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Esta diminuta historia se da en la escuelita dominical de la iglesia del novio de una amiga mía imaginaria: -Juanito a que le temes?- Pregunta la profe. -profe yo le tengo miedo al “malamen”. -al qué juanito?- -al malamen, es que mi mamá cuando ora dice: "señor libranos del mal-amen"La mamá de juanito no es la única que le pide a Dios que la guarde del “malamém”, hubo un hombre que permaneció mucho tiempo en el anonimato, es más, todavía no goza de mucha reputación. En fin, la poca fama que tiene es gracias a una diminuta oración que hizo cuando el mal le estaba haciendo daño. Hablo de Jabes, su pequeña historia bíblica la encontramos en 1 Crónicas 4.9-10 Jabés fue el más destacado de sus hermanos. Su madre lo llamó Jabés, porque dijo: «Yo lo di a luz con dolor.» Y Jabés invocó al Dios de Israel. Dijo: «¡Cómo quisiera que me des tu bendición, que ensanches mi territorio, que tu mano esté conmigo y que me libres del mal, para que no sufra yo ningún daño!» Y Dios le concedió lo que pidió. De Jabes no es mucho lo que la Biblia dice. Sin embargo, lo poco que dice es suficiente para nosotros aprender a pedir la bendición de Dios en nuestras oraciones. Empecemos hablando un poco de Jabes. Este hombre al parecer era jefe de una familia judía, en otras palabras pareciera ser un príncipe de la tribu de Judá. Si leemos los primeros versículos del capítulo 4 del primer libro de Crónicas, nos encontramos con una lista de nombres que a muchos lectores aburre. Es nombre tras nombre mostrando algunos descendientes de Judá. Esos nombres solo se mencionan, mas nada se dice de ellos. En un fluido a penas natural de una lista de descendientes aparece Jabes, pero el cronista no se conforma con solo mencionar su nombre, se ve en la obligación histórica de narrarnos diminutamente la diferencia entre este hombre y el resto de sus familiares, que aunque no son anónimos no hay nada digno qué recordar de ellos. De Jabes se nos dice que era más ilustre que sus hermanos. “Ilustre” (Kabed. Heb) quiere decir honrado, apreciado, importante, poderoso, influyente, entre otras cosas. ‘En el Antiguo Testamento, Jabes no se levanta como un Moisés o un David, ni tampoco ilumina el libro de los Hechos de los Apóstoles como aquellos cristianos primitivos que trastornaron al mundo entero. Pero una cosa sí es segura: La pequeña diferencia en su vida hizo toda la diferencia’.1 La vida que el Señor nos ha concedido no es solo para existir. Nuestro principal propósito es el de conocer a Dios y disfrutar de él por siempre. Además, la vida que el Señor nos ha concedido es para vivirla haciendo su voluntad. Muchos no quisiéramos ser nosotros mismos. A veces yo envidio la vida que otros viven, por ejemplo la vida del cantor famoso, del músico influyente, del compositor reconocido, del intérprete 1
Bruce Wilkinson. La Oración de Jabes. Unilit. 2001, p.12
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afamado, del escritor acreditado, del predicador muy solicitado. Pareciera que a veces me dedico a ser infeliz en desamor con mi tarea en este mundo. Si Ud. se identifica conmigo en esa desdicha de ser quien eres y hacer lo que haces, debemos pensar en cómo hacer las cosas de manera que marquemos la diferencia. Ese era Jabes; un hombre que su madre marcó al dolor hizo a un lado las maldiciones esforzándose en hacer bien lo que debía hacer. Eso, lo hizo el más ilustre de sus hermanos. Pero él cargaba con una maldición. Al parecer, no fue fácil para su madre gestarlo como tampoco fue muy agradable darlo a luz. Causó tanto dolor a su madre que le puso por nombre “el que causa dolor”, es decir Jabes. A veces las maldiciones de una madre repercuten en la vida de sus hijos por mucho tiempo. No sabemos qué edad tenía Jabes cuando ora, pero sí podemos atrevernos a decir que esto le duró hasta ser adulto. De alguna manera esa maldición en su nombre le estaba perjudicando la vida. Jabes ya no soportaba más ese peso, esa acusación de causar dolor. Las maldiciones no