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Martín Lutero
Escritos políticos
Martín artín Lut L uter ero o
( 1 4 8 3 - 1 5 4 6 ) e s tu t u d i ó A r te t e s e n la la Universidad de Erfurt, y en 1505, abandonados sus proyectos de cursar Derecho, entró en el convento de los agustinos eremitas de esa ciu d a d a le l e m a n a . A ll l lí f u e o r d e n a d o s a c e r d o t e y c o m e n z ó s us u s e s t u d i o s d e T e o lo lo g ía ía , q u e c u l m i n a r ía í a e n l a U n i v e r s i d a d d e W i tt tt e n b e r g , d o n d e enseñó Biblia hasta el final de su vida. E n a b i e rt r t o e n f r e n t a m i e n t o c o n el el p a p a d o r o m a no por sus escritos teológicos, fue declarado h e r e j e y e x c o m u l g a d o d e l a Ig I g le l e si s i a c a tó t ó li lic a . D e s te t e r ra r a d o d e l I m p e r io io a l e m á n , e n c o n t r ó p r o tección en el príncipe elector de Sajonia. Dedicado a su cátedra universitaria y a la predi c a c i ó n , e s c r i b ió i ó n u m e r o s o s tr t r a ta t a d o s t e o ló ló g i c o s , c o m e n t a r i o s a l a B i b li li a, a, s e r m o n e s y u n a s e r i e d e « e s c r i to t o s p o l í t ic i c o s » , p u b l ic i c a d o s h a s ta ta 1 5 2 6 y q u e s o n l os o s o f r e c i d o s e n l a p r e s e n te t e e d i c ió ió n .
Escritos políticos
Colección Clásicos del Pensamiento fundada por Antonio Truyol y Serra Director: Eloy García
Martín Lutero
Escritos políticos Estudio preliminar y traducción JO AQ UIN ABELLAN
TERCERA EDICIÓN fLACSO
- Biblioteca
Titulos originales: An den christlichen Ade l der deutschen Nation von des christlichen Standes Besserung (1520) Von we ltlich er Obrigkeit, wie weit man ihr Gehorsam schuldig sei (1523) Erm ahnung zu m Frieden a uf die zw ölf Artikel der Bauernschaft in Schwaben (1525) Wider die räuberischen und mördischen Rotten der Bauern (1525) Ein Sendber ie f von dem harten Büchlein wid er die Bauern (1525) Ob Kriegsleuter auch in seligem Stand sein können (1526)
Diseño de cubierta: JV, Diseño gráfico, S.L. 1 a edició n, 1986 2.a ed ició n, 1990 3.a edició n, 2008
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondien tes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o co municaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transforma ción, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización. © Estudio preliminar y notas, J o a q í N A b e l l á n , 1986 © EDITORIAL TECNOS (GRUPO ANAYA, S.A.), 2008 Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 Madrid ISBN: 978-84-309-4798-0 Depósito legal: M. 45.347-2008 P r in te d in S p a in . Impreso en España por Fernández Ciudad, S. L.
ESTUDIO PRELIMINAR, por Joaquín Abcllán 1.
S o c i e d a d , p o l í t i c a y
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c o m ie n z o s
Pag. d e l si g l o
x v i
IX
en
................................................................................................ IX 2 . N o t a s so b re l a b i o g r af í a d e L u l e ro XVIII 3 . So b re l a c o n c e p c i ó n l u t e r a n a de l a a u t o r i d a d p o l ít ic a . . XXV 4. E n t o r n o a l a m o d e r n i d a d d e L u t ero XXXIV A l e m a n i a
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B i b l i o g r af í a
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ESCRITOS POLITICOS I.
A LA NOBLEZA CRISTIANA DE LA NACION ALEMANA ACERCA DE LA REFORMA DE LA CONDICION CRISTIANA (1320) SOBRE LA AUTORIDAD SECULAR. HASTA DONDE SE LE DEBE OBEDIENCIA (1323) EXHORTACION A LA PAZ EN CONTESTACION A LOS DOCE ARTICULOS DEL CAMPESINADO DE SUAB1A (1525) CONTRA LAS BANDAS LADRONAS Y ASESINAS DE LOS CAMPESINOS (1525) CARTA SOBRE EL DURO LIBRITO CONTRA LOS CAMPESINOS (1525) SI LOS HOMBRES DE ARMAS TAMBIEN PUEDEN ESTAR EN GRACIA (1526) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
II.
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III. IV.
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V.
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VI.
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INDICE DE CITAS BIBLICAS
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67 95 103 127 171
ESTUDIO PRELIMINAR por Joaquín Abellán
1. SOCIEDAD, POLITICA Y RELIGION A COMIENZOS DEL SIGLO XVI EN ALEMANIA A comienzos del siglo XVI Alemania era el país más extenso de Europa y, con unos veinte millones de habitan tes, era también el más poblado. Su unidad política, sin em bargo, no existía en realidad. El S a c r o I m p e r i o R o m a n o d e la Nación alemana vivía en una tensión continua entre la vo luntad centralizadora del emperador y las tendencias centrí fugas de los territorios. Desde mediados del siglo XIII, con la caída de los Staufen, el emperador de Occidente se había reducido prácticamente a ser un rey de Alemania. Pero den tro de Alemania tampoco había logrado construir un estado políticamente unido. El Registro imperial de 1495 daba cuen ta de más de trescientos cincuenta territorios, entre princi pados, condados, ciudades imperiales libres, abadías, obis pados, territorios de los caballeros y otros. En esta situación el poder efectivo del emperador se apo yaba más en la capacidad de su propia dinastía (desde 1437 la casa de Habsburgo) que en derechos expresos. Las relacio A )
nes entre el emperador y los príncipes territoriales habían si do determinadas a mediados del siglo XIV por esa pieza cen tral de la constitución imperial que fue la Bula de Oro de 1356. Resultado de las negociaciones entre el emperador y los grandes príncipes, que desde 1257 habían reclamado el derecho exclusivo de elegir al emperador, la Bula de Oro sig nificaba además la exclusión de la intervención del papado en los asuntos imperiales: el poder imperial podría ser ejer cido independientemente de la coronación papal. El desgarramiento de la situación política entre el empe rador y los territorios en los últimos años de la Edad Media fue haciéndose más profundo. Mientras los territorios se fue ron transformando en estados territoriales, el imperio, en cambio, como conjunto, no lograba una vida política común. Desde comienzos del siglo XV se escucharon voces que re clamaban la reforma del imperio y proponían alternativas a la situación actual. Un programa completo de reformas lo presentó Nicolás de Cusa (De Concordantia Catholica, 1433)Su reforma propugnaba una influencia efectiva de los Esta mentos imperiales sobre el gobierno, así como reuniones anuales de la Dieta imperial y la creación de un tribunal de justicia imperial permanente. A partir de 1486 el movimiento de reforma del imperio se hizo más intenso y se dio un paso muy importante en 1495 cuando la Dieta imperial, reunida en Worms, aprobó la tregua perpetua qúe ponía los presu puestos para un desarrollo político conjunto alemán. En la D ieta imperial de 1500, celebrada en Augsburgo, se apro baría la formación de un Gobierno imperial ( R e g i m e n t ) por encima del emperador y de los Estamentos. Este Gobierno imperial no duró más de dos años y fue tan ineficaz c o m o el gobierno monárquico, por no contar tampoco con los me dios económicos y personales adecuados para su función. En las capitulaciones electorales de Carlos se volvió a plan tear la cuestión y la Dieta imperial de 1521, en Worms, acor dó la formación de un Gobierno imperial hasta que el em perador Carlos volviera a Alemania. A pesar de algunas me didas de este Gobierno imperial (1522-1530) tuvo tan poco éxito como el primero al seguir sin un poder efectivo para
imponerse a los estados territoriales. Al cruzarse la cuestión religiosa de la reforma luterana en la política imperial, los estados territoriales adquirieron mayor autonomía frente a las instituciones imperiales centrales. La Dieta imperial de 1526, celebrada en Spira, acordó que los estados debían con ducirse en materia religiosa como cada cual estimara mejor, según su responsabilidad ante Dios y ante la majestad im perial y el imperio. La dinámica política que se impuso con la adopción de la reforma luterana impediría definitivamente la realización de la idea imperial de Carlos V. Los estados territoriales, al asumir como una actividad pro pia el fomento y vigilancia de la nueva confesión religiosa, estaban evolucionando hacia una nueva forma de poder po lítico. No sólo por la organización moderna de su actividad sino por la ampliación de la esfera de actividades estaban ca minando hacia una forma de Estado que hacía la competen cia al imperio. La evolución hacia la forma de Estado abso luto moderno se realizaba en los territorios mientras el im perio como tal no lograba esa consolidación como Estado mo derno. El movimiento de reforma del imperio entre 1495 y 1526 no logró efectivamente grandes avances. A pesar de sus ma gros resultados, sin embargo, frenó el desmoronamiento del imperio que parecía inminente en el siglo XV. No se logró que Alemania tuviera un sistema político unificado y efecti vo y ésta mantendría una constitución muy peculiar hasta comienzos del siglo X IX 1. El reparto de la población en Alemania a comienzos del siglo XVI era bastante desigual. La densidad mayor se da ba en el valle del Rin y en el sur; menor densidad tenían Turingia y Sajonia y la densidad más débil se registraba en el noroeste y al este del Elba. Alemania contaba entonces con unas tres mil poblaciones, de las que unas 2.800 no lle B )
Sobre la organización constitucional del Imperio alemán, vid. Fritz Hartung, Deutsche Verfassungsgeschichte. Vom 15. Jahrhundert bis zur Gegenwart. Stuttgart, 9.a ed., 1969 1
gaban gaban a mil mil habi habitant tantes; es; alrededo lrededorr de de 100 tenían entre mil mil y dos mil mil habi habittante ntes. De la las cincuenta restantes, más más de 30 30 tenían tenían entre dos mil mil y diez mil mil habitantes y sólo 15 era eran gran gran des ciudades. Las ciudades desarrollaron el máximo de sus energías crea dora dorass entre 1480 1480 y 1530. 1530. La dinámi dinámica ca vida de las ciudades ciudades alemanas, organizada en torno al comercio y las institucio nes de crédito crédito,, aprovechó provechó la la situación caóti caótica ca de Francia Francia en en el siglo X V , que produjo el desvío del comercio del Ródano a los pasos pasos orientales rientales de los Alpes. Alpes. Las Las ciudades ciudades alemanas alemanas aprovecharon asimismo la conflictiva situación política de Ita lia, que le le haría haría perder su su supremacía supremacía en el comercio comercio de lar ga distancia. Por otra parte, el incre incremento mento de la demanda de metales preciosos para la financiación de gastos militares favore vorecía cía a A lemania lemania que, hasta hasta mediados del del siglo siglo X V I , se ría el principal productor europeo de plata, sustituido en tonces por las colonias españolas en América. La historia alemana de antes y durante la Reforma fue una época época de las las ciu ciudades2 ades2.. La civil civiliz iza ación ción de la la épo época ca se desa rrolló rrolló en las ciudades. ciudades. Incluso ncluso los príncip príncipes es de los estados stados te te rritoriales contaron con los burgueses de las ciudades para el desa desarrollo de su su admi admini nistra stració ción n estatal. estatal. D urante urante la segun segun da mitad del siglo XVI decrecería la energía de las ciudades y la burguesía ciudadana influiría poco en la historia alema na de los siglos XVII y XVIII. Una situación muy distinta a la de las ciudades pre sentaba sentaba el el grupo grupo social de los caballeros caballeros (Reichsritter). Este estamento había conocido su época de esplendor entre los años ños 1100 y 1250 1250,, habien habiendo do vinculado inculado su su destino al del em em C)
La significació significación n de las las ciudades ciudades para para la Reforma ha sido un un tema imimportante portante en la investigación investigación de la histor historia ia de la Reforma. A rtur Geoffrey Geoffrey German an Nation N ation and and Mar Martin Luther, Luther, Londo Dickens (The Germ London, n, 2.a 2.a ed., 19 1976) 76) sostiene sostiene que la Reforma Reforma fue un acontecimi acontecimiento ento urbano. urbano. Esta tesis tesis ha sido discutida especialmente para los años posteriores a la primera fase de la Reforma en los que fue muy activo activo el papel de los los príncipes territoriales. territoriales. Sodeutsche Rebre bre esta esta discusión discusión,, vid. vid. Rainer Wohlfei Wohlfeil, l, E inführung in die deutsche formation, München, 1 9 8 2 , pp. pp. 1181 8123. 2
pera perador dor romano. romano. Su pérdida pérdida de inf influencia luencia en en los los siglo sigloss fin fina a les de la edad media fue paralela a la introducción de nue va vas artes de guerra, de las armas de de fue fuego y de de lo los ejércitos profesionales. Por otra parte, su carencia de representación en la D ieta imperial imperial les privaba privaba de inf influencia luencia polít po lítica ica en en el imperio. La llamada llamada de Lutero Lutero en 1520 1520 a los nobl nobles es alem alemanes anes des des pertaría en muchos caballeros el deseo de mejorar su situa ción ción con con la la secular seculariz iza ación ción de los bienes bienes eclesiástico eclesiásticos. s. Un ca ballero ballero, Hurten, urten, había había clamado clamado asimismo contra contra los ecle eclesiá siás s ticos de la iglesia romana encontrando una acogida favora ble ble ent entre re los ca caballero balleros de Franconia. Franconia. En el vera verano no de 1522 maduraron los planes de acción política que se proponía co mo meta final la secularización de los dominios eclesiásti cos. Franz von Sickingen (1481-1523), legendario c o n d o t también en la acc acción ión contra contra el el arzobi arzobispa spa tiero, participaría también do de Tréver réveris. is. En la primavera primavera y verano verano de 1523, sin sin em em bargo bargo, sería serían n vencidos vencidos por por los no nobles y la Liga Liga suaba suaba que arra só 23 23 castill castillos os en en el el oes oeste te de Franco Franconia. nia. A partir artir de la la derro derro ta de 1523, 1523, los caballer caballero os no volv volver erían ían a tener tener ningun inguna a sig sig nifica nificació ción n políti política ca.. A lgunos lgunos se unirían unirían a los campesino campesinoss en en su re rebelión (1524(1524-15 1526 26), ), como como Gotz G otz von Berlichin erliching gen. Otros tros se convertirían en bandoleros y salteadores de caminos. Lutero se distanciaría de las pretensiones y acciones de los caballeros 3. A pe pesar de la prósp óspera activid vidad económ onómiica de las ciu dades, el siglo siglo XVI fue un siglo predominantemente agríco la. Más de las las 3/ 3/ 4 partes partes de la pobl població ación n alem aleman ana a vivía ivía en el campo y también en los núcleos urbanos se practicaba la agricultura. D )
Ulrich von Hutten (14881523), 4881523), hum humanista anista notable, notable, fue especialmente especialmente crítico de la iglesia romana. romana. Era uno de los nobles que habí habían an aceptado espontáneamente pontáneamente a Lutero. utero. La La relación de los nobles con la Reforma Reforma fue muy diferente diferente a lo lar largo de la difusió difusión n de la misma: misma: vid vid.. Vólker ólker Pr Press, ess, «Ade «Adel, l, Reich Reich und Reforma Reformation», tion», en W. W. J. Mommsen (ed.), Stadtbürgertum und Adel A del in der der Ref Reformation ion, Stuttgart, 1979, pp. 330383. 3
La organización de la actividad agrícola y de la sociedad agraria, sin embarg embargo o, presentaba cara caracter ctere es muy dif diferencia erencia dos de una una regió región n a otra otra de Alemania. Alemania. Las Las difer diferencias encias entre la viej vieja a Alem A lemania ania y la Alemania Alemania de los colo colonos nos al al este este del Elba lba se harían incl incluso uso más profunda profundass en este este perío período do.. En la viej vieja a Alem A lemania ania la la mayor mayor parte parte de la tierra era era pro propiedad piedad de prínci príncipes, pes, nobles nobles y eclesiá clesiásticos, sticos, si si bien bien habí había a campesi nos libres libres e indep independi endientes entes en en Friesland, Friesland, en la la parte parte occi dental de Holstein, Baja Sajonia, Tirol y Selva Negra. Estos campesinos libres e independientes, no obstante, no de terminarían el curso general de la historia agraria alemana; su situación, por otra parte, no era uniforme en todas las regiones. Limitándono imitándonoss a la reg región ión del Alto Alto Rin, Rin, entre Basilea Basilea y HeiHeidelb delberg, donde donde comenz comenzar aría ía la rebelió rebelión n de 1524 1524,, es pre preciso ciso señalar que la tenencia de la tierra por parte de los campesi nos era en en su mayor parte here heredit ditar aria ia y con rentas rentas fija ijas. Quiere esto decir decir que que los campes campesino inoss eran ran virtuales virtuales propi propieta etario rios. s. Po Po dían dividir la tierra o venderla, con el consentimiento del señor. señor. En esta esta reali realidad, muy distin distinta ta a la de otras reg regiones iones alemanas, se han apoyado quienes consideran que la insatis facción de los campesinos del sudoeste alemán no era tanto económica económica como social social y polí po líti tica4 ca4.. Ante Ante las nue nuevas medi edi das del derecho nuevo que los señores estaban introducien do, do, los campesino campesinoss reclama reclamaban ban el el derecho derecho antiguo antiguo.. En esta esta reclamación se pueden condensar las exigencias de una liga campesina, la del B u n d s c h u h , que prota protag gonizó nizó divers diversos os le van vantamientos loca ocales desde fin finales del siglo XV. Otros levan tamientos como los del A r m e r K o n r a d , llevado llevado a cabo cabo en en 1514 1514 contra contra el duqu duque e de Württemberg ürttemberg,, se pueden pueden inscr inscribi ibirr Así, sí, G ün ünther ther Franz señala señala que la rebelión campesina se produce en en las zonas en que chocan la autonomía rural y el principio de soberanía territorial. rritorial. Para la investigación investigación marxi marxista sta,, sin embargo, la guerr guerra a de los los campesinos constituye uno de los acontecimientos de la revolución protobur guesa, al que se asocia la Reforma. Sobre el concepto de «revo «revoluci lución ón proto burguesa» burguesa» y la discusión discusión sobre sobre su su viabilidad, viabilidad, vid. vid. Rainer Wohlf Wohlfeil eil,, op. cit. en nota 2 , pp. pp. 1741 74199 4
igualmente en los antecedentes de la guerra de los campesi nos de 1524. 1524. En En esta esta guerra, sin embarg embargo o, se asocia socian dos tra dicione dicioness reiv reivind indicad icadvas: vas: la reiv reivindicación indicación del dere derecho cho anti anti guo y la reivindicación del derecho divino. La reivindicación del derecho antiguo había sido una de fensa de las comunidades campesinas contra los intentos de los señores de ampliar las atribuciones políticas del Estado moderno en detrimento de la autonomía administrativa de los campe campesino sinos. s. Las Las quejas quejas de los ca campesino mpesinoss apuntab apuntaban, an, so bre todo, todo, contra la extensió extensión n de la jurisdicción jurisdicción de de los trib tribu nales, contra la introducción de nuevos tributos, contra la limitación del derecho de caza y el usufructo de pastos y bos ques, contra contra la intro introducci ducció ón del derecho derecho romano, romano, en resu resu men. A esta lucha por el derecho antiguo, iniciada en los cantones suizos alpinos muchos años atrás, vino a sumarse la reivindi reivindica cación ción por por el el dere derecho cho div divino. ino. Bajo este ste ambiguo ambiguo lema, lema, de proce procedencia dencia husit usita, a, se encerra encerraba ba no sólo sólo la inten inten ción de volver al antiguo derecho sino también la de crear unas re relacio lacione ness so sociales ciales orientadas por la justic justicia ia divina. divina. De esta aspiración derivaban tanto las exigencias de abolición de la servidumbre y del mantenimiento de la libertad del derecho de caza y similares como las exigencias de una re forma eclesiá eclesiástica stica e imp imperial, erial, que en en las reivi reivindicac ndicacio iones nes del derecho antiguo anteriores no habían jugado ningún papel. Amb Ambas tradicione ones reivin vindicativas vas de los campesinos se aso cian def defin init itiv ivamente amente en la la guerra guerra de los campesino campesinoss de 152 1524. La justicia divina se convierte en el lema que guía los levan tamientos: «La justicia divina se convirtió en el puente a tra vé vés de del cual los campesinos, os, que ha hasta en entonc onces se se habían adherido sólo al derecho antiguo, pudieron acceder a la revolución»5. La guerra de los campesinos comenzó con levantamientos loca locales les a comienzo comienzoss del ver vera ano de 152 1524 en en Suiz Suiza, Selva Ne gra y obispado de Bamberg. El levantamiento levantamiento de los campe campe 5
G. Franz, D er deutsche Bauernkrieg, Bauernkrieg, 11. 11.a ed., ed., 1977, p.
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sinos de Stühlingen, en julio de 1524, consolidó la rebelión. A los campesinos se unieron algunas ciudades imperiales, co mo Rothenburg, y caballeros como Gotz von Berlichingen y Florian Geyer. En marzo de 1525 los campesinos se unie ron en una liga cristiana con su centro en Memmingen, donde se redactarían los doce artículos, núcleo reivindicativo de los campesinos. A comienzos de mayo de 1525 la guerra se ha bía extendido hacia el centro de Alemania. La batalla deci siva sería en Turingia (Frankenhausen), a mediados de ma yo, donde los campesinos fueron totalmente derrotados igual que les sucedió a los campesinos tiroleses en 1526. Lutero se vio implicado en la guerra de los campesinos al ser solicitada su opinión sobre el programa de los doce artí culos, de 15? 5. Su rechazo tajante de la violencia frente a la autoridad no evitó que muchos luteranos participaran en la rebelión, que, junto a reivindicaciones de tipo económi co, aspiraba a una renovación de la iglesia. La iglesia católica presentaba a comienzos del siglo X V I , vista desde fuera, una imagen esplendorosa. El cisma del papado (1378-1415) se había superado en el concilio de Constanza (1414-1418). Las tesis conciliaristas que afirma ban la superioridad del concilio general sobre el papa no fue ron finalmente aceptadas por el papado. Pero un cambio im portante se había fraguado en el papado a lo largo del siglo XV. El papado se había ido convirtiendo progresivamente en una institución que acentuaba su carácter nacional-italiano, más preocupado por los estados pontificios y sus propias fa milias que por los asuntos eclesiásticos universales. La asimi lación del humanismo renacentista por los papas del siglo XVI significaba una reconciliación del papado con Italia a la vez que dejaba en un segundo plano la reforma de la igle sia, que para otras naciones tenía carácter prioritario. Un asunto interno de la iglesia católica tenía especial re percusión en Alemania: el de las finanzas. Los papas tenían grandes necesidades de dinero para el mantenimiento del es tado de la iglesia. El aumento de las indulgencias a finales del siglo X V y comienzos del XVI tenía ante todo una moti E)
vación financiera. La venta de cargos eclesiásticos así como el hecho de que muchos obispos se vieran a sí mismos como señores seculares hizo, entre otras causas, que la historia ecle siástica del final de la edad media fuera un bochorno de in moralidad y arbitrariedad. Por lo que respecta a Alemania es preciso no olvidar que desde comienzos del siglo XV se habían manifestado quejas y protestas (gravamina) contra las exacciones papales. Desde su primera expresión en el conci lio de Constanza en 1417, las Dietas imperiales de todo el siglo se hicieron eco de esas protestas y agravios, en las que se combinaba la exigencia de reforma eclesiástica con la pro pia necesidad de reforma del imperio. En los años anteriores a la reforma luterana, el papa se podía presentar a los ale manes como el enemigo que les privaba de su riqueza y li bertad. Junto a la situación del papado ha de señalarse otro factor que contribuyó a preparar la reforma luterana: una nueva espiritualidad. Desde el siglo XIV se había difundido un mo vimiento de espiritualidad, la d e v o t i o m o d e r n a , que iba a contribuir a la reforma de la espiritualidad de los conventos y también de los laicos a través de los Hermanos de la vida común. Esta nueva espiritualidad iba a consolidar el espacio interior de una individualidad más independiente y frater nal, para la que no son importantes ni los votos ni las pro mesas ni las sanciones canónicas. Otras formas de religiosidad popular y la sentida necesi dad de reformar la iglesia no fueron suficientes para que la iglesia realizara su propia reforma. El 5.° concilio de Letrán, celebrado entre 1512 y 1517, en vísperas de la reforma lute rana, por tanto, no impidió que se continuara la compra y acumulación de cargos eclesiásticos. El margrave Albrecht von Brandenburg, después arzobispo de Maguncia, consiguió la autorización papal para acumulación de cargos eclesiásticos mediante el pago de 10.000 ducados. Para la obtención de esa cantidad, que le había sido adelantada por los banque ros Fugger, recibió la autorización del papa León X para emi tir indulgencias en sus territorios. El dominico Tetzel sería su comisario. La decidida oposición de Lutero al comercio
de las indulgencias le llevaría a la redacción de las 95 tesis de 1517 62. NOTAS SOBRE LA BIOGRAFIA DE LUTERO Martín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 en la ciu dad minera de Eisleben, en el Harz (hoy República Demo crática Alemana). Su padre, Hans Luder, era un pequeño empresario minero que, a los pocos meses del nacimiento de su hijo Martín, se trasladó con la familia a la vecina ciu dad de Mansfeld, igualmente minera. La familia Lutero vi vió al principio una situación económica estrecha, que me joró sensiblemente con el paso de los años hasta el punto de que el padre de Lutero dejó al morir la cantidad de 1.250 gulden (diez veces superior a lo que ganaba un profesor uni versitario al año). La infancia y adolescencia de Lutero transcurrieron en Mansfeld, Magdeburg (1497-1498) y Eisenach (1498-1501), donde su familia tenía conocidos. En la escuela catedralicia de Magdeburg siguió las enseñanzas de los Flermanos de la vida común. En Eisenach vivió en un ambiente culto y pia doso con las familias Schalbe y Cotta, cultivando unas amis tades que mantendría a lo largo de toda su vida. Entre 1501 y 1505 estudió en la Universidad de Erfurt, una de las mayores y prósperas ciudades de toda Alemania. Con veinte mil habitantes y una activa vida comercial cono cía asimismo una fuerte vida religiosa. Erfurt, donde Lutero viviría diez años, contaba con una Universidad, fundada en 1392, que sobresalía entre las alemanas como una de las más modernas de la época. Lutero obtuvo allí el título de M agiste r A r ti u m . Los estudios de esta Facultad de Artes eran propedéuticos para las Facultades de Medicina, Derecho o Teo logía y estaban dominados por el occamismo, que había si Sobre el ambiente religioso anterior a la Reforma, vid. Joseph Lortz, Historia de La Iglesia, trad. cast., Madrid, 1 9 8 2 , vol. II, pp. 4963. 6
do difundido en Alemania por los escritos del profesor de Tübingen Gabriel Biel (hacia 1415-1495). Aunque se culti vaban también otras tendencias, como el humanismo, pro bablemente Lutero no entró en contacto con ellas. En ese occamismo dominante se desarrollarían también sus poste riores estudios de Teología. Tras los estudios en la Facultad de Artes, Lutero iba a co menzar la carrera de Derecho, por deseo de su padre. Pero estos planes no se realizaron por la repentina decisión del joven Lutero de hacerse monje. El 2 de julio de 1505, en Stotternheim, cerca de Erfurt, le sorprendió una tormenta tan violenta que creyó que iba a morir. Pidió socorro a Santa Ana, patrona de los mineros, y prometió hacerse monje. El 17 de julio cumplía su promesa, contra la voluntad de su padre y después de haber consultado si esa promesa le vin culaba, ingresando en el S c h w a rz e s K l o s t e r de los agustinos eremitas. En la ciudad de Erfurt había treinta y seis conven tos, además de noventa iglesias, y Lutero eligió el convento de los agustinos eremitas no por la rigidez de su regla, como se ha solido decir, sino porque reinaba allí la misma orienta ción filosófico-teológica que había conocido y estudiado en la Facultad de Artes de la Universidad. En 1507 (27 de febrero) fue ordenado sacerdote y comen zó sus estudios de Teología. En octubre de 1508 fue trasla dado al convento de la orden en Wittenberg para continuar sus estudios y dar clases al mismo tiempo de filosofía moral en la Facultad de Artes de aquella Universidad, fundada por el príncipe Friedrich III en 1502. En marzo de 1509 recibió el grado de Baccala ureus b ib lic u s en la Facultad de Teología de Wittenberg y comenzó a explicar las Sentencias de Pedro Lombardo, que habían constituido la dogmática fundamental a lo largo de la edad media. En el otoño regresó a Erfurt pa ra volver definitivamente a Wittenberg en 1511. Esta ciu dad, capital de la Sajonia electoral después de la división de Sajonia, en 1495, en Sajonia electoral y ducado de Sajonia (Leipzig), sería la residencia permanente de Lutero para el resto de su vida. Sólo en contadas ocasiones salió de Witten berg. En una de esas ocasiones, en noviembre de 1510, ha
bía realizado un viaje a Roma con otros frailes de su orden; años después vería este viaje como desvelador de la munda nidad de la curia romana. En la Universidad de Wittenberg consiguió el grado de Doctor en Teología en octubre de 1512, comenzando inme diatamente su actividad como profesor de Biblia (Lectura in B ib lia), docencia que desempeñaría a lo largo de treinta años. En el estudio y exégesis de los textos bíblicos descubrió Lu tero su nueva teología, que sería el fundamento para su re forma. Explicó los S a l m o s (1513-15), la Carta a los Rom ano s (1516-17) y la Carta a los Gálatas (1517-18). De la mano de estos textos bíblicos encontró la que sería su tesis teológica central: la justificación por la fe. Lutero había vivido angus tiado desde su entrada en el convento por tentaciones y cues tiones de fe. No veía cómo llegar a un Dios benevolente. Por su formación occamista había aprendido que el hombre, amando a Dios con un amor desinteresado, puede crear en él una disposición que le permite la llegada de la gracia. Pe ro Lutero cuanto más se mortificaba para merecerla más in digno se encontraba. Incapaz de sentir la benevolencia de Dios se creía condenado. La angustia por la predestinación no le dejaba en paz. Después de muchas dudas y sufrimien to encontró la salida a sus angustias en la interpretación del pasaje de la Carta a los R om an os 1,17: «Entonces comencé a entender la justicia de Dios como la justicia en la que el justo vive por don de Dios y precisamente por la fe, y co mencé a entender que esto significa que la justicia de Dios se manifiesta en el evangelio, es decir, la justicia pasiva, me diante la cual el misericordioso Dios nos hace justos por la fe, como está escrito: el justo vive de la fe»7. Esta tesis de la justificación por la fe se convirtió en la piedra angular de la teología luterana y en el punto de partida de todas sus reflexiones, incluidas las relativas al orden político. Las primeras manifestaciones radicales de esta nueva teo logía las expresó en la controversia sobre la teología escolás 7
Luterò, Werke, Weimarer Ausgabe, vol. 54, 185.
tica de 4 de septiembre de 1517 y en las tesis sobre las indul gencias (31 de octubre de 1517) que le condujeron al con flicto con Roma. Aunque el conflicto de Lutero con Roma se mantuvo du rante toda su vida, se desarrolló fundamentalmente en los años 1517-1520, es decir, entre las tesis sobre las indulgen cias y la excomunión como hereje. Durante estos tres años desarrolla Lutero su teología: en 1518 expone sus tesis ante el capítulo de su orden en Heidelberg, ante el cardenal Ca yetano en el otoño de ese mismo año y en la controversia con el dominico Johann Eck (1486-1543) en Leipzig, en 1519. Eck logró marcar a Lutero como hereje y en la primavera de 1520 comenzaría el proceso de excomunión de éste. El 15 de junio de 1520 la bula E xsurge D o m in e declaraba 41 tesis de Lutero como heréticas y contrarias a la doctrina católica. Tras la publicación de la bula, Lutero tenía sesenta días para retractarse; de lo contrario, sería excomulgado. Lutero no sólo no se retractó sino que quemó la bula y las decretales papa les, junto con las obras escolásticas, el 10 de diciembre de 1520 a las puertas de la ciudad de Wittenberg. La excomu nión definitiva le fue decretada por la bula D e c e t R o m a n u m P o n tific e m , de 3 de enero de 1521. Pero Lutero había segui do trabajando intensamente en el desarrollo de su teología y en 1520 publicó los tres grandes escritos reformadores: A la nobleza cristiana de la nación a lem an a acerca de la refor m a de la con dición cristiana, La c a u tivid a d ba bilón ica d e la iglesia y La lib e r ta d d e l cris tiano. A la excomunión por parte de la iglesia romana siguió la
declaración de destierro por parte del emperador. Reunida la Dieta imperial (Reichstag) en la ciudad de Worms desde comienzos de 1521, Lutero fue citado a declarar. No se re tractó de sus tesis y el Edicto de 25 de mayo de 1521 (con fecha de 8 de mayo) hizo caer sobre Lutero el destierro (Reichsacht), ordenando asimismo la destrucción de sus es critos. Los años siguientes a 1521 fueron decisivos para la vida de Lutero y para la fijación de su doctrina. Al salir de la ciu dad de Worms, después de su interrogatorio en la Dieta im
perial, fue secuestrado y llevado al castillo W a r t b u r g , cerca de Eisenach, en Sajonia, donde disfrutó de la protección del príncipe elector Friedrich III, que no ejecutó el decreto de destierro acordado en la Dieta. Diez meses vivió Lutero en el W a r t b u r g , meses de trabajo fructífero durante los cuales tradujo al alemán el Nuevo Testamento. Durante esa ausencia de Wittenberg, sin embargo, sus seguidores en la ciudad ma nifestaron otras orientaciones reformadoras con las que no estaría de acuerdo Lutero. Entre 1521 y 1525 Lutero polemi zó no con Roma sino con personas que se habían adherido a las ideas reformadoras. A finales de diciembre de 1521 lle garon a la ciudad de Wittenberg reformadores exaltados, los profetas de Zwickau (otra ciudad de Sajonia), que creían en la acción inmediata del espíritu de Dios y rechazaban el or den establecido. A la cabeza de este movimiento en W it tenberg estaba Andreas Bodenstein, conocido como Andreas Karlstadt (1480-1541), quien lograría que el concejo de la ciudad aprobara, en enero de 1522, una reforma del culto, de las iglesias y monasterios, con la eliminación de imáge nes de santos y del bautismo de los niños. Lutero que se ha bía «escapado» unos días a Wittenberg en el mes de diciem bre tuvo conocimiento de los planes subversivos de los que él calificaba de Schw'ármer (exaltados) y escribió en contra de ellos E in e tre u e V e rm a h n u n g z u a lien C hris te n, sich z u h ü t e n v or A u f r u h r u n d E m p óru ng (una fiel exhortación a todos los cristianos para que se guarden de la rebelión y le vantamiento). Cuando volvió a Wittenberg en marzo de 1522 puso orden en la ciudad y Karlstadt tuvo que abandonarla. En relación con los exaltados fue asimismo relevante la po lémica de Lutero con Thomas Müntzer (1490-1525). La re lación entre ambos reformadores evolucionó, desde 1519, de una valoración recíproca al distanciamiento y la polémica, llegando incluso al odio mutuo. En la ciudad de Allstedt (también en Sajonia), Müntzer formó un centro reformador opuesto a Wittenberg. Lutero presionó ante las autoridades para que persiguieran a Müntzer. Este tuvo que abandonar Sajonia y se implicó en los levantamientos campesinos, pri mero en el Alto Rin, después en Mühlhausen (Turingia).
Durante la guerra de los campesinos, especialmente en el año 1525, tomó Lutero posición enseñando que la libertad del cristiano no se puede confundir con la liberación social y política- La doctrina sobre la autoridad política que había desarrollado en S o b r e la a u t o r i d a d s e c u la r .. . (1523) la apli có al conflicto concreto de la rebelión campesina. Al mismo tiempo que fijaba su doctrina sobre el poder político y defendía la obediencia a la autoridad del cristia no, Lutero polemizó con Erasmo de Rotterdam (1466 ó 1469-1536) a propósito del libro de éste D e li bero arbitrio (1524). Erasmo defendía el libre arbitrio, no negando al hom bre una cierta participación en la obra de la salvación. Lute ro contestó a este escrito con D e servo a rb it rio (1525), don de afirma que la libertad del cristiano consiste en reconocer la impotencia de su voluntad y que la fe es siempre un don gratuito de Dios. El año de 1525 sería también significativo para Lutero por otros importantes acontecimientos. El 13 de junio se casó con Katharina von Bora, una monja exclaustrada, por lo que re cibió críticas incluso de sus seguidores, no tanto por romper el voto de castidad —no había sido el primero— sino por el momento en que lo hizo. La guerra de los campesinos to davía seguía, la venganza de los señores se estaba realizando de forma cruel. A esos amigos no les parecía adecuado que Lutero buscara su felicidad individual en medio de esa si tuación apocalíptica. También en ese mismo año murió Frie drich III, el Sabio, su protector. Con la guerra de los campesinos acaba un primer período de cimentación y rápido crecimiento de la Reforma. A par tir de entonces la expansión de la Reforma conoció otro rit mo y se realizó bajo otras condiciones. Siguió conociendo con troversias internas y —característica fundamental— depen dió del poder secular dando lugar a la formación de iglesias evangélicas territoriales. En las controversias internas de los reformadores participó Lutero desde su cátedra universitaria y desde el pulpito en Wittenberg, así como con sus cartas y escritos. Continuó vi viendo en Wittenberg con su mujer, con la que tendría seis
hijos, en el antiguo convento de los agustinos que, vacío por la exclaustración de sus monjes, había recibido Lutero como regalo de boda del príncipe Friedrich III, el Sabio. En una ocasión se desplazó a Marburg para participar en una con troversia sobre la eucaristía, entre el 1 y el 4 de octubre de 1529, a invitación del landgrave Philipp von Hessen. Las te sis contrapuestas de Lutero y Zwingli al respecto no llega rían a armonizarse. En la formación de las iglesias territoriales también tuvo Lutero una activa participación. La importancia de la autori dad secular para la reforma había ido en aumento desde su llamada a los nobles alemanes en 1520 para que intervinie ran en la reforma de la iglesia cristiana. La intervención más decisiva tendría lugar con la práctica de las visitas de inspec ción. En 1525 Lutero había solicitado a su príncipe elector una inspección de las comunidades evangélicas. El acuerdo de la Dieta imperial de 1526, en Spira, sobre la autonomía de los príncipes y nobles para llevar los asuntos religiosos de sus respectivos territorios como cada cual estimara mejor fa cilitó la intervención de aquellos en los asuntos eclesiásticos. Entre 1527 y 1530 el príncipe elector de Sajonia, Johann der Beständige (Juan el Constante), puso en práctica las visitas de inspección de las iglesias y escuelas. De esta manera se daba al movimiento reformador la forma de una iglesia te rritorial, de extraordinarias consecuencias para la posteridad. Que la reforma en Alemania adoptó la forma de iglesias evan gélicas territoriales se manifestó asimismo en el hecho de que la Confessio Augustana, redactada por Melanchton para la Dieta imperial de 1530, en Augsburgo, fue firmada no por los teólogos sino por los Estamentos del imperio. Los teólo gos actuaron como consejeros de los príncipes. Se puede dis cutir si el elector de Sajonia y Lutero tenían la misma idea de la iglesia. Pero Lutero, en cualquier caso, colaboró acti vamente con la autoridad secular en la formación de las igle sias evangélicas dependientes del poder político. En 1527 pro logó Lutero una instrucción de los Visitadores, redactada por Melanchton (Unterricht der Visitatoren an die Pfarrherren i n K u r f ü r s t e n t u m z u S a c h s e n ) . Lutero se había dirigido a las
autoridades políticas porque creía que nadie excepto ellas po dían realizar la reforma. La instrucción que el príncipe elec tor de Sajonia cursó en el mismo año a los Visitadores deja ba ver que los Visitadores eran entendidos por él como sus funcionarios ( In s tr u c ti on u n d B e f e lc h d o r a u f d i e V is ita to re s ab gefertiget sein, de 16 de junio de 1527). A unque Lutero seguía pensando en una iglesia de obispos, la realidad de la iglesia territorial se haría más sólida con el establecimien to en 1539 del primer Consistorio. El K o n s is to r iu m , autori dad eclesiástica nombrada por el príncipe, asumía las fun ciones de vigilancia de las comunidades evangélicas y de juez en los asuntos eclesiásticos. La dependencia de las iglesias evangélicas del Estado llegaría en Alemania hasta 1918. En los últimos años de la vida de Lutero se agudizó su po lémica con el papado romano. Lutero creía que el día del Juicio Final estaba cerca y desde esta perspectiva escatológica combatió también a los judíos, entendiendo que el culto de las sinagogas era una ofensa a Dios que atraería su cólera. El 28 de febrero de 1546 murió Lutero en la misma ciu dad en que había nacido 62 años antes. Había emprendido viaje para mediar en un contencioso hereditario de los con des de Mansfeld y de camino se agravaron sus dolencias, mu riendo en Eisleben. Su cadáver fue trasladado a Wittenberg y enterrado en la iglesia del palacio. 3. SOBRE LA CONCEPCION LUTERANA DE LA AUTORIDAD POLITICA A) Lutero es, ante todo, un teólogo cristiano y no un pensador político moderno. Las coordenadas de su reflexión sobre la autoridad son bíblicas y teológicas. En los textos bí blicos se encuentra la clave para entender su pensamiento político y en ellos fundamenta Lutero su doctrina de los dos reinos, pieza central de su pensamiento y de su posición an te lo político. Esta doctrina es básica para entender los escritos que se han seleccionado en la presente edición. Sólo desde ella se
logra la perspectiva adecuada para comprender sus afirma ciones a lo largo de la guerra de los campesinos y para com prender, en último término, toda la realidad humana en el mundo. En numerosos pasajes de sus escritos formula Lute ro esta doctrina con términos similares, si bien puede apre ciarse en escritos posteriores a los seleccionados en esta edi ción una creciente valoración positiva del mundo humano. En el escrito Sobre la au torid ad secular... (1523) dice Lu tero: «Tenemos que dividir a los hijos de Adán y a todos los hombres en dos partes: unos pertenecen al reino de Dios, los otros al reino del mundo. Los que pertenecen al reino de Dios son los que creen rectamente en Cristo y están bajo él, puesto que Cristo es el rey y señor en el reino de Dios, como dice el Salmo 2 y la Escritura entera, y para eso ha ve nido él, para instaurar el reino de Dios y establecerlo en el mundo [...] al reino del mundo, o bajo la ley, pertenecen todos los que no son cristianos [.,.]»8. Reino de Dios y rei no del mundo son, por tanto, dos comunidades de personas con una cabeza que se van a diferenciar también por tener cada uno una manera distinta de gobernarse. El tono agustiniano de esta formulación de los dos reinos es claro. Lutero había leído a S. Agustín en los años 1510-1511, aunque trans formará el contenido de esta construcción agustiniana. En cada uno de los reinos existe un tipo de gobierno dife rente: «Dios ha establecido dos clases de gobierno entre los hombres: uno, espiritual, por la palabra y sin la espada, por el que los hombres se hacen justos y piadosos a fin de obte ner con esa justicia la vida eterna; esta justicia la administra él mediante la palabra que ha encomendado a los predica dores. El otro es el gobierno secular por la espada, que obli ga a ser buenos y justos ante el mundo a aquéllos que no quieren hacerse justos y piadosos para la vida eterna. Esta justicia la administra Dios mediante la espada. Y aunque no quiere retribuir esta justicia con la vida eterna, sí quiere que exista para mantener la paz entre los hombres y la re 8
Sobre la autoridad secular, p. 28.
compensa con bienes temporales» 9. El gobierno espiritual consiste en gobernar mediante la palabra y los sacramentos. Es el modo como Dios gobierna a sus creyentes. El gobierno secular, por el contrario, consiste en el empleo de la espada. Dios utiliza este modo de gobierno, con la espada y con la ley, para los no cristianos. Ambos regímenes son distintos y no se les puede confun dir. No se puede utilizar la forma de gobierno secular en el reino de Dios ni el gobierno espiritual para los asuntos del mundo. Pero ambos son necesarios en el mundo: «Sin el gobierno espiritual de Cristo nadie puede llegar a ser jus to ante Dios por medio del gobierno secular [...]. Donde impera solamente el gobierno o la ley, aun cuando se trate de los mismos mandamientos de Dios, sólo habrá hipocre sía. Pues sin el Espíritu Santo en el corazón nadie llega a ser verdaderamente bueno por buenas que sean sus obras» 10. Siendo ambos tipos de gobierno necesarios en el mundo, Lutero insiste en su separación, pues de la utilización de una forma de gobierno en el reino no adecuado se deriva corrup ción y desastre, como él observa en la historia de su tiempo: «Quien confunda estos dos reinos, como hacen nuestras ban das de falsos espíritus, colocaría la ira en el reino de Dios y la misericordia en el reino del mundo, lo cual sería situar al demonio en el cielo y a Dios en el infierno. Esto era lo que querían hacer esos campesinos» 11. Con esta división de los hombres en dos reinos y con la forma de gobierno que Lutero considera propia de cada uno de ellos, podemos comprender la función que Lutero asigna a la autoridad política. El no tiene una reflexión sistemática sobre el Estado ni sobre el poder político. A Lutero le preo cupa fundamentalmente la autoridad que ejerce el gober nante y se ocupa de ella desde un punto de vista cristiano. Su pregunta es si la autoridad es compatible con la condi ción del cristiano, si su existencia y función encuentran fun ^ Sz los hombres de armas..., p. 1345. 10 Sobre la autoridad secular..., p. 31. 11
Carta sobre el duro librito contra los campesinos, p.
111.
damento en los textos bíblicos. En estos mismos textos bus ca Lutero asimismo una respuesta al problema de los límites del poder. La autoridad está fundada, instituida por Dios; forma par te, por tanto, del orden divino. Eso es lo que decía S. Pablo en la Carta a los Rom ano s, a la que Lutero se remite conti nuamente. Desde esa consideración, la obediencia de los súb ditos cristianos es una consecuencia igualmente afirmada por S. Pedro. Pero en los H ech o s d e lo s A p ó sto le s 5 ,3 0 se dice: «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». El hom bre cristiano se encuentra en una tensión que Lutero resuel ve afirmando: a) que la autoridad es una institución de ori gen divino, b) que el cristiano en cuanto tal no necesita de la autoridad, y c) que la aceptación de la autoridad por el cristiano, así como el servicio a la misma, e incluso su ejerci cio, derivan de un motivo estrictamente cristiano: el amor al prójimo. Desde esta ley cristiana del amor al prójimo soluciona Lu tero las relaciones del cristiano con la autoridad política. Se gún él, el cristiano sirve a la autoridad e incluso la desempe ña porque es útil y necesario para el prójimo. En eso consis te realmente el amor cristiano, en colocar al otro en primer plano. Desde la perspectiva del amor cristiano uno no hace algo porque lo necesite, o tenga un interés propio, sino por que es útil y bueno para el otro. Para el otro es útil y bueno que se evite el mal o que se castigue; es bueno y útil, por tanto, que la autoridad sea servida también por el cristiano. Desde el amor al prójimo queda clara la función de la auto ridad secular: existe porque es necesitada por los otros hom bres. Desde el amor al prójimo el cristiano sirve y obedece a la autoridad porque es necesaria para los otros. Sobre esta base del amor vincula Lutero la existencia del cristiano al mundo. Como tal cristiano no necesita de la auto ridad, de la espada, que en el reino de Dios no puede em plear. Pero por amor cristiano se somete a algo que es bueno y necesario para los no cristianos y que ha sido querido por Dios. La doctrina de los dos reinos, concepto con el que se co
noce desde 1922 la concepción de Lutero sobre el reino de Dios y el reino del mundo (que no se reduce al estado o a la autoridad), incide directamente en dos cuestiones de gran relevancia en el pensamiento de Lutero: en la cuestión de la resistencia u oposición a la autoridad y en la idea medie val de la cristiandad. Empezando por esta última, se puede señalar que Lu a) tero rompe la idea medieval de la cristiandad. La christianitas, en su formulación madura bajomedieval, comprendía a todos los hombres creyentes en una iglesia universal, den tro de la cual existían dos órdenes y dos poderes, el eclesiás tico y el laico 12. No había dos reinos y, como resalta Lute ro, cada orden no poseía una manera unívoca y diferenciada de gobernar. Con frecuencia se actuaba con la espada en asun tos que sólo tenían que ver con el alma y la palabra; la espa da se aplicaba a cuestiones que debían ser gobernadas con otros medios. Donde tenía que haber sólo palabra y predi cación había también, según Lutero, coacción y castigo tem poral. Frente a esa confusión de los dos modos de gobierno, Lu tero quiere separar abiertamente los dos reinos, dotados ca da uno de un gobierno propio y diferente, aplicable sólo a su reino y no utilizable para el otro. El problema que se le presentaba, por tanto, a Lutero era cómo establecer un puente entre el cristiano, perteneciente al reino de Dios, y el reino del mundo que se rige con una forma de gobierno que el cristiano no necesita para sí mismo. La ley cristiana del amor al prójimo le brindaba la solución. Esta idea de cristiandad había sido formulada con toda claridad en el siglo XII por Otto von Freising (De duabus ctvitatibus), Hugo de San Víctor (De Sacramentis) y Bernardo de Claraval (De consideratione). Bernardo precisa que las dos espadas están en manos del pontífice, el cual libremente encarga a los príncipes que usen la espada temporal en beneficio del propio papa. La distinción, por tanto, entre dos órdenes — eclesiástico y laico— es una distinción interior a la iglesia. La bula Unam Sanctam, de Bonifacio VIII (1302), culminaría este planteamiento. Sobre este concepto, vid. Etienne Gilson, La filosofía en la edad media, Madrid, 1965, 2 .a ed., cap. V., y Walter Ullmann, Principios de gobierno en la edad media, Madrid, 1971, parte I. 12
La superación del mundo único de la cristiandad no es la única consecuencia de la doctrina de los dos reinos. Otracon secuencia es la eliminación del orden jerárquico en la iglesia católica. Según Lutero, ésta sólo debe gobernar con la pala bra y la palabra no se puede imponer, de la misma manera que tampoco se puede perseguir una creencia. De aquí que Lutero entienda que los cargos eclesiásticos son exclusivamen te funciones de servicio a los cristianos y no autoridad, care ciendo, por consiguiente, de los instrumentos de ésta. A la base de esta afirmación luterana está su tesis de la universa lidad del sacerdocio, que expuso en el manifiesto a la noble za cristiana de 1520 13. También se deriva otra consecuencia igualmente relevan te. La autoridad gobernante en el mundo no tiene poder para tratar los asuntos del alma y de la fe. Su función se dirige y se agota en la actuación externa del hombre. Esta cuestión de los límites a la autoridad secular preocupó especialmen te a Lutero, y a ella dedica una parte de su escrito de 1523 So br e la a uto rid a d secular 14. b) La doctrina de los dos
reinos conduce a Lutero a ne gar toda posibilidad de resistencia activa a la autoridad, con las matizaciones que más adelante señalamos. La autoridad no tiene poder sobre la fe ni sobre la salvación del alma. Si traspasa sus límites, el cristiano no debe oponerle resistencia sino sufrir la injusticia que se comete en su cuerpo y en sus bienes. En los escritos entre 1523 y 1526, que se recogen en la presente edición, Lutero mantiene siempre su concepción bíblica de la autoridad y no encuentra justificación para la resistencia. Las manifestaciones de Lutero acerca de la resistencia a la autoridad no acabaron, sin embargo, con esos escritos. Al hilo de los acontecimientos políticos Lutero fue consultado varias veces sobre esta cuestión, centrada básicamente en las relaciones entre los príncipes y el emperador. Con ocasión 13 14
Vid. A la nobleza cristiana., en esta edición, p. 3 Vid. Sobre la autoridad secular, parte segunda.
de la Dieta imperial de 1529, celebrada en Spira, el prínci pe elector de Sajonia solicitó de Lutero un dictamen sobre la legitimidad de una alianza de los príncipes evangélicos con tra el emperador. Lutero redactó dos informes, en noviem bre y en diciembre de 1529, en los que mantiene sus tesis conocidas: no se puede derramar sangre por el evangelio; el evangelio manda sufrir por su causa; la condición del cristia no va inseparablemente unida a la cruz 15. Las relaciones entre los príncipes evangélicos y el empera dor se hicieron más tensas en la Dieta imperial de 1530, en Augsburgo. Los evangélicos elevaron una protesta formal para declarar nulo el acuerdo de la D ieta. Las capitulaciones elec torales del emperador, por su parte, le prohibían actuar en ese caso contra los Estamentos sin un procedimiento formal determinado. Si el emperador no cumplía sus capitulacio nes y actuaba contra los Estamentos que habían elevado una apelación formal, ¿podían declararle la guerra? Esta era la consulta que el príncipe elector de Sajonia dirigió a Lutero nuevamente; quería saber si en ese caso concreto había que soportar al emperador o estaba justificada la guerra contra él. La respuesta de Lutero distinguía el punto de vista profa no del punto de vista cristiano. Desde este último no cabía la resistencia activa 16. La situación entre el emperador y los príncipes evangélicos se agravaba y ninguna de las dos par tes cedía. El partido evangélico solicitó un informe sobre la posibilidad de una alianza y una guerra contra el empera dor. Lutero dio su dictamen, en su nombre y en el nombre de los teólogos que habían participado en las conversaciones de Torgau (octubre de 1530) junto con los consejeros del prín cipe elector de Sajonia, que se puede resumir en los siguien tes puntos: 1) si los juristas entienden que existe un derecho de resistencia según el derecho imperial, debe ser aceptado 15
Viel. Luther an KurfürstJohann, 18. Nov. 1529, en Werke, WA, Briefe V, 180 y Luther an Kurfürst Johann, 24. Dez. 1529, en Werke, WA, Br. V, 208. 16 Vid. Luther an Kurfürst Johann, 6. März 1530, en Werke, WA, Br. V. 249.
asimismo desde un punto de vista cristiano; 2) si los teólo gos habían dicho antes otra cosa era debido a que descono cían que el derecho del imperio permitía la resistencia en determinados supuestos. Pero la opinión de los teólogos, dice, siempre ha sido la de enseñar la obediencia al derecho secular 17. La relación entre el emperador y los príncipes es de nuevo abordada por Lutero en una controversia de 1539 18- El ob jeto principal de esta Z .i rku la rd isp u ta tio n es la figura del pa pa y de los papistas que son presentados como los auténticos transgresores del derecho imperial, razón por la que consi dera que deben ser combatidos. El papa, piensa Lutero, no es ninguna autoridad a la que se deba obediencia sino, más bien, un monstruo, un ser dañino para la comunidad. Al tratar la relación entre los príncipes y el emperador, Lutero reconoce un derecho de resistencia a aquéllos en el caso de una guerra comenzada por el emperador. Esta posición la mantiene asimismo en algunas Charlas de sobre me sa de 1539 y anteriores Iy. Recapitulando las afirmaciones de Lutero sobre la resisten cia a la autoridad puede establecerse lo siguiente: 1) El súbdito individualmente considerado no puede ejercer ninguna resistencia activa contra la autoridad. 2) Resistencia activa contra la autoridad sólo la pueden ejercer aquellas personas que poseen funciones de autoridad ellas mismas. 3) Una resistencia activa puede fundarse en un derecho de resistencia, como en el caso de la legítima defensa reco nocida por el derecho político positivo. Puede fundarse asi mismo en la obediencia a Dios: esta posibilidad de resisten 17
Vid. Beilagen von Schriftstücken zu Torgau 2628. Oktober 1530, en Werke, WA, Br. V, 661 y ss. 18 Vid. Die Z,irkulardisputation über das Recht des Widerstandes gegen den Kaiser (Math. 19,21), 9Mai 1539, cn Werke, WA, vol. 39 II, 34 y ss. 19 Vid. las charlas de sobremesa de 3 de abril de 1538, 7 de febrero y 3 de marzo de 1539, en Werke, WA, Tischreden III, 631, Nr. 3810: IV, 235, Nr. 4342 y IV, 271, Nr. 4380, respectivamente.
cia se da en el caso del invasor, que es el representante del no-orden. La resistencia sirve aquí a la reconstrucción del or den divino20. B) La doctrina de los dos reinos es el tema de la teología luterana que ha sido investigado con mayor amplitud en los últimos años. La expresión «doctrina de los dos reinos» (Zwei R eic he-Lehre) no fue utilizada por el propio Lutero, pero, desde que se acuñó en torno a 1922, se ha impuesto su uso y se ha generalizado en la investigación luterana. Como fór mula para designar una realidad compleja encierra el peli gro de la simplificación, que debería ser evitada al tener pre sente que Lutero no limita el reino del mundo al estado o a la autoridad política sino que bajo el reino del mundo en tiende todo el mundo secular, incluyendo la naturaleza, la familia, las ciencias y las artes. En este sentido, las relaciones entre autoridad y gobierno espiritual son una parte nada más, aunque muy importante, de la doctrina de los dos reinos. En la interpretación de la doctrina de los dos reinos marcó un hito importante el libro dejohannes Heckel, L e x C h a ñ tatis (1953), al entender a Lutero en las coordenadas agustinianas de las dos ciudades. Esta tesis ha sido ampliamente debatida por investigaciones posteriores, como las de Waíter von Loewenich, Franz Lau y Heinrich Bornkamm, entre otros. Para la revisión de la tesis central de Heckel habría que tomar en consideración otras obras posteriores a 1526, como la interpretación del S a l m o 1 2 7 (1532) y la Z irk u la rdisputation ü be r Mat. 19,21 (1539), en las que el mundo humano adquiere una valoración más positiva para el cristiano21. De acuerdo con estos textos, el cristiano necesi taría el mundo no sólo por amor al prójimo sino también Para un análisis pormenorizado de la cuestión de la resistencia en las obras de Lutero, así como para una valoración de las investigaciones de K. Mueller (1915) y F. Kern (1916), vid. KarlFerdinand Stolzenau, Die Frage 20
des Widerstandes gegen die Obrigkeit bei L uther zugleich in ihrer Bedeutung fü r die Gegenwart, tesis doctoral, Univ. Münster, 1 9 6 2 . 21 Z.irkulardisputation..., citada en nota 17.
