TRAVERSO-El Pasado. Instrucciones de Uso

ENZO TRAVERSO

EL PASADO. INSTRUCCIONES DE USO Historia, memoria, política

Traducción de Almudena G onzález onzález de Cuenca

Marcial Ma rcial Pons, Edicio nes Jurídicas y Sociales, S. A. Madrid 2007 Barcelona

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Politopías Colección dirigida por José María Ordóñez

© Enzo Traverso passé, modes d ’emploi. emploi. La Fabrique - Éditions, 2000. © Título original: Le passé,

© De la traducción: Almudena Almuden a González dde e Cuenca © MARCIAL PONS EDICIONES JURÍDICAS Y SOCIALES, S. A. © POLITOPÍAS San Sotero, 6 - 28037 MADRID S 91 304 33 03 ISBN: 978-84-9768-341-8 Depósito legal: M-810-2007 Diseño de la colección: Manuel Estrada. Diseño Gráfico Selección de objeto de cubierta: j m o . Fotografía: Carlos M. Aladro Objeto (zanfona) cedido por Antón Seoane-Pampín Fotocomposición: J o s u r T r a t a m i e n t o d e T e x t o s , S. L.

























En m em oria or ia de R o lan la n d Lew L ew (194 (1 9444-20 2005 05))

























ÍNDICE In

t r o d u c c ió n

Ca

pít u l o

Pr

La

e m e r g e n c i a d e l a m e m o r ia

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H

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21

R e c u e rdo rd o .................. .......................... ............... ................. ................... ................... ................... ................. ........ ................... ............................................... ............................. ...... Separaciones ...........................................

21

c o n t r a d ic t o r ia

E m p a t i a ....... ........... ........ ........ ....... ....... ........ ........ ........ ........ ....... ....... ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ...... C

a pít u l o

Se

g u n d o

.

El

t ie m p o y l a f u e r z a

.................................

Tiempo histórico y tiempo tiempo de la mem oria ..................... Memorias «fuertes» y memorias «débiles» ................... C

C

39

39 48 57

M em oria y esc ritur a de la H is to r ia .... ...... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... .... Verd Ve rdad ad y ju s tic ti c ia .................. .......................... ................. .................. .................. .................. ............ ...

57 63

a pít u l o

T

C

.

e r c e r o

u a r t o

.

El

25 30

h i s t o r i a d o r , e n t r e j u e z y e s c r i t o r .

a p ít u l o

Uso

s p o l í t i c o s d e l p a s a d o

............ .................. ............ ......

................ El eclips eclipsee de la mem oria oria del del comunis comunismo mo . . . ............. La mem oria de la

Shoah como

religión civil

.

C

13

a p ít u l o

Qu

m a n e s

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L

o s d i l e m a s d e l o s h i s t o r ia d o r e s a l e

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69

69 75

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81

























Ca

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.

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is ió n y r e v is io n is m o

..................................

93

Metamorfosis de un concepto .......................................... L a p a lab la b ra y la cosa co sa ........ ........... ...... ........ ......... ........ ....... ...... ........ ......... ........ ....... ...... ....... ........ ....

93 97

.............................................

103

t a b i b l i o g r á f i c a y a g r a d e c i m i e n t o s

l io g r a f ía

...........................................................................................................

105

























INTRODUCCIÓN LA EMERGENCIA DE LA MEMORIA Es difícil difícil encontrar una palabra tan mancillada como «memoria». «memoria». Su difusión ha sido tan extraordinaria como tardía su aparición en el campo de las Ciencias Sociales. Sociales. En E n el transcurso de los años sesenta a setenta estaba estaba prácticamen te ausente del d ebate intelectual. intelectual. No figuraba In tern rn a tio ti o n a l En cicl ci clop op ed ia o ft h e Social, Soc ial, ni en la edición de 19 1968 68 de la Inte Sciences, p ublica da en Nueva York bajo la dirección d irección de David L. Sills, Sills, ni en la obra colectiva titulada Faire de l’histoire, publicada en 1974 bajo ba jo la d irec ir ecci ción ón de Jac Ja c qu ques es L e G o ff y Pier Pi erre re N ora, or a, ni tam ta m p oco oc o en las Keywords de Raym ond Williams (1976), uno de los pioneros de la Historia cultural. Algunos años después había penetrado con profundidad en el el debate historiográfico. historiográfico. La «m emoria» es con frecue ncia utilizada como sinónimo sinónimo de Historia Historia y m uestra una tendencia singular a absor berla be rla,, apa a pare reci cien endo do com co m o una u na esp e spec ecie ie de cat c ateg egor oría ía met m etah ahis istó tóri rica ca.. Así, A sí, la la memoria aprehende el pasado con una red de ma lla más ancha que la que utiliza utiliza la disciplina tradicionalmente denominada Historia, Historia, depod epositando una dosis mayor de subjetividad, de lo vivido. En resumen, la mem oria se presenta como una Historia menos árida y más «humana» (v. Klein, 2000: 12 129) 9).. La m emoria emo ria invade el espacio público de las sociedades occidentales: el pasado acompaña al presente y se instala en el imaginario imaginario colectivo colectivo como una «m emoria» poderosamente am plifiplificada por los medios de comunicación, a veces gestionada por los poderes públicos. Se transforma en una «obsesión conmemorativa» y la



























lante todo es hacer memoria. El pasado se transforma en mem oria colectiva después de haber sido seleccionado y reinterpretado según las sensibilidades culturales, los dilemas éticos y las conveniencias po líticas del presente. presente. De esa m anera se configura el «turismo de la memo ria», con la transform transform ación de sitios históricos en museo s y lugares de visitas organizadas, dotados de estructuras adecuadas de acogida (hoteles, restaurantes, tiendas de recuerdo s, etc.), y promovido ante el el pú blic bl icoo con co n estr es trat ateg egia iass pu publ blic icit itar aria ias. s. Los Lo s cent ce ntro ross de inve in vest stig igac ació iónn y las la s sociedades de Historia local se incorporan a los dispositivos dispositivos de ese turismo de la memoria, de donde obtienen a veces los medios de subsistencia. Por una parte, este fenómeno revela un proceso de reificación del pasado, que se transforma en un objeto de consumo, consumo , al que se se em belle be llece ce,, se neu n eutr traa liza li za y se s e hace ha ce rent re ntab able le,, se pre p repp a ra pa p a ra ser se r recup rec uper erad adoo y utilizado por la industria del turismo turismo y del espectáculo, especialme espe cialmennte el cine. Con frecuencia el historiador es convocado a participar en este proceso en calidad de «profesional» y «experto», quien, según las pala pa labr bras as de O livi li vier er D umou um ouli lin, n, hace ha ce de su cono co noci cim m ien ie n to un unaa m erc er c a n cía, como el resto de bienes de consum o que inundan nuestras nu estras sociedades. La Public History norteamericana, con sus historiadores colaborando en instituciones y empresas privadas, som etidos a la lógica de los negocios, muestra el camino desde hace tiempo (Dumoulin, 2003: 343). Por otra parte, el fenómen o recuerda, desde m uchas perspectivas, lo que Eric Hobsbawm ha denominado «la invención de la tradición» (1983: n. 9): 9): un pasado real o mítico alred edor del cual se construyen prác pr ácti tica cass ritu ri tual aliz izad adaa s qu quee trat tr atan an de refo re forz rzaa r la cohe co hesi sión ón de un grup gr upoo o de una comunidad, comunidad , de otorgar legitimidad a ciertas instituciones, instituciones, de inculcar valores en el seno de una sociedad. Es decir, decir, la memoria mem oria tiende a convertirse en el vector de una religión civil del mundo occidental, con su sistema de valores, creencias, símb olos y liturgias ¿De dónde procede esta obsesión memorialista? Sus resortes resortes son

























Benjamín co nsidera a la experiencia vivida vivida como un rasgo característico de la mode rnidad, bajo el ritmo y las metam orfosis de la vida urbana, de los conflictos elec trizantes de la sociedad de masas, del caos caleidoscópico del mercado . La Erf E rfa a hru hr u ng es típica de las so E rleb eb n is pertenece a las ciedades tradicionales, la Erl las sociedades mode rnas, unas veces como si fuera la marca antropológica del liberalismo, del individualismo posesivo, otras veces como el resultado de las catástrofes tástrofes del siglo siglo xx, con su cortejo de traumas que han afectado a generaciones neraciones enteras, enteras, sin poder inscribirse como herencia en el curso na tural de la vida. La modernidad, según Benjamín, se caracteriza pre pr e cisa ci sam m ente en te p o r el decl de cliv ivee d e la exp ex p e rie ri e n cia ci a h ered er edad ada, a, un decl de cliv ivee cuyo advenimiento aparece simbólicamente d urante la Primera Guerra Mundial. Mundial. D espués de ese gran trauma de Europa, much os millones de pers pe rson onas as,, sobr so bree tod t odoo jóv jó v e n e s cam ca m pesi pe sino noss qu quee h abía ab íann apre ap rend ndid idoo d e sus mayores a vivir según los ritmos de la naturaleza, bajo los códig os del mundo rural, fueron brutalmente arrancados de su universo social y mental (sobre el tema, v. v. Gibelli, 1990 1990). ). De repente fue ron sumergidos «en un paisaje donde do nde nada na da era reconocible, reconocib le, salvo las nubes y, en el cen tro, en un campo de fuerzas atravesado por tensiones y explosiones destructivas, el minúsculo y frágil cuerpo humano» (Benjamín, 2000: 116). Los millares de soldados que volvieron del frente mudos y am nésicos, conmocionados por los shell shocks causados po r la artillería artillería pesa pe sadd a que q ue m ac h a c aba ab a sin s in c e sar sa r las la s tri t rinn cher ch eras as enem en emig igas as,, enca en carn rnaa n esa e sa cesura entre dos épocas, aquélla de la tradición forjada por la experiencia heredad a y ésta, ésta, de los los cataclismo s que se sustraen a los los mec anismos naturales de transmisión de la memoria. Las desventuras del smemorato do Collegno —un ex combatiente amnésico de doble personalidad, a la par filósofo de Verona y obrero tipógrafo de Turín— que han apasionado a los italianos durante el periodo de entreguerras, e inspirado las obras de Luigi Luig i Pirandello, Pirande llo, José Carlos Mariátegui y L eonardo Sciascia, se inscribían inscribían en esta profun da transformación del pa ilos Pasajes,

























