Pierre Teilhard de Chardin
Escritos esenciales In In tro tr o d u cc ión ió n y e d ició ic ión n de Ursula King
Editorial SAL TERRAE Santander
Colección «EL POZO DE SIQUEM»
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Título del original en inglés: Pier P ierre re Teilhard Teilh ard de Chardin. Chardin . Writings Selected with an Introduction by Ursula King © 1999 by Orbis Books, Maryknoll, New York Traducción de los textos originales no publicados previamente en castellano: Mar M aría ía d el Carm Ca rmen en Blan Bl anco co More Mo reno no Ramón Ram ón Alfo A lfons nsoo D iez ie z Ara A ragó gón n © 2001 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201 E-mail: salterrae@ salterrae@ salterrae.es www.salterrae.es Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1423-7 Depósito Legal: BI-2446-01 Fotocomposición: Sal Terra Terraee - Santander Impresión y encuademación: Graf Gr afo, o, S.A. - Bilbao
índice
Fuentes Autoriz Aut orizaci acione oness
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Intro In trodu ducc cción ión:: El E l corazó cor azón n de la espi es piri ritu tual alid idad ad de d e Teilhar Teil hardd de Chardin Cha rdin . 11 1. Descubrir lo divino e n la s prof profun undi dida dade dess d e la m ater aterii a ardi ar dient entee . . . . 31 Una particular manera de verlo todo ............................... 34 Sentido Sentido cósmico cósmico - Un sentido sentido de de plen ple n itud itu d ..................... 36 Despertar a la vida cósmica 40 Descubrimiento de la evolución .......................... ...................................... ................ ....45 La potencia espiritual de la materia 48 Comunión con la Tie Tierr rra, a, la gra gran n M ad re 52 Inmers Inmersos os en la la acción cre cread ador oraa de de D i o s 57 .............................................
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2» Vivir en el Medio Divino ..................... 62 El ser humano dentro del Universo . . . . . . . . . . 66 Unión creado creadora: ra: de de lo lo Múltip Múltiple le al al O m e g a .........................69 La importancia impo rtancia fundamental fundam ental del fenómeno fenóm eno humano huma no . . 74 El medio divino y sus atributos 78 La divinización de las actividades 84 La divinización de las pas i vi dades . . . . . . . . . . . 86 La Misa sobre el Mundo 91 ..............................
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3. Cristo Cristo en todas todas las las c o s a s Cristo como Elemento Universal Atributos Atributos del Cristo Cri sto-Un -Unive iversa rsal.l.
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ESCRITOS ESENCIALES
Super-Cristo y Cristo-Omega 1066 10 Corazón de Cristo - Centr entroo unive universa rsall de ener energía gía y fu e g o 113 Visión de Cristo en el Universo ........................................ 11 1177 La omnipresencia de Dios revelada a través de la persona de Jesús 1222 12 Oraciones al Cristo cada vez más grande 1255 12 El Universo Universo cris cr istif tific icad adoo . . 13 1300 • Comun omunió ión n univer universa sall 1333 13 .........................................
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4. El despertar y el crecimiento del Espíritu en el mundo La llamada del Espíritu dentro de las aspiraciones humanas Alimentar Alimentar el gusto gusto por la Vida dentro dentro de la human humanidad. idad. Dios, centro espiritual y personal de la evolución cósmica El papel de las religiones dentro del desarrollo del mundo El poder transformador de la fe cristiana Transfo Transform rmar ar el sufrimiento sufrimiento en energía energí a esp es pirit ir itua ual.l. . . . Encontrar la felicidad estando centrado Las energías del amor y la atracción sexual El amor y la unión, elementos centrales del cristianismo
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Apé A pénd ndic ice: e: E l co coraz razón ón de la f e de Teilha Tei lhard rd de Chardi Cha rdin, n, 1899 18 cuestionado y reafirmado La religión de mañana: despertar del Espíritu y visión de Cristo 191 El triple sueño del amor: unión con Dios a través de de la la comunión comu nión con lo lo real . 195 ..................................................
