AMOR PARA ACOMPAÑAR De la autora Tracey Richardson llega la historia de dos mujeres en busca de la receta correcta del amor. Cada semana, millones de espectadores encienden el televisor para ver a Grace Wellwood transformar ingredientes básicos en platos deliciosos. Su último libro de cocina es el más buscado en las librerías y, para comer en su restaurante de moda en Boston, hay que reservar con meses de antelación. Grace sabe cómo cocinar el éxito, pero pasa por alto el ingrediente principal para hacer de su vida privada algo delicioso, o al menos remotamente satisfactorio. Cuando sus merecidas vacaciones son interrumpidas, una molesta Grace accede a preparar el catering de un torneo de golf femenino profesional. En cuanto Torrie Cannon, la joven estrella del Circuito, pone sus ojos en la famosa chef, se embarca en su plan de seducción habitual: amor apasionado una noche y adiós a la mañana siguiente. Los hechizadores encantos de Torrie son indudablemente tentadores. Sin embargo, y pese a las chispas que saltan entre ellas, Grace ya ha tenido suficientes relaciones de comida rápida. Lo que Grace quiere es la especialidad que Torrie no tiene en la carta: amor. Los glamurosos mundos de la haute cuisine y el golf profesional colisionan de la mano de Tracey Richardson, que explora la confianza y el sacrificio requeridos para que dos mujeres puedan pedirse algo más que amor para acompañar.
Título Original: Side order of love Traductor: Laura Cristina Santiago Barriendos ©2009, Richardson, Tracey ©2010, Egales
ISBN: 9788492813254 Generado con: QualityEbook v0.75
A todos aquellos que saben apreciar un gran plato y un swing de golf perfecto.
AGRADECIMIENTOS
GRACIAS, BELLA, por tu apoyo constante y por creer en mí. ¡Las mujeres de la familia Bella son absolutamente estupendas! Muchísimas gracias, sobre todo, a las lectoras, porque sin ellas me habría perdido muchas cosas maravillosas en la vida. La lealtad y la dedicación a este género son más que notables y es lo que me impulsa a seguir adelante. Quiero darles las gracias a mis lectoras y manos derechas Brenda, Stacey, Cris S. y Barb. Sus observaciones y sugerencias no tienen precio para mí. Brenda también es mi incansable administradora web y se lo agradezco de todo corazón. A mi editora Cindy Cresap, que como siempre ha puesto su extraordinario trabajo en esta novela y me ha ayudado a mejorarla (¡y a mejorar yo!). Y como siempre, gracias a mi pareja.
1 Capítulo
GRACE WELLWOOD se apoyó pesadamente contra la pared de paneles de caoba de la parte trasera de la sala de baile y trató de ignorar la incómoda sensación que le atenazaba la boca del estómago. Habría deseado que su vida fuera un poco más sencilla o que, al menos, algo en su vida lo fuera. Sólo por una vez, le encantaría poder mezclarse con la multitud de manera anónima, entrar y salir de la sala sin que nadie se fijara en ella o, por lo menos, encontrar un rincón libre y esconderse allí. La idea de tomarse un par de copas era de lo más atrayente: sería sólo el empujón que le hacía falta para pasar por el mal trago de fingir que se lo pasaba bien en aquella sala llena de extraños y chupasangres pragmáticos. Sin embargo, Grace era demasiado responsable y consciente de sus obligaciones como para hacer algo que no fuera sonreír, asentir y poner cara de que las conversaciones le interesaban mucho más de lo que le importaban en realidad. —Grace, ¡enhorabuena! Era George Iafrani, uno de los proveedores principales de su restaurante de Boston, e iba directo hacia ella con sus labios gordos y húmedos fruncidos como si fueran un tomate seco de los que vendía. Grace le ofreció la mejilla justo a tiempo. —Gracias, George. Me alegro de verte. —No, de verdad, Grace. Lo digo muy en serio. Se comportaba de esa manera repetitiva, sensiblera y babosa de los borrachos y no dejaba de hablar con entusiasmo sobre su nuevo libro de cocina. —Es un libro maravilloso, Grace. Sencillamente maravilloso. Se lo recomiendo a todos mis clientes. Claro que es bueno para el negocio cuando les digo que te conozco. Se había inclinado sobre ella demasiado para puntualizar las últimas
palabras. El aliento le apestaba a alcohol y ella tuvo que dar un paso atrás. George era bajo y grueso; parecía un ex luchador. No tenía malas intenciones y era un tipo decente, pero Grace no estaba de humor para que la arrinconara. Se había puesto a cotorrear sobre las pésimas condiciones de crecimiento del tomate en México. —Grace, aquí estás. Trish Wilson, la socia y mejor amiga de Grace, vino al rescate con una segunda copa de champán en la mano, como si agitara un premio. —Tenemos que ir a hablar con una persona. Hola, George. Lo siento, espero que no te importe que te la robe un momento. Trish la agarró del codo y se la llevó sin más. —Oh, Dios, gracias por salvarme. Un minuto más y juro que me habría puesto en plan bruja, así que encima habríamos tenido tomates pasados durante los próximos dos meses. —¿Una bruja? ¿Tú? Eso habría sido digno de ver. Grace le dedicó un guiño juguetón. —Aun así, ahora mismo te besaría, Trish. Trish le pasó la copa de champán. —Mmm, imagino que eso nos abriría todo un nuevo mercado. Y seguro que el bueno de George sería el primero en ponerse a la cola para el espectáculo. Grace se echó a reír al imaginárselo. —Los hombres heteros que se ponen cachondos cuando se enrollan dos mujeres no son un mercado que me interese mucho, sinceramente. —No te lo discutiré. Grace dio un sorbo de champán, pensativa. —Supongo que no hay ninguna posibilidad de que podamos escaquearnos de aquí temprano, ¿verdad? Grace Wellwood y Trish Wilson eran las chefs más seductoras de los Estados Unidos. También se las conocía como las Gatitas de los Fogones, las Jamonas de la Alta Cocina y multitud de apodos igual de tontos que les habían puesto los medios de comunicación. Eran muy populares gracias a su nuevo libro de cocina, su exitoso restaurante —en el que había que reservar con meses de antelación— y su programa de televisión, que
arrasaba en las audiencias: Cocina día a día de Wellwood y Wilson. Eran las invitadas de honor de la velada, así que Grace sabía lo que iba a contestar Trish antes de que ésta abriera la boca. —Da igual —murmuró Grace, al tiempo que echaba una mirada furtiva a las pesadas puertas de doble hoja que había al otro lado de la sala. Se le encogió un poco más el corazón. Si al menos Aly fuera a venir, la noche habría valido algo la pena… Trish exhaló un hondo suspiro, dio un sorbo de champán y estudió a Grace con sus ojos oscuros, que podían llegar a ser brutalmente sinceros cuando evaluaban algo. —¿Sabes, Gracie…? —No lo digas —siseó Grace. Sabía que Trish y ella podían decirse cualquier cosa, porque se comprendían la una a la otra aunque no siempre estuvieran de acuerdo, cosa que sucedía a menudo. Aun así, se querían de una manera sencilla y sincera y gracias a ello se habían ayudado la una a la otra a mantener los pies en el suelo, sobre todo durante la locura en la que se habían convertido los últimos dos o tres años. Lo que pasaba era que aquella noche Grace no estaba de humor para que Trish le recordara que estaba a punto de sufrir una desilusión. Su amante no tenía intención de presentarse, como siempre. —Cariño, yo lo único que quiero es que seas feliz —le dijo Trish con voz suave y mirada amable. Grace dio un buen trago de champán y paseó la mirada por la lujosa sala durante un buen rato. Estaba repleta de aduladores, contactos de negocios, periodistas, colegas de profesión y gente que todo lo que buscaba era que se la viese rodeada de las personas adecuadas. Hablaban y gesticulaban animadamente en corrillos, mientras mordisqueaban sus pastelillos de cangrejo o los delicados canapés de salmón, pepino y caviar. Los motivos de cada uno para estar allí se habían difuminado temporalmente en el aura de la música, el alcohol y la buena comida. Las conversaciones y las risas se elevaban por encima de la melodía que interpretaba el cuarteto de cuerda y Grace anhelaba sentirse parte de aquel ambiente distendido en lugar de ser una espectadora. Al fin y al cabo, toda aquella gente estaba allí por ella y sabía que debería disfrutar de la admiración que despertaban sus logros y los de Trish. No obstante, para ella no era más que un papel que había que representar, el de empresaria de
éxito y famosa, igual que todas las demás veces en que había sido la atracción principal de algún acontecimiento. Había llegado todo lo lejos que se podía llegar trasteando en una cocina, pero había ocasiones, como aquella noche, en las que deseaba poder volver a los viejos tiempos, cuando sólo estaban ella y Trish y un par de cocineros dejándose la piel para servir a todo el mundo. Cerró los ojos un instante. Si se concentraba lo suficiente casi podía sentir el calor de la cocina, oler alrededor de una docena de aromas que se entremezclaban y competían entre sí, oír el chisporroteo de las parrillas y las ollas entrechocando las unas con las otras. —¿Me has oído, Grace? Sólo quiero que seas feliz. Grace forzó una sonrisa y se pasó una mano por el recogido del pelo en gesto distraído, para localizar posibles mechones sueltos. —¿Y por qué no iba a serlo? Es una gran noche para nosotras —dijo, sin emoción en la voz. —No me refiero a eso y lo sabes —replicó Trish, en tono firme, si bien no desprovisto de calidez—. No va a venir, Grace. La brusca franqueza de Trish cogió a Grace por sorpresa. Las dos eran amigas y colegas desde hacía casi una década y no se andaban por las ramas, así que Grace sabía perfectamente a qué se refería Trish —mejor dicho, a quién— y aquello la ponía nerviosa, porque hacía tiempo que había dejado claro que su amante Aly, una mujer casada que seguía en el armario y casi nunca se dejaba ver con ella, no era un tema de conversación aceptable. Grace casi nunca hablaba de Aly y, cuando lo hacía, se le ponía la carne de gallina, fruncía los labios y colocaba los hombros en tensión inconscientemente. No soportaba que se le notara tanto lo mucho que le molestaba hablar de Aly. —Yo no he dicho que fuera a venir. —Pero esperabas que lo hiciera —Trish dio un paso hacia ella y le acarició el brazo con cariño—. Grace, cielo… —Oye, ¿podemos dejarlo? —saltó Grace. La angustia empezaba a reemplazar al enfado y Grace temía no ser capaz de controlarse. Ir sin acompañante a una fiesta no era nada que no hubiera hecho antes, pero aquella noche la soledad se le antojaba afilada como la hoja de un cuchillo. Aunque sabía que Trish siempre estaba allí
para ella y que siempre estaría de su parte, Trish era su amiga, no su amante. Aquella noche, Grace necesitaba a una amante: alguien que la mirara con orgullo posesivo, con afecto y admiración. Alguien con quien volverse a casa y acurrucarse para repasar la velada. Alguien con quien no tuviera que ser la estrella de la noche. —Vaya, aquí estáis. James Easton era su gerente comercial, un hombre elegante y de mucha labia, con voz acaramelada y una personalidad burbujeante y dulzona como el champán que llenaba sus copas. Pese a que su efervescencia llameante a veces resultaba excesiva, James les era imprescindible. Era incansable y no sólo parecía que nunca se le acababa la energía, sino que tenía una lista de contactos inacabable y una sagacidad para los negocios que no tenía límite. Él las había encumbrado más alto de lo que habrían podido imaginar: era el motor de su éxito. —Niñas, niñas —chasqueó la lengua desaprobadoramente—. ¿No estaremos discutiendo, eh? Venga, daos un besito, venga… —trinó—. La revista Wine Aficionado está esperando aquella entrevista que les concedí en vuestro nombre. No les hagamos esperar más, ¿de acuerdo? Ohhh, y también está el importante anuncio que hemos planeado —dio una palmada entusiasta—. ¡Me muero de ganas! Las cogió del codo y las condujo de nuevo hacia la multitud, aunque Grace no pudo evitar mirar hacia la puerta por encima del hombro una última vez. Al volverse, Trish le dedicó un «te lo dije» con la mirada y la cara le ardió de vergüenza e indignación. Grace era consciente de que todo el mundo tenía sus puntos flacos: lo único que pasaba era que el suyo era una mujer brillante y preciosa capaz de derretirla con una mirada o una caricia, pero que nunca podría ser suya. Grace inspiró profunda y dolorosamente y apretó los nudillos en torno al pie de la copa. Sin lugar a dudas necesitaba algo más fuerte que champán si quería sobrevivir aquella noche. Por fin había empezado a relajarse. El anuncio sorpresa de que Trish y ella iban a abrir un nuevo restaurante en Manhattan —como continuación de su famoso local de Boston, Sheridan’s— había sido recibido con la aprobación inmediata y fogosa de todos los presentes. Tras un breve discurso, la muchedumbre se agolpó en torno a ellas y su entusiasmo
confirmó la creencia secreta de Grace de que en aquellos momentos todo lo que tocaba se convertía en oro. Bueno, todo salvo en su vida amorosa, que era un fracaso total. Aun así, se repitió que no era una causa perdida y empezó a fantasear, como hacía siempre que bebía un poco. Era lo que le permitía fingir durante un rato que estaba locamente enamorada de Aly O’Donnell y que Aly estaba locamente enamorada de ella; que el día menos pensado las complicaciones de su relación se evaporarían como por arte de magia, igual que cuando se reducía la salsa a fuego lento. En su imaginación, eran la mezcla de ingredientes perfecta, la unión única e inolvidable de sabores que consumaban una creación inconfundible. Y si no podía ser, si no llegaban a la mesa con la presentación perfecta, al menos chisporrotearían juntas en la parrilla. Algo es algo, ¿verdad? Grace dio un sorbo del carísimo coñac y dejó que James y Trish cargaran con el protagonismo y el peso de la conversación, como solían hacer. La calidez del alcohol la tranquilizó y, al cabo de un rato, el efecto relajante y las distracciones continuas y bienintencionadas empezaron a sacarle a Aly de la cabeza. Al fin, le sonrió a Trish y esta le guiñó el ojo. Las cosas no podían irle mejor. El negocio subía como la espuma; era el nombre de referencia para la cocina doméstica en Estados Unidos y sus colegas la admiraban. Su perro le tenía un poco menos de aprecio, porque casi nunca estaba en casa, pero qué se le iba a hacer: el éxito tenía un precio. En aquel momento estaba en la cumbre y no pudo evitar pensar en que nunca volverían a estar tan alto en la vida, así que, realmente, no tenía razones para quejarse. Tenía éxito en el trabajo y una mujer preciosa compartía su cama, por mucho que la presencia de Aly fuera poco frecuente. Dio un nuevo sorbo de licor ardiente: tenía los músculos tan relajados que temía haber llegado al punto de no ser capaz de caminar en línea recta. Estaba bien. Todo estaba bien, menos el vacío que sentía constantemente en la boca del estómago. Volvió a cambiarle el humor, maleable como la arena, justo cuando una pequeña conmoción atrajo su atención hacia la entrada. Le pareció vislumbrar la melena caoba que tan bien conocía y se le cayó el estómago a los pies: hasta la mismísima punta de los tacones de sus zapatos Jimmy Choo. «Dios mío, ha venido. Ha venido de verdad.»
Por un segundo la invadió el pánico y a continuación sintió una oleada de dulce satisfacción. —Vaya, vaya —le susurró Trish al oído. Había logrado separarse de sus admiradores lo suficiente para reparar en la vistosa llegada de Aly y su marido, Tim O’Donnell, el vicealcalde de Boston. Le dio a Grace un apretón tranquilizador en la muñeca y volvió con los demás. Grace se quedó sola. ¿Por qué había tenido que traerlo a él? Era lo que Grace se preguntaba con amargura, mientras observaba a la pareja moverse entre la gente en su dirección, como si fuera una elegante coreografía en la que se paraban de tanto en tanto para estrecharle la mano a alguien o dedicar algún saludo en particular. No conocía a Tim O’Donnell lo bastante para odiarlo, pero con lo que sabía de él bastaba para que le disgustara intensamente. Todo lo que había hecho desde que se había casado con Aly al salir de la facultad de derecho había sido calculado para obtener él éxito y ascender en la escala política. Había sido lo bastante listo como para darse cuenta de que la manera más rápida de enterrar su pasado de familia obrera, además de sacarse la carrera de derecho, había sido casarse con la hermosísima Aly Fitzsimmons, miembro de una de las familias más antiguas y acaudaladas de Boston, cuyo padre era juez en el Tribunal Federal de Apelaciones y cuya madre era profesora en Harvard. En la actualidad, el político de cuarenta y dos años había iniciado su mandato como vicealcalde de la ciudad y repetía una y otra vez que aquello no era más que el principio. A medida que la pareja se acercaba, Grace le dio un repaso rápido — aunque concienzudo— a su amante. Aly estaba tan guapa como siempre y Grace se quedó casi sin respiración. La melena castaña le caía suelta sobre los hombros desnudos; llevaba un vestido de color verde oscuro sin tirantes que le iba a juego con los ojos. También Aly miró a Grace y se le dilataron las pupilas de placer al contemplarla con delicadeza, como si su mirada fuera una brisa de verano. A Grace le flaquearon las rodillas, igual que la primera vez que Aly la había mirado de aquella manera, hacía ya casi tres años, en una cena política de recaudación de fondos para la que Trish y ella habían hecho el catering. Aquella noche, Aly se había acercado a la mesa del bufet sugerentemente, se había presentado y, en tono seductor, le había preguntado qué plato le proporcionaría más placer. No había despegado los
ojos de Grace un solo instante y, aunque sus intenciones habían sido claras, Grace se había quedado embelesada por la promesa tácita de placer carnal que había en su solícita mirada. El deseo que sentía por Grace era ardiente e irresistible y no tardaron mucho en acabar enredadas en habitaciones de hotel de las afueras, en el asiento trasero del Mercedes de Aly aparcado en alguna carretera secundaria o incluso, en una ocasión, sobre el suelo embaldosado del lujoso y enorme cuarto de baño de una amiga común. —Ah, señorita Wellwood —la saludó Tim O’Donnell, con una sonrisa grasienta al estrecharle la mano con el entusiasmo artificial de un vendedor de coches de segunda mano. Se le comió el escote con sus oscuros ojos y Grace, que sabía que el escote en V de su vestido Halston dejaba poco a la imaginación, reprimió un escalofrío. —Enhorabuena por su último éxito —le dijo a sus tetas—. Verdaderamente, veo que no son de las que se vienen abajo. ¿Se refería a Trish y a ella o a sus tetas? Lo que Grace quería hacer en realidad era abofetearlo, pero seguramente aquello les aguaría la fiesta a todos. «Pórtate bien, Grace.» Forzó una sonrisa, tan superficial como la de Tim. Nunca se sabe cuándo podía necesitar algún que otro permiso para hacer remodelaciones en los restaurantes. —Gracias, señor vicealcalde. Un placer verle, como siempre. —Por favor, mis amigos me llaman Tim y espero que me considere un amigo. Su sonrisa se tornó depredadora, pero pestañeó, confuso, cuando la mirada de Grace se posó en su mujer con una nota de nerviosismo. Aly esperaba serena a su lado, pero la intensidad de su pasión por Grace hervía justo debajo de la plácida superficie. Grace se la veía en los ojos y en la delicada curva de los labios pintados de rosa. Con intención de librarse de él y así poder tener a Aly para ella sola, Grace volvió a prestar atención al vicealcalde unos instantes y notó que los músculos de la cara se le agarrotaban mientras le oía hablar de chorradas. «No tienes ni idea de que me folio a tu mujer, ¿verdad, gilipollas?» Grace asintió en los momentos adecuados y murmuró las mentiras
aduladoras apropiadas a lo largo de la conversación. Odiaba aquel tipo de hipocresía profundamente, pero la política y los negocios compartían cama de manera habitual y Grace no podía permitirse que sus prejuicios afectaran a los negocios. Al final, Aly le dio un empujoncito a su marido para que avanzara y ella se plantó frente a Grace, tomó su mano entre las suyas y le dio un tierno apretón que recorrió a Grace como una corriente eléctrica. Intercambiaron una mirada larga y llena de anhelo y Aly le dedicó una sonrisa cargada de deseo sexual que Grace conocía muy bien. Hacía más de tres semanas que no se veían y por lo menos dos que no hablaban por teléfono. Aly acababa de regresar de visitar a sus padres en Palm Beach durante dos semanas y, aunque Grace estaba acostumbrada a sus dilatadas ausencias, no se le hacían más fáciles por mucho tiempo que transcurriera. —Me alegro de verte, Grace —le dijo Aly, en voz baja y ronca, con una intimidad que reservaba sólo para ella—. Estás absolutamente fantástica. —Gracias —logró responder Grace, en un intento por mantener la calma pese a no ser capaz de apartar la mirada de los suaves labios carnosos de Aly y desear venerarlos y devorarlos con besos urgentes—. Tú también estás espectacular. No puedo creer que hayas venido. —Tim no puso pegas cuando se enteró de toda la gente que iba a estar aquí, incluida la prensa. Acabamos de salir de un concierto de la Boston Pops. Grace sentía que la cabeza le daba vueltas, absurdamente feliz porque su amante hubiera venido. —Me alegro mucho. Aly se inclinó hacia ella y bajó la voz hasta convertirla en un susurro. —Estoy muy orgullosa de ti, nena. Y quiero verte. ¿Podemos vernos? —¿Dónde? —En mi apartamento. Mañana por la noche. Gracie accedió con una sonrisa, pero Aly ya se había alejado para estrecharle la mano a Trish, y Grace estaba sola e invadida por una cálida sensación de embriaguez en donde se mezclaba la excitación sexual y el alcohol.
2 Capítulo
APENAS habían pasado de la primera copa de champán cuando Aly cogió a Grace de la mano y, con ojos relucientes, la condujo al dormitorio de su apartamento, en el piso veintiséis de un edificio en el Boston Harbor. Aquel apartamento había sido un regalo de los padres de Aly por su cuarenta cumpleaños, el año anterior: un lugar en donde la dedicada abogada criminalista y esposa de una ocupada figura política pudiera evadirse cuando lo necesitaba. Grace suponía que para la remilgada y recatada familia Fitzsimmons sería todo un shock enterarse de que se había convertido en el lugar de encuentro secreto de su hija y su amante lesbiana. Aly le desabrochó la ajustada blusa de seda a Grace con habilidad y se relamió de expectación mientras se le comía los pechos con los ojos. Grace los sentía hinchados por la excitación y hacía mucho que se le habían endurecido los pezones ante la promesa de lo que les aguardaba. Se le pusieron como una piedra al presentir las manos y la boca de Aly a tan sólo unos centímetros de distancia. —Dios, te he echado de menos —dijo Grace ansiosamente, mientras Aly le cubría de besos la sensible piel de la garganta. Cuando por fin estaban juntas, Grace y Aly no podían quitarse las manos de encima la una a la otra. Incluso después de casi tres años de citas furtivas e intermitentes, Grace seguía hambrienta de las caricias expertas de Aly, de su presencia y de su cuerpo. Aly le acarició con manos suaves la piel que segundos antes había estado oculta bajo la blusa. Las caricias eran frescas y ligeras como la seda sobre su piel encendida y Grace se estremeció de placer. —Eres tan hermosa, Grace —murmuró Aly entre besos, mientras le apartaba el pelo de la cara a Grace para dejar sitio a sus labios. Grace apenas la oyó. Gimió desde las profundidades de la garganta y cerró los ojos con fuerza. La impaciencia por llegar al clímax la atenazaba
por dentro y quería que Aly la tomara ya. A menudo hacían el amor con prisas, sobre todo porque solían tener poco tiempo, y aquella noche no sería diferente. —Oh, Dios, Aly. Por favor. Habían pasado semanas y Grace necesitaba reforzar su conexión mediante la habitual sesión de sexo duro y apasionado. Aly gruñó con avidez y se mostró más que dispuesta a cumplir los deseos de Grace. Conocía su cuerpo íntimamente, dónde tocar y cuándo, y lo hacía vibrar como una violinista experta que rasgara cada cuerda con la presión y el ritmo exactos. —Oh, Dios… —jadeó Grace a medida que el orgasmo se formaba en lo más profundo de su ser, como una ola enorme que la inundaba y tiraba de ella cada vez con más fuerza. Grace reprimió la abrumadora necesidad de decirle a Aly que la quería, porque a Aly no le gustaban las declaraciones de amor enardecidas durante el sexo. La atracción física que las unía no había perdido intensidad con el paso de los años; el sexo era rápido, furioso y a veces hasta casi doloroso, porque la necesidad de liberación siempre era aguda. Pragmáticamente, Grace se daba cuenta de que, más que hacer el amor, se trataba de follar. Era como lo quería Aly y Grace había acabado por apreciarlo. Los orgasmos llegaban con rapidez e intensidad, pero terminaban tan bruscamente que siempre le quedaba cierta sensación de anhelo que rayaba en la insatisfacción y que a veces le duraba horas. A veces Grace quería mucho más de Aly y tenía la impresión de que nunca le daba lo suficiente. Volvió a cerrar los ojos y apartó aquellos pensamientos de su mente para concentrarse en los crecientes rugidos de su incipiente orgasmo. Lo único que necesitaba en aquel momento era correrse: no podía pensar en nada más. Los temblores, cada vez más violentos, la recorrían de arriba abajo hasta que se sacudió y chilló. Se aferró con fuerza a los hombros de Aly hasta clavarle las uñas, se puso rígida contra su cuerpo y se corrió. Aly sonrió contra su garganta y la besó en el hombro. —¿Te ha gustado, nena? Grace, que seguía respirando con dificultad, sonrió ante la pregunta. —Como siempre. —He echado de menos tu cuerpo. Cada mañana durante estas últimas
semanas en lo primero en lo que pensaba al despertar era en follarte, Grace. Grace soltó una carcajada, aunque no compartía la frivolidad del momento. Saber que Aly la seguía deseando igual que siempre la hacía estremecerse de placer y aquello era algo que no podía negar, pero por una vez Grace habría querido que Aly la echara de menos por algo más que por el sexo, igual que ella la añoraba a veces. —Grace —murmuró Aly con voz ronca—. Fóllame. Incorporada sobre el codo, Grace contempló a su amante dormida. Aly era muy hermosa, con su melena larga y espesa, aquellos ojos verdes resplandecientes y una piel lisa y aterciopelada. Era alta y esbelta, con las piernas largas y bien torneadas y unos pechos redondos y firmes. Se movía de manera elegante, con una nota sugerente que insinuaba su espíritu aventurero y atlético. Allá adónde iba, hombres y mujeres la miraban por igual y Grace intentó imaginarse cómo Aly debía de distraer la atención de todos los presentes cuando se plantaba delante de un jurado. Grace sonrió y le acarició con suavidad el hombro desnudo. Había tenido mucha suerte de que Aly la escogiera a ella y se esforzaba mucho por no decepcionarla. Se había vuelto muy buena en complacer a Aly, aunque habían tenido sus más y sus menos. Una vez la había presionado para irse de vacaciones las dos solas y Aly había acabado por acceder. Habían pasado una semana en San Francisco, en donde habían paseado por las calles de manera anónima, cogidas de la mano, habían ido al teatro, al cine y a cenar juntas para fortalecer su relación. Otra vez también se habían escapado un fin de semana a Provincetown y había sido algo mágico. No obstante, lo peor habían sido las veces en que Grace había sacado a colación la posibilidad de que Aly dejara a Tim. Se habían peleado y hubo tres o cuatro momentos en los que casi habían dado por terminada su relación, pero Aly le había implorado a Grace que tuviera paciencia y que le diera un poco más de tiempo. No eran más que vagas promesas, pero Grace se dejaba aplacar y, al final, todo seguía igual. Los encuentros y llamadas de teléfono secretas continuaban mientras cada una seguía con sus vidas. Los meses se convirtieron en años y las citas empezaron a confundirse las unas con las otras. En algún punto, Grace había dejado de preguntarse cómo sería una vida con Aly y había dejado de
pedirle más. Grace le pasó los dedos por el brazo izquierdo a Aly y se tomó su tiempo para acariciar aquella piel tan sedosa. Aly no se movió. Grace observó su brazo y luego descendió con los ojos hasta la alianza de oro blanco que llevaba en el dedo. Pestañeó al ver aquel maldito símbolo y se tragó la familiar amargura que sentía siempre que pensaba en Tim O’Donnell y el falso matrimonio que vivía con Aly. Era ella quien hacía feliz a Aly; era ella la que la ponía cachonda y la hacía suplicar; era ella con quien Aly decía que quería estar. Sin embargo era el Gilipollas, como le gustaba denominarlo en su mente, quien en último término compartía una vida con ella, así como la legitimidad y el respeto que se otorgaba de manera automática e injusta al título de «matrimonio». El hecho de que Tim tratase a Aly como si fuera un adorno que le fuera bien con la camisa la cabreaba todavía más. No podía comprender por qué Aly seguía con él o, al menos, no quería entenderlo. A Grace le entraron ganas de vomitar y salió del dormitorio. Se hizo una infusión de hierbas y se acurrucó en el sofá de piel, color chocolate, para contemplar el despertar de la ciudad. Las lucecitas parpadeaban, tenues a lo largo del puerto, y en la silueta de la ciudad sobre el amanecer podía distinguir el alto edificio de cristal de la Biblioteca JFK, con su enorme bandera americana colgando del atrio. Era como si también su alma se despertara con el primer aliento de la mañana. Dio un sorbo de infusión, envuelta en una sensación de vacío que a menudo seguía al sexo con Aly. Sabía que quería más de ella, pero había sido muy fácil tomar lo que le ofrecía y darse por satisfecha con eso. Y satisfecha estaba, pero no era feliz. De hecho, ni siquiera sabía con certeza qué era la felicidad para ella, pero sí sabía lo que no era. Sabía que no consistía en enrollarse a escondidas con una mujer casada durante tres años, tratando de sacar tiempo y energía para la otra y buscando algún espacio que compartir entre todos los engaños y las mentiras. Era como comida rápida en materia de relaciones y Grace lo sabía. Siempre lo había sabido y la mayor parte del tiempo le había bastado, pero aquella noche no. Quizá fuera porque llevaba semanas esperando pasar la noche con Aly y ya se había terminado, sin tener una idea clara de cuándo podrían volver a verse. Aquella noche no había supuesto nada diferente respecto al resto de
las noches que habían compartido. Había seguido el mismo guión: sexo ardiente y conversación apresurada. Sin embargo, aquella vez era como si algo se hubiera rasgado: como si hubieran tirado del hilo del tejido que las unía. Grace se bebió la infusión poco a poco, hasta que se le enfrió, mientras el sol claro y vigorizante de mayo se alzaba sobre la ciudad. Necesitaba dormir, porque en unas horas tenía que volar a Manhattan con Trish para estudiar los planos del nuevo restaurante. Aun así, no quería echarse con Aly y fingir que todo iba bien. Aquella vez no. —Hola —la saludó Aly con voz suave desde la puerta del dormitorio, mientras se anudaba la bata—. ¿Llevas mucho levantada? Grace se encogió de hombros. —Un rato. —¿Por qué no vuelves a la cama? —le sonrió Aly, sugerentemente—. Podemos empezar el día con una buena bomba. Grace negó firmemente con la cabeza. —No, Aly. Aly se le acercó y su expresión cambió al darse cuenta de que pasaba algo. —¿Qué pasa, cielo? Grace fue hacia ella y le rodeó el cuello con los brazos, porque necesitaba el contacto físico. Se abrazó a Aly con fuerza y Aly la estrechó entre sus brazos a su vez, hasta que sus cuerpos se enredaron por completo. Estuvieron abrazadas mucho rato, hasta que Grace le susurró a Aly al oído. —No puedo seguir con esto, Aly. La sorprendió oírse decir algo que ni siquiera había llegado a formularse mentalmente. Aly se separó de ella lo suficiente para mirarla a la cara, con una expresión preocupada y sombría. —¿De qué estás hablando, Grace? Grace sabía que estaba al borde del llanto, pero no quería ponerse a lloriquear como una tonta. No quería desempeñar el papel de novia sensiblera, exigente y necesitada, pero no pudo evitarlo porque en aquellos momentos era exactamente lo que era. —Sólo quiero estar contigo, Aly —le dijo con la voz tomada por las
lágrimas. —Pero si estoy aquí mismo, nena. —No —dijo Grace, con más fuerza—. Quiero estar contigo de verdad, Aly. Detesto esto. Una lágrima le rodó por la mejilla y luego otra. No hizo nada por detenerlas y le gotearon desde la barbilla. —¿Es por la fiesta? ¿Porque llegué tarde y llevé a Tim? —le preguntó Aly. Grace se había sentido aliviada al ver aparecer a Aly en la celebración. Más que eso, se había sentido feliz de poder compartir con ella al menos parte de la velada. Por un instante, casi le había parecido que su relación era importante para Aly. Sin embargo, todas aquellas emociones positivas se habían esfumado por el hecho de que Aly hubiera llevado a su marido y que se hubieran marchado al cabo de un rato ridículamente corto. El breve momento en que las dos vidas de Aly se habían mezclado, la secreta con la legítima, habían dejado a Grace con una sensación de profundo enfado y desolación. También estaba disgustada, porque se había dado cuenta de repente de lo poco que representaba en la vida de Aly. Grace negó con la cabeza otra vez. La fiesta no había sido más que un reflejo de sus problemas: un ejemplo de lo inadecuada que era su relación. —No. Es que… es sólo que estoy muy cansada de todo esto, Aly. Ya no me basta. Le pareció detectar una sombra de frustración, de enfado incluso, en el rostro de Aly, pero ésta enseguida adoptó una expresión conciliadora. —Oye —empezó Aly, en tono tranquilizador—, sabes que ahora mismo no podemos estar juntas. Es imposible. Yo también detesto no poder estar contigo, pero… —Aly calló un instante, pero su mirada se tornó firme— Tim va a presentarse como candidato al congreso el año que viene y ya sabes que yo quiero llegar al Supremo. Siempre era algo, lo que fuera. Por alguna cosa nunca podían estar juntas. A Grace le recordaba el típico sueño en el que por mucho que corras no te mueves del sitio. En aquello se habían convertido, pensó, en movimiento sin desplazamiento. Suspiró profundamente y se separó de Aly un poco más, unidas ya únicamente por un abrazo flojo. Le encantaba estar en brazos de Aly, pero sabía que cuanto más rato permaneciera de aquel
modo, más difícil le resultaría mantenerse firme. Y la verdad era que no quería dar su brazo a torcer. Aquella vez no podía hacerlo. —Quiero estar con alguien a quien poder coger de la mano en público, Aly. O con quien poder salir a cenar. Alguien con quien pasar el tiempo sin estar mirando el reloj o sin tener que estar pendiente de si alguien nos ve. Alguien que esté a mi lado, alguien con quien volver a casa. Sonaba como un cliché patético, pero era la verdad. Grace había empezado a odiar cómo le hacía sentirse Aly. La deseaba, creía que la necesitaba y esperaba con ansia su siguiente encuentro, pero todo terminaba demasiado deprisa, tras la excitación inicial llegaba el bajón, y enseguida se reiniciaba el patrón. A veces, Grace se convencía de que lo prefería así, porque le permitía concentrarse en su trabajo y en sus exigentes compromisos. Un lío con Aly significaba no tener que cargar con las exigencias de una relación de verdad, de manera que era libre de perseguir sus objetivos y de vivir su propia vida. No obstante, llevaba años haciéndolo y ya estaba harta de la autoindulgencia que comportaba. Lo que tenían Aly y ella estaba hueco, vacío, y era precisamente así como se sentía ella. Su independencia se había convertido en soledad. Aly le enjugó las lágrimas con ternura. —Ya sé que es frustrante, cariño. A mí también me gustaría poder hacer todas esas cosas contigo. Pero es un momento muy importante para la carrera de Tim y… —¡Que le den a Tim! ¿Y tú qué? ¿Tú estarías dispuesta a arriesgar tu carrera por nosotras? ¿Lo arriesgarías todo por mí? Era doloroso pensar en ello, pero en el fondo Grace sabía que Aly no arriesgaría su futuro por aquella relación. El silencio de Aly no hizo más que confirmar sus sospechas. —Grace, no hagas esto —le imploró Aly en voz queda. —Tengo que hacerlo, Aly. A ver, ¿qué hay de malo en querer que estemos juntas? Le parecía un concepto de lo más simple, pero al parecer con Aly se convertía en la cosa más complicada del mundo. Aly se apartó de Grace de golpe y puso los brazos en jarras. La pérdida del contacto físico fue como si le clavaran un puñal en el corazón a Grace. —¿Por qué tienes que ponerlo todo tan difícil, Grace?
Grace tragó saliva con dificultad, pese al nudo que tenía en la garganta. Lo que no pensaba permitir era que Aly le diera la vuelta a la tortilla. —Yo no pongo las cosas difíciles. Lo único que quiero es lo que quiere todo el mundo, al menos por una vez. Quiero compartir mi vida con alguien… —explicó, sin poder evitar que la voz le temblase—. Alguien que esté enamorada de mí. Aly cabeceó lentamente y cerró los ojos un momento, como si tratara de hacer desaparecer aquella incómoda situación. —Mira, Grace. Sé que en estos momentos estás sometida a mucha presión. Vas a abrir el nuevo restaurante, han renovado tu programa para el otoño que viene, está también lo del libro nuevo… Lo entiendo, de verdad. —No, Aly, no lo entiendes. Ni siquiera Grace estaba segura de entenderlo a aquellas alturas, pero sabía que el suelo había dejado de parecer firme bajo sus pies. La soledad que tanto había temido ya 110 era algo abstracto, sino que el vacío que había en su vida crecía y crecía cada día. Lo único que había hecho había sido abrir el hermoso envoltorio del pastel para descubrir que dentro no había más que cartón. —Lo entiendo, Grace. ¿Por qué no te tomas un tiempo? Ya sabes, darnos un poco de espacio, relajarte unos días… —Aly dio un paso hacia ella y le acarició el brazo con afecto—. Nos daremos un tiempo si es lo que necesitas. Yo te esperaré. Grace la miró fijamente durante largos instantes. La reacción de Aly no la sorprendía. Habría sido estúpido esperar que accediera a cambiar algo. Sin pronunciar palabra, Grace volvió al dormitorio, cogió su bolsa y empezó a meter sus cosas. Grace observaba la copa de vino con expresión huraña. Era consciente de que no estaba siendo la mejor de las compañías para Trish. Habían pasado la tarde con el arquitecto y después habían ido a cenar, aunque Grace apenas había probado el pato confitado. Habían acabado en el bar, en donde sorbía el Chardonnay con desgana. Se había sentido apática desde que había dejado a Aly por la mañana. —Grace… —intervino Trish, titubeante—, ya sé que lo de las conversaciones de mujer a mujer no son lo nuestro pero… —Déjame adivinar. De repente sientes la necesidad urgente de tener
una —aventuró Grace en tono neutro. Trish dio un sorbo de vino y miró a Grace con simpatía. —¿Qué te pasa, Gracie? —¿Por qué crees que me pasa algo? —Porque tienes un aspecto horrible y has estado cansada y distraída todo el día. Y sé que es porque has estado con Aly. Grace miró a Trish con benevolencia. No tenía ganas de seguirle la corriente y tener una sesión de terapia. No quería evaluar sus sentimientos, sino autocompadecerse de ellos. —No lo niegues, Grace. Siempre estás rara un par de días cuando te ves con ella. —¿Rara? Trish bajó la voz. —Ya sabes que nunca he dicho nada sobre vuestra relación, pero… —¿Y no habrá sido porque no es asunto tuyo? —No, Grace. Es asunto mío, porque eres mi amiga y te quiero y no creo que ella sea buena para ti. De jóvenes, Trish siempre había sido la más alocada de las dos, pero Grace sabía que nunca había aprobado su relación con Aly. Trish tenía unos mínimos y, obviamente, Aly no los cumplía. En cualquier caso, la crítica de Trish hizo que Grace se envarase y su amiga se mostró avergonzada durante unos tres segundos. —Bueno, lo siento pero no lo es. Grace, te mereces algo mejor que una mujer casada que te trate como si fueras su perrito faldero. Grace se ruborizó. Por mucha razón que tuviera Trish, tenía la tozuda necesidad de defender a su amante y a su relación. Maldita sea, era su vida y no necesitaba la aprobación de Trish ni que ésta le recordara que su vida amorosa era una mierda, porque tres años atrás había tomado una decisión equivocada y estaba pagando por ella. —¿Por qué dices que no es buena para mí? No sabes nada de ella, Trish, y tampoco de cómo nos va cuando estamos juntas. —Vale —concedió Trish—. Entonces explícamelo. I háblame de sus atributos. Cuéntame cómo es cuando estáis juntas. El paso de las horas y la distancia que había puesto entre Aly y ella no
habían reforzado su resolución y luchó contra lo mucho que la irritaba la actitud de Trish. Sabía que sólo intentaba ayudar y que tenía buenas intenciones, pero sus comentarios no sonaban menos duros o sentenciosos por ello. Si no fueran tan buenas amigas, Grace la habría mandado a hacer puñetas. —Es una buena mujer, Trish —dijo Grace, mientras sorbía el vino. Cada vez se sentía peor—. Es hermosa, inteligente, ambiciosa, absolutamente competente en todo lo que hace. Dicho así, sonaba como si Aly fuera la mujer perfecta. Y lo sería, si fuera capaz de comprometerse con Grace y construir una vida a su lado. «Sí, claro, como si eso fuera a pasar.» —También podrías estar describiéndote a ti misma, ¿sabes? Grace se encogió de hombros. —La quiero, Trish. ¿Qué más quieres que te diga? —¿Y ella te quiere? Grace supo que a Trish no se le había pasado por alto su momento de duda. —Sí. «¿Me quiere?» Grace no recordaba la última vez que Aly había pronunciado aquellas palabras y tampoco cuándo lo había hecho ella. —Y si las dos os queréis, ¿por qué eres tan desgraciada? ¿Y por qué no estáis juntas? La compostura de Grace empezaba a resquebrajarse. Meneó la cabeza ligeramente. —Porque… «Porque nunca estaremos juntas. Nunca abandonará a Tim ni la vida que tiene. Puede que su matrimonio sea una farsa, pero su relación conmigo también lo es.» A Grace se le llenaron los ojos de lágrimas. Nunca habría pensado que pasaría tres años de su vida siendo «la otra mujer», pero allí estaba y, de repente, veía con extrema claridad en lo que se había convertido su vida. Tenía que escapar de Aly y había leído bastantes artículos de autoayuda en las revistas femeninas como para saber que, cuanto más tiempo tardara en
hacerlo, más difícil sería conservar el respeto por sí misma. Conformarse con lo que había entre Aly y ella sería como enterrar su propia identidad cada vez más hondo y Grace lo sabía. Querer a Aly era no quererse a sí misma, así de simple. —Mereces más, eso es todo. Grace soltó una carcajada cáustica. —¿No lo merecemos todas? —Grace —Trish le cogió la mano con cariño—, ¿por qué no te tomas un tiempo y descansas? —Qué gracioso —rió Grace con amargura—. Eres la segunda persona que me dice eso hoy. ¿Es que todo el mundo cree que estoy loca o qué? Trish rió. —Lo que es una locura es que lleves por lo menos dos años sin tomarte unas vacaciones, Grace. Especialmente en esta última época, has abusado de tus fuerzas. —Y tú también, por si no lo recuerdas. —Cierto. Pero yo no tengo el estrés añadido de ir por ahí con una mujer casada. Grace frunció el ceño. —Que yo recuerde, apenas te cogiste nada de tiempo el año pasado cuando te divorciaste de Scott. Trish se encogió de hombros y estudió su bebida un buen rato, con expresión melancólica. —Quizá debería haberlo hecho. —Entonces, ¿tan jodida estoy, Trish? La aludida levantó los ojos. Su mirada era amable, pero también algo crítica. —Me gustaría que vieras las cosas con un poco de perspectiva, Grace. Que recuperaras el equilibrio. Descubre lo que quieres de verdad. A quién querrías de verdad en tu vida. —Y no crees que esa persona sea Aly —dijo Grace en voz queda, sin sarcasmo esta vez. —Da igual lo que yo crea. —No te cae bien. Es porque está casada.
—No, es porque después de todo este tiempo no se te ha echado al hombro y ha huido contigo. No es capaz de distinguir lo bueno ni teniéndolo delante de las narices. Lo mucho que la quería Trish estuvo a punto de hacer llorar a Grace. También le entraron ganas de reír al imaginarse a Aly, precisamente, echándosela al hombro y secuestrándola. —De acuerdo, me cogeré un par de semanas. A Trish se le iluminó la cara. —¿En serio? ¿Y te irás a alguna parte tú sola? Grace puso los ojos en blanco. —Sí, me iré. Aunque me llevaré a mi perro, así que técnicamente no estaré sola. El semblante de Trish se ensombreció. —Una cosa más, Grace. —¿Qué cosa? —Necesitas más de dos semanas. Yo pensaba en unos dos meses. —¿Cómo? —exclamó Grace, que casi se cayó del taburete—. ¡Eso es imposible! —No —repuso Trish con calma—. No lo es, porque será el tiempo que tardarás. —¿En qué? —preguntó Grace ácidamente—, ¿en sacarme a Aly de la cabeza? Es lo que quieres decir, ¿verdad? Trish le dio un apretón cariñoso en la mano. —¿Sinceramente? Sí. Grace negó con la cabeza, obstinadamente. —Venga ya, Trish. Dos meses es ridículo. No puedo dejar el trabajo tanto tiempo. De ninguna manera. —Sí que puedes, Grace. Yo te cubriré. Y ya sabes que James es una máquina. —No, no puedo pedirte eso. —Grace, no me lo estás pidiendo, te lo digo yo. Y no aceptaré un no por respuesta. —Trish, de verdad, estoy bien. Con dos semanas, tres a lo sumo, yo ya…
—Gracieeee, no discutas conmigo. Ya sabes lo que pasa. Gracie volvió a poner los ojos en blanco y rió. —Lo sé, lo sé. Cuando discuto contigo siempre pierdo. —¿Te acuerdas de mi cottage de Sheridan Island, en Maine? Grace rió al evocar la dulzura de aquellos días de diversión olvidados que flotaban sobre la superficie de su memoria, igual que la granadina de las decenas de cócteles de tequila que se habían tomado. —Creo que la única vez que fui a hacerte una visita me pasé todo el tiempo borracha, así que no estoy muy segura de cuánto recuerdo. —Ah, ¡no me hagas hablar de todo lo que pasó! Grace levantó las manos en gesto suplicante, sin dejar de reír. —Vale, vale. Juramos que lo que pasó en Sheridan Island se quedaría en Sheridan Island. Trish entornó los ojos, traviesa. —Por un momento me hiciste dudar… —No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. Trish le guiñó el ojo. —Buena chica. En fin, escúchame. Quiero que te instales en el cottage un par de meses. —¿No lo necesitarás? Trish negó con la cabeza. —¿Estaré demasiado ocupada, recuerdas? —¿Al menos vendrás a visitarme? —Lo intentaré. Pero esta vez seré yo la que me pase el fin de semana borracha. —Trato hecho. Y yo me correré la juerga loca. Trish se la quedó mirando con los ojos muy abiertos y durante un largo momento ninguna de las dos dijo nada. Entonces Grace se tapó la boca con la mano y las dos se echaron a reír a carcajadas, como dos adolescentes colocadas por el sinfín de posibilidades que les ofrecía el futuro. Por un breve rato, fue como si la vida volviera a ser sencilla. Mientras disfrutaban del vino, recordaron el fin de semana que habían pasado seis años atrás y la libertad total de responsabilidades que habían tenido en aquel entonces. En un momento dado, Trish escrutó su rostro con
ternura y le dijo: —Dios, me alegro de verte reír otra vez, Grace. Grace sonrió. Los ojos se le habían llenado de lágrimas de alegría, o quizá de alivio. Pestañeó en muestra de acuerdo. No estaba segura de adónde iba a meterse, pero sin duda sería mejor que aquello de lo que salía.
3 Capítulo
TORRIE CANNON apuró su tercera lata de Budweiser, apalancada frente a su televisión de cuarenta y dos pulgadas y totalmente absorbida por la eliminatoria entre su amiga y la joven advenediza que tantos problemas había dado a todo el mundo el año anterior. Para Torrie, el golf era su vida. Literalmente. Era a lo que se dedicaba y su razón para levantarse de la cama cada mañana. Llevaba consagrada en cuerpo y alma a aquel deporte más de doce años y le había dado muchas alegrías. Había ganado millones, además de diecisiete campeonatos del circuito LPGA, incluyendo cuatro torneos mayores. Era una de las mejores golfistas del país. Sin embargo, en aquella ocasión veía el torneo como espectadora, por primera vez en su carrera. La madre de Torrie entró en la habitación y se sentó con ella en el sofá. —Hola, mamá. Son Diana y Amy King en la eliminatoria. Dios, espero que Diana lo consiga —Torrie se acercó un poco más a la televisión—. Han arrancado con unos buenos drives. Torrie nunca se refería a la nueva sensación del golf adolescente por su nombre de pila. Siempre era «Amyking», como si nombre y apellido fueran la misma palabra. Su madre dejó escapar una carcajada suave. —Esa chica os sigue sacando de quicio, ¿eh? Torrie hizo casi omiso del comentario, de tan concentrada que estaba en el juego. Se moría de ganas de que su amiga barriera a aquella niñata y le enseñara que las victorias se ganan a base de años de trabajo duro y no gracias a la suerte y la casualidad y mucho menos con la actitud pasota de la jovencita. Sarah Cannon se le acercó y le dio un golpecito en el hombro sano. —Llevas viendo este torneo sin parar dos días. ¿Podemos hablar, Torrie?
Torrie le lanzó una mirada fugaz que daba a entender, sin dejar lugar a dudas, lo poco oportuna que era su madre. —Claro que sí. Cuando se acabe esto. Torrie percibió la impaciencia de su madre en el suspiro que dejó escapar. Cuando quería algo, era muy insistente al respecto y aquel era un rasgo con el que Torrie se identificaba, pero en aquella ocasión tendría que esperar. Diana Gravatti no tardó mucho en hacerse con el control de la eliminatoria y acabó con la joven estrella con un emocionante birdie desde fuera del green. Torrie levantó el puño y dejó escapar un grito victorioso. Si había alguien cuyo triunfo deseara en su ausencia, esa era Diana. —Ahora, vamos a hablar —dijo su madre en tono neutro. Se levantó y se dirigió al porche, sin esperar a ver si Torrie le hacía caso o no. Esta la siguió, titubeante. Temía que le leyeran la cartilla, pero dado que, al fin y al cabo, se había quedado en casa de sus padres mientras se recuperaba de una complicada operación en el hombro que le habían practicado diez días antes, decidió darle el gusto a su madre. Lo contrario habría sido una descortesía estando en su casa y Torrie les debía mucho a sus padres, sobre todo a su madre. —¿Qué tal el hombro? —le preguntó esta, con tacto. Torrie hizo una mueca. Todavía le dolía horrores, pero no pensaba admitirlo. Si podía convencerse de que el dolor era soportable, a lo mejor podría volver al Circuito antes. —No va mal. Cada día está mejor. Su madre la observaba con desapego casi clínico, como cuando alguien examinaba su swing. —¿Cuándo tienes previsto reincorporarte al Circuito? Torrie se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia. —Dentro de tres meses. —¿No será demasiado pronto? —No, si me esfuerzo lo suficiente. Su madre observó el horizonte teñido de naranja, tras el cual el sol se hundía en el cálido atardecer neblinoso del desierto de Arizona. Su lenguaje corporal no traicionaba ninguno de sus pensamientos, pero cuando
se volvió hacia Torrie tenía los labios fruncidos y sus ojos azules relucían, fríos e implacables. Aquella mirada le recordaba sus años de instituto, cuando se saltaba la hora de llegar a casa y su madre la esperaba despierta, preparada para echarle la bronca. —Verás, esa es la cuestión. Torrie tomó fuerzas mentalmente: era la frase favorita de su madre y siempre precedía a una regañina severa por algo. Sin embargo, Torrie no tenía la menor idea de qué había hecho mal en aquella ocasión. —Sería hora de que dejaras de esforzarte tanto, Torrie. A Torrie le fallaron los pulmones y, por un momento, se quedó sin aire. No podía haberla oído bien: ¿la reina de la persistencia de repente le recomendaba que aminorara la marcha? «¿Por qué no me decías eso cuando quería saltarme los deberes, o cuando quería saltarme horas de entrenamiento para salir de fiesta con mis amigos?» —¿Qué? —Torrie… —su madre se interrumpió un instante y su mirada se suavizó—. Llevo años viendo cómo te dejas la piel para llegar a lo más alto. Y creo… —Espera, tú me animabas a dejarme la piel —la cortó Torrie, haciendo acopio de valor—. Y antes de eso, eras tú la que me obligabas a esforzarme, ¿te acuerdas? No iba a quedarse callada mientras su madre trataba de echarle la culpa por lo que quiera que estuviera a punto de echarle la culpa, y tampoco pensaba sentirse culpable por haber trabajado duro todos aquellos años. Todo lo que había aprendido, incluyendo ser ambiciosa en sus objetivos, había sido gracias a su madre, y a lo largo de todos aquellos años su madre no había hecho más que animarla y darle su aprobación. «¿Por qué hace esto ahora? ¿A qué viene ponerme palos en las ruedas?» Su madre pestañeó, claramente dolida. —Ya lo sé, cariño. Mirándolo en retrospectiva, creo que esperaba que cumplieras los sueños que yo tenía para mí misma. La madre de Torrie había sido su primera entrenadora de golf. Había abandonado su prometedora carrera cuando se casó con su novio del instituto, Jack Cannon, al acabar la universidad, y Torrie había nacido un
año después. A continuación habían tenido otros tres hijos en rápida sucesión. Sarah Cannon nunca volvió a su deporte, salvo en alguna que otra ocasión, por diversión. Su conexión primaria con el golf en la actualidad era Torrie. —En algunos aspectos —continuó su madre, con voz pausada y trémula por la emoción—, ahora lamento lo mucho que te forcé. Torrie temblaba de pura incredulidad. Nunca había oído a su madre hablar así sobre el golf. En realidad, nunca la había oído hablar así sobre nada. En su familia la regla no escrita era ser siempre fuertes y no mostrar vulnerabilidad. En definitiva, sus padres eran de los que hacían que sus hijos se ataran los zapatos solos, y aquello no era propio de su madre. La carrera de Torrie había sido lo más importante para ambas durante muchos años. Su ambición común las había impulsado hacia delante y las había hecho prácticamente inseparables. Era todo sobre lo que hablaban, todo con lo que soñaban y todo por lo que trabajaban. —¿Estás intentando decirme que no ha valido la pena? —Claro que no. Has llegado más lejos de lo que habría podido imaginar, cariño. Mucho más de lo que habría podido llegar yo —le aseguró, con la misma mirada que ponía cuando Torrie le llevaba las notas y lo había sacado todo sobresaliente—. Estoy muy orgullosa de ti, Torrie. Torrie inspiró de manera entrecortada. Su madre no expresaba aquel tipo de sentimientos a menudo y Torrie estaba tan sorprendida que se le fueron las ganas de discutir con ella. —Entonces, ¿qué quieres decir? —Tienes treinta años. Llevas en el Circuito siete años. Es hora de que pongas un poco de estabilidad en tu vida, Torrie. Es hora de que encuentres alguna cosa que signifique algo para ti aparte del golf. Es la hora — concluyó en voz baja. Torrie no daba crédito a sus oídos. No era posible que su madre le estuviera aconsejando aquello. ¡Precisamente su madre! La persona que más había deseado aquella vida para ella. Por fin habían obtenido su recompensa por todos los años de duro trabajo: era la cima de la larga y ardua escalada que habían hecho de la mano. Y de repente hacía que su carrera sonara como una etapa cerrada y enterrada de su vida que tuviera que dejar atrás, como si hablara del acné o de correr detrás de los chicos.
O, en el caso de Torrie, de las chicas. —Sé lo que estás pensando —admitió su madre, alzando una mano—. Te estás preguntando qué mosca me ha picado para hablarte así. —Se alejó de la barandilla y se sentó junto a Torrie—. Estos últimos años te has esforzado muchísimo: entrenando, practicando, jugando, viajando. Es lo único que haces. No te has perdido un solo torneo hasta ahora. Es demasiado, Torrie. Me doy cuenta de que es demasiado. Torrie se sentía confusa. Su madre estaba totalmente equivocada. Entrar en el Circuito y mantenerse era terriblemente duro. Permanecer en la cima era lo más difícil de todo. El menor despiste la haría caer y, una vez que cayera, ya sería prácticamente imposible volver a lo más alto. No es que fuera demasiado, es que era lo necesario. —Mamá, sabes cómo funciona esto —le dijo Torrie. Trataba de mostrarse paciente, pero le estaba costando mucho—. No puedo relajarme. Quiero durar aún otros ocho o diez años en activo, y para lograrlo voy a tener que trabajar mucho. Es decir, ya ves cuántas chicas jóvenes entran en el Circuito últimamente y sabes lo que cuesta derrotarlas. Lo único que les importa es ganar, y no tienen lesiones ni tienen que preocuparse por patrocinadores. Los viajes continuos tampoco les afectan todavía. Creen que son invencibles, y así es. —Tú también fuiste así una vez. Torrie apretó los dientes para que no se le notaran los pinchazos que le daba el hombro. —Bueno, yo ya he descubierto que no soy invencible, ¿no? —Exacto, a eso me refiero, Torrie. No eres invencible. Ahora mismo estás forzando tu cuerpo más allá del límite. Y también tu mente. Torrie gimió. —¿Así que ahora resulta que también estoy loca? ¿Es que su madre quería cabrearla? ¿Quería que se fuera de casa? Su madre rió estentóreamente. —En realidad, empiezo a creer que sí. Te pillé mirando el canal de cocina el otro día. Torrie también rió, disfrutando de la distracción momentánea de la conversación.
—De acuerdo, lo confieso. Soy culpable. —Así que quieres convertirte en chef como próxima carrera, ¿es eso? —preguntó, aunque, más que jocosa, su madre sonaba esperanzada. —Ni de coña. Sólo lo veo de vez en cuando porque salen tías buenas. —Ah, bueno. Ahora ya lo entiendo mejor. Torrie soltó una risita amarga. —De hecho, lo veo porque se supone que tengo que buscar ideas para el menú del torneo que organizo dentro de dos semanas. —El Abierto de Hartford, ¿verdad? Como actual campeona, Torrie era la anfitriona oficial aquel año y aquello incluía ayudar a coordinar los planes para la cena del campeonato. —Pero si tú no sabes nada de organizar banquetes. Torrie torció el gesto. —No sé nada de comida, salvo cómo comérmela. —Bueno, seguro que habrá gente que te ayudará con eso. Torrie exhaló un hondo suspiro. Se le encogía el corazón al pensar en el torneo que estaba por venir y en lo impotente que se sentiría viendo a sus compañeras jugar y ganar. Iba a ser una tortura. —Dios, va a ser horroroso —murmuró. Su madre le frotó el brazo con afecto. —Ya lo sé, cariño. Pero te lo pasarás bien viendo a tus amigas otra vez, aunque sólo sea una semana. Seguro que será mejor que estar aquí sentada todo el día. Torrie nunca había pasado tanto tiempo alejada del golf. No tenía ni idea de cómo iba a llenar los días y mantenerse ocupada en cuerpo y mente hasta regresar al Circuito. La cerveza y la televisión no bastaban, eso seguro. Su madre había obtenido una pequeña victoria, al menos por el momento. Tenía que encontrar algo que hacer durante el verano. —Mira, mamá. Ya sé que estás preocupada, pero está todo bajo control. Me encanta lo que hago, ¿de acuerdo? No quiero que cambie nada. Estaré bien. El semblante de su madre se contrajo por la preocupación. —¿Y qué tendrás cuando todo esto acabe, Torrie? Mira lo mucho que te cuesta pasar unos cuantos meses alejada del golf: estás que te subes por las
paredes. —Como te he dicho, estaré bien. Torrie se daba cuenta de que no sonaba particularmente convincente. No había pensado mucho en el futuro más allá del siguiente torneo o dos. Bastante tenía con preocuparse por el presente, pero el caso era que su presente en aquellos momentos era una mierda y el futuro se presentaba amenazador, como si fuera un monstruo agazapado bajo la cama, listo para saltar sobre ella. Pensar en un futuro sin golf se le antojaba aterrador y allí estaba su madre, intentando meterle prisa a la hora de enfrentarse a él, sin esperar a que estuviera preparada. Era como estar en el tee de salida y dar un golpe a ciegas, en el que esperabas haber escogido el palo adecuado y lo único que podías hacer era confiar en tu instinto y en tu swing. —La cuestión es, Tor, que si sigues así puede que llegue el momento de dejarlo mucho antes de lo que crees. —No entiendo lo que intentas decirme, madre —replicó Torrie, que empezaba a sentirse frustrada otra vez. Su madre la miró dura y fijamente a los ojos, como para transmitir toda la seriedad de sus palabras. —Te estás quemando. Tanto mental como físicamente. Y si no haces nada para evitarlo, tu carrera se acabará y tú te quedarás hecha un desastre. Es lo que más miedo me da. Su expresión se había llenado de angustia y sus ojos acerados brillaban, llenos de lágrimas. Verla de aquel modo asustó a Torrie. —Ah, mamá —Torrie le cogió la mano y se la apretó con fuerza—. Creo que estás exagerando, de verdad. —No, Torrie, no exagero —su voz volvió a tornarse rígida—. Tu lesión en el hombro es la prueba de que estás forzando la máquina demasiado. Y respecto al resto, no tienes aficiones ni amigos fuera del Circuito. Ni siquiera has tenido novia alguna vez. Torrie se puso colorada de vergüenza. —Te aseguro, madre, que no estoy sola. Joder, si se paraba a pensarlo, había tenido a más mujeres por casualidad que a propósito. Esa vez le tocó a su madre ponerse colorada.
—Seguro que no, cariño, pero ese tipo de relaciones no son «reales». Necesitas a alguien que te quiera por quien eres. Puede que alguien con quien llegado el momento puedas compartir tu vida. La exasperación se adueñó de Torrie de nuevo. —No tengo tiempo para perder en aficiones y novias y esa clase de cosas. Mira, por qué no, ya puestos podría tirarlo todo por la borda ahora y ponerme a jugar a las casitas y a tener hijos… como hiciste tú. ¿Es lo que quieres para mí? ¿Que sea una rajada? Torrie supo que se había pasado cuando los ojos de su madre relampaguearon. Le había asestado un golpe de muerte al cuestionar la decisión más importante que había tomado en la vida. Mucho peor: al echársela en cara. «¡Mierda!» —Puedes creer que me arrepiento de la vida que llevo por la manera en la que te empujé hacia el golf. Pero no es cierto. Y si eso es lo que piensas, es que no me conoces demasiado bien —se le rompió la voz de la emoción, como una rama al pisarla—. Os quiero a tu padre y a vosotros. La familia es lo más importante para mí y lo único que quiero es que encuentres lo mismo. El golf es algo temporal, Torrie. La familia no lo es. El amor no lo es. Torrie dejó que las palabras de su madre se desvanecieran en el aire seco del desierto. Tenía razón, su vida estaba consumida por completo por el golf. No se lo había querido confesar a nadie, pero había habido momentos fugaces en los que se había preguntado cómo sería tomarse unas vacaciones o estar enamorada. Vivir una vida con alguien cuyos sueños, proyectos y temores tuvieran la misma prioridad. A veces se sentía como si tuviera la nariz pegada a un escaparate y dentro hubiera todas las cosas hermosas que ella nunca podría tener. Su madre estaba en lo cierto: llegaría un momento en que ella también desearía todas aquellas cosas, una vez que hubiera conseguido todo lo que pudiera conseguirse con el golf. Era una progresión natural, al menos para los que sabían cómo seguir adelante cuando sus días de golfista acababan. Torrie guardó silencio durante un largo momento, con los ojos puestos en la distancia. Cuando habló, la voz le salió en un susurro. —Me da miedo dejar entrar a alguien en mi vida. Me da miedo de, si lo
hago, perder la única vida que he conocido durante los últimos doce o trece años. No sé qué otra cosa hacer, aparte de lo que estoy haciendo. Su madre le apretó la mano y sonrió con empatía. —Arriésgate, cielo. Ya no tienes que demostrarle nada a nadie. Torrie cerró los ojos con fuerza. No tenía ni idea de cómo arriesgarse en algo que no fuera su carrera. —No sé si podré. —Inténtalo, Torrie. Es el momento perfecto para ver qué más hay ahí fuera. Al fin y al cabo tienes que tomarte unos meses de descanso igualmente. Aprovecha el verano. —¿Para hacer qué? Torrie sentía un poco de vértigo. Todo aquello era nuevo para ella y se sentía como si cayera desde un acantilado. El abismo que se abría ante ella era mortificante. —No puedes pasarte el verano aquí bebiendo cerveza y viendo la tele, eso seguro. Torrie esbozó una sonrisa avergonzada. —Supongo que he estado un poco en plan gandul últimamente. —No pasa nada, cielo. Pero tengo una idea sobre cómo podrías pasar el verano después de tu torneo. Torrie entornó los ojos con escepticismo. —Si pronuncias la palabra convento, tendré que torturarte. Su madre se rió con ganas. —No, en un convento no, cielo. Aunque no sé si estará particularmente lleno de mujeres jóvenes y solteras. —Ya veo. ¿Y cuál es ese lugar de celibato idílico? —Primero veamos si puedo ayudarte con lo del menú y luego hablaremos sobre mis ideas.
