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Cicerón y Bruto: historia de un desencuentro* José Miguel Baños Baños (Universidad Complutense)
(1) “Sin las cartas de Cicerón, no conoceríamos a Bruto. Como nunca se ha hablado
de él imparcialmente, y los partidos políticos se han acostumbrado a encubrir con su nombre sus odios o sus esperanzas, los verdaderos rasgos de su fisonomía aparecen borrados desde el primer momento. En medio de los debates apasionados que su nombre suscita, mientras que unos, como Lucano, le ponen casi por el cielo, y otros, como Dante, le colocan resueltamente en el infierno, no tardó en convertirse en un personaje legendario. La lectura de Cicerón nos lleva a la realidad. Gracias a él, aquella figura admirable, pero confusa, agrandada con exceso por la admiración o el terror, se fija y toma proporciones humanas. Si pierde algo de su grandeza vista desde tan cerca, por lo menos gana así en viveza y en verdad” 1.
Casi siglo y medio después, las palabras de G. Boissier siguen sin perder actualidad. Y es que la figura de Marco Bruto, el asesino de César, resulta tan atractiva como contradictoria. Convertido ya en su época en un símbolo, su personalidad se difumina entre tópicos y simplificaciones. De ahí la importancia de la obra de Cicerón, y en especial de sus cartas,2 para trazar con mayor nitidez los contornos de su figura 3. * Una conferencia, conferencia, con este mismo título, pronunciada en la Universidad Universidad de Zaragoza (3 de abril de 2003), está en el origen de este trabajo, cuyo contenido ha constituido, a su vez, parte fundamental de la introducción a nuestra traducción de la correspondencia entre Cicerón y Bruto (J. M. B AÑOS - T. HERNÁNDEZ C ABRERA , Cicerón. Correspondencia con Marco Bruto , Madrid, 2006, pp. 9-85). 1 G. BOISSIER , Cicerón y sus amigos , Buenos Aires, 1944 [trad. de la versión francesa de 1865], p. 241. 2 No hay que olvidar, olvidar, de todos modos, que tratados retóricos tan importantes como el Brutus y y Orator o filosóficos como De finibus , Paradoxae o De natura deorum están dedicados a Marco Bruto, un hecho fundamental ----como veremos ---- para entender la naturaleza de la relación entre Cicerón y Bruto. 3 Para la biografía sobre Bruto sigue siendo fundamental el artículo de M. GELZER (“M. Iunius Brutus”, Paulys Real-Encyclopädie der classischen Altertumswissenschaft , Munich, X.1, 1939, col. 973-1020) y el estudio de H. Sitzungsberichte ichte der Bayerischen Akademie der Wissenschaften, 1970, pp. BENGSTON (“Zur Geschichte des Brutus”, Sitzungsber FRICA (“The 3-50), que se puede completar con el retrato psicológico de T. W. A FRICA (“The Mask of an Assassin: A PsychoInterdisciplinary History , 8,4, 1978, pp. 599-626). Sobre sus rehistorical Study of M. Junius Brutus”, Journal of Interdisciplinary laciones con Cicerón, además del ya citado G. BOISSIER y y del siempre desmitificador J. C ARCOPINO (Les secrets de
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Lo que no me parece tan evidente es que la lectura de las cartas de Cicerón nos lleve a “la realidad” de Marco Bruto, tal como la entendió Boissier en Cicerón y sus amigos . Porque el retrato que se nos muestra de Bruto en dicha correspondencia dista mucho, a mi juicio, de la figura idealizada que esboza Boissier y que es, en todo caso, deudora de la biografía panegírica de Plutarco sobre Bruto: (2) “De Bruto se refiere que era amado de la muchedumbre por su virtud, adorado
por sus amigos, admirado de los buenos, y de nadie aborrecido, ni aun de los enemigos, por ser hombre de una índole sumamente benigna, magnánimo, impasible a la ira, al deleite y a la codicia, y que mantenía siempre su ánimo firme e inflexible en lo honesto y en lo justo. Sobre todo, lo que principalmente le ganó el afecto general fue la confianza que se tenía en la rectitud de sus intenciones...” 4.
Plutarco, demasiado condicionado por su admiración hacia los tiranicidas y por las fuentes, todas cercanas a Bruto, en las que basó su biografía 5, es, en último término, el responsable de esa visión idealizada, casi mítica, que se ha legado a la posteridad6 y de la que es deudora no sólo la literatura (piénsese en Julio César de Shakespeare), sino también historiadores de la talla de Ronald Syme 7. De ahí que, como contraste, la correspondencia de Cicerón resulte fundamental: “sin estas cartas ----dice Carcopino8----, el retrato de Bruto idealizado por Plutarco seguiría manteniendo sus colores ejemplares”. Pero no es tanto el retrato mismo de Bruto como la relación entre Bruto y Cicerón el objetivo último de estas páginas. Y es que una lectura atenta de la correspondencia entre Bruto y Cicerón (pero también, como veremos, entre Cicerón y Ático) echa por tierra el tópico de una estrecha amistad y muestra más bien que la relación entre ambos fue, en realidad, ----y de ahí el título del trabajo---- la historia de un desencuentro: social, afectivo, literario, y, en gran medida, político. Reconstruir esa relación va a ser, pues, el hilo argumental de mi exposición.
1. UNOS COMIENZOS DIFÍCILES: DE CHIPRE A FARSALIA (51-48 A.C.) La primera constancia que tenemos en las cartas a Ático de la relación entre Cicerón y Bruto se remonta al año 51, durante la estancia de Cicerón como procónsul la correspondance de Cicéron, Par arís ís,, 194 1947, 7, vo vol.l. II, II, pp. pp. 104-135), 10410 4-13 135) 5),, como como contraste cont co ntra rast stee se puede pued pu edee consultar cons co nsul ulta tarr J. BOES (La philosophie et l’action dans la correspondance correspondance de Cicéron, Nancy, 1989, pp. 229-262). 4 Plut. Brut . 29. 5 Lo que a veces se olvida es que, además de la propia correspondencia de Bruto (Plut. Brut . 2,4; 2,6-8; 21,6; PAMEA 22,4-6, etc.), las fuentes fundamentales de la biografía de Plutarco, es decir, el filósofo POSIDONIO DE A PAMEA (Brut . 1,7-8), ÉMPILO (Brut . 2,4) y su hijastro L. C ALPURNIO BÍBULO (Brut . 13,3 y 23,7), son todos ellos amigos 6 7 8
o parientes de Bruto. En la monografía de M. L. CLARKE (The Noblest Roman: Marcus Brutus and His Reputation, Londres, 1981) se recogen algunos de los hitos fundamentales de la pervivencia y valoración de la figura de Bruto a lo largo de la historia. La revolución romana , Madrid, 1989, por ejemplo, pp. 85-88 y 196. Les secrets ... ..., op. cit .,. , vol vol.. II, II, p. 122. 122.
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de la provincia de Cilicia (que se corresponde con parte de la actual Turquía asiática, aunque incluía también bajo su jurisdicción ----y es un dato importante por lo que diré después---- la isla de Chipre). Bruto tenía entonces 34 años9 y Cicerón rondaba ya los 55, una notable diferencia de edad que invitaba, más bien, a una relación entre maestro y discípulo (o mentor y protegido), que fue por cierto lo que más tarde intentará, sin mucho éxito, todo hay que decirlo, Cicerón. En realidad, hasta esta fecha poco sabemos de la vida de Marco Bruto. Plutarco dedica la práctica totalidad de su biografía al período posterior a la guerra civil entre César y Pompeyo10 y tan sólo señala un hecho destacado en la vida de Bruto antes de la guerra civil: su estancia en la isla de Chipre en el año 58, a las órdenes de su tío Catón de Útica, encargado de la anexión de un territorio gobernado hasta entonces por un hermano del monarca egipcio Ptolomeo Auletes. De hacer caso al historiador griego, Bruto mostró un “extremado cuidado y diligencia” a la hora de gestionar los inmensos tesoros del rey depuesto que, “convertidos en dinero”, trasladó “en su mayor parte” a Roma 11. Un comportamiento aparentemente impecable. Ni una palabra en cambio, en la biografía de Plutarco, del espinoso asunto del 51, también con la isla de Chipre como escenario y en el que se vio involucrado, muy a su pesar, Cicerón12. A su pesar, porque en realidad fue Ático quien le puso en relación con Bruto y “presionó” amablemente a Cicerón para que, como gobernador de Cilicia, velara por los intereses de su amigo. Del amigo de Ático, se entiende, que no de Cicerón, un matiz no menor y que no se cansará de señalar el orador desde las primeras cartas13. Es Ático el que tiene un especial interés por que Cicerón se procure la amistad de Bruto: (3) ... plane te intellegere volui mihi non excidisse illud quod tu ad me quibusdam
litteris scripsisses, si nihil aliud de hac provincia nisi illius benevolentiam deportassem, mihi id satis esse. sit sane, quoniam ita tu vis, sed tamen cum eo, credo, quod sine peccato meo fiat. (“... he querido que vieras claramente que no se me ha olvidado aquello que me escribiste en cierta carta: que si no sacaba de esta provincia otra cosa que su amistad [la de Bruto], ya tenía suficiente . De acuerdo, puesto que ese es tu deseo; pero con la condición, creo, de que se haga sin que yo tenga que cometer alguna irregularidad”)14 9
Aunque la fecha de nacimiento de Marco Bruto está sujeta a controversias (H. BENGSTON, “Zur Geschichte...”, art . cit . p. 42), lo más probable es que fuera en el 85 a.C. (recuérdese que Cicerón había nacido en el 106 a.C.). 10 Plut. Brut. 4-53. 11 Plut. Brut. 3. 12 Un buen resumen, tanto del “asunto de Chipre” como de la deuda del rey de Capadocia Ariobárzanes III con Bruto y Pompeyo (Cic. Att . 5,18,4, 5,20,6; 6,1,3; 6,2,7 y 6,3,5) se puede encontrar en J. MUÑIZ (Cicerón y Cilicia , Huelva, 1998, pp. 129-134 y 230-235), abiertamente crítico con el comportamiento de M. Bruto, como también lo son G. A LLEGRI (Bruto usurario nell’epistolario ciceroniano, Firenze, 1977) o G. V IVENZA (“Il 48% del ‘virtuoso’ Bruto”, Economia e storia 5, 1984, pp. 211-225). 13 “Tu Bruto”, dice con insistencia Cicerón a Ático, para distanciarse precisamente del personaje; cf. Att . 5,18,4 (tui Bruti ), 5,21,10 (Brutus tuus ); 6,2,7 (Brutum tuum); 6,3,5 (Bruti tui ), etc. La única ocasión en que habla de “nuestro Bruto” (nostro Bruto) es Att . 5,17,6. 14 Cic. Att . 6,1,7 (de 20 de febrero del 50 a.C.). En las traducciones, las cursivas son siempre nuestras.
