Contexto cronológico del arte prehistórico y antiguo Las primeras manifestaciones artísticas están relacionadas con los aspectos trascendentales de la condición humana, como la muerte o la subsistencia. Gracias a la posibilidad de encontrar un atractivo estético en las obras realizadas por los primeros pobladores de la tierra, podemos situar en ellas los orígenes del arte: el arte prehistórico engloba las manifestaciones gráficas y materiales realizadas, al inicio de la evolución cultural del ser humano por sociedades que carecían de un desarrollo técnico complejo y de expresión literaria. Pero el historiador del arte descubre en ellas una voluntad artística llena de intensidad creativa, extraordinariamente viva, que nos habla de valores ancestrales, curiosamente ligados a la percepción estética contemporánea. Fruto de estas sociedades es el arte prehistórico, famoso por las pinturas rupestres que nos dejaron en las paredes de cuevas y abrigos rocosos. Posteriormente, las primeras civilizaciones históricas se desarrollan en Egipto y Mesopotamia. Mientras que la mayor parte del mundo sigue inmersa en la Prehistoria, ahí va a aparecer la escritura y con ello la Historia y la Edad Antigua. En Egipto, una población sedentaria, que vivía de la agricultura y de la ganadería, estaba establecida en las márgenes del Nilo desde el Neolítico. A lo largo de unos tres tr es mil años de historia, desde el 3100 a.C., se desarrolló allí una civilización portentosa, fuertemente condicionada por la geografía, entre el imponente desierto y las aguas benéficas del río; la religión, cuyos sólidos principios regían toda la vida del antiguo Egipto, y la monarquía, encarnación de la divinidad en la tierra. Como consecuencia de todo ello, el arte es imponente, sobrecogedor y grandioso: en su contemplación percibimos una sensación de inmutable intemporalidad que nos habla de las aspiraciones de eternidad con las que fue concebido. En el Oriente Próximo, en particular en la región del Tigris y el Éufrates, una zona con grandes posibilidades agrícolas llamada Mesopotamia, que en griego significa «entre ríos», aparecieron complejas sociedades urbanas, desarrolladas en paralelo a la historia egipcia. Sucesivas civilizaciones se asentaron sobre esa zona, aunque cada una tiene su propia personalidad. Las manifestaciones artísticas nos descubren la complejidad de la
estructura social, con los distintos grupos humanos, y la estrecha vinculación entre el poder político y el religioso. El nacimiento del arte Reconocemos la existencia de un ser humano cuando encontramos utensilios que nos hablan de su vida material, testimonio de su esfuerzo por dominar la naturaleza. Con él comienza la historia del arte. Las piezas mobiliares
Venus de Willendorf (c. 23000 a.C.) A lo largo de miles de años, las razas humanas trabajaron objetos de sílex: recogían pequeñas piedras y las golpeaban hasta lograr la forma deseada. Por eso, ese período de la historia de la humanidad se llama Paleolítico. Obtenían de ese modo hachas, raspadores, punzones o puntas de flecha que revelan una voluntad de perfección técnica. Eran, pues, objetos útiles, destinados en su mayor parte a tareas de subsistencia: la caza era su forma de vida.
Para vivir aprovechaban las cuevas, donde se han encontrado muchos de sus restos. También recogían materiales de formas y colores atractivos, como cristales, minerales, fósiles, que llevaban a sus cuevas como amuletos, o, a veces, colocaban junto a sus muertos. En esta manipulación, que en ocasiones incluye trazos incisos en huesos o piedras, se reconoce una incipiente experiencia artística. A la última fase del Paleolítico, entre el año 35000 a.C. y el 8500 a.C., que se llama Paleolítico Superior, corresponden la industria y las manifestaciones artísticas más avanzadas. Estas se pueden dividir en dos grandes grupos: por un lado, el arte portátil o mobiliar, que comprende objetos transportables; por otro lado, el arte rupestre o parietal, que se refiere a las representaciones sobre las paredes de las cuevas. Los objetos más llamativos son estatuillas realizadas en piedra que representan mujeres, en relieve o bulto redondo, de pequeño tamaño (entre 5 y 25 cm). En ellas destacan las partes del cuerpo relacionadas con la procreación, es decir, pechos, nalgas, pubis y caderas. La cabeza carece de rostro y las extremidades son muy reducidas o no existen. Las más conocidas son las llamadas «venus» de Lespugue y de Willendorf. Se han interpretado como exvotos para favorecer la fecundidad de la tribu. Son, pues, estatuas-símbolo de la maternidad. También nos han llegado esculturas de animales y piezas talladas en hueso o marfil, cuchillos, colgantes o bastones, con dibujos labrados en su superficie, lo que hace pensar en un sentido simbólico.
