UNA COMUNIDAD UNIVERSAL: LA UNIVERSAL: LA CIUDAD DEL SOL SOL
Evelio Moreno Chumillas. Doctor en Filosofía Hace 400 años que Tommaso Campanella, a la sazón preso en una cárcel de Nápoles, escribió la más bella utopía del renacimiento: La ciudad del sol, 1602. La “ dolente vita” del dominico calabrés estuvo marcada por la conciencia de un designio excepcional y por el fatum de la adversidad: lo acusó su propia Orden “ sospechoso de vehemente herejía ”, lo condenó la Inquisición romana, y lo condenaron los virreyes en Nápoles de la monarquía española, a la que el Frate asignaba inicialmente la tarea de instaurar la monarquía cristiana universal. Juzgado cabecilla de la “Conjura de Calabria” (1599) en connivencia con el turco para expulsar el yugo invasor del suelo patrio, fue torturado y hubo de simular locura para salvar la vida, pero la condena fue terminante: cadena perpetua sin esperanza de libertad ( absque spe liberationis). Cuando al fin fue liberado en 1626, tuvo que huir temeroso a París, donde editó sus últimas obras al amparo de Luis XIII y Richelieu. Su vida se extinguía a la par que declinaba el astro de España, y el Frate apostaba ya en favor de la muy cristiana monarquía francesa para implantar el reinado del Mesías. Pero no sólo su época, ni sólo la posteridad: la nuestra también está siendo injusta con Campanella, relegado al papel de filósofo marginal, cuando ni siquiera su utopía se hace hoy acreedora a un casual suplemento suplemento de prensa. La Conquista y evangelización de las Indias, la Reforma protestante y la Revolución científica estaban cambiando la mentalidad y la ubicación del hombre en el cosmos, mientras Campanella luchaba contra sus tres acérrimos demonios familiares: la tiranía ahijada de Maquiavelo, los sofismas de Aristóteles y la hipocresía de Lutero. En su caso, el presunto favor divino y la pluma rebelde no bastaron: frente al poderoso binomio de la Inquisición y la Casa de Austria, él sólo era un profeta desarmado, víctima de un siglo convulso. Y no obstante, aquel “povero monaco” intuyó desde su fosca mazmorra el alcance de los hechos: calibró atinadamente la hegemonía política de España, combatió la Reforma luterana y aún tuvo luces y arrestos para adherirse sin tibieza al heliocentrismo en Apología pro Galileo. ¿Cómo pudo estar tan avizor y comprometido? Eso se preguntaban también los jueces de la Inquisición, incrédulos ante el tenaz reo. Corrió una leyenda que atribuía su saber esotérico a cierta pócima misteriosa ingerida de niño en el monte Consolino, o quizás a un súcubo escondido en la larga uña de su dedo meñique... pero la respuesta es harto más sencilla: “He consumido yo más aceite (del trémulo candil que alumbraba su lectura carcelaria) que vosotros vino” , espetó impávido ante sus jueces. Su vida respondió al lema que presidía su medalla: “Numquam tacebo”; nunca pudo ni quiso callar ante la injusticia. 1
Campanella anhelaba una monarquía cristiana universal regida por el Papa: España primero, y después Francia, habían de ser los brazos ejecutores de la empresa. La Ciudad del Sol es el bucle utópico, la comunidad-epítome de esta sociedad mundial. Y aunque el Frate debe la fama a La ciudad del sol, el vasto conjunto de su obra refleja la tensión entre el realismo político y el ideal utópico, entre el comunitarismo de los solares y el ideal universal de la monarquía cristiana, que coinciden como asíntotas en la isla del sol. Aforismos políticos, Monarquía del Mesías, Monarquía hispánica
y Atheismus triumphatus vindican contra Maquiavelo mientras