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Pero Cicerón no pudo complacer a Ático. Ocurrió más bien todo lo contrario: el lamentable asunto de Salamina, además de una inmensa decepción, supuso el primer desencuentro con Bruto. A este espinoso tema se refiere Cicerón, con detalle, en varias cartas. El extracto de una de ellas es el texto (4): (4) Nunc cognosce de Salaminis, quod video tibi etiam novum accidisse, tamquam
mihi. numquam enim ex illo audivi illam pecuniam esse suam; quin etiam libellum ipsius habeo in quo est “Salamini pecuniam debent M. Scaptio et P. Matinio, familiaribus meis’. eos mihi commendat; adscribit etiam et quasi calcar admovet intercessisse se pro iis magnam pecuniam. confeceram ut solverent centesimis †sexenni†... at Scaptius quaternas postulabat. metui, si impetrasset, ne tu ipse me amare desineres; nam ab edicto meo recessissem... Atque hoc tempore ipso impingit mihi epistulam Scaptius: ‹a› Bruto rem illam suo periculo esse, quod nec mihi umquam Brutus dixerat nec tibi, etiam ut praefecturam Scaptio deferrem. ... his de causis credo Scaptium iniquius de me aliquid ad Brutum scripsisse. sed tamen hoc sum animo: si Brutus putabit me quaternas centesimas oportuisse decernere, cum tota provincia singulas observarem..., accipiam equidem dolorem mihi illum irasci sed multo maiorem non esse eum talem qualem putassem. (“Ahora entérate del asunto de los de Salamina que, por lo que veo, a ti también te ha cogido de sorpresa, como a mí. Y es que nunca le oí decir [a Bruto] que aquel dinero fuera suyo; es más, tengo una anotación de su puño y letra en la que dice: “los de Salamina deben dinero a mis amigos Marco Escapcio y Publio Matinio”. Me los recomienda, y añade además, como para espolearme, que ha puesto una gran cantidad en garantía a favor de ellos. Yo había conseguido que pagaran con un interés del uno por ciento mensual, durante los seis años... Pero Escapcio reclamaba el cuatro por ciento; temí que, si se salía con la suya, tú mismo dejarías de quererme, pues me habría apartado de mi edicto... Precisamente en este momento Escapcio me arroja una carta de Bruto: que el asunto le afecta a él (cosa que nunca nos había dicho Bruto ni a mí ni a ti) y, para colmo, que conceda la prefectura a Escapcio... Por estas razones creo que Escapcio le ha escrito a Bruto sobre mí con bastante iniquidad. De todos modos, mi estado de ánimo es el siguiente: si Bruto cree que yo debía haber fijado el cuatro por ciento cuando en toda la provincia mantenía el uno por ciento ..., me dolerá, sin duda, el ver que está irritado conmigo, pero mi dolor será mucho mayor al comprobar que no es la persona que yo había imaginado ”)15.
Recordemos brevemente los hechos: cuando Cicerón llega a Cilicia, entre las muchas quejas que recibe por el gobierno de Apio Claudio Pulcro, su predecesor en el cargo, se entera de la situación desesperada de los habitantes de Salamina en Chipre. Escapcio, hombre de confianza de Apio Claudio, no había dudado en utilizar la fuerza militar para cobrar una antigua deuda contraída por la ciudad: durante varios días tuvo sitiados en la curia a los responsables de la ciudad provocando la muerte por inanición de cinco senadores. La reacción inmediata de Cicerón fue ordenar la retirada de las fuerzas de Escapcio con la promesa, además, de solucionar el tema una vez ordenados los asuntos de la provincia. Precisamente, a finales del 51 15
Cic. Att . 6,1,5-6 (de 20 de febrero del 50 a.C.).
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Escapcio se presentó ante Cicerón para reclamar la deuda de la ciudad de Salamina, que ascendía a la cifra astronómica de 380 talentos, una vez aplicado un interés del 4% mensual (o lo que es lo mismo del ¡48% anual!) durante los seis años que habría durado el préstamo. Cicerón consideró las exigencias de Escapcio intolerables, máxime cuando un edicto del propio gobernador había establecido un interés para los préstamos del 1% mensual, precisamente para poner freno a estas prácticas de usura. La firmeza del gobernador obligó a Escapcio a reconocer que él era un simple testaferro de Marco Bruto, y que era con Bruto con quien realmente habían contraído la deuda los habitantes de Salamina. Con esta revelación esperaba que Cicerón se mostrara más receptivo a sus demandas, sabedor sin duda de que el gobernador había prometido a Ático velar por los intereses de Bruto en la provincia. La sorpresa de Cicerón no pudo ser mayor: era Bruto el que estaba en la sombra, el que, por tanto, había apoyado a Escapcio en su sangriento asedio de Salamina y el que, en definitiva, había pretendido enriquecerse con la práctica de la usura. Por un momento, la máscara del personaje cayó y Cicerón pudo vislumbrar, con desagrado, un Bruto de carne y hueso16. Por mucho que se esfuerce Boissier ----y la lectura del texto (5) no tiene desperdicio----, no resulta fácil justificar semejante comportamiento: (5) “La sorpresa de Cicerón [al conocer la implicación de Bruto en el asunto de Sala-
mina], han de experimentarla todos, de tal manera parece este hecho de Bruto en desacuerdo con su comportamiento de siempre. Es imposible poner en duda su desinterés y su probidad (sic )... Estamos, pues, seguros de que si Bruto se portó de aquella manera con Salamina, fue en la creencia de que podía hacerlo. Siguió el ejemplo de los demás, cediendo a una preocupación muy general entonces” 17
Así lo entendió Cicerón: puesto a elegir entre complacer a Bruto o actuar con justicia, prefirió ser consecuente con las propias normas que como gobernador había dictado. En el relato de este episodio (al que vuelve una y otra vez en su correspondencia con Ático) 18, Cicerón se muestra convencido de haber actuado con honestidad, un comportamiento que “si Bruto no lo aprueba... sin duda lo aprobará su tío”19, Marco Catón. La censura, pues, a la actitud y el comportamiento indigno de Bruto no puede resultar más evidente, como también la decepción de Cicerón. El incidente, además de iluminar un lado oscuro de la personalidad de Bruto que sus panegiristas prefieren olvidar20, nos muestra ya algunas constantes de la relación que establecerá en el futuro con Marco Tulio Cicerón. 16
Cf. T. W. A FRICA , “The mask...”, art. cit . p. 611. G. BOISSIER , op. cit . p. 250. También Syme (op. cit . p. 86, n. 39) resta importancia, en su valoración de Bruto, al asunto de Salamina. 18 Cf., sobre todo, Cic. Att . 5,21,10-13 y 6,1,5-7. Pero las referencias a este episodio son constantes en la correspondencia de la época: Att . 6,2,7-10; 6,3,5-7, etc. 19 Att . 5,21,13. La misma idea en Att . 6,2,8. Cicerón, pues, invoca la aprobación de una persona famosa por su integridad como Catón para, por contraste, censurar el comportamiento de su sobrino Bruto. 20 Como vimos en el texto (2), Plutarco lo retrata como “impasible... a la codicia”. 17
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En efecto, el episodio de Salamina no se puede desvincular de la estancia de Bruto en Chipre en el 58, a las órdenes de su tío Marco Catón. En todos estos años, Chipre y la provincia de Cilicia van a ser el escenario de suculentas inversiones para Marco Bruto21. No hay que olvidar, además, que el gobernador de la provincia al que Cicerón viene a sustituir es Apio Claudio, al que Bruto había servido como cuestor en Cilicia desde el 53 al 51, después de haberse casado con una hija suya. Por cierto, la administración de Apio Claudio, preocupado sobre todo por esquilmar a la provincia, dejó mucho que desear. M. Bruto difícilmente fue ajeno a la gestión de su suegro, quien no se cansó además de dar largas a Cicerón ----desplantes incluidos---- para retrasar al máximo el relevo en el cargo. Las quejas de Cicerón al respecto son constantes 22 y en ellas no falta la referencia al propio Bruto, entre otras razones porque también éste se muestra displicente hacia Cicerón: (6) omnino (soli enim sumus) nullas umquam ad me litteras misit Brutus, ne proxi-
me quidem de Appio, in quibus non inesset adrogans et ajkoinonovhton aliquid (“Por cierto, en confidencia, Bruto no me ha mandado ni una sola carta, ni siquiera últimamente a propósito de Apio, sin mostrar alguna arrogancia, alguna falta de sentido común”)23.
Esta queja de Cicerón sobre el tono entre arrogante y despreciativo con que Bruto se dirige hacia él va a convertirse en un lugar común de su correspondencia y refleja, a mi entender, una distancia insalvable (personal pero sobre todo social) entre los dos personajes. Una distancia, todo sea dicho, que parece ser Bruto el más interesado en marcar. Es por lo demás el mismo desprecio y arrogancia con que Cicerón se siente tratado por Marco Catón (el tío de Bruto) o por Apio Claudio (su suegro). Para entender estas actitudes, estas distancias, no está de más recordar que, en una sociedad tan clasista como la romana, frente a la condición de homo novus de Cicerón, Marco Bruto pertenecía a una de las familias más ilustres de Roma: entre sus ancestros se encontraba nada menos que Junio Bruto, el fundador de la República, una ascendencia que, aunque cuestionada por sus contemporáneos 24, marcará en gran medida su destino vital. Sobrino de Catón (el líder de la factio, del partido de los optimates , de la oligarquía senatorial), cuñado de Casio y de Lépido (el futuro triunviro), yerno de Apio Claudio, son todas relaciones familiares con lo más granado de la sociedad romana y que parecen predestinarlo a una brillante carrera pública. 21
La deuda de los de Salamina se remonta al menos al año 56, lo que prueba la presencia continuada de Bruto en la zona, casi siempre con un cargo oficial. 22 Cf., por ejemplo, Att . 5,17,6 o Att . 6,1,2: “¿qué puede haber tan distinto como el hecho de que bajo su gobierno la provincia ha sido arruinada por gastos y dispendios...? Y, ¿qué diré de sus prefectos, acompañantes y legados? ¿y de los robos, los caprichos, los insultos?”. 23 Cic. Att . 6,3,7. Casi las mismas palabras en Att . 6,1,7: “Bruto te ha escrito [a Ático] una carta hablando de mí en términos muy amables; en cambio, a mí, incluso cuando me pide algo, suele escribirme con contumacia, arrogancia, sin sentido común”. 24 Cf. Plut. Brut . 1,6-7.
