Darío Sztajnszrajber (Docente de filosofía - CBC/UBA, FLACSO, FLACSO, Colegio Tarbut. Tarbut. Compilador del libro Posjudaismo) Posjudaismo) ¿Cuál es la diferencia entre el cómo y el qué? qué? El cómo hace funcionar al mundo, pero el qué intenta asumir su ser. Por eso se puede explicar el cómo de cualquier cosa, pero no se puede explicar su qué, qué, esto es, que sea. Puedo explicar el verde, puedo explicar los colores primarios; pero nunca podré explicar el hecho de que “haya” colores, que las cosas sean coloreadas, y que los colores sean estos y no otros. Todo es explicable, menos el qué. qué. Somos grandes técnicos del cómo, cómo, pero no conectamos con el qué. qué. Sabemos cómo funciona el mundo, pero ni por asomo entendemos por qué por qué hay mundo. Nuestro mundo es la docencia. Sabemos llenar planillas, borrar pizarrones, atender padres, dar una clase, corregir. Sabemos cómo ser maestros. Pero, ¿sabemos por qué por qué?? Ser maestro es una vocación. Una llamada. La palabra “vocación” es un término latino que proviene de “voz”. Agamben nos recuerda la necesidad de pensar ese pasaje entre la voz y la palabra. Esa frase que explica algo de lo real es al mismo tiempo un mecanismo corporal similar a un ladrido. El hombre habla, emite un sonido; pero el sonido significa. Sin embargo, hay un pasaje oscuro, un momento imposible en el cual ese sonido se transforma en sentido: la voz se hace palabra. Ese momento imposible permite que nos comuniquemos, construye la gramática, ordena la racionalidad del mundo, mensura y cuantifica, pero deja siempre escondido el qué, qué, la voz originaria, la llamada silenciosa que cuando cruje se hace palabra y se oculta en ella. Por eso la vocación escapa a la lógica del intercambio, porque no es mensurable ni cuantificable. Vale más allá del valor. Convoca más allá del papel. Ser maestro es un don porque cuando se da, se desposee; no se busca una devolución. La docencia es una de las formas de la amistad. Nietzsche pensaba que la amistad es un don, ya que no debe regirse por la ley de la reciprocidad: si doy porque recibo, es un contrato entre pares. Pero en la amistad no se gana, sino que se rompe con la lógica del éxito, con la racionalidad de la ganancia. Dar es una forma de combatir el individualismo, porque supone la renuncia completa a mi conveniencia. En el mundo de la vocación, cada cual desarrolla sus capacidades por que le va en ello su realización como parte del género. En el mundo de la vocación, todos dan, ya que pueden desarrollar aquello por lo qué están aquí. En el mundo de la vocación, esa voz que es bien primitiva, me convoca maestro y me lleva a dar. Es el mundo del don, que no es este mundo. Por eso Aristóteles sostenía “amigos míos, no existen los amigos”, ya que vivimos en una realidad que a todo lo tiñe de la lógica del intercambio. Por eso, ser maestro es revolucionario, porque nuestro don es incomprensible, nuestra vocación es imposible, y sin embargo somos maestros. Ser maestro es inspirar al otro a escuchar su propia voz, que es siempre la voz del otro. Nadie es sabio en este mundo: solo el interés habla en nombre de la verdad. Ser maestro es ayudar a develar lo impropio de la propia voz. Nuestra voz siempre es la voz del otro, porque el otro nos muestra nuestra propia condición de extraños. extraños. Hay una figura bíblica que trabajan filósofos como Levinas y Derrida, que es la figura del extranjero. La Biblia nos exige ser hospitalarios. En este gran desierto que es el mundo, las casas devienen tiendas y ese extraño extranjero que irrumpe en mi morada me obliga a poder conectar con lo otro de mi. Lo fácil es fagocitarlo, comprenderlo en el marco de mis propias categorías (“si entrás a mi hogar, tendrás que seguir mis reglas”); lo difícil es que su irrupción me vuelva a mi también un extranjero del mundo. ¿Quién no es en definitiva un extranjero? Ser maestro es inspirar éticamente a la hospitalidad con lo otro diferente de mi, que no es más que aceptarme a mi mismo como un otro.
Ser maestro es revolucionario, porque es ilógico que con los bajos presupuestos educativos, la crisis salarial, el reglamentarismo burocrático y la ausencia de incentivos, sin embargo, nos demos cuenta que Juan pasó una mala noche, curemos las heridas de Mariana, dejemos correr las lágrimas de María, impulsemos a que Diego se le juegue, le expliquemos por quinta vez el tema a Maxi, reconciliemos a los amigos tras otra pelea, mostremos que siempre que hay una historia que se muestra hay otra que se esconde, no sepamos cómo hablar con Gigi sobre los golpes en su cuerpito, nos irrite que solo se hable al inicio de la clase sobre quien es el que mejor patina por un sueño, nos abramos a pesar de esa noche, nos abramos siempre a pesar de todo.