4 Capítulo
GRACE notó enseguida que había algo profundamente reparador en Sheridan Island. Puede que fuera la inmensidad del agua que la rodeaba o la sencillez de sus estrechas carreteras de tierra y las casas de listones de madera. Seguramente el lugar no había cambiado mucho en los últimos ochenta años, salvo por algunas caras nuevas de vez en cuando. Los nombres de los buzones se remontaban a generaciones atrás. Había quedado notablemente a salvo del turismo, a diferencia de la mayoría de las demás islas de la costa este, y aquello en sí mismo ya resultaba tonificante. Los locales parecían amistosos en lugar de cínicos con los forasteros, como habría esperado Grace. Probablemente, al cabo de una semana ya la conocerían mejor de lo que habían llegado a conocerla sus vecinos del edificio de apartamentos de Boston en más de diez años. Así era como funcionaban las cosas en las comunidades pequeñas y unidas, y la intimidad que conllevaba hacía que Grace se sintiera segura, aunque los isleños le dejaran su espacio. Grace no hizo mucha cosa el primer par de días en la casita de tres habitaciones de Trish. Básicamente, sentarse en el porche con vistas al océano, beber demasiado vino o dar largos paseos con su labrador retriever de color chocolate, Remy. No le apetecía demasiado cocinar, cosa rara, y tampoco comer. Estar en la cocina siempre la había reconfortado, pero aún se sentía apática y confusa tras su inesperada decisión de dejar a Aly y tomarse el verano libre. En términos racionales, apenas podía creer que lo hubiera hecho. Ni siquiera estaba segura todavía de que haber dejado a Aly fuera lo correcto y durante los últimos días había tenido que reprimir el impulso de llamarla, sólo para escuchar su voz, en innumerables ocasiones. Grace sabía que, si lo hacía, capitularía y todo volvería a ser como antes: más promesas rotas, más andar a escondidas y más noches vacías.
Necesitaba pasar más tiempo alejada de Aly para poner en orden sus sentimientos y fortalecer su decisión. Rendirse al cabo de unos pocos días no sería justo. Y mucho menos sensato. Igualmente, seguía teniendo dudas sobre su decisión de tomarse dos meses de vacaciones. ¿En qué estaría pensando? Habría preferido mantenerse ocupada antes que pasarse el día como un alma en pena, sin dejar de darle vueltas a su decisión. ¿Cómo había podido pensar que cogerse el verano para no hacer nada era una buena idea? ¿Cómo iba a encontrarse a sí misma, como le había aconsejado Trish, en medio de la nada? Sería como intentar encontrar un bote diminuto en la inmensidad del océano. «Ah, mierda.» Probablemente Trish tenía razón. Tenía que romper con sus hábitos durante un tiempo si quería recuperarse. Necesitaba hacerse a la idea de que su ruptura había sido definitiva. Antes de mejorar, debía experimentar el dolor, y tenía que permitirse la posibilidad de sufrir por ello. Los clichés de autoayuda le pasaban por la cabeza en bucle mientras bebía vino. Nunca habría pensado que sería una de esas personas que necesitaban buscar inspiración en manuales de psicología baratos o programas de televisión estúpidos. Había muchas cosas que nunca habría imaginado que haría. Grace apoyó el pie enfundado en un calcetín en la baranda del porche, embelesada por el atardecer sobre el océano, tan enorme e infinito. La calma superficie se estaba tornando de un naranja líquido y brillante bajo la luz del sol poniente, y el cielo estaba surcado de franjas abstractas de color rojo. Se acordó de un viejo refrán: «Sol poniente en cielo grana, buen tiempo por la mañana». Sonrió. Pese a su tristeza, el día siguiente sería precioso y decidió que aquello representaba una pequeña victoria. Grace se ajustó el suéter para protegerse del viento frío de la primavera y deseó que fueran los brazos de Aly en torno a su cuerpo los que la calentaran. Aquel pensamiento no la consoló y se riñó a sí misma, porque no debería costarle tanto sacar a Aly de su vida. Aly era una aprovechada, una persona sin corazón a la que sólo le importaba subir escalafones en su carrera y en la sociedad. Una mentirosa y una libertina sexual. Grace debería odiarla, pero no era capaz de hacerlo. Debería estar resentida por los tres años de su vida que había desperdiciado, pero no lo estaba.
Echaba de menos a Aly, pero más por lo que no tenían que por lo que tenían en realidad. El problema, se dijo Grace, era el objeto de su deseo, no el deseo mismo, y ya era hora de que pusiera aquel deseo en una mujer que fuera digna de ella. «Está bien desear, Grace. Sencillamente, no a ella.» Grace sabía que, poco a poco, iba volviendo al buen camino, pero cambiar de rumbo en la vida era de las cosas más difíciles que había hecho nunca. Oteó el horizonte, sin fijar la vista en nada en particular, y se preguntó cuánto tiempo le llevaría y si podría dedicárselo, como cuando horneaba lentamente una crème brûlée o hacía un estofado a fuego lento. Aún en pijama, Grace estudió su reflejo en el baño. La luz de la mañana no le hizo ninguna concesión y, aunque al principio se resistía a mirar, finalmente se atrevió y la imagen que le devolvió el espejo no le gustó nada. Sus ojos, que normalmente eran de color gris brillante moteados de verde, se veían oscuros y sombríos, como un día lluvioso. Tenía ojeras y las arrugas de la cara más marcadas. Su pelo necesitaba que le diera el sol como agua de mayo o, al menos, alguna máscara de reflejos que revitalizara el tono rubio. Estaba pálida y también le convenía que le diera el sol en la piel. Hizo una mueca: tenía un aspecto terrible y eso le asustaba. Pronto cumpliría los cuarenta. Puede que sus mejores días ya hubieran quedado atrás, pensó con una urgencia súbita y rayana en el pánico. «Cuarenta.» El número era muy crudo, como si fuera una frontera que se aproximaba: un precipicio, un punto medio —entre el nacimiento y la muerte—, y el reloj no dejaba de correr. Había recorrido la mitad del camino, y desde donde estaba podía mirar atrás, a lo que había sido, y también hacia delante, hacia el futuro. Le deparara lo que le deparara. Grace inspiró hondo y bajó la mano para acariciar a Remy. No podía cambiar el pasado, pero todavía podía buscarse un futuro o, al menos, cambiar la dirección en la que iba. No quería encontrarse en el mismo punto al año siguiente: siempre ocupada y tratando de llegar a todo al
mismo tiempo, sin nadie con quien compartir su vida y que la quisiera de verdad. Tenía que hacer algunos cambios: coger los ingredientes de los que disponía y hacer de ellos algo hermoso. Eso era exactamente lo que había aprendido a hacer durante sus años de formación culinaria y le salía de manera natural. Improvisaba, era creativa y ganaba premios. Lo que tenía que hacer era lograr lo mismo con su vida personal. «Crear algo a partir de nada.» Le sonrió a Remy, que cada vez estaba más inquieto. —Te cambio la vida, Remy. Parece que tú sí lo tienes todo encarrilado, ¿eh, pequeño? El perro se animó todavía más cuando ella alargó la mano hacia su correa, y enseguida se convirtió en un torbellino rebosante de energía. —Tranquilo, chico —lo tranquilizó Grace, de camino a la puerta. Remy saltó los escalones y la arrastró tras él. La marea estaba baja y el oleaje tranquilo. Se respiraba serenidad y aquello despertó en Grace un cosquilleo de nostalgia. Se parecía mucho al Cabo Cod de su infancia. El agradable aire primaveral, salado y fresco, la envolvió y ella inspiró hondo. Paseó, con el deseo secreto de retozar como una niña: dejar sus huellas en la arena, salpicar con los pies en la espuma de las olas… Sin embargo, se le pasó el impulso infantil y se conformó con pasear por la parte seca de la arena. Sus sandalias levantaban granos de arena al caminar y el perro trotaba a su lado, feliz, tirándole de la correa. «La carta.» A Grace se le encogió el corazón al recordar las líneas que le había escrito a Aly, deshecha en llanto, y había echado al buzón de camino al aeropuerto. En la garganta le ardían sentimientos contradictorios de resolución, esperanza y arrepentimiento que ya le eran familiares. Se recordó que había hecho lo que tenía que hacer. Era el momento de empezar de nuevo, puede que para las dos. Era una carta breve y sombría, que iba directamente al grano y era definitiva. No había querido ser ambigua ni andarse por las ramas: había escrito que no culpaba a Aly de nada, que no le guardaba rencor, pero que necesitaba seguir con su vida y construir su felicidad alrededor de algo, de alguien, más permanente. Su tiempo juntas había terminado porque era lo que tenía que pasar y esperaba que Aly lo comprendiera. Había firmado con «Afectuosamente, Grace».
Pestañeó para evitar que se le saltaran las lágrimas. Escribir aquellas palabras había sido muy poco satisfactorio. Muy inapropiado. Le habría gustado decir muchas más cosas, como lo mucho que iba a echar de menos la sonrisa de Aly, sus caricias, su risa. Incluso la emoción de verse a escondidas, como si el secreto hubiera hecho de su relación algo más importante y excitante de lo que era. Echaría de menos el sexo y el deseo agudo de poseer el cuerpo de Aly. «Hubo un tiempo en que esperaba que fueras la mujer para mí. En que creí que lo eras. Dios, ¿por qué no habrás podido serlo?» Grace cabeceó, decidida a no pensar en ello. Había tenido tres años para aprender que Aly no tenía la menor intención de cambiar su vida en ningún aspecto. Tres años de compromisos rotos, relaciones apresuradas, dolorosa soledad y un hambre continua que nunca lograba saciar del todo. Fue increíble: a veces se había sentido como si volara en lo más alto y a continuación se hundía en la miseria. Había sido agotador, angustioso y horriblemente triste, sin más. Había sido culpa de las dos, aunque eso ya poco importaba. Sencillamente las cosas eran como eran. Siempre le quedaría su trabajo, pensó Grace, con cierto consuelo. Concentrar su energía en algo siempre la había ayudado en los malos momentos, pero en aquella ocasión, y al menos durante dos meses, no tendría ni eso. «Dios mío, ¿qué has hecho, Grace?» Remy tiró de la correa de repente y retrocedió; entonces dio un salto y estuvo a punto de tirar a Grace al suelo. —¡Joder! —gritó. Se le había soltado la correa y Remy había salido disparado playa abajo. —¡Remy! ¡Ven aquí, Remy! —le chilló, corriendo tras él. La arena la hacía correr más lenta—. Serás capullo… —musitó entre dientes. El animal no era ya más que una mancha marrón a lo lejos, pero Grace siguió corriendo detrás de él, jadeando como una fumadora empedernida. Definitivamente debería ir más al gimnasio. «Ya está. Voy a empezar a ir a correr regularmente, aunque eso acabe conmigo.» Remy giró de golpe en la orilla y se precipitó hacia una casa que había
oculta entre los pinos. Localizó adonde había ido y lo siguió sin dejar de llamarlo. Se detuvo sin mucha elegancia, sin aliento, al ver al perrazo tumbado felizmente en un hermoso porche de madera de cedro, a los pies de una anciana de aspecto vivaracho con un enorme sombrero de paja que le tapaba la cara. Avergonzada por el comportamiento de su perro, Grace se acercó y le lanzó una mirada furibunda a Remy, aunque a la desconocida le dedicó su mejor sonrisa televisiva. —¡Hola! —la saludó la alta mujer, levantándose despacio—. Debe de ser usted la dueña de este caballero de aquí. Grace frunció los labios y esperó que la mujer no fuera a reñirla. —Así es. Le pido perdón, no sé qué le ha entrado. A veces se vuelve loco, sobre todo cuando sale de casa. La mujer se rió, comprensiva. —Supongo que habrá sido el olor del beicon que estoy friendo dentro. —Sí, seguro que habrá sido eso. ¡Remy! —se dirigió a su perro—, ¿dónde están tus modales? —Me llamo Connie Sparks, por cierto. —La mujer le tendió la mano de piel curtida y Grace se la estrechó afectuosamente desde los escalones del porche. —Grace Wellwood. La expresión de la mujer se tocó de una leve pincelada de curiosidad, como si el nombre le sonara de algo. Grace se alegraba de que no la hubieran reconocido, pero sabía que no duraría mucho. En cuanto los isleños se enteraran de que estaba en casa de Trish Wilson atarían cabos y su anonimato se evaporaría como la niebla de la mañana, si es que no lo había hecho ya. —Un placer conocerla, señora Wellwood. —Por favor —pidió Grace—, llámeme Grace. —Por supuesto, —los ojos azules de Connie Sparks eran penetrantes pero amistosos—, siempre que tú también me tutees. Oye, ¿por qué no te sientas un rato conmigo mientras Remy descansa? Grace soltó una carcajada y volvió a echarle una mirada incendiaria a Remy
—Ese perro no necesita descansar. Más bien necesita un buen castigo. Connie sacudió la mano, sin darle importancia. —Tonterías, se le ve que es un buen chico. Sólo quería hacer amigos, eso es todo. Grace no estaba segura de estar de humor para hacer amigos con tanta facilidad como su perro. En aquellos momentos era una compañía más bien mala para cualquiera que no tuviera cola y cuatro patas. Y ni siquiera así. —Vamos, sube —insistió Connie con más convicción—. Tengo café en el fuego. Remy estaba tumbado y medio dormido al sol y nada iba a ser capaz de sacarlo de allí en aquel momento. Además, pensó Grace con cierta amargura, no es que tuviera nada mejor que hacer. A lo mejor distraerse hablando con otro ser humano mientras se tomaba una taza de café no sería tan horrible. Tragó saliva y sonrió de nuevo. —Me encantaría, si no es molestia. Connie le indicó amablemente una butaca de cedro Adirondack. —Me gusta la compañía. ¿Cómo te gusta el café? —Con un poco de leche, por favor. No estaré interrumpiendo tu desayuno, ¿verdad? —En absoluto —le respondió Connie desde la puerta mosquitera de marco de madera—. ¿Te gustaría desayunar conmigo? —No, gracias. Ya he comido —mintió Grace. No quería abusar de su hospitalidad y además llevaba tiempo comiendo como un pajarito y no le apetecía mucho desayunar. —Dejaremos el beicon por el momento, pues. —Si estás segura… —Claro, no te preocupes. Grace se agachó para acariciar a su perro, con intención de reñirle, pero el animal estaba mirándola con sus enormes ojos castaños e inocentes. —Serás bobo —le susurró—. Ya sé que no he sido una buena compañía estos días, pero, hombre… ¿lanzarse al regazo de una extraña? ¿Se puede estar más desesperado? Connie regresó y le pasó a Grace una taza de cerámica llena de café aromático y humeante.
—Gracias —murmuró Grace, agradecida, y dio un sorbo. Estaba delicioso—. ¿Cuál es el secreto para hacer un café tan fabuloso? Connie se sentó en la Adirondack de enfrente y dio un sorbo de su taza de café a juego. —Café colombiano y una cafetera fiable de más de veinte años. Grace asintió. —En aquellos tiempos las cosas se hacían para que durasen. Connie asintió con aire nostálgico y dirigió la mirada hacia el mar, a apenas cincuenta metros. —Ahora todo es de usar y tirar. Y no hablo sólo de los electrodomésticos. Las relaciones también, si quieres que te diga la verdad. Cuando algo no funciona, se deja y a otra cosa. Al parecer así es como se hacen las cosas hoy en día. Grace notó que se le encendía la cara al darse cuenta de que Connie la observaba con atención. Se sentía totalmente transparente y se preguntaba si era tan obvio que se había pasado los últimos tres años liada con una mujer casada, viviendo la fantasía de que un día se despertaría y Aly se habría convertido en la mujer de sus sueños. Dios, si eso era lo que había hecho todo aquel tiempo había sido aún más patética y estúpida de lo que había pensado. ¿Tan ciega había estado durante tanto tiempo? ¿Y tan obvio era para una desconocida? —Lo siento, querida —dijo Connie en voz baja—. ¿He dicho algo que te haya molestado? Grace levantó la mirada y negó con la cabeza. Connie dejó escapar una carcajada suave. —No es mi intención, pero a veces me comporto como una vieja cascarrabias. Mis sobrinos y mis sobrinas no dejan de recordármelo. Grace sonrió y dejó de pensar en Aly, como quien deja de prestarle atención al viento. —No pasa nada, no estás siendo cascarrabias. Pero tienes razón. Supongo que tenemos tendencia a buscar lo fácil, lo perfecto, y cuando no lo encontramos lo descartamos y seguimos buscando. Igual que con las comidas instantáneas, pensó Grace, disgustada. La gente esperaba que una caja congelada supiera igual que un asado de
verdad, con puré de patatas y salsa, pero por supuesto nunca era así. —No hay nada como lo auténtico —murmuró, sin darse cuenta de que había hablado en voz alta. —Tienes toda la razón —repuso Connie—. ¿De verdad es porque la gente no tiene tiempo? ¿Por eso pierden la esperanza los unos en los otros tan fácilmente? Grace reflexionó sobre aquellas palabras mientras bebía el café a sorbitos, agarrando la maciza taza caliente con las dos manos. Aquella era la cuestión también con la comida precocinada de los supermercados. «La gente no tiene tiempo de cocinar, pero encuentra tiempo para pasarse horas de camino al trabajo cada día, jugar al ordenador o estarse toda la tarde viendo la televisión.» —Creo que se trata más bien de prioridades, Connie. Connie sonrió en muestra de aprobación y entre las dos se produjo un momento de conexión, como si se conocieran de antes. —¿Dónde te alojas, Grace? No te había visto antes por aquí y estoy segura de que te recordaría si lo hubiera hecho. La mujer la observó de arriba abajo un segundo y Grace se dio cuenta de que aquella mujer tenía un espíritu afín en más de un sentido. La hizo sonreír internamente: era reconfortante saber que no todo el mundo en aquella isla era hetero. —Estoy en casa de mi amiga Trish Wilson. —Oh, sí. Es una buena mujer, aunque es una verdadera lástima que sólo venga una o dos semanas al año. Eso si viene. Es cocinera, creo. ¿Tú también eres cocinera? —De hecho, sí. A Grace la alegraba que comprendiera su carrera: no tendría que cumplir con las expectativas que la gente tenía de las grandes estrellas, ni pasarse horas explicando en qué proyectos estaba trabajando, a qué famosos había conocido o los sitios a los que había ido. —Bueno, me alegro por ti —le dijo Connie con entusiasmo. Los ojos le brillaban—. Eso significa que tienes una vena artística. Grace enarcó las cejas, sorprendida. Nunca había pensado en sí misma como una artista, más bien una artesana, que había cultivado sus
habilidades a lo largo de años de duro trabajo y experimentación. Sabía lo que tenía buen sabor, lo que combinaba y lo que funcionaba. También cómo se podía hacer una y otra vez con la máxima eficiencia y consistencia. Era importante que sus clientes supieran que sus platos favoritos podían repetirse. —De eso no estoy tan segura. Connie se levantó, con ojos relucientes. —Vamos, te enseñaré la casa. Grace se puso en pie, expectante, y ató la correa de Remy a la baranda del porche. —Quédate aquí y pórtate bien. —Llevo cuarenta años viniendo aquí cada verano —le explicó Connie, mientras la guiaba hacia el interior de la modesta casita—. Cuando estoy aquí es cuando puedo ser yo misma. Grace sintió envidia de inmediato. Era una casa acogedora, tranquila y en contacto con la naturaleza. El interior estaba pintado caprichosamente con trazos de color amarillo limón, verde salvia y color pino. El suelo era de abedul barnizado y los muebles, macizos, cálidos y atractivos. Las paredes estaban repletas de cuadros. —¿Son tuyos? —preguntó Grace, señalándolos. —Sí —contestó Connie—. He pintado al óleo desde que tengo uso de razón. —¿Todavía pintas? —Ya no mucho —Connie alzó sus dedos nudosos—. Artritis. Pero cuando puedo intento dibujar. Grace se acercó para estudiar un paisaje marítimo tormentoso. La profundidad de las texturas y las capas de color eran espectaculares. —¡Guau! —exclamó Grace—. Es asombroso. —En esta isla hay algo que despierta tu paz interior. Me inspira. Grace tuvo la tentación de tocar las ricas pinceladas repletas de matices. Era una pieza muy hermosa y detallada, hasta el pequeño bote que se balanceaba de manera precaria entre las olas embravecidas. Los ojos se le fueron a una acuarela cercana. —¿También pintas acuarelas?
Connie se puso a su lado; le sacaba varios centímetros de altura. Acarició con sus largos dedos el marco de la pintura pastel de un puente cubierto. En sus ojos había una mirada reverente. —No, esa es de la que fue mi compañera durante veintitrés años, Helen Crawford. —Es precioso —afirmó Grace. —Ella también lo era. Grace estudió el perfil de Connie. De repente parecía más encorvada, como si un manto de tristeza invisible la lastrara. Tenía los ojos azules empañados cuando se volvió para mirar a Grace y le tembló la sonrisa. —Murió hace ocho años. La intensidad de la emoción pese al tiempo transcurrido sorprendió a Grace. El dolor de la pérdida se reflejaba en cada fibra de su ser. —Lo siento —fue lo único que acertó a responder. —Gracias. Tuvimos una vida maravillosa juntas. Helen era muy especial. Lo éramos todo la una para la otra. Observó a Grace con valentía y una mueca seria en el rostro. —¿Tú tienes a alguien especial, Grace? «No, por Dios, nadie así.» Negó con la cabeza débilmente. No sabía si encontraría alguna vez a alguien así, que lo significara todo. De nuevo, volvió a sentir el indescriptible dolor de todo lo que su relación con Aly no había sido. La mirada de Connie se llenó de tristeza un segundo, pero enseguida desapareció. —Ya lo encontrarás. Es lo más hermoso, inspirador y aterrador de la existencia humana, Grace. —Aterrador. Grace arqueó una ceja con curiosidad y Connie esbozó una sonrisa de complicidad, mientras volvían a salir al porche para tomar asiento en sus butacas calentadas por el sol, con su café caliente y el perro dormido de Grace. Se sentaron y Connie compuso un semblante inexpresivo durante unos instantes. —Cuando lo tienes, te aterroriza perderlo, y cuando ya no lo tienes, te aterroriza no volver a encontrarlo jamás.
Grace miró hacia el océano azul que resplandecía bajo el sol de la mañana. Ella no había sentido nada parecido con Aly. Nunca la había aterrorizado perderla, sólo le asustaba la perspectiva de sentirse sola, rechazada, y sin nadie que la quisiera. Le asustaba ser castigada de alguna manera por haberse enrollado con una mujer casada. —Es como ese océano, Grace. Enorme, muy profundo y poderoso. Connie también contemplaba el océano y su voz sonaba distante. Grace cabeceó. Le entraron ganas de reír ante la absurdidad de su propia vida. —Lo único que yo he conocido han sido riachuelos y estanques, Connie. «Ríos poco profundos que no van a ninguna parte, salvo en círculos.» Connie no parecía encontrarlo gracioso. Su rostro aún era hermoso, aunque curtido. Sus rasgos eran como granito cincelado y sus ojos se habían entrecerrado, ya fuera por disgusto o por decepción. Grace no acababa de estar segura. —¿Una chica agradable y hermosa como tú, Grace? ¿Qué les pasa a los hombres… o a las mujeres ahí fuera? —Los ojos le brillaron esperanzados al decir «mujeres». Grace se echó a reír para evitar ponerse a llorar. Ojalá fuera tan sencillo como atraer a la mujer adecuada. —Las mujeres inteligentes han aprendido a mantenerse alejadas de mí, Connie. Es decir, ninguna mujer que quiera una relación seria querría a alguien tan ocupada y absorbida por el trabajo como yo. Era la respuesta menos complicada y no explicaba los continuos fracasos en sus relaciones, pero por el momento tendría que bastar. Connie sonrió, divertida, como si hubiera visto a Grace caer ella sólita en una trampa. —Oh, pero lo has dicho tú misma. No se trata del tiempo, sino de las prioridades. Brujilla artera… pensó Grace, con tanto cariño que la cogió por sorpresa. —Sí, he dicho algo así, ¿verdad? —Sí, querida. —De acuerdo. —Grace suspiró y se acabó el café, que ya se había
quedado tibio. Pese al cariz personal que había tomado la conversación, se le antojaba asombrosamente oportuna—. Quizá sea eso. Quizá no me importaba de veras hasta… Connie se inclinó hacia ella y ladeó la cabeza con curiosidad. —¿Hasta ahora? Grace fue incapaz de hablar, porque se le había puesto un nudo en la garganta y apenas se las arregló para forzar una débil sonrisa. Connie le dio una palmadita en la rodilla. —Muy bien, Grace. No te preocupes. Estás aquí, en Sheridan Island, y te prometo que, sea lo que sea lo que te pase, te sentirás mejor cuando te vayas. Grace asintió, aliviada porque de repente se hubiera quitado hierro al momento. —Te recordaré esa promesa. —Hasta ahora no me he equivocado nunca. Grace aprobó en silencio la seguridad y la valentía que se reflejaban en el rostro de Connie, su voz profunda y su cuerpo nudoso. Era un alma digna de confianza. —Seguro que no. —Acababa de ocurrírsele una idea—. ¿Cocinas, Connie? —No demasiado, me temo. Normalmente tengo la cabeza en las nubes y no pienso en cosas prácticas como cocinar. —Cocinar no es sólo práctico, como si fuera una tarea doméstica, ¿sabes? A Grace le caía demasiado bien Connie como para sentirse ofendida y sonrió cuando esta alzó la mano en ademán de disculpa. —No pretendía insultarte, Grace. Seguro que haces cosas maravillosas en la cocina; supongo que, sencillamente, mi creatividad nunca llegó a tocar la comida. —Bueno, si yo tuviera tanto talento como tú con la pintura, tampoco me quedaría nada de energía creativa para cocinar. Oye, ¿por qué no te preparo la cena esta noche? Connie arqueó las cejas, sorprendida y al mismo tiempo encantada. —Eso sería fantástico. Pero aquí no tengo demasiadas cosas. Es decir,
no tengo nada demasiado especial. —Eso no es problema. Tengo todo lo que necesito en casa de Trish. ¿Qué tal si preparo algo y lo traigo aquí? Comer con alguien era la manera más rápida de romper con la soledad. Estaría bien no sentirse sola durante unas horas, y pasarse un rato en la cocina sería como volver a ser normal. Incluso a sentirse necesitada. Connie le sonrió con afecto. —Eso sería estupendo, amiga mía. Pero prométeme que también traerás a Remy. Dubitativa, Grace miró a su perro, que parecía no haber roto un plato en su vida. —Muy bien, traeré a Remy. Al oír su nombre, el animal se levantó como impulsado por un resorte.
5 Capítulo
SÓLO era un kilómetro, pero era un comienzo. Grace sabía que debería ser capaz de correr dos kilómetros en poco tiempo, incluso dos y medio o tres, a lo largo del camino de tierra que rodeaba la isla. Al inicio de su carrera solía correr más que eso y le servía para liberar el estrés y las frustraciones. Había dejado de hacerlo al conocer a Aly. Grace salió de la ducha y se movió con renovada energía. Cenar con Connie Sparks la noche anterior había sido una experiencia interesante, para variar. La conversación había sido amena y agradable, justo lo que Grace necesitaba. Gracias a Connie había aprendido más de la isla y de sus habitantes y le habían entrado todavía más ganas de explorar la isla. Quedarse sentada en el porche de Trish apurando botellas de vino había perdido todo su encanto. Grace estaba secándose cuando sonó el teléfono, y la sorpresa casi la hizo resbalar y caerse al suelo mojado. Sólo Trish Wilson y James Easton tenían el número de la casa y Grace había desconectado su móvil a propósito. Era duro aislarse de Aly completamente y no saber si había intentado ponerse en contacto con ella. Ni siquiera estaba segura de qué era peor: que Aly la llamara o que no lo hiciera. Descolgó el teléfono, vacilante. —Hola, Grace. Grace dejó escapar la respiración contenida. No era más que Trish. —¿Te gusta la isla? —Es muy bonita. Creo que me lo voy a pasar bien y todo. Hablaba en serio, algo que no habría pensado dos días atrás. —Bien. —El tono de Trish se tornó ominoso—. ¿Significa eso que estás empezando a olvidarla? Grace bufó, exasperada. No quería hablar de Aly.
—Trish… —Vale, vale, perdona. Sólo espero que estés bien, eso es todo. —Estoy bien, Trish. Hubo una larga pausa y, finalmente, Trish habló con cierta reticencia. —No sé cómo vas a tomarte esto, Grace. Grace no pudo evitar que se le encogiera el estómago, pero se obligó a mantener la calma. —¿Qué es lo que te da tanto miedo decirme? Jesús, podía ser cualquier cosa. ¿Le habría pasado algo a Aly? ¿Se había incendiado el restaurante? ¿El nuevo arquitecto había dejado el proyecto de Manhattan? —Ha surgido algo inesperado y no puedo encargarme yo sola. —¿El qué, Trish? Por amor de Dios, dímelo ya. —Mira, Grace, de verdad que puedes decir que no si no quieres. —Trish. A Grace se le estaba acabando la paciencia. Trish la trataba como si fuera algún tipo de discapacitada emocional, y eso no le gustaba nada de nada. —De acuerdo, nos han pedido que preparemos el catering de la cena de campeonas del Abierto de Hartford de la LPGA dentro de una semana. He dicho que sí, pero no sé cómo coño me las voy a arreglar. —Mmm, no nos lo han dicho con mucho tiempo. Trish suspiró con impaciencia al otro lado del teléfono y Grace se la imaginó paseando arriba y abajo por la casa con el teléfono inalámbrico pegado a la oreja. —Ya lo sé. Los restauradores que habían contratado las han dejado colgadas en el último minuto. Grace adoptó su faceta empresarial con facilidad mientras se las arreglaba para mantener la toalla húmeda en su sitio. —Me alegro de poder ayudar, Trish. ¿Pero nos interesa ganarnos la reputación de estar disponibles a última hora para un trabajo que ni siquiera nos han encargado a nosotras en un principio? Comprendía el dilema, pero aun así tenía que preguntar. —Ya lo sé, es un asco. Pero les he dicho que sí, porque la oportunidad
de promocionar nuestro programa de televisión y el nuevo restaurante valía la pena. Lo cubrirá la televisión en directo los cuatro días y habrá muchos medios de comunicación y empresas patrocinadoras por allí con nada que hacer salvo pensar en dónde gastarse el dinero. James ya está salivando y todo. —Bueno, si lo pones así… Grace distinguía una buena oportunidad de hacer negocio cuando la veía. No podía decir que no, y menos cuando Trish ya estaba haciéndose cargo de casi todo el trabajo. —¿No te importa? —le preguntó esta con nerviosismo—. Ya sé que se supone que estás de vacaciones y todo eso. No te lo habría pedido si no te necesitara desesperadamente. Grace rió, a sabiendas de que Trish había tenido que estar verdaderamente desesperada para sacarla de la reclusión que ella misma le había impuesto. —No pasa nada, de verdad. El trabajo me distraerá un poco. —Sólo será una semana de tu tiempo, Grace. Luego quiero que vuelvas ahí y te dediques a relajarte. —¡Sí, señora! Trish soltó una risita. —Así me gusta. Me encanta cuando eres obediente. —No te acostumbres, cielo. Y menos a eso. —Vale, vale. Oye, ya te he reservado vuelo para el lunes por la tarde desde Portland. ¿Podrás llegar allí tú sola? —Sí, he alquilado un coche. —Perfecto. Alguien de la LPGA te recogerá en el aeropuerto de Hartford. Te alojarás en el Hilton, que está justo al lado del campo de golf. La cena de campeonas será en la sala de baile del hotel el domingo siguiente, cuando acabe la última ronda. Será para alrededor de 250 personas. Grace lo anotó rápidamente y se le cayó la toalla. Lo máximo que podía esperar es que al comité de bienvenida no se le ocurriera escoger ese momento para presentarse delante de la ventana con un pastel recién hecho o un ramo de flores.
—Podré ir la noche de antes del banquete, para ayudarte, pero me temo que el resto del trabajo tendrás que hacerlo tú. James irá un día o así para hacerles la pelota a algunos empresarios por nosotras. —¿Tendré personal de cocina? —Sí, el hotel nos proporcionará un sous-chef o dos y media docena de cocineros. Camareros también, por supuesto. —¿Y el menú? —Depende de ti, la verdad, aunque tendrás que trabajar con la anfitriona del evento. —¿Perdona? ¿Qué anfitriona? —La ganadora del torneo del año anterior es la organizadora de la cena de este año y es la que elige el menú. «Fantástico, tendré encima todo el día a alguien que no sabe nada de cocina y que me pedirá cosas imposibles o sencillamente estúpidas.» Antes de que Grace tuviera ocasión de protestar, Trish siguió hablando. —Se llama Torrie Cannon, la conocerás cuando llegues. —Trish sonaba divertida, o al menos eso le pareció a Grace—. Este año no juega por una lesión, así que estará a tu disposición todo el tiempo. Grace soltó una maldición al auricular. —Me las pagarás, Wilson. Trish rió. —Hasta el finde que viene, preciosa. Torrie Cannon no tenía más que una vaga idea de a quién tenía que recoger en el aeropuerto. Puede que Grace Wellwood fuera muy conocida en algunos círculos, pero no en el de Torrie. Lo único que sabía de la famosa chef era que se trataba de una de las guapas rubitas que había enganchado un par de veces en el canal de cocina. Torrie no pensaba estar allí plantada sosteniendo un cartelito con el nombre de Grace; antes muerta. Era el tipo de cosa degradante que le recordaba a las subastas, así que en lugar de hacer eso fue de un lado a otro espiando a su alrededor con sus gafas oscuras, para tratar de no ser obvia. Ni siquiera recordaba la última vez que había ido a buscar a alguien al aeropuerto. Siempre era al revés, y nunca le había parecido algo tan incómodo y confuso. No le habría costado demasiado delegar tareas en
algún voluntario del torneo, que se morían de ganas de ayudar en todo lo que pudieran, pero se había imaginado —o más bien eso esperaba— que salir la distraería mucho más que estar sentada mano sobre mano a sabiendas de que se iba a pasar toda la semana haciendo lo mismo, en lugar de estar defendiendo su título. Alguien le tocó el hombro operado sin previo aviso y Torrie se encogió, de dolor y de sorpresa por igual. Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con los ojos gris claro más luminosos que había visto nunca. Una manita se extendió hacia ella y la obligó a bajar la mirada, aunque tardó varios segundos en estrechársela, rayando en la mala educación. La fuerza con la que la menuda mujer le apretó la mano sorprendió a Torrie, que la había infravalorado demasiado deprisa, pese a saber, por su experiencia en el Circuito, que las mujeres más pequeñas solían ser las que le pegaban mejor a la pelota y, en consecuencia, las mejores golfistas. El tamaño no tenía nada que ver con la fuerza. —Soy Grace Wellwood. ¿Es usted Torrie Cannon? —anunció la mujer, arqueando una ceja clara y delicadamente perfilada. Torrie asintió, sin habla, y respiró hondo. La televisión no le hacía justicia a aquella mujer y su belleza había cogido a Torrie desprevenida, a pesar de que se movía a menudo entre mujeres hermosas. Quizá era porque tenía un aspecto muy natural, sin kilos de maquillaje ni actitudes falsas. Aquella mujer no tenía pinta de querer aparentar nada ni utilizaba su belleza como arma para controlar a los demás, librarse de los problemas o hacer que se le debieran favores. Torrie lo valoraba. Se trataba de una mujer que priorizaba el contenido por encima del continente y a Torrie le gustaba la confianza sincera que transmitía. —Un placer conocerla —dijo Torrie, mientras trataba de decidir internamente cuál de las virtudes de Grace era la más llamativa. Tenía una espesa melena rubia, hasta justo por debajo de los hombros, ondulada en los extremos. Sus rasgos eran finos, pero su nariz era firme y tenía los pómulos bien definidos. Al sonreír se le marcaban los hoyuelos y, en conjunto, su elegancia natural dejó a Torrie sin palabras. «No tienes ni idea de lo hermosa que eres.» Grace se ajustó la bolsa en el hombro y le dijo en tono afable: —No esperaba que viniera a recibirme la campeona del torneo. Es un
honor. Torrie le devolvió la sonrisa y se relajó de inmediato, aunque le costó trabajo no darle un buen repaso a Grace Wellwood. No creía que fuera capaz de soportarlo en aquellos momentos: tenía las hormonas enloquecidas, porque entre la lesión y la operación su vida sexual había caído en picado. —Era una tarea demasiado importante para encargársela a cualquiera —respondió Torrie con naturalidad. Aprovechó para quitarse las gafas de sol de marca y las guardó en el bolsillo delantero de su guayabera de manga corta. Al menos su capacidad de flirtear seguía intacta. Grace sonrió de nuevo, desvelando las arruguitas de la risa alrededor de los ojos. —Bueno, supongo que entonces tendré que considerarme importante. Torrie era consciente de que se estaba comiendo a Grace con los ojos y se arriesgaba a ofender a una mujer a la que no conocía y con la que iba a tener que trabajar, pero no podía evitarlo. Coquetear abiertamente era una práctica habitual, su modus operandi, y siempre le había funcionado bien. Demasiado bien. Juguetona, dejó que su tono disminuyera una octava. —Es una experta en lo que para mí es la segunda cosa más importante en la vida, así que eso la hace muy importante. Grace enarcó una ceja, en gesto de curiosidad, y aceptó el desafío de Torrie. —¿Y cuál sería la primera? Pese a su fanfarronería, Torrie se ruborizó ligeramente. En realidad no era tan descarada como hacía ver. Quizá era por culpa de ser una atleta profesional: en el deporte, a veces la actitud compensaba la debilidad e incluso podía llevarte a la victoria. Trató de encontrar una réplica atrevida, incluso abrió la boca, pero no le salió nada. Mejor, porque seguramente se habría puesto en ridículo. «Ay, Torrie, has empezado a flirtear tú y ahora te vienes abajo como una cría. Te da miedo.» Grace sería mirándola, expectante. Los ojos le relucían con un brillo travieso y divertido, así que Torrie sabía que más le valía encontrar una buena respuesta. Aquella mujer no pensaba sacarla del atolladero. Torrie le dedicó su sonrisa más desenfadada, la que siempre funcionaba
con las fans más jóvenes. —Digamos que es algo igual de placentero, pero sin calorías. Grace rió con naturalidad. No parecía sorprendida ni ofendida en absoluto; incluso pareció relajarse un poco al darle un suave apretón a Torrie en el brazo. —Celebro poder ayudarla en su «segunda» cosa favorita, pues, señorita Cannon. Su tono era amistoso, pero también marcaba una línea clara que no había que cruzar. «De modo que va a ser así.» Torrie trató de ignorar la chispa de desilusión. Estaba claro que a Grace Wellwood no le interesaba nada que no fuera un arreglo de negocios amistoso con Torrie. A lo mejor la preciosa chef era hetero. «Vaya por Dios. Menudo desperdicio, entonces.» Tenía que haber alguna explicación para el sutil rechazo infligido, porque Torrie casi nunca —si es que le había sucedido alguna vez— era rechazada. La idea de que no hubiera posibilidad alguna de, al menos, pasarlo bien en la cama con una mujer hermosa ni siquiera se le pasaba por la cabeza. Le miró la mano derecha disimuladamente. No llevaba alianza, así que eso al menos era buena señal. Perpleja y llena de curiosidad, Torrie se debatía entre dejarlo estar o aceptar aquel nuevo desafío. Iban a pasarse la semana trabajando juntas para que la cena del campeonato fuera un éxito, y estar todo el día pensando en cómo seducirla sería una pérdida de tiempo, «Uno de los pros de mantener la relación estrictamente en el terreno profesional.» Por otra parte, Torrie no sabía lo que era perder. Además, hacía tiempo que no había tenido que perseguir a una mujer, y podía ser divertido. Eso sin contar que tenía el presentimiento de que aquella mujer valdría la pena. Torrie miró la hora: eran casi las siete. —¿Me permite que la lleve a cenar, señorita Wellwood? La expresión de Grace era firme. —De acuerdo, pero con dos condiciones. Torrie se enderezó, como una niña a la que llamara al orden la
profesora. Le gustaba aquella faceta severa de la famosa chef. —Que me tutees y que sea una cena de trabajo. Tenemos mucho que discutir. Torrie asintió. «Joder, que guapa es cuando se pone en plan mandona.» En broma, le dedicó a Grace un saludo militar y esbozó una sonrisa sarcástica. —Trato hecho, Grace. El apetito de Torrie por la comida, fuera la comida que fuera, era legendario en el Circuito, y ella no era del todo consciente de que estaba siendo contemplada por Grace mientras le hincaba el diente con satisfacción a un solomillo al punto con puré de patatas con queso cheddar fundido y cebolletas. Gracias a su complexión alta y musculosa y a lo estricto que era su programa de entrenamiento, no tenía que preocuparse por el peso. Le encantaba comer: le proporcionaba mucho consuelo. Era la única constante en su vida aparte del golf. Bueno… y el sexo, aunque en los últimos tiempos ya no tanto. Recordó el sabio consejo que su madre le había dado la semana anterior y lo que le había dicho sobre que sus aventurillas fugaces no eran «de verdad». Por supuesto, su madre tenía razón, pero era una verdadera putada intentar ser noble cuando tenía sentada enfrente a una mujer tan sexy. Quizá había sido bueno que Grace hubiera dejado claro que entre las dos sólo podía existir una relación profesional. Torrie no confiaba en sí misma a la hora de sentar los parámetros, eso seguro. De hecho, si dependiera de ella, esa misma noche se beneficiaría a Grace Wellwood. Se concentró en el siguiente bocado, aunque cada vez era más consciente del modo en que la miraba Grace. Era la misma mirada que había recibido innumerables veces de amigos y familiares y que podía traducirse con que, si no frenaba un poco, llegaría el día en que el sobrepeso sería un problema. Incluso se las había arreglado para superar a sus hermanos en su voraz apetito. Torrie dejó el tenedor sobre la mesa, algo raro en ella mientras todavía hubiera comida caliente en el plato. —Sé lo que estás pensando. Grace ladeó la cabeza, como haciendo conjeturas.
—¿Y qué es? —Que engullo como una paleta y que algún día pareceré una luchadora de sumo retirada si no voy con cuidado. Pero en serio, no es problema. Grace sonrió lentamente, como si supiera algo que Torrie no sabía. Dio un sorbo a su copa de vino y estudió a Torrie durante un dilatado momento, con el rostro impasible. Su voz sonó completamente neutra. —Estás muy segura de muchas cosas, ¿verdad? Torrie se encogió de hombros, aunque sólo con el hombro bueno. La verdad es que últimamente no estaba segura de casi nada. La grave lesión del hombro y cumplir los treinta se habían sucedido demasiado deprisa, y todavía estaba confundida. Se sentía como una boxeadora a la que un gancho de derecha inesperado hubiera dejado atontada. Pero por nada del mundo iba a dejar que aquella hermosa y triunfadora desconocida se diera cuenta, con lo tranquila y confiada que se la veía a ella. —Estoy segura de la belleza cuando la veo —dijo Torrie, paseando los ojos lentamente por el escote del jersey ajustado de cachemir de Grace, que le marcaba todas las curvas. La sonrisa desaprobatoria de Grace y el modo en que entornó sus perspicaces ojos hicieron que Torrie quisiera tragarse sus palabras. La mayoría de las mujeres se sentían halagadas cuando Torrie coqueteaba con ellas, y las más atrevidas hacían lo propio sin reparos. Sin embargo, era como si Grace supiera que Torrie estaba usando sus trucos más viejos y efectistas, en lugar de hablar de nada significativo. Grace se inclinó hacia ella, enseñando todavía más el tentador escote. —Dime una cosa, Torrie. ¿Siempre ligas tan descarada-mente con mujeres a las que apenas conoces? Torrie no supo cómo contestar. No le pareció que Grace estuviera juzgándola, pero sí que esperaba una respuesta seria. Torrie hizo lo único que se le ocurrió: ganar tiempo. Empezó a llevarse comida a la boca de nuevo, porque la otra opción era babear por el escote de Grace. No obstante, esta no tenía intención de marcharse a ninguna parte y tampoco de cambiar de tema. Tan sólo observaba a Torrie con expresión paciente, pero al mismo tiempo perspicaz e insistente. Torrie tragó con ayuda del Cabernet y decidió contraatacar, con la esperanza de desconcertar a Grace.
—Sólo si son supersexis y con talento. Y me temo que tú entras en las dos categorías. Grace negó con la cabeza ligeramente, a medio camino entre el cinismo y la diversión, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios carnosos y brillantes de carmín. —No soy precisamente una fan veinteañera, ¿sabes? «Dios mío, ya te digo que no.» Tenía delante a toda una mujer. Hecha y derecha, gracias a Dios. La verdad es que Torrie había empezado a hartarse de las nenitas que sólo buscaban acostarse con alguien famoso. Todavía no había abandonado del todo su hábito de perseguir faldas, pero cada vez estaba más convencida de que necesitaba un verdadero desafío: una mujer que pudiera lanzarle una mirada ardiente y seductora y al minuto siguiente darle una patada en el culo. «Oh, sí. Esa clase de jueguecitos no estarían nada mal.» Pese a su decisión anterior de centrarse en los negocios, Torrie no podía pensar más que en borrarle a Grace la sonrisa de la cara con un beso feroz. Y eso sería sólo el principio, pensaba mientras hacía girar el vino en la copa distraídamente. La verdad era que no se le ocurría nada mejor que hacer en aquel momento. Se inclinó hacia Grace y bajó la voz. —¿Quieres decir que hace falta algo más que una cena agradable, un puñado de piropos y toda la atención de una atleta mundial para llevarte a la cama? Grace estuvo a punto de atragantarse con su pollo a la florentina. «Bingo.» Grace tardó un segundo en recuperar la compostura, y Torrie fue testigo del esfuerzo que le costó. «Oh, sí, esto va a ser divertido.» —¿Qué te hace pensar que algo que pudieras hacer o decir lograría llevarme a la cama? Los ojos de Grace habían adoptado la tonalidad gris de las naves de batalla: era un reto en toda regla. Torrie se encogió ligeramente de hombros y le sostuvo la mirada con cara de poker. —¿Es un desafío, Grace? Porque te puedo asegurar que nunca le digo
que no a los desafíos. Y siempre los gano. Grace abrió unos ojos como platos y durante un instante pareció insegura, como si la preocupara haberse adentrado demasiado en terreno peligroso. Acarició el pie de la copa con los dedos en tensión. «Ay, por favor. ¿Es que tiene que ser tan sexy sin proponérselo siquiera?» —¿Sabes lo que creo, Torrie? Torrie cabeceó, con la esperanza de que su expresión fuera más caballerosa que sus intenciones. —Creo que me estás vacilando. Torrie se quedó boquiabierta, y en ese momento apareció una camarera para tomar nota del postre. La chica era un torbellino de energía nerviosa y no paraba de agitarse, como un volcán a punto de entrar en erupción. Grace pidió café para las dos, ya que Torrie aún no había recuperado el habla. De todas maneras, no llegó a tener ocasión de pedir un trozo de pastel de chocolate antes de que la camarera explotara, casi sin aliento: —Lo siento —soltó, sin despegar los ojos de Grace—. Odio preguntar esto, pero… —se inclinó sobre ella— ¿es usted esa cocinera famosa que sale en televisión? Grace sonrió educadamente, como si aquel tipo de intrusiones fueran el pan de cada día y no le molestaran en absoluto. —Me temo que así es. La joven dio un gritito, entusiasmada. —¡Dios mío! Me encanta su programa. Se le acercó todavía más, hasta plantarle los pechos casi en las narices. Torrie se dio cuenta y le molestó. «Joder, ¿por qué no se le sube encima, ya que está? Por amor de Dios…» —Si luego le traigo la carta, ¿me firmaría un autógrafo? Torrie hizo una mueca, pero Grace sonrió de nuevo con amabilidad. Parecía tranquila, cordial e insensible a los encantos de la joven fan entusiasta. —Claro, me encantaría. Quizá cuando nos vayamos. Finalmente, la chica se alejó sin siquiera mirar de pasada a Torrie.
—Sabes que cuando nos vayamos te dará su número de teléfono — apuntó Torrie, sarcásticamente. —No creo, Torrie. —Ya, claro —replicó esta. Se daba cuenta de que estaba celosa, por las razones equivocadas. Grace la miró. —¿Te gustaría más que te lo diera a ti? ¿Es eso? Nada parecido, quiso decir Torrie. —Podría conseguirlo para ti, si quieres —sonrió Grace. Era obvio que se lo estaba pasando bien. Torrie no pudo menos que admirar, muy a su pesar, la iniciativa de Grace. Era rápida e ingeniosa y se le daba muy bien meterse con Torrie. Demasiado bien. —No necesito tu ayuda, gracias. Cuando llegaron los cafés, la efusiva camarera se mostró un poco más tranquila y Torrie se preparó para otra batalla dialéctica. No pensaba dejar que Grace le pasara la mano por la cara. —Así que… Grace —empezó, con tono afilado y una dulce sonrisa—, comentabas que te estoy vacilando. Grace dejó la taza de café sobre la mesa y se echó hacia atrás en la silla, para estudiar a Torrie con ojos entornados. Volvía a tener aquella mirada de saber algo que Torrie no alcanzaba ni a imaginar. Suspiró mientras la contemplaba en silencio, y su expresión se dulcificó. —Mira, Torrie. De verdad que no deberíamos… —No, quiero saberlo. —Torrie también se echó hacia atrás, fingiendo una seguridad en sí misma que no sentía en realidad—. Por favor. —Muy bien —suspiró Grace, como diciendo «Tú lo has querido»—. Creo que flirteas así por sistema porque tienes miedo. —¿Miedo? ¿Crees que las mujeres me dan miedo? Aquello era nuevo. Grace dio un sorbo de café con naturalidad, como si estuvieran hablando de las últimas tendencias del mercado de valores. —No te da miedo practicar el sexo con ellas, no. Pero te da miedo tener algo más profundo. Si te concentras solamente en el sexo y en la atracción sexual, consigues que la conversación nunca trate de otros temas. Torrie emitió un gruñido sordo. Se sentía como un insecto observado al
microscopio. «No me digas que ha estado hablando con mi madre.» —Oye, Grace, te encuentro muy atractiva y no me da miedo decírtelo. Eso es todo. Te llevaría a la cama en un abrir y cerrar de ojos, pero si no quieres sólo tienes que decirme que no, no hace falta que me psicoanalices como si estuviera loca. Grace se mostró arrepentida, al darse cuenta de que quizá había ido demasiado lejos. —Tienes razón, Torrie. Lo siento. No tenía ningún derecho —puso los ojos en blanco, juguetona—. Sabe Dios que las relaciones no son mi fuerte. Torrie sonrió por su victoria en dos frentes: Grace no había rechazado su avance por completo y también había averiguado que no estaba saliendo con nadie en serio. Grace bostezó y pidió la cuenta. —Debería irme —dijo, frotándose las sienes con las yemas de los dedos. —¿Estás bien? —Sí, sólo me duele la cabeza, pero es por el cansancio. Me he pasado las dos últimas semanas sin hacer nada y había olvidado lo cansado que era trabajar para ganarme la vida. Torrie podía hacerse una idea. —Sé a lo que te refieres. —Ah, mierda. -¿Qué? —Al final no hemos hablado del menú —se aturulló Grace—. Se supone que tenía que ser una cena de negocios —sonrió, impotente—. Supongo que me he distraído un poco. Era una satisfacción para Torrie haber logrado distraer a Grace de los negocios tan fácilmente, porque era de suponer que no sucedía a menudo. Era casi tan gratificante como si Grace hubiera aceptado su proposición. «Bueno, no tanto.» —¿Por qué no vienes al campo mañana por la mañana? Sobre las nueve. Es un día de entrenamiento opcional, así que no habrá mucho lío. Te lo enseñaré todo y prometo que sólo hablaremos de comida. Grace pareció aliviada, aunque no del todo convencida.
—Trato hecho. Grace durmió de manera irregular, porque estaba enfadada consigo misma por haber dejado que Torrie Cannon la desviara del tema que las ocupaba durante la cena. Se habían tirado pullas la una a la otra como si hiciera años que se conocieran. El jueguecito había sorprendido a Grace, pero lo que de verdad la había maravillado era lo fácil que le había resultado. Al parecer Torrie se movía como pez en el agua en el terreno íntimo, pero, por divertido que hubiera sido, Grace estaba allí para trabajar. Había cosas que hacer, Torrie Cannon era su dienta y la cena de campeonas su tarea. «Hora de ponerse manos a la obra, Grace.» Grace se presentó en el club a las nueve en punto, vestida con unos informales pantalones Capri de color caqui, una camiseta blanca sin mangas con cuello de barco y sandalias marrones. La mañana se presentaba calurosa y se alegraba de pasarla fuera. Durante los días siguientes estaría muy ocupada haciendo inventario, organizando y encargando ingredientes, conociendo al personal y preparándolos para la batalla. Había que planear el banquete del domingo, casualmente todo lo que necesitaba estaría agotado a kilómetros a la redonda y mientras pensaba en el menú en sus noches de insomnio seguiría sin saber qué preparar para el postre. Quizá Torrie tenía algo en mente que no fuera sexo. Torrie llegó con una puntualidad impecable y a Grace se le disparó el pulso. La golfista exudaba sexo. Era divertida, encantadora y guapísima, con aquella sonrisa pícara. Tenía el cabello oscuro y lo llevaba corto y alborotado, como si acabara de levantarse de la cama. Sin embargo, sus ojos azules eran afilados, como la raya de los carísimos shorts de marca que llevaba puestos. Estaba convencida de que a Torrie no se le resistían muchas mujeres, pero no tenía la menor intención de caer rendida a sus pies como las demás. «He trabajado mano a mano con tíos sudorosos y calientes la mayor parte de mi vida, Torrie Cannon. Puedo soportar lo que me eches.» Torrie le estrechó la mano a Grace. No había ni rastro de la coqueta seductora de la noche anterior aquella mañana y Grace daba gracias por ello o, al menos, intentó convencerse de que lo hacía. Mientras iban de un lado para otro montadas en un carrito de golf, Torrie le explicó
pacientemente el diseño de cada hoyo y si eran fáciles o difíciles. A Grace le sorprendió descubrir que estaba decepcionada. No se hizo ninguna mención a su conversación de la víspera y Torrie no se le insinuó ni una sola vez. El atrevimiento de Torrie se había evaporado como el rocío de la mañana en el césped recién cortado. A decir verdad, Torrie apenas le dirigió la mirada a Grace, y mucho menos de la misma manera hambrienta y descarada en que la había mirado la noche anterior. Grace lo echaba de menos, a su pesar, porque, por mucho que el atrevido comportamiento de Torrie la hubiera fastidiado, también lo había encontrado divertido e incluso halagador. Torrie saludó a un par de golfistas a lo lejos. Una le gritó algo sobre que amenazaba lluvia y se alejó. Vaya por Dios, pensó Grace, echando un vistazo al cielo encapotado. Las nubes habían surgido de repente y cada vez estaban más negras. No había traído chaqueta y estaban a kilómetros del club. —Ven —le dijo Torrie, que había saltado del carro—. Deja que te enseñe este bunker de arena tan espectacular, Grace. Es horrible, se come a las golfistas vivas. ¡Vamos, ven! —Creo que va a llover, ¿no deberíamos volver? Torrie la observó con los brazos en jarras y una mirada de impaciencia. —Sólo será un minuto —le sonrió, desafiante—. Además, no te derrites con el agua, ¿verdad? —A lo mejor sí, quién sabe, como esas esculturas de hielo guais de los bares de Martini —replicó, aunque ya estaba bajando del carro. —No, no eres tan frágil. —Ah, ¿no? —Grace oyó la duda en su propia voz. «Por lo que me conoces, podría derrumbarme de un momento a otro, Torrie. No como tú, que seguramente no te has venido abajo por nada ni te has arredrado ante nada en la vida.» Torrie dejó de sonreír y observó a Grace, pensativa, como si quisiera leerle la mente. Nunca la había visto tan seria y Grace supuso que era la cara que ponía cuando se preparaba para un putt ganador: concentrada y resuelta. Grace quería a la vieja Torrie, a la que podía poner en su sitio rápidamente con un comentario ingenioso o una mirada de castigo. —Eres demasiado inteligente y ambiciosa como para dejar que el
miedo o la debilidad se interpongan en tu camino durante mucho tiempo, Grace. Creo que eres una de las mujeres más fuertes que conoceré nunca. —Le tendió la mano para ayudarla a bajar a la trampa de arena y sonrió con convicción—. Y conozco a muchas mujeres fuertes en este negocio. Grace aceptó la mano que le tendía y se dio cuenta de que, por primera vez, la Torrie Cannon que estaba a su lado era la de verdad: abierta y solícita, segura de sí misma, pero de una manera sutil y genuina: como una levantadora de peso segura de su propia fuerza que no necesita levantar todos los objetos pesados con los que se cruza para demostrarlo. —¿Sabes una cosa, Torrie? Seguían cogidas de la mano, incluso después de haber descendido con cuidado a la depresión de arena de dos metros de profundidad. Torrie la miró, expectante, con un deje de temor en el modo en que fruncía los labios y entornaba los ojos. Se diría que se había armado de valor para soportar cualquier cosa que Grace fuera a decirle: el desafío que fuera, cualquier crítica que Grace quisiera echarle en cara. Su resignación puso nerviosa a Grace, que supo en aquel instante que tenía razón en lo de que Torrie les tenía miedo a las mujeres. También le asustaban las críticas. No era la putilla de sangre caliente y mente fría que fingía ser. —¿Qué? —Eres mucho más encantadora ahora que anoche. Torrie se echó a reír. —Querrás decir cuando soy sensible y pienso las cosas en lugar de cuando intento seducirte todo el rato. Grace también rió. —Muy aguda, ¿eh? —Soy todo eso y mucho más. ¿Te das cuenta de lo que te estás perdiendo? —Ah, la vieja Torrie ataca de nuevo. Me preguntaba dónde se había metido. Torrie movió la mano y le acarició a Grace el interior de la muñeca con suavidad un par de veces. —Grace, no es mi intención… Quiero decir… creo que eres increíblemente…
El chaparrón se desató de repente. La lluvia cayó con tanta fuerza y tan deprisa que fue como si a Grace se le clavaran agujas en la piel. Esta trató de salir como pudo de la masa de arena mojada, pero estaba pegajosa y resbaladiza y no lograba afianzar los pies. Torrie le dio un buen empujón por el trasero y, aunque Grace debería haberla reñido por tomarse tantas libertades o al menos haberle apartado la mano, el empujón funcionó y fue capaz de salir del bunker. Torrie permaneció dentro, impotente, completamente empapada, con el cabello aplastado como si fuera una segunda piel. Se la veía cabreada e indefensa. La paradoja de que aquella mujer tan fuerte necesitara ayuda no se le pasó por alto a Grace. «Debe de darle muchísima rabia a Torrie.» —¿Necesitas ayuda? —le gritó Grace, por encima de la atronadora lluvia. —Es por el hombro. No… No creo que pueda salir yo sola. Grace se puso a gatas en el borde del bunker, sin preocuparse por la mugre, y alargó el brazo. —Agárrate. Se agachó todavía más y estiró el brazo todo lo que pudo, hasta que prácticamente acabó tumbada sobre la tierra mojada. —Grace, no hace falta que… —¡Agárrate, maldita sea! La lluvia se le metía en los ojos, pero finalmente Torrie le cogió la mano y Grace tiró con todas sus fuerzas. Torrie era más corpulenta y más pesada, pero de alguna manera, lo lograron. Al cabo de unos segundos era Torrie la que ayudaba a levantarse a Grace de la tierra empapada con el brazo bueno. —Ay, Dios, estás hecha un desastre, Grace. Torrie la repasó de arriba abajo y Grace se sintió completamente desnuda con la ropa mojada pegada al cuerpo sin dejar nada a la imaginación. No quería mirarse, a sabiendas de que la tela mojada le estaría marcando los pezones, que, endurecidos por el frío, debían de destacar como capullos a punto de florecer. Le entraron ganas de correr hacia el carro de golf y taparse con cualquier cosa. Por suerte, Torrie no se la quedó mirando como un animal en celo, sino que la cogió del codo y la
condujo al carro rápidamente. —No llevo ropa de recambio, pero ven. Hay un refugio en el siguiente tee. En pie bajo la estructura de madera, Grace había empezado a tiritar, con los brazos alrededor del cuerpo para entrar en calor. Los dientes le castañeteaban como si tuvieran voluntad propia. —Lo siento, Grace. —No… es… c-culpa… tuya —logró balbucear entre los temblores y el creciente castañeteo. —Joder, ojalá hubiera traído otra camisa o una chaqueta para ti. —No pasa nada, Torrie. Ya sé que… quieres ser… caballerosa. Torrie hizo una mueca. —Supongo que no puedo evitar ser un poco butch. —¡Eh, Tor! Unos gritos sofocados penetraron en el estruendo de la lluvia y vieron aparecer otro carrito de golf. La conductora, vestida con un impermeable amarillo brillante de la cabeza a los pies, saltó del carrito y echó a correr hacia el refugio. Era una mujer de cabello oscuro y ojos azules, como Torrie, aunque era más bajita y más angulosa, como si un carpintero hubiera olvidado limar los bordes. Lucía una ancha sonrisa. —Mierda, Tor. ¿Qué estás haciendo aquí fuera con esta lluvia? ¿No la has visto venir? —¿Si la hubiera visto venir te parece que hubiera dejado que nos pillara? —repuso Torrie, devolviéndole la sonrisa. Dos pares de ojos idénticos se centraron en Grace. —Grace, te presento a mi caddie, que resulta que también es mi prima Catie. Catie, esta es Grace Wellwood, chef extraordinaria que nos va a salvar el culo con la cena del fin de semana. Grace le estrechó la mano mojada. —Encantada de conocerte, Grace. Por cierto, casi nunca contesto cuando me llaman Catie, al menos si me lo llama ella —hizo un gesto de cabeza para señalar a Torrie—. Normalmente es Triple C o sólo C. Así queda claro —le guiñó el ojo, traviesa, mientras encajaba el puñetazo juguetón en el brazo que le dio Torrie.
