ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
INAH
SEP
EL CULTO A LAS DEIDADES DEL AGUA Y DE LOS CERROS DURANTE EL POSCLÁSICO MEDIO Y TARDÍO EN EL SITIO DEL PEÑASCO, EN XICO, ESTADO DE MÉXICO.
TESIS QUE PARA OPTAR POR EL TITULO DE: LICENCIADO EN ARQUEOLOGÍA PRESENTA FRANCISCO ANTONIO BALCORTA YÉPEZ.
DIRECTOR DE TESIS: DR. RAÚL ERNESTO GARCÍA CHÁVEZ.
MEXICO, D.F.
AÑO DE 2009
A LO MÁS HERMOSO, GENIAL Y PERFECTO DE ESTE PLANETA A MARIA ANNETT Y A MARIA
I
El monte del Señor indica el lugar de la alianza, el momento en que Dios comunicó a sus siervos la sabiduría de su ley. También nosotros hemos subido a ese monte para alcanzar la meta que nos acoge. Ese itinerario tiene para nosotros valor de símbolo, y los senderos recorridos nos recuerdan los que Cristo trazó para nuestras ascensiones espirituales. Él es para todos camino, verdad y vida. Subamos al monte del Señor con el animo de quien sabe contemplar las obras de Dios, para ver en ellas el signo del poder, la belleza y la inteligencia del Creador. Tratemos de descubrirlo en este magnifico escenario de cumbres y valles. La belleza, que se manifiesta en la creación, no puede dejar de suscitar en nosotros pensamientos de reconocimiento y gratitud.
S.S. Juan Pablo II.
II
AGRADECIMIENTOS Al concluir el presente trabajo, quedo agradecido con una serie de personas que formaron parte integral del desarrollo de la investigación y que me brindaron su apoyo, además de ser guías en las diferentes etapas de la tesis y de mi carrera, una de ellas es mi director de tesis el Dr. Raúl Ernesto García Chávez, quien a pesar de tener múltiples actividades, me brindó su apoyo, orientación, confianza y la oportunidad para realizar la investigación. Toda mi gratitud a los asesores del presente trabajo, a la maestra Diana Martínez Yrizar por la asesoría, recomendaciones y consejos hechos a lo largo del proyecto, a su tiempo, apoyo, confianza y por pedir lo mejor de mí para realizar un buen trabajo. Al arqueólogo Luís Córdoba Barradas por proporcionarme la orientación e información arqueológica para el desarrollo de la tesis, por todos sus consejos, comentarios, apoyo y por ampliar la visión que tenía sobre el tema. A la maestra Lorena Gámez Eternod por sus observaciones, correcciones, experiencia, apoyo y tolerancia al otorgarme un espacio para orientarme a lo largo de la investigación. A mi maestro el Dr. Alejandro Villalobos Pérez por su apoyo incondicional durante el desarrollo del proyecto, por sus comentarios, por ser una guía en los momentos difíciles y por sus atinados consejos. A todos mis maestros de la Escuela Nacional de Antropología e Historia que, con sus aciertos y errores me mostraron una arqueología con horizontes nuevos y objetivos más humanos, a Román Piña Chan, Guillermo Ahuja, Carlos Garnica, García Cook y Leonor Merino, Héctor Patiño, Aguirre Jones, Carlos Álvarez, Raúl Aranda, Barba de Piña Chan, Ana María Álvarez, Fernando López, Felipe Bate, Fernando Botas, Lorena Mirambel, Blanca Paredes, Guillermo C. Tello, Jaime Cedeño y Javier López. Al Dr. Robert H Cobean por su apoyo en la conclusión de este trabajo y por motivar mi superación profesional, a él, muchas gracias. A Dr. Salvador Pulido Méndez y la Mtra. Lourdes Camacho, por brindarme su amistad, sus conocimientos y experiencias sobre el tema de estudio. Al Arqlgo. Francisco Ortuño y al quipo de la Dirección de Salvamento Arqueológico, Alejandro Meras y Gonzalo Díaz, por compartir conmigo sus puntos de vista y su forma de trabajo.
III
A mis compañeros, los arqueólogos Ulises Santa Cruz Rendón, Fernando Báez, Javier Ramírez, Angélica Nava, Fernando Vilchis, Manuel Vázquez, Benito Hernández, Mariana Toledo y Manuel Farfán con quienes, platicar sobre arqueología es un placer. A mis amigos, la Arqlga Telma Margarita Saldaña Millán, el Arqlgo. Héctor Leyva Colunga y la A.F. Eira Atenea Mendoza Rozas por su amistad, confianza, apoyo y por ser una guía durante la realización de este trabajo, de los que he aprendido mucho y a los que considero especialistas en la materia. A la maestra Luz María Roldan Olmos y al maestro Alejandro Hernández Portilla por su tiempo, comentarios y sugerencias durante la elaboración del trabajo, al igual que al Arqlgo. Justino Galván quien me brindo su apoyo en la captura digital de las fotos de la colección cerámica del sitio del Peñasco. A los arqueólogos Luis Gamboa y Nadia Vélez, por mostrar interés en mi trabajo, al invitarme a formar parte del equipo de investigación que laboró en el cerro de Xico durante 2005 y 2006. Gracias a toda mi familia que fueron base, pilar, techo y cobijo durante todo el tiempo que tardé en terminar la carrera y la tesis. A mi esposa Annett, que con su amor, comprensión e interés me ayudó en todas las formas a terminar la carrera y la tesis. A mi bebe Maria Annett, por ser tan genial, por todo el amor y la alegría que trajo a mi vida, y por que todo lo que hago es por ella y para ella. A mis padres Antonio y Maria, quienes me enseñaron a tener a Dios por sobre todas las cosas, y que todo lo que me proponga en esta vida, lo haga con amor. A mis hermanos Judith, Edith y Disraeli que siempre se preocuparon por que yo continuara mis estudios y por todo el amor, apoyo y comprensión que me han dado. A mis sobrinos Disra, Toño y Erick que son una bendición y la alegría de muchas casas, a mí cuñada Abigail, a Gabriel y a Fedor. A mi abuelita Elena y a mis tías Maria Elena, Lilian, Consuelo, Griselda, que siempre están al pendiente de mi superación personal y profesional. A todos ellos, muchas gracias por lo que me han brindado. Pero especialmente, quiero darle gracias a Dios, por conocer a personas tan geniales y maravillosas y por las que conoceré.
IV
ÍNDICE Páginas Introducción
3
CAPÍTULO I Ubicación y Antecedentes A. Ubicación
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B. El área de estudio
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C. Antecedentes
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1. Antecedentes Históricos
12
2. Antecedentes Arqueológicos
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CAPÍTULO II Marco de Referencia A. Fundamentos Teóricos / Conceptos
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1. Referentes de los sitios arqueológicos, ubicados en la cima de los cerros
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2. El culto a las deidades telúricas del agua y de los cerros (culto, lugar, sitios relacionados, las deidades, los rituales)
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B. Planteamiento del problema
52
C. Hipótesis
52
D. Objetivos
54
Objetivos generales
54
Objetivos particulares
54
CAPÍTULO III Métodos y Técnicas A. Metodología: La Arqueología
55
B. Clasificación de los sitios arqueológicos en los cerros
58
C. Clasificación de los entierros humanos
61
D. Clasificación artefactual
64
E. Clasificación cerámica
65
CAPÍTULO IV Arquitectura A. Resultados de la exploración del sitio
70
1. Descripción de la estructura arquitectónica (El basamento, vestíbulo, cámara subterránea, patio, templo pasillos y cuartos)
79
1
CAPÍTULO V Descripción de los restos óseos humanos, artefactual y restos faunisticos A. Los entierros humanos
120
B. Las ofrendas
138
C. La cerámica
171
D. Los restos faunísticos
193
CAPÍTULO VI Discusión y conclusiones
199
Bibliografía
210
2
INTRODUCCIÓN A lo largo de la Historia y en diferentes culturas alrededor del mundo, los elementos naturales han sido parte central de los cultos que ha desarrollado el hombre. Esto se ve reflejado tanto en las culturas arqueológicas como en las contemporáneas. El agua, el fuego, el aire y la tierra de una o de otra manera, han estado vinculados a la humanidad desde sus orígenes, además de conformar el paisaje natural en el cual se ha desarrollado toda la vida y la historia de los pueblos. De esta manera, los elementos naturales forman el marco y el escenario en el que se ha llevado a cabo la evolución de la vida en la tierra, brindando a la especie humana los recursos para la creación de un caudal evolutivo único entre todos los seres vivos del planeta. Desde el origen de las sociedades humanas, al agua se le ha vinculado con la vida, la fertilidad de la tierra y con la purificación de la materia. Desde entonces el hombre le ha rendido culto hasta nuestros días, generando expresiones particulares en las que expresa su necesidad y a la vez, agradecimiento por el vital liquido. Cazadores recolectores, nómadas, seminómadas y sedentarios han dependido del agua y en cierto modo ha sido este elemento natural el que ha dictado sus patrones de comportamiento y asentamiento. El culto al agua existe en todos los continentes y naciones. Es un comportamiento presente en todas las culturas del mundo. Las investigaciones arqueológicas revelan que puede tratarse de uno de los cultos más antiguos de la humanidad junto con el culto al fuego, el sol y la luna. El culto al agua, esta presente en todo el continente Americano, en ambos hemisferios y de costa a costa. Desde el poblamiento del continente y hasta el día de ayer, los arqueólogos siguen recuperando nuevos datos que muestran como fue el comportamiento del hombre entorno a la obtención y aprovechamiento del agua. Durante siglos, en México se han realizado ceremonias y rituales relacionados con el agua y la fertilidad de la tierra. Este tema es objeto de estudio de especialistas que buscan el origen de este culto en México y en el continente Americano. Hasta el momento se sabe que el culto al agua estuvo 3
presente en las culturas del Preclásico como es el caso de Chalcatzingo (Broda, 1997).
Con el culto al agua esta vinculado el culto a los volcanes, las montañas y los cerros, se les liga por la antigua creencia de que en la cima de estas formaciones geológicas se forman las nubes que traen consigo al agua que fertiliza la tierra, además de que se cree que son contenedores de agua (Broda y otros, 1991) y que los manantiales y los ríos que nacen de ella así lo demuestran.
Es por ello que los lugares de culto al agua se encuentran generalmente en cerros y montañas, en espacios que fueron seleccionados como sagrados por reunir características particulares como las laderas, la cima, los nacimientos de ríos y manantiales. A estos lugares también se suman los ubicados en las lagunas, pantanos y templos locales. En Mesoamerica y particularmente en el Altiplano Central, durante el Clásico y Posclásico, el culto al agua y a los cerros ocupó un lugar medular dentro de las religiones prehispánicas, lo que ayudo a establecer un culto oficial y una deidad (con un probable origen desde el Preclásico), generando elementos particulares y característicos dentro de los rituales, ofrendas y sacrificios ofrecidos con la intención de obtener beneficios en la agricultura y agradecer por los favores recibidos. El estudio del culto al agua y a los cerros durante la época prehispánica, es parte fundamental para lograr un adecuado acercamiento a la cosmovisión del mundo mesoamericano. Al respecto, existen varias publicaciones que exponen las características y contextos en los que se desarrolló este culto a lo largo de por lo menos 3000 años antes del presente. Investigadores como Alfredo López Austin, Johanna Broda, Beatriz Albores y Francisco Rivas por mencionar solo algunos, han dedicado parte de sus investigaciones a éste tema en el cual encontramos un vinculo con los sitios arqueológicos en la cima y escarpados de los cerros que cuentan con orientaciones astronómicas. El presente trabajo expone los resultados de la exploración del sitio arqueológico ´´El Peñasco´´, llamado así por edificarse sobre una formación rocosa de esta naturaleza, ubicado en la cima del cerro de Xico, dentro de la Cuenca de México.
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Con ello, pretendemos aportar nuevos datos sobre los templos en la cima de los cerros por tratarse de un sitio que fue excavado ampliamente, registrándose contextos muy importantes dentro de este tipo de edificios, de los que solo sabemos gracias a lo escrito en las Fuentes Históricas y a los hallazgos realizados durante diferentes trabajos de recorrido de superficie y prospección (Montero, 1988 y 1995; Iwaniszewski, 1986 y Rivas 2006). El sitio del Peñasco se encuentra en la cima del cerro La Mesa, en Xico, a una altura de 2,310 msnm, cuenta con arquitectura ceremonial y contextos relacionados con el culto a las deidades del agua y de los cerros, así como elementos asociados al inframundo y un probable culto a Quetzalcoatl que no se trataran aquí. Las fases cerámicas presentes en el sitio son Azteca I, Azteca II y Azteca III (García, 2004). Esto nos ofreció la posibilidad de documentar las características locales que presentó el culto al agua y a los cerros durante el Posclásico. Dentro de los capítulos de esta tesis, trataremos de ubicar el sitio y sus contextos a partir de la literatura, los elementos históricos y la arqueología. En el capítulo I, presentamos la ubicación del sitio y las características geográficas que lo distinguen del resto de las estructuras arquitectónicas que se encuentran en el cerro de Xico, posteriormente exponemos los antecedentes arqueológicos e históricos del cerro de Xico, enmarcando el contexto social presente en el sitio durante la época prehispánica. La información recuperada de las excavaciones del sitio, forma parte de los trabajos desarrollados por el centro INAH del Estado de México en la región, a través del proyecto de Salvamento Arqueológico Xico 2004 - 2006 (García y Vélez, 2008).
En el capítulo II, exponemos el marco teórico que es la base de referencia con la que ubicamos al sitio del Peñasco dentro del contexto que presentan los sitios en la cima de los cerros y que comparten el culto a las deidades de agua. El planteamiento del problema, las hipótesis y los objetivos, concluyen el capitulo, indicando los fines de la investigación y los posibles elementos que vinculan al sitio con el tema de estudio.
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En el capítulo III, hacemos referencia a los métodos y técnicas empleados en la clasificación del sitio dentro de los santuarios en la cima de los cerros y en el análisis y descripción de los materiales cerámicos y osteológicos recuperados durante la excavación del basamento. El capítulo IV, contempla la descripción arquitectónica del santuario edificado sobre el Peñasco del cerro de Xico, en este apartado, es posible estructurar una visión del diseño que presentaron los diferentes espacios que conformaron al sitio, en los que se realizaron ceremonias, rituales y ofrendas dedicadas al culto del agua. En el capítulo V, describimos los contextos de los entierros cremados depositados al interior de jarras y los depositados por debajo del piso de estuco del espacio denominado vestíbulo; en este capitulo incluimos la descripción de las ofrendas y restos óseos faunísticos, así como los tipos cerámicos recuperados durante la exploración, los cuales sugieren una ocupación del sitio relacionado con el periodo Posclásico Finalmente, en el capítulo VI, desarrollamos la discusión y los comentarios finales en relación a las hipótesis formuladas. En estos comentarios exponemos los elementos históricos y arqueológicos que señalan al sitio del Peñasco como un santuario vinculado con los espacios edificados en la cima de los cerros en los que se realizaban ceremonias ofrendas y sacrificios vinculados con la petición de lluvia y el culto a las deidades del agua y de los cerros.
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CAPÍTULO I UBICACIÓN Y ANTECEDENTES A. Ubicación El área que comprende a la antigua isla de Xico, se localiza al sureste de la Cuenca de México, en el Municipio de Valle de Chalco, al oriente del Estado de México, la base del cerro se encuentra a una altura de 2250 msnm. El municipio de Valle de Chalco, colinda al norte con los municipios de Ixtapaluca, San Vicente Chicoloapan y Los Reyes la Paz, al oriente con Chalco de Díaz Covarrubias y al sur con la Delegación Tláhuac, del Distrito Federal. Las vías de comunicación del municipio son la Autopista Federal México Puebla y la Carretera Tláhuac – Chalco. El cerro de Xico se localiza dentro de la llanura del antiguo lago de Chalco – Xochimilco del antiguo sistema lacustre de la Cuenca de México. Las vialidades que circundan al cerro son la avenida Tezozómoc, la avenida Adolfo López Mateos y la calle Paso de Cortés, en la colonia Cerro del Marqués, así como la carretera Tláhuac – Chalco. Las coordenadas UTM en las que se encuentra el área son: 2130550 latitud norte y 507151 longitud este. Los terrenos estudiados se distribuyeron en dos secciones, “A” y “B” (figura 1.1). Fueron seleccionados, delimitados y separados como parte de la
estrategia de trabajo del proyecto de investigación arqueológica `` Cerro la Mesa, San Martín Xico´´ (García y Vélez, 2008), con la finalidad de conocer el fechamiento y patrón de los asentamientos humanos en la sección ``A´´, dentro del antiguo lago de Chalco en donde se ubica una posible área de chinampas al sureste del cerro de Xico, muy cerca de la carretera Chalco – Tláhuac, en la colindancia sureste del Estado de México y el D.F. La sección “B” corresponde al macizo montañoso del Cerro la Mesa, las áreas que fueron exploradas, se ubicaron en el lado oriental y sur, abarcando tanto la parte superior, como las faldas del cerro (García y Vélez, 2008).
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Figura 1.1 Ubicación de las áreas ``A´´ y ``B´´ en donde se realizaron los trabajos de investigación arqueológica (Tomado de García y Vélez, 2008: 6, figura 1).
Dentro de esta poligonal se encuentra el área en donde se ubican los vestigios estudiados en el presente trabajo, corresponde a una estructura piramidal edificada sobre uno de los peñascos de roca basáltica que afloran en la parte suroeste de la cima del cerro la Mesa. Se localiza a 2310 msnm, las coordenadas UTM del sitio son: Este 0506678 y Norte 2129905, el sitio está señalado en el plano como frente No. 3 (figura 1.2).
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Figura 1.2 Ubicación del Frente de excavación 3, denominado ``El Peñasco´´ (García y Vélez, 2008).
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Figura 1.3 Vista aérea de la antigua isla de Xico. Valle de Chalco, Estado de México, en la que se aprecia la ubicación del sitio del Peñasco. Tomado de Google maps.com
B. El área de estudio El área que comprendieron los trabajos arqueológicos del proyecto San Martín Xico y Cerro La Mesa, durante los años de 2004 a 2006, se localiza al oriente del Estado de México, dentro de las coordenadas 19º 16´ latitud norte y 98º 56´ longitud oeste, a una altura enmarcada entre los 2,240 y 2,310 msnm. Los elementos geográficos más representativos que rodean al cerro de Xico son la Sierra de Santa Catarina con las elevaciones de los cerros de Guadalupe, La Caldera y El Elefante, el cerro de Cocotitlan, la Sierra Nevada y la Sierra Chichinautzin. La geología de Chalco se conforma principalmente por piedras volcánicas como los basaltos y andesitas basálticas que conforman las Sierras Chichinautzin y Santa Catarina, las andesitas y dacitas conforman la Sierra Nevada y de Río Frío (Bouvier, 1993). El relleno de la planicie de Chalco reposa sobre un basamento del Cretácico Superior (Oviedo, 1970), posterior a él, existe una sucesión de derrames de lava y productos piroclásticos, además de una secuencia de depósitos fluvio-lacustres (Schlaepfer, 1968, Mooser, 1975 y Huizar, 1989).
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C. Antecedentes La recopilación de los datos históricos y arqueológicos, son el punto de partida de nuestra investigación, al reunir esta información, contamos con los elementos necesarios para poder poner en practica la metodología de la arqueología histórica que será guía y pauta del presente trabajo. Las referencias históricas del cerro de Xico, provienen de los cronistas de siglo XVI como Francisco de San Antón Muñón Chimalpain y Fernando de Alva Ixtlilxochitl, así como el códice Chimalpopoca. De ellos recuperamos detalles de la vida de los habitantes de la antigua isla, acontecimientos ocurridos durante los cambios sociales en la región, los cultos que se efectuaban en la isla y de los sobrenombres con los que se les conocía a los pueblos establecidos ahí para 1258 dC. y el nombre de los grupos étnicos migrantes que dentro de su peregrinaje se asentaron temporalmente en Xico. Por otra parte, al reunir los antecedentes arqueológicos, conformamos un historial que se remonta al año de 1952. Dentro de esta lista de investigaciones en el cerro de Xico, destacan las efectuadas por Parsons en 1982, por García en 1990, por Ávila en 1998 y los trabajos dirigidos por García en 2006, de los cuales se desprende el presente estudio (García y Vélez, 2008). Con todo esto, reunimos un cuerpo de información que conforma la introducción al estudio de los asentamientos que el hombre realizó en el cerro de La Mesa, antes de la conquista española. De los antecedentes, podemos señalar un pequeño contexto social, dentro del cual, se desarrolló la vida ceremonial del edificio o sitio del Peñasco durante el Posclásico; de esta manera, las fuentes históricas y el historial de trabajos arqueológicos en el cerro, contribuyeron al estudio que se hizo de la arquitectura así como de los elementos artefactuales y humanos recuperados del sitio en cuestión.
11
1. Antecedentes históricos La antigua isla de Xico, cuenta con una gran cantidad de vestigios arqueológicos
e
históricos
producto
de
los
asentamientos
humanos
pertenecientes a diferentes culturas, así como del paso de grupos migratorios. Existen asentamientos que se encuentran citados en las fuentes históricas regionales de la Cuenca de México, además de haber sido lugares de paso en las migraciones de grupos étnicos que constituyeron el Altepetl multiple de Chalco-Amaquemecan. La primera referencia que se tiene de Xico es la que proporciona el Códice Chimalpopoca, en donde el periodo comprendido entre: 12 tecpatl (…) 1 acatl. En este año salieron de Xico los chalcas fundadores. Acápol y su mujer Tetzcotzin y sus hijos, Chalcotzin, Chalcápol (Códice Chimalpopoca, 1975:13)
(1).
Se mencionan también sucesiones de dignatarios de la localidad, por ejemplo: 3 tecpatl (…) En el mismo año murió Aca, rey de Chalco, mientras estaba en Xico; luego se entronizó Tozquehuateuctli que reino XL años (…) 3 acatl. En este año murió Tozquihuan, rey de Chalco, que estaba en Xico. Luego se entronizó Acatl; en su tiempo llegaron todos los que se dicen chalcas (Códice Chimalpopoca, 1975:15 y 16) (2).
Uno de los grupos étnicos que se menciona en este Códice, ocupando temporalmente Xico, es el de los Tlahuacas, quienes en el año: 3 Calli – 3 tochtli (…) Los beneméritos fundadores tlahuacas, Cuauhtlotlinteuctli, Ihuitzin, Tlilcoatzin, Chalchiuhtzin y Chahuaquetzin, fueron todos chichimecas de los que se repartieron en Xico, en Chalco y en Tlahuacan; por lo cual se dicen señores cuitlahuacas de Tizic (….) 13 calli – 1 tochtli. En este año 1 tochtli se dividieron los chalcas de Tlahuacan: partieron de Xico y se mudaron donde hoy es Chalco. Por lo tanto estuvieron en Xico CCXII años, cuando reinaban Petlacalliteuctli, Tecocomoctli, Mamatzinteuctli y otros nobles, y Chalchiuhtzin y Ecatzin (Códice Chimalpopoca, 1975:17 y 31) (3).
(1) 12 tecpatl - 1 acatl, corresponde al 1036-1051 dC. (Códice Chimalpopoca, 1975:160). (2) 3 tecpatl, corresponde al 1092 dC. (Códice Chimalpopoca, 1975:160). (3) 3 calli – 3 tochtli, corresponde al 1220 – 1222 dC. (Códice Chimalpopoca, 1975:160).
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Dos de los grupos étnicos que conformaron el Altepetl de ChalcoAmaquemecan, estuvieron de paso en Xico y son mencionados por Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin, cronista de la región de ChalcoAmecameca, quien comenta que los Acxotecas y los Tenanca de Teotenango fueron de los grupos más importantes en la conformación de dicho altepetl, al respecto se lee:
Año 6 Tochtli 1238 años... sólo se vinieron siguiendo de manera que todos vinieron a darse alcance, vinieron a juntarse los dos grupos, en primer lugar, en Cuitlatetelco…primeramente fueron ellos, los acxoteca, los que vinieron a llegar allí y después de ellos vinieron los teotenanca chichimeca. Y esta es la causa por la que aquí se escribe unitariamente el discurso de estos dos grupos. Y el mencionado tlahtohuani Huitznecahual, tecuachcauhtli, cuando fue a entrar a Xicco juntamente con el se fue a instalar su mujer de nombre Acxomocuil, cihuapilli. Ya se mencionó que se detuvieron allí en Xicco todos los macehuales de los Acxoteca (…) y después que murió la persona del Huitznecahual, cecuachcauhtli, imediatamente vino a instalarse en el mando su preciado hijo mencionado, el de nombre Toteoci teuhctli quién se convirtió en tecuachcauhtli (…) Y en seguida una vez más vinieron a partir de allí, vinieron a mudarse los acxoteca; también allí por la orilla del agua vino a asentarse la persona de Toteoci teuhctli, el tecuachcauhtli; vino a edificarse un tecpancalli allí en el lugar de nombre Chalchiuhtepec (Chalco) (Chimalpahin, 1965: 71 y 73).
Uno de los datos relevantes para la presente investigación, es el que encontramos en el documento escrito por Chimalpahin, en donde se les señala a los habitantes de la región de ser grandes agoreros, esta historia comenta que:
13 Conejo 1258. Llegaron a Xico los Chichimecas junto con los Chalcas que ya tenían 18 años de estar habitando en la región de la laguna con fama de grandes agoreros y hechiceros, por cuya causa los Chichimecas los apellidaban de atempanecas [``los que viven al borde del agua´´], pues usaban meterse dentro del agua y nadar allí con gran vigor. Mucho conocimientos en las artes de la brujería tenían estos del disfraz de Quiyahuitl, lluvia, del disfraz del Jaguar (Chimalpahin, 1965: 155).
Según Chimalpahin (1965), Xico era: `` el lugar de los brujos del agua´´.
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Los habitantes de esta isla seguían teniendo en la época mexica la fama de ser grandes hechiceros, fama que mantuvo la región de Chalco – Amecameca después de la Conquista española (Bonfil, 1968). Chimalpahin relata uno de los eventos que dan muestra del culto que se realizaba en la isla de Xico, vinculado con las deidades del agua, en este relato, el cronista comenta que: Año 3-casa 1261. Los Chichimecas llegaron hasta arriba del cerro. Vinieron a calar y a observar los que allí vivían, los xochmecas [``la gente de xochitlan´´]; los quiyahuiztecas [``la gente de Quiyahuiztlan´´]; los que usaban el disfraz de jaguar, los cocolcas. Vinieron a flecharles su templo de Itlacapan [``su soberana persona´´]; después de esto tuvieron que abandonar su culto del Agua, aun cuando todavía algunos se regresaron; entonces fue cuando a todas las pertenencias del brujo de los cocolcas les prendieron fuego en el día que por esa causa lleva hasta hoy lleva el nombre de ``El día en que le ardió la cara al mono, al de 1-Caña.´´ (Chimalpahin, 1965: 155).
En la literatura, la isla de Xico se presenta como lugar de paso para grupos migrantes durante el inicio del periodo Posclásico, pero también como un lugar de refugio, tal es el caso de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcoatl quien, en su huida de Tula, se esconde en Xico, al respecto otro cronista de la región, Fernando de Alva Ixtlilxochitl, nos comenta que:
…estos dos reyes fueron en seguimiento de Topiltzin, que ya el rey Huehuetzin les iba dando el alcance en Totolapan, en donde alcanzaron a los dos reyes que juraron a Topiltzin, Cuauhtli y Maxtla, y otros señores tultecas, y allí los hicieron pedazos, y en el inter Topiltzin se fue huyendo y se metio en Xicco, una cueva, que está junto en Tlalmanalco, y así no le pudieron dar alcance y adelante de Xicco fueron a alcanzar a Huehuetenuxcatl, el gran capitán, con todos los tultecos que se habían escapado y ahí tuvieron otra cruel batalla (Ixtlilxochitl,1985, I:282).
Estas referencias dejaron registro de que en Xico, al menos algunos de los asentamientos se remontan a periodos como el inicio del Posclásico, sin embargo los vestigios arqueológicos demuestran que ya para el Formativo Medio, existían grupos humanos asentados en las laderas y orillas de la isla. (García y Vélez, 2008).
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2. Antecedentes arqueológicos Las primeras exploraciones en Xico fueron las realizadas por O’Neil en 1952-53. Encontró que en la zona hubo un asentamiento teotihuacano de finales del periodo Clásico, asimismo, observó abundante cerámica de fase Coyotlatelco y presencia de cerámica proveniente de la Costa del Golfo y del área oaxaqueña, particularmente de tradición zapoteca. Por su parte, Erben (1956) y su grupo de investigadores realizaron algunos sondeos en la parte noreste del cerro, con el objetivo de entender los procesos que desembocaron en la desecación del lago. Obtuvieron evidencias fácticas que les llevaron a proponer que hacia finales del periodo Clásico, el lago presentó un descenso en su nivel. En 1982 Parsons y su equipo publicaron los resultados que obtuvieron de los reconocimientos de superficie que hicieron en la zona sur de la Cuenca de México, en este trabajo se plantean algunas hipótesis sobre el desarrollo de los grupos humanos prehispánicos de la región de Chalco. Los sitios están clasificados con una nomenclatura que caracterizó a cada uno de los asentamientos detectados dentro del área, por ejemplo todos los sitios tienen las iniciales CH que significa Chalco, enseguida las iniciales en inglés del periodo al que corresponde, como Formativo, Clásico, Tolteca y Azteca (Temprano, Tardío y Terminal) y por último el número consecutivo al sitio asignado por ellos. Parsons y su equipo mencionan que para el periodo que comprende el Formativo Tardío (650 - 250 aC.), en el asentamiento de Xico CH-LF-52, encontraron una ligera presencia de materiales cerámicos distribuidos en 5.2 ha y mezclados con otros de distintas épocas, por lo que infieren que se trata de un caserío con 25 a 50 habitantes, localizándose entre las cotas 2245 y 2250 msnm, hacia la parte noreste del cerro. En cambio, para el periodo Formativo Terminal (250 aC. - 150 dC.) en el sitio CH-TF-58, la población se había incrementado, pasando a ser un grupo de 50 a 100 individuos que se extendieron en una superficie de 8.7 ha (Parsons y otros, 1982: 114-124). Durante el periodo Clásico (150 - 750 dC.) en el sitio de Xico CH-CL-51, la población siguió siendo un caserío, aunque experimentó una disminución,
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ubicándose en el rango de 25 a 50 individuos, por lo que la cerámica es escasa y se encuentra dispersa en una superficie de 4.7 ha, desplazándose ligeramente al noreste de las anteriores (Parsons y otros, 1982: 134). Esta situación cambia en el siguiente periodo, Tolteca Temprano (750 950 dC.), en el asentamiento CH-ET-28, la presencia cerámica va de escasa a moderada y tiene una dispersión considerablemente más amplia, 102.3 ha. Hay presencia también de montículos de forma irregular y sólo un montículo definido. Por lo anterior el sitio fue clasificado como un Centro Local con una población
que
podría
ir
de
1750
a
3000
individuos,
localizándose
principalmente en las partes norte y noreste del cerro, sobreponiéndose a los asentamientos anteriores (Parsons y otros, 1982: 140-141). Para el siguiente periodo, el Tolteca Tardío (950 - 1150 dC.), en el sitio CH-LT-13, hubo una pérdida de población y de extensión, así como de algunos rasgos. La población cayó a un rango de 1000 a 1200 individuos, que se extendían en una superficie de 43.3 ha, ubicada hacia el norte y noroeste del cerro, aunque la cerámica continúa situándose en la clasificación de escaso a moderado. No hay presencia de arquitectura que se pueda atribuir a este periodo. (Parsons y otros, 1982: 140-141). Dentro el periodo Posclásico (1150 - 1521 dC.), el asentamiento de Xico es denominado con la nomenclatura CH-AZ-192, aquí la situación se revierte aunque no alcanza los índices de periodos anteriores, la población aumentó de 1250 a 2500 habitantes para el momento de máxima extensión (Azteca Tardío, 1350 - 1520 dC.), y ocupó una superficie de 62.1 ha, ubicada en las pendientes norte y noreste del cerro, así como al norte y al este del mismo. Cabe señalar que hay montículos irregulares pero no estructuras, en tanto que la cerámica característica del periodo es Azteca II y III (Parsons y otros, 1982: 198).
16
Figura 1.4 Ch-Az-192 (Xico), plano general del área. Incluye los sitios Ch-AZ-190, Ch-Az-191, Ch-Az-193, Ch-Az-196, Ch-Az-197, y Ch-Az-198 (Parsons y otros, 1982: 31).
