Ciertas enfermedades pueden privar al hombre, momentáneamente o de forma duradera, de su independencia, de su iniciativa espontánea y de su facultad de actuar sobre el mundo exterior. El individuo se convierte en este caso en un ser pasivo, obligado a experimentar todas las influencias exteriores, conservando las posiciones que se le imponen y adoptando la imagen de un robot o de un muñeco articulado. Se trata de la catalepsia, que puede producirse ya sea durante la histeria .causada por una emoción, o bien en el transcurso de diversas causas tóxicas hepatointestinales o endocrinas, como se observa en la catatonía. La hipnosis representa, por su parte, una catalepsia provocada por diversos métodos que persiguen como común objetivo la anestesia de la voluntad consciente, la resistencia y la iniciativa, para que, bajo sus efectos, el enfermo quede reducido a sus pensamientos subconscientes y permanezca sugestionable. Es por ello que tales métodos han sido relacionados por sus autores con ciertas filosofías que, procedentes de la India, tienden a buscar la evasión de la realidad y a desembocar en el «nirvana». Estos problemas nos llevan a estudiar el «yoga» en su práctica y en su filosofía inspiradora. Todo ello nos lleva a considerar las discusiones éticas relacionadas con los derechos y los límites de la acción del terapeuta sobre la personalidad humana.
MEDICINA
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Henri Baruk Miembro
de la Academia
Francesa
de
Medicina
LA HIPNOSIS
oikos-tau, s. a. - ediciones APARTADO 5 3 4 7 - BARCELONA
VILASSAR DE MAR - BARCELONA - ESPAÑA
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Traducción de Alexandre Ferrer
ndice
Primera edición en lengua castellana 1 9 7 6 Titulo original de la obra: «L'HYPNOSE» par Henri Baruk Copyright© Presses Universitaires de Franca 1 9 7 6
Introducción 1. La histeria. Apreciación histórica
ISBN 8 4 - 2 8 1 - 0 3 0 2 - X Depósito Legal: B - 3 3 . 4 8 4 - 1 9 7 5
Diseño cubierta Juli Blasco
© oikos-tau, s. a, - ediciones Derechos reservados para todos los países de habla castellana Prlnted in Spaln - Irhpreso en España Industrias Gráficas Garcia Montserrat, 1 2 - 1 4 - Vllassar de M a r (Barcelona)
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Charcot y la histeria Babinsl
15 . 18 21 24 25 27 34 38
2. Catalepsia y sufeño catalóptico. El sueño de la voluntad
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3. La hipnosis o catalepsia provocada
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Nociones históricas Descripción de la hipnosis La anestesia y la analgesia hipnóticas Hipnosis medicamentosa Hipnosis y sueño La psicofisiología de la hipnosis La hipnosis y la personalidad La hipnosis animal Conclusiones
11 13
60 69 72 75 79 80 84 93 96
4. El psicoanálisis y el descubrimiento del inconsciente tras la censura. Psicoanálisis e hipnosis
103
5. Anestesiología y sofrología
111
6. El yoga, ¿dominio del cuerpo?
123
Conclusión
133
Apéndice
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Introducción
El carácter esencial y más preciado de la personalidad humana es su independencia, su posibilidad de resistir a las Influencias exteriores y, principalmente, a los intentos de dominación por parte de otras personalidades, así como su facultad de iniciativa y de acción para tomar parte activa en la vida de sociedad de conformidad con su jerarquía de valores propios, jerarquía que le confiere los objetivos de su vida y el sentido de su acción. Ahora bien, ciertas enfermedades pueden privar al hombre, momentáneamente o de forma durable, de esta independencia, de esta iniciativa espontánea y de su facultad de actuar sobre el mundo exterior. El individuo se convierte en este caso en un ser pasivo, obligado a experimentar todas las influencias exteriores, conservando las posiciones que se le imponen y adoptando la imagen de un robot o de un muñeco'articulado. Se trata de la catalepsia, que puede producirse ya sea durante la histeria causada por una emoción, o bien en el transcurso de diversas causas tóxicas
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La
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hepatointestinales o endocrinas, como se observa en la catatonía. Pero, aunque el individuo se vea desposeído de sus medios de acción y expresión durante esta enfermedad de la catalepsia, su razonamiento y sentimientos pueden en cambio permanecer incólumes. Queda entonces en la situación de un hombre como petrificado, capaz de ver, percibir, pensar y sufrir, pero que se encuentra bloqueado y sin posibilidad de hablar o de actuar. Se trata evidentemente de una situación atroz, sobre todo si el enfermo queda situado en un medio que no conoce a fondo esta enfermedad y que, juzgando solamente por las apariencias, considera al paciente como totalmente inhabilitado y se lo hace sentir así. Por el contrario, el médico experimentado sabrá apaciguar las angustias de tan triste situación mediante algunas palabras comprensivas logrando que, aunque el enfermo se sienta impedido, por lo menos se sienta comprendido. Tampoco es justo que, ignorando o despreciando los principios tan admirablemente expresados por Esquirol en su famosa carta al prefecto de policía f r a n cés, la legislación se ensañe automática y torpemente contra todo enfermo «privado de la expresión de su voluntad y considerado como un'adulto incapacitado», aplicándole una sanción como la de ia puesta bajo tutela. La autoridad social viene así a añadirse a la enfermedad para sancionar al desdichado según la fórmula romana del vae victis. ¡Bastante más humanas eran las disposiciones de la ley francesa de 1 8 3 8 , que aseguraban la protección de los bienes sin la humillación de la inhabilitación social! En algunos casos más graves, la enfermedad llega más lejos y afecta en su desarrollo la jerarquía de valores, "particularmente de los valores morales profundos que confieren a la personalidad su forma específica. Sobreviene entonces la atenuación o la desaparición de los juicios sobre el bien o el mal, de la ética.
Introducción
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del altruismo, de los sentimientos afectivos y de las diversas aspiraciones; el enfermo se mueve, por el embate desordenado de sus instintos y de sus i m p u l sos, sobre un fondo de indiferencia. La verdadera esquizofrenia es afortunadamente más rara de lo que se cree y no siempre es incurable como se piensa con frecuencia.
Acabamos de ver cómo la naturaleza puede perjudicar a la personalidad en lo que esta posee de más valioso, inhibiendo el poder de su voluntad, de su iniciativa y de sus frenos para reducir al hombre al aparente estado de un robot ó, si la enfermedad se agrava, para retrotraerle a un nivel casi animalizado por lo menos hasta cierto punto, ya que, incluso en el fondo mismo de la enfermedad más grave, persiste siempre un destello de humanidad susceptible, por otra parte, de ser revivida. Hemos visto también cómo, mediante una legislación inadecuada, la sociedad puede asociarse en ciertos casos a las fechorías de la enfermedad y empeorarlas. Pero es en cambio el médico quien, en determinadas circunstancias, puede intentar con propósitos terapéuticos la realización artificial de los mismos afectos de la catalepsia-enfermedad, para lograr que el enfermo quede hasta cierto punto «en condiciones» para conseguir su pasividad y apto para recibir las sugestiones terapéuticas capaces de liberarle de sus obsesiones patológicas, o bien para convertirle en psíquicamente insensible y anestesiarle con vistas a ciertas operaciones quirúrgicas. Este será el tema de nuestros estudios en la presente obra. El centro de este sujeto queda representado por la hipnosis y por la catalepsia hipnótica, que hemos p o d i d o c o m p a r a r con la catalepsia c a t a t ó n i c a , catalepsias que representan el «sueño de la voluntad».
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hipnosis
1. La histeria
La hipnosis representa, por su parte, una cataiepsia provocada por unos medios artificiales estudiados muy detalladamente por nosotros, y conviene recordar a este respecto que el psicoanálisis de Freud y Breuer se inspiró en la hipnosis practicada por Charcot en París y por Bernheim en Nancy; esta consideración es la que.nos obliga a recordar sucintamente la evolución del psicoanálisis. Tendremos que estudiar seguidamente las nuevas utilizaciones de los métodos hipnóticos o parahipnóticos en la anestesia, así como el reciente desarrollo de nuevos métodos derivados de la hipnosis, pero diferentes en ciertos aspectos, métodos a los que se designa bajo la denominación de «sofrología». Estos diversos métodos persiguen como común objetivo la anestesia de la voluntad consciente, la resistencia y la iniciativa, para que, bajo sus efectos, el enfermo quede reducido a sus pensamientos subconscientes y permanezca sugestionable. Es por ello que tales métodos han sido relacionados por sus autores con ciertas filosofías que, procedentes de la India, tienden a buscar la evasión de la realidad y a desembocar en el «nirvana»-. Estos problemas nos llevan a estudiar el «yoga» (recordando los famosos trabajos de Masson-Oursel) en su práctica y en su filosofía inspiradora. Todo ello nos llevará a considerar las discusiones éticas relacionadas con los derechos y los límites de la acción del terapeuta sobre la personalidad humana, siendo así como cerraremos esta obra con algunas reflexiones relativas a la imposición psicológica y la resistencia de la personalidad.
Apreciación histórica
La
C h a r c o t y la histeria La influencia de Bayle hizo que, a principios del siglo XIX, la medicina mental derivara hacia la orientación del organicismo. El cerebro era progresivamente considerado c o m o el origen del funcionamiento del psiquismo, y el desarrollo del descubrimiento de las localizaciones cerebrales no había hecho más que reforzar esta tendencia, Dicha orientación era muy especialmente la de Charcot. Como anatomopatólogo empeñado en introducir el método anatomoclínico de Laennec en el estudio de las enfermedades del sistema nervioso, Charcot había realizado el descubrimiento de nuevas enfermedades sobre la base anatómica, tales como la esclerosis lateral amiotrófica, la esclerosis diseminada que había descubierto con Vulpian, y las artropatías tabéticas (la Ciiarcot's disease de los ingleses), cuando la marcha de su
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servicio de la Saipetriére le puso en presencia de la histeria. Como hecho curioso, aquel anatomopatólogo y partidario convencido de las localizaciones cerebrales iba a figurar finalmente en el origen del desarrollo de la hipnosis, amparando dicho método con su autoridad. Aunque sin desconocer esta terapéutica psicológica, en su concepto de la histeria Charcot estaba impregnado por la idea de las localizaciones cerebrales. Sin duda, no podía admitir que las crisis de histeria que se prodigaban en su servicio tuvieran el mismo origen que las crisis de epilepsia y las demás manifestaciones orgánicas. Era demasiado buen clínico para no captar las diferencias entre estos dos grupos de afecciones, así como para no tener en cuenta los factores psicológicos, tan importantes en el d o m i nio de la histeria. Pero intentó, con todo, relacionar la histeria con una concordancia anatomoclínica, creyendo que, si la histeria no podía ser atribuida a unas lesiones anatómicas destructoras de los centros nerviosos, tendría quizá cierta relación con determinados trastornos funcíonaies (.{dinámicos» (según su propia expresión) sufridos por los mismos centros cuya lesión anatómica provoca las alteraciones orgánicas. Por ejemplo, cuando una lesión anatómica de la frontal ascendente produce una hemiplejía prgánica o un trastorno funcional, es decir, una irritación o una inhibición en dicha zona, daría lugar según Charcot a una hemiplejía histérica capaz de desaparecer a veces bruscamente, porque nada había sido destruido. Como ejemplo, una lesión de la zona d e W e r n i c k e izquierda ocasiona una afasia. En caso de trastorno funcional de dicha zona produciría, por ejemplo, una jaqueca acompañada, una alteración psíquica pura: la mudez. Se trataba de una concepción según la cual ios trastornos psicológicos quedalaan vinculados con unas
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Apreciación
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perturbaciones funcionales de los mismos centros, cuya alteración anatómica daba lugar a trastornos orgánicos. Por consiguiente, Charcot admitía en esta orientación que los trastornos histéricos eran de naturaleza psíquica, aunque hacía depender este trastorno psíquico de una iocaiización funcional cerebral. La psicopatología de Charcot era así, pues, una psicopatologfa fundada en trastornos funcionaies localizados. Importa recordar aquí estos datos históricos fundamentales, datos históricos que pudimos conocer muy de cerca al haber trabajado en 1 9 2 5 - 2 6 como interno de nuestro venerado maestro A. Souques, quien formó parte con Babinski y P, IVIarie de la gloriosa tríada de los alumnos de Charcot que fundaron la Sociedad de Neurología, y que desarrollaron aquella ciencia nueva iniciada por su maestro. Influido por Babinski, A. Souques acabó abandonando la teoría organodinámica de Charcot que acabamos de recordar, teoría que él había expuesto en su t e s i s \a adoptar la nueva concepción de Babinski, eliminadora del criterio organodinámico de Charcot.
Babinski y la histeria La obra considerable de Babinski es generalmente mal conocida o incomprendida, sobre todo por parte de los psiquiatras puros carentes de formación neurológica; incomprensión que falsea la interpretación de las neurosis, y demuestra que la separación entre psiquiatría y neurología es nefasta^. Los descubrimientos esenciales de Babinski tuvieron como resultado mostrar unos signos ciertos y ' Souques, A., Etude des syndromes hystéríques «simulateurs» des maladies organiques de la moelle épiniére, tesis, Lecrosnier y Babé, París, 1 8 9 1 . ^ Barül<. H., «Sur la soi-disant psyciliatrie autonome», Psychiatrie et Neurologle, Arenales de l'Unlversité de París, n ú m . 4, págs. 5 9 7 - 6 0 6 , 1 9 6 8 .
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objetivos, que nos permiten saber si ios trastornos observados guardan concordancia directa con ias afecciones orgánicas o funcionaies dei sistema nervioso, o bien si taies trastornos mantienen alguna relación con las perturbaciones de la personalidad. T o m e m o s como ejemplo la hemiplejía orgánica: como sea que la distribución especial de las parálisis afecta las extremidades distales y predomina sobre los músculos contractores, presentando unas disociaciones peculiares que la voluntad es incapaz de realizar ni tampoco imitar, este caso constituye ya la confirmación de un fallo en el sistema piramidal. Por otra parte, los signos especiales que Babinski puso en evidencia, tales como la extensión del dedo gordo cuando se excita la planta del pie, el del clono, a veces los reflejos defensivos, los movimientos combinados del muslo y del tronco, las sincinesis, etc., todos estos signos que pueden ser provocados, determinan una respuesta directa de los centros o de las vías piramidales del sistema nervioso; respuestas objetivas, independientes de la voluntad, de la imaginación o del psiquismo, que la personalidad no consigue reproducir, Valiéndose de este método, Babinski trazó un riguroso plano de los diversos sistemas arquitectónicos del cerebro (sistema piramidal, cerebeloso, extrapiramidal, etc.) que permite un diagnóstico riguroso y de extraordinaria eficacia práctica, hasta el punto de que citamos repetidamente el caso de una enferma paralizada y atacada por una histeria, en la que el método de Babinski permitió reconocer un t u m o r de la médula espinal, operarla y curarla, Con este método Babinski diferenciaba rigurosamente las afecciones orgánicas centrales —ya fueran anatómicas o funcionales— de las afecciones psíquicas y de la histeria. El punto esencial de su doctrina consistía en invalidar la concepción funcional de ia histeria, es decir, la concepción de Charcot, Las paráli-
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sis, las contracturas y las crisis histéricas no tenían para Babinski ninguna localización en el sistema nervioso, sino que procedían únicamente de un trastorno de la personalidad y de la voluntad y realizaban una especie de simulación inconsciente, ofreciendo por la misma causa un aspecto externo de coordinación y de síntesis que sólo la voluntad puede realizar, mientras que las afecciones orgánicas o funcionales de los centros nerviosos se reflejan solamente en trastornos disociados según las disposiciones anatómicas. Por ejemplo, una lesión anatómica de la zona de Wernicke determina la perturbación o la desaparición del vocabulario y de la comprensión de las palabras, es decir, la afasia de Wernicke; pero un trastorno f u n c i o nal de dicha zona produce también la misma desaparición del vocabulario y de te comprensión verbal, a u n que de una forma transitoria, tal como sucedía con cierta enferma de Bouillaud, que durante sus jaquecas era incapaz de identificar La Marsellesa cantada por las calles pero que, una vez eliminado su malestar, recobraba todo su lenguaje. La afección de la zona de Wernicke no puede producir en ningún caso la mudez, trastorno dependiente de la personalidad y de la voluntad.
La obra de Bernheim: el conflicto entre la E s c u e l a de ÍSIancy y la E s c u e l a de París Quedaba por definir la naturaleza de los trastornos de la personalidad y de la voluntad en la histeria. A este respeclo, Bernheim había abierto en Nancy un nuevo ámbito, destacando en él la rotunda evidencia del papel desempeñado por la sugestión. Se trataba dei paso hacia ia interpretación psicológica de la histeria, que se oponía a ia interpretación fisiológica y
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funcionai de Ciiarcot. En ello reside ei famoso conflicto entre la Escuela de Nancy y la Escuela de la Saipetriére. Pero este conflicto oponía en el fondo a Bernheim y a Charcot, no a Bernheim y a Babinski, siendo por ello sorprendente que la pugna persistiera tras la muerte de Charcot, ya que Babinski adoptó de hecho la interpretación de Bernheim sobre el caso y defendió la sugestión. Las célebres demostraciones de Babinski en el gran anfiteatro de la Pitié, que producían a voluntad una crisis de histeria típica previamente anunciada y conseguida con un impresionante despliegue de aparatos, crisis que se curaba instantáneamente avisando una «inversión de las corrientes», eran bien características... Venían a ser una réplica a las presentaciones de Charcot, propicias a multiplicar las crisis, y Babinski demostró con ellas que los f a m o sos estigmas de la histeria, tales como la hemianestesia, eran de hecho creados por la sugestión del m é d i co. Por el hecho de preguntarle al enfermo «¿Siente usted algo?» o «¿no siente usted nada?», le inducía a una creación inconsciente del trastorno, hasta el punto de que uno de nuestros enfermos, en el que buscábamos la sensibilidad, contestaba que «no sentía nada» a cada palpación efectuada en la zona paralizada, indicando con ello que se trataba de una anestesia psíquica realizada por una voluntad inconsciente, sin concordancia con las distribuciones anatómicas. En una palabra: Babinski quedaba así en perfecta coincidencia con Bernheim. ¿Por qué persistió entonces el conflicto? Probablemente por cuestiones personales, y quizá también por otras relativas al amor propio y a la prioridad. Nancy se había anticipado a París en-el descubrimiento de la naturaleza psicológica de la histeria, y Bernheim precedió a la evolución de la Saipetriére. Babinski y Bernheim contribuyeron uno y otro a invalidar la concepción fisiológica de
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Charcot. Babinski, por el estudio metódico de los aspectos objetivos de los trastornos y los reflejos, poniendo en evidencia y demostrando que existían en la histeria unos trastornos de la personalidad, de la voluntad y de factores psicológicos; mientras Bernheim había ya establecido anteriormente con la sugestión la naturaleza psicológica de tales trastornos. Se comprende que este conflicto mal resuelto haya dado lugar todavía recientemente a las reivindicaciones de la Escuela de Nancy, expresadas en la tesis de Barrucand; este pone de relieve que Bernheim era desde 1 8 7 0 profesor de clínica médica en Nancy, que había consagrado desde 1 8 8 2 varias publicaciones al hipnotismo, y que la aparición de su obra fundamental. De ia suggestion dans i'état iiypnotique et dans i'état de veiiie, databa de 1 8 8 4 . Escribe Barrucand que, según Bernheim, «la histeria no era la enfermedad neurológica descrita por la Saipetriére, sino que se trataba de un síndrome reaccional de origen siempre emotivo y cuyo tratamiento sólo podía ser de índole psicoterápico». En cuanto a Charcot—puntualiza B a r r u c a n d ^ - , «en 1 8 8 2 fue cuando se le nombró titular de la primera cátedra mundial de neurología». En este mismo año presentó ante la Academia de Ciencias su histórico comunicado sobre «los diversos estados nervi^osos determinados en los histéricos por la hipnotización», admitiendo así la identidad entre la histeria y el hipnotismo y describiendo de forma psicológica los cuatro períodos de la crisis histérica: el período epileptoide, el período de los grandes m o v i mientos, el período de las actitudes pasionales, y el delirio terminal, períodos ilustrados por los famosos dibujos de su alumno Richer. Charcot admitía además ciertas modificaciones de los reflejos osteotendinosos, ^ Barrucand (de Nancy), L'hypnose de 1769 á 1369. Comunicado presentado ante la Sociedad (Vloreau de Tours, sesión del 2 7 de enero de 1 9 6 9 . Ver rEncéphale, núm. 5, 1 9 6 9 .
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así como la hemianestesia y el estrechamiento concéntrico del campo visual, y describía también en el hipnotismo (sólo realizable en los histéricos) las fases de letargo, de catalepsia y de sonambulismo, fases adoptadas más tarde por su alumno Pitres en su célebre trabajo. Aunque .Charcot admitiera ia acción de la presión ovárica en las crisis de histeria, describió la «histeria masculina» cuando hasta entonces solament e se atribuía al sexo femenino. Nos es imposible extendernos aquí sobre los diversos alumnos de Charcot que han sostenido la opinión de su maestro, particularmente Richet y sobre todo Luys (que tanto ha publicado sobre la histeria y la hipnosis). Pitres, Gilíes de La Tourette, etc.; pero destacaremos primordialmente el carácter sistemático de las descripciones de Charcot, ya que^su creencia se fundaba en que los síntomas venían determinados por ciertas perturbaciones funcionaies de ios centros nerviosos. Se trataba de una concepción neurológica de la histeria. La obra crítica de Babinski se inició tras el fallecimiento de Charcot en 1 8 9 3 , después de la querella entre la Escuela de Nancy y la Escuela de París y de las famosas declaraciones' hechas por Bernheim en 1 8 8 4 . Pero Babinski hizo justicia, desde el primer momento, a la pretendida modificación de los reflejos en la histeria. Todos los reflejos seguían siendo normales; y, para precisar todavía más la reflejología, Babinski estudió en aquella ocasión los reflejos de los miembros superiores, a los que se consideraba como inconstantes, y de los que demostró la constancia y' significación. . Freud y el papel del inconsciente Poco después de esta querella de 1 8 8 4 fue cuando Freud, que había trabajado a las órdenes de Charcot, fue a vivir en Nancy y vio a Bernheim. Ep su
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artículo de la Presse iViedicale'', L. Chertok nos recuerda que Freud había tenido conocimiento con Charcot de las «reminiscencias traumáticas» (accidentes histéricos descritos por Charcot como consecuencia de los primeros accidentes ferroviarios y estudiados particularmente en Gran Bretaña y en Estados Unidos), así como adquirido conciencia con Bernheim de «poderosos procesos psíquicos capaces de mantenerse ocultos a la conciencia de los hombres». Puede así suponerse que la influencia de Bernheim desempeñó un importante papel en los estudios de Freud sobre el inconsciente. Puede decirse que la doctrina de Bernheim y de Babinski señala ia creación en medicina de ia doctrina psicosomática. Se reconocía, en efecto, la noción, de que una idea, inconsciente o no, sugerida o no, imaginada o no, podía dar lugar a unos síntomas somáticos creados por ella. Recordarenios, a título de ejemplo, el caso de cierta enferma que acudió a la Saipetriére para una consulta, presentándose en el servicio de nuestro maestro Souques aquejada de una parálisis braquial derecha completa, parálisis precedida de fuertes dolores de cabeza. Dicha enferma había acudido a la consulta durante las vacaciones, y el sustituto de Souques se impresionó ante la Importancia de las jaquecas premonitorias, pensando inmediatamente en un t u m o r cerebral, cometiendo la imprudencia de anunciar a los alumnos allí presentes qué convenía dedicar especial atención y vigilancia al estado de la vista y del fondo ocular de la enferma. Pero Souques identificó de inmediato a su regreso de vacaciones la forma de aquella parálisis; aplicó el método de Babinski sobre la parálisis histérica y, con la ayuda del torpedeo, curó totalmente a la paciente en el espacio de una hora. •* Chertok, L., «L'hypnose depuis le p' Congrés International tenu á Paris en 1889», Prejse Medícale, 73, n ú m . 2 5 , pág. 1,497, 2 2 de mayo de 1 9 5 5 .
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De regreso a su casa, e n T u r e n a , la mujer disfrutó durante cinco^años de una salud normal. Luego, como consecuencia de un agotamiento tras graves preocupaciones relacionadas con la salud de sus hijos, volvió a experimentar violentas jaquecas que derivaron en una aparente ceguera total. Acudió nuevamente a París, .presentándose primero en la Saipetriére y, -al no encontrarnos ya allí, nos buscó en Santa Ana, en el servicio del profesor Claude, cuya clínica estaba a nuestro cargo. La mujer caminaba con los ojos cerrados, los párpados caídos y con los globos oculares f\¡adosgiobaimente hacia abajo y a la derecha^, y nos dijo inmediatamente que «eí médico de la Saipetriére había tenido razón al asegurar cinco años antes que convenía vigilar aquellos ojos propensos a la ceguera». Pudimos curarla esta segunda vez en sólo media jornada valiéndonos del método de la escopocloralosa, al que nos referiremos más adelante. Ulteriormente, con la colaboración de nuestro amigo R. Kourilsky^ y utilizando los mé.todos de la rieurofisiología moderna durante la contractura histérica de un miembro inferior, hemos demostrado que ciertas enérgicas corrientes de acción de resistencia se hacen presentes cuando se intenta contrariar la actitud adoptada por un enfermo, que desaparecen en cambio totalmente desde el momento en que se actúa en el mismo sentido que la actitud decidida por el paciente. Todo viene así a desarrollarse como si a\guna actitud psicoiógica consciente o inconsciente rigiera ias contracturas patoiógicas dei afectado. . Se comprende así el problema del diagnóstico diferencial de la histeria y de la simulación. AñadireDestacamos aquf la palabra «globalmente», pues no se observaba en esta enferma la disociación de los músculos oculares que se registra en neurología en las parálisis orgánicas, ni las parálisis de función del tipo Pannaud. La actitud de los globos corresponde a un propósito .de aspecto voluntario. " Barul<, H. y Kouriisky, R „ «Etude électromyógraphique d'un cas de contracture hysterique. Comparaison des courants d'action dans l'hystérie et la catatonie»,/4nn. médico-psycholog/ques. n ú m . 1 , enero de 1 9 3 5 .
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mos que Babinski nunca confundió en m o d o a l g u n o al histérico con el simulador, sino que se limitó a emplear el término de «simulación inconsciente», lo que no es en justicia ninguna simulación. Algunos alumnos de Babinski han rebasado el criterio de su maestro y, como Boisseau, han considerado a los histéricos como simuladores. Fue así como se desarrolló una concepción peyorativa de la histeria, en la que la escuela de Dupré y de Logre elaboró la noción de la naturaleza imaginativa de los trastornos histéricos, la de la tendencia, si quizá no a la mentira, sí por !o menos a la mitomania, y la de la psicoplasticidad dei patológico (Logre). Para la comprensión de semejante estado de espíritu, conviene recordar los excesos del cultivo de ias neurosis denunciado por Babinski y causa de algunas famosas epidemias de histeria que tuvieron lugar en Francia, como las de la calle Mouffetard, bajo el reinado de Luis XV; la registrada, según algunos, durante la procesión danzante de Esternach, y bastantes otras. Este cultivo de las neurosis debió también actuar con ocasión de las.presentaciones teatrales de Charcot.
Las. emociones y la histeria El estudio de la psicopatología de los accidentes y de las batallas militares resulta muy interesante a este respecto. Én efecto, todos los observadores han destacado el papel de las emociones en la histeria. Pero las opiniones quedan divididas. Observando como los parientes acudían al depósito de cadáveres de la Pitié para identificar a sus deudos fallecidos, Babinski no notó jamás, a pesar del dolor, crisis de histeria. Y escribió: «Cuando una emoción sincera conmueve el alma humana, no hay lugar para la histeria». Durante
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el famoso naufragio del Provence, Clunet no observó crisis de histeria. Vincent no registró manifestaciones histéricas en el frente, durante la guerra de 1 9 1 4 - 1 8 . En cambio, dirigiendo después en Tours un centro neuropsiquiátrico del interior, pudo tratar numerosos accidentes histéricos en los que aplicó enérgicamente el torpedeo, lo que condujo a que uno de los enfermos, el zuavo Vincent, le provocara a una pelea. La opinión se demostró alterada respecto a la histeria, en aquellos momentos. Yo misnio, mientras actuaba como médico auxiliar en un regimiento de infantería entre 1 9 1 4 y 1 9 1 8 , jamás observé casos de histeria en el frente; por el contrario, con ocasión de dirigir en Reims un centro de neuropsiquiatría durante el período de 1 9 3 9 - 4 0 , pude estudiar gran número de manifestaciones histéricas a las que hice objeto de un detallado análisis''. Recuerdo, particularmente, el siguiente episodio; durante uno de mis permisos normales de diez días de descanso, tuve que confiar el cuidado del centro durante mi ausencia a un médico joven de medicina general, poco versado en neuropsiquiatría y acobardado ante sus responsabilidades. A mi regreso asistí a un espectáculo escalofriante. Una gran cantidad de soldados presentaban impresionantes crisis como las descritas por Charcot: arqueados con la cabeza hacia atrás, en opistótono, saltaban en esta p o s t u r a d e s d e lá c a m a h a c i a el t e c h o para desplomarse nuevamente sobre el lecho, repitiéndolo varias veces. El personal espantado corría de una a otra cama, y la emoción, así como la afluencia de ayudantes, multiplicaba las crisis histéricas. Hice salir a todos los asistentes y con autoridad y algunas maniobras persuasivas, logré restablecer rápidamente la más c o m pleta calma. ' «Les crises nerveuses généralisées. Sémiologie, diagnostio, conduite á teñir n o t a m m e n t en neuropsychiatrie militaire», Ann. médico-psycholagiques, núm. 3, octubre de 1 9 4 4 .
