Germán Castro Caycedo El hueco La entrada ilegal de colombianos a Estados Unidos por México, Bahamas Bahama s y Haití
A Fernando Vega Carees y Julio Sánchez Cristo
Germán Castro Caycedo
El hueco
Contenido
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Una silla en La Herradura
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"Aquí no se las tire de paisa porque paisa porque lo clavan" El hombre de la calavera
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Liliana La Dura
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¿A Colombia? Hombre... ¡Prefiero el Vietnam!
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"Quiero matar un amarillo"
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El sonido de la guerra
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Cita en Tijuana
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Broadway es una guayaba madura
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El hueco estaba en Santuario
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Papá Lindo
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Ir a México... ¡Es ir a México México!!
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Oiga mi coronel... ¿No quiere un pericazo?
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Los cirujanos
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La frontera de la carne asada
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Yo firmo, licenciado. ¡Yo firmo!
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El Cónsul de La Estrella
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El perdedor
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Germán Castro Caycedo
El hueco
Contenido
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Una silla en La Herradura
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"Aquí no se las tire de paisa porque paisa porque lo clavan" El hombre de la calavera
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Liliana La Dura
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¿A Colombia? Hombre... ¡Prefiero el Vietnam!
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"Quiero matar un amarillo"
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El sonido de la guerra
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Cita en Tijuana
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Broadway es una guayaba madura
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El hueco estaba en Santuario
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Papá Lindo
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Ir a México... ¡Es ir a México México!!
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Oiga mi coronel... ¿No quiere un pericazo?
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Los cirujanos
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La frontera de la carne asada
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Yo firmo, licenciado. ¡Yo firmo!
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El Cónsul de La Estrella
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El perdedor
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Una silla en La Herradura
Ese jueves de febrero esperábamos a algún personaje, pero ya en El dorado, la línea aérea anunció que el vuelo de Buenos Aires traía traía un retardo retardo de cinco horas. Eso es normal en Colombia y por la costumbre, uno encuentra pasatiempos que le ayudan a quemar la esper espera. a. El más más comú comúnn para para los los perio periodi dist stas as es visi visita tarr depe depende ndenc ncia ias, s, habl hablar ar con los los empleados, empleados, tomar tomar café con con la gente gente de las aerolíneas o recorrer las áreas de seguridad. segurid ad. Entonces el DAS (policía secreta), secreta), tenía unas pequeñas oficinas prácticamente p rácticamente escondidas en la zona de entrega entrega de equipajes equipajes interna internacion cionales ales,, por las cuales cuales pasaban pasaban algunas algunas veces veces casos casos insól insólito itos, s, pero aquella aquella tarde, aparte de tres tres deporta deportadas das que venían venían del Japón, J apón, no había "nada especial". El jefe era un hombre que sumaba a su experiencia como policía, el don de saber contar las historias que vivía en el trabajo. Desde luego, prefería aquellas que tuvieran que ver con mujeres y eso lo centró en el de las deportadas: "Las colombianas colombianas que devuelven devuelven del Japón son muy buenas. Buenísimas. Buenísimas. Regresan por Los Angele Angeless y llega llegann aquí dema demacra cradas das por el cansancio del d el