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por sí mismo, como animal social. En los años setenta se ha incrementado de nuevo la discusión sobre la doctrina de los dos reinos, promovida fundamentalmente por Ulrich Duchrow, si bien se ha estudiado en primer lugar la historia de su influencia22. A pesar de que esta doctrina ha sido calificada acertada mente como un laberinto, no se puede pasar por alto que es un serio intento de fundamentar teológicamente la exis tencia del cristiano en el mundo. Esta doctrina coloca al cris tiano activamente en el mundo, pero no significa, al mismo tiempo, una liberación del mundo en sí mismo. 4. EN TORNO A LA MODERNIDAD DE LUTERO La contribución de Lutero a la modernidad ha sido valo rada muy distintamente a lo largo de la historia. Desde las interpretaciones de los pietistas entre los siglos XVII y XVIII la imagen de Lutero ha sufrido una transformación signifi cativa en la investigación. Los pietistas, aun no ofreciendo una interpretación única (Spener, Zinzendorf, Gottfried Arnold), rompieron la imagen de Lutero que había ofrecido la ortodoxia anterior al entender que la reforma aún estaba sin acabar. Los ilustrados del siglo XVIII consideraron a Lu tero como un precursor de la libertad, como un luchador con tra la tradición y el orden jerárquico y como un defensor de la autonomía del individuo. Destacaban en sus interpreta ciones los aspectos de la lucha de Lutero contra Roma y veían en la negativa de Lutero a someterse al papado un combate en favor de la razón y de la libertad de conciencia. Esta ima gen liberalizadora y progresista de Lutero sería mantenida por los pensadores liberales en el siglo XIX y también por Marx. Esta interpretación que vincula a Lutero con la moderni Sobre el estado actual de la investigación y del debate sobre la doctrina de los dos reinos, vid. Bernhard Lohse, Marttn Luther. Eine Einführung in sein Leben und Werk, München, 2 .a ed., 1 9 8 2 . 22
dad es cuestionada a comienzos del siglo XX por Ernst Troeltsch. Lutero, según Troeltsch, no es un hombre mo derno sino medieval. Entre Lutero y el mundo moderno hay más bien una escisión. Con la interpretación de Troeltsch se introduce una matización importante en la significación histórica de Lutero. En unos momentos en que, precisamente, se vivía en Alemania una veneración profunda por Lutero, Troeltsch fija su atención en las tradiciones democráticas de las iglesias anglosajonas. En este contexto, Lutero aparecía como un hijo de la edad media, como un teólogo que había prolongado la época confesional de los viejos dogmas. Asi mismo indica Troeltsch que la ética política de Lutero, así como su comportamiento concreto, había reforzado el po der de la autoridad estatal. La doble moral luterana, con su distinción entre cristiano y hombre del mundo, ha sido, se gún Troeltsch, especialmente funesta para el desarrollo po lítico alemán. La ruptura entre Lutero y el mundo moderno no le impide a Troeltsch afirmar que la concepción luterana de la fe cristiana trajo una liberación que se llevaría a sus últimas consecuencias en el desarrollo del protestantismo23. Lutero es un hombre medieval, ajeno a otros movimien tos del siglo XVI que apuntaban hacia la modernidad, para los que incluso significó un freno al volver a situar en el cen tro de la vida humana la cuestión de la gracia y de la salva ción. Entre los mismos reformadores hubo otros hombres más modernos que Lutero, como Zwingli, menos dogmático y ex ponente de una moral burguesa, o Calvino, más racional y humanista24. La tesis de E. Troeltsch en Ernst Troeltsch, Die Bedeutung, des Protestantismusfür die Entstehung der moderner Welt ( 1911) , trad. cast. como Elprotestantismo y el mundo moderno, Méjico, 3 .a ed., 1 9 6 7 , y Die Soziallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, Tübingen 1 9 1 2 . Para una historia de la imagen de Lutero en la investigación, vid. Bernhard Lohse, E inführung., citada en nota 2 1 , cap. VI. 24 Vid. Thomas Nipperdey, «Lutero y el mundo moderno», en Fundación Fr. Eben (ed.), Martin Lutero, 14831983, Madrid, 1984, pp. 6 9 8 5 . Nipperdey no sepregunta por Lutero y su influencia en la génesis del mundo moderno sino que invierte la pregunta y al preguntarse por las raíces de nuestra modernidad se encuentra con Lutero. 23
Si Lutero no es un hombre moderno, su reforma contenía ciertamente un potencial de modernización vinculado al acontecimiento histórico de la ruptura de la unidad de la fe cristiana. Este fraccionamiento de la fe religiosa está a la ba se de la modernidad europea, y la reforma luterana, al mul tiplicar la pluralidad de Europa, favoreció la génesis del mun do moderno, si bien no se puede decir que se trate de una autoría exclusiva, ya que cada época es resultado de múlti ples causas que se generaron en la época anterior. Al anali zar la contribución de la reforma al mundo moderno es asi mismo importante no perder de vista la diversidad de orien taciones religiosas que se fueron acuñando entre los refor mados, para poder indagar su vinculación con las raíces del mundo moderno. Si nos preguntamos por las raíces de la modernidad pode mos encontrar en la reforma luterana concretamente algu nos impulsos profundos: a) La reforma luterana comportó una desclericalización de la vida humana. La iglesia dejó de ser una jerarquía de administradores de sacramentos de la salvación, abandonando con ello su pretensión de ordenar las cosas del mundo. Este rechazo del clericalismo y de la teocracia es una de las raíces de la moderna emancipación del hombre racional en su re lación con el mundo. La pérdida de una posición privilegia da por parte de sacerdotes y frailes hizo posible que el mun do del trabajo, de la familia y del Estado se convirtieran en esferas propias de la vida del cristiano. b) La negación de un orden eclesiástico llevaba implíci ta la negación de una esfera sacral independiente de la acti vidad propia del cristiano. Esta negación de una esfera sa cral independiente pudo conducir al cristiano a una entrega total al mundo, a la familia, al Estado, a modo de religión sustitutiva. Estas actividades humanas ganaron en indepen dencia y autonomía, avanzando la secularización del mundo. c) La ruptura de la unidad religiosa, causada por la re forma luterana, condujo finalmente a que las distintas con fesiones religiosas fueran neutralizadas entre sí, establecién dose la base del absolutismo político, forma que adquirió
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ESCRITOS POLITICOS
A LA NOBLEZA CRISTIANA DE LA NACION ALEMANA ACERCA DE LA REFORMA DE LA CONDICION CRISTIANA (1520)
Este manifiesto An den chnsthchen Adel der deutschen Nation von des christlichen Standes Besserung es el primero de los tres grandes escritos reformadores de 1520. Lutero se dirige a las autoridades seculares, porque ya no acepta la tesis medieval de la superioridad del orden eclesiástico sobre el laico, ya que «todos los cristianos pertenecen, en verdad, al mismo orden y no hay entre ellos ninguna diferencia excepto la del cargo» (WA 6 , 407). Este escrito debe situarse en la perspectiva de los agravios (gravamina) y de la necesidad de reformas, que desde hacía años preocupaba a los alemanes. Lutero ofrece unas propuestas de reforma muy detalladas, después de haber atacado las tres murallas que los «romanistas» se habían construido: 1 ) la superioridad del poder eclesiástico, 2 ) el monopolio de la interpretación de la Escritura, y 3) la supremacía del papa sobre el concilio. An den christlichen Adel... se publicó hacia el 12 de agosto de 1520 y en una semana se agotó la primera edición de 4.000 ejemplares. Pocos escritos de Lutero tuvieron tama influencia en la opinión pública alemana. Al manifiesto le seguirían los otros dos grandes escritos de 1520: De cap tivitate Babylonica ecclesia praeludium (La cautividad babilónica de la iglesia), en Werke, WA 6 , 997573 y Von der Breiheit eines Christenmenschen (La libertad del cristiano), en Verke, I WA 7, 2038.
En De captivitate BabyIónica... aborda Lutero la reforma de la teología, especialmente la doctrina de los sacramentos. Reduce los sacramentos de siete a tres y en la doctrina de la eucaristía combate los tres «cautiverios»: 1 ) el robo a los laicos de una de las especies (vinosangre), 2 ) la doctrina de la transubstanciación, y 3) la idea de que la misa es una buena obra y un sacrificio. En Von der Freiheit eines Christenmenschen ofrece Lutero una síntesis de la vida cristiana, del cristiano como ser libre, basada en su tesis fundamental de la dualidad del cristiano: «el cristiano consta de dos naturalezas, la espiritual y la corporal. Atendiendo al alma, es denominado hombre espiritual, nuevo, interior; se le llama hombre corporal, viejo y exterior en relación con la carne y la sangre» (WA 7, 20). El texto de An den christlichen Adel der deutschen Nation von des christlichen Standes Besserung está en la edición de Weimar (WA), vol. 6 , 404469. La traducción sigue este texto, pp. 404415 (es decir, la primera parte, antes de las propuestas concretas de reforma).
JESUS A l v en era b le y d ig n o señor N ik o la u s v o n A m s d o r f ', l i cenciado en Sagrada Escritura, canónigo de W ittenberg , a m i g o m ío e s p e c ia lm e n te b e n e v o le n te . Dr. M a rtin a s L u th er.
¡La gracia y la paz de Dios, ante todo, venerable, digno y estimado señor y amigo! Ya ha pasado el tiempo del silencio y ha llegado el tiem po de hablar, como dice el Eclesiastés2. De acuerdo con nuestro propósito he reunido algunas propuestas referentes a la mejora del orden cristiano para presentarlas a la nobleza cristiana de la nación alemana, por si Dios quiere ayudar a su iglesia mediante el orden seglar, pues el orden eclesiásti co, al que con mayor razón corresponde, se ha convertido totalmente en indigno para semejante tarea. Envío todo es Nicolás von Amsdorff (14831565), profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Wittenberg. Acompañó a Lutero en la disputa de Leipzig contra Eck (1519) y a la Dieta de Worms (1521). . 2 Vid. Eclesiastés 1
to a su Excelencia para que lo juzgue y, si es preciso, lo co rrija. Me hago cargo de que no dejarán de reprenderme por atreverme yo a tanto, un hombre despreciable y apartado del mundo, por atreverme a dirigirme a tan magnos y elevados estamentos en asuntos tan graves e importantes, como si no hubiera en el mundo nadie más que el doctor Lutero para preocuparse por la condición cristiana y para dar consejos a gentes tan extraordinariamente inteligentes. No pido discul pas, que me reprenda quien quiera. Quizá sea todavía deu dor a mi Dios y al mundo de una necedad; me he propuesto ahora, si lo logro, saldarla honradamente, pasando incluso por bufón. Si no tengo éxito me queda aún una ventaja: na die tendrá que comprarme una capucha ni regalarme un peine 3. Todavía está por ver q u i é n le pone los cascabeles a quién. Debo cumplir con el refrán: «En todo lo que el mun do hace debe estar presente un monje, aunque hubiera que pintarlo»4. Muchas veces ha hablado un tonto con sabidu ría y muchas otras personas listas han hecho el tonto grose ramente, como dice Pablo: «El que quiera ser listo, vuélvase necio»5. Además, como no sólo soy necio sino también un doctor en Sagrada Escritura con juramento, estoy contento de la oportunidad que se me presenta de responder a mi ju ramento de una manera necia. Os ruego que me disculpéis ante los medianamente inteligentes, pues sé que no merez co la gracia y la benevolencia de los muy inteligentes, que con tanto empeño he buscado con frecuencia: de ahora en adelante no las quiero tener ni quiero tampoco tomarlas en consideración. Dios nos ayude a no buscar nuestra honra si no sólo la suya. Amén. Wittenberg, en el convento de los Agustinos, la víspera de San Juan Bautista del año 1520. * Como fraile, Lutero llevaba capucha y tonsura. 4 Alusión al dicho monacus semper praesens o quidquid agit mundus monachus vult esse secundus: se encuentra en Muziano (14711526) como título de una poesía y también en un sermón de Geiler von Karserberg (14451510). ^ Vid. 1 Corintios 3,18.
A la Seren ís im a y M u y p o d ero sa M a je s ta d I m p e r ia l y a la N o b le z a cr istiana d e la nación ale m ana. D . M a rtin a s Luth er.
¡Ante todo, la gracia y la fuerza de Dios! ¡Serenísima Ma jestad! ¡Muy graciosos y queridos señores! No ha ocurrido por mera curiosidad ni por desatino que yo, un pobre hombre particular, me haya atrevido a hablar a vuestras altas Dignidades: la miseria y las cargas que opri men a todos los órdenes de la cristiandad, especialmente a los territorios alemanes, han movido a otros, no sólo a mí, a gritar en muchas ocasiones y a pedir ayuda; ahora también me han obligado a mí a gritar y a clamar que Dios quiera dar a alguien el espíritu para que socorra a esta miserable nación. Algo han intentado varios Concilios6, pero esos in tentos han sido obstaculizados por la astucia de algunos hom bres y la situación ha empeorado; la maldad y la perfidia de esos hombres pienso examinarlas ahora —Dios me ayude— para que, una vez conocidas, no puedan ser en lo sucesivo tan dañinas y perturbadoras. Dios nos ha dado co mo Cabeza una sangre noble y joven, despertando con ello muchos corazones a una buena y grande esperanza; nos co rresponderá a nosotros contribuir con lo nuestro y usar con provecho el tiempo y la gracia. Lo primero que tenemos que hacer en este asunto es, an tes que nada, proveernos de gran seriedad y no emprender nada con la confianza puesta en una gran fuerza o en la ra zón, aunque el poder de todo el mundo fuera nuestro, pues Dios no puede ni quiere tolerar que se comience una buena obra con la confianza puesta en la propia fuerza y razón. Dios la echaría al suelo y nada se podría hacer, como dice el Sal mo 33,16: «No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza». Y es por este motivo, me temo yo, por lo que sucedió hace años que fieles príncipes Concilios reformadores fueron el de Constanza (141418), el de Basilea (143149) y el 5.° Lateranense (151217). 6
como el emperador Federico I y el otro Federico 7, así como otros muchos emperadores alemanes, fueran pisoteados y oprimidos de manera tan lamentable por los papas, aunque el mundo los temía; quizá confiaron más en su poder que en Dios y por ello tuvieron que caer. Y en nuestra época, ¿qué otra cosa ha elevado tan alto al ebrio de sangre, Julio II8, sino, presiento yo, el que Francia, los alemanes y Venecia se han apoyado en sí mismos? Los benjaminitas derro taron a cuarenta y dos mil israelitas porque éstos habían con fiado en su propia fuerza9. Para que no nos suceda lo mismo con este noble Carlos debemos estar conscientes de que en este asunto no trata mos con hombres sino con los príncipes del infierno, que a gusto llenarían el mundo de guerras y sangre sin dejarse superar. Aquí hay que emprender la tarea con humilde con fianza en Dios, renunciando a la fuerza física, y hay que bus car la ayuda de Dios mediante profundas oraciones, no te niendo ante los ojos nada más que la miseria y el dolor de la desventurada cristiandad y sin tomar en consideración lo que la gente mala haya merecido; si no lo hacemos así, el juego se iniciará con gran apariencia, pero, cuando se avan ce, los espíritus malos causarán tal confusión que el mundo entero nadaría en sangre y sin haberse logrado, no obstante, nada. Procedamos, por tanto, con el temor de Dios y con sabiduría. Cuanto mayor es el poder mayor es la desgracia si no se actúa en el temor de Dios y con humildad. Si los papas y los romanos han podido confundir hasta ahora a los reyes entre sí con la ayuda del diablo, lo pueden seguir ha ciendo si procedemos con nuestra fuerza y nuestra capaci dad y sin la ayuda de Dios. Federico I Barbarroja (11521190) acordó en 1176, después de la batalla de Legnano, una paz poco ventajosa con el papa Alejandro III. Federico II (12121250) no salió triunfante de su lucha con el papado. 8 Julio II (15031513), más guerrero que eclesiástico, habla formado la Liga de Cambrai en 1508 contra Venecia y la Liga Santa en 1512 contra Francia. 9 Vid. Jueces 20,21. El texto bíblico dice 20.000. 7
Los romanistas 10se han rodeado, con gran habilidad, de tres murallas con las que, hasta ahora, se han defendido de que nadie los pueda reformar, por lo que la cristiandad en tera ha caído terriblemente. En primer lugar: cuando se les ha presionado con el poder secular han establecido y procla mado que el poder secular no tiene ningún derecho sobre ellos sino que, antes al contrario, es el poder espiritual quien está por encima del secular. En segundo lugar: si se les quie re censurar con la Sagrada Escritura responden que nadie, excepto el papa, tiene capacidad para interpretar la Escritu ra. En tercer lugar: cuando se les amenaza con un concilio, pretextan que nadie puede convocar un concilio, excepto el papa. Así que nos han robado subrepticiamente los tres láti gos para poder quedarse ellos sin castigo y se han situado en la segura fortificación de estas tres murallas para practicar todas las villanías y maldades que ahora estamos viendo. Y cuando tuvieron que celebrar un concilio11 debilitaron su eficacia previamente, pues los príncipes se comprometieron bajo juramento a dejarlos como estaban, dando además to do el poder al papa sobre la regulación del concilio; por esta razón da igual que haya muchos concilios o que no haya nin guno, prescindiendo de que siempre nos engañan con fic ciones y filigranas. Tanto temen por su pellejo a un concilio libre y verdadero que han intimidado a reyes y príncipes pa ra que crean que sería contra Dios el no obedecerles a ellos en todas sus astutas y maliciosas fantasmagorías. Que Dios nos ayude ahora y nos conceda una de las trompetas con que se derribaron las murallas de Jericó 12para que derribemos de un soplo también estas murallas de paja y de papel y nos ayude a desatar los látigos cristianos para castigar el pecado Así llama Lutero.a los partidarios y defensores de la soberanía papal. La idea de las 3 murallas está en la Eneida de Virgilio, VI, 549 También el Vadiscus oder die römische Dreifaltigkeit de Ulrich von Hutten (14881523). 11 El 5 ° Concilio Lateranense (151217) no realizó sus proyectos de reforma. 12 Viá. Josué 6,20. 10
y a revelar la astucia y el engaño del demonio para que nos perfeccionemos mediante el castigo y recuperemos su cle mencia. Ataquemos, en primer lugar, la primera muralla. Se han inventado que el papa, los obispos, los sacerdotes y los habitantes de los conventos se denominan el orden ecle siástico (geistlicb) y que los príncipes, los señores, los artesa nos y los campesinos forman el orden seglar (weltlich), lo cual es una sutil y brillante fantasía; pero nadie debe apo carse por ello por la siguiente razón: todos los cristianos per tenecen en verdad al mismo orden y no hay entre ellos nin guna diferencia excepto la del cargo, como dice Pablo (1 Co rintios 1 2 ,12 y s.): todos juntos somos un cuerpo, pero cada miembro tiene su propia función con la que sirve a los otros; esto resulta del hecho de que tenemos un solo bautismo, un solo Evangelio, una sola fe y somos cristianos iguales, pues el bautismo, el Evangelio y la fe son los únicos que convier ten a los hombres en eclesiásticos y cristianos. El hecho de que el papa o el obispo unja, haga la tonsura, ordene, con sagre, vista de manera diferente al laico, puede convertir a uno en un hipócrita y en un pasmarote, pero no puede ha cer nunca un cristiano ni un hombre eclesiástico. Por ello, todos nosotros somos ordenados sacerdotes por el bautismo, como dice San Pedro en 1 Pedro 2,9: «Vosotros, en cambio, sois linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada» y el A pocalipsis : «Hiciste de ellos linaje real y sacerdotes para nuestro Dios» 13. Si no existiera en nosotros una consagra ción más alta que la que da el papa o el obispo nunca jamás se haría un sacerdote por la consagración por el papa y por el obispo y no se podría celebrar la misa ni predicar ni con fesar. Por esta razón, la consagración por el obispo no es nada más que la elección por él de uno de entre la multitud, en lugar y en nombre de la asamblea —todos ellos tienen el mismo poder— al que le ordena ejercer ese mismo poder
para los demás; de igual manera que si diez hermanos, hijos del rey, herederos por igual, eligieran a uno para que gober nara la herencia por ellos: todos ellos serían reyes y con igual poder, y, sin embargo, se encomienda a uno su administra ción. Lo digo todavía con mayor claridad: si un grupo de cristianos seglares piadosos fueran hechos prisioneros y los llevaran a un desierto y no tuvieran entre ellos ningún sacer dote ordenado por un obispo y, de común acuerdo, eligie ran a uno, casado o no, y le encomendaran el ministerio de bautizar, celebrar misa, confesar y predicar, sería un verda dero sacerdote como si lo hubieran consagrado todos los obis pos y papas. De aquí que, en caso de necesidad, cualquiera puede bautizar y confesar, lo que no sería posible si no fué ramos todos nosotros sacerdotes. Esta gracia y este poder tan grandes del bautismo y de la condición cristiana nos los han destruido totalmente y nos han hecho que los desconozca mos con el derecho canónico. Era así como hace tiempo los cristianos elegían a sus obispos y sacerdotes de entre la mul titud, y éstos eran posteriormente confirmados por otros obis pos sin toda la ostentación que reina ahora. Así fueron obis pos San Agustín, Ambrosio, Cipriano I4. Ahora que el poder secular está bautizado igual que no sotros y tiene la misma fe y el mismo Evangelio debemos dejarles ser sacerdotes y obispos y debemos considerar su oficio como un ministerio que pertenece y sirve a la comunidad cristiana. Pues quien ha salido del bautismo puede gloriarse de estar consagrado sacerdote, obispo y papa, aunque no co rresponda a cualquiera desempeñar tal cargo. Ya que todos nosotros somos igualmente sacerdotes, nadie debe darse im portancia y atreverse a desempeñar ese cargo sin nuestro con sentimiento y nuestra elección, pues todos tenemos igual po der; lo que es común nadie puede tomarlo por sí mismo sin la voluntad y mandato de la comunidad. Y si ocurriera que alguien fuera elegido para este cargo y fuera destituido por Agustín, obispo de Hipona, padre de la iglesia latina (354430); Ambrosio, obispo de Milán, padre de la iglesia latina (340397); Cipriano, obispo de Cartago (hacia 210258). 14
sus abusos estaría entonces igual que antes. Por ello, en la cristiandad un orden sacerdotal no debería ser otra cosa que un cargo: mientras está en el cargo, va delante; si es desti tuido es un campesino o un ciudadano como los demás. Es igualmente verdad que si un sacerdote es destituido ya no es sacerdote. Pero ellos se han inventado los characteres i n d e l e b i l e s 15y dicen la tontería de que un sacerdote desti tuido es, sin embargo, diferente a un simple laico. Sí, ellos sueñan que un sacerdote nunca puede dejar de ser sacerdo te, que no puede convertirse en seglar; todo esto son leyes y habladurías inventadas por los hombres. Se sigue de aquí que seglares, sacerdotes, príncipes, obis pos y, como dicen ellos, «eclesiásticos» y «seglares» no tienen en el fondo, verdaderamente, ninguna otra diferencia que la del cargo o función y no se diferencian por su condición, pues todos pertenecen al mismo orden, como verdaderos sa cerdotes, obispos y papas, pero no pertenecen a una única y la misma función, del mismo modo que tampoco entre los sacerdotes y los monjes tienen todos una única y la mis ma función. Y esto está en San Pablo ( R o m a n o s 1 2 ,4 y r. y 1 Corintios 12 ,12 y s.) y en Pedro (1 Pedro 2,9), como he dicho antes: que todos nosotros somos un solo cuerpo de la cabeza, Jesucristo, y cada uno es miembro del otro. Cristo no tiene dos cuerpos, uno seglar y otro eclesiástico; es una sola cabeza y tiene un solo cuerpo. Aunque ahora se les llama eclesiásticos o sacerdotes, obis pos o papas, tampoco están separados de los demás cristia nos y no tienen mayor dignidad que la de tener que admi nistrar la palabra de Dios y los sacramentos; ésta es su fun ción y su cargo; la autoridad secular tiene en su mano la es pada y el látigo para castigar a los malos y para proteger a los buenos. Un zapatero, un herrero, un campesino, todos tienen la función y el cargo de su oficio y, no obstante, to dos están por igual consagrados sacerdotes y obispos y todos Carácter indeleble, imborrable. Según la doctrina católica los sacramentos del bautismo, confirmación y orden imprimen carácter, un sello imborrable. 15
deben servir y ser útiles con su cargo o función a los demás, de manera que todas esas diferentes funciones están dirigi das a una comunidad para favorecer el cuerpo y el alma, de. la misma manera que cada uno de los miembros del cuerpo sirve a los otros. Mira ahora con qué espíritu cristiano se ha dicho y esta blecido que la autoridad secular no está por encima de los eclesiásticos y que tampoco puede castigarlos. Esto quiere de cir tanto como que la mano no puede hacer nada si el ojo sufre una gran calamidad. ¿No es antinatural, por no decir anticristiano, que un miembro no ayude al otro, que no lo defienda de su mina? Sí, cuanto más noble es el miembro más deben ayudarle los otros. Por ello digo yo que, puesto que el poder secular está ordenado por Dios para castigar a los malos y proteger a los buenos, hay que dejarle desempe ñar su cargo libremente, sin impedimentos, en todo el cuer po de la cristiandad sin tomar en consideración a las perso nas, sean éstas el papa, los obispos o sacerdotes, los monjes o monjas o lo que sea. Si para obstaculizar a la autoridad secular fuera suficiente el hecho de que es un oficio inferior, entre los ministerios cristianos, al de predicador, confesor o al orden eclesiástico, habría que impedir también que los sastres, zapateros, canteros, carpinteros, cocineros, bodegue ros, campesinos y todos los oficios laicos diesen al papa, a los obispos y a los sacerdotes zapatos, vestidos, casa, comi da, bebida o rentas. Si se deja a estos seglares desarrollar sus trabajos sin impedimentos, ¿qué van a hacer entonces los es critores romanos con sus leyes, que utilizan para escaparse de la acción del poder secular cristiano y con las que pueden obrar abiertamente el mal, dando cumplimiento a lo que dijo San Pedro: «Entre vosotros habrá falsos maestros que in troducirán bajo cuerda sectas perniciosas»? 16 Por ello, el poder secular cristiano debe desempeñar su mi nisterio libremente, sin impedimentos, sin tomar en consi deración si afecta al papa, a un obispo o a un sacerdote; quien
sea culpable, que lo sufra; lo que ha dicho el derecho canó nico en contra es una mera presunción romana. Pues S. Pa blo dice a todos los cristianos: «Sométase todo individuo (creo que el papa también) a las autoridades constituidas, pues no en vano lleva la espada; con ella sirve a Dios, castigando a los malos y premiando a los justos». También S. Pedro: «Acatad toda institución humana por amor del Señor, que así lo quiere» 17. También ha anunciado que vendrían hom bres que despreciarían la autoridad secular, en 2 Pedro 2 ,1 0 , como, en efecto, ha ocurrido con el derecho canónico. Yo creo, por esto, que esta primera muralla de papel está derribada desde que el poder secular se ha convertido en un miembro del cuerpo cristiano y, aunque tiene una función material, pertenece sin duda al orden eclesiástico; por esta razón, su función debe ejercitarse libremente, sin impedi mentos, en todos los miembros de todo el cuerpo; debe cas tigar o actuar donde la culpa lo merezca o la necesidad lo exija, sin tomar en consideración a los papas, obispos o sa cerdotes, por mucho que amenacen o excomulguen. Aquí radica la causa de que los sacerdotes culpables, en cuanto son entregados al derecho secular, sean privados previamen te de su dignidad sacerdotal, lo que ciertamente no sería justo si la espada secular no tuviera un poder anterior sobre ellos por ordenamiento divino. Es también excesivo que en el de recho canónico se ensalce tanto la libertad, el cuerpo y los bienes de los eclesiásticos como si los laicos no fuesen espiri tualmente tan buenos cristianos como ellos o como si no per teneciesen a la iglesia. ¿Por qué es tan libre tu cuerpo, tu vida, tus bienes y tu honor y no los míos, si somos realmen te cristianos iguales y tenemos el mismo bautismo, la misma fe, el mismo espíritu y todas las cosas? Si un sacerdote es ase sinado se pone al país en entredicho; ¿por qué no ocurre lo mismo cuando es asesinado un campesino? ¿De dónde pro viene diferencia tan grande entre cristianos iguales? ¡Sólo de leyes e invenciones humanas!
Tampoco debe ser ningún espíritu bueno el que ha in ventado tales excepciones y ha dejado los pecados sin casti go. Pues si estamos obligados a luchar contra el espíritu del mal, sus obras y sus palabras y a expulsarlo tan bien como podamos, tal como nos ordena Cristo y sus apóstoles, ¿de dónde se deduce que tengamos que callar y no hacer nada cuando el papa o los suyos pronuncian palabras o realizan obras diabólicas? Si por causa del hombre abandonamos el mandamiento y la verdad divinos, que habíamos jurado en el bautismo apoyar con cuerpo y alma, seríamos verdaderos responsables de todas las almas que por esta causa fueran abandonadas o seducidas. Esta frase que está en el derecho canónico debe de haberla dicho el mismo príncipe de los de monios: «aunque el papa fuera tan perniciosamente malig no que condujera a las almas en tropel al demonio, no se le podría, sin embargo, deponer» 18. Sobre esta maldita y diabólica base construyen los de Roma y son de la opinión de que antes hay que dejar que se vaya todo el mundo al diablo que oponerse a sus villanías. Si fuera suficiente para no poder ser castigado el hecho de que uno esté por encima del otro, ningún cristiano debería castigar a otro, ya que Cris to manda que cada uno se tenga por el más humilde y pe queño de todos. Donde hay pecado no hay ninguna excusa contra el casti go, como escribe también S. Gregorio 19: que todos noso tros somos iguales, pero la culpa hace a uno súbdito del otro. Veamos ahora cómo se comportan ellos con la cristiandad; le toman su libertad sin ningún fundamento en la Escritura, con su propia malicia, mientras que Dios y los apóstoles la han sometido a la espada secular, por lo que hay que temer que es un juego del anticristo o de su inmediato precursor. La otra muralla es todavía más débil y absurda, ya que quieren ser ellos los únicos maestros de la Escritura aunque no aprendan nada de ella a lo largo de su vida; sólo a sí mis18 19
Según Decretum Gratiani, I, Distinctio 40, can. 6 . Gregorio I, papa (590604). Vid. Regula Pastoralis, II, NE.PL 77, col. 34.
6,
en MIG
mos se atribuyen la autoridad y hacen el payaso ante noso tros con palabras vergonzantes diciendo que el papa, sea bue no o impío, no puede equivocarse en la fe, pero no pueden aducir ni una letra al respecto. A quí tiene su origen el que tantas leyes heréticas y anticristianas, incluso antinaturales, estén en el derecho canónico, de lo que no es necesario ha blar ahora. Como confían en que el Espíritu Santo no los abandona, por muy incultos y malvados que puedan ser, aña dirán astutamente lo que quieran. Si así fuera, ¿para qué sería necesaria o útil la Sagrada Escritura? Quemémosla y de mos satisfacción a los ignorantes señores de Roma, habita dos por el Espíritu Santo, que sólo puede habitar en efecto los corazones piadosos. Si no lo hubiese leído me habría re sultado increíble que el demonio utilizare tales torpezas en Roma y ganara adeptos. Pero, como no vamos a luchar contra ellos con palabras, traigamos la Escritura. S. Pablo dice, en 1 Corintios 14, 30: «si a alguien se le revela algo mejor, aunque esté sentado y es cuche al otro en la palabra de Dios, el primero que está ha blando debe callar y ceder». ¿Para qué serviría este mandato si hubiera que creer solamente a aquel que habla allí o está sentado arriba? También Cristo dice, en J u a n 6 ,4 5 , que to dos los cristianos serán enseñados por Dios. Pero puede su ceder que el papa y los suyos sean malos y no sean verdade ros cristianos y que no estén enseñados por Dios ni tengan un entendimiento recto y que lo tenga, por el contrario, un hombre sencillo: ¿por qué no habría que seguir a éste? ¿No se ha equivocado el papa muchas veces? ¿Quién iba a ayu dar a la cristiandad cuando el papa se equivoque, si no se pudiera creer en alguien diferente que tenga la Escritura a su favor? Por esta razón es un fábula inventada y no pueden apor tar ni una letra para demostrar que sólo el papa puede inter pretar la Escritura o confirmar la interpretación. ¡Ellos se han tomado por sí mismos esta facultad! 20. Y cuando dan a en
tender que esta facultad le había sido dada a S. Pedro, pues a él le fueron entregadas las llaves, está bastante claro que las llaves fueron dadas no sólo a S. Pedro, sino a toda la co munidad. Y además, las llaves están ordenadas, no para la doctrina o el gobierno, sino sólo para perdonar o retener los pecados, y es una invención todo lo demás que deducen de las llaves. Lo que Cristo dice a Pedro: «pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe» 21 no puede extenderse al papa, pues la mayor parte de los papas han estado sin fe, como ellos mismos deben reconocer. Cristo, además, no ha rezado sólo por Pedro, sino también por todos los apóstoles y cristianos, como dice J u a n 17,9 -20: «Padre, yo te ruego por éstos que me has dado y no sólo por éstos sino por todos los que van a creer en mí por su mensaje». ¿No he hablado con suficiente claridad? ¡Reflexiona tú mismo! Ellos deben reconocer que hay en tre nosotros cristianos piadosos que poseen la verdadera fe, el espíritu, el entendimiento, la palabra y el pensamiento de Cristo. ¿Por qué, pues, habría que desechar su palabra y su entendimiento y seguir al papa que no tiene ni fe ni espíritu? ¡Esto significaría la negación de toda la fe y de la iglesia cristiana! Además, no es el papa sólo quien ha de te ner razón, si es verdadero este artículo: «creo en una santa iglesia cristiana»; o ¿tenemos que rezar también «creo en el papa de Roma», reduciendo así la iglesia cristiana entera mente a u n hombre, lo que no sería sino un error diabólico e infernal? Además, todos somos sacerdotes, como se ha dicho antes, todos tenemos u n a fe, u n Evangelio, un solo sacramento: ¿cómo no íbamos a tener también el poder para apreciar y juzgar lo que es justo o injusto en la fe? ¿Dónde se queda la palabra de Pablo, 1 Co rintios 2,1 5: «el hombre de espíri tu puede enjuiciarlo todo mientras a él nadie puede enjui ciarlo» y 2 Co rintios 4,13: «tenemos todos el mismo espíritu de fe»? ¿Cómo no íbamos a sentir tan bien como un papa
incrédulo lo que es o no conforme con la fe? Por todos estos y otros muchos pasajes tenemos que convertirnos en libres y valientes y no tenemos que dejar enfriar el espíritu de la libertad (como lo llama Pablo)22con palabras imaginarias de los papas, sino que debemos juzgar libremente todo lo que ellos hacen u omiten según nuestra fiel comprensión de la Escritura y obligarles a seguir el mejor entendimiento y no el suyo propio. Hace años Abraham tuvo que escuchar a su Sara, que había sido sometida a él con una dureza que nadie ha superado en la tierra23 y también el asno de Balaam fue más listo que el mismo profeta24. Si Dios habló entonces a través de un asno contra un profeta, ¿por qué no iba a poder hablar a través de un hombre piadoso contra el papa? Más todavía, S. Pablo reprime a S. Pedro por estar equivocado en Gá latas 2,11 y s. Por esto corresponde a todo cristiano, por haber aceptado la fe, comprenderla y defen derla y condenar todos los errores. La tercera muralla cae por sí misma cuando caen las dos primeras. Si el papa actúa contra la Escritura, nosotros esta mos obligados a defenderla y a castigar al papa y a corregirlo según la palabra de Cristo, M ate o 1 8 ,1 4 : «Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas entre los dos; si no te hace caso llama a otro o a otros dos. Si no te hace caso, díselo a la comunidad y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano». Aquí se le ordena a todos los miembros que se preocupen de los demás; cuánto más tene mos que hacerlo nosotros cuando quien actúa mal es un miembro que gobierna la Comunidad, que, con sus obras, causa a los demás mucho daño y escándalo. Si debo denun ciarlo ante la comunidad tengo que reuniría ya. No tienen tampoco ningún fundamento en la Escritura para atribuir únicamente al papa la facultad de convocar o aprobar un concilio sino sólo en sus propias leyes que valen en cuanto no perjudiquen a la cristiandad y a las leyes de 22 23 24
Vid. 2 Corintios 3,17. Vid. Génesis 21,12. Vid. Números 22,28.
Dios. Si el papa es culpable, pierden su vigencia tales leyes porque es perjudicial para la cristiandad no juzgarlo mediante un concilio. Así leemos en los H ec h o s de lo s A p ó s to le s 1 5 ,6 que no fue S. Pedro quien convocó el concilio de los apóstoles sino que fueron todos los apóstoles y los ancianos; ahora bien, si esto le hubiese correspondido únicamente a S. Pedro no habría sido un concilio cristiano sino un conciliábulo heréti co. Tampoco el famoso C o n c i l i u m N i c a e n u m fue convoca do ni ratificado por el obispo de Roma, sino por el empera dor Constantino; y después de él otros muchos emperadores han hecho lo mismo y han resultado ser los concilios más cristianos de todos25. Si sólo el papa tuviese el poder de convocarlos, todos habrían sido heréticos. Incluso cuando mi ro los concilios que ha hecho el papa no encuentro que se haya realizado nada especial en ellos. Así pues, si la necesidad lo exige y el papa es dañino para la cristiandad, el primero que pueda, como miembro fiel de todo el cuerpo, debe hacer algo para que se celebre un con cilio auténtico, libre, y nadie mejor que la espada secular puede hacerlo, especialmente ahora que es también cocristiana, cosacerdote, coeclesiástica, copoderosa en todas las cosas y teniendo el deber de desempeñar con libertad su cargo y función, que han recibido de Dios, por encima de cualquie ra, si es necesario y útil que los desempeñen. ¿No sería un comportamiento antinatural que, en un fuego en una ciu dad, todos tuvieran que permanecer inactivos y dejar que el fuego quemara todo lo que pueda arder sólo porque no tuvieran el poder del burgomaestre o porque el fuego afec tara, quizá, a la casa del burgomaestre? ¿No está cada uno obligado a movilizar a los otros y a convocarlos? Con mucha mayor razón se está obligado en la ciudad espiritual de Cris to, cuando se levanta el fuego del escándalo, sea en el go bierno papal o donde quiera que sea. Lo mismo ocurre cuan do los enemigos asaltan una ciudad: el honor y el agradeci 25 El Concilio de Nicea (325), el primer concilio ecuménico, fue convocado para examinar la disputa sobre el arrianismo.
miento lo gana el primero que reúne a los demás. ¿ Por qué, pues, no iba a merecer el honor quien denuncie a los ene migos infernales y despierte a los cristianos y los convoque? No tiene ningún fundamento que ellos digan que no es lícito luchar contra su poder. Nadie en la cristiandad tiene poder para hacer daño, para prohibir que se combata el da ño. No hay otro poder en la iglesia que no sea para su per feccionamiento. Por esta razón si el papa quisiera utilizar el poder para impedir que se celebre un concilio libre, se im pediría con ello una mejora de la iglesia y, por consiguiente, no debemos tomarlo en consideración ni a él ni a su poder y, si ex-comulga y truena, habría que despreciarlo como a un loco y, confiando en Dios, ex-comulgarlo y expulsarlo, a su vez, como se pueda, pues tal poder temerario no es na da, ni tampoco lo tiene y pronto se destruye con un pasaje de la Escritura donde Pablo dice a los corintios: «Dios me ha dado el poder para mejorar la cristiandad, no para destruirla»26. ¿Quién quiere saltarse este versículo? Es del diablo y del anticristo el poder que combate lo que sirve pa ra el mejoramiento de la cristiandad, por lo que no hay que obedecer a ese poder en absoluto sino oponérsele con el cuer po, los bienes y con todo lo que podamos. Y si sucediera un milagro a favor del papa y contra el po der secular o si alguien provocara una plaga, como preten den que ha sucedido muchas veces, hay que considerar que han sucedido sólo por el diablo, por haberse roto nuestra fe en Dios, como el mismo Cristo ha proclamado en M a te o 24,34: «saldrán cristianos falsos y profetas falsos con mi nom bre, con tal ostentación de señales y portentos que extravia rán a los mismos elegidos» y S. Pablo dice a los tesalonicenses que el anticristo será poderoso en falsos milagros por obra de satanás 27. Retengamos, por tanto, que el poder cristiano no puede estar contra Cristo, como dice S. Pablo: «no tenemos poder 26 Vid. 2 Corintios 10,8.
alguno contra Cristo, sólo en favor de Cristo»28. Si el po der realiza algo contra Cristo es el poder del anticristo y del demonio, aunque lluevan y granicen milagros y plagas. Milagros y plagas no prueban nada, especialmente en estos últimos tiempos, muy calamitosos, para los que toda la Es critura ha anunciado falsos milagros. Por esto tenemos que agarrarnos a las palabras de Dios con fe firme, y entonces el diablo dejará sus prodigios. Espero que con todo lo anterior se destruya el miedo falso y engañoso con el que los romanos nos han creado, durante largo tiempo, una conciencia apocada y pusilánime y que se vea que ellos están sometidos a la espada, igual que todos nosotros, que no pueden interpretar la Escritura basándose en su mera fuerza y sin conocimientos y que no tienen nin gún poder para prohibir un concilio ni para hipotecarlo ni para coaccionarlo o quitarle su libertad; y si lo hacen queda claro que pertenecen verdaderamente a la comunidad del an ticristo y del demonio y no tienen nada de Cristo, salvo el nombre.
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II SOBRE LA AUTORIDAD SECULAR: HASTA DONDE SE LE DEBE OBEDIENCIA (1523)
En la segunda quincena de octubre de 1522 predicó Lutero varios sermones en Weimar, dedicando dos de ellos al tema de la autoridad secular. Por su correspondencia sabemos que quería poner por escrito estas reflexiones. El 7 de noviembre de 1522 el duque Georg de Sajonia (ducado) prohibió la venta de la traducción del Nuevo Testamento que Lutero había realizado. También en Baviera había sido prohibida. Este fue el motivo final que le llevó a redactar este escrito, preocupado por los excesos del poder secular. Von weltlicher Obrtgkeit, wie weit man ihr Gehortam schuldig sel se publicó entre el 12 y el 21 de marzo de 1523. El escrito está dedicado al duque Johann de Sajorna (Sajonia electoral), hermano del príncipe elector Friedrich III, llamado el Sabio, a quien sucedería en 1525, y lleva fecha de Año Nuevo de 1523 que, según la costumbre de la época, corresponde a la Navidad (de 1522). En Von weltlicher Obrigkeit... desarrolla Lutero la denominada doctrina de los dos reinos. La traducción sigue el texto de la edición de Weimar: WA 11, 245280.
A su a lte za y m u y n o b le p r ín c ip e y se ñor, J u a n , d u q u e de Sajonia, con de en Turingia y m arqu és de Meissen, m i be nev olente señor. ¡Gracia y p a z en Cristo!
La necesidad y los ruegos de muchas personas, y en pri mer lugar el deseo de Vuestra Alteza, me obligan, ilustrísimo y benevolente señor, a escribir sobre la autoridad secular y su espada, sobre cómo debe usarse cristianamente y hasta dónde se le debe obediencia. Mis palabras las mueve la pa labra de Cristo, M ateo 5 ,3 9 y s.: «No debes resistir al mal sino cede ante tu adversario, y a quien te quite la túnica da le también la capa», y R o m a n o s 1 2 ,1 9 : «Mía es la venganza, dice el Señor, yo daré lo merecido». En tiempos pasados el príncipe Volusiano 1reprochó estos versículos a S. Agustín y combatió la doctrina cristiana porque dejaba a los malos hacer el mal y porque no era compatible con la espada secular. También los sofistas 2de las universidades han chocado con estos textos, pues según ellos, no se podrían conciliar ambos entre sí. Para no convertir en paganos a los príncipes han enseñado que Cristo no ordenó estos mandamientos si no que sólo los aconsejó para los perfectos. Según esto, Cris to tendría que mentir y estar equivocado para que los prín cipes mantuvieran su honor. Los ciegos y miserables sofistas no podían dignificar a los príncipes sin rebajar a Cristo. Su venenoso error se ha extendido a todo el mundo, de modo que todos consideran esta doctrina de Cristo como consejos para los perfectos y no como mandamientos obligatorios y comunes para todos los cristianos; han llegado tan lejos que han permitido para el perfecto estado episcopal, incluso pa ra el más perfecto de todos, el del papa, la imperfecta con dición de la espada y de la autoridad secular y no sólo eso sino que a nadie en la tierra se las han atribuido tanto como a ellos. El diablo se ha posesionado tanto de los sofistas y
1 Volusiano, procónsul. Vid. S. Agustín, Eptstulae 136 y 138, en M1G NE PL 33, 514 y s. y 525 y s. 2 Designa así a los teólogos escolásticos.
de las universidades que ellos mismos no saben lo que ha blan y enseñan ni cómo lo hacen. Espero, en cambio, poder instruir a los príncipes y a la autoridad secular para que permanezcan cristianos y Cristo permanezca como el Señor, sin convertir, no obstante, los mandamientos de Cristo en consejos, en beneficio de ellos. Haré esto como un servicio de súbdito a Vuestra Alteza y para utilidad de todo el que lo necesite, para alabanza y gloria de Cristo, nuestro Señor. Encomiendo a Vuestra Alteza y a toda su familia a la gracia de Dios, pidiéndole que la quiera conceder misericordiosamente. Amén. Wittenberg, día de año nuevo de 1523 3. Servidor de Vuestra Alteza M a rtin u s L u th er.