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Se comprende con ello que Babinski hiciera una definición de la histeria reducida al pitiatismo, es decir, a los accidentes provocados por sugestión y curados por la persuasión. Los hechos que acabamos de recordar muestran el gran poder de los factores psíquicos, de la confianza, de la persuasión, de la autoridad firme pero confiante, y de otros mil factores derivados de la influencia afectiva del m'édico y del jefe, influencia que Mesmer quiso objetivar con su noción del fluido. Es evidente que si se prescinde de estos factores actúa c o m o un ciego ante las acciones humanas. Pero sería erróneo suponer que dichos factores sólo intervienen en los casos de histeria, ya que operan igualmente sobre todos los hombres y, especialmente, sobre las multitudes y las colectividades. Insistiremos más adelante sobre este t e m a , particularmente en materia militar Prosiguiendo nuestras investigaciones en el ejército, y con la posterior observación de las secuelas de la deportación, fue como pudimos descubrir una nueva interpretación de la histeria: la función de \as imágenes mentales. H e m o s m e n c i o n a d o hace un m o m e n t o la obra de Dupré sobre la imaginación, y ello nos recuerda la utilización de este mismo término en los informes de la comisión designada en 1 7 7 4 por el gobierno francés para establecer un conocimiento sobre el mesmerismo, informes que, salvo las conclusiones de L. de Jussieu, atribuían a la imaginación el fluido-mesmeriano. El término imaginación e imaginario se empleó peyorativamente en aquel caso, pareciendo sugerir la idea de que el histérico era un personaje de teatro (teatralismo), realizador de construcciones artificiales y falsas.
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Las imágenes mentales y ia histeria
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El método catártico y la e c m n e s i a
Bien diferente es la concepción que nosotros hemos defendido sobre imágenes mentaies motivadoras de accidentes histéricos, concepción que nos fue inspirada en parte gracias al estudio de las crisis histéricas en medios militares y en período de guerra, y también por la observación de los accidentes nerviosos de los deportados. Hemos recordado anteriormente las opiniones de Babinski y de otros autores con referencia al papel de la emoción, Pero aquellos que niegan el papel de la emoción suelen limitarse a observar sus e.fectos inmediatos. Lo que conviene estudiar son los efectos retardados de la emoción. Por ejemplo, nada se ha producido en el campo de batalla entre los heridos, mientras que, semanas o meses después, cuando el herido se hallaba en seguridad y reposo, solía revivü"' sus emociones precedentes principalmente por la noche, mientras dormía y en sueños. Se trataba entonces de una reproducción emotiva a través de la imagen mentai^. Pero la diferencia entre la percepción directa y la imagen es muy considerable. En la percepción, durante la emoción inicial, toda la personalidad se mantiene tensa y en estado defensivo, por lo que la carga afectiva de la emoción queda en parte neutralizada. En cambio, más tarde, durante el sueño, la reviviscencia de la imagen se incrementa por una fuerte- carga afectiva debido a que lá personalidad está adormecida y sin defensas. De ahí el poder a veces formidable de la imagen, que adquiere la f o r m a de visiones'o tremendas pesadillas. .
, Este traumatismo afectivo de la imagen es t o d a vía mucho más grave en los ex deportados. Recordamos haber tratado a un desdichado cuya esposa había desaparecido en las deportaciones y que había asistido en Auschwitz al asesinato de un niño al que aplastaron el cráneo. La reviviscencia de aquella imagen le provocaba pesadillas acompañadas de gritos violentos, El fenómeno se producía a veces incluso durante el día, desembocando en una especie de repentino delirio. Se identifica también en este caso la ley de la aparición de las alucinaciones durante el período intermedio entre la vigilia y el sueño, regla puesta en evidencia por Baillarger La emoción estaría como reprimida y sería susceptible de f o r m a r un núcleo patógeno. Por ello algunos utilizan en casos parejos el método catártico. Se ha discutido el origen de este término. El profesor Schuhl y su alumno O, R. Bloch^ explican en un interesante trabajo el significado de la catarsis en la traducción griega y recuerdan al respecto que el suegro de Freud era un helenista, siendo ello causa de que su yerno pudiera sentirse influido por este término griego, lo que explicaría el empleo repetido de la mitología helena en toda su obra. En su trabajo consagrado al método catártico, Chertok''" refiere para el caso las investigaciones de Bourru y Burot en 1 8 8 5 , mencionando también las ocasiones en las que se ha logrado en un enfermo la reviviscencia de «un período ya .transcurrido de su existencia» y recordando -la utilización del método efectuada por Janet. Conviene tener asimismo presente que la proyección del paciente hacia un período anterior de su existencia ha
" Baruk, H., «Le probléme des accidents hystériques et des images mentaies dans la personnalité hysterique», C. fí. du Congrés de Psychiatrie et de Neurologie de Langue franps/se, LXIIl sesión, págs. 3 6 1 - 7 0 , Lausana, 1 3 - 1 8 de septiembre de 1 9 6 5 .
' Schuhl, P. IVl. y Bloch, O. R., «Freud, l'hellénisme, J , Bernays et la catharsis». Ann. de thérap. psychíatrique, Ann. IVtareau de Tours, vol. IV, pág. 2 5 1 , 1 9 6 9 . ^° c h e r t o k , L,, «A propos de ia découverte de la méthode cathartique», Bulíetin de Psycholagie, 1 8 4 - X l V , 1 , 4 , 5 de noviembre de 1 9 6 0 ,
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sido descrito en los histéricos por Pitres, bajo el n o m bre de ecmnesia. Nosotros hemos proseguido el estudio de la ecmnesia de Pitres en nuestra obra consagrada a los trastornos mentales en los tumores del cerebro, refiriendo casos en los que pudimos observar la ecmnesia durante la confusión mental de los t u m o res cerebrales". Recordemos igualmente que Chaslin expone en su célebre obra de sintomatología mental, un caso de retrospección provocado en un periodo de la infancia por la aplicación de los metales. El método catártico, por supuesto, no puede resolver siempre el problema. La reviviscencia de la emoción no produce siempre la desensibilización, sino que ocurre a veces lo contrario, como se produce en los ex deportados, cuyos trastornos suelen ser muy tenaces y se prolongan a menudo en la actualidad; Una desensibili2;ación prudente y progresiva puede resultar, en cambio, más eficaz. Tuvimos así ocasión de atender a un joven enfermo que, al menor contacto con el agua, presentaba verdaderas crisis de tipo histérico. Acabamos por enterarnos de que la emoción inicial había tenido lugar cuando el paciente contaba tres años, Había sido confiado a una niñera que lo abandonó por descuido en un jardín; esta distracción hizo que la criatura se viera de golpe sometida a una ducha helada por un aspersor de riego. Más tarde tuvimos que proceder a una verdadera vacunación, obligando al paciente a entrar primeramente en contacto con una gota de agua y luego, progresivamente, a dosis poco a poco mayores, hasta que conseguimos su desensibilización''^.
" Baruk, H,, Les troubles mentaux dans ¡es tumeurs cerebrales, capítulo «Syndrome confusionnel», vol. 1, Dion, 1 9 2 6 , " Conviane recordar al respecto la vacunación psíquica contra las serpientes que aparece en la Biblia.
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La escopocloralosa La experiencia ha venido a demostrarnos que, ya sea normal o bien hipnótico, el sueño puede sensibilizar en algunos casos a un enfermo; es por ello que hemos optado por abandonar la práctica de la hipnosis clásica, a la que nos había iniciado Pierre J a n e t y a la que dedicamos los estudios que mencionaremos más adelante en su aspecto psicofisiológico, para sustituirla por eí método de la escopocloralosa y prefiriendo la desensibilización emotiva o'afectiva practicada abierta y francamente, con la consciente colaboración del paciente, en un ambiente de plena confianza. He aquí un ejemplo de este método. Se trataba de una mujer de 3 6 años casada con un hombre que la amaba devotamente, pero afecta de . unas crisis abdominoperineales muy dolorosas y violentas; estas crisis empezaron por manifestarse primeramente cada vez que la enferma veía a su madre, y acabaron por surgir a .cualquier m o m e n t o y sin causa explicable, adquiriendo entonces el aspecto de simpatalgias. Las crisis desaparecieron por completo durante un embarazo que terminó desdichadamente en un falso parto relacionado probablemente con alguna insuficiencia hormonal, fracaso que originó una amarga decepción en la paciente, seguida de inmediato por la reaparición incrementada de aquellas crisis dolorosas. Los más minuciosos exámenes orgánicos de esta enferma practicados por competentísimos especialistas han sido absolutamente negativos, Tenieado en cuenta el problema hormonal, prescribimos un recuento h o r m o nal con dosificación de la foliculina urinaria y un examen de las extensiones vaginales. Pero en el aspecto psicológico nos enteramos de que, siendo la enferma muy joven, se fue a vivir con sus tíos, siendo objeto de un intento de violación por
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parte de su tío. Enterados del incidente, los padres discutieron violentamente con sus parientes y prohibieron a su hija que volviera a verlos. Sin embargo, la joven se había encariñado con su tía y mantuvo con ella una correspondencia secreta, lo que la situó en una postura molesta, de doble juego con su madre, y la sensibilizó agudamente al respecto. En semejante caso esta situación de clandestinidad nos pareció extremadamente traumatizante, y fue por ello que propusimos a la enferma nos permitiera llamar a sus padres para tener con ellos una entrevista y tratar de disipar el malentendido. Esta simple propuesta provocó violentas reacciones emotivas en nuestra paciente, que acabó por autorizarnos. En su presencia telefoneamos a sus padres, los cuales contestaron con mucha amabilidad y acudieron a mi consulta al día siguiente, lo que permitió un cambio de impresiones altamente provechoso. Creímos necesario afianzar el tratamiento con una cura de escopocloralosa. Después de un solo c o m p r i mido tan sólo al día, ia enferma se sintió relajada y consiguió liberarse. «Fue hacia las cuatro de la tarde —nos escribió— cuando la somnolencia provocada por el medicamento.se atenuó para dar paso a un gozoso recobramiento de vitalidad, favorecido por la presencia de mi marido.» Los amagos de crisis dolorosas no prosperaron, y nuestra paciente estuvo en situación de vencer sus recuerdos dolorosos y comportarse como una mujer adulta, totalmente apaciguada. Recordemos al respecto que la escopocloralosa (asociación de escopolamina y cloralosa) fue propuesta por P. B r o t t e a u x " para realizar una hipnosis medicamentosa. Nos escribió, y en 1 9 3 4 dimos comienzo a nuestros estudios sobre este producto. Brotteaux utilizaba tres dosis: " Brotteaux, P., «Le scopochioralose», Revue 1929.
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1. Una dosis débil, comprendiendo 1/4 de mg de bromidrato de escopolamina y 0 ' 2 5 de cloralosa. 2. Una dosis mediana: 1/2 mg de escopolamina y 0 ' 5 0 de cloralosa. 3. Una dosis fuerte: 3/4 de mg de escopolamina y 0 7 5 de cloralosa, Añadamos que la cloralosa utilizada necesita ser rigurosamente pura, ya que cuando este producto es impuro puede determinar ciertos mioclonios que perturban al enfermo. A m b o s medicamentos tienen que quedar íntimamente mezclados en la preparación. La escopocloralosa ha sido sometida por nosotros a exhaustivos estudios, primeramente en la experimentación animal (con Massaut)^'*, y aplicada sobre todo al ratón y al gato. Hemos podido constatar personalmente que a altas dosis producía una ceguera psíquica en el gato (descrita por C. Richet), así como algunas sacudidas clónicas. La cloralosa (glucocloral) inhibe efectivamente la corteza cerebral y aumenta la excitabilidad medular. Habíamos consultado antes de iniciar nuestros experimentos al profesor Tiffeneau, quien ños informó de que, según las investigaciones realizadas en su laboratorio, la escopolamina refuerza la acción de la cloralosa y permite utilizarla a dosis menos fuertes^^. Hemos estucliado la acción neurovegetativa de ia escopocloralosa en el hombre con nuestros alumnos Gevaudan, Cornu y Mathey, observando que el producto ejerce un efecto bradicardizante y que reduce ligeramente por otra parte la tensión arterial máxima, aunque aumenta la amplitud del índice oscilométrico, " Baruk, H. y Massaut, Ch., «Action physiologique experiméntale et clinique du scopochioralose et bulbocapnlne. Applications á quelques problémes de la catatonie expénmentale». Ann. médico-psychologiques, n ú m . 4 , noviembre de 1936. Broun, D., señorita Lévy y señora Meyer-Oulif,«lnfluence de la scopolamine sur les hypnotiques corticaux et basilaires», C. ñ. Soc. de Bio/ogie, vol. CVII, pág. 1,522, Í 9 3 1 ,
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detalle rnuy importante si se tiene en cuenta que dicho índice disminuye en los estados depresivos y recobra su amplitud con la curación. Procedimos finalmente a investigar experimentalmente los efectos de la escopocloralosa sobre la circulación cerebral de los animales, constatando que activaba ligeramente dicha circulación y producía una pequeña vasodilatación {Encéphiaie, 1 9 4 5 , núms, 5 - 6 - 7 , págs. 8 1 - 8 8 ) , Pusimos también de relieve, con Hacine, la frecuencia de la taquicardia durante los accidentes histéricos, desde cuyo aspecto puede resultar útil la acción bradicardizante de la escopocloralosa. Deducimos así que los efectos favorables de la escopocloralosa se explicaban en parte por su acción neurovegetativa'^^. El problema del estado neurovegetativo en la histeria ha sido discutido. El propio Babinski, por más que decidido partidario de exclusivos factores psicológicos, describió casos de manifestaciones con todo el aspecto de las contracciones y demás manifestaciones histéricas, pero acompañadas de considerables trastornos neurovegetativos locales (cianosis y modificación del índice oscilométrico estudiadas por Babinski y Heitz); se trata de los trastornos fisiopáticos de Babinsl
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tratar estos dolores como neuralgias y recurrir a infiltraciones e intervenciones, ya que ello redunda en una agravación de dichos estados. Hemos podido d e m o s t r a r e n ciinica que la acción de la escopocloralosa es muy diferente según las dosis aplicadas. Las dosis débil o mediana determinan las más de las veces un simple estado de sueño idéntico al normal fisiológico, caracterizado por un deseo de dormir al que se puede dominar; pues, si no se ofrece resistencia a este deseo, se producen entonces sucesivamente el cierre de los párpados, la ligera disminución en el ritmo de las pulsaciones y la pequeña reducción de la temperatura central; en una palabra, los signos clínicos y neurovegetativos del sueño verdadero, con la perfecta facilidad de despertar característica del sueño normal. La dosis fuerte determina, por el contrario, un estado de tiipnosis con catalepsia y frecuentes alucinaciones y convulsiones. Nuestra experiencia nos ha demostrado que los resultados terapéuticos son decididamente inferiores con la dosis fuerte que con las débiles, y es por ello que evitamos emplear actualmente la escopocloralosa con vistas a determinar la hipnosis, sino que preferimos utilizarla como agente para ia cura de sueño. Hemos estudiado además, con Delay, Verdeaux y Joubert, la acción de la escopocloralosa sobre el electroencefalograma, pudiendo observar que, si bien la escopocloralosa cura rápidamente las crisis histéricas, activa en cambio las de epilepsia y puede actuar al respecto como agente revelador Los resultados de la escopocloralosa son generalmente notables en los accidentes hiptéricos. Suele bastar con una sola jornada para lograr la desaparición de la parálisis, las contracturas, etc. El enfermo debe estar en ayunas y bien tapado (a causa del ligero
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enfriamiento central) en una habitación oscura, con el fin de que pueda entregarse al sueño. Antes de administrarle el comprimido, se le toma el pulso, la tensión arterial y el índice oscilométrico. Los efectos del comprimido empiezan a manifestarse aproximadamente a los 3 0 ó 4 5 minutos después de su absorción. El sueño se mantiene ligero, interrumpiéndose a la menor indicación o llamada. En el m o m e n t o de la acción se toma nota del estado del pulso, de la t e n sión arterial y del índice oscilométrico. La acción psicoterápica necesita completar a la farmacodinámica y neurovegetativa. Esta acción psicoterápica es necesario que sea ante todo reconfortante, actuando en ciertos casos como agente persuasivo. Tuvimos un enfermo afecto de disfagia histérica e incapaz de engullir, y al que logramos hacer tragar unas gotas de leche al tenerlo sometido al sueño por la escopocloralosa. Comenté entonces intencionadamente con mi interno, el doctor Cornu: «¡Fíjese, ya está curado 1», consiguiendo que una ancha sonrisa iluminara el semblante del paciente y que, al despertar, diera rápida cuenta de una excelente comida. Estaba efectivamente curado, y su curación sigue manteniéndose desde hace más de treinta años. La escopocloralosa permite en otros casos una acción más imperativa, como sucedió en un caso grave de obsesión con delirio de contactos. Este paciente sentía horror a tocar cualquier cosa, se lavaba las manos de forma incesante y era incapaz de sustraerse a esta obsesión. Cuando se intentaba obligarle, solía echarse a llorar y hacía una escena igual que un niño. Pero, en el curso de la acción de la escopocloralosa, pudimos convencerle de que se levantara de la cama, tocara sus libros y abrazara a su esposa (cosa que llevaba varios años sin hacer), al t i e m p o que tratábamos de persuadirie de que su temor a los microbios era ilusorio, que los microbios eran necesarios para la vida.
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etc. Una considerable mejora se evidenció ya al primer comprimido. Volvimos a repetirio ocho días después. El enfermo pudo reemprender sus estudios. Era ingeniero, y le había impresionado ver cómo unos obreros árabes escupían en sus manos y le estrechaban después la suya, haciendo que el miedo al contagio penetrara así su espíritu. Esta aversión se limitaba en un principio a los árabes, pero acabó extendiéndose a todas las personas y también a los objetos. Gracias a la distensión que es capaz de llevar a cabo, la escopocloralosa consiguió liberarle de aquellas resistencias y permitió una eficaz psicoterapia. La duración de la cura abarca una jornada. Tras administrarse el comprimido en ayunas, el enfermo puede t o m a r un caldo caliente a mediodía y cenar normalmente. Si se desea una nueva aplicación conviene esperar por lo menos de ocho a diez días, dejando que el producto se elimine lentamente. Pudimos utilizar profusamente la escopocloralosa en los medios militares durante la campaña de 1 9 3 9 4 0 y en nuestro Centro de Neuropsiquiatria de Reims, gracias al doctor Vaillant, farmacéutico jefe de aquel centro. Nos fue así posible curar rápidamente a un elevado número de soldados atacados por impresionantes crisis de histeria. Después, muchos de ellos nos han escrito dándonos las gracias y diciendo que se encuentran con buena salud. La cura de los accidentes histéricos se realizaba antes de la escopocloralosa por el método brutal del torpedeo, cuya práctica pudimos presenciaren numerosas ocasiones en la Saipetriére y en Santa Ana. Ello consistía en hacer pasar unas corrientes eléctricas muy dolorosas a través de la piel, particularmente en la zona enferma. El enfermo se retuerce y debate para librarse de aquel dolor, desprendiéndose así de su parálisis; pero sólo se obtiene a veces un resultado efectivo tras una electrización prolongada, de la que el
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enfermo sale agotado. Hubo quien creyó indicado acompañar en un principio esta terapéutica dolorosa con incitaciones verbales y hasta a veces con invectivas, método lamentable que, aparte de menoscabar la dignidad del médico, confiere al paciente la impresión de que se le hace objeto de una sanción y suele provocar en él verdaderas rebeldías, según se recordará haber leído antes, en el caso del incidente del zuavo Vincent durante la guerra de 1 9 1 4 - 1 8 . El terreno de la histeria Acabamos de referirnos a los accidentes histéricos y a su tratamiento. Pero conviene no olvidar que tales accidentes surgen de un terreno adquirido o constitucional. Una de las condiciones más favorables para la aparición de los accidentes histéricos reside en la depresión, particularmente en la depresión ciciotímica, cuyo papel es frecuente y considerable lo mismo en el piano médico que en el social, hechos sobre los cuales hemos insistido muy especialmente con nuestra alumna la doctora IVlathey-Gevaudan. Ello explica que los accidentes histéricos vayan precedidos las más de las veces por agotamientos, pesadumbres, angustias, extenuación o secuelas de enfermedades infecciosas. El estado de agotamiento nervioso empieza por manifestarse con trastornos neurovegetativos acompañados de intensas cefaleas que suelen simular un tumor cerebral, vértigos, ansiedad y dolores erráticos con forma simpatálgica y sintomología imaginada, dando la impresión de t e n sión, de agua que corre, etc., acompañado de preocupaciones y de desaliento. Es sobre este campo como puede sobrevenir el accidente histérico, por cualquier causa ocasional. Así ocurrió con un enfermo que, aquejado de dolores gástricos, anorexia, cefaleas y
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vértigos, acudió a visitarse a últimas horas de la mañana en mi consultorio del Establecimiento nacional de Charenton. Le entregué su receta y abandoné el dispensario para ir a comer. El enfermo se rezagó, y un empleado le encerró en el consultorio. Creyéndose secuestrado, el enfermo entró en crisis y, cuando regresamos después de comer, nos lo encontramos presa de violentas sacudidas y realizando la corea rimada histérica de Charcot. Aquella crisis duró sin duda toda la tarde y la noche. A la mañana siguiente le curamos rápidamente con un comprimido de escopocloralosa. Es bien evidente que el terreno constitucional y hereditario desempeña una importante función. Nos consta, por otra parte, que semejante circunstancia interviene esencialmente en la ciclotimia, donde observamos casi siempre la herencia directa. Dupré describió al respecto una constitución histérica o histerizable. Se trata por regla general de individuos impresionables, pero cuya emotividad es reservada, en los cuales se observan variaciones curiosas en el apetito y en los instintos, o en la anorexia mentai relacionada algunas veces con la histeria, de la facilidad de las premoniciones e instituciones, de las paradójicas variaciones en las funciones viscerales y, finalmente, de sobre todo una señalada sugestionabilidad. Conviene destacar también la gran frecuencia de accidentes histéricos en los débiles mentales, recordando al respecto los trabajos que sobre ellos y su problema realizó en el ejército F. Blanc. Babinski puso finalmente de relieve el papel de la imitación. Se trata de un factor que no puede ser subestimado, ya que el paciente que observa a su alrededor alguna crisis de histeria puede fácilmente imitarla. Así ocurrió probablemente en tiempos de Charcot, siendo un hecho que interviene en las epidemias histéricas.
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Naturaleza de la histeria Esta naturaleza es todavía harto misteriosa, pero algunos puntos concretos se perfilan en la actualidad. Insistiendo recientemente en un artículo de La Gazette des hibpitaux (10 de junio de 1 9 6 7 , págs. 8 5 9 8 6 1 ) , señalé que el problema de la histeria concierne de hecho al de las relaciones entre ei aima y ei cuerpo. Nuestros antepasados supusieron que la histeria estaba vinculada con ciertas migraciones del útero, y de ahí el nombre de histeria surgido del griego ustera (matriz). Este origen sexual de la histeria ha sido sostenido muchas veces, e incluso ciertos autores llegaron a comparar la crisis histérica con el orgasmo. Pudimos observar varias veces como A. Souques rechazaba esta interpretación. Sin embargo, la teoría sexual de la histeria volvió a figurar en el orden del día con la doctrina de Freud y la de la represión. Ello no impide que se observen frecuentes manifestaciones histéricas en individuos carentes de toda represión sexual, aparte de que, en presencia de ciertas perturbaciones incluibles en esta esfera, cabe preguntarse si tales perturbaciones serán más bien secundarias que casuales. No en vano se ha insistido tan a menudo (Dide) sobre el carácter novelesco de ciertas histerias, sobre el «bovarismo» y, particularmente, sobre el predominio de la imaginación (Dupré), y de ciertos casos sobre una espiritualización exclusiva con rechazo de todo fenómeno corporal. Es lo que indudablemente se observa en la anorexia mental, consistente en un trastorno de la integración mental y somática. La clínica demuestra que las manifestaciones histéricas constituyen solamente una modalidad ligera de la depresión. Como en la depresión, se desarrollan en un estado donde se combinan la fatiga, la inhibición y la hiperexcitabilidad simpática. Es por ello que
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el accidente histérico puede ser curado ya sea por una estimulación violenta, como el torpedeo, o bien mediante la puesta en reposo o la distensión con la escopocloralosa. Según hemos proclamado insistentemente ante la sociedad médico-psicológica,, la escopocloralosa constituye la única cura de sueño verdadera, ya que las demás curas de sueño practicadas con estas mezclas hipnóticas no son de hecho auténticas curas de sueño, sino curas de narcosis. Nos es imposible tratar aquí a fondo este problema, ya que nuestra intención se limita a destacar la evolución y los progresos alcanzados. Desde una concepción puramente neurológica y funcional, la histeria ha evolucionado después de Bernheim y Babinski hacia otra concepción psicológica, con un importante factor sugestivo. Pero sobre todo, gracias a Babinski es como se ha distinguido entre las afecciones localizadas del sistema nervioso y los trastornos procedentes de la personalidad. Ello es esencial en el aspecto práctico, ya que los errores de diagnóstico pueden provocar terribles consecuencias. Considerar como histérico a un enfermo orgánico puede ser causa de su muerte. Así sucedió, por ejemplo, con un paciente que, aquejado de una miastenia de Erb-Goldflam, fue traído a mi consulta ya al final de su dolencia. Se le había tratado como histérico, se habían atribuido a imaginaciones las dolencias que le aquejaban, y se le había añadido ia incomprensión y la humillación moral, cuando de hecho estaba sufriendo el arranque de unos, accidentes bulbarios que iban a acabar poco después con su vida. Semejantes hechos deben hacer reflexionar sobre las responsabilidades en que se incurre con tales errores de diagnóstico. La equivocación inversa no resulta menos grave. Considerar como orgánico a un enfermo histérico equivale a favorecer la extensión de los trastornos y a^ malograr su curación. La cuestión se compilen
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aún más con el problema de las manifestaciones hiistero-orgánicas: un trastorno orgánico puede c o m binarse en ciertos casos con el añadido de manifestaciones histéricas. Así ocurre con la histero-epilepsia. La crisis de epilepsia se acompaña con una pérdida total de la conciencia, mientras que la crisis de histeria lo hace con intensa agitación y movimientos desordenados, aunque sin pérdida, por lo menos total, de la conciencia. Se ha estado considerando durante largo tiempo a estos dos tipos de crisis como separadas «por un abismo», dándose con ello lugar a una noción de la combinación de dos entidades separadas. Este problema exige en realidad una revisión. Se sabe, en efecto, que ciertas enfermedades orgánicas pueden iniciarse con crisis de apariencia típicamente histérica. Este es, por ejemplo, la esclerosis diseminada. Experimentando, por otra parte, con J o n g sobre la bulbocapnina y otros productos cataleptígenos en los animales, pudimos observar que ciertas dosis de tóxicos determinaban unas crisis de gesticulación de tipo histérico, así como la epilepsia a dosis fuertes. Existiría así en ambos casos una participación del sistema nervioso, que diferiría solamente según el grado de intoxicación. La obra de Babinski merece ser reconsiderada en este aspecto, ya que lo que dicho autor designaba con la denominación de «síntomas orgánicos» se refería esencialmente a unos síntomas de iocaiización; pero no excluía la idea de que una causa biológica difusa pudiera determinar las manifestaciones histéricas, por lo que nos dijo en una ocasión: «Es a vosotros, los psiquiatras, a quienes corresponde averiguar las causas difusas capaces de influir sobre la personalidad». Recuerdo que, cuando yo era jefe de clínica del profesor Claude, en Santa Ana, acudió a la consulta una enferma que presentaba unas impresionantes crisis de histeria en opistótonos del tipo Charcot; pero se obsen/aba también en la
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paciente una peculiar actitud en la mano y el brazo que hizo sospechar a Claude una rigidez descerebrada y, consecuentemente, una localización mesencefálica. Con esta interpretación fue como, por consejo del propio Claude, presenté con Tinel y Lamache a dicha enferma ante la Sociedad IVIédica de los Hospitales. Ei choque de Babinski fue tremendo. Después de dos tardes enteras de enconada discusión, Babinski acudió personalmente a Santa Ana para examinar a la paciente, haciéndolo en presencia del profesor Claude y de P. Bailey; mediante las adecuadas pruebas que nadie como él sabía realizar, Babinski consiguió demostrar que no existía ningún signo de localización. Fue a consecuencia de este caso como pasé seguidamente a ser alumno de Babinski, lo que me condujo a abandonar los criterios de Claude, tendentes a volver a la concepción organodinámica de Charcot. Aquel regreso a la neurologización localizadora de la histeria estaba entonces en boga; Marinesco y Radovici trataban en Rumania de atribuir la histeria a ciertos trastornos extrapiramklales; volvió a surgir también la disputa sobre la tortícolis espasmódica, a la que se había considerado al principio como histérica y designada como «tortícolis mental», pero que Babinski demostró estar relacionada con un trastorno estriado, lo mismo que el espasmo de torsión de Z. Oppenheim, atribuido antes a la histeria y relacionado con una lesión mesencefálica. Recordemos, además, que incluso la enfermedad de Parkinson fue considerada como histérica antes de que se descubrieran sus lesiones. Todos estos hechos muestran que una parte considerable del antiguo dominio de la histeria ha sido desmembrado en provecho de los síndromes de localización neurológica. Lo mismo ocurrió en el dominio psiquiátrico, donde un importante contingente de la antigua demencia histérica pasó a pertenecer al á m b i to de las psicosis circulares o esquizofrénicas.