solamente provienen con un nombre que traiga una carga negativa en las vidas. Un hijo es maldecido por las palabras no justas ni prudentes de sus padres. Un hijo es maldecido con padres dados al licor, a las infidelidades, a las drogas, a las deudas, a la vergüenza. Hijos obligados injustamente a soportar maldiciones causadas por sus padres. A algunos les dura toda una vida, pero otros, como Jabes, levantamos nuestra voz al cielo para ser librados de esas maldiciones. Jabes comprendió el poder de orar a Dios así fuera de manera sencilla. La oración es una expresión de una vida sencilla, cuando los apóstoles le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, Jesús enseñó a sus discípulos a orar de la manera más sencilla, sin complicaciones. Así oró Jabes a Dios. Cuando nos preguntan ¿qué es orar? La mayoría respondemos “hablar con Dios”. A mi parecer es al revés y un poco más: “Dios hablando con nosotros”; y el poco más: ‘Es la exclamación de un momento y la actitud de toda una vida. Es la expresión del resto de la fe y de la lucha de la misma fe. Es una agonía y un éxtasis. Es sumiso y sin embargo insistente. En un momento se aferra a Dios y ata al diablo. […] Puede ser una vil confesión y una absorta adoración. Inviste al hombre insignificante con una especie de omnipotencia.’2 Tal vez Jabes no tenía toda una teología sistematizada acerca de la oración en su comprensión, tampoco le resultaba necesario, comprendía lo suficiente como para tener fe. Eso es, fe. Con tan solo creer su sencilla oración fue respondida de manera extraordinaria. Entre fe y oración hay un estrecho vínculo. No es posible orar sin fe como tampoco es posible tener fe sin orar. En palabras de Emil Brunner, ‘La fe vive de la oración y podría decirse que, en el fondo, creer es lo mismo que orar.’ ¡Dios no contesta mis oraciones! Esta es una queja que a menudo escucho. En primer 2
J. Oswald Sanders en J. MacArthur. A Solas Con Dios. Mundo Hispano 2009, p. 5-6
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lugar, la oración no es para que Dios nos conteste; en este sentido: yo hablo a Dios luego él responde. Es al contrario, porque él habló yo le respondo en oración. Dios ya nos ha hablado por su palabra, nuestra oración es la respuesta a ese diálogo que él ya propuso. En segundo lugar, la oración no es el genio desembotellado que me concede tres deseos diarios. No podemos negar que Dios nos manda a pedir, él dijo: “pidan y se les dará; porque quien pide recibe”.3 Hay que pedir a Dios en el nombre de Jesús. Pero la oración es más que pedir, es la extraordinaria oportunidad de acercarnos a Dios como a un amoroso Padre para relacionarnos con él transparentemente. En tercer lugar, Dios no está en la obligación de complacer todas nuestras peticiones. Algunos pensamos que todo lo que pedimos, cualquier cosa que se nos ocurra, Dios nos la tiene que conceder. No es cierto. Dios es soberano, él a veces concede lo que pedimos, otras veces no concede lo que pedimos, otras veces aplaza lo que pedimos, otras veces no nos da lo que pedimos sino lo que necesitamos, otras veces nos da lo que ni siquiera pedimos. Y cualquiera de estas soberanas decisiones él lo hace por amor. Ahora pasemos a la segunda parte. Antes de desempacar la composición de la oración debemos hacer un alto en las primeras siete palabras del versículo diez: “Y Jabes invocó al Dios de Israel…” En la Biblia las oraciones no son lanzadas al azar ni son arrojadas al viento a ver quién las atiende. Nuestras oraciones no son palabras que caen al suelo cuando ya no pueden ascender más ni plegarias en forma de monólogos, no. Las oraciones en la Biblia están todas dirigidas al Dios de Israel. Toda oración debe tener como destino llegar a Dios. Jesús así nos lo enseñó, “Padre nuestro que estás en los cielos…” Hay que invocar al Dios de Israel cuando tenemos peticiones, problemas, necesidades. Hay que levantar el alma al cielo diciendo “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…”. En medio de su dolor, de su quebranto, de necesidad