ParaLilia, mi esposa.
Las palabras no caen en el vacío.
ZOHAR
Esta noche hevisto alzarsela Máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta sobre el vasto cielo que ya nos traía oloresde tierra por sobre un Océano tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adormecerseen su rumbo, suspendida entre un ayer y un mañana quesetrasladaran con nosotros. Tiempo detenido entre la EstrellaPolar, laOsaMayorylaCruzdel Sur ignoro,puesnoesmi oficiosaberlo,si taleseranlasconstelaciones,tannumerosas quesus vértices, sus luces deposición sideral, seconfundían, setrastocaban, barajando sus alegorías, en la claridad de un pleni- lunio, empalidecido por la blancura del Camino deSantiago... Pero laPuerta-sin-batiente estabaerguidaen la proa, reducidaal dintel y las jambas con aquel cartabón, aquel medio frontón invertido, aquel triángulo negro, con bisel acerado e iría, colgando de sus montantes. Ahí estabala armazón, desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueño de los hombres, como una presencia una advertencia quenosconcerníaatodospor igual. Lahabíamosdejadoapopa,muylejos,ensuscierzosdeabril, y ahora nos resurgía sobre la mismaproa, delante, como guiadora semejante, por la necesaria exactitud desus paralelas, su implacable geometría, a un gigantesco instrumento demarear. Ya no la acompañaban pendones, tamboresni turbas; no conocía la emoción, ni la cólera, ni el llanto, ni la ebriedad dequienes, allá, la rodeaban de un coro detragedia antigua, con el crujido de las carretasde rodar-hacia-lo-mismo, y el acoplado redoble delascajas. Aquí, la Puerta estabasola, frente a la noche, más arriba del mascarón tutelar, relumbradapor su filo diagonal, con el bastidor demadera que sehacía el marco deun panoramadeastros. Lasolasacudían, se abrían, para rozar nuestra eslora; secerraban, trasdenosotros, con tan continuado y acompasado rumor que su permanencia sehacía semejante al silencio que el hombre tienepor silencio cuando no escuchavocesparecidasa las suyas. Silencio viviente, palpitantey medido, queno era, por lo pronto, el de lo cercenado y yerto. Cuando cayó el filo diagonal con brusquedad de silbido y el dintel sepintó cabalmente, como verdadero remate depuerta en lo alto de sus jambas, el Investido de Poderes, cuyamano habíaaccionado el mecanismo, murmuró entredientes: «Hayquecuidarladel salitre.»Y cerró laPuerta con unagranfunda detela embreada, echadadesdearriba. Labrisaolíaatierra humus, estiércol, espigas, resinas deaquellaisla puesta,siglosantes,bajo el amparo deunaSeñoradeGuadalupequeenCáceresdeExtremadurayTepeyacdeAméricaerguíala figura sobre un arco delunaalzado por un Arcángel. Detrás quedaba una adolescencia cuyos paisajes familiares me eran tan remotos, al cabo de tres años, como remoto meera el ser dolientey postrado que yo hubiera sido antesdequeAlguien nos llegara, cierta noche, envuelto en un trueno de aldabas;tanremotoscomoremotomeeraahorael testigo,el guía,el iluminador deotrostiempos,anterior alhoscoMandatario que, recostado en la borda, meditaba junto al negro rectángulo encerrado en su fundadeinquisición, oscilantecomo fiel de balanza al compás decadaola... El agua era clareada, a veces, por un brillo de escamas o el paso de alguna errante corona de sargazos.
Detrásdeél, en acongojado diapasón, volvíael Albaceaasu recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetasy flores, obituario y réquiem y habíavenido éstedegran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro queno éramos nada... y sin quela ideade la muerte acaba-rade hacerselúgubre abordo deaquella barca quecruzabala bahía bajo un tórrido sol de media tarde, cuyaluz rebrillabaen todaslasolas, encandilando por laespumay laburbuja, quemante en descubierto, quemantebajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manosquebuscaban un descanso en las bordas. Envuelto en sus improvisados lutos queolían atintas deayer, el adolescentemiraba la ciudad, extrañamente parecida, a esta hora dereverberacionesy sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas cristaleríasverdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusarocalladebalcones, arcadas, cimborrios, belvederesy galeríasdepersianas siempre erizadadeandamios,maderasaspadas,horcasycucañasdealbañilería,desdequelafieradelaconstrucciónsehabíaapoderadodesushabitantes enriquecidosporlaúltimaguerradeEuropa.Eraunapoblacióneternamenteentregadaalairequelapenetraba,sedientadebrisas y terrales, abierta de postigos, de celosías, de batientes, de regazos, al primer aliento fresco que pasara. Sonaban entonces las arañasy girándulas, laslámparasde flecos, lascortinasdeabalorios, lasveletas alborotosas, pregonando el suceso. Quedaban en suspenso los abanicos depenca, de sedachina, de papel pintado. Pero al cabo del fugaz alivio, volvían las gentes asu tarea de remover un aire inerte, nuevamente detenido entrelasaltísimas paredes delos aposentos. Aquí la luz se agrumabaen calores, desdeel rápido amanecer quela introducía en los dormitorios másresguardados, calando cortinasy mosquiteros; y más ahora, en estación de lluvias, luego del chaparrón brutal de mediodía verdaderadescargadeagua, acompañadadetruenos y centellas quepronto vaciaba sus nubes dejando lascallesanegadasy húmedasen el bochorno recobrado. Bien podían presumir los palacios detener columnasseñerasy blasonestallados en lapiedra; en estos mesessealzaban sobreun barro quelespegabaal cuerpo como un mal sin remedio. Pasaba un carruaje y eran salpicaduras en mazo, disparadas aportones y enrejados, por los charcos que seahondaban en todas partes, socavando las aceras, derramándoseunos en otros, con un renuevo de pestilencias. Aunqueseadornaran demármolespreciosos y finos alfarjesderosáceas y mosaicos derejas diluidasenvolutastan ajenasal barrote queeran como clarasvegetaciones de hierro prendidas delasventanas no selibraban las mansionesseñoriales deun limo de marismas antiguas que les brotaba del suelo apenas empezaban los tejados a gotear... Carlos pensaba que muchos asistentesal velorio habrían tenido quecruzar lasesquinas caminando sobre tablasatravesadas en el fango, o saltando sobre piedras grandes, para no dejar encajado el calzado en lasprofundidades dela huella. Los forasteros alababan el color y el gracejo de la población, luego depasar tresdíasen sus bailes, fondasy garitos, donde tantasorquestasalborotaban lastripulacionesrumbosas, prendiendo fuego al caderamen de lashembras; pero quienes la padecían atodo lo largo del año sabían desuspolvos y lodos, y también del salitrequeverdecía lasaldabas, mordía el hierro, hacía sudar la plata, sacabahongos delos grabadosantiguos, empañandoperennementeel cristal dedibujosyaguafuertes,cuyasfiguras,yaonduladaspor lahumedad,seveíancomoatravésde un vidrio aneblado por el cierzo. Alláen el muelledeSan Francisco acababadeatracar una navenorteamericana, cuyo nombre deletreaba Carlos maquinalmente: The Arrow... Y proseguía el Albacea en la pintura del funeral, quehabía sido magnífico ciertamente, en todo digno de un varón de tales virtudes con tantos sacristanes y acólitos, tanto paño depompamayor, tanta solemnidad;y aquellos empleados del almacén, quehabían llorado discretamente, virilmente, como cuadra ahombres, desdelos SalmosdelaVigiliahastaelMomentodeDifuntos... ,peroel hijopermanecíaausente,metidoensudisgustoysufatiga,después de cabalgar desdeel alba, de caminos realesa atajos de nunca acabar. Apenasllegado alahacienda donde la soledad ledabauna ilusión deindependencia allí podía tocar sus sonatashasta el amanecer, ala luz deuna vela, sin molestar a nadie lo había alcanzado la noticia, obligándole aregresar a matacaballos, aunqueno lo bastantepronto para seguir el entierro. («No quisiera entrar endetallespenosos diceel otro . Pero ya no podía esperarsemás. Sólo yo y su santa hermana velábamos yatan cerca del ataúd...») Y pensaba en el duelo; en ese duelo que, duranteun año, condenaría la flautanueva, traída de donde sehacían las mejores,apermanecer ensuestucheforradodehulenegro, por tenerqueconformarse,antelagente,con latontaideadequeno pudiera sonar música algunadonde hubiesedolor. Lamuerte del padre iba aprivarlo decuanto amaba, torciendo sus propósitos, sacándolodesussueños.Quedaríacondenadoalaadministracióndelnegocio,él quenadaentendíadenúmeros,vestidodenegro trasde un escritorio manchado detinta, rodeado de tenedores delibros y empleados tristesqueya no tenían nadaquedecirse por conocerse demasiado. Y se acongojaba desu destino, haciendo la promesade escapar un día próximo, sin despedidas ni
reparos,abordodecualquier navepropiciaalaevasión, cuandolabarcaarrimóaunpilotajedondeesperabaRemigio,cariacontecidoconunaescarapeladelutoprendidaenelaladel sombrero. Apenasel cocheenfilólaprimeracalle,arrojandolodoadiestro y siniestro, quedaron atrás los oloresmarítimos, barridos por el respiro de vastascasonasrepletas decueros, salazones, panesde cera y azúcaresprietas, con lascebollasde largo tiempo almacenadas, que retoñaban en sus rincones oscuros, junto al café verde y al cacao derramado por lasbalanzas. Un ruido decencerros llenó la tarde acompañando la acostumbradamigración devacas ordeñadashacia los potreros deextramuros. Todo olíafuertementeenesahorapróximaaun crepúsculo quepronto incendiaría el cielo durante unos minutos, antes dedisolverseen una nocherepentina: la leñamal prendida y la boñigapisoteada, la lona mojada delos toldos, el cuero de lastalabarteríasy el alpiste de las jaulasde canarios colgadas de las ventanas. A arcilla olían los tejados húmedos; a musgos viejos los paredones todavía mojados; a aceitemuy hervido lasfriturasy torrejas delos puestos esquineros; a fogata en Isla deEspecias, los tostadores decafécon el humo pardo, quea resoplidos, arrojaban hacialascornisas de clásico empaque, dondedemoraba entrepretil y pretil, antesdedisolverse, como unaniebla caliente, en torno a algún santo de campanario. Pero el tasajo, sin equívocoposible,olíaatasajo;tasajo omnipresente,guardadoentodoslossótanosytransfondos, cuyaacritudreinabaenlaciudad,invadiendolospalacios,impregnandolascortinas,desafiandoelinciensodelasiglesias,metido en lasfunciones deópera. El tasajo, el barro y lasmoscas eran la maldición de aquel emporio, visitado por todos los barcos del mundo, pero dondesólo lasestatuas pensabaCarlos paradas en sus zócalos mancilladosdetierracolorada, podían estar a gusto. Como antídoto de tanta cecina presente, desembocabade pronto, por el respiradero de una calleja sin salida, el noble aromadel tabaco amontonado en galpones, amarrado, apretado, lastimado por los nudos queceñían los tercios defibra depalmera aúncon tiernos verdoresenel espesor delashojas; con ojos deun dorado claro en la capamullida , todavía viviente y vegetal enmedio del tasajo quelo encuadrabay dividía. Aspirando un olor que por fin leera grato y alternabacon los humos de un nuevo tostadero de café hallado en la vuelta de una capilla. Carlos pensaba, acongojado, en la vida rutinaria que ahora le esperaba, enmudecida su música, condenado a vivir en aquella urbe ultramarina, ínsula dentro de una ínsula, con barreras de océano cerradas sobre toda aventura posible; sería como verse amortajado deantemano en el hedor del tasajo, de la cebolla y de lasalmuera, víctimadeun padre aquien reprochaba y era monstruoso hacerlo el delito de haber tenido una muerte prematura. El adolescente padecía como nunca, en aquel momento, la sensación de encierro que produce vivir en una isla; estar en una tierrasincaminoshaciaotrastierrasadondesepudierallegar rodando,cabalgando, caminando, pasandofronteras,durmiendo en albergues deun día, en un vagar sin más norte queel antojo, la fascinación ejercidapor una montaña pronto desdeñada por lavisión deotramontaña acaso el cuerpo deuna actriz, conocidaenunaciudadayer ignorada, alaquesesiguedurantemeses, de un escenario a otro, compartiendo la vida azarosa delos cómicos»... Despuésde escorarsepara doblar la esquina amparada por una cruz verdecidadesalitre, el coche paró frenteal portón claveteado, de cuyaaldabacolgabaun lazo negro. El zaguán, el vestíbulo, el patio, estaban alfombradosdejazmines, nardos, clavelesblancos y siemprevivas, caídos decoronasy ramos. En el GranSalón, ojerosa, desfigurada envueltaenropasdeluto que, por ser detallamayor quelasuya, lateníancomopresaentre tapasdecartón esperabaSofía, rodeadade monjasclarisasque trasegaban frascos deagua demelisa, esencias deazahar, sales o infusiones, en un repentino alardear de afanosas ante los recién llegados. En coro sealzaron vocesquerecomendaban valor, conformidad, resignaciónaquienespermanecíanacáabajo, mientrasotrosconocíanyalaGloriaqueni defraudani cesa.«Ahora serévuestropadre»,lloriqueabael Albaceadesdeel rincóndelosretratosdefamilia.Dieron lassieteenelcampanariodelEspíritu Santo. Sofía hizo un gesto de despedida quelos demás entendieron, retrocediendo hacia el vestíbulo en condolido mutis. «Si necesitan dealgo...», dijo don Cosme. «Si necesitan dealgo...», corearon lasmonjas... La gran puerta quedó cerradapor todos sus cerrojos.Cruzandoel patiodonde,enmediodelasmalangas,tal columnasajenasal restodelaarquitectura,seerguían lostroncos dedos palmas cuyos penachosseconfundían en laincipientenoche, Carlos ySofíafueron hasta el cuarto contiguo alascaballerizas, acaso el más húmedo y oscuro de la casa: el único, sin embargo, donde Esteban lograbadormir, a veces, una noche entera sin padecer sus crisis. Pero ahora estabaasido colgado de los más altos barrotes dela ventana, espigado por el esfuerzo, crucificadodebruces,desnudoel torso,contodoel costillarmarcadoenrelieves,sin másropaqueunchal enrolladoenlacintura. Supechoexhalabaunsilbidosordo, extrañamenteafinadoendosnotassimultáneas,queavecesmoríaenunaqueja.Lasmanos buscaban en la reja un hierro másalto del que prenderse, como si el cuerpo hubiesequerido estirarseen su delgadez surcada por venasmoradas.Sofía,impotenteanteunmal quedesafiabalaspócimasysinapismos,pasóunpañomojadoenaguafrescapor la frente y las mejillas del enfermo. Pronto susdedos soltaron el hierro, resbalando a lo largo delos barrotes, y, llevado en un descendimiento de cruz por los hermanos, Esteban sedesplomó en una butaca demimbre, mirando con ojos dilatados, de retinas negras, ausentes a pesar de su fijeza. Sus uñas estaban azules; su cuello desaparecía entre hombros tan alzados que casi se le cerraban sobrelos oídos. Con lasrodillasapartadas en lo posible, los codosllevadosadelante, parecía, en lacerosatexturadesu anatomía, un asceta de pintura primitiva, entregado a alguna monstruosa mortificación de su carne. «Fue el maldito incienso»,
dijoSofía,olfateandolasropasnegrasqueEstebanhabíadejadoenunasilla:«Cuandovi queempezabaaahogarseenlaiglesia...» Pero calló, al recordar que el inciensocuyo humo no podíasoportar el enfermo había sido quemado en los solemnesfunerales de quien fuera calificado de padre amantísimo, espejo debondad, varón ejemplar, en la oración fúnebre pronunciada por el Párroco Mayor. Esteban, ahora, había echado los brazos por encimade unasábanaenrolladaa modo de soga, entre dos argollas fijasen lasparedes. La tristezade su vencimiento sehacía más cruel en medio delascosas con queSofía, desdela niñez, había tratado de distraerlo en sus crisis: la pastorcilla montada en caja de música; la orquesta demonos, cuya cuerda estabarota; el globo con aeronautas, quecolgabadel techo y podía subirseo bajarse por medio de un cordel; el reloj queponía una ranaa bailar en un estrado debronce, y el teatro de títeres, con su decorado de puerto mediterráneo, cuyos turcos, gendarmes, camarerasy barbonesyacíanrevueltos en el escenario éste con la cabezatrastocada, el otro rapadodepeluca por lascucarachas, aquél sin brazos; el matachín vomitando arenadecomején por los ojos y las narices. «No volveré al convento dijo Sofía, abriendo el regazo para descansar la cabezade Esteban, quesehabía dejado caer en el suelo, blandamente, buscando el seguro frescor de las losas . Aquí esdonde debo estar.»
Mucho leshabía afectado la muerte del padre, ciertamente. Y, sin embargo, cuando sevieron solos, alaluz del día, en el largo comedor de los bodegones embetunados faisanes y liebresentre uvas, lampreas con frascos de vino, un pastel tan tostado que daban ganas dehincarle el diente hubieran podido confesarse que una casi deleitosa sensación de libertad los emperezabaentorno aunacomidaencargadaal hotel cercano por no habersepensadoenmandar genteal mercado. Remigio había traído bandejas cubiertas depaños, bajo los cualesaparecieron pargos almendrados, mazapanes, pichones ala crapaudine, cosastrufadas y confitadas, muy distintas delos potajesy carnes mechadas quecomponían el ordinario de la mesa. Sofía había bajado debata, divertida en probarlo todo, en tanto que Esteban renacía al calor de unagarnacha queCarlos proclamaba excelente. La casa, a la quesiemprehabía contemplado con ojos acostumbrados asu realidad, como algo a la vez familiar y ajeno, cobrabaunasingularimportancia,pobladaderequerimientos, ahoraquesesabíanresponsablesdesuconservaciónypermanencia. Era evidente que el padre tan metido en sus negocios quehasta salía los domingos, antes de misa, para cerrar tratos y hacerse demercancíasen los barcos, madrugando a los compradores del lunes había descuidado mucho la vivienda, tempranamente abandonada por una madre quehabía sido víctimade la másfunesta epidemia deinfluenza padecida por la ciudad. Faltaban baldosasen el patio; estaban sucias las estatuas; demasiado entraban los lodos delacalleal recibidor; el moblaje delos salonesy aposentos, reducido apiezasdesemparejadas, másparecíadestinado acualquier almonedaqueal adorno de unamansión decente. Hacía muchosaños queno corría el agua por la fuente delos delfinesmudosy faltaban cristales alasmamparas interiores. Algunos cuadros, sin embargo, dignificaban los testeros ensombrecidos por manchas dehumedad, aunque con el revuelco de asuntos y escuelas debido al azar de un embargo quehabía traído a la casa, sin elección posible, laspiezas invendidas deunacolecciónpuestaasubasta.Acasoloquedadotuviesealgúnvalor,fueseobrademaestrosynodecopistas;peroeraimposible determinarlo, en esta ciudad de comerciantes, por falta de peritos en tasar lo moderno o reconocer el gran estilo antiguo bajo lasresquebrajadurasdeuna telamaltratada. Másalládeuna Degollación deInocentesquebien podía ser de un discípulo de Berruguete,ydeunSanDionisio quebienpodíaser deunimitadordeRivera,seabríael asoleadojardíncon arlequinesenamoradosqueencantabaaSofía,aunqueCarlosestimaraquelosartistasdecomienzosdeestesiglohubiesenabusadodelafiguradel arlequín por el mero placer de jugar con los colores. Prefería unas escenas realistas, de siegas y vendimias, reconociendo, sin embargo, quevarioscuadros sin asunto, colgadosen el vestíbulo olla, pipa, frutero, clarinetedescansando junto aun papel de música... nocarecíandeunabellezadebidaalasmerasvirtudesdelafactura.Estebangustabadeloimaginario,delofantástico, soñando despierto ante pinturasdeautoresrecientes, quemostraban criaturas, caballos espectrales, perspectivas imposibles un hombre árbol, con dedosquele retoñaban; un hombre armario, con gavetas vacíassaliéndole del vientre... Pero su cuadro predilecto era unagran tela, venidadeNápoles, deautor desconocido que, contrariando todaslasleyes delaplástica, era la apocalíptica inmovilización de una catástrofe. Explosión en una catedral setitulaba aquella visión de una columnataesparciéndose en el aireapedazos demorando unpoco en perder laalineación, en flotar paracaer mejor antesdearrojar sustoneladasde piedra sobre gentes despavoridas. («No sé cómo pueden mirar eso», decía su prima, extrañamente fascinada, en realidad, por el terremotoestático,tumulto silencioso,ilustracióndel findelostiempos,puestoahí,al alcancedelasmanos,enterriblesuspenso. «Es parairmeacostumbrando», respondíaEsteban sin saber por qué, con la automáticainsistenciaquepuedellevarnos a repetir
un juego depalabras queno tiene gracia, ni hacereír a nadie, duranteaños, en lasmismas circunstancias.) Al menos, el maestro francés demás allá, quehabía plantado un monumento de su invención en medio de una plaza desierta suerte de templo asiático-romano, con arcadas, obeliscosy penachos , ponía una nota depaz, de estabilidad, trasdela tragedia, antes dellegarse al comedor cuyo inventario seestablecía en valoresde bodegones ymueblesimportantes: dos armarios devajilla, resistidos al comején, de dimensiones abaciales; ocho sillastapizadas y la gran mesa del comedor, montada en columnas salomónicas. Pero, encuanto alodemás: «Vejestoriosderastro»,sentenciabaSofía,pensandoensuestrechacamadecaoba,cuandosiemprehabía soñado con un lecho dedar vueltas y revueltas, dondedormir atravesada, ovillada, aspada, como seleantojara. El padre, fiel a hábitos heredados de susabuelos campesinos, había descansado siempre en una habitación del primer piso, sobre un camastro delonaconcrucifijoenlacabecera,entreunarcón denogalyunabacinillamexicana,deplata,queél mismovaciabaal amanecer enel tragantedeorinesdelacaballeriza,congestoampliodesembrador augusto. «MisantepasadoserandeExtremadura»,decía, como si eso lo explicara todo, alardeando de una austeridad quenadasabía desaraosni de besamanos. Vestido de negro, como loestabasiempre,desdelamuertedesuesposa,lohabíatraídodonCosmedelaoficina,dondeacababadefirmar undocumento, derribado por una apoplejía sobre la tinta frescadesu rúbrica. Aun muerto conservabael rostro impasible yduro de quien no hacía favores anadie, no habiéndolos solicitado nuncapara sí. Apenassi Sofía lo había visto un domingo queotro, durante los últimos años, en almuerzos de cumplido familiar que la sacaban, por unashoras, del convento de las clarisas. Por lo que miraba a Carlos, concluidos susprimeros estudios selehabía tenido casi constantementeen viajesala hacienda, con encargosdehacer talar, limpiar o sembrar, que bien hubiesen podido darsepor escrito, yaquelastierraseran depoca extensión y estaban entregadas, principalmente,al cultivodelacañadeazúcar.«Hecabalgadoochentaleguasparatraer docecoles»,observabael adolescente, cuandovaciabasusalforjas,luegodeotroviajeal campo.«Así setemplanloscaracteresespartanos»,respondíael padre,tandado a vincular Esparta con lascoles, como explicaba las portentosaslevitacionesdeSimón el Mago abasedelaatrevidahipótesis de queéste hubiesetenido algún conocimiento de la electricidad, aplazando siempre el proyecto de hacerleestudiar leyes, por un instintivomiedoalasideasnuevasypeligrososentusiasmospolíticosquesolíanpropiciar losclaustrosuniversitarios.DeEsteban sepreocupabamuypoco; aquel sobrino endeble, huérfano desde la niñez, había crecido con Sofíay Carlos como un hijo más; de lo quehubieseparalos otros, habríasiempre para él. Pero irritaban al comerciante los hombresfaltos desalud y más si pertenecían asu familia por lo mismo que nunca seenfermaba, trabajando de sol a sol durante el año corrido. Se asomaba aveces al cuarto del doliente, frunciendo el ceño con disgusto cuando lo hallaba en padecimiento de crisis. Mascullaba algo acerca dela humedaddel lugar;delagentequeseempeñabaendormir encuevas, comolosantiguosceltíberos,y despuésdeañorarlaRoca Tarpeyaseofrecíaaregalar uvas recién recibidasdel Norte, evocabalas figuras detullidos ilustres, y semarchabaencogiéndose dehombros rezongando condolencias, frasesdealiento, anuncios denuevosmedicamentos, excusas por no poder gastar más tiempoenel cuidadodequienespermanecíanconfinados,porsusmales,enlasorillasdeunavidacreadorayprogresista.Después de haber demorado en el comedor probando de esto y de aquello con el mayor desorden, pasándoselos higos antes que las sardinas,elmazapánconlaolivaylasobreasada,«lospequeños» como los llamabael Albacea abrieron lapuertaqueconducía a la casa aledaña, donde setenía el comercio y el almacén, ahora cerrado por tresdíasa causadel duelo. Trasdelos escritorios y cajasfuertes,empezabanlascallesabiertasentremontañasdesacos,toneles,fardosdetodasprocedencias. Al cabodelaCallede laHarina,olorosaatahonasdeultramar,veníalaCalledelosVinosdeFuencarral,ValdepeñasyPuentedelaReina,cuyasbarricas goteaban el tinto por todaslascanillas, despidiendo alientos debodega. La Calle de los Cordajes y Jarciasconducía al hediondo rincón de pescado curado, cuyaspencas sudaban la salmuerasobre el piso. Regresando por la Calle delos Cueros deVenado, los adolescentesvolvieron al Barrio delasEspecias, con susgavetas quepregonaban, de sólo olerías, el jengibre, el laurel, los azafranes y lapimienta delaVeracruz. Los quesosmanchegos sealineaban sobre tabladosparalelos, conduciendo al Patio delos Vinagres yAceitesencuyo fondo, bajobóvedas,seguardabanmercancíasdisparatadas:hatosdebarajas,estuchesdebarbería,racimosde candados, quitasoles verdesy rojos, molinillos decacao, con lasmantas andinastraídas deMaracaibo, el desparramo delos palos de tintura ylos libros de hojaspara dorar y platear, que venían deMéxico. Másacáestaban lastarimasdonde descansaban sacos deplumas deaves hinchados yblandos, como grandesedredones deestameña , sobre los cuales searrojó Carlos de bruces, remedando gestos de nadador. Una esfera armilar, cuyos círculos hizo girar Esteban con mano distraída, seerguía como un símbolo del Comercio ylaNavegación en medio deaquel mundo decosas viajadaspor tantos rumbos oceánicos todo dominado por el hedor del tasajo, también presenteallí, aunquemenos molesto por estar almacenado en los trasfondos del edificio. Por laCalledelasMieles regresaban los hermanosal áreadelos escritorios. «¡Cuántas porquerías! murmurabaSofía, con el pañueloenlasnarices .¡Cuántasporquerías!»Subidoahorasobresacosdecebada,Carloscontemplabael panoramabajotecho, pensando con miedo en el día en que tuviera queponerse avender todo aquello, y comprar y revender, y negociar y regatear, ignorante deprecios, sin saber distinguir un grano de otro, obligado a remontarse alasfuentes a través de millaresde cartas,
facturas, órdenes depago, recibos, aforos, guardadosen los cajones. Un olor a azufreapretó la gargantadeEsteban congestionándolelos ojosy haciéndole estornudar. Sofíaestabamareadapor los efluvios del vino y del arencón. Sosteniendo al hermano amenazado por una nueva crisis, regresó rápidamente ala casa, donde yala acechabala Superiora delasClarisas con un libro de edificante lectura. Carlos volvió deúltimo, cargado con la esfera armilar, para instalarla en su cuarto. La monja hablabaquedamentedelasmentirasdelmundoydelosgozosdel claustro,enlapenumbradel salóndeventanascerradas,mientraslosvarones sedistraían en mover Trópicos y Elípticas en torno al globo terráqueo. Comenzaba unavidadistinta, en el bochorno de aquella tardequeel sol hacíaparticularmente calurosa, levantando fétidasevaporacionesdelos charcos callejeros. Nuevamentereunidos por la cena, bajo las frutas y vola-terías de los bodegones, los adolescentes hicieron proyectos. El Albacea les aconsejabaque pasaran sus lutos en la hacienda, mientras él se ocupara deponer en claro los asuntos del difunto llevados de palabras, por costumbre, sin dejar constancia de algunos tratos que en su memoria guardaba. Así, Carlos lo encontraría todo en orden asu regreso, cuando se resolviera a formalizarseen los rumbos del comercio. Pero Sofía recordó que los intentos dellevar a Esteban al campo «para respirar airepuro» no habían servido sino para empeorar su estado. Donde menos padecía, en fin de cuentas, era en su habitación de bajo puntal, junto a lascaballerizas... Sehabló deviajesposibles: México, con sus mil cúpulas, les rutilabaen laotraorilladel Golfo. Pero los Estados Unidos, con su progreso arrollador, fascinaban a Carlos, queestabamuy interesado en conocer el puerto de NuevaYork, el Campo deBatalla deLexington y lasCataratas del Niágara. Esteban soñabacon París, sus exposicionesdepintura,suscafésintelectuales,suvidaliteraria;queríaseguir uncursoenaquel Colegio deFranciadondeenseñaban lenguas orientalescuyo estudio si no muyútil para ganar dinero debía ser apasionante paraquien aspirara, como él, a leer directamente, sobre los manuscritos, unos textos asiáticos recién descubiertos. Para Sofía quedaban las funciones de la Opera y del Teatro Francés, en cuyo vestíbulo podía admirarsealgo tan bello y famoso como el Voltaire de Houdon. En sus itinerantesimaginaciones, iban de las palomas deSan Marcos al Derby de Epsom; de las funcionesd lavisitadel Louvre;delaslibreríasrenombradasaloscircosfamosos,paseándosepor lasruinasdePalmirayPompeya, loscaballitos etruscosy los vasos jaspeados exhibidos en el Greek Street, queriendo verlo todo, sin decidirse por nada secretamente atraídos, los varones, por un mundo delicenciosas diversiones, apetecidaspor sus sentidos, y queyasabrían encontrar y aprovechar cuando la joven anduviera decompras o visitando monumentos. Despuésderezar, sin habersetomado determinación alguna, seabrazaron llorando, sintiéndosesolos en el Universo, huérfanosdesamparadosen una urbeindiferentey sin alma, ajena a todo lo quefuesearteo poesía, entregadaal negocio y ala fealdad. Agobiados por el calor y los oloresa tasajo, a cebollas, a café, que les venían de la calle, subieron a la azotea, envueltos en sus batas, llevando mantas y almohadas sobre las que acaba-ron por dormirse, luego dehablar, con lascaraspuestas en el cielo, deplanetas habitables y segura-mente habitados donde la vida seríaacasomejor queladeestaTierraperennementeentregadaalaaccióndelamuerte.
Sintiéndoserondadapor lasmonjasquelainstaban tenazmente, pero sin prisa; suavemente,pero con reiteración a quesehiciera una sierva del Señor, Sofía reaccionabaante sus propias dudas, extremándose en servir de madre deEsteban madretanposesionadadesunuevooficioquenovacilabaendesnudarloydarlebañosdeesponjacuandoeraincapazdehacerlo por sí mismo. La enfermedad dequien había mirado siempre como un hermano la ayudaba en su instintiva resistencia a retirarse del mundo,erigiendosupresenciaenunanecesidad.EncuantoaCarlos,fingíaignorarsurobustasalud,aprovechandolamenor tos para meterlo en camay hacerletragar unos ponchesmuycargados queleponían, demagnífico humor. Un díarecorrió las habitacionesdelacasa, plumaenmano yllevabael tinterolamulata,detrás,comosi alzarael Santísimo ,haciendouninventario delos trastos inservibles. Estableció una laboriosalista decosasquesenecesitaban para amoblar una vivienda decente y la pasó al Albacea siempreempeñado en oficiar de«segundo padre»para satisfacer cualquier deseo delos huérfanos... En vísperas de las Navidades comenzaron a llegar cajas y embalajesque se metieron, según iban apareciendo, en las estancias dela planta baja.Del GranSalónalascocheraseraunainvasióndecosasquesedejabanmedio guardadasentresustablas,vestidasdepajay devirutas, en espera deun arreglo final. Así, un pesado aparador, traído por seis cargadores negros, demoraba en el vestíbulo, mientrasunparavándelaca,arrimadoaunapared,noacababadesalir desuenvolturaclaveteada.Lastazaschinaspermanecían enel serríndesuviaje,entantoqueloslibrosdestinadosaconstituir unabibliotecadeideasnuevasynuevapoesía,ibansaliendo,
docenaaquí, docenaallá,apilándosesegúnsepudiera,sobrebutacasyveladores,queaúnolíanabarnizfresco.El tapiz del billar erapraderatendidaentrelalunadeunespejorococóyel severo perfil deunescritoriodemarqueteríainglesa. Unanocheseoyerondisparosdentrodeunacaja:elarpa,queSofíahabíaencargadoaunfactor napolitano,reventaba suscuerdastensas por lahumedad del clima. Como los ratones del vecindario sedieron a anidar en todaspartes, vinieron gatos queafilaban sus uñas en los primoresdelaebanisteríay deshilachaban los tapices habitadospor unicornios, cacatúasy lebreles. Pero el desorden llegó a su colmo cuando llegaron los artefactos de un Gabinete de Física, queEsteban había encargado para sustituir susautómatasycajasdemúsicapor entretenimientosqueinstruyerandeleitando.Erantelescopios,balanzashidrostáticas, trozos de ámbar, brújulas, imanes, tornillos de Arquímedes, modelos de cabrias, tubos comunicantes, botellas de Leyden, péndulosy balancines,machinasenminiatura,alosqueel fabricantehabíaañadido,parasuplir lacarenciadeciertosobjetos,un estuche matemático con lo más adelantado en la materia. Así, ciertas noches, los adolescentes seafanaban en armar los más singulares aparatos, perdidos en los pliegos de instrucciones, trastocando teorías, esperando el alba para comprobar la utilidad deun prisma maravillados al ver pintarselos colores del arco iris en unapared. Poco apoco sehabían acostumbrado avivir de noche, llevados aello por Esteban, que dormía mejor duranteel día y prefería velar hasta el amanecer, pues las horasdela madrugadaeranhartopropiciasal iniciodelargascrisis,cuandolosorprendíanamodorrado.Rosaura,lamulatacocinera,aderezaba la mesa del almuerzo a lasseis dela tarde, dejando una cena fría para la medianoche. De día en día sehabía ido edificando un laberintodecajasdentrodelacasa, dondecadacual teníasurincón, supiso,sunivel, paraaislarseoreunirseenconversaciónen torno a un libro o a un artefacto defísicaquesehabía puesto afuncionar, de pronto, de la maneramás inesperada. Había como una rampa, un camino alpestre, quesalíadel quicio del salón, pasando por sobreun armario recostado, para subir a lasTres Cajas de Vajilla, puestasuna sobreotra, desdelascuales podía contemplarseel paisaje deabajo, antesdeascender, por riscososvericuetos detablasrotasy listones parados a modo decardos con algún clavo estirado como espina hasta la Gran Terraza, constituida por las NueveCajasde Muebles, que dejaban al expedicionario de nuca pegadaa las vigas del techo. «¡Qué hermosa vista!», gritabaSofía, riendo y apretando susfaldas alasrodillascuando atales cimasllegaba. Pero Carlos sostenía que había otrosmediosde alcanzarlas, másriesgosos,atacandoel macizodeembalajespor laotrabanda,ytrepandoconmañasmontañesas, hastaasomarseal remate, de bruces, halando del cuerpo propio con noble sofoco de perro San Bernardo. En los caminos y mesetas,escondrijosypuentes,sedabacadacual aleerloquelepareciera:periódicosdeotrosdías,almanaques,guíasdeviajeros, o bienuna HistoriaNatural, alguna tragediaclásicao unanovela nueva, queserobaban aratos, cuya acción transcurríaen el año 2240 cuando Esteban, subido en unacumbre, no remedabaimpíamente las monsergas dealgún predicador conocido, glosando un encendido versículo del Cantar delos Cantares paradivertirsecon el enojo deSofía, quesetapabalos oídos y clamabaque todosloshombreseranunoscochinos.Puestoenel patio,el reloj desol sehabíatransformadoenreloj deluna,marcandoinvertidas horas. La balanza hidrostática servía para comprobar el peso de los gatos; el telescopio pequeño, sacado por el roto cristal deuna luceta, permitía ver cosas, en las casas cercanas, quehacían reír equívocamente aCarlos, astrónomo solitario en lo alto de un armario. Laflautanueva, por lo demás, había salido desu estuche en una habitación tapizadade colchones, como celdade locos, para que los vecinos no se enteraran. Allí, sesgada la cara ante el atril, parado en medio de partiturascaídasa la alfombra, el joven seentregaba alargos conciertos nocturnos queiban mejorando su sonido y su destreza, cuando no sedejaballevar, por el antojo de tocar danzas rústicas en un pífano de reciente adquisición. A menudo, enternecidos unos con otros, juraban los adolescentes quenunca sesepararían. Sofía, aquien las monjashabían inculcado un temprano horror a la naturalezadel varón, seenojabacuando Esteban, por broma y acaso para ponerlaaprueba , le hablaba deun matrimonio futuro, bendecido por una catervadeniños. Un «marido», traído aaquellacasa, eraconsideradodeantemano como unaabominación un atentado alacarne tenidapor unapropiedadsagrada, común atodos, y quedebíapermanecer intacta. Juntos viajarían yjuntos conocerían el vasto mundo. El Albacea selasentendería del mejor modo con las«porqueríasquetan mal olían tras dela pared medianera». Semostrabamuypropicio,por lodemás,asusproyectosdeviaje,asegurándolesqueatodasparteslesseguiríancartasdecrédito. «Hayqueir aMadrid decía para ver la Casa deCorreosy la cúpula deSan Francisco el Grande, que talesmaravillasdela arquitecturanoseconocenpor acá.»Enestesiglo, larapidezdelosmediosdecomunicaciónhabíaabolidolasdistancias.Delos jóvenes dependíadecidirse, cuando sellegaraal término delas incontables misas pagadas por el eterno descanso del padre a lasqueacudían Sofíay Carlos, cadadomingo, sin haberseacostado todavía, yendo a pie, por callesaún desiertas, hasta la iglesia del Espíritu Santo. Por lo pronto, no seresolvían a acabar deabrir lascajasy fardos, y colocar los muebles nuevos; la tarealos abrumabadeantemano,y másaEsteban, aquienlaenfermedadvedabatodo esfuerzofísico. Además, unamadrugadorainvasión detapiceros,barnizadoresygenteextrañahubierarotocon suscostumbres,ajenasaloshorarioscomunes.Levantábasetemprano quieniniciarasujornadaalascincodelatarde,pararecibiradonCosme,máspaternalyobsequiosoquenuncaencuantoahacer encargos, brindarse para conseguir lo que sequisiera, pagar lo quefuese. Los negocios del almacén andaban demaravillas, decía,
y siempre se preocupabapor queSofía tuviese el dinero sobrado para llevar el tren de la casa. La encomiabapor haber asumido responsabilidades maternas, velando por los varones, y arrojaba, depaso, una levepero certera saeta alas religiosas queinducen alasjóvenes distinguidasaenclaustrarsepara poner lamano sobresusbienes y podía tenerseconcienciadeello sin dejar de ser un magnífico cristiano. El visitante semarchaba con una reverencia, asegurando que, por ahora, la presencia deCarlos era innecesaria en el negocio, y regresaban los demás asus posesiones y laberintos, donde todo respondía ala nomenclatura deun código secreto. Tal montón de cajas en trance dederrumbarse era «La Torre Inclinada»; el cofre que hacía de puente, puesto sobre dosarmarios, era «El Paso delos Druidas». Quien hablara deIrlanda se refería al rincón del arpa; quien mencionaba el Carmelo designabalagarita, hechacon biombos amedio abrir, donde Sofíasolíaaislarsepara leer escalofriantesnovelas demisterio. Cuando Esteban echabaa andar susaparatosdefísica, sedecía quetrabajabael Gran Alberto. Todo eratransfigurado por unjuegoperpetuoqueestablecíanuevasdistanciasconelmundoexterior,dentrodelarbitrariocontrapuntodevidasquetranscurrían en tresplanosdistintos: el plano terrestre, dondeoperabaEsteban, poco aficionado alasascensionesacausadesu enfermedad,pero siempreenvidiosodequien,comoCarlos, podíasaltar decaja en caja alláenlascimas ,secolgabadelostirantes del alfarje o se mecía en una hamaca veracruzana colgadadelasvigas del cielo raso, en tanto que Sofía llevabasu existencia en una zonaintermedia, situadaaunos diez palmos del suelo, con los taconesal nivel de las sienesdesu primo, trasegando libros a distintos escondrijos quellamaba «suscubiles», dondepodía repantigarsea gusto, desabrocharse, correrselasmedias, recogiéndoselasfaldashasta lo alto delos muslos cuando teníademasiado calor... Por lo demás, la cenadel alba teníalugar, a la luz de candelabros, en un comedor invadido por los gatos, donde, por reacción contra la tiesura siempre observadaen las comidas familiares,losadolescentesseportabancomobárbaros,trinchandoacualpeor,arrebatándoseelbuenpedazo,buscandooráculos enloshuesecillosdelasaves,disparándosepatadasbajo lamesa,apagandolasvelas, derepente,pararobar unpastel del platode otro, desgalichados, sesgados, mal acodados. Quien estabadesganado comíahaciendo solitarios o castillos de naipes; quien andaba demal talante, traía su novela. Cuando Sofía era víctimade una conjura delos varones para zaherirla en algo, sedaba a largar palabrotas dearriero; pero en su boca la interjección canallesca cobraba una sorprendente castidad, despojándosedesu sentido original parahacerseexpresión dedesafío desquitedetantasytantascomidasconventuales, tomadascon losojosfijos en el plato, despuésderezarseel Benedicite. «¿Dóndeaprendisteeso?», lepreguntaban los otros, riendo. «En el lupanar», contestaba ella, con la naturalidad de quien hubiese estado. Al fin, cansados deportarse mal, de atropellar la urbanidad, dehacer carambolascon nuecessobreel mantel manchado por una copaderramada, sedaban lasbue-nas nochesal amanecer, llevando todavía asus cuartos una fruta, un puñado de almendras, un vaso devino, en un crepúsculo invertido que se llenabadepregones y maitines.
GOYA.
Transcurrióel año del luto yseentró en el año del medioluto sinquelosjóvenes, cadavez másapegadosasusnuevas costumbres,metidoseninacabableslecturas,descubriendoeluniversoatravésdeloslibros,cambiarannadaensusvidas.Seguían en el ámbito propio, olvidadosdela ciudad, desatendidos del mundo, enterándosecasualmente delo queocurría en laépoca por algún periódico extranjero quelesllegaba con mesesderetraso. Oliéndose la presencia de«buenos partidos»en la mansión cerrada, algunas gentes decondición habían tratado de acercárseles mediante invitaciones diversas, aparentemente condolidasde que aquellos huérfanos vivieran tan solos; pero sus amistosas gestiones se topaban con frías evasivas. Tomaban el luto como socorrido pretexto parapermanecer al margen detodo compromiso uobligación, ignorantesde unasociedad que, por susprovincianosprejuicios, pretendíasometer lasexistencias anormas comunes, paseando ahorasfijaspor los mismos lugares, merendando en lasmismas confiterías de moda, pasando lasNavidadesen los ingenios de azúcar, o en aquellasfincas de Artemisa, donde los ricos hacendados rivalizaban en parar estatuasmitológicasa la orilla delasvegasdetabaco... Sesalía dela estación de laslluvias, que había llenado lascallesdenuevoslodos, cuando una mañana en el medio sueño de su incipiente noche, Carlos oyósonar reciamentelaaldabadelapuertaprincipal. El hechonolehubieraatraídolaatención, si, pocosmomentosdespués,no hubiesen llamado alapuerta cochera, y despuésa todas las demáspuertas dela casa, regresando la mano impaciente al punto de partida, para volver a atronar luego lasotraspuertas por segunday tercera vez. Era como si una persona empeñada en entrar
girara en torno alacasa, buscandoalgún lugar por dondecolarse y esaimpresión dequegirabasehacíatanto másfuertepor cuantolasllamadasrepercutíandondenohabíasalidaalacalle,enecosquecorríanpor losrinconesmásretirados.Por ser Sábado deGloriaydíaferiado, el almacén recurso devisitantesquedeseaban información estabacerrado.RemigioyRosauradebían estar enlamisadeResurrecciónodecomprasenel mercado,puestoquenorespondían.«Yasecansará»,pensóCarlos,metiendo lacabezaenlaalmohada.Pero,al advertir queseguíanlosgolpes,acabóporecharseunabataencima,iracundo,ybajaral zaguán. Seasomó ala calleen lo justo para divisar a un hombre quedoblaba la esquina máspróxima, con paso presuroso, llevando un enormeparaguas. En el suelo había unatarjeta, deslizadabajo los batientes: V CTORHUGUES Negociant a Port-au-Prince Después demaldecir al personajedesconocido, Carlos volvió aacostarse, sin pensar más en él. Al despertar, sus ojos setoparon con la cartulina, extrañamente teñidadeverde por un último rayo desol que atravesaba el verde cristal de unaluceta. Y estaban «los pequeños» reunidos entrelas cajas y envoltorios del Salón, entregado el Gran Alberto a sus trabajos de física, cuando la misma mano de la mañana levantó lasaldabasde la casa. Serían acaso las diez de la noche, hora tempranapara ellos, pero tardía para los hábitos de la ciudad. Un miedo repentino se apoderó de Sofía: «No podemos recibir aquí a una persona extraña», dijo, reparando, por vez primera, en la singularidad de cuanto había venido a constituirseen el marco natural desu existencia. Además, aceptar a un desconocido en el laberinto familiar hubiese sido algo como traicionar un secreto, entregar un arcano, disipar un sortilegio. «¡No abras, por Dios!», imploró a Carlos, queya se levantaba con enojadaexpresión. Pero era demasiado tarde: Remigio, sacadodeun primer sueño por la aldabadela puerta cochera, introducía al forastero, alzando un candelabro. Eraun hombre sin años acasoteníatreinta, acaso cuarenta, acaso muchos menos , de rostro detenido en la inalterabilidad que comunican a todo semblante los surcos prematuros marcados en la frente y las mejillaspor la movilidad de una fisonomíaadiestradaen pasar bruscamente y esto severíadesdelasprimeraspalabras deunaextrematensiónalapasividad irónica, delarisairrefrenadaaunaexpresiónvoluntariosaydura,quereflejabaundominanteafándeimponer pareceresyconvicciones. Por lo demás, su cutis muy curtido por el sol, el pelo peinado ala despeinada, según lamodanueva, completaban una saludable yrecia estampa. Susropas ceñían demasiado un torso corpulento y dos brazos hinchados demúsculos, bien llevados por sólidaspiernas, segurasenel andar. Si suslabios eran plebeyos y sensuales, los ojos, muy oscuros, lerelumbraban con imperiosay casi altaneraintensidad. El personaje tenía empaquepropio, pero, de primer intento, lo mismo podía suscitar la simpatía quela aversión. («Tales gañanes pensó Sofía sólo pueden golpear una casacuando quieren entrar en ella.») Despuésde saludar con una engoladacortesíaquemal podíahacer olvidar la descortesía desusinsistentes yestrepitosas llamadas, el visitante comenzó a hablar rápidamente, sin dejar espacio para unaobservación, declarando quetenía cartas para el padre, decuyainteligencialehabían dicho maravillas; que los tiemposeran denuevostratos y nuevos intercambios; quelos negociantes deaquí, con su derechoal libre comercio, debían relacionarsecon los deotrasislasdel Caribe; quetraíael modesto regalo deunasbotellasde vino,deunacalidadignoradaenlaplaza;que...Al recibir lanoticia,gritadaporlostres,dequeel padreestabamuertoyenterrado desdehacía mucho tiempo, el forastero queseexpresaba en una graciosajerga, un tanto española ybastantefrancesa, entreverada delocuciones inglesas sedetuvo con un «¡Oh!» condolido, tan decepcionado, tan atravesado en su impulso verbal, que losdemás, sin reparar enqueeravergonzosoreír enaquel instante,prorrumpieron enunacarcajada.Todohabíasidotanrápido, tan inesperado, queel negociante dePort-au-Prince, caído en desconcierto, unió su risaa la delos demás. Un «¡Por Dios!» de Sofía, vuelta ala realidad, estiró los rostros. Pero la tensión de ánimo había caído. El visitante pasaba adelantesin haber sido invitado aello, y como sin sentir extrañeza ante el cuadro dedesorden ofrecido por la casa, ni por el raro atuendo de Sofía que, por divertirse, se había puesto una camisade Carlos cuyosfaldones le llegaban a lasrodillas. Dio un capirotazo deexperto a la porcelanadeun jarrón, acarició la BotelladeLeyden, alabó lafactura deuna brújula, hizo girar el tornillo deArquímedes, mascullandoalgoacercadelaspalancasquelevantanel mundo,yempezóahablar desusviajes,iniciadoscomogrumeteenel puerto de Marsella, dondesu padre y a mucha honra lo tenía había sido maestro panadero. «Los panaderos son muy útiles a la sociedad», comentó Esteban, complacido ante un extranjero que, al pisar estas tierras, no alardeabadealcurnia. «Más valeempedrar caminos quehacer flores deporcelana», apuntó el otro, con una citaclásica, antes dehablar desu nodrizamartiniqueña, negra, de las negras de verdad, que había sido como una anunciación de sus rumbos futuros, pues, aunquesoñara en la adolescencia con los caminos del Asia, todos los barcos que lo aceptaban a bordo iban a parar a las Antillas o al Golfo de México. Hablaba de las selvas de coral de las Bermudas; de la opulencia deBaltimore; del Mardi-Gras de la Nueva Orleáns, compara-ble
al de París; delos aguardientes deberro y hierbabuenadela Veracruz, antes dedescender hasta el Golfo de Paria, pasando por la Isla de las Perlas y la remota Trinidad. Elevado a piloto, había llegado hasta la lejana Paramaribo, ciudad quebien podía ser envidiadapor muchasquesedabanínfulas y señalabael suelo , yaqueteníaanchasavenidassembradasdenaranjosylimoneros, en cuyos troncos se encajaban conchas de mar para mayor adorno. Dábanse magníficos bailes a bordo de los buques extranjerosanclados al piedel Fuerte Zelandia, y allálas holandesas decía, con un guiño dirigido alosvarones eran pródigas enhacer favores. Todos los vinos ylicoresdel mundo secataban en aquellatornasoladacolonia, cuyosfestineseran servidos por negras enjoyadas de ajorcas y collares, vestidas con faldas detela de Indias, y alguna blusaligera, casi transparente, ceñida al pecho estremecido y duro y para aquietar a Sofía, queyaarrugabael ceño antelaimagen, ladignificó oportunamente con la cita deun verso francés alusivo a las esclavas persas quellevaban un parecido atuendo en el palacio de Sardanápalo. «Gracias», dijo la joven entredientes, aunquereconociendo la habilidad del quite. Por lo demás proseguía el otro, cambiandodelatitud lasAntillasconstituían un archipiélagomaravilloso, donde seencontraban las cosasmás raras: áncorasenormes abandonadasen playas solitarias; casas atadas a la roca por cadenas dehierro, para que los ciclones no las arrastraran hasta el mar; un vasto cementeriosefarditaenCurazao;islashabitadaspor mujeresquepermanecíansolasdurantemesesyaños,mientrasloshombres trabajaban en el Continente; galeones hundidos, árboles petrificados, peces inimaginables; y, en la Barbados, la sepultura de un nieto deConstantino XI, último emperador de Bizancio, cuyo fantasmaseaparecía, en lasnoches ventosas, a los caminantes solitarios...DeprontoSofíapreguntóal, visitante,congranseriedad,si habíavistosirenasenlosmarestropicales.Y,antesdeque el forastero contestara, lajovenlemostró unapágina deLasdeliciasdeHolanda, viejísimolibro dondesecontabaquealgunavez despuésdeuna tormentaquehabía roto los diques deWest-Frise, apareció una mujer, marina, medio enterradaen el lodo. Llevada aHarlem, la vistieron y la enseñaron a hilar. Pero vivió durante varios años sin aprender el idioma, conservando siempre un instinto que la llevaba hacia el agua. Su llanto era como la queja de una persona moribunda... Nadadesconcertado por la noticia, el visitante habló de unasirena hallada, añosantes, en el Maroní. Lahabía descrito un Mayor Archicombie, militar muy estimado, en un informeelevado a la Academia deCienciasdeParís: «Un mayor inglésno puedeequivocarse», añadió, con casi engorrosaseriedad. Carlos, advirtiendo queel visitante acababa deganar algunospuntos en la estimación deSofía, hizo regresar la conversación al tema delos viajes. Pero sólo faltaba hablar de Basse-Terre, en la Guadalupe, con sus fuentes deaguasvivas y suscasasqueevocabanlasdeRocheforty LaRochela ¿no conocían los jóvenes Rochefort ni La Rochela? . «Eso debeser un horror dijo Sofía : Por fuerza nosdetendremosunashorasen talessitios cuando vayamos aParís. Mejor háblenosdeParís, queusted, sin duda, conoce palmo a palmo.» El forastero la miró de reojo y, sin responder, narró cómo había ido de la Pointe-àPitrea Santo Domingo con el objeto deabrir un comercio, estableciéndose finalmente en Port-au-Prince, donde tenía un próspero almacén: un almacén con muchasmercancías, pieles, salazones («¡Qué espanto!», exclamó Sofía), barricas, especias «más omenoscommelevótre»,subrayóel francésarrojándoseel pulgar por sobreel hombro,hacialaparedmedianera, congestoque la joven consideró como el colmo dela insolencia: «Esteno lo atendemos nosotros», observó. «No sería trabajo fácil ni descansado», replicó el otro, pasando en seguida acontar queveníade Boston, centro de grandes negocios, magnífico para conseguir harina detrigo amejor precio que el de Europa. Esperabaahora un gran cargamento, del que vendería unaparte en la plaza, mandandoel restoaPort-au-Prince.Carlosestabapor despedir cortésmenteaaquel intrusoque,despuésdel interesanteintroito autobiográfico, derivaba hacia el odiado temadelascompraventas, cuando el otro, levantándose dela butaca como si en casa propia estuviera, fue hacia los libros amontonados en un rincón. Sacaba un tomo, manifestando enfáticamente su contento cuando el nombre desu autor podía relacionarse con algunateoría avanzadaen materia depolíticao religión: «Veo queestán ustedes muy au-cou-rant», decía ablandando la resistenciadelos demás. Pronto lemostraron lasedicionesdesusautorespredilectos, alasquepalpabael forastero con deferencia, oliendo el grano del papel y el becerro de lasencuadernaciones. Luego se acercó a los trastos del GabinetedeFísica, procediendo a armar un aparato cuyas piezasyacían, esparcidas, sobrevarios muebles: «Esto también sirvepara la navegación», dijo. Y como mucho era el calor, pidió permiso paraponerse en mangas decamisa, ante el asombro de los demás, desconcertados por verlo penetrar con tal familiaridaden un mundo que, esta noche, lesparecía tremendamente insólito al erguirse, junto al «Paso de los Druidas» o «La Torre Inclinada», una presencia extraña. Sofía estabapor invitarlo a comer, pero la avergonzaba revelarle queen la casasealmorzabaa medianochecon manjares propios del mediodía, cuando el forastero, ajustando un cuadrante cuyo uso había sido un misterio hasta entonces, hizo un guiño hacia el comedor, dondelamesaestabaservidadesdeantesdesullegada.«Traigomisvinos»,dijo.Y buscandolasbotellasquealentrarhabíadejado enunbancodel patio, lascolocó aparatosamentesobreelmantel invitandoalosdemásatomarasiento.Sofíaestabanuevamente escandalizadaanteel desparpajo deaquel intruso queseotorgaba, en la casa, atribuciones depater familias. Pero ya los varones probaban un mosto alsaciano con tales muestras de agrado que, pensando en el pobre Esteban había estado muy enfermo últimamente y mucho parecía divertirsecon el visitante , adoptó una actitud de señora estiraday cortés, pasando las bandejas
aquienllamaba«Monsieur Jiug»consilbadoacento, «Huuuuug»enderezabael otro,poniendouncircunflejoverbal encada«u» para cortar bruscamente en la «g», sin que Sofía enmendara la pronunciación. Másqueenteradade cómo sonabael apellido, se gozabamalignamente en deformarlo cadavez másen «Tug», «Juk», «Ugües», acabando por armar trabalenguas queterminaban en risas sobre las pastas y mazapanes deSemanaSanta, traídos por Rosaura, los cualeshicieron recordar a Esteban, de pronto, que seestabaen Sábado deGloria. «Lescloches! Lescloches!», exclamó el convidado con fuerza, señalando alo alto, con un índiceirritadoparasignificar quedemasiadohabíansonadolasesquilasyesquilonesdelaciudaddurantelamañana.Fueluego por otra botella estavez deArbois quelos mozos, algo achispados, acogieron con alborotosa alegría, haciendo el gesto de bendecirla.Vaciadaslascopas,salieronal patio.«¿Quéhayarriba?»,preguntómonsieurJiug,yendohacialaanchaescalera.Y ya estabaen el otro piso, después deescalar los peldaños a dobles trancos, asomado a la galería bajo tejado, entre cuyas columnas corría un barandal de madera. «Como seatreva aentrar en mi cuarto lo saco a patadas», murmuró Sofía. Pero el desenfadado visitante seacercó a una última puerta, entornada, cuya hoja empujó levemente. «Esto escomo un desván», dijo Esteban. Y era él quienentrabaahora,con laluz enalto, enun viejosalónquenovisitabadesdehacíaaños.Variosbaúles,cajas, arconesyvalijas deviajeestabanarrimadosalasparedes,con unaordenaciónqueestablecíauncómicocontrastesi sepensabaenel desordenque reinaba abajo. Al fondo, había un armario de sacristía, cuyamadera llamó la atención de monsieur Jiug por el esplendor de sus nervaduras: «Sólido... Hermoso.» Para quela solidez pudiera palparse, Sofía abrió el mueble, mostrando el grosor del batiente. Pero ahora estabamás interesado el forastero por los trajes viejos quecolgaban de unavarilla metálica: ropas quehabían pertenecido a miembros dela familia materna, edificadora dela casa; al académico, al prelado, al alférez denavío, al magistrado; vestidos de abuelas, rasos desteñidos, levitas austeras, encajes de baile, disfraces de un día: de pastora, de echadora de cartas, de princesaincaica,dedamaantañona.«¡Magníficopararepresentarpersonajes!»,exclamóEsteban.Y concertadosrepentinamente en unamismaidea, empezaron asacar aquellaspolvorientas reliquias, en un gran revuelo depolillas, haciéndolasresbalar, escaleras abajo, sobre el pasamano de caoba encerada. Poco después, en el Gran Salón transformado en teatro, alternando en representar y adivinar, los cuatro sedieron, por turno, a interpretar papeles diversos: bastabacon trastocar lasprendas, modificar sus formascon alfileres, admitir queuna dormilona era un peplo romano o una túnica antigua, para caracterizar a un héroe dela historia o dela novela, con ayuda dealguna escarola transformadaen corona delaurel, una pipa amodo depistola, un bastón al cinto remedando la espada. Monsieur Jiug, evidentemente afecto a la antigüedad, hizo de Mucio Scévola, deCayo Graco, de Demóstenes un Demóstenes prestamente identificado cuando sele vio salir al patio en busca de piedrecitas . Carlos, con flautay tricornio decartón, fuereconocido por Federico dePrusia, aunquemuchoseempeñaraendemostrar quehabía querido representar al flautista Quantz. Esteban, con una rana dejuguete traída desu cuarto, remedó los experimentos de Galvani terminandoahí suactuación, porqueel polvodelasropaslehacíaestornudarpeligrosamente . Sofía, barruntándosequemonsieur Jiug era poco versado en cosasespañolas, seencarnizabamalignamente en hacer de Inésde Castro, JuanalaLoca olaIlustre Fregona,acabandopor afearseenloposible,torciendolacara,embobandolaexpresión, paraanimarun personajeinidentificable queresultó ser, en medio delasprotestas delos demás, «cualquier infanta deBorbón». Cuando el albaestuvo próxima, Carlos propuso lacelebración deuna «gran masacre». Colgando los trajes con delgadoshilos deun alambretendido entrelos troncos de palmeras, luego de ponerles grotescas caras de papel pintado, se dieron todos aderribarlos a pelotazos. «¡Al desbocaire!», gritabaEsteban, dando la voz deacometida. Y caían prelados, caían capitanes, caían damasde corte, caían pastores, en medio de risas que, lanzadas alo alto por la angostura del patio, podían oírseen toda la calle... El día los sorprendió en aquello, insaciados dejugar,arrojandopisapapeles,cazuelas,macetas,tomosdeenciclopedia,alostrajesquelaspelotasnohubiesenpodidoderribar, entregados ala másalegrefuria: «¡Al desbocaire! gritabaEsteban . ¡Al desbocaire!...» Remigio, al fin, se vio requerido para sacar el cocheyllevar al visitanteal hotelcercano.El francéssedespidiócongrandesprotestasdeafecto, prometiendovolver ala noche. «Es todo un personaje», dijo Esteban. Pero ahora tenían los otros que vestirsedenegro para ir a la iglesia del Espíritu Santo, dondesedecíaotramisapor el eterno descanso del padre. «¿Y si no fuésemos? propusoCarlos, bostezando : Lamisa sedirá detodos modos.» «Iréyo sola», dijo Sofía, severamente. Pero al cabo dealguna vacilación, buscando excusas en lainminencia deunaindisposición muy normal, corrió lascortinasdesu habitación y se metió en la cama.
Víctor como yalo llamaban, venía todaslastardes a la casa, revelándosehábil en los másinesperados menesteres. Una noche ledabapor meter lasmanos en la artesay amasabamedialunas quedemostraban su dominio del arte dela panadería.Otrasvecesliabamiríficassalsas,usandodelosingredientesmenosaptosparacombinarse. Transfigurabaunacarnefríaen plato moscovita, valiéndosedel hinojo y la pimienta moliday añadía vino hirviente y especias acualquier condumio, bautizándolo con nombres pomposos, inspirados en el recuerdo de cocineros ilustres. El descubrimiento del Arte Seisena del Marqués deVillana,entrevarioslibrosrarosrecibidosdeMadrid,determinóunasemanadeaderezosmedievales,dondecualquier solomo hacía figura depiezadealta venatoria. Acababa dearmar, por otra parte, los máscomplicados aparatos del Gabinetede Física yafuncionaban casi todos , ilustrando teorías, analizando el espectro, echando chispas debuen ver, disertando acerca de ellos en aquel pintoresco castellano adquirido en sus andanzaspor el Golfo de México y las islas del Caribequeseenriquecía depalabras y giros con cotidiana facilidad. A la vez, hacía practicar la pronunciación francesaa los jóvenes, haciéndoles leer una página denovela o, mejor aún, alguna comedia repartidaa variasvoces, como en el teatro. Y muchas eran las risas deSofía cuandoEsteban, enuncrepúsculoqueeraamanecer paraella,declamaba,conun marcadoacento meridional debidoasu maestro, losversosdeLeJoueur: Il est,parbleu,grandjour. Déjàdeleurramaje. Lescoqsonteveillétoutnotrevoisinage.
Unanochedemal tiempo,Víctor fueinvitadoaquedarseenunadelashabitaciones.Y cuandolosdemásselevantaron al siguiente atardecer, faltando poco paraqueyaguardaran los gallos del vecindario lascabezas bajo el ala, seencontraron con un espectáculo increíble: despechugado, con la camisa rota, sudoroso como un negro de estiba, terminaba el francésde sacar lo que durante tantos meses hubiera permanecido medio embalado en las cajas, ordenando a su antojo los muebles, tapicerías y jarrones, con laayudadeRemigio. Laprimeraimpresión fuedesconcertantey melancólica. Todaunaescenografíadesueñosse venía abajo. Pero, poco a poco, empezaron los adolescentes agozarsecon aquella inesperadatransformación, hallando másanchoslosespacios,másclaraslasluces descubriendolamullidahonduradeunabutaca, lafinataraceadeunaparador, loscálidos maticesdel Coromandel . Sofíaibadeuna estanciaaotra, como en casanueva, mirándoseen espejos desconocidos quepuestos frentepor frentemultiplicaban sus imágenes hastalejaníasneblinosas. Y como ciertos rinconesestaban afeados por lahumedad, Víctor, subido en lo alto deuna escalera de mano, dabapintura aquí y allá, salpicándoselascejasy las mejillas. Poseídos por un repentino furor de arreglarlo todo, los demássearrojaron sobre lo quequedaba en lascajas, desenrollando alfombras, desplegando cortinas, sacando porcelanas del serrín, tirando al patio cuanto hallaban roto y sintiendo, tal vez, noencontrar más cosas rotas paraestrellarlasen la pared medianera . Hubo Cena deGran Cubierto, aquellamadrugada, en el comedor quefue imaginariamentesituado en Viena, por aquello dequeSofía, desdehacía algún tiempo, era aficionadaaleer artículos quealababan los mármoles, cristaleríasy rocallasdelaciudad, musical como ninguna, puesta bajo laadvocación de San Esteban, patrón de quien hubiesenacido un 26dediciembre... Después sedio un BailedeEmbajadores frentea las lunas biseladasdel salón, al sonido de laflautadeCarlos,aquienimportabapoco,ental excepcionalcelebración,loquepensaríanlosvecinos.Sesirvieron bandejasde un ponche con espumas espolvoreadas de canela, preparado por el Consejero del Trono, en tanto que Esteban, oficiando de Delfín displicente y condecorado, observabaquetodos bailaban a cual peor en aquella fiesta Víctor, porque sezarandeaba como marino en cubierta;Sofía, porque las monjasno enseñaban a bailar; Carlos, porquegirando al compás desu propiamúsica, parecía un autómata montado en su eje . «¡Al desbocaire!», gritabaEsteban, bombardeándolos con avellanas y grajeas. Pero mallefueal Delfínensuschanzas,pues,desúbito, lossilbidosdesutráqueaseñalaron el comienzodeunacrisis. Enminutos,su rostrofuearrugado,avejentado,por unrictusdesufrimiento.Yaselehinchabanlasvenasdel cuelloyapartabalasrodillasamás no poder, volviendo los codos adelante para empinarse dehombros, reclamando un aire que no encontraba en la vastedad de la casa... «Habríaquellevarlo adondeno hiciera tanto calor», dijo Víctor. (Sofíanuncahabía pensado en eso. Cuando el padre vivía, tan austero como era, jamáshubiera tolerado quealguien saliesede la casa después dela hora del rosario.) Tomando al asmático en brazos, Víctor lo llevó al coche, en tanto queCarlos descolgaba la collera y los arreos del caballo. Y por primera vez sevio Sofía fuera, entre mansiones quela noche acrecía en honduras, altura decolumnas, anchura detejados cuyas esquinas empinaban el alero sobre rejasrematadaspor una lira, unasirena, o cabezas cabrunassilueteadaspor el hierro en algún blasón lleno dellaves, leonesyvenerasdeSantiago. Desembocaron enlaAlameda, dondealgunosfarolesquedabanencendidos.Extrañamentedesierta lucía, con sus comercios cerrados, sus arcadas en sombras, la fuente muda y los fanalesde las naves mecidas en las copas de los mástiles, que, con apretazón de selva, sealzaban tras del malecón. Sobre el rumor del agua mansa, rota por el pilotaje delos muelles, trashumabaun olor de pescado, aceitesy podredumbres marinas. Sonó un reloj decuclillo en algunacasa dormida y
cantó lahorael sereno, dando el cielo, en su pregón, por claro y despejado. Al cabo detresvueltas lentas, Esteban hizo un gesto queexpresabasudeseodeir máslejos.Enfilóseel cochehaciael Astillero, dondelosbarcosenconstrucción, elevandoelcostillar en lascuadernas, remedaban enormes fósiles. «Por ahí no», dijo Sofía, viendo que yaseestabamás allá delos diques y queatrás quedabanlasosamentasdebuques,entodoestoqueseibapoblandodegentecon feascataduras.Víctor, sinhacer caso, castigó levemente las ancas del caballo con el fuete. Cerca había luces. Y al doblar una esquina se vieron en una calle alborotada de marineros donde varias casas de baile, con ventanas abiertas, rebosaban de músicas y derisas. Al compás de tambores, flautas y violines, bailaban lasparejas con un desaforo queencendió lasmejillasdeSofía, escandalizada, muda, pero sin poder desprender lavista deaquellaturbamultaentreparedes, dominadapor lavoz ácidadelos clarinetes. Habíamulatas quearremolinaban las caderas, presentándose de grupa a quien las seguía, para huir prestamente del desgajado ademán cien veces provocado. En un tablado, una negra defaldaslevantadas sobre los muslos, taconeaba el ritmo deuna guarachaquesiempre volvía al intencionado estribillo de ¿Cuándo, mi vida, cuándo? Mostrabauna mujer los pechos por el pago deuna copa, junto a otra, tumbada en una mesa, que arrojaba los zapatos al techo, sacando los muslos del refajo. Iban hombres de todas razas y coloreshacia el fondo de las tabernas, con alguna mano calada en masa de nalgas. Víctor, quesorteabalos borrachos con habilidad decochero, parecía gozarsedeaquel innoble barullo, identificando alos norteamericanos por el modo de tambalearse, a los inglesespor sus canciones, a los españolesporque cargaban el tinto en botas y porrones. En la entradadeun barracón, variasramerasseprendían delos transeúntes, dejándosepalpar, enlazar, sopesar; una de ellas,derribadaenuncamastropor el pesodeuncolosobarbinegro, nohabíatenidoel tiempo,siquiera,decerrarlapuerta.Otra desnudabaa un flaco grumete demasiado ebrio para entendérselas con su ropa. Sofía estaba apunto de gritar de asco, de indignación, pero másaúnpor Carlos y por Esteban quepor ella misma. Aquel mundo le eratan ajeno quelo mirabacomo unavisión infernal, sin relación con los mundos conocidos. Nada tenía que ver con laspromiscuidades de aquel atracadero de gente sin fe ni ley. Pero advertía,en laexpresión delosvarones,algoturbio, raro, expectante por nodecir aquiescente quelaexasperaba. Eracomosi «eso»nolesrepugnaratanprofundamentecomoaella;comosihubieseentresussentidosyaquelloscuerposajenos a los del universo normal un asomo deentendimiento. Imaginó a Esteban, a Carlos, en aquel baile, en aquella casa, revolcadosen los catres, confundiendo suslimpios sudores con las densasexudacionesde aquellashembras... Parándoseen el coche, arrancó el fuete aVíctor y descargó tal latigazo hacia delante, que el caballo echó a galopar en un salto, derribando las pailas de una mondongueraconlabarradel tiro.Derramáronseel aceitehirviente,lapescadilla,losbollosyempanadas,levantandolosaullidos de un perro escaldado queserevolcaba en el polvo, acabando de desollarse con vidrios rotos y espinas depargo. Un tumulto cundió en toda la calle. Y eran variasnegraslasqueahora corrían detrásdeellos en lanoche, armadasdepalos, cuchillos y botellas vacías, arrojando piedras que rebotaban en los techos, arrastrando pedazos de tejas al caer de los aleros. Y fueron luego tales insultos, al ver alejarseel coche, quecasi movían arisapor exhaustivos, por insuperables, enlablasfemia ylo procaz. «Lascosas quetiene que oír una señorita», dijo Carlos, cuando regresaron a la Alameda por un rodeo. Al llegar a la casa, Sofía desapareció ensussombras,sindar lasbuenasnoches. Víctor sepresentó, como decostumbre, al atardecer. Despuésdeun alivio momentáneo, lacrisis deEsteban habíaido en ascenso durante todo el día, alcanzando talesparoxismos quesepensabayaenllamar aun médico resolución deexcepcional gravedaden la casa, ya queel enfermo, escarmentado por numerosasexperiencias, sabíaquelasrecetas debotica, cuando eran de algún efecto, sólo empeoraban su estado. Colgado de su reja, de cara al patio, el adolescente, en su desesperación, sehabía despojado detoda ropa. Con lascostillas, lasclavículas, sacadasen talesrelieves queparecía tenerlasfuera delapiel, su cuerpo hacía pensar en ciertos yacentes de sepulcros españoles, vaciados de entrañas, reducidos al cuero tenso sobre una armazón de huesos. Vencido en la lucha por respirar, Esteban sedejó caer sobre el piso, adosado a unapared, de cara morada, lasuñascasi negras, mirando a los demás con ojos moribundos. El pulso desbocado le daba embates por las venas. Su persona estaba untada deunapastacerosa, entantoquelalengua,sinhallarsaliva,presionabaunosdientesqueempezabanabambolearsesobreencías blancas... «¡Hayquehacer algo! gritó Sofía . ¡Hay que hacer algo...!» Víctor, después de algunos minutos de aparente indiferencia, como movido por una difícil decisión, pidió el coche, anunciando queiba por alguien quepodía valerse depoderes extraordinarios para vencer laenfermedad. Volvió al cabo demediahora, en compañía deun mestizo derecia catadura, vestido con marcadaelegancia, a quien presentó como el Doctor Ogé, médico notabley distinguido filántropo, conocido por él en Portau-Prince. Sofía seinclinó levemente ante el recién llegado, sin darlela mano. Bien podía presumir dela relativa claridad desu tez: era como una piel postiza, adherida aun semblantede los de anchas naricesy pelo macizamenteensortijado. Quien fuera negro, quien tuviesede negro, era, para ella, sinónimo desirviente, estibador, cochero o músico ambulante aunqueVíctor, advertido el gesto displicente, explicara queOgé, vástago de una acomodada familia deSaint- Domingue, había estudiado en
París y tenía títulos que acreditaban su sapiencia . Lo cierto era quesu vocabulario erarebuscadamenteescogido usando de girosañejos,desusados,cuandohablabael francés;haciendoun excesivodistingoentrelas«ees»ylas«zetas»,cuandohablabael castellano , y quesus modales denotaban unaconstante vigilancia delapropia urbanidad. «Pero... ¡esun negro!», cuchicheó Sofía, con percutiente aliento, al oído deVíctor. «Todos los hombres nacieron iguales», respondió el otro, apartándola con un leveempellón. El concepto acreció su resistencia. Si bien ella admitía la idea como especulación humanitaria, no seresolvía a aceptar que un negro pudieseser médico deconfianza, ni queseentregara la carne deun parientea un individuo decolor quebrado. Nadie encomendaría aun negro la edificación de un palacio, la defensade un reo, la dirección de unacontroversia teológica o el gobierno de un país. Pero Esteban, estertorando, llamaba con tal desesperación que fueron todos asu cuarto. «Dejen trabajar al médico dijo Víctor, perentoriamente . Hayqueacabar como seacon esta crisis.» El mestizo, sin mirar al enfermo, sin reconocerlo ni tocarlo, permanecía inmóvil, olfateando el airedemodo singular. «No sería la primera vez queocurre», dijo al cabo de un rato. Y alzaba los ojos hacia un pequeño ojo de buey abierto en la espesura de la pared, arriba, entredos delasvigas quesosteníanel techo. Preguntóloquehabríadetrásdel muro. Carlosrecordóqueahí existíaunangostotraspatio, muyhúmedo, lleno demueblesrotos y trastos inservibles, pasillo descubierto, separado delacallepor una estrechaverjacubierta deenredaderas,por elquenadiepasabadesdehacíamuchosaños.El médicoinsistióenserllevadoallá.Despuésdedarunrodeoporelcuarto de Remigio, que estabafuera en busca de alguna pócima, abrieron una puerta chirriante, pintada deazul. Lo que pudo verse entoncesfue muy sorprendente: sobredos largoscanteros paralelos crecíanperejilesy retamas, ortiguillas, sensitivasy hierbasde trazasilvestre, en torno a variasmatas dereseda, esplendorosamente florecidas. Como expuesto en altar, un busto de Sócrates que Sofía recordaba haber visto algunavez en el despacho desu padre, cuando niña, estaba colocado en un nicho, rodeado de extrañasofrendas,semejantesalasqueciertasgenteshechicerasusabanensusensalmos:jícarasllenasdegranosdemaíz, piedras de azufre, caracoles, limaduras de hierro. -ça», dijo Ogé, contemplando el minúsculo jardín, como si mucho significara para él. Y, movido por un repentinoimpulso,comenzóaarrancar deraízlasmatasderesedayaamontonarlasentreloscanteros.Fueluegoalacocinay,trayendo una paletada decarbones encendidos, prendió una hoguera ala quearrojó todas lasvegetaciones quecrecían en el angosto traspatio. «Es probablequehayamos dado con la razón del mal», dijo, entregándosea unaexplicación queSofíahalló semejante, en todo, auncursodenigromancia.Segúnél,ciertasenfermedadesestabanmisteriosamenterelacionadasconelcrecimientodeuna yerba,plantaoárbol enunlugar cercano.Cadaser humanoteníaun«doble»enalgunacriaturavegetal.Y habíacasosenqueese «doble»,parasupropiodesarrollo, robabaenergíasal hombrequeaél vivíaligado,condenándolealaenfermedadcuandoflorecía o dabasemillas. «Ne souriezpas, Mademoiselle.» Él había podido comprobarlo muchas vecesen Saint-Domingue, donde el asma aquejabaaniños y adolescentes, y los mataba por ahogo o anemia. Pero bastaba aveces con quemar la vegetación que rodeaba al doliente bien en la casa, bien en los alrededores para observar sorprendentescuraciones... «Brujerías dijo Sofía : tenía queser.»EnestoaparecióRemigio, bruscamentealteradoal ver loquepasaba.Violento, irrespetuoso,tiró susombreroal suelo, clamandoquehabíanquemadosusplantas;quelascultivabadesdehacíamuchísimotiempoparavenderlasal mercado,porque eran demedicina; quelehabían destruido el caisimón, aclimatado con enormetrabajo, que servía para curar todo lo quedañaba lasentrepiernas del hombre, cuando la aplicación desus hojas seacompañabadela oración a San Hermenegildo, torturado en sus partes por el Sultán delos Sarracenos; que con lo hecho sehabía ofendido gravemente al señor de los bosques, aquel cuyo «retrato»con lasbarbasralasquelo caracterizaban y señalaban haciael busto deSócrates santificabaaquel lugar quenadie, en la casa, había utilizado nunca para nada. Y, echándosea llorar, terminó gimiendo quesi el caballero sehubiesefiado un poco más desusyerbas bien selashabía ofrecido, viendo queibapor mal camino, con esaúltimamaníasuyademeter mujeresen la casa, cuando Carlos estabaen la finca, Sofía en el convento, y el otro demasiado enfermo para darsecuenta de nada no hubiera muerto como había muerto, encaramado sobre una hembra, seguramente por demasiado alardear dearrestos negados a suvejez.«¡Mañanatelargasdeaquí!»,gritóSofía,cortandoensecoconlaodiosaescena,abrumada,asqueada,incapazdeentendérselastodavíacon lo queresultabaunaensordecedorarevelación... Regresaron al cuarto deEsteban, deplorandoCarlos que no había medido aún lasimplicacionesdelo dicho por Remigio el tiempoquesehabía perdido en inútilesaspavientos. Pero algo asombroso ocurría al enfermo: de largos y agudos, los silbidos quele llenaban la garganta pasaban a ser intermitentes, cortándoseavecesduranteunossegundos.Eracomosi Estebanfuesetragandocadatomadeaireasorboscortos,y conesealivio le volvían las costillasy clavículas asu lugar, debajo y no por encima del propio contorno. «Así como hay hombres que mueren devoradospor el Framboyán opor el Cardo del ViernesSanto dijo Ogé , ésteera matado lentamentepor lasfloresamarillas quesealimentaban de su materia.» Y ahora, sentado ante el enfermo, apretándolelasrodillasentrelassuyas, le miraba alos ojos con imperiosafijeza, mientrassus manos, llevando un ondulante movimiento de dedos, parecían descargarle un fluido invisible sobrelassienes.Unestupefactoagradecimiento sepintabaenlacaradel paciente,caradescongestionada,queibaempalideciendo
por zonas, quedándoleaquí, allá, el anormal relievedeuna vena azul. Cambiando demétodos, el médico Ogélefrotabacircularmenteel arcodelosojosconlayemadelospulgares,enunmovimientoparalelodelasmanos.Deprontolasdetuvo, atrayéndolas así, cerrando los dedos, dejándolassuspendidasalaalturadesuspropiasmejillas, como si detal modo hubiesedeconcluirseuna acción ritual. Esteban sedejó caer, decostado, en laotomanademimbre, vencido por un sopor repentino, sudando por todos los poros. Sofíacubrió su cuerpo desnudo con una manta. «Unatisana deipecay hojasdeárnica cuando despierte», dijo el curandero, yendo acuidar de la compostura desu traje ante un espejo dondehalló lainterrogante mirada deSofía, quelo seguía con los ojos. Mucho demago, decharlatán, había en sus teatrales gesticulaciones. Pero con ello se había logrado un milagro. «Mi amigo explicaba Víctor a Carlos, mientras descorchabauna botella devino de Portugal pertenecea la Sociedad deArmonía del Cap Français.» «¿Es unaasociación musical?», preguntó Sofía. Ogéy Víctor semiraron, concertándose en una carcajada. La joven, enojada por aquella hilaridad inexplicable, volvió a la habitación de Esteban. El enfermo dormía pesadamente, con una respiración normal, en tanto que sus uñas recobrabanalgúncolor. Víctor laesperabaenlaentradadel salón:«Loshonorariosdel negro»,dijoenvozbaja.Sofía,avergonzada del olvido, se apresuró a traer de su habitación un sobre quetendió al médico. «Oh!, jamáis de la vie!», exclamó el mestizo, rechazando la dádiva con airado gesto, dándosea hablar de la medicina moderna, muy llevada aadmitir, desdehacía algunos años,queciertasfuerzas,aúnmalestudiadas,podíanactuar sobrelasaluddel hombre.SofíadirigióunairacundamiradaaVíctor. Pero lamiradacayóen el vacío: el francés teníalos ojos puestos en Rosaura, lamulata, quecruzaba el patio contoneando la grupa bajo un claro vestido azul floreado. «¡Quéinteresante!», murmuró la joven, como atendiendo al discurso deOgé. «Plaît-il?», preguntó el otro... Una hoja depalmera cayó en medio del patio con ruido decortina desgarrada. El viento traía olor demar, de un mar tan cercano queparecíaderramarseen todas las callesdelaciudad. «Este año tendremosciclón», dijo Carlos, tratando, a lavistadeun termómetro del Gran Alberto, de reducir grados Fa-renheit aRéaumur. Reinabaun latente malestar. Laspalabras estabandivorciadasdelospensamientos. Cadacual hablabapor bocaquenolepertenecía,aunquesonarasobreelmentóndela propia cara. Ni a Carlos le interesaba el termómetro del Gran Alberto; ni Ogésesentía escuchado; ni Sofía lograba aliviarse del íntimo resquemor de una irritación quese volvía contra Remigio torpe revelador de algo que ella sospechabadesde hacía tiempo, haciéndola despreciar la miserable condición masculina, incapaz dellevar la dignay quieta unicidad dela soltería o dela viudez . Y esairritación contra el servidor indiscreto seleacrecía al advertir quelaspalabras del negro le daban una razón para confesarseque nunca había amado a su padre, cuyos besos olientes aregaliz y a tabaco, desganadamente largados a su frente y a susmejillascuando seledevolvía al convento despuésdetediosos almuerzos dominicales, lehabían sido odiosos desdelos días de la pubertad.
Sofía sentíase ajena, sacada desí misma, como situada en el umbral de unaépocade transformaciones. Ciertas tardes tenía la impresión de quela luz, más llevadahacia esto que hacia aquello, dabauna nueva personalidad alascosas. Salía un Cristo delassombrasparamirarlaconojostristes.Unobjeto, hastaentoncesinadvertido,pregonabaladelicadacalidaddesuartesanía. Dibujábaseun velero en la madera veteada deesa cómoda. Tal cuadro hablaba otro idioma, con esa figura que, repentinamente, parecía como restaurada; con esos arlequines menos metidos en el follaje desus parques, en tanto que las columnas rotas, disparadas siempre suspendidas en el espacio, sin embargo de la Explosión en una catedral sele hacían exasperantes por su movimiento detenido, su perpetua caída sin caer. De París le llegaban libros muy codiciados unos meses antes, impacientemente pedidos por catálogo, pero que ahora quedaban medio empaquetados en un entrepaño de la biblioteca. Iba deuna cosa aotra, dejando latareaútil por el empeño dereparar lo inservible, pegando trozos dejarronesrotos, sembrando plantasqueno sedaban en el trópico, divertida por un tratado de botánica antes de asomarseal aburrimiento de una lectura llena dePatroclos y Eneas, abandonados para bucear en un baúl de retazos; incapaz de persistir en algo, de llegar al cabo de un remiendo, de una cuenta doméstica, o dela traducción innecesaria por lo demás deuna Odaa la noche del inglés Collins... Esteban tampoco era el mismo; muchos cambios se operaban en su carácter y comportamiento desdela noche desu portentosa curación porqueel hechoeraque,desdeladestruccióndelignoradojardíndeRemigio,laenfermedadnohabíavueltoaagredirlo.Perdidoeltemor alascrisis nocturnas, erael primero en salir de la casa, adelantando cadadíalahora desusdespertares. Comía cuando le venía enganas, sin esperar por los demás. Una voracidad decadainstante desquitedetantasdietasimpuestaspor los médicos lo
llevabaa la cocina, a meter la mano en lasollas, a agarrar el primer hojaldre sacado del horno, a devorar la fruta recién traída del mercado.Cansadodelasgarapiñasyhorchatasasociadasalrecuerdodesuspadecimientos, apagabasused, acualquierhora,con grandes vasos de tintazo cuyos colores se le subían a la cara. Semostraba insaciable en la mesa, sobre todo cuando almorzaba solo, al mediodía,despechugado, arremangadalacamisa, calzadocon pantuflasárabes, yatacabaunabandejademariscos,cascanuecesen mano, con tal ímpetu que los trozos de carapachos salían disparados alas paredes. A modo de bata, usaba sobre el cuerpo desnudo, asomando lasvelludaspiernas debajo del amaranto, un traje deobispo, sacado del armario delasropasfamiliares,cuyorasoleeradeleitosamentefresco,debajodelrosarioqueseceñíaamododecinturón.Y aquel obispoestabaenperpetuo movimiento, jugandoalosbolosenlagaleríadel patio,deslizándosepor elpasamanodelaescalera,colgándosedelosbarandales, o afanándose en hacer sonar el carillón de un reloj que llevaba veinte años en silencio. Sofía que tantas veceslo había bañado durante sus crisis, sin reparar en las sombras mullidasque iban ennegreciendo su anatomía, cuidaba ahora, por un creciente sentimiento de pudor, de no asomarse ala azotea cuando sabía queel mozo se bañabaallí al aire libre, secándoseluego al sol, acostado en el piso deladrillos, sin cuidar siquiera deatravesarseuna toalla decadera acadera. «Senos está haciendo hombre», decía Carlos, regocijado. «Hombre de verdad», coreabaSofía sabiendo que, desde hacía pocos días, se rasuraba el bozo adolescenteconunanavajabarbera.Remontandolaescaladel tiempo,Estebanhabíavueltoadarun sentidocabal alashorastrastocadas por los hábitos de la casa. Selevantaba cada vez más temprano, llegando a compartir el mañanero café de la servidumbre. Sofía lo considerabacon asombro, asustándose del nuevo personaje queibacreciendo en aquel ser todavía dolientey lastimoso pocas semanas atrás y quehallaba ahora, en el aire cabalmente aspirado y devuelto, curado de flemas y congestiones, una energía que mal llevaban aún sushombros huesudos, suspiernas flacas, su siluetademasiado esmirriadapor el largo padecimiento. La joven sentía una inquietud de madrequeadvierte los primeros signosdela virilidad en el hijo. En un hijo quetomabasu sombrero, cadavez más a menudo, para irsea merodear por lascallescon cualquier pretexto, ocultando, por lo demás, que susandanzas lo llevaban siempre a las calles portuariaso a los confines dela Alameda, hacia la iglesia vieja que deslindabael barrio del Arsenal. Tímidamente primero; aventurándose hasta una esquina este día; hasta lasegunda al otro; midiendo los últimos tramos de la distancia, fue llegando ala calle de los garitos y lascasasde baile, singularmente apaciblesen horasde la tarde. Ya aparecían mujeres recién despiertas, recién bañadas, en los quicios, aspirando algún humo de tabaco y dirigiendo burlonasporfías al adolescente que huía de las más agresivas, para demorar el tranco ante las que cuchicheaban ofertas que él solo pudiese oír. De aquellascasasquehablabanseexhalabaunperfumeturbio, deesenciasydejabones, decuerposperezosos,dealcobastibias, que le acelerabael pulso cuando pensaba quele bastaría con un segundo de decisión para penetrar en un mundo colmado de misteriosasposibilidades.Deunanociónabstractadelosmecanismosfísicosalaconsumaciónreal del actohabíalaenormedistancia quesólo laadolescenciapuedemedir con lavagasensación deculpa, depeligro, de comienzo dealgo, queimplicabael hecho de ceñir una carne ajena. Durantediezdíasfue hastalo último dela calle, casi resuelto aentrar donde unamozaindolente, siempre sentadaen un escabel, tenía el acierto de esperar en silencio. Diez vecesmás volvió a pasar anteella sin atreverse, mientrasla mujer, segura detenerlo hoyomañana sabiéndoseyaescogida loaguardabasinapremio. Unatarde,al fin, lapuertaazul delacasasecerró sobreél. Nadadelo queacontecióenunahabitacióncalurosayangosta,sinmásadorno queunasenaguascolgadasdeunclavo, lepareció muy importante ni muy extraordinario. Ciertas novelasmodernas deunacrudezajamásconocida, le habían revelado quelaverdaderavoluptuosidadobedecíaaimpulsosmássutilesycompartidos.Sinembargo,durantevariassemanasvolvió,cada díaal mismo lugar; necesitabademostrarsequeeracapaz dehacer, sin remordimientosni deficienciasfísicas con unacreciente curiosidad por pasar su experiencia aotros cuerpos loquehacían, muynaturalmente,losmozosdesuedad:«¿dóndeteecharon esehorroroso perfume?», lepreguntó su prima un día husmeándoleel cuello. Poco despuésEsteban halló sobre el velador desu cuarto un libro que tratabadelasterriblesenfermedades enviadas al hombre en castigo delos pecadoscarnales. El joven guardó el tomo sin darse por aludido.
