ESTUDIOS DOCTRINALES
EDITORIAL VIDA
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ESTUDIOS DOCTRINALES Biblia de Estudio Pentecostal (Setenta y siete artículos escritos por autores de reconocida trayectoria Cristocéntrica)
Redactor General: Donal C. Stams Redactor Auxiliar: J. Wesley Adams
Editorial
VIDA
Digitadota de este documento: Sofía Patricia Martínez Revisión y corrección de Texto: Licdo: José Remberto Arévalo L U M I N A R E S Antiguo Cuscatlán, El Salvador. C. A.
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El pueblo evangélico se ve privilegiado al tener en sus manos La Biblia de Estudio Pentecostal (Hoy Vida Plena). Ella contiene setenta y siete artículos de carácter teológico, pensados para los grandes teólogos como para el laicado religioso, pues han sido preparados por hombres de reconocido testimonio, dentro y fuera del quehacer y adoctrinamiento bíblico-evangelizador. En el selecto temario que se aborda se incluyen gigantes respuestas para enormes preguntas, se aclaran las más oscuras y abundantes dudas, se pone al descubierto el más preciado tesoro teológico, con argumentación exclusiva de la Biblia, sin despreciar otras interesantísimas fuentes; y se auxilia con empeño y amor a los más preocupados estudiantes de la Escritura. Con entera confianza, presento esta edición exclusiva para mis amigos, la cual no comercializo, por no contar con el aval de los editores. Entiéndase que no he solicitado tal autorización. Amigo mío, te dejó frente a este caudal del saber.
Licdo. José Remberto Arévalo
E-mail:
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Antiguo Cuscatlán, Marzo de 2004
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LA CREACIÓN GÉNESIS 1:1. En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
EL DIOS DE LA CREACIÓN Dios se revela en la Biblia como un ser infinito y eterno, que existe por sí mismo y que es la Primera Causa de todo lo que existe. Nunca hubo un momento en que Dios no existiera. Como afirma Moisés: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Salmo 90:2); En otras palabras, Dios existió eterna e infinitamente antes de crear el universo finito. Él es anterior a todas las cosas creadas en el cielo y en la tierra, y está por encima y es independiente de ellas (1ª Timoteo 6:16; Colosenses 1:16). Dios se revela como ser personal que creó a Adán y a Eva “a su imagen” (Génesis 1:27). Por cuanto Adán y Eva fueron creados a la imagen de Dios, ellos podían responder a Dios y tener comunión con él de una manera amorosa y personal. También Dios se revela como ser moral que lo creó todo bueno y por lo tanto sin pecado. Después que Dios había acabado de crear, y estaba examinando lo que había hecho, observó que era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Como Adán y Eva fueron creados a la imagen y semejanza de Dios, tampoco ellos tenían pecado (Génesis 1:26). El pecado entró en la existencia humana cuando Eva fue tentada por la serpiente, o Satanás (Génesis 3; Romanos 5:12; Apocalipsis 12:9). LA ACTIVIDAD DE LA CREACIÓN Dios creó todas las cosas en “el cielo y la tierra” (Génesis 1:1; Isaías 40:28; 42:5; 45:18; Marcos 13:19; Efesios 3:9; Colosenses 1:16; Hebreos 1:2; Apocalipsis 10:6). El verbo “creó” (Hebreo bará) se emplea exclusivamente para referirse a una actividad que sólo Dios puede realizar. Significa que en un momento específico Dios creó materia y sustancia que no tenía existencia alguna en el pasado (Génesis 1:3). La Biblia describe la creación de Dios como desordenada, vacía y cubierta de tinieblas (Génesis 1:2). En aquel tiempo el universo y el mundo no tenían la forma ordenada que ahora tienen. Estaban vacíos, desprovistos de toda criatura viva y carente de toda luz. Después de esta etapa inicial, Dios creó la luz para disipar las tinieblas (Génesis 1:3-5), dio forma al universo (Génesis 1:6-13) y llenó la tierra de seres vivientes (Génesis 1:20-28). El método que Dios empleó en la creación fue el poder de su palabra. Una y otra vez se declara: “Y dijo Dios...” (Génesis 1:3,6,9,11,14,20,24,26). En otras palabras, Dios habló y fueron creados los cielos y la tierra; antes que se pronunciara la palabra creadora de Dios, ellos no tuvieron existencia previa alguna (Salmo 33:6,9; 148:5; Isaías 48:13; Romanos 4:17; Hebreos 11:3). 4
Toda la Trinidad, no sólo el Padre, desempeñó un papel en la creación. (a) El Hijo mismo es el Verbo poderoso por medio del cual Dios creó todas las cosas. En el prólogo del Evangelio según Juan, se revela a Cristo como el Verbo eterno de Dios (Juan 1:1). “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Asimismo, el apóstol Pablo afirma que en Cristo “fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles... todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16). Por último, el autor de la Epístola a los Hebreos asevera con énfasis que, por medio de su Hijo, Dios hizo el universo (Hebreos 1:2). (b) Asimismo, el Espíritu Santo tuvo un papel activo en la obra de la creación. Se le describe como “moviéndose” sobre la creación, preservándola y preparándola para la ulterior actividad creadora de Dios. La palabra hebrea para “Espíritu” (rúah) también puede traducirse como “viento” y “aliento”. Así da el salmista testimonio de la misión del Espíritu cuando afirma: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento [rúah] de su boca” (Salmo 33:6). Además, el Espíritu Santo sigue participando en el mantenimiento de la creación (Job 33:4; Salmo 104:30). PROPÓSITO Y FIN DE LA CREACIÓN Dios tenía razones específicas para la creación del mundo. Dios creó los cielos y la tierra como una manifestación de su gloria, poder y majestad. David dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1; Salmo 8:1). Al contemplar todo el cosmos creado --- desde el inmenso espacio del universo creado hasta la belleza y el orden de la naturaleza ---, no se puede menos que admirar la majestad del Señor Dios, el Creador. Dios creó los cielos y la tierra a fin de recibir la gloria y el honor que le corresponden. Todos los elementos de la naturaleza ---, el sol y la luna, los árboles del bosque, la lluvia y la nieve, los ríos y arroyos, las colinas y montañas, los animales y las aves --dan voces de alabanza al Dios que los hizo (Salmo 98:7-8; 148:1-10; Isaías 55:12). ¡Cuánto más Dios desea y espera recibir gloria y alabanza de los seres humanos! Dios creó la tierra a fin de suplir un lugar donde pudieran cumplirse su propósito y sus fines para el género humano. (a) Dios creó a Adán y a Eva a su propia imagen para que él pudiera tener una relación amorosa y personal por toda la eternidad. Dios concibió al ser humano como un ser trino (cuerpo, alma y espíritu, <1ª Tesalonicenses 5:23.>), que posee intelecto, sentimientos y voluntad para que pueda responderle con espontaneidad como Señor, y adorarlo y servirle con fe, fidelidad y gratitud. (b) Tanto deseó Dios esa íntima relación con la raza humana que, cuando Satanás tuvo éxito al tentar a Adán y a Eva para que se rebelaran y desobedecieran el mandamiento de Dios, él prometió enviar a un Salvador para redimir al género humano de las consecuencias del pecado (Génesis 3:15). De esa manera Dios tendría un pueblo para sí que disfrutara de él, lo glorificara y viviera en justicia y santidad delante de él (Isaías 60:21; 61:1-3; Efesios 1:11-12; 1ª Pedro 2:9). (c) La culminación
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del propósito de Dios en la creación está registrada en el libro de Apocalipsis, donde Juan describe el fin de la historia con estas palabras: “Y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:3). CREACIÓN Y EVOLUCIÓN La evolución es el punto de vista predominante sobre el origen de la vida y del universo, expuesto en la comunidad científica y educativa del mundo contemporáneo. Los que creen en la Biblia deben considerar estas cuatro observaciones en cuanto a la evolución. La evolución es un esfuerzo naturalista por explicar el origen y desarrollo del universo. Este punto de vista comienza con la suposición de que no hay ningún Creador personal y divino que hizo y formó el mundo; más bien, todo comenzó a existir por una serie de sucesos casuales que ocurrieron durante miles de millones de años. Los defensores de la evolución afirman que tienen información científica que respalda su hipótesis. La enseñanza de la evolución no es verdaderamente científica. Según el método científico, deben basarse todas las conclusiones en la prueba irrefutable deducida de experimentos que puedan reproducirse en cualquier laboratorio. Sin embargo, no se ha ideado ni puede idearse ningún experimento que pruebe y verifique las teorías en cuanto al origen de la materia, a partir de una supuesta explosión gigantesca o en cuanto al gradual desarrollo de los seres vivientes de las formas más simples hasta las más complejas. Por consiguiente, la evolución es una hipótesis sin “prueba” científica y debe aceptarse por fe en las teorías humanas. La fe del pueblo de Dios, por el contrario, está en el Señor y en su revelación inspirada, la cual afirma que él es quien hizo todas las cosas de la nada (Hebreos 11:3). Es innegable que ocurren cambios y desarrollos dentro de diversas especies de seres vivientes. Por ejemplo, se están extinguiendo algunas variedades de especies; por otra parte, a veces se ven nuevas razas que se forman dentro de las especies. Pero no hay prueba alguna, ni siquiera en el registro geológico, que respalde la teoría de que alguna vez una “especie” de ser viviente evolucionara de otra “especie”. Mas bien, la prueba existente respalda la afirmación bíblica de que Dios creó cada ser viviente “según su especie” (Génesis 1:21,24-25). Los que creen en la Biblia también deben rechazar la teoría llamada evolución teísta. Esa teoría adopta la mayor parte de las conclusiones de la evolución naturalista, sólo añadiendo que Dios comenzó el proceso evolutivo. Semejante teoría niega la revelación bíblica que le atribuye a Dios una función activa en todos los aspectos de la creación. Por ejemplo, todo verbo principal en Génesis 1 tiene a Dios como sujeto, salvo Génesis 1:12 (en que se cumple la orden de Dios dada en el v.11) y la frase reiterativa “fue la tarde y la mañana”. Dios no es un pasivo supervisor de un proceso evolutivo; más bien, es el activo Creador de todas las cosas (Colosenses 1:16)
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EL LLAMAMIENTO DE ABRAHAM GÉNESIS 12:1-3. Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
El llamamiento de Abram como se registra en Génesis 12 (más tarde Abraham Génesis 17:5.) inicia un nuevo capítulo en la revelación del Antiguo Testamento del propósito de Dios para redimir y salvar a la humanidad. Dios se proponía tener a un hombre que lo conociera y le sirviera con fe devota. De ese hombre saldría una familia que conocería, enseñaría y guardaría los caminos del Señor (Génesis 18:19). De esa familia saldría una nación escogida, compuesta de personas que se separarían de los malos caminos de las demás naciones para hacer la voluntad de Dios. De esa nación saldría Jesucristo, el Salvador del mundo, la prometida simiente de la mujer (Génesis 3:15; Gálatas 3:8,16,18). Hay varios principios importantes que se pueden deducir del llamamiento de Abraham. El llamamiento de Abraham implicaba separarse de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre (Génesis 12:1) a fin de ser extranjero y peregrino sobre la tierra (Hebreos 11:13). En Abraham Dios estaba estableciendo el importante principio de que su pueblo debe separarse de todo lo que sea un estorbo a su propósito para la vida de ellos. Dios le prometió a Abraham una tierra, una gran nación por medio de sus descendientes, y una bendición que afectaría a todas las naciones de la tierra (Génesis 12:2-3). El Nuevo Testamento enseña con claridad que la última parte de esa promesa se está cumpliendo en la proclamación misionera del evangelio de Cristo (Hechos 3:25; Gálatas 3:8). El llamamiento de Abraham no sólo abarcaba una patria terrenal, sino también una celestial. Su visión llegó a abarcar un hogar definitivo ya no en la tierra sino en el cielo, y una ciudad cuyo arquitecto y constructor era Dios mismo. De aquí en adelante Abraham deseó y buscó una patria celestial donde habitaría para siempre con su Dios en justicia, gozo y paz (Hebreos 11:9,14-16; Apocalipsis 21:1-4; 22:1-5). Hasta entonces él sería extranjero y peregrino sobre la tierra (Hebreos 11:9-13). El llamamiento de Abraham no sólo incluía promesas, sino también obligaciones. Dios exigía tanto la obediencia de Abraham como la entrega personal a él como Señor a fin de recibir lo que fue prometido. La obediencia y la entrega comprendían: (a) confianza en la palabra de Dios, aun cuando la realización de las promesas pareciera humanamente imposible (Génesis 15:1-6; 18:10-14), (b) obediencia a la orden
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de Dios de irse de su hogar (Génesis 12:4; 15:6; Hebreos 11:8) y (c) un sincero esfuerzo por llevar una vida recta (Génesis 17:1-2). La promesa y la bendición de Dios para Abraham se ofrecen no sólo a sus descendientes físicos (judíos creyentes), sino también a todos los que en verdadera fe (Génesis 12:3) aceptan y siguen a Jesucristo, la verdadera “simiente” de Abraham (Gálatas 3:14-16). Todos los que tienen fe como la de Abraham son “hijos de Abraham” (Gálatas 3:7.) y son bendecidos con él (Gálatas 3:9). Se convierten en el linaje de Abraham, herederos según la promesa (Gálatas 3:29), que incluyen recibir “por la fe ... la promesa del Espíritu” en Cristo Jesús (Gálatas 3:14,). Por cuanto Abraham tenía una fe en Dios que se expresaba en obediencia, se le declara como magno ejemplo de la verdadera fe salvadora (Génesis 15:6; Romanos 4:1-5, 16-24; Gálatas 3:6-9; Hebreos 11:8-19; Santiago 2:21-23; Génesis 15:6). Cualquier profesión de fe en Jesucristo como Salvador que no implique obediencia a él como Señor no es la clase de fe que Abraham tenía y en consecuencia no es verdadera fe salvadora (Juan 3:36).
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EL PACTO DE DIOS CON ABRAHAM, ISAAC Y JACOB GÉNESIS 26:3-5. Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, Y Te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, Continuaré el juramento que hice a Abraham tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.
LA NATURALEZA DEL PACTO A través de toda la Biblia se describe en forma de “pacto” la relación de Dios con su pueblo. La palabra aparece por primera vez en Génesis 6:18. y se extiende hasta el Nuevo Testamento, donde Dios hizo un nuevo pacto con el género humano en Jesucristo. Al entender el pacto de Dios con los patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob), se aprende cómo Dios quiere que vivan los creyentes en su relación de pacto con él. El nombre del pacto especial de Dios como se revela en la Biblia es el nombre Yahveh (traducido “Jehová”; Génesis 2:4; Éxodo 3:14). Inherente en este nombre del pacto están la bondad de Dios, su interés redentor por la raza humana, su fiel presencia con su pueblo, y su deseo de estar en comunión con ellos y ser su Señor. La promesa fundamental del pacto es la promesa del Señor de “ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” (Génesis 17:7). De esa promesa dependen todas las demás promesas que forman parte del pacto. Quiere decir que Dios con determinación inalterable se obliga a sí mismo con su pueblo fiel para ser su Dios, y que a ellos les da en amor su gracia, protección, bondad y bendición (Jeremías 11:4; 24:7; 30:22; 32:38; Ezequiel 11:20; 36:28; Zacarías 8:8). El propósito supremo del pacto de Dios con el género humano era dar salvación, no a una sola nación en especial (Israel), sino a toda la raza humana. Ya con Abraham, Dios prometió que en él serían benditas “todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3; 18:18; 22:18; 26:4). Dios extendió su gracia del pacto a la nación de Israel a fin de darla por “luz de las naciones” (Isaías 49:6; 42:6). Eso se cumplió mediante la venida del Señor Jesucristo como Redentor, cuando sus seguidores comenzaron a difundir el mensaje del evangelio por todo el mundo (Lucas 2:32; Hechos 13:46-47; Gálatas 3:814). En los diversos convenios del pacto que Dios hizo con los seres humanos a lo largo de las Escrituras, son operativos dos principios: (a) Sólo Dios estableció las promesas y obligaciones de su pacto, y (b) se espera que los seres humanos las acepten en fe obediente. En algunas ocasiones Dios esbozó por adelantado las promesas y responsabilidades de ambas partes; sin embargo, nunca hubo la posibilidad de negociar con Dios en cuanto a las estipulaciones del pacto.
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EL PACTO DE DIOS CON ABRAHAM Cuando Dios entró en la comunión del pacto con Abraham (Génesis 15), en forma explícita ofreció varias promesas que tenía reservadas para él: Dios como el escudo de Abraham y galardón (Génesis 15:1), muchos descendientes (Génesis 15:5) y la tierra de Canaán como su herencia (Génesis 15:6-7;17:8; 12:1-3). Dios le pidió a Abraham que respondiera en fe a esas promesas, que las aceptara y que confiara en él como su Señor. Por cuanto así lo hizo, Abraham fue aceptado por Dios como justo (Génesis 15:6) y fue ratificado en una relación directa con él. No sólo era necesaria la fe, en aquel momento, para recibir el pacto; sino que Dios también exigía que, si las bendiciones del pacto iban a continuar, Abraham tenía que hacer un esfuerzo sincero para agradarle mediante una vida obediente. (a) Dios exigió que Abraham anduviera delante de él y fuera “perfecto” (Génesis 17:1). En otras palabras, si su fe no iba acompañada de la obediencia (Romanos 1:5), Abraham se descalificaba a sí mismo para participar en los eternos propósitos de Dios. (b) En un caso específico, Dios probó a Abraham al ordenarle que sacrificara a su hijo Isaac (Génesis 22:1-2). Abraham pasó la prueba y, por consiguiente, Dios prometió continuar su pacto con él (Génesis 22:18). (c) Dios le informó a Isaac en forma precisa que las bendiciones del pacto todavía estaban vigentes y pasarían a él, porque Abraham había obedecido su voz y guardado sus mandamientos (Génesis 26:4-5). Dios les ordenó de modo específico a Abraham y a sus descendientes, que circuncidaran a todo niño varón nacido en su familia (Génesis 17:9-13). El Señor estipuló que cualquier varón que no fuera circuncidado sería cortado del pueblo de Dios (Génesis 17:14) por haber violado el pacto. En otras palabras, la negativa a obedecer a Dios conduciría a la eliminación de las bendiciones del pacto. Al pacto de Dios con Abraham se le llamó “pacto perpetuo” (Génesis 17:7). Dios tenía el propósito de que el pacto fuera convenio permanente. Sin embargo, podía ser violado por los descendientes de Abraham, de modo que Dios ya no estaría obligado con sus promesas. Por ejemplo, su promesa de que la tierra de Canaán sería heredad perpetua para Abraham y sus descendientes (Génesis 17:8) fue violada por la apostasía de Israel y la infidelidad de Judá, y por haberse negado ellos a obedecer la ley de Dios (Isaías 24:5; Jeremías 31:32); Por eso Israel fue llevado al exilio en Asiria (2° Reyes 17), mientras que Judá fue llevada cautiva a Babilonia algún tiempo después (2° Reyes 25; 2° Crónicas 36; Jeremías 11:1-17; Ezequiel 17:16-21. EL PACTO DE DIOS CON ISAAC Dios procuró establecer el pacto abrahámico con cada generación subsiguiente, comenzando con Isaac el hijo de Abraham (Génesis 17:21). En otras palabras, no era suficiente que Isaac tuviera como su padre a Abraham; él también tenía que aceptar las promesas de Dios mediante la fe. Sólo entonces Dios diría “Yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia (Génesis 26:24).
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Durante los primeros veinte años de su matrimonio, Isaac y Rebeca no tuvieron hijos (Génesis 25:20,26). La matriz de Rebeca no se abrió hasta que Isaac oró fervientemente al Señor para que su esposa concibiera (Génesis 25:21). Eso demuestra que el cumplimiento del pacto no se efectúa mediante medios naturales, sino sólo por las misericordiosa acción de Dios en respuesta a la oración y a la búsqueda de Él (Génesis 25:21). También Isaac tenía que ser obediente al Señor a fin de seguir recibiendo las bendiciones del pacto. Cuando hubo hambre en la tierra de Canaán, por ejemplo, Dios le dijo a Isaac que no descendiera a Egipto sino que permaneciera donde estaba. Si obedecía a Dios, Dios prometía “confirmar el juramento que hice a Abraham tu padre” (Génesis 26:3,5). EL PACTO DE DIOS CON JACOB Isaac y Rebeca tuvieron dos hijos: Esaú y Jacob. Normalmente se esperaría que las bendiciones del pacto se trasmitieran al primogénito, es decir, a Esaú. Pero Dios le reveló a Rebeca que el mayor de sus hijos mellizos serviría al menor, y Esaú mismo menospreció su derecho de primogenitura (Génesis 25:31). Además, mostró indiferencia a las normas rectas de sus padres, al casarse con dos mujeres que no eran seguidoras del Dios verdadero. En resumen, Esaú no mostró interés alguno en las bendiciones del pacto de Dios. Por consiguiente, Jacob, que sí deseó las bendiciones espirituales del futuro, recibió las promesas en lugar de Esaú (Génesis 28:13-15). Como con Abraham e Isaac, el pacto con Jacob exigía la obediencia de fe para su prolongación. Durante gran parte de su vida, este patriarca dependió de su propia ingeniosidad para sobrevivir y tener éxito. No fue hasta que en definitiva Jacob obedeció la orden y la voluntad del Señor (Génesis 31:13) de salir de Harán y volver a la prometida tierra de Canaán y en forma específica, de ir a Bet-el (Génesis 35:1-7, que Dios renovó con él las promesas del pacto hecho con Abraham (Génesis 35:9-13).
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LA PROVIDENCIA DE DIOS GÉNESIS 45:5. Ahora, pues no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros.
Después que el Señor Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1), él no abandonó el mundo para que anduviera por su cuenta. Más bien, sigue participando en la vida de su pueblo y en el cuidado de su creación. Dios no es como un relojero que formó el mundo, le dio cuerda y ahora deja que a paso lento se le acabe la cuerda; más bien, él es el Padre amoroso que cuida de lo que ha hecho. A ese continuo cuidado de Dios por su creación y su pueblo se le llama, en términos doctrinales, su providencia. ASPECTOS DE LA PROVIDENCIA Hay al menos tres aspectos de la providencia de Dios.
Preservación. Con su poder Dios preserva el mundo que ha creado. Después de
exaltar a Dios como el Creador de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ellos, Nehemías declara: “Tú vivificas todas estas cosas” (Nehemías 9:6). La confesión de David es igualmente clara: “Tu justicia es como los montes de Dios, tus juicios, abismo grande. Oh Jehová, al hombre y al animal conservas” (Salmo 36:6). Ese poder preservador de Dios se manifiesta por medio de su Hijo Jesucristo, como Pablo declara en Colosenses 1:17. Cristo “es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. El Verbo “subsistir” (gr. Sunistemi) significa “unir, mantener junto”; por el poder de Cristo se mantienen juntas incluso las más pequeñas partículas de vida.
Provisión. Dios no sólo preserva el mundo que ha creado, sino que también suple para
las necesidades de sus criaturas. Cuando Dios creó el mundo, creó las estaciones (Génesis 1:14.) y dio alimentos para los seres humanos y los animales (Génesis 1:2930). Después que el diluvio hubo destruido la tierra, Dios renovó esa promesa de provisión con estas palabras: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8:22). Varios salmos dan testimonio de la bondad de Dios al suplir para todas sus criaturas (Salmo 104; 145). Dios mismo le reveló su poder creativo y sustentador a Job (Job 38-41), y Jesús afirmó: sin lugar a dudas que Dios provee para las aves del cielo y los lirios del campo (Mateo 6:26-30; 10:29-30). Su cuidado no sólo abarca las necesidades físicas del género humano, sino también las espirituales (Juan 3:16-17). La Biblia revela que Dios manifiesta un amor y cuidado especial por su propio pueblo, a quien él le da un gran valor (Salmo 91; Mateo 10:31). Pablo les escribe sin ambages a los creyentes de Filipos: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). Según el apóstol Juan, Dios desea que su pueblo “prospere, y que tenga salud” (3ª Juan 2).
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Gobierno. Además de la preservación de Dios de su creación y de la provisión para
ella, él también gobierna el mundo. Como Dios es soberano, los acontecimientos históricos suceden bajo su vigilancia y voluntad permisiva; a veces él interviene en forma directa según su propósito redentor. No obstante, hasta que Dios consuma la historia, él ha limitado su poder y gobierno supremo en este mundo. Las Escrituras afirman que Satanás es “el dios de este siglo” (2ª Corintios 4:4) y ejerce considerable control en este presente siglo malo (1ª Juan 5:19; Lucas 13:16; Gálatas 1:4; Efesios 6:12; Hebreos 2:14). En otras palabras, ahora el mundo no es obediente al poder gobernante de Dios, sino que está en rebeldía contra él y es esclavo de Satanás. Sin embargo, obsérvese que esa autolimitación por parte de Dios es sólo temporal; en el momento que él ha determinado con su sabiduría, él destruirá a Satanás y a todas las huestes de maldad (Apocalipsis 19-20).
LA PROVIDENCIA DE DIOS Y EL SUFRIMIENTO HUMANO La revelación bíblica muestra que la providencia de Dios no es una doctrina abstracta, sino que está relacionada con el vivir de cada día en un mundo malvado y caído. Todo el mundo experimenta el sufrimiento algunas veces en su vida, y de modo inevitable se pregunta: “¿Por qué?” (Job 7:17-21; Salmo 10:1; 22:1; 74:11-12; Jeremías 14:8-9,19); tales vivencias suscitan las inquietudes sobre el problema del mal y su lugar en el plan de Dios. Dios permite que los seres humanos sufran las consecuencias del pecado, que entró en el mundo mediante la caída de Adán y Eva. José, por ejemplo, sufrió mucho por causa de la envidia y la crueldad de sus hermanos. Fue entregado a la esclavitud por ellos y se convirtió en esclavo de Potifar en Egipto (Génesis 37-39). Mientras vivía una vida devota en Egipto, de modo injusto fue acusado de inmoralidad, metido en la cárcel (Génesis 39), y mantenido allí por más de dos años (Génesis 40:1. - 41:14). Nótese, sin embargo, que Dios puede usar tales acciones para hacer cumplir su voluntad. Según el testimonio de José, Dios estaba obrando mediante los pecados de sus hermanos a fin de preservarles la vida (Génesis 45:5; 50:20). No sólo se sufre a consecuencia de los pecados de otros, sino que también se sufren las consecuencias de los propios actos pecaminosos. Por ejemplo, el pecado de inmoralidad y adulterio a menudo da por resultado el fracaso del matrimonio y de la familia. El pecado del enojo desenfrenado contra otra persona puede llevar a una grave herida o incluso al asesinato de uno o de ambos de los implicados. El pecado de la avaricia pudiera resultar en una sentencia de prisión para alguien que ha robado o desfalcado. También hay sufrimiento en el mundo porque a Satanás, el dios de este mundo, se le permite hacer su obra al cegar la mente de los incrédulos y dominar su vida (2ª
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Corintios 4:8; Efesios 2:1-3). El Nuevo Testamento está lleno de ejemplos de personas que experimentaron el sufrimiento por causa de los demonios, que las atormentaron ya sea con aflicción física (Marcos 5:1-14) o con dolencias mentales (Mateo 9:32-33; 12:22; Marcos 9:14-22; Lucas 13:11-16). Decir que Dios permite el sufrimiento no significa que Dios cause el mal que ocurre en este mundo, ni que decrete todas las tragedias de la vida. Nunca Dios es el instigador del mal o de la impiedad (Santiago 1:13). Con todo, a veces él lo permite, lo dirige y lo vence a fin de cumplir su voluntad, para llevar a cabo su propósito redentor y hacer que todas las cosas contribuyan al bien de los que son fieles a él (Mateo 2:13; Romanos 8:28). RELACIÓN DEL CREYENTE CON LA PROVIDENCIA DE DIOS A fin de experimentar el cuidado providencial de Dios en su vida, la Biblia revela que el creyente tiene ciertas responsabilidades. Debe obedecer a Dios y su voluntad revelada. Con José, por ejemplo, es claro que por cuanto José honró a Dios mediante su vida de obediencia, Dios lo honró al estar con él (Génesis 39:2-3,21,23). Asimismo, a fin de que Jesús mismo experimentara el cuidado protector de Dios haciendo frente al intento sanguinario del rey Herodes, los padres de Jesús tuvieron que obedecer a Dios y huir a Egipto (Mateo 2:13). Los que temen a Dios y lo reconocen en todos sus caminos tienen la promesa de que Dios dirigirá todos sus pasos (Proverbios 3:5-7). En su providencia, Dios dirige los asuntos de la Iglesia y de cada uno de sus siervos. El creyente debe estar en constante armonía con la voluntad de Dios para su vida, mientras le sirve a él y les ministra a otras personas en su nombre (Hechos 18:9-10; 23:11; 26:15; 27:23). El creyente debe amar a Dios y someterse a él mediante la fe en Cristo, si quiere que todas las cosas contribuyan a su bien (Romanos 8:28). A fin de experimentar el cuidado de Dios en medio de la aflicción, hay que pedirle en persistente oración y fe. Mediante la oración y la confianza se experimenta la paz de Dios (Filipenses 4:6-7), se recibe fortaleza del Señor (Efesios 3:16; Filipenses 4:13) y se recibe misericordia, gracia y ayuda de Dios en tiempos de necesidad (Hebreos 4:16; Filipenses 4:6). Tales oraciones de fe pudieran ser por sí mismo o por los demás (Romanos 15:30-32; Colosenses 4:3).
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LA PASCUA ÉXODO 12:11. Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS Desde el momento de la salida de Israel de Egipto alrededor de 1445 a. C., el pueblo hebreo (más tarde llamado judío) ha estado celebrando la pascua cada año en la primavera (generalmente cerca del tiempo del Viernes Santo y el Día de Resurrección). Después de más de cuatrocientos años de sujeción en Egipto, Dios determinó librar de la esclavitud a los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Levantó a Moisés y lo designó como el líder del éxodo (Éxodo 3-4). En obediencia al llamado de Dios, Moisés confrontó a Faraón con el mandato de Dios: “Deja ir a mi pueblo”. Para recalcar la seriedad de ese mensaje del Señor, Moisés, con el poder de Dios, hizo que cayeran plagas como juicios sobre la nación egipcia. Durante varias de ellas, Faraón accedió a dejar ir a los israelitas, pero luego no cumplió su decisión una vez que se suprimía la plaga. Llegó el momento de la décima y última plaga, la que no les daría a los egipcios otra alternativa que expulsar a los israelitas. Dios envió un ángel de la muerte por todo Egipto para que destruyera “a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias” (Éxodo 12:12). Como también los israelitas estaban viviendo en Egipto, ¿cómo podían escapar del ángel exterminador? El Señor dio una orden específica a su pueblo; obedecerla resultaría en su protección para cada familia hebrea y para cada hijo primogénito de ellos. Cada familia debía tomar un cordero macho de un año, sin defecto, y debía matarlo a la puesta del sol el día catorce del mes de abib; las familias más pequeñas podían compartir un solo cordero (Éxodo 12:4). Parte de la sangre del cordero sacrificado tenía que esparcirse sobre los dos postes y en el dintel de sus casas. Cuando el ángel de la muerte pasara por la tierra, pasaría sobre aquellas casas que tenían la sangre esparcida sobre ellas (de aquí el término pascua, del Hebreo Pesaj, que significa ”saltar por encima”, “pasar de largo” o “perdonar”). Así que por la sangre del cordero sacrificado, a los israelitas se les perdonó el juicio de muerte que vino sobre todos los primogénitos egipcios. Dios ordenó la señal de la sangre no porque él no pudiera distinguir de otra manera a los israelitas de los egipcios, sino porque quería enseñarle a su pueblo la importancia de la obediencia y de la redención de sangre, preparándolo
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así para “el Cordero de Dios”, que siglos más tarde quitaría el pecado del mundo (Juan 1:29). Esa noche en particular los israelitas debían estar vestidos y listos para partir (Éxodo 12:11). Se les ordenó que asaran el cordero, que no lo hirvieran y que prepararan pan sin levadura y hierbas amargas. Cuando se acercara la noche, ellos estarían listos para comer el alimento y partir de prisa cuando los egipcios fueran a rogarles que salieran de su tierra. Todo sucedió tal como había dicho el Señor (Éxodo 12:29-36). LA PASCUA EN LA HISTORIA ISRAELITA / JUDÍA Desde aquel momento de la historia, el pueblo de Dios celebró la pascua cada primavera, en respuesta a su orden de que la pascua fuera “estatuto perpetuo” (Éxodo 12:14). Sin embargo, fue un sacrificio conmemorativo. Sólo el sacrificio inicial en Egipto fue un sacrificio eficaz. Antes que se construyera el templo, cada pascua los israelitas se reunían en las casas, mataban un cordero, quitaban toda levadura de sus hogares y comían hierbas amargas. Más significativo es que volvían a contar el relato del milagroso éxodo de sus antepasados de la tierra de Egipto y de la esclavitud a Faraón. Así que de generación en generación, el pueblo hebreo recordaba la redención de Dios y su liberación de Egipto (Éxodo 12:26). Una vez que se construyó el templo, Dios ordenó que la celebración de la pascua y el sacrificio del cordero tuvieran lugar en Jerusalén (Deuteronomio 16:1-6). El Antiguo Testamento indica varias veces en que se celebraba una pascua especialmente importante en la ciudad santa (2° Reyes 23:21-23; 2° Crónicas 30:1-20; 35:1-19; Esdras 6:22). Asimismo los judíos en la época del Nuevo Testamento guardaban la pascua. El único incidente de la niñez de Jesús registrado en las Escrituras ocurrió cuando sus padres lo llevaron a Jerusalén a la edad de los doce años para celebrar la pascua (Lucas 2:41-50). Durante su ministerio público Jesús iba regularmente a Jerusalén para la pascua (Juan 2:13). La última cena que comió Jesús con sus discípulos en Jerusalén, poco antes de ir a la cruz, fue una comida pascual (Mateo 26:1-2,17-29). Jesús mismo fue crucificado en la pascua, como el Cordero Pascual (1ª Corintios 5:7) que libera del pecado y de la muerte a todos los que creen. Todavía hoy los judíos celebran la pascua, aunque su esencia ha cambiado algo. Como ya no hay un templo en Jerusalén donde pueda sacrificarse un cordero en obediencia a Deuteronomio 16:1-6, la fiesta contemporánea judía (llamada el seder) ya no se celebra con cordero asado. Pero todavía se reúnen las familias, se quita en forma ceremonial toda levadura de los hogares judíos y el padre de familia vuelve a contar la historia del éxodo de Egipto. LA PASCUA Y JESUCRISTO
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Para los cristianos, la pascua abarca un simbolismo profético significativo que señala a Jesucristo. El Nuevo Testamento enseña en forma explícita que las fiestas judías son “sombra de lo que ha de venir” (Colosenses 2:17; Hebreos 10:1), es decir, la redención mediante la sangre d Jesucristo. Nótese lo siguiente en Éxodo 12. que hace recordar al Salvador y su voluntad para los que creen en él. Lo más importante del acontecimiento pascual fue la gracia salvadora de Dios. Dios sacó a los israelitas de Egipto no porque fueran un pueblo tan digno sino porque él los amaba y porque era fiel a su pacto (Deuteronomio 7:7-10). Asimismo, la salvación que se recibe de Cristo llega al creyente mediante la maravillosa gracia de Dios (Efesios 2:8-10; Tito 3:4-5). El propósito de la sangre aplicada a los postes de las casas era salvar a los hijos primogénitos de cada familia de la muerte. Esto señala hacia el derramamiento de la sangre de Cristo en la cruz a fin de librar a los creyentes de la muerte y de la ira de Dios contra el pecado (Éxodo 12:13,23,27; Hebreos 9:22). El cordero pascual era una “victima” (Éxodo 12:27) que funcionaba como sustituto de los primogénitos. Esto señala a la muerte de Cristo como sustitución de la muerte del creyente (Romanos 3:25). A Cristo Pablo lo llama “nuestra pascua... sacrificada por nosotros” (1ª Corintios 5:7). El cordero macho que se separaba para darle muerte tenía que ser “sin defecto” (Éxodo 12:5); esto prefigura la impecabilidad de Cristo, el perfecto Hijo de Dios (Juan 8:46; Hebreos 4:15). El acto de comer del cordero representaba la identificación de la comunidad israelita con la muerte del cordero, una muerte que los salvara de la muerte física. Asimismo, tomar de la Cena del Señor representa la participación del creyente en la muerte de Cristo, una muerte que salva de la muerte espiritual (1ª Corintios 10:16-17). Como en el caso de la pascua, solamente el sacrificio inicial, es decir, su muerte en la cruz, fue un sacrificio eficaz. Se observa la Cena del Señor como un recuerdo de él (“en memoria”, 1ª Corintios 11:24). La aspersión de la sangre sobre los postes de la puerta se hizo en fe obediente (Éxodo 12:28; Hebreos 11:28); esa respuesta de fe originó la redención mediante la sangre (Éxodo 12:7,13,21). La salvación mediante la sangre de Cristo se obtiene sólo mediante la obediencia a la fe (Romanos 16:26). Se debía comer el cordero pascual junto con pan sin levadura (Éxodo 12:8). Como en la Biblia la levadura por lo regular representa el pecado y la corrupción (Éxodo 13:7; Mateo 16:6; Marcos 8:15), este pan sin levadura representaba la separación de los israelitas redimidos de Egipto, es decir, del mundo y del pecado (Éxodo 12:15).
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Asimismo, al pueblo redimido de Dios se le llama a separarse del mundo pecador y a dedicarse sólo a Dios.
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LA LEY DEL ANTIGUO TESTAMENTO ÉXODO 20:1-2. Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.
El recibir la ley de Dios por medio de su líder, Moisés, fue uno de los aspectos más importantes de la vivencia israelita en el monte Sinaí. La ley mosaica (hebreo Torah, que significa “enseñanza”) puede dividirse en tres categorías: (a) la ley moral, que trata sobre las normas de Dios para la vida de santidad (Éxodo 20:1-17); (b) la ley civil, que trata sobre la vida legal y social de Israel como nación (Éxodo 21:1—24:1); y (c) la ley ceremonial, que trata sobre la forma y las ceremonias de la adoración de Israel al Señor Dios, entre ellas el sistema expiatorio (Éxodo 24:12—31:18). Nótese lo siguiente con respecto a la naturaleza y función de la ley del Antiguo Testamento. Se dio la ley con respecto al pacto que Dios hizo con su pueblo; exponía las estipulaciones del pacto que se esperaba que ellos obedecieran en fidelidad al Señor Dios a quien pertenecían. Los israelitas aceptaban con seriedad esas obligaciones del pacto (Éxodo 24:1-8). La obediencia de Israel a la ley debía basarse en la misericordia salvadora de Dios y en su liberación del pueblo (Éxodo 19:4). Nótese que se les dio la ley después que habían sido salvados por la sangre del cordero pascual, y redimidos de la esclavitud en Egipto (Éxodo 20:2), y mientras estaban viviendo como peregrinos en la tierra por la gracia de Dios (Éxodo 12:11-13; 22-23; 19:4). La ley revelaba la voluntad de Dios para la conducta de su pueblo (Éxodo 19:4-6; 20:1-17; 21:1—24:8) y prescribía los sacrificios de sangre para que cubrieran su pecado (Levítico 1:5; 16:33). No se concibió la ley como una manera de obtener salvación para los no salvados; el pueblo a quien se le dio ya estaba en una relación de salvación con Dios (Éxodo 20:2). Más bien, mediante la ley ellos aprendieron cómo Dios quería que vivieran en rectitud, tanto en relación con su Redentor como con su prójimo. Se esperaba que Israel guardara la ley por la gracia de Dios a fin de mantener y celebrar su relación de fe con él (Deuteronomio 28:1-2; 30:15-20). Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, una absoluta confianza en Dios y en su palabra (Génesis 15:6) y un sincero amor a él (Deuteronomio 6:5) constituía el fundamento para guardar los mandamientos de Dios. Los israelitas fracasaron en este punto, porque con frecuencia no se inclinaron a cumplir la ley a base de su creencia en Dios, su amor a él de todo corazón y su deseo de andar en sus caminos. Pablo afirma que Israel no alcanzó la justicia que la ley se proponía, porque “iban tras ella no por fe” (Romanos 9:32). La ley subrayaba la verdad eterna de que la obediencia a Dios con un corazón amoroso (Génesis 2:9; Deuteronomio 6:5), resultaría en una vida plena y en
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abundantes bendiciones del Señor (Génesis 2:16; Deuteronomio 4:1-40; 5:33; 8:1; Salmo 119:45; Romanos 8:13; 1ª Juan 1:7). La ley expresaba la naturaleza y disposición de Dios, es decir, su amor, bondad, justicia y aborrecimiento del mal. Se esperaba que los creyentes israelitas guardaran la ley moral de Dios porque habían sido creados a su imagen (Levítico 19:2). La salvación en el Antiguo Testamento nunca se basó en la perfección de guardar todos los mandamientos. Inherente en la relación de Israel con Dios estaba el sistema expiatorio que proporcionaba el perdón para los que transgredían el mandamiento, pero que con sinceridad se volvieran en arrepentimiento y fe a la misericordia de Dios y a la provisión de expiación de sangre. La ley y el pacto del Antiguo Testamento no eran perfectos, ni se tenía el propósito de que fueran permanentes. La ley actuaba como tutor temporal para el pueblo de Dios hasta que viniera Cristo (Gálatas 3:22-26). Ahora se ha sustituido el antiguo pacto por el nuevo, en el que Dios ha revelado a plenitud su plan de salvación por medio de Jesucristo (Romanos 4:24-26; Gálatas 3:19). La ley fue dada por Dios y añadida a las promesas “a causa de las transgresiones” (Gálatas 3:19); es decir, fue concebida (a) para regular la conducta, (b) para definir lo que era el pecado, (c) para mostrarle a Israel su tendencia inherente a violar la voluntad de Dios y hacer lo malo, y (d) para despertar su sensación de necesidad de la misericordia, la gracia y la redención de Dios (Romanos 3:20; 5:20; 8:2).
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EL DÍA DE LA EXPIACIÓN LEVÍTICO 16:33. Y hará la expiación por el santuario santo, y el tabernáculo de reunión; también hará expiación por el altar, por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación.
LA NECESIDAD DE LA EXPIACIÓN La palabra “expiación” (hebreo Kippurim, de kafar, que significa “cubrir”) tiene el concepto de cubrir el pecado al hacer un pago equivalente (un “rescate”), de modo que se haga la recompensa idónea por el pecado (el principio del “rescate” en Éxodo 30:12; Números 35:31; Salmo 49:7; Isaías 43:3). La necesidad de la expiación se originaba en el hecho de que el pecado de Israel (Levítico 16:30), si no se expiaba, los sujetaría a la ira de Dios (Romanos 1:18; Colosenses 3:6; 1ª Tesalonicenses 2:16). Así que el propósito del día de la expiación era proveer de un amplio sacrificio por todos los pecados que pudieran no haberse expiado en los sacrificios ofrecidos durante todo el año anterior. Con eso el pueblo sería limpio de sus pecados del pasado año, apartaría la ira de Dios hacia ellos y mantendría la comunión de Dios con ellos (Levítico 16:30-34; Hebreos 9:7). Por cuanto Dios deseaba salvar a Israel, perdonar sus pecados y reconciliarlo consigo mismo, proveyó una vía de salvación al aceptar en su lugar la muerte de una vida inocente (el animal que era sacrificado). Este animal llevaba la culpa y el castigo de ellos (Levítico 17:11; Isaías 53:4,6,11) y cubría sus pecados mediante su sangre derramada. EL CEREMONIAL DEL DÍA DE LA EXPIACIÓN Levítico 16 describe el día de la expiación, el día santo más importante del año judío. En ese día el sumo sacerdote, vestido de vestiduras sagradas, primero se preparaba con purificaciones especiales. Luego, antes de hacer la expiación por los pecados del pueblo, tenía que ofrecer un becerro por sus propios pecados. Después tomaba dos machos cabríos y echaba suertes: uno se convertía en el sacrificio, el otro sería el chivo expiatorio (Levítico 16:8). Mataba el primer macho cabrío, tomaba su sangre, entraba en el santuario detrás del velo y esparcía la sangre sobre el propiciatorio, poniendo así la sangre entre Dios y las tablas de la ley que estaban bajo el propiciatorio (leyes que ellos habían violado pero ahora estaban cubiertas por la sangre); de esa manera se hacía la expiación por los pecados de toda la nación (Levítico 16:15-16). Como un paso final tomaba el macho cabrío vivo, ponía las manos sobre su cabeza, confesaba sobre ella todas las iniquidades y rebeliones de los israelitas, y lo enviaba al desierto, simbolizando que sus pecados eran llevados fuera del campamento para desaparecer y morir en el desierto (Levítico 16:21-22).
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El día de la expiación debía ser una reunión solemne, un día en el cual el pueblo ayunaba y se humillaba delante del Señor (Levítico 16:31); esa reacción recalcaba la gravedad del pecado y el hecho de que la obra expiatoria de Dios era eficaz sólo para los que tenían un corazón contrito y una fe que persevera (Levítico 23:27; Números 15:30; 29:7). El sacrificio de la expiación se consumaba por todos los pecados y transgresiones no expiados durante el año anterior (Levítico 16:16,21). Tenía que repetirse cada año de la misma manera. CRISTO Y EL DÍA DE LA EXPIACIÓN El día de la expiación está repleto de simbolismo que señala la obra del Señor y Salvador Jesucristo. En el Nuevo Testamento, el autor de la Epístola a los Hebreos subraya el cumplimiento en el nuevo pacto de la tipología del ceremonial del día de la expiación (Hebreos 9:6—10:18). El hecho de que los ceremoniales expiatorios del Antiguo Testamento tenían que repetirse anualmente indica que había algo temporal en cuanto a ellos. Señalaban por anticipado el tiempo en que Cristo vendría a quitar de manera permanente todo pecado confesado (Hebreos 9:28; 10:10-18). Los dos machos cabríos representan la expiación, el perdón, la reconciliación y purificación efectuadas por Cristo. El macho cabrío sacrificado representa la muerte expiatoria de Cristo por los pecadores como pago por los pecados (Romanos 3:24-26; Hebreos 9:11-12, 24-26). El chivo expiatorio, enviado a llevar los pecados de la nación, tipifica el sacrificio de Cristo que quita el pecado y la culpa de todos los que se arrepienten (Salmos 103:12; Isaías 53:6, 11-12; Juan 1:29; Romanos 8:31-34; Hebreos 9:26). Los sacrificios en el día de la expiación proporcionaban una “cobertura” del pecado, no una eliminación del pecado. Sin embargo, la sangre de Cristo derramaba en la cruz es la suprema expiación de Dios por el género humano y quita el pecado de manera permanente (Hebreos 10:4,9,11). Cristo como el sacrificio perfecto (Hebreos 9:26; 10:5-10) pagó todo el castigo por los pecados (Romanos 3:25-26; 6:23; Gálatas 3:13; 2ª Corintios 5:21) y efectuó el sacrificio propiciatorio que calma la ira de Dios, reconcilia al creyente con él y renueva su comunión con él (Romanos 5:6-11; 2ª Corintios 5:18-19; 1ª Pedro 1:18-19; 1ª Juan 2:2). El santuario adonde entraba el sumo sacerdote con la sangre para hacer la expiación representa el trono de Dios en el cielo; Cristo entró en ese Lugar Santísimo del cielo después de su muerte, llevando su propia sangre para hacer expiación por el creyente delante del trono de Dios (Éxodo 30:10; Hebreos 9:7-8, 11-12, 24-28).
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El propiciatorio sobre el cual esparcía la sangre el sumo sacerdote pone de relieve que el perdón de pecados sólo es posible por la gracia y la misericordia de Dios, no por ninguna obra que se haya hecho (Efesios 2:8-10). Como los sacrificios de animales eran un tipo del perfecto sacrificio de Cristo y tuvieron su cumplimiento en el final sacrificio de Cristo de si mismo, ya no hay necesidad de sacrificios de animales después de su muerte en el Calvario (Hebreos 9:12-18).
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EL VINO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO NÚMEROS 6:3. Se abstendrá de vino y de sidra; no beberá vinagre de vino, ni vinagre de sidra, ni beberá ningún licor de uvas, ni tampoco comerá uvas frescas ni secas.
PALABRAS HEBREAS PARA VINO En general, hay dos palabras hebreas traducidas como “vino” en la Biblia. La primera palabra y la más común es yayin, un término genérico empleado aproximadamente 141 veces en el Antiguo Testamento para indicar diversas clases de vino fermentado o sin fermentar (Nehemías 5:18, que habla del “vino [yayin] en toda abundancia”). (a) Por una parte, yayin se aplica a toda clase de jugo de uva fermentado (Génesis 9:20-21; 19:32-33; 1° Samuel 25:36-37; Proverbios 23:30-31). Los trágicos resultados de usar vino fermentado se describen en diversos pasajes del Antiguo Testamento, notablemente. Proverbios 23:29-35. (b) Por otra parte, también se emplea yayin para indicar jugo de uva dulce sin fermentar. Puede referirse al jugo dulce cuando se exprimían las uvas. Isaías profetiza: “No pisará vino [yayin] en los lagares el pisador” (Isaías 16:10); del mismo modo Jeremías dice: “Y de los lagares haré que falte el vino [yayin]; no pisarán con canción” (Jeremías 48:33). En realidad, Jeremías incluso se refiere al jugo que todavía está en la uva como yayin (Jeremías 40:10,12). Prueba adicional de que a veces yayin se refiere al jugo de uva sin fermentar se encuentra en Lamentaciones, donde el autor describe a niños pequeños que llorando les pedían a sus madres su alimento normal de “trigo y vino” (Lamentaciones 2:12). La realidad de que el jugo de uva sin fermentar puede conocerse por el vocablo “vino” está respaldado por diversos estudios eruditos. La Enciclopedia Judía (1901) declara: “Al vino dulce antes de la fermentación se le llama yayin-mi-gat [vino de la cuba]. “Además, la Enciclopedia Judaica (1971) da testimonio del hecho de que se empleaba el término yayin para referirse al jugo de la uva en diversas etapas, incluso “al vino recién exprimido antes de la fermentación”. El Talmud babilónico le atribuye al rabino Hiyya una declaración en cuanto al “vino [yayin] del lagar”. Y en Halakot Gedalot se dice: “Se pudiera exprimir un racimo de uvas, ya que al jugo de la uva se le considera vino [yayin] con respecto a las leyes del nazareo”. Para un análisis de oinos, el equivalente griego del Nuevo Testamento de la palabra hebrea yayin. La otra palabra hebrea traducida “vino” es tirosh, que significa “vino nuevo” o “vino de la vendimia”. Tirosh ocurre treinta y ocho veces en el Antiguo Testamento; nunca se refiere a la bebida fermentada sino siempre al fruto no fermentado de la vid, tal como el jugo que todavía está en el racimo de uva (Isaías 65:8) o el jugo dulce de uvas de una reciente vendimia (Deuteronomio 11:14; Proverbios 3:10; Joel 2:24). Brown, Driver y Briggs (Léxico anglohebreo del Antiguo Testamento) afirma que tirosh significa “mosto, vino dulce o recién hecho”; La Enciclopedia Judía (1901) declara que 24
“tirosh incluye toda clase de jugos dulces y mosto, y no incluye vino fermentado”. Tirosh tiene “bendición... en él” (Isaías 65:8); sin embargo, el vino fermentado es escarnecedor (Proverbios 20:1) y produce embriaguez (Proverbios 23:31). Además de esas dos palabras para vino, hay otra palabra hebrea que ocurre veintitrés veces en el Antiguo Testamento y a menudo en el mismo contexto: shekar, por lo general traducido como “sidra” (Números 6:3; 1ª Samuel 1:15). Algunos eruditos dicen que la mayoría de las veces shekar se refiere a una bebida fermentada, tal vez hecha de jugo de palma, granadas, manzanas o dátiles; algunos intérpretes incluyen la cerveza como una forma de “sidra”. La Enciclopedia Judía (1901) sugiere que cuando yayin se distinguía de shekar, la primera era una forma de bebida fermentada diluida con agua en tanto que la última era sin diluir. A veces, sin embargo, se puede referir a un jugo dulce sin fermentar. Shekar se relaciona con shakar, un verbo hebreo que significa “beber mucho”, además de “embriagarse”. En la mayoría de los casos, es mejor entender que cuando yayin y shekar se emplean juntas, forman una sola figura de dicción que se refiere a las bebidas embriagantes. EL PUNTO DE VISTA DEL ANTIGUO TESTAMENTO SOBRE EL VINO FERMENTADO Hay varios lugares en el Antiguo Testamento donde se condena el uso de yayin y shekar como bebidas fermentadas. La primera vez que la Biblia describe los malos efectos del vino embriagante es en la historia de Noé (Génesis 9:20-27). Él plantó un viñedo, lo vendimió, hizo vino embriagante de las uvas y bebió de él. El hacer eso condujo a la embriaguez, la impudicia, la indiscreción y a la tragedia familiar de una maldición contra Canaán. En la época de Abraham, el vino embriagante fue un factor en el incesto que llevó al embarazo de las hijas de Lot (Génesis 19:31-38). Por causa de la potencialidad corruptora de las bebidas alcohólicas, Dios les ordenó a todos los sacerdotes de Israel que se abstuvieran de todo tipo de vino y sidra durante su tiempo de servicio a él. Dios consideró la violación de su orden lo suficiente grave como para justificar la pena de muerte para el sacerdote que infringiera ese mandato (Levítico 10:9-11). También Dios reveló su voluntad en cuanto al vino y a la sidra al hacer de la abstinencia un requisito para todo el que tomara el voto nazareo. La sabiduría que Dios le dio a Salomón lo llevó a escribir: “El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio” (Proverbios 20:1). Las bebidas alcohólicas pueden hacer que uno se burle de las normas de justicia de Dios y que pierda el dominio de sí mismo con respecto al pecado y a la inmoralidad. Por último, las Escrituras afirman con claridad que a fin de evitar la aflicción y el dolor, y en su lugar seguir la voluntad de Dios, los rectos no deben ni siquiera mirar o
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desear ningún vino fermentado que pueda embriagar y causar vicio (Proverbios 23:29-35). LOS NAZAREOS Y EL VINO Se esperaba que los nazareos manifestaran que todos los israelitas debían vivir como ellos mismos, a un elevado nivel de separación y de entrega a Dios (Números 6:2). Dios les dio claras instrucciones tocantes al uso del vino. El nazareo debía abstenerse de “vino y de sidra” (Números 6:3; Deuteronomio 14:26); en realidad, no se les permitía consumir ningún producto hecho de la uva, ya fuera en forma líquida o sólida. Es más probable que Dios diera esa orden como una protección contra la tentación a usar bebidas embriagantes y contra la posibilidad de que un nazareo bebiera vino alcohólico por equivocación (Números 6:3-4). Dios no quería que una persona consagrada en forma total a él se pusiera en peligro ante la posibilidad de embriaguez o vicio (Levítico 10:8-11; Proverbios 31:4). De esta manera, la norma más elevada puesta delante del pueblo de Dios en cuanto a las bebidas alcohólicas fue la abstinencia total. Con frecuencia el beber alcohol conduce a otros pecados (tales como la inmoralidad sexual o la actividad delictiva). Los nazareos no debían comer ni beber nada que se hiciera de la vid a fin de enseñarles que tenían que evitar el pecado y cualquier cosa que lindara en él, condujera a él o lo tentara a uno a cometerlo. La norma de Dios para los nazareos de abstinencia total de vino y de sidra fue ridiculizada y rechazada por muchos de los que vivían en Israel durante la época de Amós. Este profeta afirma que los impíos de Israel dieron “de beber vino a los nazareos” (Amós 2:12). El profeta Isaías también afirmó: “El sacerdote y el profeta erraron con sidra, fueron trastornados por el vino; se aturdieron con la sidra, erraron en la visión, tropezaron en el juicio. Porque toda mesa está llena de vómito y suciedad” (Isaías 28:7-8). Eso ocurrió porque aquellos dirigentes rechazaron la elevada norma de Dios de abstinencia total (Proverbios 31:4-5). El espíritu fundamental del nazareísmo – es decir, total consagración a Dios y a sus normas más elevadas – es una exigencia para el creyente en Cristo (Romanos 12:1; 2ª Corintios 6:17; 7:1). La abstinencia de cualquier cosa que pudiera inducirlo a uno al pecado, estimular un deseo por cosas perjudiciales, abrir el camino al vicio de la droga o del alcohol, o hacer que un hermano tropiece, es hoy tan necesario para el creyente como lo fue para el nazareo en la época del Antiguo Testamento (1ª Tesalonicenses 5:6; Tito 2:2).
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EL TEMOR DE DIOS DEUTERONOMIO 6:1-2. Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados.
Una orden que se le da con frecuencia al pueblo de Dios en el Antiguo Testamento es “temer a Dios” o “temer a Jehová”. Es importante saber lo que significa esa orden para los creyentes. Sólo cuando de veras teme al Señor, el creyente será librado de la esclavitud a todos los temores anormales y satánicos. EL SIGNIFICADO DEL TEMOR DE DIOS La orden de “temer a Jehová” incluye una diversidad de aspectos de la relación del creyente con Dios. Indispensable para el temor de Dios es un reconocimiento de su santidad, justicia y rectitud como contraparte de su amor y misericordia, es decir, hay que conocerlo y comprender plenamente quién es él (Proverbios 2:5). Ese temor se basa en el reconocimiento de que Dios es un Dios santo, cuya mismísima naturaleza hace que él juzgue el pecado. El temer a Dios es respetarlo con santo temor y reverencia, y honrar a Dios como Dios a causa de su gran gloria, santidad, majestad y poder (Filipenses 2:12). Por ejemplo, cuando en el monte de Sinaí los israelitas vieron a Dios manifestarse mediante “truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte”, todo el pueblo “se estremeció” de miedo (Éxodo 19:16.) y le pidieron a Moisés que él les hablara en vez de que les hablara Dios mismo (Éxodo 20:18-19; Deuteronomio 5:22-27). Además, el salmista en el Salmo 33, en sus reflexiones sobre Dios como Creador, declara con toda claridad: “Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de él todos los habitantes del mundo. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmo 33:8-9). El genuino temor del Señor hace que los creyentes pongan su fe y confianza sólo en él para salvación. Por ejemplo, después que los israelitas cruzaron el Mar Rojo en seco y vieron la enorme destrucción del ejército egipcio, ellos “tem[ieron] a Jehová, y creyeron a Jehová (Éxodo 14:31). Asimismo, el salmista les pide a todos los que temen a Jehová que confíen “en Jehová; él es vuestra ayuda y vuestro escudo” (Salmo 115:11). En otras palabras, el temor de Dios produce en el pueblo de Dios esperanza y confianza en él. No es de extrañarse, por lo tanto, que tales personas se salven (salmo 85:9) y reciban su amor perdonador y su misericordia (Lucas 1:50; Salmo 103:11; 130:4). 27
Por último, temer a Dios implica reconocer que él es un Dios que está enojado con el pecado y tiene el poder de castigar a los que transgreden sus justas leyes, tanto en el tiempo como en la eternidad (Salmo 76:7-8). Cuando Adán y Eva pecaron en el huerto del Edén, temieron al Señor y trataron de esconderse de su presencia (Génesis 3:8-10). Moisés experimentó ese aspecto del temor de Dios cuando pasó cuarenta días y noches en oración por los israelitas pecadores: “Porque temí a causa del furor y de la ira con que Jehová estaba enojado contra vosotros para destruiros” (Deuteronomio 9:19). De igual manera en el Nuevo Testamento, luego después de reconocer la venganza y el juicio venideros de Dios, el autor de la Epístola a los Hebreos escribió: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31). RAZONES PARA EL TEMOR DE DIOS Las razones para el temor al Señor se originan en el significado del temor de Dios. Se le debe temer a causa de su gran poder como el Creador de todas las cosas y de todas las personas (Salmo 33:6-9; 96:4-5; Jonás 1:9). Además, el poder asombroso que él en forma continua ejerce sobre los elementos de la creación y sobre los seres humanos, es causa para temer a Dios (Éxodo 20:18-20; Jonás 1:16; Eclesiastés 3:14; Marcos 4:39-41). Cuando se comprende la santidad de Dios, es decir, su separación del pecado y su constante oposición a él, la reacción normal del espíritu humano es temerle (Apocalipsis 15:4). Cualquiera que vea el esplendor de la gloria de Dios, no puede menos que temerle (Mateo 17:1-13). Las continuas bendiciones que se reciben de Dios, sobre todo el perdón de los pecados (Salmo 130:4), debieran llevar a temerle y a amarlo (1° Samuel 12:24; Salmo 34:9; 67:7; Jeremías 5:24). Más allá de toda duda, el hecho de que Dios sea un Dios de justicia que juzgará a toda la raza humana causa el temor de él (Deuteronomio 17:12-13; Isaías 59:19; Malaquías 3:5; Hebreos 10:26-31). Es una verdad solemne y santa que Dios en forma constante observa y evalúa las acciones de los seres humanos, tanto las buenas como las malas, y que los considera responsables por esas acciones, tanto ahora como en el día del juicio personal. IMPLICACIONES PERSONALES ACERCA DEL TEMOR DE DIOS El temor de Dios es mucho más que una simple doctrina bíblica; se aplica en forma directa a la vida diaria de diversas maneras.
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En primer lugar, si de veras se teme al Señor, se llevará una vida de obediencia a sus mandamientos y se le dirá un resonante “No” al pecado. Una razón por la que Dios inspiró temor en los israelitas en el monte de Sinaí fue para que aprendieran a volverse del pecado y a obedecer su ley (Éxodo 20:20). Reiteró en el último discurso de Moisés a los israelitas, el temor de Dios con el servirle y obedecerle (Deuteronomio 5:29; 6:2,24; 10:12; 13:4; 17:19; 31:12). Según los salmistas, el temor al Señor es equivalente a deleitarse en sus mandamientos (Salmo 112:1) y guardarlos (Salmo 119:63). Salomón enseñó que “con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal” (Proverbios 16:6; 8:13). En Eclesiastés, todo el deber de la raza humana está resumido en dos breves imperativos: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos” (Eclesiastés 12:13). Por el contrario, cualquiera que está contento con llevar una vida de iniquidad lo hace porque “no hay temor de Dios delante de sus ojos” (Salmo 36:14). Un resultado importante de la inferencia anterior es que los creyentes deben enseñar a sus hijos a temer al Señor aborreciendo el pecado y guardando los santos mandamientos de Dios (Deuteronomio 4:10; 6:1-2,6-9). Con frecuencia la Biblia afirma que “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Salmo 111:10; Proverbios 1:7; 9:10; Job 28:28). Propósito fundamental de la instrucción de los hijos es que vivan de acuerdo con los principios de sabiduría de Dios (Proverbios 1:1-6), y enseñarles a temer al Señor es el primer paso decisivo. El temor de Dios tiene un efecto santificador sobre el pueblo de Dios. Como hay un efecto santificador en la verdad de la palabra de Dios (Juan 17:17), así hay un efecto santificador en el temor de Dios. Mueve a aborrecer el pecado y a apartarse del mal (Proverbios 3:7; 8:13; 16:6). Hace que los creyentes sean cuidadosos y moderados en sus palabras (Proverbios 10:19; Eclesiastés 5:2, 6-7). Los protege del fracaso de su conciencia y de su firmeza moral. El temor de Dios es limpio y purificador (Salmo 19:9), santo y redentor en su efecto. El santo temor de Dios motiva al pueblo de Dios a adorarlo con todo su ser. Si de veras se teme a Dios, se le adorará y glorificará como Señor de todo (Salmo 22:23). David compara a la congregación que alaba con “los que le temen” (Salmo 22:25). Asimismo, al final de la historia, cuando el ángel celestial que proclama el evangelio eterno llama a todo lo que hay en la tierra a que tema a Dios, de inmediato añade: “y darle gloria... y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, [y] el mar” (Apocalipsis 14:7). Dios ha prometido recompensar a todos los que le temen. “Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Jehová” (Proverbios 22:4). Otras recompensas prometidas incluyen protección de la muerte (Proverbios 14:26-27; Salmo 60:4), provisiones para las necesidades diarias (Salmo 34:9; 111:5) y una larga vida (Proverbios 10:27). Los que temen al Señor saben “que les irá bien”, a pesar de lo que suceda en el mundo que los rodea (Eclesiastés 8:12-13).
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Por último, el temor de Dios va acompañado de seguridad e indecible consuelo espiritual para el pueblo de Dios. El Nuevo Testamento vincula directamente el temor de Dios con el fortalecimiento del Espíritu Santo (Hechos 9:31). Por una parte, los que viven sin temor del Señor no tienen sentido alguno de su presencia, gracia y protección (Deuteronomio 1:26); por otra parte, los que temen a Dios y guardan sus mandamientos tienen una profunda experiencia de seguridad espiritual y de la unción del Espíritu Santo. Ellos pueden estar seguros de que Dios “librar [á] sus almas de la muerte” (Salmo 33:18-19).
