friburgo " Urban-Büchcrci 366, Stuugan, I9S4.
168
y Gottingcn, 1983.
de haber ninguna duda» de su primacía al introducir el concepto de «teoclastia» (pp. 250 ss.). La valoración negativa de Akhenatón es suavizada; además de eso, Moisés es claramente separado de él: «¡En tre Akhenatón y Moisés hay un abismo!» (p. 268). (¿Ha variado la opi nión de Assmann sobre esta relación en el curso de un año? ¿O quizá sólo está esforzándose por adaptarse a la mentalidad alemana, siguien do el ejemplo de la pedagogía de la Ilustración temprana?) El recensor deja el libro con sentimientos encontrados. Como no era de esperar de otra forma en Assmann, su obra cautiva por el asom brosamente amplio horizonte de la historia intelectual que presenta, que en modo alguno se reduce únicamente a la disciplina de la egip tología, sino que incluye también la historia intelectual moderna des de la Ilustración temprana hasta el Idealismo alemán, además del do minio muy distinto de la ciencia de la cultura moderna. ¡Resulta admirable su brillante manejo de tan diversos materiales! La exposi ción ilumina numerosas maniobras históricas que hasta ahora habían sido pasadas por alto por la investigación. No pierde de vista en nin gún momento el tema principal, y cautiva el interés hasta la última página. No obstante, su atenta lectura despierta al menos tantas dudas como preguntas responde. 1. Esto afecta ya a la premisa básica de una distinción mosaica como señal distintiva del monoteísmo, tanto del bíblico como del posterior judeo-cristiano, que supone y necesita de la idolatría de Egipto como contraimagen demonizada. Este estado de cosas parece estar tan claro que no se aporta ninguna prueba textual. ¿Dónde podría encontrarse tal prue ba? ¿Acaso los escritos bíblicos no proporcionan, en lugar de Egipto, al Baal cananeo y a la ciénaga de perdición babilónica como paradigmas de la idolatría y de sus consecuencias? Ciertamente, Egipto, esto es, el fa raón, es la imagen por excelencia de la tiranía, la opresión y la esclavi tud. Más allá de eso, las ollas de Egipto siguen siendo una peligrosa ten tación. Pero, ¿dónde representa la idea egipcia de dios un papel? Si Egipto representara la «contrarreligión», ¿cómo podría explicarse que los israelitas, cada vez que fueron perseguidos por motivo de su nacionali dad, buscasen refugio una y otra vez en Egipto (cfr. Jr 26, 20 ss.'; 42)? ¿Sería concebible que el evangelista Mateo hubiera hecho huir a José con el niño Jesús hacia Babilonia, en vez de hacia Egipto (Mt 2,13 ss.)? 2. Tampoco presenta Assmann un soporte textual para lo que él considera la esencia del politeísmo en el Oriente Antiguo y en la An tigüedad. Según él las divinidades de las religiones extrabíblicas, es decir, politeístas, están esencialmente orientadas hacia el cosmos, y son por ello internacionales y tolerantes (ed. cast., p. 66). ¿Acaso no puede aducirse con buenas razones lo contrario, si es que es posible distinguir entre funciones cosmomórficas y sociomórficas de las figu ras divinas: que los dioses del politeísmo son esencialmente partícula-
res, vinculados a una región y asociados a su círculo de fieles, y por ello indiferentes, cuando no hostiles, frente a todo lo impuro y ajeno? Es cierto que en el caso del dios egipcio del Sol se pueden identificar claramente los rasgos cósmicos. Pero ésta parece ser la excepción, y no la regla. En Siria-Canaán salta a primer plano en textos ugaríticos del siglo n a.C. un tal Haddu-Baal, que está ubicado en montañas y ciudades (Ugarit, AÍepo), no en el cielo. También su antagonista El está anclado en la tierra. O los dioses de Homero, ¿son potencias cós micas primarias (a pesar de Zeus, el lanzador del rayo)? La supuesta tolerancia del politeísmo es ya desde David Hume un ideal filosófico. ¿Hemos de considerar como tolerancia su indudablemente mayor per meabilidad frente a cultos y ritos de procedencia ajena, que surge del temor de haber descuidado a alguna potencia supraterrenal importante? Toda divinidad importante en el politeísmo posee un sistema cultual propio y generalmente también una ética esf>ecial para sus fieles. Cier tamente los contactos culturales que tuvieron lugar provocaron equiva lencias y entrecruzamientos entre los nombre de dioses pertenecientes a distinta.s religiones: pero ni siquiera la interpretatio ¡^raeca pretende superar en modo alguno la diferencia entre cultos helénicos y bárbaros. (Un monoteísmo consecucntc supone, en cambio, una divinidad que llega a todos los hombres de manera inmediata, que es accesible en cualquier lugar, siempre y cuando una .sociedad cerrada de elegidos no cierre el horizonte monoteísta. Cuanto más exclusiva es la divinidad, más inclusiva es la humanidad, cfr. Rom 10, 12.) Podría resultar difícil demostrar una tendencia a la tolerancia en los sistemas politeístas. La disyuntiva entre politeísmo y monoteísmo ha conducido y legitimado guerras de dioses entre tribus y pueblos hasta bien entrada la modernidad occidental. Donde míjchas divini dades se suponen, cada parte beligerante tiene las suyas. Los vence dores destruyen las potencias numino.sas protectoras de sus enemigos y sus santuarios, o intentan desplazarias para que cambien de frente, por ejemplo mediante el transporte de los símbolos divinos (como era la práctica de los asirio.s), o mediante la evncatio, como entre los ro manos. ¿Dónde queda aquí espacio para la tolerancia? En la Anti güedad, a lo sumo entre los persas de orientación monoteísta’ . Para volverá nuestro presente: ¿.son los hindúes politeístas convencidos en India de hecho más pacíficos, menos agresivos, en suma, más tole rantes que sus compatriotas musulmanes monoteístas? Con ello no ha de ponerse en tela de juicio que en la transición en tre politeísmo y monoteísmo surge una imagen del enemigo distinta.
’ P. Pki;y y K. Kcxtm, Reichsidce uncí Rc¡rl¡Síir¡;ani.s(inon irn Pcrscrreich (Orbis Bibllcu.s ct Oriciit.ili.s 55). I-riburgo. 1996, pp. 137-205.
170
En lugar de la mitología entra en juego la metafísica, en lugar de la oposición sagrado-impuro avanza al primer plano la oposición verdadero-falso. El hereje será combatido a partir de entonces de mane ra más encarnizada que el pagano. Donde antes dominaba la intole rancia ritual -el Antiguo Egipto proporciona ejemplos significativos de esto- dominará la intolerancia dogmática. 3. En la presentación del material egipcio en genera] y de la «contraneligión» de Akhenatón en particular, Assmann no logra escapar a todas las objeciones. Al comienzo es condenada la egiptología moder na, desde Erman hasta Gardiner, por no haber procedido mnemohistóricamente, sino según la historia fáctica: «nada fue más negativo para la imagen de Egipto» (p. 36), pero posteriormente Akhenatón, que ha bía caído fuera de la memoria cultural desde hacía milenios, es de nue vo reintegrado a ella y juzgado según los métodos de esa misma egip tología. Por un lado, para la contrarreligión de Amama dios está «muy por encima» del mundo, que es estrictamente opuesto a él, por otro lado no ha de ser «nada más que naturaleza» (pp. 178, 190). Según la p. 209, Akhenatón habría experimentado su concepción de la natura leza como una revelación, según la p. 233 esta «no se basaba en la re velación, sino en lo evidente». En el mismo pa.saje su religión es cla sificada como «cosmoteísta», esto es, con un concepto que en otra parte se emplea para caracterizar a los seguidores que se separan de él. Aparte de esto, ¿fue Akhenatón el gobernante intolerante y brutal, perseguidor de los que pensaban de manera diferente a él, tal como aparece en Assmann? Es cierto que hizo que se borraran de las estelas los nombres de los dioses, y probablemente suprimió las donaciones reales a los santuarios tradicionales. Pero que haya destruido templos es algo que en mi opinión no ha sido probado arqueológicamente. Nin guno de los ataques propagandísticos fruto de la reacción bajo Tutankamón y Horemheb menciona persecuciones, ni siquiera ejecuciones. El periodo ramésida que siguió a Amama destaca con frecuencia el ca rácter oculto y secreto del dios del Sol Amón-Ra, y con ello hacc suyas tendencias que habían conducido a la revolución de Amama. Quizá en este periodo la dase sacerdotal tebana estuviera convencida de hecho de que había un dios abarcador de todo el cosmos, pero esto no tuvo consecuencias en la veneración cultual de la pluralidad de dio.ses por parte del rey o de la población"*. ¿Pero puede establecerse sin más el paralelismo entre la concepción ramésida y la de aquel Bes pcmtheos, dios de los enanos, en época helenística, que pertenece casi por com pleto a una imagen del mundo determinada por el magismo?". Y la ¡sis
K. Kocii. Ccxchichií- ticr liiiyftli.sclien Rcl¡,i;¡(in. .Slutlgarl, IÍW3. § 16. " Ihid.. pp. 550-552 y § 25. "
171
panthea, que Assmann cita en el mismo contexto, ¿puede separarse de la idea astrológica de Heimarmene, como vencedora de la cual es feste jada?'^. En los dos últimos casos aquello que se denonaina cosmos está muy lejos del arquetipo del Idealismo alemán. Si un monoteísmo total mente conciliador determinó la religión egipcia media y tardía, ¿cómo se explica entonces que los egipcios, antes que ningún otro pueblo del entorno mediterráneo, se hayan inclinado por el cristianismo, ello sin ninguna presión desde arriba, esto es, desde una clase social elevada, o desde fuera, por parte de la potencia de ocupación romana? 4. El capítulo sobre Freud es como un cuerpo extraño en el dis curso, a pesar de la tenue justificación basada en la historia intelectual que ha sido mencionada anteriormente. Para Freud el asesinato del pa dre primigenio y el trauma marcado a fuego en todo el género huma no como consecuencia suya constituyen el origen por antonomasia de la religión. A él le siguen necesariamente «el conjunto de clan frater no, matriarcado, exogamia y totemismo», y después el lento «retomo de lo re p rim id o »E l hecho de que éste fue reproducido en el «asesi nato de Moisés de manos de su pueblo judío» representa una «pieza imprescindible de nuestra construcción»'■*. Esto prueba que la serie de la neurosis individua! «trauma temprano - resistencia - latencia irrupción de la enfermedad neurótica - retomo parcial de lo reprimi do» es también válida para la filogénesis'^. Un segundo retorno signi ficativo tuvo lugar, .según Freud, con la muerte y la resurrección de Cristo, «pues él era el padre originario de la horda primitiva retoma do, que había vuelto transfigurado y convertido en hijo en el lugar del padre»'*. El psicoanalista deduce por eso mismo que en nuestros pue blos superficialmente cristianizados «su odio a los judíos [...] es en el fondo odio a los cristianos», y que «no ha de causar asombro que en la revolución nacionalsocialista alemana esta relación interna entre las dos religiones monoteístas haya encontrado expresión tan clara en el tratamiento hostil de ambas»'''. Assmann reconoce, en cambio: «Debo confesar que no tengo una opinión demasiado formada acerca de las teorías de Freud sobre el parricidio primigenio o o de la estrecha analogía que traza entre me moria individual y colectiva y que viene dada por la necesidad de ge neralización del complejo de Edipo para que funcione como teoría de cultura. Sin embargo, creo que, incluso si uno no cree en estos prin-
” ” 172
¡h id : § 24.26. W crke XVI, pp. Ihiü., p, 196. Ihiü., p. 185. Ihiíl.. p. 196. Ihiil.. p. 198.
240 ss.
cipios particulares de la teoría freudiana, hay que reconocer que los conceptos de latencia y de regresión de lo reprimido son indispensa bles para cualquier teoría de la memoria cultural que se formule» (ed. alemana, p. 278; ed. cast., p. 239). ¿Acaso no es preciso para emitir semejante juicio adoptar la construcción de Freud en su integridad, especialmente cuando en ningún lugar se encuentra en él vestigio al guno de cosmoteología? El concepto de latencia de Freud no depen de de la cultura, sino de la represión de un trauma en el origen de los tiempos. Sólo mediante esto adquiere el fenómeno de la culpa una significación central, que Assmímn pone de relieve con razón, para después proseguir por su cuenta, sosteniendo que en la época de Amama no podía haberse tratado de esto, puesto que ahí reside una «distinción muy significativa entre Egipto e Israel» (ed. alemana, p. 281). ¿Cómo hemos de poner en relación entonces la teoría de Freud con AJchenatón? Para Assmann el cosmoteísmo es reprimido y permanece latente por un lapso de tiempo considerable, de modo que se le ocurre «poner en relación el concepto freudiano de latencia con la relación de Europa con Egipto» (p. 280). Pero si con ello no se atri buye a Europa una grave neurosis a lo largo de varios siglos, el con cepto es vaciado del sentido que tenía para Freud. (¿No será quizá este capítulo una captatio benevolentiae por parte de Assmann diri gida a cierto estrato de la i.ntelectualidad norteamericana?) 5. ¿En qué medida es apropiada una antítesis entre religiones po liteístas y monoteístas tomada de las teorías de la religión modernas para determinaciones esenciales del ser? Assmann se concentra, igual que sus predecesores, en teorías sobre la multiplicidad o la unicidad en el ámbito divino. Pero en el plano teórico las transiciones eran co rrientes. Consideraciones sobre la unidad de una naturaleza divina como fundamento del ser, y consideraciones derivadas de ella sobre un monoteísmo no encontraron su expresión en los filósofos de la na turaleza jónicos, sino en una serie de teogonias y cosmogonías en el ámbito del Oriente Antiguo. Por otra parte, un monoteísmo de la sin gularidad estricta como el cristianismo no se ve anulado por la doc trina de la Trinidad, e incluso el judaismo y el islam conocen junto a dios a toda una plétora de ángeles y demonios. Puesto que los siste mas sociales desarrollados en el Antiguo Oriente están conformados monárquicamente en su mayoría, son esperables también dentro del mundo divino estructuras fijas, y en ciertos periodos se observa un sumodeísmo, en el cual el dios supremo no sólo domina sobre los de más dioses, sino que también penetra en ellos. En esos casos falta sólo un pequeño paso para llegar al monoteísmo teórico. El cuadro es diferente en la medida en que el monoteísmo no se remite en primera instancia a teorías, sino a prácticas cultuales, que incluyen la veneración exclusiva de una única divinidad. Aesto apun 173
ta el primer mandamiento bíblico, que de ningún modo pone en tela de juicio -¿hasta bien entrada la época helenística?- la existencia de otros seres divinos, sino únicamente sus competencias (cfr. Pablo, I Cor 10, 20). Lo único que aparece como decisivo es que cada indivi duo humano está llamado a entrar en relación con el fundamento de la realidad personal, único, porque sólo así la vida puede tener éxito definitivamente. El efecto funesto de la idolatn'a consiste no tanto en una atomización de la personalidad divina como en una atomización fatal de la existencia humana. 6. Las múltiples intersecciones entre politeísmo y monoteísmo en la Antigüedad y los motivos preponderantes en cada uno de ellos sa len a la luz de manera aún más variopinta cuando se tienen en cuenta los factores políticos, económicos y sociales que los acompañan. Assmann puede renunciar a ellos y seguir la pista a la historia de una idea, por así decir, sin poner los pies en el suelo, porque pretende tratar del antagonismo entre religión y contrarreligión en la mnemohistoria, y no en una historia real construida científicamente. Pero, ¿dónde se comprueba el antagonismo esencial en la «historia de la memoria»? ¿Puede ser supuesto desde un principio en el cristianismo? Una razón en contra de esto es que la polémica cristiana contra la idolatría, des de los apologetas hasta Schleiermacher y el Vaticano I, ha mantenido junto a la re%/o reveíala una relif>io naluralis, reconociendo con ello que ¡as religiones no cristianas conocen el temor de dios, y de ese modo contienen una chispa de verdad, si bien oscurecida por el error. Ciertamente las opiniones teológicas sobre la eficacia del logas spermatikos o la lumen naturale a menudo chocan unas con o t r a s ; pero ha habido con.senso general acerca de que de.sde Adán y Eva ha existido la religión como tal, y nunca ha llegado a desaparecer por completo. Desde el punto de vista de las corrientes fundamentalistas modernas, la teología dialéctica protestante de nuestro siglo ha sostenido, f)or pri mera vez en mi opinión, una oposición autoexcluyente entre revelación por un lado y religión como contrarrevelación por otro, y ha hecho de ella una característica central de la dogmática eclesiástica. Junto a ella, la infinita distancia entre dios y cosmos es realzada más allá de la dog mática existente hasta ahora. ¿Anda errado el lector que suponga que la distinción de Assmann ha surgido del trasfondo de este estadio tardío de la dogmática cristiana, y que él por su parte ha identificado revelación con contrarreligión y la ha opuesto a su contraimagen correspondiente? ¿Alude en último término a la posición dialéctica, al hablar su edición inglesa en el subtítulo de Western Monolheisml 1. Para terminar, una pregunta sencilla: ¿qué puede entenderse hoy día por cosmoteísmo? Para el Idealismo alemán de hace dos si glos el cosmos era la encarnación de la infinitud y de la productivi dad inagotable. Desde entonces hemos aprendido que el cosmos es
174
finito, y que, aunque quizá esté en continua expansión, es mensura ble en sus expansiones, está constituido de masa y movimiento y es determinable por la causalidad y las probabilidades de futuro. Quien siga sosteniendo que el cosmos está animado, ¿acaso no está ponien do en juego necesariamente una magnitud trascendente? Pero sucede que ¿por qué habría de encontrar su fin precisamente en los límites del universo? El programa del cosmoteísmo presenta un asalto general a la teo ría de dios cristiana (judía e islámica) apelando a una especie de «his toria de herejes e iglesias imparciales» que ha recorrido el camino hacia la verdad a través de «movimientos como alquimia, cábala, her metismo, neoplatonismo, espinosismo, deísmo y panteísmo» (ed. ale mana, p. 279). El historiador puede sacar a relucir una multitud de preguntas. El teólogo haría bien en no echar en saco roto precipita damente semejante programa. ¿No se presenta en el el momento de verdad de una protesta conceptual frente a una teología que se preo cupa por mantener cuidadosamente apartados a dios y el mundo? El protestantismo moderno ha separado de tal modo creación y reve lación que respecto de la primera sólo quedan las proclamaciones eclesiásticas, el llamamiento quejumbroso -y al mismo tiempo pre suntuoso- a la preservación de la creación, como si dios hubiera da do por finalizada su creación hace largo tiempo y ya no estuviera en situación de mantcncria. Pero, ¿que es un dios que sólo empuja des de fuera? La convicción veterotcstamentaria de un ruah divino efec tivo en todos los seres vivos ciertamente había concebido esto de otro modo. Una dosis de cosmoteísmo no le vendría nada mal al cristia nismo desvaído de nuestros días. Como tarea posterior se sugiere, teniendo en cuenta reproches de mucho pc.so, una nueva formulación de la teoría monoteísta. Lx)S teó logos actuales gustan de presentar en su teoría a dios como el padre de Jesucristo y a la vez como el dios del Antiguo Testamento, y pre tenden haber dado con ello una expresión suficiente de la unidad de dios. Pero la investigación histórica ha puesto de relieve entretanto que el di.scurso vcterotcstamentario de dios es más complicado. No sólo ei monoteísmo, sino ya una monolatría de Yahweh parece ha ber estado en ejercicio en un estadio avanzado de la religión de Is rael. El monoteísmo vcterotcstamentario tiene antecedentes de varios siglos, sin cuyo conocimiento no se puedeh comprender las condicio nes de su surgimiento. Lamentablemente, estudiosos del Antiguo Tes tamento que se tienen por críticos se contentan con rastrear única mente los estadios previos intemos a la tradición israelita, lo que conduce, en virtud del material textual incompleto, a una multitud abi garrada de especulaciones. Assmann tiene el mérito de haber indicado que lo que posteriormente se ha llamado el monoteísmo de Yahweh 175
mosaico tenía múltiples precursores y movimientos paralelos en el Antiguo Oriente -no sólo en Egipto-, y, ante todo, que una cara de la moneda es incomprensible sin la otra (y esto vale no sólo para ejem plos tan discutidos como la referencia del Salmo 104 al himno del Sol egipcio). La necesaria inclusión del entorno religioso no sólo atañe a la idea de dios en el Antiguo Testamento, sino ciertamente también al culto israelita, como ya había señalado Spencer hace varios siglos. ¿Puede presentarse una teología veterotestamentaria (o bíblica) de ma nera convincente sin estar acompañada de una teología de la historia de las religiones del Oriente Antiguo y helenísticas, que no ha de con fundirse con una historia comparada de las religiones? Assmann ha presentado una obra valiente, necesaria e impresio nante, que ningún estudioso de la Biblia debería pasar por alto. Pero el monoteísmo bíblico parece no ser muy apropiado para ser el chivo expiatorio que él, ai igual que otros, anda buscando. Assmann ya no puede tener en cuenta la brillante monografía de E. Homung, Echnaton. Die Religión des Lichtes (Zúrich, 1995). Hornung llega a resultados divergentes; «Akhenatón y la religión funda da por él no son tan episódicos como se suele considerar», y respec to de Israel: «La distancia temporal es demasiado grande, hay que descartar por tanto una influencia directa sobre el monoteísmo del Antiguo Testamento».