extraen de El príncipe la más eficaz receta, pero convirtiendo la política en fámula de la religión. La teología de la historia aspira a la monarquía cristiana universal regida por el Papa vicario de Dios, según la sentencia bíblica “Fiat unum ovile et unus pastor” (Haya un solo rebaño y un solo pastor, Juan, 10, 16): que los signos de los tiempos oscilasen en favor de España o Francia como espadas ejecutoras del plan era indiferente, porque la “razón de estado cristiana” legitimaba todos los medios empleados para obtener el fin, el reinado universal del Mesías. No es de extrañar, entonces, que el dedo de Dios o los aspectos astrales hubieran designado a España cuando los dividendos de la conquista producían dorada rentabilidad y en el vasto imperio de Felipe II nunca se ponía el sol. Pero si a la postre la razón de estado ordenaba cambiar de instrumento en favor de Francia, por la crisis de la monarquía y la nación española, ningún obstáculo debía entorpecer el camino: “Como las calabazas y las cebadas arrojan toda la sustancia, el jugo, el espíritu, sin echar raíces, desarrollándose y dilatándose, expiran y envejecen. Así, España ha defendido fuera de sí todo su poder y sangre y ha quedado sin habitantes y sin valor, sólo con el clero, frailes, sacerdotes, monjes y putainas. Y entre los que nacen, los más son bastardos, que en España son honrados, por su escasez, como los legítimos; por ello, estimarse debe que su monarquía no haya de durar”. La monarquía de Francia, cap. VII, art. 10. La tradición hermenéutica suele destacar dos rasgos esenciales de La Ciudad del Sol: por un lado, el sesgo filocomunista que adquiere la abolición de la propiedad privada; por otro, la escrupulosa regulación política de la sexualidad generativa. Y sin embargo, una relectura de la obra desde las claves propias de la sociedad de la información que define nuestro siglo debe enfatizar la función educativa de la topografía urbana. Es cierto que la norma de la igualdad establece el trabajo universal y la abolición de la propiedad y de la familia como germen de egoísmos, conque “perdido el amor propio, sólo queda el amor a la comunidad” , pero en las ordenaciones de la isla solar no hay un propósito deliberado de comunismo político, sino la obsesión constante por erradicar todo atisbo de provecho particular, en favor del supremo interés 2
del bien común; por eso arguye el Genovés: “Ma quando pèrdono l’amor proprio, resta il commune solo”.
La mens política del Frate siempre estuvo presidida por una obsesión: la
preponderancia del bien común sobre el interés particular; si para el logro de este ideal había que condenar a Lutero, que representaba la exaltación de los particularismos nacionales y atentaba contra la anhelada unidad del ecumenismo católico, no había escrúpulos que entorpecieran la tarea; y si había que erradicar la institución familiar de la ciudad solar, ¿quién y porqué se iba a resistir? Hecha, pues, la denuncia de la familia como vergel donde germinan el egoísmo y el provecho particular, extirpado el nucleo familiar como expresión feroz de lo privado (certitudo est communitatis, non particularitatis) y establecida la titularidad estatal de hijos y mujeres en Heliópolis, ya no había obstáculos para observar una actitud laxa ante la propiedad de bienes, siempre que éstos se mantuvieren moderados en ese equilibrio fiel de la “mediocrità”, al haber sido expulsada la bestia triunfante del interés particular y una vez salvaguardada la instancia racional del Estado. La fórmula responde al dicterio “Deus sive Stato”, porque el Estado es la naturaleza del ser humano, y La ciudad del sol es una afirmación comunitaria y racional del Estado: ningún precipitado ensayo comunista, tan sólo creación espontánea de la naturaleza, alentada por Dios y ordenada por la razón. Por eso, resguardado el interés general con la extirpación del provecho privado, y abolida la institución familiar donde anidan el egoísmo y la privaticidad, ya no importa relegar la abolición de la propiedad privada y transmutar la comunidad de bienes por un atemperado equilibrio de la mediocridad