Sofía sehabía acostumbrado a permanecer sola durantelargastardes, desdeque Esteban seausentabacon tanta frecuenciay queCarlos, llevado por un antojo nuevo, seibaal picadero del Campo deMarte, donde un jinetefamoso daba exhibicionesdeequitaciónespañola,enseñandoaloscaballosaencabritarsenoblemente, comolosdelasestatuasecuestres, oamarcar el paso con garbo y compás, trabajándose la brida ala portuguesao a la federica. Víctor sepresentaba, como siempre, a la hora delcrepúsculo.Sofía,amododesaludo,lepreguntabapor el cargamento deharinasdeBoston, quenoacababadellegar. «Cuando llegue decíael negociante volveréaPort-au-PrinceconOgé, aquienalgunosasuntosreclamanallá.»Laperspectivaaterraba
a la joven, al pensar que Esteban podía ser víctima dealguna recrudescencia dela enfermedad. «Ogéestá formando discípulos aquí»,advertíaVíctor paratranquilizarla,aunquesin aclarardóndeseimpartíanesasenseñanzas,ni conquéojoslascontemplaría el Protomedicato, muy severo en materia decolegiación. A menudo laemprendíacon Don Cosme, aquien tenía por un pésimo comerciante: «Es un gagne-petit que no ve más allá desus narices.» Y aunqueconociera el desgano de Sofía ante todo lo que se refiriera al negocio presentetrasdelapared, Víctor sedaba aaconsejarla: apenastuvieran edadpara hacerlo, ellay suhermano debían deshacersedel Albacea, confiando el manejo de sus intereses auna persona máscapaz, que diesemayoresvuelos al negocio. Enumeraba entonceslasmercaderíasnuevas con lascuales en estetiempo, podían realizarse grandes beneficios. «Tal parecequeestuviera hablando mi santo padre, que Dios tengaen su gloria», decía Sofía, paraponer término al tedioso discurso, con voz tan impostaday falsaquepor su mera sonoridad pregonabael sarcasmo. Víctor largabala carcajada queacompañaba, en su conversación, cualquier brusco cambio dehumor, y sedabaahablar de sus viajes Campeche, MarigalanteolaDominica... escuchándoseasí mismoconevidentecontento. Habíaenél unadesconcertantemezcladevulgaridad y dedistinción. Podíapasar de la másalborotosa facundia meridional a una extremadaeconomía depalabras, según el rumbo quesiguierael coloquio. Variosindividuosparecíanalojarseensupersona.Cuandohablabadecompra-ventaslesalíaunagesticulación decambista, con manos quesetransformaban en platillos de balanza. Poco después, se concentraba en la lectura deun libro, permaneciendoinmóvil conel ceñotenazmentefruncido,sinquelospárpadosparecieranmoversesobresusojossombríos, dotadosdeunafijezaquecalabalaspáginas.Cuandoledabapor cocinar, setornabacocinero, poniéndoseespumaderasenequilibrio sobre la frente, haciéndose bonetes con cualquier paño, tamborileando en lasollas. Ciertos días, sus manos eran duras y avaras con esamanía de cerrar el puño sobre el pulgar, queSofía hallaba desagradablemente reveladora . Otras veces se le hacían ligerasy finas, acariciando el concepto como si fueseuna esfera suspendida en el espacio. «Soy un plebeyo», decía, como quien exhibe un blasón. Sin embargo, cuando se jugaba alas charadas vivas, Sofía había observado que gustaba de representar papeles de legisladores y de tribunos antiguos, tomándose tremendamente en serio presumiendo, acaso, debuen actor . VariasveceshabíainsistidoenanimarepisodiosdelavidadeLicurgo,personajepor el cual parecíatener unaespecialadmiración. Inteligenteparael comercio,conocedordelosmecanismosdelaBancaydelosSeguros,negociantepor oficio, Víctor estaba,sin embargo, por el reparto de tierrasy pertenencias, la entregadelos hijos al Estado, la abolición de las fortunas, y la acuñación de una moneda dehierro que, como la espartana, no pudiese atesorarse. Un día en que Esteban se sentía particularmente alegre y saludable,propusolaimprovisacióndeunafiestaenlacasaparacelebrar«El RestablecimientodelaNormalidadenlasHorasde Comer». Sedaría un gran banquete a las ocho en punto, con la obligación impuesta alos comensales de acudir de distintos rincones dela casa los másalejados del comedor en el tiempo quetardaban lascampanadas del Espíritu Santo en sonar. Quien no lo lograra sería sometido a distintas penalidades. En cuanto a la etiqueta vestimentaria, arriba estaba, en el armario de trajes.Sofíaescogióel disfrazdeDuquesa-arruinada-por- los-empeñistas,ysedio adesastrarlelabasquiñaconayudadeRosaura. Estebanyateníaensucuarto, desdehacíatiempo,el atuendoepiscopal.CarlosvendríadeAlférezdeNavío,entantoqueVíctor escogió unatogademagistrado «ellemevatrèsbien» antesdeirsealacocinaparaadobar laspalomastorcacesdelsegundo servicio. «Así tendremosrepresentación delaNobleza, la Iglesia, laArmaday la Magistratura», dijo Carlos. «Nos faltalaDiplomacia»,observóSofía.Y, riendo, acordaron imponer aOgéel papel de Embajador Plenipotenciario de los Reinos de Abisinia... Pero Remigio, despachado en su busca, regresó con la más desconcertante nueva: el médico había salido desde temprano y no había regresado al hotel. Y ahora acababa depresentarselapolicíapara registrar su habitación, con orden dellevarsetodos sus papeles ylibros. «No entiendo decíaVíctor . No entiendo.»«¿No lo habrándenunciado por ejercer ilegalmentela medicina?», preguntó Carlos. «¡Su medicina ilegal es la que cura alos enfermos!», gritó Esteban fuera desí... Agitado, raro, harto presuroso enbuscar unsombreroquenoapare-cía.Víctor salióenbuscadenoticias.«Primeravezqueloveoalterarseporalgo»,dijoSofía, pasándoseunpañuelopor lassienessudorosas.Hacíauncalor excesivo. El aireestabacomoinmóvil entrecortinasinertes,flores mustias, plantasqueparecían demetal. Lashojasdelaspalmerasdel patio habían cobrado unapesadez dehierro forjado.
PocodespuésdelassieteregresóVíctor.Nadasabíadel paraderodeOgé,aunquecreíaqueseencontrabapreso.Acaso avisadoatiempo deunadenuncia denunciacuyanaturalezaseignoraba , habría tenido la suerte de hallar algunacasa amiga dondeocultarsepor un tiempo. Era cierto quela policía había registrado su habitación, llevándosepapeles, libros y valijas que contenían efectos personales. «Mañana veremos lo que se hace», dijo, dándosebruscamente ahablar de algo quele había salido
al paso, traído por la voz de la calle: un huracán azotaría la ciudad aquella noche. El aviso tenía carácter oficial. Había mucha agitación en los muelles. Los marinos hablaban de un ciclón y tomaban medidasde emergencia para proteger sus naves. Las gentes hacían provisionesdebujíasy alimentos. En todas partesprocedíasea clavetear puertas y ventanas... Nadaalarmados por la noticia, Carlos y Esteban fueron abuscar martillos y maderos. En tal época del año, el Ciclón designado así, en singular, porquenuncaseproducía sino uno quefuese asolador era algo esperado por todos los habitantes dela urbe. Y si no se presentabaestavez, torciendolatrayectoria, seríael añopróximo. Todoestabaensaber si pegaríadellenosobrelapoblación, llevándose las techumbres, rompiendo ventanales de iglesia, hundiendo barcos, o pasaría delado, devastando los campos. Para quienes vivían en la isla, el Ciclón era aceptado como unatremebunda realidad celeste, a la que, tarde o temprano, nadie escapaba. Cada comarca, cada pueblo, cada aldea, conservaba el recuerdo de un ciclón que pareciera haberle sido destinado. Lo más quepodía desearseesque fuese decorta duración y no resultara demasiado duro. «Ce sont de bien charmants pays», rezongabaVíctor, afianzando los batientes deuna delasventanasexteriores, al recordar quetambién Saint-Domingueconocíalaamenaza anual... Un chubasco repentino, brutal, arremolinó el aire. Caía el agua, vertical y densa, sobre lasplantas del patio, con tal saña que arrojabalatierrafuera delos canteros. «Yaviene», dijo Víctor. Un vasto rumor cubría, envolvía, lacasa, concertando lasafinaciones particulares del tejado, las persianas, laslúcelas, en sonidos de aguaespesa o de aguarota; de agua salpicada, caída delo alto, escupida por una gárgola, o sorbida por el tragante deuna gotera. Luego hubo una tregua, más calurosa, máscargada de silencio quela calmade la primanoche. Y fuela segundalluvia la segundaadvertencia , másagresiva aún que la anterior, acompañadaestavezderáfagasdescompasadasquesefueronapretandoensostenidoembate.Víctor salióalagaleríadel patio, sobrecuyoresguardo pasabael vientosindetenerseni entrar,llevadoadelantepor el impulsoquetraía,girandosobresí mismo, apretando, espesando la rotación, desdelaslejaníasdel Golfo de México o del mar delos Sargazos. Con maña marinera probó el agua dela lluvia: «Salada. De mar. Pas dedoute.» Hizo un gesto deresignación y, para mostrar quelashoraspróximas serían de prueba, fue a buscar botellasdevino, copas, galletas, y seacomodó en una butaca, rodeándosede libros. Sepusieron faroles y velas junto a las lámparas que, a cadaráfaga, amenazaban con apagarse. «Mejor quedar despiertos dijo el francés . Podría ceder una puerta o caer una ventana.» Quedaba un montón de madereros, con herramientas decarpintería, al alcance delas manos. Invitados acompartir el amparo del salón, Remigio y Rosaura unían sus voces en un rezo que mucho invocabael nombre de Santa Bárbara... Fue poco después dela medianoche cuando entró el grueso del huracán en la ciudad. Sonó un bramido inmenso, arrastrando derrumbesy fragores. Rodabancosaspor lascalles. Volaban otras por encimadelos campanarios. Del cielo caíanpedazosdevigas,muestrasdetiendas,tejas,cristales,ramazonesrotas,linternas,toneles,arboladurasdebuques.Laspuertas todas eran golpeadas por inimaginables aldabas. Tiritaban las ventanas entre embate y embate. Estremecíanselas casas de los basamentos alos techos, gimiendo por sus maderas. Fue éseel momento en queun torrentede aguasucia, fangosa, salida delas cuadras, del traspatio, de la cocina, venida de la calle, se derramó en el patio, tupiendo sus tragantescon un lodo de boñigas, cenizas, basuras y hojas muertas. Víctor, dando voces de alarma, enrolló la gran alfombra del salón. Después de arrojarla a un alto peldaño de la escalera, se acercó al agua inmunda, cuyo nivel se alzabade minuto en minuto, penetrando en el comedor, rebasando el umbral de las estancias. Sofía, Esteban y Carlos seapresuraban en recoger algunos muebles, montándolos sobre los aparadores,mesas,cómodasyarmarios.«¡No! gritó Víctor . ¡Allá!» Y, metiéndosehastamediapierna en lo hediondo, abrió la puerta queconducía al almacén. Allí también había empezado la inundación, con tantas cosas queya flotaban, pasando blandamentefrentealaluzdel farol. Ordenando,llamando,concertandolosesfuerzos,Víctor pusoloshombresylamulataatrabajar, señalandoloquedebíasalvarse. Fardosdemateriasperecederas,piezasdetela,hatosdeplumas, mercancíasvaliosas,eranlanzados a lo alto delaspilasdesacos, a dondeno los alcanzaría el agua. «Los muebles sereparan gritaba Víctor . Esto puede perderse.»Viendoquelosdemáshabíanentendidoytrabajabanenlomásurgente,regresóalacasa,dondeSofía,presadeterror, deshechaen sollozos, estaba acurrucadaen un diván. Ya había un palmo de aguaa su alrededor. Víctor la tomó en brazos y, subiéndola asu cuarto, la arrojó sobre la cama: «No semuevadeaquí. Voy por los muebles.» Y sedio acorrer dearribaabajo y de abajo arriba, trayendo tapices, paravanes, taburetes, sillas, y cuanto podía rescatarse. El agua le llegaba ya a lasrodillas. De pronto hubo un fragor de derrumbe: una techumbre lateral de la casalargabalastejas, como un puñado de naipes, sobre el suelo del patio. Ahora un montón de escombros, debarro roto, cerrabael paso al almacén, obstruyendo la puerta. Sofía, asomada al barandal superior, clamaba su miedo. Víctor subió una vez más, cargando un cofre lleno deobjetos menudos y, metiendo ala joven en su cuarto con un firmeempellón, sedejócaer en unabutaca, sofocado: «Nopuedo hacer más.»Y, paraaquietar aquien imploraba el alivio, dijo quelo peor del ciclón había pasado ya; quelos demásestaban seguros, en el almacén, subidos en los montonesdesacos;quenohabíasinoqueesperarel alba.Lomásimportanteeraquelaspuertasylasventanashubiesenresistido. No seríalaprimera vez, además, quelarecia casonasoportara un huracán. Y, adoptando un tono casi risueño, hizo observar a Sofía queestabasencillamenteasquerosa con aquel vestido ensuciado por aguasinmundas, con esas mediasenlodadas, con esa
cabellerahúmedaydesmadejadaenlaquesehabíanprendidoalgunashojasmuertas.Sofíafueasutocadory pronto regresóalgo peinada, envuelta en unadormilona. Afuera, el sostenido embate del ciclón seibarompiendo en ráfagas unas, débiles; otras, brutales; siempremás espaciadas . Lo queahora caía del cielo era como una neblina deaguacon olor marino. Ya disminuía el estrépito decosas empujadas, arrastradas, rodadas, arrojadas desdelo alto. «Lo mejor quepuede hacer esacostarse», dijo Víctor aSofía,trayéndoleunvasodevinogeneroso.Y,con pasmosodesenfado,sedespojó delacamisa,quedandocon el pechodesnudo. «Ni que fuera mi marido», pensó Sofía, volviéndosehacia la pared. Iba a decir algo, pero el sueño le embrolló las palabras... Despertó depronto aún eradenoche con la impresión de quealguien yacía a su lado. Un brazo descansaba sobre su talle. Y esebrazopesabamásymás,apretandoyciñendo.Enlabrusquedaddel atolondramiento,noacababadeentenderloqueocurría: despuésdelos terrorespasadosera grato sentirseprotegida, envuelta, amparadapor el calor de otro ser. Ibaa adormecerseotra vez cuando cobró conciencia, en un pálpito frío, de su imposibilidad deadmitir aquella situación. Volviéndosebruscamente, su cuerpo encontró la desnudez de otro cuerpo. Fue movida por un estallido nervioso. Golpeaba con los puños, con los codos, con lasrodillas, buscando dónde arañar, dóndelastimar, esquivando siempreel extraño contacto de una desconocidareciedumbre quelerondabael vientre. Lasmanos del otro trataban deasirlapor lasmuñecas; un peligroso aliento rozaba sus oídos, decíanle raraspalabrasenlaoscuridad.Unaluchalostuvotrabados,anudados,confundidos,sin queel hombrelograraventajas.Animada por unafuerzanueva, enorme, comosalidadesusentrañasamenazadas,lamujer dañabaconcadagesto, apretándose, crispada y dura, nuncaatraídani amansada. Al fin, el otro abandonó el empeño, marcando la derrota con unarisasecaquemal ocultaba su irritación. Y seguía la mujer luchando con la voz, acumulando protestasy sarcasmosen los que serevelaba una portentosa capacidaddehumillar,deherir dondemásdolía.El lechoquedóaligeradodeunpeso.Andandoahoraporlahabitación,suplicaba el otro, con implorantesinflexiones, que no sele tuvieserigor. Tratando dedisculparse, invocaba razonesquedejaban atónita a quien, doblemente victoriosa, las escuchaba sin haber pensado nunca que aquel ser, tan hecho y maduro, tan ajetreado y dueño de un pasado, hubiesepodido otorgarle nunca una estatura de mujer a ella que sesentía tan próximaa su propia niñez . Salvadasucarnedeunpeligroinmediato,veíaseSofíaarrastradahaciaunpeligrotal vezmayor: el desentirsealudidaporlavoz quedesdelas sombras le hablaba a veces con intolerable dulzura abriéndole las puertasde un mundo ignorado. Aquella nochehabían terminado los juegosdela adolescencia. Laspalabrascobraban un peso nuevo. Lo ocurrido lo no ocurrido adquiría unadimensión enorme. Crujió lapuerta y pintóse, sobrelaslucesdeun verdoso amanecer, una formahumana quese alejaba lentamente, arrastrando las piernas, como agobiada. Sofía quedaba sola, llenade latidos, descabellada, entregadaal desasosiego, con laimpresión de haber salido deuna pruebaterrible. Su piel tenía un olor raro acaso real, acaso imaginario del queno lograba desprenderse: olor fosco, animal, al queella misma no era ajena. Aumentó la claridad en su habitación. Junto a ella demoraba, en honduras, una presencia que había dejado marcadala huella desu cuerpo. La joven se dio a arreglar el lecho, manoteando a diestro y siniestro para que las plumas volvieran a hinchar la envoltura. Hecho esto, se sintió profundamente humillada;así debían arreglar suscamaslasrameras lasdeallá, del Arsenal... luego deyacer con un desconocido. Y también lasvírgenesroturadas, mancilladas, al despertar de susnupcias. Lo peor había sido eso: esearreglo, esealisar, que tenía algo de complicidad, deaquiescencia; vergonzante reparo, secreto gesto de amante afanosade borrar el desorden dejado por un abrazo. Sofíavolvió aacostarse, vencidapor un sueño tal queCarlos la halló sollozando, aunquetan dormidaquesusllamadas no pudieron despertarla. «Déjala dijo Esteban . Debeestar con lo suyo.»
El día se fue aclarando lentamente, aunquesiempre retrasado deluz con relación a la hora, sobre una ciudad destechada, l enadeescombrosy despojos puestaenel huesodesusvigasdesnudas . Centenaresdecasaspobresquedabanreducidas alos horcones esquineros con tambaleantespisos demadera alzados sobre fangales, como escenarios de miseria, donde familiasresignadashacíanel recuento de laspocascosasquelesquedaban con laabuela mal meciéndoseenel sillón deViena; laembarazada,temiendoqueentaldesamparo selepresentaranlosdolores;el tísicooel asmáticoenvueltoenmantas,sentados en los ángulos del tablado, como actores de feria queya hubiesen interpretado sus papeles . De las aguas sucias del puerto emergíanmástilesdeveleroshundidos,entrebotesvolcados,queflotabansinrumbohastatrabarseenracimos.Sacábaseatierra algún cadáver demarinero, con lasmanos enredadasen una maraña de cordeles. En el Arsenal, el ciclón había barrido por lo bajo, esparciendolasmaderasdelasnavesenconstrucción, acabandocon lasfrágilesparedesdelastabernasycasasdebaile.Las calleseran fosos delodo. Algunospalacios viejos, apesar de suscorpulentasmamposterías, habían sido vencidos por el viento,
entregando laslucetas, laspuertas y ventanasal huracán que, metido entre sus muros, los había embestido desdeadentro, derribando pórticos yfachadas. Los mueblesdeunaebanisteríafamosa ladel «PequeñoSan José», próximaalos muelles ,llevados por elviento,habíanido acaer enplenocampo,másalládelasmurallasdelaciudad,másalládelashuertas,alládondecentenares depalmerasyacían,eneldesbordamientodelosarroyoscrecidos,comofustesdecolumnasantiguasderribadaspor unterremoto. Y, sinembargo, apesar delamagnitud del desastre, lasgentes, acostumbradasalaperiodicidad deun azotequeeraconsiderado como una inevitable convulsión del Trópico, se daban a cerrar, a reparar, a repellar, con una diligencia deinsectos. Todo estaba mojado; todo olíaa mojado; todo mojabalasmanos. Secar, achicar, arrojar el agua dedonde estuviera, fue trabajo de todos duranteaquel día. Y amediatarde, cumplidayalatareaderehacer lasviviendas propias, empezaron aofrecerselos carpinteros, los albañiles, los vidrieros y cerrajeros. Cuando Sofía salió de su sopor, la casaestaballena depeonestraídos por Remigio, queprocedían a recubrir de tejas la armazón del techo destruido, en tanto que otros acababan desacar los escombros quellenaban el patio. Eraun ir y venir de argamasa, de yesos, devigas cargadasen hombros, por los pasillos y galerías, mientrasCarlos y Esteban, yendo del almacén ala vivienda, hacían un recuento de mueblesdañados y mercancíasperdidas. Instalado en el salón, Víctor, vestido con un traje de Carlos quele quedaba demasiado estrecho, estaba sumido en un acucioso examen de los libros del almacén. Al ver a Sofía, hundió el rostro entre las hojas, fingiendo queno sehabía percatado de su presencia. Atendiendo a lo que le correspondía, la joven fue alacocina y las despensas, donde Rosaura, sin haber dormido aún, rescatabacazuelas, cubiertos, enseres, del lodo queyaseendurecía sobre los pisos. Sofía estaba como aturdidapor aquel tráfago, por aquella invasión dela casa, por loinsólitodeunasituaciónquehabíadesorganizadoloorganizado,haciendoreinar, enlasestancias,un desordensemejante al deotros tiempos. Esta tardehabíannacido nuevasTorresInclinadas, nuevos Pasos delos Druidas, nuevosvericuetosmontañosos entrecajas, muebles, cortinasdescolgadas, alfombrasenrolladas en lo alto delos armarios aunqueen medio deolores queno eran, desdeluego, los deotros días . Y la singularidad de todo, la violencia deun acontecimiento que había sacado a todo el mundo desushábitos y rutinas, contribuía a agravar en Sofía el sinfín de desasosiegos contradictorios quele había producido, al despertar,elrecuerdodeloocurridolanocheanterior. Aquelloformabapartedel vastodesordenenquevivíalaciudad, integrándoseen una escenografía decataclismo. Pero un hecho rebasaba, en importancia, el derrumbedelasmurallas, la ruina de los campanarios, el hundimiento de lasnaves: había sido deseada. Aquello era tan insólito, tan imprevisto, tan inquietante, que no acababa deadmitir su realidad. En pocashorasiba saliendo dela adolescencia, con la sensación de que su carne había madurado en la proximidad de unaapetencia dehombre. La habían visto como mujer, cuando no podía versea sí mismacomo mujer imaginar quelos demásleconcediesen categoría demujer . «Soy unamujer», murmuraba, ofendida ycomo agobiada por una cargaenorme puesta sobre sus hombros, mirándoseen el espejo como quien mira aotro, inconforme, vejadapor alguna fatalidad, hallándoselargay desgarbada, sin poderes, con esascaderasdemasiado estrechas, los brazos flacosy aquella asimetría depechosque,por vezprimera,lateníaenojadaconsupropiocontorno.El mundoestabapobladodepeligros.Salíadeuntránsito sin riesgos para acceder a otro, el de las pruebas y las comparaciones decadacual entre su imagen real y la reflejada, que no se recorreríasin desgarramientosni vértigos... Rápidamentesellegó alanoche. Partieron los obreros yun vasto silencio silencio derumas y delutos sehizo en la ciudad castigada. Extenuados, Sofía, Esteban y Carlos sefueron a dormir, después deuna magra colación defiambres, durante lacual muy poco sehabló comono fuera paracomentar algún estrago del ciclón. Víctor, metido en sí mismo, dibujando cifras con la uña del pulgar sobre el mantel sumándolas, restándolas, borrándolas... , pidió permisoparaquedarseenel salónhastatarde;mejor:hastamañana.Lascallesestabanintransitables.Debíahaber merodeadores, rateros, entregadosasus oficios detinieblas. Ademásparecía muypreocupado por terminar el examen delos libros. «Me parece quehedadocon algoquemucho lesinteresa dijo . Mañanahablaremos.» No habían dado las nueve, al día siguiente, cuando Sofía, sacada del sueño por los martillazos, los ruidos desierrasy poleas, lasvocesdelos obreros quellenaban la casa, bajó al salón, donde ocurría algo raro. El Albacea, sonriendo a medias, estaba sentadoenunabutaca,frentealasque,aciertadistancia,contrazasdejuecesenuntribunal, ocupabanCarlosyEsteban,ceñudos, demasiado serios, demasiado expectantes. Víctor paseabaa lo largo de la estancia, con lasmanos agarradas trasde la cintura. De trechoen trecho sedetenía anteel compareciente, mirándolo con fijeza, y resumiendo su pensamiento con un «Oui!», largado porel colmillo,amododegruñido.Al finsesentóenunabutacarinconera.Consultóuncuadernillodondeparecíahabertomado unas notas(Oui!...) y comenzó ahablar, con tono deindulgente desenfado, puliéndoselasuñas en una manga, jugando con un lápiz, o muyinteresado, depronto, por algo queocurríaen el dedo meñiquedesu mano izquierda. Empezabapor advertir que él noerahombrellevadoainmiscuirseenasuntosajenos.Alababaladiligenciapuestapor Monsieur Cosme(lollamabaCoooosme, alargando tremendamenteel acento circunflejo) en satisfacer todoslos deseos desuspupilos enencargar lo quesequisiera, en cuidar dequenadafaltareen lacasa. Pero esadiligencia -cepas? podíaservir paraadormecer deantemano cualquier recelo. «¿Recelo por qué?», preguntó el Albacea, como ajeno a lo que decía el otro, arrimando el sillón a saltitos cortos hacia
donde estaban los jóvenes, para hacer más patente su integración dentro delafamilia. Pero Víctor hizo un gesto hacia esosjóvenes, adoptando una marcadaintimidad detono que, de hecho, dabaal otro categoría deintruso:«Ahora queacabamos deleer a vous venez! ndosedel chisteenmediode un silencio molesto. «A veces los domingos proseguíaVíctor , mientraslos muchachos dormían» (y señalaba la puerta que conducíaal almacén) sehabíametidoenel edificioaledaño, curioseando, observando, contando,sumando, apuntando.Y así él tenía alma decomerciante, no lo negaba había podido darsecuentaqueel monto de ciertas existenciasno correspondíacon los quefiguraban en los papeles entregadosregularmente aCarlos por el Albacea. Él sabía(«¡Cállese!», gritó a Don Cosme, que tratabadehablar) que los negocios eran másdifícilesahora queantes; queel comercio libre teníasusenredos ytraquimañas. Pero eso no era razón (y aquí su voz sehinchó de modo tremebundo) para presentar a los huérfanos unos falsos estados decuentas, sabiendo, además, queni siquiera los leerían... Don Cosmetrató delevantarse. Pero era Víctor quien, levantándoseantes, sele venía encima agrandestrancos, con el índice tenso. Su voz, ahora, era metálica y dura; lo que ocurría en el almacén era un escándalo un escándalo quedurabadesdelamuertedel padre deCarlosy Sofía. Con un simpleinventario, realizadopor él ante testigos,demostraríaqueel falsohombredeconfianza,el protector fingido, el albacealadrón, estabahaciendosufortunaacosta deunos infelices, deunos niños, aquienes burlabacriminalmentesabiéndolos incapaces, por faltadeexperiencia, deentendérselasconsuspropiosbienes.Y estono eratodo:él sabíadeespeculacionesriesgosas,hechaspor el«segundopadre»coneldinero de sus pupilos; de compraspor testaferros, a quienes calificaba decanes venáticos, evocando con gran empaquelasVerrinas de Cicerón... Don Cosme trataba decolocar una palabra en aquel alud verbal, pero el otro, subiendo siempre la entonación, proseguíaelalegato,sudorosoyterrible,comoacrecidoensuestatura.Sehabíazafadoel cuellocongestotanbruscoquelasdospuntas sueltas le caían por encima del chaleco, liberando una garganta decuerdas tensas, toda entregadaal esfuerzo final de unaestentórea peroración. Por vez primera Sofía lo hallaba hermoso, con aquella apostura detribuno, con aquel puño que caía sobre la mesa,marcandoelparoxismodeunperíodo.Deprontoretrocedióhacialapareddel fondo, adosándoseaella.Cruzólosbrazos con gesto amplio, y, después deuna brevísimapausa queel otro no supo aprovechar, concluyó, tajante y seco, con altanera entonacióndedesprecio:«Vousêtesunmiserable,Monsieur.» Don Cosmeestabacomoencogido,ovillado,dobladoenlohondodelabutaca,demasiadoanchaparaservir demarco asuexiguapersona.Untemblor deirateníasuslabiosensilenciosaagitación,entantoquesusuñasraíanel terciopelodelasiento. Pero seirguió repentinamente ladrando a Víctor una sola palabra quesonó como una explosión en catedral para los oídos de Sofía: «¡Francmasón!» Deflagrábase la palabra, reventando de nuevo, con tremebundo retumbo: «¡Francmasón!» y repetíase la palabra cada vez más subida y alterada, como si bastara para descalificar a cualquier acusador; para echar por tierra cualquier alegato; para limpiar de todaculpa a quien la profería. Viendo queel otro sólo replicabacon una desafiantesonrisa, habló el Albaceadeaquel cargamento de harina deBoston que no llegaba ni llegaría nunca: mero pretexto para ocultar lasactividades de quienera agente delafrancmasoneríadeSanto Domingo, con el otro mulato, Ogé, magne-tizador y brujo, a quiendenunciaría al Protomedicato por haber embaucado aestos jóvenes con extravagantesartificios decuyainutilidadsecercioraríaEsteban, un día deéstos, cuando la enfermedad se le volviera amanifestar. Y ahora pasaba Don Cosme a la ofensiva, girando en torno al francés como un moscardón enfurecido: «Estos son los hombres querezan aLucifer; éstos son los hombresqueinsultan aCristo en hebreo; éstos son los hombres queescupen el Crucifijo; éstos son los hombresque, en lanoche del JuevesSanto, trinchan un cordero coronado de espinas, clavado por laspatas, de bruces, sobre la mesa deun abominable banquete.» Por eso los Santos PadresClemente y Benedicto habían excomulgado aesos infames, condenándolos aarder en los Infiernos... Y con el espantado tono de quien revelara los misterios de un Sabbath presenciado, habló de las impías gentes quenegaban al Redentor, adoraban a un Hiram-Abi, Arquitecto del Templo de Salomón, y en sus ceremonias secretas rendían culto a Isis y Osiris, atribuyéndose títulos deReydelos Tirios, Edificador dela TorredeBabel, Caballero Kadosh, Gran Maestro delos Templarios esto, en recuerdo del JacquesdeMolay, denefandas costumbres, convicto de herejíay quemado vivo por adorar el Demonio en lafigura de un ídolo llamado Bafomet. «No rezan a los santos, sino a Belial, a Astaroth y a Behemoth.» Era raleaqueseinfiltraba en todas partes,combatiendolafecristianaylaautoridaddelosgobiernoslegítimos,ennombredeuna«filantropía»,deunaaspiracióna la felicidad y a la democracia, quesólo ocultaban una conjura internacional para destruir el orden establecido. Y, encarándosea Víctor, legritó tantas veceslapalabra «Conspirador», que, agotado por el esfuerzo, la voz selequebró en un ataquedetos. «¿Es cierto todo eso?», preguntó Sofía, con vocecilla tímida, a la vez atónita y deslumbrada por aquella inesperada aparición de Isis y Osirisenlaportentosaescenografíadel TemplodeSalomónydel CastillodelosTemplarios.«Lo únicociertoesqueestacasase derrumba dijo Víctor, apaciblemente. Y, volviéndosehacia Carlos : El caso delos tutores indignos estabaprevisto ya en el CódigoRomano.Acudanauntribunal.»Lapalabra«tribunal»reanimóviolentamenteal Albacea:«Veremosquiénvaprimeroa
lacárcel garraspeó . Tengo entendido quepronto habráuna redadadefrancmasonesy extranjeros indeseables. Terminaron lasestúpidastoleranciasdeotros días.» Y, tomando su sombrero: «¡Arrojen a esteaventurero de la casa, antes dequelos prendan a todos!» Seinclinó con un «Buenos días... a todos», quereiteró laamenaza, abandonando el salón con un portazo tan estruendoso quepuso a vibrar todos los cristales dela casa. Los jóvenes esperaban una explicación por parte de Víctor. Pero éste se atareaba, ahora,en lacrar unoscordelesgruesoscon loscualeshabía atadoloslibrosdel almacén: «Guárdenlosaquí dijo . Ahí tienen sus pruebas.» Se asomó luego, pensativamente, al patio lleno deobreros queterminaban los trabajos de reparación, bajo lavigilanciadeRemigio,muyufanodeverseelevadoalacategoríadecapatazdeobras.Derepente,comonecesitadodeentregarse aalgunaactividadfísica,tomóunacucharadealbañil y,mezcladoconlospeones,sedioaenrasillaryenfoscar lapareddel patio que había sido más maltratada por las tejas caídas. Sofía lo veía treparsea un andamio, con la cara manchadade yeso y de argamasa,pensandoenel mitodeHiram-Abi;apesar deciertosanatemasoídosenlaiglesia;apesardelcorderocoronadodeespinas, de lasblasfemias dichas en hebreo y de los Papas con sus tremendas Bulas, se sentía algo fascinadapor aquel secreto del que Víctor ahorasemejanteaun edificador detemplos era depositario. Lo miraba, de pronto, como un visitante depaíses interdictos, conocedor de arcanos; explorador del Asia quehubiera dado con algún ignorado libro de Zoroastro un poco Orfeo, transeúnte del Averno. Y recordaba ahora haberlo visto representar el papel deun arquitecto antiguo, alevosamente asesinado por un mazo, en uno de los juegosdecharadasvivas. También selehabía visto vestido deTemplario, con una túnica adornada por una cruz, mimando el suplicio de Jacques deMolay. Las acusaciones del Albacea parecían responder a una cierta realidad. Pero esarealidad le resultaba atrayente ahora, por el secreto, el misterio, la acción oculta, queimplicaba. Másinteresante era la vida puesta al servicio de una convicción peligrosa que detenida en la beata espera deunos sacos deharina. Preferible era un conspirador a un mercader. La afición de la adolescencia por el disfraz, el santo y seña, los buzones ignorados, lascriptografías particulares,loscuadernosíntimosguarnecidosdecerrojos,seremozabanenlaaventuraentrevista. «Pero... ¿serántanhorribles como sedice?», preguntó. Esteban se encogió de hombros: todaslas sectas o agrupacionessecretas habían sido calumniadas. Desdelos cristianos primitivos, acusados dedegollar niños, hasta los Iluminados deBaviera, cuyo único delito era querer hacer el bien delahumanidad. «Desdeluego queestán reñidos con Dios», dijo Carlos: «Dios no pasadeser unahipótesis», dijo Esteban. Depronto, comourgidaporlibrarsedeunaopresión intolerable,Sofíaprorrumpióengritos:«EstoycansadadeDios;cansadade lasmonjas;cansadadetutoresyalbaceas, denotariosypapeles,derobosyporquerías;estoycansadadecosas,comoésta,queno quiero seguir viendo.»Y saltandosobreunabutacaarrimadaalapared,descolgóungranretratodel padre,paraarrojarloal suelo con tal sañaqueel marco seseparó del bastidor. Y, ante la afectadaindiferencia delos demás, sedio a taconear la tela, rabiosamente,haciendovolar escamasdepintura.Cuandoel cuadro quedóbiendestrozado,bienlacerado, bieninjuriado,Sofíasedejó caer en un sillón, jadeantey ceñuda. Víctor acababa desoltar la cuchara dealbañil, haciendo un gesto de sorpresa: Ogéentraba en el patio con paso presuroso. «Hay quelargarse», dijo y contó brevementelo quehabía podido saber, mientrasestabaoculto en lacasa deun hermano: el ciclón, desviando la atención delasautoridades haciaapremios másinmediatos, había interrumpido unaincipiente acción policial contralos francmasones. Setenían instrucciones delaMetrópoli. Aquí no podíahacersenadapor ahora. Lo inteligente era aprovechar el desorden de estas horas, en que las gentes sólo pensaban en reconstruir paredes y en limpiarcaminos,paraabandonar laciudadyobservar, desdealgúnsitioapartado,el giroquetomaríanlosacontecimientos.«Para esotenemosunafinca»,dijoSofía, convozfirme,yendoaladespensaparaprepararunacestadevituallas.Allí,entrecarnesfrías, mostazasypanes, quedaron todosenqueCarlosdebíapermanecerenlacasa, tratandoderecogernoticias.Estebanfueadescolgar los arreos del caballo, en tanto que Remigio era despachado al tren decochesdela Plazadel Cristo para conseguir dos bestiasde remonta.
Por caminos desfondados, bajo una últimallovizna quebruñíalos hules negros y secolabaenvueltas del viento hasta el asiento trasero, después deempapar lasropas de Esteban y deOgésubidos al pescante, rodaba el coche, crujiendo, saltando, renqueando; tan inclinado, a veces, que parecía volcarse; tan metido en el agua deun vado, que le salpicaba los faroles; tan enlodado siempre, quesólo selibrabadel barro rojo delos camposdecaña, para recibir el barro gris delastierraspobres, dondese alzaban cruces de cementerios ante los cualessepersignaba Remigio, que venía detrás, montado en una delasbestiasde la remonta. A pesar del tiempo ingrato, iban los viajeros cantando y riendo, bebiendo vino de Malvasía, comiendo emparedados, polvorones, grajeas, extrañamente puestos en alegría por un aire nuevo que olía a pastos verdecidos, a vacas debuenas ubres, a
fuegoscampesinos delimpia leña lejos dela salmuera, el tasajo, la cebolla germinada, quecontrapunteaban susvahosen las estrechascallesdelaciudad. CantabaOgéunacanción encreole:«Dipi mon perdí Lisette mon passouchiékalenda; mon quitté bram-bram sonette mon pas batire bamboula.» Cantaba Sofía en inglés una linda baladaescocesa, sin hacer caso a Esteban, para quien su primaafectabahorrorosamente el acento. CantabaVíctor, desafinando mucho, pero tomándose bastante enserioalgoqueempezabasiemprepor: Oh! Richard! Oh!,monRoi! sin pasar nuncadeahí,puesignorabael resto.Por latarde arreció la lluvia, sehicieron peores los caminos, comenzó éste a toser, el otro a carraspear, mientras Sofía tiritabaen sus ropas húmedas. Turnábanselos treshombres en el pescante, en un continuo ir y venir dedentro a fuera del coche, queimpedía toda conversación seguida. La gran cuestión el gran enigma delasactividadesrealesdeVíctor yOgéquedabaensuspenso;nadie había abordado el tema, y acaso secantaba tanto, en el camino, para esperar un momento propicio al despeje delos misterios... Cerradaestabaya la noche cuando llegaron a la casa. Era unaedificación de mampostería, muy descuidada, muy agrietada, con innumerables cuartos, largos corredores, múltiples soportales, todo cubierto por un tejado de vertientes acunadas por el vencimiento de lasvigas. A pesar desu cansancio y del miedo alos murciélagos querevoloteaban por todaspartes, Sofía cuidó de las camas, lassábanas,lasmantasdecadacual, haciendollenar jofainasyremendar mosquiterosagujereados,prometiendomayores comodidadesparalapróximanoche.Víctor, entretanto,habíadesnucadodosgallinas, empuñándolaspor el cuelloyhaciéndolas girarenelairecomomolinetesdeplumas,antesdemeterlasenaguahirviente,dejarlasdesnudas,ycortarlasenpedazosmenudos para hacer una fricassée de rápida preparación, en cuya salsa puso mucho aguardiente y pimienta molida «pour rechauffer Messieurs lesvoyageures». Descubriendo quehabía matas dehinojo en el patio, sedio a batir huevos anunciando quehabría omlette aux-fines-herbes. Sofía trajinaba en torno a la mesa, haciéndole un centro con berenjenas, limones y coloquíntidas. Invitadapor Víctor a aspirar el buen olor de la fricassée, advirtió ella quela mano del hombre seposabaen su cintura, pero esta vez con gestó tan despreocupado, tan fraternal, sin apoyar ni insistir, que no lo tuvo a afrenta. Admitiendo que el guiso parecía excelente, se desprendió con una piruetay volvió al comedor sin dar muestrasdeenojo. Alegre fue la cena y másalegre aún la sobremesa, con la sensación de bienestar, de amparo que sesentía, bajo techo, en la casaazotadaahora por una lluvia más recia, quepercutíasobrelasmalangascomoenhojasdepergamino,arrancandogranadasypomarrosasalosárbolesdel jardín...Víctor, de pronto, enseriando el tono, comenzó a hablar, sin énfasis, de lo que le había traído al país. Negocios, ante todo: las sedas de Lyónpagabanun impuesto elevadísimoal pasarpor EspañaparaserembarcadashaciaLaHabanayMéxico; sacadaspor el puerto deBurdeos, en cambio, y enviadas aSaint-Domingue, eran traídas acá, fraudulentamente, en viajes deregreso, por los buques norteamericanos quellevaban harina detrigo a las Antillas. Centenares de piezas eran introducidas en la plaza, dentro de sacos idénticos a los demás, mediante un mecanismo de alto contrabando quelos comerciantescriollos de ideasavanzadas, ayudados por ciertasautoridadesportuarias, propiciaban amododedesquite ante las abusivas exaccionesdel monopolio español. Traba jando, atravésdesu propionegocio, paralasfábricasdeJean BaptisteWillermoz (teníaqueser un personajemuyimportante, ya queparapronunciarsunombredebíaengolarsetantoel acento, pensabaEsteban) habíacolocadograndescantidadesdesederías lionesas en distintos comercios dela ciudad. «¿Y esmuy honesto este negocio?», preguntó Sofía intencionadamente. «Es una maneradeluchar contra la tiraníadelos monopolios dijo el otro : La tiraníadebeser combatida bajo todassusformas.» Y había queempezar por algo, porqueaquí lasgentes estaban como dormidas, inertes, viviendo en un mundo intemporal, marginado detodo, suspendido entre el tabaco y el azúcar. La «filantropía», en cambio, era poderosísima en Saint-Domingue, donde seestabaal tanto de cuanto ocurría en el mundo. Creyéndose que el movimiento sehubiera extendido en esta isla tan ampliamente comoen España, selehabía confiado la tareade establecer relacionescon los afiliadosde aquí, procediendo a la creación de algún conventículo como sehubiesehecho en otraspartes. Pero grande había sido el desengaño. Los filántropos deesta rica urbe eran escasos y timoratos. No parecían darsecuenta de lo quesignificaba la cuestión social. Mostraban una cierta simpatía haciaunmovimientoqueestabacobrandounapujanzauniversal, perosindesplegar mayor actividad.Por timidez,por cobardía, dejaban circular leyendasdecrucesescupidas, insultos aCristo, sacrilegios yblasfemias, desacreditadas enotraspartes. («Nous avons autrechoseà faire, croyes-moi.») No tenían noción de la trascendencia mundial de los acontecimientos queseestaban desarrollando en Europa. «La revolución está en marcha y nadie podrá detenerla», dijo Ogé, con la impresionante noblezade acento que sabía poner en ciertas afirmaciones. Revolución, pensabaEsteban, que sereducía alasnoticiasdecuatro líneas, relativas a Francia, publicadas en el periódico local, entre un programa decomedias y un aviso deventa deguitarras. Víctor mismo reconocíaque, desdesullegadaaLaHabana,habíaperdidotodocontactocon unaactualidadqueeraapasionadamenteseguida enSaint- Domingue. «Para empezar decíaOgé , un reciente decreto autoriza al hombre de mi color (y con el dedo señalaba sus mejillasmásoscurasquesu frente), a desempeñar allá cualquier cargo público. La medida es deuna importancia enorme. Enor-me.»Ahora,pujandoel tono, alterandoel diapasón,robándoselapalabra,avanzabanVíctor yOgéasaltos,enunaexposición
interesanteyconfusa,dondeEstebanlograbaarrancar,depaso,algunosconceptosprecisos:«Hemosrebasadolasépocasreligiosasymetafísicas;entramosahoraenlaépocadelaciencia.»«Laestratificación del mundoenclasescarecedesentido.»«Hayque privar al interésmercantil del horroroso poder de desatar lasguerras.» «La humanidad está dividida en dos clases: los opresores ylosoprimidos.Lacostumbre,lanecesidadylafaltadeociosimpidenalamayoríadelosoprimidosdarsecuentadesucondición: la guerra civil estalla cuando la sienten.» Los términos delibertad, felicidad, igualdad, dignidad humana, regresaban continuamente en aquellaatropelladaexposición, justificando la inminenciadeun Gran Incendio queEsteban, estanoche, aceptabacomo unapurificaciónnecesaria;comoun Apocalipsisqueestabaradiantedepresenciarcuantoantes,parainiciarsuvidadehombre en un mundo nuevo. El joven creía advertir, sin embargo, que Víctor y Ogé, aunqueligados por lasmismaspalabras, no estaban muydeacuerdosobrecosas,hombres,modosdeacciónenalgorelacionadosconlosacontecimientosquesepreparaban.Hablaba ahora el medio deun Martínez dePasqually, filósofo notable, muerto en Saint-Dominguealgunos años antes, cuyasenseñanzas habían dejado huellasprofundas en algunas mentes. «¡Un farsante!», dijo Víctor, dándosea hablar irónicamente deQuien pretendíaestablecer comunicacionesespirituales,por encimadelastierrasylosmares,consusdiscípulos,igual-mentearrodillados, enocasióndesolsticiosyequinoccios, sobrecírculosmágicostrazadoscontizablanca, entrevelasencendidas,signosdelaKábala, humos aromáticos y otrasescenografías asiáticas. «Lo quepretendemos dijo Ogé de mal talante es desarrollar las fuerzas trascendentalesdormidasen el hombre.»«Empiecen por romper suscadenas», di-jo Víctor. «MartínezdePasqually replicó el médico, violento explicaba que la evolución de la Humanidad era un acto colectivo, y que, por lo tanto, la acción iniciada individual im-plicabaforzosamentelaexistencia deuna acción social colectiva: quien mássabemás ha-rápor sussemejantes.» Víctor, estavez, asintió blandamente, aceptando un concepto queno estabadel todo reñido con susconvicciones. Sofía expresó su desconcierto ante un movimiento de ideas querevestíatantas formas diversas ycontradictorias. «Cuestionestan complejas no pueden abordarse así, sin más», dijo Ogéambiguamente, dejándola asomadaa las brumas de un mundo soterrado, cuyos arcanos seguían en el misterio. Esteban, de pronto, tenía la impresión de haber vivido como un ciego, al margen de las más apasionantesrealidades, sin ver lo único quemereciera la pena deser mirado en esta época. «Y eso quenos tienen sin noticias», dijo Víctor. «Y seguiremos sin noticias porquelos gobiernos tienen miedo; un miedo pánico al fantasmaquerecorreEuropa concluyó Ogécon tono profético . Llegaron los tiempos, amigos. Llegaron los tiempos.» Dos días transcurrieron en hablar de revoluciones, asombrándose Sofía de lo apasionante que le resultaba el nuevo temade conversación. Hablar de revoluciones, imaginarrevoluciones,situarsementalmenteenelsenodeunarevolución,eshacerseunpocodueñodel mundo.Quieneshablan de unarevolución se ven llevados a hacerla. Es tan evidente quetal o cual privilegio debeser abolido, que se procede aabolirlo; estan cierto que tal opresión esodiosa, quesedictan medidascontra ella; es tan claro que tal personaje es un miserable, que sele condenaa muerte por unanimidad. Y, una vez saneado el terreno, se procedeaedificar laCiudaddel Futuro. Esteban sepronunciabapor la supresión del catolicismo, con la institución decastigosejemplaresparatodo el querindieseculto a los «ídolos». En esto hallabael asentimiento de Víctor, en tanto queOgéopinabade modo distinto; comoel hombre había manifestado siempre una aspiración tenaz hacia algo quepodíallamarse«imitación deCristo», esesentimiento debía transformarseen un anhelo de superación, por el cual trataría el hombre deparecersea Cristo, erigiéndoseen una suerte deArquetipo de Perfección Humana. Poco llevadahacia lasespeculaciones trascendentales, Sofía hacía regresar a los demása la tierra, interesándoseconcretamente por la condición de la mujer y la educación de los niños en la sociedad nueva. Y trabábasela discusión a gritos, en torno a la cuestión de determinar si la educación espartana era realmentesatisfactoria y adaptable ala época. «No», decía Ogé. «Sí», decía Víctor... Y tal era la disputa armada, el tercer día, en torno ala distribución deriquezasen lasociedad nuevaqueCarlos, al llegar a la finca después deuna agotante cabalgata, creyó quelas gentes, en la casa, estaban peleando. Su aparición aplacó las voces. Teníacaradetraer noticiasgraves. Y eran gravesen realidad: labatidacontralos francmasonesy extranjeros sospechososhabía empezado.Si el gobierno delametrópoli transigíaconsusministrosliberales,estabamuyresuelto, encambio, aextirpar lasideas avanzadasde sus colonias, Don Cosme se había regodeado, avisando a Carlos quesabía deuna orden de prisión dictadacontra Ogéy Víctor. «Decidément il faut fuer», dijo el negociantesin alterarse. Y trayendo su maleta, sacó de ella un mapa en el cual señalóunpuntodelacostasurdelaisla.«Noestamoslejos»,dijo.Y contóque,ensustiemposdemarino,habíacargadoesponjas, carbón y cueros en aquel surgidero dondeconocía gente. Sin decir más, los dos fueron a recoger sus cosas, dejando alos otros sumidosenunpenososilencio.NuncahubiesencreídoquelapartidadeVíctor,eseforastero,eseintruso,casiinexplicablemente metido en sus vidas, pudiera afectarlos en tal grado. Su aparición, acompañada deun trueno de aldabas, había tenido algo diabólico con eseaplomo en apoderarsedela casa, en sentarsealacabecera delamesa, en revolver los armarios. De súbito habían funcionado los aparatos del Gabinete deFísica; habían salido los mueblesdesuscajas; habían sanado los enfermosy caminado los inertes. Ahora quedaban solos, indefensos, sin amigos, entregadosa los enredos deuna magistraturamorosa yvulnerable ellos, quesi mal entendíandenegocios, menosentendíandeleyes. En casos dedudaantelaprobidaddeun tutor había dicho
a Carlos un abogado , el Tribunal procedía a nombrar un cotutor o un Consejo de Tutoría, dotado depoderes hastaquelos varonesalcanzaranlamayoríadeedad.Detodosmodoshabíaqueactuar,acudiendoal Tribunal.Carlosteníaunaliadodeconsideración en la persona desu antiguo tenedor de libros, recientemente despedido por don Cosme, quesejactaba desaber largo acercadesusmanejos.Mientrasenesoseestuviera,eraprobablequeseaplacaríalapersecucióndesatadacontralosfrancmasones. Eran frecuentes tales tempestades deverano en la administración hispánica; luego los expedientes seengavetaban, volviéndose a la modorra desiempre. Ellos quedarían en estrecho contacto con Víctor. Este podría regresar por unas semanas, para examinar la situación del almacén y encaminar el negocio por nuevos rumbos. Hasta podría pensar en quedejara su comercio de Port-au-Prince, menos importante queel deacá. Sería, para ellos, el administrador soñado y acaso le fuera demayor beneficio, con su talento para los números, establecerseen una ciudad degran movimiento mercantil. Pero sólo había, ahora, unarealidad inmediata: Víctor y Ogédebían huir. Ambos estaban en peligro de ser presos y «expulsados delos Reinos», según sehabía hecho con otros franceses quetenían en su haber, sin embargo, una larga permanencia en España. Sofía y Esteban los acompañarían hastael surgidero... surgidero al quellegaron, sin tropiezos,tresdíasmástarde,sedientos, doloridos,triscando polvo, con polvo en el pelo, bajo la ropa, trasde lasorejas, al cabo deun ingrato viaje entre haciendas cuya hospitalidad esquivaban, pequeños ingenios deazúcar que yahabían terminado la molienda del año, y pueblos tristes, apenasdibujadossobre un paisajemonótono de sabanas frecuentemente anegadas. El caserío pesquero seextendíaalo largo de unaplayasucia, cubierta dealgas muertas y breasderramadas,dondepululabanloscangrejos, entremaderasrotasysogaspodridas.Unmuelledetablas,dañadoporel peso de mármoles descargados pocos días antes, avanzabahacia el mar turbio, como vestido de aceite, cuyas ondulaciones no hacían espuma.Enmediodelosbarcosesponjeros, delasurcasdecarbón, seveíanvariasgoletasdecabotaje,cargadasdeleñaydesacos. Un buque, cuyos mástiles, por altos y finos, sobresalían entre los palos de las demásembarcaciones, puso debuen humor a Víctor, que llevaba variashoras rumiando su cansancio sin hablar. «Conozco la nave dijo . Hay quesaber ahora si va o vuelve.» Y, movido por una repentina impaciencia, entró en unasuerte defonda-almacén-cordelería-taberna, pidiendo cuartos. Allí sólo había unas celdascon camastro y palangana, cuyas paredes, pasadasa lechadade sal, estaban cubiertas deinscripciones ygráficosmásomenosobscenos.Habíaunhotelalgomejor,peroseencontrabaaalgunadistanciadel surgidero,ytaleralafatiga de Sofía, queprefirió quedarseahí, donde los pisos estaban limpios, soplaba algunabrisa y había tinajonesdeagua dulcepara sacarse el polvo de encima. Mientras los viajeros seacomodaban decualquier modo, Víctor fue hacia el muelle, en buscade informes. Algo desentumecidos, volvieron a encontrarseSofía, Ogéy Esteban en torno a unamesa dondeseleshabía dispuesto una cena dealubiasy pescado, bajo un fanal en cuyos cristales topaban los insectos con chasquido seco. Y sehubiera comido de buena gana, sin la aparición de una plagade diminutas mosquillas, venida con la nochedelasmarismascercanas. Semetían en lasorejas, en lasnarices, en lasbocas, deslizándosehasta lasespaldas como una arenilla fría. Sin hacer caso al humo de cocos secos quese habían encendido sobre la parrilla de un anafe para ahuyentarlos, los cínifesacudían por enjambres, por nubes, hincando lascaras, lasmanos, laspiernas. «¡No puedo más!», gritó Sofía, huyendo a su cuarto y metiéndosedebajo del mosquitero,despuésdeapagarlasdosbujíaspuestasenun taburetequehacíalasvecesdevelador. Perosesintiórodeadadezumbidos. Debajo del burdo tul roído por la humedad, lleno de agujeros, proseguía el tormento. Ibael pequeño silbido agudo de la sien al hombro, dela frente al mentón, con la treguade un posarsepronto advertido por la piel. Sofía se daba vueltas, seabofeteaba, se daba con laspalmas aquí, allá, en los muslos, entre los omoplatos, en lascorvas, en los flancos. Sentía sus sienesrozadas por leves vuelos que, en su mayor cercanía, cobraban una rabiosaintensidad, Al fin prefirió ovillarse debajo de una sábanaespesa, recia comolona, cubriéndoselacabeza. Y acabó por dormirse, cubierta desudor, sobre la colchaempapadapor su propio sudor, con lamejillahundida en una mala almohadamojadadesudor... Cuando abrió los ojos erael amanecer; cantaban los gallos rasurados y espueludos de una gallera delidia; había desaparecido la plaga, pero su fatigaera tal que secreyó enferma. La idea depasar un día más una nochemás en aquel lugar, con sus aguas salobres, su calor ya afirmado en la luz del alba, el tormento de los insectos, sele hizo intolerable. Envolviéndose en una bata, fue al almacén en busca de vinagre para aliviar su piel cubierta de ronchas. Junto a la mesadela víspera, halló a Ogé, Esteban y Víctor, ya levantados, tomando jícaras decafé tinto, en compañía deun capitán demarinaque, apesar de la horatemprana, sehabíavestido detrajeformal paño azul, botonesdorados para bajar a tierra. Susmejillasafeitadasatajos llevaban las huellasfrescas deunamalanavaja. «CalebDexter dijo Víctor. Y añadió, bajando la voz : También filántropo.» Y volviendo a su tono, concluyó con acento perentorio: «Recojan suscosas. El Arrow levará las anclasa las ocho. Nos vamos todos aPort-au-Prince.»
Ahora, el frescor del mar. Lagran sombra delos velámenes. La brisanorteñaque, después decorrer sobre lastierras, cobrabanuevoimpulsoenlavastedad,trayendoaquellosoloresvegetalesquelosvigíassabíanhusmeardesdelo altodelascofas, reconociendo lo queoía aTrinidad, a Sierra Maestra o a Cabo Cruz. Con una vara ala que habían fijado una pequeña red, Sofía sacabamaravillasdel agua: un racimo desargazos, cuyos frutos hacíaestallar entreel pulgar y el índice; un gajo demangle, aún vestido de ostrastiernas; un coco del tamaño deuna nuez, detan esplendoroso verdor queparecía recién barnizado. Sepasaba entrebancosdeesponjasquepintabanpardosmacizosenlosfondosclaros, bogándoseentrecayosdearenablanca,siempreala vistadeunacostadifuminadapor susbrumas,queseibahaciendomásmontañosayquebrada, Sofíahabíaaceptadoaquel viaje conalegría,repentinamentelibradadel calor, deloscínifes,delaperspectivadeuntediosoregresohacialocotidianoymonótono hecho másmonótono por laausenciadequien, a todas horas, tenía el poder de transfigurar la realidad comosi setratarade unameraexcursiónsobrelasaguasdealgúnlagosuizo, derománticasorillasempeñascadas;promenadeenbateau,imprevisible ayer, yqueVíctor, encríticotrance,habíasacadodesusmangasdeprestidigitador. Encontradoel lugarabordo, consupequeño camarotebajo cubierta paraella, el amigoleshabía ofrecido aquella navegación por responder, decía, al afecto y lagenerosidad quelehabían mostradoentodo momento. Podíanpasar variassemanasen Port-au-Princey regresar en el mismo buque para viajar con el capitánfilántropo, no necesitaban salvoconductos cuandoéstevolvieradeSurinam,adondellevabaalgunacarga. Tomando aquello como unatravesura, como algo quelosdevolvíaal grato desorden deotrosdías, habían despachado unacarta a Carlos, enterándolo deuna aventuraquecobraba, paraSofía, un significado providencial, después detantos sueños deviaje, de tantos itinerarios dejados en el papel, de tantas partidas nuncaresueltas. Al menos seentraba en algo nuevo. Port-au-Prince no era Londres, ni Viena, ni París; pero yasignificabaun gran cambio. Se hallarían en unaFrancia ultramarina, dondesehablaba otro idioma yserespiraban aires distintos. Irían al Cabo Francés para asistir, en el Teatro delaRue Vaudreuil, a alguna representación de Le légataire universel o deZemire et Azor. Allá comprarían música, de la más nueva, para la flauta deCarlos, y libros, muchoslibros quetrataran delatransformación económicadeEuropaeneste siglo y delarevolución actual laqueestabaen marcha... Un alboroto de voces sacó a Sofía delos quehaceresde su pesca pesca que la tenía echada en la proa, de bruces, con el sol metido en la piel: en el castillo de popa, sin más ropa queunos calzones ceñidos ala cintura, Víctor y Ogécombatían atiros deaguasalada,bajandobaldesconunacuerda,aquiénmásrápido,paravolverlosallenar.El torsodel mulatoeradeunasoberbia reciedumbre, con su talle, espigado bajo hombros que se ensanchaban en potente envergadura, lustrosos y duros. El pecho de Víctor, másabarrilado, másespeso,dibujabasusmúsculosen firmesrelieves losdorsalesparecíancorrerlesobreel armazón cadavez que levantaba un balde sacado del mar para vaciarlo en la cara del otro. «Es la primera vez que me siento realmente joven», dijo Esteban. «Mepregunto si hemossido jóvenesalgunavez», dijo Sofía, volviendo asu pesca. El aguasehabíacubierto demedusas irisadas, cuyos colorescambiaban al ritmo delasolas, quedándolesla constante deun azul añil orlado defestones rojos. El Arrow, bogando despacio, cortaba una vasta migración de aguamalas, orientadahacia la costa. Sofía, observando la multitud de esas criaturas efímeras, seasombrabaantela continua destrucción de lo creado queequivalía aun perpetuo lujo de lacreación: lujo demultiplicar para suprimir en mayor escala; lujo detanto engendrar en lasmatricesmás elementalescomo en lastorneadorasdehombres-dioses, para entregar el fruto a unmundo en estado deperpetuadevoración. Del horizonteacudían, bajo hermososropajes defiesta, esasmiríadas devidasaún suspendidasentre lo vegetal y lo animal, para ser dadas en sacrificio alSol.Encallaríanenlaarena,dondesuscristalesseiríansecandopocoapoco,deslustrados,encogidos,reduciéndoseaunharapo glauco, a una espuma, auna mera humedad, pronto borradapor el calor. No podía imaginarseuna máscompletaaniquilación, sin huellasni vestigios sin constanciasiquiera, dequelo vivientelo hubiesesido algunavez... Y despuésdelasmedusas vinieron unos vidrios viajeros rosados, amarillos, listados en tal diversidad de colores reflejando la encendida luz meridiana, que parecía la nave dividir un mar de jaspe. Sofía, con lasmejillasardientes, el pelo suelto en la brisa, se gozaba deun contento físico jamásconocido antes. Podíaestarsedurantehorasalasombradeun velamen, mirando lasolas, sinpensar en nada, entregadaa lavoluptuosidaddel cuerpo entero blanda, perezosa, con los sentidosatentosacualquier solicitud placentera. Hastalagulase ledespertabaenestatravesía,desdequeelCapitán,ensuhonor,hacíaservir manjares,bebidas,frutas,quesorprendíansupaladar con el sabor nuevo delasostrasahumadas, los famosos bizcochos bostonianos, lassidrasinglesas, las tortasderuibarbo probadaspor vez primera , y los jugosos nísperos dePensacola, que iban madurando por el camino, con los melones delashuertas neoyorquinas. Todo le era distinto, todo la sacaba delo acostumbrado, contribuyendo a tenerla en una atmósfera de irrealidad. Cuandopreguntabacómosellamabaaquellapeñadeformaextraña,aquel islote,aquel canal,susnocionesgeográficas,recibidas demapasespañoles,noconcordabannuncaconlasnomenclaturasdeCalebDexter, paraquienestoerael Caymanbrack;aquello,
el Nordest Kaye o la Portland Rock. Esta nave misma tenía algo mágico con su capitán «filántropo», perteneciente al mundo secreto deVíctor y deOgé el de Isis y Osiris, Jacques deMolayy Federico dePrusia , que conservaba su mandil, adornado con la Acacia, el Templo-de-Siete-Peldaños, lasdos Columnas, el Sol y laLuna, en unavitrina junto a susinstrumentos denavegación. Por lasnoches,bajoel toldillodepopa, Ogésedabaahablar delosportentosdel magnetismo, delaquiebradelapsicología tradicional, o bien de las órdenes secretasque florecían en todas partes, bajo los nombres deHermanos del Asia, Caballeros del ÁguilaNegra, ElectosCohën, Filaletas, IluminadosdeAviñón, HermanosdelaLuz Verdadera, Filadelfos, Caballeros Rosa-Cruces y Caballeros del Templo, persiguiendo un ideal de igualdad y armonía, a la par quelaboraban por el perfeccionamiento del Individuo,destinadoaascender,conelauxiliodelarazónydelasLuces,hacialasesferasdondeel serhumanoveríaseporsiempre librado de temores y dedudas. Sofía observaba, por lo demás, que Ogéno era ateo a la manera deVíctor, en tanto que el Gran Arquitectopodíaaceptarsecomounsímbolopasajero, enesperadequelacienciaacabaradedespejarlosenigmasdelacreación. El mestizo solía referirsea la Biblia, aceptando algunos de sus planteamientos, del mismo modo queusabatérminos tomados a la Kábala y al Platonismo, refiriéndosea menudo a los Cataros, cuya princesaEsclarmundaconocía Sofía por una linda novela leída recientemente. Empleando discretos eufemismos, afirmaba que la Pareja realizaba un regreso a la inocencia primaria, cuando dela total y edénica desnudez del abrazo surgía un aplacamiento de los sentidos; un jubiloso y tierno sosiego queera figuración, eternamente repetida, de la pureza del hombre y dela Mujer antes de la Culpa... Víctor y Caleb Dexter, tratándose con respeto de colegas, hablaban del arte de navegar, discutiendo acerca de un Rocky Shoal, señalado en varios tratados como peligrosamenteoculto acuatro brazas defondo, pero queninguno ha-bíavisto en susandanzaspor estacosta. Mr. Erastus Jackson, el segundo dea bordo, se acercabaal grupo para narrar tremebundas historiasmarítimas, como la deaquel Capitán Anson que, habiendo perdido la longitud, erró duranteun mes por el Pacífico sin poder dar con la isla deJuan Fernández, o laotra, de unagoletaencontradacercadelaisladel GranCaico, sin unsolo tripulanteabordo,peroconlosfuegosdelacocinaaúnencendidos tendidaunaropareciénlavaday todavía sin secar; tibia, en susopera, una sopadestinadaalamesadelos oficiales. Las noches eran suntuosas. El Mar Caribeestaballeno defosforescenciasquederivaban mansamente hacia la costa, siemprevisible en perfilesdemontañas quelevementealumbraba unaluna en cuarto creciente. Sofía estabaentregadaalos espectáculos queeste viaje sorpresivo, inverosímil, ofrecía asus miradas en valoresde vegetaciones viajeras, peces raros, rayosverdesy prodigiosas puestasdesol quelevantabanalegoríasen un cielo donde cadanubepodíainterpretarsecomoun grupo escultórico combates de Titanes, Laocoontes, cuadrigas y caídasdeángeles. Aquí seadmirabaante un fondo de corales; allá descubría las islasroncadoras, con la voz baja y profunda desus socavones llenos de un eterno rodar de gravas. No sabía si creer que las holoturias tragaban arena, y si eracierto que las ballenas bajaran hasta los trópicos. Pero todo se hacía creíbleen esta navegación. Una tarde le señalaron un extraño pez al que llamaban Unicornio deMar lo cual le hizo recordar la primera aparición deVíctor en la CasadelasAldabas. Aquella vez, por mofa, le habíapreguntado si nadaban sirenas en los maresdel Caribe. «Aquellanoche dijoel otro faltópocoparaquemearrojaran.»«Variasvecesestuveapuntodehacerlo»,dijoSofía,jugandoconlaambigüedad, sin confesar cuan dura le era esaevidencia ahora que, cuando ambos serozaban en la angostura de los pasillos o en lo empinado delasescalerillas,ellademorabaelpaso,enlavergonzanteesperadesentirsenuevamenteasida.En findecuentas,habíasidoeso, con todasubrutalidad, lo único realmenteimportante laúnica peripecia personal quehubiera ocurrido en su vida. Bajó al camaroteyseechóenel camastro. Unmolestosudor mojabasusmediasmal recogidas,suspechosoprimidospor elestiramiento delablusaladeada,supieltodairritadapor laasperezadelamantadelanaquecubríasulecho,cuandoseoyerongritosycarreras en la cubierta. Despuésdearreglarsede cualquier modo, Sofía salió a unaborda para enterarsede la razón del alboroto. La nave cruzabapor un banco de careyes; dos marineros, desde un bote recién arriado, trataban de atrapar al más grande con nudos corredizos. Pero, entrelos carapachos suntuosos, habían aparecido aletas deescualos, atropellando la barca. Regresaban los pescadores, blasfemando dedespecho ante lo que selesperdía en peines y peinetas, en marcadoresde libros y hebillasde precio, tirando arpazones a diestro y siniestro. Como si la muerte deunos cuantos tiburoneshubiese podido aplacar su vieja ira contra laespecie entera, los marinos afincados en buena bordalesarrojaron anzuelos tenidos por cadenas, quelasfierasmordían vorazmente, prendiéndosedegarfios quelessalían por los ojos. Y eran sacadas del agua, con ferocessacudidasy coletazos terribles, hasta la altura delasbordas, donde las golpeaban con palos, pértigas, barrasde hierro, y hasta con los espeques del cabrestante. Manabalasangredeloscuerosdestrozados,tiñendoel agua,salpicandolasvelas,corriendohacialosdesaguaderosdelacubierta. «Esun bienquesehace gritabaOgé, golpeando también . Esospecessonhorribles.»Todalatripulación estabaafuera unos ahorcajadassobrelasvergas,otrosasomadosadondelosbrazossirvierandealgo,cadacualarmadocon unaestaca, unenser de carpintería, una sierra, con un encarnizamiento que hacía arrojar nuevas cadenas o un berbiquí, esperando su oportunidad de pegar y herir, y nuevos anzuelos. Sofía fue asu camarote para quitarsela blusamanchadapor un aceite, una bilis, quelehabía
caído encimaen el tumulto. Por el pequeño espejo colgado al pie del ventanillo queservía detragaluz vio entrar a Víctor: «Soy yo», dijo, cerrando la puerta. Arribaseguíanlos gritos yblasfemias.
GOYA
Cuando fondeó la naveen el puerto de Santiago, Víctor, acodado en la proa, hizo un gesto deasombro. Ahí estaban la Salamandre, la Venus, la Vestale, la Méduse, embarcaciones detráfico normal entre Le Havre, Le Cap y Port-au-Prince, además deunamultitud deunidadesmenores urcas, goletas, balandras que le eran conocidaspor pertenecer a negociantesde Leogane, LesCayes y Saint-Marc. «¿Todos los barcos deSaint-Dominguesehan reunido aquí?», preguntó a Ogé, que tampoco se explicabalasrazones detan insólita migración. Echadas lasanclas, sefueron atierra, presurosamente, en buscadeinformes. Lo que supieron era tremebundo: tressemanas antes había estallado una revolución de negros en la región del norte. El levantamiento sehabíageneralizado, sin quelasautoridadesllegaranadominarlasituación. Laciudadestaballenadecolonosrefugiados. Sehablaba deterriblesmatanzas deblancos, deincendios y crueldades; de horrorosasviolaciones. Los esclavos sehabían encarnizado con las hijasde familia, sometiéndolasa las peores sevicias. El país estabaentregado al exterminio, el pillaje y la lubricidad... El capitán Dexter, quellevaba un pequeño cargamento para Port-au-Prince, ibaa aguardar unos días, en espera de noticiasnadatranquilizadoras. Si proseguíanlos desórdenes, iríaaPuerto Rico y luego aSurinam, sin detenerse en Haití. Víctor, muy preocupado por el destino de su comercio, no sabía qué hacer. Ogé, en cambio, semostraba sereno: aquel movimiento era pintado, sin duda, con colores excesivos. Demasiado coincidía con otros acontecimientos de un alcance universal para ser una merarevuelta debárbaros incendiarios y violadores. También habían hablado algunosdeturbas enloquecidas, ebriasdesangre, despuésde un cierto 14 deJulio que estaba en camino de transformar el mundo. Uno de los másdestacados funcionarios dela colonia era su hermano Vincent, educado en Francia como él, miembro del Club deAmigosdelos Negros, deParís, filántropo de altas luces, que habría sabido contener a las gentes amotinadas si éstas no se hubiesen lanzado a las calles y alos campos en reclamacióndealgojusto.ComoVincenthabíamuchosahora, imbuidosdefilosofía, sabedoresdeloquereclamabanlostiempos. Todo estabaen esperar un poco, pero yalosdíastraerían unaaclaración delosucedido. Si Dexter persistíaen no hacer escalaen Port-au-Prince, pronto volverían allá las naves refugiadasen Santiago. A bordo de una deellas, el viaje ala vecina isla sería un amable paseo... Pero, entretanto, había quecontar con el calor. Con el calor quepareció surgir de los sollados, de las calas, de las escotillas, delasmaderasmismas del Arrow, cuandoel buque, con lasvelasaferradas, quedó ancladoenpuerto puerto queera el de Santiago nadamenos, y en mesdeseptiembre para más. Un universal olor de breatibia invadió los camarotes y pasillos, pero no lo suficientemente, sin embargo, para librar la cubierta deciertos vahos depeladuras de patatas, degrasas rancias, de aguasusadasen lavar platos, que empezaron a subir de las cocinas. Y lo peor era queno había modo de guarecerse en tierra. Nadie podía pensar en hallar un albergueen la ciudad, ya quelos refugiadosllenaban lasfondas, posadas y hoteles, llegando a contentarsecon una mesa debillar a modo de cama o con cualquier butacaarrimada aun rincón, para pasar la noche. Las escalinatasdelacatedral eranhabitadaspor gentesquedefendíanferozmenteel tramodepiedrafrescaquelesservíadecama.Ogéy Esteban dormían en lacubierta del Arrow, esperando el alba para irseatierra, en laprimerachalupa, con la esperanzadeencontraralgúnfrescor enlascallesdecasitasrosadas, azules,anaranjadas,con rejasdemaderaypuertasclaveteadas,queevocabanlos tempranos díasde la colonización cuando Hernán Cortés, todavía modesto alcalde, sembraba las primerasvidestraídas de España a las Antillas recién descubiertas. Almorzaban en cualquier bodegón, con lo quepudiera encontrarse que hasta los alimentos escaseaban antesde buscar el pintoresco amparo de los techos de hojas de palmera queunos franceses farsantes, ingeniosos en lo de aprovechar una situación convulsiva, habían alzado en las puertas deSantiago, a modo de un parque de diversionesqueseabríaalamediatarde.SorprendíaseEstebandequeni Sofíani Víctor quisieranacompañarloensusdivertidas correríaspor laciudad. Pero ambospreferían apesar del agobiante calor permanecer a bordo del Arrow, quequedabasin tripulantesdurante esosdíasdeforzadainmovilización, ya quelos marinos iban a tierra en la primera oportunidad, regresando despuésdel atardecer o de noche, con grandealboroto de borrachos en laschalupas. Sofía explicaba quela temperatura la tenía
en insomnio hasta el amanecer, de tal modo quesólo venía adormirsevencida por el cansancio, cuando los demás despertaban. Víctor, por su parte, se instalabaen el castillo de proa, frente a la ciudad, desde la hora del alba, redactando unavoluminosa correspondencia relacionada con sus negocios. Y así transcurrieron varios días estando unos en tierra, otros abordo; unos molestos por los malos olores del barco; otros sin advertirlos hasta que, una mañana, Dexter anunció que un marino norteamericano, llegado la víspera dePort-au-Prince, lehabía informado queallí reinabaun franco estado derevolución. No podía esperar más: zarparía amedia tardepara proseguir el viaje, dejando de lado la isla deSaint-Domingue. Despuésderecoger sus cosasydealmorzar unjamóndeWestfaliarociadoconcervezatancalientequelaespumanodespegabadelascopas,losviajeros sedespidierondelcapitánfilántropoydelasgentesdel Arrow. Sentadossobresusvalijas,enunportal delosmuelles,consideraron la situación. Ogésabía de un mal velero cubano que saldría mañana hacia Port-au-Prince, fletado por comerciantes deaquí, en busca derefugiados. Lo razonable era queSofía permaneciera en Santiago, mientras quelos treshombres embarcaran. Si la situación no era como la pintaban y Ogéinsistía en quelos acontecimientos respondían, por fuerza, a algo máscomplejo y noble que un mero afán de pillaje , Esteban regresaría por el mismo barco para buscar a su prima. Ogéestabamuy confiado, además,enlaautoridaddesuhermanoVincent, dequienestabasin noticiasdesdehacíameses,pero queocupaba, segúnsabía, un alto cargo en la administración dela colonia. En cuanto a Víctor, no había dilema posible; tenía un negocio, una casa, bienes, en Port-au-Prince. Sofía se enojó, pidiendo quela llevaran; aseguró que no sería un estorbo; no necesitaba camarote; no tenía miedo. «No escuestión demiedo dijo Esteban . No podemos exponerte a quete paselo que pasó a centenares de mujeres allá.»Víctor estabadeacuerdo. Si la vida era posible en la isla, vendrían a buscarla. De lo contrario, él dejaría aOgécomo apoderadosuyoyregresaríaaSantiagoenesperadel findelatormenta.Contantosrefugiadosfrancesescomohabíaenlaciudad,nadie iría aaveriguar si el Víctor Hugues deacáera el mismo quehabía sido denunciado en LaHabanapor masón. Ahora, Santiago albergaba acentenaresdemiembros delaslogiasdePort-au-Prince, deLeCap, de Leogane. Aceptando ladeterminación de los varones,lajovenquedósolaconVíctor enmediodel equipajedisperso,mientrasOgéyEstebanibanaresolver el difícil problema dehallarle un alojamiento decente. A bordo del Arrow esbelto y magnífico, con sus arboladuras ligeramente inclinadas, sus finos obenques, sus tremolantes enseñas seiniciaban las maniobrasdelapartida, con gran movimiento de marinos en lacubierta. A la mañana siguiente era una vieja balandra cubana, de velasremendadas y ruinosa estampa, la quesalía del puerto deSantiago,emprendiendolanavegación alo largodeunacostacadavezmásacrecidaenalturas.Parecíaqueelvelerono avanzara,detantotener queorzarel rumboparaimponersealascorrientescontrarias... Transcurrióundíainterminable,yunanoche de luna tan clara que Esteban, en el medio sueño de un mal descanso al pie del mástil, creyó veinte veces que amanecía. La balandraentróenlasfaucesdel Golfo delaGonave,notardandoenavistarlascostasdeunaisladonde,segúnOgé,habíacascadas cuyasaguastenían el poder de sumir a las mujeres en un estado de videncia órfica. Cada año iban en peregrinación hacia aquel brillante altar de la Diosa dela Fecundidad y delasAguas, sumergiéndoseen la espumacaída de altas rocas. Y dábanse algunas a retorcer y gritar, poseídaspor un espíritu queles dictabavaticinios y profecías profecíasquesolían cumplirsecon pasmosa exactitud. «Sorprendenteesqueun médicocreaen eso», dijoVíctor. «El doctor Mesmer replicoOgé, sarcástico harealizado millaresdecurasmilagrosasenvuestracultaEuropa,magnetizandoel aguadesusbateasyprovocando ensuspacientesunestado de inspiración quedesde siempre conocen los negros deacá. Sólo queél cobraba por hacerlo. Los dioses dela Gonavetrabajan gratuitamente. Esaesla diferencia...» Sesiguió navegando entrecostasdifuminadas, hasta el anochecer. Víctor, que había pasado el díaen estadodeexcesivaimpaciencia, sedurmió pesadamente comourgido derecuperar el desgastenervioso después de unamagracenadearenconesybizcochos. Fuedespertadopor Esteban, pocoantesdelamadrugada.Labalandrallegabafrentea Port-au-Prince. El casco dela ciudad estabaen llamas. Un incendio gigantesco enrojecía el cielo y arrojaba pavesas alos montes cercanos.Víctor exigióqueecharanunboteal agua,sinesperarmás,ypocodespuésdesembarcabaenel muelledelapesca.Seguido de Esteban y deOgé, cruzó las callesdonde algunos negros cargaban relojes, cuadros, muebles, salvados de las llamas. Los tres llegaron aunsolar yermo,dondealgunasmaderascalcinadasdecenizas, entrepequeñashogueras.El negociantesedetuvo,tembloroso, crispado, con el sudor cayéndolede la frente, delassienes, dela nuca. «Leshago los honoresdela casa dijo . Allí estabala panadería; aquí, el almacén; detrás, mi habitación.» Recogió una tabla de roble medio quemada: «Era un buen mostrador.» Su pietropezó con un platillo debalanza, ennegrecido por el fuego. Levantándolo, lo miró largamente. De súbito lo arrojó al sueloconestrépito degong,alzandounrevuelodehollines.«Perdón»,dijo, reventandoensollozos.Ogésalióenbuscadeunos familiares que tenía en la ciudad. El día fue naciendo bajo nubes bajas, cargadasde humo, como apretadas entre las montañas
quecerraban el golfo. Víctor y Esteban, sentadossobre el horno dela panadería únicacosaidentificable en medio delo informe contemplaban unaciudadquerecobrabasusritmos deciudaddentro del aniquilamiento delaciudadmisma. Acudían campesinosllevandofrutas,quesos,coles,mazosdecaña,paradisponerlosenunmercadoquehabíadejadodeser mercado.Por costumbre adquiridasesituaban en el lugar de suspuestos inexistentes, armando comercios al airelibre queobservaban la alineación y compostura deotros días. Parecía que los sublevados, despuésde haber prendido fuego a todo, sehubiesen esfumado. Unacalmadecarbonesapagados, derescoldos,debrasassobrelatierracubiertadeescombros, dabaunabucólicaestampaal que veníapregonando la lechedesuscabraspintas, lafragancia desusjazmines, labondad desusmieles. El giganteque, allá, al final del espigón, ofrecía un enorme calamar enlazado en lo alto, se transfiguraba en el Perseo de Cellini. Unos religiosos, bastante lejos, retiraban los chamuscados andamios de una iglesia en construcción. Iban burritos cargados, por calles que habían dejado de serlo, siguiendo, sin embargo, el acostumbrado itinerario, doblando donde vano podía cruzarse recto, demorando en una esquinailusoriadondeel tabernerohabíareinstaladosusfrascosdeaguardientesobretablasmontadasenladrillos.Víctor medía yremedía,conlamirada, el áreadesuaniquiladonegocio, extrañamentesolicitado,dentrodesuiracalmada, por el sentimiento liberador deno poseer nada, dehaber quedadosin unapertenencia, sin unmueble, un contrato, un libro sin unacarta amarillenta, sobre cuyaletra pudiera enternecerse. Su vida estabapuesta en punto cero, sin compromisos quecumplir, sin deudas que pagar, suspendida entreel destruido pasado yel mañanainimaginable. En los morneshabían estallado nuevos incendios: «Para lo que queda por quemar, quémenlo todo de unavez», dijo. Y todavía permanecía allí, a mediodía, bajo el blanco resplandor de lasnubes tendidasde monte a monte, cuando llegó Ogé. Tenía un semblante duro, ahondado por arrugas nuevas, que Esteban no le conocía. «Bien hecho dijo, abarcando con lamiradael áreadel incendio . Ustedes no semerecían otra cosa.» Y antela cara interrogante y enojada deVíctor: «Mi hermano Vincent ha sido ejecutado en la Plazade Armasdel Cabo Francés: le quebraron el cuerpo a golpesde barra dehierro. Dicen quelos huesos le sonaban como nueces rotasa martillazos.» «¿Los sublevados?», preguntó Víctor. «No. Ustedes», respondió el médico con ojos de una sombría fijeza, quemiraban sin mirar. Y en medio deaquel solar yermo, narrabala terriblehistoriadel hermano menor, designado paradesempeñar un importante cargo administrativo,quesetopaconlanegativadeloscolonosfrancesesaacatareldecretodelaAsambleaNacional, atenor delcuallosnegros y mestizos dotadosdesuficiente instrucción eran autorizadosadesempeñar funcionespúblicasenSaint-Domingue. Cansado de alegar yreclamar,Vincentsealzaenarmas,al frentedeunescuadróndedescontentos,igualmenteafectadosporlaintransigencia ladesobediencia delosblancos.Secundadopor otromestizo, JeanBaptisteChavannes,marchasobrelaCiudaddel Cabo.Al quedar derrotados en el primer encuentro, Vincent y Jean Baptiste buscan amparo en la parte española dela isla. Pero allí son apresados por lasautoridades, aherrojadosy devueltos al Cabo, bajo escolta. Puestos entrerejasen una plaza pública, son entregados,durantevariosdías,al escarnio:insultados,escupidos,por quienes,al pasar,lesarrojabaninmundiciasyaguassucias.Pero ya seyerguela picota; empuñael verdugo su cabilla, queseensañaen las piernas, los brazos, los muslos, de los reos. Terminada la faena, intervieneel hacha. Lascabezas de los jóvenes, alzadas en lanzas, son paseadas, para escarmiento, a lo largo del camino queconducea la Grande Rivière. Los buitres, volando bajo, daban de picotazos, al paso, a las carasamoratadas por el suplicio, queacababan deperder todo aspecto humano merasesponjasdecarne, conhoyos escarlata, bamboleadaspor guardiasborrachos, quesedeteníanabeber en cadaparador... «Quedamucho por quemar dijo Ogé . La próximanoche va aser tremenda. ¡Lárguense cuanto antes!»... Fueron hacia el muelle, cuyos espigones de madera estaban ardidos a tramos largos, teniendo que andar sobre los travesaños de sostén, de un quebracho resistente al fuego, debajo del cual flotaban cadáveres, escarbados por los cangrejos. Labalandra cubana, cargadaderefugiados, sehabíaido sin esperar unahoramás segúnsupieron por un negro viejo, queremendabatozudamentesusredescomosi unrotoenlaurdimbredelcordel hubiesesidounproblemadecapital importancia enmedio del vastosiniestro.Todaslasnaveshabíanabandonadoelpuertomenosuna,reciénllegada,cuyostripulantesacababan de enterarsede lo que ocurría en Port-au- Prince; era una fragata detres palos, alta sobre bordas, hacia la cual bogaban, recién desprendidasdelasorillas, barcascadavez másnumerosas. «Esta eslaúnicaoportunidad dijo Ogé. Váyanse, antesdequelos destripen.» Llevadospor el negro pescador en un cayuco tanmaltrecho queerapreciso achicarlo con jícaras, abordaron el Borée, cuyo capitán, asomado a la borda, escupiendo injurias, senegó adejarlos subir. Víctor hizo entoncesuna seña rara unasuerte dedibujo en el espacio que acalló las imprecaciones del marino. Seles bajó una escala de cuerdas, y poco después estaban en cubierta, junto al que había entendido el signo la abstracta imploración del negociante arruinado. El buque, atestado de refugiados los había en todas partes, sudando en ropas resudadas, oliendo mal, enfermos de fiebre, de insomnio, de cansancio, rascándoselasprimerasllagas, los primerospiojos, golpeadoéste, herido el otro, violadaaquélla zarparíaenel acto yregresaríaaFrancia.«Nohaymássolución»,dijoVíctor,al ver queEstebanvacilabaantelamagnituddeunviajequenohabía entrado en sus planes. «Si se queda, lo matarán esta noche», dijo Ogé. «Et vous?», preguntó Víctor. «Pas dedanger», respondió elmulato,señalandosusmejillasoscuras.Seabrazaron.Sinembargo,Estebantuvolaimpresióndequeelmédiconoloestrechaba
tan efusivamente como otrasveces. Había unatiesura, una distancianueva, un enseñamiento, entre los cuerpos. «Siento lo ocurrido», dijo Ogéa Víctor, como si asumiera, de pronto, la representación deun país entero. Y haciendo un pequeño gesto de despedida, regresó a la barca, decuya borda tratabael pescador de alejar el cadáver de un caballo, empujándolo con el remo... Poco después,untruenodetamboresestallósobrePort-au-Prince,alcanzandolascimasdelosmornes.Nuevosincendioscrecían enlasrojeces del crepúsculo. Esteban pensabaen Sofía, queesperaríainútilmente en Santiago dondehabía quedadoalojadaen la casade unos comercianteshonorables, antiguos proveedoresde su padre. Pero era mejor que así fuese. Ogé se las arreglaría para enterarla delo ocurrido. Carlos iría abuscarla. Larara aventuraquehoy empezabano era delasquepodían emprenderse con mujeresen un buquedonde, desdeahora, quien tuviese el empeño deasearseteníaquehacerlo a la vista detodos con otras muchas cosasqueseharían, por fuerza, a la vista detodos. Esteban, entre inquieto y remordido, feliz ante la increíble novedad que le salía al paso, se sentía más sólido, más hecho, más levantado en estatura masculina, junto a Víctor Hugues. Ahora, de espaldas a la ciudad como alardeando de haber enterrado su pasado bajo un montón de cenizas, el francés, vuelto más francés quenuncaal hablar enfrancésconunfrancés,seenterabadelasúltimasnoticiasdesupatria.Eraninteresantes,insólitas, extraordinarias, ciertamente. Pero ningunatan considerable, tan sensacional como la queserefería alafugadel Rey yasu arresto en Varennes. Era algo tan tremendo, tan novedoso para cualquier mente, que las palabras «Rey» y «arresto» no acababan de acoplarse,deconstituir unaposibilidadinmediatamenteadmisible.¡Unmonarcaarrestado,avergonzado,humillado,entregadoala custodiadel pueblo aquien pretendíagobernar, cuando era indigno dehacerlo! Lamás grandecorona, el másinsignepoder, el más alto cetro del universo, traídos entre dosgendarmes. «Y yo, que estaba negociando con sederíasde contrabando, cuando talescosas pasaban enel mundo decía Víctor, llevándoselasmanos alacabeza . Seestabaasistiendo, allá, al nacimiento de una nuevahumanidad...»El Borée, impulsado por labrisanocturna, bogabadespacio, bajo el cielo deestrellastan clarasquelas montañasdel Estesepintabanentinieblasintrusas,cortandoel puro dibujo delasconstelaciones.Atrásquedabanlosincendios deundía.Haciael Orienteseerguía,enhiestaymagnífica,vislumbradaporlosojosdel entendimiento,laColumnadeFuegoque guíalasmarchashaciatodaTierraPrometida.
GOYA Cuandopensabaenlaciudadnatal, hecharemotaysingularpor ladistancia,Estebannopodíasinoevocarlaencolores deaguafuerte,consussombrasacentuadaspor laexcesivaluz delo iluminado, consuscielosrepentinamentecargadosdetruenos y nubarrones, con sus callesangostas, fangosas, llenas denegros atareados entre la brea, el tabaco y el tasajo. Máscarbón que llamashabíaen el cuadro de un Trópico que, visto desdeaquí, se hacíaestático, agobiantey monótono, con sus paroxismos de color siemprerepetidos,suscrepúsculosdemasiadobreves,ysusnochescaídasdel cieloenloquetardábaseentraer laslámparas largas noches alargadaspor el silencio de quienesentraban en el sueño antesdeoír la voz del sereno cantando las diez por María Santísima, sin pecado concebida en el primer instante en su Ser Natural... Aquí, en lassuntuosasmatizaciones deun incipienteotoñoqueeraportentosanovedadparaquienveníadeislasdondelosárbolesignorabanel pasodelo verdealassanguinas ylassepias,todoeraalegríadebanderas,florecer decucardasyescarapelas,floresofrecidasenlasesquinas,levesrebozosyfaldas decívicaostentación, con rojosy azulesprodigadosatodo trapo. Esteban teníalaimpresión luego detanto vivir enlo retirado y recoleto de haber caído en una enormeferia, cuyos personajes y adornos hubiesen sido ideados por un gran intendentede espectáculos. Todo giraba, distraía, aturdía, en el constante barullo decomadresparleras, cocheros queseinterpelaban depescanteapescante,forasterosbigardos,lacayosmaledicientes,ociosos,correveidiles,comentadoresdeloúltimoocurrido,lectores de periódicos, discutidores trabadas en apasionados corros con el difundidor deinfundios, el mejor enterado quenadie, el que sabía debuena tinta, el quehabía visto, el quehabía estado y podía contarlo sin olvidar al muy ardiente patriota metido en vinos, el periodista de tres artículos, el policía que fingía un catarro para justificar el embozo, el antipatriota demasiado patrióticamenteataviado paraqueel atuendo no leoliera adisfraz, queatodas horasatolondrabanel vasto tutilimundi arrabalero con algunaalborotosanovedad. La Revolución había infundido unanuevavidaalaCalle alaCalle, deenormeimportanciapara Esteban, ya queenellavivíay desdeellacontemplabalaRevolución. «Alegríay desbordamiento deun pueblo libre», pensaba el mozo, oyendo y mirando, orgulloso por el título de«Extranjero amigo dela Libertad» queleotorgaban todos. Podían algunos haberse acostumbrado rápidamente a todo esto; pero él, sacado repentinamente de sus modorras tropicales, tenía la impresión dehallarseenun ambienteexótico ésaeralapalabra , de un exotismo mucho máspintoresco que el de sus tierras de palmerasy azúcares, dondehabía crecido sin pensar quelo visto siempre pudiera resultar exótico para nadie. Exóticos exóticos de verdad le resultaban aquí los mástiles y banderolas, lasalegoríasy enseñas; los caballotesdeanchas grupas, como sacados deun tiovivo imaginadopor Paolo Uccello, tan distintos delos jamelgoshuesudos ymañosos buenos hijos de andaluces al fin de su país. Todo le era espectáculo bueno para detenersey admirarse:el café era decorado a la manera china, y la taberna cuya enseña seadornaba deun Sileno a horcajadas sobre un tonel. Los funámbulos que al aire libre remedaban las suertes deacróbatas famosos, y el atusador de perros que había instalado su oficina en lasorillasdel río. Todo era singular, imprevisto, gracioso: el traje del barquillero y el muestrario dealfileres, los huevos pintados derojo y los pavos, pregonados como «aristócratas»por una desplumadora del Mercado. Cada tienda le resultabaun teatro, con el escaparate-escenario queexhibía perniles decarnero sobre encajes depapel; el de la perfumera, demasiado guapa para hacer creer que viviera de los escasos artículos exhibidos; el de la abaniquera, y el deaquella otra, hermosatambién, depechos puestos en mostrador, que ofrecía emblemas revolucionarios hechos demazapán. Todo era listado, encintado, adornado, en tintes decaramelo, de globo Montgolfiero, desoldadodeplomo,deestampaparailustrarunMambrú. Másqueenunarevolución, parecíaqueseestuvieraenunagigantesca alegoríadelarevolución, en unametáfora derevolución revolución hechaen otraparte, centradasobrepolos ocultos, elaborada en soterrados concilios, invisibles para los ansiosos de saberlo todo. Esteban, poco familiarizado con los nombres nuevos, ayer ignorados, que sebarajaban cada día, no acababa dever quiénes hacían la revolución. De pronto surgían oscuras gentes de provincia, antiguos notarios, seminaristas, abogados sin causasy hasta extranjeros, cuyas figurasseagigantaban en semanas. La excesiva proximidad delos hechos lo tenía como encandilado, ante tantas caras recién aparecidasen las tribunasy en los clubes donde resonaban, a veces, lasvoces juvenilesde quienes apenaslellevaban unos pocos años. Las asambleas aque asistiera, mezcladocon el público, no le traíanmayor información: desconociendo aloshombres, desconcertadopor un torrencial despilfarro
de palabras, seadmiraba ante los oradorescomo hubiera podido hacerlo un lapón repentinamentellevado al Congreso delos Estados Unidos. Estele era simpático, por la expedita durezadeun verbo acerado, con ímpetus deadolescencia; aquél, por las populacheras inflexionesde su vozarrón; el otro, porquesu elocuencia era más cáustica e incisiva que la delos demás... Víctor Hugues le resultabaun mal informador en estos momentos, pues teníapocasoportunidades deverlo. Ambos vivían en un alberguemodesto,malalumbradoypeorventilado,dondeloshedoresdel carnero,lascolesylasopadepuerroscundíanatodashoras, añadiéndoseal olor a mantequillaranciaquedespedían, por sí mismas, lasalfombrasraídas. Al comienzo sehabían entregadoa gozar de la vida dela capital, frecuentando los sitios dediversión y de placer, donde Esteban, mediante muchos excesos y no pocos atentados asu escarcela, lograra amansar la clásica concupiscencia de cuantos extranjeros arriban a lasorillasdel Sena. Pero, al cabo dealgún tiempo, Víctor, arruinado como lo estaba, sin más monedas quelasganadas en Cuba, sedio a pensar en el mañana,entantoqueEstebanescribíaaCarlos,pidiéndoleunacartadecréditopor intermediodelosseñoresLaffon, deBurdeos, que representaban las garnachasy moscatelesdel Conde deAranda. El francés había cobrado el hábito de salir temprano, desapareciendo hastamuy tarde. Conociéndolo, se abstenía el joven dehacerle preguntas, Víctor era hombrequesólo hablabadesus logros cuando eran alcanzados, aspirando yaa logros mayores. Entregado así mismo, Esteban sedejaba zarandear por el ritmo decadadía, siguiendo los tamboresdeun desfiledeguardias, metiéndoseen cualquier club político, sumándosealamanifestación improvisada, más francés que nadie, más revolucionario que quienes actuaban en la revolución, clamando siempre por medidasinapelables, castigosdraconianos, escarmientos ejemplares. Sus periódicos eran los extremistas; sus oradores, los más implacables. Cualquier rumor alusivo a unaconjura contrarrevolucionaria lo echabaa la calle, armado del primer cuchillo de cocina queencontrara. Con gran enojo dela dueña del hotel donde vivía, sehabía aparecido una mañana, seguido por todos los niñosdel barrio,trayendounretoñodeabetoqueplantósolemnementeenelpatioatítulodenuevoÁrbol delaLibertad.Undía tomó la palabra en un Club deJacobinos, dejando atónitos a los presentes con la idea de que, para llevar la Revolución al Nuevo Mundo, bastaba con inculcar el ideal de Libertad alos jesuitas que expulsados delos Reinos de Ultramar, andaban errantes por Italiay Polonia... Los libreros del barrio lellamaban«El Hurón», y él, halagado por el remoquete queuníael recuerdo deVoltaire alaimagen deAmérica, hacíacuanto lefueraposiblepor chocar con los hábitos deurbanidaddel antiguo régimen, alardeando de unafranqueza, deuna brutalidad verbal, deuna crudezadejuicios, quea veces lastimaba alos mismos revolucionarios. «Me jacto deponer lospiesen el plato y dementar lasogaen casadel ahorcado», decía, gozándoseen ser insoportableyríspido. Y así iba, haciendo «huronadas», de corro en corro, de mentidero en mentidero, hasta las peñas dondesereunían los españoles de París, masones y filósofos, filántropos ycomecuras, queconspiraban activamente por llevar la Revolución a la Península. Ahí se hacíaun perpetuo recuento de Borbones cornudos, dereinaslicenciosas einfantescretinos, ciñéndoseel atraso deEspañaaun sombrío cuadro de monjas llagadas, milagrerías y harapos, persecuciones y atropellos, que sumían cuanto existiera entre los Pirineosy Ceuta en lastinieblas deuna godarria rediviva. Comparábaseesepaís dormido, tiranizado, falto de luces, con esta Francia esclarecida, cuya revolución había sido saludada, aplaudida, aclamada, por hombres como Jeremías Betham, Schiller, Klopstock, Pestalozzi, Robert Bruce, Kant y Fichte. «Pero no basta con llevar la Revolución a España; también hay quellevarla a América», decía Esteban en esas reuniones, hallando siempre la aprobación de un Feliciano Martínez deBallesteros, venido de Bayona, que pronto le fue simpático por su gracia en narrar anécdotasy porque, a veces, dábase acantar tonadillasde Blas de Laserna,acompañándosecongarboysalero enunviejoclavicordioarrinconado.Eramaravillaoír entoncesalosespañolesconcertados en torno al tecladopara contrapuntear lacoplade: CuandoMajomavivía Alláenlaerapasada Eratantolo quebebía Quedel suelo seelevaba Conlasmonasquecogía. Conlasmonasquecogía.