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Es por ello que nuestra época ha podido asistir por anticipación al enfrentamiento de dos tendencias. Una primera tendencia apunta con sus excesos a confundir nuevamente la histeria con los síndromes orgánicos, mientras que el segundo criterio tiende a explicar todos los síndromes nerviosos mediante una novela psicológica. Se ha llegado a ver como, durante un reciente congreso celebrado en Lausana, se incluía la corea verdadera en la histeria. Es como si se pretendiera anular todos los descubrimientos y progresos incontestables de la neurología, por querer explicarlo todo por la sugestión, la imaginación o la represión. Lafforgue pretendió dar una explicación psicoanalítica al signo de Babinski, signo orgánico por excelencia y totalmente independiente del psiquismo. En el extremo opuesto se sitúan los intentos de atribuir todas las manifestaciones histéricas a localizaciones anatómicas de orden al menos funcional. Tal fue la doctrina de Claude sobre el regreso a la concepción organodinámica de Charcot, doctrina hacia la cual procuró atraerme, pero que yo me-negué a seguir. Claude optó por transmitir aquella doctrina a H. Ey, quien trató de sostenerla y fracasó en su intento; así tenía que suceder inevitablemente, ya que se trataba de un retroceso insostenible en el estado actual de la ciencia. Antes que retornar al pasado, es mejor marchar hacia el futuro. El díptico de Babinski ha aclarado las afecciones localizadas del sistema nervioso, pero ha dejado al olvido el estudio de las causas perturbadoras de la personalidad. Al utilizar la sugestión, Babinski observó que sólo podía demostrarla en el limitado dominio ele las afecciones inmediata y totalmente curables por persuasión, en el grupo de las afecciones pitiáticas creadas; pero advirtió también que otras neurosis, como las obsesiones, no eran asequibles a la sugestión. Babinski vino a separar en realidad las
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afecciones con concordancias anatomoclínicas directas y estrictas de las dolencias vinculadas con perturbaciones de la voluntad y de la personalidad, f^rofundizó solamente el primer díptico, quedando por explorar el segundo y pendientes de indagación las causas biológicas generales o psicológicas capaces de perturbar los procesos voluntarios. Este fue el papel reservado a los modernos estudios sobre la catalepsia y la catatonía.
2. Catalepsia y sueño cataléptico El sueño de la v o l u n t a d
El sistema nervioso, y más particularmente el cerebro, es a menudo considerado como un aparato informativo, perceptivo y sensitivo. Pero es también un sistema de acción con vistas al movimiento, y es por ello que Laennec lo designaba ya como ¡mpetum faciens. El análisis del movimiento es, sin embargo, muy complejo. Dejaremos aquí aparte ios movimientos reflejos y nos limitaremos a considerar lo que se conoce con la denominación de «movimiento voluntario». Este movimiento voluntario comprende de hecho dos especies de sistemas muy distintos entre sí. El primero de ellos es un sistema que regula la ejecución del movimiento mediante un conjunto de automatismos que, una vez puestos en marcha, se suceden y desarrollan por sí mismos. Dichos automatismos son de índole motriz y más o menos independientes del psiquismo. Así ocurre, por ejemplo, con el sistema
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piramidal, cuyos centros son corticales'a lo largo de la frontal ascendente y cuyas vías de proyección atraviesan la cápsula interna y llegan hasta las células m o t r i ces de la médula, que transmiten el Influjo hasta los músculos. Cuando este sistema sufre alguna lesión, la voluntad dei movimiento persiste, pero el movimiento deja de ejecutarse por causa del fallo del mecanismo ejecutor Es lo que sucede en la hemiplejía orgánica vulgar, en la que los miembros no obedecen al influjo psíquico voluntario, es decir, a la iniciativa y a la animación del movimiento. Esta situación podría ser comparada a ia de un automóvil cuyo carburador dejara de funcionar y no respondiera a los estímulos del c o n d u c t o r Ahora bien; este aparato ejecutor, este carburador, queda estrictamente localizado en el cerebro, como todos los sistemas automáticos. El estudio de los sistemas automáticos, da su localización y de su alteración, es del dominio propio de la neurología. Pero los sistemas automáticos de ejecución permanecen rigurosamente intactos en la hemiplejía histérica, hecho que puede ser comprobado con certeza por los diversos procedimientos descubiertos por Babinski para explorarlos (reflejos tendinosos y cutáneos, reflejo plantar, búsqueda de clono, de la sincinesis, etc.). Aunque todo se desarrolla en semejante caso como si la orden de puesta en marcha del aparato y procedente del psiquismo dejara de producirse. Digamos que el carburador sigue intacto, pero el conductor está inerte o adormecido. No existe, así, puesta en marcha, es decir, ninguna iniciativa del m o v i m i e n to. Es por ello que un despertar, como por ejemplo el torpedeo, restablece el movimiento. Se trata aquí de una inhibición psíquica limitada a una mitad del cuerpo, aunque puede observarse en otras afecciones una inhibición psíquica extendida al cuerpo entero, siendo entonces lo que se designa con ei nombre de cataiepsia.
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La catalepsia puede sobrevenir por crisis, que se describían antaño como «sueño histérico», estudiado particularmente por Pitres, y cuya investigación emprendimos en 1 9 2 8 con el profesor Claude''. El paciente queda inmóvil, con los párpados caídos y sometidos a breves y característicos parpadeos, Si en este estado se le levanta algún miembro hacia arriba mientras está acostado, sigue manteniéndolo en la misma posición; pero, hecho esencial, no se puede despertar al paciente como se haría con quien estuviera en un sueño normal. En tal caso se produce un entumecimiento especial parecido al sueño, pero diferente a él y cuya duración puede ser muy variable, yendo desde algunas horas o quizá días hasta meses o incluso años. Tuvimos así el caso de una muchacha que permaneció cinco años en tal estado y a la que llegó a conocerse por el sobrenombre de «la bella durmiente del bosque». Transcurridos estos cinco años, la joven se curó y pudo reanudar su vida normal. Las f u n ciones vegetativas funcionan normalmente durante el largo sueño; el paciente puede ser alimentado, el f u n cionamiento visceral y digestivo se mantiene intacto, y no se registra ninguna perturbación propia del coma. La respiración no se hace suspirante ni entrecortada, ni se pone en evidencia la menor alteración orgánica o neurovegetativa observable en el estado comatoso. El enfermo aparece relajado, con el semblante tranquilo y normalmente coloreado, mientras que la respiración no solamente no es ruidosa, sino que hasta a veces es silenciosa, como si el individuo retuviera su respiración. El corazón y el pulso están completamente normales. Si se insiste en hacer sentar o incluso levantarse al paciente, este lo hace algunas veces, aunque queda ' «Les crises de calalepsie, leur diagnostic avec le sommeil patiiologique. Leurs rapports avec l'iiystérie et la catatonie», Encéphale, págs, 3 7 3 y siqs mayo de 1 9 2 8 .
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en la posición en la que se le ha situado. Como hecho todavía más curioso, suele mantener en ocasiones unas posturas dificilísimas y que exigen gran esfuerzo, como por ejemplo la de sostenerse sobre un solo pie y con la otra pierna encogida, o bien con el cuerpo doblado, etc. Actúa de hecho como un autómata, como un muñeco articulado. El mutismo es absoluto, pero muy especial la expresión del semblante, El rostro suele aparecer inmóvil, con los ojos espontáneamente fijos; o, cuando alguien levanta aquellos párpados, la mirada parece perdida en la lejanía y como muerta, carente de expresión. Es por ello que, durante la Edad Media, en la época de A. Paré en Francia o de Pereira de Medina en España, se temía tanto confundir a los epilépticos con personas m u e r t a s y enterrarlos indebidamente. Cabe preguntarse qué es lo que está sucediendo en el espíritu de estos enfermos durante el transcurso del síndrome, y es posibl-e saberlo interrogándoles cuando despiertan. Conservan generalmente perfecta memoria respecto a todo lo sucedido durante su sueño, y pueden dar detalles completos sobre los acontecimientos ocurridos y hasta sobre los comentarios habidos sobre el caso. Su conciencia se mantenía así despierta, pero todos coinciden en afirmar una y otra vez que se hallaban imposibilitados de decidir y actuar por sí mismos, y en que su voluntad estaba como en suspenso por alguna causa misteriosa que les impedía cualquier iniciativa e independencia y les condenaba a aquella invencible pasividad. Sucede también con cierta frecuencia que el paciente sometido a dicha pasividad sienta revolotear por su mente ciertas ideas a las que no puede frenar o d o m i n a r Su poder de control estaba así inhibido. Poder de iniciativa y poder de control representan los dos polos de la acción voluntaria. Pudiendo entonces decirse que ia cataiepsia representa ei sueño de ia
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voiuntad. Es por ello que nosotros hemos utilizado el término de sueño cataiéptico. En otros casos, el fenómeno de la catalepsia que acabamos de describir puede asociarse con fases de intensa resistencia, llamadas óe negativismo. El enfermo se apuntala entonces con extrema energía para resistirse a los movimientos o gestos que pretenden imponerle manos ajenas (negativismo pasivo), llegando a veces a ejecutar el movimiento inverso al que se trató de obligarle a realizar (negativismo activo). El enfermo se sitúa al mismo t i e m p o en una actitud en flexión, encorvándose sobre sí mismo y adoptando a veces una especie de postura fetal; suele inclinarse hacia adelante, sostener la cabeza entre ambas manos e inmovilizar la mirada como si quedara s u m i do en profundas meditaciones. Se trata de la posición que hemos descrito con De J o n g como la «actitud del Pensador de Rodin». Esta impresionante postura de estatua se puede ver interrumpida de golpe por hiipercinesias impulsivas: se trata unas veces de bruscos movimientos estereotipados mecánicos, otras de muecas y expresiones repetidas en la faz, tanto por violentos impulsos t e n dentes a golpear a alguien recién llegado, aunque para volver inmediatamente a la postura primitiva, como por grandes gesticulaciones con los brazos en cruz y la mirada extasiada en lo alto (actitud de crucifixión), o bien por una serie de demostraciones durante las cuales el enfermo emprende repentinas carreras para detenerse en seco o para lanzarse por los suelos, pareciendo a veces sacudido por el espanto o la zozobra, actitudes que recuerdan hasta cierto punto las crisis histéricas que Kahbaum ha designado con el nombre de crisis de pateticismo. Se observan durante todo este período unos extraordinarios trastornos neurovegetativos. El s e m blante aparece particularmente pálido, apagado y
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como muerto, tanto más por cuanto la vitalidad de la mirada parece haber desaparecido. V/aliéndonos de f i l maciones, y de dibujos en serie realizados gracias a Lemeunier, hemos podido estudiar muy especialmente esta pérdida de vida en la mirada, tan peculiar a la enfermedad que nos ocupa y tan diferente de la visión fija, pero viviente, de los parkinsonianos. Es frecuente que la boca del paciente deje escapar un incesante flujo salivar, capaz en ciertas ocasiones de formar un verdadero charco. La respiración es a veces muy lenta, apenas observable, frenada en todo caso, alternándose este ritmo con bruscos accesos de jadeante poiipnea, como si fuera una forja. La circulación aparece bien conservada, aunque el electrocardiograma permite registrar ocasionales modificaciones que nosotros hemos estudiado con Racine y que Chatagnon ha considerado posteriormente, con un aumento de la elevación T y una modificación especial de la línea ST (síndrome de Coluccl). Cuando el enfermo está acostado, los miembros inferiores ponen en evidencia unas piernas tan blancas como las sábanas. Si se procede a hacerle levantar, se observa en los pies la aparición de un color rojo vinoso que invade la pierna desde abajo hacia arriba, hasta la mitad del muslo: se trata de la acrocianosis ortostática que hemos descrito con el profesor Claude, acrocianosis vinculada con una contracción especial de las arterias que incluso recuerda a veces la arteritis obliterante, pero que desaparece total y bruscamente cuando el paciente despierta. Efectivamente: ei cambio vascular es tal desde el despertar, que el rostro recobra su color normal y toda su vivacidad, hasta el punto de que puede llegar a no reconocerse al enfermo. Así me ocurrió con un paciente mío queHlevaba tres años en catatonía, y que curó súbitamente una afortunada mañana. Pudo reempren-
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der entonces sus actividades como pintor y logró realizar las mejores telas de su vida. Durante la catatonía se observan muchos otros trastornos funcionales orgánicos. El estómago puede experimentar espasmos, y el funcionamiento del píloro es a la vez espasmótico y atónico, lo mismo que el funcionamiento intestinal (Henry, H. Baruk y L. Camus). Las reacciones vestibularias quedan sobre todo profundamente modificadas, según hemos señalado con Aubry: el enfermo es insensible al vértigo galvánico, y se observa igualmente una inexcitabilidad calórica y rotatoria, inexcitabilidad que desaparece totalmente al despertar. Cuando la catalepsia aparece asociada con el negativismo, las hipercinesias y los trastornos neurovegetativos, estamos entonces en presencia del síndrome que Kahibaum describió en Berlín, en 1 8 7 4 , con el nombre de catatonia, síndrome al que nosotros hemos venido dedicando ininterrumpidas investigaciones desde 1 9 2 7 hasta la actualidad. Inspirado inicialmente por el descubrimiento de la parálisis general que Bayle había hecho en Charenton en 1 8 8 2 , Kahibaum supuso que la catatonía era una enfermedad cerebral anatómica, pero que ofrecía un carácter periódico y polimorfo capaz de evolucionar en ciertos casos hacia la demencia. Después de Kahibaum se emprendió la investigación de las lesiones cerebrales de la catatonía y, tras la aparición de la encefalitis letárgica, realizadora de t a n tos síndromes parkinsonianos, la atención resultó atraída hacia los centros de la base del cerebro y los núcleos centrales, haciendo que numerosos autores trataran de asimilar la catatonía con el parkinsonismo y con los síndromes estriados debido a su contraccionismo y al negativismo (Dide y Guiraud, Obario, etc.). En 1 9 2 6 , estando al servicio del profesor Claude, en Santa A n a , emprendimos el estudio de la catatonía mediante los recursos de la neurofisiología moderna y
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valiéndonos particularmente de la electromiografía (con Thévenard y después con la señorita Nouel), de la cronaxia (con G. Bourguignon), de la electrocardiografía (con Racine), del estudio de las reacciones vestibulares (con Aubry), de las reacciones vasculares, etc. El estudio de los reflejos de postura hecho en Burdeos por Delmas-Marsalet había mostrado ya que en la catalepsia y en la catatonía no se registraban las modificaciones de. los reflejos de postura que aparecen en las lesiones de los núcleos centrales, ya que se trata de un factor psíquico. Llevadas a cabo por medios convergentes y particularmente por la electromiografía, nuestras investigaciones evidenciaron las indudables diferencias que separan la catalepsia y ia catatonía del parkinsonismo y de los síndromes estriados, objetivando al mismo tiempo que la catalepsia y la catatonía se emparentaban con ei sueño. En efecto: catalepsia, negativismo, automatismos hipercinéticos y trastornos neurovegetativos cesan instantáneamente tan pronto se produce ei despertar de! enfermo. Y tan claro resulta este hecho que, con la desaparición de la catatonía, hemos podido comprobar la simultánea suspensión de las modificaciones en el electrocardiograma, de las constricciones vasculares, de las alteraciones respiratorias, e incluso de ciertos cambios biológicos de los prótidos que logramos observar en la sangre con la señorita H. Jankowska, y más tarde en la bilis con Olivier y Liteanu. Estos hechos nos condujeron a describir dos v a riedades de medicina psicosomática {Médecine et Hygiéne, Ginebra, 2 3 de junio de 1 9 6 5 , n.° 6 9 3 ) . Una primera variedad, que hemos mencionado ya refiriéndonos a la histeria, consiste en la realización de un síntoma físico en virtud de una idea; se trata de lo que los psicoanalistas designan como «histeria de conversión», y es lo que representa actualmente la psicomática americana, es decir, una forma dei psicoanáiisis.
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La segunda variedad consiste en ciertas modificaciones de los diversos sistemas somáticos por causa de un embotamiento psíquico especial que nosotros hemos designado como «sueño cataiéptico». Así, el entumecimiento parcial de la conciencia y de la v o l u n tad libera determinadas funciones somáticas y biológicas, y es con esta noción que conviene relacionar las prácticas del yoga, que estudiaremos más adelante. Quedaba pendiente el descubrimiento de las causas de este embotamiento catatónico, y fue entonces cuando, en París y en 1 9 2 8 , conseguimos realizar con De Jong la catatonía experimental por la bulbocapnina, alcaloide obtenido de la corydaüs cava. Este alcaloide nos permitió lograr primeramente en el gato, fenómenos tales como la catalepsia, el negativismo, las hipercinesias y los trastornos neurovegetativos de la catatonía, particularmente la salivación, así como las mismas alteraciones electromiográficas y crdnáxicas que en el enfermo humano. Observemos al respecto que las corrientes de acción registradas en los músculos durante la catatonía recuerdan por su ritmo a las de la contracción voluntaria, es decir, a las corrientes de acción de origen psíquico. Nuestros t r a bajos experimentales, desarrollados seguidamente en Amsterdam con De J o n g , en el laboratorio de fisiología del profesor Órouwer y en el Instituto del Cerebro de Kappers, nos demostraron lo siguiente: 1.
2.
Que la catalepsia y la catatonía sólo se producen en aquellos animales cuya corteza esté suficientemente desarrollada, y que tales síntomas nunca pueden ser realizados en los vertebrados inferiores (peces, reptiles, batracios). Que, según las dosis empleadas, se obtienen unos síntomas diferentes: a) con las dosis pequeñas se produce ei sueño verdadero, del que se puede despertar fácilmente al enfermo
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b) con dosis medianas, se alcanza la catalepsia c) con unas dosis algo mayores se llega al negativismo y a ias hipercinesias histeriformes d) y, con las dosis muy fuertes, el resultado es ya ia epilepsia. Esta noción de los síntomas según los grados de intoxicación se extendió seguidamente a toda una multitud de posteriores experimentaciones, en las que nos valimos de otras clases de drogas. Fue por ello que la formulamos bajo la denominación de ley de los estadios o ley de los estadios psicoorgánicos (Congreso de Psicofarmacología de Basilea, 1 9 6 0 ) , confrontando los datos extraídos de la experimentación animal con los obtenidos tras la utilización en el hombre de la terapéutica mediante el somnífero que habíamos estudiado en 1 9 2 8 con el profesor Claude. La realización de la catatonía experimental ponía así en evidencia el hecho esencial de que la catalepsia y la catatonía representan una modalidad de peculiar entumecimiento psicocerebrai emparentado con el sueño, pero diferenciado de este por un mayor grado de intoxicación y de perturbación. Ulteriores trabajos efectuados en el mundo entero han permitido descubrir toda una serie de sustancias susceptibles de producir la catalepsia y la catatonía, Nosotros nos hemos dedicado por nuestra parte a estudiar muy especialmente las toxinas surgidas del intestino (toxina colibacilar neurótropa) o de la bilis del entubado duodenal (Baruk y Camus), así como ciertas reacciones alérgicas y la catatonía experimental de los neurolépticos (Baruk, Launay y Berges), Los trabajos efectuados en América por Rinkel, Denber, Kline, Sackler y Kluever, que participaron con nosotros en el simposio de Zurich (septiembre de 1 9 5 7 ) , los descubrimientos de la sustancia catatonígena de Heath y de la sustancia P de Gaddum, el papel del adenocromo de Hoffer, el del amoníaco de Gjessing,
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las intervenciones de De J o n g con la acetilcolina y el nitrógeno, y las de Divry con la Insulina, e t c , han contribuido a disponer de una lista de sustancias capaces de crear una catalepsia experimental. Estas sustancias han sido estudiadas químicamente y en fechas recientes por S i m ó n , Langevinski y Boissier, comparando desde esta perspectiva la catalepsia de los neurolépticos con la de la bulbocapnina, y nosotros las hemos designado con la denominación genérica de toxinas de ia voluntad. Las investigaciones psicológicas que hemos realizado no solamente en animales, sino también en h o m bres normales y en niños lactantes valiéndonos de la objetivación de la iniciativa voluntaria con el piezógrafo y otros medios, nos han demostrado que el m o v i miento voluntario puede ser definido como un movimiento espontáneo, imprevisible, adaptado ai logro de un propósito, y realizador del mismo. Su carácter espontáneo viene a distinguirlo de los movimientos reflejos o reaccionales que, según pudimos comprobar con De J o n g en el Parque Zoológico de A m s t e r d a m , se observan en los vertebrados inferiores, en los que la movilidad oscila entre/a acinesia y el impulso. Por su carácter adaptado y finalista se diferencia de la impulsión. En el recién nacido y en el lactante hemos distinguido, y tras la fase de'los movimientos extrapiramidales propios del nacimiento, la fase del impulso del deseo, y luego la aparición del control del impulso, que desemboca en el movimiento cuyo fruto es la consecución de un propósito. Dos factores aparentemente opuestos intervienen en el movimiento voluntario: el impulso afectivo por una parte, sobre el que Babinski y Jarkowski insistieron en sus famosos trabajos sobre la cinesia paradójica, y el del freno y control que transforman, por la
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otra, este impulso brutal y ciego en un acto coordinado y adaptado, capaz de lograr lo propuesto. Estas son las modalidades que se pueden objetivar, según hemos demostrado con R. Porak y posteriormente con Gómez y Rossano al estudiar en el hombre la iniciativa psicomotriz por medio del ergógrafo de Mosso o bien del piezógrafo de GómezLangevin. Las curvas dibujan una parábola regular en el individuo normal, mostrando la nitidez y la continuidad de un determinio. Pero en el catatónico la puesta en marcha es, por el contrario, excesivamente lenta, con persistentes interrupciones que dibujan una forma trapezoidal hasta el momento en que se establece el automatismo. Finalmente, en los neurópatas y los histéricos, una curva irregular e incierta refleja las indecisiones, la apatía y las contradicciones. Estos hechos nos permiten una mejor comprensión de la catalepsia y de la catatonía. La catalepsia representa en suma la inhibición de la puesta en marcha psicomotriz, es decir, de la iniciativa voluntaria. La catatonía exhibe un grado más acentuado con negativismo y fuertes trastornos neurovegetativos. El funcionamiento de la voluntad queda mediatizado en ambos casos, tanto en sus funciones de iniciativa como en las de control, explicándose así la asociación de la inmovilidad por una parte y las descargas de los automatismos o de los influjos afectivos por la otra. Estos fenómenos se emparentan con el sueño, sin que puedan, no obstante, identificarse con el sueño verdadero. Se trata de un sueño que inhibe, que captura ia voiuntad, y de ahí el nombre de catalepsia, cuya etimología griega significa «captar», «capturar». En el plano psicológico, hemos recordado en páginas anteriores el estado psíquico del antiguo sueño histérico, de la crisis cataléptica. Y hemos mostrado la importancia de los sueños en la catatonía propiamen-
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te dicha, así como la del delirio onírico de origen t ó x i co, como fue el caso de cierta enferma que, padeciendo catatonía durante una septicemia colibacilar, se imaginaba estar viajando a bordo de un avión que la llevaba a Rusia para ser fusilada por los bolcheviques, comportándose en todo con relación a este delirio. Es por ello que el comportamiento de estos enfermos aparece a veces como algo tan caprichoso y extraño que, para un observador inexperto, adquiere la semblanza de una simulación. Pero la realidad es que, si bien dicho comportamiento puede parecerse a una opción voluntaria, no se trata en modo alguno de una voluntad libre, sino de una actitud impuesta por un delirio cuyo origen es de índole tóxica. Ha surgido la pregunta de si la catatonía tiene o no vinculaciones con alguna zona determinada del cerebro. Pero la catatonía experimental ha permitido aclarar esta duda^. Realizando desde 1 9 3 3 la catatonía experimental por medio de la toxina del colibacilo intestinal, hemos podido demostrar la función de las toxinas intestinales; luego, en 1 9 3 4 , y con L. Camus, la intervención de una toxina biliar que posteriores investigaciones nos han hecho relacionar con ciertos polipéptidos, tratando de identificar con Olivier y Liteanu una toxina designable como «catatonina biliar» que el profesor Malí estudió igualmente en A l e m a nia. Ulteriormente, con Launay y Berges, hemos descrito la catatonía experimental de los neurolépticos y determinado las reglas de la catatonía experimental en las pruebas psicofarmacológicas; realizando las sustancias activas en terapéutica psiquiátrica una catatonía experimental en los animales, obtuvimos la prueba así denominada, y tan corriente actualmente en todos los laboratorios de psicofarmacología. ^ De J o n g , H. y Baruk, H „ La catatonie expénmentale par ia bulbocapnlne, vol, 1 , Masson, 1 9 3 0 . Baruk, H., «La catatonie», Psychiatrie medícale, vol. 1 , Masson, 1 9 3 8 . De J o n g , H., Experimental Catatonía, Baltimore, 1 9 4 5 . Baruk, H „ «La catatonie». Traite de Psychiatrie, vol. 1 , Masson, 1 9 5 9 .
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Los famosos trabajos efectuados por Shaitenbrand en Alemania han puesto en evidencia el papel de un importante factor cortical, cuyos influjos ha confirmado Paviov con sus trascendentales investigaciones. Los estudios que nosotros hemos realizado con Puech en el mono, han demostrado a su vez que, si bien este factor cortical difuso es en efecto importante, la intensidad de la catatonía es proporcionai a ia difusión de ia acción tóxica. Este papel de la difusión es esencial en la producción de los trastornos psíquicos, oponiéndose con ello al carácter estrictamente localizado de las afecciones neurológicas. Es esta difusión tóxica lo que explica las pequeñas lesiones celulares y vasculares (particularmente de los capilares) puestas de relieve por diversos autores con ocasión de precederse a la autopsia de ciertos viejos catatónicos, y que hemos podido comprobar por nuestra parte con Claude y Lhermitte, con Cuel y, en un caso muy particular, con el profesor Del Río Hortega. Añadamos que L. Rojas ha demostrado que la acción tóxica de la bulbocapnina se inicia actuando sobre los vasos sanguíneos irrigadores del cerebro-y que, caso de prolongarse, esta acción vascular puede determinar ciertas lesiones celulares secundarias. Ayudados por nuestros amigos los profesores Puech y David y nuestros colaboradores Racine, Vallancien y la señorita Leuret, hemos logrado captar experimentalmente en el mono la modificación vascular catatonígena, que se produce las más de las veces en forma de vasoconstricción y de anemia cerebral (tal como sucede en la catalepsia bulbocapnínica), o bien más raramente como un edema cerebral (caso que pusimos en evidencia con Rougerie en el mono y en catalepsia provocada por intoxicación con ACTH). Concluiremos diciendo que la catalepsia y la catatonía representan una sideración o una inhibición del sistema psicomotor voluntario, sistema estrechamen-
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te vinculado con el entero funcionamiento no solamente de la corteza, sino de todo el cerebro. Esta inhibición puede ser de origen tóxico u orgánico, pudiendo entonces ir acompañada de delirio onírico. Si se prolonga su acción, es incluso capaz de producir la disociación psíquica que caracteriza el proceso esquizofrénico. Es por ello que, tras haber sido confundidas con la histeria y luego con la catatonía de Kahibaum, la catalepsia y la catatonía citada pasaron seguidamente a ser dilui'das en el extenso marco de la d e m e n cia precoz de Kraepelin y de la esquizofrenia de Bleuler. Pero, tal como hemos proclamado insistentemente en repetidos trabajos, y según ha sido admitido en las recientes discusiones de la sociedad medicopsicológica^, esta sistemática extensión ha padecido evidentes exageraciones, resultando así preferible volver a la concepción de Falret, que veía en la catatonía un simple síndrome capaz de producirse partiendo de diferentes condiciones. Si bien pueden observarse algunos casos crónicos en los que la catalepsia local forma parte de un vasto síndrome disociativo, no es menos cierto que se hace posible encontrar también ciertas catalepsias periódicas o sintomáticas integradas en ja catatonía de Kahibaum, así como otras catalepsias igualmente transitorias provocadas por una momentánea sideración psíquica e m o tiva; y son estos últimos casos (de los que hemos publicado varios ejemplos) los que pueden ser catalogados bajo la denominación de catalepsia histérica, casos que se relacionan, por otra parte, con la catalepsia hipnótica que vamos a estudiar seguidamente.