3 Se trata de la Navidad de 1522.
Hace poco tiempo escribí un librito a la nobleza alemana e indiqué cuáles eran su ministerio y su función cristianos4. Cómo se han orientado por él lo tenemos a la vista. Por esto debo dirigir mi celo en otra dirección y escribir ahora lo que deben dejar de hacer y lo que no deben hacer y espero que se guíen ahora como lo hicieron por aquel librito, permane ciendo príncipes, eso sí, pero sin llegar nunca a ser cristia nos. Pues Dios todopoderoso ha vuelto locos a nuestros prín cipes de tal manera que no piensan otra cosa sino que pue den hacer y prohibir a sus súbditos lo que quieran (y los súb ditos también se equivocan al creer que están obligados a obedecer todo eso), hasta el punto que han comenzado ahora a ordenar a las gentes que se desprendan de ciertos libros y que crean y mantengan lo que ellos dicen 5; con estas ac ciones tienen la audacia de sentarse en la silla de Dios y do minar las conciencias y la fe y darle lecciones al Espíritu San to según su loco cerebro. Y , no obstante, pretenden que na die les diga nada y que se les siga llamando señores benevo lentes. Escriben y hacen escribir que el emperador lo ha pedido 4 Vid. An den chñstlichen A del...t traducido en este volumen, p. 3 5 Vid. introducción a este texto.
y que quieren ser obedientes príncipes cristianos, como si real mente lo tomaran en serio y no se les notara su malicia. Si el emperador les tomara un castillo o una ciudad o les im pusiera cualquier cosa injusta, íbamos a ver con qué facili dad descubrían que debían oponerse al emperador y no obe decerle. Pero cuando se trata de maltratar a los pobres hom bres y de expiar su maldad con la palabra de Dios dicen que es por obediencia al mandato del emperador. A estas gentes se les llamaba antes canallas; ahora hay que llamarles obe dientes príncipes cristianos. Sin embargo, no permiten que nadie sea interrogado o se defienda, por mucho que se insis ta; para ellos resultaría insoportable que el emperador u otra persona se comportara con ellos de la misma forma. Estos son los príncipes que gobiernan el imperio en los países ale manes; es por esta razón por lo que en todos los territorios van tan bien las cosas, como veremos. Como la cólera de estos locos basta para exterminar la fe cristiana, para negar la palabra de Dios y ultrajar la majes tad divina, no puedo ni quiero soportar por más tiempo a mis inclementes y coléricos señores y tengo que oponerme a ellos, al menos con la palabra. Y si no he tenido miedo de su ídolo, el papa, que amenaza con quitarme el alma y el cielo, debo mostrar que tampoco tengo miedo a sus esca mas y a sus pompas6, que amenazan con robarme el cuer po y la tierra. Dios haga que monten en cólera hasta que desaparezcan los hábitos grises 7y nos ayude a no morir por sus amenazas. Amén. En primer lugar, hemos de fundamentar sólidamente el derecho y la espada seculares de modo que nadie pueda du dar de que están en el mundo por la voluntad y orden de Dios. Los versículos que los fundamentan son éstos: R o m a nos 13,1 y s.: «Sométase todo individuo a la autoridad, al poder, pues no existe autoridad sin que Dios lo disponga; 6 Escamas del Leviatán, monstruo que identifica con Satan y del que el papa sería, según Lutero, su encarnación. 7 Locución para designar algo que no acabará. Con los «hábitos grises» se refiere a los monjes.
el poder, que existe por doquier, está establecido por Dios. Quien resiste a la autoridad resiste al orden divino. Quien se opone al orden divino, se ganará su condena»; también 1 Pedro 2,1 3 y s.: «Acatad toda institución humana, lo mis mo al rey como soberano que a los gobernadores, como de legados suyos para castigar a los malhechores y premiar a los que hacen el bien». Este derecho de la espada ha existido además desde el co mienzo del mundo. Cuando Caín mató a su hermano Abel tuvo tanto miedo de que, a su vez, lo mataran a él que Dios impuso una prohibición especial al respecto y suspendió la espada por causa de aquél, y nadie debía matarlo. No ha bría tenido este miedo si no hubiese visto y oído de Adán que había que matar a los asesinos. Dios estableció de nue vo el derecho de la espada después del diluvio y lo confirmó con palabras bien explícitas cuando dice en Génesis 9,6: «Si uno derrama la sangre de un hombre, otro derramará la su ya». Esto no puede entenderse como una plaga o un castigo de Dios para los asesinos —pues muchos asesinos, por arre pentimiento o misericordia siguen con vida y no mueren por la espada— , sino que se dice del derecho de la espada que un asesino sea reo de muerte y que haya que matarlo con derecho por la espada. Si se impidiera el derecho o llegara tarde la espada, de modo que el asesino muriera de muerte natural, no por ello es falsa la Escritura cuando dice «si uno derrama la sangre de un hombre; otro derramará la suya». Porque es culpa o mérito de los hombres que este derecho, ordenado por Dios, no se ejecute, de igual manera que tam bién se infringen otros mandamientos de Dios. Esto mismo lo confirma también la ley de Moisés, Exodo 2 1 , 1 4 : «Quien mate a alguien con premeditación, quítame lo de mi altar para darle muerte». Y también: «Vida por vi da, ojo por ojo, diente por diente, pie por pie, mano por mano, herida por herida, golpe por golpe». Cristo lo confir ma también cuando le dice a Pedro en el huerto: «El que toma la espada, a espada morirá», lo que hay que entender en el mismo sentido de Génesis 9,6 «si uno derrama la san gre de un hombre, etc.» y Cristo se refiere, sin duda, a lo
mismo con estas palabras y cita el mismo pasaje, queriendo confirmarlo. También enseña estojuan Bautista; cuando los soldados le preguntaron qué debían hacer, dijo: «No hagáis violencia ni injusticia a nadie y contentaros con vuestro sala rio». Si la espada no fuese un orden divino debería haberles dicho que dejasen de ser soldados, ya que él quería perfec cionar al pueblo e instruirlo de una forma verdaderamente cristiana; es cierto, por tanto, está bastante claro que es vo luntad de Dios que se emplee la espada y el derecho secula res para el castigo de los malos y para la protección de los buenos. En segundo lugar: a lo anterior se opone con fuerza lo que dice Cristo en M a te o 5 ,3 8 y s . : «Oísteis que se dijo a los an tepasados “ojo por ojo y diente por diente” , pero yo os di go, no hay que resistir al mal sino que si alguien te hiere en la mejilla derecha, ponle también la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la ca pa; y a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos». También Pablo, R o m a n o s 1 2 ,1 9 : «Amados míos, no os ven guéis vosotros mismos, sino dejad lugar a la cólera de Dios, pues está escrito ‘ ‘mía es la venganza, yo daré lo merecido’ ’, dice el Señor». Además, M ate o 5 ,4 4 : «Amad a vuestros ene migos, haced bien a los que os odian». Y 1 Pedro 3,9: «No devuelva nadie mal por mal, ni maldición con maldición, etc.». Estos pasajes y otros semejantes hablan patentemente de que los cristianos en el Nuevo Testamento no deben tener nin guna espada secular. Por esta razón dicen también los sofistas que Cristo ha abo lido la ley de Moisés y convierten estos mandamientos en «consejos» para los perfectos y dividen la doctrina y la condi ción cristianas en dos partes: una, para los perfectos, a la que atribuyen los consejos; otra, para los imperfectos, a la que le aplican los mandamientos. Hacen esta división por su pro pio arbitrio y arrogancia sin ningún fundamento en la Escri tura y no ven que Cristo recalca en el mismo lugar su doctri na de que no quiere abolir ni lo más mínimo y condena al infierno a quienes no aman a sus enemigos. Tenemos que hablar de este asunto, por tanto, de otra manera, para que
la palabra de Cristo sea común para todos, sean «perfectos» o «no perfectos». La perfección y la imperfección no está en las obras; tampoco la determina ninguna condición externa especial entre los cristianos; están en el corazón, en la fe y en el amor, de modo que quien más cree y más ama es per fecto, sea exteriormente un hombre o una mujer, un prínci pe o un campesino, un monje o un seglar. El amor y la fe no crean sectas ni diferencias externas. En tercer lugar: tenemos que dividir ahora a los hijos de Adán y a todos los hombres en dos partes: unos pertenecen al reino de Dios, los otros al reino del mundo. Los que per tenecen al reino de Dios son los que creen rectamente en Cristo y están bajo él, puesto que Cristo es el rey y señor en el reino de Dios, como dice el S a l m o 2 y la Escritura entera y para eso ha venido él, para instaurar el reino de Dios y establecerlo en el mundo. Por eso dice a Pilaros: «Mi reino no es de este mundo; quien procede de la ver dad oye mi voz», y siempre se refiere en el Evangelio al reino de Dios diciendo: «Arrepentios, el reino de Dios ha llegado», y «buscad en primer lugar el reino de Dios y su justicia», y llama al Evangelio un Evangelio del reino de Dios porque enseña, gobierna y comprende el reino de Dios. Escucha, pues, esta gente no necesita ninguna espada ni derecho secular. Si todo el mundo fuese cristiano, es de cir, si todos fueran verdaderos creyentes no serían necesarios ni útiles los príncipes, ni los reyes, ni los señores, ni la espa da ni el derecho. ¿Para qué les servirían cuando albergan el Espíritu Santo en su corazón que les adoctrina y que hace que no cometan injusticia contra nadie, que amen a todos, que sufran injusticia por parte de todos gustosa y alegremen te, incluso la muerte? Donde se padece la injusticia y se ha ce el bien no son necesarios ni la disputa ni la contienda ni los tribunales ni los jueces, ni el castigo ni el derecho ni la espada. Por eso es imposible que entre los cristianos tengan algo que hacer la espada y el derecho seculares, ya que los cristianos hacen mucho más por sí mismos que todo lo que pudieran exigir todas las leyes y todas las doctrinas. Como
dice S. Pablo, 1 T i m o t e o 1 , 9 : «Ninguna ley se ha dado al justo, sino al injusto». ¿Por qué esto es así? Porque el justo hace por sí solo todo lo que exigen todas las leyes y más. Y los injustos no hacen nada justo, por lo que necesitan que el derecho les enseñe, les coaccione y les obligue a hacer el bien. El buen árbol no necesita doctrina ni leyes para dar buenos frutos, pues su pro pia naturaleza hace que los produzca sin doctrina ni leyes, según su especie. Yo tendría por loco a quien escribiera un libro para un manzano, lleno de leyes y preceptos sobre có mo debería producir manzanas y no espinas, pues por su pro pia naturaleza lo hace mejor que lo que aquél pudiera des cribir y ordenar con todos sus libros. De la misma manera, todos los cristianos tienen una naturaleza por el espíritu y por la fe para obrar bien y justamente, más de lo que se les podría enseñar con todas las leyes, y no necesitan para sí mis mos ninguna ley ni ningún derecho. Si tú me dices entonces: ¿Por qué ha dado Dios tantas le yes a los hombres y por qué Cristo enseña también en el Evan gelio que hay que hacer muchas cosas? Sobre esta cuestión he escrito abundantemente en las A p o s tilla s y en otros sitios8. Lo resumo muy brevemente: Pablo dice que la ley ha sido dada a causa de los injustos, es decir, para obligar externamente a aquellos que no son cristianos a evitar las ma las acciones, como veremos más adelante. Como ningún hombre es por naturaleza cristiano o piadoso sino que todos son pecadores y malos, Dios les prohíbe a todos ellos, por medio de la ley, que pongan en práctica su maldad con obras externas, según sus malas intenciones. Además S. Pablo atri buye a la ley otro ministerio: R o m a n o s 7 ,7 y G ála ta s 3 ,24 : la ley enseña a reconocer los pecados con lo que humilla al hombre disponiéndolo a la gracia y a la fe de Cristo. Lo mis mo hace Cristo en M a te o 5 ,3 9 , cuando enseña que no se de be resistir al mal, con lo que aclara la ley y enseña cómo tie 8 Durante su estancia en el Wartburg escribió Lutero las Apostillas a epístolas y evangelios para el servicio de los predicadores, en WA 10/ 1, 1.
ne que comportarse el verdadero cristiano, como veremos más adelante. En cuarto lugar: al reino del mundo, o bajo la ley, perte necen todos los que no son cristianos. Y a que son pocos los que creen y una parte aún más pequeña es la que se com porta cristianamente, no resistiendo al mal ni haciendo ellos mismos el mal, Dios ha establecido para aquellos otro go bierno distinto fuera del orden cristiano y del reino de Dios y los ha sometido a la espada para que, aunque quisieran, no puedan llevar a cabo sus maldades y, si las cometen, para que no puedan hacerlo sin miedo, apaciblemente y con éxi to: igual que se amarra con cadenas y sogas a un animal sal vaje y maligno para que no pueda morder ni dar zarpazos según su naturaleza, como le gustaría. Todo esto, sin em bargo, no lo necesita el animal manso y sumiso, que es ino fensivo aun sin cadenas ni sogas. Si esto no se hiciera así, como todo el mundo es malo y apenas hay un verdadero cristiano entre miles de personas, se devorarían unos a otros de modo que nadie podría con servar su mujer y sus hijos, alimentarse y servir a Dios, con lo que el mundo se convertiría en un desierto. Por esta ra zón estableció Dios estos dos gobiernos: el espiritual, que hace cristianos y buenos por el Espíritu Santo, bajo Cristo, y el secular, que obliga a los no cristianos y a los malos a mantener la paz y estar tranquilos externamente, sin que se les deba por ello ningún agradecimiento. Así entiende S. Pa blo la espada secular cuando declara en R o m a n o s 13,3 , que no hay que temer por las buenas obras sino por las malas. Y Pedro dice que ha sido instituida para castigar a los malos. Si alguien quisiera gobernar el mundo según el Evangelio y quisiera abolir todo el derecho secular y la espada alegan do que todos están bautizados y que son cristianos, para los que el Evangelio no quiere ningún derecho ni espada, que tampoco necesitan, adivina, querido amigo, qué haría este hombre. Quitaría las cadenas y sogas que sujetan a los salva jes y malignos animales de modo que morderían y despeda zarían a cualquiera, alegando que eran mansos y domados animalitos. Pero yo bien que los sentiría en mis heridas. Así
abusarían los malos de la libertad evangélica, bajo el nom bre de cristianos, y cometerían sus fechorías diciendo que son cristianos y que, por lo tanto, no están sometidos a ninguna ley ni a la espada, como ya están vociferando y proclamando desatinadamente algunos. A esa persona habría que decirle: es verdad, ciertamente, que los cristianos, por sí mismos, no están sometidos a nin gún derecho ni espada, ni los necesitan; pero procura pri mero que el mundo esté lleno de auténticos cristianos antes de gobernarlos cristianamente y según el Evangelio. Pero eso no lo conseguirás jamás, pues el mundo y la gente es y per manecerá no cristiano, aunque todos hayan sido bautizados y se llamen cristianos. Los cristianos, como se dice, están muy dispersos. Por eso es imposible que haya un gobierno cris tiano común para todo el mundo, ni siquiera para un país o un gran número. Hay muchos más malos que buenos. Go bernar un país entero o el mundo con el Evangelio es como si un pastor reuniera en un mismo establo lobos, leones, águi las y corderos y los dejara ir y venir libremente entre ellos y les dijera: «Paced y sed buenos y pacíficos unos con otros, el establo está abierto, tenéis bastante pasto y no tenéis que tener miedo de los perros ni del cayado». Las ovejas, cierta mente, mantendrían la paz y se dejarían alimentar y gober nar pacíficamente, pero no vivirían mucho tiempo ni nin gún animal sobreviviría a los demás. Es preciso, por tanto, distinguir con cuidado ambos regí menes y dejar que existan ambos: uno, que hace piadosos, y el otro, que crea la paz exterior e impide las malas obras. En el mundo no es suficiente el uno sin el otro. Pues sin el gobierno espiritual de Cristo nadie puede llegar a ser justo ante Dios por medio del gobierno secular. El gobierno de Cristo no se extiende sobre todos los hombres sino sobre los cristianos, que forman, en todos los tiempos, un número re ducido y viven entre los no cristianos. Si sólo rige el gobier no secular o la ley habrá pura hipocresía, aunque estuvieran los mismos mandamientos de Dios. Pues sin el Espíritu San to en el corazón nadie llega a ser verdaderamente bueno, por buenas que sean sus obras. Pero si sólo reina el gobierno
espiritual sobre un país y su gente, se suelta el freno a la mal dad y se deja lugar para todas las fechorías, porque los hom bres comunes no pueden aceptar ni entender ese gobierno. Ahora puedes ver a quién se dirigen las palabras de Cris to, que hemos citado antes, M ate o 5 ,3 9 , de que los cristia nos no pueden pleitear ni tener la espada secular entre ellos. Esto lo dice, propiamente, sólo a sus queridos cristianos. Es tos las aceptan sencillamente y actúan en consecuencia y no las convierten en «consejos», como los sofistas, pues el Espí ritu ha conformado su corazón para no hacer mal a nadie y para sufrir de buen grado el mal que los otros les causan. Si todos los hombres fueran cristianos les interesarían estas palabras y actuarían en consecuencia. Pero como no son cris tianos no les importan ni actúan de acuerdo con ellas; perte necen al otro gobierno en el que se constriñe externamente a los no cristianos y se les obliga a la paz y al bien. Por esta razón, Cristo tampoco llevó la espada ni la insti tuyó en su reino, pues él es un rey que gobierna sobre los cristianos y gobierna sin recurrir a la ley, sólo con Santo Es píritu. Y si bien confirmó la espada, él no la utilizó, pues no sirve para su reino que sólo tiene piadosos. A David, en tiempos pasados, no se le permitió construir el templo por que había derramado mucha sangre y había utilizado la es pada. No es que hubiera obrado mal sino que no podía ser imagen de Cristo, que habría de tener un reino de paz. El templo tuvo que construirlo Salomón, que en alemán signi fica F rie dric h o F rie d sa m 9, el cual tuvo un reino pacífico con el que se podía significar el verdadero y pacífico reino de Cristo, el auténtico Friedrich y S a l o m ó n . Además dice el texto «en toda la construcción del templo no se oyó nunca ningún hierro». Todo esto porque Cristo habría de tener un pueblo libre, sin coacción ni compulsión, sin ley y sin espada. Esto lo manifiestan los profetas en el Salmo 110,3: «Tu pueblo serán los libres»; en Isaías 11,9 : «No matarán ni ha9 Enedrich significa rico en paz. El nombre hebreo Salomón deriva de la palabra hebrea Schalom, que significa paz.
rán daño en mi santo monte»; en Isaías 2 ,4 : «Y convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas; na die alzará la espada contra nadie, no se adiestrarán para la guerra, etc.». Quien quisiera aplicar estos pasajes y otros se mejantes allí donde se mencione el nombre de Cristo, malinterpretaría por completo la Escritura, pues estos pasajes sólo se refieren a los verdaderos cristianos: entre ellos actúan así, sin duda. En quinto lugar: dices ahora: si los cristianos no necesitan la espada ni el derecho secular, ¿por qué dice Pablo a todos los cristianos, R o m a n o s 13,1 : «Sométasen todos al poder y a la autoridad» y S. Pedro: «Someteos a toda institución hu mana», etc., como se ha dicho antes? Mi respuesta: por aho ra he dicho que los cristianos entre sí, en sí mismos y por sí mismos, no necesitan ni el derecho ni la espada, pues no les son necesarios ni útiles. Pero como un verdadero cristia no no vive en la tierra para sí mismo ni para su propio servi cio sino que vive y sirve a su prójimo, hace, por su espíritu, algo que él no necesita, pero que es necesario y útil a su pró jimo. Y como la espada es de una necesaria utilidad a todo el mundo para mantener la paz, castigar los pecados y resis tir a los malos, el cristiano se somete gustosamente al go bierno de la espada, paga los impuestos, respeta la autori dad, sirve, ayuda y hace todo aquello —todo lo que puede— que favorece a la autoridad, a fin de que ésta se mantenga y se mantenga con honor y temor; él, sin embargo, por sí mismo ni tiene necesidad de nada de esto ni le hace falta, pero toma en consideración lo que es bueno y útil para los demás, como enseña Pablo en E fesio s 5 ,2 1 . Esto lo hace el cristiano como también hace otras obras de amor que no necesita. No visita a los enfermos para cu rarse él mismo; no alimenta a nadie porque él mismo tenga necesidad de alimentarse; tampoco sirve a la autoridad por que él la necesite sino porque los demás la necesitan, para estar protegidos y para que los malos no se vuelvan peores. El no pierde nada y este servicio no le causa ningún perjui cio y, además, reporta gran utilidad al mundo. Y si no lo hiciera así no actuaría como cristiano, al ir contra el amor,
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y daría a los demás un mal ejemplo, pues tampoco querrían soportar ninguna autoridad no siendo ellos precisamente cris tianos. De esa manera se le haría un ultraje al Evangelio co mo si éste predicara la rebelión y creara hombres egoístas que no quieren ayudar ni servir a nadie, cuando, en realidad, el Evangelio hace del cristiano un servidor de todos. Cristo pagó el impuesto, M ate o 17,27, para no escandalizarlos, aun que no necesitaba hacerlo. Ves también en las palabras de Cristo citadas antes, M a teo 5,39, que él enseña que los cristianos no deben tener entre ellos ningún derecho ni espada secular; sin embargo, no prohíbe servir a aquellos que tienen la espada secular y el derecho y ser súbditos de ellos sino que, más bien, como no los necesitas ni debes tenerlos, debes servir a aquellos que no han llegado tan alto como tú y todavía los necesitan. Si tú no tienes necesidad de que se castigue a tu enemigo, sí la tiene tu prójimo débil, al que debes ayudar a que tenga paz y a que su enemigo sea reprimido; y esto no puede lo grarse a no ser que la autoridad y el poder se mantengan en su honor y respeto. Cristo no dice «no debes servir al poder ni estarle sometido», sino: «No debes resistir al mal», como si quisiera decir: «Compórtate de tal modo que toleres todo, de suerte que no necesites que el poder te ayude o te sea útil o te haga falta, sino que seas tú, por el contrario, quien le seas útil o necesario. Yo quiero tenerte más elevado y más noble de modo que no necesites de él; que sea el poder el que te necesite». En sexto lugar: si me preguntas si un cristiano puede dis poner de la espada secular y castigar a los malos, pues las palabras de Cristo dicen tan enérgica y claramente «no resis tas al mal» que los sofistas han tenido que convertirlas en un «consejo», mi respuesta es la siguiente: has escuchado hasta ahora dos textos. Uno, según el cual no puede existir la es pada entre los cristianos y, por tanto, no se puede utilizar entre ellos porque no tienen necesidad de ella. La pregunta, por consiguiente, debe plantearse al otro grupo de los no cristianos y ver si allí puede ser utilizada cristianamente. Se gún el otro texto, estás obligado a servir a la espada y a apo
yarla con todo lo que puedas, con tu cuerpo, tus bienes, tu honor y tu alma, pues es ésta una obra que tú no necesitas, pero que es útil y necesaria para todo el mundo y para tu prójimo. Por esta razón, sí tú vieras que hacen falta verdu gos, alguaciles, jueces, señores o príncipes y te consideraras capacitado, deberías ofrecerte y solicitar el cargo para que el poder, que es necesario, no sea despreciado ni se debilite ni perezca; el mundo no quiere ni puede prescindir de él. La razón de este comportamiento es ésta: en ese caso irías a un servicio y a una obra ajenos, que no aprovechan a tus bienes o a tu honor sino que aprovechan sólo al prójimo y a los demás; y lo harías no con la idea de venganza o de de volver mal por mal sino por el bien de tu prójimo y para el mantenimiento de la protección y de la paz de los demás; en cuanto a ti mismo, sigues ateniéndote al Evangelio y a la palabra de Cristo de ofrecer gustosamente la otra mejilla, de dar la capa además de la túnica, cuando se trate de ti y de tus cosas. Así pues, ambos principios se conciban muy bien; cumples al mismo tiempo con el reino de Dios y con el reino del mundo, interior y exteriormente, sufriendo el mal y la injusticia y, al mismo tiempo, castigando el mal y la injusticia, resistiendo al mal y, al mismo tiempo, no resis tiéndole. Al hacer lo uno miras a ti y a tus cosas, al hacer lo otro miras al prójimo y a lo suyo. Cuando se trata de ti y de lo tuyo te comportas según el Evangelio y sufres la in justicia que se te haga como un verdadero cristiano; cuando se trata del otro y de sus intereses te comportas de acuerdo con el amor y no toleras ninguna injusticia hacia tu próji mo; esto no lo prohíbe el Evangelio, más bien lo ordena en el otro lugar. De esta manera han llevado la espada todos los santos des de el comienzo del mundo, Adán y todos sus descendien tes. Así la llevó Abraham cuando salvó a Lot, hijo de su her mano, venciendo a cuatro reyes, G é n e s is 1 4 , 1 4 y s ., y era un hombre totalmente evangélico. También Samuel, el santo profeta, mató al rey Agag, 1 S a m u e l 1.5,33, y Elias a los pro fetas de Baal, 1 Reyes 18,40. Así la llevaron Moisés, Josué, los hijos de Israel, Sansón, David y todos los reyes y prínci
pes del Antiguo Testamento, como Daniel y sus compañe ros Ananías, Azarías y Misael en Babilonia, y también José en Egipto, etc. Si alguien argumentase que el Antiguo Testamento está abolido y que no tiene ya validez, por lo que no se podrían proponer esos ejemplos a los cristianos, yo respondo que eso no es así. Pablo dice en Co rintios 10,3: «Comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida de la roca, que es Cristo, como nosotros»; es decir, tuvieron el mismo espíritu y la misma fe en Cristo que tenemos nosotros y fue ron tan cristianos como nosotros. Por lo tanto, en lo que ac tuaron bien, en eso mismo actúan bien todos los cristianos desde el comienzo al fin del mundo. El tiempo y los cam bios externos no marcan diferencias entre los cristianos. Tam poco es verdad que el Antiguo Testamento haya sido aboli do de modo que no deba observarse o que cometa injusticia quien lo observe en toda su extensión, como han dicho equi vocadamente S. Jerónimo 10y muchos otros; ha sido aboli do sólo en cuanto que es libre cumplirlo o no y ya no es ne cesario observarlo so pena de perder el alma, como era en tonces. Pablo dice, en 1 Corintios 7,19 y en Gálatas 6,15, que ni el prepucio ni la circuncisión significan nada sino la nue va criatura en Cristo; es decir, no es pecado tener prepucio, como creían los judíos, y tampoco es pecado circuncidarse, como creían los paganos; ambas cosas son libres y buenas; pero quien las haga no piense que con ello se hace piadoso o salvo. Esto mismo vale para todos los demás pasajes del Antiguo Testamento: no se equivoca quien no los sigue, pe ro tampoco quien los cumple, pues todo es libre y bueno, el cumplirlos y el no cumplirlos. Eso sí, si fuera necesario y útil al prójimo o fuera necesario para la salvación habría que cumplirlos todos, pues todos están obligados a hacer lo 10 S. Jerónimo, Eptstula 112,16, en M1GNE PL 22,296. Se trata de la controversia entre S. Agustín y S. Jerónimo acerca de la rivalidad entre S. Pedro y S. Pablo en Antioquía, particularmente sobre la observancia de la ley.
que que es nece necesario sario y útil útil para el pró prójijimo mo,, sea sea del A ntiguo ntiguo o del del Nuevo Nuevo Testa T estamento mento,, sea sea una una cosa judí udía o pagan agana, como como enseña Pablo en 1 Corintios 12,13■ El amor amor penetra enetra y tras tras ciende todo y sólo busca lo que es útil y necesario a los de más y no pregunta si si es es del A ntiguo ntiguo o del Nue Nuevo vo.. Por tanto tanto,, en los ejemp ejemplo loss de la espada espada es es libre libre el seguirlo seguirloss o no, no, a no no ser que vea veas que tu próji prójimo mo la necesita; necesita; entonces entonces te obl obliga iga el amor amor a hacer necesariament necesariamente e lo que, que, en otro caso, caso, es libre libre y no obl obligator oriio ha hacerlo o no hacerlo. Es Eso sí, no no pienses que con ello eres piadoso y estás salvo, como creían equivocada mente los judí judíos que se se salv salvarían arían por por sus sus obras; bras; deja eja eso eso a la fe, que hace de ti, sin obra obras, s, una una nueva criatura. Para demostrar esta afirmación con el Nuevo Testamento tene tenemos mos el firme firme testimo testimonio nio de Juan Bautista, en Lu L u c a s 3 ,1 4 , quien, sin dud duda, debía debía testi testimo moni nia ar, enseña enseñarr y mostra mostrarr a Cris to. Es decir, su doctrina tenía que ser neotestamentaria y evangélica para conducir a Cristo a un pueblo totalmente jus to; él mismo confirma el oficio de soldado y dice que deben conforma conformars rse e con su salario salario.. Si no hub hubiiera sido cristiano ll lle va var la espada les habría bría repre prendido por llevar var am ambos, os, la es pada y el el salario, salario, o no les habrí abría a enseñado enseñado correcta correctamente mente la la condición cristiana. cristiana. T ambién cuando S. Pedro Pedro predicó predicó Cris Cris to a Cornelio, H e c h o s d e lo s A p ó s t o l e s 1 0 ,3 4 y s ., no le man dó dejar su su carg cargo o, lo que que sí habría habría hecho hecho si hubiese hubiese sido un obstá obstáculo culo para para su condició condición n cristi cristiana. ana. A demás, antes de ser bautizado, vino el Espíritu Santo sobre él y también Lucas lo alabó como un hombre bueno antes de la predicación de S. Pedro Pedro y no le le rep reprochó rochó en absoluto absoluto que fuera fuera capitán capitán de los solda soldado doss del emperado emperadorr pagano pagano.. Lo que el Espíritu Espíritu San to dejó subsistir en Cornelio y no castigó es justo que tam poco nosotros lo castiguemos sino que lo dejemos subsistir. Un ejemplo similar lo ofrece también el eunuco etíope, H e c h o s d e lo s A p ó s t o l e s 8 , 2 7 y s ., a quien convirtió y bauti bauti zó Felipe el evangelista y le permitió seguir en su cargo y regr regresa esarr a su tierra: sin la la espada no habrí habría a podi podido do ser, ser, con toda seguridad, un gobernador tan poderoso de la reina de Etiopía. tiopía. Lo mismo ocu ocurr rrió ió con Serg ergio Pablo, Pablo, procónsul en en Chipre, H e c h o s d e los quien convirtió lo s A p ó s t o l e s 13, 13 , 7 y s ., a quien
S. Pablo y le permit permitió ió seguir, seguir, no obsta obstante, nte, como procónsul procónsul entre y sobre sobre los paga paganos. nos. Esto Esto mismo mismo hicieron hicieron muchos san san tos márti mártires res que, obedientes a los los emper empera adores romano romanoss pa gano ganos, s, fueron a la guerr guerra a bajo bajo sus sus órdene órdeness y, y, sin dud duda a algu algu na, tamb también dego degollar llaro on a gente gente por por caus causa a de la paz, para para mantenerla, como se ha escrito de S. Mauricio, Acacio, Gereón reón y de otros muchos ba bajo el empera emperador dor Juli uliano ano 11. Por encima de estos testimonios está el texto claro y enér gico de S. Pablo, R o m a n o s 1 3 ,1 y s ., donde donde dice: dice: «El «El poder poder está instituido por Dios» y «el poder no lleva en vano la es pada, es servi servidor dor de Dios, para ayudarte ayudarte a lo bueno bueno,, venga enga dor dor de qui quien en hace el mal» mal».. Mí querido querido amigo, amigo, no sea seas tan tan malicioso como para decir que un cristiano no puede desem peñar peñar algo algo que es realm realmente ente obra, obra, orden y crea creación ción de Dios. D ios. D e lo contra contrario rio,, tendrías tendrías que decir decir tambi también én que un cristia cristiano no no debería comer ni beber ni casarse, que también son obra y or ord den divin vinos. os. Si Si al algo es es obr obra y criatura de Dios Dios es bueno, tan bueno que cada uno puede usar de ello cristiana y gozo 4, 4: «Todo lo que samente, como dice Pablo en 1 T im oteo 4,4: Dios ha creado es bueno y nada tienen que desechar los cre ye yentes y los que conocen la ver verdad». Ba Bajo «todo» odo» lo que Dio Dios ha creado no debes entender solamente la comida, la bebi da, la ropa y el calzado sino también el poder y la sumisión, la protección y el castigo. En resumen, resumen, como S. S. Pablo dice dice aquí que la auto autorid ridad ad es servido servidora ra de Dios, Dios, no hay hay que dejar que que la utili utilicen cen exclu siv sivamente los pagano paganoss sino todos todos los hombres. hombres. ¿Qué ¿Qué otra cosa cosa quiere decir que es «servidora de Dios», sino que la autori dad es de tal naturaleza que puede servirse con ella a Dios? No sería en absoluto cristiano decir que existen servicios a Dios que un un cristiano cristiano no debiera debiera o tuviera tuviera que hacer hacer,, siendo siendo así que para el servicio a Dios nadie es tan apto como el cris tia tiano y, en verdad, sería sería muy bueno y nece necesario sario que que todos los príncip príncipes es fue fuese sen n buenos buenos y auténtico auténticoss cristianos. cristianos. La espa da y el poder, como servicio especial a Dios, corresponden 11 Los tres tres sirvieron en las las legiones romanas romanas bajo bajo el emperado emperadorr Maxi Maxim mia no (284 (284305) 305) y no bajo Juli uliano ano el Apóstata Apóstata (361 (361363). 63).
al cristiano con preferencia a todos los demás hombres en la tierr tierra a. D ebes, bes, por por tanto tanto,, estimar la espada y el po poder igual que el estado matrimonial, el trabajo en el campo o cual quie quierr otro otro oficio que Dios haya haya instit instituid uido o. Así como como un hom hom bre puede servir servir a Dios en en el el estado estado matrim atrimonial, ial, en el tra tra bajo en el campo o en la artesanía y debería servir al otro si éste lo necesitara, también puede servir a Dios con el po der y debe hacerlo cuando la necesidad del prójimo así lo exija. Ellos son servidores y artesanos de Dios que castigan el ma mal y proteg protegen en el el bien. bien. Por supuesto supuesto, se debe debe poder poder re nunciar también libremente en caso de no ser necesario, co mo libre es el matrimonio o el trabajo en el campo cuando no es necesario. Si dices dices:: ¿por por qué Cristo y los apó apósto stoles les no llevaron llevaron la es pada?, yo respondo: dime por qué tampoco tomó mujer o no se hizo hizo zapatero zapatero o sastre sastre.. ¿No iba a ser ser buena buena una pro roffe sión o un oficio por el hecho de que Cristo no los haya de sempe sempeña ñado do él él mismo? mismo? ¿Dó ¿Dónde iban iban a parar parar todos los oficio oficioss y profes fesiones, excepto el de predica icador que fue fue el único qu que ejer jerció? Cristo ha ejercido ejercido su su oficio icio y su su profes prof esió ión, n, pero no por ello ha condena condenado do ninguna ninguna otra profe profesión. No le inc incum um bió llevar la espada porque sólo debía desempeñar la fun ción con la que se gobierna su reino y que sirve propiamente a su reino reino.. Su reino no requiere ser ser casado casado,, sastre, sastre, zapatero, apatero, campesino, príncipe, verdugo o alguacil ni tampoco la espa da ni el derecho secular; únicamente la palabra y el espíritu de Dios son son propios propios de su su rein reino o. Estos son son los medio medios con los que se gobierna a los suyos interiormente. Este ministe rio, que ejerció jerció entonces ntonces y conti continúa núa ejerciénd ejerciéndo olo, lo, ofre ofrece ce siem siem pre pre el espíritu espíritu y la palabra palabra de de Dio Dios. s. En este este mini ministerio sterio de bieron seguirle los apóstoles y todos los gobernantes eclesiás ticos ticos.. Ta Tanto tienen tienen que hace hacerr con esta espada espada espiri espiritu tual, al, la palabra de Dios, para desempeñar correctamente su oficio, que deben dejar a un lado la espada secular y dejarla para otros que no tienen que predicar; si bien, como se ha dicho, no es contrario contrario a su condi condición ción el util tilizarla. arla. Cada uno debe cuidar de su profesión y de su obra. Si Cristo Cristo no llev llevó ó la la espada espada ni adoctri adoctrinó nó al respecto, respecto, es real real
mente suficiente que no la ha prohibido ni la ha abolido sino que la ha conf confirmado; irmado; es suficiente, suficiente, asimismo, que no haya abolido el estado matrimonial sino que lo ha confir mado, ado, aunque él no tomó mujer ni tampo tampoco co ense enseñó al al res res pecto. pecto. El debía debía señala señalarse rse solamente solamente por la condición condición y por por las obras obras que sól sólo o sirven propia propiamente para su su reino, reino, a fin de que no se extrajera de su vida un motivo —y un ejemplo a seguir— para enseñar y creer que el reino de Dios única mente puede existir sin el matrimonio y sin la espada y sin similares cosas externas (pues los ejemplos de Cristo exigen ser ser seg seguidos uidos con cará carácte cterr obliga obligato torio rio), ), porque porque realm realmente ente el reino de Dios existe por la sola palabra y el espíritu de Dios y éste fue fue el mi ministerio pr propi opio de Cristo, y así debía ser, co co mo rey rey supremo supremo en este este reino. reino. Pero Pero co como no todos todos los cris tianos tienen el mismo ministerio (aunque podrían tenerlo) es razonable que tengan otra función exterior, siempre que D ios ios pueda pueda ser ser se servido también con ella. De todo esto se deduce cuál es el sentido verdadero de las palabras de Cristo en M a te o 5 ,3 9 : «No resistas al mal, etc. etc.» ». El sentido sentido es el sigüiente: sigüiente: el cristiano cristiano debe estar estar en condiciones de sufrir todo mal y toda injusticia, de no ven garse, de no defenderse ante un tribunal no teniendo nece sidad sidad para para sí mismo mismo,, en modo alguno alguno,, del pode poderr y del del dere dere cho secular seculares es.. Pero para para los otros otros puede puede y debe debe busca buscarr ven ven ganza, derecho, protección y ayuda, y debe hacer, en este sentido sentido, todo lo que pueda. El pode poder, r, po por sí mismo mismo o a ins ins tanci tancia a de otros, otros, debe debe también también ayudarle ayudarle y proteg protegerle, erle, sin que el cristiano cristiano lo demande, demande, lo busque busque o lo estimule. estimule. Si el el poder poder no hace hace esto, esto, el cristiano debe dejars dejarse e maltratar maltratar y ultr ultrajar ajar y no opo oponerse al al mal mal, según las pal palabras de Cr Cristo. Y estáte conve onven ncido de de que esta enseñanza nza de Cristo no es un consejo para los perfectos, como dicen nuestros sofis tas, tas, blasf blasfemando emando y mintie mintiendo, ndo, sino sino un mandamiento mandamiento uni ver versal y es estricto para todos los cristianos: os: has de de saber qu que son pagano paganoss los los que, bajo el el nombre nombre de cristianos, se ven gan o litigan y disputan ante los tribunales por sus bienes o su hono honor; r; esto no cambiará, cambiará, te lo digo digo yo. Y no mires a la masa y al al uso común común,, pues pues hay hay pocos cristianos so sobre la
tierra, no lo dudes; la palabra de Dios es, además, algo to talmente diferente del uso común. Ves así que Cristo no abóle la ley cuando dice: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “ ojo por ojo” , pero yo os digo: no debéis resistir al mal», etc.; él aclara el sentido de la ley, indicando cómo hay que entenderla, como si qui siera decir: vosotros, judíos, pensáis que es bueno y justo ante Dios recuperar lo vuestro por medio del derecho y os apo yáis en lo dicho por Moisés «ojo por ojo», etc. Pero yo os di go que Moisés promulgó esta ley por causa de los malos, que no pertenecen al reino de Dios, para que no tomen vengan za por sí mismos o hagan algo peor, para que la ley externa les constriña a abandonar el mal y el poder los reúna me diante un derecho externo y un gobierno. Pero vosotros de béis comportaros de tal modo que no tengáis necesidad de ese derecho ni lo busquéis. Aunque la autoridad secular de be tener una ley con la que juzgar a los no creyentes, y que vosotros mismos podéis utilizar para juzgar a otros, no de béis buscarla ni utilizarla para vosotros mismos y para vues tras cosas, ya que vosotros tenéis el reino de los cielos. Por eso debéis dejar el reino de la tierra a quien os lo tome. Ves así que Cristo no quiere significar con sus palabras que él abóla las leyes de Moisés o que prohíba el poder tempo ral; él excluye a los suyos de que lo utilicen para sí mismos, ellos deben dejarlo a los no creyentes, a los que, sin duda, también pueden servir con su propia ley, ya que no son cris tianos y a nadie se puede obligar a abrazar el cristianismo. Que las palabras de Cristo se aplican a los suyos queda claro del hecho de que dice inmediatamente que deben amar a sus enemigos y ser perfectos como su padre celestial. Pero quien ama a sus enemigos y es perfecto, deja de lado la ley y no la utiliza para exigir ojo por ojo. Pero no se lo prohíbe a los no cristianos que no aman a sus enemigos y quieren servirse de ella; más bien, él ayuda a que los malos adopten estas leyes a fin de que no hagan algo peor. De esta manera, pienso yo, se concilia la palabra de Cris to con los textos que instituyen la espada y su sentido es és te: ningún cristiano debe llevar la espada ni recurrir a ella
para sí mismo y para sus asuntos, pero, cuando se trata de los otros, puede y debe llevarla o recurrir a ella para que la maldad sea reprimida y la piedad protegida. Igual que dice el Señor en el mismo lugar: el cristiano no debe jurar sino que su palabra debe ser: sí, sí,-no, no; es decir, un cristiano no debe jurar por sí mismo y por su propia voluntad o gana. Pero si la necesidad, la utilidad, la salvación o el honor de Dios lo exigen, debe jurar. En servicio de los otros usa el ju ramento prohibido y, del mismo modo, utiliza la espada pro hibida en servicio de los otros. Cristo y Pablo juran con fre cuencia para hacer útiles y fidedignas sus enseñanzas y su testimonio, como se hace y se puede hacer en las alianzas y en los contratos, etc., de lo que habla el Salmo 63,12: «Se rán alabados los que juren por su nombre». Ahora seguirías preguntando si también los esbirros, los verdugos, los juristas, los abogados y demás personas de esta profesión pueden ser cristianos y estar en gracia. Mi respues ta: si el poder y la espada son un servicio a Dios, como se ha demostrado antes, tiene que ser también un servicio a Dios todo lo que el poder necesite para llevar la espada. Es preci so que alguien prenda, acuse, estrangule y mate a los malos y proteja, excuse, defienda y salve a los buenos. Por eso, si ellos lo hacen con la idea de no buscar su propio interés sino de ayudar a utilizar el poder y el derecho para dominio de los malos, no corren ningún peligro y pueden utilizarlos igual que otro ejerce su oficio, obteniendo de él su subsistencia. Como se ha dicho, el que ama al prójimo no busca su pro pio interés ni tampoco mira si la obra es grande o pequeña sino si es útil y necesaria a su prójimo o a la comunidad. Preguntas: ¿Cómo? ¿No podría servirme yo de la espada para mí mismo y para mis asuntos con la intención de casti gar el mal y no la de buscar mi propio interés? Mi respuesta: tal milagro no es imposible, pero es extremadamente raro y está lleno de peligros. Donde abunda el Espíritu, puede ciertamente suceder. Así leemos en J u e c e s 15,1 1, que San són dijo: «Yo les he hecho como ellos me hicieron a mí», lo que contradice a P roverbio s 2 4 ,2 9 : «No digas: como me hizo, así le haré» y 2 0 , 2 2 : «No digas: yo le devolveré el mal».
Sansón había sido requerido por Dios para perseguir a los filisteos y salvar a los hijos de Israel. Y aunque tomó sus pro pios asuntos como motivo, no luchó contra ellos realmente para su venganza personal o buscando su propio interés, si no como un servicio a los demás y como castigo de los filis teos. Nadie seguirá este ejemplo, a no ser que sea un verda dero cristiano y esté henchido del Espíritu. Cuando la razón quiere actuar también de esta manera pretenderá, sin duda, no estar buscando su propio interés; pero, en el fondo, será falso, pues eso no es posible sin la gracia. Por tanto, sé tú, primero, como Sansón y luego podrás actuar también como él. SEGUNDA PARTE HASTA DONDE SE EXTIENDE LA AUTORIDAD SECULAR Llegamos ahora al punto principal de este sermón. Des pués de haber aprendido que la autoridad secular es necesa ria en la tierra y cómo debe utilizarse cristianamente y para la salvación, hemos de aprender ahora hasta dónde alcanza su brazo, de suerte que no vaya a abarcar demasiado alcan zando al reino de Dios y su gobierno. Esto es muy necesario saberlo, pues se produce un daño intolerable y horrendo si se concede a la autoridad secular demasiado espacio, así co mo tampoco deja de haber daño si se la limita demasiado. En este caso, castiga demasiado poco y en aquél otro, dema siado; si bien es más tolerable que peque por este lado y cas tigue demasiado poco, porque siempre es mejor dejar vivir a un canalla que matar a un hombre de bien, ya que el mun do tiene canallas, y debe tenerlos, mientras que tiene pocos hombres de bien. Hay que señalar, en primer lugar, que los dos grupos de los hijos de Adán, uno de los cuales está en el reino de Dios, bajo Cristo, y el otro en el reino del mundo, bajo la espada (como se ha dicho antes), tienen dos clases de leyes. En efec
to, cada reino debe tener sus propias leyes y derechos y, sin la ley, no puede existir ningún reino ni gobierno, como mues tra suficientemente la experiencia cotidiana. El gobierno se cular tiene leyes que no afectan más que al cuerpo, a los bie nes y a todas las cosas exteriores que hay en la tierra. Sobre las almas no puede ni quiera Dios dejar gobernar a nadie que no sea él mismo. Por ello si el poder secular pretende dar una ley al alma, invade el gobierno de Dios y no hace mas que seducir y corromper las almas. Esto tenemos que exponerlo con tal claridad que se pueda captar perfectamente, para que nuestros señores, los príncipes y los obispos, vean si quieren obligar a las gentes a creer de un modo u otro con sus leyes y mandatos. Si una ley humana impone al alma creer de una manera u otra, según lo mande el propio hombre, es seguro que no está en ella la palabra de Dios. Si la palabra de Dios no está en ella no hay certeza de que la quiera Dios. Pues lo que él no manda, no se puede estar seguro de que le plazca; más bien, hay seguridad de que le desagrada. Pues él quiere que nuestra fe se funde simple y exclusivamente en su obra divi na, como dice en M ate o 16 ,1 8 : «Sobre esta roca edificaré mi iglesia», y en J u a n 1 0 ,4 ,5 : «Mis ovejas oyen mi voz y me co nocen, mas la voz del extraño no la oyen sino que huyen de él». De estos textos se deduce que el poder secular, con su desatinado mandato, empuja a las almas a la muerte eterna al obligarlas a creer una cosa como si fuera verdadera y del agrado de Dios, cuando, en realidad, es incierto que le agrade o, incluso, es cierto que le desagrada, pues falta allí clara mente la palabra de Dios. Quien cree como justo lo que es injusto o incierto, reniega de la verdad que es Dios mismo y cree en mentiras y engaños al tener por justo lo que es in justo. Es, pues, una absoluta insensatez que ellos ordenen creer en la iglesia, en Jos padres, en los concilios, si no está allí la palabra de Dios. Son apóstoles del diablo los que orde nan estas cosas y no la iglesia, pues la iglesia no ordena na da, a no ser que sepa con certeza que es la palabra de Dios, como dice S. Pedro: «Si alguien habla, que lo haga como
la palabra de Dios». Pero ellos no podrían demostrar en mu cho tiempo que los cánones de los concilios son palabra de Dios. Pero mayor locura es decir que los reyes, los príncipes y la gente deben creer de una manera determinada. Amigo mío, nosotros no hemos sido bautizados en el nombre de reyes, príncipes o de los hombres, sino en el nombre de Cristo y Dios mismo; tampoco nos llamamos reyes, príncipes o ma sa, sino que nos llamamos cristianos. Al alma no debe ni puede mandarla nadie, a no ser que sepa mostrarle el cami no del cielo. Ningún hombre puede hacer esto, sólo Dios. Por esto, en los asuntos que afectan a la salvación de las al mas no debe enseñarse ni aceptarse nada que no sea la pala bra de Dios. Además, aunque sean unos locos groseros, no pueden de jar de reconocer que no tienen ningún poder sobre las al mas. Pues ningún hombre puede matar un alma ni darle la vida, conducirla al cielo o al infierno. Si no quieren creer nos, es el mismo Cristo quien lo afirma con suficiente fuer za cuando dice en M a te o 10,2 8: «No tengáis miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, en cambio, al que, después de matar el cuerpo, tiene poder para condenar el alma al infierno». Yo creo que aquí se sus trae el alma del alcance de la mano humana y se coloca bajo el único poder de Dios. Dime qué agudeza debe tener una autoridad que imponga mandatos donde no tenga absolu tamente ningún poder. ¿Quién no tendría por loco a quien ordenase a la luna que brillase cuando quisiera él? ¡Qué bo nito sería que los de Leipzig quisieran imponer leyes a los de Wittenberg o nosotros, los de Wittenberg, a los de Leipzig! 12A esos gobernantes se les regalaría en agradeci miento eléboro, para que limpiaran su cerebro y curaran su catarro. Sin embargo, nuestros emperadores y nuestros sa bios príncipes se comportan en la actualidad de esa manera y se dejan conducir por el papa, por los obispos y por los sofistas —un ciego conduciendo a otro— ordenando a sus 12 Leipzig era la capital del ducado de Sajonia. Wittenberg lo era de la Sajonia electoral (Kiirsachsen).
súbditos que crean como a ellos buenamente les parece, sin la palabra de Dios, y queriendo llamarse, a pesar de ello, príncipes cristianos; ¡que Dios nos proteja! Además de esto puede pensarse que todos los poderes só lo pueden y deben actuar allí donde pueden mirar, conocer, juzgar, opinar, cambiar y corregir. ¿Qué sería para mí un juez que quisiera juzgar a ciegas asuntos que ni ve ni oye? Y dime: ¿cómo puede un hombre ver, conocer, juzgar y cam biar los corazones? Esto está reservado sólo a Dios, como di ce el S a l m o 7,10: «Dios sondea los corazones y los riñones» y «El señor es juez sobre los hombres». Y los H echo s d e lo s A p ó sto le s, 1 ,2 4: «Dios conoce los corazones». Y J erem ías, 17,9 y s.: «Malo e impenetrable es el corazón del hombre, ¿quién puede escudriñarlo? Yo, el Señor, que sondea los co razones y los riñones». Un tribunal debe y tiene que estar muy seguro cuando juzga y debe verlo todo a plena luz. Pe ro los pensamientos y los sentimientos del alma no se reve lan a nadie excepto a Dios, por lo que resulta inútil e impo sible obligar o constreñir a alguien por la fuerza a que crea de un modo u otro. Para esto hace falta otro método, la fuerza no puede nada. Me asombran esos grandes locos cuando de claran unánimemente D e oc cu ltis n o n iudicat Ecclesia, la igle sia no juzga las cosas secretas. Si la iglesia, con su gobierno espiritual, sólo gobierna los asuntos manifiestos, ¿cómo se permite el insensato poder secular juzgar y regular una cosa secreta, espiritual y oculta como es la fe? Además, cada uno corre su propio riesgo en su manera de creer y debe vigilar por sí mismo que su fe sea verdadera. Así como nadie puede ir al infierno o al cielo por mí, tam poco nadie puede creer o no creer por mí; y de la misma manera que no puede abrirme o cerrarme el cielo o el infier no, tampoco puede llevarme a creer o a no creer. Creer o no creer, por tanto, depende de la conciencia de cada cual, con lo que no se causa ningún daño al poder secular; tam bién éste ha de estar contento, ha de ocuparse de sus asun tos y permitir que se crea de ésta o de aquella manera, como cada uno quiera y pueda, sin obligar a nadie. El acto de fe es libre y nadie puede ser obligado a creer. Se trata, en reali
dad, de una obra divina que viene del Espíritu y que, por consiguiente, ningún poder la podría hacer o imponer. De aquí procede el dicho común, que también está en Agustín: nadie puede ni debe ser obligado a creer13. Estas pobres y ciegas gentes no ven, además, la inanidad e imposibilidad de su intento. Por grande que sea su fuerza y por muchas que sean sus amenazas, sólo podrían obligar a las gentes a que les siguieran con la boca y con la mano; no pueden forzar el corazón, aunque lo desgarraran; el pro verbio dice la verdad: los pensamientos están exentos de aduana. ¿Por qué, entonces, quieren obligar a la gente a creer con el corazón cuando ven que es imposible? Al hacerlo así fuerzan las conciencias débiles a mentir, a renegar y a decir algo distinto de lo que tienen en el corazón y ellos mismos se cargan de esta manera con horribles pecados ajenos, pues todas las mentiras y las falsas confesiones cometidas por con ciencias tan débiles recaen sobre quien las violenta. Sería mu cho más fácil que, aunque sus súbditos estuviesen en el error, los dejasen errar antes que forzarles a mentir y a decir algo distinto a lo que llevan en su corazón; no es justo combatir el mal con algo peor. ¿Quieres saber por qué Dios dispone que los príncipes tem porales procedan de modo tan horroroso? Te lo voy a decir. Dios les ha pervertido el sentido y quiere terminar con ellos igual que con los señores eclesiásticos. Mis inclementes se ñores, el papa y los obispos, debían ser obispos y predicar la palabra de Dios. Han abandonado esta tarea y se han con vertido en príncipes temporales, gobernando con leyes que sólo conciernen al cuerpo y a los bienes. Lo han invertido finamente: deberían gobernar las almas interiormente con la palabra de Dios y, sin embargo, gobiernan externamente palacios y ciudades, países y gentes y torturan las almas con tormentos indescriptibles. Los señores seculares deberían go bernar externamente el país y las gentes, pero no lo hacen. No hacen otra cosa que vejar y despojar, imponer peaje tras 13 Agustín, Contra litt. Petil. II, 83,184: «ad fidem quidem nullus est cogendus, sed...».