Parsons reporta en el sitio Ch-Az-198, un asentamiento que se sitúa sobre un promontorio de rocas, rodeado por terrenos de cultivo, comenta que el sitio consiste de un solo montículo compuesto por una plataforma, además de la presencia de restos de pisos estucados y muros de piedra. Se trata de un recinto ceremonial aislado sin una ocupación permanente. La cerámica asociada al montículo, la reporta para las fases Tolteca Temprano (Ch-ET) y Azteca Tardío (Ch-AZ) (Parsons y otros, 1982: 31). Al respecto, cabe mencionar que tras realizar un análisis de la ubicación en el plano y la descripción general del lugar, Parsons ubica dentro de su estudio de patrón de asentamiento, al sitio del Peñasco con la nomenclatura Ch-AZ-198 (figura 1.4) 17
Sejourné (1983), indica que Xico tuvo una larga e ininterrumpida ocupación de 3000 años, observándose así vestigios de asentamientos preclásicos, teotihuacanos y aztecas, entre los cuales los originados de la segunda etapa son los más abundantes. Por otro lado, afirma que debido a la posición estratégica del cerro, éste fue utilizado como un sitio de control de las aguas de los lagos. Serra (1988), realizó trabajos en el área de los Tlateles en Terremote Tlaltenco, al norte de Xico, de donde se recuperaron suficientes datos para reconstruir el modo de vida lacustre de los pobladores del sur de la Cuenca durante el Formativo. Esto mismo es señalado por Ortuño y López W. (Lechuga y Rivas, 1994), que observaron tales vestigios en un recorrido por el lugar motivado por la inspección a una obra de construcción de infraestructura hidráulica para las poblaciones cercanas. Tal inspección derivó en un primer trabajo de Rescate llevado a cabo ese mismo año y realizado por los arqueólogos García Chávez y Lechuga. Sabemos que en la parte este del cerro se realizaron entre 20 y 28 sondeos a lo largo del desplazamiento de la tubería de agua (Lechuga y Rivas, 1994). Ahí se recuperaron los restos de 8 individuos con un total de 12 vasijas
como ofrenda pertenecientes a la fase Ticomán (400 aC. - 1 dC.), por lo cual, asociado a otros descubrimientos hechos posteriormente, indica que fue una zona dedicada a ceremonias mortuorias que se encontraba frente a una estructura arquitectónica. En cuanto a los 25 pozos estratigráficos que realizó el proyecto, antes de la introducción de la tubería del agua que surte del vital líquido a la colonia de San Martín, se reporta una secuencia cerámica en donde los niveles más profundos corresponden al Formativo Terminal, seguidos de la fase Tlamimilolpa, Xolalpan, Metepec y la fase Coyotlatelco. La cerámica de la fase Azteca I, es reportada solo en las excavaciones extensivas. Este patrón que presentó Xico, en donde se hayan superpuestos vestigios de la fase Coyotlatelco y Azteca I, están presentes también en sitios como: Ch-Az-195 (Parsons y otros, 1982), Ch-Az-172 (Hodge, 1993), Culhuacán (Sejourné, 1970) y en
Chapultepec (Moreno y otros, 2000). 18
Durante los trabajos desarrollados durante el proyecto de Salvamento Arqueológico Xico 1990, Pulido (1995) menciona que se exploraron 5 unidades, dos de ellas ubicadas en la parte Este del Cerro La Mesa, con los nombres El Mirador y El Naranjo, dos más en la unión de los Cerros La Mesa y La Joya, con los nombres El Panteón A y El Panteón B, por último, la quinta unidad de exploración se ubicó en uno de los montículos de la planicie, con el nombre de El Mosquitero, al oriente del cerro. En el sitio ``El Mirador´´, se descubrieron los restos óseos humanos de 10 individuos enterrados junto a una plataforma perteneciente al periodo Formativo. Pulido (1995) propone que probablemente se trate de una zona ritual mortuoria, como lo indican las formas de las vasijas localizadas como ofrendas de los mismos y que invariablemente corresponderían a los tipos relacionados de la fase Cuicuilco. Por su parte en el sitio del Naranjo, el equipo localizó los restos de dos plataformas cuyas paredes fueron construidas en talud, dejando un espacio abierto entre las mismas, en el que se detectaron una serie de entierros humanos integrados por 17 individuos. Los datos que se obtuvieron a través de los materiales arqueológicos sugieren que el sitio debió ser ocupado entre el Formativo Terminal y el periodo Clásico, ya que hay gran semejanza con algunos materiales teotihuacanos (Pulido, 1995). El Panteón A, es una área cuya ocupación ocurrió entre mediados del siglo IX y principios del siglo X dC. Del sitio se reportan los restos de cinco individuos sobre el piso de un área residencial correspondiente a una construcción del tipo “complejo departamental”, con pisos estucados y paredes de piedra en sus cimientos y adobes en el resto de los muros. Cabe la posibilidad de que el lugar haya sido destruido abruptamente por causas naturales (Martínez, 1994). De la excavación del frente de excavación B (García y Martínez, 1993), se reportan los restos de un área residencial de la fase Azteca I, que estaba construida directamente sobre los restos de otra unidad habitacional de fase Coyotlatelco y que es contemporánea con la excavada en el frente A. Son notables las características del conjunto cerámico Coyotlatelco que se encuentra mezclado con la cerámica Azteca I, además son reportados 19
numerosos fragmentos de vasijas del conjunto Mazapa (García y Martínez, 1993), lo que indicaría la contemporaneidad del conjunto Azteca I y del conjunto Mazapa. García reportó un entierro femenino con infante, que fue colocado entre el piso Azteca I y el piso subyacente de Fase Coyotlatelco. Este entierro estuvo cubierto por una losa que sellaba la entrada de una pequeña cámara, la cual, García (García y Martínez, 1993) considera que fue sustraída de algún templo Tolteca, ya que era similar a las que se encuentran formando frisos de losas, en los edificios de Tula (Diehl, 1983: IX). Se reportan varias vasijas Azteca I asociadas al entierro como un molcajete Negro/Naranja de fondo sellado, una vasija con forma de garra, un sahumador y un cajete anaranjado, además de dos metates. Este entierro sirvió para corroborar la ubicación cronológica del conjunto cerámico Azteca I de Xico. Como a 200 m al norte del Frente B, Martínez reporta otra zona, donde se detectó una segunda área habitacional, correspondiente a la fase Coyotlatelco (Martínez, 1994). Comenta que en las dos áreas habitacionales, los elementos constructivos eran idénticos y en conjunto formaban parte del asentamiento que fue descrito por Parsons (1982) como Ch-ET-28. Las excavaciones estratigráficas le permitieron conocer que bajo los pisos de la fase Coyotlatelco, se encontraba una ocupación de la fase Metepec. Por último, en El Mosquitero, Pulido (1995) reporta un montículo de tierra hecho de manera artificial, con una ocupación tardía de la época prehispánica y que fue reutilizado de alguna forma en la primera fase Colonial, también indica la presencia de los restos de una unidad habitacional consistentes en muros a los que se les yuxtaponían otros, formando cuartos. En resumen, de acuerdo con el informe señalado (Pulido, 1995), el cerro de Xico presenta gran diversidad cultural en el que se representan todos los periodos de la historia antigua de la región, aunque no necesariamente en la misma intensidad, ni en la misma ubicación. En 1993, Hodge recuperó de sus excavaciones en montículos del área de Chalco, muestras de carbón, importantes para la definición de una cronología más precisa en el sur de la Cuenca de México.
20
En 1995 se llevó a cabo la primera temporada del Proyecto arqueológico Xico, bajo la dirección de Ávila López. En su informe (Ávila, 1996) indica que sus objetivos eran los de realizar un diagnóstico del deterioro del sitio, la delimitación de sus vestigios y un estudio del patrón de asentamientos, además de otros de carácter técnico. No obstante que se hicieron trabajos de reconocimiento y se ubicaron estructuras arquitectónicas, los trabajos de muestreo de materiales se llevaron a cabo sólo en el área del lecho lacustre. Entre sus resultados destacan la localización de un total de 164 montículos y unas 15 plataformas, concentradas en la zona del antiguo lecho lacustre, asimismo concuerda con las cronologías y los análisis de materiales de los autores ya mencionados, señalando que la cronología del sitio va desde el Formativo Tardío (650 al 300 aC.), hasta el Azteca Tardío (1350 a 1521 dC.). En 1996, Ávila realizó excavaciones sobre una serie de montículos ubicados al este de la isla de Xico, en donde se reportan contextos de la fase Azteca III. De las excavaciones que realizó en el cerro de la Mesa, reporta contextos arqueológicos que se vinculan con el culto a las deidades de la lluvia o acuáticas, menciona el hallazgo de ``vasijas Tlaloc´´ y restos de figurillas con anteojeras de la fase Azteca I, localizadas en el sitio llamado Mirador. La excavación del sitio con características cívico-ceremoniales del Posclásico Temprano, integrado por una pequeña plaza con una estructura y otros edificios de probable uso administrativo, produjo el hallazgo de varias ofrendas que se localizaron sobre el piso de la plaza, al centro y en las cuatro esquinas, esta ofrenda fue depositada antes de clausurar la plaza y ser enterrada bajo una cama de tierra y piedras. Porcayo (1998) propone que durante el Posclásico Temprano, probablemente el culto a las deidades del agua y/o Tláloc dominaba en Xico, de acuerdo a las representaciones de arcilla halladas hasta esa fecha, el cual podría haber cambiado para el Posclásico Tardío (Acosta 2000). En el año de 1996, se realizaron varias denuncias de alteración del patrimonio cultural en la zona del Cerro Xico, atendidas por la Dirección de Salvamento Arqueológico, a cargo del arqueólogo Salvador Pulido, entre las que destacan la número 96-91, en donde reportó el hallazgo de restos de un 21
mamut en la parte sur del cerro La Joya. En la denuncia 99-43, señaló la destrucción de montículos en la parte este del mismo cerro, además de hacer un llamado a las autoridades del INAH exaltando la importancia de la zona, para que éstas procuraran su protección. En el reporte de la denuncia 2003-93, refiere la apretura de un pozo en donde encontraron una fosa para contener perros sacrificados. En una zona próxima al este del cerro La Mesa, detectó la presencia de una estructura arquitectónica de mampostería a la profundidad de 4 m (Pulido, 1996). También es particularmente importante para el área que aquí tratamos, los reportes de los resultados de las denuncias 99-90 (Bonfil, 1999) y 2002-102 (Guerrero, 2002), que se realizaron en la colonia Cerro del Marqués.
El primer rescate se relaciona con la destrucción de pisos prehispánicos y una posible plataforma de mampostería debido a la introducción de tuberías de drenaje en varias calles de la Colonia Cerro del Marqués, en la segunda se detalla la recuperación de una escultura monolítica de 1.15 m de altura originaria del periodo Posclásico Temprano. En noviembre de 2004, el Centro INAH del Estado de México, inicia los trabajos de Salvamento Arqueológico con el Proyecto ``La Mesa y San Martín Xico 2004-05´´ a cargo de García Chávez (García y Vélez, 2008), a petición de la compañía constructora ARA, pues ésta, compró la mitad del cerro con el propósito de construir un complejo habitacional de interés social. El proyecto se prolonga hasta febrero de 2006, arrojando resultados muy significativos para comprender el desarrollo de la isla durante la época prehispánica. Se trabajaron siete unidades de excavación extensiva y doce unidades de excavación intensiva. Los datos recuperados en este proyecto indican temporalidades que van del Preclásico Medio y Superior al Posclásico Temprano y Tardío, pasando por el Clásico y Epiclásico. Los trabajos realizados en lo que fuera el lecho lacustre del antiguo lago de Chalco y que corresponde con la sección A (García y Vélez, 2008), arrojaron datos relevantes sobre el uso de chinampas en la zona y el sistema de riego por medio de canales. También se recuperó cerámica que corresponde a las
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fases Ticomán, Tlamimilolpa, Xolalpan, Metepec, Coyotlatelco y Azteca I, II y III (García y Vélez, 2008).
Las investigaciones realizadas dentro del perímetro llamado sección B, consistieron en cinco frentes de excavación extensiva, de estos frentes, los más relevantes fueron los registrados con los número 3 (motivo de la presente investigación) y 4, este ultimo presentó restos de arquitectura ceremonial, indicada por un basamento de planta cuadrangular, los restos de una banqueta policromada y una gran cantidad de entierros humanos con objetos cerámicos de manufactura local y foránea. El proyecto de Xico 2004-2006, registró y recuperó información de las excavaciones realizadas en el lecho lacustre, panteón municipal, ladera sur, meseta y la cima del cerro La Mesa, con el fin de reestructurar el contexto social y cultural que envolvió a la isla durante la época prehispánica. Es interesante el hecho de que en varios sitios reportados con ocupación de la fase Coyotlatelco, se hayan encontrado vestigios superpuestos de la fase Azteca I. Esta evidencia estaría señalando que los sitios con ocupación Azteca I, tuvieron un antecedente en la fase Coyotlatelco. Esta situación es similar a la de los sitios de la fase Mazapa, ya que es frecuente que en ellos exista un asentamiento previo de la fase Coyotlatelco, lo que señalaría que los conjuntos cerámicos Mazapa y Azteca I fueron contemporáneos. Por otro lado en Xico, se encuentra una situación similar a la de otros sitios como Culhuacán y Chapultepec, donde junto con la cerámica Azteca I, se encuentran revueltos algunos fragmentos de cerámica Mazapa. Esta situación es inversa en los sitios
del
norte
de
la
Cuenca
de
México,
donde
se
encuentran
predominantemente cerámicas Mazapa y ocasionalmente fragmentos de cerámica Azteca I.
23
CAPÍTULO II MARCO DE REFERENCIAS A. Fundamentos Teóricos / Conceptos. La arqueología es una ciencia social, basada en los datos que le proporciona la investigación empírica, tomando como referencia a los restos materiales de culturas desaparecidas para así, poder inferir los fenómenos sociales ocurridos en ellas (Roldan, 2004). La arqueología tiene como objetivo el estudio de la sociedad como una totalidad histórica concreta, la cual se rige por regularidades y leyes generales, particulares y singularidades en cada período histórico (Roldan, 2004), para lo cual se tiene la necesidad de generar planteamientos teóricos que estén presentes en cualquier tipo de sociedad independientemente de cómo se exprese (Bate, 1998). Los materiales arqueológicos en un tiempo y un espacio determinado, comprenden lo que conocemos como cultura arqueológica y se refiere al conjunto de contextos y materiales arqueológicos producto de la transformación material del medio natural, llevada a cabo por una sociedad en un rango temporal definido (Bate, 1998). En palabras de López Aguilar, la cultura arqueológica: Son las asociaciones de contextos arqueológicos, como la totalidad de las manifestaciones culturales de un grupo social en un momento dado de tiempo. La cultura incluye, entonces, a la totalidad de los contextos momento que se desarrollan en una superficie continua de ocupación (López Aguilar, 1990:103).
Un sitio arqueológico es el lugar donde existen materiales agrupados especialmente y con límites restringidos, cuya distribución es el resultado de actividades humanas y que van desde un área de actividad hasta una unidad de asentamiento con una o varias superficies de ocupación, igualmente con límites de deposición definidos (López Aguilar, 1990). El material arqueológico cultural es aquel objeto sobre el que se ha efectuado alguna actividad humana de forma no ocasional y que se encuentre en un estado de abandono (Montané 1980). Al respecto López Aguilar comenta que los materiales arqueológicos reflejan las actividades humanas relevantes para la arqueología, ya que obedecen a la satisfacción de necesidades 24
socialmente determinadas (López Aguilar, 1984). Sobre el tema, Binford menciona que: Los materiales arqueológicos variarán morfológicamente de acuerdo al tipo de materia prima sobre el que haya recaído la actividad humana y al tipo, intensidad y característica del trabajo que haya recibido, así como la función del objeto, las alteraciones que haya sufrido y las modalidades culturales (Binford, 1964:45).
En cuanto a rasgo cultural de los materiales, nos referimos al conjunto de características humanas que quedan plasmadas en ellos y que no se derivan directamente de la biología, por ejemplo creencias, organización social, ritos, costumbres y gran parte de lo que constituye su forma de vida (Litvak, 1986: 32).
Entre
las
características
que
tienen
los
sitios
arqueológicos,
encontramos que generalmente comprenden una o varias áreas de actividad a las que entendemos como agrupamientos de materiales arqueológicos culturales con límites espaciales definidos en donde la distribución y organización de ellos depende de una tarea específica, también delimitada espacial y temporalmente (López Aguilar, 1984). El contexto de deposición se entiende como el conjunto de artefactos y las relaciones espaciales que existen entre ellos y con la matriz en que se encuentran, conformando un evento relativamente finito y discreto de deposición (López Aguilar, 1990). Estas áreas de ocupación contemplan además, los pisos de ocupación, los cuales implican la intervención humana para su elaboración, entendiéndose que son artificiales, implicando desde la nivelación del terreno hasta la manufactura de superficies horizontales de diferente calidad como es el caso de los pisos arquitectónicos (López Aguilar, 1990). La forma en que fueron depositados los objetos cerámicos, líticos y restos óseos por debajo de las superficies de ocupación que presentó el sitio, reflejan distintos momentos culturales y arquitectónicos. La descripción de estos contextos arqueológicos, hace hincapié en el depósito arqueológico de cada uno de ellos, ya que es indispensable para la interpretación de los mismos y en la explicación el edificio que albergó ofrendas de distintas fases
25
cronológicas en un mismo espacio. Al hablar de contexto arqueológico nos referimos al: Conjunto de materiales relacionados en el tiempo y en el espacio, resultado de las actividades humanas realizadas en condiciones concretas, pero que no se encuentran en uso por los agentes sociales (López Aguilar, 1984:16).
El proceso que permite señalar a un contexto arqueológico como tal, es el abandono, al que entendemos como la interrupción del uso y mantenimiento del objeto, instalación, área de actividad o asentamiento. Este abandono se puede presentar de dos formas, repentino y diferencial (López Aguilar, 1984: 31). A su vez, a éste contexto se le clasifica de acuerdo a una característica que tiene que ver con la actividad que antecedió al abandono, a lo que se conoce como contexto arqueológico primario y contexto arqueológico secundario. El primer contexto es cuando objetos interrelacionados con una actividad, son abandonados en el lugar en el que ésta se realizaba, sin que se haya realizado un transporte o manipulación por algún agente, después del abandono del contexto. El segundo contexto se refiere a los objetos que guardan alguna relación entre ellos debido a una actividad de transporte humano o de acarreo por agentes naturales (López Aguilar, 1984). Para el caso de las transformaciones naturales, la característica más importante con la que cuentan es la de romper las asociaciones originales presentes en el contexto, por medio de mecanismos naturales como deslaves, fracturas o fallas que afecten la matriz de tierra y colapsos originados por temblores entre otros (López Aguilar, 1984). Los conceptos antes descritos contribuyen en la comprensión de la problemática más importante del sitio, que es la disposición de los objetos dedicados a las deidades del agua y de los cerros, depositados en el interior del edificio.
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1. Referencia de los sitios ubicados en la cima de los cerros. La ``Arqueología de Alta Montaña´´ centra su objeto de estudio en los vestigios arqueológicos que se ubican a partir de la cota de los 3800 msnm en adelante, altura indicada por el punto en el cual culmina el bosque de tipo Hartwegii e inicia una zona donde ya no lo hay, conformándose así, una frontera ecológica (Montero, 1988). De esta forma, la Arqueología de Alta Montaña, es señalada como la subdisciplina que realiza estudios sobre los restos materiales prehispánicos hallados a grandes alturas y se encargan de integrar estos sitios al paisaje ritual de la región en que fueron enclavados. Por otro lado, propone patrones y características para distinguir y clasificar los sitios dentro de esta geografía, además de las deidades a las que estuvieron dedicados (López Camacho, 2003). El vínculo de los cerros y montañas con el culto a las deidades del agua es innegable, Montero (1995) comenta que la mayoría de las montañas que se encuentran en Mesoamérica, poseen algún adoratorio en el que se le rindió culto a la deidad del agua durante el Posclásico y los primeros momentos del Virreinato (Montero, 1995), pero además, López Austin (1994), asegura que las montañas presentan alguna veneración a los dioses tutelares de los grupos étnicos asentados en las inmediaciones de ellas. Es amplio el campo de estudio sobre los elementos y las deidades a las que se les rendía culto, lo que resulta evidente es el carácter sagrado que representó ésta geografía para los pobladores de todas las áreas mesoamericanas. López Camacho (2003) comenta que la Arqueología de Alta Montaña en México, es una subdisciplina relativamente reciente de la arqueología; y señala que las investigaciones en este tipo de sitios se remontan a las hechas por Dupaix entre 1805 - 1808 y Charney entre 1857 y 1888 en los volcanes Iztaccihuatl y Popocatépetl, la autora también señala los trabajos realizados por Lorenzo, Horcasitas y Navarrete en el año de 1957. Actualmente existe un proyecto de Arqueología en alta montaña el cual es dirigido por Stanislaw Iwaniszewski y auspiciado por la UNAM, con la participación de alumnos de la ENAH (Iwaniszewski, 1986). De este último proyecto se han desprendido propuestas y algunos términos que, como menciona López Camacho (2003), resultan de utilidad en la
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praxis. Una de ellas, es la que se relaciona con las características y ubicación de los sitios, ya que han sido detectados desde la parte más alta de las montañas, hasta las faldas de las mismas e inclusive en elevaciones apenas por encima de los 2250 msnm (Rivas, 2001), por otro lado, la Arqueoastronomía tiene como objetivo el desciframiento de las orientaciones de los edificios y de los conjuntos arquitectónicos de los sitios arqueológicos, así como el estudio de las observaciones de la bóveda celeste que ahí se realizaban. La Arqueoastronomía es una disciplina que tiene sus antecedentes en el siglo XIX, con el estudio de los aspectos astronómicos de estructuras megalíticas en Europa (Aveni, 1981 y Hawkins, 1965) y concretamente en Stonehenge, el famoso santuario megalítico de Gran Bretaña, generándose de esta manera estudios comparativos de la astronomía en las civilizaciones arcaicas (Broda y otros, 1991:XI). Las evidencias en sitios arqueológicos de observaciones relacionadas con eventos astronómicos son evidentes, esto lo podemos corroborar en las orientaciones de sus elementos arquitectónicos hacia puntos estratégicos en el horizonte que señalan la salida del sol en una fecha calendarica particular y muy especial, de igual manera se encuentran las orientaciones de los entierros humanos hacia estos puntos o hacia algún elemento geográfico como montañas y cerros (García y Vélez 2008). Broda (Broda y otros, 1991) comenta en su introducción al estudio de la Arqueoastronomía y Etnoastronomía en Mesoamérica, que existen dos aspectos que le resultan de importancia en cuanto a las aportaciones fundamentales que la Arqueoastronomía hace a los estudios realizados dentro de los temas mesoamericanos, estas aportaciones son: •
La incorporación del análisis especializado de la Astronomía al estudio de los calendarios y de las inscripciones prehispánicas y,
•
El estudio sistemático del principio de la orientación de la arquitectura mesoamericana y en la planeación de ciudades y centros ceremoniales (Broda y otros, 1991: XII-XIII).
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2. El culto a las deidades telúricas del agua y de los cerros. Uno de los temas más importantes, complejos y recurrentes en los estudios antropológicos es la religión, debido a la gran diversidad de expresiones con las que se manifiesta al interior y exterior de los grupos sociales, además del status y poder que la acompañan. Broda comenta que la religión es: ante todo un sistema de acción, es vida social (Broda, 2001a: 166).
Barba de Piña Chan, define a la religión como: Conocimiento por tradición o revelación. Intentos de control de la naturaleza por suplica a divinidades. En ella, la naturaleza se convierte en dioses o creación de ellos, por lo que se gobierna por voluntades divinas. Intenta controlar las fuerzas naturales, los males sociales y las tensiones de grupo (Barba de Piña Chan, 1989: 243 – 247).
Al estudiar la religión prehispánica y en particular el culto a las deidades vinculadas con el agua y los cerros, dentro de la cosmovisión que formularon los grupos humanos dentro de la Cuenca de México durante el Posclásico, es necesario retomar conceptos desarrollados en investigaciones que han generado un análisis más detallado acerca de los orígenes y significados de este culto (Albores y Broda, 1997 y Broda 2001b). Los volcanes, montañas, sierras, cerros menores, peñas, lagos, ríos, manantiales y cuevas, conformaban un cuerpo material que daba origen a festividades dentro del calendario, relacionadas con la petición de lluvia, la fertilidad de la tierra y la agricultura. Los trabajos efectuados por investigadores que se han dedicado al tema, han generado un marco conceptual para tratar de explicar los diferentes significados
de
cada
elemento,
sean
estos
geográficos,
climáticos,
astronómicos, arquitectónicos y artefactuales, se han apoyado en las fuentes históricas que describen como se conformaban los rituales con el fin de mantener las condiciones necesarias para la agricultura y asegurar el mantenimiento de los pueblos.
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Para desarrollar un marco de referencia, indispensable en el acercamiento a la cosmovisión que generó este culto, así como para una mejor comprensión del tema, se debe ser cauteloso en la definición de los términos que se emplean en la interpretación de los elementos arqueológicos de un sitio, para lo que es necesario adentrarse en el complejo mundo indígena mesoamericano, estructurado con base en sus creencias y la observación que hicieron de su entorno (Broda, 2001b). En palabras de Barba de Piña Chan, el culto es:
El Conjunto de ritos y ceremonias con las cuales se cultiva a los seres sobrenaturales y se les testifica reconocimiento de superioridad y sumisión (Barba, 1989: 243-247).
Barba de Piña Chan (1989) describe al culto, compuesto por una serie de ritos definidos como: El conjunto de ceremonias o actividades que llevan a un fin mágico – religioso. Son el lenguaje simbólico de lo aceptado por una sociedad. Son el medio para el manejo y sometimiento de las fuerzas sobrenaturales (Barba de Piña Chan, 1989: 243 – 247).
Por lo tanto, el ritual es el medio por el cual, la sociedad se posesiona del paisaje simbólico y trata de incurrir dentro de los ciclos de la naturaleza. Dentro del ritual existe un proceso por medio del cual, el mito es transformado en realidad social (Broda, 2001c). El ritual se basa en la observación que los grupos humanos hacen de la naturaleza, teniendo como una de sus prioridades el controlar las manifestaciones contradictorias de los fenómenos mediante los ritos (Broda y otros, 1991). La observación de la naturaleza se entiende como: la observación sistemática y repetida de fenómenos naturales del medio ambiente que permite hacer predicciones y orientar el comportamiento social de acuerdo con esos conocimientos (Broda y otros, 1991: 462).
Broda comenta al respecto que dentro de las observaciones que se hacían generalmente sobre la naturaleza, éstas se llegaban a mezclar con los
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mitos y la magia (Broda y otros, 1991), Barba de Piña Chan (1989) define estos dos conceptos y menciona que el mito es: El relato que involucra al hombre en una relación por él imaginada, con seres superiores y fuerzas de la naturaleza que suceden en tiempos y lugares que nada tienen que ver con la realidad, por lo que todo es posible y de ello pueden desprenderse toda clase de justificaciones en costumbres y tradiciones (Barba de Piña Chan, 1989, 243-247).
En cuanto a la magia, la define como un: Conocimiento empírico e intentos de control de la naturaleza con conocimientos espurios, tradicionales e individuales. Intenta controlar las fuerzas naturales, los males sociales y eliminar la angustia personal (Barba de Piña Chan, 1989, 243).
a) El culto.
Definamos primero lo que es un culto, para ello citaremos la obra de Jensen, (1966) ´´Mito y Culto entre pueblos primitivos´´, en la que a lo largo de la lectura nos presenta las características de un culto. El autor señala que el culto es un lenguaje religioso de las primeras épocas de la humanidad, el cual ha ido creciendo en importancia a lo largo del tiempo, señala que en la actualidad, grupos no estratificados socialmente lo prefieren para mantener una comunicación entre ellos, logrando una actuación solidaria dentro de la sociedad (Jansen, 1966: 58-59), resulta ser una lucha por algo o una representación de algo que lleva implícito suprema y santa gravedad (Jansen, 1966: 63-64). El culto es en si una fiesta en tanto que es una celebración fuera de lo ordinario, ya que las fiestas sagradas son de profunda relación y une a los hombres con los dioses (Jansen, 1966: 68). Otra de las características que Jansen le atribuye al culto es la de ser una representación del orden mítico del universo; y más adelante señala que, como los cultos son por una parte representaciones de conocimientos relativos de la realidad, y por otra parte, posibilidad de expresión del ser humano, resultan tan importantes que puedan sobrevivir a pesar de que las creencias que los originaron sean substituidas (Jansen, 1966: 71-82).
31
Los cultos se refieren a lo sagrado, y cada sociedad cuenta con cultos muy propios, sin embargo, existen algunos con valor universal como lo son el culto a los antepasados, a las deidades creadoras y a los elementos naturales, a la fertilidad, a los héroes o santos, a los orígenes míticos o históricos, al cráneo como asiento del alma o de poderes y al alma como ente que sobrevive a la muerte del cuerpo (Barba de Piña Chan, 1989, 243-249). Con base en lo anterior, el culto a las deidades del agua y de los cerros, proporcionaba legitimación y razón de ser al sistema sociocultural dentro del cual, la clase dominante justificaba su poder dentro del rito, manteniendo un ``dominio´´ sobre los elementos naturales. Al respecto Broda comenta que: El desenvolvimiento exitoso de los ciclos naturales era la condición necesaria para la agricultura, que era el medio de subsistencia fundamental en esta civilización preindustrial. Este nexo con las necesidades básicas del hombre, inmenso
en
su
ambiente
natural
y
en
su
sociedad,
retroalimentaba
constantemente al culto, le proporcionaba legitimación y razón de ser. Según esta ideología, los sacerdotes, los dignatarios del estado y el supremo gobernante mismo, eran los garantes de la debida ejecución del culto del cual dependía el bienestar de la comunidad y hasta del cosmos. En estos últimos aspectos se evidencia la fuerza de la ideología que en los estados arcaicos de Mesoamérica, legitimaba el poder del rey y de la clase dominante mediante el papel ritual de éstos que consistía en las acciones imaginarias – y reales – que ejercían sobre la naturaleza (Broda y otros, 1991: 490 – 491).
En este caso, la ideología: Establece el nexo entre el sistema de representación simbólica que es la cosmovisión y las estructuras sociales y económicas de la sociedad. La ideología tiene la importante función social de legitimar y justificar el orden establecido (Broda y otros, 1991: 462).
En cuanto al origen del culto a las deidades del agua y de los cerros en Mesoamérica, probablemente éste se remonta a las primeras sociedades complejas que, al desarrollar un sistema de creencias que les permitieran un mayor control de los fenómenos naturales y sus ciclos anuales generaron un cúmulo de conocimientos derivados de la observación de la naturaleza que les permitió conformar un cuerpo natural y sobrenatural que incorporaron al sistema social:
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para darle legitimidad a la religión prehispánica, ya que situaban la vida del hombre en el cosmos y la vinculaban con los fenómenos naturales de los cuales la sociedad era altamente dependiente (Broda y otros, 1991: 490 – 491).
El cuerpo natural que las sociedades incorporaron a su sistema, estaría conformado por las salidas y puestas de sol, temporadas de lluvia y de secas, la lluvia, el trueno, granizadas, nubes, volcanes, sistemas montañosos, cerros menores, peñascos, lagos, ríos, arroyos, manantiales, cuevas, grutas, cenotes y el mar en tanto que el cuerpo sobrenatural, estaría conformado por las deidades o dioses y ayudantes vinculados con estos elementos climáticos y geográficos así como las fuerzas que éstos poseían, además de los mitos que acompañaban a los elementos naturales que en muchos casos se desarrollaron para explicar el mundo natural y sus fenómenos. Todo ello integraba el paisaje ritual y la cosmovisión de los diferentes grupos humanos que se desarrollaron en Mesoamérica. Ésta práctica podría remontarse a los orígenes de las sociedades estatales durante el Formativo. Con respecto a la antigüedad del culto, Broda comenta que: las nociones cosmológicas del culto de la lluvia y los cerros…, surgieron como una cosmovisión estructurada a fines del Preclásico, correspondiente a las primeras culturas importantes de la Cuenca como Cuicuilco, Xico, Tlapacoya y naturalmente, Chalcatzingo (Albores y Broda, 1997: 71).
El elemento central de este culto es el agua y todo lo que con ella se relacione. Dentro de la geografía de la Cuenca de México se encuentra presente en lagos, manantiales, ríos y afluentes provenientes de deshielos, cuevas y cerros. Montero ha reportado lugares de culto y adoratorios en los lugares en donde nacían los afluentes que alimentaban al antiguo lago de México (Montero, 1995). Al formarse el culto al agua y a los cerros, ya se contaba con un conjunto de conocimientos previos sobre los fenómenos naturales en donde quizás el más extendido sería el de los elementos climáticos que conforman el temporal (temporada de lluvias), de este modo, dentro de este culto:
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existía la realización de ceremonias y ofrendas en relación a la petición de lluvias a fines de abril y el agradecimiento por el temporal a principios de noviembre (Albores y Broda, 1997).
Según Broda (2001c), a estas ceremonias se les llama ``abrir y cerrar el temporal´´ y que corresponde a la estación de lluvias y la estación de secas, las cuales eran llamadas por los mexicas como xopan (el tiempo verde) y tonalco (el calor del sol) (Carrasco, 1979 y Broda, 1983). En relación con este culto, Broda comenta que cerros y montañas eran vistos como contenedores y proveedores de agua, así como de ser lugares donde se controlaba al temporal, se comportaban como deidades aptos para crear enfermedades y mal tiempo pero también capaces de generar la lluvia necesaria para la agricultura (Albores y Broda 1997). Este culto a los cerros, se relaciona con la temporada de lluvias, al término del ciclo agrícola, lo que corresponde a finales de octubre y que los mexicas llamaban fiesta de los cerros o Tepeilhuitl (Albores y Broda, 1997). En la cosmovisión prehispánica mexica, los cerros contenían las aguas subterráneas que llenaban el espacio ubicado por debajo de la tierra, mismas que conformaban el lugar al que llamaban Tlalocan, del cual salían las fuentes para formar los ríos, los lagos y el mar (Broda, 2001c). Sahagún, en su Historia general de las cosas de Nueva España, describe el concepto que había en torno al Tlalocan, una vez consumada la conquista y dice: Los antiguos de esta tierra decían que los ríos todos salían de un lugar que se llama Tlalocan, que es como paraíso terrenal y también decían que los montes que están fundados sobre él, que están llenos de agua y por fuera son de tierra, como si fuesen vasos grandes de agua o como casas llenas de agua y que cuando fuese menester se romperán los montes y saldrá el agua que dentro está, y anegará la tierra y de aquí acostumbraron a llamar a los pueblos donde vive la gente altepetl, que quiere decir monte de agua o monte lleno de agua (Sahagún, 1999).
El vínculo de las deidades del agua con las cuevas está representado en el concepto de Tepeyolotl o corazón del cerro, esta deidad es representada como un jaguar, el cual reúne los atributos de cueva, tierra y selva tropical. A
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este concepto se vincula el que tenía la tierra llamado Cemanahuac o el lugar rodeado de agua, en el se concebía al Tlalocan, como el espacio debajo de la tierra lleno de agua que comunicaba a los cerros y las cuevas con el mar (Broda y otros, 1991). Es así como las montañas y cerros eran considerados como
depósitos de agua y los manantiales que fluían de las cuevas, eran brazos de mar que irrigaban los campos agrícolas, por esta razón es que eran veneradas (Montero, 2001).