recuerdo procedente de ellos no fue efímero ni frágil, incluso fue precursor para varias generaciones, incapaces de percibir la realidad de otra manera que no fuera la de un universo fracturado, pero no se dio como experiencia de lo cotidiano, cotidiano, transmisible a la siguiente generación (v. (v. Agamben, 2002a: 25). 25). U na primera respue sta a nuestra pregunta inicial podría, podría, entonces, formularse así: así: la ob sesión mem orialista de nuestros días es el producto del declive de la experiencia transmitida, en un mundo que ha perdido sus referentes, ha sido desfigurado por po r la la violencia y atom izado por un sistem a social que borra las las tradiciones y fragm enta las existencias. Pero es necesario interrogarse sobre las formas de esta obsesión. La memoria me moria — a saber, saber, las representaciones colectivas del pasado tal y como se forjan en el el presente— estructura las identidades sociales inscribiéndolas en una continuidad histórica y las dota de sentido, es decir, cir, de un contenido y de u na dirección. En todo tiempo y lugar, las sociedades humanas han poseído una memoria colectiva y la han alimentado de ritos, de ceremonias, incluso de po lític lít icas as . Las estructuras elementales de la m emoria colectiva residen en la conmemoración de los muertos. Tradicionalmente, en el mundo occidental, los ritos y los monum entos funerarios funerarios celebraban celebraban la trascende ncia cristiana cristiana — la muerte como paso p aso hacia el más allá— y, al tiempo, tiempo, reafirmaban rea firmaban las je rarquías sociales de aq uí abajo. En la modernidad , las prácticas de las conmemoraciones se transformaron. Por un lado, con el fin de las sociedades del Antiguo R égimen, se democratizaron al conc ernir a la sociedad en su conjunto; de otro lado, se secularizaron y se hicieron funcionales, difundiendo nuevos mensajes dirigidos a los vivos. A partir del siglo xx, los m onumentos conmem orativos orativos consagran valores laicos (la patria), defienden principios éticos (el bien) y políticos (la li bert be rtad ad), ), cele ce lebr bran an aco ac o ntec nt ecim im ient ie ntoo s fund fu ndac acio ionn ales al es (gue (g uerr rras as,, rev re v oluc ol ucio iones). Se convierten en los los símbolos de un sentimiento nac ional vivido

























moraciones oficiales, museos, películas, etc.— tienden a hac er del Holocausto la metáfora metá fora del siglo x x com o un siglo de guerras, totalitarismos, genocidios y crímenes contra la humanidad. En el centro de ese sistema de representaciones se ha instalado una nueva figura, el testi go, el superviviente de los campos nazis. El recuerdo del que es portador y la escucha que se le presta (después de decenios de indiferencia) han agitado al historiador, poniendo en desorden su taller y alterando su método de trabajo. Por un lado, ha tenido que rendirse a la evidencia de los límites de sus procedimien proced imientos tos tradicionales de hacer hace r Historia, Historia, de los límites de sus fuentes y de la indispensable aportación de los testigos para intentar reconstruir experiencias como el universo concentra cionario y la máquina de exterminio nazi. El testigo puede ofrecerle elementos de conocimiento fáctico inaccesibles por otras fuentes, pero, per o, sobr so bree tod t odo, o, pu pued edee ayud ay udar arle le a rest re stit ituu ir la l a calidad de de una experiencia histórica, que cambia de textura una vez que se enriquece con las vivencias de sus actores. De otro lado, la aparición del testigo y, por ende, el acceso de la memoria al taller del historiador, han puesto en cuestión sólidos paradigmas. paradigm as. Como, Com o, por ejemplo, el de una Historia es tructural concebida como un proceso de acumulación, en el largo plazo, con múltiples estratos (territorio, demografía, intercambios, instituciones, mentalidades) que permiten aprehender las coordenadas globales de una época, aunque dejen d ejen poco lugar a la subjetividad subjetividad de los hombres y de las mujeres que hacen la Histo Hi storia3 ria3.. Hemos entrado, para usar las las palabras de Annette Wieviorka, en la «era del testigo» testigo» (1998), que, que, situado en un pedestal, encam a un pasa do cuyo recuerdo se prescribe como deber cívico. Otro rasgo de la época, el testigo se identifica cada vez más con la víctima. Ignorados durante decenios, los los supervivientes de los campos de exterminio n azis se se convierten hoy, con su sola presen cia, en iconos icono s vivientes. Están inmóviles inmóviles en una postura que ellos no habían elegido y que no siem -

























no interesa a la gran gran mayoría, en un a época de hum anitarismo, donde ya no hay vencidos sino víctimas. Esta disimetría del recuerdo — la sa sa cralización de las víctimas antes ignoradas y el olvido de los héroes idealizados en el el pasado— indica el anclaje profundo de la memoria colectiva en el presente, con sus transformaciones e inversiones paradójicas. La memoria se conjuga siempre en presente, lo que determina sus modalidades: la selección de acontecimientos que deben guardarse en el recuerdo recue rdo (y de los los testigos a escuchar), escucha r), su interpretación, interpretació n, sus «lecciones», etcétera. Se convierte en reto político y adquiere la forma de una obligación obligación ética — el «deber de la la memoria»— que muy a menudo se convierte convie rte en fuen te de abusos (Todorov, (Todorov, 1995). Los ejem plos no faltan. Todas las las guerras de estos últimos años, desde la prime ra a la segunda del Golfo, pasando por la de Kosovo y Afganistán, también han sido guerras guerras de la memoria y a que han sido sido justificadas justificadas por la evocación ritual del deber de la memoria4. Saddam Hussein, Arafat, Milosevic y George W. W. Bush fueron co mparados mparad os con Hitler en las proclamas de las manifestaciones, en las pancartas, en los medios y en los discursos de ciertos líderes políticos. El islamismo político es a menudo asimilado al fanatismo nazi. El historiador israelita Tom Tom Segev señala que Mena hem Begin Beg in había vivido la invasión israelí del Líbano, en 19 1982, 82, como un acto reparador, un sucedáneo fantasmático d e un ejército judío jud ío que hubiera expulsado a los nazis de Varsovia en 1943 (Segev, 1993: 464). Más recientem ente, en 2002, el Co nsistorio central de los israelitas israelitas de Francia declaraba que el país estaba en vísperas de una ola de antisemitismo comparable a la que rom pió en la Alemania nazi la noche de los cristales rotos, en noviembre de 19385. Para el escritor portugués José Saramago, en contraposición, la ocupación israelí de los territorios palestinos sería comparable al Holocausto (Bédarida, C., 2002). Durante la guerra de la ex Yugoslavia Yugoslavia los los nacionalistas n acionalistas serbios veían las



























Este libro se propone explorar las relaciones entre la Historia y la memoria y analizar ciertos aspectos de la utilización pública del pasado. La materia que se ofrece a esta reflexión es inagotable. Me he basado en algunos temas conocidos, cono cidos, con los que he trabajado a lo largo de los últimos años. Otros igual de importantes han sido excluidos o poco evocados en este ensayo, que quisiera inscribirse en un debate más m ás vasto y siempre abierto.

























