TEMA 1. EL SABER FILOSÓFICO El camino del filósofo: asombro, búsqueda y explicación racional El filósofo es un tipo inteligente pues capta, relaciona y forma ideas mientras vive. La
actitud filosófica consiste en “vivir despierto”, en un constante inconformismo que nos lleva a plantear preguntas. Quien tiene actitud filosófica no se habitúa al mundo porque, ese ámbito en el que desarrolla su vida, le produce una extrañeza tal, que buscar explicaciones y respuestas se convierte en la tarea de una vida. El ser humano tiene un deseo irreprimible de saber. El mundo, las cosas y las personas se presentan y no pasan desapercibidas. Despiertan la curiosidad, la admiración, la extrañeza. extrañeza. Y de esta contemplación se pasa a un movimiento real de búsqueda de respuestas. El ser humano
necesita pensar porque experimenta su vida como un “caos” en el que se pierde. La filosofía aparece allí donde se pretenden desentrañar los secretos del universo, descubriendo su verdad, y allí donde se quiere aprender a organizar la vida social y política de una forma tan inteligente como para lograr vivir bien, ser felices. Se trata, entonces, de aplicar la inteligencia al caos. El saber filosófico procede, sobre todo, de la razón, porque es la facultad capaz de unificar lo múltiple y diverso, capaz de abrirnos a la unidad y la universalidad de lo real frente al mundo sensible de lo diverso. Yendo más allá del mundo de los sentidos, la razón se abre a la auténtica realidad. La filosofía se caracteriza por ser un amor a la sabiduría ( φίλος-σοφία), una aspiración al saber motivada por la admiración, su punto de partida es la conciencia de nuestra ignorancia: sólo quien se percata de que no sabe puede sentir el deseo de saber. Por tanto, el filósofo será un intermedio entre el sabio y el ignorante.
El origen de la filosofía: el paso del mito al logos En el s. VI a.C. encontremos en Grecia unos pensadores que intentan por primera vez dar explicaciones del mundo y de la naturaleza sin hacer uso de los mitos. Este se da gracias al intercambio comercial, a la libertad de pensamiento y a que no existen dogmas religiosos. Es aquí cuando comienza el saber filosófico. La Filosofía surge cuando el mito empezó a ser insuficiente de cara a explicar de una forma lógica, y no imaginativa, la realidad. Esto ha venido
a llamarse el “paso del mito al logos”. Los mitos son un conjunto narraciones o creencias tradicionales de los poetas, especialmente Homero y Hesíodo, basadas en la imaginación o fantasía acerca del mundo, los hombres y los dioses. En el mito se procede a una personificación o divinización de las fuerzas de la naturaleza, lo que supone arbitrariedad de la voluntad divina y, con ello, de los fenómenos que pretende explicar. Los dioses poseen un comportamiento caprichoso o azaroso: se desarrollan ritos para mantenerlos contentos, y técnicas adivinatorias-mágicas para conocer el futuro o manipular el curso de los acontecimientos. Además, los mitos son acríticos (no se cuestionan) e infundados (no se justifican). Las explicaciones filosóficas, al contrario, son explicaciones basadas en la reflexión y la razón, que tratan de convencer contrastando argumentos coherentes, con ellas se buscan las causas de los fenómenos en la misma naturaleza ( φύσις). La filosofía, por tanto, adquiere un 1
carácter profano, la reflexión filosófica se pregunta por lo sagrado para explicarlo y no para reverenciarlo. Su objetivo es el de buscar la regularidad o el orden de la naturaleza. Otro hecho importante es que lo racional siempre puede ser sometido a crítica desde la misma razón.
Los presocráticos Las escuelas jónicas
Tales de Mileto (640-548/45 a.C.): conocido por su relación con las matemáticas (teorema de Tales), se dice de él que era muy despistado (cayó en un pozo mientras observaba las estrellas), pero gracias a sus observaciones del cielo predijo un eclipse y también se hizo muy rico pues averiguaba cuando iba a haber épocas de buenas cosechas. Propone como arché (ἀρχή) o principio constitutivo de la esencia del cosmos el agua. Del agua, dice Tales, surgió todo, de lo húmedo vino a engendrarse todo, y todo, en última instancia es agua.
Anaximandro de Mileto (610-546 a.C.): fue discípulo de Tales. Para él el arché no es algo determinado o concreto como el agua, sino un principio de naturaleza indefinida del cual surge todo, esto es lo que él denominó ápeiron ( ἄπειρον), lo indefinido. Además también cree en la existencia de una ley inmanente en la naturaleza, de eterna justicia y retribución ( ἀλλήλοις): la existencia de algo se debe a la inexistencia de otra cosa.
Anaxímenes de Mileto (585-528/24 a.C.): se cree discípulo de Anaximandro, Afirmaba que el arché de todo es el aire y que de él proviene todo. El aire es la sustancia originaria y la forma básica de la materia.