Al respecto Broda (1991) comenta que efectivamente las cuevas conducen al interior de la tierra, las cuales frecuentemente cuentan con fuentes de agua cristalina y dan acceso a ríos que corren subterráneamente, los cuales alimentan a los afluentes que riegan los campos de cultivo (Broda y otros, 1991). Al estudiar la cosmovisión de los pueblos prehispánicos, como lo plantea Broda, se exploran las múltiples dimensiones de la percepción cultural de la naturaleza (Broda, 2001). Y es que, para poder realizar los rituales dentro de este culto, es necesaria una base de observaciones sobre la naturaleza, motivadas
con
el
objetivo
de
poder
controlar
las
manifestaciones
contradictorias de fenómenos naturales mediante la realización de ritos (Broda y otros, 1991).
La autora define a la cosmovisión como: La visión estructurada en la cual los antiguos mesoamericanos combinaban de manera coherente sus nociones sobre el medio ambiente en que vivían y sobre el cosmos en que situaban la vida del hombre (Broda y otros, 1991: 462).
Por otro lado, la influencia que recibe la cosmovisión al mezclarse con elementos míticos y religiosos, dan como resultado una visión particular y estructurada de la naturaleza que vincula los mitos y religiones de los pueblos con una apropiación de la geografía y de los eventos climáticos al darles un origen,
causalidad,
caracterización,
personificación,
además
de
lograr
establecer un aparente convenio para obtener beneficios y evitar catástrofes entre los elementos naturales y los pueblos, en el que el rey, sacerdote o chaman, tiene el papel de mediador.
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b) Lugar del culto.
Al tomar posesión de la Cuenca de México, los mexicas también se posesionaron de la geografía, asignando nuevos santuarios en la cima de los cerros con un papel calendárico y ceremonial, estableciendo un vínculo deliberado entre la montaña, los ciclos climáticos, agrícolas y los rituales (Broda y otros, 1991: 462).
De esta forma, en puntos del paisaje como la cima de los cerros, barrancas y manantiales se edificaron adoratorios relacionados con las deidades del agua, conformando un paisaje ritual dentro de la cosmovisión mexica. Estos lugares fueron marcados por sencillas construcciones de piedra con orientaciones hacia la salida del sol en determinadas fechas del año, también es frecuente encontrar en estos sitios: piedras labradas, maquetas, petroglifos y/o esculturas talladas en la roca, conformando un paisaje visual cargado de significado y simbolismo (Broda y otros, 1991: 83). Los pueblos Aztecas también reocuparon los santuarios más antiguos que antaño habían pertenecido a otros pueblos y grupos étnicos, reinterpretando y reutilizando la geografía de la región en la que se establecieron para expresar relaciones de dominio político, además de un sincretismo e integración con una fuerte tradición cultural que los conectaba con culturas anteriores a ellos y así, generando un esquema de ``geografía sagrada´´ en la que ellos mismos se erigían sobre el corazón de su dominio político (Broda, 2001b). El paisaje ritual de los mexicas, comprendía lugares como adoratorios en la cima de los cerros y el remolino de Pantitlán en el lago de Texcoco, a los que acudían a realizar ceremonias y ofrendas relacionadas con el culto a las deidades del agua y de los cerros. Los
lugares
de
culto
conformaban
un
paisaje
culturalmente
transformado a través de la historia, conectando a los centros políticos, caracterizados por sus grandes templos con lugares en el campo donde había adoratorios de menor categoría generalmente relacionados con el culto a las deidades del agua y de los cerros (Albores y Broda, 1997 y Broda, 2001b). Estas pequeñas estructuras ceremoniales, son conocidas como Tetzacualcos,
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denominación que se le daba a las estructuras cuadradas hechas de piedra y localizadas en lo alto de los montes (Durán, 1984: I, 82-83). La palabra proviene de Tetzacuailli que significa corral (Molina, folio III, 1992: 11). Al respecto, Montero hace una descripción general de ellos y dice: Estas construcciones son burdas elaboraciones rectangulares con acceso por el oeste, sus dimensiones oscilan en rectángulos de 6 por 10 m a 10 por 12 m, con muros de altura irregular por el deterioro y la erosión, en el momento de su apogeo durante el Posclásico, alcanzaron posiblemente un metro de altura. No hay pisos ni estucos. El material de construcción son rocas medianamente trabajadas de origen local y sin ningún mortero ni aplanados que recubran los muros (Montero, 2002: 45)
Dentro
de
estos
espacios
sagrados
se
realizaban
ceremonias
relacionadas con las deidades del agua y de los cerros, depositando ofrendas en su interior y por debajo del piso del patio (Duran, 1984 y Sahagún, 1999). Uno de los motivos por los cuales estos templos fueron construidos en lugares muy particulares del paisaje, es por que dichos puntos de la geografía eran considerados como fronteras entre lo natural y lo sobrenatural. López Austin y López Luján, llaman a estos lugares zona liminar, al tratarse de: un área fronteriza que combina a la vez elementos naturales y sobrenaturales, constituyen los escenarios o centros de actividad ritual (López Luján, 1993: 58).
López Austin, en su estudio sobre los Mitos del Tlacuache señala los lugares que conforman a las zonas liminares de Mesoamérica, según él: Cuevas, árboles, montes, cantiles, hondonadas, hormigueros, manantiales, abismos, cenotes, remolinos de agua, cañadas, pasos naturales entre montañas y encrucijadas de caminos forman parte del numeroso conjunto de zonas liminares mesoamericanas (López Austin, 1990: 188).
Leach, en su libro ``Cultura y comunicación´´, comenta que las zonas liminares: son los sitios óptimos para entablar comunicación con los dioses, donde deben ser invocados, adorados y propiciados (Leach, 1978: 113).
Con esto, tenemos que el culto al agua y cualquier culto en general, se desarrollo siempre, en un espacio sagrado edificado sobre y dentro de una
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zona liminar, manteniendo una comunicación con las deidades y dioses propiciados. c) Sitios relacionados con el culto a las deidades del agua y de los cerros. En la cima de los montes mayores y cerros menores de la Cuenca en donde se realizaban las ceremonias de petición de lluvia, conocidas como abrir y cerrar el temporal, tenemos que para el mes de Atlcahualo (correspondiente a febrero), se hacían sacrificios de niños en la cima de estos montes y en el sumidero de Pantitlan. Estos lugares quedaron registrados en el segundo libro de Sahagún, en donde señala a siete puntos geográficos dentro de la Cuenca a los que los mexicas, acudían a ofrendar al dios Tláloc. Se trata de elevaciones menores alrededor del lago o en las montañas de nivel intermedio. Sahagún los registró con los nombres de: Quauhtépetl, Ioaltécatl, Tepetzinco, Poyauhtla, Cócotl, Yauhqueme y el remolino de Pantitlan, en la laguna (Sahagún, 1999, II: 9899).
En este caso, los montes mayores estarían comprendidos por el monte Tláloc, La Malinche, Telapón, Papayo, Sierra de las Cruces, Ajusco, Pico de Orizaba, Popocatepetl e Iztaccíhuatl. Precisamente uno de los sitios más importantes dentro de este culto y del cual se cuenta con una descripción hecha por Duran en el siglo XVI, es el de la cima del monte Tláloc (figura 2.1), a una altura de 4,120 msnm y dentro del que se celebraba la fiesta del mes IV correspondiente a Huey Tozoztli. La relación de Duran, señala que: En este cerro, en la cumbre de él, había un gran patio cuadrado, cercado de una bien edificada cerca, de estado y medio, muy almenada y encalada la cual se divisaba de muchas leguas. A una parte de este patio estaba edificada una pieza mediana, cubierta de madera, con su azotea, toda encalada de dentro y de fuera. Tenía un pretil galano y vistoso. En medio de esta pieza, sentado en un estradillo tenían al ídolo Tláloc, de piedra, a la manera en que estaba en el templo de Huitzilopochtli. A la redonda de él, había cantidad de idolillos pequeños, que lo tenían en medio, como a principal señor suyo y estos idolillos significaban todos los demás cerros y quebradas que este gran cerro tenía a la redonda de sí […], celebraban la fiesta de este ídolo a veintinueve de abril (Durán, 1984, I: 82-83).
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Figura 2.1 El santuario mexica del Cerro Tláloc, a 4,120 msnm (foto de Nacional Geographic).
Como parte de las ofrendas y del ceremonial, que se realizaba en este sitio, tenemos los sacrificios de niños que después eran cocidos y comidos en el lugar, en estos sacrificios dedicados a Tláloc, los señores y principales ofrendaban entre otras cosas ropa, comida así como `` unas escudillejas y platillos y ollillas y contizuelas´´ (Durán, 1984, I:167), es decir vajillas en miniatura que constituían un elemento importante de los sacrificios a los tlaloques. Como parte del ritual, los guerreros que acompañaban a la comitiva hasta el monte Tláloc, se quedaban allí hasta que toda la comida y las plumas que formaban parte de la ofrenda se pudrían con la humedad y que las demás ofrendas no perecederas las enterraban en el patio, así el santuario se cerraba hasta el año siguiente, puesto que no contaba con sacerdotes que viviesen allí continuamente (Durán, 1984: 83-85 y Broda 1971: 277-279). Otros sitios arqueológicos importantes dentro de la Cuenca de México, son los hallados en las faldas de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, probablemente eran santuarios en donde se acudía a realizar sacrificios de niños en honor a los tlaloques, como es tal vez el caso del sitio llamado Tenenepanco, en el Popocatepetl, descubierto por Charnay en 1888 y del cual recuperó una serie de entierros, al parecer de infantes junto con objetos cerámicos y líticos, dentro de estos materiales, Charnay reporta platos en miniatura, vasos, cuentas de piedra verde y figurillas en forma de animal (Charnay, 1973).
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En la figura 2.2, se muestra la Cuenca de México en la que son señalados los sitios de alta montaña, cerros menores y lugares dentro del lago relacionados con el culto a las deidades del agua y de los cerros.
Figura 2.2 Mapa de la Cuenca de México en el que se señalan los asentamientos, cerros y lugares sagrados con alguna evidencia arqueológica o histórica, vinculada con el culto a las deidades del agua: 1 Cerro San Miguel, 2 La Coconetla, 3 Cerro del Judío, 4 Ajusco, 5 Cerro de Los Remedios, 6 Quauhtepetl (Pico Tres Padres), 7 Yohualtecatl (Cerro El Guerrero), 8 Tepeyac, 9 Tepetzintli, 10 Tenochtitlan, 11 Cerro de la Estrella, 12 Cuicuilco-Zacatepetl (Zacatepetl a la izquierda y con el centro más claro), 13 Xochimilco, 14 Santa Cruz Acalpixca, 15 Cerro Teuhtli, 16 Texcoco, 17 Chimalhuacan, 18 Tlapacoya (al sur), 19 Xico, 20 Tecomitl, 21 Tetzcotzingo, 22 Coatlichan, 23 Chalco, 24 Cocotitlan, 25 Tenango del Aire, 26 Amecameca, 27 Ladera al sur del Cerro Tlamacas, 28 Cerro Tlaloc, 29 Telapon, 30 Papayo, 31 Iztaccíhuatl, 32.Popocatépetl (Tomado de Broda, 2001b y modificado, Santa Cruz Rendón, 2009).
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d) Los rituales: Ceremonias y sacrificios humanos. Uno de los rituales que se realizaban en la cima de los cerros, relacionado con el culto a las deidades del agua y los Tlaloques es el sacrificio de niños. Según Broda (Broda y otros, 1991), este sacrificio humano dedicado a Tláloc, tenia la finalidad de asegurar las lluvias necesarias para la agricultura, en este ritual los niños eran identificados con los cerros de la Cuenca de México, a ellos se les concebía como la personificación de los Tepictoton o figurillas modeladas (figuras 2.3 y 2.4).
Figura 2.3 Detalle del códice en el que se aprecia el nombre del mes Tepeilhuitl, en el cual se realizaban fiestas y sacrificios en honor a los ídolos de los cerros (Sahagún, 1974, Códice Matritense, Primeros Memoriales, Ms. del Real Palacio, f. 252r).
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Figura 2.4 Las figurillas modeladas y que eran imágenes de los cerros a los que se acudía a realizar sacrificios, eran llamadas Tepictoton (Sahagún, 1974, Códice Matritense, Primeros memoriales, Ms. del Real Palacio, fol. 267r: “Atavíos de los Dioses”).
Dentro de la cosmovisión prehispánica, el sacrificio de estos niños en la cima de los cerros, garantizaba su incorporación al Tlalocan, lugar en donde, al llegar la estación de lluvias, germinaba el maíz, en este sentido, los niños se identificaban con los Tlaloques y con dicha semilla (Broda, 2001c: 299). En cuanto a esto, Fray Juan de Torquemada comenta que: los niños sacrificados vivían durante la estación de lluvias con los dioses Tlaloques en suma gloria y celestial alegría (Torquemada, 1969, II: 151).
Todo esto nos lleva a tener que abordar el tema de los sacrificios de niños en los cerros y montañas de la Cuenca de México. En primer lugar definamos la palabra sacrificio. El termino proviene del latín sacrificium, voz que a su vez está compuesta de las raíces sacer, ``sagrado´´, y facere, ``hacer´´; esto es, ``convertir algo en sagrado´´ (González, 2006). El sacrificio en la religión prehispánica, resulta ser uno de los ritos más importantes, el cual formaba parte de una acción simbólica que se creía capaz de afectar al mundo sobrenatural y reproducir el orden establecido.
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González (2006), define al sacrificio como: La inmolación, la destrucción por diversos medios, de la vida de un ser humano, a fin de establecer un intercambio de energía con lo sobrenatural para influir en el mundo natural y sobrenatural… (González, 2006: 28).
Ella comenta que el sacrificio humano debe practicarse frente a la deidad, o en un sitio dedicado a su culto, debe ser realizado por una persona especializada y siguiendo las reglas que establecen el acto, al respecto, el Tlacamictiliztli ó ``muerte ritual de un ser humano´´, se refiere al rito con el que culminaba cualquier ceremonia importante. Lo esencial, era el acto de dar muerte, ya que se liberaba la energía necesaria para conservar la armonía del cosmos (González, 2006: 28). En cuanto al sacrificio de niños o Nextlahualli y que Broda (1971) lo señala como la deuda pagada, asociada al convenio que tenían los pueblos de la Cuenca de México y las deidades del agua, por los beneficios recibidos tras la temporada de lluvia, tenemos que este acto propiciatorio es uno de los más antiguos de Mesoamérica. Este tipo de ofrecimientos, estaban muy relacionados con los lugares de culto a los cerros y altas montañas en todo el altiplano, y que dentro de las veintenas del calendario prehispánico mexica (meses de 20 días), se hacían a partir del mes correspondiente a Atemoztli (principios de diciembre) hasta el mes correspondiente a Huey Tozoztli (principios de mayo), para provocar la caída de la lluvia y para fortalecer el crecimiento de la planta del maíz (Broda, 2001c).
Los
sacrificios
eran
realizados
dentro
de
los
sitios
llamados
Tetzacualcos, de los que Broda comenta que: Según las fuentes históricas, los santuarios en los cerros donde se sacrificaban estos
niños
durante
los
meses
de
I
Atlcahualo
a
IV
Huey
Tozoztli
(correspondientes a febrero-abril), consistían en un patio rodeado por un muro donde se encontraban una multitud de pequeños ídolos, los Tepictoton (Broda y otros, 1991: 474).
En estas fiestas las víctimas (niños de entre seis y siete años) se sacrificaban al amanecer (Durán, 1984 I: 82-93). Entre los infantes aptos para la
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ofrenda a las deidades del agua, se encontraban los que se les formaba en el cabello dos remolinos y habían nacido en buen signo (Sahagún, 1999, II: 98). Tenían diferentes procedencias: eran destetados de su madre, unos eran comprados (Sahagún, 1999, II: 98), otros eran esclavos (Pomar, 1941: 17), y por último, siguiendo el mito de la niña Quetzalxochitzin, se trataba de niños de nobles (Motolinia, 1967: 63 y Broda 2001). En lo que respecta al ritual del sacrificio de los niños en los templos o Tetzacualcos, dos de los cronistas que describen con detalles esta práctica son Sahagún y Duran. En el libro II de Sahagún, se puede leer que los niños eran adornados con las vestimentas y piedras preciosas que distinguían a las deidades del agua, posteriormente eran llevados en procesión a los santuarios de los cerros portando (al igual que los sacerdotes encargados del rito) los amatetehuitl o estandartes de papel salpicados con hule líquido y que eran las ofrendas que garantizaban el verdor, el retoño y el crecimiento (Sahagún, 1999 II: 99). El ritual contemplaba que los niños pasaran la noche en vela en el Ayauhcalli antes del sacrificio, mientras los sacerdotes cantaban himnos a los dioses, al siguiente día salían en procesión hacia los santuarios en la cima de los cerros, tañendo flautas y trompetas que ellos usaban (figura 2.5) mientras que la gente que los veía pasar empezaba a llorar y a lamentarse (Sahagún, 1999 II: 99).
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Figura 2.5 Procesión a los santuarios en los cerros con el fin de sacrificar niños en honor a la deidad de la lluvia Tláloc, en el mes de Atlcahualo (Sahagún, 1974, Códice Matritense Primeros memoriales, f. 250r).
Los niños que lloraban mucho, generaban un bienestar entre los que conformaban la procesión, ya que esto era tomado como buen pronóstico de que llovería pronto, también comenta que después del sacrificio, los niños eran cocinados y comidos (Sahagún, 1999 II: 98-99). Sin embargo otras fuentes que hablan del sacrificio en el cerro Tláloc refieren que los niños eran degollados y envueltos en mantas para ser depositados en una caverna junto al adoratorio (Pomar, 1941, Motolinia, 1967 y Montero, 2001).
Al respecto de las ofrendas que realizaban los sacerdotes en el sitio del sacrificio, Duran comenta que: En estos sacrificios los señores y principales ofrendaban ropa, comida así como `` unas escudillejas y platillos y ollillas y contizuelas´´ (Durán, 1984, I: 167).
La interpretación que hace Broda sobre esta cita, se refiere a la vajilla en miniatura que constituía uno de los elementos importantes dentro de las ofrendas y los sacrificios a los Tlaloques (Broda, 2001c). Sin embargo el sacrificio de niños no era el único ofrecimiento de sangre a los dioses de la lluvia, también se realizaban autosacrificios en los santuarios
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dedicados a estas deidades. En estos lugares se ofrendaba la sangre derramada de heridas hechas intencionalmente en la región de los lóbulos de las orejas, de la lengua o del miembro viril con puntas de maguey y navajillas prismáticas, estos materiales arqueológicos han sido localizados en la cima del Iztaccíhuatl (Clavijero, 1987: 176-177 y Montero, 2001). Cabe mencionar que, entre el culto a las deidades del agua y de los cerros, una de las ofrendas que se relaciona con el agradecimiento por la temporada de lluvia o ``cierre del temporal´´ y las festividades en honor a los cerros, es el perro, el cual era ofrecido en sacrificio y después comido, al respecto Sahagún comenta que:
Durante las fiestas del mes de Tepeilhuitl, (a las imágenes de los cerros) se les ofrecían (al amanecer), comida, tamales y mazamorra o cazuela hecha de gallina o de carne de perro y luego los incensaban echando incienso en una mano de barro cocido, como cuchara grande llena de brasas y a esta ceremonia llamaban calonoac (Sahagún 1999 II: 138).
Debemos de tomar en cuenta que, además del culto que vinculó a los cerros con el de la petición de lluvia, existió el culto a los cerros como generadores de vida, como lugares de culto a los muertos que regresaban al seno de la tierra y a los ancestros progenitores de los pueblos (Broda, 2001c). e) Las Deidades. Entre los estudios realizados a las deidades mesoamericanas, Olivier (2008), menciona los hechos por Eduard Seler, Alfonso Caso y Paul Kirchoff, basados en la intención de identificarlas y clasificarlas con respecto a sus nombres y cualidades particulares (Olivier, 2008). Un ejemplo con el que podemos entender como está constituido el panteón mexica y sus deidades, esta presente en el trabajo de Nicholson (1971), quien agrupó a los dioses en tres categorías: 1) El conformado por las deidades celestes creadoras, 2) el segundo por las deidades agrícolas de la lluvia y la fertilidad de la tierra, y 3) el tercer grupo por las deidades de la guerra y el sacrificio (Nicholson, 1971). González (2006), en su estudio sobre El Sacrificio Humano entre los Mexicas, presenta un agrupado de dioses al lado del dios Tláloc, de entre los
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que se encuentran: Opochtli, Yauhqueme, Chalchiuhtlicue, Huixtocíhuatl, Amímitl, Tomiyauhtecuhtli, Napatecuhtli, Tepicton, Ehécatl, Mictlantecuhtli, Tepéxoch, Acolhua, Matlalcue, Xochilnáhuatl y Milnáhuatl, la mayor parte de estas deidades, eran festejadas y sus imágenes sacrificadas en el mes de Tepeilhuitl, y es que de una u otra manera, se encontraban relacionadas con el agua, la lluvia, el agua corriente o la estancada, con los montes y con la tierra, siendo veneradas en los altares que habían en (la cima y laderas de) los cerros, en los nacimientos de agua y en el Pantitlán (González, 2006), En estos lugares también se hacían ofrendas durante las fiestas de Etzalcualiztli a Chalchiuhtlicue, la diosa del agua terrestre y hermana de los Tlaloques, esta diosa simbolizaba la parte femenina de Tláloc, que se vinculaba con la fertilidad. Chalchiuhtlicue era venerada junto a Chicomecóatl, diosa de los mantenimientos y Huixtocíhuatl, diosa de la sal (Sahagún, 1999, I: 35). Ahora bien, González (2006) señala los meses en que se les hacían sacrificios y ofrendas a estas deidades o dioses mexicas, los meses claves dentro de las festividades vinculadas con el culto al agua y a dichas deidades eran: •
Etzalcualiztli, en el que además de ofrendar imágenes del dios Tláloc, se sacrificaba una mujer ``imagen´´ de Huixtocíhuatl que había sido ofrendada por los que hacían sal. Antes de las ``imágenes´´ se sacrificaba a cautivos que recibían el nombre de ``estrados´´ o ``camas´´.
•
Atlcahualo, en el que se realizaban sacrificios de niños y se hacían imágenes de los cerros. En este mes acudían a depositar ofrendas en el remolino de Pantitlán.
•
Tepeilhuitl, en el que se sacrificaba a adultos imágenes de los cerros Matlalcuey, Tepéxoch y Xochilnáhuatl. A la imagen de Napatecuhtli se le sacrificaba en el Napatecuhtli iteopan.
•
Atemoztli, el cual, aunque caía en diciembre, mes en el que llovía o nevaba, se le ofrecían (a la deidad del agua) sacrificios de perros y de victimas humanas, y
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•
Tlaxochimaco o Miccailhuitontli, en el que se ofrecían sacrificios de cautivos en honor al dios de la muerte Mictlantecuhtli, por su asociación con la tierra (González, 2006: 147). Como ya lo hemos mencionado, este culto giraba en torno a la lluvia y a
la fertilidad de la tierra. El querer obtener favores por parte de la deidad de la lluvia y las aguas, al menos en el altiplano central, se basaba en la falta del vital líquido durante la estación de secas, así como la constante amenaza de inundaciones durante la estación de lluvia (Broda y otros, 1991: 465). La deidad relacionada con la lluvia, es conocida a través de las fuentes históricas (Sahagún, 1999 y Duran, 1984), con el nombre de Tláloc. De igual manera sus ayudantes son conocidos con el nombre de tlaloques. Pero, ¿quién es esta deidad? y ¿quiénes sus ayudantes? Para poder definir a esta deidad y sus cualidades, citaremos en primer lugar, a Sahagún, quien en su libro primero comenta que el nombre del dios de la lluvia era el de Tláloc Tlamacazqui, a él lo tenían como el que daba las lluvias para que regasen las tierras y los cultivos pero también mandaba el granizo, los relámpagos, los rayos, las tempestades del agua y los peligros de los ríos y de la mar (Sahagún, 1999 I: 32). El cronista refiere que el nombre de Tláloc Tlamacazqui quiere decir: ``dios que habita en el paraíso terrenal´´. Al respecto, Duran comenta que Tláloc era un ídolo al que le tenían gran veneración y temor, el cual tenía su asiento junto al templo de Huitzilopochtli, aderezada con mantas, plumas, joyas y piedras. El cronista describe la estatua de la deidad como una piedra labrada a manera de monstruo, la cara muy fea, colmillos grandes y colorados, en la cabeza tenía un plumaje verde y deslumbrante a manera de corona, en el cuello, una sarta de piedras verdes por collar, orejeras, muñequeras, una bolsa de copal en la mano izquierda, un rayo en la derecha y vestido con mantas de color verde (Duran; 1984: 82). En cuanto al códice Borbónico, esta deidad aparece representada con anteojeras, que en ocasiones es conformada por un par de serpientes que se entrelazan, un par de colmillos, su cara esta pintada de negro y azul, su ropa azul se complementa con manchas o gotas probablemente de hule de color negro, cuenta además con un tocado de plumas y orejeras. Aparece sentado
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sobre un cerro del cual, brota de su interior una fuente de agua (Códice Borbónico, 1974: 7, figura 2.6)
Figura 2.6 Representación detallada de la deidad de la lluvia, asociado a un cerro del cual brota de su interior, una fuente de agua (Códice Borbónico, 1974: 7).
También aparece portando en la mano derecha, un cetro o bastón en forma de rayo de color azul (figura 2.7) y en otra lamina del códice (figura 2.8) se le puede apreciar dentro de un templo en la cima de un cerro, a lo que se ha interpretado como el templo en la cima del cerro Tláloc, al que los sacerdotes mexicas acudían a realizar sacrificios de niños y ofrendas con el fin de propiciar un buen temporal.
Figura 2.7 Detalle de la deidad Tláloc con el cetro o bastón en forma de rayo y de color azul con líneas negras (Códice borbónico, 1974: 23).
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Figura 2.8 Santuario en la cima del cerro Tláloc en el que se observa a la deidad de la lluvia, hacia él, se dirige una procesión con un niño a cuestas. A este detalle del códice se le ha identificado con la fiesta del mes de Huey Tozoztli (Códice Borbónico, 1974: 24).
Para López Austin, Tláloc es un dios relacionado con la lluvia y por lo tanto del que depende la suerte de todos los mantenimientos, en ese sentido resulta ser una deidad benéfica y como tal, recibe el nombre de Tlamacazqui o `` El Dador´´, ya que se encarga de enviar desde el Tlalocan, la lluvia y todo lo que es menester para la vida, sin embargo, también es conocido como un dios encargado de ocasionar calamidades, ya que se encarga de enviar el granizo, el relámpago, el rayo, y quien amenaza a los hombres con los peligros de los ríos, los lagos y el mar. Esta deidad presenta varios desdoblamientos y una dualidad a través de una consorte conocida con el nombre de Chalchiuhtlicue (López Austin, 1994: 176).
En relación con las descripciones que se han hecho de la deidad en catálogos de museos por ejemplo, todas ellas coinciden en los atributos que lo distinguen como son la policromía (azul, verde, rojo, amarillo, blanco y negro), anteojeras que en forma de círculos rodean a los ojos, una peculiar nariguera, largos colmillos que emergen de la boca entreabierta, orejeras y un tocado compuesto por elementos puntiagudos a manera de triángulos (Dioses del México Antiguo, 1996).
Cabe señalar que la deidad conocida como Tláloc, contó en la época prehispánica con un carácter dinámico, es decir, experimentó un proceso de fusión y fisión, que según López Austin, es cuando un conjunto de dioses
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aparecen como una sola deidad y cuando una deidad se divide en distintos dioses (López Austin; 1990). Un ejemplo de esto lo encontramos en el códice Borgia, en el cual, según Olivier (2008), la deidad se presenta de distintas maneras en una misma sección: Lo encontramos bajo no menos de diez aspectos diferentes en los que se añaden atavíos de otras deidades a los propios de Tláloc, así tenemos asociaciones con los signos de los días, con el año, con un rumbo cósmico, con un tipo particular de lluvia y con varios pronósticos para el cultivo del maíz (Olivier, 2008: 47).
Tláloc no solo era considerado como el patrón de la lluvia y de las tormentas, sino que también de los cerros, en ese sentido era un antiguo dios de la tierra, se decía que la lluvia procedía de los cerros en cuyas cumbres se engendraban las nubes. Para los pueblos prehispánicos de la Cuenca, las montañas eran sagradas y se concebían como deidades de la lluvia. Se les identificaba con los tlaloques, seres pequeños que producían la lluvia, y formaban el grupo de los servidores del dios Tláloc (Broda y otros, 1991). En lo que respecta a los tlaloques, son considerados como los ayudantes del dios Tláloc y señalados como los creadores de las nubes, las lluvias, el granizo y el rayo, Sahagún menciona al respecto que a los montes eminentes en donde se armaban los nublados para llover, eran considerados dioses llamados Tlaloques, los cuales generaban enfermedades relacionadas con la humedad, el frío y el agua (Sahagún, 1999 I: 49). A estos cerros Tlaloques, se les hacían celebraciones en los meses de Atlcahualo (correspondiente a febrero), o en Tepeilhuitl (correspondiente a octubre) y Atemoztli (correspondiente a diciembre) (Broda y otros, 1991). Todas estas deidades cuentan con elementos que las caracterizan y a su vez, las distinguen de las otras, lo que esperamos es poder definir dentro de los contextos del sitio del Peñasco, las particularidades y vincularlas con las deidades correspondientes. En resumen, toda esta información es la base de nuestro estudio y la que emplearemos al momento de contrastar los diferentes hallazgos que obtuvimos del sitio del Peñasco, tratando de definir y vincular claramente los contextos excavados con las características de los datos reportados por los autores citados.
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B. Planteamiento del problema Los sitios arqueológicos ubicados en la cima de los cerros se han caracterizado por estar vinculados con el culto relacionado con las deidades del agua y de los cerros, así como a la observación astronómica. Dentro del contexto que presenta el sitio arqueológico del Peñasco, ubicado en la cima del cerro La Mesa, en Xico, se puede mencionar el entorno ecológico que lo caracteriza, ya que se encuentra enclavado en una isla, con un manejo del horizonte y un acceso restringido. Los trabajos realizados hasta la fecha en Xico por Ávila (1996), Pulido (1995) y García y Vélez (2008) muestran que en la antigua isla se practicaba el culto a las deidades del agua, sin embargo se desconocen las características que acompañaron a las ceremonias, los rituales y las ofrendas realizadas durante dicho culto, ante esta perspectiva, es posible hacer la siguiente pregunta ¿Existe relación entre el sitio y el culto vinculado con las deidades del agua y de los cerros durante la época prehispánica? Para poder abordar el problema de la relación entre el sitio y el culto, nos apoyaremos en el método de la arqueología histórica para realizar un análisis en el cual confrontaremos los datos de las fuentes históricas con los elementos arqueológicos como arquitectura y ofrendas, buscando similitudes y diferencias que indiquen un vínculo con el culto al agua, o por el contrario una asociación con otras deidades. C. Hipótesis Hipótesis general Debido a que el sitio del Peñasco fue edificado en la cima de un cerro, en un punto con características que se relacionan con una zona liminar, caracterizado por arquitectura ceremonial, posiblemente funcionó como un espacio sagrado, por lo que proponemos que este lugar se desarrolló el culto a las deidades del agua y de los cerros, que como se mencionó, ha sido reportado en las fuentes históricas para lugares con características específicas similares a las del sitio estudiado aquí.
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Hipótesis particulares. H.1. Los rituales efectuados en el sitio del Peñasco, incluyeron ofrendas dedicadas a las deidades del agua y de los cerros, reportadas en exploraciones de sitios arqueológicos vinculados con este culto. Implicaciones de prueba: si los materiales arqueológicos recuperados de la excavación contemplan niños sacrificados, cuentas de piedra verde, ollas y jarras con el rostro de la deidad Tláloc, miniaturas ofrendadas a los Tlaloques, ollas globulares con restos de pigmento azul, caracoles y elementos marinos o acuáticos, perros sacrificados y ofrecidos como alimento y penates, entonces el sitio formó parte de los espacios asociados con el culto a Tláloc y a los Tlaloques. H.2. Los habitantes de Xico y que edificaron el sitio, reflejaron el culto a las deidades del agua y de los cerros con un manejo del ciclo agrícola apoyados en el calendario de horizonte. Implicaciones de prueba: si los elementos arquitectónicos como muros, pasillos, banquetas y escalinatas presentan orientaciones astronómicas relacionadas por ejemplo con la salida y puesta del sol sobre el horizonte en días importantes señalados por el calendario agrícola, entonces se demostrará que el sitio también funciono como un lugar de observación de fenómenos naturales relacionados con este culto.
H.3 Este edificio, debió estar relacionado con los eventos sociales y políticos descritos por Chimalpahin, quien señala a un sitio en la cima del cerro de Xico, en donde se realizaba el culto al agua y que para el año 3 casa, 1261 dC., fue destruido e incendiado. Implicaciones de prueba: si los elementos arquitectónicos hallados en el sitio como pisos, muros y techos, muestran huellas de destrucción por medio del fuego, y la cerámica asociada al edifico en función y posteriormente al abandono corresponde a la fase Azteca II, entonces se podrá vincular al sitio con los eventos sociales, descritos por Chimalpahin.
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D. Objetivos. Objetivo General. Definir la función de los espacios arquitectónicos distribuidos sobre el basamento del cerro de la mesa, e interpretar los vínculos que pudieran existir entre las fiestas religiosas y el calendario agrícola, con la serie de hallazgos que presentó el templo. Objetivos particulares. •
Realizar la descripción arquitectónica y artefactual correspondiente al sitio para poder caracterizar el culto que se desarrollo en él.
•
Determinar la distribución, el tipo y contenido de las ofrendas halladas en el lugar con el fin de conocer el patrón con el que fueron depositadas.
•
Evaluar las fuentes históricas con el fin de poder definir la relación que guarda la unidad en estudio y los contextos de las ofrendas con el culto al agua y a los cerros.