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EL PACTO DE DIOS CON LOS ISRAELITAS DEUTERONOMIO 29:1. Estas son las palabras del pacto que Jehová mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además del pacto que concertó con ellos en Horeb.
EL PACTO EN EL MONTE SINAÍ (HOREB) Dios había hecho un pacto con Abraham y lo renovó con Isaac y Jacob. Su pacto con los israelitas, hecho al pie del monte de Sinaí (Éxodo 19:1.), abarca los dos principios fundamentales examinados en el artículo antes mencionado: sólo Dios estableció las promesas y obligaciones de su pacto, y se espera que los seres humanos las acepten en fe obediente. La diferencia fundamental entre este pacto y el anterior es que Dios esbozó las promesas y responsabilidades de este pacto antes de la ratificación (Éxodo 24:1-8). Las promesas de Dios en este pacto eran esencialmente las mismas que le hizo a Abraham (Éxodo 19:1). Él prometió (a) darles a los israelitas la tierra de Canaán después de libertarlos de la esclavitud en Egipto (Éxodo 6:3-6; 19:4; 23:20-23) y (b) ser su Dios y adoptarlos como su pueblo (Éxodo 6:7; 19:6; Deuteronomio 5:2). El propósito supremo de Dios era traer al Salvador al mundo por medio del pueblo del pacto. Antes que Dios cumpliera todas esas promesas, exigió que los israelitas se comprometieran a guardar las leyes de Dios que se les dieron mientras estaban situados al pie del monte Sinaí. Después que Dios reveló los Diez Mandamientos y muchas otras leyes del pacto, los israelitas juraron a una voz: “Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho” (Éxodo 24:3). Sin esa solemne promesa de aceptar los requisitos de la ley de Dios, no hubiera sido confirmado el pacto entre ellos y el Señor Dios (Éxodo 24:8). Este convenio de seguir la ley de Dios siguió siendo condición del pacto. Sólo al perseverar en la obediencia a los mandamientos del Señor y al ofrecer los sacrificios prescritos de su pacto Israel continuaría siendo la heredad muy apreciada de Dios y seguiría recibiendo sus bendiciones. En otras palabras, la continuación de la elección de Israel como el pueblo de Dios estaba condicionada a la obediencia a él como su Señor (Éxodo 19:5). También Dios estipuló con claridad lo que sucedería si su pueblo dejaba de guardar las obligaciones del pacto. El castigo por la desobediencia era la eliminación del pueblo del pacto, ya fuera por destierro o muerte (Éxodo 31:14-15). Esto repite la advertencia de Dios en el momento del éxodo, es decir, que quienes no siguieran sus instrucciones para la Pascua serían cortados del pueblo (Éxodo 12:15-19; 12:15). Esas no eran amenazas vanas. En Cades, por ejemplo, cuando los israelitas se rebelaron
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contra el Señor en incredulidad y se negaron a entrar en Canaán porque temían a los pobladores, Dios se enojó con ellos y en juicio hizo que anduvieran errantes por el desierto durante los próximos treinta y ocho años; allí murieron todos los israelitas mayores de veinte años (con excepción de Caleb y Josué; Números 13:26; 14:39; 14:29). La desobediencia e incredulidad de ellos como castigo los hizo perder el privilegio de vivir en la tierra del reposo prometido por Dios (Salmo 95:7-11; Hebreos 3:11-18). La obediencia que Dios esperaba de su pueblo no era perfección sino una obediencia sincera y ferviente. Inherente en el pacto había un reconocimiento de que a veces, debido a la debilidad de la naturaleza humana, ellos fracasarían (Deuteronomio 30:20). A fin de quitar la culpa del pecado y reconciliar al pueblo consigo mismo, Dios proporcionó el sistema expiatorio en general y el día anual de expiación en particular. El pueblo podía confesar sus pecados, ofrecer diversos sacrificios, y así reconciliarse con su Señor. Sin embargo, Dios juzgaría con severidad la desobediencia, rebeldía y apostasía voluntarias. Dios tenía el propósito de que, mediante su pacto con los israelitas, las personas de otras naciones, al observar la fidelidad de Israel a Dios y las bendiciones que la acompañan, desearían acercarse al Señor y formar parte de la comunidad de fe (Deuteronomio 4:6). Por medio del Redentor prometido, las naciones del mundo serían invitadas a aceptar esas promesas también. Así que el pacto tenía énfasis misionero. EL PACTO RENOVADO EN LAS LLANURAS DE MOAB Después que la generación rebelde e infiel de israelitas había muerto durante los treinta y ocho años de andar errante, por el desierto, Dios llamó a toda una nueva generación de israelitas y los preparó para entrar en la tierra prometida al renovar el pacto con él. Conquistar con éxito la tierra de Canaán exigiría dedicación a ese pacto y la promesa de que el Señor Dios estaría con ellos. Esa renovación del pacto es el punto principal del libro de Deuteronomio. Después de un preámbulo (Deuteronomio 1:1-5), Deuteronomio resume la historia de las relaciones de Dios con su pueblo desde que salió de Sinaí (Deuteronomio 1:6—4:43), cita las principales estipulaciones del pacto (Deuteronomio 4:44 – 26:19), les recuerda a los israelitas las maldiciones y bendiciones del pacto (Deuteronomio 27:1 --- 30:20) y concluye con los acuerdos para su extensión (Deuteronomio 31:1---33:39). Aunque no se menciona de manera específica en el libro, se puede suponer que la nación de Israel a una voz y con un fuerte “Amén” expresó su acuerdo con las estipulaciones del pacto, al igual que lo había hecho la generación anterior en el monte de Sinaí (Éxodo 24:1-8; Deuteronomio 27; 29:10-14). La estructura fundamental de este pacto siguió igual que el pacto en el monte de Sinaí. Un tema reiterado a lo largo de Deuteronomio es que si el pueblo de Dios
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obedecía todas las palabras del pacto. Dios lo bendeciría; si no obedecía, Dios lo maldeciría y castigaría (Deuteronomio 27-30). La única manera en que ellos y sus descendientes podían permanecer para siempre en la tierra de Canaán era guardando el pacto mediante el amor al Señor (Deuteronomio 6:5.) y la obediencia a la ley de Dios (Deuteronomio 30:15-20). Moisés le ordenó al pueblo que cada cierto tiempo refrescara la memoria en cuanto al pacto. Cada siete años, en la Fiesta de los Tabernáculos, todos los israelitas debían reunirse en el lugar que Dios escogiera; allí se les recordaría su pacto al escuchar la lectura de la ley de Moisés y al prometer obediencia a lo que habían oído (Deuteronomio 31:9-13). El Antiguo Testamento indica varios ejemplos notables de este proceder de la recordación y la renovación del pacto. Después que la tierra había sido conquistada y poco antes que muriera Josué, éste convocó a todo el pueblo para ese propósito (Josué 24). La respuesta del pueblo fue clara e inequívoca: “A Jehová nuestro Dios serviremos y a su voz obedeceremos” (Josué 24:24). Luego, “Josué hizo pacto con el pueblo” (Josué 24:25). Asimismo, Joiada dirigió una ceremonia de renovación del pacto en la coronación de Joás (2° Reyes 11:17), como hicieron Josías (2° Reyes 23:1-3), Ezequías (2° Crónicas 29:10) y Esdras (Nehemías 8:1 --- 10:39). El llamado a la recordación y renovación del pacto es pertinente hoy. El Nuevo Testamento es el pacto de Dios con los creyentes en Jesucristo. Recuerdan su pacto con ellos cuando leen y estudian su revelación con sus promesas y estipulaciones, cuando oyen la predicación de la palabra de Dios, y más cuando participan de la Cena del Señor (1ª Corintios 11:17-34). Mediante la Cena del Señor también se renueva el compromiso de amar al Señor y servirle de todo corazón (1ª Corintios 11:20).
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LA DESTRUCCIÓN DE LOS CANANEOS JOSUÉ 6:21. Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos.
Antes que la nación de Israel entrara en la tierra prometida, Dios había dado instrucciones estrictas en cuanto a lo que debían hacer con los pueblos que habitaban allí; tenían que ser totalmente destruidos. “Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás por completo: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado” (Deuteronomio 20:16-17; Números 33:51-53). El Señor repitió esa orden después que los israelitas cruzaron el Jordán para entrar en Canaán. En varias ocasiones el autor de Josué afirma que la destrucción de Israel de las ciudades y de los cananeos fue ordenada por el Señor (Josué 6:2; 8:1-2; 10:8). Los creyentes bajo el nuevo pacto a menudo se han preguntado cómo esta orden de destrucción masiva de seres humanos es consecuente con la revelación en otros pasajes de la Biblia, del amor y de la justicia de Dios, y de su aborrecimiento de la maldad. La destrucción de Jericó es un relato del justo juicio de Dios sobre un pueblo malvado en extremo, cuya medida de pecado había llegado al colmo (Génesis 15:16; Deuteronomio 9:4-5). En otras palabras, Dios aniquiló al pueblo de aquella ciudad y a otros pobladores de Canaán, porque se habían entregado por completo a la depravación moral. La arqueología revela que el pueblo de Canaán participaba en todo tipo de idolatría, prostitución ritual, espiritismo, violencia, y el quemar niños como sacrificios a sus dioses (Deuteronomio 12:31; 18:9-13; Josué 23:12). Era necesaria la total destrucción de los cananeos para salvaguardar a Israel de la abrumadora influencia de la idolatría y del pecado de los cananeos. Dios sabía que si se les hubiera permitido seguir vivas a las naciones impías, ellas enseñarían a Israel “a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses”, y el pueblo de Israel pecaría contra Jehová su Dios (Deuteronomio 20:18). Esta es una expresión del permanente principio bíblico de que el pueblo de Dios debe mantenerse separado de la malvada sociedad que lo rodea (Deuteronomio 7:2-4; 12:1-4). La destrucción de las ciudades y los pueblos cananeos demuestra un principio fundamental del juicio de Dios: cuando la iniquidad de un pueblo llega al colmo y se desborda, la misericordia de Dios da lugar al juicio (Josué 11:20). Dios había aplicado en otro tiempo ese mismo principio, cuando envió el diluvio (Génesis 6:5; 11-12) y en
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la destrucción de las ciudades impías de Sodoma y Gomorra (Génesis 18:20-33; 19:24-25). La subsiguiente historia de la nación de Israel confirma la importancia de este principio y del mandamiento de Dios de que todas las naciones paganas fueran destruidas. En realidad, los israelitas desobedecieron la orden del Señor y no expulsaron totalmente a todos los pueblos que vivían en Canaán. Como resultado, comenzaron a ir tras sus abominaciones y a servir a sus dioses falsos (Jueces 1:28; 2:2-17). El libro de Jueces es el relato de lo que el Señor hizo en respuesta a esa apostasía. Por último, la destrucción de aquella generación de cananeos es un tipo y prefiguración del juicio final de Dios sobre los inicuos al final de los tiempos. El segundo y verdadero Josué de Dios, es decir, Jesucristo, volverá en justicia con los ejércitos del cielo para juzgar y librar la guerra contra todos los impíos (Apocalipsis 19:11-21). Todos los que han rechazado su oferta de gracia y salvación y que han seguido en el pecado perecerán como los cananeos. Dios derrocará todo poder terrenal y establecerá su reino justo en la tierra (Apocalipsis 18:20-21; 20:4-10; 21:14).
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LOS ÁNGELES Y EL ÁNGEL DE JEHOVÁ JUECES 2:1. El ángel de Jehová subió de Gilgal a Boquim, y dijo: Yo os saqué de Egipto, y os introduje en la tierra de la cual había jurado a vuestros padres, diciendo: No invalidaré jamás mi pacto con vosotros.
La Biblia menciona con frecuencia a los ángeles; este artículo proporciona una visión panorámica de la enseñanza bíblica sobre los ángeles. ÁNGELES La palabra “ángel (heb. Mal´ak; gr. Angelos) significa “mensajero”. Los ángeles son los mensajeros o siervos celestiales de Dios (Hebreos 1:14), creados por Dios antes que comenzara la tierra (Job 38:4-7; Salmo 148:2-5; Colosenses 1:16). La Biblia habla de ángeles buenos y malos, aunque subraya que todos los ángeles fueron originalmente creados buenos y santos (Génesis 1:31). Teniendo la libertad de elección, numerosos ángeles se unieron a la rebelión de Satanás (Ezequiel 28:12-14; 2ª Pedro 2:4; Apocalipsis 12:9; Mateo 4:10) y se desviaron de su condición original de gracia como siervos de Dios, perdiendo de ese modo su misión celestial. Sin duda deben identificarse a los demonios del Nuevo Testamento con esos ángeles caídos (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:7; Judas 6). La Biblia habla de una inmensa multitud de ángeles buenos (1° Reyes 22:19; Salmo 68:17; 148:2: Daniel 7:9-10; Apocalipsis 5:11), aunque sólo se registran los nombres de dos de ellos en las Escrituras: Miguel (Daniel 12:1; Judas 9; Apocalipsis 12:7) y Gabriel (Daniel 9:21; Lucas 1:19-26). Por lo visto están separados en diferentes categorías: a Miguel se le llama arcángel (“ángel principal”, Judas 9; 1ª Tesalonicenses 4:16); hay serafines (Isaías 6:2), querubines (Ezequiel 10:1-3), ángeles con autoridad y dominio (Efesios 3:10; Colosenses 1:16), y las miradas de espíritus ministradores angelicales (Hebreos 1:14; Apocalipsis 5:11). Como seres espirituales, los ángeles buenos alaban a Dios (Hebreos 1:6; Apocalipsis 5:11; 7:11), hacen su voluntad (Números 22:22; Salmo 103:20), ven su rostro (Mateo 18:10), están sujetos a Cristo (1ª Pedro 3:22), son superiores a los seres humanos (Hebreos 2:6-7) y habitan en las esferas celestiales (Marcos 13:32; Gálatas 1:8). No se casan (Mateo 22:30.), nunca morirán (Lucas 20:34-36) y no se les debe adorar (Colosenses 2:18; Apocalipsis 19:9-10). Pueden aparecer en forma humana (por lo general como hombres jóvenes sin alas, Génesis 18:2-16; 19:1; Hebreos 13:2). Los ángeles realizan numerosas actividades en la tierra a la disposición de Dios. Tuvieron una misión precisa en la revelación de la ley de Dios a Moisés (Hechos 7:38; Gálatas 3:19; Hebreos 2:2). Sus deberes se relacionan primordialmente con su
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participación en la misión redentora de Cristo (Mateo 1:20-24; 2:13; 28:2: Lucas 1-2; Hechos 1:10; Apocalipsis 14:6-7). Se regocijan por un pecador que se arrepiente (Lucas 15:10), sirven en nombre del pueblo de Dios (Daniel 3:25; 6:22; Mateo 18:10; Hebreos 1:14), observan la vida de la congregación cristiana (1ª Corintios 11:10; Efesios 3:10; 1ª Timoteo 5:21), traen mensajes de Dios (Zacarías 1:14-17; Hechos 10:1-8; 27:23-24), traen respuestas a la oración (Daniel 9:21-23; Hechos 10:4), a veces ayudan a interpretar visiones y sueños proféticos (Daniel 7:15-16), fortalecen al pueblo de Dios en las pruebas (Mateo 4:11; Lucas 22:43), protegen a los santos que temen a Dios y aborrecen el mal (Salmo 34:7; 91:11; Daniel 6:22; Hechos 12:7-10), castigan a los que son enemigos de Dios (2° Reyes 19:35; Hechos 12:23; Apocalipsis 14:17 --- 16:21), hacen guerra contra los poderes demoníacos (Apocalipsis 12:7-9) y llevan a los salvados al cielo (Lucas 16:22). Durante los acontecimientos de los postreros tiempos, se intensificará la guerra entre Miguel con los ángeles buenos y Satanás con su hueste demoníaca (Apocalipsis 12:79). Los ángeles vendrán con Cristo cuando él vuelva (Mateo 24:30-31) y estarán presentes en el juicio de toda la raza humana (Lucas 12:8-9). EL ÁNGEL DE JEHOVÁ Debe hacerse mención especial del “ángel de Jehová” (a veces “el ángel de Dios”), un ángel único en su género que aparece tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. La primera de tales apariciones fue a Agar en el desierto (Génesis 16:7); otras apariciones implicaron a personas tales como Abraham (Génesis 22:11-15), Jacob (Génesis 31:11-13), Moisés (Éxodo 3:2), todos los israelitas durante el éxodo (Éxodo 14:19) y más tarde en Boquim (Jueces 2:1-4), Balaam (Números 22:22-36), Josué (Josué 5:13-15, donde es muy probable que el “príncipe del ejército de Jehová” sea el ángel de Dios), Gedeón (Jueces 6:11), David (1° Crónicas 21:16), Elías (2° Reyes 1:36), Daniel (Daniel 6:22) y José (Mateo 1:20; 2:13). El ángel de Jehová tenía varias tareas similares a las de los ángeles en general. A veces sencillamente llevaba mensajes del Señor a su pueblo (Génesis 22:15-18; 31:11-13; Mateo 1:20). En otras oportunidades, Dios envió a su ángel a fin de suplir las necesidades de su pueblo (1° Reyes 19:5-7.), protegerlos de cualquier mal (Éxodo 14:19; 23:20; Daniel 6:22) y de cuando en cuando para destruir a sus enemigos (Éxodo 23:23; 2° Reyes 19:34-35; Isaías 63:9). Cuando el pueblo de Dios se rebelaba y pecaba en gran manera, él podía usar su ángel para destruirlos (2° Samuel 24:1617). Se ha debatido sobre la identidad del ángel de Jehová, en particular a causa de la manera en que a menudo se dirigía a las personas. Nótese lo siguiente: (a) En Jueces 2:1, el ángel de Jehová dice: “Yo os saqué de Egipto, y os introduje en la tierra de la cual había jurado a vuestros padres, diciendo: No invalidaré jamás mi pacto con
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vosotros”. Cuando se compara con otros pasajes bíblicos que describen el mismo acontecimiento, esas acciones del Señor, el Dios del pacto de los israelitas. Él fue quien les juró a Abraham, a Isaac y a Jacob dar a sus descendientes la tierra de Canaán (Génesis 13:14-17; 17:8; 26:2-4; 28:13); Él juró que ese pacto sería perpetuo (Génesis 17:7); Él sacó a los israelitas de Egipto (Éxodo 20:1-2); y los llevó a la tierra prometida (Josué 1:1-2). (b) Cuando el ángel del Señor apareció delante de Josué, Josué se postró y lo adoró (Josué 5:14). Tal reacción ha llevado a muchos a creer que este ángel era una visible manifestación del Señor mismo; de otro modo, el ángel le habría ordenado a Josué que no lo adorara (Apocalipsis 19:10; 22:8-9). (c) Aún más explícito, el ángel del Señor que le apareció a Moisés en la zarza ardiente dijo en términos nada dudosos: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3:6; Génesis 16:7; Éxodo 3:2). Por cuanto el ángel del Señor está tan estrechamente identificado con el Señor mismo, y porque apareció en forma humana, algunos consideran que es una manifestación del Cristo eterno, la segunda persona de la Santa Trinidad, antes de su nacimiento de la virgen María.
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LA ESENCIA DE LA IDOLATRÍA 1° SAMUEL 12:20-21. Y Samuel respondió al pueblo: No temáis; vosotros habéis hecho todo este mal; pero con todo eso no os apartéis de en pos de Jehová, sino servidle con todo vuestro corazón. No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades.
La idolatría es un pecado que se repite a lo largo de la historia del pueblo de Dios. El primer caso registrado fue en la familia de Jacob (Israel); nótese que poco antes de llegar a Bet-el, Jacob ordenó que quitaran sus imágenes (Génesis 35:1-4). La primera historia registrada en la Biblia en la que todo Israel participó en la idolatría fue la adoración del becerro de oro mientras Moisés estaba en el monte de Sinaí (Éxodo 32:1-6). Durante la época de los jueces, con frecuencia el pueblo de Dios se volvió a los ídolos. Aunque no hay indicio alguno de idolatría durante el tiempo de Saúl o de David, los últimos años del rey Salomón pusieron en marcha una pauta persistente de idolatría en Israel (1° Reyes 11:1-8). En la historia del reino dividido, todos los reyes del reino del norte de Israel fueron idólatras, como lo fueron muchos de los reyes del reino del sur de Judá. Sólo después del exilio cesó la adoración idólatra de otros dioses entre los judíos. CUALIDADES ATRACTIVAS DE LA IDOLATRÍA ¿Por qué la idolatría fue tan atractiva para los israelitas? Había varios factores. Los israelitas estaban rodeados por naciones paganas que creían que la adoración de varios dioses era superior a la adoración de un solo Dios. En otras palabras, cuanto más, mejor. El pueblo de Dios recibió la influencia de esas naciones y constantemente las imitaba en lugar de obedecer el mandamiento de Dios de conservarse santo y separado de ellas. Los dioses de las demás naciones no exigían la clase de obediencia que exigía el Señor Dios de Israel. Por ejemplo, muchas de las religiones paganas incluían la inmoralidad sexual con las prostitutas del templo como parte de sus ceremoniales religiosos. Sin duda, esa costumbre atraía a muchos en Israel. Dios, por otra parte, exigía que su pueblo obedeciera sus elevadas normas morales como se definen en su ley a fin de mantener una relación salvadora con él. Ellos tenían que resistir con firmeza la tendencia hacia la inmoralidad y otras prácticas pecaminosas toleradas o glorificadas por las religiones paganas. A causa del carácter demoníaco de los ídolos, a veces la idolatría producía resultados genuinos y demostrables para los que adoraban ídolos. Los poderes demoníacos detrás de los ídolos eran capaces, aunque de manera limitada, de impartir beneficios materiales y físicos temporales. Los dioses de la fertilidad prometían el nacimiento de los hijos; los dioses del tiempo (sol, luna, lluvia, etc.) prometían las condiciones apropiadas para las cosechas abundantes; y los dioses guerreros prometían 40
protección de los enemigos y victoria en la batalla. Tales beneficios prometidos eran atractivos para los israelitas, y por esa razón muchos estaban dispuestos a servir a esos ídolos. CARÁCTER ESENCIAL DE LA IDOLATRÍA No se pueden entender las cualidades atractivas de la idolatría a menos que se entienda su verdadera esencia. La Biblia pone en claro que un ídolo no es nada en sí mismo (Jeremías 2:11; 16:20). Un ídolo es un simple pedazo de madera o de piedra, esculpido por manos humanas, que no tiene poder propio. Samuel llama a los ídolos vanos e inútiles (1° Samuel 12:21), y Pablo declara en forma explícita: “sabemos que un ídolo nada es en el mundo” (1ª Corintios 8:4; 10:19-20). Por esa razón los salmistas (Salmo 115:4-8; 135:14-18) y los profetas (1° Reyes 18:27; Isaías 44:9-20; 46:1-7; Jeremías 10:3-5) con frecuencia se burlaban de los ídolos. Sin embargo, detrás de todos los ídolos están los demonios, seres espirituales dominados por el diablo. Moisés (Deuteronomio 32:17) y el salmista (Salmo 106:3637) igualan los dioses falsos a los demonios. En cuanto a comer carne sacrificada a los ídolos, Pablo dice en su carta a los corintios: “lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios” (1ª Corintios 10:20). En otras palabras, el poder detrás de la idolatría es el dominio y la actividad de los demonios, y en realidad los demonios tienen gran poder en este mundo. Los cristianos saben, por supuesto, que el poder de Jesucristo es mayor que el de los demonios. No obstante, Satanás como “el dios de este siglo” (2ª Corintios 4:4) ejerce tremendo poder en este siglo malo (1ª Juan 5:19; Lucas 13:16; Gálatas 1:4; Efesios 6:12; Hebreos 2:14). Él tiene poder para producir señales mentirosas y prodigios falsos (2ª Tesalonicenses 2:9; Apocalipsis 13:2-8,13; 16:13-14; 19:20) y para concederle a la gente beneficios físicos y materiales. Sin duda, algunas veces ese poder contribuye a la prosperidad de los malvados (Salmo 10:2-6; 37:16,35; 49:6; 73:3-12). La relación entre la idolatría y los demonios se ve con mayor claridad cuando se comprende cuán intrincadas están las costumbres religiosas paganas vinculadas con el espiritismo, la hechicería, la adivinación, el encantamiento, la brujería, la necromancia y otras actividades por el estilo (2° Reyes 21:6; Isaías 8:19; 65:4; Deuteronomio 18:9-11; Apocalipsis 9:21). Según la Biblia, todas esas prácticas ocultistas implican rendir homenaje a los demonios. Por ejemplo, cuando Saúl le pidió a la adivina de Endor que hiciera subir a Samuel de entre los muertos, ella vio “dioses que subían de la tierra”, (1° Samuel 28:8-14). El Nuevo Testamento considera la avaricia como una forma de idolatría (Colosenses 3:5). La conexión es obvia: por cuanto los demonios son capaces de dar beneficios materiales, la gente que no está satisfecha con lo que tiene sino que está codiciosa de más, no vacilará en dar su lealtad a los principios y deseos de los seres espirituales
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que puedan darle lo que quiere. Aunque tales personas no adoren dioses hechos de madera y piedra, en realidad adoran a los demonios que están detrás de la avaricia y la codicia; por lo tanto, son idólatras. Así que la declaración de Jesús de que “ninguno puede... servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24) es en esencia la misma que la advertencia de Pablo, de que los creyentes” no [pueden] beber la copa del Señor, y la copa de los demonios” (1ª Corintios 10:21). LA REACCIÓN DE DIOS ANTE LA IDOLATRÍA Dios no tolerará ninguna forma de idolatría. Con frecuencia advirtió contra ella en el Antiguo Testamento, (a) En los primeros dos de los Diez Mandamientos él se pronuncia en forma directa contra la adoración de cualquier otro dios (Éxodo 20:3-4). (b) Dios repitió ese tipo de instrucción en otros pasajes (Éxodo 23:13-24; 34:14-17; Deuteronomio 4:23-24; 6:14; Josué 23:7; Jueces 6:10; 2° Reyes 17:35,37-38). (c) Vinculada con la orden de no servir a otros dioses había una orden de destruir todos los ídolos y quebrar las imágenes de las naciones paganas en la tierra de Canaán (Éxodo 23:24; 34:13; Deuteronomio 7:4-5; 12: 2-3). La historia de los israelitas fue con demasiada frecuencia la historia de la adoración de ídolos. Dios se enojó con ellos porque no destruyeron todos los ídolos en la tierra prometida y porque adoptaron la adoración de falsos dioses en su lugar. El Señor los castigó al permitir que los dominaran sus enemigos. (a) El libro de Jueces presenta un ciclo reiterativo: los israelitas comenzaron a servir a los dioses falsos de las naciones que dejaron de expulsar; Dios permitió que los dominaran sus enemigos; el pueblo de Dios clamó al Señor; el Señor oyó y envió a un juez que los librara. (b) La idolatría del reino del norte siguió sin impedimento por casi dos siglos. Por último, se agotó la paciencia de Dios, y él permitió que los asirios destruyeran la capital de Israel y dispersaran a las diez tribus (2° Reyes 17:6-18). (c) El reino del sur de Judá sí tuvo varios reyes temerosos de Dios, tales como Ezequías y Josías, pero por causa de los reyes malvados como Manases, la idolatría se arraigó en la nación de Judá (2° Reyes 21:1-9). Como resultado Dios dijo por medio de los profetas que permitiría que Jerusalén fuera destruida (2° Reyes 21:10-16). A pesar de esas advertencias, continuó la idolatría (Isaías 1:29; 48:4-5; Jeremías 2:4-30; 16:18-21; Ezequiel 8), hasta que por último Dios cumplió su profecía por medio del rey Nabucodonosor de Babilonia, que capturó Jerusalén, quemó el templo y saqueó la ciudad (2° Reyes 25). También el Nuevo Testamento advierte a todos los creyentes contra la idolatría.(a) Hoy la idolatría se manifiesta en diversas formas. Aparece en las falsas religiones del mundo, así como también en la hechicería, el satanismo y otras formas del ocultismo. Se encuentra dondequiera que las mujeres y hombres se entregan a la avaricia y al materialismo, antes que confiar sólo en Dios. Por último, ocurre dentro de la Iglesia cuando las personas creen que pueden servir a Dios y experimentar su salvación y sus bendiciones, y al mismo tiempo participar en las costumbres inmorales e impías del mundo. (b) Por consiguiente, el Nuevo Testamento advierte que no se debe ser
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codicioso, avaro o inmoral (Colosenses 3:5; Mateo 6:19-24; Romanos 7:7; Hebreos 13:5-6), sino más bien hay que huir de toda forma de idolatría (1ª Corintios 10:14; 1ª Juan 5:21). Dios respalda sus advertencias con la afirmación de que quienes participen en cualquier forma de idolatría no heredarán su reino (1ª Corintios 6:9-10; Gálatas 5:20-21; Apocalipsis 22:15).
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EL PACTO DE DIOS CON DAVID 2° SAMUEL 7:16. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente.
LA NATURALEZA DEL PACTO CON DAVID Aunque la palabra “pacto” no aparece en 2° Samuel 7, es claro que Dios estaba estableciendo un pacto con David. En Salmo 89:3-4, por ejemplo, Dios dice: “Hice pacto con mi escogido; juré a David mi siervo, diciendo: Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones” (Salmo 89:34-36). Esa promesa de que se establecería para siempre el trono del pueblo de Dios por la descendencia de David es precisamente la promesa que Dios le hizo a David en 2° Samuel 7 (nótese sobre todo el v.16). Además, luego en 2° Samuel, David mismo hace referencia al “pacto perpetuo” que Dios hizo con él (2° Samuel 23:5), refiriéndose sin duda a 2° Samuel 7. Los mismos dos principios que funcionan en otros pactos en el Antiguo Testamento también son obvios aquí: sólo Dios estableció las promesas y obligaciones de su pacto, y se esperaba que los seres humanos las aceptaran en fe obediente. (a) En este convenio de pacto con David, Dios hizo una promesa inmediata de que establecería el reino del hijo de David, Salomón, quien construiría una casa para el Señor, es decir, el templo (2° Samuel 7:11-12). (b) No obstante, la promesa de Dios de que la casa o dinastía de David perduraría para siempre sobre los israelitas estaba condicionada a la fiel obediencia de David y sus descendientes. En otras palabras, este pacto era eterno sólo en el sentido de que Dios se proponía mantener siempre a un hijo de David en el trono de Jerusalén, con tal de que los gobernantes de Judá se mantuvieran fieles y obedientes a él. Por los siguientes cuatro siglos, el linaje de David permaneció ininterrumpido en el trono de Judá. Pero cuando los reyes de Judá, particularmente Manasés y los que reinaron después del rey Josías, constantemente se rebelaron contra Dios al adorar ídolos y desobedecer su ley, finalmente Dios los destituyó del trono. Permitió que el rey Nabucodonosor de Babilonia invadiera la tierra de Judá, sitiara la ciudad de Jerusalén y finalmente destruyera la ciudad con su templo ( 2° Reyes 25; 2° Crónicas 36). El pueblo de Dios estaba ahora, por primera vez desde su estadía en Egipto, bajo el dominio de gobernantes extranjeros. JESUCRISTO Y ESTE PACTO Sin embargo, había un aspecto del pacto de Dios con David que era incondicional: que el reino de David sería finalmente establecido para siempre. El punto culminante de la promesa de Dios era que del linaje de la familia davídica saldría un descendiente que sería el Rey mesiánico y eterno. Este Rey sería soberano
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sobre los fieles de Israel y de todas las naciones (Isaías 9:6-7; 11:1-10; Miqueas 5:24). Él saldría de la ciudad de Belén (Miqueas 5:2-4), y su gobierno se extendería hasta los fines de la tierra (Zacarías 6:12-13; 9:10). Sería llamado “Jehová, justicia nuestra” (Jeremías 23:5-6) y traería salvación del pecado (Zacarías 12:8; 13:1). El cumplimiento de la promesa davídica comenzó con el nacimiento de Jesucristo, que le fue anunciado por el ángel Gabriel a María, una hija devota de la familia de David (Lucas 1:30-33; Hechos 2:29-35; 13:2). Esa promesa fue una extensión del pacto dado en Génesis 3:15. que predijo la derrota de Satanás por medio de un descendiente de Eva (Génesis 3:15); era una prolongación del pacto dado a Abraham y sus descendientes. El cumplimiento de esta promesa implicaba la resurrección de Cristo de entre los muertos y su exaltación a la diestra de Dios en el cielo (Hechos 2:29-33), desde donde ahora gobierna como Rey de reyes y Señor de señores. La primera tarea de Cristo como Señor exaltado fue el derramamiento del Espíritu Santo sobre su pueblo (Hechos 1:8; 2:4-33). El regio gobierno de Cristo se caracteriza por un llamado a todos a apartarse del pecado y del perverso mundo, para que acepten a Cristo como Señor y Salvador y reciban el Espíritu Santo (Hechos 2:32-40). El reino eterno de Cristo abarca (a) su actual soberanía sobre el reino de Dios y su dirección sobre la iglesia, (b) su futuro gobierno milenario sobre las naciones (Apocalipsis 2:26-27; 20:4), y (c) su reino eterno en el cielo nuevo y la tierra nueva (Apocalipsis 21 y 22).
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LA ORACIÓN EFICAZ 1° REYES 18:42,45. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Ve, y di a Acab: unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje. Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel.
La oración se refiere a la multifacética comunicación de los creyentes con el Señor Dios. Además del verbo “orar” y sus respectivas conjugaciones, se describe esta actividad como invocación a Dios (Salmo 17:6), invocación del nombre de Jehová (Génesis 4:26), clamor a Jehová (Salmo 3:4), levantar el alma a Dios (Salmo 25:1), buscar a Jehová (Isaías 55:6), acercarse con entera confianza al trono de la gracia (Hebreos 4:16.) y acercarse a Dios (Hebreos 10:22). RAZONES PARA LA ORACIÓN La Biblia proporciona algunas razones claras por las cuales los creyentes deben orar. Ante todo, Dios les ordena a los creyentes que oren. La orden de orar sale de los labios de los salmistas (1° Crónicas 16:11; Salmo 105:4), de los profetas (Isaías 55:6; Amós 5:4-6), de los apóstoles (Efesios 6:17-18; Colosenses 4:2; 1ª Tesalonicenses 5:17.) y del Señor Jesús mismo (Mateo 26:41; Lucas 18:1; Juan 16:24). Dios desea la comunión de los seres humanos; mediante la oración se mantiene la relación con Él. La oración es el vínculo necesario para recibir las bendiciones y el poder de Dios, y el cumplimiento de sus promesas. Numerosos pasajes bíblicos ilustran este principio. Jesús, por ejemplo, prometió que sus seguidores recibirían el Espíritu Santo si persistían en pedir, buscar y llamar a la puerta de su Padre celestial (Lucas 11:5-13). Por eso, después de la ascensión de Jesús, sus seguidores en forma constante se dedicaron a la oración en el aposento alto (Hechos 1:14.) hasta que con poder (Hechos 1:8.) el Espíritu Santo se derramó el día de Pentecostés (Hechos 2:1-4). Cuando los apóstoles se reunieron después de su arresto y liberación por parte de las autoridades judías, ellos oraron con fervor para que el Espíritu Santo les diera denuedo y autoridad para hablar su palabra. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4:31). Con frecuencia el apóstol Pablo pidió oraciones por si mismo, sabiendo que su obra no tendría éxito a menos que los creyentes estuvieran orando por él (Romanos 15:30-32; 2ª Corintios 1:11; Efesios 6:19-20; Filipenses 1:19; Colosenses 4:3-4). Santiago declara de modo explícito que
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la sanidad física puede llegar al creyente en respuesta a “la oración de fe” (Santiago 5:14-15). En su plan de salvación para el género humano, Dios ha establecido que los creyentes sean sus colaboradores en el proceso redentor. En algunos respectos, Dios se ha limitado a sí mismo a las oraciones santas, fieles y perseverantes de su pueblo. Hay muchas cosas que no se realizan en el reino de Dios sin las oraciones intercesoras de los creyentes (Éxodo 33:11). Por ejemplo, Dios desea enviar obreros a la mies Evangelística; Cristo enseña que no se cumplirá a plenitud ese propósito de Dios sin las oraciones de su pueblo: “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:38). En otras palabras, se pone en acción el poder de Dios para realizar muchos de sus propósitos, sólo mediante las oraciones fervientes y eficaces de su pueblo por el progreso de su reino. Si se deja de orar, en realidad se pudiera estar obstaculizando la realización del propósito redentor de Dios, para el creyente como individuo y para la iglesia como cuerpo.
REQUISITOS DE LA ORACIÓN EFICAZ Para que sea eficaz la oración, se deben llenar varios requisitos. Las oraciones no tendrán respuesta a menos que se tenga fe sincera y genuina. Jesús declara explícitamente: “Os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). Al padre de un muchacho poseído de un demonio, le dijo estas palabras: “Al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23). El apóstol Pablo exhorta a los creyentes a acercarse a Dios” con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Hebreos 10:22.), y Santiago los anima a que le pidan a Dios” con fe, sin dudar nada” (Santiago 1:6; 5:15). Debe hacerse la oración en el nombre de Jesucristo. Jesús mismo expresó ese principio cuando dijo: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14). Las oraciones deben estar en armonía con la persona, el carácter y la voluntad del Señor (Juan 14:13). La oración sólo puede ser eficaz si se hace conforme a la perfecta voluntad de Dios: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1ª Juan 5:14). Una de las peticiones en la oración modelo de Jesús, el padrenuestro, lo confirma: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10; Lucas 11:2; nótese la propia oración de Jesús en Getsemaní, Mateo 26:42). En muchos casos se conoce la voluntad de Dios porque él la ha revelado en las Escrituras. Se puede estar seguro de que será eficaz cualquier oración que de veras se base en las promesas de Dios en su palabra. Elías estaba seguro de que el Señor Dios de Israel respondería su oración con fuego y más tarde con lluvia porque la palabra profética del Señor había venido a él (1° Reyes 18:1), y él
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estaba de verdad confiado de que ninguno de los dioses paganos era mayor que o siquiera tan poderoso como el Señor Dios de Israel (1° Reyes 18:21-24). En otros momentos la voluntad de Dios llega a ser clara sólo cuando se procura con fervor, determinar cuál es. Una vez que se conoce su voluntad acerca de cualquier asunto, se puede orar con la confianza y la fe de que él responderá (1ª Juan 5:14). No sólo se debe orar conforme a la voluntad de Dios, sino que se debe estar en la voluntad de Dios para que él oiga y responda. Dios dará lo que se le pide sólo si se busca primero su reino y su justicia (Mateo 6:33). El apóstol Juan declara sin ambages: “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1ª Juan 3:22). Obedecer los mandamientos de Dios, amarlo a él y agradarle son condiciones indispensables para recibir respuestas a la oración. Cuando Santiago escribió que las oraciones de los justos son eficaces, quiso decir tanto una persona que ha sido justificado por la fe en Cristo como una que lleva una vida justa, devota y obediente, tal como el profeta Elías (Santiago 5:16-18; Salmo 34:13-14). Ya en el Antiguo Testamento se pone de relieve este mismo punto. Dios puso en claro que las oraciones de Moisés por los israelitas fueron eficaces por causa de su obediente relación con el Señor y su fidelidad a él (Éxodo 33:17). Por el contrario, el salmista afirma que si se abriga pecado en la vida, el Señor no oirá las oraciones (Salmo 66:18; Santiago 4:3). Esa fue la razón principal por la que el Señor apartó su oído de las oraciones de los israelitas idólatras e impíos (Isaías 1:15). Pero si el pueblo de Dios se arrepiente de sus pecados y se vuelve de sus malos caminos, el Señor promete oírlos otra vez, perdonar sus pecados y sanar su tierra (2° Crónicas 7:14; 6:36-39; Lucas 18:14-15). Nótese que la oración del sumo sacerdote por el perdón de los pecados de los israelitas en el día de la expiación no sería oída hasta que su propia condición pecaminosa había sido purificada (Éxodo 26:33). Por último, para que la oración sea eficaz hay que ser persistente. Este es el punto principal de la parábola de la viuda persistente (Lucas 18:1-7; 18:1). La instrucción de Jesús de pedir, buscar y llamar (Mateo 7:7-8) enseña la perseverancia en la oración (Mateo 7:7-8). También el apóstol Pablo advierte que se debe ser perseverante en la oración (Colosenses 4:2; 1ª Tesalonicenses 5:17). Asimismo, los santos del Antiguo Testamento reconocieron ese principio. Por ejemplo, sólo mientras Moisés perseveraba en oración con las manos levantadas hacia Dios, tenían los israelitas éxito en su batalla contra los amalecitas (Éxodo 17:11). Después que Elías recibió la palabra profética de que iba a llover, todavía persistió en la oración hasta que llegó la lluvia (1° Reyes 18:41-45). En una ocasión anterior, este gran profeta había orado con persistencia y fervor, para que Dios le devolviera la vida al hijo muerto de la viuda de Sarepta, hasta que el Señor respondió su oración (1° Reyes 17:17-23).
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ELEMENTOS Y MÉTODOS BÍBLICOS DE LA ORACIÓN EFICAZ ¿Qué elementos constituyen la oración eficaz? (a) Para orar con eficacia, se debe alabar y adorar a Dios (Salmo 150; Hechos 2:47; Romanos 15:11). (b) Estrechamente relacionado e importante es la acción de gracias a Dios (Salmo 100:4; Mateo 11:2526; Filipenses 4:6). (c) La sincera confesión de los pecados conocidos es esencial para la oración de fe (Santiago 5:15-16; Salmo 51; Lucas 18:13; 1ª Juan 1:9). (d) También Dios ordena que se le pida a él según las necesidades; como escribe Santiago, no se recibe lo que se desea porque no se sabe pedir, o se pide con motivos incorrectos (Santiago 4:2-3; Salmo 27:7-12; Mateo 7:7-11; Filipenses 4:6). (e) Y se debe orar con perseverancia por los demás; sobre todo hay que hacer oraciones de intercesión (Números 14:13-19; Salmo 122:6-9; Lucas 22:31-32; 23:34). ¿Cómo se debe orar? Jesús subraya la sinceridad del corazón, porque no se oye al que pide por su palabrería (Mateo 6:7). Se puede orar en silencio (1° Samuel 1:18; Nehemías 2:4) o se puede orar en voz alta (Nehemías 9:4; Ezequiel 11:13). Se puede orar en las propias palabras o empleando las palabras de las Escrituras. Se puede orar con la mente o se puede orar con el Espíritu (1ª Corintios 14:14-18). Incluso se puede orar con gemidos, sin emplear ninguna palabra humana (Romanos 8:26), sabiendo que el Espíritu llevará esas peticiones inaudibles al Señor. Otra manera de orar es cantar al Señor (Salmo 92:1-2; Efesios 5:19-20; Colosenses 3:16). A veces la oración ferviente al Señor irá acompañada de ayuno (Esdras 8:21; Nehemías 1:4; Daniel 9:34; Marcos 9:29; Lucas 2:37; Hechos 14:23; Mateo 6:16). ¿Qué posición es apropiada para la oración? La Biblia registra oraciones hechas de pie (1° Reyes 8:22; Nehemías 9:4-5), sentados (1° Crónicas 17:16; Lucas 10:13), de rodillas (Esdras 9:5; Daniel 6:10; Hechos 20:36), acostados en una cama (Salmo 63:6), bajando la cabeza al suelo (Éxodo 34:8; Salmo 95:6), acostado en tierra (2° Samuel 12:16; Mateo 26:39) y levantando las manos al cielo (Salmo 28:2; Isaías 1:15; 1ª Timoteo 2:8). EJEMPLOS DE ORACIÓN EFICAZ La Biblia está llena de ejemplos de oraciones que fueron poderosas y eficaces. Moisés tuvo numerosas oraciones intercesoras que Dios respondió, aún cuando él le había dicho a Moisés que seguiría un curso de acción distinto. Sansón arrepentido pidió una oportunidad más para cumplir la tarea de su vida de derrotar a los filisteos; Dios respondió a esa oración al darle la fuerza para derribar las columnas del edificio en el cual ellos estaban festejando el poder de sus dioses (Jueces 16:21-30). El profeta Elías recibió respuestas a por lo menos cuatro oraciones poderosas, todas las cuales dieron gloria al Dios de Israel (1° Reyes 17-18; Santiago 5:17-18).
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El rey Ezequías se enfermó e Isaías le dijo que moriría (2° Reyes 20:1; Isaías 38:1). Presintiendo que su vida y su obra estaban incompletas, Ezequías volvió el rostro a la pared y oró con intensidad para que Dios le diera más tiempo. Dios envió a Isaías a que le dijera a Ezequías que sería sanado y que se le añadirían quince años más de vida (2° Reyes 20:2-6; Isaías 38:2-6). Sin duda alguna Daniel oró al Señor en el foso de los leones, pidiendo liberación de su boca, y el Señor le concedió su petición (Daniel 6:10,16-22). Los primeros cristianos oraron con fervor por la liberación de Pedro de la cárcel, y Dios envió a un ángel para liberarlo (Hechos 12:3-11; 12:5). Tales ejemplos deben llenar al creyente de santo deseo y fe para orar con eficacia conforme a los principios esbozados en las Escrituras.
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CRISTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO 2° REYES 5:14. Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.
Una de las enseñanzas fundamentales del Nuevo Testamento es que Jesucristo (el Mesías) es el cumplimiento del Antiguo Testamento. El escritor de la Epístola a los Hebreos sugiere que Cristo es el heredero de todo lo que Dios había dicho por medio de los profetas (Hebreos 1:1-2). Jesús mismo afirmó que él había venido a cumplir la ley y los profetas (Mateo 5:17). Después de su gloriosa resurrección, él les demostró a sus seguidores que, según Moisés, los profetas y los salmos (según las tres divisiones principales del antiguo Testamento hebreo), hacía tiempo que Dios había predicho todo lo que le había sucedido a él (Lucas 24:25-27,44-46). Para entender mejor las profecías del Antiguo Testamento acerca de Jesucristo, se debe decir algo sobre la tipología. PRINCIPIOS DE TIPOLOGÍA Un cuidadoso estudio del Antiguo Testamento revela elementos (llamados tipos, del gr. Tupos) que se cumplen en la venida del Mesías (que es el antitipo); en otras palabras, hay una correspondencia entre personas, acontecimientos o cosas en el Antiguo Testamento y Jesucristo en el Nuevo Testamento. Nótese dos principios fundamentales con respecto a esta norma de profecía y cumplimiento: Para ver cómo un pasaje del Antiguo Testamento señala a Cristo, siempre se debe comenzar por considerar el pasaje como que revela un acontecimiento dentro de la historia de la redención de Dios; es decir, se debe en primer lugar examinar un pasaje del Antiguo Testamento como un acontecimiento histórico y luego ver cómo señala hacia la venida de Jesucristo como el Mesías prometido. Se debe reconocer que el cumplimiento mesiánico de un pasaje del antiguo Testamento está a menudo en un plano espiritual más elevado que el acontecimiento del Antiguo Testamento. En realidad, el pueblo del Antiguo Testamento que participó en la historia pudiera no haberse dado cuenta de que lo que estaban experimentando era profético del Hijo de Dios que vendría. Por ejemplo, es probable que David no se diera cuenta cuando escribió el Salmo 22 que su sufrimiento era profético del sufrimiento de Cristo en la cruz. Ni los exiliados que lloraban al pasar junto a la tumba de Raquel en Ramá (Jeremías 31:15) sabían que algún día sus lágrimas se cumplirían en la muerte de todos los niños varones menores de dos años en Belén (Mateo 2:18). A menudo se puede ver un pasaje del Antiguo Testamento como profético del Señor Jesucristo sólo a la luz de la revelación del Nuevo Testamento.
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CATEGORÍAS DE TIPOS PROFÉTICOS Se puede identificar al menos cuatro clases de ejemplos en los cuales el Antiguo Testamento señala y profetiza la venida de Cristo en el Nuevo Testamento. Textos específicos del Antiguo Testamento citados en el Nuevo Testamento. Algunos pasajes del Antiguo Testamento son obviamente proféticos de Cristo porque se les cita como tales en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Mateo cita Isaías 7:14. para probar que el Antiguo Testamento profetizó el nacimiento virginal de Cristo (Mateo 1:23), y Miqueas 5:2. para probar que Jesús iba a nacer en Belén (Mateo 2:6). Marcos les recuerda a sus lectores (Marcos 1:2-3) que la venida de Juan el Bautista como el precursor de Cristo fue profetizada por Isaías (Isaías 40:3) y Malaquías (Malaquías 3:1). Zacarías profetizó la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos (Zacarías 9:9; Mateo 21:4; Juan 12:14). La experiencia de David expresada en Salmo 22:18. relata con antelación la escena de los soldados delante de la cruz que repartieron la ropa de Jesús (Juan 19:23-24), y se interpreta su declaración en Salmo 16:8-11. como una clara predicción de la resurrección de Jesús (Hechos 2:25-32; 13:35-37). El escritor de la Epístola a los Hebreos afirma que Melquisedec (Génesis 14:18-20; Salmo 110:4.) es tipo de Cristo, el sumo sacerdote eterno. Hay muchos otros ejemplos que pudieran citarse. Alusiones de escritores del Nuevo Testamento a pasajes del Antiguo Testamento. Otro ejemplo de cómo puede encontrarse a Cristo en el Antiguo Testamento son aquellos pasajes del Nuevo Testamento que, sin citar un texto especifico, se refieren a personas, acontecimientos o cosas del Antiguo Testamento como proféticos de Cristo. Por ejemplo, en el primerísimo texto profético en la Biblia (Génesis 3:15), Dios promete enviar la simiente de la mujer para destruir la simiente de la serpiente. Sin duda Pablo tenía en mente este pasaje cuando dijo que Cristo nació de una mujer para redimir a los que están bajo el poder de la ley (Gálatas 4:4-5; Romanos 16:20), como también lo tenía en mente el apóstol Juan cuando asegura que el hijo de Dios vino a “deshacer las obras del diablo” (1ª Juan 3:8). La referencia de Juan el Bautista a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29,36) es una mención de Levítico 16 e Isaías 53:7, y la referencia de Pablo a Jesús como “nuestra pascua” (1ª Corintios 5:7.) revela que el sacrificio del cordero pascual profetizaba la muerte de Cristo por los seres humanos (Éxodo 12:1-14,46). Jesús mismo dijo que el que Moisés levantara la serpiente en el desierto (Números 21:4-9.) fue profético de que él sería colgado en una cruz. Y cuando Juan dice que Jesús, la Palabra de Dios, participó en la creación de todas las cosas (Juan 1:1-3), no se puede menos que pensar en Salmo 33:6. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos” (Hebreos 1:3,10-12). Estas son sólo algunas de las muchas alusiones del Nuevo Testamento a pasajes del Antiguo Testamento con respecto a Cristo. Personas, acontecimientos o cosas del Antiguo Testamento que se relacionan sobre todo con la redención. El éxodo de Israel de Egipto, que se ve a lo largo del Antiguo Testamento como el mayor suceso redentor bajo el antiguo pacto, prefigura a Cristo y
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la redención que él trae bajo el nuevo pacto. Algunos tipos en el libro de Éxodo que prefiguran a Cristo y su redención son Moisés, la pascua, el cruce del Mar Rojo, el maná, el agua de la roca, el tabernáculo y sus utensilios, y el sumo sacerdote. Modelos en los acontecimientos del Antiguo Testamento que prefiguran la manera en que Dios trata con los creyentes en Cristo. Muchos de los relatos del Antiguo Testamento exponen un modelo de las relaciones de Dios con su pueblo que se cumple en Jesucristo. Nótense los siguientes ejemplos: (a) Abraham tuvo que esperar pacientemente casi veinticinco años para que Dios abriera la matriz de Sara y les diera a Isaac. Nada que él hiciera podía apresurar el nacimiento de aquel hijo de la promesa de Dios. Este modelo se cumple en el Nuevo Testamento, cuando Dios envió a su propio Hijo como Salvador del mundo, en el cumplimiento del tiempo (Gálatas 4:4); sin que pudiera apresurarlo nada que hicieran los seres humanos. La salvación viene sólo por iniciativa de Dios (Juan 3:16), no por el esfuerzo humano. (b) Antes que los israelitas fueran sacados de Egipto por el poder misericordioso de Dios, ellos tuvieron que clamar con desesperación a su Dios para ser liberados de sus enemigos (Éxodo 2:23-24; 3:7). Esto es profético del plan redentor de Dios para liberar al pecador por medio de Cristo. Antes que se pueda esperar liberación por la gracia de Dios de los pecados y enemigos espirituales, se debe clamar con arrepentimiento delante de él y pedir su gracia salvadora (Hechos 2:37-38; 16:29-33; 17:30-31). Todos los que invocan el nombre del Señor serán salvos. (c) Cuando Naamán el sirio buscó sanidad del Dios de Israel por su lepra, se le dijo que se lavara siete veces en el río Jordán. Aunque inicialmente eso lo enojó, tuvo que humillarse y sumergirse en las aguas del Jordán a fin de ser sanado (2° Reyes 5:1-14). Este pasaje prefigura a Jesús y el nuevo pacto: en el sentido de que la gracia salvadora de Dios llega más allá de los límites de la nación de Israel (Lucas 4:27; Hechos 22:21; Romanos 15:8-12.) y en el sentido de que a fin de recibir salvación, se debe abandonar el orgullo, humillarse delante de Dios (Santiago 4:10; 1ª Pedro 5:6.) y procurar ser lavado en la sangre de Jesucristo, la provisión de Dios para la purificación (Hechos 22:16; 1ª Corintios 6:11; Tito 3:5; 1ª Juan 1:7-9; Apocalipsis 1:5). En resumen, el Antiguo Testamento es en efecto un libro de relatos de personas piadosas del pasado que sirven de modelos y ejemplos (1ª Corintios 10:1-13; Hebreos 11; Santiago 5:16-18). Pero es mucho más que eso; es “nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que [seamos] justificados por la fe” (Gálatas 3:24).
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LA CIUDAD DE JERUSALÉN 1° CRÓNICAS 11:7-8. Y David habitó en la fortaleza, y por esto la llamaron la Ciudad de David. Y edificó la ciudad alrededor, desde Milo hasta el muro; y Joab reparó el resto de la ciudad.
HISTORIA DE LA CIUDAD DE JERUSALÉN La primera referencia a la ciudad de Jerusalén es probablemente Génesis 14:18, donde a Melquisedec se le menciona como el rey de Salem (Jerusalén, Génesis 14:18). Cuando los israelitas estaban preparados para cruzar el Jordán para entrar en la tierra prometida, a la ciudad se le llamaba “del jebuseo” (Josué 15:8) o “Jebús” (1° Crónicas 11:4). Nunca fue tomada durante la conquista de Josué de la tierra de Canaán, y permaneció en manos de los cananeos hasta que David llegó a ser rey. El ejército de David asaltó a Jebús y la tomó, y David la hizo su ciudad capital (2° Samuel 5:5-7; 1° Crónicas 11:4-7). Jerusalén sirvió de capital política de Israel durante el reino unido y más tarde del reino sur de Judá. Salomón el sucesor de David, edificó el templo para el Señor Dios en Jerusalén (1° Reyes 5-8; 2° Crónicas 25), de modo que la ciudad también llegó a ser el centro religioso para la adoración del Señor del pacto. Por causa del pecado de Israel, en 586 a. C. Nabucodonosor de Babilonia sitió la ciudad y finalmente la destruyó junto con su templo (2° Reyes 25:1-11; 2° Crónicas 36:17-19). Quedó hecha un montón de escombros hasta que los judíos volvieron de Persia en 536 a. C. para reconstruir el templo y la ciudad (Esdras 3:8-13; 5:1—6:15; Nehemías 3-4). En la época del Nuevo Testamento, Jerusalén se había convertido una vez más en el centro de la vida política y religiosa judía. Sin embargo, en 70 d. C., después de la frecuente rebeldía de los judíos contra las autoridades romanas, la ciudad y su templo fueron destruidos una vez más. Cuando David hizo de Jerusalén su ciudad capital, ésta comenzó a adoptar otros diversos nombres de conformidad con su carácter. Nombres tales como: “Sión” (2° Samuel 5:7), “la ciudad de David” (2° Samuel 5:7), la “cuidad santa” (Nehemías 11:1), “la ciudad de Dios” (Salmo 46:4), “la ciudad del gran Rey” (Salmo 48:2), la “ciudad de justicia, ciudad fiel” (Isaías 1:26), la “ciudad de Jehová” (Isaías 60:14), “Jehová-sama” (Jehová allí) (Ezequiel 48:35) y “ciudad de la Verdad” (Zacarías 8:3). Algunos de esos nombres son nombres proféticos para la futura ciudad de Jerusalén. EL SIGNIFICADO DE JERUSALÉN PARA LOS ISRAELITAS La ciudad de Jerusalén tenía especial significado para el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Cuando Dios repasó su ley con los israelitas en la frontera de Canaán, profetizó por medio de Moisés que en algún momento del futuro él escogería un lugar “para poner allí su nombre” (Deuteronomio 12:5,11,21; 14:23-24). Este lugar iba a ser la ciudad
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de Jerusalén (1° Reyes 11:13; 14:21), donde fue construido el templo del Dios vivo; por eso recibió los nombres de la “ciudad santa”, “la ciudad de Dios” y la “ciudad de Jehová”. Tres veces al año se suponía que todos los hombres israelitas viajaran a Jerusalén, para aparecer “delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere; en la fiesta solemne de los panes sin levadura, y en la fiesta solemne de las semanas, y en la fiesta solemne de los tabernáculos” (Deuteronomio 16:16; 16:2,6,11,15). Jerusalén fue la ciudad donde Dios reveló su palabra a su pueblo (Isaías 2:3); es decir, fue “el valle de la visión” (Isaías 22:1). Asimismo, fue el lugar donde Dios gobernaba a su pueblo Israel (Salmo 99:1-2; 48:1-3,12-14). Por eso cuando los israelitas oraban, se les instruía que oraran “con el rostro hacia la ciudad” (1° Reyes 8:44; Daniel 6:10). Las montañas que rodeaban Jerusalén simbolizan al Señor que rodea a su pueblo en su permanencia eterna (Salmo 125:1-2). Esencialmente, por lo tanto, Jerusalén era un símbolo de todo lo que Dios quería para su pueblo. Cada vez que el pueblo de Dios estuviera en Jerusalén, todos debían recordar el poder de Dios para gobernar, su santidad, su fidelidad con su pueblo y su compromiso eterno de ser su Dios. Por lo tanto, cuando el pueblo de Dios arruinó su relación con él por su constante idolatría y negativa a obedecer sus mandamientos, el Señor permitió que la nación de Babilonia destruyera Jerusalén, junto con el templo. Al permitir que fuera destruido ese símbolo de largos años de su constante presencia entre ellos, Dios estaba dando a entender que él mismo se estaba apartando de su pueblo. Nótese que la promesa de Dios de un “pacto perpetuo” con su pueblo siempre estuvo condicionada a la obediencia de ellos a su voluntad revelada. Así Dios le advirtió a su pueblo entonces y le advierte ahora que debe permanecer fiel a él y ser obediente a su ley si quiere seguir recibiendo sus bendiciones y promesas. EL SIGNIFICADO DE JERUSALÉN PARA LA IGLESIA CRISTIANA La ciudad de Jerusalén también fue importante para la Iglesia Cristiana. Jerusalén fue el lugar de nacimiento del cristianismo. Allí Jesucristo fue crucificado y allí resucitó de los muertos. Fue igualmente en Jerusalén que el Cristo exaltado derramó el Espíritu Santo sobre sus discípulos el día de Pentecostés (Hechos 2). Desde aquella ciudad el mensaje del evangelio de Jesucristo se extendió “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8; Lucas 24:47). La Iglesia de Jerusalén era la Iglesia madre de todas las iglesias y la iglesia en que comenzaron su obra los apóstoles (Hechos 1:12-26; 8:1). Cuando estalló la controversia sobre si los gentiles que creían en Jesucristo tenían que ser circuncidados, Jerusalén fue la ciudad donde el primer gran concilio eclesiástico se reunió para decidir ese asunto (Hechos 15:1-31; Gálatas 2:1-10).
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Los escritores del Nuevo Testamento aceptaron gran parte de la importancia de Jerusalén en el Antiguo Testamento, pero cambiaron su aplicación de la ciudad terrenal a la ciudad celestial. En otras palabras, para ellos Jerusalén como la ciudad santa ya no estaba en la tierra sino en el cielo donde habita Dios y gobierna Cristo a su diestra; desde allí él envía sus bendiciones y desde allí volverá Jesucristo. Pablo habla de “la Jerusalén de arriba”, que es la madre de todos (Gálatas 4:26). El autor de la Epístola a los Hebreos indica que, al acudir a Jesucristo para salvación, los creyentes no se han acercado a un monte terrenal, sino “al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial” (Hebreos 12:22). Y en vez de preparar una ciudad en la tierra para los creyentes, Dios está ocupado preparando la nueva Jerusalén, la que algún día descenderá “del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apocalipsis 21:2; 3:12). En aquel gran día, las promesas del pacto de Dios se cumplirán plenamente: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:3). Dios y el Cordero reinarán por los siglos de los siglos en su trono en esta ciudad santa (Apocalipsis 22:3-4). ¿Todavía tiene la ciudad terrenal de Jerusalén una misión futura en el reino milenario de Dios? Isaías 65:18. Comienza con una fuerte adversativa: habrá nuevos cielos y nueva tierra (Isaías 65:17), mas la presente Jerusalén también tendrá su cumplimiento; el resto de Isaías 65 sigue tratando sobre las condiciones del milenio. Muchos creen que cuando Cristo vuelva para establecer su gobierno milenario (Apocalipsis 20:1-6), él establecerá su trono en la ciudad de Jerusalén. Después del juicio ante el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11-15), la Jerusalén celestial descenderá a la tierra nueva y se convertirá en la sede del eterno reino de Dios (Apocalipsis 21:2).
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EL TEMPLO 2° CRÓNICAS 5:1. Acabada toda la obra que hizo Salomón para la casa de Jehová, metió Salomón las cosas que David su padre había dedicado; y puso la plata, y el oro, y todos los utensilios, en los tesoros de la casa de Dios.
HISTORIA DEL TEMPLO El precursor del templo fue el tabernáculo, la tienda construida por los israelitas mientras estaban estacionados en el desierto en el monte de Sinaí (Éxodo 25-27; 30; 36-38; 39:32-40:33). Después de entrar en la tierra prometida de Canaán, ellos conservaron este santuario móvil hasta la época del rey Salomón. Durante los primeros años de su reino, encargó a miles de personas para que tomaran parte en la construcción del templo del Señor (1° Reyes 5:13-18). En el cuarto año de su reinado se echaron los cimientos; siete años más tarde se terminó de construir el templo (1° Reyes 6:37-38). La adoración al Señor, sobre todo los sacrificios ofrecidos a él, ahora tenía un lugar establecido en la ciudad de Jerusalén. Durante el tiempo de la monarquía, el templo pasó por varios ciclos de profanación y restauración. Fue saqueado por Sisac de Egipto durante el reinado del Rey Roboam (2° Crónicas 12:9), y fue restaurado por el rey Asa (2° Crónicas 15:8-18). Después de otro período de idolatría y decadencia espiritual, el rey Joás reparó la casa del Señor (2° Crónicas 24:4-14). Más tarde el rey Acaz tomó algunos de los utensilios del templo, los envió al rey de Asiria como un medio de apaciguamiento político y cerró las puertas del templo (2° Crónicas 28:21-24), su hijo Ezequías abrió, reparó y santificó el templo una vez más (2° Crónicas 29:3-19), pero después fue profanado otra vez por su hijo Manases (2° Crónicas 33:3-7). Josías el nieto de Manasés fue el último rey de Judá que reparó el templo (2° Crónicas 34:8-13). La idolatría continuó entre sus sucesores y finalmente Dios permitió que el rey Nabucodonosor de Babilonia en 586 a. C. destruyera totalmente el templo (2° Reyes 25:13-17; 2° Crónicas 36:1819). Cincuenta años más tarde, el rey Ciro le permitió a los judíos que volvieran de Babilonia a Palestina y reconstruyeran el templo (Esdras 1:1-4). Zorobabel dirigió el esfuerzo de reconstrucción (Esdras 3:7-13), aunque no sin oposición de otras personas que vivían en ese territorio (Esdras 4:1-4). Después de una demora de más o menos una década, al pueblo se le permitió reanudar el proyecto (Esdras 5:1-2), y pronto se terminó y se dedicó (Esdras 6:14-18). Al principio de la era del Nuevo Testamento, el rey Herodes invirtió mucho tiempo y dinero reparando y embelleciendo el segundo templo (Juan 2:20); este fue el templo que Jesús limpió en dos ocasiones (Mateo 21:12-16; Juan 2:13-21). Sin embargo, en 70 d. C., después de la frecuente rebeldía de los judíos contra las autoridades romanas, el templo, junto con toda la ciudad de Jerusalén, fue destruido una vez más y quedó inhabitable.