Heráclito de Éfeso (504/01 a. C.): en su pensamiento destaca su “teoría del perpetuo fluir de las cosas” (todo pasa y nada permanece, como ocurre con las aguas de un río, nadie puede entrar dos veces en las mismas aguas). Todo cambia, pero este devenir no es irracional o caótico, sino que se realiza de acuerdo a ciertas leyes o logos y proporciones. Para Heráclito el arché de lo real es el fuego, un dios eterno concretado en el Sol, de él emana todo. Lo que se concibe como estable y armónico no es el resultado de ninguna concordancia armónica, sino de
la lucha incesante de fuerzas contrarias. De este enfrentamiento (πόλεμος) surgen las cosas. La lucha de contrarios es la ley que rige el universo y que hace posible la armonía que lo caracteriza. En Heráclito ya se observa una sistematización del filosofar pues aborda aspectos cosmológicos, antropológicos, teológicos, todos ellos con relación a un elemento común, el fuego o logos cósmico.
Las escuelas itálicas
Pitágoras de Samos (580-497/6 a. C.): los pitagóricos estudias el cosmos para sintonizar con sus leyes. Afirman que la totalidad del cielo es armonía y número. Estos, que derivan de lo par e impar, son medidas de orden y de explicación. Ellos 2
creían que todos los seres del universo podían formularse matemáticamente, por tanto, es evidente que consideraran a los números arché de todo.
Parménides de Elea (470 a.C.): consideraba que el mundo es inmóvil, siempre idéntico, Los sentidos nos proporcionan información sobre lo que nos rodea pero estos no han de ser reales. La esencia de los seres no depende de los rasgos proporcionados por los sentidos, sino que se encuentra más allá. Esta esencia es la que Parménides determino ser , que se caracteriza por ser eterno e inmutable.
Escuelas postparmenídeas: intenta resolver los problemas que Parménides no puso solucionar.
Empédocles de Acragas (492-432 a.C.): Para explicar el devenir formula su teoría de las cuatros raíces o elementos: fuego (sol), agua (mar), tierra y aire (cielo). Estas
raíces se relacionan según dos fuerzas universales: la discordia (νε ῖκος) que separa los elementos y el amor (φιλία) que los une.
Anaxágoras de Clazómenes (500-428 a.C.): afirma que nada nace ni muere, sino que cada cosa se compone de elementos ya existentes. Todas las cosas se originan por una infinidad de partículas invisibles llamadas semillas (conocidas por el nombre dado por Aristóteles: homeomerías). El conjunto de estas es cuantitativamente siempre el mismo, pero permite la aparición cualitativa de diversos entes por la combinación de esas semillas. Se encuentran en todos los cuerpos, la individualización depende del predominio de unas h omeomerías sobre otras. El encargado de la separación de las semillas del indefinido original es el Noús (la inteligencia). Este principio mecánico que se halla fuera del todo, fue
quien ordenó el caos y es por tanto artífice del cosmos. Sus dos tesis principales son: que la materia es divisible infinitamente y que la pluralidad de la realidad deviene de una pluralidad de semillas infinitas ya existentes ab initio.
Leucipo de Mileto/Abdera (420 a.C.) y Demócrito de Abdera (470/460 a.C.): intentan solucionar el problema de Parménides
ante la generación de una
pluralidad de seres desde una unidad originaria. Ellos sostienen que existe una pluralidad originaria en el ser. Su ontología habla de dos elementos fundamentales: el ser (conjuntos innumerables de átomos indivisibles) y el vacío o no-ser . Todo está compuesto de estos dos elementos, a través de la adición o
separación de átomos, por tanto las cosas difieren en la composición formal, pero no en su sustancia. Ellos decías que los átomos se diferenciaban por su forma orden y posición. Con los átomos y el vacío solo es necesario explicar el principio motriz que genera los choques de átomos y sus combinaciones. Demócrito opinó que todo se mueve por necesidad debido al azar. En tal caso el movimiento parece ser eterno, pues nadie lo creó y nadie lo dirige.
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Las grandes preguntas de la filosofía Kant decía que la gran pregunta de la filosofía era: ¿qué es el ser humano? Esta pregunta sintetizaba otras tres: ¿qué puedo hacer?, ¿qué debo hacer?, y ¿qué me cabe esperar? La gnoseología o metafísica del conocimiento se centra en resolver el primer interrogante, para resolver la segunda cuestión utilizaremos la ética. La teología intentará dar respuesta a la tercera. Respondiendo a estos interrogantes podemos conocernos a nosotros mismos, a las personas y reflexionar sobre nuestra capacidad de influir en la naturaleza aun estando sometido a las mismas leyes naturales que el resto de los cuerpos físicos, y por ello crea una segunda naturaleza, la cultura.
La clasificación de las disciplinas filosóficas Aristóteles ya recordaba que los platónicos distinguían tres tipos de proposiciones y de problemas: éticos, físicos y dialécticos (o lógicos). Esta tripartición reaparecerá más tarde en las clasificaciones estoicas y epicúreas del saber. Aristóteles, no obstante, lleva cabo otra, según la cual distingue entre filosofía teórica (teología, matemáticas y física), práctica (ética y política) y poética (la que se ocupa de la producción, fabricación, poiesis, en particular de las obras de arte).
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