Colección Teatro Clásico Universal
HEINRICH HEINR ICH VON VON KLEIST KL EIST
Catalinita de Heilbronn o
La prueba de fuego
La batalla de Arminio
Traducción de José María Coco Ferraris
Ediciones Nueva Visión Buenos Aires
I.S.B.N, 950-602-271-7 © 1992 1992 por Ediciones Nueva Visión SAIC Tucumá Tucumán n 3748, 3748, (1189) (1189) Buenos Buen os Aires, República Repúbl ica Argentina Queda hecho el depósito que q ue marca marc a la ley 11.723 11.723 Impreso Impreso en la Argentina Argentina / Printed in Argentina
INTRODUCCION
Si creéis en mí, seré para vosotros vosotros lo que queráis; o como Dios lo quiera; implacable o risueño; los que dudan, dudan, ésos, ¡ay!, ¡ay!, me reducen a ceniza. (Kleist, en uno de sus Epigramas.)
El más grande poeta trágico en lengua alemana, Heinrich von Kleist, tartamudeaba en público y, presa de la mayor confusión, a menudo tenía que abandonar precipitadamente la compañía. Ocurría también con frecuencia que desapareciera inexplicablemente durante días o meses —como en aquel misterioso viaje a Wurzburg en 1800, 1800, quizá para operarse de una deficiencia deficien cia fisiológica que le impedía una sexualidad normal— y cuentan sus amigos que a intervalos casi cas i regulares permanecía perm anecía días enteros en cama, fumando fuma ndo su pipa y consagrado consag rado a la composición de una nueva obra. Eso cuando cuand o no calmaba su desasosiego existencial con unan u nano o tan exigua dosis de opio opio (un visitante lo encontró encontró cierta vez tendido tendido a los los pies de lac am aen ae n una una especie de desmayo catatónico; ¿o se trató quizá de una primera tentativa de suicidio?). Cabe recordar recor dar aquí un pasaje pasaje de La lucha con el demonio de Stefan Zweig —ensayo que, aunque algo overwritten para pa ra nuestro gusto de hoy, tiene el mérito de ser, al menos por cuanto yo sepa, la única semblanza semblan za de Kleist disponible en traducción española— españ ola— en el que se resume tan notable desequilibrio temperamental: Sufría de un exceso de pasión, pasión, de un sentimiento sentimiento desenfrenado hasta lo extravagante, que sin cesar lo impulsaba a todo exceso y que sin embargo en ningún momento podía expresar de palabra o en acto a causa cau sa de un sentimiento moral moral igualmente exacerbado, un imperativo kantiano y hasta hiperkantiano que reprimía y aherrojaba el apasionamiento... Quería ser siempre sincero y se veía obligado a callar. Demasiada sangre unida a demasiado cerebro, demasiado temperamento y demasiado control, un mundo mundo de deseos sofocados por
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una férrea coraza ética. Era inevitable inevitab le que la presión de tanto conflicto terminara en explosión.
Ybicn, Ybic n, a un ser tan poco equilibrado, un enigmapar enigma paraa sí m ismo como para los demás, le tocó en suerte suer te vi viren vire n una una de las épocas más fatídicas que pueda imaginarse, el incierto vado vad o entre el siglo xvm y el xix, del antiguo régimen, con su relativa rela tiva estabilidad y pausado pau sado ritmo, al nuevo orden orden de cosas inauguradopor laRevolución laR evolución Francesa y que solamente solamente una burguesía sin prejuicios supo aprovech ap rovechar ar para su desatado afán de lucro. lucro. O sea que, como último vástago de una noble estirpe empobre em pobre cida ci da—su —su pariente política Marie von Kleist se vio obligada a vender vender el precioso manuscrito del Príncipe de Homburgo que su primo le había había confiado, circunstancia a la que debemos que se sal vara del auto de fe en que el poeta mismo sacrificó sus últimas obras—, tuvo que hacer frente con armas desiguales a una lucha despiadada por el poder y el dinero, en una Alemania pulverizada en casi 40 principados y ducados de opereta, rebosante de intrigas y maniatada por una cen sura pueril. Y, como colmo, casi inerme ante el avance arrollador de las tropas napoleónicas. Son patéticas, en los últimos últimos meses de su vida, algunas de las cartas en que solicita —sin éxito— del rey de Prusia o de sus funcionarios un puesto administrativo o una modesta modesta pensión. pensión. A despecho de tantos contratiempos —por ejemplo, la débácle financiera del Phöbus , revista en que había cifrado tantas esperanzas y que diera a conocer importantes fragmentos fr agmentos de su work in progress, por ejemplo, de Pentesilea — , precisamente precisa mente entonces, hacia hac ia 1807, se diría que que por fin coincidieron el hálito trágico de una época infausta y la pujanza creadora del poeta en su última sazón. Después de Jena, cuando cuando se desbarató toda veleidad de resistencia de las tropas prusianas, Kleist desborda de fervor patriótico en unos himnos y poemas con los que, que, a decir dec ir verdad, verdad, nadie hubiera podido aspirar a la inmortalidad. inmortalidad. Pero, casi contemporáneamente, coloca en su auténtico terreno, el quehacer dramático, tres hitos que serán la culminación de su carrera: carrera: Käichen von Heilbronn, La batalla de Árminio y el Príncipe de
Homburg Homburgo. o.
Muchos Muchos elementos dispares se han rastreadopara rastread opara explicar la génesis de nuestra Catalmila, pero en mi modesta opinión una de las las explica expl ica ciones ciones más plausibles puede pu ede buscarse buscars e en el subtítulo levemente levement e irónico que la acompaña: Gran drama histórico-caballeresco histórico-c aballeresco (¿reminiscencia ( ¿reminiscencia de las doctas disquisiciones de Polonio en Hamlet, acto II, esc. II?) Después Después de planearen planea ren las alturas de la mitología griega, griega, el poeta desea acercarse aí sentimiento popular, pero —marcando sus distancias—
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hace notar que para ello bien puede seguir las huellas ilustres del patriarca patriar ca de Weimar. Ritiers pieí gozaba El drama caballeresco o Ritierspieí gozaba de vasta difusión en el teatro popular de Alemania y, en pleno Sturm und Drang, el mismo Goethe estableció su arquetipo en 1773 con el admirado Goetz von Berliching Berli chingen, en, el condotíiere de la mano de hierro. Fue objeto de innumerables innumerables imitaciones, también en el campo narrativo, encendien do un “fuego de entusiasmo nacional” queel autor del WilhelmMeister aprend izaje, libro II, cap. 10. Del describe con ironía en Los años de aprendizaje teatro tal manía no tardó mucho tiempo en extenderse al campo narrativo y, aunque asiduo lector él mismo del Quijote (véase más adelante), adelante), Kleist Kleis t se burla de esa moda en en una carta de septiembre de 1800: en una librería, el dependiente le aseguró que en esa ciudad (Wurzburg) se leía muy poco, y menos que menos autores como Wieland, Goethe o Schiller. ¿Qué son, entonces, todos esos libros que adornan las paredes? — Historias caballerescas, caballere scas, solamente solament e historias caballerescas, caballeresc as, a la derecha aquellas en que aparecen fantasmas, a la izquierda, sin fantasmas, como usted prefiera.
En Cataíinita no aparecen fantasmas, pero sí un ángel, invisible para pa ra quien no tenga ten ga un corazón tan puro como e! de la heroína. Los críticos crític os han exhumado, exhumado , en relación con esta obra, un cúmulo de elementos de los cuentos cuentos populares, pop ulares, e incluso fueron a turbar la paz de Boccaccio con su Griselda, el último cuento del Decamerón. Decamer ón. Se trataría en esencia del del conflicto confli cto de un un caballero (nuevo Hércules Hércu les entre el vicio vicio y la virtud) virtud) que vacila entre su genuinap genu inaprom rometida etida— — imposible que sea la plebeya Catalina, puesto que le han han profetizado una u na hija de Emperador— y la falsa, doblemente en este caso por tratarse de la truculenta Cunigunda, un “mosaico de artificios". En su anhelo por escribir un nuevo Goetz, el el autor comienza su drama en prosa— pro sa— en una escena en que pululan pulu lan los elementos elemento s propios propi os de la utilería popular: la Santa Fema, una acusación acusación de brujería, brujería, las interminables pendencias entre caballeros, seguida por otra que recuerda extrañamente los desvelos desvelos de d e Don Quijote semidesnudo en el bosque— , pero de pronto “no puede con el genio" y se lanza a componer un verso que, a diferencia de cuanto ocurre en el Singspiel entre recitativos y arias, aquí sirve para pa ra hacer avanzar av anzar la acción. acción. Se ha mencionado una balada popular (Graf Walter) en que se narraba ya y a con pelos y señales la historia his toria de Cataíinita Cataíini ta y el conde vom Strahl, pero resulta difícil creer que q ue figurara figur ara allí un un rasgo tan kleistian kleis tiano o 9
como esa misteriosa atracción atrac ción entre la niña y ei caballero, que sólo se explica porque porq ue un mismo ángel ha habitado sus sus sueños. En una escena de extraordinaria intensidad, una verdadera sesión de psicoanálisis, psicoaná lisis, el caballero descubre con maravilla y desconcierto la clave del enigma, de la devoción sin límites de la niña y de su propio amor insensato. insen sato. Se ilumina el lugar hechizado, el “perfumado bosquecillo de saúcos donde anida el verderón” verd erón” que reaparece reapare ce luego como el motivo de una balada. balada. Podemos estar seguros de que, en un hombre como Kleist, tanta exaltación germanista no era un simple adaptarse a una moda. Cons ciente o no de ello, sintió que debía volver a abrevarse en las fuentes del espíritu germano, reivindicando sus valores frente a la cultura francesa que hasta ese momento también había considerado suya. Esto le imponía al mismo mismo tiempo sacrificar el clasicismo de una Grecia que —si — si bien en muy personal recreación, como también la habían recreado Goethe, Schiller o Beethoven— le había inspirado obras como Anfitrión y Pentesiiea . Pero eso no entrañaba un cambio completo de rumbo; Pentesiiea Pentesi iea y Catalina se presentaban a su imagi nación como el anverso y el reverso de una misma medalla, y así las presenta en una carta de diciembre de 1808 1808;; Para quien ame a Calalinita, el personaje de Pentesiiea no puede resultarle resu ltarle totalmente incomprensible, inco mprensible, ambas van juntas como el e l + y el - dei álgebra, son el mismo ser, sólo que presentado en relaciones opuestas.
Señalemos que libera su fábula de casi todas las ataduras con el tiempo y sólo mantiene las indispensables con el espacio. Ultimo vastago de una ilustre estirpe prusiana, sitúa sin embargo los hechos en el paisaje paisa je más suave y sonriente de Suabia (Würtemberg), a orillas de Neckar y no muy lejos del Rin y de Estrasburgo. Heilbronn, meta de peregrinos, se engalana con un nuevo personaje típico, típico, que todavía hoy conmemoran innumerables figurillas de Kätchen —con atavío vagamente folclórico y su obligado sombrerito de paja amarilla— que no dejan de llevarse como recuerdo los turistas, esos asendereados peregrinos de nuestra época. Mucho más arduo sería se ría situar la leyenda en el tiempo, como no sea en una Edad Media de caballeros, hechizos y aventuras. En cuanto a la Santa Fema (derivado de una palabra del antiguo germano que equivale a "venganza”), era un tribunal de última instancia, pero compuesto por po r un un jurado de "hombres "homb res probos’ que entendía en ciertos casos muy especiales (herejía, brujería, asesinato) o cuando un tribunal
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ordinario se hubiera negado a dictar sentencia. Se difundió en Alema nia a partir parti r del siglo xv, lo que nos nos indica un vago post po st quem temporal. El otro subtítulo de la obra, la "Prueba del fuego", nos recuerda las legendarias ordalías de los germanos, una penalidad que Catalinila supera temerariamente gracias a la protección del Angel que sólo sólo ven ven sus ojos. Después de la "crisis kantiana”, el reconocimiento de que toda verdad objetiva nos está vedada, vedada, el poeta se s e esforzó por p or encontrar otra otra puerta pue rta de acceso a lo que él llamaba “el paradiso” para diso” , e incorporó ese conflicto existencial en sus personajes. Pentesiiea cree hallar el camino gracias a la brújula infalible de su sentimiento, lucha con su destino y en la muerte reconoce su derrota: Lo más alío que alcanza fuerza humana lo logré... y he intentado lo imposible... Aposté todo a una sola jugada; el dado decisivo está lanzado, debo yo comprender lo... ¡y que he perdido!
En su música nos parecía oír la voz misma del poeta. En cambio Catalinita Catali nita es un ser “anterior “anter ior á la Caída”, Caída” , “sana de cuerpo y de espíritu como pudieran serlo los primeros hombres que habitaron el mundo” (acto I, esc. I). I). No duda un instante de la realidad reali dad de su suelto suelto y, con la seguridad y precisión del sonámbulo, atraviesa incólume los peli gros y, y, gracias a una entrega sin límites, convence conven ce al final al al caballero y despíertaenélun despíertaené lun verd verdade adero ro amo amor. r. Seenriqueceasílac Seenriqu eceasílaconsejapo onsejapopular pular con unapreocupac unapreoc upaciónm iónmáso áso menos menos científicamuy demo demoda da en aquellos aquellos primeros primero s años del del siglo xix: xix: el interés por la "faz nocturna de la ciencia natural”, sobre la cual dictó con gran éxito una serie de conferencias el “filósofo” G. H. S chub ch ubert ert (1780-1860); si bien sobre fenómenos tonterías,, tales como ía hipnosis y el sonambulismo aducía no pocas tonterías debe reconocerse que algunas de sus observaciones anuncian —muy en lontananza— el psicoanálisis. "Aquellos en quienes se ha inducido un sueño magnético (=hípnóíico) no solamente solam ente recuerdan las circuns tancias en que que se hallaban durante la vigilia... sino quepued que pueden en recordar rec ordar detalles de un tiempo muy anterior, hasta el cual cu al no suele remontarse la memoria.” Y tal "aspecto nocturno" había fascinado siempre a Kleist, recordemos el desmayo desmayo de Alcmena (que textualmente se repite repite enKätchen), enKätche n), el portentoso delirio y el el éxtasis éxtasis "dev "d evor orad adof of’dePentesilea; ’dePentesilea; más tarde, también el Príncipe de Homburgo (y, en sus cuentos, la Marquesa de O.) se moverán en la atmósfera enrarecida de los fenómenos extrasensoriales. Es como si Kleist ya hubiese explorado
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el camino hacia el subconsciente a través de los sueños y del sueño, “esa pequeña puerta escondida que nos guía a la parte más íntima y profunda del del alma“ al ma“ (Carl Jung). No es de extrañar que quienes creían en la naturaleza como un continuum en perpetua evolución y en el conocimiento de la misma como un árbol que despliega sus ramas y enriquece su savia hasta frutecer en el secreto más ansiado: la sabiduría, que ellos y en primer prim er lugar Goethe, se sintieran rechazados rec hazados por tal existencialismo avant la El infaltab ltable le Eckermann consignó varias veces en sus sus conver lettre. Elinfa saciones la reacción del gran hombre, con expresiones tales como “confusión de sentimientos”, sensibilidad “patológica”, etc., aplica das a Kleist. Su media hermana Ulrike, que vestida de varón lo acompañara en sus erranzas juveniles juve niles y que terminó arruinándose para dar le apoyo financiero, recibió recib ió poco después del trágico 21 21 de noviem noviem bre una una carta de adiós en que su hermano reconocía que “para “pa ra él ya no. había remedio en este mundo”, m undo”, y desde ese momento prohibió que en su casa y en su presencia se mencionara el nombre de Goethe. Goethe. Tras este preludio relativamente plácido, puesto que el drama de “f eliz”,, el destino se encargó de dar un Catalinita tiene un desenlace “feliz” vuelco mucho más más trágico a la trilogía definitiva. UnaEur Una Europa opa (y sobre todo Alemania) de rodillas y “pacificada” después de una serie de aplastantes victorias del “cónsul universal” —como lo había zaherido Kleist— pareció recobrar nuevas esperanzas ante las sorprendentes sorprendentes noticias que llegaban llegaban desde España: el titán no era invencible y ahora trastabillaba ante la terca te rca resistencia de todo un pueblo (nuestro poeta compuso una oda en honor de Palafox, heroico defensor defens or de Zaragoza). Todo el horizonte literario de Alemania se encendió de de ardor patrió tico, mientras en las cortes de Austria y de Prusia hacían febriles preparativos prepara tivos para par a aprovechar aprovec har la coyuntura. Evidentemente, la corte co rte de Weimar Weim ar fue una de las pocas que supieron mantener la sangre fría. En uno de sus urticantes epigramas Kleist fustiga a los que dudan y lo reducen a ceniza. Y el príncipe de los “dudosos” (Zweiflern) era siempre él, ¡Goethe ¡Goethe!! Kleist, que era hombre capaz de odiar— odia r— véase véase su novela corta Michael Micha el Kolhaas Kolhaa s, cuyo héroe se lanza, como reparación de la injusticia injusticia que ha padecido, a cometer las peores iniquidades iniquidades— — imagina un nuevo drama histórico-legendario en que los últimos reyezuelos germánicos se atreven a desafiar la potencia de Roma. Y el odio odio y la resistencia se encarnan en la figura enigmática enigmática de Hermann (Arminio para los romanos) el caudillo querusco. Todo el drama dram a es un exaltado llamamiento a la causa común entre ios germanos del norte (Prusia o Hermann) y los del sur (Marbod, Austria) en contra del
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enviado de Roma (Napoléon), (Napoléon), con escarnio de quienes quienes habían optado por la alianza sacrílegacon sacríl egacon los invasores, invasores, osea os eala laLi Liga gade delR lRin. in.Ba Bavie viera ra,, Sajonia. A partir de este esquema simbólico y escueto el poeta forja una genuina entidad dramática. Todos los personajes son seres de carne y hueso, y nada estaría más lejos de la realidad que imaginar a los germanos como salvajes y primitivos en comparación con el superior refinamiento.de los romanos. Bastará recordar un solo detalle: la delicadez delic adezaa con con que el dubitativo Marbod juega jue ga con los rubios cabellos cabel los de los hijos de su rival (acto IV, esc. I). También Tusnelda se ve enredada en un juego sutil de espejos y de enigmas, como Álcmena, para par a revelarse al final final como una una nueva Amazona cuando aniquila per ursam interpositam a su fatuo admirador. Sabemos Sabemos por la historia que Arminio había pasado muchos años en Roma y aprovechado las enseñanzas de los mejores maestros. Con indignación tanto más enconada debía sentir el contraste entre tan elevadas lecciones morales y la codicia y el cinismo con que se comportaban los enviados de Augusto. Augusto. Consciente de no pod poder er alcanzar la victoria definitiva, reviste también él la duplicidad de la máscara, trama una estrategia de “tierra devastada” y de guerrilla —¿reminiscencia — ¿reminiscencia quizá quizá de de la rebelión rebelión hispánica?— hispánica?—,, y más que en en sus inciertos aliados confía en la trampa de la topografía para hacer perder pie a la grandeza de Roma. Los bosques, las ciénagas de aquella Germania se magnifican y multiplican en la imaginación del poeta como un leitmotiv siempre presente. Esa ardiente imaginación convierte lo que debía ser un drama “de circunstancias” en un levantado poema épico: recuérdese, por ejem plo, el pasaje en que el caudillo, para exacerbar la indignación de sus tribus, ordena enviarles los disiecta membra de una desdichada des dichada joven violada por un romano (o presunto tal) y apuñ apuñalad aladaa por su propio padre paia pa ia lavar lavar la afrenta (episod (episodio io que se se inspira inspira en el Libro de los Jueces, Jueces, cap. cap. 20). Todo recurso es válido válido para enfrentar e nfrentar al tirano —probablemente ment e el el presunto romano era un “prov “provoca ocador dor”” enviado enviado por el mismo Arminio— Arminio— y elquerusco elqueru sco hacom hac ompre prendi ndidoq doquee ueenn una guerra semejante la sed de justicia toma lícito aun lo más injusto (otra vez Michael Kolhaas).
Este sentimiento de su derecho es el que lo guía, y no se equivoca, como no se equivocaba el de Pentesilea. Pentesilea. En otros dos momentos por lo menos —la escena del tumulto en el acto IV y la aparición de la Macb eth , en eí acto V— germánica germán ica alruna, casi c asi un eco de las brujas de Macbeth el acontecer dramático roza la intensidad shakespeariana. Modelo 13
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inmortal cuya imposible emulación el joven autor había confesado desde su primer drama La L a familia fam ilia Schroffenstein, Schroffenstein, Kleist soñaba quizá colocarse así a la cabeza de la resistencia contra el odiado Napoléon Napol éon y sus franceses, pero la batalla de Wagram (julio de 1809) vino a desbaratar todas esas ilusiones y proyectos. Se ve paralizado en el momento mismo mismo en que que su empeño empeño político político estaba esta ba al rojo vivo; queda qued a como una marioneta a la que que le ha a cortado los hilos (véase más adelante) y el poeta, literalmente, desaparece. Durante algún os os m eses nada se s e sabe sa be de él y no pocos rumores se dif unden (retiro en un convento, cura en una casa de salud, incluso se habla de su muerte). muerte). Pero ese espíritu es píritu hasta has ta entonces indomeñabíe resurgirá resurg irá de su eclipseco eclip secon n su “canto del cisne” cis ne” bajo el brazo brazo;; el Príncipe deHomburgo. Nuevas esperanzas esperanzas de granjearse el favor de la corte dePrus dePr usia ia y nueva decepción, decepción, por po r múltiples razones (véa (véase se el prefacio a mi versión de la obra en esta misma colección) o simplemente por falta de inspiración, Kleist renuncia en adelante adel ante a escribir escrib ir para el teatro. teatro. Y señalemos de pasada que que — así como c omo Van Gogh sólo vendió en vida uno de sus cuadros— cuadros— nuestro nuestro autor nunca vio puesta en escena una de sus obras. En el Berlín de 1810, donde la omnipresente censura en vano se esfuerza por po r reprimir un intenso movimiento movimiento social y cultural, Kleist es presentado en los mejores circuios, traba nuevas relaciones y remoza otras de vieja vie ja data; de pronto, algo que nada hacía prever, se lanza con su amigo Adam Mull M uller eraa una audaz audaz empresa periodística, periodística, la publicación publicación de un un vespertino vespertino (cosa rara para la época) época) que entre otras cosas publicaría “en caliente” sucesos de la crónica policial, con el título de Berliner Abendblätter (“Diario de la tarde de Berlín”). Añadiéndose a las restricciones y cicaterías de la censura los los rozamientos con el católico y conservador Müller, no es de extrañar que que aun au n suceso inicial muy halagüeño siguieran una rápida ráp ida decadencia y el el anunciado colapso financiero (como ocuniera pocos años antes con el Phobus ) . Nuestro Nuestro autor dio a conocer allí sus últimos relatos, pero poco poco a poco se fue limitando a notas breves sobre hechos curiosos, sólo realzadas por su estilo inconfundible inconfundible y que no siempre llevan llevan su firma. firma. El florón florón de la serie fue un artículo que en estos últimos decenios ha inspirado a los críticos las más variadas inteipretaci inteip retaciones ones y en el el que algunos han creído encontrar la clave misma de la l a concepción concepción kleistiana: Sobre el teatro de títeres. Rozando apenas el suelo gracias a la destreza del manipulador, el títere está liberado de esa gravitación que impone al bailarín bailarín la necesidad de retormar contacto con el suelo para p ara cobrar nuevo nuevo impulso, momento antidanza anti danza por excelencia. excelencia. Por Po r estar el centro centro de gravedad fuera de su cuerpo, de allí all í nace su encanto. Un estado de gracia al que no podría podrí a aspirar aspira r un ser humano. “Sólo un Dios podría, 14
en este aspecto, superar la materia, y éste es el punto en que se funden los dos extremos del anillo del mundo”. El poeta recurre recurr e a conceptos de la matemática para explicar el mundo sensible, así como redujera a una fórmula algebraica la identidad de dos destinos: Kátchen y Pentesilea. Caos de fuerzas fuerzas centrífugas y en contradicción que amenazan destruirla, esta est a última sólo sólo puede hallar equilibrio equilibri o en esa misma misma contradicción, quePrótoe describe con un símil arquitectónico: ¡Resiste, como está Firme la bóveda porque sus sus bloques quieren desplomarse! (Esc. DC DC)
Exist Ex istee sin sin embargo un reine Tor (el (el puro inocente, según se gún la mística místic a de Parsifal), un ser ser cuya gracia atraviesa el mundo con la levedad de un sueño y el encanto de un volatín, que qu e obtiene la redención sin haber cometido pecado, y su símbolo cs Kätchen. Temperamento genial que se nutría de su propio desequilibrio, apasionado hasta el paroxismo pero maniatado por un rigor ético que le impedía imp edía— — y jamás sabremos si si a esto se añadía algún impedimento impedimento físico— todo desborde sexual sexual o moral, Kleist había encontrado en la creación de personajes como él mismo extraordinarios (e incluso consubstanciados: él eraPentesilea, Arminio, el Príncipe de ttomburgo) una válvula de escape para aliviar una presión interior inte rior incontenible. Y ahora, en momentos en que hasta ia inspiración se le negaba, es probable que como nunca nunca se haya sentido "tan maduro para la muerte” , viendo en el suicidio — tentación que tantas veces lo había rozado en su vida, como lo atestiguan sus cartas— no una fuga cobarde, sino la culminación orgiástica de un rito libremente aceptado, esa “muerte libre” (la palabra alemana Freitod también también puede interpretarse como suicidio) que anhela el Príncipe después de arrebatar a ia dura sentencia aceptada su girón de inmortalidad: ¡Quiero la ley sagrada de la guerra, que transgredí a la vista de las tropas, glorificarla en una muerte libre! libre!
Para Par a su cabal cumplimiento, empero, ese rito exigía la participación de otra víctima, un amigo o amiga entrañablemente dispuesto a comparti compartirr ese paso paso “de “de unahabiíación u nahabiíaciónaotra” aotra” ,comose ,com oseieee ieeen n una carta carta.. ¿Por qué razón? Algunos psiquiatras psiquiatras explican el suicidio como un acto de violencia que se comete contra sí mismo para castigar castigarse se. Y se me ocurre: ¿cuándo está más justificado justific ado el castigo quecuand que cuandose ose acaba de de asesinar ases inar a un inocente? inocente? En sus cartas y en varias ocasiones Kleist había 15
propuesto entrar entra r jubilosa jubi losamen mente te unidos en el más allá a varios de sus amigos c incluso a su adorada adorad a prima Marie von Kleist, pero per o sin hallar el eco apetecido. Precisamente en 1811, en el momento de mayor desesperación, quiso la fatalidad que entrara en relaciones con una mujer todgeweihte (consagrada a la muerte, en el sentido en que Tristán e Iseo, según Wagner, serán nacht geweihte, consagrados a la noche), noche), Henriette Vogel, Vogel, que se sabía condenada por un mal implacaimpla ca ble, un cáncer de útero. Según la expresión de un biógrafo biógr afo (Curt Hohoff), Hohoff), la amistad apasionada que surgió surgió entre los d o s — y notemos que el el estado de Henriette H enriette excluía toda relación física— fue como un choque de elementos químicos que “cristalizan” “c ristalizan” una una solución propiprop icia; Kleist presintió que había llegado el momento y, al hacerle la eterna propuesta, propuesta, ella aceptó con entusiasmo. entusiasmo. “Queridísima “ Queridísima Mane; Mane ; en medio del himno triunfal que entona mi alma en este instante de la muerte,..”, muerte,..” , con estas palabras anuncia su decisión decisión a su prima política. Incluso eí lugar estaba predestinado; dos veces en su vida había visitado visitado esepáramo, a orillas orillas dcIPequeñoWannsee, apenas apenas aún a milla milla de Potsdam, y había anotado en sus cartas una extraña premonición. No poco deben deben haberse habers e sorprendido s orprendido los propietarios propiet arios de Der De r neue neu e hostería) viendo llegar así, tan fuera de temporada, a Krug ( L a nueva hostería) esa pareja aparentemente empeñada en una excursión campestre. Ocuparon conune habitaciones separadas (aunque contiguas), contiguas), conune il se doit d oit habitaciones pasaron la noche dedicados a escribir escrib ir sus últimas cartas y a ía mañana siguiente, (21 de noviembre de 1811), tras desayunar y dar un breve paseo, solo aceptaron dos tazas decaído deca ído como almuerzo almuerz o y preguntaron —con — con gran sorpresa sorpres a de todos, que en vano trataron de convencerlos conven cerlos de que ya ya no era momento propicio propic io para disfrutar del aire libre, con esa niebla gélida que empezaba a extenderse sobre el lago— si sería posible servirles eí café junto jun to a la orilla. De modo que la criadit cr iaditaa del establecimiento se encargó de transportar transporta r mesa y sillas, sillas ,y debió trajinar varias veces con su bandeja llevando el café (que quisieron repetir) e incluso un frasco de ron, al que el joven jov en parecía pare cía muy aficionado. Luego Lu ego se les vio acercarse al lago y sentarse en un pequeño altozano, como para admirar la plácida plácid a escena. Pocos minutos después de dejarlos solos, la niña oyó en el aire air e invernizo el chasquido chasquid o seco de dos disparos. Al acudir el hostelero y su mujer la encontraron a ella extendida sobre ia hierba, con con las manos entrelazadas sobre el vientre, vientre , y a él reclinado recl inado a su lado como en actitud protectora, empuñando todavía el arma con su mano derecha, y con un disparo en la boca. Sicon Sic on tanto detalle conocemos la última jornada jorn ada y las últimas horas dei poeta, debemos agradecerlo a las actas redactadas con prusiana meticulosidad por’Jos funcionarios de la policía local; es preferible
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pasar por alto oíros particulares particulares macabr macabros, os, por ejemplo, ejemplo, el ensañamiento ensañamiento de la autopsia, practicada in situ y sin tardanza. Merece, sí, anotarse un detalle deta lle curios cur ioso’ o’, entre los efectos person per sonales ales del joven jove n figuraba figur aba un un ejemplar de bolsillo dei Quijote en versión alemana. Los dos cuerpos fueron enterrados al borde del mismo sendero que los condujo a la muerte. Hasta fines dei siglo xix, una modesta estela recordaba la memoria del poeta con estos versos: Vivió, sufrió y murió en tiempos de crueldad. Buscando aquí la muerte, halló inmortalidad.