invoque al Dios de Israel que es Poderoso para concedernos lo que pedimos en el poderoso nombre de Jesucristo. A diferencia de Jabes nosotros tenemos entre Dios y nosotros la obra de Cristo en la cruz del calvario; podemos llamar al Dios de Israel ‘Padre nuestro’. La oración es un diálogo con Dios al que llamamos Padre, con nadie más. Ahora sí desempaquemos la oración de Jabes. Recuerda que Jabes lleva una maldición de su madre a cuestas y en una oración pide que, esa maldición, sea transformada en bendición. A decir verdad, la bendición de Dios a Jabes le resultaba un anhelo profundo, ardiente, inagotable. Esa misma oración en el idioma hebreo ‘revela la petición desesperada de un hombre que quiere algo. Por eso, la petición bendíceme está doblemente intensificada, lo que la convierte en “bendíceme con una bendición enorme.” Dentro del pacto sinaítico entre Israel y Jehová, la bendición de Dios para Israel era una 3
Mateo 7.7-8
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recompensa a la obediencia a ese pacto, bendición que todo israelita anhela; pero Jabes ambiciona algo mayor, ansía su alma una bendición especial; una bendición que cancele todas las tristezas en su vida y el dolor que lo persigue desde su nacimiento. Una bendición que haga de mi futuro absolutamente distinto a mi pasado. Bendíceme porque pertenezco al pacto sinaítico, pero hazlo de manera extraordinaria conmigo. Nosotros pertenecemos a un nuevo pacto, al pacto de la cruz. En Cristo hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestes. Aún así, necesitamos ser bendecidos de tal manera que desaparezcan las tristezas y el dolor que nos ha cobijado desde el nacimiento. Necesitamos, algunos, anhelar intensamente la bendición de Dios que enriquece y no añade tristezas. Necesitamos la bendición de Dios que cancela toda maldición en nuestras vidas. Pedirle a Dios que nos bendiga no es una oración egoísta, es una oración consciente de nuestra real necesidad: urge que Dios me bendiga. Es justo que oremos por la bendición para otros, es necesario orar con anhelo profundo, ardiente y sincero para que Dios nos bendiga. ¿Por qué anhelar la bendición de Dios? Porque la bendición de Dios es grande e implica que su familia será numerosa, esos descendientes traerán seguridad, victoria y paz al corazón. Es una bendición que abarca todos los aspectos de la vida humana, evidentemente en las finanzas, en la adquisición de tierra y ganado. Es la bendición que prospera, que sacia con abundancia, que provee ricamente a todas las necesidades abundantes de la vida. Esta bendición de Dios hay que anhelarla y pedirla con sencillez, fe, constancia y diligencia. Jabes no solo pide ser bendecido, pide además que su territorio sea ensanchado. Esta oración de Jabes no es una petición emergiendo de un corazón avaro. Es una oración de pacto, no de “pacto” como se entiende en Enlace sino de pacto como se entiende en Deuteronomio 28. Según Éxodo 34.24 ensanchar el territorio implica sacar los enemigos, los obstáculos de la tierra que Dios les ha concedido, además será una tierra protegida por Dios mismo. La condición para ensanchar el territorio es que esta persona obedezca la ley mosaica y que disfrute las fiestas solemnes a Jehová. Ensanchar el territorio no sólo implica sacar los enemigos de la tierra concedida, además de que en ella haya protección divina; también es manifestar un mayor interés en el plan de Dios con Israel. Tener tierra en los tiempos de Jabes, era una manera de sentir la confirmación divina de que Jehová está cumpliendo sus promesas de pacto. En palabras más claras, que Dios es fiel. Si ensanchar el territorio implica protección, entonces podemos, debemos pedirle a Dios que nos proteja. Qué infortunio encontrar en nuestras relaciones humanas enemigos, a veces muy cercanos. Ensanchar el territorio es que Dios aleje nuestros enemigos para nosotros tener mayor espacio para obedecerle, agradarle y servirle. A veces necesitamos ser guardados de intensiones dañinas de personas de mal proceder.