Usaban todos, en son dealarde, un chaleco deventaprohibidapor Real Disposición en los dominios deEspañay de América, en cuyo forro seostentaba la palabra Libertad bordada con hilo rojo. Y eran proyectos deinvasión, levantamientos de provincias,planosdedesembarcospor Cádiz opor laCostaBrava, connombramientodeministrosesclarecidos,fundacionesde periódicos imaginarios, redaccionesdeproclamas, los quellenaban lasnochesdelatertulia, dando a cada cual el gusto de escucharse así mismo, en una habladuría querompía crismones y tumbaba coronas al estrépito de palabrejascastizas queponían de cabrones y putas a todos los miembros dela Dinastía Ibérica. Se lamentaban algunos de que el prusiano Anacharsis Clootz, Apóstol delaRepúblicaUniversal, alpresentarsealabarradelaAsambleaConstituyentecomoEmbajador del GéneroHumano,
nohubieraincluidoaningúnespañol del grupoensucortejodeingleses,sicilianos,holandeses,rusos,polacos,mongoles,turcos, afganosycaldeos,vestidoscontrajesnacionales,contentándose,pararepresentar dignamentealpaísquetancercagemíabajoel dogal y las cadenas del despotismo, de un cualquier comparsa. Por ello no había sonado la voz de España en esaceremonia memorable, donde hastaun turco tomaralapalabra. «Bien hacen en despreciarnos, que aún no somos nada decíaMartínez de Ballesteros encogiéndose dehombros . Pero ya nos llegará la hora.»Por lo pronto, sabía de hombres valiosísimos queya se disponían a venir a Francia para ponerseal servicio de la Revolución. Entre ellos, un joven Abate Marchena, a quien dabapor un espíritu superior, a juzgar por el tono de suscartas y unas traducciones depoemas latinos quele había mandado... Pero no todo era,paraEsteban, pasarselasnochesenanimadastertuliasyandardepapanatasporlascalles,asistiendoadesfilesycelebraciones cívicas. Un día memorable fue iniciado en la Logia de los Extranjeros Reunidos, penetrando en el vasto mundo fraternal y laborantequeVíctor sólo le hubiera revelado a retazos. Para él habían encendido el Templo, resplandeciente y arcano, donde, al fulgor delasespadas,letocaraandar, trémulo ydeslumbrado,hacialasColumnasJachimyBoaz, el Deltayel Tetragrama,el Sello de Salomón, y la Estrella del Número deOro. Allí estaban, envueltos en sus aureolasy emblemas, los Caballeros Kadosh y los CaballerosdelaRosacruzylosCaballerosdelaSerpientedeBronceylosCaballerosdelArcaRealylosPríncipesdel Tabernáculo y los Príncipes del Líbano y los Príncipes de Jerusalén, y el Gran Maestre Arquitecto y el Sublime Príncipe del Real Secreto, hacia cuyos Gradoscomenzaríala ascensión deQuien, demudado por la emoción, sintiéndoseindigno detanto honor, avanzabahacia los misterios del Grial, de latransformación delaPiedra Bruta en Piedra Cúbica, dela Resurrección del Sol en la Acacia, en el seno de unaTradición conservada, recobrada que, retrocediendo vertiginosamente en el tiempo, alcanzabalasgrandesceremoniasiniciadasdel Egipto, atravésdeJacoboBoehme,lasBodasQuímicasdeChristianRosencreutzyel SecretodelosTemplarios. Esteban se había sentido Uno con Todo, alumbrado, iluminado, ante el Arca queahora había de edificar en su propio ser, a semejanzadel Templo construido por el maestro Hiram-Abi. Estabaenel centro del Cosmos: sobresu cabezaseabríael firmamento; suspieshollaban el camino queconduce del Occidente al Oriente. Salido delassombras del Gabinete deReflexión, desnudo el pecho en el lugar del corazón, desnuda la pierna derecha, descalzo el pie izquierdo, el Aprendiz había respondido a las trespreguntas ritualessobre lo que el Hombre debía aDios, a Sí mismo y a los Demás, al cabo de lascuales sehabían agrandado lasluces, lasaltaslucesdeun Siglo hacia cuyo prodigioso acontecer había ido ciegamente, vendado, como arrastrado por una voluntad superior, desdela tarde delos Grandes Incendios dePort-au-Prince. Entendía, ahora, el exacto sentido dela alucinada navegación semejantealadePerceval en buscadesí mismo hacia laCiudadFuturaque, por una vez, no sehabía situado en América, comola deTomásMoro o la deCampanella, sino en la propia cunadela Filosofía... Aquellanoche, incapaz dedormir, anduvo hasta la madrugada por barrios viejos, resudadosdepátina, cuyascallejas tortuosas le eran desconocidas. Inesperadas esquinas,deagudovértice,seleveníanencimacomolasproasdegigantescasnaves,sinmástilesni velas,cubiertasdechimeneas quesepintabansobreel cieloconfantásticaaposturadecaballerosarmados.Sinrevelarlanaturalezaexactadesusformas,emergiendodetinieblasyclaroscuros,aparecíanandamios,muestras,letrasrecortadasenhierro,banderasdormidas.Allí sehacinaban lasdiablasde un mercado; allá, colgaba unarueda, sobre los mimbresenmarañados decestas amedio tejer. Un percherón fantasmal hacía tremolar los belfos, de pronto, en el fondo de un patio donde una carreta alzaba las barras del tiro, en un rayo de luna,conlainquietanteinmovilidaddel insectoquesedisponeadisparar losdardos.Siguiendolarutadelosantiguosperegrinos de Santiago, Esteban sedetuvo donde el cielo, al cabo dela calle, parece esperar a quien tramontela cuesta, regalando ya el olor del trigo segado, el buen augurio de los tréboles, el húmedo y cálido aliento de los lagares. El joven sabía que era mera ilusión; quearribahabíaotrascasas,ymuchasmásdondeseintrincabanlossuburbios.Por lomismo,detenidodondehabíadedetenerse para no perder los privilegios deuna celestial y fastuosaperspectiva, contemplabalo quedurantesiglos hubiesen mirado, entonando cánticos, los hombres deveneras, bordón y esclavina, quetanto habían arrastradosussandaliaspor este rumbo, sintiéndosemás cerca del Pórtico de la Gloria, cuando a menos jornadas le quedaban el Hospital deSan Hilario de Poitiers, lasLandas resinosasy el descansodeBayona, anunciadores delafusión delasCuatro Víasdelos Romeros, en PuentedelaReina del Valle deAspe.Y habíanpasadopor ahídeañoenaño,generación trasgeneración, movidospor uninacabablefervor,marchandohacia la sublimeobra del Maestro Mateo, quien, deseguro no podía haber duda en esto , habría sido masón como Brunelleschi, Bramante,JuandeHerrera,oErwinSteinbach,eledificador delaCatedraldeEstrasburgo.Pensandoensuiniciación,Estebanse sintió ignorantey frívolo. Todaunaliteratura necesariaa su perfección leera ajena. Mañana mismo compraríalos libros útiles, enriqueciendo, por cuenta propia, lasenseñanzaselementalesrecibidashasta ahora... Así, menos sensiblequeantesal alboroto revolucionario quea todas horas agitabalascalles, sedio a estudiar durantelargas noches, enterándosemejor del secreto, pero seguro, tránsito del Ternario atravésdelostiempos. Un día serían lassiete lo halló Víctor despierto, soñando con la Estrella AbsintiodelApocalipsis, despuésdeabismarseenlaprosadeLaVenidadel MesíasdeJuanJosaphatBenEzra,autor cuyonombre ocultaba, bajo su empaquearábigo, lapersonalidaddeun activo laboranteamericano. «¿Quierestrabajar paralaRevolución?»,
le preguntó la voz amiga. Sacado de sus meditacioneslejanas, devuelto a la apasionante realidad inmediataque no era, en suma, sino un primer logro delasGrandes Aspiraciones Tradicionales, respondió quesí, quecon orgullo, que con entusiasmo, y queni siquiera permitíaquesu fervor, su deseo detrabajar por laLibertad, pudieseser puesto en duda. «Pregunta por mí, a las diez, en el despacho del ciudadano Brissot dijo Víctor, queestrenabaun traje nuevo, demuybuena factura, con unasbotas queaún sonaban a cordobán de almacén . ¡Ah! Y si viene al caso hablar de eso: nada demasonerías. Si quieres estar con nosotros, no vuelvas a poner los pies en una Logia. Demasiado tiempo hemos perdido ya con esas pendejadas.» Advirtiendo la expresión asombradade Esteban, añadió: «La masonería es contrarrevolucionaria. Es cuestión que no sediscute. No hay másmoral quela moral jacobina.» Y, tomando un Catecismo del Aprendiz queestabasobre la mesa, lo rompió por el canto delaencuadernación, arrojándolo al cesto depapeles.
A lasdiezymediahabíasidorecibidoEstebanporBrissotyalasonceteníafijadouncaminoqueera,hastalafrontera española, uno de los viejos caminos deSantiago. «Sandaliashabría dedarmela libertad, con una escarapelapor venera», dijo el joven, muy satisfecho desu improvisada retórica, al saber lo quedeél seesperaba. En aquellos días necesitábansehombres de sólidas convicciones, hábiles en escribir el castellano y traducir documentos del francés, para preparar una literatura revolucionaria, destinada aEspaña, que yaempezabaa imprimirseen Bayona y dondequiera quehubieseprensasdisponiblesen la proximidad de los Pirineos. Muy escuchado por Brissot, el abate JoséMarchena, de quien muchosalababan los talentos y la sorna volteriana, aconsejabaunarápidapenetracióndoctrinariaenlaPenínsula,paraacabar deprender losfuegosdeunaRevolución queno debía tardar en producirseallá, como inminentesehacía su estallido en otrasnacionesanhelantesderomper lasoprobiosascadenasdel pasado. Según Marchena, Bayona sin desdeñar por ello aPerpiñán «erael lugar másadecuadoparareunir a los patriotas españolesquequisieran trabajar por laregeneración desu país», aunqueera necesario contar con gente inteligente, capaz de entender que «el lenguaje delos franceses regenerados y republicanos no podía ser todavía el de los españoles». Estos teníanque«irsepreparandogradualmente»,respetándosedurantealgúntiempo«ciertaspreocupacionesultramontanas,incompatiblescon la libertad, pero demasiado arraigadaspara quepudiesen ser destruidasde un golpe». «¿Está claro?», había preguntado Víctor a Esteban, como para responsabilizarsede su protegido anteBrissot. El joven, asiéndosede la pértiga, había respondidocon unbreveperoconvencidodiscurso, entreveradodecitascastellanas,parademostrarquenosolamenteestabadeacuerdo conMarchena,sinoquepodíaexpresarsetancorrectamenteenel idiomafrancéscomoenel suyopropio...Sinembargo,triscando sudestino,al cabodealgunashoraspensóquelamisiónconfiadanoeradel todoenvidiable:alejarsedeParís,enestosmomentos, era como perder de vista el Máximo Teatro del Mundo para ir a confinarsea una remotaprovincia. «No son éstas las horas de quejarse ledijoVíctor severamente, al conocer susdudas . Pronto serédespachado aRochefort por un tiempo largo. También a mí meagradaría quedarmeaquí. Pero cada cual debe ir a dondesele mande.» Siguieron tres días defrancachela, entre dispendiosas comidas y antojos mujeriegos, que volvieron a estrechar la amistad entre los dos hombres. Franqueándose con Víctor, Esteban no podíaocultarleque apesar deseguir susconsejosen cuanto tocabaal olvido delamasonería supasoporlaLogia delosExtranjerosReunidosledejabaunmundodegratosrecuerdos. Allí selehabíacalificadode«JovenHermanoAmericano», dándosele unatogaviril, al procederse a la iniciación. No podía decirse, por lo demás, queno reinara una sanamentalidad democrática donde un Carlos Constantino de Hesse-Rotenburg tratabafamiliarmente al patriota de color quebrado, venido de la Martinica; al antiguo jesuita del Paraguay, añorante desus misiones comunitarias; al tipógrafo brabanzón expulsado de su país por difundir proclamas;al exiladoespañol, buhonero dedía,orador despuésdel crepúsculo, paraquienlamasoneríaestabaactiva yaenÁvilaenel siglo XVI, según lo testimoniaban ciertasfiguracionesdecompases, escuadrasy malicieshalladosrecientemente según él en la iglesia deNuestra Señora dela Asunción, edificadapor el alarife judío Mosén Rubí deBraquemonte. Allí se oía muchamúsica de un inspirado compositor masón, llamado Mosar, o Mótzarth, o algo parecido, pues un barítono vienes cantabaalguno de sus himnos en las ceremonias de iniciación, embelleciendo de ricos calderones lasmelodías de «Oh, santa unión de los fieles hermanos», o de la invocación: «Vosotros que honráis al Creador bajo los nombres de Jeovah, Dios, Fú o Brahama.»Allí sevivía en contacto con hombres interesantísimos, para quienesla revolución era unavictoria deorden material y política quehabría dellevar a unavictoria total del Hombre-sobre-sí-mismo. Esteban recordabaa Ogé, cuando ciertos hermanos, danesesy suecos, hablabandelaportentosacortedel PríncipedeHesse y asentíaCarlosConstantino, siempre gran señor donde los sonámbulos eran interrogados acerca dela Caída delos Ángeles, la edificación del Templo o la composición química
del AguaTofana. En la corte deSlesvig se operaban curacionesmilagrosas, mediante el magnetismo, llegando atransformarse un abedul, un nogal, un abeto, en manantiales de fluido benéfico. Se forzaban las puertasqueocultaban la visión del porvenir, comparando los oráculos debidos a ochenta y cinco formas de adivinación tradicional, que incluían la bibliomancia, la cristalomancia, lagiromanciay laxilomancia. Sealcanzabaalamás extrema sutilezaen la interpretación delos sueños. Y, por medio de laescrituraautomática, dialogábasecon el yo profundo, conscientedevidasanteriores, que dentro decadahombre seoculta. Así sepudosaber quelaGranDuquesadeDarmstadthabíalloradoenelGólgota,al piedelaCruz,yquelaGranDuquesadeWeimar había asistido, en el Palacio de Pilato, al Juicio del Señor como el sabio Lavater tuvo una clara conciencia, durante años, de haber sido JosédeArimatea. Ciertasnocheslasarañasdel mágico castillo deGottorp todo envuelto en brumasquehumedecían las bandaletas desusmomiasegipcias bajabansobremesasdondejugabancartas,conseñorialplacidez,unCondedeBernstorf quehabía sido el Apóstol Tomás; un Luis deHesse, queserecordabaasí mismo como Juan el Evangelista; un Christian deHesse, quefueraotrora el Apóstol Bartolomé. El PríncipeCarlos seausentabaamenudo deesasveladas; preferíaencerrarseatrabajar fijando la mirada con tal intensidad en un trozo del metal quelos griegosllamaban Electronum, queante su vista sedibujaban pequeñas nubes, cuyas formas podían interpretarsecomo advertencia y mensajesdela otra Orilla... «¡Tonterías! exclamaba Víctor, irritado, ante el cuadro de portentos . Cuando hay tantas cosas reales en que pensar, perder el tiempo hablando de semejantesmierdasequivalea unaactitud contrarrevolucionaria. A tiempo vimoslo queseocultabatrasdetantas mascaradas salomónicas: un traidor afán de volver las espaldasa la época, distrayendo a las gentes desus deberesinmediatos. Además, los masonespredican en nombre desus hermandades una moderación criminal. Todo moderado debeser visto por nosotros como un enemigo...» Atando cabos, Esteban había dilucidado el misterio de las antiguasrelaciones deVíctor con la masonería: Juan BautistaWillermoz, su proveedor en sederías, Gran Canciller del Covent delasGalias, muy estimado por los Príncipes deHesse, era el dirigente deuna orden quehabía ido derivando hacia la místicay el orfismo por influencia deMartínez dePasqually, el iluminado, muerto en Saint-Domingue. El misterioso judío-portugués había fundado capítulos en Port-au-Prince y en Leogane, ganándoselasmentes de hombres como Ogé, llevados a las especulaciones esotéricas, pero defraudando, en sus disciplinas herméticas,alosque,comoel exnegociante,eranmássolicitadospor unidealdesubversión política.Víctor,respetuosodel inmenso prestigio de Willermoz como filántropo y como industrial millares de obreros trabajaban en sus fábricas de Lyón había aceptadolosfundamentosdeladoctrina,iniciándosesegúnel ritodel GranOriente,pero negado(deahí veníansusdiscusiones con Ogé) a aceptar lasprácticasespiritualistaspreconizadas por Martínez dePasqually, aquel quesejactabadeestablecer comunicacionesmentales, a distancia, con susdiscípulos deEuropa... «Todos esos magos einspirados no son sino una tandadeennmmerdeurs», decía Víctor, que ahora sepreciabade estar con los piesmuy afincados en la tierra, tomando a menudo la palabra en losJacobinos, dondeteníaoportunidaddecodearsecon Billaudo aacercarsealgunavez a Maximiliano Robespierre, a quien situabapor encimadetodos los tribunosdelaRevolución, rindiéndoleun culto tan apasionado que Esteban, oyendo los desmedidos elogios que el otro hacía desu elocuencia, de sus conceptos, de su porte y hasta de su insólita elegancia vestimentaria en medio de asambleas caracterizadas por el desgarbo y el desaliño, llegaba adecirle en tono de broma: «Veo que es algo así como un Don Juan para machos.» Víctor, a quien taleschanzasenojaban, respondía con alguna obscenidad decalibre subido, llevándose unamano a la costura de las bragas. Después deun largo y zarandeado viaje por caminos enlodados, dondelaspinasde pino crujían bajo los calcesdel coche, acabó Esteban por llegar a Bayona, y ponersea la disposición de quienespreparaban el estallido dela Revolución en España: el ex marino Rubín de Celis, el alcaldeBastarrechey el periodi Peuple. Tuvo la desalentadora impresión de quesu cara nueva, sus deseos de una acción inmediata, no acababan de agradar donde muchos estaban instalados en un jacobinismo un tanto demorado por escrúpulos hispánicos, siemprevirulento en cuanto sereferíaa Francia, manso y cauteloso cuando los ojos se volvían haciael Bidasoa. El joven fue despachado rápidamenteaSan Juan deLuz, ciudad ahorallamadaChauvin-Dragón parahonrar lamemoriadeun heroico soldado republicano, hijo delalocalidad.Habíaallí unaimprentapequeñaperosumamenteactiva,alaquedebíanentregarsenumerosasproclamasytextosrevolucionarios seleccionadospor el Abate Marchena, buen agitador, siempredispuesto amover la plumaal compás delos acontecimientos, pero que ya transitaba poco por los caminos fronterizos, pasando lo mejor de su tiempo en París, donde Brissot le concedía frecuentes audiencias. Creyéndose sin amigosen aquella costa, tuvo Esteban la alegría deencontrarse unatarde, en las orillasdel Untzin, conun solitario pescador aquien saludóconalborozo:era el ocurrente y yaex masón Feliciano Martínez de Ballesteros, ahora poseedor de un flamante grado decoronel por haber creado un cuerpo de miqueletes, los «Cazadoresde la Montaña», destinado acombatir lastropasespañolas en caso deagresión e incitar a sus soldadosa pasarsea la República. «Hay queestar preparados decía .Ennuestrapatriael hideputasedasilvestre:nohaymásqueveranuestrosGodoyesyanuestras Mesalinas deBorbón.» Con el jocundo logroñésemprendió Esteban largos paseos a pueblos quehabían cambiado denombres
en fechas recientes: ahora Ixtasson sellamaba «Unión»; Arbonne, «Constance»; Ustarritz, «Marat-sur-Nive»; Baigorry, «Las Termópilas». Durantelasprimerassemanas el joven seadmiró antelastoscasiglesiasvascuences, dechatos y guerreros campanarios, con sus huertas cercadas por lajas clavadas en la tierra; sedetenía para ver pasar la yunta debueyes, conducida ala pica, con una piel de oveja tendida sobre el yugo; tramontabalos puentes dearqueado lomo, encabritados sobre torrentes deagua de nieve, arrancando, al pasar, algún hongo anaranjado oculto en lasresquebrajadurasdelapiedra. Leera gratalaarquitectura de lascasas, con sus vigas de un azul de añil, sus tejados demansas vertientes, sus áncoras de forja hincadas en la cantería delas adarajas.LaCordilleradelosRomancesdeCarlomagno,desmenuzadaencontrafuertesescarpadosencuyossenderosaparecían, a la vuelta deuna peña queacaso hubiera contemplado el Paladín Roldan, valientes y atropelladosrebaños, y los pastos, sobre todo pastos mojados, mullidos, verdes, deun verdeclaro, demanzanaverde, siempresemejantesasí mismos , lo llevaban a pensar enlaposibilidaddeunabucólicadicha,devueltaatodosloshombresporlosprincipiosrevolucionarios.Peroalgosehabía decepcionadodelasgentes,al conocerlasmejor:esosvascosdegestospausados,concuellosdetoroyperfilescaballunos, grandes levantadores depiedras, derribadoresdeárbolesy navegantes dignos decodearsecon aquellos que, buscando la ruta deIslandia, fueron los primeros en ver el mar endurecido en témpanos, eran tenaces en laconservación desustradiciones. Nadielos aventa jabaen urdir tretasparaoír misasclandestinas, llevar hostiasen lasboinas, ocultar campanasen parajesy hornosdecal, y armar altaresahurtadillas en unagranja, en latrastiendade un figón, en una caverna custodiada por perros pastores , donde menos seesperaba. Podían, algunos desaforados, haber roto los ídolos dela Catedral deBayona: el Obispo había encontrado quienes lo ayudaran apasarseal territorio español con ostensorios, cíngulos y bagajes. Fue necesario fusilar a unamozaquehabía ido a comulgar a la Villa deVera. Los habitantes de varias aldeas fronterizas, convictos dedar asilo y protección a los curas refractarios, eran deportados, en masa, alasLandas. Chauvin-Dragón seguíasiendo San Juan deLuz para suspescadores, como Baigorry permanecía bajo la advoca-ción de San Esteban para los labriegos. La Soule quedaba tan apegada a sus fogatas de San Juan, asusdanzasdetrazamedieval, quenadiesehubieraatrevido adenunciar allí aquien rezarael rosarioen familiao hablara, persignándose,delasbrujasdeZagarra-murdi... LlevabaEstebandosmesesenesemundoqueseleestabavolviendoajeno, artero, movedizo, conaquel hablavascuencequenuncalograríaentenderynuncaacababadedibujarlaspalabrasenlosrostros,cuando lo fulminó lanoticiadequeseestabaen guerracon España. Nunca pasaríayaalaPenínsulapara asistir al nacimiento deun país nuevo, como sehubiesecomplacido en soñarlo cuando escuchabalos esperanzados discursos de Martínez deBallesteros, perpetuo anunciador de un inminentelevantamiento del pueblo madrileño. Quedabapreso en unaFrancia quelasescuadrasinglesas bloqueaban por el Atlántico, desdela cual no había modo deregresar a la tierra delos suyos. No había pensado, hasta ahora, en volver a La Habana, deseoso como lo estaba dedesempeñar su papel, por pequeño que fuera, en una Revolución destinada a transformar el mundo. Pero bastaba queseviese impedido de hacerlo para que una casi dolorosa nostalgia de su casay de sus gentes, delucesdistintas ysabores deotro mundo, lehiciera aborrecer el cargo presente queno pasaba, en suma, deser una tediosa función burocrática. No valía la pena haber venido de tan lejos a ver una Revolución para no ver la Revolución; para quedar en el oyente que escucha, desde un parque cercano, los fortísimos que cunden de un teatro de ópera a donde no seha podidoentrar. Transcurrieron variosmeses, duranteloscualesEsteban tratódehacersenecesarioen el cumplimiento demonótonas labores. En Españano ocurría nada delo esperado. Hasta la guerra, en este sector de Francia, se hacía lánguida y rutinaria, sin pasar de unamera vigilanciadefensivaantelos fuertescontingentes desplegados en lafrontera por el general VenturaCaro tampoco muy resuelto a moversede sus posiciones, a pesar de la superioridad numérica de sus ejércitos. Durante lasnoches, oíansedisparos de fusil en la montaña, sin que sepasara deescaramuzas o defugaces encuentros entre patrullas de reconocimiento. Pasó un largo estío, soleado y apacible; volvieron los vientos del otoño; recogiéronselasbestias alos establos, a poco de pintarseloscierzosdel invierno. A medidaquepasabael tiempo,advertíaEstebanqueel alejamientodeParíspobladasuespíritu deconfusiones, acabandopor noentender losprocesosdeunapolíticaenconstantemutación,contradictoria, paroxística,devoradora de sí misma, enrevesada en comités y mecanismos quemal sedefinían en la distancia, con tantas noticiasinesperadas comollegaban,acercadel encumbramiento depersonajesdesconocidosodelaestrepitosacaídadel famosoqueeracomparado, ayer todavía, con los máximos próceres delaantigüedad. Llovían reglamentos, leyes, decretos, yaabrogados o contrariadospor medidasdeurgencia cuando laprovincia los tenía aún por vigentes. Venían las semanas atener diez días; arrancaba el año fuera de enero; llamábanselos meses «Brumoso», «Germinóse», «Fructival», sin concordar con los antiguos; cambiaban las pesas y medidas, desconcertando los hábitos dequienestenían el instinto de la braza, el palmo y el celemín. Nadie, en esta costa, podía decir lo queestabaocurriendo en realidad, ni sabíaquiénes eran los hombresdefiar, dóndeel vasco-francéssesentíamás identificado con el navarro español quecon los funcionarios quele venían del remoto Norte, derepente, para imponer calendarios extraños o cambiar el nombre de las ciudades. La guerra queestabaencendida sería una guerra larga, porque no era una guerra
como lasdemás, hecha para colmar lasambicionesdeun Príncipeo apoderarse deterritorios ajenos. «Los reyes saben oíase clamar enlastribunasjacobinas queno hay Pirineospara las ideas filosóficas: millonesdehombres seponen en marchapara transformar la faz del mundo...» Y se estabaen marzo marzo seguía siendo marzo paraEsteban, a pesar de quemuybien le sonaban ya los «Nivosos» y«Pluviosos» del nuevo calendario. Un marzo ceniciento, enrejado de lluvias, queenvolvía las colinas de Ciboure en cendales difusos, dando un aspecto fantasmal a las barcas quéregresaban al puerto, luego de la pesca en un mar verde-gris, agitado y triste, cuyas lejanías sin horizonte preciso sedisolvían en un cielo blanquecino, brumoso, demorado en invierno.Por laventanadelahabitación dondeel jovencumplíasutrabajodetraductor ycorrector depruebas,divisábanseplayas desiertas, erizadas de estacas, donde el Océano dejaba algas yertas, maderas rotas, hilachas de lona, después de las tormentas nocturnasquegemían en el calado delos postigos, atolondrando laschirriantes veletas dehierro roídas por el verdín. Allá, en la antigua PlazaLuis XVI, ahora Plaza dela Libertad, sealzaba la guillotina. Lejos desu ambiente mayor, lejos delaplazasalpicada por la sangre deun monarca, dondehabía actuado en Tragedia Trascendental, aquella máquina llovida ni siquiera terrible, sino fea; ni siquierafatídica, sino tristey viscosa cobraba, al actuar, el lamentable aspecto de los teatros donde unos cómicos de, la legua, en funcionesprovincianas, tratan de remedar el estilo delos grandes actoresdelacapital. Ante el espectáculo de una ejecución se detenían algunos pescadorescargando nasas; tres o cuatro transeúntes, de expresión enigmática, botando saliva de tabaco por el colmillo; un niño, un alpargatero, un vendedor de chipirones, antes deproseguir su camino sin apurar el paso, despuésde queel cuerpo de alguno hubiese empezado a largar la sangre como vino por cuello de odre. Seestabaen marzo. Un marzo ceniciento, enrejado de lluviasque hinchaban la paja delos establos, enlodaban el vellón de lascabras, poniendo acres humaredas en las cocinas dealtaschimeneas, olientes a ajos y aceites espesos. Esteban no tenía noticias deVíctor desde hacía varios meses. Sabíaquedesempeñaba, y con tremebundamano, lafunción deAcusador Público ante el Tribunal Revolucionario deRochefort. Habíallegadoapedir lo cual aprobabael joven quela guillotina se instalara en la misma sala delos tribunales, para queno seperdiera tiempo entrela sentenciay laejecución. Privado de su calor, de sudureza, de su ímpetu, del relumbre de suscontactosdirectoscon unBillaud, con un Collot con unpersonaje cimero, cualquiera, delaHoraen quesevivía, horaque noeraladeacá , Esteban tenía la impresión de decrecer, de achicarse, de perder toda personalidad, deser sorbido por el acontecimiento, dondesuhumildísimacolaboraciónerairremediablementeanónima.Teníaganasdelloraral sentirsetanpocacosa. Hubiese querido hallar, en su congoja, el firmeregazo deSofía, donde tantasveces descansara la frente, en buscade la fuerza sosegadora, maternal, que como demadreverdadera lemanara delasentrañasvírgenes... Y empezabaa l orar de veras, pensando en su soledad, en su inutilidad, cuando vio entrar en la habitación-oficina al coronel Martínez deBallesteros. El jefe delos miqueletesmontañesesestabaagitado, erizado, demanos sudadas y temblonas evidentementeremovido por una reciente noticia.
«¡Estos franchutes metienen harto! gritó el español, dejándosecaer en el camastro deEsteban . ¡Másqueharto! ¡Vayan todos al carajo!» Se cerró el rostro con las manos, permaneciendo en silencio durante largo rato. El joven letendió un cuencodevino, queelotroapuródeuntirón, pidiendomás.Luegoempezóaandar deparedapared,hablandoatropelladamente delo quehabíaencendido sucólera. Acababadeser privadodesumandomilitar, destituido Des-ti-tui-do por un cualquier comisario venido de París, despachado con poderesilimitadospara reorganizar lastropaseneste sector. Su desgracia eraefecto de una corriente antiextranjera, desatada en París, y que yaalcanzabaesta frontera: «Despuésde desacreditar a los masones, se están ensañando con los mejores amigos de la Revolución.» Se decía queel Abate Marchena, oculto y perseguido, podía ser guillotinado deun momento aotro: «Un hombre quetanto hizo por la libertad.» Ahora los franceses sehabían adueñado del comitédeBayona, eliminandoalos españoles éste por moderado, aquél por haber sido masón, el otro por sospechoso. «Ándese concuidado,amigo,queustedtambiénesextranjero.Deunosmesesparaacáser extranjero,enFrancia,esundelito.»Yproseguía Martínez deBallesteros su descompasadomonólogo: «Mientras en París seentretenían disfrazando putasdeDiosaRazón, perdían acá, por su incapacidad, por sus envidias, la gran oportunidad de llevar la Revolución a España. Ahora, que esperen sentados... Además: ¡malditaslasganasquetienen yadehacer unaRevolución universal! No piensan sino en laRevolución Francesa. Y los otros... ¡quesepudran! Todo, aquí, seestávolviendo un contrasentido. Noshacen traducir al español unaDeclaración de los Derechosdel Hombre, decuyosdiecisiete principios violan docecadadía. Tomaron laBastilla paralibertar a cuatro falsarios, dos locos yun maricón, pero crearon el presidio deCayena, queesmucho peor quecualquiera Bastilla...»Esteban, temiendoque
un vecino pudiera oírlo, invocó el pretexto de tener quecomprar papel de escribir para sacar el desaforado a la calle. Pasando frente a la antigua Casa Haraneder fueron a la Librairie de la Trinité, queahora se llamaba «dela Fraternité», por oportuna reformadel rótulo.Eraunatiendamal alumbrada,debajopuntal,decuyasvigascolgabaunquinquéencendidoamediamañana. Esteban solíapasar allí largas horas, hojeando libros nuevos, en una atmósfera quealgo lerecordaba la últimasaladel almacén habanero, por unaacumulacióndeobjetospolvorientos, dedondeemergíanesferasarmilares,planisferios,catalejosdemarina, artefactosdefísica.MartínezdeBallesterosseencogiódehombrosanteunosgrabados,reciénrecibidos,queevocabanlosgrandes momentosdelahistoriadeGreciayRoma:«HoycualquiermequetrefesecreehechodelamaderadelosGracos,CatónoBruto», murmuró. Y acercándosea un pianoforte maltrecho, se puso ahojear las últimas canciones deFrançois Girouet, editadas por Frére, que en todas partes secantaban con acompañamiento de guitarra, según una clavecifradaque fácilmente se entendía. Mostró los títulos a Esteban: «El Árbol de la Libertad», «Himno a la Razón», «El Despotismo aplastado», «La nodriza republicana», «Himno al salitre», «El Despertar de los Patriotas», «Cántico delos mil herreros de la Manufactura deArmas». «Hasta la músicaestáracionalizada dijo .Hanllegadoacreerquequienescribaunasonatafaltaasusdeberesrevolucionarios.El mismo Grétry nos endilgaLaCarmañolaal final de sus ballets parapresumir de civismo.» Y, para manifestar dealgún modo suprotesta contralasproduccionesdeFrançoisGirouet,atacóunallegrodesonataconbríoinfernal,descargandosuenojoenel tecladodel instrumento. «No deberíatocar músicadeun masón como Mossar dijo, al terminar el trozo .Podríahaber undelator oculto en la caja dearmonía.»Comprado el papel, salió Esteban dela tienda, seguido del español, que no quería quedarsesolo con el despechoacuestas.A pesardelalluviaheladaqueempezabaacaer, unverdugodeboinaestabadesenfundandolaguillotina,en esperadealgúncondenadoquelargaríalacabezasin quenadielo viese,fueradelosguardiasyaapostadosal piedel tablado. «Saja quetesaja rezongó MartínezdeBallesteros .ExterminiosenNantes,exterminiosenLyón,exterminiosenParís.»«Lahumanidad saldrá regenerada deeste baño de sangre», dijo Esteban. «No mecite frasesajenas, y sobre todo, no mevenga con el Mar Rojo deSaint-Just (nuncahabía podido decir sino Sén-Yú), queeso no pasadeser mala retórica», dijo el otro. Secruzaron con la carretade siempre, dondeun cura, demanos atadas, era llevado al patíbulo, y, siguiendo al muelle, se detuvieron ante unabarca pesquera,encuyacubiertacoleabansardinasyatunesentornoaunaleonadarayadebodegónflamenco.MartínezdeBallesteros arrancóunallavedehierro quellevabacosidaenlaleontinadel reloj ylaarrojóalaguacongestorabioso.«UnallavedelaBastilla dijo . Además, era falsa. Hay cerrajeros cabronesquelasfabrican en enormes cantidades. Han llenado el mundo con esos talismanes.AhoratenemosmásllavesdelaBastillaquepedazosdelacruzdeCris-to...»MirandohaciaCiboure,Estebanadvirtió uninsólitomovimientodegentesenel CaminodeHendaya. Unossoldadosdel regimiento deCazadoresdelosPirineosllegaban endes-orden, por grupos sueltos, algunoscantando, pero tan cansadoslos más tan afanososdetreparseacualquier carro para adelantar un trecho sin caminar , que quienes cantaban sólo podían hacerlo por bebidos. Aquello parecía un ejército a la desbandada, sin rumbo, desatendido por sus oficiales dea caballo, que ya desembocaban por esta bandadela bahía, poniendo el pie en tierra, frente a un figón, para secar sus trajes mojados, al calor de alguna chimenea. Un miedo visceral se apoderó de Esteban ante la ideade que aquellas tropas pudiesen venir vencidas acaso acosadas por las fuerzas enemigas al mando del Marquésde Saint-Simón, jefe deuna partida deemigrados, de quien se esperaba, desde hacía tiempo, una ofensiva audaz. Pero, mirándosede cerca a los recién llegados, se les veía más enlodados y llovidos quederrotados en alguna batalla. Mientras los catarrososyenfermosbuscabanelamparodelosalerosymurosresguardadosdelagarúa,armabansuvivaquelosmás,pasándose el aguardiente, los arenques yel pan demunición. Yainstalaban los vivanderos susparrillas, sacando undenso humo delaleña húmeda, cuando Martínez deBallesteros seacercó aun cañonero que llevabauna ristra deajos en el hombro, para conocer la causa deaquel inesperado movimiento de tropas. «Vamos aAmérica», dijo el soldado, largando la palabra que, de súbito, puso unfulgorsolarenlamentedeEsteban.Tembloroso,desasosegado, conlacasi irritadaexpectacióndequienseveexcluidodeuna fiestadadaensuspropiosdominios,entróeljoven,conel coronel destituido,alatabernadondelosoficialesdescansaban. Pronto sesupoqueaquel regimiento sedestinabaalasAntillas.Y llegaríanotrosmás,parasumarseaunaarmadaqueseestabaformando en Rochefort. Serían trasladados, a bordo de pequeños transportes, en viajes sucesivos, pues era necesario navegar prudentemente,aescasadistanciadelascostas,acausadel bloqueoinglés.DoscomisariosdelaConvenciónsaldríanenlasnaves:Chrétien y un tal Víctor Hugues, que, según decían, era unantiguo marino, muy conocedor delos maresdel Caribe, donde semovía, en estos momentos, una poderosaescuadra británica... Esteban salió ala plaza tan temeroso deperder aquella oportunidad dehuir dedonde sesentíaamenazado sabiendo además queestabacumpliendo unalabor cuyainutilidadno tardaríaen ser advertida por quienesaúnlapagaban ,quesedejócaerenunescalón depiedra,sinrepararenelvientoheladoqueleentesabalasmejillas: «Ya queusted esamigo deHugues, hagacuanto puedaporque lo lleven. Huguesseha vuelto un hombre poderoso desdeque cuenta con el apoyo de Dalbarade, a quien conocimos todos cuando era corsario en Biarritz. Aquí seestá usted pudriendo. Los papelesquetraducesequedanamontonadosen unsótano. Y esustedextranjero, téngalo encuenta.»Estebanleestrechólamano:
«¿Y quéva usted ahacer ahora?» El otro respondió, con un gesto resignado: «A pesar de todo, seguiréen lo mismo. Cuando se ha trabajado en hacer revoluciones es difícil volver a lo de antes.» Despuésdeescribir unalargacartaaVíctor Hugues cartaquevolvió acopiar paradirigirladeunavez al Ministerio de Marina, al Tribunal Revolucionario de Rochefort y a un antiguo hermano masón a quien encarecía que diese con el destinatario dondequiera quesehallara , Esteban esperó el resultado desus ruegos. En letra clara se había pintado a sí mismo como unavíctimadelaindiferenciaadministrativa, deladesunión delosrepublicanosespañoles,atribuyendoel escasorelumbredesu trabajo a la mediocridad delos hombresqueaquí sehabían sucedido en el mando. Se quejaba del clima, insinuando queacaso lo devolveríaasuenfermedaddeotrostiempos.Tañendolacuerdaamistosa,invocabael recuerdodeSofíaydelacasalejanadonde todos«habíanvividocomohermanos».Terminabaconunapormenorizadaenumeracióndesushabilidadesparaserviralacausa delaRevoluciónen América. «Túsabesademás concluía quelacondición de extranjero no esmuyenvidiableen estos días.» Pensando en quienes pudieran interceptar su carta, añadió: «Algunos españolesdeBayonaincurrieron, según parece, en deplorableserrorescontrarrevolucionarios. Esto ha impuesto una depuración necesaria en la que, desgraciadamente, pueden pagar justos por pecadores...» Y luego fueunaansiosaesperadevarias semanas, durantelas cuales un miedo constantelotuvo esquivando aMartínez deBallesteros y cuantos podían comentar peligrosamenteun acontecimiento reciente en presencia deterceras personas. Afirmaban algunosqueel Abate Marchena, cuyo paradero seignoraba, había sido guillotinado. Un gran miedoempezabaadesazonar lasnochesdeestacostaMuchosojosmirabanalascallesdesdelospostigosentornadosdesuscasasentinieblas. Esteban huía desu albergue, poco antesdel alba, yéndoseapie, bajo la lluvia, alos pueblos próximos, donde bebía el vinazo de cualquier parador, decualquier pobremercería delasquevenden botonesaladocena, alfileresal menudeo, un cencerro, un retazo, alguna confitura en caja devirutas para dominar su angustia. Regresaba después del crepúsculo, con la aprensión de haber recibido la visita deun desconocido, o de verseconvocado al Castillo Viejo de Bayona, transformado en cuartel y comisariado, para responder de algún misterioso «asunto que le concernía». Estaba tan hastiado deesta tierra hermética ysilenciosa, ahora colmadadepeligros, quehallabafeocuanto podíaser tenido aquí por hermoso: los nogales ylasencinas, lascasasinfanzonas,el vuelodelmilano,loscementerios,llenosdecrucesextrañas,portadorasdesignossolares...Cuandovioentrar el guardia queletraía un pliego, sus dedos temblorosos no acertaron a abrir el sobre. Tuvo queromper el lacre con los dientes, queal menos respondíanasuvoluntad. Laletraleerabien conocida. Víctor Hugues, dándoleinstrucciones precisas, lo instabaavenir inmediatamenteaRochefort, ofreciéndoleuncargodeescribanoenlaarmadaquehabríadepartir muyprontodelaIsladeAix.Dueño del papel queequivalía aun salvoconducto. Esteban saldría deSan Juan deLuz con uno de los regimientos de cazadores vascos que iban a agregarse ala expedición: expedición azarosa, destinadaa resolver problemassobre la marcha, pues se ignoraba, por falta denoticias, si los ingleses habían ocupado lasposesiones francesas delasAntillas. El destino teórico del viaje era la isla dela Guadalupe, de donde, en caso de no podersedesembarcar, laescuadra seguiría hasta Saint-Domingue... Víctor abrazó fríamente al joven, al cabo delalargaseparación. Habíaadelgazado unpoco, y su rostro, esculpido en fuertesrelieves, reflejabauna energía acrecidapor el mando. Rodeado deoficiales, estabaentregado al tráfago de los preparativos finales, estudiando mapas y dictando cartas, en unasalallenadearmas, instrumentos decirugía, tambores y banderasenrolladas. «Hablaremosluego dijo, volviéndole las espaldas para leer un despacho . Vete a la intendencia.» Rectificó: «Vaya a la intendencia y espere órdenes mías.» A pesar dequeel tuteo, en aquellos días, seteníapor una muestradeespíritu revolucionario, el otro acababadeafirmar un matiz. Esteban comprendió queVíctor sehabíaim-puesto la primera disciplinarequeridapor el oficio deConductor deHombres: la de no tener amigos.
GOYA
El 4 Floreal del Año II, sin estrépito ni clarines, zarpó la pequeña escuadra, compuesta de dos fragatas, la Piquey la Thétis, el br inco transportes detropas, llevando una compañía deartillería, dos deinfantería y un batallón de Cazadores delos Pirineos, con el cual había llegado Esteban a Rochefort. Atrásquedaban la Isla deAix, con su fortalezaerizada de atalayas, y un barco carcelario Les Deux Associés, en el que más de setecientos prisioneros esperaban su deportación a
Cayena,hacinadosenbodegasdondenoteníanlugar paraacostarse,revueltosenel sueñoylaenfermedad,compartiendosarnas, plagas y purulencias. La navegación se iniciaba bajo signosadversos. Lasúltimasnoticiasde París no eran propiaspara suscitar el entusiasmo deChrétienni deVíctor Hugues: lasislasdeTobago ySanta Lucíahabían caído en poder de los ingleses; Rochambeau había tenido que capitular en la Martinica. En cuanto a la Guadalupe, era objeto de continuos ataques queagotaban los recursosdel gobernador militar. Además, nadieignorabaqueloscolonosdelasAntillasFrancesaseranunoscanallasmonárquicos; desdela ejecución del Reyy delaReina, eran abiertamente opuestos alaRepúblicay, anhelando una definitivaocupación británica, favorecían lasempresas del enemigo. La escuadrapartía alaventura, teniendo queburlar el bloqueo delascostasfrancesas,paraalejarseprestamentedeEuropa,yal efectosehabíandictadoórdenesseverísimas:estabaprohibidoencender lumbre después dela puesta del sol, y los soldados tenían que meterse temprano en sus hamacas. Se vivía en constante sobresalto, listas lasarmas, en previsión deun encuentro probable. El tiempo, sin embargo, favorecíalaempresa, poniendo brumaspropiciassobre unmar afrontable.Cargadasdebocasdefuegoydebastimento, lasnavesestabanatestadasdecajas, toneles, fardosyhatos,y los hombres tenían quecompartir el escaso espacio libre que que-daba en cubierta con los caballos quecomían su heno en botes usados comopesebres.Sellevabancarneros,cuyosbalidoslastimerossubíandelasbodegasatodashoras,y,enunascajasllenas de tierra, montadas sobre tarimas, crecían rábanos y hortalizas que se destinaban a la mesa delos oficiales. Esteban no había tenido oportunidaddehablar con Víctor Hugues desdelapartida, pasando el tiempoen compañíadedos tipógrafos queviajaban en la armada los Loeuillet, padre e hijo con una pequeña imprenta destinada a la publicación de avisos y proclamas... A medida quelasnaves sealejaban del continente, laRevolución, dejadaatrás, sesimplificaba en lasmentes: ajeno al barullo de los corroscallejeros,alaretóricadelosdiscursos, alasbatallasoratorias, el Acontecimiento,reducido aesquemas,sedeslastrabade contradicciones. La recientecondenay muerte deDantón se hacíameraperipecia en el curso deun devenir visto, en ladistancia, a la medida delos anhelos decadacual. Costabatrabajo, desdeluego, admitir la repentina infamia detribunos queayer fuesen ídolos populares, oradores aclamados, arrastradores demasas. Pero pronto sedesembocaría en algo quediese contento a todos, luego de la tormenta vivida: menos irreligioso sería el inmediato porvenir, pensaba el vasco embarcado con sus escapularios; menos antimasónico, pensabael añorantedelasLogias; más igualitario, más comunitario, lo presentíaquien soñabacon labarrida final de embozados que acabaría con los últimos privilegios. Por lo pronto, viajábase hacia una tareaque sería tarea de franceses contra ingleses: lejos de las tabernas y delos mentideros ciudadanos borrábanselasdudasde otros días. Sólo un reparo seguía atormentando aEsteban: al pensar en Marchena y ésteno podíasino haber caído, puesto queandabadebrazos con los girondinos deplorabaquemuchosextranjeros,amigosdelalibertadyamenazadosdemuerteensuspatriaspor serlo, sevieron suprimidos por el solo delito de haber confiado demasiado en la energía expansiva dela Revolución. Harto crédito se daba, en todo esto, a las confidencias y acusaciones da un cualquiera. El mismo Robespierre, en discurso pronunciado en la Sociedad de AmigosdelaLibertadydelaIgualdad,habíacondenadolasdelacionesinconsideradas,denunciándolascomotretasurdidaspor losadversariosdelaRepúblicaparadesacreditar asusmejoreshombres.Estebanpensabaquesehabíamarchadoatiempo, puesto que sehallaba, dehecho, entre los caídos en desgracia. Y sin embargo añoraba la ilusión de laborar en Dimensión Mayor, de tomar parte en Algo Grande, quetanto lo hubiese alentado cuando Brissot lo despachara hacia los Pirineos, asegurándole que contribuiríaalapreparación deMagnos Acontecimientos deMagnos Acontecimientos que, en fin decuentas, estaban detenidos al pie delos Pirineostras delos cuales la Muerte, fiel a sus comportamientos medie-vales, seguiría regidapor lasalegorías teológicas depintura flamenca, colgadas por FelipeII en los muros de El Escorial... Esteban hubiesequerido acercarse aVíctor Hugues, en aquellashoras, panaconfiarlesuscavilaciones. Pero el Comisario semostraba poco. O cuando semostraba, era de modo inesperado, sorpresivo, para imponer la disciplina. Una noche, apareciendo en un sollado, sorprendió a cuatro soldados quejugaban a las cartas ala luz de un candil embutido en un cucurucho de papel deestraza. Los hizo subir a cubierta, a punta de sable hincadaen las nalgas, yles obligó aarrojar las cartas al mar. «En la próxima les dijo serán ustedes los Reyes de este juego.»Sedeslizababajolashamacasdeloshombresdormidos, tentándolasparaver si el estambredenunciabaladurezadeuna botella robada. «Préstame tu fusil», decía a un carabinero, como impaciente por apuntar a unas aletas quesobre el mar sedibu jaban. Y, olvidando el blanco, mirabael arma, hallándolasuciay mal engrasada. «¡Eresun cochino!», gritaba, tirando el fusil al suelo. Al día siguiente, todaslasarmasrebrillaban, como recién sacadasdela armería. A veces, de noche, setrepabaalascofas, afincando las botas en las gradas de soga, meciéndose en el vacío cuando le fallaba el paso, para erguirse, finalmente, junto al vigía, empenachadoymagnífico, adivinadomásquevistoenlasombra, comounalbatrosquesehubieseposado, ahuecandolas alas, sobre la nave entera. «Teatro», pensaba Esteban. Pero teatro que lo agarraba, como a un espectador más, revelándole la dimensióndequienatalespapelessealzaba. Un concertado toquededianas, lanzado atodo pulmón por los cornetas delasnaves, hizo saber a los soldados, una mañana, que sehabía rebasadolazona del peligro. El piloto atrasó el reloj dearena, guardando las pistolasquehasta entonces le
pisabanlosmapas.Festejandoel comienzodeunanavegaciónnormal conun tragodeaguardiente, seentregaron loshombresa sushabitualestrabajos,enunaalborotosaalegríaquerompía,derepente,conlatensión, el sobresalto, losceñosfruncidos,delos últimosdías.Cantabaquienarrojabaal mar, apaletadas,lasboñigasdeloscaballosquehundíanlascabezasenlosbotes-pesebres. Cantaban los que se daban a bruñir susarmas. Cantaban los matarifes, afilando los cuchillos con queiniciarían, hoy, la matanza decarneros. Cantaban el hierro y la muela, labrocha yla sirena, laalmohazay lagrupa reluciente;el yunquepuesto en sotechado, con sus ritmos defuellesy demartillos. Sedesvanecían lasúltimas brumas deEuropa, bajo un sol todavía velado, demasiado blanco, pero cálido ya, quehacía brillar, de popa aproa, lashebillasdelos uniformes, el oro delos entorchados, los charoles, las bayonetas, los arzones sacados aluz. Desenfundábanse laspiezas deartillería, pero no aún con el ánimo decargarlas, sino de meterlesel escobillón en las bocasy poner a relumbrar el bronce. En el castillo depopa, labanda del regimiento de Cazadoresde losPirineosensayabaunamarchadeGossec,alaquehabíaseañadidountríopara«tuntún»ypífanovascongado,cuyaejecución era tan superior a la de lo escrito en solfa, quetodo el resto, por desafinado y ríspido, levantabalasburlasde la tropa. Y estaba cadacual atareado en lo suyo, mirando el horizontesin desazón, cantando, riendo, con un buen humor que iba delascofas alos sollados, cuando apareció Víctor Hugues, en gran atuendo de Comisario, con el semblante risueño, aunque no por ello más abordablequeen días anteriores. Recorrió la cubierta, deteniéndoseen mirar cómo reparaban la cureña deun cañón, lo quemás alláhacía el carpintero; dabapalmadas al cuello deun caballo, largabaun capirotazo al parche deun tambor; seinteresabapor la saluddel artilleroquellevabaunbrazoencabestrillo... Estebanobservó queloshombres,al verlo,guardabanun repentinosilencio. El Comisario inspirabamiedo. A pasoslentos subió laescalerillaqueconducía aproa. Allí, en el vérticedel combés, habían colocado toneles, lado alado, bajo unaamplialona, fija, con sogasen lasbordas. Víctor dio instruccionesa un oficial queordenó el inmediato traslado delos tonelesa otra parte. Luego una chalupa abanderadafue echada al mar: el Comisario, en este primer díadebonanzaydepaz,seibaaalmorzarabordo delaThétisconelCapitánDeLeysse-gues,jefedelaarmada.Chrétien,mareado perance,queahoranavegabaentrelasdosfragatas,volvióareinarel júbiloabordodelaPique.Losmismosoficiales,libradosde inquietudes, compartían el buen humor, los cantos, lasburlasde la tropa ala bandademúsicaque, salida delos airesvascos y de los virtuosismos depífano, no lograbasacar siquiera unamarsellesa decente:. «Esteesel primer ensayo deconjunto», clamaba el director, antelasrechiflas,paradisculparse.Pero loshombressereíandeél comosehubieranreídodecualquier cosa:lourgente era reír, y másahora que las bateríasdela Thétis, saludaban al comisario de la Convención Nacional situándolo en un ámbito ajeno y distante. El Investido de Poderes era temido. Acaso segozabaen saber-setemido.
Transcurrieron tres días más. Cadavez queel piloto atrasabael reloj dearena, el sol parecíamás entero y el mar olía másaunmar queempezabaahablar aEstebanpor todossusefluvios.Unanoche,paraaliviarsedeuncalor queyaseacrecíaen lasbodegasysollados,eljovensalióacubiertaparacontemplar lainmensidaddel primer cieloentera-mentedespejadoylimpio quehubiera hallado durantela travesía. Una mano se posó en su hombro. Detrásde él sehallaba Víctor, despechugado, sin casaca, sonriendo con la sonrisa de otros días: «Estamos faltos de hembra. ¿No te parece?» Y el otro, como llevado por una añorantenecesidad,sedabaaevocar aquelloslugaresqueamboshabíanconocidoenParís,apocodellegar, dondeseencontraban tantas mujerescomplacientes yatractivas. No había olvidado, desdeluego, a Rosamunda, la alemanadel Palais Royal; a Zaira, la del nombre volteriano;aDorina, con sustrajes demuselina rosada, ni tampoco aquel entresuelo donde, por un pago dedos luises, seofrecían lasartes sucesivas y matizadas deAngélica, Adela, Céfiro, Zoé, Esther y Zilia, queencarnaban distintos tipos femeninos y secomportaban en estricta observanciadeuna comediamagníficamenteajustada al carácter desu belleza como damiselasasustadas, burguesaslibertinas, bailarinasvenidasamenos. VenusdelaIslaMauricio ésaera Esther o bacanteebria ésa era Zilia . Después dehaber sido objeto de la astuta solicitud de cada Arquetipo, el visitanteera arrojado, finalmente, al firmeregazo de Aglaé, la dealtos pechos apuntados a un mentón de reina antigua, cuya persona remataba siempre, de modo irrebasable, el progresivo escalonamiento deapetencias. En otros momentos, Esteban sehubiera reído deladroláticaevocación. Pero leperdurabaun malestar deincomunicabilidad el otro nosehabíaocupado deél desdeel encuentro en Rochefort que pronto agotó un repertorio demonosílabos opuesto alainesperadafacundia quelesalíaal paso. «Pareces haitiano dijo Víctor sin queacabeuno por saber nunca lo que piensael interlocutor. Vamos ami camarote.»Lo primero queseveía allí, entre clavosdedonde colgaban el sombrero y la casacade Hugues, era un gran retrato del
Incorruptible, a cuyo pie ardía unalámpara como luz votiva. El Comisario puso unabotella deaguardiente sobre la mesay llenó dos copas. «¡Salud!» Luego miró a Esteban con cierta sorna. Seexcusó, con voz que sonó a mera cortesía, de no haberlo llamado desdelapartidadela IsladeAix: laspreocupaciones, lasobligaciones, los deberes, etcétera, y tampoco estabala situación muy despejada. Sehabía burlado el bloqueo inglés, era cierto. Pero seignorabaa quéhabría deenfrentarselaarmadacuando llegara allá. El objetivo capital era reafirmar la autoridad dela Repúblicaen lascolonias francesas deAmérica yluchar contralastendenciasseparatistas por todoslosmedios, reconquistándose si eranecesario territorios queacaso estaban perdidos en laactualidad. Largossilencios seintercalaban en su monólogo, sólo interrumpido por aquel «Oui!», medio gruñido, medio rezongo, que bien conocía Esteban. Alabó el tono dealto civismo quehabíaadvertido en lacartadel joven tono quelo decidieraavalersede susservicios: «Quien fuera infiel alos jacobinos sería infiel a la Repúblicay alacausadela Libertad», dijo. Pero Esteban esbozó antiguo histrión, cada vez más dado al licor, te parecía el hombre menos señalado para dictar normasde moral revolucionaria. Incapaz detragarseel reparo, lo largó sin miramiento. «Acaso tengasrazón dijo Víctor . Collot bebedemasiado, pero es un buen patriota.» Envalentonado por dos copas de aguardiente, Esteban señaló el retrato del Incorruptible: «¿Cómo puede este gigante poner tantaconfianza en un borracho? Los discursos deCollot huelen a vino.» La Revolución había forjado hombres sublimes, ciertamente; pero había dado alas, también, a unamultitud de fracasados y deresentidos, explotadoresdel Terror que, para dar muestrasdealto civismo, hacían encuadernar textos de la Constitución en piel humana. No eran leyendas. Él había visto esoshorribleslibritos cubiertos deun cuero pardo, demasiado poroso con algo depétalo marchito, de papel deestraza, degamuzay delagarto quelasmanos asqueadassenegabanatocar. «Lamentable, enefecto dijo Víctor, enfriandolaexpresión . Perono podemosestar entodo.»Estebansecreyóobligadoahacer unaprofesióndefequenodejaradudasacercadesu fidenciarevolucionaria.Pero seirritabaanteel ridículo deciertasceremoniascívicas; anteciertasinvestidurasinjustificadas; ante la suficiencia que hombres superioresalentaban en muchos mediocres. Sepropiciaban representaciones depiezas estúpidas, con tal dequeel desenlace fueserematado por un gorro frigio; seescribían epílogoscívicos para El Misántropo, y en el remozado Británico dela Comedia Francesa, Agripinaeracalificadade«ciudadana»; muchastragediasclásicaseran objeto deinterdicto, pero el estado subvencionaba un teatro donde, en un espectáculo inepto, podían verseal PapaPío VI riñendo a golpes decetro y detiara con Catalina II y un Rey deEspaña que, derribado en la trifulca, perdía unaenorme nariz de cartón. Además, sealentaba, desdehacía algún tiempo,unasuertedemenospreciohacialainteligencia.Enmásdeuncomitésehabíaescuchadoelbárbaro gritode:«Desconfiad dequien hayaescrito un libro.»Todosloscírculos literariosdeNantes era cosasabida habíansido clausuradospor Carrier. Y hasta había llegado el ignaro de Henriot a pedir que la Biblioteca Nacional fuese incendiada, mientras el Comité de Salud Pública despachabacirujanosilustres, quí-micos eminentes, eruditos, poetas, astrónomos, al patíbulo. Esteban se detuvo, al ver queel otro dabamuestrasdeimpaciencia.«Otro discutidor dijo, al fin . HablascomoseguramentesehablaenCoblenza.¿Y tepreguntaspor quéfueronclausuradaslascámarasliterariasdeNantes?»Diounpuñetazosobrelamesa:«Estamoscambiando la faz del mundo, pero lo único que les preocupa es la mala calidad de una pieza teatral. Estamos transformando la vida del hombre, pero seduelen deque unas gentes de letrasno puedan reunirse ya para leer idilios y pendejadas. ¡Serían capaces de perdonar la vida aun traidor, a un enemigo del pueblo, con tal de quehubieseescrito hermosos versos!» Seoyó, en cubierta, un ruido de maderasarrastradas. Los carpinteros, aprovechándose dequelos caminos entrefardos estuvieran despejados, llevaban unastablasalaproa,seguidosdemarinosquecargabanunasgrandescajas, deformaalargada.Unadeellas,al ser abierta,recogió la luz de la luna en una forma triangular, acerada, cuya revelación estremeció al joven. Aquellos hombres, dibujados en siluetas sobre el mar, parecían cumplir un rito cruento y misterioso, con aquella báscula, aquellos montantes, que se iban ordenando en el suelo dibujándose horizontalmente , según un orden determinado por el pliego deinstrucciones que seconsultaba, en silencio,alaluzdeunfarol.Loqueseorganizabaallí eraunaproyección,unageometríadescriptivadelovertical;unaperspectiva falsa, una figuración en dos dimensiones, de lo que pronto tendría altura, anchura y pavorosa profundidad. Con algo derito proseguían los hombres negros su nocturnal labor deensamblaje, sacando piezas, correderas, bisagras, delascajas queparecían ataúdes:ataúdesdemasiadolargos,sin embargo,parasereshumanos;conanchurasuficiente,sinembargo,paraceñirleslosflancos, con ese cepo, ese cuadro, destinado a circunscribir un círculo medido sobre el módulo corriente detodo ser humano en lo quele va dehombro a hombro. Comenzaron a sonar martillazos, poniendo un ritmo siniestro sobre la inmensainquietud del mar, donde yaaparecían algunos sargazos... «¡Conque esto también viajabacon nosotros!», exclamó Esteban. «Inevitablemente dijo Víctor, regresando al camarote . Esto y la imprenta son las dos cosas másnecesariasque llevamosa bordo, fuera delos cañones.» «Laletra con sangre entra», dijo Esteban. «No mevengas con refranes españoles», dijo el otro, volviendo a llenar las copas.Luegomiróasuinterlocutor conintencionadafijeza,yyendopor unacarteradebecerro,laabriólentamente.Sacóunfajo
de papelessellados y los arrojó sobre la mesa... «Sí; también llevamos la máquina. ¿Pero sabes lo que entregaré a los hombres del Nuevo Mundo?» Hizo una pausay añadió, apoyado en cadapalabra: «El Decreto del 16 Pluvioso del año II, por el quequeda abolida la esclavitud. De ahora en adelante, todos los hombres, sin distinción de razas, domiciliados en nuestras colonias, son declarados ciudadanos franceses, con absoluta igualdad dederechos.» Seasomó a la puerta del camarote, observando el trabajo de los carpinteros. Y seguía monologando, de espaldasal otro, seguro de ser escuchado: «Por vez primera una escuadra avanza haciaAméricasin llevar crucesenalto. Laflota deColón lasllevaba pintadas en lasvelas. Quedavengado el hermano deOgé...» Esteban bajó la cabeza, avergonzado por los reparos quehabía largado un poco antes, atropelladamente, como para aliviarse de dudas intolerables. Puso la mano en el Decreto, palpando el papel abultado por espesos sellos: «De todos modos dijo yo preferiríaqueestoselograrasin quetuviésemosqueusar laguillotina.»«Esodependerá delasgentes dijo Víctor . Delasotras y también delasnuestras. No creas queconfío en todos los queviajan con nosotros. Habrá que ver cómo se comporta másde uno, cuando se vea en tierra.» «¿Lo dices por mí?», preguntó Esteban. «Por ti, o por los demás. Estoy obligado, por oficio, a no fiarmedenadie.Hayquiendiscutedemasiado.Hayquienañorademasiado.Hayquientodavíaescondeelescapulario.Hayquien dice que mejor se vivía en el burdel del antiguo régimen. Y hay militaresque demasiado se entienden entre sí, soñando con desacreditar a los comisarios apenas hayan sacado sussablesen claro. Pero yo sé todo lo que sedice, sepiensa, se hace, a bordo deestasnavesdemierda.Cuídatedeloquehables.Melorepetiríanenelacto.»«¿Metienesporsospechoso?»,preguntóEsteban, con una agriasonrisa. «Sospechosos son todos», dijo Víctor. «¿Por quéno estrenaslamáquina, estanoche, en mi persona?» «Los carpinteros tendrían que apurarse en armarla. Demasiado trabajo para tan poco escarmiento.» Comenzó Víctor a quitarse la camisa: «Veteadormir.» Le dio la mano, de modo cordial y sonoro, como en otros tiempos. Al mirarlo, el joven sesorprendió del parecido quehabía entreel Incorruptible, tal como seleveía en el cuadro del camarote, y el semblantepresente, algo rehecho por una evidente imitación del porte decabeza, del modo de fijar los ojos, dela expresión, a la vez cortés eimplacable, del retratado.El vislumbredeeserasgodedebilidad,deeseafándeparecersefísicamenteaquienadmirabapor encimadetodoslosdemás seres,fuecomounalevevictoriacompensadoraparaEsteban.Así,el hombrequeenotrosdíassehubieradisfrazadotantasveces deLicurgoy Temístocles, en los juegos delacasahabanera, hoy, investido depoderes, realizado en ambición cumplida, trataba de remedar a otro hombre cuyasuperioridad aceptaba. Por vez primera, la soberbia de Víctor Hugues se doblegaba acaso inconscientemente ante unadimensión mayor.
La Máquina permanecía enfundadaen la proa, reducida a un plano horizontal y otro vertical, escueta como figura de teorema, cuando la escuadra entró de lleno en los mares del calor, afirmándose la cercanía delas tierrasen unapresencia de troncos arrastradospor lascorrientes, de raícesde bambúes, ramasde mangle, hojasde cocoteros, que flotaban sobre las aguas claroverdecidas,aquí,allá,por losfondosarenosos.Nuevamentesehacíaposibleunencuentroconnavíosbritánicosyel desconocimientodeloquehubierapodidoocurrirenlaGuadalupe,desdelasúltimasnoticiasrecibidasal zarpar, teníaatodoel mundo en un estado de expectación que cada singladura sin peripecias no venía sino a acrecer. Si no se podía desembarcar en la Guadalupe,lasnavesseguiríanhaciaSaint-Domingue. Pero losinglesestambiénpodíanhaberseapoderadodeSaint-Domingue. En tal caso, Chrétien y Víctor Hugues tratarían de alcanzar, por cualquier rumbo, las costas de los Estados Unidos, acogiéndose al amparodelanaciónamiga.Esteban, enojadoconsigomismo, casi asqueadodeloqueconsideraba, enfrío, comounamuestrade egoísmo inadmisible, no podía impedir queel corazón sele quedara en suspenso cuando sehablabadelaposibilidad dequela escuadra fuesea parar a Baltimore o aNuevaYork. Aquello significaría el fin de una aventura que ya se le alargaba de modo absurdo: inútil yaen laarmadafrancesa, pediríasulibertad o selatomaría, queeralo mismo regresando, cargado dehistoria ydehistorias,adondeloescucharíanconasombrocomoseescuchaal peregrinoqueregresadeSantosLugares.Fallidaenacción, aunqueno en experiencia cobrada, su primera salida al Gran Ruedo del Mundo equivalía auna iniciación precursora de futuras empresas. Por lo pronto, había que hacer algo quedieseun significado a su existencia. Tenía deseos deescribir; de llegar, por medio dela escritura ydelasdisciplinasqueimpone, a lasconclusionesqueacaso pudieran derivarsedelo visto. No acababade definir lo queseríaesetrabajo. Algo importante, en todo caso; algo necesitado por laépoca. Algo queacaso disgustaríamuchoa Víctor Hugues y segozabaen pensarlo. Acaso unanuevaTeoríadel Estado. Acaso unarevisión del Espíritu delasLeyes. Acaso unestudiosobreloserroresdelaRevolución. «Lomismoqueescribiríauncochinoemigrado»,sedijo,abandonandoel proyecto deantemano. En aquellos últimosaños, Esteban había asistido al desarrollo, ensí mismo, deunapropensión crítica enojosa, a
veces, por cuanto le vedabael gocedeciertos entusiasmos inmediatos, compartidos por los más que senegaba adejarse llevar por un criterio generalizado. Cuando la Revolución le era presentadacomo un aconte-cimiento sublime, sin taras ni fallas, la Revolución sele hacía vulnerable y torcida. Pero ante un monárquico la hubiera defendido con los mismos argumentos quelo exasperaban cuando salían deboca deun Co re Duchesne, tanto como lasmonsergas apocalípticasdelos emigrados. Sesentíacurafrente alos anticuras; anticurafrente alos curas;monárquico cuando le decían que todos los reyes ¡un Jaime de Escocia, un EnriqueIV, un Carlos de Suecia, dígame usted! habían sido unos degenerados; antimonár-quico, cuando oía alabar a ciertos BorbonesdeEspaña. «Soy un discutidor admitía, recordando lo queVíctor lehabía dicho unos días antes . Pero discutidor conmigo mismo, quees peor.» Enterado por los Loeuillet, que poco apoco sehabían soltadolalengua, del terror desatado por el Acusador Público en Rochefort, lo contemplabacon una mezcla de despecho y de malestar; de blandura y de envidia. Despecho, por verse excluido de su ámbito; malestar, desde que sabía de sus ensañamientos en el tribunal; blandura casi femenina, al agradecer de antemano cualquier muestra deamistad quehubiera consentidoendarle;envidia,por laposesión deunDecretoqueibaaconferir unadimensión históricaaesehijodepanadero,nacido entrehornos yartesas. Estebanpasabadíasdialogando, dentro desí mismo, con un Víctor ausente, dándoleconsejos, pidiéndole cuentas, alzando la voz, en preparación mental de un coloquio que tal vez no setrabaría nuncay que, en caso de trabarse, modificaríael carácter desusdiscursos preconcebidos, poniendo sensibleríay hastalágrimasdondeahora, a media voz, seformulaban reproches,alegatos,preguntascategóricasyamenazasderuptura... Enesosdíasdeesperaincierta,Víctor setrasladabatemprano a la Thétis, en la chalupa abanderada, para cambiar impresionescon De Leyssegues ambos acodados sobre mapas entrecuyos arrecifesy bajos fondos navegaba yala escuadra. Esteban trataba decolocarse en su camino cuando ibao volvía, fingiendo que estaba absorbido por una tarea cualquiera mientras el otro le pasaba cerca. Pero Víctor nunca le dirigía la palabra cuando iba rodeado de capitanes y ayudantes. Aquel grupo empenachado, relumbrante degalones, constituía un mundo al cual no tenía acceso. Al verlo alejarse, Esteban miraba con unasuerte defascinación y de ira aquellasfuertes espaldas, apretadaspor el paño sudadodelacasaca;eranlasespaldasdequienconocíalosmásíntimossecretosdesucasa;dequiensehubierainmiscuidoensu existencia como una fatalidad, llevándola por rumbos cada vez más inciertos. «No te abraces a las estatuas heladas», sedecía el joven, con dolidasorna, citándoseaEpicteto, al medir ladistanciaqueahoralo separabadel compañerodeotrostiempos. Pero él había visto esa estatua helada holgándose con hembras muy aguerridas escogidas por aguerridas, precisamente en las correrías que hubiesen emprendido tantas veces, en los primeros días de París, sin más objeto quela busca del placer. Aquel Víctor Huguessin ropa,presumido demúsculosantesusamantesdeunatarde,entregadoal vinoyalabromagruesa,conservaba una frescura decarácter anterior a los ceños fruncidos del Hombre Rutilante, orgulloso desusinsignias republicanas, quehoy regíalos destinos delaarmada, usurpando funcionesdealmirantecon un aplomoqueintimidabaal propio De Leyssegues. «El Trajesetehasubido alacabeza pensabaEsteban . Cuidado con laborrachera del Traje: es la peor detodas.» Al amanecer de un día, dos alcatraces seposaron en el botalón de la Pique. La brisaolía apasto, a melaza, a humo de leña. La escuadra, bogando despacio, largandosondas,seaproximabaalostemidosarrecifesdelaDésirade.Desdelamedianochetodosloshombresestaban alerta, y ahora, hacinados en las bordas, miraban hacia la isla de adusto perfil que sehabía pintado, desdeel alba, como una enormesombra tendida entreel mar y una masade nubes muy bajas, detenida sobre lastierras. El agua estabatan quieta, en este comienzodejunio,quelazambullidadeunpezvolador podíaoírseadistancia;tanclara,quepodíaverseel pasodelosagujones bajo la superficie. Lasnaves seinmovilizaron frente a una costaabrupta, donde no había trazasde cultivos ni viviendas. Una chalupa con varios marinos sedesprendió de la Thétis, yendo hacia la isla atodo remo. Pronto, el Capitán De Leyssegues y los generalesCartier y Rouger abordaron a la Pique, para aguardar lasnoticiasjunto a Chrétien y Víctor Hugues... Al cabo dedos horas, cuando la expectación llegaba a su colmo, se vio reaparecer la chalupa. «¿Qué hay?», gritó el Comisario a los marinos, cuando creyótenerlos al alcancedesuvoz. «Los inglesesestán en laGuadalupey SantaLucía aulló uno, levantando un aquelarre deimprecaciones en lascubiertas delos navíos . Tomaron lasislas cuando salíamos deFrancia.» A la tensión siguió el despecho. Se volveríaa la incertidumbre delos díasanteriores: ahoraempezaría otranavegación azarosa, por marespobladosde barcosenemigos, haciaunaisla deSaint-Domingueocupadatambién eralo másprobable por fuerzasque contaban con la ayudadelos colonos ricos, todos monárquicos, pasados aInglaterra con sus hordasdenegros. Y sesaldría del peligro británico, para sortear el peligro español, con cien rodeosquellevaríanlaescuadra al ámbito delasBahamas en lapeor épocadel año y recordabaEsteban unos versos de La Tempestad donde se hablabade los huracanes deBermudas. El derrotismo seapoderaba de loshombres.YaquenadapodíahacerseenlaGuadalupe,lomejor eralargarsecuantoantes.Y seirritabanalgunosdelatestarudez de Víctor Hugues, quesehacía repetir y repetir, por quien había conseguido los informes, la historia desu breve andanzaen tierra.No habíalugar adudas. Lanoticialeveníadepersonasdistintas:un negropescador, unlabriego,el mozodeuntabernucho; luego había hablado con los guardias apostados en un fortín. Todos habían divisado lasnaves dela escuadra aunque, vistasa
distancia, lasconfundieran con los barcos que, al mando del Almirante Jarvis, debían zarpar, o habían zarpado, o zarpaban en estosmomentos delaPointe-à-Pitrecon rumbo aSan Cristóbal. Es-te lugar, circundado de arrecifes, era peligroso en extremo. «Creo que no hay que esperar más dijo Cartier . Si nos agarran aquí, nos deshacen.» Rouger era del mismo parecer. Pero Víctor no cedía. A poco sealzó violentamente el diapasón delasvoces. Discutían los jefes y comisarios, en gran tremolina de sables, galones, bandas y escarapelas, largando tantas palabrasgruesas como podía decirlasun francés del Año II, después de haber invocadoaTemístoclesyaLeónidas.Víctor Hugues,depronto, acallóalosdemás, conunafrasetajante:«EnunaRepública los militares no discuten; obedecen. A la Guadalupe nos mandaron y a la Guadalupe iremos.» Los otros agacharon la cabeza, como dominadospor la tralladeun leonero. El Comisario dio orden dezarpar, sin más dilación, hacia lasSalinasdela Grande Terre. Pronto seavistó laMarigalante, en un difumino debrumasopalescentes, yfueal zafarrancho. Y mientras cundía el ruido de cureñas rodadas, chirridos de cables y poleas, gritos, preparativos y formaciones presurosas, sobre el relincho de los caballos queya husmeaban la tierra próxima y el pasto fresco, Víctor Hugues, se hizo entregar por los tipógrafos varios centenares de cartelesimpresos durantela travesía, en espesos caracteresentintados, donde seostentabael texto del Decreto del 16 Pluvioso, queproclamaba la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos otorgados atodos los habitantes dela isla, sin distinción de razani estado. Luego cruzó el combés con paso firme, y, acercándosea la guillotina, hizo volar la funda alquitranadaquela cubría, haciéndola aparecer, por vez primera, desnuday bien filosalacuchilla, ala luz del sol. Luciendo todos los distintivosde su Autoridad, inmóvil, pétreo, con la mano derechaapoyada en los montantes dela Máquina, Víctor Hugues sehabía transformado, repentinamente, en unaAlegoría. Con la Libertad, llegabalaprimeraguillotina al Nuevo Mundo.
GOYA
Chrétien y Víctor Hugues salieron en una delasprimeras barcas acaso por demostrar al ejército que, en hora de acción,erantanarrojadoscomolosmilitares.Cuandolastropasestuvieron entierra,seoyeron algunosdisparos, seguidosdeun corto intercambio dedescargas, quesefueron diluyendo en la distancia. Cayó la nochey el silencio sehizo enlasnaves, donde quedaban tropas dela marina con dos compañíasde Cazadoresde los Pirineos, dejadas al mando del capitán De Leyssegues. Y transcurrieron tresdíasdurantelos cualesnadaocurrió, nadaseoyó, nada sesupo. Paraburlar su angustia. Esteban seentretenía en pescar, en compañía delos tipógrafos, forzosamente inactivos en talesmomentos. Tanto espacio libre había ahora abordo de los barcos, con la partida del grueso del ejército, quelascubiertas hacían pensar en el escenario de un teatro, luego de queha terminado una función de gran espectáculo. Ahí colgaban cabossueltos, yacían fardos abandonados, quedaban cajasvacías. Se podía transitar a gusto, dormitar a la sombra delaslonas, llevar la escudilla desopaa dondemejor sequisiera, espulgarse al aire libre jugar alascartascon la miradasiempre llevadaal horizonte, entredosenvites, en previsión de quealo lejos sedibujara el velamen de un bastimento enemigo. Aquello hubiera tenido un aspecto de felicesvacacionesen islasdeBarlovento, si la ausencia denoticiasnodesazonaraatantosánimos.Inútil erainterrogar el paisajedelacosta.Allí nopasabanada.Sacabaunniñoalmejas de la arena; retozaban algunos perros con el agua por las tetas; pasaba una familia denegros, como en mudanza perpetua, cargando con enormes bultos en las cabezas... Empezaban algunos a suponer lo peor cuando, en la madrugada del cuarto día, una estafetaabordó a la Thétis, trayendo orden dellevar laflota aPointe-à-Pitre. El Ejército delaRepúblicaeravictorioso. Después de una escaramuza, tenida a poco de desembarcar, los franceses habían avanzado cautelosamente, sin hallar la resistencia esperada. Víctor Hugues atribuía el repliegueconstante delastropas inglesasal terror delos colonos monárquicos ante quienes embestían sus inmundas banderas blancascon las banderasrepublicanas. Másanimosos, los tripulantesde los buquesmercantes, sorprendido anterior, Cartier y Rouger habían subido al asalto de esereducto defendido por novecientos hombres, tomándolo por sor-presa, alarmablanca.Chrétien,por dar el ejemploconhartabizarría,habíacaídodecaraal enemigo. Losingleses,desmoralizadospor esavictoria, estaban atrincherados ahoraenlaBasse-Terre, tras dela Rivière Salée minúsculo paso de agua, invadido por los mangles, que, pese asu delgadez, dividía la Guadalupeen dos comarcas distintas. Víctor Hugues sehallaba en la Pointe-à-Pitre
desde medianoche, instalando su gobierno. Ochenta y siete barcos mercantes abandonados en el puerto habían pasado a poder de los franceses. Los almacenesestaban repletos demercancías. La escuadra era esperadaallá con urgencia... Comenzaron las maniobras, mientras laschalupas detransporte regresaban asusnaves. Una enormealegría, alegría defondo, casi visceral, movía alos hombres delascofasalasbodegas, trepando, corriendo, empujando el espeque, izando, desenrollando, enrollando, arrumbando. Lavictoriaerabuena.Pero, además, estanochehabríavinosypernilesfrescos,hincadoscondientesdeajo,muchovino, ybueyconzanahoriasnuevas;habríamuchísimovino yron delmejor,cafédel quemanchalataza,yacasomujeres,delasrojizas, de lascobrizas, de las pálidas, de lasoscuras de lasquellevan calzado detacón alto bajo el encaje delasenaguas; delasque huelen a frangipana, aguadeazahar, vetiver, y, más quenada, a hembra. Y con cantos y gritos, vítoresa la República, levantados en los muelles y coreados en las naves, entró la escuadra en el puerto de la ciudad, aquel día dePradial del Año II, llevando la guillotina, erguida en la proa dela Pique, bien bruñida como objeto nuevo bien desenfundadapara quela vieran bien y la conocieran todos. Víctor y DeLeyssegues seabrazaron. Y juntos fueron al antiguo edificio del Senescalado dondeel Comisario procedía alainstalación de susdespachosy oficinas para inclinarseanteel cuerpo deChrétien, tendido con banda yescarapela, sobre un túmulo negro florecido de clavelesrojos, nardos blancosy embelesosazules. Esteban fuedespachado ala Albóndigadel Comercio Extranjero. Hoy empezaría adesempeñar su cabal empleo, abriendo un Registro de Presas, a la vista de los buques dejados por el enemigo. En todaspartes seostentaban los carteles dondeseproclamabala abolición de la esclavitud. Los patriotas encarceladospor los «GrandesBlancos»eran puestos en libertad. Una multitud abigarraday jubilosavagabapor lascalles, aclamando alos recién llegados. Para mayor regocijo sesupo queel General Dundas, gobernador británico en laGuadalupe, había muerto en Basse-Terre, la vísperadel desembarco francés. Lasuerte era propicia al ejército delaRepública. Mas, labambochada marinera que todos seprometían para aquella tarde quedó en apetencia: el Capitán De Leyssegues dio comienzo, poco después del mediodía, alasobrasdefortificación y defensadel puerto, hundiendo variasnaves viejasen labarra, para vedar su entrada, y colocando cañones en los muelles, con lasbocasapuntadas hacia el mar... Pero, cuatro díasdespués, lasuerte sevolteó repentinamente.Unabateríaemplazadaenel MorneSaint-Jean,másalládelaRivièreSalée,inicióelbombardeosistemáticodelaPointe-à-Pitre. El Almirante Jarvis, luego dehaber desembarcado sus tropas en el Gozier, ponía asedio a la ciudad... El terror seapoderó de la población, bajo los proyectiles caídos del cielo que a todas horas martilleaban al azar, hundiendo techos, atravesando pisos, haciendo volar los tejados en aludes debarro rojo, rebotando en la mampostería, el pavimento de lascalles, los cipos esquineros, antesderodar con fragoresdetrueno haciaalgo derribable una columna, unabaranda, un hombre atontadopor la velocidaddeloqueseleveníaencima.Unolor decal vieja,reseca,cineraria,envolvíalaciudadenunaatmósferadedemolición, secando las gargantas, encendiendo los ojos. Una bala, topando con una muralla decantería, saltaba alas casas de madera, se arrojaba escaleras abajo, yendo a dar a un aparador lleno de botellas, a los escaparates deuna locería, a una bodegadonde su trayectoriaterminabaen un revuelo de duelasrotas, sobre el cuerpo destrozado deuna parturienta. Despedida por un impacto, una campanahabía caído con tan tremendo alarido del bronce, que hasta los cañoneros enemigos se enteraron del caso. Mal resguardo contra el hierro era el deesereino depersianas, mamparas, balconesligeros, romanillas, barrotes demadera, emparrados y listones, donde todo estabahecho para aprovechar el menor aliento dela brisa. Cadadisparo resultabaun mazazo en jaula de mimbre, dejando cadáveresdebajo de la mesa de nogal donde una familia hubiera buscado algún amparo. Pronto seconoció otra espantosa novedad: una batería con hornos, instaladaen el Morne Savon, bombardeaba la población con balas calentadasal rojo vivo. Lo que quedabaen pie empezó a arder. A la cal sucedió el fuego. No acababade dominarse un incendio cuando otro se prendía, más allá, en latienda depaños, en el aserradero, en el depósito del ron que, prendido asu vez, arrojabaalascalles un lento derrame dellamas azulesque las aceras llevaban hacia cualquier pendiente próxima. Como muchas casas pobres tenían techos dehojasy fibras trenzadas, un solo proyectil al rojo bastabapara acabar con una manzana entera. Paracolmo, la falta de aguaobligabaacombatir losincendiosconel hacha,lasierrayel machete.A ladestruccióncaídadel cielo,seañadíalaconsciente destrucción llevadapor niños, mujeresy ancianos. Un humo negro, denso, sacado de abajo, de donde arden muchas cosas viejas ysucias,poníapenumbrasrepentinas,enplenomediodía,sobrelaciudadsupliciada.Y aquello,queeraintolerable,imposiblede soportar duranteuna hora, seprolongabadíay noche, en un estruendo perpetuo, donde el derrumbeseconfundía con el grito, el crepitar de lasfogaradas con el trueno arasdel suelo delo que rodaba, topaba, rebotaba, pegando como ariete. Sevivía en el desastrey aunquesu paroxismo pareciera alcanzado, el desastre seagrandabadenoticia en noticia. Tresintentos de acallar las mortíferas bateríashabían fracasado. El General Cartier, extenuado por el insomnio, la fatiga y la poca costumbre del clima, acababa demorir. El General Rouger, alcanzado por un proyectil, agonizaba, en una sala del edificio transformado en hospital militar. HabíanreaparecidounosFrailesDominicosmisteriosos,soterrados,salidosdesusescondites,que,depronto, seerguían en las cabeceras de los enfermos con una pócimao una tisana en la mano. En tales momentos nadie reparaba en sus hábitos, aceptándose el cuidado y el alivio inmediato, pronto seguidos deuna reaparición de Crucifijos y SantosÓleos. Ese contrabando
de la fe seinsinuabadonde másgangrenasy heridashubiera, no faltando quien reclamara los sacramentos, arrojando la escarapela, al sentir la proximidad delamuerte... A los innumerables tormentos seañadía ahora el dela sed. Como algunos cadáveres habían caído en los aljibes, era imposible beber aquella aguaenvenenada. Los soldados hacían hervir el agua demar preparando uncafésalobrequeluegoendulzabancon enormescantidadesdeazúcar, añadiéndolealgúnalcohol.Losaguadores,quesiempre habíanabastecidoalapoblación consusbarricasllevadasenbotesyencarros,nopodíanalcanzar losriachueloscercanosacausa del tiro enemigo. Las rataspululaban en lascalles, corriendo en medio de los escombros, invadiéndolo todo, y como si esaplaga fuesepoco, unos alacranesgrises surgían delasmaderasviejas, hincando el dardo donde mejor pudiesehincar. Varios barcos, en el puerto, estaban reducidos a errantes montones detablas calcinadas. La Thé-tis, acaso herida demuerte, se escoraba en un panoramademástilesrotos, de cuadernas dejadas en el hueso. Al vigésimo día del asedio apareció el Cólico Miserere. Lasgentes sevaciaban en horas, largando la vida por los intestinos. En la imposibilidad de darles un cristiano sepelio, se enterraban los cuerpos dondefuera posible, al pie deun árbol, en un agujero cualquiera, al lado de las letrinas. Cayendo sobre el Cementerio Viejo, lasbalashabíansacadohuesosalaluz,dispersándolosentrelápidashundidasycrucesarrancadas.Víctor Hugues,seguido de los últimos jefesmilitares quele quedaban y desus mejorestropas, se había atrincherado en el Morne du Gouvernement, eminenciaquedominaba la ciudad y, enclavadaen su perímetro, ofrecía el resguardo de una iglesia decantería... Esteban, anonadado, estupefacto, incapaz depensar en nadaen medio del cataclismo quedurabadesdehacía casi cuatro semanas, pasabael tiempo acostado dentro de una suerte de guarida, de fosa horizontal, que se había cavado entre los sacos de azúcar que llenaban el almacénportuariodonde,estandoenlabor deinventario,lohabíasorprendidoelbombardeo. Frenteaél, siguiendosuejemplo, los Loeuillet, padre ehijo, se resguardaban en una caverna entre sacos, másancha, donde habían metido una parte del material desu imprenta lascajas detipos, sobre todo, queeran lo más irremplazableen esta tierra. No padecían desed, yaquevarios tonelesdevino estaban guardados en aquel lugar, y, unasveces por refrescarse, otraspor miedo, otraspor beber, vaciaban jarros deaquel líquidotibio, queseibaagriandocadavezmás,poniendocostrasmoradasensuslabios. Loeuillet, el viejo,hijodecamisardo, no se había ocultado, en talesmomentos demiseria, desacar laBibliafamiliar, que traíaescondidaenuna cajadepapel. Cuando lasbalaspegaban cerca, envalentonado por lo mucho bebido, clamaba, desde las hondurasde su antro, algún versículo del Apocalipsis. Y nadaseconcertaba mejor con la realidad que aquellasfrases sacadas del delirio profetice por la mano deJuan el Teólogo:«Y el primer Ángel tomólatrompeta,yfuehechogranizoyfuego,mezcladoconsangre,yfueronarrojadosalatierra, y latercera parte delos árbolesfue quemaday quemósetoda layerbaverde.»«Tanta impiedad gimoteabael tipógrafo nos ha llevado al Fin de los Tiempos.» Las bateríasde Jarvis sele identificaban, en aquellos momentos con lasiras ejemplares delos Viejos Grandes Dioses.
Una mañana callaron lasbaterías. Los hombres sedescrisparon; lasbestiaspusieron lasorejas en descanso; lo yacente, lo inerte, sehicieron yacente einerte sin más sobresaltos. Oyóseel chapaleo de las olas en el puerto, y una últimacristalería, rota por la pedradade un niño, asustó alasgentes por la desacostumbrada nimiedad del ruido. Los supervivientes salieron de sus hoyos, de sus cuevas, de sus zahúrdas, cubiertos de hollín, de mugre, de excrementos, con vendajes colgantes, inmundos, que se les mecían a un palmo delasllagas. Y entonces se supo del portento: Víctor Hugues, dos noches antes, advertido de que los inglesesdegollaban a los hombres desus puestos avanzados y empezaban a entrar en la ciudad, había descendido del Morne du Gouvernement, a la desesperada, con tal ímpetu que el enemigo, varias veces rechazado y finalmente perseguido, volviendo a cruzar laRi-vièreSalée,sereplegabasobreel campoatrincheradodeBerville, enlaBasse-Terre.Losfrancesesquedabanvictoriosos en esta mitad del país... Un primer convoy deaguadores apareció amediodía, asaltado por unamultitud harapienta, armada demarmitas, cubos, bateas, jofainas. Debruces bebían las familias, empujadas por los hocicos y morros desusbestias, hundiendo lascabezas en los recipientes, peleando, lamiendo, vomitando lo bebido demasiado de prisa robándoselos cántaros en una barahúndaquefue necesario acallar a culatazos. Calmada la sed, comenzaron a limpiarselascallesprincipales, sacándosecadáveresde debajo de los escombros. Todavía caía un proyectil enemigo, detiempo en tiempo, derribando un transeúnte, desprendiendounareja,astillandounretablo. Pero nadiesepreocupabayaportanpocacosa,luegodelo padecidodurantecuatroterriblessemanas. Se supo entonces queel General Aubert, último integrante del Estado Mayor de la expedición, moría de fiebre
amarilla. Víctor Hugues quedabacomo único amodelaGrandeTerredelaGuadalupe. Llamando alos Loeuillet a su despacho de ventanas rotas, cuyas cortinas amedio quemar colgaban como festonesde miseria, lesdictó, para impresión inmediata, el texto deun bando en el queseproclamabael estado desitio y la formación, por levaforzosa, deuna miliciadedos mil hombres decolor enestado dellevar lasarmas. Todo habitante quepropalarafalsos rumores, semostrara enemigo dela Libertad o tratara depasar alaBasse-Terre, seríasumariamente ejecutado, incitándosealos buenospatriotas aladelación decualquier infidente. Por decreto quedaban ascendidos el Capitán Pelardy a general de división y comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, y el ComandanteBoudet a general de brigada, con el cargo de instruir y disciplinar las tropas locales... Esteban seadmiraba ante la energía demostradapor el Comisario desdeel díadel desembarco en lasSalinas. Teníaun extraordinario poder demando, al que seañadía una suerte impar. Nadaresultabamás providencial para él, en estos momentos, que las muertes sucesivasde Chrétien, deCartier, de Rouger y de Aubert. Con ellos habían desaparecido los únicos hombres quedealgún modo hubiesen podido oponérsele. Ahora, la tirantez existente entre el mando militar y la autoridad civil quedabaanulada, dehecho. Víctor Hugues, que varias veceshabía tenido ásperas discusionescon los generales de la expedición, ufanos de sus galones, penachos y veteranías, descansabadesdehoysobredoscolaboradoresqueleeranadictos, sabiendo,por lodemás,quedeél dependíaquelaConvención los confirmara en sus nuevos grados... Aquella noche corrió el vino en la ciudad, y donde quedaran energías para ello hallaron los soldados cómo aliviarsedeuna prolongada abstinencia demujer. El Comisario semostró jovial, ocurrente, decidor, en un banquetedeoficialesal queasistióEstebanconlosLoeuillet, padreehijo.Lasmulatasdel serviciotraíanvasosdeponchederon enbandejas,sin enojarsecuandosesentíanagarradasporel talleopellizcadasdebajodelasfaldas.Entrebrindisybrindisanunció Víctor Hugues queel nombre del Morne du Governement sería cambiado por el deMorne de la Victoire y quela PlazaSartines, tan lindamente abierta sobre el puerto, recibiría el nombre dePlacedelaVictoire. En cuanto ala Pointe- à-Pitre, ésta pasaría a llamarse, en adelante, Port-de-la-Liberté. (Laseguirán llamando Pointe-à-Pitre pensó Esteban , igual que Chauvin-Dragon seguirá siendo San Juan deLuz.) A lahora delospostres hora quevino asituarsehacialamadrugada conoció el joven, por boca deuna delasfámulasinvitadaa cantar, lasnostálgicas coplascompuestaspor el Marquésde Bouillé, primo deLa Fayette quemuyjovenhubierasidoGobernadordelaGuadalupe.LlamadoaFranciaveinticuatroañosantes,sealejódelaislaescribiendo unlamentoendialectoisleñoquedesdeentoncessonabaentodaslasmemorias: Adieufoulard,adieumadras, -chouDoudouanmoini kapati Helas, helas, cepoutoujou Bonjou,MissiéleGouveneu,Moinvini faireenti petitionPoumandéouautorization LaisséDoudouaumoinbanmoin Bati-mentlajasulabouéBientoti keapareillé.