Hubiera bastado que Kleist resistiera un año más a su daimon destructor destruct or para poder pod er con con templar el principio del fin de Bonaparte: no fueron las forestas y ciénagas de Germania las que sirvieron sirv ieron de trampa, trampa, como él lo profetizara profetizara en suA rmimo.sin rmim o.sinolase olasestep stepashe asheladas ladasdeR deRusia usia las que —más que las huestes de KiituzoY— obligaron al odiado “cónsul universal" a una calamitosa retirada, preludio del ocaso. Pero también la historia de Ja literatura literatu ra se encargó encargó de reivindicarlo y, sobre todo en estos últimos decenios, los críticos han reconocido en él a un precursor, entre otras cosas, del expresionismo. Goethe había lanzado el movimiento movimie nto romántico romántico en plena exaltación exaltació n juvenil juven il y hasta puso de moda el suicidio suicidio con Werther, pero pero más tarde, como temiendo los posibles desastres que esa esa exaltación podría provocar en espíritus espíritus menos equilibrados equil ibrados y solares que el el suyo, se inclinó cada vez más hacia una inspiración clásica y universal, teñida por esa ironía didascática que hoy nos parece bastante aburrida y démodée en su II Fausto. Resulta paradójico comprobar, a dos siglos de distancia, que fue otra corriente corrie nte la que se impuso impuso en la historia y la literatura literat ura germanas, la que desde Kleist lleva a Nietzsche y Wagner y, en último término, al desastre del Reich creado para durar un milenio. Un automatismo expresionista expresio nista envuelve a los héroes y heroínas kleistianos: enfrentados con un enigma, deben jugarse juga rse a todo o nada y, y, aun triunfantes, reconocen su exislencial derrota. Nuestro poeta no vivió bastante tiempo para hallar, como Wagner en su Parsifal, la posibilidad de la redención a través tra vés de la fe o del amor. Recuerdo aquí un curioso curio so pasaje Mahb harata ta, en la versión puesta en escena por Peter Brook, del Mahbhara cuando los Pandravas llegan, huyendo del enemigo, enem igo, a las orillas de un lago que deben atravesar; atravesar; el espíritu que allí all í mora los somete a una serie de preguntas antes de permitirles el paso y entre ellas ésta; “¿Qué es lo que pesa tanto sobre nuestros hombros como una derrota?” Y la 17
respuesta es: “Una victoria”. También Axminio siente que el triunfo puede pue de dejar deja r un gusto amargo ama rgo en la boca bo ca y, y , ante la inminen inm inencia cia de d e su instante más glorioso» se desploma desmayado junto a la encina; al final hasta tolera que Marbod se engalane con los laureles que a él le corresponden. corresponden. Las últimas palabras del del querusco son proféticas, pero en un sentido muy distinto del que el poeta hubiera podido podid o imaginar: ¡Y más tarde será Roma la meta de los audaces...! Pues no habrá paz en todo el ancho ancho mundo mundo hasta tanto no hayamos destruido en su nido esta raza de ladrones, y allí sólo flamee, ennegrecido, su estandarte sobre un montón de ruinas!
Ciento treinta años después de d e su muerte esos esos estandartes en jirones jirone s no flamearían sobre Roma Rom a aniquilada, sino sobre las ruinas humeantes de su propia patria prusiana, de la altiva capital capital del Tercer Reich. Reich. J M . C f .
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CATA LINITA DE HECLB HECLBRO RONN NN O
LA PRUEBA DEL FUEGO Gran drama histórico-caballeresco
PERSONAJES
El Emperador Emperad or Gerhardt, arzobispo de Worms Friedrich Wetter , conde vom Strahl La condesa Helena Helen a , su madre Leon Le onor or , su sobrina Caballero Caballero F lammberg, lammberg, vasallo del conde Gottschalk , su criado Brigi Br igitte tte , ama de llaves del castillo condal Cunigunda von Thurneck Thurneck Rosal Ro salía ía , su camarera Teobaldo Teobaldo Friedeborn Friedeb orn, armero de Heilbronn Catalinda, su hija Godofredo Godofredo Friedeborn Friedebo rn, su prometido Maximiliano, Maxim iliano, burgrave deFriburgo Georg von Waldstätten, su amigo Caballero Schauermann sus vasallos Caballero Wetzlaf Ringrave Ringra ve vom Stein Ste in , prometido de Cunigunda Friedrich von Herrnstadt sus amigos Eginhard! von der d er Wart Conde .Otto von der Flühe l Consejeros Consejeros del Emperador Emperado r y Wtf/írel von Nachtheim Nachth eim f jueces del Tribunal Secreto Secreto //crtj vím Bärenklau Bäre nklau i Jakob Jako b Pech Pe ch , un posadero Trer señores de Thurneck Las La s viejas tías de Cunigunda Un joven jove n carbonero Un guardián nocturno Varios caballeros Un herald h eraldo, o, dos carboneros, servidores, servid ores, mensajeros, esbirros, criados criad os y pueblo
La acción ac ción se desarrolla d esarrolla en Suabia.
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ACTO ACTO PRIMER O Lugar: Luga r: Una caverna subterránea, adornada con las insignias insign ias del Tribunal de la Fema e iluminada por una lámpara
ESCENA ESCENA PRIMERA PRIM ERA Conde Otto von der Flühe, como presidente, Wenzel von Nachtheim Nach theim,, Hans H ans von Bärenklau, como asistentes, asistentes , diver d iversos sos condes, caballeros y señores, todos encapuchados, esbirros con antorchas, etc. Teobaldo Friedeborn, burgués de Heilbronn, como acusador, y el conde Wetter vom Strahl, como acusado, de pie pi e junto jun to a las barreras.
Conde Otto (poniéndose en pie). Nos, caballeros del Alto Tribunal Secreto, esbirros de Dios en esta tierra, vicarios délas dé las milicias celestiales que El convoca entre sus nubes, nubes, para desenmascarar ai crimen allí a llí donde se esconde, como una salamandra, en los redaños del pecho para rehuir reh uir la justicia justic ia de d e los hombres: hombres: a ti te exhortamos, Teobaldo Friedeborn, honesto y bien conocido forjador de armas de Heilbronn, a fin de que alces
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tu acusación contra Friedrich, conde Wetter vom Strahl; ahí le tienes, a la primera convocación de la Santa Fema, tres veces veces pronunciada por mano del heraldo que q ue con el puño de la espada de justicia golpeó a las puertas de su alcázar, respondi resp ondiendo endo a tu demanda, se ha presentado presen tado e inquiere; inqui ere; ¿qué pretendes? (Toma asiento.) Teobaldo Friedeborn, j Altas, santas y secretas Señorías; Si aquel a quien acuso hubiera hecho forjar fo rjar sus armas arma s en mi fragua, su pongamos; pongamo s; de plata de la cabeza hasta hasta los pies, o en negro ace ro, con láminas, hebillas y cercas de oro, y luego, al decirle yo; Señor, págame mi merced, él respondiera; "-Teobaldo! ¿Qué quieres de d e mí? Nada te debo." debo ." O hubiera ido a la lonja de mis pares artesanos paraenfangartnc con co n lengua viperina... O hubiera surgido a medianoche de la sombra de los bosques para pa ra atacar, con espada y puñal, mi vida vida misma. misma. Y bien, bien, ;que Dios me ayude!, ayud e!, pero pero creo que no lo hubiera acusado ante vo sotros. Cincuenta Cinc uenta y tres años he vivido, y padecí tanta injus ticia que es como como si mi alma estuviera empedernida a su agui jón; jón ; ocupado ocupad o en forjar forja r armas para par a otros, otros, mientras que a ellos los embisten los mosquitos, digo yo mismo al al escorpión; ¡alé jate!, jate !, y perm p ermito ito que se vaya. Friedrich, conde Wetter vom Strahl ha seducido a mi hiña, mi Catalina. Apresadlo voso tros, esbirros esbirr os de Dios en esta tierra y libradlo a las huestes que en armas velan junto a las puertas del infierno, agitando sus picas ardecidas por ci ci fuego; ¡l acu sode brujería ignomin ignominio io ¡lo o acusode sa, de todas las artes de ia negra noche y de confratern confr aternizar izar con Satán! Conde Otto . ¡Maese Teobaldo de Heilbronn! Reflexiona en lo que dices. Profieres que el conde vom Strahl, de nosotros bien conocido y de luenga data, data, habría seducido se ducido a tu niña. ¿No lo acusarás de brujería —así lo espero— porque apartó de ti el corazón de tu pequeña? ¿Porque a una niña, con la cabeza llena de ilusiones, sedujo con sólo preguntarle que quién era, o con el mero fulgor de sus rojas mejillas bajo la cimera, o cualquier cualqu ier otro ardid de los que se usan usan a pleno día y en todas las plazas y mercados?
es, Señorías, no lo vi a medianoche errar er rar en algún Teobaldo . Verdad es, páramo o junt ju nto o a las cañas de una ciénaga, allí donde rara vez posa el hombre homb re su planta, pla nta, ni entablar tratos con los fuegos fatuos. No lo hallé en lo alto de una cima, con su vara mágica 22
en la mano, midiendo el reino invisible invis ible de los aíres, o en grutas subterráneas que la luz no visita, levantando polvareda con sus conjuros. A Satán y sus huestes —pues —pue s lo acusé de ser su cofrade—con sus cuernos, rabos y garras, tal como en Heil bronn se ven pintados en el altar, nunca los vi a su vera. vera. Sin embargo, sí me permitís hablar, creo que con el simple relato de lo ocurrido será será suficiente para par a que despavoridos, claman do: “¡Somos trece y el catorce es el demonio!”, huyáis hacía las puertas y sembréis el bosque que rodea esta cueva con vuestras pellizas y sombreros emplumados. Conde Otto, ¡Y bien, viejo querella quer ellante nte desaforado! desaforado ! ¡Habla! ¡Habla! Teobaldo. Primero debéis saber, Señores, que esta última Pascua mi Catalinita cumplió quince años, sana de cuerpo y alma, alma, como pudieran serlo los primeros hombres que habitaron el mundo; mundo; ¡una niña como Dios podría quererla, quer erla, que surgió surgi ó del desierto, en el quieto crepúsculo de mi vida, como un aroma arom a santo de incienso incien so y de mirra! mirra! No podríais podríai s conce co ncebir bir un ser de índole índol e más tierna, pura y piadosa, aunque en alas de la imaginación os remontarais hasta los querubines que, con limpios ojos, asoman sus naricitas entre las nubes en las que Dios tiene su trono. Que paseara pasear a con su atuendo de burguesa bur guesa por las calles, con sombrero de paja barnizado de amarillo, con el coipiño de negro tere iopelo que ciñe su pecho y ad ornado con c on una un a fina cadenilla de plata, y de todas las ventanas surgía un cuchi cheo: ¡es la Catalinita de Hcilbronn! ¡ La Catalinita Cata linita de Heii bronn, señores míos, tal tal como la engendró el cielo de Suabia y como engendrada por la ciudad que aquél cobija! cobija! Primos y primas con los que desde hace tres generaciones se había olvidado el parentesco solían invitarla a bautizos y bodas, y lallam abanquerida abanq ueridaprimita primitaocuña ocuñadiía;todoe diía;todoell mercado mercado sobre sobre el que habitábamos se despertaba para su onomástico, y se apretujaba y pujaba por hacerle regalos; qué, si aquel a quien miraba y le hacía al pasar un saludo, lo atesoraba ocho días seguidos como un ensalmo y lo engastaba en sus plegarias. Dueña Due ña de tierras que su su abuelo, abuelo, excluyéndome ex cluyéndome a mí, le legara por po r quererla como a la niña de sus ojos, era ya, sin hablar de mis bienes, una de las burguesas más desahogadas de este pueblo. Cinco hijos de honestos honestos burgueses, heridos heridos en en lo más hondo por su encanto, habían aspirado a su mano; los caba lleros quepasaban quepasaba n por el lugar lloraban al saber sab er que no era de
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alta cuna; ¡ay!, de haberlo sido, el Oriente mismo se habría puesto pues to en en marcha, confiando a los moros sus perlas perla s y diamandiam antes para pa ra que los pusieran pusie ran a sus pies. Pero tanto su alma como la mía el cielo preservó de todo orgullo; orgullo; y dado dado queGodof queG odofredo redo Friedcbom, Friedc bom, el e l joven campesino campesino cuyas cuyas tierras lindan con las suyas, la quiso para esposa, y puesto que a mi pregunta: Catalina, ¿lo quieres?, merespondió: meresp ondió: ‘‘¡Padre, tu voluntad sea se a la mía!”, mía! ”, voy y dije entre lágrimas de jubilo; ¡Que Dios te bendig ben diga!, a!, y decidí que la Pasc Pa scua ua que viene irían a la iglesia... Así era ella, oh señores, antes de que éste me la robara. ¿Y bien? bien? ¿Qué hizo para robártela? robártela? ¿Por ¿ Porqué quéme medios dios logró logró Conde Olio. ¿Y arrancarla al sendero que le habías trazado? Teobaldo, ¿Por qué medios...? ¡Señores, si pudiera decirlo, entonces io entenderían estos cinco sentidos y yo no estaría ante vosotros ni acusaría todas estas incomprensibles tretas del infierno! ¿Qué debo alegar cuando me preguntáis: por qué medios? La encontró junto a la.fuen la.fuente, te, cuando iba ib a a por agua, y dijo: “Dulce niña, tú, ¿quién eres?” Se apoyó en un pilar, cuando ella salía de maitines, y preguntó: “Dulce niña, ¿dónde vives?” Se encaramó en hora nocturna hasta su ventan ven tanaa y, y, suspe s uspendié ndiéndol ndolee un colla co llarr ai cuello. cue llo. le di dijo*. “Dulce “Dulc e niña, ¿dónde descansa desc ansas?” s?” ¡Oh piadosas Señorías, tales artes no podrían conquistarla!” c onquistarla!” Antes a Cristo engañara el beso de Judas que a ella tales trampas. Nunca, desde que nació, lo vieran sus ojos; su espalda, y la señal que allí heredó de su santa madre, las conocía mejor me jor que a él. (Se echa a llorar.)
es que la sedujo, Conde Conde Otto (Después de unapausa). unapaus a). Y sin embargo, si es viejo extraño, eso debió ocurrir en algún lugar y tiempo, Pentecostés, cuando cuando liegó porcinco porcin co Teobaldo. En Jasagrada víspera de Pentecostés, minutos a mi mi tall t aller, er,par paraa que le reparara, reparara, según dijo, entre el el hombro y el pecho una lámina de de acero quese ques e le habíasoltado habíaso ltado,, Wenzel. ¿Cómo? Hans. ¿A la luz de pleno día?
¿Cuándo se llegó hasta h asta tu taller paraqu pa raquee le repararan r epararan un a placa Wenzel. ¿Cuándo de acero?
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(Una pausa.) Conde Oüo , Domínate, anciano, y cuenta lo ocurrido. Teobaldo (secándose las lágrimas). lágrimas). Serían quizá las once de la mañana cuando él, seguido por una mesnada mesnada de jinetes jin etes,, surgió frente a mi casa-, con gran gra n estrépito es trépito de su coraza saltó de su rocín y penetró en mi herrería: herrería: muy bajo agachó agachó la cabeza, para que el airón que brotaba de su casco no tocara la puerta, y dice: “Maese, escáchame; contra el conde palatino, que ansia derribar vuestras murallas, salgo en armas; el gozo de hacerle frente ha h a hecho saltar la pechera de mi coraza: toma alambre de acero y, sin que tenga yo que desarmarme, pónmela de nuevo en su sitio.” “¡Señor”— “¡Señor” — exclamo exclamo yo— si el pecho pecho hace restallar así vuestra armadura, creo que el conde dejará intactos nuestros muros. Y, forzándolo a sentarse en un escabel en mitad del cuarto, ¡Vino! —exclamó hacia la puerta—; puerta— ; y un buen buen trozo de jamón ahumado! Y así coloco ante él un un taburetecon tabureteco n mi herramienta, dispuesto ampara am pararr esa rotura. Y miembros afuera su corcel aún relincha y, con los caballos de los mozos, hiere el el suelo y levanta una polvareda como si lo hollara un querubín bajado del cielo: hete aquí aq uí que la puerta se abre y, portando en la cabeza una ancha bandeja bandej a de plata con el fino, vasos y vituallas, entra entonces la muchacha. muchacha. Oíd, si Dios se me presentara entre sus nubes, así tal yez me hubiera comportado yo; apenas ve al caballero, vajilla, vasos y comida caen ai suelo con estrépito; con palidez de muerte, muerte, enlazando las manos como si rezara, besando eí suelo con el pecho y Ja Ja frente, se prosterna ante él ¡como un rayo que la hubiera echado a tierral Y al decir yo: ¡Dios del cielo! ¿Qué le ocurre a ía niña?, y al levantarla, me ciñe ciñ e con su brazo, con la fuerza fu erza con con que se cierra cie rra una navaja, y volviendo siempre hacia él su rostro en llamas, como si una visión se le mostrara. El conde vom Strahl, tomándole la mano, pregunta: “¿De quién es esta niña?” Aprendices y criadas sepreci s eprecipitan pitan y claman: “ ¡Dios nos valga! ¿Qué le pasa a nuestra amita?” Luego cuando, con tímidas miradas hacia el conde, conde, parece parece recobrarse, piensoyo: pienso yo: elata e lataque queyah yahapa apasad sado, o, y así con punzones punzone s y clavos pongo manos a la obra. Y muy muy luego: ¡Ea, ¡Ea, señor caballero! ¡Ya puede pued e ir preparándose preparánd ose el palatino! La pechera está en su su sitió, y vuestro corazón puede latir sin temor de de hacerla saltar. Pónese en pie el caballero; a
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la niña, niña, que qu e le liega a la altura altur a del pecho, echa una ojeada ojead a de la coronilla coron illa a los pies, y pensativo, besándola besán dola en la frente, le dice: “¡Dios te bendiga y te guarde, y dé su paz, amén!“ Corremos luego hacia la ventana y, en el instante mismo en que él vuelve vu elve a montar su corcel, de treinta pies de altura, altura, con las manos en alto ¡ella se arroja al pavimento de la calle! ¡Como una enloquecida enloqu ecida a la que faltan sus cinco sentidos! sentidos! Y se rompe las dos piernas, señores reverendos, los dos tiernos huesecitos, apenas sobre el torneado marfil de las rodillas; y yo, miserable viejo viejo necio que preferiría arrojar detrás de ella el naufragio naufrag io de mi vida, me veo obligado obligad o a llevaría sobre los hombros como hacia la tumba. tumba. El entretanto ent retanto —¡qu — ¡quee el cielo lo confunda!-—, a caballo y entre la turba que de todas partes acude, apenas si se vuelve a preguntar qué ha ocurrido... Así yace ella inmóvil en su lecho de muerte, encendida ence ndida de fiebre, seissemanas seissem anas sin sin fin; y sin decir deci r palabra: palabra: ni siquiera el delirio, esa ganzúa de verdades, verdades, consigue abrir su pecho; pecho; nadie logra arrancarle arran carle el secreto se creto que la ahoga. ahoga. Algo más fuerte ya, ensaya algunos pasos y prepara su hatillo y, al rayar eí sol de la mañana, va hacia la puerta. "¿Adónde vas?”, pregunta su doncella; “a casa del conde cond e Wetter vom Strahl”, Strahl” , contesta con testa ella, y desaparece. Wenzel ¡No es posible! Hans. Hans. ¿Desaparece? Wenzel ¿Abandonando todo tras de sí? Hans. ¿Bienes, hogar y el novio al que estaba prometida? Wenzel ¿Sin pedir siquiera tu bendición? Teobaldo, Desaparece, Señorías... Me abandona y también todo
aquello a lo que qu e deber, costumbr cost umbree e índole la ataban. Besa mis ojos mientras duemo, y se esfuma. ¡Así me los hubiera cerrado después de muerto! Wenzel ¡Santo cielo! Es un caso peregrino... Teobaldo. Desde aquel día le sigue a todas partes, como un perrito
faldero, con ciega devoción; se guía por la estrella de su 26
rostro, como si su aima estuviera amarrada por un cordel de cinco hilos; con pies descalzos desafía los guijarros, con una faldilla faldi lla que apenas la cubre cub re ondeando al viento, con nada que no sea su sombrero de paja para oponer a la saña del sol o al ultraje de la tempest te mpestad. ad. Allí A llí donde va el pie del caballero al azar de la aventura, através atra vés de la bruma bru made de lo s precipicios, por el desierto que chamusca el mediodía, por las tinieblas de los bosques más frondosos, como un perro que ha olisqueado olisqueado el el sudor de su señor, así as í se arrastra detrás de él. ¡Ella que estaba habitua hab ituadaa daador dormir mir entre cojines, y que notaba hasta el nudillo más pequeño que su mano distraída había entretejido en sus sábanas! sábanas! Se echa ahora, ahora, como una un a maritornes, a descansar en sus establos y, apenas apenas llega la noche, noche, se desploma sobrel sob relapa apaja ja que esparcen para ios altivos rocines del caballero. Conde Ono. ¡Conde
Weiter vom Strahl! ¿Tiene esto fundamento?
Conde vom Strahl. Es
verdad, señores: va detrás de la huella que van dejando mis pasos. Si miro hacia atrás yeo dos cosas: mi sombra y ella.
Conde Ono. ¿Cómo
explicáis esta extraña situación?
Conde vom Strahl. [Desconocidos
señores de la Fema! Si el diablo quiere perderla, yo le soy tan necesario como al mono de la fábula las uñas de un gato; sería yo un bribón si aceptara las castañas que ha sacado del fuego. A fe mía, recordad lo que dicta la Escritura: ¡sí, sí, no, no, y basta! Caso contrario, marcharé a Worms y pediré al Emperador que ordene caballero al Teobaldo. Por el momento, ¡ahí le lanzo mi guante!
¡Aquí debéis responder a nuestra pregunta! pregunta! ¿Cómo ¿Cómo justificáis justificá is que ella duerma bajo vuestro mismo techo? techo? ¿Ella, ¿Ella, que debe estar esta r en la casa donde nació y fue criada?
Conde Otto.
cos adee doce semanas, en viaje hacia Conde vomStrahl. Estaba yo, hará cosad Estrasburgo, en el calor del mediodía, y quedé dormido junto junt o a una pared de roca — y ni en sueños recordaba recordab a a la niña que en Heilbronn Heilbronn se había echado por la ventana— ventana— cuando cuando allím e la encontré al despertar, como una rosa que se hubiera adormecido a mis pies: ¡como un copo de nieve llovido del 27
cielo! cielo! Y al decir yo a los mozos que descansaban descansab an sobre la hierba hierba:: ¡Cóm ¡Cómo o diab diablo los! s! ¡SieslaCataliniiade ¡Sies laCataliniiadeHeilbro HeilbronnUh nnUhete ete aquí que abre los ojos y vuelve a ceñirse el sómbrenlo sómbr enlo que en eí sueño se le había deslizado de la cabeza. ¡Catalina! — exclamo— , ¡muchacha! ¡muchacha! ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡A ¡A quince millas de Heilbronn, He ilbronn, en la ribera del Riní “Tengo algo que hacer» respetado señor —me responde— y debo ir a Estrasburgo; me dio miedo pensar que vagaba sola por el bosque y así me acerqué acerqu é a vos.” Al momento le hice ofrecer ofrec er un refrigerio» de los que lleva Gottschalk mi criado» y le pregunté preg unté cómo se había repuesto de la caída. Además: ¿qué hace su padre? ¿Qué tiene intención de hacer hace r en Estrasburgo? Estrasbur go? Y como no parecía pare cía destrabar destraba r la lengua: después de todo, ¿qué le importa? importa ? — pensé— , y Je asigné un mensajero mensaje ro para que la guiara guia ra en el el bosque, monté a caballo y proseguí pros eguí mi viaje. Esa tarde, en la posada que está en la calle de Estrasburgo, me disponíaa dispo níaa descansar, cuando se presenta presenta mi mozo Gottschalk y me dice: que allá abajo está la doncella y solicita pasar la noche en mis establos. ¿Con los caballos?, pregunto. Si para ella el establo es bastante blando, no tengo nada en contrario. Y añado, ya a punto de meterme en cama: quizá podrías tenderle un jergón jerg ón de paja, Gottschalk, y ocúpate de d e que no le pase nada. Y al día siguiente reemprende su viaje, más temprano tempr ano que yo, por el camino real, y de nuevo nuevo descans d escansaa en en mis establos noche tras noche, a medida que va avanzando avanz ando mi camino, como si formara formar a parte de mi escolta. Todo lo soporté, señores, en bien de aquel viejo gruñón que ahora quiere castigarme; porque el singular Gottschalk le había tomado cariño a la muchacha y la cuidaba como hija suya: si alguna vez pasas pasa s por Heilbronn —pensaba —pensab a yo— yo— e! viejo bien bien podrá pod rá agradecerte. Pero cuando de nuevo sale a mi encuentro en Estrasburgo, en el palacio arzobispal, empiezo a barruntar que nada tiene que hacer allí: a m í se se había consagrado en cuerpo y alma, y se dedicaba a lavar y a coser como si no tuviera ninguna ningun a otra ocupación junto al Rin. Por eso un buen día, día, encontrándola encontr ándola a la puerta puerta del establo, establo, me le acerco acerc o y le pregunto qué negocio la retiene en Estrasburgo, Estrasbu rgo, "¡Eh, "¡E h, respe res pe tado señor —responde, y un rubor, que hasta pienso que su delantal Ya a consumirse, consum irse, se extiende extiend e por po r su rostro como una llamarada— , ¿por quém qu émee lo preguntáis? preguntái s? ¡Bien lo sabéis ya!” ¡Alto! ¡Alto! —pienso — pienso yo-— ¿con que ésas tenemos? Y mando a
escape un mensajero a Heilbronn, a casa del padre, con el siguiente anuncio: anuncio: la Catalinita Catalin ita está en mi casa y me cuido de ella; en breve podrá ir a buscarla allí adonde pienso conducirco nducirla, al castillo de Strahl. Conde Otto. ¿Bien? ¿Y después? Wenzel. ¿El viejo no fue a buscar a la muchacha? Conde vom Strahl. Cuando, al cabo de veinte días, se presentó en mi
casa a buscarla lo conduje a la sala que adornan ios retratos de mis antepasados; ¡cuál no sería mi sorpresa al ver que, entrando, entrando, su mano mano toma agua bendita de íapila íap ila que está junto a la entrada y me rocía con ella! Yo, ingenuo como soy por naturaleza, lo obligo a ocupar un asiento y con franqueza le cuento todo lo ocurrido; le aconsejo benévolo acerca de los medios que permitirían encarrillar todo aquel asunto según sus deseos, y reconfortándolo lo hago descender des cender a los establos para par a hacerle entrega de la niña, allí all í donde se encuentra, ocupada en limpiar ía herrumbre de mis armas. Apenas aparece él en la puerta y le tiende los brazos con ojos llenos de lágrimas, las doncella con palidez de muerte se arrojaa arro jaa mis pies, invocando a todos los santos y rogándome rogándo me que Laproteja de su padre. Ante tal espectáculo él queda q ueda petrificado como estatua de sal y, antes de que yo vuelva en mí, me mira con rostro aterrador aterr ador y exclam a :" ¡Veo Veo aí mismísimo mismís imo Satán! Satá n!” Y me arroja a la cara el sombrero que lleva en ía mano, como si quisiera suprimir una imagen de ¿spanío, y echa a correr, como si eí infierno entero le pisara ios talones, por la ruta de Heilbronn. Conde Otto. ¡Viejo sorprendente! ¿Qué imaginaciones son esas? Wenzel. ¿Qué había en la conducta del caballero que mereciera
reproche? ¿Era culpa suya que se le consagrara el loco corazón de tu muchacha? Hans. ¿De qué se le puede acusar en este embrollo? Teobaldo. ¿De qué acusar? ¡A ti, personaje más horrendo de cuanto
puedan las palabras expresar ex presar o medir el pensamiento! ¿No te presentas como como si los los querubines querubines se hubieran hubieran despojado de de su
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encanto para volcarlo sobre ti como luz de mayo..,? ¿No he de temblar ante el hombre que asf ha transformado la naturanatu raleza más pura que jamás jam ás fuera fu era creada, hasta has ta el punto de que rechaz rec hazaa el amor de ese padre que vino a liberarla lib erarla y, con rostro pálido como tiza, huye huye de él como de un lobo dispuesto a devorarla? ¡Triunfa entonces, Hécate, princesa de la magia nocturna, que reinas sobre la podredumbre de las ciénagas! ¡Surjan las fuerzas demoníacas que el orden de los hombres procuraba procu raba extirpar; extirpar; florezcan con el hálito de las brujas y broten con la pujanza puja nza de un bosque, hasta has ta que las Cimas imas se resequen y se pudra eí gran gran árbol del firmamento, que hunde sus raíces en la tierra! tierra! ¡Inunden el suelo los jugos del de l infi in fiem emo, o, goteando por los troncos y los los tallos como una u na catarata, para que un vaho pestilente se eleve sofocante hasta las nubes! ¡Que por todos los conductos de la vida fluya y desborde un diluvio universal, arrastrando en su cauce toda virtud e inocencia! Conde Otto. ¿Le dio a beber algún veneno? Wenzel, ¿Crees que sus brebajes la hechizaron? Hans. Hans. ¿Un opio que con fuerza misteriosa mist eriosa enreda el corazón de quien quien
lo prueba? fui Teobaldo. ¿Opio? ¿Veneno? Altos señores, ¿0 mflo preguntáis? No fui yo quien destapó esos frascos con que él la reconfortó allá, junt ju nto o a la pared p ared de roca; no estaba estab a yo presente cuando ella, noche tras noche, buscaba albergue en sus establos. ¿Cómo puedo saber si él virtió algún veneno? Tened Tene d paciencia paci encia durante nueve meses: entonces veréis qué trato dieron a ese tierno cuerpo. ¡Tú, viejo asno! asno! ¡Le opongo únicamen únic amente te mi Conde vom Strahl. ¡Tú, renombre sin tacha! Convocadla y, con sólo que diga una palab pa labraq raque ue de lejos huela aesas aes as calumnias, podréis llamarme conde del charco maloliente o algo peor pe or que plazca a vuestra descortesía.