' Ver a este respecto nuestro estudio de conjunto titulado: «La catatonie de Kafilbaum, la schizoplirénie et la revisión de la nosograpiiie psychiatnque», Semaine des Hdpitaux de Paris, año 4 6 , n ú m . 2 5 , págs, 1 . 6 9 7 - 1 , 7 2 9 , 2 6 de mayo de 1 9 7 0 .
3. La hipnosis o catalepsia provocada
Acabamos de mencionar una enfermedad espontánea, la catalepsia, que puede aparecer durante los procesos de la histeria, de la catatonía de Kahibaum, de la esquizofrenia, o de otras afecciones similares, ya que pueden observarse también catalepsias sintomáticas como, por ejemplo, la asociación catalepsiaepilepsia (sobre la que hemos insistido con Lagache), la catalepsia sintomática de ciertas encefalitis (como en el caso que nos pasó Babinski y que publicamos con el profesor Claude, donde se trataba de una catalepsia sintomática procedente de una encefalitis letárgica, o como en el caso que pudimos estudiar con el profesor Del Río Hortega, consistente en una encefalitis que había afectado a una parte de la corticalidad, particularmente la circunvolución del cuerpo calloso), o bien incluso" la catalepsia s i n t o m á t i ca producida por otras dolencias estudiadas particularmente por nuestro maestro M. Klippel. Pero, junto con la catalepsia espontánea produciéndose como una enfermedad, coexiste otra catalepsia provocada por determinadas maniobras psicológicas. La hipnosis constituye en gran parte esta catalepsia provocada.
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Nociones históricas La historia de la hipnosis merece ser brevemente recordada al respecto. Sus circunstancias han sido recientemente examinadas en Francia gracias a los trabajos de B a r r u c a n d \e Chertok^ y de Lassner^; en Gran Bretaña, por S. Black*; en América a través de numerosas obras; en Italia con el meritorio libro del profesor Granone^, y en otras partes del mundo. Si bien el término de «hipnosis» fue utilizado por vez primera por Braid, en Manchester y en 1 8 4 3 , la noción y la práctica de dicha actividad son muy anteriores al citado a u t o r Existe un general acuerdo en considerar como verdadero precursor de la hipnosis a Mesmer, el creador del magnetismo animal. Recordemos que, nacido en 1 7 3 4 , en Suabia (Alemania), Mesmer realizó sucesivamente estudios de teología, de derecho y luego de medicina, y que, influido después por los éxitos de ciertos curanderos como Gassner, se trasladó a Austria, y en Viena inició la aplicación de ios imanes para provocar determinadas m o d i ficaciones psíquicas, dando así lugar a la aparición del término «magnetismo». No tardó, sin embargo, en abandonar la utilización de los metales, ya que pudo observar que el hecho de aplicar las manos sobre el cuerpo de los pacientes venía a producir los mismos efectos. En esta aplicación de las manos es donde reside esta noción de un fluido que pasa del terapeuta ' Barrucand, D., «L'hypnose de 1 7 6 9 á 1 9 6 9 » , comunicado presentado a la Sociedad Moreau de Tours, 2 7 de enero de 1 9 6 9 , Encéphale, n ú m , 5 , 1 9 6 9 . 2 Chertok, L , L'hypnose, M a s s o n , 1 9 6 3 , Petite Bibliothéque Payot, 1 9 6 9 , [Trad. castellana La hipnosis, Atika, M a d r i d , 1 9 6 4 , ] ^ Lassner, J . , «L'hypnose en anesthésiologie», Encyclopédie médlcochlrurglcale, 1968. '' Black, S., MInd and Body, vol, 1 , W i l l i a m Kimber, 6, queen Anne's Gate, Londres, S W 1 , 1 9 6 9 . = Granone, F., L'lpnatismo, prefacio de C. M u s a t t i , vol. I . T u r f n , Boringhieri, 1962.
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al enfermo. Dicha noción sigue siendo sostenida t o d a vía hoy por gran número de curanderos, que pretenden alcanzar la curación de sus pacientes realizando esta aplicación de las manos y concentrándose psíquicamente de un modo peculiar Hemos asistido personalmente al supuesto tratamiento de algunos enfermos que recurrieron a este sistema, recordando los casos de una paciente neurótica afecta de ceguera cortical y que pretendía experimentar una mejora en su visión tras la imposición de ias manos, el de otra enferma alcohólica y toxicómana que se suponía liberada de sus apremios gracias a aquel método, etc. Sin duda, cabe preguntarse el cometido que desempeña la sugestión en tales casos, seguramente decisivo, por más que los magnetizadores están persuadidos de la acción de un fluido transmisible de una a otra persona. Fuera como fuese, Mesmer acabó instalándose en París, en 1 7 7 8 , conociendo un éxito considerable con su práctica de los «pases magnéticos». Fue entonces cuando estableció el empleo de la famosa «varilla magnética», cuyo fluido debía provocar saludables «crisis magnéticas» en determinados pacientes. La difusión del mesmerismo llegó a inducir a Luis XVI a ordenar que la Academia de Ciencias y la Real Sociedad de Medicina realizaran una encuesta, misión que fue confiada a eminentes sabios, entre los que figuraron hombres como Bailly, Frankiin, Lavoisier, L. de Jussieu, e incluso el famoso Guillotin, inventor de la conocida máquina. Las conclusiones decididas por la comisión fueron desfavorables para Mesmer, estimando que la imaginación podía producir fenómenos análogos y que el magnetismo sin la imaginación no produciría nada. Desacreditado en Francia, M e s m e r se trasladó a Suiza y, según escribe Barrucand, «prosiguió allí con sus lucrativas actividades». Pero la correcta comprensión de Mesmer exige relacionar su obra con la filosofía por él profesada. Se
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ha intentado frecuentemente establecer ciertos vínculos entre Paracelso y Mesmer. Por otra parte, tanto el profesor Leibbrand como la señora Leibbrand, en sus eruditas conferencias pronunciadas en ia Sociedad Moreau de Tours vinculan a Mesmer con las corrientes del romanticismo alemán. Chertok explica igualmente aquellos éxitos en Francia y escribe: «El final del siglo XVIII coincide, en Francia, con la aparición, de la sensibilidad romántica, en la que se pedían plenas satisfacciones para las exigencias sentimentales contenidas durante tanto tiempo por los imperativos racionalistas». Pero lo que conviene destacar es que Mesmer presentó en Viena su tesis de médico basándose en el tema siguiente: «De la influencia de los planetas sobre el cuerpo humano». Barrucand e.scribe al respecto que «Mesmer se fundaba en una " t e o r í a " estrictamente incomprensible, algo que parecía querer asociar a la medicina con la astronomía gracias a la utilización por parte de ciertos individuos privilegiados de un llamado "fluido universa!", capaz de comunicar entre sí a los cuerpos celestes, pero también de llegar a afectar a los distintos cuerpos animados terrestres». Barrucand nos hace saber que, pese a semejante «esoterismo», Mesmer conoció grandes éxitos entre ciertas personalidades, como el famoso Lavater, cuyas tendencias místicas fueron bien conocidas. Esta teoría mesmeriana, que puede parecer tan «incomprensible», según la expresión de Barrucand, resulta en cambio muy clara para todos aquellos que están al corriente de la historia de la teología. Es en efecto bien sabido que el antiguo paganismo se apoyaba en gran parte en la creencia del influjo de los astros sobre el hombre y sobre el destino de. las criaturas humanas, hasta el punto de que los profetas hebreos, que combatían porfiadamente la existencia de tales concepciones, designaban a los idólatras
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como «servidores de los astros y de los sortilegios» (en hebreo acum, ovdei cor'havim o mazaiot); esta idolatría venía a quedar totalmente opuesta con el servicio del Dios Único, del Dios de A b r a h a m , de Isaac y de Jacob que, según acaba de recordar todavía Dorion en su notable libro sobre Freud, no puede ser en ningún caso asimilado con la naturaleza, ya que, siendo su propio Creador, queda muy por encima de ella; desconocedora como es del bien y del mal, la naturaleza es corregida por el Dios dé A b r a h a m , de Isaac y de Jacob, que sitúa mucho más altos que las fuerzas naturales brutas el respeto y el amor hacia el prójimo, la conducta en Justicia y el Tsedek. Ahora bien; la divinización de la naturaleza corresponde a una actitud panteísta, y era ya en parte también la actitud de Spinoza. En una conferencia pronunciada recientemente en la Sociedad Moreau, en Tours, el profesor Leibbrand nos hizo saber que esta filosofía inspiró particularmente en Alemania el ideal de Scheliing; y dicho profesor escribe: «El pensamiento leibniziano de una armonía preestablecida será rechazado por Scheliing, pues este no admite la existencia de un Ser exterior hipotético que quedaría colocado entre nosotros y el organismo... Existe en consecuencia una identidad entre la naturaleza y el espíritu». Es así, nos entera el profesor Leibbrand, como Scheliing, que escribió mucho sobre medicina, insiste sobre la libertad de la naturaleza, concibiéndola como única fuerza vital y con riesgo de sacrificar al individuo. Esta filosofía pagana repite así la idea justificadora de todas las fuerzas de la naturaleza, por muy crueles que puedan ser, y la del sometimiento total del hombre a los fluidos de los astros; ello conduce no solamente al fatalismo, sino que se opone también en un todo a la humanización de lo sagrado, principio esencial de la filosofía bíblica, y del que derivan la defensa del hombre y la noción de lo justo y lo injusto.
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Un alumno de Mesmer, el marqués de Puységur, apóstol también él del magnetismo animal, insiste, por otra parte, sobre la influencia de la voluntad del terapeuta sobre el enfermo. Y, en lugar de destacar, como Mesmer, las convulsiones y agitaciones, pone sobre todo de relieve un estado peculiar de sueño que califica como «sonambulismo», completando los pases inductivos con un ligero frotamiento sobre los ojos. Comprueba entonces en el individuo sometido a este estado de sonambulismo ijna especie de clarividencia, hasta el punto de sugerir la utilidad de interrogarle hallándose en semejante trance. Vemos así la prefiguración del hipnotismo en la obra del marqués de Puységur. El magnetismo animal culmina seguidamente su desarrollo con Deleuze, llegando a motivar que la Academia de Medicina nombre entonces a una C o m i sión para que estudie el problema. Un primer informe es rendido en 1 8 3 1 por Husson; favorable al magnet i s m o , no satisface en cambio a la Academia, que procede seguidamente al nombramiento de una segunda comisión en la que figuran Cloquet, Dubois, Roux y B o u i l l a r d , la cual no reconoce el estado de sonambulismo magnético. Se desarrolla paralelamente un estado de opinión «psicologista» favorecido particularmente por el abate de Paria, que establece una concepción a la vez clínica y metafísica y en la que la noción del «sueño lúcido» es introducida mediante la concentración del alma sobre sí misma, logrando así volverla libre, desprenderla de los sentidos y devolverles una intuición de las realidades p r o f u n d a s . A p a r e c e con ello una fiiosofía espiritualista, en la que el alma queda hasta cierto punto separada del cuerpo. Es con este propósito como el abate de Paria induce a sus pacientes a que«concentren su atención», a que piensen en el «sueño». D. de Gros publica por otra parte, en París, una serie de lecciones sobre ei método de Braid, o hipno-
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tismo nervioso, sistema que sumía en hipnosis a los enfermos haciéndoles fijar la mirada sobre un objeto brillante. Todos estos trabajos abrieron entonces el paso a la llamada Escuela de Nancy. Resumiremos diciendo que, hasta entonces, el magnetismo basado eh los pases manuales o los imanes venía emparentándose con el hipnotismo, y que ambos métodos se asociaban y fusionaban con f r e cuencia. Y Chertok nos informa que fue así como la acción de los metales sobre los histéricos (proclamada por Burcq en 1 8 5 0 ) llegó a ser experimentada en el servicio de Charcot, cuyo presidente, C. Berna'rd, nombró una comisión integrada por Luys, D u m o n t pallier y el propio Charcot, para que comprobara si la aplicación de ciertos metales determinaba realmente una catalepsia. Entonces fue cuando el punto de vista psicológico alcanzó notables progresos con los trabajos de la Escuela de Nancy. Destacó primeramente la labor de Liebault, médico que ejercía cerca de Nancy, quien estudió el sueño provocado con relación al sueño normal, y logró producir el sueño hipnótico valiéndose de una fijación sensorial con concentración de la atención, reconsiderando con ello la eficacia de las sugestiones. Pero corresponde sobre todo a Bernheim la verdadera capitanía de la Escuela de Nancy. Recordemos que Bernheim era profesor de clínica médica, e importa no olvidar al respecto que fue él el primero en describir la catalepsia incidente con la fiebre tifoidea, catalepsia típica que tampoco dejó de ser mencionada por nuestro venerado maestro Dufour en él hospital Broussais. Nosotros hemos estudiado personalmente con Poumeau-Delille esta misma catalepsia en el curso de la fiebre tifoidea, y pudimos observar que cabía atribuirla a unas toxiinfecciones asociadas (la t o x i i n fección tífica y la toxiinfección colibacilar), hecho igualmente comprobado por Hillemand y Stehelin.
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Pero Bernheim era un médico completo, tan experto en los dominios psíquicos como en los somáticos, y supo demostrar que la hipnotización era un f e n ó m e n o general, y no una enfermedad neurológica como era considerada la histeria en la Saipetriére. Incluso las neurosis descritas con los tres períodos de letargía, catalepsia y sonambulismo, fueron para Bernheim simples efectos de la sugestión, demostrando, bajo los efectos de la sugestión, la somnolencia, la catalepsia, las contracturas provocadas, las obediencias automáticas y las alucinaciones hipnóticas y posthipnóticas. Es conocida la pugna entre las Escuelas de Nancy y de París. A ñ a d a m o s que la Escuela de Nancy contaba con psicólogos tan eminentes como Beaunis y Liégeois, y que el primero de ellos hizo un descubrimiento-capital: la cenestesia. S. Black ha tratado recientemente en Londres de definir el psiquismo como un sistema de información, y escribe: «I have recently published a theory on the nature of mind (Black, 1969) but theory aside, it can be concluded w i t h some certainty that the mental process per se is manifest by the receipt and transmission of Information»®. Puede ciertamente discutirse esta concepción tan limitada del mind, que, aparte de la información, rige también los procesos de la reflexión, de la iniciativa y de la acción, tal c o m o hemos recordado en páginas anteriores. Pero, limitándonos a la información, es necesario definirla. En este dominio es donde Beaunis introdujo una noción original y fecunda, la de la información general de la vida del organismo, esta sensibilidad general que nos trae el sentimiento de la existencia misma de nuestros órganos y de la vida de nuestro cuerpo. Este descubrimiento ha sido confir•mado y desarrollado por los trabajos de Dupré y Camus sobre la patología de la cenestesia, es decir, " Black, S., Some physiological Meohanisms amenable tó contra/ by direct suggestion under hypnosis in psychoptiysioiogical mectianisms of iiypnosis, W i l l i a m Kimber and Co. Limited, 6, queen Anne's Gate, Londres, S W 1 , 1 9 6 9 .
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sobre las cenestopatias. El enfermo no siente en semejante caso la existencia de su cuerpo, tiene la impresión de que sus tejidos son como madera, y llega en situaciones extremas a sentirse como un espíritu sin -cuerpo, como un cuerpo muerto. Frecuente durante las depresiones melancólicas, este trastorno puede existir también en estado aislado y, tal como hemos demostrado con Racine, parece vinculado a veces con un trastorno circulatorio de los capilares y con la aportación sanguínea a los tejidos periféricos. Recordemos al respecto que Dumas consideraba a este síndrome como vinculado con una idea fija, y que, siguiendo su orientación, habría podido intentarse el tratamiento de este síndrome mediante la hipnosis. En todo caso, la obra de Beaunis dio sus frutos. Demostrando gracias a Bernheim el papel de la sugestión, la Escuela de Nancy puso en guardia contra el cultivo de las neurosis y contra las epidemias con ello desencadenadas, Babinski prosiguió en este aspecto las enseñanzas de Bernheim, hasta que tuvo que admitirse que la Escuela de Nancy había triunfado en aquel dominio. El desarrollo y la propagación de una hipnosis desligada de las preocupaciones relativas a la sugestión puede conducir -fácilmente a la creación de psicosis colectivas. Tras la publicación de los primeros trabajos de Brotteaux solare la hipnosis medicamentosa por la escopocloralosa y cierta p u b l i cidad sobre el caso, observamos como una verdadera psicosis colectiva afectaba a toda una aldea de la V e n dée, con el resurgir de algunas supersticiones medievales. Cortamos enérgicamente dondequiera que se produjeron estos casos, afirmando que la escopocloralosa era un medicamento como los demás, y que no era preciso armar tanto barullo para nada. Entonces fue cuando publicamos un trabajo sobre los estragos de la sugestión y los peligros de su vulgarización.
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La hipnosis fue estudiada y aplicada en París por Luys y por Dumontpallier, este seguidor de la teoría psicológica de Charcot y que utilizaba imanes. Un congreso sobre ei hipnotismo tuvo lugar en París en 1 8 8 9 , en el que se produjeron las discusiones entre las escuelas de Nancy y de París y en el que participó P. Janet. Cuanto la práctica de la hipnosis había casi desaparecido en Francia, P. Janet se mantuvo fiel a ella y fue precisamente él quien, en el servicio del profesor Claude, nos inició en la hipnosis y nos permitió realizar investigaciones clínicas y fisiológicas al respecto. Después de un prolongado eclipse, la hipnosis conoce en nuestra época una revalorización de actualidad. Recordemos en primer lugar que Paviov ha investigado la hipnosis y la ha explicado por su t e o ría cortical. Informaremos más adelante sobre los resultados de la entrevista que sostuvimos con Paviov durante el Congreso de Berna en 1 9 3 2 , bajo la égida de nuestro maestro el profesor H. Claude. Los psicoanalistas han dado, por otra parte, una teoría de la hipnosis. Y esta práctica ha adquirido finalmente un gran desarrollo en Gran Bretaña. Hace algunos años, en 1 9 6 6 , asistimos en Londres al Congreso sobre la hipnosis convocado por nuestro amigo el Dr. Patterson. Pudimos presenciar como, durante los experimentos desarrollados en sesiones organizadas en la misma sala de conferencias, se lograba sumir en sueño hipnótico a los congresistas de las dos primeras filas de butacas, sobre lo que volveremos a insistir más adelante. Chertok pone de relieve en su libro que la British Medical Association se había inspirado en el informe presentado por Husson en 1 8 3 1 ante la A c a demia de Medicina. Recordemos al respecto los recientes trabajos de nuestro amigo Morlaas (ex interno de C. Foix y alumno de Alajouanine en la Saipetriére), trabajos que, sin estar relacionados con la hip-
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nosis propiamente dicha, inciden sobre ios factores de la influencia psíquica, de las sugestiones, de la acción sobre la personalidad, e investigaciones que fueron realizadas en un momento dado en la embajada de Gran Bretaña y que ej propio Morlaas ha expuesto ampliamente, en fecha reciente, ante la Sociedad Moreau de Tours. La hipnosis conoce igualmente un considerable auge en Estados Unidos, habiendo sido incluso establecida como método especializado por la American Psychiatrie Association. Hemos mencionado anteriormente los importantes trabajos efectuados en Turín por el profesor Granone, y el destacado libro an.tes citado, verdadero tratado completo de la hipnosis. Dicho profesor pronunció una notable conferencia sobre el mismo tema en la Sociedad Moreau de Tours, Descripción de ia hipnosis En el libro del profesor Granone encontraremos un profundo estudio sobre los div^rsos medios de «inducción» de la hipnosis: el de los pases, el de la fijación de un objeto, el del bloqueo de los globos oculares, el de la compresión del seno carotídeo (es conocida, al respecto, la importancia de este seno sobre el sistema neurovegetativo, seno particularmente estudiado en la obra del profesor Léger), el de las actitudes postulares de K o h n s t a m m , el de la sugestión del sueño (es este último método el que hemos visto aplicar por Bérillon en su centro de hipnotismo, centro que ha subsistido largo t i e m p o tras el desafecto hacia la hipnosis), y el de los estímulos monótonos y rítmicos, Chertok ha insistido sobre el adiestramiento preparatorio que consiste en explicar al paciente todo lo que va a realizarse, especificándole sobre todo que «la hipnosis es un estado durante el cual se sueña y uno sabe que está soñando». La mayoría de los autores insisten sobre el consentimiento del enfermo. Existe la eviden-
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cia de individuos refractarios y t a m b i é n de pacientes cuya voluntad es opuesta a la hipnosis. La hipnosis comporta una serie de grados de profundidad variable, especificados en la escala de Davis y Husband. El primer grado consiste en un estado que recuerda al sueño, un estado hipnoide con parpadeo, cierre de los ojos y relajamiento físico. El siguiente grado corresponde al trance ligero: presenta todos los signos de la catalepsia (catalepsia de los miembros y ocular, rigidez y principio de anestesia o de parestesia [ m a n o enguantada]). Un grado más elevado se observa en la anestesia por sugestión, la amnesia (el paciente ha olvidado lo que acaba de pasar y la producción de alucinaciones por sugestión. Y otro grado todavía mayor conduce al estado de sonambulismo con los ojos abiertos, la posibilidad de levantarse, de caminar, etc. Durante nuestras experiencias personales con Pierre Janet (años 1 9 2 8 - 2 9 ) , solíamos utilizar únicamente como método de inducción la fijación sobre un objeto brillante (la punta de un termómetro). El objeto de nuestros experimentos consistía f u n d a m e n t a l m e n te en comparar la catalepsia hipnótica con la catalepsia-enfermedad que hemos descrito en el capítulo precedente. Clínicamente, ambas catalepsias nos han parecido idénticas. Encontramos en la catalepsia hipnótica la misma adopción activa de las posturas impuestas' desde el interior, con el mantenimiento de las mismas. Pudimos comprobar idénticas características en Londres, en 1 9 6 6 . Se observa a veces, tal como han mencionado algunos autores, aquella flexibilidad cerosa (fiexibilitas cérea) que se registra en la catalepsia y en la catatonía, y que había sido comparada en otros tiempos con los síntomas producidos por la veratrina. En otras ocasiones son el negativismo o las contracturas lo que se pone de relieve.
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En el plano neurofisiológico, hemos observado en la catalepsia hipnótica las mismas corrientes de acción electromiográficas que en la catalepsia espontánea y en la catatonía. Recordemos al respecto que, tras enfrentarse con un caso de catalepsia hipnótica, Frohiich y IVlayer llegaron a sospechar la ausencia de corrientes de acción, y ello les indujo entonces a deducir conclusiones sobre supuestas propiedades de los músculos estriados en el transcurso de la hipnosis. Pero, trabajando en 1 9 2 6 con Thévenard y con la señorita Nouel en el servicio del profesor Claude, pudimos deriíostrar que tales constataciones habían sido debidas a un error técnico y a la polarización de los electrodos. Comprobamos en la catalepsia hipnótica ias mismas corrientes de acción que en la contractura voluntaria, corrientes de acción de ritmo rápido aunque quizá menos regulares que en esta última. Nuestros resultados fueron confirmados por otros experimentadores''. Logramos demostrar, por otra parte, con Claude y Nouel, las diferencias que separan a las corrientes de acción de la catalepsia a los reflejos de postura y, particularmente, en los músculos de los bíceps, ya que estas últimas corrientes de acción se producen tras un tiempo de latencia y son mucho más lentas, Aparte de ello, y como hecho capital, en la prueba de flexión del antebrazo sobre el brazo, las corrientes de acción se desencadenan a la simple vista de la mano del operador, antes incluso de que este haya tocado el antebrazo del paciente y de que se haya registrado el menor movimiento impuesto. Se trata así de la objetivación de una reacción psíquica, demostrativa de que, si la conciencia aparece muy atenuada, queda con todo una subconciencia, concepto sobre el que volveremos a insistir más adelante. ' Ver al respecto nuestra obra Psychiatrie médicale, physiologique experiméntale, vol. 1 , Masson, París, 1 9 3 8 , y nuestro Traite de Psychiatrie, vols.. Masson, París, 1 9 5 9 .
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Finalmente, y partiendo de estos elementos, hemos descrito un signo especial objetivador de la sugestionabilidad y el automatismo: se trata del signo de ia anticipación y dei acompañamiento de ios movimientos pasivos en la prueba de la flexión del antebrazo sobre el brazo. Acercamos nuestra mano a la del paciente y realizamos entonces un primer movimiento de flexión. Cuando repetimos esta prueba, el enfermo no espera a que lleguemos a tocar su mano, sino que efectúa espontáneamente toda una serie ininterrumpida de flexiones y extensiones del antebrazo sobre el brazo, movimientos que sólo pueden ser detenidos recurriendo a la sugestión o despertando al paciente. Este signo idéntico en la catalepsia espontánea y en la catalepsia hipnótica refleja de un modo impresionante la pasividad de la personalidad del hipnotizado, su sugestionahiiidad, su ausencia de resistencia a los influjos externos, y también su tendencia al automatismo. Según hemos evidenciado con la señorita Nouel, toda la anticipación y acompañamiento de esta prueba pone de relieve en la electromiografía la existencia de unas corrientes de acción que se acentúan a veces en el m o m e n t o del cambio de movimiento, adquiriendo entonces una forma de negativismo. Esta prueba destaca, además, por una característica peculiar del hipnotizado: ia obediencia a su hipnotizador, que decide las órdenes a dar. La catalepsia espontánea y la catatonía registran también idénticas características.
La anestesia y la analgesia hipnóticas Uno de los problemas que más ha llamado la atención de médicos y cirujanos consiste en la posibilidad de realizar intervenciones quirúrgicas en estado de hipnosis, y es por ello que dicho problema
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ha sido replanteado en fechas recientes por él profesor Lassner, en su trabajo antes citado de la Enciclopedia médico-quirúrgica. El profesor Lassner informa en este trabajo sobre las observaciones que Cloquet transmitió el 16 de abril de 1 8 2 9 a la Academia de Medicina. Se trataba del caso de una mujer que padecía cáncer mamario y que había sido hipnotizada varias veces por el doctor Chapelain, quien pudo observar cada vez una desaparición de la sensibilidad. La paciente fue operada bajo hipnosis por el doctor Cloquet, que practicó una incisión partiendo de la cavidad axilar, extrajo el tumor, disecó los glangios obstruidos, etc. Escribe Lassner que, «durante la intervención, la enferma estuvo c o n versando tranquilamente con su operador y que no demostró la menor señal de sensibilidad, a pesar de que se le había aplicado una ligadura en la arteria torácica lateral, abierta durante la extracción de los ganglios». El doctor Chapelain procedió a despertar a la paciente cuando hubo terminado la intervención, sin que la mujer pareciera conservar ningún recuerdo de lo que se había estado haciendo con ella, y expresando en cambio un inmenso alivio cuando se enteró de que acababa de ser operada. Sin embargo, el porvenir de esta enferma quedó oscuro después de la o b s e r v a c i ó n ; p a r e c e que h u b o n e c e s i d a d de rehipnotizarla varias veces durante largó tiempo, y f a l ta aclarar si Is personalidad de la enferma pudo o no resultar alterada. Lassner señala, por otra parte, que la anestesia química se desarrolló seguidamente, particularmente la eterización practicada en Boston, oponiéndose al mesmerismo. Lassner^ ha desarrollado sus concepciones relativas a los factores psicológicos que intervienen en la anestesiología, No obstante, si bien acepta" Lassner, J . , «Der Handlungskreis Artz, Patient, Medicament und die analgesie», Psychother Psychasom, n ú m . 14, págs. 4 4 4 - 5 3 , 1 9 6 6 ,
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mos plenamente la insistencia en conceder la máxima importancia a la preparación psicológica de los operados, tampoco llegamos al extremo de admitir la reducción de tales cuidados al simple ámbito psicoanalítico, así como consideramos excesivo afirmar, como lo hace Lassner, que «la psiquiatría moderna naciá con los trabajos de Freud, de sus discípulos y de sus adversarios»^, Ello equivaldría a despreciar toda la parte de la psiquiatría moderna que tuvo lugar desde Pinel y Esquirol, mucho antes de Freud, y que realizó considerables descubrimientos''". Añadamos que, ya sea hipnótica o bien química, ia anestesiología puede determinar en ciertas ocasiones algunos trastornos mentales, y que conviene no olvidar al respecto que la inhibición de Ja resistencia de la personalidad y la anestesia de esta personalidad pueden provocar en ciertos casos trastornos disociativos o de otra índole. Hemos podido observar a veces, tras la aplicación de la anestesia, particularmente en la realizada con éter, la aparición de cenestopatias al despertar, realmente impresionantes en alguna ocasión. Aunque completamente despierto, el paciente no siente ninguna vida en su cuerpo y se cree muerto o transportado a otro mundo, tal como ocurrió en el caso de una enferma que, despertando de dicha anestesia, no acababa de creerse devuelta a la vida y sólo volvió en sí tras la visita de un médico al que ella esperaba, presencia que logró calmar aquel delirio. A s i m i s m o , después de la hipnosis, se puede observar cómo algunos pacientes presentan el t e m o r a la pérdida o a la servidumbre de su personalidad, y a veces delirios de influencia. Algunos autores intentan combinar la hipnosis con la anestesia química (Lassner, Friedlander), utilizando la hipnosis durante el período preoperatorio o = Lassner, J „ «Eléments d'une anesthésiologie psyohosomatique»,/4nejf/)ásie, analgésie, vol. X, n ú m , 2 , Masson, junio de 1 9 5 3 , Baruk, H „ La psychiatrie franpaise de Pinel á nos jours, vol, 1 , PUF, Parts, 1969.