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EL SIGNIFICADO DEL TEMPLO PARA LOS ISRAELITAS Desde muchos puntos de vista el templo tenía para los israelitas la misma importancia que la ciudad de Jerusalén. Simbolizaba la presencia y la protección del Señor Dios entre su pueblo (Éxodo 25:8; 29:43-46). Cuando se dedicó el templo, Dios bajó del cielo, lo llenó de su gloria (2° Crónicas 7:1-2; Éxodo 40:34-38) y prometió poner allí su nombre (2° Crónicas 6:20-33). Así que cuando el pueblo de Dios quería orar al Señor, podían hacerlo con el rostro hacia el templo (2° Crónicas 6:24,26,29,32), y Dios los oiría “desde su templo” (Salmo 18:6). También el templo representaba la redención divina del pueblo de Dios. Tenían lugar allí dos importantes solemnidades: los sacrificios diarios por el pecado sobre el altar de bronce (Números 28:1-8; 2° Crónicas 4:1.) y el día de la expiación, cuando el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo para esparcir la sangre sobre el propiciatorio del arca para expiar los pecados del pueblo (Levítico 16; 1° Reyes 6:19-28; 8:6-9; 1° Crónicas 28:11). Mediante esos ceremoniales del templo, se les recordaba a los israelitas el carácter costoso de su redención y reconciliación con Dios. En ningún momento de la historia del pueblo de Dios hubo más de una morada de Dios. Eso demostraba que hay un solo Dios, el Señor Jehová, el Dios del pacto de los israelitas. Sin embargo, el templo no daba garantías absolutas de la presencia de Dios. Simbolizaba la presencia de Dios sólo si el pueblo rechazaba todos los demás dioses y obedecía la santa ley de Dios. Miqueas, por ejemplo, criticó a los dirigentes del pueblo de dios por su violencia y materialismo mientras al mismo tiempo se sentían seguros de que ningún mal les sobrevendría siempre, que tuvieran el símbolo de la presencia de Dios entre ellos (Miqueas 3:9-11). Él profetizó que Dios les enseñaría una lección al destruir (a) Jerusalén con su templo. Más tarde Jeremías censuró a la nación idólatra de Judá por solazarse en su constante repetición de las palabras: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este” (Jeremías 7:2-4; 8-12). Por causa de su estilo de vida impío, Dios destruiría el símbolo de su presencia: el templo (Jeremías 7:14-15). Incluso le dijo a Jeremías que era inútil que orara por la nación de Judá, porque el Señor no oiría (Jeremías 7:16). Su única esperanza era mejorar sus caminos (Jeremías 7:5-7). EL SIGNIFICADO DEL TEMPLO PARA LA IGLESIA CRISTIANA La función del templo en el Nuevo Testamento debe entenderse en el contexto de lo que simboliza el templo en el Antiguo Testamento. Jesús mismo, como los profetas del Antiguo Testamento, censuró el mal uso del templo. Su primer gran acto público (Juan 2:13-17) y su último gran acto público
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(Mateo 21:12-13) fueron limpiar el templo de los que estaban destruyendo su verdadero propósito espiritual (Lucas 19:45). Él siguió prediciendo el día en que el templo sería totalmente destruido (Mateo 24:1-2; Marcos 13:1-2; Lucas 21:5-6). Los miembros de la iglesia primitiva en Jerusalén entraban con frecuencia en el templo a la hora de la oración (Hechos 2:46; 3:1; 5:21-42). Sin embargo, lo hacían por costumbre, estando plenamente conscientes de que no era el único lugar donde se podía orar al Señor (Hechos 4:23-31). Esteban, y más tarde Pablo, dieron testimonio de que no se podía aprisionar al Dios vivo en un templo hecho por manos humanas (Hechos 7:48-50; 17:24). El punto central de adoración para los cristianos se desplazó del templo a Jesucristo mismo. Ahora él, no el templo, constituye la presencia de Dios entre su pueblo. Él es la Palabra de Dios hecha carne (Juan 1:14), y en él habita toda la plenitud de Dios (Colosenses 2:9). En realidad, Jesús llama a su propio cuerpo “este templo” (Juan 2:19-22); mediante su sacrificio en la cruz él cumplió todos los sacrificios que tenían lugar en el templo (Hebreos 9:1; 10:18). Obsérvese también que en su conversación con la mujer samaritana, Jesús declaró que pronto la adoración tendría lugar no en un edificio específico sino “en espíritu y en verdad”, es decir, dondequiera que las personas genuinamente creyeran la verdad de la palabra de Dios y recibieran al Espíritu de Dios por medio de Cristo (Juan 4:23). Como Jesucristo personificó el significado del templo, y como la iglesia es su cuerpo (Romanos 12:5; 1ª Corintios 12:12-27; Efesios 1:22-23; Colosenses 1:18), se denomina a la iglesia el “templo de Dios”, donde mora Cristo y su Espíritu (1ª Corintios 3:16; 2ª Corintios 6:16; Efesios 2:21-22). Por medio de su Espíritu, Cristo vive en su iglesia y exige que su cuerpo sea santo. Al igual que en el Antiguo Testamento, donde Dios no toleraba profanación alguna de su templo, así él promete destruir a cualquiera que profane a su iglesia (1ª Corintios 3:16; 3:17). El Espíritu Santo no sólo vive en la iglesia, sino también en el creyente individual como su templo (1ª Corintios 6:19). Por esa razón Pablo advierte con vigor contra cualquier contaminación del cuerpo humano por inmoralidad o impureza (1ª Corintios 6:18-19). Por último, nótese que no hay necesidad alguna de un templo en la nueva Jerusalén (Apocalipsis 21:22). La razón es clara: como el templo era sólo un símbolo de la presencia de Dios entre su pueblo y no la plena realidad, no es necesario templo alguno cuando Dios y el Cordero estén de veras viviendo entre ellos: “El Señor Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Apocalipsis 21:22).
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LA ADORACIÓN NEHEMÍAS 8:5-6. Abrió, pues, Esdras el libro a ojos de todo el pueblo, porque estaba más alto que todo el pueblo; y cuando lo abrió, todo el pueblo estuvo atento. Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! Alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra.
La adoración constituye las acciones y actitudes que reverencian y honran la dignidad del gran Dios del cielo y de la tierra. Por lo tanto, la adoración se concentra en Dios, no en el hombre. En la adoración cristiana el creyente se acerca a Dios en gratitud por lo que ha hecho por él en Cristo y por medio del Espíritu Santo. Ella exige una entrega de fe a él y un reconocimiento de que él es Dios y Señor. BREVE HISTORIA DE LA ADORACIÓN AL VERDADERO DIOS Los seres humanos han adorado a Dios desde el principio de la historia. Adán y Eva habían tenido comunión regular con Dios en el huerto del Edén (Génesis 3:8). Caín y Abel trajeron ofrendas (heb. Minjah, “regalo, tributo”, traducida “oblación” en Levítico 2:1.) a Jehová (Génesis 4:3-4); los descendientes de Set invocaron “el nombre de Jehová” (Génesis 4:26). Noé edificó un altar a Jehová para un holocausto después del diluvio (Génesis 8:20). Abraham llenó el paisaje de la tierra prometida de altares para los holocaustos al Señor (Génesis 12:7-8; 13:4-18; 22:9) y habló íntimamente con él (Génesis 18:23-33; 22:11-18. Sin embargo, la adoración pública no se formalizó hasta después del éxodo, cuando se construyó el tabernáculo en el monte de Sinaí. De allí en adelante, los sacrificios regulares se efectuaron cada día y especialmente el día de reposo, y Dios estableció varias fiestas religiosas anuales como ocasiones para la adoración pública de los israelitas (Éxodo 23:14-17; Levítico 1:7; 16; 23:4-43; Deuteronomio 12:16). Esa adoración más tarde llegó a centralizarse alrededor del templo en Jerusalén (los planes de David como se indican en 1° Crónicas 22-26). Cuando fue destruido el templo en 586 a. C., los judíos edificaron sinagogas como lugares de instrucción y adoración mientras estuvieron en el exilio y dondequiera que se establecían. Se siguieron usando esos edificios para la adoración incluso después de la construcción del segundo templo bajo el liderazgo de Zorobabel (Esdras 3-6). Había sinagogas en Palestina y en todo el mundo romano durante la época del Nuevo Testamento (Lucas 4:16; Juan 6:59; Hechos 6:9; 13:14; 14:1; 17:1-10; 18:4; 19:8; 22:19). La adoración en la iglesia primitiva tenía lugar tanto en el templo de Jerusalén como en hogares particulares (Hechos 2:46-47). Fuera de Jerusalén, los cristianos adoraron, mientras se les permitió, en las sinagogas; cuando ya no se permitió eso, se reunían en otros lugares para la adoración, por lo general en casas particulares (Hechos 18:7; Romanos 16:5; Colosenses 4:15; Filemón 2), aunque algunas veces en edificios públicos (Hechos 19:9-10; 20:8). 60
MANIFESTACIONES DE LA ADORACIÓN CRISTIANA Dos principios clave rigen la adoración cristiana. (a) La verdadera adoración tiene lugar en espíritu y en verdad (Juan 4:23), es decir, la adoración debe tener lugar conforme a la revelación de Dios de sí mismo en el Hijo (Juan 14:6). Asimismo, abarca el espíritu humano y no sólo la mente, así como también las manifestaciones del Espíritu Santo (1ª Corintios 12:7-12). (b) La práctica de la adoración cristiana debe corresponder a la norma del Nuevo Testamento para la iglesia (Hechos 7:44). Hoy los creyentes deben desear, procurar y esperar como la norma para la iglesia todos los elementos que se encuentran en la experiencia de adoración del Nuevo Testamento (el principio hermenéutico examinado en la introducción a Hechos). La característica clave de la adoración del Antiguo Testamento era el sistema de sacrificios (Números 28-29). Como el sacrificio de Jesucristo en la cruz satisfizo ese sistema, ya no hay necesidad alguna del derramamiento de sangre como parte de la adoración cristiana (Hebreos 9:1; 10:18). Mediante el sacramento de la Cena del Señor, la iglesia del Nuevo Testamento en forma incesante conmemoró este sacrificio definitivo de Cristo (1ª Corintios 11:23-26). Además, se exhorta a la iglesia a que ofrezca “siempre a Dios... sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15), y a presentar el cuerpo como “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Romanos 12:1). La alabanza a Dios es indispensable para la adoración cristiana. Fue un elemento clave en la adoración a Dios de parte de Israel (Salmo 100:4; 106:1; 111:1; 113:1;117), así como también en la adoración de la iglesia primitiva (Hechos 2:46-47; 16:25; Romanos 15:10-11; Efesios 5:19-22; Hebreos 2:12). Una manera decisiva de alabar a Dios es cantando salmos, himnos y cánticos espirituales. El Antiguo Testamento abunda en exhortaciones a cantar al Señor (1ª Corintios 16:23; Salmo 95:1; 96:1-2; 98:1-5-6; 100:1-2). En el momento del nacimiento de Jesús, todo el ejército celestial prorrumpió en un canto de alabanza (Lucas 2:13-14), y la iglesia del Nuevo Testamento era una comunidad que cantaba (1ª Corintios 14:15; Efesios 5:19; Colosenses 3:16; Santiago 5:13). Las canciones de los creyentes del Nuevo Testamento se cantaban con la mente (con un idioma humano conocido) o con el espíritu (en lenguas; 1ª Corintios 14:15). Bajo ningunas circunstancias ellos consideraron el canto como un medio de entretenimiento. Otro elemento importante en la adoración es buscar el rostro de Dios en oración. Los santos del Antiguo Testamento se comunicaban constantemente con Dios mediante la oración (Génesis 20:17; Números 11:2; 1° Samuel 8:6; 2° Samuel 7:27; Daniel 9:3-19; Santiago 5:17-18). Los apóstoles oraron sin cesar después de la ascensión de Jesús al cielo (Hechos 1:14), y la oración llegó a formar parte regular de la adoración cristiana colectiva (Hechos 2:42; 20:36; 1ª Tesalonicenses 5:17). Esas oraciones pudieran ser por ellos mismos (Hechos 4:24-30), o pudieran ser oraciones intercesoras por otras
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personas (Romanos 15:30-32; Efesios 6:18). En todo momento la oración cristiana debe ir acompañada de acción de gracias a Dios (Efesios 5:20; Filipenses 4:6; Colosenses 3:15-17; 1ª Tesalonicenses 5:18). Al igual que en el canto, se podía orar en idiomas humanos conocidos o en lenguas (1ª Corintios 14:13-15). La confesión de pecado fue obviamente parte importante de la adoración del Antiguo Testamento. Dios había establecido el día de la expiación para los israelitas como un tiempo para la confesión nacional de pecado (Levítico 16). En su oración en la dedicación del templo, Salomón reconoció la importancia de la confesión de pecado (1° Reyes 8:30-36). Cuando Esdras y Nehemías comprendieron cuán lejos se había apartado el pueblo de la ley de Dios, guiaron a toda la nación de Judá en una intensa oración pública de confesión (Nehemías 9). Asimismo, en el padrenuestro, Jesús les enseña a los creyentes a pedir el perdón de los pecados (Mateo 6:12). Santiago les ordena a los creyentes que confiesen sus pecados unos a otros (Santiago 5:16); mediante tal confesión se recibe seguridad del perdón misericordioso de Dios (1ª Juan 1:9). También la adoración debe incluir la lectura pública de las Escrituras y su fiel proclamación. En la época del Antiguo Testamento, Dios había ordenado que cada siete años, en la Fiesta de los Tabernáculos, todos los israelitas debían reunirse para una lectura pública de la ley de Moisés (Deuteronomio 31:9-13); el ejemplo más claro de ese elemento de la adoración del Antiguo Testamento se produjo durante la época de Esdras y Nehemías (Nehemías 8:1-12). La lectura de las Escrituras llegó a formar parte regular de la adoración de la sinagoga el sábado (Lucas 4:16-27; Hechos 13:15-49; 18:4). Asimismo, cuando los creyentes del Nuevo Testamento se reunían para adorar, también oían la Palabra de Dios (1ª Timoteo 4:13; Colosenses 4:16; 1ª Tesalonicenses 5:27) junto con la enseñanza, predicación y exhortación basadas en ella (1ª Timoteo 4:13; 2ª Timoteo 4:2; Hechos 19:8-10; 20:7-11). Cada vez que el pueblo de Dios del Antiguo Testamento venía a los atrios del Señor, se le instruía a que trajeran los diezmos y las ofrendas (Salmo 96:8; Malaquías 3:10). Asimismo, Pablo les escribió a los creyentes de Corinto en cuanto a la colecta para la iglesia en Jerusalén: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado” (1ª Corintios 16:2). La genuina adoración de Dios debe por lo tanto proporcionar la oportunidad de presentar los diezmos y ofrendas al Señor. Un elemento único en su género en la congregación del Nuevo Testamento era la misión del Espíritu Santo y sus manifestaciones. Entre sus manifestaciones en el cuerpo de Cristo estaban la palabra de sabiduría, la palabra de conocimiento, las manifestaciones especiales de fe, los dones de sanidad, el obrar milagros, la profecía, el discernimiento de espíritus, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas (1ª Corintios 12:7-10). La naturaleza carismática de la adoración cristiana primitiva se describe con amplitud en las instrucciones de Pablo: “Cuando os reunís cada uno de vosotros tiene salmo... doctrina... lengua... revelación... interpretación” (1ª Corintios
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14:26). En su correspondencia con los corintios, Pablo da principios por los cuales regular ese aspecto de la adoración (1ª Corintios 14:1-33). El principio dominante era que cualquier uso de los dones del Espíritu Santo durante la adoración tenía que edificar y ayudar a toda la congregación (1ª Corintios 12:7; 14:26). El otro elemento único en su género en la adoración del Nuevo Testamento, era la celebración de los sacramentos: el Bautismo y la Cena del Señor. La Cena del Señor (o “el partimiento del pan”, Hechos 2:42.) parece haberse observado a diario entre los creyentes después de Pentecostés (Hechos 2:46-47.), y luego al menos en forma semanal (Hechos 20:7-11; 1ª Corintios 11:20-29). El bautismo, como lo ordenó Cristo (Mateo 28:19-20.), sucedió siempre que hubo conversiones y personas que se habían añadido a la iglesia (Hechos 2:41; 8:12; 9:18; 10:48; 16:30-33; 19:1-5). LAS BENDICIONES DE DIOS PARA LOS VERDADEROS ADORADORES Cuando tiene lugar la verdadera adoración, Dios tiene reservadas muchas bendiciones para su pueblo. Él promete: Estar en medio de ellos (Mateo 18:20.) y sentarse a cenar con ellos (Apocalipsis 3:20). Cubrir a su pueblo con su gloria (Éxodo 40:35; 2° Crónicas 7:1; 1ª Pedro 4:14). Bendecir a su pueblo con abundantes bendiciones (Ezequiel 34:26.), sobre todo con paz (Salmo 29:11). Impartir abundancia de alegría (Salmo 122:1-2; Lucas 15:7-10; Juan 15:11). Responder a las oraciones de los que oran con fe sincera (Marcos 11:24; Santiago 5:15). Llenar en forma a su pueblo de su Espíritu Santo y de valor (Hechos 4:31). Enviar manifestaciones del Espíritu Santo a su pueblo (1ª Corintios 12:7-13). Guiar a su pueblo a toda la verdad por medio del Espíritu Santo (Juan 15:26; 16:13). Santificar a su pueblo por medio de su Palabra y de su Espíritu (Juan 17:17-19). Consolar, alentar y edificar a su pueblo (Isaías 40:1; 1ª Corintios 12:7; 14:26; Corintios 1:3-4; 1ª Tesalonicenses 4:18; 5:11).
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Convencer a los pecadores, de pecado, de justicia y de juicio; por medio del Espíritu Santo (Juan 16:8), y así salvarlos en cultos de adoración (1ª Corintios 14:22-25).
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OBSTÁCULOS PARA LA VERDADERA ADORACIÓN El hecho de que quienes dicen ser el pueblo de Dios se hayan reunido para la adoración, no es ninguna garantía de que tenga lugar la verdadera adoración, ni de que Dios acepte su alabanza y escuche sus oraciones. Si la adoración a Dios es simple expresión de labios, y el corazón del pueblo de su pueblo está lejos de él, entonces Dios no acepta su adoración. Cristo criticó con severidad a los fariseos por su hipocresía: seguían la ley de Dios de manera legalista, mientras que su corazón estaba lejos de él (Mateo 15:7-9; 23:23-28; Marcos 7:5-7). Nótese la censura similar que pronunció contra la iglesia de Éfeso, que aparentaba adorar al Señor pero en realidad ya no lo amaba de manera suprema (Apocalipsis 2:15). Pablo advierte a los creyentes que quienes participan de la Cena del Señor sin apartarse del pecado, ni reconocer el cuerpo de Cristo en los hermanos y las hermanas en la fe (1ª Corintios 10:16), comen y beben juicio para sí mismos (1ª Corintios 11:2830). Por eso se puede esperar que Dios se acerque al hombre y acepte su adoración sólo si su corazón está en buenas relaciones con él (Santiago 4:8; Salmo 24:3-4). Otro obstáculo a la verdadera adoración es un estilo de vida de pecado, inmoralidad y adaptación al mundo. Dios se negó a aceptar los sacrificios del rey Saúl porque éste desobedeció su orden (1° Samuel 15:1-23). Isaías fue severo al criticar al pueblo de Dios como “gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos” (Isaías 1:4); al mismo tiempo, sin embargo, ellos estaban ofreciendo sacrificios y celebrando sus días santos. Por eso el Señor declaró por medio de Isaías: “Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos” (Isaías 1:14-15). Del mismo modo en la iglesia del Nuevo Testamento, Jesús exhortó a los adoradores en Sardis a ser vigilantes, porque “no he hallado tus obras perfectas delante de Dios” (Apocalipsis 3:2). También, Santiago indica que Dios no oirá las oraciones egoístas de los que no se hayan separado del mundo (Santiago 4:1-5). El pueblo de Dios puede esperar que él se acerque y acepte su adoración sólo si tienen manos limpias y corazón puro (Santiago 4:8; Salmo 24:3-4).
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EL SUFRIMIENTO DE LOS JUSTOS JOB 2:7-8. Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza. La fidelidad a Dios no es ninguna garantía de que los creyentes serán librados de la dificultad, del dolor y del sufrimiento en su vida (Hechos 28:16). En realidad, Jesús enseñó que se debe esperar eso (Juan 16:1-4,33; 2ª Timoteo 3:12). La Biblia proporciona numerosos ejemplos de personas piadosas que experimentaron muchísimos sufrimientos por diversas razones; José, David, Job, Jeremías y Pablo. ¿POR QUÉ SUFREN LOS CREYENTES? Hay diversas razones por las que sufren los creyentes. Los creyentes experimentan el sufrimiento como continua consecuencia de la caída de Adán y Eva. Cuando el pecado entró en el mundo, el dolor, la tristeza, el conflicto y la muerte entraron en la vida de los seres humanos (Génesis 3:16-19. Pablo afirma esto: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). En realidad, todo el universo creado gime bajo los efectos del pecado y anhela la época del nuevo cielo y la nueva tierra (Romanos 8:20-23; 2ª Pedro 3:10-13). Respuesta: Siempre se debe depender de la gracia, de la fortaleza y del consuelo de Dios (1ª Corintios 10:13). Algunos creyentes sufren por la misma razón que sufren los incrédulos, es decir, como consecuencia de sus propias acciones. El principio de que “todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7) se aplica en sentido general a todo el mundo. Si se conduce con imprudencia un vehículo, se pudieran sufrir serios accidentes. Si se es indisciplinado en los hábitos alimentarios, es probable que surjan serios problemas de salud. Dios pudiera usar tal sufrimiento como medio de disciplinar al creyente para que alcance el “fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:3-11; 12:5). Respuesta: Siempre se debe actuar con sabiduría y conforme a la Palabra de Dios, y se debe evitar cualquier cosa que aparte del cuidado protector de Dios. Los creyentes también sufren, al menos en lo profundo de su ser, porque viven en el mundo pecaminoso y corrupto. A su alrededor están los efectos del pecado; sufren aflicción y angustia cuando ven el poder que el mal ejerce sobre tantas vidas (Ezequiel 9:4; Hechos 17:16; 2ª Pedro 2:8). Respuesta: ay que pedirle a Dios que muestre su victoria sobre el poder del pecado.
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Los creyentes sufren por obra del diablo. (a) Las Escrituras ponen en claro que Satanás, como “el dios de este siglo” (2ª Corintios 4:4), controla este presente siglo malo (1ª Juan 5:19; Gálatas 1:4; Hebreos 2:14). Se le ha dado el poder de afligirlos de diversas maneras (1ª Pedro 5:8-9). El relato de Job se concentra en un hombre justo y devoto que, con el permiso de Dios, fue atormentado por Satanás con indecibles sufrimientos (Job 1-2). Jesús aseveró que una de las mujeres que sanó había estado atada por Satanás durante dieciocho años (Lucas 13:11-16). Pablo reconoció que su aguijón en la carne era “un mensajero de Satanás que me abofetee” (2ª Corintios 12:7). Cuando se participa en la guerra espiritual contra “los gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Efesios 6:12), es inevitable sufrir la adversidad. A fin de que el creyente se enfrente a tales ataques, Dios le ha dado armadura espiritual (Efesios 6:10-18; 6:11) y armas espirituales (2ª Corintios 10:3-6). Respuesta: Hay que ponerse toda la armadura de Dios y orar (Efesios 6:10-20), resueltos a perseverar con fidelidad en su poder. (b) Satanás y sus seguidores se deleitan en perseguir a los creyentes. Los que aman al Señor Jesús y siguen sus principios de verdad y justicia serán perseguidos por su fe. En realidad, tal sufrimiento por causa de la justicia pudiera ser indicación de la genuina devoción a Cristo (Mateo 5:10; 1ª Pedro 4:12). Respuesta: Como a todos los verdaderos creyentes se les llama a sufrir persecución y deshonra por causa de la justicia, hay que permanecer firmes y constantes, y de verdad confiar en el que juzga con justicia (Mateo 5:10-11; 1ª Corintios 15:58; 1ª Pedro 2:23). Otra razón por la que sufren los creyentes es que “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1ª Corintios 2:16). Ser cristiano significa estar en Cristo, ser uno con él; como resultado el creyente participa en sus sufrimientos (1ª Pedro 2:21). Por ejemplo, así como Cristo lloró angustiado sobre la ciudad impía de Jerusalén, y su negativa a arrepentirse y a aceptar la salvación (Lucas 19:41) también el creyente debe llorar por el carácter pecaminoso y perdido de la humanidad. Incluida en la lista de Pablo, de los sufrimientos por causa de Cristo (2ª Corintios 11:23-32; 11:23) estaba su diaria preocupación por las iglesias que él había fundado: “¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?” (2ª Corintios 11:29). Tal angustia mental por aquellos a quienes el creyente ama en Cristo, debe ser parte natural de la vida: “llorad con los que lloran” (Romanos 12:15). En realidad, participar en los sufrimientos de Cristo es requisito para ser glorificado con Cristo (Romanos 8:17). Respuesta: El creyente debe agradecer a Dios que así como los sufrimientos de Cristo son suyos, también lo es la consolación de él (2ª Corintios 1:5). Dios mismo puede usar el sufrimiento en la vida como catalizador para el crecimiento o la transformación espiritual. (a) Con frecuencia él usa el sufrimiento para llamar a su pueblo descarriado para que se arrepienta de sus pecados y renueve su fe y confianza en él (véase el libro de jueces). Respuesta: Se debe confesar el pecado conocido y examinar la propia vida para ver si hay algo que desagrada al Espíritu Santo. (b) A veces Dios usa el sufrimiento para probar la fe, para ver si el creyente permanece fiel a él. Esa fue la razón para permitirle a Satanás que afligiera a Job
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(Job 1:6-12: 2:1-6): ¿Seguiría Job entregado al Señor, o blasfemaría a Dios en su misma presencia? Santiago les llama a las diversas pruebas que enfrentan los creyentes “la prueba de vuestra fe” (Santiago 1:3; 1:2); a través de ellas se perfecciona la fe en Cristo (Deuteronomio 8:3; 1ª Pedro 1:7). Respuesta: Se debe comprender que la autenticidad de la fe resultará en “alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1ª Pedro 1:7). (c) Dios usa el sufrimiento no sólo para fortalecer la fe, sino también para ayudar a los creyentes a crecer en carácter y rectitud. Según Pablo y Santiago, Dios quiere que los creyentes aprendan la paciencia mediante el sufrimiento (Romanos 5:3-5; Santiago 1:3). En el sufrimiento se aprende a depender menos de si mismo y más de Dios y de su gracia (Romanos 5:3; 2ª Corintios 12:9). Respuesta: El creyente debe ponerse a tono con lo que Dios quisiera que él aprendiera del sufrimiento. (d) También Dios pudiera enviar aflicción y tribulación al creyente para que sea más capaz de consolar y animar a otros que sufren (2ª Corintios 1:4). Así la eficiencia del ministerio se profundiza e incrementa (2ª Corintios 4:7-12; 4:11-12). Respuesta: Se debe usar la experiencia de aflicción para alentar y fortalecer a otros creyentes. Por último, Dios puede usar, y usa, el sufrimiento de los justos para promover la causa de su reino y su plan de redención. Por ejemplo, todas las injusticias que José sufrió, a manos de sus hermanos y de los egipcios, formaban parte del plan de Dios” para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación”(Génesis 45:7). El principal ejemplo de este principio es el sufrimiento de Cristo, el “Santo y... Justo” (Hechos 3:14), que sufrió persecución, agonía y muerte para que se cumpliera a plenitud el plan de salvación de Dios. Eso no exime la impiedad de quienes lo crucificaron (Hechos 2:23), pero sí indica cómo Dios puede usar el sufrimiento de los justos por obra de pecadores para sus propios propósitos y para su propia gloria. LA RELACIÓN DE DIOS CON EL SUFRIMIENTO DE LOS CREYENTES Lo primero que debe recordarse es esto: Dios participa en los sufrimientos del creyente. Aun cuando Satanás es el dios de este mundo, él puede afligir la vida del creyente sólo por la voluntad permisiva de Dios (Job 1-2). Dios ha prometido en su Palabra que él no permitirá que el creyente sea probado más de lo que sea capaz de soportar (1ª Corintios 10:13). También Dios ha prometido sacar algo bueno de todos los sufrimientos, y de la persecución de quienes lo aman y obedecen sus mandamientos (Romanos 8:28). José reconoció esa verdad en su propia vida de sufrimiento (Génesis 50:20), y el autor de la Epístola a los Hebreos muestra cómo Dios usa las circunstancias dolorosas de la vida para el desarrollo y beneficio del creyente (Hebreos 12:5). Además, Dios ha prometido estar al lado del creyente en su aflicción, caminar con él “en valle de sombra de muerte” (Salmo 23:4; Isaías 43:2). Él está a su lado por medio de su Espíritu Santo, que lo consuela en todas sus tribulaciones
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(2ª Corintios 1:4). A cada uno de sus hijos él envía suficiente gracia para que pueda soportar las pruebas de la vida (1ª Corintios 10:13; 2ª Corintios 12:9). Por último, no se debe olvidar que el Señor Jesús comparte la aflicción de los creyentes. Cuando ellos oran, tienen un compasivo sumo sacerdote que sufrió en sí mismo las diversas dimensiones de sus pruebas y sufrimientos (Hebreos 4:15). En realidad “Llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isaías 53:4); hay sanidad para los propios sufrimientos mediante los sufrimientos que él llevó en nombre de los creyentes (Isaías 53:5). VICTORIA SOBRE EL SUFRIMIENTO PERSONAL Ahora hay que referirse a un asunto importante: cuando se sufren pruebas y aflicción, ¿qué pasos se pueden dar para lidiar con tal sufrimiento a fin de ser victoriosos sobre él? En primer lugar, hay que considerar las diversas razones por las que sufren los seres humanos, y cómo esas razones son pertinentes para cada uno. Si se puede identificar una razón específica, entonces hay que seguir la respuesta apropiada. Hay que creer que Dios se interesa a profundidad en el creyente, sin considerar cuán severas sean sus circunstancias (Romanos 8:36; 2ª Corintios 1:8-10; Santiago 5:11; 1ª Pedro 5:7). Nunca el sufrimiento debe llevar a nadie a negar el amor de Dios ni a rechazarlo como su Señor y Salvador. Hay que volverse a Dios en oración ferviente y buscar su rostro. Hay que esperar en él hasta que libre de la aflicción (Salmo 27:8-14; 40:1-3;130). Hay que esperar que Dios dé la gracia que se necesite para soportar la aflicción, hasta que llegue la liberación (1ª Corintios 10:13; 2ª Corintios 12:7-10). Siempre se debe recordar que “Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37; Juan 16:33). La fe cristiana no consiste en la eliminación de la debilidad y del sufrimiento, sino en la manifestación del poder divino a través de la debilidad humana (2ª Corintios 4:7). Hay que leer la Palabra de Dios, sobre todo los salmos que dan consuelo en tiempo de aflicción (Salmo 11; 16; 23; 27; 40; 46; 61; 91; 121; 125; 138). Se debe buscar la revelación y la opinión de Dios con respecto a la situación particular: mediante la oración, la lectura de las Escrituras, la instrucción del Espíritu Santo, o el consejo de un creyente piadoso y desarrollado. Durante el tiempo de sufrimiento, hay que recordar la predicción de Cristo de que el creyente sufrirá tribulación y aflicción en su vida (Juan 16:33). Hay que esperar con
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anhelante expectación aquel tiempo en que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4).
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LA MUERTE JOB 19:25-26. Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. Todos los seres humanos, creyentes e incrédulos, están sujetos a la muerte. La palabra “muerte” en las Escrituras, sin embargo, tiene más de un significado. Es importante comprender la relación del creyente con los diversos significados de la muerte. LA MUERTE COMO RESULTADO DEL PECADO Génesis 2-3 enseña que la muerte entró en el mundo por causa del pecado. Nuestros primeros padres fueron creados con la capacidad de vivir para siempre; cuando desobedecieron la orden de Dios, cayeron bajo el castigo del pecado, que es la muerte. Adán y Eva llegaron a estar sujetos a la muerte física. Dios había puesto el árbol de la vida en el huerto del Edén, a fin de que al comer siempre de él, los seres humanos nunca murieran (Génesis 2:9). Pero después que Adán y Eva comieron del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, Dios pronunció estas palabras: “pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Aunque no murieron el día que comieron, si vinieron a estar sujetos a la ley de la muerte, como resultado de la maldición de Dios. Adán y Eva también murieron la muerte moral. Dios le advirtió a Adán que el día que comiera de la fruta prohibida, de seguro moriría (Génesis 2:17). Esa fue una advertencia seria. Aun cuando Adán y su esposa no murieron en lo físico ese día, si murieron en lo moral, es decir, su naturaleza se hizo pecaminosa. Desde Adán y Eva, toda persona ha nacido con naturaleza pecaminosa (Romanos 8:5-8), es decir, un deseo innato de hacer su propia voluntad egoísta, sin preocuparse por Dios ni por los demás (Génesis 3:6; Romanos 3:10-18; Efesios 2:3; Colosenses 2:13). Adán y Eva también murieron la muerte espiritual cuando desobedecieron en el huerto, es decir, se arruinó su anterior relación íntima con Dios (Génesis 3:6). Ya ellos no anhelaban pasearse y conversar con Dios en el huerto; más bien, se escondieron de su presencia (Génesis 3:8). En otro pasaje, las Escrituras enseñan que separados de Cristo, todos están sin Dios y ajenos de la vida que hay en él (Efesios 4:17-18); están muertos en lo espiritual. Por último, muerte como resultado del pecado implica la muerte eterna. La vida eterna habría sido la consecuencia de la obediencia de Adán y Eva (Génesis 3:22); en cambio, ha llegado a operar el principio de la muerte eterna. La muerte eterna es
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condenación eterna y separación de Dios por causa de la desobediencia (Génesis 3:4), es decir, “eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor” (2ª Tesalonicenses 1:9; Romanos 6:16). La única manera de escapar de la muerte en sus multifacéticos aspectos es por medio de Jesucristo. Él “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad” (2ª Timoteo 1:10). Por su muerte él ha reconciliado al creyente con Dios, invirtiendo así la separación espiritual y la enajenación que se había producido a causa del pecado (Génesis 3:24; 2ª Corintios 5:18). Mediante su resurrección, él venció y quebró el poder de Satanás, del pecado y de la muerte física (Génesis 3:15; Romanos 6:10; Romanos 5:18-19; 1ª Corintios 15:12-28; 1ª Juan 3:8). El que los creyentes no permanecerán para siempre en la tumba, ya era parte del testimonio del pueblo de Dios del Antiguo Testamento (Job 19:25-16; Salmo 16:9-11).
EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE FÍSICA PARA LOS CREYENTES Aun cuando los creyentes en Cristo tienen la seguridad de la vida resucitada, todavía pasan por la experiencia de la muerte física. Pero los creyentes abordan la muerte de manera diferente que los incrédulos. Las siguientes son algunas verdades reveladas en las Escrituras en lo tocante a la muerte del creyente. Para el cristiano, la muerte no es el fin de la vida, sino un nuevo comienzo. Más que algo que se deba temer (1ª Corintios 15:55-57), es el punto de transición para una vida plena. Para los creyentes, la muerte es liberación de las aflicciones de este mundo (2ª Corintios 4:17) y del cuerpo terrenal, a fin de ser revestidos de vida y gloria celestiales (2ª Corintios 5:1-5). Pablo habla de la muerte física como un sueño (1ª Corintios 15:6, 18,20; 1ª Tesalonicenses 4:13-15), indicando que la muerte es descanso del trabajo y sufrimiento terrenales (Apocalipsis 14:13). Significa ir a estar con los antepasados piadosos que hayan muerto antes (Génesis 25:8) y es la puerta a la presencia del Dios vivo (Filipenses 1:23). También las Sagradas Escrituras hablan de la muerte de los creyentes en términos consoladores. La muerte de los santos “estimada es a los ojos de Jehová” (Salmo 116:15). Es entrada “en la paz” (Isaías 57:1-2) y la “gloria” (Salmo 73:24); un ser llevado por los ángeles “al seno de Abraham” (Lucas 16:22); un viaje al “paraíso” (Lucas 23:43); un viaje a la casa de “muchas moradas” (Juan 14:2) del Padre; una partida bendecida (2ª Timoteo 4:6) a fin de “estar con Cristo” (Filipenses 1:23); la continua presencia con el Señor (2ª Corintios 5:8); dormir “en Cristo” (1ª Corintios 15:18; Juan 11:11; 1ª Tesalonicenses 4:13); “ganancia” que “es muchísimo mejor” (Filipenses 1:21,23); y el momento de recibir “la corona de justicia” (2ª Timoteo 4:8). En cuanto al tiempo entre la muerte del creyente y su resurrección corporal, las Escrituras enseñan lo siguiente: (a) En el momento de la muerte los creyentes son
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llevados a la presencia de Cristo (2ª Corintios 5:8; Filipenses 1:23). (b) Los creyentes existen con plena conciencia (Lucas 16:19-31) y sienten alegría por la bondad y el amor mostrados por Dios (Efesios 2:7). (c) El cielo es su hogar, es decir, refugio de descanso y seguridad (Apocalipsis 6:11) y lugar de comunión y compañerismo con otros creyentes (Juan 14:2). (d) Las actividades del cielo incluirán adoración y canto (Salmo 87; Apocalipsis 14:2-3; 15:3), tareas asignadas (Lucas 19:17), y el comer y beber (Lucas 14:15; 22:14-18; Apocalipsis 22:2). (e) Mientras esperan la resurrección del cuerpo, los creyentes no son espíritus invisibles e incorpóreos, sino que están vestidos de una forma celestial temporal (Lucas 9:30-32; 2ª Corintios 5:1-4). (f) En el cielo los creyentes mantienen su identidad personal (Mateo 8:11; Lucas 9:30-32). (g) Los creyentes que hayan fallecido seguirán interesados en los propósitos de Dios en la tierra (Hebreos 12:1; Apocalipsis 6:9-11). Aun cuando al creyente le aguarda gran esperanza y alegría cuando muere, todavía los creyentes se afligen cuando muere un ser querido. Cuando murió Jacob, por ejemplo, José se lamentó muchísimo por su padre. Su reacción ante la muerte de su padre es modelo para todos los creyentes que sufren la muerte de un ser querido (Génesis 50:1).
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LA ALABANZA SALMO 9:1-2. Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, oh altísimo. IMPORTANCIA DE LA ALABANZA A menudo las Escrituras exhortan al pueblo de Dios a que alabe al Señor. Los escritores del Antiguo Testamento emplearon tres palabras fundamentales para llamar a los israelitas a alabar a Dios: la palabra barak (por lo general traducida como “bendecir” a Dios); la palabra halal (de la cual se deriva “aleluya”, que significa “alabad a Jehová”); y la palabra yadah (a veces traducida como “dar gracias”). La primera canción de la Biblia, cantada después que los israelitas habían cruzado el Mar Rojo, era esencialmente un canto de alabanza y acción de gracias a Dios (Éxodo 15:2). Moisés les ordenó a los israelitas que cuando entraran en la tierra prometida debían alabar a Dios por su bondad al darles la tierra prometida (Deuteronomio 8:10). El cántico de Débora llamaba en forma específica al pueblo a bendecir al Señor (Jueces 5:9). El deseo de David de alabar a Dios se registra tanto en la historia de su vida (2° Samuel 22:4,47,50; 1° Crónicas 16:4,9,25,35-36; 29:20) como en los salmos que escribió (Salmo 9:1-2; 18:3; 22:23; 52:9; 108:1-3; 145). Otros salmistas también llaman al pueblo de Dios a vivir la vida alabando a Dios (Salmo 33:1-2; 47:6-7; 75:9; 96:1-4; 100; 150). Por último, los profetas del Antiguo Testamento le ordenan al pueblo de Dios a que lo alabe (Isaías 12:1; 25:1; 42:10-12; Jeremías 20:13; 33:9; Joel 2:26; Habacub 3:3). El llamado a alabar a Dios repercute a lo largo del Nuevo Testamento. Jesús mismo alabó a su Padre en el cielo (Mateo 11:25; Lucas 10:21). Pablo espera que todas las naciones alaben a Dios (Romanos 15:9-11; Efesios 1:3,6,12), y Santiago exhorta a los creyentes a alabar al Señor (Santiago 3:9; 5:13). Y al final la descripción presentada en Apocalipsis es de una inmensa multitud de santos y ángeles que alaban a Dios en forma constante (Apocalipsis 4:9-11; 5:8-14; 7:9-12; 11:16-18). Alabar a Dios es una de las principales funciones de los ángeles (Salmo 103:20; 148:2) y es el privilegio del pueblo de Dios, tanto de los niños (Mateo 21:16; Salmo 8:2), como de los adultos (Salmo 30:4; 135:1-2,19-21). Además, Dios llama a todas las naciones a alabarlo (Salmo 67:3-5; 117:1; 148:11-13; Isaías 42:10-12; Romanos 15:11). En otras palabras, a todo ser humano que respira se le llama a que exprese con vigor la alabanza de Dios (Salmo 150:6). Como si eso no fuera suficiente, Dios también manda que lo alabe la naturaleza inanimada, como el sol, la luna y las
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estrellas (Salmo 148:3-4; Salmo 19:1-2); el fuego, el granizo, la nieve y el viento (Salmo 148:8-9); las montañas, los cerros, los ríos y los mares (Salmo 98:7-8; 148:9; Isaías 44:23); toda clase de árboles (Salmo 148:9; Isaías 55:12); y toda clase de seres vivientes (Salmo 69:34; 148:10). MÉTODOS DE ALABANZA La alabanza a Dios puede tener lugar de diversas maneras. La alabanza es un principio fundamental en la adoración colectiva del pueblo de Dios (Salmo 100:4). Tanto en el ambiente colectivo de adoración como en otras circunstancias, el cantar salmos, himnos y cánticos espirituales es una manera de expresar alabanza a Dios (Salmo 96:1-4; 147:1; Efesios 5:19-20; Colosenses 3:16-17). La alabanza puede entonarse con la mente (en idiomas humanos conocidos) o con el Espíritu (en lenguas; 1ª Corintios 14:14-16; 14:15). La alabanza musical a Dios puede expresarse mediante diversos instrumentos: cuernos en forma de bocinas y trompetas (1° Crónicas 15:28; Salmo 150:3), instrumentos de viento como la zampoña y la flauta (1° Samuel 10:5; Salmo 150:4), instrumentos de cuerdas como el arpa y el salterio (1° Crónicas 13:8; Salmo 149:3; 150:3), e instrumentos de percusión como los címbalos y panderos (panderetas) (Éxodo 15:20; Salmo 150:5). También se puede comunicar la alabanza de Dios al contarles a los demás las obras maravillosas de Dios. David, por ejemplo, habiendo experimentado el perdón de Dios, anhelaba contarles a los demás lo que el Señor había hecho por él (Salmo 51:1213,15). Otros escritores bíblicos exhortan a declarar la gloria y la alabanza de Dios en la congregación del pueblo de Dios (Salmo 22:22-25; 111; Hebreos 2:12) y entre las naciones (Salmo 18:49; 96:3-4; Isaías 42:10-13). Pedro le pide al pueblo escogido de Dios que anuncie “las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1ª Pedro 2:9). La obra misionera, en otras palabras, es un modo de alabar a Dios. Por último, una vida que se vive para la gloria de Dios es una manera de alabar al Señor. Jesús recuerda que si el creyente deja que brille su luz, la gente verá sus buenas obras y dará gloria y alabanza a Dios (Mateo 5:16; Juan 15:8). Asimismo, Pablo indica que alaba a Dios una vida llena de los frutos de justicia (Filipenses 1:11). RAZONES PARA LA ALABANZA ¿Por qué las personas alaban a Dios? Una de las razones evidentes es a causa del esplendor, de la gloria y de la majestad de Dios, el que creó los cielos y la tierra (Salmo 96:4-6; 145:3; 148:13), el único a quien se debe exaltar en su santidad (Salmo 99:3; Isaías 6:3).
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La experiencia de los actos poderosos de Dios, particularmente sus actos de salvación y redención, es una razón clave para alabar su nombre (Salmo 96:1-3; 106:1-2; 148:14; 150:2; Lucas 1:68-75; 2:14-20). Al hacerlo se alaba a Dios por su misericordia, gracia y amor indefectibles (Salmo 57:9-10; 89:1-2; 117; 145:8-10; Efesios 1:6). También es natural que los hijos de Dios lo alaben por cualquier acción específica de liberación en su propia vida, tales como el ser librado de los enemigos o sanado de las enfermedades (Salmo 9:1-5; 40:1-3; 59:16; 124; Jeremías 20:13; Lucas 13:13; Hechos 3:7-9). Por último, el continuo cuidado providencial y las provisiones de Dios para el creyente cada día, tanto en lo físico como en lo espiritual, son razones poderosas para alabar y bendecir su nombre (Salmo 68:19; 103; 147; Isaías 63:7).
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LA ESPERANZA BÍBLICA SALMO 33:18-19. He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempo de hambre. DEFINICIÓN DE LA ESPERANZA BÍBLICA Por su naturaleza misma, la esperanza está relacionada con el futuro (Romanos 8:2425). Sin embargo, abarca mucho más que un simple deseo sobre algo en el futuro; la esperanza bíblica consiste de certidumbre en el corazón, incluso una firme seguridad, en cuanto a las cosas futuras, porque esas cosas se basan en las promesas y en la revelación de Dios. En otras palabras, la esperanza bíblica está vinculada e inseparada con la fe firme (Romanos 15:13; Hebreos 11:1) y la segura confianza en Dios Salmo 33:21-22). El salmista lo expresa con claridad cuando compara la “confianza” con la “esperanza”: “No confíes en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación... Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios” (Salmo 146:3-5; Jeremías 17:7). Por consiguiente, la segura esperanza del creyente es la esperanza que “no avergüenza” (Romanos 5:5), es decir, no lo desilusiona con promesas vacías (Salmo 22:4-5; Isaías 49:23). Por lo tanto, la esperanza es ancla para el creyente en medio de la vida (Hebreos 6:19-20). EL FUNDAMENTO DE LA ESPERANZA DEL CREYENTE El fundamento de la esperanza segura del creyente se deriva de la naturaleza de Dios, de Jesucristo y de la palabra de Dios. Las Escrituras revelan cómo Dios se muestra con poder en nombre de su pueblo. El Salmo 22, por ejemplo, revela la lucha de David con una situación personal que amenaza su vida; sin embargo, cuando él reflexiona sobre las acciones de Dios en el pasado, se siente seguro de que Dios lo librará: “En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste” (Salmo 22:4). El poder milagroso que el Dios Creador ha manifestado para el beneficio de su pueblo fiel es evidente en el éxodo, la conquista de Canaán, los milagros de Jesús y los apóstoles, y cosas por el estilo, todo lo cual debe edificar la seguridad en el Señor Dios como quien socorre al creyente (Salmo 105; 124:8; Hebreos 13:6; Éxodo 6:7). Por otra parte, los que están sin Dios no tienen razón alguna de esperanza (Efesios 2:12; 1ª Tesalonicenses 4:13). La plenitud de la revelación del nuevo pacto en Jesucristo proporciona aún más razón para una esperanza segura en Dios. Para los creyentes, el hijo de Dios vino a destruir las obras del diablo (1ª Juan 3:8), “el dios de este siglo” (2ª Corintios 4:4; Gálatas 1:4; Hebreos 2:14; 1ª Juan 5:19). Al echar fuera demonios durante su ministerio terrenal, Jesús demostró su poder sobre Satanás. Además, por su muerte y resurrección él aniquiló el poder del reino de Satanás (Juan 12:31) y mostró el poder 76
del reino de Dios. No es de extrañarse, por lo tanto, que Pedro exclame con respecto a la esperanza del creyente: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que... nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1ª Pedro 1:3). Por lo tanto, a Jesús se le llama la “esperanza” del creyente (Colosenses 1:27; 1ª Timoteo 1:1); y se debe poner la esperanza en él mediante el poder del Espíritu Santo (Romanos 15:12-13; 1ª Pedro 1:13; Éxodo 17:11). La palabra de Dios es el tercer fundamento de esperanza. Dios reveló su palabra por medio de los santos profetas y apóstoles de antaño, a quienes él inspiró por medio del Espíritu Santo para que escribieran sin error (2ª Timoteo 3:16; 2ª Pedro 1:19-21). Como su palabra permanece para siempre en los cielos (Salmo 119:89), se puede poner la esperanza en esa palabra (Salmo 119:49,74,81,114,147; 130:5; Hechos 26:6; Romanos 15:4). En realidad, todo lo que se sabe de Dios y de Jesucristo está revelado en las Escrituras infalibles. CONTENIDO DE LA ESPERANZA DEL CREYENTE La suprema esperanza y confianza del creyente no debe estar en otros seres humanos (Salmo 33:16-17; 147:10-11), ni en las posesiones materiales o el dinero (Salmo 20:7; Mateo 6:19-21; Lucas 12:13-21; 1ª Timoteo 6:17); más bien, debe estar en Dios, en su Hijo Jesucristo y en su palabra. ¿Y qué abarca esta esperanza? Hay esperanza en la gracia y la liberación de Dios en los sufrimientos por los que se debe pasar en la vida actual (Salmo 33:18-19; 42:1-5; 71:1-5,13-14; Jeremías 17:1718). Hay la esperanza de que llegará el tiempo en que finalmente terminarán los sufrimientos en la tierra, en que la tierra dejará de estar sujeta a la corrupción, y en que ocurrirá la redención (resurrección) del cuerpo (Romanos 8:18-25; Salmo 16:910; 2ª Pedro 3:12; Hechos 24:15). Hay la esperanza de la consumación de la salvación (1ª Tesalonicenses 5:8). Hay la esperanza de una residencia en el cielo nuevo (2ª Corintios 5:1-5; 2ª Pedro 3:13; Juan 14:2), en aquella ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10). Hay la bendita esperanza de la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador Jesucristo (Tito 2:13), cuando los creyentes sean arrebatados de la tierra para recibir al Señor en el aire (1ª Tesalonicenses 4:13-18), y cuando los creyentes lo vean como él es y lleguen a ser como él (1ª Juan 3:2-3; Filipenses 3:20-21).
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Hay la esperanza de recibir una corona de justicia (2ª Timoteo 4:8), de gloria Pedro 5:4), y de vida (Apocalipsis 2:10).
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Por último. Hay la esperanza de vida eterna (Tito 1:2; 3:7), la vida garantizada a todos los que confían en el Señor Jesucristo y lo obedecen (Juan 3:16-36; 6:47; 1ª Juan 5:11-13). Con tan grandes promesas, reservadas para los que esperan en Dios y en su Hijo Jesucristo, Pedro advierte: “Estad. siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1ª Pedro 3:15).
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LOS ATRIBUTOS DE DIOS SALMO 139:7-8. ¿Adónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. La Biblia no procura probar que Dios existe. Más bien, da por sentado su existencia y continúa describiendo numerosos atributos que lo caracterizan. Algunos de esos atributos son exclusivos de él como Dios; otros se ven en los seres humanos, como resultado de haber sido creados a la imagen de Dios. ATRIBUTOS EXCLUSIVOS DE DIOS Dios es omnipresente, es decir, Él está presente en todas partes al mismo tiempo. El salmista afirma que sin importar adónde vaya el hombre, allí está Dios (Salmo 139:712; Jeremías 23:23-24; Hechos 17:27-28); Él observa todo lo que el hombre hace. Dios es omnisciente, es decir, lo sabe todo (Salmo 139:1-6; 147:5). Él no sólo conoce las acciones de los seres humanos, sino que también conoce sus pensamientos (1° Samuel 16:7; 1° Reyes 8:39; Salmo 44:21; Jeremías 17:9-10). Cuando la Biblia habla de la presciencia de Dios (Isaías 42:9; Hechos 2:23; 1ª Pedro 1:2), quiere decir que él conoce con exactitud la condición de todas las cosas y todos los acontecimientos, sean posibles, reales, futuros, pasados o predestinados (1° Samuel 23:10-13; Jeremías 38:17-20). La presciencia de Dios no implica el determinismo filosófico (Números 14:11-20; 2° Reyes 20:1-7; Romanos 8:29; 1ª Pedro 1:2). Dios es omnipotente, es decir, él es todopoderoso y tiene la suprema autoridad sobre todas las cosas y todas las criaturas (Salmo 147:13-18; Jeremías 32:17; Mateo 19:26; Lucas 1:37). Sin embargo, eso no quiere decir que Dios emplee todo su poder y autoridad en todo momento. Por ejemplo, Dios tiene el poder para destruir todo el pecado, pero él ha optado no hacer eso hasta el fin de la historia (1ª Juan 5:19). En muchos casos, Dios limita su poder, canalizándolo por medio de su pueblo (2ª Corintios 12:7-10; Efesios 1:19-21); en esos casos, su poder es dependiente del grado de disponibilidad y obediencia a él por parte del creyente (Efesios 3:20). Dios es trascendente, es decir, diferente e independiente de su creación (Éxodo 24:918; Isaías 6:1-3; 40:12-26; 55:8-9). Su ser y su existencia son ilimitados, mayores y más elevados que el orden creado (1° Reyes 8:27; Isaías 66:1-2; Hechos 17:24-25). Él habita en existencia perfecta y pura, muy por encima de lo que ha hecho. Él mismo es increado y tiene existencia independiente de la creación (1ª Timoteo 6:16). Sin embargo, la trascendencia no hace que Dios sea incapaz de habitar entre su pueblo como su Dios (Levítico 26:11-12; Ezequiel 37:27; 43:7; 2ª Corintios 6:16).
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Dios es eterno, es decir, desde el siglo y hasta el siglo (Salmo 90:1-2; 102:12; Isaías 57:15). No hubo ni habrá jamás un tiempo, ni en el pasado ni en el futuro, en que Dios no existiera ni existirá. Él no está limitado por el tiempo humano (Salmo 90:4; 2ª Pedro 3:8), y por lo tanto se le describe mejor como “Yo soy” (Éxodo 3:14; Juan 8:58). Dios es inmutable, es decir, no hay cambio alguno en los atributos de Dios, en sus perfecciones ni en su propósito para el género humano (Número 23:19; Salmo 102:26-28; Isaías 41:4; Malaquías 3:6; Hebreos 1:11-12; Santiago 1:17); sin embargo, eso no quiere decir que Dios nunca modifica sus propósitos temporales en reacción a las acciones de los seres humanos. Por ejemplo, él puede modificar sus propósitos de juicio por causa del sincero arrepentimiento de los pecadores (Jonás 3:6-10). Además, él permanece con libertad para responder a las necesidades de los seres humanos y a las oraciones de su pueblo. Con frecuencia las Escrituras se refieren a Dios como que cambia de idea a causa de las diligentes oraciones de los justos (Números 14:1-20; 2° Reyes 20:2-6; Isaías 38:2-6; Lucas 18:1-8). Dios es perfecto y santo, es decir, integridad sin pecado y justo en lo absoluto (Levítico 11:44-45; Salmo 85:13; 145:17; Mateo 5:48). Adán y Eva fueron creados sin pecado (Génesis 1:31), pero con la capacidad de pecar. Dios, por otra parte, no puede pecar (Números 23:19; 2ª Timoteo 2:13; Tito 1:2; Hebreos 6:18). Su santidad también incluye su dedicación a llevar a cabo su propósito y plan. Dios es trino y uno, es decir, es un solo Dios (Deuteronomio 6:4; Isaías 45:21; 1ª Corintios 8:5-6; Efesios 4:6; 1ª Timoteo 2:5.) que se ha manifestado en tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2ª Corintios 13:14; 1ª Pedro 1:2). Cada persona es divina en su totalidad, igual a las otras dos; pero no son tres dioses, sino un solo Dios. Mateo 3:17; Marcos 1:11). ATRIBUTOS MORALES DE DIOS Muchas características del único Dios verdadero, en especial sus atributos morales, tienen similitud con las cualidades humanas; sin embargo, todos sus atributos existen en un grado incomparable y mayor que en los seres humanos. Por ejemplo, aun cuando Dios y los seres humanos tienen la capacidad de amar, ningún ser humano es capaz de amar hasta el punto e intensidad que ama Dios. Además, debe subrayarse que la capacidad de los seres humanos de ejercitar esas características está relacionada con el hecho de que han sido creados a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). En otras palabras, ellos son como él, no él como ellos. Dios es bueno (Salmo 25:8; 106:1; Marcos 10:18). Todo lo que Dios creó en el principio era bueno, como una extensión de su propia naturaleza (Génesis 1:4,10,12,18,21,25,31). Él sigue siendo bueno con su creación al sostenerla para
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beneficio de todas sus criaturas (Salmo 104:10-28; 145:9-13); incluso provee para los malos (Mateo 5:45; Hechos 14:17). Dios es especial y muy bueno hacia los que lo invocan de veras (Salmo 145:18-20). Dios es amor (1ª Juan 4:8). Su amor es un amor abnegado, que abarca a todo el mundo de la humanidad pecadora (Juan 3:16; Romanos 5:8). La principal manifestación de ese amor fue el enviar a su único Hijo Jesucristo para que muriera por los pecadores (1ª Juan 4:9-10). Además, Dios tiene un amor familiar especial por quienes por medio de Jesucristo están reconciliados con él (Juan 16:27). Dios es misericordioso y clemente (Éxodo 34:6; 2° Crónicas 30:9; Salmo 103:8; 145:8; Joel 2:13). Él no aniquila y destruye a los seres humanos como lo merecen a causa de sus pecados (Salmo 103:10), sino que ofrece el perdón como un don gratuito que se debe recibir por fe en Jesucristo (Salmo 103:11-12; Romanos 6:23; 1ª Corintios 1:3-4; Efesios 2:8-9; Tito 2:11; 3:14). Dios es compasivo (2° Reyes 13:23; Salmo 86:15; 112:4). Ser compasivo significa sentir pena por el sufrimiento de otra persona, con un deseo de ayudar. Por su compasión por la humanidad, Dios proporcionó el perdón y la salvación (Salmo 78:38). Asimismo, Jesucristo el Hijo de Dios expresó compasión por las multitudes cuando predicó el evangelio a los pobres, pregonó libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos, y puso en libertad a los oprimidos (Lucas 4:18; Mateo 9:36; 14:14; 15:32; 20:34; Marcos 1:41; Marcos 6:34). Dios es paciente y clemente (Éxodo 34:6; Números 14:18; Romanos 2:4; 1ª Timoteo 1:16). Dios manifestó esa característica por primera vez en el huerto del Edén después del pecado de Adán y Eva, cuando él no destruyó la raza humana como tiene el derecho de hacerlo (Génesis 2:16-17). Dios también fue paciente en los días de Noé, mientras se estaba construyendo el arca (1ª Pedro 3:20). Y Dios todavía es clemente con la pecadora raza humana; él no juzga de inmediato para destruir al mundo porque él permanece dándoles a todos la oportunidad de arrepentirse y salvarse (2ª Pedro 3:9). Dios es la verdad (Éxodo 34:6; Deuteronomio 32:4; Salmo 31:5; Isaías 65:16). Jesús se llamó a sí mismo “la verdad” (Juan 14:6), y al Espíritu se le conoce como “el Espíritu de verdad” (Juan 14:17; 1ª Juan 5:6). Como Dios es totalmente fiel y digno de confianza en todo lo que dice y hace, también se describe su palabra como verdad (2° Samuel 7:28; Salmo 119:43; Isaías 45:19; Juan 17:17). En armonía con esto, la Biblia pone en claro que Dios no tolera mentiras ni falsedad en ninguna clase (Números 23:19; Tito 1:2; Hebreos 6:18). Dios es fiel (Deuteronomio 7:9; Isaías 49:7; Lamentaciones 3:23; Hebreos 10:23). Dios hará lo que ha revelado en su Palabra, cumpliendo tanto sus promesas como sus advertencias (Números 14:32-35; 2° Samuel 7:28; Job 34:12; Hechos 13:23,32-33;
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2ª Timoteo 2:13). La fidelidad de Dios debiera producir indecible consuelo para los creyentes y gran temor del juicio de Dios para todos los que no se arrepienten y creen en el Señor Jesús (Hebreos 6:4-8; 10:26-31). Por último, Dios es justo (Deuteronomio 32:4; Isaías 45:21; 1ª Juan 1:9). Ser justo significa que Dios sostiene el orden moral del universo, y es justo y sin pecado en la manera en que trata al género humano (Nehemías 9:33; Daniel 9:14). La determinación de Dios de castigar a los pecadores con la muerte (Romanos 5:12). Se origina en su justicia (Romanos 6:23; Génesis 2:16-17); Él se enoja con el pecado por causa de su amor por la justicia (Romanos 3:5-6; Jueces 10:7). Él revela su ira contra toda forma de impiedad (Romanos 1:18), sobre todo la idolatría (1° Reyes 14:9,15,22), la incredulidad (Salmo 78:21-22; Juan 3:36) y el tratamiento injusto de otras personas (Isaías 10:1-4; Amós 2:6-7). Jesucristo, a quien se le llama “el Justo” (Hechos 3:14; 7:52; 22:14), también ama la justicia y aborrece la impiedad (Marcos 3:5; Romanos 1:18; Hebreos 1:9). Nótese que la justicia de Dios no se opone a su amor. Por el contrario, fue para satisfacer su justicia que él envió a Jesucristo al mundo como su don de amor (Juan 3:16; 1ª Juan 4:9-10.) y como su sacrificio por el pecado en lugar de los seres humanos (Isaías 53:5-6; Romanos 4:25; 1ª Pedro 3:18), a fin de reconciliarlos consigo mismo (2ª Corintios 5:18-21). La revelación definitiva de Dios de sí mismo está en Jesucristo (Juan 1:18; Hebreos 1:1-4). En otras palabras, si se desea comprender a plenitud la naturaleza personal de Dios, se debe mirar a Cristo, porque en él habita toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9).
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EL CORAZÓN PROVERBIOS 4:23. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.