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i ESCENA D Aparece Aparec e Catalinita con los ojos vendados, guiada guiad a p o r dos esbirros. esbirr os. Estos le quitan la venda y se retiran re tiran. Los Lo s anteriores anteriores..
ve al conde, Catalina {Recorre {Recorre con la mirada la asamblea asambl ea y, apenas ve dobla ante él la rodilla.) ¡Mi alto señor ! ¿Qué quieres?
Conde Conde vom Strah l Catalina.
Me convocaron aquí aqu í ante mi juez.
tienes. Conde vom Strahl. No soy yo el juez. Alzate, allí le tienes. Vine como acusado, igual que tú. Catalina.
¡Mi alto señor! Te burlas.
¡NoljLooyes! Conde vom Strahl. ¿Por qué razón te humillas ante mí? Un hechicero soy —lo he confesado— y ahora libero de todos mis lazos tu joven inocencia. {La ayuda a alzarse.) Conde Otto.
¡Ven niña, si te place! ¡Aquí te esperan
Hans.
tus jueces! Catalina {Mira {Mira a su alrededor.) Wenzel.
Bien veo, me estáis tentando.
¡Acércate! Aquí Aqu í has de responder. respo nder.
(La niña se coloca coloca junto jun to al conde vom Strahl Strahl y mira a sus jueces.) juec es.) Conde Otto. Wenzel. Hans.
¿Y bien? ¿Obedeces? ¿Tendrás a bien..,?
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Conde Otto.
¿La autoridad aceptas de tus tus jueces?
Catalina (Para sí,) Me convocan... convocan...
Pues, Pue s, ¡sí! ¡sí!
Wenzel.
¿Qué es lo que ha dicho? dicho?
Hans.
Conde Otto (Sorprendido.) Señorías, ¿no es singular su actitud? (Se miran unos a otros.) Catalina (Para sí.) ¡Encapuchados de píes a cabeza, como en el día del Juicio Final! Conde vom Strahl (Como tratando de despertarla.) Extraña niña, ¿en qué sueños te pierdes? ¡Te encuentras ante el Tribunal secreto! Según me acusan, con artes malignas logré ser dueño de d e tu corazón. Sin más tardanza, ¡explica qué pasó! Catalina (L (Lo o mira m ira y alza sus manos al pecho.) Me torturas... ¡Podría echarme a llorar! Guía a tu sierva, mi noble señor, ¿cómo he de comportarme en este caso? caso? Conde Otto (impaciente.) Guiarla... ¿qué dice?
¿Se oyó cosa igual?
Hans.
Conde vom Strahl (Severo, pero sin rudeza.) Ocuparás tu sitio ante ese estrado, a dar respuesta re spuesta a cuanto cuanto te pregunten pregunten.. Catalina.
No, ¡dime! ¡dime! ¿A ti te acusan?
Conde vom Strahl.
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Como lo oyes.
Catalina.
¿Y aquéllos son tus jueces? Así es.
Conde vom Strahl,
Catalina (Acercándose a la barra.) Sus señorías, quienquiera que seáis; ¡dejad libre ese escaño, y que él lo ocupe! Por Po r Dios viviente, os lo confirmo, puro como su arnés es su pecho, y el vuestro y el mío también, comparado con él, negro como esos mantos. Si hubo aquí algún pecado, ¡él merece merece ser juez y vosotros temblar en ese estrado! Conde Otto.
Te obaldo.
Necia Nec ia doncella, doncell a, apenas liberada del nutricio cordón, ¿quién te enseñó artes de profecía? ¿Algún apóstol? ¡Malhadada!
Catalina (Viendo a su padre, se dirige hacia él.) ¡Querido padre! (Quiere tomar su mano.) Teobaldo.
¡Quédate en ese sitio que te corresponde!
Catalina.
No me apartes. (Toma su mano y la besa.)
Teobaldo.
¿Reconoces mi pelo, que por tu fuga, ves, ha encanecido?
Catalina.
No pasó día d ía sin que recordara record ara esa amada cabeza. Ten paciencia, no cedas a un exceso de amargara: si puede el gozo ennegrecer en negrecer tus rizos, florecerás de nuevo como un mozo.
Conde Otto.
Teobaldo.
¡Ea, esbirros! ¡Prendedla ¡Prendedl a y traedla aquí! Responde Respo nde al llamamiento,
Catalina (A los jueces, juece s, cuando la rodean los esbirros.) ¿Qué quieren de mí? Wenzel,
¿Alguna vez se vio criatura más terca?
Conde Otto {Cuando la niña se coloca ante la barra.) ¡A nuestras preguntas darás respuesta, y sea clara y concisa! Pues nosotros, guiados por la conciencia, somos tus jueces. Si en algo has errado, tu alma altanera deberá acatar nuestra sanción. Ca talina. Conde Otto.
Nobl es señores, ¿qué queréis saber7 saber7 ¿Por qué al llegar Friedrich conde vom Strahl a casa de tu padre, ante sus pies, como se hace ante Dios, te prosternaste? ¿Por qué, cuando él marchó, de la ventana te arrojaste; cual presa de delirio, a la calle? Apenas cicatrizara tu herida, ¿por qué errante le seguías, sin que te amedrentara noche o niebla, por doquiera doqui era que fuera su corcel?
Catalina (Al conde, ruborizándose.) ¿Debo decirlo aquí, ante estos hombres? Conde vom Strahl. L a necia malhadada, en su delirio, ¿Me lo pregunta a m tl Tendrás bastante confesando cuando ellos te lo exijan. Catalina (Cayendo (Cayendo por po r tierra.) ¡Toma, señor, mi vida si falté! Lo que ocurrió en lo hondo de este pecho,
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si Dios no lo castiga, nadie tiene por qué qu é saberlo, ¡Es crueldad preguntarlo! Si tú quieres saberlo, y bien, pregunta: ¡lees en mí como en un libro abierto! Hans. Han s. Wenzel. Hans. Wenzel,
¿Se vio algo así desde que el mundo es mundo? En el poWo, poWo, a sus pies... pies ... Y de rodillas... ¡Como ¡Como ante el Redentor Reden tor nos prosternamos! prosternamos!
Conde vom vom Strahl (A ios juece jue cess .) Dignos señores, ¡no me atribuyáis a m í la necedad de esta muchacha! Es un delirio, claro está, aunque vuestro sentido, como el mío, no acierte aun con la causa. Dejadme interrogarla: ¿no os harán mis preguntas entender si es mi alma culpable o inocente? Conde Otto (Mirándolo con aire escrutador.) ¡Sea! Intentad, señor conde, interrogadla. Conde vom Strahl (A Catalina, que sigue de rodillas .) ¿Me confiarás el fondo más secreto, Catalina, de aquellos pensamientos en un rincón del pecho adormilados? Catalina,
Todo mi corazón, coraz ón, si lo deseas, señor, pues sabes bien cuanto contiene.
con palabra palab ra franca y clara, clara, Conde vom Strahl. Revela con qué te hizo huir de casa de tu padre, ¿Por qué sigues las huellas de mis pasos? Catalina.
¡Mi alto señor! señor! Preguntas Pregu ntas demasiado. Aunque Aunqu e estuviera, estuviera, como como ahora ahor a ante ti, frente yo a mi conciencia: Ni ese trono áureo y sus llamas podrían confundirme,
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y cada pensamiento mío responde a tu pregunta siempre: no lo sé. Conde Conde vom Strahl. ¿Me mientes, niña? ¿Intentas engañarme? ¿A mí, el que encadenara tus sentidos? ¿Ante cuya mirada, como rosa que despliega a la luz su tierno cáliz, te inclinas...? ¿Lo que hice contigo, sabes? ¿Cuál fuera tu experiencia en cuerpo y alma? Catalina.
¿Dónde?
Conde vom Strahl.
Aquí, allá...
Catalina.
¿Cuándo? Antes o después. después.
Conde vom Strahl. Catalina.
Alto señor, ayúdame.
Sí, ayudarte, Conde vom Strahl. extraño ser... (Se interrumpe.) ¿No hay nada que recuerdes? (La niña baja los ojos.) ¿En ¿En qué lugar me viste, que ahora tengas más que cualquier otro presente? Catalina.
El Rin más que todos lo tengo ahora presente.
Conde vom Strahl. Justo. Allí fue. Eso quería saben lo roca en sus orillas, donde juntos descansamos, al sol del mediodía... ¿Nada recuerdas de lo que ocurrió? ocurrió? Catalina.
No, mi honrado señor.
¿Nada? A tus labios labios Conde vom Strahl. ¿qué pude yo ofrecer, qué refrigerio?
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Catalina.
Al no aceptar tu vino, al fiel Gottschalk enviaste a la gruta y que trajese para par a mí otra bebida.
Conde vom Strahl. Y te tomé tom é yo de la mano, y acerqué a tus labios... ¿No? ¿No? ¿Por ¿Por qué ahora ah ora vacilas? Catalina.
¿Cuándo?
Conde vom Strahl. Catalina.
Entonces.
No, mi alto señor. Cierto, más tarde.
Conde vom Strahl. Catalina.
¿En ¿En Estrasburgo?
Conde vom Strahl.
O antes. No, jamás
Catalina.
me tomaste de la mano. mano. Conde vom Strahl.
¡Catalina!
Catalina (Enrojeciendo.) ¡Ah perdona: perd ona: en Heilbronn! Conde vom Strahl. Catalina.
¿En qué momento?
Cuando reparaba mi padre tus ameses. ¿Nunca más? más?
Condé vom Strahl. Catalina.
No, mi alto señor, nunca.
Conde vom Strahl. Catalina.
¡Catalina! ¿Mimano? ¿Mimano?
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Conde vom Strahl.
O de otra otr a forma, qué sé yo. yo.
Catalina (Reßexiona .)
En Estrasburgo, Estrasbu rgo, quizá, quizá, la barbilla...
Conde vom Strahl, ¿Cuándo? Catalina.
Sentada Sentad a en el umbral, lloraba yo, sin querer atender tus razones.
Conde vom Strahl. ¿No querías entender? Catalina.
No, de vergüenza. vergüenza.
Conde vom Strahl . ¿Te avergonzabas? Cierto. A mi propuesta te encendiste de rubor hasta el cuello. Y ¿cuál fue mi propuesta? Catalina,
Que mi padre, según decías, en tierras de Suabia sufriría por mí, y me preguntaste: ¿no querrías que ahora mis caballos te devolvieran a tu hogar y al padre?
Conde vom Strahl Str ahl {C {Con on frialdad.) frial dad.) ¿No se trata de eso...? ¿En qué otro instante de la vida pudimos encontrarnos..,? Fui a yerte a veces en aquel establo. Catalina.
No, mi honrado señor.
Conde vom Strahl , Catalina.
Jamás me visitaste visita ste en el establo, y menos me tocaste.
Conde vom Strahl . Catalina.
¿Cómo? ¿Nunca?
No, honrado señor mío. mío.
Conde vom Strahl. Strahl.
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¿No? ¿No? ]Catalina!
¡Catalina!
Catalina ( Con Con pasión pasió n,) Nunca, mi alto señor, no ocurrió nunca. Conde vom Strahl. ¡A fe mía, vean qué mentirosa! Catalina,
¡Del ¡Del premio eterno abjuro, que me pierda para par a siempre, si alguna vez...! vez...!
Conde vom Strahl (Con fingida vehemencia.) ¡Perjura! [La moza casquivana, acaso piensa que Dios perdonará perdona rá a su sangre joven...! Cinco días ha —ya era el atardecer— ¿qué pasó en mis establos cuando a Gottschalk mi escudero ordené retirarse? Catalina.
¡Jesús! ¡Jesús! No pensé pen sé en eso... eso ... En el establo estab lo de Strahl me visitaste.
Conde vom Strahl ¡Al final se descubre! Y, cosa frívola, ¡perjuró el premio etemo de su alma! En el establo, en Strahl, te visité. (Catalina se echa a llorar. Una pausa.) Conde Otto.
Torturas a la niña demasiado.
Teobaldo (Se acerca a ella, conmovido.) Ven, hija mía, (Trata de alzarla hasta su pecho.) Catalina.
¡Déjame, ¡Déjam e, déjame!
Wenzel.
No es comportarse con humanidad, digo yo.
Conde Otto.
A fin de cuentas, cuenta s, no hubo nada en el establo.
Conde vom Strahl. Si me creéis, señores, culpable, ¡sea! Ordenad, y que esto acabe. Conde Otto.
Debíais interrogar, no escarnecerla escarn ecerla con un triunfo cruel. Si tal potencia
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os fue otorgada por naturaleza, servirse de ella así es más odioso que ese arte del diablo que os achacan. Conde vom Strahl (Alzando a Catalina.) ¡Señores, ¡Señores, cuanto hice fue solamente para exaltarla exal tarla en triunfo ante vosotros! Por mi person a... a... (Señalando a tierra.) ¡Arrojo allí mi guante! Si la creéis pura de culpa, como lo es, bien está, permiti p ermitid d que se retire. Wenzel.
Lo deseáis, creo, por muy buenas razones.
Conde vom Strahl. ¿Razones? ¡Poderosas! ¿No querréis escarnecerla con bárbaro triunfo? Wenzel (Con intención.) Si os parece, deseamos todavía oír qué pasó en Strahl en aquel establo. Conde vom Strahl. Señores, ¿aún queréis...? Wenzel.
¡Precisamente!
Conde vom Strahl (Enrojeciendo, se dirige a Catalina.) ¡De rodillas! (Catalina se deja caer de rodillas delante de él.) Conde Otto.
¡Muy diestro diestr o sois, sois, señor conde Friedrich vom Strahl!
Conde vom vo m Strahl (A Catalina.) Catalina. ) responderás. Hans.
A mí, a mí solo
¿Perdón? También Tamb ién nosotros...
juz garte te Conde vom Strahl, No temas. Aquí sólo ha de juzgar aquel a quien tu alma libremente se somete.
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Esos medios...
Wenzel,
Digo, ¡no! ¡no! Conde vom Strahl (Con violencia reprimida .) ¡Me lleve el diablo si queréis forzarla! ¿Qué queréis saber, honrados señores? Hans Han s (Irritado.) ¡Por el cielo! Wenzel.
¡Tal terquedad...!
Hans.
¡Ea, esbirros!
Conde Otto (A media voz.) ¡Paciencia, amigos! No olvidéis quién es. Primer juez.
Acabamos de verlo, con astucia logró que hablara.
Segundo Segundo juez. juez .
¡Eso mismo digo! Se le puede confiar este negocio.
Conde Otto (Al conde vom Strahl.) ¿Qué pasó hace cinco días —pregúntale— en el establo de Strahl, por la tarde, cuando ordenaste a Gottschaik retirarse? retirarse? Conde vom Strahl (A Catalina .) Hace cinco días, por p or la tarde, ¿qué ocurrió ocur rió en mis establos, cuando a Gottschaik mi escudero ordené retirarse? retirarse? Catalina. ¡Mi alto señor! Perdona mi omisión: ahora todo, en detalle, he h e de exponerlo. exponerlo. Conde vom Strahl. Bien... Te acaricié y luego... ¿No? ¡Por cierto! ¿Lo confesaste ya? Catalina.
Sí, mi honrado señor.
Conde vom Strahl. ¿Y así?
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Catalina.
¿Mi alto señor? ¿Qué te pregunto?
Conde Conde vom Strah Str ah l Catalina .
¿Qué me preguntas? {Dilo {Diloll ¿Ahora ¿Ahor a enmudeces? enmude ces? Te estreché contra mí, dándote un beso, y con mi brazo...
Conde Conde vom Strah Str ah l
No, mi alto señor.
Catalina. Conde Conde vom Str ah l ¿O
acaso...? De tu lado me apartaste aparta ste
Catalina.
con el píe. ¿Con el pie? No lo haría a un peno pe no.. ¿Por qué fue? ¿Qué me hiciste?
Conde Conde vom Strah Str ah l
Catalina.
Porque al padre que lleno de paciencia y bondad vino con sus caballos a buscarme, llena de terror, me atreví atrev í a volver la espalda y, rogándote que de él me amparases, me desplomé a tus pies como inconscien inconsciente. te.
Conde Conde vom Stra St ra hl ¿Y Catalina.
así te habría apartado con el pie?
Sí, mi alto señor. {Bonita farsa! Fingías, en presencia de tu padre, decidida a seguir en mi castillo.
Conde vom Strahl
Catalina.
No, mi honrado señor.
Conde Conde vom Str ah l Catalina.
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Entonces ¿dónde?
Cuando el látigo, con el rostro en cólera, blandiste, blandiste , me escurrí es currí por po r la mohosa
puerta y hallé refugio junto junt o al muro que perfumaban matas de saúco y donde un verderón había anidado. Conde vom Strahl. ¿Y de allí te expulsé expu lsé yo con mis m is perros? Catalina.
No, mi honrado honr ado sefíor. sefíor.
¿Y al huir tú Conde vom Strahl, de la jauría, jauría , pasando mis límites, aun al vecino exhorté a perseguirte? Catalina.
No, mi honrado señor. ¿Qué estás diciendo?
Conde vom Strahl ¿No,..? Me censurarán estos señores. Catalina.
Poco te inquietas inquietas por estos señores. AI tercer día me enviaste a Gottschalk, quien dijo: mi señor mucho te aprecia, mas debía ser s er sensata, y alejarme.
Conde Conde vom vom Stra hl ¿Y respondiste? Catalina.
Que si al verderón y su endecha soporta en los arbustos de saúco, igualmente a la niña de Heilbronn deberías soportar.
Conde Conde vom Strahl Stra hl (Ayudándola a incorporarse.) Podéis, jueces de la Fema, Fema, conmigo conmigo y con ella hacer ya lo que queráis.
(Una pausa.) Conde Otto.
iIncauto soñador, al que así escapan las tretas más corrientes de la vida...! Si, como yo, os formasteis vuestro juicio, señores, podemos reunir ios votos.
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Wenzel. Hans. Todos.
¡Decidi Dec idido do 1 ¡A votar! ¡Votemos!
Un juez. jue z.
¡Necio quien no entienda que nada hay que juzgar!
Conde Otto.
Heraldo, emplea tu yelmo como uma.
(El heraldo de la Fema reúne las bolillas en su yelmo y lo trae al conde. Este se pone en pie.)
Señor Friedrich Wetter conde vom Strahl, unánime unánime la Fema aquí te absuelve, y a ti, Teobaldo, instamos, nunca nun ca vuelvas a nosotros con tal acusación, salvo que aduzcas razones más sólidas. (A los jueces.) juec es.)
¡En pie, señores! Cierro la sesión. (Los jueces jue ces se ponen en pie.) pie .) Teobaldo.
Altos jueces, ¿pronunciáis su inocencia? Dios creó el mundo, afirmáis, de la nada: y aquel que por la nada y en la nada lo destruye, volviendo ai primer caos, ¿no diremos que es Satán en persona?
Conde Otto.
¡A callar, viejo obtuso! No vinimos a enderezar tu magín extraviado. ¡Mozo, a tu oficio! oficio! ¡Véndale los ojos ojos y guíalo de nuevo a campo abierto!
Teobaldo.
¿Campo afuera? ¿A mí, anciano desvalido? ¿Y aquí mi única niña...?
Conde Otto.
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Señor conde.
i esta misión os confí co nfíaa la Fema! Fema! Más de una prueba prueb a disteis disteis del poder que ejercéis, dadnos ahora la más ardua, reconciliadla con su anciano padre. padre. Conde vom Strahl, Señores, si lo puedo hacer, se hará... ¡Doncella!
¿Alto señor?
Catalina.
¿Me amas?
Conde Conde vom Strahl. Catalina.
¡Con todo el corazón!
Conde Conde vom Strahl.
Haz lo que ruego.
Catalina.
Explícalo.
Conde vom Strahl. No me persigas, vuélvete a Heilbronn. ¿Lo harás? Catalina.
Así te había prometido. prometido. (Cae desmayada.)
Teobaldo (Tomándola en brazos.) ¡Mi única hija! ¡Ayúdame, Dios del cielo! Conde vom Strahl (Volviéndose.) ¡Ea, mozo, tu pañuelo! (Se venda los ojos.) Teobaldo .
¡Ojo maldito de mortal basilisco! basilisco! ¿Aun debía ver esta prueba final de tu potencia?
Conde Otto (Abandonando el sitial de jue:.) Señores, ¿qué ocurrió?
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Cayó por tierra.
Wenzel
(La contemplan c ontemplan.) .) Conde vom Strahl (A los esbirros.) ¡Guiadme ya!
¡Así fuera al mismo infierno! ¡Sus porteros, con coronas de sierpes, te echen Jas garras y a diez mi toesas más hondo que sus llamas más voraces te precipiten!
Teobaldo.
Conde Otto.
¡Calla, anciano, calla!
Teobaldo {Llora.)
¡Pequeña Catalina, hija mía! Catalina.
¡Ay!
Wenzel (Jubiloso.) (Jubiloso.) ¡Abre ios ojos! Hans. Conde Otto.
¡Vuelve en sí! En la casa del guardabosque encuentre asilo. ¡Vamos! {Salen todos.)
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ACTOH Lugar; Lug ar; El E l bosque bosq ue delante de la gruta del Tribunal Secreto.
ESCENA ESCENA PRIMER A El Conde vom Strahl. (Entra, (Entra, con los ojos vendados, ve ndados, guiado por dos esbirros, que le quitan la venda y vuelven a entrar en la gruta. El se arroja al suelo y prorrump pro rrumpee en sollozos.)
Me echaré ahora aho ra aquí, como un un pastor, pasto r, a desahogar mi llanto. llanto . El sol brilla aun rojizo entre los troncos en que se apoya la bóveda del bosque. Si al cabo de un breve cuarto de hora de descanso, apenas el sol se haya ocultado detrás de las colinas, me pongo en marcha hacia Blachfelde, donde empieza el camino, aún podré llegar al castillo castillo Wetterstrahl antes de que hayan apagado las luces. Imaginaré que allá abajo, donde brota bro ta la fuente, mis caballos son ovejas ovej as y cabras que qu e trepan por po r la roca y pacen la amarga hojarasca hojarasc a de los arbustos: me cubriera una blanca sábana sáb ana de lino, ceñida con bandas rojas, y a mi alrededor se agitara un enjambre de vientos impetuosos, para llevar los suspiros que salen de mi pecho oprimido, derecho hasta el oído de los dioses benévolos, í L o digo de
verdad! Hojearé el glosario de mi lengua materna y el abultado capítulo que registra regis tra esta voz: voz: Sentimiento de tal modo saquearé que ningún poetastro encontrará algún giro original original para decir; estoy confu confuso* so* Sacaré Saca ré a luz lo más conmovedor conmo vedor de de la melancolía, el goce y una mortal turb turbación ación alternarán alt ernarán en mi mi voz, como una bella bailarina bailarin a que exhibe exhi be todas las gracias que encantan el alma; alma; y si los árboles no se agitan para hacer llover llov er su dulce rocío, es que son de madera, y cuanto de ellos nos cuentan los poetas no es es más que pura fábula. Oh tú... ¿cómo nombrarte? ¡Pequeña Catalina! ¿Por qué no puedo llamarte mía? ¿Por qué no puedo pued o alzarte y transportarte al perfumado baldaquín que q ue erigió mi madre en nuestro cuarto cu arto de aparato? ¡Tu cuya alma, tal como hoy se alzó desnuda ante mí, desbordaba desbordab a la más más voluptuosa belleza, belle za, como los óleos con que han ungido a la novia nov ia de un un rey persa pers a y que inundan todos to dos los tapices cuando la conducen hasta la real alcoba! ¡Catalinita, niña, muñequíta! muñequíta! ¿Porq ¿P orqué ué mees imposible? Demasiado Demasiado bella para cantarte, cantarte , inventaré inven taré otro modo mod o para que estés en mi llanto. Destaparé todos los frascos de la sensibilidad y obtendré con mis lágrimas una mezcla tan peculiar, terrenal y divina, un raudal tan místico y a la vez lujurioso, que qu e cada ser humano en cuyo pecho lo vierta exclamará: exclamará: ¡son lágrimas derramadas derramadas por Catali Ca talina na de Heilbronn. J Reveren Rev erendos dos y barbados ancianos, ¿qué pretendéis de d e mí? ¿Por qué dejáis vuestros cuadros dorados, los blasones de mis antepasados que pueblan allá mi sala de armas, para congregaros aquí en inquieta asamblea, agitando alrededor de mí m í los respetados rizos? ¡No, ¡No, no, no! no! Verdad que la amo, pero no con deseo; me uniré a vuestro altivo cortejo, antes de que vinierais ya estaba decidido. Y a ti, Winfried, el primero de mi nombre y sagrado por la coronilla coron illa de Zeus, te pregunto: ¿Era como ella ell a la madre de mí estirpe? ¿Irradiaba ¿Irrad iaba igual virtud piadosa, sin mancha mancha en en cuerpo y alma, que q ue al mismo tiempo inspira los deseos? deseos? ¡Oh Winfried, ceñudo ancestro! Beso tu mano y te agradezco agradezco la existencia. Pero si a ella la hubiese apretado contra el pecho de acero, . ¡hubieras engendrado un linaje de reyes y Wetter von Strahl sería la ley sobre la tierra! Lo sé, he de recobrarme y cicatriza cica trizará rá esta herida: herida: en el hombre ¿qué herida no cicatriza? Pero si alguna vez encuentro una mujer, Catalinita, que sea como tú; para ello recorreré todas las comarcas y aprenderé
las lenguas que allí al lí hablan, hablan, y alabaré a Dios en cada dialecto que encuentre...jGoltschalk! encuentre...jGoltschalk!
ESCENA H Gottschalk. El Conde vom Strahl.
Gottschalk (Fuera.) ¡Eh, allí! ¡Señor conde vom Strahl!
ocurre ? Conde vom Strahl . ¿Qué ocurre? Gottschalk. ¡Por los demonios...! demonios...! Ha llegado un mensajero de vuestra señora madre. Conde vom Strahl . ¿Un mensajero? Gottschalk. Cabalgó a rienda suelta y jadea su jamelgo; lo juro, si vuestro castillo hubiera sido el arco y él la flecha, no habría podido venir v enir más disparado, disparado, Conde vom Strahl. ¿Qué tiene que decirme? decirme? Gottschalk. ¡Eh, digno Franzi
ESCENA HI Entra Entr a el caballero Flammberg. Flamm berg. Los L os anteriores.
Conde vom Strahl . ¡Flammberg,..! ¿Qué te trae hasta mí con tanta prisa?
