La pregunta era inevitable y no se hizo espe rar: si yo era una cactácea, ¿qué planta era Mido ri? a mujer ue ab elegido par comartir mi vida no era, a todas luces, un cactus. Nada en ellos me la recordaba. Es cierto que Midori tam bién era ágil, pero lo era de otra rma, pues no estaba a la defensiva, blandiendo espinas hacia to das partes. No, ella tenía que ser otra cosa, algo mucho más suave pero, al mismo iempo, no tan incompatible Pasé la tarde del sábado mirando las diferentes especies del invernadero pero no lo gré dar con la planta a la que se parecía Midori. Conrme pasaron los días, mi pertenencia a los cactus me e pareciendo más y más evidente. En la ocina, me mantenía siempre erguido, es perando con aprensión el momento en que la puerta iba a abrirse para dejar entrar una mala noticia Cada vez que el teléno sonaba, sentía sobre mi piel el nacimiento de una nueva espina En realidad siempre había sido así. Tanto mis compañeros de escuela como mis colegas de tra bajo me habían jugado a algunas bromas acerca de mi temperamento austero, pero nunca les ha bía dado importancia. ora, en cambio, todo me parecía una consecuencia lógica de mi condi ción Era así de simple yo era un cactus, ellos no. De vez en cuando podía ocurrir ue, en un eleva dor o en algún pasillo de la empesa, reconociera 48
al pasar a otro cactus. Entonces nos saludábamos casi a la erza, evitando mirarnos. Fue como una liberación En ese momento dejé de preocuparme or cosas que antes me pe saban y me causaban angustia, como el hecho de no saber bailar. Midori, quien bailaba con una sensualidad inimitable, me reprochaba siempre mi rigidez «No tiene remedio , podía responder le ahora, cínicamente, «tú escogiste casarte con un cactus mbién por esas fechas dejé de pro pinar sonrisas hipócritas a los colegas que encon traba en el restaurante de la empresa, como había hecho durante tantos años. No era lta de ama bilidad, sino simple coherencia con mi naturale za Y, al contrario de lo que se podía esperar, la · gente no lo tomó a mal Es más, los compañeros de ocina oentaban que últimamente me veía «en buena rma , incluso «más natural . En la casa también se produjero algunos cambios Cuando no tenía nada que decir, no ha blaba. A partir de entonces me negué a sostener conversaciones ngidas con Midori acerca de su pedicura, de su vestido nuevo o de lo que le ha bía ocurrido a su amiga Shimamoto durante las vacaciones, y sobre todo dejé de sentirme culpa ble por no contarle mi amistad con el jardinero so no signicaba que mi amor por ella estuviera disminuyendo, al contrario, entre más me asu»
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mía, ejor e relaci onaba c on el undo. Pero Midori no lo toó d e la isa ane ra Mi afración coo cactus la hacía exage rar toda sus reacciones. Me preguntaba con ay or ecuencia dónde había pasad o la tarde , por si era p oco, se puso uy insistente c on la cu estión de la lujuria. En las añanas antes d e ir al t rabaj o o en las noches antes de d orir, a Mid ori le entraban ga nas de hacer el aor, cosa que por supu esto contrariaba i natu raleza cactus. Una noche, desperté s obresaltad o después de una pesadilla que n o lograba recordar. La luna casi llena ent raba por el sh o ji, pintando la habitación con una luz azulada. El cue rpo de Midori yacía prácticaente sobre el í o, respirando con placidez en un sueño prondo. Tanto sus piernas coo sus brazos estaban enlazad os c on l os í os, seejando las raas de una hied ra o de una adreselva. Así e c oo lo supe, i ujer era una enredadera, suave y b rillante. «P or eso le gusta tanto la lluvia » , pensé, «ientras que y o no la so porto » Durante algunos inutos, e quedé pen sando en Midori, en su anera callada de infl trarse en cualquer espaci o y de toar posesión de i vida Entre ás l o pensaba ás iba p� r diendo el sueño. P rtuna recordé la agenda del día siguiente: tenía una cita ip ortante a las nuev e Debía tratar de d orir. 50
