CASO PEDRO ARMENDÁRIZ
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PARTE I
La compañía Informática y Procesos, S.A. (Improsa), era una empresa independiente, de tamaño mediano radicada en Madrid, que se dedicaba al desarrollo de programas para grandes sistemas informáticos. La principal fuente de su actividad provenía de contratos directos con la Administración Pública, fundamentalmente para el misterio de Defensa, y de subcontratos con empresas fabricantes de ordenadores o con grandes compañías de software españolas y extranjeras. Una característica destacable de esta clase de contratos es la incertidumbre que comporta la propia definición de los proyectos, que suelen implicar trabajos de investigación. Frecuentemente, Frecuentemente, los proyectos proyectos incluyen diseño de equipos además de la confección de software, lo cual obliga a las empresas como Improsa a disponer del suficiente personal técnico y directivo para atender los requisitos específicos de cada contrato. La capacidad de las empresas de este tipo para obtener contratos se: basa en la garantía que ofrezcan de contar con personas capaces de llevar a buen término en plazo y con calidad las especificaciones especificaciones de los proyectos. Cuando los proyectos son de gran envergadura o contienen mucha incertidumbre, la Administración y las grandes compañías contratantes suelen dividirlos en distintas partes, a veces secuenciales, de manera que contratan su desarrollo con una o varias empresas informáticas los sub-proyectos resultantes de la división. Así, las empresas que realicen un trabajo satisfactorio en un contrato están en situación ventajosa para obtener nuevos contratos con el cliente, sobre todo si corresponden a partes sucesivas de un gran proyecto. En general, los clientes suelen elegir a las empresas contratadas que vayan haciendo presentaciones parciales del trabajo que estén desarrollando en sus contratos. En el tiempo en que ocurren los acontecimientos que se relatan en este caso, la Administración española ofrecía bastante trabajo a las empresas informáticas, dentro de sus programas de modernización de los equipos militares. Así mismo los proyectos europeos de desarrollo tecnológico abrían una parte considerable de mercado a las empresas españolas. Improsa estaba realizando entonces unos cuantos contratos importantes, entre los que destacaba una parte del proyecto para el cohete europeo Cronos; que le había subcontratado la empresa internacional Zeus. Eleuterio Gómez era uno de los socios fundadores de lmprosa y ocupaba en su organización el puesto de director de proyectos, lo cual significaba ser el responsable de que se realizaran correctamente todos los trabajos de desarrollo de los contratos. Bajo su mando estaban todos los técnicos, agrupados por equipos, que confeccionaban los programas de software y diseñaban los sistemas informáticos especificados en los proyectos. Los equipos de trabajo se componían de un modo muy flexible, con técnicas de distintas especialidades, según fueran las necesidades de las operaciones que desarrollar. Cada equipo tenía un encargo concreto y al frente estaba 1
Caso preparado por et profesor Germán Gómez-Llera. Bajo la supervisión del profesor profesor J. A. Pérez López: para servir de base de discusión y no como ilustración de la gestión, adecuada o inadecuada, de una situación determinada
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un jefe de proyectos. Pedro Armendáriz, ingeniero de telecomunicación de 32 años, llevaba tres años trabajando en Improsa y acababa de ser nombrado jefe de proyecto por Gómez. Una tarde, varios meses después de su nombramiento, Armendáriz se quedó solo en la sala de reuniones de la oficina. El resto del grupo se había marchado. Una de las secretarias se había detenido para hablar con él unos instantes acerca del próximo ingreso de su marido en la Administración Pública y, finalmente, se había ido. Pedro, solo en el despacho, se arrellanó cómodamente en su silla, contemplando con satisfacción los resultados de la primera prueba del nuevo programa para la unidad de control de vuelo; en el cohete europeo Cronos. Le gustaba quedarse solo. Su nombramiento como jefe de proyecto era aún lo suficientemente reciente como para proporcionarle un