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Flammberg. ¡Noble señor! Orden de vuestra madre la condesa; ¡me ordenó tomare! caballo más veloz y salir a vuestro encuentro! encuentro! Conde vom Strahl. ¿Y bien? ¿Qué tienes que decirme? Flammberg. ¡Guerra —voto al cielo— guerra! Declaración de un nuevo litigio, según ella acaba de oírlo de labios de un heraldo. Conde vomStrahl vomStr ahl {Atónito,) {Atónito,) ¿De quién..,? ¿No del burgrave, con quien hace poco hice las paces? (Se coloca el yelmo.) Flammberg, Del rin grave, retoño vom Stein, Stein, que qu e tiene su sede junto jun to al Neckar, tierra de viñedos. Conde vom Strahl. ¡Del ringrave.,,! ¿Qué tengo yo que ver con el ringraye, Flammberg? Flammberg. ¡Por el cielo! cielo! ¿Qué teníais que ver con elburg elb urgrav rave? e? Y ¿qué querían de vos tantos ta ntos otros, antes de llegar a las las manos con el el burgrave? Si no pisoteáis el fueguecito griego que engendra esta pendencia, veo a todas las sierras de Suabia encenderse contra vos, sin hablar de los Alpes y del Hunsrück. Conde vom Strahl. ¡No es posible! La señorita Cunigunda... Flammberg. El rin grave exige, en nombre deCuni d eCunigunda gunda von Thumek, retrocesión de vuestro dominio de Stauffen; de esas tres ciudades y diecisiete diecisi ete aldeas y villorrios a vuestro abuelo Otto , por po r cláusula expresa, cedidos mediante medi ante compra por el suyo, Peter, como antes los habían hecho al burgrave de Friburgo y, en tiempos más lejanos, sus primos, en nombre de ella. Conde vomStrahl (Alzándose.) ¡DeliranteGorgonaJ ¡DeliranteGo rgonaJ ¿No es es ya el tercer caballero caballe ro del Imperio que q ue azuza contra mí, mí, como si fuera fuer a un un perro, para p ara expulsarme expul sarme de esas tierras? Se diría di ría que todo elImperio come com e de su mano. Cleopatra encontró encontró uno y, cuando éste se quebró los cuernos, ningún otro bajó a la palestra; ésta en cambio se sirve de todo aquel que le ha sacrificado una costilla y, por cada uno que le devuelvo deshilacliado, otros diez brotan contra mí... ¿Qué razones alega él esta vez?
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Flammberg. ¿Quién? ¿El heraldo? Conde vomStrahl. ¿Qué motivos aduce? Flammberg. Ah, mi bravo señor, hubiera debido enrojecer. Cond Condee vom Strahl Strah l. Hablarí Hab laríaa de Peter vom Thurnec Thu rneck.., k.., ¿no es así? ¿De una yenta ilícita de esas tierras?
m ezclando do cada Flammberg. Lo habéis dicho. Y de las leyes de Suabia; mezclan tres palabras "obligáción" y “conciencia” en su discurso, e invocando a Dios como testigo de que sólo las más puras intenciones podrían pod rían inducir a su su señor, el ringrave, a abrazar la causa de la damisela. Conde vom Strahl. ¿Pero sin sin mencionar las rojas mejillas de la dama? Flammberg. De eso no dijo ni mu. Conde vom Strahl. ¡Se la lleven las viruelas! ¡Si ¡Si pudie pu diera ra recoger reco ger todo el rocío nocturno, para volcarlo a baldes sobre su blanco cuello! Su maldita carita es la razón primera de todas estas guerras contra co ntra mí; mí; y hasta que consiga envenenar envenen ar la nieve niev e de marzo con la que se lava, no me darán paz los hidalgos del país. ¡Por ¡Por ahora, paciencia...! ¿Dónde se encu e ncuentr entraa de momento? Flammberg. En el burgo de Stein, donde desde hace tres t res días celebran tales juergas que cruje el firmamento y nadie sabe dónde mirar el sol, la luna y las estrellas. El burgrave, a quien ella dio calabazas, dicen que medita venganza; si le enviáis un mensajero, seguro que qu e se alistará con vos contra el ringrave. Conde vomStrahl. ¡Lo veremos! ¡Traiganmis caballos, ypartamos.,.! Le juré jur é a esta joven intrigante intrigan te que si no deponía las armas de su carita bribona que usa contra mí, le haría una broma que par a siempre tendría que esconder esa cara car a con un velo. Como que alzo esta diestra, ¡cumpliré mi palabra! palabra! ¡Seguidme, ¡Seguidme, amigos! (Salen todos.)
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Lugar: Luga r: En una choza cho za de carboneros carbo neros en la serran se rranía. ía. Es de noche. noche. Trueno Trueno y relámpagos. relámpagos.
ESCENA IV Entran Entra n el burgrave de Friburgo Fribu rgo y Georg von Waldstätten. W aldstätten.
Friburgo (Da órdenes hacia haciafuer fu era a de la escena.) escena.) ¡Bajadla ¡ Bajadla del caballo! caballo! (Se oye un un gran trueno.) trueno. ) ¡Eh, ¡Eh, que caigan donde se les antoja, antoja, mientras no sea el cráneo empolvado empo lvado de mi amada prometida, la Cunigunda von Thumeck! Una voz (Desde fuera fue ra). ). ¿Eh, dónde dón de estáis? Friburgo. ¡Aquí! Georg. ¿Pasasteis alguna al guna vez una noche semejante? semejante? Friburgo. Chorrea eí cielo, anegando bosques y colinas, como si amenazara amena zara otro diluvio universal... ¡Bajadla del caballo caballo!! Una voz (Fuera.) No se menea. Otra voz. Yace como muerta, a los pies del caballo. Friburgo. ¡Pantomimas! Lo hace únicamente para no perder sus dientes postizos. postizos. Explicadle Ex plicadle que qu e soy el burgrave de Friburgo y que he contado los auténticos que le quedan en la boca... ¡Y bien! Traedla. Aparece Apa rece el caballero cabal lero Schauerm Sch auermann, ann, trayendo a hombros a la señorita de Thurneck. Georg. Hay allí una choza de carboneros.
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ESCENA V El caballero Schauermann Schau ermann con la señorit señ orita, a, el caballero W etzl et zlaf afco con n los secuaces del burgrave. burgrave. Los L os anteriores. anteriores. Friburgo (Golpeando a la puerta de la choza,) ¡Eh, de la casa! Primer carbonero {Dentro.) ¿Quién llama? Friburgo. ¡No preguntes, tunante, y ábrenos!
¡Hola! a! Pero antes tengo teng o que hacer girar Segundo carbonero {Dentro.) ¡Hol la llave. Ni que fuera el Emperador en persona, ma nda y desgajará Friburgo, ¡Bribón! Si no es él, es alguien que aquí manda su cetro de una rama para mostrártelo. Primer carbonero {Aparece con una linterna.) ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? Friburgo. Soy un gentilhombre, y esta dama, que aquí traemos medio muerta, ésta es... es... Schauermann {Desde detrás.) ¡Fuera esa luz!
mano!! Wetzlaf. ¡Quítale la linterna de la mano Friburgo {Mientras le quita la linterna.) ¡Eres astuto! ¿Pretendes fisgonear? Primer carbonero. carbonero. Señores, ¡espero que a astuto no me gana nadie! ¿Por qué me quitáis la linterna? Segundo carbonero. ¿Quiénes son? V ¿qué quieren? Friburgo. ¡Caballeros, villano, ya te lo he dicho! Georg. Gentilhombres, buena gente, y la tormenta nos sorprendió de camino. Friburgo {Interrumpiéndolo.) Hombres de armas, que vienen de
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Jerusalén y vuelven a la patria; y esa dama que que traemos, de pies a cabeza cabe za envuelta envu elta en su pelliza, ésa és a es... es... (Redoble de trueno.)
.Ea , traes tanto cuento cuento que las las nubes se parten... parten... ¿Pe ¿ Pe Primer carbonero carbonero.Ea, Jerusalén, Jerusalén, dices? d ices? Segundo carbonero. El vozarrón del trueno no deja oír una palabra. Friburgo. De Jerusalén, sí. Segundo carbonero . ¿Y esa mujercita, así transportada...? Georg CSeñalando al burgrave.) Del señor es la hermana enferma, buena bue na gente, y requiere... Friburgo ( Interrumpién Interr umpiéndolo dolo .) Sí, su hermana, bribón, y esposa mía; casi agoniza, como ves, medio muerta por ios pedruscos del granizo, de modo que no puede pronunciar palabra: pide un lugar en tu cabaña, hasta que pase la tormenta tormenta y amanezca. Primer carbonero. ¿Ruega un abrigo en mi choza? Georg. Sí, valientes carboneros; hasta que amaine el temporal y podamos reanudar nuestro viaje. Segundo carbonero . A fe, que no valía la pena gastar tantas palabras para pedirlo. Primer carbonero ( Hacia adentro.) ¡Isaac] . Friburgo. ¿Aceptas? Segundo carbonero. A los mismos perros del Emperador, si aullaran delante de mi puerta... jlsaac! Bribón, ¿no oyes? Mozo {En la choza.) Eh, digo yo. ¿Qué ocurre? Segundo carbonero . Sacude la paja, tunante, y cúbrela con mantas: ¡tenemos una mujercita mujerci ta que va a refugiarse en nuestra choza! choza! ¿Has oído! Friburgo. ¿Quién habla ahí dentro? 54
Primer carbonero. Nada, un rubito de diez años que nos echa una mano. Friburgo. Bien... ¡Entra, Schauermann! Saltó el cerrojo. Schauermann. ¿Adónde? Friburgo. ¡Q ¡ Q ué m ásda ás da .J ¡Echalaenalgúnri ¡Echalaenalgúnrincón...! ncón...! Apen Apenas as amanezca, ya te despertaré, (Schauermann transporta su carga al interior.)
ESCENA VI Los Lo s anteriores, menos meno s Schauermann Schauerm ann y la señorita.
Friburgo. ¡Ahora, Georg, hago vibrar todas las cuerdas cuer das dei júbilo! ¡La ¡La von Thumeckí Como que tenemos, es nuestra esa Cunigunda von me bautizaron con el nombre de mi mi padre, padre , ¡ni ¡ni por po r todo ei cielo al que recé en mi juventud juventud renunciaría al placer p lacer que será mío cuando llegue la aurora,..! ¿Por qué no viniste antes de los Waldstätten? Georg. Porque no se te ocurrió llamarme antes. Friburgo. ¡Ah, Georg! ¡La hubieras visto, cuando se presentó a caballo, como en una fábula, rodeada por los señores de la comarca com arca igual que un sol y sus planetas! ¿No es como si dijera a los guijarros que echaran chispas a su paso: deberíais fundiros al verme? No era más divina y hechicera que ella Talestris, reina de las amazonas, cuando bajó del Cáucaso para pedirle pedi rle un beso a Alejandro Magno. Georg, ¿Dónde la atrapaste? Friburgo. A cinco cinc o horas, Georg, a cinco horas de la Steínburg, Steínburg, donde durante tres días el rió grave la agasajara con fiestas clamorosas. Apenas la habían dejado los jinete jin etess de su séquito cuando
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a su primo Isidoro, qu e le hacía de escolta, escolta, lo revolqué por la arena, la obligué a ella a montar mon tar en mis caballos morcillos y salimos de allí a todo galope. Georg. Pero, ¡Max, Max! ¿Qué intención...? Friburgo. Ya te explicaré, amigo. Georg, ¿Qué pretendías con tan descomunales peripecias? Friburgo. ¡Querido, excelso, sorprendente amigo! Miel hiblea para este pecho resecado por po r la sed de venganza. venganza. ¿Por qué aguantar más tiempo o que esta imagen sin substancia, substan cia, como diosa dio sa del Olimpo, se alce en su pedestal, mientras las gentes como nosotros desiertan los ámbitos de las iglesias cristianas? Mejor arremeter y echarla por tierra, píes en alto, para que vean todos que nada tiene de divino. Georg. Confiésame, te ruego, ¿qué es lo que te ha llenado de un odio tan insaciable contra ella? Friburgo . ¡Ah, Georg! El hombre puede arrojar a una charca cuanto posee, pero no un sentimiento sentim iento.. Yo la amaba, Georg, y ella ell a no no lo merecía. La amaba y hallé sólo desprecio. Te diré más... pero me aterra sólo pensarlo. pens arlo. ¡Georg, Georg! Cuando a los diablos no se íes ocurre alguna estratagema, no tienen más remedio que preguntarle a un gallo, que en vano se vuelve hacia su gallina, y entonces ven que, comida por la lepra, ella no sirve para sus bromas. Georg. ¿No meditarás una venganza indigna de un gentilhombre?
eso! Pero a ningún gañán confiaré confia ré tal Friburgo. ¡Dios me guarde de eso! misión... La llevaré a la Steinburg y al ringrave, y lo único que haré haré será arrancar arranca r la bufanda que la cubre: cubre: ¡será ¡será ésa toda tod a mi venganza! Georg. ¿Cómo? ¿Arrancar la bufanda? Friburgo. Sí, Georg, y convocar al pueblo. Georg. Y, cuando ello ocurra, ¿es tu intención...?
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ella me pondré a filosofar. filosofar. Primero plantearé plan tearé Friburgo. Sí, acerca de ella un teorema metafísico, a modo de Platón, para explicarlo después despu és como lo hizo Diógenes el cínico. El ser humano hum ano es... pero, ¡silencio! ¡silencio! (Escucha.) Georg. Y bien, ¿el ser humano es.,.? Friburgo . El ser humano es, según Platón, un bípedo sin plumas, y sabes cómo lo demostró demo stró Diógenes: desplumó a un gallo, creo, y lo lanzó a la plaza... Y esta Cunigunda, amigo, esta Cunigunda von Thumeck es, a mi juicio... Pero, ¡silencio! ¡Desmonta alguien allí de su caballo!
ESCENA VH Entran el conde vom Strahl y el caballero Flammberg. Más M ás tarde, Gottschalk Gottschalk.. Los Lo s anteriores.
Conde vom Strahl (Golpea a la puerta de la choza.) ¡Eh, allí! iValicn tes carbonero carbo neross í
par a que los lobos busquen refugio en Flammberg. Es una noche como para un despeñadero. Conde vom Strahl. ¿Nos permitirán entrar? Friburgo (Saliéndole al paso.) ¡Perdón, señores! Quienquiera que seáis... Georg. No es lícito pasar. Conde vom Strahl. Y ¿por qué no?
P orque allí no hay lugar para unos ni para Otr Otros os.. Y ace dentro Friburgo. Porque mi esposa medio muerta, mu erta, y el último recoveco lo ocupan sus servidores: servidores: no pretenderéis echarlos fuera.
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Conde Conde vom vom Stra hl ¡No, a fe de caballero! Deseo más bien que pronto se restablezca... ¡Gottschalk! Flammberg. O sea que debemos pasar la noche en la hostería del cielo cielo estrellado. Conde vom Strahl. ¡Gottschalk, repito! Gottschalk (Desde (Desde fuera.) fue ra.) ¡Aquí estoy! Conde vom Strahl. ¡Trae las las mantas! mantas! Nos haremos un refugio refug io debajo de la arboleda. arboleda. Entran Gottschalk Gotts chalk y el mozo carbonero carbon ero. Gottschalk Gottschal k (Trayendo las mantas.) Averigüe el diablo en en quénegocio qu énegocioss se andan por aquí. Me dice el mozo que hay allí dentro un hombre con arm adura que custodia custo dia a una damisela; y ella está atada y con Ja boca tapada, como un ternero camino del matadero. Conde vom Strahl, ¿Qué dices? dices? ¿Una damisela? ¿Alada y con la boca tapada...? ¿Quién te lo dijo? Flammberg. ¡Joven! ¿De dónde sabes eso? Mozo carbonero (Aterrado.) ¡Sht...! ¡Por todos los santos! Señores, ¿qué hacéis? Conde vom Strahl. Ven aquí. Mozo. Lo digo: ¡sht! Flammberg. ¿Quién te lo dijo? Habla. Mozo (Con aire de misterio, después de mirar en torno.) torno.) Lo yí yo mismo, Yacía Y acía en la paja, tal como la trajeron y, segün decían, decían, enferma. Le acerqué la lámpara y la vi rozagante y con las mejillas como nuestra Lore. Lloriquea y, apretándome la mano, me habló tan claro Como un perro inteligente: “Líbra“Lí brame, querido mozuelo, líbrame”, que lo entendí con mis ojos y lo oí con mis dedos.
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Conde vom Strahl. ¡Ea, rubito, hazlo! Flammberg. ¿Por qué vacilas? Conde vom Strahl. ¡Libérala y tráela aquí! Mozo (Temeroso.) ¡Sh ¡Sh tí, repito,.. ¡Quisiera verlos mudos mudo s como peces! ¿Si se levantan esos tres y vienen, y comprenden lo que ocurre? (Apaga su linterna de un soplo.) Conde vom Strahl. No, valiente mozo, no, Flammberg . No oyeron ni una palabra. Conde vom Strahl . No hace más que cambiar de lugar, a causa de la lluvia. Mozo (Mirando a su alrededor.) ¿Vais a defenderme? defenderme? Conde vom Strahl. Como que soy un caballero, está seguro. Flammberg. Puedes tener confianza. Mozo. ¡Bueno! ¡Bueno! Se lo diré a mi padre... padre ... Observad lo que hago, hago, y si yoy hada la choza o no. (Habla con sus mayores , reunidos al fondo fon do alrededor alrededor del fuego, fueg o, y se pierde en dirección de la choza.) Flammberg. ¿Qué mochuelos moc huelos son éstos? ¿Caballeros ¿Caball eros deBe de Belc lceb ebú ú de La orden de la capa nocturna? ¿Buscan a su consorte por ios caminos, y se la llevan llevan atada de pies y manos? Conde vom Strahl. ¿Que estaba enferma, eso dijeron? Flammberg. ¡Que se moría, y agradecieron cualquier ayuda! Gottschalk. ¡Un poco de paciencia! Ya la liberaremos. (Una pausa.)
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Schauermann (En la choza.) ¡Eh, quieto! ¡Traidor!
¡Levántate! Conde vom Strahl. ¡Al ataque, Flammberg! ¡Levántate! (Se Incorporan.) Friburgo. ¿Qué ocurre? (El bando del burgrave también se pone en pie.) Schauermann (Dentro.) ¡Me han atado! ¡Me han atado! (Aparece la señorita.) Friburgo. ¡Por los dioses! ¿Qué veo?
ESCENA
Vni
La señor s eñorita ita Cunigund C unigunda a von Thurnec Thur neck k en vestido de viaje, con co n el cabello cabello suelto. Los anteriores.
Cunigunda (Echándose a los pies pie s del conde vom Strahl.) ¡Mi salvador! ¡Quienquiera que seáis! ¡A una dama burlada y ultrajada dad amparo! amparo! H a jurado el caballero proteger prote ger la l a inocencia: inocencia : ¡aquí la veis, vei s, en tierra prosternada os lo recuerda! Friburgo.
Arrastradla, os lo ordeno! o rdeno! \ Arrastradla,
Georg ( Deteniénd Dete niéndolo olo.) Friburgo .
Afex Afex,, escúcham escúc hame. e.
¡Arrebat ¡Arr ebatadla adla,, digo: que no hable!
Conde Conde vom vo m Strahl. ¡Alto ahí, caballeros] ¿Qué queréis?
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Friburgo. Cunigunda.
A mi esposa, eso quiero... ¡Ea, ¡Ea, atrapadla! ¿Esposa ¿Esp osa tuya, yo? ¡Embustero!
¡Nadie Conde vom Strahl. la toque! ¡Si ¡Si algo quieres de esta es ta dama, dímelo a mí! Ahora me pertenece, pues a mi amparo dijo someterse. (La ayuda a incorporarse.) Friburgo.
¿Quién es el arrogante arroga nte que entre dos cónyuges se interpone? ¿Quién derecho te dio a apartarme de mi propia esposa?
Cunigunda:
¿Yo, tu esposa? espos a? ¡Canalla, ¡Canalla , ni por po r pienso!
Conde vom Strahl. ¿Y tú quién eres, ganapán, que mientes llamándola llamándo la con con lengua leng ua infame infame esposa; la dices tuya, seductor sedu ctor maldito, ¿qué demonio te la confió, ligada y amordazada, para par a tristes bodas? Friburgo.
¿Cómo? ¿Qué? ¿Quién? Max, te ruego.
Georg.
¿Quién eres?
Conde vom Strahl. Friburgo.
Señores, gran error... ¿Quién eres?, digo.
Conde vom Strahl. Friburgo.
Cometéis Cometéis,, al cree cr ee r....
Conde vom Strahl. Friburgo.
¡Traed una luz! luz!
Esta Es ta mujer, en cuya compañía...
Conde vom Strahl. traigan luz!
¡Repito,
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Gotischalk y los carboneros se acercan con teas y atizadores .
Yo soy...
Friburgo.
jUn delirante, Georg (A su oído.) eso eres! ¡Huyamos! No querrás deshonrar para siempre tus blasones. Conde Conde vom vo m Strahl. (Aquí (Aquí esa luz, bizarros carboneros! carboneros! (Friburgo baja su visera.)
Y bien, ¿quién eres? Alza esa visera. Friburgo.
Señores, soy... soy...
Conde vom Strahl.
Descúbrete. Lo oís.
Friburgo.
Conde vom Strahl. ¿Crees, bribón, que podrás impunemente imitarme y negar toda respuesta? (Le arrebata el yelmo de la cabeza, el burgrave vacila.) Schauermann.
¡Arrójalo Arró jalo ya al suelo! ¡Ea, álzate!
Wetzlaf.
¡Desenvaina! Friburgo.
¡Semejante atropello!
(Se incorpora, desenvaina y amaga un mandoble al conde, conde, que se esquiva.) Conde vom Strahl. ¿Te me resistes, novio de pacotilla? (Lo siega con su espada.)
¡Vuelve al infierno que te envió, podrás gozar allí al lí de tu luna luna de miel! iel!
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Wetzlaf.
¡Horror! ¡Vacila, tambal tam balea ea y cae! cae!
Flammberg Flamm berg {Abriéndo {Abriéndose se paso.) }A mí, los míos! Schauermann. Flammberg.
¡Huyamos! ¡Nuestros golpes faciliten la huida a esa morralla!
(Los secuaces secuace s del bargrave se dan a la fuga fu ga;; queda sólo Georg, Georg, quien se ocupa del cuerpo caído.) Conde vom Strahl. ¿Qué veo? veo? ¡Friburgo! ¡Friburgo! ¡Oh, poder po der de d e los dioses! ¿Eres tú? Cuni ganda (Disimulando su júbilo.). júbilo .). ¡Al zorro hundió su ingratitud! Conde vom Strahl. ¿Qué pretendías hacer con esta dama, desdichado? Georg.
...No ...No puede hablar, la sangre sang re le chorrea en abundancia hasta has ta la boca.
Cunigunda.
¡Así se ahogue!
Conde vom Strahl. ¡Estoy viviend viv iendo o un sueño! sueño! Un hombre como él, íntegro y bueno... ¡Ayuda, buenas gentes! Flammberg.
Transportadle conmigo hasta la choza.
Cunigunda.
¡Hasta el sepulcro! Traigan palas. ¡Ya vivió!
Conde vom Strahl, ¡Ea, calmaos...! calmaos ...! Tal como está no podrá haceros daño. Cunigunda.
¡Pido agua!
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Conde vom Strahl. Cunigunda.
¿No os sentís bien?
No, no... Es... ¿Quién me ayuda...? ¿No hallaré un asiento? jAy de mí! mí! {Vacila.)
Conde vom Strahl. (Dioses! ¡Eh, Goltschalk, ayúdame! Gottschalk .
¡Las antorchas, antorc has, aquí! IDejad, dejad!
Cunigunda.
Gottschalk (Conduciéndola Gottschalk (Conduciéndola a un asiento.) Cunigunda.
¿Ya ¿Y a pasa?
La luz vuelve vuel ve a mis ojos ojos empañados...
Conde vom Strahl. ¿Qué fue ese malestar, súbitamente? Cunigunda.
Ah, salvador magnánimo, magnánimo, ¿qué nombre le daré? ¿A qué horrenda e inhum ana vejación pretendían someterme? De pensar en lo que quizá, sin vos, ya habría ocurrido, se me hiela la sangre y mis cabellos se erizan de espanto.
Conde vom Strahl. ¿Quién sois? ¿Cuál fue la causa...? Cunigunda.
¡Tan ¡Tan dichosa dichos a me siento ahora aho ra el poder revelároslo! revelároslo! Vuestra proeza no salvó a una indigna: Cunigunda, baronesa de Thumeck, es mi nombre. La vida que salvasteis no os agradeceré yo sola; en Thumeck cantará loas todo mi linaje.
Conde vom Strahl. Strahl. ¿Sois? ¡Pero es imposible! ¿Cunigunda von Thumeck? Cunigunda. Conde vom Strahl {Se incorpora.)
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\ Ya lo he dicho! dicho! ¿Qué ossorpren ossorpren
Y bien, mucho lo siento, ¡habéis huido del fuego para caer en las brasas! brasas! ¡Friedrich Wetter soy yo, conde vom Strahl! Cunigunda.
¿Qué nombre es ése...? ¿El de mi salvador? salvado r?
Conde vom Strahl . Friedrich Strahl, como oís. Mucho lamento no llevar uno mejor. Cunigunda ( Levantán jLevan tándose dose .) ¡Oh ¡Oh potencia pote nciass celestiales! ¡Qué pruebas me reservan! Gottschalk (En voz baja.) ¿La Thurneck? ¿Oigo bien? bien? Flammberg (Atónito.) Cunigunda.
¡Por Dios! ¡Es ella!
Sea. No enturbiará entu rbiará este sentimiento que en mi pecho se enciende. Nada quiero pensar pen sar,, no sentir senti r nada nad a que q ue no sea honra, inocencia, vida, salvación... Tú, baluarte contra el lobo que ahora yace por tierra... Ven, áureo adalid que me salvaste, toma esta sortija, prend pre ndaa de una más m ás alta recompe reco mpensa: nsa: joven jove n héroe, ¡bien lo has merecid me recido o por po r esta hazaña, haza ña, por po r rompe rom perr cadena ca denass de humillación, por haber hab er redimido redimido a una mujer hoy colmada de dicha) (Se vuelve hacia el conde.) conde.)
A vos me inclino... ¡Es vuestro cuanto siempre juzgu juz guéé mío! ¡Pronuncia ¡Pro nunciad d vuestro dictad dic tado o acerca de mi suerte! ¿Qué he de hacer? ¿Os seguiré al castillo solariego? Conde vom Strahl (Algo turbado.) Señorita... No nos pilla pil la muy lejos: lejos: mi madre la condesa os brindará po p o r una noche noc he su techo y albergue. alber gue.
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Cunigunda.
¡Traedme el caballo!
Conde vom Strahl (Tras una pausa.) Os suplico excusarme si en tales circunstancias... Cunigunda.
¡Nada, nada! No aumentéis mi vergüenza. Vuestra cárcel incluso aceptaría, sin quejarme.
Conde vom Strahl. ¡Mi cárcel! ¿Cómo? Puedo aseguraros... Cunigunda {Lo interrumpe.) ¡Más me humilláis al mostraros magnánimo...! ¡Dadme la mano! Conde vom Strahl.
¡Eh, antorchas] antorchas ] ¡Alumbrad! (Salen.)
Escena: Una alcoba del castillo de Welterstrahl.
ESCENA IX Cunigunda a medio vestir, pero en un atavío primoroso, se sienta ante su tocador. La siguen Rosalía y la anciana Brigitte.
Rosalía (ABrigit (A Brigitte.) te.) ¡Siéntate ¡ Siéntate aquí, madrecita! El conde vom Strahl ha anunciado su presencia; mientras pongo orden en los cabellos de mi señorita, ella oirá con gusto tus chácharas. Brigitte Brigi tte (Sentándose.) (Sentándose.) ¿Sois entonces la señorita Cunigunda von Thurneck? Cunigunda. Sí, madrecita, en efecto.
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Brigitte. Brigitte . ¿Y os llamáis hija del Emperador? Cunigunda. ¿Del ¿D el Emperador? No, ¿quién ¿qui én te lo ha dicho? dicho ? El que ahora ahor a rein re inan ano o es de mi sangre; sangre; soy bisnieta bisn ieta de uno de los anteriores, anter iores, de los que en siglos pasados ocuparon el trono germano. Brigitte. Brigitte . ¡Parece imposible, Señor! Una descendiente... Cunigunda. ¡Así es! Rosalía. ¿No te lo dije?
mía, puedo bajar baja r a la tumba: ¡el ¡el sueño del conde conde Brigitte. Brigitte . Ahora, a fe mía, vom Strahl Strah l ya se ha cumplido cumplido!! Cunigunda. ¿Qué sueño es ése? Rosalía. ¡Oíd, oíd! ¡La historia más pasmosa del mundo...! ¡Pero - concreta, madrecita, y ahorra ahorra el prolegómeno; prolegóm eno; ya te lo he dicho, tenemos poco tiempo. Brigitte. Brigi tte. Hacía fines del año pasado, el conde fue atacado por una extraña melancolía, cuya causa nadie lograba averiguar, yacía inerte, inerte, con la cara encendida ence ndida como el fuego, perdido en fantasías; los médicos, que habían agotado sus recursos, afirmaban que nada podía salvarlo. En el delirio deliri o de la fiebre, su lengua revelaba revelab a lo que había estado oculto en su corazón: corazón: con gusto se iría de aquí, pues no había encontrado la niña capaz de amarlo, y una vida sin amor es la muerte; llamaba al mundo una tumba, pero la tumba es también tamb ién una cuna, por lo que sólo ahora iba a nacer... nacer... Tres noches seguidas, durante las cuales su madre no se apartó del lecho, él le contó que se le había aparecido un ángel con esta exhortación: “ ¡Confian ¡Confian za, confianza, confianza!” Y, al preguntar pregunta r le la condesa con desa si an te la exhortación celestial no se sentía confortado, respondió: ¿Confortado? ¿Confort ado? ¡No.,.!, y añadió con un suspiro: ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí, ¡Sí, madre! ¡Cuandop Cuan dopued uedaa contemplarla...! contemplar la...! La condesa co ndesa pregunta: “¿Y vas a contemplarla contemp larla?” ?” ¡Seguramen ¡Segu ramente!, te!, respondi resp ondió. ó. “ ¡Cuán do? ¿Dónde?” —La noche de San San Silvestre, cuando llegue el año nuevo, entonces me guiará a ella.— “¿Quién? ¿A qué ella?” ella ?” El ángel— dice dice él— a mi donce doncella; lla; y dándosela dánd osela vuelta cae en un profundo sueño.