•
Analizar los materiales arqueológicos y sus contextos con el propósito de conocer la cronología del sitio.
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CAPÍTULO III METODOLOGÍA Y TÉCNICAS DE TRABAJO.
En orden de hacer clara la exposición metodológica, dividiremos secuencialmente los diversos elementos teóricos conceptuales que guiaran el análisis del sitio arqueológico del Peñasco y sus contextos. Esto significa que los apartados que a continuación se presentan, están divididos de la siguiente manera: A) La Arqueología Histórica. B) La clasificación de los sitios arqueológicos en los cerros. C) La clasificación de los entierros humanos. D) La clasificación artefactual. E) La clasificación cerámica.
A) Metodología: La Arqueología Histórica A continuación expondremos la manera en que se pretende realizar la caracterización del sitio del Peñasco, explorado durante los trabajos de investigación por parte del centro INAH, del estado de México, entre los años de 2004 a 2006, en el cerro de Xico, municipio de Valle de Chalco. Los resultados de las excavaciones realizadas, nos llevan a proponer contextos con características asociadas a los cultos vinculados con los dioses del agua y los cerros durante el posclásico medio y tardío. El tema lo abordaremos desde el punto de vista de la Arqueología Histórica, ya que resulta ser pauta para el desarrollo de la investigación que contempla contrastar los contextos encontrados en el sitio, con lo descrito por las fuentes históricas del siglo XVI, particularmente Fray Diego Durán y Fray Bernardino de Sahagún, así como los códices Borbónico y Matritense. La arqueología histórica no es una clase diferente de arqueología (Besso Oberto, 1979),
ni tampoco una ciencia auxiliar de la historia (Neil, 2009); es una
forma de investigar que incorpora las ciencias sociales de la arqueología y la historia con el objetivo de que: ``la documentación escrita facilite al arqueólogo el corroborar o confrontar las evidencias materiales y la descripción existente en los textos´´… (Fernández, 1996: 10).
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Dentro de la declaratoria realizada en el marco del Primer Congreso Nacional de Arqueología Histórica, celebrado en el exconvento de Santo domingo de Oaxaca, en la ciudad de Oaxaca en el año de 1996, quedó expuesto que la arqueología histórica: ``registra y analiza los procesos de cambio socioeconómico en las sociedades novohispanas
que
estudia
por
la
vía
de
intervenciones
científicas
multidisciplinarías, utilizando los materiales arqueológicos e históricos que recupera´´ (Fernández, 1996: XIII).
En la misma declaratoria se expuso el objetivo principal de la arqueología histórica la cual, abarca: ``la exploración arqueológica dentro de entornos históricos caracterizados por asentamientos humanos declarados como Centros Históricos y Zonas de Monumentos´´ (Fernández, 1996: XIII).
De esta manera la arqueología histórica resulta ser un enfoque que nos ayuda a confirmar las diferencias que el contexto arqueológico nos ofrece (Fernández, 1996).
A esto solo faltaría extender el campo de trabajo hacia los sitios arqueológicos de la apoca prehispánica que poseen elementos y referencias históricas conservadas y registradas en las fuentes correspondientes. De esta forma, la Arqueología Histórica cuenta con dos vertientes, la primera vinculada a la época prehispánica, y la segunda al tiempo histórico comprendido entre la época colonial y hasta nuestros días, esto no quiere decir que existan fronteras dentro de la actividad arqueológica, la arqueología es una. Uno de los primeros trabajos realizados bajo este enfoque, dentro de la exploración arqueológica en México, fueron los hechos por Acosta en Tula, Hidalgo, contrastando los datos arqueológicos con las fuentes históricas que hablan sobre la existencia de la antigua ciudad de Tollan Xicocotitlan (Acosta, 1956 – 1957 y Mohedano, 1945 – 1946).
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Pero tal vez el proyecto de investigación más conocido dentro de la arqueología mexicana bajo esta metodología sea el realizado en torno al recinto sagrado o Templo Mayor de México Tenochtitlan (Matos, 1982). En el caso del sitio arqueológico del Peñasco, para poder hablar de los elementos sociales y culturales que lo vinculen con el culto a las deidades del agua y de los cerros, contamos con las fuentes históricas que nos dan una visión de los rituales relacionados y los elementos materiales que se empleaban en ceremonias, además de que en ellas también se encuentran las características de los lugares a los que acudían a depositar ofrendas con motivo de solicitar favores o agradecer, a las deidades, por un buen temporal. En este sentido, debemos definir: ¿cuáles son los elementos arquitectónicos y arqueológicos que corresponden con lo mencionado en las fuentes históricas?, ¿existe congruencia entre los datos arqueológicos y los datos históricos? y ¿podemos señalar alguna correlación directa entre los eventos descritos en las fuentes históricas por los cronistas o registrados en los códices, con los contextos arqueológicos hallados en el sitio del Peñasco, en Xico?, en otras palabras, ¿tienen una base real, los datos encontrados en las fuentes históricas? Al respecto, García, comenta que: ``la naturaleza de los datos históricos y arqueológicos es distinta, y no hay una correlación directa, sin embargo, […] es posible hacer un correlato arqueológico aunque indirecto- de los datos de las fuentes históricas´´. (García, 2004:3).
Para el sitio del Peñasco contamos con una serie de materiales arqueológicos que fueron estudiados dentro de un contexto específico, lo que ha conducido a una interpretación de su significado ritual, relacionado con el culto a las deidades del agua y de los cerros. Con el empleo de la Arqueología Histórica, no podemos señalar eventos históricos específicos realizados en el sitio del Peñasco, pero si podemos señalar algunos elementos del contexto arqueológico con los eventos relatados en las fuentes históricas, relacionadas con el culto a las deidades del agua y de los cerros, así como el momento de su abandono.
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El objetivo general de nuestra investigación es definir la función de los espacios arquitectónicos distribuidos sobre el basamento e interpretar los vínculos que pudieran existir entre las fiestas religiosas y el calendario agrícola con la serie de hallazgos que presentó el templo, tomando como base el discurso de las fuentes históricas para así alcanzar ciertas conclusiones. B) La Clasificación de los sitios arqueológicos en los cerros Para el presente estudio se utilizará la propuesta de Montero de 1995 y la de Rivas Castro de 2001, con la finalidad de enmarcar las características de los sitios en la cima de los cerros, con los que se relaciona el sitio del Peñasco, ubicado sobre la cima del cerro la Mesa, en Xico. La división taxonómica con la que se pueden clasificar los sitios , comprende cuatro grupos, y son (Montero, 1995 y López Camacho, 2003): Sitios de cúspide: Se encuentran en la cima, ya sea en la única cumbre de un edificio cónico, o bien en el cresterio dentado que conforma la parte más alta de la montaña. Todos estos sitios de cúspide corresponden a montañas entre los 3,500 y 4,500 msnm. Sitios de relación astronómica: Conformados en su mayoría por altas montañas que en el horizonte pudieron funcionar como marcadores de eventos solares, lunares, planetarios y estelares. Sitios de sacrificio: Estos sitios eran lugares de reverencia a los dioses pero para obtener bienes colectivos y para mantener el orden cósmico. A estos adoratorios concurrían y aun asisten peregrinaciones de localidades, provincias próximas y lejanas, en celebraciones que rebasaron los cultos locales y las fronteras étnicas (Martínez, 1972). Sitios de ofrendas campesinas: Estos lugares se caracterizan por la ausencia de elementos arquitectónicos, pintura rupestre y orientación astronómica. No son citados por las fuentes históricas, no se detecta cerámica decorada ni ídolos de importancia y no se encuentran sobre las principales cimas. Su objetivo es depositar ofrendas cerámicas y líticas a los dioses de la lluvia. A estos, podríamos agregar los sitios con presencia de ojos de agua o nacimientos de manantiales, por ejemplo el cerro de Chapultepec. 58
Esta división de sitios en alta montaña, resulta tener un carácter general, el cual es aceptable, ya que se trata de una propuesta derivada de investigaciones que no contemplaron excavaciones extensivas sino únicamente recorridos de superficie o algunos sondeos. En cuanto a las características particulares que presentan los sitios en la cima de los cerros relacionados con actividades de culto, Broda (1991) comenta que estos lugares fueron elegidos por contar con características topográficas que beneficiaban la observación de calendarios de horizonte, para controlar el acceso a recursos explotables y para la celebración de fiestas del calendario ritual agrícola (Broda y otros, 1991 y Broda, 1997).
Broda y Rivas mencionan que los sitios con estas características se pueden identificar en el paisaje a través de los siguientes elementos arqueológicos: Son sitios orientados a la observación de eventos solares para el establecimiento de calendarios de horizonte que pudieron haber ordenado las actividades económicas (Broda, 1993). Deben ubicarse en puntos estratégicos del paisaje: en la cima de cerros, flancos de barrancos, lugares de control de fuentes permanentes de agua y de recursos básicos para el sostén de los grupos en el poder y de las actividades agrícolas regionales (Rivas, 2001). Los elementos arqueológicos que indican ritualidad son: pintura rupestre, petrograbados, maquetas en piedra, oquedades artificiales para rituales con líquidos preciosos, esculturas de deidades del agua, del viento, del fuego, de la tierra, del maíz y de los mantenimientos, las escenas del establecimiento y conquista del territorio y, finalmente, la consignación de fenómenos astronómicos o calendaricos importantes (Broda, 1996, y 1997).
Dentro del estudio que Rivas (2001) hace sobre los lugares de culto y ritual, presentes dentro de la Cuenca de México y su periferia, propone un procedimiento metodológico para su clasificación, el cual contempla a los:
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Lugares macro-regionales centrales como las cabeceras de poder político, administrativo, económico y religioso. Y a los sitios periféricos de la Cuenca de México, entre ellos lugares de culto en islas ubicadas al interior de los lagos, los cuales tenían características topográficas, geológicas y biológicas particulares y estaban asociados con ciclos de caza-pesca-recolección. Otros sitios se vinculaban con actividades agrícolas de temporal (terrazas) y de irrigación (cultivos de humedad permanente en la orilla de ríos y zonas de manantiales) (Rivas, 2001: 270-271). Los lugares periféricos, los señala como complementarios de los centros macro-regionales dominantes, ubica a los sitios periféricos en elevaciones que oscilan entre los 2,250-2,350 msnm en las orillas de los lagos de Texcoco y Chalco, y entre los 2,350-2,750 msnm, en las estribaciones occidentales de la Sierra de Guadalupe (Rivas, 2001: 270-271). Sin embargo no deja de reconocer a los sitios en la cima y laderas de las montañas más altas (sobre los 3,000 msnm), como la Malinche, Villa Alpina, en la región de Naucalpan, Edo de Méx., el cerro Chiquihuite – Tecpactepetl, en la Sierra de Guadalupe; el Monte Tláloc, en la Sierra Nevada; los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, lugares que también son citados por Iwaniszewski (Iwaniszewski, 1986).
A esto, Broda (1993) y Rivas (2006), complementan su estudio de los sitios que reflejan actividades rituales, definiendo dos elementos más con los que se les puede identificar dentro del paisaje, y son: La arquitectura, que deberá estar orientada para la observación de eventos solares o estelares, referidos al calendario de horizonte (Broda, 1993),
Las características cívico-ceremoniales de los sitios, los cuales a menudo se deberán comunicar, a través de líneas visuales con otros puntos periféricos importantes, relacionados con actividades similares, inmersas en el paisaje ritual y cultural. Los sitios arqueológicos compartirán temporalidad y estructura (Rivas, 2006: 43-45), como por ejemplo el Cerro de la Estrella.
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Rivas se refiere al calendario de horizonte como el movimiento aparente del sol y su observación cotidiana, tanto temporal como espacial, a través de determinados puntos fijos y estratégicos del horizonte, los cuales indican ciertas festividades religiosas y cambios del clima, determinando las épocas adecuadas para sembrar y recoger la cosecha; esto resulta fundamental en sociedades que basaban su economía en la agricultura. Para López Camacho (2003),
el calendario de horizonte se define como:
Los puntos dispuestos en los perfiles de las montañas, que marcan la posición del disco solar en el transcurso del año (López Camacho, 2003: 94 – 95).
C) La clasificación de los entierros humanos
Durante los trabajos de exploración del sitio arqueológico en 2004 y 2005, se recuperaron 42 entierros en contextos muy particulares y de los cuales podemos mencionar que ninguno de ellos se halló en posición anatómica ya que fueron depositados cremados, en contexto secundario, de forma dispersa y formando parte de ofrendas que sugieren un ritual previo. Los individuos cremados fueron detectados al interior de jarras y patojos que fueron depositados frente a la fachada poniente del templo y al centro del patio del basamento. Entre los restos óseos encontrados bajo el vestíbulo, se localizaron tres grupos de tres cráneos cada uno con deformación intencional y exposición térmica. Por sus características morfológicas sabemos que son individuos infantiles, juveniles y adultos, para ello empleamos la clasificación hecha por Hooton y que sirvió para hacer la siguiente tabla 3.1 (Hooton, 1947). La clasificación de los restos óseos fue realizada por la A.F. Eira Atenea Mendoza Rosas.
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Etapa (1)
Rango de edad (1)
# de individuos sitio del Peñasco (2)
Neonatos
-
1ª infancia
0 a 3 años.
5
2ª infancia
4 a 6 años.
2
3ª infancia
7 a 12 años.
2
Adolescencia
13 a 17 años.
4
Sub-adultos
18 a 20 años.
9
Adultos juveniles
21 a 35 años.
3
36 a 55 años.
-
56 años y más
-
Adultos maduros Adultos avanzados Cremados
15
Indefinidos
2 Total
42
Tabla 3.1 En ella se muestran las relaciones entre la clasificación propuesta por Hooton y los entierros recuperados del sitio del Peñasco (García y otros, 2009)
La finalidad de incluir a los entierros dentro del estudio sobre el culto a las deidades del agua y de los cerros, se debe a que en ellos se refleja la cosmovisión y las características particulares de los rituales vinculados con este tema de estudio, además de la clase social de los individuos, cuyos restos óseos cremados fueron recuperados del interior de las jarras depositadas frente al templo. Para tener un acercamiento sobre el tema, es necesario contar con las características de los individuos inhumados. La forma y los lugares en que son depositados, nos habla del tipo de entierro del que se trata. El modo de inhumación puede ser directo e indirecto y de tipo primario o secundario (Romano, 1974). El entierro directo es aquel que se caracteriza por realizarse dentro de un agujero con el único objetivo de permitir el depósito del cadáver.
(1). Tabla propuesta por Hooton en 1947. (2). Tabla con el número de individuos hallados en el sitio del Peñasco presentado en el informe osteológico del Proyecto Cerro La Mesa y San Martín Xico, Estado de México (García y otros, 2009).
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El entierro indirecto es aquel que se caracteriza por realizarse en construcciones hechas con fines o propósitos funerarios monumentales. En algunos casos presentan arreglos arquitectónicos como cámaras y antecámaras con sus respectivos accesos. Otra forma de estos enterramientos son los depositados en el interior de cuevas, grutas, cavernas, pozos o cenotes. Los entierros de tipo primario son todos aquellos que al momento de la exploración, muestran en contexto, esqueletos completos y en correcta relación anatómica. Aquí se contemplan las inhumaciones de uno o varios segmentos de un cadáver, cuyas partes óseas presentan una relación anatómica. Los entierros de tipo secundario no muestran relación anatómica adecuada, a causa de que los restos óseos fueron removidos totalmente y quedaron agrupados de manera irregular. Los osarios se consideran dentro de esta categoría (Romano, 1974: 86-89 y Mendoza, 2004: 46). Así mismo los entierros secundarios, se pueden clasificar en 3 grupos: el primero contempla esqueletos semicompletos y sin relación anatómica, el segundo grupo se caracteriza por cráneos aislados y el tercero lo conforman los restos óseos cremados (López Alonso y otros, 1976: 37). Los entierros ceremoniales se presentan asociados a altares o inhumados en espacios sagrados, en éstos se denota la intención de constituirlos en ofrenda. Pueden provenir de sacrificios, en los que se llevó a cabo o no, el desmembramiento. También son entierros ceremoniales los integrados por segmentos corporales como cabeza, tronco y extremidades que muestran clara relación anatómica, indicando que el individuo recibió un tratamiento especial, es decir, que fue sacrificado (López Alonso y otros, 1976; Mendoza, 2004: 46).
En el sitio del Peñasco, también se realizaron otras formas de enterramiento, los llamados ``colectivos o múltiples´´ y que se caracterizan por colocar varios entierros depositados en un mismo lugar (López Alonso y otros, 1976).
En cuanto a los restos óseos cremados, los definimos como aquellos restos que fueron expuestos a un proceso ligado con la acción del fuego por un
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periodo indefinido, que alcanzó o superó los 700-800 ºC (Herrmann, 1977), momento en que se pierde la materia orgánica y los cristales minerales comienzan a fusionarse, este proceso puede resumirse en las siguientes fases: deshidratación, descomposición de la materia orgánica, pérdida de carbonatos y fusión de cristales (Chávez, 2007). Chávez (2007), en su estudio sobre los rituales funerarios en el Templo Mayor de Tenochtitlan, refiere que el proceso de cremación es una acción destructiva en donde el hueso sufre cambios que son observables a simple vista como son la reducción, la fragmentación, la distorsión que está asociada con la exposición al fuego de un hueso con tejido blando y el cambio de color. Los restos óseos recuperados del interior de las jarras, presentan las características antes descritas que produce la cremación, pero es importante mencionar que además, una vez concluido el proceso sufrieron la acción de ser pulverizados (A.F. Eira Atenea Mendoza; comunicación personal). D) La clasificación artefactual Esta clasificación corresponde a las ofrendas del sitio y para ello, hemos planteado la propuesta de dividirlas en grupos o complejos, basados en su ubicación espacial, que las asocia con los espacios arquitectónicos distribuidos sobre el basamento y fuera de él. La distribución espacial del grupo de ofrendas se basa en la disposición de los tres espacios más representativos del basamento y son: el vestíbulo, el patio y el templo. Para su descripción se han formado 5 grupos asociados con el espacio en el que fueron depositadas y son:
1. Ofrendas relacionadas espacialmente con el vestíbulo. 2. Ofrendas relacionadas espacialmente con el interior de la cámara subterránea. 3. Ofrendas relacionadas espacialmente con el patio. 4. Ofrendas relacionadas espacialmente con el templo. 5. Ofrendas relacionadas espacialmente con el exterior del basamento.
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Dentro de la descripción de cada una de las ofrendas, haremos las siguientes observaciones: -
Ubicación espacial de las ofrendas con respecto al edificio.
-
Tipo de material arqueológico.
-
Características generales de los objetos que conforman la ofrenda.
-
Cronología aproximada.
-
Distribución de los materiales arqueológicos.
Cabe mencionar que las ofrendas estuvieron conformadas por diversos tipos de objetos de cerámica, lítica, hueso, concha, coral y caracoles marinos. Estas no fueron reagrupadas por el tipo de material que contenían, ya que únicamente nos limitamos a la descripción del contexto. E) La clasificación cerámica
La clasificación cerámica, producto de la excavación del sitio, tiene como fundamento la definición de tipos cerámicos a partir de su probable función, en donde los tipos se definieron a partir de la descripción y la relación entre varias características como son la forma, las dimensiones y la decoración (García y Vélez, 2004 y 2008).
La forma en como se desarrolló el trabajo, fue con base en la función de la cerámica, desarrollado por Rice (1978) y replanteado por García (2004), en el que se llevaron acabo cuatro fases de trabajo, las cuales se describirán a continuación (tabla 3.2).
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Tabla 3.2 Procedimiento del trabajo para la clasificación cerámica y su procesamiento analítico (Tomado de García y Vélez 2008).
Fase 1.- En la primera fase de trabajo se resguardaron los materiales cerámicos de la excavación arqueológica, éstas fueron registradas en un cuaderno, con sus datos correspondientes, tales como: Número de bolsa, Sección, Frente, Cuadro o Pozo, Capa, Profundidad, Fecha, Nombre del responsable y Observaciones. Cada tiesto se lavó y se marco con el nombre del proyecto, año y el número de bolsa. Fase 2.- En la segunda fase el material se vació en una mesa para clasificarlo, este trabajo se realizó en dos etapas, la primera consistió en separar la cerámica por acabados de superficie, los cuales corresponden a tres que son: el bruñido, el pulido y el alisado, cabe mencionar que este paso nos facilita la clasificación de forma-función, ya que las formas, así como su función corresponden al tipo de acabado que presentan. El segundo paso es hacer una separación con base en sus formas genéricas: ollas, cajetes, copas y platos. En este caso se tomaron las siguientes variables, las cuales son consideradas las más importantes para determinar su función (García 2004):
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1. Forma: consiste en la forma específica de un objeto y está directamente relacionada con su función (Rice 1997, y Longacre, 1991). 2. Decoración: consiste en todos los elementos plásticos aplicados a un objeto, incluye un estilo y un código de diseños, así como su ejecución y los colores empleados. 3. Tecnología: consiste en los criterios tecnológicos que sirvieron para la fabricación de un objeto cerámico, como son: tipo de pasta, temperatura de cocción, tiempo de cocción, instrumentos empleados para la fabricación, técnica de formación del objeto (García y Vélez 2004 y 2008).
La clasificación cerámica del presente trabajo se organizó de acuerdo a la Tabla 3.3 y se hizo de la siguiente manera (García, 2004).
Columna 1. Se describen las funciones genéricas de las vajillas como: Almacenar o guardar que corresponde a las cerámicas que se usaron como contenedores. Procesamiento que corresponde a las cerámicas en las que se cuecen alimentos o/y algunos “utensilios”, por ejemplo los comales. También se incluyen algunos objetos cerámicos que podemos llamar “muebles”, como los grandes braseros, los “anafres” e incensarios. Traslado que corresponde a las cerámicas con la función de contener alimentos, ya sean líquidos o sólidos, conforman el grupo más numeroso. Ofrendar y adornar que corresponde con la cerámica en la que se requirió más inversión de trabajo, ya sea por su forma, su decoración o acabado de superficie. Trabajar: en esta categoría se incluyeron varios implementos cerámicos que se usaron para dar forma a otros objetos, como serían los alisadores, pulidores, sellos y moldes cerámicos. Vajilla que corresponde a la que son imitaciones de objetos grandes, los cuales tal vez, fueron utilizados como juguetes o como ofrendas. Vajilla musical que contempla a los objetos musicales, básicamente flautas y sonajas.
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Columna 2. En ella se describe cada una de las vajillas de funciones genéricas y sus funciones específicas.
Columna 3. Esta columna muestra la clase de elemento contenido o realizado por cada elemento cerámico con una función específica.
Columna 4. En esta columna se aprecian las posibles formas de cerámica arqueológica que cumplirían cada una de las funciones.
FUNCIÓN GENÉRICA
FUNCIÓN ESPECÍFICA
CONTENIDO DE LA CERÁMICA Granos, objetos, hierbas Sal
Por poco tiempo en seco Vajilla para almacenar o guardar
Por poco tiempo en líquido
Agua, líquido
Vajilla para ofrendar, adornar y adorar
Adorno, ofrenda Con calor en líquido
Hervir, cocer Quemar
Con calor en seco Vajilla para procesar
Tostar, quemar Mezclar, lavar, remojar, moler
Sin calor en líquido Vajilla para trabajar o construir
Dar forma a hilos y telas
Cazuela Vasija salinera Cántaro Jarra Olla Plato trípode Vasija antropomorfa Cazuela Brasero Incensario Sahumador Comal Cajete Cazuela Cuenco Molcajete Hiladores y malacates
Corta distancia en líquido
Servir alimentos
Vajilla para trasladar
Beber líquidos Corta distancia en seco Contener chiles, condimentos, tortillas
Cubrir
POSIBLE FORMA
Cajete Cuenco Plato Tecomate Cajete Copa Cucharón Vaso Cajete Plato Tapa plato
Tabla 3.3 En ella se muestran las vajillas en cuanto a su forma y su posible función (García 2004: Tabla 1).
El siguiente paso fue la separación por diferencias más específicas de forma, decoración y por fase, obteniendo así grupos de tiestos que constituyeron los tipos finales (García, 2004).
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Fase 3.- En la tercer fase se realizó la captura de la base de datos (Office XP- Excel), en donde se almacena la información del registro de excavación de cada una de las bolsas, así como la frecuencia de cada tipo cerámico, la cual, en primera instancia se ordena en forma cronológica y se les asigna un número arábigo progresivo, que identificara al tipo cerámico (García, 2004).
La última fase contempla un análisis, en donde una vez clasificada la cerámica en formas-tipo, se cuantificaron las cantidades por capa con la ayuda del programa EXCEL (Office XP), con el que se generaron las tablas de frecuencias (García 2004). Fase 4.- Esta fase comprende la elaboración de varios tipos de estadísticas por matrices de frecuencias llamadas tablas dinámicas, gráficas de porcentajes, etc., con las cuales se pueden realizar análisis del comportamiento del material cerámico dentro de las excavaciones (García y Vélez, 2008).
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CAPÍTULO IV LA ARQUITECTURA La exploración arqueológica del sitio en cuestión, permitió traer a la luz, elementos arquitectónicos y artefactuales. Durante los recorridos de superficie que realizó en el sur de la Cuenca de México, Parsons (1982) registró al sitio en cuestión con el numero Ch-Az198. En su descripción señala que el sitio esta compuesto por una plataforma, muros de piedra y pisos de estuco. Lo caracterizó como un recinto ceremonial aislado sin ocupación permanente. En efecto, el lugar es un basamento con espacios definidos y dedicados al culto del agua. Posee un carácter sagrado y aislado, el acceso esta restringido y controlado, cuenta con un templo cuartos y muros que delimitaron el espacio ceremonial. A. Resultados de la exploración del sitio. Durante el recorrido de superficie que se efectuó en el marco del proyecto, en la parte suroeste de la cima del cerro La Mesa, se localizó un afloramiento de roca basáltica (poligonal 1) (figura 4.1), que resultó ser un peñasco sobre el cual se apreciaron elementos arquitectónicos como pisos y muros, además de cerámica de las fases Azteca II y Azteca III, esto nos llevó a proponer la existencia de un asentamiento humano correspondiente al Posclásico. Así mismo se detectó una piedra con un petrograbado y otra con una serie de depresiones circulares pequeñas a manera de positas (figura 4.2 ). A unos 300 metros al norte del sitio del Peñasco, se detectó un montículo similar, que presentó material cerámico de la fase Azteca III, el cual por quedar fuera del polígono de investigación, no pudo ser explorado (García y Vélez, 2008).
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Figura 4.1 La poligonal 1, contempla el sitio del Peñasco edificado sobre un afloramiento de roca basáltica (García, 2004).
(a)
(b)
Figura 4.2 (a) Petrograbado labrado sobre basalto, ubicado sobre la cima del cerro La Mesa y hallado durante los trabajos de prospección. Se puede apreciar como en su lado norte le falta una sección, la cual probablemente fue desprendida tras un acto de vandalismo y (b) Piedra que forma parte de los afloramientos de basalto, correspondientes a la parte suroeste del la cima del cerro La Mesa y que al centro de la superficie presentó pequeñas depresiones circulares a manera de positas. Fue hallada durante los trabajos de prospección.
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El contexto geográfico del sitio del Peñasco señala el punto en el que los 2 volcanes que conformaron la isla de Xico, entraron en contacto tras la intensa actividad volcánica, a la postre, esto originó un paso natural entre ambos cerros. El afloramiento de roca basáltica sobre el que fue edificado el sitio se ubica justo frente a este paso entre ambos cerros (figura 4.3) a 2310 msnm, en el extremo suroeste de la cima de lo que hoy se conoce como cerro de La Mesa.
Figura 4.3 Panorámica del paso natural entre los
Figura 4.4 Aspecto del montículo, antes de
dos volcanes, punto exacto de la ubicación
iniciar los trabajos de investigación.
del sitio, vista desde el sur.
El aspecto del montículo durante los trabajos de recorrido (figura 4.4) nos permitió registrar una serie de pozos de saqueo en la parte superior de la estructura y afloramientos de roca basáltica, distribuidos sobre la superficie que fueron incorporados de manera intencional al edificio y a los distintos elementos arquitectónicos del basamento (figura 4.5). Cabe mencionar que el estado de conservación de los elementos arquitectónicos no fue el esperado ya que los lugareños lo emplearon como banco de material para construcción. Aun con todo esto, se recuperaron contextos muy importantes que nos ayudaron a reconstruir hipotéticamente el sitio con casi todos sus elementos originales.
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Figura 4.5 Aspecto del templo en su lado sur, antes de iniciar la exploración. También aquí podemos apreciar los afloramientos de roca basáltica que presento el sitio y que fueron incorporados a la arquitectura ceremonial.
El motivo por el cual se realizó la excavación de este sitio fue porque el consorcio ARA planeaba construir un tanque elevado que almacenaría agua para así poder surtir del vital líquido a la unidad habitacional que se construiría sobre del cerro (García, 2004). Los trabajos de excavación se efectuarían con el fin de verificar la existencia de vestigios prehispánicos y de ser así, cambiar el área de construcción del tanque. La excavación del sitio del Peñasco, inició con una cala que cruzó el montículo de este a oeste para determinar la forma y extensión de los vestigios (figuras 4.6 y 4.7),
posteriormente se efectuó una excavación extensiva que
comprendió 241 cuadros de 2 m por 2 m, y 46 pozos estratigráficos, teniendo así un área total de excavación de 964 metros cuadrados, logrando definir el área arquitectónica y la recuperación de ofrendas y entierros, motivo del presente trabajo.
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Figura 4.6 Plano topográfico del sitio en donde se aprecia la ubicación y orientación de la cala de aproximación que en primera instancia se excavó en el área donde se observaban los elementos arquitectónicos (García y Vélez 2008).
Figura 4.7 Vista de la cala de aproximación desde su extremo oeste.
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La retícula contó con una desviación de 350° con respecto al norte magnético, respetando la desviación de la cala de aproximación que cruzó por el centro del montículo (figura 4.8). Los trabajos se realizaron durante 2 temporadas, la primera del 18 de Abril al 12 de Julio de 2005 y la segunda del 13 al 31 de Diciembre de 2005.
Figura 4.8 Plano topográfico del sitio en donde se aprecia la poligonal que contempló el área de exploración y los ejes de la retícula con la orientación correspondiente. (García y Vélez 2008).
La formación del contexto arqueológico se dio después de que la construcción fue abandonada, lo que creó condiciones para que se desarrollara la vegetación encima del edificio, lo que trajo como consecuencia que durante cientos de años, algunas partes de los muros, pisos, pasillos, banquetas, escalones, alfardas y patio se vieran afectadas, cabe mencionar que a pesar de que el montículo ha servido como banco de materiales para los pobladores del cerro, durante los trabajos de exploración, logramos detectar los testigos de dichos elementos, lo que nos ha servido para hacer la reconstrucción hipotética del sitio.
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En general se detectaron tres capas durante la excavación extensiva: Capa I. De 0 a 0.10 m, la capa superficial, que corresponde a tierra de textura limosa de color café oscuro, y cuya compactación es alta (materia orgánica). Capa II. De 0.10 a 0.30 m, está formada por tierra limosa, mezclada con diversos materiales como lítica y cerámica. Capa III. De 0.30 a 0.50 m, corresponde al derrumbe de los muros de la construcción de la estructura, está formada por tierra limosa, mezclada con diversos materiales, como lítica, cerámica y fragmentos de piedra careada.
El resultado final de la excavación fue el hallazgo de una estructura con arquitectura en la parte superior (figuras 4.9 y 4.10), esto originó el trazo de un radio de 50 metros dentro de los cuales se restringió cualquier tipo de construcción en el área, definiendo así un polígono de protección.
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Figura 4.9 Plano arquitectónico del sitio arqueológico del Peñasco, ubicado en la cima del cerro ``La Mesa´´, en Xico, Estado de México, explorado en 2004 y 2005. En el plano se indican los cortes A-A´, B-B´ y C-C´, también se aprecian en forma de sombras en color negro las salientes del peñasco que se incorporaron al edificio.
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Figura 4.10 Cortes A-A´, B-B´ y C-C´ realizados al sitio del Peñasco (García y Vélez, 2008: anexo).
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B. Descripción de la estructura arquitectónica.
Los espacios arquitectónicos que conforman el sitio son: el basamento de un solo cuerpo, el acceso o escalinata doble del basamento, el vestíbulo de planta rectangular, una cámara subterránea detectada al centro del vestíbulo frente a las escalinatas, el patio de planta trapezoidal debido a las orientaciones con las que cuentan el vestíbulo por un lado y por el otro, el templo ubicado en la parte oriente del basamento, la escalinata del templo, los cuartos y accesos al norte y sur del mismo templo y patio, los muros que rodean al templo en tres de sus lados y los pasillos de todo el conjunto arquitectónico, además del tlecuil ubicado frente al templo y las salientes del peñasco (figura 4.11).
Figura 4.11 Plano arquitectónico del sitio del Peñasco.
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a) El basamento.
Esta conformado por una plataforma rectangular con acceso por el poniente, de 38 m de largo por 22 m de ancho y 1. 80 m de altura (figura 4.12), conformado en lo que respecta a los muros en talud, por una cimentación con bloques de basalto careados y alineados.
Figura 4.12 Perspectiva suroeste-noreste del basamento.