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p o s t o p e r a t o r i o " . Los doctores IVl. GabaT y R. Chercheve^^' ''^ han estudiado en París este problema. El primero de ellos concluye, entre tanto, que sus experiencias incitan a la prudencia en la práctica de la hipnosis. Recordemos igualmente los intentos realizados para utilizar la hipnosis en obstetricia, particularmente en el parto sin d o l o r Este problema ha preocupado al profesor Lantuejoul, que solicitó nuestra ayuda para considerarlo, y con quien redactamos un trabajo sobre el tema. Dicho profesor sigue manteniéndose muy crítico y prudente en lo que concierne a la hipnosis en los dominios de la obstetricia, por el peligro de la sugestión y las neurosis sobreañadidas. El profesor Granone nos ofrece en su libro la observación con detalles fotográficos sobre un enfermo al que, bajo hipnosis y sin que él lo advirtiera, le fue practicada una punción l u m b a r Estudia ampliamente las correlaciones psicoviscerales en la hipnosis, pareciendo que estas están bastante próximas a las que nosotros hemos descrito en la catalepsia. En resumen, ia iiipnosis reaiiza una cataiepsia provocada: se trata de una cataiepsia provocada por medios psicoiógicos. Consiste en suma, en una especie de enfermedad mental experimental realizada en el hombre, aunque llevada a cabo con fines terapéuticos.
Hipnosis m e d i c a m e n t o s a Ciertos autores han tratado de ayudar a la hipnosis con acciones medicamentosas. Chertok nos infor" International Anesthesiology clinics European Trends in Anesthesiology, vol. 3, n ú m . 4, B r o w n and C o „ Boston, Massachusetts, agosto de 1 9 6 5 , " L'hypnose en anesthésiologie. Coloquio internacional celebrado en Viena el 5 de septiembre de 1 9 6 2 , Spnnger Verlag, Berlín, 1 9 6 4 , " Gaba'í, M „ «Hypnose dentaire et sophrologle», i'Mormaí/'o/? dentaire, 2 3 de junio de 1 9 6 6 ,
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ma en su libro que Chambard utilizó en 1881, con esta intención, unas pequeñas dosis de éter o de cloroformo, y de que un tocólogo berlinés llamado Hallauer recurrió también a la narcohipnosis empleando algunas gotas de cloroformo para favorecer la inducción. M u y recientemente, M a h m u d Muftic ha estudiado en Dublín la sensibilización a la hipnosis modificando la noradrenalina y los inhibidores de los MAO^r Pero es sobre todo P. Brotteaux quien utiliza la escopocloralosa con este objeto. Hemos seguido de cerca este problema porque Brotteaux (farmacéutico en Bazas, Gironda), en 1931 nos había escrito interesándose por nuestros trabajos sobre la catalepsia, y hablarnos de su procedimiento pidiéndonos que lo estudiáramos. Hemos explicado ya en páginas anteriores cómo, después de haber recabado el consejo del profesor Tiffeneau (de la cátedra de Farmacología de París), luego de haber releído todos los trabajos de Charles Richet sobre la cloralosa, y tras haber experimentado repetidamente en nuestro laboratorio con Massaut sobre la acción de la escopocloralosa sobre el comportamiento y sobre el cerebro, así como su acción sobre la circulación cerebral en los animales (esta vez con David, Vallancien y la señorita Melzer), e s t u d i a m o s e x h a u s t i v a m e n t e ia acción de la escopocloralosa en el ser humano. Constatamos primeramente la notable acción del producto en la curación rápida de los accidentes pitiáticos. Los resultados aparecieron menos claros en otros tipos de neurosis o de psicosis. Proseguimos las investigaciones con nuestros alumnos Cornu, Schachter, Joubert, el doctor Mathey y la señora Mathey, y pudimos concretar el problema e inspirar dos tesis sobre el caso, una prime" M u f l i c , M.. «Are the cathecolamines-precursors of the catatonina», The Journal of the American Institute of hypnosis, vol. 12, n ú m , 1 , págs, 2 9 - 3 2 enero de 1 9 7 1 .
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ra debida a Schachter^^ y otra muy reciente y documentada a cargo de Joubert^®. Todas estas investigaciones han demostrado que la escopocloralosa puede determinar dos fenómenos diferentes: 1. Un sueño normal, idéntico al natural y eminentemente curativo en los accidentes histéricos. 2. Las dosis mucho más fuertes producen una hipnosis con catalepsia y disociación psíquica demostrativa de perturbaciones de importancia mucho mayor sobre la personalidad; y, aparte de que presentan menores efectos terapéuticos, suelen aportar inconvenientes más o menos serios sobre ei plan psicológico o psiquiátrico. En estas condiciones renunciamos a la hipnosis mediante escopocloralosa, y desde entonces hemos utilizado, en un sentido del todo diferente, la • escopocloralosa como cura de sueño. Este empleo se ha demostrado beneficioso incluso a veces al margen del pitiatismo, y estamos empezando a aplicarlo ahora en los casos de obsesiones graves. A nuestro entender ia escopocioraiosa constituye ia verdadera cura de sueño en psiquiatría. En el aspecto fisiológico, la escopocloralosa pone efectivamente en reposo la corteza cerebral, determinando con ello una distensión neurovegetativa. Pero esta acción fisiológica no elimina las acciones psicoterapéuticas, sino al contrario. Es precisamente durante la cura de sueño por la escopocloralosa cuando pueden ser utilizadas las sugestiones o las Schachter, L'assoclatlon scopolamine chioralose. Action physiologique experiméntale et thérapeutique en neuropsychiatrie, tesis, París, 1 9 3 4 , • " Joubert, P., Le scopochioralose. Action experiméntale. Applications diagnostiques et thérapeutiques principalement en neuropsychiatrie (obra premiada por la Academia de Medicina), tesis, Saiingardes, VilIefranche-de-Rouergue, Aveyron, París, 1 9 5 4 .
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persuasiones terapéuticas, lográndose superar ciertas resistencias dei paciente, apegado a su dolencia y a sus manías y poco dispuesto a desprenderse de ellas. Por otra parte, cuando la hipnosis medicamentosa resulta excesivamente divulgada o difundida, puede determinar algunas reacciones defensivas y recelos, como los ejemplos que hemos mencionado con referencia a la práctica masiva de hipnosis por la escopocloralosa. Un enfermo temía «que su espíritu le fuera arrebatado», y consideraba «la sugestión y el hipnotismo como uno de los sistemas tan empleados por la policía zarista», llegando a experimentar seguidamente ciertos fenómenos de transmisión del pensamiento. La familia de una joven afecta de aquel «sentimiento de vacío» que describió Janet, pensó que la chica había sido sugestionada e hipnotizada; formuló sus sospechas contra un anciano, consultó al arzobispo y recurrió a ciertos eclesiásticos especializados. Conviene no olvidar que gran número de enfermos mentales o nerviosos hipersensibles temen ser sugestionados o hipnotizados. Es fácil que padezcan delirios ante cualquier terapéutica que les recuerde semejante acción. Finalmente, si el propio principio de la hipnosis medicamentosa fuera llevado a desmedidos extremos, conduciría a fin de cuentas a realizar una cataiepsia experimentai én ei tiombre. Se recaería con ello en la medicina experimental sobre el hombre, con todos los problemas éticos y morales que se plantean y que nosotros hemos de estudiar con atención. Conviene recordar en última instancia que, tal como hemos demostrado con repetidos ejemplos, la experimentación en el hombre aporta menores resultados científicos que la que se realiza sobre los animales. Así, el estudio de la catalepsia ha logrado progresos mucho mayores a través de la experimentación animal que hemos descrito anteriormente, que ha
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permitido elucidar mucho mejor psicofisiología de este síndrome.
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Hipnosis y sueño Hemos mencionado en anteriores páginas las incesantes discusiones relativas a las relaciones entre la hipnosis y el sueño. Ciertos autores llegan casi a confundir la hipnosis con el sueño, aunque admitiendo algunas diferencias. Este problema requiere mejor precisión. Los resultados de nuestras abundantes experiencias sobre la catatonía experimental en los animales, realizadas mediante la bulbocapnina o bien recurriendo a otras drogas, han evidenciado con toda claridad que la catalepsia representa siempre un mayor grado de intoxicación del sistema nervioso que el sueño normal. Hemos observado que los productos determinantes de la catalepsia son a muy pequeñas dosis los productos que determinan el sueño, hecho que explica los fenómenos oníricos tan frecuentes en |a catalepsia y en la catatonía. La clínica humana nos ha demostrado una y otra vez que la catalepsia y la catatonía debidas a la toxina neurótropa del colibacilo intestinal llegan precedidas por períodos de somnolencia o de sueño verdadero. La experiencia de ia escopocloralosa nos ha enseñado que las dosis reducidas de este producto realizan la cura de sueño, mientras que las dosis mayores provocan la hipnosis. Por más que emparentados, los fenómenos del sueño y de la hipnosis no son idénticos. Sus relaciones pueden ser resumidas según la fórmula siguiente: Ei sueño constituye un reposo de ia personalidad, mientras que ia iiipnosis y ia cataiepsia representan una alteración de dicha personalidad.
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La psicofisiología de la hipnosis A pesar del número considerable de investigaciones efectuadas, la naturaleza psicológica y psicofisiológica de la hipnosis sigue siendo todavía muy controvertida. En un simposio internacional que organizó en P a r í s " , L. Chertok expuso sucesivamente las concepciones fisiológicas, las de psicología experimental y las psicoanalíticas de la hipnosis. Los elementos neurológicos fueron expuestos en dicho simposio por Black, Buser y Viala, quienes describieron los experimentos que habían realizado en el conejo, particularmente a nivel de la formación reticulada. Tras los t r a bajos de M a n g o u n , la atención se sintió atraída sobre el papel desempeñado por dicha formación reticulada en la conciencia, o mejor en la expresión de la misma. Se ha descrito un síndrome acinético especial, consecutivo a las lesiones de la sustancia reticular. Lhermitte ha publicado al respecto un interesante trabajo anatomopatológico. Hemos tenido ocasión de seguir dos casos de síndrome acinético, pero este tipo de síndrome resulta clínicamente muy diferente a la catalepsia espontánea o hipnótica, sin implicar particularmente los trastornos de vitalidad en la mirada observables en este último caso ni los caracteres de la catalepsia que hemos estudiado anteriormente. Se trata probablemente de un bloqueo de la expresión y ligeramente distinto del trastorno del pensamiento en la catalepsia. Lo mismo sucede con los síndromes de rigidez descerebral, muy diferentes, que comportan signos mesencefálicos y de una peculiar contractura, mientras que tales estructuras permanecen intactas en la catalepsia espontánea o hipnótica. Conviene no fiarse de las asimilaciones extendi" Psychophysiologhal mechanisms of hypnosis (Simposio Internacional dei IBRO), vol. 1 , Springer Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York, 1 9 6 9 ,
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das de la hipnosis hacia otros síndromes neurológicos, en los que el trastorno es más instrumental que psíquico. Las concepciones de Paviov han sido estudiadas por J . H a s k o v e c " . Durante la entrevista que sostuvimos con él en Berna, el propio Paviov nos expuso personalmente su concepción tan fielmente recordada por Haskovec, consistiendo esta en la idea de que la hipnosis viene a ser un sueño incompleto que implica todavía una parte de conciencia combinada con cierta disociación inhibitoria y con una excitación principalmente cortical. No se puede considerar a la hipnosis como un sueño incompleto: un sueño incompleto mezclado con vigilia resultaría un sueño ligero, en t a n to que la hipnosis afecta mucho más a la personalidad y representa un grado de alcance en el funcionamiento cerebral considerablemente más acentuado que el sueño. En este mismo simposio D. Langen''^ estudió las modificaciones en la circulación periférica durante la hipnosis y en el training autógeno de Schuitze, que estudiáremos en el capítulo siguiente. Los autores rusos Pavel, V. Simonov y ' D , I, Parkin^° han estudiado el cometido de los choques emocionales en ia hipnotización del animal y del h o m bre. Dichos autores hacen coincidir sus experiencias con un criterio expresado por W h i t e , y que considera hasta cierto punto al hipnotizado como a un actor representando el papel que le ha sido sugerido por el hipnotizador, aunque se trate de desempeñar un papel radicalmente opuesto a sus principios éticos o sociales. De acuerdo con semejante concepción, el hipnotizado vendría a ser una especie de juguete a merced de su hipnotizador, lo que no deja de ser inquietante. Los problemas del control de los sistemas Haskovec, J.,A corcicai evaiuation of the Paviovian Theory of hypnosis. '° Langen, D „ Perípherai changas in biood circuiation during autogenic training and hypnosis. ibíd, ^° Pavel; S i m o n c v V, y Parkin, D. i „ The role of emotionai Stress in hypnotisatlon of animáis and man, ibid., págs, 6 7 - 8 7 .
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sensitivos y las relaciones con el dolor son estudiados por P. D. W a l P . Otros articulistas tratan de la amnesia (Vladimir G h e o r g i u P , así como de las aportaciones de la hipnosis a la psicología experimental (E. R. H i l g a r d ) " , sobre la reducción del dolor, sobre la sensibilidad bajo hipnosis y sobre las sugestiones poshipnóticas. D. Rosenhau ha estudiado finalmente las vinculaciones entre la sensibilidad, la hipnosis y la personalidad^'*. Se observará toda la importancia y el interés c o n tenidos en estos estudios, que enfocan desde varios ángulos el problema de la hipnosis. Desde otra perspectiva, la hipnosis no ha dejado de ser abordada por el método electroencefalográfico. Chertok y Kramarz han consagrado un trabajo a este tema^^, proponiéndose principalmente la comparación electroencefalográfica de la hipnosis con el sueño. Los resultados han sido dispares, y los autores concluyen que «la naturaleza inconstante del criterio objetivo de la hipnosis, lo mismo en su aspecto cualitativo que en el cuantitativo, hacen muy difícil llegar a conclusiones definitivas». El profesor Granone ha dedicado por su parte prolongados estudios a la electroencefalografía durante la hipnosis, aunque sin lograr el descubrimiento de unas modificaciones realmente características. Entre las investigaciones afectuadas sobre la fisiología de la hipnosis, una de las más interesantes es la realizada en Londres p o r S . Patterson y sus cola" SNM, P. D., The physiology of controls on sensory with speciai reference, ¡bfd., págs. 1 0 7 - 1 2 . " Gheorgiu, V., Some particuiaríties of posthypnotic sources amnesia of information, ¡bid., págs. 1 1 2 - 2 2 . Hilgard, E. R., Experimentai psychology and hypnosis, ibId., págs. 1 2 - 1 3 8 . •^^ Rosenhau, D., Hypnosis and personaiity. A moderator variabie anaiysis, ibId., págs. 1 9 3 - 9 8 . ^° Chertok y Kramarz, «Hypnosis SIeep and electroencephalography», Jot/rnal of Nervous and mental disease, vol. 1 2 8 , n ú m , 3, marzo de 1 9 5 9 .
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boradores Bracchi,Passerini, Spinelli y Black^®. Estos autores han construido un aparato polígrafo de cinco canales que registra el electroencefalograma, los movimientos respiratorios, los latidos del corazón, el reflejo psicogalvánico y señales, Seguidamente, objetivando las reacciones, estos autores han podido con este aparato condicionar a los sujetos de manera que experimenten una sensación muy desagradable ante determinados sonidos agudos, sensación acompañada de una aceleración de los latidos del corazón y de reacciones neurovegetativas. De este modo han llevado a cabo una neurosis experimental en un punto limitado. Seguidamente someten al paciente de tal modo preparado a la hipnosis, de manera que sugiera la sordera con los sonidos agudos, y el audiograma muestra entonces que el enfermo está electivamente sordo para aquello cuya repulsión se le ha sugerido. Opinan •los autores que, en tales condiciones, los tonos agudos no llegan a ser registrados por la corteza, sino que quedan bloqueados por un sistema subcortical dependiente de la corteza. Tales experiencias plantean un problema tan importante como el del control voluntario de los síntomas psicosomáticos, problema planteado por Patterson y sus colaboradores, quieneshan realizado ciertos intentos de adiestramiento en diversos pacientes. Un caso análogo había sido ya registrado en Francia en casi iguales experiencias debidas al profesor Abrami y a la señorita Brosse, fruto de sus famosos estudios sobre el yoga efectuados en la India. Cuando la voluntad normal es impotente para modificar las funciones neurovegetativas, como por ejemplo el ritmo del pulso, ¿podrá un adiestramiento psíquico realizar tales fenómenos? Estudiaremos más adelante este problema, cuando nos refiramos a| yoga. Patterson, S,; Braochi, F.; Passerini, D,; Spineili, D. y-Biack, S., «Etude sur la physioiogie de 1'hypnose», Cahiers Laennec, págs, 2 4 - 3 0 , junio de 1 9 6 5 ,
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La hipnosis y ia personalidad La cuestión más importante a resolver es la acción de la hipnosis sobre la personalidad. La primera cuestión es la del efecto de la hipnosis sobre la conciencia. Todos los autores que se ocupan de hipnosis o de sofrología han intentado formular una definición de la conciencia, pero las definiciones teóricas suelen carecer de verdadero alcance. Ciertos autores, como H. Ey, parecen reducir la conciencia a la estructuración", pero la conciencia puede persistir después de la dislocación o desorganización de la estructuración, como hemos insistido en ciertas psicosis paranoides y en nuestro libro sobre la desorganización de la personalidad^^. A.través de un estudio clínico muy profundo será como podrá definirse la conciencia, como nosotros hemos tratado de hacerlo en nuestra obra de psiquiatría moral experimental, en la que dedicamos a este problema un importante capítulo^'. Hemos estudiado aquellos casos en los que la conciencia queda en suspenso, como en el automatismo epiléptico, donde los pacientes pueden llegar a ejecutar actos complicados, y escribíamos en el referido capítulo con relación a dichos automatisrnos: «Existe una importante parte de cierta actividad inconsciente a veces muy rica, intuitiva y profunda,' pero consistente en una actividad que ignora lo que está tiaciendo; puede sentir y enriquecerse con múltiples sensaciones, aunque se trata, de hecho, de unas manifestaciones ciegas, contradictorias, desordenadas, sin juicio ni comprensión sobre la naturaleza de las cosas, sin claridad, c o m o una especie de andar " Ey, H „ La Conscience. Grados, Madrid, 1967.]
PUF, París, 1 9 6 3 . (Trad. castellana La
conciencia,
2» Baruk, H., La désorganisation de la personnalité, PUF, París, 1 9 5 2 . ^= Baruk, H., Psychiatrie morale, experiméntale, individuelle et sociale, PUF, París, 1 9 5 0 . (Trad. castellana Psiquiatría moral y experimental, FCE, México.]
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a tientas en la noche, como una actividad casi dependiente de los reflejos y de los mecanismos a u t o m á t i cos que funcionan sin una reflexión rectora», «Es propio de la conciencia no sólo registrar las informaciones procedentes de nuestro cuerpo o del mundo exterior, sino también conocerla naturaleza de tales informaciones, de comprenderlas e interpretarlas, y extraer de ellas unas acciones adaptadas.» En resumen, la conciencia es una actividad que sabe lo que hace, según la misma etimología de la palabra conciencia. Existen entre la conciencia y la actividad automática inconsciente las mismas diferencias que entre un director humano inteligente y un ordenador, máquina ciertamente muy complicada y capaz de clasificar sin errores gran número de datos, pero que no sabe lo que está haciendo. Otro punto capital es que /a memoria queda vinculada con ia conciencia: por ejemplo, uno de nuestros enfermos, aquejado de equivalente epiléptico, t o m ó inopinadamente el camino de la estación de Saint-Lazare, adquirió allí un billete para El Havre, se instaló en el tren y llegó sin ningún percance a su destino, donde despertó bruscamente y se asombró de hallarse en aquella ciudad, sin conseguir acordarse de nada de lo sucedido. Sin embargo, sería un error separar radicalmente la conciencia de la inconsciencia, según la tendencia surgida después de Freud. Existen en realidad una Infinidad de transiciones insensibles entre la conciencia clara y perfecta y la inconsciencia del epiléptico. Las distintas variedades de psicosis y de neurosis representan diferentes matices de atenuación de la conciencia, como en el caso de ciert^ esquizofrénico aquejado de hebefrenocatatonía que tuvimos ocasión de tratar con F. Morel (de Ginebra), que declaraba: «Cuando bato palmas es para hacerme regresar a la sala, donde no estoy en espíritu, estoy en estado
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latente; es informe, deforme, produce cierto sonido acústico que me devuelve a la sala». En la obsesión el estado de duda procede frecuentemente de una conciencia insuficientemente aguda, carente de seguridades al pretender recordar si tal o cual acto ha sido realizado. Esta disminución en la agudeza consciente es muy frecuente en los numerosos casos que P. Janet ha descrito bajo la denominación de «sentimiento del vacío», y que se identifican a través del hecho de que, sin dejar de percibir todo el mundo exterior, el paciente carece del sentimiento de la realidad y de la vida, como si todas las cosas le resultaran artificiales, tan irreales como un decorado teatral, o también como si el individuo se sintiera embotado, disminuido, en estado presincopal, lo mismo que si estuviera alejándose de la vida y de sus realidades. Tales estados recuerdan mucho, por otra parte, lo que se puede observar durante ciertos efectos anestésicos de índole progresiva, o en el curso de determinadas intoxicaciones. Por ello consideramos preferible el término de subconsciente al de inconsciente. Definidas de tal modo las anteriores nociones, podemos abordar el problema de la acción hipnótica sobre la conciencia. Parece quedar fuera de duda el hecho de que, cuando es muy intensa, la hipnosis produce una suspensión total de la conciencia, suspensión confirmada por la amnesia consecutiva. En este caso, y a pesar'de las analogías anteriormente destacadas, la hipnosis se diferencia notablemente de la catalepsia espontánea, en la que la conciencia y la memoria son conservadas y donde el individuo se recoge en sí mismo. En esta var,i,edad de catalepsia espontánea o de catatonía, el enfermo suele vivir un sueño y se c o m porta en función de este sueño, como los enfermos que se creen muertos y que tapan su rostro con una tela a guisa de sudario. Es por ello que Moreau de
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Tours pudo escribir que la actividad psíquica implica dos aspectos distintos, uno abierto al exterior y a la realidad y abierto el otro hacia un mundo interior y los sueños; una actividad de vigilia y otra de sueño. Pero, aunque diferenciándose, la catalepsia espontánea está más cerca del sueño que la catalepsia hipnótica profunda. Esta última vendría a ser un estado intermedio entre la catalepsia espontánea y la epilepsia, representando así una alteración más acentuada de la personalidad. Esta alteración de la personalidad puede reflejarse también en otro ámbito de la conciencia: la conciencia mora/. Sin replantear aquí el problema de la conciencia moral, al que hemos dedicado numerosos trabajos, desde nuestra obra sobre psiquiatría moral, recordaremos solamente que dicha conciencia moral consiste de hecho en un juicio interior sobre el bien y el mal, juicio que puede ser ejercido de forma consciente o bien de una manera subconsciente. Cuando el juicio es de índole peyorativa determina el remordimiento; pero la sensibilidad de este juicio puede ser profundamente modificada según el estado patológico. Está exacerbado en la melancolía hasta el punto de producirse sin motivo, o quizá tan anestesiado en la hipomanía incluso ante los actos más escandalosos, Este juicio interno puede finalmente ser rechazado hacia el subconsciente, marginación que conduce a la desaparición de remordimientos y a la trasposición del sentimiento de autoacusación con derivaciones rencorosas contra inocentes, según el mecanismo psicológico de la víctima propiciatoria. Este es el problemia de los odios humanos, bien diferentes de la agresividad de los animales feroces, odios que están vinculados con derivaciones y falsificaciones dé la culpabilidad por trasponerla sobre las víctimas con vistas a una justificación ilusoria y terrible. Estos mecanismos son por otra parte frecuentes y conteniendo otros matices en
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la paranoia, presentando entonces una anestesia moral con respecto al propio interesado que le induce a explotar contra los demás aquella culpabilidad que rechazó para sí mismo, y asumiendo así la ventajosa posición de acusador y de justiciero. Según había observado ya Pinel, esta actitud es muy a menudo ia de los doctrinarios, es decir, de los hombres de sistemas. Denunciados en su época por Pinel, cuando quedaban representados por Broussais, han venido multiplicándose en nuestros tiempos tanto en los sistemas psicológicos como en los económicos o políticos. Recordadas ya estas nociones generales, nos interesa considerar ahora los efectos de la hipnosis sobre la conciencia moral. Quedando el hipnotizado en una situación tan indefensa y en manos de su hipnotizador, este puede sugerirle todo tipo de ideas, y hasta algunas contrarias a su ética habitual. Conviene no olvidar que cadp personalidad humana está regida por sus propias estimaciones y por su fe particular en una jerarquía de valores. Y, en una época como la nuestra, donde tales valoraciones se hallan tan sujetas a discusión, ¿cómo van a coincidir la jerarquía de valores del hipnotizado y del hipnotizador? Es por ello que hemos visto con cierta frecuencia cómo algún paciente poseedor de arraigadas convicciones religiosas suspendía sus visitas a un psicoanalista, para solicitar confiarse a otro psicoterapeuta que profesara su misma fe. Pero, cuando se trata de un tratamiento hipnótico, el enfermo no puede reaccionar y queda anticipadamente sometido. Este es uno de los peores reproches formulables contra la hipnosis, ya que no puede perderse de vista el hecho de que la destrucción de una jerarquía de valores representa un grave atentado contra la personalidad, un daño capaz de afectarla profundamente. Es bien evidente que no todas las personalidades poseen la misma firmeza sobre sus
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propias opiniones y criterios, sino que abundan las personas débiles o carentes de suficiente personalidad, lo que es para ellas un grave inconveniente. Por otra parte, son muchos los neurópatas o psicópatas que suelen lamentarse de ser incapaces de resistir a la personalidad de otros. Esta consciente debilidad de carácter ante los demás se experimenta como la peor de las inferioridades por toda persona con juicio. Cuando este juicio es eliminado o anestesiado, el hombre cae en un estado animal. Indudablemente, muchos hipnotizadores o psicoterapeutas proclaman y afirman su sentimiento de respeto hacia el enfermo. Tal proclamación es ciertamente sincera, pero a menudo existen imperceptibles matices entre la proclamación y ía acción, y también hay que tener en cuenta todos los casos y las distintas posturas. En un estudio sobre la historia de la hipnosis, el doctor Brisse1^° escribe: «Con el esbozo de un estudio de la "confianza" del enfermo hacia su médico será como terminaremos este estudio que ha tenido por tema la historia de la hipnosis, Y lo haremos para destacar la importancia actual sobre el análisis de la relación terapéutica, no solamente en las psicoterapias, sino también en todas las aplicaciones médicas, ¿En qué consiste esta confianza? Y, ¿qué nos demuestra la hipnosis? J . P, Valabrega lo especifica claramente en su libro citado al inicio de esta obra: la confianza del enfermo en su médico no es una confianza de reciprocidad, como la del amigo por el amigo, que se funda en la identificación con el prójimo, el aiter ego». «Es una confianza "anaclítica", parecida a ia del niño por el padre o la madre, basada en la identificación con el detentador de la autoridad o del poder.» «La hipnosis —añade Brisset— reúne todas las cualidades que f u n ^° Brisset, Clt., «Regard iiistorique sur l'tiypnose», Cahiers nose, pág, 2 1 , junio de 1 9 6 5 .