hondo sentimiento de placer. Miraba fijamente los diagramas que tenía enfrente, pero en su imaginación podía oír a Gómez decir una vez más: “Hay algo aquí en lo que uno puede apoyarse. ¡No hay límite para quien sepa rendir!” Armendáriz experimentó nuevamente una sensación de felicidad y a la vez de desconcierto. Se decía a sí mismo “Bueno, ¡qué diablos!, Como quiera que fuere, yo he rendido. No estoy engañando a nadie.” Durante una prueba de rutina de algunos programas para las fuerzas armadas, se le había ocurrido una nueva idea para el cálculo de la derivada de tiro de un tipo especial de misil, y el resto... simplemente sucedió. Gómez se había entusiasmado; se había establecido un equipo de trabajo separado para continuar la investigación y el desarrollo del programa, y le habían encomendado a él la tarea de hacerlo funcionar: Todavía le parecía un milagro todo eso. Dejando a un lado estos pensamientos, se inclinaba decididamente sobre sus papeles, cuando se percató de que alguien entraba en la sala, detrás de él. Volvió la vista, expectante, ya que Gómez se solía quedar también hasta muy tarde y a veces entraba para charlar, lo cual hacía que el final de la jornada fuese especialmente agradable para Armendáriz. Pero esta vez no era Gómez. La persona en cuestión era un desconocido. Era un hombre alto, delgado, y más bien moreno. Usaba gafas con montura de acero y corbata de lazo. María, la mujer de Armendáriz, observó después que era la clase de corbata de lazo que usaban los intelectuales excéntricos que querían llamar la atención. El desconocido sonrió y se presentó: “Soy Julio Schwartz Martínez Anleo”. ¿Es usted Pedro Armendáriz? Pedro contestó afirmativamente y se dieron la mano. El visitante continuó:”Eleuterio Gómez me dijo que podría encontrarle aquí. Estuvimos hablando sobre su trabajo, y me interesa muchísimo lo que está usted haciendo.” Armendáriz le señaló una silla.
Schwartz no parecía encajar en ninguna de las categorías corrientes de visitantes: Cliente, accionista, simplemente curioso... Pedro señaló los papeles sobre la mesa. “Aquí tiene los resultados preliminares de una prueba que estamos haciendo. Tenemos un nuevo programa entre manos y estamos tratando de encajarlo. No está terminado, pero puedo mostrarle la sección en la que estamos trabajando.” 2
Armendáriz se puso de pie, pero Schwartz estaba embebido en los diagramas. Pasado un momento levantó la vista y dijo con una extraña sonrisa, Parecen trazados de una curva de Fuccini. ¿Sabe? He estado estudiando algunas funciones de auto corrección.” Pedro, que no tenía la menor idea de a qué se refería, le devolvió la sonrisa y movió la cabeza, sintiéndose inmediatamente molesto. “Permítame presentarle al monstruo», dijo Armendáriz, y condujo a Schwartz a la sala de ordenadores. Cuando Schwartz se hubo marchado, Armendáriz guardó lentamente los papeles, sintiéndose vagamente molesto. Luego, como si hubiera tomado una firme decisión cerró rápidamente la puerta y siguió el camino más largo para pasar junto al despacho de Gómez. Pero ya estaba cerrado. Se preguntó si Gómez y Schwartz se habrían ido juntos. A la mañana siguiente, Pedro se presentó en el despacho de Gómez y le dijo que había hablado con un tal Schawrt. Le preguntó si sabía quién era. Gómez le contestó: “Siéntate un minuto, quiero hablarte acerca de Schwartz. ¿Qué piensas de él?”. Pedro le respondió sinceramente que creía que Schwartz era un hombre muy inteligente y probablemente muy competente. Gómez pareció complacido y le contes tó: “Lo vamos a contratar. Ha adquirido una gran experiencia en proyectas diversos en varias compañías y universidades en tos Estados Unidos, y parece tener buenas ideas respecto a los problemas que estamos tratando”. Armendáriz asintió con la cabeza, deseando, desde luego, que no lo pusieran a trabajar con él. Gómez continuó: “No sé aún a que se llegara al final, pero parece interesarle lo que haces. He pensado que podría trabajar contigo, durante algún tiempo, como medio para iniciarse. Si continúa interesándose en tu trabajo, lo puedes incorporar a tu equipo.” Pedro asintió pensativamente, luego añadió: “Bien, este hombre parece tener algunas ideas, aun sin saber exactamente lo que estamos haciendo. Espero que se quede. Me agradará tenerlo.”