Borrachoporel muchoponchebebido,Estebanselevantódesuasiento, movidopor unaideafija,pidiendounbrindis para la «dudú»quetan gratavoz tenía, pero solicitando quelos términos de«Missié»y «Mademoiselle»fuesen suprimidos dela canción, por chocar con el espíritu democrático, sustituyéndoseles por «Citoyen Gouverneur» y «Citoyenne». Víctor Hugues dirigió una mirada cejuda al joven, cortando con los aplausosquehabían saludado la harto republicana propuesta. Pero yase daban todos acantar, en deFrançois Girouet queseasociabamagníficamenteconel sentidodelavictoriareciente:
dupaincommeonenvoitmas. DepuisladuréedelaGuerrejefaisassezmaigrechère,maisjechantedeboncoeun
Al albaestabantodosdormidosenbutacasysillonesentrecopasamediovaciar, bandejasdefrutasyrestosdeasados, mientrasel Comisario, frentea las abiertas ventanas desu habitación, sedaba un baño de esponja charlando con el barbero, que ya afilaba sus navajas... Poco después sonaron lasdianas, y, hacia las ocho, con una granizadademartillazos, empezaron a alzarse mástiles, banderolas, guirnaldas yalegoríasenlacidevant PlazaSartines, donde la banda delos Cazadoresdelos Pirineos, degran uniforme, arrancó a tocar aires revolucionarios, con un relumbrante estrépito de cornetas y batería turca. Varios carpinteros
armaban un estrado, desde dondehabrían depresidir lasautoridades una pregonada ceremonia cívica. Abandonando sus casas en ruinas, un gentío invadía la plaza, atraído por el insólito concierto matinal. Esteban fue hasta la Alhóndiga del Comercio Extranjero, donde tenía su cama, para aliviarsela jaqueca con compresas devinagre y tomar unas cucharadas deruibarbo para aclararseel hígado, amodorrándoseun ratoen esperadelo que lo sabíapor haber vivido en el Parísrevolucionario siempre demoraba un tanto en empezar. Serían lasdiez cuando regresó a la plaza, que ya estaba llena deuna multitud pintoresca y bulliciosa,olvidadadepadecimientosrecientes.Yaaparecíanlosmandatarioscivilesymilitaresenel estrado,encabezadosporVíctor Hugues, los generales Pelardy y Boudet, y el Capitán De Leyssegues. Apretujáronse las gentes en torno a los nuevos jefes, contempladospor vez primera en sus atuendos desolemnidad, y sehizo un silencio aleteado por laspalomasdeun patio cercano. Después deabarcar el ámbito con una mirada lenta, el Comisario de la Convención abrió su discurso. Felicitó a los esclavos de ayer por haber pasado a la condición de ciudadanos libres. Hizo el elogio de la enterezacon queel pueblo había soportado los díasaciagosdel bombardeo, rindiendo homenaje alasvíctimas yrematando laprimeraprogresión verbal con una emocionada oración fúnebre alamemoriadeChrétien, Cartier, Rouger y Aubert esteúltimo, muerto hacíaapenasmediahora, en el edificio del Hospital Militar, señalado con iracundamano como si lamuerte, allí, hubiera deencarnizarsecon los mejores. Algo dijo luego del Cristóbal Colón,que,ensutercer viajeaAmérica,descubrieraestaislapobladadeseresfelices,sencillos,entregadosalavida sana queconstituye el estado natural del ser humano, dándole el nombre dela naveen queviajaba. Pero, con el Descubridor, habían llegado los sacerdotes cristianos, agentes del fanatismo y dela ignorancia que pesaban sobre el mundo como una maldición desdequeSan Pablo hubiera difundido lasfalsas enseñanzas de un profeta judío, hijo de un legionario romano llamado Pantherus yaqueel Josédelos pesebreserameraleyenda, desacreditadapor los filósofos. Levantó el brazo haciael Mornedu Gouvernement, anunciando quesederribaría la iglesia allí alzada, para borrar toda huella deidolatría, y que los sacerdotes, aún ocultos, según lehabían informado, en lasinmediaciones deLe Moule ySainte-Anne, habrían de prestar juramento a la Constitución... Esteban, muy atento a los gestos de unamulata cuyo madrás detrespuntas ibapregonando un «todavía-tengo-lugarpara ti» en el lenguaje denudos del tocado queera entendido por todos los habitantes dela isla, sehallabademasiado sumido en lacontemplación demohines, dedosllevadosalasajorcas, hombrosqueseahuecabansobreunespinazosuavementesombreado, para prestar la atención debida al discurso que, en aquel momento, bautizabala Plaza Sartines con el nombre de Place de la Victoire. La voz de Víctor, metálica y neta, le llegabapor ráfagas, en lasquerebrillaban, por lo subrayado del tono, una frase definidora, un concepto de Libertad, una cita clásica. Había elocuencia y había nervio. Y, sin embargo, la Palabra no acababa de armonizarse con el espíritu de gentesacudidas aaquel lugar como quien vieneauna fiesta, entretenidasen jugar, en rozarselos varonescon lashembras, en desentenderse,aratos, deun lenguajequemuchodifería con aquel acento meridional, queVíctor, por añadidura, cargabacomo un cuartel de heráldica delasabrosajergalocal. Pero yaterminabael Comisario,luegodehacer el proceso dela Compañía deIndiasy delos «Grandes Blancos» dela Guadalupe, anunciando quela lucha no había terminado: queaún había que aniquilar a los ingleses dela Basse-Terre y que muy pronto seiniciaría la ofensiva final, devolviéndosela paz aestastierraslibradas,por siempre,delaesclavitud. El discursohabíasidoclaro,bienllevado,sinexcesosderetórica;yyaaplaudíael públicounrematecoronadoporuna cita deTácito, cuando observó De Leyssegues queuna embarcación forzabala barra del puerto, arrumbándosehacia el muelle más cercano. No había por quéinquietarse, empero, por tan mísera nave: era una balandra vieja, tan destartalada, despintada y sucia,queconvelashechasdesacosmalcosidos,parecíaunesquifefantasmalsacadodeunrelatodenaufragios.Atracólabalandrayseprodujounremolinoenlamultitud:hacialatribunadel Comisarioavanzabanunoshombresdemanosyorejasinformes, desdentados, renqueantes, con la piel plateadapor ronchas escamosas. Eran leprosos dela Désiradequevenían aprestar juramento de fidelidad a la Revolución. Con oportuno aplomo, Víctor Hugues les dio el tratamiento de ciudadanos enfermos, entregándoles una banda tricolor, y asegurándolesque pronto iría asu isla para saber de sus necesidades y remediar sus miserias. Después del inesperado suceso, que veníaa afianzar su incipientepopularidad, saludado con clamoresy aplausos quelo devolvieron variasvecesal estrado, seretiró asu despacho, seguido delos jefesmilitares. Arriba, alguna balamal lanzadapor baterías enemigascruzabatodavía el cielo resplandeciente, yendo a dar, sin mayoresdaños, al aguade la bahía. En la ciudad reinaba un hedordecarroña.Pero,alatardecer,florecieronloslimoneros.Y fueestounaEpifaníadel árboltrasdetantosOficiosdeTinieblas.
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A pesar de su anuncio de una pronta ofensiva sobre la Basse-Terre, Víctor Hugues vaci-laba en emprenderla. Acaso searredrabaantelaescasezdearmas;temíaquelamiliciadehombresdecolor noestuvieselobastanteinstruida,yesperaba,con evidente impaciencia, unos refuerzos pedidos aFrancia desdequesehabía iniciado el asedio dela Pointe-à-Pitre. Transcurrieron varias semanas, durante las cuales el tiro enemigo se encarnizó a ratos, con la población. Pero, luego delo sufrido, las gentes toleraban lo menos con el levealivio de encogimiento de hombros, de la blasfemia o del ademán obsceno elevado en alto. Por una prudente medida, la guillotina no había salido del cuarto cerrado con llavedonde, yamontaday aceitada, esperaba a que Monsieur Anse, antiguo verdugo del Tribunal de Rochefort era un mulato de finos modales, educado en París, violinista ameno, cuyos bolsillos siemprecargaban caramelos para los niños , hicierafuncionar el fiel mecanismo inventadopor un factor declavicordios. El Comisario sabía cuánto habíacostadoaFrancia, en susocupacionesdecomarcasfronterizas, una demasiado presurosaacción dela Máquina. No quería quela Guadalupe selevolviera unapequeña Bélgica Por lo demás, no teníaquejasde unos habitantesacostumbrados, por lasperipeciasdesu largahistoria, aconvivir con el amo deturno. Seapoyaba, por el momento, en la gran masamanumisa, entregadaal júbilo de su flamanteciudadanía, aunqueesemismo júbilo le planteara un inicial problema degobierno: convencidos dequeyano tenían dueño a quien obedecer, los antiguosesclavoseran remisos acultivar los campos.Lastierraslabrantíasquedabanentregadasalasmalasyerbas,sinquetodavíapudiesecastigarseconharto rigoraquienes hallaban patrióticos pretextos paranegarsea doblar el lomo sobreun suelo arado, vuelto a cerrarsesobre el surco de la aradura, levantando maderasinútilesy espinasal infinito bajo un sol queengrosabasusespeciespor igual, sin saber de preferenciashumanas... En eso apareció laBayonnaise, trayendo armasy pertrechosy algunossoldadosdeinfantería aunqueennúmero muy inferior al solicitadoporlosjefesmilitares.LaConvención, necesitadadehombres,nopodíadeshacersedegrandescontingentes para defender una colonia remota. Esteban, llamado inesperadamente al despacho de Víctor Hugues para recoger un juego de pruebas, observó que el Comisario estabaentregado a la lectura delo que esperaba másansiosamente después delos despachos oficiales: la prensa deParís, en la que, a veces, era mencionado. Hojeando los periódicos queel otro había visto ya, Esteban se enterócon estupor delacelebracióndelaFiestadelSerSupremo,yloqueeramásdesconcertanteaún,delacondenadel ateísmo como actitud inmoral, y por consiguiente, aristocrática ycontrarrevolucionaria. Los ateos, derepente, eran consideradoscomo enemigos dela República. Reconocía el Pueblo Francés la existencia del Ser Supremo y la Inmortalidad del Alma. Había dicho el Incorruptible quesi la existencia deDios, si la inmortalidad del alma, no hubiesen sido más quesueños, serían, aun así, lasmás hermosas concepcionesdel espíritu humano. Los hombres sin Dios eran calificados, ahora, de«monstruos desolados»... Esteban sedio a reír detan buenasganasqueVíctor, frunciendo el entrecejo, lo miró por encimade sus periódicos abiertos: «¿Cuál es el chiste?», preguntó. «No valíalapenahaber mandado derribar lacapilladel Mornedu Gouvernement, para enterarnos deesto», dijo Esteban, que desdehacía algunos díashabía vuelto a encontrar el buen humor de los de su raza en un ambiente quele iba devolviendo,por el sabordelasfrutas,losoloresmarinos,lavisióndeciertosárboles,algodesupersonalidaddeotrosdías.«Todo meparecemuy bien dijo Víctor, sin responder demodo directo . Un hombre como Él no puedeequivocarse. Si creyó necesario hacerlo, bien hecho está.» «Y hasta sele alaba, por haberlo hecho, en prosa deTedeum, deLaude, de Magníficat», dijo Esteban. «La que cuadra con su estatura», dijo Víctor. «Es queno veo la diferencia quehay entre Jeovah, el Gran Arquitecto y el Ser Supremo», dijo Esteban. Y recordó al Comisario su impiedaddeotros días; sussarcasmosdirigidos alas«mascaradassalomónicas» delos masones. Pero el otro no lo escuchaba: «Demasiado judaísmo perduraba todavía en lasLogias. En cuanto al Dios de los creyentes nada tiene quever con la conciencia dequeexisteun Ser Superior, ilimitado y eterno, al quedebereverenciarse demodorazonableydigno,comocuadraahombreslibres.Noinvocamosal DiosdeTorquemada,sinoal Diosdelosfilósofos.» Esteban sesentía desconcertado ante lain-creíble servidumbre deuna mente vigorosa y enérgica, pero tan absolutamente politizadaquerehusabael examen crítico de los hechos, negándosea ver lasmás flagrantescontradicciones; fiel hasta el fanatismo queeso sí podíacalificarsedefanatismo a los dictámenes del hombre que lo hubiese investido de poderes. «¿Y si mañana se ysalieranlosSantosylasvírgenes,enprocesión,por las calles deParís?», preguntó el joven. «Alguna poderosa razón habría para hacerlo.» «Pero tú... ¿Tú crees en Dios?», gritó Esteban, creyendo acorralarlo. «Esa es unacuestión meramente personal que en nadaalteraríami obediencia revolucionaria», respondió Víctor. «Para ti laRevolución es infalible.»«La Revolución... dijo Víctor lentamente, mirandohacia el puerto, donde setrabajaba en enderezar el casco escorado dela Thétis ... la Revolución ha dado un objeto a mi existencia. Semeha asignado un papel en el gran quehacer dela época. Trataré demostrar, en él, mi máximaesta-tura.» Hubo una pausaque dio una mayor
sonoridadal grito delos marineros quetiraban deun trendecuerdas, al compás desalomas. «¿Y vasaimplantar aquí el culto al Ser Supremo?», preguntó Esteban, a quien la posibilidad de ver entronizado a un Dios, una vez más, parecía el colmo delas abjuraciones. «No respondió el Comisario, después deuna le-ve vacilación . Todavía no acabó de demolersela iglesia del Morne duGouvernement. Sería demasiado pronto. Esto hayquellevarlo másdespacio. Si yo hablara ahora del Ser Supremo no tardarían los de aquí en representárselo clavado en una cruz, coronado de espinas, herido en el flanco, con lo cual no adelantaríamos nada. No estamosaquí en lalatitud del Campo deMarte.» Esteban tuvo, en aquel instante, lamalvadasatisfacción deoír enbocadeVíctor Huguesloquehubierapodidodecir MartínezdeBallesteros.Sin embargo,allá,muchosespañoleshabíansido perseguidos y guillotinados por afirmar que los métodos dictados en París, eran inaplicables en países apegados a ciertas tradiciones: «No sedebiera entrar en España aconsejaban proclamando el ateísmo.» En lacatedral de Zaragozano podíanexhibirse los hermosos pechos dealguna Mademoiselle Aubry, disfrazada deDiosaRazón, como había ocurrido en la iglesia de NotreDame puesta en venta poco después, aunque nadie se resolviera a adquirir, para uso propio, tan gótico, monumental e inhóspito edificio... «Contradicciones y máscontradicciones murmuró Esteban . Yo soñabacon una Revolución tan distinta.» «¿Y quién temandaba creer en lo queno era? preguntó Víctor . Además, todo esto es vana palabrería. Todavía los inglesesestán en la Basse-Terre. Esto eslo único quedebe preocuparnos.» Y añadió con tono tajante: «Una Revolución no se argumenta: sehace.» «¡Cuando pienso dijo Esteban queel altar del Morne duGouvernement sehubiera salvado si el correo de París nos hubiese llegado más pronto! ¡Con haber hecho soplar un viento mejor sobre el Atlántico, Dios sequedabaen casa! ¡Quiénsabequiénhacealgo aquí!»«¡Veteatrabajar!», dijo Víctor, empujándolo hacialapuerta con unapesadamano afincada entre los hombros. La hoja secerró con tal estrépito que la mulata cantora, atareadaen bruñir el pasama-nos de la escalera, preguntó con sorna: «Monsieur Víctor faché?» Y cruzó Esteban la sala del comedor, perseguido por el piar de lasmozasquese burlabandeél. La imprenta de los Loeuillet trabajaba activamente en imprimir panfletos destinados a los laborantesfranceses que vivían en lasislas neutrales, prometiéndoles cargos y tierrassi se acogían a los beneficios del gobierno revolucionario. Con esto seengrosaban los contingentes disponibles, aunquetranscurrieran semanassin quelos deacáseresolvieran aforzar el paso dela RivièreSalée. A finesdeSeptiembre,lasituación eralamisma,cuandoel Comisariosupoquelafiebreamarillahacíaestragosen lasfilasbritánicas, y que el General Grey, temeroso delos ciclones queen esta época del año azotaban lasislasdeBarlovento, había llevado el grueso desu escuadra a Fort-Royal, de la Martinica, donde el puerto ofrecía el mejor resguardo contra los huracanes. Hubo deliberaciones acerca del mejor modo deaprovechar la situación. Al fin, se resolvió queel ejército francés sefraccionara en trescolumnas al mando de De Leyssegues, Pelardy y Boudet, probándosela suerte con un triple desembarco en la Basse-Terre. Seconfiscaron canoas, botes, cayucos, y hastapiraguasindiasy, una noche, inicióseel ataque. Dos díasdespués, los franceses eran dueños del Lamentin y del Petit-Bourg. Y, en la madrugada del 6 deOctubre, empezó el asedio del campo atrincherado deBerville... En laPointe-à- Pitresevivían horas deexpectación. Unos opina-ban queel sitio seríalargo, puesto quelos ingleseshabían tenido el tiempo necesario para hacersefuertes en la posición. Otros decían queel General Graham estabadesmoralizadoanteel afianzamiento del Gobierno revolucionarioenlaGrandeTerre, cuyasgentesparecíanburlarsedelasandanadasdebalasqueaún hacía disparar sobrela ciudad, de pura rabia, desdelos altos del Morne Savon... En aquellos días, Esteban se reunía a menudo con Monsieur Anse, el custodio y accionador de la guillotina, que se estaba constituyendo un Gabinetede Curiosidades, coleccionando abanicos demar, trozos deminerales, pecesluna embalsamados, raíces deformas zoológicasy encendidascaracolas. A menudo descansaban en la esplendorosaensenadadel Gozier, con su isleta relumbrante como un corazón decalcedonia. Monsieur Anse, después deponer unasbotellasdevino arefrescar en hoyosarenosos, sacabaun viejo violín del estuche, y deespaldas al mar, sedabaa tocar una linda pastoral de Philidor, a la queenriquecía devariacionespropias. Eraun fino compañero de excursiones, siempredispuesto aadmirarseanteun trozo deazufre, unamariposadetrazaegipciao cualquier flor desconocidaquelesalieraal paso. A mediodía del 6 deOctubre, Monsieur Anserecibió la orden demontar la guillotina en una carreta y desalir apresuradamente hacia Berville. La plazaera tomada. Víctor Hugues, sin ordenar el asalto siquiera, había dadoal General Grahamunplazodecuatrohorasparacapitular. Y cuandoel Comisarioentró enel campoatrincherado,donde quedaba el desorden detrastos dejados en la desbandada, se encontró con mil doscientos militares ingleses queno hablaban el inglés: en su retirada, Graham sólo había llevado consigo a veintidós colonos monárquicos, quele habían sido particularmente adictos,abandonandoentierraalosdemás.Anonadadospor lamagnafeloníadequienhabíasidosujefe,losfrancesesquehabían combatido bajo lasbanderasbritánicasestaban reunidos por grupos lamentables, sin haber tenido el tiempo, siquiera, dedespo jarsedesusuniformes. «Hay cosasimposibles», dijo Monsieur Anse, al partir, haciendo un gesto ambiguo hacialacarretadonde la Máquina se ocultababajo lonas, pues el viento traía los oloresde una lluvia que estabacayendo yasobre la María Galante,
repentinamentepasadadeverdeclaro a gris plomizo, con aquellacentelleante nubequelebarríael perfil... «Haycosas imposibles», repitió Monsieur Anse, al regresar a la mañana siguiente, empapado y friolento, después dehaber tratado decalentarse el cuerpo con el ron de los paradores. Y, algo borracho, contaba a Esteban que la guillotina no podía usarsepara ejecuciones en masa. Queel trabajo teníasu tiempo y su ritmo y queno seexplicabacómo el Comisario, buen conocedor dela Máquina, había pretendido queochocientos sesenta y cinco sentenciadosa muerte le fueran desfilando bajo el filo. Sehabía hecho lo humano por acelerar la operación. Pero, a la medianoche, sólo treinta delos prisioneros habían recibido el castigo desu infidencia. «¡Basta ya!», había gritado el Comisario. Y los demás habían sido fusilados por partidas de diez, de veinte, mientras la carreta regresaba a la Pointe-à-Pitre, sorteando malos caminos. En lo quemirabaa los pocos soldados ingleses copados en Berville, Víctor Hugues sehabía mostrado clemente, permitiéndoles quesejuntaran con su armada en derrota, después de desarmarlos. Y a un joven capitán británico quedemorabaen marcharse, había dicho: «Tengo el deber deencontrarmeaquí. Pero, a ti... ¿quién tellama a contemplar la sangrefrancesaque me veo obligado a derramar?...» Había terminado la era delos Grandes Blancos en la Guadalupe.Lanoticiaerapregonada,congranrepiquederedoblantes,enlaPlacedelaVictoire.«Haycosasimposibles»,repetíaMonsieur Anse, apesadumbrado por el deslucimiento inicial desu ministerio: «Eran ochocientos sesenta y cinco. Un trabajo deromanos.» Y Esteban escuchabay volvía aescuchar el relato, como si lehablaran de unaerupción volcánica ocurridaen una comarca muy remota. Bervilleera, para él, un mero nombre. En cuanto a los demás, ochocientos sesenta y cinco rostros eran demasiadosrostrosparadibujar laimagendeunosolo.
Todavía quedaban algunos focos de resistencia en laBasse-Terre. Pero el arresto de los hombres traicionados por Graham se esfumabaen cuanto lograban apoderarse dealguna balandra para huir a unaisla vecina. Cuando cayó el Fort-SaintCharles, diosepor terminadalacampaña. LaDésiradeylaMaríaGalante cuyo gobernador, exconstituyentepasadoal servicio deInglaterra, prefirió suicidarseantes depresentar combate estaban en poder de los franceses. Víctor Hugues era dueño de la Guadalupe, pudiendo anunciar a todos que ahora setrabajaría en paz. Y, para apoyar sus palabras con algún gesto simbólico, plantó los árboles que habrían dedar sombra en el futuro a la Place dela Victoire. Entoncestuvo lugar el acontecimiento que todosesperaban, desdehacíatiempo,con angustiadacuriosidad:Laguillotinaempezóafuncionarenpúblico.El díadesuestreno, en las personasde doscapellanes monárquicos quehabían sido sorprendidos en una granjadonde seocultaban fusilesy municiones, la ciudad entera sevolcó en el ágora dondesealzaba un fuerte tablado con escalera lateral, al estilo de París, montado en cuatro horconesdecedro. Y como las modasrepublicanas yasehabían insinuado en la colonia, aparecieron mestizos vestidos de cortas chaquetas azulesy pantalón blanco listado derojo, en tanto que las mulataslucían madraces nuevos con los coloresdel día.Nuncapudoverseunamultitudmásalegreybulliciosa, conaquellostintesdeañil ydefresaqueparecíantremolaral mismo ritmo de las banderas, en la mañana límpida y soleada. Lasfámulas del Comisario estaban asomadas alasventanas, gritando y riendo y riendo más aún cuando la estremecida mano de un oficial selessubía por encimade lascorvas. Muchos niños se habíantrepadoal techodelosedificiosparavermejor. Humeabalafritura, derramábanselasjarrasdejugosygarapiñas, yelron clarín, tempranamentebebido, sobrealzabalos ánimos. Sin embargo, cuando Monsieur Ansesepresentó en lo alto del patíbulo llevando susmejoresropasdeceremonia tan graveensumenester como biendescañonado por el barbero sehizounhondo silencio.Pointe-à-Pitrenoerael CaboFrancés,donde,desdehacíatiempo,existíaunexcelenteteatro, alimen-tadodenovedades por compañíasdramáticasdetránsito para laNuevaOrleáns. Aquí no seteníanadasemejante; nunca habíasevisto un escenario abierto a todos, y por lo mismo descubrían lasgentes, en aquel momento, la esencia dela Tragedia. El Fatum estabaya presente, con su filo en espera, inexorable ypuntual, acechando aquienes, por mal inspirados, habían vuelto susarmas contralaCiudad. Y el espíritudel Coro sehallabaactivo en cadaespectador, con lasestrofasyantiestrofasquebrincaban yrebrincaban por encima del tablado. Depronto aparecióunMensajero,abrieron pasolosGuardias,ylacarretahizosuentradaenel vastodecoradodela PlazaPública, trayendo a los condenados, demanos unidaspor un mismo rosario, encimadelasmuñecasamarradas. Seoyeron solemnesredoblesdecajas; funcionó la báscula, cargando con el peso de un hombre obeso, y cayó la cuchilla en medio de un clamor de expectación. Minutos después, lasdos primerasejecucionesestaban consumadas... Pero no sedispersó la multitud, acaso sorprendida, al momento, de que el espectáculo trágico hubiese sido tan breve con aquella sangre aún fluida que se
escurríaentrelasrendijasdel escenario. Pronto, por sacarsedel horror quelosteníacomoestupefactos,pasaronmuchos, repentinamente, al holgorio quehabría dealargar aquel día que ya sedaba por feriado yde asueto. Había quelucir lasropasrecién estrenadas.HabíaquehaceralgoquefueseafirmacióndevidaantelaMuerte.Y comolosbailesdefiguraseranlosmásapropiados para valorar atuendos y alborotar el tornasol de lasfaldascarmañolas, se dieron algunos a armar contradanzas deadelantar y retroceder en ringlera, mudar deparejas, hacersereverenciasy contonear lascinturas, desatendiendo alos bastoneros improvisados quetrataban, en vano, de mantener algunacompostura en lasfilasy grupos. Al fin, tanta era la algarabía, tantaseran las ganasdebailar y saltar y reír y gritar, queseliaron todos en una enormerueda, pronto rota en farándula, que, luego dedar vueltas entornoalaguillotina,selanzóalascallesaledañas, yendoyregresando,invadiendotraspatiosyjardines,hastalanoche. Esedía seinició el GranTerror en laisla. No parabayalaMáquina defuncionar en laPlaza delaVictoria, apretando el ritmo desustajos. Y como lacuriosidad por presenciar las ejecuciones erasiemprevivadondetodosseconocían devistao detratos y guardaba éstesusrencorescontraaquél, y noolvidabael otro algunahumillación padecida... laguillotinaempezó acentralizar la vida de laciudad. El gentío del Mercado sefue mudando alahermosaplazaportuaria, con susaparadoresy hornillas, sus puestos esquinerosy tenderetesal sol,pregonándoseacualquierhora,entredesplomesdecabezasayer respetadasyaduladas,el buñuelo ylos pimientos, la corosola y el hojaldre, la anona y el pargo fresco. Y como era muy apropiado para tratar negocios, el lugar se transformó en una bolsa volante deescombros y cosas abandonadas por sus amos, donde a subasta podía comprarse una reja, un pájaro mecánico o un resto devajilla china. Allí secambiaban arneses por marmitas; naipes por leña; relojes degran estilo por perlasde la Margarita. En un día se elevaban, el mostrador de hortalizas, el escaparate debuhonerías, a la categoría de tienda mixta tremendamentemixta donde aparecían bateríasdecocina, salserasarmoriadas, cubiertos deplata, piezas deajedrez, tapiceríasy miniaturas. El patíbulo sehabía vuelto el ejedeuna banca, de un foro, de unaperennealmoneda. Ya lasejecuciones no interrumpían los regateos, porfías ni discusiones. La guillotina había entrado a formar parte de lo habitual y cotidiano. Se vendían,entreperejilesyoréganos,unasguillotinasminúsculas,deadorno, quemuchosllevabanasuscasas.Losniños,aguzando el ingenio, construían unas maquinillasdestinadas a la decapitación de gatos. Una hermosaparda, muy distinguida por un Lugarteniente de De Leyssegues, ofrecía licoresa sus invitados en unos frascos demadera, de formahumana, que al ser colocados en una báscula largaban los tapones con graciosos rostros pintados, claro está bajo la acción de una cuchilla dejuguete, movida por un pequeño verdugo automático. Pero, a pesar de las muchasnovedades y diversiones traídasen aquellos díasa la vidapastoril yrecoletadelaisla,podíanobservar algunosqueel Terror empezabaadescender lospeldañosdelacondiciónsocial, segando ya arasdel suelo. Sabedor de quenumerosos negros, en la comarca de las Abysses, se negaban atrabajar en el cultivo de fin-cas expropiadas, alegando qué eran hombres libres, Víctor Hugues hizo apresar a los más díscolos, condenándolos a la guillotina. Esteban observaba, con alguna extrañeza por lo de-más, queel Comisario, después detanto haber pregonado la sublimidad del Decreto del 16Pluvioso del Año II, no mostrabamayor simpatía hacia los negros: «Bastantetienen con quelos consideremos como ciudadanos franceses», solía decir con tono áspero. Algún prejuicio racial lequedaba de su largapermanencia en Santo Domingo, dondeloscolonos habíansido particularmentedurosenel trato desusesclavos siemprecalificadosdeholgazanes, idiotas, ladrones, cimarronesen potencia, «propres-à-rien», por quienes los hacían trabajar de sol a sol. Los soldados de la Re-pública, por otraparte, muy llevados hacia la carneparda cuando de hembrassetrataba, no perdían oportunidaddeapalear y azotar a los negros con cualquier pretexto, reconociendo sin embargo que algunos, como un corpulento leproso llamado Vulcano, llegaban a ser magníficos artilleros. Hermanados en la guerra, negros y blancos sedividían en lapaz. Por lo pronto, Víctor Huguesdecretóel trabajo obligatorio. Todonegroacusadodeperezosoodesobediente,discutidor olevantisco,eracondenadoa muerte. Y como había que llevar el escarmiento a toda la isla, la guillotina, sacada dela Plazade la Victoria, se dio a viajar, a itinerar, a excursionar: el lunes amanecía en Le Moule; el martes trabajaba en Le Gozier, dondehabía algún convicto del holgazanería; el miércolesdabarazón deseis monárquicos, ocultos en laantiguaparroquiadeSainte-Anne. Lallevaban depueblo en pueblo, pasándolapor lastabernas. El ejecutor y susasistentes la ponían afuncionar en vacío, mediantecopasy propinas, para quetodosquedaranenteradosdesumecanismo. Y comoenesospaseosno podíatrasladarselaescoltaderedoblantesque, enla Pointe-à-Pitre,servíaparaacallarcualquier griteríapostreradeloscondenados,cargabanconunagrantamboraenel carricoche tambora que comunicaba una feriante alegría a las demostraciones. Los campesinos, deseosos de comprobar la fuerza de la máquina, ponían troncos debananos en la báscula nadaseparecemás aun cuello humano, con su haz deconductos porosos y húmedos, queun tronco debanano para ver cómo quedaban cercenados. Y hasta llegósea demostrar, por zanjar una porfía, quela cuchilla no era detenidapor un mazo deseis cañasdeazúcar. Luego, los festejadosvisitantes proseguían el viaje hacia el lugar desu destino, fumando y cantando al compás delatambora, con los gorros frigios pasadosderojo acastaño por el sudor. La báscula, al regreso, cargabacon tantas frutasqueparecíallevadapor laCarreta delaAbundancia.
A comienzosdel AñoIII,VíctorHuguessevioalzadoalacimadel éxito.LaConvención,entusiasmadaconlasnoticias recibidas,ratificabatodossusascensosmilitares, aprobabasusnombramientosydecretos,felicitándolo conprosasdepanegírico y anunciándoleel envío de refuerzos, en soldados, armas y municiones. Pero ya el Comisario no los necesitaba: su levaforzosa había creado un ejército de diez mil hombres, satisfactoriamente adiestrados. En todos los puntos vulnerables dela costa, procedíasearealizar obrasdefortificación. Lasconfiscacionesdebienes habían llenado lasarcas, y los almacenes estaban repletos de cuanto fuesenecesario. Durantesu viaje alaotramitad delaisla, Víctor Hugues recordando queallí hubiera estado, muchos añosantes sehabía enternecido ante la bellezade la ciudad deBasse-Terre, toda rumorosade aguas vivas, de fuentes públicas quehacían reinar una deliciosafrescuraenlasavenidasplantadas detamarindos. Erauna población máshidalgay linajudaque laPointe-à-Pitre, con sus callesempedradas, su malecón umbroso, sus casonasdecanteríaqueevocaban rincones deRochefort, de Nantes, de la Rochela. De buenas ganas hubiera trasladado el Comisario su residencia ala quieta y acogedora parroquia de Saint-François: pero el puerto para la descargadel ganado traído de lasislascercanas ganado queera arrojado por sobrelas bordas, al llegar, para que fuesenadando hasta la orilla , era de escaso resguardo para su nota. Prosiguiendo su viaje dejefe triunfante,sevio aclamadopor losleprososdelaDésirade,los«pequeñosblancos»deMaríaGalante,yhastaporlosindioscaribes de aquella isla, quesolicitaron, por bocadesu cacique, el honor de ser acogidos alos beneficios dela ciudadanía francesa. Sabiendo que aquellos hombres eran magníficos marineros, muy conocedores de un archipiélago que recorrían con sus veloces barcasdesde mucho antes dequeaparecieran lasnaves del Gran Almirante deIsabel y Fernando por esosparajesrepartió escarapelas yprometiócuantopidieron.Víctor Huguesmostrabaunamayor simpatíahacialoscaribesquehacialosnegros:leagradabanpor su orgullo, suagresividad, su altaneradivisade«Sólo el caribeesgente» y másahora quellevaban cucardastricolores enelamarredel taparrabos.En suvisitaalaMaríaGalante,el Comisariosehizomostrarlaplayadondeesosfrustradosconquistadoresde las Antillas hubieran empalado a unos bucaneros franceses que, muchos años atrás, habían tratado dequitarles algunasmujeres. Todavíaquedabanesqueletos,huesos, cráneos,enlasestacasplantadasjunto al mar: atravesadospor lamadera como los insectos alfilerados deun naturalista, los cadáveres habían atraído a tantos y tantos buitres, durante varios días, que la costa, vistaadistancia, parecíacubierta deuna bullente lava... Colmado deagasajos y aclamaciones, el Comisario no dejabade tener presente, sin embargo, quelos inglesesrondaban por estos mares, pretendiendo ejercer una suertedebloqueo. Víctor solía encerrarse, denoche, en compañía deDe Leyssegues, quien ya lucía galonesde contraalmirante, para trazar los planes deuna acción naval queabarcaría todo el ámbito del Caribe. El proyecto era tenido en gran secreto y en ello seestabacuando Esteban, al entrar un día en el despacho del Comisario, lo encontró despeinado, sudoroso, con el rostro crispado por la ira. Daba vueltasa lagranmesadel consejo,deteniéndosetrasdelosfuncionariosque,abandonandosustareas,sedisputabanlashojasdeperiódicos recién llegados. «¿Te has enterado?», gritó al joven, señalando una noticiacon mano temblorosa. Así seestampaba la increíble crónicadeloocurridoen París,el 9Thermidor. «¡Miserables! clamabaVíctor . Handerribado alos mejores.» Lo desmedido del suceso teníaestupefacto a Esteban. Todo, además, cobraba un relievedoblementedramático por obra dela distancia. Como quien llevaen la mente la imagen de un objeto largamente contemplado, teniéndolo por presente aun cuando acaso el objeto hubiera desaparecido, habíase hablado, en esta misma sala, en presente, en función de realidad inmediata y hasta defuturo, de un hombre quehabía dejado deexistir varios mesesantes. Cuando seestabadiscutiendo, aquí mismo, el Culto del Ser Supremo, su instaurador había lanzado ya, al pie del patíbulo, la terrible queja quele arrancara el dolor de su quijada rota, brutalmente despegadadel vendajepor un gesto del verdugo. Para Víctor Hugues, el hecho eradoblemente atroz, sugiriendo talesimplicaciones quesenegaba la mente a poner un coto a lasconjeturas. No sólo se había desplomado el gigante cuyo retrato seguía bien colgado allí, donde todos podían contemplarlo tal como semostrabaen los díasdesu mayor gloria; no sólo se veía privado el Comisario dequien le habíaotorgado su confianza, dándolepoderesy autoridad, sino queahora tendríaqueesperar semanas y semanas,yacasomeses,parasaber delgiroquetomabanlosacontecimientosenFrancia. Eraprobablequelareacciónsetomaría unimplacabledesquite.Acasoseteníaungobierno nuevoquedestruiríatodolohechopor el anterior.EnlaGuadalupeaparecerían nuevos Investidos dePoderes, con el semblantehosco, el gesto negador, cargando con misteriosasórdenes. El informepasado por Víctor Hugues a la Convención acerca de la matanza de Berville podía volversecontra él. Acaso estaba ya destituido, o abocado a un proceso quetanto podía significar el término de su carrera como el fin de su vida. Leía y releía los nombres de los caídos deThermidor, como si pudiesedescifrar en ellos las claves desu destino. Algunosdelos presentesinsinuaban amediavoz queahora se entraría en un período de lenidad, de indulgencia, de restablecimiento de los cultos. «O de restauración monárquica»,pensabaEsteban,aquienlaideaproducíaalavezunaimpresióndealivio, depazrecobradadespuésdetantastormentas y un sentimiento de repulsa, deexecración del Trono. Si tanto sehabían afanado los hombres; si tantos habían profetizado, sufrido, aclamado, caído, entre los incendios y arcos de triunfo de un vasto sueño apocalíptico, era menester que, al menos, el Tiempo no seretrovertiera. Lasangreentregadano iríaatrocarseyapor viejasgualdasreales. Podíasurgir aún algo justo: acaso
másjusto quelo quetantasveceshubieradejado deserlo por demasiadohablarse había sido uno delos malesdelaépoca en términosdeabstracción. PodíaponerselaesperanzaenunaLibertadmásdisfrutadaymenospregonada;enunaIgualdadmenos derrochadaen palabras, más impuesta por lasleyes; en una Fraternidad quemenos caso hiciera dela delación y semanifestara en el restablecimiento de tribunales verdaderos, nuevamente provistos dejurados... Víctor seguía paseando, más calmado, a lo largo delasala, con lasmanos en lasespaldas, acabando por detenerseanteel retrato del Incorruptible. «Puesaquí todo seguirá como antes dijo al fin . Yo ignoro estanoticia. No la acepto. Sigo sin conocer más moral quela moral jacobina. Deaquí no mesacará nadie. Y si la Revolución ha de perderse en Francia seguirá en América. Ha llegado el momento de que nos ocupemos de la Tierra Firme.» Y volviéndosehacia Esteban: «Vasa traducir inmediatamente al español la Declaración de los Derechos del Hombreydel Ciudadano,yel textodelaConstitución.»«¿Ladel 91oladel 93?»,preguntóeljoven.«Ladel 93.Noconozcootra. Es necesario quedeesta isla salgan las ideas quehabrán deagitar a la AméricaEspañola. Si tuvimosalgunos partidarios y aliados enEspaña,tambiénlostendremosenel Continente.Y acasomásnumerosos,porquelosdescontentosmásabundanenlascoloniasqueen laMetrópoli.»
Cuando el viejo camisardo Loeuillet supo que tendría queimprimir textos en castellano sepercató con espanto, que no habíatraído «eñes»en suscajasdetipos. «¿A quién seleocurrefigurar esesonido en unaletra disfrazada? decía, furioso consigomismo . ¿Seimaginan que unanoble ymajestuosapalabra co que no hubiese sido advertido, además, demostraba la desorganización y el desorden en que vivían los hombresque pretendían gobernar el mundo: «¡No selesocurrepensar queen castellanoseusan tildes! clamaba . ¡Partida de ignorantes!» Al fin resolvió quelas tildes serían sustituidaspor acentos circunflejos, recortados deotras letras, lo cual complicaría considerablemente el trabajo de composición. Pero pronto quedó impresa la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, entregándose la edición a lasoficinasdel Comisario, donde reinaba unapesada atmósfera de desconcierto y de zozobra. El viento de Thermidor soplaba sobre muchasconciencias. Lascríticasquealgunos habían guardado para sí empezaban a expresarse en conciliábulos, desconfiadosdequien demasiado seacercara. Cuando Esteban llevó aLoeuillet suversión españoladelaConstitución del 93, el tipógrafo le hizo observar cuan capciosos eran los manejos de unapropagandaque se apoyaba en planteamientos idealespara crear la ilusión de una realidad alcanzada donde, precisamente, esa realidad no había sido alcanzada en terreno donde las mejoresintencioneshabíantenidohastaahora,pavorososrebotes.Acasolosamericanostratarían,ahora,deaplicar unosprincipios queel Terror había atropellado en su casi totalidad, para tener queviolarlos asu vez, urgidos por lascontingenciaspolíticas del momento. «Aquí no sehabla delos filos ni de los pontones», decía el camisardo, haciendo alusión a las gabarrasqueaún llenaban todos los puertos atlánticos de Francia, con sus gimientes cargas de cautivos como aquella del BohommeRichard, tristemente famosa, cuyo nombre, evocador del Almanaquede Benjamín Franklyn, sonaba como un sarcasmo. «Volvamos a nuestros impresos», decía Esteban. Por lo pronto había que cumplir con una faena diaria, queel joven realizaba aconciencia, hallando una suerte dedescanso, de alivio a sus cavilaciones, en traducir lo mejor posible; se volvía minucioso, casi purista, en la búsqueda del vocablo exacto, del mejor sinónimo, dela puntuación adecuada, sufriendo porque el castellano dehoy semostrara tanremisoaaceptarlosgirosconcisosymodernosdel idiomafrancés.Encontrabaalgocomounplacer estéticoentraducir bien, aunqueel contenido de la frase le fuera indiferente. Pasabadíasen pulir la versión de un informe deBillaud-Varennes acerca de «La Teoría del Gobierno Democrático, y lanecesidad deinspirar el amor a las virtudes civiles por medio de festejos públicos e institucionesmorales», aunquela prosa amazacotadadequien invocabacontinuamentelassombras delos Tarquinos, de Catón y deCatilina, lepareciera algo tan pasado deépoca, tan falso, tan fuera deactualidad, como laletra delos himnos masónicos que leenseñaranacantar, antaño,enlaLogiadelosExtranjerosReunidos.LosLoeuillet, padreehijo,acudíanasucompetenciapara llevar a cabo su difícil trabajo decomponer textos en un idiomadesconocido, pidiéndolelaexplicación decualquier signo ortográfico o un consejo sobre la correcta división de tal palabraal final de unalínea. El viejo camisardo cuidabadelapresentación de sus páginascon amor de buen artesano, lamentando la carencia deun colofón o una viñetaalegórica para cerrar bellamente un escrito. Ni el redactor-traductor, ni los tipógrafos creían mucho en las palabrasquepor su obra serían multiplicadas ydifundidas. Pero yaquesetrabajaba, habíaquehacerlo correctamente, sin atropellar el idiomani negar al papel lo queera del papel.
Ahora procedíasealaimpresión de una«Carmañola Americana», variantedeotra anterior, escrita en Bayona, que sedestinaba a los pueblos del Nuevo Continente: Copla:Yoquesoyunsincamisa unbailetengoquedaryenlugardeguitarras cañonessonarán, cañonessonarán, cañonessonarán. Estribillo: Bailenlossincamisa yvivael sonyvivael son,bailenlossincamisa yvivael sondel cañón. Copla:Si algunoquisierasaber porquéestoydescamisado:resultaqueconlostributos el Reymehadesnudado, elReymehadesnudado,el Reymehadesnudado. Estribillo:Bailenlossincamisa... Copla:Todoslosreyesdel mundo sonigualmentetiranos,yunodelosmayores esel infameCarlos, esel infameCarlos,esel infameCarlos. Estribillo:Bailenlossincamisa...
En lascoplassiguientes, con perfecto conocimiento delasrealidades americanas, daba el autor anónimo su merecido a los Gobernadores, Corregidores y Alcaldes; ala Justicia en las Audiencias; alos Intendentesy Administradores, cómplices dela Corona. Y no debíael coplero ignorar el culto al Ser Supremo,cuando escribía másallá: «Diosprotegenuestra causa, El dirige nuestro brazo, queel Rey consusdelitos suJusticia hairritado.»«¡Vivael amor alapatria! concluía ¡y viva la libertad! ¡Perezcan los tiranos y el despotismo real!»No deotro modosehabían expresadosiemprelos conspiradoresespañolesde Bayona, de quienestenía Esteban confusas noticias. Estabaseguro, eso sí, de queGuzmán, el amigo deMarat, había sido guillotinado. Del Abate Marchena sedecía queacaso no era seguro hubieseescapado a la barrida deGirondinos. En cuanto al bueno deMartínez deBallesteros, seguiríabuscando unarazóndevivir desobrevivir prestando susservicios auna Revolución totalmente distinta de la que hubiera encendido sus entusiasmos primeros. En esos tiempos, una velocidad adquirida, un impulso aún activo, tenía amuchoshombreslaborando en un mundo diferente del quehubiesen querido forjar, desengañados, amargados,peroincapaces tal losLoeuillet denocumplircabalmenteconsuimpuestafaenacotidiana.Yanoopinaban:vivir eralo principal trabajándoseenalgo quepermitieseregresar cadamañanaalapazdel oficio. Y sevivíaal díapensándoseen la recompensa de unacopa amedia tarde, un baño deagua fresca, la brisa quellegaría con el anochecer, el florecimiento de un azahar, la moza quehoy vendría, acaso, a holgarsecon uno. En medio de acontecimientos de una tal magnitud que rebasabalos poderesdeinformación,medidayvaloracióndel hombrecorriente,eraprodigiosamentedivertido,depronto, observarlastransformaciones de un insecto mimético, los manejos nupciales de un escarabajo, una súbita multiplicación de mariposas. Nunca percibió tanto Esteban el interésde lo muy pequeño titilación derenacuajos en un barril lleno deagua, brote deun hongo, hormigas queroían las hojas deun limonero dejándolo como encaje como en esostiempos llevados hacia lo universal y desmedido. Unalindamulata había entrado en su habitación, un día, con el fútil pretexto de pedirlepluma ytinta, llevando ajorcas delucimiento yfaldasmuyplanchadassobrelasrumorosasenaguasolientesavetiver.Mediahoradespuésdequeloscuerposse hubieranconfundidoendeleitosointríngulis,lamujer,sinunacintaquelavistiera,sehabíapresentadoconunagrácil reverencia: «Mademoiselle Athalie Bajazet, coifíeusepour dames.» «¡Maravilloso país!», había exclama-do el joven, olvidando suspreocupaciones. Desde entonces, Mademoiselle Athalie Bajazet dormía todas las nochescon él. «Cadavez que se quita lasfaldas, me regala dostragedias deRacine», decíaEsteban alos Loeuillet, entre carcajadas... Llamadopor menesteresdesu contabilidad tenía quehacer el inventario deciertos cargamentos traídos alos puertos de la isla ibael joven alguna vez a la Basse-Terre, metiendo el caballo en accidentados caminos dondelavegetación era particularmente frondosapor los muchos arroyos ytorrentesquebajabandelosMornes, siempreenvueltosennieblasyvapores. En esasandanzasibadescubriendounavegetación seme jantealadesuislanatal,cuyo conocimiento entero levedaralaenfermedad, yqueahoraleveníaal encuentro, llenando lalaguna queperdurabaenel recienteacontecer desuadolescencia.Husmeabacongozolamuellefraganciadelasanonas,lapardaacidez
del tamarindo, la carnosa blandura detantas frutas depulpasrojasy moradas, queen sus recónditos plieguesguardaban semillas suntuosas, con texturasdecarey, deébano o decaoba pulida. Hundía el rostro en la blancafrialdad delascorosolas; rasgaba el amaranto del caimito para buscar, con ávidos labios, lasvidriosasgrajeas queseocultaban en las honduras desu carne. Un día, mientrassu caballo desensillado retozabaen el agua deun arroyo echando los cuatro cascos arriba, Esteban emprendió la aventura detreparse aun árbol. Y despuésdevencer la prueba iniciadaquelesignificaba alcanzar lasdifícilesramasdeacceso, comenzó a ascender hacia el remate de una copa, por un caracol de brazos cada vez más apretados y livianos, sostenes del gran revestimientodefollajes,delacolmenaverde,delsuntuososotechadovistodesdedentropor vezprimera.Unaexaltación inexplicable, rara, profunda, alegrabaa Esteban, cuando pudo descansar, a horcajadas, sobre la horquillacimeradeaquellaestremecidaedificacióndemaderasyestambres.Treparaunárbol esunaempresapersonal queacasonovuelvaarepetirsenunca.Quien seabrazaalos altos pechos deun tronco, realiza unasuerte deacto nupcial, desflorando un mundo secreto, jamásvisto por otros hombres. La miradaabarca, de pronto, todaslasbellezas y todaslasimperfecciones del Árbol. Sesabede las dos ramastiernas, que seapartan como muslos de mujer, ocultando en su juntura un puñado de musgo verde; se sabe delas redondas heridas dejadaspor la caída delos vástagos secos; se sabede las esplendorosasojivas dearriba, tanto como de las bifurcaciones extrañas que llevaron todas las savias hacia un madero favorecido, dejando el otro en escualidez desarmiento bueno para las llamas. Trepando asu mirador, entendíaEsteban larelación arcanaquetanto sehabíaestablecido entreel Mástil, el Arado, el Árbol.Los grandessignos del «Aau», del AspadeSan Andrés, de la SerpientedeBronce, del Ancoray delaEscala, estaban implícitos a todo Árbol, anticipándoselo Creado a lo Edificado, dándosenormas al Edificador de futurasArcas... Lassombrasdel atardecer sorprendían aEsteban en el mecimiento dealgún alto tronco, entregado a una soñolienta voluptuosidad que hubiera podido prolongarse indefinidamente. Entonces pintábansecon nuevas siluetas ciertascriaturas vegetalesdeabajo: los papayos, con sus ubres colgadas del cuello, parecían animarse, emprendiendo la marcha hacia las lejanías humosas deLa Souffrière; la Ceiba, «madre detodos los árboles» como decíanlos sabios negros , se hacía másobelisco, más columnarostral, más monumento y elevación sobrelaslucesdel crepúsculo. Algún mango muerto se transformabaen un haz deserpientes detenidasen el impulso demorder,obien,vivoyrebosantedeunasaviaquelerezumabapor lacortezaylascáscarasjaspeadas, florecía repentinamente, encendiéndoseen amarillo. Esteban seguía la vida deestas criaturas con el interés quepodía inspirarle el desenvolvimiento de alguna existencia zoológica. Primero aparecían las frutasen germen, semejantes averdesabalorios, cuyo áspero zumo tenía un sabor de almendrasheladas. Luego, aquel organismo colgante iba cobrando formay contorno, alargándosehacia abajo para definir el perfil cerrado por un mentón de bruja. Le salían colores a la cara. Pasaba delo musgoso a lo azafranado y madurabaen esplendoresdecerámica cretense, mediterránea, antillana siempre antes deque las primeras manchas de la decrepitud, en pequeñoscírculos negros, comenzaran a horadar sus carnesolorosasa tanino y yodo. Y una noche, al desprenderse ycaer con sordo ruido entre las yerbas mojadaspor el rocío, era anuncio de muerte próxima para el fruto, con aquellos lunares queseiban ensanchandoy ahondandohastaabrirseenllagashabitadaspor lasmoscas.Comocadáver depreladoenDanzaMacabraejemplar, lo caído seibadespojando depiel y entrañas, hasta quedar en el hueso deuna semillalistada, incolora, envueltaen hilachas desudario.Pero aquí, enestemundosinmuertesinvernalesni resurreccionesenPascuasFloridas,el ciclodelavidasereanudaba sindemora:semanasdespués,delasemillayacentebrotaba,semejanteaunminúsculoárbol asiático, unretoñodehojasrosadas, deunasuavidadtansemejantealadelapielhumana,quelasmanosnoseatrevíanatocarlas...A veces,Estebanerasorprendido en susviajes através dela hojarasca por algún aguacero, y entonces comparabael joven, en su memoria auditiva, la diferencia quehabía entre las lluviasdel Trópico y las monótonas garúas del Viejo Mundo. Aquí, un potente y vasto rumor, en tiempo maestoso,tanprolongadocomounpreludiodesinfonía,anunciabadelejosel avancedel turbión,entantoquelosbuitrestiñosos, volando bajo en círculos cadavez más cerrados, abandonaban el paisaje. Un deleitoso olor a bosquesmojados, a tierra entregada a humus y savias, se expandía hacia el universal olfato hinchando el embozo de las aves, agachando las orejas del caballo infundiendoal hombreunararasensacióndeapetenciafísica;vagodeseodeestrecharseconunacarnedeansiascompartidas.El rápido ensombrecimiento delaluzseacompañabadesecoscapirotazosenlasmásaltasramazones,y, derepente,eralacaídade lo gozoso yfrío, hallando distintasresonanciasen cadamateria dando la afinación dela enredaderay del plátano, el diapasón de lo membranoso, la percutiente sonoridad dela hoja mayor. El agua era rota, muy arribapor la copa delaspalmerasquela arrojaban, cual por tragantesde catedral, sobre la gravey tamborileante resonancia depalmas menores; y rebotaban lasgotas en los parches deun verde tierno antes decaer sobre follajes tan apretados queal llegar al nivel de las malangas tensascomo piel de pandero habían sido mil vecesdivididas, fraccionadas, nebulizadas, por losdistintos pisosdelamasavegetal antesdepromover, a rasdel suelo, el júbilo de lasgramas y los espartos. El viento imponía sus tempos ala vasta sinfonía, queno tardaba en transformar los arroyos en riadas, con estrepitosos desprendimientos de guijarros precipitados en alud; tumultuosos descensos querebasaban los cauces, arrastrando piedras dearriba, troncos muertos, gajos de muchos garfios, raíces tan enredadas deflecos
y de tir tirasque al llegar al limo deabajo se detení detenían an como como naves encallada ncalladas. Y luego se calmaba el cielo, cielo, sedispe dispersaban las nubes, seprendía prendíael crepúsculo yprose proseguí guíaEsteba Estebansuviaje, viaje,sobreuncaballomojadoyvivo, vivo,bajoun rocío rocíodeárbolesque queseidentifi identifica caban por lasvocespropias propiasenun vastoMa Magnífi nífica catdeolores... olores... CuandoEsteba Estebanvolví volvía adetalesanda andanza nzassre regresandoaPointePointe-à-P à-Piitre tre,se sentía ntíaajeno a la época; época; foras forastero en un mundo sanguinari nguinario o y remoto, donde todo res resultaba ultabaabsurdo. Lasiglesias glesiaspermanecían cerradas radas cuando, cuando, acaso, acaso, las las hab habían vuelto a abrir abrir en Franci Francia. a. Los Los negros habían sido sido declarados ci ciudadanos lilibres, bres, pero los los que no eran soldadoso marinos rinos por la la fuer fuerza, za, doblab doblaban el lomo desol a sol, ol, como antes antes, bajo la trall tralla delos vig vigilantes, detrás delos cuales se se pintaba pintaba, por añadi ñadidura, el el implac placableazimut dela gui guillotina. otina. Ahora Ahora los niños niños recién naci nacidos dos se llamaban Cinci Cincinato, nato, Leónidas eónidaso Licur Licurgo, go, y selesenseñabaarecitar ecitar un Catecism Catecismo Revoluci volucionari onario o queyano corres correspondía pondíaalarealidad comoenel Club Club deJacobinos acobinos recién crea creado seguían hablando del Incorr ncorruptibl uptible ecomo si aún estuvies stuviesevivo. vivo. Las Lasmoscascebadasrevolotea oloteaban sobre las lastablas pringosa pringosas del patíbul patíbulo, o, en tanto queVíctor Hugues ysusjefesmili militares se seestaban mal acostumbrando adormir dormir largassies siestasbajomosquiteros mosquiterosdetul, tul,entre entremulatas ulatasquelesvelabanel sueño, abanicándol anicándolos osconpencasdepalmera.
Con Con casi femenina nina ter ternura nuradolí dolíaseEsteban delacre creciente cientesoleda soledad deVíctor Hugues. Seguía el el Comisa Comisario rio desempeñando su su pape papel con im implac placable ri rigor, apurando a los tribuna tri bunales, sin dar tre tregua gua a la guil uillotina, otina, remac remachando hando re retóri tóricas cas deayer, dictando, dictando, editando, editando, leg legislando, slando, juzga juzgando, meti metido do en todo, pero pero quien quienbien bienlo conocía conocíasedabacuenta cuenta dequesu excesivaactivi tividad dad era movi movida da por un recóndit recóndito o deseo deseo deaturdir aturdi rse. Sabí Sabía quemuchos de sus sus más obediente dientess subordi ordinados nados soñaba soñaban con ver llegar el papel sellado que quetrajera trajera el el decreto creto desu destituci stitución ón copiado copiado por por plum pluma defie fiel amanuense. El El joven hubi hubiesequerido querido estar asu lado, acompañarlo, ñarlo, sosegarlo, en tales tales momentos. Pero Pero el Comisa Comisario, cada vez más más esquivo, squivo, se encerr encerrab aba para leer hasta la madruga drugada,oiba iba,al atardecer, encochequesól sólo ocompar compartía tíaavecesconDe DeLeyssegues, alaensenadadel Gozier Gozierdonde, donde,sin sinmás mástraje traje queunas unasbrag bragasdehil hilo, sedabaaremarhastala laisla isladeshabitada bitada,, dedondesól sólo oreg regresabacuando cuandoaparecían aparecíanlas lasplagasnocturnas nocturnas, salidasdelosmanglares nglarescosteros.Repa Repasabalas lasobrasdeoradores oradoresantiguos, ntiguos,prepa preparandoacasounadefensa defensaenla lacual cual quería queríamostrarse trarseelocuente. Susórdene órdenes sehacían hacían apres presurada uradas y contradict contradictor oriias. Er Erasujeto sujeto aimprevisibl evisibles esaccesos deira quesetraducían traducían en la la repentina ntina destituci stitución ón de susalleg allegadoso en la la imposici imposición ón de una condena amuerte quetodos todos daba daban por conmutada. Una Una mañanademal amanecerorde ordenóquelos losrestosdel GeneralDundas, Dundas,anti antiguo guogobernador británi británico codelaisla, isla,fues fuesendesenterr nterrados yarroj arrojado adossalavía víapública. ca.Durante Durantehoras,los losperros, tra trabadosenpelea,searre rrebataronlos losmejore orestrozosdelacarroña carroñalle llevando decalle calleen calle, inmundos inmundos despojos spojos humanos aún adheridos al unif uniforme ormedegalacon el cual había había sido enter enterrado el jefeenemigo. Esteban hubiera hubiera querido uerido tener tener poderespara aplaca placar aquel ánimo ánimo conturba conturbado, puesto en en alerta alerta por la la prime primera velainesperadaque apareciera en el hori horizonte, zonte, cuyasoleda soledad aumentabaa medida quecrecía crecía su dimensi dimensión ón histór históriica. Recio y duro, duro, dotado dotado degenio nio militar, arroj arrojad ado o como como pocos, pocos, había tenido en e esta staisla un éxi éxito que sobrepasaba, en mucho, mucho, otros otros logros de laRev Revol olución ución.. Y, Y, sin sin embargo, go,un remotoviraj viraje epolíti político, co,ocurr ocurridoallá, allá,muy muyle lejos,dondeyasesabía bíaque que,sucedi sucedie endoalTe Terror rror Rojo, Rojo,sehabía bíadesatado un Terr Terror or Blanco, Blanco, accionaba accionaban las lasfuerzasdesconocidas sconocidasqueentreg entregarían arían la coloni colonia, a, probab probablemente, a gentes incapa incapacesdegobernarla. narla.Paracolm colmosesabía bíatam tambié biénqueDalbarade, el prote protector deVíctor Víctor Hugue ugues,ta tanvig vigorosa orosamentedefendido defendido por Robespi spierre cuando sele acusara dehaber protegido protegido a un amigo amigo de Dantón, se había pasado al bando termi termidor doriiano. Asque Asqueado por tales tales sucesos, reacci reaccionando onando contra contraunaaprensión aprensión denotici noticias asqueno acababan dellegarle, arle, el Comisari Comisario o sedio dio aapurar los los prepar preparativos ativos de una empresa mpresa que venía nía madurando, con el Contr Contraa aalmirante mirante De Leysseg Leyssegues, desde hacía cía varios meses. «¡Vaya «¡Vayan todos todos a la la mierda! gritó gritó un día, día, pensando en los que queexaminaban su su situación, en París París . Cuando lllleguen con suspapeleslimpiaculos mpiaculos serétanpoder poderosoquepodrére restreg stregárselosenla lacara.» Y cierta mañana seadvirt irtió una ins insólit lita activid ivida ad en el puerto rto. Varia rias naves lig ligeras balandras, sobretodo eran sacadasatierr tierra aypuestas puestasenentiba entibadoparala lacarena. En lasnavesmayores yorestrab trabajabancarpi carpinter nteros, os,calafates calafates, embreadores,hombres debrocha, sierra sierra y martil artillo, concertados en alborotosa alborotosa faena, mi mientras ntraslos arti rtilleros tras trasladab adaban cañoneslivianos vianosa bordo, ordo, llevándolos ndolosen enbotesdeespadil dilla.Asom Asomado adoaunaventanade delavie viejaAlbóndiga Albóndigadel Comercio cioExtr Extra anje njero,Este Estebanpudoobservar queunadelasmenores norestareasconsistí consistía aencambiar biarlos losnombresdelosbarcos. barcos.Depronto pronto,,la laCalypsoquedabatransforma transformadaenla la
-Tapage page, el Luti Lutin n en en el Ve Vengeur. Y nací nacían lue luego, sobre las tabl tablas vie viejas quetanto hubiesen servido vido al al Rey, Rey, los los títul títulos os nuevos, pintados pintados con car caracteres bien visibl visible es, de la Tintam Tintamarre, la la Cruelle, Ça-Ira, laSansTerrorista, laBandeJoyeuse. Y laThétis, curada curadadelasheridas heridasrecibidas bidasdurante duranteel bombardeo bombardeo dePoi Pointe-ànte-àluntad deun Ví Víctor Hugues quesabía bía jugar con la la neutrali utralidad dadgenérica nérica deciertas ciertas palabras. Esteban sepreg preguntabala razón de aquel zafarrancho, zafarrancho, cuando Made Mademoise moiselle At-hali At- halie e Bajazet le lehizo hizo saber saber que seleesperabaurge urgentemente en en el despacho del Jefe J efe. Lascopasdeponche que quesellevaba unadesus fámulas ulasrevelaban queel Comisari Comisario o había bebido un poco aunqueconservara la la sorprende sorprendente seguridad guridad degestos y de pensamiento queel licor, cor, lejos lejos de menguar, solí solía afianza fi anzar en él. «¿Ti «¿Tienes mucho empeño en quedarte aquí aquí?», ?», dij dijo, sonri sonriente. ente. La La pregunta er eratan ines inesperadaqueEsteban se seadosó a unapared, rev revolvi olviéndose éndoseel pelo con mano agitada. tada. Has Hasta ahora, la la imposibi imposibillidad demarcharse dela Guadalupe había bía sido tan evidente quejamássele hubiera ocurrido ridopensa pensar eneso.El El otro otroinsistí insistía: a:«¿Tie ¿Tienes nesmuchoem empeñoen enpermane permanecer enla laPointePointe-à à-Pitr Pitre e?»Enla laimaginación imaginación deEsteba Esteban sepintó pintó unbar barcoprovide providencia ncial,lum luminoso,develasanaranjad ranjadas aspor losfulgores fulgoresdeunhermosoponie poniente,desti destinado nadoaalgunafuga. fuga. AcasoelComisari Comisario oamenazadoporunacarta,dobleg doblegadoporínti íntima masangustias ngustias,sehabíaresueltoadej dejarsusinves investidur tiduras as,pasando a algún puer puerto hol holandés desdedonde pudiera pudiera navegarselibremente bremente acualquie cualquier parte. Se sabía bía queel anhelo de muchos, en la la desbandadaderobespierr pierriistasque queahora horahabía bíaempezado,eradelle llegar aNuevaYork orkdonde dondeexistí xistían anal algunas gunasim imprentas prentasfrancesas, listas a publi publica car memori oriasy alegatos. Y tampoco faltab faltaba, en la la colonia colonia, quie quien soñar soñara con con Nue Nueva York. York. Refiri Refirié éndosea sí mismo, Esteban habló fr francamente: No veía veía ya cuál podía podía ser su util utilidad en estaisla slaquepronto pronto sería sería regidapor PersonasDesconocidas Desconocidas. Era Era evide vidente quela reacción cción barrerí barrería a con todos los los funcionari funcionarios os actual actuales es. (M (Miraba hacia cia los baúl baúles esy maletasqueya empezaban a subir aldespacho,tr traídos aídosalomosdecargador cargadores es,amontonándose ontonándoseenlos losrincones rinconesque queVíctor señalab ñalaba.)Ade Además,él noerafrancé francés. Y, por lo mism ismo, seríatratado como tratan los los deuna facción ión polít lítica ica a los los extranjeros ros entrometido idos en un bando adverso. Su suerte rte sería, tal tal vez, la la deGuzmán Guzmán o Marchena. Si leofre ofrecía cían los los medios dios deirse, seiría ría sin vaci vacillar... ar... La La cara cara deVíctor sehabí había a endurecido endurecido singular singularme mente durante la confesión. confesión. Cuando Cuando Esteban sepercató deello, era demasiado siado tarde: «¡Pobre «¡Pobre imbécil! écil! gritab ritabael otro .¿Así ¿Así queyamedasporvencido, destitui stituido, do,aniquil aniquilad ado opor lachusm chusmatermidoriana doriana? ¿Eres ¿Eresdelosquecomparten el secreto alborozo alborozo de qui quiene enes me quisi uisieran eran ver ll llevado aParí París entre ntredos guardias uardias? ¡Bie ¡Bien medij dijo la la mulata ulataesa, queridatuya, que te pasabas el tiem tiempo habl hablando dederroti derrotism smos con el el viejo viejo hide hideputa deLoeuill oeuillet! ¡Buenos sueldos hepagado ala cabrona bronapara quemecuente! cuente! ¿Conque quieres quiereslargar argarte antesde que eso eso se termine? termine? Pues Pues... ... ¡No ¡No se terminará! terminará!...... ¿Me ¿Me oyes?... oyes?... ¡No ¡No se terminará!» «¡Cuánta porquería! porquería!», », gr gritó Esteb Esteban, exas exasperado contra contra sí mism mismo por haber habersefranque franqueado aquien quien lehabía tendido tendido una celada, después dehacerlo rlo vigil vigilar ar por lamujer que compartía partía su lec lecho. El El otro otro adoptó un tono de mando: «Hoy mism mismo vasa pasa pasar contusre registros, gistros,re recadosdeescribir scribir,, armasybag bagajes, alAm Ami duPeuple.Así Así descansarásunpocodelo loquellam llamashipócri hipócri-i charlara charlara distraídame distraídamente con alguno desuslugarteniente tenientess y, mirando hacia cialos árboles bolesdelaPlaza PlazadelaVictori ctoria, queyacargaban con hojas hojasnuevas sobre obrelos tallos tallos recién recién plantados, expl expliicó aEsteban quela presión bri británica tánicaseguía pesando sobr sobre ela isl isla a; que en la Barbados seiba aconcentrar concentrar una flota flota enem enemiga, y que era preciso preciso adelantarse delantarsea los acontecimientos. acontecimientos. En punto punto a esta esta estrate strategia nava naval, sól sólo el corso, corso, el auténtico nticocorso el clásico, el grande grande, el único había dado resultados resultados en el ámbito del Cari Caribe, usándose de naves móvil óviles y liligeras, fácil fáciles esde guarecer en ensenadas depoco fondo, fondo, de maniobrar aniobrar en parajes ajeserizados erizados decorales, corales, que siem siempre prehabían bíanaventajado ntajadoalos lospesadosgaleonesespañoles ñolesdeotros otrostiem tiemposyhoy hoyaventajarí ntajarían analas lasnavesingl ingles esasdemasiado armadas. Las LasFlotas Flotas Corsa Corsariasde la Repúbl República France Francesaoperarían operarían por pequeñasescuadras, con plena plenaautonomía de acción, cción, en una zona de delimitada por por la Tie Tierra rra Firme Firme,, que aba abarcaría el ámbito bito de todaslas posesiones ingles inglesas asy españolas ñolasde las Antil Antillas, sin restri tricciones cciones delatitud, atitud, aunquecuidándose cuidándosedeno moles molestar a los los holande holandeses. Al Algunanave, desdeluego, podí podía a caer en manos del enemigo para gran contento de quienes fuesen infi infie eles a la Revol Revoluci ución. ón. («Que («Quelos hay, los los hay», y», decía Ví Víctor, ctor, acari acarici cia ando un espeso leg legajo de inf infor orme mes confidencial confidenciales esdonde la la relación relación garabateadaen papel deestraza trazaseavecindaba cindabacon la la sutil util denuncia, denuncia, traza trazada anónima anónimamente, ente, sin sin faltas faltas de ortogr ortografí afía, a, en finas finas hojas hojas afil afiligranadas.) Los Los desertores tores gozaba gozaban de mayor indul indulge gencia ncia cuandoatie tiemposabía bíanarranc arrancarseel gorr orrofr frigio. Eran Eranprese presentadosalosperiodi periodista stasscomovícti víctim masdeun unré régimenintol intole erable,y más si eran fr franceses. Se les hacía hablar de sus dese desengaños y padecim cimientos, bajo una tiraní tiranía a peor que todas todas las las conocidas conocidas, facil facilitándoseleslos medios deregresar al hogar donde, donde, arrepentidos, pentidos, narrarí narrarían an sus malandanzas alandanzas en los los despeñaderos deirrealializables utopías utopías. Esteb Esteban seindignó ndignó antela intenci intención ón que le era atri tribuida: buida: «Si cree crees quesoy capaz depres prestarm tarme aeso..., o..., ¿por qué meembarcasenunadetusnaves?»El otro otrole letopóla lacaraconlanariz, nariz,comoquie quienre remedaraunal altercadodemarionetas arionetas::«Porque «Porque eresun excelenteescri cribano y necesitam sitamos os uno por cadaflota flota para lev levantar el acta de las Pr Pres esasy hacer los inventari inventarios os muy de pri prisa,antesdequealgúnbri bribónmetalas lasuñasenlo loquepertenece pertenecealaRepúbli pública.»Ytoma tomandounapluma plumayunaregla,el Comisa Comisario
traz trazó ó seiscolum columnasen unaanchahoja hojadepape papel: «Acércate «Acércate dij dijo y no pongasesa cara deburro. burro. Ll Llevarásel Li Libro de Pres Presasde lamaner nerasiguiente:Pri Primeracolum columna: na:Producto Productobruto; bruto; Segunda gundacolumna:Producto Producto deventasysubastas(si lashubi hubie ere); Tercera colum columna:5por por cie cientoparalosinvá invállidoshabidos bidosenlas lasnave naves;Cuartacolum columna:15 15céntim ntimosparael cajerodelosinvá invállidos;Quinta Quinta colum columna: Derechos delos capitanes pitanescorsa corsarios; Sexta columna: Gastos leg legalespara el envío nvío delasliquidacion quidaciones es(si por algún motivo tivohubie hubieraquemandarl ndarlas asconotra otraescua scuadra). dra). ¿Estácl claro?...» aro?...»Ví Víctor Hugue ugues,enaque aquel momento, parecí parecía aunbuente tendero ndero provinci vinciano, ano, entreg entregado ala labor de hacer un balance defin fin de año. Hasta en el modo de tener tener la la pluma, le le quedaba algo del antiguo antiguo comerciante ciantey panade nadero dePortPort-au au-Pri Prince.
GOYA
En un vasto júbilo desalvas, banderastricolores, músicas revolucionarias, comenzaron a salir laspequeñasescuadras del puerto de la Pointe-à-Pitre. Esteban, luego deholgarsepor última vez con MademoiselleAthalieBajazet y de morderlelos pechos con una ferocidad quemucho debía al rencor, le había amoratado lasnalgas abofetones tenía el cuerpo demasiado lindo para quepudiera pegárseleen otra parte por soplona y policía, dejándola gimiente, arrepentida y, acaso por vez primera, realmente enamorada. Lo había ayudado a vestirsetratándolo de Mon doux seigneur y ahora, en la popadel brick, queya dejaba atrás el islote de los Cochinos, miraba el joven hacia la ciudad distante con una deleitosa sensación de alivio. La escuadra de dos pequeñas naves y una mayor en la que le tocaba navegar le parecía, en verdad, harto endeble, harto pobre, para enfrentarse con los recios lugres ingleseso con sus cúters peligrosamente avispados por la pocamanga. Pero esto era preferible apermanecer en el mundo cada vez más demoníaco de un Víctor Hugues resuelto a agrandar su propia estampa, ajustándose ala estatura hipóstática de quien era ya calificado, en periódicos americanos, de«Robespierre de las Islas»... Esteban respiraba profundamente, como si quisiera limpiarselos pulmones deinhalaciones mefíticas. Ahora seibahacia el mar y más allá del mar, hacia el Océano inmensodelasodiseasyanábasis.A medidaquelacostasehacíamáslejana,cobrabaelmarmayoresespesoresdeazul ypasábase a una vida regida por sus ritmos. Una marinera burocracia seestablecía abordo yendo cada cual a lo desu incumbencia el despensero metido de naricesen el pañol, atareado el carpintero en cambiar los toletes de una chalupa, embreando éste, apareandorelojeselotro,con losafanesdel cocinero, empeñadoenquelamerluzatraídadeestrenofueseservidaalasseisenlamesa delosoficiales,entanto quelagransopadepuerros,colesybatatas,pasaraaloscuencosdelasmesascorrientesantesdequese entintaran lasluces del crepúsculo. Aquellatardetodos sesentían comodevueltos auna existencia normal, a un ancho horario cotidiano, ajeno ala tremebundaascensión delaguillotina salidos deuna temporalidad desaforada para inscribirseen lo inmutabley eterno. Ahoraseviviríasin periódicosdeParís, sin lecturas dealegato einquisión, sin voceríos contradictorios, decara al sol, trabado el hombre en diálogo con los astros, en interrogaciones dela almicantaraday la EstrellaPolar... No bien entró el Ami du Peuple en la mar verdadera, cuando un ballenato, escupiendo el agua con garbo desurtidor, sehizo a la vista, pronto hundido por el susto decreerseembestido por uno de los balandrones. Y sobre el agua casi violáceadel atardecer, veía Esteban dibujarse la siluetadel pez enorme, en agua másoscurecida por su sombra, como la metáfora inmediatade un animal de otros siglos, extraviado desdehacíaacaso cuatrocientos oquinientos años, en latitudesajenas... Durantevarios días, al no avistar navío alguno, laescuadrilla compuestadelaDécadey el Tintamarre, ademásdel brick más parecía entregadaa un viaje deplacer que destinada aun quehacer agresivo. Fondeábaseen alguna ensenada, amainábanselasvelas, eiban los marinos atierra, quien por leña, quien por almejas tan numerosasqueselasencontrabaamedio palmo bajo la arena , aprovechando la coyuntura para holgazanear entre los uveros de playao bañarseen alguna caleta. La claridad, latransparencia, el frescor del agua, en las primerashorasdelamañana, producían aEsteban una exaltación físicamuy semejantea unalúcida embriaguez. Retozando donde diera pie, aprendía a nadar, sin resolversea regresar a la orilla cuando era hora dehacerlo; se sentía tan feliz, tan envuelto, tan saturado deluz que, a veces, al estar nuevamente en suelo firme, tenía el aturdidoyvacilanteandardeunhombreebrio.A esollamabasus«borracherasdeagua»,ofreciendoel cuerpodesnudoal ascenso del sol, echado debruces en laarena, o deboca arriba, abierto de piernas y debrazos, aspado, con tal expresión de deleite en el rostro que parecía un místico bienaventurado favorecido por algunaInefable Visión. A veces, movido por lasenergíasnuevas quetal vidaleibainfundiendo, emprendíalargas exploraciones delos acantilados, trepando, saltando, chapaleando maravillándosedecuantodescubríaal piedelasrocas.Eranvivaspencasdemadréporas,lapomamoteadaycantarinadelasporcelanas,
laesbeltez catedralicia del ciertos caracolesque, por suspionesy agujas, sólo podían versecomo creacionesgóticas; el encrespamiento rocalloso delos abrojines, lapitagóricaespiral del huso el fingimiento demuchas conchas que, bajo la yesosay pobre aparienciaocultaban enlashondurasuna iluminación depalacio engualdado. Parabael erizo susdardos morados, cerrábasela ostra medrosa, encogíase la estrellamar ante el paso humano, en tanto que las esponjas, prendidas dealgún peñasco inmerso, se mecíanenunvaivéndereflejos.En eseprodigiosoMardelasIslas,hastalosguijarrosdel Océanoteníanestiloyduende;loshabía tan perfectamente redondos queparecían pulidos en tornos de lapidarios; otros eran abstractos en forma, pero danzantes en anhelo,levitados,espigados,asaeteados,por unasuertedeimpulsobrotadodelamateriamisma.Y eralatransparentepiedracon claridades de alabastro, y la piedra demármol violado, y el granito cubierto de destellos que corrían bajo el agua, y la piedra humilde, erizadade bigarros cuya carne con sabor a algasacabael hombre desu minúsculo caracol verdinegro usando una espina denopal. Porquelos másportentosos cactos montaban la guardia en los flancos deesasHespéridessin nombres adonde arribaban las naves en su aventurosa derrota; altos candelabros, panoplias de verdes yelmos, colas defaisanes verdes, verdes sables, motasverdes, sandíashostiles, membrillos rastreros, depúasocultasbajo mentidastersuras mundo desconfiado, listo a lastimar, pero desgarrado siempre por el parto de unaflor roja o amarilla, ofrecida al hombre, tras dela hincada, con el alevoso regalo del higo deIndiasy delatuna, a cuyapulpaseaccedíapor fin acondición deburlar una nuevabarrera decerdasardientes. En contrapartida deaquella vegetación armada, cubierta de clavos, queimpedía trepar a ciertas crestas rematadaspor lascorosolas maduras, era, abajo en el mundo de lo cámbrico, las selvas decorales, con sus texturas decarne, de encajes, de estambres, infinitas, y siempre diversas, en sus árboles llameantes, trasmutados, aurifiscentes; árboles deAlquimia, degrimorios y tratados herméticos; ortigas desuelos intocables, flamígerasyedras, enrevesados en contrapuntos y ritmos tan ambiguosquetoda delimitación entre lo inerte y lo palpitante, lo vegetal y lo animal, quedaba abolida. La selva decoral hacía perdurar, en medio de una creciente economía delasformas zoológicas, los prime-ros barroquismosdela Creación, sus primeros lujos y despilfarros: sus tesoros ocultos donde el hombre, para verlos, tendría queremedar el pez quehubiesesido antes deser esculpido por una matriz, añorando lasbranquiasy lacola quehubieran podido hacerleelegir aquellos paisajesfastuosos por perennemorada. Estebanveía en lasselvasdecoral unaimagen tangible, unafiguración cercana ytaninaccesible, sin embargo del Paraíso Perdido, donde los árboles, mal nombrados aún, y con lengua torpe y vacilantepor un Hombre- Niño, estarían dotados dela aparente inmortalidaddeesta florasuntuosa, deostensorio, de zarzaardiente, para quien los otoños o primaverassólo semanifestaban en variaciones de matices o leves traslados de sombras... De sorpresa en sorpresa, descubríaEsteban la pluralidad delasplayas dondeel Mar, tressiglos despuésdel Descubrimiento, comenzabaadepositar susprimerosvidriospulidos;vidriosinventadosenEuropa,desconocidosenAmérica;vidriosde botellas, de frascos, debombonas, cuyas formas habían sido ignoradas en el Nuevo Continente; vidrios verdes, con opacidades y burbujas;vidriosfinosdestinadosacatedralesnacientes, cuyashagiografíashubieraborradoel agua;vidriosque, caídosdebarcos, rescatados de naufragios, habían sido arrojados aesta ribera del Océano como misteriosa novedad, y ahora empezaban a subir a latierra, pulidos por olascon mañas detornero y deorfebre quedevolvían unaluz asus matices extenuados. Había playas negras, hechas de pizarrasy mármolespulverizados, dondeel sol ponía regueros dechispas; playas amarillas, de tornadiza pendiente, donde cada flujo dejabala huella desu arabesco, en un constante alisar para volver a dibujar; playas blancas, tan blancas, tan esplendorosamente blancas que alguna arena, en ellas, sehubiese pintado como mancha, porque eran vastos cementerios de conchas rotas, rodadas, entrechocadas, trituradas reducidas atan fino polvo que seescapaban delas manos como un agua inasible. Maravilloso era, en lamultiplicidad deaquellas Oceánidas, hallar laVidaen todas partes, balbuciente, retoñando, reptando, sobre rocas desgastadas como sobre el tronco viajero, en una perenneconfusión entre lo que era dela planta y era del animal; entre lo llevado, flotado, traído, y lo queactuaba por propio impulso. Aquí ciertos arrecifes sefraguaban a sí mismos y crecían; la roca maduraba; el peñasco inmerso estaba entregado, desde milenios, a la tareade completar su propia escultura, en un mundo de peces-vegetales, de setas-medusas, de estrellascarnosas, de plantaserrabundas, de helechos quesegún lashorasse teñían deazafrán, de añil o de púrpura. Sobre la madera sumergida de los manglesaparecía, de pronto, un blanco espolvoreo de harinas. Y lasharinas se hacían hojuelas depergamino, y el pergamino se hinchaba y endurecía transformándose en escamas adheridas al palo por una ventosa, hasta que, una buena mañana, definíanselas ostras sobre el árbol, vistiéndolo de conchas grises. Y eran ostras en ramalo quetraían los marinos, habiendo des-prendido un gajo amachete: mata demariscos, racimoy ramo, manojo dehojas, conchasy esmaltes desal, que se ofrecían al hambre humana como el másinsólito, el más indefiniblede losmanjares.Ningúnsímboloseajustabamejor alaIdeadeMarqueel delasanfibiashembrasdelosmitosantiguos,cuyascarnes más suaves seofrecían a la mano del hombre en la rosadaoquedad delos lambíes, tañidos desdesiglos por los remeros del Archipiélago, de bocapegadaala concha, para arrancarlesuna bronca sonoridad detromba, bramido de toro neptuniano, de bestia solar, sobre la inmensidad de lo entregado al Sol... Llevado al universo de lassimbiosis, metido hasta el cuello en pozos cuyas
aguaserantenidasenperpetuaespumapor lacaídadejironesdeolasrotas,laceradas,estrelladasenlavivienteymordedoraroca del «diente-perro». Esteban semaravillaba al observar cómo el lenguaje, en estasislas, había tenido queusar dela aglutinación, la amalgama verbal y la metáfora, para traducir la ambigüedad formal de cosasque participaban devariasesencias. Del mismo modo que ciertos árboleseran llamados «acacia-pulseras», «ananás-porcelana», «madera-costilla», «escoba-las-diez», «primotrébol», «piñón-botija», «tisana-nube», «palo-iguana», muchas criaturas marinas recibían nombres que, por fijar una imagen, establecían equívocos verbales, originando una fantástica zoología de peces-perros, peces-bueyes, peces-tigres, roncadores, sopladores, voladores, colirrojos, listados, tatuados, leonados, con las bocas arriba o las fauces a medio pecho, barrigas-blancas, espadones y pejerreyes; arrancatestículos el uno y sehabían visto casos , herbívoro el otro, moteada derojo la murena de areneros, venenoso el de másallá cuando había comido pomasde manzanillo, sin olvidar el pez-vieja, el pez-capitán, con su rutilantegoladeescamas, doradas, yel pez-mujer el misterioso yhuidizo manatí, entrevisto en bocasderío, dondelo salado y lo del manantial se amaridaban, con su femenina estampa, suspechos desirena, poniendo jubilosos retozos nupciales en los pastos anegados. Pero nada era comparable, enalegría, en euritmia, en gracia deimpulsos, alos juegos delastoninas, lanzadas fuera del agua, por dos, por tres, por veinte, o definiendo el arabesco dela ola al subrayarlo con la forma disparada. Por dos, por tres,por veinte,lastoninas,engiroconcertado,seintegrabanenlaexistenciadelaola,viviendosusmovimientoscontal identidad dedescansos, saltos, caídasy aplacamientos, queparecían llevarla sobresus cuerpos, imprimiéndoleun tiempo y una medida, un compásy una secuencia. Y era luego un perderse y un esfumarse, en busca denuevasaventuras, hasta queel encuentro con un barco volviera a alborotar aquellos danzantes del mar, que sólo parecían saber de piruetas y tritonadas, en ilustración de sus propios mitos... Alguna vez se hacía un gran silencio sobre las aguas, presentíase el Acontecimiento y aparecía, enorme, tardo, desusado, un pez de otras épocas, de cara mal ubicada en un extremo de la masa, encerrado en un eterno miedo asu propia lentitud, con el pellejo cubierto de vegetacionesy parásitos, como casco sin carenar, que sacaba el vasto lomo en un hervor de rémoras, con solemnidad degaleón rescatado, de patriarca abisal, de Leviatán traído a la luz, largando espuma amaresen una salida aflote queacaso fuera la segunda desdequeel astrolabio llegara aestos parajes. Abría el monstruo susojillos depaquidermo, y, al saber que cerca le bogaba un desclavado cayuco sardinero, sehundía nuevamente, angustiado y medroso, hacia la soledad desustransfondos, a esperar algún otro siglo para regresar a un mundo colmado depeligros. Terminado el Acontecimiento, volvía el mar a sus quehaceres. Encallaban los hipocampos en lasarenas cubiertas deerizos vaciados, despojados de sus púas,queal secarsesetranformabanenpomasgeométricasdeunatanadmirableordenación quehubiesenpodidoinscribirseen algunaMelancolíadeDurero; encendíanselasluminariasdel pez-loro, en tanto queel pez-ángel y el pez-diablo, el pez-gallo y el pez-de-San-Pedro, sumaban sus entidades deauto sacramental al Gran Teatro de la Universal Devoración, donde todos eran comidos por todos, consustanciados, imbricados deantemano, dentro de la unicidad de lo fluido... Como las islas, a veces, eran angostas, Esteban, para olvidarse de la época, marchaba solo, a la otra banda, donde se sentía dueño de todo: suyas eran las caracolas y sus músicas depleamar; suyos los careyes, acorazados de topacios, que ocultaban sus huevos en agujeros que luego rellenaban y barrían con la escamosas patas; suyas las esplendorosaspiedras azulesquerebrillaban sobre la arena virgen de la restingajamásholladapor una planta humana. Suyos eran también los alcatraces, poco temerosos del hombre por conocer-lo poco, quevolabanenel regazodelasolasconengreídoempaquedemejillasypapada,antesdeelevarsedeprontoparacaer casi verticalmente, con el pico impulsado por todo el peso del cuerpo, dealas apretadaspara caer más pronto. Alzabael avesu cabeza en triunfantealarde, pasábale por el cuello el bulto de la presa, y era entoncesun alegre sacudimiento de lasplumas caudales, en testimonio desatisfacción, de acción degracia, antesdealzar un vuelo bajo y ondulante, tan paralelo al movimiento del mar como lo era, bajo la superficie, el vertiginoso nadar delastoninas. Echado sobre unaarena tan levequeel menor insecto dibujaba en ella la huella desus pasos, Esteban, desnudo, solo en el mundo, miraba las nubes, luminosas, inmóviles, tan lentas en cambiar de formaque no lesbastabael día en-tero, a veces, para desdibujar un arco de triunfo o una cabeza de profeta. Dicha total, sin ubicaciónni época.Tedeum... O bien,con labarbillareclinadaenel frescor deunahojadeuvero, abismábaseenlacontemplación deun caracol deuno solo erguido como monumento que le tapara el horizonte, a la altura del entrecejo. El caracol era el Mediador entrelo evanescente, lo escurrido, la fluidez sin ley ni mediday la tierra delascristalizaciones, estructuras yalternancias, donde todo era asible y ponderable. De la Mar sometida aciclos lunares, tornadiza, abierta o furiosa, ovillada o destejida, por siempreajenaal módulo, el teoremay laecuación, surgían esos sorprendentescarapachos, símbolos en cifrasy proporciones delo queprecisamentefaltabaalaMadre.Fijacióndedesarrolloslineales,volutaslegisladas,arquitecturascónicasdeunamaravillosaprecisión, equilibrios devolúmenes, arabescos tangibles queintuían todoslos barroquismos por venir. Contemplando un caracol uno solo pensaba Esteban en la presencia de la Espiral durante milenios y milenios, ante la cotidiana miradade pueblos pescadores, aún incapacesdeentenderla ni de percibir siquiera, larealidaddesu presencia. Meditaba acerca delapoma del erizo, la hélice del muergo, las estrías de la venera jacobita, asombrándoseante aquella Ciencia de las Formas desplegada
durante tantísimo tiempo frente a una humanidad aún sin ojos para pensarla. ¿Qué habrá en torno mío que esté ya definido, inscrito, presente, y queaún no puedaentender?¿Quésigno, quémensaje, quéadvertencia, en los rizos delaachicoria, el alfabeto de los musgos, la geometría dela pomarrosa?Mirar un caracol. Uno solo. Tedeum.
