Definición y objeto de la Ética. La palabra «ética» deriva del término griego ethos que significa «costumbre», «modo habitual de obrar», «índole». Parecido sentido tiene el término latino mos del que deriva la palabra «moral» (v.). Sin entrar en los diversos matices semánticos que uno y otro término comportan y su relevancia filosófica, podemos afirmar que el término «Ética» como sustantivo se reserva normalmente y de hecho para la ciencia que se refiere al estudio filosófico de la acción y conducta humana considerada en su conformidad o disconformidad con la recta razón; mientras que el término «moral» puede usarse para referirse de un modo global al objeto de estudio dé la É. (es decir, la É. estudia «lo moral»). Con este sentido utilizaremos aquí, en general, las palabras É. y moral. Sin embargo, también «Moral» se emplea como sinónimo de É., a veces connotando unas mayores dimensiones religiosas. Se habla, p. ej., de É. o de «filosofía moral», o «ciencia moral», y también de «ética cristiana», «moral estoica», etc., de un modo indiscriminado. Para nuestro propósito basta retener la idea de que «ética» y «moral» remiten etimológicamente a un significado sustancialmente idéntico, con las distinciones que las respectivas lenguas originantes señalan.
Pero aun cuando la definición etimológica adecuadamente estudiada podría aportarnos algunas ideas respecto al significado de la É., sobre todo entre las comunidades lingüísticas que crearon el término, hemos de decir que en general no es suficiente para captar toda la riqueza de matices que el vocablo posee. No basta con definir a la É. como una ciencia de las costumbres; pues si no dijéramos más que esto, podíamos llegar a pensar que la É. es meramente una ciencia descriptiva que se limita a consignar, ordenar y clasificar las costumbres o modos de obrar del hombre o de un grupo humano determinado. Con ello el campo de la É. vendría a coincidir no sólo material sino también formalmente con el campo de las ciencias psicológicas o sociológicas. De hecho ésta ha sido la interpretación que la É. ha recibido por parte de los empiristas (v.) y en concreto del positivismo (v.) y sociologismo (v.). Según este último la É. sería exclusivamente la ciencia de las costumbres que considera el hecho moral como un hecho social más, que se limita a describir exponiendo los diversos modos de conducta de los pueblos, sus diversos tipos de valoración, tal como de hecho se han sucedido en la historia e intentando explicar las leyes de su aparición y evolución (L. LévyBruhl). Según el psicologismo (v.) el fenómeno ético es explicado desde un punto de vista causal meramente psicológico de la acción humana y de los procesos que dan origen a su valoración (como buena o mala); el problema central de la É. estaría en la ex plicación de la conducta llamada moral simplemente a través de los mecanismos psicológicos, pues el psicologismo reduce los motivos y leyes de cualquier clase de conducta, y, por tanto, también de la conducta moral, a sólo leyes psicológicas (p. ej., M. Schlick). No se reconoce así una verdadera libertad (v.) y responsabilidad (v.) en el hombre, ni una auténtica finalidad, tanto por parte del sociologismo como del psicologismo.
No basta tampoco con definir la É. como la ciencia que tiene por objeto el análisis de los términos y enunciados de valor, reduciéndola por consiguiente a una lógica del lenguaje moral (A. J. Ayer). Es ésta, sin duda, una tarea importante y necesaria que ayuda a la recta intelección de las cuestiones que tras estos términos y enunciados se ocultan, máxime teniendo en cuenta
que el lenguaje (v.) es un lugar privilegiado en que se objetiva la experiencia moral. Pero, contra lo que propugnan los defensores del análisis lingüístico, la dimensión teórica de la É. no se agota en una mera consideración lógica, ni el carácter práctico de la misma está desprovisto de una fundamentación teórica. Es precisamente la fundamentación teórica del orden práctico humano y su regulación la tarea que la É. se propone como objetivo.