DEFINICIÓN DEL CORAZÓN La sociedad contemporánea por lo general considera la cabeza con su cerebro como el centro y el rector de la actividad humana. Sin embargo, la Biblia se refiere al corazón como el centro; “de él mana la vida” (Proverbios 4:23; Lucas 6:45). Desde el punto de vista bíblico, el corazón pudiera verse como que abarca la totalidad del intelecto, de la emoción y de la voluntad de uno (Marcos 7:20-23). El corazón es el centro del intelecto. Las personas reconocen las cosas en su corazón (Deuteronomio 8:5), meditan en su corazón (Salmo 19:14; Salmo 77:6), hablan en su corazón (1° Samuel 1:13), guardan, los dichos de Dios en su corazón (Salmo 119:11; Proverbios 4:21), maquinan males en el corazón (Salmo 140:2), cavilan en su corazón (Marcos 2:8), dudan en su corazón (Marcos 11:23), guardan cosas en su corazón (Lucas 2:19), creen en su corazón (Romanos 10:9.) y cantan en su corazón (Efesios 5:19). Todas esas acciones del corazón son de manera primordial cuestiones que implican la mente. El corazón es el centro de las emociones. Por eso las Escrituras hablan del corazón alegre (Éxodo 4:14; Jeremías 15:16), el corazón amoroso (Deuteronomio 6:5), el corazón desfallecido (Josué 5:1), el corazón alentado (Salmo 27:14), el corazón contrito (Salmo 51:17), el corazón acongojado (Proverbios 12:25; Romanos 9:2), el corazón irritado (Proverbios 19:3), el corazón vivificado (Isaías 57:15), el corazón adolorido (Jeremías 4:19), el corazón afligido (Lamentaciones 2:18), el corazón humilde (Mateo 11:29), el corazón ardiente (Lucas 24:32) y el corazón turbado (Juan 14:1). Todas esas acciones del corazón son primordialmente de carácter emocional. Por último, el corazón es el centro de la voluntad humana. Por eso se lee en las Escrituras sobre el corazón endurecido que se niega a hacer lo que Dios ordena (Éxodo 4:21), el corazón que se inclina a aferrarse a Dios (Josué 24:23) y a obedecer sus testimonios (Salmo 119:36), el corazón que procura hacer la voluntad de Dios (1° Samuel 2:35), el corazón que se pone a buscar al Señor (1° Crónicas 22:19), el corazón que decide (2° Crónicas 6:7), el corazón que desea recibir del Señor (Salmo 21:1-2) y el corazón que anhela hacer algo (Romanos 10:1). Todas esas actividades tienen lugar en la voluntad humana. LA NATURALEZA DEL CORAZÓN SEPARADO DE DIOS Cuando Adán y Eva optaron por seguir la tentación de la serpiente para que comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal, su decisión afectó en forma drástica al corazón humano: se llenó de maldad. Ahora, por lo tanto, según el testimonio de
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Jeremías: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Jesús confirmó el diagnóstico de Jeremías cuando dijo que lo que contamina a una persona delante de Dios no es el dejar de observar alguna ley ceremonial, sino la disposición a hacer caso de las inclinaciones impías albergadas en el corazón, tales como “los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Marcos 7:21-22). Jesús enseñó sobre la gravedad del pecado en el corazón cuando dijo que el pecado de enojo y odio es equivalente al asesinato (Mateo 5:21-22) y el pecado de codicia es tan pecaminoso como el verdadero adulterio (Mateo 5:27-28; Éxodo 20:14; Mateo 5:28). Los corazones que son propensos a hacer lo malo corren el grave riesgo de endurecerse. Los que de modo persistente se niegan a escuchar la Palabra de Dios y a obedecer lo que él ordena, y en su lugar siguen los deseos impíos de su corazón, descubrirán al final que Dios endurecerá sus corazones para que pierdan toda sensibilidad a su Palabra y a los deseos del Espíritu Santo (Éxodo 7:3; Hebreos 3:8). El principal ejemplo de esto en las Escrituras es el corazón del Faraón en la época del Éxodo (Éxodo 7:3; 13,22-23; 8:15-32; 9:12; 10:1; 11:10; 14:17). Pablo vio el mismo principio general operativo en el Imperio Romano (Romanos 1:24,26,28) y predijo que también ocurriría durante la época del anticristo (2ª Tesalonicenses 2:11-12). El escritor de la Epístola a los Hebreos llenó su carta de advertencias a los creyentes para que no endurecieran el corazón (Hebreos 3:8-12). Cualquiera que persista en rechazar la palabra de Dios al final tendrá un corazón endurecido. EL CORAZÓN REGENERADO La solución de Dios para el carácter pecaminoso del corazón humano es la regeneración, que viene a todos los que se arrepienten de sus pecados, se vuelven a Dios y ponen su fe personal en Jesucristo como Señor y Salvador. La regeneración es cuestión del corazón. La persona que se arrepiente de corazón de todo pecado y confiesa en su corazón que Jesús es el Señor (Romanos 10:9) nace de nuevo y recibe un nuevo corazón de parte de Dios (Salmo 51:10; Ezequiel 11:19). Dentro del corazón de los que experimentan el nacimiento espiritual, Dios crea un deseo de amarlo y obedecerle. Repetidas veces Dios le recalcó a su pueblo la necesidad del amor que brota del corazón (Deuteronomio 4:29; 6:6). Tal amor y devoción por Dios no puede separarse de la obediencia a su ley (Salmo 119:34,69,112); Jesús enseñó que el amar a Dios con todo el corazón y el amar al prójimo resumen toda la ley de Dios (Mateo 22:37-40). El amor que procede del corazón es el ingrediente esencial en la obediencia a Dios. Con demasiada frecuencia el pueblo de Dios trató de sustituir el genuino amor del corazón con la obediencia a simples formas religiosas externas (tales como días de
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fiesta, ofrendas y sacrificios), (Isaías 1:10-17; Amós 5:21-26; Miqueas 6:6-8; y Deuteronomio 10:12). La observancia exterior sin el deseo profundo de servir a Dios es hipocresía y el Señor condena eso con severidad (Mateo 23:13-28; Lucas 21:1-4). Muchas otras actividades espirituales tienen lugar en el corazón de los creyentes regenerados. Ellos alaban a Dios con todo el corazón (Salmo 9:1), su corazón medita siempre en la palabra de Dios (Salmo 19:14), su corazón canta a Dios (Salmo 84:2; Efesios 5:19; Colosenses 3:16), buscan a Dios con todo el corazón (Salmo 119:2-10), guardan la palabra de Dios en su corazón (Salmo 119:11; Deuteronomio 6:6), confían en el Señor de todo corazón (Proverbios 3:5) y sienten el amor de Dios derramado en su corazón (Romanos 5:5).
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LA NATURALEZA HUMANA ECLESIASTÉS 12:6-7. Antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.
De todas las criaturas que Dios hizo, el ser humano es con mucho la suprema y más compleja. Sin embargo, por causa del orgullo los seres humanos a menudo olvidan que Dios es su Creador, que son seres creados, y que por lo tanto son dependientes de Dios. Aquí se examina la perspectiva bíblica sobre la naturaleza humana. LA NATURALEZA HUMANA A LA IMAGEN DE DIOS Las Escrituras declaran con precisión que la raza humana, por especial decisión de Dios, fue creada a su propia imagen y conforme a su semejanza (Gálatas 1:26-27). Por lo tanto, Adán y Eva no fueron producto de la evolución (Génesis 1:27; Mateo 19:4; Marcos 10:6). Por cuanto fueron creados a la semejanza de Dios, podían responder a Dios y tener comunión con él, y reflejan su amor, gloria y santidad (Génesis 1:26). Nótese al menos dos aspectos diferentes de la imagen de Dios en el género humano (Génesis 1:26): Adán y Eva poseían semejanza moral con Dios, en que eran justos y santos (Efesios 4:24), con un corazón capaz de amar y de querer hacer lo que era bueno. Poseían la semejanza con Dios en inteligencia, porque fueron creados con espíritu, mente, emociones y poder de elección (Génesis 2:19-20; 3:6-7; 9:6). Cuando Adán y Eva pecaron, se alteró sobremanera esa imagen de Dios en ellos, pero no se destruyó del todo. (a) Es indudable que se alteró su semejanza moral con Dios cuando pecaron (Génesis 6:5), de modo que ya no eran perfectos ni santos, sino que ahora tenían la tendencia hacia el pecado que trasmitieron a sus hijos (Génesis 4; Romanos 5:12). El Nuevo Testamento confirma la corrupción de la imagen de Dios, cuando dice que los creyentes redimidos deben renovarse a la semejanza moral original de Dios (Efesios 4:22-24; Colosenses 3:10). (b) No obstante, los seres humanos pecadores todavía tienen muchos de los aspectos de la semejanza a Dios en inteligencia, con capacidad para la comunión y la comunicación con él (Génesis 3:819; Hechos 17:27-28). Esa dimensión de la imagen de Dios también fue dañada pero no borrada en su totalidad cuando Adán y Eva pecaron en el huerto del Edén (Génesis 9:6; Santiago 3:9). COMPONENTES DE LA NATURALEZA HUMANA La Biblia revela que la naturaleza humana, hecha a la imagen de Dios, abarca tres componentes: el espíritu, el alma y el cuerpo (1ª Tesalonicenses 5:23; Hebreos 4:12).
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Dios formó a Adán del polvo de la tierra (cuerpo), y sopló en su nariz aliento de vida (espíritu), y fue el hombre “un ser viviente” (Génesis 2:7). Dios tenía el propósito de que al comer del árbol de la vida y al obedecer su mandamiento de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, el género humano no moriría nunca, sino que viviría para siempre (Génesis 21:16-17; 3:22-24). Sólo después que la muerte entró en el mundo como resultado del pecado humano se lee acerca de la separación de una persona en sus dos componentes: el polvo de la tierra y el espíritu que retorna a Dios (Génesis 3:19; 35:18; Eclesiastés 12:7; Apocalipsis 6:9). En otras palabras, la separación del cuerpo del espíritu y el alma es el resultado de la maldición de Dios sobre la raza humana por causa del pecado, algo que finalmente será reparado sólo en la resurrección del cuerpo en el día postrero. Pudiera definirse con brevedad el alma (heb. Nefesh; gr. Psique) como los aspectos no materiales de la mente, las emociones y la voluntad, en la naturaleza humana que resultan de la unión del espíritu y el cuerpo. El alma con el espíritu humano siguen viviendo cuando muere la persona en su cuerpo físico. El alma está tan unida a la naturaleza humana interior de uno que a veces se emplea como sinónimo de “persona” (Levítico 4:2; 7:20; Hechos 7:14; Romanos 13:1). Pudiera definirse el cuerpo (heb. Basar; gr. Soma) como el componente material de la persona que vuelve al polvo cuando muere (a veces también se le llama “carne”, Eclesiastés 12:7). Pudiera definirse el espíritu (heb. ruaj; gr. Pneuma) como el componente no material de la vida del ser humano, en que reside la capacidad espiritual y la conciencia; mediante ese aspecto es que se entra en mayor contacto con el Espíritu de Dios. De esos tres componentes que constituyen el “todo” de la naturaleza humana, sólo el espíritu y el alma son indestructibles y viven después de la muerte, ya sea en el cielo (Apocalipsis 6:9; 20:4) o en el infierno (Mateo 10:28; Salmo 16:10; Mateo 16:26; Santiago 5:20). Sin embargo, la Biblia insiste en que mientras estén vivos, los creyentes deben cuidar bien el cuerpo y mantenerlo libre de la inmoralidad y pecado (Romanos 6:6-12-13; 1ª Corintios 6:13-20; 1ª Tesalonicenses 4:3-4) y consagrarlo al servicio de Dios (Romanos 6:13; 12:1). También el cuerpo sufrirá transformación el día de la resurrección, de modo que la naturaleza humana sea plenamente redimida al fin y al cabo para los que están en Cristo Jesús. LAS RESPONSABILIDADES DE LA NATURALEZA HUMANA Cuando Dios creó a los seres humanos, les confió varias responsabilidades. Dios los hizo a su propia imagen para que él pudiera desarrollar una relación amorosa y personal con ellos por toda la eternidad, y para que ellos lo glorificaran como Señor. Tanto deseaba Dios un pueblo que disfrutara de él, lo glorificara y viviera en justicia y santidad delante de él que, cuando Satanás tuvo éxito en tentar a Adán y a Eva para que se rebelaran contra Dios y le desobedecieran, el Señor prometió enviar a un Salvador para redimir al mundo (Génesis 3:15).
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Era la voluntad de Dios que los seres humanos lo amaran a él sobre todas las cosas y amaran al prójimo como a sí mismos. Este doble mandamiento de amor resume toda la ley de Dios (Levítico 19:18; Deuteronomio 6:4-5; Mateo 22:37-40; Romanos 13:910). También Dios estableció la institución del matrimonio en el huerto del Edén (Génesis 2:21-24). Él tenía el propósito de que el matrimonio fuera monógamo, una relación vitalicia entre esposa y esposo (Mateo 19:5-9; Efesios 5:22-33). Dentro del contexto del matrimonio, Dios le ordenó a la raza humana que fructificara y se multiplicara, y llenara la tierra (Génesis 1:28; 9:7). El hombre y la mujer debían reproducir descendencia piadosa en un contexto familiar, porque Dios considera una familia piadosa, y la crianza de hijos dentro de las relaciones familiares saludables como una alta prioridad en el mundo (Génesis 1:28). También Dios les encargó a Adán y a todos sus descendientes que sojuzgaran la tierra y señorearan “en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Ya en el huerto del edén se le dio la responsabilidad de cultivar y cuidar el huerto, y de dar nombre a los animales (Génesis 2:15,19-20). Nótese que cuando Adán y Eva pecaron al comer de la fruta prohibida, parte de su dominio sobre el mundo lo perdieron y pasó a Satanás, que como “el dios de este siglo” (2ª Corintios 4:4) ahora domina este presente siglo malo (1ª Juan 5:19; Gálatas 1:4; Efesios 6:12). Pero Dios todavía espera que los creyentes cumplan su propósito divino cuidando bien su mundo, consagrándole todas las cosas en la tierra y administrando su creación de una manera que glorifique a Dios (Salmo 8:6-8; Hebreos 2:7-9). Por causa de la presencia del pecado en el mundo, Dios envió a su Hijo Jesucristo para redimir al mundo. La asombrosa tarea de llevar ese mensaje del amor redentor de Dios se le ha dado al pueblo de Dios, a quien él ha llamado a ser testigo de Cristo y su salvación hasta lo último de la tierra (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8) y a ser la luz y sal de la tierra (Mateo 5:13-16).
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EL PROFETA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO ISAÍAS 6:8-9. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis.
EL LUGAR DE LOS PROFETAS EN LA HISTORIA HEBREA Los profetas del Antiguo Testamento eran hombres y mujeres de Dios que descollaban espiritualmente entre sus contemporáneos. No hay otra categoría de personas en toda la literatura que presente una imagen más dramática que la de los profetas del Antiguo Testamento. Sacerdotes, jueces, reyes, sabios, consejeros y salmistas tuvieron lugar distinguido en la historia de Israel, pero ninguno de ellos jamás se elevó a la estatura de los profetas, ni ejercieron tanta influencia sobre la subsiguiente historia de la redención. Los profetas ejercieron influencia importante en la composición del Antiguo Testamento mismo. Eso es evidente en la división triple de la Biblia hebrea: La Ley, los Profetas y los Escritos (Lucas 24:44). La categoría conocida como “los profetas” contenía seis libros históricos escritos desde una perspectiva profética: Josué, Jueces, 1° y 2° Samuel, y 1° y 2° Reyes. Es probable que los autores de estos libros fueran profetas. En segundo lugar, había los dieciséis libros proféticos específicos (de Isaías a Malaquías). Por último, Moisés, el autor de los primeros cinco libros de la Biblia (el Pentateuco), fue profeta (Deuteronomio 18:15). De manera que dos terceras partes del Antiguo Testamento fueron escritas por profetas. PALABRAS HEBREAS PARA LOS PROFETAS Ro´eh. Este nombre hebreo, traducido “vidente” en castellano, indica capacidad especial para ver el reino espiritual y prever los acontecimientos futuros. El título sugiere que el profeta no era engañado por la apariencia externa de las cosas; más bien, él veía las cosas como realmente eran desde la perspectiva de Dios mismo. Como vidente, el profeta recibía sueños, visiones y revelaciones de Dios que lo capacitaban para transmitir las realidades espirituales al pueblo de Dios. Nabi´. (a) Esta es la principal palabra hebrea para “profeta”, que ocurre 309 veces en el Antiguo Testamento (nabi´im es su forma plural). Aunque no es claro el origen de esta palabra, el significado del verbo hebreo “profetizar” era: “poner en circulación palabras abundantes de la mente de Dios y por medio del espíritu de Dios” (Gesenius, Léxico hebreo). Así que un nabi´era un portavoz que pronunciaba palabras bajo el poder inspirador del Espíritu de Dios. El término griego profetes, del cual se deriva la palabra castellana “profeta”, significa “uno que habla en nombre de otro”. Los profetas hablaron en nombre de Dios al pueblo del pacto, a base de lo que ellos oían, veían y recibían de el. (b) En el Antiguo Testamento, también se le refiere al profeta 89
mediante términos tales como “varón de Dios” (2° Reyes 4:21), “siervo de Dios” (Isaías 20:3; Daniel 6:20), “hombre del Espíritu” (Isaías 48:16; 61:1-3), “atalaya” (Ezequiel 3:17) y “enviado de Jehová” (Hageo 1:13). El profeta también interpretaba sueños proféticos (José, Daniel) y proporcionaba una interpretación de la historia – tanto del presente como del futuro --- desde una perspectiva profética. HOMBRES DEL ESPÍRITU Y DE LA PALABRA El profeta no era simplemente otro guía religioso entre muchos en la historia hebrea, sino uno en quien habían entrado y tomado posesión el Espíritu de Dios y la palabra de Dios (Ezequiel 37:1-4). Por cuanto el Espíritu y la palabra estaban en él, el profeta del Antiguo Testamento manifestaba las tres características siguientes: Conocimiento revelado por el Señor. El profeta experimentaba el conocimiento dado por Dios con respecto a las personas, a los acontecimientos y a la verdad redentora. El propósito fundamental de ese conocimiento era alentar al pueblo de Dios a permanecer fiel a el y a su pacto. La característica distintiva de la profecía del Antiguo Testamento era que ponía en claro la voluntad de Dios para su pueblo mediante instrucción, corrección y advertencia. Dios usó a los profetas para pronunciar su juicio antes que ocurriera. De la oscura historia de Israel y Judá salió la profecía específica sobre el Mesías y el reino de Dios, así como también la predicción sobre los futuros acontecimientos mundiales. Poderes dados por el Omnipotente. Los profetas entraban en la esfera de lo milagroso cuando eran llenos del Espíritu de Dios. Por medio de los profetas se manifestaban la vida y el poder de Dios, de manera sobrenatural en un mundo de otra manera cerrado a ese poder. Estilo de vida característico. Por lo general, los profetas abandonaban las actividades comunes de la vida para vivir en exclusiva para Dios. Protestaban con vehemencia contra la idolatría, la inmoralidad y toda forma de pecado entre el pueblo de Dios, así como también contra la corrupción en la vida de reyes y sacerdotes. Ellos procuraban cambios santos y justos en Israel. Los profetas, siempre en pro del reino de Dios y su justicia, defendieron la voluntad de Dios sin pensar en el riesgo personal. OCHO CARACTERÍSTICAS DEL PROFETA DEL ANTIGUO TESTAMENTO ¿Qué clase de persona era el profeta del Antiguo Testamento? Era persona que tenía estrecha relación con Dios y que se convertía en confidente de Dios (Jeremías 23:18; Amós 3:7). El profeta veía al mundo y al pueblo del pacto desde la perspectiva de Dios, no desde el punto de vista humano. Estaba cerca de Dios, simpatizaba con Dios y con lo que Dios estaba sufriendo por causa de los pecados de su pueblo. Como él entendía el propósito, la voluntad y los deseos de Dios mejor que ningún otro, experimentaba las mismas reacciones
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emocionales que experimentaba Dios. En otras palabras, el profeta no sólo oía la voz de Dios, sino que también sentía lo mismo que él en el corazón (Jeremías 6:11; 15:16-17; 20:9). Amaba a profundidad al pueblo de Dios. Cuando el pueblo sufría, el profeta sentía profundo dolor (el libro de lamentaciones). Él quería lo mejor de Dios para ellos (Isaías 35:3; Ezequiel 18:23), y por eso sus mensajes incluían no sólo advertencias, sino también palabras de esperanza y consuelo. Procuraba el supremo bien del pueblo, es decir, total confianza en Dios y fidelidad a él. Por lo tanto, advertía contra el confiar en otras cosas, tales como la sabiduría humana, las riquezas, el poder u otros dioses (Jeremías 8:9-10; Oseas 10:13-14; 12:8; Amós 6:8). Los profetas siempre exhortaban al pueblo a vivir conforme a las obligaciones del pacto de Dios, a fin de recibir las bendiciones redentoras de él. Tenía profunda sensibilidad ante el pecado y la maldad (Jeremías 2:12-13,19; 25:3-7; Amos 8:4-7; Miqueas 31:8). Era impaciente con la crueldad, el delito, la inmoralidad y la injusticia. Lo que pudiera parecer a la gente común y corriente como ligera desviación de la ley de Dios, el profeta lo consideraba desastre. Él era poco tolerante con la transigencia, la complacencia, los pretextos y las excusas (Isaías 32:11; Jeremías 6:20; 7:8-15,21-23; Amós 4:1; 6:1). Él conocía mejor que nadie el amor que Dios le tiene a la justicia, y su odio a la iniquidad (Hebreos 1:9). Desafiaba de continuo la santidad superficial del pueblo de Dios y con desesperación trataba de estimular la obediencia sincera a toda palabra que Dios había revelado en su ley. Se dedicaba por completo a Dios; no le gustaban las medias tintas; aborrecía la entrega fría, y exigía absoluta fidelidad a Dios. No aceptaba nada menos que la plenitud del reino de Dios y su justicia manifestada entre el pueblo de Dios. Tenía visión de futuro expresaba en predicciones de juicio y destrucción (Isaías 63:16; Jeremías 11:22-23; 13:15-21; Ezequiel 14:12-21; Amós 5:16-20,27), así como también en visiones de restauración y renovación (Isaías 61-62; 65-66; Jeremías 33; Ezequiel 37). Los profetas pronunciaron numerosas profecías con respecto a la venida del Mesías. A menudo era hombre triste y solitario (Isaías 6:9-12; Jeremías 14:17-18; 20:14-18; Amós 7:10-13; Jonás 3-4), con frecuencia perseguido por los falsos profetas, que profetizaban paz, prosperidad y seguridad de Dios para el pueblo pecador (Jeremías 15:15; 20:1-6; 26:8-11; Amós 5:10; Mateo 23:29-36; Hechos 7:51-53). Al mismo tiempo, sin embargo, el verdadero profeta era tal hombre de Dios que el pueblo y sus dirigentes no podían pasar por alto su carácter ni su mensaje (Ezequiel 2:6-7; 3:811). EL PROFETA Y EL SACERDOTE
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Durante la mayor parte de la historia de Israel, los sacerdotes y profetas estaban en conflicto. Dios tenía el propósito de que trabajaran juntos, pero los sacerdotes tendían a la adaptación al mundo al no oponerse a la corrupción del pueblo de Dios. Los sacerdotes por lo general se adaptaban al status quo, encontrando difícil adorar a Dios, salvo mediante ceremonias y liturgia. Aunque la moralidad tenía un lugar en su teología, no se le daba énfasis en la práctica. El profeta, por otra parte, ponía énfasis primordial en la manera de vivir, la conducta y las cuestiones morales. Eran constantes en confrontar a las personas que dependían del simple cumplimiento de deberes religiosos. Molestaba, aguijoneaba, denunciaba, defendía sin respaldo humano sus justas demandas e insistía en aplicar a la vida los eternos principios de Dios. El profeta era maestro ético, reformador moral y perturbador de la mente humana. Ponía al descubierto el pecado y la apostasía, y procuraba estimular al pueblo a la vida santa. EL MENSAJE DE LOS PROFETAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO El mensaje de los profetas destacaba tres temas principales: La naturaleza de Dios. (a) Ellos revelaron y declararon a Dios como el Creador y Todopoderoso Gobernante del universo (Isaías 40:28), y el soberano Señor de la historia que hace que los acontecimientos de la historia sirvan para sus propósitos supremos de salvación y juicio (Isaías 44:28; 45:1; Amós 5:27; Habacub 1:6). (b) Recalcaban que Dios es Dios santo, recto y justo, que rechaza el pecado, la iniquidad y la injusticia. Como su santidad es atemperada por la misericordia, él es clemente y lento para actuar con ira y juicio. Por cuanto él es santo por naturaleza, le exige a su pueblo que se consagre como SANTIDAD A JEHOVÁ (Zacarías 14:20; Isaías 29:22-24; Jeremías 2:3). Como el Dios que hizo el pacto con el que entró en relación exclusiva con Israel, él le exige a su pueblo que obedezca sus mandamientos como parte de ese contrato. Pecado y arrepentimiento. Los profetas del Antiguo Testamento participaban de la aflicción de Dios ante la continua desobediencia, infidelidad, idolatría e inmoralidad de su pueblo del pacto, y ellos hablaban severas palabras de juicio justo contra ese pueblo. Su mensaje fue igual al mensaje de Juan el Bautista y de Jesús: “Arrepiéntanse o perecerán”. Predijeron tales juicios catastróficos como la destrucción de Samaria por Asiria (Oseas 5:8-12; 9:3-7; 10:6-15) y la destrucción de Jerusalén por Babilonia (Jeremías 19:7-15; 32:28-36; Ezequiel 5:8-12; 21:24-27). Predicción y esperanza mesiánica. (a) Aunque el pueblo del pacto en conjunto fue infiel a Dios y a sus promesas solemnes del pacto, los profetas nunca dejaron de tener un mensaje de esperanza. Ellos sabían que Dios cumpliría el pacto y las promesas abrahámicas, por medio de un remanente fiel y devoto. Al final vendría el Mesías, y por medio de él Dios ofrecería salvación a todos los pueblos de la tierra. (b)
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Los profetas estaban entre el fracaso espiritual de su propia generación y la naciente esperanza de una era mesiánica. La disyuntiva profética era que ellos tenían que comunicar la palabra de Dios al pueblo obstinado, aun cuando supieran que sería rechazada y desatendida hasta que surgiera el nuevo orden (Isaías 6:9-13). Los profetas eran defensores del antiguo pacto y heraldos del nuevo pacto. Vivieron en el presente pero señalaron hacia el futuro. LOS FALSOS PROFETAS Hay numerosas referencias a los falsos profetas en el Antiguo Testamento, por ejemplo, el rey Acab reunió a cuatrocientos falsos profetas (2° Crónicas 18:4-7); la Biblia indica que espíritu de mentira estaba en la boca de ellos (2° Crónicas 18:1822). Según el Antiguo Testamento, se consideraba falso a un profeta: Si desviaba al pueblo del verdadero Dios hacia alguna forma de idolatría (Deuteronomio 13:1-5). Si practicaba la adivinación, la astrología, la hechicería, la brujería y cosas por el estilo (Deuteronomio 18:10-14). Si sus profecías se desviaban del claro mensaje de Dios en las Escrituras o entraban en conflicto con él (Deuteronomio 13:1-5; 1° Reyes 22:17-28,37). Si no ponía al descubierto los pecados del pueblo de Dios (Jeremías 23:9-18). O si predecía cosas especificas que no ocurrían (Deuteronomio 18:20-22). En cuanto a este último criterio, nótese que los profetas bajo el nuevo pacto no hablaron con la misma irrevocabilidad o infalibilidad que los profetas del Antiguo Testamento, quienes eran la voz principal de la revelación de Dios para Israel. En el Nuevo Testamento, el profeta es sólo uno de cinco dones principales de ministerio en la iglesia. Los profetas del Nuevo testamento tenían limitaciones que los profetas del Antiguo Testamento no tenían (1ª Corintios 14:29-33.) por causa de la naturaleza multifacética e interdependiente del ministerio en la época del Nuevo Testamento.
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LA VOLUNTAD DE DIOS ISAÍAS 53:10. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.
DEFINICIÓN DE LA VOLUNTAD DE DIOS La Biblia se refiere a la voluntad de Dios en tres sentidos. En algunos pasajes, “la voluntad de Dios” es otra manera de decir “la ley de Dios”. Por ejemplo, David compara la frase “tu ley” con “tu voluntad” en el Salmo 40:8. Asimismo, el apóstol Pablo considera que conocer la ley de Dios es sinónimo de conocer la voluntad de Dios (Romanos 2:17-18). En otras palabras, ya que en su ley Dios da instrucciones acerca de la manera como él quiere que anden los seres humanos, con propiedad la ley pudiera llamarse “la voluntad de Dios”. Es fundamental decir que la “Ley” significa “instrucción” y que abarca toda la Palabra de Dios. También se emplea la frase “la voluntad de Dios” para denominar cualquier cosa que en forma expresa Dios desea. A eso es apropiado llamarlo “la perfecta voluntad de Dios”. Por ejemplo, es la voluntad revelada de Dios que todos se salven (1ª Timoteo 2:4; 2ª Pedro 3:9.) y que ningún creyente salvado caiga de la gracia (Juan 6:39). Esto no quiere decir que todo el mundo será salvo, sino sólo que Dios desea la salvación de todo el mundo. Por último, la “voluntad de Dios” puede referirse a lo que Dios permite que ocurra, aun cuando él no desea que tal cosa suceda. A eso se también se le pudiera llamar “la voluntad permisiva de Dios”. En realidad, mucho de lo que sucede en el mundo es contrario a la perfecta voluntad de Dios (pecado, codicia, violencia, odio e impenitencia), pero él permite que la maldad continúe por ahora (Efesios 1:11). Por ejemplo, el llamamiento de Jonás para que fuera a Nínive era parte de la perfecta voluntad de Dios, pero su viaje en la dirección contraria estaba dentro de su voluntad permisiva (Jonás 1). Además, Dios permite la decisión de muchas personas de permanecer sin ser salvas y así perderse por toda la eternidad, ya que él no impone la fe salvadora a los que se niegan a aceptar la salvación de su Hijo. De igual manera, Dios permite muchos padecimientos y tribulaciones que le sobrevienen a una persona en la vida (1ª Pedro 3:17; 4:19), pero no son su deseo o última voluntad para esa persona (1ª Juan 5:19). RESPONDIENDO A LA VOLUNTAD DE DIOS La enseñanza de la Biblia sobre la voluntad de Dios expresa más que una simple doctrina; se cruza en la vida de los creyentes de manera diaria.
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En primer lugar, se debe aprender lo que es la voluntad de Dios, es decir, su perfecta voluntad como se revela en las Escrituras (incluso su ley). Por cuanto “los días son malos”, se debe entender “cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:16-17). Una vez que los creyentes conocen la voluntad revelada de Dios, en cuanto a cómo él desea que vivan, deben comprometerse a hacer su voluntad. El salmista, por ejemplo, le pide a Dios que le enseñe a hacer su voluntad (Salmo 143:10). La petición paralela, que Dios “me guíe a tierra de rectitud”, indica que en esencia está pidiéndole a Dios la capacidad para llevar una vida recta. Asimismo, Pablo espera que los creyentes tesalonicenses sigan la voluntad de Dios, al abstenerse de fornicación y al vivir en santificación y honor (1ª Tesalonicenses 4:3-4). En otro pasaje él pide que los cristianos sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios, a fin de que anden “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra” (Colosenses 1:910). A los creyentes se les exhorta a que pidan que se haga la voluntad de Dios (Mateo 6:10; 26:42; Lucas 11:2; Romanos 15:30-32; Santiago 4:13-15): deben desear con sinceridad la perfecta voluntad de Dios, y tener el propósito de cumplirla en su propia vida y en la vida de su familia (Mateo 6:10). Si esa es la oración y el compromiso del creyente, entonces puede estar seguro de que su presente y futuro están en el cuidado protector del Padre Celestial (Hechos 18:21; 1ª Corintios 4:19; 16:7). Sin embargo, si en la vida del creyente hay pecado deliberado y rebeldía contra la palabra de Dios, entonces él debe comprender que Dios no responderá sus oraciones. No puede esperar que la voluntad de Dios se haga en la tierra como en el cielo a menos que procure hacer la voluntad de él en su propia vida. Por último, no se debe usar la voluntad de Dios como excusa para la pasividad o la irresponsabilidad, con respecto a su llamado a combatir el pecado, la maldad y la tibieza espiritual. Es Satanás, no Dios, la causa de este siglo malo con su crueldad, maldad e injusticia (1ª Juan 5:19), y es Satanás el causante de tanto dolor y sufrimiento en el mundo (Job 1:6-12; 2:1-6; Lucas 13:16; 2ª Corintios 12:7). Así como Jesucristo vino para destruir las obras del diablo (1ª Juan 3:8.), también es la voluntad explícita de Dios que los creyentes libren la guerra contra esas huestes espirituales de maldad por medio del Espíritu Santo (Efesios 6:10-20; 1ª Tesalonicenses 5:8).
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LA PALABRA DE DIOS ISAÍAS 55:10-11. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.
LA NATURALEZA DE LA PALABRA DE DIOS La frase “la palabra de Dios” (también “la palabra de Jehová”, o incluso sólo “la palabra”) se refiere a una diversidad de cosas en las Escrituras. Es evidente que se refiere ante todo a cualquier cosa que Dios haya dicho en forma directa. Cuando Dios les habló a Adán y a Eva (Génesis 2:16-17; 3:9-19), lo que él dijo era la palabra de Dios. De manera parecida, Dios les comunicó su palabra a Abraham (Génesis 12:1-3), a Isaac (Génesis 26:1-5), a Jacob (Génesis 28:13-15) y a Moisés (Éxodo 3-4). También Dios le habló a toda la nación de Israel en el monte Sinaí cuando promulgó los Diez Mandamientos (Éxodo 20:1-19); las palabras que ellos oyeron eran sus palabras. Además de hablar de manera directa, también Dios hablaba por medio de los profetas. Cuando se dirigían al pueblo de Dios, por lo general iniciaban sus declaraciones con “Así dice Jehová” o “Vino a mí la palabra de Jehová”. Así que cuando los israelitas estaban oyendo las palabras de un profeta, estaban escuchando la palabra de Dios. Lo mismo es cierto en cuanto a lo que dijeron los apóstoles en el Nuevo Testamento. Aun cuando no iniciaban sus comentarios con “Así dice el Señor”, lo que hablaron y proclamaron era en efecto la palabra de Dios. Por ejemplo, el sermón que Pablo predicó al pueblo de Antioquía de Pisidia (Hechos 13:16-41) causó tal sensación que “el siguiente día de reposo se juntó casi toda la ciudad para oír la palabra de Dios” (Hechos 13:44). Pablo mismo les dijo a los Tesalonicenses que “cuando recibisteis la palabra de Dios que oístes de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios” (1ª Tesalonicenses 2:13; Hechos 8:25). Además, todo lo que habló Jesús fue la palabra de Dios, porque después de todo, él es Dios (Juan 1:1-18; 10:30; 1ª Juan 5:20). Lucas, el escritor del tercer Evangelio, declara en forma explícita que cuando las personas oían a Jesús, oían la palabra de Dios (Lucas 5:1). Obsérvese que a diferencia de los profetas del Antiguo Testamento, quienes por lo general comenzaban con alguna forma de “Así dice Jehová”, Jesús comenzaba sus dichos con “De cierto os digo” (Mateo 5:18,20,22,26,32,39; 11:22,24; Marcos 9:1; 10:15; Lucas 7:47; 10:12; 12:4; Juan 5:19; 6:26; 8:34). En otras palabras, él tenía autoridad divina en sí mismo para hablar la palabra de Dios. Es tan importante escuchar las palabras de Jesús que “el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación” (Juan 5:24). En realidad, Jesucristo está de modo
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estrecho identificado con la palabra de Dios que a él se le llama en efecto “la Palabra” (traducido “el verbo” en la versión Reina-Valera) (Juan 1:1-14; 1ª Juan 1:1; Apocalipsis 19:13-16). La palabra de Dios es el registro escrito de lo que han dicho los profetas, los apóstoles y Jesús, es decir, las Escrituras. En el Nuevo Testamento, no importaba si un escritor empleaba la frase “Moisés dijo”, “David dijo”, “el Espíritu Santo dice”, o “Dios dice” (Hechos 3:22; Romanos 10:5-19; Hebreos 3:7; 4:7); lo que estaba escrito en la Biblia era la palabra de Dios. Aunque no en igual nivel de autoridad que la Escritura misma, a la proclamación hablada de los predicadores o profetas de la iglesia actual pudiera llamársele la palabra de Dios. (a) Pedro indicó que lo que sus lectores recibían mediante la predicación de la palabra era la palabra de Dios (1ª Pedro 1:25), y Pablo exhortó a Timoteo a “predicar la palabra” (2ª Timoteo 4:2). Sin embargo, tal predicación nunca debe ser independiente de la Palabra escrita de Dios. En realidad, la prueba para determinar si se está predicando la palabra de Dios en un sermón o mensaje es si corresponde o no a la palabra escrita de Dios. (b) En cuanto a una persona que recibe una profecía o revelación en un ambiente de adoración (1ª Corintios 14:26-32), ¿Está ella recibiendo la palabra de Dios? La respuesta a esa pregunta es un “sí” pero con condiciones. Pablo afirma que tales mensajes están sujetos a la evaluación de otros profetas; así que es posible que esas profecías no sean la palabra de Dios (1ª Corintios 14:29). Hoy sólo se puede mencionar en un sentido secundario a profetas que hablan bajo la inspiración del Espíritu Santo; hoy nunca se debe elevar la revelación de un profeta hasta el punto de la infalibilidad (1ª Corintios 14:31). EL PODER DE LA PALABRA DE DIOS La palabra de Dios permanece para siempre en el cielo (Salmo 119:89; Isaías 40:8; 1ª Pedro 1:24-25). Pero no es una palabra estática; es dinámica y poderosa (Hebreos 4:12), y realiza grandes cosas (Isaías 55:11). La palabra de Dios es la palabra creadora. Según el relato de la creación, las cosas llegaron a ser cuando Dios dijo su palabra (Génesis 1:3-4,6-7,9). Este proceso lo resumen el salmista que escribió: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos” (Salmo 33:6), y el escritor de la Epístola a los Hebreos que dijo: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios” (Hebreos 11:3; 2ª Pedro 3:5). Nótese que, según Juan, la Palabra que Dios usó para crear todas las cosas fue Jesucristo (Juan 1:1-3). También la palabra de Dios tiene el poder de sostener la creación. Otra vez empleando las palabras del escritor de la Epístola a los Hebreos, Dios “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:3; Salmo 147:15-18). Como la palabra creadora de
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Dios, esta palabra se refiere a Jesucristo, porque Pablo insiste en que “todas las cosas en él [Jesucristo] subsisten” (se mantienen juntas, Colosenses 1:17). La palabra de Dios tiene el poder de impartir vida nueva. Pedro asevera que los creyentes nacen de nuevo “por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1ª Pedro 1:23; 2ª Timoteo 3:15; Santiago 1:18). Por esa razón se le llama a Jesús mismo el “Verbo de vida” (1ª Juan 1:1). También la palabra de Dios pone en acción la gracia, el poder y la revelación por los cuales crecen los creyentes en su fe y su entrega a Jesucristo. Isaías usa una imagen vigorosa: así como el agua del cielo hace que las cosas crezcan en lo físico, también la palabra que sale de la boca de Dios hace que el creyente crezca en lo espiritual (Isaías 55:10-11). Pedro repite el mismo pensamiento cuando escribe que, al beber la leche no adulterada de la palabra de Dios, se crece en la salvación (1ª Pedro 2:2). La palabra de Dios igual es la espada que Dios ha dado para poder luchar contra Satanás (Efesios 6:17; Apocalipsis 19:13-15). Nótese que en el relato de la victoria de Jesús sobre las tentaciones de Satanás, cada vez él derrotó a Satanás al afirmar “Escrito está” (“permanece como la Palabra infalible de Dios”; Lucas 4:1-11; Mateo 4:111). Por último, la palabra de Dios tiene el poder de juzgar a los seres humanos. Los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo Testamento con frecuencia pronunciaron palabras de juicio recibidas del Señor. Jesús mismo dijo que lo que juzgará a los seres humanos en el día postrero es su palabra (Juan 12:48), y el autor de la Epístola a los Hebreos escribe que la poderosa palabra de Dios discierne (juzga) “los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). En otras palabras, los que optan por hacer caso omiso a la palabra de Dios un día la experimentarán como la palabra de condenación. REACCIÓN HUMANA A LA PALABRA DE DIOS La Biblia describe en lenguaje claro e inequívoco cómo se debe responder a la palabra de Dios en todas sus formas. Se debe oír con ansiedad la palabra de Dios (Isaías 1:10; Jeremías 7:1-2; Hechos 17:11) y procurar entenderla (Mateo 13:23). Se debe alabar la palabra de Dios (Salmo 56:4-10), amarla (Salmo 119:47-113) y dejar que sea el deleite y regocijo del alma (Salmo 119:16-47). Se debe aceptar lo que dice la palabra de Dios (Marcos 4:20; Hechos 2:41; 1ª Tesalonicenses 2:13), guardarla en lo más profundo del corazón (Salmo 119:11), confiar en ella (Salmo 119:42) y poner la esperanza en sus promesas (salmo 119:74-81-114; 130:5). Sobre todo, se debe obedecer lo que ella ordena (Salmo 119:17-67; Santiago 1:22-24) y vivir según ella (Salmo 119:9). Dios llama a los que predican la palabra (1ª Timoteo 5:17) a usarla con propiedad (2ª Timoteo 2:15) y a predicarla con fidelidad (2ª Timoteo 4:2). A todos los creyentes se
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les llama a proclamar el mensaje de la palabra de Dios dondequiera que vayan (Hechos 8:4).
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LA PAZ DE DIOS JEREMÍAS 29:7. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz. DEFINICIÓN DE PAZ La palabra hebrea para paz es Shalom. Denota mucho más que la ausencia de la guerra y del conflicto; el significado fundamental de Shalom es armonía, integridad, firmeza, bienestar y éxito en todas las esferas de la vida. Puede referirse a la calma en las relaciones internacionales, tal como la paz entre naciones en conflicto (1° Samuel 7:14; 1° Reyes 4:24; 1° Crónicas 19:19). También puede experimentarse como sensación de estabilidad dentro de una nación, durante tiempos de prosperidad y sin guerra civil (2° Samuel 3:21-23; 1° Crónicas 22:9; Salmo 122:6-7). La paz puede verse asimismo integridad y armonía en las relaciones humanas, tanto dentro del hogar (Proverbios 17:1; 1ª Corintios 7:15.) como fuera del hogar (Romanos 12:18; Hebreos 12:14; 1ª Pedro 3:11). Y la paz puede referirse a la sensación personal de integridad y bienestar, de ser libre de ansiedad y de estar en paz con la propia alma (Salmo 4:8; 119:165; Job 3:26) y con Dios (Números 6:26; Romanos 5:1). Por último, aun cuando la palabra Shalom no se emplea en Génesis 1-2, Shalom describe el mundo creado en el principio que existía en perfecta armonía e integridad. Cuando Dios creó los cielos y la tierra, creó un mundo en paz. El bienestar total de la creación se refleja en la breve afirmación: después que Dios había terminado de crear el mundo, “todo... era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). LA INTERRUPCIÓN DE LA PAZ Cuando Adán y Eva escucharon la voz de la serpiente y comieron del árbol prohibido (Génesis 3:1-7), su desobediencia introdujo el pecado y se interrumpió la armonía original de la creación. En aquel momento, Adán y Eva experimentaron, por primera vez, la culpa y la vergüenza delante de Dios (Génesis 3:7) y pérdida de la paz interior. El pecado de Adán y Eva en el huerto del Edén destruyó su armoniosa relación con Dios. Antes de comer de esa fruta, ellos tenían íntimo compañerismo con Dios en el huerto (Génesis 3:8), pero después de eso “se escondieron de la presencia de Jehová
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Dios entre los árboles del huerto” (Génesis 3:8). En vez de anhelar el hablar con Dios, ahora tuvieron miedo de su voz (Génesis 3:10). Además, se interrumpió la relación armoniosa de Adán y Eva como esposos. Cuando Dios comenzó a examinar con ellos el pecado que habían cometido, adán culpó a Eva (Génesis 3:12), y Dios afirmó que continuaría la rivalidad entre mujer y hombre (Génesis 3:16). Así comenzó todo el conflicto social que ahora forma parte de las difíciles situaciones humanas, desde las discusiones y la violencia en los hogares (1° Samuel 1:1-8; Proverbios 15:18; 17:1) hasta los conflictos y las guerras internacionales. Por último, el pecado interrumpió la armonía y la unidad entre el género humano y la naturaleza. Antes que Adán pecara, trabajaba con alegría en el huerto del edén (Génesis 2:15) y caminaba con libertad entre los animales, dándole un nombre a cada uno (Génesis 2:19-20). Parte de la maldición de Dios después de la caída incluía la enemistad entre Adán y Eva y la serpiente (Génesis 3:15), así como también la realidad de que el trabajo causaría sudor y fatiga (Génesis 3:17-19). Donde había habido armonía entre la raza humana y el medio ambiente, ahora había lucha y conflicto, de modo que “toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:22). LA RESTAURACIÓN DE LA PAZ Aunque el resultado de la caída fue la destrucción de la paz y del bienestar para el género humano, y en realidad para todo el mundo creado, Dios ha planeado restaurar el Shalom. Por eso la historia de la recuperación de la paz es la historia de la redención en Cristo. Debido a que Satanás inició la destrucción de la paz en el mundo en el huerto del Edén, el restablecimiento de la paz debe implicar la destrucción de Satanás y su poder. Así que, muchas de las promesas del Antiguo Testamento con respecto a la venida del Mesías eran promesas de victoria y paz venideras. David profetizó que el Hijo de Dios gobernaría a las naciones (Salmo 2:9; Apocalipsis 2:27; 19:15). Isaías profetizó que el Mesías reinaría como Príncipe de Paz (Isaías 9:6-7). Ezequiel predijo que el nuevo pacto que Dios se proponía establecer por medio del Mesías sería pacto de paz (Ezequiel 34:25; 37:26). Y Miqueas, al profetizar el nacimiento del gobernante venidero en Belén, declaró que “éste será nuestra paz”(Miqueas 5:5). En el nacimiento de Jesús, los ángeles proclamaron que ahora la paz de Dios había venido a la tierra (Lucas 2:14). Jesús mismo vino a destruir las obras del diablo (1ª Juan 3:8) y a derribar todas las barreras de conflicto que forman parte de la vida, haciendo así la paz (Efesios 2:12-17). Jesús les dio a sus discípulos su paz como una herencia permanente antes que fuera a la cruz (Juan 14:27; 16:33). Mediante su muerte y resurrección, Jesucristo despojó a los hostiles principados y potestades, y con eso hizo posible la paz (Colosenses 1:20; 2:14-15; Isaías 53:4-5). Por lo tanto, cuando se cree en Jesucristo, se es justificado por fe y se tiene paz con Dios (Romanos 5:1). El
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mensaje que proclaman los cristianos es las buenas nuevas de paz (Hechos 10:36; Isaías 52:7). El sólo saber que Cristo vino como el Príncipe de Paz no quiere decir que la paz llegará en forma automática a formar parte de la vida; para sentir la paz hay que estar unido con Cristo en fe activa. El primer paso es creer en el Señor Jesucristo. Al creer, la persona es justificada por la fe (Romanos 3:21-28; 4:1-13; Gálatas 2:16) y así tiene paz con Dios (Romanos 5:1). Junto con la fe, se debe andar en obediencia a sus mandamientos a fin de vivir en paz (Levítico 26:3-6; Juan 15:21-27). Con frecuencia los profetas del Antiguo Testamento afirman que no hay paz alguna para los impíos (Isaías 57:21; 59:8; Jeremías 6:14; 8:11; Ezequiel 13:10-16). Para conocer la continua paz de Dios, él ha dado el Espíritu Santo, que comienza a obrar su fruto en el creyente, un aspecto de lo cual es la paz (Gálatas 5:22; Romanos 14:17; Efesios 4:3). Con la ayuda del Espíritu, se debe orar por la paz (Salmo 122:6-7; Jeremías 29:7; 1ª Timoteo 2:1; Filipenses 4:7), pedir que la paz gobierne en el corazón (Colosenses 3:15), buscar la paz y seguirla (Salmo 34:14; Jeremías 29:7; 2ª Timoteo 2:22; 1ª Pedro 3:11), y hacer todo lo posible para vivir en paz con los demás (Romanos 12:18; 2ª Corintios 13:11; 1ª Tesalonicenses 5:13; Hebreos 12:14).
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LA GLORIA DE DIOS EZEQUIEL 10:4. Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima del querubín al umbral de la puerta; y la casa fue llena de la nube, y el atrio se llenó del resplandor de la gloria de Jehová.
DEFINICIÓN DE LA GLORIA DE DIOS Se emplea la frase “la gloria de Dios” de varias maneras en la Biblia. A veces describe el esplendor y la majestad de Dios (1° Crónicas 29:11; Habacub 3:35), una gloria tan grandiosa que ningún ser humano puede verla y vivir (Éxodo 33:1823). En el mejor de los casos se puede ver sólo una “semejanza de la gloria de Jehová” (la visión de Ezequiel del trono de Dios, Ezequiel1:26-28). En este sentido, la gloria de Dios señala su singularidad, su santidad (Isaías 6:1-3) y su trascendencia (Romanos 11:36; Hebreos 13:21). Pedro emplea la frase “la magnífica gloria” como nombre para Dios (2ª Pedro 1:17). También la gloria de Dios se refiere a la visible presencia de Dios entre su pueblo, llamada a veces la gloria “Shekinah” por los rabinos posteriores. “Shekinah” es una palabra hebrea que significa “morada [de Dios]”, empleada para describir una visible manifestación de la presencia y la gloria de Dios. Moisés vio la gloria Shekinah de Dios en una columna de nube y de fuego (Éxodo 13:21); en Éxodo 29:43 se le llama “mi gloria” (Isaías 60:2; Romanos 9:4). Ella cubrió el Sinaí cuando Dios dio su ley (Éxodo 24:16-17), llenó el tabernáculo (Éxodo 40:34), guió a Israel en el desierto (Éxodo 40:36-38), y más tarde llenó el templo de Salomón (2° Crónicas 7:1; 1° Reyes 8:1113). Más específico, Dios moraba entre los dos querubines en el Lugar Santísimo (1° Samuel 4:4; 2° Samuel 6:2; Salmo 80:1). Ezequiel vio la gloria del Señor en el templo de Dios (Ezequiel 10:4.) elevarse y apartarse del templo a causa de la desenfrenada idolatría que allí había (Ezequiel 10:18-19). El equivalente neotestamentario del Shekinah es Jesucristo, quien como la gloria de Dios en carne humana vino a habitar entre los hombres (Juan 1:14). Los pastores de Belén vieron la gloria del Señor en el nacimiento de Jesús (Lucas 2:9), los discípulos la vieron en la transfiguración de Cristo (Mateo 17:2; 2ª Pedro 1:16-18) y Esteban la vio en el momento de su martirio (Hechos 7:55). Un tercer aspecto de “la gloria de Dios” es su presencia y su poder espirituales. Aun cuando los cielos declaran la gloria de Dios (Salmo 19:1; Romanos 1:19-20) y toda la tierra está llena de su gloria (Isaías 6:3; Habacub 2:14), el esplendor de la majestad de Dios no es ahora visible y a menudo pasa inadvertido. Sin embargo, los creyentes experimentan la gloria y la presencia de Dios en su proximidad, su amor, su justicia y sus manifestaciones mediante el poder del Espíritu Santo (2ª Corintios 3:18; Efesios 3:16-19; 1ª Pedro 4:14).
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Por último, el Antiguo Testamento advierte que cualquier clase de idolatría se inmiscuye en la gloria de Dios y produce deshonra al nombre de Dios. Cada vez que Dios se manifiesta como Redentor, se glorifica su nombre (Salmo 79:9; Jeremías 14:21). Todo el ministerio de Cristo en la tierra dio gloria al nombre de Dios (Juan 14:13; 17:1-4-5). LA GLORIA DE DIOS REVELADA EN JESUCRISTO Cuando Isaías habló de la venida de Jesucristo, profetizó que en él se manifestaría la gloria de Dios para que la viera toda carne (Isaías 40:5). Tanto Juan (Juan 1:14) como el escritor de la Epístola a los Hebreos (Hebreos 1:3) declaran que Jesucristo cumplió esa profecía. La gloria de Cristo era la misma gloria que él tuvo con su Padre antes que comenzara el mundo (Juan 1:14; 17:5). La gloria de su ministerio sobrepasó en forma notable la gloria del ministerio del Antiguo Testamento (2ª Corintios 3:7-11). Pablo llama a Jesús el “Señor de gloria” (1ª Corintios 2:8; Santiago 2:1). En forma reiterada el Nuevo Testamento se refiere a la relación entre Jesucristo y la gloria de Dios. Sus milagros manifestaron su gloria (Juan 2:11; 11:40-44). Cristo se transfiguró en “nube de luz” (Mateo 17:5) y “de gloria” (Lucas 9:31; 2ª Pedro 1:1619). La hora de su muerte fue la hora de su glorificación (Juan 12:23-24; 17:2-5). Él ascendió al cielo en nube de gloria (Hechos 1:9; 1ª Timoteo 3:16), ahora se le exalta en gloria (Apocalipsis 5:12-13) y algún día vendrá “sobre las nubes... con poder y gran gloria” (Mateo 24:30; 25:31; Marcos 14:62; 1ª Tesalonicenses 4:17; Apocalipsis 14:14). LA GLORIA DE DIOS SENTIDA EN LA VIDA DE LOS CREYENTES ¿En lo personal cómo se aplica la gloria de Dios a los creyentes? En cuanto a la gloria celestial y majestuosa de Dios, todavía es cierto que nadie puede ver esa gloria de Dios y vivir. Se sabe que está allí, pero no se puede ver. Por cuanto Dios habita en gloria y luz inaccesible, ningún hombre mortal puede verlo cara a cara (1ª Timoteo 6:16). Sin embargo, la gloria Shekinah de Dios fue sentida por el pueblo de Dios en los tiempos bíblicos. A lo largo de la historia hasta la época actual ha habido creyentes que han tenido visones de Dios similares a las de Isaías (Isaías 6) y Ezequiel (Ezequiel 6), aunque eso no era común entonces ni lo es ahora. No obstante, la vivencia de la gloria de Dios es algo que tendrán todos los creyentes en la consumación, cuando vean a Jesucristo cara a cara. Serán llevados a la presencia de la gloria de Dios (Hebreos 2:10; 1ª Pedro 5:10; Judas 24), participarán en la gloria de Cristo (Romanos 8:17-18) y se les dará corona de gloria (1ª Pedro 5:4). Incluso su cuerpo resucitado tendrá la gloria del Cristo resucitado (1ª Corintios 15:42-43; Filipenses 3:21).
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De manera más inmediata, los creyentes sinceros vivenciarán la presencia espiritual de Dios. El Espíritu Santo trae cerca del creyente la presencia de Dios y del Señor Jesús (2ª Corintios 3:17; 1ª Pedro 4:14). Cuando el Espíritu llega a estar activo en la iglesia mediante sus manifestaciones sobrenaturales (1ª Corintios 12:1-12), los creyentes viven la gloria de Dios en medio de ellos, es decir, la sensación pavorosa de la presencia de Dios, similar a la que sintieron los pastores en los campos de Belén (Lucas 2:8-20). Los creyentes que abandonan el pecado y huyen de la idolatría pueden ser llenos de la gloria de Cristo (Juan 17:22) y el Espíritu de gloria (1ª Pedro 4:14); en realidad, una razón por la que Jesucristo vino al mundo fue para llenar de gloria a los creyentes (Lucas 2:29-32). Los creyentes deben llevar su vida entera para la gloria de Dios, de modo que él sea glorificado en ellos (Juan 17:10; 1ª Corintios 10:31; 2ª Corintios 3:18; Gálatas 2:20).
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LA INTERCESIÓN DANIEL 9:3. Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza.
Pudiera definirse la intercesión como la oración santa, fiel y perseverante mediante la cual alguien le suplica a Dios por otro u otros que con urgencia necesitan la intervención de Dios. La oración de Daniel en Daniel 9 es oración intercesora, cuando ora con fervor por la restauración de Jerusalén y por toda la nación. La Biblia registra la intercesión de Cristo y del Espíritu Santo, y de numerosos hombres y mujeres piadosos, tanto bajo el antiguo como en el nuevo pacto. LA INTERCESIÓN DE CRISTO Y DEL ESPÍRITU SANTO Durante su ministerio terrenal, Jesús oró por las multitudes a las que él vino a buscar y a salvar (Lucas 19:10). Él lloró acongojado sobre la ciudad de Jerusalén (Lucas 19:41). Oró por sus discípulos, tanto por cada uno en particular (Lucas 22:32) como por todos ellos como grupo (Juan 17:6-26). Incluso oró por sus enemigos mientras estaba colgado en la cruz (Lucas 23:34). Aspecto continuo del actual ministerio de Cristo es interceder por los creyentes delante del trono de Dios (Romanos 8:34; Hebreos 7:25; 9:24; 7:25). Por esa razón, Juan llama a Jesucristo el “abogado” de los creyentes con el Padre, es decir, el que define el caso de ellos (1ª Juan 2:1). La intercesión de Cristo es esencial para la salvación (Isaías 53:12); sin su gracia, misericordia y ayuda trasmitidas a los creyentes mediante su intercesión, se apartarían de Dios y una vez más serían esclavizados por el pecado. El Espíritu Santo también está implicado en la intercesión. Pablo declara: “Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26). El Espíritu Santo por medio del espíritu humano del creyente intercede “conforme a la voluntad de Dios” (Romanos 8:27). De esa manera, Cristo intercede en el cielo por el creyente; el Espíritu intercede dentro del creyente en la tierra. LA INTERCESIÓN DEL CREYENTE Con frecuencia la Biblia se refiere a las oraciones intercesoras de los creyentes y registra numerosos ejemplos de oraciones notables y poderosas. En el Antiguo Testamento, los líderes del pueblo de Dios, tales como reyes (1° Crónicas 21:17; 2° Crónicas 6:14-42), profetas (1° Reyes 18:41-45; Daniel 9) y sacerdotes (2° Crónicas 34:20-28; Esdras 9:5-15; Joel 1:13; 2:17-18), debían dirigir la oración intercesora por la nación. Ejemplos magníficos de intercesión del Antiguo Testamento incluyen la mediación de Abraham a favor de Ismael (Génesis 17:18) y de
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Sodoma y Gomorra (Génesis 18:23-32), las oraciones de David por un hijo (2° Samuel 12:16; 1° Crónicas 29:19), y las de Job por sus hijos (Job 1:5). En la vida de Moisés, se ve el ejemplo supremo del Antiguo Testamento del poder de la oración intercesora. En varias ocasiones, él oró con intensidad para que Dios cambiara su voluntad explícita, aun cuando Dios le había dicho a Moisés su curso de acción. Por ejemplo, después que los israelitas se rebelaron contra el Señor y se negaron a entrar en Canaán, Dios le dijo a Moisés que él los destruiría y haría una nación más grande de Moisés (Números 14:1-12). Entonces Moisés llevó el asunto al Señor en oración y suplicó por ellos (Números 14:13-19). Al terminar su oración, Dios le dijo: “Yo lo he perdonado conforme a tu dicho” (Números 14:20; Éxodo 32:11-14; Números 11:2; 12:13; 21:7; 27:5). Otros intercesores poderosos del Antiguo Testamento incluyen a Elías (1° reyes 18:21-46; Santiago 5:16-18), a Daniel (Daniel 9:2-23) y a Nehemías (Nehemías 1:3-11). El Nuevo Testamento presenta aún más ejemplos de súplicas. Los evangelios registran cómo los padres y otros intercedieron con Jesús en nombre de sus seres queridos. Los padres le rogaban a Jesús que sanara a sus hijos enfermos (Marcos 5:22-43; Juan 4:47-53); un grupo de madres le pidió a Jesús que bendijera a sus hijos (Marcos 10:13); un hombre pidió que su siervo fuera sanado (Mateo 8:6-13), y la madre de Santiago y Juan intercedió con Jesús por ellos (Mateo 20:20-21). La iglesia del Nuevo Testamento intercedía con frecuencia por diversas personas. Por ejemplo, la iglesia de Jerusalén se reunió para orar por la liberación de Pedro de la cárcel (Hechos 12:5-12). La iglesia de Antioquía oraba por el éxito del ministerio de Bernabé y Pablo (Hechos 13:3). Santiago en forma específica les ordena a los ancianos de la iglesia que oren por los enfermos (Santiago 5:14.) y a todos los cristianos a que oren “unos por otros” (Santiago 5:16; Hebreos 13:18-19). Pablo va más lejos y pide que se presenten oraciones por todos los hombres (1ª Timoteo 2:13). El apóstol Pablo merece mención especial. En muchas de sus cartas habla de sus propias oraciones por varias iglesias o personas (Romanos 1:9-10; 2ª Corintios 13:7; Filipenses 1:4-11; Colosenses 1:3-9-12; 1ª Tesalonicenses 1:2-3; 2ª Tesalonicenses 1:11-12; 2ª Timoteo 1:3; Filemón 4:6). De cuando en cuando anota sus oraciones (Efesios 1:15-19; 3:14-19; 1ª Tesalonicenses 3:11-13). Al mismo tiempo, con frecuencia les pide a las iglesias que oren por él, sabiendo que sólo mediante sus oraciones tendrá su ministerio su efecto a plenitud (Romanos 15:30-32; 2ª Corintios 1:10-11; Efesios 6:19-20; Filipenses 1:19; Colosenses 4:3-4; 1ª Tesalonicenses 5:25; 2ª Tesalonicenses 3:1-2). PROPÓSITO DE LAS ORACIONES INTERCESORAS En las numerosas oraciones intercesoras en las Escrituras, los santos devotos le suplicaron a Dios que desviara su juicio (Génesis 18:23-32; Números 14:13-19; Joel 2:17), restaurara a su pueblo (Nehemías 1; Daniel 9), librara a personas del peligro
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(Hechos 12:5-12; Romanos 15:31) y bendijera a su pueblo (Nehemías 6:24-26; 1° Reyes 18:41-45; Salmo 122:6-8). Los intercesores también oran para que venga el poder del Espíritu Santo (Hechos 8:15-17; Efesios 3:14-17), para que alguien sea sanado (1° Reyes 17:20-21; Hechos 28:8; Santiago 5:14-16), por el perdón de pecados (Esdras 9:5-15; Daniel 9; Hechos 7:60), por la capacidad de las personas en autoridad para que gobiernen bien (1ª Crónicas 29:19; 1ª Timoteo 2:2), por el crecimiento cristiano (Filipenses 1:9-11; Colosenses 1:10-11), por pastores eficientes (2ª Timoteo 1:3-7), por la obra misionera eficaz (Mateo 9:38; Efesios 6:19-20), por la salvación de los demás (Romanos 10:1) y para que las personas alaben a Dios (Salmo 67:3-5). Cualquier cosa que revele la Biblia como la perfecta voluntad de Dios para su pueblo, puede ser el apropiado punto central de la oración intercesora.
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EL ESPÍRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO JOEL 2:28-29. Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.
El Espíritu Santo es una de las tres personas del eterno Dios trino y uno (Marcos 1:11). Aunque no se reveló la plenitud de su poder al pueblo de Dios hasta el ministerio de Jesús y, más tarde, el día de Pentecostés (Hechos 2), hay pasajes del Antiguo Testamento que se refieren a él y a su obra. Este artículo examina la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el Espíritu Santo. TÉRMINO EMPLEADO La palabra hebrea para “Espíritu” es ruaj, una palabra que a veces se traduce como “viento” y “aliento”. De modo que las referencias en el Antiguo Testamento al aliento de Dios o a un viento de Dios (Génesis 2:7; Ezequiel 37:9-10-14) también pueden referirse a la obra del Espíritu de Dios. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO La Biblia describe diversas actividades del Espíritu Santo durante la época del antiguo Testamento. El Espíritu Santo tuvo un papel activo en la creación. El segundo versículo de la Biblia dice que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2), preparándolo todo para que la palabra creadora de Dios formara el mundo. Tanto la Palabra de Dios (la segunda persona de la Trinidad) como el Espíritu de Dios fueron agentes en la creación (Job 26:13; Salmo 33:6). El Espíritu es también el autor de la vida. Cuando Dios creó a Adán, fue sin duda su Espíritu el que sopló en él el aliento de vida (Génesis 2:7; Job 27:3), y el Espíritu Santo sigue dando vida a las criaturas de Dios (Job 33:4; Salmo 104:30). El Espíritu estaba activo en la transmisión del mensaje de Dios a su pueblo. Por ejemplo, fue el Espíritu el que instruyó a los israelitas en el desierto (Nehemías 9:20). Cuando los salmistas de Israel cantaban sus canciones, lo hacían por el Espíritu del Señor (2° Samuel 23:2; Hechos 1:16-20; Hebreos 3:7-11). Asimismo, los profetas fueron inspirados por el Espíritu de Dios para declarar la palabra de Dios al pueblo (Números 11:29; 1° Samuel 10:5-6-10; 2° Crónicas 20:14; 24:19-20; Nehemías 9:30; Isaías 61:1-3; Miqueas 3:8; Zacarías 7:12; 1ª Pedro 1:20-21). Según Ezequiel, un indicio para descubrir a los falsos profetas es que ellos “andan en pos de su propio espíritu” en vez de andar en el Espíritu de Dios (Ezequiel 13:2-3); nótese, sin embargo, que era posible que el Espíritu de Dios viniera sobre alguien que no estaba
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en buenas relaciones con él a fin de decir un verdadero mensaje con respecto al pueblo de Dios (Números 24:2). El Espíritu del Señor impartía el liderazgo del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Moisés, por ejemplo, fue uno con el Espíritu de Dios hasta tal grado que experimentaba los sentimientos mismos de Dios, sufriendo cuando él sufría y afligiéndose cuando él se afligía por el pecado (Éxodo 33:11; Éxodo 32:19). Cuando en obediencia Moisés escogió a setenta ancianos para que lo ayudaran a guiar a los israelitas, Dios tomó el Espíritu de Dios que estaba en Moisés y lo puso en ellos (Números 11:16-17; 11:12). Asimismo, cuando Josué fue designado para suceder a Moisés como líder, Dios indicó que el “espíritu” (el Espíritu Santo) estaba en él (Números 27:18). El mismo Espíritu vino sobre Gedeón (Jueces 6:34), David (1° Samuel 16:13) y Zorobabel (Zacarías 4:6). En otras palabras, en el Antiguo Testamento la condición más importante que se necesitaba para el liderazgo era la presencia del Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios también podía venir sobre las personas a fin de capacitarlas para un servicio especial. Ejemplo notable en el Antiguo Testamento fue José, a quien se le dio el Espíritu para capacitarlo, a fin de que se desempeñara con eficiencia en el consejo de ministros de Faraón (Génesis 41:38). Nótese además a Bezaleel y a Aholiab, a quienes Dios llenó de su Espíritu a fin de que hicieran la obra artística necesaria para la construcción del tabernáculo y de que enseñaran a otros también (Éxodo 31:1-11; 35:30-35). Aquí el concepto de “ser lleno del Espíritu Santo” no es precisamente el mismo que el bautismo en el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento. En otras palabras, en el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo venía sobre algunas personas escogidas y las capacitaba para el servicio especial a Dios (Éxodo 31:3). El Espíritu del Señor vino sobre muchos de los jueces, tales como Otoniel (Jueces 3:10), Gedeón (Jueces 6:34), Jefté (Jueces 11:29) y Sansón (Jueces 14:6; 15:14). Esos ejemplos revelan el principio permanente de Dios de que cuando él opta por usar de una manera grandiosa a las personas, el Espíritu del Señor viene sobre ellas. También en el Antiguo Testamento había conciencia de que el Espíritu deseaba guiar a una persona por las sendas de la vida justa. David declaró eso en algunos de sus salmos (Salmo 51:10-13; 143:10). El pueblo de Dios que sigue su propio camino en vez de escuchar a Dios en realidad está negándose a seguir el camino del Espíritu (Génesis 16:2). Los que dejan de vivir por el Espíritu de Dios es inevitable que sufran alguna forma del juicio de Dios (Números 14:29; Deuteronomio 1:26). Debe notarse que en la época del Antiguo Testamento el Espíritu Santo sólo venía sobre, o llenaba a, algunas personas, capacitándolas para el servicio o la profecía. No hubo ningún derramamiento general del Espíritu Santo sobre todo Israel (Joel 2:2830; Hechos 2:4-16-17). El derramamiento del Espíritu en este sentido más amplio no comenzó sino hasta el gran día de Pentecostés (Hechos 2).