económica, porque se ha asegurado lo que importa, la permanencia de la república en la inalterable gravedad de su ser. Y todavía, bajo el filocomunismo superficial de la utopía campanelliana, resulta chocante la lectura prospectiva que el Dominico hace de la influencia que el Nuevo Mundo tiene sobre Europa en el terreno económico: las llamadas Indias han corrompido al viejo Continente con la transmutación de todos los valores; la avaricia y la venalidad de los indígenas han substituido al amor fraternal, la laboriosidad y la virtud en el corazón del hombre civilizado. ¡Cuán lejos queda la primera parte de la Utopía de Thomas More, en que Hitlodeo contrapone la corrupción de la sociedad inglesa a la prístina bondad de los utopienses! Pero quién sabe si las cualidades premonitorias del profeta calabrés fueron capaces de atisbar hasta qué punto el modo de vida americano acabaría impregnando el mundo occidental, y el llamado “american way of life” se extendería como el paradigma económico y social dominante de nuestro tiempo. “En verdad podemos afirmar que el Nuevo Mundo ha perdido en cierto sentido al Viejo, pues sembró la avaricia en nuestras mentes y extinguió el amor entre los hombres. Quienes sólo sobresalen por su 3
amor al oro, no son de fiar porque a menudo venden y revenden su fidelidad por dinero, viendo que éste vale mucho y por doquier se le estima, y abandonan las ciencias y la religión por dinero, y dejan la agricultura y otros oficios, entregándose a la fertilidad del dinero y a las casas de los ricos. El dinero produjo también gran desigualdad entre los hombres, haciéndolos o demasiado ricos, de ahí la insolencia, o demasiado pobres, de ahí la envidia, los robos y agresiones”. La monarquía hispánica, cap. XVI. La comunidad solar se erige en una isla ecuatorial del Índico (Ptolomeo la identificó con Ceilán, en la actualidad, república de Sri-Lanka, mientras otros la relacionaron con Sumatra); sus moradores “han acordado vivir en comunidad de acuerdo con la filosofía” y profesan una religión natural que coincide en lo esencial con la fe cristiana. Gozan una estricta comunidad de bienes y mujeres, donde el médico y el astrólogo ordenan las relaciones sexuales sincronizando las uniones oportunas en tiempos favorables, mirando los aspectos astrales en orden a una procreación eficaz; y en su tarea previsora sólo cuestionan la facultad generativa de los sabios, que teniendo “débil el espíritu animal por la mucha especulación... no transfunden la virtud cerebral y producen una prole flaca... ...Ninguna mujer se entrega a varón antes de cumplir los diecinueve años; ni el varón se da a la procreación antes de los veintiuno, y más tarde si es de complexión albina. A algunos se les permite antes la unión sexual con mujeres, pero estériles o preñadas, para que no se vean forzados a hacerlo en vaso indebido. Matronas y regentes se encargan de proveer, según confesión secreta, a los más tentados de Venus” ( La Ciudad del Sol).
La ciudad, de perfecta estampa copernicana, está presidida por el templo solar, decorado con leyendas astrales cual alegoría circular del universo; y las siete murallas defensivas circundantes (siete planetas, siete sacramentos) se asemejan a una enciclopedia grabada con todas las leyes, los saberes naturales y las artes mecánicas, parangonando un teatro llulliano de la memoria, donde los niños aprenden sin fastidio y como jugando. La ciudad entera es una escuela pública sin secretos anaqueles pitagóricos, que no oculta libros en bibliotecas arcanas porque ha hecho de la comunidad del saber, siempre expuesto a la luz, su rasgo esencial. “Los solares han inventado el arte de volar... y miran por un anteojo para divisar las estrellas ocultas, y escuchan por una caracola para oír la armonía de la multitud de los planetas” ( La Ciudad del Sol).