CAPÍTULO PRIMERO HISTORIA Y MEMORIA: ¿UNA PAREJA CONTRADICTORIA? RECUERDO Historia y mem oria nacen nacen de una misma preocupación y com parten un mismo objeto: la elaborac ión del pasado. Pero existe una «jerarquía» entre las dos. dos. La memoria, mem oria, se puede decir con Paul Ricoeur, Ricoeur, popo see un estatuto matricial (20 (2000 00:: 1 0 6 ) La Hist Histori oriaa es un rela relato to,, una una

























salta que Proust «no ha descrito la vida tal y como fue, sino como la remem ora quien la ha vivido». vivido». Y comp ara la «memoria «me moria involuntaria» de E ing g eProust —que traduce por «trabajo de evocación espontánea» ( Ein denken), donde d onde el recuerdo es el envoltorio envoltorio y el olvido el contenido— con un «trabajo de Penélope» donde «el día deshace lo que ha hecho la noche». Cada mañana, al despertar, despertar, «no tenemos en las manos, en g eneral débiles y cobardes, más que algunos fragm entos de la tapicería de lo vivido que el olvido ha tejido en nosotros» (Benjamin, 19 1961b 61b:: 336). 336). Extrayendo de la experiencia vivida vivida,, la mem oria es eminentemente subjetiva. Queda anclada en los hechos que hemos presenciado, de los que hemos sido testigos, es decir actores, y a las impresiones que han dejado en nuestro espíritu. La m emo ria es cualitativa, cualitativa, singular, singular, está poco po co p reoc re ocuu pada pa da p o r las com co m para pa raci cion ones es,, p o r la l a co c o ntex nt extu tual aliz izac ació ión, n, po porr las generalizaciones. N o tiene necesida d de pruebas para p ara quien la po porrta. ta. El relato del pasado prestado por un testigo — siempre que no fuere un mentiroso co nsciente— será siempre su verdad, es decir, decir, la la imagen del pasado depositada en sí mismo. Por su carácter subjetivo, la memoria nunca se fija; fija; se parece más bien a una ob ra abierta, en transformación permanen te. No sólo, según la metáfora de Benjamín, «la tela de Penélope» se m odifica cada día a consecuencia del olvido que nos acecha, para reaparece r más tarde, a veces mucho más tarde, tejida en una form a distinta de de la del del primer prime r recuerdo. No N o sólo el tiempo tiempo erosioe rosio-

























prese pr esent nte. e. E n ese es e sent se ntid ido, o, B enja en jam m ín (196 (1 961b 1b:: 34 345) 5) defi de finí níaa el m éto ét o do de Proust como una «presentificación» ( Vergegenwartigung ). Sería ingeing enuo considerar consid erar el «otro tiempo» (das «Gewesene») como una especie especie de «punto fijo» al que uno se podría aproximar mediante una reconstrucción intelectual a posteriori. El «porvenir» está configurado, en buen bu enaa m edid ed ida, a, p o r el pres pr esen ente te,, po porq rque ue la m em o ria ri a «est «e stab able lece ce»» los h e chos: se trata, según Benjamin, de una «revolución copemicana en la visión de la historia» (1983: 490). En «las reflexiones teó ricas» de su Libro Lib ro de d e los Pasa Pa sajes jes profundiza en ese concepto, cuando considera «e «ell pasa pa sado do ampl am plif ific icad adoo po p o r el pres pr esen ente te», », y añad añ adee qu quee «el pre p rese senn te p olar ol ariz izaa el acontecimiento (das Gescheheri) Gescheheri) en historia anterior e historia posterior». terior». La Historia, sigue Benjam in, «no es sólo una ciencia» ciencia» porque es «al mismo tiempo una forma de recuerdo» ( Ein E ing g ed en ken ke n ) (1983: 589). 589). En un sentido análogo, más reciente, Frangois H artog ha creado la noción de «presentismo» para describir la situación en la que «el pres pr esen ente te h a deve de veni nido do el hor h oriz izon onte te», », un pre pr e sent se ntee «si « sinn fut f utur uroo ni pas p asad ado» o»,, que engendraría engen draría perma nentem ente los dos según sus necesidades necesidad es (Har(Ha rtog, 2003: 126). La Historia, que no es en el fondo más que una parte de la memoria, como recordaba Ricoeur, también se escribe siempre en presente. Para existir como campo c ampo del d el saber ha de liberarse de la la memoria, no rechazándola sino poniendo distancia con ella. Un cortocircuito entre

























globales. Su percepción del pasado no puede ser más que irreductiblemente singular. singular. Allí donde el historiador sólo conte mpla mp la una etapa del proc pr oces eso, o, un aspe as pect ctoo de d e un cuad cu adro ro com co m plej pl ejoo y en e n m ov ovim imie ient nto, o, el tes t esti tigo go capta un acontecimiento crucial, el vaivén de toda una vida. El historiador puede descifrar, analizar y explicar las fotos conservadas del campo de Auschwitz. Advierte Advierte que quienes descienden del tren son ju díos, que el SS que los observa hará una selección de ellos, que la gran mayoría de las figuras de la foto no tienen más que unas pocas horas por po r del d elan ante te.. A un test te stig igoo la foto fo to le d irá ir á m ucho uc ho más. má s. L e evoc ev ocar aráá sens se nsaaciones, emociones, ruidos, voces, olores, olores, el miedo y la desorientación de la llegada llegada al campo, la fatiga del largo viaje efectuad o en horribles condiciones, sin sin duda, la visión del humo de los crematorios. Es decir, decir, le recordará un conjunto de imágenes y de hechos todos ellos singulares, inaccesibles para el historiador salvo por un relato a posteriori, fuente de una empa tia incom incomparable parable a la que el testigo ha podido revivir. vir. La foto de un Haf H aftli tling ng presenta a los ojos del historiador una víctima anónima; para un familiar, familiar, un amigo o un compañ ero de detención, la foto evoca un mundo ab solutamente solutamen te único. Para un ob observador servador exterior la foto no representa —como diría Siegfried Kracauer (1977: 32; 1960 19 60:: 14 14)— )— más que una un a realidad «no liberada» (unerlóst ). El conjun to de esos recuerdos forma parte de la memoria judía, una mem oria que el historiador no puede ignorar y que ha de respetar, explorar y com pren pr ende der, r, pero pe ro a la qu quee no pu pued edee som so m eter et erse se N o tien ti enee dere de rech choo a tran tr anss-



























Según Erie J. Hobsbawm , el historiador no pued e sustraerse al debe r de de universali universalismo: smo: «Un «Unaa historia destinad a sólo a los judío s (o a los negros americanos, a los griegos, a las mujeres, a los trabajadores, a los homosexuales, etc.) no sería una buena historia, aunque reconforte a quienes la practican» (1997: 277). Es, a menudo, muy difícil para los historiadores que trabajan con fuentes orales encontrar el justo equili brio bri o entr en tree em pati pa tiaa y dist di stan anci cia, a, entr en tree reco re conn ocim oc im ien ie n to de las la s sing si ngul ular ariidades y perspectiva general. SEPARACIONES Historia Historia y mem oria no forman una pa reja contradictoria contradictoria sino des pués pu és del d el prin pr inci cipp io del de l sig s iglo lo xx x x , cuan cu ando do los lo s para pa radi digg m as d e l hist hi stor oric icis ism mo clásico entraron en crisis, puestos en causa, simultáneamente, por la

























po p o r la escr es critu itura ra— — no pu pued edee supe su pera rarr el esla es ladi dioo de un unaa m em o ria ri a pri p rim m itiit iva, hecha de «imágenes» pero incapaz de condensarse en conciencia histórica (1965: 19 195) 5).. A sí resulta una doble visión d e la Historia como prer pr erro roga gati tiva va occi oc cide dent ntal al y com c om o disp di spos osit itiv ivoo de d e dom d om inac in ació ión. n. E sta st a visió vi siónn no sólo pertenece a Europa, sino que sólo puede existir como relato apologético del poder (v. Guha, 2002, esp. cap. III), lo que Benjamin (1961a: (1961a: 254) denunciaba como la empatia historicista historicista hacia los vencedores. Aho ra bien, a continuación de la crisis del historicismo, del cues Ahora tionamiento del paradigm a eurocentrista en el mom ento de la descolonización, de la emergencia de las clases subalternas com o sujetos políticos, Historia y memoria se han disociado. La Historia se ha democratizado, quebrando las fronteras de Occidente y el monopolio de las elites dominantes; la memoria se ha emancipado de su depen-

























estaban excluidas de la Historia en el mismo c oncepto que los «pueblos studies nasin historia» de Hegel. Hege l. Respec R especto to a las mujeres, mu jeres, los sub altem studies na cieron cieron en India a comienz os de los años ochenta. Su fin fin fue reescribir la Historia no como «la obra de Inglaterra en la India», ni como la de las elites indias surgidas bajo la dominación colonial, sino como una Historia de «subalternos», el pueblo al que hay que escuchar «su pequeña voz» (sniall voice s ), que la «prosa de la contrainsurrección» de posit po sitad adaa en los lo s arch ar chiv ivos os de E stad st adoo no pu pued edee re r e stit st ituu irn ir n os, os , po porq rque ue su la bor bo r cons co nsis iste te p reci re cisa sam m ente en te en ahog ah ogaa rla rl a (Guh (G uha, a, 1996 1996:: 73 739 90) 0).. E n este es te contexto de incremento de las fuentes de la Historia y de puesta en cuestión de sus jerarq uías tradicio nales se inscribe la emergenc ia de la memoria como nuevo lugar luga r de trabajo para pa ra la escritura del del pasado. El primero que codificó codificó la dicotomía entre las fluctuaciones emocionales del recuerdo y las construcciones geométricas del relato his-

