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damentan una autoridad de este tipo: utiliza al máximo posible todo lo que, en la relación interpersonal, puede fundar una identificación entre el paciente y el modelo poderoso que este busca: el aspecto mágico de los procedimientos, la pasiva espera de los resultados, la esperanza de una curación instantánea. La hipnosis realiza la confianza en la entrega, en el abandono pasivo y total del enfermo en las manos del " d e t e n tador del poder", que representa a sus ojos una actividad perfecta.» Este comentario del doctor Brisset expresa claramente y sin ambages la idea de que el paciente se abandona maniatado a su hipnotizador como a un amo, a un «detentador del poder». Por lo tanto, ¿cómo puede hablar de confianza en tales condiciones? La verdadera confianza no nace de unas relaciones entre amo y esclavo, sino precisamente del respeto mutuo, del «amor al prójimo como a sí mismo», según la expresión mosaica que significa-la identificación con los demás, que indica que uno se pone en el lugar de su consultante para ayudarle, sostenerle, cuidarle, sin engañarle nunca, y sin querer jamás avasallar su personalidad. La pureza de los actos y una dedicación inquebrantable en los mínimos detalles hace germinar la confianza, esa fuerza milagrosa que transforma todas las acciones humanas y que es uno de los principales factores de la curación. Este es el principio de nuestra «quitamnia», término procedente de dos voces hebreas bíblicas: «chitah», que significa método, y «amen» o «aemounah», que significa confianza, fe. Expresándose en el mismo sentido que Brisset, H. Ey escribe las siguientes consideraciones en el prólogo del libro de Chertok: «¿Poseemos el derecho de aprovecharnos de la inconsciencia de un hombre para descargarle del peso de su inconsciente? Opino que plantear el problema equivale a resolverlo, ya que es perfectamente legítimo —y sería incluso absurdo que
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no fuese así— que un médico que pretende un fin (la curación) no pueda emplear los medios (en este caso la hipnosis) para conseguirlo». Según este concepto, el fin justifica los medios. Pero estas afirmaciones no se hicieron para rehabilitar a la hipnosis entendida en este sentido ante quienes están preocupados por los derechos humanos. Asistimos al enfrentamiento de dos conceptos: por un lado, el que intenta conquistar la confianza mediante el dominio y el imperialismo, recurriendo si es preciso a procedimientos mágicos o.destinados a forzar la Imaginación, es decir, engañando; por el otro lado, el que sitúa en primer lugar la buena fe, la rectitud y la búsqueda de la verdad, y que rechaza todos los métodos fraudulentos, que piensa que el valor de los actos lo es todo y, sin querer conquistar la confianza, ésta surge espontáneamente ante la sinceridad hecha de recíproco respeto; la actitud dada por la autoridad verdadera, la autoridad moral, bien diferente de la autoridad de dominio y de avasallamiento. En cuanto a la expiicaciónpsicoanalítica déla hipnosis, aparece para Brisset como «una modalidad masiva de transmisión». «Los deseos del hipnotizado —abandonarse, entregarse, dejarse captar— y los del hipnotizador —tomar, fascinar, proteger, curar— coinciden en un mismo movimiento», escribe Brisset^''. Por otra parte, conviene recordar que los inicios del psicoanálisis surgieron de la hipnosis. Donnet^^ pone de relieve que la revalorización de la hipnosis en Estados Unidos se debió a los tratamientos de \as neurosis de guerra. Fue así como nació el hipoanálisis, es decir, la combinación entre la hipnosis y el psicoanálisis. La inducción hipnótica podría dar paso al psicoanálisis. La hipnosis favorece, por otra parte, la regresión del ^' Loe. cit., pág. 1 8 . Donnet, J . L , «Hypnose et transferí», Cahiers Laennec, de 1 9 6 5 .
págs. 3 1 - 4 3 , Junio
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yo. Donnet opina que la hipnosis aparece como un movimiento regresivo análogo a la despersonalización. Según Gilí y Brenman (citados por Donnet), «el estado hipnótico es una regresión psicológica inducida, conducente en el marco de una relación regresiva original a dos hacia un estado relativamente equilibrado y que asocia un subsistema del yo a unos niveles variados de control de los aparatos del yo». Freud considera que la sumisión del hipnotizado al hipnotizador es comparable a la sumisión de aquel que ama a la persona amada (aparte los propósitos sexuales). Fuera como fuese, la sumisión así de tal modo interpretada, el abandono de sí mismo a otra persona, a la que uno se entrega incondicionalmente, evoca unos problemas un tanto ambiguos y delicados. Todo este arsenal de ideas recuerda la capitulación, la entrega en una especie de rendición, algo muy distinto de la ayuda que se solicita a un médico, de hombre a hombre, de igual a igual. El concepto psicoanalítico, al igual que ciertos conceptos totalitarios, han introducido en nuestra época una noción más peligrosa que las guerras y las batallas de otros tiempos, es decir, la idea de la dominación y del imperialismo psicológico, juzgando al enfermo como obligado a capitular, a renunciar a su propia personalidad y a aceptar el yugo de la servidumbre moral, mucho peor y más humillante que la servidumbre material. Este concepto de capitulación en la hipnosis es tanto más importante por cuanto tiende a colocar al enfermo bajo condicionamientos. Es por lo que se insiste siempre en el consentimiento del hipnotizado. «Nadie puede ser hipnotizado si se muestra receloso al respecto», escribe S. Black en el capítulo «Hipnosis» de su libro iVIind and Body^^. El doctor Black estudia especialmente la catalepsia y la catatonía hipnótica, y Black, S., Mind tires, S W 1 , 1 9 6 9 ,
and Body, vol. 1 , W i l l i a m Kimber, 6, queen Anne's, Lon-
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explica que Rasputín se valía de este medio para realizar sus «avenidas de estatuas vivientes», divirtiendo así a la neurópata corte imperial de San Petersburgo,
La hipnosis animal Los animales no escapan a la hipnosis, y hemos podido estudiar personalmente la hipnosis animal practicada tanto en los pájaros como en vertebrados inferiores, como la rana e incluso los peces, hipnosis especial que vimos practicar en los Países Bajos cuando trabajábamos en el laboratorio de Fisiología de W . Gasthuis. Sin embargo, es indispensable conocer muy a fondo la psicología animal en el orden filogénico para llegar a comprender la hipnosis animal aplicada a estos seres, y tuvimos que adquirir estos conocimientos durante largos años en nuestro laboratorio de psicofarmacología experimental de la Escuela de Altos Estudios del Establecimiento nacional de Charenton^"*. En un trabajo aparecido en la Evoiution psyciiiatrique, L. Chertok^^ revisa la historia de la hipnosis animal y sus interpretaciones. El autor sitúa los inicios de dicha historia en 1 6 4 6 , en Roma, cuando P. Kircher realizó su famoso experimento atando las patas de una gallina y, tras hacerla acurrucarse sobre el vientre o un lado, determinó en ella una inmovilidad,como si la hubiera sumido en estupor, consiguiendo que dejara de moverse o intentar la fuga y se demostrara «totalmente sometida a su conquistador». Varios autores, particularmente Preyer, juzgan este estado como una especie de parálisis provocada por el miedo. Paviov estima que se trata de una reacción autoconservadora. Gilí y Brenman lo explican por el aislamiento sen" «Un laboratoire de catatonie expénmentale», Semaine des Hdpitaux de París, año 4 6 , n ú m . 2 5 , fase. «Información», 2 6 de mayo de 1 9 7 0 , Chertok, L , «Théories de l'hypnose anímale», Evoiution psychíatrique, n ú m . 3 , págs, 4 0 7 - 2 9 , año 1 9 6 3 .
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sorial, y Mangoid ha publicado un trabajo titulado Hypnose et cataiepsie ctiez Íes animaux. Por nuestra parte, habiendo dedicado desde 1 9 2 9 ininterrumpidas investigaciones a las diversas variedades de catalepsia animal, y tras haber creado con De J o n g la catalepsia y la catatonía experimental en los animales, opinamos que nuestras experiencias distinguen dos diferentes manifestaciones, agrupadas con frecuencia bajo el término genérico de hipnosis animal considerando la serie filogénica. Como hemos demostrado en nuestros registros de la rana con De J o n g , hay que recordar que en los vertebrados inferiores (peces, reptiles, batracios) esta variedad de animales presenta grandes fases de acinesia total sin ninguna vibración, acinesia entrecortada de impulsiones, de lo cual dan fe nuestros registros gráficos. Los reptiles pueden permanecer inmóviles como una piedra. La menor condición posicional y la ausencia de cualquier excitación exterior pueden favorecer este estado, en el que el animal parece identificado con los objetos inanimados. En los artrópodos puede también observarse el fenómeno de la inmovilidad refleja de Rabaud^^, fenómeno bien diferente de la catalepsia, y que, en determinados casos en los que se ha insistido frecuentemente, puede representar un instinto simulador de la muerte. En tales casos se trata de una inmovilización que puede interpretarse como reacción defensiva, miedo o institinto de autoconservación, pero nunca como una inmovilización atribuible a la catalepsia, ya que, tal como hemos proclamado una y otra vez, la catalepsia no consiste solamente en la inmovilización, sino en la Rabaud, E., «L'immobilisation réflexe et l'aotivité nórmale des arthropodes». Bul/, blol. France-Belgique, 5 3 , 1 9 1 9 y C. r. Soc. biol., 7 9 , 8 2 3 , 21 octubre dé 1 9 1 6 , «L'immobilisation réflexe des arthropodes et des vertebres», Revue gen. sel., 3 0 de marzo de 1 9 1 7 , y «L'iitimobilisation réflexe et l'instinct de simulation de la mort», J. Psychol., 8 2 5 , 1 9 2 0 .
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adopción activa de unas posturas impuestas desde fuera. La catalepsia supone asila suspensión de \ainiciativa espontánea del sujeto, con sometimiento a unas iniciativas impuestas. Para la suspensión de la iniciativa es necesario que tal iniciativa exista. Y nuestras investigaciones efectuadas en el Parque Zoológico de Amsterdam nos demostraron que, al estar prácticamente desprovistos de corteza (archicorteza de Kappers), los vertebrados inferiores carecen de dicha iniciativa verdadera. En tales condiciones la catalepsia' es imposible. Tal como hemos evidenciado con De J o n g , la catalepsia sólo puede producirse en las aves y en los mamíferos, es decir, en los animales provistos de corteza, en los que se observa una iniciativa espontánea imprevisible y del todo distinta a la acinesia-impulsiones de los vertebrados inferiores. Esta iniciativa se combina en los animales mejor dotados con una gran flexibilidad adaptativa, que les permite reacciones de defensa complejas, versátiles y adaptadas, que se expresan por medio de reacciones de fuga, de enfrentamiento o incluso de reacciones mímicas. Hemos estudiado particularmente y con Guilhot estas reacciones mímicas en los monos (iViacacus cynomoigus), constantemente en guardia contra el exterior y que reaccionan a la menor alerta con movimientos de la mandíbula, ya que la expresión mímica de la parte alta del rostro sólo aparece en los cinocéfalos o los antropoides. Estas reacciones tan prodigadas reflejan a la vez la ansiedad y la defensa. A m b o s fenómenos están vinculados. Es por ello que, si se procede a apaciguar la ansiedad natural del mono por un clordiazepóxido (librium), se le puede dejar abierta la puerta de la jaula y el animal come tranquilamente sus plátanos sin el menor cuidado hacia las amenazas externas, según pudimos demostrar con una película filmada con Launay. Por el contrario, cuando probábamos de
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abrir la puerta de una jaula ocupada por otros simios no preparados, los animales expresaban instantáneamente una gran excitación por medio de tensiones y abundantes muecas, terminando por brincar con la rapidez del rayo y llegando al extremo de que varios de nuestros monos en estas condiciones lograran escapar de nuestro laboratorio y, saltando tejados y árboles, irrumpieron en una escuela, donde los alarmados maestros y alumnos tuvieron que llamar a la gendarmería para darles caza. Estos hechos nos muestran el significado de la ansiedad como proceso defensivo de la personalidad. Sin duda, esta ansiedad puede ponerse en marcha sin causa justificada, pero nunca deja de ser un tipo de reacción, útil o superflua. Por ello la hipnosis no se da en los seres ansiosos ante este método, seres cuya ansiedad defiende su personalidad.
Conclusiones Todo lo que acabamos de exponer evidencia el significado general de la hipnosis. La hipnosis representa un intento de reducir a la nada ias reacciones defensivas de la personalidad y las manifestaciones de la «voluntad» del individuo, voluntad que se expresa de una parte a través de la iniciativa espontánea, y de otra parte por el control de sus reacciones internas. Estos procesos voluntarios^'' que parecen llegar a manifestarse en el mundo animal gracias al mayor o menor desarrollo de la corteza, según pudimos demostrar en nuestras investigaciones efectuadas con De Jong en el Instituto del Cerebro de Amsterdam (profesor Kappers), pueden ser neutralizados median" Baruk, H., «Le probléme de la psychophysiologiques», Journal de Psychologie 3 9 7 y sigs., julío-diclembre de 1 9 3 9 ,
volonté. Nouvelles données nórmale et pathologique, págs.
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te una acción tóxica (se trata entonces de las catalepsias y las catatonías experimentales, q u e hemos realizado con De J o n g mediante el recurso a diversos «tóxicos de la voluntad») o bien por una acción o una maniobra psicológica especial, c o m o la hipnosis. Hemos mencionado ya las analogías existentes entre la catalepsia tóxica y la hipnótica, casos ambos en los que el individuo queda son'ietido a ciertos condicionamientos y dejado sin defensa ante ias intervenciones ajenas. Es por ello que la hipnosis plantea unos problemas éticos y morales tan particulares, ¿Tiene alguien derecho, incluso con intenciones curativas, a aniquilar la personalidad de su paciente?; ¿llega en tales casos a ser el fin una justificación d e los medios? Cualesquiera que sean los propósitos, el método no .deja de consistir en definitiva en una especie de imperiaiismo, una situación en la cual el terapeuta estima proteger a su paciente contra sí mismo y se considera con tal propósito autorizado a asumir el derecho de dominarle; algo así c o m o ciertos países poderosos que, con el pretexto de proteger a otros menos dotados, se irrogan a sí mismos derechos siempre conducentes a menoscabar libertades e independencias ajenas. Queda así en entredicho la legitimidad de la hipnosis. Algunos autores propugnan una modificación en sus aplicaciones, y otros pretenden circunscribirla a la cura de sueño o a ciertos métodos relajantes, limitándola a una cura de distensión. Nos proponemos discutir más adelante este problema. Sea como fuere, estos hechos nos demuestran que, en la serie filogénica, y especialmente en el h o m bre, las adquisiciones recientes y de una índole tan elevada como la iniciativa, la adaptación y el control de los propios impulsos que le es inherente, persisten en estado de fragilidad*y pueden ser alteradas por ciertas acciones tóxicas o por determinadas maniobras psicológicas. Cuanda esta delicada capa superior
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de la personalidad es aniquilada, el individuo queda indefenso y pasivo ante el mundo exterior y se vuelve hacia sus propios sueños, hacia las visiones y las alucinaciones de su ámbito interno, situación que algunos partidarios del hipnotismo se empeñan en definir como el paso a un mundo mágico, a una especie de sueño cósmico o, según la expresión de Gastaut, de «éxtasis cósmico»^®, algo así como un estado de comunicación con los fluidos ocultos de los planetas y las estrellas, como un regreso a remotas idolatrías o hasta, para algunos, de llamada a los poderes de la muerte. Se ha afirmado que una tal disolución sería indispensable para lograr la posterior reconstrucción de la personalidad. Al margen de lo posible o imposible de tales metamorfosis y de sus azares, los enfermos mentales son quienes sufren precisamente las consecuencias de estas alteraciones de su voluntad, de su iniciativa y de sus controles íntimos, siendo a menudo devueltos a anómalos sueños. Es por ello que Moreau de Tours ha asimilado con la locura tales sueños, y también el motivo de que sean tantos los enfermos mentales que evidencian verdadero pánico ante cualquier intento de agresión contra su personalidad, atribuyendo con f r e cuencia a una acción externa los fenómenos de automatismo que tan dolorosamente experimentan, Y llegamos con ello al problema de la transmisión dei pensamiento. Este problema de la transmisión del pensamiento, o de la impresión de la transmisión del pensamiento, tiene un papel importante en psiquiatría y hace necesario recordar algunos de sus elementos para lograr una mejor comprensión de las reacciones defensivas con respecto a la hipnosis. Algunas personalidades Gastaut, H., Hypnosis andpresieep patterns. Psychophysiologicaimechanisms of hypnosis, loe. cit., pág, 4 3 , Springer Verlag, Berlín, Herdelten, Nueva York.
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particularmente sensibles creen tener la impresión de sentir determinadas «intuiciones» que les permiten enterarse a distancia de la producción de ciertos acontecimientos como, por ejemplo, la impresión de que el acto de una catástrofe les resulta inmediatamente percibible al incidir de pronto en su espíritu desde lejos y en el preciso instante en que la misma tiene lugar Se trata de la§ llamadas intuiciones o «premoniciones», y también de los «presagios» o «sueños proféticos» estudiados por Vaschide y Vurpas, y que nosotros hemos citado en algunos trabajos^^. Nos es imposible tratar aquí estos problemas pertenecientes a la parapsicología o metapsicoiogía, abordados por el profesor Ch. Richet. Pero la transmisión de pensamiento, tan frecuente en psiquiatría, es algo bastante distinto. Consiste, según expresión-de Lévy-Valensi, en una desposesión de la personalidad, con la impresión de un arrebatamiento fraudulento de pensamientos muy íntimos por parte de otra personalidad y con el subsiguiente y no deseado descubrimiento o adivinación del pensamiento privado y posible divulgación del mismo, o de las intenciones y actos pertenecientes a la propia i n t i m i dad, fenómenos todos tan admirablemente descritos por De Clérambaut en su famoso síndrome «S». A un nivel más desarrollado, el individuo puede experimentar cómo otras personas influyen y penetran en su espíritu con sus pensamientos impuestos, pensamientos siempre ajenos a su propia personalidad, o bien cómo su iniciativa privada queda dominada y regida por otra que viene así a desposeerle de su voluntad y su personalidad propias (síndrome de influencia de Séglas). Peor resulta el caso en que el individuo sometido a tales influencias siente como su propia boca se mueve accionada por el poder de ^' Psicosis y neurosis, apartado «Dormir y soñar», col, «¿Qué sé7», n ú m . 6 7 Oikos-Tau, Vllassar de Mar, 1 9 7 2 .
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aquellos pensamientos ajenos, y se oye pronunciar contra su deseo palabras que expresan ideas que n u n ca fueron suyas; se trata de una alucinación psicomotriz, combinada o no con la alucinación psíquica de Baillarger y Kandisky. Por otra parte, en otras ocasiones la transmisión de pensamiento y los síndromes de influencia guardan estrecha relación con íntimos impulsos surgidos del propio interesado, con afectos y repulsiones más o menos inconscientes que la imaginación personai puede llegar a proyectar al exterior y que parece reabsorber, imaginando entonces que le llegan impuestos desde el exterior en forma de sugerencias o pensamientos ajenos. Así ocurría en el caso de cierta muchacha de servicio que, por haberse enamorado de su patrón, sentía su voluntad dominada por él y le calificaba de «serpiente»; y también con una joven paciente que, tras haber estado hablando por teléfono con su médico y después de haber colgado el aparato, imaginó oírle decir: «Te amo» y, seguidamente: «eso es telepatía»; a partir de aquel instante, la joven oía como su médico le hablaba desde lejos y le decía que ella era «su esposa espiritual», llegando a convencerse a sí misma de que, efectivamente, vivía esta especie de «enlace en el espíritu». Pero los fenómenos llamados de «telepatía» y de «transmisión de pensamiento», así c o m o los de alucinación psíquica y de automatismo mental, guardan las más de las veces íntima relación con un delirio persecutivo. El individuo se cree entonces dominado por sus perseguidores, a los que supone empeñados en tratar de aniquilar su voluntad, apoderarse de su personalidad y destruir su cerebro. Personalidad y voluntad vienen a ser los bienes más preciados en el ser humano, y es por ello que toda persona está en constante guardia respecto a todo aquello capaz de atentar contra ellas. La enfermedad mental consiste justamente, y ante t o d o , en
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o cataiepsia
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una alteración capaz de afectar la personalidad y la voluntad, sustituyéndolas, tal como ha demostrado Baillarger, por los automatismos. Cabe entonces preguntarse si resulta legítimo que la terapéutica recurra a la imitación de este proceso negativo y destructivo de la enfermedad mental, penetrando con ello furtivamente en intimidades ajenas e introduciendo el peligro de perturbar todavía más una personalidad ya alterada. Tales son los problemas que plantea la hipnosis y sus métodos derivados, procedimientos que nos proponemos estudiar más adelante. La hipnosis plantea finalmente otra clase de problemas, c o m o , por ejemplo, la relación entre el cerebro y la personalidad psíquica. Este es un problema muy complejo y que pude debatir-ampliamente durante la conferencia que, bajo el título de«Brain and mind», pronuncié en octubre de 1 9 6 9 en el Passavant Memorial Hospital, de Chicago'*^. J u n t o con las localizaciones cerebrales consagradas a los medios a u t o máticos de ejecución de forma neurológica, el f u n c i o namiento global del cerebro concierne: 1. Al control de los mecanismos del pensamiento, control indispensable al funcionamiento de la iniciativa voluntaria. 2. A la percepción de las afluencias sensitivas y dolorosas y, en general, de las informaciones. 3. Al control cerebrosomático y psicosomático de las funciones viscerales y neurovegetativas. Los métodos hipnóticos o derivados de la hipnosis tienden a la abolición o a la inhibición de estos distintos controles. Es por ello que, con la suspensión de la iniciativa, y consecuentemente, de la independencia, conducen a: a) inhibir el control del pensamiento, con eí fin de indagar la naturaleza de ciertas ideas o c u l t a s ' y * Conferencia traducida del inglés al italiano y publicada por // Pensiero Scientifico, de Roma, Recentiprogressiin Medicina, vol. X L V I l l , n ú m . 5, mayo de 1970.
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liberarlas de a veces inmotivadas antecensuras. Este es el propósito del psicoanálisis y de los métodos parapsicoanalíticos b) suspender la percepción de los aflujos sensitivos penosos o dolorosos. De ahí los diversos métodos de anestesiología, de reducción del dolor y de relajamiento, representados por la anestesiología hipnótica ya comentada, por los distintos métodos de sofrología utilizados principalmente hoy en el arte dental y, finalmente, por muy análogos sistemas de relajamiento, entre los que el más representativo es actualmente el «traning» autógeno de Scfiultze c) alcanzar, en definitiva, los procedimientos ascéticos de adiestramiento, o más bien de inhibición psíquica, destinados a modificar, liberar o dominar el funcionamiento neurovegetativo, y que consisten en los métodos del yoga. Vamos ahora a estudiar sucesivamente estos d i ferentes métodos, y a recordar a continuación sus caracteres generales en forma de conclusión.
4 . El psicoanálisis y el d e s c u b r i m i e n t o del inconsciente tras la censura Psicoanálisis e hipnosis
La hipnosis había abierto en psicología el dominio de «lo oculto», y Freud emprendió conjuntamente con Breuer sus trabajos valiéndose de la hipnosis, a ia que había sido iniciado en el servicio de Charcot, aparte de haber sido influido por Bernheim, de Nancy. Puede así afirmarse que el psicoanálisis surgió en parte de la hipnosis, y que, por más que llegara a instituir sus m é todos propios, conservó, sin embargo, siempre y hasta cierto punto, la impronta de su origen. La hipnosis desvela las ideas ocultas, aun a costa de aniquilar en determinada medida el control, la censura y la independencia .del individuo. Por otra parte, falta saber suficientemente si, a pesar de este aniquilamiento, el paciente sigue o no defendiéndose inconscientemente, y si la supuesta conquista de su subconsciente no es pura ilusión. Después de haber utilizado la hipnosis, Freud no tardó en abandonarla y en recurrir hasta cierto punto a un método más neta-
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mente psicológico, consistente en interpretar la involuntaria irrupción hacia el exterior de las ideas formuladas durante el sueño o a través de los lapsos y de los actos fallidos. El genio de Freud radica justamente en haber sabido dar con este método psicológico, reemplazando con él al burdo sistema basado en la hipnosis. Pero los recursos elegidos por Freud solamente son aprovechables mediante un gran acierto interpretativo, y las ideas expresadas a media voz durante el sueño o los actos fallidos revisten las más de las veces un valor simbólico que nos vemos obligados a plasmar medjante nuestro lenguaje corriente. Es en esta traducción donde radica la clave de todo el psicoanálisis. No obstante, el método de interpretación utilizado por Freud plantea algunas dificultades. Existen, en efecto, varios postuiados en la base de esta interpretación. El primero de ellos reside en una finalidad generalizada. La represión de los pensamientos (o de algunos de ellos) y su confinamiento en el inconsciente es hasta cierto punto consecuencia de un propósito más o menos inconsciente por parte del individuo. Este rechazo sería atribuible a un confiicto entre algún deseo socialmente inconfesable (particularmente un deseo sexuai) y las prohibiciones sociales. Sería debido a tales prohibiciones como aquel deseo resultaría reprimido por una censura que sólo deja libre paso a los pensamientos concordantes con las exigencias sociales. El objeto del psicoanálisis consiste en favorecer la salida de aquellos pensamientos rechazados, con el fin de que, tomando conciencia de ellos, el individuo quede hasta cierto punto desensibilizado de su oculta influencia y llegue así a sentirse más reconciliado consigo mismo. Se consigue con ello una especie de liberación respecto a excesivos rigores y prohibiciones, capaces de llegar a conferir al individuo unos hábitos basados en el disimulo o la doblez, impidiéndole
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formarse una correcta conciencia sobre sí mismo, e induciéndole a ofrecer una imagen externa de su persona que no corresponde a su propia verdad. Queda fuera de toda duda que este descubrimiento ha alumbrado con nueva luz numerosos aspectos de la psicología humana, y que ha permitido una mejor comprensión del significado de las neurosis y de las psicosis, estudiadas hasta entonces de forma más bien descriptiva. Es p o r ello que, según recordábamos en una memoria publicada recientemente en la Gazette des Hdpitaux, el psicoanálisis ha tratado de sustituir la psiquiatría de los mecanismos del pensamiento por otra basada en la interpretación. Nada más lejos de nuestra intención que desmerecer el interés de los estudios sobre el significado de las neurosis y las psicosis, de los conflictos interiores o visibles que puedan motivarlas, y del profundo análisis de las relaciones entre el enfermo y su medio. Nos estamos ocupando de tales problemas desde hace un buen número de años, y no hemos dejado de poner de relieve nuestras observaciones sobre el significado fiiosófico de ciertos delirios, cosa que hicimos en nuestra obra Psyciliatrie morale experiméntale'^. Sin embargo, estimamos que conviene tener mucha prudencia para evitar la formulación de interpretaciones insuficientemente probadas, así como para establecerlas a priori y en sentido único. Y nadie nos negará que el psicoanálisis decide anticipadamente la realidad de ciertos postulados, tales c o m o el complejo de Edipo, la represión sexual y la primacía de los deseos. Aceptamos que estos postulados resulten interesantes en cierto número de casos, pero no que puedan ser sistemáticamente generalizados. El llamado complejo de Edipo (por otra parte bastante mal bautizado, ya que el mito griego de Edipo no simbolizaba '
Psychiatrie
morale experiméntale,
PUF, París, 1 . ' ed., 1 9 4 5 ; 2." ed., 1 9 5 0 ,
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en modo alguno el odio contra el padre ni el amor hacia la madre, sino que evoca la influencia de la fatalidad y de la némesis griega) intervendrá ciertamente en determinados casos, pero no en tantos c o m o para ser c o n s i d e r a d o c o m o una de las esenciales peculiaridades de la naturaleza humana; el odio contra el padre y contra aquellos que nos han hecho entrega de algo suyo, es más bien privativo de naturalezas ingratas, ya que todo espíritu elevado sabrá manifestar un mínimo de gratitud y nunca limitará su filosofía a la reproducida en Tótem y Tabú, consistente en el deseo de matar al padre para ocupar su lugar y apoderarse así de la madre. El parricidio y el incesto no pueden ser simbolizados como uno de los atributos esenciales del hombre normal, puesto que semejante propuesta amenazaría con invalidar todos los tipos de educación y llegaría a entronizar el crimen, convirtiéndose entonces en un factor corruptivo de las sociedades humanas. Lo mismo sucede con la generalización dei deseo como único móvil de todas ias acciones humanas. Este factor es ciertamente importantísimo, pero su sistematización absoluta amenaza con desfigurar increíblemente unas situaciones evidentes. ¿Puede, por ejemplo, admitirse que alguien abrumado por la congoja producida por la pérdida de un ser amado deseara inconscientemente la muerte del objeto de sus pesares?, ¿o que la víctima oprimida bajo el despotismo de un tirano deseara inconscientemente ser esta víctima? Una especie de orientación tan sistemática y paradójica amenaza con asfixiar el conocimiento de los verdaderos móviles de las acciones humanas individuales y sociales. En su libro y en la correspondencia que intercambió con Freud, Dorion^ destaca al respecto el hecho de que el médico vienes no dudó en utilizar la historia en provecho de sus teorías ^ Dorion, Haich
Moché,
Massada, Jarusalén, 5 . 7 0 6 ,
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psicoanalíticas, aunque lo hizo sin someterse a las indispensables comprobaciones científicas demostrativas de ciertos acontecimientos, sobre todo cuando admitió sin ninguna prueba (según reconocía personalmente en una de sus últimas cartas a Dorion) la afirmación del autor antisemita alemán Sellin (de la que este se retractó por otra parte ulteriormente), según la cual Moisés era de origen egipcio en lugar de judío, y había sido alumno de un sacerdote egipcio llamado A h a n a t o n , tendente este a unificar los dioses egipcios y a reducirlos al único «Sol». Semejante suposición, carente de todo f u n d a m e n t o , es c o m p l e t a m e n te opuesta al monoteísmo bíblico, que repudia decididamente la divinización del astro diurno y adora exclusivamente a un único Dios superior a la naturaleza. Dios sin forma ni representación material, pero identificado con la ley moral. Tales afirmaciones hipotéticas y carentes de pruebas son lo que han motivado que P. B a i l e y dudara de la naturaleza científica del psicoanálisis, cuestión que el profesor Alajouanine ha planteado al doctor Nacht en una reciente sesión de la Sociedad Moreau de Tours''. Sin entrar aquí en los detalles de los problemas que conciernen al psicoanálisis (detalles que hemos tratado ya en numerosos estudios, particularmente en nuestra conferencia ante la Facultad de Medicina de París con ocasión del centenario de Freud, así como en nuestros artículos La Nef, Entretiens de Bichat y Annaies médico-psychologiques, recordemos solamente que, en su obra Ei malestar en ia cultura, Freud hace hincapié en el célebre versículo de Moisés en el capítulo 19 del Levítico «Amarás al prójimo como a ti
^ Baiiey, P., Sigmund the unserene. A tragedyin three acts, prefacio de Grinl
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mismo», estimando que esta máxima no es más que un Credo quia absurdum Si bien el psicoanálisis ha realizado una verdadera revolución en psicopatología gracias al descubrimiento del inconsciente y del significado de las neurosis, así como liberando de pudibundez e hipocresía a la cuestión sexual, no deja de ser menos cierto que ha pasado por otra a un exagerado extremo opuesto y que ha acabado por adoptar la forma más de un sistema que de un método realmente científico, es decir, sometido .a controles, comprobaciones y polémicas críticas. Lo que aquí nos interesa es, por una parte, constatar que, como la hipnosis, ei psicoanáiisis queda mediatizado por ia noción de ia resistencia del enfermo y por la necesidad de vencer esta resistencia. Cuando un paciente no resulta curado durante un tratamiento psicoanalítico, los psicoanalistas atribuyen el fracaso a los efectos de su resistencia; y cuando este mismo enfermo logra su curación por otros procedimientos, los partidarios del psicoanálisis suelen abstenerse de dar respuestas explicativas al hecho. Nosotros hemos observado más de una vez el caso de un enfermo que, desconfiando del psicoanalista empeñado en imponérsele, pone en cambio su confianza en un psicoterapeuta comprensivo y paciente, capaz de ofrecerle mayores evidencias de cálido afecto, y al que acaba por otorgar espontáneamente aquella confianza, sin necesidad de que esta sea obligadamente conquistada. ' «Freud y el judaremo», conferencia pronunciada en la Facultad de Medicina el 5 de febrero de 1 9 5 8 , Revue d'Mstoíre de la Médecine hébra'fque, febrero de 1959. ' «De la psyctianalyse á la cliitannnie: le probléme des psychothérapies», Entretiens de Bichat, Médecine (Expansión méd, francesa), París, 1 9 6 5 . ' «La psychanalyse». La Nef, n ú m , 3 1 , Julio-octubre de 1 9 6 7 , ^ «La psycíianalyse et le monde moderna», Revue d'histoire de la Médecine hébrai'que, núms, 7 1 y 7 2 , julio de 1 9 6 6 ,
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E n c o n t r a m o s aquí n u e v a m e n t e los m i s m o s problemas que hemos considerado anteriormente respecto a la hipnosis. Por otra parte, la interpretación de la finalidad de los síntomas que, en determinados casos, puede aportar interesantes datos, queda en entredicho en otros pertenecientes a la psicofisioiogía. ¿Qué podemos pensar de la salida alucinatoria de ciertos pensamientos íntimos, como los observables durante los inicios de una crisis epiléptica o en los síndromes infecciosos o tóxicos? Interviene aquí la presencia de un factor fisiopatológico, derivado de causas ajenas al deseo no satisfecho. El psicoanálisis se limita finalmente al aspecto individual, dejando sistemáticamente de lado los problemas sociales. Estos últimos son en extremo importantes y fueron puestos ya de relieve por Adier, discípulo disidente de Freud, así como por J u n g en otro sentido, aparte de que la psiquiatría social ha adquirido en nuestra época un considerable desarrollo en Gran Bretaña y en otros países, orientándose en un sentido bien diferente al del psicoanálisis. La prolongación del método analítico, lo mismo que la repetición de la hipnosis, introducen en definitiva el peligro de disminuir la personalidad y de crear incluso a veces, en los casos de conflictos internos, nuevos motivos de pugna con el medio implicado, aparte de inducir a la agresividad en una culpabilización extendida y vinculada con la actitud de la víctima propiciatoria y con una especie de pseudomoralización acusativa. Vemos así cómo aquel psicoanálisis surgido de la hipnosis ha contribuido recientemente a un regreso a las prácticas que le dieron origen. Por otra parte, el propósito común a la hipnosis y al psicoanálisis (consistente en venopr i? resistencia del enfermo), ha c o n ducido al recurso qel narcoanáiisis, es decir, al
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psicoanálisis realizado por medio de un tóxico que inhibe la censura personal. Pero la experiencia ha demostrado que, incluso bajo el narcoanáiisis, el paciente sigue resistiéndose a no entregar sus secretos, aparte de que sus posibles revelaciones pueden resultar desfiguradas por el producto tóxico. Es por ello que el narcoanáiisis ha sido vivamente criticado y hasta invalidado en el dominio medicolegal y judicial. Se ha recurrido, finalmente, al uso de numerosos procedimientos derivados del psicoanálisis, tales ' como la interpretación de dibujos (particularmente de los realizados por niños), la interpretación de las maneras según las cuales se representa una ficción (psicodrama de Moreno), el sueño en vela de Dessoille, etc.