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Cunigunda. ¡Para charla!
Esc uchaa aún más.,. más.,. ¿Y bien? bien? Rosalí Ros alía. a. Escuch Brigitt Bri gitte. e. La L a noche misma de San Silvestre, en el el instante ins tante en que se m uda el el año, se incorpora inc orpora a medias en el lecho, echa una mirada atónita po r todo el el cuarto, como ante una aparición, apa rición, y al tiem po que q ue señala señ ala con la mano exclama: exclama : ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre! “¿Qué “¿Q ué ocurre?” ocu rre?” — ella pregunta. ¡Allí, ¡Allí, allí! allí! “¿Dónd “¿D ónde?” e?” ¡Pronto! ¡Pronto! ¡Pron ¡Pronto to!! “¿Q uéquiere uéq uieres?” s?” — ¡El ¡El yelm yelmo! o! ¡M isarneses! ¡Y mi espada! espada! “¿Adónde “¿A dónde quieres ir?”— pregunta la madre— madre— . A ella — responde— respo nde— a ella. ¡Así! ¡Así! ¡así!, y vuelve a desploma desp lomarse. rse. ¡Adiós, madre, adiós! Extiende cuerpo y miembros, y yace como muerto.
Cunigunda. ¿Muerto? Rosalía. ¡Muerto, sí! Cunigunda. Semejante a un muerto, querrá decir. Rosalía. Rosalí a. Bien dice: ¡muerto! No la perturbéis... ¿Y ahora? Bri B rigi gitte tte . Auscultamos su pecho: reinaba allí el silencio como en una sala vacía. vacía. Le pusimos una pluma delante para pa ra ver si respira ba: la plum pl umaa quedó que dó inmóvil. in móvil. El médico méd ico sentenc sen tenció ió que el alma al ma había partido; clamó angustiado su nombre en sus oídos; lo incitó, incitó, para despertarlo, con perfumes; perfumes; lo punzó con clavillos y alfileres. Le arrancó el pelo, hasta hacer brotar sangre: sangre: todo en vano, seguía se guía inerte y yacía como muerto. Cunigunda. ¿Y bien? ¿Qué pasó después?
Desp ués, al cabo de un momento, momento, da un respingo, respingo, g íra la cara, cara, Brigitt Bri gitte. e. Después, con expresión turbada, hacia la pared, y dice: ¡Ay! ¡Ahora traen las luces! ¡De ¡D e nuevo nuevo ahora huye h uye de mí! mí! — como si la aparición se hubiera escapado asustada por la claridad... Y cuando la condesa conde sa se inclina sobre él y lo alza hasta ha sta su seno, . y lepreg lep regunt unta: a: “ ¡Federico mío! mío! ¿Dónde ¿D ónde estabas?” estabas ?” ¡Junto a ella —rep — replic licaa con voz jubilos jubi losa— a— junt ju nto o a ella el la que qu e m e ama! ama! ¡Junto ¡Jun to a la novia que el cielo me destina! Ve, V e, madre, y haz que recen por po r mí m í en todas las iglesias: iglesia s: porqu po rquee ahora a hora ansio vivir. vivi r. Cunigunda. ¿Y realmente mejora?
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Rosalía. Rosa lía. Allí estuvo el milagro, Brig Br igitte itte,, Mejora, señorita, en verdad que mejora. Desde el momento mismo se recobra; recupera, como por un bálsamo celestial, todas sus fuerzas y al al cambiar camb iar de la luna se encuentra encuentr a tan sano conloantes. Cunigunda. ¿Y qué decía..,? ¿Qué decía de aquello? Bri B rig g itte itt e . Ah, contaba, y parecía que nada pudiera detenerlo: cómo lo había guiado guiad o el ángel áng el de la mano a través de la noche; noche; cómo había abierto sin sin rumor rumo r la alcoba déla d éla niña y, y, encendiendo los los muros con su esplendor, cómo se allegó hasta ella que, niña adorable, yacía sin más atuendo que su camisola, camiso la, y ella al 1 contemplarlo abrió grandes los ojos y exclamó, con voz atarantada por el asombro: ¡Mariana! (seguramente una pers pe rso o naqu na qu e dorm do rmía ía en el cuarto cuar to vecino); y cómo ella después, cada vez más teñida por la purpura del gozo, saltó del lecho y ante él cayó de rodillas murmurando: “¡Mi alto señorl“ Y cómo el ángel le dijo luego luego que era hija de d e un Emperador, Emp erador, al mostrarle en en la l a espalda espalda un antojo rojizo... rojizo... Y cómo cómo él, estremeciéndose con deleite sin fin, le acarició muy luego la barbil bar billa, la, mientr mie ntras as dulcem du lcemente ente la mirab mi rabaa a la cara; cara ; y cómo apareció entonces entonces la maldita Mariana, con una u na bujía, y cómo con su presencia p resencia se esfumó esfum ó toda la aparición.
Y , según tu opinión, ¿esa hija de Emperador Emperad or sería yo? Cunigunda. Y, o tra podría ser? Brig Br igitt ittee . ¿Qué otra Rosalía Ros alía.. Lo mismo digo.
To do Strahl, a vuestra llegada y al saber quién erais, aplaudió aplaudió Brigi Br igitte. tte. Todo con las manos en alto y exclamó: ¡ella es! gritaran: Rosalí Ro salía. a. Sólo faltaba que las campanas soltaran sus lenguas y gritaran: ¡sí, sí, sí! Cunigunda {Alzándose.) Gracias, madrecita, por el relato. Toma entretanto de recuerdo estos pendientes pendie ntes y aléjate. aléjate. (Sale Brigitte.)
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a besar vuestra frente, frente, y preguntaros si os encontráis encontráis a gusto en nuestra casa. Cunigunda.
Muy a mi gusto, y de nada carezco. No sé en qué q ué merecí vuestro favor, y en todo me tratáis como a una hija. Sólo podría inquietarme esta impresión de dicha dich a inmerecida pero, pero, al veros, cualquier conflicto en mi pecho se aquieta. (Volviéndose hacia el conde.)
Conde Friedrich, ¿cómo sigue esa mano? mano? Conde vom Strahl. ¿Mi izquierda? Señorita, vuestro celo me es más sensib sen sible le que aquellos Tasguño Tasguños. s. AI haceros apear de la montura di contra ella, ella , fue por inadvertencia. inadvertencia. Condesa.
¿Su mano, herida...? Nada supe de eso.
Cunigunda.
Sí, llegando al castillo, vi que de ella chorreaba la sangre en claras gotas. gotas.
Conde vom Strahl. La mano misma, veis, ya lo olvidó. Si por po r vuestro rescate di esa sangre a Friburgo, diría que os vendió a muy mezquino precio. precio. Cunigunda.
La estimáis estimáis en poco, poco, pero es muy otro mi juicio... juici o... {Volviéndose hacia la condesa.)
Mas, ¿cómo? ¿No se sienta Vuestra Gracia? (Acerca, una silla, el conde trae las otras. Los Lo s tres toman asiento.) Condesa.
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Señorita, ¿cómo veis el futuro? ¿Meditáis en qué vuelco la fortuna os colocó? ¿En qué forma el corazón debe adaptarse?
Cunigunda.
Condesa piadosa y generosa, los días que me queden de vida, quiero consagrar a un cántico de gratitud: cada vez más ardiente será el recuerdo; estos hechos recientes evocaré, en eterna alabanza vuestra y de este linaje, linaje, hasta el postrer suspiro de mi pecho, si me es lícito volver a Thumeck con los míos. míos. (Prorrumpe en llanto.)
Conde Conde vom Strahl Strah l , pensáis partir?
¿Cuándo
Cunigunda.
Deseo... Pues mis tías me esperan... Sí, mañana, si es posible, o en estos días, que puedan conducirme.
Condesa.
¿No pensaréis que algo se oponga a ello?
Cunigunda.
Nada ya, mi señora, señ ora, si licencia licenc ia concedéis para hablaros con franqueza. (Le besa la mano y va a buscar los papeles.)
Conde Strahl, recibidlos de mi mano. Conde vom Strahl (En pie.) ¡Señorita! ¿Puedo saber qué es? Cunigunda.
Documentos acerca del litigio sobre tierras de Stauffen; son la base en que asentaba yo mi pretensión.
Conde vom Strahl. ¡Señorita, en verdad, me avergonzáis! ¡Si ¡Si ese es e pliego, como juzgáis, confirma vuestro derecho, estoy pronto a cederos todo, aunque sea hasta mi última choza!
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ESCENA X Cuniganda y Rosalía.
Cunigunda (Después de contemplarse contemplarse en el espejo , se dirige a la ventana como distraída y la abre. abre. Una pausa.) ¿Has puesto en orden todo lo que ai conde he de mostrar, Rosalía? ¿Documentos, cartas, fe de testigos? Rosalía Rosalía {Siem {Siempre pre junto jun to a la mesa.)Aquí mesa.) Aquí están. En este pliego se encuentran reunidos. Cunigunda .
Dame...
(Toma una vara enviscada fijada en el exterior.) Rosalía.
¿Qué hay, señorita?
Cunigunda (Con agitación.) ¡Mira,mira! ¡Mira,mira! ¿No es ia huella de un ala?
¿Qué decís?
Rosalía {Yen {Yendo do hacia ella ella.) .) Cunigunda.
Rosalía .
Cunigunda,
¡Un señuelo, que alguien dejó fijado en el postigo...! postigo...! Mira, se diría que la ha rozado un ala. ¡Veo su huella! huella! Muy bien podría ser un verdedón. Era un pinzón; me pasé la mañana para atraerlo.
Rosalía. Rosalía.
Sólo esta piumita dejó pegada.
Cunigunda (Pensativa .) Tráeme, te ruego... Rosalía ,
¿Qué, señorita mía,ios mía,ios papeles? papeles?
Cunigunda {Ríe {Ríe y le da un golpecito.) ¡Tonta.,.! ¡Tonta.,.! Esos Es os granos de mijo, mi jo, eso quiero. (Rosalía ríe también y va a buscar el cebo.)
ESCENA XI Entra un servid servidor. or. Las anteriores.
Servidor ,
¡El ¡El conde co nde Wetter vom Strahl y su madre, la condesa! condesa!
Cunigunda (Deja caer todc.). todc.). ¡Pron ¡Pronto! to! ¡Escóndelo ¡Escóndel o todo! todo!
¡Sí, enseguida!
Rosalía.
(Cierra el tocador y sale.) Cunigunda.
Han de ser se r para mí los bienvenidos.
ESCENA ESCENA X n Entran la condesa Helena y el conde vom Strahl. Strahl. La señorita Cunigu Cunigunda nda..
Cunigunda (Adelantándose a recibirlos.) ¡Héroe admirable! Y vos, madre de aquel que me salvó, ¿a qué debo este placer que me infunden vuestra vísta y presencia, la dicha de besar tan caras manos? manos? Condesa.
Me humilláis, señorita. Sólo vine
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Cunigunda.
¡Tomad, ¡Tomad, conde vom Strahl! Veo que estas cartas son ambiguas, y ha prescrito la opción de retroventa que ellas certifican. certifican. Aun fuera mi derecho tan preclaro como el sol, contra vos nada podría.
Conde vom Strahl. ¡Eso jamás, señorita, en verdad! Con júbilo recibo, como un don, la paz entre nosotros; mas de haber alguna duda sobre Stau fíen, ¡nunca retendré eí documento en que se basa! Llevad la causa al foro del Imperio y que la ley decida si hubo error. Cunigunda (A la condesa.) Libradme vos, condesa venerable, de estos papeles que queman mis manos, por po r ser contrarios a este sentimiento sentim iento que me embarga: noventa años viviera, nada podrían valerme en mí transcurso por el mundo mundo de Dios. Conde vom Strahl (Se pone también en pie.)
¡Querida mía! Tanta gratitud cae en el exceso. Bienes Bienes que q ue son de toda vuestra gente así, en un rapto inconsulto, ¿queréis enajenar? Oíd la sugerencia de mi hijo: que en Wetzlar escudriñen esos papeles; cualquiera cualqu iera que sea la decisión, decisión, podéis estar segura de ser siempre apreciada en nuestra casa. casa. Cunigunda (Con afectación.) ¡Bien, olvido, y no necesito el fallo yo de ningún pariente; como herencia a mi hijo un día le dejo el corazón! Queden en paz los señores de Wetzlar: ¡este pecho impetuoso ha decidido! (Hace trizas los papeles y los deja caer.)
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Condesa.
Querida ñifla, ñifla, tan poco sensata, ¿qué has hecho...? Pero, puesto que hecho está, ven aquí y que te bese. (La abraza.)
Cunigunda.
¡No haya obstáculos al sentimiento que arde en este pecho! ¡Húndase ¡Húndase la pared que me separa de mi héroe y salvador! Mientras aliente la vida en mí, ansio consagrarla a su alabanza y a quererlo siempre.
Condesa (Conmovida.) Bien, bien, hijíta. Basta ya, todo esto demasiado os agita... Conde vom vo m Strahl, Strahl, Sólo espero que nunca lamentéis haberlo hecho. (Pausa.) Cunigunda (Secándose los ojos.) ¿Cuándo ¿Cuándo es lícito que regrese a Thumeck? Condesa.
Cunigunda. Condesa.
¡Ahora, si lo deseáis! ¡Os dará escolta mi hijo mismo! Pues, entonces... ¡mañana! Si así os place, aunque hubiera preferido reteneros un poco más de tiempo... tiempo... ¿Aun nos daréis el gusto de una cena?
Cunigunda (Inclinándose.) Si se quieta mi pecho, eso deseo. (Sale.)
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ESCENA ESCENA X ffl La L a cond co ndesa esa H elena ele na.. El conde cond e vom vo m Str S trah ahl. l.
Conde vom Strahl.¡Como que soy un hombre, a ésta deseo por po r esposa!
¡Vamos, vamos!
Condesa.
¿No me crees? Conde vom Strahl. Decías que debiera elegir una. una. ¿Y ésta no? ¿Ella no? Condesa.
¿Te he dicho acaso que no sea de mi gusto?
No pretendo Conde vom Strahl. que hoy mismo sean las bodas... Su linaje remonta a emperadores de Sajonia. Sajonia. Condesa.
¿Y a favor favo r suyo habla además el sueño de San Silvestre?
Conde vom Strahl. Condesa.
No lo oculto: ¡así es!
Habría Habr ía que meditarlo un poco más. (Salen.)
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ACTOm Lu L u g a r : En el bosque bosq ue y la m onta on taña ña . Una ermita.
ESCENA PRIMERA Teobaldo y Gottfried Friedeborn ayudan a la Catalinita a descen der de una peña.
cuid ado, querida quer ida Catalinita; el sendero, send ero, como com o ves, está Teobaldo, Ten cuidado, cortado por una zanja. zanja. Asienta el pie sobre esta roca, apenas cubierta por el musgo; supiera yo dónde crece una rosa, de seguro te lo diría... ¡Bien! uchac ha, te con fiaste acere a del viaje que qu e hoy Gottfried . ¿Y ni a Dios, m uchacha, tenía s voluntad de cumplir...?. Pensé que en la encrucijada, donde don de se alza la imagen de la Virgen, vendrían vend rían dos dos ángeles, jóve jó vene ness de aventa ave ntajad jadaa estatur esta turaa y con alas ala s blancas blan cas como nieve, para pa ra decimo dec imos: s: ¡Adiós, Adió s, Teobaldo Teob aldo!! ¡Adiós, Gottfried! Volveros Vo lveros po p o r donde d onde habé h abéis is venido; nosotro nos otross guiarem guia remos os ahor ah oraa a la niña po r el e l camino camin o hacia Dios... Dios.. . Pero Pe ro de eso, nada; tuvimos tuvim os que acompañarte acompañ arte hasta el claustro. claustro. i
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R eina tal silencio en los robles esparcidos por las colinas: colinas: Teobaldo. Reina hasta se oye el martilleo de un pájaro carpintero. Creo que están enterados enterad os de la llegada de Catalina, y procuran procu ran espiar su pensamiento. pensam iento. Si yo mismo desearía desearí a disolverme disolv erme en el mundo, mundo, con tal de averiguarlo. El son dei arpa no debe ser más encantador encantad or que su sentimiento; sentimiento; a Israel lo hubiera alejando alejando de David, para enseflar a sus lenguas nuevos salmos... ¿Mi querida Catalinita? Catalinita? Catalinita. {Querido padre! Teobaldo. Di una palabra. Catalina. ¿Al fin hemos llegado? Teobaldo. Así es. En aquel edificio hospitalario, que con sus torres parece pare ce enclavado entre las rocas, están las celdas de los santos monjes agustinos; y ves aquí el lugar consagrado donde ruegan. Catalina. Me siento agotada. Teobaldo. Ven, Ven, sentémonos. Dame tu mano, mano, para par a que pueda sostenerte. te. Ante la reja, envuelta por la hierba espesa, este banco nos dará descanso; mira, es el el rinconcito más acogedor que jamás jam ás hayas visto. (Se sientan.) Gottfried , ¿Cómo te sientes? Catalina. Muy a gusto. Teobaldo. Pero pareces pálida, y hay sudor en tu frente. (Una pausa.) Gottfried . Antes estabas tan animosa, como para recorrer millas por campos y montes; y bastaba una piedra como asiento y tu fardillo como almohada para recobrar fuerzas. Hoy en cam bio pareces agotada, que es como si todos los cojines en los que descansa la emperatriz no bastaran para hacerte cobrar fuerzas.
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Teobaldo. ¿Deseas algún refrigerio? Gottfried . ¿ t é a traerte una poca de agua? Teobaldo . ¿Quieres que vaya a buscarte algún fruto? Gottfried. ¡Di algo, Catalinita querida! Catalina. Te agradezco, padre mío. Teobaldo. ¿Nos agradeces? Gottfried . Todo lo rechazas, Teobaldo. Lo único que deseas es que todo acabe; que al prior Hatto, antiguo antigu o amigo mío, vaya y diga: está aquí aqu í el el viejo Teoba Te obaldo ldo,, que pretende enterrar a su única hija. Catalina. ¡Amado padre! Teobaldo. Y bien, ¡así sea! sea! Pero antes de dar los pasos decisivos, que nadie podrá desandar, desandar, quiero decirte algo. Quiero decirte lo que a Gottfried y a m í se nos ha ocurrido a lo largo del del camino camino y que, a nuestro entender, es preciso cumplir antes de que al prior pri or Hatto le hablemos de este es te asunto... ¿Quieres saberlo? sa berlo? Catalina. ¡Habla! Teobaldo. Sea, ¡atiende y escudriña en tu corazón...! Deseas ingresar en el claustro de las ursulinas, que tiene su sede solitaria en medio de colinas pedregosas. pedregosas. Ya no te atrae el mundo, escena encantadora de la vida; un piadoso retiro y contemplar el rostro de Dios serán para ti padre, bodas, retoños y el beso de adorables nietecitos. Catalina , Sí, mi padre querido, Teobaldo (Tras una breve pausa.). Aunque fuera por dos semanas, puesto que aún dura el buen tiempo, tiem po, ¿no convendría conven dría retoma reto marr a las murallas y reflexionar algo más sobre este asunto? Catalina. ¿Qué dices?
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Teobaldo, Si volvieras, quiero decir, a Strahlburg, a la sombra del saúco, ahí donde el verderón hizo su nido, a esa pendiente rocosa desde donde el castillo chispeando bajo el sol, vigila las aldeas esparcidas a sus pies. Catalina, i No, mi padre querido! Teobaldo. ¿Por qué no? Catalina. El conde, mi señor, me lo ha prohibido. Teobaldo. Te lo ha prohibido. ¡Bien! Y lo que él te ha prohibido, no lo puedes hacer. ¿Y si fuera yo y le implorara que te lo permita? Catalina . ¿Cómo? ¿Qué dices? Teobaldo. ¿Si le importunara para que te concediera el rinconcito donde estás tan a gusto? ¿Si lograra su licencia licenc ia para dispon d isponer er allí todo aquello que pudieras necesitar? Catalina. No, mi padre querido. Teobaldo. ¿Por qué no? Catalina (Con angustia.) Tú no lo harías; y, si lo hicieras, el conde no lo permitiría; y, si el conde lo lo permitiera, yo no haría ningún uso de su permiso. Teobaldo. [Catalinita! ¡Mi ¡Mi querida niña...! Pues Pu es lo haré. Me inclinaré inclin aré ante él, como ahora ahor a ante ti, y diré: diré: ¡Mi ¡Mi alto señor! señor! Permi Pe rmitid tid que la Catalina, bajo el cielo que cubre vuestro castillo, encuentre habitación; cuando cabalguéis, permitid que ella de lejos os siga, a vuelo de pájaro, y hacedle, al llegar la noche, un lugarcito sobre la paja que extienden para el descanso de vuestros altivos rocines. rocines. Mejor es esto, y no que perezca de angustia.
Dio sdel el cielo, me aniqui aniquilas! las! Catalina (Arrodillándo Arrodil lándose se ante él.) ¡Porel Diosd ¡Tus palabras palab ras entrecruzan entrecruza n en mi pecho como cuchillos! Ya no me importa el claustro, contigo quiero regresar regres ar a Heilbronn, olvidaré al conde con de y, y, cuando tú lo decidas, aceptaré a ceptaré un esposo.
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Aunque una fosa de ocho varas de hondo me sirva de lecho nupcial. Teobaldo (Que se se ha puesto de pie y la ayuda a incorporarse.) ¿Me guardas rencor, hijita? Catalina. ¡No, noí ¿Por qué lo piensas? Teobaldo. ¡Te llevaré hasta el claustro! Catalina. ¡Eso nunca! nunca! ¡Ni ¡Ni a Strahlbur Strah lburg g ni al claustro...! Conven Con vence ce ahora al al priorpar prior paraa que me conceda un albergue nocturno, que pueda reclinar reclin ar mi cabeza y reposar; al rayar el día, si es posible, emprenderemos emprende remos el regreso. (Se (Se echa a llorar.) Gottfried. ¿Qué has hecho, viejo necio? Teobaldo. ¡Ay! ¡La he mortificado! Gottfried (Tocando Gottfried (Tocando la campaniia de la puerta.) puerta .) ¿Está el prior Hatto en casa? Portero (Abriendo.) ¡Alabado sea Jesucristo! Teobaldo. ¡Para siempre, amén! Gottfried . ¡Tal vez cambie de idea! Teobaldo. Entra hija mía. (Salen todos.)
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Luga Lu gar r ; Una hostería.
ESCENAH Entran el ringrave vom Stein y Friedrich vom Herrnstadt, Her rnstadt, seguidos por p or Jakob Ja kob Pech, el hostelero, y los mozos de la comitiva. comitiva.
desen síllenloss caballos caballos!! ¡Establecedlas ¡Estableced las Ringr Ring r ave (A su séquito,) ¡Qué desensíllenlo guardias, a trescientos pasos alrededor alreded or del albergue, y dejad entrar a todos, pero que ninguno salga! salga! Dad pienso a los los caballos y quedaos en el establo, que os vean lo menos posible; cuando regrese regrese Eginardó con nuevas de laT laThu hume meck ck os daré otras órdenes. {Salen los mozos.) ¿Quién vive aquí? Jakob Jako b Pech. Con vuestro permiso, yo y mi mujer, poderoso señor, Ringrave. Ringrave . ¿Y aquí? Jakob Jako b Pech. El ganado. Ringrave. ¿Cómo?
pue rca con su cría, cría, con vuestro permiso; Jakob Pech. De cerda... Una puerca es un chiquero, fabricado con tablas. Ringrave Ring rave . Y.„ ¿quién vive aquí? Jakob Jako b Pech. ¿Dónde? Ringrave. Detrás de esta tercera puerta. Jakob Jako b Pech. Nadie, con vuestro permiso. Ringrave. ¿Nadie?
poderos o señor, por estas que son cruces. O, mejor Jakob Pech. Pech. Nadie, poderoso dicho, quienquiera. Hacia afuera se abre al campo. Ringrave. Bien,., ¿Cómo te llamas?
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Jakob Jak ob Pech P ech.. Jakob Pech. Ringrave. Ringrave . Puedes marcharte* Jakob Pech. (Sale el hostelero.) Ringra Rin grave ve . Voy a acurrucarme aquí, como ía araña, hasta parecer una inocente mota de polvo; y cuando caiga en la red, esa Cunigunda, caeré sobre ella... hundiré el aguijón de la venganza en su pecho traidor: ¡muerte, muerte, muerte, y a suspendersu suspender su osamen ta, ta, como monumento a la arehimanceba, en las troneras de Steinburg! Friedrich. ¡Calma, ¡Calma, calma, calma, Albrechí!Egin Albrec hí!Eginardo,qu ardo,queenvias eenviasteaThu teaThumeck, meck, aún no ha regresado con la confirmación confirma ción de lo que sospechas. Ringrave. Llevas razón, amigo; aún no volvió Eginardo, Pero en la misiva que me mandó aquella zorra bien se lee: en primer lugar a mí se encomienda; que no es necesario que siga preocupándome por ella, que Stauffen le ha sido cedido, cedido, en amigable transacción, por el conde vom Strahl. Por mi alma inmortal, ¿tiene esto pies pies ni cabeza? ¿Tendré que tragármelo y revocar los preparativos de guerra que organicé para ella? Pero que venga Eginardo y me confírme cuanto el rumor ya me ha soplado: que le ha prometido su mano, y entonces cerraré toda mi pleitesía, pleite sía, como una navaja, y le haré har é soltar lo que me costó su guerra, ¡Aunque tuviera que ponerla patas para arriba y que cayera de sus bolsillos hasta el último ochavo!
ESCENA III Entra Eginardo Egin ardo vón der de r Wart. Wart. Los Lo s anteriores.
Ringrave. ¡Salve, amigo! ¡Recibe los saludos de una hermandad sincera...! sincera...! ¿Cómo andan andan las cosas por el castillo castillo deThume deT humeck? ck?
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seg ún aquellos rumores! Bogan Eginardo. ¡Amigos, todo se confirma según con velas desplegadas desple gadas por el océano del amor y, antes de que que se renueve la luna, habrán llegado a buen puerto con sus bodas. ¡Ei rayo quebrará que brará sus mástiles antes de llegar lle gar a ese puerto puerto!! Ringrave. Ringra ve. ¡Ei compromiso? Friedrich. ¿Ya han pronunciado el compromiso? Eginardo. No con esas palabras, según creo; pero, si hablan las miradas, significan signi fican los gestos y son capaces los apretones de manos de sellar un pacto, entonces las bodas son un hecho. Ringrave, Ringrav e, Y ¿qué ocurrió con la cesión de Stauffen? ¡Cuéntalo! Friedrich. ¿Cuándo le hizo éi ese regalo? Eginardo. ¡Vay ¡Vaya! a! Anteayer, cuando ella justamente justamen te cump cu mplíaa líaaños ñosy y sus primos habían dispuesto dispues to en Thume Thu meck ck una fiesta soberbia. Apenas el sol había espiado rojizo en su alcoba, cuando ella ya encontró el documento sobre el cobertor; el documento, quiero decir, envuelto en una carlita del conde enamorado, asegurándole que qu e será ai mismo tiempo su regalo de bodas si ella se decide a concederle conced erle su mano. Ringrave Ring rave.. ¿Y lo aceptó? aceptó ? ¡Naturalmente! ¿Se puso ante ant e el el espejo, espejo , hizo una reverencia y se lo guardó? Eginardo. Egin ardo. ¿El documento? docu mento? Por supuesto. Friedrich. Pero, ¿y esa mano que se le pedía a cambio? cambio? Eginardo. Eginard o. Oh, en eso tampoco se echó atrás. Friedrich . ¿Cómo es eso? Eginardo. Eginard o. No, ¡Dios lo permita! ¿Cuándo negó ella su mano a un pretendient preten diente? e? Ringrave. Ringra ve. ¿Y después, cuando suena la hora, hora, no cumple su promesa? promesa? Eginardo. Sobre eso no me habéis preguntado. preguntado.