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Junto a su condición social, se constatan ya desencuentros personales y políticos. Para entender la personalidad de Bruto conviene recordar que, tras la muerte de su padre por orden de Pompeyo durante la guerra civil entre Mario y Sila 25, el joven permaneció a la sombra de su tío Marco Catón, encargado de su educación y a quien tendrá siempre como modelo26. La muerte de su padre ayuda a explicar, además, el odio y el distanciamiento que siempre manifestó hacia Pompeyo y que debió de ser un motivo más de fricción con Cicerón por la relación de dependencia que mostró el orador hacia Pompeyo. A su vez, la influencia de Marco Catón, uno de los líderes más radicales de la oligarquía senatorial, va a determinar en gran medida la orientación política de Bruto. Pero, para complicar las cosas, mientras que Catón era enemigo acérrimo de César, la madre de Bruto, Servilia, era amante del futuro dictador. Tal vez por ello César mostró siempre hacia Bruto 27 un sincero afecto hasta el punto de que, ya desde antiguo, no han faltado quienes sospecharan que Marco fue fruto de estas relaciones28. Sea como fuere, a Bruto no le va a resultar fácil mantener un equilibrio entre el influjo de su madre y la ascendencia de Catón, entre el odio a Pompeyo y el afecto por César: hombre reflexivo y vacilante antes de tomar una decisión, pero firme y obstinado una vez adoptada, tendrá que optar en no pocos momentos de su vida entre el corazón y la cabeza, entre los sentimientos y la razón.
2. ACERCAMIENTO PÚBLICO Y DESENCUENTROS PERSONALES (Y LITERARIOS): DE FARSALIA A LAS IDUS DE MARZO Con semejantes diferencias (de edad y de caracteres, de procedencia social y de vinculaciones políticas) y el desagradable incidente de Salamina en la memoria, no resultó fácil la relación entre Cicerón y Bruto. No deja de ser revelador, al respecto, que en la correspondencia a Ático, desde junio del 50, en donde se recoge la última referencia al episodio de Salamina, Bruto no vuelve a aparecer (salvo una breve alusión en una carta del 48), hasta abril del 46 (en relación con la polémica de los Catones , de la que hablaré a continuación). Eso sí, a partir de marzo del 45, Bruto 25
Plut. Pomp. 16,4-8. Cic. fin. 3,8-9. 27 Es más, con el beneplácito de Servilia, Julia, la hija de César, estuvo prometida a Bruto; pero la alianza política de César con Pompeyo en el 59 (el llamado primer triunvirato) trastocó los planes iniciales y Julia acabó casándose con Pompeyo, lo que alimentó, sin duda, el odio de Bruto hacia el general. 28 Pese a la noticia de Suetonio (Iul . 82,3) y Dión Casio (44,19,5), la diferencia de edad hace improbable que Bruto fuera hijo de César: éste debía tener catorce o quince años cuando nació Bruto. C ARCOPINO (op. cit ., vol. II, pp. 122-129) y H. BENGSTON (“Zur Geschichte...”, art. cit .), entre otros, niegan dicha paternidad . M. DUBUISSON (“Toi aussi, mon fils!”, Latomus 39, 1980, pp. 881-890) piensa que la famosa frase (Suet. Caes . 82,3) pronunciada por César en las Idus de marzo al ver a Bruto con la espada desenvainada (“¿Tú también, hijo mío?”) es una simple expresión familiar y amistosa entre un hombre de mayor edad y un joven que habían mantenido una estrecha relación. 26
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se va a convertir en una referencia casi constante en su correspondencia con Ático, hasta la última de las cartas conservadas (noviembre del 44). En realidad, fueron los avatares políticos los que acabaron uniendo a los dos personajes. Cuando Cicerón regresa de Cilicia (diciembre del 50 a.C.) la guerra civil entre César y Pompeyo es una realidad inevitable. Cicerón deberá elegir entonces entre dos personas pero, sobre todo, entre dos causas, una elección nada fácil que le tendrá angustiado casi seis meses. Más dramática debió de ser sin duda la decisión de Bruto: entre el afecto hacia César y sus ideales políticos, elige estos últimos y acude también al Epiro para ponerse a las órdenes nada menos que de Pompeyo, el asesino de su propio padre29. Sin embargo, el espectáculo del campamento pompeyano acabó defraudando por igual a Bruto y a Cicerón, convencidos de haber optado por el bando perdedor: “Nada bueno hay allí excepto la causa” llegará a decir el orador30. Nada tiene de extraño, pues, que tras la derrota de Farsalia, tanto Cicerón como Bruto decidieran dar por perdida la guerra y buscaran el perdón de César. Con alguna pequeña diferencia: mientras que Cicerón tendrá que esperar once largos meses en Brindisi la llegada y el perdón del vencedor (septiembre del 47), Bruto permaneció al lado de César al día siguiente mismo de la batalla de Farsalia (y lo seguirá en sus campañas de Egipto y Asia), prueba palpable del intenso afecto y confianza que éste siempre le había profesado31. Para entender el abandono de la causa republicana por parte de Bruto tras Farsalia se suelen invocar razones personales: el afecto de César, la influencia de su madre Servilia y la aversión de Bruto a cualquier guerra civil. Pero más allá de estos motivos, tanto Cicerón como Bruto actuaron también por razones políticas: quisieron convencerse de que con César era todavía posible recuperar las instituciones republicanas. Por eso Bruto, a petición de César (interesado en recuperar para su causa a personajes decisivos del bando republicano), acabó aceptando en el 46 el gobierno de una provincia tan decisiva como la Galia Cisalpina, convirtiéndose así en uno de sus más estrechos colaboradores32. Vanas esperanzas que la realidad se encargó de disipar a medida que César iba acumulando en su persona un poder casi absoluto. Pues bien, es precisamente en este momento y en este contexto político cuando se produce un acercamiento real entre Cicerón y Bruto. Sólo que es ahora Cicerón el que parece buscarlo intencionadamente, pero ----me interesa subrayarlo---- por razones políticas más que por auténtica sintonía o afecto personal. Podría decirse 29
Hasta ese momento Bruto había evitado siquiera saludar a Pompeyo “porque creía cometer un acto de impiedad si conversaba con el asesino de su padre” (Plut. Brut . 4,2). 30 Cic. fam. 7,3,2. 31 Según cuenta Plutarco, antes de la batalla de Farsalia y a petición de Servilia, César se aseguró de que se respetara la vida de Bruto (Brut . 5,2). 32 Plut. Brut . 6,10-12. Cicerón, por su parte, aprovechó el Pro Marcello (septiembre del 46) para alabar la clemencia del vencedor pero también para exponer todo un programa de política general sobre cómo debía emprenderse la reconstrucción y restauración de la República (cf. J.M. Baños, Cicerón. Discursos cesarianos , Madrid, pp. 44-45)
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que desde el año 46 hasta las Idus de marzo del 44 hay un intento premeditado de Cicerón por “apropiarse” ----a falta de otros líderes republicanos---- de la figura política de Marco Bruto, un proyecto que va cobrando cada vez más fuerza ante la constatación de que el programa político de Cesar suponía en la práctica el final de unas libertades republicanas que tal vez Bruto podría restaurar. Sólo desde esta perspectiva se puede entender un hecho más que significativo: la mayoría de las obras retóricas (Brutus y Orator ) y filosóficas (Paradoxa Stoicorum, De finibus , Tusculanae disputationes , De natura deorum) que Cicerón compone en esta época están dedicadas explícitamente 33 a Marco Bruto, una distinción que no había tenido ni tendrá nunca con ningún otro personaje. Pero es una dedicatoria ----insisto---- más pública y política que personal y afectiva. Porque, como vamos a ver, la relación humana entre ambos siguió siendo fría y distante. Precisamente, el primer fruto de la actividad intelectual de Cicerón en este período es el Brutus 34, cuyo título mismo pretende reflejar el honor excepcional que su autor quería otorgar al destinatario del tratado35. Se trata, como es sabido, de una historia de la elocuencia romana en la que Cicerón, como hará también en el Orator , polemiza con el propio Bruto, cultivador de un aticismo puro y defensor de una elocuencia simple, alejada del estilo de Cicerón, elaborado y ampuloso, de grandes períodos sintácticos y prosa rítmica 36. Más allá de la polémica literaria, sobre la que volveré enseguida, lo que me interesa ahora destacar es que ambos tratados son fruto del momento político. Así, por ejemplo, una de las ideas latentes en el Brutus es que, amenazada la libertad republicana por el riesgo de una dictadura, está en juego también la libertad de expresión y, con ella, el sentido mismo de la oratoria. Más aún, como bien señala Pina Polo37, pasada ya la oportunidad vital de que Cicerón se erigiera en el político-orator (frente al político-imperator encarnado en César), quiere que sea Bruto su heredero, el candidato a sucederle. El final del Brutus , en donde Cicerón lamenta “la noche del Estado”, es muy significativo al respecto: (7) hic me dolor tangit, haec me cura sollicitat et hunc mecum socium eiusdem et
amoris et iudici. tibi favemus, te tua frui virtute cupimus, tibi optamus eam rem publicam in qua duorum generum amplissumorum renovare memoriam atque au33
También en De divinatione y De officiis aparece presente de forma más o menos evidente la figura de Bruto, tal como argumenta J. BOES (op. cit . pp. 237-256). 34 Publicado posiblemente en marzo del 46, ya que en un momento dado (Cic. Brut . 141) se presenta como inminente la partida de Bruto hacia la Galia Cisalpina. L. C ANFORA ( Julio César. Un dictador democrático, Barcelona, 2000, pp. 403-409) defiende, de todos modos, la sugestiva hipótesis de que el Brutus , tal como se nos ha conservado, sería una segunda edición retocada por Cicerón en el 45, tras la polémica suscitada con César por la publicación del panegírico a Catón del que hablaré de inmediato. 35 “Aquel gran presente de mis noches en vela apareció con tu nombre” le recuerda Cicerón a Bruto en Parad . 5. Por otra parte, si hemos de hacer caso a Cicerón ( Brut . 21), en el origen de este tratado estuvo la actitud valiente del propio Bruto quien, al poco de ser perdonado, se atrevió a defender ante César (julio del 47), en Nicea de Bitinia, al rey Deyótaro, antiguo aliado de Pompeyo. 36 J. M. B AÑOS, Cicerón, Madrid 2000, pp. 31-32. 37 Contra arma verbis. El orador ante el pueblo en la Roma tardorrepublicana , Zaragoza, 1997, p. 121.