—Ya veo —dijo Grace—. Intentaré recordarlo. Catie rió, pero entonces puso una cara rara. Estudió a Grace como si fuera un objeto al que pudiera examinar desde todos los ángulos y se le quedó mirando los pechos fijamente un buen rato antes de volver a mirarla a la cara. —Me suenas mucho. Grace se encogió de hombros. Cayó en la cuenta justo al mismo tiempo que el rostro de Catie se iluminaba como un árbol de Navidad. Grace se llevó la mano a la mejilla, que de repente le ardía. «Ay, Dios mío… No puede ser.» Catie sonrió como una tonta y dio una palmada. Estaba encantada de la vida. —¿Así que eres «esa» Grace? ¿Sigues besando tan bien? A Grace no le cabía duda alguna de que la expresión mortificada de Torrie no distaba mucho de la suya.
6 Capítulo
TORRIE se secó el sudor de la frente con la mano buena. Se había acordado de ponerse el brazo en cabestrillo para inmovilizar el hombro. Ya que no podía jugar al golf, al menos podía intentar hacer un entrenamiento suave. Cualquier cosa sería mejor que pasarse el día sentada y fantasear con el alcohol y con la huidiza y enigmática Grace Wellwood. La cabeza se le fue a la escena que había protagonizado Catie en el refugio, horas antes. Se moría de ganas de interrogarla. Recordaba con total nitidez la mirada de horror de Grace cuando la estúpida pregunta de Catie quedó en el aire, pesada como una nube de lluvia que se hubiera colado en el refugio. Nadie había dicho nada hasta que Grace exigió que la llevara de vuelta al club, con lluvia o sin ella. Torrie le ordenó a Catie que le prestara el impermeable a Grace, como si fuera una penitencia, y las dos se marcharon. No abrieron la boca durante todo el viaje de vuelta. Claramente, Grace no quería hablar del incidente y Torrie tuvo que echar mano de todo su autocontrol para no preguntarle. La cabreaba muchísimo que Grace y Catie hubieran tenido algún tipo de encuentro misterioso, aunque no tuviera razones para enfadarse. Sabía que no era asunto suyo, pero no podía evitar sentirse como si le hubieran robado algo. ¿Cómo era posible que Catie hubiera llegado hasta la primera base con aquella mujer inteligente, con talento, sensual y sofisticada que tanto disfrutaba aplastándole el ego a ella? ¿Por qué diantres Grace había accedido a enrollarse con Catie pero a ella la trataba como si fuera una leprosa en cuanto al sexo? Tan concentrada estaba en hacer bien los ejercicios de bíceps que no se percató de que Catie había entrado en el gimnasio e iba hacia ella. —Hola —la saludó Catie con cautela. Torrie le lanzo una mirada tan amistosa como la de un oso salvaje. —¿Estás enfadada conmigo, Tor?
Torrie dejó caer la pesa de nueve kilos con un golpe deliberado. No pudo evitar que la irritación se le notara en la voz, así que la pregunta sonó más bien a acusación. —¿Tienes que acostarte con toda mujer que conozcas? —¿Quién ha dicho que me haya acostado con ella? ¡Joder! Estamos hablando de Grace Wellwood, supongo. Torrie le dejó sitio en el banco, pero no se miraron a la cara. —De todas maneras —prosiguió Catie—, ¿desde cuándo tienes reparos morales en acostarte con alguien que apenas conoces? Torrie volvió a recoger la pesa. —Olvídalo. Hizo unas cuantas repeticiones, entre jadeos, y entonces añadió en tono malhumorado. —Sería mucho más satisfactorio tener esta conversación delante de una cerveza. —Estoy portándome bien esta semana, dado que decidiste prestarle mis servicios a Eileen Kearney. Si no, me encantaría coger una buena cogorza contigo por una mujer. Torrie había sido lo bastante generosa como para dejar que Catie le hiciera de caddie a otra jugadora. No sería justo que, sólo porque ella no pudiera jugar, Catie no ganara dinero. —Con lo que ganes podrás mantener el ritmo de vino y mujeres un poco más. Deberías estar contenta. —Torrie era consciente de que sonaba celosa y crítica, pero no podía evitarlo—. Además, nunca he dicho que quisiera emborracharme por una mujer. Catie no se dejó arrastrar a la discusión y, en lugar de eso, le dio un golpe cariñoso en el hombro. A lo largo de los años había aprendido que no había que tomarse a Torrie en serio cuando estaba furiosa. —Mira, si hubiera sabido que te gustaba habría mantenido la bocaza cerrada esta mañana. —No he dicho que me guste. Jesús, parece que tengas quince años. ¿Era eso lo que sentía por Grace? ¿Un capricho de instituto? ¿Un enamoramiento sin sentido con el que distraerse de la vida miserable que tenía en aquellos momentos? ¿Un ejercicio egoísta y vacío como el resto
de las aventuras que había tenido? Torrie no tenía mucha experiencia en asuntos del corazón, pero sabía que Grace era diferente a las demás o, al menos, lo que sentía por ella era diferente: menos definido y más desbordante que con ninguna otra. No había estado tan excitada por conseguir a una mujer en mucho tiempo y, aunque no entendiera del todo la razón, le bastaba darse cuenta de que estaba actuando como una adolescente celosa. —Joder, ya veo que no estás de buen humor. Torrie cogió unas pesas más ligeras y empezó a ejercitar el tríceps. —¿En serio? El hombro me está matando y no podré volver a coger un palo de golf como mínimo hasta dentro de un mes. Encima descubro que tuviste algo con… vale, con alguien que me interesa. Lo siento, no soy la jodida Miss Simpatía. Catie se echó a reír sonoramente. —Bien expresado, prima. —No soy Emily Dickinson, que digamos. Catie cogió la botella de agua de Torrie del suelo y se la acercó. —Lo siento. Ya sé que esta semana está siendo dura para ti, al tener que estar aquí pero sin jugar. Y si ni siquiera puedes echar un polvo… —Vete a la mierda, C. —Vale, vale. Era broma. Así que te interesa, ¿eh? Torrie dio un trago de agua. —A ver, ¿me vas a contar qué pasó entre vosotras o es un secreto que vayas a llevarte a la tumba? —¿Cómo? —Lo que pasó entre Grace y tú. —Yo no diría exactamente que pasara nada. —Pero la besaste. —Sí, lo hice. Es decir, las dos nos besamos. Torrie miró a Catie, aunque ojalá no lo hubiera hecho. La muy zorra estaba sonriendo como si acabara de saquear todo el oro de Fort Knox. —Joder, sí estuvo bien… El beso, digo. Todavía lo recuerdo. Vamos, que yo había ido a pasar unos días con la tía Connie en la isla. De esto hace seis años, creo que dos veranos después de acabar la universidad. Era tu
segundo año en el Circuito, pero te habías tomado un tiempo para trabajar tu swing, ¿te acuerdas? —Sí, me acuerdo —suspiró Torrie. «Mierda. Tendría que haber ido a la isla con Catie. A lo mejor entonces habría sido yo la que besara a Grace. Y a lo mejor entonces Grace habría querido más, no como ahora.» —Te lo conté hace tiempo, Tor. Torrie rebuscó en su memoria. Ambas habían tenido tantas aventuras sexuales a lo largo de los años que apenas recordaba todas las suyas y mucho menos las de Catie. —Pues no me acuerdo, ¿vale? No llevo un diario de todas tus escapaditas, ¿sabes? Además, si lo hiciera, me cogería una tendinitis de campeonato. —Ah, muy bien, ¿así que ahora me llamas guarra a mí? Torrie hizo una mueca. —Tranquila, ¿es que no sabes encajar una broma? —El recuerdo de una conversación lejana le vino a la mente—. ¿Fue el verano que tuviste un rollo salvaje de fin de semana con una hetero o algo así? —Una que estaba a punto de casarse —completó Catie—. Sí, ese. — Cabeceó y sonrió de nuevo—. ¿Sabes, Tor? A veces las heteros son las más desinhibidas en la cama. Torrie apretó los puños cuando creyó entenderlo y sintió nauseas. «Grace. Y Catie. Grace y Catie montándoselo.» —¡Así que te acostaste con Grace! Se estremeció ante las imágenes que le venían a la cabeza y la ira se apoderó de ella de manera súbita e intensa. —¡No, no! ¡Con Grace no! —¿Qué? —Grace estaba allí con una amiga, Trish no sé qué. Las dos eran chefs. Y mayores. —Le relucieron los ojos—. Me gustan las maduritas, ya lo sabes. Están buenísimas y siempre saben exactamente lo que quieren. —Por amor de Dios, ve al grano. Catie suspiró dramáticamente. —Ya va. Pues fue con Trish con la que me enrollé. Supongo que
buscaba un plato exótico antes de sentar la cabeza y vivir a carne con patatas el resto de su vida. —Catie dejó escapar una risilla—. Sí, quería probar el sushi. —Eres una cerda, C. No puedo creer que seamos familia. —¿Perdona? ¿Quién eres, la Reina de Inglaterra? Catie no había cambiado casi nada desde sus años de instituto y de universidad: todo era fumar maría, beber cerveza y follar. Torrie se las había arreglado para moderar ligeramente sus propios desmanes, sobre todo porque había empezado a aburrirse un poco del ambiente, especialmente en los últimos tiempos. En algún momento, el sexo para ella había pasado de ser una prolífica afición a una costumbre que cultivaba regularmente, pero más por aburrimiento que por cualquier otra cosa. Sencillamente, ya no la llamaba como antes… Hasta ahora. —Sí, esa soy yo. La Reina Torrie. Y tú eres mi dama de honor. Catie se rió, se puso de pie e hizo una reverencia. —Siéntate, payasa —le susurró Torrie—. Te van a ver. —¿Quieres que te cuente lo del beso o no? —Sí, quiero que me lo cuentes, ¿si no, por qué iba a estar aguantándote? —Pues veamos, entre polvo y polvo salvaje con su amiga, bajé al piso de abajo a por una cerveza de la nevera y Grace estaba en la cocina, un poco borracha. Parecía una diosa, con una camiseta de tirantes diminuta y unos téjanos rotos que tumbaban de espaldas. Tía, era espectacular. «Sí —pensó Torrie, soñadora—, seguro que parecía una diosa.» —Y no sé, las dos acabamos dándonos un beso maravilloso contra la nevera. Fue larguísimo. Bueno, larguísimo no. Duró hasta que Trish bajó a buscarme y nos encontró comiéndonos la boca —suspiró pesarosa—. Una pena que no quisieran hacer un trío. —¿Y eso fue todo? ¿Ahí terminó? —Sí, básicamente. Trish opinó que aquello era demasiado incestuoso y me echó. Al día siguiente se habían marchado. Si quieres que te diga la verdad, lo había olvidado todo hasta que he vuelto a ver a Grace. —Ajá —fue todo lo que Torrie acertó a decir. No acababa de imaginarse a Grace comportándose de un modo tan
alocado. Era algo propio de Torrie, pero no de Grace. Por otro lado, estaba borracha y Catie y Trish no estaban saliendo. «Después de todo, no fue más que un beso estúpido.» Intentó convencerse a sí misma de que no había sido nada. El problema era que a ella no le parecía «nada». Se imaginó cómo sería besar a Grace y supo que sería diferente al resto de las mujeres que había conocido en la vida. Torrie equilibró desmañadamente la media docena de rosas blancas de tallo largo y la cara botella de brandy que había traído en el hueco del hombro lesionado, mientras llamaba con la mano buena. Debería haberlo hecho al revés, se dijo, enfadada por su torpeza a la hora de hacer malabares con todo a la vez. Era una novata total en temas de cortejo y sabía que se le notaba. Se sentía incómoda y seguramente tenía una pinta todavía más ridícula. A lo mejor podía echarle la culpa a la lesión o a los nervios de no poder jugar para defender su título aquella semana. El caso era que no se sentía ella misma y no tenía nada que ver con que la intrigara tanto aquella mujer que no quería nada sexual con ella. La puerta se abrió de golpe y Grace se quedó helada y con la boca abierta al verla. Llevaba un pijama de algodón estampado con ramos de globos de colores brillantes y tenía el pelo cogido en una cola de caballo. Era exactamente como Torrie se la había imaginado de adolescente: monísima, inocente y adorable. —Qué bonito —dijo Torrie, mirándola de arriba abajo. Grace se ruborizó segundos antes de que su expresión se endureciera. —Me refiero al pijama —aclaró Torrie en seguida—. Yo… Miró el ramo y la botella, que empezaban a resbalársele del brazo. Grace alargó la mano y los rescató con destreza. —Gracias, Grace. Acabas de salvarme de hacer un ridículo espantoso. —Sin mencionar cómo habrías dejado la alfombrilla. Torrie se apoyó perezosamente en el marco de la puerta y trató de actuar con naturalidad. —En realidad, he pensado en dejar un rastro de pétalos de rosa desde tu habitación hasta la mía para ver si lo seguías. —Ya veo. ¿Y el brandy?
—Para demostrarte que estaría esperándote al final —repuso con un guiño. Torrie estaba decidida a desempeñar el papel de seductora en el que se había encasillado; seguiría intentándolo. Grace seguiría diciéndole que no, y vuelta a empezar hasta que quizá, sólo quizá, Torrie venciera. Grace rió, para alivio de Torrie. —Oh, no, Torrie Cannon. No voy a entrar en tu habitación, me espere lo que me espere dentro. —Entonces, ¿qué me dices de una copa conmigo aquí mismo? — propuso Torrie con descaro. Grace le hizo un gesto de cabeza y sonrió, divertida. —Tú no te rindes, ¿eh? —¿Quieres que lo haga? «Por favor, no digas que sí.» —Pasa —le dijo Grace. Desapareció un momento con las flores y volvió con copas. A Torrie no se le pasó por alto que no había dicho que no. Llenó las copas y las dos se sentaron en el sofá; Grace, con las piernas cruzadas al estilo indio. —Verás, Grace —le dijo Torrie, totalmente seria—. Quería darte las gracias por salvarme la vida hoy. —Salvarte de quedarte en una trampa de arena como un pollo mojado no es salvarte la vida. Torrie dio un sorbo de brandy y le sonrió a Grace. —¡Podrían haber pasado horas hasta que alguien me encontrara y poco a poco el agujero se habría llenado de agua y podría haberme ahogado! Imagina qué titulares más horrorosos sacarían: «Golfista profesional muere ahogada mientras famosa chef la mira». —Tienes mucha imaginación. ¿No lo habrás preparado todo a propósito? —bromeó Grace. —Efectivamente —soltó Torrie—. Vale la pena arriesgar la vida por ver a una princesita llegar al rescate con la camiseta mojada. Grace se sonrojó como una colegiala y Torrie deseó echarse a reír y besarla ardientemente. Sin embargo, musitó una disculpa y contempló a Grace mientras bebía de la copa. Empezaba a pensar que quizá se había
pasado con el comentario de la camiseta mojada, porque entre las dos se había hecho el silencio. Al parecer no hacía más que pasarse de la raya con Grace, en un intento de hacerla reaccionar de alguna manera, de ver hasta dónde podía llegar. No podía evitarlo. —¿Qué te hace pensar que soy una princesita? —murmuró Grace con curiosidad. Se la veía claramente ofendida. —¿Te sentirías mejor si te llamara bollera? Volvió a hacerse el silencio. Grace la miró con expresión críptica. «Mierda, qué difícil de entender que es a veces». Torrie tragó saliva para reprimir una oleada súbita de pánico. —No eres hetero, ¿verdad? «No, por Dios, eso no.» Grace la hizo sudar un larguísimo y agónico minuto antes de regalarle una lenta sonrisa de satisfacción. —Salgo con mujeres desde los dieciocho. La sensación de alivio recorrió a Torrie de la cabeza a los pies. —Bien. Quiero decir, lo suponía. —¿Por qué? ¿Porque besé a tu prima? —Oh, no. Catie se enrollaría con cualquiera. Grace se removió, incómoda. —Yo no, ¿sabes? —¿Qué? —Que yo no me enrollo con cualquiera. Parecía tremendamente avergonzada e ingenua al mismo tiempo. —No sé qué me entró para besarla de aquella manera en casa de Trish. Fue una estupidez, fue sólo que… —Grace, no tienes que darme explicaciones. Y menos sobre algo que pasó hace seis años. Sé que no hubo nada entre Catie y tú. —Tampoco es que diga que soy una virgen vestal ni nada de eso. —Ya lo sé —le sonrió Torrie. Todo el mundo tenía un pasado, pero ella no se sentía amenazada por nada que Grace hubiera podido hacer. Y tampoco estaba celosa por un beso tonto, pero se alegraba secretamente de que Grace sintiera la necesidad de
justificarse ante ella. —Así que, si Connie Sparks es la tía de Catie, supongo que por extensión también es tía tuya. —Sí, pobre tía Connie. Seguro que le hemos dado muchos disgustos todos estos años. Grace negó ligeramente con la cabeza. —Estoy convencida de que ha disfrutado cada minuto de ello. Parece una mujer maravillosa. —Lo es —afirmó Torrie con veneración—. ¿La conoces? —Sí. —Grace dio un sorbo de brandy y le echó un vistazo a la pila de libros de la mesa de al lado—. Mierda, el menú. No dejamos de olvidarnos. Ah, sí. El puñetero menú que traía sin cuidado a Torrie en aquellos momentos. No obstante, cualquier cosa le valía como excusa para pasar más rato con Grace. —¿Tienes alguna idea? —le preguntó Grace. Era el pie perfecto para soltarle alguna insinuación; quizá Grace se lo había dado a propósito y todo. Era una idea esperanzadora, pero Torrie no picó. —La verdad es que no. Mi madre tenía algunas, pero mátame porque ahora no me acuerdo de ninguna. ¿Qué tal algo de carne con patatas? — Torrie se encogió, al recordar que Catie había comparado los matrimonios heteros con la carne con patatas—. ¿O pescado? —aventuró con astucia. Grace fue a la mesa y cogió un trozo de papel. También cogió un par de gafas de media luna para leer y a Torrie le pareció que con ellas estaba monísima. Todo en Grace era adorable y eso era algo nuevo para Torrie. Las mujeres o estaban buenas o no lo estaban y, en ese sentido, Grace la ponía tan caliente que estaba a punto de hacer estallar los termómetros. ¿Pero ser adorable? Lo último que Torrie había encontrado adorable había sido el osito de peluche de cuando era niña. —¿Qué te parece pollo cacciatore, salmón asado marinado con salsa cremosa de limón y eneldo, patatas al horno con romero y ajo, una menestra de verduras y una ensalada jardinera con vinagreta? Hablar de comida nunca le había hecho entrar tantas ganas de besar a una mujer, pero así era exactamente como se sentía Torrie.
—¡Suena increíble! Grace dejó las copas sobre la mesa. —Ah, y lo mejor es el postre. —Los ojos le relucieron de emoción. No era difícil darse cuenta de que la cocina era su pasión. —Ahora te escucho. Torrie se acomodó en el sofá, con las piernas abiertas, e hizo un esfuerzo para expulsar de sus pensamientos la fantasía de que Grace se le subía al regazo y le rodeaba el cuello con los brazos, feliz y sin reparos. —Continúa —le dijo con voz ronca. La voz la traicionó a medida que la fantasía de que Grace capitulaba y se convertía en su amante se desarrollaba en su mente. —El cuarto hoyo en el que casi nos ahogamos hoy me ha inspirado. Grace se apoyó en la mesa, con los brazos cruzados y una sonrisa entusiasmada. No tenía ni idea de en qué estaba pensando Torrie, la cual se obligó a dejar de imaginarse a Grace tumbada debajo de ella con el cuello estirado para besarla. —¿El qué? ¿Tarta de barro? ¿Alguna clase de bizcocho inundado de salsa? Grace le guiñó el ojo. —Será una sorpresa. Torrie apuró su copa. Era más tarde de lo que había creído y Grace estaba bostezando. Quería quedarse a charlar para llegar a conocerla mejor, seguir con su particular tira y afloja un poco más, pero todavía era martes por la noche y le quedaba el resto de la semana más el fin de semana para llevarse a Grace a la cama. Se recordó que había que saborear la caza, o al menos la caza de aquella mujer. Se levantó y dejó que Grace la acompañara a la puerta. —Supongo que voy a estar muy ocupada estos días, preparándolo todo para la cena del domingo. Se diría que Grace lo había dicho en tono de disculpa y Torrie se sintió ridículamente agradecida por ello. —Si necesitas cualquier cosa… —Gracias. Con la mano en el pomo de la puerta, Torrie se volvió. De repente, la
atacaban los remordimientos, cosa que no le sucedía a menudo. La culpabilidad y la vergüenza se adueñaron de ella ante el modo en que estaba tratando a una excelente profesional como Grace. —Grace… Por una vez, se sentía avergonzada y no era algo que hubiera esperado que le pasara, menos aún en algo que concerniera a las mujeres. Era una atleta profesional acaudalada que estaba por encima de recriminaciones… ¿o no? Antes siempre se había disculpado su comportamiento y, sin embargo, allí estaba ella, en la habitación de otra mujer, sintiéndose como una consentida y maleducada de mierda. «Estás yendo demasiado lejos, Torrie. Te comportas como una idiota creída e inmadura.» La cuestión era que no sabía qué hacer para no portarse como una gilipollas con Grace. Ella le gustaba y mucho, pero Torrie se comportaba como una niña impertinente que no deja de hacer tonterías delante de la profesora, por mucho que sepa que le va a dar con la regla. —Dime, Torrie. Los pensamientos de Torrie tropezaron los unos con los otros. Grace era una mujer con clase y merecía más de lo que Torrie le estaba dando. —Yo no… normalmente no soy así… «Joder, ¿por qué esta mujer me hace sentir como si fuera incapaz de formar una frase coherente?» Grace se apoyó pacientemente en la pared. Al parecer, aquello le hacía gracia. —¿Así, cómo? Torrie inspiró hondo. —Como una idiota maleducada, egoísta y rapaz que sólo piensa en follar. Grace esbozó una sonrisa victoriosa que hizo que se le marcaran los hoyuelos, como si llevara todo aquel tiempo esperando a que Torrie lo confesara. —¿Ah, no? Torrie negó con la cabeza débilmente. —Se te dan bien las palabras, ¿sabes?
—Eso me han dicho. La sonrisa de Grace se desvaneció y se quedó callada unos instantes, sin despegar los ojos de Torrie. —Aunque no te lo creas, Torrie, creo que eres encantadora. Y divertida. Y tu sinceridad es de lo más refrescante. Sinceramente, la vida me ha dado una buena ración de bravuconadas y de… —Grace se interrumpió un segundo. Su mirada era inequívocamente triste—. Mentiras. Torrie tragó saliva y al hablar se le rompió la voz, como si fuera un chaval en la pubertad. —¿Entonces no crees que sea una imbécil total? —No. Y no era necesario que hicieras ese pequeño discurso, ¿sabes? Ya te había calado y sé que eres de las de mucho ladrar pero poco morder. —Arqueó una ceja, en ademán bromista. Torrie notó una sacudida de excitación, como una corriente eléctrica que le recorrió las piernas. —Tú ve con cuidado, que no se te caiga el delantal —le susurró Torrie, antes de marcharse.
7 Capítulo
GRACE echó otra tacita de azúcar a la cuba de masa de pastel de chocolate y observó cómo giraba y desaparecía entre los pliegues oscuros. Se sentía un poco como aquella masa: a merced de la batidora mecánica, rendida a sus giros y plegándose sobre sí misma. En los momentos más o menos tranquilos, como aquel, pensaba en Aly y sentía la pérdida de algo que se había acostumbrado a tener, de lo que dependía como parte de su existencia, aunque nunca la hubiera hecho sentir particularmente feliz o realizada. Aly le había creado un hábito, y romper con un hábito que no era bueno para una no era necesariamente fácil. Grace era como una cometa a la que hubieran cortado el hilo: seguía en el aire, pero había perdido el rumbo. Los recuerdos le inundaron la mente, raudos y entremezclados. La mayoría eran buenos: pelar cebollas juntas en el apartamento de Aly para una cena improvisada, lagrimeando como locas; leerse las noticias del periódico la una a la otra con el desayuno; hacer piececitos debajo de la mesa; acurrucarse entre las suaves sábanas, que al rato habrían quedado arrugadas y húmedas después de hacer el amor… ¿Eran aquellos pequeños momentos la verdadera suma de sus tres años juntas? Porque no eran más que eso: momentos. Grace se entristeció al pensarlo. Nunca habían compartido sueños ni se habían embarcado en proyectos comunes; no habían planeado vacaciones juntas o se habían dividido las facturas; no habían hecho la compra, abierto una cuenta a nombre de las dos o acudido a las cenas familiares de la otra. Aquel tipo de cosas eran los cimientos de una verdadera relación. Lo que había habido entre ellas era patético, como perseguir una sombra y no llegar a atraparla nunca. —¿Este es el postre secreto del que hablabas? Grace se sobresaltó: no había oído que Torrie se le acercaba por detrás,
ya que hacía rato que había desconectado del ruido de fondo constante de la enorme cocina del hotel, como puertas que se abrían de golpe, utensilios que caían al suelo, boles que entrechocaban, el zumbido de los electrodomésticos y los murmullos de conversaciones y el bullicio de las órdenes a voz en grito. Grace estaba tan acostumbrada que apenas lo oía. —Perdona, ¿te he asustado? Grace, feliz de ser arrancada de su momento de auto- compasión, le sonrió por encima del hombro. —No, estoy bien. Torrie alargó la mano, metió el dedo en el enorme recipiente y, antes de que Grace tuviera tiempo de apartárselo, se lo llevó a la boca. —¡Mmm, ñam! Me encanta la masa de pastel. Porque es un pastel, ¿verdad? Grace no contestó, porque quería dejar a Torrie con la duda. También metió el dedo para una comprobación rápida y confirmó que había suficiente azúcar, aunque le hacía falta una pizca de vainilla y un buen chorro de su ingrediente secreto: agua de rosas. —Puede que sí, Torrie. O puede que vaya a hacer trescientos pastelillos. —Vaya, no piensas decírmelo, ¿verdad? Grace apagó la batidora. —No. —Pero yo estaba contigo cuando te vino la inspiración. ¿Eso no cuenta? —Espera, deja que lo piense… No. Torrie le hizo un puchero y Grace dio un paso atrás porque de repente le había entrado un deseo atroz de besar aquellos labios carnosos y tristones. Con los ojos fijos en la boca de Torrie, tuvo que parpadear para aclarar sus pensamientos. Hacía años que no deseaba besar a ninguna otra mujer que no fuera Aly y la sensación la había sorprendido un poco. «Ay, Dios. No me digas que estoy cayendo en su trampa de verdad. ¡Contrólate!» —Has herido mis sentimientos. ¿Te puedo sobornar? Grace negó con la cabeza y cruzó los brazos para poner cierta distancia
entre las dos. Por primera vez la inquietaba estar tan cerca de Torrie, y la reacción física que le despertaba su presencia la intrigaba y al mismo tiempo la preocupaba. Cuando estaba ella era como si todos sus sentidos se aguzaran; como si hubiera pasado de una habitación blanca y negra a una de colores brillantes. Aquello le aterrorizaba. Ni siquiera sabía cuándo había empezado; había sido como el amanecer que te sorprende con su luz cuando aún piensas que es de noche. —¿Y si te amenazo? —Ah, sí, me pegarás con el brazo bueno, ¿no? Torrie soltó una risa malvada. —No he dicho que fuera a amenazar tu integridad física. Volvió a meter el dedo en la masa, con mirada desafiante y provocativa, y luego se chupó el dedo con deleite, lento y seductor. El significado no podía haber sido más obvio ni que le hubiera golpeado a Grace en la cabeza con una de las sartenes que colgaban de la pared. Esta retrocedió otro paso. Le costaba respirar y estaba empezando a sudar. «Oh, Dios.» El coqueteo estaba volviéndose demasiado intenso y la afectaba demasiado. La ponía cachonda. Quizá fuera porque cada vez quedaba menos de Aly en ella, como la marea que se retira de la playa. O puede que se tratase de su cuerpo, que no encajaba bien el celibato. Lo único que sabía Grace era que su cuerpo empezaba a reaccionar poderosamente ante Torrie. Más que eso, le estaba cogiendo cariño, y no quería que eso sucediera. «Ahora mismo no puedo sentir nada por ella. ¡Por ninguna mujer! ¡Por favor, no!» Torrie se envaró un poco, con cara de preocupación. —¿Pasa algo, Grace? —Torrie, yo… «Quiero que me dejes en paz. Aunque en realidad no, porque me siento terriblemente sola, y eres dulce y joven y hermosa y haces que me sienta viva y deseada otra vez.» —Yo… yo no puedo… —Oye —la interrumpió Torrie, desolada aunque tratara de ocultarlo
con gesto estoico y una sonrisa tranquila—, debería volver al campo de golf para ver cómo va todo. Torrie ya casi había salido de la cocina cuando le dijo adiós con la mano. No le fue difícil mantener la distancia que se había impuesto con Torrie, porque Grace no la vio durante el resto del día ni al día siguiente. Estaba increíblemente ocupada y daba gracias por ello. Ya hacía dos días que caía rendida en la cama casi a las doce de la noche. Lo había preparado todo, incluso la colocación de los asistentes, tras discutirlo, comunicarlo y ensayarlo con el personal. Habían comprado la enorme cantidad de ingredientes necesarios y se habían asignado las tareas. También había habido algún que otro contratiempo, como un congelador que se había estropeado o un cocinero que había cogido la gripe. Sólo quedaban dos días para el gran acontecimiento del domingo y todo estaba cobrando forma. James tenía previsto llegar a la mañana siguiente y Trish lo haría justo después. El sábado por la tarde, los tres habían quedado con algunos patrocinadores y con los organizadores del Circuito. También tenían programado un programa en la radio local. Por el momento, aún quedaba trabajo por hacer. Había cierta discrepancia en los números de la cena del domingo, entre las informaciones que le había proporcionado el hotel y las del director del torneo. Grace venía de solucionar el problemilla número tropecientos en el club y estaba cerca del hoyo dieciocho, mirando a las golfistas a distancia de chip del green. Se las veía muy calmadas, arregladas, concentradas y profesionales. Ejecutaban los golpes con tanta precisión que parecía fácil. Cuando fallaban se encogían un poco, y cuando acertaban levantaban el puño en el aire. Luego siempre dedicaban un saludo alegre a la multitud. A Grace nunca le había gustado demasiado el golf. Había jugado unas cuantas veces y era consciente de lo difícil que era, pero nunca le había cogido el gusto. Aun así, imaginaba que lo que Torrie debía de sentir por su deporte sería parecido a su pasión por la comida y las maneras de prepararla. Había cogido una revista de golf en el club y salían fotos de Torrie. Según en cuál, se la veía intensa, concentrada, desbordante de alegría, contenta, desilusionada o enfadada. Pero siempre apasionada. Y también sensual. Grace le acarició la cara a Torrie en una de las fotos y
admiró su fortaleza de espíritu, sus agraciados rasgos y su sonrisa victoriosa. Se había guardado la revista en el maletín sin saber muy bien por qué quería quedársela, tan sólo sabía que se la tenía que llevar. Quizá fuera porque, aunque en aquellos momentos no quisiera pensar en Torrie, algún día puede que lo hiciera, que su corazón se deshelara o que, sencillamente, necesitara un recuerdo halagador que le levantara el ánimo, como seguramente le ocurriría en su próximo cuarenta cumpleaños. Tampoco era tan terrible que una mujer joven, guapa, independiente y rica se sintiera atraída sexualmente por ella. De hecho, era estimulante y Torrie tenía la capacidad de activar el instinto sexual de Grace con demasiada facilidad si esta se lo permitía. «Pero no lo haré, porque lo tengo todo bajo control.» Grace condujo su carrito eléctrico por el sendero pavimentado, de regreso al hotel. En el green de entrenamiento vio a Torrie al mismo tiempo que Torrie la veía a ella y sintió que se le encendían las mejillas, como si Torrie fuera a adivinar con una sola mirada que había estado contemplando fotografías suyas. Torrie salió al camino y sacó el pulgar como si fuera una autoestopista. Grace se rió. —¿Te importaría llevar a una golfista desamparada al hotel para que llegue a tiempo a la cita con su agente? Grace entornó los ojos con una mirada traviesa. —Mi madre siempre me decía que los autoestopistas eran peligrosos. —¿Quién, yo? Pero si yo soy inofensiva como un gatito. —Sí, ya —rió Grace. Se alegraba de no sentirse tan incómoda con Torrie como le había pasado en la cocina días atrás. Lo que había sucedido entonces había sido que Torrie se le había acercado demasiado y, cuando se había lamido los dedos de un modo tan sensual, Grace había estado a punto de desmayarse, conmocionada por la oleada de deseo que se apoderó de ella pese a su voluntad. —Sube —le dijo, acomodándose en su asiento—. Creo que podré contigo, por mucho que, más que gatita, seas un poco pantera. Torrie montó al lado de Grace. Era un espacio tan pequeño que sus
hombros se rozaban. —Eres una cocinerita muy dura. No creo que haya demasiadas cosas que te asusten. Era cierto, no demasiadas. Sin embargo, le había dado miedo la persona en la que se había convertido junto a Aly: alguien que se ocultaba, se engañaba y se negaba las cosas que de verdad merecía. No había sido sincera consigo misma y aquel era el tipo de cosas que la asustaban. —Bueno, ¿qué tal estás? —se interesó Torrie. —Ocupada —repuso Grace, mientras metía la marcha en el carro y reemprendía el camino. —Supongo que eso explica por qué no te he visto por ahí. ¿Puedo hacer algo para ayudarte? Es decir, se supone que soy algo así como tu ayudante oficial, ¿no? —¿Sabes cocinar? —le preguntó Grace, sin hablar en serio. —Seguramente más o menos igual que tú sabes jugar al golf. —¡Oye! ¿Y tú cómo sabes que no soy un as del golf en mi tiempo libre? —¿Ah, sí? ¿Qué tiempo libre? Me da la impresión de que no tienes mucho de eso. Grace hizo una mueca. ¿Tan cansada parecía? ¿Tan duro parecía que trabajaba? —Se me nota, ¿eh? —Ah, no, no, para nada —se apresuró a corregirse Torrie, para compensar el desafortunado comentario—. Es sólo que, ya sabes, estás en el canal de cocina todo el tiempo y en todas esas revistas y supermercados… Resignada, Grace suspiró. —Tienes razón, no tengo mucho tiempo libre y no sé jugar al golf. — Una idea dulce y vengativa le vino a la cabeza—: Pero se me ocurre algo que podrías hacer para ayudarme. Torrie, la muy inocente, pareció esperanzada. A veces era demasiado bien dispuesta. —Claro, lo que quieras. Oh, sí, aquello iba a valer su peso en oro.
—Mañana llega un pedido de flores y necesito que alguien haga los arreglos para las mesas. ¡Tú eres perfecta para ese trabajo! Como había previsto, la reacción de Torrie fue para morirse de risa. Se puso pálida y empezó a balbucear. —Yo… Yo… ¿Seguro que…? Joder, Grace, ¿te parece que tengo manos de florista? Grace se echó a reír de tal modo que tuvo que detener el carrito mientras se convulsionaba entre carcajadas. Se imaginaba a Torrie manoseando torpemente las gipsófilas y las rosas de tallo largo y no podía parar de reír. —Jolín, Grace. Tampoco es tan divertido. —Ay, sí que lo es, créeme. —Lo siento, pero voy a tener que ayudarte de otra manera. Date la vuelta un segundo. Grace vaciló un instante, pero enseguida obedeció. —A mí no me engañas con tanto chiste. Estás muy tensa. Torrie le puso las manos sobre los hombros y el cuello y empezó a masajearle los músculos agarrotados con manos hábiles. Grace empezó a fundirse poco a poco. Cada caricia la relajaba un poco más y se le cerraron los ojos. «Ay, Dios.» Había necesitado algo como aquello: Torrie tenía unas manos mágicas y relajantes. Tenía ganas de gemir, pero no se atrevió. —Torrie, si no paras me voy a quedar dormida aquí mismo. Torrie no paró, sino que le susurró al oído: —¿Te apetecería tomarte una copa conmigo esta noche? Te daría otro masaje. Grace se enderezó y se volvió, interrumpiendo el masaje de Torrie. —¿Te has vuelto loca? Si bebo y encima sigues así, tu cocinerita dura se convertirá en una tonta temblorosa y gimoteante. Torrie esbozó una sonrisa victoriosa. —Para —le ordenó Grace, que volvió a poner en marcha el carrito—. Te lo estás imaginando, ¿verdad? Torrie no dijo nada, pero no dejó de sonreír mientras Grace conducía.
Cuando esta aparcó el carrito en el hotel, Torrie la miró más seriamente, con sólo un leve rastro de su actitud sabelotodo de antes. —No voy a rendirme, Grace. El deseo de Torrie le arrancó un cosquilleo de emoción en el estómago a Grace. Como no iba a pasar nada, por mucho que insistiera Torrie, no había nada malo en disfrutar un poco de la lujuria que despertaba en ella. «Una verdadera lástima, la verdad.» Porque Torrie Cannon tenía algo verdaderamente dulce y encantador. —Grace, cariño —la saludó James Easton, caminando hacia ella vestido de manera impecable, con pantalones de corte deportivo, mocasines de piel italiana y una camiseta Hugo Boss. James le dio un abrazo rápido, con cuidado de no arrugarse la ropa, y se fueron al club a comer algo sencillo: sándwiches de atún. Mientras comían, James le susurró con una sonrisa sugerente: —¿Alguna de estas preciosas mujeres ha hecho alguna escapadita contigo ya? —Por favor —negó Grace con el ceño fruncido. —O al menos te lo han propuesto, espero. Grace tuvo un momento de pánico. ¿Era tan obvio que Torrie le había estado tirando los trastos? —James, estoy demasiado ocupada para esas cosas. Él echó un vistazo a su alrededor, decepcionado. —Sin duda hay más mujeres guapas que hombres, eso seguro. —Bueno, es un torneo femenino, James. —Qué pena. Grace miró el reloj. —¿A qué hora llega Trish? —Dentro de un par de horas. Ah, ¿te he comentado lo de la firma de libros esta noche? -¿Qué? Los pensamientos de James nunca se alejaban de los negocios por mucho tiempo. —Después de cenar, en una librería de Hartford. Sólo será una hora,
como mucho dos. Grace gimió. —Mierda, vas a acabar conmigo, James. —Tranquila —le dijo, agitando la mano como si no tuviera importancia—. Será divertido. Cuando acabemos podemos ir los tres a tomar algo y a hablar de cosas de chicas. Después de todo, te queda todo el verano para no despegar ese culito tan bonito del sofá. Torrie dio un sorbo de su segundo Martini, con la esperanza de que el alcohol la convirtiera en mejor compañía para la pobre Catie. Podría haber sobrellevado su desgracia ella sola quedándose en su habitación o podría haberse acercado a algún bar de lesbianas de la ciudad, pero había descartado ambos planes a los pocos segundos, por diferentes razones. Aun así, no le apetecía estar sola, así que se le había acoplado a Catie en el bar del hotel y allí estaba, bebiendo con demasiado ahínco. Catie tenía sus cosas, pero la verdad es que estaba haciendo un esfuerzo por animarla. Intentaba no hablar demasiado de los cotilleos del torneo o de los golpes que se estaban logrando. Su jugadora, Eileen Kearney, estaba en sexto lugar y estaría en la ronda final del día siguiente, así que Catie estaba muy ilusionada por sus posibilidades, aunque trataba de moderar su entusiasmo por Torrie. Torrie alargó la mano y cogió la de Catie para darle un suave apretón de disculpa. —Sé que esta noche soy un muermo, C. De verdad que no tienes que sentarte conmigo para hacerme de canguro. —Oye, sé que es duro estar aquí y no poder jugar. Joder, sabes perfectamente que preferiría estar contigo antes que con nadie más. —Lo sé, gracias. Torrie sabía que tanto Catie como sus amigas de Circuito comprendían lo dura que era aquella semana para ella, pero intentaba mantenerse alejada y no hablar demasiado del tema para no darles la tabarra. Lo peor que se le ocurría ser era una aguafiestas egocéntrica y autocompasiva, sobre todo porque las demás tenían que concentrarse en su juego. Más que eso, ella también sabía qué era estar en plena forma mientras una colega estaba lesionada, y era como si estar cerca de la jugadora lesionada o hablar mucho del tema trajera mala suerte o fuera a contagiarse y dejarla fuera a
ella también. Dio un nuevo trago de su bebida y echó un vistazo por la sala casi vacía. La mayoría de las golfistas se habían retirado temprano y la mayor parte de la gente que había en el bar eran desconocidos. La noche siguiente, después de la ronda final, Torrie sabía que todo el mundo saldría a celebrarlo, pero a falta de un día de competición todavía quedaba mucho en juego. Las atletas se tomaban muy en serio su rutina, el descanso y la alimentación. Incluso Catie se estaba comportando, porque llevaba casi una hora con la misma cerveza en la mano. Torrie, en cambio, no pensaba comportarse. El único consuelo que se le ocurría en aquellos momentos era cogerse una buena borrachera. —Eh. —Catie le dio un codazo amistoso—. Atenta a la nena de las tres en punto. Torrie le echó un vistazo por obligación, aunque no estaba interesada en empezar con su jueguecito habitual. A veces, Catie y ella puntuaban a las mujeres, discutían sobre sus atributos físicos, intentaban adivinar si era lesbiana o hetero y al final llegaban a la conclusión de que no importaba, porque estaba buena y merecía un buen orgasmo, cortesía de una de ellas dos, por supuesto. Intentaban sorprenderse y escandalizarse mutuamente con historias estrafalarias de cómo habían seducido a sus presas y les habían dado placer. A veces incluso lo convertían en un concurso sobre quién la conquistaría primero. Era estúpido, enfermizo e infantil, y Torrie había decidido que no volvería a hacerlo nunca más. Incluso en aquellos momentos no podía creerse que alguna vez hubiera sido de aquella manera. Era una sensación extraña, como si últimamente hubiera salido de su cuerpo y se observara a sí misma desde una nueva perspectiva. Puede que fuera porque, al pasar tiempo alejada del golf, había empezado a darle vueltas a la cabeza y a darse cuenta de las cosas. Joder, puede que fuera incluso por haber conocido a Grace, una mujer con éxito y extraordinario talento a quien le importaba una mierda que Torrie fuera una golfista profesional de primera línea capaz de conseguir cualquier cosa o cualquier persona que se le antojara. La expresión de Catie se tornó desaprobatoria. —Por Dios, Torrie. Si no te conociera diría que estás enchochada por Grace Wellwood.
Torrie no quería hablar de Grace y mucho menos de ese modo. La atracción que sentía por Grace y los sentimientos crecientes que albergaba eran privados, preciosos, y no dejaría que ni Catie ni nadie los convirtiera en cosa de chiste y los minimizara como si no fueran importantes para ella. Grace era especial y Torrie quería guardarse esa certeza para sí misma. —Olvídalo, C. —Mira, si no te la estás follando, y claramente no es así, o no estarías tan hecha mierda… —C, lo digo en serio. No hay nada de qué hablar. —Exactamente, por eso estás hecha una mierda. —Catie suavizó el tono, que pasó de acusador a conciliador—. Muy bien. No estás así sólo por el torneo, ¿verdad? Torrie apuró su Martini y pidió otro. Quería pillarse un pedo de campeonato, olvidarse del dolor del hombro, de la decepción de no poder jugar. Olvidar, al menos durante un par de horas, a la mujer inalcanzable que, de alguna manera, en un abrir y cerrar de ojos le había hecho olvidar quién era en realidad. —¿Qué es lo que tiene, Tor? —preguntó Catie con voz queda. Pese al tacto con que su prima le hizo aquella pregunta, las palabras casi hicieron que se viniera abajo. Durante un segundo, tuvo la extraña sensación de no ser capaz de respirar. —Dios, no lo sé. Ella… —Torrie trató de hallar las palabras adecuadas —. Ella importa. Sí, eso era. «Grace me importa.» Y no como al principio, cuando sólo le había interesado en el terreno estrictamente sexual. Lo esporádico de sus encuentros había amortiguado un poco el ansia sexual de Torrie por Grace, pero al mismo tiempo había disparado sus sentimientos. La echaba de menos: echaba de menos hablar con ella, divertirse con ella y, sencillamente, estar con ella. —¿Cómo? ¿Qué quieres decir con que «importa»? ¿Importa como si un filete está demasiado hecho o como ganar un torneo? Obviamente, Catie no tenía ni idea. Torrie negó con la cabeza; quería dejar el tema, porque ya había hablado demasiado. Llegó su tercera bebida
y se abalanzó sobre ella, aliviada. No podía esperar que Catie lo comprendiera, porque Torrie tampoco lo habría entendido si no estuviera pasándole a ella. Fuera lo que fuera lo que le estaba pasando exactamente. —¿Nunca te cansas? —preguntó Torrie sin previo aviso. No solía tener conversaciones profundas con Catie, aunque fueran como hermanas, pero de repente sentía la imperiosa necesidad de que Catie le respondiera con sinceridad. Catie la miró como si le hubiera salido un tercer ojo. —¿Y ahora de qué me hablas? Torrie señaló con la cabeza a la mujer que había al otro lado del local, con la que Catie había estado echándose miraditas. —De eso. —¿Qué dices? ¿Estás de broma? —No. No lo estoy. Catie volvió a observarla con curiosidad. —¿Te me estás volviendo hetero o algo? ¿Te has dado algún golpe en la cabeza o qué? Torrie soltó una carcajada seca. —No y no, tonta. Sólo digo… ya sabes. —No, la verdad es que no. Torrie suspiró. —Da igual. Seguramente Catie sería una promiscua irredenta de por vida. Hubo un tiempo en que Torrie había esperado lo mismo de sí misma, pero ya no. «Mierda. A lo mejor es que me hago vieja. O que he madurado por fin.» Catie se levantó, probablemente harta de la melancolía de Torrie. —Debería irme a dormir, Tor. Mañana será un día largo. Se inclinó y le dio un cariñoso beso en la mejilla. A continuación desapareció. Propio de Catie, se dijo Torrie, huir cuando una conversación sobre una mujer se volvía profunda. A lo mejor con quien necesitaba hablar era con Diana Gravatti, su mejor amiga del Circuito. Diana entendería cómo el mundo de Torrie estaba girando a toda velocidad fuera de su eje; cómo Grace le hacía
sentirse especial, como si ya no fuera únicamente un estereotipo de la típica atleta profesional egocéntrica, superficial y dispuesta a saltar sobre toda oportunidad de echar un polvo que se le pusiera por delante. Con Grace importaban muchas otras cosas o, al menos, debían importar. Estar con ella la hacía sentir en la cresta de la ola, justo antes de que se rompiera y se derrumbara sobre ella misma. Joder, ¿en qué estaba pensando? Al día siguiente, Diana estaba en contención y lo último que necesitaba era desconcentrarse con una charla de corazón a corazón en la que Torrie desnudara su alma. Eso sin olvidar el hecho de que Diana, que llevaba casi diez años con su pareja, empezaría a enviar invitaciones de compromiso en cuanto Torrie mencionara ni que fuera de pasada que le interesaba de verdad una mujer. Diana era de las que pensaban que todo el mundo debería estar con alguien: que estar soltera era lo menos gratificante del mundo. Torrie dio un sorbo de su copa. El alcohol empezaba a limar los bordes de sus pensamientos, redondeándolos hasta mezclar unos con otros. Normalmente no bebía sola, pero aquella noche no pensaba parar, pasara lo que pasase. Igualmente iba a sentirse sola, aunque tuviera compañía, porque en aquellos momentos nadie iba a entenderla de verdad. Cuando levantó la vista, se le pasó la borrachera de repente. Grace se dirigía a una mesa, junto con otra mujer y un hombre de aspecto muy afeminado. Los tres parecían conocerse muy bien: sus risas eran espontáneas y los gestos naturales al ponerse la mano en el hombro o tocarse el brazo con cariño. Era alegría y amistad genuina en su estado más puro. Enseguida, Torrie sintió celos de la intimidad que aquellos dos extraños tenían con Grace. Durante unos segundos, Torrie acarició la posibilidad de escabullirse del local sin saludar. Apuró su bebida mientras observaba a Grace disimuladamente y reunía el valor de acercarse a ellos. No podía negarse la aguda necesidad que la embargaba de ir a hablar con ella, echarse unas risas si se le ocurría algo ingenioso que decir, mirarla a aquellos ojos del color de la lluvia y, por un momento, perderse en sus profundidades. Aquello sí que le resultaba embriagador, y no el vodka. Se puso en pie, tambaleándose un poco. Cuando llegó hasta la mesa, tres pares de ojos se volvieron hacia ella con curiosidad.
—Hola —saludó Torrie, mirando únicamente a Grace, con los dedos metidos en las trabillas del cinturón de los téjanos negros en gesto distraído. —Hola —respondió Grace, obviamente sorprendida, aunque, al parecer, gratamente. —Veo que por fin te has tomado una noche libre. —Torrie señaló la copa de vino que Grace tenía en la mesa y deseó estar a solas con ella, compartiendo una botella en una mesa con manteles de encaje y velas—. Bien merecida, he de añadir. —A lo mejor deberías esperar hasta mañana por la noche para decidir si me merezco el descanso o no —le sonrió Grace. La mujer que había sentada delante de Grace carraspeó y le tendió la mano. —Ya que nuestra amiga es así de maleducada, me presentaré yo misma. Trish Wilson, la compañera de Grace. Grace le estrechó la mano a Trish y el corazón le dio un vuelco al oír lo de «compañera», hasta que recordó que las dos eran socias en el negocio. Esperaba de todo corazón que Grace no tuviera ningún otro tipo de compañera. —Lo siento, chicos. —Grace se llevó la mano a la frente en un gesto de disculpa—. Os presento a Torrie Cannon, la anfitriona del torneo. Este es James Easton, nuestro representante. Su apretón de manos fue cálido e inquisitivo, igual que su sonrisa. —¿Te sientas con nosotros? —le preguntó Trish. En opinión de Torrie, parecía sincera en su oferta. Era una mujer bonita, con el pelo oscuro y rizado y grandes ojos marrones. Su rostro era hermoso, de un modo abierto y cordial. Trish Wilson no era complicada, se dijo Torrie, y entendía por qué Catie había ido por ella años atrás. Miró a Grace a los ojos y notó su incertidumbre. —No, me parece que no, pero gracias. Mañana será un día duro, al menos para ti. Trish las miró a la una y a la otra y Torrie supo de inmediato que había sumado dos y dos en la operación emocional que se traían entre manos y había deducido que había algo entre Grace y ella.
—No pasa nada, nos encantaría que te quedases, Torrie —añadió Grace. Torrie a punto estuvo de acceder, pero Grace estaba con sus amigos y ella no quería entrometerse. Lo único que quería era estar a solas con Grace y, dado que era imposible, prefería estar sola, de modo que volvió a declinar educadamente. —Mañana pásate por las cocinas y te dejaremos probar las cosas, a ver qué te parecen, ¿vale? —le dijo Trish. A Torrie se le iluminó la cara. —Me encantaría. Trish y James vieron marchar a Torrie e intercambiaron una mirada entre ellos, mientras Grace hacía girar el vino tinto de su copa de un modo que no presagiaba nada bueno. Nadie dijo nada, hasta que James rompió el silencio con un sonoro silbido. —¡Creía que habías dicho que no había perspectivas de encontrar novia! —Yo nunca he dicho tal cosa. Lo que dije es que no tengo tiempo para eso —replicó Grace, reforzando sus palabras con una mirada amenazadora, destinada claramente a que James dejara el tema. Este hizo caso omiso de la misma. —Creo que esa mujer te daría cualquier cosa si encontraras un poco de tiempo para ella. —Le guiñó el ojo y se le acercó—. Yo diría que es de las de toda la noche dale que dale… A Grace se le derramó un poco de vino. —¡James, por Dios! Trish habló, con una risita. —Te miraba como si quisiera cogerte en volandas, llevarte a su cueva y devorarte toda la noche. Grace les echó una mirada hosca, aunque no pudo evitar imaginarse la fantasía durante un breve instante. Puede que un buen revolcón con Torrie fuera lo que le hacía falta. Sería efímero, pero lo efímero tenía sus ventajas. —Es que… no he… Grace renunció a tratar de explicarse. Lo último que quería en su vida
en aquellos momentos era sexo ardiente y sin sentido, pero aun así… Si iba a volver a meterse en una aventura fugaz, Torrie sería una elección deliciosa. No podía negar que la idea la atraía. «Pero no, Dios mío, no voy a volver a caer en lo mismo.» Trish le sonrió con simpatía. —Lo único que intentamos es que veas que hay más vida después de Aly O’Donnell. —Lo sé, Trish. Pero no estoy segura de estar preparada. Y lo que seguro que no quiero es cambiar a Aly por un calco de ella. James suspiró lastimeramente. —Las chicas os tomáis el sexo demasiado en serio. —No siempre —replicó Grace en tono travieso, mirando significativamente a Trish—. No te creerás de quién es prima Torrie. Trish puso cara de aburrimiento. —Déjame adivinar: ¿Angelina Jolie? Grace soltó una carcajada. —De hecho, es alguien que conoces. James se removió con excitación. —¿En sentido bíblico? Grace se encogió de hombros, haciéndose de rogar, y Trish empezó a mosquearse. —De hecho… —¡Ah, para ya! ¡Dímelo de una vez! —¿Te suena de algo el nombre de Catie Sparks? Trish tamborileó con las uñas rojo brillante sobre la mesa y cabeceó con impaciencia. —Grace, ya sabes que soy fatal con los nombres. —Vale, y si te digo… —Grace se lo estaba pasando de maravilla—. Sheridan Island, el fin de semana que pasamos allí hace seis años, justo antes de que te casaras con Scott. A Trish se le pusieron los ojos como platos y dejó los dedos quietos. —¡No! —¡Y lo mejor es que está aquí! —¡Te estás quedando conmigo!
—¿Qué me he perdido, niñas? Grace se echó a reír tan fuerte que tembló toda la mesa. —Digamos que alguien del pasado de Trish ha vuelto para atormentarla. James se frotó las manos alegremente. —Oh, ¡qué guay! Me encantan los culebrones. Se diría que Trish quería que se la tragara la tierra. En lugar de eso, se bebió su copa de un trago.
8 Capítulo
—VENGA, GRACE, sal ahí fuera y pásatelo bien —le dijo Trish, a medio camino entre la orden y la súplica. A Grace ya le iba bien quedarse en su cómodo mundo de acero inoxidable y de cocineros acelerados que pasaban comida de un lado a otro como si fueran una cadena de montaje y emplataban el pollo a la cacciatore y el salmón asado, las patatas y las verduras, para que los camareros las sirvieran. Por encima del barullo, destacaban voces que pedían una cosa u otra, que se recalentara un plato o que les pasaran más vino. Se había colocado un menú vegetariano en el lugar equivocado; un plato les había quedado demasiado hecho. Era un ritmo frenético y Grace lo adoraba, porque por muy ajetreado y caótico que le pareciera a un extraño, en realidad seguía un guión preciso, como una obra de teatro. Grace era la directora, la comandante que lo había creado todo de la nada, de acuerdo con su propia visión. Ahora, su cometido, era observar con ojo crítico cómo otros lo llevaban a la práctica. No despegó los ojos del flujo continuo de platos que sacaban en los carritos y de la gente que iba de un lado a otro con propósitos bien definidos. —Vamos, vamos, chicos. Ya casi estamos —los animó. Luego se volvió hacia Trish—. Trish, de verdad, prefiero asegurarme de que… —Tonterías. Todo va perfectamente. Ya has trabajado bastante, deja que yo me ocupe del resto. Grace observó su blusón blanco manchado y los arrugados pantalones de cuadros. —Trish, mírame. No pienso salir ahí fuera como… —Claro que no. —A Trish le brillaron los ojos y su expresión se tornó petulante—. Por esa razón te he comprado un precioso vestido de cóctel, justo de tu talla. Ya deberían habértelo subido a la habitación.
—Eso ha sido un poco presuntuoso por tu parte, ¿no crees? Grace no estaba segura de sí estaba enfadada o complacida. Debería haber sabido que Trish se sacaría algo de la manga y tenía la firme sospecha de que tendría algo que ver con Torrie. Sin duda alguna, Trish intentaba lanzar a Grace en brazos de Torrie, como si así fuera a olvidar a Aly más deprisa: como si existiera alguna fórmula o alguna receta para expurgar el recuerdo de una amante o para suavizar la pérdida. Más o menos, como si quisiera quitarse el sabor de algo picante con una cucharada de sorbete. —Grace, mira. Mereces divertirte un poco y sé que con ese vestido estarás irresistible. —No intento estar irresistible. —Bueno, tampoco te hará daño. —¿Que no me hará daño dónde? Trish ya estaba en proceso de echarla a empujones por las puertas de acero inoxidable. Sólo quería ayudarla y Grace lo sabía, de modo que era difícil enfadarse con ella de verdad. Además, Grace no tenía ganas de discutir. Aquellos días tendía a darle la razón a Trish y era por culpa de Aly, como si al sacarla de su vida se hubiera llevado con ella todo su espíritu de lucha. —Vale, de acuerdo. Volveré antes de sacar el pastel. Y no dejes entrar a Torrie a cotillear mientras no estoy. El vestido de Tuleh que encontró sobre la cama era sencillamente espectacular. Era de seda, tirantes finos y corpiño recto y escotado, de cintura baja, con una falda corta con godet. El estampado floral era atrevido, en tonos blancos y negros, rosas, turquesas y amarillos. Era perfecto para la primavera, aunque ella no se sentía capaz de igualar su alegre frescura. Ya se habían servido los platos principales y, por suerte, Grace llegó a la sala de baile cuando ya habían terminado los discursos de después de la cena. Cogió una copa alta de champán de la bandeja que llevaba una joven con pajarita y se la bebió de un trago. Aunque Grace estaba acostumbrada a codearse con famosos y gente adinerada y ella misma podía considerarse una de ellos, nunca se había sentido así. En el fondo de su corazón no era más que una chef trabajadora que disfrutaba trabajando duro y recogiendo
los frutos de su labor. Le gustaba el hecho de que los demás también apreciaran los resultados, pero era consciente de que las adulaciones eran algo pasajero. Un mal plato, y la lealtad cosechada durante años se desvanecería en un abrir y cerrar de ojos. Suponía que a las atletas les pasaría algo parecido. Las observó juntas, riendo, cuchicheando, hablando a voces y recordando anécdotas mientras bebían, como si en unos días no fueran a competir otra vez. Entre ellas existía un vínculo en el que era difícil penetrar, porque nadie que no se dedicara a lo mismo podía compartir sus experiencias a fondo. Era la verdad, Grace apenas distinguía un slice de un draw, pero ¿cuántas de ellas sabrían con qué se usaba la rúcula o cómo lograr una masa de hojaldre perfecta? —Eh, veo que han logrado sacarte de la cocina. Se trataba de Catie Sparks, que le había puesto la mano en el brazo con cordialidad. —¿Ha sido Torrie? Su expresión sugería que no imaginaba que hubiera sido por nada ni nadie más. Grace estudió la sala, repleta de mujeres con trajes y vestidos caros, pero no encontró a Torrie. Algo decepcionada, le contestó a Catie con una sonrisa nerviosa: —En realidad, no sé dónde debe de estar nuestra campeona. Acabo de llegar. Catie pescó dos copas de champán de una camarera que pasaba y le cambió a Grace su copa vacía. —Me temo que ya no podemos llamarla así. La nueva campeona es Diana Gravatti. —Por supuesto —dijo Grace, avergonzada por haberlo pasado por alto. Al menos se alegraba de no haber cometido aquel desliz delante de Torrie. —No pasa nada —la tranquilizó Catie con una sonrisa, como si le hubiera leído la mente—. No es tan frágil, sabes. Superará esto y el año que viene volverá a ganar. —Lo sé. Torrie superaría su lesión, su orgullo herido y todas sus dudas, igual que Grace superaría sus propios problemas. Al final lo lograrían, sólo que llevaría tiempo. Y ese tiempo no iba a pasar ni deprisa ni fácilmente.
—¿Sabes? —dijo Catie en voz queda—. Tengo la sensación de que te debo una disculpa. —¿Y eso? Catie se removió, inquieta. —Ya sabes… por lo que pasó hace seis años. Grace sonrió, aunque lo que quería de verdad era echarse a reír. ¿Catie quería disculparse por un beso tonto que había tenido lugar hacía años? «Ah, qué chica más dulce e ingenua.» —Ay, Catie. No hace falta, de verdad. —Yo no… no era mi intención causar problemas entre tu amiga y tú. No os peleasteis, ¿verdad? —Para nada. Me temo que haría falta mucho más que eso. Catie pareció aliviada y le dedicó a Grace un brindis silencioso. —Me alegro. La diversión pronto dio paso a la culpabilidad, que tenía más que ver con Torrie que con Catie. Grace se había muerto de vergüenza al ver lo mucho que le había dolido a Torrie saber que Catie y ella se habían besado. —Sabes, Catie, hablando de ese beso: creo que yo también tengo que pedirte perdón. —Se encogió de hombros, porque no había excusa que justificara su comportamiento—. Fui impulsiva y me equivoqué. Quería decirle que la había utilizado para pasar un buen rato, pero sus pensamientos volaron hacia Aly: el paradigma de persona que utilizaba a las demás. Grace se juró que nunca se convertiría en Aly O’Donnell. —Fue desconsiderado y egoísta por mi parte. —No pasa nada, Grace. —Catie se encogió de hombros para quitarle importancia, algo desconcertada—. No fue para tanto. Catie tenía razón: el beso no había sido para tanto, pero su comportamiento sí lo había sido. —Tu amiga… —dijo Catie, interrumpiendo sus pensamientos. —¿Trish? —Sí, creo que debería disculparme con ella. —Catie volvía a poner aquellos ojos de carnero degollado que seguramente traían de cabeza a multitud de mujeres—. Quiero decir que estaba a punto de casarse con un tipo y, aun así… ya sabes que nosotras…
—Sí, lo sé. Como para no saberlo. Habían sido dos noches enteras de sexo interminable, ruidoso y obsceno a través de las paredes. Grace se había quedado completamente a cuadros con el hecho de que su amiga hetero y prometida se hubiera lanzado de cabeza a una aventura salvaje con otra mujer. Pero ¿qué diablos? Aquello era asunto de Trish y no había estropeado su relación con Scott. Al menos no había tenido nada que ver con el motivo por el que se divorciaron más adelante y, que Grace supiera, Trish no había vuelto a estar con ninguna mujer desde entonces. Grace le puso la mano en el brazo a Catie y le dio un apretón cariñoso. Sabía cómo se sentía Catie, al acostarse con alguien que ya estaba comprometido. —No te preocupes, Catie, en serio. Pero sí que deberías ir a saludar a Trish. Está en la cocina. —¿Crees que estaría bien? Grace pestañeó y le dio a Catie otro apretón para animarla. —Sí, mejor que bien. Si Catie quería hacer las paces con Trish, con más razón. —Vale. —Catie le guiñó el ojo por encima del hombro—. Gracias, Grace. Hasta luego. Grace estaba secretamente encantada de que Catie sor-prendiera a Trish. Ojalá pudiera meterse en la cocina a escondidas y observarlas: Catie intentando aparentar naturalidad, tímida y encantadora a un tiempo, y Trish tratando de disimular su incomodidad, o quizá la emoción, por volver a ver a Catie. ¿Quién sabe? —Buenas noches, Grace. La voz de Torrie sonó de repente detrás de ella, profunda y aterciopelada. Grace estuvo a punto de caerse de espaldas, segura de que Torrie la habría aguantado con facilidad. Se dio la vuelta, notó que Torrie la repasaba de la cabeza a los pies, y el calor de su aprobación le hizo cosquillas en la piel. —Estás increíble, Grace. Grace sabía que estaba más que bien y se alegraba internamente de que Torrie se hubiera fijado. Al mismo tiempo, deseaba que dejara de mirarla
como si fuera la mujer más preciosa del mundo. Torrie era buena para su ego, pero nada más, se recordó Grace por sopocienta vez. Sus atenciones eran agradables, puede que incluso una distracción necesaria, pero no quería que esa distracción se convirtiera en una complicación. Y ciertamente no quería darle a Torrie falsas esperanzas. —Gracias, Torrie. —Acarició el rico tejido de la solapa estilo esmoquin de Torrie—. Tú tampoco estás mal. —Gracias. Espero que destruya cualquier idea preconcebida que pudieras tener sobre que las deportistas no sabemos vestir. Grace hizo un gesto envolvente. —Por favor. Todas estas mujeres visten de una manera exquisita. Ninguna de ellas tiene nada que envidiarle a Hollywood. Torrie esbozó una sonrisa desenfadada. —¿Ni siquiera yo? Especialmente tú, quiso contestar Grace. Torrie parecía el equivalente femenino de Cary Grant o George Clooney con su elegantísimo traje Armani de color negro, camisa blanca de lino y pajarita lavanda. En opinión de Grace, estaba guapísima; le agradaba su aspecto fuerte y el brillo travieso de sus ojos. —Estoy segura de que cualquier actriz se alegraría de caminar por la alfombra roja de tu brazo. —¿Y qué dices tú? —le susurró Torrie al oído, con voz ronca, dulce, como la miel—. ¿Te alegraría llevarme del brazo? Grace se tragó el «sí» que tenía en la punta de la lengua. Había estado en muchísimos acontecimientos durante los últimos dos años: entregas de premios, conferencias, fiestas, firma de libros, apariciones televisivas, etc. Aly no la había acompañado ni una sola vez. Sin embargo, tenía que recordar que Aly ya era cosa del pasado, igual que lo de ir sola a las fiestas si ella quería. Podía hacer lo que le diera la gana con quien le diera la gana. El problema era que, en realidad, no sabía qué hacer con aquella repentina libertad, por mucho que nunca hubiera estado comprometida con Aly de un modo real. Era extraño sentirse atada con unas cadenas que no habían existido nunca. Grace parpadeó; empezaba a entrarle dolor de cabeza. —Torrie, yo… No le apetecía tener aquella conversación, ni siquiera en broma.