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LA PROMESA DE LA PLENITUD DEL ESPÍRITU El Antiguo Testamento prevé la futura era del Espíritu, es decir, la época del Nuevo Testamento. En varias ocasiones, los profetas profetizaron sobre la función que desempeñaría el Espíritu en la vida del Mesías venidero. En especial Isaías caracterizó al Rey y Siervo del Señor venidero como uno en quien el Espíritu de Dios reposaría de manera única (Isaías 11:1-4; 42:1; 61:1-3). Cuando Jesús leyó las palabras de Isaías 61 en la sinagoga de su pueblo natal en Nazaret, terminó diciendo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21). Otras profecías del Antiguo Testamento previeron el tiempo en que habría un derramamiento general del Espíritu Santo sobre todo el pueblo de Dios. El más prominente entre esos pasajes es Joel 2:28-29, texto citado por Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:17-18). Pero puede encontrarse el mismo mensaje en Isaías 32:15-17; 44:3-5; 59:20-21; Ezequiel 11:19-20; 18:30-31; 36:26-27; 37:14; 39:29. Dios prometió que cuando la vida y el poder de su Espíritu viniera sobre su pueblo, ellos serían capacitados para profetizar, ver visiones, tener sueños proféticos, vivir la vida de obediencia, sanidad y rectitud, y dar testimonio con gran poder. Así que los profetas del Antiguo Testamento previeron y profetizaron sobre la época del Mesías, cuando tendría lugar el derramamiento y la llenura del Espíritu Santo entre toda la humanidad. Al final sucedió el domingo de Pentecostés (diez días después que Jesucristo ascendiera al cielo), con la subsecuente gran cosecha de salvación (Joel 2:28-32; Hechos 2:41; 4:4; 13:44-48-49).
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EL CUIDADO DE LOS POBRES Y NECESITADOS AMÓS 5:12-14. Porque yo sé de vuestras muchas rebeliones, y de vuestros grandes pecados; sé que afligís al justo, y recibís cohecho, y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres. Por tanto, el prudente en tal tiempo calla, porque el tiempo es malo. Buscad lo bueno, y no lo malo, para que viváis; porque así Jehová Dios de los ejércitos estará con vosotros, como decís.
En este mundo donde hay ricos y pobres, los que tienen posesiones y los desposeídos, con frecuencia los que tienen riquezas materiales se aprovechan de los que tienen poco, a menudo ganando más a costa de los pobres explotados (Salmo 10:2-9-10; Isaías 3:14-15; Jeremías 2:34; Amós 2:6-8; 5:12-13; Santiago 2:6). La Biblia dice mucho sobre cómo los creyentes deben tratar a los pobres y necesitados. EL INTERÉS DE DIOS POR LOS POBRES Y NECESITADOS De varias maneras Dios ha revelado su gran interés por los pobres, los necesitados y los oprimidos. El Señor Dios es el defensor de los pobres y los necesitados. Él se revela como su refugio (Salmo 14:6; Isaías 25:4), su ayudador (Salmo 40:17; 70:5; Isaías 41:14), su libertador (1° Samuel 2:8; Salmo 12:5; 34:6; 35:10; 11:3-7; Lucas 1:52-53) y su proveedor (Salmo 10:14; 68:10; 132:15). Cuando Dios les reveló su ley a los israelitas, proveyó varias maneras de eliminar la pobreza entre ellos (Deuteronomio 15:7-11). Él declaró su propósito total para ellos como sigue: “para que así no haya en medio de ti mendigo; porque Jehová te bendecirá con abundancia en la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad para que la tomes en posesión” (Deuteronomio 15:4). Por eso Dios prohibió en su ley el cargo de interés sobre préstamos a los pobres (Éxodo 22:25; Levítico 25:35-36). Si los pobres daban algo como “garantía” por un préstamo (tal como su ropa), la persona que prestaba el dinero tenía que devolver esa garantía antes de la puesta del sol. Si se contrataba a una persona pobre para que trabajara para un hombre rico, debía recibir su pago cada día de modo que pudiera comprar alimento para sí y para su propia familia (Deuteronomio 24:14-15). Durante la temporada de cosecha, el grano que cayera debía dejarse para que los pobres pudieran recogerlo para sí (Levítico 19:10; Deuteronomio 24:19-21); en realidad, se debían dejar sin segar los rincones de los campos para que los pobres recogieran lo que quedaba (Levítico 19:9). Todavía más sorprendente fue la orden de Dios de que cada siete años se cancelaran todas las deudas de los israelitas pobres (Deuteronomio 15:1-6); tampoco podía un hombre de fortuna negarse a prestarle algo a un pobre sólo porque estaba muy cerca ese séptimo año (Deuteronomio 15:7-11). Además de proporcionar el año para la cancelación de deudas, Dios proveyó un año para la devolución de la propiedad – el Año del Jubileo (cada cincuenta años) --, cuando él ordenó que toda la tierra que 112
había cambiado de manos desde el anterior Año del Jubileo tenía que devolverse a la familia propietaria original (Levítico 25:8-55). Y lo más importante de todo, la justicia debía ser imparcial; ni los ricos ni los pobres debían recibir favoritismo alguno en los tribunales (Éxodo 23:2-3-6; Deuteronomio 1:17; Proverbios 31:9). De esa manera, Dios procuraba proteger a los pobres para que no fueran explotados por los que tenían recursos materiales y para asegurar justicia para ellos (Deuteronomio 24:14). Desafortunadamente, los israelitas no siempre guardaban esas leyes de Dios. En vez de eso, muchos ricos se aprovechaban de los pobres y aumentaban su miseria. Por tales acciones el Señor por medio de los profetas pronunció severas palabras de juicio sobre los israelitas ricos (Isaías 1:21-25; Jeremías 17:11; Amós 4:1-3; 5:11-13,16-17; Miqueas 2:1-5; Habacub 2:6-8; Zacarías 7:8-14). LA RESPONSABILIDAD DEL CREYENTE DEL NUEVO TESTAMENTO CON LOS POBRES Y NECESITADOS En el Nuevo Testamento, Dios también instruyó a su pueblo a que manifestara un profundo interés por los pobres y necesitados, sobre todo por los que estaban dentro de la iglesia cristiana. Gran parte del ministerio de Jesús fue para los pobres y desamparados de la sociedad judía por quienes nadie más parecía interesarse, tales como los quebrantados y oprimidos (Lucas 4:18-19; 21:1-4), los samaritanos (Lucas 17:11-19; Juan 4:1-42), los leprosos (Mateo 8:2-4; Lucas 17:11-19), las viudas (Lucas 7:11-15; 20:45-47) y otros por el estilo. Él tuvo duras palabras de juicio para los que se aferran a las posesiones del mundo y no hacen caso de los pobres (Marcos 10:17-25; Lucas 6:2425; 12:16-20; 16:13-15,19-31). Jesús suponía y esperaba que su pueblo diera limosna para los pobres y necesitados (Mateo 6:1-4). Jesús mismo practicó lo que predicó, teniendo una bolsa de dinero de la que él y sus discípulos daban a los pobres (Juan 12:5-6; 13:29). En más de una ocasión les ordenó a los que deseaban ser sus seguidores que cuidaran de los pobres, los ayudaran y les dieran dinero (Mateo 19:21; Lucas 12:33; 14:12-14,16-24; 18:22). Jesús no consideró opcional tal dadivosidad. En realidad, una de sus normas de juicio para la entrada en su reino eterno es si se ha sido bondadoso con los hermanos que están hambrientos, sedientos y desnudos (Mateo 25:31-46). Asimismo el apóstol Pablo y la iglesia primitiva demostraron profundo interés por los que tenían necesidad. En los primeros tiempos del ministerio de Pablo, él y Bernabé, representando a la iglesia de Antioquía de Siria, llevaron una ofrenda a Jerusalén para los cristianos necesitados de Judea (Hechos 11:28-30). Cuando se reunió el concilio en Jerusalén, allí los que dirigían se negaron a declarar que la circuncisión era necesaria para la salvación, pero sí sugirieron que Pablo y sus compañeros se acordaran “de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gálatas 2:10). Una de sus metas en su tercer viaje misionero fue recoger dinero para “los
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pobres que hay entre los santos... en Jerusalén” (Romanos 15:26). Él mandó a sus iglesias tanto en Galacia como en Corinto que dieran para esa causa (1ª Corintios 16:1-4). Cuando los creyentes de la iglesia de Corinto no dieron como él pensaba que debían dar, los exhortó con muchos detalles a que ayudaran a los pobres y necesitados (2ª Corintios 8-9). Elogió a las iglesias de Macedonia que ansiosa y voluntariamente le pidieron a Pablo que les permitiera participar en esta colecta (2ª Corintios 8:1-4; 9:2). En cuanto al dar, en la Epístola a los Romanos, Pablo afirma que uno de los dones que el Espíritu Santo da a los cristianos es la virtud de dar con generosidad para las necesidades de la obra o del pueblo de Dios (Romanos 12:8; 1ª Timoteo 6:17-19). La prioridad de los creyentes en el cuidado de los pobres y necesitados son los hermanos en Cristo, Jesús comparó lo que se le da a otros creyentes con lo que se le da a él (Mateo 25:40-45). La iglesia primitiva estableció una comunidad generosa que compartía sus posesiones para ayudar a satisfacer las necesidades de cada uno (Hechos 2:44-45; 4:34-37). Cuando el aumento de la iglesia hizo imposible que los apóstoles cuidaran de los necesitados, de manera justa y equitativa, se escogió a siete hombres llenos del Espíritu Santo para esa tarea (Hechos 6:1-6). Pablo expone en forma explícita el principio de una comunidad generosa: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10). Dios quiere que quienes tienen abundancia compartan con los que tienen necesidades, de modo que no haya carencia ni desigualdades entre el pueblo de Dios (2ª Corintios 8:14-15; Efesios 4:28; Tito 3:14). En resumen, las Escrituras no dan otra opción que ser sensibles con respecto a las necesidades materiales del prójimo, sobre todo de los hermanos en Cristo.
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DIEZMOS Y OFRENDAS Malaquías 3:10. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.
DEFINICIÓN DE DIEZMOS Y OFRENDAS La palabra hebrea para “diezmo” (ma´aser) literalmente significa “una décima parte”. En la ley de Dios, a los israelitas se les exigía que dieran una décima parte del producto de la tierra, del ganado y de sus ingresos como reconocimiento de que Dios los había bendecido (Levítico 27:30-32; Números 18:21-26; Deuteronomio 14:22-29; Levítico 27:30); el diezmo se usaba primordialmente para los gastos de la adoración del Señor y para el sostenimiento de los sacerdotes. Dios le dio a su pueblo la responsabilidad de administrar los recursos que les había dado en la tierra prometida (Mateo 25:15; Lucas 19:13). En el fondo del diezmo estaba el concepto de que Dios es el dueño de todo (Éxodo 19:5; Salmo 24:1; 50:10-12; Hageo 2:8). Los seres humanos son creados por él, y ellos le deben todo el aire que respiran (Génesis 1:26-27; Hechos 17:28). De modo que nadie tiene nada que primero no haya recibido del Señor (Job 1:21; Juan 3:27; 1ª Corintios 4:7). En las leyes sobre el diezmo, Dios estaba sencillamente ordenándoles que le devolvieran lo que él les había dado primero. Además de los diezmos, a los israelitas se les exigían numerosas ofrendas a Jehová, principalmente en la forma de sacrificios. El libro de Levítico describe diversas ofrendas ceremoniales: el holocausto (Levítico 1; 6:8-13), la oblación (Levítico 2; 6:14-23), la ofrenda de paz (Levítico 3; 7:11-21), la ofrenda por el pecado (Levítico 4:1-5:13; 6:24-30), y las ofrendas expiatorias (Levítico 5:14 – 6:7; 7:1-10). Además de esas ofrendas prescritas, los israelitas podían ofrecer ofrendas voluntarias al Señor. Algunas de ellas eran continuas (Levítico 22:18-23; Números 15:3; Deuteronomio 12:6-17), mientras que otras eran exclusivas para alguna ocasión. Por ejemplo, cuando los israelitas emprendieron la construcción del tabernáculo en el monte de Sinaí, el pueblo dio generosamente para esa tienda y sus utensilios (Éxodo 35:20-29); estaban tan entusiasmados con ese proyecto que Moisés tuvo que decirles que dejaran de ofrecer más (Éxodo 36:3-7). En la época de Joás, el sumo sacerdote Joiada hizo un arca en la que el pueblo podía poner ofrendas voluntarias para financiar las reparaciones necesarias del templo, y dieron generosamente (2º Reyes 12:9-10). Asimismo, en la época de Ezequías, la gente dio generosamente para la obra de reconstrucción requerida en el templo (2º Crónicas 31:5-19).
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También hubo numerosas ocasiones en la historia del antiguo Testamento en que el egoísta pueblo de Dios se aferró a su dinero en vez de dárselo al Señor en diezmos y ofrendas regulares. Durante la construcción del segundo templo, los judíos parecían estar más interesados en ocuparse de su propiedad, mientras que dejaban la casa de Dios en ruinas. Como resultado, dijo Hageo, muchos de ellos estaban sufriendo reveses económicos (Hageo 1:3-6). Algo similar estaba sucediendo en la época del profeta Malaquías, y una vez más Dios estaba juzgando a su pueblo por negarse a dar el diezmo (Malaquías 3:912). MAYORDOMÍA DEL DINERO Estos ejemplos del Antiguo Testamento de los diezmos y las ofrendas contienen importantes principios sobre la mayordomía del dinero que son válidos para los creyentes del Nuevo testamento. Todas las personas deben tener en cuenta que todo lo que tienen le pertenece al Señor, de modo que lo que poseen no es de ellas, sino que Dios se lo ha confiado; no tienen derecho de propiedad de sus posesiones. El creyente debe decidir en su corazón servir a Dios y no al dinero (Mateo 6:19-24; 2ª Corintios 8:5). La Biblia pone en claro que cualquier avaricia es una forma de idolatría (Colosenses 3:5). Lo que el creyente da debe ser para fomentar el reino de Dios, sobre todo la obra de la iglesia local y de la difusión del evangelio por todo el mundo (1ª Corintios 9:4-14; Filipenses 4:15-18; 1ª Timoteo 5:17-18), para ayudar a los necesitados (Proverbios 19:17; Gálatas 2:10; 2ª Corintios 8:14; 9:2), para hacerse tesoros en el cielo (Mateo 6:20; Lucas 6:32-35) y para aprender a temer a Dios (Deuteronomio 14:22-23). Siempre lo que se da debe estar en proporción con los ingresos. En el Antiguo Testamento el diezmo llegaba a un décimo. Dar menos que eso era desobediencia a la ley de Dios y era en efecto robarle a Dios (Malaquías 3:8-10). Asimismo, el Nuevo testamento exige que lo que se dé esté en proporción con lo que Dios haya dado (1ª Corintios 16:2; 2ª Corintios 8:3-12. Lo que se da debe ser voluntario y generoso; esto se enseña tanto en el Antiguo Testamento (Éxodo 25:1-2; 1º Crónicas 26:6-9; 2º Crónicas 24:8-11) como en el Nuevo testamento (2ª Corintios 8:1-5,11-12). No se debe vacilar en dar como sacrificio (2ª Corintios 8:3.), porque ese es el espíritu en que el Señor Jesús se entregó a sí mismo por todos (2ª Corintios 8:9). Mucho más importante para Dios que el valor monetario de lo que se da es el sacrificio implicado (Lucas 21:1-4).
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Se debe dar con alegría (2ª Corintios 9:7). Tanto el ejemplo de los israelitas en el Antiguo testamento (Éxodo 35:21-29; 2º Crónicas 24:10) como el de los cristianos macedonios en el Nuevo Testamento (2ª Corintios 8:1-5) sirven de modelos para los creyentes. Dios ha prometido recompensar a los creyentes conforme a cómo le hayan dado a él (Deuteronomio 15:4; Malaquías 3:10-12; Mateo 19:21; 1ª Timoteo 6:19; 2ª corintios 9:6).
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LA SANIDAD DIVINA MATEO 8:16-17. Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
LA PROVISIÓN EN LA REDENCIÓN El problema de la enfermedad y las dolencias está entretejido con el problema del pecado y de la muerte, como por ejemplo las consecuencias de la caída de la humanidad. En tanto que la ciencia médica examina las causas de la enfermedad y las dolencias en términos psicológicos o psicosomáticos, la Biblia presenta las causas espirituales como el problema implícito o fundamental: (a) el pecado, que ha afectado la constitución física y espiritual del hombre (Juan 5:5-14) y (b) Satanás (Hechos 10:38; Marcos 9:17-20-25; Lucas 13:11; Hechos 19:11:12). La provisión de Dios en la redención es tan amplia como las consecuencias de la caída. Para el pecado, Dios provee el perdón; para la muerte, Dios provee vida eterna y resurrección; y para la enfermedad, Dios provee sanidad (Salmo 103:1-5; Lucas 4:18; 5:17-26; Santiago 5:14-15). Por eso durante la vida terrenal de Jesucristo, su triple ministerio fue la enseñanza de la Palabra de Dios, la predicación del arrepentimiento (el problema del pecado) y las bendiciones del reino de Dios (la vida), y la sanidad de toda clase de enfermedades y dolencias en el pueblo (Mateo 4:23-24). LA REVELACIÓN CON RESPECTO A LA VOLUNTAD DE DIOS La voluntad de Dios con respecto a la sanidad se revela de cuatro maneras en las Escrituras: La declaración de Dios. En Éxodo 15:26. Dios prometió salud y sanidad para su pueblo si se mantenían fieles a su pacto y sus mandamientos. Su declaración tenía dos aspectos: (a) “Ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti”; (b) “Porque yo soy Jehová tu sanador [como redentor]”. Dios continuaba de médico divino o sanador de su pueblo del Antiguo Testamento cada vez que ellos buscaban su rostro y obedecían su palabra (2º Reyes 20:5; Salmo 103:3). El ministerio de Jesús. Por ser el Hijo de Dios encarnado, Jesucristo era y es la exacta manifestación de la naturaleza y del carácter de Dios (Hebreos 1:3; Colosenses 1:15; 2:9). En su ministerio terrenal (Mateo 4:23-24; 8:14-16; 9:35; 15:28; Marcos 1:32-34, 40-41; Lucas 4:40; Hechos 10:38), Jesús reveló la voluntad de Dios en acción (Juan 6:38; 14:10), probando que está en el corazón, la naturaleza y el plan de Dios sanar a todos los enfermos y oprimidos por el diablo.
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La provisión de la expiación de Cristo (Isaías 53:4-5; Mateo 8:16-17; 1ª Pedro 2:24). La muerte expiatoria de Jesucristo fue perfecta y suficiente para redimir a la persona íntegra: espíritu, alma y cuerpo. Como el pecado y la enfermedad se han convertido en los dos gigantes designados por Satanás para destruirla, el perdón y la sanidad son dos bendiciones designadas por Dios para redimirla y sanarla (Salmo 103:3; Santiago 5:14-16). El creyente debe proseguir en humildad y en fe para poseer la completa provisión de la expiación de Cristo, incluso la sanidad del cuerpo. El ministerio actual de la iglesia. Jesús mandó a los doce discípulos a sanar a los enfermos como parte de su proclamación del reino de Dios (Lucas 9:1-2-6). Más tarde envió a setenta y dos discípulos a hacer lo mismo (Lucas 10:1,8-9,19). Después del día de Pentecostés, la iglesia primitiva llevó adelante el ministerio de sanidad de Jesús como parte de la predicación del evangelio (Hechos 3:1-10; 4:30; 5:16; 8:7; 9:34; 14:8-10; 19:11-12; Marcos 16:18; 1ª Corintios 12:9,28,30; Santiago 5:14-16). El Nuevo Testamento indica tres maneras cómo el poder sanador de Dios y la fe se impartían por medio de la iglesia: (a) la imposición de manos (Marcos 16:15-18; Hechos 9:17), (b) la confesión del pecado del que se tiene conciencia, seguida de la unción del enfermo con aceite (Santiago 5:14-16), y (c) los dones espirituales de sanidad dados a la iglesia (1ª Corintios 12:9). Nótese que son los ancianos que deben orar la oración de fe. OBSTÁCULOS PARA LA SANIDAD A veces hay obstáculos para recibir la sanidad divina, tales como: Pecados no confesados (Santiago 5:16). Opresión o esclavitud demoníaca (Lucas 13:11-13). Temor o ansiedad aguda (Proverbios 3:5-8; Filipenses 4:6-7). Desengaños pasados que debilitan la fe actual (Marcos 5:26; Juan 5:5-7). La gente (Marcos 10:48). Enseñanza que no es bíblica (Marcos 3:1-5; 7:13). Ausencia de la oración de fe de parte de los ancianos (Marcos 11:22-24; Santiago 5:14-16). Falta por parte de la iglesia de buscar y obtener los dones de milagros y sanidades que Dios ha designado (Hechos 4:29-30; 6:8; 8:5-6; 1ª Corintios 12:9-10,29-31; Hebreos 2:3-4). Incredulidad (Marcos 6:3-6; 9:19,23-24).
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Conducta carnal (1ª Corintios 11:29-30). Otras veces no es clara la razón por la que persiste la aflicción física en los piadosos (Gálatas 4:13-17; 1ª Timoteo 5:23; 2ª Timoteo 4:20) Y aún en otros casos Dios opta por llevar a sus santos amados al cielo en medio de una enfermedad (2º Reyes 13:14). PASOS QUE TOMAR ¿Qué puede hacer el creyente en Cristo cuando ora y busca la sanidad de Dios para su cuerpo? Estar seguro de que se encuentra en buena relación con Dios y los demás 6:33; 1ª Corintios 11:27-30; Santiago 5:16; Juan 15:7).
(Mateo
Buscar la presencia de Jesucristo en su vida, porque él es quien le dará la fe que necesita Romanos 12:3; 1ª Corintios 12:9; Filipenses 2:13.. Saturar su vida de la Palabra de Dios (Juan 15:7; Romanos 10:17). Si no recibe sanidad, permanecer en él (Juan 15:1-7.) y examinar su vida para ver qué cambios desea obrar Dios en su vida. Pedir las oraciones de los ancianos de la iglesia y la unción con aceite, y las de los miembros de la familia y los amigos (Santiago 5:14-16). Asistir a un culto en el que esté presente una persona con reconocido ministerio de sanidad (Hechos 5:15-16; 8:5-7). Esperar un milagro, es decir, confiar en el poder de Cristo (Mateo 7:8; 19:26). Alegrarse si la sanidad llega en seguida, pero alegrarse de todos modos si no llega de inmediato (Filipenses 4:4,11-13). Saber que las demoras de Dios para responder las oraciones no son necesariamente negaciones de esas peticiones, sino que algunas veces Dios tiene en mente un propósito mayor que, cuando se comprende, resulta en más gloria para él (Juan 9:3; 11:4,14-15,45; 2ª Corintios 12:7-10) y en beneficio del creyente (Romanos 8:28). Reconocer que si uno es un creyente consagrado, Dios nunca lo dejará ni lo desamparará. Él lo ama tanto que lo ha esculpido en las palmas de sus manos (Isaías 49:15-17). La Biblia reconoce la debida atención médica (Mateo 9:12; Lucas 10:34; Colosenses 4:14).
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EL REINO DE DIOS MATEO 12:28. Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.
LA NATURALEZA DEL REINO El reino de Dios (o de los cielos) comprende el concepto de que Dios entra en el mundo para hacer valer su gloria, su poder y sus derechos contra el dominio de Satanás y el rumbo actual de este mundo. Es más que la salvación o la iglesia; es Dios que se expresa con poder en todas sus obras. El reino de Dios es en primer lugar una afirmación del poder divino en acción. Dios comienza su gobierno espiritual en la tierra en los corazones y entre su pueblo (Juan 14:23; 20:22). Viene al mundo con poder (Isaías 64:1; Marcos 9:1; 1ª Corintios 4:20). No se debe tener la idea de que ese poder es material o político, sino espiritual. El reino no es una teocracia político-religiosa; no es un asunto de dominio social o político sobre los reinos de este mundo (Juan 18:36). No es el propósito de Dios en este tiempo redimir y reformar el mundo mediante el activismo social o político, ni acciones violentas (Mateo 26:52; Juan 18:36). Durante toda esta época el mundo seguirá de enemigo de Dios y de su pueblo (Juan 15:19; Romanos 12:1-2; Santiago 4:4; 1ª Juan 2:15-17; 4:4). El gobierno de Dios mediante la fuerza y el juicio directos ocurrirá sólo al final de esta época (Apocalipsis 19:11-21). Debido a que Dios se impone con poder, el mundo entra en crisis. La manifestación del poder de Dios llena de alarma el imperio del diablo (Mateo 4:3-11; 12:29; Marcos 1:24), y se confronta a todo el mundo con la decisión de someterse o no al gobierno de Dios (Mateo 3:1-2; 4:17; Marcos 1:14-15). La condición necesaria y fundamental para entrar en el reino de Dios es: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Ese irrumpir en el mundo con poder divino implica: (a) El poder espiritual sobre el gobierno y dominio de Satanás (Mateo 12:28; Juan 18:36); la llegada del reino de Dios es el comienzo de la destrucción del gobierno de Satanás (Juan 12:31; 16:11) y de la liberación de la humanidad de lo demoníaco (Marcos 1:34-39; 3:14-15; Hechos 26:18 y del pecado (Romanos 6); (b) el poder para hacer milagros y sanar a los enfermos (Mateo 4:23; 9:35; Hechos 4:30; 8:7); (c) la predicación del evangelio, convenciendo en cuanto a pecado, justicia y juicio (Mateo 11:5; Juan 16:8-11; Hechos 4:33); (d) la salvación y la santificación de los que se arrepienten y creen el evangelio (Juan 3:3; 17:17; Hechos 2:38-40; 2ª Corintios 6:14-18), y (e) el bautismo en el espíritu Santo para recibir poder y testificar de Cristo con eficacia (Hechos 1:8; 2:4). Una evidencia fundamental de que se experimenta el reino de Dios es una vida de “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
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Ese reino tiene un aspecto presente y otro futuro. Es una realidad presente en el mundo actual (Marcos 1:15; Lucas 18:16-17; Colosenses 1:13; Hebreos 12:28), pero el gobierno y el poder de Dios no se ha efectuado completamente. La obra y la influencia de Satanás y los malvados continuarán hasta el fin del mundo (1ª Timoteo 4:1; 2ª Timoteo 3:1-5; Apocalipsis 19:19 – 20:10). La manifestación futura de la gloria, el poder y el reino de Dios ocurrirá cuando vuelva Jesucristo para juzgar al mundo (Mateo 24:30; Lucas 21:27; Apocalipsis 19:11-20; 20:1-6). El cumplimiento definitivo del reino llegará cuando Cristo triunfe finalmente sobre toda la maldad y oposición y entregue el reino a Dios su Padre (1ª Corintios 15:24-28; Apocalipsis 20:7–21:8; Marcos 1:15). LA FUNCIÓN DE LOS CREYENTES EN EL REINO El Nuevo Testamento tiene mucho que decir sobre la función que desempeñan los creyentes en el reino de Dios. Es responsabilidad de los creyentes buscar sin cesar el reino de Dios en todas sus manifestaciones, con hambre y sed de la presencia y del poder de Dios en su propia vida y en la comunidad cristiana (Mateo 5:10; 6:33). En Mateo 11:12. Cristo da más información sobre la naturaleza de las personas del reino. Allí indica que sólo arrebatan el reino de los cielos las personas esforzadas que se comprometen a romper con las prácticas pecaminosas de la raza humana y que se vuelven a Cristo, su Palabra y sus rectos caminos. Cueste lo que cueste, tales personas buscan con mucho ánimo el reino de Dios con todo su poder. Es decir, para tener el reino de los cielos y todas sus bendiciones se requieren esfuerzo intenso y empeño constante: una lucha de fe acompañada de la voluntad firme de resistir a Satanás, al pecado y a la sociedad que se inclina a la maldad. El reino de Dios no es para los que casi nunca oran ni para los que se conforman al mundo, descuidan la Palabra y tienen poca hambre espiritual. Es para hombres como José (Génesis 39:9), Natán (2º Samuel 12:7), Elías (1º Reyes 18:21), Daniel y sus tres amigos (Daniel 1:8; 3:16-18), Mardoqueo (Ester 3:4-5), Pedro y Juan (Hechos 4:19-20), Esteban (Hechos 6:8; 7:51) y Pablo (Filipenses 3:13-14); es para mujeres como Débora (Jueces 4:9), Rut (Rut 1:16-18), Ester (Ester 4:16), María (Lucas 1:1635), Ana (Lucas 2:36-38) y Lidia (Hechos 16:14-15,40).
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LA IGLESIA MATEO 16:18. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
El vocablo griego Ekklesía (iglesia) se refiere a la reunión de un pueblo llamado y convocado. En el Nuevo Testamento designa en primer lugar a la congregación del pueblo de Dios en Cristo, que se reúne en su calidad de ciudadanos del reino de Dios (Efesios 2:19) con el propósito de adorar a Dios. La palabra “iglesia” puede referirse a la iglesia local (Mateo 18:17; Hechos 15:4) o a la iglesia universal (Mateo 16:18; Hechos 20:28; Efesios 2:21-22). Se presenta a la iglesia como el pueblo de Dios (1ª Corintios 1:2; 10:32; 1ª Pedro 2:4-10), el conjunto de creyentes redimidos que existe por la muerte de Cristo (1ª Pedro 1:18-19). Es un pueblo peregrino que ya no pertenece a esta tierra (Hebreos 13:12-14), cuya primera función es perseverar como comunidad en relación viva y personal con Dios (1ª Pedro 2:5; Hebreos 11:6). La iglesia es un pueblo llamado a salir (gr. Ekkaleo) del mundo y entrar en el reino de Dios. La separación del mundo es inherente a la naturaleza de la iglesia y se recompensa con tener al Señor como el Dios y Padre de uno (2ª Corintios 6:16-18). La iglesia es el templo de Dios y del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16; 2ª Corintios 6:14; 7:1; Efesios 2:11-22; 1ª Pedro 2:4-10). Esa verdad sobre la iglesia exige que se separe de la injusticia y de la inmoralidad mundana. La iglesia es el cuerpo de Cristo (1ª Corintios 6:15; 10:16-17; 12:12-27). Esa imagen indica que no hay iglesia genuina aparte de la unión vital de los miembros con Cristo. La cabeza del cuerpo es Cristo (Efesios 1:22; 4:15; 5:23; Colosenses 1:18). La iglesia es la esposa de Cristo (2ª Corintios 11:2; Efesios 5:22-27; Apocalipsis 19:79). Esa imagen del matrimonio pone de relieve la devoción y la fidelidad de la iglesia a Cristo y el amor y la familiaridad de Cristo con su iglesia. La iglesia es una confraternidad espiritual (gr. Koinonía) (2ª Corintios 13:14; Filipenses 2:1). Eso abarca la morada del Espíritu (Lucas 11:13; Juan 7:37-39; 20:22), la unidad del Espíritu (Efesios 4:4) y el bautismo en el Espíritu (Hechos 1:5; 2:4; 8:1417; 10:44; 19:1-7). La confraternidad debe demostrar amor visible y cuidado mutuo (Juan 13:34-35). La iglesia es un ministerio espiritual (gr. Diakonía). Sirve mediante el uso de los dones (gr. Carismata) conferidos por el Espíritu Santo (Romanos 12:6; 1ª Corintios 1:7; 12:4-11,28-31; Efesios 4:11).
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La iglesia es un ejército comprometido en un conflicto espiritual. Lucha con la espada y el poder del Espíritu (Efesios 6:17). La iglesia está en una lucha espiritual contra Satanás y el pecado. El Espíritu del cual está llena la iglesia, es como un guerrero que esgrime la Palabra viva de Dios, para liberar a las personas del dominio de Satanás y conquistar a todo poder de este mundo tenebroso (Hechos 26:18; Efesios 6:10-18: Hebreos 4:12; Apocalipsis 1:16; 2:16; 19:15-21). La iglesia es columna y baluarte de la verdad (1ª Timoteo 3:15), que sostiene la verdad como un cimiento sostiene un edificio. Tiene que sostener la verdad y mantenerla segura, defendiéndola contra los que la tergiversan y los falsos maestros (Filipenses 1:16; Judas 3). La iglesia es un pueblo con esperanza futura. Esa esperanza está centrada en el retorno de Cristo por su pueblo (Juan 14:3; 1ª Timoteo 6:14; 2ª Timoteo 4:8; Tito 2:13; Hebreos 9:28). La iglesia es invisible y visible. (a) La iglesia invisible se compone de los verdaderos creyentes unidos por su fe viva en Cristo. (b) La iglesia visible está formada por las congregaciones locales integradas por vencedores fieles (Apocalipsis 2:11,17,26; 2:7) como también por los que dicen ser creyentes pero son mentirosos (Apocalipsis 2:2), han caído (Apocalipsis 2:5), están muertos espiritualmente (Apocalipsis 3:1) y son tibios (Apocalipsis 3:16; Mateo 13:24; Hechos 12:5.
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LA GRAN TRIBULACIÓN MATEO 24:21. Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.
Comenzando con Mateo 24:15, Jesús describe las señales extraordinarias que ocurrirán durante la gran tribulación (Apocalipsis 7:14) e indican que el fin del mundo está muy cerca (Mateo 24:15-29). Esas señales precederán y avisarán el retorno de Cristo a la tierra después de la gran tribulación (Mateo 24:30-31; Apocalipsis 19:11— 20:4). La señal más importante es “la abominación desoladora” (Mateo 24:15), un acontecimiento visible que les avisa a los fieles que estén vivos durante la tribulación que la venida de Cristo a la tierra al final de los tiempos ocurrirá muy pronto. Ese acontecimiento como señal visible se refiere primordialmente a la futura profanación del templo judío de Jerusalén por el anticristo (Daniel 9:27; 1ª Juan 2:18). El anticristo, llamado el inicuo, levantará su imagen en el templo de Dios, declarándose Dios (2ª Tesalonicenses 2:3-4; Apocalipsis 13:14-15). Los siguientes datos importantes tienen que ver con este acontecimiento cardinal. La “abominación desoladora” marcará el principio de la etapa final de la tribulación, que culmina con el retorno de Cristo a la tierra y su juicio sobre los impíos en Armagedón (Mateo 24:21,29-30; Daniel 9:27; Apocalipsis 19:11-21). Si observan el tiempo de este acontecimiento (“cuando veáis” Mateo 24:15), los santos de la tribulación podrán saber con bastante certidumbre cuándo terminará la tribulación y vendrá Cristo a reinar en la tierra (Mateo 24:33). El tiempo que transcurre entre este acontecimiento y el fin se da cuatro veces en las Escrituras como tres años y medio, o mil doscientos sesenta días (Daniel 9:25-27; Apocalipsis 11:1-2; 12:6; 13:5-7). A causa de esa firme esperanza de la venida de Cristo (Mateo 24:33), los fieles deben estar conscientes de que cualquier informe de que Cristo ha vuelto es engañoso (Mateo 24:23-27). “La venida del Hijo del Hombre” después de la tribulación será visible y conocida de todos los que estén en el mundo (Mateo 24:27-30). Otra señal será la aparición de falsos profetas que, por ser ministros de Satanás, “harán grandes señales y prodigios” (Mateo 24:24). Jesús les advierte a los creyentes que estén especialmente prevenidos en cuanto a los que dicen ser profetas, maestros y predicadores cristianos que, en realidad, son falsos, y sin embargo realizan milagros, sanidades, señales y prodigios, y parecen tener mucho éxito en sus ministerios. Al mismo tiempo, esos falsos profetas
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tergiversarán y rechazarán la verdad que se encuentra en la Palabra de Dios (Mateo 7:22; Gálatas 1:9). En otra parte las Escrituras exhortan a los creyentes a probar continuamente los espíritus que imparten energía a todos los maestros, dirigentes y predicadores (1ª Juan 4:1). Dios permite el engaño acompañado de los milagros a fin de probar a los creyentes en cuanto a su amor por Él y su fidelidad a la verdad de las Escrituras (Deuteronomio 13:3). Ese período de engaño no será fácil, porque Cristo declara en Mateo 24:24 que durante los últimos días el engaño religioso estará tan propagado que será difícil hasta para “los escogidos” (los creyentes consagrados) distinguir la verdad del error (1ª Timoteo 4:16; Santiago 1:21). Serán engañados los que del pueblo de Dios no amen la verdad. No se les dará más oportunidad de creer en la verdad del evangelio después que venga el anticristo (2ª Tesalonicenses 2:11). Por último, la gran tribulación será período de sufrimiento y angustia terribles para todas las personas del mundo. Obsérvese que: Será a nivel mundial (Apocalipsis 3:10). Será el peor tiempo de aflicción y angustia que ocurra jamás en la historia de la humanidad (Daniel 12:1; Mateo 24:21). Será tiempo terrible y de sufrimiento para los judíos (Jeremías 30:5-7). El mundo estará bajo el dominio del “inicuo” (del anticristo; Daniel 9:27; Apocalipsis 13:12). Se les promete liberación y escape del tiempo de la tribulación a los fieles de la iglesia de Cristo (Lucas 21:36; 1ª Tesalonicenses 5:8-10; Apocalipsis 3:10). Durante ese tiempo, habrá tanto judíos como no judíos que crean en Jesucristo y sean salvados (Deuteronomio 4:30-31; Oseas 5:15; Apocalipsis 7:9-17; 14:6-7). Será tiempo de mucho sufrimiento y persecución espantosa para todos los que permanezcan fieles a Dios (Apocalipsis 12:17; 13:15). Será tiempo de la ira y del juicio de Dios sobre los impíos (1ª Tesalonicenses 5:1-11; Apocalipsis 6:16-17). La afirmación de Jesús de que aquellos días serán acortados (Mateo 24:22) no debe interpretarse como reducción de los tres años y medio o mil doscientos sesenta días
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profetizados, sino que parece referirse al hecho de que el período es tan horrible que sería destruida toda la raza humana si no estuviera restringido a un período limitado. La gran tribulación terminará con la venida de Jesucristo en gloria con su esposa (Ezequiel 20:34-38; Mateo 24:29-31; Lucas 19:11-27; Apocalipsis 19:11-21). No hay que confundir esta venida al fin de la gran tribulación con la referencia de Jesús a su inesperado descenso del cielo en Mateo 24:42-44. El principal pasaje de las Escrituras que describe toda la tribulación de siete años se encuentra en Apocalipsis 6-18.
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PODER SOBRE SATANÁS Y LOS DEMONIOS MARCOS 3:27. Ninguno puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no le ata, y entonces podrá saquear su casa.
Uno de los énfasis principales del evangelio según Marcos es el interés dominante de Jesucristo en derrotar a Satanás y sus poderes demoníacos. En 3:27. se expresa como atar al “hombre fuerte” (Satanás) y “saquear su casa” (libertar a los esclavos de Satanás). Ese poder sobre Satanás es evidente sobre todo en la expulsión de demonios (daimonion) o espíritus inmundos. LOS DEMONIOS El Nuevo Testamento se refiere con frecuencia a los que sufren por la opresión y la influencia de Satanás debido a la posesión de un espíritu inmundo, y al conflicto de Jesús con los demonios. En el Evangelio según Marcos, por ejemplo, se describen numerosos encuentros como esos: 1:23-28,32-34,39; 3:10-12, 14-15; 5:1-20; 6:7-13; 7:24-30; 9:14-29; 16:17. Los demonios son seres espirituales que tienen personalidad e inteligencia. Como súbditos del reino de Satanás y enemigos de Dios y del hombre (Mateo 12:43-45), son malos y maliciosos y están bajo la autoridad de Satanás (Mateo 4:10). Los demonios son los poderes que respaldan a los dioses falsos, de modo que la adoración de ídolos y dioses falsos es en sí adoración de los demonios (1ª Corintios 10:20). El Nuevo Testamento presenta al mundo separado de Dios y tomado por Satanás (Juan 12:31; 2ª Corintios 4:4; Efesios 6:10-12). Los demonios forman parte de la jerarquía de los gobernadores de las tinieblas de este siglo; los creyentes deben estar en continua lucha con ellos (Efesios 6:12). Los demonios pueden vivir, y con frecuencia viven, en el cuerpo de los incrédulos (Marcos 5:15; Lucas 4:41; 8:27-28; Hechos 16:18) y pueden hablar con la voz de ellos. Esclavizan a tales personas y las inclinan al mal, a la inmoralidad y a la destrucción. Los demonios pueden causar enfermedades físicas en el cuerpo humano (Mateo 9:3233; 12:22; 17:14-18; Marcos 9:20-22; Lucas 13:11-16), aunque no todas las enfermedades y dolencias son resultado de los espíritus inmundos (Mateo 4:24; Lucas 5:12-13).
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Los que participan del espiritismo y de la magia (la hechicería) tratan con los espíritus inmundos, y eso puede conducir con facilidad a la esclavitud demoníaca (Hechos 13:8-10; 19:19; Gálatas 5:20; Apocalipsis 9:20). Los espíritus malos estarán muy activos en los últimos días de esta época, promoviendo el ocultismo, la inmoralidad, la violencia y la crueldad; atacarán la Palabra de Dios y la sana doctrina (Mateo 24:24; 2ª Corintios 11:14-15; 1ª Timoteo 4:1). El derramamiento máximo de actividad demoníaca se verá en el anticristo y en sus seguidores (2ª Tesalonicenses 2:9; Apocalipsis 13:2-8; 16:13-14). JESÚS Y LOS DEMONIOS En sus milagros, Jesús con frecuencia ataca el poder de Satanás y los demonios (Marcos 1:26,34,39; 3:10-11; 5:1-20; 9:17-29; Lucas 13:16). Uno de los propósitos claros de Cristo al venir a la tierra fue atar a Satanás y librar a los que él tiene esclavizados (Mateo 12:29; Marcos 1:27; Lucas 4:18). Jesús ató a Satanás, en parte mediante la expulsión de demonios y de modo más completo en su muerte y resurrección (Juan 12:31), y así quebrantó el poder del dominio de Satanás y restauró el poder del reino de Dios. El infierno (Gehenna), el lugar de tormento, lo preparó el Señor para el diablo y sus ángeles (Mateo 8:29; 25:41). LOS CREYENTES Y LOS DEMONIOS Las escrituras enseñan que a ningún creyente verdadero, en quien mora el Espíritu Santo, lo pueden poseer los demonios. El Espíritu Santo y los demonios no pueden habitar nunca en el mismo cuerpo (2ª Corintios 6:15-16). Sin embargo, los demonios pueden influir en los pensamientos, las emociones y las acciones de los creyentes que no siguen la dirección del Espíritu (Mateo 16:23; 2ª Corintios 11:3-14). Cristo les prometió a los verdaderos creyentes autoridad sobre el poder de Satanás y sus secuaces. Al confrontarlos, se debe quebrantar el poder que quieren ejercer sobre las personas, librando una intensa batalla espiritual mediante el poder del Espíritu Santo (Lucas 4:14-19). De esa manera se puede ser libre de los poderes de las tinieblas. Según Marcos 3:27, el conflicto espiritual contra Satanás tiene tres aspectos: (a) declarar la guerra contra Satanás conforme al propósito de Dios (Lucas 4:14-19); (b) entrar en la casa de Satanás (cualquier lugar donde tenga su fortaleza), atacarlo y vencerlo mediante la oración y la proclamación de la Palabra, y destruir sus armas de tentación y engaño demoníacos (Lucas 11:20-22); (c) arrebatarle sus posesiones, es decir, librar a los que ha tenido esclavizados y entregarlos a Dios para que reciban perdón y santificación por la fe en Cristo (Lucas 11:22; Hechos 26:18).
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Estos son los pasos personales que hay que dar: (a) reconocer que no es una lucha contra sangre y carne, sino contra huestes espirituales de maldad (Efesios 6:12); (b) vivir delante de Dios, entregados con fervor a su verdad y a su justicia (Romanos 12:1-2; Efesios 6:14); (c) tener fe en que el poder de Satanás se puede quebrantar en cualquier parte de su dominio (Hechos 26:18; Efesios 6:16; 1ª Tesalonicenses 5:8), y comprender que el creyente tiene armas espirituales poderosas que le ha dado Dios para la destrucción de las fortalezas de Satanás (2ª Corintios 10:4-5); (d) proclamar el evangelio del reino en la plenitud del Espíritu Santo (Mateo 4:23; Lucas 1:15-17; Hechos 1:8; 2:4; 8:12; Romanos 1:16; Efesios 6:15); (e) confrontar a Satanás y su poder en forma directa al creer en el nombre de Jesucristo (Hechos 16:16-18), usar la palabra de Dios (Efesios 6:17), orar en el Espíritu (Hechos 6:4; Efesios 6:18), ayunar (Mateo 6:16) y echar fuera demonios (Mateo 10:1; 12:28; 17:17-21; Marcos 16:17; Lucas 10:17; Hechos 5:16; 8:7; 16:18; 19:12); (f) pedir a Dios sobre todo que el Espíritu Santo convenza de culpa a los perdidos en cuanto a pecado, justicia y el juicio venidero (Juan 16:7-11); (g) pedirle a Dios que manifieste el Espíritu mediante los dones de sanidad, lenguas, milagros, señales y prodigios, y anhelar esa manifestación (Hechos 4:29-33; 10:38; 1ª Corintios 12:7-11).
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FALSOS MAESTROS MARCOS 13:22. Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos.
DESCRIPCIÓN Hoy los creyentes deben estar conscientes de que dentro de las iglesias pudieran haber predicadores de la Palabra de Dios de igual espíritu y vida que los maestros corrompidos de la ley de Dios en la época de Jesús (Mateo 24:11-24). Cristo advierte que no todo el que afirma que es creyente lo es en verdad, ni son todos los escritores, misioneros, pastores, evangelistas, maestros, diáconos y obreros los cristianos que dicen ser. Esos predicadores por fuera parecen “justos a los hombres” (Mateo 23:28). Llegan “vestidos de ovejas” (Mateo 7:15). Tal vez den a su mensaje el fundamento sólido de la Palabra de Dios y proclamen elevadas normas de justicia. Quizás aparenten una preocupación sincera por la obra y el reino de Dios y demuestren mucho interés en la salvación de los perdidos mientras profesan amor a todas las personas. Acaso parezcan grandes siervos de Dios y dirigentes espirituales recomendables ungidos por el Espíritu Santo. Pueden realizar grandes milagros, tener mucho éxito y multitudes de prosélitos (Mateo 7:21-23; 24:11-24; 2ª Corintios 11:13-15). No obstante, esas personas en la esfera espiritual son descendientes de los falsos profetas del Antiguo testamento (Deuteronomio 13:3; 1º Reyes 18:40; Nehemías 6:12; Jeremías 14:14; Oseas 4:15) y de los fariseos del Nuevo Testamento. Lejos de las multitudes, en su vida privada están llenos de “Robo y de injusticia” (Mateo 23:25), “huesos de muertos y de toda inmundicia” (23:27), “hipocresía e iniquidad” (23:28). Su vida a puerta cerrada se caracteriza por las malas pasiones, la inmoralidad, el adulterio, la avaricia y la complacencia egoísta. Esos impostores obtienen un lugar de influencia en la iglesia de dos maneras: (a) Algunos maestros y predicadores falsos comienzan su ministerio con sinceridad, verdad, pureza y fe genuina en Cristo. Luego, por causa de su orgullo y sus deseos pecaminosos, van desapareciendo su consagración y amor a Cristo. Por consiguiente, se separan del reino de Dios (1ª Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21; Efesios 5:5-6) y se convierten en instrumentos de Satanás mientras se disfrazan de siervos de la justicia (2ª Corintios 11:15). (b) Otros maestros y predicadores falsos nunca han sido creyentes verdaderos en Cristo. Satanás los ha plantado en la iglesia desde el mismo principio de su ministerio (Mateo 13:24-28,36-43), valiéndose del talento y del carisma que tienen y contribuyendo a su éxito. Su estrategia es colocarlos en cargos de influencia para que socaven la obra de Cristo. Si se les descubre o desenmascara, Satanás sabe que se hará mucho daño al evangelio y se avergonzará el nombre de Cristo.
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PRUEBA Jesús les advirtió a sus discípulos catorce veces en los evangelios que esperaran la venida de falsos profetas y guías engañosos (Mateo 7:15; 16:6-11; 24:4-24; Marcos 4:24; 8:15; 12:38-40; 13:5; Lucas 12:1; 17:23; 20:46; 21:8). En otros pasajes se exhorta a los creyentes a poner a prueba a los maestros, predicadores y dirigentes de la iglesia (1ª Tesalonicenses 5:21; 1ª Juan 4:1). Se deben dar los siguientes pasos para poner a prueba a los falsos maestros o profetas: Discernir el carácter. ¿Oran ellos con diligencia y muestran sincera y pura devoción a Dios? ¿Manifiestan el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), aman a los pecadores (Juan 3:16), aborrecen el mal y buscan la justicia (Hebreos 1:9), y denuncian el pecado (Mateo 23; Lucas 3:1820)? Discernir los motivos. Los verdaderos dirigentes cristianos procurarán hacer cuatro cosas: (a) honrar a Cristo (2ª Corintios 8:23; Filipenses 1:20); (b) guiar a la iglesia a la santificación (Hechos 26:18; 1ª Corintios 6:18; 2ª Corintios 6:16-18); (c) salvar a los perdidos (1ª Corintios 9:19-22); (d) proclamar y defender el evangelio de Cristo y de los apóstoles (Filipenses 1:16; Judas 3). Examinar el fruto de la vida y del mensaje. El fruto de los falsos predicadores con frecuencia consiste en convertidos que no obedecen toda la Palabra de Dios (Mateo 7:16). Discernir su confianza en las Sagradas Escrituras. Este es un aspecto clave. ¿Creen y enseñan que Dios inspiró todas las escrituras originales del Antiguo y Nuevo Testamento, a cuyas enseñanzas íntegras hay que someterse? (2ª Juan 9-11). Si no es así, se puede estar seguro de que ni ellos ni su mensaje son de Dios. Poner a prueba su integridad con respecto al dinero del Señor. ¿Se niegan a apartar grandes cantidades de dinero para ellos, administran las finanzas con integridad y responsabilidad, y procuran promover la obra de Dios de manera compatible con las normas del Nuevo Testamento para los dirigentes (1ª Timoteo 3:3; 6:9-10)? Se debe comprender que a pesar de todo lo que los creyentes fieles hagan al evaluar la vida y el mensaje de una persona, todavía habrá falsos maestros dentro de las iglesias que, con la ayuda de Satanás, permanezcan sin descubrir hasta que Dios decida sacar a luz su verdadero carácter.
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SEÑALES DE LOS CREYENTES MARCOS 16:17-18. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
Las Escrituras enseñan con claridad que Cristo quiere que sus seguidores hagan señales milagrosas mientras anuncian el evangelio del reino de Dios (Mateo 10:1; Marcos 3:14-15; Lucas 9:2; 10:17; Juan 14:12). Esa señales (Semeíon) que hacen los discípulos verdaderos confirman que es genuino el mensaje del evangelio, que ha venido a la tierra con poder el reino de Dios y que el Cristo vivo y resucitado acompaña a su pueblo y obra por medio de él (Juan 10:25; Hechos 10:38). Todas esas señales (excepto la bebida mortífera) ocurrieron en la historia de la iglesia primitiva: (a) hablar nuevas lenguas (Hechos 2:4; 10:46; 19:6; 1ª Corintios 12:30; 14). (b) echar fuera demonios (Hechos 5:15-16; 16:18; 19:11-12); (c) escapar de la muerte por la mordedura de serpientes (Hechos 28:3-5); y (d) sanar a los enfermos (Hechos 3:1-7; 8:7; 9:33-34; 14:8-10; 28:7-8). Esas manifestaciones espirituales deben continuar en la iglesia hasta que vuelva Jesucristo. Las Escrituras no sugieren que esas señales estuvieran restringidas al período que siguió inmediatamente a la ascensión de Jesucristo (1ª Corintios 1:7; 1ª Corintios 12:28; Gálatas 3:5). Los seguidores de Cristo no sólo tenían que predicar el evangelio del reino y llevar la salvación a los que creyeran (Mateo 28:19-20; Marcos 16:15-16; Lucas 24:47), sino también hacer realidad ese reino, como lo hizo Jesús (Hechos 10:38), echando fuera demonios y sanando a los enfermos. Jesús indica en Marcos 16:15-20. que esas señales no son dones especiales para unos pocos, sino que se darían a todos los creyentes que, en obediencia a Cristo, dieran testimonio del evangelio y se apropiaran de sus promesas. La falta de esas “señales” en la iglesia moderna no indica que Cristo haya incumplido sus promesas. Él afirma que la falta está en el corazón de sus seguidores (Mateo 17:17). Cristo ha prometido que su autoridad, poder y presencia acompañarán a su pueblo en la batalla que libren contra el reino de Satanás (Mateo 28:18-20; Lucas 24:47-49). Se tiene que librar a las personas de su cautiverio mediante la predicación del evangelio, la vida de justicia (Mateo 6:33; Romanos 6:13; 14:17) y la realización de señales y
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milagros por el poder del Espíritu Santo (Mateo 10:1; Marcos 16:16-20; Hechos 4:3133).
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EL VINO EN LA ÉPOCA DEL NUEVO TESTAMENTO LUCAS 7:33-34. Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores.
EL VINO: ¿FERMENTADO O NO? El siguiente es un análisis de la palabra bíblica más común traducida “vino”. La palabra griega “vino” en Lucas 7:33 es oinos, que puede referirse a dos tipos de jugo de uva: (1) el jugo sin fermentar, y (2) el vino fermentado o embriagante. Los datos que siguen respaldan esa definición. Oinos fue usado por autores seculares y religiosos de antes de la era cristiana y de la época de la iglesia primitiva para referirse al jugo de uva puro (Aristóteles, Meteorológica, 387. b.9-13). (a) Anacreonte (ca. 500 a. C.) dice: “Exprime la uva, saca el vino [oinos]” (oda 5). (b) Nicandro (siglo segundo a. C.) alude al exprimir de las uvas y al jugo producido como oinos (Geórgica, fragmento 86). (c) Papías (60-130 d. C.), uno de los padres de la iglesia apostólica, se refiere a que cuando las uvas se aplastan dan “jarras de vino [oinos]” (citado por Ireneo, Contra las herejías, 5.33.34). (d) Una carta griega escrita en papiro (P. Oxy. 729; 137 d. C.) menciona el “vino fresco [oinos] de la cuba del lagar” (Moulton y Milligan, el vocabulario del testamento griego, p.10). (e) Ateneo (200 d. C.) se refiere a un “vino [oinos] dulce que “no causa pesadez o malestar” (Ateneo, Banquete, 1.54). En otro lugar cuenta de un hombre que recogía uvas que “fue y recolectó vino [oinos] del campo” (1.54). Para informes más detallados sobre el empleo de oinos por escritores antiguos, véase: Robert P. Teachout: “El uso del ´Vino´en el Antiguo Testamento” (tesis de un doctorado en teología del Seminario Teológico de Dallas, 1979). Los eruditos hebreos que tradujeron el Antiguo Testamento al griego alrededor de 200 a. C. emplearon oinos al traducir varias palabras hebreas que significan vino. En otras palabras, los escritores del Nuevo testamento sabían que oinos podía significar tanto jugo de uvas fermentado como sin fermentar. Así como el griego secular y el Antiguo testamento, un análisis de los pasajes del Nuevo testamento revela que oinos puede significar vino fermentado o no. En Efesios 5:18 el mandamiento “no os embriaguéis con vino [oinos]”, se refiere al vino fermentado. Por otra parte, Apocalipsis 19:15. dice que Cristo “pisa el lagar del vino”. La traducción literal del texto griego es: “Él pisa el lagar del vino [oinos]”; el oinos que sale del lagar sería jugo de uva (Isaías 66:10; Jeremías 48:32-37). En Apocalipsis 6:6. oinos se refiere a las uvas en la vid como una vendimia que no se debe dañar. Por lo tanto, para los creyentes de la época del Nuevo Testamento, el “vino” (oinos) era un
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vocablo general que podía emplearse para dos bebidas de uva distintas: vino fermentado y sin fermentar. Por último, los escritores romanos de la antigüedad han explicado en detalle diversos procesos empleados en el tratamiento del jugo de uva exprimido, sobre todo los métodos para preservarlo de la fermentación. (a) Colmuela (De re rustica, 12.29), consciente de que el jugo de uva no se fermentaría si se mantuviera a temperatura fresca (bajo 10 grados) y libre de oxígeno, dice lo que sigue: “Para que su jugo de uva esté siempre tan dulce como cuando es fresco, siga este procedimiento: Después de aplastar las uvas, tome el mosto más reciente [jugo fresco], póngalo en un nuevo recipiente (ánfora), taponéelo y cúbralo muy cuidadosamente con resina para que no entre agua alguna; luego métalo en una cisterna o un estanque de agua fría y no permita que parte alguna del ánfora quede sobre la superficie. Sáquelo después de cuarenta días. Permanecerá dulce por un año”. El escritor romano Plinio (primer siglo d. C.) relata que “tan pronto como el mosto [jugo de uva] se saca de la cuba y se pone en toneles, sumergen los toneles en agua hasta que pase el solsticio de invierno y el tiempo frío se estabilice”. Ese método habría dado buenos resultados en la tierra de Israel (Deuteronomio 8:7; 11:11-12; Salmo 65:9-13). (b) Otro método para impedir que se fermentaran las uvas era hervirlas en un almíbar. Los historiadores antiguos en realidad se referían a ese producto como vino (oinos). Canon Farrar (Diccionario Bíblico de Smith) afirma que “los vinos de los tiempos antiguos eran más parecidos a los almíbares; muchos de ellos no eran embriagantes”. Además, El nuevo diccionario bíblico observa que “había métodos para conservar el vino dulce durante todo el año”. USO DEL VINO EN LA CENA DEL SEÑOR ¿Usó Jesús bebida de uvas fermentada o sin fermentar cuando instituyó la Cena del Señor? (Mateo 26:26-29); Marcos 14:22-25; Lucas 22:17-20; 1ª Corintios 11:23-26). Los datos que siguen respaldan la conclusión de que Jesús y sus discípulos bebieron jugo de uva sin fermentar. Ni Lucas ni ningún otro escritor bíblico emplean la palabra “vino” (oinos) con relación a la Cena del Señor. Los primeros tres escritores de los evangelios emplean “fruto de la vid” (Mateo 26:29; Marcos 14:25; Lucas 22:18). El vino sin fermentar es el único “fruto de la vid” en verdad natural, que contiene como veinte por ciento de azúcar y no tiene alcohol. La fermentación destruye gran parte del azúcar y altera lo que produce la vid. El vino fermentado no es producto de la vid. La Cena del Señor fue instituida mientras Jesús y sus discípulos comían la Pascua. La ley de la Pascua en Éxodo 12:14-20. prohibía, durante la semana de la pascua, la presencia y el uso de seor (Éxodo 12:15), una palabra que se refiere a la levadura o cualquier agente de fermentación. El seor en el mundo antiguo con frecuencia se obtenía de la espuma espesa de la superficie del vino en fermentación. Además, todo jametz (cualquier cosa que estuviera fermentada) estaba prohibida (Éxodo 12:19;
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13:7). Dios había dado esas leyes porque la fermentación simbolizaba corrupción y pecado (Mateo 16:6-12; 1ª Corintios 5:7-8). Jesucristo, el Hijo de Dios, llenó cada requisito de la ley (Mateo 5:7). Por eso habría seguido la ley de Dios para la Pascua y no habría usado el vino fermentado. A través de los siglos ha tenido lugar un debate bastante animado entre rabinos y eruditos judíos en cuanto a si se permitía en la Pascua el producto fermentado del vino. Los que sostienen una interpretación más estricta y literal de las Escrituras hebreas, sobre todo de Éxodo 13:7, insisten en que no se podía usar ningún vino fermentado en esa ocasión. Algunas fuentes judías afirman que el uso de vino sin fermentar en la Pascua era normal en la época del Nuevo Testamento. Por ejemplo, “según los evangelios sinópticos, parece que la noche del jueves de la última semana de su vida, Jesús entró con sus discípulos en Jerusalén a fin de comer la Pascua con ellos en la ciudad santa; si es así, el pan y el vino del... culto de santa cena instituido por Él como memorial serían el pan sin levadura y el vino sin fermentar del culto Seder”. En el Antiguo Testamento, la bebida fermentada no se debía usar nunca en la casa de Dios, ni se les permitía a los sacerdotes acercarse a Dios en adoración mientras bebían bebidas embriagantes (Levítico 10:9). Jesucristo era el sumo sacerdote de Dios del nuevo pacto, acercándose a Dios por causa de su pueblo (Hebreos 3:1; 5:1-10). El valor de un símbolo se determina por su capacidad de conceptuar la realidad espiritual. Por lo tanto, así como el pan representa el cuerpo puro de Cristo y tiene que ser sin levadura (sin la corrupción de la fermentación), el fruto de la vid, que representa la sangre incorruptible de Cristo, se hubiera representado mejor con el jugo sin fermentación (1ª Pedro 1:18-19). Como las Escrituras declaran de modo explícito que no se permitió que se produjera el proceso de corrupción ni el cuerpo ni en la sangre de Cristo (Salmo 16:10; Hechos 2:27; 13:37), el cuerpo y la sangre de Cristo tienen un símbolo apropiado en lo que carezca de corrupción o fermentación. Pablo les dijo a los corintios que se libraran de la vieja levadura, es decir, del agente de fermentación de la malicia y la perversidad, porque Cristo es “nuestra pascua” (1ª Corintios 5:6-8). Hubiera sido inconsecuente con la meta y el requisito espiritual de la Cena del Señor el uso de algo que fuera símbolo del mal, es decir, algo con levadura.
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EL VINO EN LA ÉPOCA DEL NUEVO TESTAMENTO JUAN 2:11. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en Él.