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Fuentes
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CC:
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Au A u t o r iz a c i o n e s
La Editorial Sal Terrae manifiesta su agradecimiento a las edi toriales que han concedido su autorización para reproducir selecciones del siguiente material protegido por los derechos de autor: UActivation de VÉnergie: Copyright © 1963 by Éditions du Seuil, Paris. Copyright de la traducción castellana © 1965 by Taurus Edicio Edi ciones nes,, Madrid Ma drid;; trad. de Julio Juli o Cerón. Science et Christ: Copyright © 1965 by Éditions du Seuil, Paris. Copyright de la traducción castellana © 1968 by Taurus Ediciones, Madrid; trad. de Julio Cerón. Le Coeur Co eur de la Matiére: Mati ére: Copyright © 1976 by Éditions du Seuil, Paris. j e crois: Copyright © 1969 by Éditions du Seuil, Comment je Paris. Copyright de la traducción castellana © 1970 by Taurus Ediciones, Madrid; trad. de Francisco Pérez Gutiérrez.
Les Direction Dire ctionss de Vavenir: Copyright © 1973 by Éditions du Seuil, Paris. Copyright de la traducción castellana © 1974 by Taurus Ediciones, Madrid; trad. de Francisco Pérez Gutiérrez. VÉnergie humaine: Copyright © 1962 by Éditions du Seuil, Paris. Copyright de la traducción castellana © 1963 by Taurus Ediciones, Madrid; trad. de Enrique Boada.
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ESCRITOS ESENCIALES
Écr Écrit itss du tem temps de la guer guerre re (191 (19166-19 1919 19): ): Copyright © 1965
by Bernard Grasset Éditeur, Paris. Copyright de la traduc ción castellana © 1967 by Taurus Ediciones, Madrid; trad. de Francisco Pérez Gutiérrez.
Le Le Phénoméne humairt: Copyright © 1955 by Éditions du Seuil, Paris. Copyright de la traducción castellana © 1965 by Taurus Ediciones, Madrid; trad. de M. Crusafont Pairó.
Hy Hymne de l ’Unive ivers: rs: Copyright © 1961 by Éditions du Seuil,
Paris. Copyright de la traducción castellana © 1996 by Trotta, Madrid; trad. de Florentino Pérez.
Le Le Milie ilieu u Divin ivin:: Copyright © 1957 by Éditions du Seuil, Paris.
Copyright de la traducción castellana © 1959 by Taurus Ediciones, Madrid.
Introdu Intr oducción cción El corazón de la espiritualidad de Teilhard de Chardin
«En el corazón de la Materia, un Corazón del Mundo, el Corazón de un Dios»1.
El nombre de Teilhard de Chardin es muy conocido, pero sus obras no son fáciles de leer ni de conseguir. Este apa sionado cristiano, un científico internacionalmente cono cido y prolífico escritor religioso que murió en la década de 1950, es uno de los pensadores del siglo xx menos comprendidos y peor citados. Esto podría deberse, en parte, al hecho de que muchos lectores se sienten rápida mente desanimados por la dificultad de sus ideas, la falta de familiaridad con su vocabulario o el mero hecho de que resulta casi imposible adquirir sus escritos, la mayoría de los cuales están actualmente agotados. A veces se afirma que sus ideas son hoy generalmente aceptadas, que contri buyeron a formular los decretos del concilio Vaticano n y que ya no es necesario estudiarlas. Todo esto se podría debatir y cuestionar enérgicamente y punto por punto. 1. P. T e i l h a r d d e C h a r d i n , Le Coeur de la Matiére, Matiére, Éditions du Seuil, París 1976, p. 21. Citado en adelante como CM.