peaje, un impuesto detrás de otro y soltar un oso aquí y un lobo allá; no se encuentra en ellos, además, ni derecho, fi delidad o verdad y actúan de una manera que sería excesiva para ladrones y canallas y su gobierno secular se encuentra tan caído como el gobierno de los tiranos eclesiásticos. Por esto Dios pervierte su espíritu también, para que procedan contra el sentido y quieran gobernar espiritualmente sobre las almas, al igual que los otros quieren gobernar temporal mente, y así, confiados en sí mismos, carguen con los peca dos ajenos, con el odio de Dios y de todos los hombres hasta que perezcan con los obispos, los curas y los monjes —canallas con canallas— ; después echan la culpa al Evangelio y, en vez de confesarse, blasfeman contra Dios diciendo que es nues tra predicación la causa de todo esto. Es su pervertida mal dad la que ha merecido esto y lo sigue mereciendo sin cesar; así se comportaban también los romanos cuando fueron des truidos. Mira, ahí tienes el designio de Dios sobre estos gran des bobos. Pero no han de creerlo, a fin de que este desig nio divino no sea obstaculizado por su arrepentimiento. Si tú dices: Pablo ha dicho en R o m a n o s 1 3 ,1 : sométase todo hombre al poder y a la autoridad; y Pedro dice: debe mos ser súbditos de toda institución humana, yo respondo: me vienes a propósito; pues los pasajes están a mi favor. S. Pablo habla de autoridad y de poder. Tú has oído ahora que nadie, excepto Dios, tiene poder sobre las almas. Por lo tan to, S. Pablo no ha podido hablar de obediencia alguna sino donde pueda haber poder. De ahí se sigue que él no habla de la fe, se sigue que el poder secular no debe gobernar la fe; él habla de los bienes externos, de ordenarlos y gober narlos en la tierra. Esto lo muestran con claridad sus pala bras, pues a ambos, al poder y a la obediencia les señala su límite al decir: «Dad a cada cual lo suyo, tributo al que se le deba tributo, impuesto al que se le deba impuesto, honor al que se le deba honor, respeto a quien se le deba respeto». Mira, pues, la obediencia y el poder temporales sólo afectan al impuesto, a los tributos, al honor y al respeto, que son cosas externas. También al decir: «No hay que temer al po der por las buenas obras sino por las malas», limita el poder
a que domine las malas obras, no la fe o la palabra de Dios. Esto lo quiere igualmente S. Pedro cuando dice: «Institu ción humana». Ahora bien, ninguna institución humana puede extenderse hasta el cielo y sobre el alma, solamente puede extenderse a la tierra, a las relaciones externas de los hombres entre sí, donde los hombres pueden observar, co nocer, juzgar, apreciar y salvar. Todo esto lo ha distinguido el mismo Cristo sutilmente y lo ha resumido brevemente cuando dice en M ate o 2 2 ,2 1 : «Dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios». Si el poder imperial se exten diera al reino de Dios y no fuera un poder particular, no los habría diferenciado. Como ya se ha dicho, el alma no está bajo el poder del emperador; éste no puede adoctrinarla, ni gobernarla, ni matarla ni vivificarla ni atarla ni desatarla, ni juzgarla ni condenarla, ni detenerla ni liberarla (todo esto tendría que poderlo si el emperador tuviera poder para man dar sobre ella e imponerle leyes); sólo tiene que ver con el cuerpo, los bienes y el honor, pues estas cosas están bajo su poder. David expresó todo esto, hace tiempo, en un breve y be llo pasaje al decir en el S a l m o 1 1 5 , 1 6 : «He dado el cielo al señor del cielo, pero la tierra la he. dado a los hijos de los hombres». Esto es: en lo que está en la tierra y pertenece al reino terrenal y temporal ha recibido el hombre poder de Dios; pero lo que pertenece al cielo y al reino eterno está exclusivamente bajo el señor celestial. Tampoco lo olvidó Moisés cuando dice en Génesis 1,26: «Dijo Dios: hagamos al hombre para que gobierne sobre los anímales en la tierra, sobre los peces en el mar, sobre los pájaros en el aire». El gobierno externo de estas cosas se ha atribuido a los hom bres. En resumen, la idea es ésta, como dice S. Pedro en H e c ho s d e l o s A p ó s t o l e s 5 , 2 9 : «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Con estas palabras pone él también un límite claro al poder secular. Si hubiera que obedecer todo lo que el poder secular quisiera, en vano habría dicho que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Si tu príncipe o señor temporal te manda estar del lado del papa o creer de ésta o aquélla manera o te manda desha
certe de ciertos libros, tendrías que decirle: «No le corres ponde a Lucifer sentarse junto a Dios; Señor mío, estoy obli gado a obedeceros con mi cuerpo y con mis bienes; orde nadme en la medida de vuestro poder en la tierra y os segui ré. Pero si me ordenáis creer y deshacerme de libros, no os obedeceré. Pues entonces sois un tirano y vais demasiado al to, mandáis donde no tenéis derecho ni poder, etc.». Si, a causa de esto, te despoja de tus bienes y castiga tu desobe diencia eres bienaventurado y debes dar gracias a Dios por ser digno de sufrir por causa de la palabra divina; deja a ese loco montar en cólera, que ya encontrará su juez. Yo te digo que si no te opones a él y le permites que te quite la fe o los libros, has renegado verdaderamente de Dios. Te doy un ejemplo de lo que estoy diciendo: En Meissen, en Baviera y en la Mark, y en otros lugares, han promulgado un edicto en virtud del cual debe entregarse a las autorida des el Nuevo Testamento. En este caso, los súbditos deben hacer lo siguiente: no deben entregar ni una sola hoja, ni una sola letra, bajo pena de perder su salvación. Quien lo haga, entrega a Cristo a Llerodes, pues ellos actúan como asesinos de Cristo, igual que Herodes. Deben tolerar que en tren en sus casas y les quiten por la fuerza los bienes o los libros. No hay que resistir al mal sino sufrirlo; pero no hay que aprobarlo ni servirlo ni secundarlo ni dar un paso o mo ver un dedo para obedecerlo. Estos tiranos actúan como co rresponde a príncipes seculares, son príncipes «mundanos» y el mundo es enemigo de Dios; por esto han de hacer lo que es contra Dios, pero conforme al mundo para no perder su honor, permaneciendo como príncipes seculares. No te extrañes, por tanto, de que rabien y cometan locuras contra el Evangelio; han de hacer honor a su título y a su nombre. Debes saber también que, desde el comienzo del mundo, un príncipe sensato es un pájaro raro y más raro todavía es un príncipe piadoso. En general son los locos más grandes o los peores canallas de la tierra; por esta razón hay que estar preparados para lo peor con ellos y no se puede esperar nada bueno de ellos, especialmente en las cosas divinas que afec tan a la salvación del alma. Son los carceleros y verdugos de
Dios y la cólera divina los utiliza para castigar a los malos y conservar la paz externa. Hay un gran Señor, nuestro Dios, que debe tener tales ilustrísimos, nobles y ricos verdugos y esbirros y que quiere que todos les den riqueza, honor y res peto en gran abundancia. Agrada a la divina voluntad que llamemos a sus verdugos benevolentes señores y que nos arro dillemos y seamos sus súbditos con toda humildad, siempre que no extiendan su oficio demasiado y quieran convertirse de verdugos en pastores. Si se da el caso de que un príncipe sea sensato, piadoso o cristiano es éste uno de los mayores milagros y la señal más preciada de la gracia divina hacia un país. Por lo general, las cosas suceden según el pasaje de Isaías 3,4: «Les daré muchachos como príncipes y chiquillos serán sus gobernantes» y de Oseas 13,11: «Airado te daré un rey y encolerizado te lo quitaré». El mundo es demasiado malo y no merece tener muchos príncipes sensatos y piadosos. Las ranas necesitan sus cigüeñas. Y si tú me dices: sí, el poder secular no obliga a creer, sólo impide externamente que se seduzca a las gentes con doctrinas falsas, ¿cómo se puede luchar, entonces, contra los herejes? Mi respuesta: esto deben hacerlo los obispos, a ellos se les ha encomendado ese ministerio y no a los príncipes. Pues la herejía no puede reprimirse con la fuerza; hay que hacerlo de un modo totalmente diferente, se trata de una lucha y una actuación con medios diferentes a la espada. Es la palabra de Dios la que debe luchar aquí; si ella no tiene éxito, sin éxito quedará, con toda seguridad, con el poder secular, aunque bañe el mundo en sangre. La herejía es un asunto espiritual, que no puede golpearse con el hierro ni quemarse con el fuego ni ahogarlo en el agua. Sólo está la palabra de Dios que lo hará, como dice Pablo en 2 Corintios 10,4: «Nuestras armas no son carnales, son poderosas en Dios para derribar torreones y consejos que se levanten contra el conocimiento de Dios y hacemos prisionero a todo espíritu al servicio de Cristo». Además, no hay nada más fuerte que la fe o la herejía cuando se lucha contra ellas con la fuerza bruta, sin la pala bra de Dios. Téngase por cierto que la fuerza no tiene una
causa justa y actúa contra el derecho y procede sin la palabra de Dios y no sabe imponerse más que por la fuerza bruta, como hacen los animales irracionales. Tampoco en los asun tos temporales se puede proceder con la fuerza, a no ser que la injusticia hubiera sido eliminada previamente con el de recho. ¡Cuánto más imposible es, en estos asuntos espiritua les, actuar con la fuerza, sin el derecho y sin la palabra de Dios! Mira, por tanto, cuán sutiles e inteligentes son estos señores. Quieren desterrar la herejía, pero con unos medios que, por el contrario, la fortalecen, volviéndose ellos mis mos sospechosos y dando la razón a los otros. Amigo mío, si quieres desterrar la herejía debes encontrar el medio de extirparla de los corazones ante todo y de apartarla en pro fundidad de la voluntad. Con la fuerza no acabarás con ella sino que la fortalecerás. ¿De qué te sirve fortalecer la herejía en el corazón debilitándola solamente en la lengua y forzando a la mentira? La palabra de Dios, en cambio, ilumina los corazones y con ella caen del corazón, por sí mismos, todas las herejías y todos los errores. Sobre esta destrucción de la herejía hizo un anuncio el pro feta Isaías en el capítulo 11 diciendo: «Herirá la tierra con la vara de su boca y matará al impío con el espíritu de sus labios». Ahí ves que ha sido establecido que el impío será muerto o convertido con la boca. En resumen: estos prínci pes y tiranos no saben que luchar contra la herejía es luchar contra el demonio, que posee los corazones con el engaño, como dice Pablo en E fe sio s 6,1 2: «No tenemos que luchar con la carne y la sangre, sino con el espíritu del mal, con los príncipes que gobiernan estas tinieblas, etc.». Por esto, mientras no se rechace al diablo y se le expulse de los cora zones es igual que mate yo sus recipientes con la espada o con el fuego, como si luchara contra el relámpago con una paja. Esto lo ha testimoniado abundantemente J o b 41 , cuan do dice que el diablo tiene al hierro por paja y no tiene nin gún poder en la tierra. La experiencia nos lo muestra tam bién. Aunque se queme por la fuerza a todos los judíos y herejes, ni uno solo se convencería ni se convertiría por ese procedimiento.
Sin embargo, este mundo ha de tener tales príncipes para que nadie se ocupe de su función. Los obispos han de decli nar la palabra de Dios y no han de gobernar con ella las al mas sino que han de ordenar a los príncipes seculares que las gobiernen con la espada. Por su parte, los príncipes tem porales han de permitir que se cometan —y han de come terlos ellos mismos— , la usura, el robo, el adulterio, el ase sinato y otras malas obras, dejando que los obispos los casti guen con la excomunión; así todo estará patas arriba: gober nar las almas con el hierro y el cuerpo con bulas de excomu nión, de modo que los príncipes seculares gobiernen espiri tualmente y los príncipes eclesiásticos gobiernen secularmen te. ¿Qué otra cosa tiene que hacer el diablo en la tierra sino engañar a su pueblo y jugar al carnaval? Estos son nuestros príncipes cristianos que defienden la fe y se comen al turco. Son, por supuesto, finos compañeros en los que hay que con fiar: algo lograrán con su fina inteligencia, es decir, partirse el cuello y llevar al país y a la gente a la miseria y a la desgracia. Yo querría, por esta razón, aconsejar a estos ciegos prínci pes, con toda fidelidad, que se pusieran en guardia frente a un versículo muy corto que está en el S a l m o 1 0 7 : e f f u n d i t c o n t e m p t u m s u p e r p r i n c ip e s 14. Os juro por Dios que si pa sáis por alto que este pequeño versículo es común entre vo sotros, estáis perdidos, aun cuando cada uno de vosotros fuera tan fuerte como el turco, y de nada os servirá vuestra rabia y vuestro furor. Una gran parte de ese desprecio ya ha co menzado. Pues hay pocos príncipes a los que no se tenga por locos o canallas. Esto proviene de que se comportan co mo tales y el hombre común se está dando cuenta y la plaga de los príncipes, que Dios llama c o n t e m p t u m , se extiende con fuerza entre el pueblo y el hombre común. Y me temo que no pueda frenarse si los príncipes no se comportan co mo príncipes y comienzan de nuevo a gobernar con la razón y con honestidad. 14 Derrama el desprecio sobre los príncipes.
No se tolerará a la larga vuestra tiranía y vuestra arrogan cia, ni se puede ni se quiere tolerar. Mis queridos príncipes y señores, sabed ateneros a esto: Dios no quiere soportarlo por más tiempo. Y a no existe un mundo como el de antes, en el que cazabais y batíais a la gente como a un venado. Abandonad, pues, vuestra violencia y vuestra malicia, pen sad en actuar con justicia y dejad que la palabra de Dios tenga el camino que quiere tener, que debe y que ha de tener, y que vosotros no impediréis. Si hay herejía, que se venza, como es debido, con la palabra de Dios. Si utilizáis mucho la espada, cuidad que no venga otro, y no en el nombre de Dios, que os mande envainarla. Pero tú podrías decir: si entre los cristianos no debe existir ninguna espada secular, ¿cómo van a ser gobernados en el orden externo? Debe haber, por tanto, también entre los cris tianos una autoridad. Mi respuesta: entre los cristianos no tiene que haber, ni puede haber, ninguna autoridad, cada uno está sometido a los otros, como dice Pablo en R o m a n o s 12,10: «Cada uno debe considerar al otro como su superior». Y 1 Pedro 3,3: «Sed súbditos unos de otros». Esto también lo quiere Cristo, Lucas 14,1 0: «Cuando fueres invitado a una boda, siéntate en el último sitio». Entre los cristianos no hay superior, pues sólo lo es Cristo mismo. ¿Y qué autoridad pue de haber si todos son iguales y tienen el mismo derecho, po der, bienes y honor? Además, nadie anhela ser superior al otro sino que cada uno quiere ser inferior al otro. Donde existen tales hombres no se podría establecer, en absoluto, ninguna autoridad, aunque se quisiera, porque su naturale za e índole no tolera tener superiores, ya que nadie quiere ni puede ser superior. Donde no existen gentes de esta ín dole, no hay tampoco verdaderos cristianos. ¿Qué son, entonces, los sacerdotes y los obispos? Mi res puesta: su gobierno no es una autoridad o un poder sino un servicio y un ministerio, pues no son superiores ni mejores que los demás cristianos. Por lo tanto, no deben imponer leyes o mandatos a los otros sin el consentimiento de éstos; su gobierno consiste en predicar la palabra de Dios para di rigir a los cristianos y vencer la herejía. Como se ha dicho
antes, a los cristianos sólo se les puede gobernar con la pala bra de Dios. Los cristianos deben ser gobernados en la fe, no con obras externas, como dice Pablo en R o m a n o s 10,1 7: «La fe viene de lo que se oye, pero lo que se oye viene de la palabra de Dios». Los que no creen no son cristianos y no pertenecen al reino de Cristo sino al reino del mundo, don de se les obliga y se les gobierna con la espada y el gobierno externo. Los cristianos realizan el bien por sí mismos, sin coac ción, y les basta con la sola palabra de Dios. Y de esto ya he escrito mucho y frecuentemente en otros lugares. TERCERA PARTE Después de saber hasta dónde se extiende el poder secu lar es ya el momento de preguntarnos, por aquellos que quie ren ser príncipes y señores cristianos y piensan llegar a la otra vida, que, en verdad, son muy pocos, cómo debe un prínci pe ejercer el poder. Cristo mismo describe la manera de ser de los príncipes seculares en Lucas 2 2 ,2 5 , donde dice: «Los príncipes temporales dominan y los que son superiores ac túan con violencia». Ellos piensan que, nacidos o elegidos como señores, tienen el derecho a ser servidos y a gobernar por la fuerza. Pero quien quiera ser un príncipe cristiano debe abandonar la idea de dominar y de actuar con violencia. Mal dita y condenada está toda vida que se viva y se busque en interés y provecho de sí mismo; malditas todas las obras que no estén inspiradas en el amor. Y están inspiradas en el amor cuando están dirigidas de todo corazón al provecho, a la gloria y a la salud de los otros, y no al placer, provecho, gloria, comodidad y salud de uno mismo. Por esto, yo no quiero hablar nada de la actividad tempo ral y de las leyes de la autoridad; es un asunto vasto, del que existen muchos libros de derecho. Si el propio príncipe no es más inteligente que sus juristas y no entiende más de lo que figura en los códigos, gobernará seguramente como se dice en Proverbio s 2 8 ,1 6 : «Un príncipe falto de inteligencia oprimirá mucho con injusticia». Pues por buenas y equitati
vas que sean las leyes siempre tienen una restricción, la de que no pueden ir contra la necesidad. Por ello un príncipe debe tener en su mano el derecho con tanta firmeza como la espada y debe estimar con su propia razón cuándo y dón de ha de aplicar el derecho estrictamente o ha de atenuarlo, es decir, que siempre ha de dominar al derecho y la razón ha de permanecer como la suprema ley y la maestra de todo derecho; lo mismo que un padre de familia que, si bien fija un tiempo y una medida determinada de trabajo y de comi da a sus sirvientes e hijos, ha de mantener, no obstante, en su poder esta regulación para poder cambiarla o abandonar la si se diera el caso de que sus sirvientes estuvieran enfer mos, presos, o llegaran con retraso, o fueran engañados o impedidos por otra causa, no debiendo comportarse con los enfermos con el mismo rigor que con los sanos. Digo esto para que no se piense que es suficiente y loable obedecer al derecho escrito o a los consejos de los juristas. Es necesario algo más. ¿Qué debe, pues, hacer un príncipe si no es tan inteli gente que ha de dejarse gobernar por los juristas y por los libros de derecho? Respuesta: es por esto por lo que he di cho que la condición de príncipe es una condición de riesgo. Si el príncipe mismo no es tan inteligente que pueda gober nar ambos, a su derecho y a sus consejeros, andan las cosas según la sentencia de Salomón: «¡Ay del país que tiene a un niño por príncipe!». Esto lo reconoció el mismo Salomón, por lo que desconfió del derecho, que también Moisés le ha bía prescrito de parte de Dios, y desconfió de todos sus prín cipes y consejeros y se volvió a Dios mismo pidiéndole un corazón sabio para gobernar al pueblo. Un príncipe debe ac tuar siguiendo este ejemplo, debe actuar con temor y no ha de confiarse a libros muertos ni a cabezas vivas, ha de ate nerse únicamente a Dios, pegársele a sus oídos y pedirle un entendimiento justo por encima de libros y maestros para gobernar sabiamente a sus súbditos. Por esta razón yo no sé dar ninguna ley a los príncipes. Sólo quiero instruir su cora zón, cuál ha de ser su disposición y su actitud en todas sus leyes, consejos, juicios y actuaciones; si se comporta así, Dios
le concederá con toda seguridad el poder organizar sabia y divinamente todas sus leyes, consejos y actuaciones. En primer lugar, debe estimar a sus súbditos y poner en ello todo su corazón. Hará esto si orienta todos sus sentidos a serles útil y servicial y si no piensa «el país y la gente son míos y voy a hacer lo que me plazca», sino, por el contrario, «pertenezco al país y a su gente y debo hacer lo que sea útil y bueno para ellos. No he de buscar cómo elevarme y domi nar sino cómo protegerlos y defenderlos con una buena paz». Debe reflejar la imagen de Cristo en sus ojos y decir: «Mira, el príncipe supremo, Cristo, ha venido y me ha servido y no ha buscado cómo tener poder, bienes y honores sirviéndose de mí, sino que ha mirado mi miseria y todo lo ha hecho para que yo tenga, gracias a él, poder, bienes y honores. Yo quiero hacer esto mismo: no quiero buscar en mis súbditos mi interés sino el de ellos y quiero servirles también con mi oficio, protegerlos, escucharlos, defenderlos y gobernarlos pa ra que sólo ellos tengan bienes y provecho y no yo». Es pre ciso, por tanto, que el príncipe se despoje en su corazón de su poder y autoridad y haga suyas las necesidades de sus súb ditos y actúe como si fueran sus propias necesidades. Así lo ha hecho Cristo con nosotros y éstas son, en efecto, las obras del amor cristiano. Si tú entonces me dices: ¿Quién iba a querer ser príncipe así? En esta situación la condición de príncipe sería la más miserable en la tierra, pues conllevaría mucho esfuerzo, tra bajo y molestias. ¿Dónde iban a quedar las diversiones prin cipescas del baile, la caza, las carreras, los juegos y otros pla ceres mundanos similares? Te respondo: no estamos ense ñando cómo deba vivir un príncipe temporal sino cómo un príncipe temporal debe ser cristiano para poder llegar tam bién al cielo. ¿Quién no sabe que los príncipes son un ave rara en el cielo? Yo tampoco hablo porque espere que los príncipes temporales acepten mis enseñanzas, sino por si hu biere alguno que quisiera ser cristiano y quisiera saber cómo debería comportarse. Yo estoy totalmente seguro de que la palabra de Dios no se guiará ni se doblará por los príncipes, sino que éstos han de guiarse por aquélla. Para mí es sufi-
cíente con indicar que no es imposible que un príncipe sea cristiano, por muy raro que sea y por difícil que resulte. Si se comportan de manera que sus bailes, cacerías y carreras no perjudiquen a sus súbditos, sino que, por el contrario, desempeñan su oficio hacia ellos en el amor, Dios no iba a ser tan duro como para ver con desagrado sus bailes, cace rías y carreras. Pero aprenderían por sí mismos que si se cui dan y se ocupan de sus súbditos de acuerdo con su oficio, tendrían que abandonar muchos bailes, cacerías, carreras y juegos. En segundo lugar, el príncipe ha de prestar atención a los grandes señores y a sus consejeros, y estar con ellos en la ac titud de no despreciar a nadie, pero tampoco de confiarlo todo a uno solo; pues Dios no tolera ni puede tolerar lo uno ni lo otro. Una vez habló Dios a través de un asno, por lo que no hay que despreciar a ningún hombre por pequeño que sea. Asimismo dejó caer del cielo al más grande de los ángeles, por lo que no hay que confiarse a ningún hombre por muy inteligente, santo y grande que sea; es preciso es cuchar a todos y esperar a ver a través de quien quiere Dios hablar y actuar. Este es, sin duda, el mayor daño de las cor tes principescas, que un príncipe confíe sus sentimientos a los grandes señores y aduladores y deje el control, habida cuenta de que cuando un príncipe comete errores o una lo cura no afecta a un hombre solo sino que son el país y su gente los que han de soportar las consecuencias de esa locu ra. Un príncipe ha de confiar en sus poderosos y dejarles ha cer, pero conservando él las riendas en las manos y no estan do confiado o dormido sino vigilando y recorriendo el país, como hizo Josafat, examinando por doquier cómo se gobierna y se ejerce la justicia. Entonces aprenderá a no confiarse to talmente a ningún hombre. No debes pensar que otro se va a ocupar de ti y de tu país con tanto celo como tú, a no ser que esté henchido del Espíritu y sea un buen cristiano. El hombre natural no lo hace. Y si no sabes si es cristiano o por cuánto tiempo lo será, tampoco puedes confiar con cer teza en él. Cuídate, sobre todo, de los que dicen: pero, benevolente
Señor, ¿no confía Vuestra Gracia en mí nada más que esto? ¿Quién querrá servir a Vuestra Gracia, etc.? Esos, con toda seguridad, no son puros y quieren dominar el país, convir tiéndote en un papanatas. Si fueran cristianos verdaderos y piadosos, les gustaría que no les confiaras nada y te alaba rían y amarían porque tú les vigiles tan cuidadosamente. Pues si obran según Dios, querrán, y podrán, tolerar que tu ac ción esté a la luz ante ti y ante todos, como dice Cristo en J uan 3,21 : «El que hace el bien, sale a la luz para que se vean sus obras, pues están hechas como Dios quiere». Aquél, sin embargo, quiere cegarte y obrar en la oscuridad, como dice también Cristo en el mismo pasaje: «Quien obra mal, detesta la luz para que sus obras no sean castigadas». Cuída te, por tanto, de él. Y si murmura por esta causa, dile: que rido amigo, no te hago ninguna injusticia, Dios no quiere que me confíe a ningún hombre, enfádate con él porque así lo ha querido o porque no te ha hecho más que hombre. Aunque fueras un ángel, ya que Lucifer no fue de confiar, tampoco me confiaría a ti en absoluto; sólo en Dios se debe confiar. No piense ningún príncipe que le irá mejor que a David, que es el ejemplo de todos los príncipes. El tenía un sabio consejero, de nombre Ahitofel, de quien dice el texto que tenía tanto valor lo que Ahitofel aconsejaba como si se hu biera consultado al mismo Dios. No obstante, cayó y llegó tan bajo que quiso traicionar a David, su propio señor, y ma tarlo y hacerlo desaparecer; y David tuvo que aprender en tonces cómo no hay que confiar en ningún hombre. ¿Por qué crees tú que Dios ha ordenado que sucedan y se escri ban estos ejemplos horribles sino para avisar a los príncipes y señores de la desgracia en que pueden caer, es decir, para avisarles de que no deben confiar en nadie? Es realmente deplorable que en las cortes señoriales gobiernen los adula dores o que el príncipe se confíe a otros, esté preso de ellos y les deje a todos hacer lo que quieran. Dices tú entonces: si no hay que confiar en nadie, ¿cómo se va a gobernar el país y su gente? Mi respuesta: dar órde nes y correr un riesgo, puedes hacerlo; pero no debes confiar
ni confiarte a nadie, excepto a Dios. A alguien has de enco mendar los cargos y debes correr este riesgo, pero no debes confiarle más de lo que a una persona que puede fallar; tú tendrías que seguir vigilando y no dormirte. Como un co chero confía en sus caballos y en el carro que conduce y no permite, sin embargo, ser conducido por ellos sino que man tiene en sus manos las riendas y el látigo y no se duerme, tomando en cuenta los viejos refranes que la experiencia, sin duda, le habrá enseñado: el ojo del amo engorda al caballo, y las pisadas del señor abonan la tierra; esto quiere decir que si el señor no vigila por sí mismo y se fía de consejeros y sir vientes, las cosas no marchan nunca bien. Dios quiere que así sea y permite que sucedan estas cosas para que los seño res se vean obligados por la necesidad a ocuparse por sí mis mos de su oficio, igual que cada uno tiene que cuidar su pro fesión y toda criatura ha de cuidar su obra; de lo contrario, los señores se convertirían en cerdos cebados y en personas inútiles, que no serían de provecho para nadie, excepto para sí mismos. En tercer lugar, que ponga cuidado en actuar rectamente con los malhechores. En este punto ha de ser inteligente y sagaz para castigar sin perjudicar a los demás. No conozco ningún ejemplo mejor que el de David. Tenía un capitán, llamado Joab, que cometió dos malas acciones, matando a traición a dos buenos capitanes, con lo que mereció la muerte por dos veces. Sin embargo, no lo mató durante su vida sino que se lo encomendó a su hijo Salomón y lo hizo, sin duda, porque él no podía hacerlo sin causar un daño y un escánda lo mayores. Así también debe castigar un príncipe a los ma los, pero sin que al levantar la cuchara aplaste el plato y sin llevar al país y a su gente a la miseria por culpa de una sola cabeza, llenando el país de viudas y huérfanos. No debe, por ello, seguir a los consejeros y a los matasietes que le inci ten y le instiguen a comenzar una guerra diciéndole: Qué, ¿vamos a permitir estas palabras y estas injusticias? Es muy mal cristiano quien por un castillo pone en peligro al país. Hay que atenerse al refrán: «Quien no sabe ver a través de los dedos, no es capaz de gobernar». Por esto, su regla ha
de ser la siguien siguiente: te: si no pued puede e casti castiga garr la inj injustic usticia ia sin co mete meterr una una inju injusti stici cia a mayor, que que renuncie a su derecho derecho,, por muy justo que sea. El no tiene que preocuparse de su propio daño sino de la injusticia que los demás sufrirían por causa de su casti castigo. go. ¿Han merecido tantas tantas mujeres mujeres y niños niños que que darse viudas y huérfanos porque tú te vengues de una jeta inútil o de una mala mano que te ha hecho daño? Si tú dices entonces: ntonces: ¿No debe, debe, por por tanto, tanto, luch luchar ar el prín rín cipe ni deben deben seguirl seguirlo o sus súbdi súbdito tos? s? Mi respuesta: Es ésta ésta unapregunta muy compleja. Pero, brevemente, diré que que para para actuar cristianamente en esta cuestión ningún príncipe debe guerr guerrea earr cont contra ra su señor señor superi superio or, como el rey o el emp empera dor, dor, o contra su su se señor feudal, eudal, sino que ha de dejar ejar que lo tome quien quiera. A la autoridad no se la puede resistir con la fuerza uerza sino sólo con con la conf confesión esión de la verdad; verdad; si hace hace caso de eso, eso, está bien; bien; si no, no, tú estás estás discul disculpado pado y sufre sufress in in ju justicia por amor de Dio Dios. Si tu ad adver versario es tu tu igu igual o es es inferior a ti, o es una autoridad extranjera, debes ofrecerle, en primer primer lugar, lugar, justi justicia cia y paz, como enseña Moisés oisés a los hi hi jo jos de Isr Israel. Si la rechaza, piens piensa a en lo lo me mejor jor par para ti ti y de de fiéndete iéndete con con la la fuerza uerza contra contra la fuerz fuerza, a, como bien bien escribe scribe Moisés en D e u t e r o n o m i o 2 0 , 1 0 y s. Y en ese ese caso caso no mires mires tu interés interés ni cómo te mant mantienes ienes como señor, señor, mira mira a tus súb ditos a los que debes protección y ayúdales de modo que tu obra obra se desenvuelv desenvuelva a en el el amor. amor. Co Como mo tu país país entero está está en peligr peligro o, tienes tienes que atreverte, treverte, si Dio D ioss quiere ayud ayudarte, arte, a que no todo se eche a perder; y si tú no puedes impedir que se produzcan produzcan nuev nuevas viudas y huérfano huérfanos, s, debes imp impedir edir,, eso sí, que se destruya todo y que las viudas y los huérfanos lo sean en vano. En este este caso, caso, los súbdi súbdito toss están obl obligado igadoss a seguirl seguirle eya arriesga rriesgar sus cuerpos cuerpos y sus bienes. enes. Pues en este caso caso uno uno de be, be, por por amo amorr a los demás, arriesgar sus sus bienes bienes y a sí mismo mismo.. En semejante guerra es cristiano y obra del amor el ahorcar sin temor a los enemigos, saquearlos y quemarlos y hacer to do lo que pueda perjudicarles hasta que se les haya vencido según el curso de la guerra (con la excepción de cuidarse de peca pecar, r, de de deshonrar deshonrar a las mujeres mujeres y a las doncel doncelllas); si se vence
debe mostrar la gracia y la paz a los que se rinden y se humi llan llan,, es decir, en es estos casos hay que cumplir cumplir el dicho dicho: Dios ayuda al más fuerte. Así lo hizo Abraham, cuando venció a los cuatro reyes, Génesis 14; mató a muchos y no mostró clemenc clemencia ia hasta hasta que los venció. venció. Pues, en este este caso, caso, ha de con siderarse que Dios lo ha querido para que barriera el país y lo lo limp limpia iarra de de ca canallas. Si un príncipe príncipe estuvier estuviera a equivo equivoca cado, do, ¿está ¿está su pueblo obli bli gado gado a obedecerlo bedecerlo?? Mi Mi respuesta: no. no. Pue Puess nadie adie está auto auto rizado riz ado a actuar actuar con contra tra el derecho; hay que obedecer obedecer a Dios (que (que quiere quiere la justic justicia) ia) antes que a los hombres. hombres. ¿Y si los súbdito súbditoss no saben saben si si el príncip príncipe e tiene ra razó zón n o no? no? Mi res res puesta: uesta: en cuanto cuanto no lo sepan ni ni lo lo puedan puedan saber saber con con su es es fuerzo que lo obedezca bedezcan n sin peligro pa para sus sus alm almas; as; pues en en este caso hay que aplicar la ley de Moisés, E x o d o 2 1 ,1 3 , donde dice que un asesino que mate a alguien sin saberlo o invo luntariamente debe huir a una ciudad libre y ser absuelto por por el tribun tribunal. al. Cualquiera ualquiera que sea sea la parte parte vencid vencida, a, tenga razó razón n o no, debe acepta aceptarlo rlo como un castig castigo o de Dio D ios. s. Q uien gane en tal incertidumbre debe considerar esta batalla como si alguien alguien caye cayera ra de un tejado tejado y mata matare re a otro, otro, remitiendo remitiendo el asunto a Dios. Para Para Dios es es indif indifere erente nte si si te qui quita la vida vida y los los bi bienes med median iante un un señor justo o inju injussto. Tú eres su su criatura y puede hace hacerr co contig ntigo lo lo que quiera, quiera, si tu tu concien concien cia no es culpable. El mismo Dios disculpa al rey Abimelec, en Gén esis 20,6, por haber haber tomado tomado a la mujer mujer de Abra Abraham, ham, no porque hubiera obrado bien sino porque no había sabi do que era la mujer de Abraham. En cuarto lugar, que realmente debería ser el primero, y del que ya hemos hablado antes, el príncipe debe compor tarse tarse cristianament cristianamente e también también respe respecto cto a su D ios, ios, esto es, es, de be someterse a él con total confianza y pedirle sabiduría pa ra goberna gobernarr bien, como hizo hizo Salomón lomón.. Pero Pero sobre sobre la fe y la confianza en Dios he escrito tanto en otros lugares que no es preciso preciso que que me extien extienda da más más aho ahora ra.. D ejémoslo ejémoslo así y diga diga mos, mos, en resumen, resumen, que un prín príncip cipe e debe aten atender der a cua cuatro punto puntos. s. Primero, a Dios con con una una confianza conf ianza perfecta perfecta y una oración que le brote del corazón. Segundo, a sus súbditos
con amor mor y servi servicio cio cristianos. cristianos. Tercero, a sus sus consejero consejeross y a sus magnates con una razón libre y con un entendimiento independiente. independiente. Cuarto, a los malhechores malhecho res con una una seriedad y severidad me mesuradas. Así Así será su con cond dición, ón, exte xterna e in ternamente, ternamente, just justa a y agra agradará dará a D ios ios y a los homb hombres. res. Pero Pero ha de tener presente que le acarreará envidias y sufrimien tos; en semejante empresa muy pronto le pesará la cruz so bre el cuello. Por Por últim último o, a modo de apéndi apéndice, ce, tengo tengo que contestar contestar tam bién a los que disputan sobre la «restitución», es decir, sobre la devo devolución lución de un bien inju injusto sto.. Es ésta ésta una una cuestió cuestión n co co mún de la espada secular y sobre ella se ha escrito mucho, habiéndose habiéndose buscado buscado un rigor rigor exagerado exagerado.. Q uiero resumirla resumirla brevemente y me tragaré toda la ley y toda la severidad que se ha dado al asunto de una una sola sola vez: vez: en esta cuestión cuestión no se puede encontrar ninguna ley más cierta que la ley del amor. En primer primer lugar: si se se te presen presenta ta un asunto en el que que uno debe devo devolv lve er algo a otro, siendo siendo ambos cristianos, cristianos, la cosa se resuelve pronto, pues ninguno de ellos retendrá lo del otro y tampoco ninguno de los dos pedirá su devolución. Si sólo uno de ellos es cristiano, y precisamente a quien se debe la devolución, el asunto se resuelve también fácilmen te, te, pues pues no reclamará reclamará la cosa cosa,, aunq aunque nunca nunca le fuera fuera resti tuida. Si es es el cristiano el el que debe debe restitui restituir, r, lo hará. Pero, sean cristianos o no, no, tú debes debes pensar la restitució restitución como como si si gue. ue. Si el deudo deudorr es es pobre pobre y no pue pued de restitui restituirr y el el otro no es pobre, pobre, debes dejar dejar actuar actuar a la ley ley del del amor amor y liberar al al deudor; según la ley del amor el otro está también obligado a perdonarle perdonarle y a darle incluso incluso más, si es es necesar necesario io.. Pero si el deudor deudor no es es pobre pobre,, déjale que que le le restit restituya uya cuando pue da, da, sea sea todo todo,, la la mitad, itad, la tercer tercera a o la la cuarta cuarta parte, siempre siempre que que le dejes sufici suficiente ente casa casa,, alim alimento ento y vestido para sí, su mujer mujer y sus sus hijo hijos. s. Esto Esto se se lo deberí deberías as si si pud pudieras: ieras: mucho mucho me nos debes quitárselo porque no lo necesitas y él no puede prescindir de ello. Si ambos no son cristianos o uno de ellos no quisiera guiarse por la ley del del amor, puedes puedes dejarles que busquen busquen otr otro o juez juez y decirle qu que obr obran co contra Dio Dios y el derecho nat natural, aun
cuando obtenga btengan n un un rigor se severo vero en en la ley ley humana. Pues Pues la naturaleza enseña, como también el amor, que yo debo ha cer lo que quiera quiera que que me haga hagan a mí. mí. Por es esto no puedo saquear a nadie, por bueno que fuera mi derecho, si no quie ro en modo alguno ser también saqueado; si quiero que el otro renunci renuncie e a su derec derecho ho en este este caso, caso, debo yo renun renunciar ciar al mío también. As A sí hay qu que pr proce oceder co con to todos los bie bienes in injustos, os, sean priva privados dos o público públicos: s: el amor y el derecho derecho natural deben ocu ocu par el primer primer lugar. lugar. Si juzga juzgass seg según ún el amor, amor, resolv resolve erás rás fácil ácil mente todos los asuntos, sin necesidad de los libros de dere cho. cho. Si pierdes pierdes de vista vista el amor y el derecho derecho natural no lo lo grará raráss nunca nunca el beneplácito beneplácito de Dio Dios, s, por por mucho mucho que te hu bieras devorado todos los libros de derecho y todos los juris tas, pues cuanto más pienses en ellos más confuso te volve rán. Un juicio verdaderamente bueno no debe ni puede sa carse de los libros, sino del pensamiento libre, como si no existiera ningún libro. Un juicio libre lo da el amor y el de recho recho natu natural, ral, de los que está está llena llena la razó razón. n. De los libros libros procede proceden n juici juicio os indecisos indecisos y no libres. libres. Te daré daré un ejemplo ejemplo de esto: Se cuent cuenta a del duque duque Carlos Carlos de Borg Borgo oña n la siguiente his his toria. Un noble se había apoderado de su enemigo. Vino en tonce toncess la mujer ujer del prisioner prisionero o para para lib liberar a su marido marido,, pero pero el noble le prometió darle a su marido a condición de que se acosta costara ra con él. La muj mujer era era virtuo irtuosa, sa, pero pero le habría habría gus tado salv salvar ar a su marido marido; fue a su marido y le preguntó si de de bía bía cumpli cumplirr esa esa condición condición para para liber libera arlo. rlo. El marido, marido, que que ría ría ser ser lib liberado y conservar conservar su vida, se lo permiti permitió ó. Después spués de que el noble se había acostado con la mujer ordenó, al día siguiente, que decapitaran al marido, entregándoselo muerto a la mujer. mujer. Esta lo denunci denunció ó al duqu duque e Carlos. Carlos. Este Este llamó al noble y le mandó tomar por esposa a la mujer. Ter minadas las bodas, el duque ordenó decapitar al noble y puso a la mujer en los bienes de éste y le devolvió su honor y cas tigó este delito de manera verdaderamente principesca. 15 Carlos el el Teme Temerario, rario, 1467 4671 1477. 477.
Mira, este juicio no se lo habría podido dar ni el papa ni ningún jurista ni ningún hombre; surgió de la razón libre, por encima de todos los libros de derecho, de modo que to dos deben aprobarlo, pues se encuentra escrito en el cora zón que es un juicio justo. Lo mismo escribe también S. Agustín in ser. D o. in M on te 16. El derecho escrito debe mantenerse bajo la razón, de donde procede como de su fuente; no hay que atar la fuente a sus arroyos y aprisionar la razón en la letra.
K> Agustín, De sermone domini in monte secundum Matthaeum 1, cap. 16,50, en MIGNE PL 34, 1254.
EXHORTACION A LA PAZ EN CONTESTACION A LOS DOCE ARTICULOS DEL CAMPESINADO DE SUABIA (1525)
Con motivo de la guerra de los campesinos alemanes (152426) Lutero redactó varios escritos: 1) Ermahnung zum Frieden auf die zwölf Artikel der Bauernschaft in Schwaben (Exhortación a la paz, en contestación a los doce artículos del campesinado de Suabia), que se traduce en la presente edición. 2) Vertrag zwtschen dem löblichem Bund zu Schwaben und den zwei Haufen der Bauern vom Bodensee und Allgäu, 1525 (Acuerdo entre la honorable liga de Suabia y los dos grupos de campesinos del Lago de Constanza y del Allgäu): Lutero redactó el prólogo y el epílogo, en Werke, WA 18, 336343. 3) Wider die räuberischen und mördischen Rotten der Bauern (Contra las bandas ladronas y asesinas de los campesinos), que se traduce en la presente edición. 4) Schreckliche Geschichte und Gericht Gottes über Thomas Müntzer (Una historia terrible y el juicio de Dios sobre Thomas Müntzer), en Werke, WA 18, 367374. 5) Verantwortung D. Martin Luther auf das Büchlein wider die räuberischen und mördischen Bauern, getan am Pßngstage imJahre 1525
(Responsabilidad de D. Martin Luther por el librito contra los cam
pesinos ladrones y asesinos, [sermón] pronunciado en el día de Pentecostés de 1525). 6) Ein Sendbnef von dem hartem Bücblein wider die Bauem (Carra sobre e! duro librito contra los campesinos), que se traduce en esta edición. 7) Se puede incluir en el grupo: Art den Raí zu Erfurt. Gutachten über die 28 Artikel der Gemeine, 1525 (Al Concejo de Erfurt. Informe sobre los 28 artículos de la comunidad), en Werke, WA 18, 534540. El primero de ellos, Ermahnung zum Fneden..., es la contestación de Lutero a los doce artículos que los campesinos de Suabia habían redactado a finales de febrero y comienzos de marzo de 1525. En una segunda hoja, los campesinos solicitaban la opinión de varios teólogos, entre ellos Lutero, Melanchton, Zwingli. Lutero redactó su contestación los días 19 y 20 de abril de 1525 en casa del canciller de los condes de Mansfeld. Después de una exhortación a los señores, a los campesinos y a ambos conjuntamente, analiza Lutero los artículos reivindicatoríos de los campesinos. La traducción sigue el texto de la edición de Weimar: WA 18, 291 334.
Los campesinos que se han lanzado actualmente a la re belión en el país de Suabia 1han redactado doce artículos contra la autoridad sobre sus intolerables cargas, intentando fundamentarlos en algunos pasajes de la Escritura, y los han difundido impresos. Lo que más me ha gustado de estos ar tículos es que, en el artículo 12, hacen el ofrecimiento de someterse de buen grado y voluntariamente a una instruc ción mejor, si hiciera falta o hubiera necesidad; quieren de jarse instruir siempre que sea con las palabras claras, mani fiestas e indiscutibles de la Escritura, pues es justo y equita tivo que no se enseña ni se instruye la conciencia de nadie de mejor manera que con la Escritura divina. Si ésta es su intención seria y sincera, no me corresponde a mí juzgarla de otra manera, porque ellos mismos se abren públicamente en sus artículos y no temen a la luz. Hay, por tanto, buenas esperanzas de que las cosas vayan bien. En cuanto a mí, como me cuentan entre los que tratan actual mente la Sagrada Escritura y me mencionan en concreto, con vocándome en su segunda hoja2, me dan ánimos y confian 1 Suabia está en la parte suroteidentai de Alemania. La rebelión empezó en el sur de la Selva Negra en julio de 1524 y pasó en diciembre a la parte norte de Suabia. De allí se extendió hacia el norte. 2 Vid introducción a este escrito.
za para manifestar públicamente mis enseñanzas de una ma nera amistosa y cristiana, de acuerdo con el deber del amor fraterno, para que, si ocurriese alguna desgracia o calami dad, mi silencio no me hiciese partícipe y responsable de ellas ante Dios y el mundo. Si, por el contrario, han hecho este ofrecimiento para aparentar —pues sin duda habrá algunos entre ellos de esa especie, ya que no es posible que todos entre esa muchedumbre sean buenos cristianos y abriguen buenas intenciones, sino que una gran parte se aprovecha rán deliberadamente de la buena fe de los demás— en ese caso no hay duda de que no tendrán mucho éxito y todo re dundará en desgracia suya y en su condenación eterna. Como el asunto es grave y arriesgado y afecta al reino de Dios y al reino del mundo, ya que si la rebelión progresa y prospera perecerían ambos reinos — el gobierno secular y la palabra de Dios— y se seguiría la destrucción eterna de toda Alemania, es necesario que hablemos y deliberemos so bre esta cuestión libremente, sin tener en cuenta a nadie. Es necesario también que estemos dispuestos a escuchar y a dejarnos decir algo, para que nuestro corazón no se endu rezca y nuestros oídos no se cierren, como ha sucedido hasta ahora, y para que la cólera de Dios no gane toda su fuerza. Tantos signos espantosos, que se han visto en el cielo y en la tierra, anuncian una gran desgracia y muestran importan tes cambios en Alemania, aunque nosotros desgraciadamente pensemos poco en ello. Dios, en cambio, no cejará y ablan dará de una vez nuestras duras cabezas. A LOS PRINCIPES Y SEÑORES A nadie en la tierra más que a vosotros, príncipes y seño res, debemos esta desgracia y esta rebelión, y p a rti cu la rm e n te a vosotros, obispos ciegos, curas y frailes locos, que, todavía hoy, no cesáis de vociferar y arremeter contra el santo Evan gelio, aunque sabéis que es justo y que no podéis oponeros a él. Además, en vuestro gobierno secular no hacéis más que explotar y cobrar impuestos para satisfacer vuestro lujo y vues
tra soberbia y el pobre hombre común ya no puede sopor tarlo tarlo por por más tiempo tiempo. La espada pende pende sobre sobre vuestra gar gar ganta y, sin embar embargo, go, cr cre eéis que que está estáis is senta sentado doss sólid sólidamente amente en vuestro vuestro trono trono y que no se se os puede uede derribar. derribar. Esta seguri dad y obstinada temeridad os romperán el cuello, ya lo ve réis. Muchas Muchas veces veces os he adverti advertido do que que tengáis en en cuen cuenta ta lo l m o 1 07 0 7 ,4 ,4 : « E f fu fu n d i t c o n t e m p t u m s u p e r p r i n que dice el S a lm cipes», él derrama el desprec desprecio io sobre los príncipes. príncipes. Hacia ahí corréis y estáis buscando que se os descargue un golpe sobre la cabeza; cabeza; de de nada sirven sirven las adv advertenci ertencias as y las amo amones nes taciones. ¡Bien! en!, como sois la ca causa de esta cóler cólera a div divina, ina, sobre vo sotros se lanz lanzará sin duda, duda, a no ser que que con con el tiem tiempo po os en mendéis. mendéis. Las Las seña señales les del del cielo y los prodigio prodigioss en la tierra tierra os conciernen a vosotros, queridos señores; nada bueno signifi can can para vosotros, vosotros, nada bueno os sucederá. sucederá. Una gran gran parte de esta esta cólera cólera ya se ha reali realizzado, ado, al enviarno enviarnoss Dio Dioss tantos profetas y doctores falsos para que, anticipadamente, por el error y la blasfemia merezcamos suficientemente el infierno y la cond ondenación et eterna. La otr otra parte de de la la cóle ólera está ahí, en los campesinos amotinados, de donde se seguirá la des trucc trucción ión y devas devasta tación ción de A lemania, lemania, si Dios D ios no no lo impi impide, de, movido por nuestro arrepentimiento. Habéis de saber, queridos señores, que Dios hará que no se pueda ni se quiera ni se tenga que aguantar por más tiem po vue vuestr stro o furo furor. r. Tenéis enéis que ser ser de otra otra manera e inclin inclina aros ante Dios. D ios. Si no lo hacé hacéis is de de una una manera amistosa y volu vo lun n taria, tendréis tendréis que hace hacerlo rlo de manera violent iolenta a y destructora. Si no lo hacen hacen estos estos campesino campesinos, s, otros otros lo harán. harán. Y aunque aunque los batáis batáis a todo todos, s, no quedarán quedarán vencido vencidos. Dios suscitará suscitará a otros, pues él él quiere quiere golpea olpearos ros y os golpeará golpeará.. No son los cam cam pesinos, pesinos, querido queridos se señores, ñores, los que se levantan levantan contra contra voso voso tros; es el mismo mismo Dios el el que se alza alza para castigar castigar vuestro vuestro furor. Entre vosotros hay algunos que han dicho que expon drían su país y su gente por extirpar la doctrina luterana. ¿No os dais cuenta de que habéis sido profetas de vosotros mismos y que ya están en peligro vuestras tierras y vuestras gentes? gentes? No juguéis juguéis con D ios, queridos queridos se señores. ñores. Los judío judíoss
también dijeron «nosotro «nosotross no no tene tenemos mos ningún ngún rey» rey»3y ha re sultado tan en serio que habrán de estar sin rey eternamente. Para Para peca pecar, r, incluso incluso,, más más y para para ir a la perdició perdición n sin mise ise ricordia alguna, algunos han culpado al Evangelio diciendo que lo que está está ocurriendo es es fruto de mis enseñanzas enseñanzas.. ¡Bue ¡Bue no, bueno!, seguid blasfemando, queridos señores, no que réis saber lo que yo he enseñado y lo que es el Evangelio. Ya Y a está llam lamando a la puerta qu quien ien muy muy pr pront onto os os lo va a enseñar, si no os enmendáis. Vosotros y todo el mundo te néis que testimoniar que he enseñado totalmente en paz, que he luchado violentamente contra la rebelión, que he ex hortado con el máximo celo a que los súbditos se manten gan en obediencia y en la honra a la autoridad, aun cuando ésta sea sea tiránica o furio furiosa sa.. Así que esta rebeli rebelió ón no puede puede ven venir de mí. No sólo eso, ha han lle lleg gado profe profettas asesinos, tan hostil hostiles es hacia hacia mí como hacia vosotro vosotros, s, que que desde hace hace tres tres años están mezclados con este pueblo y he sido únicamente yo yo qu quien se se les ha ha enfr enfre enta ntado4. o4. Si Si Dios Dios pie piensa nsa castigaros y permite que el el diab diablo lo,, a tra través vés de sus falsos prof profetas, etas, excite al insensato pueblo contra vosotros y si quiere quizá que yo no me opong oponga a ni pueda pueda oponerme oponerme a ellos, ellos, ¿qué puedo ha cer cer yo o mi Ev Evangelio? ngelio? Ha Hasta ahora ahora y aho ahora ra mismo no sólo sólo hemos hemos sufrido sufrido vuestra vuestra persec persecució ución, n, vuestros vuestros ases asesin inatos atos y vues tra furia sino que, que, además, además, hemos rezado por por vosotros, para ayudar a proteg proteger er y manten mantener er vuestra autori autoridad dad entre el el ho hom bre común. Si tuviera tuviera ganas ganas de vengarme vengarme de vosotros, osotros, me estaría estaría rien rien do socarronamente viendo a los campesinos o incluso unién dome a ellos, co contribuyendo ntribuyendo a empeorar empeorar este este asunto asunto.. Pero Pero Dios me me libre libre de eso, eso, como como me ha librado librado hasta ahora hora.. Por tanto, tanto, mis queridos queridos se señores, ñores, seáis seáis amigos amigos o enemi enemigos gos míos, míos, os pido sumisamente que no despreciéis mi fidelidad, aun que soy un pobre hombre. No despreciéis tampoco esta re 3 Vid Vid. Jua Juan 19,15 9,15. 4 Desde 15211522 se habían producid producido o discusiones intern internas as en en el el mo vim vimien iento re reformador: Lu Luttero se se enfrentó a Kar Karlstadt, dt, Mü Mün ntzer zer y otros re reformadores, vid. estudio preliminar, 2.