El sacerdote más sabio, Hoh el Metafísico, gobierna con suprema autoridad espiritual y temporal, asistido por tres príncipes, a imagen de la trinidad divina, y una cohorte de ministros y funcionarios: Pon (poder) ordena la milicia; Sin (saber) es comisario de la educación, y Mor (amor) preside la sanidad y la política generativa. La bóveda del templo solar es una alegoría 4
didáctica del cosmos, una página web del mundo renacentista. En clara simetría, la red virtual de Internet, nuevo acervo universal del conocimiento, reproduce hoy la función educativa del templo y las murallas en la Ciudad del Sol. ¿Qué mensaje, qué destellos nos envía hoy La ciudad del sol? Su legado se puede rastrear en dos coordenadas de la sociedad abierta: la educación y la sanidad, postuladas ya como derechos humanos de carácter universal. Los ideales emanados de la razón ilustrada (bondad, verdad, progreso indefinido) están en crisis, mientras el nuevo siglo aporta categorías blandas (tolerancia, pluralismo, diversidad) y soporta o denuncia teocracias de índole medieval en otros continentes, pero las evita en unas sociedades abiertas que preservan la libertad de conciencia y de culto religioso desde parámetros laicos. Paradójicamente, Sin y Mor gobiernan los ministerios de educación y sanidad, reconocidas ambas como derechos humanos de rango universal. El ágora reticular de Internet rebosa información (más de la que pueden contener murallas de ciudad alguna), cumpliendo el ideal clásico de la isegoría y desarrollando la función didáctica de la ciudad solar, auténtica página web del mundo renacentista que configuraba un ciberespacio arquitectónico encargado de recopilar y difundir el saber. Así, cuando esgrimimos el derecho a la educación para exigir gratuidad en la enseñanza, cuando pedimos tarifa plana o bibliotecas públicas; cuando exigimos al Estado la regulación del aborto y la eutanasia o acudimos a oficinas de planificación familiar... exoneramos de compromiso la conciencia hedonista resignando la propia responsabilidad en el Estado; y entonces ya no es posible tachar de intervencionista a Campanella, ni leer La ciudad del sol fingiendo una conciencia inocente y escandalizada. Empero, el intento de aplicar categorías epistemológicas de hoy a una obra del siglo XVI (por tanto, pre-ilustrada) resulta una temeridad metodológica, por no hablar de arbitrariedad hermenéutica. El título de este artículo incorpora la expresión “comunidad universal”, que, a pesar de su intrínseca tensión bipolar, a nuestro entender define con propiedad la utopía de Campanella. Un régimen social, político y religioso gobernado por Sol, asistido de una terna ministerial que ordena tres impulsos fuertemente enraizados en la naturaleza humana: el poder, el conocimiento y el amor. Pero entre los solares no hay voluntad de poder, ni siquiera voluntad de verdad, estando como están seguros de su posesión. El dogma incuestionable de la verdad se derrama desde la cúpula del templo que preside la ciudad, una ciudad cuyos círculos amurallados contienen y exponen la permanencia y estabilidad de un mundo natural fijista anterior a Darwin, creado por Dios, quien ha puesto en la isla la sede de su complacencia. Razón por la cual no caben en la ciudad la opinión ni la diferencia, no cabe lo plural, y “el otro” es expulsado o aniquilado sin contemplaciones. Esta voluntad de verdad única lleva a los solares, por ejemplo, al exterminio del mal y la deformidad, a la condena de la delincuencia y del pecado, al rechazo 5