176
GERHARD KAISER'
^.FUE EL ÉXODO EL PECADO ORIGINAL?
El egiptólogo Jan Assmann recibió en el año 1998 el muy acredi tado Preis des Historisches Kollegs, que le fue otorgado por el presi dente de la República Federal de Alemania^. En su rica y variada pro ducción científica Assmann ha saltado por encima de los límites entre las especializaciones, ha tratado cuestiones que se extienden por los ámbitos de la ciencia de la cultura, la ciencia de las religiones y la his toria de las ideas y ha intervenido enérgicamente en las discusiones académicas internacionales. Más allá de eso, sus publicaciones han contribuido de manera decisiva a extender y profundizar una con ciencia de la riqueza cultural del antiguo Egipto entre lo que antes se denominaba el «público culto». Un hito en este camino fue la monografía de Assmann Moses der Ágypter (ed. inglesa de 1997, ed. alemana de 1998), que considera a una figura fundamental del Antiguo Testamento desde el punto de vista de la religión, la cultura y la historia egipcias. Moisés ante el te lón de fondo de Egipto aparece en la monografía de Assmann como el objeto de un largo debate, en el que los lectores son introducidos. Como cualquier lector interpelado por el texto respondo yo; nó como especialista. Yo no soy ni egiptólogo, ni estudioso del Antiguo Testa mento, ni historiador de las ideas, e incluso entre los historiadores soy un tanto marginal, en tanto que practicante de la historia de la litera tura. De todos modos, al provenir de otra disciplina, creo tener la oportunidad de poder identificar los problemas fundamentales desde la distancia, y ello tanto en lo que concierne a la concepción historiográfica como al contenido de los resultados. ' Publicado en Zeilachrift Jiir Theohf;!e un d Kirche I (2001), pp. 1-24. ’ Cfr. Jahrhuch de.': Hislorisclien KíiUcrs 1999, 2000. pp. 3-40. 17 7
E l c o n c e p t o d e m n e m o h is t o r ia i
La edición alemana de la monografía sobre Moisés, en la que yo me baso, lleva el subtítulo de «Desciframiento de una huella mnemó nica». En él se muestra todo un programa epistemológico; Assmann quiere dar un ejemplo de una nueva rama de la historiografía, la mnemohistoria^. Éste, ya ha trabajado anteriormente sobre gran parte del material histórico estudiado en esta monografía en sus numerosas pu blicaciones. Pero en ellas se ocupaba principalmente de la pregunta por el pasado lejano, que en este caso reza: ¿hay una figura histórica de Moisés, y qué sabemos de ella? En esta obra Assmann se interesa por las tradiciones de la ^nsmisión: ¿qué significa la figura de Moi sés -haya existido o no- para la memoria cultural? ¿Qué transforma ciones ha sufrido? ¿De qué da cuenta? Esta distinción entre el pasado y su transmisión parece sencilla, poro en el fondo se las trae. Con buenas razones, Assmann deja en la imprecisión el punto de apoyo de la mnemohistoria, la «historia del pasado como tai» (p. 26). En el concepto doble de «“hechos” objeti vos», en los cuales el recuerdo ha de verificarse, pone entre comillas la palabra “hechos” (p. 28), pero deja sin comillas la «distinción entre mnemohistoria e história fáctica» (p. 31) y la mención a los «historia dores de los hechos» (p. 3 1). En otro lugar sustituye «historia fáctica» por «investigación histórica de los acontecimientos» (p. 33), a pesar de que el «pasado como tal» no sólo comprenda hechos y aconteci mientos, sino también constelaciones, ideales incluso. Finalmente A ssm ann habla de la «tarca del positivismo histórico» de «separar lo histórico de lo mítico» (p. 28). Pero el positivismo no es un tema de investigación, sino una teoría de la ciencia controvertida, como ha puesto de manifiesto por ejemplo la división de los positivistas entre los defensores del racionalismo crítico y los de la teoría crítica'*. No son únicamente terminológicas las vacilaciones de Assmann sobre el asunto en cuestión. A pesar de que yo, con mis convicciones, permanezca, siguiendo a Assmann, a este lado del umbral que fue tra zado con tantas consecuencias a partir de los años ochenta por la cita epistemológica de Nietzsche «no hay hechos, sino interpretacio nes»^, hace mucho tiempo en cualquier caso que el Ranke tardío ex-
’ Cfr. como aproximación preliminar J. A s s m a n n y T. HOusaiER (cds.). Kuhur u n d G ed ü ch in h . Francfort, 1998. L i s cifras entre paréntesis sin ninguna otra indicación en mi lc*to corrc.sponden siempre a números de página del libro de A s s m a n n M oses dcr Ágypter. EntziJJeruni; einer C ediichtni.ispur (Francfort, 2000). * Cfr. Th. W. A d o r n o el al., D er posilivism usslreit in d e r deulschen Soziologie, Fráncfort, 1980. ’ r. Nii-xasoii;, W írke. ed. por K. Schiechta, vol. 3. Munich. ‘ 1965, p. 903.
178
presó el «deseo ideal» de «disolver su propio yo para poder albergar en sí toda la fuerza sobrecogedora de los fenómenos históricos»*. La historiografía moderna, también la del «pasado cómo tal», es cons ciente de la fluida transición entre hechos e interpretaciones y del ca rácter problemático de la mediación interpretativa entre datos indivi duales, ya sea narrativa o sistematizadora. Es un lugar común que el historiador entremezcla inevitablemente en su comprensión del pasa do sus propias experiencias y convicciones -en el caso de Assmann, por ejemplo, el sentimiento de responsabilidad por la culpa histórica de Alemania, especialmente por la Shoah como horrorosa conse cuencia del antisemitismo en el ámbito de la cultura europea-. Su pregunta por el origen del odio que hay detrás de este genocidio en la historia del monoteísmo debe su ímpetu a tales experiencias y con vicciones. Este compromiso no necesita fundamentar su necesidad, y desde luego el historiógrafo debería ser consciente de que con su investiga ción y su presentación de la historia también colabora en la dirección que posteriormente tomará ésta, así como al hecho de que a partir de ese proceso incluso la historia ya pasada pueda verse bajo una nueva luz''. A pesar de ello, el fuerte compromiso político y moral también ha de cuestionarse críticamente si acaso no tiene, por simpatía con las buenas causas, un impulso demasiado fuerte de arreglar la historia o de hacer apaños mnemohistóricos. Con estos requisitos la mirada histórica no es suficiente. En el acto de la interpretación científica el historiador no sólo tiene presuposi ciones, sino que también emplea modelos interpretativos que modelan su objeto -de este modo Assmann pone al comienzo de su exposición la «primera ley de la construcción» de George Spencer-Brown, un pensador que se mueve entre la lógica matemática y el esoterismo, y que en sus Laws ofform (inglés 1969, alemán 1997) había afirmado: «Tómese una distinción. Llámesela distinción primera. Llámese al espacio en que se establece “espacio partido o cortado por esa distin ción”» (p. 17)®-. La estructura demostrativa de esta idea impresiona;
‘ F. M q n e c k e , D¡e E ntstehung des H islorism us, M unich, 1936, p. 66. ’ Cfr. E. SCHUUN, «‘‘Ich hoffe immer noch, daB gestcm besscr wird.” Bemerkungen zu einem von Jóm Riisen gewahiten Motto», en D im ensionen d e r Historik. Geschichtstheoric, W i.uen sch a ftsgeschichte u n d Ce.tchichlskullur heule, Jom Küscn zum 60, GcburtsDg. ed. de H. W. Blanke el a i, Colonia, 1998, pp. 3-12. ’ Sobre el componente esotérico en Spencer-Brown véase el prólogo a la primera edi ción alemana de «Dieses Spiel geht nur zu zweit», traducido del inglés por Andreas Baar, [1971] 1994, p. 12: «Quizá te preguntes por qué no considero “Las leyes de la forma" un mal libro, puesto que cuando lo escribí no estaba iluminado. La respuesta es: porque “Las leyes [...]" es el vehículo que yo mismo construí para mi iluminación. Y puede también ser utilizado por otros, y será utilizado así».
•
179
pero también levanta la duda de s¡ esta pretensión no será demasiado dominante, como para estar en condiciones de hacerse valer frente a todo el peso específico de lo histórico. Aunque sea imposible -como se considera- averiguar «lo que real mente ocurrió» (Ranke), sí se pueden aplicar todas las fuentes histó ricas, todas las experiencias y todas las construcciones teóricas al fin de acercarse todo lo posible íil pasado. En dirección contraria, la mnemohistoria, según la llama Assmann, intenta seguir los pasos de las transformaciones de las fuerzas creadoras, eficaces colectivamente, que se reflejan en la imagen y en el recuerdo del pasado. Assmann es tablece esta mnemohistoria como una nueva rama de la historiografía junto a otras especialidades historiográficas como la historia de las ideas, la historia social, la historia de las mentalidades, la historia de la vida cotidiana, etc. (p. 27). Este paralelismo pasa por alto el rasgo de autorreflexividad que la mnemohistoria aporta inherentemente al asunto. La historia social, por ejemplo, trata de un objeto que no en cuentra primariamente su historicidad en la conexión con las cosas, sino en las estructuras sociales, cuya historia es investigada. La mne mohistoria, en cambio, se dirige de otro modo a la historiografía, ocu pándose de la historia de las propias relaciones del hombre con la his toria, como por ejemplo la historia de la tradición, la historia de la recepción, la historia de la transmisión, y ante todo la historiografía, que no es mencionada aquí por Assmann, pero sí es practicada por él intensivamente en otros lugares. Estas historias de las relaciones del hombre con la historia están sujetas por igual a las premisas y criterios de la historiografía ya es bozados, a pesar de que su objeto no sea propiamente el estudio de los acontecimientos efectivos y las realidades de hecho, sino la reela boración intelectual de éstos a manos de las sucesivas generaciones, o incluso de otras culturas. Más allá de eso, estos modos autorreflexivos de la historiografía tienen una premisa suplementaria para su desarrollo adecuado. Igual que el investigador de lo que ocurrió en el pasado se remite a fuentes y a interpretaciones tempranas, el investi gador de la historia de las relaciones del hombre con la historia se re mite a la evaluación de las formas tardías de ver el pasado, y por me dio de ellas caracteriza cómo se relacionan con el pasado realmente acaecido, que por sí mismo, al ser objeto de una deducción, es un constnicro, aunque tenga la dcterminacicn de acercarse tanto como sea posible a lo acaecido. Resumiendo: la historia de las relaciones del hombre con la histo ria necesita desarrollarse sobre el telón de fondo de una historia real. Debemos tener una imagen científica de aquello que ocurrió para po der hacemos una idea de lo que ha sido producido después por la re trospección histórica, de lo que se ha establecido por convención. 180
Quien pretenda caracterizar y valorar la historia de Carlos V de Karl Brandi no sólo ha de conocer la presentación histórica de ese mismo objeto antes y después de Brandi, sino que también ha de tener un só lido concepto científico de la historia real de Carlos V que esté a la altura de la investigación. En el caso de la mnemohistoria esta necesidad se agudiza aún más, pues pretende ser un receptáculo de las demás historiografías autorreflexivas. Tácito, por ejemplo, quien sin duda es un objeto de la historia de la historiografía, es al mismo tiempo un objeto de la mne mohistoria, en la medida en que su imagen de la historia ha tenido un amplio y profundo efecto en el conjunto de la historia intelectual. En cada historiografía, por muy objetiva y autocontrolada que sea, hay un momento de participación en el espíritu de la época. Y toda histo riografía, incluso la especializada, contribuye a eso que Assmann de nomina la memoria cultural y en sus descripciones se muestra su ca pacidad de manipulación. En cualquier caso, la mnemohistoria dirige su curiosidad ante todo a las transmisiones que tienen un agarre especialmente profun do y que, sin dirigir su mirada atrás, hacia «cómo las cosas fueron realmente», transforman el pasado. La mnemohistoria quiere saber cómo y por qué las épocas posteriores han entendido el pasado, cómo éste ha sido instrumentalizado, qué impulsos han nacido de ahí. La capacidad de transformación y la carga tendenciosa de la memoria y del recuerdo se perciben hasta en las transformaciones fantásticas. Desde el punto de vista mnemohistórico puede incluso surgir la pre gunta de si las generaciones posteriores han olvidado o han reprimi do el pasado, y en qué forma lo han hecho. Más aún, ha de aclararse cómo fue obtenido el material con el que se procede así. La figura explicativa de la «represión» siempre conduce al histo riador al espinoso tema de considerar lo olvidado o reprimido como una «fuente» negativa. Cuando no se dice algo, se está diciendo algo. Ya debería estar claro, a la vista de la historia alemana después de 1945, que desde el punto de vista de la mnemohistoria existen casos relevantes de represión colectiva. Muchas cosas que se hallaban en estratos profundos de la mnemohistoria han sido silenciadas en ella. A pesar de todo es preciso trabajar con mucho cuidado con este con cepto. Uno debe estar muy seguro de qué es lo reprimido. Debe ha ber una cierta cercanía temporal y sobre todo mental entre el histo riógrafo y el estado de cosas reprimido. El historiógrafo debe poder transplantarse al interior del proceso. Debería ser posible remitirse a testigos temporales, de ser posible, a aquellos que en determinado momento han pasado a ser conscientes de su propia represión. Cuan to menos se sabe de lo reprimido, cuanto menos se conocen las con diciones-marco, incluidas las psíquicas, del proceso de represión, tan 181
to más problemático -o, digamos al menos, tanto más hipotéticoserá el empleo de esta categoría. Aquí tendremos en consideración el papel que desempeña en Assmann.