v., sobre todo, Bergson, 1959). La Historia, indica el autor, ignora las perc pe rcep epci cion ones es subje sub jetiv tivas as del pasa pa sado do priv pr ivile ilegi gian ando do cort co rtes es conv co nven enci cion onaales, impersonales, racionales racionales y objetivos (ofrece como ejemp lo la Chronologie universelle universelle de Dreyss, aparecida en París en 1858 1858;; Halbwachs, 1997: 161). Esta dicotom ía ha sido retoma retoma da recientemente por Yosef Yosef Hayim p a r Yerushalmi Yerushalmi que, en su calidad de historiador, se presenta como un pa venú en el seno del del mundo judío. En una com unidad soldada por la la religión, la imagen del pasado se ha forjado al hilo de los siglos gracias a una memo me moria ria ritualizada ritualizada que fijaba las modalidades y los ritmos ritmos de una temporalidad judía separada del mundo exterior. Por ello, la historiografía judía nace de una ruptura con la memoria judía, la única que antes había asegurado una continuidad, en términos de identidad y autorepresentación en el seno del mundo judío. Esta ruptura estuvo marcada por la Emancipación, que engendró un proceso de asimila-

























catión cat ión universal. «La mem oria es un absoluto y la historia sólo sólo conoce lo relativo» (Nora, 1984: xix)6. A partir de esa comprobación, Nora sólo puede concebir una relación entre Historia y memoria, la de un análisis y una reconstrucción de la memoria según los métodos de las Ciencias Sociales, de las que forma parte la Historia. En esta persp ectiva, ha abierto un campo historiográñco extremadamente ambicioso: reconstruir la Historia nacional alrededor de los «lugares de la memoria», del del territorio a los paisajes, de los símbolos a los monu mentos, men tos, de las conm emoraciones emorac iones a los archivos, archivos, de los emblem as a los mitos, de la gastronomía a las instituciones, de Ju ana de Arco a la Torre Torre Eiffel. Eiffel. Pero lejos de ser el lote exclusivo exc lusivo de la mem oria, los peligros peligro s de sa cralización, mitifícación y amnesia acechan perm anentemente anentem ente la escritura de la Historia, y una gran parte de la historiografía m oderna y conc ontemporánea ha caído caído en esta trampa. La em presa de Nora no escapa a esa regla, al dar un espacio modesto al pasado de la Francia colonial



























sar colectivos colectivos,, pero también influidos por los paradigm as científicos de la representación del pasado. Esto ha dado lugar a unos híbridos — cier ci erta tass auto au tobi biog ogra rafí fías as entr en traa n en esa es a cate ca tegg o ría— rí a— qu quee p erm er m ite it e n a la memoria revisitar la Historia subrayando sus ángulos muertos y sus generalizaciones apresuradas, y a la Historia corregir las trampas de la mem oria obligándola a transformarse en análisis autorreflexivo autorreflexivo y en L o s hu nd idos id os y los lo s salva sa lva do s, de Pridiscurso crítico. crítico. Una o bra como Lo

























H itler erju jug g end en d » (v. Berg, 2003: 420424, 613615). la «generación de la Hitl Más allá del juicio que se pueda hacer sobre sus resultados —con frecuencia cuencia notables— notables— una constatación se impone: la característica característica com parti pa rtida da po p o r la m ayo ay o ría rí a de d e sus re r e pres pr esen enta tann tes te s resi re side de,, prec pr ecis isam amen ente te,, en e n la la exclusión de las víctimas del nazismo de su campo de investigación, por po r no d ecir ec ir de su h oriz or izon onte te epis ep iste tem m ológ ol ógic ico. o. Esa Es a cara ca racc terí te ríst stic icaa se h a perp pe rpet etua uado do en los lo s trab tr abaj ajos os de u n a nu nuev evaa gene ge nera raci ción ón,, c o n frec fr ecue uenc ncia ia

























Padece los condicionamientos de un contexto social, cultural y nacional. nal. No N o se escapa a las influencias de sus recuerdos recuerdo s personales person ales ni a los los de un saber heredado, del cual puede intentar librarse pero no negándolos sino por un esfuerzo de distanciamiento distanciam iento crítico. En esta perspectiva, su labor no consiste en intentar evacuar la memoria —personal, individual y colectiva— sino en ponerla a distancia e inscribirla en un conjunto histórico más amplio. am plio. Hay pues, pue s, en el trabajo del historiador, historiador,

























A pesar de su postura positivista, los historiadores alemanes de la generación de la Hitl H itler erju juge gend nd,, es decir, aquellos que nacieron entre 1925 19 25 y el comienzo de los años treinta (Ma rtin Broszat, Hans Mom m sen, Andreas Hillgruber, Ernest Nolte, HansUlrich Wehlwe, etc.), tienden también a sentir una empatia con los actores del pasado, que implica recuerdos personales. person ales. Las investigaciones sobre la Historia de la vida cotidiana bajo el nazismo All (A llta tags gsg g esch es ch ich ic h te ) dibujan, dibujan, en la m a-

























antigua, de Joaquim Fest. Fascinado por la «grandeza demoníaca» de Hitler, Fest no ha podido evitar, sin haber la intención, de registrarle «en un buen lugar en el Panteón de los héroes alemanes» (Kershaw, 1998 19 98:: 2 5 )10 )10. Otros han h an adoptado adoptad o una actitud a ctitud de em patia crítica — fuente de conmoción más que de identificación (se podría hablar más de acercamiento «heteropático» que de empatia; LaCapra, 2001: 41)— que ayuda a «comprender» los comportamientos de los actores de la Historia sin justificarlos. Es el esfuerzo realizado por Hannah Arendt



















































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































transformado transformado la razón de instrumento emanc ipador en instrumento de dominación y el progreso técnico e industrial en regresión humana y social. social. Adorno definía de finía el el Holoca usto como la expresión de «una «un a barbarie que se inscribe en el principio mismo de la civilización» (Adorno, 1969) 196 9).. Contra Con tra la tendencia tenden cia tranquilizadora tranqu ilizadora de ver el nazismo como co mo una un a legitimación en negativo del Occidente Occid ente liberal, estos filósofos lanzaron una señal de alarm a severa. severa. El totalitarismo ha nacido en el seno de la misma mism a civilización, civilización, es su hijo. Esta civilización sigue siendo la nuestra y seguimos viviendo en un mundo en el que Auschwitz delimita un horizonte de posibilidad, aunque su violencia pueda tom ar otras otras formas u otros objetivos. Se puede comprender a H abermas, cuando ha escrito que es sólo «después y po r Auschwitz» Auschwitz» (nach un d durch durch Auschwitz) que Alemania ha integrado Occidente (Habermas, 1990: 294). En efecto, es bajo el impacto del genocidio de los judíos que Alemania ha iniciado una ruptura con su autopercepción tradicional tradicional como comunidad étnica (exclusivamente fundada sobre el derecho de sangre) y ha come nzado a rede finir su identidad identidad según las líneas de una comu nidad política, com o una nación de ciudadanos. Se trata de una conse cuencia cuenc ia fructífera de la memoria del Holocausto. Pero Occide nte no se reduce al Estado de D erecho y a la democracia liberal. El nazismo no se inscribe en la Historia de Occidente sólo como expresión extrema de la contrailustración. Su ideología y su violencia condensaban varias tendencias que estaban pres pr esen ente tess en Eu E u rop ro p a des d esde de el siglo sig lo xix: xi x: el colo co loni nial alis ism m o, el ra r a cism ci sm o y el antisemitismo moderno. Era un hijo de la Historia occidental. La Europa liberal del siglo xix h abía sido su incubadora. El problem a que se plantea es, pues, el de la relación de la Shoah con el proceso de civilización. El Holocausto implicaba el monopolio estatal de la violencia que No rbert Elias y Max Weber Weber,, en la estela de Hobbes, habían interpretado como un vector de pacificación de la sociedad y, por consiguiente, como una conquista del proceso de civilización. En su elaboración, este genocidio ad mitía las estructuras con stitutivas titutivas de la civilización moderna: la técnica, la industria, la división del trabajo, trabajo, la administración buroc ráticoracional. Es la técnica industrial la que ha permitido la producción produc ción en serie de la muerte. Es decir, decir, la fórmula convencional convencional — que Auschwitz funcionaba como una fábrica productora de muerte— no implica, ciertamente, que toda fábrica

