belión, os lo ruego. No es que crea o tema que los campesi nos son demasiado demasiado poderosos para para vosotros; vosotros; no quiero quiero que les tengáis miedo miedo;; temed temed a Dios, mirad su su cólera. cólera. Si Dios Dios quiere castigaros, como habéis merecido, y como yo me te mo, os castigará castigará,, aunqu aunque e los campe campesino sinoss fueran cien vec veces meno menos numerosos. numerosos. El pued puede e saca sacarr campesino campesinoss de las las piedras piedras y vic vicever versa. Pue Puede hacer que un un solo ca campesino haga pere cer a cien de vosotros, de fo forma que de poco valdrí valdrían an vues vues tras armaduras y vuestra fuerza. Si todav todavía ía os puedo dar un consejo, consejo, señores señores míos, míos, cede ceded d un poco poco,, por por D ios, ios, ante nte su cólera. cólera. Una carreta carreta de heno heno debe debe ceder el paso paso a un borracho. borracho. Con mayor mayor motiv motivo o habéis de abandonar vuestra bravuconería y vuestra indómita tiranía, negociando razonablemente con los campesinos como con borra borracho choss o ext extra ravviados. iados. No os lancé lancéis is a la guerra co contra ello ellos, s, pues no sabéis cómo será el final; intentad primero actuar buenamente, porque no sabéis qué es lo que Dios quiere, para que no salte la chispa y arda arda toda A lemania lemania en un in in cendio cendio que nadie nadie podría podría apagar apagar después después.. Nuestros uestros peca pecados dos están están ante ante Dio Dioss y, y, por por eso, eso, hemos hemos de temer temer su cólera cólera con con el susurro, incluso, de una hoja; con mucho mayor motivo cuando cuando se agit agita a una una muchedumbre muchedumbre como como ésta. Por las bue nas no perderéis nada nada y si llegáis llegáis a perder algo, algo, lo volv volver eréis éis a recuperar después después con la paz decupli decuplica cado do.. Co Como mo qui quizzá per dáis dáis el cuerpo cuerpo y los biene bieness en la lucha, ¿para qué va vais a arrie arries s garos si podéis obtener mayor provecho por otras vías bue nas? Ellos llos han redacta redactado do doce artículos. artículos. De ésos, ésos, algunos algunos son son tan justos y equitativos que os quitarían vuestro honor ante Dios y ante el mundo, dando razón al Salmo al suscitar el desprecio hacia los príncipes. Pero casi todos han sido escritos para su provecho y beneficio y no se expresan de una una manera manera perfecta perfecta.. Co Contra ntra vosotr vosotros os yo habría habría redacta redacta do realmente realmente otros artícu artículo los, s, que que afectaran afectaran a A lemania lemania en general y al al gobi gobierno erno,, como hice en el lib libro ro a la no bleza leza alemana, alemana, que contení contenía a ciertamente ciertamente cosa cosas más más impor impo r tantes. tantes. Co Como mo no lo tuvistéis tuvistéis en en cuenta, cuenta, tenéis que esc escuch ucha ar y aguanta ntar ahor ora a estos artículos interesados. os. Bie Bien lo te-
neis merecido como personas a las que no se les puede decir nada. El primer primer artícul artículo o, en el que manif manifiestan iestan su dese deseo o de de es es cucha cucharr el Ev Evange ngelio lio y el derecho derecho de elegir al al pá párroco, rroco, no po po déis rechazarlo bajo ningún pretexto, aunque se desliza en él el interés propio al pretender mantener al párroco con los diezmos que no les pertenecen. Pero Pero el conteni contenido do es que se permita predicar el Evangelio. Nada puede ni debe hacer la autoridad autoridad en su su contra. contra. La autorid autoridad ad no ha de oponers oponerse ea que cada cual enseñe y crea lo que quiera, sea el Evangelio o sea sean menti mentiras. ras. Es bastante bastante con que que se oponga ponga a que se en en señe la rebelión y la discordia. También son justos y equitativos los otros artículos que denuncian cargas corporales, como la servidumbre, impues tos y similare similares. s. La autorid autoridad ad no ha sido sido in institu stituid ida a para apro ve vecharse de los súbditos en benefic ficio propio, sino para el pro ve vecho y el bie bien de de aquéllos. os. Y a no so son sopor oporttables por más tiempo tiempo tant tantas as tasa tasas y exacciones. exacciones. ¿De ¿De qué le sirv sirve e a un cam pesino que el campo le reporte tantos florines en grano y paja si la autoridad le quita la mayor parte, como si se trata ra de paja, para fomentar su lujo lujo y derr derrochar ochar los los biene bieness en en ve vestidos, com comiilona onas, bor borrracheras, ed edific ficios y cosas parecidas? Ya Y a es hor ora a de reducir el lu lujo y de fr fre enar los gastos para que los pobre pobress hombre hombress puedan puedan tamb tambiién conserva conservarr algo algo.. Más ex ex plicaciones las habréis leído ya en sus hojas, en donde expo nen suficientemente sus quejas. AL CAM CAMP PESIN ESINADO ADO Hasta ahora ahora,, queridos queridos ami amigos, gos, sólo habéis habéis dicho dicho una una cosa osa que yo reconozco que es lamentablemente verdadera y cier ta: ta: que los los príncipes y señore señoress han prohib prohibido ido predicar el el Eva Evan n gelio y que han impuesto tantas cargas sobre las gentes que bien se han hecho merecedores de que Dios los arroje de su trono como grandes pecadores contra él y contra los hom bres. No tienen ninguna disculpa. También vosotros tenéis que procura procurarr solucio solucionar nar vuestros vuestros asunto suntoss con con buen buena a conciencia
y con el derecho. Si procedéis con buena intención, tendréis la consoladora ventaja de que Dios os asistirá y os ayudará. Si, entretanto, sois derrotados o, incluso, morís, al final sal dréis ganando y vuestra alma pervivirá para siempre con to dos los santos. Pero si no tenéis buena conciencia ni tampo co el derecho, seréis derrotados. Y aunque ganárais tempo ralmente y matárais a todos los príncipes, al final habríais perdido el cuerpo y el alma para siempre. Por esto no hay que tomar este asunto a broma. Está en juego vuestro cuer po y vuestra alma para toda la eternidad. Hay que pensarlo mucho y meditar muy seriamente este asunto, no sólo en cuanto a vuestra potencia y en cuanto a la injusticia que su frís, sino también en cuanto si tenéis buena razón y buena conciencia. Por todo lo cual, queridos señores y hermanos, mi ruego amigable y fraternal es que penséis con todo celo lo que es táis haciendo y que no hagáis caso a todos esos espíritus y predicadores, ya que el nefasto satán ha suscitado una ban da salvaje de espíritus salvajes y asesinos bajo el nombre del Evangelio y ha llenado el mundo de ellos. Escuchadlos si que réis, dejad que os hablen, como vosotros mismos habéis ofre cido hacer. Pero yo no quiero callarme mi fiel advertencia, a la que estoy obligado, aunque algunos, envenenados por esos espíritus asesinos, quizá me odien y me llamen hipócri ta; no me preocupa. Me basta sí puedo salvar de la cólera divina a los justos y de buen corazón de entre vosotros. Mi temor hacia los demás es tan pequeño como grande su des precio hacia mí. Tampoco me van a hacer daño. Yo conozco a alguien, mucho más grande y fuerte que ellos, que me en seña, S a l m o 3 , 7 : «No me asusto, aunque miles de pueblos se levanten contra sí». Mi terquedad resistirá a la suya, estoy convencido. En primer lugar, queridos hermanos: lleváis el nombre de Dios, os llamáis liga o asociación cristiana y decís que que réis actuar según el derecho divino. ¡Bien!, también sabéis que no se debe tomar en vano el nombre, la palabra y el título de Dios, como reza el segundo mandamiento: «No to marás el nombre de Dios tu se ñ o r en vano», y continúa di
ciendo: «Porque Dios no tendrá por inocentes a los que to man su nombre en vano». He aquí un texto claro y preciso que os afecta tanto a vosotros como a todos los hombres y que contiene la amenaza de la cólera divina contra vosotros y contra todos nosotros, prescindiendo de la cantidad que seáis, de vuestro derecho y de vuestro terror. Sabéis también que Dios es suficientemente poderoso y fuerte para castiga ros, conforme a su amenaza, si tomáis en vano su nombre. Tenéis que esperar todas las desgracias y ninguna felicidad si tomáis su nombre en vano. Y a sabéis cómo conduciros y estáis amigablemente avisados. Para él, que anegó el mun do con el diluvio y abrasó Sodoma en el fuego, es una cosa fácil aniquilar a los campesinos o frenarlos. El es un Dios todopoderoso y terrible. En segundo lugar: es fácil de demostrar que sois de los que toman el nombre de Dios en vano y lo ultrajan. Por ello os ocurrirán finalmente todas las desgracias, de eso no cabe duda, a menos que Dios no fuera veraz. Dios ha dicho por boca de Cristo: «Quien toma la espada, a espada perecerá». Esto significa que nadie, por su propia maldad, puede ac tuar con violencia; como dice San Pablo: «Todos han de so meterse a la autoridad con temor y respeto». ¿Cómo podéis conciliaros con estas palabras y con el derecho divino si decís que actuáis según el derecho divino y, no obstante, empu ñáis la espada enfrentándoos a la autoridad instituida por Dios? ¿Creéis que no os alcanzará el juicio de S. Pablo en R om an os 13,2 : «El que se rebela contra el orden divino aca rreará su condena»? Tomar el nombre de Dios en vano es esto, es poner delante el derecho divino y, a la vez, actuar contra él bajo su nombre. ¡Oh!, estad atentos, queridos se ñores, esto no prosperará. En tercer lugar: decís que la autoridad es demasiado mala e intolerable, porque no nos permite predicar el Evangelio, nos oprime con demasiadas cargas sobre nuestros bienes tem porales y nos echa a perder en cuerpo y alma. Yo respondo que el que la autoridad sea mala e injusta no excusa el mo tín o la rebelión. Castigar la maldad no corresponde a cual quiera sino a la autoridad secular, que lleva la espada. Co
mo dice Pablo en R o m a n o s 13,4 y 1 Ped ro 2,1 3 y s., la auto ridad está instituida para castigar a los malos. Existe asimis mo el derecho natural y de todo el mundo de que nadie de be ni puede ser su propio juez ni vengador de su propia cau sa. Es verdad el refrán «quien replica no tiene razón» y tam bién «quien replica ocasiona riñas». El derecho divino con cuerda con él y el Tdeuteronomio 32,33 dice: la venganza es mía, yo retribuiré, dice el señor. No negaréis ahora que vues tra rebelión se está desarrollando de manera tal que os ha béis constituido en jueces y en vengadores de vosotros mis mos, no queriendo sufrir ninguna injusticia. Esto va contra el derecho cristiano y el Evangelio y también contra el dere cho natural y contra toda equidad. Si vais a continuar con vuestro propósito y tenéis en con tra el derecho divino y el derecho cristiano del Nuevo y del Antiguo Testamento y también el derecho natural, tenéis que aportar entonces otro nuevo mandamiento de Dios, confir mado por signos y prodigios, que os dé poder para hacer eso y para significároslo. De lo contrario, Dios no permitirá que conculquéis su palabra y su mandamiento con vuestra pro pia malicia. Si decís que obráis según el derecho divino y en realidad actuáis contra él, Dios os hará sucumbir ignomi niosamente como a los que toman su nombre en vano, con denándoos para la eternidad, como se ha dicho antes. Aquí os está ocurriendo según la palabra de Cristo en M ateo 7,3 : véis la paja en el ojo de la autoridad y no véis la viga en el vuestro propio; o según la palabra de S. Pablo en R o m a n o s 3 , 8 : obremos el mal para que sobrevenga el bien; su conde nación es justa y equitativa. Es verdad que la autoridad obra injustamente al poner trabas al Evangelio y al imponer car gas sobre vuestros bienes temporales. Pero mayor injusticia cometéis vosotros, pues no sólo os oponéis a la palabra de Dios sino que además la pisoteáis, atentáis contra su poder y su derecho y os ponéis por encima de Dios. Además le qui táis a la autoridad su poder y su derecho, que es todo lo que tiene. Porque, ¿qué le queda si ha perdido su poder? Os constituyo en jueces y someto a vuestro juicio lo siguien te: ¿Quién es peor ladrón, el que roba a otros buena parte
de sus bienes, pero le deja algo, o el que le arrebata todo lo que tiene, incluso su cuerpo? La autoridad os quita injus tamente vuestros bienes, es decir, una parte de ellos; voso tros, por el contrario, le arrebatáis a ella su poder, en el que radican todos sus bienes, su cuerpo y su vida. Sois, por tan to, mucho más ladrones que ellos e intentáis algo peor que lo que ellos han hecho. Pero, decís, nosotros le dejamos cuer po y bienes suficientes. Créalo quien quiera, yo no. Quien se atreve a injusticia tan grande de arrebatarle maliciosamente su poder, lo más grande y elevado que posee, no cejará has ta arrebatarle todo lo demás de menor valor que se deriva del poder. Si el lobo devora a una oveja entera, se come tam bién, por supuesto, una oreja. Y aun cuando fuéseis tan pia dosos que respetáseis su vida y bienes suficientes, bastante habríais robado y cometeríais una injusticia al arrebatarle lo mejor, es decir, el poder, constituyéndoos vosotros mismos en señores soberanos de él. Dios os juzgará en todo caso co mo a los más grandes ladrones. ¿No podéis pensar o daros cuenta, queridos amigos, de que, si vuestro propósito fuera justo, cada uno se haría juez de los demás y no podría subsistir poder ni autoridad, orden ni derecho en el mundo y sólo habría muerte y derramamien to de sangre? Tan pronto como uno viese que alguien le ha cía una injusticia se tomaría la justicia por sí mismo y lo cas tigaría. Lo que resulta injusto e intolerable en una persona particular también es intolerable en una banda o en un gru po. Si se tolera a una banda o a un grupo, ya no habrá razón ni derecho para prohibírselo a las personas particulares, pues en ambos casos está el mismo motivo, es decir, la injusticia. ¿Qué haríais vosotros si en vuestra liga cundiese el desafuero de que cada uno se erigiera sobre los demás y se vengara a sí mismo de sus ofensores? ¿Lo toleraríais? ¿No diríais que tendrían que juzgar y ejecutar la venganza los establecidos por vosotros? ¿Cómo queréis subsistir ante Dios y ante el mundo si sois jueces de vosotros mismos y os vengáis de vues tros ofensores, incluso de vuestra autoridad, instituida por Dios? Todo esto se ha dicho del derecho común divino y natu
ral, que han de observar incluso los paganos, los turcos y los judíos, pues de otra forma no podría subsistir la paz y el or den en el mundo. Si vosotros lo observáis, no hacéis nada más ni nada mejor que los paganos y los turcos. No consti tuirse en juez y vengador de uno mismo, dejar estas funcio nes para la autoridad, no lo convierte a uno en cristiano; hay que hacerlo, a fin de cuentas, de mejor o de peor grado. Cuando actuáis contra este derecho, veis con claridad que sois peores que los paganos y los turcos; con mucha mayor razón teniendo que ser cristianos. ¿Qué creéis que dirá Cris to de que llevéis su nombre, llamándoos una liga cristiana, y que, al mismo tiempo, estéis tan lejos de él, actuando y viviendo incluso contra su derecho tan horriblemente que ni siquiera merecéis llamaros paganos o turcos? Sois mucho peores que ellos, ya que actuáis contra el derecho natural y divino, observados comúnmente por todos los paganos. Ahí véis, queridos amigos, qué clase de predicadores te néis y lo que significan para ellos vuestras almas. Me temo que han llegado entre vosotros profetas asesinos, a quienes les gustaría ser, gracias a vosotros, señores del mundo, a lo que han aspirado desde hace tiempo, sin preocuparse de que os están llevando a la perdición, del cuerpo, de los bienes, del honor y del alma, para ahora y para la eternidad. Si que réis observar el derecho divino, como decís, ¡bien!, hacedlo. Está escrito, «dice Dios: la venganza es mía, yo retribuiré». También: sed súbditos no sólo de los buenos señores sino también de los malos. Si lo hacéis, muy bien; si no, os cau sáis una desgracia que, al final, se volverá contra vosotros, pues no dude nadie de que Dios es justo y no lo tolerará. Cuidad también, en vuestra libertad, de no escapar de la llu via para caer en el agua y no penséis liberaros corporalmente mientras perdéis el cuerpo, los bienes y el alma para la eter nidad. La cólera de Dios está ahí, temedla, os lo aconsejo. El demonio ha enviado entre vosotros falsos profetas, guar daos de ellos. Hablemos ahora del derecho cristiano y evangélico que no obliga a los paganos, como el anterior. Si decís y os gusta oír que se os llame cristianos y queréis ser tenidos por tales,
estaréis también dispuestos a tolerar que se os exponga rec tamente vuestro derecho. Escuchad, pues, queridos cristia nos vuestro derecho cristiano. Así habla Cristo, vuestro su premo señor, cuyo nombre lleváis, en M a te o 3 ,3 9 : «no resis táis al mal; al que os obliga a ir con él una milla de camino, acompañadle durante dos millas; al que te quita la capa, dale también la túnica; al que te abofetee en una mejilla, pre séntale la otra». ¿Escuchas, liga cristiana? ¿Cómo se armoni za vuestro propósito con este derecho? No queréis sufrir que se os haga ningún mal ni ninguna injusticia, queréis ser li bres y no tolerar nada más que el bien y la justicia. Cristo, sin embargo, dice que no hay que resistir al mal ni a la in justicia, que siempre hay que ceder, aguantar, dejar hacer. Si no estáis dispuestos a tener este derecho, despojaos del nombre cristiano y alardead de otro nombre en consonancia con vuestro comportamiento. Si no, el mismo Cristo os arre batará su nombre, lo que será para vosotros demasiado duro. También S. Pablo, en R o m a n o s 12 ,1 9, dice: «no os to méis vosotros mismos la justicia, dejad lugar a la cólera de Dios». Asimismo alaba a los corintios, en 2 C orintios 11,20, porque sufren gustosos que se les haga daño o se les robe. En 1 Corintios 6,1 y s. les reprende por andar pleiteando por sus bienes y por no sufrir la injusticia. Nuestro jefe Jesu cristo dice en M ate o 3 ,4 4 que debemos desear el bien a los que nos ofenden, rezar por los que nos persiguen, amar a nuestros enemigos y devolver bien por mal: éstas son nues tras leyes cristianas, queridos amigos. Ved ahora qué lejos os han llevado los falsos profetas y os siguen llamando cris tianos quienes os han hecho peores que los paganos. Incluso un niño puede captar que, según esas palabras, el derecho cristiano consiste en no resistir a la injusticia, en no desen vainar la espada, en no defenderse, en no vengarse, en ofre cer el cuerpo y los bienes para que los robe el que quiera. Nosotros tenemos bastante con nuestro s e ñ o r que no nos abandonará, como nos ha prometido. Sufrimiento, sufri miento, cruz, cruz, es el derecho de los cristianos. Ahora bien, si lucháis por los bienes temporales y no queréis dar la túni ca junto con la capa sino que queréis que se os devuelva la
capa, ¿cómo vais a estar dispuestos a morir, dejando el cuer po, o a amar o hacer el bien a vuestros enemigos? ¡Ah, in sensatos cristianos! Queridos amigos, no hay tantos cristia nos como para reunirse de golpe en una muchedumbre así. Los cristianos son aves raras. Quisiera Dios que la mayor parte de nosotros fuéramos buenos paganos, y observáramos el de recho natural, sin hablar del derecho cristiano. Os contaré algunos ejemplos del derecho cristiano para que veáis adonde os han conducido esos locos profetas. Fijaos en Pedro cuando estaba en el huerto: quiso defender a su señ o r Cristo con la espada y cortó una oreja a Maleo. ¿No tenía Pedro aquí toda la razón? ¿No era una injusticia intolerable que se quisiera arrebatar a Cristo no sólo sus bienes sino tam bién su vida? Le quitaron, efectivamente, no sólo su vida y sus bienes sino que, además, reprimieron absolutamente el Evangelio que los salvaría, privándose así del reino de los cielos. Esta injusticia no la habéis sufrido todavía vosotros, queridos amigos. Fijaos, sin embargo, lo que hace Cristo y lo que enseña con ello. A pesar de la enormidad de la injus ticia frena a San Pedro, le ordena envainar su espada y no le permite vengar esta injusticia ni oponerse a ella. Pronun cia, además, sobre él una sentencia de muerte como si se tra tara de un asesino, diciéndole: «el que empuña la espada, a espada morirá». De aquí tenemos que entender que no es suficiente que alguien nos haga una injusticia y que tenga mos buena razón y buen derecho; es preciso contar con el derecho y el poder de la espada ordenada por Dios para cas tigarla. El cristiano tendrá que sufrir incluso que se le prohí ba el Evangelio, si es que es posible prohibir a alguien el Evangelio, como veremos. Otro ejemplo: ¿qué hace el propio Cristo cuando le ma tan en la cruz, renunciando con su muerte al ministerio de la predicación para el que Dios mismo le había enviado en bien de las almas? Esto es lo que hace, como dice S. Pedro: se encomienda al que juzga con justicia y sufre esta intolera ble injusticia. Además rogó por sus perseguidores, dicien do: padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Si fué seis cristianos de verdad, tendríais que obrar de la misma for
ma y seguir su ejemplo. Si no obráis así, abandonad inme diatamente el nombre de cristianos y la pretensión de que seguís el derecho cristiano. No sois cristianos, con toda cer teza; estáis obrando contra Cristo y su derecho, contra sus enseñanzas y su ejemplo. Si obráis como cristianos, pronto veréis un milagro de Dios que os ayudará, como hizo con Cristo, al que, después del cumplimiento de su pasión, ven gó de tal forma que su Evangelio y su reino se extendieron con fuerza, a pesar de todos sus enemigos. También os ayu dará a que su Evangelio se extienda entre vosotros si antes sufrís, si ponéis vuestra causa en sus manos y si dejáis que prevalezca su venganza. Pero si intervenís vosotros mismos y no queréis sufrir sino que queréis conquistar y ganar con los puños, obstaculizáis su venganza y no conservaréis ni el Evangelio ni los puños. Yo debo contarme a mí mismo como un ejemplo actual de estos tiempos. El papa y el emperador se han puesto con tra mí y se han enfurecido conmigo. ¿Cómo he conseguido que mi Evangelio se haya extendido más cuanto más se han enfurecido el papa y el emperador? Nunca he echado mano de la espada ni he reclamado venganza; no he comenzado ninguna rebelión ni amotinamiento; por el contrario, he con tribuido a defender, en cuanto he podido, el poder y el ho nor de la autoridad secular, incluso de aquella que me per seguía a mí y a mi Evangelio. En este asunto he remitido todo a Dios y me he confiado siempre totalmente a sus ma nos. Esta es la razón por la que me ha conservado la vida a despecho del papa y de todos los tiranos, lo que muchos tienen por un milagro y yo mismo he de reconocerlo así; y no sólo eso, sino que además ha permitido que mi Evange lio crezca cada vez más. Vosotros, sin embargo, os precipi táis, queréis ayudar al Evangelio y no véis que con vuestro comportamiento estáis poniéndole obstáculos y reprimién dole de la forma más profunda. Os digo estas cosas, mis queridos amigos, para advertiros lealmente de que abandonéis en este asunto el nombre de cristianos y el pretexto del derecho cristiano. Por mucho de recho que tengáis, no corresponde al cristiano reclamar de
rechos ni luchar, sino sufrir la injusticia y soportar el mal; no otra cosa se desprende de 1 Co rintios 6,3 y s. Vosotros mismos reconocéis en el preámbulo que todos los que creen en Cristo tienen que ser amables, pacíficos, pacientes y vivir unidos. Pero en realidad os mostráis impacientes, intranqui los, demostráis lucha y malicia, en contra de vuestras pro pias palabras, a no ser que queráis llamar pacientes a los que sólo están dispuestos a soportar el derecho y la bondad y no la injusticia o el mal. ¡Bonita paciencia sería ésta, que inclu so un canalla puede tener, sin hablar de un creyente en Cris to! Por esto os repito que yo os concedo que vuestra causa sea todo lo buena y justa que pueda ser y que, como queréis defenderla por vosotros mismos sin estar dispuestos a sufrir la violencia o la injusticia, podáis hacer y no hacer lo que Dios no os prohíbe. Pero dejad estar el nombre de cristia nos, digo el nombre de cristianos, y no lo utilicéis como ta padera de vuestro propósito impaciente, no pacífico ni cris tiano. No quiero dejaros ni concederos este nombre; quiero arrancároslo con mis escritos y con mi palabra, según mi ca pacidad, hasta que me quede una gota de sangre en mis ve nas. No podréis triunfar o triunfaréis con la perdición de vues tro cuerpo y vuestra alma. No quiero con ello justificar ni defender a la autoridad por la intolerable injusticia que estáis sufriendo. Reconozco que es injusta y comete una injusticia horrible. Lo que yo quiero es lo siguiente: que si las dos partes no queréis llegar a un entendimiento y os enfrentáis mutuamente —Dios no lo quiera— , ninguna de las partes se llame cristiana; será co mo un pueblo que lucha contra otro, según el curso del mun do, y, como se dice, Dios castiga a un bribón con otro. En tre esta clase de gente y con este nombre os cuento a voso tros para que sepa la autoridad que, si se llega a la lucha —la gracia de Dios la evite—, no está luchando contra cris tianos sino contra paganos; y que sepáis vosotros que no lu cháis contra la autoridad como cristianos sino como paga nos. Los cristianos no combaten para sí mismos con la espa da y arcabuces, combaten con la cruz y el sufrimiento, de la misma manera que vuestro jefe Cristo no porta la espada
sino que pende de la cruz. Que no se apoye vuestra victoria en la superioridad, en la dominación o en la violencia; que se apoye en la sumisión y en la debilidad , como dice S. Pa blo en 2 Corintios 10,4: «las armas de nuestros caballeros no son carnales, son poderosas en Dios» y también: «la fuerza se completa con la debilidad». Vuestro título y vuestro nombre ha de ser éste: sois gentes que luchan porque no quieren sufrir la injusticia y el mal, de conformidad con la naturaleza. Este es el nombre que te néis que llevar, dejando en paz el nombre de Cristo, pues ésa es vuestra obra y así actuáis. Si no queréis llevar ese nom bre y queréis conservar el de cristianos, ¡bueno!, tendré en tonces que entender que el asunto me concierne a mí y ten dré que contaros como enemigos que combaten mi Evange lio o quieren obstaculizarlo más de lo que han hecho hasta ahora el papa y el emperador, porque vosotros atacáis el Evan gelio en nombre del Evangelio. No os ocultaré lo que voy a hacer. Encomendaré este asunto a Dios, arriesgaré el pes cuezo, con la gracia de Dios, y me confiaré en él totalmente como he hecho hasta ahora contra el papa y el emperador. Rogaré por vosotros para que Dios os ilumine y me opondré a vuestro propósito para que él no permita que tenga éxito. Veo con claridad que el demonio, que hasta ahora no ha po dido eliminarme por medio del papa, intenta exterminar me y devorarme por medio de los sanguinarios profetas ase sinos y espíritus sectarios que están entre vosotros. Bueno, que me coma. Se le hará el estómago demasiado pequeño, eso lo sé yo. Y si ganáis, no disfrutaréis realmente mucho. Os pido humilde y amigablemente que reflexionéis y os por téis de forma tal que no sean necesarias mi resistencia ni mis oraciones a Dios contra vosotros. Aunque soy un pobre pecador, sé y tengo la certeza de que, en este caso, mi causa es la justa al luchar por el nom bre cristiano y al rogar para que no sea ultrajado. También estoy seguro de que Dios aceptará mis súplicas y las escucha rá. El mismo nos ha enseñado a rezar así en el padrenuestro cuando decimos: «santificado sea tu nombre» y en el segun do mandamiento nos ha prohibido deshonrar su nombre.
Por ello os pido que no despreciéis mi oración y la de todos los que rezan conmigo. Será demasiado poderosa para voso tros y alentará a Dios contra vosotros, como dice Santiago: «la oración del justo puede mucho, si es constante», como rezó Elias5. Tenemos también la promesa de Dios de que nos escuchará, en J u a n 14,1 4 : «os daré lo que pidáis en mi nombre». Y en 1 Ju an 5,14 : «si pedimos algo según su vo luntad, nos escuchará». Vosotros no podéis tener este con suelo y esta confianza para rezar porque vuestra conciencia y la Escritura os convencen de que vuestro propósito es pa gano y no cristiano y de que obráis contra el Evangelio y en deshonra del nombre cristiano bajo el nombre del Evange lio. Sé también que ninguno de vosotros jamás ha rezado o invocado a Dios en este asunto. Pero tampoco lo podéis hacer. No osáis levantar vuestros ojos hacia él. Confiáis sólo en vuestros puños, que habéis juntado por una voluntad im paciente y no dispuesta al sufrimiento; eso no os dará buen resultado. Si fuéseis cristianos, dejaríais de esgrimir los puños y la espada y dejaríais de amenazar; os atendríais al padrenues tro y llevaríais adelante vuestra causa con oraciones, dicien do: «hágase tu voluntad» y «líbranos del mal. Amén». Esto es lo que véis en el Salterió, donde los santos verdaderos ex ponen sus necesidades y sus quejas ante Dios, buscando su ayuda; no se defienden a sí mismos ni oponen resistencia al mal. Una oración así os habría ayudado en todas vuestras necesidades más que si todo el mundo fuera vuestro. Ten dríais además buena conciencia y la consoladora seguridad de ser escuchados, como expresan sus promesas: 1 Timoteo 4 , 1 0 : «es el apoyo de todos los hombres, principalmente de los que creen»; S a l m o 5 0 , 1 5 : «invócame en tu necesidad y te prestaré socorro» y Salmo 91,15: «le libraré porque me ha invocado en la necesidad». Mirad, ésta es la verdadera forma cristiana de liberarse de la desgracia y del mal, esto es, sufrir e invocar a Dios. Pero como no hacéis ninguna de estas dos
cosas, ni lo invocáis ni sufrís, sino que queréis apoyaros en vuestra propia fuerza, os convertís en vuestro propio Dios y salvador. De esta suerte, Dios no puede ser, ni ha de ser, vuestro Dios y salvador. Como paganos y blasfemos quizá obtengáis algo, si Dios lo permite —rogamos para que no ta , pero únicamente para vuestra perdición temporal y eter na. Como cristianos o evangélicos, sin embargo, no ganaréis nada; apostaría mil veces mi vida. Con ello hemos respondido fácilmente a todos vuestros ar tículos. Aun cuando todos fueran de derecho natural y de equidad, habéis olvidado, sin embargo, el derecho cristia no, por no haberlos impuesto y realizado con paciencia y ora ciones a Dios, como corresponde a los cristianos, y por haber intentado imponerlos, con vuestra impaciencia y malicia, a la autoridad, coaccionándola con violencia, lo cual es con trario al derecho del país y a la equidad natural. Quien ha redactado vuestros artículos no es hombre piadoso ni hones to. Ha citado al margen muchos capítulos de la Escritura, como si los artículos se fundamentaran en ellos, pero guarda la masa en la boca, sin citar los textos, para dar a su maldad y a vuestros propósitos un pretexto para seduciros, azuzaros y lanzaros al peligro. Estos capítulos citados, si se los lee, no dicen mucho de vuestros propósitos, sino todo lo contrario, es decir, que hay que vivir y obrar cristianamente. Será pro bablemente un profeta sectario que pretende apoyar su te meridad en el Evangelio, a través de vosotros. Que Dios se lo impida y os preserve de él. Decís, en primer lugar, en el preámbulo, que no queréis la rebelión y os disculpáis diciendo que anheláis vivir y ense ñar según el Evangelio, etc. Sin embargo, vuestra boca y vues tras obras os condenan, pues confesáis que formáis bandas y os subleváis. Ya habéis oído antes que el Evangelio enseña que los cristianos tienen que sufrir y soportar la injusticia y rogar a Dios en cualquier necesidad. Vosotros, en cambio, no queréis sufrir sino que, como paganos, forzáis a la auto ridad a seguir vuestra voluntad y vuestra impaciencia. Men cionáis también como ejemplo a los hijos de Israel, que Dios escuchó su llamada y los liberó. ¿Por qué no seguís ese ejem-
pío que decís? Invocad también a Dios y no cejéis hasta que os envíe otro Moisés que pruebe, con signos y prodigios, que ha sido nombrado por él. Los hijos de Israel no se subleva ron contra el faraón ni solucionaron sus asuntos ellos mis mos, como sí pretendéis vosotros. Este ejemplo se vuelve con tra vosotros y os condena a vosotros que decís que lo seguís y obráis en realidad lo contrario. Tampoco es verdad lo que decís de que enseñáis y vivís según el Evangelio. No hay ningún artículo que enseñe algo del Evangelio; todo se dirige a liberar vuestros cuerpos y vues tros bienes; en resumen, todos los artículos plantean cues tiones seculares, temporales, de que queréis el poder y los bienes y no estáis dispuestos a sufrir la injusticia. El Evange lio, por el contrario, no se preocupa en absoluto de las cosas seculares y sitúa la vida exterior sólo en sufrimiento, injusti cia, cruz, paciencia y en el menosprecio de los bienes tem porales y de la vida. ¿Cómo se conciba, entonces, el Evange lio con vosotros, sí lo único que buscáis en él es un pretexto para vuestros propósitos no evangélicos ni cristianos, ultra jando con ello el santo Evangelio de Cristo y convirtiéndolo en una tapadera? En este asunto tenéis que adoptar una pos tura distinta: o abandonar por completo esta causa, dispo niéndose a sufrir la injusticia, si queréis ser y llamaros cris tianos, o, si queréis realizar esos propósitos, adoptar otro nombre y no llamarse ni considerarse cristianos; no existe tér mino medio y no se puede solucionar esta cuestión de otra manera. Es verdad que tenéis derecho a reclamar el Evangelio si lo hacéis de otra manera, en serio. Yo puedo redactar este artículo incluso con mayor radicalidad que vosotros y decir así: es intolerable que se cierren las puertas del cielo a al guien y que se le envíe por la fuerza al infierno. Nadie debe sufrir esto, antes ha de arriesgar cien veces su vida. Quien me prohíbe el Evangelio es quien me cierra el cielo y me en vía al infierno, pues no hay otro medio para la salvación de las almas que el Evangelio. Esto no puedo tolerarlo so pena de perder el alma. Mirad, ¿no está demostrado el derecho con suficiente fuerza? De ahí no se sigue que tenga que le-
yantarme con los puños contra la autoridad que me haga es ta injusticia. Si tú me dices: ¿cómo he de sufrir y al mismo tiempo no sufrir? La respuesta es fácil: es imposible que al guien ponga obstáculos al Evangelio; no existe ningún po der en el cielo o en la tierra que sea capaz de hacerlo, pues es una doctrina pública que circula libremente aquí abajo, sin estar vinculada a ningún lugar, como la estrella que, con •su movimiento en el aire, mostró el nacimiento de Cristo a los magos de oriente. Es verdad, ciertamente, que en algunas ciudades, lugares y territorios donde está presente el Evangelio o algún predi cador, los señores lo prohíben. Pero tú puedes entonces aban donar esa ciudad o ese lugar y correr tras el Evangelio a otro lugar. No es preciso que, por causa del Evangelio, tomes o mantengas una ciudad o lugar. D eja la ciudad para su señor y tú sigue al Evangelio. Así tú sufres la injusticia que se te hace y el destierro y, al mismo tiempo, no sufres que se te quite el Evangelio o que se te lo prohíba. Mira cómo así se concilian las dos cosas: sufrir y no sufrir. Si no, si quieres conservar la ciudad y el Evangelio, le robas al señor de la ciu dad lo suyo, bajo el pretexto de que lo haces por el Evange lio. Querido, el Evangelio no te enseña a robar ni a quitar nada, aun cuando el señor abuse de sus bienes contra Dios, con injusticia y en perjuicio tuyo. El Evangelio no necesita ningún espacio terrenal ni ninguna ciudad para establecer se. En el corazón es donde quiere y debe fijar su morada. Esto lo ha enseñado Cristo en M ateo 10,2 3: «si os expul san de una ciudad, huid a otra». El no dice: si os expulsan de una ciudad, quedaos en ella y adueñaros de la ciudad pa ra gloria del Evangelio y amotinaros contra los señores de la ciudad, como ahora se quiere hacer y enseñar, sino que di ce: huid, huid siempre a otra ciudad hasta que venga el hijo del hombre, etc. Yo os digo que no habréis llegado a todas las ciudades antes de que venga el hijo del hombre. Tam bién dice él en M ate o 2 3 ,2 4 que los impíos expulsarán a sus evangelistas de una ciudad a otra. También Pablo habla así en 1 Corintios 4,11: «no tenemos un lugar fijo». Cuando a un cristiano le sucede que tiene que andar de un lugar para
otro, por causa del Evangelio, y tiene que dejar todo, el lu gar donde está y todo lo que tiene, o se halla en constante incertidumbre esperando en cualquier momento que eso su ceda, le está sucediendo lo que corresponde a un cristiano Porque, precisamente por no querer sufrir que se le quite el Evangelio o se le prohíba, sufre que se le prive o se le pro híba una ciudad, un lugar, sus bienes y cuanto es y tiene. ¿Cómo se concilia vuestro propósito con esto, cuando tomáis y retenéis ciudades y lugares que no son vuestros y cuando no queréis sufrir que se os prive de ellos o se os prohíban sino que vosotros se los quitáis y vedáis a sus señores natura les? ¿Qué clase de cristianos son ésos que, por causa del Evan gelio, se convierten en ladrones y bribones y dicen, después, que son evangélicos? SOBRE EL ARTICULO PRIMERO Toda comunidad ha de poseer el poder para elegir y des tituir al párroco. Este artículo es justo, si se aplica de manera cristiana, prescindiendo de que los capítulos que se indican en el margen no vienen al caso. Ahora bien, si los bienes de la parroquia provienen de la autoridad y no de la comu nidad, ésta no podrá dárselos al que elija, pues esto sería un robo y una sustracción. Si la comunidad quiere tener un pá rroco, que se lo pida, primero, con humildad a la autori dad. Si la autoridad no accede, que elija la comunidad su propio párroco y lo mantenga con sus propios recursos, de jando a la autoridad con los suyos o con los que obtenga de ésta con justicia. Si la autoridad no tolera a este párroco ele gido y mantenido por la comunidad, que se le deje huir a otra ciudad y que huya con él el que quiera, como enseña Cristo. Esto es elegir y tener un párroco de manera cristiana y evangélica. Quien actúe de otra manera no se comporta cristianamente sino como un ladrón y malhechor.
SOBRE EL ARTICULO SEGUNDO Los diezmos tienen que ser distribuidos entre los párrocos y los pobres. El sobrante que se reserve para las necesidades del país, etc. Este artículo es un puro robo y bandidismo abierto. Quieren apoderarse de unos diezmos que no son su yos sino de la autoridad y hacer con ellos lo que quieran. Esto no es así, queridos amigos, esto significa destituir por completo a la autoridad y en el preámbulo os poníais la con dición de no quitar a nadie lo suyo. Si queréis hacer el bien y dar los bienes, hacedlo con vuestros bienes, como dice el Sabio6. Dios afirma por boca de Isaías: «Aborrezco el sacri ficio que procede de un robo» 7. Y vosotros estáis hablando en este artículo como si fuéseis ya señores del país y os hu bierais apropiado de todos los bienes de la autoridad para vosotros y como si no quisiérais ser súbditos de nadie ni dar nada a nadie. En eso se ve lo que tenéis en mente. Queridos señores, desistid, desistid, no lograréis vuestro propósito. De nada os servirán los capítulos de la Escritura que vuestro men tiroso predicador y falso profeta ha garabateado en el margen8; se vuelven contra vosotros. SOBRE EL ARTICULO TERCERO No debe existir la servidumbre, puesto que Cristo nos ha liberado. ¿Qué es esto? Esto significa convertir la libertad cristiana en algo totalmente carnal. ¿No tuvieron siervos Abraham y los demás patriarcas y profetas? Leed lo que dice S. Pablo sobre los criados, que en aquel tiempo eran todos siervos. Por esto, este artículo se opone directamente al Evan gelio y es un robo: uno le arrebata a su señor un cuerpo, que se había convertido en suyo. Un siervo puede muy bien 6 Vid. Proverbios 3,9 1 Vid. Isaías 61,8. 8 Lutero pensaba que el autor de los doce artículos era Christoph Schap peler, predicador de Memmingen.
ser cristiano y gozar de la libertad cristiana, igual que un pri sionero o un enfermo son cristianos sin ser libres. Este artí culo intenta igualar a todos los seres humanos y hacer del reino espiritual de Cristo un reino secular, externo, lo cual es imposible. El reino del mundo no puede subsistir si no existe desigualdad en las personas, en el sentido de que unos son libres, otros prisioneros, unos señores y otros súbditos, etc. Como dice S. Pablo, en Gálatas 3,2 8, en Cristo son una misma cosa señor y criado. Sobre este asunto ha escrito bas tante y bien mi señor y amigo Urban Regius9; en él pue des leer más sobre este asunto. SOBRE LOS OTROS OCHO ARTICULOS Los otros artículos sobre la libertad de caza, de aves, pes ca, madera, bosques, servicios, tributos, impuestos, peajes, óbitos, etc., los remito a los juristas. A un evangelista como yo no le corresponde juzgar ni dictaminar sobre estos temas. Yo tengo que instruir y enseñar a las conciencias lo que ata ñe a los asuntos divinos y cristianos. Sobre las otras cuestio nes hay bastantes libros en el derecho del imperio. Más arri ba he dicho que estos asuntos no interesan al cristiano ni tam poco le importan. Que deje robar, arrebatar, despellejar, re primir, rascar, devorar y bramar a quien quiera, pues él es un mártir en la tierra. Por esto, los campesinos tendrán que dejar en paz el nombre cristiano y obrar con el nombre de las gentes que quieren el derecho humano y natural, no con el nombre de gentes que anhelan el derecho cristiano. Este les ordena ser pacíficos en estos asuntos, sufrir y quejarse só lo ante Dios. He aquí, queridos señores y amigos, mi enseñanza, que me habéis solicitado en la segunda hoja. Os ruego que pen séis sobre vuestro ofrecimiento de dejaros guiar gustosamente por la Escritura. Cuando recibáis esta respuesta, no gritéis 9 Urban Regius era predicador en Augsburgo. Predicó sobre la servidumbre antes de la guerra de los campesinos y publicó sus sermones en 1525.
en seguida: Lutero adula a los príncipes y habla en contra del Evangelio. Leedla antes y ved mi fundamentación en la Escritura, pues os importa a todos vosotros. Yo ya estoy ex cusado ante Dios y el mundo. Conozco muy bien a los falsos profetas que hay entre vosotros. No los obedezcáis, verda deramente os están seduciendo. No tienen en cuenta vues tras conciencias; quieren hacer de vosotros unos gálatas pa ra, a través de vosotros, lograr bienes y honores y luego, jun tamente con vosotros, condenarse en el infierno para toda la eternidad. EXHORTACION CONJUNTA A LA AUTORIDAD Y AL CAMPESINADO Queridos señores, como no hay nada de cristiano en am bas partes y tampoco se está disputando entre vosotros una cuestión cristiana, sino que ambos, señores y campesinos, te néis que ver con la justicia y la injusticia pagana o secular y con los bienes temporales y como, además, estáis luchan do ambos contra Dios y estáis bajo su cólera, como ya habéis escuchado, dejad, por el amor de Dios, que se os hable y se os aconseje y abordad este asunto como hay que abordar lo, es decir, con justicia y no con violencia o lucha, para que no causéis en Alemania un derramamiento de sangre sin fin. Puesto que ninguna de las dos partes tiene razón y, además, queréis vengaros y defenderos vosotros mismos, ambos pe receréis y Dios castigará a un canalla con otro. Vosotros, señores, tenéis en contra vuestra la Escritura y la historia de cómo son castigados los tiranos. Ya los poetas paganos 10 escribían que los tiranos rara vez mueren de muerte natural y que lo más común es que sean estrangula dos o mueran violentamente. Como es cierto que gobernáis tiránica y cruelmente, que prohibís el evangelio, que opri mís y vejáis a los pobres, no tenéis ningún consuelo ni espe
ranza, sino el de perecer de la misma manera que vuestros iguales. Mirad cómo han sucumbido por la espada todos los reinos, como los asirios, los persas, los judíos, los romanos, etc., que fueron, finalmente, destruidos de la misma mane ra que habían destruido ellos a losdemás. Con ello Dios de muestra que es el juez de la tierra y que no deja ninguna injusticia sin castigo. Por esto, no tenéis nada más cierto que su juicio, para ahora o para después, si no os enmendáis. Vosotros, campesinos, también tenéis en contra de voso tros la Escritura y la experiencia de que ninguna revuelta ha tenido jamás un buen final; Dios ha mantenido siempre el rigor de estas palabras: «el que desenvaina la espada, por la espada perecerá». Estáis con certeza bajo la cólera de Dios porque cometéis injusticia al convertiros en jueces y venga dores de vosotros mismos y porque, además, lleváis indig namente el nombre de cristianos. Aun cuando ganarais y des truyerais a todos los señores, acabaríais al final desgarrándoos entre vosotros como bestias furiosas. Como no es el espíritu sino la carne y la sangre quien os gobierna, pronto os envia rá Dios un espíritu malo entre vosotros, como ya hizo con Sichem y Abimelec. Mirad que todas las revueltas han teni do un final, como la de Kore, en N ú m e ro s 16; también las de Absalón, Scheba, Schimei y otras. En resumen: Dios es enemigo de ambos, de los tiranos y de los rebeldes: por eso lanza a unos contra los otros para que ambas partes perez can ignominiosamente y se cumplan su cólera y su juicio so bre los impíos. A mí me resulta esto muy penoso y me produce una gran compasión y con gusto ofrecería mi vida y mi muerte para evitar estos dos años insuperables para ambas partes: la pri mera consecuencia que se deriva es ésta: que, como ninguna de las partes lucha con buena conciencia, pues ambas partes combaten por el mantenimiento de la injusticia, quienes mueran en el combate se perderán en cuerpo y alma para la eternidad, al morir en pecado, sin arrepentimiento ni gra cia, en la cólera de Dios; ahí ya no hay ninguna ayuda ni consejo para ellos. Los señores luchan para afianzar y conser var su tiranía, la persecución del Evangelio y las cargas injus-
tas sobre los pobres o para ayudar a los que actúan de esa manera. Esta es una tremenda injusticia y está contra Dios: quien peque con esa injusticia se perderá para toda la eter nidad. Los campesinos, por su parte, luchan para defender su revuelta y su abuso del nombre cristiano, cosas ambas muy contrarias a Dios; quien muera en esa situación se perderá también para la eternidad; tampoco aquí hay remedio. El otro daño es que Alemania será devastada y cuando co mienza un derramamiento de sangre difícilmente se le pone fin, a no ser con la destrucción de todo. La lucha comienza pronto, pero no está en nuestro poder ponerle fin según nues tra voluntad. ¿Qué os han hecho tantos niños inocentes, viu das y ancianos para que los arrastréis vosotros locos a este ries go de llenar el país de sangre, de robos, de viudas y huérfa nos? Ah, este es el mal que el demonio tiene en mente: la ira de Dios se ha encendido tanto que nos amenaza con sol tarlo y que satisfaga su venganza con nuestra sangre y con nuestras almas. Andad con cuidado, queridos señores, y sed sensatos. Esto os importa a ambas partes. ¿De qué os sirve condenaros deliberadamente para toda la eternidad y dejar, además, a vuestra posteridad un país devastado, destruido y ensangrentado, cuando podríais solucionar este asunto, a tiempo y de un modo mejor, con penitencia a Dios y con un acuerdo amistoso o sufriendo voluntariamente a los hom bres? Con arrogancia y lucha no conseguiréis nada. Por todo esto, mi leal consejo sería que se elija del seno de la nobleza a algunos condes y señores y de las ciudades a algunos consejeros para que discutan y pacifiquen amiga blemente el asunto. Que vosotros, señores, depongáis vues tras rígidas exigencias, que al final tendríais que abandonar, quisierais o no quisierais; que aliviéis un poco vuestra tira nía y opresión, para que los pobres puedan ganar aire y es pacio para vivir. Que los campesinos, en cambio, se dejen guiar y abandonen algunos artículos que van demasiado le jos. De esta manera, aunque el asunto no se resuelva de una manera cristiana, al menos se solucionará según el derecho y los acuerdos humanos. Si no seguís este consejo — Dios lo quiera— , tengo que
dejar que os lancéis a la guerra. Pero yo soy inocente de vues tras almas, de vuestra sangre y vuestros bienes; vosotros mis mos seréis los responsables. Os he dicho que ninguna de las partes tiene razón y que lucháis por la injusticia. Vosotros, señores, no lucháis contra cristianos, porque los cristianos no os hacen nada, pues lo sufren todo; lucháis contra ladrones públicos y profanadores del nombre cristiano; los que pe rezcan entre ellos ya están condenados para la eternidad. Vo sotros, campesinos, no lucháis tampoco contra cristianos, lu cháis contra tiranos y perseguidores de Dios y de los hom bres y contra asesinos de los santos de Cristo. Los que entre ellos mueran, están también condenados para la eternidad. Ahí tenéis, ambas partes, el juicio cierto de Dios sobre voso tros, que yo sé que es verdadero. Si no queréis seguir mi con sejo, haced lo que queráis para conservar vuestro cuerpo y vuestra alma. Yo, en cambio, rogaré a mi Dios que os ponga de acuer do u os una a ambas partes o impida en su gracia que las cosas discurran según vuestro propósito, aunque los horri bles signos y prodigios que se han producido en estos tiem pos me pesan en el ánimo y me temo que la cólera de Dios se haya desencadenado con demasiada fuerza, como dice él en Jeremías: «aunque Noé, Job y Daniel intercedan ante mí, no tendrá benevolencia con este pueblo» n. Quiera Dios que os atemoricéis ante su cólera y os enmendéis para que esta plaga se aplace y demore. Bueno, os he aconsejado a todos cristiana y fraternalmente, con suficiente lealtad, co mo me testimonia mi conciencia. Dios haga que sirva para algo. Amén. Convertetur dolor eius in caput eius e t i n v e r t i c e m i p s i u s i n i q u i t a s e i u s d e s c e n d a t 12.
11 Vid. Jeremías 15,14. 12 Vid. Salmo 7,17: «recaerá sobre su cabeza su maldad y caerá sobre su cabeza su crueldad».
CONTRA LAS BANDAS LADRONAS Y ASESINAS DE LOS CAMPESINOS (1525)
A comienzos de mayo de 1525, pocas semanas después de escribir la Ex hortación a la paz..., escribe Lutero el breve y duro folleto «Contra las bandas ladronas y asesinas de los campesinos». La rebelión de los campesinos había ido en aumento, extendiéndose a Turingia. En esta región Thomas Müntzer y Heinrich Pfeiffer se habían puesto a la cabeza del levantamiento, coordinando a los campesinos de la región con los de Hesse, Franconia y Suabia. El 27 de abril de 1525, en Mühlhausen, Müntzer hizo un llamamiento público a la acción. Los campesinos llegarían a sumar un ejército de 8.000 personas. El 15 de mayo se produciría el gran desastre: los campesinos, bajo la jefatura de Müntzer, fueron abatidos en Frankenhausen por las fuerzas del protestante Philipp de Hesse y del católico duque Georg de Sajonia (ducado). Müntzer fue capturado, después de poder huir, torturado y, finalmente, ejecutado, junto con Pfeiffer. La guerra fue un fracaso total para el campesinado. La traducción de Wider die räuberischen und mördischen Rotten der Bauern sigue el texto de la edición de Weimar: WA 18, 357361.
En el librito anterior 1no me atreví a juzgar a los campe1 Vid. Ermahnung zum Frieden. , traducido en este volumen: Exhorpág. 67. tación a la paz
sinos porque habían ofrecido someterse al derecho y a la me jor doctrina. No hay que juzgar, como ordena Cristo en M a te o 7,1. Peto antes de que volviera la cabeza se han lanzado y están atacando con los puños y, olvidando su ofrecimien to, roban, hacen estragos y actúan como perros rabiosos. Aho ra se está viendo muy bien lo que abrigaban en su falso espí ritu y que era puro engaño lo que en los doce artículos ha bían puesto bajo el nombre del Evangelio. En una palabra, están haciendo realmente una obra diabólica y, en particu lar, está ese archidiablo que reina en Mühlhausen 2, que no hace otra cosa sino robos, asesinatos y derramamiento de san gre; es un asesino desde el principio, como dice Cristo de él en J u a n 8 ,4 4 . Como ahora estos campesinos y estas mise rables gentes se están dejando seducir y están actuando de manera distinta a como habían dicho, yo también escribiré sobre ellos en forma distinta y, antes que nada, les pondré sus pecados ante sus ojos, como ordenó Dios a Isaías y Ezequiel, por si algunos quisieran reconocerlos. Después instruiré a la autoridad secular sobre cómo ha de comportarse en este asunto. Tres horribles pecados contra Dios y los hombres cargan sobre sí estos campesinos, con los que han merecido de di versas maneras la muerte del cuerpo y del alma. Primero: juraron fidelidad y homenaje a su autoridad y ser súbditos obedientes, como ordena Dios al decir: «dad al césar lo que es del césar» y, en R o m a n o s 13,1 : «que todos se sometan a la autoridad», etc. Pero han roto de forma insolente y alevo sa esta obediencia levantándose contra sus señores, con lo que han incurrido en la perdición del cuerpo y del alma, como malhechores desleales, perjuros, mentirosos y desobedien tes. Por esta razón, también S. Pablo, en R o m a n o s 13,2, lan za sobre ellos este juicio: «los que se resisten a la autoridad atraerán un juicio sobre sí». Estas palabras alcanzarán tam bién, tarde o temprano, a los campesinos, pues Dios quiere que se observen la fidelidad y el deber. 2 El «archidiablo» de Mühlhausen es Thomas Müntzer.
