CONSEJOS ÚTILES PARA CONSERVAR EL PODER
Por LAURA PATRICIA DÍAZ RESTREPO Los seres humanos, por naturaleza, queremos sentirnos superiores, deseamos ser la cabeza que decide y que el resto del cuerpo siempre esté de acuerdo; y ni siquiera los príncipes son inmunes a este deseo, a este aspecto de la naturaleza humana, que es lo que se conoce como adulación. Y es que la adulación puede ser muy peligrosa para un príncipe, pues, en palabras de Nicolás Maquiavelo, “con facilidad caen los príncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien”; el peligro estriba en que, si hace caso a los aduladores, se perderá por culpa de ellos, e ignorará mejores formas de proceder que cualquiera de aquellos que lo rodean podrían haberle dado a conocer, porque el adulador sólo dice lo que cree que el mandatario quiere, y no lo que necesita oír. A este problema, Maquiavelo plantea una sencilla, pero no fácil, solución: “rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y sólo en ellas.” Procediendo de esta forma, un príncipe se libera del peligro no sólo de los aduladores, sino también de ser considerado incapaz de gobernar porque todos opinan indiscriminadamente, con o sin su aprobación. Otra situación a la que tiene que enfrentarse un príncipe es a cómo controlar un nuevo Estado que añade al que ya poseía. Maquiavelo hace una aclaración con respecto a esto, pues es muy diferente un príncipe nuevo que conquista un Estado a un príncipe con un Estado propio que adquiere uno nuevo; para el primer caso, Maquiavelo aconseja armar a cierta cantidad de súbditos, pues “de este modo, las armas del pueblo se convirtieron en las del príncipe”, y así no necesita depender de ejércitos mercenarios, que reportan más peligro y desventaja que beneficios. El segundo caso es muy diferente, pues como el príncipe ya posee un Estado, ya tiene súbditos armados que son sus soldados, por lo que para él es mejor desarmar a los habitantes de su nuevo Estado, aunque, como dice Maquiavelo en “El Príncipe”, “aquellos que se declararon partidarios suyos durante la conquista (…) con el transcurso del tiempo y aprovechando las ocasiones que se le brinden, es preciso debilitarlos y reducirlos a la inactividad”, y sólo arreglarse sólo con los soldados del Estado antiguo. Esto es así porque, al ser privados de su antigua libertad o de su antiguo mandatario, si se dota de armas a un nuevo Estado conquistado, se le está dando mayores posibilidades de revelarse en contra de su nuevo príncipe; pero si se les desarma y se depende sólo del antiguo ejército, al haber estado bajo su mando desde tiempos anteriores serán leales, mientras no se cometa ninguna acción que pueda ponerlos en su contra. En resumen, la tarea de un príncipe, sea nuevo o no lo sea, nunca será fácil. En el caso de un mandatario novato con su primer Estado, siempre la parte más m ás difícil es cuando establece nuevas leyes y costumbres, ya que “el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y
no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas” 1; es decir, aquellos que sacaban mayor ventaja de las leyes antiguas aprovecharán cualquier oportunidad para atacar o para obligar un retroceso en materia de leyes y costumbres, mientras que los que se benefician con las nuevas las defenderán suavemente, pues no tienen completa seguridad en estas leyes y costumbres al ser nuevas, para ellos es más o menos como dice el dicho “más vale malo conocido que bueno por conocer”. En estas situaciones Maquiavelo aconseja utilizar la fuerza, pues dura más una convicción impuesta violentamente que una que entra fácil, pues en esta última situación se carecerán de medios para hacerlos creer, y mucho menos para hacerlos obedecer. Pero a pesar de todo lo anteriormente dicho, o mejor, para un completo aprovechamiento de todo lo anterior, un príncipe nunca debe olvidar lo siguiente: “príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado” 2. Un mandatario debe hacer todo lo posible para conservar un Estado, pero evitando ser odiado, pues esto sólo lo perjudicara; debe hacer que le teman, así se garantizará obediencia y respeto, e incluso, en el mejor de los casos, el amor de sus nuevos súbditos, aplicando clemencia y crueldad en la justa medida, para no ser visto como débil, pero tampoco completamente cruel.
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El Príncipe, Nicolás Maquiavelo, Capítulo VI El Príncipe, Nicolás Maquiavelo, Capítulo XVII