De modo que la É. es una ciencia filosófica que considera la dirección de los actos voluntarios a su debido fin, tratando de obtener mediante un método adecuado y apoyada en unos principios de validez universal, un conocimiento cierto y sistemático de la debida ordenación de la conducta humana. Pero no es una ciencia puramente especulativa, sino que, por razón de su objeto, que es un operable, es decir, algo que el hombre ha de realizar y que la razón ha de dirigir, es también una ciencia práctica. Por ello la É. ha sido calificada como una ciencia teórico-práctica, ciencia que estudia los actos humanos en tanto que libres. Son estos actos humanos formalmente considerados los que constituyen el objeto material de la ética; es decir, aquellos actos de los que el hombre es dueño y responsable y, por tanto, pueden ser ordenados por el propio hombre a su debido fin; es este aspecto lo que constituye el objeto (v.) formal de la É. (V. ACTO MORAL; VOLUNTAD; LIBERTAD). La É. no se detiene, pues, como la Psicología (v.), en la facticidad de los actos humanos, sino que los estudia precisamente en tanto en cuanto se ordenan al fin último que le es propio al hombre en cuanto hombre.
Dicho de otro modo, lo que constituye a la É. como tal es la consideración que hace de los actos humanos en su calidad de buenos o malos. Pues es esta ordenación (o su defecto) al bien o al mal lo que constituye la bondad o malicia moral de los actos. Esto es, la bondad o malicia de los actos humanos no en cuanto poseen una determinada entidad, pues en este sentido todo acto es bueno, ni en cuanto poseen una determinada perfección. técnica, como cuando se habla de un «robo perfecto» o de una «buena ejecución musical»; sino en cuanto poseen una perfección que conviene al hombre como hombre, no de un modo parcial sino absoluto, en cuanto conducen al hombre, o no, a realizar su último fin.
La realización de esta perfección moral exige el conocimiento y la adecuación a unas normas, o leyes morales, que la razón ha de fundamentar y con las que ha de dirigir la acción humana. La É. estudia estas normas y de ahí que sea considerada una ciencia normativa que la distingue de las ciencias descriptivas o fácticas. No contempla simplemente lo que es, sino lo que está por ser y debe-ser. Con ello responde a una necesidad de la naturaleza humana (V. LEY).
El hombre (v.) no es un ser plenamente realizado ni se identifica con lo que en cada momento es de hecho. sino que se ve impulsado constantemente a trascenderse en su ser dado según unas normas que en él alientan en virtud de su naturaleza racional y libre. Y desde
una libre aceptación de su ser el hombre aspira a llegar a ser lo que debe ser, no ya en un aspecto o finalidad restringida, sino en su totalidad y plenitud humana absoluta.
Relación de la Ética con otras ciencias. De lo dicho se desprende que la É. ha de entrar en relación con otras ciencias que estudian la realidad y en concreto la realidad humana con todas sus implicaciones, ya que la realización moral no puede prescindir de la existencia fáctica. No es la moralidad una formalidad pura de exigencia que se afirma en independencia de toda realidad natural, pues ello nos llevaría a una realización moral desprovista de contenido, lo. cual es un contrasentido. No es legítimo separar naturaleza y É. como si se tratara de dos campos totalmente distintos e incompatibles entre sí, pues la naturaleza del hombre remite a unos deberes absolutos y no meramente hipotéticos, deberes absolutos que tienen su fundamento en la estructura más profunda y real de la naturaleza humana. La É. está tan lejos del positivismo (v.) que intenta reducirla a puros contenidos fácticos desprovistos de toda normatividad absoluta como del formalismo de ontologista que coloca la moralidad en algo perfectamente autónomo, fundamentado en sí mismo e independiente de la finalidad natural (v. KANT). Así, pues, la É. se relaciona en primer lugar con todas las ciencias cuyo objeto es el estudio del hombre: Antropología (v.), Psicología (v.), Sociología (v.), Derecho (v.), Teología moral (v.).
La Antropología y la É. estudian las costumbres humanas. La Antropología estudia el origen y evolución de las costumbres humanas, sin emitir ningún juicio sobre su bondad o malicia moral, que es lo que interesa a la Ética. La Antropología da testimonio de la existencia de nociones morales entre los pueblos: la É. toma estos datos de la Antropología y critica el valor moral de estas nociones y de estas costumbres.
También la Psicología estudia el modo de obrar humano, pero mientras ésta estudia cómo obra de hecho el hombre, la É. estudia cómo debe obrar. Aun cuando se da una estrecha relación entre la salud mental o psíquica y la perfección moral, son cosas diferentes. Lo que motiva a un hombre a obrar bien o mal es distinto de la bondad o malicia del acto mismo. La É. precisa de los conocimientos que la Psicología le brinda sobre lo que constituye o impide la voluntariedad de los actos, pues donde no hay voluntariedad no puede haber moralidad, pero no se detiene ahí, sino que pasa a analizar la moralidad de esos actos voluntarios (v. VOLUNTARIO, ACTO).