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gere possis... Ex te duplex nos afficit sollicitudo, quod et ipse re publica careas et illa te. (“Este dolor me afecta, esta preocupación me angustia, a mí y a este amigo mío [Ático] que siente el mismo afecto y consideración por ti. Nuestro interés está puesto en ti, deseamos que goces del fruto de tus cualidades, y anhelamos para ti una situación política en la que puedas renovar y acrecentar el recuerdo de tus dos ilustres linajes ... Por ti nos aflige una doble inquietud: que tú te veas privado del Estado y él de ti .”)38.
Como se puede entender, el recuerdo de sus ilustres antepasados y la afirmación de que la República no puede prescindir de él tienen una evidente lectura política 39: Bruto estaría llamado a una gran misión ante la perspectiva de que César pudiera convertirse en un nuevo Tarquinio. Pero fue, sobre todo, un “encargo” del propio Bruto, justo inmediatamente después del Brutus , el que hizo más visible aún su vinculación pública con Cicerón. El 6 de abril del 46 las tropas pompeyanas de África eran derrotadas en la batalla de Tapsos y una semana después Catón se suicidaba en Útica para no sufrir la humillación de entregarse a César40. La noticia de la muerte de su tío le llegó a Bruto cuando acababa de tomar posesión del gobierno de la Galia Cisalpina y provocó en él un indudable impacto emocional. Sintiéndose culpable por haberlo abandonado tras Farsalia y deseoso de preservar la memoria de quien había sido su mentor y referente político, Bruto encargó a Cicerón una obra que reivindicara la imagen pública del “último republicano”. Así lo hizo el orador, consciente de que con ello afianzaba su amicitia y se ganaba la gratitud de Bruto, pero temeroso, a la vez, de la reacción que iba a provocar en César el panegírico de quien había sido uno de sus más implacables enemigos políticos y personales. Por eso, en el Orator (publicado inmediatamente después del Cato) Cicerón desea dejar muy claro que fue por complacer a Bruto por lo que aceptó escribir una obra tan comprometida: (8) itaque hoc sum aggressus statim Catone absoluto, quem ipsum nunquam attigis-
sem tempora timens inimica virtuti, nisi tibi hortanti et illius memoriam mihi caram excitanti non parere nefas esse duxissem. sed testificor me a te rogatum et recusantem haec scribere esse ausum. (“Así que he comenzado esta obra [el Orator ] inmediatamente después de haber concluido el Catón (tratado que nunca habría intentado escribir por temor a estos tiempos adversos a la virtud si no hubiese considerado sacrílego no hacerte caso cuando me lo pedías y reavivabas en mí el caro recuerdo de este hombre). Con todo, doy fe de que me he atrevido a escribir esta obra ante tus ruegos y contra mi voluntad ”)41.
38
Cic. Brut . 331-332. Véanse, en este sentido, las reflexiones de M. BELLINCIONI (“Ancora sulle intenzioni politiche del Brutus di Cicerone”, en Sapienza Antica. Studi in onore dei Domenico Pesce , Milán, 1985, pp. 49-67) y de E. N ARDUCCI (Cicerone, Brutus. Introduzione, traduzione e note , Milán, 1995, pp. 7-12; y Cicerone e l’eloquenza romana: Rhetorica e progetto culturale. Roma-Bari, 1997, esp. cap. IV). 40 Bell. Afr . 88,3-5; App. BC 2,98-99; Plut. Caes . 54,2. 41 Cic. Orat . 35. 39
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Si los temores respecto a la reacción de César estaban, como veremos, justificados, lo que no esperaba Cicerón fue la respuesta desagradecida de Bruto: insatisfecho con la obra de Cicerón, por más que, como dice Cremucio Cordo, el orador “igualaba a Catón con el cielo”42, el propio Bruto acabó componiendo otro Cato para reivindicar la figura de su tío. Cicerón, cuando lo leyó, además de deplorar su estilo, se irritó profundamente, entre otras cosas porque, al recordar la conjura de Catilina del 63, Bruto enfatizaba injustamente el papel de Catón en detrimento del suyo propio: (9) Legi Bruti epistulam eamque tibi remisi, sane non prudenter rescriptam ad ea
quae requisieras. sed ipse viderit. quamquam illud turpiter ignorat: Catonem primum sententiam putat de animadversione dixisse, quam omnes ante dixerant praeter Caesarem... me autem hic laudat quod rettulerim, non quod patefecerim, cohortatus sim, quod denique ante quam consulerem ipse iudicaverim. ... hic autem se etiam tribuere multum mi putat quod scripserit ‘optimum consulem’. quis enim ieiunius dixit inimicus? ad cetera vero tibi quem ad modum rescripsit! ... sed haec iterum ipse viderit. (He leído y te he devuelto la carta de Bruto, que es una respuesta poco sensata a las cuestiones que le habías planteado [sobre el Catón que Bruto acababa de escribir]. Allá él. Aunque es un vergüenza que ignore aquel hecho: piensa que Catón fue el primero en expresar una opinión sobre el castigo, cuando todos, excepto César, lo habían hecho antes... A mí me elogia porque planteé el asunto en el senado, no porque lo descubrí, porque los exhorté, y porque, en fin, yo mismo expresé mi opinión al respecto antes de consultarles... Por lo demás, Bruto cree que me hace un gran favor por llamarme por escrito “cónsul excelente”. ¿Qué enemigo ha hablado con más desgana? Y ¡cómo te contestó a lo demás! ... Pero, insisto, allá él) 43.
César, por supuesto, reaccionó de inmediato: molesto, como dice Plutarco, porque “consideraba una acusación contra sí mismo el elogio de quien había muerto por su culpa”44, en agosto del 45, concluida ya la guerra en Hispania, envía directamente a Cicerón su Anticato, todo un planfleto difamatorio contra su rival político en el que, para alivio de Cicerón, elogia literariamente su Catón y deplora en cambio el pobre estilo de Bruto: (10) legi epistulam. multa de meo Catone , quo saepissime legendo se dicit copiosiorem factum, Bruti Catone lecto se sibi visum disertum. (“He leído la carta: muchas cosas sobre mi Catón: dice [César] que se ha enriquecido mucho con la lectura reiterada de mi obra; mientras que después de leer el Catón de Bruto, se ha sentido elocuente”) 45.
César parece, pues, decantarse a favor del orador en la polémica literaria entre Cicerón y Bruto46, que está en la base de los tratados retóricos del Brutus y el Ora42
Tac. Ann. 4,34,4. Cic. Att . 12,21,1. 44 Plut. Caes . 54,6. 45 Cic. Att . 13,46,2 (de 12 de agosto del 45). 46 Tácito (dial . 21) y Quintiliano (10,1,123) también coinciden en que Bruto no destacaba precisamente por sus dotes oratorias y literarias. 43
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tor , y que pone de manifiesto un desencuentro más
----literario
en este caso---- con Bruto, sordos también a los consejos de Cicerón en materia literaria. De los numerosos episodios al respecto, hay uno ciertamente significativo: en mayo del 44, Bruto le envía a Cicerón una copia del discurso que había pronunciado en el Capitolio tras las Idus de marzo, “para que lo corrija sin contemplaciones antes de publicarlo”. Cicerón, aunque reconoce que, “si yo hubiera tenido a mi cargo esa causa, la habría escrito con más ardor”47, no se molesta siquiera en hacerlo. No valía la pena: a estas altura estaba convencido de que Bruto, a pesar de su petición, haría oídos sordos a sus sugerencias. Como siempre. Ya se lo había dicho a Ático una semana antes, cuando éste, consciente de las limitaciones de Bruto, pidió a Cicerón que le redactase un discurso dirigido al pueblo romano. La contundente negativa del orador (y las razones que alega para ello) hace innecesario cualquier comentario adicional: (11) quod me hortaris ut scriptam contionem mittam, accipe a me, mi Attice,
kaqoliko;n qewvrhma earum rerum in quibus satis exercitati sumus. nemo umquam neque poeta neque orator fuit qui quemquam meliorem quam se arbitraretur. hoc etiam malis contingit; quid tu Bruto putas et ingenioso et erudito? de quo etiam experti sumus nuper in edicto. scripseram rogatu tuo. meum mihi placebat, illi suum. quin etiam cum ipsius precibus paene adductus scripsissem ad eum de optimo genere dicendi, non modo mihi sed etiam tibi scripsit sibi illud quod mihi placeret non probari. qua re sine, quaeso, sibi quemque scribere, (“En cuanto a tu petición de que le mande [a Bruto] escrito un discurso al pueblo, acepta, mi querido Ático, una “regla universal” sobre temas en los que tengo bastante experiencia: nunca existió ningún poeta ni orador que considerara a nadie mejor que él. Esto les ocurre incluso a l os malos; ¿tú crees a Bruto un hombre de talento y erudito? Sobre este extremo hemos tenido una prueba hace poco con el edicto: yo había escrito uno a instancias tuyas; a mí me gustaba el mío, a él el suyo. Más aún, cuando atendiendo, por así decir, a sus propios ruegos le escribí sobre el mejor estilo oratorio [el Orator ], no sólo a mí, sino incluso a ti nos escribió que no aprobaba lo que yo veía bien. Por tanto, deja, te lo ruego, que cada cual escriba a su aire”) 48.
En definitiva, y volviendo al Catón de Cicerón, lo que en el ámbito público se escenificó como una muestra evidente de amicitia entre Cicerón y Bruto (la reacción airada y contundente de César es la mejor prueba del calado político de esta literatura panegírica y panfletaria a la vez), acabó convirtiéndose en un nuevo motivo de desencuentro personal (y literario). No fue éste el único reproche de Cicerón contra Bruto en esta época ni tampoco el más importante: la lectura atenta de las cartas a Ático pone de manifiesto hasta 47
Cic. Att . 15,1a,2. Cic. Att . 14,20,3 (de 11 de mayo del 44). Cicerón volverá sobre su negativa a escribir este discurso en otras cartas (por ejemplo, Att .15,43), porque supondría enmendar el “discursillo” ( oriatiuncula , dice en Att . 15,3,2) que ya había redactado el propio Bruto.