Armendáriz regresó a su despacho, con sentimientos confusos. Se dijo a sí mismo que Schwartz seria bueno para el grupo. No era ningún tonto y rendiría; Recordó otra vez la promesa de Gómez, cuando le había ascendido: “Aquí el hombre que rinde, avanza.” Sin embargo, estas palabras parecían tener ahora el tono de una amenaza. Al día siguiente, Schwartz no se presentó hasta media tarde. Explicó que había tenido un largo almuerzo con Gómez, discutiendo su puesto en la empresa. «Sí --dijo Armendáriz; hablé de eso esta mañana con Gómez y ambos acordamos que usted podría trabajar con nosotros durante algún tiempo.” Schwartz sonrió, con el mismo tono de suficiencia que había adoptado cuando mencionó lo de las curvas de Fuccini, y dijo: “Me gustaría mucho.” Armendáriz presentó a Schwartz a los demás miembros de su equipo de trabajo. Schwartz congenió muy bien con Luis Acebedo, el matemático del grupo, y pasaron el resto de la tarde discutiendo un método de análisis de formas que había preocupado a Acebedo durante todo el mes anterior. 3
Eran las 8:30 cuando Armendáriz salió da la oficina aquella tarde. Había esperado, casi ansiosamente, que terminara el día para, una vez que todos se hubieran ido, poder sentarse en las salas, ya silenciosas, a descansar y a pensar. “Pero, ¿pensar so bre qué?”, se preguntó. No lo sabía. Todos se habían ido poco después de las 6 salvo Schwartz, y lo que siguió fue casi un duelo. Schwartz estaba sentado en la sala de reuniones leyendo, y Armendáriz en su despacho, el pequeño cubículo de paneles de vidrio en el que se refugiaba para que no le molestaran. A Armendáriz le disgustó la interferencia en su acostumbrado periodo de quietud, por lo que decidió que Schwartz debía marcharse antes que él. Schwartz había obtenido los informes de trabajos realizados en el año anterior y estaba estudiándolos cuidadosamente. El tiempo transcurría lentamente. Armendáriz garrapateaba sobre un papel y su nerviosismo aumentaba cada vez más. “¿Qué demonios creía Schwartz que iba a encontrar en esos informes?”, pensaba. Finalmente, Armendáriz se rindió y se fueron juntos de la oficina. Schwartz se llevó algunos de los informes para estudiarlos en su casa por la noche. Armendáriz le pregunto si creía que los informes le daban una imagen clara de las actividades de los proyectos de la empresa. “Los informes son excelentes” respondió Schwartz con evidente sinceridad --. “No sólo son buenos informes; de lo que informan, además, es sumamente bueno.” Armendáriz se sorprendió del alivio que sintió y se mostró casi cordial al desear a Schwartz las buenas noches.