El hombre se realiza moralmente desde una situación concreta y un medio social determinado. De ahí que la É. necesite también de la Sociología, la Economía y la Política en cuanto estas ciencias proporcionan unos conocimientos sobre las instituciones sociales y políticas en que el hombre se inserta y sobre las condiciones económicas que ayudan o impiden la realización humana. Por otra parte, estas relaciones del hombre con su medio constituyen una fuente de deberes que la É. ha de precisar, procediendo a su análisis y
fundamentación, pues la moralidad no se reduce a los modos concretos en que de hecho se objetiva el comportamiento humano en el medio que se produce. Pueden darse modos efectivos de conducta socialmente aceptados, que, sin embargo, resulten defectuosos desde el punto de vista de su valor moral e incluso incompatibles con él. La moralidad, individual o socialmente considerada, no es un mero reflejo de los usos individuales o sociales fácticamente dados. La moralidad es irreductible a pura constatación.
Asimismo la É. se relaciona con el Derecho. Ambas ciencias estudian el deber. Pero, mientras el Derecho estudia los hechos externos en cuanto susceptibles de ordenación y exigencia legal coercible, la É. estudia los hechos internos de la voluntad y en cuanto exigibles por la propia conciencia (v.). También la É. habrá de contemplar el análisis moral del ordenamiento jurídico y las obligaciones morales que este ordenamiento jurídico comporta (v. LEY II).
A su vez, lo moral viene dado en el hombre en estrecha conexión real,. existencial y racional con lo religioso. De hecho, toda religión superior comporta una É. o Mo ral, en cuanto reconoce más o menos las exigencias y deberes del hombre y su finalidad, y en cuanto además prescribe determinados deberes y acciones de acuerdo con los principios religiosos sustentados (sobre la divinidad, su culto, etc.). En realidad, esto es particularmente apreciable en el cristianismo (v.), en el que las exigencias y deberes naturales del hombre no son solamente reconocidos, sino enérgicamente exigidos y elevados a un o rden superior, integrados y perfeccionados en las exigencias positivas de la Revelación sobrenatural (v. REVELACIÓN IV). Todas las religiones suponen una conciencia moral o é. en los hombres a que se dirigen (v. CONCIENCIA III). Es decir, la religión (v.) supone y exige una moral o é., y a su vez la É. exige y supone una religión que eleva y determina su sentido.
Esta conexión real entre moral y religión, y, por tanto, entre É. y Teología moral, ha sido con frecuencia defectuosamente conceptualizada, como es fácil que ocurra en todas las ciencias que se ocupan de cuestiones vitales o existenciales del hombre (se necesita para desarrollar e investigar esta clase de ciencias una especial rectitud o cualidad moral por parte del investigador; v. luego, It; v. t. INVESTIGACIÓN VI, 1). La É. estudia la bondad o malicia moral de los actos humanos desde una consideración de la naturaleza del hombre y de las cosas, lo que lleva consigo reconocer la dependencia respecto a Dios (o los dioses), las obligaciones para con Él y demás derivadas de esa dependencia. Los principios y normas mora les que la É. señala tienen su fuente en la naturaleza racional y libre del hombre, conocida a la luz de la razón, como dependiente de o creada por Dios; por tanto, toda É. propiamente tal incluye y exige lo religioso, la relación esencial con Dios. Y la moral o é. religiosa, derivada de una Revelación o religión positiva, no puede destruir ese orden moral natural, sino que lo supone (v. t. RELIGIÓN III).
Es claro que ambos aspectos se complementan e implican mutuamente. Una acción moralmente mala no puede satisfacer unas exigencias religiosas y una religiosidad perfecta exige una perfecta moralidad. El pretendido conflicto entre religiosidad y eticidad (N. Hartmann), o entre autonomía ética y heteronomía religiosa, no surge de una incompatibilidad entre ambas nociones, sino de una falsa interpretación, en el orden teórico, de ambas nociones o de una incorrecta realización en el orden práctico de ambas exigencias.