De la fachada sur del basamento, se lograron definir 6 metros en su esquina poniente ya que adosaron la esquina al macizo rocoso, en cuanto a su esquina oriente, ésta sufrió el desmantelamiento junto con la esquina sur de la fachada oriente, al igual que las fachadas norte y oriente que se encontraron incompletas debido a que el montículo sirvió como banco de material para los pobladores del lugar, siendo estos últimos paramentos los que sufrieron mayores daños por esas acciones. En la actualidad, esta práctica ya no continúa, sin embargo el daño ocasionado al inmueble en el pasado, provocó la perdida aproximada del 30 % del volumen total del cuerpo. El núcleo o material de relleno con el que nivelaron el terreno, consistió en piedras irregulares de basalto de diferentes tamaños, sin argamasa, mezcladas con piedra de tepetate, toba arenosa, tezontle rojo y gris, tierra y
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arena. Dentro del relleno también se detectó cerámica de la fase Coyotlatelco (García y Vélez, 2008),
probablemente traída junto con el material de relleno de
algunas estructuras de la propia isla que pertenecen a dicha fase y que fueron desmanteladas para ser reutilizados. El sistema constructivo del inmueble se caracterizó por el depósito del material de relleno sobre y entre el peñasco hasta obtener la superficie horizontal necesaria sobre la que se desplantaron las unidades arquitectónicas. La incorporación del peñasco dentro del núcleo, determinó en parte la forma arquitectónica del inmueble, así como sus características particulares, ya que fue durante la excavación extensiva que se confirmó la existencia de varias formaciones rocosas o salientes del peñasco, entre las diferentes capas culturales que presento el lugar. Estos afloramientos rocosos fueron incorporados al edificio de manera que, los pobladores que lo fundaron, integraron el ambiente geográfico al arquitectónico. Uno de los lugares donde se logró apreciar claramente esta adaptación fue el acceso o escalinata (figura 4.13)
de la plataforma, frente a la que se registraron formaciones del peñasco,
junto al desplante del primer escalón norte. De igual manera se detectó salientes del macizo rocoso a nivel de desplante del muro en talud de la fachada norte del basamento (figura 4.14).
Figura 4.13 Fachada poniente en la que se detectaron afloramientos del peñasco.
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Figura 4.14 Detalle del muro en talud de la fachada norte, la liberación del desplante de la fachada puso al descubierto que, efectivamente el arranque se ubicó sobre el peñasco.
Existe también una saliente del cerro que se añadió al paramento de la fachada poniente en su esquina sur, hay piedras correspondientes al macizo rocoso que se detectaron dentro del patio (figura 4.15 y 4.16), en su esquina noreste al igual que las salientes de piedra que se encontró junto a la esquina sureste del templo y que formaban parte la esquina del patio, sobre la cual desplantaron un muro que circundó por tres de sus lados al templo.
Figura 4.15 Grupo de piedras del macizo rocoso que se ubicaron dentro del patio y del pasillo, ubicado al norte.
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Figura 4.16 Grupo de piedras del macizo rocoso que se ubicaron dentro del patio y del pasillo al norte del mismo.
Cada uno de los muros del basamento que le dan forma y que constituyen las fachadas, presentaron características particulares en cuanto a su forma, tamaño y construcción. La fachada poniente no presentó una uniformidad con respecto a su sistema constructivo. Durante la exploración del paramento oeste, fue posible detectar restos del estuco en la esquina que conforman los muros de la fachada poniente y sur (figura 4.17).
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Figura 4.17 Esquina suroeste del basamento
El muro poniente, al norte de la escalinata, fue construido en forma vertical, y en tres niveles diferentes a manera de ampliaciones. Es muy probable que el motivo que originó la construcción del muro con estas características sea el terreno que presenta un declive natural hacia la esquina noroeste de la estructura, el cual provocó una mayor carga lateral del volumen del edificio hacia esta esquina, siendo compensada con el muro poniente que desplanta directamente sobre el tepetate, cimentado con una disposición de bloques regulares de piedra de basalto terciadas (de tamaño chico mediano y grande), se encuentran alineadas, careadas en uno de sus lados y unidas con argamasa (figura 4.18).
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Figura 4.18 Fachada poniente, muros al norte de la escalinata.
El muro de la fachada norte, construido en talud, inicia en la esquina noroeste del basamento y continúa hasta una de las salientes del peñasco a la que fue adosado, continuando inmediatamente después hasta otra de las salientes del macizo rocoso que se encuentran en la parte norte. El sistema constructivo del muro consiste en una cimentación de bloques regulares de piedra de basalto de tamaño mediano y grande, alineados y careados en uno de sus lados, fueron unidos con argamasa compuesta por arcilla, arena y cal, obteniendo la conformación de una superficie regular inclinada que da la forma de talud. Durante la exploración fue posible detectar el desplante del muro sobre la superficie más o menos regular de una de las salientes del peñasco. La fachada oriente resultó ser la más afectada de las cuatro, debido al saqueo originado por los pobladores del cerro, siendo desmantelada casi en su totalidad. Del muro solo se detectó el desplante a lo largo de 6.50 m. El lado sur del basamento presentó un muro en talud de 7.00 m. de largo que se ubicó en la esquina poniente y fue adosado al cerro. La cimentación del mismo consistió en bloques medianos y grandes de basalto, careados en uno de sus lados y unidos con mortero, el desplante se encuentra sobre una capa de tepetate. La escalinata del basamento, ubicada en la fachada poniente, fue construida en dos momentos diferentes. Las excavaciones revelaron un acceso 85
doble hacia la parte superior de la plataforma, sin embargo presenta un desplazamiento hacia el sur. El sondeo en la alfarda sur de la misma demostró la continuación del desplante del muro sur de la fachada hasta donde se ubica la alfarda central. Esto indica que la escalinata contó, en un principio, con un solo acceso, dándole a la fachada un aspecto simétrico. El segundo acceso, es una adhesión que se hizo, hacia el sur de la fachada. El motivo no quedo muy claro, ya que la escalinata adosada no contó con un acceso directo al vestíbulo en la parte superior sino que únicamente conducía al pasillo que lo rodeaba. La
escalinata
cuenta
con
tres
alfardas,
norte,
central
y
sur
respectivamente, conformadas por piedras grandes de basalto, careadas por uno de sus lados y unidas con mortero (figura 4.19). Únicamente se encontró el desplante ya que el remate de las mismas, desapareció debido a la destrucción del sitio, la erosión y el saqueo.
Figura 4.19 Escalinata del basamento, ubicada en la fachada poniente.
En cuanto a los escalones, estaban conformados por piedras de basalto careadas en dos o más de sus lados y unidas con el mismo tipo de mezcla. De igual manera, solo se halló el desplante y los cuatro primeros escalones en ambos accesos (figura 4.20), no obstante lo anterior, se pudo reconstruir la planta arquitectónica, pues se contaba con el arranque del edificio y la parte alta, lo que permitió definir su forma.
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Figura 4.20 Vista de la fachada del basamento y acceso doble.
b) El Vestíbulo.
Sobre el basamento se edificó un vestíbulo, al cual se accede inmediatamente después de subir las escalinatas de la fachada poniente. Su planta es rectangular con disposición noreste - suroeste, formado por dos cuartos. Las dimensiones del espacio son 18.20 m de largo por 4.60 m de ancho. En su interior y justo al centro se encuentra la entrada a una cámara subterránea dentro de la cual, antes de ser clausurada, fueron depositados una serie de objetos cerámicos de la fase Mazapa y restos óseos humanos (figuras 4.21 y 4.22).
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Figura 4.21 Perspectiva del cuarto sur y acceso del vestíbulo.
Figura 4.22 Perspectiva del cuarto norte del vestíbulo.
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Al vestíbulo lo rodea un pasillo angosto por sus cuatro lados. En su acceso se detectó el desplante de dos pilares que señalan la entrada poniente del vestíbulo (figura 4.23).
Figura 4.23 Vista del acceso al vestíbulo en donde se aprecian los desplantes de ambos pilares.
Cuenta con un segundo acceso al oriente que comunica el espacio arquitectónico con el patio que se ubica al centro del basamento (figura 4.24).
Figura 4.24 Vista del vestíbulo y patio, desde la fachada norte del basamento.
89
El sondeo realizado al centro de los pilares confirmo la existencia de dos pisos anteriores con sus rellenos correspondientes (figura 4.25). Estos pisos fueron construidos con los siguientes materiales: el piso más antiguo presento un relleno de piedras irregulares de basalto mezcladas con tezontle rojo molido, sobre este relleno se colocó un firme de estuco a base de cal y arena con un grosor de 0.01m, el piso intermedio presentó un relleno de cantera molida de color verde mezclada con arena depositada directamente sobre la superficie del piso de estuco anterior, sobre este relleno fue depositada una capa de estuco a base de cal y arena con una ligera carga de tezontle rojo molido, este piso presento un grosor de 0.02 m, y el piso asociado al ultimo momento constructivo del edificio presentó un relleno de piedras de basalto irregulares mezcladas con piedras de tezontle y tezontle rojo molido depositadas directamente sobre la superficie del piso de estuco anterior, sobre este relleno fue depositada una capa de estuco a base de cal y arena, el grosor del piso de estuco correspondiente fue de 0.025 m.
Figura 4.25 Pisos de estuco superpuestos, detectados tras un sondeo ubicado al centro del vestíbulo.
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La esquina suroeste del vestíbulo presentó los testigos más significativos del espacio arquitectónico, ya que aquí fue en donde se logró registrar el desplante de los muros que conformaron la esquina y el piso de estuco que revistió la superficie tanto en el exterior como en el interior, además del chaflán y revestimiento del desplante de los muros (figura 4.26).
Figura 4.26 Detalle del estucado que se detecto al interior del cuarto sur, en el desplante del muro poniente y recubriendo el pasillo poniente del vestíbulo.
Cabe señalar que el cuarto norte presentó una mayor destrucción por lo que los testigos que se detectaron correspondieron a los muros oriente y poniente.
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c) La cámara subterránea.
Al centro del vestíbulo y por debajo del piso asociado a la última etapa constructiva del edificio, se halló una cámara subterránea (figura 4.27) con características arquitectónicas muy semejantes a las de algunas tumbas de Oaxaca (Caso, 1967), esto nos llevó a registrar el espacio como tal, sin embargo, el contexto que presentó sugiere un probable espacio ceremonial, distinto a los espacios oaxaqueños, aunque la similitud es cercana. La cámara subterránea se ubicó frente al acceso principal del basamento y al centro del espacio flanqueado por 2 cuartos rectangulares. La simetría del acceso a la cámara subterránea en relación con el espacio es evidente.
Figura 4.27 Ubicación de la cámara dentro del plano arquitectónico del sitio del Peñasco.
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Al
momento
del
hallazgo,
la
cámara
se
encontró
clausurada
intencionalmente con un relleno de tierra y piedras de basalto acomodadas de manera meticulosa, de tal forma que no existiera contacto entre ellas y las paredes de la cámara (figura 4.28).
Figura 4.28 Aspecto de la cámara, al momento de su hallazgo.
Durante la extracción del material de relleno, se detectaron restos óseos aislados, depositados intencionalmente entre las piedras que bloquearon la entrada (figura 4.29), estos restos óseos humanos consistían en tres costillas, una clavícula y una mandíbula.
Figura 4.29 Restos óseos hallados entre el relleno empleado en la clausura de la cámara.
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El acceso está delimitado por piedras de basalto, careadas por sus cuatro lados formando un rectángulo de .96 m por .51 m (figuras 4.30 y 4.31), en forma de tiro, no cuenta con escalones y fue cubierto con el último o más reciente piso de estuco.
Figura 4.30 Ubicación del acceso a la cámara, frente a las escalinatas y pilares de la fachada poniente del basamento.
Figura 4.31 Acceso a la antecámara, delimitado por piedras careadas de basalto.
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Conforme avanzó la excavación, quedaron expuestas las paredes de la antecámara, la cual presentó un acabado o firme de estuco muy burdo sobre el que se hallaron huellas de los dedos y hasta las impresiones de las manos de los individuos que aplicaron el aplanado (figuras 4.32 y 4.33).
Figura 4.32 Aspecto de la antecámara, una vez que se libero por completo.
Figura 4.33 Detalle de las impresiones de los dedos de los constructores de la cámara encargados de aplicar el aplanado de estuco.
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El acceso a la cámara esta formado por jambas sobre las que descansa un dintel de basalto vesicular de una sola pieza (figuras 4.34 y 4.35).
Figura 4.34 Detalle del dintel y jambas del acceso a la cámara.
Figura 4.35 Corte N-S, del acceso al interior de la cámara, vista desde la antecámara.
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Una de las particularidades de la cámara subterránea, fueron un par de nichos de .12 m de diámetro, ubicados en las paredes laterales de lo que se definió como antecámara (paredes norte y sur). El espacio en su interior es de aprox. 0.15 m, y fueron hallados en niveles diferentes, respecto una con otra. Es probable que tuvieran la función de soportar la planta de los pies de los individuos que utilizaron el espacio, durante la entrada y salida del mismo. La superficie de ambos nichos, presentaron un desgaste considerable, originado por el uso frecuente del espacio. Cabe mencionar que fueron los únicos dos puntos de todas las paredes que presentaron erosión (figura 4.36).
Figura 4.36 Detalle de los pequeños nichos ubicados en las paredes norte y sur de la antecámara, los cuales se encuentran en diferentes niveles, uno con respecto del otro.
El estucado que presentaron las paredes de la cámara y antecámara, cuenta con la particularidad de tener dos tipos de acabado diferente; el primero esta conformado por un firme de estuco muy burdo, con grietas en su superficie y erosionado, recubre la parte superior de todas las paredes de la cámara subterránea y cambia a la profundidad de .90 m, a un acabado de estuco fino que cubre el muro desde esta profundidad hasta el desplante, en donde se une al piso que también presentó un acabado fino y pulido. El firme del piso de estuco fue aplicado sobre un relleno de Tezontle rojo molido (figura 4.37).
97
Figura 4.37 Acabado que presentaron las paredes de la cámara.
Una vez que se logró extraer todo el material de relleno, se detectó sobre el piso de estuco, una ofrenda compuesta por restos óseos, cajetes de base anular en miniatura, sonajas, algunos restos óseos humanos, dos cuentas de coral rosa, una nariguera hecha de concha y un fragmento de alabastro (figura 4.38).
(1)
(2)
Figura 4.38 Ofrenda, compuesta por objetos cerámicos y restos óseos, hallados sobre el piso de la antecámara (1) y cámara (2).
98
El conjunto óseo hallado sobre el piso de estuco, se registró como entierro No. 61, la ofrenda sobre el piso se le asigno el No. 14 (García y Vélez, 2008).
La antecámara tiene una planta de forma rectangular con las mismas dimensiones que su acceso y la profundidad total de la antecámara es de 1.60 m. Justo al centro del piso de la antecámara y frente al acceso a la cámara se detectó una depresión circular de .50 m de diámetro y .09 m de profundidad (figura 4.39).
Figura 4.39 Detalles de la depresión circular de la antecámara, que contuvo parte de la ofrenda que se recupero del piso de la cámara subterránea.
Frente a esta depresión se halló la entrada a la cámara que está formada por un dintel y dos jambas, al norte y sur respectivamente. Éstas se encuentran
estucadas
con
los
dos
tipos
de
aplanado
mencionados
anteriormente. Las jambas están conformadas por bloques de basalto recortados. El desplante se detectó a .30 m por debajo del nivel del piso y está formado por piedras de basalto careadas de mayor tamaño. El interior de la cámara es de forma rectangular, tiene el mismo acabado de estuco que la antecámara. Cabe mencionar que el revestimiento de estuco correspondiente a la pared oriente de la cámara, se logró apreciar un conjunto de manchas oscuras concentradas en los extremos del muro (figura 4.40).
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Figura 4.40 Aspecto de la pared oriente de la cámara, en la que se apreciaron sobre él, la capa de estuco fino, un conjunto de manchas de color oscuro.
El techo de la cámara, está compuesto por una sola pieza de tezontle rojo que cubre el 90 % y una laja de basalto que se ubicó en la esquina sur (figura 4.41).
Figura 4.41 Piedra de tezontle rojo, ubicada justo por encima de la cámara y que cumplió la función de servir como techo y sello de la cámara.
Los muros de la antecámara y cámara están conformados por piedras de basalto careadas en uno de sus lados y unidas con argamasa. 100
Una vez concluido el registro del espacio en el interior de la cámara subterránea, procedimos a realizar un sondeo en el interior de la cámara con el fin de recuperar alguna probable ofrenda realizada a la construcción de dicho lugar (figura 4.42).
Figuras 4.42 Aspecto del piso de estuco de la cámara antes de iniciar la exploración
El resultado de la exploración fue una caja de piedra con su tapa (figuras 4.43, 4.44 y 4.45),
hecha con material de basalto en cuyo interior se localizó una
ofrenda compuesta por dos caracoles oliva y un pendiente de forma triangular, elaborado en piedra verde, el cual tiene labrado un rostro humano, en una de sus caras. Este pendiente se halló boca abajo, sobre la parte proximal de los caracoles que presentaron una orientación este – oeste y un orificio semicircular en la cara superior de cada una de las piezas. Los objetos al interior de la cista se registraron como elemento No. 30 (García y Vélez, 2008).
101
Figura 4.43 Detalle de la ubicación de la cista, al interior de la cámara.
Figura 4.44 Aspecto de la cista, tras recuperar la tapa de piedra de tezontle y la ofrenda.
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Figura 4.45 Vista desde el exterior de la cámara, en la que se aprecian los detalles arquitectónicos y la cista, al interior de la cámara.
En el dibujo en corte hecho a la cámara subterránea, se aprecian los detalles arquitectónicos del espacio subterráneo y la ubicación de la ofrenda constructiva, por debajo del piso de estuco y al centro de la cámara (figura 4.46). La planta arquitectónica de la cámara y antecámara juntas, tienen forma de ``I´´ latina. En general, se encontró en buen estado de conservación (figura 4.47).
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Figura 4.46 Planta del acceso y corte W-E de la cámara subterránea.
Figura 4.47 Planta arquitectónica y sección de los muros de la cámara y antecámara.
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d) El patio. El patio se localiza el este del vestíbulo en un nivel inferior y de forma trapezoidal, esto debido a las diferentes orientaciones que presentan los espacios que lo delimitan como el vestíbulo y el templo (figura 4.48). Las medidas tomadas al centro del espacio son 12.60 m de largo por 10.70 m de ancho. Fue en esta área, en donde se hallaron el mayor número de objetos artefactuales que presentó el edificio, entre ellos un pectoral de piedra verde elaborado con un estilo similar al de algunos objetos de piedra verde (probablemente jadeita) relacionados con la cultura tolteca y maya (Ringle, 1998). La superficie del patio esta conformada por piedras de basalto de diferentes tamaños. También se detectaron los testigos de la banqueta o escalón que lo delimita, siendo la esquina noreste la que presentó mejor estado de conservación (figura 4.49). En este punto se halló una saliente del peñasco con la particularidad de tener una acanaladura al centro que se alinea con la cima del volcán Popocatepetl (figura 4.50).
Figuras 4.48 Perspectiva Este-Oeste del Patio, en donde se aprecia su delimitación dada por los pasillos, templo, vestíbulo y cuartos.
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Figuras 4.49 Detalles de la banqueta noreste del patio, cuenta con un buen estado de conservación, también se puede observar la acanaladura de la saliente del peñasco.
Figura 4.50 Detalle del alineamiento de la piedra acanalada, hacia el volcán Popocatépetl.
El patio presentó otras salientes del macizo rocoso como la que se ubica en la esquina noroeste y a la que se adosó la banqueta que lo delimita, de igual manera encontramos otra en la esquina sureste (figura 4.51).
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Figura 4.51 Detalle de otra de las salientes del peñasco, ubicada en la parte norte del patio.
Otro de los puntos donde se detectó este acondicionamiento fue en la elaboración del tlecuil en la parte oriente del patio y al sur de la piedra acanalada, al que se le adecuaron piedras de basalto careadas sin cementante (figura 4.52).
Figura 4. 52 Tlecuil, ubicado frente a la alfarda norte de la escalinata del templo, en la parte oriente del patio.
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El buen estado de conservación de las esquinas del patio (figura 4.53) y el escalón que lo delimita, ayudó a definir las salientes del peñasco que fueron incorporadas a la banqueta norte (figura 4.54) y al patio en la esquina noreste (figuras 4.55 y 4.56).
Figura 4.53 Detalle de la esquina suroeste.
Figura 4.54 Esquina noroeste del patio en la que se incorporó otra de las salientes del peñasco a la banqueta norte.
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Figura 4.55 Banquetas norte y poniente del patio.
Figura 4.56 Esquina noreste del patio.
e) El Templo. Al oriente del patio se halló una estructura de planta rectangular de 9.40 m de largo por 7.40 m de ancho y 1.09 m de altura (figura 4.57).
Figura 4.57 Templo, ubicado al oriente del basamento, aspecto de la fachada sur.
En cuanto a su escalinata, solo se detectaron dos escalones a nivel del arranque, dicho acceso se ubicó al centro de la fachada poniente, manteniendo una comunicación directa con el patio. La arquitectura del templo está conformada por cuatro muros en talud que contienen el relleno que le da volumen al pequeño basamento. Sobre éste, desplantó un cuarto de menores dimensiones que probablemente tuvo la función de ser el espacio sagrado y ceremonial, punto neural del edificio. De este templo, detectamos los restos de sus muros y techo que colapsó sobre lo que fueron los pasillos que lo circundaron. Del techo se recuperaron los morillos carbonizados que formaron parte de la empalizada. Los muros en talud del basamento, están formados por una cimentación de bloques de basalto mezcladas con piedras de tezontle rojo y negro, alineadas y careadas
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en su parte externa. Se encontraron unidas con arena y cal a manera de mortero, sin embargo, en algunos lugares también utilizaron lodo. Sobre estos muros fue posible hallar en contexto, restos del estucado que los recubrieron, principalmente a nivel del desplante y en las partes centrales. El estuco aplicado tiene un espesor de 0.01 m.
Este aplanado es
continuo y se une con el del piso de un pasillo que rodea al templo, dejando el desplante de los muros con forma de zoclo (figura 4.58, 4.59 y 4.60).
Figura 4.58 Aspecto de la fachada y pasillo sur del templo.
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Figura 4.59 Pasillo y muro con restos de estuco, ubicados al norte del templo.
Figura 4.60 Fachada y pasillo del templo, ubicados en el lado oriente.
El desplante de los muros, se compone por lajas rectangulares, careadas por los seis lados y fuera del punto de inclinación del talud, la longitud promedio de estas lajas es de .45 m, estas sirvieron de apoyo para cimentar los cuatro muros del pequeño basamento (figura 4.61).
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Figura 4.61 Detalle del desplante de los muros en talud, de la fachada norte del templo, en el que se aprecia la base conformada por piedras rectangulares, de igual manera se aprecian los restos de estuco en muro y piso.
Los muros en talud, norte y sur, presentan una alineación con respecto a lo que se conoce como el vientre del volcán Iztaccíhuatl, con una desviación de 109º 42´ con relación al norte geográfico, mientras que los muros oriente y poniente, presentaron una desviación de 19º 37´ con respecto al mismo punto (figura 4.62).
Figura 4.62 Templo y detalle de la fachada norte con alineación de 109º 42´.
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Un sondeo al centro del templo nos permitió conocer el tipo de relleno con el que se construyó, conformado por tierra compactada y arena, mezcladas con piedras irregulares de basalto de diferentes tamaños además de piedras de tepetate y toba arenosa (figura 4.63). En este relleno tampoco se detectó algún cementante o argamasa que uniera las piedras.
Figura 4.63 Perfil norte de la cala que se practicó al templo del basamento o sitio del Peñasco, en la que se recuperó una ofrenda compuesta por piedras verdes y un penate entre otros objetos.
Asociados al desplante de la fachada poniente, fueron hallados 19 objetos cerámicos entre jarras con restos óseos cremados en su interior, cajetes, patojos y miniaturas. También se detectaron ofrendas en la esquina poniente de la fachada norte y al centro de la fachada oriente. Estas fachadas presentaron un estado de conservación malo debido a que, como ya mencionamos, el montículo fue empleado como banco de material. El dibujo de los muros y su estado de conservación se registro y dibujo (figura 4.64) al igual que su ubicación y orientación (figura 4.65).
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Figura 4.64 Fachadas 1- Oeste, 2 - Sur, 3 - Este y 4 - Norte que conforman el templo.
Figura 4.65 Detalle de la planta arquitectónica del templo y patio. Se pueden apreciar las salientes de peñasco y las diferentes orientaciones de los muros. Los números corresponden a las fachadas de la figura anterior.
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f) Pasillos y cuartos.
El edificio presentó elementos arquitectónicos que se definieron como pasillos o andadores con un total de cuatro y tres cuartos. 1. Pasillos El primero de los pasillos rodea al vestíbulo por los cuatro lados. El segundo pasillo se localiza al norte del patio, está delimitado por la fachada norte del basamento, al sur por la banqueta del patio, al poniente por el vestíbulo y al oriente por el cuarto ubicado al norte del templo (figuras 4.66 y 4.67).
Dentro de esta área se detectó el testigo de un pilar (figura 4.68) al norte del patio, siendo detectadas las piedras careadas que indicaban las esquinas del pilar, así como su ancho y longitud.
Figura 4.66 Detalle de los pasillos 2 y 3, en este último se detectó, por debajo del piso, una jarra de la fase Azteca II, con restos óseos cremados en el interior.
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Figura 4.67 Vista de los pasillos 2 y 3, ubicados al norte del templo.
i Figura 4.68 Detalle del pilar hallado en el pasillo 2.
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El tercero es un espacio abierto que rodea al templo por tres de sus lados; norte, oriente y sur (figuras 4.69, 4.70 y 4.71).
Figura 4.69 Pasillo No. 3, que rodeó al templo, vista del lado oriente.
Figura 4.70 Pasillo No. 3 y cuarto No. 1. Lado sur del templo.
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Figura 4.71 Aspecto del pasillo No. 3, frente a la fachada norte del templo y muro que formó parte del cuarto No. 2, en su lado sur.
El cuarto pasillo se detectó al sur del patio, corresponde a un espacio angosto que delimita al cuarto No. 3. 2. Cuartos Durante la exploración del sitio, se detectaron espacios delimitados por muros, los cuales fueron llamados cuartos. El primer cuarto se ubicó al sur del templo, se compone por cinco muros y dos accesos hacia la fachada sur del templo. El segundo cuarto se ubicó al norte del templo, se trata de un cuarto angosto conformado por tres muros y originalmente dos accesos, comunicando al espacio con la parte norte del templo y con el pasillo No. 2. El tercer cuarto fue definido únicamente por el muro poniente del mismo, ya que el resto del espacio arquitectónico fue destruido por causa de un gran saqueo al sitio. Se encuentra delimitado al noreste por el patio, al noroeste por el vestíbulo y al sureste por el cuarto al sur del templo (figuras 4.72 y 4.73).
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Figura 4.72 Vista oriente de los cuartos ubicados al sur del patio.
Figura 4.73 Aspecto del cuarto No. 3.
Cabe mencionar que tanto los pasillos como los cuartos, presentaron restos de pisos estucados. En cuanto a los muros, éstos se edificaron a base de bloques y piedras de basalto de diferentes tamaños y careadas en su parte externa, alineadas y unidas con argamasa.
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CAPITULO V DESCRIPCIÓN DE LOS RESTOS ÓSEOS HUMANOS, ARTEFACTUAL Y DE LOS RESTOS FAUNISTICOS
En este apartado, exponemos los contextos arqueológicos que presentaron los entierros, elementos y ofrendas recuperados del sitio del Peñasco. La clasificación de los entierros del sitio, está basada en la tabla de Hooton (1947) con el objetivo de ubicar dentro de un rango de edad a los individuos depositados en el sitio; en este capitulo el orden de la descripción ha sido hecho en relación al numero consecutivo que se les dio a todos los entierros recuperados durante el proyecto (García y Vélez, 2008). En lo que respecta a las ofrendas y los elementos, han sido descritos tomando en cuenta el criterio de ubicación espacial con respecto al basamento. Queremos mencionar que la distinción entre los elementos y las ofrendas del sitio fue realizada por el personal del laboratorio del proyecto. Una vez realizado el estudio del sitio, nos queda claro que los objetos y restos óseos recuperados corresponden a contextos que relacionamos con ofrendas dedicadas a las deidades del agua y de los cerros, mismas que se efectuaron durante un periodo aproximado de 400 años. En otras palabras, los objetos clasificados como elementos, en realidad corresponden a ofrendas, sin embargo, la descripción de estos, se presenta respetando la clasificación original.
A. Descripción de los entierros humanos. Los restos óseos humanos hallados en el interior del sitio, se encontraron asociados a dos de los espacios arquitectónicos que presentó el basamento. También fue registrado un entierro que se halló fuera del basamento a unos 20 metros hacia el poniente del acceso al sitio.
1. En primer lugar expondremos los entierros asociados al vestíbulo; en la figura 5.1 se puede apreciar la ubicación y distribución que presentaron en relación con el acceso a la cámara subterránea.
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DISTRIBUCIÓN DE LOS ENTIERROS EN EL INTERIOR DEL VESTÍBULO
Figura 5.1 Distribución de los entierros detectados por debajo del piso estucado del vestíbulo, nótese que la disposición es al oriente y poniente de la cámara subterránea.
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Entierro No. 8 Se encontró disperso, por debajo del piso estucado del vestíbulo, en su lado oeste, un entierro indirecto, colectivo, secundario, de forma irregular y a una profundidad que va de los 0.42 m a los 0.97 m, en una matriz de tierra suelta y piedras irregulares de basalto; lo conforman alrededor de 8 individuos, dato que se obtuvo por la presencia de 8 astrágalos y 8 calcáneos izquierdos, en lo que concierne a huesos largos se cuantificaron 6 individuos y una mandíbula de adulto. Se identificaron siete cráneos, por el brote dental la edad de estos individuos está fluctuando entre los 7 y 15 años (García y otros 2009). En el mismo entierro se identificaron dos grupos de tres cráneos cada uno, un cráneo presentó exposición térmica y deformación intencional; el primer grupo de cráneos se ubicó al poniente y presentó una orientación cráneo-facial hacia el norte, mientras que el segundo grupo de cráneos, ubicados al oriente, presentó una orientación cráneo-facial hacia el poniente (figura 5.2). Al sur de este grupo se detectó un solo cráneo con una orientación cráneo-facial hacia el oriente (figura 5.3), también se recuperaron los restos carbonizados de una mazorca y probables granos de maíz, de igual forma se hallaron asociados a este entierro restos óseos de cánido y fragmentos de un brasero, así como un disco de piedra verde, dos sonajas, figurillas y un pendiente de concha. La cronología de este entierro corresponde a la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.). (García, 2004), comparte
el mismo contexto con el entierro No. 42. (figura 5.4).
Figura 5.2 Conjunto de cráneos detectados en grupos de tres.
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Figura 5.3 Detalle del único cráneo aislado.
Figura 5.4 Dibujo en planta de la disposición del entierro No. 8.
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Entierro No. 34
Este entierro fue hallado en el lado este del vestíbulo, frente al patio, por debajo del último piso de estuco, a una profundidad de 0.07 m a 0.26 m, junto a una jarra de la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2004), registrada como elemento No. 15, se trata de un entierro indirecto, individual y de tipo secundario. El material se encuentra en mal estado de conservación, no fue posible identificar su sexo y estimar su edad (García y otros 2009).
Entierro No. 35
Corresponde a los restos óseos cremados y depositados al interior de una jarra y con un cajete como tapa, asociados a la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2004), fue depositado en el lado este del vestíbulo, entre la cámara subterránea y el patio, por debajo del piso de estuco, a una profundidad de 0.06 m a 0.35 m, de forma indirecta y de tipo secundario (García y otros 2009) (figura 5.5).
Figura 5.5 Perspectiva y dibujo en planta del hallazgo de los entierros números 34 y 35.
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Entierro No. 40
El entierro se descubrió por debajo del piso de estuco del vestíbulo, en su lado oriente y a una profundidad de 0.12 m a 0.29 m, dentro de una matriz de tierra compactada mezclada con grava y piedras irregulares de basalto. Se trata de un entierro indirecto y de tipo secundario (figura 5.6). El material cerámico asociado a este entierro corresponde a la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2004), el cual fue registrado como elementos 17 y 20, se encuentra en mal estado de conservación y no fue posible identificar el sexo ni determinar la edad (García y otros 2009).
Figura 5.6 Foto del entierro No 40, en donde se aprecia la disposición de los restos óseos y la ofrenda compuesta por objetos cerámicos en miniatura.
Entierro No. 42
Hallado por debajo del piso de estuco del vestíbulo, en su lado oriente y a una profundidad de 0.35 m a 0.66 m, dentro de una matriz de tierra suelta mezclada con grava y piedras irregulares de basalto. Se trata de un entierro indirecto, colectivo y de tipo secundario (figuras 5.7 y 5.8). El material cerámico asociado a este entierro corresponde a la fase Azteca II (1200 - 1430 dC.) (García, 2004).
Esta
conformado por un grupo de cuatro cráneos con una
orientación cráneo – facial hacia el oriente (García y otros 2009).
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Figura 5.7 Grupo de tres cráneos y restos óseos registrados como entierro No. 42, detectado por debajo del piso estucado de vestíbulo en su lado oriente, junto al patio.
Figura 5.8 Dibujo en planta del entierro No. 42, en donde se aprecia la orientación cráneo facial, hacia el oriente.
Entierro No. 60
Se trata de un entierro localizado al poniente de la cámara subterránea, por debajo del piso de estuco que corresponde al acceso poniente del vestíbulo, a una profundidad de 0.60 m a 1.17 m, dentro de una matriz de tierra suelta, en realidad se trata de una ofrenda conformada por restos óseos dispersos, algunos de ellos encontrados dentro de áreas de ceniza y carbón que contenían individuos infantiles junto con restos cocidos de cánido, acompañados de figurillas, sonajas, fragmentos de brasero y cerámica. El entierro está integrado por los restos de dos adultos, un juvenil e infantiles de
126
entre 6 y 10 años, así como de uno de 3 años (García y otros 2009) (figuras 5.9 y 5.10).
Los materiales corresponden a la fase Azteca I (800 - 1200 dC.) (García
2004).
Figura 5.9 Disposición de los restos óseos del entierro No. 60.
Figura 5.10 Entierro No. 60, el cual incluyó restos óseos de infantes y cánidos.