Al volver a su casa, Armendáriz se sentía más optimista respecto a la presencia de Schwartz en la empresa. Nunca había comprendido realmente el análisis que Acebedo intentaba. Si había algún error en el enfoque de Acebedo, pensaba que Schwartz lo podría descubrir. “Y si no me equivoco – murmuro -, no será particularmente diplomático al respecto.” Pedro le contó a María, su esposa, como era Schwartz, y se reía de buena gana con lo de la corbata de lazo. “Es la clase de lazo que debe n haber usado los artistas del impresionismo francés”, dijo María riendo. “No me preocupa la forma en que se viste”, dijo Armendáriz, riendo también, “pero me temo que es la clase de individuo que no está a gusto si no aparenta ser un genio dos o tres veces al día, y eso puede ser muy, molesto para el grupo.” Aquella noche, Armendáriz ya dormía desde hacía varias horas cuando el teléfono le sobresaltó. Comprendió que debía de haber sonado bastantes veces. Saltó de la cama murmurando sobre los condenados tontos y los teléfonos. Era Schwarz que, sin dar ninguna excusa y aparentemente olvidado de la hora que era, se puso a contarle emocionalmente la forma en que podía resolverse el problema de formas de Acebedo. Armendáriz cubrió con la mano el micrófono, para responder a la pregunta que le cuchicheaba su esposa: “¿Quién es?” “El genio”, contesto. Schwartz, haciendo caso omiso de que eran las dos y media de la madrugada, 4
procedió, con gran excitación, a explicarle un enfoque totalmente nuevo sobre algunos de los problemas del proyecto relacionados con series recurrentes con las que él había tropezado en otras investigaciones anteriores. Armendáriz se las arregló para poner cierto entusiasmo en su voz y soportó, semi- aturdido y sumamente incómodo, a Schwartz hablar, interminablemente, sobre lo que había descubierto. Probablemente, no solo era un nuevo enfoque, sino además un análisis que demostraba la debilidad inherente del desarrollo efectuado hasta entonces y cuan incompleto había sido. Al día siguiente. Armendáriz pasó toda la mañana reunido con Schwartz y Acebedo, el matemático, y suspendía la acostumbrada reunión matutina del equipo de trabajo para poder revisar concienzudamente lo que Schwartz le propuso la noche anterior. Schwartz tenía sumo interés en que así se hiciera y a Armendáriz, por razones muy personales no le pareció tan mal cancelar aquella mañana la reunión del equipo. Durante algunos días después, Schwartz se encerró en el despacho interior que se le había asignado, y no hizo sino leer los informes de progreso de los trabajos que se habían realizado en los últimos meses. Armendáriz sentía cierta inquietud respecto a la reacción que Schwartz pudiera experimentar hacia su trabajo. Estaba un poco sorprendido de lo que sentía. Siempre estuvo orgulloso -aunque había aparentado modestia- por la forma en que se habían sometido a consideración, en su equipo, algunos aspectos nuevos sobre el instrumental para control de las trayectorias. Ahora, sin embargo, no estaba seguro de ello, y le parecía que podría demostrar fácilmente que la línea de desarrollo que habían estado siguiendo no era sólida ni imaginativa. A la mañana siguiente, como era Costumbre en el equipo de Armendáriz, los miembros del equipo, incluyendo a las secretarias, se sentaron alrededor de la mesa de la sala de reuniones. Pedro se jactaba de que el trabajo del equipo estuviera dirigido y evaluado por el propio grupo en su conjunto, y le complacía mucho repetir que la inclusión de las secretarias en esas reuniones no constituía una pérdid a de tiempo. Con frecuencia, lo que empezaba siendo una rutinaria exposición de suposiciones, tediosa para un oyente no iniciado, acababa por llevar a descubrir otras formas nuevas de considerar esas suposiciones que, muy probablemente, no se le habían ocurrido por sí solo al técnico involucrado, que podía llevar mucho tiempo aceptándolas corno base fundamental de su trabajo. Estas reuniones de grupo, le servían también a Armendáriz en otro sentido. Pedro estaba convencido de que se habría sentido mucho menos seguro si hubiera tenido que dirigir él trabajo del equipo con su única decisión, en solitario. Con la reunión de grupo como procedimiento de dirección, siempre era posible justificar la exploración de callejones sin salida por el