pués pu és de h aber ab er con co n stat st atad adoo que q ue «el «e l H o loca lo caus usto to no tra tr a icio ic ionn a b a el espí es píri ritu tu de la modernidad», el sociólogo sociólogo Zygm unt Bauman h a subrayado que «las condiciones propicias para la perpetuación del genocidio son es pec p ecia iale les, s, per p eroo para pa ra nada na da exc e xcep epci cion onal ales es.. Rara Ra ras, s, pero pe ro no úni ú nica cass [...]. Para Pa ra lo que significa la modernidad, el genocidio no es una ano malía ni una disfunción» (1989: 114). Pensar la relación de Auschwitz Ausch witz con la mod ernidad occidental occide ntal puede llevar a poner en causa lo que creemos «normal». Las zonas de es per p eraa don d onde de son re r e ten te n ido id o s los l os ext e xtra ranj njer eros os en situ si tuac ació iónn irre ir regu gula larr y los d emandantes de asilo —han proliferado en Europa en el curso de estos últimos últimos años— no son comparables comparables con los campos nazis. nazis. Sin embargo, poseen en el seno de nuestras nuestras sociedades dem ocráticas ciertos rasgos esenciales que definen el paradigma del campo de concentración, es decir, según Giorgio Agamben, «un espacio que se abre cuando el estado de excepción excep ción com ienza a convertirse en regla» (2002b: 49). Son en efecto espacios ané micos mico s en los que todo es posible, no porque fueran concebidos como co mo lugares de aniqu ilación sino porque se trata de lu gares de no derecho. Las personas allí internadas internadas corresponden co rresponden con la definición de «paria» que daba Hannah Arendt: un fuera de la ley, no po p o rqu rq u e hu hubb iera ie ra trans tra nsgg redi re dido do la ley, sino sin o po porq rquu e no exis ex iste te ning ni ngun unaa ley que lo pueda reco noce r y proteger proteger.. Individuos, añ adía ella evocando a los apátridas, «superfluos» a los ojos de la comunidad com unidad de naciones. nacione s. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados contabiliza cincuenta cincue nta millones de ellos en el mun do de hoy. hoy. Varias Varias decenas de millares son internados ca da año en los países de la Unión Europe a, invisibles, como presencias «metafóricamente inmateriales» (Sois, 2003: 398). Hay un pasaje en Los L os oríg or ígen enes es d el tot t otal alita itari rism sm o que hoy en día no podemos leer sin sin pensar en la actualidad: actualidad: «Antes de hacer hac er funcionar ciona r las las cámaras de gas, los nazis habían estudiado estud iado detenidame d etenidamente nte la cuestión y habían descubierto con gran satisfacción que ningún país iba a reclamar a esas gentes. Lo que hay que saber es que se hab había ía creado una condición de completa privación de derechos mucho antes de que el derecho a la vida fuera contestado» (Arendt, 2002: 598). 598). Pero hay también otra m emoria emo ria de Auschwitz. En E n la época en que el genocidio jud ío estaba ausente a usente del discurso oficial, oficial, su recuerdo alimentaba una reflexión y un compromiso que no tenían tenían nada de conformista. En Francia, la mem oria de Auschw itz y de Buchenw B uchenwald ald ha sido sido

























tra la ocupación alemana. Alain Resnais dirigía N u it y B roui ro uilla lla rd en 1955 19 55,, como un recuerdo recu erdo de la Histori H istoria. a. Testimonian do en 196 19600 en el proc pr oces esoo cont co ntra ra F ran ra n cis ci s Jean Je anso son, n, juz ju z g a d o p o r h abe ab e r crea cr eado do en Fran Fr ancc ia una red de apoyo al FLN, Pierre P ierre VidalNaquet com parab a los los asesinatos cometidos p or el ejército francés en Argelia Arge lia a las cámaras de gas de Auschwitz, Auschwitz, donde habían muerto sus padres. padres. La com paración era ciertamente exagerada, como de hecho lo ha reconocido en sus memorias (VidalNaquet, 1998: 107). Hoy, tales posiciones suscitarían la ira de los «guardianes del Templo» de la memoria del Holocausto. Revelan un paisaje mem orial y político muy m uy diferente del nuestro, y también los límites de la historiografía (en el sentido más tradicional del término) en una época donde la distinción entre campos de concentración y campos de exterm inio quedab a lejos de estar clara. Pero también revelan la presencia presenc ia de un recuerdo todavía reciente, vivo, caliente, que actuaba como una incitación incitación muy poderosa a luch ar contra las injustici injusticias as y las opresiones del presente. Este recuerd o que inspiraba inspira ba la opción de varios firmantes firmantes del « manifiesto de los 121 121»» a favor de la insumisión en Argelia será será evocado en los procesos d e la época. Para P ara el trotskista trotskista holandés Sal Santen, superviviente de los campos nazis y, después, condenado condena do en 196 19600 por haber participado en la creación de una fábrica clandestina clandestina de armas para el FLN, no había duda de que el comprom iso anticolonialista anticolon ialista era una prolongación del antifascismo. La com paración entre crímenes nazis y violencias coloniales atravesaba los escritos de Frantz Fanón e, incluso, las declaraciones del Tribunal Russell sobre Vietnam. La memoria de Auschwitz, subterránea subterránea pero viva, es igualmente una clave indispensable para explicar el antifascismo del movimiento estudiantil y el de la izquierda revolucionaria después de 1968. Este sustrato sustrato de mem oria colectiva, colectiva, en la época silenciad o del discurso oficial, podía por momentos salir a la superficie, como cuando Daniel CohnBendit Cohn Bendit fue expulsado por el general De Gaulle, lo que hizo bajar a las calles a millares de jóve nes gritando g ritando «todos nosotros somos judíos alemanes». Este eslogan poseía entonces una fuerza liberadora cuyo alcance resulta difícil de com prender prend er hoy hoy.. En Alemania, después del silencio silencio de la era Adenauer, la memoria de Auschwitz tenía que reaparecer desde los años sesenta como un motor de protesta estudiantil estudiantil.. Una nueva generación ped ía cuentas a la

























ner, 1993) los residuos de un nacionalismo de rasgos antisemitas que estaba latente en la violencia del antisionismo, del antiimperialismo y del antiamericanismo de la izquierda extraparlamentaria. Lo que no debiera im pedir observar que esta revuelta fue el punto de partida de todas las querellas de los decenios siguientes alrededor del «pasado que no quiere pasar» y de la formación de un a nueva conciencia histórica, cuya memoria de los crímenes nazis constituye un elemento central. Esta remem oración ha encontrad o una notable ilustración literaria, literaria, recuerdo de infanci infancia, a, de Georges en 1975, en W o el recuerdo G eorges Perec. Esta novela se articula alrededor de un doble relato, el de la mem oria y el de una ficción política inspirada de la actualidad: por un lado, sus recuerdos de huérfano, hijo de jud íos polacos inm igrados en Francia, deportados y exterminados en Auschwitz; p or otro lado, la crónica de una sociedad totalitaria, W, situada en América Latina, orga nizada com o un sistema totalitario, totalitario, fundado sobre el principio de la competición compe tición deportiva que concluye en masacre. Esta novela se termina con las siguientes pala bras: bra s: «H «Hee olvi ol vida dado do las la s ra r a zone zo ness qu que, e, con co n do doce ce años añ os,, m e han ha n hech he choo eleel egir la Tierra de Fuego para instalar W allí: allí: los fascistas de P inochet inoch et se han encargado de dar a mi obsesión una ú ltima resonancia: varios islotes de la Tierra de Fuego son hoy campos de deportación» (Perec, 1975: 220). Pero Pero se pueden encon e ncontrar trar ejemplos recientes de un buen uso de la memoria del Holocausto. Por ejemplo, el del africanista JeanPierre L ibér érat atio ion n donde Chrétien, que publicó en abril de 1994 un artículo en Lib denunciaba los crímenes de un «nazismo tropical» en Ruanda (Chrétien, 199 1994) 4).. Desde De sde un punto de vista analítico, este concepto conc epto no parece muy pertinente en la medida en que asimila dos genocidios, el de los tutsis y el de los los judíos, judío s, muy m uy diferentes en sus contextos, por la natura leza de los regímen regímenes es políticos po líticos que los han concebido concebid o y por los medios con los que han sido perpetrados. En camb io, desde el punto de vista de la utilización pública de la Historia, este concepto ha sido muy bien elegido. En abril de 1994, cuando la opinión pública era todavía am plia pl iam m ente en te inc i ncré rédd u la o indi in dife fere rent nte, e, vis a vis vi s de d e las l as m asac as ac res re s que q ue los lo s m edios caracterizaban como conflictos «tribales», hablar de «nazismo tropical» tenía un sentido, el de apoyarse sobre la conciencia histórica del mundo occidental, o ccidental, en la cual la Shoah ocupa un lugar lu gar central, para

























Desde Desd e un punto de vista ético político, la noción de «nazismo tropical» estaba, pues, perfectamente justificada. Desgraciadamente, es más fácil conmem conm emorar orar los genocidios, sobre so bre todo a decenios de distancia, que impedirlos. EL ECLIPSE DE LA MEMORIA DEL C OMUNISMO E n El E l spl s plee een n cont co ntra ra el olvid ol vido, o, D olf Oehler ha mostrado hasta qué qué punt pu ntoo la cult cu ltur uraa fran fr ance ce sa del de l segu se gund ndoo im peri pe rioo estu es tuvo vo ob obse sesi sion onad ada apo porr la memoria memo ria de jun io de 184 1848, 8, en una sociedad que intentaba intenta ba exorcizar po p o r todo to doss los lo s m edio ed ioss e l recu re cuer erdd o de esta es ta rev re v uelt ue ltaa casi ca si inno in nom m b rabl ra blee (Oehler, (Oehler, 19 1996) 96).. Hoy ocurre algo similar. similar. La idea mism a de revolución ha sido criminalizada, criminalizada, inmed iatamente reenviada a la categoría de «comunismo» y así archivada en el capítulo de «totalitarismo» de la Historia del siglo xx. Ha sido asimilado con el Terror Terror y el Terror Terror reducido al cumplimien to coherente de una ideología ideolog ía criminal (Wahnich, 2003). 2003). El capitalismo y el liberalismo parece que han vuelto a convertirse en el destino ineluctable de la humanidad, como había sido descrito por Adam Smith S mith en la época de la Revolución Revo lución Industrial y por Tocqueville después de la Restauración. Este diagnóstico no señala a un nuevo orden en construcción, del cual casi no se percibirían los rasgos, sino a un sistema socialpolítico que se presenta como la única respuesta posible a los los horrores del siglo xx. El contraste con el paisaje m emorial emo rial del siglo recién acabado es llamativo. En los mom entos más sombríos de la «edad de los extremos», cuando el viejo mundo estaba sacudido por una guerra destructora que le hacía parec erse a un cuadro de El Bosco, cuando se extendía el sentimiento de que la humanidad estaba al borde borde del abismo y que la civilización corría el riesgo de un eclipse definitivo,, el comunism o aparecía, a los ojos vo ojos de millones de hombres y m ujeres, como una alternativa por la que merecía la pena luchar. luchar. En la idea de comunismo seguramente había una parte de ilusión, de mistificación y de ceguera, de la cual sólo una minoría entre sus defensores tenía conciencia. Sin embargo, estaba fuertemente arraigada en la sociedad, en la cultura y en la esperanza de las clases populares. Comunismo era una palabra portadora de múltiples significados. Quería decir asumir su propio destino, emanciparse, luchar contra el fascismo, contra la injusticia, injusticia, contra la opresión, construir una sociedad de igua -



