Todo lo expuesto adquiere especial claridad en la Teología sobrenatural cristiana. La moral sobrenatural estudia los actos humanos a la luz de la Revelación de la que toma sus principios. Y desde esta dimensión la É. natural es subsumida y elevada al plano de la fe y de la gracia. Ésta no destruye la naturaleza, sino que la supone y perfecciona. De donde se deduce que lo exigido por la naturaleza humana es observado también en el orden sobrenatural, aunque de un modo más alto (v. SOBRENATURAL). Por eso la É. natural mantiene su propio estatuto epistemológico que no es alterado en sus principios y método por el hecho de que la naturaleza humana esté ordenada históricamente a un fin sobrenatural. A su vez la Revelación de la que la moral sobrenatural toma sus principios presta una gran ayuda a la razón en la determinación más plena y segura del propio orden ético, y de su realización existencial concreta.
Como ciencia filosófica, la É. se relaciona con la filosofía primera o Metafísica (v.). El orden moral se mueve en el orden del ser, del que es una particularización, y en este sentido la É. se apoya en la Metafísica, no para tomar de ella su objeto propio, sino para esclarecerlo a la luz de la realidad total en la que el objeto propio e irreductible de la É. se inserta. Y así la É. ha de evitar tanto el intelectualismo que intenta deducirla de la metafísica (B. Spinoza; v.), como el moralismo que pretende constituirla en total independencia de la misma (G. E. Moore). Si las nociones de ser (v.) y de bien (v.) se identifican realmente, mantienen, sin embargo, una distinción formal. De ahí que la É. no pueda deducirse sólo de un análisis de la noción de ser, ni pueda tampoco establecerse al margen de dicha noción o en oposición a ella.
Como ciencia práctica, por la índole de su objeto, se distingue también de la filosofía teórica (Metafísica, Filosofía de la naturaleza, Psicología y Teología natural) que no contiene de suyo ningún imperativo.
Como ciencia normativa presenta una afinidad con la Lógica (v.) y la Estética (v.), que estudian también algo que es dirigible por la razón, a saber los actos mismos de la razón y las normas de su recto uso (en el caso de la Lógica) y los actos judicativos de lo bello y las normas por las que se rigen (en el caso de la Estética). Pero se distingue a su vez de ellas no sólo por la índole práctica de su objeto, sino también por el carácter absoluto de su normatividad. Mientras que la Lógica y la Estética orientan sus normas a una finalidad restringida y, por tanto, hipotética, las normas de la É. se orientan a una finalidad absoluta y categórica y no a un
objetivo o bien relativos. Y así se distingue también de las ciencias encaminadas a suministrar un saber operacional o unas técnicas determinadas para la realización de un objetivo externo.
Fuentes y método. La fuente principal de la É. es la realidad humana, en la que la razón encuentra y conoce los principios morales universales y ciertos de los cuales se derivan los demás principios de esta ciencia, cumpliendo así la función explicativa, justificativa y manifestativa de la experiencia moral del hombre. De ahí que otra fuente de la É. la constituya la propia experiencia moral tanto interna e individual, como la externa y social objetivada en la sociedad y en la historia. La Psicología, la Sociología y la Historia son por ello fuentes secundarias importantes de la Ética.
La Revelación sobrenatural no es fuente directa de la É., como se deduce fácilmente de lo dicho más arriba, aunque en muchas ocasiones reafirma o ilumina las normas morales de la É. natural. El cristiano filósofo la tendrá, por ello, en cuenta, y también como norma negativa para no apartarse de la verdad defendiendo una doctrina opuesta a la Revelación (v. REVELACIÓN IV). Por otra parte habrá de prestar atención a la experiencia religiosa en cuanto ésta viene acompañando de hecho a la experiencia moral e incide en ella.
El método de la É. es empírico-especulativo, como corresponde a su carácter de ciencia teórico-práctica. Parte de la experiencia moral tal como de hecho se da en la conciencia y en la sociedad, de los actos humanos, de los valores e ideales del hombre, y de su sentido del deber, y trata de alcanzar el sentido y explicación última de esta experiencia y estos hechos acudiendo a los principios universales y ciertos que descubre la razón.
La É. presupone el conocimiento natural incluido en la experiencia moral común y en los juicios morales ordinarios y procede a su elucidación y justificación crítica. Una ciencia ética que procediera por método puramente deductivo y especulativo llegaría a ofrecer a lo sumo unas nociones vacías sin conexión alguna con el campo real humano del que la moralidad emerge. Así como una ciencia ética que se limitara a registrar estos hechos y juicios morales ordinarios, sin buscar una explicación última de los mismos mediante un método racional, no sería ciencia sino que quedaría reducida a una mera generalización empírica y relativa. Es en una armónica combinación de ambos métodos donde la É. encuentra la tematización adecuada de su propio objeto.