Después demuchoasustarseenel primer zafarrancho, yendo abuscar amparo en lo máshondo delanave su indispensable condición de escribano lo autorizaba aello , Esteban advirtió pronto que el oficio decorsario, tal como lo entendíael CapitánBarthélemy,jefedelaescuadrilla,era,enlocorriente,depocasperipecias.Cuandosetopabaconunbastimentopoderoso y bien artillado, seguía delargo sin sacar los coloresdelaRepública. Cuando lapresaera posible, cerrábanle el paso lasembarcaciones ligeras, en tanto queel brick disparaba un cañonazo deadvertencia. La bandera enemigaera arriadasin resistencia, en señal desumisión. Barloábanselasnaves,saltabanlosfrancesesalaotra,yseprocedíaareconocerlacarga.Si eradepocamonta, setomabacuanto fuera útil incluyendo el dinero y pertenenciaspersonalesdelatripulación intimidada y traíaseal Ami du Peuple lo que sirviera. Luego sedevolvíalanaveal humilladocapitán, queproseguía su rumbo o regresabaal puerto deprocedenciaparareportar su desventura. Si lacargaeraimportantey devalor, había instruccionesdetomarlacon navey todo ymás si la naveera buena y conducirla aPointe-à-Pitre con su tripulación. Pero ese caso no se había presentado todavía para la escuadrilla deBarthélemy cuyos registros llevabaEsteban con burocrático rigor. Másbalandras ytrespuños quecargueros de verdadsurcabanhabitualmenteesosmares,llevandoamenudomercancíasquenointeresaban.NosehabíasalidodelaGuadalupe,ciertamente,parabuscarazúcar, caféoron, queallásobraban.Sinembargo,aunenlasembarcacionesmásmaltrechasyde peor estampaencontraban los franceses dequé echar mano: un ancla nueva, armas, pólvora, herramientas de carpintería, calabrotes, un mapa reciente con indicacionesútiles para perlongar la Tierra Firme. Y había, por otra parte, lo quehuroneando se descubríaencofresyrinconesoscuros.Hallabaéstedosbuenascamisasyunpantalóndenankín;dabael otroconunatabaquera de esmalte, o el enjoyado cáliz de un religioso venido de Cartagena, a quien amenazaban con echar al mar si no entregaba «la misaentera»:lacruzyelostensorio,quebienpodíanser deoro.Setratabaahídeuncapítulodetomasindividualesqueescapaban por fuerza alacontabilidad deEsteban yqueBarthélemy fingía ignorar para no malquistarsecon su gente sabiendo que, ahora, en pleitos con lamarineríarepublicana, perdía siempreel capitán ymás si, como él, hubieraservido alguna vez en lasarmadas del Rey.Deahí queenlapopadel Ami duPeuplesehubiesearmadounabolsadetruequeyventadecosasexpuestassobrecajones ocolgadasdecordelesquesolíanvisitarlosmarinerosdelaDécadeyel Tintamarre,cuandosefondeabaenalgunaensenadapara cortar leña, trayendo ellos, asu vez, lo quequerían mercar. En medio de ropas, gorros, cinturonesy pañuelos, aparecían lascosas más singulares: relicarios hechos deun carapacho de tortuga; batashabanerasde espumeantes encajes; cascaronesdenuez que encerrabantodaunabodadepulgasvestidasalamexicana;pecesembalsamados,con lenguaderasocarmesí; pequeñoscaimanes rellenos depaja; demonios candomberos, dehierro forjado; cajasdecaracoles, pájaros deazúcar candi, guitarras-tresdeCubao deVenezuela; pócimas afrodisíacas hechascon laYerba Garañón o el famoso Bejuco de Santo Domingo, y cuanto trofeo pudiera asociarse a la idea de mujer: zarcillos, collares de abalorios, enaguas, guayucos, rizos atados con cintas, dibujos dedesnudos, estampas licenciosas, y, para remate, una muñecade pastora quebajo las faldas ocultaba unasedosa y bien guarnida natura tan perfectamente ejecutada en diminutas proporciones que era maravilla verla. Y como el dueño de la figura pidiese por ella un precio exorbitante, haciéndosetratar deladrón por quienes no podían adquirirla, Barthélemy, temiendo algunariña, hizo comprar el objeto por el sobrecargodel brick, con el ánimo deregalarlo aVíctor Hugues muy llamado desdeel 9 Thermidor a una ostentosalectura de libros licenciosos, acaso por alardear dequela política deParís había dejado deinteresarle... Felicesfueron lastripulacionesun díaenque, habiendo dado caza auna naveportuguesa, descubrieron quelaAndorinha estaba todacargada devinos, en tal cantidad detintos, verdinos y madeiras, que las calasolían alagar. ApresuróseEsteban ahacerel inventariodelasbarricaspuestasal resguardodelademasiadosedientamarinería,queyahabíaechadomanodealgunos toneles, despachándose el contenido a largos lamparazos. Solo, en una umbrosa bodega quelo era doblemente, el escribano seservía a sí mismo, a salvo de porfíasy rebatiñas, con un ancho cuenco decaobadonde seamaridaba el sabor del mosto con el perfumede la madera espesay fresca, de carnoso contacto para los labios. En Francia había aprendido Esteban a gustar del gran zumo solariego quepor los pezones desus vides había alimentado la turbulenta y soberbia civilización mediterránea ahora
prolongadaen este Mediterráneo Caribe, donde proseguíaselaConfusión deRasgos, iniciada, hacíamuchosmilenios, enel ámbito de los Pueblos del Mar. Aquí venían aencontrarse, al cabo delargadispersión, mezclando acentos y cabelleras, entregadosa renovadoresmestizajes, los vástagos delasTribus Extraviadas, mezclados, entremezclados, despintados yvueltos apintar, aclarados un día para anochecerseen un salto atrás, con una interminable proliferación deperfiles nuevos, deinflexiones y proporciones, alcanzados asu vez por el vino que, de lasnaves fenicias, de los almacenes deGades, de lasánforas de Maarkos Sestios, habíapasadoalascarabelasdel Descubrimiento, conlavihuelaylatejoleta,paraarribar aestasorillaspropiciadorasdel trascendental encuentro de la Oliva con el Maíz. Husmeado el cuenco húmedo, evocaba Esteban ahora, con repentina emoción, los tonelesenvejecidos, patriarcales, del comercio habanero tan distante y apartadodesusrumbosactuales donde el isócrono gotear dealgunas canillasteníael mismo sonido queaquí se escuchaba. Depronto, el absurdo desu vida actual se lehizo perceptible en tal grado estaba ante un Teatro del Absurdo que searrimó a una amurada, estupefacto, con los ojos fijos, como asombradopor lacontemplacióndesupropiafiguraenunescenario.Enestosúltimostiemposel mar,lavidafísica,lasperipecias de la navegación, lo habían tenido como olvidado desí mismo, entregado ala mera satisfacción animal de sentirsecadavez más sano y fuerte. Pero ahora se veía ahí, en el decorado deuna cala vinatera ayer desconocida, preguntándose quéhacía en tal lugar. Buscabaun camino que le era negado. Esperaba unaoportunidad queno se presentaría. Burgués por el nacimiento, oficiaba de Escribano deCorsarios profesión cuyo mero enunciado era un absurdo. Sin ser un prisionero, lo eradehecho, puesto quesu destino actual lo ligabaa unanacionalidad dehombrescombatida por todo el mundo. Nadaera tan semejantea unapesadilla como aquel escenario donde secontemplabaa sí mismo, durmiendo despierto, juez yparte, protagonista y espectador, circundadodeislassemejantesalaúnicadondenopudieraarribar, condenado,acasoporunavidaentera,aolerlosoloresdesuinfancia, aencontrarencasas, árboles,iluminaciones,peculiares(¡oh, ciertosembadurnosanaranjados,ciertaspuertasazules,ciertosgranados asomadossobre una tapia!), el marco de su adolescencia, sin que lo suyo, lo que le pertenecía desdela infancia yla adolescencia, lefuese restituido. Una tardehabía sonado la AldabaMayor dela Morada, dándoseinicio a la operación diabólicaque comenzara por trastornar tresvidashasta entoncesunidas, con juegos quesacaban desus tumbas aLicurgo y Mucio Scévola, antesdeabarcar una ciudadcon sustribunales desangre, una isla, variasislas, un mar entero, donde la voluntad deUno Solo, ejecutor póstumo, deuna Voluntad Acallada, pesabasobre todas lasvidas. Desdela aparición de Víctor Hugues lo primero quesehabía sabido deél era que usabaun paraguasverde el Yo contemplado en esta escenografía debarricasy toneleshabía dejadodepertenecerseasí mismo: suexistir, sudevenir,estabanregidospor laVoluntadajena... Eramejor beber paraempañar una indeseablelucidez, tan exasperante en estos momentos quedabaganas degritar. Esteban animóel cuenco auna canillay lo llenó hasta el borde. Arriba, los hombres coreaban lascoplasde«Los trescañoneros deAuver-nia». zambo decaribey negro, nacido en la María Galante, a quien su conocimiento del ámbito antillano confería una real autoridad que había cochinos salvajescomo para hacer un bucán a la altura delos vinos que se pondrían arefrescar en las bocas deunos manantiales. No tardó la caza en organizarse, y los animales traídos, conservando todavía en las trompas un furioso encogimiento de jabalíesacorralados, pasa-ron a manosde los cocineros. Despuésde limpiarlos decerdasy pellejos negros con escamarodes depescado, tendieron los cuerpos sobre parrillasllenasdebrasas, delomo al calor, con lasentrañas abiertas tenidasabiertas por finas varasde madera. Sobre aquellascarnes empezó a caer una tenuelluvia dejugo delimón, naranja amarga, sal, pimienta, oréganoyajo,entantoqueunacarnadadehojasdeguayaboverde,arrojadasobrelosrescoldos,llevabasuhumoblanco,agitado, olorosoaverde aspersióndearriba, aspersión deabajo a las pieles, queiban cobrando un color decarey al tostarse, quebrándoseaveces, con chasquido seco, en una largaresquebrajaduraqueliberaba el unto, promoviendo alborotosos chisporroteos en el fondo de la fosa, y cuya misma tierra olía yaa chamusquina deverraco. Y cuando faltó poco para quelos cerdos hubiesen llegado asu punto, sus vientres abiertos fueron llenados decodornices, palomas torcaces, gallinetasy otrasaves recién desplumadas. Entoncesseretiraron las varasquemanteníanlasentrañas abiertas ylos costillaressecerraron sobrelavolatería, sirviéndolede hornos flexibles, apretados asus resistencias, consustanciándoseel sabor de la carne oscura y escueta con el de la carne clara y lardosa, en un bucánque, al decir deEsteban, fue«Bucán deBucanes» cantar decantares. Corrió el vino en las jícaras, al compásdela engullidera, en tal profusión con barriles rotos ahachazos en la borrachera; barriles largados sobre lascuestas degrava, que acababanarrojando lasduelas al toparsecon una piedrafilosa; barrilesrotos por quieneslos hacían rodar de bando a bando, en combativaporfía; barrilesestrellados, agujereados abalazos, zapateadospor un mal bailador de flamenco, maricón y algoespañol,quecargabalaDécadeatítulodepinche,por seramigodelaLibertad quelastripulacionesacabaronpor dormirse ahítas, muertas, al pie delos árbolesuveros o sobre lasarenas queaún conservaban caloresde sol... En el pesado desperezo del alba, advirtió Esteban quemuchos marineros sehabían acercado a la orilla, mirando hacia lasnaves, queahora eran cinco contándose con la Andorinha, La recién llegadaera deestampa tan antigua, tan desusada, con aquel mascarón medio roto, con
aquel alcázar despintado y sucio, queparecía surgida deotros siglos, como buquedegente aún creída queel Atlántico terminaba en el Mar de Tinieblas. Pronto se desprendió un caique desusbordas destartaladas, traído hacia la playapor varios negros casi desnudos, que zagualaban depie, al ritmo deuna bárbara salomade remontadoresde ríos. El queparecía oficiar de jefe saltó a tierra, haciendo genuflexionesquepodían ser interpretadas como gestos deamistad, dirigiéndoseauno delos cocineros negros en un dialecto que éste, acaso nacido en tierra del Calabar, parecía entender a medias. Al fin de un gesticulado coloquio, el intérpreteexplicóqueel viejobuqueeraunnegrero español,cuyatripulaciónhabíasidoarrojadaal mar por losesclavosamotinados queahora seacogían alaprotección de los franceses. En todaslascostasdel África sesabía ya quela República había abolido la esclavitud en suscoloniasdeAméricay que, en ellas, los negros eran ciudadanoslibres. El Capitán Barthélemy estrechó lamano al cabecilla, haciéndole entrega deuna escarapela tricolor quefue recibida con gritos de júbilo por los de su banda, pasando de mano en mano. Y el caique comenzó a traer otros negros, y otros más, en tanto que los impacientes acudían anado para tener noticias. Y repentinamente,sinpoder contenerse,searrojarontodossobrelosrestosdel bucán, royendohuesos,devorandovísceras desechadas, chupando lasgrasasfríaspara aliviarse deuna hambruna de semanas. «Pobregente decíaBarthélemy, con losojosempañados .Estosólonoslimpiaríademuchasculpas.»Esteban,enternecido,llenabasucuencodevino, ofreciéndolo aesclavosdeayerquelebe en esto con la noticia dequea bordo quedaban mujeres, muchas mujeres, ocultas en los sollados, temblorosas demiseria yde miedo,sinsaber loqueentierraocurría.Barthélemy,prudente,diolaordendequenolashicierandesembarcar.Unachalupales llevócarne,galletas,bananos,yalgúnvino, entantoquelasgentesreanudabaneltrabajodelavíspera,saliendoalacaradenuevos cerdos salvajes. Mañanahabríaqueregresar alaPointe-à-Pitrecon lanaveportuguesa, lasdistintas mercancíastomadasadiestro yasiniestro, lacargadevinosyaquellosnegrosqueiríanaengrosar útilmentelamiliciadehombresdecolor, siemprenecesitada debrazosparalasarduastareasdefortificaciónenlascualesasentabaVíctor Huguessupoderío...Al final delatarderecomenzó la engullidera del día anterior, pero con muy distinto ánimo. A medida que el vino se subía a las cabezas, los hombres parecían máspreocupadosporlapresenciadelashembras,cuyosanafesardíansobrelaslucesdel poniente,enmedioderisasqueseoían desdela orilla. Interrogaban algunos a los marineros quehabían estado a bordo del buque negrero, pidiendo detalles. Las había muyjóvenes, lashabía garridasy bien plantadas quelos tratantes no cargaban con viejas, por ser mercancía invendible. Y al calor de la bebida, acudían los pormeno e pronto, diez, veinte, treinta hombres corrieron a los botes, dándose aremar hacia el barco viejo, sin hacer caso delos gritos de Barthélemy, quetratabadecontenerlos. Los negros habían dejado decomer, poniéndosedepiecon inquietasgesticulaciones. Y pronto, rodeadas de una codicia agresiva, llegaron las primeras negras, llorosas, suplicantes, acaso realmente asustadas, pero sumisasaquieneslasarrastrabanhacialosmatorralescercanos.Nadiehacíacasoalosoficiales,aunqueéstoshubiesendesenvainadolossables...Y,enmediodeltumulto,llegabanotrasnegras,yotrasnegrasmás,queechabanacorrerpor laplaya,perseguidas por los marinos. Creyendo ayudar con ello a Barthélemy, que sedesgañitabaen insultos, amenazas y órdenesquenadie oía, los negros,armadosdeestacas,searrojaronsobrelosblancos.Hubounareciapelea,concuerposquerodabanenlaarena,pisoteados, pateados;cuerposlevantadosenviloytiradossobrelasgravas;gentecaídaal mar, trabadaenlucha,quetratabadeahogaraotros metiéndolesla cabeza debajo del agua. Al fin los negros quedaron acorralados en un sovacón rocoso, en tanto que de su navese res entregados ala violencia y ala orgía. Esteban, teniendo el buen cuidado decargar con una lona húmedapara acostarse encima conocía las añagazas dela arena se llevó una delas esclavas a una suerte de cuna, tapizada delíquenes secos, que había descubierto entrelaspeñas. Muy joven, dócilmente entregada, prefiriendo esto aseviciasmayores, desenrolló la moza el paño roto que la vestía. Sus senos deadolescente, con el pezón anchamente pintado de ocre; sus muslos, carnosos y duros, prestos a apretar, alzarse, o llevar las rodillasal nivel de los pechos, seofrecían al varón en tensión y lisura. En toda la isla sonaba un asordinado concierto de risas, exclamaciones, cuchicheos, sobre el cual se alzabaa vecesun vago bramido, semejantea la queja de una bestia enferma, oculta en algunaguarida cercana. A ratos cundía el ruido deuna riña acaso por la posesión de una misma mujer. Esteban volvía aencontrar el olor, lastexturas, los ritmosy jadeos dequien, en una casadel barrio del Arsenal de La Habana, lehubiera revelado los paroxismos desu propiacarne. Una sola cosa valía esta noche: el sexo. El sexo, entregado a ritualespropios, multiplicado por sí mismo en unaliturgiacolectiva, desaforada, ignorantedetodaautoridad o ley... El albasepintóenunconciertodedianas,yBarthélemy,resueltoaimponer suautoridad,dioordenalastripulaciones de regresar inmediatamente a bordo de susnaves. Quien demorara en la isla, sería dejado ahí. Hubo nuevos altercados con marinos quepretendían conservar susnegrascomopresaslegítimas ypersonales. El Capitán delaEscuadra los aquietó con lapromesaformal dequelashembraslesseríanentregadascuan-dosellegaraalaPointe-à-Pitre. Lamanumisión tendríalugar allá,no antes,deacuerdoconlostrámiteslegalesdenombramientoeinscripciónquetransformabanlosantiguosesclavosenciudadanos
franceses. Volvieron los negros y negrasa su buquey la escuadra tomó el camino del regreso... Pero, a poco de navegar, Esteban, cuyo sentido de la orientación se había aguzado mucho en los últimos tiempos habiendo adquirido por añadidura algunos conocimientosdenavegación creyó observar queel rumbo llevadopor los barcos no eracabalmente el quepodríaconducirlos alaIsla deGuadalupe. Barthélemy frunció el ceño antelaobservación del escribano: «Guárdeseel secreto dijo : Usted sabe muy bien que no podré cumplir la promesaquehice aesos forbantes. Sería un precedente funesto. El Comisario no lo toleraría. Vamos a unaisla holandesa, donde venderemos el cargamento de negros.» Esteban lo miró con asombro invocando el Decreto deAbolicióndelaEsclavitud.El CapitánsacódesudespachounpliegodeinstruccionesescritasdepuñoyletradeVíctor Hugues: «Francia, en virtud de sus principios democráticos, no puede ejercer la trata. Pero los capitanes denavíos corsarios, están autorizados, si lo estiman conveniente o necesario, a vender en puertos holandeses los esclavos que hayan sido tomadosa los ingleses, españolesy otrosenemigosdelaRepública.»«¡Pero esto es infame! exclamó Esteban . ¿Y hemos abolido la tratapara servir denegrerosentreotrasnaciones?» «Yo cumplo con lo escrito replicó Barthélemysecamente. Y creyéndoseobligado ainvocar una inadmisible jurisprudencia : Vivimosen un mundo descabellado. Antes dela Revolución andabapor estas islasun buque negrero, perteneciente a un armador filósofo, amigo de Juan Jacobo. ¿Y sabe usted cómo se llamaba ese buque? El Contrato Social.»
En pocos meses, el corso revolucionario sefue transformando en un negocio fabulosamente próspero. Cadavez más audacesen suscorrerías, alentados por suséxitos y beneficios, ansiosos decapturas mayores, los capitanes delaPointe-à-Pitrese aventuraban más lejos hacia la Tierra Firme, la Barbados o las Vírgenes no temiendo mostrarseen las cercanías de islas donde bien podíasalirlesal encuentro una escuadradetemibleestampa. A medidaquetranscurrían los días, iban perfeccionando sus técnicas. Renovando las tradiciones corsarias de antaño, preferían los marinos navegar en escuadrillas de embarcaciones pequeñas balandras, cúters, goletasdebuenaandana fácilesde manejar y de ocultar, rápidasen la fuga, acosantes en la caza, atripular grandesbastimentos deunalenta maniobra defácil blanco paralaartilleríaadversa, y la británicaen particular, cuyos cañoneros diferían delos franceses en la táctica deno tratar dedesarbolar, sino de pegar en la madera del casco, cuando laola hacía descender lasbocasde fuego, apuntándosea lo seguro. Con todo esto, el puerto de Pointe-à-Pitre estaballeno de naves nuevasysusalma-cenesnoteníancabidayaparaguardar tantasytantasmercancías, tantasytantascosas,habiendosidonecesario levantar galpones en la orilla delos manglares quebordeaban la ciudad para recibir lo que seguía llegando cada día. Víctor Hugues había engordado un poco, sin mostrarse menos activo desdeque su cuerpo había empezado a estirarle el paño de las casacas. Contra la espera de muchos, el Directorio, remoto y atareado, reconocida la eficiencia del Comisario en lo de rescatar la coloniaydefenderla,acababadeconfirmarloensuscargos.Así, habíallegadoel mandatarioaconstituirseunasuertedegobierno unipersonal, autónomoeindependiente,enestapartedel orbe,realizandoenproporciónasombrosasuinconfesadaaspiración deidentificarse con el Incorruptible. Había querido ser Robespierre, y era un Robespierrea su manera. Como Robespierre, en otros días, hubiesehablado desu gobierno, de su ejército, desu escuadra, Víctor Hugues hablaba ahora desu gobierno, desu ejército, desuescuadra.Vueltoalaarroganciadelosprimerostiempos,elInvestidodePoderesseotorgabaasí mismo,alahora del ajedrezydelosnaipes,elpapel deúnicoContinuador delaRevolución.Sejactabadenoleer yalosperiódicosdeParís,porque «le apestaban a bribón». Advertía Esteban, sin embargo, que Víctor Hugues, muy ufano de la prosperidad de la isla y del dinero que continuamente mandaba a Francia, estaba recobrando el espíritu del comerciante acaudalado que sopesa sus riquezas con deleitosogesto.Cuandosusnavesregresabanconbuenasmercancías,el Comisariopresenciabaladescarga,valorandolosfardos, barricas,enseresyarmas,aojodebuencubero.Valiéndosedetestaferros,habíaabiertounatiendamixta,encercaníasdelaPlaza de la Victoria, donde se tenía el monopolio de ciertos artículos, que sólo allí podían adquirirse a precios arbitrariamente fijados. Al final de la tardenunca dejaba Víctor depasar por aquel comercio para compulsar los libros en la penumbra deuna oficina olorosaa vainilla, cuyas puertas arqueadasguarnecidasde bue-nos herrajes, seabrían sobre dos callesesquineras. También la guillotinasehabía aburguesado, trabajando blandamente, un díasí y cuatro no, accionadapor los asistentes deMonsieur Anse, que consagraba lo mejor de su tiempo a completar lascolecciones desu GabinetedeCuriosidades, muy rico ya en coleópteros y lepidópteros ennoblecidos por impresionantestítulos latinos. Todo era carísimo y siempre había dinero para pagarlo en aquel mundo de economía cerradadonde los precios subían constantemente, con una moneda queregresaba y volvía a regresar a los mismosbolsillos,máscotizadaaún,cuandosetornaramásmacuquina,menguadaensutenor demetal por raspadosylimaduras
quesere-conocían al tacto... En uno desusdescansosen laPointe-à-Pitre, tuvo Esteban parecíaun mulato por lo quemado de su tez la alegría deenterarse, aunque muy tardíamente, de la paz firmada entre España y Francia. Pensó que con ello se restablecerían lascomunicaciones con la Tierra Firme, Puerto Rico y La Habana. Pero grande fue su desengaño al saber queVíctor Huguessenegabaa enterarsedelo acordado en Basilea. Resuelto a seguir capturando navesespañolas, lasteníapor «sospechosas de suministrar contrabando de guerra a los ingleses», autorizando a sus capitanes a «requisarlas» y a definir, por cuenta propia, lo que había deentenderse por contrabandos deguerra. Tendría Esteban que seguir desempeñando su oficio en la escuadra de Barthélemy, viendo alejarse la oportunidad de salirsede un mundo quela vida marítima, intemporal y regida por la sola Ley de losVientos, lehacía cadavezmásajena. A medidaquetranscurríanlos meses, seibaresignando avivir al día endíasqueno se contaban contentándosecon disfrutar de los gozos menudos que podía traerle unajornadaapacible o depesca entretenida. Se había encariñado con algunos desus compañeros de andanzas: Barthélemy, que conservabasus modalesde oficial del antiguo régimen y cuidabadelapulcritud de sus ropas en los momentos de másapuro; el cirujano Nöel, que no acababadeescribir un farrogoso tratado sobre los vampiros dePraga, lasendemoniadas deLoudun y los convulsionados del Cementerio deSan Medardo; el matarife Achules, negro de la isla deTobago que tocabaasombrosassonatas en calderos dedistintos tamaños;el ciudadano Gibert, maestro calafate, que recitaba largos trozos de tragedias clásicas con tales inflexiones meridionales que los versos, siempreañadidos desílabas, no acababan de cuadrar con el metro alejandrino, cuando transformabaun Brutus en Brutusseo EpaminondasenEpaminondasse. Por lo demás, el mundo de las Antillasfascinabaal joven, con su perpetuo tornasol deluces en juego sobreformas diversas, portentosamentediversas, dentro delaunidad deun climay deuna vegetación común. Amaba la montañosaDominica,deprofundosverdores,consuspueblosllamadosBataille,Massacre,enrecuerdodesucesosescalofriantes, mal narradospor lahistoria. ConocíalasnubesdeNevis,tanmansamenterecostadassobresuscolinasqueel GranAlmirante,al verlas, lashabía tomado por imposiblesheleros. Soñaba con ascender alguna vez hasta la cimadel puntiagudo picacho deSanta Lucía, cuya mole, plantadaen el mar, se divisabaen la distancia como un faro edificado por ingenieros ignotos, en espera de las naves quealguna vez traerían el Árbol de la Cruz en la trabazón de sus mástiles. Suaves y abrazadas al hombre cuando se las abordabapor elSur, lasislasdeesteinacabablearchipiélagosehacíanabruptas,fragosas,desgastadaspor altasolasquebradasen espumas, ensuscostaserguidascontralosvientosdel Norte.Todaunamitologíadenaufragios,tesorosperdidos,sepulturassin epitafio, lucesengañosasencendidasennochesdetormenta, nacimientos predestinados el deMadamedeMaintennon, el de un taumaturgo sefardita, el de una amazonaquellegó aser reina de Constantinopla seunía a estas tierras cuyos nombres repetíaseEsteban en voz baja, paragozarsedelaeufoníadelaspalabras: Tórtola, SantaÚrsula, Virgen Gorda, Anegada, Granaditas, Jerusalem Caída... Ciertasmañanasel mar amanecíatan quieto y silencioso quelos crujidos isócronos delascuerdas más agudasdetono cuanto más cortas fueran; más graves cuanto más largas secombinaban detal suerte que, de popa a proa eran anacrusas y tiempos fuertes, appogiaturas y notas picadas, con el bronco calderón salido de un arpa de tensos calabrotes, de pronto pulsada por un alisio. Pero en la navegación que hoy sellevaba, los vientos levessehabían hinchado repentinamente, impulsandoolascadavezmásalzadasydensas.El mar verde-clarosehabíatransformadoenunmar verde-de-yedra,opaco,cada vez máslevantisco, que deverde-tinta pasaba al verde-humo. Los marineros de colmillo husmeaban lasráfagas, sabiendo que olían distinto, con esenegror de sombra queselesatropellaba por encima y esos bruscos aquietamientos, cortados por lluvias tibias,degotastanpesadasqueparecíandemercurio. En lascercaníasdel crepúsculo pintóse la andante columna deuna trombay lasnaves, como llevadas en palmas, pasando de cresta en cresta, se dispersaron en la noche, con los fanales extraviados. Secorría ahora sobre el desacompasado hervor de un agua levantada por sus propiasvoliciones, quepegaba defrente, de costado, largando embates defondo a lasquillas, sin quelos rápidos enderezos logradosa timón pudieran evitar lasarremetidasquebarrían lascubiertas debordaa borda, cuando no hallaban el barco depopa al empellón. Barthélemy mandó montar andarivelespara facilitar lasmaniobras: «Hemos sido agarrados de lleno», dijo, ante la ascensión de la clásica tormenta deOctubre, inequívoca en sus advertencias, que alcanzaría sus paroxismosdespuésdelamedianoche.Esteban,sobrecogidopor laimposibilidaddeescapar alapruebadeafrontar unatempestad,seencerróensucamarote,tratandodedormir.Peroeraimposibleentrarenel sueñoconaquellasensacióndedesplazamiento devíscerasqueseproducíaapenasel cuerpoestabatendido.Lanavehabíapenetradoenunvastobramidoquecorríadehorizonte ahorizonte,haciendogemirlasmaderasporcadatabla,por cadacuaderna.Y transcurríanlashoras,bajolaluchaqueloshombres libraranarriba,entantoqueel brickparecíabogar aunavelocidadinadmisible,levantado,descendido,arrojado,escorado,adentrándosecadavezmásenel ámbito delhuracán. Esteban, sintratardedominarse,estabaadosadoal camastro, mareado,invadido por el terror, esperando que el agua se derramara escotillas abajo, llenando lascalas, forzando laspuertas... Y, de pronto, poco antesdel amanecer,leparecióqueel mugidodelcielofuesemenosintensoyquelosembatesseespaciaban.Arriba,enlacubierta,
los marinos sehabían concertado en un gran coro, clamando a todo pulmón el cántico de la Virgen del Perpetuo Socorro, intercesoradelos hombres demar ante la cólera divina. Remozando oportunamente unaviejatradición francesa, los Corsarios dela República invocaban a la Madre del Redentor, en su miseria, para queacabara deaplacar lasolasy calmara el viento. Lasvoces, quetanamenudohabíansonadoencontrapunteosdecoplassoeces,rogabanahoraaLaqueSin PecadoConcibiera,entérminos de liturgia. Esteban se persignó y subió al puente. El peligro había pasado: solo, sin saber delasotrasnaves acaso perdidas, acaso hundidas Pobladodeislas,peroconlaincreíbleparticularidad de queeran islasmuy pequeñas, como bocetos, proyectos deislas, acumulados allí como seacumulan los estudios, los esbozos, los vaciadosparciales deestatuas, en el taller de un escultor. Ninguna de estasislasera semejante ala siguiente y ninguna era constituidaporlamismamateria.Unasparecíandemármol blanco,perfectamenteestériles,monolíticasylisas,conalgodebusto romado hundido en el agua hasta los hombros; otras eran montones deesquistos, paralelamente estriados, a cuyas desoladas terrazas superiores se aferraban, con garras múltiples, dos o tres árboles de muy viejas y azotadas ramazones a veces uno, infinitamentesolitario, detronco blanquecido por el salitre, semejanteaun enormevarec. Algunas estabantan socavadaspor el trabajodelasolas,queparecíanflotarsinpuntodeapoyoaparente;otraseranroídasporloscardosoarruinadasporsuspropios derrumbes.Ensusflancosabríansecavernasdecuyostechoscolgadascactosgigantes,cabezaabajo, conlafloresamarillasorojas alargadasen festones, como raras arañas deteatro, sirviendo de santuario al enigma dealguna formarara, geométrica, aislada, montadaen zócalo cilindro, pirámide, poliedro a manera demisterioso objeto de veneración, piedra de La Meca, emblema pitagórico,materializacióndealgúncultoabstracto. A medidaqueseadentrabael brickenaquel extrañomundoqueel pilotono habíacontempladonuncani lograbaubicartrasdelatremebundaderivadelanocheanterior,sentíaseEstebanllevadoaexpresar su asombro ante esas cosas puestasallí, inventándolesnombres: aquéllano podía ser sino laIsla del Ángel, con esas alasabiertas, bizantinas, quecomo al fresco sepintaban en un acantilado; ésta era la Isla Gorgona, coronadade sierpesverdes, seguidadela Esfera Trunca, del Yunque Encarnado, y de la Isla Blanda, tan totalmente cubierta deguano y excrementos dealcatraces que parecía un bulto claro, sin consistencia, arrastrado por la corriente. Se ibade la Escalinata de los Cirios al Morro queparecía mirar; del Galeón Varado al Alcázar empenachado de espumaspor lasolasarrojadas en vestíbulos demasiado angostos, que se transformaban en plumas enormes al rompersehacialo alto en laverticalidad deun farallón. SeibadelaPeña Cejuda al Cráneo deCaballo conespantablesnegrurasen losojos ylasnarices pasándosepor lasIslasAndrajosas,rocastanviejas, tanpobres, tan humildes, queparecían mendigas cubiertas deharapos, entreotras, frescas, relucientes, ebúrneas másjóvenes dealgunos milenios.Seibadelacueva-Templo,consagradaalaadoracióndeunTriángulodeDiorita,alaIslaCondenada,desintegradapor las raíces deficus marinos que pasaban sus brazos por entre las piedras, como gúmenas que se hincharan de año en año para promover underrumbefinal.MaravillábaseEstebanaladvertir queel GolfoProdigiosoeraalgoasí comounestadopreviodelas Antillas un anteproyecto que reuniera, en miniatura, todo lo que, en escala mayor, pudiera verseen el Archipiélago. Aquí también había volcanes plantados en laonda;pero bastaban cincuenta gaviotaspara nevarlos. Aquí también habíaVírgenesGordasy VírgenesFlacas, pero bastaban diez abanicos demar, crecidos lado alado, para medir suscuerpos... Al cabo devariashoras de una lenta navegación constantemente vigiladapor la sonda, se halló el brick ante una playagris, erizada de postes donde secaban muchasredes. Veíaseuna aldeadepescadores sietecasas de hojas, con cobertizos comunespara resguardar lasbarcas dominadapor una atalaya deguijarros donde un avistador detozuda fachaesperaba la aparición de algún cardumen, con la trompadecaracol al alcance de la mano. A lo lejos, en el vérticede un espolón, divisábaseun castillo almenado, ciclópeo, de sombría estampa, erguido sobre un paredón derocas violáceas. «Las Salinas de Araya», dijo el piloto a Barthélemy, quien dio orden devirar en redondo para huir delaproximidaddeaquellafortalezatemible obra delosAntonelli, arquitectosmilitares deFelipeII , centinela, desdehacía siglos, del erario deEspaña. Sorteando escollos salió lanavea todo trapo delo queahora quedaba reconocido como el Golfo deSanta Fe.
Transcurrieron variosmesesen losmismosafanesyquehaceres. Barthélemy, queibasiemprealoseguroyafrontable, sin dárselas deazotedelos mares, tenía un providencial olfato para dar con la presa peor defendida ymejor cargada. Fuera deun
feo encuentro con un buquedanés, de Aliona, cuyatripulación se defendiera con brío, negándosea arriar la bandera y embistiendo lasnaves queseatravesaban en su paso, la escuadrilla llevaba unavida apacible y próspera, con un escribano sin madera dehéroe,muymetidoenlecturas,aquienlosdemás, por broma,invitabanaesconderseenlascalasapenasavistábaseunachalupa puesel demonio del lucro se había apoderado desu capitán, estimulado por la vistadetantos colegasrápidamente enriquecidos daba muestras de agotamiento. Bastaba con cualquier mal tiempo para quela navesevolviera femenina y quejosa, azorraday renqueante. Chillaba por todas sus tablas. Se le reventaban abscesos depintura en los mástilesy las amuras. Las bordas aparecían sucias y golpeadas. Fue necesario proceder a reparaciones que arrojaron a Esteban, de súbito, en una Guadalupe cuyas transformacionesno había podido observar cabalmente en lasbreves escalasdelos últimostiempos. LaPointe-à- Pitreera ya, dehecho, laciudadmás rica de América. No podía pensarsequeMéxico, de la quetantas maravillassecontaban, con sus plateros y orfebres, sus minastaxqueñas, sus vastos talleres de hilado, hubiese alcanzado alguna vez semejante prosperidad. Aquí el oro rebrillaba al sol en un desaforado correr deluises torneses, cuádruples, guineas británicas, «moëdas»portuguesas, troqueladas con lasefigiesdeJuan V, la reina María yPedro III, en tanto quela plata se palpabaen el escudo deseis libras, la piastra filipina y mexicana, a más de ochomonedasdevellón, recortadas, agujereadas, desmenuzadasalacomodidaddecadacual. Unvértigosehabíaapoderadode los pequeños tenderos deayer, pasados aser armadoresde corsarios, uno por medios propios, otros reunidos en sociedadesy comanditas. Lasviejas CompañíasdeIndias, con sus arcasy alhajeros, seremozaban en este remoto extremo del Mar Caribe, dondelaRevolución estabahaciendo ymuyrealmente lafelicidaddemuchos.El RegistrodePresasengrosabasusfolioscon la enumeración dequinientasochenta embarcaciones, detodo tipo y procedencia, aborda-das, saqueadas o traídas arastras por lasflotas. Yainteresabapoco lo que, en talesdías, pudieseocurrir en Francia. La Guadalupesebastabaa sí misma, vistayacon simpatía yhastacon envidia por algunos españolesdel Continente, querecibían su literaturadepropagandaatravés delasposesionesholandesas. Y era portentoso espectáculo el de los desembarcos deaventureros cuando, volviendo dealguna correríaafortunada, bajaban delasnaves llevando por lascallesuna rutilanteparada. Exhibiendo muestrasdeindiana, muselinas anaranjadas y verdes, sederíasdeMazulipatán, turbantes deMadras, mantonesdeManila, y cuantas telaspreciosas podían hacer tremolar ante los ojos delasmujeres, ostentaban un milagrero atuendo, ya establecido por la moda local, que, sobresus pies descalzos odemediaspuestassinzapatos alzabauntornasoldecasacasgaloneadas,camisasguarnecidasdepielesycintajosenloscuellos, sin quelesfaltara y era cuestión depundonor el empenachado rematedel sombrero defieltro, medio caído dealas, adornado con plumas teñidas en republicanos colores. El negro Vulcano ocultaba sus lepras bajo talesgalas que parecía un emperador conducido en triunfo. El inglésJoseph Murphy, montado en zancos, golpeaba suscímbalos al nivel de los balcones. E iban todos al salir de sus barcos, escoltados por los vítores de la multitud, al barrio del Morne-à-Cail, donde un compañero inválido había abierto un café. Au rendez-vous des Sans-Culottes, con jaula detu-canes ycenzontlesjunto al mostrador, cuyas paredes estaban cubiertas dealegoríascaricaturescasy dibujos obscenos trazados al carbón. Encendíaselajuergay habría, durante dos o tresdías,granholgoriodeaguardienteydehembras,entantoquelosarmadoresvigilabanladescargadelotrasladado,jugándose lasmercancías, amedidaqueibanapa-reciendo,enmesasarrimadasalasnaves... Unatarde,EstebantuvolasorpresadeencontrarseconVíctor Huguesenel cafédeMorne-à-Cail,rodeadodecapitanesque, por una vez, hablaban decosasseriasental lugar. «Siéntate, muchacho, y pide...», habíadicho el Agente del Directorio quien, elevado atal cargoalgún tiempo antes, no debíatenerlastodas consigo, a juzgar por un discurso dicho en el tono de quien buscademasiado el asentimiento ajeno. Insistiendo en detalles ycifras, citando fragmentos deinformes máso menosoficiales, acusaba a los norteamericanos devender armas y naves a los ingleses, con el ánimo de expulsar a Francia desus colonias de América, olvidando lo quesehabíahecho por ellos: «El solo nombre deamericano clamaba, repitiendo lo escrito en unaproclama reciente sólo inspira aquí el desprecio y el horror. El americano seha vuelto reaccionario, enemigo de todo ideal de libertad,despuésdeengañaral mundoconsuscomediascuáqueras.LosEstadosUnidosestánencartonadosenunnacionalismo orgulloso, enemigo decuanto puedaconturbar su poderío. Los mismos hombres quehicieron su independenciareniegan, ahora, de cuanto los hizo grandes. Tendríamos querecordar a esapérfida gente que, sin nosotros, que les hemos prodigado nuestra sangreynuestro dineroparadarlesesamismaindependencia, JorgeWashingtonhubierasidoahorcadopor traidor.»El Agente sejactabadehaber escritoal Directorioinstigándoloadeclarar laguerraalosEstadosUnidos.Perolasrespuestashabíanrevelado una lamentable ignorancia de la realidad, con invitaciones a la prudencia que pronto se transformaron en voces de alarma y llamadas al orden. Laculpaera decía Víctor delosmilitares decarrera, como Pelardy, aquieneshabía arrojado delacolonia, trasdeviolentosaltercadospormeterseenloquenolesimportaba,y queahoraintrigabancontraél enParís.Invocabaloséxitos desusiniciativas, la depuración de la Isla, laprosperidad reinante. «En cuanto amí, seguiréhostilizando alos EstadosUnidos. El interés de Francia lo exige», concluyó, con la agresiva firmeza dequien pretendeacallar, deantemano, cualquier objeción. Era
evidente, pensaba Esteban, que quien había gobernado hasta ahora con una autoridad absoluta, comenzaba asentir, en torno suyo, lapresencia poderosadehombresaquienes el logro y lafortuna habían agigantado. Antonio Fuët, marino deNarbona, a quien Víctor había entregado el mando deuna relumbrante nave dearboladuras ala americana, con bordasde caoba revestidas de cobre, estaba hecho un personaje deepopeya, aclamado por lasmuchedumbres, desdeque había ametrallado una naveportuguesacargando los cañones con monedas deoro a falta deotros proyectiles. Luego, los cirujanos del Sans-Pareil sehabían atareado sobre los muertos y heridos, recuperando el dinero encajado en suscuerpos y entrañas, a punta deescalpelo. Y era ese Antonio Fuët «CapitánMoëda», por apodo quien tenía laaudacia de vedar al Agente, por ser autoridad civil y no militar, la entradaaunclubqueloscapitanespoderososhabíanabierto enunaiglesiallamada«del PalaisRoyal»por burla, cuyosjardines y dependenciascubrían toda unamanzana dela ciudad. Y enterábase Esteban, con estupor, que la masonería había renacido, pujantey activaentre los corsarios franceses, En el Palais Royal tenían su Logia, donde sealzaban nuevamente lasColumnas Jakin y Boaz. Por el efímero atajo del Ser Supremo habían regresado al Gran Arquitecto alaAcaciay el malletedeHiram-Abi. Oficiaban demaestros y caballeros los capitanes Laffite, Fierre Gros, Mathieu Goy, ChristopheChollet, el renegado Joseph Murphy, Langlois-pata-de-palo, y hasta un mestizo llamado Petreas-el-Mulato, en el seno deuna Tradición recobradapor el celo de los hermanos Modesto y Antonio Fuët. Así, lejos de los fusiles con cañonesrecortados, usados en los abordajes, sonaban, en las ceremonias de iniciación, las noblesespadas del ritual, blandidas por manos que habían hurgado en carne decadáveres para rescatar monedas ennegrecidas por una sangre demasiado pegajosa... «Toda esa confusión pensaba Esteban se debe a que añoran el Crucifijo. No sepuedeser torero ni corsario sin tener un Templo dondedar lasgraciasaAlguien por llevar todavíala vida acuestas. Pronto aparecerán los exvotos alaVirgen del Perpetuo Socorros Y seregocijó íntimamente observando quealgunas fuerzas soterradas empezaban aminar el poderío de Víctor Hugues. Operábaseen él aquel inverso proceso afectivo que lleva a desear lahumillación o la caída deseresayer ad-mirados, cuando sevuelvendemasiado orgullosos oarrogantes. Miró hacia el tablado dela guillotina, siempreerguido en su lugar. Asqueado desí mismo, sucumbió alatentación depensar quelaMáquina, ahora menos activa, quedando enfundada aveces durante semanas, aguardabaal Investido de Poderes. Otros casos sehabían visto. «Soy un cerdo dijo a media voz . Si fuese cristiano meconfesaría.» Días después hubo un gran alboroto en el barrio portuario, que era como decir la ciudad entera. El Capitán ChristopheChollet, dequien no setenían noticiasdesdehacíados meses, regresaba con su gente en un trueno de salvas, seguido de nueve barcos tomados, al cabo de un combatenaval, en aguas de la Barbados. Los había debandera española, inglesa, norteamericana, y en uno de los últimosvenía el raro cargamento que constituíauna compañía deópera, con músicos, partiturasy decorados. SetratabadelatroupedeMonsieur Faucompré, fuerte tenor que desde hacía años paseabael Ricardo Corazón de León deGrètry del Cabo Francés aLa Habana y ala NuevaOrleáns, comopartedeunrepertorioqueincluíaZemireetAzor, LaServaPadrona,LaBelleArsène,yotrasobrasdegranlucimiento,que a vecesseembellecían con primores detramoya, espejos mágicos y escenas de tempestad. Ahora, el propósito de llevar el arte líricoaCaracasyotrasciudadesdeAmérica,dondelascompañíasmenores,pococostosasensustraslados,empezabanarealizar grandes beneficios, terminabaen la Pointe-à-Pitre, población sin teatros. Pero Monsieur Faucompré, empresario además deartista, informado dela reciente riqueza dela colonia, estabaencantado dehaber ido a dar allá, luego del susto de un abordaje, duranteel cual habíatenido lapresencia deánimo deayudar a suscompatriotas, dándolesútilesorientacionesdesdeel resguardo de una escotilla. Franceses eran los de su conjunto, entre franceses seestabay el cantante, muy acostumbrado a enardecer a los colonos realistas con el aria de Oh, Richard! Oh, monroí!, sehabía pasado al nuevo sentimiento revolucionario, voceando El Despertar del Pueblo desdeel alcázar delanao almirante, para regusto delatripulación, con calderonesquehacían vibrar le constabaal sobrecargo los vasos del comedor deoficiales. Con Faucompré venían MadameVilleneuve, cuyo talento ver-sátil seacomodaba, si era necesario, a los papeles depastora ingenua tanto como al de madre deGracos o reina infortunada, y las Damoiselles Montmousset y Jeandevert, rubias y parleras, magníficas en todo lo quefuese el estilo de Paisiello y Cimarosa. Olvidadasquedaron lasnavestomadasen bizarro combate, anteel desembarco de la compañía, cuyas mujeres l evaban ostentosos atuendos a la moda, moda aún ignorada en la Guadalupe, donde poco se sabía aún de sombreros volados, sandalias ala griega, ni túnicascasi transparentes, detallebajo pecho, queaventajaban los cuerpos ajustándoseasusescorzos con aquellos baúles repletosdetrajestanaparatososcomoresudados,lascolumnasytronoscargadosenhombros,yelclavicordioconcertantellevado alacasadegobierno en un carro demuías, con el cuidado quehubiesepodido ponerseenmudar un Arcadela Alianza. Había llegado el Teatro a la ciudad sin teatros, y como había quehacer teatro, se tomaron lasprovidenciasoportunas... Como la plataforma dela guillotina podía servir de buen escenario, la Máquina fue trasladada aun traspatio cercano, quedando en poder de lasgallinas, quepasa-ron el sueño alo alto delos montantes. Lastablasfueron lavadasy cepilladas para queen ellasno quedaran huellas desangre, y tendiéndose una lona de árbolesa árboles, comenzaron los ensayos deuna obra preferida a todas las quese tenían en repertorio, tanto por su universal celebridad como por el contenido deciertas coplas quehabían anunciado el espíritu
revolucionario: El Adivino deAldea, deJuan Jacobo. Comolos músicos traídospor Monsieur Faucompré eran poco numerosos, setrató deagrandar el conjunto con instrumentistasprestados por la bandadeCazadoresVascos. Pero, ante lapoca ciencia de gen-te empeñadaen ejecutar gallardamentesus partes con cinco compases deretraso, el concertador de la Compañía prefirió prescindir de sus servicios, quedando el acompañamiento del canto a cargo de la tecla, unaspocasmaderasy los imprescindibles violinesqueMonsieurAnsesehabíaencargadodeadiestrar. Y hubofuncióndegala,unanoche,enlaPlazadelaVictoria.Noche degaladonde sevolcó repentinamenteel nuevorriquismo delacolonia. Cuando lagente demenos hubo llenado los linderos del espacio reservado ala gentedemás, separadadela plebepor cuerdasforradas deterciopelo azul con lazos tricolores, aparecieron loscapitanes,cubiertos deentorchados,condecoraciones, bandasyescarapelas,acompañadosdesusdudúes,enjoyadas,enajorcadas, consteladas, de piedras buenas y piedras malas, platas mexicanas y perlas deMargarita, hasta donde pudieran ostentarse. Estebanllegócon unaMademoiselleAthalieBajazet rutilanteytransfigurada, encendidadelentejuelas,encuerosbajounatúnica griega ala moda del día. Víctor Hugues y sus funcionarios, en primera fila, rodeados demujeres piadoras y solícitas, se hacían pasar bandejas deponche y vinos sin volver las cabezas hacia las últimas filas, donde se hacinaban lasmadresde las barraganas afortunadas,obesas,fondonas,cargadasdeubres,inexhibibles,quelucíanvestidosfuerademoda,trabajosamenteajustados,con retazosyañadiduras,asusdesbordadashumanidades.EstebanobservóqueVíctor fruncíael ceñoalverquelallegadadeAntonio Fuët era saludada con una ovación, pero en eso sonó la Obertura y Madame Villeneuve, acallando aplausos, atacó el aria de Colette: olin medelaisse... Apareció el Adivino con engolado acento de Estrasburgo, y prosiguió la acción, en medio del gozo general, muy olvidado del gozo queno hacía mucho tiempo promoviera, en tal lugar, la novedosaacción de la guillotina. El público, muy agudo enlodeagarrar alusionesalpaso,supoaplaudir lasestrofasdotadasdealgúncontenidorevolucionarioqueel personajedeColin, interpretado por Monsieur Faucompré, seafanaba en señalar con guiños dirigidos al Agente del Directorio, y a los oficiales y capitanesacompañadosdesusamigas. Jevaisrevoir machamantemaltresseadieuchâteaux, grandeures, richesses...
Y sonaronclamoresdeentusiasmo, al llegarseal Final,quefueprecisorepetir cincove-ces, antelainsaciableexigenciadel público: Alavilleonfaitbienplusdefracas Maissont-ilsaussi gaisdansleursébats? ToujourscontentsToujourschantants. BeautésansfardPlaisirsansarts Tousleursconcertsvalent-ilsnosmusettes?
Y hubo un fin de fiesta, con himnos revolucionarios cantados a todo pecho por Monsieur Faucompré, vestido de sansculotte, seguido de un gran sarao en el Palacio de Gobierno, dondesebrindó con vino de grandes cotos. Víctor Hugues, haciendo poco caso de las asiduidades de MadameVilleneuve, cuya madura bellezaevocaba las Ledas fastuosas dela pintura flamenca, estabaentregado a íntimos coloquios con una mestiza martiniqueña, Marie-Anne AngeliqueJacquin, a la queparecía extrañamenteapegadodesdeque, sintiéndoserodeadodeintrigas,necesitabasentir,acaso, el calor humanoquecomoMandatario había querido desdeñar. Esta noche, el hombre sin amigos se mostraba amable con todos. Cuando pasaba tras de Esteban, le ponía la mano en el hombro, con gesto paternal. Poco antesdel alba, seretiró a sushabitaciones, en tanto que Modesto Fuët y el comisionado Lebas hombre deconfianzadel Agente aquien algunos tenían, tal vez infundada-mente, por un espía del Directorio selargabanalasafuerasdelaciudadencompañíadelasguapasMontmoussetyJeandever.El jovenescribano, muybien bebido, regresó asu alberguepor callesoscuras, divirtiéndoseen ver cómoMademoiselleAthalieBajazet, despuésdequitarse las sandaliasa la antigua, serecogía la túnica griega hasta medio muslo para pasar los charcos dejados por la lluvia del día anterior. Al fin, cada vez más alarmada por el peligro de las salpicaduras fangosas, sesacó el vestido por la cabeza, terciándoselo del hombroal cuello.«Hacecalor estanoche»,dijo,amododeexcusa,matandoapalmetazoslosmosquitosquezaheríansusnalgas. Atrássonaban los tardíos martillos dequienes acababan de desmontar el decorado dela ópera.
El 7 deJulio de1798 para ciertoshechosno valían lascronologíasdel Calendario Republicano los Estados Unidos declararon laguerraaFranciaen los mares deAmérica. Fue como un trueno queretumbaraen todaslascancilleríasde Europa. Pero la próspera, voluptuosa yensangrentadaisladeNuestraSeñoradeGuadalupe ignoró durantelargo tiempo una noticia que había decruzar dos vecesel Atlántico para alcanzarla. Cadacual seguía en lo suyo, quejándoseadiario deun verano que, aquel año, resultabaparticularmente caluroso. Algún ganado murió a causa deuna epidemia; hubo un eclipsede luna, la banda del Batallón de CazadoresVascos dio algunas retretas y se produjeron algunos incendios en los camposa causadeun sol quehabía resecadodemasiadolosespartos.Víctor HuguessabíaqueeldespechadoGeneralPelardyhacíacuanto leeraposiblepor desacreditarlo anteel Directorio, pero el Agente, pasadas las angustias deotros días, setenía por insustituible en su cargo. «Mientras yo puedamandar su ración deoro aesosseñores decía me dejarán tranquilo.» Seafirmabaen los mentideros dela Pointe-àPitrequesu fortuna personal ascendía amásdeun millón delibras. Hablábasedesu posible matrimonio con Marie-Anne-Angelique Jacquin. Fue entoncescuando, llevado por una creciente apetencia deriquezas, creó una agencia mediante la cual se aseguraba la administración delos bienesdelos emigrados, delasfinanzaspúblicas, del armamento de los corsarios y del monopolio de las aduanas. Grande fue la tormenta desatada por esa iniciativa, que afectaba directamente a una multitud de gente favorecida, hastaentonces, por su gobierno. En lasplazas en lascallescomentóse la arbitrariedad del proceder, en tal grado que fue necesario sacar la guillotina al aire libre, abriéndoseun nuevo aunque breveperíodo de terror, como oportuna advertencia. Los enriquecidos, los favorecidos, los funcionarios prevaricadores, los usufructuarios de propiedades abandonadas por susdueños, tuvieron que tragarse las protestas. Behemot se hacía comerciante, rodeándose de balanzas, pesas y romanas, que a todas horasvaloraban el caudal de lo engullido por sus almacenes. Cuando setuvo conocimiento de la declaración de guerra delos Estados Unidos, los mismos quehabían saqueado veleros norteamericanosecharon sobre Víctor Hugues la culpade lo que ahora veían como un desastre, cuyas consecuenciaspodían ser catastróficaspara la colonia. Como la noticiahabía tardado mucho en llegar, era muyposible quelaisla, ya rodeada debuquesenemigos, fueseatacadahoy, o esta misma tarde, o acaso mañana. Se hablabade unapoderosa escuadra salida deBoston, de un desembarco de tropas en la Basse-Terre, deun próximo bloqueo... Tal era la atmósfera de inquietud y de zozobra cuando, una tarde, el coche queVíctor Hugues usaba en sus paseos a las afuerasde la ciudad se detuvo ante la imprenta de los Loeuillet, donde Esteban trabajaba en corregir unas pruebas. «Deja eso le gritó el Agente por una ventanilla . Acompáñameal Gozier.» Duranteel trayecto sehabló desucesosnimios. Al llegar a la ensenada, el Agente hizo subir al joven auna barca y, quitándosela casaca, remó hasta laisleta. Ya en la playaseestiró largamente, descorchó una botella desidra inglesa y, con tono pausado, empezó ahablar. «Me echan deaquí. No hay otro modo dedecirlo: meechan de aquí. Los señores del Directorio pretenden que yo vaya aParís para rendir cuentas demi administración. Y eso no estodo: vieneun arrastrasables, el General Desfourneaux, para sustituirme, entanto queel infamePelardy regresatriunfalmente en calidad deComandante de las Fuerzas Armadas.» Se recostó en la arena, mirando hacia el cielo, que empezabaa ensombrecerse. «Falta ahora queyo entregueel poder. Aún tengo gente conmigo.» «¿Vas adeclarar la guerra aFrancia?», preguntó Esteban que, después delo ocurrido con los EstadosUnidos, creía aVíctor capaz decualquier arrojo. «A Francia, no. Si acaso, asu cochino gobierno.» Hubo un largo silencio, durante el cual preguntóseel joven por quéel Agente, tan poco dado a confiarse, lo había escogido paradesahogarsedel peso deunanoticiaquetodos ignoraban aún noticiacatastróficaparaquien jamáshubieraconocido revesesgraves en su carrera. Volvió a sonar la voz del otro: «Ya no tienes por qué seguir en la Guadalupe. Te daré un salvoconducto para Cayena. De ahí podráspasar a Paramaribo. Allá hay naves norteamericanas y españolas. Verás cómo te las arreglas.» Esteban contuvo su júbilo, temiendo caer en una celada, como lehabía ocurrido ya otravez. Pero ahora todo estaba claro. El hombre derribado explicaba que, desdehacía tiempo, ayudaba con envíos demedicinas, dinero y mercancíasa másde un deportado deSinnamary y deKurú. Sabía el joven quealgunos delos máximosprotagonistasdela Revolución estaban confinados en la Guayana, pero lo sabía demanera vagay confusa, puesto que en muchos casosselehabían citado los nombresde «deportados»queluego aparecían firmando artículosen laprensadeParís.Ignorabael desti rboisen el ámbito americano. De Billaud-Varennes había oído decir quecriaba papagayos en algún lugar, cerca deCayena. «Acabo de saber que este Directorio demierdaha prohibido quesemande nadaaBillauddesdeFrancia. Quieren matarlo dehambre y demiseria», dijo Víctor. «¿Billaud no fueuno delos quetraicionaron al Incorruptible?», preguntó Esteban. El otro searremangópararascarse el sarpullido quele enrojecía los antebrazos: «No es éste el momento de hacer reproches a quien fue un gran revolucionario. Billaud tuvo sus errores; errores depatriota. No dejaré quelo maten demiseria.» En lascircunstancias actuales no le convenía, sin embargo, queseletuvierapor unprotector del antiguomiembrodel ComitédeSaludPública.Loquepedíaal joven, acambio de su liberación, era queembarcase al día siguiente a bordo de la Venus de Medicis, goleta despachada aCayena con un cargamento de vinos y harina, para hacer llegar una importante suma dedinero a manos del amigo caído en desgracia. «Ten cuidado
alláconJeannet,el Agentedel Directorio.Metieneunaenvidiaenfermiza.Tratadeimitarmeentodo, pero sequedaencaricatura. Un cretino. Estuveapunto dedeclararlelaguerra.»Esteban observabaqueVíctor, siempresaludabledeaspecto, teníael cutis de un mal color amarillento. Yaleabultabademasiado el vientrebajo lacamisamal abotonada. «Bueno, petiot dijo, con repentina dulzura . Meteré en prisión a eseDesfourneaux cuando llegue. Y veremos lo que ocurre. Terminó para ti la gran aventura. Ahora regresarás atu casa; al almacén detu gente. Es un buen negocio: cuídalo. No sé lo que pensarás demí. Acaso, que soy un monstruo. Pero hay épocas, recuérdalo, queno sehacen para los hombres tiernos.» Tomó un poco dearena, haciéndola correr deunamanoalaotracomosi fuesenlasampollasdeunaclepsidra.«Larevoluciónsedesmorona.Notengoyadequéagarrarme. Nocreoennada.»Caíalanoche.Volvieronacruzar laensenaday,regresandoal coche, fueronalacasadegobierno. Víctor tomó uno sobres ypaquetes lacrados: «Esto esel salvoconducto, con dinero para ti. Esto es paraBillaud. Esta carta es paraSofía. Buen viaje... emigrado.» Esteban abrazó al Agente con repentino cariño: «¿Para quéte habrás metido en política?», preguntó recordando los díasen que el otro no hubiese enajenado aún su libertad en el ejercicio de un poder que sehabía vuelto, en fin de cuentas, una trágicaservidumbre. «Acaso porquenací panadero dijo Víctor. Es probablequesi los negros no hubiesen quemadomi panaderíaaquellanoche, nosehubierareunidoelCongresodelosEstadosUnidos,paradeclararlaguerraaFrancia.Si lanarizdeCleopatra...¿quiéndijoeso?...»Cuandosevionuevamenteenlacalle,caminodesualbergue,Estebantuvolasensación de vivir en futuro queproduce la proximidad delos grandes cambios. Sesentía extrañamente desvinculado del ambiente. Todo loconocidoyhabitualsetornabaajenoasupropiavida.SedetuvofrentealaLogiadelosCorsarios,sabiendoquelacontemplaba por últimavez. Entró en una taberna para despedirsede su presencia en aquel lugar, a solas, frente aun vaso deaguardientecon limón y nuez moscada. El mostrador, los barriles, el alboroto de las mulatas servidoras eran cosas del pasado. Se rompían los nexos. Volvíaa exotizarseaquel trópico dentro del cual, por tanto tiempo, habíaestado integrado. En la Plazadela Victoria, los ayudantes deMonsieur Anse trabajaban en desarmar la guillotina. Había terminado la Máquina en esta isla, su tremebundo quehacer. El relucientey acerado cartabón, colgado por el Investido de Poderesen lo alto de susmontantes, regresaba asu caja. Sellevaban la PuertaEstrechapor laquetantos habían pasado delaluz a la nochesin regreso. El Instrumento, único en haber llegado a América, como brazo secular de la Libertad, seenmohecía, ahora, entre los hierros inservibles dealgún almacén. En vísperasdejugarseel todo por el todo, Víctor Hugues escamoteabael artefacto queél mismo habíaerigido en necesidadprimordial, con laimprentay lasarmas, eligiendo tal vez, para sí mismo, una muerte en laqueel hombre, en supremaactitud deorgullo, pudiesecontemplarseen el morir.
GOYA
Cuando Esteban, cansado de andar de la Puerta deRemire ala Plazade Armas y dela Calledel Puerto a la Puerta de Remire, sesentó en un cipo esquinero, descorazonado por cuanto habíavisto, tuvo lasensación de haber caído en el asilo delocos -isla deCayena, le resultaba inverosímil, desquiciado, fuera delugar. Era cierto, pues, lo quele habían contado abordo de la Venus deMedicis. LasmonjasdeSaint-Paul-de-Chartres, encargadas del hospital, iban por lascalles con el hábito de su orden como si nada hubieseocurrido en Francia, velando por la salud derevolucionarios queno podían prescindir desusservicios. Los granaderos váyaseasaber por qué eran todos alsacianos dehablar pastoso, tan inadaptadosal climaqueno acababan suscarasdelargar erupcionesy furúnculos atodo lo largo del año. Varios negros, de los queahora se decían libres, eran expuestos sobre un tablado, con los tobillos fijos por argollas a una barra de hierro, para escarmiento dealguna holgazanería. Aunqueexistieseun asilo deleprosos en laIslaMalingre, muchosmoribundos vagaban asu antojo, mostrandopesadillasfísicasparaconseguir limosnas.Lamiliciadecolor eraunmuestrariodeandrajos;lasgentesestaban como aceitosas; todos los blancos dealguna condición parecían malhumorados. Después deconocer el garboso traje delasguadalupanas, no acabaEsteban de asombrarseante el impudor de las negrasque andaban por todas partes, de pecho desnudo hasta lascinturas lo cual erapoco grato dever, cuando setratabadeancianascon loscarrilloshinchadospor mascadasdetabaco. Y luego, había allí una nuevapresencia: la del indio de traza selvática, quevenía ala ciudad en sus piraguaspara ofrecer guayabas, bejucosmedicinales,orquídeasoyerbasdecocimiento. Algunostraíansushembrasparaprostituirlasenlosfososdel Fuerte,ala sombra del Polvorín, o detrásdela clausuradaiglesiadeSaint-Sauveur. Seveían rostros tatuados o embadurnados con extraños tintes. Y lo más raro eraque, a pesar deun sol quesemetía por los ojos, realzando los exotismos del cuadro, aquel mundo abigarrado, pintoresco en apariencia, era un mundo triste, agobiado, donde todo parecía diluirse en sombras deaguafuerte. Un Árbol dela Libertad, plantadofrenteal feoy desconchado edificio queservíadeCasadeGobierno, se habíasecadopor faltaderiego. En una casonademuchas galerías estabainstalado un Club Político fundado por los funcionarios dela Colonia; pero ni energías lesquedaban yapara repetir los discursos deotrora, habiendo transformado aquel lugar en un garito permanente, donde setallaban cartasal piedeun amoscabado retrato del Incorruptiblequenadiequeríatomarseel trabajo de descolgar, a pesar de los ruegos del Agente del Directorio, porqueestabafuertementeclavado en la pared por lasesquinas del marco. Quienesgozaban de bienes o prebendasadministrativas, no conocían más distracción que la deengullir y beber, reuniéndoseen interminables comilonas que empezaban a mediodía para prolongarsehasta lanoche. Pero en todo seechabademenos el bullicio, el tornasol defaldas, lasmodasnuevas, quetanto alegraban lascallesdelaPointe-à-Pitre. Los hombresllevaban trajesraídos, heredadosdel antiguo régimen, sudando tanto en suscasacasde paños espesos, que siemprelastenían mojadas en las espaldasy lasaxilas. Sus esposasllevabanfaldayadornossemejantesalosque,enParís,lucíanlasaldeanasdeloscorosdeópera.Nohabíaunaresidencia hermosa, una taberna divertida, un sitio donde estar. Todo era mediocre y uniforme. Donde parecía que hubiera existido un JardínBotánico, sóloseveíaahoraun matorral hediondo, basureroyletrinapública, revueltopor perrossarnosos. Mirandohacia el Continente, seadvertíalaproximidaddeuna vegetación densa, hostil, mucho másinfranqueablequelos muros deunaprisión. Estebansentíaunasuertedevértigoal pensarquelaselvaqueallí empezabaeralamismaqueseextendía,sindescansosni claros, hasta lasriberasdel Orinoco y lasriberasdel Amazonas; hasta la Venezuela delos españoles; hasta la Laguna deParima; hastael remotísimoPerú. Cuanto fuera amableen el Trópico delaGuadalupe, setornabaagresivo, impenetrable, enrevesadoy duro, con esos árbolesacrecidos en estatura quesedevoraban unos aotros, presos por sus lianas, roídos por susparásitos. Para quien venía de lugares tan lindamente llamados Le Lamentin, Le Maule, Pigeon, los mismos nombres del Maroní, del Oyapoc, del Appronague, cobraban una sonoridaddesagradable, mordedora, anuncio depantanos, crecientesbrutales, proliferacionesimplacables... Estebancon losoficialesdelaVenusdeMedicis,fueapresentar susrespetosaJeannet,entregándoleunaCartadeVíctor Hugues, quefue leídacon casi ostentoso desgano. El AgenteParticular del Directorio en Guayana eraimposiblepensar quecon tal facha fuese primo deDantón tenía unaestampa repulsiva, con su tez verdecida por una dolencia hepática y la ausencia del brazo izquierdo, que habían tenido queamputarlea consecuencia deunasmordeduras deverraco. Supo Esteban queBillaud-Varennes
había sido relegado aSinnamary, así como la masadedeportados franceses muchosdeellos confinadosen Kurú o en Conanama a quienes la entrada a la ciudad estaban prohibida. Allá decía Jeannet tenían tierras labrantías en abundancia y cuanto les fuera necesario para purgar, con el mayor decoro, laspenas impuestas por los distintos gobiernos revolucionarios: «¿Muchos sacerdotesrefractarios?», preguntó Esteban. «Haydetodo contestó el Agente, con estudiadaindiferencia : Diputados, emigrados, periodistas, magis-trados, sabios, poetas, curas franceses ybelgas.» Esteban no creyó oportuno mostrar curiosidadpor conocerelexactoparaderodedeterminadaspersonas.El capitándelaVenusdeMedicislehabíaaconsejadoquehiciera llevar el dinero destinado aBillaud-Varennes por personasinterpuestas. Y, en esperadelograrlo, tomó albergueen laposadade untal Hauguard,lamejor deCayena,dondeseofrecíanbuenosvinosyunacomidaaceptable.«Aquí nohafuncionadolaguillotina decíaHauguard, mientras lasnegrasAngessey Scholastique, recogidos los platos, iban por una botella detafia . Pero lo que nos gastamos acaso sea peor, porque másvale caer por un solo tajo que morir a plazos.» Y explicaba aEsteban cómo debía interpretarseaquellodelas«tierraslabrantías»presentadaspor Jeannetcomolaprovidenciadelosdeportados. Si enSinnamary, donde seencontraba Billaud, sellevaba una vida miserable, algo atemperada sin embargo por la proximidad de un ingenio de azúcar y algunas haciendas máso menos prósperas, los meros nombres deKurú, de Conanama, de Iracubo, eran sinónimos de muerte lenta. Confinados en áreas designadasde modo arbitrario, sin autorización para moversede allí, los deportados se hacinabanpor nueve,por diez,enbarracasinmundas,revueltoslossanosylosenfermos,comoenpontones,sobresuelosanegadizos, impropios para todo cultivo, sufriendo hambre y penurias, privados delos remedios másindispensables cuando algún cirujano, mandadopor el Agentedel Directorioengiradeinspecciónoficial, nolesrepartíaalgúnaguardienteamododepanacea.«Aeso dijo Esteban . Pero aquí vinieron a parar no pocos fusiladores deLyón, acusadores públicos, asesinos políticos; gente quellegó adisponer los cuerpos delos guillotinados en posicionesobscenasal piedelospatíbulos.»«Justosypecadoresandanrevueltos»,dijoHauguardespantandolasmoscasaabanicazos. Ibael joven apreguntarlepor Billaud, cuando un anciano andrajoso, nimbado por un vahodeaguardiente, seacercó alamesa, clamandoquecuantacalamidadagobiaraalosfrancesesestabamásquemerecida.«Dejequieto alseñor»,dijoel posadero, mostrandoalgúnrespetopor el corpulentoviejo, cuyaestampanocarecíaapesardelamiseria,deunaciertamajestad.«Éramoscomo patriarcas bíblicos, rodeadosdeproley deganado, amosdegranjasy deeras decíael intruso con un acento añejo, algorenqueante y pesado, que Esteban oía por vez primera . Nuestras eran las tierrasdela Prée-des-Bourques, del Pont-à-Bouts, de Fort-Royal, y tantas otrasqueno tuvieron parecido en el mundo, porquenuestra piedad nuestra gran piedad atrajo sobre ellasel favor de Dios.» Sepersignó lentamente, con un gesto tan olvidado en esta época, quepareció a Esteban el colmo dela originalidad: «Éramos los acadiensesdelaNuevaEscocia, tan fielessúbditos del Rey deFrancia, quedurantecuarenta años nos negamosafirmar uninfamepapeldondehabíamosdereconocer por soberanosalagordadeAnaEstuardoyaunReyJorge,que el Malditotendráenlosfuegosdesusmansiones.Y porelloadvinoel GranDesarreglo.Undía,lossoldadosinglesesnosarrojaron de nuestras casas, tomaron nuestros caballos y reses, saquearon nuestras arcas, y fuimos deportados en masa a Boston, o lo que era peor, a Carolina del Sur o a Virginia, dondesenos trató peor que alos negros. Y a pesar de la miseria y dela inquina delos protestantes y del odio de todos los quenos veían andar por las callescomo mendigos, seguíamos alabando a nuestros Señores: el quereina en los Cielos y el que, de padre a hijo, reina en la Tierra. Y como la Acadia no volvía aser lo quefuera cuando eran nuestros arados bendecidos por el Altísimo, cien veces nos ofrecieron la restitución de nuestras tierras, de nuestras granjas, a cambiodel sometimientoalaCoronaBritánica.Ycienvecesrehusamos,señor.Al fin,despuésdequedardiezmados,derascarnos con latejadeJob y deyacer entrecenizas, fuimos rescatados, por lasarmadasdeFrancia. Y llegamosanuestro lejano país, señor, segurosdesersalvados.Peronosdispersaronentierrasmalasynoatendieronnuestrosreclam no la tiene el buen Rey, que acaso ignora nuestras miserias presentes y no puede figurarse lo que fue la Acadia denuestros estaGuayanadondeel suelohablaun lenguajedesconocido. Hombresdel abeto y del acre, dela encina y del abedul, nos vimosaquí donde cuanto brota yretoña esengendro maligno; donde la labranza dehoy es malograda, en una noche, por la obra del Diablo. Acá, señor, la presencia del Diablo se manifiesta en la imposibilidad de establecer un orden. Lo quesehacerecto setorna curvo, o lo quedeberla ser curvo sevuelve recto. El sol, que era vida y alegría en nuestra Acadia, después delos deshielos dela primavera, sehace maldición en lasorillasdel Maroní. Lo que allá servía para hinchar lasmieses,sehaceaquí elazotequeahogaypudrelasmieses.Mequedaba,sinembargo,elorgullodenohaber abjurado de mi fidelidad al Rey deFrancia. Estabaentre franceses que, al menos, me miraban con respeto, por haber pertenecido a un pueblo libre como no hubo otro y que, sin embargo, prefirió la ruina, el destierro y la muerte, antes que faltar a su fidelidad... Nuestras, señor, eran lastierras dela Prée-des-Bourques, del Pont-à-Bouts, dela Grand Prée. Y un día fueron ustedes, franceses ygolpeabael borracholamesaconnudosospuños ,quienesseatrevieronadecapitar anuestroRey,produciendoel Segundo Gran Desarreglo, que habría de despojarnos dedecoro y dignidad. Me vi tra nemigo de no sé qué, de
contra no séqué, que llevo másde sesenta años padeciendo por no querer ser sino francés; yo, que perdí mi heredad y vi morir a mi mujer, despatarrada por un parto malo, en la cala deun buque-prisión, por no renegar demi patria, y demi fe... Los únicos franceses quequedan en el mundo, señor, son los acadienses. Los demássevolvieron unos anarquistas sin obediencia aDios ni a nadie, quesólo sueñan en terminar revueltos con los lapones, los moros y los tártaros.» Echó mano el viejo a unabotella de tafia,y,vaciándoseunenormelamparazoenel gaznate,fueacaer sobreunossacosdeharinadondesedurmiódebruces,rezongando acercadelos árbolesqueenesta tierrano sedaban... «Es cierto quefueron grandesfranceses dijo Hauguard . Lo malo es que siguen vivos en una época que no es la suya. Son como gente deotro mundo.» Y pensaba Esteban en lo absurdo del encuentro, enlaGuayana,deestosacadiensesconvencidosdelainmutablegrandezadeunrégimencontempladoensuspompas yalegorías,retratosysímbolos,conotroshombresque,detantoconocerlasflaquezasdeesemismorégimen,habíanconsagrado susvidas ala tarea de destruirlo. Había Mártires por la Distancia, quenunca entenderían a los Mártires por la Cercanía. Quienes nunca habían visto un Trono, selo figuraban monumental y sin fisuras. Quieneslo habían tenido delante delos ojos, conocían sus resquebrajamientos y desdorados... «¿Qué pensarán los ángelesde Dios?», dijo Esteban, con una pregunta quedebió parecer aHauguard el colmo delaincoherencia. «Quees un solemnemajadero respondió el otro, riendo en los últimos díasde su vida, no hizo sino reclamar su ayuda.» Y supo entoncesEsteban cuál había sido el lamentable fin del fusiladordeLyón.Al llegaraCayena,habíasidoalojado,conBillaud,enel hospital delasmonjas,ocupando,por cruelcasualidad, una celda llamada«Sala de San Luis» él, que había pedido la condena inmediata, sin aplazamiento, del último de los Luises. Desdeel comienzo sehabíaentregado desaforada-mentealabebida,garabateando, enlastabernas,deshilvanadosfragmentos de una verídicaHistoria dela Revolución. En noches deborrachera, llorabasu desventura, su soledad en este infierno, con mímicas y paroxismos decómico viejo queexasperabanal austero Billaud: «No estásenun escenario legritaba . Guarda al menos tu dignidad pensando que, como yo, has cumplido con tu deber.» El latigazo de la reacción termidoriana, al alcanzar tardía-mente lacolonia,excitóalosnegroscontralosantiguosmiembrosdel ComitédeSaludPública.Nopodíansalir alascallessinser objeto debefaseinsultos:«Si hubiesequeempezar denuevo decíaBillaud entredientes noprodigaríalalibertadahombresqueno saben a quéprecio se alcanza; abrogaría el Decreto del 16Pluvioso del Año II.» («Gran orgullo deVíctor fue traerlo a América», pensabaEsteban.) Jeannet hizo salir a Collot dela población, confinándolo en Kurú. Allí, entregado al alcohol, el Buen Padre Gerard vagabapor los caminos, con lacasacarota ylos bolsillos llenos decuartillassucias, interpelando alasgentes, tumbándose a dormir en los fosos, armando escándalos en lasfondas dondele negaban el crédito. Una noche, creyendo acaso que se trataba de aguardiente, bebió una botella demedicamento. Medio envenenado fue despachado aCayenapor un oficial de salud. Pero los negros encargadosdesu traslado lo abandonaron en el camino, tratándolo deasesino de Dios y delos hombres. Derribado por una insolación, sevio llevado, por fin, al Hospital delasMonjasdeSaint-Paul de Chartres, dondeletocó yacer, por segundavez, en la Sala deSan Luis. A gritos empezó a llamar al Señor y a la Virgen, implorando el perdón de sus culpas. Los clamores eran tales que un guardia alsaciano, enfurecido por esearrepentimiento postrero, le recordó que, un mes antes, lo había inducido todavía ablasfemar el santo nombre dela Madre deDios, diciéndole además quela historia deSanta Odilia erauna mera patraña inventadaparaembrutecer al pueblo. AhoraCollotpedíaunconfesor,pronto, cuantoantes,sollozanteyconvulso, gimiendoque sele abrasaban las entrañas, quelo devorabala fiebre, que yano habría salvación para él. Al fin rodó al suelo, y sefue en un vómito desangre. Jeannet seenteró de sumuertecuando jugabaal billar con algunos funcionarios: «Quelo entierren. No merece mayores honores que un perro», dijo, sin soltar el taco enfilado a buena carambola. Pero el día desu sepelio, un alegre estrépito de tambores llenabala ciudad. Los negros, bien enteradosde que algo había cambiado en Francia, habían pensado, aunquetardíamente,encelebrar suCarnaval deEpifanía,olvidadodurantelosañosdel ateísmooficial. Desdetempranosehabíandisfrazado de Reyes y Reinas del África, dediablos, hechiceros, generalesy bufones, echándose alascallescon calabazos, sonajasy cuanto pudiera golpearsey sacudirseen honor deMelchor, Gaspar y Baltasar. Los sepultureros, cuyos piesseagitaban impacientemente al compás de las músicas lejanas, cavaron a toda prisa una fosa exigua, donde metieron a empellones el ataúd detablas rajadas, cuyatapa,además,estabamediodesclavada. A mediodía,mientrassebailabaentodaspartes,aparecieronvarioscochinos, delos plomizos, pelados, orejudos; de los de trompa afilada y hambre perenne, que metieron el hocico en la sepultura, encontrando buena carne trasde unamadera yavencida por el peso de la tierra. Empezó la inmundaralea, sobre un cuerpo removido, empu jado, hurgado por laavidez delasbestias. Algunasellevó unamano quelesonabaabellotasentrelosdientes. Otrasseensañaron en la cara, en el cuello, en los lomos. Y los buitresqueya esperaban, posadosen las tapias del cementerio, acabaron con lo demás. Así terminó la acadiense que, sentado sobre un saco deharina, había escuchado el fin del relato, rascándoselas sarnas.
Pocos díasbastaron a Esteban para advertir queVíctor Hugues sehabía mostrado harto optimista al decirle que el viaje deCayena aParamaribo, en tales momentos, era unaempresa fácil. Jeannet, envidioso de la prosperidad de la Guadalupe, también tenía sus corsarios: pequeños patronesrapaces, sin el empaque ni la talla deun Antoine Fuët, que searrojaban sobre cualquier embarcación solitaria o extraviada, justificando el nombre de «Guerra de los Brigantes» con que los norteamericanos denominaban ya la acción marítimade los franceses en el Caribe. Y, para procurarsedinero, Jeannet vendía en Surinam, a cualquier precio, lo que tales gentes le traían. Por lo mismo, sólo otorgaba ahombres de su confianza, partícipes desusnegocios, los salvoconductos necesarios parapasar a tierra holandesa. Explicaba su rigor afirmando que con ello seevitaban fugas dedeportados comolasquehabían tenido lugar mesesantes, graciasalacomplicidaddealgún enemigodel régimen. En Cayena, por lo demás, no agradaban las carasnuevas. Todo forastero era mirado deantemano como un posible espía del Directorio. Si Esteban no llamaba la atención era porqueseletenía por un tripulantemás dela Venus deMedicis, quepermanecía anclada en espera de carga. Pero le llegaría el día dezarpar, haciéndoseinevitable el regreso a la Pointe-à-Pitre, donde acaso sehabía encendido una guerracivil o trabajaban los mecanismos inquisitorialesdel Terror Blanco. El joven, de sólo pensarlo, teníacomo unasensación dederrumbeinterior. Dábaleel pulso un sordo embate, y algo seledesplomabaen medio del pecho, dejándolo sin respiración. Un miedo, hasta ahora desconocido, se apoderaba deél, habitándolo como una enfermedad. Ya no podía dormir una noche entera. Despertaba, a poco de acostarse, con la impresión de quetodo lo oprimía: lasparedes estaban ahí para cercarlo; el techo bajo, para enrarecer el aire querespiraba; la casaera un calabozo; la isla unacárcel; el mar y la selva, murallasde una espesura inmedible. Lasluces del alba le traían un cierto alivio. Selevantaballeno devalor, pensando quehoy ocurriría algo; quealgún sucesoimprevistoleabriríaloscaminos.Pero amedidaquetranscurríaundíasinperipecias,erainvadidopor unadesesperanza que, al crepúsculo, lo dejaba sin ánimo y sin fuerzas. Se desplomaba en su lecho, quedando en una inmovilidad tal pétreo, incapaz de hacer un gesto, como si el cuerpo lepesara inmensamente quelanegraAngesse, creyéndolo debilitado por algún acceso defiebreintermitente, le vaciaba cucharadasdepócima quinadaen la bocapara reanimarlo. Veníale entonces el pavor ante la soledad y, bajando al comedor de la posada, mendigaba la compañía de cualquiera Hauguard, un bebedor jovial, el acadiensedebíblicas recordaciones... paraaturdirsehablando... En eso sesupo queJeannet habíasido destituido por el Directorio en favor deun nuevo agente, Burnet, que según sedecía mucho estimaba aBillaud-Varennes. La noticia fue recibida con espanto por los funcionarios delacolonia. Temerosos dequelos confinadosdeSinnamary denunciaran abusosy depredaciones, seenviaron medicamentos y víveresa los de mayor personalidad y ejecutoria, cuyasacusacionespodían alzarse hasta los oídosdel nuevo mandatario Dábaseel caso raro de quelos últimosjacobinos, perseguidos en Francia, levantaran la cabezaen América, inexplicablemente favorecidos por otorgamientos depoderesy nombramientos oficiales. De repente seestablecía un tráfico activo entre Cayena, Kurú y Sinnamary, que Esteban creyó oportuno aprovechar para deshacersedelos paquetesy cartas queVíctor Hugues le había confiado. Nada le impedía destruir el contenido delos bultos envueltos en lonascosidas, ni apoderarse delos valoresencerradosen las cajas lacradas quecompletaban la encomienda. Con ello se libraría deun bagaje siempre comprometedor en épocadepesquisas policiales, sin tener que rendir cuentasde su fea acción, menos fea ahora cuando la situación del Máximo Deportado cambiabade cariz. Billaud-Varennes, por otra parte, era un personaje que le inspiraba una tenaz aversión. PeroEstebanpor muchohaber frecuentadolosmediosrevolucionarios,sehabíavueltosupersticioso.Creíaqueciertos alardesdesaludo dedichatraíanlaenfermedadoladesventura.Creíaqueel destinoerasiempreduro conquienessemostraban demasiado confiadosen su suerte. Y creía, sobretodo, queel incumplimiento de un encargo, o, en ciertos casosel mero hecho de no molestarseen ayudar aquien fuesedesdichado podía producir unaparalización deenergías o corrientes favorables alapropia persona, culpable deegoísmo o dejadez ante alguna Fuerza Desconocida, pesadora deactos. Y al ver que no hubiese hallado un modo,siquieranovelesco,depasaraParamaribo,pensabaquepodríanvolverlascircunstanciasasufavor, afanándoseencumplir el encargo deVíctor Hugues. A falta deotro confidente, sefranqueó con Hauguard, hombre acostumbrado avérselascon gentes de muy distinta lanaqueiba de objetodeundesprecio general,acausadesualcoholismo,desussollozosdehistriónfracasado,desuscobardíaspostreras, Billaud
sesentía rodeado de un odio que, lejos deintimidarlo, tenía el poder de estimular un orgullo que asombrabaa los mismos que, por indirecta u olvidada orden suya, sufrían los rigores dela deportación En medio de tantos desalentadosy arrepentidos, de tantos debilitados y amargados, el Implacable de ayer se negaba a toda claudicación, solitario y huraño, tallado de una pieza, afirmando que si la Historia, dando un salto atráslo volviera a situar ante las contingenciasvividas, actuaría exactamente como antes. Era cierto que criaba loros y cacatúas; pero era para poder decir, a modo de sarcasmo, que sus aves, como los pueblos, repetían todo lo queselesquisiera enseñar... Esteban hubiera querido evitarseel viaje aSinnamary, entregando lo queguardaba, a alguna persona deconfianza, conocida por el posadero. Para gran sorpresa suya, Hauguard le aconsejó que hablara con la SuperioradelasMonjasdeSaint-Paul deChartres, a quien Billaud- Varennesestimabagrandemente tratándolade«muy respetablehermana», desdequehabía sido atendido por ella durante una graveenfermedad contraída a poco dellegar a la colonia... Al díasiguiente,fueintroducidoel jovenenunaangostasaladel Hospital,dondesedetuvo,atónitoanteungrancrucifijo,colgado frente auna ventana abierta sobre el mar. Entre cuatro paredes blancas, pasadas a pintura decal, donde no había más muebles quedos taburetes, el uno depeludo cuero deres, el otro decrinestrenzadas materiadel Buey, materiadel Asno , el diálogo entreel OcéanoylaFiguracobrabaunpatetismosostenidoyperenne, situadofueradetodacontingenciaylugar. Cuantopodía entreLuces,Engendrosy Tinieblas, estabadicho por siempredicho enloqueibadeunaescuetageometríademaderanegra alainmensidadfluidayUnadelaplacentauniversal, conaquel CuerpoInterpuesto,entrancedeagoníayrenacer... Tanto tiempo hacíaqueEsteban no seencontrabacon un Cristo queteníalaimpresión decometer un acto íntimamentefraudulentoal mirarloahora,demuycerca,comoquiensehubieraencontradoconunviejoconocido,vueltosinpermiso delasautoridades auna patria común dedonde hubiesesido desterrado. Por lo pronto, aquel personajehabía sido el testigo y confidente desu infancia; estabapresente aún en la cabecera decada camade la remota casapaterna, donde se estaría esperando el regreso de un Ausente. Y luego, era el recuerdo de tantas cosasque se sabían ambos. Ni palabras hacían falta para hablar de ciertahuidaal Egiptoydelanochefamosaenelestablo,con tantosreyesypastores(ymeacuerdoahoradelacajademúsicacon supastora,traídaami cuarto por aquellosReyesenunaEpifaníaquemefueraparticularmentedolorosaacausadelaenfermedad) y de los mercaderesque vendían barajitas en los portales del templo y de los pescadoresdel lago (semejanteslos veía yo a unos, andrajosos y barbudos, quepregonaban calamaresfrescos en mi ciudad) y de tempestadesaplacadas y delos verdes ramos deun Domingo (Sofía me traía los quele daban las clarisas: eran dehoja depalma real, mullida y amarga; permanecían húmedas, trenzadasen los barrotes demi cama, durante varios días), y también del máximo pleito, y de la sentencia y dela enclavación. «¿Cuánto tiempo hubiera soportado yo?», sepreguntabaEsteban, desde niño, al pensar queunos clavos, traspasando el centro delamano,no debíandoler tanto.Y habíaprobado,cienveces,hincándoseconunlápiz,conunaagujadebordar, conel picode una alcuza, empujando yhundiendo, sin mucho sufrir. Con los pies, lapruebaseríamásardua, sin duda, acausadel espesor. Era posible, sin embargo, quelacrucifixión no hubiesesido el peor de los suplicios inventados por el hombre. Pero laCruz era un Ancora y era un Árbol, y era necesario queel Hijo de Dios padeciera su agonía sobre la forma que simbolizaba ala vez la Tierra y el Agua lamaderay el mar, cuyoeterno coloquio habíasorprendido Esteban, aquellamañana, en la angostasaladel Hospital. Saca-dodesusreflexionesintemporalesporuntoquedecornetaarrojadodesdeloaltodelafortaleza,pasóbruscamenteapensar que la debilidad dela Revolución, que tanto atronaba el mundo con lasvocesde un nuevo DiesIrae, estaba en su ausencia de dioses válidos. El Ser Supremo era un dios sin historia. No lehabía surgido un Moisés con estatura suficiente para escuchar las palabrasdelaZarzaArdiente,concertandounaalianzaentreel Eterno ylastribusdesupredilección.Nosehabíahechocarneni habíahabitadoentrenosotros.A lasceremoniascelebradasensuhonor faltabalaSacralidad;faltabalacontinuidaddepropósitos, la inquebrantabilidad ante lo contingente einmediato que inscribía, en una trayectoria desiglos, al Lapidado deJerusalemcon los cuarenta Legionarios de Sebastos; al Arquero Sebastián, al Pastor Ireneo, los doctores Agustín, Anselmo y Tomás, con el moderno FelipedeJesús, mártir deFilipinas, por quien varios santuarios mexicanos seadornaban deCristos chinos, hechos de fibra de caña deazúcar, con tales texturas de carne que la mano, al tocarlos, retrocedía ante una ilusión de pálpito aún viviente en laheridadeLanza únicaLanzadetal suerte enrojecida que se les abría en el costado... Sin necesidad deorar, puesto que no tenía fe, Esteban secomplacía en la compañía del crucificado, sintiéndosedevuelto a un clima familiar. Aquel Dios le pertenecíaporherenciayderecho;podíarechazarlo,peroformabapartedel patrimoniodelosdesuraza.«Buenosdías»,ledijojovialmente, a inedia voz. «Buenos días», respondió, detrásdeél, la voz queda dela Superiora. Esteban, sin mayorespreámbulos, le expuso el objeto desuvisita. «VayaaSinnamary como emisario nuestro ledijo la religiosa y busqueallá al Abate Brottier, a quienpuedeconfiarsusencomien-das.Esel únicoamigoseguroquetiene,enestacolonia,el Señor Billaud- Varennes...»«Decididamente pensóEsteban , aquí ocurren cosas muy raras.»