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Cuando pido a Dios que ensanche mi territorio es también porque estoy interesado, comprometido con la causa del evangelio. No puedo pedir riquezas para amontonarlas; Jesús dijo que amontonar riquezas es necedad. Si pido a Dios mayor espacio para laborar y prosperar, es porque he decidido compartir mis abundancias con quien las necesita, con el desamparado, con el desprotegido, con el pobre. No sólo con ellos, también en la obra de Dios: pido más “territorio” para dar más que un diezmo a la causa del evangelio en el mundo. Pido más porque estoy interesado en el plan de Dios con su Iglesia en el lugar que él mismo me ha establecido. También puedo, debo pedir a Dios que ensanche mi territorio cuando tengo necesidad de proveer en abundancia a los míos. Cuando a Dios pedimos con fe y obediencia, él nos da más de lo que entendemos o pedimos. Él es fiel. Jabes no solo pide ser bendecido, pide que su territorio sea ensanchado, también pide que la mano de Dios esté con él. ¿Qué significa eso? En el pensamiento de los judíos del A.T. la mano de Dios comprendía varias implicaciones teológicas. Entre ellas, la mano de sobre alguien o con alguien daba a entender que esa persona se encontraba en absoluta sujeción a Dios, era una expresión de sumisión al Dios Altísimo. También significó la solicitud de prodigios, milagros, obras poderosas y extraordinarias a favor de su pueblo o de su siervo. Era la mano de Dios quien liberaba sus hijos de la opresión de los adversarios como en el caso de Egipto. En la mano de Dios está la fuerza y el poder, el hacer grande y el dar poder a quien Dios quiera. Es de la mano de Dios que provienen todas las cosas, esa mano es la que llena nuestras manos. Es la mano de Dios la que se alza para defender al pobre y proveerle. Es la mano de Dios la que socorre, la que salva, la que guía; la que pide Jabes, la que debemos pedir nosotros. Jabes pide ser bendecido, pide que su territorio sea ensanchado, pide que la mano de Dios esté con él y pide protección: “guárdame del mal para que no me dañe”. Lo que Jabes está pidiendo es que lo guarde del mal que evoca su nombre “el que causa dolor”. Todos necesitamos ser guardados del mal y del maligno. Jesús también, enseñándonos a orar, pide que seamos guardados del mal. Guárdame del mal: de las repercusiones negativas de una maldición en el pasado, de peligros, de violencias, de ocultismos, del demonio. Que Dios nos guarde de cosas que nos puedan causar dolor: la enfermedad, la tristeza, la desolación, el abandono, la pobreza, la ruina, qué se yo. En la vida recogemos demasiadas amarguras como para querer más, no está de más pedirle a Dios su bendición que enriquece y no añade tristezas. Algunos ya traen un “costalao” de dolor a cuestas, que esta sea la oportunidad de pedirle a Dios su bendición. Otros no soportan más necesidades, la escasez hace de las suyas en casa y necesitamos la bendición de Dios. Pidamos, que quien pide al Dios eterno con fe recibe. Las bendiciones de Dios son para sus hijos, si Dios eterno por amor nos dio su Hijo, ¿no nos dará también con él todas las cosas? Claro que sí, pero que no sea una oración para aliviar nuestras avaricias, nuestras ambiciones egoístas de amontonar riquezas; por el contrario, que sea un corazón sencillo que quiere ver en su vida la fidelidad de Dios
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expresada ricamente para la gloria de Su nombre. No es malo pedir bendiciones, no está mal rogar, anhelar ser bendecido. Ahora, no es solo rogar, hay que trabajar que Dios prospera las manos diligentes y honestas. Que el Señor llene tu vida de bendiciones.