48
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qué punto, pese al acercamiento “público” proyectado por Cicerón, sus relaciones personales siguieron siendo frías y distantes49. Buena prueba de ello fue la muerte en febrero del 45 de su hija Tulia, que sumió al orador en una profunda depresión. Bruto, desde la Galia Cisalpina, envió a Cicerón una carta consolatoria “escrita con sensatez”, dice a Ático, que provocó las lágrimas del orador, pero que no le ayudó en nada 50. Cicerón se resiste, incluso, a contestar a Bruto (a pesar de la insistencia de Ático), pues, por su falta de tacto y sensibilidad, considera la carta en otro momento “insultante”51. Desencuentros personales, pero también desavenencias políticas. Porque Cicerón ha empezado a perder la paciencia al comprobar cómo Bruto sigue todavía ligado estrechamente a César y no parece percibir lo que para otros (y en especial para Cicerón) es ya una realidad evidente: que los días de la República están contados, sobre todo tras la derrota de las últimas tropas pompeyanas en Hispania (mayo del 45). Para colmo, Bruto regresa de una entrevista con César en agosto del 45 convencido de que éste es uno de los boni y que piensa realmente restaurar el régimen republicano. Y acepta el cargo de pretor urbano para el año siguiente. Cicerón se desespera y, con ironía, recuerda en una carta que de poco ha servido la genealogía que Ático le había escrito a Bruto para probar que entre sus descendientes estaban dos tiranicidas como Junio Bruto y Ahala 52. A partir de este momento (agosto del 45) y hasta las Idus de marzo del 44 no hay apenas referencias a Bruto en la correspondencia con Ático. De todos modos es fácil imaginar que Cicerón, a medida que la dictadura de César se hizo más evidente, redobló sus esfuerzos53 porque, al margen de desafectos personales, estaba realmente convencido de que Bruto, por su prestigio personal y su indudable ascendencia política, era la persona apropiada para frenar las ambiciones monárquicas de César. Así lo entendieron también Casio y el resto de conjurados, que acabaron convenciendo a Bruto, víctima de una auténtica intoxicación psicológica, para que, 49
No estoy de acuerdo, por tanto, con BOISSIER ( op. cit ., p. 254), quien resume la relación de Cicerón y Bruto en este período con las siguientes palabras: “...sus relaciones se hicieron más estrechas. Al conocerse mejor, se estimaron más. Cicerón, cuya imaginación era tan viva, y su corazón tan joven, no obstante sus sesenta años, se encariñó profundamente con Bruto”. 50 Cic. Att . 12,13,1 y 12,14,4. 51 obiurgatoria dice en Att . 13,6,3. Y, como si quisiera evitar cualquier contacto directo con Bruto (“Yo no evito a Bruto, aunque tampoco espero de él ningún alivio”, dice en Att . 12,29,1), acaba convirtiendo a Ático en intermediario y transmisor de éste y de otros muchos reproches: “me parece que no ha podido hacer nada de forma más grosera”, dice de Bruto en otra carta ( Att . 12,36,2) a comienzos de mayo del 45. Por estas fechas (H. BENGSTON, “Zur Geschichte...”, art. cit ., p. 12) Bruto se divorció de la hija de Apio Claudio para casarse con Porcia, la hija de Catón y viuda de M. Calpurnio Bíbulo. Un divorcio “mal visto” en algunos círculos ( Att .13,9,2), incluida Servilia, la madre de Bruto ( Att . 13,22,4), pero que Cicerón consideraba beneficioso ( Att . 13,10,3) al interpretarlo como un alejamiento de César. 52 “¿Es así? ¿De verdad que Bruto anuncia que César [se pasa] al bando de las gentes de bien? ¡Estupenda noticia!. Pero ¿dónde...? ¡a menos que se cuelgue! ... ¿De qué sirvió, pues, aquella famosa obra maestra tuya que vi en su Partenón: Ahala y Bruto?” ( Att . 13,40,1, del 17 de agosto del 45). 53 A buen seguro Cicerón se encontraba entre los amigos de Bruto que, según Plutarco (Brut . 7,7), “le aconsejaban que no se dejara seducir y ablandar por César y que huyera de los agasajos y favores del tirano que tenían por fin, no honrar su virtud, sino debilitar su fortaleza y carácter”.
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emulando a aquel otro Bruto legendario, encabezara la famosa conspiración de las Idus de marzo54.
3. BRUTO, UN HÉROE SIN PROYECTOS: DE LAS IDUS DE MARZO A LA GUERRA DE MÓDENA El asesinato del dictador supuso el cénit de la amicitia entre Cicerón y Bruto. Y es que, aunque el orador no participó directamente en los preparativos de la conjura, fue en gran medida su instigador intelectual, como le echará en cara más tarde Antonio (Phil . 2,25-34). Y no por casualidad Bruto en las Idus de marzo, al salir del senado, gritó el nombre de Cicerón mientras agitaba su espada ensangrentada (Cic. Phil . 2,28). A partir de este momento, y para Cicerón, Bruto pasa a convertirse en “nuestro Bruto”55 como queriendo hacer suya la gloria del héroe de las Idus de marzo. Eso es al menos lo que le confiesa Cicerón, en una carta oficial de mayo del 44, y con algo de exageración retórica, a su exyerno y cónsul Dolabela: (12) semper amavi, ut scis, M. Brutum propter eius summum ingenium, suavissi-
mos mores, singularem probitatem atque constantiam; tamen Idibus Martiis tantum accessit ad amorem ut mirarer locum fuisse augendi in eo quod mihi iam pridem cumulatum etiam videbatur. quis erat qui putaret ad eum amorem quem erga te habebam posse aliquid accedere? tantum accessit ut mihi nunc denique amare videar, antea dilexisse. (“Siempre he apreciado, como sabes, a Marco Bruto por sus extraordinarias dotes naturales, su forma de ser tan agradable, su honestidad sin par y su constancia. Sin embargo, con las Idus de marzo se ha acrecentado hasta tal punto mi afecto, que me extrañaría que existiese la posibilidad de incrementar un sentimiento que yo creía haber llevado hasta su grado máximo”) 56.
Pero esta admiración entusiasta se va a trocar muy pronto en desengaño: murió el tirano ----dirá Cicerón57----, pero no la tiranía. Y es que Bruto, convencido tal vez de que con la muerte de César la República volvería a su normalidad, no parece que tu54
Véase el pormenorizado relato que hace Plutarco (Brut . 8-11) sobre las maniobras de los conjurados y, en especial, de Casio para ganarse el apoyo y el liderazgo de Bruto para su empresa. Sobre los fundamentos filosóficos de la conducta de los cesaricidas, cf. D. N. SEDLEY (The ethics of Brutus and Cassius”, Journal of Roman Studies , 87, 1997, pp. 41-53. J. C ARCOPINO ( Julio César , Madrid, 1974, p. 621) apunta la idea de que Bruto se sumó a la conjura, entre otras razones, al ver incumplido “un oscuro deseo de ser adoptado por César”. El heredero fue el joven Octaviano, lo que podría explicar la animadversión que Bruto manifestó siempre hacia él. 55 Att . 14,1,2; 14,8,1; 14,10,1; 14,15,2; 14,18,4, etc. Es frecuente también la expresión “nuestros héroes” para referirse a Bruto y a Casio ( Att . 14,4,2; 14,6,1; 15,12,2, etc.). En el caso de Bruto le parece que “puede ahora llevar por el foro incluso una corona de oro” ( Att . 14,16,2), como los generales victoriosos que celebraban el triunfo. 56 Cic. fam. 9,14,5 Att . 14,17a,5 (de 3 de mayo del 44). 57 Cic. Att . 14,14,2. La idea, reiterada en otras cartas ( Att . 14,6,2; 14,9,2; fam. 12,1,1), aparece también en la correspondencia con Bruto ( ad Brut . 2,5,1). =
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viera un plan previsto más allá del asesinato. Y si lo tenía, erró en sus cálculos 58. Cicerón no se cansará de repetir que los conjurados habían actuado con el valor de un hombre pero con la cabeza de un niño 59. Su queja, aunque como casi siempre a toro pasado, refleja muy bien la sucesión de los acontecimientos tras la muerte de César60. En efecto, frente al desconcierto de Bruto o Casio, incapaces de tomar decisiones, fue Marco Antonio, a quien Bruto ----contra el parecer de Casio---- había perdonado la vida (otro error que Cicerón no tardará en echarle en cara), el que acabó controlando la situación 61, administrando a su antojo la fortuna, el testamento de César y los documentos (commentarii ) en los que el dictador había repartido cargos y magistraturas para los próximos años. Fue, además, el propio Bruto el que permitió las honras fúnebres de César (con la oposición de nuevo de Casio y el reproche futuro de Cicerón)62 y que Antonio pronunciara su laudatio funebris : inflamada por sus palabras, la muchedumbre, con la vista puesta en el cadáver ensangrentado, prendió fuego al senado mientras buscaba a los conjurados para darles muerte. Temiendo por su vida, Bruto y Casio, pese a su condición de pretores, acabaron ale jándose de Roma. A partir de ese momento, Cicerón va a contemplar impotente las maniobras de Antonio y a lamentar, en tonos cada vez más agrios, la pasividad de “nuestros héroes”, su falta de decisión, su incapacidad para enfrentarse a Antonio y la ausencia de cualquier plan para el futuro63. Cartas como el extracto de (13) son una constante en la correspondencia con Ático: (13) Itane vero? hoc meus et tuus Brutus egit ut Lanuvi esset..., ut omnia facta,
scripta, dicta, promissa, cogitata Caesaris plus valerent quam si ipse viveret? meministine ‹me› clamare illo ipso primo Capitolino die senatum in Capitolium a praeto58
Junto a la lectura de S YME (op. cit ., pp. 138 ss.), resultan muy esclarecedoras al respecto las reflexiones de R. ÉTIENNE (Les ides de Mars, l’assasinat de César ou la dictadure? , París, 1973, pp. 167 ss.) sobre el programa político que los conjurados nunca llevaron a cabo. Distinta es la opinión de W ISTRAND ( op. cit .): Bruto tenía ideas precisas sobre cómo reconducir la vida política tras el asesinato de César (restablecer la libertad, asegurar las instituciones republicanas, practicar una política de consenso, etc.), planes que chocaron en un primer momento con la desconfianza de los cesarianos, y la intransigencia de algunos optimates , con Cicerón a la cabeza. 59 Att . 14,21,3 y 15,4,2. 60 Para los años 44-43 a.C., además de M. BELLINCIONI (Cicerone politico nell’ultimo anno di vita, Brescia, 1974) y E. W ISTRAND ( The Policy of Brutus the Tyrannicide , Goteborg, 1981), resulta fundamental la exhaustiva monografía de U. ORTMANN (Cicero, Brutus und Octavian ----Republikaner und Caesarianer ---- ihr gegenseitiges Verhältnis im Krisenjahr 44/43 v. Chr ., Bonn, 1988). Un buen resumen de los hechos fundamentales de este período, desde la perspectiva de Cicerón, se puede encontrar en la reciente biografía de F. PINA P OLO (Cicerón, Barcelona, 2005, pp. 363-397). 61 La actitud de Marco Antonio, antes y después de las Idus de marzo, no deja de ser sospechosa: informado posiblemente del objetivo de los conjurados (Plut. Ant . 13) y de su decisión de perdonarle la vida (Plut. Brut . 18,4), habría mostrado “una complicidad pasiva” (G. W ALTER , Julio César , Barcelona, 1995, p. 451) o, mejor, habría contemplado la muerte de César como una oportunidad para hacer realidad sus propias ambiciones (cf. J. M. B AÑOS, “Las Idus de marzo del 44 a.C.”, en C. LÓPEZ DE JUAN - D. PLÁCIDO (eds.), Momentos estelares del Mundo Antiguo, Madrid, 1998, pp. 115-142. 62 Cf. Plut. Brut . 20,1, y Cic. Att . 14,10,1: “¿Te acuerdas ----le dice Cicerón a Ático ---- de haber gritado que la causa estaba perdida si se le ensalzaba en las honras fúnebres?”. 63 Buena prueba de ello había sido la entrevista que los dos conjurados mantuvieron con Antonio en torno al 10 de abril ( Att . 14,6), en la que se mostraron dispuestos a permanecer fuera de Roma con tal de que se garantizara su “honorabilidad”. Por supuesto, Antonio se mostró encantado.