La deportación, era muy cierto, había transformado Sinnamary en un rarísimo lugar, que tenía algo deirreal y dé fantástico, dentro delasórdidarealidaddesusmiseriasy purulencias. En medio deuna vegetación delos orígenesdel mundo, aquello era como un Estado Antiguo, asolado por la peste, transitado por los entierros, cuyos hombres, vistos por un Hogarth, animaran una perenne caricatura desus oficios y funciones. Ahí estaban los Sacerdotes, con sus libros prohibidos nuevamente sacadosalaluz,queahoracelebrabansusmisasenlaCatedraldelaSelva:casacolectivadeindios,cuyasalacomúnteníaalgode navegótica, con sus empinadas vigueterías, sosteniendo una alta techumbre de hojas de palmera. Ahí estaban los Diputados, siempre divididos, discutidores, cismáticos, invocando la Historia, citando textos clásicos, dueños del Ágora queeraun traspatio de fonda, bordea-do por corralescuyos cerdos asomaban la trompaentre las rejas cuando lasdiscusionesseacaloraban demasiado. Ahí estabael Ejército, representado por el increíble Pichgru Pichgru eraun personajequeEstebanno acertabaaintegrar en el personajeguayanés que daba órdenes auna armadade espectros, olvidando que un Océano lo separabade sussoldados. Y, en mediodetodos, taciturno, aborrecidocomoun Atrida, estabael Tiranodeotrosdías, aquien nadiedirigíalapalabra, sordo, ausente, indiferente al odio quesuscitabasu presencia. Los niños sedetenían al paso del ex Presidentedelos Jacobinos, ex Presiden-te dela Convención, exmiembro del Comité deSalud Pública: del hombre que había aprobado las matanzas deLyón, de Nantes, deArras, firmante delasLeyes dePradial, consejero deFouquier- Tinville, queno vacilara en pedir lasmuertes deSaint Just, de Couthon y del mismo Robespierre, luego de empujar a Dantón haciael cadalso todo lo cual no eramucho paralos negros deCayena, sin embargo, al lado del matricidio que significaba, para ellos, la decapitación de unaReina quehabía sido, según sela imaginaban, la Reina dealgo tan enormecomo erala Europa. Y, hecho singular, todo aquel pasado detragedia, vivido enel másvasto escenario del mundo, conferíaaBillaud-Varennesuna escalofriantemajestad, depoder de; fascinación ejercido sobre laspersonasquemás lo detestaban. Mientrasotros, que hubiesen podido ser tenidos por sus amigos, sealejaban, ostentosamente deél, a su casaseacercaban, de pronto, con los másraros pretextos, algún andrajoso cura bretón, un antiguo girondino, un terrateniente arruinado por la liberación de esclavos, o un fino abate deespíritu enciclopédico como este Brottier, a cuya puerta tocabaEsteban ahora, luego del tedioso viaje en goletaa lo largo de unacosta baja, cubierta de marismas y manglares. Quiensalióarecibir aljovenfueuncultivador suizo conencendidanarizdebebedor devinoblanco,llamadoSieger,queesperaba al Abate: «Estáasistiendo a varios agonizantes dijo . Ahora queel cerdo de Jeannet seha resuelto a mandarlesmedicinas, garbanzos y anís, escuando los deportados revientan a razón de diez a docepor día. Cuando llegueBurnet, esto no será sino un vasto cementerio, como lo esya Iracubo.» Supo Esteban entoncesque Billaud estaba tan confiado en la protección del nuevo Agente del Directorio que ya se disponía a ocupar un cargo importante en la colonia, redactando en es-pera de ello un programa dereformas administrativas. Ceñudo, imperturbable, paseaba aquel Orestes por los alrededores deSinnamary, en horasdel atardecer, conservando unacorrección vestimentaria quecontrastabasingularmente con el descuido creciente deotros deportados, cuyos meses depadecimiento hubieran podido contarse, a simple vista, por el grado de miseria y abandono de sus atuendos.Losreciénllegadosseacorazabandedignidad,agigantadospor eltraje,enunmundodeseresencorvadosydesnudos. Rodeadodeimplorantesydevencidos,alzabalafrenteel Magistrado,prometiendoqueprontoseleveríaenParís,confundiendo y castigando a sus enemigos; lucía sus paramentos el Jefe Militar en desgracia, hablando de«sus»oficiales, «sus»infantesy cañones.SentíaseRepresentantedelPuebloquienhubieradejadodeserloparasiempre;componíapiezassatíricasycantosvengadores el Autor olvidado, a quien susmismos parientestenían por muerto. Cada cual sedabaa escribir Memorias, Apologías, Historias delaRevolución,incontablesTeoríasdel Estado,cuyascuartillaseranleídasencorro, alasombradeunalgarroboo deunmacizo de bambúes. Esta exhibición de orgullos, inquinasy despechos, en medio de la maleza tropical, se hacía unanuevaDanza Macabra, dondecadacual,ostentandoGradosyDignidades,estabayaemplazadopor el hambre,laenfermedadylamuerte.Confiaba éste en la amistad de un alto personaje; el otro en la tenacidad de un abogado; el de másallá, en unainminente revisión de «su caso». Pero, vueltos a sus chozas, comenzaban a verse los pies roídos por insectos que lessocavaban las uñas, y cada mañana salíanloscuerposdel sueñoconnuevasllagas,abscesosysarnas.Al principiosiempresucedíalomismo:cuandolosdeunanueva
hornada hornadaconservaban alguna energía, nergía, seconstituí constituían an en comunidade comunidades rousseauni rousseauniana anas, re repartiéndose partiéndosetareas, imp imponiéndose oniéndosehorahorarios y discipli disciplinas nas citando citando lasGeórgicas, Geórgicas, para para infundi infundirrsevalor. or. Sereparabalachozadejada adalibre por por la la muerte rtedesusúlti últim mos moradores moradores;seiba ibaporleña leñaypor agua,mientras mientraslosmásseentreg entregabanalatarea tareadetalar, rotur roturar arysembrar. brar.Con Conayudadelacaza y dela pesca, se contaba contaba alcanzar el ti tiempo dela prime primera cosecha. Y como no podía podía el Magistrado strado ensuciar nsuciar su única única casaca, ni el Jef Jefe Mili Milittar desluc lucir su unifo iforme, se pasaba al trajede paño burdo rdo, al capisa isayo de estameña, pron ronto manchados por resina inas y savias viasvegetalesde las que quedesafiab afiaban cualquier quier lejí lejía. a. Cobrab Cobraban todos un aspe aspecto de labrie labri egosalo Le LeNain, ain, con las lasbarbas hir hirsutas ylos losojos ojoscadavezmás máshundidos hundidosenelrostr rostro. o.La LaMuerte,dil diligenteylab labori oriosa,actuabayaenelcuadro desuslabranzas, anzas,ayudando a deshierbar, a remover la tie tierra, a aventurar nturar las lassemillasen el surco. Com Come enzaba nzaba éste atener cal calenturas nturas; el otro otro a vomitar bil bilis verdosas; el demás allá asentir ntirseel vie vientre ntre hinchado y revuelto. Lasplanta plantas selváti vática cas, s, entretanto, invadí nvadían y volví volvía an a inva invadi dirr laszonas taladas, cuyas plantas eran roídas roídas, al nacer, por cien cien especies ciesde alimañas. Y eran yamendigos ndigosmacil cilentos los los que aún seempeñaban en sacar algo algo del suelo, cuando cuando reve reventaba ntaban unas unas l uvias uvias tan densas y encarni ncarnizadas, zadas, que una mañanaseamanecía cía en las lasvivi vivienda endas con el aguaa medias piernas, piernas, en medio de ríos ríos desbordaborda-dos, dos, de pastos queya no podían podían sorber más. más. Ese Eseera el momento escog escogido por por los los negros paraarrojar arrojar sus malefici aleficios ossobre sobre los improvisa improvisadoscolonos, colonos, a quienes quienes tenían por intrusos ntrusos, arbitr arbitrari ariam amente instal nstalados ados en tie tierras cuyapropie propiedad dad eventual re reclamab clamaban pa para sí mismos. A cadadespertar, el Magistrado, el Jef JefeMili Milittar,el Representantedel Pueblo, lo, seencontraban amenazadospor extrañascosas, tan escalof lofria riantescomo ind indescifr ifrables; un cráne cráneo derescon los los cuernos pintados pintados derojo, ojo, plantado plantado frente frentea la choza; o eran calabazas llllenas dehuesecillos, granos de maíz y lilimallasdehierr hierro; o; o eran piedras, piedras, en for formaderostros, ostros, en las cualeshabían encajado conchas amodo deojos ojos y dientes. Había guij uijarros arros envueltos nvueltos en paños ensangrentados; gallinasnegrascolga colgadasdeun dintel dintel,, cabeza abajo; o bien bien lazos decabell ellos humanos humanos, fij fijos en la la puerta rta por un clav clavo un clavo ignorado, dondetodo cla clavo tení tenía a su precio, hundido hundido poco poco antes, sin sin que sonara un martil artillazo. Una Una atmósfera demalefici eficios os envolví nvolvía a alos deportados, portados, bajo las lasnubesnegrasqueparecían parecían pesar sobre sobrelos techos. techos. Recordaban algunos, par para tranquili tranquilizarse, a las lasbrujas brujasde Bretaña Bretañao los los dañosos del Poiou, Poiou, aunquesin poder poder concili conciliar ya un sueño apacibl cible, e, al saberserondados, vigil vigilados ados, visi visitados tados por por ofici ofi ciantes antesnocturnos nocturnos quenunca dejaban huellas y se valían valían de signos misterios riosos os para afirma afirmar su prese presencia. Horada Horadados por por una poli polillla invisibl invisible e, el uniforme uniformedel Jefe Mi Militar, tar, la ca casaca de del Magistrad gistrado, o,la laúltim últimacamisadel Tribuno, ri buno,seque queda dabanenlas lasmanos,unbuendía,enjjiirones, ones,cuando cuandoun crótalo, crótalo,oculto ocultoenla lamaleza, no zanjaba zanjabalasituaci situación ón con la la rapidez rapidezdesu im implaca placable bleproyec proyección ción deresorte orte lanzado por un pot pote ente empuje dela col cola. a. En pocos meses, el sobe soberbio Mag Magistrado, el engreído Je Jefe Mi Militar, el Tribuno ribuno deotros otros tie tiempos, el el Repres Represe entantedel Pue Pueblo, el Sacerdote refractari refractario, o,el AcusadorPúbli Público, co,el el Poli Policía-de cía-de-las-denuncias s-denuncias,el Influye nfluyentente-de-antes, ntes,el el Aboga Abogado-de do-de-las-compone s-componendas,el Monárquico quicoRenegadoyel Babuvista uvistaempeñadoenaboli abolir lapropied propiedadprivada privadasehabíantrans transfor formadoenlam lamentablescosas,envueltas envueltas en andrajos, quesearras arras-trab traban hacia una tumba tumbade barro arro fr frío, cuya cruz y apellido serí serían an borrad borrados os dela tie tierra rra al reventar la las próxi próxima mas lluvi lluvias as. Y, Y, como si todo esto fues fuesepoco, abatías tíasesobre estos campos deaniquil aniquilamiento el vuelo rapaz delos íínf nfiimos funcionari funcionarios os coloniales coloniales, tr trafica aficantes dela roña que, a camb cambio del envío de una una carta, rta, de la promesade traer a un cir cirujan ujano, o, de consegui guir algunapócim pócima, tafia tafiao alimento, sellevaba vaban el anil anillo dematri trimonio, onio, un dije dije, un medallón defamilia algunapertenenci nencia defendida hasta la extenu extenuac aciión como últim último asi asidero par para hallar una razón devivi vivir. r. Yacaíalanochecuando Sieger, cansado deesperar,propuso aEsteban quepasaran por lacasadel Aborre rrecido ido, donde era probable probablequeestuvies tuviese el Abate Brotti Brottier. er. Esteb Esteban no habí había mostrado ostrado interés, interés, hastaahora, en ver personalme personalmente al al demasiado famoso famosodeportado;perola lanotici noticia adequeéstedisfr disfrutarí utaría aprontodealgunaautor autoriidad dadenCayenalo decidi cidió óaace aceptarla laproposici proposición ón del suizo. Y, con una me mezcla de curiosidad curiosidad y de miedo, entró entró en la la casa destartalada rtalada, aunquetenida en extr extra aordina ordinarria lilimpie pieza, dondeBi Billaud, aud,con ojos ojosquerefle flejabanunte tedio diodemeses,sentadoenunabutaca butacaroída roídapor por el comején,le leíaperiódi riódicos cosviejos. viejos.
GOYA
Había algo dela dignida dignidad d de un un re rey destronado destronado en la la deferencia algo dista distante con queel Terri rrible de otros días díasrecibió cibió los envíos nvíos de Víctor Hugue ugues. No No pareci pareció interes interesarsemayormente por sabe saber lo que contenían contenían los los bultos ni las cajas lacradas, brindando brindando a Esteban Esteban un puesto en su mesay una cama prudente prudenteme mente califi calificada cadade «lacedemonia» onia» para pasa pasar la noche. noche. Preguntó lueg luego si en la la Guadalupe Guadalupe setenían tenían notici noticias asqueno hubies hubiesen lleg llegado a«esta sentina entina del mundo»queera Cayena. Y al enterarseque queVíctor Hugueshabía bíasidollllamadoaParí Paríspararendir rendir cuentas cuentasdesugobierno, obierno, sepusodepie, pie,montandoenrepentina ntina cóle cólera: «¡Eso! «¡Eso!...... ¡Eso! Loscretinos cretinos aniquil niquilarán aránahora horaaquie quien im impidi pidió ó quelaisla se sevolvi volvie eseunacoloni colonia ainglesa. Ahora Ahoraperderán la Guadalupe, Guadalupe, en espe espera deque la pér pérfida fida Albi Albión ón les lesarreb arrebate esta esta Guayana Guayana.» («S («Su idi idioma oma no ha camb cambiado mucho», pensaba Esteban, recordando quehabí había trad traduci ucido dounfamoso discu discurrsode deBil Billaud auddondeinvectiva ctivaba baa«Lapé pérfida fidaAlbión», bión»,que quepretendí pretendía a asegurarse urarseel domini dominio o delos mares«cubr «cubriendo el Océano con susfor fortaleza talezas flotantes.») flotantes.») Pero Pero en eso llllegó el Abate Brotti Brottier, er, muy alterado alteradopor algoqueacababadever:para parasepultar pultar másrápidam rápidamentealosmuerto muertossdel día, día,los lossoldados soldadosdelaguarnici nición ónnegrade Sinnam Sinnamary ary les lescavaban unasfosasescandal candalosamente insufi insufici ciente entess saltando sobre el vie vientre ntredelos cadáverespara meterlos terlos ala fuerza fuerza en huecosdonde apenas si cabría cabría unaoveja. En otr otros lugares no sedaban si siquiera quiera el trab trabajo de car cargar con los los cuerpo cuerpos, s, arras arrastrándol trándolos os por los los pies hastael luga lugar del sepelio. «Y todavía todavíadejaron dejaron acinco cinco sin sin enterrar, enterrar, amarr amarrados adosen sushamacas, yahediondos, diondos, porque porquede-cían cían queestaban cansados delevantar tanta carroña. carroña. Esta Esta nochelos muertos y los los vivos vivos estarán juntos juntos en las casa casas deSinnamary.» Sinnamary.» (Este (Esteban no podía sino sino pensar en otro otro párrafo párrafo del mism mismo discu discurrso deBil Billaud, aud, pronunci pronuncia ado cuatr cuatro o años antes: «La «La muerte es una llam llamadaa la igua igualdad, queun puebl pueblo lilibre debe consagrar por un acto públi público quele recuerde sin cesar laAdvertencia dvertencianecesaria. Una Una PompaFúne Fúnebre es es un home homenaje najeconsolador consolador queborr borrahasta la lahuella huellahorro horrorrosadela muerte: esel últi últim moadiós adiósdelanaturaleza.») «¡Y pensar quehemosdad dado ola lalibe libertad rtadaesagente!», nte!»,decí decíaBill Billaud, aud,volvi volvie endoaunaide ideafij fijaque loobsesionaba sionabadesdesullllegadaaCayena.«Tam «Tampocohabría habríaquepintarn pintarnos osdemasiado siadoel Decre DecretodePluvi Pluvioso osocomoel noble nobleerror del humani humanitari tarism smo revol revoluciona ucionarrio obse observóBrotti Brottie er irón iróniicamente, conel dese desenfadado nfadado tono de dequie quien sepermití rmitía alalibertad de discutir con el Terrible . Cuando Cuando Sonthonax, onthonax, en Santo Domingo, Domingo, pensó quelos españoles ñolesseiban a echar sobre la la coloni colonia, proproclam clamó por su cuenta y ries riesgo la libe li bertad delos negros. Esto Esto ocurr ocurría un año antes deque ustedes llor lloraran aran deentusias entusiasmo, en la la Convención, declara clarando estab establecida cida la ig igual ualdad entre todos los habit habita antes delaspose posesiones franc france esas de ultram ultramar. En Hai Haitítí,, lo hici hicieron eron por quitarse quitarse alos españoles ñolesdeencima; en la la Guadalupe, para ar arrojar ojar más seguram uramente alos inglese ingleses; aquí aquí,, por acogotar a los ri ricos propie propietarios tarios y a los vie viejos aca acadie dienses, muy dispuestos aaliarse aliarsecon los los británicos británicos y los los hola holandese ndeses para evi evitar que la gui guillotina otinadelaPointePointe-à à-Pitr Pitre efuesetraída traídaaCayena.¡Me ¡Merapolí política ticacoloni colonial!»«Y conpésimosresultados dij dijo Sieger, quehabí había a quedado sin mano de obra a causa causa del Decreto de Pl Pluvioso uvioso . Sonthonax Sonthonax seha fugado a La Habana. Ahor Ahora alos negros deHaití aití quieren quieren su independenci independencia.» a.» «Como la quieren quieren aquí», quí», dij dijo Brotti Brottier, er, recordando recordando queya sehabían debelado dos conspi conspirraciones aciones a de la segunda. (Es(Estebannopudoreprim reprimir unarisa risa, inexpli nexplica cable blepara paralos losdemás,alpensar pensarqueColl Collothubie hubiesequeridocre crear unaCoblenzaNegraen estas tie tierras.) «Todaví «Todavía recuerdo decía cía Sieger aquella ridícul dícula a proclam proclama queJeannet hizo hizo fij fijar en en las parede edes de Cayena, cuando anunci anunció ó el Gran GranAconteci contecim miento. Y, ahuecando candolavoz hastala lafechaconelnombredenegroscima cimarrones rones puedenreg regresar juntoasushermanos, hermanos,quelesprestaránseguri uridad,protecci protección ón y la la alegría rí a queprovoca provoca el disfr disfrute ute delos derechos del hombre. Aque Aquellos queeran esclav sclavos pueden tra tratar de igua igual a igual con sus Y bajando lavoz : Todo lo que hizo la Revolución Francesa en Américafuelegalizar alizar una Gran Gran Cim Cimarronada arronadaqueno cesadesdeel siglo siglo XV XVI. Los Los negros no los los esperaron a ustede ustedes paraprocl proclaamarselibres un un número incal ncalculable de ve veces.» Y con un conocim conocimiento de crónica crónicas america ricanas, insóli insólito to para un francé francéss (pero recordó Esteb Esteban, al punto, punto, que era suizo) uizo),, el culti cultiva vador sedio dio a hacer un rec recuento de las lassublevaci sublevacionesnegrasque, con tr tremebundacontinui continuida dad, d, sehabíansuce sucedido dido en el Continente Continente... Con un true trueno detamboreshabí había aseabierto el el cicl ciclo o en Ve Venezue nezuella, cuando el Ne Negro Mi Migue guel, alzá alzándose ndosecon los los mi mineros neros de Buría, Buría, fundara un re reino en tie tierras tan blanc blancas y deslumbr slumbradoras que par parecía cían de crista cristal moli olido. Y no sonaron tubos tubos deórga órganos, sino sino tubos de bam bambú rítmicam rítmicamente gol golpe peados ados contra contra el suelo, en ceremonia onia de consagraci gración, cuando un Obispo Obispocongo congo o yoruba, yoruba, ignorad ignorado o por Romapero ll llevando la lamitra tray el báculo, hubo deceñir ceñir reg regiacorona corona en las lassie sienesdelaNegraGuioma Guiomar, esposadel pri primer monarca afri fricano deAmérica: Tanto montabaGuioGuiomar comoMiguel... ...Y yaestánsonando sonandolos lostambores boresdelaCañadadelosNegros,enMéxi México, co,yalolargo largodelacostadelaVerac Veracruz, dondeel Virre rrey Ma Martí rtín Enrí Enríquez, para esca escarmie rmiento de cimarr cimarrones ones, orde ordena la castración castración delos huidos «si «sin más averigu riguac aciión de
delito ni exceso»... ... Y si aquellos intentos intentos había bían sido sido efím efímeros, sesenta y cinco cinco años habría bría dedurar el fuerte Pale Palenquedelos Palmares, fundado fundado en ple plena se selvabrasil brasileña por el el alto alto caudi caudillo Ganga-Zumba, en cuyas cuyasblanda blandas forti fortifficaciones cacionesdemaderay fibras fibras seestrell trellaron aron más deveinte expedici diciones onesmili militares tares, holande holandesas yportugue portuguesas, dotadosdeuna artil tillería eríainoperante contra contraestratrategias que remozaba remozaban vie viejos ardides ardides deguerras númidas, usándose de anima nimales, a vecespara poner el pánico pánico en el ánimo ánimo de los blancos. Invulnerable Invulnerable a las balasera Zumbí, sobri sobrino no del del Rey Zumb Zumba, Mari Marisca scal deEjé Ejércitos citos cuyoshombres podí podía an andar por los techos dela selva, cayendo sobre las lascolumna columnas enemigas como fr frutas maduras.. aduras.... Y la Guerra delos Palma Palmaresdurarí duraría a cuarenta años más cuando los los cima cimarrones de Jamaica selargaba argaban al monte, cre creando un estado libre libre quedurarí duraría a casi un siglo. siglo. Tuvo la la Cor Corona Británi Británica ca que acercarse a los montarace ontaraces para trata tratar con ell ellos degobierno gobierno a gobierno, gobierno, prome prometiendo tiendo asu cabecil cilla, un jor jorobado lla llamado OldCudjoe joe, lamanumisió isión n detodasu gentey lacesión ión demil quinie inientosacresdetierra... Diez añosdespués lostamb tamborestronabanenHaití Haití::En Enla laregióndelCab Cabo,el MahometanoMac Mackandal,manco mancoaquienseatribuían atribuíanpoder podereslica licantr ntróópicos, picos,em emprendía prendíaunaRevol Revolución ución--por-e por-el-Veneno, neno,llllenando nandola lascasasylos lospotrerosdetósigosdesconocidosquefulminaba fulminabanalos hombresy alos anima nimalesdomésticos. sticos. Y no bie bien había sido sido quemado el mandi mandinga ngaen plaza pública, cuando cuando Hol Holanda andatenía teníaque reunir eunir un ejército ejército de mercenarios europeos uropeospara combatir tir, en las lasselvasdeSurinam Surinam, las lastrem tremebundasfuerzas cimarronas cimarronas detres tres caudill caudillos populares populares, Zan-Zan, Zan-Zan, Boston y Ar Arabay, queamenazaban con arruinar uinar la la col coloni onia. a. Cuatro Cuatro campa campañasagotadoras otadorasno pudieron dieron acabar acabar del todo con un mundo secreto, creto, entendedor del lenguaj nguaje de las maderas, pie pieles y fibras, fibras, que seesfumó en sus poblados ocultos en iintr ntriincados ncados a arcabuc rcabucos, os, donde volvióse volviósea la adoración de los diose dioses ance ancestrales... strales... Y ya parec parecíía que que el Orde Ordende-l de-los-Bl os-Blancos ancos estabarestablecido tablecido en el Conti Continente nente cuando, no más más quesiete sieteaños antes, otro otro negr negro mahometano, Bouckm Bouckman, sehabíaalzado alzadoen enel BosqueCai Caimá mándeSanto Domingo, Domingo,quemandolas lascasasyasolando solandolos loscampos campos..Y ahoranohacía hacíatres tresaños, los negros deJamaica habí habían vuelto a levantarsepara vengar la la condena dedos ladrones ladronessupli supliciados ciadosen Trelawne Trelawney-T y-Town. Había Había sido precisomovili movilizarlas lastropa tropasdeFort FortRoyal yllllevar jaur auríasranchadoras ranchadorascuba cubanasaMonte Montego-Ba o-Bay ypar parasofocaraquellasublevación ciónreciente. reciente.Y ahora,eneste estemomento, lospardosdeBahía Bahíahacían cíansonarnuev nuevosparches; parches;los losdela«Rebelióndelos losSastres tres»que reclamab eclamaban, en compás demacumba, pri privil vilegios gios deIgualdady Frate Fraternidad, nidad, metiendo etiendo los tamborestambores-dj djuka uka en la lamismaRevoluRevolución Fra Francesa... «Bie Bien puedeverse concl concluía uíaSieger queel famosoDecreto Decreto dePluvi Pluvioso oso no hatraído traído nada nadanuevo aeste ContiContinente, como comono seauna razón más para seguir enlaGran Gran Cima Cimarronadadesiem siempre pre.» «Maravil aravillapensar dij dijo Brotti Brottier er después de un silenc ilencio io quelos negros de Haití Haití senega negaron a ace aceptar ptar la guil uillotina. otina. Sonthonax sólo pudo al alzarla zarla una ve vez. Los Los neg negros acudieron acudieron en masa para ver cómo con ella ella se decapitab capitaba aun hombre. Entendi Entendido do su mecanism canismo se arroj rojaron todos todos sobre la la máquina quina enfur nfurecidos, ecidos, y la la hici hicieron eron pedazos.» El Abate había bía dispa disparado la saeta, sabiendo dónde habría brí a de herir herir. «¿Hubo que mostrar trar una gran severidad para restabl restablec ecer el or orden en la la Guadalupe?», preg preguntó Bil Billaud, quien quien debía bía estar más más queenterado nterado de lo ocurrido ocurrido allá. «Sobre todo al principi principio o dijo dijo el jove joven , cuando la guillotina estaba en la Plaza de la Victoria.» «Dura realidadquenoperdonaahombr hombresni mujeres»,dij dijoSiegercontono tonoambiguo. biguo.«Aunquenorecuerdoqueallá allásehayaguill guillotinado otinado nunca auna muje ujer», dij dijo Esteban, Esteban, dándose dándosecuenta, al punto, de lo inoport inoportuno uno de su su observación. ción. El El Abate, con harta pri prisapor desviar viar la laconversación, conversación, seenmarañó en consideraci consideraciones onesobvias obvias. «Es que sólo sólo los blancossometen las lasmujeres mujeresal ri rigor de sus leyesmás extrem xtrema. Los negros despatarran, tarran, viol violan, an, destri stripan, per pero serían incapa incapaces deejecutar auna mujer ujer en frí frío. Al Al menos, no conozco ejemplo.» plo.» «Para ellos la muje ujer esun vi vientre ntre», dij dijo Esteb Esteban. «Para nosotros otros es una cabe cabeza dij dijo Sieger . Lle Llevar un vientr vientre eentre las lascaderasesmero desti destino. no. Llevar una cabezasobre los los hombros es unaresponsabilidad.» Bi Billaud se encogió ncogió de hombros hombros para si signifi gnificar car quela salida alida del suizo carecí carecía a deingenio. nio. «Vol «Volva vamos anuestros nuestros re reloje ojes», dij dijo con una le levesonrisa sonrisaque apenas si le movía ovía el rostro, ostro, tan impa impasibl sible e que nunca acababa desabersesi estabasumido en sus reflexion reflexiones eso atendía atendía la conversación. ción. El El culti cultivador vador reg regresó a su su recu recuento de cimarronada cimarronadas: s: «Lo que séesqueel Bartol Bartolomé oméde las Casas fue uno de los mayores yores crim criminal nales de la Histori Historia. a. Ha Ha creado, hacecasi casi tre tres siglos, un problem problema detal magnitud querebasa el mis-mo s-mo alcance deun acontecimiento acontecimientocomolaRevolución. Revolución. Conside Consideraránnuestr nuestros osnie nietosestoshorror horrore esdeSinnamary, Sinnamary,deKurú, Kurú, deCanana Cananama,deIraI racubo, como ínf ínfimas peripecias ciasdel padecer humano, cuando el probl problem emadel negro seguirá guiráen pie. pie. Ahora Ahoralegalizam alizamos sucima cimarronadadeSanto Domin Domingo go yya nosarroj arroja a delaisla. Lueg Luego rec reclamará la convive convivencia ncia en pie piedetotal total igua igualdadcon el blanco.» blanco.» «Eso no lo lo consegui guirá nunca» nunca», gritó gritó Bil Billaud. aud. «¿Y por qué?», pre preguntó Brotti Brottie er. «Porque som somos distintos. distintos. Estoy muy de de vue vueltas de cie ciertossueñosfil filantrópicos, antrópicos,señor Abate.Mucho Muchotie tieneque quecaminarun númi númidaparalle llegaraser roma omano. Ungar garamantanoesun atenie niense. EstePonto Euxino Euxinodondeesta estamosdeste desterradosnoesel Mediterr diterráne áneo...» o...»En Enesoapa apareció recióBrí Brígida, da,la lajovensirvi sirvie entade Bil Billaud que, en sus idas y venidas nidasde la cocina cocina ala desordenadaestancia tancia queservía vía decomedor había llam llamado la atención nción de Esteban por una finur finura a de rasgos, inhabi inhabitual tual en una mujer sin sin traza trazade grifa grifa ni de cuarterona. cuarterona. Tendrí Tendría a acaso trece treceaños, pero su menudocuerpo cuerpoestabaforma formado,dibuj di bujándose ándoseenred redondecesqueleestir stirabanla laburdateladel vestido. stido.Con Convoz respetuosamente quedaanunció nunció quelacena abundanteoll ollapodrida podridadebatata, tata, bananos nanosy ceniza niza estabaservida. vida. Bil Billaudfue por una botel botellade vino, vino, luj lujo o extraordi xtraordinari nario o del que disfr disfrutaba utabadesdehacía ape apenastres tresdías días, y los los cuatro tro sesentaron ntaron fr frente afrente frente, sin sin queEsteban
lograra entender por quéconcurso de circunstanciasinsólitas se había estrechado una tan rara amistad entre el Aborrecido, un Abate queacaso le debía la deportación, y un cultivador calvinista quesehallaba arruinado acausa delasideas queel amo dela casa encarnaba. Ahora todos hablaban depolítica. Sedecía queHoche había muerto envenenado. Que la popularidad deBonaparte aumentabade día en día. Que habían aparecido, entrelos papelesdel Incorruptible, unascartasreveladorasdeque, cuando fuera derribado por los acontecimientos de Thermidor, seestaba disponiendo a pasar al extranjero, donde tenía bienes particularesen buen recaudo. Cansaban aEsteban, desdehacía tiempo, esoseternos comadreosen torno a los ambiciosos dehoy o los poderosos deayer. Todaslasconversaciones, en esta época, iban a parar a lo mismo. Llegaba el joven aañorar laposibilidad de un apacible coloquio en torno a la Ciudad deDios, la vidadelos castores o lasmaravillasdelaelectricidad. Sintiéndoseinvadido por un sueño tenaz, no eran las ocho cuando seexcusó de tanto cabecear y pidió permiso para echarseen el jergón queBillaud le habíaofrecido. Tomó un libro quealguien habíadejado en un taburete. Era unanovela deAnn Radcliffe. El Italianoo el ConfesionariodelosPenitentesNegros.Sesintióíntimamentealudidoporunafraseencontradaal azar:Alas! I havenolonger ahome: a circleto smilewescomeupon me. I haveno longer even one friend to support, to retain me! I ama miserablewanderer on a distant shore!... Despertó poco despuésdela medianoche: en lahabitación contiguacon la camisaquitadaacausa del calor, BillaudVarennesescribía ala luz de un candil. De cuando en cuando mataba con un potente manotazo algún insecto que sehubiera posado sobre sus hombros o su nuca. Cerca deél, echada sobre un camastro, la joven Brígida, desnuda, se abanicaba los pechos ylosmuslosconun número viejodeLadécadephilosophique.
Aquel mes deoctubre un octubreaciclonado, con violentaslluviasnocturnas, caloresintolerables en lasmañanas, súbitas borrascas de mediodía queno hacían sino espesar el bochorno con evaporaciones olientes abarro, a ladrillo, a ceniza mojada fue deconstante crisis moral para Esteban. Lamuerte del Abate Brottier, derribado durante unabrevepermanenciaen Cayena, por obra dealguna peste traída de Sinnamary, lo afectó en grado sumo. El joven había puesto algunas esperanzas en las posibles influenciasdel activo y desenvuelto eclesiástico para hallar el modo de pasar a Surinam. Pero ahora, sin tener a quién confiarse, Esteban seguía preso con toda unaciudad, con todo un país, por cárcel. Y ese país tenía talesespesoresdeselva en la TierraFirme, quesóloel mar erapuerta, yesapuertaleestabacerradacon enormesllavesdepapel, queeran laspeores. Asistíase en esta épocaa unamultiplicación, a una universal proliferación depapeles, cubiertos de cuños, sellos, firmasy contrafirmas, cuyos nombresagotaban los sinónimosde«permiso», «salvoconducto», «pasaporte», y cuantos vocablos pudiesen significar una autorización paramoversedeun país aotro, deuna comarcaaotra aveces deuna ciudadaotra. Los almojarifes, diezmeros, portagueros, alcabaleros y aduaneros deotros tiemposque-daban apenasen pintoresco anuncio dela mesnadapolicial y política queahora seaplicaba, en todas partes unos por temor a laRevolución, otros por temor a la contrarrevolución a coartar la libertaddel hombre,encuantosereferíaasuprimordial,fecunda,creadora,posibilidaddemoversesobrelasuperficiedel planeta quelehubiesetocadoensuertehabitar. Estebanseexasperaba, pataleabadefuror, al pensarqueel ser humano, renegando deun nomadismo ancestral, tuviese que someter su soberana voluntad de traslado a un papel. «Decididamente pensaba no he nacido para ser lo quehoy seentiendepor un buen ciudadano...» Durante aquel mes, todo fueconfusión, estrépito y desorden en Cayena. Jean-net, irritado por su destitución, arrojó lasmilicias negrascontra las tropas alsacianas quereclamaban varios meses desueldo. Pero, asustado delo hecho, anunció un inminentebloqueo de lacolonia por escuadrasnorteamericanas, alzando el fantasma deuna posible hambruna, que puso colas de gentes alarmadas en las puertas de los comercios de víveres. «Con esto acaba devender las mercancías que tiene almacenadas, antes de que las agarre el otro», decía Hauguard, viejo contemplador de trapaceríascoloniales... Y comenzandonoviembreseaplacólatensión conlallegadadeBurnel abordodelafragatalaInsurgente, saludadacon salvasdecañonazos en el fuerte. Apenassevio instalado en laCasadeGobierno, el nuevo Agente del Directorio, sin hacer caso de quienessehacinaban en sus re-cámaras para «informarlo» demuchas cosas, hizo venir aBillaud-Varennes de
Sinnamary, abrazándolo aparatosamente ante el susto de quienes creían que el Temible deotros días estabamás olvidado. Se supo en Cayena que los dos hombres, encerrados durante tresdías en un despacho a donde les llevaban hasta el queso y el vino de sus pequeñas colaciones deentrecomidas, habían examinado una serie de problemas políticos locales. Acaso consideraran también la situación de los deportados, pues algunos delos enfermos deKurú fueron llevados inesperadamente aSinnamary. «Un poco tarde rezongabaHauguard entredientes . La mortandad en Kurú, Conanama eIracubo es, en los mejoresmeses, de un treinta por ciento. Sédeun lote decincuenta yocho presos traídos por la Bayonnaisehaceun año, del que sólo quedan dos hombresvivos.Entrelosúltimosmuertosseencontrabaunsabio, Havelange, rector delaUniversidaddeLovaina.»Teníarazón el posadero: la deportación había superado sus propios finesen aquellos campos demuerte, cubiertos de buitresne-gros, osamentasytumbas.Cuatro grandesríosdelaGuayanahabíanprestadosusnombresindiosavastoscementeriosdehombresblancos muertos, muchos deellos, por haber permanecido fieles a unareligión queel hombreblanco seesforzabapor inculcar a los indios deAmérica desdehacía casi tres siglos... El suizo Sieger, quehabía venido a la ciudad con el objeto de tratar discretamentedelacompradeunafincaparaBillaud-Varennes,hizoaEstebanunasorprendenteconfidenciaquedemostrabahastaqué punto un cierto espíritu ja-cobino, cordelero y «enragé», volvía a imponerseen el gobierno de Cayena: Burnet, secretamente respaldadopor el Directorio, teníael propósitodedespachar agentessecretosaSurinam, conelfindepromover alláunageneral sublevación de esclavos, al calor del Decreto de Pluvioso del año II, para anexarseluego aquella colonia felonía tanto más incalificablesi sepensabaqueHolandaera,por ahora,laúnicalealaliadaqueenestastierrasteníaFrancia.Aquellanoche,Esteban invitó al suizo a su habitación, para hacerle beber los mejores vinos dela posada, en compañía delasfámulas Angessey Scholastique, quepoco sehicieron rogar para quitarselasblusas y las faldascuando Hauguard, nada escandalizado por los antojos desus huéspedes, sefue a acostar. Después debien dormida la juerga, el joven sefranqueó con Sieger, suplicándole queusara su influenciaen conseguirleun pasaportepara Surinam. «Allá afirmabacon gestocómplice podré ser sumamenteútil como propagandistao agitador.» «Hacebien en tratar delargarse dijo el otro . Este país sólo puedeinteresar ya alos especuladores, amigosdel gobierno. O seespolíticooseestestaferro.UstedhasidosimpáticoaBillaud.Trataremosdeconseguirleel papel que necesita...» Una semana despuészarpabalaDiomede der allá, esta vez en beneficio de Burnet, un cargamento de mercancíastoma-das en corso por los capitanes deJeannet.
Cuando Esteban, después desu angustiadaespera en el depresivo y sórdido ambiente deCayena mundo cuyahistoriatodano erasino una sucesión de rapiñas, epidemias, matan-zas, destierros, agoníascolectivas seencontróenlascallesde Paramaribo, tuvo la impresión de haber caído en una ciudad pintada y adornada para una gran fiesta ciudad con algo de kermeseflamencaymuchodeunaJaujatropical. Unaabundanciadebodegón parecíahabersederramadoenlasavenidassembradasdenaranjos, tamarindos ylimoneros, con susrientescasasdehermosamadera lashabíadetres, decuatro pisos ,cuyas ventanassin cristalestenían cortinasdegasa. Los interioresseadornaban degrandesarmarios, hinchadospor laprosperidad, y bajo altos mosquiteros de tul semecían anchurosas hamacas con flecos de pasamanería. Habían reaparecido, para Esteban, las girándulasy arañas, los espejos deaguasprofundas, los parabrisas y cristales desu infancia. Serodaban tonelessobre los andenes decarga; graznaban los gansos en sustraspatios; alborotábanselos pífanos dela guarnición, y, desdelo alto del Fuerte Zelendia, marcaba un guardia el paso de lashorasen el reloj de sol, martillando una campanacon giratorio gesto de estafermo. En las tiendas de comestibles, junto a la carnicería dondeofrecíase la carne detortugajunto al pernil tachonado deajos, habían reaparecido lasmaravillas algo olvidadaspor Esteban de la cerveza Porter, los espesos jamones deWestfalia, lasanguilasy salmonetes ahumados, lasanchoas en escabechede alcaparras ylaurel, y la máscula mostaza deDurham. Por el río bogaban barcasde proa dorada y fanal en popa, con sus remeros ne-gros de taparrabos blancos, zagualando entre toldos y doselesde sedas claras o terciopelo de Génova. A tal refinamiento se había llegado, en esta Holanda ultramarina, que los pisos decaobaeran frotados, cadadía, con naranjas agrias, cuyo zumo, sorbido por lamadera, despedíaun delicioso perfumeaespecias. Laiglesia católica, los templos protestantes y luteranos, la sinagogaportuguesa, la sinagogaalemana, con sus esquilas, sus órganos, sus cánticos, sus himnosysussalmodias,resonantesendomingosycelebraciones, deNavidadesaGrandesPerdones,dePascuasJudías,aSábados deGloria, con sus textos y liturgias, sus cirios dorados, susiluminarias, lassuntuosaslámparas del Hanukkah-Menorah, sealzabanantelosojosdeEstebancomosímbolosdeunatoleranciaqueel hombre,enciertaspartesdel mundosehabíaempeñadoen Italie Conquise procedía a la descarga y venta desusmercancías, el joven sedabaaretozar en las orillasdel río Surinam, queera como el balneario público delaciudad, enterándosedela frecuente llegada denavíos norteamericanos, entrelos cualessecontabaun esbelto velero llamado el Arrow. Sin atreverseaesperar quesupermanenciaenParamaribo coincidieracon laaparición del buquedel Capitán Dexter además,
al cabo de seis años bien podíahaber cambiado demando , Esteban sevela en la etapafinal de su aventura. Ahora quedaría en Paramaribo, cuando zarpara la goletafrancesa, en calidad de«agente comercial» del gobierno de Cayena, con la misión de repartir, dondemejor efecto pudiesen producir, varios centenares decopias impresas del Decreto dePluvioso del Año II, traducido al holandés, y acompañado de llamadas ala sedición, Esteban ya había elegido el lugar donde arrojaría los papeles, bien atadosa piedrasgrandes, para que desaparecieran por siempre en lashondurasdel río. Luego, esperaría aquellegara un barco yanqui, de los que, al regresar a Baltimore o aBoston, fondeaban en Santiago de Cuba o La Habana. Entretanto trataría deholgarsecon alguna de las holandesas rubias, abundosas y muelles, casi doradas en medio de los encajescon que envolvían sus carnes, de las que se asomaban alasventanas despuésde la cenapara respirar el airenocturno. Unas cantaban acompañándose con un laúd; otras, como pretexto de visitas no anunciadas, llevaban, de una puerta a la demás allá sus trabajos de tapicería que ofrecían añorantesvisionesdeunacalledeDelft, lafachadadeunayuntamientoilustrereconstruidodememoria,ouncoloreadoembrollo deescudos ytulipanes. Habían advertido aEsteban quelos forasteros eran particularmente distinguidos por tan amablespersonas, sabedoras deque sus esposos tenían queridas detez oscura en las haciendas del campo donde demasiado a menudo se quedaban a dormir: Nigra sum, sed formosa, filiae Ierusalem. Nolite me considerare quod fusca sumquia decoloravit mesol. El soterrado conflicto, por lo demás, no era deaquí ni deallá. Muchos hombres blancos, vencido un escrúpulo primero, seaficionabandetal modoal calor delacarneoscuraqueparecíacosadeembrujo. Corríanleyendasdemaceraciones,dedrogas,deaguas misteriosas, administradas subrepticiamenteal amantedetez clara, para «amarrarlo», tenerlo, alienar ental grado suvoluntad que acababa por permanecer insensible ante la mujer de su raza. Grato papel era para el Amo actuar de Toro y de Cisney de LluviadeOro,dondesualtasimienteseacompañabaderegalosdeajorcas,pañuelos, faldasdeindianayesenciasdeflorestraídas deParís.El blanco,cuyosextravíosentierrasancilareseranconsideradosconindulgencia,nadaperdíadesuprestigioal acercarse a la negra. Y si le salían muchos hijos cuarterones, octavones, grifos o sacatrás, la proliferación le acrecía una envidiable fama de Fecundante-Patriarca. La hembra blanca en cambio y era rarísimo el caso que seacercara al varón de color quebrado era vista con abominación. No podía desempeñarse peor papel, desdelascomarcasdelos Natchez hasta lasriberasdel Mar del Plata, queel deunaDesdémonacolonial... Con lallegadadel Amazon, carguerodeBaltimorequeregresabadel RíodelaPlata,terminó los favoresde unaseñora madura, lectora de novelasqueaún tenía por muy nuevas, como la ClarisseHarlowey la Pamela deRichardson, pero de carnesfrescas, bienolientes, siempresuavizadas conpolvos dearroz usados con suntuariaprodigalidad, quelo obsequiabacon vinos dePortugal, mientrasel esposo dormíaenlahacienda «Egmont», por motivos sobradamente conocidos... Dos horasantes dellevar sus bagajes a bordo del Amazon, Esteban fue al hospital de la ciudad, para cerciorarsecon el cirujano jefe, Greuber, delabenignidad deciertapequeñahinchazón quelomolestaba, bajoel brazo izquierdo. Untado un emolienteen el lugar doloroso, fue despedido por él buen doctor en una sala dondenuevenegros, bajo la custodia deguardiasarmados, fumaban apaciblemente un acrey fermentado tabaco, con olor a vinagre, en pipasdebarro con el tubo tan roído quelos hornos les venían al colmillo. Y supo el joven con horror queesosesclavos, convictos deun intento defuga y cimarronada, habían sido condenadospor la Corte deJusticia deSurinama la amputación de la pierna izquierda. Y como la sentencia había deejecutarse limpia-mente, demodo científico, sin usarsedeprocedimientos arcaicos, propios deépocas bárbaras, queprovocaban excesivos sufrimientos o ponían en peligro lavidadel culpable, los nueveesclavos eran traídosal mejor cirujano deParamaribo para que procediera, sierra en mano, a lo dispuesto por el Tribunal. «Tambiénseamputan brazos dijo el doctor Greuber cuando el esclavo halevantado la mano sobresu amo.» Y volviéndoseel cirujano hacia los queesperaban: «¡Quepaseel primero!» Al ver queun alto negro, de voluntariosafrente y recia musculatura, selevantabaen silencio, Esteban, apunto de desmayarse, corrió a la taberna más próxima, clamando por cualquier aguardiente para salir de su propio espanto. Y miraba hacia la facha-da del hospital, sin poder desprender la vista decierta ventana cerrada, pensando en lo que allí ocurría. «Somos las peoresbestiasdela creación», repetíasecon furor, con encono contra sí mismo, capaz de incendiar aquel edificio si hubiesetenido los medios de hacerlo...Desdelabordadel Amazon,queyainiciabasunavegación,ríoabajo,enlacorrientemediadel Surinam,arrojóEsteban varios bultos en media deuna canoa pesquera, donde remaban hombres negros: «Lean esto les gritó . Y si no saben leer, busquen a uno queselo lea.»Eran los impresos en holandés del Decreto de Pluvioso del Año II queel joven sefelicitaba, ahora, denohaber tiradoal agua,comopensabahacerlodíasantes.
...Hallábase frente alasBocas del Dragón, en la nocheinmensamente estrellada, allí donde el Gran Almirante deFernandoeIsabel vierael aguadulcetrabadaenpeleaconel aguasaladadesdelosdíasdelaCreacióndel Mundo. «Ladulceempujaba a la otrapor queno entrase, y la saladapor quela otra no saliese.» Pero, hoy como ayer, los grandes troncos venidos detierras adentro, arrancadospor lascrecientesdeAgosto,golpeadospor laspeñas,tomabanlosrumbosdelmar,escapandoal aguadulce para dispersarsesobre la inmensidad de la salada. Veíalos flotar Esteban, hacia Trinidad, Tobago o las Granadinas, dibujados en negro sobre estremecidas fosforescencias, como las largas, larguísimas bar-cas, que no hacía tantos siglos hubiesen salido por estos mismosrumbos, en buscadeunaTierraPrometida. En aquellaEdad dePiedra tan recientey tan actual para muchos, no obstante el ImperiodelNorteeralaobsesión decuantossereunían,denoche, entornoalashogueras. Y, sin embargo,erabien poco lo que deél sesabía. Los pescadorestenían sus noticiasde bocade otros pescadores, que lastenían deotros pescadores de más lejos y másarriba, quelas tenían asu vez de otros másremotos. Pero los Objetos habían viajado, traídos por trueques y navegacionessin número. Estaban ahí, enigmáticos y solemnes, con todo el misterio desu factura. Eran piedraspequeñas ¿y qué importabael tamaño? que hablaban por sus formas; piedras que miraban, quedesafiaban, que reían o secrispaban en extrañas muecas, venidas de la tierra donde había explanadasinmensas, baños devírgenes, edificacionesnunca vistas. Poco a poco,detantohablardel ImperiodelNorte,loshombresfueron adquiriendosobreél derechodepropiedad.Tantascosashabían creado las palabras, llevadasde generación a generación, queesascosashabían pasado a ser una suerte de patrimonio colectivo. Aquel mundo distante era unaTierra-en-Espera, dondepor fuerza habría deinstalarseun día el Pueblo Predilecto, cuando los signoscelestialesseñalaranlahorademarchar. En esperadeello, lamasahumanaengrosabacadadíaaumentandoel hormigueo delasgentesenlabocadel Río-sin-Término, del Río-Madre, situadoacentenaresdejornadasmásal surdelasBocasdel Dragón. Unas tribus habían bajado desus serranías, abandonando lasaldeasdonde seviviera desdetiempos inmemoriales. Otrashabían desertado la ribera derecha, en tanto quelasde selvasadentro iban apareciendo, bajo laslunas nuevas, saliendo delasespesuras por grupos extenuados, con el deslumbramiento de quienes, durante largos meses, hubieran andado en penumbras verdes, siguiendo los caños, sorteando las tuberas... La espera, sin embargo, se prolongaba. Tan vasta iba a ser la empresa, tan largo el caminopor recorrer, quenoacababanloscaudillosdedecidirse.Crecíanloshijosylosnietos,yaúnestabantodosahí, pululantes, inactivos, hablando delo mismo, contemplando los Objetos cuyo prestigio se acrecíacon laes-pera. Y una noche, según serecordaría siempre, una formallameantecruzó el cielo, con un enormesilbido, señalando el rumbo que los hombres sehabían fijado desdemucho antes para alcanzar el Imperio del Norte. Entonces la horda sepuso en marcha, dividida en centenares de escuadrones combatientes, penetrando en lastierrasajenas. Todos los varones de otros pueblos eran exterminados, implacablemente, conservándosesusmujeres paralaproliferación de larazaconquistadora. Así se crearon los idiomas: el delashembras, lenguajedecocinaydepartos,yeldeloshombres,lenguajedeguerreros, cuyoconocimientoseteníaporun privilegiosoberano... Másdeun siglo duró la marcha através deselvas, llanuras, desfiladeros, hastaquelos invasoresseencontraron frenteal Mar. Se tenían noticiasde que las gentes deotros pueblos, sabedorasdel terrible avancede las del Sur, habían pasado a unasislasque existían, lejos aunqueno tan lejos, detrás del horizonte. NuevosObjetos, semejantesalos conocidos, indicaban queel Rumbo de las Islas era acaso el másseñalado para alcanzar el Imperio del Norte. Y como el tiempo no contaba, sino la ideafija dellegar algún díaa la Tierra-en-Espera, los hombres sedetuvieron para aprender lasartes dela navegación. Lascanoas rotas, dejadas en las playas, sirvieron de modelos a las primeras que, con troncos ahuecados, fabricaron los invasores. Pero, como habría que afrontar largas distancias, comenzaron a hacerlas cada vez más grandes y espigadas, de mayor eslora, con altas y afiladas proas, donde cabían hasta sesenta hombres. Y un día, los tataranietos dequienes habían iniciado la migración terrestre, iniciaron la migración marítimapartiendo, por grupos debarcas, a la descubierta delasislas. Tarea fácil les fue cruzar los estrechos, burlar lascorrientes, saltandodetierraen tierray matando asushabitantes mansosagricultoresy pescadoresqueignoraban lasartes de la guerra. De isla en isla iban avanzando los marineros, cadavez másexpertos y másaudaces, habituados aguiarseya por la posición de los astros. A medida queproseguían su ruta, crecían ante sus ojos lastorres, lasexplanadas, los edificios, del Imperio del Norte. Selesentíapróximo, con aquellasislas quecrecían, tornándosecadavez más montañosasy ricas. Dentro detresislas, dedos islas, acaso de una y contábasepor islas sellegaría por fin a la Tierra-en-Espera. Ya estaban lasvanguardiasen la mayor de todas acaso últimaetapa. No sedestinaban yalasmaravillaspróximas alos nietosdelos invasores. Eran estos ojos quetengo, los quelascontemplarían. Y desólo pensarlo, se apretabael ritmo delassalomas ylos remos, por filas, sehundían en el mar, impulsadospor manos impacientes.
Pero he aquí queen el horizonteempiezan a dibujarseunasformas raras, desconocidas, con alvéolos en los costados y aquellos árbolescrecidos enlo alto, sosteniendo pañosquesehinchaban o tremolaban, ostentando signosignorados. Los invasores setopaban con otros invasores, insospechados, insospechables, venidos de no se sabía dónde, que llegaban a punto para aniquilar un sueño desiglos. La Gran Migración yano tendría objeto: el Imperio del Norte pasaría amanos delos Inesperados. En sudespecho, suiravisceral, losCaribesselanzabanal asalto deesasenormesnaves, asombrandoconsuaudaciaaquieneslas defendían.Setrepabanalasbordas,atacandoconunaencarnizadadesesperación,inexplicableparalosreciénllegados.Dostiempos históricos inconciliables, seafrontan en esaluchasin tregua posible, que oponía el Hombre de los Totems al Hombre dela Teología. Porque, súbitamente, el Archipiélago en litigio sehabíavuelto un Archipiélago Teológico. Las islasmudaban deidentidad integrándoseen el Auto Sacramental del Gran Teatro del Mundo. La primera isla conocida por el invasor venido deun continente inconcebible para el ente de acá, había recibido el nombre de Cristo, al quedar plantadauna primera cruz, hecha de ramas en su orilla. Con la segunda habíase remontado a la Madre, al llamarlo Santa María dela Concepción. Las Antillas se transformabanenuninmensovitral, traspasadodeluces,dondelosDonadoresestabanyapresentesenelcontornodelaFernandinaydelaIsabela,entantoqueel Apóstol Tomás,JuanBautista,SantaLucía,SanMartín,NuestraSeñoradelaGuadalupeylas supremas figuraciones de la Trinidad, se iban colocando en susrespectivos lugares, mientras nacían las villas de Navidad, de Santiago ySanto Domingo, sobreel cerúleo fondo blanquecido por el laberinto delasOnceMil Vírgenes incontablescomo las estrellasdelCampasStellae.Dandounsaltodemilenios,pasabaesteMarMediterráneoahacerseherederodel otroMediterráneo, recibiendo, con el trigo y el latín, el Vino y la Vulgata, la Imposición delos Signos Cristianos. No llegarían jamás los Caribes al Imperio delos Mayas, quedando en razafrustraday heridademuerte en lo mejor desu empeño se-cular. Y desu Gran Migración fracasada, queacaso seiniciara en la orilla izquierda del Río de las Amazonascuando lascronologías delos otros señalaban un siglo XIII queno lo era paranadiemás, sólo quedaban en playas yorillasla realidad delos petroglifos caribes jalones deuna epopeya nunca escrita con sus seresdibujados, encajadosen la piedra, bajo unaorgullosaemblemática solar... Hallábase Esteban enlasBocasdel Dragón, en el alba aún estrellada, allí donde el Gran Almiranteviera el aguadulcetrabadaenluchacon el aguasaladadesdelos díasdela Creación del Mundo. «La dulce empujabaa la otra porqueno entrare, y la saladaporquela otra no saliese.» Pero aquel aguadulce tan caudalosa, no podía provenir sino dela Tierra Infinita o, lo queera mucho másverosímil paraquienesaúncreyeranenlaexistenciadelosmonstruoscatalogadosporIsidorodeSevilla, del ParaísoTerrenal. Muypaseado estabaaquel Paraíso Terrenal por los cartógrafos del Asia al África, con su fuentenutricia delos máximos ríos. Tan paseado que al probarel aguaenquebogabasunave, elAlmirante,hallándola«cadavezmásdulceymássabrosa»,columbróqueel ríoquea este mar laarrojabahabía denacer al piedel Árbol delaVida. Este fulgurante pensamiento lehacedudar delos textos clásicos: «Yo no hallo ni jamáshe hallado escriptura de latinos ni degriegosquecertificadamente diga el sitio, en este mundo, del Paraíso Terrenal, ni lohevisto en ningún mapamundi.» Y yaqueel VenerableBeda, y San Ambrosioy Duns Escoto situaban el Paraíso en el Oriente, y a eseOrientecreían haber llegado los hombresdeEuropa navegando con el Sol y no contrael Sol, seafirmabala deslumbradora evidencia dequela Isla Española, llamada deSan Domingo, era Tarsis, era Caethia, era Ofir y era Ofar y era Cipango todas lasislaso tierrasmentadaspor los antiguos, quemal se hubiesen ubicadohasta ahoraen un universo cerrado por España,comolohabíasidolaPenínsulaenterapor obradesusreconquistadores.Venidoseranlos«tardosaños»,anunciados por Séneca, «en los cualesel Mar Océano aflojaríalos atamientos delascosas yseabriríauna grandetierra; yun nuevo marinero, como aquel que fuera guía de Jasón, des-cubriría un nuevo mundo; y entonces no sería ya la isla de Thule la postrera de las tierras».DesúbitoelDescubrimientocobrabaunagigantescadimensión teológica.EsteviajealGolfodelasPerlasdelaTierrade Gracia estabaescrito, con relumbrante subrayado, en el Libro de las Profecías deIsaías. Confirmábaseel anuncio del Abad Joaquín Calabrés, afirmando quede Españasaldría quien hubiesede reedificar la Casa del Monte Sión. El mundo tenía forma de pechodemujer, conunpezónencuyapuntacrecíael Árbol delaVida. Y sabíaseahoraquedesuinagotablemanantial, suficiente para saciar la sed detodos los seres vi-vos, no sólo brotaban ya el Ganges, el Tigris y el Eufrates, sino también el Orinoco, ruta de los Grandes Troncos que descendían hacia el mar, en cuyas cabeceras se hubieseubicado por fin, despuésde tan largaespera ahoraalcanzable,abordable, cognoscibleentodosuesplendor elParaísoTerrenal.Y enestasBocasdel Dragón, deaguastransparentadas por el Sol naciente, podíael Almiranteclamar su exultación, entendido el secular combate delasaguasdulcesy las aguas saladas: «Así pues, el Rey y la Reina, los Príncipes y susReinos, tributen gracias y anuestro Salvador Jesucristo que nos concedió tal victoria. Celébrenseprocesiones; hágansefiestas solemnes; llénenselos templos deramasy deflores; góceseCristo en la tierra como se regocija en el cielo, al ver la próxima salvación de tantos pueblos entregados hasta ahora a la perdición.» El abundante oro de estastierrasacabaría con la abyecta servidumbre en que el escaso oro de Europa tenía sometido al Hombre. Cumplidas eran las profecíasde los Profetas, confirmadasestaban las adivinaciones de los antiguos y también lasinspiraciones delosteólogos.El perenneCombatedelasAguas,ental lugar delmundo,anunciabaquesehabíallegadoporfin, despuésdeuna
agónicaesperadesiglos, a laTierradePromisión... HallábaseEsteban en lasBocasdel Dragón, devoradorasdetantasexpedicionesqueabandonaron lasaguassaladaspor lasdulces,enbuscadeaquellaTierradePromisiónnuevamentemovedizay evanescente tan movediza y evanescente queacabó por escondersepara siempre trasel frío espejo delos lagosdela Patagonia. Y pensaba, acodado en la borda del Amazon, frente ala costa quebraday boscosa queen nadahabía cambiado desde quela contemplara el Gran Almirante deIsabel y Fernando, en la persistencia del mito de la Tierra de Promisión. Según el color de los siglos, cambiabael mitodecarácter,respondiendoasiemprerenovadasapetencias,pero erasiempreel mismo:había,debíahaber, eranecesario quehubieseen el tiempopresente cualquier tiempo presente un Mundo Mejor. Los Caribes habíanimaginado ese Mundo Mejor a su manera, como lo había imaginado asu vez, en estas bullentes Bocas del Dragón, alumbrado, iluminado por el sabor del agua venida de lo remoto, el Gran Almirante deIsabel y Fernando. Habían soñado los portugueses con el reino admirable del PresteJuan, como soñarían con el Valle deJauja, un día, los niños de la llanura castellana, después decenarseun mendrugo de pan con aceite y ajo. Mundo Mejor habían hallado los Enciclopedistas en la sociedad de los Antiguos Incas, como Mundo Mejor hubiesen parecido los Estados Unidos, cuando de ellos recibiera Europa unos embajadores sin peluca, calzados con zapatos dehebilla, llanos y claros en el hablar, queimpartían bendiciones en nombre dela Libertad. Y a un Mundo Mejor había marchado Esteban, no hacía tanto tiempo, encandiladopor la gran ColumnadeFuego queparecíaalzarseen el Oriente. Y regresabaahoradeloinalcanzadocon uncansancioenormequevanamentebuscabaalivioenlaremembranzadealgunaperipecia amable. A medidaquetranscurrían los díasdelanavegación, pintábaselelo vivido como unalargapesadilla pesadilla de incendios,persecucionesycastigos, anunciadaporel Cazottedeloscamellosvomitandolebreles;por losmuchosauguresdel Fin de los Tiempos quetanto habían proliferado en este siglo, tan prolongado quetotalizaba la acción de varios siglos. Los colores, lossonidos,laspalabras,queaúnloperseguían, leproducíanunmalestar profundo,semejanteal queoriginan,enalgúnlugar del pecho, allí donde las angustiassehacen palpablesen latidos yasimetríasderitmos viscerales, los resabios postreros deuna enfermedadquepudosermortal. Loquedadoatrás,evocadoennegroresytumultos, tamboresyagonías,gritosytajos,seasociabaen su mente con ideasdeterremoto, de convulsión colectiva, de furor ritual... «Vengo de vivir entre los bárbaros», dijo Esteban a Sofía,cuandoparaél seabrió,con solemnechirridodebisagras,laespesapuertadelacasafamiliar,siempreparadaensuesquina con el singular adorno de susaltasrejaspintadasdeblanco.
GOYA
«¡Tú! había exclamado Sofía al ver aparecer aquel hombreensanchado, acrecido, de manos durasy descuidadas, ardidopor elsol,que,comolosmarineros,cargabasusmuyescasaspertenenciasenunasalforjasdelona,colgadasdelhombro . ¡Tú!» Y lo besabaa boca llena, en lasmejillasmal rasuradas, en la frente, en el cuello. «¡Tú!», decía Esteban, asombrado, estupefacto ante la mujer que ahora abrazaba, tan mujer, tan firme y hecha, tan distinta de la mozuela decaderas estrechascuya imagen habíallevado en la mente tandiferentedeaquellaquehubiesesidodemasiadomadre-jovenparaserunaprima, demasiado niña paraser mujer: laasexuadacompañera dejuegos, aliviadora desuscrisis, quefuesela Sofíadeantaño. Mirabaen torno suyo, ahora, redescubriéndolo todo, pero con la incontrariable sensación de ser un extraño. Él, que tanto había soñado con el instantedel regreso, nosentíalaemoción esperada. Todo lo conocido lo harto conocido leeracomoajeno,sinquesupersona volvieseaestablecer un contacto con lascosas. Aquí estabael arpa deotros días, al piedelastapiceríasdecacatúas, unicornios y galgos; ahí lasgrandes lunasbiseladas y el espejo deVenecia, con susfloresdeneblina; allá, la biblioteca, detomos ahoramuy arreglados. Seguido de Sofía, pasó al comedor de los anchos armarios y bodegones embetunados, con faisanes y liebres entre frutas. Fue hacia la habitación contigua alascocinas quehabía sido la suyadesdela infancia. «Espera que voy por la llave», dijo Sofía. (Esteban recordó que en estasviejas casas criollasera costumbre dejar cerradas con llave, parasiempre, lashabitacionesde los muertos.) Cuando se abrió la puerta, el hombre sevio anteun polvoriento intríngulis detíteresy artefactosdefísica, enredados, revueltos en el suelo, en lasbutacas, en el camastro dehierro quepor tanto tiempo fuerasu lecho detortura. Aún colgabael descolorido globo Montgolfier desu cordel; aún mostrabael escenario del teatrillo su decorado de puerto mediterráneo, bueno para representar LastrapaceríasdeScapin. Ahí estaban, yacentes en torno a la orquesta demonos, lasrotas botellasde Leyden, barómetros ytubos comunicantes, deotros días. De súbito, esereencuentro con la infancia o con unainfantil adolescenciaque era lo mismo quebró a Esteban en un sollozo. Lloró largamente, con la cabeza caídaen el regazo deSofía, como cuando, de niño, leconfiabasuscongojasdeenfermo malogrado para la vida. Restablecíansealgunos vínculos olvidados. Yaempezaban a hablar algunosobjetos. Regresaron al salón, pasando por el vestíbulo delaspinturas. Seguían los arlequinesanimando suscarnavalesyviajesaCiterea;siempreintemporalesyhermosaslucíanlasnaturalezasmuertasdeollas,fruteros,dosmanzanas,untrozo de pan, un ajo puerro, de algún imitador de Chardin, junto al cuadro de la plaza monumental y desierta, que mucho tenía por la factura «sin aire» sin espesoresdeatmósfera del estilo deJean AntoineCarón. En su sitio permanecían los personajes fantásticos deHogarth, conduciendo a La Decapitación de San Dionisio, cuyoscolores parecían haber cobrado un extraordinario relumbre, en vez deapagarseen los resplandoresdel trópico. «Lo restauramosy barnizamos hacepoco», dijo Sofía. «Yalo veo dijo Esteban . Parece quela sangre estuviesefresca.» Pero más allá, donde anteshabían estado colgadas unas escenas de siegas y vendimias, seveían ahora unos óleos nuevos, de frío estilo y premiosa pincelada, querepresentaban edificantesescenas dela Historia Antigua, tarquinadas y licurguerías, como tantas y tantas había padecido Esteban durante sus últimos años de vida en Francia. «¿Ya llegan acáestas cosas?», preguntó. «Es arte que gusta mucho ahora dijo Sofía . Tiene algo másque colores: contiene ideas; presenta ejemplos; hacepensar.» Esteban sedetuvo de pronto, removido a lo hondo, ante la Explosión en una catedral del maestro napolitanoanónimo.Habíaallí comounaprefiguracióndetantosacontecimientosconocidos,quesesentía aturdidopor el cúmulo deinterpretacionesaqueseprestabaeselienzoprofético,antiplástico,ajenoatodaslaste-máticaspictóricas, que había llegado aesta casapor misterioso azar. Si la catedral, de acuerdo con doctrinasqueen otros díasle habían enseñado, era larepresentación arca ytabernáculo desupropioser, unaexplosiónsehabíaproducidoenella,ciertamente,aunqueretardaday lenta, destruyendo altares, símbolos yobjetosdeveneración. Si lacatedral era la Época, unaformidableexplosión, en efecto, había derribado susmuros principales, enterrando bajo un alud deescombros alos mismos queacaso construyeran la máquinainfernal. Si lacatedral era la IglesiaCristiana, observabaEsteban queunahilera defuertescolumnaslequedabaintacta, frentea la que, rota apedazos, se desplomabaen el apocalíptico cuadro, como un anuncio deresistencia, perdurabilidady reconstrucciones, despuésde los tiempos de estragos y de estrellasanunciadoras deabismos. «Siempre tegustó mirar esapintura dijo Sofía . ¡Y a mí que me pareceabsurda y desagradable!» «Desagradable y absurda es esta época», dijo Esteban. Y, de
pronto, recordando queteníaun primo, preguntó por Carlos. «Salió tempranoal campo, conmi marido dijo Sofía . Volverán mástarde.»Y quedóatónitaantelaexpresióndeestupor,deacongojadoasombroquesepintóenel rostrodeEsteban.Tomando un tono ligero y despreocupado, dándoseaun despilfarro de palabrasinhabitual en ella, la joven empezó a contar cómo sehabía casado hacíaun año con quienera ahorael asociadodeCarlos en el negocio y señalabahacia lapuerta comunicante, siempre hundida en lapared, con su único batiente, junto al cantero donde sealzaban los dos troncos depalmeras, tal columnas ajenas al resto de la arquitectura. Carlos, al deshacersede Don Cosme, luego de queseapaciguara la alerta antifracmasona que, en fin de cuentas, quedaraenmeraamenaza,habíapensadoenbuscarun socioque,acambiodeunaapreciableparticipación enlosbeneficios, trajese la capacidad de trabajo y los conocimientos comerciales sobre todo, de los cuales él carecía. Así había dado con el hombrecapaz, muyversadoenasuntoseconómicos,aquienconocieseenlaLogia. «¿Logia?»,preguntó Esteban. «Estamosempezando»,dijoSofía, iniciandoel panegíricodequien,apocodeestar enel negocio,lohabíasaneadototalmente,y, aprovechando la época de mirífica prosperidad por la que atravesaba el país, estaba triplicando, quintuplicando, los beneficios del almacén. «¡Eres rico ahora! gritaba a Esteban, con lasmejillasencendidas por el entusiasmo . ¡Rico deverdad! Y eso lo debes lo debemos ban que Sofía hiciera hincapié en esta vinculación con una delasfamilias más ranciasy poderosas dela isla: «¿Darán ustedes muchas fiestas ahora?», preguntó, displicente. «¡No seas cretino! Nadaha cambiado. Jorgeescomo nosotros. Teentenderásmuy bien con él.» Y se dio a hablar de su contento presente, de la dicha que se hallaba en hacer la felicidad de un hombre, de la seguridadyreposodelamujerquesesabíaacompañada.Y comosiquisierahacerseperdonarunatraición:«Ustedessonvarones. Ustedes fundarán sushogares. No memiresasí. Te digo quetodo está igual que antes.» Pero el hombrequela miraba lo hacía con enormetristeza. Nuncasehubieseesperadoescuchar, enbocadeSofía,semejanteenumeración delugarescomunesparauso burgués: «hacer la felicidad deun hombre»; «la seguridad quesiente la mujer al saberseacompañada en la vida». Era pavoroso pensar queun segundo cerebro, situado en lamatriz, emitía ahorasusideaspor bocade Sofía aquélla, cuyonombre definíaa la mujer que lo llevara como poseedora de«sonriente sabiduría», de gay saber. Siempresehabía pintado el nombre deSofía, en la imaginación de Esteban, como sombreado por la gran cúpula de Bizancio; algo envuelto en ramasdel Árbol dela Vida y circundado deArcontes, en el gran misterio de la Mujer Intacta. Y ahora, había bastado un contento físico, logrado, acaso con el todavíaoculto júbilo deunapreñezincipiente con la advertenciadequeunasangre demanantialesprofundoshubiesedejado decorrer desdelos días dela pubertad para que la Hermana Mayor, la Madre Joven, la limpia entelequia femenina deotros tiempos, se volviera una buena esposa, consecuente y mesurada, con la mente puesta en su vientre resguardado y en el futuro bienestar de sus frutos, orgullosadequesu marido estuvieseemparentado con unaoligarquía que debía su riquezaa la secular explotación deenormesnegradas.Si extraño forastero sehabíasentidoEstebanal entrarnuevamenteensucasa,másextraño másforastero aún sesentíaantelamujerhartoreinayseñoradeesamismacasadondetodo, parasugusto,estabademasiado bien arreglado, demasiado limpio, demasiado resguardado contragolpes ydaños. «Todo huele aquí airlandés», sedijo Esteban, pidiendo permiso (eso: «pidiendo permiso») para darseun baño, baño a dondelo acompañó Sofía, por costumbre, quedándose a charlar con él hastaquesólo le faltara quitarseel último calzón. «Tanto misterio con lo quehe visto tantas veces», dijo ella, riendo, al tirarle un jabón de Castilla por encima dela mampara. Almorzaron solos, luego dequeEsteban, dándoseuna vuelta por la cocina y despensa, hubiese abrazado a Rosaura y Remigio, alborotados y alborozados, igualesa como los dejara: ella en salerosa estampa, él en indefinida media edad denegro destinado acorrer un siglo cabal devida en los reinos deeste mundo. Hablaron poco o hablaron de nimiedades, mirándosemucho, con tantas cosaspor decirseque ninguna acababa de definirse. Esteban hizo vagasalusionesalos lugares dondehabía estado, sin detenerseen detalles. Cuando, restablecido un climadeintimidad quelalargaausenciahabía disipado, él comenzara ahablar, necesitaríahoras, días, para hacer un recuento verbal desus experienciasdurantelos años convulsos y desaforadosqueacababa devivir. Leparecían cortos esos años, ahora que los había dejado atrás. Y, sin embargo, habían tenido el poder de envejecer tremendamente ciertas cosas: ciertos libros, sobre to-do. Un encuentro con el Abate Raynal, en los entrepaños dela biblioteca, le dio ganas dereír. El Barón de Holbach, Marmontel, con sus incas deópera cómica, el Voltaire delastragedias tan actuales, tan subversivamenteactuales, hacía apenas diez años, le parecían algo remoto, fueradelaépoca tan rebasado como podíaserlo hoy untratado deFarmacopeadel siglo XIV. Pero nadaresultaba tananacrónico,tanincreíblementeresquebrajado,usu-rado,menguadoporlosacontecimientos,comoEl ContratoSocial.Abrió el ejemplar, cuyaspáginasestaban llenasdeadmirativasinterjecciones, deglosas, denotas, trazadaspor su mano sumano de antaño. «¿Te acuerdas? dijo Sofía, reclinando la cabezaen su hombro . Antes, yo no lo entendía. Ahora lo entiendo muy bien.» Subieron los dos alashabitacionesdearriba. Esteban sedetuvo ante el cuadro de laintimidad compartida con un desconocido, mirando esacincha, demasiado estrecha, «cama dematrimonio»; esos dos veladores decabecera, con libros dedistinta pasta:esaszapatillasdecordobán,colocadasjuntoalasdeSofía.Denuevovolvióasentirseforastero.Antelaofertadeacomodarle
una estanciapróxima«que servía deescritorio a Jorge, pero que Jorgenunca usaba», Esteban sefue asu viejo cuarto de otros días y, amontonando los aparatos defísica, cajasdemúsica ytíteres en un rincón, colgó la hamacadelasdos argollasclavadasen las paredes lasmismasqueantessostuvieran lasábana, enrolladaamodo desoga, enlacual descansabalacabeza durantesuscrisis asmáticas. Sofíalepreguntó, depronto, por Víctor Hugues. «No mehables deVíctor Hugues dijo el hombre, registrando sus alforjas de marino . Hayuna carta deél para ti. Senos havuelto un monstruo.» Y echándoseunasmonedasal bolsillo, se largó a la calle. Estaba impaciente por respirar los airesde una ciudad que, al desembarcar, lehabíaparecido muy cambiada. A poco de andar, sehalló ante la Catedral, con sussobrios entabla-mentos depiedramarítima yaricadeañejascalidadesal ser entregada a los talladores , coronadospor los encrespamientos deun barroco mitigado. Esetemplo, rodeado depalacios con rejasy balcones, erarevelador de una evolución en los gustos dequienesregían los destinos arquitectónicos dela urbe. Hasta el atardecer anduvo, errantepor lascalles delos Oficios, del Inquisidor, de Mercaderes, yendo delaPlazadel Cristo alaIglesia del Espíritu Santo, de la remozada Alameda dePaula a la Plazade Armas, bajo cuyas arcadas seconcertaban ya, en crepúsculo, bullentes tertulias detranseúntes desocupados. Aglomerábanse los papanatas ante las ventanas de una casa de donde cundía el sonido nuevodeunpianofortereciéntraídodeEuropa.Tañíanguitarraslosbarberos,enel umbraldesusoficinas.Enunpatio,ofrecíase el engañoso espectáculo deuna cabeza parlante. Prostituyéndoseenprovecho dealguna muy honorabledama el caso era frecuenteen laciudad dossabrosasesclavaslehicieron ofertasal pasar. Estebansopesólasmonedasquellevabaysemetiócon la dos,enlaspenumbrasdeunequívocoalbergue...Eradenochecuandoelhombreregresóalacasa.Carlosseprecipitóaabrazarlo. Poco habíacambiado. Parecíaun poco másmaduro, un poco másimportante acaso un poco másgrueso. «Nosotros, los comerciantes, los sedentarios...», dijo, riendo. Y al punto trajo Sofía asu marido: era un hombre delgado, que podía tener unos veinticinco años, a pesar delos treinta y tres cumplidos, cuyo semblante era hermoso por la finura y nobleza delasfacciones, la despejadaanchuradelafrente,labocasensualaunqueuntanto fríaydesdeñosa.Esteban,quetemíavérselasconun chatoaprendizdenegociante,parleroysuperficial,quedóbienimpresionadopor el personaje,aunqueobservandoqueensuporte,ac-titudes y vestido, cultivaba el estilo delacondescendiente seriedad, de la deferenciadistante, dela levemelancolíaque, con una preferencia por las ropas oscuras, los cuellos anchos y flojos, los peinadosaparentemente descuidados, constituían una característica nuevaentrelos jóvenesque, depocos años aesta parte, sehubiesen educado en Alemania o éste era el caso en Inglaterra. «No medirásqueno esguapo», interrogabaSofía, mirando asu esposo con tierna admiración... Gran derroche decandelabros y vajillasde platahabía hecho el ama decasa, aquella noche, para la primera cena de la familia nuevamente reunida. «Veo que se ha matado el buey graso», decía Esteban al ver aparecer lasaves mejor aderezadas, lassalsas demás acuciosa elaboración, en un desfile debandejas que le recordaba las cenas que, en este mismo comedor, sehubiesen ofrecido los tres adolescentes de ayer, soñando quesehallaban en el Palacio de Postdam, en los baños deCarlsbad, o en el marco dealgún palacio rococó, situado en losalrededoresdealgunaVienaimaginaria. Sofíaexplicóquetalesgalantinas, tajeserosiones,talesrellenostrufadosyajerezados, sedestinaban a quien, por tanto haber vivido en Europa, debía tener el paladar tremendamente aguzado en la ponderación de lo exquisito. Pero Esteban, hurgando en susrecuerdos, tuvo queconfesar nuncasehabíapercatado deello que su deslumbramiento primero ante los fuegosartificialesdeunacocinaubérrimaen aromas, matices, sutilezas del unto, aleacio-nesdeyerbas y especias, remotos regustos de esencias, había durado poco. Acaso por su urgencia deacomodarse, durante meses, con los pimentones, bacalaosy pilpilesdela comida vasca, Esteban sehabía aficionado alos manjaresagrestes ymarineros, prefiriendo el sabor delasmateriascabalesal delo quellamaba,conmarcadomenospreciopor lassalsas,«comidasfangosas».Y hacíael elogio de la batata, perfumaday limpia, cocida bajo ceniza; del banano verde, dorado en aceite; del corazón de palmera, prodigioso espárra-godealturas,queconteníatodalaenergíadeunárbol;del bucándetortugaydel bucándecerdosalvaje;del erizodemar y dela ostra demangles; del fresco gazpacho con pan de munición y del cangrejo niño cuyo carapacho frito se pulverizababajo ladentada,poniendosal demarensucarnepropia.Y evocaba,sobretodo,aquellassardinassacadasdelared,vivasaún,puestas sobre brasas deanafe, al cabo dela pesca demedianoche, que sedevoraban en cubierta con la cebolla cruda yla hogaza negra, echándosemano, entrebo-cadoybocado, alabotahinchadadeespesotintazo. «Mehematadodurantetodalatardeestudiando libros decocina, para esto», dijo Sofía riendo... Sesirvió el caféen el gran salón, dondeEsteban echabademenos el desorden de otros días. Era evidente queel nieto deirlandeses, por ser Consorte del AmadeCasa, habíaimpuesto ciertas normasdeestiramiento a la mansión. Sofía, además, estabademasiado atenta asus voluntades, yendo, viniendo, trayéndolelumbre para la pipa, sentándose luego en un pequeño escabel, junto a su butaca. Y en el silencio del esposo, la sonriente expectación de Carlos, la excesiva movilidad deSofía, queiba ahora por un cojín, sesentía quetodos esperaban el momento en que Esteban, como los viajerosantiguos paraesta gente, situadaaunaenormedistanciadeloshechos, él eracomoun Sir GuillermodeMandevillede laRevolución ,iniciarael relatodesusaventuras.Pero mal lesubíanlaspalabrasalaboca,al pensar quelasprimerasarrastrarían atantasytantasmásqueelalbalosorprenderíaallí,sentadoenel mismodiván,contandosiempre:«HáblanosdeVíctor Hugues»,
dijo Carlos, por fin. Comprendiendo queUlises no se libraría, esa noche, de la obligación denarrar su Odisea, dijo Esteban a Sofía:«Tráemeunabotelladevinodelmáscorriente,yponarefrescar otraparaluego,porqueel relatoserálargo.»
GOYA
Había empezado su relato con tono risueño, recordando contradictorias peripeciasdela travesía dePort-au-Princea Francia, en aquel barco atestado derefugiados queresultaron ser masonescasi todos, miembros deun Club deFiladelfos muy poderoso en Saint-Domingue. Era pintoresco, en verdad, ver a tantos filántropos, amigosdel chino, del persay del algonquino, prometiéndoselos más tremebundos escarmientos para cuando, ya aplastada la sublevación de negros, les tocara proceder a ciertosajustesdecuentasconal-gunosservidoresingratosquefueranlosprimerosenarrimar lateaalosedificiosdesushaciendas. LuegonarrabaEstebanentonozumbónsus«huronadas»deParís,sussueños,y esperanzas, andanzasyexperiencias,citando anécdotas: la de aquel ciudadano que pretendía hacer erigir, en la frontera de Francia, un monumento colosal, dotado de un simbolismo tan terriblementeagresivo con un gigantedebroncecuyo solo rostro debía infundir el pavor quelosTiranos, al verlo, retrocederían con sus ejércitos amedrentados; de aquel otro que, en momentos de peligro nacional, había hecho perder tiempoaunaasambleaseñalandoqueel títulode«Ciudadana»,dadoalasmujeres,teníael defectodedejar ensombraslainquietante cuestión de saber si era «señorita»o no; contaba cómo el Misántropo había sido dotado deun desenlacerevolucionario, conelregresodeunAlcestesrepentinamentereconciliadoconelgénerohumano;semofabadel éxitoenormelogradoenFrancia, despuésdesu partida, por una novelaquelo había alcanzado en la Guadalupe: el Emilito, dondeun niño del pueblo, llevado a Versalles,seenterabaconasombro dequetambiénel Delfínhacíatá-tá... Queríaconservar el buenhumor, pero,poco apoco,los hechos, los espectáculos recreados por laspalabras, seiban pintando con tintas mássombrías. El rojo de las escarapelaspasaba al encarnado oscuro. Al Tiempo delos Árboles dela Libertad había sucedido el Tiempo delos Patíbulos. Hubo un momento impreciso, indeterminable, pero tremendo, en queseoperó un trueque dealmas; quien la víspera fuesemanso, amaneció terrible; quien no habíapasado dela retóricaverbal empezó afirmar sentencias. Y se llegóal GranVértigo vértigo tanto másincomprensible,al serevocado,cuandosepensabaenellugardondesehabíasuscitado:precisamentedondeparecieraquelacivilización hubiesehalladosuequilibriosupremo;enelpaísdelasserenasarquitecturas,delanaturalezaamansada,delasartesaníasincomparables; donde el idiomamismo parecía hecho para ajustarsealamedida del verso clásico. Ningún pueblo podía ser másajeno a unaesceno-grafía decadalso queel pueblo francés. Su Inquisición había sido blanda, cuando sela com-parabacon la española. Su Noche de San Bartoloméera poca cosa, al lado dela universal matanza deprotestantes ordenada por el Rey Felipe. Pensando en la distancia, un Billaud-Varennessepintabaabsurdamente aEsteban sobre un fondo de majestuosas columnas, rodeado de estatuas de Houdon, en medio de jardines sin desbordamientos vegetales, con una exótica y sangrienta estampa de sacerdote aztecaalzando en alto el cuchillo deobsidiana. Esta Revolución habíarespondido, ciertamente, a un oscuro impulso milenario, desembocando en la aventura más ambiciosa del ser humano. Pero Esteban se aterrabaante el costo de la empresa: «Demasiado pronto nos olvidamos delos muertos.» Muertos deParís, deLyón, de Nan-tes, de Arras(y acumulabalos nombres deciudades que ahora revelaban la extensión de suspadecimientos, como Orange); muertos en los pontonesatlánticos, en los campos de Cayena, en tantosotroslugares, sin olvidar losmuertos cuyorecuento sehacía imposible secuestrados, defenestrados, desaparecidos... alosquehabíaqueañadir esoscadáveresvivientesqueeranloshombresdevidarota,devocaciónfrustrada,deobras truncas, quepor siemprearrastrarían unavidalamentable, cuando no hubiesen tenido laenergía necesariapara suicidarse.Alababa alos desdichadosbabuvistas, a quienestenía por los últimosrevolucionarios puros, fieles al más limpio ideal de igualdad, trágicamente contemporáneos dequienes todavía predicaban, en lascolonias, una Fraternidady una Libertad quesólo habían
quedadoenartimañaspolíticasparaconservar tierrasoadquirir otrasnuevas.Y concluíael narrador, amargo,vaciandosuúltima copa devino: «Esta vez larevolución ha fracasado. Acaso lapróximasealabuena. Pero, para agarrarmecuando estalle, tendrán quebuscarmecon linternasa mediodía. Cuidémonos delaspalabras hermosas; de los Mundos Mejorescreados por laspalabras. Nuestra época sucumbe por un exceso de palabras. No hay másTierra Prometida que la que el hombre puede encontrar en sí mismo.» Y al decir esto pensabaEsteban en Ogé, que tan a menudo citabauna frase desu maestro Martínez dePasqually: El ser humano sólo podrá ser iluminado mediante el desarrollo de las facultades divinasdormidas en él por el predominio de la materia...Pintáronselaslucesdel albaenloscristalesyespejosdel salón.Sonabanlosprimerosmaitinesdeundomingoquelosvientos nortes habían empezado a azotar de madrugada. A las voces de las campanas conocidas desde la niñez, se agregaba ahora el broncobordóndelanuevacatedral.Había pasadolanoche,comoenlosdichosostiemposdel desorden,con singular rapidez.Y ahora,sinprisapor irseadormir,envueltosenmantasquehabíantraídopocoapocoparaarroparseensusbutacas,permanecían los cuatro silenciosos, como sumidos en sus propiasreflexiones. «Pues, nosotros no estamos deacuerdo», dijo Sofía, de pronto, con una vocecilla agridulce que era, en ella, anuncio de discusión. Esteban se creyó obligado a preguntarle quiénes eran los nosotros. «Los tres», respondió Sofíacon un gesto circular, dejándolo como arrojado fueradel recinto familiar. Y, como si hablara para sí misma, seentregó a un monólogo quehallaba un visibleasentimiento en los semblantes deCarlos y deJorge. No podía vivirsesin un ideal político; la dicha de los pueblos no podía alcanzarsedeprimer intento; sehabían cometido graves errores, ciertamente, pero esoserroresservían deútil enseñanza para el futuro; ella comprendía que Esteban había pasado por ciertas experienciasdolorosas y mucho lo compadecía por ello , pero acaso fuesevíctimadeun idealismo exagerado; ella admitía quelos excesos delaRevolución eran deplorables, pero lasgrandes conquistashumanassólo selograban con dolor y sacrificio. En suma: quenadagrandesehacía en la Tierra sin derramamientos de sangre. «Eso lo dijo Saint-Just antesquetú», exclamó Esteban. «Porque Saint-Just era joven. Como nosotros. Lo queme maravilla, cuando pienso en Saint-Just, es lo cerca queestaba aún delospupitresdel colegio.» Ellaestáenteradadetodo lo quesuprimo le había contado tocantealo político, desdeluego yacasomejor queél,quesólohabíapodidotenerunavisión parcialylimitadadeloshechos,visión alteradaavecesporlaproximidaddenimiasridiculeces,deingenuidadesinevitables,queennadamenguabanlagrandezadeunsobrehumanointento. «¿Así quehaber descendidoalinfierno nomehaservidodenada?»,gritóEsteban...Ellasóloqueríadecir queadistanciasepodíatener unaimpresiónmásobjetivadelosacontecimientos menos apasionada. Mucho deplorabaellalos bellos monasterios destruidos, lashermosas iglesias quemadas, lasestatuasmutiladas, los vitrales rotos. Pero medio gótico podía desaparecer del planeta si la felicidad del hombre lo exigía. La palabra «felicidad» tuvo el poder de enfurecer a Esteban: «¡Cuidado! Son los beatos creyentes como ustedes; los ilusos, los devoradores deescritos humanitarios, los calvinistas dela Idea, quienes levantan las guillotinas.» «Ojalá pudiéramos levantar una, muy pronto, en la PlazadeArmasdeestaciudad imbécil y podrida», replicó Sofía. Ellavería caer, gustosa, las cabezas detantos funcionarios ineptos, de tantos explotadoresde esclavos, de tantos ricachos engreídos, de tantos portadoresdeentorchados, como poblaban estaisla, tenidaal margen detodo Conocimiento, relegadaal fin del mundo, reducida auna alegoríapara caja detabacos, por el gobierno más lamentableeinmoral delahistoriacontemporánea. «Aquí hay queguillotinar aunos cuantos», asentía Carlos. «A más deunos cuantos», sentenciabaJorge... «Me esperabatodo dijo Esteban menosencontrarme,aquí, conunClubdeJacobinos.»Notanto,leexplicabanlosotros.Pero entodo casocongentemuy enterada(esta reiteración encolerizabaa Esteban), resuelta a «hacer algo». Era preciso tener conciencia de la época, tener un objetoenlavida,actuardealgunamaneraenun mundoquesetransformaba. Carlossehabíaaplicadoenestosañosacrear una pequeña Logia Andrógina Logia Andrógina porque eran demasiado pocos para poder prescindir de mujeres inteligentes e ilustradas con la finalidad política de difundir los escritos filosóficos quehabía incubado la Revolución, así como algunos de sustextosfundamentales:laDeclaracióndelosDerechosdel Hombre,laConstituciónFrancesa, discursosimportantes,catecismoscívicos, etc. Letrajeron variashojassueltasy opúscu-los que, por el diseño desusado delos tipos, latosquedad delacomposición, pregonaban el clandestino trabajo delaimprentaneogranadinao habanera acaso del Río delaPlatao dePuebladelos Ángeles. Esteban conocía aquellas prosas. Tanto las conocía que, por la personalidad de ciertos giros, el acierto de ciertas transposiciones, la presencia deun adjetivo cuyaequivalencia castellana le había costado trabajo hallar, identificabasus propiastraducciones, hechas en laPointe-à-Pitrepor indicación deVíctor Hugues paralascajasdelos Loeuillet. Y ahora, en estemomento, le reaparecían esostextos, multiplicados por las prensas del Continente... salir. Cruzando el patio, vio que una llave estabapuesta en la cerradura de la puerta queconducía al almacén. Tuvo curiosidad por visitaraquel lugar queenciertomodolepertenecía,ahoraque,por ser domingo,lasnavesestaríanvacías.El olor asalmuera, apatatasgerminadas,acecina,acebollas,quetandesagradableleeraenotrostiempos,levinoalasnaricescomoel deunhumus ricoyvivificante.Eraolor acaladebarcos,aalbóndigasportuarias,abodegasbienguarnecidas.Goteabael tintazodesuscanillas; verdecían lascortezasdel queso manchego; pringaban lasmantecasel barro de sus tinajasventrudas. Y en esto reinaba un orden
antañodesconocido.Todoestabaalineado,entongado,colgado,segúnlasexigenciasdesumateria:arriba,pendientesdelasvigas de cedro, los jamones yristrasde ajos; formando murallas, los granos; abajo, los tonelesde anchoas y escabeches. Y más allá, en el patio ahora sotechado, llenando aparadores de rejas, había un muestrario de las mercancíasquehabían venido a ampliar el alcance del negocio: saleros, relicarios, despabiladerasdeplatamexicana; ligerasporcelanas inglesas; graciosas chineríaspasadas por Acapulco; juguetes mecánicos, relojessuizos, vinos y cordiales delasantiguas bodegasdel Conde deAranda. Esteban fue hacia la oficina donde los libros, los tinteros, los cortaplumas, salvillas, reglasy balanzas, ocupaban sus correspondienteslugares, esperando aquienes habrían deusarlos al día siguiente. Viendo quedos mesasparticularmente imponentes ocupaban el mejor despacho, el joven pensó en una tercera queacaso sele destinaría, allí, junto al testero revestido de caoba, donde seostentabaun retrato al óleo del padre, Fundador de la Ca-sa, deceño fruncido como lo tenía siempre , respirando la honorabilidad, la severidad, el espíritu de empresa. Y sepensó a sí mismo, en futurasesplendorosas mañanas, encerrado ahí entre muestras de arrocesy degarbanzos, yendo dela cuenta al aforo, discutiendo con algún pagador moroso, con algún detallista de provincia mientras, afuera, el sol centelleara sobre las aguas dela bahía, al paso de un clipper en camino hacia Nueva York o el Cabo de Hornos. Comprendió quenunca seinteresaríasuficientementepor aquello para consagrarlelos mejoresañosdesu vida. Estaba maleadopor susandanzasmarineras,por suvivir aldía,por elhábitodenoposeercosaalguna.Ahoraqueseveíacomorescatado del infierno, no acababadehallarse desentirseasí mismo en la realidad, en la normalidad recobrada. Fuea su habitación. Sofía,sentadaenmediodelostíteresyaparatosdefísica,loesperabasinresignarseairseadormir, conunagrantristezareflejada en el rostro. «Teenojascon nosotros dijo porquetenemosfeenalgo.»«Lafeenalgoquecambiadeaspecto cadadíalesdará grandesy terriblesdecepciones dijo Esteban . Ustedes saben lo que aborrecen. Nadamás. Y por saberlo ponen su confianza, sus esperanzas, en cualquier otra cosa.» Sofía lo besó, como cuando era niño, arropándolo en la hamaca: «Piense cada cual lo que quiera, y volvamosa ser los deantes», dijo, al salir. Esteban, al quedar solo, se dio cuenta dequeeso era imposible. Hay épocas hechas para diezmar los rebaños, con-fundir laslenguasy dispersar las tribus.