A
khenatón y
M
o is é s
En cualquier caso, Assmann, en tanto que escritor de mnemohistoria, parte en primer lugar de la historia real interpretada: se trata de la re volución religiosa del faraón egipcio Akhenatón, en tomo al 1350 a.C., que rechazó el politeísmo del Antiguo Egipto por falso mediante un acto de autoridad real, intentó erradicarlo y lo sustituyó por una contrarreligión monoteísta, en palabras de Assmann. Esta primera instau ración de una contrarreligión fue tan radicalmente suprimida de la me moria oficial egipcia tras la muerte de Akhenatón que únicamente fue redescubierta en el siglo xix pjor la ciencia moderna de la egiptología. Este punto de partida de la historia real para una mnemohistoria que lleva por título Moisés el egipcio tiene el fallo de que Moisés no aparece en él. Una relación histórica real entre Akhenatón, por una parte, y Moi.scs y el Éxodo por otra no se ha podido comprobar, aun que el Éxodo se haya ubicado temporalmente cerca de Akhenatón. Tal relación en la historia real ha sido postulada -claro está que no con fi nes historiográficos, sino con fines concernientes a la psicología de la religión- de la manera más enérgica por Sigmund Freud, a quien Ass mann sitúa al final de su cadena de la recepción. Según el tratado de Freud M o is é s y ¡a rc lisio n m o n o te ísta (1939), Moisés fue un egipcio adepto de Akhenatón, que en la huida provocada por la persecución de los israelitas les enseñó el monoteísmo, pero que fue asesinado por ellos, pues aún no estaban suficientemente maduros para el monoteís mo. Los israelitas habrían reprimido -Freud emplea este término téc nico del psicoanálisis en este contexto- esta culpa de tal modo que ha brían elevado al Moisés asesinado a la categoría de portador de la revelación y líder carismático en el Antiguo Testamento. Esta tesis no se puede mantener desde el punto de vista de la his toria real, porque la existencia de Moisés como figura histórica no se puede comprobar de manera irrefutable’ . Las fuentes egipcias de la época no mencionan ni a Moisés ni al Éxodo. Y los escritos del An tiguo Testamento transmiten, ciertamente con una distancia de cien tos de años, la figura de Moisés, pero no contienen ninguna prueba de la existencia de Moisés como figura histórica. Assmann soluciona fá-
’ Sobre el estado de la investigación, véase R. Smend, «Mose ais geschichlliche Gcslalt», en Bibe!, Theologic. Universilcit, Güttingen, 1997, pp. 5-20. 182
Gilmente el problema, al explicar la relación entre Moisés y Akhénatón de manera mnemohistórica. Apoyado en exposiciones históricas tardías de un entorno de influencia alternativamente egipcia-griegaromana-judía, que continuamente remiten unas a otras y cuyo punto de partida, la exposición histórica escrita en griego del sacerdote egipcio Manetón en tomo al 280 a.C , sólo se conservó en fragmen tos, Assmann presenta la siguiente situación: Amalgamado con otros recuerdos pavorosos como las tempranas invasiones de los hicsos, la peste y el dominio extranjero, la revolu ción religiosa de Akhenatón resurge en la memoria histórica tras un largo periodo de represión, que permite concluir la profundidad de la conmoción que fue anulada mediante la represión. En Moisés, en el Éxodo que conduce a los oprimidos fuera de Egipto, resuena un mur mullo colectivo legendario de la subversión religiosa de Akhenatón. En el Antiguo Testamento como libro fundacional de Israel tal mur mullo desemboca en la figura luminosa del liberador nacional y fun dador carismático de una contrarrcligión monoteísta, que suspende el politeísmo egipcio y lo supera mediante la negación; desde el punto de vista egipcio, el recuerdo traumático se condensa en tenebrosos elementos subversivos. El rebelde que se levanta en época de cierto rey Amenofis en Manetón -Akhenatón se llamaba Amenofis IV antes de su conversión- toma el nombre de Moisés. Aparece como margi nado y como violador de los órdenes sagrados.
«R
e p r e s ió n
»
c o m o p l a n t e a m ie n t o h e r m e n é u t ic o ,
« d is t in c ió n
P R IM E R A » C O M O Pl-ANTEAMIENTO LÓGICO FORM AL; SU COM BINACIÓN
En esta combinación representan los dos conceptos ya menciona dos un papel clave: el concepto de Freud de la «represión» y el con cepto de Spencer-Brown de la ley de construcción de la «distinción pri mera». Assmann lo actualiza en tanto que el acto de distinción religiosa fundamental de Akhenatón, que fue desplazado a la figura mnémica de Moisés y fue retomado en ella de manera radicalizada. También él pro clama una contrarrcligión monoteísta y erradica todos los demás cul tos. En Egipto la memoria de Akhenatón fiie oficialmente suprimida; pero bajo la superficie el dios único de Akhenatón, que es un dios cós mico, está presente en la época ramésida siguiente a Akhenatón como principio de unidad divina oculto en el politeísmo reinstaurado, y se convierte en el fundamento del panteón egipcio. El polimorfismo de los dioses es entendido entonces como mera exteriorización de la uni dad divina en la multiplicidad. Se retrotrae a la unidad por medio del principio de creación o por medio del principio de emanación. El dios mosaico, en cambio, sigue siendo exclusivo. 183
Esta construcción de Assmann apenas puede ser calificada de mnemohistórica en sentido estricto, pues en gran medida carece del telón de fondo del estado de cosas supuestamente perteneciente a la historia real. El propio Asssmann afuma: «En tanto que rama de la ciencia histórica, la mnemohlstoria tampoco puede existir sin la historia» y exige «una conti nua reflexión histórica», para establecer el estado de cosas que sirve de base a la mnemohlstoria (p. 42). Pero, ¿qué ocurre cuando ese estado de cosas es desconocido, y cuando los datos de partida reales conocidos no aparecen en la mnemohlstoria? Para poder establecer una relación mnemohistórica entre la figura del recuerdo veterotestamentaria de Moisés y Akhenatón sólo hay una posibilidad; considerar su ausencia en la mnemohistoria como una especie de presencia. Y de este modo el olvido de Akhenatón ha de entenderse como una represión. Se convierte, por defecto, en un elemento de la mnemohlstoria, y en el eslabón perdido en tre los fundadores de las religiones. Con ello el concepto no sólo es arran cando de la dialéctica freudiana y trasladado de Moisés a Akhenatón. Todo el edificio de la argumentación basa su consistencia y su referencia a Moisés únicamente en que la tesis hermenéutico-psicológica de la «represión» y la tesis de la «distinción primera» encajen una con otra. Para evaluar la capacidad de resistencia de este procedimiento es recomendable una vez más tener en cuenta las relaciones temporales; antes de 1300 la memoria de Akhenatón fue oficialmente suprimida. En tomo al 1300 debe de haber tenido lugar el Éxodo. Pero la insis tencia de la historia de salvación de la tradición del Éxodo en la uni versalización y la potenciación de la idea de Yahweh y en el agudo enfrentamiento con los cultos a los dioses extranjeros tiene lugar por primera vez a partir del movimiento de oposición profético del si glo V III. Y sólo a partir de la época del exilio presiona el grupo del Deutero-lsaías «probablemente por primera vez en la historia de Israelhacia la formulación de un monoteísmo consecuente»'®. En los más de 500 años entre el Éxodo y la crisis del reino judío que finalmente conduciría al exilio, no podemos hablaren el ámbito judío de un mono teísmo dominante, como el propio Assmann ha puesto de relieve con especial agudeza en una de sus monografías anteriores; Das kulturelle Gedáchtnis. Schrift, Erinnerung und politische Identitat in frühen Hochkulturen (1992); «La época temprana de Israel, desde sus co mienzos hasta bien entrado el siglo vii, hemos de representárnosla como politeísta [...]. Yahweh es el dios del Estado, al igual que Asur en Asiría, Marduk en Babilonia o Amón-Ra en Egipto, pero no es ve nerado exclusivamente, sino como cabeza de un panteón. La vida cul-
R. A l b e k t z , R eligionsgeschichte ¡sraels in alttestam enllicher Zeit, Gotlingcn,
1992, pp. 435 ss.; cfr. op. cit.. pp. 245 ss. 184
tural está abierta hacia el entorno cananeo, los matrimonios con madianitas, moabitas,' gibeonitas e incluso egipcios (Salomón), etc. eran moneda corriente, los cultos de Baal florecían por doquier en el país. La religión de Israel es una mera variante regional de los cultos e ideas comunes en el Próximo Oriente». Esto dice Assmann” . Así pues, si el monoteísmo de impulso teoclasta que Assmann adscribe a Moisés ha de tener una relación mnemohistórica con el monoteísmo de Akhenatón, este último debería haber pervivido en di versos lugares, culturas y durante muchos siglos al final de lo que Assmann denomina el politeísmo israelita. Y sólo después de varios siglos se habría vuelto a vincular por escrito -según la tesis de Ass mann- en fuentes egipcias el recuerdo sin nombre de Akhenatón con un vago conocimiento de la tradición mosaica judía. Hacer de una red de referencias tan incierta y cronológicamente tan difusa la base de un edificio argumental de tales dimensiones, como hace Assmann, me parece muy problemático. M i segunda objeción frente a la combinación de la tesis de la re presión con la tesis de la distinción primera se refiere a su diferente categoría. «Represión» es una figura explicativa referente al conteni do dentro de un proceso de comprensión. La pregunta que está tras ella es; ¿cómo llega a tener lugar tal fenómeno psicológico colectivo? En cambio, la «distinción primera» es un cálculo indicativo de la ló gica matemática, que en sus formalizaciones se abstiene de cualquier referencia al contenido. Si se adjudican a figuras históricas o a porta dores de recuerdos como Akhenatón o Moisés tales enunciados lógi cos, se les retira de toda implicación histórica o mnemohistórica y se les opone a la historia en tanto que objetos del conocimiento. Y al es tablecer Assmann una construcción en la que convencionaliza y com prime los modos de proceder y los comportamientos de la figura mnémica de Moisés, quien ciertamente era un enviado de dios, y no un lógico, en una «distinción primera», se sale de la historia en tanto que historiador y la convierte en el objeto de construcciones lógicas. Allá donde se refiere a Spencer-Brown, Assmann muestra una mi- • rada huidiza. Yo no poseo ningún acceso a la lógica matemática. Pero me pregunto cómo un historiador, cuya obra muestra continuamente rasgos interpretativos y narrativos, se remite al planteamiento de un investigador que ya en la introducción a sus Laws ofform habla de la «gigantesca patraña» a la que «todo el establishment educativo del mundo civilizado actual» se ha dedicado, «el gran embuste del DI -discurso e interpretación-, la doctrina enteramente falsa de que al-
" J. A s s m a n n , Das kulturelle Geddchmis. Schrifi, Erinnerung und politische Identitát in frühen Hochkulturen, Munich, 1992, p. 203.
185
guien puede saber algo cuando se le cuenta»'^. Me resulta incom prensible en cualquier caso cómo se puede combinar un enunciado lógico con el modo de proceder propio de la comprensión histórica, que se introduce dentro de los fenómenos, en lugar de enfrentarse a ellos desde fuera.
V a c il a c io n e s
e n t r e h e r m e n é u t ic a y c o n s t r u c c ió n
Incluso en un uso atenuado, por así decir metafórico, de un cál culo indicativo (que no fuese en sí mismo rígido como el hierro), éste es doble; describir según el contenido el monoteísmo de Akhenatón y de Moisés o expresarlo de manera formal. Pero Assmann oscila en tre uno y otro modo de proceder. Desde el punto de vista formal tan to uno como otro consisten en una «contrarreligión» (p. 47), que se separa de manera intolerante del politeísmo y lo condena en tanto que idolatría. Pero siempre que Assmann procede a descripciones so bre el contenido, se muestra enseguida una oposición insuperable en tre las concepciones de dios de Moisés y de Akhenatón. Así, escribe Assmann en una publicación de 1993 de la Academia de Heidelberg, Monoteísmo y cosmotdsmo, sobre el monoteísmo de Akhenatón y el monoteísmo judío que «originariamente uno y otro nada tienen que ver»'^. Todavía mantenía esta postura algo más tarde. En Mases der Agypter dice: «Entre el monoteísmo de Akhenatón y el de Moisés hay un abismo» (p. 268). De manera semejante vuelve a expresarse Ass mann en su obra más reciente Herrschaft uncí HeiO*, form ada por es tudios que son en parte anteriores al libro sobre Moisés, pero que según Assmann han sido cuidadosamente revisados y actualizados según el más reciente estado de su pensamiento científico (cfr. por ej. HuH, p. 268). Como en una imagen de fondo y figura equívocos esta oposición re ferente al contenido pasa al fondo tan pronto como Assmann vuelve a recurrir a la analogía formal, pudiendo tomarse en una coincidencia sustancial de improviso. Así por ejemplo: «Una relación entre estas dos figuras [Akhenatón y Moisés] no se puede poner en duda. La historia atribuye a ambas el mismo hecho: el rechazo del mundo divino del politeísmo a favor de un único dios» (HuH, p. 248). «Lo que ambos
G. Spencer-Brown, Laws o jF o r m . C csetze d cr Form [1969). trad. porT. Wolf Lübcck. 1997. p. X. " J. A.S.SMANN, Mnntilhci.^mus und K osm otheism us. Á gyplische F orm en eincs fD e n kcn s í/e.í F.inen. un d ihre euw páixchc Rezepliimsite.scluchlc, Heidelberg, 1993, p. 10. '■ * J. A.S.SMANN. H errschaft und Heil. P olilische Theologie in A ltd^yplen, Israel u n d h u m p a , Munich, 2000. Acontinuación citado como HuH. 186
[Moisés y Akhehatón] tienen en común es la fundación de una contrarreligión antiegipcia','el impulsó teóclasta. Esto que tienen en común se ha fusionado en el recuerdo» (HuH, p. 258). Yo no puedo dejar de pre guntarme: ¿se considera aquí ese '«mismo hecho», que designa una coincidencia perfecta, desde el punto de vista del contenido o de la for ma? ¿Qué se entiende por esa historia que atribuye, y que de todos mo dos sólo es objeto de un tratamiento alegórico, la historia de los re cuerdos o la historia real? Y más aún: Akhenatón no podía fusionarse en el recuerdo con Moisés, por el simple hecho de que ya estaba olvi dado. En todo caso podna haber sido absorbido un vago recuerdo suyo en la figura de Moisés. Y la contrarreligión de Akhenatón tampoco po día ser antiegipcia, puesto que él era el rey de Egipto, y el propio Assmann ha sostenido la existencia en el politeísmo de época ramésida de un recurso a la extinguida religión de Atón de Akhenatón. En último término, la comparación estructural-formal de la oposi ción individualizadora recorre el conjunto de la monografía sobre Moi sés de tal modo que determina la organización del libro. Efectivamen te, el juego entre los dos modos de argumentación opuestos del autor tiende a un movimiento pendular inñnito: un cucurucho de dulces y el capirote de un acusado por la Inquisición pertenecen a la misma cate goría, porque ambos tienen forma de cucurucho; no, no tienen nada que ver uno con otro, porque sirven para fines muy distintos, etc. Como los argumentos pertenecen a planos muy distintos, no se pueden equilibrar.