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Entierro No. 61 Este entierro se recuperó del interior de la cámara subterránea, depositado sobre el piso de estuco a una profundidad en relación al piso del vestíbulo de 1.33 a 1.42 m, en una matriz de tierra compactada y piedras de basalto que sirvió a manera de relleno con el que se clausuró el espacio ceremonial. Estos restos óseos formaron parte de la ofrenda No. 14. Se trata de un entierro indirecto, colectivo y de tipo secundario, conformado por costillas, vértebras, húmero, cúbito, radio y huesos de las manos (figura 5.11). Tenemos la presencia de un individuo, del cual se identificó únicamente su extremidad superior izquierda, la edad que se estimó métricamente para el individuo es de entre los 6 y 7 años (García y otros 2009). La cerámica asociada corresponde a la fase Coyotlatelco (600 – 840 dC. y Azteca I 800 – 1200 dC.) (García 2004).
Figura 5.11 Dibujo en planta del piso de la cámara y antecámara en donde se aprecia la distribución de los restos óseos y los materiales cerámicos.
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Entierro No. 192
Se trata de un entierro localizado en el lado poniente del basamento, entre las escalinatas y el acceso al vestíbulo, a una profundidad de 0.53 m a 1.05 m, dentro de una matriz de tierra suelta, al igual que el entierro No. 60, en realidad se trata de una ofrenda conformada por restos óseos dispersos, algunos de ellos encontrados dentro de áreas de ceniza y carbón que contenían restos de individuos infantiles junto con restos cocidos de cánido, acompañados de figurillas, sonajas, fragmentos de brasero y cerámica. El entierro está integrado por infantes de entre los 3 y 10 años de edad (García y otros 2009) (figuras 5.12 y 5.13).
Los materiales cerámicos asociados, corresponden
a la fase Azteca I (800 - 1200 dC.) (García 2004).
Figura 5.12 Entre los restos óseos se detectaron mandíbulas de cánidos y los cráneos de al menos de 8 infantes.
Figura 5.13 Detalles de los objetos cerámicos asociados y de los restos óseos.
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2. A continuación expondremos los entierros que fueron ubicados en el interior del patio, los cuales fueron distribuidos de la siguiente manera (figura 5.14). DISTRIBUCIÓN DE LOS ENTIERROS EN EL INTERIOR DEL PATIO
Figura 5.14 Distribución de los entierros, hallados al interior del patio central del basamento.
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Entierro No. 1 Se trata de un entierro detectado sobre el empedrado del patio, de forma individual, de tipo secundario, compuesto únicamente por huesos largos (tibia, peroné y fémur) a una profundidad de .06 a .25 m, en una matriz de tierra compactada y piedras irregulares de basalto. También se recuperaron materiales cerámicos asociados de la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2008).
Los restos óseos presentaron un estado de conservación malo, por lo
que no se logró detectar sexo y edad (figura 5.15).
N Figura 5.15 Foto y dibujo en planta del entierro No. 1, detectado sobre el piso del patio, asociado a material cerámico de la fase Azteca II.
Entierro No. 193
Asociado al patio y hallado por arriba del nivel del empedrado, en su lado este, se trata de restos óseos cremados, depositados directamente sobre la tierra, a una profundidad de .62 a .70 m. Se encontraron asociadas al entierro 3 navajillas prismáticas de obsidiana, un fragmento de pizarra y el fondo de una jarra que corresponde a la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2004),
estos materiales fueron registrados como ofrenda No. 106.
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Entierro No. 194
El entierro, hallado al centro del patio y por arriba del empedrado, está conformado por restos óseos cremados, depositados al interior de una jarra con un cajete como tapa, de la fase Azteca II (1200 – 1430 dC) (García, 2004), y con una orientación hacia el Iztaccíhuatl (Oriente) (figura 5.16). La profundidad registrada de la jarra fue de 0.47 m a 0.65 m, dentro de una matriz de tierra compactada mezclada con piedras de basalto. Esta jarra fue registrada como ofrenda No. 107. Se trata de un entierro indirecto y de tipo secundario (García y otros 2009).
Figura 5.16 Jarra con un cajete a manera de tapa, que contuvo los restos óseos cremados del entierro No. 194, en la siguiente grafica se aprecia el empedrado del piso y una olla de cuello recto junto a la jarra.
Entierro No. 195 Este entierro se fue hallado sobre el nivel del empedrado del patio del basamento, conformado por restos óseos cremados, depositados al interior de una jarra con un cajete como tapa, de la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2004),
la profundidad a la que se detectó la jarra fue de 0.45 m a 0.68 m,
dentro de una matriz de tierra compactada mezclada con piedras de basalto. Esta jarra fue registrada como ofrenda No. 108. Al igual que el anterior, se trata de un entierro indirecto y de tipo secundario (García y otros 2009) (figura 5.17).
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Figura 5.17 Conjunto de ofrendas depositadas al centro del patio, entre las que se encontró la jarra con tapa que contuvo los restos óseos cremados del entierro No. 195.
Entierro No. 196
Compuesto por restos óseos cremados que fueron depositados al interior de una urna elaborada burdamente, hallada sobre el nivel del empedrado del patio, se trata de un entierro indirecto y de tipo secundario (García y otros 2009).
La urna, formó parte de una ofrenda ubicada al centro del
patio junto con un sahumador de la fase Azteca III (1430 – 1521 dC.) (García, 2004),
un cajete, malacate, moluscos, una cabeza de ave y otra de perro en
cerámica, así como un pectoral de jadeita con la imagen de un personaje ricamente ataviado y posado de pie sobre un aparente glifo como los reportados por Ringle (2005) (figuras 5.18 y 5.19). La profundidad a la que fue depositada esta urna es de 0.41 m a 0.54 m, dentro de una matriz de tierra compactada y piedras irregulares de basalto. Los objetos cerámicos fueron registrados como ofrenda No. 112.
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Figura 5.18 Urna de cerámica que formó parte de las ofrendas depositada al centro del patio, y que en su interior se encontraron los restos óseos cremados del entierro No. 196.
Figura 5.19 Dibujo en planta de la ofrenda detectada al centro del patio.
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Entierro No. 36
Hallado cremado y depositado al interior de una jarra con un cajete como tapa de la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2004), a una profundidad de 0.06 m a 0.23 m, dentro de una matriz de grava de tezontle rojo y de piedras de basalto, por debajo del piso del pasillo que limita al patio en su lado norte. La jarra fue hallada en forma horizontal y con una alineación hacia el volcán Iztaccíhuatl y cerro de Cocotitlan (Chalco) (figuras 5.20 y 5.21). Se trata de un entierro indirecto y de tipo secundario (García y otros 2009).
Figura 5.20 Detalles de la orientación hacia el cerro Cocotitlan y volcán Iztaccíhuatl, que presentó la jarra que contuvo los restos óseos cremados del entierro No. 36.
Figura 5.21 Dibujo en planta de la jarra que contuvo al entierro No. 36 y que fue hallada por debajo del piso del pasillo norte del basamento.
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Entierros No. 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29 y 30. Estos restos óseos fueron hallados cremados (García y otros 2009), en el interior de jarras y patojos depositados frente al desplante de la fachada poniente del templo, a una profundidad que va de los 0.30 m a los 0.68 m, justo por arriba del nivel del empedrado del patio central y entre el material correspondiente al velo de derrumbe de la fachada poniente del templo. Este contexto contempla individuos depositados en forma indirecta, individuales y de tipo secundario (figura 5.22). La cerámica que contuvo los restos óseos, y que fungió a manera de urna, se trata de jarras con cajetes como tapa y patojos (figuras 5.23 y 5.24) (2004)
correspondientes al conjunto cerámico reportado por García
para la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.), para el sur de la Cuenca de
México. Los entierros se detectaron de la siguiente manera: Entierro 22: Jarra registrada con el No. 10 Entierro 23: Jarra registrada con el No. 2 Entierro 24: Jarra registrada con el No. 1 Entierro 25: Jarra registrada con el No. 9 Entierro 26: Patojo registrado con el No. 13
Entierro 27: Jarra registrada con el No. 8 Entierro 28: Patojo registrado con el No. 5 Entierro 29: Jarra registrada con el No. 4 Entierro 30: Jarra registrada con el No. 3
Figura 5.22 Distribución de las jarras dentro de las que se detectaron los restos óseos cremados.
136
Figura 5.23 Objetos cerámicos que contuvieron los restos cremados depositados frente al tempo.
Figura 5.24 Jarra y patojo que contuvieron los restos cremados de los entierros No. 28 y 29, depositados frente al desplante de la fachada poniente del templo.
Entierro No. 41 Este entierro se detectó en el pozo marcado con la letra ´´S´´, realizado en el exterior del basamento, a 21 metros al poniente de la escalinata y a una profundidad de 1.32 a 1.52 m, indirecto, colectivo, de tipo secundario, probablemente formó parte de una ofrenda que además incluía un cajete trípode de paredes convergentes y una olla globular incompleta de la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García, 2004). Estas vasijas fueron registradas como ofrenda No. 13. Se trata de un grupo de tres cráneos con una orientación cráneo – facial hacia el poniente, depositados en el interior de una cavidad de roca basáltica y un relleno de arena, por debajo del cajete ya mencionado (figuras 5.25 y 5.26).
Del conjunto de huesos se identificaron, una mandíbula y
fragmentos de huesos largos. Además de tres cráneos de adultos y es
137
probable que todos sean femeninos. Presentan deformación tabular erecta, se encuentran en buen estado de conservación, ninguno de los huesos presenta algún tipo de manipulación cultural (huellas de corte o exposición térmica) (García y otros 2009).
Figuras 5.25 y 5.26 Entierro No. 41, conformado por un grupo de tres cráneos, detectado
B. Descripción de las Ofrendas. 1.
Ofrendas relacionadas espacialmente con el Vestíbulo. Depositadas bajo el piso de estuco, tenemos la presencia de objetos
cerámicos, líticos y de concha, así como restos óseos de cánido. La disposición de los materiales se detectó en relación a los restos óseos humanos hallados en una capa correspondiente al material depositado para nivelar el terreno y darle volumen al cuerpo del basamento (figura 5.27). Las ofrendas que conforman este complejo son la No. 12 y 138, así como los objetos registrados como elemento No. 15, 17 y 20.
138
DISTRIBUCIÓN DE LAS OFRENDAS EN EL INTERIOR DEL VESTÍBULO
Figura 5.27 Ubicación de las ofrendas asociadas al vestíbulo y cámara subterránea.
139
Ofrenda 12. Ubicada al poniente de la cámara subterránea, por debajo del piso de estuco, y que corresponde al acceso del vestíbulo. Los materiales diagnósticos corresponden a las aplicaciones de los braseros que pertenecen a la fase Azteca II (1200 al 1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.60 m a 1.17 m de profundidad por debajo del piso de estuco y entre el material de relleno del edificio, compuesta principalmente de aplicaciones con representaciones de águilas, elementos acuáticos y un probable atado de años, correspondientes a braseros trípodes y bicónicos (García y Vélez, 2008) (figura 5.28), éstos se hallaron dispersos y entre los restos óseos de infantes y subadultos correspondientes al entierro No. 60 (figura 5.29). Se detectaron dos sonajas antropomorfas decapitadas y expuestas al fuego de 0.14 y 0.15 m de largo, junto con una figurilla incompleta con pigmento rojo (figura 5.30) y una figurilla fragmentada con la representación de un probable cánido junto a restos óseos del mismo animal. La ofrenda también contó con la presencia de una cuenta de piedra verde en forma de disco de 0.03 m de diámetro y un pectoral de concha de 0.06 m de largo (figura 5.31). Una de las características de esta hallazgo fue que tanto los materiales óseos como cerámicos, en su mayoría, presentaron exposición al fuego, incluso al centro de la ofrenda se encontró una área en la que se depositó una gran cantidad de carbón y ceniza mezclada con restos óseos cremados. La disposición general de los elementos que componen el depósito fue dispersa y sin ninguna orientación aparente, sin embargo los cráneos de los individuos presentaron una orientación cráneo-facial hacia el poniente y oriente.
140
Figura 5.28 Aplicaciones de los braseros depositados junto con los entierros No. 60 y 192.
Figura 5.29 Braseros fragmentados junto con sonajas, figurillas, disco de piedra verde y mandíbulas de cánido.
Figura 5.30 Figurillas asociadas a la ofrenda 12, decapitadas y depositadas de manera dispersa.
141
Figura 5.31 Pectoral elaborado en material de concha depositado junto al cráneo de uno de los infantes.
Ofrenda 138 Hallada al norte de la cámara subterránea, por debajo del piso de estuco correspondiente al acceso oriente del vestíbulo, junto al escalón que limita al patio central. Los materiales diagnósticos corresponden a la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.14 m a 0.46 m de profundidad, por debajo del piso de estuco y entre el material de relleno del edificio, compuesta de restos óseos de cánido, principalmente de mandíbulas y calotas de cráneo, entre los que se hallaron dispersos, aplicaciones con representaciones de elementos acuáticos como caracoles marinos y conchas sobre aplicaciones de espirales (García y Vélez, 2008) (figura 5.32).
También se detectaron un par de puntas de proyectil,
elaboradas en obsidiana de color verde y una navajilla prismática de color gris, estos objetos presentaron huellas de uso.
142
Figura 5.32 Restos óseos de cánido detectados por debajo del piso de estuco del vestíbulo.
Elemento 15 Ubicado al oriente y junto al acceso de la cámara subterránea, por debajo del piso de estuco correspondiente al acceso oriente del vestíbulo, podemos situarlo para la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.07 m a 0.26 m de profundidad, por debajo del piso de estuco y entre el material de relleno del edificio, compuesta por una jarra y un cajete que se halló boca abajo, bloqueando el acceso al interior del contenedor, el cual resguardó los restos cremados del entierro No. 35 (figura 5.33). Esta jarra fue depositada junto a los restos del entierro No. 34 (García y Vélez, 2008). Los pozos estratigráficos realizados en este espacio arquitectónico, revelaron la presencia de 3 pisos superpuestos de estuco, sin embargo en el área de la ofrenda solo se detectó la presencia del último piso de ocupación.
143
Figura 5.33 Jarra y cajete que resguardaron los restos óseos cremados del entierro No. 34.
Elementos 17 y 20 Ubicados al oriente de la cámara subterránea, por debajo del piso de estuco correspondiente al acceso oriente del vestíbulo. Podemos situar a los elementos para la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales que conformaron una sola ofrenda, fue realizado entre los 0.12 m a 0.19 m de profundidad, por debajo del piso de estuco y entre el material de relleno del edificio, compuesta por un cajete, una figurilla femenina incompleta, una orejera calada y una sólida, tres navajillas prismáticas de obsidiana de color verde translucido (figura 5.34), un fragmento pequeño de pizarra y un sahumador miniatura al que todavía se le distingue el pigmento de color azul con el que fue decorado (figura 5.35) (García y Vélez, 2008). De la misma manera que la ofrenda anterior (elemento 15) solo se detectó la presencia del piso más reciente, sellando el contexto.
Figura 5.34 Objetos asociados a los elementos 17 y 20, depositados bajo el piso al centro del vestíbulo de la fase Azteca II.
144
Figura 5.35 Sahumador miniatura asociado al elemento 20, el cual presento restos de pigmento azul de la fase Azteca II.
2)
Ofrendas relacionadas espacialmente con el interior de la cámara
subterránea. A este conjunto, solo lo conforman la ofrenda 14 y el elemento 30, asociados al interior de la cámara subterránea. Ofrenda 14. Hallada al interior de la cámara subterránea, depositada sobre el piso de estuco correspondiente a la cámara y antecámara. Esta conformada por cajetes miniatura de base anular con decoración exterior al negativo, cajetes miniatura monócromos de paredes divergentes, cajete trípode de paredes convergente, sonajas en forma de figurillas antropomorfas, cuentas de coral, una nariguera y un fragmento de alabastro. Podemos situar a la ofenda para la fase Azteca I (800-1200 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales fue realizado sobre el piso de estuco de la cámara y antecámara subterránea, esta ofrenda se halló distribuida, junto con algunos restos óseos de un individuo subadulto (entierro No. 61) (García y Vélez, 2008). Los objetos fueron depositados en un solo nivel, contenidos por una matriz compuesta por tierra compactada y piedras de basalto, acomodadas con el fin de rellenar y clausurar la cámara subterránea. El acceso a la cámara se encontró sellado por el último piso de ocupación (figuras 5.36, 5.37 y 5.38).
145
Figura 5.36 Disposición de los objetos que conformaron la ofrenda, depositada sobre el piso de la cámara y antecámara, entre los que se hallaron un par de sonajas antropomorfas, dos cuentas cilíndricas de coral y una nariguera de concha.
Figura 5.37 Nariguera, cuentas y sonajas que formaron parte de la ofrenda No. 14 correspondiente a la fase Azteca I.
Figura 5.38 Tipo de material cerámico hallado al interior de la cámara subterránea de la fase Coyotlatelco, reutilizadas en la fase Azteca I.
146
Elemento 30 Fue detectado al interior de la cámara subterránea, depositado al centro y por debajo del piso de estuco correspondiente a la cámara. Podemos situar a la ofenda para la fase Azteca I (800-1200 dC.) y que según García es contemporánea con la fase Mazapa para el Norte de la Cuenca de México (García 2004).
El depósito de los materiales fue realizado debajo del piso de estuco de la cámara subterránea, dentro de una caja conformada por cuatro paredes de piedra de forma rectangular de basalto y una tapa cuadrada hecha en material de tezontle rojo, la base sobre la que se depositó la ofrenda, corresponde a tierra fina y compactada de color amarillo, la caja no contó con base de piedra. La tapa se encontró tras realizar un sondeo al centro de la cámara, a una profundidad de 0.06 m por debajo del piso de estuco. El contenido consistió en dos caracoles olivas de 0.07 m de lado por 0.04 m de ancho y 0.03 m de grosor, así como de un pendiente de piedra verde en forma triangular con el rostro de un individuo tallado en una de sus caras (García y Vélez, 2008). El pendiente se detectó por encima de la parte proximal de los caracoles, los cuales formaron la base para depositarlo, ya que se encontraron juntos y con una orientación hacia el poniente, el rostro del individuo labrado en el pendiente (con los ojos cerrados), se halló boca abajo. Esta pieza de piedra verde es muy semejante a los reportados por Acosta en Tula (1957), y por Ringle para Chichén Itzá (1998). (figuras 5.39, 5.40, 5.41 y 5.42).
147
Figura 5. 39 Exploración de la cámara subterránea y momento del hallazgo.
Figura 5.40 Disposición de los caracoles y el pendiente que fueron depositados bajo el piso de la cámara, en el interior de la caja de piedra.
148
Figura 5.41 Cara anterior y posterior del dije de piedra verde colocado sobre los caracoles oliva.
Figura 5.42 Caracoles que se ubicaron por debajo del dije de piedra verde, en los que se aprecia una perforación hecha sobre la cara anterior de cada uno de ellos.
3)
Ofrendas relacionadas espacialmente con el patio. Las ofrendas halladas en el espacio abierto, que denominamos patio,
representan uno de los conjuntos más interesantes del edificio (figura 5.43). La distribución y los contextos de cada una de ellas, reflejan que su depósito fue producto de ceremonias y rituales particulares para cada caso. Incluso tenemos una ofrenda fechada para la fase Azteca III que intruye en el contexto de otra ofrenda Azteca II. 149
Las ofrendas que forman este conjunto son: 106, 107, 108, 109, 110, 111, 112 y 113, así como los elementos 3, 4, 5, 6, y 12 (figura 5.43).
Figura 5.43 Plano en el que se aprecia la disposición de las ofrendas depositadas por debajo del piso del patio, guardando una aparente relación con el centro del mismo.
150
Ofrenda 106 Ubicada en la parte oriente del patio, por arriba del nivel del empedrado que funcionó a manera de piso, podemos situar a la ofenda para la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.62 a 0.70 m de profundidad, compuesta por la base de una jarra que contuvo los restos óseos cremados del entierro No. 193.,
junto con tres navajillas
prismáticas de color verde translúcido, un fragmento de pizarra y un fragmento de silex (García y Vélez, 2008). Ofrenda 107 Hallada en la parte oriente del patio, por arriba del empedrado, podemos situar a la ofenda para la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales, fue realizado entre los 0.52 a 0.69 m de profundidad, compuesta por una jarra con un cajete a manera de tapa, que contuvo los restos óseos cremados del entierro No. 194, a su lado se detectó una olla incompleta y una figurilla con pigmento azul en el rostro (García y Vélez, 2008) (figuras 5.44 y 5.45).
Figura 5.44 Disposición de los objetos pertenecientes a la ofrenda 107, depositados por arriba del empedrado del patio, en la foto se observa un detalle de dicho empedrado.
151
Figura 5.45 Objetos de cerámica que conformaron la ofrenda 107. De la jarra se recuperaron los restos óseos cremados del entierro No. 194.
Ofrenda 108 Ubicada en la parte oriente del patio, frente al tlecuil y por arriba del piso empedrado. La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004).
El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.45 m a 0.68 m de profundidad, compuesta por una jarra que contuvo los restos óseos cremados del entierro No. 195 y con un cajete a manera de tapa (García y Vélez, 2008) (figura 5.46).
Figura 5.46 Jarra y cajete que conformaron la ofrenda 108. De ella se recuperaron los restos óseos cremados del entierro No. 195.
152
Ofrenda 109 Hallada justo frente a la escalinata del templo, a unos 3.80 m de distancia, en el lado oriente del patio y por arriba del empedrado del piso (figura 5.47),
la cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.), con base
en el material cerámico asociado a la capa. (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.59 m a 0.61 m de profundidad, conformada por 9 cuentas de piedra verde y un caracol (García y Vélez, 2008).
Figura 5.47 Cuentas de piedra verde y caracol que conformaron la ofrenda 109, depositada al centro y por debajo del piso del patio.
Ofrenda 110 Depositada en la parte sur del patio y por arriba del piso empedrado. La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.), con base en el material cerámico asociado a la capa métrica (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, presentó una profundidad de 0.54 m a 0.61 m, compuesta por 16 cuentas de piedra verde, contenidas en el interior de un cajete fondo plano, paredes convergentes y de color naranja (García y Vélez, 2008).
Una de las cuentas estaba hueca y al separarse, se halló
en su interior otra más pequeña (figuras 5.48 y 5.49).
153
Figura 5.48 Cajete y cuentas de piedra verde que conformaron la ofrenda 110 y Cuentas de piedra verde entre las que se halló un par de cuentas huecas.
Figura 5.49 El cajete presentó una perforación al centro de la base.
Ofrenda 111 Ubicada en la parte poniente del patio frente a la escalinata del templo y por arriba del empedrado. La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.), con base en el material cerámico asociado a la capa métrica. (García 2004). Los materiales de esta ofrenda, fueron recuperados de entre 0.48 m a 0.63 m de profundidad, compuestos por un cajete monócromo de fondo plano fragmentado en dos partes, un cajete miniatura y dos figurillas en barro con el rostro de la deidad Tláloc (García y Vélez, 2008) (figuras 5.50 y 5.51).
154
Figura 5.50 Cajete y figurilla Tláloc que conforman la ofrenda 111.
Figura 5.51 Cajete restaurado de la ofrenda 111.
Ofrenda 112 Ubicada al centro del patio y por arriba del empedrado. Esta ofrenda comparte contexto con el elemento 3 y la ofrenda 113. La cronología corresponde a la fase Azteca III (1430-1521 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.31 m a 0.54 m de profundidad, compuesta por un cajete monócromo fondo plano y paredes convergentes fragmentado, las cabezas de dos figurillas zoomorfas (con la representación de un ave y un cánido), un malacate depositado junto a los restos de un sahumador de fondo calado fragmentado y disperso, una caja de cerámica de unos 0.30 m de largo por 0.14 m de ancho y 0.11 m de alto, que contenía los restos óseos cremados del entierro No. 196, además de un pectoral en piedra verde de0 .11 m de largo por 0.05 m de ancho y 0.05 m de grosor, el cual presenta tallado a un personaje de cuerpo completo y ataviado en una de sus caras (García y Vélez, 2008). En esta ofrenda 155
se detectaron dos niveles de deposición. Al primero lo conformaron la urna el cajete y el sahumador fragmentados, con una profundidad de 0.31 m a 0.49 m, y el segundo lo conformaron las figurillas, el malacate y el pectoral, el cual señalaba la profundidad máxima de los materiales en contexto, dentro de la matriz compuesta por tierra compactada y piedras de basalto como relleno (figuras 5.52, 5.53, 5.54 y 5.55).
Figura 5.52 Disposición de los objetos de la ofrenda 112.
Figura 5.53 Sahumador y urna, que fueron recuperados de forma fragmentada.
Figura 5.54 Cajete y pectoral de piedra verde que formaron parte de la ofrenda 112.
156
Figura 5.55 Detalle de las caras anterior y posterior del pectoral de piedra verde perteneciente a la ofrenda 112.
Ofrenda 113 Depositada al centro del patio y por arriba del piso empedrado, comparte contexto con el elemento 3 y la ofrenda 112. La cronología corresponde a la fase Azteca III (1430-1521 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.47 m a 0.72 m de profundidad, compuesta por cuatro niveles de navajillas prismáticas depositadas junto con figurillas zoomorfas y antropomorfas entre uno y otro nivel. De entre estas figurillas, destacan una rana recuperada en el último nivel de deposición, los restos de una olla Tláloc y una deidad que presenta dos protuberancias sobre la cabeza (García y Vélez, 2008). En esta ofrenda se detectaron cuatro niveles de deposición conformados por 4 capas compuestas por navajillas prismáticas mezcladas con las figurillas. Los restos de las ollas Tláloc, señalaron la profundidad máxima de los materiales en
157
contexto, dentro de la matriz compuesta por tierra compactada y piedras de basalto como relleno (figuras 5.56 y 5.57).
Figura 5.56 Navajillas prismáticas de obsidiana que conformaron la ofrenda 113.
Figura 5.57 Figurillas depositadas entre las navajillas prismáticas.
Elemento 3 Ubicado al centro del patio y por arriba del empedrado, comparte contexto con la ofrenda 112 y 113. La cronología corresponde a la fase Azteca III (143 - 1521 dC.) (Garcia 2008 y Ávila, 1998), siendo el sahumador la cerámica diagnostica de esta fase (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, se detectó entre los 0.17 m y 0.52 m de profundidad, entre el material de escombro del edificio, compuesta por navajillas prismáticas de obsidiana de color verde y gris translúcido, una figurilla femenina con la imagen de un cánido en el brazo izquierdo, una figurilla antropomorfa con tocado, dos jarras Tláloc señalando al
158
volcán Popocatépetl, dos incensarios en forma de figurillas antropomorfas, dos sahumadores incompletos y muy fragmentados, dos ollas Tláloc y cuentas de piedra verde (García y Vélez, 2008). Los restos de los sahumadores, señalaron la profundidad máxima de los materiales en contexto, igualando la profundidad a la que fueron detectados los sahumadores de la ofrenda No. 112 (figuras 5.58, 5.59, 5.60 y 5.61).
Figura 5.58 Disposición de los objetos depositados al centro del patio.
Figura 5.59 Jarras de cerámica con la representación del rostro de la deidad Tláloc, que formaron parte del elemento No. 3.
159
Figura 5.60 Incensario y figurilla femenina sosteniendo la representación de un cánido.
Figura 5.61 Ollas miniatura con la representación del rostro de la deidad de agua, Tláloc, que formaron parte del elemento No. 3.
Elemento 4 Hallado al norte del patio y por arriba del empedrado (figura 5.62). La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.49 m a 0.52 m de profundidad, compuesta por una olla Tláloc fragmentada con una orientación al norte, una cuenta de piedra verde y una punta de proyectil de silex con una orientación hacia el noreste (García y Vélez, 2008).
Figura 5.62 Olla miniatura Tláloc fragmentada, cuenta de piedra verde y punta de proyectil del elemento 4
160
Elemento 5 Ubicado en el sector noreste del patio y por arriba del piso empedrado y conformada por una sola jarra (Figura 5.63). La cronología del elemento corresponde a la fase Azteca III (1430-1521 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.30 m a 0.49 m de profundidad (García y Vélez, 2008).
Figura 5.63 Detalle de la profundidad a la que se detectaron la mayoría de los objetos depositados en el patio, entre ellos la jarra registrada como elemento No. 5 fechada para la fase Azteca II.
Elemento 6 Detectado en la parte noroeste del patio y por arriba del empedrado. Esta conformada por una olla globular con asas (figura 5.64). La cronología corresponde a la fase Azteca II (en Xico) 1200-1430 d.C. (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.39 m a 0.51 m de profundidad, entre el material de escombro del edificio (García y Vélez, 2008).
161
Figura 5.64 Olla globular recuperada en forma fragmentada.
Elemento 12 Ubicado junto al escalón que delimita al patio y por debajo del piso de estuco del pasillo ubicado al norte (figura 5.65). La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.10 m a .25 m de profundidad, por debajo del piso de estuco del pasillo norte, junto al escalón que delimita el patio, compuesta por una jarra y un cajete a manera de tapa. (García y Vélez, 2008). De su interior se recuperaron los restos óseos cremados del entierro No. 36. Esta ofrenda se halló dentro de la matriz compuesta por tierra compactada y toba de color verde mezclada con tezontle molido (relleno bajo piso).
Figura 5.65 Jarra hallada por debajo del piso del pasillo ubicado al norte del patio.
162
4)
Ofrendas relacionadas espacialmente con el templo. Las ofrendas que se asocian a este espacio ceremonial son: la 136 y los
elementos 7, 29 y 57 (figura 5.66).
Figura 5.66 Ofrendas que se detectaron asociadas al templo, entre las que destacan las jarras con entierros cremados en su interior, piedras verdes y un brasero.
Ofrenda 136 Hallada frente a la esquina noroeste del templo, por debajo del piso de estuco del pasillo norte (figura 5.67). La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.), con base en el material cerámico asociado a la capa métrica (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.43 m a .50 m de profundidad, por debajo del piso de estuco del pasillo norte, junto a la esquina del templo, compuesta por restos óseos de cánido y un caracol oliva, este contexto sellado fue hallado sobre un segundo piso
163
estucado, el cual registró una profundidad de 0.68 m por debajo del piso del pasillo (García y Vélez, 2008).
Figura 5.67 Concentración de restos óseos, en su mayoría mandíbulas de cánido que conformaron la ofrenda No. 136.
Elemento 7 Este elemento fue hallado en la parte este del patio, junto al desplante de la fachada poniente del templo y por arriba del empedrado del patio, entre el velo de derrumbe correspondiente a la fachada poniente del Templo (figuras 5.68, 5.69, 5.70, 5.71, 5.72 y 5.73 )
En el informe del proyecto (García, 2008) la ofrenda
es fechada en base al material diagnóstico hallado y que corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.) (García 2004), sin embargo tenemos la presencia de objetos cerámicos con una tradición de la fase Azteca I (800 – 1200 dC.) como son los patojos, una jarra Chalco polícromo, un sahumador miniatura y jarras en las que fueron depositados los restos óseos cremados. Esto puede estar indicando una continuidad en los tipos cerámicos de la fase Azteca I dentro de la fase Azteca II, en el sur de la Cuenca de México. El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado frente al desplante del paramento poniente del templo. Está conformada por 12 Jarras, 2 patojos, 1 sahumador miniatura, 1 ave y 3 cajetes. Marcadas con números consecutivos del 1 al 18, las jarras 1, 2, 3, 4, 8, 9, 10 y los patojos registrados con los números 5 y 13, presentaron en su interior restos óseos cremados, en algunas de ellas también detectamos la presencia de dientes de cánido. El contexto que presentó la ofrenda, sugiere un previo ritual, ya que están 164
dispuestas en línea recta paralela a la fachada poniente del templo. La matriz de tierra que contuvo el deposito estuvo conformada por tierra compactada y piedras irregulares de basalto (García y Vélez, 2008).
Figura 5.68 Contexto que presentaron las jarras y patojos hallados frente a la fachada poniente del templo, por debajo del piso del patio.
Figura 5.69 En el interior de estas jarras, se detectaron restos óseos cremados.
Figura 5.70 Olla polícroma encontrada al centro y frente a la escalinata; la jarra monócroma fue hallada en la esquina norte del mismo contexto.
165
Figura 5.71 Objetos cerámicos conocidos como patojos, de los cuales se recuperaron restos óseos cremados. Estos fueron localizados frente a la fachada poniente del templo, al sur de la escalinata.
Figura 5.72 Tipo de cajetes que fueron encontrados a manera de tapa, sobre las jarras que contenían los restos óseos.
Figura 5.73 Sahumador miniatura hallado junto a as jarras que contenían los restos óseos.
Elemento 29 Ubicado al interior del templo, en su extremo oriente. La cronología corresponde a fase Azteca II (1200-1430 dC.), con base en el material cerámico asociado a la capa métrica (García 2004).
166
El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.26 m a 0.31 m de profundidad, por debajo de la superficie del interior del templo, compuesta por un pequeño penate hecho en piedra verde con surcos sobre la piedra delimitando la forma humana y con restos de pigmento rojo (Broda, 1991: 467-468),
dos puntas de proyectil elaboradas en obsidiana de color
verde y en sílex, dos navajillas prismáticas en obsidiana de color verde y gris, dos figurillas incompletas, seis cuentas de piedra verde, un pendiente de piedra verde de forma triangular, dos ollas miniatura, dos fragmentos de piedra verde pulida, un caracol marino y una cuenta de concha (García y Vélez, 2008) (figuras 5.74 y 5.75).
Figura 5.74 Penate, caracol tipo oliva y olla miniatura, depositados al centro y por debajo del nivel del piso del templo, correspondiente al elemento 29.
Figura 5.75 Pendiente y cuentas de piedra verde, lítica y disco fragmentado de piedra verde que se encontraron formando parte del mismo contexto correspondiente al elemento 29.
Elemento 57 Hallado por debajo de piso de estuco del pasillo que se detectó en el lado oriente del templo, al centro de la fachada (figuras 5.76 y 5.77). La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200-1430 dC.), con base en el material cerámico asociado a la capa métrica (García 2004). 167
El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre los 0.35 m a 0.80 m de profundidad, por debajo del piso de estuco del pasillo que se ubica frente a la fachada oriente del templo, compuesta por un brasero biconico semicompleto con aletas y aplicaciones (García y Vélez, 2008). En esta ofrenda se detectó dentro de un espacio en forma semicircular, hecha con piedras irregulares de basalto y rellenada con una matriz de tierra compuesta por toba de color verde, piedras de basalto pequeñas y gravilla, mezclada con arena y tierra compactada.