Segundo: provocan la rebelión, roban y saquean con ma licia conventos y castillos que no son suyos; con estas accio nes se hacen doblemente reos de muerte del cuerpo y del alma, como los salteadores de los caminos públicos y los ase sinos. Además, un rebelde, de quien se pueda demostrar que lo es, es un proscrito de Dios y del emperador, de modo que el primero que pueda estrangularlo actúa bien y rectamen te. Cualquiera es juez y verdugo de un rebelde público, lo mismo que, cuando se declara un incendio, el mejor es el que primero puede extinguirlo. La rebelión no es sólo un asesinato, es como un gran fuego que abrasa y devasta al país; la rebelión trae consigo un país lleno de muertes, de derra mamiento de sangre, hace viudas y huérfanos y destruye to do como la más terrible de las calamidades. Por eso, quien pueda ha de abatir, degollar o apuñalar al rebelde, en pú blico o en privado, y ha de pensar que no puede existir nada más venenoso, nocivo y diabólico que un rebelde; ha de ma tarlo igual que hay que matar a un perro rabioso; si tú no lo abates, te abatirá a ti y a todo el país contigo. Tercero: encubren todos estos horrendos y crueles peca dos con el Evangelio, se llaman hermanos cristianos, toman juramento y homenaje y obligan a la gente a seguirles en esta abominación; se convierten así en los mayores blasfe mos y profanadores del nombre de Dios; honran y sirven al diablo bajo la apariencia del Evangelio, por lo que se hacen merecedores diez veces de la muerte del cuerpo y del alma, pues no he oído nunca de pecado más odioso. Creo, inclu so, que el diablo presiente el día final y por eso emprende algo tan inaudito, como si dijera: esto es lo último, por eso tiene que ser lo peor; así remueve la sopa del fondo y socava el fondo también; Dios quiera impedirlo. Ahí ves qué prín cipe tan poderoso es el demonio, cómo tiene al mundo en sus manos y puede confundirlo todo, pues puede cautivar, seducir, cegar, endurecer y sublevar con tanta rapidez a tan tos miles de campesinos y puede hacer con ellos lo que su rabiosísimo furor se proponga. No les sirve de nada a los campesinos aducir que, en G é nesis 1 y 2, todas las cosas fueron creadas libres y comunes
ni que todos nosotros estemos bautizados. En el Nuevo Tes tamento no es Moisés quien cuenta, aquí está nuestro maes tro Cristo, quien nos somete con nuestro cuerpo y nuestros bienes al emperador y al derecho secular al decir: «dad al cesar lo que es del cesar». También S. Pablo, en R om an os 13,1, dice a todos los bautizados: «que todos se sometan al poder», y Pedro: «someteos a toda ordenación humana». Y estamos obligados a vivir de esta doctrina de Cristo, como ordena el padre celestial al decir: «éste es mi hijo amado, escuchadle». El bautismo libera las almas, no los cuerpos y los bienes. Tampoco el Evangelio establece la comunidad de bienes, salvo en los casos en que se quiera hacer voluntaria mente, por sí mismos, como hicieron los apóstoles y los dis cípulos, H e c h o s de lo s A p ó sto le s 4 ,3 y s. Estos, sin embar go, no exigieron que se hicieran comunes los bienes ajenos de Herodes y Pilatos, como reclaman nuestros insensatos campe sinos, sino los suyos propios. Nuestros campesinos, en cambio, quieren hacer comunes los bienes ajenos y mantener para ellos los suyos propios. ¡Vaya cristianos! Creo que ya no hay ningún diablo en el infierno, pues todos se han trasladado a los cam pesinos. Esto es una locura que sobrepasa toda medida. Puesto que ahora pesan sobre los campesinos Dios y los hombres, puesto que se hacen de tantas maneras reos de muerte en cuerpo y alma y puesto que no aceptan ni espe ran ningún derecho y siguen haciendo estragos, he de ins truir ahora a la autoridad secular sobre cómo ha de actuar en este asunto con recta conciencia. En primer lugar, no me opondré a que la autoridad que pueda y quiera golpee y cas tigue a estos campesinos sin ofrecerles previamente justicia ni equidad, aunque sea una autoridad que no tolere el Evan gelio; la autoridad tiene buen derecho a actuar así. Desde que los campesinos ya no luchan por el Evangelio, sino que se han convertido abiertamente en desleales, perjuros, deso bedientes, rebeldes, asesinos, ladrones, y blasfemos, incluso la autoridad pagana tiene derecho y poder para castigarlos; más aún, está obligada a castigar a esos canallas, para esto porta la espada y es servidora de Dios contra el que hace el mal, R o m a n o s 13,4.
Si la autoridad es cristiana y tolera el Evangelio, con lo que los campesinos no tienen ningún pretexto para atacarla, ha de actuar con temor. Antes que nada ha de encomendar el asunto a Dios y reconocer que nos hemos merecido esto. Ha de pensar, además, que quizá sea Dios quien excite de esta suerte al diablo como castigo colectivo a Alemania. Des pués, que pida humildemente ayuda contra el diablo; noso tros luchamos aquí no sólo contra la carne y la sangre, sino contra los malos espíritus del aire, a los que debemos atacar con la oración. Si el corazón está ahora tan dirigido a Dios que deja actuar a la divina voluntad —quiera Dios o no te nernos por príncipes o señores— se ha de ofrecer a estos lo cos campesinos el derecho y el acuerdo hasta el exceso (aun que realmente no se lo merecen). Después, si esto no sirve de nada, que echen mano de la espada. Un príncipe o señor ha de pensar que él es un ministro de Dios y un servidor de su cólera, R o m a n o s 1 3 ,4 , al que se ha encomendado la espada sobre esos canallas. Si no los castiga o no les opone resistencia o no desempeña su oficio peca ante Dios tanto como el que asesina sin que se le haya confiado la espada. Si pudiendo no castiga con la muerte o con el derramamiento de sangre es culpable de todas las muertes y de todos los males que cometan esos canallas, lo mismo que quien, descuidando deliberadamente el manda to divino, permite que estos canallas hagan maldades cuan do él puede evitarlas y está obligado a ello. Por eso, no hay que dormirse ahora. Ya no valen la paciencia ni la miseri cordia. Es tiempo de la espada y de la cólera y no de la gra cia. Así pues, la autoridad ha de proceder ahora sin temor y golpear con buena conciencia, mientras corra la sangre por sus venas. Cuenta con la ventaja de que los campesinos ac túan con conciencia errónea y con que tienen una causa in justa y cuenta con que el campesino que pierda la vida en esa lucha se perderá con cuerpo y alma y será eternamente del diablo. La autoridad, en cambio, tiene buena concien cia y una causa justa y puede, por tanto, decirle a Dios con todo su corazón seguro: Mira, Dios mío, tú me has hecho
príncipe o señor, no puedo dudar de ello, y me has enco mendado la espada sobre los malhechores, R o m a n o s 13,4. Es tu palabra y no puede mentir. Así que he de desempeñaar este oficio so pena de perder tu gracia; también es co nocido que estos campesinos merecen por muchos motivos la muerte ante ti y ante el mundo y que tú me has enco mendado su castigo. Pero si quieres que ellos me maten, si quieres retirarme la autoridad y dejarme perecer, ¡bien!, há gase tu voluntad, yo moriré y pereceré cumpliendo tu man dato y tu palabra y me encontrarán obediente a tu mandato y a mi oficio. Por eso castigaré y golpearé mientras corra san gre por mis venas. Tú serás quien lo dirija y lo haga. Puede suceder, por tanto, que quien muera del lado de la autoridad sea un verdadero mártir ante Dios, si ha lucha do con esta conciencia, como se ha dicho, pues camina en la palabra de Dios y en su obediencia. Por el contrario, quien muera del lado de los campesinos arderá eternamente en el infierno, pues esgrime la espada contra la palabra de Dios y su obediencia y es un secuaz del diablo. Si sucediera que vencieran los campesinos (Dios no lo quiera) —aunque para Dios todo es posible y no sabemos si él quizá quiere, por medio del diablo, destruir toda institución y toda autoridad y convertir al mundo en un desierto, como preludio del úl timo día, que no estará lejos— , los que mueran en el ejerci cio del oficio de la espada morirán y perecerán en la certeza y en la buena conciencia; dejarán al diablo el reino del mundo tomando a cambio el reino eterno. Estos tiempos son tan ex traños que un príncipe puede ganar el cielo derramando san gre mejor que otros rezando. Existe, finalmente, otra razón para mover a la autoridad. Los campesinos no se conforman con pertenecer al diablo; obligan y coaccionan a muchas buenas gentes, que no lo ha cen gustosamente, a que les sigan en su diabólica liga, ha ciéndoles partícipes, por tanto, de su iniquidad y condena ción. Quien con ellos se alia, con ellos va también al diablo y es culpable de todas las fechorías que cometan y que, sin duda, cometerán, pues son tan débiles de fe que no se les opondrán a aquéllos. Un buen cristiano tendría que sufrir
cien muertes antes que comprometerse en el asunto de los campesinos ni siquiera el espesor de un cabello. ¡O h!, cuán tos mártires podrían florecer ahora mediante los sanguina rios campesinos y los profetas asesinos. La autoridad, no obs tante, debería compadecerse de los prisioneros de los cam pesinos. Si no tuvieran otra razón para dejar caer su espada sin temor sobre los campesinos, arriesgando incluso su cuer po y sus bienes, ésta sería una razón suficientemente grande para hacerlo: salvar y ayudar a esas almas obligadas por los campesinos a ingresar en esa liga diabólica, que, contra su voluntad, han de pecar tan cruelmente con los campesinos y se han de condenar. Estas almas están justamente en el pur gatorio, incluso en el infierno y en las garras del diablo. Por esto, queridos señores, liberad, salvad, ayudad, tened misericordia de estas pobres gentes. El que pueda, que apu ñale, raje, estrangule; y si mueres en esa acción, bienaven turado tú, pues jamás alcanzarás una muerte más dichosa. Mueres en la obediencia a la palabra y al mandato de Dios, R o m a n o s 13,5 y s., y en servicio al amor para salvar a tu pró jimo del infierno y de las garras del diablo. Por eso yo te suplico que, si puedes, huyas de los campesinos como del mismo diablo. Para los que no huyan, yo ruego a Dios que quiera iluminarlos y convertirlos. Pero los que no se convier tan, que Dios haga que no tengan fortuna ni éxito. Que to dos los fieles cristianos digan aquí: amén. Quien crea que esto es demasiado duro, piense que la rebelión es intolera ble y que en todo momento hay que esperar la destrucción del mundo.
CARTA SOBRE EL DURO LIBRITO CONTRA LOS CAMPESINOS (1525)
Después de la batalla de Frankenhausen y del aplastamiento de los campesinos, Lutero aparecía como el gran responsable de la derrota por haber animado a los señores a emplear toda su fuerza contra los campesinos. El reproche de «adulador de príncipes» se hizo general. Lutero guardó silencio, interrumpido al final de mayo con un breve escrito Una historia temblé y eljuicio de Dios sobre Thomas Müntzer (Schreckliche Geschichte und Gericht Gottes über Thomas Müntzer) y con el sermón del día de Pentecostés, 4 de junio de 1525: Responsabilidad de D. Martin Luther por el librito contra los campesinos ladrones y asesinos (Verantwortung D. Martin Luther auf das Büchlein wider die räuberischen und mördischen Bauern, getan am Pfingstage im Jahre 1525).
Las críticas a Lutero aumentaron cuando se conoció que se había casado el 13 de junio de 1525, con Katharina von Bora, no tanto por abandonar el voto de castidad, sino por casarse en un momento tan crítico en el que la guerra de los campesinos aún continuaba en algunos lugares. A comienzos de julio escribió esta Carta sobre el duro librito contra los campesinos para explicar y justificar su posición ante la revuelta de los campesinos. La traducción de Ein Sendbnef von dem harten Büchlein wider die Bauern sigue el texto de la edición de Weimar: WA 18, 384401.
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A l h o n o ra b le y ju ic io so Casp ar M üll er, C a n cil ler en M a n s fe ld , m i b u e n a m ig o , gra cia y p a z e n Cristo.
Honorable y juicioso señor: he tenido que contestar a vues tra carta en forma impresa porque son muchas las quejas y las preguntas sobre mi librito contra los campesinos rebel des, en el sentido de que el librito no es cristiano y es dema siado duro, aunque me había propuesto cerrar mis oídos y dejar que los corazones ciegos y desagradecidos, que sólo van buscando en mí un motivo para escandalizarse, se sumieran en el escándalo hasta que se pudrieran en él, ya que de mi otro librito no han aprendido tanto como para querer inclu so que ese juicio tosco, malo y terrenal, se acepte como co rrecto. Pensé en las palabras de Cristo en J u a n 3 ,1 2 : «si no creéis cuando os hablo de cosas terrenales, ¿cómo creeríais si os hablara de cosas celestiales?», y en que, cuando los dis cípulos le dijeron: ¿sabes que los fariseos se escandalizan de estas palabras?, les dijo: «dejad que se escandalicen, son cie gos y guías de ciegos», M a teo 15,1 4. Gritan y dicen ahí, ahí se ve el espíritu de Lutero, que enseña que se derrame sangre sin misericordia alguna; el dia blo debe de hablar a través de él. Bueno, si no estuviera acos tumbrado a ser juzgado y condenado, esta crítica me ¿Itera ría. Pero no encuentro en mí mayor vanidad que mantener mis actuaciones y mis enseñanzas, primero, y dejar que las crucifiquen. Nada tiene valor para nadie si no puede juzgar a Lutero. Lutero es el blanco y la meta de la crítica, con quien cada uno ha de intentar hacerse caballero y ganarse un teso ro. Todo el mundo tiene en este asunto un espíritu más ele vado que el mío. Yo debo de ser enteramente carnal y si Dios quiere que ellos tengan realmente un espíritu más elevado, me gustaría entonces ser carnal y decir también lo que S. Pablo dice a sus corintios: «sois ricos, estáis saciados, gober náis sin necesidad de nosotros» Pero me temo que no tie nen realmente un espíritu elevado. Pues no veo que hagan
nada especial, excepto cosas que los llevan finalmente al pe cado y al oprobio. Ellos no ven cómo tropiezan en este enjuiciamiento y có mo descubren los pensamientos de su corazón en esta críti ca como dice Simeón respecto de Cristo en Luca s 2 ,3 4 . Di cen que se dan buena cuenta del espíritu que tengo yo. Yo también observo cómo han captado y aprendido el Evange lio. Sí, no saben un ápice de él, aun cuando hablan mucho de él. ¿Cómo iban a saber lo que es la justicia celestial en Cristo, según el Evangelio, si todavía no saben lo que es jus to terrenalmente, en la autoridad secular según la ley? Estas gentes no merecen oír la palabra ni ver la obra con las que se perfeccionarán; deberían estar escandalizados, como les ocurrió a los judíos con Cristo, porque su corazón está tan lleno de malicia que no desean sino escandalizarse, a fin de que se cumpla en ellos lo dicho en el Salmo 17: «con los per versos eres perverso», y en el TOeuteronomto 32,21: «yo les daré celos con un pueblo ilusorio y los irritaré con un pue blo fatuo». Estos eran los motivos por los que quería guardar silencio y quería dejar que se escandalizaran, para que chocaran me recidamente con el escándalo y perecieran cegados, estos de sagradecidos que no han aprendido nada hasta ahora de la grande y clara luz del Evangelio, difundida por doquier con tanta abundancia, y que tanto han despreciado el temor de Dios que no miran ya nada evangélicamente; sólo juzgan y desprecian a los demás y se creen que tienen un gran espíri tu y un elevado entendimiento, y de la doctrina de la hu mildad sólo captan soberbia, lo mismo que la araña sólo chu pa el veneno de la rosa. Pero aunque vos no necesitáis ense ñanza para vos mismo, sino para tapar la boca a estas gentes inútiles, quiero haceros este servicio, por lo demás inútil, pues creo que os proponéis una empresa inútil e imposible. Pues, ¿quién podrá tapar la boca a un necio si tiene el corazón lle no de necedad y la boca habla de la abundancia del cora zón? En primer lugar, hay que advertir a los que critican mi librito que callen la boca y sean sensatos, pues seguramente
también ellos son rebeldes en su corazón, para no cometer una imprudencia y ser también algún día ejecutados, como dice Salomón: «hijo mío, teme a Dios y al rey y no te mez cles con los rebeldes, porque su desgracia llegará de repente y ¿quién conoce su furor?», P roverbios 24, 21, 22. Ahí ve mos que son condenados ambos, los rebeldes y los que se mezclan con ellos, y que Dios no quiere que estas cosas se tomen a broma, sino que hay que temer al rey y a la autori dad. Se mezclan con los rebeldes quienes se interesan por ellos, quienes también se quejan y los justifican y quienes tienen misericordia con aquéllos con los que Dios no la tie ne, pues quiere que se les castigue y aniquile. Quien se in teresa por los rebeldes da a entender suficientemente que, si hubiera lugar y ocasión, también causaría desgracias, co mo había decidido en su corazón; por esto, la autoridad ha de tomar severas medidas para que callen la boca y se den cuenta de que es en serio. Si piensan que esta respuesta mía es demasiado dura y me acusan de hablar con violencia y de tapar la boca, yo digo que esto es lo justo, pues un rebelde no merece que se le responda con la razón, pues no la acepta. Con el puño hay que contestar a estos bocazas, que les salte la sangre de las narices. Los campesinos tampoco quisieron escuchar ni se de jaron decir nada, por eso hubo que abrirles las orejas con bolas de arcabuz y las cabezas saltaron por los aires; para tal alumno tal palmeta. Quien no quiere escuchar la palabra de Dios por las buenas, escuchará al verdugo con la hoja. Si dicen que en esto no soy clemente ni misericordioso, respondo que, misericordioso o no, estamos hablando ahora de la palabra de Dios, que quiere que el rey sea honrado y los rebeldes aniquilados, y Dios es, al menos, tan miseri cordioso como nosotros. No quiero escuchar ni saber nada de misericordia, sólo quiero prestar atención a lo que quiere la palabra de Dios; por esto, mi librito ha de ser y quedar como justo, aunque todo el mundo se escandalice con él. ¿Qué me importa que no te agrade a ti, si agrada a Dios? Si él quiere que haya ira y no misericordia, ¿por qué vienes tú con la misericor
dia? ¿No pecó Saúl con la misericordia hacia los amalecitas por no haber ejecutado la cólera de Dios, como se le había ordenado? ¿No pecó Ajab por ser misericordioso con el rey de Siria, dejándole vivir en contra de la palabra de Dios? Si quieres tener misericordia, no te mezcles con los rebel des, ten temor a la autoridad y haz el bien. «Si haces el mal, terne —dice Pablo— , porque no en vano lleva la espada.» Esta respuesta sería suficiente para todos los que se escan dalizan de mi librito y hacen críticas inútiles. ¿No es justo callarse la boca cuando se escucha que Dios así lo dice y así lo quiere? o ¿está Dios obligado a rendir cuentas a estos ti pos ociosos por querer que las cosas sean así? Yo creo que sería suficiente con que Dios guiñara un ojo para callar a to das las criaturas; con mayor razón, si habla. Ahí está su pa labra: «hijo mío, teme a Dios y al rey; si no, llegará de re pente tu desgracia». Además, en R o m a n o s 13,2 dice: «Quien se opone al orden de Dios, se atraerá su juicio». ¿Por qué tampoco aquí es misericordioso S. Pablo? Si hemos de pre dicarla palabra de Dios, hemos de predicar tanto la palabra que anuncia la ira como la que anuncia la misericordia. Hay que predicar tanto del infierno como del cielo y ayudar a avanzar la palabra, el juicio y la obra de Dios sobre los justos y sobre los malos, para que los malos sean castigados y los piadosos protegidos. Y para que el buen Dios salga airoso ante tales jueces y se encuentre su juicio recto y puro, defendamos su palabra contra estos bocazas malvados y mostremos la causa de la vo luntad divina, a fin de abrirle los ojos al mismo diablo2. Me reprochan que Cristo enseña: «sed misericordiosos como vuestro padre es misericordioso». También: «quiero miseri cordia y no sacrificio». Más: «el hijo del hombre no ha veni do para perder las almas, sino para salvarlas» y otros pasajes similares. Creen que con esto han acertado: Lutero tendría que haber enseñado a tener misericordia con los campesinos y, sin embargo, enseña que hay que matarlos sin dilación, 2 Literalmente «poner dos velas al diablo» (dem Teufet zwo Kerzen auf
stecken).
¿qué te parece?; vamos a ver si Lutero puede saltar por enci ma de estos textos; creo que está atrapado. Bueno, estoy agra decido a mis queridos maestros. Si estos elevados espíritus no me lo hubieran enseñado, ¿cómo lo habría aprendido o cómo lo habría sabido? ¿Cómo iba a saber yo que Dios exi ge misericordia, yo que he enseñado y he escrito sobre la mi sericordia más que nadie en mil años? A quí está el diablo en persona, que gusta de hacer el mal cuando puede y por eso instiga y ataca, incluso a los corazo nes buenos y piadosos, con estas cosas para que no vean que él es feo y que quiere hacerse hermoso con la apariencia de la misericordia. Pero de nada le servirá. Amigo mío, voso tros que alabáis tan excelsamente la misericordia porque los campesinos están derrotados, ¿por qué no la alababais cuando los campesinos vapuleaban, golpeaban, robaban, incendia ban y saqueaban en una forma que era terrible de ver y oír? ¿Por qué no eran también misericordiosos con los señores y con los príncipes, a los que querían exterminar por comple to? No había entonces nadie que hablara de misericordia. Todo era justo, la misericordia se silenciaba y lo que valía y se ensalzaba era el derecho, el derecho, el derecho. ¡Ahora que están derrotados y que caen sobre sus cabezas las pie dras que arrojaron contra el cielo no hay que hablar ya de derecho sino sólo de misericordia! Y encima son tan torpes que creen que no se nota la be llaquería. Pues no, se te ve muy bien, negro y feo diablo, tú no ensalzas la misericordia por convicción y por amor a la misericordia; si no, la habrías ensalzado también respecto de los campesinos; tú tienes miedo por tu pellejo y quieres escapar al azote y al castigo de Dios bajo la apariencia y el nombre de la misericordia. No, querido camarada, has de aguantarte y morir sin ninguna misericordia. S. Pablo dice: «si haces el mal, teme, pues el poder no lleva la espada en vano, sino para la ira del que hace el mal» 3y tú quieres ha cer el mal y no sufrir la ira, sino cubrirte con la alabanza de
la misericordia. Bueno, ven mañana otra vez que, además,
te vamos a hacer una tarta. ¿Quién no puede hacer una cosa así? Yo también podría ir a la casa de alguien, deshonrar a su mujer e hijas, forzar sus arcas, arrebatarle el dinero y los bienes y ponerle la espada en el pecho diciéndole: si no quieres tolerar esto, te apuñalaré, pues eres un impío. Pero si viniera la servidumbre y me degollara o el juez me man dara decapitar y yo gritara entonces: eh, Cristo enseña que tenéis que ser misericordiosos y no matarme, ¿qué habría que decirle entonces? Esto mismo es lo que hacen mis campesinos y quienes los defienden. Cuando han practicado con los señores toda cla se de arrogancias, cual ladrones, asesinos y villanos, hay que entonar ahora el himno de la misericordia y decir: sed mise ricordiosos, como enseña Cristo, y dejad que hagamos estra gos, como nos enseña el demonio; hacednos el bien y dejad que nosotros hagamos todo el mal posible; considerar bue no y justo lo que hemos hecho e injusto lo que hacéis voso tros. Amigo mío, ¿a quién le gustaría esto? Si a esto se lla ma misericordia, instituyamos este fino sistema, que no ha ya espada, autoridad, tribunal, castigo, verdugo ni cárcel, que todos los canallas hagan lo que quieran y si se les casti ga, cantemos: oh, sed misericordiosos como enseña Cristo. ¡Ah, éste sería un orden perfecto! Ahí ves lo que tienen en su espíritu los que juzgan que mi librito niega toda miseri cordia. Son ciertamente rebeldes como los campesinos, y ver daderos perros sanguinarios o están seducidos por estas gen tes, pues les gustaría que todos los vicios quedaran impunes y, bajo el nombre de la misericordia, son los mayores inmisericordes y crueles destructores de todo el mundo, en lo que de ellos dependa. No, dicen ellos, nosotros no damos la razón a los campe sinos, tampoco nos oponemos a su castigo, pero nos parece injusto lo que enseñas de que no hay que tener misericordia alguna con los campesinos, pues tú dices que hay que ma tarlos sin ninguna misericordia. Yo les respondo: si de ver dad crees esto, yo soy de oro. Todo es una tapadera de tu arrogancia sanguinaria, pues internamente te agrada el mo
do de los campesinos. ¿Dónde he enseñado yo que no haya que ejercer la misericordia? ¿No está escrito también en ese librito que yo pido a la autoridad que sea clemente con los que se entreguen? ¿Por qué no abres los ojos y lees también ese pasaje? De hacerlo así, no habrías tenido necesidad de condenar mi librito y de escandalizarte. Pero eres tan pon zoñoso que sólo captas el pasaje donde escribo que hay que degollar sin dilación y sin misericordia a los que no se entre guen ni quieran escuchar y pasas por alto el otro pasaje en el que escribo que hay que tener clemencia con aquellos que se entreguen; ahí se ve muy bien que eres una araña que sólo chupa el veneno de la rosa y no es verdad que no das la razón a los campesinos ni que amas la misericordia, pues te gustaría que la maldad quedara libre e impune y que la espada secular fuera anulada, pero tú no lo conseguirás. Esto se dice a los no cristianos e inmisericordes perros san guinarios que alaban los pasajes de la misericordia con el fin de que el vicio y la inmisericordia reinen en el mundo, se gún su perversa voluntad. A los demás que son seducidos por esas gentes o son tan débiles que no pueden comparar mi librito con las palabras de Cristo, se les dice esto: hay dos clases de reinos, uno es el reino de Dios, el otro es el reino del mundo; lo he escrito tantas veces que me sorprende que no se sepa todavía o no se tome nota de ello; quien sepa dis tinguir ambos reinos no se escandalizará de mi librito y en tenderá bien los pasajes de la misericordia. El reino de Dios es un reino de gracia y de misericordia, no un reino de la ira y del castigo, donde sólo hay perdón, respeto, amor, ser vicio, beneficiencia, paz y alegría, etc. El reino del mundo, en cambio, es un reino de la ira y de la severidad, pues en él hay castigo, resistencia, juicio y condena, para reprimir a los malos y proteger a los buenos, y por eso tiene también la espada y la lleva; el príncipe o el señor es llamado en la Escritura, Isaías 14,5 , cólera de Dios o castigo de Dios. Así pues, los textos que hablan de la misericordia perte necen al reino de Dios y entre los cristianos, no al reino del mundo; un cristiano no sólo ha de ser misericordioso, sino que ha de sufrir además toda clase de robos, incendios, ase
sinatos, demonio e infierno y, por supuesto, no ha de herir a nadie, no ha de matar ni tomar venganza. El reino del mun do, en cambio, que no es sino servidor de la cólera divina para los malos y un verdadero precursor del infierno y de la muerte eterna, no ha de ser misericordioso sino riguroso, severo e iracundo en su oficio y en su obra. Su instrumento no es el rosario o una florecita del amor sino la desnuda es pada. La espada es un signo de la cólera, de la severidad y del castigo y sólo está dirigida a los malos, para castigarlos y mantenerlos sujetos y en paz, y para protección y salvación de los buenos; por esto, cuando Dios instituye la espada en la ley de Moisés, E xodo 2 1 ,1 4 , dice: «has de quitar al asesi no de mi altar» y no tendrás misericordia con él. Y la epísto la a los hebreos reconoce que quien está contra la ley morirá sin ninguna misericordia, con lo que se está diciendo que la autoridad secular, en su propio oficio, no puede ni debe ser misericorde, si bien puede suspender su oficio por un ac to de gracia. Quien confunda estos dos reinos, como hacen nuestras bandas de falsos espíritus, colocaría la ira en el reino de Dios y la misericordia en el reino del mundo, lo cual sería situar al demonio en el cielo y a Dios en el infierno. Esto era lo que querían hacer esos campesinos. Querían arremeter con la espada al luchar por el Evangelio, como hermanos cristia nos, y matar a otros cuando tenían que ser misericordiosos y pacientes. Ahora que el reino del mundo cae sobre ellos quieren que haya misericordia, es decir, no quieren tolerar el reino seculgr ni quieren que nadie disfrute tampoco del reino de Dios. ¿Podría pensarse algo más equivocado? No, amigos míos, si se ha merecido la cólera en el reino del mun do, aténgase a las consecuencias y sufra el castigo o pida cle mencia humildemente. Los que están en el reino de Dios han de compadecerse de los demás y pedir por ellos. Pero sin impedirle al reino del mundo su derecho y su obra sino reivindicándolos. Aunque esta severidad e ira del reino del mundo parece algo inmisericorde, si se la mira bien, es una parte, y no la más pequeña, de la misericordia divina; que cada uno se lo
piense y me diga su juicio sobre esto: si yo tengo mujer e hijos, casa y criados y si tuviera también bienes y cayera so bre mí un ladrón o un asesino y me matara en mi propia casa, deshonrara a mi mujer y a mis hijos, se llevara lo que tengo y, encima, hubiera de permanecer impune de modo que volvería a hacer lo mismo cuando quisiera, dime: ¿quién sería aquí más digno y necesitado de misericordia? ¿Yo o el ladrón y asesino? Sin duda, yo sería el más necesitado. Pero ¿cómo se podría manifestar esta misericordia en mí y en mis pobres y miserables mujer e hijos sino defendiéndonos de ese canalla y protegiéndome y salvaguardándome con el de recho o, en caso de no poder evitar que aquél continuara, dándole su merecido, es decir, castigándolo hasta que tuvie ra que desistir? ¡Qué bonita misericordia tendría yo si se fuese misericorde con el ladrón y asesino y a mí se me dejase asesi nado, ultrajado y robado por él! Los defensores de los campesinos no ven esta misericordia que gobierna y actúa en la espada secular; cierran los ojos y abren la boca sobre la ira y la severidad y dicen que cede mos, por debilidad, ante los sanguinarios príncipes y seño res al enseñarles que castiguen a los malos; pero aquellos de fensores ceden, por una debilidad diez veces mayor, ante los canallas asesinos y los malvados campesinos; son, incluso, ase sinos sedientos de sangre con un corazón rebelde por cuanto no se compadecen en absoluto de aquellos a los que los cam pesinos subyugan, saquean, ultrajan y obligan a toda clase de fechorías; si el propósito de los campesinos hubiera pros perado, ningún hombre honesto habría podido permanecer seguro, pues cualquiera que hubiera tenido un céntimo más habría tenido que darlo, como ya han comenzado a hacer, y no se quedarían en eso. Habría que haber dado a la mujer y a los hijos a toda clase de ultrajes, se habrían degollado entre ellos y no existiría paz ni seguridad alguna. ¿Se ha oído alguna vez algo peor educado que el pueblo y los locos cam pesinos cuando están satisfechos y consiguen el poder?; co mo dice Salomón en P roverbio s 30, 31, 22, a esa gente no la puede soportar la tierra. ¡Y con esta gente habría que tener misericordia y dejar
que hicieran los estragos que quisieran con el cuerpo, vida, mujer e hijos, honor y bienes de cualquiera y sin ningún cas tigo! ¡Y habría que dejar que los inocentes murieran ante nuestros ojos sin misericordia alguna, sin ayuda o consuelo! Oigo decir continuamente que a los campesinos de Bamberg4se les ofreció más de lo que habían solicitado, si se quedaban tranquilos, y no quisieron. El margrave Casimirus 5les prometió a los suyos lo que otros habían conse guido con lucha y rebelión y quiso ofrecerlo por un acto de gracia, pero tampoco sirvió. Es bien conocido que los cam pesinos de Franconia no pretendían otra cosa, sino robar, in cendiar, destruir y aniquilar por mera arrogancia. Yo mis mo he experimentado6que, cuanto más se enseñaba y se advertía a los campesinos de Turingia, más tozudos, orgu llosos y locos se volvían, y se pusieron tan arrogantes y alti vos como si quisieran ser degollados sin gracia ni misericor dia alguna y desafiaron la cólera de Dios con el mayor des dén y así les va ahora, como dice el Salmo 109,17: «no qui sieron la gracia, por eso se.aleja bastante de ellos». Por esto, la Escritura tiene finos y limpios ojos y mira rec tamente la espada secular, que, por su gran misericordia, ha de ser inclemente y, por su bondad, ha de ejecutar la ira y la severidad; como dicen Pablo y Pedro es servidora de Dios para venganza, ira y castigo de los malos y para protección, alabanza y honor de los piadosos. A los buenos los mira y es misericorde con ellos y para que no les ocurra ningún mal los defiende, muerde, hiere, corta, pega, mata, como le ha ordenado Dios, servidora del cual se reconoce en ello. Que ahora los malos sean castigados sin compasión no ocurre por que se busque solamente el castigo de los malos y porque 4 El obispo de Bamberg firmó un acuerdo con los campesinos, según el cual autorizaba la convocatoria de una dieta provincial para atender las rei vindicaciones de los campesinos; éstos no respetaron el acuerdo. 5 El margrave Casimirus von BrandenburgAnsbach había tenido una asamblea en Ansbach, haciendo concesiones a los campesinos. 6 Lutero, a comienzos de mayo de 152S, hizo un viaje a Turingia, predicando a los campesinos en Stolberg y Nordhausen.
guste el derramamiento de sangre, sino para proteger a los buenos, mantener la paz y la seguridad que, sin duda, son preciosas obras de gran misericordia, de amor y de bondad, pues no hay cosa peor en la tierra que la discordia, la inse guridad, la opresión, la violencia, la injusticia, etc., ¿quién, efectivamente, podría o querría seguir viviendo si las cosas tuvieran que ser así? Por esta razón la ira y la severidad de la espada son tan necesarias en el pueblo como la comida y la bebida, incluso como la vida misma. Bueno, dicen ellos, nosotros no hablamos de los campesi nos contumaces que no quieren entregarse sino de aquellos que han sido derrotados o se han rendido. Con estos sí que habría que practicar la misericordia y no tratarlos con tanta violencia. Yo-respondo que, entonces, tampoco eres fiel, pues criticas mi libríto como si yo hablase de esos campesinos ven cidos y que se han rendido cuando, en realidad, hablo clara mente de aquellos a los que se han dirigido de una manera amistosa y no han aceptado. Todas mis palabras se dirigen contra los campesinos contumaces, obstinados y obcecados que no quieren ver ni oír lo que se puede tocar; tú dices que yo enseño que mueran sin compasión los miserables campe sinos hechos prisioneros. Si quieres leer los libros e interpre tarlos a tu manera, ¿qué libro subsistirá ante ti? Lo que en tonces escribí lo vuelvo a escribir ahora; que nadie tenga mi sericordia de los campesinos contumaces, obstinados y obce cados, que no se dejan decir nada; el que pueda, y como pueda, que les pegue, los hiera, los degüelle, los muela a palos, como a perros rabiosos, y todo esto para que se tenga misericordia de los que son arruinados, expulsados y perdi dos por estos campesinos, con el fin de conservar la paz y la seguridad. Es mucho mejor cortar un miembro sin miseri cordia alguna que arruinar todo el cuerpo por el fuego o al guna plaga semejante; ¿Te gusta esto? ¿Soy todavía un pre dicador que enseña la gracia y la misericordia? Si para ti no lo soy, no me importa, pues eres un perro sanguinario y un asesino rebelde que estás destruyendo el país con estos locos campesinos, a los que defiendes hipócritamente en su rebe lión.
Dicen además que los campesinos todavía no han matado a nadie mientras que a ellos sí se les está matando. Amigo mío, ¿que hay que decir a esto? Qué respuesta tan bonita es ésta de que no mataron a nadie, esto es, había que hacer lo que ellos quisieran y amenazaban con la muerte a quie nes no quisieran irse con ellos y empuñaron la espada que no les correspondía, y asaltaron los bienes, las casas y las pro piedades. Según esto, tampoco sería un ladrón o asesino quien con amenazas de muerte me arrebatara lo que quisie ra. Si hubieran hecho lo que les pedían amigablemente, no se les habría dado muerte, pero, como no quisieron, fue justo hacer con ellos lo que ellos habrían hecho y aquello con lo que amenazaban a los que no querían. Son, además, abier tamente desleales, perjuros, desobedientes, ladrones rebel des, asesinos y blasfemos contra Dios y no hay ninguno en tre ellos que no haya merecido la muerte diez veces sin nin guna misericordia. Sólo se quiere mirar, con malicia, el da ño que produce el castigo y no se quiere ver la culpa, la res ponsabilidad, los daños indecibles y la ruina que se habrían seguido inevitablemente. Si te duele el castigo, abandona la maldad, como responde también Pablo en R o m a n o s 13,3 y s . : «si no quieres tener temor a la espada, haz el bien. Pero si haces el mal, témela», etc. En tercer lugar, dicen que los señores abusan de su espa da y matan con demasiada crueldad, etc. Yo respondo; ¿qué tiene que ver esto con mi librito? ¿Por qué me cargas a mí con culpas ajenas? Si abusan del poder, eso no lo han apren dido de mí y encontrarán su merecido, pues el juez supre mo que castiga a los arrogantes campesinos por medio de ellos no los ha olvidado y tampoco se le escaparán. Mi libri to no dice lo que merecen los señores, sino lo que merecen los campesinos y cómo se les ha de castigar; con esto no he adulado a nadie. Si hay tiempo y ocasión para hacerlo ataca ré también a los príncipes y señores, pues por lo que respec ta a mi oficio de enseñar tanto vale un príncipe como un campesino; verdaderamente he merecido de ellos que no me tengan demasiado aprecio, aunque tampoco me importa. Yo tengo un señor que es más grande que todos ellos, como di ce S. Juan.
Si se hubiera seguido mi consejo al principio, cuando co menzaba la rebelión, y se hubiera decapitado a un campesi no o a cien de manera que los demás hubieran sentido el choque y no se les hubiera dejado crecer tanto, se habrían preservado a muchos miles de campesinos que ahora han te nido que morir y que se podrían haber quedado en casa; es to habría sido una misericordia necesaria con poca ira, mien tras que ahora se ha tenido que emplear esta gran severidad para dominar a tantos. Pero así se ha cumplido la voluntad de Dios a fin de ense ñarnos en ambas partes. En primer lugar, para que los cam pesinos aprendieran que habían sido demasiado felices y no querían soportar buenos días en paz para que en lo sucesivo aprendan a dar gracias a Dios cuando tienen que entregar una vaca para poder disfrutar en paz de la otra, pues siem pre es mejor poseer la mitad de los bienes en paz y seguri dad que poseer todos los bienes en peligro continuo entre ladrones y asesinos, no teniéndolos en realidad. Los campe sinos no sabían qué cosa tan preciada es la paz y la seguri dad, cuando uno puede disfrutar su comida y su bebida ale gremente y con seguridad, y no le daban las gracias a Dios por ello; Dios tuvo que enseñárselo ahora de esta manera para que perdieran el prurito. Para los señores fue también de utilidad saber lo que se esconde en el pueblo y qué con fianza podían depositar en él, para que, en lo sucesivo, apren dan a gobernar rectamente y cuidar el país y sus caminos. Y a no existía gobierno ni orden. Todo estaba abierto y era superfluo, pues tampoco había en el pueblo respeto ni te mor. Cada cual hacía lo que quería. Nadie quería dar nada y, sin embargo, querían vivir disipadamente, emborrachar se, vestirse y estar ociosos, como si todos fueran señores. El burro pide palos y el pueblo quiere que se le gobierne con fuerza; esto lo sabía muy bien Dios y por eso puso en manos de la autoridad no la cola de zorro, sino una espada7. Otro argumento, no el menos importante, con el que exa 7 La cola de zorro se utilizaba para limpiar el polvo.
geran es éste. Dicen que entre los campesinos hubo mucha buena gente que llegó a la rebelión inocentemente y que se vio obligada a hacerlo, y que se comete una injusticia con ellos, ante Dios, si se les juzga de esa manera. Respondo: se habla de estas cosas como si jamás se hubiera oído la pala bra de Dios, por lo que he de responderles como si todavía fueran niños o paganos, ya que con tantos libros y predica ciones no se ha conseguido nada absolutamente entre esta gente. Digo, en primer lugar, que no se comete injusticia con aquellos que fueron obligados a la rebelión por los cam pesinos. Ningún cristiano ha permanecido entre ellos y tam poco fueron inocentes a ella, como pretextan. Puede pare cer, efectivamente, que se les hace una injusticia. Pero no es así. Dime, si no, querido amigo, ¿qué clase de disculpa es ésta: que alguien te mate a tu padre y a tu madre, ultraje a tu mujer e hijos, incendie tu casa y te arrebate tu dinero y tus bienes y, luego, diga que tuvo que hacerlo, que fue obligado a hacerlo? ¿Quién ha oído alguna vez que se pueda obligar a alguien a hacer el bien o el mal? ¿Quién puede constreñir la volun tad humana? Oh, nadie. Tampoco suena que se diga: tengo que hacer un mal y se me obliga a ello. Negar a Cristo y a la palabra de Dios es un gran pecado e injusticia. Y mu chos son constreñidos a ello, pero ¿crees tú que con eso es tán disculpados? Asimismo hacer una rebelión, desobede cer a la autoridad, ser infiel y pérfido, robar e incendiar, son una gran injusticia y algunos campesinos han sido obligados a hacer esas cosas, pero ¿de qué les sirve eso? ¿Por qué se dejan coaccionar? Bueno, dicen ellos, es que me amenazan con quitarme la vida y mis bienes. ¡A h!, querido amigo, para conservar la vida y los bienes, ¿quieres transgredir el man damiento de Dios, degollarme a mí, deshonrar a mi mujer y a mis hijos? ¿Qué nos va a Dios y a mí eso? ¿Querrías que yo te hiciese lo mismo? Si los campesinos te hubieran coac cionado, atándote las manos y los pies y llevándote a la fuer za con ellos, y tú te hubieras defendido de palabra, reconvi niéndolos por lo que te estaban haciendo, es decir, si hubie ras manifestado tus sentimientos y hubieras mostrado que
no lo hacías a gusto ni lo estabas consintiendo, habrías man tenido tu honor y, aunque te hubieran coaccionado con el cuerpo, tu voluntad habría quedado libre. Como ahora ca llas y no los recriminas, incluso sigues con la masa y no ma nifiestas tu desaprobación, ya de nada te sirve; ya ha pasado demasiado tiempo para querer ahora manifestar tu desapro bación, pues antes deberías temer y atender el mandato de Dios que el de los hombres, aun cuando, por esa causa, te expusieras al peligro y a la muerte. Dios no te habría aban donado, te habría asistido fielmente, te habría ayudado y salvado. Por lo tanto, así como se condenan los que renie gan de Dios, aunque sean coaccionados, tampoco se salvan los campesinos que se hayan dejado constreñir. Si valiera esta excusa, no se podría castigar ningún pecado ni ningún vicio, pues ¿hay, acaso, algún pecado al que no impulse, incluso fuerce, el demonio, la carne o el mundo? ¿No crees que, a veces, un apetito pecaminoso incita al adul terio con tal ardor y vehemencia que se podría decir que es un impulso y una coacción mayores que los que mueven a los campesinos a la rebelión? Pues, ¿quién es dueño del co razón? ¿Quién puede resistir al demonio o a la carne? Ni siquiera nos es posible resistirnos al pecado más pequeño, pues, como dice la Escritura, estamos prisioneros del diablo como nuestro príncipe y Dios y hacemos lo que él quiere y nos dicta, como demuestran a veces algunos horribles acon tecimientos. ¿Habría de quedar por esto impune y habría de ser justo? En absoluto. Lo que hay que hacer es invocar a Dios y resistir al pecado y a la injusticia; si mueres o sufres por esta causa, dichoso eres tú y tu alma, honrado hasta lo sumo ante Dios y el mundo. Si, en cambio, cedes y lo si gues, vas a morir igualmente pero con oprobio ante Dios y ante el mundo, por haberte dejado coaccionar a hacer el mal. Te sería mejor morir con honor y bienaventuranza, para ala banza de Dios, que tener que morir igualmente pero con vergüenza, para castigo y tormento tuyo. Si dices: señor Dios, ¿quién sabía estas cosas?, yo digo tam bién: señor Dios, ¿qué le voy a hacer? La ignorancia no ex cusa. ¿No ha de saber el cristiano lo que tiene que saber?
¿Por qué no lo aprende? ¿Por qué no se mantiene a buenos predicadores? Se quiere ser ignorantes intencionadamente. El Evangelio ha llegado a tierras alemanas y muchos lo per siguen, pocos lo desean y muchos menos lo aceptan, y los que lo aceptan se muestran así de dejados y perezosos, de jan que desaparezcan escuelas, que queden vacantes parro quias y pulpitos, nadie piensa en conservarlo y en enseñarlo a la gente y nos hacen aparecer como si fuera un sufrimiento para nosotros aprender algo o como si no nos gustara saber nada. ¿Qué hay, pues, de extraño en que Dios nos visite y nos deje ver su instrumento para castigar el desprecio al Evan gelio, del que todos somos culpables, aunque algunos sea mos inocentes de la rebelión —si bien hemos merecido co sas peores—, a fin de amonestarnos y enviarnos a la escuela para que, de una vez, lo aprendamos y lo sepamos? ¿Qué hay que hacer en el curso de las guerras en que, junto al culpable, es también arrebatado el inocente, incluso nos parece que son los inocentes los más afectados, pues se pro ducen viudas y huérfanos? Estas son plagas que Dios nos en vía y, por otra parte, están bien merecidas; en realidad uno ha de sufrir a causa de los otros, si queremos vivir juntos. Como dice el refrán, uno es culpable del incendio de su ve cino. Quien quiera estar en la comunidad ha de padecer y soportar las cargas, los peligros y los perjuicios de la comuni dad, aun cuando no haya sido él quien los ha causado sino su vecino, de la misma manera que disfruta de la libertad y del cobijo de la comunidad, aun cuando no los haya logra do él ni los haya realizado. Con Job debe aprender a cantar y a consolarse: «si hemos recibido bienes de Dios, ¿por qué no habríamos de soportar también los males?». Tantos días buenos bien merecen una hora mala y tantos años buenos también merecen un día o un año malos. Durante mucho tiempo hemos tenido paz y días buenos hasta que nos hici mos insolentes y voluptuosos y no sabíamos ya qué eran la paz y los días buenos y tampoco dábamos las gracias a Dios por esas cosas; ahora tenemos que aprenderlo. Sí, abstengámonos de estas quejas y murmuraciones y de mos gracias a Dios porque no nos ha sobrevenido por su bon
dad y misericordia una desgracia mayor, que el diablo in tentaba producir a través de los campesinos, como hizo Jere mías que, cuando los judíos fueron desterrados, hechos pri sioneros y muertos, se consoló diciendo: es por la gracia y por la bondad de Dios por lo que no hemos sido extermina dos por completo. Y nosotros, los alemanes, que, siendo mu cho peores que los judíos no hemos sido desterrados ni de gollados como ellos, queremos ser los primeros de todos en murmurar, en impacientarnos, en justificarnos y en no per mitir que una parte de nosotros muera para que Dios no se irrite más, no nos deje sucumbir, no retire su mano y no nos entregue al demonio. Nos comportamos como suelen hacer los alemanes insensatos que no saben de Dios y hablan de estas cosas como si no existiera un Dios que bace estas cosas y que quiere que se hagan; y no piensan en sufrir nada en absoluto, sino en ser señores que se sientan sobre almohadas y a quienes les gusta actuar según su capricho. Tendrías que haberte dado buena cuenta de que si hu biera prosperado este asunto diabólico de los campesinos y no lo hubiera frenado Dios con la espada por las oraciones de los cristianos piadosos, habría ocurrido en todos los terri torios alemanes lo que ahora les está pasando a los que son acuchillados y muertos; incluso habría ocurrido algo mucho peor, pues nadie habría quedado seguro ante los demás, ca da uno habría degollado al otro, habría incendiado su casa y su granja y habría deshonrado a su mujer e hijos; Dios no había iniciado este asunto, no había ningún orden y entre ellos mismos ya nadie se fiaba ni confiaba en los demás, des tituían a un jefe tras otro y las cosas no tenían que ir como querían las gentes honestas, sino como querían los más ca nallas de todos, pues el demonio tenía la intención de des truir totalmente Alemania, ya que, de lo contrario, no po día obstaculizar al Evangelio. ¿Quién sabe lo que sucederá todavía si seguimos murmurando y somos desagradecidos? Dios bien puede permitir que los campesinos enloquezcan otra vez o que ocurra algo peor que lo actual. Me parece que ha sido una buena y fuerte advertencia y amenaza; si no la tenemos en cuenta y no tememos a Dios, veremos qué nos
sucede, pues esto no ha sido ninguna broma y lo serio viene después. Por último, se me podría decir: tú mismo enseñas la rebe lión porque dices que quien pueda ha de golpear sin dila ción y matar a los rebeldes. Dices que en ese caso cada uno es juez supremo y verdugo. A esto respondo: mi librito no ha sido escrito contra los malhechores ordinarios, sino con tra los rebeldes. Al rebelde has de situarlo lejos, lejos del asesino o del ladrón o de cualquier otro malhechor. Un ase sino u otro malhechor deja subsistir la cabeza y la autori dad, sólo ataca a sus miembros o a sus bienes; incluso teme a la autoridad. Como la cabeza subsiste, nadie ha de atacar a semejante asesino porque aquélla puede castigarlo; es pre ciso esperar al juicio y a la orden de la cabeza, a quien Dios encomendó la espada y el oficio de castigar. El rebelde, por el contrario, ataca a la cabeza misma, le ataca su espada y su oficio; su delito no puede compararse con el del asesino, pues aquí no se puede esperar a que la cabeza dé su orden y su sentencia, ya que no puede al estar detenida y vencida. Quien pueda ha de correr, sin ser llamado y sin haber reci bido órdenes, y, como miembro fiel, ayudar a salvar la ca beza pinchando, golpeando, degollando y poniendo a dis posición de ella su vida y sus bienes. Ilustraré esto con un ejemplo basto: si yo fuese criado de un señor y viese que su enemigo arremete contra él con la espada desnuda y yo, aun pudiéndolo defender, me queda ra quieto y permitiese que lo degollasen tan ignominiosa mente, dime qué dirían de mí, Dios y el mundo. ¿No di rían, con justicia, que soy un miserable bellaco y traidor y que, con toda certeza, estaba confabulado con el enemigo? En cambio, si yo acudo y salto entre el enemigo y mi señor y cubro con mi cuerpo a mi señor y mato al enemigo, ¿no será ésta una acción honrosa y excelente, que sería alabada ante Dios y ante el mundo?, y, si yo mismo muero, ¿podría morir de manera más cristiana?, pues moriría en un servicio justo a Dios, en cuanto a la obra en sí se refiere; si, además, tuviera fe, sería un verdadero y santo mártir de Dios. Si intentara disculparme diciendo que yo estaba quieto has
ta que mi señor me llamara, ¿qué haría esta excusa sino ha cerme doblemente culpable y digno de que cualquiera me maldijera como a alguien que, encima, hace bromas con es ta mala acción? ¿No alabó esto el mismo Cristo en el Evan gelio y no consideró justo que los criados luchen por sus se ñores al decirle a Pilatos: si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían por mí para no ser entregado a los judíos? 8. Ahí ves que es justo para Dios y para el mundo que los criados luchen por su señor; ¿qué sería, si no, del gobierno secular? Mira, el rebelde es un hombre así, es un hombre que arremete contra la cabeza y contra el señor con la espada desnuda; en este caso no hay que esperar a que el señor llame; por el contrario, el primero que pueda ha de acudir y, sin ser llamado, matar a ese bribón y no ha de preocuparle si está cometiendo un asesinato; está oponién dose a un archiasesino que quiere asesinar a todo el país. Es más, si el criado no apuñala y mata, si deja que apuñalen a su señor es también él mismo un archiasesino. El ha de pensar que, como su señor yace en tierra y está sufriendo, él es señor, juez y verdugo en este caso, pues la rebelión no es ninguna broma, no existiendo en la tierra ningún crimen igual; los otros crímenes son actos individuales, la rebelión es el diluvio de todos los crímenes. A mí me llaman clérigo y desempeño el ministerio de la palabra, pero si fuera criado de un señor, incluso de un tur co, y lo viera en peligro, olvidaría mi oficio eclesiástico y apu ñalaría y golpearía sin dudar mientras tuviese sangre en mis venas; si me apuñalaran a mí, con esta acción iría derecho al cielo9. La rebelión no merece ningún juicio ni gracia; se da entre paganos, judíos, turcos, cristianos o dondequiera que sea; pero ya está interrogada, juzgada y sentenciada y entregada a la muerte en manos de cualquiera; por esto, aquí
8 Vid. Juan 18, 36. 9 Literalmente: iría de la boca a) cielo. Alusión a que el alma, en el momento de la muerte, abandona el cuerpo por la boca.
ya no hay otra cosa que hacer sino degollar cuanto antes al rebelde y darle su merecido. Un asesino no hace ni merece un mal semejante, pues el asesino comete un crimen puni ble pero dejando subsistir la pena; el rebelde quiere come ter un crimen libre e impune, atacando a la pena misma. Además, en estos tiempos le hace mala fama al Evangelio entre sus enemigos, que culpan al Evangelio de la rebelión y abren su infame boca para blasfemar, aunque esto no los excusa, pues saben muy bien que las cosas son de otra ma nera. Cristo los alcanzará también en su momento. Dime ahora si yo tenía razón o no al escribir en mi librito que se apuñalara a las rebeldes sin misericordia alguna. Pero yo no enseñé que no se tuviera misericordia con los prisione ros y con los que se rindieran, como se me culpa, pues mi librito muestra efectivamente otras cosas. Asimismo, tam poco quise apoyar con mis palabras a los furiosos tiranos ni alabar su saña y oigo que algunos de mis señoruelos tratan con excesiva crueldad a las pobres gentes, mostrándose arro gantes y altivos como si hubieran obtenido la victoria y estu viesen seguros. Estos tiranos, sin embargo, no buscan casti gar ni corregir la rebelión, sino que dan rienda suelta a su rabiosa arrogancia y descargan su cólera, que quizá hayan aguantado mucho tiempo, creyendo haber logrado ahora el derecho y la ocasión para ello. Se oponen ahora particular mente al Evangelio con atrevimiento, quieren establecer nue vos cabildos y conventos, quieren conservarle al papa su tia ra y mezclan nuestra causa con los rebeldes. Pronto cosecha rán lo que ahora siembran, pues el que está sentado en lo alto los está viendo y llegará antes de que vuelvan la cabeza. Yo sé que fallarán en su propósito, como han fallado hasta ahora. He escrito también en ese mismo librito que estos tiem pos son tan extraños que se puede ganar el cielo asesinando y derramando sangre. ¡Que Dios nos ayude! ¡Cómo ha po dido Lutero olvidarse de sí mismo, él, que, hasta ahora, ha bía enseñado que la salvación y la gracia se obtenía por la sola fe y no por las obras! ¡Y aquí atribuye la salvación no ya a las obras, sino a la terrible obra de derramar sangre! ¡Eso
sí que es el Rin en llamas! I0. Dios mío, con qué minucio sidad se me examina, cómo se me acecha, y todo en vano. Yo espero que se me permita el uso de las palabras y el mo do de hablar que emplea el hombre común y también la Es critura. ¿No dice Cristo en M ate o 3 ,3 y s . : «bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos» y «biena venturados sois cuando padecéis persecución porque vuestro premio es grande en el cielo»? ¿Y en M a teo 23, 33 y s ., no premia las obras de misericordia, etc., y en otros muchos pa sajes similares? Y , sin embargo, sigue siendo verdad que, ante Dios, no cuentan las obras sino sólo la fe. Sobre cómo es esto así he escrito muchas veces y particularmente en el Sermón sobre las riquezas injustas 11; quien no quiera con tentarse con esto, que siga su camino y se escandalice toda su vida. Con relación a que he valorado tanto la obra de de rramar sangre, mi librito muestra en el mismo sitio, con abundancia, que hablaba de la autoridad secular cristiana y que desempeña su oficio cristianamente, en especial cuan do va a luchar con las bandas rebeldes. Si estas autoridades no actuaron bien al derramar sangre, desempeñando su ofi cio, tampoco habrían actuado bien Samuel, David y San són, pues castigaron a los malhechores y derramaron sangre. Si no es bueno ni justo que se derrame sangre, ¡bien!, que se deje a un lado la espada y seamos hermanos libres para hacer lo que nos guste. Yo os pido a vosotros y a todo el mundo encarecidamente que leáis mi librito rectamente y no paséis sobre él tan superficialmente; entonces se verá que yo, como corresponde a un predicador cristiano, sólo he adoc trinado a la autoridad cristiana y piadosa; digo por segunda y tercera vez que escribí sólo para la autoridad que quería proceder cristianamente o, al menos, honestamente; escribí para instruir sus conciencias en este asunto, es decir, que ha bían de golpear sin dilación a las bandas rebeldes, sin mirar si daban a culpables o inocentes y que no habían de hacerse 10 Locución proverbial: algo increíble y extraordinario. 11 El sermón lo pronunció Lutero en 1522, texto en WA 10, 273 y ss.
cargos de conciencia si golpeaban a inocentes, pues esto ha bían de reconocerlo como un servicio debido a Dios; tam bién les escribí que, si ganaban, habían de mostrar gracia no sólo con los inocentes, como hicieron, sino también con los culpables. Yo no me propuse, en cambio, instruir a los tiranos ra biosos, enfurecidos y locos que, aun después de la batalla, no se sacian de sangre y que no se ocupan de Cristo en toda su vida, pues a estos perros sanguinarios lo mismo les da de gollar a inocentes que a culpables, agrade a Dios o al dia blo; tienen la espada para satisfacer solamente sus deseos y su malicia; a éstos les dejo que su maestro, el diablo, los guíe como quiera. He oído que en Mühlhausen uno de esos tipos arrogantes llamó a la pobre mujer de Thomas Müntzer, viu da y embarazada, y, poniéndose de rodillas delante de ella, le dijo: querida señora, déjame que te 12... ¡Oh, qué acción tan caballerosa y tan noble, perpetrada en un pobre mujercita, abandonada y embarazada' ¡Ese sí que es un héroe in trépido que vale por tres caballeros! ¿Qué podría escribirles yo a esos sinvergüenzas y cerdos? A gentes así los llama la Escritura bestias, es decir, animales salvajes como lo son los lobos, los jabalíes, los osos y los leones; tampoco yo quiero considerarlos seres humanos. Pero, a pesar de ello, hay que sufrirlos si Dios quiere castigarnos mediante ellos. Ambas co sas me han preocupado: si los campesinos se convertían en señores, el diablo sería el abad, pero si gobernaban esos tira nos sería abadesa la madre del diablo. Por esto, yo hubiera querido ambas cosas, haber calmado a los campesinos y ha ber instruido a la autoridad honesta. Los campesinos no qui sieron y ya tienen su recompensa. Esos otros tampoco quie ren escuchar, ¡pues bien!, también tendrán su recompensa, aunque sería una pena que los asesinaran los campesinos; sería un castigo demasiado leve; su recompensa para toda la eternidad será el fuego del infierno, el temblar y crujir de dientes en el infierno, si no se arrepienten. 12 Lutero escribió N. en vez de la palabra probablemente obscena.