EL VINO: ¿MEZCLADO O PURO? Referencias históricas con respecto a la preparación y el uso del vino por los judíos y otras naciones del mundo bíblico indican que era (a) a menudo vino sin fermentar y (b) por lo general mezclado con agua. El artículo arriba mencionado, sobre EL VINO EN LA ÉPOCA DEL NUEVO TESTAMENTO, trata sobre uno de los procesos empleados para conservar el jugo de uva en estado dulce y sin fermentar. Este artículo trata sobre otros dos procesos tocantes a las uvas en preparación para ser mezcladas con agua. Un método era deshidratar las uvas, rociarlas con aceite de oliva para conservarlas húmedas y almacenarlas en tinajas de barro. En cualquier momento se podía preparar una bebida de uva muy dulce de esas uvas almacenadas al añadirles agua y ponerlas en infusión o hervirlas. Polibio señaló que se les permitía a las mujeres romanas que bebieran de esa clase de bebida de uva, pero se les prohibía que bebieran vino fermentado. Otro método era hervir el jugo de uva hasta que se convirtiera en una pasta densa o almíbar (miel de uva). Ese proceso permitía que se guardara el jugo, le quitaba la cualidad embriagante debido a la alta concentración de azúcar, y preservaba su dulzura. Luego esa pasta se guardaba en grandes tinajas u odres. Se podía emplear la pasta como una mermelada para el pan o se disolvía en agua para hacer otra vez jugo de uva: “Es probable que la uva se cultivara principalmente como fuente de azúcar: el jugo extraído en el “lagar” se reducía al hervirlo hasta convertirlo en un líquido... conocido como “miel de uva”. Con frecuencia las referencias a la miel en la Biblia son a la miel de uva (llamada debas por los judíos) en vez de la miel de abeja. De modo que se podía mezclar el agua con las uvas deshidratadas, el almíbar de uva o el vino fermentado. Autores griegos y romanos dieron diversas proporciones que se usaban, Homero (La odisea, IX 208ss) menciona una proporción de veinte partes de agua con una de vino. Plutarco (Sumposiacs, III.ix) afirma: “Lo llamamos “vino” mezclado, aunque el mayor componente es agua”. Plinio (14.6.54) menciona una proporción de ocho partes de agua con una de vino. En el pueblo judío de los tiempos bíblicos, las costumbres sociales y religiosas prohibían terminantemente servir vino sin mezclar, especialmente si era fermentado. El Talmud (obra judía que describe las tradiciones del judaísmo desde aproximadamente el año 200 a. C. hasta el 200 d. C.) trata en varios pasajes la mezcla del agua y del vino (Shabbath 77ª; Pesahim 1086). Algunos rabinos judíos
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insistían en que a menos que el vino fermentado fuera mezclado con tres partes de agua, no podían ser bendecidos y contaminaría al bebedor. Otros exigían que debiera mezclarse diez partes de agua con una de vino fermentado antes de que fuera aceptable. Surge un pasaje interesante en el libro de Apocalipsis, cuando al advertir acerca del “vino de la ira de Dios”, un ángel declara que será “puro” (Apocalipsis 14:10; Jeremías 25:15). Se dijo de esa manera porque los lectores normalmente esperarían que todas las bebidas de uva fueran mezcladas con agua (Juan 2:3). En resumen, los usos normales del vino por los judíos en los tiempos bíblicos difieren de los usos de hoy. El vino de antaño era (a) jugo de uva fresco, (b) jugo de uva en conserva, (c) jugo de uvas secas, (d) vino de uva hecho de almíbar de uva y agua, y (e) vino almacenado sin fermentar o fermentado diluido con agua a una proporción tan alta como de veinte a uno. Se consideraba falta de delicadeza el servir vino fermentado sin mezclar, lo cual era contaminante y no podía recibir la bendición de los rabinos. A la luz de esas realidades, es imposible defender la práctica de los tiempos modernos de consumir bebidas alcohólicas sobre la base del uso que le daban al “vino” los judíos en los tiempos bíblicos. Además, los creyentes de esa época eran incluso más cautelosos que los judíos en cuanto a las diversas clases de vino (Romanos 14:21; 1ª Tesalonicenses 5:6; 1ª Timoteo 3:3; Tito 2:2). LA GLORIA DE CRISTO REVELADA MEDIANTE EL VINO En el segundo capítulo de su evangelio, Juan relata que Jesús convirtió el agua en “vino” en la boda de Caná. ¿Qué clase de vino era? Como se ha visto, pudiera ser fermentado o no, puro o diluido. Hay que determinar la respuesta a esa pregunta por la implicación contextual y la probabilidad moral. El punto de vista de esta Biblia de estudio es que Jesús hizo vino (oinos) que era jugo de uva puro sin fermentar. Los datos que siguen proporcionan motivos razonados para rechazar la opinión de que Jesús hizo vino embriagante. El objetivo primordial de ese milagro era revelar su gloria (Juan 2:11.) de tal manera que produjera la fe personal en el Hijo santo y justo de Dios que vino a salvar a las personas de su pecado (2:11; Mateo 1:21). Sugerir que Cristo mostró su divinidad de Hijo unigénito del Padre (Juan 1:14) al crear milagrosamente litros de vino embriagante para una fiesta de borrachos (2:10, que implica que la gente ya había bebido en abundancia), y que eso era importantísimo para su misión mesiánica, exige una irreverencia que pocos se atreverían a mostrar. Daría más testimonio a la honra de Dios, y a la honra y la gloria de Cristo, creer que de manera sobrenatural Cristo creó el mismo jugo de uva que Dios hace cada año mediante el proceso natural creado (Juan 2:3). Por lo tanto, ese milagro pone de relieve la soberanía de Dios sobre el mundo natural y se convierte en símbolo de su poder para transformar espiritualmente a las personas pecadoras en hijos de Dios (Juan 3:1-15). Debido a ese milagro vimos su gloria, “gloria como del unigénito del Padre” (Juan 1:14; 2:11).
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Es contrario a la revelación bíblica tocante a la perfecta obediencia de Cristo a su Padre Celestial (2ª Corintios 5:21; Hebreos 4:15; 1ª Pedro 2:22) suponer que desobedeció el mandamiento moral del Padre: “No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente (Proverbios 23:31), es decir, cuando está fermentado. Claro está que Cristo vino para cumplir la ley (Mateo 5:17) y habría respaldado los pasajes bíblicos que condenan el vino embriagante como un “escarnecedor” y la sidra como “alborotadora” (Proverbios 20:1), y las palabras de Habacub 2:15: “¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti, que le acercas tu hiel, y le embriagas!” (Levítico 10:8-11; Números 6:1-5; Deuteronomio 21:20; Proverbios 31:4-7; Isaías 28:7; Amos 2:8-12; 4:1; 6:6; Romanos 14:13-21). Además, examínese el testimonio de la medicina moderna. (a) Médicos especialistas sobresalientes han hallado prueba inequívoca de que el consumo moderado de alcohol daña los sistemas reproductivos de mujeres jóvenes, y ocasiona abortos y nacimientos de niños con defectos mentales y físicos incurables. Autoridades mundiales sobre embriología prematura sostienen que las mujeres que beben, incluso moderadas cantidades de alcohol, cerca del tiempo de la concepción (un período de unas cuarenta y ocho horas), se arriesgan al daño de los cromosomas de un óvulo que se prepara a salir del ovario y, de esa manera, causan resultados desastrosos al desarrollo mental y físico del infante. (b) Sería absurdo, desde el punto de vista teológico, sostener que Jesús alentó el uso de las bebidas alcohólicas en una boda, a la que asistían muchas mujeres, incluso una novia con la posibilidad de concepción inmediata. Afirmar que desconocía los efectos potenciales terribles de la bebida embriagante para las criaturas en el vientre de la madre es poner en tela de juicio su divinidad, su sabiduría y su discernimiento de lo bueno y lo malo. Asegurar que conocía el daño potencial y los resultados deformadores del alcohol, y que aun así estimuló su uso, es poner en tela de juicio su bondad, compasión y amor. La única conclusión racional, teológica y bíblica acertada es que el vino que Cristo hizo en la boda para revelar su gloria era el fruto de la vid puro, dulce y sin fermentar.
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JESÚS Y EL ESPÍRITU SANTO LUCAS 11:13. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
Jesús tenía una relación especial con el Espíritu Santo que es importante para la vida. Aquí se examina esa relación y sus consecuencias prácticas. PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO En las profecías del Antiguo Testamento concernientes a la venida del Mesías, varias predijeron en forma específica que sería investido con el poder del Espíritu Santo (Isaías 11:2; 61:1-3). Cuando Jesús leyó la porción de Isaías 61:1-2. en la sinagoga de Nazaret, afirmó: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:18-21). EL NACIMIENTO DE JESÚS Mateo Y Lucas en forma explícita e inequívoca afirman que Jesús vino al mundo como resultado de un acto milagroso de Dios. Fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen María (Mateo 1:18-23; Lucas 1:27). Debido a esa concepción milagrosa, Jesús es “santo” (Lucas 1:35), es decir, libre de toda contaminación de pecado. Eso lo hacía digno de cargar con la culpa de los pecados y efectuar la expiación (Mateo 1:23). Sin un Salvador perfecto y sin pecado, no se hubiera podido tener la redención. EL BAUTISMO DE JESÚS Cuando fue bautizado por Juan el Bautista, Jesús, que más tarde bautizaría a sus discípulos en el Espíritu el día de Pentecostés y a través de toda la época de la iglesia (Lucas 3:16; Hechos 1:4-5; 2:33,38-39), fue ungido personalmente por el Espíritu (Mateo 3:16-17; Lucas 3:21-22). El Espíritu vino sobre Él en forma de paloma, capacitándolo con gran poder para realizar su ministerio, que incluía la obra de redención. Cuando el Señor se fue al desierto, después de su bautismo en agua, estaba “lleno del Espíritu Santo” (Lucas 4:1). Así como sucedió con el Señor, todos los que han tenido el nuevo nacimiento sobrenatural por el Espíritu Santo deben recibir el bautismo en el Espíritu, que les dé poder en su vida y para su ministerio (Hechos 1:8). SATANÁS TIENTA A JESÚS Inmediatamente después de su bautismo Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el diablo durante cuarenta días (Lucas 4:1-2). Sólo porque estaba lleno del Espíritu fue capaz de enfrentarse con firmeza a Satanás y resistir las tentaciones que le presentó. Asimismo es el propósito de Dios que el creyente no se enfrente nunca a las fuerzas espirituales del mal y del pecado sin el poder del Espíritu. Hay que estar capacitado con su plenitud y seguir su dirección a fin de ser victoriosos
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contra Satanás. Los hijos “normales” de Dios están llenos del Espíritu y viven por su poder. EL MINISTERIO DE JESÚS Cuando Jesús hizo referencia al cumplimiento de la profecía de Isaías acerca del poder del Espíritu Santo sobre Él, usó el mismo pasaje para recalcar la naturaleza de su ministerio de predicación, de sanidades y de liberación (Isaías 61:1-2; Lucas 4:1619). El Espíritu ungió a Jesús y le dio poder para su misión. Jesús es Dios (Juan 1:1), pero también es hombre (1ª Timoteo 2:5). Por ser humano tenía que depender de la ayuda y del poder del Espíritu para cumplir sus responsabilidades delante de Dios (Mateo 12:28; Lucas 4:1-14; Romanos 8:11; Hebreos 9:14). Fue sólo como hombre ungido por el Espíritu que Jesús pudo vivir, servir y proclamar el evangelio (Hechos 10:38). En esto es un perfecto ejemplo para el creyente; cada uno debe recibir la plenitud del Espíritu Santo (Hechos 1:8; 2:4). LA PROMESA DE JESÚS EN CUANTO AL ESPÍRITU SANTO Juan el Bautista había profetizado que Jesús bautizaría a sus seguidores en el Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33), profecía que Jesús mismo reiteró (Hechos 1:5; 11:16). En Lucas 11:13. Jesús prometió dar el Espíritu Santo a todos los que lo pidieran. Todos los versículos anteriores se refieren a la plenitud del Espíritu que Cristo promete dar a quienes ya son hijos del Padre celestial, promesa que se cumplió primero el día de Pentecostés (Hechos 2:4), y permanece como promesa para todos los que se han convertido en sus discípulos y piden el bautismo en el Espíritu (Hechos 1:5; 2:39). LA RESURRECCIÓN DE JESÚS Mediante el poder del Espíritu Santo, Jesús fue resucitado del sepulcro y así vindicado como el verdadero Mesías e Hijo de Dios. Romanos 1:3-4. dice que por el Espíritu de santidad (el Espíritu Santo) Jesús “fue declarado Hijo de Dios con poder”, y Romanos 8:11. que el Espíritu “levantó de los muertos a Cristo Jesús”. Como Jesús dependió del Espíritu Santo para su resurrección, así los creyentes dependen del Espíritu para tener la vida espiritual ahora y la resurrección corporal en el futuro (Romanos 8:1011). LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO Después de su resurrección, Cristo fue llevado al cielo y se sentó a la diestra de su padre a gobernar el reino de Dios con Él (Marcos 16:19; Lucas 24:51; Hechos 1:9-11; Efesios 4:8-10). En esa exaltada posición recibió el espíritu Santo de parte de su padre y derramó el Espíritu sobre su pueblo el día de Pentecostés (Hechos 2:33; Juan 16:5-14), afirmando así su señorío como profeta, sacerdote y rey. Ese derramamiento
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del Espíritu Santo el día de Pentecostés y durante toda la época actual de testimonio de la continua presencia de la autoridad del exaltado Salvador. LA CERCANÍA DE CRISTO A SU PUEBLO Como una de sus tareas actuales, el Espíritu Santo toma lo que es de Cristo y se lo revela a los creyentes (Juan 16:14-15). Es decir, se trasmiten los beneficios redentores de la salvación en Cristo por medio del Espíritu (Romanos 8:14-16; Gálatas 4:6). Es de mucha importancia la cercanía de Jesús a los creyentes (Juan 14:18). El Espíritu los hace conscientes de la presencia de la persona de Jesucristo, y de su amor, bendición, auxilio, perdón, sanidad y todo lo que es suyo por la fe. Asimismo, el Espíritu les conmueve el corazón para que busquen al Señor en amor, oración y adoración (Juan 4:23-24; 16:14). EL REGRESO DE CRISTO POR SU PUEBLO Jesucristo ha prometido volver y llevar a su pueblo fiel para que esté con Él para siempre (Juan 14:3; 1ª Tesalonicenses 4:13-18). Esa es la bendita esperanza de todos los creyentes (Tito 2:13), el acontecimiento por el que oran y anhelan (2ª Timoteo 4:8). Las Escrituras revelan que el Espíritu Santo les pone en el corazón que clamen a Dios por el retorno de su Señor. Es el espíritu quien da testimonio de que su redención está incompleta hasta que vuelva Cristo (Romanos 8:23). Al final mismo de la Biblia, el Espíritu Santo inspiró las palabras “ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
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LAS RIQUEZAS Y LA POBREZA LUCAS 18:24-25. ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.
Una de las declaraciones más duras del Señor es que resulta casi imposible que un rico entre en el reino de Dios. Sin embargo, no es sino una de varias declaraciones que hizo sobre las riquezas y la pobreza, con las cuales dio una perspectiva que repitieron los apóstoles en varias cartas del Nuevo Testamento. LAS RIQUEZAS El punto de vista que prevalecía entre los judíos del Nuevo Testamento era que ser rico indicaba el favor especial de Dios y que ser pobre era señal de falta de fe y desaprobación de Dios (Proverbios 10:15). Por ejemplo, los fariseos pensaban de esa manera y se burlaban de Jesús por su pobreza (Lucas 16:14). Aunque ese concepto equivocado se repite en la historia de la iglesia cristiana, Cristo lo rechaza con firmeza (Lucas 6:20; 16:13; 18:24-25). La Biblia identifica el afán y la codicia de las riquezas con la idolatría, que es demoníaca (1ª Corintios 10:19-20; Colosenses 3:5). Debido al poder demoníaco asociado con las posesiones, a menudo el deseo y la ambición de las riquezas esclavizan (Mateo 6:24). Según la perspectiva de Cristo, las riquezas son un obstáculo para la salvación y el discipulado (Mateo 19:24; 13:22). Dan falsa sensación de seguridad (Lucas 12:1521.), engañan (Mateo 13:22) y exigen la absoluta lealtad del corazón (Mateo 6:21). Los ricos suelen vivir como si no tuvieran necesidad de Dios. Al buscar las riquezas, ahogan su vida espiritual (Lucas 8:14) y caen en tentación y lazo (1ª Timoteo 6:9), por los cuales abandonan la fe salvadora (1ª Timoteo 6:10). Con demasiada frecuencia los ricos se aprovechan de los pobres (Santiago 2:5-6). Así que ningún creyente debe desear el enriquecimiento (1ª Timoteo 6:9-11). La acumulación egoísta de posesiones materiales es señal de que ya no se considera la vida desde el punto de vista de la eternidad (Colosenses 3:1). Los avaros y egoístas ya no tienen como meta hallar satisfacción en Dios, sino más bien en sí mismos y en sus posesiones. La tragedia de la esposa de Lot, por ejemplo, fue poner todo su afecto en una ciudad terrenal y no en la celestial (Génesis 19:16-26; Lucas 17:28-33; Hebreos 11:8-10). En otras palabras, la ambición de riquezas trae consigo la semilla de la separación total de Dios (1ª Timoteo 6:10). Las verdaderas riquezas del creyente son la fe y el amor que se expresan en la abnegación y el seguir a Cristo (1ª Corintios 13:4-7; Filipenses 2:3-5). Los verdaderos
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ricos son los que están libres de las cosas del mundo porque confían en que Dios es su Padre que no los abandonará (2ª Corintios 9:8; Filipenses 4:19; Hebreos 13:5-6). Con respecto a la actitud correcta hacia las posesiones y el uso que se les debe dar, los justos tienen la obligación de ser fieles. Los creyentes no deben aferrarse a ellas como riqueza o seguridad personal, sino que deben despojarse de su riqueza y poner sus recursos en las manos del Señor para que se usen en su reino, para que avance la causa de Cristo en la tierra, y para que se salven y queden satisfechas las necesidades de los demás. Así que los creyentes que tienen riquezas y bienes materiales no deben considerarse ricos, sino como administradores de lo que es de Dios (Lucas 12:31-48). Deben ser generosos, estar listos a compartir y abundar en buenas obras (Efesios 4:28; 1ª Timoteo 6:17-19). Todo creyente debe examinar su corazón y sus deseos: ¿Soy una persona avariciosa? ¿Soy egoísta? ¿Ansío la abundancia? ¿Anhelo la honra, el prestigio y el poder que a menudo produce la riqueza? LA POBREZA Una de las tareas que Jesús consideró como su misión dirigida por el Espíritu fue “dar buenas nuevas a los pobres” (Lucas 4:18; Isaías 61:1). En otras palabras, puede definirse el evangelio de Cristo como un evangelio de los pobres (Mateo 5:3; 11:5; Lucas 7:22; Santiago 2:5). Los “pobres” (ptocos) son los humildes y afligidos del mundo que acuden a Dios en gran necesidad y buscan su ayuda. Al mismo tiempo son fieles a Dios y anhelan la redención de Dios para su pueblo del pecado, del sufrimiento, del hambre y del odio que hay en el mundo. No buscan la riqueza ni la satisfacción en las cosas terrenales (Salmo 18:27; 22:26; 25:9; 37:11; 72:2-12-13; 74:19; 147:6; Isaías 11:4; 29:19; Lucas 6:20; 16:25; Juan 14:3). No hay duda de que los pobres que pertenecen a Dios recibirán liberación del sufrimiento, de la opresión, de la injusticia y de la pobreza (Lucas 6:20-23; 18:1-8). La ayuda debe llegarles en parte mediante ofrendas de los hijos del Señor que han sido bendecidos con bienes materiales. Dios ve a su pueblo en pobreza y afirma: “pero tú eres rico” (Apocalipsis 2:9). De ninguna manera puede considerarse a ese pueblo pobre como espiritual o moralmente inferior (Apocalipsis 2:9).
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LA REGENERACIÓN JUAN 3:3. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
En Juan 3:1-8, Jesús trata de la regeneración (Tito 3:5), o el nacimiento espiritual, una de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Sin el nuevo nacimiento no se puede ver el reino de Dios, es decir, recibir la vida eterna y la salvación por medio de Jesucristo. Los siguientes son factores importantes con respecto al nuevo nacimiento. La regeneración es nueva creación y transformación de la persona (Romanos 12:2; Efesios 4:23-24) por Dios el Espíritu Santo (Juan 3:6; Tito 3:5). Mediante ese proceso se le imparte al corazón del creyente la vida eterna de Dios (Juan 3:16; 2ª Pedro 1:4; 1ª Juan 5:11), que lo convierte en hijo de Dios (Juan 1:12; Romanos 8:16-17; Gálatas 3:26) y nueva criatura (2ª Corintios 5:17; Colosenses 3:9-10). Ya no se conforma a este mundo (Romanos 12:2.) sino que ahora está vestido del nuevo hombre, “creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). La regeneración es necesaria porque separadas de Cristo todas las personas, en su naturaleza humana, son pecadoras e incapaces de obedecer y agradar a Dios (Salmo 5:15; Jeremías 17:9; Romanos 8:7-8; 1ª Corintios 2:14; Efesios 2:3). La regeneración se produce en los que se arrepienten del pecado, se vuelven a Dios (Mateo 3:2) y ponen su fe en Jesucristo como Señor y Salvador (Juan 1:12). La regeneración es la transición de la vida antigua de pecado a la nueva vida de obediencia a Jesucristo (2ª Corintios 5:17; Gálatas 6:15; Efesios 4:23-24; Colosenses 3:10). Los que de veras han nacido de nuevo son librados de la esclavitud del pecado (Juan 8:36; Romanos 6:14-23) y reciben el deseo y la disposición espirituales para obedecer a Dios y seguir la dirección del espíritu (Romanos 8:13-14). Llevan una vida recta (1ª Juan 2:29), aman a los demás creyentes (1ª Juan 4:7), evitan la vida de pecado (1ª Juan 3:9; 5:18) y no aman al mundo (1ª Juan 2:15-16). Los que nacen de Dios no practican el pecado (1ª Juan 3:9). Dejarán de ser nacidos de nuevo si no mantienen el deseo sincero y el esfuerzo victorioso por agradar a Dios y evitar el mal (1ª Juan 1:5-7). Eso se logra sólo mediante la gracia que Cristo da a los creyentes (1ª Juan 2:3-11,15-17,24-29; 3:6-24; 4:7-8,20; 5:1), la relación continua con Cristo (Juan 15:4) y la dependencia del Espíritu Santo (Romanos 8:214). Los que viven en inmoralidad y siguen los caminos del mundo, no importa lo que expresen con la boca, demuestran que todavía son hijos degenerados de Satanás (1ª Juan 3:6-10).
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Así como se puede nacer del Espíritu al recibir la vida de Dios, también se puede extinguir esa vida con las elecciones impías y la vida perversa, y por eso morir espiritualmente. Las Escrituras afirman: “Si vivís conforme a la carne, moriréis” (Romanos 8:13). De modo que el pecado y el no seguir al Espíritu Santo extinguen la vida de Dios en el alma del creyente y causan la muerte espiritual y la exclusión del reino de Dios (Mateo 12:31-32; 1ª Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21; Hebreos 6:4-6; 1ª Juan 5:16). No se puede poner al mismo nivel el nuevo nacimiento y el nacimiento físico, porque la relación de Dios con el creyente es un asunto del espíritu y no de la naturaleza humana (Juan 3:6), Por lo tanto, aunque nunca se puede anular el vínculo físico entre padre e hijo, la relación de padre a hijo que Dios desea con sus hijos es voluntaria y disoluble durante su tiempo de prueba en la tierra (Romanos 8:13). Esa relación permanece condicionada a la fe en Cristo durante la existencia terrenal, una fe que se demuestra llevando una vida de obediencia y amor sinceros (Romanos 8:12-14; Tito 2:12).
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LA REGENERACIÓN DE LOS DISCÍPULOS JUAN 20:22. Sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
La entrega que Jesús hizo del Espíritu Santo a sus discípulos el día de la resurrección no fue el bautismo en el Espíritu como el día de Pentecostés (Hechos 1:5; 2:4). Fue más bien una infusión de los discípulos por primera vez con la presencia regeneradora del Espíritu Santo y la nueva vida del Cristo resucitado. Durante la última conversación de Jesús con sus discípulos antes del juicio y de la crucifixión, les prometió que recibirían el Espíritu Santo que los regeneraría: “Porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:17). Ahora Jesús cumple esa promesa. Se puede deducir de Juan 20:22, donde dice que Jesús “sopló” sobre sus discípulos que se refiere a la regeneración. El verbo “sopló” (emfusao) es el mismo empleado en la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento) en Génesis 2:7, donde Dios “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Es el mismo verbo que se encuentra en Ezequiel 37:9. “Sopla sobre estos muertos, y vivirán”. El empleo de Juan de ese verbo indica que Jesús estaba dando el Espíritu a fin de producir vida y una nueva creación. Es decir, así como Dios sopló en el hombre físico el aliento de vida con lo cual llegó a ser una nueva creación (Génesis 2:7), en esta ocasión Jesús sopló sobre los discípulos en sentido espiritual y ellos llegaron a ser una nueva creación. Mediante su resurrección, Jesús llegó a ser “espíritu vivificante” (1ª Corintios 15:45). “Recibid el Espíritu Santo” establece que el Espíritu, en ese momento histórico, entró en los discípulos y comenzó a vivir en ellos. La forma del verbo “recibir” en el aoristo imperativo (labete, de lambano) denota un solo acto de recepción. Se les dio el Espíritu Santo para regenerarlos y hacerlos nuevas criaturas en Cristo (2ª Corintios 5:17). Ese “recibir” vida del Espíritu precedió a su recepción de la autoridad de Jesús (Juan 20:23.) y su bautismo en el Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hechos 2:4). Antes de esa ocasión, los discípulos eran creyentes y seguidores verdaderos de Jesús, y salvos según lo estipulado en el antiguo pacto; pero todavía no habían sido regenerados en todo el sentido del nuevo pacto. Sólo en ese momento los discípulos entraron en el nuevo pacto basado en la muerte y resurrección de Cristo (Mateo 26:28; Lucas 22:20; 1ª Corintios 11:25; Efesios 2:15-16; Hebreos 9:15-17). También en ese momento, no en Pentecostés, nació la iglesia. El nacimiento espiritual de los primeros discípulos coincide con el de la iglesia.
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Este pasaje es crucial para entender el ministerio del espíritu Santo al pueblo de Dios. Estas dos declaraciones son verdaderas: (a) los discípulos recibieron el Espíritu Santo (el Espíritu Santo los regeneró y comenzó a vivir en ellos) antes del día de Pentecostés, y (b) el derramamiento del Espíritu Santo en Hechos 2:4. fue una experiencia que ocurrió después que los regeneró el Espíritu. Su bautismo en el Espíritu el día de Pentecostés fue, por lo tanto, una segunda obra distinta del Espíritu en ellos. Esas dos obras distintas y separadas del Espíritu Santo en la vida de los discípulos de Jesús son normativas para todos los creyentes. Es decir, todos los creyentes reciben el Espíritu Santo en el momento de ser regenerados, y después deben experimentar el bautismo en el Espíritu con poder para ser sus testigos (Hechos 1:5-8; 2:4; 2:39). No hay fundamento bíblico para sugerir que la entrega que hizo Jesús del Espíritu Santo en Juan 20:22. fuera sólo una profecía simbólica de la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El empleo del aoristo imperativo del verbo griego traducido “recibid” denota una recepción en ese momento y lugar. Ocurrió una realidad histórica marcada, y así la registró Juan.
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EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO HECHOS 1:5. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.
Una de las doctrinas cardinales de la Escrituras es el bautismo en el Espíritu Santo Hechos 1:4. Con respecto al bautismo en el Espíritu Santo, la Palabra de Dios enseña lo siguiente: El bautismo en el Espíritu es para todos los que profesen la fe en Cristo, hayan nacido de nuevo y hayan recibido la presencia del Espíritu. Uno de los propósitos primordiales de Cristo en su misión terrenal fue bautizar a sus seguidores en el Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33). Él les ordenó a sus discípulos que no comenzaran a testificar hasta que fueran bautizados en el espíritu Santo e “investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49; Hechos 1:4-5,8). Jesucristo no comenzó su ministerio hasta que Dios lo “ungió con el Espíritu Santo y con poder” (Hechos 10:38; Lucas 4:1-18). El bautismo en el Espíritu Santo es una obra del Espíritu, diferente y aparte de su obra de regeneración. Así como la obra santificadora del Espíritu es una obra distinta que complementa su obra regeneradora, también el bautismo en el Espíritu complementa la obra regeneradora y santificadora del Espíritu. El día de su resurrección Cristo sopló sobre sus discípulos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22), indicando que los regeneraba y les daba vida nueva. Más tarde les dijo que también debían ser “investidos de poder” por el Espíritu Santo (Lucas 24:49; Hechos 1:5-8). Para los discípulos fue una experiencia posterior a la regeneración (Hechos 11:17). Una persona puede ser regenerada y tener el Espíritu Santo, y todavía no ser bautizada en el Espíritu Santo (Hechos 19:6). Ser bautizado en el Espíritu significa ser lleno del Espíritu (Hechos 1:5; 2:4). Sin embargo, ese bautismo ocurrió sólo a partir del día de Pentecostés. Con respecto a los que fueron llenos del Espíritu antes de ese día (Lucas 1:15-67), Lucas no emplea la expresión “bautizado en el Espíritu Santo”. Eso ocurriría sólo después de la ascensión de Cristo (Lucas 24:49-51; Juan 16:7-14; Hechos 1:4). En el libro de Hechos, el hablar en lenguas faculta para hacerlo en señal inicial que acompaña al bautismo en el Espíritu Santo (2:4; 10:45-46; 19:6). El bautismo en el Espíritu Santo está tan ligado a la manifestación externa de hablar en lenguas que ésta se debe considerar normativa cuando se recibe tal bautismo. El bautismo en el Espíritu Santo producirá el valor personal y el poder del Espíritu en la vida del creyente para hacer hazañas en el nombre de Cristo y darle eficacia a su testimonio y predicación (Hechos 1:8; 2:14-41; 4:31; 6:8; Romanos 15:18-19; 1ª Corintios 2:4). Ese poder no es una fuerza impersonal, sino la manifestación del
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Espíritu Santo mediante la cual están presentes con su pueblo Jesucristo, su gloria y sus obras (Juan 14:16-18; 16:14; 1ª Corintios 12:7). Otros resultados de un genuino bautismo en el Espíritu Santo son: (a) las declaraciones proféticas y de alabanza (Hechos 2:4-17; 10:46; 1ª Corintios 14:2); (b) mayor sensibilidad al pecado que aflige al Espíritu Santo, mayor búsqueda de la justicia y conciencia más profunda del juicio de Dios contra la impiedad (Juan 16:8; Hechos 1:8); (c) la vida que glorifica a Jesucristo (Juan 16:13-14; Hechos 4:33); (d) nuevas visiones (Hechos 2:17); (e) la manifestación de los diversos dones del Espíritu (1ª Corintios 12:4-10); (f) mayor deseo de orar (Hechos 2:41-42; 3:1; 4:23-31; 6:4; 10:9; Romanos 8:26); (g) amor y entendimiento más profundos de la Palabra de Dios (Juan 16:13; Hechos 2:42); y (h) conocimiento creciente de Dios como Padre del creyente (Hechos 1:4; Romanos 8:15; Gálatas 4:6). La Palabra de Dios menciona varias condiciones por las cuales se da el bautismo en el Espíritu Santo. (a) Hay que aceptar por la fe a Jesucristo como Señor y Salvador, y apartarse del pecado y del mundo (Hechos 2:38-40; 8:12-17). Eso implica la sumisión de la voluntad a Dios (“a los que le obedecen”, Hechos 5:32). Es preciso apartarse de lo que ofende a Dios antes de poder ser “instrumento para honra, santificado, útil al Señor” (2ª Timoteo 2:21). (b) Se debe desear la plenitud. Los creyentes habrán de tener profundo anhelo por el bautismo en el Espíritu (Juan 7:37-39; Isaías 44:3; Mateo 5:6; 6:33); (c) Con frecuencia se recibe este bautismo en respuesta a la oración (Lucas 11:13; Hechos 1:14; 2:1-4; 4:31; 8:15-17). (d) Es preciso esperar que Dios cumpla la promesa de bautizar en el Espíritu Santo (Marcos 11:24; Hechos 1:45). El bautismo en el Espíritu Santo se mantiene en la vida del creyente mediante la oración (Hechos 4:31), el testimonio (Hechos 4:31-33), la adoración en el Espíritu (Efesios 5:18-19) y la vida santificada (Efesios 5:18). Por poderosa que sea la venida inicial del Espíritu Santo al creyente, si no se manifiesta en la vida de oración, testimonio y santidad, pronto la experiencia se convertirá en una gloria decadente. El bautismo en el Espíritu ocurre sólo una vez en la vida del creyente e indica su consagración a la obra de Dios de dar testimonio con poder y con justicia. La Biblia enseña que puede experimentar de nuevo la plenitud del Espíritu Santo después de su bautismo inicial en el Espíritu, es decir, que puede ser lleno del Espíritu vez tras vez (Hechos 4:31; 2:4; 4:8-31; 13:9; Efesios 5:18). Así que el bautismo en el Espíritu lleva al creyente a una relación con el Espíritu que ha de renovarse (Hechos 4:31) y mantenerse constantemente (Efesios 5:18).
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EL HABLAR EN LENGUAS HECHOS 2:4. Y fueron todos llenos del espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
Los creyentes de la época del Nuevo Testamento consideraban el hablar en lenguas, o glosolalia (glosáis lalo), señal que da Dios con la cual acompaña el bautismo en el espíritu Santo (Hechos 2:4; 10:45-47; 19:6). Ese patrón bíblico para la vida llena del espíritu, todavía tiene vigencia para los creyentes de la actualidad. EL GENUINO HABLAR EN LENGUAS Las lenguas como señal inicial visible del bautismo en el Espíritu Santo. Hablar en lenguas es manifestación sobrenatural del Espíritu Santo, es decir, el habla inspirada por el Espíritu en una lengua (glossa) que nunca se ha aprendido (Hechos 2:4; 1ª Corintios 14:14-15). Puede ser en lenguas humanas, habladas y vivas (Hechos 2:6) o en lenguas desconocidas en la tierra (1ª Corintios 13:1). Las lenguas como señal. El hablar en lenguas es manifestación inspirada mediante la cual el espíritu del creyente y el Espíritu Santo se unen en alabanza y profecía verbal. Dios relacionó el hablar en lenguas con el bautismo en el Espíritu desde el principio (Hechos 2:4), de modo que los ciento veinte creyentes el día de Pentecostés, y los creyentes después, tuvieran confirmación por vivencia propia de haber recibido el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 10:45-46). Así la experiencia se podría confirmar en cuanto al lugar y momento de recepción. En el transcurso de la historia de la iglesia, siempre que se han rechazado o perdido de vista las lenguas como señal de confirmación, la verdad y la vivencia del día de Pentecostés se han tergiversado o pasado por alto del todo. Las lenguas como don. También se describe el hablar en lenguas como don del Espíritu Santo para el creyente (1ª Corintios 12:4-10). Ese don tiene dos propósitos principales: (a) El hablar en lenguas acompañado de interpretación se emplea en los cultos de adoración para trasmitir el contenido del mensaje a la congregación, de modo que todos puedan participar en la adoración, la alabanza o la profecía dirigida por el Espíritu (1ª Corintios 14:5-6,13-17). (b) El creyente usa las lenguas para dirigirse a Dios en su tiempo devocional personal y edifica así su vida espiritual (1ª corintios 14:4). Significa hablar en el espíritu (14:2-14) con el fin de orar (14:2, 14-18,18), dar gracias (14:1617) o cantar (14:15; 1ª Corintios 14). EL FALSO HABLAR EN LENGUAS El simple hecho de hablar en “otras lenguas”, o cualquier otra manifestación sobrenatural, no es prueba indiscutible de la obra y presencia del Espíritu. El hablar en lenguas puede ser falsificado por la iniciativa humana o la actividad demoníaca. La
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Biblia advierte que no se crea a todo espíritu, sino que se examinen las vivencias espirituales para ver si de veras vienen de Dios (1ª Juan 4:1). Para tener validez, el hablar en lenguas debía ser “según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:4). Para seguir la norma del libro de Hechos, el hablar en lenguas debe ser el resultado espontáneo del ser lleno del Espíritu Santo por primera vez. No es fenómeno aprendido, ni puede enseñarse diciendo a los creyentes que hablen o repitan ciertas sílabas incoherentes. El Espíritu Santo advierte que en los últimos días dentro de la iglesia habrá hipocresía (1ª Timoteo 4:1-2), señales y prodigios de parte de los poderes satánicos (Mateo 7:22-23; 2ª Tesalonicenses 2:9), y obreros engañadores que se disfrazan de siervos de Dios (2ª Corintios 11:13-15). Por lo tanto se debe prestar atención a esas advertencias sobre las manifestaciones y señales espirituales falsificadas (Mateo 7:2223; 2ª Tesalonicenses 2:8-10). Para discernir si el hablar en lenguas es genuino, es decir, en verdad del Espíritu Santo, se buscan los resultados, según definición bíblica, del bautismo en el Espíritu. Si alguien que dice hablar en lenguas no está consagrado a Jesucristo y a la autoridad de las Escrituras, y no procura obedecer la Palabra de Dios, cualesquiera manifestaciones que tenga no son del Espíritu (1ª Juan 3:6-10; 4:1-3; Mateo 24:1124; Juan 8:31; Gálatas 1:9).
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LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO HECHOS 5:3-4. Y dijo Pedro: Ananías, ¿Porqué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajesen del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
Es esencial que los creyentes reconozcan la importancia del Espíritu Santo en el plan redentor de Dios. Muchos de ellos no tienen idea de lo diferente que sería todo si no hubiera Espíritu Santo en este mundo. Sin el Espíritu Santo no habría creación, ni universo, ni raza humana (Génesis 1:2; Job 33:4). Sin el Espíritu Santo no habría Biblia (2ª Pedro 1:21), ni Nuevo Testamento (Juan 14:26; 5:26-27; 1ª Corintios 2:10-14) ni poder para proclamar el evangelio (Hechos 1:8). Sin el Espíritu Santo no habría fe, ni nuevo nacimiento, ni santidad ni creyente alguno en el mundo. Aquí se examinan algunas de las enseñanzas fundamentales sobre el Espíritu Santo. LA PERSONA DEL ESPÍRITU SANTO A través de toda la Biblia el Espíritu se revela como persona con individualidad propia (2ª Corintios 3:17-18; Hebreos 9:14; 1ª Pedro 1:2). Es persona divina como el Padre y como el Hijo. De modo que nunca se puede pensar que el Espíritu Santo es sólo un poder o una influencia. Él tiene características personales, porque piensa (Romanos 8:27), siente (Romanos 15:30), tiene voluntad (1ª Corintios 12:11), y tiene la capacidad de amar y disfrutar del compañerismo. Fue enviado por el Padre a llevar a los creyentes a una íntima presencia y comunión con Cristo (Juan 14:16-18-26). En vista de esas verdades hay que tratarlo como persona y considerarlo como el Dios infinito que vive en el corazón y es digno de adoración, amor y obediencia (Marcos 1:11). LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO La revelación del espíritu Santo en el Antiguo Testamento. Para una descripción de la obra del Espíritu de Dios en el antiguo Testamento. La revelación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento. (a) El Espíritu Santo es el agente de la salvación y convence de culpa (Juan 16:7-8), revela la verdad sobre Jesucristo (Juan 14:16-26), da el nuevo nacimiento (Juan 3:3-6) y bautiza a los creyentes para formar el cuerpo de Cristo (1ª Corintios 12:13). En la conversión se recibe el Espíritu (Juan 3:3-6; 20:22) y se llega a participar de la naturaleza divina (2ª Pedro 1:4). (b) El Espíritu Santo es el agente de la santificación. En la conversión el Espíritu Santo viene a vivir en los creyentes, los cuales quedan bajo su influencia santificadora (Romanos 8:9; 1ª Corintios 6:19). Nótense algunas cosas que el Espíritu hace cuando vive en los creyentes: los santifica, es decir, los limpia, lleva y motiva a una vida santa, liberándolos de la esclavitud del pecado (Romanos 8:2-4; Gálatas 5:16-17; 2ª Tesalonicenses 2:13); les dice que son hijos de Dios (Romanos 8:16), los
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ayuda en su adoración a Dios (Hechos 10:46) y su vida de oración, e intercede por ellos cuando claman a Dios (Romanos 8:26-27); produce cualidades propias del carácter de Cristo que lo glorifican (Gálatas 5:22-23; 1ª Pedro 1:2); es el maestro divino y guía a toda verdad (Juan 16:13; 14:26; 1ª Corintios 2:9-16), revela a Jesús y lleva a la comunión íntima y la unión con Él (Juan 14:16-18; 16:14); de continuo imparte el amor de Dios (Romanos 5:5) y da gozo, consuelo y ayuda (Juan 14:16; 1ª Tesalonicenses 1:6). (c) El Espíritu Santo es el agente de servicio que da poder a los creyentes para el servicio y el testimonio. Esta obra del Espíritu Santo se relaciona con el bautismo en el Espíritu o la plenitud del Espíritu. Cuando se recibe el bautismo en el Espíritu, se tiene poder para testificar de Cristo y trabajar con eficiencia dentro de la iglesia y delante del mundo (Hechos 1:8). Se recibe la misma unción divina que descendió sobre Cristo (Juan 1:32-33) y los discípulos (Hechos 2:4; 1:5), dándole poder para proclamar la Palabra de Dios (Hechos 1:8; 4:31) y hacer milagros (Hechos 2:43; 3:2-8; 5:15; 6:8; 10:38). Es el plan de Dios que todos los creyentes reciban el bautismo en el Espíritu Santo en esta época (Hechos 2:39). En lo concerniente al servicio, el Espíritu Santo imparte dones espirituales a personas de la iglesia para edificarla o fortalecerla (1ª Corintios 12-14). Esos dones son una manifestación del Espíritu por medio de personas, por las cuales se hacen realidad la presencia, el amor, la verdad y las normas de justicia de Cristo para el bien de toda la comunidad de creyentes (1ª Corintios 12:7-11). (d) El Espíritu Santo es el agente que bautiza a los creyentes para formar un solo cuerpo de Cristo (1ª Corintios 12:13), vive en la iglesia (1ª Corintios 3:16), la edifica (Efesios 2:22), inspira su adoración (Filipenses 3:3), dirige su misión (Hechos 13:2-4), designa a sus obreros (Hechos 20:28), le imparte dones (1ª Corintios 12:1-11), unge a sus predicadores (Hechos 2:4; 1ª Corintios 2:4), guarda el evangelio que le ha confiado (2ª Timoteo 1:14) y promueve su justicia (Juan 16:8; 1ª Corintios 3:16; 6:18-20). Las diversas actividades del Espíritu son complementarias y no contradictorias. Al mismo tiempo, esas facetas de la obra del espíritu Santo están entrelazadas y no pueden separarse totalmente. No se pueden tener (a) la plenitud de la nueva vida en Cristo, (b) la justicia como modo de vivir, (c) el poder para testificar del Señor ni (d) la comunión en su cuerpo, sin participar de cada una de esas cuatro experiencias. Por ejemplo, el bautismo en el espíritu Santo no puede mantenerse aparte de la obra del Espíritu que produce justicia dentro del creyente y lo guía al conocimiento de las verdades bíblicas y a su dedicación a ellas.
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PRUEBA DEL GENUINO BAUTISMO EN EL ESPÍRITU HECHOS 10:44-45. Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que había venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramasen el don del Espíritu Santo.
La Biblia declara que los creyentes deben poner a prueba y sopesar todo lo que pretenda ser del Espíritu Santo (1ª Tesalonicenses 5:19-21; 1ª Corintios 14:29). “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1ª Juan 4:1). Los siguientes principios bíblicos son útiles para probar si es de Dios un bautismo que se asegura que es en el Espíritu Santo. El genuino bautismo en el Espíritu Santo hará amar, exaltar y glorificar a Dios el Padre y al Señor Jesucristo más que antes (Juan 16:13-14; Hechos 2:11-36; 4:12; 7:55-56; 10:44-46). Es el Espíritu Santo quien hace que el amor a Dios aumente en el corazón (Romanos 5:5). Por el contrario, no es de Dios ningún supuesto bautismo en el Espíritu que atrae las oraciones, el culto y la adoración a cualquier cosa o persona diferente de Dios y del Señor Jesucristo. El genuino bautismo el en Espíritu Santo aumentará la conciencia de la relación con el Padre celestial (Hechos 1:4; Romanos 8:15-16) y de la presencia de Cristo en la vida diaria (Juan 14:16-18,23; 15:26) y aumentará el sincero clamor de “¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15; Gálatas 4:6). A la inversa, no es de Dios ningún supuesto bautismo en el Espíritu que no dé como resultado una comunión mayor y más intensa con Cristo y Dios el Padre. El genuino bautismo en el Espíritu Santo producirá un mayor amor y aprecio por las Escrituras. El espíritu de verdad (Juan 14:17), que inspiró las Escrituras (2ª Timoteo 3:16; 2ª Pedro 1:20-21), hará más profundo el amor a la verdad de la Palabra de Dios (Juan 16:13; Hechos 2:42; 3:22; 1ª Juan 4:6). Al contrario, no es de Dios ningún supuesto bautismo en el Espíritu que disminuya el deseo de leer la Palabra de Dios (Juan 8:31; 15:4-7). El genuino bautismo en el espíritu Santo hará más profundo el amor a otros seguidores de Cristo y el interés en ellos (Hechos 2:42-47; 4:31-37). La comunión y el compañerismo entre creyentes pueden tener lugar sólo en el Espíritu (2ª Corintios 13:14). Por el contrario, no es de Dios ningún supuesto bautismo en el Espíritu que reduzca el amor a los que con sinceridad procuran seguir a Jesucristo como Señor y Salvador (Romanos 5:5; 1ª Juan 4:21). El genuino bautismo en el Espíritu Santo está condicionado por el apartarse del pecado y la obediencia fiel a Cristo (Hechos 2:38; 8:15-24); se mantendrá sólo
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mientras continúe la santificación por el Espíritu (Hechos 2:40; 3:26; 5:29-32; 8:21; 26:18; Gálatas 5:16-25), para hacer morir las obras de la carne y ser “guiados por el Espíritu de Dios” (Romanos 8:13-14; Gálatas 5:24-25). Por el contrario, no se puede atribuir al Espíritu Santo el origen de ningún supuesto bautismo en el espíritu de una persona que no esté libre de pecado y que viva según la carne (Hechos 2:38-40; 8:18-23; Romanos 6:22-23; 8:2-15); cualquier poder en esa persona proviene de otra fuente, que es la actividad engañosa de Satanás (Salmo 5:4-5; 2ª Corintios 11:13-15; 2ª Tesalonicenses 2:9-10). El genuino bautismo en el Espíritu Santo intensificará el desagrado con los deleites pecaminosos y los placeres impíos del mundo y disminuirá el afán egoísta del prestigio y de las riquezas terrenales (Hechos 4:32-37; 8:14-24; 20:33; 1ª Juan 2:15-17). Por el contrario, no es de Dios ningún supuesto bautismo en el Espíritu que aumente la aceptación de los métodos y filosofías del mundo, pues “no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios” (1ª Corintios 2:12). El genuino bautismo en el Espíritu Santo dará mayor deseo y poder para testificar acerca de la obra salvadora del Señor Jesucristo (Lucas 4:18; Hechos 1:4-8; 2:1-4,3742; 4:8-33; Romanos 9:1-3; 10:1). Por el contrario, no es de Dios ningún supuesto bautismo en el Espíritu que no dé como resultado un deseo más intenso de ver a otros entrar en relación salvadora con Cristo (Hechos 4:20). El genuino bautismo en el espíritu Santo dispondrá en mayor grado al que lo ha recibido a la obra del Espíritu en el reino de Dios. Debido a que el hablar en lenguas es la señal inicial externa del bautismo en el Espíritu Santo según se presenta en el libro de Hechos, también hará que esté más dispuesto a la manifestación de los dones del Espíritu, en particular el don de hablar en lenguas, que es presentado en Hechos como la señal inicial visible del bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 2:4, 16-18; 4:29-30; 5:12-16; 6:8; 8:5-7; 10:38, 44-46; 1ª Corintios 12-14; Gálatas 3:5). Por el contrario, cualquier supuesto bautismo en el espíritu que no produzca las manifestaciones del Espíritu en la vida es una clara desviación de la experiencia de los creyentes del Nuevo Testamento y la norma expuesta en el libro de Hechos (Hechos 2:4-18; 10:45-46; 19:6). El genuino bautismo en el Espíritu Santo dará más conciencia de la obra, la dirección y la presencia del Espíritu en la vida diaria. Después de recibir la plenitud del Espíritu, los creyentes del Nuevo Testamento estaban siempre conscientes de la presencia, del poder y de la dirección del Espíritu (Hechos 2:4,16-18; 4:31; 6:5; 9:31; 10:19; 13:2,4,52; 15:28; 16:6-7; 20:23). Por el contrario, no es de Dios ningún supuesto bautismo en el Espíritu que no aumente la conciencia de la presencia del Espíritu, fortalezca el deseo de obedecer su dirección y refuerce el objetivo de vivir en su presencia sin entristecerlo ni apagar su fuego (Efesios 4:30; 1ª Tesalonicenses 5:19).
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LOS OBISPOS Y SUS DEBERES HECHOS 20:28. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.
Ninguna iglesia puede funcionar sin dirigentes designados. Así que, como lo indica Hechos 14:23, los creyentes llenos del Espíritu, que buscaban la voluntad de Dios mediante la oración y el ayuno, nombraban a ciertas personas para el oficio de anciano u obispo según los requisitos espirituales establecidos por el espíritu Santo en 1ª Timoteo 3:1-7. y Tito 1:5-9. Por lo tanto, es en definitiva el Espíritu quien nombra a alguien obispo de la iglesia. El discurso de Pablo a los ancianos efesios (Hechos 20:18-35) es un pasaje ejemplar de principios bíblicos sobre el desempeño del obispo dentro de la iglesia visible. Su función es similar a la de los profetas del Antiguo testamento. EL ESTÍMULO DE LA FE Uno de los principales deberes de los obispos es alimentar a las ovejas enseñándoles la Palabra de Dios. Siempre deben tener en cuenta que el rebaño encomendado no es otro que el pueblo que Dios ha comprado para sí con la preciosa sangre de su Hijo (Hechos 20:28; 1ª Corintios 6:20; 1ª Pedro 1:19; 2:9; Apocalipsis 5:9). En Hechos 20:19-27, Pablo describe su servicio de pastor de la iglesia en Éfeso y dice que ha proclamado toda la voluntad de Dios al amonestar y enseñar con fidelidad a los cristianos efesios (20:27). Por consiguiente, puede decir: “Estoy limpio de la sangre de todos” (20:26). Los obispos de hoy deben asimismo declarar a sus iglesias toda la voluntad de Dios. Deben predicar la Palabra, corregir, reprender y exhortar “con toda paciencia y doctrina” (2ª Timoteo 4:2.) y negarse a ser predicadores que procuren complacer a las personas al decirles sólo lo que quieran oír (2ª Timoteo 4:3). LA PROTECCIÓN DE LA FE El verdadero pastor debe proteger con diligencia a las ovejas del ataque de sus enemigos. Pablo sabe que en el futuro de la iglesia, Satanás levantará falsos maestros dentro de la iglesia e infiltrará el rebaño de Dios desde afuera con impostores que se adhieren a doctrinas que no son bíblicas, conceptos mundanos e ideas paganas y humanistas, los cuales destruirán la fe bíblica del pueblo de Dios. Pablo los llama “lobos rapaces”, lo cual significa que son fuertes, difíciles de dominar, voraces y peligrosos (Hechos 20:29; Mateo 10:16). Tales individuos alejarán a las personas de las enseñanzas de Cristo y las atraerán a sí mismos y a su evangelio tergiversado. La urgente petición de Pablo (Hechos 20:25-31) impone solemne obligación a todos los dirigentes de la iglesia para que protejan la iglesia y se opongan a todos los que tergiversen la revelación fundamental de la fe del Nuevo testamento.
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La verdadera iglesia está formada sólo por quienes, por la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu Santo son fieles al Señor Jesucristo y a la Palabra de Dios. Por lo tanto, un aspecto importante de la protección de la iglesia de Dios es que los dirigentes deben disciplinar, corregir en amor (Efesios 4:15.) y refutar con firmeza (2ª Timoteo 4:1-4; Tito 1:9-11) a todos los que están dentro de la iglesia que “hablen cosas perversas” (Hechos 20:30) o enseñen cosas contrarias a la Palabra de Dios y al testimonio apostólico. Los dirigentes de la iglesia, los pastores de las congregaciones locales y los funcionarios administrativos hacen bien en recordar que el Señor Jesús los ha hecho responsables de la sangre de todas las personas bajo su cuidado (Hechos 20:26-27; Ezequiel 3:20-21). Si los dirigentes dejan de declarar y de realizar todo el plan de Dios para la iglesia (Hechos 20:27), sobre todo en lo que concierne a la vigilancia del rebaño (20:28), no serán inocentes “de la sangre de todos” (20:26; Ezequiel 34:110). Por el contrario, Dios los considerará culpables de la sangre de los que se pierdan debido a la negativa de los dirigentes de proteger al rebaño de los que debilitan y tergiversan la Palabra (2ª Timoteo 1:14; Apocalipsis 2:2). Es muy importante que quienes tienen la responsabilidad de la dirección de la iglesia ejerzan disciplina con respecto a los asuntos teológicos, doctrinales y morales. La pureza de la doctrina y de la vida, y la adhesión a la infalibilidad de las Escrituras deben protegerse con cuidado en las universidades cristianas, los institutos bíblicos, los seminarios, las editoriales y todas las estructuras administrativas de la iglesia (2ª Timoteo 1:13-14). El tema principal en este punto es la actitud respecto a la inspiración divina de las Escrituras, que Pablo llama “la palabra de su gracia” (Hechos 20:32). Los maestros, pastores y dirigentes falsos intentarán debilitar la autoridad de la Biblia mediante sus enseñanzas subversivas y principios que no son bíblicos. Al rechazar la absoluta autoridad de la Palabra de Dios, niegan que la Biblia sea veraz y digna de confianza en todo lo que enseña (Hechos 20:28-31; Gálatas 1:6; 1ª Timoteo 4:1; 2ª Timoteo 3:8). A esas personas, por el bien de la iglesia, se les debe disciplinar y separar de la congregación (2ª Juan 9:11; Gálatas 1:9). La iglesia que deja de compartir el interés ardiente del Espíritu Santo en la pureza de la iglesia (Hechos 20:18-35), que se niega a mantener una firme defensa de la verdad y que se abstiene de disciplinar a los que socavan la autoridad de la Palabra de Dios pronto dejará de existir como iglesia que se rige por las normas del Nuevo Testamento (Hechos 12:5). Tal iglesia se hará culpable de apostasía de la revelación original de Cristo y de los apóstoles, al apartarse cada vez más del propósito, del poder y de la vida del Nuevo Testamento.
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TÉRMINOS BÍBLICOS DE LA SALVACIÓN ROMANOS 1:16. Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.
Dios ofrece gratis la vida eterna en Jesucristo; pero a veces resulta difícil entender el proceso exacto por el cual esa vida se pone a disposición del hombre. Por eso, para aclarar ese concepto, Dios describe en la Biblia diversas imágenes, cada una con su énfasis especial. Aquí se examinan tres de esas imágenes: la salvación, la redención y la justificación. LA SALVACIÓN Salvación (soteria) significa: “liberación”, “pasar con seguridad”, “protección de daño”. Ya en el Antiguo Testamento Dios se reveló a sí mismo como el Salvador de su pueblo (Salmo 27:1; 88:1; Deuteronomio 26:8; Salmo 61:2; Isaías 25:6; 53:5). La salvación se describe en la Biblia como “el camino” que conduce por la vida hasta la eterna comunión con Dios en el cielo (Mateo 7:14; Marcos 12:14; Juan 14:6; Hechos 16:17; 2ª Pedro 2:2-21; Hechos 9:2; 22:4; Hebreos 10:20). Ese camino de salvación debe seguirse hasta el mismo fin. Se puede describir la salvación como un camino con dos lados y tres etapas: El único camino de salvación. Cristo es el camino al Padre (Juan 14:6; Hechos 4:12). Se provee la salvación por la gracia de Dios, la cual Él da en Jesucristo (Romanos 3:24), basada en su muerte (Romanos 3:25; 5:8), resurrección (5:10) y continua intercesión por los creyentes (Hebreos 7:25). Los dos aspectos de la salvación. La salvación se recibe por gracia mediante la fe en Cristo (Romanos 3:22,24-25,28). Es decir, se produce como resultado de la gracia de Dios (Juan 1:16) y la respuesta humana de la fe (Hechos 16:31; Romanos 1:17; Efesios 1:15; 2:8). Las tres etapas de la salvación. a) La etapa pasada de la salvación incluye la vivencia personal por la cual los creyentes reciben el perdón de los pecados (Hechos 10:43; Romanos 4:6-8) y pasan de la muerte espiritual a la vida espiritual (1ª Juan 3:14), del poder del pecado al poder del Señor (Romanos 6:17-23), y del dominio de Satanás al dominio de Dios (Hechos 26:18). Los lleva a una nueva relación personal con Dios (Juan 1:12) y los rescata de la paga del pecado (Romanos 1:16; 6:23; 1ª Corintios 1:18). (b) La etapa presente de la salvación salva a los creyentes del hábito y dominio del pecado, llenándolos del Espíritu Santo. Abarca: (i) el privilegio de una relación directa con Dios como Padre y de Jesucristo como Señor y Salvador (Mateo 6:9; Juan 14:18-23;
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Gálatas 4:6); el llamado a considerarse muertos al pecado (Romanos 6:1-14) y a someterse a la dirección del Espíritu (Romanos 8:1-17) y a la Palabra de Dios (Juan 8:31; 14:21; 2ª Timoteo 3:15-16); la invitación a ser llenos del Espíritu Santo y la orden de mantenerse llenos (Hechos 2:33-39; Efesios 5:18); la exigencia de la separación del pecado (Romanos 6:1-14) y de la actual generación perversa (Hechos 2:40; 2ª Corintios 6:17); y el llamado a la lucha por el reino de Dios contra Satanás y sus huestes demoníacos (2ª Corintios 10:4-5; Efesios 6:11-16; 1ª Pedro 5:8). (c) La etapa futura de la salvación (Romanos 13:11-12; 1ª Tesalonicenses 5:8-9; 1ª Pedro 1:5) incluye: (i) la liberación de la ira venidera de Dios (Romanos 5:9; 1ª Corintios 3:15; 5:5; 1ª Tesalonicenses 1:10; 5:9); (ii) la participación de la gloria divina (Romanos 8:29; 1ª Corintios 15:49) y el recibimiento de un cuerpo resucitado o transformado (1ª Corintios 15:52); y (iii) las recompensas por ser fieles vencedores (Apocalipsis 2:7). Esa salvación futura es la meta que se esfuerzan por alcanzar todos los que siguen a Cristo (1ª Corintios 9:24-27; Filipenses 3:8-14). Todas las amonestaciones, disciplinas y castigos presentes tienen el propósito de que los creyentes no pierdan esa futura salvación (1ª Corintios 5:1-13; 9:24-27; Filipenses 2:12-16; 2ª Pedro 1:5-11; Hebreos 12:1). REDENCIÓN El sentido original de “redención” (apolutrosis) es un rescate mediante el pago de cierto precio. La expresión denota los medios por los que se procura la salvación, es decir, por el pago de un rescate. La doctrina de la redención puede resumirse como sigue: El estado de pecado del cual se debe redimir al hombre: El Nuevo Testamento presenta a los seres humanos alejados de Dios (Romanos 3:10-18), bajo el dominio de los poderes satánicos (Hechos 10:38; 26:18), esclavos del pecado (Romanos 6:6; 7:14), y en necesidad de liberación de la culpa, del castigo y del poder del pecado (Hechos 26:18; Romanos 1:18; 6:1-18,23; Efesios 5:8; Colosenses 1:13; 1ª Pedro 2:9). El precio pagado para la liberación de esa esclavitud: Cristo garantizó el rescate al derramar su sangre y dar su vida (Mateo 20:28; Marcos 10:45; 1ª Corintios 6:20; Efesios 1:7; Tito 2:14; Hebreos 9:12; 1ª Pedro 1:18-19). El estado resultante de los redimidos: Los creyentes redimidos por Cristo están ahora liberados del dominio de Satanás y de la culpa y del poder del pecado (Hechos 26:18; Romanos 6:7,12,14,18; Colosenses 1:13). Sin embargo, esa libertad del pecado no los deja libres para hacer lo que desean, porque los convierte en propiedad de Dios. La libertad del pecado los hace esclavos voluntarios de Dios (Hechos 26:18; Romanos 6:18-22; 1ª Corintios 6:19-20; 7:22-23). La enseñanza del Nuevo Testamento sobre la redención había sido prefigurada por la redención en el Antiguo Testamento. El gran acontecimiento de redención del Antiguo Testamento fue el éxodo de Egipto (Éxodo 6:7; 12:26). Además, por el sistema de los
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sacrificios, la sangre de animales era el precio que se pagaba por la expiación del pecado (Levítico 9:8). JUSTIFICACIÓN La palabra “justificar” (dikaioo) significa: ser “justos ante Dios” (Romanos 2:13), ser “constituidos justos” (Romanos 5:18-19), declarar recto o enderezar. Denota estar en una relación correcta con Dios más bien que recibir una simple declaración jurídica o legal. Dios perdona a los pecadores que se arrepienten, a quienes había declarado culpables por la ley y condenado a la muerte eterna, los restaura al favor divino, y los pone en relación (comunión) correcta con Él y con su voluntad. El apóstol Pablo revela varias verdades sobre la justificación y su realización: La justificación delante de Dios es un don (Romanos 3:24; efesios 2:8). Nadie puede justificarse delante de Dios guardando la ley a toda perfección ni haciendo buenas obras (Romanos 4:2-6), “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). La justificación delante de Dios se alcanza “mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). No se justifica a nadie sin que antes haya sido redimido por Cristo del pecado y su dominio. La justificación delante de Dios viene por “su gracia” y se obtiene “por medio la fe en Jesucristo” como Señor y Salvador (Romanos 3:22-24; 4:3-5). La justificación delante de Dios está relacionada con el perdón de los pecados (Romanos 4:7). Se declara culpables a los pecadores (Romanos 3:9-18,23) pero se les perdona por la muerte expiatoria y la resurrección de Cristo (Romanos 3:25; 4:5; 4:25; 5:6-9). Cuando se obtiene la justificación delante de Dios por medio de la fe en Cristo, los creyentes son crucificados con Cristo quien viene a vivir en ellos (Gálatas 2:16-21). Mediante esa vivencia, en realidad llegan a ser justos y comienzan a vivir para Dios (Gálatas 2:19-21). Esa obra transformadora de Cristo en el creyente por el Espíritu (2ª Tesalonicenses 2:13; 1ª Pedro 1:2) no se puede separar de la obra redentora de Cristo por él. La obra de Cristo y el Espíritu son de dependencia mutua.
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LA FE Y LA GRACIA ROMANOS 5:21. Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.
La salvación se produce como don de la gracia de Dios, pero sólo puede obtenerse por la respuesta humana de la fe. Para entender ese proceso de la salvación, hay que comprender esas dos palabras. FE SALVADORA La fe en Jesucristo es la única condición que Dios exige para la salvación. La fe no es sólo confesión acerca de Cristo, sino también actividad que brota del corazón del creyente que procura seguir a Cristo como Señor y Salvador (Mateo 4:19; 16:24; Lucas 9:23-25; Juan 10:4-27; 12:26; Apocalipsis 14:4). El concepto del Nuevo Testamento acerca de la fe incluye cuatro elementos: (a) Tener fe significa creer y confiar con firmeza en el Cristo crucificado y resucitado, como Señor y Salvador personal (Romanos 1:17). Abarca el creer de todo corazón (Romanos 6:17; Efesios 6:6; Hebreos 10:22), rendir la voluntad y entregar todo el ser a Jesucristo, tal y como se revela en el Nuevo Testamento. (b) La fe implica arrepentimiento, es decir, apartarse del pecado con verdadera tristeza (Hechos 17:30; 2ª Corintios 7:10) y volverse a Dios por medio de Cristo. La fe salvadora siempre es fe de arrepentimiento (Hechos 2:37-38; Mateo 3:2). (c) La fe incluye la obediencia a Jesucristo y a su Palabra como modo de vida inspirado por la fe, la gratitud a Dios y la obra regeneradora del Espíritu (Juan 3:3-6; 14:15,21-24; Hebreos 5:8-9). Es “para la obediencia a la fe” (Romanos 1:5). Por lo tanto, la fe y la obediencia son inseparables (Romanos 16:26). La fe salvadora que no procura la santificación es ilegítima e imposible. (d) La fe incluye la devoción y el vínculo personales y sinceros a Jesucristo, los cuales se expresan en confianza, amor, lealtad y gratitud. La fe en su sentido más elevado no puede diferenciarse bien del amor. Es actividad personal de sacrificio y de entrega dirigida a Cristo (Mateo 22:37; Juan 21:15-17; Hechos 8:37; Romanos 6:17; Gálatas 2:20; Efesios 6:6; 1ª Pedro 1:8). La fe en Jesucristo como Señor y Salvador es tanto acto de un momento como actitud continua que debe aumentar y fortalecerse (Juan 1:12). Debido a que se tiene fe en la persona definida que murió por el hombre (Romanos 4:25; 8:32; 1ª Tesalonicenses 5:9-10), esa fe debe crecer (Romanos 4:20; 2ª Tesalonicenses 1:3; 1ª Pedro 1:3-9). La confianza y la obediencia se convierten en fidelidad y devoción (Romanos 14:8; 2ª Corintios 5:15); la fidelidad y la devoción se convierten en intensa sensación de acercamiento y amor al Señor Jesucristo (Filipenses 1:21; 3:8-10; Juan 15:4; Gálatas 2:20). Esa fe en Cristo lleva a la nueva relación con Dios y exime de su ira (Romanos
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1:18; 8:1); mediante esa nueva relación el creyente muere al pecado (Romanos 6:118) y el Espíritu Santo vive en él (Gálatas 3:5; 4:6). GRACIA En el Antiguo Testamento Dios se reveló a sí mismo como Dios de gracia y misericordia, quien manifestaba su amor por su pueblo, no porque ellos lo merecieran sino por su propio deseo de ser fiel a las promesas dadas a Abraham, Isaac y Jacob (Éxodo 6:9). La gracia es la presencia y el amor de Dios por medio de Jesucristo, que reciben los creyentes de parte del Espíritu Santo, quien imparte misericordia, perdón y el deseo y el poder para hacer la voluntad de Dios (Juan 3:16; 1ª Corintios 15:10; Filipenses 2:13; 1ª Timoteo 1:15-16). Toda la actividad de la vida cristiana de principio a fin depende de la gracia. Dios da la medida de gracia como don (1ª Corintios 1:4) a los incrédulos para que puedan creer en el Señor Jesucristo (Efesios 2:8-9; Tito 2:11; 3:4). Dios da gracia a los creyentes para que sean “libres del pecado” (Romanos 6:20-22), para producir en ellos “tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13; Tito 2:11-12; Mateo 7:21, sobre la obediencia, don de la gracia de Dios), y para que oren (Zacarías 12:10), crezcan en Cristo (2ª Pedro 3:18) y testifiquen acerca de Cristo (Hechos 4:33; 11:23). La gracia de Dios se debe desear y buscar con diligencia (Hebreos 4:16). Se recibe la gracia de Dios al estudiar y obedecer las Escrituras (Juan 15:1-11; 20:31; 2ª Timoteo 3:15), al oír la proclamación del evangelio (Lucas 24:47; Hechos 1:8; Romanos 1:16; 1ª Corintios 1:17-18), al orar (Hebreos 4:16; Judas 20), al ayunar (Mateo 4:2; 6:16), al adorar a Cristo (Colosenses 3:16), al permanecer lleno del Espíritu Santo (Efesios 5:18), y al participar en la Cena del Señor (Hechos 2:42; efesios 2:9; sobre la función de la gracia). El creyente puede dejar de alcanzar (Hebreos 12:15), recibir en vano (2ª Corintos 6:1), apagar (1ª Tesalonicenses 5:19), desechar (Gálatas 2:21) y abandonar la gracia de Dios (Gálatas 5:4).