efecto educativo general sobre todos. Schwartz ya había llegado a la reunión. Estaban también Forqué y Losada. Acebedo estaba sentado junto a Schwartz, y aparentemente continuaban la conversación del día anterior referente al estudio matemático. También estaban los otros miembros del equipo: Luis Asin, Juan Torner y Jaime Pelliecer. Pedro, nada más comenzar, y por razones que él mismo no comprendía del todo, propuso que se discutiera un problema al que anteriormente todos habían dedicado mucho tiempo, con la conclusión de que era imposible encontrarle una solución viable, y que no había un modo aceptable de tratarlo en forma experimental. Cuando Armendáriz propuso el problema, Asín observó que no 5
tenía objeto tratarlo de nuevo, pues estaba convencido de que no cabría enfocar el problema con el material y los recursos informáticos de los que podrían disponer. Esta declaración produjo a Schwartz el efecto de una inyección de: adrenalina. Dijo que le gustaría saber cuál era el problema en detalle, y dirigiéndose al pizarrón que había en la sala, empezó a anotar los «parámetros, mientras vanos miembros del grupo iban debatiendo el problema. Simultáneamente, hizo una lista de las razones por las que se había abandonado. Apenas iniciada la descripción del problema, se puso claramente de manifiesto que Schwartz no iba a estar de acuerdo en la imposibilidad de atacarlo. El grupo así lo comprendía y, finalmente, tras la intervención de Schwartz, los argumentos que habían conducido a abandonarlo se esfumaron. Schwártz empezó a exponer sus razones a favor de reanudar los trabajos paralizados y, a medida que las iba presentando, podía pensarse que las había preparado la noche anterior. Pero no, Armendáriz sabía que era imposible. Por eso, no pudo evitar impresionarse con la forma lógica y organizada en que Schwartz iba trasmitiendo unas idas que realmente debían habérsele ocurrido solo unos minutos antes. Lo cierto era que Schwartz tenía bastantes cosas que aportar en varios temas clave del proyecto, algunas de las cuales produjeron en Pedro Armendáriz una mezcla de sentimientos de ansiedad y de irritación y, al mismo tiempo, una sensación presuntuosa de superioridad sobre Schwartz, al menos en un aspecto. Schwartz opinaba que la forma en que se había analizado el problema era típica de una consideración en grupo. Con un aire tan sofisticado que hacía difícil para un oyente cualquiera disentir. Schwartz procedió a comentar en tono despectivo el énfasis que algunos ponían en las elaboraciones “participativas”, describiendo satíricamente como eso conducía a un “alto nivel de mediocridad”. Durante todo el tiempo, Armendáriz observó que Acebedo miraba atentamente hacia el suelo, y también se dio perfecta cuenta de las miradas de Torne y Pelliecer le dirigían en ciertos momentos del breve discurso de Schwartz. Armendáriz, en su interior, no podía evitar el sentir que esa era un punto, al menos, en el que Schwartz estaba equivocado. Toda la división de proyectos, con Gómez a la cabeza, defendía --si es que no la practicaba- la teoría de los equipos pequeños de trabajo como organización básica para un desarrollo creativo y eficaz. Schwartz insistió en que podía enfocar el problema y que le gustaría estudiarlo personalmente durante algún tiempo. Armendáriz puso fin a la sesión matutina, declarando que las reuniones continuarían efectuándose, y que el hecho mismo de que un problema experimental supuestamente insoluble fuera a tener una nueva oportunidad de solución era otra indicación positiva del valor de esas reuniones. Schwartz, inmediatamente, aclaro que él no estaba en modo alguno contra las reuniones para informar al grupo de los progresos de sus miembros, pero que él quería destacar que los avances creativos rara vez se logran colectivamente, en ese tipo de reuniones, y que quien las logra es el indiv iduo que está “viviendo” a solas con el problema en una relación personal estrecha y continua. 6