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Ahora bien, aunque la síntesis de pensamiento de Teilhard es más acorde con las ideas holísticas, ecológicas, postmodernas y globales de nuestro tiempo, muy pocas veces se capta y se comprende plenamente su vigorosa espiri tualidad, afirmadora de la vida y de la tierra. Por encima de todo, es esta espiritualidad -la fuerza y el poder de ins piración de su visión espiritual- la que merece ser mucho mejor conocida, porque es mucho lo que puede dar a muchas personas. Es preciso esforzarse para poder apre ciar la visión teilhardiana -profundamente espiritual y dinámica- del mundo, rebosante de la energía y el fuego del espíritu. No obstante, no es posible comprender de verdad su filosofía de la vida y su cosmovisión sin cono cer su espiritualidad, profundamente personal y entera mente cristiana. La mayoría piensa que este francés fue un intelectual y, más en concreto, que formuló ideas difíciles de enten der. Sin embargo, fue un hombre de extraordinaria pasión y sensibilidad, que combinó una unidad de corazón y mente difícil de encontrar. Su deseo más profundo era ver la esencia de las cosas, encontrar su corazón e indagar en el misterio de la vida, su origen y su meta. En el ritmo de la vida y su evolución, en el centro centro del del cosmo co smoss y el mund mundo, o, él vio un centro divino, un corazón vivo que latía con la apasionada energía del amor y la compasión. El corazón es realmente una realidad camal, pero la imagen de esta carne, de esta concentración de materia viva y que respira, llegó a simbolizar para Teilhard el auténtico núcleo del espíritu. Para él la encamación de Dios en el mundo era muy real, tangible y concreta, entendida y expresada con un realismo tan fuerte que puede llegar a asombramos. Puede sacudimos hasta el punto de hacernos caer en la cuenta de cuál es el lugar donde las estrechas fronteras y
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limitaciones de la experiencia del sentido común se esfu man en una intensidad de percepción y sentimiento que se vincula al descubrimiento palpable de lo divino dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Teilhard de Chardin es ciertamente uno de los últimos escritores espirituales cris tianos peor conocidos y más ignorados de la era presente, que con un gran vigor profético previo muchas de las cuestiones materiales y espirituales que hemos de abordar en el siglo xxi. Toda su concepción de la vida fue una manera de ver el mundo profundamente mística, pero su mística estuvo firmemente fundada en la investigación científica contem poránea, que amplió enormemente las fronteras del cono cimiento y la autocomprensión humanos. Según Teilhard, vidente y creyente místico, este inmenso esfuerzo investi gador de la humanidad y los avances de la ciencia con temporánea, a pesar de sus negativos efectos colaterales y los nuevos problemas éticos que crean, en definitiva llevan a la adoración y al culto de algo mayor que nosotros mis mos, a la celebración y sometimiento a la divinidad, a un corazón y alma del mundo. La encamada espiritualidad de la materia y la carne divinizadas, de la ofrenda sacramental a Dios de todo el mundo, con todos sus afanes y sufrimientos, es la verda dera base para mantener unidos todos los elementos de la cosmovisión de Teilhard, de modo que existe una interde pendencia mutua entre su espiritualidad y su aproxima ción a la vida en el universo. Su universal y dinámica vi sión del mundo, y de los seres humanos en él, pone de manifiesto lo mejor del cristianismo. También suelda cre ativamente ciencia, religión y mística en una síntesis unificadora. Es una visión profundamente sacramental, rebo sante de un gran respeto y amor a la vida. Muchas páginas
