Nombre: MARÍA LUCELIA ZÁRATE BENTO
ROL Y ÉTICA DEL PSICÓLOGO Resumen Capítulo III:
Animismo, magia y omnipotencia de los lo s pensamientos Omnipotencia de los pensamientos explica todos esos fenómenos que parecen perseguir a los enfermos. Cuando al pensar en una persona se encontraba con ella en el acto, como si la hubiera invocado. Si un día preguntaba por alguien al que había perdido de vista hacía algún tiempo averiguaba que acababa de morir, de manera que podía creer que dicha persona había atraído telepáticamente su atención, y cuando sin mal deseo ninguno maldecía de una persona cualquiera, vivía a partir de aquel momento en el perpetuo temor de averiguar la muerte de dicha persona y sucumbir bajo el peso de la responsabilidad contraída. Todos los enfermos obsesivos son supersticiosos. Esta omnipotencia se nos muestra en la neurosis obsesiva con mayor claridad que en ninguna otra, por ser aquella en la que los resultados de esta primitiva manera de pensar logran aproximarse más a la conciencia. Los neuróticos viven en un mundo especial. Los neuróticos no atribuyen eficacia sino a lo intensamente pensado y representado afectivamente, considerando como cosa secundaria su coincidencia con la realidad. Un neurótico puede sentirse agobiado por un sentimiento de culpabilidad parecido al de un asesino, y haber sido siempre, sin embargo, el hombre más respetuoso y escrupuloso para con sus semejantes. Al someterle al tratamiento psicoanalítico, que convierte en consciente a lo inconsciente, observamos que no le es posible creer en la absoluta libertad de las ideas y que teme siempre manifestar sus malos deseos, como si la exteriorización de los mismos hubiera de traer consigo fatalmente su cumplimiento. Esta actitud y las supersticiones que dominan su vida nos muestran cuán próximo se halla al salvaje, que cree poder transformar el mundo exterior sólo con sus ideas. Los actos obsesivos primarios de estos neuróticos son propiamente de naturaleza mágicos. Si no son actos de hechicería, son siempre actos de contra hechicería, destinados a alejar las amenazas de desgracia que atormentan al sujeto al principio de su enfermedad. Para el animismo, el universo está poblado de seres espirituales y demonios que animan y generan animales, plantas y cosas inertes. Los primitivos creen además que los hombres poseen almas que moran en ellos mismos, y que en cierta forma son independientes de sus cuerpos. El sistema animista gira en torno a estos seres autónomos: es una forma de explicar el universo, reemplazada luego por los sistemas religiosos y más tarde por las teorías científicas. En la fase animista se atribuye el hombre a sí mismo la omnipotencia: en la religiosa, la cede a los dioses, sin renunciar de todos modos seriamente a ella, pues se reserva el poder de influir sobre los dioses, de manera a hacerlos actuar conforme a sus deseos. En la concepción científica del mundo no existe ya lugar para la omnipotencia del hombre, el cual ha reconocido su pequeñez y se ha resignado a la muerte y sometido a todas las demás necesidades naturales. En nuestra confianza en el poder de la inteligencia humana, que cuenta ya con las leyes de la realidad, hallamos todavía huellas de la antigua fe en la omnipotencia. Se puede considerar una forma de dominar el universo mediante las técnicas del ensalmo (brujería) y la magia. Son técnicas que movilizan a los espíritus para que estos cumplan la voluntad del hombre: proteger o dañar. Entre estos procedimientos está el daño hecho a un muñeco que representa al enemigo (similitud), o también actuar sobre algo perteneciente al enemigo como un cabello, o comer su carne, etc (contigüidad) Las manifestaciones de los instintos sexuales pueden ser reconocidas desde un principio; pero en sus más tempranos comienzos no se hallan aún orientadas hacia ningún objeto exterior. Cada uno de los componentes instintivos de la sexualidad labora por su cuenta en busca del placer, sin preocuparse de los demás, y halla su satisfacción en el propio cuerpo del individuo. Es ésta la fase del autoerotismo, a la cual sucede la de la elección del objeto. El hombre permanece hasta cierto punto narcisista, aun después de
haber hallado para su libido objetos exteriores; pero los revestimientos de objeto que lleva a cabo son como emanaciones de la libido que reviste su yo y pueden volver a él en todo momento. El neurótico nos muestra, por un lado, que una parte muy considerable de esta actitud pr imitiva perdura en él como constitucional, y por otro, que la represión sexual por la que ha pasado ha determinado una nueva sexualización de sus procesos intelectuales. Los efectos psíquicos tienen que ser los mismos en ambos casos de sobrecarga libidinosa del pensamiento; esto es, tanto en la primitiva como en la regresiva, y estos efectos son el narcisismo intelectual y la omnipotencia de las ideas. Si aceptamos que la omnipotencia de las ideas constituye un testimonio en favor del narcisismo, podemos intentar establecer un paralelo entre el desarrollo de la concepción humana del mundo y el de la libido individual. El arte es el único dominio en el que la «omnipotencia de las ideas» se ha mantenido hasta nuestros días. Sólo en el arte sucede aún que un hombre atormentado por los deseos cree algo semejante a una satisfacción y que este juego provoque efectos afectivos, como si se tratase de algo real. Con razón se habla de la magia del arte y se compara al artista a un hechicero. Pero esta comparación es, quizá, aún más significativa de lo que parece.