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Ringrav Rin grave. e. ¿Qué respuesta dio a la carta? Eginardo, Eginar do, Cuentan que se conmovió tanto que sus ojos manaban como fuentes fuentes y mojaron mojaron de sc rito ri to ; su lengua, como como un mendigo, mendigo, no podría pod ría hallar halla r palabras para pa ra expres exp resar ar su sentimiento... Aun sin ese sacrificio, él tendría derecho a su eterna gratitud, grabada en su pecho con con letras de diamante: en una un a palabra, palabr a, una carta llena de mojigangas de doble sentido, como un tafetán jaspeado jaspea do en varios colores colo res y que no dice di ce ni sí s í ni no. Ringrav Rin grave. e. Oídme bien, amigos: ¡con ¡con esta brujería brujerí a ha cavado su tumbal Me engatusó a mí, pero seré el último; conmigo acaba aca bala la serie de aquellos a los que hizo dar veinte vueltas como borricos... ¿Dónde están los dos mensajeros a caballo? Friedrich (LJamando hacia la puerta .) ¡Ea, vosotros!
ESCENA IV Entran dos mensajeros. m ensajeros. Los L os anteriores. Ringrave Ringra ve (Saca dos cartas deljubón jub ón.) .) Tomad Tom ad estas dos cartas... cartas... tú una y tú la otra... y llevadlas, ésta al prior Hado Had o de los dominicadomin icanos, ¿me entiendes? Llegaré hacia las siete de la tarde, a buscar busc ar en su claustro absolución. absolució n. Esta Es ta llévala tú a Peter Pete r Quanz, mayordomo del castillo de Thumeck. Al toque de la medianoche me presentaré con mi tropa ame el castillo y entraré en él. Pero tú no te presentes en el lugar luga r antes de que anochezca, y que nadie te va, ¿está bien claro...? clar o...? Por tu parte, igual da que sea de día o de noche... ¿Me habéis entendido?
Los mensajeros. Perfectamente. Perfectamente. Ringrave Ring rave (Volviendo a tomar las cartas carta s,) ¿No se habrán confundido las cartas?
D e ninguna manera. Friedrich. De
Ringrave. ¿No...? ¡Rayos! Eginardo. ¿Qué ocurre? Ringrave. Ringrav e. ¿Quién las selló? Friedrich. ¿Las cartas? Ringra Rin grave ve. ¡Claro! Friedrich, ¡Mala muerte! ¡Las sellaste tú mismo! Ringrave Ringra ve (Devuelve las cartas a los mensajeros.) ¡Tienes razón! ¡Tomadlas! ¡Tomadlas! Junto Ju nto al molino, molino , donde don de pasa el torrente, os estaré esperando... Amigos, ¡vamos! (Salen todos.)
Lugar; Lugar ; En Thurneck, una sala del castillo castillo..
ESCENA V El conde vom Strahl está sentado pensativo ante una mesa sobre la que brillan dos luces. Tiene en sus manos un laúd, al que arranca, algunos sonidos. sonidos. En el fond fo nd o, ocupado con sus armas arm as y sus ropas, ropas, Gottschalk.
Una voz (Desde (Desde fuera. fue ra.))
¡Abrid, abrid, abrid! abrid!
Gottschalk.
¡Hola...! ¿Quién llama?
La voz vo z. Gottschalk.
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¡Soy yo, querido Gottschalk! ¡Soy yo misma misma!! ¿Quién?
La voz. voz.
j Yo!
Gottschalk.
¿Tú?
La voz,
}Sí!
Gottschalk.
¿Quién?
La voz
¡Yo!
Conde vom Strahl (Dejando al laúd.)
¡La voz conozco! Gottschalk, La voz, voz,
Juraría que la oí en alguna parte. ¡Señor conde cond e vom Strahl, abridme, abridm e, os ruego! ruego!
Conde vom Strahl. ¡Por Dios! Si es...
Sí, como que estoy en vida...
Gottschalk, La voz.
Es Catalina, ¡qué otra podría ser! ser! ¡La de Heilbronn!
Conde vom Strahl (En pie de un brinco.) ¿Quién? ¿Qué? ¡El diablo me asista! Gottschalk (Deja todo lo que tenía entre manos.) ¿Tú, niña? ¿Cómo, tú? ¡Niña del alma! (Abre la puerta.) puerta .) Conde vom Strahl. Desde que el mundo es mundo... Catalina (Entrando.) (Entrando.) Gottschalk.
Sí, soy yo. yo.
¡Miren, por Dios! ¡Si es ella, ella ell a en persona! persona!
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ESCENA V Catalina , portadora porta dora de una carta. car ta. Los Lo s anteriores.
Conde vom Strahl. ¡No quiero saber nada de ella! ¡Echala! Gottschalk.
¿He oído bien...? ¿Dónde está el conde vom Strahl? Strahl?
Catalina.
Conde vom Strahl. ¡Que se vaya! vaya! ¡No ¡No quiero saber sabe r de ella! Gottschalk (Tomándola Gottschalk (Tomándola de la mano.) Mi noble amo, dejad... Catalina (Entregándole la carta.) ¡Tened, os ruego! Conde vom Strahl (Volviéndose hacia ella bruscamente.) ¿Qué viniste a buscar aquí? ¿Qué quieres? Catalina (Asustada.) Nada... ¡Guárdeme Dios! Aquí, esta carta... Conde vom Strahl. ¡No la quiero...! ¿De qué carta se trata? ¿De quién viene? ¿Por qué ha de interesarme? Catalina.
Esta carta...
Conde vom Strahl. ¡No quiero saber sabe r de ella! ¡Fuera! Allá abajo entrégala a los guardias. Catalina.
¡Mi ¡Mi alto señor! señor! Permite Permit e que te explique...
Conde vom Strahl (Fuera de sí.) ¡Moza desvergonzada! desvergonzada! ¡Vagabunda! ¡Vagabunda! ¡No quiero quie ro saber sabe r de ella! ella! ¡Fuera, dije! dije! ¡Vuélvete a Heilbronn, allí está tu sitio! Catalina.
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¡Señor de mi alma, ya os dejo! dejo! Esta Es ta carta tan sólo, humildemente, me permito entregaros, y que mucho os importa.
Conde vom Strahl. ¡Pero yo no la quiero! ¡No la aguanto\ ¡Fuera, al instante!
¡Oh, mi alto señor!
Catalina.
Conde vom Strahl (Volviéndose.) ¡ Aquí, el látigo! ¿En qué clavo lo colgaron? ¡Está por verse si, en mi propia casa, no consigo librarme de estas zorras! (Toma el látigo de la pared.) Gottschaik.
¡Bondadoso ¡Bondad oso señor! ¿Qué vais a hacer? ¿Por qué no recibir con gentileza esa carta que ella misma no ha escrito?
Conde vom Strahl. ¡Cállate, viejo asno! Catalina (A Gottschalk.)
Deja, deja...
Conde vom Strahl. Estoy en Thumeck, sé lo que he he de hac er ¡no tomaré la carta de su mano,..! ¿Te marchas ya? Catalina (Impulsivamente.) ¡Si, mi alto señor! Conde vom Strahl. ¡Pues bien! Gottschalk (Por lo bajo a Catalina, viéndola temblorosa.) Calma, no temas. Conde vom Strahl. ¡Márchate! Guarda un mozo la puerta, entrégale la carta y vuélvete por tu camino. Catalina.
Bien, bien. Ya te obedezco. obedez co. No me azotes mientras hablo un momento aquí con Gottschalk... (Se vuelve hacia Gottschalk.)
Tómala tú. Gotischalk .
Catalina.
Dame, querida q uerida niña. niña. ¿De qué carta se trata? ¿Qué contiene? Es del conde vom Stein, ¿lo has comprendido? La acometida, acometida, que q ue hoy debe cumplirse, cumplirse, contra Thumeck y eí burgo —eso contiene—, contra la señorita Cunigunda, Cunigunda, bella novia del conde, mi señor.
Gottschalk
¿Un ataque al castillo? jNo es posible! ¿Del conde Stein...? ¿Como llegó a tus manos?
Catalina.
La entregaron al prior Hatto, en momentos en que —Dios lo dispuso así— me hallaba yo en su apacible claustro con mi padre. El prior, nada entendiendo del mensaje, quería ya devolverlo, pero yo lo arranqué de sus manos y hacia Thumeck me lancé a la carrera, a dar d ar la alarma, iHoy al sonar las doce, do ce, a medianoche, ha de cumplirse Ja traición infame!
Gottschalk.
¿Quién la trajo ai prior Hatto?
Catalina.
No lo sé, caro Gottschalk. Dirigida, lo ves, a uno que en el castillo mora, nada tiene que ver con el prior; en cambio, cambio, es seguro el ataque. De camino me convencí, vi con mis propios ojos cómo hacia Thurneck cabalgaba el conde: topé con él por la senda del burgo.
Gottschalk.
¡Ves ¡Ves fantasmas, hijita mía! ía!
Catalina.
¿Fantasmas? ¡Nada de eso, si es que soy Catalina! ¡Allá está el conde, frente a las murallas; si alguien monta a caballo y va a enterarse
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yerá que el ancho bosque, a la redonda, poblado está e stá con sombras de jinetes! Gottschalk .
...Toma ...Tom a esta carta, conde, a ver si entiendes algo de esto; yo no sé qué qué pensar.
Conde vom Strahl Strah l {Dejando {Dejando el látigo, látigo, toma toma la carta y la despliega.) despliega.) "Cuándo el reloj toque la medianoche llegaré a Thumeck. Abre bien las puertas; cuando arda nuestra nuestra antorcha, embestiré para pa ra abatir sólo a la Cunigunda y. al prometido, ese conde vom Strahl*, hazme saber, amigo, dónde están." Gottschalk,
¡Tropelía sin nombre...! ¿Y con qué firma?
Conde vom Strahl. Hay tres cruces aquí. (Una pausa.)
¿En cuánto estimas Catalina, la fuerza de esa tropa? Catalina .
De sesenta sesen ta hombres, señor mío, a setenta. setenta.
Conde vom Strahl. ¿Al propio conde Stein viste...?
A ése, ése , no.
Catalina. Conde vom Strahl. ¿Quién guiaba su hueste? Catalina.
Dos jinetes, señor mío, para mí desconocidos.
Conde Conde vom Strahl . ¿Y ahora, dices, se aprestan frente ai burgo? Catalina .
Sí, mi honrado señor.
Conde vom Strahl. Catalina.
¿A qué distancia? distancia?
Ocultos en el bosque, a tres mil pasos. 91
¿A la derecha?
Conde vom Strahl. Catalina.
A la izquierda del pinar, donde un pasaje domina el torrente. (Una pausa.)
Gottschalk.
¡Ataque de villanos!
Conde vom Strahl {Guardando la carta.) ¡Llama al punto a los de Thumeck...! Dime, ¿qué hora es? es? Gottschalk.
Media antes de las doce.
Conde vom Strahl. podemos pode mos perder p erder ya.
Ni unmomento unmomento
{Se coloca el yelmo.) Gottschalk.
¡Bien, ya me marcho...! ¡Ven, niña mía, conmigo, algdn alivio podré pod ré dar da r a un corazoncito corazon cito exhausto...! exhausto... ! Dios mío, ¡gran ¡gran deuda tenemos contigo! contigo! Así, en la l a noche, noche, por po r bosques y prados...
Conde vom Strahl. ¿Algo más, niña, tienes que decirme? Catalina.
No, mi alto señor... •
Conde vom Strahl.
¿Qué buscas ahí?
Catalina (Apretando la mano contra el pecho.) El pliego, que quizá también te importe... Creo, lo puse... ¿Está, creo...? {Busca alrededor.) Conde vom Strahl. Catalina.
¿Dices, el sobre?
No, aquí. (Toma el pliego y lo da al conde.)
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Conde vom Strahl . Dame, (Examina el papel.)
¡Tu rostro escupe e scupe llamas! Sécate con un paño, pañ o, Catalina, Catalina, y nada bebas antes de calmarte.., calmarte.., ¿No lo tienes? Catalina.
No...
Conde vom Strahl (Se quita el echarpe y, dándose bruscamente la vuelta, lo arroja sobre la mesa.)
Toma mi bufanda.
(Poniéndose los guantes.) guantes.)
Si ansias ansias volver a casa de tu padre, huelga decir que, entonces, yo... Catalina,
¿Quéharás? ¿Quéharás?
Conde vom Strahl (Al (Al ver el látigo.)
¿Qué hace el látigo aquí? Tú lo tomaste...
Gottschaík. Conde vom Strahl (Irritado.)
¿Hay aquí perros que debo azotar?
(Arroja el látigo por la ventana, los vidrios saltan en añicos; volviéndose hacia Catalina ,)
Caballos y carruaje, dulce niña, te darán, y que a Heilbronn te conduzcan... ¿Cuándo viajas? Catalina (Temblorosa.)
Ya, mi noble señor.
Conde vom Strahl (Le acaricia las mejillas.)
¡No hay hay prisa) prisa) Ésta noche en la posada te albergarían... 93
(Se le saltan las lágrimas.)
¿Ea, usted, de qué se admira? {Recójame esos tiestos] (Gottschalk así lo hace. El conde recoge la bufanda de la mesa y la da a la niña.) Ya calmada, me la devolverás. {Mi alto alto señor! Catalina (Quiere besar su mano.) {Mi Conde vom Strahl (Apartándose de ella.) Dios te bendiga, adiós. (Fuera estrépito y toque de campanas.) Gottschalk.
¡Santo Dios! ¿Qué es eso?
Catalina,
¿No es el ataque?
Gottschalk. Catalina.
¿El ataque? ataque ?
¡A luchar, nobles de Thumeck! Conde vom Strahl. ¡Por Dios vivo, tenemos ya al ringrave! ringrave! (Salen todos.)
Lugar: Lug ar: Plaza Pla za delante del castillo. castillo. Es de noche. El castillo está en llamas. Ruidos de ataque.
ESCENA VH Un vigía (Entra y hace sonar son ar su cuerno.) ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Despertad, hombres de Thumeck, poned a salvo mujeres y niños, despertad! Libraos del sueño que pesa sobre vosotros como un gigante. ¡Recobrad el sentido, alzaos y despertad! ¡Fuego! ¡La traición entró de puntillas por el portal! ¡El crimen se
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yergue, con arco y flechas, en medio de nosotros y la devastación, para alumbrarle el el camino, lanzó sus antorchas por todos los rincones del castillo! castillo! 5Ah! Ah! Si tuviera tuvi era pulmones de bronce y una un a palabra cuyo clamor fuera más horrísono que ésta: {Fuego! ¡Fuego!
ESCENA Vffl El conde vom Strahl. Los tres t res señores de Thurneck Thurnec k y sus acompañantes. El vigía nocturno. Conde vom Strahl. ¡Cielos y tierra! tierra! ¿Quién pegó fuego al castillo...? ¡Gottsch Gottschalk! alk! Gottschalk (Fuera de escena.) ¡Eh! Conde vom Strahl. ¡Aquí, mi escudo y mi lanza! Caballero de Thurneck. ¿Qué ha ocurrido? Conde vom Strahl. ¡No preguntéis! preguntéis! ¡Tomad lo que tengáis a mano, volad a las murallas y a dar mordiscos como jabalíes jab alíes acosados acosados!!
¿El ringrave está ante las puertas? Caballero de Thurneck. Thurneck. ¿El Conde vom Strahl. Ante las puertas, señores míos, y, como no echéis pronto el cerrojo, dentro de ellas. ¡La felonía, desde adentro se las abrió de par en par! Caballero de Thurneck. ¡Un ataque ataqu e a mansalva, inaud in audito ito... ...!! ¡Adelante! (Sale con sus guardias.) Conde vom Strahl. ¡Gottschalk! Goltschalk (Desdefuera.) ¡Eh! Conde vom Strahl ¡Mi espada, mi escudo, mi lanza!
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ESCENA IX Entra Catalina. Catalina. Los Lo s anteriores. anterio res.
Aqu í están! Catalina (Trayendo espada, lanza y escudo.) j Aquí Conde vom Strahl {Mientras toma la espada y la suspende a su cintura.) ¿Qué quieres ahora? Catalina. Te traigo las armas. Conde vom vom Strahl Stra hl. ¡No fue a ti a quien llamé! Catalina. Gottschalk está ocupado en salvamos. Conde vom Strahl , ¿Por qué no envió al paje...? ¿De nuevo me importunas? (Vuelve a oírse el cuerno del vigía.)
ESCENAX El caballero Flammberg Fl ammberg con su escolia. Los L os anteriores. an teriores.
Sí* ya puedes pue des soplar s oplar hasta que q ue estallen tus mejillas! Hasta H asta F lammberg. \ Sí lospeces losp eces y los topos sabrían que hay incen incendi dio» o» ¿para qué hace falta que lo divulgues divu lgues con tu siniestra letanía? letanía? Conde vom Strahl. ¿Quién va? Flammberg, ¿Gente de Strahlburg? Conde vom Strahl. ¿Flammberg? Flammberg. ¡Y no otro alguno!
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Conde vom Strahl. ¡Ven ¡Ven aquí...! aquí...! ¡Monta guardi guardia, a, hasta que sepamos dónde pelean con más furia!
ESCENA XI Entran las tías de Thurneck. Los L os anteriores.
Tía primera. primera . ¡Dios nos valga! Conde vom Strahl. Calma, calma. Tía segunda. ¡Estamos perdidas! Sólo falta que nos asen. Conde vom Strahl. ¿Dónde ¿ Dónde está la señorita Cunigunda, Cunigunda, vuestra sobrina? na? Las tías. tías. ¿La señorita, nuestra sobrina? Cunigunda (Desde el castillo.) ¡Socorro! ¡Ayudadme,buenas gentes! Conde Conde vomStrahl. vomStrah l. ¡Dios del cielo! cielo! ¿No era su voz? (Devuelve escudo y lanza a Catalina.) Tía primera. primera . ¡Era su vozl ¡Pronto, daos prisal Tía segunda. ¡Allá aparece sobre el portal! Tía primera. ¡Corred, por todos los santos! santos! ¡Vacila y cae! cae! Tía segunda. ¡Pronto, corred a sostenerla!
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ESCENA XH Cunigunda von Thurneck. Los anteriores anteriores.. Conde vom Strahl (Recibiéndola en sus brazos.) ¡Cunigunda mía! Cunigunda (Con voz apagada.) ¡El retrato, don vuestro, conde Friedrich, en su estuche...!
¡Qué pasó? ¿Dónde está?
Conde vom Strahl. Cunigunda.
¡Ya arde en el fuego, ay de mí! ¿Quién lo salva?
Conde con Strahl. ¡Qué arda! ¿No me tenéis aquí en persona, bien amada? Cunigunda .
¡Eí retrato retr ato con su estuche, conde Strahl, con su estuchel ¿Dónde estaba?
Catalina (Adelantándose.)
(Mientras entrega escudo y lanza a Flammberg.) Cunigunda.
¡En mi escritorio! ¡Aquí, niña adorada, tienes la llave! (Catalina se dispone a salir.)
Conde vom Strahl.
¡Escucha, ¡Escu cha, niña! niña!
Cunigunda.
¡Aprisa!
Conde vom Strahl. ¡Oye, niña mía!
¡Corre! ¡Corre! ¿A qué oponerse oponers e
Cunigunda.
si ella ansia...? Conde vom Strahl. Señorita, en su lugar otro diez podré regalarte...
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Cunigunda (Lo interrumpe.) ¡Esése ¡Esése el que quiero...! Por qué tanto lo aprecio, no es tiempo ni lugar para explicarlo... Ve, muchacha, devuélveme el retrato y su estuche: ¡un ¡un diamante será el premio! premio! Conde vom Strahl ¡Y bien, sea! Lo merece aquella necia*, ¿qué se le había perdido aquí? Catalina (Antes de entrar en el castillo.) ¿En ¿En la l a alcoba... alcoba... a la derecha..,? Cunigunda.
No, amorcito, amorci to, a la izquierda, izquier da, donde un terrado corona el portal.
Catalina.
¿En el salón del centro?
Cunigunda.
Catalina.
¡Sí, en el centro! No hay error, corre, ¡el ¡el riesgo es inminente! ¡Voy allá! allá! ¡Dios me ayuda! ¡Os lo traeré! (Sale.)
ESCENA XIII Los anteriores, menos Catalina Ca talina ,
Conde vom Strahl. Strahl. ¡Oídme, una bolsa de oro tengo aquí para aquel que la siga! siga! Cunigunda.
¿A qué viene eso?
Conde vom Strahl, ¡Veit Schmidt! Schmidt! ¡Hans, tti tti!! ¡Karl Böitinger! ¡Fritz Töpfer! ¿No hay un audaz,..?
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Cunigunda.
¿Qué se os ocurre ocu rre ahora?
Conde vom Strahl. Señorita mía, debo confesar... confesar... Cunigunda.
¿Qué extraño ardor ardo r os arrebata...? ¿Quién es esa niña?
Conde vom Strahl. La doncella doncella que hoy nos salvó con su celo. Cunigunda.
¡Por Dios! Vaya, ¡ni que fuera hija del Emperador! ¿Qué teméis? Hay fuego, pero la casa sobre sus vigas se alza como roca,* no creo que, por esta vez, se hunda. La escala seguía indemne, una humareda será lo único con que tropiece.
Catalina (Aparece en una de las ventanas en llamas .) ¡Señorita, me ayude ayu de Dios! Dios! ¡Me ahogo...! No era la l a llave justa. justa . Conde Conde vom Strahl Stra hl (A Cunigunda.) ¡Maldición! ¿No hacéis nada a derechas?
¿No eraésa eraésa
Cunigunda.
la llave? Catalina (Con voz apenas audible.) ¡Dios, ayúdame! Conde Conde vom Strahl Stra hl . niña mía! mía! Cunigunda.
¡Desciende,
Deja...
Conde vom Strähl. ¡Que desciendas, digo! digo! ¿Qué puedes sin la llave? ¡Ea, desciende! Cunigunda.
100 100
Un instante, permite...
¡Por ios diablos!
Conde vom Strahl. Cunigunda,
(Ya recuerdo! N iña mía del alma, ¡la llave está colgada del espejo, sobre mi tocador! tocador! ¿Junto al espejo?
Catalina.
Conde von Strahl ¡Por Dios, querría que aquel que me esbozó nunca nunc a hubiera existido, ni tampoco aquel que me engendró...! ¡Entonces, busca! busca! Cunigunda.
¡Corazoncíto! En el tocador, ¿me oyes?
Catalina (Retirándose de la ventana.) ¿Dónde está el tocador? No hay más que humo. Conde vom Strahl. Strahl. ¡Busca! Cunigunda,
En el muro aquél. ¿A la derecha?
Catalina (Ya invisible.) Conde vom Strahl ¡Busca, digo! Catalina (Con voz débil)
¡Ayuda, Dios mío! mío!
¡Busca...! Conde vom Strahl ¡Maldita sumisión, ni la de un perro! Flammberg.
Si no huye ahora, ¡la casa se desploma!
Conde Conde vom vom Stra hl ¡Aquí, una escala! Cunigunda.
¿Cómo, dueño mío?
Conde vom Strahl. ¡Una escala! ¡Yo mismo subiré! Cunigunda.
Caro amigo, amigo , ¿vos mismo...?
Conde vom Strahl ¡Basta ¡Bast a ya! ya! ¡Dejad lugar! Yo os traeré ese retrato.
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Cunigunda.
Os Io ruego, ruego , sólo un instante más, más, y ella lo trae.
Conde vom Strahl . (Permitidme, (Permitidm e, repito...! repito...! Nada sabe de d e espejo y tocador, ni de ese gancho; yo en cambio ai dedillo sabré hallarlos. Encontraré la imagen de óleo y tiza sobre un fondo de tela y os la traeré, como tanto anheláis... anheláis... (Cuatro mozos traen una escala de incendios.) incendios.)
¡Aquí, apoyadla! ¡Tú, el de allá detrás! Mozo primero (Volviéndose hacia hac ia los de atrás.) ¡Tú, Otro (Al conde.) ¿Dónde?
Conde vom Strahl.
Ante ía ventana ventan a abierta.
Los mozos (Empinando la escala.) Mozo primero, primero,
¡Ea!
¡No me empujéis! Tomadlo Tom adlo con más calma, es muy larga esa escala.
Los otros (Detrás.) ¡En la ventana apóyala! ¡Donde se ve el crucero! Flammberg (Que los ayuda.) ¡La escala ahora está firme y no se mueve! Conde vom Strahl (Arrojando la espada.) ¡A la obra! Cunigunda.
¡Amado ¡Am ado mío, escúchame!
Conde vom Strahl. ¡No tardaré! (Pone pie en la escala.)
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Ftammberg (Con un grito de asombro .) ¡Deteneos, Dios Dio s del cielo! cielo! Cunigunda (Apartándose de la escala aterrorizada.) ¿Qué ocurre? Los mozos, mozos, Todos.
¡Atrá ¡Atrás! s! ¡La casa se derrumba! derrumba! ¡Santo Dios! ¡Y no quedan más que escombros)
(La construcción se desmorona; el conde da la vuelta y se oculta la vista con las manos; cuantos cuan tos ocupan la escena dan un paso atrás y al mismo tiempo apartan la mirada. Una pausa.)
ESCENA XIV Catalina se lanza, con un rollo rollo de pape pa pell en la mano, a través de un gran portal que ha quedado quedado en pie; detrás de ella, uti ángel con los rasgos de un joven de rizos rubios, con alas en los hombros y en la mano una hoja de d e palma.
Catalina (Apenas traspuesto el portal, se vuelve hacia él y se echa a sus pies.) ¡Potencias celestiales! ¿Qué me ocurre? (El ángel roza su cabeza con la palma y desaparece.)
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ESCENA XV Los Lo s anteriores ante riores,, menos el ángel. ánge l. Cunigunda {Mirando {Mirando primero primer o a su alrededor.) alrededor.) iPor Dios vivo, vi vo, me parece sonar...! sonar...! i Amigo, mirad esto! Conde vom Strahl {Anonadado.)
¡Flammberg!
(Se apoya en su hombro.) Cunigunda.
¡Primos, tías...! ¡Oídme!
Conde vom vo m Strahl {Apartándola. {Apartándola.)) Por Po r favor, ¡aléjate ¡aléjate!! Cunigunda,
¡Neci ¡Necios! os! ¿Sois todos estatuas de sal? Bien está lo que bien...
Conde vom Strahl. ¡Ya no hay consuelo cons uelo para pa ra mí! Se agostó agos tó toda belleza. bel leza. Dejadme estar. estar. Flammberg (A los mozos.) mozos.) ¡Pronto, gañanes, pronto! Un mozo.
j Aquí, con palas pala s y horquillas!
Otro.
¡Veamos si aún respira bajo los escombros!
Cunigunda {Con despecho.) ¡Viejos verdes, con barba y poco seso! Creen que sólo hay cenizas, pero ella yace en tierra, tan fresca, vedla allí; allí; ¡oculta en su mandil, se está riendo! Conde vom Strahl {Volviéndose.) {Volviéndose.) ¿Dónde? Cunigunda.
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¡Allá!
No, dime. Eso E so es imposible. imposib le.
Conde vom Strahl. Las lías. lías.
¿La niña, viva...? ¡Cielos! ¡Si está allí!
Todos.
Conde vom Strahl (Se acerca y la contempla,) ¡Dios ¡Dios ahora te ampara con sus huestes! huestes! (La levanta del suelo.)
¿Cómo hiciste? No sé, mi alto señor.
Catalina.
Conde vom Strahl. Se alzaba aquí una casa, en ella, tú... ¿No era así?
Cuando se hundió, ¿dónde estabas?
Flammberg. Catalina,
No sé, señores, qué pasó conmigo. (Una pausa.)
Conde vom Strahl. Para colmo, con el retrato. (Toma de su mano una especie de cilindro.) Cunigunda (Se lo arrebata.) Conde vom Strahl.
¿Dónde? •Aquí.
(Cunigunda palidece.)
¿No es el retrato...? ¡Sil Las La s tías. Flammberg.
¡Milagro! ¿Quién te lo dio? ¡Dínoslo!
Cunigunda (Golpeando la espalda de la niña con el cilindro.)
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¡Qué aturdida! ¿No 1c dije, también con el estuche? Conde vom Strahl. Por el ciclo, ¡ésa sí que es buena...! ¿Sólo os importa el estuche? estuche? Cunigunda.
¡Y no otra ot ra cosa! Vuestro nombre grabado en él lo hacía para mf inestimable. ¡Y le insis insistí! tí!
Conde vom Strahl Si sólo era por eso... Cunigunda.
¿Así pensáis? pensáis? A m í incumbe probarlo, y no a vos.
Conde vom Strahl. Tanta bondad vuestra, señorita, señorit a, me pasma. Cunigunda (A Catalina,) ¿Por qué así a sí lo extrajiste del estuche? Conde vom Strahl Explícalo, hija mía.
¿El cuadro?
Catalina. Conde Conde vom Stra St rahl hl
¡Sí!
Catalina,
No lo hice yo, mi alto señor; el cuadro casi enrollado, en aquel escritorio, que pude abrir, hallé junto jun to ai estuche. estuche.
Cuntgunda.
¡Apura...! ¡Apura...! ¡Me hartan harta n sus muecas!
Conde vom Strahl. Cunigunda,
¡Cunigunda...!
¿No debía ante todo colocarlo en su estuche...?
Cond Conde e vom Strah Str ahll ¡No, no, Catalínitaí Apruebo lo hecho; ¿cómo habrías podido saber cuánto valía ese cartón?
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Cunigunda .
{Satán guió gui ó su mano!