Figura 5.76 Contexto dentro del que fue hallado el brasero semicompleto, enseguida se aprecia el brasero restaurado.
Figura 5.77 Dibujo en corte N-S y planta del elemento No. 57, detectado por debajo del piso estucado del pasillo, ubicado al oriente del templo.
168
5)
Ofrendas relacionadas espacialmente con el exterior del basamento.
Las ofrendas tienen los números 13 y 137. Ofrenda 13 Hallada en el exterior del basamento, a 21 metros al poniente de la escalinata (figura 5.78). La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200 1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre 1.18 a 1.32 m de profundidad, por debajo de la superficie del terreno, compuesta por un cajete monócromo trípode, fondo plano y el fragmento de una olla globular cuello recto, colocados de canto. El contexto que presentó la ofrenda, se encuentra asociado al depósito de un conjunto de tres cráneos con una orientación hacia el poniente (García y Vélez, 2008). En esta ofrenda se detectaron dos niveles de deposición, el primero compuesto por los materiales cerámicos, con la profundidad arriba mencionada y el segundo nivel de 1.33 a 1.52 m, dentro de una matriz compuesta por tierra compactada y piedras de basalto.
Figura 5.78 Cerámica que conformó a la ofrenda 13, depositada al poniente de las escalinatas del basamento a 21 m.
Ofrenda 137 Detectada a nivel de desplante del muro de la fachada norte del basamento (figura 5.79). La cronología corresponde a la fase Azteca II (1200 – 1430 dC.) (García 2004). El depósito de los materiales de esta ofrenda, fue realizado entre 1.10 a 1.32 m, frente al desplante del muro en talud de la fachada norte del basamento, compuesta por restos óseos de cánido, en su mayoría mandíbulas
169
y cráneos de diferentes especies, mezclados con aplicaciones de braseros de la fase Azteca I (García y Vélez, 2008).
Figura 5.79 Restos óseos de cánido, hallados justo frente al desplante del muro norte del basamento.
170
C. La cerámica del sitio El análisis del material arqueológico es parte fundamental dentro del estudio de cualquier sitio explorado, sin embargo, aun estamos en espera de los informes finales del material lítico, necesarios para poder conformar el marco que permita un alcance mayor dentro de la interpretación de los contextos que presentó el basamento, no obstante, contamos con el importante análisis cerámico del sitio, trabajo supervisado por el Dr. Raúl García (García y Vélez, 2008),
el cual exponemos en este capitulo.
El análisis del material cerámico producto de la excavación del sitio del Peñasco, se realizó con base en los trabajos de García (2004), Cobean (1990), Vaillant (1938), Griffin y Espejo (1947, 1950), Franco (1945), Franco y Peterson (1957), y
Hodge y Minc (1990).
La cerámica asociada corresponde a las fases definidas como Azteca I, Azteca II y Azteca III (Vaillant, 1938), por lo que podemos mencionar que la ocupación humana corresponde al Posclásico. También existe la presencia de cerámica característica de la región de Chalco y Texcoco contemporánea con dichas fases Aztecas (García y Vélez, 2008). Pero para poder abordar la descripción de los tipos cerámicos correspondientes al sitio en cuestión, primero haremos un pequeño comentario sobre la cronología asociada a las tres fases cerámicas. Debemos mencionar que los fechamientos derivados de trabajos realizados recientemente en la Cuenca de México y su periferia, han arrojado a la luz periodos de tiempo que son compartidos por dos o más fases cerámicas o exponen la contemporaneidad de fases cerámicas que, al inicio de estos estudios dentro de la Cuenca (siglo XX), una antecedía a la otra como es el caso de las fases Mazapa y Azteca I (García, 2004), por otro lado, con esta información se esta buscando caracterizar y dividir las fases cerámicas en base a diseños y elementos morfoestilísticos, contribuyendo a un fechamiento más acertado (Cervantes y otros, 2007). Con esto, nuevos datos han servido para corregir y ajustar aun mejor la cronología de las fases cerámicas correspondientes al Posclásico.
171
Cervantes (2007), en su trabajo titulado ´´La cerámica del Posclásico en la Cuenca de México´´, realizó un historial de los diferentes estudios vinculados con la fases Aztecas en el que señala que, las secuencias estilísticas han sido la base para la separación de los diferentes tipos cerámicos negro sobre anaranjado que componen a los complejos Aztecas I, II, III, y IV, lo que resulta un poco excluyente de los demás tipos cerámicos contemporáneos (Cervantes y otros, 2007:280).
El autor nos remite al hecho de que ante esto, los investigadores
norteamericanos prefirieron realizar una división en dos amplios periodos, al primero lo llamaron Azteca Temprano el cual contempla las fases cerámicas Azteca I y Azteca II con una cronología del 1150 – 1350 dC., considerando que ambas entidades taxonómicas serian contemporáneas; y al segundo periodo lo llamaron Azteca Tardío, contemplando las fases Azteca III, como diagnostica y la Azteca IV asociada con el fin del periodo precolombino, aun que se contempla la posibilidad de que esta cerámica se produjera antes de la conquista y continuara vigente durante el inicio del periodo colonial. (Cervantes y otros, 2007: 280).
Seguido a esto, Cervantes comenta que esta división ha sido afinada con fechamientos de radiocarbono e hidratación de obsidiana, que si bien no se ha logrado definir los limites de las diferentes fases cerámicas, si se ha podido ubicar a la fase Azteca I y cita los siglos X y XIII, señalando que los rangos según Parsons, abarcan entre 690 y 1290 dC. (Parsons, 1966: 223-225), para la cerámica Azteca II, señala que su época de florecimiento oscila entre 1200 y 1400, y que según Nichols, poseen un rango de entre 1240 y 1425 dC. (Nichols y Charlton, 1966: 237), o
bien de entre 1329 y 1398 dC. (Evans y Freter, 1996: 276); para
la fase Azteca III, los materiales se ubican entre los años 1300 y 1400 dC. hasta el siglo XVI (Nichols y Charlton, 1966: 241), o bien, según Evans y Freter, entre 1221 y 1568 dC. (Evans y Freter, 1996: 276), (Cervantes y otros, 2007: 280). Con lo antes expuesto, el autor nos muestra un panorama con rangos de tiempo diferente al de otros trabajos realizados en la Cuenca. Al respecto, García (2004), resume la cronología del centro de México derivada de los trabajos citados por él de Vaillant (1938), Franco (1945), Griffin y Espejo (1947), Armillas (1950), Parsons (1966), Rattray (1966), Sejourné (1970), Millon (1973) y Sanders y otros (1973), en ella se aprecia la cronología
172
de los periodos relacionados con las fases Coyotlatelco, Mazapa y Azteca I, II, III y IV (Tabla 5.1) (García, 2004). Años d.C.
Periodo
Fase 1
650 - 900 / 950
Epiclásico
Coyotlatelco
800 / 950 - 1150 / 1200
Posclásico Temprano
Mazapa
1150 / 1200 - 1350 / 1400
Posclásico Medio
Azteca I - Azteca II
1350 / 1400 - 1521
Posclásico Tardío
Azteca III – Azteca IV
Tabla 5.1 Resumen de la Cronología del Centro de México (García 2004; I: tabla 1).
Sumado a esto y con base en sus investigaciones dentro de toda la Cuenca de México, García (2004) propone nuevas evidencias para afinar la secuencia cronológica regional de la Cuenca, durante el posclásico Temprano y Medio. En su propuesta, los fechamientos se recorren hacia atrás y las fases cerámicas Mazapa y Azteca I son contemporáneas. A continuación presentamos la tabla cronológica derivada de los trabajos hechos por el Autor (tabla 5.2) (García, 2004). Años d.C.
Periodo
600 - 840
Epiclásico
Coyotlatelco
Posclásico Temprano
Mazapa
800 - 1050 / 1150
Fase 1
800 - 1100 / 1200
Azteca I
1200 - 1430
Posclásico Medio
Azteca II
1430 - 1521
Posclásico Tardío
Azteca III
Tabla 5.2 Cronología del Centro de México propuesta por García Chávez (García 2004; I: 5-6).
Con estas propuestas cronológicas, lo que pretendemos es crear un marco en el que nos podamos apoyar para poder ubicar temporalmente dentro del Posclásico Temprano, Medio y Tardío, los contextos que presentó el sitio del Peñasco, tomando en cuenta que los limites de las fases cerámicas aun no están bien definidas. De esta manera daremos paso a la descripción topológica del material cerámico del sitio en estudio, presentado en la tabla 5.3 (García y Vélez, 2008).
1. La palabra Epiclásico fue acuñada por Jiménez Moreno (1961), y él se refería al tiempo inmediato posterior a la destrucción de Teotihuacan. Aunque nunca tuvo una definición formal se le ha interpretado actualmente como un lapso de regionalización del poder político (García 1995), esto quiere decir que sobre la antigua área dominada por Teotihuacan surgieron varias unidades políticas autónomas como ciudades-Estado que posteriormente también fueron destruidas, desapareciendo los sistemas políticos que habían creado. Algunos de estos ejemplos incluyen los siguientes sitios que fueron las capitales de los Estados que se nombran: Tula, Teotenango, Cacaxtla, Xochicalco, El Tajín, Cantona, por nombrar a los más conocidos.
173
Tipología del material cerámico de las fases Azteca I, Azteca II y Azteca III recuperado del sitio del Peñasco en Xico. FASE
TIPO
Azteca I
115 117 118 119 120 124
Azteca II
125 128 129 130 131 132 133
Azteca III
134 135 136 137 138 139 140 141 142 143 144 145 146 148 149 150 151 152 154 155 157 158 160 161
FORMA Cajete Hemisférico Negro sobre Naranja Interior Cajete Trípode Negro sobre Naranja Cazuela (local Xico) Comal Cuenco Naranja Monocromo Molcajete Negro sobre Naranja Interior Inciso Molcajete Negro sobre Naranja Interior Sellado Brasero (local Xico) Brasero rojo pulido forma orejona Brasero saturno Cajete Blanco y Negro sobre Rojo (tex.tempr.) Cajete Café o Gris Inciso Cajete Negro sobre Rojo Cajete Negro sobre Rojo Rayas Paralelas Cajete Rojo sobre Naranja Cajete Rojo sobre Naranja Laca Cajete Trípode Chalco Policromo Cajete Trípode Negro sobre Naranja Cazuela Naranja Cazuela Negro sobre Naranja Comal Copa Negro sobre Rojo Copa Negro sobre Rojo Inciso Cuenco Naranja Monocromo Cuenco Negro sobre Naranja Jarra Molcajete Negro sobre Naranja Olla globular Plato Negro sobre Naranja Sahumador Urna (local Xico) Comal Copa Blanco o Negro sobre Rojo Jarra Molcajete Negro sobre Naranja Plato Negro sobre Naranja Sahumador calado
Capa I
1
Capa II
Capa III
Capa IV
Capa V
8 1 3 6 4
8 1 3 6 4
1
1
2 536 1 2 85 7 11 8 1 1 54 17 16 3 21
22
3 1
1
1 12 143 4 4 7 16 2 88 8 1 1 5 3 8 162
2
1 5 1
Total Tabla 5.3 Tipos y formas del material cerámico correspondiente a las fases Azteca I, II y III, proveniente de la excavación del sitio del Peñasco, Xico (García y Vélez, 2008).
174
Total
2 558 2 2 88 8 11 8 1 1 55 17 16 3 21 1 12 145 4 4 7 17 2 93 9 1 1 5 3 8 162 1290
1. Tipología. Los
conjuntos
cerámicos
detectados
en
el
sitio
del
Peñasco
corresponden con las fases Azteca I, Azteca II, Azteca III (García y Vélez, 2008). a. Fase Azteca I Los tipos y formas cerámicas correspondientes a la fase Azteca I y detectados dentro del sitio del Peñasco son los siguientes (García y Vélez, 2008) :
TIPO: 115 NOMBRE: Cajete hemisférico negro sobre naranja interior CRONOLOGÍA: Azteca I, 900-1200 d.C. REF. BIBLIOG.: Griffin y Espejo 1947:3, García 2004 FORMA: Cajete LABIO: Redondeado y plano. CUERPO: Curvo convergente FONDO: Convexo ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 5 YR 5/8 YELLOWISH RED DECORACIÓN: Pintado
Tipo cerámico 115
TIPO: 117 NOMBRE: Cajete trípode negro sobre naranja CRONOLOGÍA: Azteca I 900-1200 d.C. REF. BIBLIOG.: Griffin y Espejo 1947:3, García 2004. FORMA: Cajete LABIO: Redondeado. CUERPO: Recto divergente FONDO: Plano SOPORTES: Tres, redondeado o semicilíndrico ACABADO DE SUP. INT.: Pulido COLOR: 5 YR 6/6 REDDISH YELLOW DECORACIÓN: Pintado
Tipo cerámico 117
175
TIPO: 118 NOMBRE: Cazuela CRONOLOGÍA: Azteca I 900-1200 d. C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Cazuela LABIO: Redondeado. CUERPO: Silueta compuesta FONDO: Plano ASA: Son dos como pequeñas protuberancias. ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR DEL ACABADO DE SUP.EXT.: 5 YR 6/8 REDDISH YELLOW DECORACIÓN: Ninguna Tipo cerámico 118 TIPO: 119 NOMBRE: Comal CRONOLOGÍA: Azteca I 900-1200 d. C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Comal LABIO: Redondeado. BORDE: Redondeado. CUERPO: Recto. FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Rugoso COLOR: 7.5 4/6 STRONG BROWN. DECORACIÓN: Ninguna COMENTARIO: Los comales Azteca I son morfológicamente distintos a los de otras fases. Su borde es el más largo de todos los tipos de comales de cualquier fase, alcanzando en algunos ejemplares hasta 10 cm de largo. Tipo cerámico 119 TIPO: 120 NOMBRE: Cajete Naranja Monocromo CRONOLOGÍA: Azteca I 900-1200 d.C. REF. BIBLIOG.: FORMA: Cajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 2.5 YR 6/8 LIGHT RED DECORACIÓN: Algunos presentan una línea negra sobre el borde. COMENTARIO: El cajete monocromo es muy difícil de definir para las diferentes fase Azteca II y III. Sin embargo en el caso de Xico se pudo identificar el cajete monocromo de la fase Azteca I, el cual se caracteriza por dos elementos, el primero es que algunos presentan una línea negra sobre el borde y la segunda es que presentan un sobresaliente circular en el fondo de la vasija.
Tipo cerámico 1
176
TIPO: 124 NOMBRE: Molcajete Negro sobre Naranja Interior inciso CRONOLOGÍA: Azteca I 900-1200 d.C. REF. BIBLIOG.: Griffin y Espejo 1947:3. FORMA: Molcajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano SOPORTES: Tres, sólidos, zoomorfos, globulares ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: DECORACIÓN: Ausente. COMENTARIO: Esta se diferencia por que un molcajete en donde la muela esta representada por líneas incisas. Tipo cerámico 124 TIPO: 125 NOMBRE: Molcajete Negro sobre Naranja Interior Sellado CRONOLOGÍA: Azteca I 900-1200 d.C. REF. BIBLIOG.: Griffin y Espejo 1947:3, García 2004. FORMA: Molcajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano SOPORTES: Tres, sólidos, zoomorfos, globulares ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 2.5YR 6/8 RED DECORACIÓN: Pintado y sellado
Tipo cerámico 125
Tipo cerámico 125
Tipo cerámico 125
177
b. Fase Azteca II A continuación se presentan los tipos cerámicos de la fase Azteca II, hallados dentro del sitio del Peñasco, en Xico (García y Vélez, 2008): TIPO: 128 NOMBRE: Brasero (local Xico) CRONOLOGÍA: Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: González Rul:1988 Lam.15; Sejourné: 1970 Lam. XXXIV, García 2004 FORMA: Brasero LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Cóncavo ASAS: Una, de canasta ACABADO DE SUP. EXT.: Mate COLOR: 5YR 6/4 LIGHT REDDISH BROWN DECORACIÓN: La mayoría de los braseros de este tipo tienen una ceja que semeja los anillos del planeta Saturno, razón por la cual se les conoce con este nombre. La mayoría de los ejemplares que tenemos son sólo fragmentos por lo que no pudo reconstruirse ninguna forma completa. COMENTARIO: Este tipo cerámico no ha sido reportado en otro lugar (García y Vélez, 2008; III).
Tipo cerámico 128
178
TIPO: 129 NOMBRE: Brasero Rojo Pulido Forma Orejona CRONOLOGÍA: Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2007 FORMA: Brasero LABIO: Plano CUERPO: Curvo divergente FONDO: Cóncavo ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 5YR 6/4 LIGHT REDDISH BROWN DECORACIÓN: La decoración de estos braseros es la pintura roja pulida con grafito lo que los hace muy fáciles de distinguir de cualquier otra forma.
Tipo cerámico 129
TIPO: 130 NOMBRE: Brasero Saturno CRONOLOGÍA: Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: González Rul:1988 Lam.15; Sejourné: 1970 Lam. XXXIV, García 2004. FORMA: Brasero LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Cóncavo ASAS: Una, de canasta ACABADO DE SUP. EXT.: Mate COLOR: 5YR 6/4 LIGHT REDDISH BROWN DECORACIÓN: La mayoría de los braseros de este tipo tienen una ceja que semeja los anillos del planeta Saturno, razón por la cual se les conoce con este nombre. Tipo cerámico 130
179
TIPO: 131 NOMBRE: Cajete blanco y negro sobre rojo (Rojo Texcoco Temprano) CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Cajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo Convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 5YR 6/3 LIGTH REDDISH BROWN DECORACIÓN: Este tipo de cajetes aparecieron por primera vez durante la fase Azteca II. En otro lado (García 1996), he propuesto que este tipo de vasijas se empezaron producir cuando los tlailotlacas arribaron a la Cuenca de México. Presenta figuras geométricas y en algunas el ojo de reptil.
Tipo cerámico 131 TIPO 132 NOMBRE: Cajete café o gris inciso CRONOLOGÍA: Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: Córdoba 1995: ; Sejourné 1970, García 2004 FORMA: Cajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 7.5YR 5/2 BROWN DECORACIÓN: Sobre la pared exterior tiene incisiones precocción que pueden ser líneas quebradas u onduladas.
Tipo cerámico 132
180
TIPO: 133 NOMBRE: Cajete negro sobre rojo CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.:García 2004 FORMA: Cajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo Convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 7.5 YR 6/3 LIGTH BROWN DECORACIÓN: En otro lado (García 1996), he propuesto que este tipo de vasijas se empezaron producir cuando los tlailotlacas arribaron a la Cuenca de México. Presenta figuras pintadas.
Tipo cerámico 133
TIPO: 134 NOMBRE: Cajete Negro sobre Rojo Rayas Paralelas CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Cajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo Convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 5YR 6/3 LIGTH REDDISH BROWN DECORACIÓN: Este tipo de cajetes al igual que los del tipo anterior aparecieron por primera vez durante la fase Azteca II, su característica más importante y que las distingue del tipo anterior es la decoración de rayas paralelas verticales negras sobre el color rojo de la vasija, aunque su color interior es igual café o negro. Tipo cerámico 134
181
TIPO 135 NOMBRE: cajete rojo sobre naranja CRONOLOGÍA: Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: Parsons y otros 1982:346, Hodge y Minc 1991:71-79, García 2004 FORMA: Cajete LABIO: Redondeado. CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR.: 5 YR 5/6 YELLOWISH RED. DECORACIÓN: Pintado
Tipo cerámico 135
TIPO: 136 NOMBRE: Cajete rojo sobre naranja laca CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: Sejourné 1983:Figs. 177, García 2004 FORMA: Cajete trípode o plato LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo recto divergente FONDO: Plano SOPORTES: En los cajetes siempre tiene tres, que pueden ser huecos o sólidos. También existen algunos ejemplares sin soportes ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 7.5 YR 7/6 REDDISH YELLOW DECORACION: Tiene decoración en color rojo sobre una base naranja laca. A veces tiene también otros colores como: rojo, negro, blanco o cremoso claro, café y raramente rosa. Tipo cerámico 136
182
TIPO: 137 NOMBRE:Cajete Trípode Chalco Policromo CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: Sejourné 1983:Figs. 179180-181-184-185-186-187; Parsons y otros 1982:441-446; Hodge 1991, García 2004 FORMA: Cajete trípode o plato LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo recto divergente FONDO: Plano SOPORTES: En los cajetes siempre tiene tres, cilíndricos huecos. También existen platos sin soportes ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 7.5 YR 7/6 REDDISH YELLOW DECORACIÓN: En la mayoría de los ejemplares la decoración es policroma con los siguientes colores: rojo, negro, blanco o cremoso claro, café, todos estos sobre una base naranja laca. La decoración se distribuye sobre líneas horizontales, iniciando en el borde de las vasijas con líneas quebradas en diagonal, que son interrumpidas por cuatro elipses distribuidas equidistantemente y que tienen
en el centro una vírgula, pintada en café sobre un fondo blanco, sin embargo este diseño puede variar (ver Sejourné 1983:Fig.179).
Tipo cerámico 137
TIPO 139 NOMBRE: Cazuela Naranja CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d. C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Cazuela LABIO: Redondeado, CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano ASAS: A veces tiene dos ACABADO DE SUP. EXT.: Alisado COLOR: 5YR 7/8 REDDISH YELLOW hasta 5/2 REDDISH GRAY DECORACIÓN: Ninguna.
Tipo
183
cerámico
139
TIPO: 141 NOMBRE: Comal CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Comal LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo Convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido y rugoso COLOR: 7.5YR 3/2 DARK BROWN DECORACIÓN: Ninguna
Tipo cerámico 141 TIPO: 142 NOMBRE: Copa Negro sobre Rojo CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d. C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Copa LABIO: Redondeado CUERPO: Bicónico FONDO: Plano BASE: Anular alta ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido y pintado COLOR: Todas las copas tienen un engobe rojo sobre el que se pintaron diseños en color negro. 5YR 6/1 GRAY DECORACIÓN: Sobre la parte exterior, tiene pintadas bandas y círculos en color negro. Tipo cerámico 142 TIPO: 143 NOMBRE: Copa Negro sobre Rojo incisa CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Copa LABIO: Redondeado CUERPO: Silueta Compuesta FONDO: Convexo BASE: Anular alta ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido, pintado e inciso COLOR: Una capa de engobe rojo sobre toda la superficie exterior. 5YR 6/1 GRAY DECORACIÓN: Sobre la parte superior de la vasija tiene diseños en color negro enmarcados por incisiones (Xicalcoliuqui estilizada). Tipo cerámico 143
184
TIPO: 144 NOMBRE: Cuenco Naranja Monocromo CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Cajete LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 2.5 YR 6/8 LIGHT RED DECORACIÓN: Ninguna. El hecho de que este tipo cerámico carezca de decoración imposibilita asignarla a cualquiera de las fases donde aparece ya sean Azteca II o III. Tipo cerámico 144 TIPO 145 NOMBRE: Cuenco Negro sobre Naranja CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d. C. REF. BIBLIOG.: Sejourné 1970:Fig.92, García 2004 FORMA: Cajete de silueta compuesta LABIO: Redondeado CUERPO: Curvo convergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 5YR 5/8 YELLOWISH RED DECORACIÓN: Sobre la parte superior exterior de la vasija, tiene diseños pintados en color negro. Tipo cerámico 145
TIPO 146 NOMBRE: Jarra CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: Sejourné 1970 FORMA: Jarra con asa unida al cuello LABIO: Redondeado CUERPO: Globular FONDO: Cóncavo ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 5YR 6/8 REDDISH YELLOW DECORACIÓN: Ausente
Tipo cerámico 146
185
TIPO: 148 NOMBRE: Molcajete Negro sobre Naranja CRONOLOGÍA: Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: Parsons y otros 1982:346, Hodge y Minc 1991:71-79, García 2004 FORMA: Molcajete LABIO: Redondeado. CUERPO: Cuerpo divergente FONDO: Plano SOPORTES: Tres, cónicos sólidos muy gruesos en comparación de cualquier otro molcajete de cualquier fase. ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR.: 5 YR 5/6 YELLOWISH RED. DECORACIÓN: Pintado Tipo cerámico 148
TIPO 149 NOMBRE: Olla globular CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Olla LABIO: Biselado CUERPO: Globular FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Alisado COLOR: 5YR 6/4 LIGHT REDDISH BROWN DECORACIÓN: Ninguna.
Tipo cerámico 149
TIPO: 150 NOMBRE: Plato Negro sobre Naranja CRONOLOGÍA: Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: Griffin y Espejo 1947:3, García 2004 FORMA: Plato LABIO: Redondeado CUERPO: Casi recto divergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 5YR 6/6 REDDISH YELLOW DECORACIÓN: Sobre la pared interior, tiene diseños pintados en negro.
Tipo cerámico 150
186
TIPO: 151 NOMBRE: Sahumador CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Sahumador de sartén LABIO: Redondeado CUERPO: Mixto: Cazoleta y Mango FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Mate COLOR: 5YR 6/3 LIGHT REDDISH BROWN DECORACIÓN: Una banda de pintura roja con hematita en la orilla y base de la cazoleta. Tipo cerámico 151
TIPO: 152 NOMBRE: Urna CRONOLOGÍA: Fase Azteca II 1200-1430 d.C. REF. BIBLIOG.: FORMA: Figuras humanas huecas ACABADO DE SUP. EXT.: Mate COLOR: 5YR 6/3 LIGHT REDDISH BROWN DECORACIÓN: Algunas presenta aplicaciones al pastillaje.
Tipo cerámico 152
187
c. Fase Azteca III En cuanto a los tipos y formas, a continuación se presentan algunos de los tipos cerámicos correspondientes a la fase Azteca III, recuperados del sitio del Peñasco, en Xico (García y Vélez, 2008). TIPO: 154 NOMBRE: Comal CRONOLOGÍA: Azteca III 1430-1521 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Comal LABIO: Redondeado CUERPO: Cuerpo convergente. FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Rugoso y mate COLOR: 5YR 6/8 REDDISH YELLOW DECORACIÓN: Ninguna Tipo cerámico 154
TIPO 155 NOMBRE: Copa blanco o negro sobre rojo pulido CRONOLOGÍA: Azteca III 1430-1521 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Copa LABIO: Redondeado CUERPO: Bicónico FONDO: Cóncavo SOPORTES: Anular alto ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: Toda la vasija en su parte exterior se pintó en un tono rojo claro, a excepción del interior. DECORACIÓN: Sobre la parte exterior de las vasijas hay diseños en negro sobre la pintura roja pudiendo ser también de negro y blanco, generalmente rayas paralelas en el soporte y en la parte superior círculos concéntricos que se agrandan casi hasta el borde donde se rematan con pequeños puntos o herraduras.
TIPO: 157 NOMBRE: Jarra CRONOLOGÍA: Azteca III 1430-1521 d.C. REF. BIBLIOG.: Vega Sosa 1975:18 FORMA: Jarra con asa lateral unida al cuello LABIO: Redondeado. CUERPO: Globular alargado FONDO: Plano ASAS: Una que está unida del cuerpo al borde de la vasija. ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 2.5YR 6/8 LIGHT RED DECORACIÓN: Ninguna.
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TIPO: 158 NOMBRE: Molcajete negro sobre naranja CRONOLOGÍA: Fase Azteca III 1430-1521 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Molcajete trípode LABIO: Redondeado CUERPO: Recto divergente FONDO: Plano SOPORTE: Tres: cónicos, de almena, rectangulares. ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 2.5YR 6/8 LIGHT RED DECORACIÓN: Por lo regular son líneas paralelas al borde acompañadas de otras figura.
Tipo cerámico 158 TIPO: 160 NOMBRE: Plato negro sobre naranja CRONOLOGÍA: Fase Azteca III 1430-1521 d.C. REF. BIBLIOG.: Franco 1945, García 2004 FORMA: Plato LABIO: Redondeado CUERPO: Recto divergente FONDO: Plano ACABADO DE SUP. EXT.: Pulido COLOR: 2.5YR 6/8 LIGHT RED DECORACIÓN: Figura pintas.
Tipo cerámico 159 TIPO: 161 NOMBRE: Sahumador calado CRONOLOGÍA: Azteca III 1430-1521 d.C. REF. BIBLIOG.: García 2004 FORMA: Sahumador de sartén o cazoleta. LABIO: Redondeado. CUERPO: Curvo convergente FONDO: Cóncavo ACABADO DE SUP. EXT.: Mate COLOR: 5YR 6/6 REDDISH YELLOW DECORACIÓN: En la parte externa inferior de la cazoleta existen diseños hechos con pequeñísimas bolitas de pastillaje, estos sahumadores están calados con triángulos para facilitar la caída de las cenizas al momento en que fueron usados, siendo esta característica incorporada dentro de la decoración. Muchas veces están pintados de rojo en la parte exterior. Los fragmentos del mango tienen bandas de color blanco que son perpendiculares al eje de éste (García y Vélez, 2008; III).
Tipo cerámico 161
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Tipo cerámico 161
Esta tipología, presentada en el informe final del proyecto de Salvamento Arqueológico en el cerro La Mesa y San Martín, Xico, en el Estado de México (García y Vélez, 2008),
sugiere que el auge de la ocupación del sitio del Peñasco
ocurrió durante la fase Azteca II, ya que el porcentaje mayor de la cerámica recuperada durante la excavación corresponde con esta. Sin embargo, los materiales arqueológicos recuperados del área del vestíbulo y de la cámara subterránea, señalan que la edificación del sitio se realizó durante la fase Azteca I, esto en base a los contextos sellados que presentaron los entierros por debajo del piso de estuco del vestíbulo y las ofrendas del interior de la cámara subterránea, las cuales luego de ser depositadas, fueron cubiertas con un relleno y un piso de estuco, lo que evitó la intrusión de ofrendas posteriores u otros elementos pertenecientes a otras fases cerámicas, ajenas al contexto original. Por otro lado, la presencia de tipos cerámicos correspondientes a la fase Azteca III, nos habla de una probable reutilización del espacio, manteniendo su vigencia de lugar sagrado en el que, entre otras cosas, se realizaron ofrendas vinculadas con el culto al agua durante las fases anteriores Azteca II y Azteca I, con esto, no descartamos la posibilidad de que se efectuaran ceremonias y ofrendas relacionadas con otras culturas prehispánicas en la cima del cerro de Xico, debido a que, este culto es uno de los más antiguos dentro de la historia de los pueblos mesoamericanos. La evidencia cerámica de la fase Azteca, recuperada del lugar apoya la idea de que, el Sitio del Peñasco, construido en la cima del cerro La Mesa, en Xico, pudiera haberse visto involucrado dentro del hecho histórico narrado por
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Chimalpahín, el cual señala a un sitio en la cima del cerro de ``Xicco´´, vinculado con el culto al agua, que fue incendiado y destruido, la cita dice: Año 3-casa 1261. Los Chichimecas llegaron hasta arriba del cerro. Vinieron a calar y a observar los que allí vivían, los xochmecas [``la gente de xochitlan´´]; los quiyahuiztecas [``la gente de Quiyahuiztlan´´]; los que usaban el disfraz de jaguar, los cocolcas. Vinieron a flecharles su templo de Itlacapan [``su soberana persona´´]; después de esto tuvieron que abandonar su culto del Agua, aun cuando todavía algunos se regresaron; entonces fue cuando a todas las pertenencias del brujo de los cocolcas les prendieron fuego en el día que por esa causa lleva hasta hoy lleva el nombre de ``El día en que le ardió la cara al mono, al de 1-Caña.´´ (Chimalpahin, 1965: 155).