de la enfermedad, la desgracia y la fealdad. Como todo paraíso, como toda utopía, la de Campanella constituye una comunidad definida por el límite, por la pared en derredor que la separa y diferencia de lo universal, sea esa pared de índole cultural, religiosa, moral o legal. Pero los solares aspiran, desde el recíproco conocimiento, a la ejemplaridad, y están seguros de que su modo de vida, su religión, su gobierno, su educación... se impondrán espontánea y naturalmente en el mundo cuando el mundo advierta la bondad de sus instituciones: la presencia del Genovés les sirve para confirmar su certeza. La ciudad del sol es una comunidad universal porque tiene voluntad de universalización; una voluntad que impregna la obra de Campanella, presidida por el imperativo bíblico “Fiat unum ovile et unus pastor” . Así ocurre de forma manifiesta con la religión natural, que coincide –no podía ser de otro modo- con la revelación cristiana, y que alimenta y sacia la voluntad de verdad de los solares, que algún día serán “testes veritatis”, según relata el caballero Hospitalario: “Evidentemente, puesto que éstos, que solamente conocen la ley de naturaleza, están tan cerca del Cristianismo, el cual solamente añade a las leyes de naturaleza los sacramentos que confieren la gracia para observarlas, yo saco para mí un argumento válido a favor de que la religión Cristiana es la más verdadera de todas y que, una vez eliminados algunos abusos, dominará sobre todo el ancho mundo, tal como enseñan y esperan los teólogos más preclaros. Dicen, en efecto, que los Hispanos han descubierto un nuevo mundo (aunque su primer descubridor fue el genovés Colón, el más grande de nuestros héroes) para que todas las naciones se congreguen bajo una única ley. Por tanto, estos filósofos serán testigos de la verdad, elegidos por Dios” ( La ciudad del sol). Aún hoy, no deja de sorprendernos la lectura de este diálogo lineal que admite pocos matices, pero que genera controversia. Todo en la ciudad del sol es diáfano; todo tiene una intención especular, mientras la conciencia personal se retrae desertora resignando en el Estado la responsabilidad moral. Pero éstos son los resultados imprevistos de la socialización de la conciencia; éstos, los monstruos y gorgonas engendrados por la razón política campanelliana. Aristóteles advertía que fuera de la polis no hay posibilidad de vida ética ni teorética, pero este socialismo divino de los solares da lugar a una guisa de socialismo moral, donde el actual Estado del bienestar, que dispensa la salud y la enfermedad, que expide títulos de academia y administra vidas y haciendas, se erige en legislador moral aniquilando en el límite la libertad responsable del sujeto, el cual es devorado en el seísmo nihilista de la propia conciencia desertora. Y esos efectos perversos no los habría anhelado Campanella. O sí. La ciudad del sol es un proyecto urgente de renovación moral, basado en un nuevo ordo religioso-político tendente al ideal de la monarquía cristiana universal. Hay quien ha apuntado el ideal ecuménico del catolicismo como 6
elemento histórico homogeneizador por antonomasia: acaso la imparable y contestada tendencia de la globalización sea, en clave económica, el vector que hoy traza este sueño campanelliano, como epítome de una sociedad mundial gobernada por un solo gladium civil en donde, logrado el bienestar y cumplida la justicia social, la providencia humana ha determinado el fin de la historia. Guía de lectura T. C., La ciudad del sol, edición trilingüe con texto italiano de 1611, latino de 1637, y traducción castellana de M.A. Granada, Silvio Berlusconi Editore, Milán, 1997 T.C., La ciudad del sol (La política), Madrid, 1991 T.C., La monarquía hispánica, C.E.C., Madrid, 1982 Ernst, Germana: Religione, ragione e natura; ricerche su T. C. e il tardo Rinascimento, Milán, 1991 Firpo, Luigi: La utopía en la edad de la Contrarreforma, Turín, 1977 Isoldi Jacobelli, A: Il diverso filosofar mio, Laterza, Bari 1996. Moreno, Evelio: Campanella (1568-1639), Ediciones Clásicas Orto, Madrid, 1999 Truyol, A., Dante y Campanella: dos visiones de una sociedad mundial , Madrid, 1968 Revista semestral Bruniana & Campanelliana, Roma 1995 Joseph Losey, Galileo, película de 1956 http://altavista.com/cgi-bin/query?q=tommaso%2Bcampanella
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