—¿Estás bien, Grace? Grace se acabó el champán. No iba a ayudar con su dolor de cabeza, pero a lo mejor le serenaba los nervios. —Estoy bien, gracias. Es que acabo de recordar que tenemos que sacar el pastel ya. A Torrie se le iluminó la cara. —¡Así que es un pastel! ¿Puedo verlo antes o tengo que esperar como las demás? Grace se echó a reír ante el entusiasmo infantil de Torrie. —Puedes tener un anticipo privilegiado, si quieres. Torrie pareció complacida. —Me encantaría. —Y a mí —afirmó Grace, a sabiendas de que la mirada de sorpresa de Torrie no tendría precio—. Vamos. La reacción de Torrie no la defraudó y la hizo sentir como si fuera una estudiante de cocina que mostrara su última creación premiada en concurso. El pastel medía casi un metro y medio de largo y era estrecho y curvado. La superficie alternaba entre lisa y ondulada y tenía una cobertura de color verde hierba. Era una réplica exacta del hoyo número cuatro, en el que las había sorprendido la lluvia. Grace había copiado incluso el bunker de arena y había colocado dos figuritas dentro. En la cobertura había trazados diseños de flores y arbustos intrincados; hasta un pequeño obstáculo de agua hecho de sirope azul. Grace y su personal de cocina habían tardado casi dos días enteros en hacerlo. —Guau, Grace —exclamó Torrie, inclinándose para contemplar mejor el trabajo de Grace—. Es precioso. Se la veía complacida y feliz. En su fuero interno, Grace se sintió muy emocionada. —¿Qué puedo decir? Estaba inspirada. Torrie cabeceó, llena de asombro. —Grace, esto es una obra de arte. Grace le lanzó una mirada de reproche. —No. Tu tía Connie sí que es una artista. Yo sólo tengo ojo para los detalles.
—E imaginación. Y la habilidad de lograr montarlo todo. No, Grace, tú también eres una artista. Sencillamente, el tipo de trabajo que haces no puede colgarse en un museo. Grace se echó a reír. —Quizá por eso la cocina no me parece artística. No me malinterpretes, la presentación puede tener su parte artística y hace falta imaginación y creatividad para mezclar sabores e ingredientes, pero supongo que, como desaparece tan deprisa y no hay tiempo de quedarse de pie admirándolo ni que lo hagan otros, no lo veo al mismo nivel que una pintura o una escultura. Además, tienes que poder duplicarlo si te lo encargan. —No intentes negarlo, Grace. Eres una Picasso de la comida. Créeme. Juguetona, Grace miró a Torrie con los ojos entornados. —Entonces tú eres la Van Gogh del golf. —¿Qué es esto, una clase acelerada de historia del arte? —les gritó Catie desde el otro extremo de la cocina. A continuación se les acercó, seguida de Trish. Grace se moría de ganas de saber qué había pasado entre ellas. Las observó con atención, en busca de indicios, como una mirada secreta, alguna mancha en la ropa, puede que incluso algún rastro de placer en su lenguaje corporal. No obstante, ninguna de las dos dejaba entrever nada, así que tendría que hablar con Trish después. —¿No es una pasada de pastel? —dijo Catie. —Casi demasiado bueno para comérselo, ¿verdad? —la retó Trish con un guiño. Las dos primas se miraron a los ojos y contestaron al unísono. —¡Nooo! —Pues bueno, no hagamos esperar a todo el mundo —apuntó Grace. —Espera —la detuvo Trish. Se sacó una pequeña cámara digital del bolsillo—. Antes vamos a hacerle una foto. Le hizo una señal a uno de los cocineros para que la ayudara y colocó a Grace, a Torrie y a Catie alrededor del pastel. Ella corrió a su posición en el último segundo. Posaron para un par de fotos, cogidas con naturalidad, con sus sonrisas más radiantes y jubilosas, como si el pastel fuera un trofeo
que acabaran de ganar. Grace rió ante el pequeño espectáculo que montaron al descubrir el pastel para la multitud, sobre todo cuando Torrie les ofreció una versión abreviada de por qué Grace había escogido esculpir el hoyo número cuatro con masa y azúcar glas. A todas las asistentes les encantó la historia y no dejaron de cantar hasta que, primero Torrie y luego la nueva campeona, cortaron el pastel. Se hicieron más fotos y Grace trató de pasar desapercibida al fondo, aunque siempre había alguien que la empujaba hacia delante. Disfrutaba con la energía de la sala, y el champán y la charla distendida la ayudaron a relajarse. Torrie le presentó a algunas de las presentes y todas alabaron su trabajo. Incluso había algunas que ya la conocían, por su programa de televisión o alguno de sus libros de cocina, y unas cuantas habían comido en su restaurante de Boston. A Grace no le cabía duda de que a veces, en el Circuito, debía de haber juegos mentales, cotilleos maliciosos e incluso dañinos. Pero aquella noche, todas las mujeres se mostraron cordiales, abiertas y con ganas de celebrarlo. Torrie le presentó a su amiga Diana, la flamante campeona. Era una mujer corpulenta y fornida, con un apretón de manos tan cálido y acogedor como su sonrisa. Grace no pudo evitar pensar en un gigantesco oso de peluche. —Me muero de ganas de bailar con la responsable de esta cena tan fabulosa. Diana pidió permiso a Torrie con la mirada, algo que Grace caritativamente achacó a algún tipo de etiqueta butch entre lesbianas. —Muchas gracias, me encantará bailar con la campeona. —Perfecto —contestó Diana, tomando a Grace de la mano—. Ya que eres responsable de las calorías que me he metido esta noche entre pecho y espalda, es tu obligación ayudarme a quemarlas. Grace soltó una carcajada y dejó que Diana Gravatti la volteara al ritmo de «Moondance», de Van Morrison, mientras las demás parejas les despejaban el camino. —No es la primera vez que haces esto —le dijo Grace. —¿El qué, ganar un torneo de golf? Estaba claro por qué a Torrie le caía bien Diana. —Bueno, eso también. Pero me refería a bailar.
—Ah, eso. Mi pareja, Becky, es una loca del baile. Me metió en el mundillo hace diez años, cuando empezamos a salir. —¿Diez años? Eso es maravilloso. —Grace no podía evitar envidiar a cualquiera que fuera capaz de mantener una relación durante tanto tiempo, sobre todo combinándola con una carrera tan exigente—. ¿Cómo lo haces con tu carrera? ¿Ella viaja contigo muy a menudo? —Ella también trabaja, es editora de libros. —Diana la hizo girar con mano experta y la atrajo hacia ella de nuevo, pasándole el brazo por la cintura—. Es mejor así, tenemos mucho de qué hablar cuando estamos juntas y respetamos totalmente la carrera de la otra. Las dos nos respetamos mucho. Grace lo tuvo en cuenta. Se alegraba de que fuera posible que dos personas con vidas ocupadas pudieran permanecer juntas en una relación sólida. —Gracias, Diana. —¿Por qué? —Diana pareció sorprendida, aunque también complacida. —Por darme esperanza. —No hay ninguna fórmula secreta, sólo mucho amor y compromiso. —Es sorprendente la poca gente que es capaz de alcanzar esas dos cosas. Diana la observó con detenimiento. —Te sorprendería más saber cuántas hay, cuando se les da una oportunidad. —Miró a Torrie fugazmente—. Las apariencias engañan, ¿no te parece? —Sí, claro —repuso Grace con benevolencia, siguiendo la mirada de Diana. —Mira a Torrie, por ejemplo. —Soltó una carcajada suave—. Me matará si sabe que te he contado esto… Aquello captó la atención de Grace. ¿Cuál sería el profundo y oscuro secreto de Torrie? La imaginación se le disparó: puede que Torrie hubiera estado casada y tuviera un par de hijos en alguna parte. No acababa de imaginárselo, pero le divirtió pensarlo durante unos momentos. —Cada invierno, cuando estamos en Florida de pre temporada, saca tiempo para ir a un hospital cada día. Sin falta.
—¿Está enferma? —se alarmó Grace. Miró a Diana a los ojos, para que le dijera la verdad. —No, no, en absoluto —sonrió Diana, con un deje travieso—. Se pasa un par de horas cogiendo en brazos a los recién nacidos. Ya sabes, los que están enfermos o están en las incubadoras. También los que han abandonado. Conmocionada por la revelación de Diana, Grace tropezó con sus propios pies. —¡Cuidado! Te tengo —dijo Diana, sosteniéndola con más fuerza—. ¿Estás bien? —Sí —contestó Grace, que se sentía algo mareada. Parecía tan incongruente imaginarse a Torrie con un bebé en brazos, acunándolo y consolándolo, que sólo de pensarlo Grace se sintió infinitamente feliz. Ya sospechaba que Torrie era un pedazo de pan, pero no hasta aquel extremo. Grace se daba cuenta de que había prejuzgado a Torrie y que la imagen rápida que se había hecho de ella no se correspondía en absoluto con la realidad. Seguramente nunca llegaría a desvelar el misterio de quién era la verdadera Torrie y lo lamentaba mucho. —Pero, recuerda. Ni se te ocurra decirle que te lo he dicho —la advirtió Diana, mirando a Torrie de reojo—. Hablando de nuestra amiga, me parece que se está poniendo un poco nerviosa. La verdad es que Torrie parecía inquieta, como si no acabara de decidirse a intervenir o no. Diana suspiró profundamente. —Es increíble la cantidad de veces que tengo que salvar a esa mujer de sí misma. Diana se deslizó con Grace hacia Torrie. —Gracias, Grace. Ha sido un placer conocerte. Seguro que volveremos a vernos pronto. —Eso espero —respondió Grace—. Gracias, Diana. —¿Te lo estás pasando bien? —le preguntó Torrie a Grace, mientras salían a la pista de baile. Grace le sonrió, feliz de bailar con Torrie. Le había entrado un cosquilleo nervioso en el estómago, como si estuvieran en una cita, y era
tan agradable que resultaba casi alarmante. —La verdad es que sí. Son todas geniales, sobre todo tu amiga Diana. Entiendo por qué te gusta pasar tiempo con ella. —Sí, es fantástica. Todas lo son, cada una a su manera. Somos como una gran familia. A veces tenemos nuestros rifirrafes, pero siempre se nos pasan. —Entonces deben de gustarte las familias grandes. —Pues sí. Tengo tres hermanos y montones de primos. También una sobrina de dos años. ¿Y tú? Grace negó con la cabeza. Estaba ella y ya está. —No tengo hermanos ni hermanas. Mi padre murió cuando yo era adolescente y ahora mi madre vive en Europa. No estamos muy unidas. Torrie la miró con simpatía, pero sin tenerle lástima. —Seguro que te gustaría tener una familia grande. —Trish y James son como mi familia. Torrie la abrazó un poco más fuerte. —No, me refiero a familia de verdad: hermanos y con los que jugar y pelearse, unos padres que te empujen hacia delante, pero al mismo tiempo te protejan. Y sobrinitos y sobrinitas que te mantengan con los pies en la tierra. Y abuelos, o en mi caso, mi tía Connie, que de vez en cuando te den una lección de sentido común y con los que, sencillamente, puedas ser tú misma. Grace besó a Torrie en la mejilla espontáneamente. La envidiaba y a la vez se alegraba mucho por ella. —Eres una mujer con suerte, Torrie Cannon. Torrie se había ruborizado un poco y el contraste aún la hacía más atractiva: elegante y desenvuelta con su esmoquin y silenciada por un simple beso. «Sí, sería muy fácil dejarse llevar por alguien como Torrie. Demasiado fácil. Y luego ella se marcharía y yo me quedaría sola, recogiendo los pedazos.» —¿Sucede algo, Grace? Grace negó con la cabeza y dio gracias por que la canción estuviera a punto de terminar. Se apartó de Torrie, aunque esta no le soltó la mano.
—Estoy bien, es sólo que ha sido un día muy largo. Creo que me voy a ir a dormir. Los ojos de Torrie se llenaron de pesar. —Seguramente ya no nos veremos por la mañana. Tengo que coger un avión muy pronto para llegar a mi cita con el médico. ¿Qué te parecería tomarte una última copa conmigo, tú y yo solas, para despedirnos? Grace no sabía si era otra insinuación de las de Torrie o si hablaba en serio y sólo quería estar con ella a solas unos minutos para decirse adiós. Negó levemente con la cabeza, porque no podía arriesgarse a que la primera opción fuera la acertada. —Creo que me voy a mi habitación, Torrie. La decepción de Torrie fue obvia, pero Grace sabía que era lo mejor. Por mucho que su amor propio agradeciera que Torrie flirteara con ella, lo cierto era que cada vez le costaba más resistirse. Grace no quería ser del tipo de personas que quitaban un clavo con otro clavo para superar la pérdida de una amante con una aventura fugaz. No quería usar a Torrie para olvidar a Aly. Tener una aventura tan larga con una mujer casada había sido un error de juicio garrafal y no pensaba empeorarlo con otro peor. —Si cambias de opinión, estaré en mi habitación —le dijo Torrie, esperanzada—. Olvida lo de tomar algo, pásate a decirme adiós. Grace esbozó una sonrisa triste, volvió a besar a Torrie en la mejilla y luego le limpió con ternura la leve marca de pintalabios. —Adiós, Torrie. Nunca olvidaré esta semana. «Nunca te olvidaré.» Torrie pareció profundamente descorazonada y Grace no pudo menos que sorprenderse. Había creído que Torrie era una seductora sin corazón. ¿Dónde estaba la Torrie insensible y despreocupada de días atrás, la que sabía que podía conseguir a cualquier mujer que quisiera, la Torrie que no podía ser rechazada por Grace a no ser por culpa de algún tipo de enajenación mental transitoria? Ya en su habitación, Grace se quitó los zapatos, cerró los ojos y contempló la posibilidad de darse un baño de espuma bien caliente. Sería perfecto para relajarla después de un día tan duro… Una semana tan dura, a decir verdad. Le dolían los pies y también la espalda, porque llevaba casi
todo el día sin sentarse. Entonces pensó en Torrie y en la innegable desilusión que le había causado hacía unos minutos. Lo cierto era que la propuesta de Torrie tampoco había sido tan escandalosa: no había ninguna razón para no pasar con ella un rato en su habitación y charlar sobre los logros de la semana, desearse buena suerte y despedirse como amigas. Ya habían pasado tiempo juntas antes y no había sucedido nada, así que ¿de qué tenía tanto miedo? ¿De que Torrie la obligara a hacer algo? ¿De tener que sacársela de encima? ¿De no ser capaz de decir que no? «Eso es ridículo, Grace. Cobarde, estúpido y maleducado.» Grace se puso los zapatos a toda prisa y al cabo de unos minutos se había plantado en la habitación de Torrie, que se sorprendió mucho al verla —conmoción sería la palabra más adecuada—, y a Grace casi le entró la risa al verla con los ojos como platos y la boca abierta, como si hubiera visto a un fantasma. «Sí, soy yo de verdad», quería decirle Grace, pero se limitó a sonreír y a levantar las manos en gesto de disculpa. —Pasa —la invitó Torrie enseguida. Sirvió brandy para las dos sin preguntarle; las manos le temblaban un poco cuando le pasó la copa. —Gracias —murmuró Grace, dando un sorbo. El líquido le quemó en la garganta antes de calentarle el estómago. La calmó de inmediato. —Me alegro de que hayas venido, Grace. —No creías que fuera a venir, ¿verdad? Torrie se echó a reír. —Bueno, no dejaste lugar a la interpretación: fuiste muy clara. —Así es, pero no esperabas que cambiase de opinión. —Pues no. ¿Por qué lo has hecho? Grace dio otro trago de brandy y deseó no haber empezado aquella conversación. Torrie estaba arrellanada en el sofá pacientemente, con el brazo sano sobre el respaldo en gesto perezoso y la copa en la otra mano. Se había quitado la pajarita y la chaqueta y se había desabrochado los dos primeros botones de la camisa. Para Grace, aún estaba más arrebatadora que antes, si es que aquello era posible. Era la imagen de la sensualidad butch más informal. Aquella mujer exudaba atracción sexual sin intentarlo, aunque seguramente Torrie ya lo sabía. De hecho, era probable que hubiera
perfeccionado su estilo a lo largo de los años para que le saliera sin esfuerzo. Grace tragó saliva y decidió serle sincera. —No estoy segura. Torrie se enderezó en el sofá, como si aguzara los sentidos de repente. —¿Ah, no? Grace negó con la cabeza una vez. —No del todo. Supongo que creía que te lo debía. Torrie puso cara de perplejidad y luego de turbación. —¿Que me lo debías a mí? Pero cómo, ¿por educación? ¿O como si pagases una deuda? ¿Qué quieres decir? —No, yo… —Grace titubeó. Aquello no le estaba saliendo como quería. Hacía calor en la habitación y sentía como si las paredes se le vinieran encima. Y, maldita sea, Torrie estaba terriblemente provocativa y tentadora. Puede que, realmente, Grace sólo hubiera querido demostrarse algo a sí misma al ir allí: ver si podía resistirse a los encantos de Torrie Cannon una última vez, si era inmune a la creciente atracción entre ellas y podía tragársela con la misma facilidad que se tragaba el brandy. —¿Qué quieres, Grace? —le preguntó Torrie sin andarse por las ramas. Grace dejó la copa vacía sobre la mesa. La confusión y las dudas dieron paso al enfado en su corazón. —¿Por qué crees que las cosas son tan fáciles, Torrie? ¿Crees que todo es blanco o negro? Torrie se encogió de hombros con indiferencia. —Podría serlo, si quisieras. Grace se puso en pie. —No todo es un juego, ¿sabes? No todo en la vida tiene una lista de reglas y alguien que gana y alguien que pierde cuando acaba el día. Torrie también se levantó, con los labios fruncidos. —Lo siento, Grace. No intento ofenderte, de verdad que no, pero parece que no hago otra cosa, ¿verdad? Grace se dirigió a la puerta. Ya no estaba enfadada con Torrie, o al menos no más de lo que lo estaba consigo misma, pero tenía que marcharse y poner punto y final a la atracción creciente que había entre las dos. En
aquellos momentos no necesitaba complicarse más la vida. Con la espalda contra la pared, se volvió hacia Torrie, que tan fácilmente era capaz de pulsar todos sus resortes emocionales. —Mira, Torrie, no me ofendes. Y no estoy cabreada, ¿vale? Es sólo que no estoy pasando por un buen momento en mi vida. Intento terminar algunas cosas, no empezar otras. Torrie la miró, confundida, y estuvo a punto de decir algo, pero en el último momento calló, se acercó a Grace, inspiró hondo y exhaló profundamente, como si expulsara una horrible decepción. —Entonces supongo que esto es una despedida. —Sí —musitó Grace. Cuanto más cerca estaba Torrie, menos segura se sentía. Le temblaban las piernas y, de repente, Torrie le rodeó la cintura con los brazos y la sostuvo firme y tiernamente. Grace se derritió en el abrazo de Torrie, le agarró los brazos, luego los hombros y finalmente la espalda. Poco a poco, las dos se fundieron en un lento abrazo. Torrie era suave y sólida a la vez y empezó a acariciarle la espalda desnuda a Grace en cariñosos círculos. Era mucho más tierna de lo que Grace se había esperado y sus caricias más electrizantes de lo que había podido imaginar. Se le puso la carne de gallina en los brazos y en el pecho, y el pulso se le aceleró. «Ay, Dios. Esto puede ponerse peligroso.» La cálida mejilla de Torrie le rozaba la suya y su aliento caliente le hacía cosquillas en la oreja. Grace sintió un escalofrío de placer. Tenía que decir o hacer algo para frenar aquello. Intentaba formar palabras de rechazo en su mente, pero era como intentar mezclar aceite y agua: sus pensamientos se negaban a cuajar. Torrie le llevó los labios al oído y le acarició la piel, casi besándola. —Me estás volviendo loca, Grace. —Su voz sonaba ronca de deseo y urgencia—. No dejo de pensar en ti. En nuestras conversaciones, en tus ojos cuando te enfadas conmigo, en tu boca cuando te ríes por algo que he dicho. Cómo te mueves, tan sexy y segura de ti misma. Tu olor… —Los aterciopelados labios de Torrie le rozaron la garganta, justo debajo de la barbilla, y Grace echó la cabeza hacia atrás para dejar sitio a sus suaves besos—. Dios mío, cómo me gusta tocarte, Grace… Grace respingó de sorpresa y placer. Ya sabía que le gustaba a Torrie,
pero no de aquella manera tan tierna, romántica, casi reverente. Las caricias de Torrie y la sensación de sus brazos en torno a su cintura eran mucho más poderosas de lo que Grace estaba preparada para soportar. Los dos últimos días, en los momentos de tranquilidad antes de irse a dormir, Grace se había tumbado en la cama y se había imaginado el sexo con Torrie, duro, apresurado y casi animal en su intensidad. Se imaginaba las manos y la boca de Torrie arrancándole sensaciones y exigiéndole el mismo placer con impaciencia. Soñaba que sería una seducción apasionada, rápida y febril, no sensible y lenta como aquello. «Oh, Dios.» Grace estaba tan mojada que casi le dolía, y aún fue peor cuando Torrie le pasó la yema de los dedos por el muslo y le subió la falda del vestido unos centímetros. No, aquello era algo mucho peor que un revolcón rápido y caliente. Aquello era mucho más difícil de sacarse de la conciencia. Aquella tortura sería imposible de olvidar. —Torrie —murmuró Grace, que deseaba y no deseaba que parase—. No puedo. Se daba cuenta de que no sonaba muy convincente, dado que el corazón le iba a cien por hora por mucho que su cerebro hubiera activado todas las alarmas. Notaba la respiración entrecortada de Torrie contra la garganta desnuda y, cuando le introdujo el muslo firme entre las piernas, Grace se apoyó contra la puerta y gimió suavemente. Por un momento creyó que había dejado de respirar de lo excitada que estaba y se sorprendió a sí misma al alzar una mano temblorosa y guiar los labios de Torrie hacia los suyos. Necesitaba besar a Torrie más que nada en el mundo y Torrie aceptó la invitación con entusiasmo. La besó con labios suaves y hábiles y la ternura pronto se convirtió en brío. Las dos jadeaban y sus cuerpos se frotaban de manera instintiva mientras sus labios permanecían fundidos por el irrefrenable deseo. El beso siguió, así como la presión del muslo de Torrie y las caricias fugaces sobre su pierna. Poco a poco, Torrie había ido escalando con los dedos y se encontraba al fin a pocos centímetros de sus braguitas empapadas. A poco centímetros de su suave roce, de sus caricias lentas y agónicas. Grace estaba a punto de explotar y la idea de correrse allí mismo, entre la puerta y el muslo de Torrie, la repulsaba y excitaba
sobremanera. No quería hacerlo así con una mujer a la que apenas conocía y que probablemente no volvería a ver jamás, pero a la vez sí quería. —Espera —pidió Grace, que hizo uso de toda su fuerza de voluntad para apartarse de ella de un empujón—. Torrie, por favor, no puedo. Torrie se detuvo con un último jadeo. —¿Por qué no, Grace? Me gustas muchísimo. Te deseo tanto… —Es que… no puedo… hacerlo. Lo siento. Torrie la observó con los ojos azules llenos de pesar y desilusión. —¿Estás con alguien? —No, pero no puedo comprometerme con nadie. Grace quería explicarse, pero se avergonzaba de su relación con Aly. Se avergonzaba de llevar tanto dolor dentro por una mujer que no la quería lo bastante como para estar con ella. Torrie no lo entendería. Torrie le sonrió perversamente. —Yo ni siquiera sé cómo comprometerme, Grace. Quiero hacerte el amor, no casarme contigo. Aquellas palabras fueron como si Torrie hubiera lanzado una piedra a un lago: primero la conmocionaron y luego reverberaron por todo su cuerpo en forma de ondas. Era como volver a estar con Aly. «Sirvo para follar, pero no para salir conmigo.» Pues bien, ya había tenido bastante de sexo sin amor y de que la trataran como alguna clase de función corporal necesaria. No era más que placer sin sustancia, como una transacción financiera o comercial. No, tenía que esperar a alguien que importara de verdad y que quisiera estar con ella. No iba a repetir los mismos errores una vez más. Grace le puso la mano en el pecho a Torrie y, decididamente, la apartó. Al día siguiente, durante el desayuno, Grace trató de ignorar la sombra de la resaca y se frotó las sienes entre bocado y bocado de huevos revueltos. —¿Una noche dura? —bromeó Trish. —Yo podría preguntarte lo mismo —replicó Grace. Trish se encogió de hombros enigmáticamente. —Sólo pregunto porque anoche te vi desaparecer al mismo tiempo que cierta golfista alta, morena y guapa.
Grace apretó los dientes un segundo para hacer retroceder el dolor sordo que le martilleaba en las sienes. Ojalá la noche anterior nunca hubiera pasado. Se alegraba de haber salido de la habitación de Torrie cuando lo hizo, antes de que las cosas se le fueran de las manos. Había recuperado el control de la situación como debía hacer, aunque no podía quitarse de la cabeza la mirada dolida y confusa de Torrie al apartarla, como si fueran los fragmentos de un sueño que no lograba olvidar. No debería haber besado a Torrie: le había enviado las señales equivocadas y le había hecho creer que el sexo casual con ella era una posibilidad. —Regrets… I’ve had afew?—canturreó Trish, con una sonrisa. Grace la fulminó con la mirada. —¿Qué? No hay nada de qué hablar. Trish le sacó la lengua. —Ya nunca quieres hablar de lo bueno. Grace gimió. —¿No podemos volver a la época en la que apenas hablábamos y trabajábamos como cosacas? —Ni hablar, esto es más divertido. —Trish dio un sorbo de café y contempló a Grace con seriedad por encima de la taza—. ¿Estás bien, Gracie? ¿Pasó algo con Torrie anoche? Grace se quedó callada, porque le resultaba imposible explicar el abanico de emociones contradictorias de la noche anterior, cómo había podido pasar de estar increíblemente excitada a echar el freno a su deseo, cómo había podido romper el beso más caliente que había disfrutado nunca. Apretó los muslos bajo la mesa, porque el recuerdo volvía a hacerla palpitar. —No, la verdad es que no. Lo mismo que el resto de la semana. Chica intenta seducir a chica, pero chica no está interesada. Trish notó que Grace no se lo estaba contando todo. —Lo que tú digas, Grace, pero entre vosotras hay más que eso. Grace dio otro bocado a su desayuno. —De hecho, no. Sencillamente no podía imaginar la posibilidad de explorar una relación con Torrie en aquellos momentos. Lo que quiera que hubiera entre
ellas había acabado. —Anda ya. Te vi cómo la mirabas cuando ella no te miraba a ti, Grace, que por cierto no era casi nunca. Prácticamente te oía latir el corazón desde la otra punta cada vez que se te acercaba —Grace levantó la mano para acallarla, pero Trish no le hizo caso—. Torrie Cannon es una mujer agradable, joven, guapa y está loca por ti. Quizá un poco de baile horizontal con ella sería justo lo que te hace falta. —¡Trish! —Grace no daba crédito a sus oídos—. A veces eres de lo más vulgar. Trish le sonrió. —Sí, pero tengo razón. Con Trish siempre era así de sencillo: todos los problemas tenían solución. —Mira, estoy harta de hablar de mi pobre y desgraciada vida sentimental, ¿me oyes? —Grace se inclinó hacia Trish, con el ceño fruncido—. Preferiría hablar de la tuya. —¿La mía? —graznó Trish. —Sí, no te hagas la inocente conmigo. ¿Qué hay entre Catie y tú? ¿Estás practicando un poco de baile horizontal con ella? —¡No! Grace rió. Le gustaba haberle dado la vuelta a la tortilla, para variar. —Pero te gustaría, ¿verdad que sí? Resultaba cómico ver a Trish tan inusitadamente incómoda. —Venga, confiesa. Me lo debes después de haber soportado todos tus interrogatorios últimamente. Trish dejó la taza en la mesa de golpe. —Vale, de acuerdo. Ahora me toca a mí hacerme la loca. —Ah, venga ya. Yo no hago eso. —Sí lo haces, a tu manera —rió Trish. —Vale, y volviendo a Catie… Trish puso los ojos en blanco. —Lo mismo que tú, no hay nada que contar. —¿No has dormido con ella esta noche? —No.
—¿Y Catie quería? —Sí. —¿Y tú por qué no? Trish se encogió de hombros y desvió la mirada. —La verdad es que no lo sé. —¿No quieres volver a pasarte al lado oscuro? —le sonrió Grace. —No, no es eso. Aunque supongo que todo el asunto merece al menos una docena de sesiones con mi terapeuta. A lo mejor soy como tú y ya no le veo la gracia al sexo sin sentido. —Trish esbozó una ancha sonrisa—. ¿Crees que eso significa que por fin me he hecho mayor? —Bueno, no sé tú, pero yo he envejecido unos cuantos años en las últimas tres semanas. —Bueno, pues no envejezcas mucho más, abuelita. Al menos hasta que cumplas los cuarenta. Grace dejó escapar un sonoro gemido. —¿Tenías que recordármelo?
9 Capítulo
GRACE se alegraba de haber regresado a Sheridan Island, no sólo por el paisaje bucólico que había llegado a apreciar, sino también porque le permitía poner distancia y ganar un poco de perspectiva respecto a su semana en Connecticut. Habían pasado demasiadas cosas y demasiados sentimientos habían aflorado, pese a su voluntad. Por fin todo aquello había quedado atrás y podía respirar y ser ella misma de nuevo. Removió el risotto en la olla, añadió más caldo y volvió a remover, mientras oía a Connie jugar con Remy en la habitación de al lado. Grace estaba haciéndole la cena como agradecimiento por quedarse con Remy mientras ella estaba fuera. Connie le había preguntado sobre el torneo de golf y habían charlado un poco sobre el tema, pero Grace no fue capaz de admitir cuánto tiempo había pasado con Torrie o cuánto cariño le había cogido. Especialmente, no podía confesar lo mucho que se habían atraído la una a la otra, ya que era como si hubieran hecho algo vergonzoso y prohibido que nadie más fuera a comprender. Diablos, ni siquiera Grace lo comprendía, y de lo que estaba segura era de que no quería hablar de ello. Grace añadió media taza de caldo más y siguió removiendo. Casi no se creía que no fuera a volver a ver a Torrie, después de la llama que había prendido entre las dos. Cuando volvió a la isla y fue a recoger a Remy a casa de Connie, no dejaba de echar miradas furtivas a esta, en busca de alguna semejanza facial entre tía y sobrina. Sentía curiosidad por la infancia de Torrie, cómo había sido de niña y de adolescente, y cómo era su familia. «¿Para qué, Grace? No volverás a verla, y casi mejor, porque estabas a punto de hacer el ridículo con ella.» —¿Quieres que saque el pollo de la barbacoa, Grace? Grace, que llevaba un rato ensimismada, se sobresaltó un poco al oír a Connie.
—Sí, genial. El risotto ya casi está. Por fin, el guiso había espesado. Grace lo removió un poco más y a continuación lo vertió en un bol y lo sacó a la mesa junto con una botella de Chardonnay frío. Entonces ayudó a Connie con el pollo, que había marinado en ajo, aceite de oliva y pimentón antes de ponerlo a la parrilla. —Huele maravillosamente —dijo Connie, aspirando el aroma a ajo. Sirvió el vino y propuso un brindis—. Por ti, Grace. Gracias por ser mi amiga. Grace brindó con ella. —No, gracias a ti. Y gracias por cuidar a Remy. A lo mejor ya no querrá volverse conmigo. Connie rió, cortó un pedazo de pollo y se lo llevó a la boca. —A mí no me molestaría, tú ya has hecho la parte difícil criándolo desde cachorro. —Y que lo digas. —Ay, Grace, está delicioso. Connie empezó a comer con voracidad y Grace pensó en Torrie y su insaciable apetito. El recuerdo la hizo sonreír. Probó el pollo a la libanesa y el risotto y quedó satisfecha con el resultado. Era de suponer que a Torrie le habrían gustado tanto como a su tía. —Lo siento, Grace, engullo como si llevase días sin comer. No significa que no aprecie tu comida, sino al contrario. —No pasa nada, Tor… —Grace se interrumpió, pero ya era tarde. Los ojos de Connie relucieron ante la mención a Torrie. «Mierda, no quiero hablar de Torrie.» —Sí, las dos comemos como si fuera nuestra última cena —afirmó Connie. Grace trató de imaginarse a Connie de joven. Seguramente se habría parecido mucho a Torrie, con sus ojos azules, los hermosos rasgos cincelados y sus formas robustas. Sin embargo, no se imaginaba a Connie como una joven Casa- nova, corriendo detrás de las mujeres para seducirlas sin contemplaciones como hacía Torrie. Connie se veía con la cabeza en su sitio, madura y todo eso, pero al fin y al cabo la edad tendía a moderar el comportamiento. Quizá Torrie también maduraría en los
próximos veinte años. O quizá no. —Mi sobrina Torrie y yo somos muy parecidas, ¿sabes? Más de lo que ella cree. —Connie pareció sumirse en sus recuerdos y Grace rezó para que cambiara de tema—. ¿Llegaste a conocer bien a Torrie en el torneo? Me contaste que la habías visto, pero… «Mierda.» —No, bien no. «Mentirosa. Tan bien llegaste a conocerla que casi te acostaste con ella.» —Es una pena, querida. Es una joven notable. Más viva que el hambre y llena de energía. —Connie frunció el ceño ligeramente y observó a Grace con detenimiento—. Quizá demasiado, a veces. Me da la impresión de que tú eres mucho más seria que ella. Seguramente no tendréis demasiadas cosas en común como para haceros amigas. —Bueno, tampoco es que yo… —No, no, es algo bueno. A Torrie le convendría ser un poco más seria de vez en cuando. —Connie agitó la mano, quitándole importancia, y cubrió su preocupación con una carcajada—. Todavía es joven. Grace entendía perfectamente lo que Connie no decía: que Torrie era una bala perdida y actuaba como si no le importase nada. Era cierto, pero Grace no podía negar que había vislumbrado un lado mucho más profundo en Torrie: su sensibilidad y vulnerabilidad e indefinible necesidad. Eran cosas que no mostraba a los demás y que quizá ni ella misma supiera que existían, pero el caso es que estaban allí, en sus ojos, en el timbre de su voz, en sus caricias y, sin duda alguna, en sus besos. «Ay, Dios, ¡cómo besa! Tierna y apasionada. Besa como una amante entregada, no como una seductora desalmada.» —¿Lleva demasiado ajo? —le preguntó Connie, preocupada—. Pareces acalorada. —Ah —exclamó Grace, dando un sorbo de vino para refrescarse—. No, estoy bien. —Te cayó bien Torrie, ¿verdad? Grace trató de esbozar una sonrisa tranquilizadora. —Sí, Connie. Me cayó genial.
El alivio suavizó de inmediato la expresión de Connie. —Menos mal. Porque va a venir de visita una temporada a partir de mañana. A Grace se le cayó el tenedor en el plato, con un sonoro clanc. Grace estaba más que irritada, directamente cabreada y nada de lo que Trish le decía por teléfono iba a tranquilizarla. —Me ha seguido, Trish. —¿Por qué narices iba a seguirte? —Pues a lo mejor para terminar lo que empezamos, yo que sé. ¿Tan mal se le daba a Torrie encajar los rechazos que no abandonaba hasta conseguir lo que quería? Trish dejó escapar un suspiro de frustración. —Mira, Gracie. Ya sé que estás buena y tal, pero en serio, Torrie podría tener a cualquier mujer que quisiera. —Gracias por el voto de confianza. Trish soltó una carcajada. —Vale, ha sonado mal. Pero tú ya me entiendes. A no ser que… —¿A no ser que qué? Trish se alborotó. —¡A no ser que esté locamente enamorada y no pueda vivir sin ti! Grace no estaba segura de sí Trish estaba de broma, pero esperaba que así fuera. —Trish, ¿te has metido algo? —Ojalá. ¿Por? —Porque o te estás quedando conmigo o se te ha ido la olla. Torrie Cannon no está enamorada de mí. No. Torrie había dejado claro lo que quería de Grace y no era cabalgar juntas hacia el atardecer, cosa que a Grace ya le parecía bien. Al fin y al cabo, Aly le había enseñado que lo de los atardeceres y los finales felices no eran más que chorradas. —Vale, vale. Puede que Torrie no sea de las que se enamoran. «¿Puede? Quiero hacerte el amor, no casarme contigo.» Trish soltó una risita al teléfono; era obvio que se lo estaba pasando pipa con aquella conversación. —A lo mejor si le das lo que quiere te dejará en paz. Grace tenía las mejillas encendidas, así que se alegraba de que Trish no
pudiera verla. —¿Has sabido algo de Catie desde que te fuiste? Se produjo un largo silencio, pero Grace aguardó pacientemente la respuesta. —Quizá —admitió Trish al final. —¿Qué significa eso exactamente? —Nos hemos escrito un par de correos electrónicos, eso es todo. Grace se sonrió. —Mmm, ya veo. ¿Y vais a quedar o algo o sencillamente os escribiréis ñoñerías la una a la otra? —No va a pasar nada entre Catie y yo, Grace. Lo que pasó hace años es como prehistoria para nosotras. —¿Cómo puedes estar tan segura? —Porque no es mi tipo, ya ves. Grace no quería zanjar el tema todavía. Se moría por preguntarle si se plantearía tener otra aventura lésbica, pero esta vez un poco más seria. No obstante, Grace sabía que era mejor dejar la conversación para cuando pudieran hablar en persona, sobre todo si podía ser después de un par o tres de copas de vino. En el fondo estaba convencida de que Trish no estaba tan cerrada en banda respecto a Catie como quería dar a entender, que tan sólo se trataba de un mecanismo de defensa hasta que fuera capaz de poner en orden sus sentimientos. Por otro lado, Grace era consciente de que no era la persona más indicada para señalar a nadie. ¿Y si su tozudez al rechazar a Torrie también era para evitar unos sentimientos más profundos? «¿Qué me asusta tanto de estar con ella?» —Ay, joder, Trish. —Grace temía volver a tener a Torrie frente a frente, porque no tenía una idea clara de lo que diría o cómo se sentiría—. Tener a Torrie aquí lo complica todo, sólo es eso. Sólo quiero que todo el mundo me deje en paz. —Así sería todo más fácil, ¿verdad? —Sí que lo sería. —Grace, ¿por qué no admites que sientes algo por ella? ¿Por qué no le das una oportunidad y ya veremos lo que pasa? —No —respondió Grace enfáticamente, tratando de separar al grano de
la paja en sus pensamientos. Sabía perfectamente lo que pasaría. Lo pasarían de muerte en la cama y luego Torrie desaparecería con el viento, en busca de pastos más verdes, mientras Grace se quedaba otra vez como al principio: sola y en busca de algo con sentido. Aún peor: se sentiría más unida a Torrie y, cuando esta se marchara, aún le resultaría más doloroso. —Vale, de acuerdo —le dijo Trish—. Ya lo has dejado claro, no quieres nada con ella. Torrie lo respetará, Grace. —Eso espero. —Seguro que sí —rió Trish—. Y si no lo respeta, dile a su tía que le dé una azotaina. Grace rió al imaginarse la escena. —Pues me apuesto lo que quieras a que Connie lo haría. —Torrie, cariño, ¿estás bien? Estás blanca como el papel. Torrie se secó el sudor de la cara con el dorso de la mano. —Estoy bien, tía Connie. Sólo es que no estoy acostumbrada a correr últimamente. Torrie luchaba por recuperar el aliento, pero no sólo por el footing. «¡Joder!» La figura que había visto hacía pocos minutos en la playa, paseando a un enorme perro castaño a pocos metros de ella, no podía ser Grace. Aun así, la melena rubia y aquel culito tan dulce le resultaban asombrosamente familiares y la visión—o mejor dicho, el deseo—la había dejado sin aire, como si la hubieran golpeado. Deseaba que fuera Grace, pero la idea la horrorizaba, así que Torrie había sido una cobarde y había dado media vuelta para volver corriendo a casa de su tía, como el día en que, a los siete años, su mejor amiga la había dejado tirada por la niña nueva del barrio. Torrie había decidido no mencionar a Grace delante de su tía. Al fin y al cabo, ¿qué iba a decir? «Oh, por cierto, tía Connie, conocí a una mujer. A lo mejor la recuerdas de verla en Sheridan Island hace unos años… ya sabes, la chef rubia que está para mojar pan. Bueno, la semana pasada puso mi mundo patas arriba y ahora no puedo quitármela de la cabeza. La pena es que no me desea. O al menos eso dice.»
Mientras estaba en la ducha, Torrie se convenció de que la vista le había jugado una mala pasada. Pensaba en Grace muy a menudo y todavía la deseaba locamente, así que no era extraño que creyera verla en cada esquina. Seguramente había sido cosa de su imaginación. —Torrie, cielo, tienes que hacerme un favor —le dijo su tía Connie cuando salió del baño. —Claro, ¿de qué se trata? —preguntó Torrie. No tenía nada que hacer y agradecía que su tía le encomendara tareas. —Quiero invitar a cenar a una amiga mía, para que la conozcas. Torrie estuvo a punto de echarse a reír a carcajadas. —¿Quieres decir que vamos a tener que cocinar? Por amor de Dios, su tía había perdido la cabeza. Tía Connie no había aprendido a cocinar en la vida y Torrie a duras penas sabía freírse un huevo con beicon. Sin embargo, tía Connie apenas parecía preocupada. Sacó un plato del fregadero y se puso a secarlo. —Pues sí, eso había pensado. Seguro que entre las dos podremos preparar algo, pequeña. Torrie se encogió de hombros. Impresionar a la amiga de su tía con sus cuestionables habilidades culinarias era el menor de sus problemas. Se conformaba con no intoxicar a nadie. —Si tú te atreves, yo me atrevo, pero piensa que a lo mejor es el final de una amistad de muchos años. —No creo. Es fácil de complacer. Al menos deberíamos ser capaces de darle conversación. —Esa parte será más fácil. —Bien. ¿Por qué no vas y la invitas a venir mañana por la noche? —¿No la puedes llamar por teléfono? —Vive sólo a tres casas, en el cottage de los Wilson. —Tía Connie cabeceó en gesto de desaprobación—. Los jóvenes enseguida queréis coger el teléfono o hacer eso de… como se llame, lo de escribir en el móvil. Torrie puso los ojos en blanco. —Se llama enviar sms, tía Connie. —Lo que sea. No puede remplazar el contacto personal. —Vale, vale. Iré a preguntarle. ¿Cómo dices que se llama?
Connie sonrió con satisfacción. —Pero, Torrie, ya la conoces. —¿Ah, sí? Si no he visto a nadie conocido desde que llegué ayer. —La conociste la semana pasada en Hartford. El miedo se apoderó de ella, afilado y fulminante, igual que cuando sabía que había dado un mal golpe en cuanto la pelota se despegaba del palo. «Oh, no. Grace no. No puede ser. Grace no puede estar aquí. No es posible que sea amiga de la tía Connie, ni hablar. Esto no está pasando: no pienso arrastrarme a…» —Torrie, cariño. Parece que acabe de decirte que Papá Noel no existe o algo así. —¿Grace Wellwood está en la isla? —Torrie a duras penas reconocía su propia voz. —¿No sabías que pasaba el verano aquí? Torrie negó con la cabeza. Se sentía estúpida, más bien engañada. ¿Por qué no lo había mencionado Grace? Ahora bien, ninguna de las dos había hablado de sus planes de futuro inmediatos, porque no había surgido el tema. Sin embargo, lo importante en aquel momento era que su tía la miraba con expectación y algo de preocupación. Torrie se apoyó en el mármol de la cocina, porque temía que le fallaran las piernas. Mierda, ¿de verdad su tía creía que Grace y ella podrían sentarse a la mesa frente a frente y pasar la velada como si no hubiera pasado nada? ¿Que serían capaces de mantener una conversación inofensiva como dos desconocidas educadas que hubieran coincidido? ¿Que podrían olvidar tan fácilmente la ardiente atracción entre ellas que a punto había estado de llevarlas a la cama o, al menos, al suelo de la habitación de la suite de Torrie en alguna postura comprometida? Al menos ella, no podía olvidar todo aquello ni tampoco el modo en que la mirada de Grace se había encendido de deseo en contraposición a sus palabras de rechazo. —Yo, eh… Maldita sea, ¿cómo iba a librarse de aquello? Tía Connie empezaba a perder la paciencia y se llevó las manos a las
caderas, con los brazos en jarras. —¿Qué os pasa a vosotras dos? —¿Eh? —En menos que canta un gallo, Torrie había quedado reducida a una niña de primaria avergonzada, que sólo era capaz de musitar respuestas monosilábicas. —¿Dónde están tus modales? Grace es una mujer muy agradable. Seguro que en el torneo coincidiste con ella lo bastante para darte cuenta de eso. —Yo… bueno… no llegamos a… —¿No te cae mal, verdad? —En el tono de su tía quedaba implícito que sólo había una respuesta sensata a su pregunta. —Claro que no me cae mal. —Bien. Entonces, ve a pedirle que cene con nosotras, por favor. Hace un par de días que no la veo y he pensado que no estaría mal que dos conocidas como vosotras se volvieran a encontrar. «Ah, sí, “conocidas”. Eso es lo que somos, claro.» —Muy bien. Entonces ve. Cuando vuelvas nos sentamos y a ver qué se nos ocurre para hacer de cena. «Dios mío.» Torrie se llevó la mano a la frente. De repente le había entrado un dolor de cabeza terrible. Iba a ser un desastre, pero tía Connie estaba empeñada y, si Torrie se ponía tozuda con ella, sólo conseguiría verse obligada a darle largas y discutibles explicaciones. Suspiró, resignada. —De acuerdo. Vuelvo enseguida. Torrie se tomó su tiempo, sin acabar de creerse su mala suerte. Primero, porque Grace estuviera en la misma isla que ella y, segundo, porque su tía se hubiera hecho amiga de la mujer que había logrado que se le pusiera el corazón en un puño cada vez que pensaba en ella. Si los sentimientos hubieran sido correspondidos, habría sido una suerte extraordinaria, pero Torrie había fastidiado todas sus opciones en Hartford, cuando prácticamente se le había lanzado al cuello y, envalentonada, había sugerido ciertas cosas físicamente agradables y placenteras que, pese a todo, no eran lo que quería Grace. Al menos no con Torrie. Grace se había mostrado esquiva desde el principio y Torrie había sido estúpida y egoísta al ignorar todas las señales de advertencia.
Llamó a la puerta débilmente, con la esperanza de que Grace no le abriera o de que, si lo hacía, al menos no le cerrara de un portazo en las narices. El corazón le iba a cien por hora y le pitaban los oídos. Tuvo que echar mano de toda su voluntad para no darse media vuelta y echar a correr otra vez. Aquello era mucho peor que una muerte súbita en las eliminatorias de un campeonato, en el que tenía que decidir su destino con un solo golpe maestro. La puerta mosquitera de marco de madera se abrió con un crujido, y Grace apareció delante de ella y la miró con expresión expectante, aunque no sorprendida. Era obvio que ya sabía que Torrie estaba en la isla y que acabaría plantándose en su puerta tarde o temprano. —Torrie, si has venido para… —No. —Torrie quiso acercarse un poco, pero Grace no insinuó invitación alguna al respecto—. Me envía mi tía Connie. Grace esbozó una sonrisa burlona. —¿Tu tía te ha hecho venir a la isla y luego te ha mandado venir a mi casa? —No. Quiero decir… sí. —Torrie negó con la cabeza, impotente. A veces Grace la confundía de una manera terrible, hasta hacerla olvidarse de sí misma. —Supongo que también habrá sido culpa suya que la semana pasada intentaras seducirme. Torrie no reaccionó ante su insolencia, ya que la mordacidad de Grace la había cogido por sorpresa. Quiso responder a la pulla con otra: recordarle que había sido ella la que acudió a su habitación la última noche y que le había devuelto el beso con la misma pasión con que Torrie lo había iniciado. —No he venido por nosotras. Grace se apoyó en el marco despintado y ajado de la puerta. —Me extraña que estés en la isla para empezar, Torrie. ¿Me has seguido hasta aquí? —No, no te he seguido —Torrie escupió las palabras a medida que se sulfuraba—. No necesito perseguir mujeres de una punta a otra del país. —Oh, perdóname por olvidar que las mujeres suelen derretirse y caer
rendidas a tus pies con una sola mirada tuya. «Muy bien, ahora se está pasando.» —Me extraña que seas capaz de reconocer la sensación, Grace. Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Grace se envaró visiblemente y le tembló la barbilla un poco, mientras le latía la vena del cuello. —¿De modo que así van a ser las cosas entre tú y yo? —le preguntó en voz queda. Su actitud de antes se había desvanecido y no había ni rastro de desafío en la pregunta. Indecisa, Torrie avanzó un paso y le tocó el brazo desnudo a Grace con la yema de un dedo, luego con dos y, finalmente, le cogió la muñeca sin apretársela demasiado. —No —dijo con voz roca por la emoción—. No, así no. —Entonces, ¿cómo? Torrie atravesó el umbral y Grace se apartó para dejarla pasar, sin pronunciar palabra. Torrie echó un vistazo rápido, comprobó que Grace estaba sola y la inundaron un montón de preguntas. Ni siquiera sabía cómo o por dónde empezar. —No lo sé, Grace. No tenía ni idea de que estabas pasando el verano aquí. Si lo hubiera sabido, yo… —¿No habrías venido? —completó Grace. Torrie se encogió de hombros, sin saber qué otra cosa hacer. ¿Se habría mantenido alejada de haberlo sabido? ¿Acaso importaba ya? —¿Mi tía te dijo que estaba aquí? —Hace un par de días me comentó que ibas a venir. —¿Por qué no me dijiste la semana pasada que conocías a mi tía y que estabas aquí? —Lo siento, Torrie. No pensé que tuviera importancia, porque no esperaba volver a verte. —¿Sigues enfadada conmigo? —quiso saber Torrie. Todavía no comprendía por qué Grace se había disgustado con ella, sólo sabía que lo estaba. Aquella última noche, Grace había salido de la habitación hecha una furia y todavía estaba cabreada y se comportaba como si Torrie la hubiera ofendido de la peor manera posible sólo por querer ligar con ella.
«Sí, quería acostarme contigo aquella noche, Grace. Pero no de la manera que tú crees. No habría sido un rollo de una noche. No habrías sido como las demás.» Grace se dirigió a un sofá de piel gastado y de aspecto cómodo y se dejó caer sobre él. Torrie la siguió y se sentó frente a ella, a sabiendas de que no iba a ser capaz de encontrar las palabras que buscaba. —No estoy enfadada, Torrie. Sólo quiero que entiendas que hablaba en serio cuando la semana pasada te dije que no quería involucrarme con nadie. Con mucho esfuerzo, Torrie logró que no se notara cuánto la exasperaba aquello. No hacía ninguna falta que Grace la tratara como a una cría a la que había que repetirle las cosas mil veces. —Oye, sé que no quieres tener nada que ver conmigo, ¿vale? Ya me lo dejaste muy claro. —No, eso no es justo, Torrie. Nunca he dicho que no quisiera tener nada que ver conmigo. —Pues cualquiera diría. No es que me dejaras tu tarjeta cuando te fuiste, precisamente —se indignó Torrie, cuya voz reflejaba ya su creciente enfado. No estaba acostumbrada a que las mujeres la mandaran a freír espárragos y mucho menos una que, para variar, le había importado de verdad—. No creo que a tía Connie le guste que nos comportemos como si nos odiáramos delante de ella. Grace la miró con dureza. —¿Eso es lo que crees? ¿Qué te odio? —No sé qué pensar —respondió Torrie, un poco más calmada—. Yo creía que nos entendíamos bastante bien. Que habíamos conectado, ¿sabes? Que nos gustábamos. Grace tenía un aspecto fresco y joven, con la piel bronceada, el cabello dorado cogido en una cola de caballo, una camiseta holgada y pantalones cortos de exploradora, que le daban un aire adolescente. Sin embargo, parecía nerviosa e insegura, rígida bajo la ropa. Torrie se dijo que aquella contradicción era muy típica de ella, que no hacía más que esconder a la verdadera Grace Wellwood tras señales mezcladas. —Era más que eso, ¿no te parece? —le preguntó Grace en voz baja. La miraba de una manera tan arrebatadora, abierta y sincera que Torrie
se inclinó un poco más hacia ella, deseosa de rodearla con sus brazos, suplicarle otra oportunidad y decirle que no había dejado de pensar en ella ni un solo momento del día y que si había venido a la isla no era sólo para recuperarse de su lesión, sino también para lograr quitársela de la cabeza a ella. Al final tuvo que desviar la mirada y fijarla en el mar, que se veía a lo lejos a través de los enormes ventanales que corrían desde el suelo hasta el techo de la parte trasera de la casa. —Claro que era más que eso —admitió Torrie a regañadientes, porque no quería arriesgarse a perder nada más. Grace ya la había rechazado demasiadas veces. —Torrie… Yo no podía… Acostarme contigo no habría estado bien para mí. —No tienes que darme explicaciones —la cortó Torrie, con algo más de aspereza de lo que había pretendido—. Ya me dejaste claro que no querías nada conmigo sexual- mente, o que…. —Torrie… —No, no pasa nada, Grace. Yo no te atraigo. No quieres tener ningún tipo de relación conmigo. Me parece bien, ¿vale? No tenía la menor intención de que se le notara que, en realidad, no le parecía bien, y mucho menos que todavía deseaba a Grace. Torrie se puso en pie de golpe. —No voy a molestarte, Grace, te doy mi palabra. Mi tía Connie, por otra parte… me ha pedido que viniera y te invitara a cenar con nosotras mañana por la noche. —Qué amable por su parte. —Me aseguraré de no estar presente. —Oye, Torrie, no hace falta. Torrie se plantó en la puerta en cinco zancadas. —A Connie le caes muy bien, Grace. No quiero interferir en vuestra amistad. Le diré que… —No, no vas a decirle nada. —Grace saltó tras ella y le cogió la mano. El contacto le arrancó una sacudida, como una corriente eléctrica, que le recorrió el brazo hasta el pecho. —Se ofendería y se molestaría, Torrie. No hay ninguna necesidad de
hacerle eso. Podemos… ya sabes, sencillamente… —Yo no sé si puedo, Grace. —Torrie se soltó de ella. Grace pareció compungida, como si Torrie la hubiera abofeteado. —Quieres decir que… Torrie, por favor… —Mira, lo intentaré, ¿vale? —De acuerdo —Grace asintió con alivio—. Hasta mañana por la noche. Grace se sintió muy complacida por el evidente y doloroso esfuerzo que habían hecho Connie y Torrie con la cena. El pastel de carne estaba más que pasable y las patatas gratinadas tenían perejil fresco y todo. Les volvió a dar las gracias, apartó su plato y alzó su copa de Chardonnay para hacer un brindis. Connie estaba encantada, mientras que Torrie se había limitado a ser educada y mantener las formas durante la cena y nada más. Torrie sirvió café para todas en el porche delantero y luego volvió a la cocina para buscar el azúcar y, de nuevo, a por la leche. Estaba claro que buscaba cualquier pretexto para escapar. Volvió a escabullirse cuando sonó el teléfono y Connie puso los ojos en blanco. Debía de notar que se había perdido algo, pero no hizo ningún comentario. Grace charló más de lo habitual, para tratar de disimular la tensión, pero sabía que no engañaba a Connie. Cuando por fin regresó Torrie y se sentó en el columpio de dos plazas junto a Connie, su tía le dio unas palmaditas cariñosas en la rodilla. —¿Sabes? Tenía la esperanza de que vosotras dos llegarais a conoceros mejor. Torrie y Grace compartieron una mirada fugaz en la penumbra. —Voy a irme un par de semanas al continente. —¿Va todo bien? —se preocupó Torrie. —Claro que sí, cariño. —Connie le dio otra palmadita—. Voy a pasar unos días con mis amigas Hilary y Jane. Te acuerdas de ellas, ¿verdad? —Sí, pero tenía entendido que eran ellas las que venían a pasar unos días a la isla contigo. Normalmente haría falta una grúa y una docena de leñadores para sacarte de aquí en verano. Connie se echó a reír. —¿Quién dice que un perro viejo no puede aprender trucos nuevos?
Además, me han prometido diversión de toda clase: excursiones durante el día y partidas de cartas durante las noches. Puede que incluso algo de poker. —¡Ohh! —bromeó Grace, agitando los dedos—. Pero que no te convenzan para jugar al strip poker, Connie. —Ah, parece que hablas por experiencia —repuso Connie con un guiño travieso. Grace sabía que Torrie la estaba mirando y se ruborizó al recordar su beso de fuego y cómo le habían temblado las piernas bajo sus caricias. Carraspeó y forzó una sonrisa. —Una dama no habla de cuándo se desnuda. Tú acuérdate de eso. Todas rieron, Torrie incluida. —Prometo no revelar nada del tiempo que pase fuera —afirmó Connie. —No tendrás un lío con nadie, ¿eh? —preguntó Torrie en tono jocoso —. ¿Tienes a alguna amiguita secreta de la que no nos hayas hablado? Connie le dio una palmada en la pierna. —Creo que con una fiestera en la familia ya tenemos bastante. Torrie pareció azorada y Grace no pudo resistirse a pincharla un poco. —Tú no tendrías sólo a una amiguita escondida, sino a un buen puñado, ¿eh, Torrie? —la retó, con la ceja levantada. Los ojos de Torrie recuperaron el brillo que Grace recordaba. Era la mirada de la vieja Torrie, juguetona y bromista, que Grace encontraba irresistible. —Parece que Mamá Oca sabe mucho del tema. —Torrie le devolvió la mirada, enarcó las cejas y luego entrecerró los ojos, acusadora—. A lo mejor eres tú la que sale con alguna preciosidad en secreto. Grace contuvo la respiración de manera inconsciente, ya que Torrie, sin saberlo, le había asestado un golpe mortal y el dolor era insoportable. La vergüenza y la culpabilidad se adueñaron de ella y se encogió en su butaca de mimbre. «Sí, yo era “la otra”. Sí, fui egoísta y estúpida. Y sí, he sido una idiota.» Deseó que se la tragara la tierra y así poder olvidar el peor error que había cometido en la vida. ¿Qué pensarían de ella Torrie y Connie si lo
supieran? Torrie hizo ademán de levantarse y acudir a su lado. Se la veía avergonzada y preocupada y significaba mucho para Grace que no pretendiera juzgarla. —La verdad es que estaría bien que tuvieras alguna tórrida aventurilla de tanto en tanto, tía Connie —la rescató Torrie, al redirigir la conversación hacia Connie. —Bueno, a lo mejor conozco a alguien. Nunca se sabe. —Connie le sonrió con entusiasmo, animada de inmediato por la esperanza juvenil que sólo el romance es capaz de despertar—. De todas maneras, estaría bien que las dos pudierais haceros compañía mientras no estoy. Seguramente sois las únicas mujeres jóvenes y solteras de la isla. Grace no podía negarlo: las mujeres de la isla eran o mucho mayores que ella o estaban casadas y tenían un montón de hijos. —Tienes razón. No es exactamente un refugio para jóvenes lesbianas núbiles, ¿verdad que no? Menos mal que no estoy en el mercado. Connie rió y miró a Grace con expresión soñadora. —Ay, si buscaras a una bollera vieja y ajada… ¡En eso sí podría ayudarte! Tanto Grace como Torrie estallaron en carcajadas. Final-mente, Grace alargó el brazo y le cogió las manos a Connie. —Connie, si buscara alguna cosa, tú serías la primera persona a la que me acercaría. Connie negó con la cabeza, para dar a entender que no creía ni una sola palabra. —Sería una suerte, jovencita, y sin duda eres demasiado amable para esta vieja cínica. Pero… —la mirada de Connie era amable, pero también estaba llena de tristeza— siento oír que no estás en el mercado, Grace. Y no lo digo sólo por mí, créeme. Eres demasiado buena como para desperdiciar el tiempo estando sola. —Connie se volvió hacia Torrie y su tono cambió un poco—. ¿No te parece, Torrie? —Yo… claro. ¿Pero por qué a mí nunca me dices esas cosas tan bonitas? —Torrie trató de mostrarse ofendida, lo cual sólo hizo que su tía frunciera más el ceño. —Lo haría si pasaras algo de tiempo sola.
—¡Eh! Ahora estoy sola —protestó Torrie—. Y deja que te diga que estos dos últimos meses he sido una santa. —Ohh —se burló Connie—. Eso debe ser todo un récord para ti. Grace se lo estaba pasando en grande viéndolas interactuar. Habían pulido sus roles a la perfección con el paso de los años, pero Grace decidió que tía y sobrina se parecían muchísimo. «Seguro que cuando Torrie era adolescente tenían unas riñas de órdago.» —Ya sabes que los récords no significan nada para mí, tía Connie. Connie soltó una sonora carcajada. —Claro que no. ¿Cuántos récords de golf tienes? Torrie se encogió de hombros. —No lo sé. Dos o tres, quizá. —Mmm, veamos. El del menor número de golpes hecho por una mujer en el Circuito, tanto en una ronda de dieciocho hoyos como en un torneo. También el de mayor número de victorias en un año. Está el de mayor número de veces seguidas que has pasado el corte en un torneo. ¿Qué más…? La golfista que más dinero ha ganado en un año… —Vale, vale —la interrumpió Torrie, sonriendo como una boba, y le dio un beso en la mejilla a Connie—. Tú no te olvidas de nada, ¿eh? —Exacto, no lo olvides tú. Alguien tiene que ponerte firme de vez en cuando. —Connie le guiñó el ojo a Grace—. Y mientras no estoy, espero que seas tú, Grace. —¿Yo? —preguntó Grace, a quien la bola curva lanzada por Connie había cogido a contrapié. —No temas, lo harás bien. Torrie la miró con resignación y se encogió de hombros. Incrédula, Grace le devolvió la mirada. Connie era mucho más astuta y sagaz de lo que ninguna de las dos habría predicho. Connie bostezó, se levantó del asiento lentamente y se estiró con cautela. —Sé que todavía es temprano, pero esta vieja gruñona se va a dormir. Torrie, ¿verdad que acompañarás a Grace a su casa? —No hace falta, de verdad —intervino Grace.