Los temas principales de la Ética. El problema de la existencia y esencia de la moralidad y de su conocimiento, origen y legitimidad, es el primer tema con que la É. se enfrenta. Es éste un problema metafísico y epistemológico de cuya solución depende l a afirmación de la É. como ciencia. Cuestiones de método (v.) y fuentes, naturaleza de la verdad (v.) de los juicios (v.) éticos y grado de certeza (v.) de los mismos, conexión de la É. con la filosofía y las ciencias son tratadas en este primer momento.
Tras él la É. se pregunta por la moralidad, notas que definen su esencia, fuentes constitutivas y conceptos que la expresan. Las nociones de fin (v.), bien (v.), valor (v.), mal (v.), pecado (v.), deber (v.), norma (v.), ley (v.) y conciencia moral (v.), desempeñan en esta parte un papel principal. Se trata en definitiva de establecer las condiciones materiales y formales de la moralidad (v. MORAL I).
En tercer lugar se estudia el dinamismo de la moralidad en cuanto ésta lleva de suyo a su realización y apropiación por parte del hombre. La propia naturaleza de éste está inclinada a este fin y dotada de unas potencias que lo actualizan mediante la realización de unos actos a él conformes (v. ACTO MORAL). La repetición de éstos engendra unos hábitos. De modo que se estudia el carácter moral (estos) de la naturaleza humana, el hábito de los primeros principios en el orden moral (v. INTELIGENCIA I), las virtudes (v.) y los vicios (v.) (hábitos operativos buenos o malos) y los actos que los engendran y los llevan a su plenitud. Es, en síntesis, la vida moral en su despliegue dinámico y concreción específica en todos los campos de la actividad humana, regulada según la naturaleza racional de la que procede, lo que constituye el objeto de estudio de esta tercera parte, culminación de las dos anteriores. Y es en ella donde el carácter normativo y práctico de la É. encuentra su plena expresión.
De modo que la É. contempla la naturaleza y condiciones universales de la actividad moral y su contenido, y aplica estos principios a los diversos campos en que la actividad del hombre se realiza y concreta. Del primero de estos objetivos se ocupa la Ética General que deja el segundo a la llamada Ética Especial. La É. individual y familiar, la É. económica, social, política e internacional constituyen otros tantos apartados de la Ética Especial.
Las principales concepciones éticas. A lo largo de la historia de -1a É., que es tan antigua como la humanidad, se han producido diversos intentos de interpretación coherente y sistemática de la realidad moral (uno de los primeros conocidos es el de Sócrates, v.). Las diversas concepciones éticas surgidas de tales intentos han recibido un calificativo de acuerdo con la noción o apecto de la realidad moral que han destacado como principal y en torno a la cual han hecho girar las demás nociones. Así se habla de sistemas éticos teleológicos o deontológicos, según giren en torno a la noción de «fin» (v.) o a la noción de «deber» (v.); la é. aristotélica y la é. kantiana vienen recibiendo estos calificativos respectivamente; como recibe
el calificativo de axiológica la concepción ética en la que prima la noción de «valor» (v. AXIOLOGÍA) en oposición a la noción de «bien» (v.).
Pero hay una connotación presente en el modo de designar estas teorías, a saber, la de considerar que estas nociones adquieren en la respectiva teoría una exclusividad que oscurece o en los casos más radicales niega decididamente las demás nociones morales, con las que entra en conflicto. Tal es el caso concreto de la llamada é. sociológica que positivamente toma como noción principal la dimensión social de la actividad humana, y negativamente declara a la É. como ciencia fáctica en oposición al carácter normativo con que se la define. En esta concepción la «norma» es sacrificada en aras del hecho moral que se intenta describir.
También se viene hablando de é. materiales y é. formales como dos amplias categorías en que vendrían incluidos los diversos sistemas éticos, según pongan de relieve el contenido de la moral o atiendan exclusivamente a la estructura de la misma. La é. aristotélica vendría incluida en la primera categoría, y la é. kantiana en la segunda. Si bien hay que decir que todo sistema ético, como el cristiano tomista, que dé cuenta adecuada de la realidad moral ha de atender a ambas dimensiones, y sólo en aquellos sistemas en que una de estas dimensiones es contemplada con exclusión de la otra, resulta verdadera la clasificación señalada. Tal es el caso del formalismo ético kantiano, de la é. existencialista de J. P. Sartre (v.) o de la corriente extendida actualmente en el mundo anglosajón donde la É. queda reducida a un análisis del lenguaje moral dejando el contenido de la moral a las ciencias psicológicas o sociológicas o a la moral práctica.