T
r a d ic ió n
e u r o p e a d e in t e r p r e t a c io n e s s in c r é t ic a s d e
M
o is é s
Pienso que la consecuencia de la opinión de que el monoteísmo de Moisés y el de Akhenatón no tienen en origen nada que ver uno con otro en cuanto al contenido es claramente que ambos no pueden ser subsumidos bajo un mismo concepto genérico de manera adecuada, ya sea éste establecido convincentemente por la historia real o por la mnemohistoria. La h'nea mnemohistórica elaborada por Assmann de la re cepción de Egipto en Europa no va a parar a la analogización de la dis tinción de dos monoteísmos intolerantes, sino más bien a un sincretismo que -dejando a un lado muchos matices- despoja a un dios único cosmológico-filosófico del politeísmo egipcio y lo inviste exotéricamente como dios de la alianza de un pueblo elegido (cfr. por ej. p. 269). Con esto llego a la parte de ¡a monografía de Assmann que es me todológicamente menos innovadora, pero que en cuanto al contenido es la que más me ha interesado y convencido. Se trata de la erudita historia de la recepción, libro a libro, del saber europeo de Egipto, ali mentado por relativamente pocas fuentes, enfocado hacia la figura de Moisés. En ella Assmann traza, en una fascinante historia de la inter 187
pretación desde Maimónides, pasando por el Renacimiento, la Ilus tración inglesa y el Idealismo alemán hasta llegar a Freud, una terce ra interpretación de Moisés y de su historia, al interpretarlas como un desarrollo gradual de posturas teológicas apologéticas, principalmen te judías y cristianas (pp. 278 ss.). Junto al marginado de Egipto y al antiegipcio portador de la salvación de los israelitas entra en escena Moisés el filósofo, cosmoteísta y egipcio, del cual toma su nombre el libro de Assmann, y acerca del cual es indiferente si como hombre es considerado de origen egipcio o como un hebreo egiptizado. Esta tercera interpretación de Moisés sostiene que bajo la tapadera exotérica de la oposición a la religión y a la cultura egipcias -aniconismo versus idolatría, monoteísmo versus politeísmo- Moisés habría trasladado al judaismo el núcleo esotérico de la interpretación egipcia de dios y mundo. De este modo aparece la religión egipcia y -en una rama bifurcada de la historia de la recepción- la figura de Moisés en último término en un papel de precursor de tendencias de interpreta ción del mundo propias de la Modernidad como deísmo y panteísmo, que están bajo el veredicto de la autoritaria ortodoxia cristiana. En una astucia de la razón, que influye desde a los estudiosos de la Biblia has ta a los librepensadores, es desenterrado en la religión egipcia todo lo que es intolerable para la contemporaneidad, y la distinción mosaica, que establece una oposición fundamenta! entre Israel y Egipto, es introdu cida a modo de explicación. En una tendencia oculta de la historia in telectual europea que se impuso en el giro entre el siglo xvm y el xix Moisés es ascendido de divisor religioso a eminente figura mediadora, que en cualquier caso ha de enmascarar en múltiples modos SU trasla do de lo egipcio a Israel. Assmann indaga en primer lugar en Akhenatón la escena histórica originaria reprimida de eso que él denomina en la tradición hebrea la distinción mosaica entre monoteísmo y poli teísmo; en ella encuentra, o dicho con mayor precisión, en la teología del Antiguo Egipto temporalmente subsiguiente encuentra también el modelo originario de la maduración y mediación clandestina de esa distinción, tal como él después la presenta desde el Renacimiento. De nuevo se plantea la pregunta de la vinculación entre los escri tos del Antiguo Egipto y los intérpretes europeos, que no podían co nocer ni haber leído estas fuentes tempranas, y de nuevo responde Assmann osadamente, al atribuir a los informantes helenísticos y de la Antigüedad tardía de su cadena de la recepción, que estaban bas tante alejados de los documentos de época ramésida, una adecuada comprensión de estos testimonios lejanos. Con ello adquieren textos de la tradición hermética y de compilación histórica, dispersos du rante varios siglos, y cuyo valor como testimonios del Antiguo Egip to había sido escasamente valorado en virtud de su datación tardía, una mayor dignidad como eslabones de unión ente las épocas y las 188
culturas, y ello no sólo desde el punto de vista mnemohistórico, sino también como camino hacia las cosas mismas. Así ocurre, por ejemplo, con el Corpus Hermeticum, una recopila ción de escritos de ciencias ocultas, en parte religiosos, en parte filosó ficos, que alcanzó gran influencia y que durante largo tiempo fue consi derado perteneciente al Antiguo Egipto. Aunque ya en el siglo xvn fue reconocido como obra de la Antigüedad tardía, posterior al cambio de era, Assmann tiende a situarse en la línea de un argumento del filósofo Ralph Cudworth (1617-1688), cabeza de la escuela de Cambridge, que subraya «durante cuánto tiempo la teología oculta egipcia permaneció viva, y no cuán tardíamente fiie inventada» (p. 130). En cualquier caso, Assmann toma esta postura con el conocimiento de los textos anti guos y como egiptólogo. Yo no puedo juzgar los hallazgos egiptológicos de Assmann; pero metodológicamente soy escéptico respecto del peligro de la circularidad así surgida, en la cual primero se des cubre en la reelaboración moderna del conjunto Moisés-Egipto la tendencia ilustrada del panteísmo/panenteísmo como contrabando y después se presenta la misma tendencia como el núcleo más íntimo en las fuentes del Antiguo Egipto.
¿M
o n o t e ís m o
p o L fric o
en el
A n t ig u o T e s t a m e n t o ?
Pero volvamos al problema central; Si el concepto de la distinción mosaica en cualquier caso puede proporcionar un apoyo a las tendencias sincréticas de la recepción europea de Moisés y Egipto, entonces la ob jeción contra la semejanza estructural ha de ser retomada de nuevo, cuan do el propio Assmann distingue estrictamente en cuanto al contenido la religión de Moisés y la religión de Akhenatón, y ello hasta el punto más extremo, en el cual la religión de Akhenatón llega incluso a entrar en es trecha relación con el pensamiento religioso egipcio en general, con lo que el abismo ente Israel y Egipto parece más profundo por una vez que el que hay entre politeísmo y monoteísmo (ante todo, p. 281). Sobre esto tengo que añadir algo que se refleja en la terminología y a cuyo contenido también ha de prestarse atención. En la ya citada pu blicación de la Academia de 1993, Assmann formula la oposición allí establecida entre el cosmoteísmo monoteísta de Akhenatón y la fe judía diciendo que en Israel y como «invento exclusivo» suyo domina un «monoteísmo político». La vinculación exclusiva de Israel con Yahweh tiene «desde un origen y en su núcleo más íntimo motivos políticos» En una parte no publicada previamente de Herrschaft und Heil, esto es.
J. Assmann, Monolheismus und Kosmolheismus, cit., p. 11.
189
posterior al libro de Moisés, Assmann formula, de manera semejante, que en el monoteísmo bíblico «se trata en el núcleo de una idea y de un movimiento político [...]. También en Akhenatón se trataba de la venera ción exclusiva de un dios único. Pero este dios era el sol, una divinidad cósmica, y no política» (HuH, p. 245). Igualmente se encuentra en la mo nografía sobre Moisés la frase; el dios del Éxodo «es un líder político y corresponde más bien [como el “motor inmóvil” de Aristóteles] a un rey legislador oriental, que decreta leyes y exige fidelidad» (p. 270). Debemos indagar el sentido exacto de la caracterización de Israel de «monoteísmo político» según el propio Assmann. Cuatro capítu los antes de la última cita Assmann constata: «Al salir de Egipto, Is rael sale del “mundo”, de una cultura orientada a la felicidad extema, ai éxito secular, al bienestar civil, a los bienes materiales y al poder político [...]. El Éxodo de Egipto es el acta fundacional de una reli gión que renuncia a la integración en el mundo para estar cerca de dios. Para ella, la recaída en la mundanidad es la negación de dios, y por ende, el pecado» (p. 246). Aparte de la carga emocional negativa de éste y de otros pasajes ve cinos, sobre los que volveré más adelante; aparte también del sesgo de esta caracterización del judaismo como puramente hostil al mundo, des pués de todo, las «leyendas» del Antiguo Testamento incluyen salvación e.spiritual y mundana, salud, riqueza, y numerc.sa descendencia, de igual manera la promesa de dios a Abraham es hacer un gran pueblo de su si miente y, asimismo, se promete al pueblo del Éxodo un Estado propio, donde la tierra mana leche y miel; además, probablemente los judíos de la época del Éxodo tuvieron poca participación en el «bienestar civil» de Egipto. Todo eso está ]X)r ver. Pero ¿cómo pretende Assmann resol ver la contradicción de primero atribuir a la fe judía la libertad política y después atribuirie una «negación del mundo»? (p. 247). ¿Acaso pue de ser la libertad política valorada dentro de una negación del mundo? O bien la calificación de la libertad como política o bien la calificación de la fe como hostil al mundo, o bien ambas, han de ser falsas. ¿Qué significa la caracterización de la fe mosaica como monoteísmo político? Es capital el argumento de Assmann de que el Éxodo de Egip to, como punto de referencia de la experiencia de dios de Israel, es un camino desde la opresión hacia la libertad. Es de lo más llamativa la for mulación del ensayo de Assmann Politische Theologie zyvischen Ágypten ur.dIsrae! ( 1992), <-quc el proyecto de! monoteísmo israelita es en su núcleo y origen político, y que la transferencia de la vinculación polí tica a dios significa una liberación de la violencia estatal hasta enton ces vivida como opresiva, es decir, de la violencia estatal egipcia»''’.
¡. A.S.SMANN, Pí>l¡i¡.\ch(i Tha>hi;¡e z'^vischen Ágypien u n d Israel. 190
.M u n ic h ,
1992, p. 19.
Es llamativo el uso de la terminología: el concepto «proyecto del mono teísmo» hace de una religión revelada una organización de racionalidad instrumenta], si es que con eso preteiKte decir algo específico. La metá fora «transferencia», que aquí se refiere ,a la reorientación de vincu laciones centrales, suena a cálculo y contabilidad. Pero ante todo me pa rece que la argumentación queda objetivamente al descubierto. ¿Qué otra cosa, sino odio e ira, podían haber experimentado los israelitas del tiem po del Éxodo hacia la violencia estatal egipcia y su faraón? ¿Habrían «transferido» estas vinculaciones políticas a su dios? Y, ¿se trata aquí ante todo «en núcleo y origen» de pob'tica? Yo soy de la opinión de que la liberación de la esclavitud egipcia, las promesas y exigencias de dios a Israel y las leyes del Antiguo Testamento se conciben de modo muy general, y no específicamente político o social. Israel es liberado por dios para dios, sacado de un estado de des gracia universal y llevado a un estado de salvación universal, de cerca nía divina, guía y revelación, en el que el fin de la opresión y la regu lación de la vida en común son sólo aspectos parciales de la salvación. iN’o es ninguna casualidad que los escritos tempranos del Antiguo Tes•amento carezcan de un concepto equivalente al de libertad en sentido político, y a la inversa, la fiesta judía de la alegría de la Torah (SimhatTorah), en la cual el rabino baila con el rollo de la Torah, muestra que la ley mosaica no es percibida en primera instancia como una compi lación de preceptos legales o un código político, sino como un regalo Je dios. Pueblo quiere decir en Israel pueblo de dios. Assmann podría haber apoyado su tesis en presentaciones al uso Je la historia de la religión, como por ejemplo la del teólogo Rainer Mbertz en su extensa Religionsgeschichte Israels in altíestamentliher Zeit (1992), que en parte llega a los mismos resultados que Assnann. Con la salvedad de que precisamente las coincidencias hacen ¡ue se vea con mayor claridad la diferencia de perspectiva. Albertz scribe la historia de la religión como una reconstrucción de la histoia real; es decir, pretende extraer estados de cosas históricos del concxto teológico veterotestamentario, y de nuevo no para interpretarlos eológicamente, sino para llegar según las normas de la historia real fracciones, constelaciones y acontecimientos políticos y sociales en srael. Esto se lleva a cabo con una orientación declarada hacia la soiología de la religión''^. Assmann, por el contrario, dota a su investiación veterotestamentaria desde un principio de una orientación inemohistórica, como hace, por ejemplo, en su libro Das kulturelle ledachtnis. Pero eso quiere decir que precisamente el estudio a fon0 teológico de la historia de Israel debería pasar para él a primer pla-
R. Albertz, op. d i., p. 39 passim.
191
no; el Antiguo Testamento es en sí mismo, en cuanto interpretación histórica y presentación de una historia de salvación, un ejemplo y un caso especial de mnemohistoria. Y también aquí podría decirse de nuevo que Assmann corresí>onde exactamente a lo esperado cuando habla de teologización de lo po lítico. Pero antes que nada se plantea la cuestión crucial: ¿es eso que Assmann llama teologización de lo político entendido como un dis fraz teológico que tiene lugar en la mnemohistoria de un núcleo esen cialmente político? Precisamente este paso es el que conduce a Ass mann más allá de la historia de la religión de Albertz, que aquí hemos comparado con la suya. Albertz deja en suspenso el sentido teológi co de las situaciones de la historia real estudiadas por él; pero Ass mann considera las implicaciones y posiciones políticas en el texto bíblico, que sin duda existen en él, como su «núcleo y origen». Es de cir, que Assmann considera las implicaciones y los posicionamientos políticos del texto bíblico como su objeto principal, y lo que los pro pios textos bíblicos dicen ser, esto es, un testimonio de la historia de Is rael con su dios, como algo secundario. ¿Con qué derecho? Más aún; ¿con qué derecho, desde una perspectiva mnemohistórica, que se ocu pa explícitamente de la interpretación cultural de las tradiciones? Tengo mis dudas sobre si la teología veterotestamentaria de la alian za, formulada en fecha relativamente tardía, ha de ser incluida en un programa político, en el que la teología sea un instrumento de la polí tica, o si no será más bien al revés, que la revelación y la teología sean según la comprensión de Israel lo más comprensivo y -dicho teológi camente- es dios quien instaura y derroca, da poder, critica y relativiza a reyes, profetas, sacerdotes y jueces como instrumentos suyos. En esta orientación básica teológica no cambia nada el que el intercambio de promesas y mandamientos de dios y promesas de Israel se renútan verbalmente a los pactos de vasallaje del Oriente Antiguo. Natural mente la teología deuteronomista, que está a una distancia de 800 años del contexto teológico de las tradiciones del Sinaí y del Éxodo, no se da en el vacío, y sus formulaciones se apoyan en otras. Pero esencial mente no es la letra, sino la función y la importancia de la formulación lo que es decisivo, y en ello es digno de atención que la alianza, en he breo berit, originariamente tuviera un sentido muy amplio y por ejem plo en la antigua historia patriarcal de la alianza de Abraham (Gen. 15, 12 ss.) esté considerablemente lejos del espíritu de los pactos políticos.
Todo
d is c u r s o s o b r e d io s es m e t a f ó r ic o
Es preciso hacer aquí una consideración de principio: también Ass mann establece una experiencia primaria de dios cuando denomina a 192
la religión una de las «condiciones fundamentales de la existencia hu mana» (HuH p. 30, una condición fundamental es algo más que un he cho fundamental). Este carácter de condición fundamental no se ve alterado porque la experiencia primaria de «dios» sólo encuentre po sibilidades de expresión simbólicas en los comportamientos y palabras. El lenguaje de esta experiencia primaria sólo puede ser secundario. Sólo hay transcripciones indirectas, insuficientes, parciales, metáforas, comparaciones que se basan en el ámbito de la experiencia humana y al mismo tiempo apuntan fuera de él. La revelación verbal de dios es siempre un descenso hacia la manera de ptensar y de representarse las cosas del hombre, la oración y el discurso del hombre sobre dios siem pre es un balbuceante intento de acercamiento humano. Assmann reconoce el carácter metafórico del modo de hablar allá donde los profetas más antiguos «expresan la relación entre Yahweh y su pueblo [...] según la imagen del vínculo matrimonial». En cam bio, según Assmann «la alianza política [...] no es ninguna metáfora Je la relación ente dios y hombre, sino que es la cosa misma, como 'odos saben»’®. Pero según la cosa misma dios no es ningún señor feudal, ni cumple el papel de un señor feudal, en todo caso estaría en :1 lugar de un señor divino y en oposición al señor feudal, y ésta es !a dirección del mensaje teológico: siempre que Israel renuncia y rompe la fidelidad, la misericordia y la fidelidad divinas se mantienen. En igual medida que el hecho liberador de dios en el Éxodo sobrepa ga las posibilidades de comp>ortamiento humanas y las metas terrena les, la fidelidad de dios sobrepasa la fidelidad humana, y también en gual medida la relación de fidelidad de dios con Israel es mayor que a de cualquier señor feudal o rey. Si no se diera este comportamiento de dios con los hombres, que obrepasa y se distingue del comportamiento humano, ¿por qué enonces -según Assmann- ponen los más antiguos profetas «el hecho jfuto de la ruptura del pacto bajo la luz, mucho más fuerte, de la meáfora de la pareja»? La metáfora de la relación amorosa es un inter pretación agudizada de esta relación (de alianza, completo yo). Si la ilianza política no fuera una metáfora de la relación entre dios y lombre, sino la cosa misma en toda su desnuda claridad y propiedad, .para qué iban a ser necesarias expresiones metafóricas para «aclaar con imágenes lo que eso significa»?’’ . Efectivamente la relación le pareja (Os 2), como la relación padre-hijo (Os 11), como la relaión madre-hijo (Is 49, 15; 66, 13), así como la representación del )acto de vasallaje, son todas por igual metáforas e interpretaciones
'* J. Assmann, PoUúsche Tlieologie zwischen Ágypien und Israel, cit., p. 79. Ihid., p. 79.