totalitarias se codeaban en un a dialéctica histórica que la «eda d de los los extremos» hab ía empujado hasta el paroxismo. E n Francia Fran cia y en varios país pa íses es del oest oe stee euro eu rope peo, o, la m em oria or ia del de l com c om un unis ism m o es, en p rim ri m er lu gar, la de un unaa «contrasoc «con trasociedad iedad»» (v. (v. Lavabre, 199 1994)2 4)2 — cuartel, iglesia ig lesia y comunidad comu nidad fraternal a la vez— que qu e hoy ya no existe. existe. Si las sombras y las contradicciones que recelaban de esta idea de comunismo son hoy en día bien visibles, si sus ilusiones están destruidas, también hay h ay que reconocer que su horizonte de esperanza ha desaparecido. Los movimientos de masas más radicales ya no se atreven a reclamarlo ni reivindicarlo. Los zapatistas mejicanos no hablan de comu nismo, sino de dignidad y de justicia. Las fuerzas que se han m ovilizado en estos últimos años contra la mundializació n neoliberal, de Seattle a Génova, tienen ideas muy claras sobre lo que no quieren —un mundo reconstruido y transformado en mercancía— pero no se atreven a proponer un modelo mode lo alternativo alternativo de sociedad. Los estudiantes chinos reunidos reunido s en la Plaza de Tiananmen en 198 19899 no reivindicaban, como en Praga en 19 1968 68,, un «socialism o de rostro humano», human o», sino libertad y democracia. En los los país pa íses es de E urop ur opaa cen c entr tral al m ucho uc hoss son so n los lo s qu que, e, desp de spué uéss de hab ha b er luch lu chaado por un socialismo auténtico, se han convertido en responsables no sólo de la vuelta a la democracia, sino también de la restauración del capitalismo. Introducido en la concienc ia histórica del del mundo occidental occ idental desde finales finales de los años setenta como un acontecimiento central del siglo siglo xx, el recuerdo de los campos de la muerte nazis se ha soldado, despué s de la caída del muro de Berlín y la disolución disolución del imperio soviético, con la memoria del «socialismo realmente existente». Se han vuelto indiso ciables, como los iconos de una era de los tiranos, definitivamente definitivamente aca ba b a d a 3. L a ela e labo bora raci ción ón de la m em oria or ia del de l pas p asaa do fasc fa scis ista ta y naz n azi,i, inic in icia iada desde hace algunos decenios en varios países europeos, se ha incrementado increme ntado con el fin del del comunismo. La conciencia histórica del ca-

























de una época de guerras, de dictaduras, de destrucciones y de masacres4. Una vez decapitado el monstruo con cabeza de Jano, Occidente ha conocido una nueva juventud, casi una nueva virginidad. Si el nazismo y el comunismo son los enemigos irreductibles de Occidente, éste deja de ser la fuente fuente pa ra convertirse en la víctima, erigiénd ose el liberalismo en su redentor. redentor. Esta tesis se expresa bajo variantes diferen tes, desde las más vulgares a las más nobles. L a versión más vu lgar es la del filósofo filósofo del del Departamen Dep artamen to de Estado americano Francis Fukuya ma (1993), para quien la dem ocrac ia liberal designa, en el el sentido sen tido he geliano del término, «el fin de la Historia», lo que implica la imp osibilidad de concebir conceb ir un mundo que sea, a la vez, diferente y mejo r qué él mundo actual. La versión noble es la de Fran^ois Furet. Subrayando, p a sa d o d e una un a ilusión ilus ión,, que «ni el fascismo ni el comunismo han en El pa sido los signos inversos de un destino providencial de la humanidad» (1995: 18 18), ), Furet da a entende r que este destino providencia l sólo existe representado represen tado por su enemigo enem igo común: el liberalismo. Después de haber asimilado el movimiento y los aparatos políticos, la revolución y el régimen, sus utop ías y su ideología, ideología, los soviets y la checa, los historiadores de la nueva restauración han comenzado a condenar en bloque al comunismo com o una ideología y una práctica práctica intrínsecamente intrínsecamente totalitarias totalitarias.. Desprendida de tod a su dimensión liberadora, su mem oria ha sido clasifica da en los archivos del siglo de los tiranos. Ciertamente, el siglo xx ha suscitado una interrogación mayor en cuanto al diagnóstico de Marx sobre el pap papel el del proletariado proletaria do como li ber b erad adoo r de la hu hum m anid an idad ad.. L a R evol ev oluc ució iónn R u sa (y las la s qu quee han ha n segu se guid idoo sus huellas) ha engend rado un régimen rég imen totalitario. Todo contra lo que, desde B abeuf y Marx, el comunismo se había sublevado sublevado —la opresión, opresión, la desigualdad, desigualdad, la dom inación— se convirtió convirtió rápidamente rápidamente en su condición normal de existencia. La violencia «partera» de la Historia fue

























bía b ía enge en gend ndra rado do.. D espu es pués és de un unaa épo ép o c a de g uerr ue rraa y de geno ge noci cidi dios os,, de fascismos y de estalinismo, el socialismo ya no subsiste, ni en su origen ni en su forma utópica. Pero esta e sta utopía está ahora cargad a del peso de la Historia que la transforma, según las inspiradas palabras de Daniel Bensaid, en una «apuesta melancólica» (1997). Se carga de un agudo sentimiento de derrotas padecidas, de catástrofes siempre posi bles bl es,, y este es te sent se ntim imie ient ntoo se conv co nvie iert rtee en el verd ve rdad ader eroo hilo hi lo rojo ro jo qu quee teje te je la continuidad de la Historia como H istoria de los vencidos. A diferencia de Marx, que definía de finía a las las revoluciones com o las «locomotoras de la Historia», Benjamin las interpretaba como el «freno de socorro», que podía detener la carrera del tren hacia una catástrofe eternamente renovada y romper el contínuum de la Historia (1977: 1232). La metáfora de Marx quedaba prisionera de la mitología del prog pr ogre reso so en la l a que qu e los lo s ferr fe rroc ocar arri rile les, s, e xp xpre resi sión ón de la l a soc s ocie ieda dadd indu in dust stri rial al,, imagen del poder y de la velocidad, habían sido el símbolo durante todo el siglo xix. Despu és de los railes railes de Birkenau, después de las vías vías férreas que los zeks ze ks construyeron en los gobiernos de Siberia, las locomotoras no evocaban la revolución. revolución. Ya no estamos en medio de la tempestad, co mo nuestros nuestro s ancestros del periodo de entreguerras. Vivimos, al menos provisionalmente, en un paisaje po scat sc atas astr tróf ófico ico , resguardados de las calamidades que afligen a otras otras regiones del planeta. Y con la catástrofe ca tástrofe se ha alejado la revolución, su corolario. Ya que su «campo de experiencia» se aleja de nosotros como pasado cumplido, su «horizonte de espera» se ha vuelto invisible (Koselleck, (Kosellec k, 199 1990: 0: 3073 30 73 29 29)5 )5.. No sabemos sabe mos si el comunism com unism o podr po drá, á, algú al gúnn día, dí a, vo volv lver er a ser se r un «h «hor oriz izon onte te de espe es pera ra», », un unaa «u «uto topí píaa concreta», como lo definía Emst Bloch. Lo que sí es seguro es que su campo de experiencia se ha eclipsado de nuestro paisaje memorial y que aún aú n espera su anamnesis.

























tesca de los pueblos colonizados contra el imperialismo ha sido olvidada, envuelta por otras representaciones representa ciones del «Sur» del mu ndo acum ac umuuladas a lo largo largo de tres decenios: prim ero, la de los carniceros de Cam boya bo ya y Rua R uand nda, a, des d espu pués és la de d e las l as «g «gue uerr rras as h um anit an itar aria ias» s» y, por po r últim últ imo, o, la del del terrorismo islámico cuyos portavoces han su stituido a la imagen imagen del guerrillero. Los ex colonizados no han adquirido aún el estatuto de sujeto histórico, simplemente se han transformado en «víctimas», ob je to de salv sa lvac ació iónn de los país pa íses es desa de sarr rroo llad ll ados os qu quee cont co ntin inúa úann c u m p lien li endo, como en el siglo xix, su «m isión civilizadora», ahora envue lta con el papel ideológico de los «derechos humanos». Así, amortajado, el recuerdo del comunismo y del anticolonialismo como movimientos emancipadores, como experiencia de constitución de los oprimidos en sujeto histórico, histórico, subsiste como com o mem oria escondida, a veces como con tramemoria opuesta a las representaciones dominantes.

























