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DOLORES O LA FELICIDAD De David Olguín. Déborah Cepeda
El párrafo de un poema de Lao – Tze, ubicado al final de Dolores o la Felicidad de David Olguín, como colofón, es significativamente peculiar por lo llamativo: “lo contemplamos y no lo vemos; su nombre es el invisible. Lo escuchamos pero no lo Oímos; Su nombre es el inaudible. Lo tocamos sin hallarlo; Su nombre es el Sutil”
Lao –Tzu Resulta Resulta sumamen sumamente te complic complicado ado el tratar tratar de mantener mantener nuestra nuestra mente mente libre libre de prejuici prejuicios os fatídi fatídicos cos duran durante te la lectur lectura a y, supon supongo, go, contem contempla placi ción ón de esta esta obra, obra, ya que que todos todos los elemen elementos tos que que la cons constit tituy uyen en parece parecen n apun apuntar tar a una una idea idea como como motivo motivo recu recurre rrente nte:: la imposibilidad de concreción de la felicidad misma, esto es, la felicidad como un fenómeno que no puede puede existir existir más que como concepto concepto filosófico, filosófico, ajeno a toda toda experie experiencia ncia real, palpa palpable ble de la vida; vida;
sin embar embargo go la cita cita de Lao Lao tze tze (que (que por cierto, cierto, se refiere refiere al Tao,
concepto metafísico que puede traducirse literalmente por ‘el camino’, ‘la vía’, o ‘la ruta’, o también por ‘el método’ o ‘la doctrina’), parece revelar una clave para descifrar un misterio, un enigma, de los muchos que podemos encontrar a lo largo de la vida y el cual consiste en una paradoja: “ Lo contemplamos contemplamos y no lo vemos, (…) Lo escuchamos pero no lo oímos, (…) Lo tocamos sin hallarlo; su nombre es el sutil (…)”
Existe, Existe, pero pero no lo perci percibimo bimos, s, sin
embargo el hecho de no percibirlo, percibirlo, no implica automáticamente automáticamente su inexistencia… inexistencia… Lo bello, lo que realmente alimenta el alma, no lo podemos ver, no lo podemos medir, no lo podemos
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fotografiar… existe, pero en un contexto no material, sin embargo es tan real como nuestra realidad material objetiva. La felicidad existe, sin lugar a dudas, solo que no existe donde pretendemos verla, por ejemplo, en la mercadotecnia, en comprar compulsivamente todo aquello que la publicidad insiste en convencernos de que necesitamos prioritariamente… Tampoco existe en la acumulación compulsiva y codiciosa de dinero. Mucho menos en la enfermiza obsesión por la obtención de un cuerpo perfecto y juvenil por toda la eternidad. Es obvio que tampoco se encuentra en los placeres desbordados, y menos aún en el fanatismo que se promueve en religiones falsas. La felicidad no se halla, de igual manera, en la intolerancia, el capitalismo, o en la carencia más esencial de amor. La felicidad se encuentra dentro de nuestros propios deseos, los más profundos, incluso los más inconfesables, aquellos que nos reclaman con la autoridad que significa la voz de nuestro ser más legítimo, y a la vez más esencial; el que está libre de caretas y disfraces sociales: únicamente cada uno de nosotros sabe la verdadera naturaleza de esos deseos, aunque el satisfacerlos implique una lucha constante a lo largo de una casi interminable jornada: “El camino a la verdad es el más largo, pero el más satisfactorio”. ¿Cómo empezar ese camino? Implica comenzar desde cero, recapitular cada paso de la vida, platicar mucho con el propio ser, desnudarse frente a frente, no se trata de una tarea nada fácil pues suele haber grandes decepciones, grandes confrontaciones, reclamos al por mayor, lagrimas y desilusión. Liberarse de grandes y sólidos prejuicios, cuyo proceso condiciona una reacción sin sentido, como se describe a continuación en la narración de un experimento llevado a cabo: “Un número determinado de simios son puestos en un hábitat controlado con la finalidad de
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experimentar y observar sus conductas; para llegar a unas bananas que se han colocado a una considerable altura, los simios tienen que subir una escalera. Más pronto que temprano, los hambrientos animales comienzan a subir estimulados por la fruta, pero cuando tocan las bananas reciben una descarga eléctrica. Al principio todos intentaran alcanzar las bananas, pero poco después ninguno se atreve pues es imposible alcanzarlas sin ser electrocutados. Poco a poco los científicos van cambiando uno a uno a los simios. Además ya no pondrán mas descargas eléctricas en las bananas. Cuando llega un nuevo simio e intenta alcanzar la fruta, los demás (con la experiencia del shock eléctrico), lo golpean e impiden que suba por las bananas. Finalmente ha llegado el momento en que todos los simios han sido reemplazados, sin embargo, los integrantes de esta ‘nueva generación’ siguen impidiéndose mutuamente subir por la fruta, propinándole golpizas a quien lo intente.” Esta es la forma en que surgen y se crean los prejuicios, formas de comportamiento controladas por la desinformación, el miedo y la violencia; mismas formas de reacción y comportamiento que son aprovechados y promovidos por las clases gobernantes con afán de lograr una forma de manipulación más efectiva: analizándolo desde esta perspectiva, solemos temer a la vida más por las experiencias de otros nos han comunicado, que por nuestra experiencia propia. En definitiva, si seguimos ciegamente las pautas que el mundo nos marca como el camino legítimo hacia la felicidad pensando que mágicamente la encontraremos, nuestra jornada está destinada al fracaso. Buscar la verdad del ser personal, único e irrepetible que cada uno somos, es el único camino real, verdadero, legítimo y honesto para e encontrar lo que no se ve, lo que no se siente, lo que no se toca … y que sin embargo existe: la verdadera felicidad .