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ribus vocan‹dum›? di immortales, quae tum opera effici potuerunt laetantibus omnibus bonis...! meministine te clamare causam perisse si funere elatus esset? at ille etiam in foro combustus laudatusque miserabiliter servique et egentes in tecta nostra cum facibus immissi (“¿Así están las cosas?. ¿Eso es lo que ha conseguido mi (y tu) Bruto: quedarse en Lanuvio..., que todo lo hecho, escrito, dicho, prometido y planeado por César valga más que si él mismo siguiera viviendo? ¿Te acuerdas que yo gritaba el primer día mismo en el Capitolio que eran los pretores [Bruto y Casio] los que debían convocar al senado? ¡Dioses inmortales, qué cosas pudieron hacerse entonces, en medio de la alegría de toda la gente de bien! ... ¿Te acuerdas que tú gritaste que la causa estaba perdida si se le elogiaba en las honras fúnebres? Pues nada: fue incluso incinerado en el foro, ensalzado de forma conmovedora y los esclavos e indigentes lanzados con antorchas contra nuestras casas”) 64.
La inactividad de Bruto, sus dudas, su sometimiento a Antonio, exasperan a Cicerón. A comienzos de junio, se entrevista en Ancio con Bruto y con Casio en un ambiente lleno de pesimismo: Casio está irritado porque Antonio en un nuevo reparto de las provincias les ha humillado con el encargo del abastecimiento de trigo en Sicilia y Asia; Bruto se muestra indeciso, como siempre, y Cicerón da ya por perdida la causa republicana, “un barco completamente deshecho, o mejor, disgregado: ningún plan, ninguna reflexión, ningún método”65. En esa entrevista se puso de manifiesto, una vez más, la influencia decisiva que sobre Bruto ejercía su madre Servilia: partidaria de mantener buenas relaciones con los cesarianos, no le hacía ninguna gracia que Cicerón quisiera convertir a Bruto en el antagonista de Antonio. La influencia de Servilia ayuda a entender en parte actitudes posteriores de Bruto: éste nunca renunció a un entendimiento con el bando cesariano y criticará, en cambio, el odio exacerbado de Cicerón hacia Antonio. Ante esta actitud, la decepción del orador es absoluta. Las palabras que dirige a Ático resumen muy bien su desesperanza y, ya sin tapujos, su abierta crítica a Bruto: (14) postea vero quam tecum Lanuvi vidi nostros tantum spei habere ad vivendum
quantum accepissent ab Antonio, desperavi. itaque, mi Attice (fortiter hoc velim accipias, ut ego scribo), ... ex hac nassa exire constitui, non ad fugam sed ad spem mortis melioris. haec omnis culpa Bruti. (“Pero, después de ver contigo en Lanuvio que los nuestros sólo tenían como esperanza de vida cuanto habían recibido de Antonio, me entró la desesperación. Así, pues, mi querido Ático (quisiera que recibas esto con valor, como yo lo escribo) ..., he decidido salir de esta red, buscando no la huida sino la esperanza de una muerte mejor. Toda la culpa es de Bruto”)66.
En realidad, la “salida de la red” que Cicerón había planeado era un viaje a Grecia que nunca llegó a realizarse: las dudas primero y un inoportuno temporal cuan64
Cic. Att. 14,10, 1 (de 19 de abril del 44). Cic. Att . 15,11,3. 66 Cic. Att . 15,20,2 (del 20 de junio del 44). 65
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do ya había embarcado (17 de julio) lo hicieron imposible. Cicerón recapacita entonces y decide quedarse ante las noticias esperanzadoras de que la situación en Roma volvía a cauces más tranquilos, ya que Antonio parecía dispuesto a renunciar a su exigencia de la Galia Cisalpina y se anunciaba una sesión del senado el 1 de septiembre en la que su ausencia de Roma, ya criticada por algunos de sus amigos67, habría resultado llamativa. Cicerón pronunciará entonces la primera de sus Filípicas , en la que no ahorró críticas a Antonio por la forma arbitraria como estaba ejecutando las disposiciones de César (acta Caesaris ): con la reacción airada del cónsul, se declaró una guerra abierta en la que, por parte de Cicerón, como le echará en cara Bruto, acabarán mezclándose razones políticas y resentimientos personales 68. Pero, en su enfrentamiento con Antonio, al menos en este primer momento, Cicerón cuenta, no tanto con el apoyo de Bruto y Casio, sino con la alianza del joven Octaviano, el futuro Augusto. Nombrado heredero de César en su testamento, este joven de apenas 19 años se había presentado en Italia dispuesto a reclamar su herencia ante Antonio y hacer valer sus derechos. Para ello, se había entrevistado previamente con Cicerón, a quien colmó de atenciones consciente de que su apoyo podía serle útil para lograr sus aspiraciones. El orador, por su parte, creyó ingenuamente que podría controlar y utilizar a este joven como freno a las ambiciones de Antonio, dada la pasividad exasperante que habían mostrado hasta entonces Bruto y Casio. Se trataba, por supuesto, de un matrimonio de intereses: para Octaviano una alianza temporal y para Cicerón un mal menor, convencido como estaba de que, a falta del concurso de los “libertadores”, sólo la fuerza de las armas podía frenar a Antonio. Por eso, cuando el joven Octaviano, aconsejado por Cicerón, y en ausencia de Antonio, se presenta en Roma el 10 de noviembre rodeado de los veteranos de dos de las legiones cesarianas, para hablar ante el pueblo y reivindicar sus derechos, Cicerón, feliz porque “ese muchacho le ha dado una bonita paliza a Antonio”69, no deja de pensar que debería haber sido Bruto el protagonista de la hazaña: (15) equidem suasi ut Romam pergeret. videtur enim mihi et plebeculam urbanam
et, si fidem fecerit, etiam bonos viros secum habiturus. o Brute, ubi es? Quantam eujkairivan amittis! non equidem hoc divinavi, sed aliquid tale putavi fore. (“A (“A decir decir verdad, he persuadido [a Octaviano] para que se dirija a Roma: me parece que va a poder contar no sólo con el pueblo bajo, sino además, si inspira confianza, incluso 67
En su cambio de planes resultó decisiva la entrevista en Velia, el 17 de agosto, con Marco Bruto, que le reprochó su intención de abandonar Italia ( Att . 16,7,5). En dicha entrevista Bruto le enseñó el edicto que él y Casio habían dirigido a Antonio ( fam. 11,3,3) y en el que mostraban su disposición a alcanzar un acuerdo de forma pacífica (Phil . 1,8; Att . 16,7,7). 68 Desde mediados de octubre hasta el 9 de noviembre, Cicerón, por precaución, abandona Roma y permanece en la Campania. Es el momento de la redacción del De officiis ( Att . 15,13a,2; 16,11,4; 16,14,3), un tratado en el que Cicerón se interroga sobre el sentido del deber ( officium) que debe responder a las exigencias del momento. Que Cicerón intente también interpelar a Bruto, ausente ahora de Roma, es un hipótesis que defiende J. Boes (op. cit ., pp. 247-256). 69 Cic. Att . 16,15,3.
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con las gentes de bien. Ay Bruto, ¿dónde estás?, ¡qué gran “oportunidad” estás perdiendo! Es verdad que yo no había previsto esta situación, pero sí creí que podía ocurrir algo similar”)70.
Pero Bruto no podía ya oírle: había abandonado Italia a finales de octubre, en principio, en dirección a su destino oficial en Creta, y durante tres meses nada se sabrá de sus planes.
4. CRÍTICAS Y REPROCHES MUTUOS: LA CORRESPONDENCIA ENTRE CICERÓN Y BRUTO La carta del texto (15), de noviembre del 44, es una de las últimas que se nos han conservado de la correspondencia a Ático. Para continuar nuestro relato hay que acudir, ahora ya sí, a la correspondencia misma entre Cicerón y Bruto 71. Como es sabido, de los al menos nueve libros originales, sólo se nos han conservado 26 cartas (17 de Cicerón y el resto de Bruto) 72, que abarcan, además, un período de tiempo muy limitado: exactamente entre el 1 de abril y el 27 de julio del 43 a.C., es decir, cuatro apasionantes meses en los que se decidió la suerte de la república. Recordemos brevemente los hechos: Antonio había abandonado Roma a finales de noviembre del 44 en dirección a la Galia Cisalpina, con la intención de ocupar la provincia en cuanto concluyera su mandato consular. Sólo que el anterior gobernador legal de la provincia, Décimo Bruto, primo de Marco Bruto y partícipe con él en el asesinato de César, no estaba dispuesto a cedérsela. Diversos intentos de negociación entre el senado y Antonio, a los que siempre se opuso Cicerón, no prosperaron, con lo que la guerra, al final, se hizo inevitable: el 20 de marzo el cónsul Pansa partió hacia Módena con cuatro legiones para, unidas a las de su colega Hircio y a las del joven Octaviano, romper el asedio al que Antonio había sometido a Décimo Bruto y dar la batalla definitiva. La guerra había comenzado: (16) Cum haec scribebam, res existimabatur in extremum adducta discrimen. tristes
enim de Bruto nostro litterae nuntiique adferebantur. (“En el momento en que te escribo esto se cree que la situación [en torno a Módena] es extremadamente crítica. Y es que las cartas y noticias que llegan sobre nuestro querido [Décimo] Bruto son desalentadoras”)73.