viaje y por la falta de baño... b año... Pero sin embargo se ven bellas. bellas. Mire, esas viejas viejas son algo especial: especial: Una vez las agarran sin visa de trabajo, trabajo , las dejan dos o tres semanas en el calabozo en Tokio. Luego las mandan a California (cerca de doce horas en avión) y prácticamente sin dormir, las meten en un vuelo de ocho horas hasta aquí. Y, ¿sabe una cosa? Llegan riéndose porque quince días o un mes después se vuelven a hacer lo mismo pero en yenes, una moneda más dura que el dólar. "Por lo que sé, el asunto funciona más o menos así: Aquí en Colombia hay una cadena, (con japoneses japoneses metidos metidos en el negocio) negocio),, que las contacta y se las lleva primero a trabajar en el Caribe, generalmente Aruba. Allá las prueban y si resultan cariñosas, es decir, buenas trabajadoras, las regresan y luego son embarcadas para Tokio. Ellas dicen que les quitan más o menos la mitad de lo que ganan y sin embargo logran guardar muy buen dinero para traer un año después. Ahora, por lo que cuentan, se ve que los japoneses no capturan ni a un uno por ciento de las que se van". Los deportados llegan a estas oficinas y de allí son remitidos a la central del DAS en la ciudad, ciudad, donde donde luego luego de repasa repasarr los arch archivo ivoss y cerci cercior orar arse se de que no tiene tienenn antece anteceden dente tess penales, los dejan libres. La historia historia era nueva para mí y la mañana siguiente fui hasta la Oficina de Deportados, cuya jefe, jefe, la abogada abogada Diva Diva Rojas, Rojas, era aficio aficionad nadaa a las estadís estadísti ticas cas.. Ella Ella lleva llevaba ba en pequeñ pequeños os cuadernos el dato de todos los colombianos que iban siendo devueltos por las autoridades de otros otros países, países, pero pero al mirarl mirarlo, o, más que un acop acopio io inte interm rmin inab able le de nomb nombre res, s, cédu cédula lass y dire direcc ccio ione ness —gene —generalm ralmente ente falsas— falsas— me pareció pareció encontrar encontrar allí todo un mapa con los caminos del emigrante colombiano que abarcaba desde Australia hasta los Estados Unidos,
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incluyendo al Japón, Holanda, Alemania, España, Francia, Italia, México, Ecuador, Panamá y lógicamente, Venezuela. En adelante frecuenté esa oficina con alguna regularidad y en febrero de 1984 la abogada dijo que el número de personas que estaban estaban abandonando el país era algo sin antecedentes, antecedentes, a juzga juzgarr por la cantidad cantidad de deportad deportados. os. Las estadísti estadísticas cas mostraba mostrabann a los Estados Estados Unidos Unidos en primer lugar, y de todas las ciudades norteamericanas, Nueva York era el punto clave. Durante las semanas siguientes busqué una base de trabajo en Nueva York, pensando en algún sitio común para la colonia colombiana, lejos de aquella angustia que determina la vida de las grandes sociedades industriales. industriales. Un lugar que conservara conservara algo de familiar familiaridad, idad, en el cual hubiera tiempo para sentir y para vibrar y, de golpe, para dejar correr el reloj y darse cuenta de que aún se estaba vivo, sin tener que arrepentirse más tarde por haberle robado espacio a las horas extras en la fábrica. Luego de descartar una serie de posibilidades, a finales de marzo hice contacto telefónico con Rubén Rubén Peña, Peña, propiet propietari arioo de La Herrad Herradura ura,, un restau restauran rante te típic típicoo ubi ubicad cadoo en Queens Queens,, suburb suburbio io donde donde viv vivían ían entonce entoncess alrede alrededor dor de tresci trescient entos os mil colomb colombian ianos os —buena —buena parte parte indocum indocumenta entados— dos— y por lo que alcanzam alcanzamos os a hablar hablar,, pensé pensé que había encontrad encontradoo el lug lugar ar ideal. Dos días más tarde, el 26, llegué a Nueva York. Queens está separado de la gran ciudad por el East River y desde el corazón de Manhattan, el tren elevado emplea cuarenta minutos, tiempo suficiente para alejarse de Norteamérica. En la misma estación de partida, parece ocioso buscar el número siete y la circunferencia violeta que identifican la línea del "subway", porque las caras cetrinas, los ojos negros o castaños, los crucifijos de oro colgando sobre el pecho, los mocasines brillantes con incrustaciones metálicas en el tacón, la ropa de verano cuando aún son necesarios necesarios un paraguas paraguas o una gabardina o una buena chaqueta para torear la lluvia, permiten confirmar que definitivamente, uno se ha ubicado en la calzada correcta: allí se