Transcurrían los días sin que Esteban se resolviera a iniciar su trabajo en el almacén. «Mañana», decía, como para excusarse ante quienes nadale habían exigido. Y mañana sedabaa vagar por la ciudad, o cruzando la bahía en algún bote, iba a la villa deRegla. Allí había melados fuertes y sangríaspeleonas en los mostradores de cochinillos asados que le re-cordaban los bucanes de otros días. En un apartadero marino, arrimados unos aotros como mendigos en noche deinvierno, verdecían los veleros inservibles, desechados por viejos y renqueantes, siempre mecidos por un manso oleaje que les calaba las bordas agujereadas,cubiertasdelapasyalgasvioláceas.Aúnquedaban, enalgunaparte,lasruinasdebarraconesdondeestuvieranconfinados, durantemeses,losjesuitasexpulsadosdelosReinosdeEspaña,traídosporel caminodePortobello,desdesusremotosconventos an-dinos. Los vendedores deplegarias, deexvotos, deobjetos debrujería imanes, azaba-ches, hierros y corales ejercían librementesucomercio. Allí cadaiglesiacristianateníaalgunaiglesiacimarrona, consagradaaObatalá,OchumoYemayá, detrás delamismasa-cristía,sinqueningúnpárrocopudieseprotestar por ello,puestoquelosnegroslibertosreverenciabanasusviejos dioses del África en la figura delasmismasimágenesqueseerguían en los altaresde los templos católicos. A veces, de regreso, entraba Esteban en el Teatro del Coliseo, donde unacompañía española animaba, en compás detonadilla, un mundo demajos y chisperosevocador del Madridcuyoscaminoslehubiesensidocerradosporlaguerra... En laproximidaddelasNavidadesfueron invitados Sofía, Carlos y Esteban por unos parientes deJorgea pasar lasfiestas pascualesen unafinca quesetenía por una delas más prósperas y florecientes dela isla. Demasiado atareadospor las compra-ventas de fin de año para abandonar el almacén, Carlos y Jorge resolvieron que Sofía partiría antes, acompañada por Esteban, mientras ellos terminaran sustratos en la ciudad, saliendo unos ocho días después. No desagradó la ideaa Esteban, que siempre sesentía separado de Sofía por la presencia del esposo,entantoqueno acababaderestablecer verdaderoslazosdecamaraderíaconCarlos, demasiadoentregadoasusnegocios, a menudo ausente de noche por asistir a reuniones masónicas, o harto cansado por la jornadade labor para hacer algo másque adormilarse, despuésde la cena, en algunabutacadel salón, fingiendo que escuchaba la charla delos demás... «Ahora es cuando vuelvo a encontrarte», dijo Esteban aSofía, cuando sevio solo con ella, en la intimidad de la volantaquerodabahacia Artemisa. Bajo la capota de hule alzadase hallaban ambos como en una cuna zarandeada por los malos caminos. Comían en fondas y paraderos deviajeros, divertidos en pedir lo máspopular o inhabitual un ajiaco deoscuro caldo, unaparrillada depalomas torcaces y Sofía, queno probabael vino en lascenas familiares, sedaba adescubrir botellasde buenatraza, extraviadasentre
los aguardientes y tintazos del menudeo. Seleencendía la cara, lesudaban lassienes, pero reía, con la risadeotros días, menos señora, menos ama decasa, como librada de una censura toleradaaunqueactiva. Durante el camino, Esteban se vio llamado a hablar de Víctor Hugues. Preguntó aSofía por la carta quele había traído. «Nada dijo ella . Yo esperabaalgo más. Tú lo conoces: chistesquepierden la gracia en lo escrito. En el fondo:tristeza. Dicequeno tieneamigos.» «En su soledad estásu castigo dijo Esteban . Creyó quepara ser grande tenía que renunciar a toda amistad. El mismo Robespierre no llegó a tanto.» «Siempreerallevadoaesperar demasiadodesí mismo respondió lajoven . Por eso, cuando quiso alzarse por encimade su estatura mostró que no daba para tanto. Aspiraba a héroe de tragedia y se quedó en comparsa. Además, sus escenarios eran malos. Rochefort, la Guadalupe... ¡Escalerasde servicio!» «Es un hombre detalla inferior. Muchos hechos lo demuestran.» Y buscabaEsteban en su memoria todo lo quepodíamenguar su harto orgulloso empaque: tal frasetorpe, escuchadaun día; tal trivialidadde expresión; tal aventura ancilar; tal muestra de debilidad como aquella, de un día famoso, en quequedara callado, con una odiosasonrisa, cuando AntoineFuët lo habíaamenazadocon darledelatigazos si sepresentaba, sin ser invitado, en laLogia de los Corsarios. Además: eseculto a Robespierre, traducido en remedo... Y sedaba aacumular cargos contra el amigo deayer, por lo mismo quelo habíaquerido y sus flaquezas le eran tanto más inadmisibles: «Meagradaríahablar bien deél, pero no puedo. Demasiadas cosas meensucian su recuerdo.» Sofía lo escuchaba, asintiendo a su manera, con pequeños gruñidos que podían tomarsecomomanifestacionesdesorpresa,desaprobación,asombro oescándalo anteunacrueldad, undesacierto, unabajezao un abuso depoder: «Dejemos aVíctor. Fueun mal engendro deuna gran revolución.» «Engendro que, en fin decuentas, hizo dinero ysecasó con mujer rica observó Esteban . A menos dequelo hayan encarcelado en París por sus malversaciones. O acaso por delito de rebeldía. Esto, sin pensar en lo que hayan podido disponer, los magistrados del nuevo Terror.» «Dejemos a Víctor.» Pero al cabo dedos leguas de camino, volvían ahablar de Víctor Hugues, nuevamente activo en un intercambio de condenatorios lugarescomunes: «Es vulgar...» «No sécómo nospudo parecer tan interesante...» «Es inculto: cita en susdiscursos lo que leyó en el último libro...» «Un aventurero...» «Nuncafue sino un aventurero...» «Nos asombraba porque venía delejos y había viajado mucho...» «Valiente, no cabe duda...» «Y audaz...» «Fanático al comienzo; pero acaso fingidamente por ambicioso...» «Una bestia política...» «Esos son los hombres quedesacreditan unarevolución...» Rodeada depalmeras y cafetales, la vivienda delos parientes deJorgeera una suerte de palacio romano, cuyasaltas columnas dóricassealineaban a lo largo degaleríasexterioresadornadascon platos deporcelana, vasos antiguos, mosaicos de Talaveray jardineras rebosantes de begonias. Los salones, los soportales del patio central, los comedores, hubiesen podido ser habitadosholgadamente por un centenar de personas. A todas horas ardían los ruegos delascocinas, y los díastranscurrían entre desayunos, servicios demanjares inagotables, meriendas y colaciones, hallándosesiempre a la mano algunajícara dechocolateo una copa dejerez. Maravillaba contemplar, entrelos granados y buganvillasde unavegetación cerradapor enredaderas, lasestatuas demármol blanco que adornaban los jardines. Pomona y Diana Cazadora custodiaban una alberca natural, tapizada de helechos y de malangas, abierta en el ensanche deun arroyo. Largas avenidas, sombreadas por almendros, algarrobos y palmas reales, sedifuminaban en lejanosverdores, donde descubríaseel misterio deuna pérgola italianacubierta derosalestrepadores, un pequeño templo griego erigido para albergar algunadiosamitológicao un laberinto de bojesdonde eragrato perderse cuando sealargaban lassombras del crepúsculo. Los amos de la casa, siempreatentos al bienestar desus huéspedes, no pesaban sobre ellos. Viejos principios dehospitalidad criolla dejaban libertada todos dehacer lo queseles antojara, y mientras unos se daban a cabalgar por los caminos, otros iban decazao de paseo en tanto que los demás sedispersaban, quién con un tablero de ajedrez, quién con un libro, en la vaste-dad delos parques. Una campana, colgada dealtatorre, ritmabalavidacotidianallamando acenas o reunionesalasqueasistíaquien quisiera. Después dela gran comida nocturna queterminabaen el frescor delasdiez, encendíanseguirnaldasdefarolesenlagranexplanadaquehabíadetrásdelacasa,y dábasecomienzoal concierto deunaorquestade treinta músicos negros, instruidos por un maestro alemán, antiguo violín de la OrquestadeManhein. Sonaba, bajo un cielo estrellado tanestrelladoqueparecíacargar estrellasenexceso ,lagraveintroducción deunaSinfoníadeHaydn,o alborotábanse los instrumentos en el gayo impulso deun Allegro de Stamitz o de Cannabich. A veces, con el concurso de algunos invitados dotadosdebuenasvoces,llegábanseainterpretar pequeñasóperasdeTelemannoLaServaPadronadePergolesi.Y así transcurría el tiempo, en aquellos díasfinales deun Siglo de lasLucesqueparecía haber durado másde trescientos años, por lastantas y tantascosasqueenél habían acontecido. «Vidamaravillosa decíaSofía . Pero detrásdeesos árboleshayalgo inadmisible.» Y señalaba hacia la fila de altos cipreses, alzados como obeliscos verdinegros sobre la vegetación circundante, queocultabaotro mundo: el de los barracones deesclavos que aveces hacían sonar sus tamborescomo un granizo remoto. «Lo siento tanto como tú replicabaEsteban . Pero nuestras fuerzas no alcanzarán aarreglar lascosas dedistinta manera. Otros, dotados deplenos poderes, fracasaron en la empresa...» La tarde del 24 dediciembre, mientras algunos seafanaban en acabar de arreglar un nacimiento, invadiendolascocinas,aratos,paracerciorarsedequelospavossedorabanenloshornosydequelassalsasempezaban
a hablar blar por el olor olor de sus esencias ncias, Este Esteban y Sofía Sofía fueron hacia hacia la entr entrada adade la finca, finca, de rejas monumentales ntales, para para esperar a Carl Carlos y aJorge orge, que no tardarían tardarían en llllegar. Un Un chubasco rep repentino ntino les leshizo hizo buscar el amparo deuna delaspérgolas pérgolas, toda toda encendida didadeFlor Flores esdePascuareciénabiertas. La Lalluvia uvialevantabalos olor oloresdelatierr tierra, a, sacando postreros postreros perfumesdelashojas hojascaídas en los los caminos. «Pasó la lllluvia, mostráronse las flor flore es y el tie tiempo de la canci canción ón es ve venido» nido», murmuró Este Esteban, citando citando un texto bíbl bíbliico quelerecordaba ordabalecturas turasdeadolescente. Entonces Entonces seproduj produjo o el deslumbramiento. Sesinti sintió ó como rescata rescatado, do, devuelto a sí mismo, por una jubi jubillosarevelación: elación: Todo Todo lo lo entiende ntiendes ahora. hora. Sabeslo quemadurab duraba en ti desdehaceaños. Mir Mi rasel rostro ostro y entiende entiendeslo loúnico únicoquedebiste bisteentender, túquetantote teafanasteenperseguir verdadesquerebasabantu tuentendimiento. entendimiento. Fueella, ella, la prime primera mujer ujer conocida, conocida, madre madre estrecha strechadapor ti en vez de la quenunca llllegaste aconocer. Es ell ella la quete reveló las lasesplenplendorosa dorosas ternuras ternurasdela hembra en el insomni insomnio o velado, la la compasión de tus padecimientos cimientos y la la apaciguadora car caricia cia dada en el alba. Es ella ella la hermana queconoció conoció las las sucesivas sivas for formas detu cuerpo como sólo una amante inima nimaginable, ginable, crecida crecida contigo, contigo, hubiera hubiera podido podido conocerlas conocerlas. Re Recli clinó Esteb Esteban la cabeza en un hombro que era como hecho desu mi misma carne y prorr prorrumpió en soll sollozos tan hondos, tan desgarrados, que Sofí ofía, estupefacta, stupefacta, lo lo tomó en susbrazos, besándolo besándolo en la lafrente, en las mejillas, atraatrayéndolo a sí. Pero Pero era una bocaansiosa ansiosa, sedie sedienta, demas demasiado ávida, vida, la la queahora buscaba la suya. Apartándol Apartándole e la cara con las las manos, sezafó bruscam bruscamente y quedó depie, pie, frente frente aél, atenta asus reacciones reacciones como quien quien observa los los ademanes deun enemigo. Esteban la la miraba, adolori adolorido, inerte, inerte, pero con tal ardor en los los ojos quela muje ujer, sinti sintié éndosemira mirada com como muj mujer, dio dio un paso paso atrás atrás. Ahor Ahora a el otro otro le le hablab blaba; le le hablab blaba delo que acababa deentender, entender, de lo que acababa dedescubrir cubrir en sí mismo. Una Una voz quenoerala ladeantespronunci pronunciab abapalabrasjamásesperadas,inadm inadmisibl sibles es,que,le lejosdeconmoverla,cobraban,paraella,la lahueca resonancia onancia delos luga lugarescomunes. No No sabía ella quéhacer, qué decir, decir, casi avergonzadade tener que padecer aquel monólogo onólogo lleno de enojosa enojosas confes confesiones quesereferían eferían a trivi triviales ales desengaños dealcoba, a anhelos nunca colma colmados, a la la oscura espera de algo quehubiesedevuelto el visit visitad ador or de tierra tierras áridas das a su punto de parti rtida. «¡Basta «¡Basta ya!», ya!», gritó gritó Sofía, Sofía, con la la cólera pintad pintada a en el semblante. ante. Acas Acaso otra otra escuchara aquello quello mismo con inter interés és. Pero, Pero, para para su inaquiesce inaquiescencia, ncia, todo sonabaa falsa monedaverbal. Y a medida queel otr otro apretabael ritmo de sus palabras, apre apretabaella el delos «¡Basta ya!», subiendo el diapa diapasón hasta hasta un reg registro stro conclusivo, conclusivo, terminante terminante, irr irre ebasable. Hubo Hubo un sile silencio ncio colm colmado de angusti ngustia. a. Ambos eran golpeados por la latidos tidos internos internos como si jun juntoshubiesen lle llevado acaboun enormeesfuerzo rzo. «Lohasroto todo; lohasdestroz rozadotodo», dijo ijo ella lla. Y eraSofía, ahora, quien sequebraba en llllanto, echando echando acorr correr bajo la lalluvia... uvia... Cayó Cayó la nochesobre un yacente. Ya Yanadasería como antes. Lo Lo quehabía estall tallado en cri crisis sis crearía ya, para siem siempre pre, una barrera dedesconfi sconfianza, desil silencios ncios retice reticentes, demirad miradasduras duras, que le sería intole ntolerable. Pensabaque quelo mejor seríamarchar archarse, abandonar ndonar el recinto cinto fami familiar, aunque aunquesabiendoquelefa faltaría taríanenergíaspara para ello. ello. Los Los tie tiempossehabían vuelto vuelto tan azarosos queel viajero viajero salí salía al camino esperándose esperándoselo peor, com como en los días díasdelaEdad Media. dia.Y conocíaEste Estebancuántodetedi tedioso osopodía podíaencerrar lapalabraaventura... ntura... Habíadejadodellove llover. Lasmalezasselle llenar naron de luces y dedisfr disfrace aces. Ll Llegaron pastores tores, moli molineros de car carasenharinada enharinadas, s, negros que no eran negros, anciana ancianas de doce doce años, gente barbuda y gente con coronas coronas de cartón que sacudían marugas, cencerros, cencerros, panderos y sonaj sonajas as. Y eran vocesniñas niñas las que cantaba cantaban en coro: Ya vienela vieja Con el aguinaldo. uinaldo. Le parecemucho. Nos Nos parecepoco. Pa Pampanitos mpanitos verdes. verdes. Li Limonesen fl flor. or. Bendindi-tala lamadre adreDeNue Nuestro Señor. ñor. Tra Tras de los los macizo izos de buganvilla illas, la casa resplandecía por todos sus candelabros ros, quinq inqués y arañas venecianas. Ahora hora habría bría queesperar la la medianoche, en medio dio de bandejas de ponche. Doce campanadas caerían erían de la torr torre, y cadacual tendrí tendría queatragantarse ntarsecon las lasdoce uvas deritual. tual. Lueg Luego, sería sería la cena cena inter interminabl minable, e, prolonga prolongada da en sobremesade avellanas y almendras ndras rotas por los cascanueces. Y la orquesta denegros que, que, esta noche, estrenaría estrenaría valses nuevos, nuevos, cuyos papeleshabían llegado la víspe víspera y seen-sa en-sayaban desdela mañana. Esteb Esteban no sabí sabía a quéhacer para huir huir deaquella fies fiesta, de los los niños niños quelo acosaban, delos losservidor vidores esquelo llamabanpor sunombre,paraquetomar tomaraparteenunjueg juegoo probara probaralas lascopasqueyaempezaban aalzar el tono tono delasrisas en los los portales portales iluminados. iluminados. En eso seoyó un picado picado trotar trotar decaballos. allos. Remigio, gio, en el pescante del coche muy enlodado, nlodado, había aparecido al cabo de la avenida. nida. Pero nadie nadie vení venía a en el coche. coche. Parando en seco al ver a Esteban, le le hizo hizo saber saber que, tras trasde haber sufri sufrido un síncope, síncope, Jor Jorge geestabaen cama, cama, derri derribado por una epidem pidemia nueva que azotabala ciudad epidemi epidemia queseatri atribuía buía a las gr grandes mortandades habi habidas en los los campos de batall talla deEuropa, Europa, y cuyos mias miasmas mefíti fíticos cos habían traído traído unas navesrusas, recién recién llllegadas, que cambiaban mercaderíasnunca vistas vistaspor frutas frutas tropi tropicales, cales, muy gustadas por los ricos ricos señores ñoresdeSan Petersburgo. Petersburgo.
La casa casaolí olía a enferme nfermedad. Des Desde su entrada ntradaadvertían tían las las gargantas una pres presencia ncia de mostazas y lilinazas nazas en la la le lejanía de las coci cocinas. nas. Era, Era, decorr corredoresa escaleras, un ir ir y venir venir de tisa tisanasy sinapismos, sinapismos, pócima pócimas y aceitesalcanfor alcanforados, en tanto que en baldes sesubían las lasaguasdemalvavisco y cebol cebolllasdelirio destinada tinadass arefres efrescar la la piel de qui quien en no lograba lograbasoltar soltar una fi fiebre tenaz,alzadaaveceshastalas lasdivag divagaciones acionesdel delirio.Des Despuésdeunviaje viajetri tristeyapresuradoenlo loposibl posible, e,durante duranteel cualapenas si sehablaron, Sofía Sofía y Esteban habían habían hal hallado aJorge orgeen estado de suma gravedad. Y no se tratab trataba deun caso aislado. Media ciudad ciudad estabapostrada postradapor una epidem pidemia nuevaque, con harta harta frecue frecuencia, ncia, semanifestab nifestaba a en dime dimensión nsión mortal. mortal. Al ver aparecer a su esposa, el enfermo nfermo la mir miró con ojos ojos extenuados, xtenuados, agarrándosede sus manos manos como si en ellas ellasencontr ncontrara un asidero salvador. dor. Como Comolaspuertas rtasdelahabitaci bitación ónestaba estabancerrada cerradasparaevitar vitarcorr corrientesdeaire, aire,reinaba reinabaenella ellaunaatmósfera ósferasofocante ofocanteyde densa, oli oliente avahosdefarm farmacia, alcohol alcohol defri fricción cción y ceradebují bujías, siem siempre encendidas ncendidasporque porqueJorge orgetenía teníala opresiva sensación de quesi sedormía dormía en la la oscurida curidad no despe despertaría taría más. Sofía Sofía lo arropó, lo arrul arrullló, le le puso puso unacompresa compresade vi vinagre en la la fre frente ardida, ardida,yfueal almacénparaqueCarl Carlospormenor pormenoriizarael el trata tratamientoaconsejadopormédicos dicosquepocosabí sabían,enverdad,cómo luchar contra contra un mal mal hastaahora desconocido... conocido... Y seentró ntró en el el Siglo Nuevo, en me medio dio de insomnios y de vi vigil giliias, días días de de espe speranzay díasdedesaliento enlos cuales, comolla-ma a-madaspor vocesmisteri misteriosas, aparecían sotanasentre los azul azule ejosdel zag zaguán, ofr ofrecidas atrae traer imá imágenesy reli reliquias quiasmilag milagreras. En todos los los mueblesdel piso piso alto seencontr ncontraban récipe récipes ypomosdemedici dicina, na, conlas lasmechasamedio quemarquehabí habían anservido vidoparafij fijarventosas. ventosas.Adol Adolor oriidaaunqueserena serena,Sofí Sofíanoabandonab abandonabala lacabecera desumarido, arido, apesar dequemuchole lerepiti repitieran eranquelaenfermedaderasumamentecontagiosa.Sin Sinmáscuidado cuidadoqueel defrotar frotarse se con loci lociones onesaromáti aromáticas casy dellevar sie siempre algún clavo declave clavero en la laboca, la esposa esposaasistía stía al doli dolientecon una soli olicitud citud y una ternur ternura aqueevocaban paraEsteban los los añosdesu propi propia aadolescencia nciaasmática. tica. Ahora horael cariño cari ño deSofía Sofía acaso inconsci inconsciente ente anticipo anticipo desentim ntimiento maternal sehabí había a fij fijado en otro otro hombre, y la evi evide dencia ncia de deello sehací hacía atanto másdolorosa dolorosa para quien tuvie tuviera mayore ores motivos otivos quenunca para para añorar añorar los los tiempos tiempos deun Paraíso Perdido Perdido tan pe perdido rdido como inadv inadve erti rtido le fuer fuera, cuando deél hubies hubiese dependido medir dir el alca alcance deuna dicha dicha que, por cotidi cotidiana anay habi habitual, tual, aceptara ptara como como algo quelecorr correspondía pondía por derec derecho. Noche Noche tras trasnoche per permanecía Sofía Sofía despierta, spierta, en su butacade enferme nfermera, para ador adorm milarse tan tan leve levemente quebastabacon un suspiro suspiro deJorge orgepara despertarla. tarla. A vecessalíadelahabitació habitación n con unagran congoja en el rostro: ostro: «Delir «Deli ra», decía cía, rom rompi pie endo a llorar llorar.. Pe Pero recobraba cobraba el val valor al ver que, que, vuelto vuelto en en sí, sí, el otr otro seaferrabaa la vida vidacon ine inespe sperada ada energía, poniendo poniendo unaincre ncreíble blevoluntad voluntad en protesta protestarr ante las laspunzadas punzadas quelehorada horadaban los los costados, gritando gritando queno ser seríavencido por lamuerte rte. Durante Durantesusmome omentosdepasajeramejorí oría,hací hacía aproyectos proyectospara parael futuro: futuro:No; No;no sepodía podíadespilfarr spilfarrar arunajuve juventud entre entrelasparedes deun comercio. cio. El El ser humano no había bía nacido cido par paraeso. Apena Apenas trans transcurr currieran los los días díasdelaconvalecenci convalecencia, a, marcharí archarían an ambosal extranjero; xtranjero; re realizarí alizarían an los viajes viajessiempre pospue pospuestos. stos. Irí I ría an a Espa España; irí iría an a Itali Italia a; acabaría él derecobrar recobrar la saludenel suaveclim climadeSicil cilia.Seiríanparasiempr siempredeestaisl isla amalsana, dondelas lasgentes entesestabansiem siempre preexpuestasapadecer epidemi epidemias semejantes alas quehabían azotado Eur Europa opa en otr otras as épocas. pocas. Esteban se enteraba deesos proyectos, proyectos, sinti sintiendo endo una lacerante angustia ngustia ante la la idea ideade quefuesen re realizables, alizables, y de que, acaso, sevies viese privado privado deuna pres presencia que era la única única justijustificación fi cación de su existencia existencia actual, ctual, vacía vacía deambici biciones, ones, de ideal idealeso de ape apetencias tencias. Y medía día el desengaño quelehabían dejado dejado sus experiencias enciaspersonales cuando le le tocabarecibir ecibir a quie quienes visi visitaba taban la la casa, a cualquier quier hora, hora, par para interes nteresarse por el enfermo. enfermo. Nadi adie le re resultaba inte interesante. Pe Permanec rmanecíía aj ajeno a las las conve conversacione ciones. s. Y más cua cuando los los visit visitante antes eran fil filántropos ntropos retardados, retardados, de los que concurr concurrían ala pequeña Logia Logia Andr Andrógi ógina na quelos suyos habían bían fundado y a la la quesehabía negado obsti obstinada nadamente a concurr concurrir desdesuregreso regresoaLaHab Habana.Las Lasideasquehabíadejadoatrás trásloalcanzaban, ahora,enestemed mediodondetodoparecí parecía a orga organizado nizado para neutrali utralizarl zarlas as. Se apiada piadaban sobr sobre e el destino tino de los los esclavos sclavos quie quienes, ayer ayer mismo, habían comprado nuevos negros par para trabaj trabajar en sus haciendas. Hab Hablaban dela corrupci corrupción ón del gobie gobierno coloni colonial al quiene quienes medraban a la sombra sombra de esa mismacorr corrupción, upción, propi propici ciadora adora debenefici neficios. os. Comenzaba Comenzaban ahablar de unaindependencia ndenciaposibl posible equiene quienes mucho sehubieran hubieran complac placiidoenre recibi cibirr algún gúntítul título onobili nobiliario ariootorga otorgadoporla laManoReal.Generalizábaseaquí, entre ntrelasclase clasespudi pudie entes, ntes,elmismo estado deespír píritu quehabía llllevado atantos ar aristócrata stócratas, en Europa, Europa, aerig erigir sus propi propios os cadalsos. Con Con cuarenta años deretras traso leíanselibros propi propici ciad ador ore es de una una Revol Revolución ución queesamisma Revol Revolución ución,, la lanzadapor rumbos imprevistos, había desa desactual ctualizado... zado...Al Al cabodetres tressemanas,serecobró cobróalgunaespe esperanza,encuantoal estadodel del enfermo.No Noporque porquehubies hubiesemejorado. ejorado.Pero Pero parecía parecía estacionarse stacionarse dentro ntro de la la gravedad, al cabo de un padeci padecimiento miento que para otros otros hubies hubiese abreviado breviado la la muerte en menos tiem tiempo. Los Los médicos, algo algoinstrui nstruidos dos por la laobservación de numerosos casos, habí habían anoptado por aplicar aplicar asusenfermos nfermosun trata tratamiento miento muy semejante nteal usado para combatir tir la laneumonía. neumonía. En esaexpectati ctativaseestabacuando, una tarde, tarde, seoyeron oyeron aldabonaaldabonazos en la la puerta princi principal. pal. Asomáronse Esteban y Sofí ofía al barandal del patio patio para ver ver quié quién tan ruidosa ruidosamente llam llamaba, cuando vieron vieron aparecer al capitán capitán Cale Caleb Dexter, delevita azul azul y guantes ntesdeceremonia. onia. Ignorante Ignorante dequehabía un enfermo en la la casa, venía venía sin avisar, como como lo lo hacía otras otrasveces, cuando el Ar Arrow fondea fondeabaen el puerto de La Hab Habana. Esteb Esteban abrazó con aleg alegríaa quien quien con su pres presencia encia hacía cíarevivi vivirr un grato pasado. pasado. Al Al enter enterarsedelo queahora ocurrí ocurría, el nortea norteamericano, ericano, despuésdemucho
lamentar el caso, seempeñóentrae traer de su barco unos fomentos marineros, de unaefici eficie encia nciaprobada probada aunqueSofía Sofíatrata tratarade disua disuadir dirlo, ya quela epidermis pidermis de Jor Jorge geestabatan ardida ardidapor los revulsi revulsivos vos queapenassi toleraba tolerabalos me menos quemantes. Pero Pero Caleb Cal eb Dexter, convencido convencido del valor valor de su remedio, remedio, fue a buscarlo, y regresó, a la la hora de encenderse las lámparas, con unos unos ungüentosypomadasqueolí olíanaácidos ácidoscorrosi corrosivos. vos.Sepusouncubierto cubierto másenla lamesa,yla laaparici parición óndeunagransoperainglesa inglesa, delinaj linajuda udataza, taza,ini inici ció óla laprime primeracenaesperanzada anzadaquebajoestetechosehubies hubiesetenido nidoenvariassemanas.Jor Jorge geestabadormido, dormido, entre entregado al cuidado cuidadodeunamonja monjaclari clarisa saqueSofía Sofíahabíamandadoallamar. «Sesalvará decía cíaCarl Carlos . Me Meda el corazón corazón que está fuera fuera depeligro. peligro.» » «Dios Dios te oiga oiga», decía Sofía, Sofía, usando usando de una expres xpresión que no le le era habitual bitual y que en su boca cobrabaun val valor deensalmo propici propiciatori atorio, o, si sin n queEsteban acertara rtara asaber si el dios dios invocado erael Jeovah dela Bi Biblia, blia, el Dios Dios deVoltair oltaire e oel Gra GranAr Arquite quitectodelos losmasones,yaquetal erala laConfusión Confusión deDiose Diosescontem contempla pladaenel recié reciénclau clausurado suradoSi Siglodelas lasLuces. Inevitab nevitablefue, para Esteban, contar contar sus andanzaspor el Cari Caribe be: pero estavez lo lo hizo hizo con gusto y hasta hasta con buen humor, puesto queel marino arino conocía conocía el escenario desu gran aventura. ventura. «Po «Porr cierto cierto que el estado deguerraentre ntreFranci Francia ay los los EstadosUnidos nidos no durará durarámuchomás dij dijo Cal Cale ebDexter ,Ya Yaseestánentablando ntablandonene-gociacion gociaciones esdepaz.»Encuanto alaGuadal Guadalupe,re reinabaallá allá un perpetuo desorden orden desdequeVíctor Hugues, negado aentreg ntregar su gobi gobierno erno a Pelardy Pelardy y Desfournea Desfourneaux, había había sido final finalme mente embarcado ala fuerza. Al Allá el cuartelazo cuartelazo era suceso cotidi cotidiano, ano, en tanto que los Grande Grandes Blancos de antaño, re renacidos nacidos desus aparentes entes cenizas, nizas, libraban li braban unaguerra abierta bierta alos Nuevos GrandesBlancos, Blancos, recuperando recuperando sus fueros deotros otros tie tiempos. mpos. Por Por lo demás, hab había en las las coloni colonias france francesas una tendencia ncia general de regr regreso a las las prácticas prácticas del Antiguo ntiguo Régimen, y más ahora que Víctor Hugues acababa detomar tomar pose posesión sión de su flam flamante cargo deAgente del Dir Directori ctorio en Cayena. Cayena. «¿No lo lo sabían?», bían?», dij dijo el marinero, al observar la la estupef stupefacción de delos demás, para quie quienesera Víctor Víctor Hugues un hombre vencido, ncido, de carrera rerarota, acaso pres preso, acaso condenado amuerte. Y ahora ahoraseenteraba enteraban que, después deganar su batall batallaen Parí París, el personaj personaje ehabía habíaregresado a Américacon empaquedevencedor, dueño denuevosbicor bicorni nios oseinvestido tido denuevospoderes. poderes. Al Al conocerse conocerselanotici noticia a contaba el yanqui un vie viento de terror sopló en el ámbito bito de la Guayana. yana. Las gentes searrojaron ojaron a las calles, clama clamando queahora se conocerían conoceríanlasmayores yoresdesgracias gracias. Los Los deportados portadosdeSinnam Sinnamary, Kurú, urú, Ir Iracubo acubo yConana Conanama, perdida perdidalaesperanzadesobrevivi sobrevivirr a las plagas plagas, re rezaban, gritab gritaba an elevando preces al Altísimo tísimo pidi pidie endo queseles librara li brara denuevos sufr sufriimientos. Hubo Hubo un pánico nico colec colectivo, tivo, semejanteal quepudiera pudiera susci suscitar tar la lavenida nidadeun anticr anticriisto. Fue Fuenecesario pegar cartel carteles esen disti distintos ntos luga lugaresdeCayena, parahacer saber alpueblo puebloquelosti tiemposhabían bíancambiado,queaquí noserepetir tiríanlos loshechos hechosdelaGuadalupe,yqueel nuevo Agente, animado por un espí espírritu generoso y justici justicie ero, haría haría cua cuanto nto le lefuese fueseposible posiblepor asegurar la la felicida cidad d dela col coloni onia. a. («Si («Sic», dij dijo Esteba Esteban, re reconociendo viejas viejasretóri retóricas.) cas.) Y lo trag tragicómico del caso caso era quepara dem demostrar sus bue buenasdisdis-posici posicione ones, s, Ví Víctor Hugues había bíallegadoaCayenacon unabanda de demúsicaostensiblem ostensiblemente instalada instaladaen laproa proadesu barco barco allí allí mismo donde, antaño, sehabíaerguido erguido la laguill guillotina otina lleva llevadaalaGuadalupe, en trem tremebunda advertencia dvertencia para su población población.. Ahor Ahora ahabían sonado sonado alborotosas alborotosasmarchasdeGossec, canciones canciones demodaen París, París, rústi rústicas cascontrada contradanzas depíf pífano y clarinete clari nete,, en el lugar donde, donde, seis añosantes, sehabíaoído oído tantasveces el sini sinies estro tro rui ruido do delacuchil cuchillacaída caídadesusmontantes, cuando era probadapor Monsi Monsieur eur Anse. Ví Víctor Hugue Hugues había venido nido solo, olo, dej dejando a su mujer en Franci Francia a o acaso no hubies hubiese llegado a casarse: eso no lo lo sabía Caleb Cal ebDexter a ci ciencia enciacie cierta, puesto que traía traíanotici noti cias asdeParamaribo, aribo, donde mucho preocupaba, en estos momentos, la laproxi proxi-midad del tem temido Age Agente de Franci Francia. a. Y, Y, para para asombro de todos, ese ese Agente sehabía mostrado trado magnánimo, nánimo, visi visitando tando a los los deportad portados,mejora orandountanto tantosumi miserablevida vida,, prometie tiendoquemuchosregresaríanpronto prontoala lapatri tria.«El lobosenosdisfr disfraza aza de cordero», cordero», dij dijo Esteban. Esteban. «U «Un mero instrume instrumento polí político tico que seajusta a los mandatos del día» día», dij dijo Carl Carlos. «Un personaj personaje extraordi extraordinari nario, o,apesar detodo»,dij dijoSofía. Sofía.Caleb CalebDexterseretir etirótemprano,pue puessubuquedebía bíazarparpocoantesdel amanecer: hablarí hablarían máslargo dentr dentro o de un mes, cuando le le tocar tocara hacer una nueva nueva escala en La La Habana, Habana, camino de los rumb rumbos del sur. Festej tejaría rían entonces y con muy bue buenas nas bote botelllas el restablecimiento tablecimiento del enferm enfermo. Esteb Esteban lo acompañó hastalos muelles uelles, gui guiandoel coche... Al Al regresar, encontró a Carl Carlos os en la laentrad ntrada delacasa casa: «Ve corri corriendo abuscar al médico dico dij dijo . Jorge J orge se ahoga. Tem Temo que no pasela noche.»
El enfermo seguía luchando. luchando. Era Eraimposible blepensar queaquel hombre pálido y frág frágil, con tr trazas decabo deraza, tuvies tuviese tales talesreservasdevital vitaliidad. Te Tenido nido ya en casi casi perpetuaasfixi fixia, a, devorado vorado por la la fieb fiebre, le lequedaban fuerzas fuerzas aún para clamar, en sus delirios, que rehusa rehusabala muerte. Va Variasveces, Esteban Esteban había visto visto morir morir a un indi indio, o, a un negro: para el ellos llas ascosas ocurrí ocurrían de muy disti distinta nta manera. Se postraban si sin n protesta protestas, s, como besti bestias as malheri alheridas, cadavez más ajenos a cuanto les rodeaba rodeaba, cadavez
más deseosos dequelos dejaran tranquilos, como resignados deantemano ala derrota final. Jorge, en cambio, se crispaba, alegaba, gemía, incapaz de aceptar lo queyasehabía tornado evidencia paralos demás. Tal parecía que la civilización hubiesedespojado al hombre de toda enterezaante la muerte, a pesar de cuantos argumentos hubiera forjado a través de los siglos para explicárselalúcidamenteyadmitirlaconserenidad.Y ahoraquelamuerteseacercabainexorablemente,conel latir delosrelojes, había que convencerse aún de quela muerte no era un fin, sino un tránsito y que, trasde ella, esperaba otra vida y que debía entrarseenesavidacon ciertas garantíasotorgadasdeeste lado dela barrera. Fue el propio Jorgequien solicitó la presenciade unsacerdote,queaceptócomoconfesiónpostreraloquesólo eraunbalbuceodefrasesdeshilvanadas. Rosaura,sabedoradeque los médicos se daban por vencidos, convenció a Sofía deque la dejase traer un anciano negro brujo a la casa. «¡Qué más da! dijo la joven . Ogéno despreciabaalos brujos...»El hechicero procedió a una«limpieza»delahabitación con aguasaromatizadas, arrojó caracolesal piso observando si caían con la boca hacia arribao hacia abajo, y acabó trayendo plantascompradas aun herbolario quetenía su tienda en lasinmediacionesdel mercado. Fueselo quefuese, debió reconocersequesusconocimientos aliviaron los ahogosdel enfermo, reanimando un corazón quesemostraba, por momentos, deuna agónicadebilidad... Pero no había queesperar mucho más. Los mecanismos físicos del enfermo fallaban, uno trasotro. Los bebedizos del negro eran tan sólo de un alivio pasajero. Los hombres del Tendido y del Sepelio, llevados por su seguro instinto, rondaban la morada atodashoras. No sesorprendió Esteban cuando vio aparecer al sastre deCarlos con unasropasdeluto. Sofía las había encargado asu modista, tan numerosasquellenaban variasbanastas colocadas decualquier modo, en una habitación al fondo donde la joven sevestía y desvestía desdequehabía empezado la enfermedad desu marido. Acaso por cumplir con una íntimasuperstición, no seresolvía a abrirlas. Esteban la entendía: con habersemandado hacer esos vestidos negros sehabía cumplido con un rito conjuratorio. Sacarlas de antemano era aceptar lo que no quería aceptarse. Cadacual debía fingirsea sí mismo quecreía que el paño negro no habría dereaparecer una vez más bajo el techo de la casa. Pero, tresdíasdespués, luego de un irrebasablefallo cardíaco, el paño negro hizo su entrada por la puerta principal, poco después delascuatro de la tarde; negro de los hábitos monjiles, negro de sotanas,negrodeamigos,clientesdel almacén,hermanosmasones,conocidosyempleados;negro dePompasFúnebres,con sus túmulos y accesorios; negro de los negros deverdad, remotamente relacionados con la familia, desdehacía cuatro generaciones, por vínculosancilares,y quesurgían,cual sombrasolvidadas,desusbarrioslejanos,paraarmar plañideroscorosbajolasarcadas delpatio.Enaquellasociedadimplacablementecompartimentada,el Velorioeralaúnicaceremoniaqueechabaabajo lasbarreras decondicionesy razas, admitiéndosequeel barbero quealguna vez hubieserasurado las mejillasdel difunto vinieseacodearse, junto asu ataúd, con el Capitán General delaColonia, el Rector del Protomedicato, el CondedePozos Dulces, o el rico hacendado, reciéndotado deun título deMarquésdelaReal Proclamación. Aturdidapor lapresencia decentenaresdecarasdesconocidas todo el comercio deLaHabanasehabíavolcadoaquellanoche en lacasadealtos puntales , Sofía, adelgazadapor sus vigilias, endurecida por el entrañable dolor queseexime deplantos y delágrimas debuen ver, desempeñabasu función de viuda con una dignidad y un señorío que admiraba al propio Esteban. Pálida, ceñuda, mareada acaso por el perfume de florestan diversas, quesusoloresmezcladossetransformaban en un hedor ceroso, añadido al hedor de los blandones y delos cirios, al de los vahos medicinales que aún demoraban entre las paredes con sus identidades de mostaza y de alcanfor, la joven conservaba, enmediodesusdesairadoslutos,unahermosuraajenaasuspropiasimperfecciones.Sufrenteeratal vezdemasiadovoluntariosa; suscejas, hartopobladas;susojos,demasiadoremisosalaentrega;susbrazoslequedabanlargos;suspiernaseranacasoendebles parasostenerlaarquitecturadelascaderas.Perodeellasedesprendía,aunenel penosomenesterpresente,unaluz defemineidad integral, venidadelo hondo, queahora vislumbrabaEsteban, entendiendo los resortes secretos desu poderoso estilo humano. Salió al patio para huir del abejeo delos rezos quellenabael salón don-dequedaba tendido el cadáver. Fueasu cuarto, donde los títeres, en aquel momento, cobraban un contrastante valor deesperpento a lo Callot. Sedejó caer en su hamaca, sin poder librar suespíritudeunaideatenaz:mañanahabríaunhombremenosenlacasa.Quedabanenpalabraslosproyectosdeviajequetanto lo habían angustiado díasan-tes. Ahora secorrería el año detedioso luto, con las misas dichas ala memoria del difunto y las obligadasvisitas al cementerio. Tenía un año por delante paraconvencer a los demásdela necesidad deun cambio devida. Fácil seríaregresarauntemaquealimentabasusconversacionesdelosdíasdelaadolescencia. Carlos,demasiadopendientedelalmacén, los acompañaría tal vez por dos o tresmeses. El selasarreglaría luego para quedarsecon Sofía en algún lugar de Europa, y pensabaenEspaña,paísmenosamenazadoqueantespor lasguerrasfrancesasque, saltandopor encimadelMediterráneo, habían ido a dar absur-damenteal Egipto. Todo estabaen no apresurarse; en no dejarsellevar por impulsos momentáneos. Valersede losinagotablesrecursosdelahipocresía.Mentir cuandofueseútil. Desempeñar, conscientemente,el papel deTartufo... Regresó a las negruras del velorio, estrechando las manos y recibiendo los abrazos condolidos degentes que seguían entrando por la puerta principal, llenandolasgalerías. Miró haciael ataúd. Quien yacíaallí eraun intruso. Un intrusoaquien sellevarían mañana, en hombros, sin que él hubiera cometido siquiera el íntimo delito dedesear sueliminación física como llamaban pedantemente
losfilósofosdel Siglo Rebasadolaejecucióndeunentenefasto.El luto,cerrandolacasa,reduciendonuevamenteel círculofamiliar a sus exactas proporciones, volvería acrear la atmósfera deotros días. Seregresaría, acaso, al desorden deantaño, comosi el tiempo sehubiera revertido. Tras dela larganochedel velorio; trasdel entierro, con sus responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem y secomentaría quehabía venido éste degran uniforme, y quehabía dicho aquél, y quehabía llorado el otro, gimiendo queno éramos nada... ; trasdela despedidadel duelo, con el dolor deestrechar cien manos sudorosas bajo un sol que torturaba los ojos con la reverberación de laslápidas demármol, volvería a establecerse un vínculo natural con lo queatráshabía quedado... Y habiendo cumplido con susagobiantes obligaciones funerarias, volvieron a encontrarse en torno a la gran mesa del comedor, Carlos, Esteban y Sofía, como antaño era un domingo , ante una cena encargadaal hotel cercano. Remigio, queno había podido ir al mercado por estar en el cementerio, traía bandejas cubiertasde paños, bajo los cualesaparecieron pargos almendrados, mazapanes, pichones ala crapaudine, cosastru-fadasy confitadas, que Esteban había ordenado personalmente recomendando que seconsiguiera a cualquier precio lo queno podía faltar. «¡Qué casualidad! dijo Sofía . Meparecerecordar que comimos casi lo mismo después dequemurió...» (y dejó la voz en suspenso, puesdel padrenunca sehablabaenlacasa). «Lo mismo dijo Esteban . En los hoteles la comida varíapoco.» Y observó quesu primaestaba mal acodada en la mesa, como si de ella hubiesen resurgido los modales desgarbados deantaño. Probaba de todo un poco, sin orden, mirando al mantel, jugando maquinalmentecon lascopas. Seretiró temprano, agotadapor sus noches de vela. Pero ahora hubiese sido inútil exponersea un contagio póstumo. Hizo armar su estrecha cama desoltera, sacada deuna habitación que servía dedesván, en el cuarto donde todavía esperaban, sin ser abiertas, algunas delas ba-nastas quecontenían ropasdeluto. «¡PobreSofía! dijoCarlos,cuandolosdoshombresquedaronsolos . ¡Quedarviudaasuedad!»«Prontovolverá a casarse», dijo Esteban, palpando una semilla gris, rodeada por un hilo de oro, queen sus díasde marino fuera su per-sonal talismánpara alejar tormentasy prevenir desgracias... En los días siguientes, parahacerseútil en algo, fueregularmente al almacén, ocupando el despacho deJorge fingiendoque, depronto, losnegociosleinteresaban en alto grado. Allí, el cotidiano contacto con negociantesde la plazay gentes venidasde provincia lo enteró de sucesos sorprendentes. Una sorda efervescencia se manifestabaa todo lo largo dela isla. Los ricos hacendados vivían en un continuo sobresalto, creyendo en la posibilidad de una conjura de negros, alentados ahacer aquí lo que habían hecho los negros de Saint-Domingue. Corrían leyendas acerca de la existencia deun cabecilla mulato, siempre invisible, de nombre desconocido, querecorría los campos para soliviantar lasdotacionesdelos ingenios deazúcar. Laliteraturadelos «malditos franceses»seocultabaen demasiadosbolsillos. Y aparecían, pegados durante la noche por manos misteriosas en las paredes de la ciudad, unos pasquines amenazadores, que, en nombre de«la libertad deconciencia», daban vivas ala Revolución y anunciaban la pronta erección dela Guillotina en lasplazaspúblicas. A cualquier gesto deviolencia cometido por un negro así setratara deun loco odeun bo-rracho seatribuía un sentido subversivo. Por otra parte, los navíos traían noticiasde agitaciones políticas en Venezuela y la NuevaGranada. En todas partessoplabanvientosdeconspiración.SedecíaquelasguarnicionesestabansobrealertayquedeEspañahabíanllegadocañonesnuevos para reforzar lasbateríasdel Castillo del Príncipe... «¡Pamplinas! decía Carlos, cuando le venían con tales noticias, llevando prudentemente la conversación al terreno delos negocios . En esta aldeagrande, no saben las gentes dequé hablar.»
GOYA
Una nocheen queCarlos y Sofía estaban ausentes dela Casapor asistir a algunace-remoniade su Logia Andrógina, Esteban, algo resfriado, seinstaló en el salón, con un gran vasodeponche al alcancedelamano, paraleer una vieja recopilación depronósticos ypro-fecías, publicadamedio siglo antespor Torres Villarroel, el Gran Piscator deSalamanca. Asombrábaseal descubrir que quien se jactara, para mejor venta de sus almanaques, de ser doctor en Crisopeya, Mágica, Filosofía Natural y Transmutatoria hubieseanunciado, en términos de una escalofrianteexactitud, lacaída del Trono deFrancia: Cuando los mil
contaráscon los trescientos dobladosy cincuenta duplicados, con los nuevedieces más, entonces, tú lo verás, míseraFrancia, te espera tu calamidad postrera con tu Rey y tu Delfín y tendrá entoncessu fin tu mayor gloria primera. Pasó luego a la autobiografía de Villarroel, muy divertido por aquella picarescaquepor sinuososcaminos llevara al poetaaser lazarillodeermitaños, estudianteytorero, curandero ybailarín, albaceaymatemático,soldadoenOportoycatedrático universitario, antes de dar con los huesos en el descanso de un hábito religioso. Llegaba al misterioso episodio delos fantasmas golpeadores que conturbaban la paz de unamansión madrileña desprendiendo los cuadros delasparedes, cuando advirtió que un aguacero de primanoche seibaapretando en lluvia recia, empujadapor un viento racheado. Volvió asumirseen lalectura, sinhacer casodeunaventanaquearribasonabacomosi hubiesequedadoabierta. Estebanpensabaquehabíaunagraciosacoincidencia en el hecho de queun postigo de la casasepusiera a golpear cuando él, precisamente, alcanzaba las páginas donde se hablabadeespantosyaparecidos.Perocomoel ruidoseguíahaciéndosehartomolesto, Estebansubióalpisoalto.Eraunapuertaventana delahabitación donde ahoradormía Sofíalaqueestabaabierta. Y habíasido una tonta negligencia no haber acudido a cerrarla antes, puesla lluvia, pegando de frente, se había derramado como a baldazos en el piso, empapando la alfombra dela cama.Juntoal armario-,un desniveldel enlosadoseestabatransformandoencharca.Y enesacharcaseencontrabanlasbanastas deropasdeluto, aún sin abrir, cuyo mimbreseco había sorbido el agua con avidez. Esteban laspuso sobre unamesa. Pero las halló tan mojadas quele pareció urgente sacar lasprendas que contenían. Abrió la primera y cuando esperaba meter lasmanos en tinieblasdepañosnegros, lesalió al encuentro una fiesta detelasclaras, rasos, sedasy adornos, como nunca la hubiera visto, contalesansiasdelucimiento, enlosarmariosdeSofía. Levantólatapadelasiguiente:loquehabíaallí eraundispendiosoalarde de olanes, encajesde Valenciennes, finísimostejidos, conjugados en camisas y prendas íntimas deuna delicadeza extrema. Estupefacto, sintiéndosecomo culpable dehaber violado un secreto, Esteban volvió a cerrar lasbanastas, dejándolasdonde las había puesto. Bajó por unasfrazadaspara secar el piso. Y mientras en ello trabajaba, no podía desprender la vista deaquellasarcasde mimbre, llegadas ala casacon su contenido durantelos díasen que Jorge, en la estancia contigua, sudabasus últimas fiebres. En el velorio, su primahabía estrenado ropas deluto, ciertamente. Pero esasropasno pasaban de ser tresvestidos, que se turnaban enel uso, resultando hastararo queSofíalos hubieseescogido tan pobresy tan deslucidos acaso guiadapor un sentimiento que Esteban había interpretado como una voluntad demortificación. Y ahora no hallaba cómo conciliar esa voluntad con la otra voluntad, ahora revelada, de hacerseun ropaje tan costoso, inadecuado e inútil como el que acababa de descubrir. Allí había vestidosdignosdellamarlaatenciónenbailesyteatros;mediaspor docenas;sandaliasrecamadas;suntuosasgalas,tandestinadas a la ostentación mundana como a la más in-tencionadaintimidad. Levantó la tapa dela banasta queaún no había abierto. Lo que encerraba era más corriente, más cotidiano:trajes decalle, dediario, de presumir con poca ceremonia, acompañados debatas de interior que pregonaban las finuras del raso todo claro y riente siempre y los rebuscados detalles de la hechura. Aquí el enigma erael mismo: en todo lo visto había una total ausenciadenegro, y de cuanto pudiesecorresponder al luto o a la manifestacióndel duelo. Sofíaestabaenteradadelarapidezconque,enestostiempossobretodo,cambiabanlasmodasfemeninas.Enla ciudad, que pasaba por una nueva etapa debonanza económica, sabían las mujeres lo que se usaba en Europa. Era inexplicable, pues, quelajoven hubiesecomprado tan recientemente aquel ajuar suntuario sabiendo que, al cabo del año del luto ineludiblementellevado ycuandoaúnpesaríansobreellalasférulasvestimentasdel medio luto ,susprendasestaríanfueradelosestilos observados... No acababa Esteban demortificarse apreguntas, lanzándose por el disparadero de las suposiciones máslacerantes llegando a pensar que su primallevaba unadoble vida, insospechadapor su mismo hermano , cuando oyó el ruido dela volanta entrando por la puerta cochera. Sofía apareció en el umbral de la habitación, donde se detuvo, sorprendida. Esteban, torciendo una frazadasobre un balde, leexplicó lo ocurrido. «Esasropasestán mojadas seguramente», dijo, señalando hacialas banastas.«Lassacaréyomisma.Déjamesola»,dijoella,llevándolohacialapuerta.Despuésdedarlelasbuenasnoches,seencerró con llave. Al día siguiente, hallábase Esteban en el almacén, sin acertar a poner la mente en el trabajo, cuando seprodujo un tumulto en la calle. Cerrábanselasventanasal grito de quelos negros sehabían levantado, siguiendo el ejemplo delos deHaití. Cargaban los buhoneros con sus armarios, regresando asus casas en desaforadahuida, quién con carretillasllenas dejuguetes, quién con sacosrepletos demenudenciasdealtar. Dequicio en quicio, hablaban las comadresdemuertes yviolacionesen medio deun vocerío subido de tono por el estrépito de un coche volcado al doblar una esquina con harta prisa. En corros, formados aquí, allá, serecibían las noticiasmás contradictorias: quedos regimientos eran mandados alasmurallaspara rechazar el avance de una columna deesclavos; que los pardos habían tratado de volar los polvorines; queunos agitadores franceses, traídos en barcos deBaltimore, estaban actuando en laciudad; quehabía incendios en el barrio del Arsenal. Pronto sesupo quetodo aquel alboroto se debía a una riña entre gentes del bronce y unos marinos americanos que, después de aprovecharse de cuanto se
brindabaen hembras, licoresy naipes, en el famosoantro deLa Lola, habían tratado delargarsesin pagar, apaleando al coime, pateando ala dueña, rompiendo consolasy espejos. La cosa había terminado en batalla, al entrometerse un cabildo de negros congos queibaa la Iglesia de Paula con las farolasen alto, para rendir susdevocionesa algún santo patrón. Varios heridos quedaban en el suelo, al cabo de una tremolina de machetes y degarrotes, agrandada por la embestida delos celadores. Una hora después, estaba restablecido el orden en la siempre revuelta barriada. Pero el Gobernador, aprovechando la oportunidad para poner coto aciertoshechosqueyaempezabanadesasosegarlo, hizosaber, enpúblicopregón, quesetomaríanmedidasseveras contra todas laspersonassospechosasdedifundir ideassubversivas, pegar pasquinesen lasparedes cosaqueocurría sumamenteamenudo , abogar por la abolición dela esclavitud, o hacer comentarios injuriosospara la Corona de España... «Sigan jugando alaRevolución», dijo Esteban, aquellatarde, al regresar a lacasa. «Más valejugar aalgo queno jugar anada», replicó Sofía, ásperamente. «Al menos, yo no tengo secretos queocultar», dijo Esteban, mirándoladefrente. Ellaseencogió dehombros, volviéndole las espaldas. Su expresión se tornaba dura y voluntariosa. Durante la cena permaneció en silencio, esquivando las miradas dequien la interrogaba demasiado con los ojos. Pero no lo hacía con la confusión de quien se siente descubierto en un intento censurable, sino con el altanero ademándelamujer resuelta ano dar razones. Aquellanoche, mientrasEsteban y Carlos seentretenían en llevar al jaque unadesvaída partida deajedrez, Sofía ocultó el rostro trasdeun enormetomo demapascelestiales. «El Arrow llegó estatarde dijo Carlos, depronto, enfilando unalfil negro haciael último caballo quequedabaaEsteban . Mañanatendremos el yanqui a comer.» «Me alegro deque tehayasacordado dijo Sofía, desdela lejanía de sus constelaciones .Pondremosuncubierto másenlamesa.» Y eralahoradecenar, al díasiguiente, cuando Esteban llegó alacasa, esperando encontrarlacon todas las luces encendidas. Pero, al entrar en el salón, advirtió que algo raro ocurría. Dexter, nervioso, se paseaba deuna pared a la otra, dando extrañasexplicaciones aun Carlos desplomado, lloroso, cuya incipiente obesidad sehacía caricatural en los escorzos delacongoja: «Yo no puedohacer nada clamabael norteamericano, abriendolos brazos . Ella es viuda ymayor de edad. Debo considerarlacomounapasajeramás.Lehehablado.Noentienderazones.Aunquefuesehijamíanopodríahacernada.»Y seextendía en pormenores: ella había comprado su pasajeaMirallay Cía., pagándolo en buen dinero. Suspapeles, conseguidos por un hermano masón, ostentaban los cuñosexigibles. Iríahasta la Barbados. Allí dejaría el Arrow para embarcar en algunadelasnaves holandesasqueiban aCayena. «A Cayena decíaCarlos, como atontado .¡A Cayena,dígameusted! ¡EnvezdeirseaMadrid, aLondres, a Nápoles!» Y, advirtiendo la presencia deEsteban, lehablabacomo si estuvieseenterado dealgo: «Está como loca. Dice que está cansadade la casa: cansadade la ciudad. Y seha ido a viajar así, sin avisar, sin despedirse. Hacedos horas queestá a bordo del buque, con equipaje y todo.» Él había ido allá para tratar de disuadirla: «Igual quehablar con una pared. No puedo traerlaarrastrada.Quiereirse.»Y ahorasevolvíahaciaDexter:«Usted,comocapitán,tieneel derechoderechazaraunpasajero. No me digaqueno.» El otro, irritado por una insistencia queponía en duda su probidad, alzó el tono: «No hayrazón legal ni moral quemelo permita.Déjenlaquehagasuvoluntad.NadieimpediráqueselargueaCayena.Si noseembarcaestavez, lohará la próxima. Y si lecierran laspuertas, seirá por la ventana.» «¿Por qué?», leladraban los otros, acosándolo. Dexter los apartó con firmesmanazas: «Acaben deentender, de unavez, queellasabemuybienpor quéquiereirseaCayena precisamenteaCayena.» Y con el índice depredicador en reto, citó un proverbio bíblico: «Blandas parecen las palabras del indiscreto: mas ellas entran hasta los secretos del vientre.» Aquella prosa, tan rebajadadetono por la palabra quela cerraba, actuó sobre Esteban como un revulsivo.Tomandoal marinopor lassolapasdesulevita,lepidióexplicacionesclaras,duras,sinambages.Dexter largóunafrase brutal que lo puso todo en claro: «MientrasOgé y usted seiban a buscar putas alos muellesde Santiago, ella se quedaba abordo con el otro. Mis marineros me lo contaron todo. Era un escándalo. Tan disgustado me tenía eso queapresuré la partida...» Ya nada más tendría quepreguntar Esteban. Todo se enlazaba. Explicábase aquel encargo de ropas lujosas, a poco de saber que alguien era todopoderoso, nuevamente, en una cercana tierra de América; entendía la intención oculta demil interrogatorios pasadosenqueella,acambiodeunoscuantosadjetivosdenigrantesparael otro, lograbasabercuanto leinteresabasaberacerca de su vida, sus logros, suserrores. Admitía hipócritamente que era un monstruo, un ser abominable, una bestia política, para saber más y más, a retazos, a tirones, a trancos, acerca delos gestos, apetencias y acciones del Investido de Poderes caído y rehabilitado.Y tenazmentehabíaseguidotrabajandolavoluntadreprimida,silenciada,hastadesatarseenapetenciasqueni siquiera hubiesensidorefrenadasporlapresenciadeunmoribundo.Habíaentodo ellounaasquerosapromiscuidaddefloresmortuorias, de cerasfunerarias, con el pensamiento turbio, demasiado manifiesto en la compra degalasíntimas, hechaspara ajustar a contorno de la desnudez. Sofía se revelaba aEsteban, de pronto, en una dimensión larvaria, innoble, impensable, dehembra entregada, aquiescente, gozosa bajo el peso de un hombre quehabía conocido las resistenciasde su carne intacta. Recordando el asco sentido por ellacierta noche, anteun mundo deramerasqueno eran sino lasancilaresprotagonistas lasmás desinteresadas, acaso del acoplamiento humano, no lograbaEsteban conciliar lasdos personalidades quehabitaban unamismafigura: lade
aquella sonrojadade indignación y de ira ante un acto que su educación religiosa vestía de suciedad, y la otra que, muy poco tiempo después, hubiesepodido sucumbir al deseo, entregándosealos juegosdel disimulo y lacomplicidad. «Laculpalatienes tú, por haberla casado con un cretino», gritaba Esteban, ahora, buscando sobre quién echar la culpa de lo que tenía por una defección monstruosa. «Eso nunca fue un buen matrimonio», decía Dexter, alisando, ante un espejo, lassolapas quelehabían arrugado. «Cuando el marido y la mujer seentienden en la cama, se lesconoce hasta cuando pelean. Todo aquí era comedia. Faltabaalgo. No había másque ver lasmanos de él: eran manos de monja católica, con dedos blandos queno sabían agarrar las cosas.» Y evocabaEsteban el excesivo cuidado quemostrabaSofíaen desempeñar aun al borde deun sepulcro el papel de buena esposa, actuando en todo con una sumisión, una solicitud, una oportunidad, queeran impropiasdesus gustos independientes y desordenados. Y casi sealegrabade queno hubiese llegado virgen a aquel casorio que considerabacomo la másinadmisibleclaudicaciónanteloshábitosdeunasociedaddespreciada.Pero esomismolodevolvióalavisióndelaPoderosaPresencia que, de tan lejos, seguía pesando sobre la casa. Ante la inercia deCarlos, que permanecía anonadado y lloroso, selevantó: «La traerécomo sea», dijo. «Nadasacará usted con un escándalo dijo Dexter . Ella tiene el derecho demarcharse.» «Ve dijo Carlos .Hazunúltimoesfuerzo...»El hombredio unportazoyseencaminóhacialosmuelles.Al llegar al espigóndondeestaba atracado el Arrow, sesintió ahogado por el olor dela pesca recién traída: andabaentre cestasdepargos, decabrillas, de sardinas, cuyas escamasrelumbraban ala luz de hachones. A veces, un pescadero hundía la mano debajo de una tela de yute y sacabaun puñado decalamares ylos arrojaba alasbalanzas. Sofía se erguía en lo alto de la proa arrimada atierra, aún vestida desus ropas de luto, oscura, alargada, como insensible al olor deescamaduras, tintas y sangresquehacia ella sealzaba. Había, en ella, algo de la impasibilidad deunaheroína demitos, contemplando lasofrendastraídas asu moradapor algún Pueblo del Mar. La violencia deEstebanseaplacóalveraquellamujerinmóvil,queloveíaacercarsesinhacer ungesto,mirándolo conojosdeunadesarmante fijeza. Y, de pronto, tuvo miedo. Se sintió inerme ante la posibilidad deescuchar ciertaspalabras que, en bocadeella, cobrarían una ensordecedora elocuencia. No se atrevió a ascender hasta dondeestaba. La contempló en silencio. «Ven», dijo, por fin. Ella sevolvió hacia el puerto, adosándosea la borda. En la otra orillabrillaban lasluces debarrios nuncaconocidos; detrás, confundíanselaslucesdel vasto lampadario barroco queera la ciudad, con suscristaleríasrojas, verdes, anaranjadas, encendidasentre lasarcadas. Y había, a laizquierda, el oscuro paso queconducía al mar en tinieblas: el mar delas aventuras, de las navegaciones azarosas, de lasguerrasy contiendas que, desdesiempre, habían ensangrentado este Mediterráneo de mil islas. Ibahacia quien le había dado una conciencia de sí misma y que, en carta traída por aquel gimiente queabajo quedaba, le hubiesehablado desu soledad en medio de los triunfos. Allá, donde él estaba, había mucho quehacer; no podía un hombre desu tem-ple sino estar madurandograndes empresas; proyectos, enlos cualespudiesecadacual ha-llar sucabal medida. «Ven repetíalavoz, abajo . Te crees demasiado fuerte.» Regresar sería dudar de esa fuerza; consumar una segundaderrota. Demasiado había conocido las noches dela carne aterida; del fingimiento de júbilos ausentes. «Ven.» Atráslamansión de siempre, adherida al cuerpo como una valva; allá el alba, luces deinmensidad, fuera depregones y esquilas. Aquí, la parroquia, el cepo, los tediosostránsitos del vivir en lo de siempre; allá, un mundo épico, habitado por titanes. «Ven», repetía la voz. Sofía se apartó de la borda, ocultándose en las sombras delacubierta. El otro leseguía hablando, alzando el tono. Pero el alboroto de los pescadoresapagabaaquel monólogo que hacia ella ascendía, en ráfagas de palabras quela hablaban deuna casa construida por todos y que ahora quedaría en ruinas. «Comosi lascasasverdaderaspudiesenconstruirseentrebuenoshermanos»,pensabaella.Esteban, abrazadoalaquilladel buque, seguía hablando sin ser escuchado. Aquel enormecuerpo de madera, oliente a sal, a algas, a vegetaciones marinas, le era suave, casi femenino, por la mullidaentregadesus flancos húmedos. Arriba, un mascarón de proa, con semblante demujer, blanco, yesoso, cuyos ojos eran circundados por un espeso trazo azul, se había substituido al de quien partiría en el amanecer, cargada de prodigiosas riquezas, devuelta al desear, librada delasnegrurasquemenguaban su hermosura y atajaban susalegrías. Saldría del recinto familiar para profanar sus secretos, para contarlos aotro, que acaso estabaya en espera. Sentíase miserable el hombre, desnudo desnudo deuna desnudez quedemasiado habíaconocido ellapara verlaen valoresde desnudez , al pensar que sus voluntadesde violencia hubiesen quedado en imploración. Arribaestabaquien esperaba que lasvelascrecieran y deviento se hincharan. Ibahacia la simiente extrañacon el surco quelahendía; copay arcasería, como lamujer del Génesis que, al allegarse con el varón, tuviese el sino de abandonar el ho-gar de sus padres... Las gentes empezaban a mirarlo, a ahuecar la oreja para enterarse, riendo, delo que creían entender. Se alejó de la nave, topándose, entre las cestasde pescado, con el Capitán Dexter. «¿Estátodo claro?», preguntó el marino. «Muyclaro respondió Esteban . Buen viaje atodos.»
Ahora permanecía en una esquina próximaal muelle, indeciso, avergonzado desu derrota. Mascullabalasfrasesque hubiesedebidodecir yquenohabíansalidodesuslabios.El buqueestabaahí, muycerca,rodeadodehachones,conalgomaléfico en su nocturnal estampa. La sirenade la proa, con su doble cola pegada alas bordas, salía delas sombras, a veces, cuando algún farol iluminabasurostrodemáscarafuneraria, comosacadadeunsepulcro. Estebansesintióllenodepalabrasimpronunciadas, quevolvían a ordenarseen discursos, reconvenciones, advertencias, reproches, violenciasquellegaban al insulto y en el insulto sedetenían,trasdeciertosvocablossupremamenteinfamantes,másalládeloscualesquedabael idiomaagotado.Si ellasoportaba laandanadaverbal apiefirme y en su carácter estabahacerlo quedaría el hombre tan inermecomo antes. Ahoralos malos propósitos iban apareciendo. Eran las ocho. El buquedel Capitán Dexter zarparíaalascinco delamadrugada. Quedaban nueve horasdurante las cualeshabría, acaso, tiempo suficiente para hacer algo. Sobre el resquemor de su despecho, Esteban edificaba lateoríadeundeber:Teníalaobligacióndeimpedir queSofíallegaraaCayena.No habíaquevacilarenrecurrir alosmediosmás extremos para impedir un suicidio moral. Aquella aventura equivaldría aun descenso en los infiernos. Sofía era mayor de edad. Pero Carlos tenía, legalmente, el derecho de impedir su fuga, planteando el caso deenajenación mental. Sehabía tenido un ejemplo deello, meses antes, cuando unajoven viuda, de ilustreapellido, habíatratado delargarsea España con un cómico delos que venían acantar tonadillasen el Coliseo. Era fácil contar con la ayuda delasautoridades cuando setratabadecasos queen algo afectarenal honor delasfamiliashonorables.Losarranquespasionaleseranmal vistosporlasociedadcolonial, siempredispuesta avalersedel alguacil cuandounlíodeamantesodehembrasdesaforadasveníaaturbar sucalma.TambiénlaIglesiasemostraba activaen esos casos, atravesándoseen el camino delos culpables... Esteban, resuelto a recurrir a cualquier medio para impedir lo intolerable, llegó a la casasofocado, sudoroso de tanto haber corrido, y vino a caer sin resuello en el insospechable trabajo de unos hombres, dehoscacatadura policial, queestaban metidos en todaspartes, abriendo los armarios, registrandolos escritorios yvargueños,yendodelascaballerizasalpisoalto. Por laescaleradescen-díauno, llevandounpaquetedeimpresossobrelacabeza. Los requisadoressepasaron lashojas de mano en mano, comprobando queeran textos de la Declaración de los Derechos del Hombrey del Ciudadano y delaConstitución Francesa, guardadospor Sofíadebajo desucama. «Váyase dijo Rosaura, acercándoseaEsteban .El caballeroCarloshuyóporlaazotea.»El jovenretrocedióhaciael zaguán,apasoscontados,sinalborotar, para irsea la calle. Pero dos hombres estaban ya apostados ante la puerta principal: «Désepreso», le dijeron, poniéndolo bajo custodiaen un ángulo del salón. Durantevariashoraslo tuvieron en espera, sin preguntar. Pasaban yvolvían apasar delantedeél, comosin percatarse desu presencia, mirando si había algo detrásdelos cuadros, o debajo de la alfombra. Hundieron varillas dehierro en la tierra blandadelos canteros buscando la resistencia dealguna caja metida bajo la grama. Otro sacaba tomosde la biblioteca, examinando laspastasy palpando su espesor, acabando por arrojar al suelo, amodo deselección, algún escrito deVoltaire, Rousseau, Buffon, y, engeneral, decuanto estuvieseimpreso en prosafrancesa queel versoera cosademenos cuidado. Por fin, alastres de la madrugada, sedio por terminadala requisa. Había pruebas, más quesuficientes, para demostrar que aquella casaera un nidodeconspiradoresfrancmasones,difundidoresdeescritosrevolucionarios,enemigosdelaCorona,quepretendíanimplantar la anarquía y la impiedad en los dominios deUltramar. «¿Dónde estála señora?», preguntaban todos ahora, instruidos por confidentes dequeera ella uno delos conspiradores máspeligrosos. Rosaura y Remigio respondieron que nada sabían. Que había salidotemprano.Queporcostumbresequedabaencasa,peroqueestavez, por casualidad,nosehallabaaquí enhoratantardía. Habló uno, entonces, de la oportunidad de visitar todos los barcos, surtos en el puerto, para evitar un intento de fuga. «Sería tiempo perdido dijo Esteban, alzando lavoz desdeun rincón . Mi primaSofía nuncaha tenido nada que ver con todo esto. Han sido ustedes mal informados. Esos papeleslos puseyo en su cuarto, esta mismatarde, sin que ellalo supiera.» «¿Y su prima duermefuera dela casa?» «Esa es cuestión que incumbea su vida privada.» Los hombres dela requisa cambiaron una mirada irónica:«El muertoal hoyo;losvivosal gozo»,dijouno, riendogroseramente.Perohablábasenuevamentedeir alosbarcos...En eso pidieron a Esteban queescribiera algunas líneas en un papel. Sorprendido por laexigencia, el arrestado garabateó unos versos deSan Juan dela Cruz queteníamuypresentes por haberlos leído en esosdías: «¡Oh, quiénseviesepresto De esteamoroso amor arrebatado!»... «Es la misma letra», dijo uno de los interrogadores, blandiendo un ejemplar del Contrato Social en cuyas márgeneshabía apuntado Esteban, años atrás, algunas ideas, injuriosas para la monarquía. Y ahora la atención de todos secentraba en él: «Sabemosque usted regresó recientemente de un largo viaje.» «Es cierto.» «¿Y dónde estuvo usted?» «En Madrid.» «Esmentira dijouno . En el escritorio desu primaencontramos doscartas, fechadas en París, en lasqueexpresaba, por cierto, un granentusiasmo revolucionario.»«Es posible dijo Esteban . Pero luego fui a Madrid.»«Déjenmeamí dijo uno, abriéndosepaso .Queyonosoygallegoni catalán.»Yempezóapreguntarpor calles,ferias,iglesiasylugares,queEstebandesconocía. «UstednuncahaestadoenMadrid»,concluyóel otro. «Esposible»,dijoEsteban. Y seadelantóuno nuevo.«¿Dequévivíausted en París, puesto queEspaña entró en guerra con Francia, y no podía recibir dinero enviado por sus familiares?» «Me pagaban
por hacer traducciones.» «¿Traduccionesdequé?» «Dedistintas cosas.» Eran las cuatro. Denuevo hablábasedelainexplicable ausencia deSofía y dela necesidad deir a los barcos... «Todo eso esestúpido», gritó Esteban, de pronto, pegando un puñetazo en la mesa: «¡Ustedes creen quecon allanar una casa en La Habana van a terminar con la ideade Libertad en el mundo! ¡Ya es demasiado tarde! ¡Nadie podrá detener lo queestá en marcha!» Y se le hinchaban lasvenas del cuello en la reiteración ruidosa delo dichoantes,conañadidosdeFraternidadeIgualdadquehacíancorrer másprontolaplumadeunescribano.«Muyinteresante.Muyinteresante.Yaempezamosaentendernos»,dijeron losdel interrogatorio.Y el másimportantedeellos,apretandoel ritmodesuspreguntas,comenzóaacorralaraEsteban:«¿Esustedmasón?»«Lo soy.»«¿ReniegausteddeJesucristoydenuestra Santa Religión?» «Mi Dios es el Dios delos filósofos.» «¿Comparte usted y difunde las ideas dela Revolución Francesa?» «Con todaconciencia.»«¿Dóndeseimprimieronlasproclamasqueencontramosarriba?»«Nosoyundelator.»«¿Quiénlastradujo al castellano?» «Yo.» «¿Y también estasCarmañolasAmericanas?» «Acaso.» «¿Cuándo?» En eso apareció un requisidor, que había permanecido en los altos, obstinadamente empeñado en encontrar algo más: «Vayan los abanicos quesegastabalaseñora dijo, abriendo uno, en cuya cara podía verse unaescenade la Tomade la Bastilla . Y eso no es todo: tienen una colección de cajasy alfilereros, cuyoscolores son de lo mássospechoso.»Esteban, al ver aquellasbaratijas tricolores, sesintió enternecido ante los adolescentes entusiasmosquehubiesen podido llevar un ser tan fuerte como Sofía areunir lasmuestrasde una quincalla que, desde hacía años, corría por el mundo. «A la pájara esa hay que echarle mano de cualquier modo», dijo el Importante. Y, de nuevo, sehabló de ir a los muelles... Esteban, entonces, lo largó todo de un solo y pormenorizado tirón: Seremontó a la llegada deVíctor HuguesaLaHabana,parahacer máslentoydetalladoel relatoqueel escribanoibapasandoalpapel condesacompasada caligrafía. Habló desuscontactos personalescon Brissot yDalbarade; desustrabajos depropaganda, realizadosen el País Vasco; desu amistad con los abominablespersonajesquehabían sido los traidoresMarchenay Martínez deBallesteros. Luego, laidaa Guadalupe; la imprentadelos Loeuillet; el episodio de Cayena, durante el cual tuviera grandes tratos con Billaud-Varennes, el encarnizado enemigodelaReina deFrancia. «Apunte, escribano; apunte», decía el Importante, colmado por talesrevelaciones. gritó el Importante, aspándose demangas . ¿Cómo regresó usted aLaHabana?» «Todo resulta fácil alos francmasones», respondió Esteban, prosiguiendo un relato quelo alzabahacia una imponenteestaturaconspirativa. Pero, a medida quelassaetas del reloj seaproximaban a la cifra de las cinco, sus palabrascobraban un viso caricatural. Empezaban a no entender sus interrogadorescómo un hombre, en vez de defenderse, seentregaba a una confesión tan completa dedelitos quebien podrían significar, para él, la muerte en garrote vil. Ahora, no teniendo másquecontar, Esteban sedesatabaen chistesvulgares, hablando deMesalinas borbónicas, de los cuernos pegadosa Su Majestad por el Príncipe dela Paz yde los cohetesqueno tardarían en estallar en el culo del Rey Carlos. «Es un fanático», decían todos. «Un fanático o un trastornado. Américaestá llena deesta clasedeRobespierres. Como nosdescuidemos, habrá pronto en estas tierras una degollina general.» Y Esteban seguía hablando, acusándose yade acciones que no había realizado, jactándose dehaber pasado sus literaturasrevolucionarias, personalmente, a Venezuela ya la NuevaGranada. «Apunte, escribano; apunte. No sele vayaa quedar nadaen el tintero», decía el Importante, sin tener ya nadaquepreguntar... Eran las cinco y media. Esteban pidió que alguien lo acompañara ala azoteadonde, en el interior de un vaso antiguo queadornaba la balaustradasuperior,habíadejadounobjetodeusopersonal.Engolosinadosporloquepodíaconstituir unanuevaprueba,algunos requisidores lo siguieron. Dentro del vaso sólo había un nido de avispas quetrataron de picar a másde uno. Sin escuchar a quienesloinsultaban,Estebanmiróhaciaelpuerto: El Arrowhabíazarpadoya,quedandoclaroel lugardondeel buquehubiese estado amarrado alasbitasdel muelle... Volvió al salón: «Apunte, señor escribano dijo . Declaro anteDios, en quien creo, que todo lo que dijeesmentira. Jamáspodrán ustedes encontrar la menor pruebade quehicecuanto dije, salvo de queestuve en París. No hay testigosni documentos a los cuales puedan ustedes recurrir. Dije lo que dije para favorecer una fuga. Hicelo que meimportó hacer.» «Acaso tesalves del garrote dijo el Importante . Pero nadiete librará del presidio deCeuta. Por menos hemos mandado gente a las canteras de África.» «¡Para lo que me importa ya cuál hayade ser mi destino!», dijo Esteban. Se detuvo ante el cuadro de la Explosión en la Catedral, donde grandes trozos defustes, levantados por la deflagración, seguían suspendidos en una atmósfera de pesadilla: «Hasta las piedrasque iré aromper ahora estaban ya presentes en estapintura.» Y agarrando un taburete, lo arrojó contra el óleo, abriendo un boquetea la tela, quecayó al suelo con estruendo. «Llévenmedeuna vez», dijoEsteban,tanagotado,tannecesitadodesueño,quesólopensabayaendormir aunquefueseenlacárcel.
Las olas venían del sur, quietas, acompasadas, tejiendo y destejiendo el tejido de sus espumas delgadas, semejantes a las nervaduras deun mármol oscuro. Atrás habían quedado los verdes delas costas. Navegábase ahora en aguas de un azul tan profundo quepa-recíanhechasdeunamateriaen fusión aunquehibernal y vidriosa , movidas por un palpito muy remoto. No se dibujaban criaturas en aquel mar entero, cerrado sobre sus fondos de montañas y abismos como el Primer Mar de la Creación, anterior al múricay al argonauta. Sólo el Caribe, pululantedeexistencias, sin embargo, cobrabaavecesun tal aspecto de océano deshabitado. Como urgidos por un misterioso menester, los peceshuían dela superficie, hundíanselasmedusas, desaparecían los sargazos, quedando solamente, frente al hombre, lo quetraducía en valoresdeinfinito: el siempre aplazado deslinde del horizonte; el espacio, y, más allá del espacio, las estrellas presentes en un cielo cuyo mero enunciado verbal recobraba la aplastantemajestad quetuviera la palabra, alguna vez, para quienes la inventaron acaso la primera inventadadespuésdelas queapenasempezaban a definir el dolor, el miedo o el hambre. Aquí, sobreun mar yermo, el cielo cobraba un peso enorme, con aquellasconstelaciones vistas desdesiempre, queel ser humano había ido aislando y nombrando a través delos siglos, proyectando sus propios mitos en lo inalcanzable, ajustando lasposiciones delasestrellas al contorno de las figurasquepoblaban sus ocurrenciasdeperpetuoinventor defábulas.Habíacomounaosadíainfantil enesodellenarel firmamento deOsas,Canes,Toros y Leones pensabaSofía, acodadaen laborda del Arrow, decara a lanoche. Pero era un modo desimplificar la eternidad; de encerrarla en pre-ciosos libros deestampas como aquel, de mapas celestiales, que había quedado en la biblioteca familiar, en cuyas planchas parecían librar tremebundos combates los centauros con los escorpiones, las águilas con los dragones. Por el nombre delasconstelaciones remontábase el hombre al lenguaje de sus primeros mitos, permaneciéndole tan fiel quecuando aparecieron lasgentes deCristo, no hallaron cabidaen un cielo totalmente habitado por gentes paganas. Las estrellashabían sido dadas aAndrómeda yPerseo, a Hérculesy Casiopea. Había títulos depropiedad, suscritos a tenor deabolengo, queeran intransferiblesa simplespescadores del Lago Tiberiades pescadoresqueno necesitaban deastros, además, para llevar sus barcos a dondealguien, próximo a verter su sangre, forjaría unareligión ignorantedelos astros... Cuando palidecieron las Pléyades y se hizo laluz, millares deyelmosjaspeados avanzaban hacia la nave, sombreando largos festonesrojos quebajo el aguadibujaban lassiluetasdeguerrerosextrañamentemedievales,por suineludibleestampadeinfanteslombardosvestidosdecotasagujereadas queatejidodecotasseasemejabanlashebrasmarinasencontradaspor el caminoy quetraíanatravesados,dehombro acadera, decuelloarodilla,deorejaamuslos,aquellospersonajes,cruzadosporastillasdeluz,queel capitánDexterllamabamen-of-war. El ejército sumergido seabría al paso del velero, cerrando sus filasdespués, en una marcha silenciosa, venida delo ignoto, que proseguía durante días y días, hasta quelascabezas les reventaran bajo el sol y los festonesseconsumieran en su propia corrosión... A media mañana entróseen un nuevo país: el de las Gorgonas, abiertas como alas deave, al filo del agua blanqueada por su migración. Y apare-cieron luego, en pardos enjambres, los dedalillos abiertos o cerrados por hambrientascontracciones, seguidos por un bando decaracolesviajeros, colgados deuna almadía deburbujasendurecidas... Pero un repentino chubasco transfiguró el mar, en instantes, tornándolo glauco y sin transparencias. Un alzado olor salino subió del agua percutidapor la lluvia, cuyas gotas eran sorbidaspor lasmaderasdelacubierta. La lona de las velassonaban a pizarra bajo granizo, en tanto que los cabos seentesaban, crujiendo por todas susfibras. El trueno viajabade oeste aeste, pasaba sobre el buqueretumbando largo, y semar-chaba con sus nubes, dejando el mar, a media tarde, en una rara claridaddeamanecer quelo volvíatan liso, tan irisado, como lagunadealtiplano. La proa del Arrow setornabaarado, roturando la mansedumbredelo quieto con los espumosos arabescos quecreaban laestela, dejando constancia, por variashoras, de quepor allí había pasado un barco. Al crepúsculo, lasestelas sepintabanenclaro sobrelosfondosyarepletosdenoche,trazando unmapadecaminosyencrucijadassobreel aguanuevamente desierta tan desierta quequienes lacontemplaban tenían laimpresión deser los únicos navegantes delaépoca. Y seentraría, hasta la madrugada próxima, en el País de lasFosforescencias, con sus lucesvenidasde lo hondo, abiertas en aventadas, en regueros defulgores, dibujando formas querecordaban el áncoray el racimo, laanémonao lacabellera o tambiénpuñadosde mone-das, luminariasdealtar, o vitralesmuyremotos, de catedralessumergidas, caladaspor los fríos rayosdesolesabisales... En
este viajeno estabaSofía conturbada, como laotravez cuando seacodara en lamismaborda, cuando subieralabrisadesdeel vérticedeestamisma proa por angustiasdeadolescente. Muy maduradapor su decisión, ibahacia algo queno podía ser sino como ella se lo imaginaba. Después de dosjornadas durante las cuales lo dejado atráshubiera seguido pesando sobre su ánimo, sehabía despertado, en estetercer día, con una exaltante sensación de libertad. Rotas estaban lasamarras. Se había salido de lo cotidiano para penetrar en un presenteintemporal. Pronto empezaríael gran quehacer, esperado durante años, de realizarseen dimensión escogida. Conocía nueva-mente el gozo dehallarseen el punto departida; en los umbralesdesí misma, como cuando sehubiese iniciado, en esta nave, una nuevaetapa desu existencia. Volvía ahallar el recio olor a brea, a salmuera, a harina y afrechos, conocidos en otros días cuya presencia bastaba para abolir el tiempo transcurrido. Cerraba los ojos, en la mesadel Capitán Dexter, al encontrar nuevamente el sabor delasostrasahumadas, de las sidrasinglesas, de lastortas deruibarbo y delos nísperos dePensacola, que la devolvíaalassensacionesdesu primer viaje marítimo. No se seguía el mismo rumbo, sin embargo. Aunque Toussaint Louvertureseafanara en establecer relacionescomerciales con los Estados Unidos, desconfiaban los negociantesnorteamericanosdelasolvenciadelcaudillonegro,dejandoaquel mercadoazarosoaquienesvendíanarmasymuniciones únicasmercancíasque siempreeran pagadasde contado, aun cuando no hubieseharina para amasar el pan de cadadía. Habiéndosedejado delargo la costa deJamaica, navegábase, desdehacía varios días, en lo más despejado del Mar de las Antillas con rumbo al puerto deLa Guaira , donde los últimoscorsarios guadalupensessólo aparecían de tardeen tarde, en veleros que yasellamaban el Napoleón, Campo-Formio o LaConquistadel Egipto. Una mañana creyóseque habría un enojoso encuentro, al advertirsela presencia de una nave pequeña que bogaba hacia el Arrow con sospechosa celeridad. Pero la inquietud deun momento volvióse alborozo al ver que setrataba de la casi fabulosaBalandra del Fraile, mandada por un misionero franciscano de bragasmuy bien colgadas que, desdehacía años, seentregabaal contrabando en el ámbito del Caribe. Por lo demás, sólo seencontraban goletastasajeras, decontinuo tránsito entreLa Habanay la NuevaBarcelona, que dejaban, al pasar, un enormeolor a carnesahumadas. Sofía, para aquietar su contenida impaciencia por llegar, trataba de dar-sea la lectura de algunos libros ingleses quefiguraban en la biblioteca deDexter, junto a la Acacia, lasColumnasy el Tabernáculo de su mandil masónico, guardado en la vitrina deotros días. Pero el clima deLas Noches era tan ajeno a su estado, deánimo, en estos momentos, como la atmósfera opresiva deEl Castillo deOtranto. Al cabo de pocas páginascerrabael tomo, sin saber muy bien quéhabía leído, entregadasin más reflexionesatodo lo queleentrara por los poros, solicitando sus sentidos más que su imaginación... Una mañana comenzó a divisarse una mole violácea sobre los imprecisos verdores queaneblaban el horizonte: «LaSilladeCaracas dijo Dexter . Estamos aunas treinta millasdela TierraFirme.» Y observábase en la marinería el tráfago anunciador de próximaescala: quienes estaban libres detrabajo inmediato seentregaban a la tareade asearse, rasurar-se, cortarse los cabellos, limpiarse las uñas, desmancharse lasmanos. A cubierta sacaban navajas, peines, jabones, recados de zurcir, derramándose fuertes esencias en las cabezas. Remendabaéste una camisaagujereada; pegaba el otro un parche al zapato maltrecho; mirábase, el demás allá, la tostadajetaen un espejillo dedamas. Y eran todos movidos por un desasosiego queno era debido al mero contento de haber llegado al cabo de una travesía feliz: al pie deaquella montaña que ibaafirmando el contorno sobre la altacordilleraparadaalaorilladel aguaestabalaMujer laMujer desconocida, casi abstracta, aúnsinrostro, peroyadefinidapor el Puerto. Haciaesafiguraerguidaporencimadelostechos,ofrecidaensuabra,sehinchaban lasvelas del buque, a lo largo delos mástilesenhiestos, como aviso deque llegaban hombres. Y esas velas, ya visiblesdesde la costa, promovían, en las casas portuarias, un ir y venir de baldes sacados de los pozos, un hembruno zafarrancho de afeites, perfumes, enaguas yatuendos. Sin necesitarsedepalabras, estabaentablado el diálogo sobreun mar que yasepoblabade botes pesqueros. Virando sepuso el Arrow en navegación paralela a las montañas que descendían delas nubes al agua, en pendiente tanreciaquenosedivisabancultivosensusflancos.A vecessehundíalaenormepared,revelandoel secretodeunaplayaumbrosa tendida entredos murallas, ennegrecidas por una vegetación tan tupida y oscura que aún parecía guardar jirones denoche en su regazo. Un fabuloso olor a humedadesde Continente aún mal despierto se desprendía deesos remansosdonde iban a encallar las simientes marinas, arrojadas por un último embatede la ola. Pero ahora retrocedían lasmontañas, sin revelar lo que atrás ocultaban, de-jando unaestrecha franja desuelo, en laquesepintaron caminos y viviendas, entrebosques decocoteros hirsutos, uveros y almendros. Doblóseun promontorio que parecía tallado en un bloquede cuarzo, y apareció el puerto de La Guaira, abierto sobreel océano como un anfiteatro colosal en cuyasgradas seescalonaron los tejados... Sofíahubiesequerido subir hasta Caracas, pero el camino era largo yfatigoso. Laescaladel Arrow habríadeser breve. Dejó desembarcar a los marineros francos de servicio, impacientes por llegar a dondesesabían esperados, y bajó a una chalupa, en compañía deDexter, urgido decumplir algunas formalidades rutinarias. «No se crea obligado a cuidar de mí», dijo la joven, advirtiendo que el jefe no era ajeno a la impacienciadesushombres.Y echóaandarhacialascallesempinadasquebordeabanun torrenteseco,admirándosedeencontrar lindas plazoletas adornadas por estatuas, entre casas derejas demadera y romanillasquele recordaban lasde Santiago de
Cuba.Sentadaenunbancodepiedraveíapasar lasrecuashacialoscaminosdelamontañasombreadosporcujíes,quesedispersaban en las nieblas de las cimas, más arriba deun castillo coronado de atalayas, se-mejante alos muchos quedefendían los puertosespañolesdel Nuevo Mundo tan semejantes, unosaotros, queparecíanobrasdeun mismo arquitecto. «Allí estuvieron presos,hastahacepoco,algunosmasonestraídosdeMadrid.Eranunos,llamados dellevar laRevoluciónaEspaña ledijo un buhonero canario, empeñado en venderlecintas deraso . Y usted no lo va acreer: seguían conspirando en el mismo calabozo...» Así, el acontecimiento estabaenmarcha. No sehabía equivocadoella al percibir suinminencia.Ahoraestabamásimpacientequeantesdealcanzarel términodesuviaje,conel temor dellegardemasiadotarde: cuandoel hombredel GranQuehacerestuvieseyaenacción, apartandolosverdoresdelasselvas,comoloshebreoslasaguasdel Mar Rojo. Confirmábase lo quetantas veces le hubiese dicho Esteban: que Víctor, ante la reacción termidoriana, estaba penetrando, consusConstitucionestraducidasal español,consusCarmañolasAmericanas,enestaTierraFirmedeAmérica,llevando aella, como antes, laslucesqueenel Viejo Mundo seapagaban. Paraentenderlo bastabamirar la Rosa de los Vientos: de la Guadalupe, la turbonada había soplado a lasGuayanas, corriendodeallí a estaVenezuela queeralaruta normal para pasar a laotrabandadel Continente,dondesealzabanlosbarrocospalaciosdel Reino del Perú. Allá,precisamente,por bocadejesuitas, sehabían alzado lasprimerasvoces y Sofíaconocíalosescritos deun Vizcardo Guzmán que reclamaban, para este mundo, una independenciaquesólo erapensableentérminos deRevolución. Todo resultabaclaro: lapresencia deVíctor en Cayena era el comienzo de algo queseexpresaría en vastas cargas dejinetes llaneros, navegaciones por ríos fabulosos, tramontesdecordillerasenormes. Nacía una épicaquecumpliría en estas tierraslo queen la caducaEuropa sehabía malogrado. Ya sabrían quienes acaso la estuviesen desollando en la casa familiar que susanhelos no se me-dían por el patrón de costureros y pañalesimpuestos al comúndelashembras.Hablaríandeescándalo, sinsospecharqueel escándalo seríamuchomásvastodeloqueellospensaban. Esta vezsejugaríaal desbocaire, disparando sobregenerales, obispos, magistradosy virreyes. El Arrowzarpó dos díasdespués, navegando a lo largo dela Isla de Margarita, para pasar entre la Granada y Tobago, al amparo deposesionesinglesas, tomando el rumbo delaBarbados. Y al cabodeun tranquilo viaje, sevio SofíaenBridgetown, descubriendo un mundo distinto del que hastaahora hubieseconocido en el Caribe. Distinta era la atmósfera queserespiraba en aquellaciudadholandesa,deunaarquitecturadiferentedelaespañola,consusanchasbalandrasmadererasvenidasdeScaraborough, deSan Jorgeo dePuerto España. Circulaban allí divertidasmonedas, llamadas «PineapplePenny» y «Neptune Penny», de unaacuñaciónmuyreciente.Secreíallevadaaunaurbedel ViejoContinente,aladvertir queexistíauna«CalleMasónica»yuna «CalledelaSinagoga».Alojóseenlimpioalbergue, tenido por unamulatasudorosaquelefuerecomendadopor el CapitánDexter. Al cabo deun almuerzo dedespedidaen el queSofíaprobó detodo tal erasualegría sin desdeñar lasbotellasdeporter, el madeiray los vinos francesesquelesirvieron, dieron ambosun paseo en cochepor lasafueras. Durantehorasrodaron por los caminos deunaAntilladomada, cuyastierrasdeslindadaspor suaves ondulaciones aquí nadaeragrande, nadaaplastante,nada amenazador eran cultivadas hasta las mismas orillas del mar. Aquí la caña de azúcar parecía trigo verde, las yerbas tenían mansedumbre y urbanidad decésped, las mismas palmeras dejaban de parecer árbolestropicales. Había silenciosas mansiones, ocultas en la espesura, que alzaban columnas detemplo griego hacia frontonesborrados por la yerba, cuyas ventanasseabrían sobre el fausto de salones habitados por retratos cuyos barnices relumbraban en el exceso deluz; había casas cubiertas de tejuelas, tan pequeñas quecuando un niño se asomaba auna ventana, ocultaba, con su presencia, el cuadro de vastas familias reunidasparacenardondehubiesesidoenormeel estorbodeuntablerodeajedrez;habíaruinasapelambradaspor lasenredaderas, dondelosaparecidos todalaisla, decía el cochero, eralugar deaparecidos sereuníanparagemir enlasnochesventosas; y había sobretodo, junto al mar, casi confundidos con las playas, unos cementerios siempredesiertos, sombreados por cipreses, cuyastumbasdepiedragris tan pudorosassi sepensabaenlos ornamentadosmausoleosdelasnecrópolisespañolas hablaban deun Eudolphusy unaElvira, muertos en un naufragio, quesólo habían podido ser los héroes deun romántico idilio. Sofía recordabaLa Nueva Heloísa. El Capitán pensaba más bien en Las Noches. Y a pesar de quelesquedara lejos, cansados estaban los caballos y sólo seregresaríatardeen la noche, por lanecesidad debuscar un relevo del tiro, Sofía, usando demimos quecasi parecieron excesivos al norteamericano, consiguió que llegaran hastael pequeño bastión rocoso deSt. John, detrásdecuyaiglesia hallóunalápidacuyoepitafiosereferíaalainesperadamuerte,enlaisla,deunpersonajecuyonombrecargabaconunaaplastante presencia desiglos: AQUÍ YACEN LOSRESTOS DE FERNANDO PALEÓLOGO DESCENDIENTE DEL LINAJE IMPERIAL DE LOS ÚLTIMOSEMPERADORESDE GRECIA CAPELLÁN DE ESTA PARROQUIA 1655A 1656... CalebDexter, algo emocionado por el vino de unabotella vaciadaduranteel camino, se descubrió respetuosamente. Sofía, en el atardecer cuyas luces enrojecían las olas rotas en espumas enormes sobre los monolitos rocallosos deBathsheba, floreció latumbacon unas buganvillascortadasen el jardín del presbiterio. Víctor Hu-gues, durante su primera visita a la
casa de La Habana, había hablado largamente deesatumbadel ignorado nieto dequien cayera, en lasupremaresistenciade Bizancio, muerto antesqueprofanado como lo fuesepor los otomanos vencedoresel Patriarca Ecuménico. Ahoralaencontraba ella, en el lugar designado. Por sobre la piedra gris, marcadacon el signo de la Cruz de Constantino, una mano seguía ahora el lejano itinerario de otra mano, que también hubiesehecho el gesto de buscar el hueco delasletras con lasyemas delos dedos... Por romper con un ceremonial inesperado, queya parecía prolon-garsedemasiado, CalebDexter observó: «Y pensar que haya venidoaparar aestaislael últimopropietariolegítimodelaBasílicadeSantaSofía...»«Sehacetarde»,dijoel cochero.«Sí;regresemos», dijo ella. Estaba admirada dequesu nombre hubiesepodido surgir así, de pronto, en la tonta reflexión del otro. Era una casualidaddemasiadoextraordinariapara notomarsecomoun anuncio, un aviso, unapremonición. Laesperabaun prodigioso destino. El futuro sevenía gestando secretamente desdequeuna Voluntad atronara, cierta noche, lasaldabasdela casa. Había palabras queno brotaban al azar. Un misterioso poder lasmodelaba en lasbocasdelos oráculos. Sophia.