No te inquietes,., inquiet es,., Conde Conde vom Strahl Stra hl. Pronto se calmará ía señorita. Márchate. Catalina.
¡Siempre que tú, señor, no rne golpees! golpees! Va hacia el fondo, fon do, donde están Flammberg Flammberg y los mozos, y se confunde con el grupo.)
ESCENA XVI Entran los señores de Thurneck. Thurneck. Los L os anteriores.
Caballero de Thurneck, Thurneck, ¡Triu ¡Triunfo nfo* * amigos! ¡Se rechazó rech azó el ataque! ¡Ganó el ringrave un chuzo en la mollera! Flammberg. El pueblo.
¿Se retira? ¡Viva, viva!
¡A caballo! Conde vom Strahl. ¡A caballo! ¿Corramos al torrente y atajemos a toda esa gavilla!
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ACTO IV Luga Lu gar: r: Una región de montaña m ontaña,, con cascadas y un puen pu ente. te.
ESCENA PRIMERA El ringrave r ingrave vom vo m Stein, Stein , a caballo, atraviesa el puent pu ente e seguido seguid o p or algun a lgunas as tropas a pie. Los sigue el conde vom Strahlt a caballo; detrás de él Flammberg, con mozos mozo s y tropa, tropa, pero a pie. pie . Por Po r último, Gottschalk, Gottscha lk, también a caballo, y a su lado Catalina.
Pin grave (A su tropa). {Por {Por el puente, muchachos, much achos, por el puente! Ese Es e Wetter vom Strahl atruena, como un ventarrón, y nos pisa los talo talon nes*, s*, ¡echemos ¡echemo s abajo el e l puen pu ente te o estamos esta mos perdido per didos! s! (Termina (Termina de atravesar el puente.) Mozos Mozo s del ringrave ringrave (Siguiéndolo .) ¡Destruyan el puente) (El (El puente se derrumba.)
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Conde vom Strahl (Entra en escena, escena, dominando apenas apena s su caballo.) ¡Fuera...! ¡Fuera...! ¡Cuidado con destruir ei pasaje! pasaje! Mozos Mo zos del ringrave ringrav e (Le lanzan lanzan flech fle chas as.) .) ¡Ea! ¡Estas flechas te dan nuestra respuesta! Conde vom Strahl Strah l (Haciendo retroceder al caballo.) ¡Mercenarios,..! ¡Eh, Flammberg! Catalina (Sostiene en alto un tubo de cartón.) ¡Mi alto señor! Conde vom Strahl (A Flammberg.) ¡Aquí, los arqueros! Ringrave Ringra ve (Gritando (Gritan do desde la otra orilla.) orilla.) ¡Hasta ¡Hasta más ver, señor conde! conde! Si sabéis nadar, echaos al agua; en Steinburg, de este lado, podréis podr éis encontrarnos, (Sale con su gente.) Conde vomStrahl, ¡Muy agradecido, agradecido , señores! señores! ¡Si el rió ri ó lo soporta, muy m uy pronto tendré algo que deciros! deciros! (Atraviesa la corriente con su caballo.) Un mozo (De su tropa.) ¡Alto, por po r todos los diablos! ¡Tened cuidado! cuidado! Catalina (Desde la orilla.) ¡Señor conde vom Strahl! Otro mozo. ¡Traigan aquí tablas y listones! Flammberg. ¿Cómo? ¿Te crees un judío atravesando el M ar Rojo? Todos. ¡Adelante! ¡Adelante! (Le siguen.) Conde vom Strahl. ¡Seguidme! ¡Es ¡Es un estanque estan que de truchas, trucha s, ni ancho anc ho ni profundo! ¡Así, ¡Así, así! ¡Que toda esa morralla morra lla termine en la sartén! (Sale con su tropa.) Catalina. ¡Señor conde vom Strahl! ¡Señor, conde!
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Gottschalk (Volviéndose con su caballo.) Ea, jpor qué chillas y alborotas así...? ¿Qué tienes que hacer en medio de la refriega? ¿Por qué nos sigues a todas partes? Catalina (Teniéndose de un tronco.) ¡Cielos! Gottschalk (Apeándose.) ¡Ven! ¡Ven! ¡Recoge tu falda fald a y monta! Lo llevaré de la rienda y pasaremos. Conde vom Strahl (Fuera de escena.) ¡Gottschalk! Gottschalk. ¡Ya llego, señor mío, a mandar! Conde vom Strahl. ¡Mi lanza, aquí la quiero! Gottschalk (Ayuda (Ayuda a la niña a poner pie en el estribo.) estribo.) ¡Quieta, mala yegua...! ¡Tú, quítate zapatos y mediasl Catalina (Sentándose en una piedra.) piedra .) ¡Enseguida! Conde vom Strahl. ¡Gottschalk! Gottschalk. ¡Ahora mismo! Ya os llevo la lanza... ¿Qué tienes ahí en la mano? Catalina (Mientras se descalza.) El estuche, amigo mío, el que ayer... ¿Y bien?
Gottschalk. ¿Qué dices? ¿El que quedó en el juego? Catalina. ¡Seguramente! Por el que me regañaron. Esta mañana rebusqué entre las minas y quiso Dios... ¡Ahora lo sabes! (se está quitando una media) Gottschalk. ¡Vaya astucia! (Toma el cilindro.) ¡Y además intacto, a fe, como esculpido en piedra...! piedra...! ¿Qué habrá dentro? Catalina. No tengo idea. Gottschalk (Sacando una hoja de dentro.) “Acta relativa al don de Stauffen por parte de Friderich conde vom Strahl...” ¡Maldición! Conde vom Strahl (Fuera.) ¡Gottschalk!
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Gottschalk. ¡Ahora mismo, noble señor, ya voy! Catalina (Alzándose.) ¡Estoy lista! Gottschalk. ¡Eso tendrás que entregarlo al conde cuanto antes! (Le devuelve el cilindro.) ¡Ven, ¡Ven, dame la mano y sígueme! (Guía al caballo, con la niña, a través del torrente.) Catalina (Al primer contacto con el agua.) agua. ) [Ay! Gottschalk. Alza un poco la falda. Catalina. ¡No, de ninguna manera! manera! (Se detiene.) Gottschalk. ¡Sólo hasta el tobillo, Catalinita! Catalina. ¡No! Más bien me buscaré un vado (Hace ademán de d e regresar.)
niña! ¡Apenas donde Gottschalk(Deteniéndola.) ¡Sólo hasta el tobillo, niña! termina el talón talón!! Catalina. ¡No, no! Enseguida volveré a tu lado. (Se libera y escapa.) Gottschalk(Se vuelve desde el arroyo y exclama). ¡Catalina! ¡Miraré hacia otro lado! ¡Me taparé los ojos! ¡No hay un vado a cien millas a la redonda...! redonda...! ¿Para qué le l e pedí que se alzara alzar a la falda? Mírenla cómo corre junto a la orilla, río arriba, hacia las ásperas cumbres nevadas. ¡Pobre almita, si ningún carretero se apiada de ella, está perdida! Conde vom Strahl (Fuera.) ¡Gottsch ¡Gottschalk! alk! ¡Por lo que quieras, Gottschalk! Gottschalk . ¡Sí, ya puedes gritar...! gritar...! Ya llego, mi m i noble señor, s eñor, y a estoy estoy aquí. (Guía de mal talante a su caballo a través del arroyo.) (Sale.)
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Luga Lu gar; r; El E l castillo cas tillo de W etter ett erstr strah ahll Un lugar cubierto p or espesa arboleda, en la muralla exterior medio en ruinas. En primer prim er plano, un saúco saúco que form fo rm a una suerte de emparrado emparrado natural; debajo del arbusto, un banco de piedra que cubre una estera de paja, Vense en las ramas una camisola y unas medias puestas puesta s a secar. secar.
ESCENA n Catalina Catalina está acostada acostada y duerme. Entra Ent ra el conde vom Strahl. Conde vom Strahl Stra hl (Guardando el estuche en su coleto.} Según m e dijo Gottschalk, al entregarme el estuche, Catalinita habría regresado. En cuanto a Cunigunda, después del incendio de su castillo, halló refugio en el mío; mío; entonces se presenta él y me dice: bajo el saúco está tumbada y duerme, rogándome con lágrimas en los ojos que le permitiera acogerla en nuestro establo. establo. Respondí R espondí que, hasta que se hiciera presente el viejo padre, padre , Teobaldo Teob aldo,, le daría dar ía albergue albe rgue en la posada; entonces enton ces me escabullí y vine aquí aqu í a fin de ponerla un poco a prueba... No No puedo pue do soporta so portarr más este vía crucis. Una niña, capaz capaz de hacer feliz al más próspero burgués de Suabia, quiero saber por qué estoy condenado condena do a llevármela a rastras como a una moza de mala andanza; saber por qué me sigue siempre como un gozque, sin importarle ni el agua ni el fuego, detrás de mí, desdichado, que no tengo más cuartos que los de mi blasón... Es algo más que ei simple hechizo del corazón, corazón, algo atizado por po r el infierno, inf ierno, un desvarío desv arío que q ue hace h ace diabluras en su pecho. Tantas veces como le he preguntado: preguntado: jCatalina! jCatalina! ¿Por qué te espantaste la primera vez que me viste en Heilbronn?, siemsiem pre me miró como pensando pensand o en otra cosa, para respond resp onder er luego: luego: “j Ah, poderoso señor, bien lo sabéis...!” \ Aquí Aquí está...! está...! En verdad, cuando la veo veo así dormida, con rojas mejillas m ejillas y los puñitos puñit os apretados, apretad os, me cae c ae encim en cimaa toda to da la sensib s ensiblería lería de las mujeres y hace correr mis lágrimas. Que me muera ahora mismo si no me ha perdonado perdonad o lo del látigo... ay, ¿qué digo?, si no se se ha dorm dorm ido rezando por mí, quel qu elaa traté tan mal... Pero, Pero , pronto, pron to, antes de que venga Gottschalk Gotts chalk a fastidiarme. Tres cosas me ha dicho: primero, que duerme como un lirón; segundo, que, como un perro de caza, siempre sueña, y, tercero, que habla en sueños; y sobre estas particularidades basaré mi prueba.,. prueba. ,. Si cometo un pecado, pecad o, que me perdone perd one Dios.
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(Cae de rodillas ante la niña y coloca delicadamente los dos brazos alrededor de su cuerpo. La durmiente se estremece, como a punto de despertar, despertar, pero inmediatamente inmediatamente vuelve a quedar queda r inmóvil.) Conde vom Strahl. ¿Duermes, Cati? Catalina .
No, mi alto señor. (Una pausa.) paus a.)
Conde vom Strahl. Pero tienes los párpados cerrados. Catalina.
¿Los párpados? Y con fuerza, así creo... creo...
Conde vom Strahl. Catalina.
¡Déjame...!
Conde vom Strahl. Catalina .
¿O sea que están abiertos?
Como platillos plati llos,, señor excelente... Bien claro allí te veo', y a caballo.
Conde vom Strahl. ¿No estoy a pie? Catalina.
¡No! ¡No! En tu caballo caba llo blanco. blanco . (Una pausa.)
Conde Conde vom Strahl. ¿Dónde estás tú, corazoncito? Dímelo. Catalina.
Es un prado muy verde, y esmaltado esmalta do de flores.
Conde vom Strahl. ¿Nomeolvides, manzanillas? Catalina.
Y aquí, aqu í, violetas. viole tas. ¡Mira, parece pare ce un soto!
Conde vom Strahl. Ya desciendo de mi cabalgadura, Catalina, y me siento aquí, a tu lado... ¿Permites? Catalina.
Cómo no, alto señor.
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Conde vom Strahl (Como si s i llamara.) llamara.) ¡Gottschalk..,! ¿Dónde dejo la yegua...? ¡Eh, mí buen buen Gottschalk! Gottschalk! Catalina.
Allí mismo, no escapará la boba. boba. ¿Crees...? ¿Crees ...? Y bien, ¡sea! ¡sea!
Conde Conde vom Strahl (Sonriendo.). (Sonriendo.).
(Una pausa. paus a. El E l hace retiñir re tiñir su armadura)
¡Mi querida niña! (Toma su mano.) Catalina.
M i alto señor. Así, ¿me quieres bien?
Conde vom Strahl. Catalina.
¡De corazón!
Conde vom Strahl . Yo, no. Catalina (Sonriente.)
Yo, Yo, en cambio, ¿tú, qué piensas?
¡Necio!
Conde vom Strahl. Catalina.
¿Necio, dices?
Dejémoslo... Enamorado como un colegial.
Conde Conde vom v om Strahl. ¿Yo estaría, pues...? Catalina .
¿Qué murmuras?
Conde vom Strahl (Con un suspiro.) Su fe, firme como una torre en sus cimientos... ¡Sea! Me entrego... Y bien, Catalinita, si es como dices... Catalina. ¿Cómo? Conde von Strahl. de todo esto? Catalina.
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¿Qué saldrá
¿ Q u é s a l d r á d e e s to to ?
Conde vom Strahl. Sí, ¿lo has pensado? Catalina.
Depende... ¿Qué dices?
Conde vom Strahl. Catalina.
Por Pascua, al año, año, me habrás desposado. desposado.
Conde vom Strahl (Conteniendo la risa.) ¿Ttí, mi esposa? ¡En verdad, no lo sabía! Catalinita... ¿y quién te lo anunció? t
Catalina.
La Mariana, ella me lo anunció.
Conde vom Strahl. La Mariana, ¿eh.„? ¿Puedo saber quién es? Catalina .
La criada que barría en nuestra nuestr a casa. casa.
Conde vom Strahl. Y ella, a su vez... ¿por quién lo había sabido? Catalina.
Gracias al plomo que, por San Silvestre, muy en secreto virtió para mí.
Conde vom Strahl. ¡Qué me cuentas! ¿Profetizó...?
Un apuesto
Catalina.
caballero caballero se casaría conmigo. Conde vom Strahl. Sin más ni más, ¿creiste que era yo? Catalina.
Sí, mi alto señor... (Una pausa.)
Bien, niña mía, Conde Conde vom Strahl Stra hl (Conmovido.) te diré, pienso en cambio que sea otro. El bravo Flammberg... u otro. Tú, ¿qué opinas? Catalina.
¡No, no!
Conde vom Strahl. ¿No?
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¡No, mil veces!
Catalina. Conde vom Strahl. Catalina.
¿Por qué? ¡Explícame!
Cuando, tras lo del plomo, plom o, aquella noche de San Silvestre, rezaba en mi cama porqu po rquee fuese fues e verdad lo que Mariana M ariana me anunció, pedí a Dios que el caballero me mostrara en mi sueño: a medianoche surgiste, surgiste, como ahora ahor a te veo, dándome dulce nombre de "prometida mía”. mía”.
Conde vom Strahl. ¿Que aparecí,..? Corazoncito, nada de eso recuerdo... ¿Cuándo ¿Cuánd o fue...? Catalina.
La noche noche de San Silvestre. En igual noche, al cabo de dos años, sería s ería verdad...
Conde vom Strahl. ¿En el castillo de Strahl?¿Y dónde? Catalina...
¡No, en Heilbronn! En el cuartito donde don de está mi cama. cama.
Conde Conde vom Strahl Stra hl. Deliras, niña mía... Enfermo de muerte yacía yo en mí castillo de Strahl. Strahl. (Pausa. Ella suspira, se agita y murmura algo entre dientes.)
¿Qué dices? Catalina.
¿Quién?
Conde vom Strahl.
¡Tú! Yo no he dicho nada.
Catalina. (Una (Una pausa pau sa J Conde vom Strahl Strah l (Para sí.)
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Extraño, la l a noche de San Silvestre... (Busca muy lejos un recuerdo.)
Catalinita, ¿algún otro detalle? ¿Venía yo solo? No, mi honrado señor.
Catalina.
Conde vom Strahl. ¿Con quién, pues?
jEa, vamosl
Catalina. Conde vom Strahl. Catalina.
¿Lo has olvidado?
Conde vom Strahl. Catalina.
¡Dtmelo!
Te juro, juro , no sé. sé.
Un querubín, señor, venía contigo, con alas, como de nieve, en los hombros y luz — ¡Dios ¡Dios mío, con chispas de fuego!— y él de la mano te trajo hasta mí.
Conde Conde vom Strahl (La mira fijame fija mente nte.) .) ¡Por mi eterna eter na ventura, ahora comprendo que eres sincera] Catalina.
Sí, honrado honra do señor.
Conde vom Strahl (Con voz ahogada.) Sobre un cojín dormías, con blancas sábanas y la cubierta roja. roja.
¡Así era! era! ¡Es cierto!
Catalina.
Conde vom Strahl. Y sólo te cubría tu camisilla. Catalina.
No, eso no creo.
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Conde vom Strahl,
Cómo, ¿no? ¿Tan sólo?
Catalina. Conde Conde vom Strahl Str ahl . ¡Mariana!, exclamaste. Catalina.
Y además;, además ;, ¡Niñas, ¡Niñas, acudid! ¡Mariana y tú también, Cristina!
Conde vom Strahl. ¿Mirándome con ojos muy abiertos? Catalina.
Creía que todo era sueño. sueño.
Conde vom Strahl. ¿Lentamente te alzaste, temblorosa, de la cama y caíste a mis pies...?
Y murmuré... murmuré.. .
Catalina.
Conde vom Strahl (, (,interrumpiéndola.) Y murmuraste: "¡Mi honrado señor!” Catalina (Sonriente .) ¿Lo ves.,.? Te mostró el ángel... Conde vom Strahl. Esa marca... marca... ¡Santos ¡Santos del cielo, protección! ¿La tienes? Catalina.
¡Por supuesto!
Conde Conde vom Strahl Strah l (Arrancándole el pañuelo.) ¿En el cuello? Catalina (Con un movimiento.)
Te lo ruego.
Conde vom Strahl. ¡Oh potencias eternas...! Cuando alcé tu barbilla para mirar tu cara... cara... Catalina.
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Sí, en mal momento apareció Mariana con una luz... y todo se esfumó. Yo tumbada por tierra, en camisilla, debí aguantar las bromas bromas de Mariana. Mariana.
Conde vom Strahl . ¡Dioses del cielo, ayuda: hallé mi doble! Por las noches vago como un fantasma. (La libera y se incorpora bruscamente.) Catalina (Despertando.) ¡Señor Dios de mi m i vida! vida! ¿Qué me ocurre? (Se pone en pie y mira alrededor. alrededor.)) Conde Conde vom Strahl. Lo que creía un sueño es la desnuda realidad; en Strahl, agonizante, yacía yo, cuando füi arrebatado por po r el ángel; ¡pudo ¡pudo verla verl a mi espíritu y visitarla en su celda de Heilbronn! Catalina.
¡Cielos, el conde! (Se pone pon e el sombrero y compone compone su s u pañuelo.) pañuelo .)
Conde vom Strahl. ¿Qué he de hacer ahora y qué no hacer? (Una pausa.) Catalina (Poniéndose de rodillas.)
¡Mi alto señor, ya caigo a tus pies, esperando tu sanción! Me sorprendiste junto jun to a tus murallas a pesar de la ley que habías impuesto; te lo juro, sólo una hora de reposo busqué, reanudo ahora mi camino. Conde vom Strahl. ¡Ay de mí! Cegada por el milagro, ¡mi ¡mi alma vacila v acila junto jun to al precipicio del delirio! ¿No me fue revelado, con retiñir de plata en mis oídos, que ella sería hija de mi Emperador? Gottschalk (Fuera.) ¡Eh, niña! ¡Catalina! Conde vom Strahl Stra hl (Levantándola (Levantándola precipitadamente.) ¡Pronto, álzate! álzate! ¡Ordena ese pañuelo! ¡Vaya traza! traza!
119 fr.
ESCENA HI Entra Gottschalk. Los anteriores. an teriores. Conde vom Strahl. Llegas a tiempo, Gottschaik. Gottschaik. ¿Preguntabas ¿Preguntabas si podías alojarla en los establo establos? s? Bien, por muchas razones no es decente. decente. A ía Friedebom mi madre acogerá en el castillo. Gottschalk.
¿Qué decís...? ¿En Strahl?
Conde vom Strahl . ¡Sí, ahora mismo! Recoge sus cosidas y muéstrale mué strale la senda hasta el castillo. castillo. Gottschalk.
¡Albricias, Catalina! ¿Lo has oído?
Catalina (iCon una reverencia llena de gracia.) ¡Muy honrado señor! Será, supongo, hasta que sepa dónde está mi padre. padre. Conde vom Strahl. ¡Dios dirá! Procuraré averiguarlo. {Gottschalk hace el hatillo, ayudado por po r Catalina.)
¿Todo pronto? (Recoge el pañuelo pañ uelo del suelo suelo y lo entrega a la niña.) Catalina {Ruborizándose.) ¿Cómo? ¿De mí te ocupas? (Gottschaik coge el hatillo.) Conde vom Strahl. ¡Dame la mano! Catalina.
¡Respetado señor! señor! (La guía por sobre las piedras; ya en terreno más fáci fá cil, l, los deja pasar pasa r y los sigue.) (Salen.)
120 120
Lugar: Lu gar: Un jardín. jard ín. En el fondo fon do,, una gruta de estilo gótico.
ESCENA IV Cunigunda, envuelta de pies a cabeza en un velo rojo fuego, fueg o, entra con Rosalía. Cunigunda. ¿Hacia dónde cabalgó el cond condee vom Strahl? Strahl? Rosalía. Rosalía . Señorita, nadie supo dar razón en el castillo. Tarde en la noche llegaron llegaron tres mensajeros imperiales y lo despertaron; despertaron; se encerró con ellos y hoy, ai rayar el alba, saltó sobre su caballo y desapareció. desapareció.
Abrem e la gruta. Cunigunda. Abreme Rosalía. Ya está abierta. Cunigunda. El caballero Flammberg, según oigo, te corteja; a mediomedi odía, cuando me haya bañado y acicalado, me dirás qué significa este despropósito. (Sale.)
ESCENA V Entra la señorita Leonor. Rosalía.
Leonor, Leon or, Buenos días, Rosalía. Rosa Ro salía lía . ¡Muy buenos, señorita! iQué os trae tan temprano por po r aquí? Leonor. Leonor . Y bien, como hace tanto calor, vengo a bañarme en la gruta con Catalinita, la huésped hu ésped adorable adorabl e que nos n os trajo el conde al castillo.
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Rosalía. ¡Perdón! Está en la gruta mi señorita Cunígunda.
Cunígunda...? ¿Quién ¿Quién os dio la llave? llave? Leonor. ¿La señorita Cunígunda...? abierta. Rosalía Rosa lía. ¿La llave...? La gruta estaba abierta. Leonor. ¿No encontrasteis dentro a la Catalinita? Ro R o salí sa lía a No, señorita. No había un alma.
{Cómo, o, la niña, dios dio s me ayude, está allí al lí dentro! dentro! Leonor. {Cóm Rosalía. ¿En la gruía? {Imposible! Leonor. {Es cierto! En una de las recámaras, que son oscuras y disimuladas... disimuladas. .. Ella se nos adelantó, adelantó, pues pu es yo dije —cuando — cuando ya estábamos junto a la puerta— que me volvía a buscar una toalla toa lla de la condes co ndesaa para pa ra ponerla poner la a secar... ¡Dios del cielo, si ahí ah í la tienes! tienes!
ESCENA VI Catalina sale de la gruta. Las anteriores .
Rosalía Rosa lía (Para sí.) Catalina (Tiritando.) (Tiritando.) Leonor.
Catalina.
122 122
¿Cielos, qué veo allí? {Leonor!
¡Catalinita! ¿Te has bañado ya? ¡Admira ese esplendor que la acompaña! ¡Como ¡Como el cisne que roza con el pecho profundo profund o lago y surge de sus ondas! ondas! ¿Te has refrescado ya? ¡Leonor, huyamos!
Leon Le onor or .
¿Qué dices? ¿Qué ocurrid?
R asalta (Pálida Pálid a de terror.) ¿De dónde dónd e sales? ¿De esa gruía? ¿En algún recoveco recoveco te escondías? escondías? Catalina.
/Leonor /Leon or mía, te rueg ruegoJ oJ
Cunígunda (Desde la gruta.) {Rosalía! Rosalía,
Leonor.
Voy, señorita.señor ita.(A Catalina.) ¿Qué ocurre.,.? ocurre.,. ? ¡Habla! ¡Habla! ¿Palideces?
Catalina (Cayendo en sus brazos.) Leon Le onor or..
¿Lahasvisto? ¿Lahas visto?
/Leonor!
¡Cielos, ¡Cielos, ayuda! ayuda! Niña mía, ¿qué ocurre?
Cunígunda (En la gruta.) /Rosalía! Rosalí Ro salía a (A (A Catalina.) ¡Más ¡Más vale te arrancaras los ojos, antes de que confiaran a la lengua lo que allá dentro vieron! (Entra en la gruta.)
ESCENA VH Catalina y Leonor.
Leonor.
¿Qué ocurrió, ocurrió , hijita? ¿Por qué te regañan? ¿Por qué tiembla todo tu cuerpecito? Si la Muerte, con guadaña y reloj de arena, se atravesara en tu senda, ¡no agitaría' tu pecho más espanto!
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Catalina . Leonor. Catalina.
Leonor Leo nor.. Catalina.
Leonor.
Te lo diré... (M?
pronun pro nunciar ciar pala pa labr bra a .)
¡Habla, pues] Te escucho. Si me prometes, Leonor, que a ninguno, sea quien fuere, habrás de revelarlo. ¡Prometo, a nadie! Confía en mí. En la gruta lateral, lateral, por po r una puerta excusada, me escurrí, pues la bóveda central para mí era en exceso luminosa. Pero después del baño y su frescor volví a aquel centro, para bromear contigo, pues pensé pens é que retozabas retozabas en el agua, y llegando al reborde ven mis ojos,,. ¿Qué? ¿A quién? ¡Habla! ¿Qué dije?
Catalina.
Sin tardanza, Leonor, darás al conde un fiel relato de esto. Leonor.
Catalina.
Leonor.
Catalina.
Leonor.
Niña mía, ¡si tan sólo supiera de qué hablas! Pero no revelarle, ¡por el cielo!, de quién viene. ¿Lo oyes? Preferiría que jamás se enterara de este horror. ¿Qué acertijos son esos, niña mía, y qué horror? ¿Puedo saber lo que has visto? ¡Ay, Leonor, presiento que mejor sería que nunca n unca pasara mis labios! labios! ¡Por ¡Por mí m í no sepa, por po r mí, de este engaño! engaño! ¿Por qué no? ¿Qué Tazón para ocultarle...? Si me explicaras...
Catalina (Dándose la vuelta,) ¡Oye!
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¿Qué pasa?
Leonor.
¡Ya viene!
Catalina. Leonor. Leonor . Catalina.
Sólo es la señorita, y Rosalía. ¡Huyamos! ¿Porqué?
Leonor. Leono r.
¡Pronto! ¿0 estás!
Catalina. Leonor. Leonor .
¿Adónde? Debo huir de estos jardines...
Catalina. Leonor Leon or Catalina.
¿Deliras? Leonor mía, ¡estoy perdida sí ella me encuentra encuen tra aquí! ¡Sólo al amparo de ía condesa encontraré refugio! refugio! (Salen.)
ESCENA VIH Cunigunda y Rosalía, que salen de la gruía.
Cunigunda (Dándole una llave a Rosalía.) ¡Toma...! Abre el tocador, el polvo está en la cajita negra, a la derecha, viértelo en vino, agua o leche. Y dile; ¡Cataiinita mía, ven...l Quizá podrás subirla sobre so bre tus rodillas... ¡Brebaje de venganza! Haz lo que quieras, con tal que ella lo trague.
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Oíd, señorita»
Rosalía.
mía... Cunigunda.
Rosalía. Cunigunda.
]Nada! iVenen Ven en o, muerte» muerte» pestilencia pestil encia!! ¡Tapa su boca, y no me digas más! Ya en su ataúd, bien muerta, sus cenizas confíen al viento, desde un mirto fúnebre, lo que vieron aquí. ¡Y ahora me hablas de piedad y perdón, ley y deber, de Dios y del infierno, deí suplicio que inflige el remorder de la conciencia! Lo descubrió, ya no tiene remedio. ¡Ponzoña! ¡‘Noche! ¡Caos! ¡Esa poción podría corroer iodo el el castillo, perros, gatos y todo.. todo...! .! ¡Haz lo que digo! digo! Es mi rival, la he visto junto al conde, y comprendí que él no es insensible a sus muecas de mico. ¡Que se esfume, pronto, ve! ¡Ya no hay lugar en el mundo suficiente para ella y para mí! (Salen.)
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ACTOV Lugar: Worm Worms. s. Gran Gran plaza pla za delante delan te del burgo imperial; a un costado, un trono; en segundo plano, plano , las barreras barreras del Juicio de Dios.
ESCENA ESCENA PRIME RA El Emperador Emper ador en su trono. trono. A su lado, el arzobispo de Worms, Worms, el conde Otto von der Flühe, y muchos otros caballeros, señores e infante infantes. s. El E l conde vom Strah Str ahll con con yelmo y coraza de aparato, y Teobaldo cubierto de pies a cabeza por una armadura completa; ambos de pie frente al trono. trono.