detendrá el tren que cruza por Jackson Heights, cuya traducción al colombiano es, "Chapinerito". A las cuatro y media de la tarde, los ascensores de los edificios, las calles, los paraderos de buses, las estaciones del tren y del subterráneo están invadidas por el hormiguero humano que se mueve a zancadas en busca de transporte. Muchos han comenzado a cenar mientras caminan, sorbiendo de un gran vaso de cartón, sopa o café caliente acompañados por un emparedado que devoran con dificultad porque también llevan portafolios o el diario para leer durante el viaje de regreso a casa. Pero los latinos se distinguen, entre otras cosas, porque en lugar de comer comer en la calle, calle, hablan a grandes voces y en el momento de abordar el tren, arremeten llevándose por delante a quien se les atravi atravies ese. e. Desde luego, luego, al ingre ingresa sarr a la estació estaciónn uno que otro se cuida de no comprar el "token" que sirve como pasaje y en su lugar embute en la máquina de control un trozo de latón moldeado. Anteriormente introducían una moneda colombiana de veinte centavos. El "subway" hace una serie de paradas antes de abandonar Manhattan y luego se sumerge en el túnel que atraviesa el río para salir a la superficie en las primeras calles de Queens: Vernon Página 4 de 205
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Boulevard, Doce, Quince, Veintiuna... La numeración va creciendo a medida que avanza hacia el Este y más adelante corre por una plataforma de acero, construida a manera de segundo piso sobre la Avenida Roosevelt. En Woodside (cincuenta y ocho) parece establecerse una frontera donde comienza el territorio colombiano, cuya zona comercial fuerte ocupa la Roosevelt y parte de las calles que la cruzan. Jackson Heights se extiende desde la 82 hasta Junction, (la misma 94), pero La Herradura está en la 103, (Plaza Corona), que para la policía neoyorkina representa el lugar "más caliente" del sector. No obstante, el área colombiana es ostensiblemente menos peligrosa que sitios como el Lower Manhattan, el East Side, el sur de Bronx, Brooklyn, o Harlem, zonas deprimidas, pobladas por negros y puertorriqueños, donde los "junkies" adictos a la heroína matan y atracan para conseguir sus dosis. En este sentido, Queens es seguro. Allí vive gente que generalmente trabaja de sol a sol y se apretuja en edificios limpios, de la misma altura, uniformes, difíciles de distinguir unos de otros, con apartamentos en los cuales no hay un espacio libre porque la emigración es tan grande que cada día llegan y llegan gentes en busca de un techo en casa del pariente o del vecino de calle en Colombia y todos se van acomodando en las habitaciones y cuando allí no caben más, los que siguen duermen en la sala y los que siguen, algunas veces ocupan los estrechos pasillos... Es el mismo problema de vivienda del país, transplantado a Nueva York. La fama de su peligrosidad tiene que ver con algo diferente al atraco y nació una década atrás, el 29 de diciembre de 1975 en un edificio de la calle 94. El número, 30-10, donde vivía Osear Toro desde antes de ingresar a la cárcel, acusado de traficar con marihuana. El afrontó un juicio y salió airoso, pero cuando regresó a Queens halló en el sótano a su hija Susana de 5 años colgando de una viga del techo. Los asesinos la estrangularon, encimándole cuatro puñaladas en la cabeza y el vientre. Toro se refugió entonces en Northern Boulevard, Sunnyside, (también en Queens), y nueve días más tarde tuvo que separar de una columna los cadáveres apuñaleados de su hijo Oscar de 10 años y de Liliana Bustamante, la niñera, de 17. Ella fue violada antes de morir. Las calles de Chapinerito son estrechas y al lado de los restaurantes y de las fuentes de soda funcionan decenas de pequeñas agencias de turismo cuya cantidad indica el flujo de viajeros que genera el lugar. A través de algunas de ellas, las gentes envían sus ahorros semanales a Colombia, puesto que las cartas son saqueadas en oficinas de correos norteamericanas, donde bandas de empleados norteamericanos se quedan con el dinero. También abundan los "Grosery Stores", que a diferencia de los del resto de la ciudad, ofrecen cilantro, mazorca, papas criollas, yuca, panela y areparina y como en las zonas céntricas de nuestras ciudades, cada veinte locales hay un indio amazónico o un brujo, alternando con los consultorios de José Gregorio Hernández y las oficinas de abogados que gestionan "en cosa de semanas" la separación matrimonial. Estos pagan un buen volumen de avisos en los diarios hispanos y en "La Cubanísima", una emisora de gran sintonía entre la colonia. Página 5 de 205