Así se inicia, con pesimismo y ansiedad, la primera de las cartas conservadas entre Cicerón y Marco Bruto, escrita en Roma el 1 de abril, cuando se considera ya 70
Cic. Att . 16,8,2 (de 3 de noviembre del 44). Para un comentario más detallado de la relación entre Cicerón y Bruto en este período, cf. Baños-Hernández, op. cit ., pp. 44-77. Para los hechos acaecidos entre mayo y agosto del 43, cf. H Bengston, “Die lezten Monate der römischen Senatsherrschaft”, Aufstieg und Niedergang der römischen Welt , I,1, 1972, pp. 967-981. 72 En realidad, dos de las cartas conservadas de Bruto (ad Brut. 1,16 y 1,17) son, con casi toda seguridad, falsas (Baños-Hernández, op. cit ., pp. 12-13). 73 Cic. ad Brut . 2,1,1 (del 1 de abril del 43). 71
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inminente el choque entre los dos ejércitos en torno a Módena. Este pesimismo inicial se vio, sin embargo, mitigado por noticias esperanzadoras en el bando republicano. Por un lado, Marco Bruto, que en vez de dirigirse a Creta, su destino oficial, se había quedado en Atenas, en apenas tres meses había conseguido controlar Grecia, el Ilírico y Macedonia, con de la derrota y captura de Gayo Antonio, el hermano del cónsul. Por otro, en Asia, Casio había logrado poner bajo sus órdenes nada menos que a once legiones74. Asegurada así la parte oriental del imperio para el bando republicano, la suerte de la guerra se iba a decidir en Módena: en medio de no pocas incertidumbres y tras dos batallas sucesivas, Antonio resultó derrotado y huyó hacia los Alpes. Pero el precio de la victoria resultó a la postre muy elevado: muertos los dos cónsules, Hircio y Pansa, como consecuencia de la batalla, la falta de decisión de Décimo Bruto primero y la negativa posterior de Octaviano a obedecer sus órdenes y perseguir a Antonio, van a permitir a éste rehacerse, reagrupar sus tropas y unirlas a las legiones de Lépido, el gobernador de la Galia Narbonense. Más aún: el joven Octaviano, consciente de que, eliminado Antonio, el senado prescindirá también de él, va a reclamar el consulado vacante como justo precio a su colaboración. Pues bien, en este contexto de incertidumbres, alegrías y decepciones, la lectura de la correspondencia entre Cicerón y Bruto, es (más allá del tono contenido y de la corrección en las formas) una sucesión continua de reproches y críticas mutuas. Y una confirmación, o mejor culminación, del desencuentro entre dos personalidades tan distintas: en los pequeños detalles (vuelve a aparecer esa frialdad de Bruto de la que tanto se quejaba Cicerón)75, pero, sobre todo, en la estrategia y actitud que cada uno mantiene y mantendrá en su enfrentamiento con Antonio y con el bando cesariano. En efecto, Cicerón, desde la primera carta, no puede evitar los reproches y las críticas, convencido, como estaba, de que la guerra, en último término, es el fruto de la indecisión y falta de energía de los conjurados (con Bruto a la cabeza): (17) desiderabam non nullis in rebus prudentiam et celeritatem. qua si essent usi,
iam pridem rem ‹publicam› reciperassemus. non enim ignoras quanta momenta sint in re publica temporum et quid intersit idem illud utrum ante an post decernatur, suscipiatur, agatur. omnia quae severe decreta sunt hoc tumultu, si aut quo die dixi sententiam perfecta essent et non in diem ex die dilata aut quo ex tempore suscepta sunt ut agerentur non tardata et procrastinata, bellum iam nullum haberemus. (“Lo (“Lo que echo en falta en algunas circunstancias es prudencia y rapidez; de haber sido rá74
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Con anterioridad (finales de febrero), el senado había conocido (Cic. ad Brut , 2.1) la terrible muerte de Trebonio, gobernador de la provincia de Asia y uno de los principales conjurados en las Idus de marzo. El responsable de su asesinato fue Dolabela, el colega de Antonio en el consulado (Cic. Phil . 11,4-8; Liv. Per . 119; App. BC 3,26). Así, por ejemplo, cuando, tras leer dos de las Filípicas que Cicerón había enviado a Bruto, éste exclama: “¡Seguro que ahora estarás esperando a que te los alabe!” ( ad Brut . 2,3,4). O cuando, directamente, inicia otra carta: “No esperes a que te dé las gracias”, por la defensa que Cicerón había hecho de Bruto en el senado: “eso hace tiempo que debe darse por supuesto, dada nuestra estrecha relación...” ( ad Brut . 1,6,1).
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pidos, ya hace tiempo que habríamos restaurado la República. No ignoras cuánto valen en política las coyunturas y qué diferencia hay entre que una misma cosa se decida, se asuma y se acometa antes o después. Si todas las decisiones importantes que se han tomado en esta revuelta se hubieran acometido el día que las propuse y no se hubieran pospuesto, retrasado o aplazado desde el momento en que se asumió que se llevarían a cabo, ya no habría guerra”) 76
Esta queja por la falta de rapidez, previsión y energía se va a convertir en un lugar común y en constante motivo de enfrentamiento con Bruto. Éste, en cambio, se muestra partidario de la moderación y de la clemencia, de que, como le critica Cicerón en el texto (18) “hay que ser más duros impidiendo las guerras civiles que castigando a los vencidos”. Por eso se muestra compasivo hacia Gayo Antonio, al que tiene prisionero en su campamento, lo que provocará la irritación de Cicerón, esta vez con palabras de aterradora clarividencia: (18) sed illam distinctionem tuam nullo pacto probo; scribis enim acrius prohiben-
da bella civilia esse quam in superatos iracundiam exercendam. vehementer a te, Brute, dissentio; nec clementiae tuae concedo, sed salutaris severitas vincit inanem speciem clementiae. quod si clementes esse volumus, numquam deerunt bella civilia. sed de hoc tu videris... Opprimemini, mihi crede, Brute, nisi providetis. neque enim populum semper eundem habebitis neque senatum neque senatus ducem. haec ex oraculo Apollinis Pythi edita tibi puta. nihil potest esse verius. (“Pero de ninguna manera estoy de acuerdo con la distinción que haces: escribes que hay que ser más duros impidiendo las guerras civiles que castigando a los vencidos . No estoy de acuerdo contigo, Bruto, en absoluto. Y no es que sea menos clemente que tú, pero una severidad saludable puede más que una vana apariencia de clemencia; porque si queremos ser clementes, nunca faltarán guerras civiles. Pero sobre eso, tú verás ... Seréis aplastados, créeme Bruto, si no sois previsore s: no siempre tendréis el mismo pueblo ni el mismo senado ni el mismo líder del senado. Considera esto como si te lo hubiera dictado el oráculo de Apolo Pitio. Nada puede haber más verdadero”) 77.
La ruptura en este momento es casi total. Ante las reiteradas críticas de Cicerón por la condescendencia de Bruto hacia su prisionero Gayo Antonio ----“el disentimiento más grave que jamás separara” a Cicerón y Bruto 78----, éste contraataca echándole en cara al orador su alianza con el joven Octaviano y el que se le hayan concedido honores y poderes extraordinarios79 que no hacen sino alimentar su ambición. La contundencia, pero también la ironía que se desprende, entre otras cartas 76
Cic. ad Brut . 2,1,1 (del 1 de abril del 43). Cic. ad Brut . 1,2a,2-3 (del 20 de abril del 43). 78 G. BOISSIER , op. cit . p. 277. A A mi juicio, es simplemente un ejemplo, y no el más importante, de la distinta actitud con que uno y otro se enfrentaron a la realidad de la guerra: enérgico e implacable Cicerón por el recuerdo de situaciones pasadas; escrupuloso, timorato y reacio a emplear la violencia, en el caso de Bruto. Como bien señala R. S YME (op. cit . p. 238), “su incompatibilidad de caracteres estaba agravada por la completa divergencia de sus objetivos y de su política”. 79 Es otro de los temas recurrentes en las cartas de Bruto (ad Brut . 1,4,2-3; 1,4a,2-3; 1,15,7; 1,17,1). Cicerón, a comienzos de enero, para legalizar el mando de Octaviano sobre los veteranos y las legiones que habían abandonado a Antonio, propuso que a un joven de 19 años (a pesar de no haber desempeñado magistratura alguna) se 77
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de Bruto, del texto (19), son más que elocuentes: remedando las palabras del propio Cicerón80, Bruto da a entender que piensa seguir su propio criterio desoyendo los consejos del orador. Como siempre. (19) Multo equidem honestius iudico magisque quod conducere possit rei publicae
miserorum fortunam non insectari quam infinite tribuere potentibus quae cupiditatem et adrogantiam incendere possint. qua in re, Cicero, vir optime ac fortissime mihique merito et meo nomine et rei publicae carissime, nimis credere videris spei tuae, statimque, ut quisque aliquid recte fecerit, omnia dare ac permittere, quasi non liceat traduci ad mala consilia corruptum largitionibus animum. quae tua est humanitas, aequo animo te moneri patieris, praesertim de communi salute. facies tamen quod tibi visum fuerit. etiam ego, cum me docueris (“No te quepa la menor duda de que me parece mucho más honorable y más conforme a lo que puede ser útil a la República, no cebarme en la suerte de los desgraciados que conceder sin medida a los poderosos cosas que puedan encender su ambición y su arrogancia . En este tema, Cicerón, el mejor de los hombres, el más valeroso y el más querido para mí por sus méritos conmigo y con la República, parece que confías demasiado en tus propias esperanzas, y que tan pronto como alguien hace algo bien, lo das y lo permites todo, como si no fuera posible que un espíritu corrompido por la liberalidad pudiera pasar a tener malas intenciones. Siendo tu carácter como es, aceptarás de buen grado que te aconseje, sobre todo acerca de la salvación común. Sin embargo, harás lo que te parezca bien. Yo, también, puesto que así me lo has enseñado”)81
La actitud de Bruto, aunque coherente con su deseo de evitar la violencia, no deja de sorprender por lo que supone de distinta actitud hacia Antonio y hacia Octaviano: con Antonio, con el que parecen unirle lazos de amistad 82, nunca renunció a la posibilidad de un acuerdo; hacia Octaviano, en cambio, manifestó siempre un desprecio y desconfianza casi obsesivos, movido, piensan algunos, por la envidia y los celos83. Desgraciadamente, los dos corresponsales tenían razón en sus críticas: Cicerón, en la falta de decisión y energía de Bruto (su prisionero Gayo Antonio intentará al final una revuelta en su campamento)84, pero también Bruto en lo que se refiere a la le concediera el mando militar (imperium ) con el título de propretor, un honor al que se añadieron, además, una estatua ecuestre de oro y la dispensa legal de 10 años para optar a las magistraturas (ad Brut . 1,15,7). 80 “Lo que pienses sobre este asunto [el de Gayo Antonio] es cosa tuya”, le había dicho el orador ( ad Brut . 1,3,3, de 21 de abril del 43). 81 Cic. ad Brut . 1,4,2-3 (del 7 de mayo del 43). 82 R. S YME (op. cit . pp. 146; 262; 266) se suma a esta idea. La propia actitud de Antonio ante el cadáver de Bruto (Plut. Brut . 53) así lo sugiere. 83 Al fin y al cabo, fue a Octaviano y no a Bruto a quien César nombró su heredero. En este momento, además, Cicerón no hace sino dispensar honores extraordinarios al joven Octaviano, que ha desplazado a Bruto, como ariete contra Antonio y como baluarte de la subsistencia de la república. Lo cierto es que la relación entre Bruto y Octaviano se caracterizó siempre por una aversión recíproca. Para ORTMANN (op. cit ., pp. 473 ss.; 522; 532), la ruptura de la amicitia entre Cicerón y Bruto se debió a la política del orador en favor de Octaviano. El responsable, a su juicio, del deterioro de la relación fue el propio Bruto por no querer entender que Cicerón pretendía controlar (y utilizar) al heredero de César en beneficio de la república. 84 Cic. ad Brut . 1,2,3. Gayo Antonio, aprovechando su libertad de movimientos, intentó que se rebelara la legión XIV que él mismo había comandado en Apolonia antes de su rendición (DC 47,23,2-4, App. BC 3,79 y Plut.