193
de la relación de dios con su pueblo, a pesar de que la metáfora de la alianza como pacto de vasallaje ocupe un lugar privilegiado y ad quiera en la oposición política de Israel una referencia a la realidad específicamente actual. Todas las metáforas relacionadas con dios tienen en principio la misma función: ilustrar al menos parcialmen te en imágenes aquello que como totalidad sobrepasa los conceptos, o las ideas. Por eso no es fácil dar la vuelta a este argumento, como hace Assmann al polemizar contra el concepto de Cari Schmitt de la seculariza ción en la doctrina del Estado. Si Schmitt dice que «todos los concep tos concisos de la doctrina moderna del Estado son conceptos teológicos secularizados», Assmann replica hablando de Egipto e Isra el: «Algunos conceptos centrales de la teología son conceptos políticos teologizados»^. Son conceptos políticos empleados y/o subsumidos políticamente en Israel, y cuando en el Antiguo Testamento se declara una y otra vez, en contextos de enfrentamiento antimonárquico: «E! Señor es nuestro rey», eso no postula el dominio político de dios, sino que lo incluye. Dios es el último poder y la última instancia de apela ción. En cierto modo es rey en Israel, que comprende todo el poder real y lo penetra, y lo hace para el momento de su reinado sagrado. El uso neotestamentario suprime por completo el sentido originario de la pa-
“ IbUI., p. 35. Assmann emprende en su ensayo aquí citado Poinische Theologie chen Áfiyplí'n und Israel una prc.senlación de la (eologización de conceptos políticos to mando como ejemplo los conceptos de amor e Ira de Dios. Sólo en el margen me gustaría eninir en detalles acerca de esta tesis: Assm ann argumenta sobre la ira de Dios: «Única mente cuando a través de la alianza sellada en el Sinaí la relación de Dios con Israel ha ad quirido la forma px>lilioa de un pacto, surge la base para la ira de Dios. Esta ira es un afec to específicamente político. Recae sobre Yahweh junto con el papel de rey que asume respecto del pueblo. Lo que determina esa ira no es la pasión irracional de un “demonio del desierto", como antes se representaba, sino muy por el contrario, la idea elevadamente ci vilizada de la justicia» {op. d i. p. 85). Efectivamente en las historias de los patriarcas del Génesis no se trata de la ira de Dios, sino sólo en el Éxodo. A pesar de ello hay en los es tratos más antiguos de la tradición huellas de una incomprensibilidad de D io s espantosa y demónica -po r ejemplo en las historias del sacrificio de Isaac, de la lucha de Jacob jun to al río Jabbok, de la amenaza de muerte a Moisés, mientras el hijo no sea circuncidado-. Y hay por doquier tempranas apariciones de D ios como temible D ios de la batalla y de los elementos naturales (por ejemplo Jue 5, Sal 68). Sería difícilmente imaginable que las re presentaciones de Dios en el Antiguo Testamento no tuviesen nada del carácter fascinante y tremendo de las representaciones humanas de Dios. En cualquier caso lo más relevante de historias tales como el sacriTicio de Isaac o la lucha de Jacob es lo incomprensible, la ciega mancha de motivación de lo atroz. La idea de la «ira de Dios» como castigo por los pecados e.s un paso hacia la clarificación y la «ordenación» de la imagen de Dios. La ira de Dios todavía no es con eso un «afecto político», que incluya la relación recompensa-casti go también en los pactos de vasallaje entre otros. Es una domesticación y clariFicación de la idea de gobierno. Es muy probable que elementos conceptuales de la ideología del go bierno hayan tenido un papel en la articulación de la ira de Dios. Pero una derivación es tricta de los unos a partir de los otros es cuestionable, porque objetivamente la idea de beril no puede ser restringida a lo político.
194
labra en la aplicación de que Cristo culmina su reinado al ser «eleva do» al patíbulo de los criminales en la cruz. Es rey al comportarse de un modo que no es conforme a lo que se espera de .un rey, ni siquiera del rey mesiánico de los judíos. i Todas estas consideraciones me permiten tener por equivocadas las fórmulas de Assmann arriba citadas, de que en el monoteísmo del an tiguo Israel «se trata en el núcleo de una idea y de un movimiento po líticos», de gue el dios de Israel es «una divinidad pob'tica» y de que el «dios del Exodo» era un L'der pob'tico. Pero aún más importante que el cuestionamiento del discurso de Assmann sobre el monoteísmo políti co de Israel es que aquí Assmann, en este contexto de concepciones problemáticas, sí pone de relieve que en la relación de Israel con dios lo que importa es el comportamiento y la decisión. Tal relación se ve rifica de manera práctica, en el comportamiento de dios, y no de ma nera teórica, en el reconocimiento de dios, y no pone el énfasis en la unicidad de dios, sino en su exclusividad. Esto se va a pique en el con cepto de la distinción mosaica ante el telón de fondo de la distinción de Akhenatón. Pues ésta es de tipo lógico-teórico, es un mecanismo de reconocimiento, no un pacto de fidelidad.
¿Q ué
d ic e e l A n t i g u o T e s t a m e n t o s o b r e e l d io s d e M o is é s ?
En un principio resulta sorprendente que Assmann en Moses der Ágypter deje mucho más de lado que en otras de sus obras la más an tigua y principal fuente sobre Moisés -el Antiguo Testamento-, y que cuando se remite al Antiguo Testamento, lo haga casi exclusivamente a la luz de la historia de su interpretación durante la Ilustración, mu cho menos que a la luz de la investigación veterotestamentaria actuaP'. Este reproche no puede verse debilitado porque aquí -como el propio Assmann hace en otros lugares- se aparte del campo de la investiga ción bien estudiado y se trate de una corriente subterránea menos es tudiada, por ejemplo, de Moisés el egipcio, tal como aún aparece va gamente en la historia de los apóstoles en el Nuevo Testamento. A pesar de todo habría sido factible al menos marcar el punto de partida de los otros rastros mnémicos -Moisés el hebreo- en el Antiguo Tes tamento desde su propia perspectiva. Pues también la visión de Moi sés el egipcio es distorsionada cuando se contempla desde una falsa oposición. Y la presentación de paralelos y cuando es posible, de re-
Cfr. L a cntica dcl estudioso del A ntiguo Testamento K. Koch, «Monotheism us ais Sündcníxxlc?», Theologhche Uleralurzeitung 124 (1999), pp. 873-884, publicada de nue vo en el presente volumen, p. 163.
195
ferencias del Antiguo Testamento a fuentes del Antiguo Egipto resul ta irritante si no se asigna al «préstamo» religioso un lugar en el con junto de las creencias del antiguo Israel. ¿Qué aporta el Antiguo Testamento a la distinción mosaica de Assmann? Repito algo archiconocido, también por Assmann, al po ner como base una construcción de afirmaciones veterotestamentarias sincronizadas, descuidando la diacronía. El decálogo dice: «No debes tener otros dioses aparte de mí» (Ex 20, 3). Esto no es una afir mación, sino un mandamiento. No se discute la existencia de otros dioses, y por ello no se trata de la proclamación del monoteísmo, sino de su puesta en práctica. No es ni verdadera ni falsa, es obligatoria. El dios mosaico no es en modo alguno ab ovo el único dios, sino el dios de su pueblo. Y no es un dios del orden cósmico, sino un dios particularmente activo en la historia. Su relación primaria con Israel es la intervención histórica, que el decálogo testimonia y confirma: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la tierra de servidumbre» (Ex 20, 2). Egipto no es en primera instancia la tierra de los falsos dioses y de la idolatría; esa tierra será posterior mente Canaán. Egipto es en primera instancia la tierra de la cautividad. Pero eso quiere decir que la naturaleza de la capacidad y la voluntad del dios de la historia mosaico es transversal a la distinción mosaica for mulada y fundamentada por Assmann. Hasta que el dios mosaico sea considerado en Israel desde un punto de vista estrictamente mono teísta pasarán muchos siglos de historia. En todo esto no se trata originariamente de un dios del pueblo en el sentido de que el individuo sólo se vea interpelado indirectamente, en el sujeto colectivo. El decálogo se dirige al individuo en el pueblo; la mayoría de los mandamientos se dirigen directamente a él. Cierto es que se dirigen a él en tanto que miembro del pueblo, pero dentro del pueblo el individuo es persona, como interlocutor del dios perso nal. Moisés y los patriarcas son los interlocutores de dios; cada indi viduo a quien el decálogo se dirige posee algo de su dignidad. En el cristianismo será completamente central la relación personal entre dios y hombre, y el cristianismo incluso reconoce al dios verdadero en Cristo, que es el liberador, y el llamamiento a la libertad del cris tianismo se remonta hasta la escena originaria de la liberación de la esclavitud egipcia. El dios que guió a los ancestros a la libertad, rea parece de nuevo en el dios que en Cristo conduce a los hombres des de la servidumbre de la muerte y el pecado hacia la «gloriosa liber tad de los hijos de Dios» (Rom 8, 21). La «redención», que también en hebreo procede de un concepto del lenguaje jurídico, que se refie re al rescate de los esclavos, es un paréntesis conceptual entre el An tiguo y el Nuevo Testamento como evangelio del «redentor» Jesu cristo. Ya en el Antiguo Testamento se encuentra la palabra como 196
«redención» del pueblo de Israel de Egipto (Ex 6 ,6:>15,’13 passim, y ya aquí es transformada metafóricamente y sü mentido es ampliado, pues describe no sólo un rescate,-sino una lucha" de'poder) así como «redención» de Israel de todos sus pecados (Sal 130, 8). Un dios de la liberación es la base de la religión judía y cristiana, y no, como su giere la formulación de Assman, la mala conciencia y la invención del pecado (pp. 281 ss.). Éstas son experiencias primarias de los hom bres que son tomadas y reelaboradas con mayor o menor intensidad por la religión. En el caso del judaismo y el cristianismo, sin duda con bastante intensidad.
La
t o m a d e p a r t id o d e
A
ssm ann
Ya debería estar claro que Assmann es un historiador muy inquie to respecto de su objeto, ya sea que plantee su trabajo desde el punto de vista de la historia real o de la mnemohistoria, ya sea que consi dere a Moisés como diferenciador o como mediador. La distinción mosaica, que sigue siendo la categoría nuclear de su libro, es para él la ruptura, yo diría el pecado original, de un estado de gracia politeísta. Porque el politeísmo es -según Assmann- esencialmente tolerante. El politeísmo hace el descubrimiento culturalmente innovador de que los dioses extranjeros integran el propio panteón y pueden ser tradu cidos en los propios dioses. Por el contrario, la distinción mosaica es esencialmente intolerante, pues establece una oposición entre verda dero y falso, que se perpetúa en continuas escisiones en un mundo cultural: Egipto e Israel, judíos y gentiles, cristianos y paganos, mu sulmanes e infieles, «católicos y protestantes, luteranos y calvinis tas», etc. (pp. 17 ss.). Se inaugura un mundo de celo religioso, de pa siones, de separaciones, de persecuciones, de «contrarreligiones» que se establecen de manera absoluta, cuyo negativo papel en la historia salta a la vista ya desde esta descripción de Assmann. Si se relaciona el concepto de «contrarreligión» con la máxima fundamental del propio Assmann en Herrschaft und Heil, donde asig na a la «formación de la religión» el mismo lugar en el sistema que Christian Meier asigna a la «formación de lo político entre los grie gos» (1980), es decir, el valor posicional de la formación de una ca tegoría de la reflexión, esto conduce directamente a un callejón sin salida terminológico. En las propias palabras de Assmann: «forma ción de la religión» no quiere decir simplemente «la formación de la religión en absoluto, sino la formación de una religión secundaria, re forzada» (HuH, p. 30). Según esto, la formación de la religión no sería otra cosa que lo que en la monografía sobre Moisés y en otros lugares en Herrschaft und Heil se denomina formación de una contrarreligión. 197
El politeísmo egipcio, que Assmann tiene en tan alta estima, no se ría en absoluto una religión en sentido estricto (pues, ¿cómo podría formarse una religión que ya existiera?), y ello curiosamente debido a que es una religión primaria. La religión, que ciertamente sólo lle ga a ser religión en cuanto que es contrarreligión, ¿ha de ser deva luada en general, o la devaluación de la contrarreligión no es real mente válida? Más importante aún: ¿a qué conduce el debilitamiento del rasgo originario de la religión mosaica, la llamada de dios, más tarde expresada en la fórmula «Escucha, Israel», convirtiéndolo en un contenido de la reflexión? En contraposición con la contrarreligión mosaica y con el cristia nismo como su derivado aparece en las frases finales de la monogra fía de Assmann la luminosa imagen de Egipto, que en este caso tam bién incluye a Akhenatón, p>ese a que en otros lugares Assmann haya calificado a su monoteísmo de «antiegipcio» (HuH, p. 258). «Nada podría ser más ajeno a la religión de Akhenatón que la semántica del pecado. Esto no sólo se aplica a la religión de Amama, sino a la reli gión egipcia en su conjunto. Pecado y redención no son temas egip cios. La religión egipcia no se basa en la mala conciencia, sino muy por el contrario en la conciencia de una conciliación con dios y el mundo a la vez, que resulta ajena, y en ocasiones incluso escandalosa, para la conciencia cristiana [...]. Este optimismo moral, que “come su pan con alegría” en la conciencia de que “dios ha bendecido larga mente su tarca” -uno de los versículos egipcios de la Biblia-, es pro bablemente el signo distintivo del cosmoteísmo, igual que el dolor por el pecado opuesto a él caracteriza al monoteísmo bíblico. Desde el punto de vista de Egipto parece como si con la distinción mosaica hu biera llegado el pecado al mundo. Quizá en esto resida el motivo más importante para poner en cuestión la distinción mosaica» (pp. 281 ss.). En la penúltima frase de la cita Assmann habla todavía desde la pers pectiva del antiguo Egipto. En la última frase se sitúa como historiador en esa perspectiva. El cuestionamiento científico de la mnemohistoria se evidencia posteriormente como el intento de desenterrar la huella de un mundo mejor de la escombrera de odio y violencia que las tres grandes religiones monoteístas han dejado tras de sí. Esta huella conduce desde el dios único filosófico en el trasfondo del politeísmo egipcio hasta la cura sincrética de la distinción mosaica en la interpretación europea de Moisés y el Idealismo alemán. El resultado científico de la mnemohis toria adquiere así casi el pathos de una profesión de fe. ¿De qué otro modo, si el pathos no resonase, pxxlría entenderse la afirmación de Ass mann de que «la conciliación con dios y con el mundo a la vez» defen dida por la religión egipcia «resulta ajena, y en ocasiones directamente escandalü.sa para la conciencia cristiana». Dejando de lado la imagen distorsionada del cristianismo; en la Biblia la conciliación con dios ofre 198
cida en Cristo incluye la conciliación de los fieles consigo mismos y con la creación. En eso precisamente consiste la «redención» y la li bertad de los hijos de dios. ¿De qué otro modo, si no resonase el pathos de una toma de partido, podría Assmann datar al dios monoteís ta, que estrictamente fue formulado sólo en las condiciones de la experiencia del exilio de Israel, en una distinción mosaica de la época preestatal, que divide agresivamente el mundo de los dioses entre el único dios verdadero y los muchos dioses falsos? Los rasgos tenebro sos del celo religioso y el odio al enemigo se adjudican principalmen te al antiguo dios exclusivo de Israel, que triunfó sobre los demás dio ses, frente al cual el dios de! Israel tardío, que efectivamente es el creador del mundo y el dios y señor de todos los pueblos concebido de manera monoteísta, al final de los días también será venerado por to dos los pueblos en libre conversión y devoción. En otras palabras: con la cristalización del monoteísmo estricto se hizo posible en Israel un pensamiento de la unificación". La división no es necesariamente mo noteísta, el monoteísmo no es necesariamente divisor. En todo ello nada más lejos de mí que minimizar la participación de la tradición judeo-cristiana en la intolerancia, el odio y la violen cia en nuestra historia. Pero nadie querrá afirmar que el pecado y la culpa sean las consccucncias de la división dcl mundo ocasionada por la distinción mosaica -una inferencia que en último termino llevaría a la absurda consecuencia de responsabilizar a los judíos del antise mitismo-. Los judíos habrían sido los marginados que con su dios ex clusivo habrían atraido hacia sí el odio de ios pueblos y se habrían arrojado en brazos de la desgracia. Pero la desgracia siempre exi.stió, sigue existiendo y no dejará de hacerio, en el mundo y en los hom bres. Recomendar como un medio de curación contra ella el recurso al origen dcl odio (p. 242) me parece algo científicamente ingenuo, y apelar contra ella a un «optimismo moral» me parece insuficiente. Quien haga tal cosa, en cualquier ca.so no debe remitirse a Freud, pues Freud en su interpretación de Moisés sigue tan enraizado en el judaismo, que coloca en el centro de su historia de Israel el asesinato mítico del padre de los judíos en Moisés, egipcio y adepto de Akhenatón. Tampoco en e.so se trata de verdad y falsedad, sino de culpa.
E
l
H IS T O R lÓ O R A r O Y .su Sl.ST líM A DI- V A L O R E S C U L T U R A L
A pesar de que Assmann declara rastrear mnemohistóricamente ne xos verticales por debajo de la progresiva desaparición de los horizon-
-
R. Albcrt/. np. d i., pp.
sx.
tales, tiende fuertemente a ampliar su mirada panorámicamente ante la historia de la cultura general de Europa. Esto hace muy grave la omisión no sólo de la huella mnémica judeocristiana, sino también de la de la Antigüedad grecorromana, en la medida en que no es instrumento de mediación de Egipto. Pero ésta es, con su fusión de dos milenios con ju daismo y cristianismo y con su pagana contraimagen de éstos, un pilar fundamental de la historia intelectual de Europa. Aunque no hubiera sido tratada por extenso, sí tendn'a que haber sido al menos localizada. Y precisamente la tendencia de Assmann a la panorámica le sitúa en la cuestión fundamental bajo la cual -como debe quedar claro a partir de las consideraciones introductorias- también se encuentra el historiador: ¿dónde residen sus escalas para las grandes interpretaciones del mundo y del hombre que nos han sido dadas históricamente? Con ello no me refiero a las creencias del autor científico, sino al conjunto de valores culturales, sin cuyas valoraciones explícitas o implícitas no puede lle varse a cabo ninguna historiografía en absoluto. A este conjunto pertenecen, según mi opinión, fórmulas como Deiis sive Natura y «ev kqi nov», que Assmann remonta a la historia de la recepción de Egipto, pero más aún, porque han sido mantenidas en continuidad total durante entre 3.000 y 2.000 años, imágenes del pensamiento judeocristianas como «Abba, querido padre» y todas las demás que Walter Benjamín ha calificado de «trama de culpabilidad de todo lo viviente»^^ A ella pertenecen «el modelo del Cristo, el modelo del amor universal, el perdón a los enemigos y el sacrificio de la vida por la salvación de los demás», de! que el laico de Humberto Eco dice que «únicamente a través de él se puede considerar redimida» a «la mi serable y vil especie humana que lo ha creado»^'*. Este «modelo» proviene del dios mosaico y llega hasta el ateísmo europeo. Cuando Georg Büchner pone en boca de un personaje tea tral; «¿Por qué sufro? Es por culpa del ateísmo»^^, esta pregunta re mite a un lugar metafísico vacío en el que antes había estado la cruz, que se había llevado consigo el dolor del mundo. Y también dice este ateísmo: «Yo» con el pathos que surge de la llamada personal de un dios ahora perdido. Ha contribuido más que cualquier otra iniciativa a crear a! individuo como ideal de nuestra cultura. Y en la liberación del hombre de los dioses cósmicos este dios ha posibilitado nuestra ciencia y nuestra técnica.