Esto es, mi señor y amigo, lo que quería responder a vues tro escrito. Espero haber hecho más que suficiente, pero si alguien encuentra mi respuesta insuficiente, que sea él sa bio e inteligente, piadoso y santo en el nombre de Dios, y me deje a mí seguir siendo loco y pecador, aunque eso sí, quisiera que me dejaran en paz, pues no me convencerán. Lo que escribo y enseño permanecerá como justo aunque el mundo reviente; si alguien aparenta extrañeza, también la aparentaré yo y veremos quién tiene la razón al final. Adiós y dígale a Conrado que procure acertar y que se acueste en la cama verdadera13. Que también el tipógrafo evite su error en el futuro y no os llame C a n tze lle rxli. Amén.
13 Sobre Conrado: la edición de Weimar (vo!. 18,401) entiende que bajo Conrado no hay una alusión a una persona histórica, sino, quizá, a una figura popular, como Kunraden la canción Schreiber ¡m Korb: Kunrad quería dormir con una doncella y se dejaba subir en una cesta hasta la ventana, pero con la mala suerte de llegar hasta el tejado y caer luego al suelo; según eso, las palabras de Lutero deberían significar que Conrado debería acertar la cama, es decir, ser más prudente. Pero, quizá, Konrad se refiere al nombre Armer Konrad bajo el que un grupo de campesinos se levantó contra el duque de Württemberg en 15 14. En este sentido, Lutero estaría lanzando un aviso indirecto a los campesinos para que fueran más prudentes y no querer nada inaudito. 14 Ironía respecto a la queja de Caspar Müller por una falta de imprenta: habían escrito su título como Cantzeller en vez de Canzler.
SI LOS HOMBRES DE ARMAS TAMBIEN PUEDEN ESTAR EN GRACIA (1526)
Este escrito apareció publicado a finales de diciembre de 1526, habiendo estado en la imprenta desde mediados de octubre. El motivo de su redacción está en una conversación que Lucero mantuvo con Assa von Kram, oficial del príncipe elector de Sajonia, el año anterior. La ocasión en que ambos hablaron sobre la contraposición del orden eclesiástico y el laico fue la entrada en la ciudad de Wittenberg del príncipe elector después del final de la guerra de los campesinos. Lutero prometió a Assa von Kram escribir sobre las cuestiones de que habían hablado, concretamente si el oficio de la guerra es compatible con la condición cristiana. Pasaron varios meses sin que Lutero redactara el escrito y el propio Assa von Kram se lo recordó a Lutero en el bautizo del hijo de un amigo común, a finales de enero de 1526. El escrito trata directamente la cuestión de la resistencia a la autoridad. Esta cuestión había adquirido una importancia práctica mayor al haberse planteado, a mediados de 1526, la formación de una liga entre Hesse y Sa jonia electoral contra el emperador Carlos. La traducción de Ob Kriegsleute auch in seligem Stand sein können sigue el texto de la edición de Weimar: WA 19, 623662. A l se vero y h o n e s to A ssa v o n K r a m 1, caballero, e tc ., m i benevolente señor y amigo. M a r tin u s L u th e r
' Vid. introducción a este escrito.
¡Gracia y paz en Cristo, severo, honesto y querido señor y amigo! Con ocasión de la reciente entrada del príncipe elec tor en Wittenberg hablasteis con nosotros sobre la condición de los hombres de armas; en el curso de la conversación se plantearon algunas cuestiones que afectan a la conciencia, acerca de las cuales vos y algunos otros deseabais de mí una enseñanza por escrito y pública, habida cuenta de que hay muchos que se quejan de ese oficio y de su naturaleza, que algunos tienen dudas y otros son tan temerarios que no se preocupan ya de Dios y desprecian el alma y la conciencia. Yo mismo he oído decir a estas personas que si pensaran en estas cuestiones no podrían ir ya a la guerra nunca más. Co mo si hacer la guerra fuese algo tan excelente que no hubie ra que pensar en Dios y en el alma cuando se está en ella, cuando es precisamente en el peligro y en el peligro de muerte cuando hay que pensar más en Dios y preocuparse de las almas. Para aconsejar a las conciencias débiles, tímidas y dubita tivas, en lo que de nosotros dependa, y para que los malva dos reciban una enseñanza mejor he atendido vuestra peti ción y he aceptado hacer este librito. Quien lucha con una conciencia bien informada, podrá luchar bien, pues donde hay buena conciencia hay también gran valor y un corazón valiente; si el corazón es valiente y el coraje es fieme, los pu ños serán más potentes y el caballo y el jinete estarán ambos más alerta y todas las cosas resultarán mejor, encauzándose para la victoria, que también la da Dios. Por el contrario, si la conciencia es temerosa e insegura, el corazón tampoco será verdaderamente valiente. Es imposible que la mala con ciencia no haga a uno cobarde y amedrentado; como dice Moisés a sus judíos: «si eres desobediente, Dios te dará un corazón pusilánime, de modo que cuando salgas por un ca mino contra tus enemigos te dispersarás por siete rutas y no tendrás suerte»2. Si ocurre que ambos, caballo y jinete, son perezosos y torpes y no prospera ningún golpe, al final su
cumbirán. Pero si hay conciencias incultas y sin escrúpulos en la tropa, que se califican a sí mismas de temerarias e in trépidas, vencen o pierden según la casualidad. A este reba ño inculto le van las cosas como a los que tienen buena o mala conciencia por estar en la tropa. No habrá victoria gra cias a ellos, pues son la cáscara y no el verdadero grano de la tropa. Por esto os envío mi enseñanza hasta donde Dios me la ha concedido, para que vos y los que quieran guerrear bien sepáis armaros e instruiros para no perder el favor de Dios y la vida eterna. ¡La gracia de Dios sea con vosotros! Amén. En primer lugar, hay que distinguir entre el oficio y la per sona, y entre la obra y el agente. Un oficio o una obra pue den muy bien ser buenos y justos en sí mismos y ser malos o injustos si la persona o el agente no son buenos o justos, o no los realiza correctamente. El oficio de juez es un oficio excelente y divino, sea el del juez que dicta sentencias o el del juez que las ejecuta, a quien se llama verdugo. Pero si este oficio es desempeñado por alguien a quien no le haya sido atribuido o por alguien que, teniendo el encargo, lo ejer ce para obtener dinero o favores, ya no es justo ni bueno. El estado matrimonial también es excelente y divino; sin em bargo, hay muchos pillos y canallas en él. Lo mismo suce de con la condición, obra u oficio de la guerra; en sí mismo es un oficio justo y divino, pero hay que ver que también lo sea la persona que pertenece a ese oficio y que lo desem peña. En segundo lugar, hago la salvedad aquí de que no estoy hablando esta vez de la justicia que hace a una persona pia dosa ante Dios. Esto lo hace sólo la fe en Jesucristo, sin nues tras obras ni méritos, por pura donación de la gracia de Dios, como he escrito y enseñado tantas veces en otras partes; ha blo aquí, por el contrario, de la justicia externa, la que se encuentra y acompaña a los oficios y a las obras; de lo que trato aquí es esto (para decirlo claramente): si la fe cristiana, que nos hace justos ante Dios, permite además que yo sea hombre de armas, haga la guerra, estrangule y hiera, saquee e incendie, como sé le hace al enemigo en el curso de una
guerra según el derecho de la guerra; si esta obra es pecado o injusta, de la que habría que responder ante Dios, o si un cristiano no ha de hacer ninguna de estas cosas, debiendo solamente hacer el bien, amar, no estrangular ni dañar a na die. A esto lo califico yo de un oficio y obra que, aun siendo divino y justo, puede convertirse, sin embargo, en malo e injusto si la persona es injusta y mala. En tercer lugar: no pienso escribir ahora largamente sobre si el oficio y la obra de la guerra son en sí mismos justos y divinos, puesto que lo he hecho en el librito sobre la autori dad secular3. Casi me atrevería a decir con todo derecho que, desde el tiempo de los apóstoles, nadie ha explicado la espada con tanta claridad y la ha alabado tan excelsamen te como yo, cosa que incluso mis enemigos han de recono cer; y por esta causa he sido premiado con el honroso agra decimiento de que se califique mi doctrina de sediciosa y se la condene por atentar contra la autoridad! ¡Alabado sea Dios! Ya que la espada está instituida por Dios para castigar a los malos, proteger a los buenos y mantener la paz ( R o m a no s 13,1 y s. , 1 Ped ro 2,13 y s.) está asimismo probado con fuerza suficiente que también están instituidos por Dios el hacer la guerra y el estrangular y todo lo que lleva consigo el curso de una guerra y el derecho de la guerra. ¿Qué otra cosa es la guerra, sino el castigo de la injusticia y del mal? ¿Por qué se hace una guerra, sino para conseguir la paz y la obediencia? Aunque ciertamente no parece que estrangular y saquear sean una obra del amor, por lo que el ignorante piensa que no son una obra cristiana ni propias del cristiano, son en ver dad, sin embargo, una obra del amor. Ocurre lo mismo que cuando un buen médico, si la enfermedad es grave y malig na, ha de cortar una mano, un pie o una oreja o ha de sacar un ojo o dejar que se pierdan para salvar el cuerpo; si se mi ra el miembro que se corta, parece que es un hombre horri ble y despiadado, pero, si se mira el cuerpo que quiere sal 3 Vid. escrito Sobre la autoridad secular... en este volumen, p. 21
var con esa intervención, se ve que, en realidad, es un hom bre excelente y leal que realiza una obra muy cristiana (en lo que respecta a la obra en sí misma); de la misma manera, cuando considero que el oficio de la guerra castiga a los ma los, estrangula a los injustos y causa desgracias, parece que no es ninguna obra cristiana, sino que se opone al amor cris tiano; pero si considero, sin embargo, que protege a los jus tos, preserva a las mujeres y niños, los hogares y las fincas, los bienes, el honor y la paz, entonces se encuentra que es una obra excelente y divina y me doy cuenta de que corta una pierna o una mano para que no perezca el cuerpo ente ro. Si la espada no opusiese resistencia y mantuviera la paz, desaparecería todo lo que existe en el mundo a causa de la discordia. Por esta razón, una guerra no es sino una peque ña y breve discordia que evita una discordia inconmensura ble y eterna, una pequeña desgracia que evita una gran des gracia. Es verdad todo lo mucho que ahora se escribe y habla de que la guerra es una gran plaga. Pero, junto a eso, hay que considerar que es una plaga mucho mayor la que se evita con las guerras. Sí, si la gente fuera buena y les gustase con servar la.paz, hacer una guerra sería la mayor plaga sobre la tierra. Pero ¿y si cuentas con que el mundo es malo, con que la gente no quiere conservar la paz sino que quiere ro bar, saquear, matar, ultrajar mujeres e hijos, apoderarse de los bienes y de la honra? Esta discordia universa], ante la que ningún hombre podría subsistir, debe ser contenida por la pequeña discordia que se llama guerra o espada. Por esto, también Dios honra la espada tanto que la llama su propio orden y no quiere que se diga o se piense que han sido los hombres quienes la han descubierto e instituido. La mano que lleva la espada y estrangula no es ya la mano del hom bre, sino la de Dios, y no es el hombre sino Dios quien ahor ca, tortura en la rueda, decapita, estrangula y guerrea. Todo eso son sus obras y sus juicios. En resumen: en el oficio de la guerra no hay que conside rar que estrangula, incendia, golpea, captura, etc. Esto lo piensan los ojos ingenuos y limitados de los niños que sólo
ven que el médico corta una mano o sierra una pierna, sin ver ni percibir que esto hay que hacerlo para salvar el cuerpo entero. Hay que mirar, por tanto, el oficio de la guerra o de la espada con ojos varoniles y considerar por qué estran gula y actúa con crueldad; se verá entonces que es un oficio en sí mismo divino y tan necesario y provechoso para el mun do como el comer o el beber o cualquier otra función. El hecho de que algunos abusen de este oficio, estrangu lando e hiriendo sin necesidad, por pura arbitrariedad, no es culpa del oficio sino de la persona. ¿Dónde hay un oficio u obra o algo igualmente bueno de lo que no abusen las per sonas malvadas y sin escrúpulos? Estas son como los médicos insensatos que quieren cortar una mano sana sin necesidad, por puro capricho; pertenecen a la discordia universal a la que hay que oponerse con una guerra justa y con la espada, encauzándola hacia la paz; sucede y ha sucedido por doquier que los que comienzan una guerra sin necesidad son venci dos. No pueden escapar finalmente al juicio de Dios, es de cir, a su espada. Al final los encuentra y los alcanza, como les ha ocurrido ahora a los campesinos en su rebelión. Para confirmar todo esto tenemos al predicador y al maes tro más grande después de Cristo, Juan Bautista, el cual, L u cas 3,14, cuando los soldados vinieron a él y le preguntaron qué debían hacer, no condenó su oficio ni les ordenó aban donarlo, más bien lo confirmó diciendo: «contentaos con vuestra soldada y no hagáis injusticia ni violencia a nadie». Con estas palabras ensalzó el oficio de la guerra, atacando y prohibiendo al mismo tiempo su abuso. El abuso no tiene nada que ver con el oficio. También Cristo, cuando estaba ante Pilatos, reconoció que hacer la guerra no era injusto, al decir: «si yo fuera rey de este mundo, mis servidores com batirían para que yo no fuera entregado a los judíos». En este mismo sentido hay que traer a colación todas las anti guas historias del Antiguo Testamento, las de Abraham, Moi sés, Josué, los Jueces, Samuel, David y todos los reyes del pueblo de Israel. Si hacer la guerra o el oficio de soldado fuera en sí mismo injusto o desagradara a Dios tendríamos que condenar a Abraham, Moisés, Josué, David y a todos
los demás santos padres, reyes y príncipes, que han servido a Dios con ese oficio y son muy celebrados en la Escritura por esa misma obra; todo esto es, sin duda, conocido por todos, incluso por los que han leído poco la Sagrada Escritu ra. No es preciso,.por tanto, aportar más pruebas. Quizá alguien diga en este punto que el caso de los santos padres era algo totalmente distinto porque Dios los había separado de los paganos por su elección y por su palabra y les había ordenado luchar, por lo que su ejemplo no es sufi ciente para un cristiano del Nuevo Testamento ya que aqué llos tenían una orden de Dios y luchaban por obediencia a Dios, mientras que nosotros no tenemos ninguna orden, si no, más bien, la de sufrir y dejar que las cosas sigan su cur so. A esta cuestión han respondido con bastante claridad S. Pedro y S. Pablo; ambos ordenan en el Nuevo Testamento obedecer al orden humano y a los mandatos de la autoridad secular. Hemos escuchado antes que Juan Bautista, como maestro cristiano, adoctrinó a los soldados cristianamente per mitiéndoles, no obstante, seguir como soldados con la sola condición de no abusar de su oficio, no haciendo injusticia o violencia a nadie, y de contentarse con su soldada. Por es ta razón, la espada está también confirmada por la palabra y el mandato de Dios en el Nuevo Testamento y quienes la utilizan rectamente y luchan por obediencia sirven con ello a Dios, obedeciendo su palabra. Reflexiona tú mismo: si aceptáramos la tesis de que ha cer la guerra es en sí mismo injusto, tendríamos que admitir también que todas las demás obras son injustas. Si la espada fuera injusta cuando combate, lo sería también cuando cas tiga a los malhechores o cuando conserva la paz. En una pa labra, todas sus obras tendrían que ser injustas. Pues ¿qué es una guerra justa, sino castigar a los malhechores y mante ner la paz? Cuando se castiga a un ladrón, a un asesino o a un adúltero se está castigando a un malhechor individual. Pero cuando se hace la guerra justamente se castiga de una vez a un gran número de malhechores que hacen un daño tan grande como grande sea el número de ellos. Si una obra de la espada es buena y recta, lo son también todas las de-
más. Es realmente una espada, no una cola de zorro y se lla ma la cólera de Dios, R o m a n o s 13,4 . A la cuestión que alegan de que los cristianos no tienen ningún mandamiento para luchar y de que los ejemplos no bastan, pues tienen la enseñanza de Cristo de no resistir al mal sino de sufrirlo todo, he respondido suficientemente en el librito sobre la autoridad secular. Es cierto que los cristia nos no combaten ni tienen autoridad secular entre ellos. Su gobierno es un gobierno espiritual y, según el espíritu, no están sometidos a nadie sino a Cristo. No obstante, con el cuerpo y con los bienes están sometidos a la autoridad secu lar y le deben obediencia. Si la autoridad secular los requie re para la lucha, tienen que combatir por obediencia, no co mo cristianos, sino como miembros y súbditos obedientes en cuanto al cuerpo y a los bienes temporales. Cuando luchan no lo hacen por sí mismos ni por su propia causa sino en servicio y obediencia a la autoridad bajo la que están, como escribe S. Pablo a Tito: «deben obedecer a la autoridad»4. Sobre este punto puedes leer más en el librito sobre la auto ridad secular. Este es el resumen total de toda esta cuestión: el oficio de la espada es, en sí mismo, justo y es un orden divino y útil, que Dios no quiere que se desprecie sino que se tema, se honre y se obedezca; si no, no ha de quedar sin castigo, como dice S. Pablo en R o m a n o s 13,2 . Dios ha establecido dos clases de gobierno entre los hombres: uno, espiritual, por la palabra y sin la espada, por el que los hombres se ha cen justos y piadosos a fin de obtener con esa justicia la vida eterna; esta justicia la administra él mediante la palabra que ha encomendado a los predicadores. El otro es el gobierno secular por la espada, que obliga a ser buenos y justos ante el mundo a aquellos que no quieren hacerse justos y piado sos para la vida eterna. Esta justicia la administra E)ios me diante la espada. Y aunque no quiere retribuir esta justicia con la vida eterna, sí quiere que exista para mantener la paz
entre los hombres y la recompensa con bienes temporales. Por esta razón concede a la autoridad tantos bienes, honores y poder, que los posee con todo derecho ante los demás, pa ra que le sirvan para administrar esta justicia secular. Es Dios mismo, por tanto, el creador, señor, maestro, promotor y remunerador de ambas justicias, de la espiritual y de la mun dana y en todo esto no hay ningún orden ni poder humano, sino que se trata de un hecho enteramente divino. Puesto que no existe ninguna duda de que el oficio y la condición son, en sí mismos, una cosa justa y divina, trate mos ahora de las personas y del uso de esta condición. Lo más importante es saber quién y cómo ha de desempeñar este oficio. Y aquí resulta que cuando se quieren establecer reglas y normas ciertas se presentan tantos casos y excepcio nes que es realmente difícil, o incluso imposible, apresarlas todas con exactitud; esto sucede con todas las leyes ( R e c a ten); por muy exactas y precisas que se establezcan, se pre sentan casos que merecen una excepción. Y si no se permi tiera la excepción y se siguieran estrictamente las leyes, se cometería la mayor de las injusticias, como dice el pagano Terencio: «el derecho más estricto es la mayor injusticia»5. Y Salomón enseña también en su Eclesiastés que no se ha de ser demasiado recto, sino que, a veces, no hay que querer ser sabio. He aquí un ejemplo: en la rebelión de los campesinos, recientemente acaecida, hubo personas que participaron de mal grado, particularmente las gentes acomodadas, pues la rebelión afectó tanto a los ricos como a los señores. Según la equidad hay que suponer que la rebelión no gustó a nin gún rico; sin embargo, algunos participaron sin su voluntad y agradecimiento. Otros se entregaron a esta violencia con la idea de que podrían oponerse a la muchedumbre furiosa y de que, quizá, podrían evitar con sus buenos consejos que realizaran sus malos propósitos a fin de que no causaran tanto 5 Terencio, Heautonttmorumenos IV, 5,48. Vid. también Cicerón, De O ffietis 1, 1 0 .
daño, para bien de la autoridad y para su propio provecho. Otros participaron con la autorización de sus señores, que previamente les habían solicitado. Y puede haber habido mu chos otros casos semejantes. Nadie puede imaginarlos todos ni abarcarlos en el derecho. El derecho, sin embargo, está ahí y dice: todos los rebel des merecen la muerte. Entre la muchedumbre rebelde, en flagrante delito, hubo esas tres clases de personas: ¿qué se ha de hacer con ellas? Si no se admite ninguna excepción y ha de aplicarse el derecho estricto y riguroso según se des prende externamente del hecho, tienen que morir igual que quienes, además de cometer el hecho, tenían un corazón y una voluntad culpables mientras que aquellas personas, sin embargo, tenían un corazón inocente y buena voluntad ha cia la autoridad. De ese modo se han comportado algunos de nuestros señoruelos, particularmente con los ricos, pen sando que podían extorsionarles con poder decirles simple mente: tú estuviste entre la muchedumbre, tienes que desa parecer; de esa manera han cometido grandes injusticias con nuestra gente, derramando sangre inocente, han hecho viu das y huérfanos, apoderándose de sus bienes, y todavía se reclaman de la nobleza. ¡Sí, claro, de la nobleza! También hay excremento de la nobleza y ellos pueden decir que sale del vientre del águila pero, en realidad, huele mal y no sirve para nada6. Así que también éstos, cómo no, pueden ser de la nobleza. ¡Nosotros los alemanes somos alemanes y se guiremos alemanes, es decir, cerdos y bestias irracionales! Yo digo que en estos casos, de los que son un ejemplo las tres clases de personas mencionadas antes, el derecho tie ne que ceder, debiendo regir en su lugar la equidad. El de recho declara secamente: la rebelión merece la muerte como c n m e n l a e s a e M a j e s t a t i s 1, como un pecado contra la auto ridad. La equidad, sin embargo, se expresa así: sí, querido derecho, es como tú dices, pero puede suceder que dos ha 6 J ueg° de palabras entre Adler (águila) y Adel (nobleza). Crimen de lesa majestad.
gan la misma obra con corazón e intención diferentes. Por ejemplo, Judas besó a Cristo en el huerto, lo cual es externa mente una obra buena, pero su corazón era malo y traicionó a su señor con una buena obra, que Cristo y sus discípulos practicaban entre ellos con buen corazón. Por el contrario, Pedro se sentó al fuego con los servidores de Anas y se calen taba con los impíos, lo que no estaba bien, etc. Si se quisie ra aplicar aquí el derecho estricto, Judas sería un hombre justo y Pedro sería un pillo. Pero el corazón de Judas era malo y el de Pedro bueno; por esto, la equidad debe prevalecer so bre el derecho. Por tanto, a aquellos que estaban entre los rebeldes con una buena intención no sólo los absuelve la equidad, sino que los considera merecedores de una doble gracia. Son pre cisamente como el fiel Jusay el arkita, que se dio al rebelde Absalón y le fue muy obediente, por orden de David, con la intención de ayudar a David y de oponerse a Absalón, co mo está finamente escrito en el libro segundo de S a m u e l 15,32 y s. y 1 6 , 1 6 y s. Mirado desde fuera, Jusay era tam bién un rebelde con Absalón contra David, pero él merece una gran alabanza y honor externo ante Dios y ante todo el mundo. Si David hubiera hecho juzgar a Jusay como re belde, eso habría sido tan loable como lo que hacen ahora nuestros príncipes y señoruelos con estas gentes inocentes e, incluso, dignas de mérito. Esta virtud o sabiduría, que puede y debe guiar y atem perar el derecho estricto según los casos que se presenten y que puede juzgar buena o mala una misma obra según la diferencia de intención y de corazón, se llama en griego eiriU x e i a , en latín a e q u i t a s y yo la llamo equidad (Billigkeit). Por cuanto el derecho debe establecerse en forma simple, con breves y concisas palabras, no puede captar en absoluto to dos los casos y todas las dificultades. Por ello, los jueces y los señores han de ser inteligentes y piadosos y han de medir la equidad por la razón, aplicando o aplazando el derecho. Un patrón, por ejemplo, establece una norma para sus cria dos, con lo que tienen que hacer tal o cual día. Ahí está el derecho: quien no lo cumple debe sufrir un castigo. Ahora
bien, puede que uno esté enfermo o está impedido por otra causa, sin su culpa: cesa entonces el derecho y realmente se ría un patrón rabioso quien quisiera castigar a su criado por semejante negligencia. Todas las reglas que se establecen para un hecho han de someterse a la equidad, como maestra, a causa de los casos diversos, innumerables e inciertos que pue den darse y que nadie puede describir o abarcar con carácter previo. De acuerdo con lo anterior decimos lo siguiente acerca del derecho de la guerra y del uso de la guerra por parte de las personas: primero, que la guerra puede darse entre tres cla ses de personas, a saber: un igual lucha contra su igual, esto es, ninguno de los dos ha prestado juramento al otro ni es su súbdito aunque uno no sea tan grande, importante o po deroso como el otro; otro supuesto: un superior combate con tra su subordinado; otro supuesto: un subordinado comba te contra su superior. Nos vamos a ocupar, en primer lugar, del tercer caso. El derecho dice que nadie debe luchar ni combatir contra su superior, pues a la autoridad se le debe obediencia, honor y temor, R o m a n o s 13,1 ■ A quien corta leña encima de sí mis mo le caen las astillas en los ojos y, como dice Salomón, «a quien arroja piedras a lo alto le caen en la cabeza»8. Esto es, brevemente, el derecho en sí mismo tal como Dios lo ha instituido y ha sido aceptado por los hombres. No es com patible obedecer y oponerse, ser súbdito y no querer sopor tar al señor. Acabamos de decir que la equidad debe ser la maestra del derecho y cuando las circunstancias lo exijan debe guiarlo, ordenarlo y permitir que se actúe contra él: hay que pregun tarse ahora si puede ser equitativo, es decir, si puede permi tirse la desobediencia a la autoridad, si se la puede comba tir, destituir o someter en contra de ese derecho. Hay en no sotros, los seres humanos, un vicio que se llama Fraus, es decir, astucia o artimaña; si ésta escucha que la equidad está
por encima del derecho, como se ha dicho, se mostrará totalmente hostil al derecho y cavilará e intentará día y noche cómo llegar al mercado y venderse bajo el nombre y apariencia de la equidad a fin de aniquilar al derecho y ser ella la amante desposada que todo lo ha hecho bien. De ahí viene el refrán i n v e n t a l e g e i n v e n t a e s t f r a u s l e g is : tan pronto c o m o aparece una ley, aparece también la virgen Fraus (fraude). Los paganos, porque no sabían nada de Dios ni conocían que el gobierno secular es un orden establecido por Dios (lo tenían por una realidad y ventura humanas), procedían sin tener esto en cuenta y consideraban no sólo equitativo sino loable deponer, matar y expulsar a una autoridad inútil y mala. Esta es la razón por la que los griegos prometían re compensas y regalos en sus leyes públicas a los Tyrannicidis, es decir, a quienes apuñalaban o mataban a un tirano. Los romanos siguieron esta práctica durante su imperio y asesi naron a la mayor parte de sus emperadores, de modo que a lo largo de este imperio, digno de alabanza, casi ningún emperador murió a manos de los enemigos. Pero a pocos de ellos les dejaron morir en su cama y de muerte natural. Los pueblos de Israel y de Judá también asesinaron y mataron a algunos de sus reyes. Pero a nosotros no nos bastan esos ejemplos. Nosotros no nos preguntamos por lo que han hecho los paganos o los ju díos, sino por lo que es justo y equitativo hacer ante Dios, en el espíritu y también en el orden divino y exterior del ré gimen secular. Si todavía hoy o mañana se levantara un pue blo y destituyera a su señor o lo estrangulara, sería una reali dad que habría sucedido y los señores tendrían que atenerse a ella, si Dios así lo dispusiera. Pero no se deduce de aquí que sea justo y equitativo. A mí no se me ha presentado nin gún caso en el que tal acción fuera equitativa y, en este mo mento, no puedo imaginar ninguno. Los campesinos alega ban en su rebelión que los señores no querían permitir la predicación del Evangelio y que vejaban a los pobres, por lo que había que derrocarlos. Yo he respondido a esta ale gación que, aunque los señores cometieran injusticias, no se-
n a justo
ni equitativo cometer también otra injusticia, esto es, desobedecer y destruir el orden de Dios, no nuestro, de que hay que sufrir el mal. Si un príncipe o un señor no quiere permitir el Evangelio hay que irse a otro principado donde se predique, como dice Cristo: «si os persiguen en una ciu dad, huid a otra»9. Es equitativo, sin duda, destituir y arrestar a un príncipe, rey o señor que se vuelva loco, pues en adelante ya no se le podría considerar como un hombre porque se le ha ido la razón. Claro que, dices tú, a un tirano furioso hay que considerarlo también como un loco, o incluso peor que un loco, pues causa un daño mucho mayor, etc. En este punto se hace difícil la respuesta, pues esta objeción tiene una fuerte apariencia de razón y quiere forzar la equidad. Mi opinión sobre esta cuestión es, sin embargo, que no es lo mismo un loco y un tirano. El loco no puede hacer ni tolerar nada ra cional y tampoco hay esperanza de que lo pueda hacer, ya que le ha desaparecido la luz de la razón. El tirano, en cam bio, obra muy racionalmente: sabe si comete injusticia, tie ne conciencia y conocimiento y existe también la esperanza de que se corrija, de que se deje decir algo, de que aprenda y haga caso, lo que no es el caso del loco, que es como un tronco o una piedra. Además, si se permite asesinar o expul sar a los tiranos, hay una mala consecuencia o un mal ejem plo detrás, el de que pronto arraigará y se convertirá en una arbitrariedad general y se tratará como tiranos a los que no lo son, e incluso se les asesinará según le venga al pueblo. Esto nos lo enseñan muy bien los libros de historia romana; mataban a muchos de sus emperadores simplemente porque no les gustaban o porque no hacían su voluntad, no les de jaban a ellos ser señores y no se consideraban sus siervos y papanatas, como le ocurrió a Galba, Pertinax, Gordiano, Alejandro y a muchos otros 10. No hay que hacerle mucho caso al pueblo, pues por lo demás le gusta alborotar, y es 9 Vid. Mateo 10,23 10 Emperadores romanos que fueron víctimas de revueltas: Galba (6869), Perrinax (193), Gordiano (238244), Alejandro Severo (222235).
más equitativo negarle diez varas que concederle la anchura de una mano o, incluso, de un dedo; es mejor que los tira nos le hagan cien injusticias a que el pueblo le haga una sola a los tiranos. Si hay que sufrir injusticia, es de preferir su frirla de la autoridad a que la autoridad la sufra de sus súb ditos. El pueblo no tiene ni conoce la medida y en cada in dividuo se esconden más de cinco tiranos. Es mejor sufrir in justicia de un solo tirano, es decir, de la autoridad, que su frirla de innumerables tiranos, es decir, del pueblo. Se dice que los suizos, en tiempos anteriores, también ma taban a sus señores y se liberaron a sí mismos, etc. Los dane ses han expulsado recientemente a su rey11; ambos alegan como causa la insoportable tiranía que los súbditos han te nido que sufrir, etc. Antes he dicho que no trato aquí de lo que los paganos hacen o han hecho o de algo similar a estos ejemplos e historias, sino que trato de lo que se debe y se puede hacer con buena conciencia para estar seguro y cierto de que semejante acción no es injusta ante Dios. Yo sé con buen fundamento, y no he leído pocas historias, que los súbditos han dado muerte o expulsado a su autoridad con frecuencia, como los judíos, los griegos y los romanos. Y Dios lo ha permitido y lo ha dejado crecer y que vaya en aumento. Pero al final, sin embargo, todo ha sido barrido. Los judíos fueron reprimidos y eliminados por los asirios, los griegos por el rey Filipo y los romanos por los godos y los lombardos. Los suizos lo han pagado, hasta el momento, ver daderamente caro, con mucha sangre, y lo siguen pagando; se puede suponer fácilmente cómo terminarán. Los daneses todavía no han salido de su situación. No veo ningún ré gimen más estable que aquél donde se mantiene la auto ridad con honor, como los persas, tártaros y otros pueblos semejantes que no sólo resistieron ante los romanos y ante todo poder, sino que los destruyeron a ellos y a otros mu chos países. 11 Cristian II gobernaba desde 1513 sobre los países escandinavos y tu vo que abandonar Dinamarca en 1523; fue hecho prisionero por su sucesor Federico I y murió en cautividad en 1559.
La razón y la causa que yo alego es ésta, que Dios dice: «la venganza es mía, yo me vengaré», y también: «no juzguéis» 12. Además, en el Antiguo Testamento está pro hibido con frecuencia y con dureza maldecir a la autoridad o hablar mal de ella: E xodo 2 2 ,2 8 : «no debes maldecir al príncipe de tu pueblo». Y Pablo en 1 T i m o t e o 2 , 2 enseña a los cristianos a rogar por la autoridad, etc. Salomón tam bién enseña por doquier en los P roverbios y en el Ecle siastés que hay que obedecer y estar sometido al rey 13. Nadie pue de negar que si los súbditos se levantan contra la autoridad se están vengando ellos mismos, se están convirtiendo en jue ces, lo que está no sólo contra el orden y el mandato de Dios, que quiere para sí el juicio y la venganza, sino también con tra todo orden natural y contra la equidad, como dice el re frán: «nadie debe ser juez de sí mismo» y «quien devuelve el golpe, hace una injusticia». Aquí quizá dirías: ¿cómo se va a tener que soportar todo a los tiranos? Les concedes demasiado y con esta enseñanza se hará más grande su maldad y más fuerte. ¿Hay que so portar, entonces, que la mujer y los hijos de cualquiera, su cuerpo y sus bienes estén en peligro de ser ultrajados? ¿Quién emprenderá algo honrado si hay que vivir así? Yo contesto: no te estoy enseñando ciertamente que hagas lo que se te antoje y te agrade. Actúa según tus sentidos y mata a todos tus señores: mira a ver qué te resulta. Yo sólo enseño a quie nes quieran actuar rectamente. A éstos les digo que a la auto ridad no se le puede oponer resistencia con malicia y rebe lión, como hicieron los romanos, los griegos, los suizos y los daneses; les digo que tengan esta otra sabiduría. Primero: si ven que la autoridad por sí misma estima tan poco la sal vación de las almas que se enfurece y comete injusticia, ¿qué te importa a ti que arruine tus bienes, tu cuerpo, tu mujer e hijos? No puede hacer daño a tu alma y se hace más daño a sí misma que a ti, porque está condenando su propia alma 12 Vid. Romanos 12,19 y Mateo 7,1. 13 Vid. Proverbios 24,21; Eclesiastés 10,20.
a la que seguirá la ruina del cuerpo y de sus bienes. ¿No crees que ya hay bastante venganza? Segundo: ¿qué harías tú si tu autoridad misma estuviera en guerra en la que se perdieran no sólo tus bienes, mujer e hijos, sino tú mismo, en la que fueras hecho prisionero, quemado, estrangulado, por causa de tu señor? ¿Matarías a tu señor por ello? Cuántas de sus gentes ha perdido en sus guerras el emperador Maximiliano a lo largo de su vida y no se le ha hecho nada a élI4. Y si les hubiese dado muerte él tiránicamente no se hubiese oído cosa más terrible. El es, sin embargo, la causa por la que perecieron, pues por su causa fueron muertos. ¿Qué es un tirano y un sanguinario sino una guerra peligrosa que afecta a hombres probos, honrados e inocentes? Sí, un tirano malo es más soportable que una gue rra mala; esto has de concederlo si preguntas a tu propia ra zón y a tu experiencia. No me cuesta creer que te gustaría tener paz y días buenos; pero ¿qué pasaría si Dios te lo im pidiera con guerras o con tiranos? Elige y calcula tú mismo si prefieres tener guerra o tiranos. Tú has merecido ambas cosas y eres culpable ante Dios. Somos unos tipos que que remos ser unos pillos: permanecemos en pecado, pero que riendo evitar el castigo de los pecados; incluso nos opone mos al castigo y defendemos nuestros pecados. Nos sucede rá lo que al perro que muerde al erizo. Tercero: si la autoridad es mala, ahí está Dios que tiene el fuego, el agua, el hierro, la piedra e innumerables mane ras de matar. ¡En qué poco tiempo puede matar a un tira no! Y lo haría, pero nuestros pecados no lo permiten. En el libro de Job dice: «deja que reine un canalla a causa de los pecados del pueblo» 15. Que un canalla está gobernan do lo podemos notar muy bien. Pero lo que nadie verá es que gobierna no por su maldad sino por causa de los peca dos del pueblo. El pueblo no ve sus propios pecados y cree 14 Maximiliano I fue emperador del Sacro Imperio Romano Germánico de 1493 a 1519. 15 Vid. Job 34,30.
que el tirano gobierna por su propia maldad. Así de ciego, equivocado y loco es el mundo; por eso ocurre lo que les ha sucedido a los campesinos en su rebelión; querían castigar los pecados de la autoridad, como si ellos fueran completa mente puros e inocentes. Por eso, Dios tuvo que enseñarles la viga en sus ojos para que olvidaran la paja en el ojo ajeno. Cuarto: los tiranos están en peligro de que, por designio de Dios, los súbditos se le rebelen, como se ha dicho, y los maten o expulsen. Nosotros enseñamos a los que quieren obrar rectamente, que son muy pocos. Aparte está el gran montón de paganos, de impíos y de no cristianos que, si Dios lo dispone, se oponen sin razón a la autoridad y causan des gracias, como hicieron con frecuencia los judíos, los griegos y los romanos. Por eso no puedes quejarte de que los tiranos y la autoridad ganan en seguridad para hacer el mal gracias a nuestras enseñanzas. No, no están en verdad seguros. No sotros, eso sí, enseñamos que han de estar seguros, hagan el bien o el mal; pero nosotros no podemos darles esa segu ridad ni proporcionársela, pues no podemos obligar a la masa a seguir nuestra doctrina si Dios no concede su gracia. Ense ñemos lo que enseñemos, el mundo hará lo que quiera. Dios ha de ayudar y debemos enseñar a los que quieran actuar bien y rectamente, por si ellos pudieran contener a la masa. Los señores están tan seguros con nuestra doctrina como sin ella. Lamentablemente ocurre que tu queja es superflua por que la mayor parte de la gente no nos obedece y sólo en las manos de Dios está el mantenimiento de la autoridad, de la misma manera que sólo él ha sido quien la ha instituido. También esto lo hemos experimentado en la rebelión de los campesinos. No te dejes confundir porque la autoridad sea mala; su castigo y su desgracia están más cerca de lo que pue das desear: como el tirano Dionisio, que confesaba que su vida se asemejaba a la de aquél sobre cuya cabeza pendía una espada desnuda, suspendida de un hilo de seda, y bajo el cual ardía una gran brasa de fuego 16. 16 Dionisio de Siracusa vivió Cicerón, Tusculanae V,21.
en
el siglo
IV a
C. Vid. Platón, Carta Vil;
Quinto: Dios tiene todavía otro medio para castigar a la autoridad a fin de que no tengas que vengarte tu mismo. Puede despertar a una autoridad extranjera como los godos contra los romanos, los asirios contra Israel, etc. En todas par tes hay venganza, castigo y peligro suficientes para los tira nos y para la autoridad y Dios no les deja ser malos con ale gría y en paz. El está detrás de ellos, incluso los cerca y los tiene entre las espuelas y por la brida. Con esta doctrina con cuerda también el derecho natural que Cristo enseña en M a teo 7,12: «haced lo que queráis que os hagan a vosotros». Ningún padre de familia querría, naturalmente, que los su yos lo expulsaran de su casa, lo mataran o lo arruinaran por sus malas acciones; no lo querría particularmente si lo hicie ran por su propia maldad y violencia para vengarse, convir tiéndose ellos mismos en jueces, sin una previa acusación ante otra autoridad más alta. Así de injusto ha de ser para un súb dito cualquiera actuar contra su tirano. Sobre este punto tengo que citar un ejemplo o dos, a los que hay que prestar buena atención y a los que hay que se guir con provecho. Se lee que una viuda estaba de pie ro gando por su tirano, con sumo recogimiento, para que Dios le diera larga vida, etc. El tirano la oye y se queda asombra do porque sabía que le había causado a ella mucho sufri miento y esta oración le resultaba extraña, pues la oración más común para los tiranos no solía ser así. El le preguntó por qué rezaba por él en esos términos. Ella le respondió: yo tenía diez vacas cuando vivía tu abuelo, el cual me quitó dos. Entonces yo recé contra él, para que se muriera y tu pa dre se convirtiera en señor. Cuando esto ocurrió, tu padre me quitó tres vacas. Otra vez recé para que tú fueras señor y él se muriera. Ahora tú me has quitado cuatro vacas; por eso rezo por ti, pues temo que quien venga después de ti me quite la última vaca y todo lo que tengo. Los eruditos tienen también la parábola de un mendigo, lleno de llagas, en las que había muchas moscas picándole y chupándole. Pasó entonces un hombre misericordioso que quiso ayudar le y le espantó las moscas, pero el mendigo le gritó diciéndole: ay, ¿qué haces? Estas moscas casi estaban satisfechas
y saciadas, ya no me daban miedo; ahora vendrán, en su lu gar, moscas hambrientas que me azotarán mucho más. ¿Entiendes estas fábulas? Cambiar la autoridad y mejo rarla son dos cosas tan distantes entre sí como el cielo y la tierra. Cambiar puede suceder fácilmente, mejorar es difícil y arriesgado. ¿Por qué? No está en nuestra voluntad o en nuestro poder, sino solamente en la voluntad y en las manos de Dios. El pueblo insensato no se pregunta mucho cómo se puede mejorar, sino sólo cómo se cambia. Si resulta peor, querrá tener otra cosa distinta. Así consigue moscardones por moscas y, finalmente, avispones por moscardones. Las ranas, en otros tiempos, tampoco quisieron tolerar a un leño como señor y lograron, en su lugar, una cigüeña que les daba pi cotazos en la cabeza y se las comía 17. Es una cosa desespe rante y maldita por causa de un pueblo insensato, al que nadie puede gobernar tan bien como los tiranos; éstos son como el palo atado al pescuezo del perro. Si pudieran ser gobernados de otra manera mejor, Dios les habría impuesto otro orden distinto al de la espada y los tiranos. La espada muestra muy bien qué clase de hijos tiene bajo sí, esto es, auténticos pillos desesperados, si pudieran actuar. Por ello mi consejo es que quien quiera proceder con buena conciencia y actuar rectamente esté contento con la autori dad secular y no la ataque, como hacen los eclesiásticos y los falsos maestros, pensando que la autoridad secular no pue de causar daño al alma. Ha de seguir el ejemplo del piadoso David, que sufrió del rey Saúl mayor violencia que la que tú puedas sufrir y, sin embargo, no quiso poner su mano sobre su rey, como podría haberlo hecho en frecuentes oca siones, sino que lo encomendó a Dios y lo dejó hacer hasta que Dios quisiera, sufriendo él hasta el final. Si se levantara una guerra o una lucha contra tu señor, deja que guerree o luche el que quiera, pues, como se ha dicho, si Dios no contiene a la masa no podemos contenerla nosotros; pero tú que quieres actuar bien y mantener firme tu conciencia deja
la armadura y las armas y no luches contra tu señor o contra tu tirano. Prefiere sufrir todo lo que te pueda suceder. La masa que lo hace, encontrará, sin duda, su juez. Pero dices tú: ¿qué hacer si un rey o un señor se compro mete con juramento a gobernar a sus súbditos de acuerdo con artículos previamente dispuestos y no los cumple, estando entonces obligado a abandonar el gobierno, etc., como se dice del rey de Francia que tiene que gobernar según los Par lamentos de su reino y del rey de Dinamarca que tiene que jurar determinados artículos, etc.? A esta pregunta respon do: es bueno y equitativo que la autoridad gobierne según leyes y las aplique y que no gobierne según su propio arbi trio. Añado incluso más, que un rey no sólo ha de prometer cumplir el derecho territorial o las capitulaciones, sino que Dios mismo le manda, además, ser piadoso y que prometa cumplirlas. Pero si ese rey no cumple ni el derecho de Dios ni su derecho territorial, ¿deberías atacarle, juzgarle y ven gar su incumplimiento? ¿Quién te lo ha ordenado? Tendría que intervenir otra autoridad entre vosotros dos que os escu chara y condenara al culpable. De lo contrario no te escapa rás al juicio de Dios que dice: «la venganza es mía» y «no juzguéis», M a te o -7,1. Y a que esto atañe al caso del rey de Dinamarca, al que han depuesto los de Lübeck y los de las ciudades maríti mas 18, juntamente con los daneses, quiero decir también mi respuesta por si aquellos que quizá tengan una concien cia falsa quieren reflexionar mejor y reconocerla. Puede que sea efectivamente así: que el rey es injusto ante Dios y ante el mundo y que el derecho esté totalmente de parte de los daneses y de los de Lübeck. Este es un asunto. Hay además otro asunto: que los daneses y los de Lübeck han interveni do como jueces y como señores del rey y han castigado y ven gado esa injusticia, con lo que se han atrevido a encargarse del juicio y de la venganza. Aquí se plantea una cuestión que afecta a la conciencia: si el asunto llega ante Dios, él 18 Se trata de las ciudades de la Liga Hanseática.