—No, insisto. O, mejor dicho, Torrie insiste, ¿eh, Torrie? —Por supuesto. Vamos, Grace, te acompaño a casa. El corto paseo hasta la casa de campo de Trish transcurrió en silencio. Grace todavía estaba muy asombrada por las sibilinas artes de Connie, tenía que reconocérselo: sabía cómo hacer llegar su mensaje y lograr lo que se proponía. Cuando se acercaban a la entrada empedrada de la casita, Grace miró a Torrie por el rabillo del ojo. —Torrie, ¿crees que tu tía sabe lo nuestro? —¿Qué hay que saber? —Bueno, ya sabes… «Muy bien, así que quieres jugar a ese juego, ¿no? Quieres que te recuerde que me pusiste contra la puerta y te restregaste contra mí hasta hacerme chorrear más que ese hermoso océano que tenemos delante, mientras tus besos me volvían loca y, durante unos segundos deliciosos, me hiciste olvidarme de todo lo demás. Quieres que te recuerde que estuve a punto de correrme allí mismo, contra ti, y que grité porque quería más y porque el único lugar donde quería estar era entre tus brazos, mientras me hacías todo lo que me estabas haciendo.» Grace tragó saliva, sofocada por la brisa excesivamente cálida de junio. Torrie la contemplaba, a la espera. «Pues yo no pienso jugar al juego de recordar, Torrie. No voy a decirte lo que sentí de verdad esa noche y lo mucho que te deseaba.» Imperturbable, metió la llave en la cerradura. —Me da la impresión de que quiere liarnos, eso es todo. —Connie está preocupada, nada más. También es un poco jaranera, me temo. Grace hizo girar la llave y abrió la puerta, pero no hizo ademán de entrar. —¿Preocupada? —Por ti. Por mí. Lo único que quiere es que todo el mundo sea feliz y que todo tenga su lugar, supongo. Nada más. Así que Connie era una optimista auténtica. Una romántica de corazón, no la cascarrabias que a veces fingía ser. —Tu tía es muy dulce, Torrie. Vale un imperio.
—Sí, yo también lo creo. —¿Te apetece entrar a tomar algo? —No, gracias. Grace se sorprendió un poco, ya que no esperaba que Torrie declinara. —Torrie. Grace se volvió hacia ella. Tan sólo unos pocos centímetros separaban sus cuerpos, y olía el sol y la brisa marina en la piel de Torrie, así como su champú y el olor a detergente con aroma de lavanda de su ropa. Aunque la amistad entre ellas había empezado a florecer, todavía había emociones enterradas que les hacían daño y a las que debían enfrentarse. Tomó aire antes de hablar. —Realmente, tengo que pedirte perdón. —Grace, no tienes que… —No, sí que tengo. Siento haberte hecho daño. Grace era consciente de que había sido injusta con Torrie, dejándola plantada y luego menospreciándola por su cuasi desliz. También había sido culpa suya: no había pretendido comportarse como una zorra, provocarla y luego dejarla tirada sin darle una explicación. Lo único que sucedía era que no sabía cómo explicarse para que Torrie la entendiera. —Grace, tú no… —Sí lo hice. Te hice daño, Torrie, y ojalá pudiera volver atrás. Grace inspiró hondo, de manera entrecortada y, antes de darse cuenta, Torrie la había rodeado con los brazos y la estrechaba contra su pecho con firmeza. Torrie le hundió el rostro en el hombro y Grace se relajó en el abrazo. Era tan agradable sentir cómo la abrazaban y la querían de aquella manera, como si la protegieran, que se quedó sin aliento. El abrazo duró unos minutos, hasta que Torrie se apartó de ella con delicadeza. Gracias al cielo, no hubo incomodidad ni tensión sexual, la sensación de un beso inminente o caricias errantes. Torrie esbozó una sonrisa postrera que tenía más de humilde que de pagada de sí misma. —Hasta otra, Grace. Grace se quedó apoyada pesadamente contra la puerta y observó a Torrie marcharse por el sendero hasta desaparecer en la oscuridad. Justo cuando creía entenderla, Torrie hacía algo que la desconcertaba
completamente, ponía su mundo cabeza abajo, renovaba su respeto por ella y hacía que le gustara todavía más. Torrie Cannon era una joven muy especial. De eso no le cabía la menor duda.
10 Capítulo
EN honor a su reputación de organizadora perfecta, Connie tenía el equipaje preparado y a punto en el pasillo, aunque todavía faltaban horas para que se marchara al continente. Torrie la encontró en el porche trasero, haciendo un bosquejo al carboncillo. La imagen de Connie con sus largos y nudosos dedos ante un lienzo con un pincel, un carboncillo o una brocha era algo que siempre la acompañaría y se quedó a contemplarla mientras recordaba las innumerables veces que había visto a su tía en la misma postura. —Eh —la llamó finalmente. Tras ella, la puerta mosquitera dio un portazo y su tía se sobresaltó—. Perdón. Su tía Connie le sonrió fugazmente y volvió a poner su atención en el enorme bloc de dibujo que tenía en el caballete. Torrie la siguió con la mirada, mientras Connie esbozaba con trazos negros y gruesos a una mujer caminando por la playa, con un palo en la mano y un perro enorme a su lado, que miraba con atención a su ama. El bosquejo conectó con Torrie de inmediato: la del lienzo era Grace, con el pelo suelto sobre los hombros y una expresión de puro placer en el rostro. La figura llevaba los pantalones arremangados hasta las rodillas y caminaba descalza sobre la arena mojada, mientras la espuma de las olas lamía la orilla a pocos centímetros. La atención al detalle era magnífica y Torrie inspiró hondo. —Es precioso, tía Connie. —Es una modelo preciosa para trabajar. Lo hace fácil. Torrie era incapaz de apartar los ojos del esbozo. Grace se veía joven, despreocupada y feliz, justo como Torrie se la imaginaba estando enamorada. —Te gusta mucho, ¿verdad? —le preguntó, sin despegar los ojos del lienzo. —Sí, me gusta. ¿Por qué a ti no, Torrie?
Por un momento, Torrie no se atrevió a mirar a su tía, porque temía revelar sus sentimientos no correspondidos. Sin embargo, tía Connie había dejado el carboncillo a un lado, se había puesto cómoda en la butaca de mimbre y la observaba con atención. Torrie se dejó caer pesadamente en la butaca de al lado. —Sí me gusta, tía Connie. Realmente, lo que quería era pedirle a su tía que dejara el tema y dejara de darle la tabarra con Grace. En definitiva, que dejara de intentar juntarlas. Grace tenía razón sobre las intenciones de alcahueta de tía Connie, pero, como no tenía ningún sentido, empezaba a cansarse de la situación. —No actúas como si te gustase. Más bien parece que las dos os soportáis y poco más. —Eso no es verdad. —Espero que no, porque le he dicho a Grace que mañana irías a cenar a su casa. No quiero que te mueras de hambre mientras no estoy. Y tampoco que te sientas sola. «Ay, Dios.» Ya era bastante duro vivir a pocas casas de distancia de Grace. Verse obligada a pasar tiempo con ella era más de lo que podía soportar. Era simplemente doloroso. El abrazo de la noche anterior había sido maravilloso: sus cuerpos encajaban a la perfección y Grace era tan suave y cálida entre sus brazos que Torrie tuvo que recordarse que no era más que un abrazo entre amigas y que no iba a pasar nada más. —Por favor, dime que estás de broma. —Claro que no. Grace estuvo encantada. Mucho más que tú. «Oh, por favor, ¿cuándo va a terminar esta pesadilla?» Su tía Connie desconocía el sentimiento de vacío e inutilidad que la invadía desde que había abandonado Hartford y que no tenía nada que ver con que Grace no la quisiera. El rechazo sexual sólo era una parte. Sobre todo, era porque al conocer a Grace se había dado cuenta del tipo de vida que llevaba, de cama en cama sin permitir que nadie le llegara al corazón y que nada la distrajera de su carrera y de lo que quería para el futuro. De alguna manera, había dejado que su alma muriera y, por aquella razón, una mujer como Grace nunca iba a querer estar con ella. Era el peor tipo de
rechazo. —Torrie, cariño, pareces disgustada. —Connie la estudió con preocupación—. ¿He dicho algo malo? —No, no —respondió Torrie, para que no se preocupara. Sin embargo, no sirvió de nada, porque lo único que quería era subirse al regazo de su tía como cuando era niña—. Lo siento, yo… —A Torrie se le rompió la voz. Ojalá Grace no la hiciera sentir tan débil y vulnerable. Tan asustada por primera vez en su vida. La tía Connie le cogió la mano y se la apretó con ternura. Escrutaba su rostro con mirada penetrante y, cuando le habló, fue como si diera una orden a una niña pequeña. —Mírame, Torrie. Despacio, Torrie la miró a los ojos. Empezaba a temblarle la barbilla. «¡Mierda!» —Oh, cariño. —Tía Connie se arrodilló enfrente de ella y le rodeó los hombros con los brazos con mucha fuerza. Torrie vaciló sólo un segundo, antes de dejarse abrazar—. No tenía ni idea. ¿Por qué no me dijiste que estabas enamorada de ella? Torrie sólo acertó a menear la cabeza, porque sabía que si abría la boca rompería a llorar. Estaba tan cerca del llanto que casi saboreaba las lágrimas en la garganta. La tía Connie le acarició la nuca cariñosamente y le susurró palabras tranquilizadoras. Torrie dejó que la consolara, como cuando era pequeña y tenía alguna pesadilla o se rascaba las rodillas al perseguir a sus traviesos hermanos por la isla. Quería a su tía por su capacidad de calmarla y consolarla, aunque a lo largo de su juventud hubiera sido una presencia firme, incluso autoritaria. La tía Connie esperaba mucho de los jóvenes, no era fácil de complacer y no permitía que se escogiera el camino fácil, pero al mismo tiempo siempre había derrochado premios y amor con sus sobrinos y sobrinas cuando se lo merecían. Estos se esforzaban por complacerla y la respetaban inmensamente. —¿Por qué es tan duro quererla, Torrie? Torrie, acurrucada aún en brazos de su tía, no pudo darle una respuesta sencilla. —Por muchas razones —dijo con voz ronca.
—Entonces, dime la más importante. —Ella no me quiere —croó Torrie. Al mismo tiempo, se dio cuenta de que era la primera vez que le contaba la verdad sobre Grace a alguien. —Ah, ya veo. —La tía Connie se apartó de Torrie y le tomó el rostro entre las manos endurecidas, con mucho cariño—. ¿Y eso por qué crees que es? Torrie no era ninguna experta en descifrar las complejidades del amor, pero se hacía una idea bastante clara de por qué Grace ni siquiera consideraba la posibilidad de tener una relación con ella. Los dos factores más importantes eran la juventud y la atrevida promiscuidad de Torrie, de aquello estaba segura, pero prefirió ponérselo fácil a su tía. —Creo que le entré demasiado fuerte al principio y supongo que la asusté. Tía Connie volvió a sentarse en su butaca. —Creíste que sería una chica más. —Sí. Me sentía muy atraída por ella. Mucho. Torrie aún recordaba las sorprendentes sensaciones que le atenazaron el estómago la primera vez que vio a Grace, cómo había empezado a morirse de ganas de verla sonreír y lo bien que había encajado Grace entre sus brazos cuando bailaron. El deseo que sentía por ella había crecido exponencialmente e, incluso en aquellos momentos, no había la menor esperanza para ella, pues su necesidad de Grace era como un muro de fuego que le abrasara la piel y le arrancara el aire de los pulmones. —Pero no era como las demás —prosiguió tía Connie por ella. —Ni de lejos. —¿Le has dicho a ella lo que sientes? —No —negó Torrie enfáticamente—. Y no voy a hacerlo. —¿Qué? —Tía Connie parecía estupefacta—. ¿Por qué no? —Ya te he dicho que no me quiere. —A lo mejor si supiera lo que sientes en realidad… —No, no serviría de nada, tía Connie. —Oh, Torrie. —La tía Connie alargó la mano y cogió la de Torrie con simpatía—. Nunca te habías enamorado antes, ¿verdad?
Torrie nunca había discutido su vida sentimental con su tía, pero sabía que tía Connie tenía una idea, si bien difusa, de su vida alocada y su reputación con las mujeres. Aunque tía Connie nunca había criticado su vida privada, por primera vez Torrie se planteaba que era una fracasada, porque nunca había tenido una relación seria antes. Dios, ¿qué le hacía pensar siquiera que Grace consideraría la posibilidad de salir con ella? Las triunfadoras como Grace no querían tener nada que ver con las perdedoras, y aquello era precisamente lo que era Torrie, independientemente de cuántos trofeos de golf tuviera en la estantería. Era una perdedora que no tenía ni idea de cómo amar a alguien, cómo tratar a una mujer más allá de la seducción y la conquista. —Grace nunca se interesaría por alguien como yo —dijo Torrie con voz sombría. La verdad de aquella afirmación reverberó a lo largo del paisaje de su alma como si fueran ondas de choque diminutas. —Ah, tonterías. —Tía Connie le apretó la mano para enfatizar sus palabras—. Eres una buena mujer, Torrie. Eres fuerte, inteligente y tienes un corazón de oro. ¿Recuerdas al niñito que vivía aquí, al final de la calle? —Sonrió al recordarlo—. Era un par de años menor que tú. ¿Cómo se llamaba? Torrie evocó al niño tímido y regordete y se preguntó adonde quería ir parar su tía. —Robbie no sé qué. —Ah, sí, Robbie Sommerset. Los otros niños siempre se metían con él, hasta que un día los amenazaste con darles una paliza si no lo dejaban en paz y luego te lo trajiste y les dijiste a tus hermanos que, si no eran sus amigos, también les pegarías a ellos. Torrie se echó a reír al recordar cómo las protestas de sus hermanos enmudecieron de repente cuando avanzó hacia ellos llena de furia imprevista. Hicieron exactamente lo que les había ordenado y al final Robbie Sommerset se lo pasó bien el resto del verano. —Grace sólo necesita más tiempo para llegar a conocerte, Torrie. No desperdicies esta oportunidad. No dejes escapar a esa mujer sin pelear. Y menos tú, que sabes cómo se pelea por las cosas. Torrie desvió la mirada hacia el mar, o lo que se insinuaba del océano
entre los pinos. No le daba miedo una buena pelea, pero no era tonta y, si no había posibilidades razonables de tener éxito, no le veía sentido a gastar energías físicas y emocionales. —No sé si quiero —contestó en voz baja. Sus palabras se perdieron en la brisa. El enorme labrador color chocolate de Grace casi atropelló a Torrie en la puerta. Lo más agresivo de él eran sus lametones y se comportaba como un cachorro gigantesco hambriento de las atenciones de Torrie. Ella no dudó en dedicárselas, ya que al hacerle caso al perro disponía de unos minutos extra para recuperar la compostura en presencia de Grace. Todavía no lograba sacarse de encima la sensación inútil de que había perdido algo significativo, que su mejor oportunidad con Grace había quedado atrás y que a lo máximo a lo que podía aspirar era a alcanzar una tregua amistosa. —Este es Remy, por cierto —dijo Grace. Torrie acarició con brío al animal, que no dejaba de saltar para que le hicieran caso, y le hizo cosquillas debajo de la barbilla. —Espero que tengas hambre —le dijo Grace por encima del hombro, mientras se dirigía a la cocina conceptual de diseño, descalza sobre el suelo de roble. —¿Estás de broma? —respondió Torrie, siguiéndola. —Claro, ¿en qué estaría pensando? Torrie siempre tenía hambre. Y no sólo de comida, como enseguida le recordó el culito prieto de Grace, con aquellos pantalones marineros Capri que llevaba puestos. Cada vez que se acercaba a ella sentía el tirón innegable del deseo, como en aquellos momentos. Su libido no atendía a razones. Grace sirvió dos copas de Cabernet Merlot. Torrie estaba impaciente por que el alcohol la ayudara a relajarse, porque no estaba segura de cómo serían las cosas entre las dos. Ambas necesitaban encontrar su camino y definir aquella nueva relación. Torrie no podía evitar sentirse como si entrara en el primer tee de un partido crucial, en el que el primer drive marcaría el tono y determinaría si iba a ser una ronda fácil o iba a tener que luchar por ella. Torrie dio un contemplativo sorbo de vino. Pese a la ansiedad que trataba de ocultar, estaba decidida a pasar la velada de buen humor. Lo
único que quería era que ambas se habituaran a la compañía de la otra de un modo agradable y se olvidaran de los pequeños muros que las separaban, aquellas cosas de las que, en realidad, no habían hablado. «Como, por ejemplo, por qué Grace no me da una oportunidad.» Miró a Grace y le sonrió. Mientras no esperara demasiado, podían pasarlo bien juntas. —¿Sabes, Grace? Contrariamente a lo que te haya contado mi tía, no me moriré de hambre mientras no esté. Grace, que estaba apoyada con la cadera contra la encimera de acero inoxidable de cinco quemadores, le devolvió la sonrisa. Era una sonrisa cordial, nada más, pero aun así Torrie notó cómo un escalofrío le recorría la espina dorsal. Su mayor deseo era que aquella sonrisa fuera una invitación, para olvidarse de la cena y… —Ya sé que no te morirás de hambre. Pero ¿no te parece que cenar sola es demasiado… no sé… solitario? —No lo había pensado, la verdad. Es decir, ¿no se trata de comer? Al menos para Torrie lo era, pero Grace la miró con el ceño fruncido. —Vamos a hacer una cosa. No vamos a dejar que la comida sea el centro de nuestra cena. —Umm. —Torrie dio un trago de vino para coger ánimos—. ¿Y qué más querrías hacer? Se le pasaron mil ideas por la cabeza pero, por desgracia, ninguna de ellas sería del agrado de Grace. Esta rió, se volvió y destapó la olla de hierro colado que hervía a fuego lento en la cocina. Torrie casi cayó de rodillas cuando le llegaron todos aquellos aromas divinos y le fueron directos al estómago. Ternera, cebollas y champiñones hervían en algún tipo de caldo espeso. Grace removió el delicioso mejunje y Torrie se acercó más para olerlo mejor. Se sentía como en el séptimo cielo. —Dios santo, ¿qué hay ahí dentro, Grace? —Ternera a la bourguignon. Añadió un poco más de vino tinto y removió. —Jesús, me entran ganas de tirarme ahí dentro. ¿Qué lleva? —Ternera, vino tinto, champiñones botón, cebollitas perla y ajo. Se sirve con fideos y un poco de perejil fresco. También tengo pan francés
crujiente para acompañar. Torrie aspiró de nuevo, casi mareada por el aroma, el vino que había bebido y el hecho de que aquella mujer tan sexy estuviera cocinando algo tan maravilloso y exquisito para ella. Aquello la excitaba mucho más de lo que había esperado. —Perdona, ¿qué habías dicho sobre la comida? ¿Que no nos la íbamos a comer o algo así? Si aquello era cierto, se desmayaría. Se le estaba haciendo la boca agua y le rugía el estómago, así que la mera idea de desperdiciar aquel plato se le hacía agónica. Grace dejó el cucharón de madera en el mármol y se las arregló para sonreírle a Torrie de un modo jocoso y al mismo tiempo coqueto. —No temas, yo no te torturaría así, Torrie. Torrie hizo girar el vino en su copa y cedió a la tentación de pinchar a Grace, así que le lanzó una mirada cómplice. —¿Cómo? ¿Poniéndome la miel en los labios hasta que esté a punto de explotar y luego dejándome sin nada? Grace se quedó callada un buen rato, bebiendo vino y observando a Torrie inocentemente. Al final, sus labios se curvaron lentamente en una sonrisa tentadora. —Supongo que soy culpable. Probablemente me merezco un poco de mi propia medicina. Torrie se apoyó en el mármol, junto a Grace. No quería alejarse demasiado de aquella olla que olía a las mil maravillas. —¿Entonces sólo tengo que encontrar algo que te mueras por tener y quitártelo en el último segundo? Era consciente de que estaba caminando sobre una línea muy fina, pero por alguna razón le sentaba genial quitarle hierro a lo que había pasado aquella noche, en su habitación de hotel. Seguramente estaba siendo un poco mala al hurgar tanto en la llaga, pero Grace se lo había ganado. Por suerte, Grace rió. —Muy bien, podrías conseguirme entradas para el concierto de Diana Krall y Herbie Hancock en la Sinfónica de Boston de finales de septiembre y luego inventarte alguna historia estrambótica sobre que lo han cancelado.
Torrie se hizo la nota mental de comprobar si aquel concierto existía de verdad y ver si podía conseguir entradas. —No pasaría. Por suerte para ti, no me gusta decepcionar a las mujeres. Grace le lanzó una mirada dubitativa y una oleada de deseo le recorrió las venas a Torrie, hasta hacer vibrar todo su cuerpo como una línea de alta tensión. Definitivamente, era hora de cambiar de tema, porque no se fiaba de sí misma lo bastante para asegurar que no agarraría a Grace, la subiría al mármol y la besaría sin parar hasta el siglo que viene. —Así que… —se forzó a decir Torrie—, volviendo a lo de que no tenemos que concentrarnos en la comida, ¿qué quieres decir? Grace apagó el fuego y se puso a escurrir los fideos. Ya tenía el pan cortado en una cesta y le pidió a Torrie que lo sacara a la mesa. —Hay un mechero encima de la mesa, si no te importa ir encendiendo las velas. Torrie se quedó muy impresionada. La mesa estaba puesta para dos, con flores frescas y dos velas altas. De fondo sonaba música de piano; Herbie Hancock debía de ser. Era increíblemente romántico y no pudo menos que preguntarse si esa había sido la intención de Grace o sólo era su estilo de preparar una cena íntima entre amigas. Torrie no podía estar segura y, aunque parte de ella —una gran parte de ella— esperaba que fuera lo primero, no quería comerse más la cabeza por Grace. No creía poder permitirse tener esperanzas, para que luego un nuevo rechazo se las aplastase. En la cocina, Torrie llenó las copas hasta arriba, mientras Grace servía la ternera a la bourguignon con los fideos de huevo con mano experta. Finalmente, espolvoreó el perejil fresco picado con una fioritura. —Esta comida —dijo Grace, llevando los platos a la mesa—, la vamos a disfrutar. —Se sentó, y Torrie la imitó y se puso la servilleta de lino en el regazo—. Pero se trata de la compañía, la conversación, el vino… —Grace hizo un gesto ilustrativo a su alrededor—. La música, las velas, ver el atardecer a través de las ventanas. Disfrutaremos de todo eso, tanto como de la comida, si no más. —Suena bien. —Torrie cogió un trozo de pan y lo untó de mantequilla —. Pero había pensado que, dado que eras chef, lo más importante sería la comida.
—La comida siempre es importante —sonrió Grace, que probó el plato con gesto crítico y pareció satisfecha del resultado—. Pero lo que amo de este negocio es la experiencia completa de la cena. No sólo creas comida para la gente, sino recuerdos. El ambiente y la atmósfera forman parte de lo que la gente se lleva de la experiencia y lo recuerdan casi tanto como la comida. Torrie probó un trozo de ternera bourguignon y casi tuvo un orgasmo allí mismo. La carne estaba tan tierna que se le deshacía en la boca. —¡Dios mío! ¡Es increíble! Si cocinas así de bien creo que acabas de perder la discusión, porque nada puede superar a esto. Torrie se metió un buen bocado y luego se recordó que tenía que aminorar. —Realmente, te encanta comer. —¿Ahora te das cuenta? Grace se echó a reír. —No, la verdad es que no. Torrie echó un vistazo a su alrededor, complacida por todo el trabajo que había puesto Grace en la cena. La mesa y el comedor eran muy bonitos y la música era perfecta. Todo era perfecto, hasta la mujer sentada enfrente, salvo por el pequeño detalle de que aquella mujer perfecta no quería salir con ella. Se obligó a sonreír. —También me gusta todo lo demás que has dicho. Torrie quería seguir de buen humor y sabía que tenía que mantener la cabeza en el presente y tomar aquella velada por lo que era: una cena agradable entre amigas. No era el momento de sentirse triste o dolida, ni de lamentarse por lo que podría haber sido. —¿Qué tal el hombro, por cierto? —Va mejor. Ahora ya puedo empezar a hacer ejercicio y seguramente probar con los swings dentro de un par de semanas. —¿En serio? ¿Tan pronto? —Todavía tardaré meses en volver al Circuito. Mi objetivo es hacerlo en septiembre. —Siento que hayas perdido tanta temporada. Torrie se concentró en la comida e intentó discernir los sabores
individuales, porque sabía que lo disfrutaría más si lograba comer más despacio. Disfrutaría más de muchas cosas en la vida si iba más despacio y aspiraba el aroma de las rosas, como su madre se había empeñado en recordarle últimamente. El problema era que no era tan sencillo, cuando toda su vida había girado en torno a ganar un torneo diferente cada semana, adueñarse de la pequeña pelota blanca y obligarla a hacer lo que ella deseaba, como si el palo fuera una extensión de su cuerpo. Aquel mismo poder de concentración y control era el que aplicaba a las demás facetas de su vida y sabía que no era sano. Indudablemente, había perjudicado su capacidad de forjar una relación duradera con otra mujer. —No quería recordarte lo de la lesión para hacerte sentir mal —le dijo Grace con suavidad. —No te preocupes. Igualmente, yo ya me paso casi todo el tiempo dándole vueltas al tema. —Tienes razón, vamos a hablar de algo más divertido, ¿qué te parece? —Los ojos de Grace relampaguearon—. Háblame del primer torneo realmente importante que ganaste. Había habido muchos, pero el primero era fácil. —Fue el campeonato nacional de golf júnior. Participaban todos los estudiantes de instituto del país. Yo era una de las más jóvenes que invitaron, tenía catorce años. Estaba tan nerviosa en el primer tee que la cagué en el drive de mala manera y le di a alguien que estaba a casi cuarenta metros. Dios, qué vergüenza. —¿Y luego arrollaste? Torrie tomó otro bocado y luego un sorbo de vino, que combinaba a la perfección con los sabores de la ternera. Hasta entonces no le había dado muchas vueltas a lo bien que iba la comida con el vino, pero al parecer Grace sí lo había hecho y los había combinado perfectamente. Torrie había cenado con vino en muchos restaurantes caros a lo largo de los años, pero aquello… aquello era especial. Grace había creado una cena exquisita en una atmósfera cálida y acogedora que la hacía olvidarse del mundo que había fuera de aquel comedor. Por una vez, no tenía prisa alguna por acabarse el plato y avanzar hasta la siguiente parada de su itinerario. No había personal a su alrededor, ni cazadores de autógrafos en las esquinas. El móvil no sonaba. Sólo estaban ellas dos, sin presiones, expectativas ni
exigencias. Era hermoso, como una pelota que surcara el aire en un arco perfecto. —¿Qué? —le sonrió Grace por encima de la copa casi vacía—. ¿Por qué me miras así? Torrie no podía creérselo. ¿Cómo quería que no la mirara? Le encantaba cómo la llama de las velas titilaba sobre los ojos claros de Grace y cómo los hoyuelos le daban un aire inocente y juguetón a su sonrisa. Sus manos eran elegantes y hábiles al manejar el cuchillo y el tenedor, y parecía casi etérea cuando se llevaba a la boca pequeños bocados y sorbos modestos. A Torrie le venían ganas de ver la otra cara de Grace: la salvaje, descuidada, exigente, ansiosa y cargada de energía sexual. La había vislumbrado en algunos momentos, por ejemplo al besarla y ponerla contra la puerta, cuando Grace había estado a punto de perder el control. Quería ver a esa Grace, la que no cargaba con cadenas emocionales y no temía dejarse llevar. —Lo siento —ofreció Torrie débilmente, presa aún de unos pensamientos carnales que la ponían caliente sin que pudiera evitarlo—. Es que no he podido evitar fijarme en que hoy estás preciosa. —Torrie… —Lo sé, lo sé —aseguró. No necesitaba que volviera a rechazarla y tampoco quería desafiar a Grace. Aquella noche no. Alcanzó la botella y rellenó las copas. —Respecto al golf. Me recuperé en las tres rondas siguientes y me convertí en la ganadora más joven del campeonato. —Guau. —Grace levantó su copa a modo de saludo—. Es fantástico, Torrie. —Fue entonces cuando cambió todo. Tuve que buscar un representante. Empezaron a llamarme de universidades, los torneos querían que participara. Las revistas y las televisiones querían entrevistarme. De repente había mucha presión. —Y seguro que tú ni te inmutaste. —Bueno, tampoco diría eso. Pero me las arreglé. —Más que eso, Torrie. Lo has hecho genial. Deberías estar muy orgullosa. Torrie tuvo que hacer un esfuerzo para no ruborizarse. Oía aquel tipo
de halagos de la gente todo el tiempo, tan a menudo que las palabras habían perdido el impacto deseado. Pero viniendo de Grace, que había conseguido un gran éxito por sí misma, significaba mucho más. —¿Qué hay de ti? Reina de la cocina, ¿no te llaman así en televisión? Eso sí que es algo para poner en el álbum de recortes. Grace se echó a reír mientras tomaba otro bocado. Casi había terminado su plato. —No está mal, pero dudo que atraiga al mismo número de fans rabiosas que tiene el deporte. —¿Estás de broma? A las mujeres les encanta la comida, cocinar y las chefs famosas y todo eso. Todo tu mundo es de mujeres. Seguro que por cada fan que tengo yo, tú tienes cincuenta. —Apenas. —Grace se bebió media copa de un trago y le subieron los colores al instante. —Ah, venga ya, Grace. Seguro que tienes a más mujeres que granos de pimienta en el molinillo de la cocina. —¡No es verdad! —se horrorizó Grace, ofendida, aunque al poco esbozó una sonrisa provocativa—. Puede que tuviera alguna que otra aventura en mi época, pero ya he superado esa fase. «Tocada.» Fue el turno de Torrie de quedarse sin habla. Mientras se recuperaba, se dedicó a limpiar el plato de ternera bourguignon con un trozo de pan y se lo metió en la boca. —A lo mejor yo también he superado esa fase. —¿Me estás diciendo que la joven tigresa se ha quitado las rayas? — preguntó Grace, acabándose el vino. —Quizá. —Torrie apuró su copa—. La gente cambia, ¿sabes? Grace la observó atentamente. —Alguna gente sí. En cualquier otra ocasión, Torrie la habría animado a explicarse mejor, pero, en lugar de hacerlo, se levantó y se desperezó. —¿Hay más vino en este antro? —De hecho sí. Hay una botella esperándonos en el mármol de la cocina.
—Oh, otra botella que dará su vida por nosotras. Me encanta. Llevaron los platos al fregadero y Torrie abrió la segunda botella. —¿Qué te parece si asesinamos a esas uvas fermentadas en la salita? «Qué pena que no haya sugerido el dormitorio.» —Creía que nunca me lo pedirías. Sirvieron el vino y se sentaron en el cómodo sofá de piel. Habían encendido más velas y tras el cristal se veía la masa negra e indefinida del océano. Torrie notó la misma conexión natural con Grace que había sentido la primera noche que había cenado con ella en Hartford y se rindió a la tentación habitual de mostrarse traviesa. —Me toca preguntar. Cuéntame, pastelito de queso mío. ¿Cuándo besaste a una chica por primera vez? —Oh, Dios. —Grace rió al recordar y se apartó el pelo de los hombros —. ¿Seguro que quieres oírlo? —Sí —respondió Torrie sin dudar un instante. Quería saberlo todo de Grace. Grace intentó reprimir una risita, pero no lo consiguió. —Tenía dieciocho y era mi primer trabajo de verano en un restaurante. —¿Una dienta se pidió un poco de cariño para acompañar? ¿Un extra para el postre? —¡No! —Venga, no me digas que nunca has tenido ninguna dienta guarrilla que quisiera darte una propina especial. ¡Y no hablo de dinero! Grace arrugó la nariz de un modo adorable. —Ya veo dónde tienes la cabeza esta noche. —Bueno, estamos hablando de sexo, ¿no? —Creía que hablábamos sobre un beso. —Vale, vale. El beso. ¿Pero fue lo que condujo a tu primera vez con una mujer? —preguntó Torrie, acercándose a Grace un poco. Quería saber todos los detalles de su pasado sentimental. Esperó, en vilo, tratando de no parecer ansiosa, pero el caso era que aquellas cosas le importaban y mucho. Al mismo tiempo, le resultaba extraordinariamente extraño sentir curiosidad por el pasado de Grace, ya que nunca había querido saber nada sobre las novias anteriores de sus amantes hasta aquel
momento. No le importaban sus vidas, lo que habían hecho antes o con quién, o lo que querían conseguir en el futuro. Tener demasiada información sólo servía para recargar una relación, mataba la diversión más deprisa que un doble bogey destrozaba las tarjetas de puntuación. Grace se tomó unos segundos, dio un sorbo de vino y finalmente picó el anzuelo. —Lo cierto es que sí. —¿Y bien? —¿Y bien qué? —¡Los detalles! ¿Era tu jefa? ¿Una dienta? ¿Una mujer mayor? ¿Quién? Grace puso los ojos en blanco. —¿Vas a tomar apuntes o algo? —No. Sólo lo guardaré en mi prodigiosa memoria atrapatodo. Grace enarcó las cejas, juguetona. —¿Para vendérselo a las revistas del corazón después? —Ni de coña. Eso sí, a lo mejor lo uso para sacarte otra cena como esta —repuso, y no bromeaba. —Muy bien, acepto. Incluso sin el chantaje de por medio. Era un acuerdo muy sencillo, que servía para reconocer que había sido una velada agradable, pero Torrie se sentía feliz como unas castañuelas sólo de pensar en que Grace volvería a cocinar para ella. —Aún no has terminado de contarme tu historia. —Por favor, sí que eres cotilla. —¿No me lo vas a contar? Grace rió y le dio una palmada cariñosa en el muslo a Torrie. Parecía indecisa, como si no hubiera hablado de su primer interludio amoroso ni pensado en él desde hacía siglos. —Era tres años mayor que yo. Trabajábamos juntas en un restaurante de Provincetown. Yo estaba en las ensaladas y ella en la parrilla, lo que quiere decir que estaba muy por encima de mí. —Ya veo, así que eras como la recogepelotas en un partido de tenis, mirando a las chicas mayores con envidia y admiración. Querías llegar a ser como ella algún día.
Cada vez le resultaba más difícil no arrastrar las palabras, pero Torrie bebió otro trago de vino y paladeó la bruma alcohólica que espesaba cada vez más en su cerebro. A Grace se le puso una mirada soñadora y Torrie sintió una punzada de celos inesperada. —Sí, quería ser como ella. Y también me la quería tirar. Torrie aulló entre carcajadas. —¡Yuju! No te veía de esas. —Déjame en paz. Tenía dieciocho años y empezaba a darme cuenta de que me gustaban las mujeres. —¿Y qué hiciste? ¿Tumbarla sobre el mármol una noche después de cerrar y hacértelo con ella? —Aquello proporcionaba a Torrie material nuevo para sus fantasías. El corazón le iba a mil por hora dentro del pecho. Grace, sin embargo, le lanzó una mirada que claramente venía a decir que no dijera estupideces. —¿Por quién me tomas? Para que lo sepas, fue mucho más romántico. Jesús, Torrie. —¡Eh! Que yo también puedo ser romántica. —Lo dudo mucho —replicó Grace, tan altiva e imperiosa que Torrie deseó someterla a besos. —Pues es verdad. Torrie se estaba echando un farol, ya que todavía no había encontrado su lado romántico, si es que lo tenía. Grace le guiñó un ojo. —Entonces háblame del momento más romántico que hayas tenido. —No, hasta que acabes con tu gran historia. Seguro que es difícil de superar. Grace le sacó la lengua y Torrie se echó a reír. Estaba tan mona, cuando se picaba así, que Torrie tuvo la fantasía súbita de tumbarla en el sofá, subirse encima de ella para inmovilizarla y plantarle un beso de infarto en los labios mientras le hacía cosquillas sin parar, para enseñarle quién mandaba allí. Casi tuvo que sentarse sobre las manos para evitar hacerlo. Grace dio un buen trago de vino y la miró con timidez. —Prométeme que no te reirás. —Ni se me ocurriría —mintió Torrie. Sin duda, Grace sabía perfectamente lo poco que podía confiar en
Torrie, pero accedió a seguirle el juego. —Pues un día las dos teníamos el día libre, así que le cogí prestada la moto a mi prima y fui a recogerla para hacer un picnic en una playa privada. Era el atardecer y teníamos una botella de Chardonnay y sándwiches de carne adobada, con pepinillos muy picantes que había hecho yo misma. Oh, y manzanas caramelizadas de postre. —¿Y qué más hubo de postre? —le preguntó Torrie, meneando las cejas significativamente. Grace le dio un palmetazo en el brazo bueno. —¿Quieres contar tú la historia o me dejas a mí? Torrie hizo un puchero. —Perdón, sigue. —Bien, después de atiborrarla de vino y comida, por fin reuní el valor de decirle que estaba loca por ella. Torrie esbozó una sonrisa maliciosa. —¿Y entonces hicisteis el amor loca y apasionadamente en la playa? —¡No! Ella se quedó muy sorprendida y yo no sabía qué hacer. Me entró el pánico, me quité la ropa y me metí en el agua en cueros. Quería que me tragaran las olas, porque creía que había cometido un error terrible, pero antes de darme cuenta ella va y también se mete en el agua desnuda. —¿Y entonces hicisteis el amor loca y apasionadamente en la playa? A Torrie le iba el corazón a todo trapo, como un tren a punto de descarrilar. No le cabía en la cabeza que ninguna mujer en sus cabales rechazara a Grace Wellwood desnuda y haciéndole proposiciones indecentes. Grace sonrió furtivamente. —La verdad es que sí. Torrie dejó escapar un largo suspiro entrecortado. —¿Y esa fue tu primera vez, no? —Sí. —¿Y cómo fue? —Fue bastante bien, si te soy sincera. Es decir, reafirmó que lo que me iba eran las mujeres, pero… —¿Qué? —preguntó Torrie, inquieta. Le encantaba cómo Grace jugaba con ella, la presionaba, la esquivaba,
tiraba de ella, la levantaba o la dejaba caer con una sola mirada o unas cuantas palabras, incluso con una sonrisa. Era como un libro interminable, en donde cada página deparaba nuevas sorpresas y cada Capítulo tomaba un rumbo diferente. Grace se encogió de hombros. —En retrospectiva, no fue el mejor polvo que te he tenido. Pero está bien, en aquellos tiempos no conocía nada mejor —rió con cinismo—. Creía que era la mejor amante del mundo. —¿Y te rompió el corazón? —No, tampoco es eso. Las dos teníamos que volver a la universidad en otoño. Prometimos que seguiríamos en contacto y todo eso, pero no lo hicimos. Torrie alargó la mano hacia la botella y la vació en las copas. —Bueno, me alegro de que no te hiciera daño. —¿Y tú qué, Casanova del mundo del golf? Cuéntame tu experiencia más romántica. Torrie gimió. La mayoría de sus breves relaciones habían sido la antítesis del romanticismo. Se parecían más a una carrera por llegar a la cama y ver quién se corría antes. Se avergonzaba de ello, pero le debía una respuesta a Grace. —Vale, tenía diecisiete años. Un día, mi entrenadora de golf en aquella época anunció que tenía billetes para pasar un fin de semana en París las dos solas. Cenamos en la Torre Eiffel con mucho vino y al atardecer paseamos por la orilla izquierda del Sena. —Guau, eso sí que es romántico. —Luego me llevó a su habitación y… —Torrie pestañeó, sugerente— me hizo una mujer. Admirada, Grace meneó la cabeza. —Vale, volar a Paris le da mil patadas a mi primera vez, sin duda. ¿Y esa mujer era mucho mayor que tú? —Unos doce o trece años, supongo. Grace la miró totalmente conmocionada. —¿Y eso no es un poco repelente? Al menos no me parece muy ético, puesto que era tu entrenadora.
Torrie se encogió de hombros. —Sí, supongo. Es decir, ahora que soy mayor me lo parece, pero en el momento estaba convencida de que estábamos locamente enamoradas. —¿Y te rompió el corazón? Torrie evocó aquellos años en los que se creía toda una mujer, pese a ser sólo una niña. El amor y el sexo eran intercambiables en su mente. —Sí, lo hizo. Cinco meses después, se marchó con otra de sus protegidas: una chica un año menor que yo y ni la mitad de buena. Grace se quedó horrorizada. —Veo que le gustaban jóvenes, ¿no? —Sí, era toda una depredadora, pero de eso me di cuenta después. Durante un tiempo estuve muy cabreada por cómo me había utilizado, pero, por desgracia, decidí vengarme siguiendo sus pasos y empecé a follarme a toda mujer que se me pusiera por delante. Torrie había cogido malos hábitos con las mujeres con el paso de los años. Lo que no había hecho era establecer una relación con su primera aventura, en la que le habían destrozado su tierno corazón. Grace le acarició el dorso de la mano con los dedos. Su caricia era tierna y compasiva y dejó a Torrie sin aliento. Era consciente de que quería más caricias de Grace, aunque fuera bajo el disfraz de la amistad. —Lo siento —chilló Torrie, con voz aguda—. Ya no tengo más historias románticas aparte de esa y, visto así, es bastante enfermiza. —A lo mejor sólo hace falta que encuentres a la mujer adecuada para que te salga la vena creativa y romántica. Torrie puso fin a las tiernas caricias de Grace y le cogió la mano con fuerza. Quería besarle aquellos dedos suaves y hábiles, uno por uno, pero no lo hizo. Grace tenía más razón de la que creía, porque Torrie quería hacer cosas románticas con ella: servirle copa tras copa de champán caro y fresas recubiertas de chocolate, bailar Ella Fitzgerald con ella bajo la luz de la luna, llevársela en avión a París o Roma para sus propias aventuras románticas. «Eres tú, Grace —quería decirle Torrie—. Tú eres la mujer con la que quiero hacer cosas románticas. Sólo contigo.» Sin embargo, la posibilidad de que volviera a rechazarla era más de lo
que podía soportar. —¿Torrie? —Grace la miraba con incertidumbre—. A lo mejor deberíamos hablar de… ya sabes. Lo que pasó en Hartford. Torrie se puso en pie de golpe y dejó la copa vacía sobre la mesa. —No, Grace. Ha sido una velada perfecta y no quiero estropearla. Grace pareció confusa y un poco dolida. —Lo siento, yo… —No, no pasa nada. —Esbozó una dolorosa sonrisa—. Me lo he pasado muy bien y tienes razón. Grace también se incorporó. —¿Sobre qué? —Sobre que la comida no es lo único bueno de cenar, porque he disfrutado mucho de todo esta noche. Grace pareció aliviada. —Me alegro, yo también lo he pasado muy bien. Torrie le dio un beso rápido en la mejilla y se dirigió a la puerta. Antes de abrirla, se dio la vuelta. —Por cierto, ¿estás libre mañana? ¿A primera hora de la tarde? —Mmm, deja que compruebe mi ocupadísima agenda. No, no tengo nada. —Bien, pasaré a recogerte sobre la una. Torrie condujo con mano experta la lancha para salir del puerto deportivo. Era una Zodiac de cuatro metros con un motor de treinta caballos. Grace sabía un poco sobre barcos, porque su padre había sido pescador en el Cabo, y aquella lancha se deslizaba sobre las olas como si fueran las aguas de un estanque. No tenía ni idea de lo que planeaba Torrie cuando esta se presentó en el cottage con un convertible deportivo alquilado y seguía sin saberlo. Torrie estaba bronceada, y la camiseta, los pantalones cortos y las sandalias le quedaban de maravilla. Sus ojos contrastaban con frescura con la masa de aire tropical que se había adueñado de la costa, procedente del Golfo de México. Hacía un calor tórrido para el mes de junio. —¿Pero adonde me llevas? —le gritó Grace, por encima del ruido de la lancha y del viento.
—Pronto lo averiguarás —la tranquilizó Torrie con un guiño. Grace no se había esperado que le hiciera tanta ilusión la sorpresa. Le recordaba una vez en que Aly la había sorprendido con una noche en Provincetown. El asombro dejó paso a la alegría y las dos se lo pasaron de maravilla, como si hubieran cometido una travesura deliciosa. Decidió no presionar a Torrie para no estropear la sorpresa. Al cabo de unos minutos, llegaron a un islote, mucho más pequeño que Sheridan Island, del tamaño de una manzana de edificios, y totalmente deshabitada. Torrie apagó el motor y dejó que la Zodiac se deslizara al interior de una pequeña cueva, en donde el agua no tenía más que unos centímetros de profundidad. —Aquí no viene casi nadie —le dijo Torrie—. Es tan poco profundo que has de tener una lancha como esta o una canoa o un kayak. —¿Vienes mucho por aquí? Torrie bajó de un salto y le tendió la mano a Grace. El agua helada les lamió los dedos de los pies y los tobillos mientras tiraban de la embarcación hacia la orilla. —Vengo aquí siempre que estoy de visita. Venía mucho, sobre todo de adolescente, porque era la única manera de escaparme de mis hermanos y mis primos cuando quería estar sola. —Es un lugar fantástico —dijo Grace, mientras contemplaba los afloramientos de rocas y la silueta de Sheridan Island a un par de kilómetros de distancia. No se oía un solo ruido, salvo el rumor suave de las olas y una gaviota latosa sobre sus cabezas. —Qué paz más increíble. ¿Tiene algún nombre? —Creo que no tiene nombre oficial, pero Catie y yo la llamamos la Isla del Humo. —¿Isla del Humo? ¿Y eso por qué? Torrie sonrió, como si la respuesta fuera obvia. —Por toda la hierba que nos hemos fumado aquí. —Ah, qué creativo por vuestra parte. Torrie había regresado a la lancha y estaba sacando una lona. Le pasó a Grace una pequeña nevera y ella cogió una cesta de picnic y la subió por la falda rocosa hasta su santuario, a la sombra de un árbol. Allí empezó a
extender una manta sobre un trozo de césped alto y la aplanó hasta que quedó lisa. Grace sonrió por el modo en que Torrie intentaba que todo fuera perfecto, ya que podía ver que llevarse a una mujer a una isla privada para hacer un picnic tranquilo no era algo que hiciera cada día. La conmovió que Torrie quisiera hacer eso por ella: llevarla a un lugar que había significado tanto en su vida. —Ven a sentarte —le dijo Torrie, mientras sacaba dos copas de plástico de la cesta y una botella de Chablis de la nevera—. No muerdo, ¿sabes? —Yo no estoy tan segura, sé cómo te pones cuando te entra el hambre. Torrie le lanzó una mirada con un poco de lujuria de más y sus ojos reflejaron el tipo de cosas capaces de inflamar el deseo de Grace con más facilidad. Esta se sentó a una distancia educada y aceptó la copa de vino que le ofrecía Torrie. —Esto es precioso, Torrie. Gracias por traerme. —Era lo menos que podía hacer después de la fabulosa cena de anoche. Me temo que esto no es ni la mitad de refinado. —Lo refinado está sobrevalorado, ¿sabes? Torrie le dedicó una sonrisa agradecida y Grace se dio cuenta de lo ingenua que era Torrie. Era una mujer con necesidades sencillas y honestas y una actitud que a veces resultaba brutalmente franca. No tenía un plan oculto ni segundas intenciones. Decía lo que quería y lo decía en serio. Era una joven hermosa, con talento, llena de vida y de energía y de una capacidad de amar que Grace intuía que llegaba mucho más hondo de lo que la propia Torrie imaginaba. Y aunque quizá a veces entraba demasiado fuerte con sus intentos de seducción, era un cielo como compañía. El mundo de la restauración y del espectáculo era exageradamente competitivo y estaba lleno de serpientes sin con-ciencia. Luego estaba la gente como Aly: una persona hermosa y con éxito que siempre quería más de lo que fuera que la inspirase, ya fuese más dinero, más reconocimiento, más poder o más sexo. Lo que más le molestaba a Grace era la manera en que Aly y las personas como ella perseguían sus ambiciones, pisoteando a quien hubiera que pisotear. Mentían y manipulaban y pasaban por encima de los demás
sin miramientos, lo que hiciera falta. No obstante, Torrie no era así. Como atleta profesional, los logros de Torrie hablaban por sí mismos. La puntuación que obtenía dependía sólo de ella misma, para bien o para mal, y a Grace la sorprendió darse cuenta de lo mucho que sus profesiones se reflejaban la una en la de la otra. Ella no podía engañar a un paladar exigente, por fantástica que fuera la presentación del plato. Torrie se había puesto a cortar con su navaja trozos de queso cheddar curado y le dio a probar uno a Grace, que lo aceptó con avidez. Su fuerte sabor combinaba a la perfección con el vino suave y Grace se dijo que no había probado algo tan bueno en la vida. —Debes de haberte inspirado en nuestras historias de anoche —le dijo Grace. Torrie estaba ocupada disponiendo sobre la manta el pan italiano, las rodajas de salami y jamón y las uvas sin semilla. —Sólo sigo tu consejo e intento crear nuevos recuerdos con un poco de comida, una atmósfera adecuada… ¿De momento voy bien? —Vas de maravilla —contestó Grace, mientras alargaba la mano por un trozo de fiambre y más queso. Torrie pareció complacida. —No tiene ni punto de comparación con la hierba y la cerveza que nos traíamos aquí Catie y yo de crías. Esto me gusta mucho más. Grace se imaginó a Torrie de joven, desenfrenada y dando guerra. —Seguro que tu tía Connie no sabía qué hacer con vosotras. —¿Cómo lo has sabido? Torrie se estiró en la manta y se apoyó sobre su brazo sano. Pese a la lesión, se la veía deliciosamente fuerte y musculosa. —Lo he adivinado, nada más. Torrie se llevó una uva a la boca. —Me sorprende que no le provocáramos más de un infarto a la tía Connie. Dios, qué malas que éramos a veces. —Cuéntame alguna anécdota —la urgió Grace. Había tenido una infancia nada notable como hija única y siempre se había preguntado cómo serían los niños de las familias numerosas. —Me acuerdo de una vez que la tía Connie se enfadó muchísimo con
nosotros. Mis hermanos pequeños encendieron unos petardos debajo del porche del viejo Robertson y Catie y yo teníamos que vigilar. El problema fue que no nos dimos cuenta de que un vecino nos vio desde el piso de arriba de una de las casas de la calle. La tía Connie nos obligó a pedirle perdón al viejo Robertson y al vecino y luego intentó castigarnos sin salir de casa. —¿Intentó castigaros? Torrie rió. —En un solo día le dimos tanto la tabarra que al día siguiente nos dejó salir de nuevo. Grace dio otro sorbo de vino. Era refrescante, pero no lo suficiente. Tenía la camiseta de canalé húmeda por el sudor. —¿Y ese es el peor lío en el que te has metido? —Joder, para nada. Otra vez, cuando Catie y yo éramos adolescentes, fuimos a un baile que hacían por la noche en la sala municipal —explicó Torrie, mientras se bebía el vino y volvía a llenar las copas—. Nos hicimos «amigas» de un par de chicas y empezamos a enrollarnos con ellas en el viejo Ford de la tía Connie. El problema fue que sus novios las estaban buscando y nos encontraron. —Oh, oh. —Sí, no fue agradable. Yo acabé con un ojo morado y Catie con el labio partido. La tía Connie se enfadó tanto con aquellos chicos que tuvimos que impedirle por la fuerza que sacara su recortada y fuera detrás de ellos. Grace sonrió al imaginarse a Connie como un ángel guardián, escopeta recortada en mano, dispuesta a vengar a sus queridas sobrinas nietas. —Pero no fue nada. Catie y yo les dimos a aquellos chicos más de lo que recibimos. —Y después de todo eso tu tía te sigue queriendo. —Sí, nos quiere con locura. Torrie se quedó en silencio un buen rato, con la frente fruncida en gesto de concentración, mientras miraba sin pestañear la copa de plástico que llevaba en la mano y la giraba sin parar. Aparte de aquello, estaba muy quieta y Grace percibió que por dentro era un torbellino de emociones. Cuando por fin levantó la mirada, tenía los ojos húmedos y pesados, sin un
ápice de su vitalidad juvenil. Cuando habló, lo hizo en voz baja y grave. —¿Por qué no me quieres, Grace? Grace se quedó de piedra, tanto por aquellas palabras como por la finalidad en su tono. Casi se le rompió el corazón. —Yo… anoche dijiste que no querías… —Ahora sí que quiero. Quiero saber qué hay en mí que encuentras tan… —Torrie se encogió de hombros ligeramente— tan poco atractivo. Tan horrible. —Ay, Torrie —las palabras le salieron en forma de largo suspiro y Grace alargó la mano para acariciar la de Torrie, para tranquilizarla y demostrarle que no era culpa suya—. No tiene nada que ver contigo. —Sí que tiene que ver conmigo. Soy yo a la que no quieres, Grace, y en cambio yo creo que eres la persona más… —Shhh. Por favor, no —la interrumpió Grace, que no quería escuchar palabras que no era capaz de corresponder. —Aquella noche, en mi habitación —continuó Torrie—, cuando te dije que sólo quería hacerte el amor, no casarme contigo, creí que era lo que querías oír. Grace estaba convencida de que Torrie le había dicho lo mismo a varias de sus conquistas en múltiples ocasiones. ¿Cómo iba a saber que Grace era diferente? ¿Que necesitaba mucho más que un buen polvo y nada más? —Lo siento, no es lo que quería oír. Grace volvió a pensar en Aly y en todo lo que esta nunca había sido capaz de decirle, todas las citas a las que había faltado, su falta de compromiso… —¿Qué pasa, Grace? ¿Estás con alguien? —Es una larga historia. —Tenemos toda la tarde. Grace no quería contarle toda la sórdida historia de Aly, porque Torrie pensaría que era tonta o algo mucho peor. Sin embargo, Torrie le pedía la verdad y Grace tenía que admitir, a su pesar, que se la merecía. Ella había sido sincera con Grace desde el principio, que ya era más de lo que podía decirse de ella misma. Le había hecho daño a Torrie y no quería seguir
mintiéndole y hacerle todavía más. —Hasta hace muy poco, había alguien. —¿Por eso has venido a pasar el verano a Sheridan Island? Grace soltó una carcajada amarga. —Más bien he venido a esconderme y a lamerme las heridas. —Lo siento. El simple hecho de que reconociera su dolor, hizo que Grace se encogiera sobre sí misma. —No sé ni por dónde empezar, Torrie. Torrie se incorporó y, ya sentada, empezó a acariciarle la mano, igual que minutos antes había hecho Grace con ella. —No me importa por dónde empieces. Sólo quiero entender qué o quién te ha hecho tanto daño que ni siquiera quieres darme una oportunidad. —Ya no pensarás lo mismo de mí. —¿Por qué no dejas que yo me preocupe de eso? —Torrie… Torrie le apretó la mano y luego se la llevó a los labios y le besó el dorso con ternura. Una vez. Dos. —No pasa nada, Grace. Estás a salvo conmigo. A salvo. Grace necesitaba sentirse a salvo y confiar en alguien. —Eres muy dulce, Torrie, y te lo agradezco. —A la mierda la dulzura —soltó Torrie, cuya mirada acerada hacía que sus ojos azules parecieran de hielo—. Para empezar, quiero matar a esa zorra y luego quiero hacer que te sientas mejor. Grace sonrió mientras una lágrima inesperada le rodaba mejilla abajo. Cerró los ojos un instante y dejó que Torrie se la enjugara. Era un gesto muy sencillo, pero al mismo tiempo muy consolador. Aquella faceta protectora y cariñosa de Torrie la sorprendía un poco, pero era agradable y en aquel momento era todo lo que necesitaba. Respiró hondo. —Se llama Aly. Es una abogada criminalista muy conocida en Boston. Su marido es político. Torrie enarcó las cejas. —¿Su marido?
Grace asintió lacónicamente. —Nos conocimos hace tres años en un evento donde hacíamos el catering. En cierta manera parecía que no hiciera ni dos días y, por otro lado, era como si hubieran pasado años. —Era muy guapa, lista y sexy. Muy carismática. Sabía exactamente lo que quería. —Y te quería a ti, ¿verdad? —Sí, fui una presa fácil. Era un cliché andante. Solitaria, deslomándome a trabajar. Casi ni me acordaba de lo que era que alguien me encontrara atractiva. Torrie frunció el ceño con incredulidad, pero no dijo nada. —Así que empezamos una aventura. Nos veíamos cada dos semanas. A veces más, a veces menos. —¿Así durante tres años? La vergüenza por su pasado le encendió las mejillas a Grace. —Sí, tres años. Pasaron muy deprisa. Yo trabajaba mucho y ella también. Y entonces, el mes pasado, me desperté una mañana a su lado y supe que ya no podía seguir así. —¿Estabas enamorada de ella? Grace no tardó mucho en pensar la respuesta, ya que le había dado vueltas a la misma pregunta muchas veces. —Hubo un momento en que creí que sí. Sin duda estaba enamorada de la idea de un «nosotras». Durante un tiempo estuvimos muy bien. Quedábamos bien juntas, funcionábamos en la cama y entendíamos lo que necesitábamos la una de la otra. Confundí eso con el amor. —¿Qué necesitabais la una de la otra? —A veces, algo tan sencillo como vernos después de una semana larga y agotadora en el trabajo y no tener que hablar de nada importante. U otras veces sexo sin más complicaciones. Ya sabes, no tener que darnos explicaciones. Torrie la miró con audacia. —Eso no parece que sea suficiente para ti. Grace sonrió ante la astucia de Torrie. No tenía ni un pelo de tonta.
—A veces lo era, otras no. De vez en cuando la presionaba en busca de más, pero no es lo que ella quería. Creo que nunca lo fue. Al final, decidí que quería más; que merecía más. Durante los últimos años me había entregado en cuerpo y alma a mi trabajo y ya era hora de que me preocupara un poco por mí. Si quería compartir mi vida con alguien, tenía que hacerlo de verdad. —Pero no con ella. —No, no con ella. Creo que la idea de una relación no basta para construir una de verdad. Y todavía menos después de todas las mentiras, de vernos a escondidas y de tantos encuentros prohibidos. Era muy emocionante, pero… —¿Sí? —la animó Torrie, atenta a cada palabra, deseosa de comprender a Grace. Esta dio un largo trago de vino refrescante; ya se sentía mucho mejor. Hablar de Aly con Torrie era como tener permiso para liberarse de las cadenas invisibles que la habían lastrado durante los últimos tres años. El desahogo era mucho mayor que hablar con Trish, con quien sentía la necesidad de excusarse y defenderse, porque hacía mucho que se conocían y se respetaban mucho. —No era real. Tardé mucho en darme cuenta. Pero no la culpo, no fue culpa suya. —¿No querer estar contigo? —Torrie estaba atónita. Su inocencia era encantadora—. ¿Y de quién es la culpa, del cartero? —Sencillamente, tengo tanta culpa como ella —aclaró Grace. Era la verdad, por mucho que le costara admitirlo—. Me refiero a que una no se lía con una mujer casada esperando un final de cuento de hadas. Menos aún con una mujer que ha invertido tanto en el resto de las facetas de su vida. —¿Y entonces por qué te liaste con una mujer casada? La pregunta fue formulada en tono de preocupación, desprovista de crítica, y aquello le dio a Grace fuerzas renovadas. También esperanza. Era una pregunta que tenía que responder, sobre todo por ella misma. —Es lo que llevo preguntándome cada noche desde hace un mes. Desde hace aún más, la verdad. —Lo siento. —No lo sientas.
Grace sabía que Torrie no le echaría en cara aquella nueva información y que tampoco le disgustaría lo mal que había juzgado a Aly o sus compromisos morales, y se sentía absurdamente agradecida por ello. Se inclinó y le dio un beso a Torrie en la mejilla, conmovida por el escalofrío de placer que le arrancó al hacerlo. —¿Y eso por qué? —preguntó Torrie, azorada. —Por nada en especial —repuso Grace, cuya admiración por Torrie había crecido un grado más—. De todas maneras, ojalá me hubiera hecho esa pregunta mucho antes, pero no lo hice. —Al menos, al final sí lo hiciste. —Así es. Lo único que se me ocurre es que a algún nivel inconsciente elegí a alguien no disponible a propósito. A lo mejor… no sé, pensé que así, si fallaba no sería culpa mía. No tendría que esforzarme en ser una buena pareja. Si no funcionaba, tenía la excusa perfecta. —¿Eres una perfeccionista? —Por supuesto, todos los chefs lo somos hasta cierto punto. —Pero aun así te hizo daño. —No lo sé, Torrie. Creo que, más que nada, el daño me lo hice yo sola. Torrie la miró con perplejidad. —Pero tú eres una chef de fama mundial. Tienes personal a tu cargo y negocios propios. Te he visto, Grace. No aguantas gilipolleces de nadie. La verdad es que no te imagino siendo el ligue de una mujer casada de altos vuelos. A Grace le pareció divertida la elección de palabras de Torrie. —En el fondo tiene gracia, ¿verdad? Torrie se puso completamente seria. —No, no la tiene. Contigo, no. Grace miró a Torrie durante mucho rato, disfrutando del reflejo del agua en sus ojos, y trató de negar la evidencia. A Torrie le importaba, y mucho. No podía estar más claro, ni que lo hubiera dicho en voz alta. —Tienes razón, no tiene gracia. No paro de dar órdenes todo el día, intento que todo marche bien y me aseguro de que todo quede perfecto, tanto en el restaurante como en el programa de televisión. A veces… — Grace jugueteó, ausente, con una brizna de hierba alta—. A veces es
agradable no tener que ser yo la que se encarga de todo, no tener que planear cada detalle a la perfección y pensar en todo lo que hago, preocuparme por lo que no hago y por todo lo demás. Supongo que a veces sólo quería estar tranquila y pensé que con Aly podría, porque no había ni responsabilidades ni expectativas. No nos debíamos nada la una a la otra. Pero era todo tan plano, Torrie… Era una vía de escape, cuando lo que yo quería de verdad era a alguien que me esperase en casa al final del día. Torrie asintió: la comprensión afloró en ella e hizo que arrugara el ceño aún más y frunciera los labios con tirantez. —¿Por eso te dolió tanto cuando te dije que sólo quería dormir contigo? —Sí. No quería a otra Aly. Torrie se le acercó unos centímetros mientras miraba a Grace de arriba abajo, como si la acariciara con calidez. Grace sabía que Torrie aún la deseaba, seguramente nunca había dejado de hacerlo, y era innegable que Grace también la deseaba a ella. La deseaba de verdad y no porque Torrie se estuviera frotando con ella e inflamando su deseo físico como en aquella ocasión. Había infravalorado a Torrie, la había desechado de pleno porque le había entrado como una perra en celo y había esperado que Grace cediera de inmediato. Sin embargo, no era más que una pose: una tapadera descarada, arrogante y temeraria para ocultar sus miedos e inseguridades. Grace lo comprendía perfectamente al fin, igual que entendía que Torrie tenía muchas más capas de las que había creído. —Por favor, perdóname por tratarte así —rogó Torrie con intensidad, sin despegar los ojos de los labios de Grace—. Yo nunca querría ser tan estúpida como Aly. —No lo eres —afirmó Grace. —¿Y si cambia de opinión? Grace soltó una carcajada amarga. —No lo hará. Se quedó inmóvil, como embelesada, a medida que los labios de Torrie se acercaban. Impulsada por puro instinto, cubrió la distancia restante y atrapó la boca de Torrie con la suya. Se besaron, con cuidado al principio, como si temieran que la otra se lo pensara mejor y opinara que besarse estaba mal. No obstante, fue un beso dulce, tierno y emocionante, y Grace
se descubrió a sí misma queriendo más, no menos. Cerró los ojos y se derritió en brazos de Torrie y en su boca caliente y ansiosa. Torrie tenía unos labios muy suaves y tiernos. También pacientes. Fue Grace la que empezó a devolverle los besos con más fuerza; sabía que Torrie sería dulce y cariñosa con ella, pero no quería que la tratara con cuidado, como si fuera una delicada figurita de porcelana. Quería que Torrie la tocara con la pasión enfebrecida que tantas veces le habían prometido su sonrisa y su mirada, que abordara su cuerpo con la boca y las manos como a Grace le constaba que podía hacerlo, sin contenerse. Sólo de pensar en lo que Torrie podía hacerle, Grace dejo escapar un gemido suave y se apretó todavía más contra la otra mujer. Estaba preparada para darle a Torrie lo que había querido todo aquel tiempo: entregarle su cuerpo porque por fin había quedado limpio del veneno de Aly. Estuvo a punto de verbalizar su deseo cuando Torrie le deslizó la mano por debajo de la camiseta de tirantes. Cerró los ojos con fuerza y casi gritó de placer cuando finalmente la exploración de Torrie halló uno de sus pechos y se lo cogió. Grace empezó a mordisquearle y a lamerle la piel suave del cuello, cerca de la clavícula, mientras empezaba a ondular contra Torrie, balanceándose lentamente en silenciosa insistencia para que le diera más. De repente, la mano que le acariciaba el pecho se quedó paralizada y Torrie se envaró. Algo iba mal. —No puedo hacerlo, Grace —le dijo Torrie, con voz trémula. Grace sintió que la cabeza le daba vueltas, mientras trataba de entender por qué las cosas se habían estrellado. —Quiero hacerlo, Torrie. Te deseo, por favor. —No. —Torrie se apartó de Grace por la fuerza y evitó mirarla a los ojos—. Yo… quiero estar segura. —¿Quieres decir que no lo estás? Fue como si se deshinchara un globo. ¿Cómo podía Torrie no estar segura de repente? ¿Por qué había cambiado de opinión de un momento a otro? Torrie negaba con la cabeza, como si no creyera a Grace capaz de llegar a entenderlo. Empezó a recoger la comida y Grace tuvo que agarrarla del brazo con firmeza para que parara.