El Emperador. Conde Wettersírahl, en una expedición que hace enes meses te llevara a Heübronn, heriste como un rayo un tierno pecho; su anciano padre abandonó la moza y, lejos de devolverla, la escondes bajo las alas al as del burgo bur go paterno. Ahora esparces, excusando el ultraje, rumores tan impíos como ridículos: un ángel se te apareció de noche
y reveló que la niña que ocultas sería hija de mis imperiales yerro yerros. s. Me río — ni que decir tiene— de tal revelación, aunque luego aspiraras a coronarla emperatriz. De Suabia no heredará por cierto, y he dispuesto tenerla lejos de mi corte en Worms. Pero ahora viene este anciano humillado a quien la hija robaste y, por si fuera poco, además enfangas enf angas a la esposa; toda una vida él la creyó fiel y con orgullo se cstimabá padre de la niña. Movidos por sus duelos, te convocamos para que repares repares el oprobio que infliges a una tumba. ¡En armas, pues, si te amparan las huestes celestiales, defiende tu palabra y que un duelo a uno u otro justifique! Conde vom Strahl (Ruborizándose por su desgana.) ¡Mi señor imperial! Ves aquí un brazo que con vigor y su guante de acero podría pod ría desafiar desa fiar aun al demonio; golpeando en ese cráneo encanecido, lo partiría como un queso suizo cuando fermenta en sus moldes de mimbre. Permítame tu Gracia relatar una conseja extraña, así as í las gentes — entre dos d os hechos que qu e apenas concuerdan concuerd an pero aquí, cual segmentos seg mentos de un anillo se maridan— podrán lomar partido. partido. En tu sapiencia, explica lo ocurrido en aquella noche de San Silvestre como un engendro de la fiebre; olvídalo, cree que he mentido, ¡que fue un delirante quien la llamó hija de mi Emperador! Arzobispo. Arzobispo .
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Señor y príncipe, esto podría en verdad apaciguar ai bravo querellante. Sólo Sólo alardea de una u na ciencia arcana acerca de su esposa; otros dislates expuso de sus charlas con Mariana:
i y aho ra todo d esdijo! No castigues ta n p e r e g r in in a c o n c e p c i ó n d e l m u n d o q u e p o r s ó l o u n i n s t a n t e lo lo h a c e g a d o . T ú , T e o b a l d o , a c a b a d e p r o m e t e rm rm e y d a r p a l a b r a q u e s i a S t r a h l te te l le le g a s te entregará a tu Catalina. Vete más confiado a buscarla, buen anciano, ¡y deja al fin las cosas como están!
Teobaldo .
I m p í o f a r sa sa n t e , ¿ o s a r á s n e g a r q u e t u a l m a e s t á e m p a p a d a , d e i o s p ie ie s a la cab eza, en la fe de que es u n a h ij ij a z u r d a d e l E m p e r a d o r ? ¿ N o h u r g a s t e u n d í a h a s t a e n l a sa s a c r i s t ía ía cuándo había nacido, calculando a qué ho ras vio la luz? ¿No recordaste, c o n s i b i l in in a a s t u c ia i a , q u e p o r H e i lb lb r o n n p a s ó S u M a j e s t a d h a c e tr e s l u s tr o s ? Fanfarrón surgido de las bodas de un fauno y u na erinia; un falso iluminado y.parricida , que so cav a las bases de g ranito d el e l t e m p l o e t e r n o d e N a t u r a le le z a : ¡tal cual eres, retoño del infierno, t e m o s t r a rá rá m í e s p a d a o c o n t r a m í v o l v i é n d o s e m e e m p u j a r á al a l se s e p u lc lc r o !
iñ a s Conde vom Strahl. S e a r é p r o b o q u e s e d i e n t o d e r iñ m e persigues, aunq ue no te ofen dí y m e r e z c o m á s b i e n tu tu c o m p a s i ó n , ¡ h á g a se se , b r a v u c ó n , c o m o d e s e a s l U n á n g e l , e s c u d a d o d e e s p le le n d o r , de noche v ino hasta el ago nizante a c o n f i a rl rl e — p a r a q u é s e g u i r n e g a n d o — un saber abrevado en las cisternas del cielo. Aquí, ante el Juicio de Dios, l o g r i t a r é e n tu tu o í d o : ¡ C a t a l in in a d e H e i lb lb r o n n , a q u i e n l la l a m a s h i ja ja t u y a , l o e s de de m i a l t o E m p e r a d o r ! ¡ C o n v é n c e m e q u e e s c i e r t o l o c o n t r a ri ri o !
El E l E m p e r a d o r .
¡Trompeteros, sonad lúgubres para el fementido!
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(Toques de trompeta.) Teobaldo (Desenvaina.) Aunque fuera mi espada un blando junco ensamblado con cera en este pufto pufto,, aun te hendiría esa orgullosa cresta y hasta los pies, como hongo venenoso que usuipa el prado, jdando jdand o testimonio y sepa el mundo, traidor, que has mentidol Conde Conde vom Strahl (Se quita la espada y la da a un acompañante.) acompañante.) . Fuera mi yelmo, y la frente que cubre, de frágil cobre, casi transparente, o deleznable cáscara de huevo, aun así tu tizona centellante rebotaría y saltaría en añicos como sobre un diamante, ¡Sea testigo y sepa el mundo que digo verdad! ¡Hiende, ¡Hiende, golpea gol pea si es mi causa injusta! (Se quita el yelmo y se planta frente a su adversario.) Teobaldo (Retrocediendo.) ¡Ponte el yelmo! Cond Conde e vom Str ahl ah l
¡Golpea! ¡Ponte el
Teobaldo.
yelmo! Conde vom Strahl (Echándolo por tierra.) ¿Te derribo con sólo pestañear? (Le arrebata ¡a espada, espada, alza el pie y lo afirma af irma sobre su pecho J
Nada me impide, con la ira del justo, justo , hundirla hundirl a hasta los sesoá, pero... ¡vive ¡vive!! (Lanza la espada ante el trono del Emperador.)
El tiempo, añosa esfinge, te lo aclare pero, como ya y a dije, ¡es ¡es Catalina Catal ina la hija de mi alta Majestad!
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El E l pueblo (En (En confusión,) ¡Cielo! ¡Cielo! ¡Es del del conde Weííerstrahl el triunfo! triunfo! El Emperador Emperado r (Muy pálido páli do , poniéndo ponié ndose se en pie.) ¡Dispersaos, señores! Arzobispo. Arzobisp o.
¿Cómo? ¿Sin más?
Un noble (Del séquito.)
Conde Olio. ¡Potente Dios! Su Majestad vacila. ¡Seguidlo! Un imprevisto malestar... (Salen.)
Lugar: Luga r: En el mismo sitio. Sala del palacio imperial.
ESCENA II
El Emperador Empera dor (Volviéndose desde la puerta.) ¡Alójense! Alójense! ¡Que nadie nadi e me siga! siga! Dejad pasar el e l burgrave de Friburgo y al caballero de Waldstätten, ¡son los únicos con los que quiero hablar...! hablar...! (Cierra de un portazo.) Ese ángel de Dios que aseguró ai conde vom Strahl que Catalina es mi hija, ¡por mi honra imperial; creo que lleva razón! La moza, según me dicen, tiene quince años; ¡y hace dieciséis años menos tres meses bien contados, que en honor de mi hermana, hermana, la condesa palatina, palatina , participé particip é en el gran tomeo de Heilbronn! A eso de las once de la noche, Júpiter surgía radiante por Oriente, cuando yo, fatigado por la danza, salí del castillo para refrescarme refrescar me en medio de la gente, en el jardín contiguo, y sin que nadie me conociera; conociera; y otra estrella estrel la benign a y fuerte como ésa, según creo, alumbró nuestro encuentro. Gertrudis, por cuanto recuerdo, era su nombre, y con ella pasé algunos momentos en un paraje paraj e apartado del jardín, jardín , a la luz de las teas moribundas y en tanto la música, desde el lejano salón de baile, llegaba hasta nosotros deslizándose deslizá ndose entre el perfume de
los tilos. ¡Y la madre de Catalina se llama Gertrudis! Sé que, que, ante sus lágrimas, lág rimas, me arranqué del pecho un medallón con la imagen de nuestro Papa León y se la di como recuerdo. No reconociénd recono ciéndola ola ai pronto, ella la deslizó en su corpiño. ¡Y una joya jo ya semejante, según me entero, lleva consigo consigo Catalinita Catalin ita de Hcilbronn! jCielo, el mundo vacila en en susgoznes! Si el conde vom Strahl, este confidente de los bienaventurados, pudiera desligarse de esa es a vieja ramera con con la que está entrampado, en tal caso publicaré publicar é yo algún algún edicto capaz de mover move r al al Teobaldo, con cualquier pretexto, pretexto, aque aq uem m e confíe esa niña afín de poder poder casarla como es debido. ¡No quisiera exponerme a que el querubín venga venga por segunda vez a la tierra y proclame proclam e a los cuatro vientos el secreto que yo ahora confío a estas cuatro paredes! (Sale.)
ESCEN ESCENA A ni Entran el bur grave de Fr ¡burgo ¡burgo y Georg von Waldstä WaldstätUen tUen.. Less sigue el Le e l caballero Flammberg.
¡Señor burgrave burgrave deFríburgo...! deFríburg o...! ¿Sois ¿Sois vos vos Flammberg (Sorprendido.) (Sorprendido.) ¡Señor o vuestro fantasma? ¡No corráis tanto, os ruego,..! Friburgo (Volviéndose .) ¿Qué quieres? Georg. ¿A quién buscas?
tan digno de compasión! Flammberg. \ A mi señor ei conde vom Strahl, tan La señorita se ñorita Cunigunda, su prometida... prometida... ¡para qué diantre os la habríamos arrebatad arrebatado! o! Pretendió sobornar al cocinero para que le diera veneno a la Catalinita — ¡veneno, vuestras Señorías!— , y por po r un motivo repelente, incongruente inc ongruente y enigmático: ¡porque la niña la había hab ía espiado en el baño! baño! Friburgo. ¿Y no lo entiendes?
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Flammberg. ¡No! Friburgo . Pues te lo diré. Es ella un verdadero mosaico, formado por tres reinos de la naturaleza. Sus dientes pertenecen a una joven jove n de Munich, su caballe cab allera ra fue encargada en Francia Fran cia y la salud de sus mejillas fue extraída de los yacimientos de Hungría; por p or lo demás, el porte que en ella admiramos debe agradecérselo agrade cérselo a su corsé, que ei herrero herrer o le labró con acero de Suecia... ¿Lo entendiste ahora? Flammberg, ¿Qué? Friburgo. ¡Saludos a tu señor de parte mía! (Salen.)
Lugar: Castillo WetterstrahL La alcoba de Cunigunda.
ESCENA IV Rosalí Ros alía a ocupada ocup ada en el tocado de su señorita. señorita . Cunigunda Cu nigunda entra tal como saltó de la cama, sin afeite alguno. Poco después entra el conde vom Strahl.
Cunigunda (Sentándose al tocador.) ¿Cuidaste de la puerta? Rosalía.
Está cerrada.
Cunigunda.
¿Cerrada? ¿Qué? ¡Con el cerrojo cerr ojo,, espero! ¡Cerrada y con cerrojo, cada vez!
(Rosalía va a echar el cerrojo; el conde viene a su encuentro.) Rosalía Ros alía (Espantada.) ¡Dios mío! ¿Cómo entrasteis, señor conde? ¡Señorita* Cunigunda (Volviéndose.) ¿Qué es?
133
Rosalía.
¡Mirad! ¡Rosalía!
Cunigunda.
(Se alza precipitadamente y huye.)
ESCENA V El conde vom Strahl Str ahl y Rosalía.
Conde vom Strahl (Queda inmóvil como herido por un rayo.) ¿Qué dama era esa.,.?
¿Dónde?
Rosalía.
Conde vom Stral. ¡Se esfumó, torcida torcid a como como la torre de Pisa...! Pisa...! ¿Espero que no sea...?
¿Quién?
Rosalía. Conde vom Strahl. Rosalía.
¡Bromeáis, creo! Sibila, mi madrastra, noble señor... señor...
Cunigunda (Fuera.). Rosalía.
¿Cunigunda?
¡Rosalía!
Desde el lecho, mi buena señorita me reclama. Excusadme... (Trae una silla.)
¿Deseáis tomar asiento? (Toma la caja del locador locad or y sale.)
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ESCENA VI
Conde vom Stra St rahl hl {[Anonadado [Anonadado.) ¡Potente cielo, mi alma obnubilada ya ni merece recibir tal nombre! ¡Falsas eran sus pesas en la feria del mundo, y una maldad repelente trocó por la l a más santa caridad! caridad! ¿Dónde iré sin topar conmigo mismo? ¡De tantos temporales, en Suabia, me salvó mí caballo y, ahora, embobado vine a buscar el rayo que me ciegal ¿Qué hacer, corazón mfo? ¿Qué evitar?
ESCENA VII Cunigunda, con su esplendor habitual, Rosalía y la vieja Sibila que, penosamen penos amente te apoyada en muletas, desaparece por la puerta central. central. El conde conde vom Strahl. Str ahl.
Cunigunda.
¡Qué sorpresa, sorpr esa, mi conde Federico! ¿Tan temprano venís a visitarme?
Conde vom Strahl (Siguiendo a Sibila con la mirada ,) ¿Hay brujas por partida doble? Cunigunda .
¿De quién habláis?
Conde vom Strahl (Dominándose.) (Dominándose.) Dejémoslo... Quería saber si estáis bien. Cunigunda.
¿Nada se opone a la boda?
135 135
Conde vom Strahl (Acercándose con mirada escrutadora.) Todo pronto, falta lo'decisivo... lo 'decisivo... Cunigunda (Retrocede.) ¿Para cuándo, se piensa...? Conde vom Strahl. para mañana. mañana.
Se pensaba... pensaba...
Cunigunda (Tras una pausa.) ¡Un día más de ansiedad! ¿No os regocija, espero? Conde vom Strahl (Con una reverencia.) ¡Tal pregunta ai más feliz de los mortales! Cunigunda (Acongojada.) (Acongojada.) Dicen, no sé, que ayer esa Catalinita que albergasteis en el castillo... Conde vom Strahl,
¡Diablos!
Cunigunda (Perpleja.) ¿Qué os pasa? ¡Hablad! Rosalía Rosalí a (Aparte.)
¡Maldición!
Conde vom Strahl. de vida. En la capilla la velaron. Cunigunda. Rosalía Ros alía.. Cunigunda.
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¡Qué noticia! ¿Pero aún no está enterrada? Quisiera honrarla en su ropaje fúnebre. fúnebre.
...Es laley la ley
ESCENA VID Entra un servidor servid or . Los L os anteriores. Servidor.
Envía En vía Gottschalk, señor, un mensajero mensajero y en la antecámara os está esperando.
Cunigunda.
¿Gottsch Gott schalk? alk?
Rosa Ro salía lía .
¿De qué se trata?
Conde vom Strahl. ¿Del ¿Del ataú at aúd d de aquella aquel la almila! ¡Ea, ¡Ea, no os molesto más, pues veo que os estáis estái s acicalando! (Sale.)
ESCE ES CENA NA DC Cunigunda y Rosalía. (Quedan un instante en silencio.)
Cunigunda (Estalla.) (Estalla.) ¡Lo ¡Lo sabe, es todo inútil, bien lo vio: me hundo sin remedio!
¡Nada sabe!
Rosalía. Cunigunda. Rosalía.
¡Sí que lo sabe! ¡Nada! ¡Nada! Os lamentáis cuando yo saltaría de regocijo, engatusado, piensa que estaba aquí mi madrastra. Sibila, y que él la vio. Fue un benévolo azar que ella estuviera
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en vuestra alcoba; para el bajío traía nieve de la montaña en su jofaina. Cunigunda.
¿No viste con qué ojos me escudriñaba?
Rosalía.
jDa igual, no Ies Ies da crédito! ¡Me ¡Me siento feliz como una ardilla entre ent re los los pinos pinos!! Aun si de lejos lo roza una duda, Jueg Juego, o, al ver vuestro porte po rte y distinción, vuela todo recelo. Así me muera aquí aqu í mismo, si él no arroja su guante a todo aquel que se obstine en negar que sois la emperatriz de las mujeres. ¡Animo, pues! Venid a engalanaros, ¡la luz del nuevo día ya os saluda Cunigunda, condesa con desa Wetterstrahl Wetterstrahl!!
Cunigunda.
¡Preferiría que la tierra me tragase! (Salen.)
Lugar: Interi In terior or de una cueva, con vistas a un paisaje.
ESCENA X Catalina, disfrazada, está sentada tristemente sobre una piedra y apoya la cabeza en la pared de roca. Entran, en atavío de consejeros imperiales, imperiales, el conde Otto von der Flühe, Flühe, Wenzel von von Nachtheim Nach theim y Hans H ans von von Bärenklau, Bärenkla u, además ade más de Gottschalk; luego el séquito y, por último, el Emperador y Teobaldo; estos dos, embozados en sus capas, permanecen en segundo plano.
Conde Otto (Con un rollo de pergamino en la mano.)
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jNifia de Heilbronn! Heilbronn! ¿Por qué te guareces, como hace el gavilán, en este antro? Cata! ina (Lev (Levantán antándose. dose.)) ¿Dios, sus señorías?
jNo la espantéis...! De su vil enemiga huyó, y aquí le hallamos un refugio.
Gottschalk.
¿Dónde está
Conde Otto.
el conde, tu señor? Pues, no lo sé.
Catalina. Gottschalk.
¡Muy ¡Muy pronto estará aquí! aquí!
Conde Otto (Entregando a la niña el pergamino.) Con el designio' de su Imperial Majestad; échale una ojeada y ven; no es éste el lugar para una damisela damise la de tu rango. ¡En Worms tendrás tu digna residencial El Emperador (Siempre en un segundo plano.) ¡Es adorable! Teobaldo.
¡Un verdadero verd adero ángel! ángel!
ESCENA XI Entra el e l conde vom Strahl. Los Lo s anteriores. anteriores.
Conde Conde vom Strahl (Maravillado.) (Maravillado.) ¿Eí Consejo imperial de Worms, aquí? Conde Otto. Os saludamos, conde... Conde vom Strahl. Conde Otto.
¿Qué traéis?
Una imperial misiva a esta doncella: pregúntale pregúnta le y ella podrá explicarte. e xplicarte.
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Conde vom Strahl . ¿Por qué mi pecho...? (A Catalina.)
¿Qué te dicen, niña? Catalina. Gottschalk .
Lo ignoro, alto señor... Dame, pequeña.
Conde vom Strahl (Lee.) “Gracias ai cielo, he podido aclarar el enigma del alto mensajero: Catalinita no es más del armero, Teobaldo me la cede: cede: en adelante la considero mi hija, y Catalina es su nombre, de Suabia.” (Examina rápidamente los otros papeles.) pape les.)
Leo aquí: “Publíquese...” y aquí: “Dado en Schwabach, mi castillo...” (Breve pausa.)
Ansiaría arrodillarme en tierra, ante la bienaventurada y ungir sus pies con mis ardientes lágrimas, dar gracias. gracias. Catalina ( Sentándose .) Goltschalk, ven a mi lado, ¡ayddameí ¡no me siento bien!
El Emperador Conde vom Strahl. ¿dónde está? ¿V dónde está Teobaldo? El Em perado per adorr (Mientras ambos arrojan sus capas.) jAquí estamos! Catalina.
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[O Dios del cielo! ¡Padre!
(Corre hacia él, que las recibe en sus brazos.) Goltschalk (Para Goltschalk (Para sí.) ¡El Emperador, como que esíoy vivo! Conde vom Strahl. Habla, enviado del cielo... No sabría qué nombre darte,.. ¿Leí bien? El Emperador.
¡Por cierto! A quien tiene un querubín por amigo, con orgullo el Emperador la abraza y llama su hija. ¡Por siempre la primera, como lo era ante Dios! Dios! Quien Q uien a ella el la aspire, antes a mí m í deberá debe rá convencerme. convencerme.
Conde vom Strahl (Hincando la rodilla.) De rodillas te imploro: ¡dámela! El Emperador.
Señor Seño r conde, ¿qué idea...?
Conde vom Strahl. ¡Concedédmela.1 ¿Con qué otro fin podríais hacer todo esto? El Emperador. Emperad or.
¿Lo creéis así...? Sólo morir es gratis, gratis, y hay aquí un precio.
Conde von Strahl.
Düo.
El Emperado Empe rador r (Poniéndose (Poniéndose serio.) ¡Deberás a su padre alojar bajo tu techo! Conde vom Strahl. ¡Bromeas! El Emperador. Emperad or.
¿Rehúsas?
Conde vom Strahl . ¡Con todas toda s lasfuerzas lasfuerzas del corazón ansio protegerlo! El Emperador Emperad or (A (A Teobaldo.) ¿Lo oíste, anciano?
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Teobaldo (iGuiando a Catalina a su lado,) ¡Sea tuya! Lo que Dios acuerda, dicen, nadie ha de impedir. Conde vom Strahl (Se incorpora y toma ¡a mano de Catalina.) ¡Me colmáis de ventura...! Permitidme, padres, padre s, que un solo solo beso, sólo un beso en sus labios imprima. ¡Si diez vidas tuviera, a todas las daría en prenda gozoso, tras la noche de las bodas! El Emperador.
¡Vámonos! Y que éi le aclare acla re el enigma. (Salen.)
ESCENA XH (El conde vom Strahl Strah l y Catalina.) Catalina.)
Conde Conde vom Strahl (Le toma la mano y se sienta a su lado.) lado.) ¡Catalinita, ven! ven! ¡Ven, niña mía! mía! Mis labios tienen algo que confiarte. Catalina.
¡Habla, mi alto señor! señor! ¿Qué he de pensar,..? pensa r,..?
Conde vom Strahl. Dulce niña, ante todo, que mi amor se ha consagrado a ti y que para siempre me unirá a ti con todos mis sentidos. El ciervo que, al ardor del mediodía, hiere la tierra con su cornamenta no ansia tanto hundirse en el torrente arrebatado, como yo deseo embriagarme de ti. Catalina (Roja de vergüenza.) ¡Jesús! ¿Qué dices? No te entiendo. entiendo. Conde vom Strahl.
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Perdóname, a menudo
si te ofendí de palabra o con gestos rudos te maltraté, en mí vano intento por rechazarte... rechazarte. .. Ahora como entonces, te contemplo tan llena de bondad, tan paciente, que una dulce tristeza me invade y no sé contener conten er las lágrimas. Catalina (Angustiada (Angustiada al verlo llorar .) .) jCielos! ¿Qué te conmueve así? ¿En ¿E n qué forma form a me ofendiste? Lo olvidé todo. Conde Conde vom vom Strah Str ahll ¡Oh ñifla! ñifla! Cuando de nuevo brille el sol, con lujos de seda y oro envolveré estos pies martirizados martirizado s por seguir mis huellas. Tendrás un baldaquín, para olvidar que por mí no temiste las saetas del mediodía. Su más bello corcel me da la l a Arabia, para transportarte transportarte cuando a guerrear me llame el son del cuerno; y donde el verderón teje su nido y trina en el boscaje de saúcos, tendrás tu alegre'pabellón de estío, Catalinita, Catalinita, para darme acogida, acogida, si algún día regreso... Catalina.
¡Ser adorado] adorado] ¡Algún otro sentido puedo dar a lo dicho? ¿Quieres,..? ¿Quieres,..? ¿Dices...? (Quiere tomar su mano para besarla.)
Conde vom Strahl (Retirándola,) No, no, mi dulce ñifla ifla.. (La besa en la frente fre nte.) .) Catalina.
¿No permites?
Conde Conde vom vom Strah Str ahll No. Perdóname. Pensé que era mañana... ¿Qué quería aún decirte...? decirte...? Sí, pedirte un servicio.
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(Se seca las lágrimas.) Catalina (Decepcionada .) ¿Un servicio? ¿Cuál es? Explícate. (Una pausa.) Conde vom Strahl. Strahl. Y bien, era... Recuerdas que mañana
son mis mis bodas, ya iodo está dispuesto; mañana a mediodía mi desposada con su cortejo llegará ai altar: se me ocurrió que un coro de doncellas y tú en el centro, tu, como una diosa... Por amor de tu señor, por un día dejarás ese atuendo que te cubre para endosar endo sar los ricos atavíos que mi madre ya tiene preparados... ¿Lo harás? Catalina (Cubriéndose ios ojos con el delantal.) Sí, tal como tú lo deseas. Conde vom Strahl. Muy bello, ¿oyes? ¡Discreto, pero espléndido!
Como imponía tu índole. Con perlas y esmeraldas adornados: quisiera que en tu esplendor a todas las mujeres y aun a Cunigunda, tú eclipsaras... ¿Por qué lloras? No sé, mi alto señor. Algo en un ojo,.. Conde vom S trahl. trahl. ¡En un ojo! ¿Dónde dices? Catalina.
(Enjuga sus lágrimas con besos.)
¡Ea, vayamos! Aun se aclarará todo. (Salen. El la conduce de la mano.)
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Luga Lu gar: r: Plaza Pla za fren fr ente te al castillo. En primer prim er plano, a la derecha, un portal. A la izquierda, de lejos, se perfila el castillo con su rampa. Al A l fond fo ndo, o, la iglesia. iglesia.
ESCENA XIH Se oye oye marcha y entra el cortejo.preced .pre cedido ido po p o r un heraldo; detrás, detrás, algunos alabarderos siguen a un baldaquín sostenido por cuatro moros. En medio de la plaza el Emperador, el conde vom. Strahl, Teobaldo, el Conde Otto von der Flühe, el ringrave von Stein, el ringrave de Freiburg y el restante séquito del Emperador Emperador aguardan aguardan la llegada del baldaquín. Bajo el portal, a la derecha, la señorita Cunigunda von Thurneck en traje de novia, acompañada por sus tías y primos, ya dispuesta a incorporarse al cortejo. En segundo plano, plan o, la muchedumbre, muchedum bre, en la que se distinguen Flammberg, Gottschalk, Rosalía, etc.
Conde vom Strahl. ¡Deténganse aquí con ese baldaquín..,! ¡Heraldo, haz tu oficio! El heraldo (Leyendo.). “Proclámase aquí aqu í y sepa cada uno uno que el conde conde imperial Friedrich Wetter vom Strahl celebra hoy sus desposorios con Catalina, Cata lina, princesa princ esa de Suabia, hija de nuestro ilustrísimo ilustrísimo Señor y Emperador. ¡Bendiga ¡Bendiga el cielo a la noble pareja y derram e a raudales una cornucopia cornucopi a de dicha dic ha desde desd e las nubes sobe sus caras cabezas!” Cunigunda. ¿Se ha vuelto loco este hombre, Rosalía? Rosalía. Rosa lía. ¡Por el cielo! Si no está loco, se porta como si quisiera enloquecemos... Freiburg. ¿Dónde está la novia? Caballero de Thurneck. ¡Aquí, venerables señores! Freiburg. ¿Dónde? Thurneck. ¡Aquí está la novia, nuestra prima bajo este portal!
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Bu scam m osalan osa lanov oviad iadel el conde vom vom Strahl.. Strahl.... ¡Señore ¡Señores, s, haced haced Freiburg . Busca vuestro cometido! Seguidme y vayamos a buscarla. (El burgrave de Freiburg, Georg von Waldstätten y el ringrave vom Stein suben por la rampa y penetran en el castillo.)
Caballeros de Thumeck. Thumeck . ¡Por todos los diablos del infierno! infierno! ¿Qué significan todos estos aprestos?
ESCENA XIV Catalina desciende la rampa en su atavío de novia imperial, guiada por po r la condesa condesa Helena y la señorita Leonor, mientras que su cola es sostenida sostenida por tres pajes; detrás de ella el burgrave de Freiburg y los demás forman form an el cortejo. Conde Otto. ¡Dios te bendiga, doncella! CaballeroFlammbergy Gottschalk Gottschalk,, ¡Gloriaa ¡G loriaa ti, Catalina deHeilbronn, princesa prince sa imperial de Suabia! Suabia! Pueblo , ¡Bendita, bendita seas! Herrnstad Herrnst ad y von der Wart (Que han permanecido perman ecido en la plaza.) plaz a.) ¿Esta es la novia? Freiburg. Esta es. Catalina, ¿Yo, muy altos señores? Y ¿de quién? El Emperador. De aquel que para ti conquistó el ángel. ¿Quieres cambiar este anillo por el suyo? Teobaldo. ¿Quieres dar al conde tu mano? Conde vom Strahl ( Abrazándola Abrazándo la.) Catalina, novia mía, ¿me aceptas?
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ampare n Dios y todos sus santos! santos! {Se desploma; la Catalina. ¡Así me amparen condesa la sostiene.) sostiene.) El Emperador, Emperador, ¡Tomadla pues, señor conde vom Strahl, y conducidla a la iglesia! (Sonido de campanas.)
pest e mi venganza! venganza! ¡Me pagaréis pagaré is esta afrenta! Cunigunda. ¡Sea la peste (Sale con su gente.) Conde vom Strahl. ¡Experta en venenos! Se oye una marcha; el Emperador, Catalina y el conde vom Strahl ocupan su lugar bajo el baldaquín; ¡es ¡es siguen damas dam as y caballeros, mientras los alabarderos cierran el cortejo. Salen todos.
TELON