“ V/. B e n ja m ín , C esa m m elte Schrifien, ed. de R. Tiedemann y H. Schvveppenháuser, vol. 1, parte I, p. 138. C. M . M a r t i n i y U. Eco, Woran glaubt, wer nicht glaubt, Viena-.Múnich, 199S, p. 92 (ed. cast.: ¿En qu é creen los que nn creen?, Madrid, Temas de Hoy, 1997]. ^ G. BC’CHNER, D antons Tod III. I. SamtUche Werke und Briefe, ed, hist. crit. de W, E. Lehmann, vol. I. Hamburgo, sin fechar, p. 48.
200
Nadie puede ir hacia atrás, y así es imposible «poner en cuestión la distinción mosaica» (p. 282). También Assmann escribe desde ella, instalado en su suelo, en la medida en que con ese nombre se refiere a la escena originaria del Antiguo Testamento y en la medida en que su concepto histórico de Israel lleva en sí la experiencia de un com portamiento histórico y la experiencia cristiana de un dios que se con creta en la historia.
201
»!■' .
■ ■ na ■'wí''^*^áíp^"",'‘íi V-> r.
h ?■
:-J^" h>
'i'
' 'T
■ *■ -- 1^
: íL
-
_i. -V~. .-‘ -^=_j4-V". ,■
.‘ -S^Hlf^ííVíf-T
^ '.'
.
■
'S>
^ '■ ■ 3'-U. ' ' '',;1- •■i"'
'3 '“-. :
■->.1 -. .
L^'s T-^3
■ > > - -■ V
^ '‘ ■ -^vi
Lf'í-St^Sv -í ^ *'
'..ví;
•
.
-...-^ ' '-
-■
.
> í.r --i I ■ - --■ .i ,y - ^ ''éTjt^ t.f- n
,: í& F 5y ■ -•
■ ■ ■
-■-■*- .-.r-
p- •
"i ;
^ 4 "^- ' ^ ' ’ '¿ d iU liÉ i£ l
^ g i H
j
ík A '■^•■'r¿..
KARL-JOSEF KUSCHEL'
MOISES, EL MONOTEÍSMO Y LA CULTURA MODERNA
Conversación sobre Moisés el egipcio de Jan Assmann, con referen cia a las interpretaciones de Moisés de Heinrich Heine y Thomas Mann Éste no es el lugar apropiado para abordar el debate, que ha llegado a estar extremadamente ramificado, sobre el programa de! libro de Jan Assmann Moses der Áaypler (1998). Los problemas concretos de la egiptología, el estudio del Antiguo Testamento, la historia de la cultura, la historia de las ideas, y la historiografía requieren un discurso para el que yo aquí no estoy preparado ni en posición de llevar a cabo. Querría referirme críticamente en el marco del discurso aquí presentado a un úni co punto, que me parece por supuesto central para el programa, y probiematizar, a partir de la contracxpcriencia, lo que Assmann denomina la «distinción mosaica» entre religión verdadera y falsa como supuesta ba.sc del monoteísmo. Este objetivo central encuentra expresión en afirma ciones como la siguiente: «Hemos de aferramos en cualquier circuns tancia a la distinción entre verdadero y falso, a los conceptos claros de lo que percibimos como incompatible .con nue.stras convicciones, s\es que tales condiciones han de tener alguna fuerza y profundidad. Úni camente, no debemos fundar esta distinción en una revelación fijada de una vez por todas, sino que hemos de renegociarla una y otra ve/.»’.
' Publicado en M . Oiím inc, K. SCIIMID, M . Wi;i.ki;k (Etl.s.), D as A lie Tcstamcnt u n d eJie K u h u r íle r M odernc. Bcilrügc vcm Magno Sacbo, Honrad von Rabcnaii, Erich Rcnncr. R u d olf Sm cnd, Mich.ncl Fishbanc, Rcintiard G. Kratr., I x o Pcrdiic, Mcrm.nnn Splcckcrmann, Erich Zcngcr, Edna Brockc. Jan As.smann und Karl-Joscf Ku.sclicl, Serie Allc.sTcslamcnl und Modcm c. vol. 8, LIt Vcriag. Münstcr, 20().1. ^ A firm ación de J. A.'ísmann al comicn/.o de una disensión pública conm igo en el mar co del Sim posio Gerhard von Rad en la Universidad de Heidelberg («Das A lie Teslament und dio K ultur der M otleme») el IX de octubre de 2(X)I,
203
I Mi problema es cómo se pueden afirmar lógicamente ambas co sas; que se debe «bajo cualquier circunstancia» (esto es, incondicio nalmente) aferrarse a «conceptos claros» (respecto de la distinción entre verdadero y falso, lo compatible-incompatible en la religión o en la sociedad), y al mismo tiempo renunciar a un Incondicionado (revelación) y «negociar la distinción de nuevo una y otra vez». A mi entender no puede haber entre el aferrarse incondicionalmente a algo y «renegociarlo una y otra vez» una relación de tanto... como, sino sólo una relación de o bien... o bien. Un compromiso incondicional presupone la aceptación de un Incondicionado, en lenguaje bíblico, uná «revelación» de la «voluntad divina». Pero Jan Assmann pre tende sustituir el monoteísmo bíblico por un cosmoteísmo y se ubi ca con ello en una línea de tradición que él mismo describe con los términos «alquimia, cábala, hermetismo, neoplatonismo, espinosismo, deísmo y panteísmo»^, y para la cual invoca entre otros en la li teratura alemana a Goethe y al Romanticismo temprano. Pero, según mi contraargumentación, con ello Assmann desecha una base (la dis tinción entre verdadero y falso en religión) que precisamente le es necesaria en el ámbito ético-político para mantener como verdaderas ciertas convicciones «bajo cualquier circunstancia» y consecuente mente rechazar otras convicciones como falsas. Pero, ¿cómo se llega bajo el supuesto de una modernidad crítica de la religión a la aceptación de un Incondicionado y con ello a la adhesión a una revelación de la voluntad divina? Assmann señala con su discurso en primera persona de plural de «ya no hemos de...» una premisa evidente de la historia de la cultura moderna: creer en la re velación es algo pasado de moda. «Nosotros» no podemos, esto es, no «hemos de» hacerlo por motivos intelectuales. ¿Es así en realidad? Aquí reside el núcleo del problema, que yo quisiera trasladar al pri mer plano de la discusión y que planteo desde una actitud solidaria de pensamiento compartido y no de sabelotodo, por supuesto con la con vicción resuelta de que ha de ser tratado desde una línea distinta de interpretación de la figura de Moisés en lo que respecta a la historia intelectual y literaria. Yo quisiera presentar una mnemohistoria dife rente y hablar de las situaciones históricas de crisis en las cuales la «distinción mosaica» fue de importancia vital, en las cuales la orien tación hacia lo Incondicionado («revelación») y la vinculación con un Absoluto -siendo muy consciente de la crítica de la religión mo-
^ J. p. 279.
204
A ssm ann,
Moses der Ágypler. Enlzif/erung einer Gedüchmisspur, Munich, 1998,
dema-jugó un papel de resistencia contra la injusticia y la profana ción de la humanidad; Heinrich Heine y Thomas Mann.
II Si ha habido en la literatura alemana un pantcísta o «cosmoteísta» entusiasta en un periodo de su vida entre 1831 y 1848 se trata de Hein rich Heine. He tratado sobre esto con detalle en otro lugar, de modo que me permitiré aquí ofrecer un esbozo sucinto^ Mientras que en su opi nión el judaismo y el cristianismo o bien minusvaloran o bien rechazan todo lo material, corporal, mundano en aras del espíritu, Heine opta por el panteísmo de procedencia espinosista: «Todo lo que es», tanto espí ritu como materia, es «igualmente divino», y «quien ofende a la santa materia es igual de culpable que quien peca contra el espíritu santo»^. Pero si todo lo que existe es divino, entonces también se da en los hom bres la conciencia de su «divinidad», y justamente en eso es Heine un ilustrado de coherencia radical, que no aboga meramente por los dere chos humanos de los pueblos, sino por los «derechos divinos de los hombres», que no tiene ante ios ojos la visión de un mero gobierno de los pueblos sino de una «democracia de dioses igualmente poderosos, santos y dichosos»*. Por esto Heine no tiene, en esta fase de su desa rrollo, ningún escrúpulo en servirse excesivamente del reservorio de la mitología y la religión para pintar su visión de futuro, no con Tmes de distancia paródica, sino con entusiasmo estético y sobreexcitación de sus ideas políticas. Y todos los motivos de su «religión de la felicidad», el helenístico, el anticristiano, el .serafínico, el utópico, la fantasía de di vinización en todas sus formas, incluso la idea de «emancipación», que acarició durante tanto tiempo, y de lucha por la liberación de la huma nidad, todos ellos se pueden resumir-siguiendo el innovador estudio
' K.-J, Kuscili:i., Cottcx ¡•rtiusamur Sfiofi! H einrich Heine.'! Lehen m il d e r Kaíastroph e, Dusseldorf, 2002. ’ H. Hi-ine, Ziír C esclüchle d e r R eligión u n d Philo.wphie in D eulschland, en Sümlli-
c h e S ch riften in 12 ¡iatuicn, cd. por K. Brlcglcb, Múnich-Viena. 1976, vol. 5, p. 566. A con tinuación se citará según e.sla edición, con número arábigo el número del volumen y la p.1gina. L as C a rla s se cilanín según la edición secular,.con número romano el número del volumen m is el núinero de página: H, Mi-ini-, SUkularausnahe d er Werke - BrieJ^veclixel ■ L eh en szeu a n ixse, cd. dcl N.ntionalen Forschiing.'i und Gedenkstatten der klassischen deulschen Litcratur en Wcimar y el Centre Nacional de la Recherche Scienlifique en París, VüI.s. X X - X X V I I (Berlín - París. 1972-1976). Los Lehenxzeux'>i‘^xe .se citarán según la edición en dos volúmenes de M. W kkní-r (ed.), Bcnef;nun!;en m il Heine. B erichie d e r Zf/íiícm/.vs e n . vol. I (1787-1X46), vol. I! (1X47-1856), Hamburgn, 1973, con W + número romano para e! volumen + página. ‘ 5. p. 570.
205
sobre Heine de Dolf Stembcrg- en este punto: «la abolición del peca do, o mejor dicho, de la conciencia del pecado, el sacarse la espina cla vada, la disolución de la ley moral y el destronamiento de los legisla dores previos, la fundación de una felicidad autónoma puramente humana»’ . En esta fase, Heine no trata demasiado de Moisés ni de la Biblia. En su panfleto contra Ludwig Borne (1840) -en el momento de apogeo de la época saint-simoniana- nos encontramos con una cntica de Moisés y de la Biblia según el esquema del espiritualismo y el sensualismo. Moisés y la Biblia responden de la inclinación a lo abstracto, la sepa ración de espíritu y materia, el desgarramiento entre dios y mundo: Es un espectáculo curioso cómo el pueblo del espíritu se libera gra dualmente de la materia y se espiritualiza por completo. Moisés pro veyó al espíritu de baluarte.s materiales, por decirlo así, frente a los asaltos de los pueblos vecinos: en torno al campo en el cual él sembró espíritu, plantó la íspera ley ceremonial y una nacionalidad egoísta como un seto espinoso protector'*.
A partir del año 1848, Heine se ve confrontado con estremecedoras catástrofes tanto personales como políticas. El derrumbe viene tras una fase de autodivinización, autoveneración y autosobrevaloración. Los últimos ocho años de su vida se ve cruelmente obligado a perma necer en el lecho de la enfermedad, en la tumba de su colchón*, im pedido en gran medida, casi ciego, con el cuerpo reducido al tamaño de un niño, enflaquecido hasta parecer un esqueleto y amortiguando sus dolorosos espasmos con opio. Los últimos ocho años también le fuerzan a despedirse de las ilusiones políticas. La irrupción de la en fermedad y el fracaso de la revolución en París coinciden. La ruina de su cuerpo y la ruina de determinado modelo de futuro político tienen lugar a la vez, en una macabra coincidencia de tiempo histórico y bio gráfico. Amargamente, ha de reconocer: «En igual medida en que la revolución retrocede, hace mi enfermedad los más graves progresos»’ . En esta época tiene lugar una gran «conversión» en su vida, como el propio Heine la llama, «respecto de los asuntos divinos»'®. Se tra ta de un giro hacia «dios nuestro padre»", de un «retomo ai hogarque
’ D. STCRNBnRCF.R. Hcinrich Heine und die Ahschaffun/’ der Sünde, (1972). Con un api5ndicc, 1975, Francfort, 1976, pp. 287 " 7, p. 41. Malratzcngruft. término de Heine con el que se refiere a su lecho de enfermo. fN. del T J ’ X X I I I . pp. 175. 5. p. 511. " X X II, pp. 300.V
206
es dios»'^, de un «redespertar del sentimiento religioso»‘^ de una «evolución espiritual»'^ bajo el influjo de la Biblia hebrea'^. Se vuel ve conscientemente en contra de las diosas y dioses griegos («Des pedida de Venus»'*) y a favor del monoteísmo bíblico, hacia Jehová: «Mientras daba vueltas en el lecho, presa de convulsiones, tenía lu gar afuera la terrible batalla de Junio (de la revolución del 48). El es truendo de los cañones desgarró mis oídos. O í el griterío de los mo ribundos; vi a la muerte segar con su guadaña despiadada a la juventud parisina. En tales espantosos momentos el panteísmo no es suficien te; en ellos es preciso creer en un dios personal, en una continuidad más allá de la tumba»’’ . El punto culminante de la autoexplicación de esta conversión son las Confesiones de Heine de 1854, en las cuales Moisés sí pasa a tener un papel decisivo. Si bien «anteriormente Moisés no había agradado particularmente» a Heine, ahora reconoce en él el mayor modelo"*. Puede decirse también que Heine -forzado por las catástrofes perso nales y políticas- consuma ahora de manera consciente ia distinción mosaica: 1. Anteriormente Heine había considerado a Moisés responsable de la separación del pueblo de Israel del resto de la humanidad y ha bía despreciado al judaismo por su hostilidad frente al arte, privile giando frente a él al «espíritu helénico». Ahora descubre en Moisés al ^run artista de auténtico espíritu artístico, con la salvedad de que Moisés no creó en el ámbito plástico obras de arte de ladrillo y gra nito, sino hombres, pirámides de hombres, obeliscos de hombres. A partir de una «pobre tribu de pastores» Moisés creó un «gran pueblo, eterno, santo, un pueblo de dios». Ya no se habla de la «situación de aislamiento» de Israel, de «espantosa oposición» ni de «baluarte ma terial». Ahora el pueblo judío se convierte en el «modelo» para todos los demás pueblos, en el «prototipo» de toda la humanidad en lo que respecta a! derecho y a la moralidad” . 2. Anteriormente Heine había despreciado al judaismo por su su puesta incapacidad para la vida y por su ascetismo hostil al mundo, y había ensalzado el ideal de belleza de los griegos. Ahora ya no en fatiza la incapacidad para la vida de un pueblo envejecido y supcra-
II. p, 182. '» II. p p . 4S2.483. n . p , 479. 5, pp. 512 s. ''' Cfr.
n.p. 184.
V / n , p. 155. Cfr. l;imbi¿n ll.p ..IS 2 . '* n.p. 480. n . p . 481.