—Mira —dijo Torrie por fin—. Necesito tiempo con esto, Grace. —Creía que me deseabas —interpuso Grace, confusa. ¿Era la manera que tenía Torrie de devolverle el rechazo del torneo de golf? ¿O ya no encontraba atractiva a Grace? Torrie parecía avergonzada y la voz se le rompió, pesarosa. —Ya no eres alguien a la que sólo me quiera follar, Grace. —¿No? —Grace no sabía si reír o sentirse ofendida. Torrie se puso como un tomate. —Es decir, tú… estás muy buena. Joder, Grace. Yo… quiero que vayamos despacio. Para estar segura de lo que hay entre nosotras. Grace suspiró más hondo de lo que había querido. Estaba perpleja y decepcionada, muchísimo, pero tras pensarlo un segundo el corazón le dio un vuelco de alegría. Definitivamente, aquella no era la misma mujer que le había dicho en Hartford que se la llevaría a la cama en menos que canta un gallo. —Has cambiado, Torrie. Torrie se encogió de hombros, pero se la veía complacida. Enseguida, siguió recogiendo sus cosas.
11 Capítulo
TORRIE acababa de beberse otro chupito de Jack Daniels cuando la puerta de la casa de campo de su tía se abrió ruidosamente de par en par. Torrie dio un salto en el sofá de mimbre en donde se había dedicado a emborracharse lentamente y trató de recomponerse, pero no era más que Catie, tan jocosa y llena de energía como siempre, quien había entrado como si la esperasen. Se plantó delante de Torrie con una sonrisa radiante. —¿Qué demonios haces aquí? —preguntó Torrie, que casi no se tenía en pie. —Vaya bienvenida, prima —respondió Catie, que dejó la bolsa en el suelo y se metió en la cocina. Regresó con un vaso y se lo llenó de la botella de Torrie—. He oído que estabas aquí sola y he pensado que te vendría bien un poco de compañía. Torrie gimió y se dejó caer en el sofá. —Sola sí. Pero querer compañía… no, gracias. —Ah, cállate —bromeó Catie, dando un sonoro trago de Bourbon. Se arrellanó en el sofá al lado de Torrie y puso los pies en la mesita de café sin quitarse las botas—. Bueno, ¿y qué te pasa? ¿Qué haces aquí sentada emborrachándote sola? Torrie volvió a llenarse el vaso. Los párpados ya empezaban a pesarle. Lo que necesitaba en aquellos momentos era echarse una buena siesta. Catie cogió el mando a distancia del equipo de música y bajó el volumen del CD de James Blent que estaba sonando. —Jesús, Torrie. Esto es mal de amores por Grace Wellwood, ¿no es cierto? —gruñó, malhumorada ante la idea. —Cállate —fue lo más profundo que Torrie acertó a decir. Catie la miró como si hubiera perdido la cabeza. —Nunca te había visto así, Tor. A lo mejor tendría que llevarte al
hospital. O al menos a un buen psiquiatra. Joder, me estás asustando. —Que te den. Verdaderamente eran como hermanas y podían ser bruscas la una con la otra como nadie más podía. Catie se limitó a reír y le dio una palmadita en la rodilla. —Oh, mi pequeña Torrie ha crecido. Se ha hecho toda una mujer ante mis ojos. Torrie la fulminó con la mirada. —Tú espera y verás. —Ah, no. No me vengas con el típico discursito de que cuando encuentre a la mujer adecuada me convertiré de repente en una novela romántica andante como tú. —Catie negó con la cabeza—. Nunca habría pensado que serías tan boba. —Bueno, a lo mejor ese es tu problema. Que no piensas. —Oye, no me hagas pagar a mí por tus problemas. Jesús. Al menos dime que ya te has llevado a Grace a la cama. Porque si vas a ser tan desgraciada, lo mínimo sería llevarte un buen culo por las molestias. Catie tenía razón sobre lo desgraciada que se sentía Torrie. Lo había fastidiado todo con Grace otra vez. Al principio la había presionado demasiado y luego, justo cuando Grace estaba dispuesta a acostarse con ella, la había rechazado. Al parecer no era capaz de acertar con ella, hiciera lo que hiciera. Miró a Catie sin molestarse en ocultar sus sentimientos, y Catie abrió mucho los ojos, reconociendo la emoción al instante. —Mierda, Torrie. Vas en serio de verdad, ¿eh? Torrie inspiró profunda y dolorosamente e hizo girar el vaso que tenía en la mano, para contemplar cómo el líquido ambarino daba vueltas y luego, impotente, cedía a la gravedad. Estaba un poco desorientada, como fuera de su cuerpo, girando sobre sí misma igual que el whisky, porque ya no sabía cómo definir su relación con Grace. Había pasado muy deprisa de una simple atracción carnal a algo mucho más ambiguo y mucho más profundo. —Creo que estoy enamorada de ella —dijo sin más. Dio otro trago ardiente y deseó que la bebida lo hiciera todo más fácil o, al menos, que le hiciera olvidar lo complicado que era en realidad. Todo era mucho más sencillo cuando lo único que quería era tirarse a una mujer
y seguir adelante sin mirar atrás. —¿Y qué pasa? ¿No te quiere? Torrie cabeceó. —Antes no, pero ahora sí, creo. —Entonces, ¿cuál es el problema? —Ella quería hacer el amor ayer, pero yo le dije que no. Catie estuvo a punto de caerse del sofá. —¿Tú qué? Aquello le arrancó una sonrisa a Torrie. —Lo sé, lo sé. Pero con ella voy en serio, C. Catie dio un largo trago mientras reflexionaba. —¿Y no puedes ir en serio y acostarte con ella? Joder, entonces no voy a ir en serio con nadie. Otra cosa quizá no, pero Catie siempre la hacía reír. —No se trata de sexo, Catie. Es que me da la impresión de que, si me acuesto con ella ahora, todo girará en torno al sexo y no es lo que quiero. Es demasiado pronto. Catie se concentró en su vaso un buen rato, con las cejas oscuras fruncidas en un estado de contemplación muy raro en ella. Hacía mucho tiempo que no hablaban de corazón sobre nada ni tenían una conversación seria que no fuera sobre golf. Torrie había intentado hablarle de Grace en el torneo, pero Catie no había querido tener aquel tipo de charla. Sabía que Catie era considerada, sensible y muy inteligente bajo toda aquella apariencia butch tan sensual y una libido explosiva. Lo sabía, porque se parecían mucho. —Entonces, ¿qué es lo que quieres, Tor? Torrie dejó el vaso lleno sobre la mesita. No quería más alcohol, porque no iba a ayudarla a aclarar las cosas con Grace, precisamente. —Quiero estar con ella. Me refiero a pasar tiempo con ella de verdad, hablar, ir a sitios juntas, compartir cosas. Quiero ser importante para ella y que me mire como… Mierda, no lo sé —suspiró Torrie profundamente, incapaz de hallar las palabras adecuadas—. Últimamente me he dado cuenta de muchas cosas, C. Catie parecía aprensiva, como si la aflicción que le habría sobrevenido
a Torrie pudiera ser contagiosa, y Torrie no pudo reprimir una carcajada. —Relájate, mujer. —Lo intento —contestó Catie—. Es que esta nueva tú es un poco chocante, nada más. —¿De verdad que no te lo viste venir cuando conocí a Grace en Hartford? Catie se encogió de hombros. —Sí, supongo que sí, pero pensé que sería algo pasajero. Que no eras tú misma, por culpa de la lesión y tal. —No soy yo misma en absoluto y es tanto por culpa de la lesión como por culpa de Grace. —¿Mmm? Torrie se masajeó las sienes, consciente de que al cabo de unas horas estaría hecha una mierda, quizá incluso antes. —Verás, si no me hubiera lesionado, no me habría tomado el tiempo de conocer a Grace la semana pasada. Habría pasado de ella en cuanto me hubiera rechazado la primera vez. Pero he tenido mucho tiempo para pensar, Catie, y veo las cosas de otra manera. -¿Y? —Y mi madre tenía razón. —¿Sobre qué? —Me dijo que en la vida había más cosas además de tu carrera. —¿Ah, sí? Torrie le dio un palmetazo en el muslo, a sabiendas de que Catie sólo intentaba sacarla de quicio. —Sí, boba, las hay. Sencillamente no me había dado cuenta hasta ahora. —¿Así, sin más? ¿Y por una mujer con la que no te has acostado? Torrie contempló ausente una de las pinturas de su tía que había colgada en la pared opuesta. La había visto tantas veces que ya apenas se fijaba en ella. —Al conocer a Grace me di cuenta de que tenía muy poco que ofrecerle a una mujer. He vivido mi vida como una idiota egocéntrica y superficial, como si la vida fuera mi propio bufet libre en donde puedo
escoger y quedarme con lo que quiera. Es patético, Catie, y ya no quiero seguir siendo así. Estoy harta. Catie dio un largo trago de su vaso y, cuando volvió a mirar a Torrie, tenía una expresión de duda que le recordó a Torrie cuando, de niñas, al ser esta un año mayor que Catie, le contó lo de los pájaros y las abejas. —Vale, a ver si lo he entendido bien. Estás cansada de ser un zorrón y quieres sentar la cabeza. Muy bien, pero no vas a dejar el Circuito, ¿no? —No, no voy a dejar el Circuito. Y sí, quiero sentar la cabeza. Torrie apenas daba crédito a sus propias palabras. Unas semanas atrás, la idea ni siquiera se le habría pasado por la cabeza y mucho menos la habría expresado en voz alta. Sin embargo, habían cambiado muchas cosas. Ella había cambiado y quería muchas cosas que nunca habría esperado desear. Catie se mostró aliviada. —Vale, gracias a Dios aún tengo trabajo, pues. ¿Y tú cocinerita cómo encaja en todo esto? Grace. La mujer que había abierto tantas puertas en la vida de Torrie, pero que al mismo tiempo había cerrado otras tantas. —No lo sé. La quiero. Quiero estar con ella, pero… —Torrie se retorció las manos, al tiempo que exprimía sus pensamientos. —¿Qué? Has dicho que ayer prácticamente estaba suplicándote. Está claro que te desea. ¿Qué problema hay? Torrie frunció el ceño ante la elección de palabras de Catie; a veces podía llegar a ser muy insensible. —No estoy segura de lo que siente por mí. Y como te he dicho, no quiero que con ella sólo sea sexo. —Bueno, tontaina, pues habla con ella. Torrie tamborileó con los dedos sobre el muslo. Necesitaba hablar con Grace, decirle lo mucho que significaba para ella y ver lo que ambas querían, pero le aterrorizaba más que cualquier otra cosa en la vida. ¿Y si Grace no estaba preparada para meterse en otra relación? ¿Y si el historial mujeriego de Torrie o sus compromisos profesionales la asustaban? ¿Y si…? Al parecer había muchísimos obstáculos. —Ay, joder, Catie. Esta mierda de las relaciones es más complicada
que el peor golpe de bunker que puedas imaginarte. Peor que aquellos malditos bunkers de Carnoustie, en Escocia. —Eso empieza a parecerme. —Oye, ¿y tú qué? —Torrie sonrió y quiso mejorar el humor de la conversación—. ¿Se está cociendo algo con Trish Wilson? Catie se encogió de hombros e hizo un esfuerzo por mostrarse evasiva, pero Torrie sabía que era puro cuento. —Ojalá. Quiero decir, me gustaría. —Sé buena con ella. Es chef, así que seguramente se le dan bien los cuchillos. Catie rió. —A lo mejor lo averiguo. Va a venir esta noche. —¿Ah, sí? Grace no me dijo nada ayer. —Grace no lo sabe. Trish quiere darle una sorpresa por su cuarenta cumpleaños mañana. Así que era el cumpleaños de Grace. Tampoco lo había mencionado. —Mierda, tengo que comprarle un regalo. —No creo que sea buena idea. Trish dice que Grace la matará si alguna de nosotras hace algo especial. No le gustan mucho los cumpleaños. De algún modo, aquello no sorprendió a Torrie. Grace era muy discreta y con los pies en la tierra, por mucho que se la imaginara perfectamente celebrando el cumpleaños de otra persona por todo lo alto. Creando la celebración perfecta, con su toque especial. —De todas maneras —prosiguió Catie—, Trish nos ha invitado a cenar mañana. Las cuatro solas. —Así que por eso estás aquí. Porque Trish te ha invitado. Catie no parecía avergonzada ni lo más mínimo. —Bueno, me envió un correo electrónico para decirme que, si daba la casualidad de que estaba en la isla, fuera al cumpleaños de Grace. Y para asegurarse de que tú también fueras. Torrie hizo una mueca. —No sé si a Grace le hará mucha ilusión verme. —Tonterías. No va a pasar de lanzarse a tu cuello un día a no querer saber nada de ti al día siguiente. Confía en mí.
Torrie no estaba tan segura. Torrie estuvo jugando con el perro de Grace un buen rato, para evitar mirarla a los ojos, por mucho que sintiera la mirada de Grace clavada en ella. Le daba miedo levantar la vista y descubrir que Grace la había desterrado emocionalmente, igual que un día, no hacía tanto tiempo, se había despertado y había decidido que ya no quería estar con su amante. ¿Habría hecho lo mismo con Torrie? ¿Habría decidido que ya no la deseaba, después de todo? Si lo había hecho, no podía culparla. Grace le había abierto su corazón, se había arriesgado con ella sobre la manta de la Isla del Humo y Torrie la había rechazado. «¡Joder! ¡Qué estúpida fui!» Por fin, alguien le puso una bebida en la mano. Era una cerveza helada, y le sonrió a Trish en muestra de agradecimiento. —¿Por qué no salís a beberos la cerveza al porche? Nosotras saldremos en un minuto —les dijo a Torrie y a Catie. —Sería mucho más agradable si salierais con nosotras —apuntó Catie, esperanzada. No había dejado de sonreír desde que habían llegado y no le quitaba el ojo de encima a Trish. Trish rió, con la mirada puesta en Catie. La atracción era evidente y Torrie se alegraba por Catie. A lo mejor así su prima entendería un poco mejor lo que sentía ella por Grace. —Primero tenemos que acabar unas cosas en la cocina —contestó Trish—. Luego estaremos encantadas de salir con vosotras. Torrie arrugó la nariz y aspiró hondo. —¿Es pan de maíz lo que huelo? —Tienes buen olfato, Torrie. —En lo que respecta a la comida, sí. Trish las dejó para ir con Grace a la cocina y Catie la siguió con la mirada hasta que desapareció. —Vamos —le dijo Torrie, dirigiéndose al exterior y haciendo salir a Remy a su vez. —¿Vas a hablar con ella, Tor? —preguntó Catie, dejándose caer en una chaise longue de madera de estilo clásico. Torrie prefirió quedarse de pie, apoyada en la barandilla, porque no se
sentía capaz de relajarse hasta saber si Grace la había perdonado por su decisión impetuosa. No podía evitar pensar que había echado a perder la única oportunidad de verdad que tendría con Grace y tenía que estar preparada para cualquier cosa. Era como entrar a ciegas en un torneo, sin haber explorado el campo ni haber tomado notas precisas, sin conocer a su oponente. Odiaba sentirse tan fuera de control. —No lo sé, Catie. Supongo que no hay nada que hacer. Catie bajó la voz hasta convertirla en un susurro. —No es verdad. He visto cómo te ha mirado cuando hemos llegado. Torrie se encogió de hombros. ¿Qué iba a saber Catie? Probablemente, Grace había renunciado a tratar de entenderla. Joder, ya no se entendía ni ella misma. ¿Cómo había podido pasar de ser una mujeriega empedernida a la florecilla cursi y enamorada en la que se había convertido? Y mira que levantar las manos y decir que necesitaba más tiempo… «¡Maldita sea!» Por supuesto que Grace pensaba que no tenía ni idea de lo que quería, que era veleidosa y emocionalmente inmadura. Torrie se volvió hacia el sol poniente sobre el océano. El oleaje no era muy fuerte y lamía la orilla de manera rítmica. Era hipnótico y tranquilizador. Dio un sorbo de cerveza y deseó desesperadamente poder arreglar las cosas con Grace, porque no era capaz de alejarse de ella. No quería renunciar a ella, al menos sin explorar lo que había entre las dos. La noche anterior había soñado que construían una vida juntas e incluso hablaban de formar una familia. Al despertar, Torrie se había reído del sueño, sobre todo de la parte de formar una familia, pero ahora pensaba que a lo mejor no era una idea tan descabellada. Puede que, en su interior, siempre hubiera subyacido aquella necesidad y que, al conocer a Grace, se hubiera avivado y subido a la superficie. «Grace como mi mujer. Grace como la madre de nuestros hijos.» Respingó en alto cuando el corazón se le encogió en el pecho, presa de una necesidad enorme y repentina que le arrebató el aliento. —Tor, ¿estás bien? —Sí —croó Torrie. Sin previo aviso, corrió a la puerta. Necesitaba refrescarse la cara con agua fría.
Cuando salió del baño, Catie y Trish estaban juntas en el porche, bebiendo cerveza, riendo y tocándose como quien no quiere la cosa. Grace estaba en la cocina, de espaldas a Torrie, frente al horno. Torrie esperó sólo un par de segundos antes de caminar hacia Grace con decisión. Puede que fuera su única oportunidad de estar a solas con ella aquella noche y no podía esperar más para saber su destino. El destino de ambas. Se detuvo ante la imagen de Grace inclinada sobre el horno abierto, removiendo las patatas cortadas y mezcladas con cebolla que se estaban dorando. Los pantalones cortos ajustados de color caqui le marcaban un trasero espectacular, tan duro y redondito que Torrie quería frotarse con él y notar su firmeza contra los muslos y la entrepierna. «Basta, Torrie. ¡Vale ya!» Grace se dio la vuelta, emitió un leve sonido de sorpresa y soltó la puerta del horno sin darse cuenta, de modo que se cerró de golpe con un sonoro chasquido metálico. —Hola —musitó Torrie. Grace esbozó una sonrisa cautelosa y observó a Torrie con atención, con la cabeza inclinada interrogativamente. No había señales de hostilidad, sólo curiosidad. —Grace. Siento lo del otro día. Lo de… —No pasa nada, Torrie —aseguró Grace con amabilidad. Si le extrañó que Torrie sacara el tema tan pronto, no se le notó. ¿De verdad no pasaba nada? Torrie no lo creía. Quería que Grace la entendiera, la perdonara y le dijera que podían volver a empezar. —No, sí que pasa. Te decepcioné. Se diría que Grace trataba de organizar sus pensamientos quedándose totalmente quieta. O quizá lo que buscaba era un modo de rechazar a Torrie con educación. —No me decepcionaste, Torrie —dijo al fin—. Te respeto. Fuiste escrupulosa y sensible e hiciste lo correcto. Estuvo bien que no… «Dilo, dilo…» —… hiciéramos el amor. —Yo quería. «Todavía quiero —quiso añadir Torrie—. Más que nunca.»
Pensar en el cuerpo de Grace y en todo lo que quería hacerle era como prender una llama en su imaginación, igual que la brillante luz del sol deja su rastro incluso tras los párpados cerrados. —Y yo. Grace estaba ligeramente acalorada y Torrie tenía la esperanza de que no fuera por culpa del horno. —Tú me importas, Grace. No quiero que pienses que te estoy utilizando. —Oh, Torrie. —Grace alargó la mano y le pasó la yema del dedo por la línea de la mandíbula con suavidad. El roce hizo que a Torrie le temblaran las piernas. Jamás le había pasado aquello bajo la caricia de ninguna mujer: nunca se había sentido tan viva, tan asustada y tan llena de esperanza al mismo tiempo. —Oírte decir eso lo significa todo para mí —continuó Grace, con voz temblorosa. La boca de Torrie halló la de Grace en una sencilla y dulce unión de labios suaves y tiernos que quería decir mucho más: que hablaba de cogerse de la mano en playas solitarias, de roces delicados durante la noche, de sonrisas compartidas y miradas furtivas. Aquel beso estuvo lleno de recuerdos de cosas que aún tenían que pasar y, al mismo tiempo, en sus profundidades ardía algo muy poderoso. Torrie sabía que, si abría la boca, aunque sólo fuera un poco, y movía las manos unos pocos centímetros, les costaría mucho parar. Incluso en aquellos momentos el corazón le iba a cien, como si hubiera corrido dos kilómetros en sprint. Aquello tenía que ser amor y la besó más profundamente, emocionada por la revelación. —Muy bien, vosotras dos —intervino Trish, en tono cantarín—. Que corra el aire o tendré que sacar el extintor —le dio una palmadita cariñosa a Grace—. Ya sabéis lo que pienso de los fuegos en la cocina. Torrie se apartó de Grace, entre risas, tras darle un último beso rápido. —Feliz cumpleaños, por cierto. Grace se puso todavía más colorada y soltó un respingo. Le brillaban los ojos al mirar a Torrie y se le notaba en la cara que estaba encantada. —Gracias. —¿Por qué no vas a entretener a tu prima al porche mientras
terminamos aquí? —le dijo Trish. —Claro, si así cenamos antes. —Torrie les sonrió a las dos, pero era a Grace a quien se comía con los ojos—. Me muero de hambre. —Me alegro —contestó Grace, en voz baja y sensual. Torrie volvió a sentir el impulso de estrujarse contra ella. —Fuera, vamos —la echó Trish, que se volvió hacia Grace con una risita cómplice. Torrie volvió con su prima, sintiéndose tan ligera que apenas notaba el suelo bajo sus pies, y dio un largo y satisfactorio trago de cerveza. —¿Un trago de celebración? Torrie miró a Catie, consciente de que no era capaz de borrar la sonrisa de su cara. —Puede. —Y una mierda, puede —rió Catie—. Asumo que os habéis enrollado y todo se ha solucionado. —Algo así. Cuando llegó la comida, resultó ser una verdadera bacanal de platos sureños: pollo frito, pan de maíz, patatas con cebolla gratinadas y una ensalada cuyos ingredientes Torrie no alcanzaba a descifrar. —¿Qué lleva? —preguntó esta. —Es una creación de Grace —contestó Trish—. Rúcula, sandía y queso feta. —Guau —se asombró Torrie, encantada de tener otra excusa para centrar su atención en Grace—. Es increíble. «Tú sí que eres increíble.» —Con la sandía y el queso feta buscaba algo dulce y salado a la vez — explicó Grace por encima del borde de su vaso de cerveza, mirando a Torrie sugerentemente. El deseo era innegable bajo el tono travieso y a Torrie la invadió una oleada de calor tan intensa que tuvo que apoyarse en la silla. De repente estaba mojada y caliente y respiraba de manera entrecortada. Sabía que, si no recuperaba el control sobre sí misma, arrastraría a Grace al dormitorio más cercano sin miramientos y la devoraría sin importarle que sus amigas las oyeran. A la mierda lo de querer estar segura de que sus sentimientos
eran correspondidos antes de hacer el amor. El futuro era lo último que tenía en la cabeza, los pensamientos le iban a toda velocidad y el corazón le martilleaba en el pecho. Esperar era un término puramente académico y no quería saber nada de esperas en aquellos momentos. Torrie se había quedado sin palabras y le constaba que tenía la boca abierta. Sólo esperaba que no estuviera babeando. —Dulce y salado está bien —apuntó Catie, echándole una miradita a Trish. —¡Epa! Creo que está subiendo un poco la temperatura aquí fuera — rió Grace—. Creo que es el mejor momento para unos julepes de menta. ¿Cuál de las bellezas sureñas aquí presentes quiere ayudarme a hacerlos? Catie saltó primero, adelantándose a Torrie. —Yo misma. Limpiaron la mesa entre todas y Torrie le echó unas cuantas sobras a Remy con discreción. Catie y Grace estaban dentro, ocupadas con las bebidas, y Torrie se preguntó distraídamente de qué estarían hablando. Trish se aclaró la garganta ruidosamente. —Grace me ha dicho que te ha contado lo de Aly. Torrie contuvo su asombro ante el hecho de estar a punto de recibir el clásico discurso de «no le hagas daño a mi amiga» de Trish. Aquello hizo que le cobrara más respeto; se alegraba de que Grace tuviera a alguien que la cuidara. —Así es. —Ahora mismo es un poco vulnerable, Torrie. No creo que esté preparada para… —Está bien, Trish. No tengo intención de hacerle daño a Grace. Nunca. —¿Nunca? —Fue como si Trish captara que las intenciones de Torrie eran a largo plazo y, aunque al principio se la vio algo sorprendida, parecía satisfecha. —Nunca —repitió Torrie—. Quiero que se tome todo el tiempo que necesite. Estoy impaciente, pero al mismo tiempo puedo esperar. No quiero estropear esto, Trish. Trish asintió secamente. —Entiendo. —El silencio que se interpuso entre ellas se alargó,
mientras apuraban sus cervezas. Finalmente, Trish habló en voz queda—. Aly no era la mujer apropiada para Grace a todos los niveles. Sólo quiero que sea… Catie y Grace aparecieron en el porche con la tintineante bandeja de las bebidas y Torrie y Trish compartieron una última mirada de reconocimiento. Las dos se habían comprendido y habían hecho un pacto tácito por la felicidad de Grace. Torrie sabía que Trish sería una aliada. Las cuatro contemplaron los últimos rayos del atardecer mientras se tomaban los julepes de menta, y después Trish se escabulló dentro para sacar la tarta de cumpleaños que había escondido. La había hecho en casa de Connie, para que Grace no sospechara nada. Grace meneó la cabeza cuando le cantaron el «cumpleaños feliz» y fulminó a Trish con la mirada, pero, cuando sólo consiguió apagar poco más de la mitad de las cuarenta velitas, se echó a reír como una niña. Torrie acudió al rescate y sopló el resto. —¿Has pedido un deseo, Grace? Grace le dedicó aquella sonrisita secreta suya que encendía la llama de su imaginación y respondió a Torrie: —Lo he pedido. Se estaba haciendo tarde y Torrie empezó a recoger sus cosas después de pillar a Catie y a Trish dándose besos en el cuello junto al mármol de la cocina, en lugar de secar los platos como se suponía que les tocaba. Se volvió hacia Grace y le guiñó el ojo. —Me parece que esas dos necesitan estar solas, antes de que seamos testigos de algo que realmente no necesito ver. Grace asintió, totalmente de acuerdo. —¿Me acompañas a casa? —le susurró Torrie. —Me encantaría —repuso. A continuación le gritó a Trish desde el otro extremo de la habitación—: No me esperes despierta. Y échale un ojo a Remy. Trish le hizo un gesto de despedida con la mano, sin separarse de Catie, y Torrie y Grace se dirigieron a la puerta sin mirar atrás. El aire soplaba más fresco y Torrie, que debió de notar que Grace tiritaba, le pasó el brazo por los hombros caballerosamente y la calentó al instante. —Parece que Catie y Trish han retomado las cosas donde las dejaron
hace unos años —comentó Torrie. —Ya son mayorcitas. Lo único que espero es que la casa esté en pie cuando vuelva. En casa de Connie, Torrie invitó a pasar a Grace y le ofreció algo de beber. Ninguna de las dos quería que la velada terminara todavía, aunque Grace era más que consciente de los peligros y placeres de quedarse a solas con Torrie. La piel le hormigueó. —En realidad, creo que ya hemos bebido bastante por esta noche. Los julepes de menta eran fuertes. —¿Qué tal una Perrier? Grace se acomodó en el sofá y se sintió como en casa de inmediato, rodeada de los cuadros de Connie y los acogedores muebles desgastados. —Una Perrier suena perfecta. Cuando Torrie volvió con las bebidas, pareció titubear entre sentarse junto a Grace o mantener una cierta distancia. Dudó y al final hizo ademán de ir hacia una butaca, pero Grace dio una palmadita en el sofá, a su lado. —No sé si me podré acostumbrar a ti de esta manera. —¿De qué manera? —preguntó Torrie con inocencia. Grace disfrutaba viendo a Torrie un poco nerviosa, porque sabía que no era propio de ella, y el hecho de tener el poder de desconcertarla era muestra de que los sentimientos de Torrie por ella eran profundos. Por fin, Torrie accedió y se sentó al lado de Grace, con el muslo a escasos centímetros del de la otra mujer. —Como tímida —respondió Grace. —Bueno, no te acostumbres. En el fondo todavía soy una tigresa. En broma, soltó un rugido y Grace se rió de buena gana. Se moría de ganas de besar a Torrie como se habían besado en la cocina unas horas antes. Estuvieron sentadas en silencio varios minutos, mientras se bebían el agua. Grace no estaba segura de lo que iba a pasar; sabía que quería hacer el amor con Torrie —su cuerpo se lo recordaba bastante a menudo—, pero Torrie había tenido razón días atrás: era demasiado pronto para ellas. No quería darle pie a Torrie y tampoco forzarse a dar más de lo que era capaz en aquellos momentos. Se le ocurrió que, quizá, debería dar las buenas
noches y marcharse. Seguro que Trish tenía tapones para los oídos por casa. —¿Sabes? —la voz de Torrie interrumpió sus pensamientos. Sonreía como si tuviera un secreto—. He averiguado tu segundo nombre. —Seguro que tardaste como diez segundos con el Google. —No, ese segundo nombre no. Tu segundo nombre. Grace respingó. Nunca usaba aquel nombre, el que le habían puesto sus padres en honor de su hermana mayor, que había muerto de síndrome de muerte súbita a los dos meses. Ni siquiera Aly se había tomado la molestia de descubrir el nombre que había logrado mantener en privado. —¿Dónde lo has encontrado? —Catie se lo sonsacó a Trish para mí. Así que, Grace Margaret Kristen Wellwood, ¿cómo es que nunca usas el de Kristen? Es un nombre muy bonito. Grace no quería hablar de la hermana a la que no había llegado a conocer, ni de su solitaria infancia. Aquella noche no. —Supongo que quería mantener una parte de mí en privado. —Sí, lo entiendo. Mi biografía oficial tiene mi fecha de nacimiento mal por un día. Así puedo tenerlo para mí sí quiero. Hasta el día siguiente no me inundan con cientos de correos electrónicos y llamadas telefónicas. —Eso es muy inteligente por tu parte. —La sonrisa de Grace se desvaneció deprisa. —¿Va todo bien, Grace? —quiso saber Torrie—. ¿Te preocupa algo? Grace esbozó una leve sonrisa, algo inapropiada. —Estoy bien. La verdad era que no lo estaba, pero lo estaría. La vida siempre encontraba la manera de enderezar las cosas, sobre todo ahora que había tomado la firme decisión de vivirla más honestamente. —Supongo que deberíamos hablar, ¿no crees? —De acuerdo. —Torrie se removió un poco. Se notaba lo nerviosa que estaba porque no dejaba de tragar saliva. —Torrie. —Grace inspiró para calmarse. Era importante que le explicara sus sentimientos, porque después de todo era lo que Torrie quería, que exploraran cómo se sentían y lo que querían—. Me gustaría
darte tantas cosas ahora mismo… —¿De verdad? Grace reprimió una sonrisa. —De verdad. «Oh, sí. Y sería tan sencillo dártelas.» Escrutó el rostro de Torrie, disfrutando de la mezcla de inquietud y excitación en su mirada, la tensión sutil de sus musculosos hombros, como si se preparara para algún tipo de batalla. No dejaba de abrir y cerrar las fuertes manos sobre el regazo. A Grace le encantaba cómo a Torrie se le notaban las emociones en la cara. No quería hacerle daño y tampoco desilusionarla, pero en aquellos momentos había cosas que Grace necesitaba para sí. Sobre todo, permiso para quererse a sí misma, pero también permiso para identificar y aceptar lo que necesitaba en la vida. Permiso para ser egoísta de un modo completamente diferente a como lo había sido con Aly, con quien el egoísmo había sido la manera de huir de la responsabilidad. —¿Qué tipo de cosas? —insistió Torrie. Grace sonrió. —Ay, Torrie. Eres maravillosa. Grace tragó saliva e intentó hablar pese a las burbujeantes emociones que la dominaban. Si había alguien de quien querría enamorarse en aquellos instantes, esa era Torrie. —Quiero dártelo todo, pero ahora mismo no puedo. No puedo entregarte mi corazón. «Es demasiado pronto. Pero me gustaría, algún día.» —Está bien, no tienes que hacerlo. —Pero te mereces mucho más, Torrie. Te mereces a alguien que pueda darte todo lo que quieres y yo no estoy preparada para hacerlo. Torrie le puso la mano en el muslo. Sus dedos eran cálidos y sólidos, pero al mismo tiempo suaves y tiernos sobre sus pantalones cortos de algodón. —Grace, te deseo muchísimo. Sé que aún estás dolida y no pasa nada. No voy a presionarte. No voy a intentar que digas cosas que no estés lista para decir, ni hacer nada que no quieras hacer.
Torrie le rodeó el muslo con los dedos suavemente, y para Grace fue como si echaran gasolina sobre rescoldos ardientes. Su deseo estaba a punto de prenderse fuego y aquello era peligroso, porque no sería capaz de decir que no si Torrie seguía así. —Tenías razón con lo de que deberíamos esperar —dijo Grace, pese a que su cuerpo contradecía a sus palabras. Mierda, ¿por qué lo que decía tenía que ser completamente incongruente con lo que su cuerpo ansioso necesitaba en aquel instante? —Grace —de repente, los labios de Torrie estaban muy cerca de su garganta y su aliento le hizo cosquillas en la piel sensible—, déjame amarte. Por favor, para eso no quiero esperar. Grace se quedó sin aire de golpe. El corazón se le disparó en los oídos y echó la cabeza hacia atrás como si no fuera dueña de su cuerpo, para dejar al descubierto más piel para Torrie. Esta le rozó la garganta y la clavícula con los labios sedosos y Grace lanzó una súplica silenciosa por que Torrie la tocara. —Quédate conmigo esta noche —le susurró Torrie al oído. Grace tragó saliva con dificultad y trató de recuperar la voz. —Pero creía que… —No puedo ir despacio, Grace. Te deseo ahora. Sea lo que sea lo que pueda tener de ti. Le había deslizado la mano entre los muslos, dejando un rastro ardiente de sudor y deseo cosquilleante a su paso. —Pero… Oh, a la mierda. ¿En qué pensaba con tanto protestar y tanto dudar? Quizá el amor estuviera sobrevalorado después de todo, porque no podía pensar en nada que no fueran las manos de Torrie sobre su cuerpo y su boca devorándola, en nada que no fuera perderse en el cuerpo de Torrie, mezclar sus deseos calientes, furiosos y resbaladizos. Le había advertido a Torrie que no podía entregarse por completo, y aun así Torrie la deseaba. Puede que con eso bastara. Con voz estrangulada por la lujuria, Grace pronunció las únicas palabras que tenían algún sentido en aquel momento. —Sí, Torrie. Sus bocas se unieron con tanta brusquedad y urgencia que Grace se
sorprendió. Sus labios se devoraban como si quisieran hacerse cardenales, como si llevaran toda la vida esperando aquel beso. Grace gimió cuando Torrie le escaló el muslo con la mano, hasta que rozó con los dedos el punto en que las costuras del pantalón se juntaban. Grace contuvo la respiración, mareada bajo el peso aplastante de su propio deseo. Torrie le apoyó la mano con delicadeza y la acarició por encima del tejido de algodón, como si bailara describiendo una danza invisible sobre su centro palpitante. Grace se frotó contra la mano de Torrie, al principio con indecisión, luego con más exigencia. Torrie la frotó con más fuerza y la acarició con suavidad, mientras con la lengua sobre la garganta le insinuaba lo que pasaría a continuación. —Oh, Dios, Torrie —gimió Grace, ansiosa—. Si no frenas un poco… Torrie soltó una carcajada contra el cuello de Grace y sus labios vibraron sobre su piel. —No te preocupes, aún no quiero que te corras. —¿Ah, no? —la provocó Grace, que seguía respirando entre jadeos incluso después de que Torrie dejara la mano quieta. La deseaba tantísimo que le dolía. Torrie esbozó una sonrisa arrogante. —Cuando te corras, no será por accidente. Grace se sentía febril de deseo y no quería que Torrie la provocara y jugara con ella toda la noche. —Torrie, no creo que pueda aguantar mucho más. Torrie rió y luego estudió a Grace con más seriedad. —Ay, Grace —dijo en voz baja y ronca, cargada de deseo—. Quiero hacerte el amor dulcemente durante toda la noche. Quiero amar cada centímetro de tu cuerpo una y otra vez. Así es como mereces que te hagan el amor. Quiero sentirte y saborearte entera. A Grace se le escapó un gemido a modo de respuesta y besó a Torrie con impaciencia. Los ojos se le habían llenado de lágrimas. —Sube a la habitación conmigo —pidió Torrie entre besos. —Sí. En el dormitorio de Torrie, Grace dejó que le sacara la blusa de algodón por la cabeza y notó un escalofrío de emoción por el modo en que Torrie contemplaba hambrienta y satisfecha su torso desnudo y se
entretenía con la mirada sobre sus pechos, como si quisiera memorizarlos o estuviera planeando mil cosas que hacerles. Era justo como se la imaginaba cuando estudiaba un campo de golf en busca del tiro más directo hacia el éxito, la preparación y el enfoque adecuados. Torrie se humedeció los labios. —Grace, ¿estás segura? Grace asintió, sin apartar los ojos del rostro de Torrie. Estaba más que segura de que quería que la tocara dentro y fuera, que amara su cuerpo tierna, apasionada y algo salvajemente. Aquella noche quería conquistar y ser conquistada entre los brazos hábiles y cariñosos de Torrie. Respecto a lo demás, su corazón y el de Torrie, bueno… todo aquello iba a tener que esperar. Ya se vería, porque en aquellos instantes era su cuerpo el que clamaba toda su atención. Torrie se puso de rodillas, le bajó la cremallera de los pantalones a Grace y se los fue quitando lentamente por las caderas, los muslos y hasta debajo de las pantorrillas. Grace se los acabó de quitar y los alejó de una patada. Torrie le pasó la yema del pulgar por la cinturilla del fino bikini de algodón y le acarició el culo con los dedos extendidos. A continuación le bajó las braguitas hasta los tobillos. Torrie inspiró de golpe y su aliento le hizo cosquillas en los muslos. Cuando miró hacia abajo, Torrie la miraba con reverencia, venerando cada centímetro de su cuerpo con los ojos. —Oh, Torrie —murmuró Grace con voz trémula. Le temblaban las rodillas como si fueran a fallarle. Exacto. Había sabido que con Torrie sería de aquella manera. Así de dulce. Torrie se puso de pie, le rodeó la cintura con el brazo y la condujo a la cama de matrimonio. —Eres tan hermosa, Grace. Incluso más hermosa de lo que me había imaginado. Y créeme, he pasado mucho rato imaginándote. Grace rió y las dos se tumbaron la una al lado de la otra, sobre el costado, para mirarse a la cara. Se alegraba de que su cuerpo no hubiera decepcionado a Torrie, que seguramente había hecho el amor con muchas mujeres jóvenes y núbiles a lo largo de los años. Ella también había pasado mucho tiempo imaginando cómo sería Torrie desnuda, aunque ya vislumbraba que no iba a defraudarla.
—Tú… —murmuró Grace—. Quiero que te quites la ropa. Quiero verte. Torrie sonrió, juguetona, y empezó a quitarse la camisa. Grace la ayudó por el lado de la lesión y Torrie se quedó sólo con los boxers negros puestos. —Oh, Dios mío. —Grace contuvo el aliento y contempló entusiasmada los músculos firmes y vibrantes de los brazos de Torrie, sus hombros y su cuello, así como los abdominales marcados que lucía en el estómago. Tenía unos pechos pequeños y firmes, que se curvaban suavemente y terminaban en unos pezones duros y prominentes. Era como una diosa esculpida y, de repente, Grace se sintió muy poca cosa a su lado. Cada año de edad que las separaba aumentó sus dudas y titubeó un poco. Torrie debió de sentir su inseguridad. Empezó a acariciarle la cara con ternura. Sus ojos azules eran cálidos, como el cielo de un caluroso día de verano. —No tengas miedo, Grace. A Grace le entraron ganas de reír. ¿Miedo? ¡Ni que fuera una virgen y aquella fuera su primera vez! ¿Qué quería decir Torrie con «no tengas miedo»? Fue entonces cuando se dio cuenta de que sí que tenía un poco de miedo, por primera vez en… Ni siquiera lo recordaba, porque nunca había estado así de nerviosa con Aly. Ni siquiera acertaba a poner nombre a lo que la asustaba exactamente. ¿Qué hubiera alguna complicación? ¿Que alguna de las dos resultara herida? ¿Miedo de sentirse inepta? ¿De que la decepcionara? ¿De todo lo anterior? —Grace —le susurró Torrie contra la mejilla. Adoraba cómo sonaba su nombre en labios de Torrie—. Grace, te deseo tanto… Cerró los ojos cuando empezó a cubrirle la mandíbula y la garganta de suaves besos, luego los lados del cuello y finalmente el hombro. Torrie se movía contra Grace, prácticamente encima de ella, y restregaba las caderas con las de Grace. Sus piernas se enredaron y Torrie le cogió un pecho y le acarició la sedosa parte de abajo. Cualquier duda que Grace pudiera albergar se esfumó en el fuego de la pasión que las dominaba. —Te deseo, Torrie. Grace tenía la garganta tan seca como si fuera de papel de lija, y la intensa lujuria casi no la dejaba hablar. Cuando Torrie le trazó un círculo con los dedos alrededor del duro y protuberante pezón y se lo acarició,
Grace fue consciente de lo cerca de estaba de exigirle a Torrie que la penetrara y aliviara su palpitante necesidad húmeda con sacudidas rápidas y profundas. Ay, ¡cómo quería que la follara! Que aquellas manos tan fuertes y aquel cuerpo tan duro se la follaran duro durante toda la noche. Torrie le tomó el pezón entre los labios cálidos y mojados y chupó con delicadeza, mientras lo acariciaba suavemente con la lengua. Ah, sí. Con Torrie sería lento, profundo y dulce, en lugar de rápido, brusco y vacío. Grace sintió que la invadía un anhelo completamente diferente. Nunca había estado tan mojada por nadie y frotó la pelvis contra Torrie, a modo de dulce súplica. —Ya, ya… —rió Torrie, soltándole el pecho—. ¿Olvidas que tenemos toda la noche? —Eso es lo que me temo. Torrie se rió con ganas y todo su cuerpo se sacudió contra el de Grace, quien por un momento fugaz temió que fueran a caerse las dos de la cama. —No intentaba ser graciosa —murmuró Grace. Torrie la besó en los labios apasionadamente, mientras seguía temblando por la risa. —Ay, Grace. Eres tan preciosa… Dios, ¡te quiero! Grace sólo oyó el latido acelerado de su propio corazón; el resto de su cuerpo se había quedado inmóvil. Notó que le venía un sollozo a la garganta. Ojalá Torrie no hubiera pronunciado aquellas dos palabras; palabras capaces de hacer de aquel un momento perfecto. Palabras que deberían haber hecho de aquel el momento perfecto. —Oh, Torrie. No, por favor. Torrie sonrió con benevolencia y Grace sintió vergüenza de sí misma y de su incapacidad de entregarse a Torrie por completo, cuando lo único que esta deseaba era amarla. —Lo siento —croó Grace, a sabiendas de que disculparse no la haría sentir mejor. —No lo sientas —la tranquilizó Torrie, bajando la mano para acariciarle el muslo—. Sé que no tendría que haberlo dicho, pero no he podido evitarlo. Es verdad que te quiero, pero no quiero que te sientas incómoda. En los tres años que habían estado juntas, Grace podía contar con los
dedos de una mano las veces que Aly le había dicho que la quería. Y en cambio, Torrie, a la que conocía desde apenas dos semanas, ya proclamaba su amor por ella. «Dios, qué fácil es para Torrie.» No sólo decirlo, sino expresarlo con cada caricia y cada beso. Grace nunca se había sentido tan deseada ni tan querida antes. —No —dijo Grace, mientras las lágrimas empezaban a desbordarse. Por mucho que le doliera no ser capaz de corresponder a Torrie, la alegría en su corazón era innegable, como si las palabras de Torrie le hubieran sacado algo pesado, pegajoso y venenoso de dentro—. No te disculpes nunca por decir eso. No es culpa tuya. Torrie se le puso encima y se dedicó a lamerle las lágrimas de las mejillas. —No quería hacerte llorar. Grace sonrió pese al llanto. —¿Sabes cuánto tiempo hacía que una mujer no me hacía llorar en el buen sentido? Torrie negó con la cabeza y le hundió la nariz en el cuello. —Preferiría hacerte gritar. Grace se quedó sin aire cuando Torrie empezó a apretarle el muslo en el punto justo. Tenía los muslos afilados, duros y muy musculosos y Grace se frotó contra ellos con más fuerza para incrementar con sus propias sacudidas la presión sobre su clítoris palpitante e inflamado. Le rodeó la espalda firme con los brazos mientras trataba de recordar con qué hombro tenía que ir con cuidado. Al final localizó la marca enrojecida de la cicatriz, justo cuando la mente empezaba a nublársele y sus sentidos se agudizaban. —Me haces sentir tan bien, Grace… —le dijo Torrie, balanceándose contra Grace, cada vez más deprisa y más fuerte, hasta que las dos acabaron jadeando. —Ohhh —chilló Grace, cerrando los ojos. El corazón se le había desbocado y la sangre le rugía en las venas. Iba a necesitar llegar al clímax pronto. —No pasa nada, nena.
Torrie volvió a llevarse uno de sus pechos a la boca y Grace se mordió el labio inferior para reprimir otro grito. Torrie deslizó una mano entre las dos y Grace aflojó un poco su abrazo para dejarle sitio. Esperaba… No, rezaba por que Torrie la tocara por fin, porque sus dedos aliviaran el dolor ardiente que había empezado a consumirla. —Quiero tocarte, Grace. —Oh, Dios, sí. Por favor, Torrie. Sus dedos danzaron sobre los pliegues sedosos y resbaladizos de su centro, trazando pequeños recorridos, acariciando, frotando y haciéndole cosquillas. Grace se estaba volviendo loca. Levantó las caderas y las restregó ansiosa contra los dedos de Torrie para atraparlos y controlarlos, pero eran demasiado rápidos y ligeros y se movían a su propio ritmo. Se le nubló la vista y su mente se convirtió en un torbellino incoherente cuyo vórtice era un pensamiento único y afilado: que Torrie la hiciera correrse. Sintió cómo le apretaba la palma de la mano y abrió más las piernas, como invitación para que Torrie no se contuviera. —¿Te gusta? —Oh, sí —respingó Grace. La penetró con un dedo y Grace gritó. —Dios, qué mojada estás, Grace. —Tú haces que me moje, Torrie. Que chorree… Grace tenía miedo de resbalarse y caer. El pecho le subía y le bajaba a toda velocidad mientras incitaba a Torrie para que la tomara más y más fuerte, más y más hondo. Torrie lo hizo, metiéndole un segundo dedo. Se movieron al unísono en una unión furiosa y perfecta de caderas contra dedos extendidos. Cuando Torrie le acarició el clítoris endurecido con la otra mano, el orgasmo salvaje culminó el dulce y doloroso camino del clímax y la inundó por completo antes de estrellarse inexorable contra sus orillas en un oleaje interminable y delicioso. Gritó el nombre de Torrie al frotarse contra su mano una última vez, para exprimir hasta la última gota de placer de su danza. Torrie se desplomó sobre ella y rodaron sobre la cama hasta que Grace se puso encima, con la cara ardiendo y falta de aliento. —Torrie, ha sido increíble. A Torrie le relucieron los ojos, complacidos. Se la veía saciada y a la
vez hambrienta. —Todavía no has visto nada. Grace soltó una risita. Se sentía más viva de lo que se había sentido en años y el mérito era de aquella deportista joven y hermosa, que la contemplaba como si quisiera comérsela de un bocado. Seguramente podría hacerlo. Era de lo más embriagador. Empezó a besarle y darle pequeños lametones en la garganta, intentando hacerle cosquillas a Torrie. Por fin lo logró, cuando fue a por su estómago. —Para, eso no vale —jadeó Torrie. —¿El qué? —preguntó Grace, fingiendo inocencia. —Las cosquillas son un golpe bajo. —Eso crees, ¿verdad? Grace la tenía justo donde la quería. Le deslizó la mano hasta los boxers y le apoyó la mano en el sexo con firmeza. —Ohhh —gimió Torrie—. Vale, estaba equivocada. Oh, Jesús, eso sí es que es claramente… —¿Un golpe bajo? —aventuró Grace en tono malicioso. —Sí. —Torrie le cogió la muñeca a Grace—. Tú no sabes lo que les hago a las chicas malas que van por ahí provocando… Desafiante, Grace enarcó las cejas. —Las conviertes en tus esclavas sexuales, espero. —¿Cómo lo has sabido? Grace le metió las manos por debajo de las bragas y lo que encontró la hizo gemir de placer y relamerse inconscientemente. Torrie ya estaba muy mojada e hinchada. —Mmm, me gusta, Torrie. —A mí también —murmuró ella, con voz tirante y mirada nublada, con los párpados medio cerrados—. Estoy tan excitada que he tenido que controlarme para no correrme contigo —gimió cuando Grace empezó a frotarla rítmicamente—. Dios, eres tan preciosa cuando te corres, Grace… Grace la besó y exploró sus labios con la lengua, mientras se preguntaba cómo sería sentir aquellos labios sobre su cuerpo. Ahí abajo. «Dios, estoy excitada otra vez.» ¿Es que nunca iba a tener suficiente con aquella mujer?
Torrie se restregó contra ella con más fuerza. El pecho le subía y le bajaba como loco. Grace sabía que Torrie estaba a punto de correrse y subió el ritmo de sus sacudidas. —Quiero mirarte cuando me corra —jadeó Torrie. Grace sonrió y le sostuvo la mirada febril a Torrie cuando esta se estremeció por última vez y se corrió en su mano con un grito gutural. Era un subidón tremendo saber que acababa de darle tanto placer y Grace la besó de nuevo mientras los ecos del orgasmo se desvanecían. —Joder, qué preciosa eres, Grace —le dijo Torrie, sin dejar de besarla, mientras Grace se acomodaba en el hueco de su hombro bueno—. No sé cómo he podido tener tanta suerte. —Tú —empezó Grace— eres muy buena para mi ego, Torrie Cannon. —No es tu ego lo que me importa, Grace Wellwood. Bueno, sí, pero todo lo demás también —repuso Torrie, mientras le colocaba un mechón de pelo tras la oreja con mucho cariño. —¿Crees que a tu tía le importaría que me quedara aquí así? —¿Estás de broma? —Torrie rió sonoramente—. Le encantaría. Es mi mayor competencia por ti. —No es verdad. —Grace sabía que Torrie bromeaba, pero no quería pensar en nadie que no fueran ellas dos en aquel momento—. Torrie… Grace apenas podía tomar aire cuando miraba a Torrie, sobre todo cuando ella le devolvía la mirada, hermosa, segura de sí misma y exudando lujuria y mucho más. —Eres increíble y especial, ¿lo sabías? Torrie se encogió de hombros ligeramente, aunque le brillaban los ojos como si hubiera ganado el torneo de golf más importante del mundo. —Tú eres la que me hace sentir así. Grace quería ser capaz de amar a Torrie con todas sus fuerzas, de lanzar a todo y a todas las que habían venido antes al aire y dejar que el viento se las llevara y las dispersara para siempre. Por supuesto, había obstáculos, y sus carreras respectivas no eran el menor de ellos. Y luego estaba, claro, el corazón roto de Grace, que todavía estaba cerrado dolorosamente. Por mucho que quisiera dejar entrar a Torrie y arriesgarse de nuevo, algo la frenaba. Era demasiado pronto y ella era demasiado
cabezota y le asustaba ceder por completo. Lo único que esperaba era que Torrie la comprendiera. —Torrie —empezó Grace, con cautela—. No puedo prometerte nada. —Lo sé. —Torrie le acarició la cara a Grace y su caricia fue tan electrizante como tranquilizadora. —No sé qué va a pasar ahora. —Grace tragó saliva—. Si es que va a pasar algo. Torrie sonrió con melancolía. Era señal de que se había resignado a las reticencias de Grace. —Lo sé, pero te quiero, Grace, y te esperaré el tiempo que haga falta. ¿El amor podía ser tan simple? ¿Tan poco complicado? Grace lo dudaba, aunque sería maravilloso creer, aunque sólo fuera un rato, que el amor de Torrie bastaba para las dos. Igual que durante un tiempo se había engañado a sí misma al creer que su amor por Aly sería suficiente para sostener su relación. A Grace le dio un vuelco el corazón. —Pero yo no… Torrie le puso un dedo en los labios. —Lo sé, Grace. Sólo quiéreme ahora. Esta noche. Con tu cuerpo. Grace sólo acertó a asentir como una tonta, temerosa de que la voz se le quebrara si trataba de hablar otra vez. —¿Puedes hacer eso? —le preguntó Torrie, que sonreía como si no tuviera ninguna otra preocupación en el mundo. Grace volvió a asentir. —Bien —repuso, mientras descendía sobre la cama y sobre Grace, cubriéndole el estómago de besos al pasar. Torrie se colocó entre las piernas de Grace y bajó más y más. «Oh, Dios, va a…» Grace estaba tan mojada que casi no podía soportarlo. La nueva oleada de deseo la hacía vibrar desde el interior, como si la recorrieran pequeñas sacudidas eléctricas desde el pecho hasta los dedos de los pies. La idea de los labios de Torrie devorándola era casi demasiado poderosa, y de repente supo que estaba de nuevo al borde del clímax. —Eres increíblemente hermosa —murmuró Torrie, mientras
contemplaba los pliegues secretos de Grace y aspiraba hondo. Torrie esbozó una sonrisa lobuna, como si acabaran de ponerle delante un gran plato de bistec con patatas. Hasta se relamió como un animal que estuviera a punto de devorar a su presa, y Grace se derritió al verla. Gritó ya con el primer roce de su lengua.
12 Capítulo
A la mañana siguiente, Catie y Trish tenían el mismo aspecto agotado y de resaca sexual que Torrie y Grace. Nadie tuvo que hablar del tema, pues todas se hacían una idea bastante clara de lo que había sucedido en las dos casas durante la noche. La cafetera iba a destajo mientras las dos chefs preparaban tortillas y reutilizaban las sobras de las patatas gratinadas de la noche anterior, sin dejar de bostezar y reprimiendo la sonrisa al trabajar. —Te veo muy contenta esta mañana —le dijo Trish, con una mirada de aprobación desde el otro lado de la cocina. Grace respondió con petulancia. —Yo podría decir lo mismo de ti. Trish se encogió de hombros, pero se la veía absurdamente feliz. —¿Te gustó? Grace no pudo resistir la tentación de meterse un poco con Trish, sobre todo porque empezaban a subirle los colores a las mejillas. Trish le dio la vuelta a la tortilla y fingió que no le importaba, pero cuando por fin se volvió hacia Grace con el rostro iluminado, habría podido derretir un glaciar. —Más que nunca. ¿Cómo fue Torrie? Grace aún se sentía como fuego líquido por dentro al recordar lo que habían estado haciendo durante la mayor parte de la noche. Casi no habían dormido porque sólo tenían ganas de saborearse y acariciarse una y otra vez. Incluso en la ducha, por la mañana, Torrie se había deslizado detrás de Grace y había apretado su cuerpo firme contra el suyo mientras jugaba con sus pechos. Era como si no tuvieran bastante la una de la otra y Grace no podía evitar compararlo con Aly. No, con Aly nunca había sido tan apasionado ni tan intenso.
—¿Y bien? —insistió Trish. Grace notó que el deseo prendía de nuevo en su interior, pese a estar aún agotada y dolorida. —Fue increíble —dijo en voz baja, pensativa. —Bueno, bien. Me alegro por ti, Grace, de verdad. —Gracias. —Grace todavía no quería hablar de lo que implicaba haberse acostado con Torrie más allá del sexo—. ¿Tú qué tal? ¿Estás bien? Quiero decir, ¿estás bien de verdad? Trish se apoyó en el mármol y se cruzó de brazos. —Sí, estoy bien. Catie es maravillosa. —¿Vais a seguir viéndoos? —Creo que sí, sí. Grace señaló fuera de la cocina: Torrie y Catie estaban en el porche, con las cabezas muy juntas. —¿Crees que están hablando de nosotras? Trish soltó una carcajada. —Dios, espero que sí. Grace inspiró hondo. Se sentía más feliz de lo que había sido en meses. Puede que años. Deseaba que las cosas pudieran seguir de aquel modo para siempre: las cuatro juntas como adolescentes que no tuvieran nada más importante que hacer. Sin presiones, sin exigencias, sin complicaciones. Sencillamente queriéndose y nada más. —No sé tú —dijo Trish—, pero a mí me vendría bien dormir un poco. —Por Dios, a mí también. —¿Por qué no echamos a esas dos un rato después de desayunar y hacemos una siesta? —¿Por qué? ¿No crees que podamos echar la siesta con ellas? Trish puso los ojos en blanco. —No, si queremos dormir, no. —Cierto. Además, siempre les quedaba la noche. —Había pensado que esta tarde podríamos coger el ferry al continente y cenar en aquella marisquería nueva. Me muero de ganas de probarlo. —Claro, suena genial. —Grace les hizo un gesto de cabeza a Torrie y a
Catie, que las observaban desde el porche—. Vamos a anunciarles que las desterramos unas cuantas horas. Las dos parejas compartieron dos botellas de vino tinto junto con una orgía de langosta y mejillones. Torrie miraba a Grace todo el rato como si estuviera impaciente por volvérsela a llevar a la cama y esta estuvo a punto de mandar la cena a freír espárragos. El sexo con Torrie no era únicamente divertido y estimulante, sino que rápidamente se había convertido en el centro de su existencia. Cuando volvieron a la isla iban un poco achispadas, pero no estaban borrachas. Grace no tenía la menor intención de emborracharse y echar a perder otra noche ardiente en la cama con Torrie. Iba a necesitar toda su energía para estar a la altura de Torrie. Caminaron el kilómetro y medio de distancia que separaba el muelle donde estaba el ferry del cottage de Trish, justo cuando los últimos rayos de sol se ocultaron. Torrie y Grace iban de la mano, y Trish y Catie también. Grace se preguntó distraídamente cuántas veces a lo largo de los años las dos primas habían paseado por los mismos caminos con sus novias de la mano, en la época en que recorrían la isla como si les perteneciera. Ojalá hubiera conocido a Torrie en aquel entonces, pero cuando Torrie tenía dieciséis años, Grace tenía veintiséis y su carrera culinaria ya iba en serio. Torrie le habría parecido una chica listilla y chulita y no habría visto en ella la mujer en la que iba a convertirse. Al llegar se encontraron con un coche desconocido aparcado en la entrada de Trish y se detuvieron un instante. Había una silueta en el asiento del conductor: una mujer de pelo largo, entre las sombras, quieta como una estatua. —¿Quién diablos es esa? —susurró Trish. —Voy a ver —dijo Catie. Antes de que Catie diera un paso, la puerta del coche se abrió de golpe y de su interior emergieron un par de largas piernas desnudas. Incluso en la oscuridad, Grace supo exactamente quién era y se le encogió el estómago. «¡Oh, Dios santo!» Era Aly, que cerró la portezuela de un portazo y se quedó allí plantada, inmóvil, mirando a Grace con una expresión inescrutable en la penumbra. Grace se quedó helada. El cuerpo había dejado de responderle y la voz
le salió forzada y tensa. —Aly, ¿qué haces aquí? Torrie le apretó la mano en gesto protector. Su presencia le daba más fuerzas a Grace de lo que había imaginado y en aquellos momentos la necesitaba más que nunca al encontrarse cara a cara con su ex amante, de modo tan repentino e inoportuno. —Grace —respondió Aly débilmente—. ¿Puedo hablar contigo? ¿En privado? Grace distinguió una leve nota de súplica en el tono de Aly y se removió, incómoda. Sabía que todas las demás la estaban mirando, a la espera de su reacción. —Me parece que no, Aly. Aly avanzó un paso más y Grace pudo constatar que seguía tan hermosa como siempre, pese al dolor que contraía su rostro. Grace no creía haber visto a Aly de aquella manera nunca: fuera de control como un tren a punto de descarrilar. —¿Por favor? Torrie miró a Grace al tiempo que se colocaba entre las dos mujeres. —Grace, no tienes que hacerlo. —Lo sé —repuso Grace, y tomó una decisión enseguida—. No pasa nada, Torrie. —Echó un vistazo a sus amigas y notó la mueca de desaprobación de Trish—. De verdad, está bien. ¿Por qué no me esperáis en casa de Connie? Yo iré dentro de un rato. Torrie le puso las manos sobre los hombros. Se la veía desilusionada y preocupada a la vez. —Grace, ¿estás segura? —Sí. Grace tragó saliva. No estaba segura en absoluto, pero si Aly quería hablar, si de verdad quería entender lo que había pasado entre ellas y por qué, Grace le debía una respuesta. Después podrían decirse adiós como Dios manda y no tendría que volver a ver a Aly nunca más. Torrie inclinó la cabeza y besó a Grace profunda y posesivamente, para dejarle claro a Aly que Torrie estaba en su presente y quizá, sólo quizá, también lo estaría en su futuro. Grace no pudo menos que admirar su
coraje y le dio un postrero apretón para tranquilizarla, antes de verlas marchar a las tres camino abajo. Estuvo a punto de llamar a Torrie para que volviera. —De acuerdo. —Grace le lanzó una mirada incendiaria a Aly—. Tengo que decirte que no me hace demasiada gracia que me hayas tendido una emboscada de esta manera. —Lo siento, Grace. No se me ocurría ninguna otra manera. Grace tuvo que admitir que tenía sentido. Hasta el momento, había hecho un esfuerzo notable por sacar a Aly de su vida y le había dado todas las señales posibles de que no quería volver a verla ni a hablar con ella, pero aquello no significaba que Aly no necesitara hablar, y hasta entonces no le había dado la oportunidad de hacerlo. Grace suspiró e invitó a Aly a pasar. Se quitó las sandalias y encendió algunas luces. No sabía si ofrecerle algo de beber, porque no quería que pareciera que se alegraba de verla, pero al final los modales le pudieron. —Cualquier cosa fuerte me irá bien —le dijo Aly. Remy apareció dando botes y Aly retrocedió, asqueada. —Fuera, monstruo. Empezó a dar vueltas sobre sí misma, intentando que no se le acercara, y Grace tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse. En el fondo, estaba animando a Remy. A Aly no le gustaban los perros, porque tenían demasiada energía y eran impredecibles, además de sucios, como a menudo le recordaba a Grace. Nunca había llegado a entender por qué Grace tenía perro y, en aquel instante, Grace se alegraba de tener otro motivo de desacuerdo, porque era otra señal de que no estaban hechas la una para la otra. —Remy, ve a tumbarte —le ordenó Grace finalmente, antes de sacar la botella de Jack Daniels. Se sirvió un vaso de agua y Aly se llenó el vaso con el whiskey de Tennessee. Sentada en el sofá, Grace apoyó los codos en las rodillas y se inclinó hacia delante. Quería que Aly acabara con aquello y se largara lo antes posible, porque al pensar en Torrie estaba impaciente por acabar con Aly y con aquella parte de su vida. Grace tomó asiento en la butaca de al lado y no dijo nada durante un largo momento. Bebía del vaso a sorbitos mientras suspiraba en alto de vez
en cuando y miraba a todas partes menos a Grace. Esta no llegaba a descifrar lo que sentía Aly, pero el caso es que tenía un aspecto horrible, como si hubiera estado bebiendo demasiado en los últimos tiempos y no hubiera dormido lo suficiente. Estaba muy flaca y abatida. —Estás hecha una mierda, Aly. —No me digas, querida. Esto me lo has hecho tú. Grace se puso furiosa, pero al cabo de un segundo el enfado se desvaneció. Sería demasiado fácil enzarzarse en una discusión con Aly y echarse las culpas la una a la otra, pero la idea le parecía demasiado agotadora emocionalmente. —Mira, para mí tampoco ha sido fácil. —Me abandonaste tú —la acusó Aly—. Siempre es más fácil para la persona que abandona. —Eso no es verdad. Aly se rió con amargura y Grace tuvo la sensación de que era la primera vez que la veía con claridad. Era como si en su alma sólo hubiera culpa y dolor. —Ya veo que no has tardado mucho en superar lo nuestro. Pero no te imaginaba con una bollera como esa, Grace. Dios, supongo que ahora me dirás que se gana la vida cavando zanjas o algo por el estilo. —¿De verdad has venido para esto, Aly? ¿Para insultarme? Porque si es así, ya puedes marcharte. —A la mierda, olvídalo. —Levantó la mirada derrotada hacia Grace—. Lo siento, ¿vale? Es que… no lo entiendo, Grace. No entiendo por qué… —Se deshizo en lágrimas y Grace se dio cuenta de que nunca había visto llorar a Aly. «Mierda.» —Aly, no quería hacerte daño. De verdad. —¿Y qué creías que iba a pasar, Grace? —La voz de Aly se endureció considerablemente, subiendo de tono con cada sílaba—. ¿De verdad pensabas que podías tirarme a la basura como si fuera un envoltorio de caramelo usado, así sin más? Grace hundió el rostro en las manos por un instante. Le resultaba frustrante que Aly no tuviera ni idea de por qué lo suyo había terminado.