Cabe también aplicar el apelativo de material a aquellas concepciones de la É. que prescindiendo de la posibilidad de establecer una norma absoluta para la acción humana, valoran ésta por sus resultados, como ocurre en los sistemas materialistas (K. Marx; v.) o pragmatistas (W. James; v.).
Es necesario aludir a la llamada é. o moral de situación (v.), que niega la exi stencia de unas normas universales y objetivas por las que haya de regirse la acción moral. Dado el carácter singular e irrepetible de la acción individual concreta, la llamada é. de situación considera que no pueden aplicarse unas normas objetivas y universales, y que toda la moralidad de dicha acción pende totalmente de las circunstancias también singulares e irrepetibles en que se realiza. Con lo que esta concepción viene a confundir el orden de constitución de la moralidad con el orden de su realización. Olvidan que es misión de la virtud de la prudencia (v.) aplicar las normas universalmente válidas de la moralidad a cada acción concreta «de modo que la norma universal, en todo acto verdaderamente moral, tiene que ser hecha individual por el movimiento de interiorización prudencial que la integra a la persecución singular de los fines personales del sujeto» (J. Maritain, Las nociones preliminares de la filosofía moral, 174; V. EXISTENCIALISMO IV).
Es también en el orden existencial donde adquiere especial relieve el tema de la opción fundamental de realización moral, sin que sea necesario contraponer una é. de actitudes a una é. de contenidos, pues ambas dimensiones se complementan mutuamente. La É. ha de contemplar todos los aspectos que integran el campo de la realidad moral y la relación entre ellos existente.
La moralidad se define por razón del fin que es proporcionado a la naturaleza humana absolutamente considerada. Este fin es el Bien Absoluto. El Bien Absoluto tiene una dimensión objetiva y trascendente: el Bien Sumo en sí (v. DIOS IV, 6), y una dimensión subjetiva: la posesión de este Bien por parte del hombre que constituye su felicidad (v.). El Bien Sumo posee, pues, un valor en sí mismo que es fundamento de su valor para el hombre. Este Fin o Bien se constituye como norma de la moralidad que viene definida de un modo próximo por la naturaleza racional del hombre y de un modo absolutamente último por la naturaleza de este Bien Sumo en sí mismo considerado o trascendente, que a su vez es también la razón última del deber moral. A la realización de este Fin está encaminada toda la vida moral del hombre (v.) por medio del ejercicio de las virtudes (v.), entre las que desempeña un papel primordial la virtud de la prudencia (v.) que aplica a cada acción singular y concreta los principios universalmente válidos del orden moral.
V.t.: DERECHO NATURAL; TEOLOGÍA MORAL; ACTO MORAL; BIEN; DEBER; FELICIDAD;, HOMBRE; LEY; LIBERTAD; MORAL; etcétera. M. SANTOS CAMACHO. BIBL.: S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, 1-II y II-II, ed. BAC bilingüe con introducciones y comentarios, t. IV-X, Madrid 1953 ss.; F. BATTAGLIA, A. M. MOSCHETTI, Morale (filosofía), en Enc. Fil. 4,767-793; F. BATTAGLIA, Morale (Scienza), ib. 4,795-797; íD, Etica, ib. 2,1109-1111; A. FAGOTHEY, Right and Reason (Ethics in Theory and practice), 4 ed. Saint Louis 1967; D. vox HILDEBRAND, Ética cristiana, Barcelona 1961; R. JOLIVET, Tratado de Filosofía, t. IV, Moral, trad. de la 5 ed. francesa, Buenos Aires 1966; J. L. LóPEz ARANGUREN, Ética, 3 ed. Madrid 1965 O. LOTTIN, Príncipes de morale, Lovaina 1947; íD, Morale fondamentale, Tournai 1954; J. MARITAIN, Las nociones preliminares de la Filosofía Moral, Buenos Aires 1966; íD, Filosofía moral, Madrid 1966; J. MESSNER, Ética general y aplicada, Madrid 1969; R. SIMON, Moral, Barcelona 1968; B. VERZECOLLI, Etica generale secondo i principi della filosofía perenne, Roma 1958.