207
do en lo que respecta a la historia de la religión, sino su capacidad de permanencia y su disposición para la lucha «en todos los cam pos de batalla del pensamiento», su moralidad y su capacidad de su frimiento^®. 3. Anteriormente Heine había criticado duramente al judaismo por su autoaislamiento del mundo y lo había enfrentado al cosmopolitismo de Jesús. Ahora reconoce en Moisés el origen de la libertad en la historia de la humanidad (¡nada de esclavitud!), la justicia social (¡reparto justo de la propiedad!) y derechos humanos (¡igualdad para todos!). Ahora piensa que «ya Moisés» había sido un «socialista», incluso antes de Je sucristo, de quien se atestigua que «¡no había habido en verdad ningún socialista» que «fuese más terrorista que nuestro Señor y Salvador!»^'. 4. A esta nueva valoración positiva de Moisés corres{X)nde también aquí una valoración positiva de la Biblia como libro de instrucción de la humanidad. Las Escrituras ya no serán criticadas por favorecer el espl ritualismo, el ascetismo, el aislacionismo, sino px)r el contrario, serán alabadas por haber permitido que el pueblo judío se distinguiese de los demás pueblos, construyendo algo Propio, algo Distinto. Ahora los mo mentos de alteridad no son echados en cara con reproche a Israel, sino que son valorados positivamente como perfil propio inconfiindible. ¡Ahora se dice sobre los países vecinos paganos y los pueblos vecinos que han sostenido los «más voluptuosamente variopintos y ardientes cultos a la naturaleza» y que han sumergido su existencia en el «júbilo báquico de los sentidos», mientras Israel ha permanecido «piadosamen te sentado bajo su higuera» cantando las «alabanzas del dios invisible»! ¡«Virtud y justicia» ha ejercido Israel, mientras que «en los templos de Babilonia, Nínivc, Sidón y Tiro se celebraban sangrientas e impúdicas orgías», cuya «descrifx:¡ón aún hoy nos pone |os pelos de punta»!--. No, lo «auténtico, inmortal y verdadero» ha de poder prosperar hoy, la «mo ralidad del antiguo judaismo», como un día prosperó «en el Jordán y en los altos del Líbano». «No son necesarios palmeras ni camellos para ser bueno, y ser bueno es mejor que la b e lle z a » Ser bueno es mejor que la belleza: esta frase es la cumbre de un proceso de transformación, que comenzó con el abandono del panteísmo y que se vio acelerado por el redescubrimiento del «dios de nuestros padres» y la revalorización de la figura de Moisés. La experiencia de la catástrofe forzó a la dis tinción mosaica, a pesar de toda la crítica religiosa moderna, porque proporcionó una orientación fiable en la crisis, una manera incondicionada de medir la conducta y un hogar espiritual. El rastro en la memo-
“ ”
208
11.p. 481. 11. p. 488. ll.p .4 8 5 , Il. p . 486.
ría de «Moisés» es descifrado en virtud de la longue durée con la que el hombre pretende sobrevivir espiritualmente en el caos.
m Este ejemplo reaparece de nuevo, aunque otra vez transformado, en otra interpretación literaria de Moisés: en Thomas Mann, formula do en su relato Las tablas de la ley, que data de 1943 durante su exi lio califomiano en Pacific Palisades. También en este caso únicamen te es posible un sucinto esbozo-'*. La ocasión externa de su producción fue la oferta de un agente literario a autores conocidos del momento de componer un texto sobre los diez mandamientos y su perversión a manos del fascismo de Hitler. Thomas Mann aceptó, agradándole en ese momento dedicarse a un tema bíblico, después de haber pasado dieciséis años de dedicación intensiva a la historia bíblica de José. Los registros en su diario dan cuenta de las circunstancias temporales que rodean la producción del relato: guerra en todos los frentes y con ella, horrorosas masacres de pueblos enteros, una profanación de la huma nidad como nunca había habido hasta entonces. Para que la conexión interna entre texto y contexto sea plausible, el autor escribe según la premisa de que el fascismo alemán, consi derado desde el punto de vista intelectual y moral, es la negación de la ley moral judeocristiana. A él pretende oponer la obligatoriedad in condicional y universa! de una ley moral de la humanidad. Pero, ¿de dónde tomarla? ¿Y cómo imponerla? Thomas Mann recurre, no por casualidad de manera semejante a Heine, con quien él se compara re trospectivamente^^, a material bíblico, y precisamente al material bí blico que trata de moralidad concreta: los diez mandamientos. Estos mandamientos son ahora para él «lo eterno brevemente resumido», la «quintaesencia de la dignidad humana», el «alfa y omega del com portamiento humano»'^ E.so es lo que necesitaba entonces: lo obli gatorio y vinculante en la humanidad. Y sabía que eso lo proporcio nan principalmente las grandes tradiciones religiosas.
He interpretado cJctall.idamente este relato -también incluyendo la investigación ac tual- en K.-J. K u s c h k l . «Weltethos und die Erfahrungen der Dichter. Thom as M anns Su che nach eincm "Grundgesctz des Menschenanstandes"». en H. K üng y K.-J. Kuschel (cd.<;.), W x se n sc h a fi un d W eltdhiíx, Munich - Zúrich, 1998, pp. 455-492. ^ Th. M A N N , «Die Entstehung de.s Doktor Faustus. Román cines Romans» [19491. en D n kto r F aiistus/D te Entxtehun¡^ des D oklor Fuu.stus, Fráncfort. 1981, p. 690. Sobre la influencia de Heinc en Thomn.s M ann cfr. V. H a n s p jj, «Thomas M anns Erzáhlung "D a s Ge•setz" und Heines Mo.scs-Bild», H íin e-Ju h rh u ch i."! (1974), pp. 132-149. •*' Todas esta.s formulaciones en Tli. M a n n « D a s Ge.sctz». en Spiire E rzühlun^en, Fráncfort, 1981, pp. 390, 393, 395. 404,
209
"
'
La mera posibilidad de llegar a semejante ultraje a la humanidad se debía, en opinión de Thomas Mann, entre otras cosas, al carácter per manentemente amenazante y a la predisposición al instinto de la hu manidad, ideas que él mantuvo durante toda su vida, en una antropolo gía pesimista influida por Schopenhauer que trasladó a sus obras una y otra vez. Así, también su texto sobre Moisés está atravesado por la pre gunta: ¿Cómo logra un hombre determinado por la sensualidad y la pa sión dar forma a su vida, dominarse a sí mismo y ser responsable ante la comunidad? El relato es, por ello, una nueva exploración en los di fíciles terrenos de la ética y la estética. Era preciso aclarar; ¿cómo un hombre consigue, a pesar de todos los desgarramientos y pasiones, a pesar de toda irracionalidad y absurdidad, circunscribirse a lo moral, e imponer después también la moralidad a la comunidad de su pueblo? Retengamos dos ideas básicas caractensticas: 1. Si seguimos a un artista como Thomas Mann, el surgimiento de la moralidad presupone la experiencia de la ambivalencia de lo sen sible; la tensión hacia el orden presupone el enfrentamiento con el de sorden; el anhelo de lo obligatorio presupone la lucha con el caos. Lo puro y sagrado en el hombre está continuamente en lucha con el ca rácter impulsivo ajeno al espíritu y el ciego afán de vivir. Lo espiri tual y lo moral no está asegurado de una vez por todas ni es natural; más bien está siempre bajo la amenaza de verse despojado del poder por la naturaleza pecadora de la voluntad del hombre. Y precisamen te esto es lo que nadie puede mostrar mejor que un artista; hombres vacilando entre el instinto y el espíritu, entre la ciega voluntad de vi vir y la autodisciplina ética, lo moral ha de imponerse una y otra vez frente a lo amoral, lo desenfrenado y lo caótico. 2. Evidentemente, también la opresión del dolor de una experiencia histórica, el trabajo de duelo por la traición a la humanidad y lo horro roso de crueldades y brutalidades que ya no se tenían por posibles, son necesarios para que la voluntad de ética se abra paso. Y Tilomas Mann había experimentado todo esto al enfrentarse al «crimen capital» del fas cismo. Dicho de manera básica; junto a la comprensión de la compleji dad de la estructura instintiva humana es necesario también el reto his tórico para que se ponga en práctica una determinación a favor de la humanidad, individua] y colectivamente. Se requiere evidentemente de una experiencia de ruptura de la civilización para que los hombres estén dispuestos, sin ninguna sobrecomplejidad intelectual o cinismo menospreciador del hombre, a comprometerse por un ethos común. Se requie re evidentemente la experiencia de la perversión del bien para que cate gorías como «bueno» y «malo» mantengan una nueva plausibilidad. Si se revisa la historia de la obra de Thomas Mann, no puede ha ber ninguna duda de que en asuntos de ética él mismo pasó por un 210
proceso semejante al de su Moisés «artista». En primer lugar, la lu cha contra el «enemigo de la humanidad» le había obligado, a pesar de toda ironía artística y todo juego estético, a tomar postura en el problema del bien y el mal. En un discurso de 1939 sobre el «Pro blema de la libertad» Thomas Mann informa con franqueza sobre la transformación a la que se ha sometido: Les he hablado de verdad, derecho, decencia cristiana, democracia; mi juventud puramente estética se habría avergonzado de tales pala bras, las habría percibido como de mal gusto y de espíritu poco dis tinguido. Hoy las digo con alegría insospechada. Porque la situación de! espíritu ha cambiado singularmente sobre la tierra. Una época de retroceso civilizador, de ilegalidad y anarquía ha irrumpido en la vida exterior de los pueblos; pero incluso a pesar de ello, por muy para dójico que suene, el espíritu ha entrado en una época mora!, es decir; en una época de la simplificación y de la distinción carente de sober bia de bien y mal. Sí, sabemos de nuevo qué es bueno y qué es malo. El mal se nos ha revelado en una manera tan grosera y vil que nos he mos vi.sto obligados a reconocer la dignidad y la .sencilla belleza del bien, de modo que hemos cobrado ánimo y no vemos ningún detri mento de nuestra elegancia en admitirlo^’ .
Es singular el desgarramiento irónico con que suena aquí la pala bra «simplincación». Este autor era demasiado complejo como para no comprender la reducción de la complejidad que una decisión en tre «bien» y «mal» exige. Por ello podía Thomas Mann invertir la re lación irónicamente. La época del fascismo fue para él en el fondo una época moralmente buena, porque en cierto modo la inequívoca perversión de la humanidad obligó a la decisión moral a un artista ori ginariamente escrupulo.so frente a ella. Pero, ¿cómo se puede implantar obligatoriedad en lo moral sin dios, sin revelación? Thomas Mann es consciente de este problema. Así pues, su relato muestra inevitablemente la ironía moderna en to das partes donde el narrador trata de lo «divino». Todo geocentrismo bíblico es roto irónicamente por el antropocentrismo moderno. Moi sés es en Thomas Mann desde un principio sujeto de su creencia en dios; esta no es producto de la revelación, sino de la «reflexión». Tie ne lugar una inversión de la perspectiva bíblica; no es dios quien eli ge para sí a un pueblo puro, santo y separado, sino que es el hombre Moisés quien lo hace. ¡La creencia en dios es trabajo de la conciencia!
T h . M a n n , «Da-S P robicm dcr F rcilicil» 11939). en Exxay.:, vol. 5 (Dcul.schland unü d¡c Dcul.schcn 1938-1945), cd. por H. K ur/.kc y .S. Sl.ichorxki. r r í n c f o n , 1996, pp. 73 s.
2 11
E>erecho y ética son partes de una estrategia del gran individuo fren te a una «masa infernal». Todo lo teológico es desplazado a lo psico lógico, todo lo maravillosamente divino es desplazado a lo interesan te psicológicamente. Y a pesar de ello Thomas Mann permite a su Moisés hablar de dios, pero de tal modo, que el dilema de la moder nidad con respecto a la fundamentación e imposición de lo moral des taca claramente bajo el recurso a un Incondicionado: 1. Por un lado, tras la Ilustración, en particular tras la cntica de la religión de Feuerbach, Nietzsche y Freud, la creencia en dios es desen mascarada en tanto que ilusión. Pero necesita evidentemente ser reac tivada para la implantación de lo moral. El proceso no puede ser más paradójico: un dios, que es en función del hombre, deja de ser dios. Pero este dios es requerido de nuevo como motivación y fundamen tación última de lo moral, sin lo cual es evidente que el hombre no puede ser hombre. Este dilema es irrenunciable; es una señal perma nente de la modernidad. 2. Quien reflexiona sobre lo moral se encuentra ante el dilema de la ironía y el pathos. Por un lado el ilustrado conoce la inevitable es tructura de los instintos humanos y la sospechosa genealogía de la moral. Pero al mismo tiempo reconoce la necesidad histórica de un ethos vinculante y obligatorio, precisamente en las épocas de catás trofes, de obcecación colectiva y de ultraje a lo moral. También este dilema es insoluble; también él pertenece a la fisonomía moral de la modernidad. 3. La ironía no surge de un mero espíritu sarcástico, sino que es expresión de una colisión entre dos estadios de la conciencia: el premoderno y el moderno. Pero el hecho de que el texto premoderno esté «cargado» de una pretensión de verdad exclusiva surge a través de un tratamiento crítico de una ruptura irónica. Pero éste no anula el texto, sino que le permite seguir siendo válido como posibilidad. El distanciamiento irónico de lo autoritario es una manera de humanizarlo. Los textos «sagrados» pierden el aura de lo Incuestionado, lo eterna mente válido, lo que exige sumisión, y se convierten en modelos, en realidad posible. Pero el pensar según modelos está por principio abierto a la transformación. Así, el relato de Thomas Man Las tablas de la ley puede leerse como expresión de una ruptura permanente de la conciencia moder na. Lo mora! se afirma decididamente, pero sólo por el precio de su distanciamiento irónico, dado que se conocen las condiciones discre pantes de su surgimiento. Al mismo tiempo, cuanto más necesaria es la afirmación de un ethos universalmente vinculante, más conscien tes somos de sus amenazas permanentes y de su posible carácter ima ginario. Pues el análisis de las condiciones de su surgimiento no ha 212
de ser realizado por aquellos que pretenden «sacudirse de encima» o «derriban> por completo la civilidad humana. Quien en el espíritu de \bltaire narra la historia previa de las leyes morales, no pertenece a sus negadores. Recorre, en tanto que moralista crítico, una tercera vía entre el moralismo acrítico y el nihilismo cínico. El saber acerca de la genealogía de la moral presentado irónicamente no constituye, así pues, un motivo para no presentar batalla a los destructores y profa nadores de lo moral. La conciencia del pecado no es una ideología puramente represiva, de la que podamos responsabilizaren bloque al monoteísmo. Thomas Mann muestra, por el contrario, hasta qué pun to el monoteísmo puede llegar a ser una fuerza para implantar lo mo ral frente a los negadores y ultrajadores sin conciencia del ethos. ¿Qué conclusiones resultan de aquí referentes al diálogo con Jan Assmann? Hay desafíos históricos en los que la distinción mosaica en tre falso, bueno y malo en la religión y la ética exige tomas de postu ra radicales, esto no es nada nuevo. Los hombres han de confiar en una «revelación fijada de una vez por todas» por sus convicciones, pero ya no pueden aceptar una idea de revelación sin las premisas espirituales de la crítica de la religión moderna. La adopción de compromisos incondicionados presupone la adopción de un Incondicionado. Pero a la comprensión de lo Incondicionado pertenece la autofonmación en li bertad, no la alienación heterónoma. Heinrich Heine y Thomas Mann proyectaron tal camino.
213
INDICE GENERAL
Introducción I.
La
d is t in c ió n m o s a ic a y
i-;i, p r o ü l i -.m a
dh l a in t o l i -.r a n c i a ........
15
¿Cuántas religiones hny tras ci Antiguo Testamento?, 15 - ¿Que es verdad?, 18 - Intolerancia, violencia y exclusión, 22 - Cons trucciones dcl otro: la sátira religiosa, 30 II.
M0N0TI£(SM0, ¿ u n a CONTRARRi;i,ICIÓN CONTRA QUÉ? ....................
39
Monoteísmo versus politeísmo, 39 - Akhenatón y Moisés; mo noteísmo egipcio y monoteísmo bíblico, 44 - Monoteísmo como anticosmoteísmo, 47 - El monoteísmo como teología política; etica, justicia, libertad, 52 - Derecho y moral en el mundo «pa gano» y la leologizacion de la justicia en el monoteísmo, 57 III.
L a l u c h a di; l o s RncuHRDOS. E n t r e i i x ) l a t r í a e i c o n o c l a s t i a .. La leyenda de los leprosos y el trauma egipcio de Amarna, 67 Iconoclastia e iconolatría, 79 - Theologia prlscu y la superación de la di.stinción mosaica, 88 - La intensincación de la di.stinción mosaica y el surgimiento de la paganología, 93
67
IV.
SiGMUND pRnUO Y F.L p r o g r e s o P.N l a e s p i r i t u a l i d a d .................
99
La opción judía y la opción griega, 101 - El trauma del mono teísmo: hermenéutica analítica y mnemohistoria, 104 - La prohi bición de las imágenes como progreso en la espiritualidad, 112 V.
L a s c o n s i:c u i;n c ia s p s ic o iils tó r ic a s dui. m o n g ti- ísm o ................ El «scriptural turn»: dcl culto al libro, 121 - Cripta, 126 - La invención del hombre interior, 129 - Contrarreligión y el con
121
cepto de pecado, 131
Conclusión
.....................................................................................
135 215
A p é n d ic e s R olf R
en dtorff,
E g ip t o
E r ic h Z e n g e r . ¿ C u á l K lau s K o c h . ¿ E l G
erhard
m o s a ic a » .....................
141
es e l p r e c io d e l m o n o t e ís m o ? ....................
153
« d is t in c ió n
m o n o t e ís m o c o m o c h iv o e x p ia t o r io ? .............
K a is e r . ¿ F ue
K a r l -Jo s e f K
y la
uschel.
el
M
Éxodo
e l p e c a d o o r ig i n a l ?
...............
o is é s , e l m o n o t e ís m o y l a c u l t u r a
m o d e r n a ......................................................................................................