Armendáriz se adelantó para decir a Schwartz que le agradecía mucho que hubiera tratado esos puntos y que estaba seguro le que sería provechoso para el grupo reexaminar las bases sobre las que había estado trabajando. Armendáriz convino con él en que probablemente el esfuerzo individual constituía la base para lograr mayores avances, pero que, de todos modos, consideraba útiles las reuniones de grupo, primordialmente por el efecto de mantenerlo unido y de ayudar a sus miembros más débiles a que fueran al paso de los que podían avanzar con más facilidad y rapidez en el análisis de los problemas. A medida que transcurrió el tiempo y continuaron celebrándose las reuniones, se hizo evidente que Schwartz disfrutaba con ellas por la forma que adoptaron: Llegó a ser típico que Schwartz expusiera sus ideas, lo cual mostró como incuestionablemente obvio que era el más brillante en la exposición, el mejor preparado en los diversos temas afines a los problemas que se estaban tratando y el más capaz para seguir adelante de entre todos los demás miembros del grupo. Pedro se sentía cada vez más inquieto al darse cuenta de que, en realidad, podía haber perdido el liderazgo del equipo. Siempre que se mencionaba algo sobre Schwartz en las reuniones con Gómez, Armendáriz solo comentaba la habilidad y la evidente capacidad de trabajo que Schwartz poseía. De un modo u otro, nunca pensó que debiera mencionar sus propias inquietudes. No solo porque revelarían debilidad por su parte, sino también porque era patente para Pedro que el propio Gómez estaba sumamente impresionado por el trabajo de Schwartz, y porque sabía que tenía contactos con el fuera de la oficina. Así, Pedro empezó a pensar que las ventajas intelectuales que había aportado Schwartz al equipo quizá no compensaran enteramente. Consideraba que se percibían indicios de un rompimiento del espíritu de cooperación que hubo en el grupo antes de la entrada de Schwartz. Las reuniones matutinas fueron omitiéndose cada vez más a menudo. La opinión de Schwartz respecto a las capacidades de los demás miembros del grupo, con excepción de Acebedo, era manifiestamente baja. Algunas veces, durante las reuniones matutinas o en discusiones ocasionales, Schwartz se había mostrado rudo, negándose a continuar una discusión cuando, según el afirmaba, estaba basada en la ignorancia de la otra persona respecto al asunto en cuestión. A Armendáriz le parecía qué las impaciencias de Schwartz hacia los otros miembros del equipo también le habían conducido a hacer algunas observaciones semejantes sobre los demás al propio Gómez. Eso lo dedujo Armendáriz de una conversación con Gómez en la que: este le preguntó si Asín y Pellicer iban a seguir en sus puestos. Al no mencionar al matemático Acebedo, Pedro considero que esto sería el resultado de algunas conversaciones privadas entre Schwartz y Gómez. No le fue difícil a Armendáriz plantearse si la brillantez de Schwartz compensaba suficientemente el desmembramiento que empezaba a producirse en el grupo . Tuvo la oportunidad de hablar en privado con Asin y con Pellicer y comprobar que ambos estaban molestos a causa de Schwartz. Pedro no forzó la conversación mas allá cuando le dijeron, en una forma u otra, que ciertamente se sentían torpes, que a menudo les resultaba difícil entender los argumentos que Schwartz exponía y que muchas veces no 7
se atrevían a pedirle que precisara los antecedentes en los que se basaba. Armendáriz no hablo con Acebedo como lo había hecho con los demás. Ante esta situación, Armendáriz se preguntó que debía hacer. Estaba confuso, y dudaba si hablar sinceramente con Gómez le supondría u n perjuicio personal. Por otra parte, pensaba que aunque estaban avanzando en el desarrollo del proyecto, el hecho de que la mayor parte del equipo de trabajo se sintieran marginados, no resultaría provechoso a la larga. PARTE II
Tras haber considerado su posición en Inprosa y el estado de desarrollo del proyecto, Pedro Armendáriz pensó, que era preferible no dar lugar a un conflicto mayor en el seno de su grupo de trabajo y, por tanto, decidió dejar que la situación siguiera su evolución natural. Sin embargo, él se sentía cada vez más descontento. Unos 4 meses después de la entrada de Schwartz en el equipo se empezó a preparar una de las reuniones que se establecieron desde el principio para que lo s responsables del cohete Clones, de la empresa Zeus, se formaran una idea del trabajo que se realizaba y de su progreso. En estas reuniones era costumbre que los jefes de proyecto presentaran los trabajos que se estaban llevando a cabo en sus respectivos equipos. Las reuniones de presentación eran generalmente