—No fue así, Aly. —¿Entonces cómo fue? Porque no tengo ni puta idea. —Ya no funcionaba, Aly. —¿Qué? Claro que funcionaba. Nos gustábamos, éramos buenas la una para la otra. El sexo siempre era una pasada. Joder, Grace, hacía que te corrieras como nadie. Aquello ya no era cierto y Aly pareció darse cuenta de su error, porque su expresión se tocó de sorpresa y a continuación de indignación al comprenderlo. —Mira, Aly. Para mí ya no funcionaba, ¿vale? Aly se bebió de un trago lo que le quedaba en el vaso y volvió a llenárselo. —¿Y por qué coño no me lo dijiste? ¿Por qué te limitaste a esperar y luego a dejar caer la bomba? Grace dejó escapar un suspiro exasperado. Había intentado decírselo a Aly en muchas ocasiones, cuando discutían sobre Tim, cuando le pedía que se marcharan juntas de la ciudad o le rogaba que la acompañara a algún evento. Sin embargo, Aly era incapaz de entenderla o bien no quería hacerlo. No sabía por qué tendría que volver a intentarlo, salvo porque había llegado el momento de acabar lo que había empezado. Necesitaba una clausura y era obvio que Aly también. —Durante estos tres años, estaba claro que nada cambiaría nunca entre nosotras. —¿Qué quieres decir con que nada cambiaría? Creía que todo iba de maravilla. —Ese es el problema. No iba bien. Dios, Aly, yo quería más y lo sabes. ¿Por qué crees que quería que dejaras a Tim? ¿Por qué crees que no dejaba de pedirte que pasáramos más tiempo juntas? Aly cabeceó y se apoyó el vaso en la frente como si fuera una compresa de hielo. Estaba siendo tozuda y estaba empeñada en no entenderlo, como siempre. —Sabías lo que firmabas cuando te liaste conmigo, Grace. —Yo no firmé nada, Aly. Sí, al principio era sólo sexo y diversión, pero para mí cambió. Quería más que eso y tú no podías dármelo. Por eso
llegó la hora de ponerle punto y final. Aly se estaba emborrachando, aquello estaba claro. Bebía el whiskey como si fuera agua y cada minuto que pasaba se mostraba más hosca. —Vale, muy bien, pues línchame, ¿qué coño? Joder, Grace, te echo de menos. Quiero que vuelvas, ¿de acuerdo? ¿Qué más puedo decir? Grace negó con la cabeza. Aly le daba más pena que otra cosa. Aly no había progresado nada en el tiempo que habían estado separadas. En todo caso, había retrocedido. —Aly, te he dicho que es demasiado tarde. Ya no quiero nada de ti. Aly se enjugó una lágrima y Grace casi se compadeció de ella, pero no podía olvidar que Aly había sido el arquitecto de su propia desgracia. —¿Es por la mujer esa con la que estás? «La mujer esa.» No, Torrie no las había separado. El motivo principal había sido la falta de compromiso por parte de Aly desde el principio y así se lo dijo a Aly. Torrie había resultado una sorpresa inesperada en medio del desastre. Más que una sorpresa, una joya. —¿Quieres que deje a Tim? ¿Que renuncie a mi carrera? ¿Es eso lo que realmente quieres? Aly se veía triste, desesperada, como si de verdad estuviera dispuesta a hacerlo. No era la primera vez que la veía así de asustada; había sido lo mismo en una ocasión en que Grace había estado a punto de dejarla. No obstante, claro está, Aly nunca había llevado sus promesas hasta el final y Grace, tampoco sus amenazas. En aquel momento se preguntaba qué había podido ver en Aly, más allá de su belleza y lo mucho que la deseaba. Ahora sólo era capaz de ver una sombra desvaída de lo que la había atraído de aquella mujer. —No quiero que hagas nada. ¿No te das cuenta de que ese es el problema? Nunca quise obligarte a hacer nada que no quisieras. Sencillamente, nunca llegaste a esas conclusiones tú misma, nunca quisiste que las cosas cambiaran. Y ahora me doy cuenta de que no eres capaz, Aly. Sencillamente, no eres así. Aly le había contado a menudo que su matrimonio era una mierda, que Tim y ella apenas se hablaban ni pasaban tiempo juntos y que no había sexo. Aun así, Aly se aferraba desesperadamente a su imagen del
matrimonio perfecto, como una estrella de cine que envejece y se empeña en tener el mismo aspecto que en sus días de gloria. Era una fachada falsa, pero no podía desprenderse de su vida y de sus trampas. Era muy triste. Aly se puso a llorar. Al principio, en silencio; después, desconsoladamente, como si estuviera sacando las tripas por la boca. Era angustioso verla. —Lo siento Aly —ofreció Grace inútilmente, porque no se le ocurría nada más que decir. Aly lloró durante mucho rato, porque aún no se creía lo que le decía Grace: que era demasiado tarde y que Grace ya no estaba enamorada de ella. No es que Aly fuera malvada, pero tenía muchas limitaciones y Grace ya no quería vivir con aquellas limitaciones. Ya no tenía paciencia, ganas ni fuerzas para lograr arrancarle una relación a Aly. Obviamente, Aly echaba de menos lo que habían tenido, pero seguía sin haber amor en sus ojos y tampoco en sus motivos. Grace estiró la mano y le acarició al brazo a Aly para consolarla como pudiera. —¿Estás bien? Aly negó con la cabeza sutilmente. Se levantó y se sentó en el sofá con Grace sin pronunciar palabra. Una vez allí, se acurrucó junto a Grace y esta le pasó el brazo por los hombros automáticamente. —¿Hay alguna posibilidad de que podamos arreglarlo? —le preguntó Aly, arrastrando las palabras como si ya no pudiera separar las unas de las otras. —No, Aly, lo siento. —Entonces, por lo menos ayúdame, Grace. Me lo debes. Aly estaba equivocada: Grace no le debía nada. Sin embargo, sí que se debía a sí misma la oportunidad de deshacer parte de lo que había hecho durante los últimos tres años. Se debía a sí misma asumir su responsabilidad y, al menos, la mitad de la culpa. «Al fin.» Iba a ser una noche muy larga. Torrie no había pegado ojo. Paseó por la casa como un animal enjaulado y nervioso, haciendo caso omiso de las súplicas de Catie y Trish para que se tranquilizara. Les dijo que no podía tranquilizarse y menos
cuando todo se estaba viniendo abajo. Porque se estaba viniendo abajo, de eso estaba convencida. Al final, las mandó a acostarse, porque quería estar sola con sus miedos y su preocupación por Grace. No entendía por qué Grace tardaba tanto en volver. «¿Qué diablos están haciendo en esa casa?» Se preguntó por millonésima vez si Grace estaría bien. A lo mejor debería ir a comprobarlo. Asomó la cabeza por la puerta varias veces, pero el vecindario estaba en silencio. Estaba en una posición impotente y cobarde. La aparición de Aly en la isla había desconcertado a Torrie más de lo que habría esperado. No entendía qué quería la ex amante de Grace. Bueno, sí que lo entendía: sin duda quería que Grace volviera con ella y aquello la tenía muerta de miedo. Por fin, al alba, Torrie ya no pudo soportarlo más. Echó a andar hacia casa de Grace, aún con la ropa de la noche anterior, decidida a averiguar lo que estaba pasando. Si Aly seguía allí, tenía toda la intención de echarla a patadas. Si Grace iba a volver con Aly, Torrie no iba a permitir que pasara en su querida isla. A Torrie se le puso un nudo en el estómago al ver que el coche de alquiler de Aly seguía en la entrada. Aly seguía allí y Torrie se puso furiosa cuando se dio cuenta. La imaginación empezó a jugarle malas pasadas al evocar a Grace y a Aly a solas allí dentro, durante horas. Sabía que, de ser ella, haría cualquier cosa por recuperar a Grace, incluido seducirla y hacerle todo tipo de promesas vacías con tal de que funcionara. La idea hizo que le entrara el pánico. Justo cuando Torrie trataba de decidir qué hacer, Aly salió de la casa con un aspecto de revista Neiman Marcus: con la ropa impecable y el bolso y las joyas como complementos perfectos. Tenía los ojos enrojecidos, pero cuando vio a Torrie la reconoció al cabo de un par de segundos y le dedicó una sonrisa enigmática. Su expresión era desagradable y arrogante y a Torrie le entraron ganas de estrangularla allí mismo. —Llegas un poco tarde —le dijo, tras darle un repaso a Torrie de arriba abajo—. Muy tarde, en realidad. Torrie sintió que se encendía, por mucho que odiara saber que Aly la estaba arrastrando a una pelea. Esta se dirigió al coche y Torrie se apartó de ella automáticamente, como quien se aparta de una serpiente a punto de
atacar. —¿Sabes? Vamos a intentar arreglar las cosas. Lo siento, mala suerte. —Aly abrió la puerta del coche y le lanzó una mirada incendiaria a Torrie —. Ahora está libre, por si quieres despedirte. Torrie cerró los puños a los costados. Tenía el pecho tan tenso que apenas lograba respirar. Quería darle un puñetazo a aquella mujer y molerla a patadas, pero el coche dio marcha atrás y lo único que hizo Torrie fue quedarse de pie sintiéndose impotente, enfadada, dolida e inútil. Era la peor de las traiciones: el dolor más terrible que alcanzaba a imaginar. Estaba enamorada de Grace; había estado dispuesta a comprometerse con Grace, pero aun así está la había hecho a un lado por aquella mujer sin corazón de su pasado. «¿Cómo has podido, Grace?» Torrie se estremeció, paralizada donde estaba. Se sentía completamente vacía, como si le hubieran exprimido la vida. En ese momento, la puerta mosquitera se abrió y Grace salió al porche, con cara de cansada. —Eh —la saludó débilmente. Se la veía exhausta, puede que incluso algo culpable, imaginó Torrie, que se la quedó mirando sin pronunciar palabra. Intentar hablar le dolía demasiado y, además, no había nada que Grace pudiera decir para hacerla sentir mejor. Nada de nada. Torrie se dio media vuelta e hizo lo único que se le ocurrió: salir corriendo sin mirar atrás.
13 Capítulo
TORRIE dobló las rodillas contra el pecho para protegerse del aire helado. Se acercaba un frente que traía viento frío y ella todavía llevaba los pantalones cortos y la camiseta de la noche anterior. Como siempre, la pequeña isla era toda suya. El balanceo de la Zodiac naranja se intensificó un poco a medida que las olas golpeaban la goma con más fuerza. Pensó vagamente que no podía tardar mucho en regresar, pero al mismo tiempo había una parte de ella a la que le daba igual volver o no. Había perdido a Grace, así que lo demás no le importaba demasiado. Ya habían pasado unas cuantas horas, pero el dolor descarnado de su descubrimiento seguía siendo increíblemente agudo. El modo en que la había mirado Aly, arrogante y despectiva… y sus palabras… «Vamos a intentar arreglar las cosas.» Cada vez que se acordaba era como si le clavaran un cuchillo y le entraban ganas de gritar. «Lo siento, mala suerte.» Torrie no había dejado de torturarse, regodeándose en el poder hiriente de aquellas palabras para no olvidar nunca aquel dolor y aprender a evitarlo en el futuro. Porque pensaba evitarlo. No volvería a ser tan estúpida. Había hecho el ridículo al colgarse por Grace de aquella manera y lo peor era que ni siquiera era culpa de Grace, porque Grace ciertamente la había advertido de que todavía no había superado lo de aquel monstruo de Aly y de que no estaba preparada para entregarse a Torrie por completo. Pero no, Torrie había tenido que abrirse paso a empujones igualmente, se había enamorado de ella y le había confesado su amor. «Dios, debe de pensar que soy una idiota.» Muy bien, pues hasta ahí habían llegado. Ya no iba a volver a cometer ninguna imprudencia. «Gestionar el campo, Torrie, gestionar el campo.»
Así se ganaban los torneos de golf, sabiendo gestionar el campo. Significaba jugar con cabeza, de manera conservadora, sin arriesgarse y, como resultado, no dejar que el campo te derrotara. Eras tú quien controlaba al campo, había que adueñarse de él y que no te entrara el pánico por un mal golpe o un mal lie. Lo que no se te ocurría hacer era ponerte en desventaja o sabotearte a ti misma para fracasar, que era exactamente lo que había hecho con Grace. El móvil le vibró en el bolsillo. Había olvidado por completo que llevaba encima aquel aparato del diablo. —Cannon —respondió secamente. —Eh, Torrie —era Catie—. ¿Dónde demonios estás? —En la Isla del Humo. —Bueno, pues vuelve inmediatamente. Se acerca una tormenta. —Sí, sí, ya voy. —Genial. Te espero en el muelle. —Oye, no tienes que… —He dicho que te espero en el muelle, Tor. —¿Por qué? —El vello de la nuca se le erizó—. ¿Qué ha pasado? —Te lo contaré cuando llegues. Torrie cerró el teléfono de concha con un chasquido y soltó una maldición. Corrió hacia la lancha a toda prisa. ¿Le habría pasado algo a Grace? Dios, esperaba que no, pero el corazón se le había disparado en el pecho y se temía lo peor. Puede que la hubiera perdido contra aquella zorra abogada estirada, pero no pensaba perderla ante ninguna otra fuerza que escapara a su control. Minutos después, Catie la estaba ayudando a amarrar la Zodiac. —¿Se trata de Grace? Torrie tenía el estómago vacío y le estaban entrando ganas de vomitar. Sin embargo, Catie negó con la cabeza y el alivio hizo que a Torrie le flaquearan las piernas. —¿Estás bien, Tor? —Sí, joder —replicó, doblándose hacia delante para recuperar el aliento y asentar el estómago revuelto—. ¡Dime qué demonios pasa de una vez!
—Es tía Connie. Las amigas con las que estaba han llamado hace una hora. Al parecer ayer se rompió la pierna por dos sitios. Estaba haciendo parasailing, ¿te lo puedes creer? —¿Cómo? Las dos corrieron al ferry cercano, que justo estaba haciendo embarcar a los últimos pasajeros. No había tiempo de coger un coche, así que ya irían al hospital en taxi. —¿Se le ha ido la pinza? ¿Parasailing? —Lo sé, lo sé —asintió Catie, mientras pagaba los billetes y subían a bordo. —¿Se pondrá bien? —Sí, con tiempo creo que sí. Pero ya no va a poder volver a la isla en todo el verano. Tomaron asiento debajo de la cubierta, en un rincón tranquilo. —Bueno, pues por una vez soy yo la que va a cantarle las cuarenta — rezongó Torrie. —No, no lo harás. Ya es tarde para eso, además. Torrie suspiró y contempló las olas grises y ondeantes por la ventana. Le recordaban a los ojos de Grace y cómo la había mirado en el porche aquella mañana, como si se sintiera culpable y contrita. También cansada, como si no hubiera dormido. Puede que a aquellas alturas Grace ya se hubiera dado cuenta de que había cometido un error al dejar que Aly creyera que podían arreglar las cosas, pero de todas maneras Torrie no alcanzaba a comprender por qué Grace había considerado la posibilidad de darle otra oportunidad a su ex, sobre todo después de la noche que había pasado con Torrie. ¿Cómo podía pensar en volver con Aly después de que Torrie le hubiera dicho que la quería? La sulfuraba pensar en Grace y Aly juntas, en Grace haciéndole a Aly todas aquellas cosas exquisitas y dejando que Aly la tocara en los mismos sitios que la había tocado Torrie. Pensar en Aly haciéndole el amor era más que doloroso. Era devastador. —¿Y a ti qué diablos te pasa, Torrie? —¿Mmm? —¿Por qué te has marchado sola hoy? Grace también parece disgustada. Trish está con ella. ¿Os habéis peleado o algo?
Torrie se limitó a encogerse de hombros, porque quería que la dejaran a ella y a su tristeza en paz, pero Catie le tamborileó en el regazo con los dedos impacientemente. —¿Tiene algo que ver con que anoche se presentara esa tal Aly? Sin duda a mí me cabrearía que el ex de Trish apareciera de esa manera. —No quiero hablar de ello, C. Catie suspiró y se removió a su lado, como si quisiera insistirle a Torrie pero no supiera qué decir, y Torrie no estaba de humor para darle el gusto. Los motores diésel rugieron a medida que el ferry avanzaba con lentitud. Torrie deseaba con todas sus fuerzas que hubieran llegado ya. —Torrie —le dijo Catie, con su voz seria de caddie, la que usaba para que Torrie se concentrara en la tarea que tenía entre manos. —¿Qué? Torrie sabía que Catie tenía buena intención y que sólo estaba preocupada por ella. Por supuesto, en el campo de golf escuchaba a Catie y trató de escucharla también entonces, pero con desgana. —Grace está loca por ti, ¿sabes? Hasta yo lo veo. No haría ninguna estupidez. «Y una mierda», pensó Torrie, aunque no lo dijo. Grace había hecho su elección y estaba más claro que el agua que su tiempo juntas había acabado antes de haber llegado a empezar. Para Torrie era la pérdida más decepcionante que había experimentado nunca. —Mira, Catie. A veces las cosas sencillamente no… —Torrie inspiró hondo para reunir valor—… no están destinadas a funcionar, ¿sabes? Catie la miró con sorpresa y decepción pintada en la cara. —No es propio de ti rendirte, Tor. Torrie la fulminó con la mirada. No era cuestión de rendirse, sino de minimizar las pérdidas. De dejar que Grace arreglara su vida por su cuenta, no a costa de la de Torrie. El ferry botó un poco al rozar los amarraderos. Torrie se puso de pie y lanzó a Catie una mirada de advertencia. —Ni se te ocurra decirle una palabra a tía Connie. Grace salió del taxi y corrió hacia las puertas del hospital, porque temía no llegar a tiempo de ver a Connie antes de que terminaran las horas de
visita. Ya sabía que no podría coger el último ferry de regreso a la isla y que tendría que pasar la noche en el continente, pero ya le parecía bien. Trish cuidaría de Remy. Y respecto a Torrie, no sabía qué planes tenía, a juzgar por el modo en que había huido aquella mañana, dolida y furiosa como si Grace hubiera cometido un error imperdonable al invitar a entrar a Aly la noche anterior. Su comportamiento era hiriente y frustrante, porque lo que le hacía falta a Grace era el apoyo y la comprensión de Torrie, no un ataque de miedo y celos. Preguntó en la recepción por el número de habitación y, cuando estaba a punto de coger el ascensor, vio a Torrie y a Catie atravesando el vestíbulo. Catie la saludó con la mano. —¿Habéis visto mi nota? —le preguntó Catie. Les había dejado una nota a Grace y a Trish para explicarles lo que le había pasado a Connie y decirles que iba de camino al hospital. —Sí, gracias. Trish se ha quedado, pero yo quería venir a ver a Connie de inmediato. No miró a Torrie enseguida. Aunque quería hacerlo, si Torrie aún estaba enfadada y dolida, no le apetecía mucho una confrontación en público. —¿Se pondrá bien? —Sí, se pondrá bien. Ahora venimos de su habitación. Le hará mucha ilusión verte. —Yo también tengo ganas de verla. Grace notó que la emoción la dominaba sin previo aviso. En aquellos momentos necesitaba los sabios consejos de Connie más que nunca, pero no quería agobiarla y menos con su lesión. Tampoco ayudaba mucho que Torrie fuera su sobrina. —La he echado de menos. Catie carraspeó y miró alternativamente a Grace y a Torrie. —Voy a llamar a Trish. Ahora vuelvo. Grace no estaba segura de sí darle las gracias a Catie o maldecirla. —No tardes o perderemos el ferry —le gritó Torrie mientras se alejaba. Se diría que quería seguir a Catie. «Muy propio de Torrie escapar otra vez», pensó una irritada Grace. Le puso la mano en el brazo, decidida a
coger el toro por los cuernos. —¿Podemos hablar? Torrie gruñó, y Catie lo interpretó como un sí y la condujo a una zona con máquinas expendedoras en el rincón. —Escúchame, Torrie. No sabía que Aly se presentaría aquí de esta manera. Cuando lo hizo no pude echarla sin más. Al menos tenía que hablar con ella. La mirada de Torrie estaba extrañamente vacía de emoción, como si hubiera construido un muro entre las dos. La exasperación de Grace no hizo más que aumentar, ya que Torrie estaba siendo irracional y petulante y Grace, sinceramente, no se lo merecía porque no había hecho nada malo. —Después de tres años, si ella quería hablar era lo menos que podía hacer. —Grace suspiró profundamente y se apoyó en una de las máquinas, que ofrecía diez variedades de chocolatinas. No pensaba disculparse, pero podía tratar de apaciguar a la otra mujer—. Estaba sufriendo y me sentía mal por ella, ¿de acuerdo? Puede que no tuviera razones para sentirme así, pero es la verdad. —¿Por eso vas a volver con ella? ¿Por culpabilidad? ¿Y yo no fui más que un polvo de venganza? La acusación de Torrie fue áspera y agresiva, y Grace sintió como si la golpearan con un mazo. -¿Qué? Torrie se había cruzado de brazos y tenía una dolida expresión de desafío en el rostro, desprovista por completo de perdón. —Aly. Dijo que… —Torrie desvió la mirada. Grace seguía sin entender, hasta que cayó en la cuenta de lo que Aly debía de haberle dicho a Torrie y se le revolvió el estómago. Lo primero que le vino a la cabeza, en cuanto fue capaz de articular algún pensamiento, fue «maldita zorra» y el segundo fue «oh, no». Se daba cuenta y sentía por fin en sus propias carnes el daño que el despecho de Aly había causado. Un daño que quizá sería irreparable. —Torrie —respingó, meneando la cabeza—. Fuera lo que fuera lo que te dijo… ¿te lo creíste? Torrie no despegaba los ojos de sus zapatillas deportivas Adidas y tenía las manos metidas en los bolsillos. Ya no estaba tan rígida como al
principio, pero Grace todavía no estaba convencida de que estuviera dispuesta a atender a razones. —No lo sé. —¿Qué quieres decir con que no lo sabes? —inquirió Grace. —Lo siento —rezongó Torrie—. Debería ser lo bastante madura como para afrontarlo, pero no lo soy. —No lo entiendo. No hay nada que «afrontar», Torrie. —¿Es que no vas a volver con ella? Grace no podía creerse que aquello se hubiera convertido en una pesadilla tan horrible. —Torrie, tenemos que hablar. Pero aquí no. La cogió de la muñeca y la condujo pasillo abajo. Probó una de las puertas, pero estaba cerrada, así que siguió adelante hasta encontrar una abierta y metió a Torrie en un almacén. —No has contestado a mi pregunta —le recordó Torrie con insolencia. Grace estaba que echaba humo. —Claro que no le dije que quería volver con ella. —¿Y quieres o no quieres? —Torrie, ¿cómo puedes preguntarme eso después de la noche que pasamos juntas? ¿De verdad crees que habría hecho el amor contigo si lo que quisiera de verdad fuera volver con Aly? ¿Cómo puedes pensar eso? Por primera vez, Grace sintió una punzada de remordimiento por la noche que había pasado con Torrie. En el fondo de su alma había sabido que era demasiado pronto para ellas. «¿Por qué no hice caso de mi intuición? ¿Por qué no pudimos ser fuertes y esperar un poco más?» Torrie se dejó caer sobre un taburete de metal, con los hombros hundidos. —No lo sé, Grace. No sé qué pensar, ¿vale? Joder, es que os pasasteis allí toda la noche. ¿De qué más ibais a hablar todo ese tiempo? —Torrie. —Grace se esforzaba por mantenerse tranquila, pero Torrie se alejaba más y más de ella con cada palabra—. Aly no está llevando muy bien la ruptura, eso es todo. —Ese es su problema, no el tuyo.
—Sí, es su problema. Pero también es mi responsabilidad. He aprendido que uno no puede romper con los tres últimos años de su vida como si nada. Las cosas no son o blancas o negras. La vida no está hecha de etapas sin costuras. —Para mí sí —se obstinó Torrie—. Porque no me parece que Aly vaya a aceptar un no como respuesta tan fácilmente y no pienso pelear por ti como si fueras un trofeo que haya que ganar, Grace. —¡Me dijiste que me querías! —rugió Grace, porque quería que las palabras de Torrie se volvieran en su contra y le dieran su merecido. Estaba harta de que la gente dijera cosas que no sentía de verdad. —Y te quiero —respondió Torrie apesadumbrada—. No sabía que sería tan… —¿Duro? ¿No sabías que costaría tanto? Grace era consciente de que sonaba mordaz, pero lo único que quería era infligirle el mismo daño que sentía ella. —¿Creías que con decirlo ya estaba? ¿Qué era lo único que había que hacer? Torrie negó con la cabeza lentamente y empezó a llorar en silencio. —No sé lo que pensaba —repuso en voz casi inaudible. —Oh, Torrie. Las emociones se agolparon en el interior de Grace y estuvieron a punto de ahogarla. Quería abofetear a Torrie, pero también quería abrazarla muy fuerte y decirle que todo iba a salir bien, que superarían aquello. Que lo único que necesitaba era un poco más de tiempo. —Fui una estúpida colgándome por ti tan deprisa, Grace —murmuraba Torrie de manera incoherente. Grace retrocedió al oírla—. No es que no me advirtieras de que no estabas lista para mirar hacia delante. Tú no me dijiste que me querías. Fui tan, tan estúpida… Perdóname. Grace se había quedado a cuadros, incapaz de articular palabra. Torrie no sólo se le estaba escapando entre los dedos, sino que además intentaba negar lo que había habido entre las dos. —¿Y ya está? ¿Vas a tirar la toalla? Torrie se limitó a encogerse de hombros y pasaron varios segundos, cargados de angustia, hasta que volvió a hablar.
—Creía que podía mantener una «relación», Grace. Pero soy terrible con las relaciones. No eres tú, no es culpa tuya, ¿vale? Es que no puedo hacerlo. Supongo que no puedo ser normal y tener una relación como todo el mundo. Grace estaba perpleja. ¿Y aquella era la mujer de la que creía que estaba enamorándose? ¿Aquella cría cobarde que se rendía tan fácilmente ante los obstáculos? Pues muy bien, Torrie podía tragarse sus palabras. Que se fuera con su golf, sus chicas y su estilo de vida negligente y despreocupado. —Muy bien —zanjó Grace, en un tono crispado como de cristales rotos —. Yo no te retendré. Sólo espero que un día aprendas a hablar en serio cuando le digas a alguien que le quieres. Se dio media vuelta sin dejar que Torrie dijera una sola palabra y se dirigió a la salida. De alguna manera, las piernas todavía le funcionaban, mientras el resto de su ser luchaba por mantenerse a flote sin nada a lo que agarrarse, salvo su propio dolor y desesperación. —Torrie se ha ido, ¿sabes? —Vaya, menudo saludo de buenos días. —Se ha marchado a primera hora. Catie dice que ha hecho el equipaje y se ha vuelto a casa. Grace dejó las llaves y la bolsa en una mesa cercana. Había pasado una larga noche en vela en el motel que había cerca del hospital y no estaba de humor para discutir con Trish, mucho menos sobre Torrie. —A Arizona —prosiguió Trish. Grace se dejó caer en el sofá, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Dios, las cosas iban de mal en peor. —No es culpa mía, Trish. No es responsabilidad mía que Torrie se vaya a Arizona o donde le venga en gana. Ya es mayorcita. Grace abrió los ojos a tiempo de recibir una mirada acusadora de Trish. ¿De verdad esperaba Trish que fuera corriendo detrás de Torrie y la persiguiera por toda Arizona para suplicarle que regresara? Era Torrie la que había dejado bien claro que había renunciado a su relación. Era Torrie la que tenía que crecer y aprender a confiar y a tener paciencia. Grace acarició con ternura a Remy, que caminaba balanceándose a su vera, y apartó la cara cuando el perro le echó el fétido aliento canino encima.
—¿Qué te ha puesto tita Trish de comer, Remy? ¿Pescado podrido? Puaj. Trish se plantó delante de ella con las manos en las caderas. —Muy bien, ¿quién es esta mujer fría y sin corazón y qué has hecho con Grace? —¿Por qué no lo sueltas de una vez? Dime que soy una zorra despiadada porque le he partido el corazón a Torrie o algo así. ¿No es lo que intentas decirme? —Bueno, ¿le has partido el corazón? —No lo sé, Trish. Y, sinceramente, ahora estoy demasiado cabreada como para que me importe. —¿Por qué? Grace aún se ponía furiosa al recordar la discusión con Torrie y cómo había creído a Aly antes que a ella y había tomado la salida más cobarde. —Porque Torrie cree que he sido demasiado amable con Aly y que, en secreto, lo que quiero es volver con ella o algo así. Trish abrió mucho los ojos. —¿Y quieres? —¡No! Dios, tú también no. Trish se encogió de hombros, arrepentida. —Lo siento, es que he pensado… Mierda, sé que las rupturas casi nunca son limpias. Que muchas veces se dan dos pasos atrás por cada paso que se da hacia delante. —¿Por esa razón Scott y tú estuvisteis separándoos y volviéndoos a juntar durante un tiempo? —Es que, aunque sabes que no está bien, hay algo reconfortante en la familiaridad, ¿entiendes? —Sí, bueno, no hay nada reconfortante en la idea de volver con Aly. Grace no tenía intención de echarse atrás, pero no quería que hubiera límites poco claros antes de comprometerse con Torrie o con cualquier otra persona. Quería que en su vida todo ocupara el lugar que le correspondía, igual que cuando preparaba una de sus recetas: las hierbas picadas en su bol, los dados de cebolla en el suyo, el ajo en su pila y los condimentos bien medidos. Aly tenía que formar parte de su pasado, sin medias tintas,
antes de poder mirar hacia el futuro sin reservas. Por fin se había dado cuenta. —Mira, no puedes echarle la culpa a Torrie por sacar las conclusiones equivocadas —afirmó Trish, que se sentó en el sofá al lado de Grace y estiró las piernas encima de la mesita de café. —Sí que puedo. No confía en mí. —No te conoce lo bastante, eso es todo. —Me conoce lo bastante para decirme que me quiere —replicó Grace. En cuanto Grace lo dijo, se echó a temblar y se sentó sobre las manos para dejarlas quietas. —Oh, no. Grace asintió, con ganas de llorar. —Creía que era sincera conmigo, Trish, pero estaba equivocada. Trish se le acercó, hasta que sus hombros se rozaron. —Confiar, amar… Todo eso es nuevo para ella. Y aunque no lo fuera, sabes que ninguna de las dos cosas resulta nunca fácil. Grace suponía que tenía razón, porque a ella no se le daban demasiado bien, que digamos. —No quiero ser el conejillo de Indias de nadie. —¿No puedes darle un poco de tiempo, Grace? ¿Sólo una oportunidad? Grace cerró los ojos con fuerza. Le irritaba que Trish hubiera tardado tan poco en ponerse de parte de Torrie. —Soy yo la que necesita tiempo, porque, ¿sabes qué?, ahora mismo estoy hasta el moño de las mujeres. Trish se echó reír, pero al ver la cara que ponía Grace se serenó rápidamente. —No hablas en serio, ¿verdad? ¿Vas a volverte hetero? —Cabeceó y murmuró—: Típico, justo cuando yo me vuelvo gay, tú te vuelves hetero. Grace bufó, exasperada. —No, no voy a volverme hetero. Pero ahora mismo no quiero ninguna relación. Con nadie. —Te gusta Torrie, ¿verdad? Es decir, hace dos días estabas en el séptimo cielo. Era cierto, tras la increíble noche que había pasado con Torrie, se había
sentido como en una nube. Incluso antes de acostarse con ella. Torrie le hacía sentirse especial, querida, deseada, respetada y amada. No se parecía en nada a Aly. Era dulce, sincera y auténtica. Alguien con quien soñar con construir algo, puede que incluso un futuro común. Y sí, puede que Torrie no fuera ninguna experta en relaciones o en controlar sus emociones. Cometería errores, igual que Grace, pero a lo mejor cometer errores juntas era mejor que ser desgraciadas por separado. «A lo mejor, pero ahora ya es demasiado tarde. Se ha ido y no puedo hacer nada al respecto.» Grace permitió que todo el peso de la tristeza y la pérdida y un familiar sentimiento de impotencia cayeran sobre ella como una fuerza invisible. —Trish, ¿cuándo vuelves a Boston? —Dentro de un par de días. Catie tiene que volver al Circuito y yo tengo que volver al trabajo. Grace asintió con sequedad. —Me vuelvo contigo. Grace ya se había aislado a sí misma, así que no necesitaba pasar más tiempo a solas en una isla de verdad.
14 Capítulo
LA tía Connie no tardó mucho en expresar su preocupación ante la fijación de Torrie por torturarse. Al fin y al cabo, su tía nunca se había callado las opiniones, sobre todo cuando afectaban a sus seres queridos. Lo único irritante de aquella costumbre era que normalmente tenía razón. Después de pasar una semana en el hospital y otra semana con sus amigas del continente, la tía Connie había volado a Arizona para estar con Torrie y con sus padres. El dolor la había envejecido un poco, pero no había perdido su carácter luchador. Ya podía caminar con la ayuda de unas muletas, pero la familia no se fiaba de que pudiera cuidarse sola, al menos durante dos semanas más, y estaban encantados de ayudarla. Sentada en el patio del amplio bungalow estilo español de la familia Cannon, con la pierna rota elevada en un taburete, seguía atentamente a Torrie con la mirada mientras esta blandía un palo de golf en el patio trasero una y otra vez. —¿No es un poco pronto para coger un palo de golf? —No. Torrie lo blandió de nuevo con más fuerza, sin darle a nada. Intentaba recuperar el ritmo y el movimiento, porque de momento no había logrado recuperar toda la fuerza de su backswing. Aún faltaban como mínimo un par de semanas más para que pudiera empezar a entrenar de verdad. —Estás pálida y no dejas de hacer muecas de dolor, Torrie. ¿No vas a empeorar las cosas? —Estoy bien. Mi fisio ha dicho que podía empezar a usar los palos. La tía Connie soltó una carcajada. —Seguramente se refería a empezar por los putts, no por los swings. Torrie sabía que la tía Connie sólo quería protegerla, aunque se pasara un poco.
—Estoy bien, de verdad. Pero no lo estaba y lo sabía. Torrie se había visto las ojeras y la mirada atormentada en el espejo. Había perdido mucho peso, no sólo por la cantidad de kilómetros que corría cada mañana y las visitas al gimnasio casi a diario, sino también porque había perdido la mayor parte de su notorio apetito y no sabía exactamente por qué. Su tía Connie suspiró con impaciencia. —Torrie, cariño, ven a sentarte conmigo un segundo. Tómate un descanso. Torrie blandió el palo unas cuantas veces más, porque le ayudaba a no pensar, pero el caso es que el hombro empezaba a dolerle demasiado. Se secó el sudor de la cara con una toalla de mano que se había metido en el bolsillo trasero del pantalón. —Vale —cedió y se dejó caer en una silla, más cansada de lo que quería admitir. El hombro le latía con un dolor sordo y persistente, igual que un dolor de muelas. —¿Vas a contarme lo que ha pasado entre Grace y tú? —preguntó Connie, con total naturalidad, como si le hubiera preguntado por el precio de la gasolina. —¿Cómo? —se sorprendió Torrie, que no supo cómo reaccionar. ¿Le había contado algo Grace? ¿Catie, quizá?—. ¿Por qué crees que ha pasado algo? —Ay, Torrie. —Su tía le puso la mano nudosa sobre la rodilla y le dio una palmadita cariñosa—. ¿No te has dado cuenta todavía de que te conozco demasiado bien? Torrie sonrió. En algunos aspectos, su tía la conocía mejor que ninguna otra persona de su familia. Su madre sabía lo que empujaba a Torrie a seguir adelante, sus puntos fuertes y sus puntos flacos, y tenía una capacidad extraordinaria para detectar en lo que su hija necesitaba ser más fuerte, mejor y más feliz. Sin embargo, era la tía Connie la que comprendía de una manera única la parte más íntima y profunda de sus sentimientos. La tía Connie siempre había sabido cuándo luchaba con sus demonios interiores o con un deseo esquivo. Entendía su dolor más privado. A veces parecía que entendía cosas de Torrie antes incluso de que la propia Torrie se diera cuenta de su existencia. Supuso que era inevitable que la tía
Connie notara que le pasaba algo. —Llegamos a conocernos un poco mejor cuando te fuiste —dijo Torrie. Connie enarcó una ceja canosa. —¿Le hablaste de tus sentimientos? Torrie sintió un nudo en la garganta. —Sí —contestó con voz ronca. Le había abierto su corazón a Grace como no había hecho con nadie antes. Grace había sido muy generosa al aceptar el amor de Torrie, aunque no pudiera correspondería por entero. Torrie habría dado cualquier cosa por recuperar aquella preciosa noche. Había sido prácticamente perfecta y había estado convencida de que Grace acabaría correspondiéndola si le daba un poco más de tiempo. A Grace le importaba; aunque no pudiera expresarlo con palabras lo expresaba en el modo en que respondía a las caricias de Torrie, en cómo la miraba y se arqueaba y gritaba el nombre de Torrie en el momento en que el cuerpo se funde con el alma en una sincronía perfecta y celestial. —A juzgar por tu comportamiento, diría que no fue bien, —No. —Torrie negó con la cabeza y miró a la lejanía, sumida en el recuerdo fugaz de la alegría de la noche que habían compartido—. Fue maravilloso; la mejor noche de mi vida, tía Connie. La tía Connie soltó un largo silbido y sonrió ampliamente. —Bueno, eso es genial, querida. No sabes cuánto me alegra oír eso. — Su expresión se tiñó de preocupación—. Entonces, ¿qué es lo que ha ido tan mal? Torrie pasó un buen rato en silencio, porque antes de hablar quería estar segura de ser capaz de mantener la compostura. Aunque ya había llorado por Grace en privado unas cuantas veces, no podía estar segura de que no fuera a acabar otra vez deshecha en lágrimas. —¿Qué pasa, querida? —le insistió tía Connie con tacto. Con Grace, Torrie había experimentado en cierta medida lo que significaba el destino, pero ya no estaba segura de nada, salvo de que estaba sola y más perdida que nunca en la vida. Había creído que volver a casa la ayudaría, pero no había sido así. Puede que al reincorporarse al Circuito le fuera mejor.
—Me dijo que no estaba preparada para quererme, porque acababa de salir de una relación. La tía Connie asintió, pensativa. —Lo sé, ya lo sospechaba. —¿De verdad? —No me lo dijo específicamente, pero es lo que me pareció por las cosas que insinuaba. Me pareció entender que no había sido una relación demasiado buena. —No lo fue. —Entiendo que necesite tiempo, Torrie. ¿No tienes paciencia para dárselo? —Es más complicado que eso. La tía Connie se quedó muy desconcertada. —Verás, justo después de que… —Torrie vaciló, porque no acababa de sentirse cómoda hablando de sexo con su tía. Esta le sonrió con complicidad. —Está bien, lo entiendo, Torrie. Después de que pasarais una noche loca y apasionada haciendo el amor. A Torrie la invadió una sensación cálida y dulce al recordar a Grace debajo de ella y también encima de ella, cuando sus cuerpos se habían fundido rítmicamente en una unión utópica de deseo y anhelo paciente. Entonces su corazón se cerró en banda al recordar a Aly presentándose para reclamar a Grace. Aly había logrado hacerle creer que Grace no le pertenecería nunca y por aquella razón no la perdonaría jamás. —Su ex se presentó de repente —explicó Torrie con voz ronca—. Quiere que Grace vuelva con ella. Varias emociones cruzaron el rostro de su tía; en primer lugar sorpresa, y después duda. —¿Qué quiere Grace? Torrie se encogió de hombros. —Cree que tiene algún tipo de deber de ayudar a… —había estado a punto de decir «a esa zorra»— a su ex, con la ruptura y tal. —Bueno, ¿y no te parece mejor haberte enamorado de una mujer generosa como ella, en lugar de alguien con el corazón de piedra?
—Creo que lo mejor es no enamorarse y punto. —Ah, Torrie, no hablas en serio. —Sí que hablo en serio, tía Connie. Era mucho más fácil estar sola y concentrarse en su carrera. El golf sería su refugio y llenaría su soledad. El golf y puede que una mujer atractiva de vez en cuando. El golf y rollos sin importancia siempre le habían bastado y volverían a ser suficiente. —No estoy hecha para ese tipo de vida, tía Connie. —Y una mierda. Torrie casi nunca había oído a su tía decir palabrotas, así que se sobresaltó. —Tienes miedo porque no te está resultando fácil —continuó la tía Connie—. Ah, el amor llega con mucha facilidad, pero para conservarlo hay que tener agallas. Y hay que trabajar duro y comprometerse. El enfado hizo que Torrie apretara la mandíbula espontáneamente. —Sé lo que es tener agallas, trabajar duro y comprometerse. No llevaría tantos años en el Circuito si no fuera capaz de todo eso. —Pero el golf te resulta fácil, Torrie. Siempre te ha sido fácil, desde el principio, y a eso me refiero. No se puede triunfar en todo enseguida. Ni puedes ser perfecta en todo lo que hagas. A veces hace falta tiempo y a veces tienes que caer antes de ganar. A veces, Torrie detestaba aquellas pequeñas perlas de conocí miento de su tía, sobre todo en aquellos momentos. Tenía treinta años y podía hacer las cosas a su manera y tomar sus propias decisiones. Ya no necesitaba que su tía la llevara de la mano. —Lo sé, tía Connie, lo sé perfectamente —aseguro Torrie, echando mano de toda su paciencia. Era la misma paciencia que la hacía perseverar contra la tormenta y el viento en el campo de golf y que le hacía levantar cabeza después de un swing defectuoso—. Y también sé que intentas ayudarme y te lo agradezco. Pero creo que las cosas han acabado como tenían que acabar. La tía Connie meneó la cabeza levemente. —¿Cómo puedes estar tan segura? —No estaba destinado a funcionar —dijo Torrie, con una
irreversibilidad que no acababa de sentir, pero en la que quería creer—. Las dos tenemos nuestras carreras, tía Connie. Ella está en Boston y yo no. Y si su ex quiere recuperarla, bueno, yo no puedo hacer nada. —La distancia geográfica se puede arreglar, Torrie. —Ya lo sé. Pero no puedo poner algo en lo que no confío por encima de mi carrera. Es una apuesta demasiado arriesgada en estos momentos. El golf es mi presente y mi futuro. Grace… no estoy tan segura. El profundo desacuerdo de su tía se reflejaba en su expresión tan claramente como si lo hubiera gritado a los cuatro vientos. Torrie era consciente de que su tía Connie creía que estaba cometiendo un error, pero si era así —y lo dudaba— quería cometerlo ella sola. —Tengo que trabajar mucho para volver al Circuito —concluyó con voz suave—. Ahora mismo no necesito que me recuerden que lo he estropeado con Grace. Su tía la miró con más amor que crítica y le dio un apretón en la mano por encima de la mesa de cristal. En las tres semanas que habían pasado desde que Grace se marchó de Sheridan Island, se habían producido muchos cambios, y su apariencia era el menor de ellos. En un impulso, había decidido cortarse el pelo y hacerse reflejos, de modo que le había quedado una melenita espesa y ondulada. Tenía que darles la razón a Trish y a James, que opinaron que la hacía parecer años más joven. Aún mejor, esperaba que fuera el principio de una nueva etapa en su vida. Torrie no se había puesto en contacto con ella y, aunque su silencio le dolía, Grace trató de mirar hacia delante y olvidar la aventura como si hubiera sido una más en su larga lista de equivocaciones. Intentó tomárselo con calma, dar largos paseos con Remy, leer novelas e ir al gimnasio regularmente. Volvió al trabajo progresivamente, porque no estaba segura de qué proporción de su antigua vida quería retomar. En el pasado, había trabajado a un ritmo extenuante y se daba cuenta de que había sido el origen de muchos de sus problemas, así que, si quería hacer cambios positivos en su vida, debía tener más tiempo para sí misma y bajar el ritmo desenfrenado de los últimos años, como si retrasara el reloj. Era viernes por la tarde y había sido un día caluroso y pegajoso, típico de principios de agosto en Boston. Grace quería hacer un turno en la cocina
del Sheridan’s. Hacía meses que no se metía en la cocina propiamente dicha, ya que su papel en el último año había sido más de supervisión y, además, a distancia, con lo de su programa de televisión y la gira con el libro de cocina. Trish y ella repasaban la contabilidad regularmente y se reunían con el chef gerente una vez por semana para hablar de la carta, del personal y de los proveedores. Aquel tipo de relación gestora con su restaurante le resultaba aburrida e insatisfactoria y tenía ganas de ensuciarse las manos, volver a las trincheras una noche o dos. Puede que le ayudara a recordar por qué estaba en aquel negocio y a descubrir lo que quería de ello. Acariciaba la idea de volver a escalar y encontrar su nicho, y nada como una noche calurosa y frenética de viernes en una cocina bulliciosa y atareada para lograrlo. Trish también estaba allí. Habían empezado la tarde inspeccionando los puestos de trabajo de cada chef, guiadas por su chef ejecutiva, una mujer afroamericana baja y fornida que era de las mejores cocineras de la costa este. Liz era una mujer exigente que llevaba a su variopinto equipo con la precisión de un general curtido en la batalla. Varios de los cocineros estaban ya ocupados con la mise en place previa: picar las cebollas, los pimientos, el ajo, las cebolletas y las demás verduras. Las charlas eran relajadas, a diferencia del lenguaje vulgar y las órdenes bruscas y groseras que llenarían el aire en cuanto la locura de las cenas se desatara. Sonaba una selección de música urbana y hip hop, lo bastante alta y rítmica como para darles energía a todos. Grace y Trish se acercaron a un chef latino alto, que estaba deshuesando una pierna de ternera. Les sonrió y les dedicó una inclinación de cabeza, sin apartar los ojos de lo que tenía entre manos. Ya había empezado el despiece de la pierna pelada en redondo superior e inferior, jarrete, solomillo alto y brazuelo y estaba recortando cada trozo. Era un proceso meticuloso, pero el cocinero era rápido y hábil. Había otro cocinero limpiando pescado y, en el ala de las salsas, había caldo de pollo y buey haciéndose a fuego lento en grandes cazuelas de hierro. En la tercera olla había bechamel. Grace sabía que, variando un poco los condimentos, la espesura o reduciendo el tiempo de cocción, la salsa pasaría de normal a extraordinaria. El caldo y las salsas eran la espina dorsal de una buena cocina: el ingrediente que daba consistencia y sabor
más esencial, aunque casi invisible, detrás de un gran plato. Cada chef tenía su terreno y especialidad y la cocina empezaba a cobrar un ritmo que iría escalando a medida que se acercaba la hora de la cena. A Grace le gustaba la integración tácita de las cocinas de los restaurantes. Daba igual la religión o la tendencia sexual, si tenías antecedentes o alguna adicción: lo que importaba es que fueras un trabajador rápido y eficiente, que obedecieras las órdenes y supieras trabajar en equipo. Echaba de menos la camaradería, el trabajo duro bajo presión y los elogios por un trabajo bien hecho. Aquella noche, Grace prepararía una cuba de sopa de almejas de Nueva Inglaterra. Empezó por cortar y freír el beicon, luego cortó y salteó la cebolla. Estaba un poco oxidada con el manejo del cuchillo, pero no mucho, así que no tardó en ganar velocidad y empezó a cortar casi sin mirar. Cortar, trocear, cortar, trocear. Sus manos volaban sobre la tabla de cortar con movimientos fluidos, decididos y suaves. Cortó la carne de almeja y luego cortó unas patatas rojas a dados. El trabajo repetitivo era un descanso agradable, porque no tenía que pensar y aquello era exactamente lo que necesitaba después de tres meses de no hacer otra cosa que no fuera pensar. Pensar y torturarse demasiado a menudo. Los clientes empezaban a llegar para cenar y pronto el chisporroteo constante de las costillas de cerdo en la sartén o en la parrilla se impuso sobre las charlas y la música. El hígado se salteaba, el cerdo se escaldaba y largas fuentes de solomillo de ternera salían del horno mientras las órdenes volaban de un lado a otro. —¿Dónde diablos está mi bistec de atún? —gritaba el souschef—. ¿Habéis tenido que ir a pescar el bicho o qué? —Ya va —respondió alguien, también a gritos. Las patatas se sacaban a cucharadas y las salsas llovían sobre los platos. Grace se desplazó al ala de la pasta para ayudar. Puso aceite de oliva en una sartén y se puso a saltear láminas de ajo y pimiento rojo picado, corazones de alcachofa, verduras y olivas. Por suerte, la música había cambiado y sonaba Ella Fitzgerald, seguida de Frank Sinatra. Grace empezó a tararear e incluso cantó un par de estrofas de «That’s Life». Vertió su sofrito en una fuente de penne cocidos, añadió albahaca fresca y parmesano rallado y deslizó el plato a lo largo del mostrador como
si lanzara una bola curva. —¡Número cinco listo! —gritó. Se puso manos a la obra con el siguiente plato. La cadena de montaje estaba a pleno rendimiento y el cuerpo de Grace respondió a las prisas. Sintió cómo bombeaba adrenalina y empezó a mover los pies y a balancear las caderas al ritmo de la música. Ah, sí. ¡Qué divertido! A medida que avanzaba la noche y el ritmo decayó, empezó a sentirse cansada. A media noche, el restaurante estaba vacío y los chefs habían limpiado sus puestos de trabajo. La tradición era ir a tomarse la última copa a algún pub, para quemar los restos de energía y comentar la noche, así que unos cuantos cogieron un taxi y fueron a un pub de Harvard Square. Allí, Trish le pidió a Grace un vodka con zumo de naranja y esta se bebió medio vaso de un trago. —¿Tenías sed? Grace estiró el cuello para que las cervicales se recolocaran. —Dios, no había trabajado tan duro en mucho tiempo. Los pies me están matando y siento las manos tan hinchadas como si fueran manoplas para el horno. Trish rió, agotada. —Créeme, te entiendo. Jayla, una nueva incorporación del Sheridan’s, se les acercó en silencio y se apoyó en la barra, con una jarra de cerveza espumosa en la mano. Tenía la piel de color café con leche y unos ojos oscuros como el cacao. Le sonrió a Grace con unos dientes blancos perfectos que la deslumbraron en la penumbra del pub. —Eres fantástica, Grace. Me lo he pasado muy bien trabajando contigo esta noche. Grace se quedó muy sorprendida durante un instante, pero enseguida le sonrió e inclinó su copa hacia ella como reconocimiento. —Gracias, Jayla. Yo también lo he pasado bien trabajando contigo. —Me gusta lo tranquila y relajada que se te ve. Por ejemplo, cuando Juan se ha quemado la mano, no has perdido ni un segundo en ocupar su puesto. —Se le acercó un paso más y puso la mano con suavidad cerca de la de Grace—. ¿Sinceramente? Trabajas más deprisa que Juan. Y… —le dio un repaso rápido a Grace, de la cabeza a los pies, y sonrió todavía más
— también eres mucho más guapa. La chispa de placer cogió a Grace por sorpresa. Era agradable que alguien coqueteara con ella, pero no tenía la menor intención de dejar que fuera más lejos. Todavía pensaba en Torrie más de lo que habría deseado y no quería pensar en ella, porque pertenecía al pasado y no había ninguna posibilidad de que formara parte de su futuro. Había habido un breve momento en que Grace llegó a creer que había algo significativo entre las dos que quizá crecería y sería duradero, pero había descubierto del modo más doloroso posible que Torrie no iba en serio con ella, porque a la primera de cambio había huido. Torrie no estaba más preparada para una relación seria de lo que lo estaba Gnice, y puede que todavía menos. Otros trabajadores del restaurante se les acercaron también, con la segunda ronda de bebidas en la mano. Eran ruidosos y no dejaban de reír al recordar el plato de espaguetis que se le había caído a un camarero durante la velada. Grace también se pidió otro vodka con naranja y Trish se la llevó a una mesa privada en el rincón. Se diría que su marcha dejó a Jayla muy decepcionada. —¿Cómo te has sentido esta noche? Grace tomó asiento y dio un sorbo a su copa, algo más despacio esta vez. —Genial. Echaba de menos cocinar, Trish. Parece que últimamente hemos estado más ocupadas siendo estrellas que chefs de verdad. Trish asintió, compungida. —Yo estaba pensando lo mismo. —Pero es difícil que no sea así, ¿verdad? Las cosas empiezan a irte bien y cada vez se te abren más puertas y más oportunidades. La gente te anima a aprovecharlas y luego te lo exige, así que lo haces y hay más y más puertas detrás. No sé… hemos llegado muy lejos, pero ya no tiene nada que ver con el comienzo. Trish sonrió con nostalgia. —¿Te acuerdas del bistró chiquitín en donde empezamos juntas hace ocho años? ¿Solas tú y yo? —Sí. Había sido el primer restaurante que habían montado las dos, tan pequeño que no cabían más de dos docenas de personas. Estaban
especializadas en cocina francesa y se habían dejado la piel para convertirlo en un éxito, tras aprender mucho de sus errores. —Era divertido, ¿verdad? —El que más. Se quedaron sentadas en silencio con sus bebidas, sumidas en sus pensamientos. Grace notaba que Jayla tenía la mirada clavada en su espalda y no la incomodaba. —¿Qué mató tu matrimonio con Scott? —preguntó Grace de repente. Trish se llevó un cacahuete a la boca y se quedó pensativa un instante. —Para empezar, que casi nunca nos veíamos. Y que nunca habíamos tenido una base de amistad sólida de verdad. —Amistad y pasar tiempo juntos. —Grace le guiñó el ojo—. ¿Son los ingredientes secretos? —Joder, yo no soy ninguna experta, pero me parece lógico. Yo no tenía esas dos cosas con Scott y tú no las tenías con Aly, así que aquí estamos. —Sí —rió Grace—. Un par de solteronas. Por lo menos yo. Trish no se rió. —Podrías haber tenido esas cosas con Torrie. Las lágrimas le afloraron a los ojos y Grace se enfadó consigo misma y maldijo a Torrie por hacerla sufrir tanto cuando menos preparada estaba. Veinte días. Ese era el tiempo que Torrie había estado en su vida, pero aquellos veinte días todavía la hacían estremecerse de arrepentimiento y sentirse más desgraciada que nunca. Había sido como probar al fin el sabor de algo y que luego se lo arrebataran para siempre. —Lo siento, Grace. Es que no has hablado demasiado sobre Torrie y ojalá lo hicieras. Grace sorbió las lágrimas que no había llegado a derramar y dio otro trago. —¿Qué hay que hablar? Ya conoces la historia. —Sí, pero no creo que hayamos visto el final. Grace soltó una carcajada amarga. —Sí que lo hemos visto. Se acabó. Torrie volverá al Circuito de un momento a otro y ha dejado claro al no dar señales de vida que no quiere tener nada que ver conmigo.
—Catie dice que Torrie no es ella misma. Que también está sufriendo. Grace apuró la bebida y dejó el vaso en la mesa con un golpe furioso. —Torrie ha sido la arquitecta de su propia infelicidad. ¿Qué carajo quieres que te diga, Trish? Trish la miró, comprensiva y amable. —No es todo culpa suya, Grace. A lo mejor parte de la responsabilidad es tuya. «Responsabilidad.» Grace le había dado muchas vueltas a aquella palabra en los últimos tres meses y por eso el abandono de Torrie la había dejado más arrepentida que enfadada. Sí, Trish tenía razón. Sería mucho más fácil echarle la culpa a los demás, pero ya no podía hacerlo, porque ella era responsable de su propia vida y de su felicidad o infelicidad. —Lo sé, Trish. —Grace se frotó las sienes, en gesto cansado—. No estaba preparada para Torrie. —¿Para Torrie o para nadie? —Para nadie —respondió Grace—. Cuando Torrie entró en mi vida, quería que fuera el momento adecuado, de verdad, pero no lo era. Sinceramente, creo que lo mejor que podía pasar es que se haya marchado. Trish se encogió de hombros. —No lo sé, puede que pudierais haber arreglado las cosas. ¿Has pensado en ponerte en contacto con ella? Grace no había llegado a planteárselo en serio. —No, ¿para qué? No creo que fuéramos a avanzar nada respecto a donde lo dejamos. —¿Sabes? Yo también he pensado mucho sobre muchas cosas últimamente. —¿Sobre Catie? —Sí. —¿Estás enamorada de ella? Trish se encogió de hombros, pero no pudo evitar sonreír. —Me gusta, Grace. Mucho. Intentamos vernos cada dos semanas, pero no es suficiente. —¿Y qué vas a hacer al respecto? Trish estudió la mesa de madera, llena de arañazos y agujeros tras años
de uso. —Cómo te decía, una relación no puede funcionar sin pasar tiempo juntas. —Y, como te decía, ¿qué vas a hacer al respecto? Trish levantó la vista, con una mirada de ligera desesperación. —No lo sé, Grace. Pronto empezaremos a grabar una nueva temporada del programa. En Navidad inauguramos el restaurante de Manhattan. Dentro de poco estaremos tan liadas que ni siquiera vamos a saber qué lado es arriba y qué lado es abajo. —¿Y si no fuera así? —¿Cómo? —Si no estuviéramos tan liadas… —la voz de Grace se animó, como si cobrara vida de nuevo—. ¿Y si lo mandamos todo a la mierda? Trish arqueó tanto las cejas que casi se le escaparon de la frente y se echó a reír descontroladamente. —No puedes hablar en serio, Gracie. —A lo mejor sí. —Grace hablaba completamente en serio, más segura que nunca—. Si seguimos a este ritmo no estoy segura de que consigamos lo que nos hace falta en la vida. Trish había palidecido un poco, pero no había descartado su sugerencia. —¿Crees que podríamos bajar el ritmo de nuevo? Volver a llevar sólo el Sheridan’s, por ejemplo. Grace cada vez estaba más entusiasmada con la idea. Si querían, podían; siempre habían logrado todo lo que se propusieran. —¿Por qué no? A principios de diciembre habremos acabado de grabar el programa y el contrato va de temporada en temporada, así que no tenemos que renovarlo. —¿Y qué pasa con el nuevo restaurante? Aquello ya era un poco más grave. —Supongo que habrá que pagarle alguna penalización al contratista y todavía tendremos que pagar el alquiler de todo el año. Perderemos un poco, pero seguro que James puede echar mano de su encanto. Trish esbozó una sonrisa radiante y a continuación se inclinó y besó a Grace en la mejilla.