no va a preguntar si el rey es injusto o justo, pues eso ha sido conocido, sino que preguntará: señores de Dinamarca y de Lübeck, ¿quién os ha encargado esta venganza y esta condena? ¿Os la he ordenado yo o el emperador u otro se ñor? Presentad cartas con su sello y demostradlo; si lo ha cen, está bien; si no, así los juzgará Dios: vosotros, rebeldes ladrones de Dios, que os habéis metido en mi oficio y os ha béis arrogado la venganza divina, sois culpables de lesae ma je s ta tis d iv in a e , es decir, habéis pecado contra la divina ma jestad y habéis incurrido en delito. Son dos cosas distintas ser injusto y castigar la injusticia, j u s e t e x e c u tio ju ris, ju s tit ia e t a d m i n is t r a ti o ju s t it ia e 19. Ser justo o injusto pertene ce a cualquiera, pero impartir justicia e injusticia pertenece a quien es señor sobre la justicia y la injusticia, que es sólo Dios, el cual lo encomendó a la autoridad en su lugar. Por ello nadie debe arrogárselo, a no ser que esté seguro de te ner un mandato de Dios o de su sierva, la autoridad. Si las cosas fueran así, si cualquiera que tuviere razón cas tigara por sí mismo a los injustos, ¿qué pasaría en el mun do? Sucedería que el criado golpearía al señor, la sirvienta a la señora, los hijos a los padres, los alumnos al maestro. ¡Bonito orden iba a ser ése! ¿Para qué se necesitarían enton ces jueces y autoridad secular, instituidos por Dios? Deja que los daneses y los de Lübeck piensen ellos mismos si es justo que sus siervos, sus ciudadanos y sus súbditos se levanten con tra la autoridad siempre que les ocurra una injusticia. ¿Por qué no hact n al otro lo que quieren que les hagan a ellos y por qué no perdonan al otro lo que quieren que les perdo nen a ellos, como enseña Cristo y la ley natural? Los de Lü beck y los de las otras ciudades podrían alegar que no son súbditos del rey y que han procedido respecto a él como un enemigo con su enemigo y un igual con un igual. Pero los pobres daneses, como súbditos, han actuado contra la auto ridad sin un mandato de Dios y los de Lübeck, que les han aconsejado y ayudado, se han cargado con los mismos peca 19 El derecho y la ejecución del derecho, la justicia y el ejercicio de la justicia.
dos de los otros, al unirse, mezclarse e implicarse en la deso bediencia rebelde a ambas majestades, la divina y la real. Callaré que desprecian también el mandato del emperador. Hablo aquí de este asunto a modo de ejemplo, porque tratamos y enseñamos que el subordinado no ha de levan tarse contra su superior. Es notable esta historia del rey de puesto y sirve muy bien para advertir a todos los demás de que se cuiden del ejemplo y para tocar la conciencia de los que lo han hecho, para que se enmienden y abandonen el vicio antes de que llegue Dios y se vengue de sus ladrones y enemigos. No espero que todos hagan caso de esto (pues, como se ha dicho, la gran masa no hace caso de la palabra de Dios: es una masa perdida, preparada sólo para la cólera y el castigo de Dios), me conformo con que algunos lo to men a pecho y no se mezclen con las acciones de los daneses y lubequenses y, si se hubieran mezclado, que se salgan del asunto y no se hagan partícipes de pecados ajenos. Con nues tros propios pecados tenemos todos más que suficiente. En este punto tendré que soportar y escuchar a mis jueces gritando: ah, eso se llama, en nuestra opinión, adular abier tamente a los príncipes y a los señores; te sometes y pides gracia: ¿no será que tienes miedo?, etc. Dejo, sin embargo, que estos abejorros zumben y pasen por delante de mí. El que pueda que lo haga mejor, yo no me he propuesto ahora predicar a los príncipes y a los señores. Yo sé bien que mi adulación habría de conseguir desgracia y que ellos no esta rían muy contentos con mis halagos, porque pongo su esta mento en el peligro que habéis oído. En otros lugares lo he dicho bastantes veces y lamentablemente es totalmente ver dad que la mayor parte de los príncipes y señores son tiranos impíos y enemigos de Dios, persiguen el Evangelio y son, además, mis inclementes señores; tampoco me importa. Yo enseño aue cada cual sepa comportarse en este asunto y en esta obra respecto al superior y que haga lo que Dios le mande y deje a los señores estar y ver por sí mismos. Dios no olvida rá a los tiranos y a los señores. Es superior a ellos, como lo ha demostrado desde el comienzo del mundo. No quiero tampoco que este escrito se entienda como re
ferido sólo a los campesinos, como si fueran ellos los únicos subordinados y como si no lo fuera asimismo la nobleza. Lo que yo digo de los súbditos ha de atañer a campesinos, ciu dadanos, nobles, condes y príncipes. Todos tienen un supe rior y están subordinados a otro. E igual que se decapita a un campesino rebelde se ha de decapitar a un noble, conde o príncipe rebelde, tanto a uno como a otro y así no se co mete injusticia con nadie. El emperador Maximiliano, creo yo, podría haber cantado una cancioncilla sobre los prínci pes y nobles desobedientes y rebeldes a quienes gustaba amo tinarse y conspirar. ¿Y cuántas veces se han quejado los no bles o han maldecido, han deseado o intentado oponerse a los príncipes y rebelarse? ¿No tiene la nobleza de Franconia la fama de no obedecer mucho al emperador ni a sus obis pos? A estos señoruelos no se les puede llamar rebeldes o amotinados, aunque realmente lo son y el campesino sí de be soportarlo, sí tiene que sufrirlo. Pero yo no me engaño si digo que Dios ha castigado a los señores y a los nobles re beldes, con los campesinos rebeldes, un pillo con otro, por que Maximiliano tuvo que tolerarlos, sin poder castigarlos, aunque los tuvo que contener durante toda su vida. Yo casi apostaría que si no se hubiese producido la rebelión de los campesinos se habría levantado una rebelión entre la noble za contra los príncipes y quizá incluso contra el emperador; tan crítica era la situación en Alemania. ¡Pero han sido los campesinos los que han caído y entonces tienen que ser ellos solos los negros; la nobleza y los príncipes están limpios de eso, se limpian la boca, son buenos y no han hecho nada malo! Pero con esto no engañan a Dios y él les ha amonesta do que aprendan del ejemplo a ser obedientes a su autori dad. Esta es mi adulación a los príncipes y a los señores. Dices tú: ¿habría que soportarle a un señor que sea tan malvado como para arruinar al país y a su gente? Utilizando el lenguaje de la nobleza: ¡demonio, baile de S. Vito, pes te, S. Antonio, S. Q uirino! 20, yo soy un noble, ¿quién va 20 Nombres de santos invocados en fórmulas maléficas para las enfermedades que se suponía iban a curar.
a querer que un tirano arruine vergonzosamente mi mujer e hijos, mi cuerpo y mis bienes, etc.? Respondo: escucha, yo no te enseño nada; continúa así; eres suficientemente in teligente, no tienes necesidad de mí; no me cuesta ningún gran esfuerzo mirar cómo cantas esa cancioncilla. A los que quieran conservar su conciencia les decimos: Dios nos ha arro jado al mundo bajo el dominio del diablo, de modo que aquí no tenemos ningún paraíso, pues en todo momento he mos de esperar todo tipo de desgracias, en el cuerpo, en la mujer y en los hijos, en los bienes y en el honor. Y si en una hora no te sobrevienen diez desgracias y puedes vivir esa hora, has de decir: ¡oh, qué gran bondad me manifiesta mi Dios que no me acuden todas las desgracias en esta hora! ¿Cómo es esto? Yo no debería tener bajo el dominio del dia blo una hora tan bendita, etc. Así enseñamos a los nuestros. Pero tú puedes hacer otra cosa; constrúyete un paraíso don de el diablo no entre para que no puedas esperar esa furia de ningún tirano; ya veremos. ¡A y!, nos va demasiado bien, el orgullo nos pica; no conocemos la bondad de Dios, tam poco creemos que Dios nos protege así ni que el diablo sea tan malo. Queremos ser unos pillos y tener, no obstante, los bienes de Dios. Quede de esta primera parte que no puede ser justo lu char o pelear contra el superior. Sin embargo, ha sucedido con frecuencia y existe el peligro cada día de que suceda, igual que existen los vicios y las injusticias —si Dios los in flige y no los evita— , pero al final no terminan bien y no quedan sin castigo, aunque tengan suerte durante un cierto tiempo. Ocupémonos ahora de la segunda cuestión: si un igual puede luchar y combatir contra otro igual. Esta cuestión ha de entenderse así: no es equitativo comenzar una guerra se gún la idea de cualquier señor insensato. Antes que nada quiero que quede dicho lo siguiente: es injusto quien co mienza una guerra y es equitativo que quien saca el puñal primero sea batido o finalmente castigado; ha sucedido por lo general, y está publicado en los libros de historia, que han perdido la guerra quienes la empezaron y que rara vez han
sido derrotados los que tuvieron que defenderse. La autori dad secular no ha sido instituida por Dios para romper la paz y empezar guerras, sino para conservar la paz y para de fenderse de los guerreros; como dice Pablo, en R o m a n o s 13,4 , el oficio de la espada consiste en proteger y castigar, en pro teger a los piadosos con la paz y en castigar a los malos con la guerra. Dios, que no tolera la injusticia, dispone también que se haga la guerra a los guerreros, como dice el prover bio: no ha existido nadie tan malo que no haya encontrado otro peor. También Dios deja que se cante de sí mismo en el Salm o 68 ,31 : «.dissipat gen tes, qu ae bella volunt», el Se ñor dispersa a los pueblos a los que le gusta la guerra. Cuídate, él no miente. Y deja que te diga que separes bien claramente el querer y el deber hacer la guerra y luchar, las ganas de hacer la guerra y la necesidad de hacerla; no ata ques, aunque fueras el emperador turco. Espera hasta que llegue la necesidad y el deber, sin ganas ni voluntad; bas tante tendrás que hacer y bastantes ocasiones tendrás de gue rrear para poder decir, para que tu corazón pueda decir: có mo me gustaría tener paz si mis vecinos quisieran; así po drás defenderte con buena conciencia. Ahí está la palabra de Dios: «él dispersa a los que tienen ganas de guerrear». Mira a los rectos guerreros en una ofensa: no desenvainan la espada enseguida, no provocan ni tienen ganas de com batir. Pero cuando se les obliga, cuídate de ellos, no andan con juegos, su puñal está firme en la vaina, pero, si tienen que desenvainarlo, no vuelve sin sangre a la vaina. Por el contrario, esos locos insensatos, que hacen la guerra primero con el pensamiento y se comen el mundo de palabra y son los primeros en sacar el puñal, son también los primeros en huir y en envainar el puñal. Los romanos, ese poderoso imperio, casi vencieron más ve ces porque tuvieron que hacer la guerra, es decir, porque to dos querían medirse con ellos y convertirse en caballeros con ellos y los romanos los combatieron defendiéndose a sí mis mos. Aníbal, el príncipe de Africa, les hizo tanto daño que casi los había destruido. Pero ¿qué he de decir? El había em pezado y tuvo que terminar. El valor (de Dios) lo mante
nían los romanos, aun cuando perdían. Y donde se mantie ne el valor, sigue a continuación la acción sin duda alguna. Es Dios quien lo hace y quiere tener paz y es enemigo de los que empiezan la guerra y rompen la paz. Tengo que citar también el ejemplo del duque Friedrich de Sajonia21, príncipe elector, pues sería una pena que las palabras de este inteligente príncipe murieran con su cuer po. El tuvo que sufrir algo de la perfidia de sus vecinos y de otros lugares, teniendo así motivo para la guerra, que un príncipe insensato y belicoso habría comenzado diez veces; sin embargo, dejó su espada en la vaina, siempre dijo bue nas palabras, simulaba tener mucho miedo, casi siempre huía y dejaba que los otros piafaran y porfiaran, pero él perma necía sentado ante ellos. Cuando le preguntaban por qué se dejaba porfiar tanto, respondía: no quiero empezar, y si tengo que hacer la guerra verás que su terminación depen derá de mí. De esta manera no le mordieron, aunque fue ron muchos los perros que le enseñaron los dientes. El veía que eran insensatos y pudo perdonarles. Si el rey de Francia no hubiese empezado a luchar contra el emperador Carlos no habría sido derrotado tan vergonzosamente y hecho prisionero22; y aun hoy, cuando los venecianos y los valo nes se levantan contra el emperador (aunque es mi enemigo no amo la injusticia) y empiezan una guerra, quiera Dios que tengan que terminarla los primeros y que se mantenga como verdadero el versículo «Dios dispersa a los que les gus ta la guerra». Todo esto lo confirma Dios con excelentes ejemplos en la Escritura. Es por esta razón por la que él hizo que su pueblo ofreciera primero la paz a los reinos de los amorreos y de los cananeos y no quiso que su pueblo empezara la guerra, para 21 Friedrich III, el Sabio, fue el prorector de Lutero conrra el emperador y lo hizo secuestrar al día siguiente de la salida de Lutero de Worms, después del interrogatorio a que fue sometido en la Dieta de 1521, para ponerlo a salvo en el castillo de Wartburg, cerca de Eisenach. 22 En la batalla de Pavía, febrero de 1525, Francisco I de Francia fue hecho prisionero del emperador Carlos V.
confirmar su doctrina. Y cuando estos reinos la comenzaron y obligaron al pueblo de Dios a defenderse, aquéllos fueron destruidos. ¡O h!, la defensa es una honesta causa para lu char y por eso ningún derecho castiga la legítima defensa. Quien mata a alguien en legítima defensa no es culpable ante nadie. Por el contrario, cuando los hijos de Israel quisieron batir a los cananeos sin necesidad fueron derrotados, N ú m e ros 14,43. Cuando José y Azarías quisieron luchar para ga nar honores fueron derrotados, 1 M acab eos 3,33 y s. Ama sias, rey deJudá, quiso luchar contra el rey de Israel por sim ples ganas: sobre cómo le fue, lee el c a p í t u l o 1 4 d e l l ib r o cuarto de los Reyes. Otro ejemplo más: el rey Ajab comenzó una guerra contra los sirios en Ramot y perdió, muriendo allí, 1 Reyes 22 ,2 y s. Los de Efraín quisieron devorar aJefte y perdieron cuarenta y dos mil hombres. Y así encontrarás que han perdido casi todos los que empezaron una guerra. El santo rey Josías hubo de morir porque había comenzado a luchar contra el rey de Egipto, permaneciendo verdadero el versículo «el Señor dispersa a quienes les gusta la guerra». Mis compatriotas del Harz 23tienen un refrán: «yo he oído que quien pega, a su vez le pegarán». ¿Por qué así? Porque Dios gobierna el mundo con fuerza y no deja sin castigo a la injusticia. Quien la comete y no la repara dando satisfac ción a su prójimo, tendrá su castigo de Dios tan cierto como que vive. Creo que Müntzer y sus campesinos tendrán que reconocerlo 24. Quede, por tanto, como primera cosa de esta primera parte que no es justo hacer la guerra aunque sea entre iguales, a no ser que se tenga un título y una conciencia que permita decir: mi vecino me obliga y me urge a la guerra, yo preferi ría no hacerla para que la guerra no se califique simplemen te de guerra, sino de debida protección y de legítima defen sa. Es preciso distinguir la guerra que uno comienza por su deseo y voluntad, antes de ser atacado, y la guerra a la que 23 El Harz es una región donde había pasado Lutero su infancia (en la ciudad de Mansfeld). 24 Vid. introducción al, escrito Contra las bandas en este volumen, p. 95.
uno es empujado por necesidad y coacción, después de ha ber sido atacado por el otro. La primera se puede calificar como belicosidad; la segunda, como una guerra de necesi dad. La primera es del diablo, a la que Dios no dé suerte; la otra es un accidente humano, al que Dios ayude. Por ello, escuchad, queridos señores: cuidaos de la guerra, a no ser que tengáis que defenderos y protegeros y que el oficio que se os ha encomendado os obligue a la guerra. En ese caso, id y pegad, sed hombres y demostrad vuestra preparación. Entonces no servirá luchar con el pensamiento. La propia rea lidad traerá consigo seriedad suficiente como para que a los perdonavidas, violentos, insolentes y orgullosos, se les pon gan los dientes tan romos que no podrán comer ni la mante quilla fresca. La causa es ésta: los príncipes y los señores tienen la obli gación de proteger a los suyos y de procurarles la paz. Este es su oficio, para esto tienen la espada, R o m a n o s 1 3,4 . Ha de ser su conciencia a la que se confíen para saber que tal obra es justa ante Dios y ordenada por él. Yo no estoy ense ñando ahora lo que deben hacer los cristianos. Pues a noso tros, los cristianos, no nos importa vuestro gobierno. Noso tros os servimos y os decimos qué habéis de hacer ante Dios. Un cristiano es una persona para sí mismo, cree para sí mis mo y para nadie más. Pero un príncipe o un señor no es una persona para sí misma sino para los demás, a los que sirve, es decir, a los que protege y defiende; sería bueno asimismo que fuera además cristiano y creyera en Dios, pues entonces sería realmente feliz. Pero no pertenece a la condición de príncipe ser cristiano, por lo que habrá pocos príncipes cris tianos; como se suele decir: un príncipe es un ave rara en el cielo. Aunque no sean cristianos, han de actuar recta y buenamente según el orden externo de Dios; esto lo quiere Dios de ellos. Si un señor o un príncipe no atiende su oficio y su man dato creyendo que es príncipe por sus bonitos cabellos ru bios y no por causa de sus súbditos, si cree que Dios le ha hecho príncipe para que goce de su poder y de sus bienes y honores y para que tenga su placer y vanidad en éstos y
a éstos se confíe, pertenece a los paganos; es, sí, un insensa to. Un príncipe así empezaría una guerra por una nuez va cía y sólo se preocuparía de que se reparara su arbitrariedad. De un príncipe así nos defiende Dios con que los otros tie nen también puños-y con que más allá de la montaña hay también gentes; de esta manera una espada mantiene a la otra en la vaina. Un príncipe sensato no se preocupa de sí mismo, se contenta con que sus súbditos sean obedientes. Si sus enemigos o vecinos piafan o porfían, usando palabras mucho peores, él piensa: siempre hay más necios que sabios, en un saco caben muchas palabras, y con el silencio se con testan muchas cosas. No le preocupa mucho hasta que ve que se ataca a sus súbditos o hasta que ve que se ha desen vainado el puñal realmente; entonces, defiende cuanto puede y debe. Si no, si es un cobarde que quiere coger todas las palabras y busca pretextos, seguramente cogerá el viento con la capa. Pero deja que al final te confiese él mismo qué tran quilidad o utilidad consigue y lo sabrás. Esto es lo primero de esta parte. Lo segundo es preciso ya que lo hagamos notar. A unque estés igualmente seguro y cierto de que no comienzas tú la guerra, sino que te obligan a ella, has de tener temor de Dios y tenerlo presente y no decir: está claro que me obligan, tengo una buena causa pa ra hacer la guerra. No vale que te quieras apoyar en eso y te metas en la guerra temerariamente. Es verdad que tienes una causa buena y justa para hacer la guerra y para defen derte, pero no por esto tienes el sello y las cartas de Dios de que ganarás. No, incluso esta arrogancia ha de hacer que pierdas, aun teniendo una causa equitativa, porque Dios no tolera orgullos ni altiveces, sino a quien se humilla ante él y le teme. Le agrada mucho que no se tenga miedo de los hombres ni del diablo, que se sea audaz y altivo, valiente y duro frente a ellos si empiezan sin tener razón. Pero no se deriva de aquí que se vaya a ganar, como si fuéramos no sotros quienes lo hiciéramos o tuviéramos capacidad para ha cerlo. Dios quiere ser temido y escuchar esta canción de co razón: amado señor, Dios mío, ves que tengo que hacer la guerra y me gustaría no hacerla. Pero no me apoyo en la causa
justa sino en tu gracia y tu misericordia. Sé que si me apoya ra en la causa justa y me jactara de ello, me dejarías caer jus tamente por confiar en mi derecho y no en tu gracia y bon dad solamente. Escucha lo que, sin embargo, dicen en este caso los paga nos, como los griegos y los romanos, que no han sabido na da de Dios ni del temor divino. Creían que eran ellos los que guerreaban y vencían. Pero, a través de la variada expe riencia de que, con frecuencia, un pueblo grande y armado era vencido por un pueblo más pequeño y sin armar, apren dieron y reconocieron libremente que no hay nada más peli groso en las guerras que el estar seguros y arrogantes y tuvie ron que concluir que no se ha despreciar nunca al enemigo, por muy pequeño que sea. Asimismo aprendieron que no hay que renunciar a ninguna ventaja, por pequeña que sea; también que no hay que abandonar la vigilancia o la aten ción por pequeños que sean: como si todo hubiera que me dirlo realmente con la balanza del oro. Los insensatos, arro gantes y negligentes no son adecuados para la guerra, sino para hacer daño. La expresión n o n p u t a s se m , yo no me lo hubiera pensado, la consideran la frase más indigna que un soldado podría pronunciar25. Pues muestra a un hombre se guro, arrogante y negligente que, en un momento, puede hacer con una palabra y con un paso más daño que el que pueden reparar diez, y luego dirá: verdaderamente no me lo hubiera pensado. El príncipe Aníbal derrotó severamente a los romanos mientras estaban seguros y orgullosos respecto a él. Los casos son innumerables, también hoy los tenemos a la vista. Los paganos han vivido y enseñado esto, pero no supieron indicar ninguna causa ni razón, fuera de la de culpar a la fortuna, a la que debían temer. La razón y la causa es, c o m o he dicho, que Dios quiere demostrar en todos estos casos y a través de ellos que él quiere ser temido también en estos asuntos, que no quiere tolerar ninguna arrogancia, despre
ció ni temeridad ni seguridad, hasta que aprendamos a to mar de sus manos, por su sola gracia y misericordia, lo que queramos y debamos tener. Por ello resulta una cosa curio sa: el soldado que tiene una causa justa ha de ser, al mismo tiempo, valiente y pusilánime. ¿Cómo luchará si es pusilá nime? Y si lucha valerosamente existe también un gran pe ligro. Ha de actuar así: ante Dios ha de ser pusilánime, te meroso y humilde y encomendarle que resuelva el asunto no según nuestro derecho, sino según su bondad y su gracia, a fin de ganarse antes a Dios con un corazón humilde y te meroso. Con los hombres ha de ser valiente, libre y altivo, como si no tuvieran razón, batiéndolos con un ánimo va liente y confiado. ¿Por qué no íbamos a hacer nosotros con nuestro Dios lo que hacían los romanos, los soldados más grandes de la historia, con su ídolo, la fortuna, a la que te mían? Y si no la temían, corrían peligro en su combate o, incluso, eran derrotados. Concluyamos esta cuestión: la guerra contra un igual de be ser algo por necesidad y debe realizarse en el temor de Dios. Existe necesidad cuando el enemigo o el vecino ataca y empieza y no quiere que se intente llegar al derecho, a la negociación, a un acuerdo, cuando se aguantan toda clase de malas palabras y de astucias y se disculpan y el enemigo, sin embargo, sigue insistiendo machaconamente. Yo me li mito a predicar a quienes desean obrar rectamente ante Dios. Los que no ofrecen justicia ni quieren recibirla no me inte resan. El temor de Dios consiste en no confiar en la causa justa, sino en ser cuidadosos, diligentes y prudentes, incluso en los asuntos más pequeños, aunque fuera una pipa. Pero esto no ata a Dios como para que no quiera que luchemos contra aquellos que no nos han dado ningún motivo, como él mandó luchar a los hijos de Israel contra los cananeos. En este caso hay un motivo suficiente para hacer la guerra, esto es, el mandato de Dios. Sin embargo, esa guerra tampoco habría que realizarla sin temor y preocupación como enseña Dios en J o s u é 7,1 y s., cuando los hijos de Israel partieron contra los de Hai y fueron derrotados. Existe asimismo nece sidad cuando los súbditos luchan por orden de la auto
ridad. Dios manda obedecer a la autoridad y este manda miento es una necesidad; pero que se haga también con te mor y humildad. De esto hablaremos más extensamente más adelante. La tercera cuestión es si el superior puede hacer la guerra, con derecho, contra su subordinado. Antes hemos oído que los súbditos han de ser obedientes y han de sufrir incluso la injusticia de sus tiranos, de modo que si las cosas van rec tamente la autoridad no tiene, con relación a sus súbditos, nada más que ejecutar el derecho, la justicia y el juicio. Si los súbditos se levantan y se rebelan, como han hecho hace poco los campesinos, es justo y equitativo que les hagan la guerra. Lo mismo ha de hacer un príncipe contra sus nobles y el emperador contra sus príncipes, si éstos son rebeldes y empiezan una guerra. Pero, incluso en ese caso, ha de ha cerse la guerra con temor de Dios y sin confiar arrogante mente en el derecho, para que Dios no disponga que la auto ridad sea castigada por sus súbditos, incluso con una injusti cia, como ha ocurrido con frecuencia, según hemos oído an tes. Ser justo y actuar justamente no siempre se siguen y nun ca van paralelos, a no ser que Dios lo conceda. Por ello, aun que es justo que los súbditos sean pacientes y lo sufran todo y no se rebelen, no está en las manos del hombre que ellos lo hagan así. Dios ha dispuesto que el subordinado sea un individuo solo y le ha quitado la espada y lo ha emprisionado. Si se amotina uniéndose con otros y se libera tomando la espada, será culpable de juicio y de muerte ante Dios. Al contrario, el superior está establecido para ser una per sona común y no una persona individual para sí misma: ha de tener la obediencia de sus súbditos y llevar la espada. Pe ro si un príncipe se dirige al emperador como a su superior ya no es más príncipe sino una persona individual, debien do obediencia al emperador como todos los demás, cada cual por sí. Si se dirige a sus súbditos como a súbditos es tantas personas cuantas cabezas tiene bajo sí y dependen de él. Y cuando el emperador se dirige a Dios, ya no es emperador sino una persona individual, como todas las demás ante Dios; pero si se dirige a sus súbditos es, entonces, tantas veces em-
perador como personas tiene bajo sí. Esto hay que decirlo también de todas las demás autoridades: cuando se dirigen a su superior no tienen ninguna autoridad, están desprovis tas totalmente de ella; cuando se dirigen hacia abajo están provistas de toda la autoridad, de modo que al final toda autoridad llega a Dios, el único a quien le pertenece. El es emperador, príncipe, conde, noble, juez y todo y distribuye la autoridad como quiere respecto a los súbditos y la anula en relación con él. Ninguna persona particular ha de opo nerse a la comunidad ni hacerla depender de sí misma, pues si golpea hacia arriba le caerán las astillas en los ojos. Aquí puedes ver que los que se oponen a la autoridad se oponen al orden de Dios, como enseña S. Pablo en R o m a n o s 13,2 . Y también dice en el mismo sentido, en 1 Corintios 13,24, que Dios suprimirá toda autoridad cuando gobierne él mis mo y todo vuelva hacia él. Esto por lo que respecta a los tres puntos. Ahora vienen las cuestiones. Habida cuenta de que un rey o un príncipe no puede hacer la guerra solo (ha de tener gente y ejército que le ayuden, así como ha de tener, a poco que ejecute la justicia, consejeros, jueces, juristas, carceleros, verdugos y to do lo que pertenece al ejercicio de la justicia), la pregunta es si es justo que uno reciba una soldada, D ie n s tg e ld o M a n n g e ld , como se le suele llamar, y se comprometa por ello a servir al príncipe cuando el momento lo exija, como es uso corriente ahora. Para contestar distingamos entre varios ti pos de soldados. En primer lugar, hay súbditos que están obligados de to dos modos a ayudar con su cuerpo y sus bienes a su señor y a obedecer su llamada, particularmente los nobles y los que tienen feudos de la autoridad. Los bienes que poseen los con des, los señores y los nobles fueron distribuidos y enfeuda dos en tiempos pasados por los romanos y por los empera dores romanos para que sus poseedores estén preparados y en armas permanentemente, el uno con tantos caballos y hombres, el otro con tanto como le permitan sus bienes; es tos bienes son su soldada por la que están comprometidos. Por eso se llaman también feudos y pesan todavía sobre ellos
estas cargas. El emperador permite que estos bienes se here den. Todo esto es equitativo y bueno en el imperio romano26. Pero el turco, como se suele decir, no deja que se hereden y no tolera ningún principado hereditario, con dado o territorio de caballero o feudo; los establece y los con cede cómo, cuándo y a quién quiere. Por esta razón tiene dinero y bienes sobre toda medida y es, en resumen, señor en su territorio o, más bien, un tirano. Por esta razón, los nobles no pueden pensar que tienen sus tierras gratuitamente, como si las hubieran hallado o las hubieran ganado en el juego. La carga sobre las tierras y las obligaciones feudales muestran muy bien de dónde y por qué las tienen, a saber, prestadas por el emperador o por el prín cipe no para llevar una vida licenciosa y ostentosa, sino para estar preparados para la lucha, a fin de proteger al país y man tener la paz. Si alegan que han de mantener caballos y servir a príncipes y señores mientras que otros disfrutan de la tran quilidad y de la paz, yo les digo: ¡ea, querido amigo, que os lo agradezcan!, vos tenéis vuestra paga y vuestro feudo y estáis instituidos para este oficio y lo cobráis muy bien. ¿No tienen los demás bastante trabajo por sus pequeños bienes? ¿O sois los únicos que tienen un trabajo, cuando vuestro ofi cio rara vez llega a ejercerse mientras que los demás han de ejercerlo cotidianamente? Si no lo quieres o te parece dema siado pesado o desproporcionado, renuncia a tu feudo; se encontrará fácilmente a alguien que lo acepte gustosamente y haga por él lo que éste le exige. Por esto, los sabios han comprendido y dividido todas las obras de los hombres en dos partes: agricultura y militia, es decir, agricultura y milicia, que es una división natural. La agricultura tiene que alimentar, la milicia, defender; los que están en el oficio de defender han de tomar sus rentas y ali mentos de los que tienen el oficio de alimentar para que los puedan defender. Por su parte, los que están en el oficio de 26 El Sacro Imperio Romano Germánico fue fundado por Otón I. Este fue coronado emperador en Roma el 22962.
suministrar alimentos han de tener su protección de aque llos que están en el oficio de la defensa para que los puedan alimentar. El emperador o el príncipe del país debe mirar a ambos y vigilar que los que están en la función de defensa estén listos y equipados y que los que trabajan honestamen te en el oficio de suministrar alimentos mejoren la alimen tación y, en cambio, no debe tolerar a gentes inútiles que ni sirven para defender ni para alimentar, sino sólo para con sumir, holgazanear y estar ociosas; debe expulsarlas del país u obligarlas a trabajar, como hacen las abejas que matan a los zánganos que no trabajan y se comen la miel de las otras abejas. De aquí que Salomón llame a los reyes en su Ecle sia stés constructores que construyen el país, pues éste ha de ser su oficio 27. ¡Pero Dios nos guarde a nosotros, los alema nes, de convertirnos rápidamente en inteligentes y de actuar de ese modo para que sigamos durante un buen tiempo co mo buenos consumidores y dejemos ser alimentadores o de fensores a quien tenga ganas de serlo o no pueda evitarlo! San Juan Bautista confirma, en Luca s 3 ,1 4 , que los men cionados en primer lugar reciben con justicia su paga y su feudo y obran bien al ayudar a su señor a guerrear, sirvién dole de ese modo, como deben. Cuando los soldados le pre guntaron qué debían hacer, les contestó: «contentaos con vuestra soldada». Si su soldada fuera injusta o su oficio fuese contrario a Dios, no habría podido dejarlo así, permitirlo y confirmarlo, sino que los hubiera castigado y apartado de ese oficio, como maestro divino y cristiano que era. Con es to se responde también a aquellos que, por una conciencia débil (aunque ahora es raro entre esta gente), alegan que es peligroso aceptar este oficio por causa de los bienes tem porales, oficio que no es sino derramamiento de sangre, ase sinatos e infligir al prójimo toda clase de sufrimientos, co mo ocurre en el transcurso de una guerra. Estos han de ins truir su conciencia: no desempeñan este oficio por curiosi dad, placer o aversión, sino que es un oficio de Dios y se
lo deben a su príncipe y a Dios. Por esto, porque es un oficio justo y ordenado por Dios, les corresponde su soldada y sa lario, como dice Cristo en M ate o 1 0 ,1 0 : «el trabajador me rece su salario». Es una verdad cierta que cuando uno sirve en la guerra con el corazón y con la intención de no buscar ni pensar en nada más que en la adquisición de bienes y los bienes tem porales son su único motivo, de modo que no le gusta ver que haya paz y lamenta que no haya guerra, se desvía, por supuesto, del camino y pertenece al diablo, aun cuando lu che por obediencia y por un mandato de su señor: de una obra buena hace una mala para sí, con el añadido de que no estima mucho servir por obediencia y por el deber sino que busca su solo interés. No tiene, por tanto, una buena conciencia con la que poder decir: bien, por mí me queda ría en casa, pero como me requiere mi señor y me necesita acudo en el nombre de Dios y sé que con ello sirvo a Dios y quiero ganar o recibir la soldada que se me dará a cambio. Un hombre de armas ha de tener en sí y consigo la concien cia y el consuelo de deber y tener que hacerlo, para estar se guro de servir a Dios y de poder decir: aquí no soy yo quien golpea, hiere o mata, sino Dios y mi príncipe, de quien mi mano y mi cuerpo son ahora servidores. Esto es lo que signi fican asimismo las consignas y los gritos de guerra: ¡Aquí el emperador! ¡Aquí Francia! ¡Aquí Luneburgo! ¡Aquí Bruns wick! Así gritaron también los judíos contra los madianitas, en Ju ec es 7,2 0: «aquí la espada de Dios y Gedeón». Un avaro semejante corrompe todas las otras buenas obras. Quien predique por causa de los bienes temporales está tam bién perdido, y Cristo dice, no obstante, que el predicador ha de vivir del Evangelio. Hacer algo por los bienes tempo rales no es malo; las rentas, la soldada y el salario son tam bién bienes temporales. Si no, nadie trabajaría ni haría na da para alimentarse, pues todo esto se realiza por los bienes temporales. Ahora bien, estar ávido de bienes temporales y hacer de ellos un ídolo es injusto en todas las condiciones, oficios y obras. Renuncia a la avaricia y a toda mala inten ción, y la guerra no será entonces un pecado, y recibe a cam-
bio tu soldada y lo que se te dé. Por esto he dicho antes que la obra en sí misma es justa y divina. Pero si la persona es injusta o no la utiliza rectamente, se convierte en una obra injusta. Una segunda cuestión: ¿qué pasa si mi señor hace una gue rra injustamente? Respuesta: si sabes con certeza que no tie ne razón, has de temer y obedecer más a Dios que a los hom bres ( H e c h o s d e l o s A p ó s t o l e s 5 , 2 9 ) y no debes hacer la gue rra ni servirle; no podrías tener buena conciencia ante Dios. Pero si dices: mi señor me obliga, me quita mi feudo y no me da mi dinero, salario o soldada; además, sería desprecia do y avergonzado ante el mundo como un cobarde, incluso como un traidor que abandona a su señor en la necesidad, etc. Respuesta: has de correr el riesgo y, por amor a Dios, has de dejar que las cosas vayan como van. El puede resti tuirte ciento por uno, como promete el Evangelio: «quien por mi causa abandona casa, fincas, mujeres, bienes, recibi rá ciento por uno», etc. Tales peligros son de esperar en to das las demás obras cuando la autoridad nos obliga a come ter injusticia. Pero, como Dios quiere que, por él, dejemos incluso al padre y a la madre, hay que abandonar, sin duda, al señor por él, etc. Si, en cambio, no sabes o no puedes saber si tu señor es injusto, no has de debilitar tu obediencia cierta por un de recho incierto, has de proveer lo mejor para tu señor, según la ley del amor. Pues «el amor todo lo cree» y «no piensa mal», 1 Corintios, 13,73 . Así estarás seguro de proceder bien ante Dios. Si te ultrajan por esta causa o te toman por traidor, es mejor que sea Dios quien te alabe como fiel y honrado que te alabe el mundo. ¿De qué te serviría que el mundo te considere como Salomón y Moisés si Dios te considera tan malo como Saúl o Ajab? La tercera cuestión es si un soldado puede comprometerse a servir a más de un señor y a recibir de cada uno de ellos una soldada o D ie n s tg e ld . Respuesta: he dicho antes que la avaricia es injusta, se dé en un oficio bueno o en uno malo. La agricultura es, sin duda, uno de los mejores oficios y, sin embargo, un agricultor avaricioso es injusto y condenado por
Dios. En esta cuestión: recibir la soldada es justo y recto y servir por ella es también recto. Pero la codicia no es justa, aun cuando la soldada de un año apenas fuera de un florín. Asimismo, recibir la soldada y ganarla es justo en sí mismo, sea de uno, dos o tres señores o de cuantos sean, siempre que no se prive al señor hereditario o al príncipe territorial de lo que se le debe y siempre que se sirva a los otros señores con el consentimiento y el permiso de aquél. Así como un buen artesano puede vender su arte a quien quiera comprarlo, pudiendo así servirle en cuanto no sea contrario a su autori dad o a su comunidad, un hombre de armas, que tiene de Dios la habilidad para la guerra, puede también servir con ella, como su arte y artesanía, a quien lo necesite, obtenien do un salario por su trabajo. Esta es también una profesión que procede de la ley del amor: si alguien me necesita, yo estoy a su disposición y recibo por ello lo debido o lo que se me dé. Así habla S. Pablo en 1 Corintios 9,7; «nadie va a la guerra a expensas propias», aprobando así este derecho. Si un príncipe necesita un súbdito de otro para el combate, puede éste servirle con el consentimiento y conocimiento de su príncipe y recibir su paga por ello. ¿Qué hacer si un príncipe o señor hace la guerra a otro y yo estoy comprometido con los dos, pero preferiría servir a quien no tiene razón porque me ha concedido más gracias o bienes que el que tiene razón, pero del que saco menor provecho? Esta es mi respuesta breve y directa: el derecho (es decir, la voluntad de Dios) debe prevalecer sobre los bie nes, sobre el cuerpo, honores y amigos, favores y provecho; en este caso no se ha de tener en consideración a ninguna persona, sino sólo a Dios. Y hay que sufrir, por Dios, que te tengan por desagradecido o despreciado. Hay una justifi cación excelente, es decir, Dios y el derecho, que no permi ten servir a quien más se quiere abandonando al que se apre cia menos. Aunque esto no es del agrado del viejo Adán, ha de ser así, no obstante, si se quiere ser recto. Contra Dios no se puede luchar. Quien lucha contra el derecho, lucha contra Dios que concede, ordena y ejecuta todo el derecho. La cuarta cuestión: ¿qué habría que decir de quien hace
la guerra no sólo por los bienes, sino también por el honor temporal, para ser considerado un hombre valiente y de pres tigio, etc. ? Respuesta: la ambición de honor y de dinero son, ambas, codicia, tan injusta una como la otra, y quien luche por este vicio se está ganando el infierno. Nosotros tenemos que dejar y dar el honor sólo a Dios y contentarnos con la paga y la comida. Por esta razón es pagana y no cristiana es ta manera de arengar a la tropa antes de la batalla: queridos camaradas, queridos soldados, sed valientes y tened confian za, conquistaremos, si Dios quiere, los honores y nos hare mos ricos. Habría que arengarlos, por el contrario, de la si guiente manera: queridos camaradas, estamos aquí reuni dos en el servicio, en el deber y en la obediencia a nuestro príncipe, al que estamos obligados a asistirle con nuestro cuer po y nuestros bienes por la voluntad y el mandato de Dios, aunque ante él somos tan pobres pecadores como nuestros enemigos. Y como sabemos que nuestro príncipe tiene ra zón en este conflicto, o al menos no sabemos lo contrario, estamos seguros y ciertos de servir a Dios mismo con este ser vicio y obediencia: que cada uno sea valiente e intrépido, que no piense sino en que su puño es el puño de Dios, su pica la pica de Dios y que grite con el corazón y la boca: ¡aquí Dios y el emperador! Si Dios nos concede la victoria, suyos serán el honor y la gloria y no nuestros, pues él los ha ce a través de nosotros, pobres pecadores. Aceptemos el bo tín y la soldada como un regalo y donación de la bondad y de la gracia de Dios a nosotros, hombres indignos, y dé mosle gracias de todo corazón. Y ahora que Dios nos asista y adelante con alegría. Si se busca el honor de Dios y se le deja para él, como es justo y razonable y como debe ser, no hay duda de que se obtendrá más honor que el que uno podría pretender, pues Dios ha prometido en 1 Reyes 2: «honraré al que me honre, quien no me honre será, a su vez, deshonrado»28, y, como no puede faltar a su promesa, honrará a los que le honran. Uno
de los mayores pecados es buscar el propio honor, que no es otra cosa sino un crimen laessae m ajesta tis divinae, un ro bo a la divina majestad. ¡Deja, por tanto, que otros se vana glorien y busquen el honor! Tú sé obediente y pacífico, tu honor llegará con toda certeza. Se han perdido muchas ba tallas que se habrían ganado si no hubiese habido vanaglo ria. Los soldados ambiciosos no creen que Dios está presente en la guerra y que concede la victoria. Por eso tampoco tie nen temor de Dios, no son alegres sino descarados e insensa tos y, al final, son vencidos. Pero, para mí, los mejores de todos los camaradas son aque llos que antes de la batalla se animan y se dejan animar por el loable recuerdo de su amante y se dicen: ¡ea, piensa ahora en tu querida amante! Si no hubiera escuchado de dos hom bres expertos en la guerra y dignos de confianza que esto realmente sucede, no habría creído nunca que el corazón hu mano pudiera ser tan olvidadizo y frívolo en una situación tan seria, donde el peligro de muerte está a la vista, precisa mente cuando esto no lo hace nadie cuando lucha solo ante la muerte. Pero aquí, en la tropa, uno estimula al otro a no tener en cuenta lo que le afecta a él porque le afecta a mu chos. Sin embargo, es horrible para un corazón cristiano pen sar y escuchar que, en el momento en que está a la vista el peligro de muerte y el juicio de Dios, se reconforta y se con suela ante todo con el amor carnal. Los que mueran así en viarán sus almas directamente al infierno, sin ninguna de mora. Ellos dicen que, claro, si pensaran en el infierno no irían nunca a la guerra. Esto es aún más terrible, que uno borre deliberadamente de su espíritu a Dios y a su juicio y no quiera saber ni pensar ni oír nada de ello. De aquí que una gran parte de los combatientes pertenezcan al diablo y que algunos estén tan llenos de diablo que no saben mos trar su alegría de una manera mejor que hablando despre ciativamente de Dios y de su juicio, como si con ello fuesen los auténticos héroes que se permiten jurar vergonzosamen te, maldecir y blasfemar de Dios en el cielo. Es una tropa perdida, paja; en los otros oficios humanos hay igualmente mucha paja y poco grano.
De aquí se sigue que no pueden estar a bien con Dios los lansquenetes que vagan por todos los países buscando gue rra, cuando podrían estar trabajando y ejerciendo un oficio hasta que los requirieran y, sin embargo, están perdiendo el tiempo por pereza o por un espíritu tosco e inculto; no pueden mostrar ante Dtos ningún motivo ni una buena con ciencia para su vagar: sólo tienen unas ganas locas o una avi dez de guerra o de llevar una vida libre y burda, según el estilo de esos camaradas. Algunos, incluso, acabarán siendo canallas y ladrones. Si se dedicaran a trabajar o a algún ofi cio, ganándose su pan, como ha mandado Dios a todos los hombres, hasta que el príncipe del territorio los llamara pa ra sí mismo o les pidiera o permitiera que entraran al servi cio de otro, podrían ir entonces con buena conciencia, sa biendo que sirven para complacer a su señor; de lo contra rio, no pueden tener buena conciencia. Una causa podero sa, y no sólo un consuelo y una alegría, para amar y honrar a la autoridad ha de ser para todo el mundo el hecho de que Dios omnipotente nos concede la enorme gracia de instituir nos la autoridad como una señal y signo externos de su vo luntad: así estamos seguros de obrar rectamente y de agra dar a su divina voluntad cada vez que cumplimos los deseos y la voluntad de la autoridad. Dios ha atado y vinculado su voluntad a la autoridad al decir: «dad al cesar lo que es del cesar», y, en R o m a n o s 13,1 : «sean todos súbditos de la auto ridad». Por último, los soldados suelen tener asimismo muchas su persticiones en el combate: uno se encomienda a S. Jorge, otro a S. Cristóbal, uno a este santo, el otro a aquél. Unos cargan hierro y piedras de arcabuz, otros bendicen al caballo y al jinete, otros llevan consigo el Evangelio de S. Juan o cual quier otra cosa en la que confían. Todos estos están en una situación peligrosa. No creen en Dios, más bien están pe cando con su incredulidad y superstición. Si murieran, esta rían perdidos. Lo que han de hacer es esto: si la batalla es inminente y se ha dirigido la exhortación que antes he men cionado, han de encomendarse a la gracia de Dios, compor tándose en este asunto como un cristiano. La exhortación sólo
contiene cómo debe realizarse con buena conciencia la ac ción bélica exterior. Pero como ninguna buena obra hace sal vos, cada uno ha de decir en su corazón o con la boca, tras la arenga: Padre celestial, aquí estoy según tu divina voluntad en es ta obra externa, en el servicio de mi señor, como es mi obli gación, primero contigo y, por ti, con el superior; le doy gra cias a tu gracia y misericordia por haberme puesto en esta obra, pues sé que no es pecado sino que es una obra justa y obediente que agrada a tu voluntad. Pero como sé y he aprendido por tu palabra plena de gracia que ninguna de nuestras buenas obras nos puede ayudar y que nadie ha de salvarse como guerrero sino como cristiano, no quiero con fiar en mi obediencia y en mi obra en absoluto, sino que quiero ponerla libremente al servicio de tu voluntad. Creo de corazón que sólo me redime y me salva la sangre inocen te que tu amado hijo, mi señorJesucristo, derramó por mí, obediente a tu graciosa voluntad. En ésta me apoyo, vivo y muero, en ella he hecho y hago todo. ¡Amado señor, pa dre mío, conserva y fortalece esta fe por tu espíritu! Amén. Si después quieres rezar el credo y el padrenuestro, hazlo y que eso te baste. Encomienda tu cuerpo y tu alma en sus manos y desenvaina la espada y golpea en nombre de Dios. Si hubiera muchos hombres de armas así en un ejército, ¿quién crees tú, amigo mío, que les podría hacer algo? Se comerían el mundo sin un golpe de espada. Bueno, si hu biera nueve o diez soldados de éstos en una tropa, o sólo tres o cuatro que pudieran decir esa oración con un corazón justo, yo los prefiriría a todos los arcabuces, picas, caballos y armaduras y dejaría venir al turco con toda su potencia. La fe cristiana no es ninguna broma ni algo insignificante sino que, como dice Cristo en el Evangelio, «lo puede to do». Pero, amigo mío, ¿dónde están los que creen así y pue den hacer esto? Aunque la tropa no lo haga, hemos de ense ñarlo y saberlo por aquellos (por pocos que sean) que lo ha rán. Pues la «palabra de Dios no sale en vano», dice Isaías 5 3 , 1 1 , conduce a algunos hacia Dios. Los otros que despre cian esta doctrina salvífica tendrán su juez al que habrán de
responder. Nosotros estamos disculpados y hemos cumplido con nuestro deber. Aquí quiero acabar. Quisiera haber dicho también algo sobre la guerra con los turcos, pues han llegado muy cerca de nosotros y algunos me han reprochado que yo había de saconsejado luchar contra ellos. Sé desde hace tiempo que todavía me faltaba hacerme turco: de nada me sirve haber escrito con claridad al respecto y haber escrito en mi librito sobre la autoridad secular que un igual puede perfectamen te luchar contra sus iguales. Pero como el turco está de nue vo en casa y nuestros alemanes no se preocupan ya del asunto29, queda todavía tiempo para escribir sobre ello. Es tas enseñanzas, mi querido señor Assa, tendría que haberlas acabado hace tiempo. Se han retrasado tanto que, entretan to, hemos sido compadres por la gracia de Dios. Vos que rréis perdonarme este retraso: yo mismo no sé cómo se ha retrasado tanto. Espero, al menos, que no haya sido un re traso infructuoso sino que haya contribuido a tratar mejor esta cuestióa. Adiós.
29 En la batalla de Mohacs Hungría pierde su independencia ante los turcos. Hasta 1529 no sitiarían Viena. Lutero se refirió a la guerra contra los turcos al final de su escrito de 1524 Zwei kaiserliche uneinige und widerwärtige Gebote den Luther betreffend (WA 15, 241278) y en los escritos siguientes: Vom Kriege wider die Türken (1529), en WA 30, II, 107 y ss., y Eine Heerpredigt wider die Türken
(1530), en WA 30, II, 180 y ss.
INDICE DE CITAS BIBLICAS G énesis
1: 97. 1, 26: 49. 2: 97. 9, 6: 26. 14: 62. 14, 14 y s.: 35. 20, 6: 62. 21, 12: 17. Ex o d o
21, 21, 22, 28,
15, 32 y s.: 137 16, 16 y s.: 137 R e y e s
I
2: 166. 14: 154. 18, 40: 35. 22, 2 y s.: 154. Macabeos
I
5, 55 y s.: 154. 13: 14: 28: 25:
62. 26 , 111 142 128
Números
14, 45: 154 16: 9 2 . 22, 28: 17. D euteronomio
2 0, 10 y s.: 61 . 32, 21: 105. 32, 35: 76. J o s u é
6, 20: 8 7, 1 y s. : 158. J u e c e s
7, 20: 163. 15, 11: 42. 20, 21: 7. Sa m u e l
II
Sa m u e l
I
2, 30: 162. 15, 33: 35.
Is a í a s
2, 4: 33. 3, 4: 51. 11: 52. 11, 9: 32. 14, 5: 110. 55, 11: 169. 61, 8: 89. O seas 13, 11: 51. J e r e m í a s 15., 14: 94.
17, 9 y s.: 46. Sa l m o s :
2: 28. 3, 7: 74. 7, 10: 46. 7, 17: 94. 17: 105. 50, 15: 84. 63, 12: 42. 68, 31: 152.
91, 15: 84. 109, 17: 113.
110, 3: 32.
115, 16: 49Proverbios
3, 9: 8920, 22: 42. 24, 21: 106, 142. 24, 29: 42. 26, 27: 138. 28, 16: 55. 30, 31: 112. J o b
34, 30: 143. 41: 52. E c l e si a st é s
3, 7: 4. 5, 8: 162. 10, 20: 142. M ateo
5, 3 y s.: 124. 5, 38: 27. 5, 39: 22, 29, 32, 34, 40, 79. 5, 44: 27, 79. 7, 1: 96', 142, 147. 7, 3: 76. 7, 12: 145. 10, 10: 163. 10, 23: 140. 10, 28: 45. 15, 14: 104. 16, 18: 44. 17, 27: 34. 18, 15: 17.
22, 21: 49
23, 24: 87. 24, 34: 19. 25, 35 y s.: 124. Lu c a s
2, 34: 105. 3, 14: 37, 132, 162. 14, 10: 54. 22, 25: 55. 22, 32: 16. J u a n
3 , 12 : 104 . 3, 21: 595, 14: 84.
6, 45: 15. 8, 44: 96. 10, 45: 44. 17, 920: 16. 18, 36: 122. 19, 15: 71. H echos
1, 24: 46. 4, 3 y s.: 98. 5, 29: 49, 164. 8, 27 y s.: 37. 10, 34 y s.: 37. 13, 7 y s.: 37. 15, 6: 18.
R o m a n o s :
3, 8: 76. 7, 7: 29. 10, 17: 55. 12, 45: 11. 12, 10: 54. 12, 18: 22. 12, 19: 27, 79, 142. 13, 1: 13, 25, 33, 38, 48, 96, 98, 130, 138, 168. 13, 2: 75;96, 107, 134, 160. 13, 3: 30,115. 13, 4: 76, 98, 99, 100, 134, 155. 13, 5: 101.
1C o r i n t i o s 2, 15: 16. 3, 18: 5. 4, 8: 104. 4, 11: 87. 6, 1 y s.: 79. 6, 5 y s. 82. 7, 19: 36. 9, 7: 165. 10, 3: 36. 12, 12, 13, 14, 15, 2 Co
12 13 75 30 24
9, 11 37. 164. 15. 160.
rintios
3, 17: 17. 4, 13: 16. 10, 4: 51, 83
10, 8 :
11, 20: 79 13, 8: 20. G
4, 4: 38. 4, 10: 84.
19.
1 T
3, 1: 134.
á l a t a s
2, 3, 3, 6,
11 y s.: 17. 24: 29. 28: 90. 15: 36.
Sa
2, 9 y 5.: 19.
1 T
i mo t e o
1, 9: 29. 2, 2: 142.
5, 16: 84. 2, 2, 3, 5,
5, 21: 33. 6, 12: 52. e sa l o n i c e n s e s
n t i a g o
1 Pe
Ef e s i o s
2 T
it o
1J
dro
9: 9, il. 13: 13, 26, 76, 130. 9: 27. 5: 54.
ua n
14, 14: 84. A p o
c a l i ps is
5, 10: 9.
Joaquín Abellán, doctor en Ciencias Políticas
y licenciado en Filosofía y Letras, Políticas y Derecho, es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid. En esta misma colección Clásicos del Pensamiento, es además autor de las ediciones de Immanuel Kant, La paz perpetua (1985); Wilhelm von Humboldt, Los límites de la acción del Estado (1 988); Eduard Bernstein, Socialismo democrático (1990), y John Locke, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1991).