CAPÍTULO QUINTO LOS DILEMAS DE LOS HISTORIADORES ALEMANES LA DESAPARICIÓN DEL FASCISMO FASCISMO Alemania Aleman ia constituye constituye un laboratorio interesante para estudiar la interacción entre la memo ria del nazismo y la escritura de su Historia. Historia. En este país, la emergencia emerg encia de una con ciencia histórica del genoc idio de los ju d íos ío s ha h a coin co inci cidi dido do con co n la desa de sapa pari rici ción ón de la noc n oció iónn de d e «fas «f asci cism smo» o» del 'campo historiográfico. Pocos son los historiadores que han hecho un análisis comparado de los fascismos (Schieder, 1983), poquísimos los que aceptan, hoy en día, considerar al fascismo como u n fenómeno de alcance europeo. Se trata, esencialmente, de algunos supervivientes de la historiografía historiografía alemana del Este, después del «cam bio de paso» que ha dado lugar a la reunificación reunificación en el seno del mundo académico. Es la noción de fascismo que, más allá del Rhin, parece constituir una especie de tabú. El fenómeno no es nuevo. nuevo. Había Ha bía sido señalado desde 19 1988 88 por



























impacto considerable fuera de las fronteras alemanas. Después, al año siguiente, la correspondenc ia entre Martín Brosz at y Saúl Friedlánder, que no pasó el umbral de las revistas y publicaciones especializadas, per p eroo qu quee cons co nsti titu tuye ye u n a refl re flex exió iónn m eto et o do doló lógi gicc a de gran gr an impo im port rtan anci cia. a. En 199 1996, 6, la controversia alreded or del libro libro de Daniel J. Goldhagen so bre br e «los «lo s verd ve rdug ugos os vo volu lunt ntar ario ioss d e Hitl Hi tler er», », qu quee cau ca u sa furor, fur or, con co n fuer fu erte tess repercusiones repercusion es en la escena internacional. Para terminar, las polémicas, exclusivamente internas a la disciplina histórica y puramente «germanoalemanas», suscitadas por la His H isto tork rker erta tag g de 1998, han sido seguidas por las agarradas alrededor de una exposición itinerante sobre los crímenes crímen es de la Wermacht. Primer debate, pues, la Histo His torik riker erstr streit eit,, iniciado en 19861987 por las tesis de Em st Nolte sobre el pasado alemán «que no quiere pasar». pasar». Su interpretación del n azismo com o reacción reacc ión a la Revolución R usa y, y, sobre todo, su visión del genocidio de los judíos como «copia» de un «genocidio de clase» perpe trado por los los bolcheviques fueron objeto de pol p olém ém icas ic as m uy cono co noci cida das. s. Jürg Jü rgen en Ha Habe berm rmas as h a sido sid o el prin pr inci cipa pall anta an tagonista de Nolte, Nolte, al que acusó de haber encontrado una man era cómoda de «liquidar los daños», de «normalizar» el pasado y de disolver la responsabilidad histórica heredada de los crímenes del nacionalsocialismo (Nolte, 1987, y Habermas, 1987a). El segundo debate tuvo lugar un año más tarde, al amparo de los

























Tercer debate: debate: a mediados mediado s de los años noventa la obra del politólo go americano Daniel Goldhagen ha suscitado, suscitado, mucho m ás allá del me dio universitario, universitario, un vasto debate púb lico sobre la relación de la sociedad alemana alem ana con el régimen nazi y sobre el grado de imp licación de los alemanes «ordinarios» en la ejecución de sus crímenes. Si la tesis de Goldhagen, que presentaba el genocidio judío como un «proyecto nacional» alemán, ha sido objeto de sólidas críticas críticas por parte de la mayoría de los historiadores, tambié n ha significado significado un momen to importan te de la confrontación de la Alem ania reunificad a con el pasado nazi y de la formación de una conciencia histórica, especialmente entre los jóve jó venn es, es , en cuyo cu yo cent ce ntro ro se ins i nscr crib ibee Aus A usch chw w itz it z (Gol (G oldh dhag agen en,, 1997)'2.'La 1997)'2.'L a aproximación funcionalista, que veía los crímenes nazis como el producto de una máquina máquin a asesina, impersonal y casi anónima, ha sido poderosamente sacudida por Goldhagen, que ha puesto el acento en la part pa rtic icip ipac ació iónn activ ac tivaa d e los lo s alem al em anes an es en esos es os crím cr ímen enes es,, desp de spla laza zann do la atención de los campos de exterminio a las ejecuciones masivas por unidades especiales espec iales de los SS (los Eins Ei nsat atzg zgru rupp pper eri), i), batallones de policía y del ejército. Cuarto debate: en 199 1998, 8, la tradicional cita de los historiadores ale manes, que tiene luga r cada dos años, ha estado marcada marca da por vivos vivos de bate ba tess sobr so bree el pasa pa sadd o de su disc di scip ipli lina na.. El com co m prom pr om iso, is o, es d e c ir la ad hesión abierta con el régimen nazi de ciertas figuras punteras de la

























historiadores se han erigido en jueces de sus ancestros y de su propia Historia. Quinto debate: la exp osición sobre los crímenes de la Wehrmacht, organizada por el Instituí für Sozialforschung de Hamburgo e inaugurada en 19 1995 95,, tiene una Historia larga y torm entosa cuya cuy a conclusión se po p o dría dr ía fech fe char ar en 20 2002 02 (cf. Barto Ba rtov, v, 20 2002 02). ). R esul es ulta tado do de un im po port rtan ante te trabajo de investigación, esta exposición ha quebrado un lugar común anclado en la opinión pública alemana, según el cual el ejército no estaría implicado en los crímenes del nazismo, siendo la responsab ilidad de manera ma nera casi exclusiva de los SS y de la Gestapo. Apoyán dose en un vasto material ilustrado de imágenes y de documentos de la época, la exposición mostraba, m ostraba, por el contrario, que el ejército había perpetrado numerosas masacres de poblaciones civiles en la Unión Soviética — sobr so bree todo to do en U c ran ra n ia y en e n B ielo ie lorr rrus usia ia— — y en e n Serb Se rbia ia,, al tie t iem m po qu quee part pa rtic icip ipab abaa en e n la l a ext e xter erm m inac in ació iónn d e jud ju d íos. ío s. H a b ía est e stad adoo en e n el e l cen c entr troo de de una guerra de conquista y exterminación contra el comunismo, los pueb pu eblo loss esla es lavo vos, s, los lo s jud ju d íos, ío s, los lo s gita gi tano nos, s, g uerr ue rraa qu q u e se h abía ab ía rad ra d ica ic a liz li z ado ante la resistencia soviética y que había tomado los rasgos de una guerra colonial y de una cruzada antisemita. Los millones de jóvenes soldados que habían servido con el uniforme de la Wehrmacht representaban al conjunto de la sociedad alemana, con la cual mantenían contactos e intercambiaban informaciones. Mostrar la implicación de

























terpretación de un pasado que qu e se sustrae a los procesos tradicion ales de la historización (la correspondencia entre BroszatFriedlánder), y por fin una crisis de identidad en el interior de una comunidad intelectual (el His H isto tork rker erta tag g de 1998 1998). ). Bien mirado , sin embargo, las tres primeras controversias que constituyen tam bién la premisa prem isa y el pedestal sobre el que se han desarrollado las otras giran alrededor de una misma cuestión: la singularidad histórica del nazismo y de sus crímenes crímenes (Traverso, 1999). El reconocimiento de esta singularidad es ya el postulado implícito de la mayoría de las investigaciones alem anas sobre el nazismo. No se trata aquí de pone ponerr en causa esta singularidad, que se puede admitir muy bien, que constituye desde varios puntos de vista una adquisición importante de la historiografía. En cambio, lo que m erece ser subrayado es su corolario, es decir, las consecuencias consecuenc ias problemáticas, problem áticas, a veces inquietantes, que han acompañado a este reconocimiento. En prim pr im e ra fil f ilaa de est e stas as reca re caíd ídas as nega ne gativ tivas as,, pre p reci cisa sam m ente en te hay ha y que q ue ano an o tar ta r la desaparición del concepto de fascismo. Sobre esta cuestión crucial se tiene la impresión de que todos se han situado silenciosamente, pero con firmeza, del lado de Karl Die trich Bracher, Bracher, el historiador liberalconservador liberalconservador que con m ás coh erencia ha rechazado siempre la noción de fascismo. Desde hace más de cuarenta años opone su visión «totalitarista» de la Alem ania nazi a las diferentes teorías del fascismo, categoría que para él sólo es aplicable

