El problema de la anestesia y de la supresión del dolor se ha polarizado con bastante rapidez hacia la idea de la supresión de la percepción del dolor por el psiquismo. En efecto: cualesquiera que sean las causas periféricas del dolor, si el espíritu deja de percibir este dolor, el individuo queda liberado del sufrimiento y las operaciones quirúrgicas pueden ser realizadas. Dos métodos se han desarrollado hasta cierto punto paralelamente para lograr esta anulación de la percepción psíquica del d o l o r A un método psicológico como la hipnosis vino a añadirse el descubrimiento del psiquismo inconsciente, hecho muy justamente recordado por Lassner Escribe este que «la experiencia de la hipnosis condujo a la concepción del inconsciente en t a n t o que elemento dinámico del comportamiento humano. Fue observando a los pacientes sometidos a hipnosis por Charcot en la Saipetriére, y sobre todo por Bernheim en Nancy, como Freud llegó a concebir la idea de la existencia de una parte más o
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menos Inaccesible del "sistema psíquico", y como pudo atribuir a dicho inconsciente un contenido capaz' de actuar sobre la parte consciente. Este intercambio dinámico entre un mundo inconsciente compuesto por elementos reprimidos o rechazados por la conciencia, y por otro que emerge en cambio de un fondo hecho de pulsiones, combinándose ambos para asediar el " u m b r a l " de la conciencia, vino a aparecer como una descripción del conflicto que se desarrolla en el individuo en hipnosis entre aquello que desea como voluntad visible y aquello otro que se describe como produciéndose al margen de dicha voluntad». El profesor Lassner establece, no obstante, con evidente prudencia, la contrapartida dé esta noción, insistiendo sobre el peligro de los constreñimientos impuestos a la libertad y sobre los riesgos de considerar seguidamente al hombre desde la perspectiva de una determinación estricta para abolir la noción de la responsabilidad. Lassner escribe particularmente: «Este peligro aparece mayormente en las teorías psicoanalíticas, ya que sus partidarios se muestran deliberadamente propensos a defender un determinismo estricto. Un determinismo que niega el libre albedrío e impugna de hecho el sentido propio de la voluntad, juzgando como ilusorias tanto la voluntad como la libertad»^ Los peligros señalados aquí por Lassner se evidencian todavía mucho mayores en la práctica de cierto método que conoció su período de auge y que tuvo por objeto la supresión de las reacciones ansiosas y dolorosas del psiquismo, recurriendo para ello a realizar lesiones destructivas del cerebro, particularmente en el lóbulo frontal: nos referimos a la iobotomia. Es efectivamente sabido que los enfermos afectos de lesiones en los lóbulos frontales cerebrales se convierten fácilmente en seres eufóricos e indiferentes a la ' Lassner, ttL'hypnose, l'inconscient et l'involontaire». thésiologie, vol, 16, n ú m 7 . oágs, 8 8 9 - 9 8 , 1 9 6 8 .
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ansiedad, hecho conocido por todos los neurocirujanos. De ahí la idea de que, creando artificialmente semejantes lesiones, podría liberarse a ciertos enfermos de su ansiedad. Esta idea se debió primeramente a De IVIartel, eminente cirujano y alumno de nuestro maestro Souques, quien puede considerarse como el primer creador de la neurología francesa. El doctor De Martel acudió a consultarnos y a someternos la esencia de su idea. Pero nosotros le hicimos ver los peligros que entrañaba, y, dotado por su parte de un alto sentido de responsabilidad y sensibilidad humana. De Martel la abandonó. La sugerencia fue, sin embargo, adoptada por Moniz, quien realizó las primeras lobotomías en los enfermos mentales. El método fue entonces aplicado a considerable escala por Freeman, provocando s i m u l táneas y enconadas polémicas entre los psiquiatras debido a que, si bien el enfermo era en ciertos casos relativamente liberado de su «ansiedad», su personalidad moral sufría en cambio frecuentes alteraciones, consistentes en la pérdida del sentido de sus deberes y en perturbaciones en la apreciación del bien y del mal. Algunos pacientes llegaron a percibir hasta tal punto esta degradación, que se dio incluso el caso de que se registraran suicidios entre los lobotomizados. La iobotomia experimentó una evidente aceleración con los experimentos efectuados en Norteamérica por Jacobsen, quien observó cómo algunos monos adiestrados para realizar concienzudamente determinados trabajos demostraban total indiferencia hacia ellos después de haberles sido aplicado el método. Por estas y otras razones, particularmente por los tan usuales errores de diagnóstico, que exponían a crear una lesión cerebral definitiva en enfermos capaces de curar por otros procedimientos, nosotros hemos c o m batido la Iobotomia^ en apasionadas discusiones cien-
d'anes^ La désorganisation
de la personnalité,
PUF, París, 1 9 5 0 .
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tíficas. No tardamos en ser secundados por los profesores Morel y Senise. Tampoco dudamos en reclamar la proíiibición legal de semejante procedimiento, o p o niéndonos con ello abiertamente a H. Ey. Dicha prohibición fue promulgada oficialmente en la Unión Soviética a raíz de los trabajos de la señora Tchevtchenko, demostrativos de la posible extensión a todo el cerebro de las lesiones frontales, con riesgo de ulteriores agravaciones, y también tras las conclusiones del Congreso de los Médicos psiquiatras y neurólogos rusos, quienes invocaron la obra de Pavlov y la capital importancia de la corteza cerebral. La Iobotomia fue cayendo en progresivo descrédito, y hasta el doctor E. Moniz, que había sido su iniciador práctico, acabó aborreciendo las consecuencias del descubrimiento, y llegó al extremo de ni siquiera mencionarlo durante su discurso ante el Congreso Internacional de Lisboa, dedicado sin embargo a su obra científica personal, tan evidentemente considerable. Conviene, en efecto, establecer la debida diferencia entre los métodos /-eve/-s/¿/es ( c o m o la hipnosis), y los m é t o d o s irreversibles, como la Iobotomia. Abogando por los métodos reversibles, los inconvenientes de la hipnosis condujeron a que Caycedo creara en España el movimiento «sofrológico». Según explica este autor en su libro^, la sofrología tuvo, al igual que el psicoanálisis, su punto de partida en la hipnosis, que Caycedo había estudiado y practicado en el servicio del doctor López Ibor, en Madrid. Pero el valor de los resultados obtenidos no impidió que Caycedo advirtiera la inconstancia de las anestesias y, sobre todo, los abusivos empleos y las peregrinas interpretaciones que de este método se hacían desde los «pamfletos cinematográficos cultivadores del ^ Caycedo, A., Progreso en sofrología, prólogo de Pedro Pons y del profesor B. Sarro, vol. 1 , ed. por el Centro de Sofrología Médica de Barcelona, 1 9 6 9 ,
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terror hasta las misteriosas apreciaciones emitidas por todo tipo de guionistas y charlatanes profesionales», Caycedo estaba altamente impresionado por el ériterio expresado por el profesor Bumke en su Nuevo tratado de ias enfermedades mentaies, donde se c o n sideraba que la acción sugestiva era ejercida en la hipnosis «del modo más concentrado pero también más burdo», al tiempo que el autor añadía: «Las personas dotadas de suficiente autodominio, en las que cabe esperar una razonable capacidad para llegar a vencer sus trastornos psicógenos valiéndose de sus propias energías, no tendrían que ser nunca hipnotizadas; nos quedaría en caso contrario la amarga impresión de haberles roto psíquicamente una magnífica espina dorsal», Caycedo se había percatado de que era imposible una identificación de la hipnosis con el sueño natural, Y fue por estos motivos por lo que empezó por proponer la abolición del término «hipnosis» y su sustitución por otro vocablo que se relacionara con la raíz griega «sofrosine», constituyéndose así el término «sofrología». La sofrología así comprendida reúne bajo este vocablo una parte de la hipnosis y, sobre t o d o , el c o n junto de los métodos de relajamiento. Se trata, así, de un término genérico que se propone en definitiva el estudio de la conciencia humana y sus modificaciones. Caycedo entonces constituyó en España una importante escuela de sofrología, muy especialmente en Barcelona y bajo el patrocinio de los doctores Pedro Pons (presidente de la Real Academia de M e d i cina de Barcelona) y R. Sarro (profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la misma ciudad). El profesor Sarro ha puesto especial y justamente de relieve las diferencias que separan entre si a las psicoterapias prolongadas, como el psicoanálisis, de las
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psicoterapias breves, demostrando los inconvenientes de las primeras y escribiendo al respecto: «Las constantes innovaciones que Freud introducía en su obra tenían una razón de ser, ya que partían todas ellas de la dolorosa experiencia de que sus terapéuticas resultaban incompletas. Freud había esperado que el hecho de que sus pacientes " r e c o r d a r a n " el trauma fuera suficiente para lograr su restablecimiento, pero esta reacción no llegó a producirse. Y advirtió por otra parte, con una sorpresa sin duda agradable que, a pesar de no verse curados, los enfermos no abandonaban por ello el tratamiento»'*. Y el profesor Sarro añade, más adelante: «Empezó entonces a germinar en Freud la idea de que la curación de una neurosis era una empresa muy ardua, casi imposible. Había situado tan profundamente ias raíces de la neurosis, que quedaban prácticamente fuera de alcance. La única posibilidad consistía en el recurso a una psicoterapia profunda, profunda porque necesitaba llegar hasta la infancia, no solamente recordada, sino también revivida, realizándose esta reviviscencia por medio de la llamada "neurosis de transferencia". Cualquier intento de abreviar esta terapéutica equivalía a una i n c o m prensión de la esencia de la neurosis. Freud no a d m i tió nunca ninguna concesión en este aspecto. Lo mismo que el infierno de Dante requería el recorrido de todos sus vericuetos para llegar al más profundo de sus abismos, el psicoanálisis exigía igualmente que se cumplieran todas sus etapas para lograr un resultado». El profesor Sarro ha estudiado por otra parte el principio de la transferencia, y, refiriéndose al hecho de que el psicoanálisis padece el defecto de ser un método, más que laborioso, realmente interminabie, escribe: «La principal razón de esta duración hay que buscarla en el conjunto del " s i s t e m a " psicoanalítico, principalmente en la hipótesis que la relación entre Sarro Burbano, R., Progreso
en sofrología,
loe. cít., pág. 3 8 6 .
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enfermo y psicoterapeuta constituye una "transferencia", la repetición de una situación infantil que necesita ser reconocida y aceptada como tal». Of^oniéndose a esta psicoterapia prolongada, el profesor Sarro define las psicoterapias breves t e n d e n tes a,«alcanzar la máxima eficacia con un mínimo de t i e m p o y de esfuerzo», psicoterapias que puedan ser aplicadas no solamente por el especialista, sino t a m bién por el médico de cabecera. «No podemos esperar que la medicina general deposite su confianza en una psicoterapia que, como la psicoanalítica, se declare incapaz de convencer a nadie si no es conformándose con • el exclusivo recurso a cumplir un itinerario inacabable»; y añade dicho profesor: «La psicoterapia médica es un instrumento de transformación anímica dotado de un poder persuasivo muy inferior a las creencias religiosas o políticas. El procedimiento más rápido para transformar a un hombre es realizado transitoriamente, por contacto efectivo y de forma duradera, por medio de su ingreso en grandes m o v i mientos o instituciones colectivas orientadoras de los valores decisivos de toda vida humana. Freud sabía mejor que nadie que los recursos utilizados por el psicoterapeuta en su gabinete médico eran muy inferiores a tales grandes poderes colectivos». Cierto espíritu analítico, frío e incisivo, al que se añaden en el psicoanálisis un pesimismo congénito y una tendencia a la sospecha y a la culpabilización, no es el medio más idóneo para instaurar una confianza ni para devolver un equilibrio a la personalidad. El análisis sólo puede preceder, de hecho, a la síntesis, pues el análisis indefinido acaba disolviendo las fuerzas vitales. Pero el psicoterapeuta que posee el influjo de la simpatía, la ayuda cálida y comprensiva hacia su paciente, en un reconfortante ambiente de abnegada fe, este conseguirá siempre mucho más de lo que suele suponerse; los métodos sintéticos y redinami-
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zantes de la personalidad no son ninguna utopía y vienen sucediéndose desde Dubois y Vittoz (cuyo procedimiento sigue de actualidad en Francia gracias a la señorita Lefebvre, y continúa insuflando nueva vida a las voluntades), aparte de las enseñanzas imf?^rtidas desde Dejerine y Gauckier hasta la quitamnia que hemos mencionado, y con la aportación de la psicodidactia de Laignel-Lavastine y la señora de Volkov y muchas otras, sin contar con el método de Coué, del que volveremos a tratar. Volviendo a la sofrología, recordaremos que este método parece abarcar toda una serie de distintos procedimientos que derivan unas veces de la hipnosis y otras del relajamiento, tendiendo siempre a la distensión del enfermo y a disminuir su sensibilidad ante el sufrimiento. Caycedo la ha completado con el término de «Terpnos logos», vocablo al que R. Puncernau considera como «resucitado del arsenal histórico de la Grecia clásica», y que implica cierta noción mágica, la vaga idea de una plegaria y de una palabra agradable, tendente a facilitar la comunicación®. Los métodos sofrológicos han sido utilizados en actividades tales como la ginecología y la obstetricia en el parto sin dolor (J. M. Dexeus), en numerosos síndromes como el vértigo de Méniére, la enuresia nocturna, el glaucoma, la obesidad y otros (J. Duran), y en pediatría (Ternel), pero sobre todo en odontostomatología, en la angustia, los reflejos de salivación y al hábito a la prótesis, desempeñan una importante función, según observa U. Arias. La sofrología ha sido estudiada y aplicada en Francia por el doctor M. GabaT, que ha estudiado las reacciones derivadas del temor al dentista (ya evidentes en el examen de los dibujos infantiles), y que ha intentado objetivar los fenómenos por la micropletismografía, y ha añadido a los métodos sofrológicos la '
Caycedo, A., loe. cit.
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terapia a través de los sonidos®. Estima Gaba'í que el dentista tiene que dejar de evocarnos «al personaje castrador tan caro a los psicoanalistas», sino a un especialista capaz de mantener,tranquilo a su paciente; y considera también el problema de una hipnosis dental que, según opina, tiene que incitar a la prudencia^. El doctor GabaT ha publicado, además, un interesante trabajo sobre la psicosofrología en medicina dental infantil^, en el que analiza los diversos medios de calmar el temor del niño ante el dentista, y donde menciona los trabajos del doctor E. Berranger (autor de un libro titulado L'iiypnosoptiraiogie en art dentaire), y los trabajos de Durand de Bousingen sobre el relajamiento dialéctico, y sobre todo el libro del doctor R. Cherchéve L'hypnosophiroiogie en art dentaire, que acabamos de citar y que vamos a comentar. Los doctores E. Berranger y R. Cherchéve^ describen en su libro conjunto la labor realizada por la Sociedad francesa de Aplicaciones Sofrológicas, cuyo presidente de honor es el doctor Durand de Bousingen y donde, bajo la presidencia del doctor Cherchéve y la vicepresidencia del doctor Vidal, actúa un Comité compuesto por los señores IVIotte, Genton, Girod, GabaT, Benharino, Hubert, Allard, Lefay y Fieschi, además de la señora Reseurau-Rimbauld, y d e , l o s doctores GabaT, Marchand, M a r t i n e t y Berranger. Después de resumir en su libro la historia de la hipnosis y de sus diferentes métodos hipnóticos, los problemas de la conciencia en sus relaciones con el sistema nervioso central y con la vida organovegetativa, y tras haber completado el análisis de estos problemas con estudios clínicos, psicológicos y recu° GabaT, M., Théraple par les sons et sophrologle. ' L'hformatlon dentaire, «Hypnose dentaire et sophrologle», 2 3 de junio del 1966 " GabaT, IV1„ «Psychosophrologie en médecine dentaire infantile», Information dentaire. ' Cherchéve, R. y Berranger, B.. L'hypnosophrologíe en art dentaire, \io[. 1 Privat, Toulouse, 1 9 7 0 .
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rriendo a la grafología, aparte de que con la exposición de los datos electroencefalográficos relativos a ia conciencia, los doctores Berranger y Cherchéve c o m p e n dian la historia de la sofrología y aplican particularmente su bagaje de datos del arte dental. En un importante capítulo titulado «Los objetivos perseguidos por el especialista, o una psicoprofilaxis del arte dental», los autores estudian el papel y el significado psicológico del arte dental, y muy especialmente el problema de la reimplantación de los dientes (irnplantología dental), al que el doctor Cherchéve ha dedicado numerosos trabajos, así como las relaciones entre la implantología y la sofrología. Informan además sobre los datos que la sofrología les ha permitido obtener respecto a la profilaxis de las lipotimias, los trismos y la tan molesta salivación en la práctica d e n tal, así como los observados durante la extracción dental bajo anestesia sofrológica, y discuten f i n a l m e n te las circunstancias psicológicas concernientes al arte dental y el tránsito desde el «sacamuelas» hasta el cirujano-dentista, personaje reparador, destacando las diferencias entre las nociones de castración y la de reconstrucción. La sofrología obtiene gran ayuda en los métodos de reiajamiento, particularmente en el llamado «íra/ning» autógeno de Schuitz^°, método que ha logrado gran difusión y que utiliza un método de relajamiento hipnótico con sugestiones (sugestión de peso en un miembro seguida por una sensación de calor, y luego por ejercicios de regularización cardíaca, respiratoria, abdominal y de la región cefálica). Este método ha sido estudiado y aplicado en Estrasburgo por K a m m e rer, Durand de Bousingen y Becker. Pueden ser igualmente citados el método de relajamiento de Jacobson (fundado en ciertas relacionéis entre el estado emocio"> Schuitz, J . H., Le training autógena, PUF, París, 1 9 6 0 . |Trad, castellana Entrenamiento autógeno. Científico médica, Barcelona, 1969.1
Al
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nal y la tensión muscular), la autohipnosis de Stockvis, y gran niümero de otros procedimientos análogos. Caycedo completa estos métodos de «relajamiento estático» con su procedimiento de «relajamiiento dinámico», en el que confiere gran importancia a los ejercicios respiratorios y a la desobstrucción de las fosas nasales; lo designa con el nombre de«neti Kriya», y lo asimila hasta cierto punto con la práctica del yoga. Caycedo concluye, por otra parte, su libro con una introducción a la «India de los Yoguis», y con un intercambio de correspondencia con el Dalai L a m a " . Una parte de la obra lleva por título «La sofrología y su aproximación al pensamiento oriental». Y un reciente Congreso Mundial de Sofrología, que tuvo lugar en Barcelona del 1 al 5 de octubre de 1 9 7 0 , se convocó bajo el lema «la medicina occidental y la medicina oriental se citan en Barcelona». Todo ello nos lleva a comentar seguidamente lo esencial de los métodos del yoga.
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" s i n embargo, recordemos que mucfios métodos de relajamiento no se relacionan con ninguna mística de este tipo, y que son de Indole puramente científica y empírica. A s i ocurre, por ejemplo, con el método del Dr. Jockel, que c o m bina el relajamiento verbal con un fondo musical y apaciguador especialmente elegido al efecto.
6. El yoga, ¿ d o m i n i o del cuerpo?
El yoga es una práctica surgida de la India, muy antigua y remontándose, según M a s s o n - O u r s e l \ los siglos VI o V anteriores a la era cristiana, y que consiste en una ascesis solitaria destinada a obtener un d o m i nio espiritual del cuerpo, ascesis que puede relacionarse con una filosofía capaz de conducir ai «nirvana». El yoga es así una práctica y una ascesis. «Una práctica —escribe Masson-Oursel— encaminada a perfeccionarse por medio de ciertas maneras de realizarse.» Aclara dicho autor que el término «yoga», término sánscrito, significa una «junción». El que practica el yoga pretende una unión entre cuerpo y espíritu. «El yoga antiguo evita toda oposición entre espíritu y cuerpo. La regulación de la función respiratoria prepara la disciplina mental.» «Utilización mística de las f u n ciones vitales: esta es la finalidad de tan sutiles expertos en fisiología» —explica Masson-Oursel, que añade todavía: «Los empeños ascéticos de Vardhamanna Mahavira y de Buda, aquellos precursores del yoga en ' Masson-Oursel, P „ Le yoga, Eudeba, Buenos Aires.]