La pintura del Paleolítico Superior
Techo de la cueva de Altamira (12600-11500 a.C.) Varias cuevas de la cornisa cantábrica, como las de Tito Bustillo en Asturias y Altamira en Cantabria, y del sur de Francia, como la de Lascaux, albergan pinturas parietales. Para obtener los pigmentos se servían de óxido de manganeso, con el que conseguían tonalidades violáceas; óxido de hierro, que produce una gama rojo-ocre; carbón y sangre; empleaban como aglutinante grasa animal, que se absorbe en la roca, lo que explica su inalterabilidad. Como instrumento utilizaban sus propios dedos o rudimentarios pinceles; a veces aplicaban la pintura con un tampón impregnado de color, método que se llama tamponado. Otro procedimiento, denominado impronta, se basa en la imposición de una plantilla, por ejemplo una mano, sobre la roca, lo que permite reproducir su silueta, bien en positivo o en negativo. En ocasiones, contorneaban la figura con un buril. Mientras las figuras humanas son muy esquemáticas, las de animales, mayoritariamente bisontes y caballos, sorprenden por el uso que hacen de algunos recursos que demuestran una voluntad naturalista, como el aprovechamiento del relieve para insinuar volumen o la gradación de tonos de color para sugerir bulto. Aunque
muchas veces se trata de imágenes muy simples, conseguidas por el dibujo del perfil, hay otras más complejas, como las que recurren a la llamada perspectiva torcida, basada en dos o más puntos de vista simultáneos en la misma figura representada. La interpretación de estas pinturas es todavía incierta. Se cree, mayoritariamente, que formaban parte de un rito de magia simpática: la representación de un animal propiciaba el éxito en la caza. Pero algunos investigadores han sugerido que los animales caballo y bisonte, en concreto- sean signos de dos conceptos opuestos, lo masculino y lo femenino: las figuras formarían parte, pues, de un rito de fertilidad. La pintura levantina del Epipaleolítico
Pinturas de la Cueva del Cogull o «Roca dels Moros» Al final del Paleolítico Superior, hace unos once mil años, la tierra comenzó a sufrir un cambio climático, con una elevación de la temperatura. Ello supuso un cambio en la vegetación, la fauna y las costumbres humanas. El período comprendido entre el Paleolítico Superior y el Neolítico, entre el 8500 y el 5500 a.C., que engloba culturas todavía tradicionales, se denomina Epipaleolítico.
Las pinturas de este período, algunas halladas en el este de la península Ibérica, son muy esquemáticas y casi monocromáticas , realizadas en abrigos rocosos, abiertos al exterior. Tienen un carácter narrativo: cuentan la vida de la tribu, con sus diferencias de género y distintas actividades, como pueden ser la caza o la recogida de la miel. Neolítico y megalitismo El Neolítico con sus cambios en los modos de vida trajo consigo nuevas formas de organización y creencias que dieron lugar a transformaciones en el arte. Las construcciones megalíticas
Crómlech de Stonehenge (2400-1500 a.C.) La llamada «revolución neolítica» empezó a extenderse por Asia Anterior, norte de África y sur de Europa entre el 7000 a.C. y 3500 a.C. A otras zonas llegó más tarde. Supuso un cambio radical en los modos de vida: la población se hizo sedentaria agrupándose en aldeas, se cultivaron las tierras, se domesticaron animales y se empezaron a producir objetos más complejos: cerámica, metalurgia, tejidos, y piedra pulimentada. La religión, que determina las formas artísticas, estaba dominada por el culto a las fuerzas de la naturaleza y a los muertos.
En Europa Occidental se levantaron, a partir del 4500- 4000 a.C., las primeras construcciones en piedra, que revelan una compleja organización social y religiosa. Se llaman megalitos, término griego que significa «grandes piedras», por el enorme tamaño de las piezas con las que están realizadas. La forma más simple es el menhir , que está compuesto por una sola pieza de piedra, alargada y clavada verticalmente sobre el suelo; tienen una altura variable y, a veces, aparecen colocados en filas, formando alineamientos, lo que se ha interpretado en relación con la existencia de un campo sepulcral o con el culto al sol, ya que están orientados en dirección este-oeste. Los más famosos son los de Carnac, en Bretaña, Francia. Cuando los menhires se agrupan en círculo, formando uno o varios anillos concéntricos, el conjunto se denomina crómlech. El más famoso es el de Stonehenge, en una desnuda llanura cerca de Salisbury, en el Reino Unido, que se ha explicado en el marco de alguna ceremonia relativa al sol, ya que la prolongación de la abertura, hacia el nordeste, se corresponde exactamente con el punto por donde sale el sol en el solsticio de verano. Su construcción ha sufrido una larga trasformación, desde un sencillo círculo de piedra, hacia el 2400 a.C., hasta que fueron colocados los grandes hitos de piedra en círculo, hacia el 1800 a.C. Hacia el 1500 a.C. se dispusieron los bloques, de dos en dos, con una tercera piedra encima, que resultan tan característicos, y aún fue reformado y utilizado en los siglos siguientes. Una forma más compleja es el dolmen , que es una construcción cubierta, con varias piedras laterales que sostienen, al menos, una horizontal. Tenían una función funeraria, como sepulturas, con objeto de proporcionar descanso eterno al difunto. Para llevar a cabo estas construcciones se exigía, a veces, el desplazamiento de los bloques desde grandes distancias, mediante troncos deslizantes y rampas de tierra, que requerían la ayuda de muchas personas, lo que revela la existencia de comunidades amplias