Advertida dequela roca del Gran Condestable sería visible poco despuésdel amanecer, al alba estaba Sofía en la cubierta de La República Batava viejo carguero holandés re-bautizado con flamante nombre que, durante todo el año, iba del Continente delas Selvas ala Barbados desforestada, llevando maderas decaoba para los ebanistas deBridgetown y tablas de construcción para embellecer lascasasde Oistin, famosaspor sus pisos volados ala manera normanda. Durante varias semanas había esperado la joven, en su albergueportuario, la hora deembarcarse, atormentada por laimpaciencia, hastiadadeandar por lascallesdelapequeña ciudad! enterándosecon despecho deuna paz firmadaentreFranciay los EstadosUnidos cuyanoticia, de haberle llegado más pronto, hubiesepodido simplificar su itinerario, dándole la oportunidad deviajar desdeLa Habana en uno de los buquesnorte-americanos que ya habían reanudado el tráfico con Cayena. Pero todo quedaba olvidado frente alos peñones eisletas anunciadores dela Tierra Firme, alegradosen la mañana por el revuelo delos alcatraces y las gaviotas. Y yase estabafrenteala Madre y las Hijas, que algunavez lehubiera descrito Esteban, en tanto que la costa seibadefiniendo en valores de vegetación y actividad humana. Todo parecía suntuoso, fascinante, extraordinario, a Sofía, en este momento de llegar. Los verdoresdel mundo parecían haberseintegrado en un solo paisajepara darleacogida. Las autoridades militares, venidasabordo, mostraronalgunaextrañezaal saber queunamujer sola,llegadadeunaciudadtanrelumbrantecomoLaHa-bana,deseabaquedarse en Cayena. Pero bastó que Sofía mencionara el nombre deVíctor Hugues para quela suspicacia setransformara en deferencia. Era denoche ya cuando la joven entró en la ciudad de callesdormidas, yendo a dar a la posada deHauguard, donde tuvo el buen cuidado desilenciar su parentesco con Esteban, al tener presente quesu idaa Paramaribo había tenido el carácter de unafuga... A la mañana siguiente mandó recado a quien, de Agentedel Directorio, habíapasado aser Agente del Consulado, anunciando su llegada. Poco despuésdel anochecer le entregaron un breve mensaje, garabateado en papel de oficio: Bienvenida. Mañana irá un cochea buscarla. V. Cuando Sofía se esperaba arecibir una impaciente llamada, le venían esas fríaspalabras que la sumieron en unanoche deperplejidades. Ladrabaun perro en un corral, enrabecido por el paso deun borracho que rascaba sus sarnas a lo largo dela calle, clamando terribles profecías sobre la dispersión de los justos, el castigo de los regicidas y la comparecenciadetodosanteel Trono del Señor, en unJuicio Final quehabríadetenerse ¿por qué? en unvalledelaNueva Escocia. Cuando la voz seextravió en la distancia yvolvió el guardero a su sueño, percibióse la activi-dad deinsectos invisibles entodoslostabiquesdelacasa,taladrando,rascando,royendolamadera.Unárbol alargabasemillasconpesadezdeplomosobre variasbateas volcadas. Frente ala posadadiscutían dos indios con vocesdegente salida deun relato de exploraciones. Nadaera propicio al descanso de quien seenervaba en lucubrantes conjeturas. Por tanto, cuando el coche llegó a la mañana si-guiente, sentíase Sofía entumecida ytrasnochada. Y cuando creyó quesería conducida alaCasade Gobierno, con sus baúles y valijas, los caballos enfilaron haciaun atracadero donde esperaba una chalupadeespigadasbordas, guarnecidadecojines, toldos y parabrisasde lona. Supo que habría detrasladarsea una haciendasituada aunas pocashorasde navegación. Aunque nadadeesto respondía a sus previsiones, Sofía se sintió casi halagada al observar la cortesía dequeera objeto por parte delos tripulantes. Mandabalaembarcaciónunjovenoficial, llamadoDeSainte-Affrique,que,durantelanavegación, enumerólosprogresosrealizados por lacoloniadesdequeVíctor Hugues habíallegado aella. Sehabía dado un nuevo impulso alaagricultura; repletos estaban los
almacenesy en todas partes respirábanseairesde paz y de bonanza. Casi todos los deportados habían sido devueltos a Francia, quedandoenIracubo, pararecuerdo desuspadecimientos, unvastocementeriocuyastumbasostentabanlosnombresderevolucionarios famosos... A media tarde penetró la chalupa en un río de cenagosas orillas, dondeflotaban lashojas de algo como nenúfarescuyasfloresmoradas salían al filo del agua. A poco sellegó a un embarcadero desde el cual divisábaseuna casona de trazaalsaciana, alzadaenunaloma,entrelimonerosynaranjos.Atendidapor unenjambredenegrassolícitas,Sofíafueainstalarse en un apartamento del primer piso, cuyas paredes estaban adornadas por estampas viejas, de delicadafactura, que evocaban sucesosocurridos durante el Antiguo Régimen: el Asedio deNamur, laCoronación del Busto deVoltaire, la desdichadaFamilia Calas, entreverados con lindasvistas marinasde Tolón, Rochefort, la Isla deAix y Saint-Malo. Mientraslasfámulas piadoras metían suscosasen los armarios, Sofía seasomó alasventanas quedaban sobre los campos, por aquella banda:un jardín donde abundabanlosrosales, setransformaba, abrevedistancia,enhuertasysembradosdecañadeazúcar, circundadospor unaadusta murallade vegetación selvática. Algunos caobos, de altos y plateados troncos, sombreaban caminos en cuyasorillascrecían arbustos deBálsamo del Perú, nuez moscaday pimiento amarillo. Transcurrieron lashorasdeunaesperaansiosacuando, al fin, unachalupamaniobradaaremo searrimó al embarcadero. En lassombras del anochecer que ya invadían la avenida, se fue dibujando, con relumbre degalonesy paramentos, un traje deaspecto algo militar, acrecido en su estaturapor un sombrero empenachadodeplumas. Sofíasalió al atrio delavivienda sin advertir, en su precipitación, queuna piara decerdos negros seentregaba, frente a la entrada, a la regodeada tareade asolar los canterosdeflores,desenterrandolostulipanesyrevolcándose,conjubilososgruñidos,enunatierrareciénregada.Al ver lapuerta abierta, los animales semetieron en la casa, en tropeles, pasando suscuerpos enlodados por lasfaldas dequien trataba dedetenerlos con gestosy gritos. Echando acorrer, Víctor llegóa la casa, enfurecido: «¿Cómo los dejan sueltos? ¡Esto esel colmo!» Y, entrando en el salón, la emprendió a planazos desable con los cerdos quetrataban de colarse en las habitaciones y subir las escaleras,mientraslossirvientesyalgunosnegrosacudíandelostrasfondosdelaviviendaparaayudarle.Al finlasbestiasfueron sacadas unapor una, arrastradas por lasorejas, por lascolas, levantadasen alto, corridasa patadas, con tremebundos aullidos. Quedaron cerradaslaspuertasqueconducíanalascocinasydependencias. «¿Tehasvisto? dijo Víctor aSofía,cuandoen algo sehubieseaplacadolaporcinabarahúnda,señalandoel vestidomanchadodelodo .Cámbiate,mientrasmandolimpiaraquí...» Al mirarseen el espejo desu habitación, Sofíasesintió tan miserablequeseechó allorar, pensando en lo que sehabía vuelto, de pronto, el Gran Encuentro soñado durante los díasdelatravesía. El traje quesehabía mandado a hacer para laocasión sedesprendía desu cuerpo, enlodado, desgarrado, hediondo a corral. Tirando los zapatos al rincón más oscuro, searrancó lasmedias con furor. El cuerpo entero leolíaapiara, afango, a inmundicias. Tuvo quemandar subir baldes deaguapara bañarse, pensando en lo grotesco queresultabaeste trasiego en talesmomentos. Había algo ridículo en esteaseo forzoso, con los chapaleos en tina quedebíanoírseabajo. Al fin, echándosecualquier cosaencima, bajóal salónconpasorenqueante,sincuidar delapostura,con el despecho del actor que hafallado una buenaentradaen escena. Víctor estrechó sus manos, haciéndola sentar a su lado. Había trocado su rutilante traje por las holgadasdel cultivador acomodado: calzón blanco, camisa de ancho cuello abierto y chaqueta deindiana: «Me perdonarás dijo . Pero aquí siempre ando así. Hay quedescansar alguna vez de las bandas y escarapelas.» Preguntópor Esteban. Sabíaqueel jovensehabíalargadodeParamaribo:por lotanto, estaríaenLaHabana.Y comoqueriendo mostrar el cuadro de su vida, desdeel término de su gobierno en laGuadalupe, narró lasperipecias desu rebelión contraDesfourneaux y Pelardy, al cabo dela cual quedara desarmado y preso, embarcán-dosele por la fuerza. En París, con una defensa enérgica había pulverizado lasacusaciones del mismo Pelardy. Finalmente había sido escogido por el Cónsul Bonaparte para hacersecargo del gobierno de Cayena... Hablaba, hablaba enormemente, con su facundia deotros días, como para librarsede un exceso depalabras demasiado contenidas. Cuando abor-dabaciertos pormenoresdesu vidareciente, anunciaba la confidencia conunafórmulahartoreiterada:«Estotelodigoati:ati sola.Porquenopuedoconfiarmeennadie.»Y enumerabalasservidumbres del Poder, los muchos desengaños recibidos, la imposibilidad detener amigos cuando sepretendíaejercer un mando verdadero. «Tehabrán dicho quetuve la mano dura, durísima, en la Guadalupe; también en Rochefort; No podía ser de otro modo. Una revolución no serazona: sehace.» Mientrasel otro hablabasin tregua, sin másdescanso quelos necesarios para solicitar su aprobación con un «¿no?», «¿no te parece?», «¿no lo vesasí?», «¿lo sabías?», «¿te dijeron?», «¿allá estaban enterados?», Sofía detallaba los cambios quepodían advertirseen su persona. Había engordado bastante, aunquesu recia armazón tolerara alguna grasa, disfrazándolademúsculo. Laexpresiónselehabíaendurecido, apesar delasblandurasnuevasqueempastabanel modelado de la cara. Tras desu cutis algo terroso, seafirmaban la decisión y la salud de otros tiempos... Seabrieron laspuertas del comedor: dos fámulas acababan de poner candelabros sobre la mesa de una cena fría, servida en vajilla de plata tan espesa que sólo podía provenir deuna flota donde hubieseviajado algún Virrey deMéxico o del Perú. «Hasta mañana», dijo Víctor a las
sirvientas. Y, poniendo algunaintimidad en su tono: «Ahora háblame deti.» Pero ningunaimagen válida, ningún suceso interesante acudíaalamente deSofíaen cuanto sereferíaasu propiavida. Ante el estrépito y lasfuriasquehabían llenado la existencia del otro, trabándolo en acción con personajes cuyosnombresllenaban laépoca, lo suyo era deuna entristecedora pobreza. Tenía unhermanotendero, unprimonegadoalavalentíacuyasabjuracionesleparecíantanvanas,ahoraquevislumbrabalagrandeza, quelashubiera en-cubierto con piedad: lamismahistoriadesu matrimonio eralamentable. Habíaoficiado deamadecasa. Había esperado. Nada más. Los años habían transcurrido, sin marcar, sin re-mover, entre Epifaníassin Reyes y Navidades sin sentido paraquienesno podíanacostar al GranArquitecto en unpesebre.«¿Y bien? decíael otro, paraanimarlaaempezar .¿Y bien?» Pero un empecinamiento extraño, invencible, la tenía en silencio. Seesforzaba por sonreír; miraba la llama delasvelas; rasgaba el mantel con la uña: alargabala mano haciaalguna copa, sin acabar de levantarla. «¿Y bien?» Depronto Víctor fue haciaella. Cambiaron laslucesdelugar; hubo sombrasdonde se sintió asida, ceñida, colmadapor una avidez quela devolvió a sus ímpetus adolescentes... Regresaron a lamesa, sudorosos, despeinados, atropellándose, riendo desí mismos. Hablaban el idiomade antes: el que habíanconocido en el puerto deSantiago, despreciando la baja curiosidaddelos marineros, cuando contaban con el calor y los hedoresde la cala para encontrarse en el angosto camarote del entrepuente, entre maderas que olían, como las deaquí, a barniz fresco. La brisa, levantadaen la costa, llenaba la casa de hálitos marítimos. Oíase el correr de las aguas en una represa cercana. Naveera la casabatida por el oleaje deárbolesque pegaba en lasventanas con quebradizos embates.
Sofía descubría, maravillada, el mundo desu propia sensualidad. Depronto, susbrazos, sushombros, suspechos, sus flancos, suscorvas, habían empezado ahablar. Magnificado por laentrega, el cuerpo todo cobrabauna nueva conciencia desí mismo, obedeciendo a impulsos degenerosidad yapetenciaqueen nada solicitaban el consentimiento del espíritu. Regocijábase el talleal sentirsepreso; apretabalapiel su estremecido contorno en la mera adivinación deun acercamiento. Suscabellos, sueltos en las noches del júbilo, eran algo queahora también podía darsea quien los tomaba amanos llenas. Había unasuprema munificencia en esedon de la persona entera; en ese «¿quépuedo dar queno haya dado?», que en horasde abrazos y metamorfosis llevaba al ser humano a la suprema pobreza desentirse nada ante la suntuosa presencia delo recibido; de verse tan colmado de ternura, de fuerzas y alborozos, que la mentequedaba como fundida ante el miedo de no tener con qué responder a tan altos presentes. Vuelto a sus raíces, el lenguaje delos amantes regresaba a la palabra desnuda, al balbuceo de unapalabra anterior a toda poesía palabra deacción de gracia ante el sol que ardía, el río quese desbordaba sobre la tierra roturada, la simiente recibidapor el surco,laespigaenhiestacomohusodehilandera.El verbonacíadel tacto,elemental ypuro, comolaactividadque lo engendraba. Acoplábansedetal modo los ritmosfísicos a los ritmosde la Creación, que bastabauna lluvia repentina, un florecer deplantasenlanoche,un cambioenlosrumbosdelabrisa,quebrotarael deseoenamanecer oencrepúsculo,paraquelos cuerpos tuviesen la impresión de encontrarse en un climanuevo, donde el abrazo remozabalasiluminacionesdel primer encuentro. Todo era igual, presentes estaban las formas ytodo era siemprediferente. Estanoche ésta, queahora empezaba, aún indecisa y amorosa ten-dría suspropios fastos yexultaciones noche queno era la deayer, ni seríala demañana. Situados fuera del tiempo, acortando o dilatando las horas, los yacentes percibían en valores de permanencia, de eternidad, un ahora exteriormente manifiesto en lo que demodo remoto y casual lograban percibir sus sentidos entregados al vasto quehacer de un entendimiento total de sí mismos; era el peso de unatormenta, el persistente graznido deun ave, un olor a selvas, súbitamente traído por el terral de madrugada. Acaso no había sido sino una ráfaga, un ruido fugaz, un hálito; pero su presencia, entre la ascensión al paroxismo y el descensohaciael medio sueño sosiegogozoso delestadodegracia,parecíahaber duradotodala noche.Teníanlosamanteselrecuerdodeunabrazodehorasal ritmodeunatempestadquehabíaapretadoel abrazo,y seenteraban, al despertar, queel viento sólo podíahabersesentido duranteunosminutos y eso, por laagitación de los árbo-les próximosa su ventana... Devuelta alaluz delo cotidiano, Sofía sesentíasupremamente dueña desí misma. Hubiesequerido quetodos participaran desu gran dichainterior, de su contento, de su soberana calma. Colmadalacarne volvíahacia lasgentes, los libros, las cosas, con la mente quieta, admirada decuan inteligente era el amor físico. Había oído decir que ciertas sectas orientales consideraban el contento de la carne como un paso necesario para la elevación hacia, la Trascendencia, y llegabaa creerlo al observar queen ella seibaafianzando una insospechadacapacidaddeEntendimiento. Después delos años deconfinamiento voluntario
entre paredes, objetos y seresque le eran harto habituales, su espíritu se volcaba hacia fuera, hallando en todo un motivo de reflexión.Releyendociertostextosclásicos,quehastaahorasólolehubiesenhabladoporlavozdesusfábulas,descubríalaesencia original delos mitos. Desechando los escritos harto retóricos delaépoca, lasnovelas lacrimosastan gustadaspor sus contemporáneos, remontábasealos textosquehabían fijado, en rasgosperdurableso deun simbolismo válido, los modos deconvi-vencia profunda del Hombre con la Mujer, en un universo erizado de contingenciashostiles. Suyos eran los arcanos de la Lanza y del Cáliz que había visto, hasta ahora, como oscuros símbolos. Le parecía quesu ser sehabía tornado útil; que su vida, por fin, tenía un rumbo y un sentido. Era cierto quedejaba transcurrir los días, lassemanas, en función del presente, enteramente feliz, sin pensar en el mañana. Pero no por ello dejabade soñar con realizar grandes cosas, un día, junto al hombre aquien se había atado. Un ser detal fuerza pensabaella nopasaríamuchotiemposinlanzarseenalgunaempresamagnífica.Perosusactosdependían, en mucho, delo queen Europa pudieseocurrir. Y, por ahora, las noticiasquedeParís llegaban no ofrecían asidero. Los acontecimientos,allá,sesucedíancontal rapidezquecuandolosperiódicosllegabanaCayenasóloresultabandeunainformación atrasadísima acaso desajustadacon lo queestabapasando en el momento de leerlos. No parecía, por lo demás, que Bonaparte sepreocupara mucho por proseguir una acción revolucionaria en América; su atención estabacentradaen problemas másinmediatos. Por lo mismo, Víctor Hugues consagraba lo mejor de su tiempo a tareasdeorden administrativo, ordenando obras de regadío, abriendo caminos, activando los tratos comerciales con Surinam, desarrollando la agricultura en la colonia. Su gobierno era calificadodepaternal y sensato. Los antiguoscultivadoresestaban satisfechos. Soplaban vientos deprosperidad. Como hacía tiempoqueenCayenanoseobservabayael mismosistemadelasdécadas,habiéndosevueltoalasviejasprácticasdel calendario gregoriano, el Mandatario semarchabael lunes a la ciudad, regresando el jueves o el viernes a la hacienda. Entretanto Sofía consagraba algunas horas, cadamañana, a llevar el tren de la casa; impartía órdenes, encargaba algunaobra decar-pintería, cuidaba del embellecimiento de los jardines, haciéndosemandar por intermedio de un suizo, Sieger, activo agente de negocios, bulbos detulipanes conseguidos en Paramaribo. El resto del tiempolo pasabaen labiblioteca, donde no faltaban obrasexcelentes, enmediodeunaenojosavariedaddeTratadosdeFortificaciones,ArtesdeNavegar ytextosdeFísicayAstronomía.Así transcurrieron varios meses sin queVíctor, al volver cada semana, trajesenoticiasqueen algo pudiesen conturbar la vida apacible y florecientedelacolonia. Un díade septiembre, Sofíafue aCayena, rompiendo excepcionalmente con sudiscreto retiro campestre, parahacer algunas compras. Allí ocurría algo raro. Desde el amanecer repicaban lasagudas esquilasde la capilla delasreligiosas de SaintPaul-de- Chartres. Y a esas campanas se habían unido las voces de otras campanas, ignoradas, acaso ocultas hasta ahora en desvanes yalmacenes, queeran golpeadascon martillos, contizones, conherraduras por no estar colgadastodavía endistintos lugaresdelaciudad. De unanaverecién llegadadesembarcaban frailesy monjas. El más insólito ejército de la Fe parecía volcarse sobre la población, con esos hábitos, con esastejas, con esos paños negros, carmelitas, grises, que destilaban por el medio de las calles, aplaudidos por los transeúntes, trayendo el olvidado adorno de rosarios, medallaspías, escapularios y misales. Algunos religiosos, al pasar, impartían bendicionesa los curiosos asomados a las ventanas. Otros trataban dedominar el barullo con las estrofasdeuncántico, cuyasvocesnoacababandeconcertarse.Asombradapor aquelespectáculo,SofíafuealaCasadeGobierno, donde debía reunirsecon Víctor Hugues. Pero en su despacho sólo encontró aSieger, hundido en una butaca, con una botellade tafia al alcance dela mano. El agente denegocios la acogió con risueños aspavientos, abrochándosela casaca: «¡Hermosa capuchinada en verdad, señora mía! ¡Curas para todaslasparroquias! ¡Monjaspara todoslos hospitales! ¡Volvieron los tiempos de lasprocesiones! ¡Tenemos Concordato! ¡París yRomaseabrazan! Los franceses vuelven aser católicos. Haygran misadeacción de graciasen la capilla delasReligiosas Grises. Allá podrá usted ver a todos los señores del gobierno con sus mejores uniformes, agachandolacabezabajoloslatineseclesiásticos:Precesnostrae,quaesumus,Dómine,propitiatusadmitte.¡Y pensarquemásde un millón de hombres ha muerto por destruir lo que hoy se nos restituye!...» Sofía volvió a la calle. De la Nave de los Frailes todavía bajaban viajeros, abriendo grandes paraguasrojos y verdes, en tanto que los cargadoresnegros seapilaban hatos y valijas sobre lascabezas. Frentea la hospedería deHau-guard, algunos curasreunían susequipajes dispersos secándose el sudor con anchospañuelosacuadros. De pronto sucedió algo raro: dossulpicianos, quehabían desembarcado de último, fueron acogidos por sus colegas con un vocerío airado: «Juramentados les gritaban los otros . ¡Judas! ¡Judas!» Y sobre los recién llegados comenzaron a caer cáscarasdepina sacadasdel arroyo, piedraseInmundicias. «¡Fueradeaquí! ¡A dormir alaselva! ¡Juramentados! ¡Juramentados!» Y como los sulpicianos, nadacobardes, trataban deentrar en la posada, dando manotazos y puntapiés, armóseen torno a ellos una amenazadora tremolina dehábitos negros. Ahora, los sacerdotes quehabían prestado juramento a la Constitución Revolucionariaestaban adosados auna pared, respondiendo confusamente alos cargosquecontraellos clamaban los«insometidos»,los«curasverdaderos»,aquienesel Concordatohabíaconferido,depronto, unprestigiodeSoldadosdeCristo,
resistentesen medio de laspersecuciones, celebrantesde oficios clandestinos, dignos descendientesdelos Diáconos delasCatacumbas. Llegaron guardias, dispersando lasgentes eclesiásticasa culatazos. Pareció que sehubiera restablecido el orden, cuando un cura joven, salido deuna carnicería cercana, arrojó un cubo desangre fresca deres acabada de degollar sobre los dos sulpicianos, aureolados ahora por una gran mancha roja que, después de haberseroto en sus cuerpos, quedaba pintada sobre la blancafachadadel mesónencoágulosysalpicadurashediondas.Volvióasonar unvastorepiquedecampanas.Escuchadalamisa deacción degracias, Víctor Hugues, seguido delos funcionarios desu gobierno, salía, luciendo gran uniforme, de la capilla de lasReligiosas Grises... «¿Tehasenterado?», preguntó aSofíaal encontrarlaenlaCasadeGobierno. «Todo esto esbastante grotesco», respondió lajoven, narrándoleel sucedido delos sulpicianos. «Mandaréquelos embarquen denuevo: aquí lesharán la vida imposible.» «Me parecequetu deber estaría en protegerlos dijo Sofía . Tienen que serte más gratos que los demás.» Víctor seencogió de hombros: «En la misma Francia, nadie quiere saber ya decuras juramentados.» «Hueles a incienso», dijo ella... Regresaron a la hacienda, sin hablar mucho duranteel viaje. Al llegar ala casa, encontraron a«Los Billaud» como los llamaban instalados allí desde el mediodía, con su fiel perro Paciencia. Era corriente que viniesen a visitarlos, por varios días, sin previo aviso: «Una vez más, Filemón y Baucis abusan devuestra hospitalidad», dijo el Terrible de otros días, usando deuna imagenqueleeragrata,desdequevivíamaritalmenteconsusirvientaBrígida.Sofíahabíapodidoobservar,durantelosúltimos meses,quelaautoridaddeBaucissehacíasentir cadadíamás,enelhogar deFilemón. Muyavispada,lanegrarodeabaaBillaudVarennesde una solicitud que setraducía en ostentosas exclamacionesde admiración y de asombro ante sus palabras y hechos. Odiado por los vecinos de su cortijo de Orvilliers, situado cerca dela costa, el ex presidentede la Convención Nacional era sujeto, desdehacía algún tiempo, a repentinascrisis dedepresión moral. Muchos, en lacolonia, le enviaban anónimamentelos periódicos deParís dondeaún, de tarde en tarde, su nombre era evocado con horror. Cuando esto ocurría, Billaud-Varennesse desesperaba, clamando que era víc-timade espantosas calumnias, que nadie acababa de entender el papel histórico que había desempeñado; quenadie secompadecía desus sufrimientos. Brígida, al verlo desamparado y lloroso, tenía unafraselista, poderosacomoningunaparareconfortarlo:«¿Cómo, señor, despuésdehaber dominadotantospeligros,tedejasimpresionar así por lo que escriben esasalimañas?» Una sonrisa volvía entoncesal rostro de Billaud. Y, a cambio de esasonrisa, Brígida hacía y deshacíaen el cortijo deOrvilliers, altanera con la servidumbre, autoritaria con los peones, vigilantey activa, cuidando detodo, hechaSeñoradeun feudo cuyos rendimientos manejabacon sorprendente habilidad... Sofíala encontró en la cocina mandando como en casapropia, paraactivar los preparativos delacena. Llevaba un vestido delo mejor quehubiesepodido conseguir en Cayena, luciendo pulserasdeoro y ajorcasdefiligrana: «¡Oh, querida! exclamó la negra, soltando el cucharón demaderaen el cual acababadeprobarel punto deunasalsa . ¡Estás hecha un sol de bella! ¿Cómo no vaaestar él cadadíamás enamorado de ti?» Sofía respondió con un mohín evasivo. No le agradaban ciertasfamiliaridades deBrígida, quedemasiado la situaban en la posicióndequeridadeunhombrepoderoso.«¿Quétenemosdecomer?»,preguntó, sinpoderdisimular,aunquemuchoestimaba a «la petite Billaud», un tono de amadecasa que sedirigea su cocinera... En el salón, Billaud-Varennes acababa deenterarsedel Concordato ydecuanto habíaocurrido, aquellamañana, enCayena: «No faltabamás queeso gritaba, descargando suspuños, al ritmo de la palabra, en una mesa demarquetería inglesa . Nos estamos hundiendo en la mierda.»
Comoun largo ytremebundo trueno deverano, anunciador delos ciclonesqueennegrecen el cielo y derribanciudades, sonó la bárbara noticiaen todo el ámbito del Caribe, levantando clamoresy encendiendo teas: promulgadaera la Leydel 30 Floreal del Año X, por la cual serestablecía la esclavitud en lascoloniasfrancesas deAmérica, quedando sin efecto el Decreto de 16Pluvioso del Año II. Hubo un inmenso regocijo de propietarios, hacendados, terratenientes, prestamente enterados de lo que lesinteresaban tan prestamente quelos mensajeshabían volado por sobrelosbarcos ,al saberse,además,queseregresaríaal sistemacolonial anterior a1789, con lo cual seacababadeuna vez con laslucubracioneshumanitariasdelacochina Revolución. En la Guadalupe, en la Dominica, en la María Galante, la noticia fuedadacon salvas eiluminaciones, en tanto quemillares de «ci-devant ciudadanos libres»eran conducidos nuevamente asusantiguosbarracones, bajo una tempestad depalos y trallazos. Los Grandes Blancos de antaño se echaron a los campos, seguidos de jaurías, en buscade sus antiguos siervos, devueltos a los caporalescon cadenas al cuello. Tal fue el miedo de una posible confusión ante esa caza desaforada, que muchos manumisos de laépocamonárquica, poseedoresdecomercios ypequeñas tie-rras, reunieron sus pertenenciascon el ánimodeirseaParís. Pero a tiempo les atajó el intento un nuevo Decreto, del 5 Messidor, queprohibíalaentradaen Franciadetodo indi-viduo decolor.
Bonaparte estimaba que yasobraban negros en la Metrópoli, temiendo quesu gran número comunicara a la sangre europea «el matiz quesehabía extendido en España, desdelainvasión de los moros»... Víctor Hugues recibió lanoticiauna mañana, en el despachodelaCasadeGobierno, encompañíadeSieger:«Grancimarronadavamosatener»,dijoel agentedenegocios.«No les dejaremos tiempo», replicó Víctor. Y al punto mandó recados urgentesa los dueños dehaciendas cercanas y jefesdemilicias, para unareunión secreta quetendríalugar al díasiguiente. Setratabadeactuar primero, publicándoselaLeydeFloreal después de quela esclavitud, de hecho, quedara restablecida... Trazadoel plandeacción, enmediodeunaalegríaqueestuvoapunto dedesbordarseenexcesosinmediatos, seesperó lahoradel crepúsculo. Laspuertas dela ciudad fueron cerradas; lasfincaspróximas, ocupadaspor latropa, y al estampido deun cañonazo disparado alasocho delanoche, todos los negros quehabían sido liberadospor obra del Decreto del 16 Pluvioso se vieron rodeados por amos y soldados, que los condujeron, presos, a unapequeña llanura situada aorillasdel Mahury. A medianoche sehacinaban allí varios centenares denegros temblorosos, atónitos, incapaces deexplicarseel objeto de aquellaconcentración forzosa.Quientratabadedesprendersedelamasahumanasudorosayamedrentada,eraempujadoapatadasyculatazos. Al fin apareció Víctor Hugues. Parándoseen un barril, a la luz dehachones, para ser visto por todos, desenrolló lentamente el papel enqueaparecíatranscrito el texto de la Ley, dándolelecturacon tono solemney pausado. Pronto traducidasen jergapor quienes mejor lashabían escuchado, laspalabras corrieron, deboca en boca, hasta los confinesdel campo. Sehizo saber luego, a lospresentes,quequienessenegaranasometerseasuantiguaservidumbreseríancastigadoscon lamásextremadaseveridad.Al díasiguiente, suspropietarios vendrían aposesionarsenuevamente deello, conduciéndolos asusrespectivasfincas, haciendas y habitaciones. Los que no fuesen reclamados, serían puestos en venta pública. Un vasto llanto, convulsivo, exasperado lloro colectivo, semejante a un vasto ulular de bestias acosadas , partió de la negrada, en tanto quelas Autoridades se retiraban, escoltadaspor una ensordecedora batería deredoblantes... Pero ya, en todas partes, unassombras sehundían en la noche, buscando el amparo de la maleza y delasselvas. Quienes no habían caído en la primera redada, seiban al monte, robaban piraguas y botes para remontar los ríos, casi desnudos, sin armas, resueltos a regresar a la vida desus ancestros, donde los blancos no pudiesen alcanzarlos. A su paso por lashaciendasdistantes, daban la noticia alos suyos, y eran diez, veinte hombres más, los que abandonaban sus tareas, desertaban los plantíos deíndigo y degiroflé, para engrosar los grupos cimarrones. Y eran cien, doscientos, seguidos de sus mujeres cargadas deniños, quienes seinternaban en junglas y arcabucos, en busca del lugar donde podrían fundar palenques. En su fuga, arrojaban semillasdebarbasco en los arroyos y riachuelos, para quelos peces, envenenados, infectaran las aguas con los miasmas de su putrefacción. Más allá deaquel torrente, de aquella montaña vestida decascadas, empezaría el África nuevamen-te; seregresaría alos idiomasolvidados, a los ritos decircuncisión, a la adoración delos Dioses Primeros, anterioresalos Dioses recientes del Cristianismo. Cerrábaselamalezasobre hombres queremontaban el curso dela Historia, para alcanzar los tiempos en quela Creación fueseregida por la Venus Fecunda, degrandesubres y ancho vientre, adorada en cavernas profundasdonde la Mano balbuceara, en trazos, su primera figuración de los quehaceresde la cazay delas fiestas dadas alos astros... En Cayena, en Sinnamary, en Kurú, en lasriberasdel Oyapec y del Maroní, se vivía en el horror. Los negros insometidos olevantiscoseran azotados hastamorir, descuartizados, decapitados, sometidos atorturasatroces. Muchos fueron colgados por lascostillasen los ganchos de los mataderos públicos. Una vasta caza al hombre sehabía desatado en todas partes, para regocijo delos buenos tiradores, en medio del incendio de chozas ypajonales. Dondetantas crucesquedaban, marcando lastumbas dejadas por la deportación, se dibujaban ahora, sobre ponientes enrojecidos por las llamas que de las casas habíanpasado aloscampos,lasformassiniestrasdelashorcaso lo queerapeor aún delosárbolesfrondosos,decuyasramas pendían racimos decadáverescon los hombros cubiertos debuitres. Cayena, unavezmás, cumplíasu destino de tierraabominable. Sofía,enteradaunviernesdeloperpetradoel martesanterior,recibiólanoticiaconhorror.Todoloquehabíaesperado hallar aquí, en esteavanzado reducto de las ideas nuevas, setraducía en decepcionesintolerables. Había soñado con hacerseútil entrehombresarrojados, justos y duros, olvidadosde los dioses porque yano necesitaban de Alianzas para saberse capaces de regir elmundoquelespertenecía;habíacreídoasomarseauntrabajo detitanes,sinmiedoalasangrequeenlosgrandesempeños podía ser derramada, y sólo asistía al restablecimiento gradual de cuanto parecía abolido de cuanto le habían enseñado los librosmáximosdelaépocaquedebíaser abolido.DespuésdelaReconstruccióndelosTemplosvolvíaseal Encierro delosEncadenados. Y quienestenían el poder deimpedirlo, en un continente donde aún podíasalvarselo quedel otro lado del Océano se perdía, nadahacían por ser consecuentes con suspropios destinos. El hombre quehabíavencido a Inglaterraen la Guadalupe; el Mandatario queno habla retrocedido ante el peligro dedesencadenar una guerra entreFranciay los EstadosUnidos, sedetenía ante el abyecto Decreto del 30Floreal. Habíamostrado una energía tenaz, casi sobrehumana, para abolir laesclavitud ocho años
antes, yahoramostrabalamismaenergíaenrestablecerla.Asombrábaselamujerantelasdistintasenterezasdeunhombrecapaz dehacer el bien o el mal con la misma frialdad deánimo. Podía ser Ormuz como podía ser Arimán; reinar sobre las tinieblas como reinar sobre la luz. Según seorientaran los tiempos podía volverse, de pronto, la contrapartida desí mismo. «Tal parece queyo fueseel autor del Decreto», decíaVíctor, al escuchar por vez primera, en boca deella, una andanadadeduros reproches, recordandoalavez,con algúnremordimientoacuestas,cuántodebíasuencumbramientoalanobleLeydePluviosodel AñoII. «Más bien parece quetodos ustedes hubiesen renunciado a proseguir la Revolución decía Sofía . En una época pretendían traerla aestas tierrasde América.» «Acaso estaba influido aún por lasideasdeBrissot, quequería llevar la Revolución a todas partes.Perosi él,con losmediosdequedisponía,nopudoconvencer siquieraalosespañoles,no seréyoquienpretendallevar la Revolución aLimaoalaNuevaGranada.Yalo dijounoqueahoratieneel derechodehablarpor todos(yseñalabaunretratode Bonaparte quehabía venido a colocarse recientemente sobre su despacho): Hemosterminado la novela dela Revolución; nos toca ahora empezar su Historia y considerar tan sólo lo queresulta real y posible en la aplicación de sus principios.» «Es muy tristeempezar esahistoria con el restablecimiento delaesclavitud», dijo Sofía. «Lo siento. Pero yo soy un político. Y si restablecer laesclavitudesunanecesidadpolítica,deboinclinarmeanteesanecesidad...»Seguíaladisputaconunregresoalasmismasideas, irritaciones, impaciencias, despechos delamujer ante claudicacionesquerebajaban estaturas, cuando el domingo apareció Sieger interrumpiendo un envenenado coloquio: «Increíble, pero cierto», gritó desde la puerta, con arrabalero tono de vendedor de gacetas.Y sequitabaunviejogabándeinvierno,pellizamuysudada, concuellodepielescomidopor lapolilla,queusabaendías de lluvia y llovía, en efecto, a ráfagasdescendidas delasAltas Tierras, acaso delaslejaníasignotasde donde descendían los Grandes Ríos, alládonde habíamonolitos rocosos perdidos entrenubesalos quejamáshubieseascendido el hombre. «Increíble pero cierto repitió, cerrandoun enormeparaguasverdequeparecíahechocon hojasdelechuga .Billaud-Varennesestácomprando esclavos. Ya es amo deCatón, Tranche- Mon-tagne, Hipólito, Nicolás, José, Lindoro, a másdetres, hembras destinadas alasfaenasdomésticas. Vamosprogresando, señores, vamosprogresando. Claro estáqueparatodo setienenrazonescuandose ha sido Presidente de la Convención: Harto me hedado cuenta (e imitaba el engolado acento del personaje) que los negros, nacidos con muchos vicios, carecen ala vez de razón y de sentimiento, sin entender más normas quelas que se imponen con el miedo.» Y sereía el suizo al creer que había remedado con graciael modo dehablar del Terribledeotros días. «Dejemoseso», dijo Víctor, de mal talante, reclamando unos planosqueSieger traía en una cartera depiel de cerdo... Y pronto, acaso en seguimiento de esos mismos planos, empezaron los Grandes Trabajos. Centenares denegros traídos a la hacienda, hostigados por la tralla, sedieron a arar, cavar, revolver, ahuecar, rellenar, lastierrasrobadas ala selva en dilatadas extensiones. En los siempre retrocedidoslinderosdel humuscaíantroncoscentenarios,copastanhabitadaspor pájaros,monos, insectosyreptiles,comolos árboles simbólicos dela Alquimia. Humeaban los gigantes derribados, ardidos por fuegosqueles llegaban a las entrañas, sin acabar decalar lascortezas; iban los bueyes delos hormigueantescampos al aserradero recién instalado, arrastrando largos cuerpos de madera, aún repletos desavias, de zumos, de retoños crecidos sobre sus heridas; rodando raíces enormes, abrazadas a la tierra, quesedesmembraban bajo el hacha, arrojando brazosqueaún querían prendersede algo. Seasistía auna confusión de llamas, de embates, de salomas, de imprecaciones en torno a los trenes de halar, cuyos caballos, al cabo del harto esfuerzo necesitado por el descendimiento de un quebracho, salían delabarahúnda, sudorosos, alisados por la espuma, con lascolleras ladeadasylosollarespegadosaloscamellonesquesuscascosembestían.Y cuandohubomaderasuficiente,sealzaronlosandamiajes: sobre palos desbastados a machete, sumá-ronse pasarelas y terrazas, anunciando construcciones queno acababan de definirse. Nacía una mañana aquella extraña galería circular, aún tenidaen el esqueleto, que esbozabauna rotonda futura. Ascendíalatorredestinadaaun menester desconocido, apenasdefinidapor un contorno devigas entrecruzadas. Allá, metidos entre los nenúfares del río, trabajaban los negros en empedrar lasbases deun embarcadero, aullando dedolor cuando los clavaba el estoque deuna raya, los arrojabaal airela descargade un torpedo, o de lasverijasselesprendía el colmillo delasmorenas grises, cerrando como candado. Aquí eran terraplenes, escalinatas, acueductos, arcadas nacidasde un cercano yacer de piedras talladas que mal atacaban, ensangrentando las manos delos peones, unos cinceles siempre devueltos a las forjas porque semellaban al cabo dediezmartillazos. Asistíase, en todas partes, auna proliferación de tirantesy vigas, detornapuntasy ménsulas, delevantamientos y enclavaciones. Se vivía en el polvo, el yeso, el serrín, la arena y el granzón, sin queSofía acertara a explicarselo que seproponíaVíctor,con esasobrasmúltiples,quesiempremodificabasobrelamarcha, rompiendoconloslineamientosdeplanos cuyos papeles enrollados le salían por todos los bolsillos del traje. «Venceré la naturaleza de esta tierra decía . Levantaré estatuas y columnatas, trazarécaminos, abriré estanques detruchas, hasta dondealcanza la vista.» Sofía deplorabaqueVíctor gastara tantas energías en el vano intento de crear, en esta selva entera, ininterrumpida hasta lasfuentes del Amazonas, acaso hasta lascostas del Pacífico, un ambicioso remedo de parque real cuyasestatuas y rotondasserían sorbidaspor la maleza en el primer descuido, sirviendo demuletas, de cebo, a las incontablesvegetaciones entregadas a la perpetua tareade desajustar las
piedras, dividir las murallas, fracturar mausoleos y aniquilar lo construido. Quería el Hombre manifestar su presencia ínfima en unaextensióndeverdoresqueera,deOcéanoaOcéano,comounaimagendelaeternidad.«Diezcanterosderábanosmeharían másfeliz», decíaSofía por molestar al Edificador. «Me pareceestar oyendo El Adivino dela Aldea», respondía él, me-tiendo la caraensusplanos.
Proseguían los trabajos entre polvos y lodos. Cansadade oír las piquetas y las sierras, laspoleas y mazos, hasta los confinesdela hacienda, Sofía se encerró en la casa, trasde un despliegue decortinas recién colgadas, de chales abiertos sobre ventanas, de biombos y paravanes usados a modo demurallas, de recintos, en aquella propiedad invadida por los guardias y centinelasdesdeque estabaentregadaa la confusión de dialectos de lasnegradas. Sentadaen lo alto de una escalera demano, echada sobre algunaalfombra, acostada sobre la fresca caoba deuna mesa, había leído toda la literatura encontradaen la biblioteca, desechando tratados quenada le decían por la voz desus álgebras, geometríasy estampas demasiado cargadasde alusiones científicas, cuyos personajesllevando una«A», o una «B» sobre el lomo, seinscribían en figuras deteoremas queacaso los relacionaraconlatrayectoriadelosastrosolosportentososfenómenosdelaelectricidad.Por lomismo,agradecíaqueel jovenoficial de Sainte- Affriquelehiciera frecuentespedidos aBuisson, librero de París, para recibir novedades interesantes. Pero nada muy notable le venía de Francia en aquellos días, fuera dealgún relato de viajes a Kamchatka, a las Filipinas, a los fiordos, aLa Meca , narracionesde descubrimientos y naufragios, cuyo éxito respondía acaso a un hastío de las gentes ante tantos textos polémicos,moralizantes,admonitorios;antetantasautodefensas, memorias,panegíricos,verídicashistoriasdeestoo deaquello, como sehabían publicado en los últimosaños. Nadaatraídapor lascolumnas truncas, los puentes arqueadossobre arroyos artificiales, los templetesalo Ledoux, que empezaban aperfilarsesobre las tierrascircundantessin acabar deinscribirseen una vegetación demasiadohostil yrebeldeparaamaridarseconestilosarquitectónicossometi-dosaproporcionesylineamientos,Sofía se desatendía de la realidad para viajar, imagina-riamente, a bordo de las naves del Capitán Cook, de La Perouse, cuando no seguíaaLordMacartneyensusandanzaspor losdesiertosdelaTartaria.Pasólaestacióndelaslluvias,propiciaal encierro entre libros,y volviósealaépocadelossuntuososcre-púsculosabiertossobreel misteriodeselvasremotas. Pero ahoraloscrepúsculos pesaban demasiado. Con sus luces postreras marcaban el término dedíassin rumbos ni propósitos. Decía deSainte-Affriqueque maravillosas montañas cubiertas deaguasseerguían en los trasfondos de estastierras, arduas. Pero sabía ella queno había caminos para alcanzarlasy lasmalezasestaban demasiado llenasde genteshostiles, vueltasa sus estados primeros, que asaeteaban con certera mano. Sus pasos, llevados por un anhelo de acción, de vida útil y plena, la habían conducido a unareclusión entre árboles, en el más vano e ignorado lugar del planeta. Sólo oía hablar de negocios. La Época había llegado triunfalmente, estrepitosamente, cruelmente, a una América aún semejante, ayer, a su estampa devirreinatos y capitanías generales, arrojándola adelante, y ahora, quieneshablan traído laÉpoca en hombros, dándola, imponiéndola, sin retroceder ante los Recursos deSangre necesarios a su afirmación, seescondían en folios de contabilidad para olvidar su adve-nimiento. Entre escarapelasperdidas y dignidadesmanchadasandabael juego, llevadopor quienesparecíanolvidadosdesutormentosoy fuertepasado.Deexcesos decían algu-nos había sido ese pasado. Pero, por esos excesos serían recordadosciertos hombres que, en el presente, llevaban apellidoshartorelumbrantesparaajustarseyaasusestampascanijas.Cuandosedecíaquelacoloniapodíaser atacada,cualquier día,por HolandaoInglate-rra,Sofíallegabaadesear queocurrieraprontoparaqueunacontecimiento, por duroquefuese,sacara alos adormecidos, a los harto-ahítos desustratos, cosechasy beneficios. En otraspartes, lavida seguía, cambiaba, lastimabao enaltecía,modificandolosestilos,losgustos,lascostumbres,losritmosdelaexistencia.Pero acásehabíaregresadoalosmodos devivir demediosigloatrás.Parecíaquenadahubiesesucedidoenelmundo.Hastalasropasusadaspor loscolonosacomodados eran, por el paño y el cor-te, lasmismas quesehabían llevado cien años antes. Sofía estaba en el aborrecible tiempo detenido bien lo habíaconocidounavez del hoy igual a ayer, igual a mañana. Transcurríael verano, renqueante, moroso, alargando suscaloreshaciaun otoño queseríasemejanteacualquier otro otoño cuando, un martes, al toque decampanadado parallamar lasnegradas al trabajo, respondió un silencio tan prolongado queloscentinelasfueronalosbarraconesconlastrallasenalto. Peroencontraronlosbarraconesdesiertos. Losperrosguarderos y ranchadoresyacían, envenenados, entrelasespumasde sus últimosvómitos. Sacadasde los establos, lasvacassedesplomaban
al cabo de un corto andar de bestias ebrias. Metiendo las cabezas debajo de los pesebres, los caballos, de vientreshinchados, largabansangreporlosollares.Prontollegarongentesdelashaciendascercanas:entodasparteshabíaocurridolomismo.Usando de galeríascavadasdurante las noches, desclavando tabiques con talesmañas que nadie hubieseoído ruido alguno, distrayendo la atención de sus guardianes con pequeños incendios provocados aquí y allá, los esclavos sehabían largado a la selva. Sofía recordóentoncesque,durantelanocheanterior,habíansonadomuchostamboresenlalejaníadelosarcabucos.Peronadiehabía prestado atención a lo quepodíaser cosadeindios entregadosaalgún bárbaro ritual. ComoVíctor Hugues sehallabaen Cayena, unmensajerolefuedespachadoatodaprisa.Y seextrañabanloscolonosensurecientemiedoalastinieblascadavezmáscargadas deangustias y amenazas de quetranscurriera una semana sin que el Agente regresase, cuando, una tarde, apareció en el río una nunca vista escuadra de chalupas, embarcaciones de pocaquilla y gabarras ligeras, cargadas detropas, bastimento y armas. Yendo rectamentealacasa, Víctor Huguesreunióacuantospodían narrarlelossucesosrecientes, tomando notasy consultando los pocos mapasde que podía disponerse. Luego, rodeado deoficiales, en conferencia de Estado Mayor, fijó las ordenanzas y disciplinasdeunaimplacableexpedición punitivacontralos palenques cimarronesqueseestaban multiplicando demasiadoen la selva. Desde unapuerta, Sofía miraba al hombre quehabía recobrado su autoridad deantaño, preciso en sus exposiciones, certero en suspropósitos, vuelto aser el Jefe Militar deotros días. Pero eseJefe Militar poníasu voluntad, su remozado arrojo, al servicio de una empresa despreciable y cruel. La mujer tuvo un gesto de despecho y salió a los jardines, donde los soldados, negados aalojarse en los barracones demasiado olientes a negro, armaban sus campamentos y vivaquesal aire libre. Aquellos soldados eran distintos de los mansos y bovinos alsacianos que Sofía había visto hasta ahora. Tostados, fanfarrones, luciendo cicatricesen lascaras, hablando alto, calando la hembra con los ojos quela dejaban en cueros, parecían responder a un nuevo estilo militar que, a pesar de su insolencia, lehizo gracia porqueseafirmabaen términos devirilidad y aplomo. Por el joven oficial de Sainte-Affriqueque, alarmado de verla entreaquellasgentes, había acudido a escoltarla, supo queestabaen presencia delos supervivientes de las pestesde Jaffa, mandados a la colonia después de la Campaña de Egipto, aunquealgo quebrantadosaún, por creérselesparticularmente aptos a adaptarseal climadela Guayana, donde los alsacianossucumbían en harto crecido número. Ahora contemplabacon asombro aquellos soldados brotados delo legendario, quehabían dormido en sepulcros cubiertos de jeroglíficos, fornicado con prostitutas coptasy maronitas, y se jactaban deconocer el Alcorán y de habersereído delos dioses concarasdechacaly carasdepájaroscuyasestatuasseerguíanaúnentemplosdeenormescolumnas.UnsoplodeGranAventura veníaconellos,por sobreel Mediterráneo,desdeAbukir,desdeel MonteTabor, desdeSaintpreguntar a éste, a aquél lo quehabía visto, lo quehabía pensado, durantela insólita empresaquellevara un ejército francés hasta el piede las Pirámides. Tenía ganas desentarsejunto a lascantinas, decompartir la sopa queahora severtía en lasescudillasa grandescucharazos, de tirar los dados sobre el tambor dondelos huesos repicaban como granizos, de beber el aguardien-te que todos traían en cantimplorasmarcadas con caracteresarábigos. «No debepermanecer aquí, señora decía deSainte-Affrique, que, desdehacía algún tiempo, desplegabaun celoso cuidado dechichisbeo en torno a Sofía . Es gentealborotosa y vulgar.» Pero la mujer seguíaatadaaalgún relato, aalguna heroicajactancia, secretamentehalagada y no seavergonzabadeello al sentirsecodi-ciada, desnuda, palpadaen ánimo, por aquellos varones, rescatados del mal bíblico, que al embellecer suspropias hazañas, trataban de hacerlerecordar sus fuertesjetas... «¿Tehasmetido a cantinera?», preguntó Víctor, ásperamente, cuando la vio regresar. «Al menoslascantinerashacen algo», dijo ella. «¡Hacer algo! ¡Hacer algo! Siempre estáscon lamismamonserga. ¡Comosi el hombrepudiesehacer algomásdeloquepuedehacer!...»Víctor iba,venía,impartíaórdenes,fijabaobjetivos,dictaba instruccionestocantesal pertrechamientodelastropasporlavíafluvial.Casi ibaSofíaaadmirarsedesuenergía,cuandorecordó lo que bajo estetecho seestabaorganizando: una vasta matanza de negros. Se encerró en su cuarto para ocultar un repentino acceso decólera, pronto roto en llanto. Fuera, los soldadosdela Campaña deEgipto prendían fuego a pequeñas pirámides de cocos secos, para ahuyentar los mosquitos. Y despuésde una nochedemasiado llenaderuidos, de risas, de ajetreos, sonaron las dianas del amanecer. Laescuadra dechalupas, barcasy gabarras, empezóamoverserío arriba, sorteando remolinos y raudales Pasaron seis semanas. Y, una noche, en el pesante rumor de una lluvia quecaía desde tres días, regresaron varias embarcaciones. Deellasdescendían hombres agotados, febriles, con los brazos en cabestrillo, fangosos, malolientes, enredados en vendascolor delodo. Muchos deellos asaeteados por los indios, mondados por los machetes delos negros, eran traídos en parihuelas.Víctor llegódeúltimotembloroso,arrastrandolaspiernas,conlosbrazosechadossobreloshombrosdedosoficiales. Sedejó caer en una butaca, pidiendo mantas y más mantas para envolverse. Pero aun envuelto, arrebujado, metido en frazadas delana, en ponchos devicuña, seguía temblando. Sofíaobservó queteníalos ojos enrojecidos ypurulentos. Tragabasalivacon dificultad, como si tuviesela garganta hinchada. «Esto no es guerra dijo al fin, con voz bronca . Sepuedepelear con los hombres.Nosepuedepelearconlosárboles.»DeSainte-Affrique, cuyabarbasin rasurarleazulabaunmal cutisverdoso, habló
asolasconSofía,despuésdedespacharseunabotelladevinoaansiososlamparazos:«Undesastre.Lospalenquesestabandesiertos. Pero, cada hora, caíamos en una emboscada de pocos hombres que desaparecían después de matarnos varios soldados. Cuandovolvíamosal río,nosflechabandesdelasorillas.Tuvimosqueandar enpantanosconel aguaporel pecho.Y luego,para colmo, el Mal Egipcio.» Y explicó quelos soldadostriunfantesdelas pestes deJaffa traían consigo un mal misterioso, con el cual habían contaminadoyaamediaFrancia, dondelaepidemiahacía estragos. Eracomouna fiebremaligna, con doloresarticulares, quesetrepabaal cuerpo, estallando por los ojos. Seinflamaban las pupilas; llenábanselos párpadosdehumores, janana llegarían másenfermos,másheridos;máshombresderrotadospor losárbolesdelaselvayporarmasque,con sustrazasprehistóricas,sus dardosdehuesodemono, susflechasdecaña,suspicasymachetescampesinos, habíandesafiadolaartilleríamoderna:«Dispara usteduncañonazoenlasel-va,y todoloqueocurreesquelecaeencimaunaluddehojaspodridas.»Endeliberacióndetullidos y macheteados, seacordó queVíctor seríallevado aCayena, al díasiguiente, con los heridos demayor cuidado. Sofía, gozosapor el fracaso de la expedición, recogió sus ropas y las guardó en banastas tejidas, olientes a vetiver, con ayuda del joven oficial de Sainte-Affrique.Teníael presentimientodequenoregresaríayaaaquellacasa.
El Mal Egipcio sehabía declarado en Cayena. El Hospital de Saint-Paul-de-Chartres no tenía cabida ya para tantos enfermos. Sehacían rogativasa San Roque, a San Prudente, a San Carlos Borromeo, siempre recordados en épocas de pestes. Maldecíanlasgentesalossoldadosquehabíantraído aquellaplaganueva,sacadadesabíaDiosquésubterráneodemomias;sabía Dios de qué mundo de esfinges y embalsamadores. La Muerte estaba en la ciudad. Saltabade casaen casa, acreciendo, con la desconcertante brusquedad desus apariciones, una pavorosaproliferación de rumoresy de consejas. Se decía que los soldados delaCampañadeEgipto, furiosospor versesacadosdeFrancia, habíanquerido exterminar lapoblación delacoloniaparaapoderarse de ella; que elaboraban untos, líquidos, grasas maceradas con materias inmundas, con los cuales marcaban las fachadas delasca-sas adonde querían llevar la contaminación. Todaslasmanchassehicieron sospechosas. Quien, dedía, pusieralamano en unapared, dejando en ella la huella deun sudor, era apedreado por los transeúntes. Por llevar los dedos demasiado negros y pringosos, un indio fue matado a palos, una madrugada, por gentes quevelaban un cadáver. Aunque los médicos afirmaran que el daño no erasemejanteal delapeste, dieron todos por llamarlo «el azotedeJaffa». Y en esperadeél tardeo temprano llegaría , la lujuria sehizo una con el miedo. Lasalcobas seofrecían a quien lasdeseara. Buscábanselos cuerpos en la proxi-midad delasagonías. Sedabanbailesyfestinesenmediodelaplaga.Gastabaaquél, enunanoche,loamasadoduranteañosdeprevaricaciones.Quienhabíaescondidoluisesdeoro,presumiendodejacobino, losasomabaal tapetedel naipe.RegalabaHauguardsus vinosalasseñorasdelacoloniaque,enloscuartosdelaposada,esperabanamantes.Mientraslascampanasdelaciudadtocaban a funerales, sonaban, hasta el alba, las orquestas de bailesy festines, apartándoselos bancos y mesas sacados ala calle para dejar pasar ataúdes que, en carretas, en carromatos, en carrozas viejas, aparecían con laslucesdel día, sudando la breacon que habían embadurnado sus tablas. Dos religiosas grises, poseídaspor el Demonio, se prostituyeron en los muelles, mientrasel anciano acadiense, más metido en Isaías y Jeremías cuanto más sele esmirriaban las carnes sobre el esqueleto, clamaba, en las plazas, en lasesquinas, quebien llegado era el tiempo decomparecer ante el Tribunal de Dios. Víctor Hugues, con los ojos cerrados por espesas vendas empapadas en agua dealtea, andaba como ciego por su habitación delaCasadeGobierno,agarrándosedel espaldardelassillas,tropezando,gimiendo,buscandoobjetosaltacto. Mirábalo Sofíaylohallabadébil,lloroso,asustadopor losruidosdelaciudad.A pesar delafiebrequeloardía,senegabaapermanecer en cama, temiendo sumirsepara siempreen tinieblas que seespesaran so-bre las queya debía asus vendas húmedas. Tocaba, palpaba, sopesaba cuanto encontraran sus manos, parasentirsevivir. El Mal Egipcio estaba instalado en su organismo potentecon una fuerzaúnicamentecombatidapor ladel ser que le resistía. «Ni mejor ni peor», decíael médico, cada mañana,luegodeprobar laaccióndealgúnnuevomedicamento.LaCasadeGobiernoestabaguardadaporun cordóndetropas queimpedíasuaccesoapersonasextrañas. Habíansidoalejadoslosservidores, losguardias, losfuncionarios.Y Sofíapermanecía solacon el Mandatario quejoso dequeseleentumecían loshuesos, dequeeramucho el dolor padecido, insoportable la ardentía delos ojos ... en el edificio cuyasparedes estaban cubiertasdeedictos y proclamas, asistiendo, por lasventanas, al paso delos entierros. («Ils nemouraient pos tous, mais tousétaient frappés» recitábase, recordando aun LaFontainequeleeraleído por Víctor Hugues, en la casa habanera, para ejercitarla en la pronunciación francesa.) Sabía quesu presencia, allí, era una inútil
temeridad. Pero arrostraba el peligro para ofrecerse, a sí misma, el espectáculo de unalealtad dela cual no estaba ya muy segura. Frenteal miedo del otro, su propia persona seacrecía. Al cabo de unasemana, sedio por convencida dequeel mal no pasaría a su carne. Se sintió orgullosa, predestinada, al pensar quela Muerte, dueñadel país, le otorgabaun tratamiento de favor. Ahora invocábasea San Sebastián, en la ciudad, para añadir un intercesor más a la trilogía de Roque, Prudente y Carlos. Dies Irae, Dies Illae.Unmedieval sentimientodeculpasehabíaadentradoenlasmentesdequienesrecordabandemasiadosupropiaindiferencia anteloshorroresdeIracubo, Conanamay Sinnamary ypor demasiadorecordarlo, el ancianoacadienseeracorrido aestacazos decalleen calle. Víctor, cada vez más hundido en su butaca, buscando objetos en la nochede la ceguera, hablaba ya el lenguaje delos moribundos: «Quiero quemeentierren decía conmi trajedeComisariodelaConvención.»Y losacabadel armario,atientas, mostrándolo aSofía,antesdeecharselacasacasobreloshombrosy decolocarseel sombrero empenachadoencimadelasvendas de su frente: «En menos dediez años, creyendo maniobrar mi destino, fui llevado por los demás, por ésos quesiemprenos hacen ynosdeshacen, aunquenolosconozcamossiquiera,amostrarmeentantosescenariosqueyanoséencuál metocatrabajar.He vestido tantos trajes queyano sécuál meco-rresponde.» Haciendo un esfuerzo, abombaba el tóraxlleno desilbidos: «Pero hay uno que prefiero a todos los demás: éste. Me lo dio el único hombre a quien alguna vez puse por encimade mí. Cuando lo derribaron, dejédeentendermeamí mismo. Desdeentoncesno trato de explicarmenada. Soy semejantea esos autómatas que juegan al ajedrez, andan, tocan el pífano, repican el tambor, cuando lesdan cuerda. Mefaltabarepresentar un papel: el deciego. En él estoy ahora.» Y añadía amedia voz, contando sobre los dedos: «Panadero, negociante, masón, antimasón, jacobino, héroe militar, rebelde, preso, absuelto por quienes memataron a quien mehizo, Agente del Directorio, Agente del Consulado...» Y su enumeración, querebasabalasumadelosdedos,quedabaenunmurmulloininteligible.A pesardelaenfermedadydelasvendas, Víctor, medio vestido deComisario de la Convención, recobraba algo de la juventud, la fuerza, la dureza dequien, una noche, atronara ciertacasahabanera con un estrépito dealdabas. Volvíaseun hombre anterior al hombre actual al gobernanterapaz y escéptico queahora, destemplado por hálitos desepulcro, renegabade sus riquezas inútiles, dela vanidad de los honores, usando expresiones de predicador en oficio de difuntos. «Hermoso era este traje», decía Sofía alisándose las plumas del sombrero. «Está pasado demoda respondía Víctor .Ya sólo puedeservir de mortaja.» Un día, el médico usó deun nuevo remedio que, en París, habíaoperado maravillasen la cura delos ojos aquejados por el Mal Egipcio: la aplicación delascasde carne deternera, fresca y sangrante. «Pareces un parricida de tragedia antigua», dijo Sofía, viendo aquel personaje nuevo que, salidodelaalcobadondeacababandecurarlo,lehizo pensar enEdipo.Habíanterminado,paraella,lostiemposdelapiedad. Y amaneció Víctor sin fiebre, pidiendo unacopadecordial... Cayeron sus vendas decarnesangrante, dejándolocon el semblantedespejado y limpio. Estabaatónito, como deslumbrado ante la bellezadel mundo. Caminaba, corría, saltaba, por las estanciasdelaCasadeGobierno, despuésdesudescensoenlanochedelaceguera.Mirabalosárboles,lasenredaderas,losgatos, lascosas, como si acabaran deser creados y tuviese, como Adán, que ponerlesnombres. El Mal Egipcio sellevabasus últimas víctimas, presurosamente cargadashacia el camposanto sin esquilasni funerales, en entierros jocosos, depronto terminar. Se dieron vistosasmisas en acción degraciasa Roque, Prudente, Carlos y Sebastián, aunquealgunos impíos, olvidadosdesusplegariasy rogativas, empezaban a insinuar que mássehabía conseguido con llevar una ristra deajos colgada del cuello queorando a los santos. Dos buques entraron en el puerto, saludados por lassalvas dela batería. «Fuistesublime», dijo Víctor a Sofía, ordenandoqueseprepararael viajederegresoalahacienda.Perolamujer, soslayandolamirada,tomóunlibrodeviajesalaArabia quehabíaleído durantelos últimosdías, mostrándoleun párrafo sacado deun texto coránico: «La pestehacíaestragos en Devardán, ciudad de Judea. La mayor parte de los ha resucitó a ruegosdeEzequiel. Pero todos conservaron en los rostros lashuellasdela muerte.» Marcó una pausa«Estoy cansada de vivir entremuertos. Poco importa que la peste haya salido de la ciudad. Desdeantesllevaban ustedeslas huellasde la muerte en lascaras.» Y hablaba, hablabalargamente, de espaldasa él inscribiendo la silueta oscura en el rectángulo luminoso deuna ventana , de su voluntad demarcharse. «¿Quieresvolver a tu casa?», preguntó Víctor, atónito. «Jamásvolveré auna casade donde mehayaido, en buscade otra mejor.» «¿Dónde está la casa mejor que ahora buscas?» «No sé. Donde los hombres vivan deotramanera.Aquí todohueleacadáver.Quierovolveralmundodelosvivos;delosquecreenenalgo.Nadaesperodequienes nada esperan.» La Casade Gobierno era invadida por servidores, guardias, funcionarios, quevolvían asus tareas deordenar, asear, servir. La luz, entrando nuevamente por las cristalerías liberadas de cortinas, alzaba minúsculos cosmos de polvo, que ascendían hacialas ventanasen columnasinclinadas. «Ahora decíaella emprenderás otra expedición militar a la selva. No puedeser de otro modo. Tu cargo lo exige. Te debes atu autoridad. Pero yo no contemplaré semejante espectáculo. «La Revolución ha trastornado amásdeuno», dijo Víctor. «Es esto, acaso, lo magnífico quehizo la Revolución: trastornar a más deuno
dijo Sofía, empezando a descolgar sus ropas . Ahora sélo que deberechazarsey lo que debeaceptarse.» Un nuevo buque tercero en aquella mañana era saludado por lasbaterías. «Tal parecequeyo los hubiese llamado», dijo Sofía. Víctor pegó un puñetazo en la pared: «¡Acabade recoger tus porqueríasy lárgate a dondequieras!», gritó. «Gracias dijo Sofía . Prefiero verte así.» Agarrándola por los brazos, el hombre la zarandeó a lo largo de la habitación, lastimándola, empujándola, hasta arro jarlaen lacamadeun empellón. Cayendo sobreella, laabrazó fuertementesinhallar resistencia: loqueseleofrecíaeraun cuerpo frío, inerte, distante, queseprestaba atodo con tal de acabar pronto. La miró como otrasveces la miraba en talesmomentos, tan cercalosojosqueseconfundíansusluces.Elladesviólacara.«Sí; esmejor quetevayas»,dijoVíctor echándoseaunlado,jadeante aún, insatisfecho, invadido por una tristeza enorme. «No te olvides del salvoconducto», dijo Sofía, plácidamente, escurriéndose por laotrabandadel lechohaciael escritoriodondeseguardabanlosformularios:«Espera:nohaytintaeneltintero.»Acabando dealisarselasmedias, arreglando lo que desu ropa quedabadesarreglado, tomó un pomo, mojó laplumay la tendió aVíctor. Y siguió descolgando cosas, atendiendo aque el otro, con mano rabiosa, terminara dellenar el papel. «¿Así que eso estodo? preguntó todavía el hombre . ¿No nos queda nada?» «Sí. Algunas imágenes», respondió Sofía. El Mandatario anduvo hasta la puerta. Tuvo unahorrible sonrisaconciliadora: «¿No vienes? Y anteel silencio deella : ¡Buen viaje!» Y marcó el sonido de sus pasos en la escalera. Abajo lo esperabaun coche para llevarlo al embarcadero... Sofía quedó sola, frentea sus vestidos esparcidos.Másalládelosrasosyencajesquedabael trajedeComisariodelaConvenciónqueVíctor tantolehubieramostradoen los días desu ceguera. Colocado como estaba, sobre una butacade tapicerías rotas, con las bragas en su lugar, la casaca con banda tricolor terciada, el sombrero puesto sobre muslos ausentes, parecía una reliquia de familia delas que hablan, por sus formas vacías deosamenta y carne, de la estampa deun hombre desaparecido que, en un tiempo, hubiesedesempeñado un gran papel. Así seexhibían, en ciudades deEuropa, lasvestimentas deilustrespersonajes del pasado. Ahora queel mundo estaba tan cambiado queel «éraseuna vez» delos narradoresderecuerdos había sido sustituido por los términos de«antes delaRevolución» y «después dela Revolución, los museos gustaban muchísimo. Aquella noche, para irseacostumbrando nuevamente a la soledad, Sofía se entregó al joven oficial de Sainte-Affrique, que la amabacon wertheriano recato desde su llegada ala colonia. Volvía a ser dueña desu propio cuerpo cerrando, con un acto asu voluntaddebido, el ciclo deuna largaenajenación. Sería estrechadapor brazos nuevosantesdetomar el barco que, el miércolespróximo, navegaría con rumbo aBurdeos.
Y he aquí que un gran viento hirió las cuatro esquinas de lacasa, y cayó sobre los mozos, y murieron; y solamente escapéyo paratraerte lasnuevas. Job-I-19 Un concertado jaleo de tacones pegabarecio, a compás de guitarras, en el suelo del piso principal, cuando el viajero, sacando un brazo aterido del hato demantas escocesas quelo envolvían, alzó el pesado martillo del aldabón con figura deDios delasAguasqueadornabalagranpuertaquedabaalacalledeFuencarral. Aunqueel toqueretumbaraadentro, comoundisparo de trabuco, arreció el alboroto de arribacon la añadidura deuna trasnochadavoz de sochantre que en vano tratabade agarrar la tonada cabal del Polo del Contrabandista. Pero lamano, ardidapor el broncequemantedetanto frío, seguíagolpeando, alavez que un pie calzado de espesas botas pegaba en la madera de la puerta, haciendo caer morcellas decierzo sobre la piedra helada del umbral. Al fin crujió un batiente, movido por un fámulo dealiento avinado quearrimó laluz deun candil alacaradel viajero. Al ver quela cara se le parecía ala del retrato que arribacolgabadeun testero, el criado, sobrecogido por el susto, hizo pasar al temibleaguafiestas, deshaciéndose en disculpas y explicaciones. El no esperabatan pronto al caballero; de haber sabido quellegaba, lo habría ido aesperar a la Casa de Correos. Hoy resultaba que, por ser Primero deAño, día de los Manueles y él se llamaba Manuel unos conocidos, buenagente aunqueun poco bullanguera, habían venido a sorprenderlo cuando ya estaba acostado despuésde haber rogado a Dios por que el caballero tuviese un buen viaje, y, sin entender de razones, se habían dado a cantar y abeber «delo quetraían» nadamásque«delo quetraían». Que aguardara unosminutos el caballero; él haríasalir a toda esacanalla por la escalera de servicio... Apartando al fámulo, el viajero subió lasanchas escaleras queconducían al salón. Allí, en medio de mueblesmovidos desus sitios, sobre un piso cuyas alfombras estaban arrimadas auna pared, seguía la juerga, conun descocadobailoteodemanolasdel rumboydemozosdelapeor facha,quesevaciabangrandesvasosdevinoenel gaznate, escupiendo a diestro y siniestro. Por la cantidad de botellasy frascos vacíos queyacían en los rincones, podía advertirsequela fiesta estaba en su punto. Pregonabaésta unas castañas calientes queno se veían por ninguna parte; subida sobre un diván, desgañitábaseuna maja cantando la tonada del marabú; sobaba una hembra el de más allá; apretábase un corrillo de borrachos en tornoaunciegoqueacababaderajarselagargantaperfilandomelismaspor soleares.Un «¡fueradeaquí!»,clamadocontronitosa voz por el criado, desbandó a los presentes, queseecharon escalerasabajo, llevándosecuanta botella llena pudieron agarrar al vuelo, al ver que del hato de mantas escocesas emergía la cabeza de alguien que debía ser una persona decondición. Ahora, hilvanando lamentos inoperantes, el sirviente seapresuraba en colocar nuevamentelos mueblesen su lugar, extendiendo la alfombra y lle-vándoselas botellas vacías con la mayor diligencia. Añadió varios leños al fuego que en la chimeneaardía desde temprano, y, armándose deescobas, plumeros y paños, trató de borrar lashuellasquehabía dejado el holgorio en lasbutacas, en los pisosy hastaen la tapadel pianoforte ensuciadapor un líquido queolíaaaguardiente. «Gente buena gemía el fámulo . Gente incapaz de llevarse nada. Pero gente de muy escasa educación. Aquí no pasa como en otros países, donde seenseña a respetar...» Por fin, librado desu últimamanta, el viajero seacercó al fuego, pidiendo una botella de vino. Cuándo selatrajeron pudo comprobar queera del mismo que habían estado bebiendo los juerguistas. Pero no sedio por enterado: sus ojos acababan detropezarsecon un cuadro queharto conocía. Erael querepresentabacierta Explosión en unaCatedral, ahora deficientemente curado dela ancha herida quesele hiciera un día, por medio de pegamentos que demasiado arrugaban la tela en el sitio de las roturas. Seguido del fámulo quealzabaun gran candelabro con velas nuevas, pasó alahabitación contigua, que eralabiblioteca. Entrelos anaquelesdelibros había unapanoplia, rematadapor yelmosy morriones defacturaitaliana, a la quefaltaban algunas armas queparecían haber sido desprendidascon suma violencia, a juzgar por el retorcimiento de las escarpias. Dos butacones habían quedado en disposición de coloquio, a ambos ladosde unaestrechamesamedianera, donde veíase un libro abierto y una copa medio bebida, cuyo vino de Málaga, al secarse, había dejado la marca de su color en el cristal. «Como tuve el honor de escribir al señor, nadaseha tocado desdeentonces», dijo el fámulo, abriendo otrapuerta. Ahoraestabael viajero en unahabitacióndemujer reciénsalidadel sueño, dondenadahubiesesidorecogido. Aúnestabanrevueltaslassábanasdel desperezomañanero, y seadivinaban lasprisas deun rápido vestirsepor la camisa denoche queestabatiradaen el suelo, y aquel desorden de
trajessacadosdeunarmario,entreloscualesdebióescogerseelqueahorafaltaba.«Eracomodecolor tabaco,conunosencajes», dijo el sirviente. Salieron los dos hombres auna ancha galería, cuyasventanasexterioresestaban blanquecidaspor laescarcha. «Este era el cuarto de él», dijo el criado, buscando una llave. Lo quepudo contemplar el forastero fueuna estanciaangosta, amuebladaconcasiausterasobrie-dad,sinmásadornoqueel deunatapiceríafijaenlaparedopuestaaladelacama,querepresentaba ungraciosoconciertodemonos,tocadoresdeclave,violasdegamba,flautasytrompetas.Sobreunvelador, veíansevariospomos de medicinas, acompañados de unajarra deagua y una cuchara. «El agua, hubo que vaciarla, porque se estaba pudriendo», dijo el criado. Todo aquí estaba ordenado ylimpio como en celda demilitar: «El siempre searreglaba la cama y acomodabasus cosas. No leagradabaqueentraran gentes del servicio, aun cuando estabaenfermo.» El viajero volvió al salón: «Cuéntemelo quepasó aquel día», dijo. Pero el relato del otro, a pesar de todo el afán que se dabaen informar, tratando dehacer olvidar lo de la juerga y lo del vino con un exceso de palabras entreveradas dedesmedidos elogios para la bondad, la generosidad, el señorío, de los amos, era muy poco interesante. Lo mismo quedaba dicho en una carta que el fámulo hubiesemandado antes, valiéndose dela letra deun memorialistapúblico que, sin conocer el caso, había añadido acotaciones depropia tinta, mucho másesclarecedoras ensushipótesisquelasescasasverdadesrecordadaspor el lacayo, quien,ensuma,nosa-bíacasi nada.Aquellamañana,arrastrada por el entusiasmo quellenabalascalles, la servi-dumbre había abandonado lascocinas, lavanderías, despensasy cocheras. Después,algunosregresaron;otros no... El viajeropidiópapel ypluma,apuntandolosnombresdetodaslaspersonasque, por algún motivo,hubiesentenidotratosconlosamosdelacasa;médicos, proveedores,peinadoras,costureras,libreros,tapiceros,boticarios, perfumistas, comerciantesy artesanos, sin desdeñar el dato de queuna abaniquera hubiesevenido a menudo a ofrecer sus abanicos, ni queun barbero, cuya oficina estabapróxima, conocíalavida ymilagros detoda lagente quehubiera vivido, desde hacíaveinteaños,enlacalledeFuencarral.
GOYA Con lo sabido en tiendas y talleres; con lo oído en unataberna cercana, donde muchas memoriasserefrescaban al calor del aguardiente; con lo narrado por personasdelasmásdiversas condicionesy estados, empezó una historiaaconstituirse a retazos, con muchaslagunas y párrafos truncos, a la manera deuna crónica antiguaque parcialmente renaciera deun ensamblajedefragmentosdiversos...LacasadelaCondesadeArcos segúncontaraunNotarioque,sinsaberlo,oficiabadeprologuista del centón habíaquedadodeshabitadadurantemuchotiempo, desdequeenellasehubiesenproducidoextrañosysonadossucesos defantasmasy aparecidos. Transcurría el tiempo y permanecía la hermosamansión en abandono, aisladapor su propia leyenda, añorándose, entrelos comerciantesdel ba-rrio, los días en quelasfiestasy saraosofrecidos por sus dueños promovían rumbosascomprasde adornos, luces, finos manjares yvinos delicados. Por lo mismo, la tardeen quepudo observarsequelas ventanasdela casaseiluminaban, fuesaludadacomo un acontecimiento. Acercáronse los vecinos, curiosos, observando un tráfago de sirvientes, desdelas cocheras hasta el desván, subiendo baúles, cargando bultos, colgando arañas nuevas delos cielos rasos. Al día siguiente, aparecieron los pintores, los empapeladores, los yese-ros, con sus escaleras y andamios. Corrió un aire frescoporlasestancias,disipandoembrujosysortilegios.Clarascortinasalegraronlossalones,entantoquedossoberbiosalazanes, traídos por un caballerizo delibrea, seinstalaron en lascuadras, quevolvían aoler aheno, avenay almorta. Sesupo entonces queunadamacriolla,pocotemerosadeespantosyduendes,habíaalquiladolamansión...Aquí lacrónicapasabaalabocadeuna encajera dela Calle Mayor: Pronto la señora de la Casa de Arcos fue conocida por «La Cubana». Era unahermosamujer, de grandesojososcuros,quévivíasola,sinrecibir visitasni buscartratosconlagentedelaVillayCorte.Unaconstantepreocupación ensombrecía su miraday, sin embargo, no buscabael consuelo dela religión, notándosequenunca ibaamisa. Era rica, ajuzgar por el número de sus sirvientes y el boato de su tren de casa. No obstante era afecta a vestirse sobriamente, aunque cuando comprabaun encaje o elegía un paño, exigía siempre lo mejor, sin poner reparos en el precio... Delaencajera, no podíasacarse más, pasándose alos chismesde Paco, el barbero guitarrista, cuya oficina secontaba entre los buenos mentideros de la ciudad: «LaCubana»habíavenidoaMadridpararealizarunadelicadagestión:solicitarel indultodeunprimosuyoqueestabaencarcelado, desdeha-cía años, en el presidio de Ceuta. Sedecía queaquel primo «suyo»había sido conspirador y francmasón en las tierrasde América. Que era un afrancesado, adicto a lasideas de la Revolución, impresor de escritos y canciones subversivas, destinadosasocavar laautoridadreal delos Reinos deUltramar. «La Cubana» también debía tener alguna tacha de conspiradora y de atea, con aquel retraimiento en quevivía; con aquel desentendimiento deprocesionesquepodían pasar, frente a la Casa deArcos, llevando al mismísimo Santísimo, sin que sedignara asomarsea algunaventana dela mansión. Llegósea decir
quedentrodelaCasadeArcossehabíanalzadolascolumnasimpíasdeunaLogia, yquehastasedabanmisasnegras.Perolapolicía, puestasobre aviso por lashabladurías, luego devigilar lamansión durantealgunassemanas, habíatenido quereportar que no podía ser sitio de reuniones deconspiradores, impíos ni francmasones, puesto queallí no se reunía nadie. La Casa deArcos, casadel misterioacausadesusespantesytrasgosdeantaño,seguíasiendounaCasadelMisterio, ahoraqueenellamorabauna mujer herniosamuyrequeridaporloshombrescuandoalgunavezibaapiehastaunatiendacercanaosalíaacomprar, envísperas de Navidades, mazapanesde Toledo en las inmediacionesdela PlazaMayor... Ahora pasabala palabraa un vie-jo médico quea menudo había visitado durante un tiempo, laCasadeArcos: Había sido llamado paraatender a un hombre desana constitución, pero cuyasaludestabasuma-mentequebrantadapor lapermanenciaenel presidiodeCeuta, dedondeacababadesalir, luegode verse liberado por indulto real. En laspiernasllevabala marca delos grillos. Padecía defiebresintermitentesy también de un asmade infancia que lo atormentaba, a veces, aunque las crisis se le aliviaban al fumar cigarrillos liados con pétalos de la Flor de Campana queaCuba encargabaun apotecario del barrio deTribulete. Sometido aun tratamiento revitalizador, habíarecobrado la salud lentamente. El médico no volvió a ser llamado a la Casade Arcos... Ahora tocabahablar a un librero: Esteban no quería saber defilosofía, de trabajos deeconomistas, ni de escritos que trataran de la Historia deEuropaen los últimos años. Leía libros de viajes; laspoesías deOsián; la novela delascuitas del joven Werther; nuevas traduccionesde Shakespeare; recordándosequesehabía entusiasmado con El Genio del Cristianismo, obra que calificabade «absolutamente extraordinaria», habiéndola mandado encuadernar en pasta deterciopelo, de las quetenían una pequeñacerraduradeoro,desti-nadaaguardarel secretodeacotacionespersonales,hechasal margendel texto.Carlos,quehabía leído el libro de Chateaubriand, no acertabaaexplicarsepor qué Esteban, hombredescreído, podíahaberseinteresadotanto por un texto falto de unidad, farragoso aratos, poco convincentepara quien careciera deuna feverdadera. Buscando el libro en todas partes, acabó por encontrar, uno de suscinco tomos en la habitación de Sofía. Hojeándolo, advirtió con sorpresaqueesa ediciónincluía, ensusegundaparte,unasuertederelatonovelesco,tituladoRene,quenofigurabaenotraedición, másreciente, adquiri-da en La Habana. Y mientraslasdemáspáginas del volumen estaban vírgenes denotas o marcas, una serie defrases, de párrafos, aparecían subrayados con tinta roja: «Esta vida que al principio mehabía encantado, no tardó en serme insoportable. Mecanséde las mismas escenas y delasmismas ideas. Me pusea sondear mi corazón y a preguntar-melo que deseaba...» «Sin padres, sin amigosy, por decirlo así, sin haber amadoaún sobre latierra, estabaabrumado por unasuperabundanciadevida... Descendí al valle y subí a la montaña, llamando con todas las fuerzas de mi deseo al objeto ideal de una futura llama...» «Es necesario imaginarse queera la única persona en el mundo a quien yo había amado y quetodos mis sentimientos venían a confundirseen ella con el dolor de los recuerdos de mi infancia...» «Un movimiento depiedad la había atraído hacia mí...» Una sospecha seabría camino en la mente deCarlos. Y ahora interrogaba auna camarera que durante algún tiempo había servido a Sofía, usando de soslayadaspreguntas que, sin revelar un mayor interéspor el caso, pudiesen conducir la fámula hacia alguna confidencia reveladora: No podíadudarsedequeSofía yEsteban setuvieran un gran afecto, viviendo en una apacibley cariñosa intimidad. En los crudos díasdel invierno, cuando se helaban lasfuentes del Retiro, tomaban sus comidas en la habitación de ella,conlasbutacasarrimadasaunbrasero. En verano,dabanlargospaseosencoche,deteniéndoseparabeber lahorchatadelos puestos.Tambiénseleshabíavisto,algunavez, enlaFeriadeSanIsidro,muydivertidosporel holgoriopopular.Seagarrabande lamano,así comopuedenhacerlodoshermanos.Norecordabaqueloshubiesevistoreñir,ni discutiracaloradamente.Esonunca. Él lallamabapor su nombre asecas; y ellalellamabaEsteban, sin más. Jamássehabían desleído lasmalaslenguas quesiempre las hay, en lascocinas, en lasdespensas en decir queacaso hubiese unaintimidad excesivaentreellos. No. En todo caso, no se había visto nada. Cuando él hubiera pasado malas noches, a causa dela enfermedad, ella, más de una vez, había permanecido a suladohastael alba.Por lodemás,ambosparecíancomohermanos.Sólosorprendíaalasgentesqueunamujer tanguapanose resolviera acasarse, ya que, de haberlo deseado, no lehubiesen faltado pretendientes decalidad y alcurnia... «Imposibleessacar ciertas verdades en claro pensabaCarlos, mientrasreleía lasfrasessubrayadasen el libro encuadernado con terciopelo rojo, quepodían ser interpretadasdetantas manerasdistintas . Un árabe diría quepierdo el tiempo, como lo pierdequien buscala huella del aveen el aire o la del pez en el agua,» Faltabaahora por reconstruir el Día sin Término; aquel en quedos existencias habían parecido disolverseen un Todo tumultuoso y ensangrentado. Sólo un testigo quedaba dela escena inicial del drama: una guantera que, sin sospechar lo que iba a ocurrir, había ido temprano alaCasade Arcos para entregar varios paresdeguantes aSofía. Sesorprendió al observar quesólo quedabauncriadoviejoenlamansión.SofíayEstebanseencontrabanenlabiblioteca,acodadosalaventanaabierta,escuchando atentamente lo que deafuera les venía. Un confuso rumor llenabala ciudad. Aunque nada anormal parecía suceder en la calle de Fuencarral, podíanotarsequeciertastiendasytabernashabíancerradosuspuertasrepentinamente.Detrásdelascasas,encalles
aledañas, parecía que seestuviera congregando unadensamultitud. De pronto, cundió el tumulto. Grupos dehombresdel pueblo, seguidosdemujeres, deniños, aparecieronenlasesquinas, dandomuerasalosfranceses.Delascasassalíangentesarmadas decuchillosdecocina,detizones,deenseresdecarpintería:decuantopudiesecortar, herir, hacer daño. Yasonabandisparosen todas partes, en tanto quela masa humana, llevadapor un impulso de fondo, sedesbordaba hacia la PlazaMayor y la Puerta del Sol. Un cura vociferante, queandabaa la cabeza deun grupo de manolos con la navaja en claro, sevolvía detrecho en trecho hacia su gente, para gritar: «¡Mueran los franceses! ¡Muera Napoleón!» El pueblo entero de Madrid sehabía arrojado a las calles enun levantamiento repentino, inesperado ydevastador, sin quenadiesehubiesevalido deproclamasimpresasni deartificios de oratoria para provocarlo. La elocuencia, aquí, estaba en los gestos; en el ímpetu vocinglero de lashembras; en el irrefrenable impulso deesamarchacolectiva; en launiversalidaddel furor. Desúbito, lamarejadahumana pareció detenerse, como confundidapor suspropiosremolinos.En todaspartesarreciabalafusilería,entantoquesonabaporvezprimera, broncayretumbante, la voz de un cañón. «Los franceses han sacado la caballería», clamaban algunos, que yaregresaban heridos, asableados en las caras, en los brazos, en el pecho, de los encuentros primeros. Pero esasangre, lejos de amedrentar a los que avanzaban, apresuró su paso hacia dondeel es-truendo de la metralla ydela artillería revelabalo recio dela trabazón... Fue éseel momento en que Sofía sedesprendió de laventana: «¡Vamos allá!», gritó, arrancando sablesy puñalesdelapanoplia. Esteban trató dedetenerla: «Noseasidiota:estánametrallando.Novasahacernadaconesoshierrosviejos.»«¡Quédatesiquieres! ¡Yovoy!»«¿Yvasapelear por quién?»«¡Por los queseecharon alacalle! gritó Sofía . ¡Hay quehacer algo!» «¿Qué?» «¡Algo!» Y Esteban la vio salir de la casa, impetuosa, enardecida, con un hombro en claro y un acero en alto, jamásvista en tal fuerza y en tal entrega. «Espérame», gritó. Y armándosecon un fusil decaza, bajó lasescaleras atodo correr... Hasta aquí lo quepudo saberse. Luego fueel furor y el estruendo, la turbamulta y el caosdelasconvulsiones colectivas. Cargaban los mamelucos, cargaban los coraceros, cargaban los guardiaspolacos, sobre unamultitud que respondía al armablanca, con aquellasmujeres, aquellos hombresquesearrimaban a los caballos para cortarleslos ijares anavajazos. Gentesenvueltas por pelotonesquedesembocaban por cuatro callesa la vez, se metían en lascasaso sedaban ala fuga, saltando por sobre tapiasy tejados. De las ventanasllovían leños encendidos, piedras, ladrillos; derramábansecazuelas, ollas, de aceite hirviente, sobre los atacantes. Uno trasotro iban cayendo los artilleros deun cañón, sin quelapiezadejara dedisparar con lamechaencendidapor hembrasenrabecidas, cuando yano quedaron hombres parahacerlo. Reinaba, en todo Madrid, laatmósfera delosgrandescataclismos, delasrevulsionestelúricas cuandoel fuego, el hierro, el acero, lo quecorta y lo que estalla, se rebelan contra sus dueños en un inmenso clamor deDies Irae. Luego vino la noche. Noche delóbrega matanza, de ejecuciones en masa, de exterminio en el Manzanares y la Moncloa. Lasdescargas de fusileríaqueahorasonabansehabíanapretado, menosdispersas,concertadasenel ritmotremebundodequienesapuntanydisparan, respondiendo auna orden, sobre la siniestraescenografíaexutoriadelos paredones enrojecidos por lasangre. Aquellanoche de un comienzo de mayo hincha-basus horas en un transcurso dilatado por la sangre y el pavor. Lascallesestaban llenas decadáveres, y deheridos gimientes, demasiadodestrozadosparalevantarse, queeran ul-timados por patrullasdesiniestros mirmidones, cuyos dormanes rotos, galones lacerados, chacos desgarrados, contaban los estragos dela guerra ala luz de algún tímido farol,solita-riamentellevadopor todalaciudad,enlaimposibletareadedar conel rostrodeunmuertoperdidoentredemasiados muertos... Ni Sofía ni Esteban regresaron nunca ala Casa deArcos. Nadie supo másde sus huellasni del paradero de sus carnes. Dos díasdespuésde saber lo poco que había de saber, Carlos mandó lacrar las cajas dondehabía guardado algunos objetos, algunoslibros, algunasropas,queaún hablaban por susformas, por suscolores, por suspliegues delaexistenciade los idos. Abajo lo esperaban tres coches parallevarlo, con su equipaje, alaOficina dePostas. Devueltaasusdueños, laCasa de Arcos volveríaaquedar deshabitada. Las puertasfueron cerradas con llaves, una trasotra. Y la nocheseinstaló en lamansión era aquél un invierno deanticipadoscrepúsculos en tanto que susfuegos eran apagados, separándose los leños amedio arder, antesde vertersesobre ellos el agua deuna garrafa deespeso y orfebrado cristal rojo. Cuando quedó cerradala últimapuerta, el cuadro de la Explosión en una Catedral, olvidado en su lugar acaso voluntariamente olvidado en su lugar dejó de tener asunto, borrándose, haciéndose mera sombra sobre el encarnado oscuro del brocado que vestía lasparedes del salón y parecía sangrar dondealgunahumedadlehubiesemanchadoel tejido.
La Guadalupe, Barbados. Caracas, 1956-1958
Como Víctor Hugues ha sido ignorado por la historia de la Revolución Francesa harto atareada en describir los acontecimientos ocurridos en Europa, desde los días de la Convención hasta el 18Brumario, para desviar la mirada hacia el remoto ámbito del Caribe , el autor deestelibro creeútil hacer algunas aclaracionesacerca de la historicidad del personaje. Sesabeque Víctor Hugues era marsellés, hijo deun panadero y hasta hay motivos para creer que tuviese alguna lejanaascendencianegra,aunqueesto noseríafácil dede-mostrar. Atraído por un mar quees en Marsella,precisamente una eterna invitación a la aventura desde los tiempos de Piteas y de los patrones fenicios, embarcó hacia América, en calidad de grumete, realizando varios viajes al Mar Caribe. Ascendido apiloto de naves comerciales, anduvo por las Antillas, observando, husmeando, aprendiendo, acabando por dejar lasnavegaciones para abrir en Port-au-Princeun gran almacén o comptoir de mercancíasdiversas, adquiridas, reunidas, marcadas por víasde compra-venta, trueque, contrabandos, cambios desederías por café,devainillaporperlas,comoaúnexistenmu-chosenlospuertosdeesemundotornasoladoyrutilante. Su verdaderaentrada en laHistoriadatadelanoche en queaquel establecimiento fueincendiadopor los revolucionarioshaitianos.Apartirdeesemomento, podemosseguirsutrayectoriapasoapaso,talcomosenarraenestelibro.Loscapítulos consagrados a la reconquista dela Guadalupe se guían por un esquema cronológico preciso. Cuanto se dice acerca desu guerra librada a los Estados Unidos la quellamaron los yanquis de entonces «Guerra deBrigantes» así como ala acción de los corsarios, con sus nombres y los nombres desus barcos, está basado en documentos reunidos por el autor en la Guadalupe y en bibliotecas delaBarbados, así como en cortas pero instructivasreferenciashalladas en obras deautoreslatinoamericanosque, de paso, mencionaron a Víctor Hugues. En cuanto a la acción de Víctor Hugues en la GuayanaFrancesa, hay abundantema-terial informativo en las«memorias» dela deportación. Despuésdela épocaen quetermina la acción deesta novela, Víctor Hugues fue sometido en París, aun consejo de guerra, por haber entregado la coloniaa Holanda, despuésdeuna capitulación queera, en verdad, inevitable. Absuelto con honor, Víctor Hugues volvió amoverseen el ámbito político. Sabemosquetuvo relacionescon Fouché. Sabemos también queestabaenParís, todavía, alahoradel desplomedel imperio napoleónico. Pero aquí sepierden sushuellas. Algunoshistoriadores delos muypocos queseha-yanocupado deél accidentalmente, fuera dePierre Vitoux queleconsagró, hacemásdeveinte años, un estudio aún inédito nos dicen que murió cerca de Burdeos, donde«poseíaunastierras»(?) enel año1820.LaBibliografíaUniversal deDidotllevaesamuerteal año1822.Pero en laGuadalupe,dondeel recuerdodeVíctor Huguesestámuypre-sente,seaseguraque,despuésdelacaídadel Imperio, regresóa la Guayana, vol-viendo atomar posesión de suspropiedades. Parece según los investigadores dela Guadalupe quemurió lentamente, dolorosamente, de unaenfermedad quepudo ser la lepra, pero que, por mejores indicios, debió ser másbien una afección cancerosa.1 ¿Cuál fue, en realidad, el fin deVíctor Hugues? Aún lo ignoramos, del mismo modo quemuy poco sabemosacercade sunacimiento. Pero esindudable quesuacción hipostática firme, sincera, heroica, en su primera fase; desalentada, contradictoria, logrera y hastacínica, en la segunda nos ofrece la imagen deun personaje extraordinario que establece, en su propio comportamiento, una dramática dicotomía. De ahí que el autor haya creído interesante revelar la existencia de ese ignorado personaje histórico en unanovela queabarcara, alavez, todo el ámbito del Caribe.
A.C.
1 Nota del autor: Estaban publicadas yaestas páginas al final de la primera edición quedeeste libro se hizo en México, cuando, hallándome en París, tuve oportunidad
deconoceraundescendientedirectodeVíctor Hugues,poseedordeimportantesdocumentosfamiliaresacercadelpersonaje.Porél supequelatumbadeVíctor Hugues seencuentraenunlugar situadoaalgunadistanciadeCayena.Peroconestoencontré,enunodelosdocumentosexaminados,unaasombrosarevelación: Víctor Hugues fueamadofielmente,duranteaños,por unahermosacubanaque,por másasombrosarealidad,sellamabaSofía.