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ISRAEL EN EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN ROMANOS 9:6. No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los descendientes de Israel son israelitas.
INTRODUCCIÓN En Romanos 9-11, Pablo expone el problema de la pasada elección, el presente rechazo del evangelio y la futura salvación de Israel, Escribió esos tres capítulos para responder al interrogante de los creyentes judíos: ¿Cómo pueden tener vigencia las promesas de Dios a Abraham y la nación de Israel mientras toda la nación de Israel parece no tener parte en el evangelio? Aquí se resume el argumento de Pablo. SINOPSIS Hay tres elementos en el discurso de Pablo sobre Israel en el plan divino de salvación: La pasada elección de Israel (Romanos 9:6-29). (a) En 9:6-13. Pablo afirma que la promesa de Dios a Israel no ha fallado, pues sólo incluía a los fieles de la nación. Estaba destinada sólo para el verdadero Israel, es decir, para los que eran fieles a la promesa (Génesis 12:1-3; 17:19). Siempre hay un Israel dentro de Israel que ha recibido la Promesa. (b) En 9:14-19. Pablo señala que Dios tiene el derecho de hacer lo que le plazca con las personas y las naciones. Él tiene derecho a rechazar a Israel si desobedece y a tener misericordia de los gentiles y ofrecerles la salvación si así lo decide. El actual rechazo del evangelio por Israel (Romanos 9:30–10:21). El que Israel deje de responder a Cristo no se debe a un decreto divino incondicional sino a su propia incredulidad y desobediencia (Romanos 10:3). El rechazo de Israel como algo parcial y temporal (Romanos 11). Israel aceptará al final la salvación de Dios en Cristo. Hay varias razones que expone en su argumento: (a) Dios no ha rechazado al verdadero Israel, porque se ha mantenido fiel al “remanente” que le ha permanecido fiel al aceptar a Cristo (11:1-6). (b) Dios ha endurecido a la mayoría de Israel actual porque no quisieron aceptar a Cristo (11:710; 9:31 – 10:21). (c) Dios ha convertido la transgresión de Israel (la crucifixión de Cristo) en oportunidad para proclamar la salvación a todo el mundo (11:11-12,15). (d) Durante el tiempo actual de la incredulidad nacional de Israel, la salvación de los judíos y de los gentiles (10:12-13) depende de la fe en Jesucristo (11:13-14). (e) La creencia en Jesucristo de una parte de Israel nacional tendrá lugar en el futuro (11:25-29). (f) El propósito sincero de Dios es tener misericordia de todos, tanto judíos como gentiles, e incluir en su reino a todas las personas que creen en Cristo (11:30-36; 10:12-13; 11:20-24.
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PERSPECTIVA Varias cosas resaltan en estos tres capítulos de la Epístola a los romanos: Este discurso sobre Israel no se refiere primordialmente a la vida y la muerte eternas de las personas después de la muerte física. Más bien Pablo trata de la relación de Dios con las naciones y los pueblos desde el punto de vista histórico, es decir, su derecho a usar ciertas naciones y personas como decida. Por ejemplo, la elección de Jacob en lugar de su hermano Esaú (Romanos 9:11.) tuvo el propósito de fundar y de usar a las naciones de Israel y Edom que descendieron de ellos. No tenía nada que ver con su destino eterno y personal a la salvación o a la condenación. Así que Dios tiene el derecho de llamar e imponer responsabilidades a las personas y naciones que escoja. Pablo expresa interés incesante y tristeza intensa por la nación judía (Romanos 9:13). El hecho mismo de que Pablo ore por la salvación de sus compatriotas indica que él no creía en la teología de la predestinación, la cual enseña que todas las personas están predestinadas al cielo o al infierno desde antes de nacer. Más bien el deseo sincero por el cual oraba Pablo es reflejo del deseo de Dios para el pueblo judío (Romanos 10:21; Lucas 19:41, sobre el lamento de Jesús por el rechazo de Israel del camino de salvación de Dios). El Nuevo Testamento no enseña en ninguna parte que algunas personas hayan sido predestinadas al infierno antes de nacer. El elemento más significativo de todo el discurso es el tema de la fe. La condición espiritual de perdición de la mayoría de los israelitas no se determinó ni se fijó con un arbitrario decreto de Dios, sino que resultó de su renuencia a someterse al plan de salvación de Dios por la fe en Cristo (Romanos 9:33; 10:3; 11:20). Sin embargo, muchos gentiles aceptaron el camino de la fe establecido por Dios y alcanzaron la justicia que es por la fe. Obedecieron a Dios por la fe y llegaron a ser “hijos del Dios viviente” (9:25-26). Eso subraya la importancia de la obediencia que viene por la fe (1:5; 16:26) con respecto al llamamiento y a la elección de Dios. Todavía se ofrece esperanza a la nación de Israel, si deja de seguir en su incredulidad (Romanos 11:23). De la misma manera, se les advierte a los creyentes que no son judíos, quienes ahora forman parte de la iglesia de Dios, que también enfrentan la misma posibilidad de ser cortados de la salvación. Por lo tanto, ellos deben ser tan diligentes en seguir en la fe con temor, como lo fueron los israelitas (11:20-23). Esa advertencia tiene hoy tanta validez como la tuvo cuando la escribió Pablo. Las Escrituras contienen muchísimas promesas de la final restauración de Israel a Dios mediante la aceptación de ellos del Mesías. Esto sucederá al final de la gran tribulación, inmediatamente antes del retorno de Jesucristo (Isaías 11:10-16; 29:1724; 49:22-26; Jeremías 31:31-34; Ezequiel 37:12-14; romanos 11:26; Apocalipsis 12:6).
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TRES CLASES DE PERSONAS 1ª CORINTIOS 2:14-15. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.
DIVISIÓN FUNDAMENTAL Las Escrituras dividen, por lo general, a todos los seres humanos en dos clases: El hombre natural (gr. Psichikos, 1ª Corintios 2:14), o que no es espiritual, es la persona no regenerada, o sea, gobernada por los simples instintos naturales (2ª Pedro 2:12). Esa clase de persona no tiene al Espíritu Santo (Romanos 8:9), está bajo el dominio de Satanás (Hechos 26:18) y es esclava de los deseos de la carne (Efesios 2:3); pertenece al mundo, simpatiza con él (Santiago 4:4) y rechaza los caminos rectos del Espíritu (1ª Corintios 2:14). La persona que no es espiritual no puede entender a Dios ni sus métodos, sino que en su lugar confía en el razonamiento o las emociones humanas. El hombre espiritual (gr. Pneumatikos, 1ª corintios 2:15; 3:1) es la persona regenerada, es decir, la que tiene al Espíritu Santo. Esa persona piensa en lo espiritual, conoce los pensamientos de Dios (1ª Corintios 2:11-13) y vive por el Espíritu de Dios (Romanos 8:4-17; Gálatas 5:16-26). Tal persona cree en Jesucristo, se esfuerza por seguir la dirección del Espíritu que vive en ella y resiste los deseos sensuales y el dominio del pecado (Romanos 8:13-14). ¿Cómo se llega a ser hombre o mujer espiritual? Al aceptar por la fe la salvación provista por medio de Cristo, la persona se regenera; el espíritu Santo le imparte la nueva naturaleza por la infusión de vida divina (2ª Pedro 1:4). Esa persona nace de nuevo (Juan 3:3,5,7.) se renueva (Romanos 12:2) y es nueva criatura (2ª Corintios 5:17) que recibe la justicia de Dios mediante la fe en Cristo (Filipenses 3:9). OTRA DISTINCIÓN ENTRE LOS CREYENTES EN CRISTO Aunque los creyentes nacidos de nuevo reciben la nueva vida del Espíritu, conservan la de la carne con sus inclinaciones malvadas (Gálatas 5:16-21). La carne que permanece en ellos no puede cambiarse a buena; se le tiene que dar muerte y vencer mediante el poder y la gracia del Espíritu (Romanos 8:13). Los creyentes vencen al negarse a sí mismos a diario (Mateo 16:24; Romanos 8:12-13; Tito 2:12), quitar todo obstáculo o pecado (Hebreos 12:1), y resistir todos los deseos de la carne (Romanos 13:14; Gálatas 5:16; 1ª Pedro 2:11). Por el poder del Espíritu los creyentes luchan contra la carne (Romanos 8:13-14; Gálatas 5:16-18), la crucifican (Gálatas 5:24) y le dan muerte a diario (Colosenses 3:5). Mediante ese proceso de renunciamiento y de entrega a la obra santificadora del Espíritu Santo, serán liberados del poder de su
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carne, es decir, su naturaleza pecaminosa, y vivirán como creyentes espirituales (Romanos 6:13; Gálatas 5:16. No todos los creyentes hacen el esfuerzo requerido para vencer del todo esa naturaleza pecaminosa. Al escribirles a los corintios, Pablo advierte (1ª Corintios 3:13) que algunos se estaban comportando de manera mundana o no espiritual (gr. Sarkikos); en vez de resistir con firmeza las inclinaciones de su carne, a menudo cedían por lo menos a algunas. Aunque no vivían en desobediencia constante, transigían con el mundo, la carne y el diablo en algunos aspectos de la vida, mientras querían seguir formando parte del pueblo de Dios (10:21; 2ª corintios 6:14-18; 11:3; 13:5). El estado de los creyentes carnales. Aunque el pecado y la rebelión no eran la norma de su vida, ni habían cometido grave inmoralidad e injusticia que los separara del reino de Dios (1ª Corintios 6:9-11; Gálatas 5:21; Efesios 5:5), esos creyentes carnales se comportaban de tal manera que ya no crecían en la gracia y actuaban como recién convertidos, que todavía no entendían todo lo que implicaba la salvación en cristo (1ª Corintios 3:1-2). Su carnalidad se expresaba en “celo, contiendas y disensiones” (1ª Corintios 3:3). Eran indiferentes y tolerantes con respecto a la inmoralidad dentro de la iglesia (1ª corintios 5:1-13; 6:13-20). No tomaban en serio la Palabra de Dios ni a su apóstol (1ª Corintios 4:18-19). Iban a los tribunales por asuntos triviales (1ª corintios 6:8). Obsérvese que Pablo considera a los corintios que han cometido inmoralidad sexual, u otros pecados escandalosos, excluidos del todo de la salvación en Cristo (1ª corintios 5:1,9-11; 6:9-10). Los peligros de los creyentes carnales. Esos creyentes carnales de Corinto estaban en peligro de desviarse de la sincera devoción a Cristo (2ª Corintios 11:3) y adaptarse cada vez más al mundo (2ª Corintios 6:14-18). Por ese motivo el señor los castigaría y juzgaría, y si continuaban adaptándose al mundo, serían al final excluidos del reino de Dios (1ª Corintios 6:9-10; 11:31-32). En realidad, algunos ya habían sufrido la muerte espiritual, pues habían cometido el enorme pecado que la causa (1ª Juan 3:15; 5:17; Romanos 8:13; 1ª Corintios 5:5; 2ª Corintios 12:21; 13:5). Las advertencias a los creyentes carnales: (a) Los creyentes carnales deben saber que están en peligro de apartarse de la fe si no están dispuestos a purificarse de todo lo que desagrada a Dios (Romanos 6:14-16; 1ª Corintios 6:9-10; 2ª Corintios 11:3; Gálatas 6:7-9; Santiago 1:12-16). (b) Deben aprender del trágico ejemplo de los israelitas a quienes Dios destruyó debido al pecado (1ª Corintios 10:5-12). (c) Deben comprender que es imposible participar de las cosas del Señor y de las de Satanás al mismo tiempo (Mateo 6:24; 1ª Corintios 10:21). (d) Deben separarse por completo del mundo (2ª Corintios 6:14-18) y purificarse “de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2ª Corintios 7:1).
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DONES ESPIRITUALES PARA LOS CREYENTES 1ª CORINTIOS 12:7. Espíritu para provecho.
Pero a cada uno le es dada la manifestación del
PERPECTIVA GENERAL El Espíritu Santo se manifiesta mediante una variedad de dones espirituales que se les da a los creyentes (1ª Corintios 12:7). Esas manifestaciones del Espíritu son para la edificación y santificación de la iglesia (1ª Corintios 12:7; 14:26). Esos dones espirituales no son lo mismo que los dones y ministerios mencionados en Romanos 12:6-8. y Efesios 4:11. por los cuales el creyente recibe el poder y la capacidad para servir de manera más permanente en la iglesia. La lista de 1ª Corintios 12:8-10. no incluye todos los dones, los cuales pueden manifestarse en diversas combinaciones. Las manifestaciones del Espíritu se dan según la voluntad del Espíritu (1ª Corintios 12:11.) cuando surge la necesidad y de acuerdo con el anhelo del creyente (12:31; 14:1). Algunos dones pueden manifestarse por medio de una persona de manera regular, y un creyente puede tener más de un don para necesidades especiales. El creyente debe desear los “dones” y no un solo don (1ª Corintios 12:31; 14:1). No es bíblico ni prudente suponer que porque alguien ejerza un don espectacular, esa persona es más espiritual que una que tenga dones menos espectaculares. Además, tener un don no significa que Dios aprueba todo lo que hace o enseña una persona. No deben confundirse los dones espirituales con el fruto del Espíritu, que se relaciona más directamente con la santificación y el carácter cristiano (Gálatas 5:22-23). Satanás o los falsos profetas que se disfrazan de siervos de Cristo pueden falsificar la manifestación del Espíritu mediante los dones (Mateo 7:21-23; 24:11-24; 2ª Corintios 11:13-15; 2ª Tesalonicenses 2:8-10). El creyente no debe creer en toda manifestación espiritual, sino que debe probar “los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1ª Juan 4:1; 1ª Tesalonicenses 5:20-21). DONES INDIVIDUALES En 1ª Corintios 12:8-10, Pablo enumera la diversidad de dones que el espíritu Santo da a los creyentes. Aunque no define aquí sus características, podemos deducirlas de otros pasajes de las Escrituras. La palabra de sabiduría Es una declaración sabia mediante la obra del Espíritu Santo. Aplica la revelación de la Palabra de Dios o la sabiduría del Espíritu Santo a una situación o a un problema específicos (Hechos 6:10; 15:13-22). Sin embargo, no es lo mismo que tener la
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sabiduría de Dios para el diario vivir. Esta se obtiene mediante el estudio asiduo y la meditación en la Palabra y en los métodos de Dios, y mediante la oración (Santiago 1:5-6). La palabra de ciencia o de conocimiento Es una declaración inspirada por el Espíritu Santo que revela conocimiento de personas, circunstancias o verdades bíblicas. A menudo se relaciona en forma estrecha con la profecía (Hechos 5:1-10; 10:47-48; 15:7-11; 1ª Corintios 14:24-25). Fe Esta no es fe salvadora sino fe sobrenatural y especial impartida por el espíritu Santo, que capacita al creyente para que crea que Dios puede hacer lo extraordinario y lo milagroso. Es la fe que mueve montañas (1ª Corintios 13:2.) y con frecuencia aparece combinada con otras manifestaciones tales como sanidades y milagros (Mateo 17:20, sobre la fe verdadera; Marcos 11:22-24; Lucas 17:6). Dones de sanidades Estos dones se dan a la iglesia para restaurar la salud física por medios sobrenaturales (Mateo 4:23-25; 10:1; Hechos 3:6-8; 4:30). El plural (“dones”) indica la sanidad de diversas enfermedades y sugiere que cada acto de sanidad es don especial de Dios. Aunque los dones de sanidad no se dan a cada miembro del cuerpo de Cristo de manera especial (1ª Corintios 12:11-30), todos los creyentes pueden orar por los enfermos. Cuando hay fe, serán sanados los enfermos. La sanidad también puede producirse como resultado de la obediencia a las instrucciones de Santiago 5:14-16. El hacer milagros Son actos de poder sobrenatural que alteran el curso normal de la naturaleza. Incluyen actos divinos en los que se manifiesta el reino de Dios contra Satanás y los espíritus malos (Juan 6:2). Profecía Se debe distinguir entre la profecía como manifestación temporal del Espíritu (1ª corintios 12:10) y la profecía como don de ministerio de la iglesia (Efesios 4:11). Como don de ministerio, se da la profecía sólo a algunos creyentes, que deben desempeñarse como profetas dentro de la iglesia. Como manifestación del Espíritu, la profecía está siempre a disposición de cada creyente lleno del Espíritu (Hechos 2:1718). En cuanto a la profecía como manifestación del Espíritu: (a) La profecía es don especial que capacita al creyente para dar un mensaje de revelación directa de Dios bajo el impulso del Espíritu Santo (1ª Corintios 14:24-25,29-31). No es la recitación de un sermón preparado con anterioridad. (b) Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la profecía no es de forma primordial la predicción del futuro, sino la proclamación de la voluntad de Dios y la exhortación y el estímulo al
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pueblo de Dios a la justicia, la fidelidad y la paciencia (14:3). (c) El mensaje puede poner al descubierto el estado del corazón de una persona (14:25) u ofrecer fortaleza, aliento, consuelo, advertencia y juicio (14:3,25-26,31). (d) La iglesia no tiene que recibir tal profecía como mensaje infalible, porque muchos falsos profetas entrarán en la iglesia (1ª Juan 4:1). Por lo tanto, toda profecía debe ser probada para su autenticidad y verdad (1ª Corintios 14:29-32; 1ª Tesalonicenses 5:20-21) preguntándose si se conforma a la Palabra de Dios (1ª Juan 4:1), si estimula la vida piadosa (1ª Timoteo 6:3), y si la expresa alguien que con sinceridad está viviendo bajo el señorío de Cristo (1ª Corintios 12:3). (e) La profecía se manifiesta bajo la voluntad de Dios y no de los seres humanos. El Nuevo testamento no indica que la iglesia buscara la revelación o dirección de los que decían ser profetas. La profecía se daba a la iglesia sólo cuando Dios iniciaba el mensaje (1ª Corintios 12:11; 2ª Pedro 1:21). Discernimiento de espíritus Mediante este don especial, el espíritu faculta para discernir y juzgar en forma debida las profecías y distinguir si un mensaje es o no es del Espíritu Santo (1ª Corintios 14:29; 1ª Juan 4:1). Hacia el fin del mundo cuando habrá un gran aumento de falsos maestros (Mateo 24:5) y de tergiversación del cristianismo bíblico (1ª Timoteo 4:1), será de suma importancia ese don para la iglesia. Diversos géneros de lenguas Con respecto a las “lenguas” (gr. Glossa, que significa: idioma) como manifestación sobrenatural del Espíritu, debe señalarse lo siguiente: (a) Pueden ser lenguas humanas habladas y vivas (Hechos 2:4-6) o lenguas desconocidas en la tierra, como por ejemplo “lenguas... angélicas” (1ª Corintios 13:1; 14). Tal lenguaje no se ha aprendido y a menudo es incomprensible tanto para el que habla (14:14) como para los que escuchan (14:16). (b) Al hablar en lenguas el espíritu humano y el Espíritu de Dios se encuentran de modo que el creyente se comunica directamente con Dios (en la oración, la alabanza, la adoración o la acción de gracias), expresándose con el espíritu y no con la mente (1ª Corintios 14:2-14) y orando por sí mismo o por los demás bajo la influencia directa del Espíritu Santo sin que intervenga la actividad mental (1ª Corintios 14:2,4,15,28; Judas 20). (c) En la congregación las lenguas deben ir acompañadas de la interpretación dada por el Espíritu que comunique el contenido y significado del mensaje a la iglesia (1ª Corintios 14:3,27-28). Puede contener revelación, conocimiento, profecía o enseñanza para la asamblea (1ª Corintios 14:6). (d) Debe regularse el hablar en lenguas dentro de la congregación. El que habla nunca puede estar “en éxtasis” ni “fuera de control” (1ª Corintios 14:27-28). Interpretación de lenguas Mediante este don, el Espíritu faculta para comprender y comunicar el significado de un mensaje en lenguas. Cuando se interpretan para la congregación, las lenguas funcionan como instrucción para la adoración y la oración, o como profecía. La iglesia
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puede entonces participar en esa revelación inspirada por el Espíritu. Las lenguas interpretadas son medio de edificación a toda la congregación a medida que responde al mensaje (14:6-13). Puede recibir el don de la interpretación de lenguas el que habla en lenguas u otro creyente. El que habla en lenguas también debe pedir el don de interpretación (1ª Corintios 14:13).
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LA RESURRECCIÓN DEL CUERPO 1ª CORINTIOS 15:35. Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?
La resurrección del cuerpo es una doctrina fundamental en las Escrituras. Se refiere a la acción de Dios de resucitar al cuerpo de entre los muertos y reunirlo con el alma y el espíritu de la persona, de la cual estuvo separado durante el estado intermedio. La Biblia revela por lo menos tres razones por las cuales es necesaria la resurrección del cuerpo. (a) El cuerpo es parte esencial de toda la personalidad humana; los seres humanos quedan incompletos sin cuerpo. Por eso la redención que Cristo ofrece se aplica a toda la persona, incluso el cuerpo (Romanos 8:18-25). (b) El cuerpo es el templo del Espíritu Santo (1ª Corintios 6:19); llegará a ser una vez más templo del Espíritu en la resurrección. (c) Para deshacer el resultado del pecado en todos los niveles, debe vencerse al enemigo final de la humanidad (la muerte del cuerpo) mediante la resurrección (1ª Corintios 15:26). En el Antiguo Testamento (Génesis 22:1-14; Salmo 16:10; Hechos 2:24ss; Job 19:2527; Isaías 26:19; Daniel 12:2; Oseas 13:14) como en el Nuevo Testamento, Hebreos 11:17-19. (Lucas 14:13-14; 20:35-36; Juan 5:21,28-29; 6:39-40,44,54; 1ª Corintios 15:22-23; Filipenses 3:11; 1ª Tesalonicenses 4:14-16; Apocalipsis 20:4-6,13) se enseña la futura resurrección del cuerpo. La resurrección del cuerpo está garantizada por el hecho de la resurrección de Cristo (Mateo 28:6; Hechos 17:31; 1ª Corintios 15:12,20-23). En términos generales, el cuerpo resucitado del creyente será como el cuerpo resucitado del Señor (Romanos 8:29; 1ª Corintios 15:20,42-44,49; Filipenses 3:20-21; 1ª Juan 3:2). El cuerpo resucitado: (a) poseerá continuidad e identidad con el cuerpo de esta vida y por tanto será reconocible (Lucas 16:19-31); (b) será transformado en cuerpo celestial adaptado para el nuevo cielo y la nueva tierra (1ª Corintios 15:4244,47-48; Apocalipsis 21:1); (c) será imperecedero, libre de la descomposición y de la muerte (1ª Corintios 15:42); (d) será glorificado, como el de Cristo (1ª Corintios 15:43; Filipenses 3:20-21); (e) tendrá poder y no estará sujeto a enfermedades ni a debilidades (1ª Corintios 15:43); (f) será espiritual (no natural, sino sobrenatural), no limitado por las leyes de la naturaleza (Lucas 24:31; Juan 20:19; 1ª Corintios 15:44); (g) podrá comer y beber (Lucas 14:15; 22:14-18,30; 24:43). Cuando los creyentes reciban su nuevo cuerpo, se revestirán de inmortalidad (1ª Corintios 15:53). Las Escrituras indican por lo menos tres propósitos: (a) para que los creyentes lleguen a ser todo lo que Dios se propuso en la creación para los seres humanos (1ª Corintios 2:9); (b) para que los creyentes conozcan a Dios de la manera
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completa que Él desea que lo conozcan (Juan 17:3); (c) para que Dios exprese su amor a sus hijos como Él desea (Juan 3:16; Efesios 2:7; 1ª Juan 4:8-16). Los fieles que estén vivos cuando Cristo vuelva por sus seguidores tendrán la misma transformación corporal que los que hayan muerto en Cristo antes del día de la resurrección (1ª Corintios 15:51-53). Se les dará nuevo cuerpo como el de los resucitados en esa ocasión. No sufrirán la muerte física. Cristo dice que “los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:29).
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EL JUICIO DE LOS CREYENTES 2ª CORINTIOS 5:10. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. La Biblia enseña que algún día los creyentes tendrán que rendir cuentas “ante el tribunal de Cristo”. Con respecto al juicio de los creyentes, se debe tener presente lo que sigue: A todo creyente se le someterá a juicio; no habrá excepción alguna (Romanos 14:12; 1ª Corintios 3:1215; 2ª Corintios 5:10; Eclesiastés 12:14). Ese juicio ocurrirá cuando Cristo vuelva por su iglesia (Juan 14:3; 1ª Tesalonicenses 4:14-17). El juez es Cristo (Juan 5:22; 2ª Timoteo 4:8). La Biblia habla del juicio del creyente como algo serio y solemne, sobre todo en vista de que incluye la posibilidad de daño o “pérdida” (1ª Corintios 3:15; 2ª Juan 8), de ser avergonzado delante de Él “en su venida” (1ª Juan 2:28) y de que se queme la obra de toda la vida (1ª Corintios 3:13-15). Sin embargo, en el juicio del creyente Dios no dicta sentencia condenatoria. Todo se pondrá de manifiesto. El verbo “comparecer” (gr. Faneroo, 2ª Corintios 5:10) significa: “ser revelado abierta o públicamente”. Dios examinará y sacará a luz, en su verdadera realidad: (a) los actos secretos (Marcos 4:22; Romanos 2:16), (b) el carácter (Romanos 2:5-11), (c) las palabras (Mateo 12:36-37). (d) las buenas acciones (Efesios 6:8), (e) las actitudes (Mateo 5:22), (f) los motivos (1ª Corintios 4:5), (g) la falta de amor (Colosenses 3:18 – 4:1), y (h) la obra y el servicio de los creyentes (1ª Corintios 3:13). En resumen, los creyentes tendrán que dar cuenta de su fidelidad o infidelidad a Dios (Mateo 25:21-23; 1ª Corintios 4:2-5) y de sus acciones a la luz de la gracia, la oportunidad y la comprensión que se les haya dado (Lucas 12:48; Juan 5:24; Romanos 8:1). Las malas acciones del creyente, cuando se ha arrepentido de ellas, son perdonadas con respecto al castigo eterno (Romanos 8:1), pero todavía se toman en cuenta al ser juzgadas para recompensa: “Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere” (Colosenses 3:25; Eclesiastés 12:14; 1ª Corintios 3:5; 2ª Corintios 5:10). Dios recuerda y recompensa las buenas acciones y el amor del creyente (Hebreos 6:10): “Sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor” (Efesios 6:8). Los resultados específicos del juicio del creyente serán diversos. Habrá confianza o vergüenza (1ª Juan 2:28), aprobación divina (Mateo 25:21), tareas y autoridades (Mateo 25:14-30), posición (Mateo 5:19; 19:30), recompensas (1ª Corintios 3:12-14; Filipenses 3:14; 2ª Timoteo 4:8) y honor (Romanos 2:10; 1ª Pedro 1:7). El juicio inminente de los creyentes debe perfeccionar en ellos el temor del Señor (2ª Corintios 5:11; Filipenses 2:12; 1ª Pedro 1:17) y hacer que tengan la mente despejada y dominio propio, que velen y oren (1ª Pedro 4:5-7), que lleven vida santa y piadosa (2ª Pedro 3:11), y que sean compasivos y bondadosos con todos (Mateo 5:7; 2ª Timoteo 1:16-18).
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SEPARACIÓN ESPIRITUAL DE LOS CREYENTES 2ª CORINTIOS 6:17-18. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.
El concepto de separación del mal es fundamental para la relación de Dios con su pueblo. Según la Biblia, la separación implica dos dimensiones, la una negativa y la otra positiva: (a) la separación moral y espiritual del pecado y de todo lo que es contrario a Jesucristo, a la justicia y a la Palabra de Dios; (b) acercarse a Dios en estrecha e íntima comunión mediante la consagración, la adoración y el servicio. La separación en ese doble sentido da como resultado la relación en la que Dios es el Padre celestial que vive con los creyentes y es su Dios, y ellos son sus hijos (2ª Corintios 6:16-18). En el Antiguo Testamento la separación era requisito constante para el pueblo de Dios (Éxodo 23:24; Levítico 11:44; Deuteronomio 7:3; Esdras 9:2). Dios exigía de su pueblo que fuera santo, diferente y separado de todos los otros pueblos, a fin de pertenecer a Él como pueblo escogido. Una de las principales razones por las que Dios castigó a su pueblo con el exilio en Asiria y Babilonia fue su persistencia en acomodarse a la idolatría y el estilo de vida de las naciones circunvecinas (2º Reyes 17:7-8; 24:3; 2º Crónicas 36:14; Oseas 7:8; Jeremías 2:5-13; Ezequiel 23:2). En el Nuevo Testamento Dios ordenó la separación del creyente: (a) del sistema inmoral del mundo y de concesiones impías (Juan 17:15-16; 2ª Timoteo 3:1-5; Santiago 1:27; 4:4), (b) de las personas de la iglesia que pecan y se niegan a arrepentirse (Mateo 18:15-17; 1ª Corintios 5:9-11; 2ª Tesalonicenses 3:6-15), y (c) de los maestros, las iglesias y las sectas falsas que enseñan errores teológicos y niegan las verdades bíblicas (Mateo 7:15; Romanos 16:17; Gálatas 1:9; Tito 3:9-11; 2ª Pedro 2:17-22; 1ª Juan 4:1; 2ª Juan 10-11; Judas 12-13). La actitud en la separación debe ser de (a) odio al pecado, a la injusticia y al sistema inmoral del mundo (Romanos 12:9; Hebreos 1:9; 1ª Juan 2:15), (b) oposición a la falsa doctrina (Gálatas 1:9), (c) genuino amor por aquellos de quienes hay que separarse (Juan 3:16; 1ª Corintios 5:5; Gálatas 6:1; Romanos 9:1-3; 2ª Corintios 2:18; 11:28-29; Judas 22), y (d) temor de Dios en la perfección de la santidad (2ª Corintios 7:1). El propósito de la separación es que el pueblo de Dios pueda: (a) perseverar en la salvación (1ª Timoteo 4:26; Apocalipsis 2:14-17), en la fe (1ª Timoteo 1:19; 6:10,2021) y en la santidad (Juan 17:14-21; 2ª Corintios 7:1); (b) vivir sólo para Dios, su Señor y Padre (Mateo 22:37; 2ª Corintios 6:16-18); y (c) convencer al mundo
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incrédulo de las verdades y las bendiciones del evangelio (Juan 17:21; Filipenses 2:15). Si hay la debida separación, Dios recompensa al acercarse con su protección, bendición y cuidado paternal. Él promete ser todo lo que un buen Padre debe ser. Será consejero y guía; amará y tratará con ternura a sus hijos (2ª Corintios 6:16-18). Si no se separan del mal, los creyentes perderán la comunión con Dios (2ª Corintios 6:16), la aceptación del Padre (6:17) y los derechos de hijos (6:18; Romanos 8:1516).
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OBRAS DE LA CARNE Y FRUTO DEL ESPÍRITU GÁLATAS 5:22-23. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
Ningún pasaje de la Biblia traza un contraste más claro entre la manera de vivir del creyente lleno del Espíritu y la del que está dominado por la naturaleza humana pecaminosa que Gálatas 5:16-26. Pablo no sólo trata, sobre las diferencias generales de la manera de vivir, al hacer hincapié en que el Espíritu y la carne están en conflicto, sino que también incluye una lista específica de obras de la carne y del fruto del Espíritu. LAS OBRAS DE LA CARNE La “carne” (gr. Sarx) describe la naturaleza humana con sus deseos inmorales. La “carne” permanece en los creyentes después de su conversión y es su enemigo mortal (Romanos 8:6-8,13; Gálatas 5:17-21). Los que practican las obras de la carne no pueden heredar el reino de Dios (Gálatas 5:21). Por lo tanto, se debe oponer resistencia y dar muerte a esa carne en una batalla continua que el creyente libra mediante el poder del Espíritu Santo (Romanos 8:4-14; Gálatas 5:17). Las obras de la carne (5:19-21) comprenden: “Adulterio” (gr. Moicheia), es decir, relaciones sexuales de una persona casada con alguien que no sea su cónyuge (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18; Mateo 5:31-32). “Fornicación” (gr. Porneia), es decir, conducta y relaciones sexuales inmorales; incluye el complacerse en fotos, películas o publicaciones pornográficas (Mateo 5:32; 19:9; Hechos 15:20-29; 21:25; 1ª Corintios 5:1). “Inmundicia” (gr. Akatarsia), es decir, pecados sexuales, obras y vicios malvados, incluso pensamientos y deseos del corazón (Efesios 5:3; Colosenses 3:5). “Lascivia” (gr. Aselgeia), es decir, sensualidad; seguir los deseos y las malas pasiones hasta el punto de no tener vergüenza ni decencia alguna (2ª Corintios 12:21). “Idolatría”, es decir, adoración de espíritus, personas o imágenes talladas; confianza en cualquier persona, institución u objeto como si tuviera igual o mayor autoridad que Dios y su Palabra (Colosenses 5:5). “Hechicerías” (gr. Farmakeia), es decir, brujería, espiritismo, magia negra, adoración de demonios y uso de drogas para producir experiencias “espirituales” (Éxodo 7:1122; 8:18; Apocalipsis 9:21; 18:23). “Enemistades” (gr. Ectra), es decir, intenciones y acciones hostiles e intensas; antipatía u odio extremos. 178
“Pleitos” (gr. Eris), es decir, querellas, antagonismo; lucha por la superioridad (Romanos 1:29; 1ª Corintios 1:11; 3:3). “Celos” (gr. Zelos), es decir, resentimiento, envidia del éxito de otro (Romanos 13:13; 1ª Corintios 3:3). “Iras” (gr. Tumos), es decir, enojo explosivo que se inflama y se convierte en palabras o acciones violentas (Colosenses 3:8). “Contiendas” (gr. Eriteia), es decir, búsqueda de poder (2ª Corintios 12:20; Filipenses 1:16-17). “Disensiones” (gr. Dicostasia), es decir la introducción de enseñanzas divisorias no respaldadas por la Palabra de Dios (Romanos 16:17). “Herejías” (gr. Jairesis), es decir, división de la congregación en grupos egoístas o camarillas que destruyen la unidad de la iglesia (1ª Corintios 11:19). “Envidias” (gr. Ftonos), es decir, antipatía resentida de otra persona que tiene algo que se desea. “Homicidios” (gr. Fonos), es decir, dar muerte a una persona sin el apoyo de la ley y con malicia. “Borracheras” (gr. Mete), es decir, deterioro del control físico o mental por las bebidas alcohólicas. “Orgías” (gr. Kromos), es decir, fiesta y parranda excesivas; espíritu festivo que incluye alcohol, drogas, sexo, o algo parecido. El comentario final de Pablo sobre las obras de la carne es severo y contundente: Cualquiera que llamándose creyente se ocupa de ese tipo de actividades queda excluido del reino de Dios, es decir, no tiene salvación eterna (Gálatas 5:21; 1ª corintios 6:9). EL FRUTO DEL ESPÍRITU En contraste con las obras de la carne está la manera de vivir sin dobleces llamada “el fruto del espíritu”. Este se produce en los hijos de Dios a medida que permiten que el Espíritu dirija y ejerza tal influencia en su vida que destruyen el poder del pecado, sobre todo las obras de la carne, y caminan en comunión con Dios (Romanos 8:5-14; 8:14; 2ª Corintios 6:6; Efesios 4:2-3; 5:9; Colosenses 3:12-15; 2ª Pedro 1:4-9). El fruto del Espíritu comprende:
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“Amor” (gr. Ágape), es decir, interés y búsqueda del mayor bien de otra persona sin móviles de ganancia personal (Romanos 5:5; 1ª Corintios 13; Efesios 5:2; Colosenses 3:14). “Gozo” (gr. Jara), es decir, la sensación de gozo fundado en el amor, la gracia, las bendiciones, las promesas y la cercanía de Dios que tienen los que creen en Cristo (Salmo 119:16; 2ª Corintios 6:10; 12:9; Filipenses 1:14; 1ª Pedro 1:8). “Paz” (gr. Eirene), es decir, el sosiego de la mente y del corazón fundado en el conocimiento de que todo anda bien entre el creyente y su Padre celestial (Romanos 15:33; Filipenses 4:7; 1ª Tesalonicenses 5:23; Hebreos 13:20). “Paciencia” (gr. Makrotumia), es decir, constancia, conformidad; ser lento para el enojo o la desesperación (Efesios 4:2; 2ª Timoteo 3:10; Hebreos 12:1). “Benignidad” (gr. Crestotes), es decir, no querer ofender a nadir ni causarle dolor (Efesios 4:32; Colosenses 3:12; 1ª Pedro 2:3). “Bondad” (gr. Agatosune), es decir, celo por la verdad y la justicia y aborrecimiento del mal; puede expresarse en actos de amabilidad (Lucas 7:37-50) o en la reprensión y la corrección del mal (Mateo 21:12-13). “Fe” (gr. Pistis), es decir, lealtad firme y constante a una persona a quien se está unido por promesa, compromiso, carácter fidedigno e integridad (Mateo 23:23; Romanos 3:3; 1ª Timoteo 6:12; 2ª Timoteo 2:2; 4:7; Tito 2:10). “Mansedumbre” (gr. Prautes), es decir, moderación acompañada de fortaleza y valor; describe a una persona que puede enojarse cuando se necesita el enojo y ser humildemente sumisa cuando se necesita la sumisión (2ª Timoteo 2:25; 1ª Pedro 3:15; sobre la mansedumbre de Cristo, Mateo 11:29; 23 y Marcos 3:5; sobre la de Pablo, 2ª Corintios 10:1; 10:4-6 y Gálatas 1:9; sobre la de Moisés, Números 12:3; Éxodo 32:19-20). “Templanza” (gr. Egkrateia), es decir, el dominio de las propias pasiones y deseos, incluso la fidelidad a los votos nupciales; también la pureza (1ª Corintios 7:9; 9:25; Tito 1:8; 2:5). El comentario final de Pablo sobre el fruto del Espíritu indica que no hay restricción alguna a la manera de vivir que se describe aquí. Los creyentes pueden y deben practicar estas virtudes una y otra vez; nunca descubrirán una ley que les prohíba vivir según estos principios.
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LA ELECCIÓN Y LA PREDESTINACIÓN EFESIOS 1:4-5. Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.
LA ELECCIÓN La elección de Dios de los que creen en Cristo es una doctrina importante para el apóstol Pablo (Romanos 8:29-33; 9:6-26; 11:5,7,28; Colosenses 3:12; 1ª Tesalonicenses 1:4; 2ª Tesalonicenses 2:13; Tito 1:1). La elección (gr. Eklego) se refiere a la elección de Dios en Cristo de un pueblo para que sea santo y sin mancha a sus ojos (2ª Tesalonicenses 2:13). Pablo ve esa elección como una expresión del amor de Dios cuando Dios recibe como suyos a todos los que reciben a su Hijo, Jesucristo (Juan 1:12). La doctrina de la elección abarca las verdades siguientes: La elección es cristocéntrica, es decir, la elección de los seres humanos ocurre sólo en unión con Jesucristo. “Nos escogió en él” (Efesios 1:4; 1:1). Cristo es el primero de todos los elegidos de Dios. Con respecto a Jesús, Dios declara: “He aquí mi siervo, a quien he escogido” (Mateo 12:18; Isaías 42:1-6; 1ª Pedro 2:4) . Cristo, elegido, es el fundamento de la elección. Sólo en unión con Cristo los creyentes se cuentan entre los elegidos (Efesios 1:4,6-7,9-10,12-13). Nadie es elegido separado de la unión con Cristo por la fe. La elección es en Él, “en quien tenemos redención por su sangre” (Efesios 1:7). Dios tuvo el propósito antes de la creación (1:4) de formar un pueblo por la muerte redentora de Cristo en la cruz. Por eso la elección se basa en la muerte expiatoria de Cristo para salvar de los pecados (Hechos 20:28; Romanos 3:24-26). La elección en Cristo es primordialmente colectiva, es decir, la elección de un pueblo (Efesios 1:4-5,7,9). Se les llama a los elegidos el “cuerpo de Cristo” (4:12), “mi iglesia” (Mateo 16:18), “pueblo adquirido por Dios” (1ª Pedro 2:9) y la “esposa” de Cristo (Apocalipsis 19:7). Por lo tanto, la elección es colectivo y comprende a las personas sólo en la medida que se identifican y asocian con el cuerpo de Cristo, la verdadera iglesia (Efesios 1:22-23). Esto era así también en lo referente a Israel en el antiguo Testamento (Deuteronomio 29:18-21; 2ª Reyes 21:14). La elección para salvación y santidad del cuerpo de Cristo siempre es segura. Pero la certidumbre de la elección de las personas sigue condicionada a la fe viva y personal en Jesucristo y a la perseverancia en unión con Él. Pablo demuestra esto como sigue: (a) El eterno propósito de Dios para la iglesia es que los creyentes sean “santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). Eso se refiere al perdón de los pecados (1:7) y a la santificación y santidad de la iglesia. El Espíritu Santo conduce al pueblo elegido de
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Dios hacia la santificación y la santidad (Romanos 8:14; Gálatas 5:16-25). El apóstol insiste en el énfasis de este importante plan de Dios (Efesios 2:10; 3:14-19; 4:1-3,1324; 5:1-18). (b) El cumplimiento de este plan para la iglesia colectiva es seguro: Cristo quiere “presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa... santa y sin mancha” (Efesios 5:27). (c) El cumplimiento de este plan para los creyentes es condicional. Cristo los presentará “santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4) sólo si continúan en la fe. Pablo declara que Cristo va a presentarlos” santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio” (Colosenses 1:22-23). La elección para salvación en Cristo se ofrece a todos (Juan 3:16-17; 1ª Timoteo 2:46; Tito 2:11; Hebreos 2:9) y llega a ser una realidad para las personas en particular según su arrepentimiento y fe cuando aceptan el don de salvación de Dios en Cristo (Efesios 2:8; 3:17; Hechos 20:21; Romanos 1:16; 4:16). Por la fe, el Espíritu Santo incorpora al creyente al cuerpo elegido de Cristo (la iglesia) (1ª Corintios 12:13), con lo cual llega a ser uno de los elegidos. Así Dios y los seres humanos toman una decisión en la elección (Romanos 8:29; 2ª Pedro 1:1-11). LA PREDESTINACIÓN La predestinación (gr. Proorizo) significa: “decidir de antemano”, y se aplica a los planes de Dios incluidos en la elección. Mediante la elección Dios escoge “en Cristo” a un pueblo (la verdadera iglesia) para sí. La predestinación comprende lo que le sucederá al pueblo de Dios (todos los genuinos creyentes en Cristo). Dios predestina a sus elegidos para que sean: (a) llamados (Romanos 8:30); (b) justificados (Romanos 3:24; 8:30); (c) glorificados (Romanos 8:30); (d) conformes a la imagen de su Hijo (Romanos 8:29); (e) santos y sin mancha (Efesios 1:4); (f) adoptados como hijos suyos (1:5); (g) redimidos (1:7); (h) destinatarios de una herencia (1:14); (i) para alabanza de su gloria (Efesios 1:12; 1ª Pedro 2:9); (j) destinatarios del Espíritu Santo (Efesios 1:13; Gálatas 3:14) y (k) creados para hacer buenas obras (Efesios 2:10). La predestinación, como la elección, se refiere al cuerpo colectivo de Cristo (la verdadera iglesia espiritual), e incluye a las personas sólo en asociación con ese cuerpo mediante una fe viva en Jesucristo (Efesios 1:5,7,13; Hechos 2:38-41; 16:31). RESUMEN Con respecto a la elección y la predestinación, se pudiera emplear la analogía de una gran nave rumbo al cielo. Dios escoge la nave (la iglesia) para que sea su embarcación personal. Cristo es el Capitán y el Piloto de esa nave. Todos los que desean formar parte de esa nave elegida y de su Capitán pueden hacerlo mediante la fe viva en Cristo, por la cual pueden abordarla. Mientras están en la nave, en compañía del Capitán, están entre los elegidos. Si optan por abandonar la nave y al Capitán, dejan de ser parte de los elegidos. La elección siempre es sólo en unión con
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el Capitán y su nave. La predestinación tiene que ver con el destino de la nave y con lo que Dios ha preparado para los que permanecen en ella. Dios invita a todo el mundo a subir, mediante la fe en Jesucristo, a la nave elegida.
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LOS DONES DE MINISTERIO DE LA IGLESIA EFESIOS 4:11. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros.
EL DADOR Efesios 4:11 enumera los dones de ministerio (dirigentes espirituales talentosos) que Cristo dio a la iglesia. Pablo dice que Cristo dio esos dones de ministerio (1) “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (4:12) y (2) para el crecimiento y el desarrollo espiritual del cuerpo de Cristo según el plan de Dios (4:13-16). APÓSTOLES El título “apóstol” se aplica a ciertos dirigentes en el Nuevo Testamento. El verbo apostelo significa: enviar a alguien en una misión especial como mensajero y representante personal del que lo envía. Se emplea el título con respecto a Cristo (Hebreos 3:1), los doce discípulos (Mateo 10:2), Pablo (Romanos 1:1; 2ª Corintios 1:1; Gálatas 1:1) y otros (Hechos 14:4-14; Romanos 16:7; Gálatas 1:19; 2:8-9; 1ª Tesalonicenses 2:6-7). Se empleó el término “apóstol” en el Nuevo Testamento en sentido general para un representante designado de una iglesia, tales como los primeros misioneros cristianos. Por lo tanto, en el Nuevo Testamento “apóstol” se refería a cualquier mensajero designado y enviado como misionero o para alguna otra responsabilidad especial (Hechos 14:4-14; Romanos 16:7; 2ª Corintios 8:23; Filipenses 2:25). Eran hombres que manifestaban liderazgo espiritual extraordinario, eran ungidos con poder para enfrentarse directamente a los poderes de la oscuridad y para confirmar el evangelio con milagros, y estaban dedicados a establecer iglesias conforme a la verdad y a la pureza apostólica. Esos siervos viajeros arriesgaban la vida por el nombre del Señor Jesucristo y el avance del evangelio (Hechos 11:21-26; 13:50; 14:19-22; 15:25-26). Eran hombres de fe y de oración llenos del Espíritu (Hechos 11:23-25; 13:2-5,46-52; 14:1-7,14,21-23). En ese sentido general, los apóstoles aun son esenciales para el plan de Dios en la iglesia. Si las iglesias dejan de enviar a personas llenas de Espíritu, entonces se obstaculizará la difusión del evangelio por todo el mundo. Por otra parte, siempre que la iglesia produzca y envíe a tales personas, cumplirá su tarea misionera y permanecerá fiel a la gran comisión del Señor (Mateo 28:18-20). También se emplea el término “apóstol” en un sentido especial, para referirse a los que vieron a Jesucristo después de su resurrección y recibieron la comisión del Señor resucitado de predicar el evangelio y establecer la iglesia (los doce discípulos y Pablo). Ellos tenían la autoridad extraordinaria dentro de la iglesia relacionada a la revelación divina y al mensaje evangélico original que no puede existir en nadie más
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actualmente (Efesios 2:20). Por eso el oficio de apóstol en ese sentido especializado es exclusivo y no se puede repetir. Los apóstoles originales no pueden tener sucesores (1ª Corintios 15:8). Una tarea preponderante de los apóstoles del Nuevo Testamento era establecer iglesias y asegurarse de que se fundaran o restauraran con la sincera devoción a Cristo y la fe del Nuevo Testamento (Juan 21:15-17; 1ª Corintios 12:28; 2ª Corintios 11:2-3; Efesios 4:11-12; Filipenses 1:17). Esa tarea comprendía dos obligaciones principales: (a) el urgente deseo dado por Dios de mantener la pureza de la iglesia y su separación del pecado y del mundo (1ª Corintios 5:1-5; 2ª Corintios 6:14-18; Santiago 2:14-26; 1ª Pedro 2:11; 4:1-5; 1ª Juan 2:1,15-17; 3:3-10) y (b) una obligación continua de proclamar el evangelio del Nuevo Testamento y defenderlo de herejías, nuevas tendencias teológicas y falsos maestros (Romanos 16:17; 1ª Corintios 11:2; 2ª Corintios 11:3-4,14; Gálatas 1:9; 2ª Pedro 1-3; 1ª Juan 4:1-6; 2ª Juan 7-11; Judas 3-4, 12-13). Aunque los primeros apóstoles que echaron los cimientos de la iglesia no tienen sucesores, la iglesia de hoy todavía depende del mensaje y de la fe de ellos. La iglesia debe obedecer y permanecer fiel a sus escritos originales. Rechazar la revelación inspirada de los apóstoles es dejar de ser una iglesia según la norma bíblica y rechazar al Señor mismo (Juan 16:13-15; 1ª Corintios 14:36-38; Gálatas 1:9-11). Por otra parte, creer el mensaje apostólico, obedecerlo y protegerlo de toda deformación es permanecer fiel al Espíritu Santo (Hechos 20:28; 2ª Timoteo 1:14) y garantizar la vida, la bendición y la presencia continuas de Dios en la iglesia (Efesios 2:20). PROFETAS Los profetas eran creyentes que hablaban bajo el impulso directo del Espíritu Santo en el nombre de Dios, y cuyo principal interés era la vida y la pureza espirituales de la iglesia. Bajo el nuevo pacto el Espíritu Santo los designó y capacitó para trasmitir un mensaje de Dios a su pueblo (Hechos 2:17; 4:8; 21:4). Se precisa de la base de los profetas del Antiguo Testamento para comprender el ministerio profético en la iglesia primitiva. Su tarea principal era dar un mensaje de Dios por medio del Espíritu a fin de alentar al pueblo de Dios a permanecer fiel a su relación del pacto. A veces también predecían el futuro como el Espíritu se lo revelaba. Cristo y los apóstoles sirven de ejemplos del ideal del Antiguo Testamento (Hechos 3:22-23; 13:1-2). Los profetas funcionaban dentro de la iglesia del Nuevo Testamento de la siguiente manera: (a) Eran proclamadores e intérpretes de la Palabra de Dios, llenos del Espíritu, llamados por Dios para exhortar, animar, edificar y consolar (Hechos 2:1436; 3:12-26; 1ª Corintios 12:10; 14:3). (b) Debían ejercer el don de profecía. (c) A veces eran videntes (1ª Crónicas 29:29) que predecían el futuro (Hechos 11:28; 21:10-11). (d) Como los profetas del Antiguo Testamento, los del Nuevo Testamento
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tenían la misión de poner al descubierto el pecado, proclamar, la justicia, advertir del juicio venidero y combatir la carnalidad y la tibieza entre el pueblo de Dios (Lucas 1:14-17). Debido a su mensaje de justicia, los profetas y su ministerio pueden esperar el rechazo de muchas personas de la iglesia durante los tiempos de tibieza y apostasía. El carácter, la obligación, el deseo y la capacidad del profeta comprenden: (a) el celo por la pureza de la iglesia (Juan 17:15-17; 1ª Corintios 6:9-11; Gálatas 5:22-25); (b) la profunda sensibilidad ante el mal, y la capacidad para identificar, definir y aborrecer la injusticia (Romanos 12:9; Hebreos 1:9); (c) la aguzada comprensión del peligro de las falsas enseñanzas (Mateo 7:15; 24:11,24; Gálatas 1:9; 2ª Corintios 11:12-15); (d) la inmanente dependencia de la Palabra de Dios para confirmar el mensaje del profeta (Lucas 4:17-19; 1ª Corintios 15:3-4; 2ª Timoteo 3:16; 1ª Pedro 4:11); (e) el interés por el éxito espiritual del reino de Dios y la participación de los sentimientos de Dios (Mateo 21:11-13; 23:37; Lucas 13:34; Juan 2:14-17; Hechos 20:27-31). Los mensajes de los profetas no se han de considerar infalibles. Sus mensajes se sujetan a la evaluación de la iglesia, a otros profetas y a la Palabra de Dios. Se requiere que la congregación discierna y pruebe si lo que contienen es de Dios (1ª Corintios 14:29-33; 1ª Juan 4:1). Los profetas aun son esenciales en la realización del plan de Dios para la iglesia. La iglesia que rechaza a los profetas de Dios será una iglesia decadente que va a la deriva hacia lo carnal y el acomodo de las verdades bíblicas (1ª Corintios 14:3; Mateo 23:31-38; Lucas 11:49; Hechos 7:51-52). Si no se les permite a los profetas que den mensajes de reprensión y amonestación, inspirados por el Espíritu, que pongan al descubierto el pecado y la injusticia (Juan 16:8-11), entonces la iglesia se convertirá en un lugar donde ya no puede escucharse la voz del Espíritu. La política eclesiástica y el poder mundanal reemplazarán al Espíritu (2ª Timoteo 3:1-9; 4:3-5; 2ª Pedro 2:1-3, 12-22). Al contrario, si la iglesia y sus dirigentes oyen la voz de los profetas, se verán estimulados a la vida renovada y a la comunión con Cristo, abandonarán el pecado y la presencia del Espíritu será evidente entre los fieles (1ª Corintios 14:3; 1ª Tesalonicenses 5:19-21; Apocalipsis 3:20-22). EVANGELISTAS EN EL Nuevo Testamento, los evangelistas eran hombres de Dios que Él capacitaba y comisionaba para proclamar el evangelio (las buenas nuevas) de salvación a los que no eran salvos y ayudar a establecer una nueva obra en una ciudad. Cuando se proclama el evangelio, siempre lleva consigo la oferta y el poder de salvación. El ministerio de Felipe “el evangelista” (Hechos 21:8) da una clara descripción de la obra de un evangelista según la norma del Nuevo Testamento: (a) Felipe predicaba el evangelio de Cristo (Hechos 8:4-5,35). (b) Muchos se salvaban y se bautizaban con agua (Hechos 8:6,12). (c) Señales, milagros, sanidades y liberación de los espíritus
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inmundos acompañaban su predicación (Hechos 8:6-7,13). (d) Él se interesaba en que los recién convertidos fueran llenos del Espíritu Santo (Hechos 8:12-17; 2:38; 19:1-6). El evangelista es esencial para el plan de Dios para la iglesia. La iglesia que deja de alentar y respaldar el ministerio del evangelista dejará de ganar convertidos como Dios desea. Se convertirá en una iglesia inactiva, desprovista de crecimiento y de obra misionera. La iglesia que valora el don espiritual del evangelista y mantiene un ferviente amor e interés por los perdidos proclamará el mensaje con poder de convicción y salvación (Hechos 2:14-41). PASTORES Los pastores supervisan y cuidan de las necesidades espirituales de una congregación local. También se les llama “ancianos” (Hechos 20:17; Tito 1:5) y “obispos” (1ª Timoteo 3:1; Tito 1:7). La tarea de los pastores es proclamar la sana doctrina, refutar herejías (Tito 1:9-11), enseñar la Palabra de Dios y ejercer el liderazgo en la iglesia local (1ª Tesalonicenses 5:12; 1ª Timoteo 3:1-5); ser ejemplo de pureza y sana doctrina (Tito 2:7-8); y ver que todos los creyentes permanezcan en la gracia divina (Hebreos 12:15; 13:17; 1ª Pedro 5:2). Esa tarea se describe en Hechos 20:28-31 como salvaguardas de la verdad apostólica y del rebaño de Dios que vigilan por si surgen falsas doctrinas y falsos maestros dentro de la iglesia. Los pastores funcionan como quienes cuidan ovejas, de los cuales Jesús como el buen Pastor es modelo (Juan 10:11-16; 1ª Pedro 2:25; 5:2-4). La norma del Nuevo Testamento muestra que varios pastores dirigen la vida espiritual de una iglesia local (Hechos 20:28; Filipenses 1:1). Se elegía a los pastores, no por política ni juegos de poder, sino por la sabiduría del Espíritu que se le daba al grupo mientras examinaba las cualidades espirituales del candidato. Los pastores son esenciales para el cumplimiento de la voluntad de Dios para su iglesia. La iglesia que no elige pastores piadosos y fieles ya no será gobernada según la mente del Espíritu (1ª Timoteo 3:1-7). Será una iglesia que queda expuesta a las fuerzas destructivas de Satanás y del mundo (Hechos 20:28-31). Se tergiversará la predicación de la Palabra y se perderán las normas del evangelio (2ª Timoteo 1:1314). No se cuidará a los creyentes y a las familias de la iglesia como Dios quiere (1ª Timoteo 4:6,12-16; 6:20-21). Muchos se apartarán de la verdad y se volverán a fábulas (2ª Timoteo 4:4). Al contrario, si se designan pastores piadosos, estos nutrirán a los creyentes con palabras de fe y con la sana doctrina, y los disciplinarán con el fin de la piedad (1ª Timoteo4:6-7). Se enseñará a la iglesia a perseverar en la doctrina de Cristo y de los apóstoles para asegurar así su salvación y la de los que oigan (1ª Timoteo 4:16; 2ª Timoteo 2:2).
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MAESTROS Los maestros tienen un don especial que Dios les ha dado a fin de esclarecer, exponer y proclamar la Palabra de Dios para edificar el cuerpo de Cristo (Efesios 4:12). La tarea especial de los maestros es defender, con la ayuda del Espíritu Santo, el evangelio que se les ha confiado (2ª Timoteo 1:11-14). Han de guiar fielmente a la iglesia a la revelación bíblica y al mensaje original de Cristo y de los apóstoles, y perseverar en esa tarea. El propósito principal de la enseñanza bíblica es preservar la verdad y producir santidad al guiar al cuerpo de Cristo a una consagración inexorable a la vida piadosa según la Palabra de Dios. Las Escrituras declaran que la meta de la instrucción para el creyente es “el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1ª Timoteo 1:5). Por lo tanto, la evidencia del aprendizaje del creyente no es solamente lo que sabe, sino cómo vive, es decir, la manifestación de su amor, de su pureza, de su fe y de su piedad. Los maestros son esenciales en el plan de Dios para su iglesia. La iglesia que rechaza o se niega a escuchar a los maestros y teólogos que permanecen fieles a la revelación bíblica dejarán de preocuparse por la autenticidad del mensaje bíblico y por la correcta interpretación de la doctrina original de Cristo y de los apóstoles. La iglesia en la cual permanecen callados tales maestros y teólogos no seguirá firme en la verdad. Nuevos vientos de doctrina se aceptarán sin críticos, y las experiencias religiosas y las ideas humanas, en vez de la verdad revelada, serán la guía definitiva de la doctrina, las normas y la conducta de la iglesia. Al contrario, la iglesia que escucha a los maestros y teólogos piadosos tendrán para sus enseñanzas y prácticas la medida del testimonio original y fundamental del evangelio, se pondrán al descubierto los conceptos falsos y la pureza del mensaje original de Cristo se les trasmitirá a sus hijos. La Palabra inspirada de Dios llegará a ser la prueba de toda doctrina, y la iglesia siempre recordará que la Palabra inspirada por el Espíritu es la verdad y la autoridad suprema, y como tal, se mantiene sobre las iglesias y sus instituciones.
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PADRES E HIJOS COLOSENCES 3:21. Padres, no exasperéis a vuestro hijos, para que no se desalienten.
Es la solemne obligación de los padres (gr. Pater; plural, peteres, puede significar: “padres” o “padre y madre”) darles a sus hijos la instrucción y corrección que corresponden a la crianza cristiana. Los padres deben dar ejemplo de vida y conducta cristiana, e interesarse más en la salvación de los hijos que en sus empleos, profesiones, ministerio en la iglesia o posición social (Salmo 127:3). Según el mensaje de Pablo en Efesios 6:4 y Colosenses 3:21, así como en las instrucciones de Dios en muchos pasajes del Antiguo Testamento (Génesis 18:19; Deuteronomio 6:7; Salmo 78:5; Proverbios 4:1-4; 6:20), es responsabilidad de los padres darles a sus hijos la crianza que los prepare para la vida que agrada a Dios. Es la familia y no la iglesia ni la escuela cristiana, la que tiene la responsabilidad primordial de la instrucción bíblica y espiritual de los hijos. La iglesia y la escuela cristiana sólo ayudan en el adiestramiento que dan los padres. La esencia de la educación cristiana es: El corazón del padre debe volverse al corazón del hijo a fin de llevar el corazón del hijo al corazón del Salvador (Lucas 1:17). Al criar a sus hijos, los padres no deben mostrar favoritismo. Tienen que alentar y corregir, castigar únicamente el mal intencional, y dedicar su vida en amor a sus hijos con compasión, bondad, humildad, ternura y paciencia (Colosenses 3:12-14,21). Los padres deben dar estos quince pasos para guiar a sus hijos a la vida piadosa en Cristo: (a) Dedicar a sus hijos a Dios desde el comienzo de su vida (1º Samuel 1:28; Lucas 2:22). (b) Enseñarles a temer al Señor y a apartarse de la maldad, a amar la justicia y a odiar el pecado. Inculcarles la conciencia de la actitud y del juicio de Dios hacia el pecado (Hebreos 1:9). (c) Enseñarles a obedecerlos mediante la disciplina bíblica (Deuteronomio 8:5; Proverbios 3:11-12; 13:24; 23:13-14; 29:15,17; Hebreos 12:7). (d) Protegerlos de las influencias impías estando conscientes de los esfuerzos de Satanás por destruirlos espiritualmente por la atracción al mundo y por medio de compañeros inmorales (Proverbios 13:20; 28:7; 1ª Juan 2:15-17). (e) Hacerles saber que Dios siempre está observando y evaluando lo que hacen, piensan y dicen (Salmo 139:1-12). (f) Llevarlos en los primeros años de la vida a la fe personal, al arrepentimiento y al bautismo en agua en Cristo (Mateo 19:14).
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(g) Establecerlos en una iglesia espiritual donde se proclame la Palabra de Dios, se honren sus normas de justicia y se manifieste el Espíritu Santo. Enseñarles el lema: “Compañero soy yo de todos los que te temen” (Salmo 119:63; Hechos 12:5). (h) Animarlos a que se mantengan separados del mundo y que testifiquen y trabajen para Dios (2ª Corintios 6:14 – 7:1; Santiago 4:4). Enseñarles que son extranjeros y peregrinos en esta tierra (Hebreos 11:13-16), que su verdadero hogar y ciudadanía están en el cielo con Cristo (Filipenses 3:20; Colosenses 3:1-3). (i) Instruirlos en cuanto a la importancia del bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 1:4-5,8; 2:4-39). (j) Enseñarles que Dios los ama y tiene un plan especifico para la vida de ellos (Lucas 1:13-17; Romanos 8:30; 1ª Pedro 1:3-9). (k) Instruirlos diariamente en la Palabra de Dios, en la conversación y en un tiempo devocional familiar (Deuteronomio 4:9; 6:5-7; 1ª Timoteo 4:6; 2ª Timoteo 3:15). (l) Alentarlos, mediante el ejemplo y la exhortación, a la vida de oración (Hechos 6:4; Romanos 12:12; Efesios 6:18; Santiago 5:16). (m) Prepararlos para sufrir y soportar la persecución por causa de la justicia (Mateo 5:10-12). Deben saber que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán “persecución” (2ª Timoteo 3:12). (n) Encomendarlos a Dios con intercesión constante e intensa (Efesios 6:18; Santiago 5:16-18; Juan 17:1, sobre la oración de Jesús por sus discípulos como modelo de las oraciones de los padres por sus hijos). (o) Tener tal amor e interés por sus hijos que ellos, como padres, estén dispuestos a derramar la vida como si fuera un sacrificio al Señor, para profundizar la fe de sus hijos y hacer de su vida lo que debe ser en el Señor (Filipenses 2:17).