Me costó trabo despertar esa añana y toé una ducha ás la rga que de c ostubre urante el desayun, i uer peraneció silenciosa. Parecía ag obida por algo. - ¿ Te sientes bien? - le pregunté c ariñosaen te, pero evitando tocarla. -Sí, no te preocupes Es por el sueño de ano che ¿Cuá l sueño? -e xclamé, notando ansiedad en 1 voz A ntes de responder, Midori tomó una pro nda inspiración. -Soñé que teníaos un niño, un bebé pre cioso Nunca hemos hablado de eso - explicó mi tiv amente, como si rándome a los o jos, inquisi intentara descar mis pensamientos Setí un escaloío. Miré el relo j alarmado: tenía quince minutos de retraso - Ho y en la noche hablamos T e lo proeto. Midori y y o llev ábamos ocho años casados Los 'matrimonios de amigos tenían casi t odos hi jos Cuando nos preguntaban cómo hacíamos para v ernos tan f lices, decíamos que el secreto consistía en no tenerlos. Era curioso que, justo la n�che n que había descubierto su vrdadera identidad, Midori hablara de ese t ema La cita de la añana e un auténtico asco, 51
-¿Son de verdad? -pregunté, sorprendido. Y al decir esto me di cuenta de que estábaos ha blando en voz baja como dos personas que com parten un secreto. Por toda respuesta el jardinero movió la cabe za, pero de manera tan ambigua que yo no supe si se trataba de una armación o de una negativa. Los bonsáis siempre me habían causado una especie de miedo, en todo caso una aprensión inex plicable. Hacía mucho que no veía alguno y en contrarme de repente con tal cantidad de ellos me produjo un malestar casi sico. El viejo debió de darse cuenta y comentó: -Estoy de acuerdo con usted. Son aberrantes Me sorprendió escuchar esa expresión en la boca de un jardinero, pero al mismo tiempo esa palabra correspondía muy de cerca a lo que yo es taba sintiendo. -¿Por qué están aquí? -pregunté irritado y subiendo un poco la voz-. ¿Por qué me ha traído a ver esto? -Llevo muchos años cultivándolos, he poda do cada una de sus hojas, los he visto secar y caer sobre la tierra de la maceta, simulando el estertor de los árboles verdaderos, pero sin ninguna clase de estrépito. Véalos bien, señor Okada -insistió, mientras yo revisaba con cuidado la pequeña cor teza como si en ella se escondiera alguna respues 54
ta-. Pienso que ya ha aprendido a mirar lo su ciente las plantas como para darse cuenta: no son plantas, tampoco son árboles. Los árboles son los seres más espaciosos que hay sobre la tierra, en cambio un bonsái es una contracción. Así vengan de un árbol ondoso o de un árbol utal, los bonsáis sólo son eso, bonsáis, árboles que traicio nan su verdadera naturaleza. Volví a casa caminando bajo la lluvia. Como no llevaba paraguas, llegué con la ropa escurrien do. Durante todo el camino, pensé en las enreda deras y en los cactus Un cactus suía en ese i ma de lluvia, mientras que una enredadera era fliz así. Yo amaba a Midori, pero dejarme inva dir era actuar en contra de mi naturaleza. Tam bién pensé en lo traicionada y triste que sería una enredadera incapaz de reproducirse. Entré a la casa y me di una ducha caliente. Midori estaba ocupada con un asunto de pruebas que debía mandar a la imprenta esa misma no che, así que, para mi rtuna, no abordamos el tema de la reproducción. El sábado i al jardín de Aoyama pero el an ciano no estaba en el invernadero. Pregunté por él al guardia pero no supo darme ninguna explica ción. parecer, en el parque estaban acostum brados a que el jardinero se ausentara algunos días. Estuve esperando un rato en el caé, para ver 55