sólo para los jefes de proyecto, Eleuterio Gómez y los representantes de la empresa Zeus. Después, se invitaba a los demás miembros de cada grupo a otras reuniones, abiertas para todos, que se celebraban más tarde, al final de la jornada. Al aproximarse la fecha de celebración de una de esas reuniones, Armendáriz consideró que debía evitar a toda costa presentar él los trabajos. La Causa principal era que no podía confiar en sí mismo para presentar unas ideas y un trabajo que, en gran medida, había desarrollado Schwartz. Le preocupaba no poder hacer una exposición con suficiente detalle, y no poder responder con extensión a las preguntas que le pudieran hacer al respecto los representantes de Zeus. Por otra parte no creía poder evitar que se expusieren las nuevas líneas de trabajo y presentar solamente el material que él había preparado o iniciado antes de la llegada de Schwartz. Pensó también que no estaría en absoluto lejos del modo de ser de Schwartz -siempre que estuviera presente, por supuesto- comentar, en su forma brusca y poco diplomática la presentación que hiciera Pedro poniendo de relieve sus deficiencias: Parecía claro, así mismo, que no sería fácil evitar que Schwartz asistiera a la reunión, a pesar de no estar en el nivel organizativo que solía ser invitado. En cualquier caso, le resultaba penoso tener que explicarlo a Gómez. Y creía necesario decirle algo antes de la reunión si es que invitaba a Schwartz a que asistiera. Por otro lado, si Julio Schwartz tomaba la iniciativa de pedirle a Gómez que quería asistir a la reunión, como Pedro se temía, él se vería una vez más superado por los acontecimientos.
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PARTE III
Pedro Armendáriz pensó que no tenía más remedio que hablar con Gómez y plantearle de un modo positivo que Julio Schwartz debía ser invitado a la reunión de presentación de los trabajos. En cierto sentido, Pedro se sentía vencido y sin capacidad de hacerse dueño de la situación Creía que al menos, tenía que mantener la apariencia de llevar él la iniciativa. Armendáriz encontró enseguida una oportunidad para hablar con Eleuterio Gómez y le planteó la cuestión. Hizo notar a Gómez que con las reuniones a punto de efectuarse, dadas las aportaciones que Schwartz había estado suministrando al equipo y el interés que había puesto en ellas, era probable que quisiera asistir a la reunión de presentación. Aunque también tenían el problema de lo que sintieran los demás miembros del equipo si solamente se invitaba a Schwartz. Gómez sin dar mayor importancia al asunto, replicó que no creía que el grupo dejara de comprender la posición diferente de Schwartz y pensaba que, sin duda, se le debería invitar. Armendáriz respondió inmediatamente que así lo había pensado también él, pues consideraba que Schwartz era quien debería presentar el trabajo, dado que en su mayor parte lo había realizado él. Armendáriz expresó también que sería una bonita forma de reconocer las aportaciones de Schwartz y de recompensarle, ya que éste deseaba vehementemente que se le reconocieran sus méritos como miembro productivo del equipo. Gómez estuvo de acuerdo y quedó resuelta la cuestión. La presentación que hizo Schwartz tras la que siguió una larga discusión, tuvo un gran éxito En ciertos aspectos dominó la reunión El atrajo el interés y la atención de muchos de los presentes. Esa noche, con todo el personal de la oficina presente, en un coctel de agasajo a los representantes de Zeus, SC formó un pequeño círculo de invitados alrededor de Schwartz. Uno de ellos era el propio Gómez Allí se suscitó una viva discusión acerca de la aplicación de las teorías dc Schwartz. Todo ello perturbó a Pedro, pero su reacción y su comportamiento fueron como siempre, se unió al círculo, alabó a Schwartz ante Gómez y otros, e hizo hincapié en lo brillante que era su trabajo. Después de todo lo sucedido, Armendáriz sin consultar a nadie, empezó a considerar la posibilidad de obtener un empleo en otra parte. Algunas semanas más tarde supo que se estaba organizando un nuevo equipo informático de grandes sistemas en Barcelona y que la clase de experiencia que él había adquirido le capacitaba para obtener allí un puesto de jefe de proyecto equivalente al que había ocupado en Inprosa pero ligeramente mejor pagado.