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EL ARREBATAMIENTO 1ª TESALONICENSES 4:16-17. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo, resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
El verbo “arrebatar” en su segunda acepción significa: “Llevar tras sí o consigo con fuerza irresistible” (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española). Equivale al vocablo griego Harpazo, traducido “arrebatados” en 1ª tesalonicenses 4:17. Ese acontecimiento, descrito en este pasaje y en 1ª Corintios 15, es el arrebatamiento de la iglesia de la tierra para reunirse con el Señor en el aire. Incluye sólo a los fieles de las iglesias de Cristo. En los instantes que preceden el arrebatamiento, cuando Cristo esté descendiendo del cielo por su iglesia, ocurrirá la resurrección de “los muertos en Cristo” (1ª Tesalonicenses 4:16). Esa no es la misma resurrección descrita en Apocalipsis 20:4, que sucede después que Cristo vuelve a la tierra, destruye a los malvados y ata a Satanás (Apocalipsis 19:11 – 20:3). La resurrección del Antiguo Testamento (Apocalipsis 20:6). Al mismo tiempo que se levanten los muertos en Cristo, los creyentes vivos serán transformados; su cuerpo será revestido de inmortalidad (1ª Corintios 15:51,53). Eso ocurrirá en un tiempo muy breve, “en un abrir y cerrar de ojos” (1ª corintios 15:52). Los creyentes resucitados y los transformados serán arrebatados juntos para reunirse con Cristo en el aire, es decir, en la atmósfera entre la tierra y el cielo. Serán unidos con Cristo de manera visible (1ª Tesalonicenses 4:16-17), llevados a la casa del Padre en el cielo (Juan 14:2-3) y unidos con los seres amados que hayan muerto (1ª Tesalonicenses 4:13-18). Serán apartados de todo sufrimiento (2ª Corintios 5:2-4; Filipenses 3:21), de toda persecución y opresión (Apocalipsis 3:10), de todo el dominio del pecado y de la muerte (1ª Corintios 15:51-56); el arrebatamiento los libra de “la ira venidera” (1ª Tesalonicenses 1:10; 5:9), es decir, de la gran tribulación. La esperanza de que el Salvador pronto vendrá a llevar a los creyentes del mundo para que estén “siempre con el Señor” (1ª Tesalonicenses 4:17) es la bendita esperanza de todos los redimidos (Tito 2:13) y una importante fuente de consuelo para los creyentes que sufren (1ª Tesalonicenses 4:17-18; 5:10).
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Pablo se incluyó en 1ª Tesalonicense 4:17 porque sabía que la venida del Señor podía haber sucedido durante su vida, y les comunica esa misma esperanza a los tesalonicenses. La Biblia insiste en una espera continua con anhelo del retorno del Señor. Los creyentes de hoy tienen que estar siempre vigilantes y esperanzados de que venga Cristo a llevarlos consigo (Romanos 13:11; 1ª Corintios 7:29; 10:11; 15:51-52; Filipenses 4:5). La parte de la iglesia profesante que deje de abstenerse del mal y le sea infiel a Cristo será dejada (Mateo 25:1; Lucas 12:45). Permanecerá como parte de la iglesia apóstata (Apocalipsis 17:1), sujeta a la ira de Dios. Después del arrebatamiento viene el día del Señor, un tiempo que trae angustia e ira a los impíos (1ª Tesalonicenses 5:10; 5:2). Luego seguirá la segunda etapa de la venida de Cristo, cuando venga a destruir a los impíos y reinar en la tierra (Mateo 24:42-44).
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LA ÉPOCA DEL ANTICRISTO 2ª TESALONICENSES 2:3-4. Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.
Según la Biblia, viene el anticristo (1ª Juan 2:18), el artífice de la final embestida violenta contra Cristo y los santos poco antes que Cristo establezca su reino en la tierra. Pablo se refiere al anticristo como “el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2ª Tesalonicenses 2:3) También se le describe en la Biblia como “una bestia” que sube del mar (Apocalipsis 13:1-10), “una bestia escarlata” (Apocalipsis 17:3) y “la bestia” (Apocalipsis 17:8-16; 19:19-20; 20:10). SEÑALES DE LA VENIDA DEL ANTICRISTO A diferencia del arrebatamiento, la venida del anticristo no será sin advertencia. Varias señales indican su venida y aparición. Por lo menos tres acontecimientos deben ocurrir antes que aparezca sobre la tierra: (1) “el misterio de la iniquidad”, que ya está obrando en el mundo, se ha de intensificar (2ª Tesalonicenses 2:7); (2) sucederá “la apostasía” (2:3); (3) será quitado de en medio “quien al presente lo detiene” (2:7). El “misterio de la iniquidad”, esa actividad secreta de los poderes del mal que son evidentes en todo el mundo (2ª Tesalonicenses 2:7), aumentará hasta que llegue a su clímax en el ridículo completo y el desacato de las normas y los mandamientos que se consideran sagrados en la Biblia. Debido a un espíritu prevaleciente de pecado, el amor de muchos se enfriará (Mateo 24:10-12; Lucas 18:8). Pero habrá un remanente que se mantendrá fiel a la fe apostólica revelada en el Nuevo Testamento (Mateo 24:13; 25:10; Lucas 18:7; Apocalipsis 2:7). Por medio de esos fieles creyentes, la iglesia seguirá luchando, esgrimiendo la espada del Espíritu (Efesios 6:11). Ocurrirá “la apostasía”, que significa: “partida”, “caída” o “abandono”. En los últimos días, muchos de la iglesia profesante se apartarán de las verdades bíblicas. (a) Tanto Cristo como Pablo describieron un cuadro deprimente de la condición moral, espiritual y doctrinal de gran parte de la iglesia visible al concluir la época actual (Mateo 24:5,10-13,24; 1ª Timoteo 4:1; 2ª Timoteo 4:3-4). Pablo en particular subraya que a las iglesias las invadirán los impíos en los últimos días. (b) Esa “apostasía” dentro de la iglesia tendrá dos dimensiones: (i) La apostasía teológica es la desviación y el rechazo de parte o de toda la enseñanza original de Cristo y los apóstoles (1ª Timoteo 4:1; 2ª Timoteo 4:3). Los falsos dirigentes ofrecerán “salvación” y gracia barata y pasarán por alto la exigencia de Cristo del arrepentimiento, la separación de la inmoralidad y la fidelidad a Dios y a sus normas (2ª Pedro 2:1-3, 12-19). Serán populares los evangelios falsos que se centran en los deseos humanos y en metas 193
egoístas (2ª Timoteo 4:3-4). (ii) La apostasía moral es la interrupción de la relación salvadora que se tiene con Cristo y la vuelta al pecado y la inmoralidad. Es posible que los apóstatas proclamen la doctrina correcta y la enseñanza del Nuevo Testamento, pero abandonen las normas de moralidad de Dios (Isaías 29:13; Mateo 23:25-28). Muchas iglesias tolerarán lo que sea, a cambio del aumento de asistentes, dinero, éxito y honor (1ª Timoteo 4:1). El evangelio de la cruz con su llamado a sufrir (Filipenses 1:29), a renunciar radicalmente al pecado (Romanos 8:13), a sacrificarse por el reino de Dios y a negarse a sí mismo se volverá algo extraño (Mateo 24:12; 2ª Timoteo 3:1-5; 4:3). (c) Tanto la historia de la iglesia como la apostasía profetizaba de los últimos días les advierten a todos los creyentes que no den por sentado el progreso continuo del reino de Dios a través de todas las épocas hasta el fin. En algún momento de la historia de la iglesia, la rebeldía contra Dios y su Palabra alcanzará proporciones increíbles. En el día del Señor caerá la ira de Dios sobre los que rechazan su verdad (1ª Tesalonicenses 5:2-9). (d) Por lo tanto, el triunfo definitivo del reino de Dios y su justicia en el mundo no depende del progresivo aumento del éxito de la iglesia profesante, sino de la final intervención de Dios cuando entre en el mundo con juicio justo (Apocalipsis 19-22; 2ª Tesalonicenses 2:7-8; 1ª Timoteo 4:1; 2ª Pedro 3:10-13; y el libro de Judas). Un acontecimiento decisivo debe ocurrir antes que pueda revelarse “el hombre de pecado” y pueda comenzar el día del Señor (2ª Tesalonicenses 2:2-3), es decir, el quitar “de en medio” a alguien (2:7) o algo que “detiene” el poder secreto de la iniquidad y al inicuo (2:3-6). Cuando sea quitado de en medio el que lo detiene, puede comenzar el día del Señor (2:6-7). (a) “Quien al presente lo detiene” pudiera entenderse mejor como referencia al Espíritu Santo, quien es el único que tiene el poder para detener el mal, al inicuo y a Satanás (2ª Tesalonicenses 2:9). Se alude a quien lo detiene con el artículo masculino “él” (2:7) y con “lo que” (2:6). Asimismo, a la palabra traducida “Espíritu” del griego se puede aludir con el pronombre masculino o el neutro (Génesis 6:3; Juan 16:8; Romanos 8:13; Gálatas 5:17 sobre la obra del Espíritu en la restricción del pecado). (b) Al principio de los siete años de tribulación, el Espíritu Santo será “quitado de en medio”. Eso no significa que sea quitado del mundo, sino sólo que cesará su influencia restrictiva de la iniquidad y la entrada del anticristo. Serán quitadas todas las limitaciones contra el pecado y comenzará la rebelión inspirada por Satanás. Sin embargo, el Espíritu todavía permanecerá en la tierra durante la tribulación para convencer de sus pecados a las personas, convertirlas a Cristo y capacitarlas (Apocalipsis 7:9,14; 11:1-11; 14:6-7). (c) Al quitar de en medio al Espíritu Santo, el inicuo puede entrar en la escena (2ª Tesalonicenses 2:3-4). Dios enviará una influencia engañosa sobre todos los que se niegan a amar la verdad (2:11); ellos aceptarán las pretensiones del inicuo, y la sociedad humana se degenerará hasta una profundidad de depravación jamás vista. (d) El ministerio del Espíritu Santo de restricción del pecado se efectúa mayormente por medio de la iglesia, que es su templo (1ª Corintios 3:16; 6:19). Por eso, muchos intérpretes de las Escrituras creen que la separación del Espíritu es una indicación clara que el arrebatamiento de los fieles ocurrirá al mismo tiempo (1ª Tesalonicenses 4:17); es
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decir, el retorno de Cristo para reunir con Él a sus iglesias y librarlas de la ira venidera (1ª Tesalonicenses 1:10), ocurrirá antes del principio del día del Señor y de la revelación del inicuo. (e) Algunos eruditos creen que “quien lo detiene” 2ª Tesalonicenses 2:6 se refiere al Espíritu Santo y a su ministerio restrictivo, mientras que en 2:7 “lo detiene” se refiere a los creyentes reunidos con Cristo y quitados de en medio, es decir, arrebatados para encontrarse con Cristo en el aire para estar con el Señor (1ª Tesalonicenses 4:17). LAS ACTIVIDADES DEL ANTICRISTO Al comenzar el día del Señor, se revelará “el inicuo”. Será un gobernante mundial que hará un pacto con Israel siete años antes del fin del mundo (Daniel 9:27). Su verdadera identificación será confirmada tres años y medio después que rompa su pacto con Israel, llegue a ser el gobernante mundial, se declare a sí mismo como Dios, profane el templo en Jerusalén, prohíba el culto a Dios (2ª Tesalonicenses 2:4,8-9), y causa desolación en la tierra de Palestina (Daniel 9:27; 11:36-45). El anticristo afirmará que es Dios y perseguirá severamente a los que permanezcan fieles a Cristo (Daniel 7:8,24-25; Apocalipsis 11:6-7; 13:7,15-18). Exigirá adoración, evidentemente desde un gran templo que emplea como centro de sus pronunciamientos (Daniel 7:8-25; 8:4; 11:31-36). Los seres humanos han procurado ese estado divino desde el principio de la creación (2ª Tesalonicenses 2:8; Apocalipsis 13:8-12). El “inicuo” demostrará mediante el poder de Satanás grandes prodigios, maravillas y milagros para propagar el error (2ª Tesalonicenses 2:9). “Prodigios mentirosos” se refiere a milagros sobrenaturales genuinos que engañan a las personas para que acepten una mentira. (a) Es posible que esas demostraciones de lo sobrenatural sean vistas por televisión alrededor del mundo. Millones serán impresionados, engañados y persuadidos por ese aparente caudillo carismático porque ellos no tienen un compromiso profundo ni amor por la verdad de la Palabra de Dios (2:9-12). (b) Tanto las palabras de Pablo (2ª Tesalonicenses 2:9) como las de Jesús (Mateo 24:24) deben prevenir a los creyentes contra la suposición de que todo lo milagroso viene de Dios. Las manifestaciones aparentes del Espíritu (1ª Corintios 12:7-10) y supuestas experiencias de Dios o del Espíritu deben probarse por la fidelidad de la persona a Cristo y a las Escrituras. LA DERROTA DEL ANTICRISTO Al final de la tribulación, Satanás reunirá muchas naciones en Armagedón bajo la dirección del anticristo y hará la guerra contra Dios y su pueblo en una batalla que abarcará todo el mundo (Apocalipsis 16:16). Cuando llegue ese momento, Cristo volverá e intervendrá de manera sobrenatural para destruir al anticristo, a sus ejércitos y a todos los que desobedecen el evangelio (Daniel 11:45; Apocalipsis 19:1521). Además Cristo atará a Satanás y establecerá su reino en la tierra (20:1-6).
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REQUISITOS MORALES DE LOS OBISPOS 1ª TIMOTEO 3:1-2. Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar.
Si un hombre quiere ser “obispo” (gr. Episkopos, es decir, el que tiene cuidado pastoral; pastor), desea una función importante (1ª Timoteo 3:1). Sin embargo, tales personas deben tener ese deseo confirmado por la Palabra de Dios (3:1-10; 4:12) y la iglesia (3:10), porque Dios ha establecido para la iglesia ciertos requisitos específicos. Cualquiera que diga que es llamado por Dios para realizar la obra de pastor debe ser probado por los miembros de la iglesia según las normas bíblicas de 1ª Timoteo 3:113; 4:12; Tito 1:5-9). La iglesia no debe aprobar a ninguna persona para la obra ministerial basada únicamente en el deseo, la preparación, la preocupación ni la supuesta visión o llamamiento de la persona. La iglesia de hoy no tiene derecho a reducir los requisitos que Dios ha establecido por medio del Espíritu Santo. Todavía son absolutos y deben seguirse por causa del nombre de Dios, su reino y la credibilidad del oficio importante de obispo. Las normas enumeradas para los obispos son primordialmente morales y espirituales. El carácter probado de los que procuran cargos de dirección en la iglesia es más importante que la personalidad, los dones de predicción, las capacidades administrativas o los logros académicos. El punto central de los requisitos descansa en la conducta de la persona que ha perseverado en la sabiduría piadosa, las decisiones correctas y la santidad personal. Los que desean el oficio de obispo primero deben ser probados en cuanto a su trayectoria espiritual. Así, el Espíritu Santo establece la norma de excelencia que el candidato debe ser un creyente que se ha mantenido firme en Jesucristo y en sus principios de justicia, y que por lo tanto pueda servir de modelo de fidelidad, veracidad, honradez y pureza. En otras palabras, su carácter debe reflejar la enseñanza de Cristo en Mateo 25:21; que ser fiel sobre poco lleva a una mayor responsabilidad: “sobre mucho te pondré”. Sobre todo, los dirigentes cristianos deben ser “ejemplo de los creyentes” (1ª Timoteo 4:12; 1ª Pedro 5:3), es decir, su vida cristiana y fe constante pueden ponerse delante de la congregación como dignas de imitación. (a) Los obispos deben demostrar un ejemplo excelente de perseverancia en piedad, fidelidad y pureza frente a la tentación, y lealtad y amor por Cristo y el evangelio (1ª Timoteo 4:12-15). (b) El pueblo de Dios debe aprender la moral cristiana y la verdadera piedad no sólo de la Palabra de Dios sino también del ejemplo de los pastores que viven según las normas apostólicas. Los pastores cuya vida es un ejemplo de la fe son absolutamente esenciales en el plan de Dios para el liderazgo cristiano. Echar a un lado el principio de tener dirigentes piadosos que hayan establecido una norma sin tacha que sigan los
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demás de la iglesia es pasar por alto la clara enseñanza de las Escrituras. Los pastores deben ser personas cuya fidelidad a Cristo pueda establecerse como una norma o ejemplo (1ª Corintios 11:1; Filipenses 3:17; 1ª Tesalonicenses 1:6; 2ª Tesalonicenses 3:7-9; 2ª Timoteo 1:13). El Espíritu Santo considera el liderazgo del creyente en las relaciones del hogar, el matrimonio y la familia como de la mayor importancia (1ª Timoteo 3:2,4-5; Tito 1:6). El obispo debe ser un ejemplo para la familia de Dios sobre todo en su fidelidad a su esposa y a sus hijos. Después de todo, si ha fracasado en ese aspecto, “¿Cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1ª Timoteo 3:5). Debe ser “marido de una sola mujer” (1ª Timoteo 3:2). Esa frase defiende el punto de vista de que un candidato para el oficio de obispo debe ser un creyente que haya permanecido fiel a su esposa. La traducción literal (gr. Mias gunaikos, genitivo atributivo) es “un hombre que se atiene a una sola mujer”, es decir, el fiel esposo de su esposa. Eso quiere decir que el candidato tiene que ser una persona que dé pruebas de fidelidad en este importantísimo aspecto. Se requiere la fidelidad moral constante a la esposa y a la familia de cualquiera que desee ser dirigente y ejemplo en la iglesia. Por consiguiente, las personas de la iglesia que sean culpables de graves pecados o transgresiones morales se han descalificado a sí mismas para ejercer el oficio de pastor y para cualquier puesto de alto liderazgo en la iglesia local (1ª Timoteo 3:812). Tales personas pueden ser generosamente personadas por la gracia de Dios, pero han perdido la capacidad de servir como modelos de perseverancia segura en la fe, el amor, la pureza y la sana doctrina (4:11-16; Tito 1:9). Como candidatos al obispado, no pueden ser llamados irreprensibles (3:2). Desde el antiguo Testamento Dios había puesto en claro que exigía de los líderes de su pueblo que mantuvieran elevadas normas de vida en lo moral y lo espiritual; de lo contrario, otros tomarían su lugar (Génesis 49:4; Levítico 10:2; 21:7-17; Números 20:12; 1º Samuel 2:23; Jeremías 23:14; 29:23). Además, 1ª Timoteo 3:2-7; establece el principio de que un obispo que pone a un lado su fidelidad a Dios y a su Palabra, y a su esposa y a su familia, debe ser quitado del oficio de obispo. No puede, después de eso, considerarse “irreprensible” (3:2). Con respecto al que dentro del pueblo de Dios comete adulterio, la Palabra de Dios declara que “su afrenta nunca será borrada” (Proverbios 6:32-33). Eso no significa que Dios o la iglesia no perdonarán. En realidad, Dios perdona cualquier pecado enumerado en 1ª Timoteo 3:1-13 si hay tristeza y arrepentimiento piadosos por ese pecado. Hay que aclarar que a tal persona se le puede perdonar y restaurar, con misericordia, a su relación con Dios y la iglesia. Sin embargo, lo que el Espíritu Santo declara es que hay algunos pecados tan graves que su deshonor y vergüenza (el descrédito) permanecerán en la persona aun después de ser perdonada y por el resto de su vida (2º Samuel 12:9-14).
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¿Pero qué del rey David? El que haya seguido siendo rey de Israel a pesar de sus pecados de adulterio y asesinato (2º Samuel 11:1-21; 12:9-15) a veces se considera una justificación bíblica para que alguien continúe de obispo, aunque haya violado las normas mencionadas anteriormente. Sin embargo, la comparación es imperfecta en varios sentidos: (a) El oficio de rey de Israel bajo el antiguo pacto y el de obispo espiritual de la iglesia de Jesucristo bajo el nuevo pacto son del todo diferentes. Dios no sólo le permitió a David sino también a muchos reyes en extremo malvados que permanecieran de reyes de Israel. El liderazgo de la iglesia del Nuevo Testamento que fue comprada con la sangre de Jesucristo exige normas espirituales muchos más altas. (b) De acuerdo con la revelación y los requisitos de Dios en el Nuevo Testamento, David no habría llenado los requisitos para el oficio de obispo en una iglesia del Nuevo Testamento. Tuvo muchas esposas, fue culpable de infidelidad matrimonial, fracasó en la administración de su propia familia, y fue homicida violento y sanguinario. Obsérvese también que debido a su pecado, David permaneció bajo el castigo de Dios por el resto de su vida (2º Samuel 12:9-12). Las iglesias de hoy no deben apartarse de los requisitos de justicia establecidos por Dios para un obispo en la revelación original de los apóstoles. Más bien deben exigir de sus dirigentes normas excelentes de santidad, perseverancia en la fidelidad a Dios y a su Palabra, y una vida piadosa. Deben orar fervientemente por ellos, animarlos y respaldarlos, mientras sirven de “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1ª Timoteo 4:12).
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INSTRUCCIÓN BÍBLICA PARA LOS CREYENTES 2ª TIMOTEO 2:2. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.
La iglesia tiene la responsabilidad de defender la verdadera doctrina apostólica original hallada en la Biblia y entregarla a otros sin concesiones ni corrupción. Eso implica la necesidad de la instrucción bíblica en la iglesia. La Biblia da las siguientes razones para la instrucción bíblica o teológica, ya sea en el hogar, en la iglesia o en la escuela: (a) confiar el evangelio de Cristo a creyentes fieles a fin de que ellos den a conocer (2ª Timoteo 3:15; Jeremías 2:8), defiendan (2ª Timoteo 1:14), y enseñen la verdadera fe bíblica (1ª Timoteo 4:6-11; 2ª Timoteo 2:2) y las normas de justicia (Romanos 6:17; 1ª Timoteo 6:3). (b) Mostrarles a los estudiantes la necesidad esencial de que luchen “ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3), y darles los medios para defenderla de todas las falsas teologías (Hechos 20:31; Gálatas 1:9; 1ª Timoteo 4:1; 6:3-4; Tito 1:9). (c) Guiar a los estudiantes a un continuo desarrollo del carácter mediante “la doctrina que es conforme a la piedad” (1ª Timoteo 6:3; Josué 1:8; Salmo 1:2-3; 119:97-100; Mateo 28:20; Juan 17:14-18; 1ª Tesalonicenses 4:1; 1ª Timoteo 1:5; 4:7-16; 2ª Timoteo 3:16). (d) Preparar a los estudiantes para que fortalezcan y ayuden a otros creyentes a madurar, de modo que juntos puedan reflejar la imagen de Cristo en el hogar, en la iglesia local y en el cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-16). (e) Llevar a los estudiantes a una comprensión y experiencia más profundas del reino de Dios en la tierra y su conflicto contra el poder de Satanás (Efesios 6:1018). (f) Motivar a los estudiantes, mediante las verdades eternas del evangelio, para que se consagren de todo corazón a la evangelización de los perdidos y a la predicación del evangelio a todas las naciones en el poder del Espíritu Santo (Mateo 28:18-20; Marcos 16:15-20). (g) Profundizar la experiencia de los estudiantes en cuanto al amor de Cristo, la comunión personal y el don del Espíritu (Juan 17:3,21-26; Efesios 3:18-19) al exhortarlos a seguir la dirección del Espíritu Santo que vive en ellos (Romanos 8:14), al llevarlos al bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 2:4), y al enseñarles a orar (Mateo 6:9), ayunar (Mateo 6:26) y adorar, mientras esperan con anhelo la gloriosa aparición de Jesucristo, con el fervor espiritual de los santos del Nuevo Testamento (2ª Timoteo 4:8; Tito 2:13). Se deduce de estos propósitos de la preparación bíblica que sólo deben impartir la instrucción los que de veras crean en las Escrituras como la Palabra de Dios plenamente
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inspirada (Esdras 7:10; 2ª Timoteo 1:13-14) y el Espíritu Santo y su ministerio de verdad, justicia y poder (1:14). Obsérvese que la instrucción bíblica genuina pone énfasis en la verdadera justicia (conocer, ser y hacer) y no en la simple comprensión de los hechos o las verdades bíblicas. Las grandes doctrinas reveladas en las Escrituras son verdades redentoras y no académicas. Como asuntos de vida o muerte, exigen la respuesta y la decisión personal tanto del maestro como del estudiante (Santiago 2:17; Filipenses 1:9).
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LA INSPIRACIÓN Y LA AUTORIDAD DE LA BIBLIA 2ª TIMOTEO 3:16-17. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para reargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
“Escritura”, como se emplea en 2ª Timoteo 3:16, se refiere principalmente a los escritos del Antiguo testamento (3:15). Sin embargo, hay indicios de que cuando Pablo escribió 2ª Timoteo ya algunos de los escritos del Nuevo Testamento se consideraban como Escrituras inspiradas y autorizadas (1ª Timoteo 5:18; Lucas 10:7; 2ª Pedro 3:15-16). En la actualidad, la Escritura se refiere a los escritos autorizados del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, es decir, “la Biblia”. Son el mensaje original de Dios para la humanidad y el único testimonio infalible de la actividad salvadora de Dios para todas las personas. Pablo afirma que toda la Escritura es “inspirada por Dios” (gr. Teopneustos, de dos vocablos griegos: teos, que significa “Dios”, y pneo, “respirar”). La Escritura es la propia vida y Palabra de Dios. Desde las palabras mismas de los manuscritos originales, la Biblia es absolutamente veraz, digna de confianza e infalible. Eso es cierto no sólo cuando trata de la salvación, los valores éticos y la moralidad, sino también en todos los temas que trata, incluso la historia y el cosmos (2ª Pedro 1:2021; obsérvese también la actitud del salmista hacia las Escrituras en Salmo 119). Los escritores del Antiguo Testamento estaban conscientes de que lo que le decían al pueblo y lo que escribían era la palabra de Dios para ellos (Deuteronomio 18:18; 2º Samuel 23:2). Vez tras vez los profetas iniciaban sus advertencias indicando que eran “palabras de Jehová”. Jesucristo también enseñó que la Escritura es la Palabra inspirada de Dios incluso en los detalles más insignificantes (Mateo 5:18). Afirmó que todo lo que dijo lo recibió del Padre y es verdadero (Juan 5:19,30-31; 7:16; 8:26). Además de eso se refirió a la revelación que vendría (la verdad revelada en el Nuevo Testamento) de parte del Espíritu Santo por medio de los apóstoles (Juan 16:13; 14:16-17; 15:26-27). Por lo tanto, negar la total inspiración de las Sagradas Escrituras es poner a un lado el testimonio fundamental de Jesucristo (Mateo 5:18; 15:3-6; Lucas 16:7; 24:25-27,4445; Juan 10:35), al Espíritu Santo (Juan 15:26; 16:13; 1ª Corintios 2:12-13; 1ª Timoteo 4:1) y a los apóstoles (2ª Timoteo 3:16; 2ª Pedro 1:20-21). Además, limitar o descartar su infalibilidad es menoscabar su autoridad divina. En su obra de inspiración por su Espíritu, Dios, sin cambiar la personalidad de los escritores, los dirigió de manera que escribieran sin error (2ª Timoteo 3:16; 2ª Pedro 1:20-21; 1ª Corintios 2:12-13).
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La Palabra inspirada de Dios es la expresión de la sabiduría y el carácter de Dios, y por eso puede dar sabiduría y vida espiritual mediante la fe en Cristo (Mateo 4:4; Juan 6:63; 2ª Timoteo 3:15; 1ª Pedro 2:2). La Biblia es el testimonio verídico e infalible de Dios de su actividad salvadora por la humanidad en Jesucristo. Por eso la Escritura es incomparable, concluida para siempre y de especial obligatoriedad. No hay palabras humanas ni declaraciones de instituciones religiosas que igualen su autoridad. Todos los comentarios, las doctrinas, las interpretaciones, las explicaciones y las tradiciones deben juzgarse y legitimarse mediante las palabras y el mensaje de las Escrituras (Deuteronomio 13:3). La Palabra de Dios se debe recibir, creer y obedecer como la autoridad última en todas las cosas relacionadas con la vida y la piedad (Mateo 5:17-19; Juan 14:21; 15:10; 2ª Timoteo 3:15-16; 2ª Pedro 1:3; Éxodo 20:3). Debe usarse en la iglesia como la autoridad definitiva en todos los asuntos para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia (2ª Timoteo 3:16-17). Nadie puede someterse al señorío de Cristo sin someterse a Dios y a su Palabra como la máxima autoridad (Juan 8:31-32,37). Se puede entender la Biblia sólo cuando se está en buena relación con el Espíritu Santo. Él es quien abre el entendimiento para comprender su significado y da el testimonio interior de su autoridad (1ª Corintios 2:12). Se debe usar la Palabra inspirada de Dios para vencer el poder del pecado, a Satanás y al mundo en la vida (Mateo 4:4; Efesios 6:12-17; Santiago 1:21). Todos los miembros de la iglesia que consideran las Escrituras como la única verdad de Dios para un mundo perdido y agonizante deben amarlas, atesorarlas y protegerlas. Hay que proteger sus doctrinas manteniéndose fiel a sus enseñanzas, proclamando su mensaje salvador, confiándola a personas dignas de confianza y defendiéndola de todos los que desfiguran o destruyen sus verdades eternas (Filipenses 1:16; 2ª Timoteo 1:13-14; 2:2; Judas 3). Nadie tiene la autoridad de agregar algo a las Escrituras ni tampoco de quitar algo (Deuteronomio 4:2; Apocalipsis 22:19). Por último, se debe observar que la inspiración infalible se aplica sólo a la escritura original de los libros bíblicos. Por eso, cuando se encuentre en las Escrituras algo que parezca erróneo, en vez de suponer que el escritor cometió un error, vale recordar que hay tres posibilidades al respecto: (a) las copias que existen del manuscrito original tal vez no sean del todo precisas; (b) la traducción actual de los textos bíblicos hebreos o griegos pudieran ser defectuosa; o
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(c) la comprensión o interpretación del texto bíblico pudiera ser deficiente o incorrecta.
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APOSTASÍA PERSONAL HEBREOS 3:12. Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo.
La apostasía (gr. Apostasia) aparece dos veces en el Nuevo Testamento como sustantivo (Hechos 21:21; 2ª Tesalonicenses 2:3) y aquí en Hebreos 3:12 como verbo (gr. Afistemi, traducido “apartarse”). El vocablo griego se define como deserción, rebelión, abandono, retirada o separación de aquello a lo que se ha acercado antes. Apostatar significa cortar la relación salvadora de uno con Cristo o apartarse de la unión vital con Él y la verdadera fe en Él. Así que la apostasía personal es posible sólo para los que primero han tenido la experiencia de salvación, regeneración y renovación por medio del Espíritu Santo (Lucas 8:13; Hebreos 6:4-5); no es la simple negación de parte de los inconversos de la doctrina del Nuevo Testamento que observan en la iglesia visible. La apostasía puede abarcar dos aspectos separados pero relacionados: (a) la apostasía teológica, es decir, el rechazo de todas o algunas de las enseñanzas originales de Cristo y de los apóstoles (1ª Timoteo 4:1; 2ª Timoteo 4:3), y (b) la apostasía moral, es decir, el antiguo creyente deja de permanecer en Cristo y vuelve a hacerse esclavo del pecado y de la inmoralidad (Isaías 29:13; Mateo 23:25-28; Romanos 6:15-23; 8:6-13). La Biblia imparte advertencias apremiantes sobre la apostasía, destinadas a alertar sobre el peligro mortal de abandonar la unión con Cristo y a motivar la perseverancia en la fe y la obediencia. El propósito divino de esos pasajes de advertencia no se debe debilitar con la opinión: “Son ciertas las advertencias, pero no la posibilidad de la apostasía propiamente dicha”. Más bien hay que considerar esas advertencias como referencias a la realidad del período de prueba, y con alarma si se quiere obtener la salvación final. Algunos de los muchos pasajes de advertencia del Nuevo Testamento son: Mateo 24:4-5,11-13; Juan 15:1-6; Hechos 11:21-23; 14:21-22; 1ª Corintios 15:1-2; Colosenses 1:21-23; 1ª Timoteo 4:1,16; 6:10-12; 2ª Timoteo 4:2-5; Hebreos 2:1-3; 3:6-8,12-14; 6:4-6; Santiago 519-20; 2ª Pedro 1:8-11; 1ª Juan 2:23-25. Ejemplos de apostasía se pueden encontrar en Éxodo 32; 2º Reyes 17:7-23; Salmo 106; Isaías 1:2-4; Jeremías 2:1-9; Hechos 1:25; Gálatas 5:4; 1ª Timoteo 1:18-20; 2ª Pedro 2:1,15,20-22; Judas 4,11-13, para comentarios sobre la apostasía predicha que ocurrirá dentro de la iglesia profesante en los últimos días de esta época. Los pasos que conducen a la apostasía son: (a) Los creyentes, por la incredulidad, dejan de tomar muy en serio las verdades, las amonestaciones, las advertencias, las promesas y las enseñanzas de la Palabra de Dios (Marcos 1:15; Lucas 8:13; Juan 5:44-47; 8:46).
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(b) Cuando las realidades del mundo llegan a ser mayores que las realidades del reino celestial de Dios, los creyentes poco a poco dejan de acercarse a Dios por medio de Cristo (Hebreos 4:16; 7:19-25; 11:6). (c) Mediante el engaño del pecado, se vuelven cada vez más tolerantes del pecado en su vida (1ª Corintios 6:9-10; Efesios 5:5; Hebreos 3:13). Ya no aman la justicia ni odian la maldad (Hebreos 1:9). (d) Por la dureza del corazón (Hebreos 3:8,13) y el rechazo del plan de Dios (3:10), no hacen caso de la advertencia continua y la reprensión del Espíritu Santo (Efesios 4:30; 1ª Tesalonicenses 5:19-22). (e) Se entristece al Espíritu Santo (Efesios 4:30; Hebreos 3:7-8), se apaga su fuego (1ª Tesalonicenses 5:19) y se viola su templo (1ª Corintios 3:16), de modo que Él termina por apartarse de los antiguos creyentes (Jueces 16:20; Salmo 51:11; Romanos 8:13; 1ª Corintios 3:16-17; Hebreos 3:14). Sí la apostasía sigue sin freno su curso, las personas pueden finalmente llegar a un punto en que no es posible volver a comenzar. (a) los que una vez tuvieron una experiencia de salvación con Cristo pero deliberada y continuamente endurecen el corazón a la voz del espíritu (Hebreos 3:7-19), siguen pecando intencionalmente (Hebreos 10:26) y se niegan a arrepentirse y a volver a Dios. Pudieran llegar a un punto sin retorno donde ya no son posibles el arrepentimiento y la salvación (Hebreos 6:4-6; Deuteronomio 29:18-21; 1º Samuel 2:25; Proverbios 29:1). Tiene un limite la paciencia de Dios (1º Samuel 3:11-14; Mateo 12:31-32; 2ª Tesalonicenses 2:9-11; Hebreos 10:26-29,31; 1ª Juan 5:16). (b) No puede determinarse por adelantado ese punto sin retorno. Por lo tanto, la única salvaguarda contra el peligro de la apostasía extrema se encuentra en la amonestación: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7-8,15; 4:7). Debe subrayarse que, aunque la apostasía es un peligro para todos los que se desvían de la fe (Hebreos 2:1-3) y se apartan de Dios (6:6), no se completa sin el pecar intencional y constante contra la voz del Espíritu Santo (Mateo 12:31 sobre el pecado contra el Espíritu Santo). Los que por la incredulidad del corazón se apartan de Dios (Hebreos 3:12) pudieran pensar que son salvos, pero su indiferencia a las exigencias de Cristo y del Espíritu y a las advertencias de las Escrituras indican lo contrario. Debido a esa posibilidad de engañarse a sí mismos, Pablo exhorta a todos los que dicen ser salvos: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismo” (2ª Corintios 13:5). Los que de veras se preocupan por su estado espiritual, y tienen en el corazón el deseo de volver a Dios en arrepentimiento, tienen una prueba segura de que no han cometido la apostasía imperdonable. Las Escrituras afirman con claridad que Dios recibirá a todos los que una vez estuvieron bajo la gracia salvadora si se arrepienten y vuelven a Él (Gálatas 5:4; 4:19; 1ª Corintios 5:1-5; 2ª Corintios 2:5-11; Lucas 15:11-
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24; Romanos 11:20-23; Santiago 5:19-20; Apocalipsis 3:14-20; obsérvese el ejemplo de Pedro, Mateo 16:16; 26:74-75; Juan 21:15-22).
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EL PACTO ANTIGUO Y EL NUEVO HEBREOS 8:6. Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas.
Hebreos 8-10 describe, numerosos aspectos del antiguo pacto, tales como el culto, las regulaciones y los ritos de los sacrificios del tabernáculo; analiza los diversos lugares y los muebles de este antiguo centro de culto del Antiguo Testamento. El propósito del autor es doble: (1) Comparar el servicio del sumo sacerdote en el santuario terrenal bajo el antiguo pacto con el ministerio de Cristo como sumo sacerdote en el santuario celestial bajo el nuevo pacto; (2) Mostrar que esos diversos aspectos del antiguo pacto prefiguran o tipifican el ministerio de Cristo, quien inauguró el nuevo pacto. Este artículo comprendía la relación entre esos dos pactos. Bajo el antiguo pacto la salvación y la buena relación con Dios se producía mediante la fe expresada por la obediencia a su ley y a su sistema de sacrificios. Estos tenían tres propósitos principales en el Antiguo Testamento: (a) Le enseñaban al pueblo de Dios la gravedad del pecado. El pecado separaba a los pecadores del Dios santo, y podían reconciliarse con Dios y encontrar perdón sólo mediante el derramamiento de sangre (Éxodo 12:3-14; Levítico 16; 17:11; Hebreos 9:22; Levítico 1:2-3; 4:3; 9:8). (b) Proporcionaban un camino para que Israel llegara a Dios por la fe, la obediencia y el amor (Hebreos 4:16; 7:25; 10:1). (c) Señalaban o prefiguraban (Hebreos 8:5; 10:1) el perfecto sacrificio de Cristo por los pecados de la raza humana (Juan 1:29; 1ª Pedro 1:18-19; Éxodo 12:3-14; Levítico 16; Gálatas 3:19). Jeremías profetizó que en el futuro Dios haría un nuevo pacto – un pacto mejor – con su pueblo (Jeremías 31:31-34; Hebreos 8:8-12). Es mejor pacto que el antiguo (Romanos 7) porque perdona por completo los pecados de los que se arrepienten (Hebreos 8:12), los hace hijos de Dios (Romanos 8:15-16), les da corazón y naturaleza nuevos para que puedan de modo espontáneo amar y obedecer a Dios (Hebreos 8:10; Ezequiel 11:19-20), los lleva a una relación personal e íntima con Jesucristo y con el Padre (Hebreos 8:11), y provee una experiencia mayor en el Espíritu Santo (Joel 2:28; Hechos 1:5-8; 2:16-17,33,38-39; Romanos 8:14-15,26). Jesús instituyó el nuevo pacto o nuevo testamento (ambas ideas se encuentran en la palabra griega diatheke), y su ministerio celestial es muy superior al de los sacerdotes terrenales del Antiguo Testamento. El nuevo pacto es acuerdo, promesa, última voluntad y testamento, y la declaración del propósito de conceder gracia y bendición divinas a los que respondan a Dios con fe obediente. De manera específica, es un pacto de promesa para los que por la fe aceptan a Cristo como el Hijo de Dios, reciben sus promesas y se entregan a Él y las obligaciones del nuevo pacto. (a) La posición de Jesucristo como mediador del nuevo pacto (Hebreos 8:6; 9:15; 12:24) se basa en su muerte expiatoria (Mateo 26:28; Marcos 14:24; Hebreos
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9:14-15; 10:29; 12:24). Las promesas y obligaciones de este nuevo pacto están incorporadas en todo el Nuevo Testamento. Su propósito es: (i) salvar de culpa y condenación a todos los que creen en Cristo y entregan su vida a las verdades y obligaciones de su pacto (Hebreos 9:16-17; Marcos 14:24; 1ª Corintios 11:25), y (ii) formarlos como pueblo que pertenece a Dios (Hebreos 8:10; Ezequiel 11:19-20; 1ª Pedro 2:9). (b) El sacrificio de Cristo es mejor que los sacrificios del antiguo pacto porque fue un sacrificio voluntario y obediente de una persona justa (Jesucristo), en vez del sacrificio involuntario de un animal. El sacrificio y el cumplimiento de la voluntad de Dios por parte de Jesús fueron perfectos y abrieron el camino al perdón, a la reconciliación y a la santificación completos (Hebreos 10:10,1517; Levítico 9:8). (c) Al nuevo pacto se le puede llamar del Espíritu, porque es el Espíritu Santo quien ministra vida y poder a los que aceptan el pacto de Dios (2ª Corintios 3:1-6; Juan 17:3). Todos los que participan del nuevo pacto por medio de Jesucristo reciben sus bendiciones y su salvación sólo mientras perseveren en la fe y la obediencia (Hebreos 3:6). Los infieles quedan excluidos de las bendiciones (3:18). Con la llegada del nuevo pacto por medio de Cristo, el antiguo pacto se hizo obsoleto (Hebreos 8:13). Sin embargo, el nuevo pacto no vuelve obsoletas todas las Escrituras del Antiguo Testamento, sino sólo el pacto mosaico mediante el cual se ganaba la salvación por la obediencia a la ley y su sistema de sacrificios. El Antiguo Testamento no es obsoleto; muchas de sus revelaciones señalan a Cristo y, como Palabra inspirada de Dios, es útil para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia.
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NORMAS DE MORALIDAD SEXUAL HEBREOS 13:4. Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.
Ante todo, los creyentes deben ser puros en los aspectos moral y sexual (2ª Corintios 11:2; Tito 2:5; 1ª Pedro 3:2). La expresión “sin mancilla” (gr. Hagnos o amiantos) quiere decir libre de toda contaminación de lo que es sensual. Sugiere la abstinencia de todas las acciones y de todos los pensamientos que inciten al deseo que no esté de acuerdo con los votos de virginidad o nupciales de una persona. Da énfasis a la cohibición y abstinencia de todas las actividades y estímulos sexuales que mancillen la pureza de la persona delante de Dios. Incluye el control del cuerpo “en santidad y honor” (1ª Tesalonicenses 4:4) y “no en pasión de concupiscencia” (4:5). Esta instrucción bíblica en particular es para los solteros y los casados. Con respecto a la enseñanza bíblica tocante a la moralidad sexual, nótese lo siguiente: La intimidad sexual se reserva para la relación matrimonial y Dios la aprueba y bendice sólo en ese estado (Génesis 2:24; Cantares 2:7; 4:12). Mediante el matrimonio los esposos llegan a ser un solo cuerpo según la voluntad de Dios. Dios ordena y honra el placer físico y emocional que resulta de la relación matrimonial fiel. El adulterio, la fornicación, la homosexualidad, la sensualidad, la impureza y las pasiones degradantes se consideran serios pecados a los ojos de Dios, ya que son la transgresión de su ley (Éxodo 20:14) y la corrupción de la relación matrimonial. Tales pecados se condenan con severidad en las Sagradas Escrituras (Proverbios 5:3) y ponen al transgresor fuera del reino de Dios (Romanos 1:24-32; 1ª Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21). La inmoralidad y la fornicación incluyen no sólo el coito prohibido o los actos consumados, sino también cualquier acto de santificación sexual con otra persona que no sea el cónyuge, lograda por el descubrimiento o la exploración de la desnudez de esa persona. La enseñanza contemporánea que dice que la relación sexual entre jóvenes y adultos solteros “comprometidos” es aceptable mientras se detenga antes que se llegue a la unión sexual completa es contraria a la santidad de Dios y la norma bíblica de la pureza. Dios prohíbe explícitamente cualquier clase de “relaciones sexuales” (traducción literal “el descubrimiento de la desnudez”) con cualquiera que no sea la esposa o el esposo legítimos (Levítico 18:6-30; 20:11,17,19-21; 18:6). El creyente debe ejercer dominio propio en lo que concierne a todos los asuntos sexuales antes del matrimonio. La justificación de las relaciones premaritales en el nombre de Cristo, basándose sólo en un compromiso verdadero o sincero hacia otra persona, es una transigencia desvergonzada de las normas santas de Dios con las costumbres impuras del mundo y, en efecto, pretende justificar la inmoralidad.
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Después del matrimonio, la intimidad sexual debe limitarse al cónyuge. La Biblia menciona el dominio propio como un aspecto del fruto del Espíritu, la conducta positiva y pura que está en contraste con los estímulos y satisfacciones sexuales inmorales, el adulterio y la fornicación. La entrega por fe a la voluntad de Dios con respecto a la pureza abrirá el camino para recibir el don del dominio propio por medio del Espíritu (Gálatas 5:22-24). Los términos bíblicos empleados para describir la inmoralidad sexual en toda su maldad son: (a) Fornicación (gr. Porneia): Amplia variedad de actividades sexuales antes o fuera del matrimonio. No se limita a los actos sexuales consumados, sino que comprende cualquier actividad o estímulo sexual íntimo fuera de la relación matrimonial, incluso el acariciar las partes íntimas del cuerpo o el ver la desnudez de otra persona, lo cual es una transgresión de las normas de moralidad de Dios para su pueblo (Levítico 18:6-30; 20:11,12,17,19-21; 1ª Corintios 6:18; 1ª Tesalonicenses 4:3). (b) La lascivia (gr. Aselgeia) denota la ausencia de claros principios de moralidad, sobre todo el descuido del dominio propio en lo sexual para mantener la conducta pura (1ª Timoteo 2:9. sobre la modestia). Abarca la inclinación a la complacencia en las pasiones pecaminosas o a su estímulo y por eso es una participación en una conducta que no tiene justificación bíblica (Gálatas 5:19; Efesios 4:19; 1ª Pedro 4:3; 2ª Pedro 2:2-18). (c) El engaño, esto es, aprovecharse de una persona o explotarla (gr. Pleonekteo), significa privarla de la pureza moral que Dios desea para ella, con el propósito de satisfacer deseos egoístas. Estimular en otra persona deseos sexuales que no pueden satisfacerse correctamente es explotarla o aprovecharse de ella (1ª Tesalonicenses 4:6; Efesios 4:19). (d) La lujuria (gr. Epithumia) es tener un deseo inmoral que se satisfaría si se tuviera la oportunidad (Efesios 4:19-22; 1ª Pedro 4:3; 2ª Pedro 2:18; Mateo 5:28)
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LA SANTIFICACIÓN 1ª PEDRO 1:2. Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.
La santificación (gr. Hagiasmos) significa hacer santo, consagrar, separar del mundo, y apartar del pecado para tener íntima comunión con Dios y servirle con gozo. Además del verbo “santifique” (1ª Tesalonicenses 5:23), la norma bíblica de santificación se expresa en términos tales como “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37), “irreprensibles en santidad” (1ª Tesalonicenses 3:13), “perfeccionando la santidad” (2ª Corintios 7:1), “el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1ª Timoteo 1:5), “sinceros e irreprensibles” (Filipenses 1:10), “libertados del pecado” (Romanos 6:18), “muerto al pecado” (Romanos 6:2), “para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Romanos 6:19), “guardamos sus mandamientos” (1ª Juan 3:22), y “vence al mundo” (1ª Juan 5:4). Tales expresiones describen la obra del Espíritu Santo mediante la salvación en Cristo por la cual libra al ser humano de la esclavitud y del poder del pecado (Romanos 6:1-11), lo separa de las costumbres pecaminosas de este mundo actual, renueva su naturaleza conforme a la imagen de Cristo, produce en él el fruto del Espíritu, y lo capacita para la vida santa y victoriosa de la consagración a Dios (Juan 17:15-19,23; Romanos 6:5,13,16,19; 12:1; Gálatas 5:16,22-23; 2ª Corintios 5:17). Los versículos anteriores no implican la absoluta perfección, sino la rectitud moral del carácter inmaculado demostrada en la pureza, la obediencia y la conducta intachable (Filipenses 2:14-15; Colosenses 1:22; 1ª Tesalonicenses 2:10; Lucas 1:6). Los creyentes, por la gracia de Dios que se les ha dado, han muerto con Cristo y están libres del poder y del dominio del pecado (Romanos 6:18); por lo tanto, no tienen por qué ni deben pecar, sino que pueden encontrar suficiente victoria en su Salvador, Jesucristo. Por medio del Espíritu Santo son capaces de no pecar (1ª Juan 2:1; 3:6), aunque nunca llegan a estar libres de la tentación y la posibilidad de pecar. La santificación era la voluntad de Dios para los israelitas del Antiguo Testamento; debían vivir en santidad, separados del estilo de vida de las naciones a su alrededor (Éxodo 19:6; Levítico 11:44; 19:2; 2º Crónicas 29:5). Así mismo es una exigencia para los creyentes en Cristo. Las Sagradas Escrituras enseñan que sin la santidad, “nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). Los hijos de Dios alcanzan la santificación por la fe (Hechos 26:18), por la unión con Cristo en su muerte y resurrección (Juan 15:4-10; Romanos 6:1-11; 1ª Corintios 1:30), por la sangre de Cristo (1ª Juan 1:7-9), por la Palabra (Juan 17:17), y por la
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obra regeneradora y santificadora del espíritu Santo en el corazón (Jeremías 31:3134; Romanos 8:13; 1ª Corintios 6:11; Filipenses 2:12-13; 2ª Tesalonicenses 2:13). La santificación es obra de Dios y de su pueblo (Filipenses 2:12-13). A fin de realizar la voluntad de Dios en la santificación, los creyentes deben participar en la obra santificadora del Espíritu dejando de hacer lo malo (Romanos 6:1-2), limpiándose “de toda contaminación de carne y de espíritu” (2ª Corintios 7:1; Romanos 6:12; Gálatas 5:16-25), y conservándose limpios de la contaminación de este mundo (Santiago 1:27; Romanos 6:13-19; 8:13; 12:1-2; 13:14; Efesios 4:31; 5:18; Colosenses 3:5-10; Hebreos 6:1; Santiago 4:8). La verdadera santificación requiere que los creyentes mantengan íntima comunión con Cristo (Juan 15:4), participan en la comunión con los creyentes (Efesios 4:15-16), se dediquen a la oración (Mateo 6:5-13; Colosenses 4:2), obedezcan la Palabra de Dios (Juan 17:17), sean sensibles a la presencia y el cuidado de Dios (Mateo 6:2534), amen la justicia y odien la maldad (Hebreos 1:9), le den muerte al pecado (Romanos 6), se sometan a la disciplina de Dios (Hebreos 12:5-11), sigan obedeciendo y sean llenos del Espíritu Santo (Romanos 8:14; Efesios 5:18). En el Nuevo Testamento no se describe la santificación como un lento proceso de abandono del pecado poco a poco. Más bien se presenta como un acto definitivo mediante el cual el creyente por la gracia queda libre de la esclavitud de Satanás y se aparta del todo del pecado a fin de vivir para Dios (Romanos 6:18; 2ª Corintios 5:17; Efesios 2:4-6; Colosenses 3:1-3). Sin embargo, al mismo tiempo se describe la santificación como un proceso de toda la vida por el cual el creyente continúa dándole muerte a los malos hábitos de la carne (Romanos 8:1-17), se transforma a semejanza de Cristo (2ª Corintios 3:18), crece en la gracia (2ª Pedro 3:18), y procede con mayor amor a Dios y a los demás (Mateo 22:37-39; 1ª Juan 4:7-8,11,20-21). La santificación puede comprender una nueva experiencia definitiva después de la salvación inicial. Los creyentes pudieran recibir una clara revelación de la santidad de Dios, y también el conocimiento de que Dios los llama a una separación mayor del pecado y del mundo para poder caminar más cerca de Dios (2ª corintios 6:16-18). Conscientes de eso, se presentan a Dios como sacrificios vivos y reciben del Espíritu Santo la gracia, la pureza, el poder y la victoria para llevar una vida santa que agrada a Dios (Romanos 6:19-22; 12:1-2).
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LA RELACIÓN DEL CREYENTE CON EL MUNDO 1ª JUAN 2:15-16. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
Con frecuencia la palabra “mundo” (gr. Kosmos) se refiere al vasto sistema de esta época que Satanás promueve y que existe independiente de Dios. No sólo consiste en los obvios placeres malos, inmorales y pecaminosos del mundo, sino que también se refiere al espíritu de indiferencia y rebelión contra Dios y su revelación, que hay en toda empresa humana que no se haya sometido al señorío de Cristo. En esta época Satanás emplea los conceptos del mundo, de la moralidad, de las filosofías, de la psicología, de los deseos, de los gobiernos, de la cultura, de la educación, de la ciencia, del arte, de la medicina, de la música, de los sistemas económicos, de las diversiones, de los medios informativos, de las religiones, de los deportes, de la agricultura, y de otros, para oponerse a Dios, a su pueblo, a su Palabra y a sus normas de justicia (Mateo 16:26; 1ª Corintios 2:12; 3:19; Tito 2:12; 1ª Juan 2:1526). Por ejemplo, Satanás usará la profesión médica para promover la matanza de niños antes de que nazcan, la agricultura para producir drogas que destruyen la vida como el alcohol y los narcóticos, los sistemas educativos para promover la filosofía impía y humanista, y los medios de diversión para destruir las normas divinas. Los creyentes deben estar conscientes de que detrás de toda empresa humana hay espíritus o poderes que se mueven contra Dios y su Palabra, algunos con más fuerzas que otros. Por último, también el “mundo” abarca a todos los sistemas religiosos inventados por el hombre y a todas las organizaciones e iglesias llamadas “cristianas” que no son bíblicas, sino mundanas o tibias. Satanás (Mateo 4:10) es el dios del sistema del mundo actual (Juan 12:31; 14:30; 16:11; 2ª Corintios 4:4; 1ª Juan 5:19). Con un ejército de espíritus malos subordinados, lo domina (Daniel 10:13; Lucas 4:5-7; Efesios 6:12-13). Satanás ha organizado el mundo en sistemas políticos, culturales, económicos y religiosos que son por naturaleza hostiles a Dios y a su pueblo (Juan 7:7; 15:18; Santiago 4:4; 1ª Juan 2:16-18) y que se niegan a someterse a su verdad, la cual revela su maldad (Juan 7:7). El mundo y la verdadera iglesia son dos grupos diferentes de personas. El mundo está bajo el dominio de Satanás (Juan 12:31); la iglesia pertenece sólo a Dios (Efesios 5:23-24; Apocalipsis 21:2). Así que los creyentes deben separarse del mundo. En el mundo los creyentes son extranjeros y peregrinos (Hebreos 11:13; 1ª Pedro 2:11). (a) No deben adaptarse al mundo (Romanos 12:2) ni amar al mundo (1ª Juan
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2:15), sino que deben salir del mundo (Juan 15:19), vencer al mundo (1ª Juan 5:4), odiar la maldad del mundo (Hebreos 1:9), morir al mundo (Gálatas 6:14) y ser rescatados del mundo (Colosenses 1:13-14). (b) El amor al mundo (1ª Juan 2:15) profana la comunión con Dios y lleva a la destrucción espiritual. Es imposible amar al mundo y al Padre al mismo tiempo (Mateo 6:24; Lucas 16:13; Santiago 4:4). Amar al mundo significa estar en íntima comunión con los valores, intereses, métodos y placeres del mundo, y estar entregado a ellos; significa complacerse en lo que ofende a Dios y se opone a Él, y disfrutar de eso (Lucas 23:35). Por supuesto, hay que saber que “mundo” y “tierra” no son términos sinónimos; Dios no prohíbe que se ame la tierra creada, es decir, la naturaleza, las montañas, los bosques, y todo lo demás. Según 1ª Juan 2:16, tres aspectos del mundo pecaminoso crean abierta hostilidad hacia Dios: (a) “Los deseos de la carne” incluyen los deseos impuros y el correr tras los placeres pecaminosos y las satisfacciones sensuales (1ª Corintios 6:18; Filipenses 3:19; Santiago 1:14). (b) “Los deseos de los ojos” se refiere a la codicia o al apetito sensual por las cosas atractivas a la vista pero prohibidas por Dios, incluso el deseo de observar lo que da un placer pecaminoso (Éxodo 20:17; Romanos 7:7). En la actualidad incluye el deseo de entretenerse viendo pornografía, violencia, impiedad e inmoralidad en el teatro y la televisión, o en películas y revistas (Génesis 3:6; Josué 7:21; 2º Samuel 11:2; Mateo 5:28). (c) “La vanagloria de la vida” se refiere al espíritu de arrogancia e independencia autosuficiente que no reconoce a Dios como Señor ni su Palabra como la autoridad suprema. Es el espíritu que se exalta, glorifica y asciende como centro de la vida (Santiago 4:16). Los creyentes no deben tener comunión íntima con los que participan del sistema malo del mundo (Mateo 9:11; 2ª Corintios 6:14), deben condenar en público su pecado (Juan 7:7; Efesios 5:11); deben ser luz y sal para ellos (Mateo 5:13-14), deben amarlos (Juan 3:16) y procurar ganarlos para Cristo (Marcos 16:15; Judas 2223). Del mundo, el verdadero creyente experimentará problemas (Juan 16:2-3), odio (Juan 15:19), persecución (Mateo 5:10-12) y sufrimiento (Romanos 8:22-23; 1ª Pedro 2:1921). Valiéndose de las tentaciones del mundo, Satanás hará un esfuerzo incesante por destruir la vida de Dios en los creyentes (2ª Corintios 11:3; 1ª Pedro 5:8). El sistema del mundo es temporal y Dios lo destruirá (Daniel 2:34-35,44; 1ª Corintios 7:31; 2ª Tesalonicenses 1:7-10; 2ª Pedro 3:10; Apocalipsis 18:2). Incluso ahora se está acabando (1ª Juan 2:17).
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LA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN 1ª JUAN 5:13. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.
Todo creyente desea tener seguridad de la salvación, es decir, la certidumbre de que cuando vuelva Cristo o cuando llegue la muerte, irá a estar con el Señor Jesucristo en el cielo (Filipenses 1:23). El propósito de Juan al escribir esta primera carta es que el pueblo de Dios tenga esa seguridad (1ª Juan 5:13). Obsérvese que en ninguna parte de la carta Juan afirma que una pasada experiencia de conversión constituye una seguridad o garantía de salvación. Es un grave error suponer que se tiene vida eterna con la única base de una experiencia pasada o una fe muerta. Esta carta expone nueve maneras de saber que existe la relación salvadora con Jesucristo. Se tiene la seguridad de la vida eterna si se cree “en el nombre del Hijo de Dios” (1ª Juan 5:13; 4:15; 5:1-5). No hay vida eterna ni seguridad de salvación sin una ferviente fe en Jesucristo que lo confiese como el Hijo de Dios, enviado como Señor y Salvador. Se tiene la seguridad de la vida eterna si se honra a Cristo como Señor y Salvador de la vida y se trata sinceramente de obedecer sus mandamientos. “Y en esto sabemos que nosotros lo conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo lo conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él” (1ª Juan 2:3-5; 3:24; 5:2; Juan 8:31,51; 14:21-24; 15:9-14; Hebreos 5:9). Se tiene la seguridad de la vida eterna cuando se ama al Padre y al Hijo y no al mundo, y si se vence la influencia del mundo. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1ª Juan 2:15-16; 4:46; 5:4). Se tiene la seguridad de la vida eterna si habitual y persistentemente se practica la justicia y no el pecado. “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1ª Juan 2:29). En cambio, “el que practica el pecado es del diablo” (3:7-10; 3:9). Se tiene la seguridad de la vida eterna si se ama a los hermanos. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos los hermanos ... Y en esto
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conoceremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él” (1ª Juan 3:14,19; 2:9-11; 3:23; 4:8,11-12,16,20; 5:1; Juan 13:34-35). Se tiene la seguridad de la vida eterna si hay conciencia de que el Espíritu Santo vive en todo el que cree. “En esto sabemos que él [Jesucristo] permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1ª Juan 3:24). Además, “conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (4:13). Se tiene la seguridad de la vida eterna si se hace el esfuerzo por seguir el ejemplo de Cristo y vivir como Él vivió. “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1ª Juan 2:6; Juan 8:12; 13:15). Se tiene la seguridad de la vida eterna si se cree en el “Verbo de vida”, es decir, el Cristo vivo (1ª Juan 1:1), se le acepta y se permanece en Él, al igual que en su mensaje original y en el de sus apóstoles. “Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (2:24; 1:1-5; 4:6). Se tiene la seguridad de la vida eterna si existe el anhelo ferviente y la esperanza inconmovible de la venida de Cristo para llevarse a su iglesia. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1ª Juan 3:2-3; Juan 14:1-3).
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EL MENSAJE DE CRISTO A LAS SIETE IGLESIAS APOCALIPSIS 1:19-20. Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas. El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.
Los mensajeros de Cristo a siete iglesias locales al occidente de Asia Menor (Apocalipsis 1:4) son también para la exhortación, advertencia y edificación de los creyentes y las iglesias de toda esta época (2:7, 11,17,19; 3:6,13,22). El valor de esos mensajes para las iglesias de hoy abarca: (1) una revelación de lo que Jesucristo ama y valora en sus iglesias, y de lo que odia y condena; (2) una declaración de Cristo con respecto a (a) las consecuencias de la desobediencia y la negligencia espiritual y (b) las recompensas por la vigilancia espiritual y la fidelidad a Cristo; (3) una norma por la cual cualquier iglesia o persona pudiera juzgar su verdadero estado espiritual delante de Dios; (4) un ejemplo de los métodos de ataque de Satanás contra la iglesia o el creyente (Jueces 3:7). Aquí se examina cada uno de esos aspectos en forma de preguntas y respuestas. ¿Qué alaba Cristo? Cristo alaba a la iglesia que no tolera a los malos (Apocalipsis 2:2); pone a prueba la vida, la doctrina y las afirmaciones de los dirigentes cristianos (2:2); persevera en la fe, el amor, el testimonio, el servicio y el sufrimiento por Cristo (2:3,10,13,19,26); odia lo que Dios odia (2:6); vence al pecado, a Satanás y al mundo impío (2:7,11,17,26; 3:5,12,21); se niega a adaptarse a la inmoralidad del mundo y a la mundanalidad interna (2:24; 3:4); y guarda la Palabra de Dios (3:8,10). ¿Cómo recompensa Cristo a las iglesias que perseveran y permanecen fieles a Él y a su Palabra? Las recompensa: (a) librándolas de la hora de prueba que vendrá sobre todo el mundo (Apocalipsis 3:10); (b) dándoles su amor, presencia e íntima comunión (3:20); y (c) bendiciéndolas con la vida eterna con Dios (Apocalipsis 2:11,17,26; 3:5,12; 21:7). ¿Qué condena Cristo? Cristo condena a la iglesia que le resta valor a la devoción personal e íntima a Él y al Padre (Apocalipsis 2:4); se aparta de la fe bíblica; tolera dentro de ella a dirigentes, maestros o laicos inmorales (2:14-15,20); muere espiritualmente (3:1) o se vuelve tibia (3:15-16); y sustituye la verdadera espiritualidad, es decir, la pureza, la rectitud y la sabiduría espiritual (3:18) con el éxito y la opulencia aparentes (3:17). ¿Cómo castiga Cristo a las iglesias que declinan en lo espiritual y toleran la inmoralidad? Las castiga: 217
(a) Quitándolas de su lugar en el reino de Dios (Apocalipsis 2:5; 3:16); (b) Haciendo que pierdan la presencia de Dios, el genuino poder del Espíritu, el verdadero mensaje bíblico de salvación y la protección de los creyentes de la destrucción de Satanás (Apocalipsis 2:5,16,22-23; 3:4,16; Mateo 13, acerca del bien y del mal dentro del reino de los cielos durante esta época); y (c) Poniendo a sus dirigentes bajo el juicio de Dios (Apocalipsis 2:20-23). ¿Qué revela el mensaje de Cristo sobre la tendencia natural de las iglesias hacia el estancamiento, la decadencia y la apostasía espirituales? (a) Las siete cartas sugieren que es la tendencia inherente de las iglesias errar, aceptar falsas doctrinas y adaptarse a los elementos malvados del mundo que se oponen a Dios (Gálatas 5:27). (b) Además, las iglesias a menudo caen bajo la influencia de personas apóstatas, malvadas e infieles (Apocalipsis 2:2,14-15,20). Por eso el presente estado espiritual de una iglesia nunca se puede considerar prueba válida de la voluntad de Dios, ni justificación definitiva para determinar la verdad y la buena doctrina. El evangelio, es decir, el mensaje original de Cristo y los apóstoles, es la autoridad suprema por la cual se miden la verdad y la falsedad. ¿Cómo pueden las iglesias evitar la decadencia espiritual y el juicio por Cristo que sigue? Estas cartas revelan diversas maneras: (a) Ante todo, todas las iglesias deben estar dispuestas a oír “lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:5-7, 16-17,21). La Palabra de Jesucristo siempre debe ser la guía de la iglesia (1:1-5), porque su Palabra, como se les reveló a los apóstoles del Nuevo Testamento por medio del Espíritu Santo, es la guía por la cual las iglesias deben examinar sus creencias y actividades y renovar su vida espiritual (2:7,11,17,29). (b) Las iglesias deben examinar continuamente su condición espiritual ante Dios y, si es necesario, corregir su grado de tolerancia de la mundanalidad e inmoralidad entre los fieles (2:4,14-15,20; 3:1-2,14,17). (c) La decadencia espiritual puede detenerse en cualquier iglesia o grupo sólo si hay arrepentimiento sincero y retorno diligente al primer amor, a la verdad, a la pureza y al poder de la revelación bíblica de Jesucristo (2:5-7,16-17; 3:13,15-22).
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