PUF, París, 1954-, [Trad. castellana El
yoga,
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la India, fueron excepcionales logros exentos de todo culto. Aquel yoga en el cual forjaron su maestría no era ninguna fe ni veneración, sipo un maravilloso deporte psicofisiológico». El yoga es una ascesis, y una ascesis solitaria. Especifica Masson-Oursel que el yoga no mantiene ninguna relación con la vida colectiva y social: nada de grupos, ni monasterios, ni organización en c o m ú n , sino sólo esfuerzo aislado, puramente individual. Esta ausencia de preocupaciones colectivas explica la ausencia de moral en el yoga, ya que la moral es f u n ción de las relaciones interpersonales y de sus leyes. Escribe el citado autor que «se nos explica aquí el motivo por el cual la tan religiosa o heroica india ignora aquello que nosotros denominamos " m o r a l " , una regla de costumbres válidas para todos los hombres... El yoga es una disciplina autónoma y voluntaria del comportamiento humano individual, y sólo ha implicado ciertas reglas monásticas al ser aplicado al budismo. Por muy determinado que sea el rigor mediante el cual excluye toda complacencia hacia sí mismo, el yogui sigue su propio camino como si se encontrara solo en el mundo. Su presencia entre las multitudes no le convierte por ello en social. Si bien su egoísmo fue aniquilado, t a m b i é n su altruismo quedó reducido a la nada». La enseñanza del yogui tiende así a disciplinar su organismo en una especie de «utilización mística de las funciones vitales», aunque se trate de una mística carente de dogma y de fe, de una mística ascética. Esta práctica ascética contiene, sin embargo, una evidente filosofía en su propio fondo. Acabamos de mencionar las relaciones entre yoga y budismo. La «psicagogía» del yoga se vincula t a m b i é n con el brahmanismo y con la tradición del Veda, un brahmanismo que, según Masson-Oursel, «inmoviliza a sus partidarios en una integral conservación del pasado». El obje-
£/ yoga, ¿dominio del
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cuerpo?
tivo final tiende a «anular la propia naturaleza, a evadirse de lo que uno es para alcanzar la liberación. Nuestro cuerpo no deberá servirnos sólo para los goces de la vida, ni nuestro espíritu para el saber». La finalidad consiste en «la forma de extirpar la creencia en lo real y las exigencias del / o » . «Ninguna posesión del ser ni beatitud, sino disminución integral de intereses y vanidades.»«Es la extinción, el nirvana, la liberación total.» El yoga es primordialmente una práctica espiritual y corpórea, capaz de conducir posteriormente a una filosofía y a una especie de evasión de la realidad. Entre los adeptos al yoga, son muchos los que se limitan únicamente a su práctica. ¿En qué consiste esta práctica? Según el rumano Eliade, citado por J . de Goldfiem^, «lo que importa en primer lugar para un yogui es su propia voluntad, su capacidad de dominio personal y de interiorización»; y ello se conseguirá partiendo de ciertas técnicas capaces de conferir a quien las practique adecuadamente un notable control físico y psíquico, junto con una gran serenidad y un equilibrado sosiego interior ¿Cuál es la esencia de estas técnicas? Encontraremos una detallada exposición sobre ellas en el libro t i t u l a do Yoga Praxis, de S w a m i Der Murti^, cuyos principios son resumidos por su discípula, la señora Escanecrabe, en el exergo; «Siembra un acto y recogerás un h á bito; siembra un hábito y recogerás un carácter; s i e m bra un carácter y recogerás un destino». El principio de los ejercicios del yoga se origina en la idea de que una parte de los defectos del ser h u m a no procede de su posición vertical y de la rigidez de su columna vertebral, mientras que el animal que se mueve sobre sus cuatro patas confiere una gran ^ De Goldfiem, J . , «Le yoga», Association genérale n ú m . 2 5 , págs. 6 4 y sigs., mayo-junio de 1 9 7 0 . = Der M u r t i , S., Yoga Praxis.
des Médecins
de
France,
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flexibilidad al encadenamiento de sus vértebras. La finalidad de los ejercicios apunta, así, a flexibilizar la columna vertebral y a devolverle una movilidad en todos los sentidos que, en el hombre mantenido en verticalidad, se limita a la rigidez de un tronco. Se derivan de ello una serie de ejercicios tendentes a facultar al cuerpo para la máxima articulación, direccionabilidad y aptitudes posibles. El segundo principio es la disciplina respiratoria, en su ritmo particularmente profundo combinado con todos los ejercicios, y en la desobstrucción de las fosas nasales, ya que la nariz viene a figurar como órgano esencial en el origen de la respiración. Esta desobstrucción nasal se obtiene utilizando determinados líquidos o recurriendo a la introducción de unos tubos de goma que, saliendo por la boca, contribuyen hasta cierto punto al drenaje de los conductos nasales. Se añaden a tales principios los relativos a la alimentación, con claro predominio del consumo de vegetales y ciertas precauciones relativas a la alimentación cárnica. La práctica del yoga, estudiada tan notablemente por la señorita T. Brosse, conduce a realizar una acción del psiquismo sobre las funciones orgánicas y neurovegetativas que soslayan normalmente los efectos de la voluntad. Se trata, pues, de una ascesis psicosomática, y así los yoguis consiguen llegar a modificar su ritmo cardíaco, invertir su peristaltismo digestivo, etc. Semejante disciplina se ejerce también con respecto al instinto sexual, imperativo que el hombre puede satisfacer, pero al que nunca debe quedar sometido, como sucede con los animales. La principal finalidad del yoga sería así el dominio de sí mismo, la marginación del cuerpo en aras de una serenidad exenta de angustias. El problema se plantea cuando se necesita deter-
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minar en qué consiste este dominio. Destaquemos el hecho de que la culminación del yoga implica una inversión de ios elementos habituales del problema. Todo dominio es generalmente buscado frente a los demás hombres, y los esfuerzos de entrenamiento y disciplina se realizan apuntando a la vida social, m i e n tras el hombre abandona el funcionamiento a u t o m á t i co de su organismo a las leyes neurovegetativas de las funciones involuntarias. El hombre se orienta así de hecho hacia la acción y hacia la sociedad, mientras que el yogui se desvía en mayor o menor grado de esta tendencia social para concentrarse en sí mismo, liberarse de las exigencias de su cuerpo y llegar a un dominio de sus funciones neurovegetativas. Y queda ahora por aclarar si esta evolución implica un aumento en el poder de la v o l u n tad, o bien una modificación de esta voluntad que la haga diferente. La comprensión de este problema nos lleva a recordar que todos los estudios comparativos de la psicología humana y animal* demuestran que aquello que confiere su superioridad al hombre consiste en su posibilidad de disciplinar y organizar sus instintos y pulsiones, sintetizándolos hacia una finalidad definida. En ello radica la característica de la voluntad, de esta facultad hecha de freno, contención y disciplina, que los griegos describieron como vo\ia, los latinos como ratio y los filósofos de la edad clásica como «razón». Es justo esta facultad de contener y de sintetizar lo que resulta alterado en la demencia, en la que el individuo ha «perdido la razón» y se convierte en juguete del azar y de sus impulsos. Su aptitud a la disciplina y a la contención permite al hombre actuar sobre el " Ver al respecto el volumen Psychiatn'e anímale (1 volumen bajo la dirección de Brion y H. Ey, Desclée de Brouwer), asi como la parte del tercer volumen de [os Annaies lyjoreau de Tours que hemos dedicado a la psiquiatría animal con los profesores B n o n y Fontaine, de la Escuela de Alfort, aparte de Baruk, H.,«La Psychiatrie anímale», Entretiens de Bichat, iVIédecine, 1 9 6 6 .
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medio extemo y garantizar con ello su independencia, y es también esta aptitud lo que queda inhibido en la hipnosis, realizadora en definitiva de lo que viene a perturbar la enfermedad mental, ya que el individuo cae en ambos casos en la catalepsia y bajo el dominio de las influencias externas. La suspensión de aquella facultad controladora provoca entonces el desarrollo de los automatismos, dando lugar a que, según recalca Baillarger al citar a Jouffroy en su famoso estudio sobre el papel de los automatismos en la locura, «el hombre llegue a anularse en tales casos y a vivir como un objeto». Se comprenderá perfectamente que, vista la importancia de semejante facultad, se le haya ido otorgando un valor cada vez más elevado, sobre todo durante el período clásico de los siglos XVII y XVIII, edad de la razón y del racionaiismo. Este racionalismo sitúa por encima de todo el papel del freno, la contención y la disciplina, dejando en segundo plano el de los efectos Y sentimientos que, en cualquier caso, necesitan quedar bajo la dependencia de los primeros. Pero el excesivo sometimiento de los sentimientos afectivos, tan importantes en el ser humano, introduce el peligro de determinar desasosiego y malestar, y.fue este inconveniente lo que condujo a la reacción freudiana a revalorizar la importancia de los deseos y las fuerzas irracionales, y a nuevas investigaciones para restablecer un equilibrio. Sin embargo, este equilibrio había sido ya conseguido en la civilización hebraica®. En tanto que el racionalismo dominaba a los filósofos griegos hasta el punto de dejarles escasos alivios, un justo término medio había sido logrado en la civilización de los profetas de Israel entre la educación esencial de la voluntad y de la autodisciplina y la inspiración abierta hacia ' Baruk, H., La cMlisathn ne, París, 1 9 6 5 ,
hébtaTque et la sclence
de l'homme,
vol, 1 , Zikaro-
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el mundo interior, orientación esta consagrada al principio altruista creador y director del universo, a la defensa de la vida, al control de la naturaleza, y a las tendencias creadoras de una sociedad humana justa, en la que el hombre se identificara con su prójimo. Fue aquella civilización hebraica lo que inspiró en parte a la cultura occidental, combinándose con la tradición racionalista griega. Pero cuando la armonía establecida por la combinación de estos dos influjos empezó a desequilibrarse, el mundo moderno osciló lentamente entre un racionalismo exclusivo y hosco y el retorno a un culto al instinto del paganismo (neopaganismo moderno). Entonces fue cuando surgió una orientación hacia la antigua civilización aria de la India, particularmente tendente al yoguismo. Hemos visto, no obstante, que el yoguismo es un egocentrismo desligado de las realidades sociales. Y, enfrentado con las dificultades de la realidad, el hebraísmo no dudó en aceptar sus imperativos y en tratar de moldearla para convertirla en un mundo justo y beneficioso para la dicha h u m a na. Teniendo en cuenta que el yoguismo soslaya este problema para encerrarse en sí rhismo, desprenderse de aspiraciones y necesidades, y evadirse pasivamente hacia el nirvana y la serenidad, se nos evidencia la inmensidad del abismo que separa ambas concepciones: impotente ante la realidad y eludiendo los problemas sociales, el yoguismo se limita a proyectar sus recursos sobre sí mismo mediante el dominio del propio cuerpo y de los poderes biológicos contenidos en las funciones neurovegetativas que no controla normalmente la voluntad. ¿Significa, sin embargo, este dominio, una especie de supervoluntad, o expresa por el contrario una insuficiencia de aquella virtud? Hemos visto ya que, en la catalepsia y en el entorpecimiento psíquico que la acompaña, se observan fenómenos psicosomáticos
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que afectan al corazón, a los órganos digestivos y otros, lo mismo que si el psiquismo viniera a proyectarse en los órganos internos al ser eliminado del mundo; este hecho se produce igualmente en la histeria. Y nos preguntamos si la orientación del psiquismo en este sentido representará un afianzamiento del psiquismo o, por el contrario, una debilitación de la personalidad reducida y concentrada sobre sí misma. Este es el problema que podemos plantearnos. Es indudable que el desarrollo de la personalidad provoca en su acción social una tensión nerviosa a veces considerable, generadora de ansiedad y de f a t i ga, tensión que no conviene forzar más allá de lo posible. Es por ello que el hebraísmo exalta las alternancias de actividad y reposo como ley esencial de la naturaleza, instituyendo con este fin el descanso del séptimo día (el sabbat] para el hombre y las criaturas, incluidos los animales domésticos, considerándolo como un «deleite» (oneg chabat) y como piedra angular de la civilización judaica- Pero nuestra moderna civilización técnica y mecánica tiende a subestimar desconsideradamente este reposo y a agotar con ello al sistema nervioso; pretende sustituir aquel sabbat con unas vacaciones que, las más de las veces, no consiguen otra cosa que desgastar mayormente al hombre en una desatinada persecución de placeres y que, por su duración, no respetan la reglamentada alternancia de la naturaleza y provocan, en definitiva, al final de su larga etapa, un nuevo esfuerzo readaptativo generador de frecuentes y nuevos trastornos nerviosos. Hemos visto que el yoga se preocupa de la alimentación, particularmente del consumo cárnico, También el hebraísmo atiende este aspecto, sin olvidar el no menos importante del cuerpo y de su higiene: cuida de reducir los estragos de la alimentación cárnica eliminando de ella la sangre, factor de vida.
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pero también de causas tóxicas, y recurre a una m o d i ficación en el sacrificio de las reses por sangría. Por otra parte, la crueldad contenida en este exterminio animal preocupa lo mismo a yoguis que a hebreos. La tradición judía sacraiiza entonces aquellos sacrificios, distinguiéndolos del asesinato y suprimiendo definitivamente con ello los sacrificios humanos, que habían deshonrado al paganismo. El animal viene así a proteger al hombre, cuya vida es sagrada, aunque el sacrificio de reses, indispensable para ia subsistencia h u m a na, se eleva y espiritualiza para no fomentar el crimen y el asesinato. Consiste todo ello en una serie de problemas fundamentales y siempre actuales en las civilizaciones humanas, sobre los que no podemos extendernos mayormente, y que ya hemos tratado en otros trabajos. Ateniéndonos nuevamente a las prácticas psicoterápicas, observemos que ciertos procedimientos de gimnasia relajatoria del yoga pueden contener algún propósito tendente a relajar al tan crispado hombre moderno; pero conviene no desbordar las medidas y evitar también el paso demasiado brusco desde una civilización excesivamente mecánica y orientada hacia la posesión del mundo, para caer de g o l p e e n exagerados despegos y concentraciones internas que convertirían en imposible todo contacto social y moral y amenazarían con derivar hacia la ataraxia. Volveremos a los problemas de la psicoterapia recordando la necesidad de tener en cuenta que la tensión ansiosa no es el todo en la enfermedad m e n tal, sino que uno de sus factores esenciales consiste en el temor a ia gravedad de ia doiencia. Todo paciente necesita en primer lugar el alivio de ser reconfortado. El enfermo que acude a la consulta viene a ser como un acusado en espera del veredicto del médico. Si este olvida la importancia de semejante factor y se limita a realizar sus investigaciones técnicas y a consi-
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derar al paciente como un simple objeto, deserta con ello de la labor más capital en su profesión y de su misma esencia sagrada y humana, sin la cual no llega ni siquiera a existir una verdadera ciencia médica. Esta noción es lo que encontramos en ciertas psicoterapias sintéticas que hemos citado anteriormente, desde la psicoterapia de Dubois, de Berna, hasta la quitamnia y el método de Vittoz, y en esta misma orientación es donde cabe situar t^ambién el método Coué, especie de autosugestión consciente para persuadir de la curación. Trabajos recientes reconsideran y estudian ia obra de Coué, que contribuyó, por otra parte, a la reputación alcanzada por la Escuela de Nancy. En un estudio presentado hace poco ante la sociedad Moreau de Tours, G. Lebzeltern pone de relieve cómo Coué se empeñaba en desarrollar la voluntad curativa latente en todo individuo, insistiendo en el hecho de que «el poder de la imaginación es algo orientable». La combinación de la psicoterapia y de los métodos farmacológicos ha sido igualmente desarrollada por numerosos autores, y los doctores D. Certcov y J . Calvo han fomentado recientemente la armonización del uso psicofarmacológico con la psicoterapia racional dialéctica.
Conclusión
La práctica prolongada de la psiquiatría, particularmente cuando se sigue tratando durante largo t i e m p o a los mismos enfermos, pone de relieve el inmenso valor de la personalidad humana y el drama consecutivo a su desmoronamiento o asfixia, La anulación de la personalidad viene a ser una especie de muerte. Así ocurre en esas sucesiones de prolongados estados de coma, incidentes con mayor frecuencia en nuestra época y durante los cuales suele c o n servarse la forma externa y hasta a veces la expresión mímica, pero sin que la personalidad logre manifestarse exteriormente, lo mismo que si se hallara encerrada entre sólidas paredes. La tan perfeccionada y profunda anestesia actual ofrece igualmente la imagen de una muerte seguida de resurrección; puede evocar el versículo bíblico «Dios hace morir y revivir», pero el menor incidente o inadvertencia son capaces de trágicas consecuencias. En las psicosis, y más particularmente en la esquizofrenia, la personalidad resulta amenazada y altera-
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da. Sucede a menudo que, en los inicios de la enfermedad, la personalidad amenazada se defienda con reacciones impulsivas y violentas, tal como puede verse en la hebefrenia delirante y en ciertos terribles accesos de ira que, en el aspecto colectivo, recuerdan la agresividad de algunos pueblos al producirse determinadas crisis nacionales. La tantas veces ciega reacción defensiva puede preceder al hundimiento. Esta reacción se manifiesta ocasionalmente a través del temor de ser objeto de una amenaza dirigida contra la propia personalidad, tal como se observa en buen número de enfermos afectos de delirio de persecución, que se imaginan acosados por invisibles enemigos cuyo propósito apunta a la destrucción de su personalidad o de su cerebro. En otros casos, la menor percepción de una disminución en la resistencia ante el influjo de las presiones ajenas favorece un delirio de influencia. Se observa con ello hasta qué punto es frágil el concepto de la propia personalidad, y cuan grande es el t e m o r a perderla. Pero, si bien la personalidad puede ser frágil, no es menos cierto lo extraordinario de su resistencia. Es frecuente observar cómo ciertos pacientes aparentemente desmoronados o disociados, a los que se suponía definitivamente perdidos, se restablecen a veces de forma milagrosa; recordamos el caso de cierto pintor famoso que, tras haber permanecido durante tres años en plena disociación, incoherencia y angustiosa mímica, empezó de pronto a expresarse normalmente una buena mañana, y tres semanas después daba una brillante recepción en la que derrochó espíritu e ingenio, realizando sus mejores obras de arte después de su enfermedad. En presencia de estos trastornos de la personalidad, así como al enfrentarnos con los fenómenos que hemos descrito como «personalidad profunda» (en la que el paciente aparentemente ausente sigue vibran-
Conciusión
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do, sufriendo y sintiendo sin poder manifestarlo), tenemos que sentirnos obligadamente impresionados ante las sorprendentes manifestaciones de la personalidad humana, que, lo mismo que una llama misteriosa, parece capaz de extinguirse y volver a brillar de pronto con renovada vida, evocándonos algo evidentemente sagrado. Cualquiera que sea la interpretación que se opte por dar a tales hechos, la actitud del médico sólo puede ser de máximo respeto y cuidadosa precaución ante el temblor de aquella llama, a la que debe considerar como la más elevada manifestación de la vida humana. La personalidad se abre a la vez en el hombre hacia el pensamiento y hacia la acción, elementos ambos inseparables. El pensamiento y la inspiración preparan los actos, que obedecerían de otro modo a simples impulsos. Y, según las necesidades, el propio pensamiento puede extenderse o concentrarse en la acción, o bien abandonarse en el relajamiento y prolongarse en el mundo de la imaginación y de los sueños. Una parte considerable de las neurosis y de las psicosis procede del incoercible predominio del pensamiento sobre la acción; cuando el paciente se muestra abierto solamente hacia el prolijo e incoherente mundo interior, llega a cortársele el paso hacia la acción, y su comportamiento es entonces el de un muerto en vida. Si el análisis es útil a la vida para prepararla, esta misma vida queda estrechamente vinculada con la acción y con la síntesis. La personalidad viene a ser con ello un poder infinitamente rico y eficaz, y de ahí la idea de investigar sobre los medios de actuar sobre ella. Hemos visto cómo esta personalidad puede estar profundamente influida por los tóxicos y los agentes químicos, hecho analizado al recordar la historia de los llamados «tóxicos de la voluntad».
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Pero son también numerosos los factores psicoiógicos capaces de actuar sobre la personalidad, Inaciéndose necesario establecer unos límites entre las acciones útiles y aquellas otras propensas a la nocividad, con el fin de determinar los fundamentos de las psicoterapias posibles. El primer problema a resolver consiste en decidir hasta qué punto el psicoterapeuta puede limitarse a ayudar a su paciente, y hasta qué otro tiene derecho a pretender dominarle, e incurrir con ello en el imperiaiismo psicoiógico. Una noción capital domina en este debate: no cabe la menor duda de que cualquier contacto entre dos individuos implica un intercambio de influencias entre ambas personalidades, en el que una voluntad mejor formada, convencida u organizada, es capaz de actuar sobre otra más débil o enferma. Es evidente que, en psicoterapia, la personalidad del paciente tiene grandes probabilidades de e s t a r e n desventaja respecto a la de un médico, cuya necesaria autoridad puede inducirle a tratar de imponerse para una mejor exploración de su enfermo. Pero la situación puede mantenerse en una muy aceptable normalidad si se consigue que tales intercambios tengan lugar de una forma equilibrada, abierta, cara a cara y en un plan de absoluta igualdad, La misma franqueza se convierte en un aliado cuando es del todo sincera, desinteresada y sin segundas intenciones, tendiendo exclusivamente al bien del enfermo, es decir, cuando se trata de una franqueza animada por un afecto verdadero y que busca realmente colocarse en el lugar de! consultante para hacerse mejor ¡dea de su situación. Tales reglas son las indispensables para cualquier psicoterapeuta consciente de su responsabilidad. La primera regla impone así actuar de forma correcta y, sobre todo, no engañar. El engaño figura
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Conclusión
con mayor frecuencia que el verdadero poder en el fondo de los procedimientos fraudulentos y en sus desastrosas consecuencias. No engañar equivale a desechar el empleo de aquellos «labios aduiadores» denunciados por cierto saimista, mezclando entonces la perfidia con un imperialismo oculto; esta es la noción fundamental que no conviene olvidar nunca en cualquier relación humana. Actuar con «justicia y rectitud» es una verdadera regia de oro, y es lamentable que no todos comprendan la importancia que esta conducta evidencia en los resultados, ni el extraordinario poder existente en el lenguaje de la verdad o la abnegación y el valor contenidos en la franqueza, condición insustituible para un buen entendimiento, el respeto recíproco y la auténtica paz. Nosotros hemos discutido ampliamente este problema refiriéndonos a Freud, quien, pareciendo ignorar el origen del versículo «Amarás al prójimo como a ti mismo», lo creía inaplicable porque desconocía quizá la aclaración contenida en los precedentes, tendentes a la idea de que, si alguien tiene algo que reprochar a su prójimo, le conviene tener el valor de hacerlo para despejar la situación y evitarse el recurso a la venganza (solamente los cobardes optan por ella), evidenciando así que ama al prójimo como a sí mismo... Pero estas nociones tan capitales, que hemos ¡lustrado con numerosos ejemplos en nuestra obra de Psychiatrie moraie son, por desgracia, una y otra vez olvidadas, subestimadas o juzgadas utóp¡cas, Se trata de un gran error, ya que todo psiquiatra que las aplique sincera y .profundamente consigue con ello una influencia extraordinaria. Fue así como, después de haber leído nuestra Psychiatrie moraie, el doctor M. In der Beck'' aplicó intensivamente aquellos principios en el hospital que dirige en Alemania y estudió particularmente la importancia del riguroso manteni' In der Beck M.. Praktische 1957.
Psychiatrie,
vol. 1 , Walter de Gruyter, Berlín,
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miento de io prometido, fundamento de ia confianza y de la paz. Semejante actitud no será nunca demostrativa de debilidad, sino que exige un doble esfuerzo implicador de tanto amor como firmeza. Es el tsedei< hebreo, f u n damento esencial de todas las ciencias humanas, y que concilla la fe con el culto a la vida. La actitud inversa consiste, por el contrario, en suponer que el fin justifica los medios, que la curación del enfermo exige anticipadamente disminuir su personalidad y avasallarle, valiéndose unas veces de la transferencia freudiana y recurriendo en otras a desposeerle de su independencia y de su capacidad de resistencia, o incluso engañándole e ilusionándole por medio de actitudes supuestamente mágicas y que recuerdan los artificios empleados por la brujería; todos estos métodos desembocan en resultados deplorables, ya que la personalidad que ha sufrido tales abusos y triquiñuelas acaba por darse cuenta de ello y por rebelarse, o bien, lo que es todavía peor, pierde la confianza en todo y queda entonces sin ningún principio válido al que poder asirse. Se fomenta así la desmoralización; entendida en el doble sentido de la palabra, es decir, la pérdida de toda moral y la desesperanza. Esta pérdida del sentido moral y de la fe en los valores morales conduce fatalmente a la desesperanza porque la vida carece entonces de explicación y aliciente; a los desdichados que la sufren no les queda otro camino que abandonarse, encerrarse resignados en sí mismos, volverse quizás hacia la negación y la muerte, o sucumbir finalmente a la introversión m e n t a F . T a l es el tributo exigido por cier^ Se trata también del mismo estado de espíritu que provoca el uso de la droga y.estas toxicomanías colectivas que se relacionan a veces con la búsqueda dei nirvana,.Y que suelen inducir a algunos pacientes a un viaje de iniciación hasta la india. Ciertos enfermos recurren también a la droga para favorecer el psicoanálisis mediante el relajamiento. Nosotros hemos descrito por otra parte, ciertas disociaciones consecutivas a tales actitudes, asignándoles la denominación de «esquizofrenia moral».
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tas actitudes turbias, malsanas actitudes de muerte y no de vida, siniestras actitudes que, combinando la seducción con el engaño, arrastran hacia el aniquilamiento a la personalidad ajena, condenándola a una siniestra ejecución. En un trabajo presentado durante el II Congreso., de la Sociedad francesa de Sofrología (celebrado en Versalles en septiembre de 1 9 6 8 ) , y que fue publicado por la señora M . Cochet-Deniaux, tuvimos ocasión de leer el siguiente párrafo: «La voz del sofronizador y el sonido del t a m b o r vienen quizás a ser, hasta cierto punto, una misma cosa. Si el redoble del t a m b o r sofoca la voz del enfermo, ¿dónde está la diferencia? La voz insinuante dei sofronizador oculta su odio, pues odio existe en realidad, es inútil engañarnos. La voz que seduce adormece para devorar, lo mismo que el canto de las sirenas arrastra al navegante hacia su perdición. Ulises no escapa por su parte de las sirenas, ya que le salen al paso Caribdis, remolino que engulle, y Escila, monstruo que devora a seis de sus compañeros. Fascinada y llena de terror, la víctima hechizada y prisionera del sortilegio acaba adorando a su seductor y odiando a su vencedor. El odio dei hechizado a d quiere por otra parte unas dimensiones comparables a sus propias facultades destructivas, y Homero, que estaba bien enterado de ello, hizo perecer en los f a mosos escollos y abismos a aquellos mismos que, al devorar a los bueyes de Helios, habían manifestado su propia voracidad. Es así como la seducción del sofronizador es vivida tanto más peligrosamente por el sofronizado cuanto menor sea la resistencia de este ante su propio deseo de volverse contra el otro. »Ello equivale a decir que el verdugo no es tanto quien suele suponerse, o más bien que entre la víctima, no del todo blanca, y el verdugo, t a m p o c o completamente negro, viene a representarse un juego porfiado, el juego de la seducción y de la muerte, el
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juego sagrado; y penetramos con ello en otra d i m e n sión, en la cual el t a m b o r de los hechiceros siberianos suena al unísono con el de los sacamuelas.» Este texto no hecesita comentarios. Responde hasta cierto punto a las citas de Ovidio hechas por Binswanger, evocadoras de la némesis, los dioses del Olimpo y las divinidades sedientas de sangre humana. Lo que más ha contribuido durante largo tiempo a desacreditar a la hipnosis ha sido, por una parte, el dominio ejercido por el hipnotizador sobre el hipnotizado; y también, por otra, el temor al engaño y el aspecto mágico de las técnicas hipnóticas, capaces en cierta medida de ser falseadas al intervenir en ellas ia sugestión, factor tan notablemente destacado por Bernheim y la Escuela de Nancy. Es por ello que las nuevas escuelas de sofrología procuran evitar estos inconvenientes, tratando de desprenderse en lo posible de la antigua hipnosis. «Existen importantes diferencias —escribe J . D o n n a r s entre la hipnosis clásica y la sofrología, en el sentido, sobre todo, de que la primera implica un engaño latente con su tendencia a hacer creeí' en el poder del hipnotizador sobre el paciente. En la sofrología se procura obtener, en cambio, la adhesión del propio individuo», y añade este autor que, en semejante caso, suele pedirse al paciente que «colabore activamente mediante el concurso de su propia voluntad». Sin embargo, es preciso reconocer que esta distinción se hace a veces muy sutil. Todo el problema de la sofrología' radica en definirla y delimitarla; hay que admitir que viene a quedar en una especie de situación intermedia entre la hipnosis y el relajamiento, y es por ello que no deja de plantear el problema de la conciencia. Hemos definido ya lo que es esta conciencia y establecido su papel de animador, pero el buen funcionamiento de esta animación y de esta dirección exige una organización de la personalidad.
Conciusión
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Esta organización de la personalidad (término que preferimos con mucho al de «estructura» y que los consejos de Angoulvent nos indujeron a adoptar como título para nuestra obra dedicada a este tema^, es de hecho lo que faculta una verdadera independencia de la personalidad, su resistencia ante los factores externos y sus posibilidades de iniciativa adaptada, objetivables mediante el ergógrafo de Mosso o, todavía mejor, con el piezógrafo*. Cuando la síntesis queda en suspenso, ya sea transitoriamente o de forma más prolongada, la personalidad pierde contacto con un mundo exterior sobre el cual no puede ya actuar, y se confina entonces en el mundo interior de los sueños y de la inspiración, hacia un mundo oculto, misterioso e infinito. Esta suspensión de la aplicación externa y este provocado confinamiento hacia un mundo interior, a menudo arbitrario y sin defensa contra el m u n do exterior que representan la hipnosis y los métodos derivados, que filosóficamente constituyen también una forma de evasión, una deserción ante la vida y el paso a una especie de muerte y aniquilamiento.
^ La désorganisation de ia personnaiité, vol. 1 , PUF, París, 1 9 5 2 , " La psychopatiioiogie expérimentaie, vol. 1 , col. «Que sais-je?», número 1.128, capítulo «L'initiative», pág. 8 2 y sigs., PUF, Paris.
Apéndice
Conviene mencionar como bibliografía el meritorio libro de P. Chauchard que lleva por título Hypnose et suggestion*, donde se considera el tan importante problema de la sugestión y de la sugestionabilidad en la hipnosis. Y hay que citar también, en io concerniente a la sofrología, los interesantísimos trabajos de J . D o n nars, particularmente los presentados ante el Congreso de Sofrología de Arcachon en octubre de 1 9 6 7 (reconsideración de la noción clásica de estructura a t r a vés de la experiencia sofrológica), y ante el Congreso de la Sociedad de Sofrología celebrado en Versalles en septiembre de 1 9 6 8 (R. Schneider, ed., Bayona), sobre Rapport de ia conscience et de ia reaiité, así como el estudio sobre «Sofrología y figuraciones mentales» (Primer Congreso de las Sociedades de Sofrología, París, 2 0 de octubre de 1 9 6 9 ) . * Trad. castellana Hipnosis
y sugestión,
Oikos-Tau, Vilassar de Mar, 1 9 7 1 .