216
163 177 203
AKALAJNIVERSITARIA
TÍTULOS PUBLICADOS
1 Saussurc, Ferdinand de. Curso de lingüísiica general 2 Clark, Grahame. Arqueología y sociedad 5
Marazzi, Massimillano. La sociedad micénica
7
Klima, Josef. Sociedad y cultura en la antigua Mesopoiamia
8
Finlcy. Moses I. Estudios sobre Historia Antigua
9 Webcr, Max / et a lii. La transición del esclavismo al feudalismo 10 AA.VV. Estudios sobre la Revolución francesa y el fin a l del Antiguo Régimen ! 1 Bianchi Bandinelli, Ranuccio. Del Helenismo a la Edad Media 12 García-Posada. Miguel. Lorca: interpretación de Poeta en Nueva York 13 Toniachcvski, Boris. Teoría de la literatura 16 Samarkin, V. V. Geografía histórica de Europa occidental en la Edad Media 17 Zcigamik, B. V. Psicopatología 18 Ro7.cI, i. M. Psicología de la fantasía 19 Wcbcr, Max. Historia agraria romana 25 Mos.sé, Claudc. Historia de una democracia: Atenas. Desde sus orígenes a ¡a con 26
quista de Macedonia FcmándcJ: Ubiña. José. La crisis del siglo ttt y el fin del mundo antiguo
28
García Valdés, Alberto. Historia y presente de la homosexualidad
29
Sanmartín Arce, Ricardo. Lrt Albufera y sus hombres
3 1 Pcnroy, ÉdouarJ. La Guerra de los Cien Años 33
Cabrera Bazán, José. Contrato de trabajo y ordenamiento jurídico
34 Contreras, Jaime. El Santo Oficio de la Inquisición de G alicia. Poder, .sociedady cul tura 37 38
Durkheim, Émile. El .suicidio Durkheim, Émile. Im s formas elementales de la vida religiosa
39
Durkheim, Émile. La división del trabajo .social
45
Bianchi Bandinelli, Ranuccio. Introducción a la arqueología
46
Detiennc, Marcel. Los jardines de Adonis
52
Huetz de Lcmps, Alain. Im vegetación de la tierra
55 Ostrogorsky, G. Historia del Estado Bizantino 56 O liva, Pavel. Esparta y sus problemas .sociales 57 Gimeno SacrislAn, José (coord.). La enseñanza: su teoría v su próctica
217
58 Lercna, Carlos. Reprimir y liberar. Crítica sociológica de la educación y de la cultu ra contemporáneas 60 AJcaidc, M. Las nuevas form as de organización del trabajo 6 1 Sahlins. Marshall. Economía de la Edad de Piedra 62 A A .W . M anual de Radio-Higiene 64 Simón, Bennett. Razón y locura en la antigua Grecia. Las raíces clásicas de la psi quiatría moderna 66 Soly, Hugo / Lis, Catharina. Pobreza y capitalismo en la Europa preindustrial (1350¡850) 67 Saintyves, Fierre. Las madres vírgenes y los embarazos milagrosos 68 Lienhardt, Gotfrcy. Divinidad y experiencia 70 Ackerlcnecht, Erwin H. M edicina y antropología social 7 1 Cocxly, Jack. La domesticación del pensamienío salvaje 75 Moral, José Antonio / Raymond, Hcnry. La acumulación de capital y su crisis 76 Popc-Hennessy, John. El retrato en el Renacimiento 77 Femíndcz. Mariano. Trabajo, escuela e ideología 79 Fernández, Mariano. Marxismo y sociología de la educación 80 Marrou, Henry-lrcncc. Historia de la educación en ¡a Antigüedad 8 1 Bourdicu. Fierre. ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos 85 Bermejo Barrera, José Carlos. M itología y mitos de la Hispania prerromana II 86 Durkhcim, Émilc. Las reglas del método sociológico 87 Utchcnko, L. Cicerón y su tiempo 88 A A .W . Hacia una nueva Historia 89 Bardin, Laurcnce. Análisis de contenido 90 Godelier, Maurice. La producción de lo.t grandes hombres. Poder y dominación mascalina entre los Baruya de Sueva Guinea 91
Álvarc/. Méndez, Juan Manuel (ed.). Teoría lingüística y enseñanza de la lengua. Tex tos fundamentales de orientación interdisciplinar
92 Luria, Alexander Romanovich. D esarrollo histórico de tos procesos cognitivos 96 A A .W . El modo de producción esclavista 97 Avdiev, V. I. Hi.Uoria económica y social del Antiguo Oriente !. E l Egipto faraónico 98 Avdiev, V. I. Historia económica y social del Antiguo Oriente II. Reinos y Estados del H y I milenios 99 Palazuelos. Enrique (coord.). Las economías capitalistas durante el periodo de ex pansión (1945-1970) ICO Gschnitzer, Fritz. Historia Social de Grecia. Desde el periodo Micénico hasta elftn al de la época Clásica 101 Apple, Michiicl W. Ideología y curricula 102 Roux, Georges. Mesopotamia. Historia política, económica y cultural 103 Kappler, Claude. Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media 104 Pomcroy. Sara B. Diosas, rameras, espo-ias y esclavas. Mujeres en la Antigüedad cUhica 105 Cumont, Franz. Las religiones orientales y el paganismo romano 107 Bachofen. Johann Jakob. El matriarcado. Una investigijción sobre la ginecocracia en el mundo antiguo según su naturaleza religiosa y jurídica 111 Rodrigue/., Juan Carlos / Salvador. Alvaro. Introducción a l estudio de la literatura hispanoamericana 114 Schiosser, Julius von. Las cámaras artísticas y maravillosas del Renacimiento tardío 115 Bloch, Marc. La sociedad feudal 116 Alvarez Méndez, Juan Manuel. Didáctica de la lengua materna. Un enfoque desde la lingüística
218
118 Willis, Paul. Aprendiendo a trabajar 120 Humberu Henri. Los celias y ¡a dviUzación céltica 121 M infred, ^Llben. Napoleón Bonaparle 122 Vial. Jean. Juego y educación. Las ¡udolecas 123 Forrtst, W. G. Los orígenes de la democracia griega. E l carácter de ¡a política grie ga entre el SOO y el 400 a.C 124 Bemstein, Basil. Clases, códigos y control I. Estudios teóricos pera una sociología del lenguaje 125 Bemstein, Basil. Clases, códigos y control II. Hacia ur.a teoría de las transmisiones educativas 126 Collins. Randall. La sociedad credencialista. Sociología histórica de la educación y la estratificación 130 Chálclel, Fran^ois / Maircl. Gérard (eds.). Historia de las ideologías. De los faraones a Mao 132 Gaudefroy-Dcmombyncs. Maurice. Mahoma 133 Bodelón. Serafín. Literatura latina de la Edad Media en España 134 Alcina Fninch, José (cd.). Arqueología antropológica 137 Santos Guerra, Miguel Angel (coord.). Hacer visible lo cotidiano. Teoría y práctica de la evaluación cualitativa de los centros escolares 138 Viñaofrago, Antonio. Innovación pedagógica y racinnalidad científica. La escuela graduada pública en España ( IS9S-I9J6) 139 Llinarcs, María dcl Mar. Mnuros, únimas. demonios. El im aginario popular gallego 140 Lisón Tolosana. Carmelo. Ocnumios y exorcismos en los Siglos de Oro. La España mental l 141 Lisón Tolosana, Carmelo. Endemoniados en C a lid a hoy. La España mental II 142 Contrcras Domingo, José. En.\eñanza. curriculum y profesorado 143 Rodríguez. Juan Carlos. Teoría e historia de la producción ideológica 145 Canfora. Luciano. Ideología Je los estudios clásicos 146 tlalphen, Louis. Carlomagno y el Imperio cam lingio 148 Pala/uelos, Enrique (ciKird.). ICsIructura económica capitalista internacional. E l mo delo de acum ulación de posguerra 149 Maíllo Salgado, Felipe. Crónica anónima Je los Reyes Je Taifas 150 Reig Tapia, Alberto. Violencia y terror 15 1 Cantarella, Eva. Según natura. La hisexualiJad en el munJo antiguo 152 Bermejo Barrera, José Carlo.s. Fundamentación lógica de la Historia 153 Bourdé, Cuy / Martin, Hervé. Im s e.tcuclas históricas 155 Vidal-Naquet, Piorrc. La democracia griega, una nueva visión. Ensayos de historio grafía antigua y moJerno 156 Sánchez Ortega, M .' Helena. La mujer y la .sexualidad en el Antiguo Régimen. La perspectiva inquisitorial 158 Lisón Tolosana, Carmelo. Individuo, estructura y creatividad. Elopeyas desde la an tropología cultural 159 Lockhart, James / Schwartz, Siuart B. América Latina en la Edad Moderna 160 Barja de Quiroga, Gustavo, fisiología anim al y evolución 161 Febvre, Lucien. E l problema de la incredulidad en el siglo xvt. La religión Je Rabclais 162 Eisenstein, Eliz;ibcth. I m revolución de la imprenta en la Edad Moderna europea 163 Bermejo Barrera, Jo.sé Carlos. M itología y mitos Je la Hispania prerromana I 164 Munck, TTiomas. Im Europa tiel siglo xvtt. I59H-1700 171 Sanre, Maurice. E l Oriente romano. Provincias y stKicJades provinciales del M edi terráneo oriental, de Augusto a los Severos (31 a.C.-235 d.C .)
219
172 Sainero, Ramón. La lileralura angloirlandesa y sus orígenes 173 Rodríguez, Juan Carlos. Lorca y el sentido 174 Bermejo Banerz. }osé C ulos. Entre historia y filosofía 175 García Rivera, Gloria. Didáctica de la literatura para la Enseñanza Primaria-Secund a ña 176 Monleón. José B. (ed). Delfranquismo a laposmodenúdad. Cultura española 1975-1990 177 Cantarella, Eva. Los suplicios capitales en Grecia y Roma. Orígenes y funciones de la pena de muerte en la Antigüedad clásica 178 Mackenney, R. La Europa del siglo x v i. Expansión y conflicto ) 79 Bermejo Barrera, José Carlos / Reboredo, Susana / González García, Francisco Javier Los orígenes de la mitología griega 180 Chaline, Jean. D el simio a l hombre 181 Maíllo Salgado, Felipe. Vocabulario de historia árabe e islámica 182 Robins, Gay. Las mujeres en el Antiguo Egipto 183 Reiss, Katharina / Vemieer, Hans J. Fundamentos para una teoría funcional de la tra ducción 184 Grimal, Nicolás. Historia del Antiguo Egipto 185 Black. Jeremy. La Europa del siglo xvni. 1700-1789 187 Waldmann. Peler Radicalismo étnico. Análisis comparado de las causas y efectos en conflictos ¿micos violentos 188 Duque, Félix. La estrella errante. Estudios sobre la apoteosis romántica de la historia 189 Marros, Eloy / Mendoza, Antonio / López, Amando. Didáctica de la lengua para la Enseñanza Primaria 190 Moreno. Andrés / Vázquez García, Francisco. Sf.ro y Razón. Una genealogía de la m oral se.xual en España (siglos xvt-xx) 191 Alcántara Sáez, Manuel /Abreu Fernández, Víctor / Cazorla Pérez, José / FemándezLlebrez, Femando / García Giráldez, Teresa / Hernández Bravo de Laguna, Juan / Montabes Pereira, Juan / Román Marugán, Paloma / Vilas Nogueira, José / Mella Márquez, Manuel. Curso de partidos políticos 192 A lp e rt, M ich ae l. Aguas peligrosas. Nueva historia internacional de la Guerra C ivil española. 1936-1939 193 Lamela Viera, M.“ del Carmen. La cultura de lo cotidiano. Estudio sociocultural de ¡a ciudad de Lugo 194 Lowenthal, David. E l pasado es un país extraño 195 Bethencourt, Francisco. La Inquisición en la época moderna 196 Richet, Dcnis. La Francia Moderna. E l espíritu de las instituciones 197 Lisón Tolosana, Carmelo. La Santa Compaña. Antropología cultural de G alicia IV 198 García Quiniela, Marco. M itología y mitos de la Híspanla Prerromana III 199 Bouza, Femando. Carlas de Felipe II a sus hijas 200 Bouza, Femando. Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe l! 201 Bermejo Barrera, José Carlos. Genealogía de la Historia. Ensayos de Historia Teórica 202 Thomson, Garry. Introducción a Brecht 203 AI-Andalusí, Sa'id. Libro de las categorías de las naciones. Kitáb Tabaqa tal-Umam 204 Bloch, Marc. Historia e historiadores 205 Canales, Esteban. La Inglaterra victoriana 206 Dickinson, Oliver. La Edad de Bronce Egea 207 Alcina Franch, José (ed.). Evolución social 208 Tsuru, Shigeto. El capitalismo japonés. Algo más que una derrota creativa 209 Femández Vega, Pedro Ángel. La casa romana
220
210 Collins, Roger. La Europa de la Alta Edad M edia 2 11 Gómez Espelosín, Francisco Javier. E l descubrimiento del mundo. Ceograjia y viaje ros en la Antigua Grecia 2 12 Palazuelos, Enrique. Contenido y método de la economía. E l análisis de ¡a economía m undial 2 13 Blanco, Rogelio. La ciudad ausente. Utopía y utopismo en el pensamiento occidental 214 Alcina Franch, José / Calés Bourdet, Marisa (eds.). Hacia una ideología para el siglo XXI. Ante la crisis civilizatoria de nuestro tiempo
2 ! 5 Hinrichs, Emsl. Introducción a la historia de la Edad Moderna 2 i 6 Núñez Seixas. Xosé-Manoel. Entre Ginebra y Berlín. La cuestión de las minorías na cionales y la política internacional en Europa (¡914-1939) 217 Foucault. Michel. Los anormales 2 15 AA.VV. Política de la nueva Europa. D el Atlántico a los Urales 219 Campillo. Amonio. Variaciones de la vida humana. Una teoría de la historia 220 Delicnne, Marcel. Apolo con el cuchillo en la mano. Una apro.ximación e.xperimental a l politeísmo griego 221 Liltie, Lester K. / Rosenv.cin. Barbara H. (eds.). La Edad Media a debate 222 "l'un Casalllla. Bartolomé. La gestión del poder Corona y economías aristocráticas en Cti.uilla (.uglc’s xvt-.wiii) 223 Caíame. Claiicle. Eros en lii Antigua Grecia 224 Schmilt-Panlel, Pauline / Bnjil Zaidman. Louise, La religión griega en la polis de la c¡HK íi clásica 225 Le Goff, Jacquc.s (cd ). San Francisco de Así.k 226 Iriarte GoñI. Ana. De amazonas a ciudadanos. Prele.xto ginectKrático y patriarcado en la Grecia Antigua 227 Diez. Fátlma / Bermejo Barrera. José Carlos. Lecturas del mito griego 228 Gallego. Juli.ín (ed.). El mundo rural en la Grecia Antigua 229 Fi)ucaull. Michel. Hay que defender la sociedad 230 VIgotsky, Lev Semenovich. Teoría de las emociones. Estudio histórico-psicológico 23 I I>)s.sc. Fran<,X)is. Historia del estruciuralismo (2 volúmenes) 233 Bermejo Barrera, José Carlos. ¿Que es la historia teórica'/ 234 Herni'indez Sandoica, Elena. Tendencias hisloriográjicas actuales. Escribir historia hoy 235 Signes Codoñer. Juan. Escritura y literatura en la Grecia arcaica 236 Piedras Monroy. Pedn). Max Weher y la crisis de las Ciencias Stn iales 237 Foucauh. Michel. La hermenéutica del sujeto 238 .Mcken/.ie, D. F. üihiiografía y sociología de ¡os textos 239 AA. VV. Nostalgia de una patria imposible 240 CarUer, Pierre. Homero 24 I
.Serna, Ju.sto / Pons, Anaclel. L t historia cullural. Autores, obras, lugares
242 Núñez Ruiz, Gabriel / Campos Femández-Fígares. Mar. Cómo nos enseñanm a leer 243 Lisón Tolosana, Carmelo. La fa.xcinación de la diferencia. La adaptación de los je suítas a l Japón de los samurais, ¡549-1592 244 Mudrovcic, María Inés. Historia, narración y memoria. Debates actuales en filosofía de la historia 245 Foucault, Michel. El poder psiquiátrico 246 RoldAn, Concha. Entre Casandra y d io . Una hi.xtoria de la fdosofíu de la historia 247 Salinas de Frías, Manuel. Ltis pueblos prerromanos de la península Ibérica 248 Ca.stillo Gómez, Amonio. Entre la pluma y la pared. Utm hi.xtoria social de la cultu ra e.icrita en los Si,¡;los de Oro 249 Vidal-Nayuel. Pierre. La Atlántida. Pequeña historia de un mito platónico
221
/ f '!• :■'■‘.•i* ■
í¿“- ■ ¡’ ■ ' '. j ’ ■C*^'
¡ T í f í ‘J l \
*' ■ij
>. V **Vi
’ -Vi'»K*írir'''- 'y'-iíÍ!^^^
&
U ! i í v*J *J*jr ‘ TÍ.v-;
¡
*V. ’! í *^ ? '■=• '** í'"
'vuíjrfii !'1*!'’*)í,-‘P.!v ií''!lj;^ '.'Cvjtl'ri'rr