El le n g u a je ra d io f ó n i c o
Armand Balsebre.
Prólogo Al abrir el estuche encontré no sé qué continente de metal muy parecido a nuestros relojes y llenos de no n o sé qué pequeños pequ eños resortes y de máquinas imperceptibles. Era, en efecto, un libro; pero era un libro milagroso que no tenía ni hojas ni letras; era, en resumen, un libro, para leer el cual eran inútiles inú tiles los ojos; en cambio, se necesitaban ne cesitaban las la s orejas. Así, pues, cuando alguien quería leerlo no tenía más que agitar esta máquina con gran cantidad de movimiento en todos sus pequeños nervios y luego hacer girar la saeta sobre el capítulo que quería escuchar, y haciendo esto, como si saliesen saliesen de la boca de un hombre, o de la caja de un instrumento de música, salían de este estuche de libro todos los sonidos distintos y claros que sirven como expresión de lenguaje entre los grandes pensadores de la Luna. De esta manera, tendréis eternamente alrededor vuestro a todos los grandes hombres, muertos y vivos, que os entretienen de viva voz. (Cyrano de Bergerac, Histoire comique des états et empires de la Lune, Lun e, 1657 1 657.) .) Difícilmente podía suponer el escritor francés Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655) que la descripción que hace en su novela del curioso hallazgo de un "estuche" en la Luna, como una peripecia más de su protagonista, un extraño viajero cósmico del siglo XVIII, constituiría uno de los primeros antecedentes literarios de la invención de la Radio. Transcurrirían todavía cerca de tres siglos antes de que la profecía se desvaneciese y diera paso realmente realm ente a ese "libro "libro milagroso" milagroso" que que a través de las las ondas nos narra diariamente historias a veces no tan maravillosas. Que sirva la reproducción de este fragmento de la novela de Cyrano de Bergerac en el prólogo a la presente obra como un sincero reconocimiento a un hombre, cuya imaginación y fuerza creadora nos recuerda cuanto de mágico, todavía hoy, tiene este medio de comunicación que es la Radio. Es una lástima que el nombre de Cyrano de Bergerac, junto a su peculiar nariz y su elocuencia poética, únicamente inspirase a Edmond Rostand para la creación de un personaje personaje literar literario io un tanto tanto extravaga extravagante. nte.