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Parte IV
Pedro aceptó inmediatamente el puesto de Barcelona y se lo notificó a Eleuterio Gómez en una carta que envió por mensajeros un viernes por la noche dirigida a su casa. La carta era muy breve y Gómez Se quedó estupefacto. La carta decía simplemente que por razones particulares debía irse a Barcelona, donde había encontrado un puesto mejor pagado, y que no podía presentarse en la oficina en los próximos días, pero que estaría dispuesto a volver más adelante para ayudar, en caso de que fuera preciso, a aclarar cualquier aspecto sobre su trabajo anterior; que estaba seguro de que Schwartz podía proporcionar el liderazgo del grupo; y que su decisión de renunciar tan repentinamente se debía a algunos problemas personales daba a entender que se trataba de problemas de salud de sus padres. Todo ello era falso, por supuesto Gómez en cambio, lo tomó al pie de la letra. Sin embargo consideró que era una forma muy extraña de comportarse, y enteramente inexplicable, ya que siempre había creído que sus relaciones con Armendáriz habían sido afectuosas. Además, en realidad, Gómez pensaba que Pedro estaba produciendo bien, y él le notaba satisfecho y contento. Eleuterio Gómez se sintió considerablemente preocupado porque ya había resuelto colocar a Schwartz a cargo de otro proyecto que se iba a poner en marcha muy pronto, y había estado dando vueltas en su cabeza sobre cómo explicárselo a Armendáriz, dada la evidente ayuda y la valiosa asistencia que Pedro estaba obteniendo de Schwartz, y la alta estima en la que aquél le tenía. De hecho, había considerado la posibilidad de que Pedro pudiera agregar a su equipo otra persona con la clase de antecedentes y el nivel de formación tan extraordinarios como los de Schwartz, y que habían resultado ser tan valiosos. Gomes no hizo ningún intento por volver a ver a Pedro Armendáriz. En cierto modo se sintió ofendido por todo el asunto. Schwartz igualmente se sorprendió de la salida tan repentina y extraña de Armendáriz y cuando Gómez le preguntó si prefería quedarse en el grupo de Cronos en lugar de trabajar en el nuevo proyecto para las fuerzas aéreas que entonces se estaba organizando, Schwartz eligió este último y empezó a trabajar en él la semana siguiente. El grupo del Cronos sufrió un duro golpe y su dirección se encargó temporalmente a Acebedo, hasta que alguien más capacitado lo tomara a su cargo. Tras dos meses de trabajo poco fructíferos los contratos del Cronos para Impresa se vieron muy recortados, lo cual dio lugar a que el grupo de trabajo concluyera sus últimos compromisos en el siguiente mes y medio. A los seis meses no quedaba en Impresa ninguno de los técnicos que había intervenido en el proyecto Cronos, pues el propio Schwartz se había marchado a Italia con un magnífico contrato.
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