podemos controlar a voluntad, aunque con frecuencia tengamos la sensación de poder hacerlo. A partir del planteamiento de una comparación o una metáfora, podemos desarrollar analogías para aproximarnos al significado de conceptos nuevos o para entender otros ya conocidos desde una nueva perspectiva. Por ejemplo, si queremos explicar la importancia de una buena alimentación desde la infancia, podemos partir de la comparación: el desarrollo de una persona es como la construcción de un edificio, haciendo referencias a que la alimentación en la infancia corresponde a los cimientos del edificio y si éstos se encuentran mal construidos (alimentados), el edificio se puede caer (enfermar) en cualquier momento. Las explicaciones analógicas son muy útiles siempre que el fenómeno a que se refiere la metáfora o la comparación sea concreto y conocido, pues sólo partiendo de este conocimiento previo se puede elaborar el conocimiento nuevo. Los buenos profesores recurren regularmente a la elaboración de analogías para ayudar a sus alumnos en la construcción de conceptos nuevos o complejos. Existen propuestas de enseñanza por medio de este procedimiento cuya aplicación ha tenido efectos muy positivos no sólo en el aprendizaje de los contenidos sino también en el desarrollo de habilidades de pensamiento abstracto (Glynn, 1990). En la interacción comunicativa en el aula, todos los elementos de la comunicación y la lengua que hemos descrito se presentan en forma simultánea; entonces, ¿para qué le sirve al profesor conocer las características particulares de estos elementos? En principio, este conocimiento puede ayudar al profesor a reflexionar sobre el proceso comunicativo que se realiza en su salón de clases, donde él es el participante con mayor responsabilidad para que dicho proceso Los profesores comúnmente se preocupan demasiado por la pertinencia y corrección de los contenidos curriculares que enseñar, y dedican poco tiempo a la reflexión sobre las características de la comunicación que se realiza en el aula,
con lo que desperdician la valiosa oportunidad de buscar y promover formas de aprendizaje más efectivas. Esta falta de reflexión sobre el proceso comunicativo se debe a que, en general, se supone que los participantes (maestros y alumnos) saben cómo comunicarse y que lo hacen relativamente bien, y que la responsabilidad de la escuela es desarrollo los temas especificados en el currículo que, en el caso de la lengua, suelen insistir en el aprendizaje de las reglas gramaticales y ortográficas funcione adecuadamente. Sin embargo, numerosas investigaciones sobre interacción comunicativa en el aula han revelado que la comunicación en los salones de clase es muy deficiente, lo cual está en estrecha relación con el bajo nivel de rendimiento escolar de los alumnos (Arancibia, 1988). Aun en el caso de que exista buena comunicación, ésta siempre se puede mejorar, pues los alumnos se encuentran en pleno proceso de desarrollo de habilidades comunicativas relativamente básicas. Además, en todos los grupos hay alumnos con mejores habilidades comunicativas y otros con niveles de comunicación deficiente o poco elaborados. Es responsabilidad de la escuela favorecer el desarrollo comunicativo de todos los alumnos. Dice Infante (1983) que si realmente se quiere desarrollar la expresión, es mejor favorecer ampliamente el desarrollo de la creatividad, pues las reglas sintácticas de una lengua se asimilan inconscientemente en cada grupo social; por eso, si no se quiere restringir el dinamismo en el uso del lenguaje hay que ofrecer numerosos espacios para la libre creación. El estudio de las características de la comunicación y la lengua es el punto de partida que le ofrece al profesor elementos para reflexionar sobre su propio proceso comunicativo y el de sus alumnos. En la segunda parte de este libro se presenta una propuesta para transformar la dinámica del aula y la práctica comunicativa escolar donde se retoman los elementos que se han descrito hasta ahora.
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