—Vamos a hacerlo, Grace. —Sí —asintió Grace, con convicción—. Vamos a hacerlo. Pidieron otra copa para celebrar su decisión impulsiva. Daba miedo deshacer los planes de aquella manera, pero era necesario y Grace estaba convencida de que era lo correcto. Trish miró por encima del hombro de Grace. —¿Te das cuenta de que Jayla intenta ligar contigo? Grace giró el vaso que tenía en la mano y, con la otra mano, jugueteó con la pajita. —Es guapa, pero no me interesa. —Podría ser divertido. Grace le lanzó a Trish una mirada incendiaria, para que dejara el tema. Seguro que Jayla podía proporcionarle unas cuantas horas de diversión y distracción, pero en aquellos momentos era lo último en lo que Grace estaba pensando. Antes de marcharse, se dio la vuelta y le dedicó una mirada breve de disculpa a Jayla, para darle a entender que no tenía ninguna esperanza. A Torrie le dolía el hombro cada vez que hacía un swing. Hacia el tercer día del torneo de cuatro días con el que se había reincorporado al Circuito, empezó a dolerle incluso cuando no usaba el palo. Las agotadoras rondas y las horas de entrenamiento de los últimos días la habían dejado más que dolorida y, aunque el hielo y el ibuprofeno la aliviaban un poco, a la hora de acostarse Torrie acaba acurrucada en la cama, conteniendo a duras penas las ganas de llorar. Sólo un día más, se decía. Estaba en sexta posición, algo sorprendente y maravilloso, tras haber reaparecido después de meses de retiro. Sólo estaba a cinco golpes de la cabeza, algo que en torneos pasados habría sido un paseo para Torrie. Podía recuperar cinco golpes con los ojos cerrados. Pero eso era antes, claro. Ahora en lo único en lo que podía pensar era en que cinco golpes significaban cinco dolorosos swings menos y sonaba divinamente, pero le parecían irrecuperables. Era temprano, apenas las diez, pero Torrie estaba agotada. Tenía que levantarse a las siete de la mañana para la ronda final, desayunar antes de las ocho y así tener tiempo de digerir el desayuno antes de empezar a calentar en el campo y el green de entrenamiento. Tras practicar durante
dos horas, estaría lista para el tee al mediodía. Torrie repasó mentalmente la rutina del día siguiente, tan precisa como siempre. Comería lo mismo que comía siempre en los días de torneo: beicon, huevos, patatas y fruta. Se reuniría con Catie y revisarían el equipo. Meterían en la bolsa bebidas energéticas, barritas energéticas, plátanos, y calcetines de reserva. Luego repasarían los apuntes sobre la pista página por página. Comprobarían la previsión del tiempo y la velocidad del viento. Ya tenía preparada la ropa. La rutina era importante, porque en cuanto empezaba a entrenar para las rondas ya no quería tener que preocuparse de nada más. Cuando llegara al primer tee, estaría completamente concentrada. Ni siquiera le preocuparía cómo les iba al resto de las golfistas. Era como meterse en un túnel. Torrie se esforzó por visualizar aquel túnel, oscuro por los cuatro costados, con la luz del sol y la hierba verde al final. Sólo estaba ella, caminando hacia delante, y sentía el calor del sol en la cara a medida que se acercaba. Su respiración era tranquila y regular. Ya casi había llegado al final, a la entrada del campo verde que la aguardaba. Tres pasos más. Dos más. Uno. «¡Grace! Oh, Dios, es Grace.» De repente estaba ante ella, esperándola al inicio del campo, con los brazos abiertos y una sonrisa amable en el rostro. En su mirada no había enfado, sino perdón. Tomó aire con esfuerzo y dificultad, como si estuviera respirando a través de una pajita. El día siguiente era el día más importante de su carrera en meses y aun así se le aparecía Grace. Torrie no había sido capaz de sacársela de la cabeza en ningún momento. En su mente, era con ella con quien hablaba a diario: «Hoy el hombro me ha respondido, Grace. Tendrías que haber visto lo lejos que le pegaba a la pelota hoy, Grace. Ha sido genial. Me he reído mucho con el correo electrónico que me ha enviado tía Connie hoy, Grace, porque dice que está pensando en comprarse un perro y es todo culpa tuya. Grace, te habría gustado lo que cené anoche, aunque seguro que tú lo habrías cocinado mejor. Grace, ¿has escuchado esa canción nueva de la radio que se titula “I Kissed a Girl”? Es un pasada, ¿verdad?». Tenía conversaciones imaginarias como aquellas todo el tiempo, pero
aquella noche y al día siguiente no quería tener a Grace en la cabeza. No tenía tiempo para que le temblaran las piernas como siempre que pensaba en ella ni para que le cosquilleara el estómago o se le encogiera el corazón. «Ahora no es el momento, Grace. Vete.» Con un notable esfuerzo, Torrie expulsó a Grace de sus pensamientos. Cuando despertó a la mañana siguiente, se sentía descansada y, gracias a Dios, relajada. Decidió que aquel día pensaba mantener el control absoluto de su cuerpo y mente. Aquel día le pertenecía e iba a recuperar aquellos cinco golpes hicieran lo que hicieran los demás. Cinco golpes. Aquella idea era su objetivo y lo único que le importaba. Catie y ella no hablaron mucho. Instintivamente, la primera había adivinado que aquel día Torrie no necesitaba ánimos ni distracciones bienintencionadas, así que la dejó a su aire para que se concentrara. Torrie había tenido la suerte de que el sorteo la emparejara con su amiga Diana aquella jornada. Sabía que Diana la animaba en secreto, aunque fuera un golpe por delante de ella. Las dos se concentrarían en adelantarse al grupo, pero sin pisotearse la una a la otra como hacían algunas. Las golfistas se centraban cada una en su juego, pero también había una parte mental muy importante, como atravesar la línea de visión de otra jugadora o pisar su línea de putting en plan «lo siento, ha sido sin querer». También las había que se movían justo en el momento en que su oponente iba a darle a la pelota o que le susurraban algo en voz demasiado alta a su caddie o a alguna comisaría del Circuito que hubiera cerca. Entre Torrie y Diana no habría tonterías de aquel tipo, porque se respetaban demasiado la una a la otra. Diana le dedicó una inclinación de cabeza para darle ánimos antes de su primer drive. Torrie respingó de dolor cuando el palo le dio a la pelota y le hizo surcar el aire a toda velocidad. La observó mientras trazaba un arco limpio y prácticamente desaparecía en la luz radiante, casi blanca, del mediodía. Fueron igualadas golpe a golpe a medida que hacían cada hoyo. Diana permaneció un golpe por delante de Torrie. —¿Qué tal el hombro? —le preguntó Diana a media ronda. —Tirando, supongo. A cualquier otra persona le habría mentido y le habría dicho que estaba genial, pero a Diana no. Esta asintió, comprensiva, y ya no hablaron mucho
más en el resto de la jornada, mientras se disputaban los puestos de cabeza en la tabla. Fueron adelante y atrás. Torrie empató con Diana con un birdie y las dos hicieron par en el hoyo siguiente. En el hoyo diecisiete, de par tres, Diana blandió su hierro dieciocho con fluidez y dejó la pelota a pocos centímetros del agujero. Torrie, que tuvo que cambiar de palo por culpa del hombro, no pudo darle el giro suficiente y su pelota aterrizó a pocos metros por encima del hoyo, de modo que el putt sería complicado. Era casi seguro que Diana volvería a adelantarse a Torrie a falta de un único hoyo por disputarse. El birdie de Torrie se pasó de largo. El de Diana entró. En el último tee, Torrie hizo un cálculo de sus posibilidades. Tenía que centrarse en su juego y jugar contra ella misma, pero no podía fingir que no quería ganar, porque sí lo deseaba. Y mucho. Les enviaría un mensaje muy poderoso a sus rivales y a sus fans de que había vuelto y lo había hecho a lo grande. Sólo necesitaba un birdie para empatar con Diana y forzar una eliminatoria. Si Diana también lograba un birdie, habría ganado. Torrie hizo un buen drive de más de doscientos cuarenta metros. Era un drive bastante fuerte, considerando que el hombro le dolía como si un elefante se le hubiera sentado encima. No obstante, se le desvió un poco y Torrie se encogió de dolor, más por la dirección de la pelota que por el dolor físico. Soltó una maldición cuando la pelota de Diana aterrizó limpiamente en el medio de la calle, mientras que la suya se había quedado justo en el límite entre la calle y el accidentado rough. Torrie iba a golpear primera, así que Catie y ella discutieron brevemente la trayectoria hasta el hoyo y el palo más adecuado. Sabía lo que tenía que hacer: muñecas firmes para concentrar la fuerza y pasar por encima del profundo rough que trataría de interceptar la pelota y desviar su trayectoria. Torrie respiró hondo, se alineó con la pelota y dejó la mente en blanco. Entre golpes solía tararear alguna canción mentalmente; nada complejo, algún tema pegadizo que no tuviera una letra demasiado profunda ni una melodía triste. Sin embargo, antes de un golpe, siempre dejaba la mente en blanco. Ya había decidido qué hacer y ya lo había visualizado, así que era el momento de confiar en la mecánica de su swing y del plan que estaba a punto de poner en práctica. La repetición y la memoria muscular adquirida tras años de juego le hicieron saber que aquel golpe era como cualquier otro de los millones de golpes que había dado.
También sabía que, en el backswing, el hombro le dolería. En el downswing le dolería significativamente. Al darle a la pelota, le dio un pinchazo terrible. Dejo escapar un gruñido y se dobló de dolor. —Mierda, Torrie. —Catie corrió a su lado—. ¿Estás bien? Torrie asintió, incapaz de hablar. Tenía que estar bien, porque todavía le quedaba uno, puede que dos golpes. Ni siquiera había mirado aún dónde había caído la pelota. —Buen golpe, Tor. Por fin, Torrie levantó la mirada. Por culpa del dolor, Torrie le había dado con menos fuerza a la pelota y en lugar de aterrizar en el green se había quedado justo en el borde, así que harían falta un chip y un putt para entrar en el par. Un up and down a no ser que sucediera un milagro y la metiera de chip. El hombro no dejaba de darle unas punzadas horrorosas, pero Torrie avanzó. Esperaba lo mejor, pero se temía lo peor. Tenía que meter el chip. Más que eso: tenía que creer que sería capaz de hacerlo. Sabía cómo funcionaban las cosas y la duda era para las perdedoras, pero eran circunstancias excepcionales y el hombro le suponía un impedimento muy real. Por primera vez en aquellos cuatro días se le pasó por la cabeza la idea de que quizá había regresado al Circuito demasiado pronto. Se quedó de pie junto a la pelota, preparada para el chip. Diana le guiñó el ojo para darle ánimos, pero, por primera vez desde hacía años, Torrie no tenía apenas confianza en sus posibilidades. Supo que había dado un golpe de mierda incluso antes de que la pelota se despegara del palo. Catie y ella compartieron una mirada de frustración y resignación cuando la pelota se bamboleó y se detuvo a poco menos de un metro del hoyo. Diana no falló su birdie putt a metro veinte. Torrie ya sabía que no fallaría: Diana había ganado y Torrie sintió una oleada instantánea de alivio porque aquella terrible experiencia había terminado por fin. —Enhorabuena, Diana —la felicitó Torrie, dándole dos besos y un fuerte abrazo. —Gracias, cielo. —Diana le dio un apretón cariñoso—. Esta semana has estado fantástica, Torrie. Siento haber estropeado tu regreso. Torrie sonrió de corazón. —No has estropeado nada, te lo has ganado. Pero la próxima vez pienso
ponértelo mucho más difícil. Diana se echó a reír. —No espero menos de ti, amiga mía. Se despidió con un guiñó y corrió hacia su novia, que la esperaba con los brazos abiertos. Mientras tanto, los padres de Torrie se habían quedado a un lado y Torrie les sonrió y les dedicó una inclinación de cabeza. Por lo mucho que sonreían, estaba claro que estaban entusiasmados con el resultado. Su padre, que siempre la avergonzaba, levantó los pulgares y gritó su nombre. «Ay, Dios —pensó—, menuda fracasada. Una mujer con treinta años y los únicos que vienen a verme son mis padres.» En ese momento, la ausencia de Grace la golpeó de un modo brutal. La había sentido cada día durante meses, pero no como entonces. Le resultó tan dolorosa como la lesión del hombro y le hizo dar un respingo y tambalearse al andar. Grace debería haber estado allí, con su mirada cariñosa y su sonrisa comprensiva, sus tiernos abrazos y sus palabras tranquilizadoras. Grace era la única persona que deseaba que estuviera allí. Así fue como se dio cuenta de que Grace siempre sería la única persona que querría que la esperara en su rincón, más que ninguna otra del mundo. «Joder.» Torrie sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y se esforzó por contenerlas. De niña, su tía siempre la reñía cuando lloraba por cosas sin arreglo. Pero mala suerte. Iba a llorar todo lo que le diera la gana por poco arreglo que tuviera y, si a alguien no le gustaba, que no mirase. La cena de campeonas había terminado hacía rato y las asistentes a la velada ya habían vuelto a sus habitaciones o se habían marchado al aeropuerto. Torrie y Diana estaban sentadas en una mesa del rincón, con sendas copas de vino. Torrie necesitaba la compañía de Diana aquella noche y Becky, la pareja de esta, se había ido a acostar hacía pocos minutos. —¿Quieres decirme qué te pasa? —le preguntó Diana con aquel tono de voz suyo, curioso sin intención de juzgarla. Torrie no intentó negar que necesitara hablar. Unos meses antes quizá lo habría hecho, pero ahora era diferente y empezaba a ver y a sentir los efectos secundarios de quedarse las cosas para sí. Cuando la emoción la
dominaba como en aquellos momentos, era cuestión de tiempo que se desbordara, así que lo mejor era dirigir el torrente hacia alguna parte en la medida de lo posible. No era ninguna experta en el tema, pero al menos estaba empezando a entender que sus sentimientos eran muy reales, profundos y que formaban parte de ella. Le contó a Diana todo sobre Grace y lo que había pasado entre ellas y Diana la dejó hablar. Asentía como respuesta mientras sorbía el vino, sin despegar los ojos de Torrie. —¿Y qué vas a hacer, Torrie? Muy propio de Diana, ir al grano y preguntar lo que de verdad importa. Era buena destilando los problemas, por complicados que fueran. Torrie tenía que hacer algo, porque no podía sacarse a Grace del corazón. Regresar al Circuito no la había ayudado a poner distancia entre ellas. Al contrario, todavía la echaba más de menos. Era como si tuviera un agujero en el alma, de lo mucho que la necesitaba. Dio un sorbo de vino y se tomó algunos segundos para reflexionar, aunque no llegó a ninguna conclusión. —No estoy segura, Diana. —¿Sabes? Mi abuela siempre decía que la mayor parte de las veces la solución más sencilla es la correcta. —Y la solución más sencilla sería ir tras ella —dijo Torrie sin titubear. —Entonces, ¿por qué no lo has hecho? Sí, ¿por qué no lo había hecho? Al principio estaba enfadada y desilusionada y sólo quería regodearse en la auto- compasión y el pesimismo. Le había dado vueltas a todas las razones por las que Grace y ella no podían estar juntas, todos sus defectos y los de Grace, para concluir que una relación no era viable. Sin embargo, con el tiempo todos aquellos obstáculos y argumentos habían perdido nitidez en su mente, del mismo modo que el dolor. Lo único que le quedaba ahora era una sensación de vacío y de melancolía por lo que podía haber sido. —¿Y bien? —le insistió Diana con amabilidad. Cualquier cosa que pudiera decir iba a sonar débil, incluso para sus propios oídos. —No tengo ni la más remota idea de cómo hacer que funcione una relación de verdad, Diana.
—Bueno, deja que te cuente un secreto, amiga mía. La mayoría estamos igual. Una vez que estamos dentro, sólo nos agarramos bien y confiamos en que el amor, el respeto y el trabajo duro sean suficientes. Torrie meneó la cabeza. —No me gusta meterme en algo sin estar preparada. Sin estar lista para hacerlo lo mejor posible. —Oh, Torrie. Ella te perdonará por no ser una experta, ¿sabes? El amor perdona muchas cosas. Eso suponía Torrie o, al menos, esperaba que así fuera. El problema era si lograría perdonarse a sí misma por no hacerlo perfectamente día a día, si llegaba a vivir con Grace. ¿Y si la defraudaba? ¿Y si cometía un error? ¿Y si no era una buena pareja? —No hallarás las respuestas a tus dudas si no lo intentas, Torrie. —Ya lo sé, Diana. Sin embargo, la cuestión seguía siendo la misma. ¿Le quedaba alguna posibilidad con Grace? Puede que hubiera encontrado a otra persona a aquellas alturas. ¿Se habría olvidado de Torrie por completo? Y aún más importante: ¿sería Torrie capaz de tragarse el orgullo y atreverse a ir por ella pese a sus inseguridades? Torrie terminó el vino y fue a sacar la cartera. —Ya invito yo, Torrie. —Oye —le dijo Torrie enseguida—. Has ganado, así que te invito yo. Diana le sonrió con complicidad. —Me da la impresión de que tú estás a punto de ganar algo mucho más importante, amiga mía. Tras un sentido abrazo con su amiga, Torrie sacó el teléfono móvil y llamó a Catie. Iba a necesitar su ayuda y la de Trish.
15 Capítulo
—BUENO, ¿qué
te parece? ¡Ha sido divertido! —exclamó Trish cuando la camarera se llevó los restos de su comida. Se la veía agotada, aliviada y algo nerviosa. Había pasado la mañana con James, su representante comercial, intentando ultimar los planes para disminuir el volumen de trabajo. Él se había mostrado conmocionado, trastornado, y no daba crédito a sus oídos cuando le habían anunciado sus planes por primera vez. Sin embargo, era su amigo y enseguida se comprometió a hacer todo lo que estuviera en su mano para rescindirles los contratos a largo plazo, aunque no intentó fingir que las comprendiera. Trish bromeó con que claramente nunca había estado enamorado y James tuvo que admitir, muy a su pesar, que tenía razón, porque de lo único de lo que estaba enamorado era del dinero. —Lo superará —opinó Grace, aunque no estaba totalmente segura de que fuera cierto. —Parecía una tragedia cuando me contó lo mucho que nos iba a costar dejar lo del nuevo restaurante. Era la verdad: las penalizaciones por rescindir los contratos de Manhattan les iban a salir por un ojo de la cara, pero Trish y Grace habían estado de acuerdo en que aun así les valía la pena. —James tendrá que buscarse otro tren al que subirse. Pero nos seguirá queriendo. —Tienes razón, nos seguirá queriendo. ¿Quién más va a aguantarlo? — Trish hizo una mueca de dolor—. Vamos a andar de cabeza unos meses, hasta que todo se calme. ¿Seguro que estás preparada? Grace le sonrió, para tranquilizarla. Iban a rodar los veintiséis Capítulos de su programa de televisión entre octubre y noviembre y, antes de eso, tenían una pequeña gira para firmar ejemplares de su libro. Tenía la esperanza de que para diciembre podrían respirar por fin.
—Estaré bien. No soy tan frágil cómo crees. —Ya sé que no lo eres, Grace. Eres la mujer más fuerte que conozco. Sólo me preocupo por ti, eso es todo. —¿Por qué? ¿Porque no tengo a nadie que me espere en casa al final del día? Trish desvió la mirada. —Supongo que me preocupa que estés sola. —Ah, Trish, venga ya. Llevo años sola. —Muy bien. Pero quería decir que fueras feliz. La felicidad era algo que Grace ya no podía garantizar tan a la ligera y Trish lo sabía. Grace no había dejado de darle vueltas a la última vez que había visto a Torrie y seguía preguntándose si había hecho lo correcto al no ir tras ella y dejarla escapar tan fácilmente. Tenía sus dudas y Trish no perdía ocasión de recordarle que había sido un error catastrófico no seguir a Torrie. A decir verdad, no había dejado de repetírselo en las últimas semanas. —Trish, estoy bien, de verdad —murmuró, intentando que no se le notara que mentía descaradamente. La verdad era que no estaba bien, porque echaba de menos a Torrie, pero algún día lo estaría. Trish la miró, dubitativa, pero se levantó para marcharse como si accediera a dejar el tema. Sin embargo, la experiencia le había enseñado a Grace que Trish nunca dejaba ninguna conversación a medias, así que estaba convencida de que tarde o temprano sería inevitable que retomaran la cuestión. —Bueno, ¿nos vemos en el concierto esta noche? —le preguntó Grace. —A lo mejor llego un poco tarde, así que no me esperes fuera, ¿vale? Tengo mi entrada, por lo que ya nos veremos dentro. —No te retrases mucho. Puede que nunca volvamos a ver a Herbie Hancock y a Diana Krall juntos. Trish sonrió. —Tú sólo quieres pasarte la noche mirando a Diana Krall y ponerte cachonda. ¿Acaso vas a escuchar una sola nota? Grace le dio un cachete amistoso. —No me cargues a mí con tus pequeñas fantasías.
Trish rió y se despidió de Grace con un abrazo. El concierto empezó con mucha fuerza. Herbie Hancock tocó dos canciones estridentes al teclado con dedos elegantes y sorprendentemente hábiles. Diana Krall se unió a él en el escenario e interpretaron un par de temas de swing. Luego siguieron con «East of the Sun» y «Let’s Fall in Love». El público estaba encantado y Grace trató de que la voz profunda y seductora de Diana la sumiera en un estado soñador y apacible, como siempre le pasaba cuando escuchaba su música. No obstante, Trish seguía sin aparecer y Grace empezaba a preocuparse. En el intermedio, Grace fue al vestíbulo y marcó el número de móvil de Trish, pero le saltó el buzón de voz. En casa tampoco contestaba. Se le ocurrieron un centenar de excusas posibles para que la puntual Trish no hubiera llegado aún al concierto. Después de descartar las posibilidades más morbosas, decidió ser positiva e imaginar que a lo mejor Catie había venido a la ciudad por sorpresa. Grace volvió a su asiento y se dijo que, si Trish no aparecía o no le enviaba un mensaje antes de la tercera canción de la segunda parte, saldría y trataría de encontrarla. Intranquila, se acomodó justo cuando las luces empezaron a bajar en la sala. Torrie maldijo el tráfico por tropecienta vez y luego se maldijo a sí misma por ir con el tiempo tan justo. Cuando el taxi se detuvo frente a la sala de conciertos, prácticamente bajó de un salto y corrió al interior tras mostrarle la entrada al acomodador a toda prisa. El auditorio estaba en la penumbra y los focos estaban dirigidos al escenario, sobre la cantante rubia que sostenía el micrófono como si fuera una antorcha. Torrie bajó el pasillo con poca elegancia, tratando de no llamar la atención sobre sí misma aunque pareciera una ciega caminando a tientas. Por fin, entre las sombras, vio a Grace, o al menos a alguien que se le parecía. De perfil parecía la misma, con aquella nariz firme y los pómulos altos, pero llevaba el pelo corto. Torrie se sentó con cuidado; no lograba decidir si se sentía aliviada o decepcionada por que Grace no se hubiera dado cuenta de su presencia enseguida. Le prestó atención al concierto y al dueto que interpretaba «Dream a Little Dream of Me», al tiempo que trataba de ocupar el menor espacio posible. Le sudaban las palmas de las manos y, cuando notó el fuego de la
mirada de Grace sobre ella y oyó su inspiración brusca, se quedó paralizada. El corazón le latía ruidosamente en los oídos y Torrie llegó a pensar en escapar. Había creído que estaba preparada para volver a ver a Grace, pero ya no estaba tan segura. —¿Torrie? —susurró Grace entrecortadamente—. ¿Qué haces aquí? Torrie forzó una sonrisa que le supo a tortura y se volvió hacia Grace. Quería tocarla, pero no se atrevía, así que en lugar de eso trató de articular sus incoherentes pensamientos. Había ensayado lo que quería decir y hacer, pero de repente se había quedado completamente en blanco. —¿Podemos hablar? Grace se la quedó mirando un buen rato, con una expresión inescrutable en la penumbra. De repente, se puso de pie, se agarró el bolso pegado a la cadera y se abrió paso por el estrecho pasillo, entre los pies y las rodillas de todo el mundo. Torrie la siguió y, tras farfullar varias disculpas, las dos llegaron al iluminado vestíbulo en donde los sonidos del concierto no eran más que susurros. —¿Dónde está Trish? —quiso saber Grace, en tono de preocupación. —Está bien. —Torrie se alegró de recuperar la capacidad del habla—. Ella y yo lo preparamos hace tiempo. Tengo su entrada. —Mientras hablaba sacó un papel arrugado del bolsillo como si fuera un billete de lotería premiado—. Quería darte una sorpresa, pero el tráfico desde Logan aquí ha sido una locura. A Grace se le marcaron arruguitas alrededor de la boca y entre los ojos. Torrie se moría de ganas de quitárselas a besos, pero entonces se suavizaron de golpe, como si su rostro se convirtiera en un estanque en calma. —No creía que fuera a volver a verte. El tono de Grace era neutro, así que Torrie todavía no sabía si se alegraba de verla o no y se preparó para sufrir un desengaño. —¿Podemos ir a alguna parte? ¿Para hablar? Grace echó un vistazo hacia la puerta y luego volvió a mirar a Torrie. —En el hotel de enfrente hay un bar agradable. —No. —Torrie cabeceó. Era imperativo que estuviera a solas con Grace. Después de tanto
tiempo sin verla, no quería que se tomaran una copa apresurada en un lugar público, porque le daba demasiado miedo que así le fuera más fácil a Grace rechazarla. —Quiero hablar contigo, en privado. Grace lo consideró durante un largo momento. —Mi casa está a unas cuantas manzanas, cerca de Bunker Hill. Si no te importa caminar… Torrie aceptó alegremente y todavía se alegró más cuando Grace la cogió del brazo de manera automática. Era una noche cálida y húmeda y la neblina cubría las estrellas, como una gasa. —Siento que te hayas perdido el resto del concierto. Podríamos habernos quedado, de verdad. Grace la miró de reojo. —No creo que hubiera sido buena idea. ¿Y lo de ir a casa de Grace era buena idea? Torrie no estaba segura, se sentía como si una enorme brecha estuviera abriéndose bajo sus pies y estuviera a punto de engullirla. Aun así, algo la impulsaba a seguir adelante, a jugarse el todo por el todo en una última ronda con Grace, con la esperanza de recuperarla. Era como empezar un torneo de golf con un bogey o dos y seguir dispuesta a luchar. Torrie quería ganar aquella batalla, porque estaba más segura que nunca de lo que sentía por Grace. En su interior sabía que por aquella mujer valía la pena pelear. —Me gusta tu corte de pelo, por cierto. La verdad era que le encantaba. Le daba un aire más juvenil y divertido y, lo mejor de todo, le resaltaba el agraciado rostro. —Gracias. ¿Qué tal el hombro? Giraron en la esquina de una calle empinada y estrecha y pasaron a otra. Grace señaló un edificio de cinco plantas de piedra blanca un poco más adelante. Era majestuoso y parecía del siglo pasado con su ancha escalinata de mármol. —En el torneo de la semana pasada me dolió horrores, pero me las arreglé. Grace pasó una tarjeta por el escáner de seguridad para abrir la puerta delantera.
—He oído que lo hiciste muy bien, Torrie. Enhorabuena. —No gané. —Lo sé. Grace estaba extraordinariamente tranquila. ¿Le importaba algo que Torrie hubiera regresado al Circuito? ¿Le importaba algo que hubiera caído a un golpe de la victoria? ¿Le importaba algo que hubiera ido aquella noche? En el ascensor, Grace pulsó un código especial en el teclado. —Tengo toda la quinta planta para mí. —Qué bien. Torrie tenía muchas ganas de ver el santuario privado de Grace. Tenía la impresión de que sería acogedor y con gusto. Cuando las puertas del ascensor se abrieron en la última planta, Grace sacó una llave para abrir una verja de hierro muy bonita y poder salir. De repente, se encontraron en el vestíbulo, con altos techos abovedados de cuatro metros, una araña de cristal como lámpara y el suelo de mármol. —¡Guau, Grace! ¡Es espectacular! Remy apareció a toda velocidad en el vestíbulo al oír sus voces, moviendo la cola tan deprisa que apenas se le veía. —Hola, chico —lo saludó Torrie, que se agachó para recibir los húmedos besos descuidados de la mascota. —Te ha echado de menos. —Yo también te he echado de menos, Remy. ¿Te has portado bien? Lo abrazó una última vez y se puso de pie. —Lo siento. —No pasa nada, me alegro de que os caigáis bien. —¿Ah, sí? Grace le sonrió. Era indudable que el hielo empezaba a fundirse. —De todas maneras, el resto de la casa no es tan formal como esto. Ven, te la enseño. En primer lugar, condujo a Torrie a la sala de estar, en donde los techos seguían siendo igual de altos. El suelo era de roble y la repisa de mármol de la chimenea y las ventanas tenían al menos tres metros de alto y ocupaban una pared entera. Una rica y mullida alfombra en tonos rojos y
dorados le daba un toque acogedor a la sala y los muebles de color chocolate eran muy agradables. La cocina era igualmente impresionante con sus armarios de roble blancos, los mármoles de granito negro y el suelo de baldosas de cerámica. Grace señaló la cocina de gas de acero inoxidable de seis fogones. —Esa preciosidad es mi orgullo y alegría. —¿Cocinas mucho en casa? —Normalmente pruebo las recetas nuevas aquí. Sobre todo cuando investigamos para un libro de cocina o para el programa de televisión — explicó, mientras abría el frigorífico de dos puertas de acero inoxidable y sacaba una botella de vino blanco. —¿Te apetece una copa? A mí me vendría de maravilla. —Claro —respondió Torrie. No sabía muy bien cómo tomarse el comentario de Grace sobre que necesitaba un trago. Puede que Grace estuviera igual de nerviosa que ella, después de todo. Fuera como fuese, estaban siendo educadas, incluso amistosas, y aquello, al menos, era alentador. Con las copas en la mano, Grace condujo a Torrie al dormitorio principal. Torrie no pudo apartar los ojos de la cama de matrimonio, con el edredón de color verde salvia y los enormes almohadones. Se preguntaba cómo sería despertar en aquella cama al lado de Grace cada mañana, empezar el día juntas con un dulce beso y hacerse unos arrumacos antes de que las obligaciones cotidianas las asediaran. La luz se reflejaba en una fotografía que había en la mesita de noche y Torrie se acercó para verla. Notó un cosquilleo de excitación al darse cuenta de que se trataba de la foto en la que salía con Grace, Catie y Trish, posando junto al pastel en el torneo de golf de Hartford. Grace debió de notar que estaba sonriendo y mirando la foto, porque se removió, algo incómoda, y empezó a parlotear con nerviosismo. Torrie declinó la invitación de ver la habitación de invitados y el tercer dormitorio que, según le explicó, Grace había convertido en su despacho. En lugar de aquello, le puso la mano en el brazo a Grace con suavidad. —¿Por qué no vamos a la sala de estar y hablamos? Notó enseguida la inquietud en la voz de Grace cuando esta respondió. —Vale.
Torrie fue valiente y eligió el sofá, a modo de reto sutil para ver si Grace se sentaba con ella. Grace no lo hizo, sino que se sentó en una butaca a juego que había al lado. Estaba preciosa: el vino le había hecho subir una leve nota de rubor a las mejillas y su energía nerviosa le daba un puntito extra de encanto. —¿Te alegras de verme? Un amplio abanico de emociones atravesó el rostro de Grace en un solo instante: angustia, miedo, excitación. —La verdad es que no sé qué pensar, Torrie. No nos separamos como amigas, precisamente. —Es culpa mía —admitió Torrie, que notó que los ojos se le llenaban de lágrimas sin previo aviso—. Tendría que haberte creído. Tendría que haber confiado en ti y habernos dado más tiempo. Quería hacerlo, pero supongo que tuve miedo. Creía que te perdería, que la elegirías a ella antes que a mí. —Torrie hablaba sin coherencia alguna, pero necesitaba soltarlo todo—. Tenía miedo de no merecerte. No creía lo bastante en mí. No creía lo bastante en nosotras. Grace se limitó a asentir, lenta y deliberadamente, como una profesora que estuviera haciéndole un examen oral a su alumna. —¿Y ahora sí crees? Torrie se sentó en el borde del sofá. —Sí. Sí, Grace, ahora ya sí. —Hace meses que no sé nada de ti. Creía que te parecía bien cómo habíamos dejado las cosas y que no querías volver a verme. ¿Por qué has esperado tanto tiempo? Torrie se sintió aliviada al notar el leve temblor en la voz de Grace, porque quería decir que estaba tan asustada y nerviosa como ella misma. —No ha pasado un solo día en el que no quisiera volver a verte, nena. Ni uno solo —le aseguró. Torrie tuvo que dar un sorbo de vino, porque la boca se le había quedado tan seca como un desierto. —Entonces, ¿por qué no…? —Grace dejó caer la voz. Se la veía dolida y confusa. —Quería estar segura de que estaba preparada a largo plazo. De que
estaba dispuesta a luchar por ti, por nosotras. Que no te quería como si fueras algún tipo de trofeo para poner en una estantería. Necesitaba tiempo. Siento haber tardado tanto. Mierda, ahora sólo espero que no sea demasiado tarde. Impulsivamente, Torrie se deslizó desde el sofá y cayó de rodillas delante de Grace. Un sollozo repentino le encogió el pecho. —Grace —le dijo con voz ronca—. Te quiero mucho. Puso la cabeza en el regazo de Grace y rompió a llorar. Los hombros se le sacudían con cada sollozo. Grace le acarició la cabeza con ternura y le pasó los dedos por el pelo cariñosamente. —Tranquila —la tranquilizó Grace. Torrie la creyó—. Ahora estás conmigo. —No quiero pasar la vida sin ti, Grace. Grace tomó el rostro de Torrie entre las manos y le hizo levantar la mirada. Las lágrimas que brillaban en sus ojos sorprendieron a Torrie. —Yo también lo siento mucho, Torrie. No tendría que haberte dejado marchar de aquella manera. No creía que supieras cómo amar a alguien. — Tragó saliva con dificultad—. Creía que había vuelto a equivocarme al elegirte, como me había pasado con Aly. Torrie atrajo a Grace para sí y la besó delicadamente en los labios, como si tuviera miedo de precipitarse o de ser demasiado brusca. Aunque deseaba con todas sus fuerzas recuperar el tiempo perdido, era consciente de que antes tenía que saber lo que sentía Grace y si pretendía frenarla, porque no se veía capaz de soportar que le machacaran el corazón otra vez. Se apartó de Grace y la vio pestañear lentamente y abrir los ojos húmedos, como estanques grises y verdes. —Grace —enunció Torrie con suavidad—, necesito saber lo que sientes. Necesito saber si tenemos futuro, porque lo único que quiero es pasar el resto de mi vida amándote. Grace torció los labios en un atisbo de sonrisa. —Me encantaría construir un futuro contigo, Torrie. —¿De verdad? El corazón le bailó en el pecho y Torrie abrazó a Grace y la besó con total abandono. Los labios de Grace respondieron con su propio tipo de impaciencia y chocaron con los de Torrie, como si fueran olas espumosas
que se estrellaban contra las rocas de un acantilado. Las dos abrieron la boca y se exploraron ávidamente con la lengua, primero repasando la línea de los labios y luego enzarzándose en un duelo apasionado y juguetón. Grace gimió desde lo más hondo de su ser y Torrie se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos de nuevo. —Grace, quiero que sepas que no sólo lo quiero esta noche —le dijo, algo falta de aliento y nerviosa por lo que estaba a punto de decir. Hizo un esfuerzo para calmar los latidos de su desbocado corazón—. Lo quiero cada noche, Grace. Quiero compartir mi vida contigo. Grace se quedó pensando un momento. —Las dos tenemos unas vidas locas. Sabes que no será fácil. —Lo sé y no me importa lo difícil que sea. Haré cualquier cosa, Grace. La aludida arqueó una ceja pálida. —¿Cualquier cosa? Torrie se echó a reír y le resultó muy tonificante, igual que la lluvia en primavera. —Sí, cualquier cosa. Grace esbozó una sonrisa radiante y le dio un beso en la punta de la nariz. —Te quiero, Torrie Cannon. Y si no me llevas a la cama ahora mismo voy a entrar en combustión y no va a ser bonito de ver. —No, por supuesto no querríamos que pasara eso. Sugerente, Torrie se puso en pie y le tendió la mano a Grace. —Me parece que recuerdo dónde estaba el dormitorio. Grace le guiñó el ojo. —Coge las copas, y yo ahora voy con la botella. Torrie la esperó, desnuda bajo las frescas sábanas de rico algodón egipcio. Se apoyó sobre el codo para que Grace le llenara la copa. Grace se sentó en el borde de la cama con su copa y dio un sorbo, sin prisas. Torrie estaba muy impaciente, pero aquello también era agradable. —¿Estás bien? —le preguntó Torrie con indecisión. —Estoy mejor que bien. —Grace estaba radiante—. Te he echado de menos como loca todos estos meses, Torrie. Empezaba a estar muy cabreada porque todavía no habías venido a secuestrarme a lomos de un
corcel blanco. Por suerte al final lo has hecho, justo a tiempo. —Si le metes prisa a un caballero se arruina la magia, ¿lo sabías? De repente le surgió una duda picara. —¿Qué habrías hecho si no hubiera venido? —Ah, seguramente me habría quedado aquí unos cuantos meses y luego me habría ido con… mmm, vamos a ver… ¿con una tenista profesional? —Grace rió, para que Torrie supiera que estaba de broma. —Ven aquí —le ordenó Torrie, que en un abrir y cerrar de ojos se había excitado más de lo que podía soportar. Grace se fundió en sus brazos y se besaron. Los dedos de Torrie no tardaron en hallar el primer botón de la blusa blanca almidonada de Grace y luego el siguiente. Tumbó a esta de espaldas y dejó los botones para acariciarle la mejilla con la yema del dedo. —No puedo creer que haya estado a punto de dejarte escapar —le susurró Torrie, cuya voz sonaba súbitamente rota por la emoción. Grace se mordió el labio inferior, como si estuviera a punto de echarse a llorar una vez más. —No puedo creer que fuera tan cabezota como para permitir que ocurriera. Torrie retomó su misión con los botones. Le gustaba cómo el algodón suave de la blusa se amoldaba a los pechos torneados de Grace, pero todavía le gustaba más cuando el tejido iba cayendo a un lado a medida que le desabrochaba cada botón. —No volveré a cometer el mismo error —murmuró Torrie, y le rozó con los labios la piel recién descubierta del pecho. —Bien —repuso Grace, cuya respiración era cada vez más entrecortada con cada beso que le daba. Torrie le abrió la blusa y le desabrochó el sujetador blanco de encaje tras deleitarse con la tela entre los dedos durante un instante. Le gustaba lo femenina que era Grace. Ella nunca se pondría algo así, pero a Grace le quedaba precioso. —Eres guapísima, Grace —le dijo, mientras le quitaba el sujetador y contemplaba embelesada los pechos redondos de Grace, blancos y cremosos en contraste con su pecho y estómago bronceados—. Tan
increíblemente preciosa… —Oh, Torrie. Tú haces que me sienta preciosa. Grace le acarició el rostro, pero Torrie no podía despegar los ojos de los salientes pezones rosados y endurecidos de Grace. Guiada por un impulso, se metió uno en la boca y le pasó la lengua por encima. Estaba duro, como un guijarro, pero también era suave. Chupó un poco y luego lo acarició más deprisa con la lengua. Grace se retorció debajo de ella. Si pudiera, le haría el amor a aquella mujer cada noche durante el resto de sus vidas. —Te deseo muchísimo, Torrie. —La voz de Grace sonaba lejana y estrangulada por la pasión—. Nunca he dejado de desearte. Torrie unió sus labios a los de Grace y la besó, al principio con ternura, mientras le acariciaba un pecho con la mano y se lo apretaba con cuidado. Le mordisqueó, lamió y chupó los labios con avidez, a sabiendas de que probablemente Grace amanecería con los labios hinchados y amoratados al día siguiente, pero sin importarle. Además, Grace le prodigaba parejas atenciones: no era una mujer frágil, sino una mujer que se frotaba insistentemente contra Torrie y le exigía fricción y alivio. —No te importa que te quite los pantalones, ¿verdad? —la provocó Torrie. —Ja, ¿importarme? Como no te des prisa voy a hacerlos pedazos. Torrie rió y manoseó la cremallera. —¿Nadie te ha dicho que a veces te pones muy mandona? —Claro que sí. Soy chef ejecutiva, ¿recuerdas? Mandona es mi segundo nombre. —¿Cómo he podido olvidarlo? —Torrie empezó a bajarle los pantalones y las braguitas. Grace aportó su granito de arena y se las sacó del todo de una patada—. Siendo la que cocina normalmente, espero que no te importe ser el plato fuerte esta noche. Grace abrió unos ojos como platos, repletos de deseo. —Si eso significa que vas a devorarme, no te prives. Torrie dejó escapar su risa profunda y ronca. Lo que más deseaba era devorar a Grace, pero ser traviesa la tentaba demasiado. —¿Después puedo escribir una crítica? Digamos, ponerte entre las
cinco primeras o algo así. Grace le dio un palmetazo en el hombro desnudo. —Sólo si yo puedo puntuar tu actuación. ¿Cómo funciona? El ace es el mejor golpe, ¿verdad? Luego va el eagle y después… ¿el birdie? —No temas, amor mío. Te aseguro que quedaré muy por debajo del par. —Ohh, no puedo esperar. —No tendrás que hacerlo, cariño —le dijo Torrie, metiéndole la mano entre las piernas. Volvió a besar a Grace en la boca y luego descendió para besarle los pechos, mientras movía la mano en círculos sobre la humedad entre sus muslos—. Estás tan caliente y tan mojada… —murmuró con el rostro hundido en los pechos de Grace. Se sentía la mujer con más suerte del mundo. Grace levantó las caderas para restregarse contra la mano de Torrie, mientras se deshacía en gemidos guturales. Al mismo tiempo se arqueaba cada vez más, hasta que su cuello dibujó una esbelta y elegante curva sobre la almohada. Torrie le apretó y le acarició los pliegues húmedos y aterciopelados. Entonces le metió dos dedos y la emoción de estar dentro de Grace, de ser aceptada cada vez más hondo en el interior caliente y ávido de su amante la hizo chorrea. La penetró más deprisa y oyó que a Grace se le aceleraba la respiración y que movía las caderas ansiosamente al ritmo de sus dedos. Con la otra mano, Torrie le acarició el sexo, cada vez más rápido hasta igualar el ritmo de la penetración. Grace chilló y se puso rígida; se arqueó contra Torrie una última vez y luego se estremeció con un sonoro respingo. Torrie atrajo a Grace a sus brazos con todas sus fuerzas y le besó el cuello con ternura hasta que dejó de temblar como una hoja. Notó que le caía una lágrima en la cara y, sorprendida, se dio cuenta de que Grace estaba llorando. —¿Estás bien, mi vida? Grace esbozó una sonrisa trémula, entre las lágrimas. —Soy ridículamente feliz, Torrie. Eres lo mejor que me ha pasado nunca. Torrie le enjugó una lágrima con la lengua. —Prométeme que nunca dudarás de mi amor por ti. —Te lo prometo, Torrie.
Aliviada, Torrie siguió besándola. Aun sin mirarla, sabía que Grace sonreía alegremente, porque la felicidad de Grace resonaba en lo más profundo de su ser y era la sensación más maravillosa que había tenido nunca. Quería compartirlo todo con Grace y sacrificarlo todo por ella. Se semiincorporó sobre el codo y la miró. —Antes hablaba en serio, Grace. Cuando te he dicho que haría cualquier cosa para que esto funcione. —Te lo agradezco, Torrie, pero no quiero que tengas que hacer nada drástico. —¿Te refieres a mi carrera? —Sí. —Joder, si me lo pidieras te haría hasta de esposa y ama de casa. Grace se echó a reír y besó a Torrie en la boca en un impulso. —Mira que no acabo de imaginarte… —¿Cómo? ¿Cómo reina de las tareas domésticas? Grace soltó una risilla y repuso: —¿Tienes idea de lo que son, pastelito mío? —¡Claro que sí! Un año hice economía doméstica. —Genial, entonces sabes coser, cocinar, limpiar, ser una buena anfitriona en las fiestas, plancharme la ropa. Mmm… ¿Qué más podría hacerte hacer? —¿Qué te parece hacerte el amor cada día? ¡Yo lo preferiría! —Volvió a ponerse encima de Grace y frotó su centro endurecido contra el de Grace —. Además se me daría mucho mejor. —Apuesto a que sí. Torrie le cogió las muñecas a Grace, sin apretárselas, y se las inmovilizó sobre el colchón. —¿Quieres que te lo demuestre? Grace estaba jadeando, pero aun así logró contestar. —Creía que acababas de hacerlo. Torrie le mordisqueó la garganta. —No estoy muy segura. Eso ha sido sólo el aperitivo. Grace soltó una carcajada ronca. —Ah, ya veo. Entonces estoy impaciente por probar el resto del menú.
Torrie se balanceó dura y rítmicamente contra Grace, hasta que notó que empezaba a faltarle el aire. Con la fricción, cada vez estaba más mojada y su sexo palpitaba dolorosamente; Grace también estaba cada vez más excitada y Torrie siguió frotándose más y más, sin soltarle las muñecas, guiada por una lujuria que no hacía más que crecer con cada movimiento pélvico. —Oh, sí —dijo con voz ronca—. Oh, Grace, haces que quiera correrme tan fuerte… —Sí, nena —la arrulló Grace, entre jadeos—. Quiero que te corras para mí. —Ahhh —gritó Torrie. Con una última sacudida, se corrió y se derrumbó encima de Grace, temblando de pies a cabeza. La soltó y Grace la rodeó con sus brazos y le besó la sien con ternura, para tranquilizarla, para amarla… Torrie notó que se le saltaban las lágrimas. —Te quiero muchísimo, Torrie. Nunca volveré a dejarte, mi preciosa, preciosa amante. Torrie no podía hablar. Aunque quería volver a expresarle su amor a Grace, la boca no le funcionaba y, por mucho que lo hubiera hecho, no habría podido articular palabra. Grace pareció notarlo y la abrazó más fuerte. Estuvieron así mucho rato. Torrie sabía vagamente que se estaba haciendo tarde, pero no le importaba, porque tenía la firme esperanza de pasar toda la noche con Grace, hablando y haciéndole el amor sin parar. No tenía ningún sentido frenarse, después de haberse pasado la vida entera esperando aquello. Besó a Grace y luego se tumbó de espaldas y dejó que ella se acurrucara en el hueco de su hombro. —Soy tan feliz, Grace… —Yo también —contestó ella, que miraba al techo sin pestañear—. Nunca creí que llegara a encontrar esto, Torrie. Nunca creí que te llegaría a encontrar a ti. —Volvió la cabeza para mirar a Torrie, con una sonrisa que le iluminaba los ojos—. Hay tantas cosas que me gustaría hacer contigo… —¿De verdad? ¿No te parece que vamos bien encaminadas? Grace se ruborizó un poco. —Vamos genial. Pero también hay otras cosas que hacer. —La colada no, espero.
Grace soltó una carcajada corta. —Te has librado de la colada, pero quiero hacer cosas como… no sé, ir a conciertos juntas. ¡Y, la próxima vez, quedarnos hasta el final! —Estoy de acuerdo. —Hacer viajes juntas y leernos en voz alta en la cama. A lo mejor comprarnos nuestra propia casita en Sheridan Island. —Eso sería fantástico —le dijo Torrie—. A tía Connie le encantaría. —Sí, ¿verdad? A mí también me gustaría mucho. —Los ojos le relucieron, como si acabara de ver la luz—. Torrie, voy a enseñarte a cocinar. Torrie sintió una oleada de pánico. —¿Seguro que quieres embarcarte en ese proyecto? —Seguro que serías una alumna excelente. —Sólo si puedo ser el ojito derecho de la profesora. —Eso sí que puedo prometértelo. —Buf. No tendré que perder el tiempo llevándote manzanas. Grace meneó la cabeza y se rió. —Me encanta tu sentido del humor, Torrie. —Bien, porque nos va a hacer falta sentido del humor cuando te enseñe a jugar al golf. —¿Qué? —Oh, sí. —Torrie la miró con ojos entrecerrados y traviesos—. Si tú me enseñas a cocinar, yo puedo enseñarte a jugar al golf. Grace se inclinó sobre ella y le mordisqueó la garganta, juguetona. —No me parece un trato justo. —A mí me suena perfectamente justo. —¿Sabes? —le dijo Grace, antes de plantarle un beso en la barbilla—. Podríamos dejarlo en empate y coger tenis o esquí. —Bésame y lo negociaremos. Grace gateó sobre ella y la besó ardientemente. —Si hago algo más que besarte, ¿me dejarás escoger nuestra nueva afición? Torrie miró a Grace a los ojos. Le divertía el brillo juguetón que había en ellos.
—Vale, siempre que no sea hacer calceta. Grace la besó otra vez y la miró con ojos chispeantes. —Vale, ya lo tengo. —Oh, no —Torrie fingió que se asustaba—. ¿Qué? —¡Bailar! —¿Cómo? —¡Bailes de salón! Dios, me encantaría hacer baile contigo. Podríamos ir a clases y ser como la gente de ¡Mira quién baila! ¡Sería muy divertido! —¿Hablas en serio? —Pues sí. Torrie se echó a reír. Se sentía inesperadamente exultante. Tener una relación era muy diferente al modo en que había vivido el resto de su vida, cuando sólo tenía que hacer planes y pensar en sí misma. Ahora su casa tenía muchas más habitaciones y formaba parte de algo mucho más grande. Le encantaba. Con Grace, iría a cualquier parte y haría cualquier cosa. —Me encantará dar piruetas contigo en la pista de baile, pero sólo si lo llamamos «La bollera que baila». Grace rió y pareció satisfecha. —Trato hecho. —Bien, y ahora, ¿respecto a lo que vas a hacerme, ya que te he dejado escoger el baile…? —Mmm, déjame pensar. Podría cortarte el pelo. O, veamos. ¡Hacerte la manicura! Torrie frunció el ceño. —¿Te parezco la clase de persona que se haría una manicura? —Vale —sonrió Grace—. ¿Y un masaje, qué te parece? —Sólo si es un tipo concreto de masaje. —Qué dienta más exigente. —Sí, que no se te olvide. Agarró la mano de Grace y se la apretó entre las piernas. Sólo quería provocarla un poco, pero… ¡ah, cómo le gustaba cuando Grace la tocaba! No se cansaba de tener a Grace entre sus brazos, y las caricias expertas e inesperadas de la otra mujer volvían a llevarla hacia el clímax casi demasiado deprisa.
—Oh, cariño. No sabes lo que me haces —le dijo con voz ronca y rugosa, casi irreconocible a sus propios oídos. —Creo que sí lo sé —ronroneó Grace—. A juzgar por lo mojada que estás. —Es que te deseo tanto… Apenas le llegaba el aire y el pecho le iba a toda velocidad. Sintió que Grace se deslizaba sobre su cuerpo, cubriéndola de besos mientras descendía, y Torrie tuvo que echar mano de toda su concentración y de todas sus fuerzas para no correrse sólo con pensar en hacia dónde iba Grace. —Grace —la llamó con voz ronca. Quería advertirle que estaba al límite, pero ya era demasiado tarde. La boca de Grace la envolvía y Torrie sintió que el centro de su mundo se expandía y estallaba en un caleidoscopio de formas y colores. Finalmente, todo se contrajo sobre sí mismo y se derrumbó como un castillo de naipes. Torrie se corrió más fuerte que nunca. Delicadamente, Torrie obligó a subir a Grace, pese a sus protestas. —¡Pero si no había hecho más que empezar! Torrie le borró la decepción besándole las cejas claras. —Lo siento, pero cuando me tocas así… —La próxima vez tendré que ir más despacio y torturarte un poco. —¡Ni te atrevas! —Torrie dejó que Grace se acurrucara en el hueco de su hombro de nuevo. Le parecía lo más natural del mundo, porque encajaban a la perfección, como cuando se ponía su par de botas favoritas, pero mucho mejor—. Sólo recuerda: yo también tengo muchas maneras de torturarte, mi amor. —Estoy impaciente por probarlas. —¿Con que esas tenemos? Torrie se revolvió contra ella y empezó a hacerle cosquillas en las axilas, en los costados y en el estómago sin compasión alguna. Grace se agitó, riendo, y finalmente chilló y le suplicó a Torrie que parase. —Has ido muy de gallito al retarme así. —Torrie le besó en la nariz y luego en los labios. —A lo mejor te estaba probando, a ver si lo hacías de verdad.
—Soy una mujer de palabra, Grace. —Ya veo. —La sonrisa de Grace se desvaneció y miró a Torrie con gravedad—. No debería haber tenido tan poca fe en ti al principio, —Y yo no debería haber tenido tan poca fe en ti, Grace. En nosotras — suspiró Torrie, pesadamente. Se sentía avergonzada de nuevo, ya que todavía no se había perdonado del todo por haber creído que Grace quería volver con su ex. —Muy bien —zanjó Grace en tono autoritario—. Vamos a hacer un trato: no torturarnos más por lo que pasó. Esta noche empezamos desde cero. Torrie se sentó, alcanzó las copas de vino y le dio la suya a Grace. Entonces las volvió a llenar, aunque el vino ya no estaba frío. —Es más que empezar desde cero. Se trata del resto de nuestras vidas. Grace chocó su copa con la de Torrie. —Brindo por eso, cariño. Más tarde, cuando la botella estaba casi vacía y la hora en el reloj digital marcaba el inicio del nuevo día, Grace le contó a Torrie que estaban bajando el ritmo de trabajo y le explicó cómo Trish y ella habían llegado a la conclusión de que querían tiempo para otras cosas en la vida, así que habían abandonado sus planes en Manhattan y, en cuanto hubieran acabado de grabar la nueva temporada de su programa de televisión, también cerrarían aquella etapa de sus carreras. —Grace —le dijo Torrie con solemnidad, consciente de que estaba a punto de hacer un sacrificio similar—. Puedo dejar el Circuito. Grace la miró, insegura. —¿Quieres hacerlo? —Quiero estar contigo. —Eso no es lo que te he preguntado. «Ah, mierda.» Lo que más deseaba Torrie era pasar su tiempo con Grace, a ratos hacer el vago a su lado y otras hacer cosas juntas. En aquellos momentos, Grace era su prioridad, pero todavía notaba la innegable llamada de su carrera. —Tienes razón, perdona. —Torrie no quería más que sinceridad entre las dos—. Todavía quiero jugar al golf, pero no quiero que consuma mi
vida como hasta ahora. No quiero volver a ese estilo de vida, en donde no estabas tú. —¿Qué es lo que te haría feliz, Torrie? —Tú me haces feliz. —¿Qué más? —Tenerte en mi vida, pero seguir en el golf al menos unos años más. —Eres muy joven para retirarte. —No me siento joven. Me siento como las viejas veteranas del Circuito. Grace rió. —Siempre olvido que, en el mundo del deporte, a los treinta ya eres vieja. —Grace —le dijo Torrie, que tenía un poco de miedo de que lo que pedía fuera demasiado—. No quiero hacer nada que vaya a ser un problema entre nosotras. —No lo harás —le aseguró Grace, mientras le acariciaba la mandíbula con el dedo en un gesto sensual y tierno al mismo tiempo—. Te apoyaré, hagas lo que hagas, Torrie. —¿Y si parto la temporada por la mitad? Así hago sólo una docena de torneos al año. —¿Eso sería suficiente? Torrie tenía la certeza de que sí. —Sí. —¿Seguro? —Nunca he estado más segura de nada en la vida. Grace le besó la sonrisa en los labios. —Te quiero, Torrie. —Te quiero, Grace. —Torrie fingió que se ponía seria—. Hay una cosa más. —¿El qué? Torrie se estiró y arqueó los pies. —¿Tendremos que levantarnos de la cama algún día? Grace ronroneó con el rostro hundido en su garganta. —Dios, ojalá no tuviéramos que hacerlo. Pero creo que Remy tendría
algo que decir al respecto. Como si le hubieran dado entrada, el labrador de color chocolate irrumpió en la habitación y subió a la cama de un salto. Grace y Torrie tuvieron que proteger sus partes más vulnerables a toda prisa contra las enormes patas y el cuerpo exuberante del animal. —Pobrecito —rió Grace—. ¿Te sientes ignorado? Torrie se sentó con los pies a un lado de la cama. —Vamos, Remy. ¿Tienes que salir a hacer pis? —¿Ya me estás dejando por otro? —rió Grace. —Sólo temporalmente, cielo. ¿Mantendrás caliente la cama? —¿Me lo tienes que preguntar?
EPÍLOGO
GRACE llevó la bandeja con el desayuno al dormitorio y abrió la puerta con el pie. Se quedó en la entrada un largo momento, con los platos en equilibrio, mientras contemplaba a su amante dormida. Los rayos de sol surcaban el cuerpo desnudo de Torrie, tendida sobre la cama con la sábana enredada a la altura de la cintura. Era el cuerpo de una guerrera joven y dura, aunque con cicatrices de batalla. Sabía que a Torrie todavía le dolía el hombro cuando había humedad. Torrie se removió cuando Grace dejó la bandeja tintineante en la cama. —Buenos días —la saludó, llena de ánimo, y le dio un beso. La noche anterior casi no se habían visto, porque el vuelo de Torrie había aterrizado muy tarde y esta se había ido directa a la cama. Grace había notado su cuerpo cerca durante la noche, pero nada más. —Sí, es un buen día —le sonrió Torrie, adormilada—. El mejor de los últimos once, porque hoy estoy aquí contigo. Grace enarcó una ceja. —Veo que cuentas los días que pasamos separadas. —¿Días? Cuento las horas, cariño. Torrie se sentó y quedaron al descubierto sus pechos firmes y compactos y los hombros musculosos. Grace tuvo que reprimirse para no dejar la bandeja en el suelo y lanzarse a la cama. Sería una manera maravillosa de celebrar San Valentín, salvo por que Grace ya tenía otras cosas en mente. Mejor dicho: al menos, otra cosa. —¿Tienes hambre? —Me muero de hambre —le sonrió Torrie, provocativa—. Pero no de comida, ven aquí. —Aún no —declinó Grace con actitud coqueta. Señaló con la cabeza los huevos revueltos sobre un lecho de menta fresca picada, dados de tomate y queso de cabra, el beicon que se enfriaba rápidamente y la tostada con mermelada de arándanos—. Antes quiero que cojas fuerzas. Torrie paseó la mirada entre Grace y la comida y esta rió por el tormento que le estaba infligiendo: elegir entre comida y sexo.
—Vale, de acuerdo —dijo Torrie, no sin reticencias—. Primero me comeré este estupendo desayuno. —Le guiñó un ojo a Grace y esta sintió un escalofrío de excitación—. Y luego te devoraré a ti. —Dios, eso espero. Grace besó a Torrie de nuevo, más lenta y profundamente, y a continuación dejó la bandeja sobre la cama entre las dos. —Esto tiene una pinta excelente —afirmó Torrie, que ya había empezado a comerse el plato con los ojos. —Espero que no te importe que te haya dejado dormir mientras trabajaba en la cocina. —¿Importarme? ¡Te quiero por ello! Desayunaron juntas: Torrie de un modo voraz y Grace más pausada. Tenía el estómago un poco revuelto, pero no lo bastante como para no comer. Se pusieron al día sobre lo que habían hecho en el tiempo que habían pasado separadas. Torrie había ido a Florida a pasar un tiempo con su entrenadora de swing y practicar con su amiga Diana con el fin de prepararse para el primer torneo de la temporada, que iba a celebrarse dentro de dos semanas. Grace le sonrió a Torrie, convencida de que esta había seguido su ritual secreto de ir al hospital a acunar bebés mientras estaba allí, pero no reveló la confidencia de Diana. Aunque a Grace le habría encantado pasar aquellos once días con Torrie, sobre todo en el clima cálido de Florida, se había quedado en casa para trabajar en su restaurante. Grace tenía citas a las que no podía faltar y planes que hacer. Ese día, la familia de Torrie iba a venir a Boston y lo había preparado todo para una cena privada en el Sheridan’s, en donde Torrie y Grace anunciarían su compromiso. Hasta el momento, por algún milagro, habían conseguido mantenerlo en secreto. —Tengo muchas ganas de ver la cara que pondrán cuando se lo digamos. —Torrie sonreía de oreja a oreja, como si estuviera a punto de explotar de orgullo y entusiasmo—. Te apuesto cincuenta pavos a que tía Connie se desmaya. Grace sonrió. Le constaba que Connie estaría emocionadísima de que se uniera oficialmente a la familia, tanto como Grace lo estaba por formar parte de ella. —Te apuesto cincuenta pavos a que lloraré cuando le pida que te dé mi
mano. —No te preocupes, ella también estará llorando a lágrima viva. —Habrá que llevar montones de Kleenex. —¿Crees que Trish y Catie querrán hacernos de madrinas? —Claro que sí. Si no se lo pidiéramos se cabrearían. —Sí, supongo que tienes razón. —Torrie se quedó pensativa un instante—. ¿Crees que algún día de estos anunciarán su compromiso también? —Dios, espero que sí. ¿No sería genial que lo anunciaran en nuestra boda? —Sí. Si hay algo por lo que no me importaría dejar de ser el centro de atención durante unos minutos, sería eso. —Y podríamos hacerles de madrinas. Torrie le lanzó una mirada de impaciencia. —Creo que estamos adelantando una boda a la nuestra. Ahora, cielo, dado que ya me has llenado el estómago, ¡quiero llenarme las manos y la boca con otra cosa! Torrie extendió los brazos y Grace dejó la bandeja en la mesita de noche y gateó hasta fundirse en su abrazo. Llevaba dos días queriendo contarle a Torrie las noticias, pero no había querido hacerlo por teléfono. Ahora ya no podía esperar más y notó un cosquilleo de nerviosismo, pero del bueno. —¿Sabes, cariño? Esta noche tenemos algo más que anunciar. —¿Ah, sí? Grace no pudo evitar que la dicha se le notara en la voz. —Mmm. ¿Qué harás en septiembre? —Hay un torneo en Arizona al que quiero ir. Por la ventaja de jugar en casa y todo eso. —Mmm. Podría funcionar. —¿El qué podría funcionar? Torrie no entendía nada y Grace le alisó con ternura las arruguitas de preocupación de la frente. —Que el bebé naciera cerca de tu… —¿Qué? —Torrie abrió unos ojos como platos y Grace casi se temió
que se le salieran de las órbitas. Parecía una película y Grace tuvo que reprimir una risita—. ¿El bebé? ¿Estás…? Grace asintió y contempló cómo un millar de emociones recorrían el rostro de Torrie en estampida. La euforia pronto se impuso a todas las demás. Torrie respiraba con dificultad, agitadamente, y la emoción le había hecho subir el color a las mejillas. —¡Dios mío! ¿Vamos a tener un bebé? Grace asintió de nuevo y Torrie le dio un abrazo de oso con tanta fuerza que Grace temió que fuera a exprimirle el diminuto embrión sin más. —Con cuidado… —Oh, Dios mío. Lo siento. ¿Estás bien? Grace la besó en los labios. —Sí, estoy bien. Estoy genial. —Yo también. Oh, Dios mío, Grace. —Torrie cabeceó, conmocionada y satisfecha. Le puso la palma de la mano sobre el vientre delicadamente y la miró a los ojos con adoración—. ¡Vas a tener a nuestro bebé! No puedo creer que haya salido tan bien. —Vamos a tener que empezar a apodar a tu hermano «El que donde pone el ojo pone la bala». Torrie se echó a reír. —Eso le gustaría. Querían formar una familia y, como Grace iba a cumplir cuarenta y un años en pocos meses, no había querido esperar mucho más. El hermano pequeño de Torrie, Dan, había accedido a ser el donante sin dudarlo un instante, en cuando se lo pidieron en Acción de Gracias. Era el único hermano de Torrie que no tenía familia propia y también era gay. —Ojalá tenga tus ojos, Grace. —Ojalá tenga tu estatura. Y tus capacidades atléticas. Torrie le deslizó la mano hasta un pecho y se lo acarició con cautela, mientras se relamía. —Supongo que estas van a crecer, ¿eh? —Borra esa sonrisa de tu cara. —Lo siento, ya sabes que me van las tetas. —Se la estrujó un poco más fuerte—. No digo que ahora no tengas un buen par, ¿eh?
—Calla y bésame. Torrie obedeció de buena gana. —¿Y no pasa nada si tú y yo… ya sabes? —Joder, más nos vale. Torrie soltó una risita con la nariz hundida en su garganta. —¿Y si hacemos una prueba de rodaje ahora? Grace rió y se dio la vuelta hacia Torrie. —Creía que nunca me lo pedirías. La besó profundamente, deleitándose con el calor del cuerpo de Torrie, la sensación de sus labios y la suave y húmeda punta de su lengua al rozar la suya. Sentir a Torrie, ya fuera su piel, su boca, sus labios, su lengua o sus manos era como una descarga eléctrica para Grace. —Torrie —le susurró, tras apartarse para mirarla a los ojos—. No te parece que estemos yendo demasiado rápido, ¿verdad? Lo cierto era que todo había pasado muy deprisa: habían empezado a salir y ahora iban a tener un bebé en cuestión de meses. Aunque Torrie se veía sinceramente encantada y emocionada con la noticia, Grace quería estar segura. La otra mujer le sonrió y le pasó los dedos por la mejilla, la mandíbula y finalmente la garganta. —Claro que estamos yendo deprisa. Contigo quiero hacerlo todo enseguida, Grace. Quiero vivir esta vida contigo y lo quiero ya. Grace se fundió en los brazos de Torrie y le cubrió el cuello de besitos. —Dios, te quiero, Torrie. —Te quiero, Grace. Y voy a querer a ese bebé que llevas más que a nada en este mundo. Grace levantó la cara y besó a Torrie con todo su corazón. La había encontrado, por fin… La receta perfecta para su vida. Fin
Amor para acompañar
TÍTULO original: Side Order of Love © Tracey Richardson, 2009 © Editorial EGALES, S.L. 2010 Cervantes, 2. 08002 Barcelona. Tel.: 93 412 52 61 Hortaleza, 64. 28004 Madrid. Tel.: 91 522 55 99 www.editorialegales.com ISBN: 978-84-92813-25-4 Depósito legal: M-29076-2010 © Traductora: Laura C. Santiago Barriendos © Fotografía de portada: Getty Images Diseño y maquetación: Cristihan González Diseño gráfico de cubierta: Nieves Guerra Imprime: Top Printer Plus. Pol. Industrial Las Nieves C./ Puerto Guadarrama, 48. 28935 Móstoles (Madrid) Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro español de derechos reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.