Queremos retomar esta cita para poder explicar lo que ocurrió con el sitio del Peñasco y los contextos cerámicos que presentó. La fecha que maneja Chimalpahín, pudiera ser la pauta para comprender el comportamiento de las ofrendas y su relación con sus fases cerámicas correspondientes. Obviamente, como ya se mencionó, el sitio tuvo que ser edificado y efectuarse el culto al agua y a los cerros con sus respectivas ofrendas, antes de esta fecha (Año 3-casa, 1261 dC.) lo que estaría apoyando la propuesta de su fundación para la fase Azteca I. Esta fecha, también retoma su valor al quedar señalada dentro del lapso de tiempo que, en la cronología cerámica propuesta para la Cuenca de México (García, 2004) se
encuentra vigente la cerámica de la fase Azteca II, y que es a la
que se asoció uno de los contextos más representativos del sitio en estudio; se trata del hallazgo de una jarra del tipo 146 de esta fase, depositada por debajo del piso de estuco del pasillo No. 2, al norte del patio del basamento (elemento 12). Esta jarra comparte el mismo tipo cerámico, con las jarras de la ofrenda depositada frente al desplante del templo, dentro del velo de derrumbe de la fachada oeste, ubicada al oriente del patio central (elemento 7). Estos hallazgos, proponen un evento muy particular. La jarra hallada en contexto sellado, sugiere que el depósito se realizó mientras el sitio se mantenía en función; el deposito de las jarras en el velo de derrumbe del la
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fachada oeste del templo, sugiere que el depósito de los objetos se realizó en un momento posterior al abandono y/o destrucción del templo. Ambas ofrendas comparten el mismo tipo de jarras, lo que nos indica que el sitio del Peñasco dejó de funcionar como edificio religioso durante la fase Azteca II. Sin embargo, el sitio conservó su carácter sagrado, lo que llevó a que se continuaran realizando ofrendas durante lo que restó de la fase Azteca II y posteriormente durante la fase Azteca III, esto ultimo reflejado en la ofrenda hallada al centro del patio, de la que se recuperaron objetos cerámicos de la fase Azteca II, compartiendo el contexto con objetos cerámicos de la fase Azteca III, como es el caso del sahumador calado del tipo 161. De esta forma, se ve reflejada la importancia del lugar, que incluso el recuerdo del sitio sagrado en la cima del cerro La Mesa en Xico, en el que se realizaba el culto al agua, perduró hasta los días en que Francisco de San Antón Muñón Chimalpahín, registró el hecho histórico de su destrucción. Cabe mencionar que el basamento, pudo haber sido abandonado alrededor del año 1261 dC.; con esto, aclaramos que no hemos tomado la cita de Chimalpahín como un fechamiento exacto, sino como un indicador en el proceso de cambios que tuvo el culto al agua en el sitio del Peñasco; esta cita es un referente dentro de los acontecimientos sociales que envolvió a la antigua isla de Xico durante la fase definida como Azteca II. En resumen, si evaluamos la cerámica y las ofrendas recuperadas del basamento, el entorno en el que esta enclavado, los contextos de destrucción que se hallaron durante su exploración y que en la cima del cerro existen un par de montículos más pero que no cuentan con las características descritas para este sitio, podemos sugerir que los hechos narrados por Chimalpahin, se ven reflejados en la estructura arquitectónica del Peñasco. Con todo esto, el sitio en estudio resulta ser un ejemplo muy valioso ya que por un lado tenemos una serie de objetos que caracterizan el culto al agua y a los cerros dentro del sur de la Cuenca de México y en particular en la Isla de Xico como es el caso de los restos óseos de canido que se describen en el siguiente apartado y por otro lado contamos con el posible templo en la cima del cerro de Xico, el cual, alrededor del año 1261 dC. fue incendiado y el culto fue prohibido (Chimalpahin, 1965: 155). 192
D. El estudio de los restos faunísticos. La importancia de los restos óseos faunisticos para nosotros radica en el hecho de que, del sitio del Peñasco se recuperaron una cantidad considerable de restos óseos de canido, los cuales se hallaron compartiendo el contexto con ofrendas y entierros que vinculamos con el culto al agua, de ahí su importancia ya que con estos descubrimientos, estaríamos confirmando la participación del animal dentro de los rituales y ceremonias dedicadas a los dioses de la lluvia como lo mencionan Sahagún (1999), Muños Camargo (1994) y Navas (s/f). El análisis de los restos óseos fáusticos fue realizado por el Dr. Raúl Valadez Azúa (2008), quien logró identificar 1912 restos de los cuales se determinaron 119 individuos. De este número de restos óseos, el 80.96% corresponden a cánidos constituidos por: perros (Canis familiaris), lobos (Canis lupus) y loberros (Canis familiaris-lupus). Los guajolotes (Meleagris gallopavo) están presentes con el 11.66%; seguido de los borregos modernos que no pertenece al contexto del sitio (Ovis aries) con 1.83%, y la fauna restante es de 5.03% (García y otros, 2008). Para el sexo, los machos ocupan el 5.33%, las hembras el 8.00% y los indeterminados el 86.66%. Las huellas tafonómicas fueron: intemperizados, con concreciones de carbonatos y raíces 56.54%, quemadas y con huellas de corte 4.86% y el 38.60% las no identificadas. En cuanto a los restos más numerosos corresponden a los cánidos y cuyo resultado del análisis fue: perros comunes 56.54%, perros de patas cortas 0.05%, perros sin pelo 0.05%, lobos 0.16%, loberros 3.35% y sin identificar el 39.85% del total de la muestra recuperada del sitio del Peñasco. Las edades más representativas de los cánidos son: adultos, seguido de los juveniles y un poco de crías. Resulta importante mencionar que los restos óseos con mayor presencia en las ofrendas asociadas al vestíbulo, patio y templo, sean las mandíbulas de cánido. En lo que respecta a las especies ofrendadas y que probablemente se relacionan con el culto a las deidades del agua y de los cerros, se lograron definir: perros comunes (64 ejemplares), lobos (3 ejemplares), loberros (26
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ejemplares), un perro de patas cortas y un perro sin pelo (Tabla 5.5, García y otros, 2008).
A continuación se muestran las reconstrucciones de tres de las razas de perro halladas en el sitio del Peñasco, esta reconstrucción la realizó el Dr. Valadez (1995), basado en los hallazgos de cánidos en Tula durante los trabajos de exploración de 1980 a 1982, frente a la propuesta, se puede observar una comparación con las representaciones que plasmó Fray Bernardino de Sahagún en el códice Florentino, a mediados del siglo XVI (figuras 5.80 – 5.83).
Figura 5.80 Reconstrucción del perro común encontrado en Tula Hgo., elaborada por Valadéz y reproducción del perro común que aparece en el códice Florentino, elaborado por Sahagún (Valadéz 1995).
Figura 5.81 Reconstrucción del perro de patas cortas, encontrado en Tula Hgo., elaborada por Valadéz y reproducción del mismo tipo de perro (llamado también Tlalchichi) que aparece en el códice Florentino (Valadéz 1995).
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Figura 5.82 Reconstrucción del perro pelón mexicano o Xoloitzcuintlis, encontrado en Tula Hgo., elaborada por Valadéz y reproducción del mismo tipo de perro (llamado también Tehui) que aparece en el códice Florentino (Valadez 1995).
Figura 5.83 Perro pelón mexicano, también llamado Tehui, que aparece en el códice Florentino (Valadez 1995).
Dentro de la gran cantidad de restos óseos de canido detectados dentro del sitio del Peñasco, llama nuestra atención las distintas especies de canis que pudieron ser identificadas, entre ellas los perros de patas cortas, los perros sin pelo, los lobos y los loberros (tabla 5.4).
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Cánidos 1200
1081
Número de restos identificados
1000
800
600 398 400
200
64 1
1
3
0 Canis sp.
Canis familiaris
Canis familiaris (patas cortas)
Canis familiaris (sin pelo)
Canis lupus
Canis familiarislupus
Taxa
Tabla 5.4 en donde se aprecia el número de restos óseos de cánidos identificados en base a la Taxa. Corresponden al frente 3 (sitio del Peñasco) del proyecto Cerro La Mesa y San Martín Xico, 2004-2006 (Tomado de García y otros, 2008).
De estos hallazgos podemos decir que los restos óseos de canido, están formando parte del contexto ceremonial y ritual del sitio del Peñasco, asociado al culto al agua y a los cerros. Están presentes en contextos donde la asociación con la deidad de la lluvia es directa como es el caso del elemento No. 3 en el que se detectaron representaciones en barro de Tláloc, a manera de jarras y ollas miniatura; también están presentes en ofrendas con elementos que las vincula con el culto al agua y a los cerros como la ofrenda No. 12, 107, 110 en las que están presentes cuentas de chalchihuites depositadas dentro de platos y jarras, así como asociados a aplicaciones de braseros con representaciones de elementos acuáticos como caracoles. En cuanto a su asociación con los entierros recuperados del sitio del Peñasco, los tenemos presentes en los entierros No. 8, 60 y 192 (García y otros, 2008),
los cuales presentaron individuos infantiles de entre 0 y 12 años de edad,
rango en el que se encontraban los niños sacrificados en los cerros dentro de
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las fiestas dedicadas en honor a Tláloc y los Tlaloques (Sahagún, 1975; Duran, 1984; Pomar, 1941, Motolinia, 1967 y Berrelleza, 1990).
En cuanto a la presencia de restos de cánido a manera de ofrenda sin una asociación directa con elementos vinculados al culto al agua y a los cerros tenemos solo dos ofrendas, la 137 que fue hallada frente al muro en talud de la fachada norte del basamento y la 138 ubicada entre el vestíbulo y el limite del patio central, al norte del entierro No. 8, ambas consistieron en una concentración de restos óseos de cánido, mezclados con restos de carbón y ceniza. El análisis realizado por el Dr. Valadéz, señala la presencia no solo del perro común sino también del perro de patas cortas, del perro pelón, además de lobos y loberros. Los restos óseos de estos animales identificados dentro de las ofrendas del sitio, nos sugieren la probabilidad de que el perro junto con la variante del lobo y el loberro, formaron parte de las ofrendas realizadas durante las fiestas prehispánicas del Posclásico, a las deidades telúricas del agua y de los cerros dentro del sitio del Peñasco, con el propósito de pedir o agradecer la presencia de las lluvias.
Al respecto contamos con algunas referencias históricas que nos hablan un poco acerca de la importancia del perro dentro de las ofrendas dedicadas a Tláloc y a los Tlaloques, un ejemplo de ello es Sahagún (1999) quien comenta en relación a las fiestas que: Durante las fiestas del mes de Tepeilhuitl, (a las imágenes de los cerros) se les ofrecían (al amanecer), comida, tamales y mazamorra o cazuela hecha de gallina o de carne de perro y luego los incensaban echando incienso en una mano de barro cocido, como cuchara grande llena de brasas (Sahagún 1999 II: 138).
De la misma manera, el uso del perro en ceremonias religiosas vinculadas con época de sequía, es mencionado por Muñoz Camargo en su historia de Tlaxcala (1994), y dice:
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Cuando había falta de aguas y hacia grande seca y no llovía, hacían grandes procesiones, y ayunos y penitencias, y sacaban en procesión gran cantidad de perros [...] sacaban en procesión y andas muy adornadas, y los llevaban a sacrificar al templo que les tenían dedicado que lo llaman Xoloteupan; y llegados ahí los sacrificaban, y les sacaban los corazones y los ofrecían al dios de las aguas [...] y después de muertos los perros, se los comían. (Muñoz, 1994).
Al respecto, Fray Francisco Navas comenta que: En Atemoztli, aunque caía en diciembre, mes en que llovía o nevaba, se le ofrecían [a Tláloc] sacrificios de perros y de victimas humanas (Navas: 175 – 176).
Con todo esto, podemos integrar al perro como parte de las ofrendas que eran dedicadas a las deidades del agua y de los cerros durante las fiestas y ceremonias correspondientes. Con ello, es muy probable que los habitantes del sitio del Peñasco, incorporaron al animal dentro de sus ofrendas a estas deidades, con el fin de ganar los favores de los dioses y poder realizar la petición por un buen temporal de igual manera, el animal también formó parte de los obsequios que ofrecieron en agradecimiento por las lluvias y las buenas cosechas en forma de sacrificio y como parte de la comida que era preparada para la ocasión.
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CAPÍTULO VI COMENTARIOS FINALES
El objetivo principal del presente trabajo fue definir la función de los diferentes espacios arquitectónicos y conocer el vínculo que existe entre éstos y las fiestas religiosas del calendario prehispánico del Posclásico Tardío dentro de la Cuenca de México, el calendario agrícola, así como relacionar los hallazgos efectuados en el sitio con el culto a las deidades del agua y los cerros. La función de los espacios se definió a partir de los contextos que presentaron cada uno de ellos en relación con las dimensiones, la circulación y orientación dentro del edificio, los objetos y los restos óseos asociados a ellos. En base a esto, hoy podemos proponer que en el sitio se desarrollaron actividades religiosas vinculadas con la petición de lluvia y observaciones astronómicas basadas en el calendario de horizonte. Del presente trabajo se obtuvieron los siguientes resultados: Los estudios realizados sobre el culto al agua y a los cerros durante la época prehispánica, señalan a los sitios en la cima de cerros y montañas como lugares vinculados con los rituales y ceremonias a Tláloc y a los Tlaloques, de esta manera se abre la posibilidad de que el sitio del Peñasco, corresponde a un espacio ceremonial dentro del que se realizaron ofrendas a las deidades telúricas relacionadas con este culto. La clasificación que hemos hecho del Sitio del Peñasco en relación a la división taxonómica descrita en el capitulo III (Broda, 1993, Rivas, 2001, Montero, 1995 y López Camacho, 2003)
es la siguiente:
Se ubica dentro de los sitios de cúspide, al estar edificado en la cima del cerro La Mesa, en Xico, sin embargo debemos mencionar que no alcanza la altura correspondiente para este tipo de sitios que es de entre los 3,500 y 4,500 msnm, ya que el Peñasco tiene una altura de 2,310 msnm.
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Es un sitio con relación astronómica al estar vinculado con la observación de eventos solares para el establecimiento de calendarios de horizonte, orientado hacia las altas montañas del Oriente y Poniente que pudieron funcionar como marcadores de eventos solares, lunares, planetarios y estelares. Es un sitio relacionado con los sacrificios dedicados a los dioses para obtener bienes colectivos y para mantener un orden cósmico. Era lugar de peregrinaciones y de celebraciones en los días festivos del calendario prehispánico. Se ubica en uno de los puntos estratégicos del paisaje al estar en la cima del cerro La Mesa, en Xico, sobre un peñasco, junto al paso natural entre los Volcanes de La Joya y la Mesa, así como cerca de una cañada. Es un sitio de la Cuenca de México, que forma parte de los que son señalados como lugares de culto dentro de las islas ubicadas al interior de los lagos, los cuales tenían características topográficas, geológicas y biológicas particulares, ubicado entre las elevaciones que oscilan entre los 2,250-2,350 msnm en los lagos de Texcoco y Chalco, y entre los 2,350-2,750 msnm, en las estribaciones occidentales de la Sierra de Guadalupe Una vez ubicado al sitio dentro de la taxonomía para los sitio en la cima de los cerros y las montañas, nos referiremos a las hipótesis planteadas al inicio de la investigación y las contrastaremos con los resultados del análisis hecho al sitio del Peñasco. La primera hipótesis menciona que las ofrendas realizadas en el Peñasco, fueron dedicadas a las deidades del agua y de los cerros, es decir, que el sitio de la cima de cerro La Mesa, en Xico, fue destinado a albergar las ceremonias realizadas por los habitantes de la antigua isla con el fin de propiciar un buen temporal así como en agradecimiento a dichas deidades por las cosechas obtenidas en el año.
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Como se mostró en el análisis arquitectónico, resulta notorio el carácter ceremonial del sitio, ya que se ubica en uno de los lugares dentro de la antigua isla que, basados en lo que proponen López Austin y López Luján (1993) podemos decir que se relaciona con una zona liminar, al reunir atributos como el ubicarse en el punto más alto del cerro, sobre un peñasco, junto a una cañada y por contar con un dominio del paisaje, además de presentar elementos asociados a observaciones astronómicas, así como al calendario de horizonte. El otro punto que caracterizó al lugar fueron las ofrendas que guardan una relación muy estrecha con las realizadas en los adoratorios sobre cerros, donde acudían a pedir lluvia y que fueron registradas históricamente (Durán, 1984, II: 137-139).
Estos atributos, se han encontrado en algunos de los sitios de alta montaña, entre ellos los denominados Tetzacualcos (Duran, 1984: 83). Con esto podemos decir que el sitio, presentó una cercana similitud en cuanto a función y contexto simbólico con los santuarios dedicados al culto a Tláloc y a los Tlaloques, pero arquitectónicamente, cuenta con particularidades que reflejan la cosmovisión de los pobladores locales y autores materiales del edificio. Dentro de las ofrendas dedicadas a Tláloc, a los cerros y a los Tlaloques, tenemos que, para el sitio del Peñasco fueron hallados objetos de cerámica, lítica, concha, coral y restos óseos humanos, que se asemejan a los reportados en las fuentes históricas (Durán, 1984 y Sahagún, 1999) así como algunas reportadas en las exploraciones arqueológicas efectuadas en Templo Mayor (López Luján, 1993 y Román 1990), Tlaltelolco (Guilliem, 1999) y en el mismo cerro de Xico (Ávila, 1996). Sahagún y Duran, señalan a estos espacios sagrados como lugares en donde se realizaban las ceremonias relacionadas con las deidades del agua y de los cerros, depositando ofrendas en su interior y por debajo del piso del patio (Durán, 1984; Sahagún, 1999). Los objetos encontrados en el sitio que nos ocupa y que guardan una relación con los que se reportan en las fuentes y exploraciones anteriores, son mayoritariamente jarras y ollas con la representación del rostro de la deidad Tláloc, una olla globular y jarras que relacionamos con la contención de líquidos, cajetes, sahumadores e incensarios empleados en los rituales, así
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como sonajas que seguramente portaron los participantes de las ceremonias, además de representaciones de vajillas en miniatura como ollas, platos, orejeras y sahumadores, una figurilla zoomorfa con la representación de una rana, cuentas de piedra verde, restos óseos de niños y de cánidos, algunos de ellos con exposición térmica y un objeto de piedra verde conocido en la literatura como penate, un pendiente de piedra verde, presumiblemente de jadeita con el rostro de un personaje, dos caracoles oliva, un pectoral de piedra verde con la figura completa de un personaje ataviado, navajillas prismáticas de obsidiana verde y gris, y aplicaciones de brasero con elementos acuáticos. Al respecto, las fuentes históricas hacen referencia acerca de los objetos e individuos que eran ofrecidos a las deidades acuáticas con el fin de propiciar la lluvia y dar gracias por los dones recibidos. Como parte de las ofrendas y del ceremonial que se realizaba en este tipo de sitios, tenemos los sacrificios de niños dedicados a Tláloc, en donde los señores y principales ofrendaban entre otras cosas ropa, comida, así como “unas escudillejas y platillos y ollillas y contizuelas´´ (Durán, 1984 I: 167), es decir vajillas en miniatura que constituían un elemento importante de las ofrendas y los sacrificios a los Tlaloques (Broda, 2001c),
cita que se vincula con los elementos 17, 20, 29 y con la ofrenda 14,
recuperadas del patio y vestíbulo del Peñasco. Los sacrificios de estos niños, eran rituales realizados en la cima de los cerros. Para Broda (1991) éstos eran el prototipo del sacrificio humano dedicado a Tláloc, que tenía la finalidad de asegurar las lluvias necesarias para la agricultura, en este ritual los niños eran identificados con los cerros de la Cuenca de México, a ellos se les concebía como la personificación de los Tepictoton o figurillas modeladas. En estas fiestas las víctimas (niños de entre seis y siete años) se sacrificaban al amanecer (Durán, 1984 I: 82-93) después del sacrificio, los niños eran cocinados y comidos en el lugar (Sahagún, 1999 II: 98-99). Como correlato fáctico de esos rituales, encontramos que en el sitio del Peñasco, se recuperaron restos óseos de infantes de menos de 1 año hasta los 12 años de edad, que fueron depositados por debajo del piso, al centro del vestíbulo de la estructura arquitectónica (entierro 60 y 192). Berrelleza (1990), en su estudio sobre la ofrenda 48 del Templo Mayor de Tenochtitlan dedicada a Tláloc y a los Tlaloques, confirma lo descrito por las fuentes históricas y lo hallado en los entierros 60 y 192 del sitio del Peñasco, el 202
autor reportar que el deposito de la ofrenda, consistió en 42 individuos infantiles con edades que fluctúan entre los 2 y 7 años de edad, corroborando lo que dicen las fuentes al señalar que los niños utilizados en el sacrificio eran de corta edad (Berrelleza, 1990: 122-123), proponiendo al mes del calendario prehispánico de Atlcahualo como fecha probable del momento de la inmolación (Berrelleza, 1990: 113),
Broda (1971) con relación a los individuos sacrificados
dentro de estas ceremonias, ha puntualizado que los niños sacrificados eran la personificación viva de los dioses; los niños representaban a los ´´dioses pequeños´´, a los Tlaloques (Broda, 1971: 273). En la ofrenda 48 del Templo Mayor de Tenochtitlan dedicada a Tláloc y a los Tlaloques, Berrelleza reporta que los materiales que compartieron el contexto son restos oseos de infantes, jarras de tezontle con la representación de la deidad Tláloc, cuentas de piedra verde, discos de turquesa, navajas de obcidiana, pigmento azul, conchas y caracoles, restos de calabaza, huesos e ave, madera y copal. Lo anterior, refleja en gran parte los materiales recuperados del sitio de Peñasco, la semejanza es clara ya que en ambos contextos esta presente el vinculo con la deidad Tláloc y los Tlaloques (Broda, 1971), con esto, la propuesta en la que señalamos al sitio del Peñasco como un lugar de culto al agua, a Tláloc y a los Tlaloques, se refuerza. Otra de las ofrendas que se relacionan con el agradecimiento por la temporada de lluvia o ``cierre del temporal´´ y las festividades en honor a los cerros, son los perros ya que eran ofrecidos en sacrificio y después comidos, dentro del ritual también se incluía el uso de cazuelas y sahumadores. En cuanto al sitio del Peñasco esta información pudo ser corroborada con el análisis de los elementos 3 y 20 y la ofrenda 112 en donde los restos de cánidos formaron parte. Es muy probable que las ofrendas de restos óseos asociadas al vestíbulo, patio, templo y basamento (Ofrendas: 12, 110, 136, 137, 138), pudieran estar relacionadas con este tipo de ceremonias y sacrificios en honor a las deidades del agua, vinculando de esta manera al animal con las peticiones y agradecimientos que se le hacían en fiestas y ceremonias en la cima de los cerros y montañas a las deidades telúricas del agua y de los cerros, dada la gran cantidad de restos óseos de cánidos encontrados, los 203
cuales proponemos fueron sacrificados y comidos como parte de un festín, para hacer peticiones de lluvia, para agradecer alguna lluvia excepcional o una buena cosecha (Marcus y Flannery, 2001: 138-139). Dentro de los referentes históricos, podemos identificar los elementos que definen el culto al agua y a los cerros, sin embargo existen elementos que no son mencionados pero que poseen un carácter ligado con este culto. Para ello nos referiremos a las exploraciones en sitios, como Tenenepanco ubicado en el Popocatépetl, en donde Charnay (1860) excavó y recuperó una serie de entierros, al parecer de infantes junto con objetos cerámicos y líticos, dentro de estos materiales, Charnay reportó platos en miniatura, vasos, cuentas de piedra verde, y figurillas en forma de animal (Charnay, 1973). En lo que se refiere a las jarras y ollas que fueron depositadas en el patio (elemento 3), éstas son similares a las reportadas por Ávila en sus excavaciones de 1996 en el cerro La Mesa, (Ávila, 1999), quien informó sobre contextos arqueológicos que se vinculan con el culto a las deidades de la lluvia ó acuáticas, en su informe señala el hallazgo de ``vasijas Tlaloc´´ y restos de figurillas con anteojeras de la fase Azteca I, localizadas en el sitio llamado Mirador con características cívico-ceremoniales del Posclásico Temprano, este hallazgo se produjo en el piso de una plaza, al centro y en las cuatro esquinas. Uno de los elementos con mayor presencia en el sitio fueron las jarras y ollas, al respecto, López Luján (1993) señala que las ollas depositadas intencionalmente de forma horizontal o recostadas, dentro de las ofrendas de Templo Mayor de Tenochtitlan, están representando ´´las ollas de los tlaloques, en una posición tal que simulan verter agua preciosa -‘’Chalchihuites’’- en el interior de cajetes´´, en este contexto las ollas son las nubes y los cajetes representan la superficie de la tierra, ofrendados como acto propiciatorio de lluvia (López Luján, 1993: 218). Esta hipótesis fue corroborada con el hallazgo del contexto en el patio del basamento, del cual recuperamos una olla globular (elemento 6) en la misma posición y un cajete con cuentas de piedra verde colocadas en su interior, a manera de gotas de lluvia o chalchihuites que son recibidas por la tierra (ofrenda 110), así como cuentas al interior de una jarra Tláloc recostada boca arriba, simbolizando una nube cargada de agua a punto de verterla sobre la matriz de tierra y fecundarla (elemento 3). Las jarras recuperadas en forma recostada, simbolizando verter agua sobre la matriz de 204
tierra, se asocian a los elementos 3, 5, 7, 12 y la ofrenda 107. También se encontraron depositadas directamente en la matriz de tierra 9 cuentas de piedra verde y un caracol (ofrenda 109). Este tipo de contexto de ollas globulares también se registró en las excavaciones hechas en Tlatelolco durante el proyecto de 1987-1996 en la ofrenda registrada con el No. 14 (Guilliem, 1999).
Durante la exploración al centro del templo, se dio el hallazgo de objetos como cuentas de piedra verde, puntas de flecha y navajillas prismáticas de obsidiana, además de una figurilla conocida en la literatura arqueológica, como penate (elemento 29). Según Broda (1991), éstos objetos eran invocados en ritos que tenían lugar en las cumbres de los cerros más importantes en peticiones de lluvia, también eran protectores de los granos de maíz, de la casa y así mismo eran tomados como señores o seres de las nubes (Broda y otros, 1991: 467-468),
lo cual indica que, al igual que Templo Mayor de Tenochtitlan
(cámara II y ofrenda No. 18), estos objetos pueden estar presentes en los lugares en donde se mantiene una comunicación con las deidades a través de ceremonias y rituales, formando parte de las ofrendas, a manera de conjuro por un buen temporal. Pero también existen elementos que resultan novedosos dentro de los contextos que presentó el sitio del Peñasco y que suponemos están dedicados a Tláloc y a los tlaloques, como son las piezas de piedra verde presumiblemente de jadeita, halladas en el interior de la cámara subterránea y al centro del patio, ya que en ambos casos, los pendientes fueron depositados dentro de contextos con objetos relacionados al culto del agua, como son caracoles oliva en el caso del pendiente hallado en el interior de la cámara subterránea, y ollas Tláloc para el caso del pendiente o placa con la representación de un personaje de pie. Por los trabajos de Ringle y otros (1998), Thompson (1992) y Proskouriakoff (1974), sabemos que este tipo de objetos, muy probablemente fueron elaborados durante el Epiclásico y el Posclásico Temprano en la región de Tula o en la región de la ciudad maya de Chichén Itzá con un estilo icnográfico que no está muy bien definido, por lo que se desconoce si estuvo ligado al culto a Quetzalcoatl, sin embargo debemos tomar muy en cuenta que los contextos que presentaron ambas piezas de piedra verde, pertenecen a la fase Azteca I (depositada en el interior de la
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cámara
subterránea)
y
Azteca
III
(depositada
al
centro
del
patio)
respectivamente. Esto, nos sugiere que, si bien las piezas de piedra verde fueron elaboradas con un fin estilístico particular, al momento de su hallazgo compartían un contexto con objetos vinculados al agua y a los cerros, sugiriendo que el significado de ambas piezas dentro del culto realizado dentro del sitio del Peñasco, es diferente al original. No descartamos la presencia del culto a Quetzalcoatl en la isla de Xico, sin embargo la sola presencia de un par de objetos de piedra verde, representa poca evidencia para poder vincular estos objetos con tal deidad dentro del sitio del Peñasco, todo parece indicar que las piezas pertenecieron a otros contextos de los cuales fueron extraídas y reutilizadas en el culto al agua y a los cerros dentro del mismo sitio. Otro de los elementos que formaron parte del estudio, fue el que los habitantes de la antigua isla de Xico, desarrollaron el culto al agua y a los cerros, apoyados en un calendario de horizonte que los guiaba a través del calendario agrícola, señalando fiestas importantes durante las temporadas de lluvia y de sequía. La ubicación del sitio del Peñasco, resulta estratégica para la observación de fenómenos naturales y adecuada para el manejo de la geografía. La relación establecida entre los elementos arquitectónicos del lugar y los volcanes, montañas, cerros, salidas y puestas del sol sobre el horizonte, lago de Chalco y puntos cardinales exponen el conocimiento y control que practicaban los constructores de este sitio, sobre el calendario agrícola y el culto a los cerros y el agua. La alineación de los muros del pequeño templo, señalan una fecha importante dentro del calendario ceremonial prehispánico de ese lugar, lo que indica que el sitio formó parte del grupo de santuarios que establecían un vínculo deliberado entre la geografía y las fiestas relacionadas con los fenómenos climáticos y agrícolas (Broda y otros, 1991, p: 474). La alineación de la que hablamos corresponde a los muros en talud de la fachada norte y sur del templo, con el punto en el horizonte donde sale el sol justo el día en que las fuentes históricas (Durán, 1984; Sahagún, 1999) señalan las ceremonias relacionadas con el cierre del temporal o el término de la cosecha del año en curso, empalmándose con las festividades asociadas con el culto a los muertos. 206
Por otro lado, existen asociaciones importantes entre el relieve del horizonte Este y las salidas del sol, capturadas desde el punto en donde se ubicó la cámara subterránea, los días más representativos dentro del calendario agrícola son señalados de la siguiente manera: 12 de febrero y 30 de octubre, en el pecho del volcán Iztaccíhuatl; 30 de abril y 13 de agosto en la cima del cerro Papayo; 22 de diciembre (solsticio de invierno) en el paso de Cortés y 21 de junio (solsticio de verano) en la falda del cerro Tláloc. Esto pone en evidencia la asociación que existe entre el sitio del Peñasco y las observaciones que fueron realizadas antes de su construcción, con el fin de poder contar con un sitio en el que se efectuara un manejo del horizonte y su asociación con el calendario agrícola, en el que se lograra una asociación entre los días más importantes y las formas particulares del relieve, señalando el cierre de un ciclo y el inicio de otro. En la última hipótesis expuesta en el capitulo II, planteamos que el sitio del Peñasco debió estar relacionado con los eventos sociales y políticos descritos por Chimalpahin, quien señala a un sitio en la cima del cerro de Xico, en donde se realizaba el culto al agua y que para el año 3 casa, (1261 dC.), fue destruido e incendiado. Hasta el momento, los datos recuperados apoyan esta hipótesis basados en los restos arquitectónicos expuestos al fuego como son los pisos de estuco que conforman el pasillo 3, que rodea al templo por tres de sus lados y los restos de morillos carbonizados recuperados sobre la superficie del piso de estuco del pasillo 3 y sobre la superficie del templo ubicado en la parte oriente del basamento así como restos de carbón sobre el piso de estuco del vestíbulo; sumado a esto, los materiales arqueológicos depositados por debajo del piso de estuco (contextos sellados de los elementos 12, 15, 17, 20 y 57) y los materiales encontrados en el velo de derrumbe del templo, y patio central de la estructura arquitectónica (ofrendas 106, 107, 108, 109, 110, y 111 y los elementos 5, 6 y 7), comparten la fase cronológica en la que ocurrieron los hechos descritos por Chimalpahin y que correspondería a la fase Azteca II. De esta manera, se refuerza la propuesta en la que el sitio de Peñasco sufrió una destrucción por medio del fuego, siendo abandono pero reutilizado dentro de la misa fase cerámica, para realizar ofrendas dedicadas al culto al agua y depositarlas al centro del patio.
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Dentro del marco de hallazgos realizados en el sitio del Peñasco, y vinculados con las ofrendas depositadas posteriormente a su abandono dentro de la fase Azteca II, tenemos una serie de individuos cremados, depositados en el interior de las jarras que conformaron el elemento No. 7, las cuales fueron detectadas y por arriba del piso del patio entre el velo de derrumbe de la fachada poniente del templo, además de los entierros No. 195 y 195 depositados sobre el nivel del empedrado del patio, lo que nos llevó a considerar que el sitio, por haber sido edificado sobre una zona liminar, debió ser considerado como un lugar idóneo en el enterramiento de personajes importantes de la isla de Xico y probablemente de la región. Debemos de tomar en cuenta que además del culto que vinculó a los cerros con el de la petición de lluvia, existió el culto a los cerros como generadores de vida, como lugares de culto a los muertos que regresaban al seno de la tierra y a los ancestros progenitores de los pueblos (Broda, 2001c). Los individuos cremados, recuperados del interior de jarras depositadas frente al templo, en el patio y vestíbulo, indican un tipo de enterramiento particular de personas dignatarias o con alto prestigio (Núñez, 2006, p: 117). La importancia que alcanzó el sitio del Peñasco es evidente ya que funcionó como un lugar particular dentro de la geografía de la región, para depositar individuos cremados y entierros secundarios, ollas y jarras modeladas con el rostro de la deidad Tláloc y ofrendas con cerámica asociada a las fases Azteca II y Azteca III. Al remitirnos a lo que dicen las fuentes históricas, encontramos que señalan a miembros destacados de la nobleza o dignatarios de alto prestigio, guerreros muertos en manos enemigas y mercaderes muertos durante una misión
comercial, como merecedores de
los
rituales funerarios que
contemplaban para el tratamiento del cuerpo, el uso del fuego (Núñez,2006, p: 71). Para López Luján (1993), el motivo por el cual, los individuos eran cremados tenía el objeto de que su teyolia alcanzara el Tonátiuh ilhuícac o el Mictlan. Con respecto al lugar de inhumación comenta que el ser depositados en la parte poniente o con orientación hacia el crepúsculo, era con el fin de vincular directamente a los muertos con el culto al sol y a Huitzilopochtli (López Luján, 1993: 235).
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Cabe mencionar que dentro de los contextos hallados en el sitio del Peñasco, no se encontró objeto alguno que sugiriera la presencia del culto a Huitzilopochtli. En cuanto a la importancia de los individuos cremados, Luján comenta que los restos incinerados de los depósitos del Templo Mayor de Tenochtitlan pertenecen a individuos que ocupaban la cima de la pirámide social y solo ellos tenían el privilegio de ser enterrados dentro o a los pies del templo principal (López Luján, 1993: 235).
Un contexto similar fue encontrado en el sitio del Peñasco al ser recuperados objetos de cerámica en forma de jarras, patojos y una urna conteniendo los restos óseos de individuos cremados. Los entierros que, en este sentido estarían asociados a individuos de un alto nivel social, serían en primer lugar los entierros depositados frente al desplante de la fachada oeste del templo principal en el que se resguardaba la imagen de la deidad o dios tutelar del sitio del Peñasco. En consecuencia los individuos depositados en otras áreas del basamento, podrían corresponder a personajes de un nivel social menor pero, que contaron con un vínculo que los ligó a los miembros de las familias de los nobles. En conclusión, por los datos obtenidos hasta el momento es evidente el estrecho vínculo entre la arquitectura, los contextos artefactuales y humanos con el culto a las deidades del agua y de los cerros, desarrollado por los habitantes de la isla de Xico durante el Posclásico Temprano, Medio y Tardío. Este lugar funcionó como espacio sagrado en el que se plasmaron expresiones locales dentro de un culto oficial, sin dejar de reflejar su carácter agrícola. Fue un sitio apto para realizar observaciones de la naturaleza, con el propósito de regular los ciclos climáticos con los ceremoniales agrícolas. Comparte características con las atribuidas a los sitios llamados Tetzacualcos, además de contar con la particularidad de una cámara subterránea a manera de cueva o acceso al inframundo, en la que se desarrollaron algunos de los rituales. La información aquí presentada refleja una expresión local del culto al agua, asociada con un espacio ceremonial que comparte atributos con otros espacios ubicados en la cima de cerros y montañas dentro de la Cuenca de México.
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