gua RDA, como Kurl Pátzold, marxistas com o Reinhard Kühnl (1998) o discípulos de izquierda de Nolte, como Wolfgang Wippermann (1995). Entre los grande s historiadores de la RFA, la única excepción es Hans M ommsen, que reconoce la pertinencia pertinencia de este concepto concepto aunque no lo utiliza nun nunca ca en el el seno de una obra imponente imponen te y remarcable per p eroo qu que, e, sin emba em barg rgo, o, no sobr so bres esal ale. e. E s sign si gnifi ifica cati tivo vo qu quee la úni ú nica ca ob obra ra disponible disponib le hoy en Alem ania sobre los fascismos esté traducida del polaco: Schulen des Hasses, de Jerzy W. Borejsza (1999). Otro signo revelador rev elador de esta mutación en el paisaje intelectual es el abandono de la noción de fascismo por Ernst Nolte, que había contri buid bu idoo a su difu di fusi sión ón.. C éleb él ebre re a pri p rinn cip ci p ios io s de los lo s años añ os sese se senn ta grac gr acia iass a un ambicioso libro donde interpretaba el fascismo como un fenómeno europeo del cual analizaba tres variantes principales —el régimen de Mussolini en Italia, Italia, el nacionalsocialismo nacionalsocialismo alemán y la Acción Franc esa— sa— , hoy prefiere calificar al al nacionalsocia lismo de totalitario, intentando dar de él él una explicación «históricogenética» (Nolte, 197 1970)4 0)4.. L A SHOAH , LA RDA Y EL ANTIFASCISMO En el origen de este «ostracismo» conceptual existen, por supuesto, varios factores. factores. Se podrían señalar cuatro, al menos, ligados tan to a



























v. Beetham, 19 1983) 83).. La ind iferencia a las bases de clase del nazismo co rre el riesgo de llevar a un impasse tan grave como una lectura del Estado hitleriano en términos rigurosamente «clasistas». Si nadie puede seriamente preten der que las cámaras de gas se correspond ían a un un destino del capitalismo monopolístico alemán, su implicación en el sistema concenlracionario conc enlracionario naz i es incontestable, al igual que el sostén de las las elites tradicionales al régimen régimen nazi n azi hasta el final final de la Segunda Gu erra Mundial. El segundo factor procede de la amplitud de las diferencias entre el fascismo italiano y el nacionalsocialism o, sobre todo en el plano de la ideología. El antisemitismo, que ocupa ocup a un lugar central en la visión del mundo y en la política nazi, está ausente del fascismo ha sta 193 1938, 8, dieciséis años después de la llegada al poder de Mussolini. De una m anera más general, las matrices culturales del fascismo italiano (la presen cia en sus orígenes de un componente «de izquierda»), su exaltación

























oposición en el seno del ejército, cuyo final fue el atentado contra Hitler en julio de 19 1944 44,, mientras que la Historia social tendía a poner entre paréntesis incluso el concepto de resistencia ( Widerstand) para desplazar desp lazar la atención hacia diferentes formas de «disensión» o de «inadaptación» ( Res R es iste is ten n z ) de la sociedad civil frente al régimen. régimen. Como lo ha sugerido Saúl Friedlánder, la conse cuencia cuenc ia de la utilización de este concepto — que literalmente significa «la inmunidad inmu nidad en un sentido biológico» (Friedlánder, 2002: 2002: 23)— era legitimar la visión lenitiva lenitiva y apologética, amp liamente difundid a en el seno de la opinión pú blica desde 1945, 19 45, de una sociedad civil alemana que, en último análisis, era extraña a los crímenes del nazismo. Con el auge de los estudios sobre la vida cotidiana Allt (A llta a g sg esch es ch ich ic h te ) en la Alem ania nazi, la resistencia perdía interés (Broszat, 1986) 1. Esta mutación era aún más fácil porque sólo la historiografía de la RDA podía legítimamente co nsiderarse hered era de una tradición antifascista y no los historiadores de Alemania del

























El carácter único de la exterminación de los judío s de Europa no pue de ser asimilado por un concepto que h a sido también aplicado a la Italia de Mussolini, a la España de Franco, al Portugal de Salazar, a la Austria Au stria de Dollfuss, a la Rum ania de Antonescu, etcétera. La noc ión de fascismo, escribe Dan Diner, con una fórmula cortante, «no permite llegar al núcleo de Auschwitz» (Diner, 1995a: 91)8. El eclipse del concepto de fascismo aparec e así como el epílogo de un largo recorrido de la historiografía alemana, que desemboca en una visión del pasado en cuyo centro se inscribe la Shoah, el «punto fijo» fijo» del sistema nazi, gra bado ba do p o r un unaa irre ir redd ucti uc tibb le «u «uni nici cida dad» d» ( Ein Ei n zig zi g a rtig rt igke keit it). ). El encarnizamiento con el que los historiadores se han desembarazado del concepto de fascismo aparece casi como una especie de nihilismo compensatorio, compe nsatorio, por po r el que intentarían borrar el largo periodo durante el que sus precursores fueron incapaces de pensar y de investigar el genocidio de los judíos.

























histórica de los crímenes nazis, porque la exterminación industrial de los judíos de Europa sigue siendo una característica exclusiva del nacionalsocialismo. Pero si las las cámaras de gas no tienen equivalente fuera del Tercer Reich, sus premisas históricas —el antisemitismo, el racismo, el colonialismo, la contrailustración, la modernidad técnica e industrial— están am pliamente pliamen te presentes, con con grados diferentes de intensidad, en el conjunto del mundo mun do occidental. Po r otro lado, la singularidad de los crímenes crímenes del nazismo n azismo no excluye su pertenencia, pertenenc ia, a pesar de todas sus particularidades, a una familia política más amplia, la de los fascismos europeos. Ahora bien, es precisamente esta hipótesis la que, desde el His H isto tori rike kers rstr trei eit t hasta hasta los más recientes debates en tomo Li bro o negro neg ro d el co m un ism o (cuyo impacto no ha sido despreciable al Libr en Alemania), h a conocido un eclipse casi total. Así, hemos asistido, a pes p esaa r de las adqu ad quis isic icio ione ness inc i ncon onte test stab able less de la l a inve in vest stig igac ació ión, n, al reto re torn rnoo de un «consensus antitotalitario» que, retomando las palabras de Jür

























mundo occidental. Reconocer esos vínculos no significa «normalizar» o rehabilitar el nazismo, sino más bien «desnormalizar» «desnorm alizar» nuestra civilización y volver a poner en cuestión la Historia de Europa. Si hay un Sonderweg alemán, no explica los orígenes del nazismo sino su final (Steinmetz, 1997: 257). Dicho de otra manera, la singularidad de la Alemania nazi se debe a su síntesis, desconocida fuera, entre varios elementos —antisemitismo, fascismo, Estado totalitario, modernidad técnica, racismo, eugenismo, imperialismo, contrarrevolución, anticomunismo— aparecidos en el conjunto conjunto de Europa a finales finales del siglo siglo xix y poderosamente desarrollados por la Primera Guerra Mundial a escala del continente. Este «aislamiento» corre el peligro de alejar la historiografía alemana de las principales corrientes de la investigación internacional, donde la legitimidad del concepto de fascismo com o «tipo ideal» es admitida de manera general. Innumerables son los historiadores que en



















































miento muy preciso y detallado de los medios y modalidades del proceso de exterm inación de los judíos. Sin embargo, los negacionistas han logrado contaminar el lengua je j e y crea cr ea r un unaa conf co nfus usió iónn cons co nsid ider erab able le alre al redd edor ed or del de l conc co ncep epto to de rev re v isionismo. Frangois Bédarida Béd arida no dejaba de recordar, hace una u na decena dece na de años, cuando escribía esc ribía que se habían apropiado de este término, término, que los negadores del jude ocidio se habían había n entregado a «una auténtica usurpa-

























Kautsky, Rosa Luxemburg y Lenin, pero nadie pensó jamás en expulsar a Bemstein del SPD y la querella, a veces de alto nivel nivel teórico, quedó siempre en los límites límites de un deba te de ideas. Fue seguida por otras «revisiones» —por Rodolfo Mondolfo en Italia, Georges Sorel en Francia y Henri de Man en B élgica— que llevaron llevaron a cierto ciertoss prom otores del socialismo hacia el fascismo2. Así, el término empezaba a extenderse más allá de los medios marxistas. En los años treinta se calificaba de «revisionista» a Vladimir Jabotinsky, que rechazaba la vía

























rriente de los orígenes soviéticos de la Guerra Fría (Kolko, 196 1968) 8).. Más recientemente, la del historiador Gar Alperowicz sobre la bomba atómica: la decisión americana de arrojar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 194 1945, 5, explicaba, perseguía establecer la superioridad estratégica de Estados Unidos sob re la Unión Soviética — m ostr os tran ando do e n la e scen sc enaa inte in tern rnac acio iona nall su m on onop opol olio io del de l arm ar m a nu nuclear— más que poner fin a la guerra ahorrando víctimas humanas, como pretendía el presidente Truman (Alperovitz, 1985 y 1996). En

























en poner fin a un largo periodo de amnesia colectiva y de ocultación oficial del pasado. LA PALABRA Y LA COSA Estas «revisiones» historiográficas incitan a precisar algunas cuestiones de método. L a primera conc ierne a la utilización de las fuentes. fuentes.



































































































TRAVERSO-El Pasado. Instrucciones de Uso

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