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excesiva generosidad de Cicerón para con Octaviano y en la ambición desmedida de éste que no tardará en ponerse de manifiesto. En efecto, Cicerón, a mediados de junio, consciente de que su influencia sobre Octaviano es ya muy limitada, no puede evitar una llamada desesperada a Marco Bruto para que acuda con su ejército a Italia, ante el temor de que el heredero de César dirija (como al final ocurrió) sus legiones contra Roma: (20) qui si steterit fide mihique paruerit, satis videmur habituri praesidi; sin autem
impiorum consilia plus valuerint quam nostra aut imbecillitas aetatis non potuerit gravitatem rerum sustinere, spes omnis est in te. Quam ob rem advola, obsecro, atque eam rem publicam, quam virtute atque animi magnitudine magis quam eventis rerum liberavisti, exitu libera. omnis omnium concursus ad te futurus est. hortare idem per litteras Cassium. spes libertatis nusquam nisi in vestrorum castrorum principiis est. “Si éste [Octaviano] se mantiene leal y me obedece, parece que vamos aa tener suficiente defensa; pero si pudieran más los consejos de los desalmados que los míos o la debilidad de su edad no pudiera aguantar el peso de las circunstancias, en ti está puesta toda nuestra esperanza. Por eso ven rápido, por favor, y libera definitivamente a esta República que ya liberaste con tu valor y grandeza de ánimo más que con victorias: todo el mundo está dispuesto a correr a tu lado. Escribe a Casio animándolo a lo mismo. En ningún otro sitio hay esperanza de libertad sino en vuestros cuarteles ”)85.
Pero Bruto, en medio del dolor por el suicidio de su esposa Porcia, y a pesar de que Cicerón reitera en otra carta su apremiante llamada 86, se limitó a responder con una breve misiva que provocó la irritación del orador87, obligado una vez más a defenderse de las críticas por haber concedido excesivos honores a Octaviano frente a la dureza inflexible mostrada hacia Antonio o Lépido. Justificaciones a parte, Cicerón reitera una y otra vez su llamada desesperada para que Bruto acuda con sus legiones a Italia 88. Pero Bruto nunca acudirá 89. En la última de las cartas conservadas, fechada el 27 de julio del 43 (Cic. ad Brut . 1,18), se nos cuenta la entrevista de Servilia, la madre de Bruto, con Cicerón para preguntarle hasta qué punto era realmente necesaria la venida de su hijo a Italia. Una pregunta, en gran medida, retórica, porque Servilia prefería ver a Bruto lejos del escenario de la guerra en Italia, con la esperanza de que su posición de fuerza y sus legiones le permitieran llegar a algún acuerdo con Antonio. Brut . 26,7). Cic. ad Brut . 1,10,4-5 (de mediados de junio del 43). 86 Cic. ad Brut. 1,12,2-3 (principios de julio del 43). 87 Cic. ad Brut . 1,14,1 (14 de julio del 43). 88 Cic. ad Brut . 1,15,12 (poco después del 15 de julio del 43). 89 Bruto, a mediados de mayo, se había dirigido desde Macedonia hacia Oriente y no tenía intención de dar marcha atrás y arriesgarse a volver a Italia: su propósito era recobrar la provincia de Asia, en poder de Dolabela, y unir sus tropas con las de Casio. ORTMANN (op. cit ., pp. 504 ss.) analiza con detalle los motivos por los que Bruto no acudió a Italia. S YME (op. cit . p. 240) considera prudente la actitud de Bruto: “Pasar a Italia sin Casio y los recursos de Oriente hubiera sido un paso fatal. Los generales cesarianos se hubiesen unido al punto para su ruina” acelerando el abandono de Octaviano a la causa republicana. 85
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Con esta carta se interrumpe la relación epistolar entre Bruto y Cicerón. El resto de la historia es suficientemente conocido: el joven Octaviano acabará dirigiendo sus legiones contra Roma para reclamar por la fuerza el consulado y, después de conseguirlo (agosto del 43) y declarar enemigos públicos a Bruto, Casio y al resto de cesaricidas, logrará la reconciliación con Marco Antonio y Lépido a finales de octubre. Uno de los acuerdos de este segundo triunvirato fue la confección de una amplia lista de senadores y caballeros, a los que se condenó a muerte y se confiscaron sus bienes. Cicerón, al saberse incluido en la lista de proscritos, pensó en un primer momento huir a Macedonia y reunirse con Bruto. Pero las dudas, una vez más, le paralizaron. Fue sorprendido por los esbirros de Antonio creca de Cayeta, un puerto del Tirreno próximo a su finca de Formias. Plutarco nos narra con gran dramatismo ese momento: (21) “En esto llegaron los verdugos, que eran el centurión Herenio y el tribuno Po-
pilio, a quien en cierta ocasión había defendido Cicerón en un proceso de parricidio... Cicerón, al darse cuenta de la proximidad de Herenio, ordenó a sus esclavos que detuvieran la litera. Entonces, llevándose, como era su costumbre, la mano izquierda a la barba, miró fijamente a sus asesinos cubierto de polvo, desgreñado y con el semblante tenso por la angustia, de modo que los más se cubrieron el rostro al ir Herenio a darle el golpe mortal. Fue degollado mientras el mismo Cicerón alargaba el cuello desde la litera.
Tenía entonces sesenta y cuatro años. Por orden de Antonio le cortó la cabeza y las manos con las que había escrito las Filípicas ...”90 Era el 7 de diciembre del 43. Cuando Bruto se enteró de su asesinato cuentan que sintió más vergüenza que dolor91. Y si hasta entonces había mantenido una actitud poco enérgica, como si no renunciase a la posibilidad de un entendimiento con Antonio, las decisiones de los triunviros y, de manera especial, la muerte de Cicerón (por lo que parece, más que sus argumentos en vida) le hicieron ver lo inevitable de un enfrentamiento armado. De todas formas la suerte estaba ya echada: Bruto, tras un primer combate de resultado incierto en las llanuras de Filipos, acabó siendo derrotado. Y, como antes Casio, se quitó la vida. Con él, como muy bien señala Syme, moría toda una época, un modelo político y social: (22) “Los hombres que cayeron en Filipos luchaban por un principio, una tradición
y una clase, estrecha, imperfecta y gastada, pero con todo y con eso, el alma y el espíritu de Roma. 90
Plut. Cic . 48. Así lo cuenta al menos Plutarco: “Se dice que Bruto sintió más vergüenza por lo que había causado la muerte de Cicerón que el dolor que experimentó por ella; y que se lo echaba en cara a sus amigos de Roma, porque la esclavitud que padecían era más por culpa propia que de los tiranos y que se resignaban a ver con sus propios ojos lo que no habrían podido soportar de oídas” ( Brut . 28,2). En compensación por la muerte de Décimo Bruto y de Cicerón, Marco Bruto ordenó que se diera muerte, a su vez, a Gayo Antonio (Plut. Brut . 28,1).
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No hubo en las guerras civiles batalla tan mortífera para la aristocracia. Entre los caídos figuraban los nombres más nobles de Roma. Cierto que no había consulares, pues los mejores de los principes estaban ya muertos, y los pocos supervivientes de aquel orden se ocultaban en la ignominia y el olvido en Roma, o mandaban los ejércitos que destruyeron la República... En el campo de Filipos sucumbieron el joven Hortensio, antiguo cesariano, el hijo de Catón, un Lúculo, un Livio Druso. Bruto, el jefe de todos ellos, se quitó la vida. Virtus había resultado ser una palabra sin contenido.” 92.
La relación misma entre Cicerón y Bruto, que he intentado reconstruir en sus hitos fundamentales, es fiel reflejo de esta época de crisis. A pesar de los desencuentros, a su manera, uno y otro aspiraban a encarnar el ideal de la virtus romana. Con no pocas contradicciones. Porque el Bruto que se desprende de su relación con Cicerón está muy lejos de la imagen idealizada de Plutarco o Boissier. Menos admirable, más imperfecto (y, por tanto, más humano), de carne y hueso, más verosímil.
92
R. S YME, op. cit ., p. 265.