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de sus escritos parecen abstractas y distantes, en ocasiones incluso frías; pero en sus ensayos, diarios y cartas más personales encontramos la voz de un ser humano apasio nado en busca de Dios y en comunión con él, una voz que canta las maravillas de la creación y habla con poético fer vor de la adoración y la unión mística con Dios a través de la inmersión y la participación en la gran corriente del devenir en el universo. Fue un hombre que poseyó un extraordinario dominio del lenguaje y una gran sensibili dad, una agudeza de percepción, una intensidad de visión y sentimiento, un hombre siempre necesitado de tocar las miríadas de formas de la vida. En sus escritos intervienen todos los sentidos, y las palabras que pronuncia pueden tocamos, conmover nuestro corazón, inspirar nuestra ima ginación y alimentar nuestro crecimiento interior. Teilhard quiso, por encima de todo, comunicar su vi sión a otros; quiso que otras personas vieran y sintieran sobre Dios y el mundo de una manera semejante a la que él había experimentado y que tan profundamente lo había conmovido. En el curso de su vida intentó en varias oca siones describir y resumir esta visión en breves ensayos encabezados por títulos como «Mi Universo»2, «Cómo yo creo»3y «Cómo yo veo (o Mi punto de vista)»4. En uno de ellos escribió: «El destino me ha colocado en un cruce pri vilegiado del Mundo en que, en mi doble calidad de sacer dote y de hombre de Ciencia, he podido sentir pasar a tra vés de mí, en condiciones particularmente exaltantes y variadas, la doble oleada de las potencias humanas y divi En P. T e i l h a r d d e C h a r d i n , Ciencia y Cristo, Cristo, Taurus, Madrid 1968, pp. 59-107. Citado en adelante como CC. 3. En P. T e i l h a r d d e C h a r d i n , Cómo yo creo, Taurus, creo, Taurus, Madrid 1970, pp. 105-145. Citado en adelante como CYC. 4. En P. T e i l h a r d d e C h a r d i n , Las direcciones direccion es de dell porvenir, porvenir, Taurus, Madrid 1974, pp. 143-179. Citado en adelante como DP. 2.
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ñas; porque, en esta situación de elegir en la frontera de dos mundos, he encontrado amigos excepcionales para abrir mi pensamiento y ocios prolongados para madurarlo y fijarlo; pienso que sería infiel a la Vida, infiel también a los que necesitan que les ayude (como otros me han ayu dado a mí), si no intentara transmitirles los lincamientos de la espléndida figura que se ha descubierto ante mí en el Universo durante [...] años de reflexiones y experiencias de todas clases»5. •
¿Quién fue este hombre? ¿Cuál fue su visión espiritual, su experiencia de Dios y del mundo en la primera mitad del siglo xx? ¿Y hasta qué punto puede esta visión ayudamos todavía a nosotros en el siglo xxi? Pierre Teilhard de Chardin fue un jesuita francés, pero también un distinguido científico, estudioso de los oríge nes humanos y de la geología, que vivió entre 1881 y 1955. Después de su muerte, se hizo célebre como escri tor de obras científicas y religiosas y de estudios sobre el lugar del cristianismo en el mundo moderno, reinterpretado a la luz de la evolución. Sus escritos representan de muchas maneras una forma moderna de apologética cris tiana y una reformulación de doctrinas teológicas desde una perspectiva evolutiva. La publicación de sus obras suscitó muchos debates en la década de 1960, pero hoy son relativamente poco conocidas y casi imposibles de conseguir. Mucho menos conocida que la cosmovisión general de Teilhard es su profunda espiritualidad personal, centrada en el Cristo cósmico y universal, que es el verda 5. «Mi Universo», en CC, CC, pp. pp. 60-61. 60-61 .
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dero corazón de su fe. Él fue un místico cristiano apasio nado y enteramente moderno, y un pastor de almas pro fundamente solícito que ayudó a muchos de sus amigos y conocidos en su comprensión de la fe cristiana, abordada desde una perspectiva evolutiva. Nacido en la región volcánica de Auvemia, en el cen tro de Francia, Teilhard pertenecía a una antigua familia aristocrática que, por línea materna, estaba lejanamente emparentada con Voltaire, el famoso filósofo y racionalis ta francés del siglo xvm. Teilhard tuvo una aguda inteli gencia y obtuvo las más altas distinciones académicas, pero su alma y su sensibilidad profundamente religiosas tenían más en común con Pascal que con Voltaire, con aquel gran filósofo, científico y místico del siglo xvn que también fue auvemés, como Teilhard. Criado en un medio católico tradicional caracterizado por una fe vibrante y unas vigorosas devociones religio sas, Teilhard estaba dotado de una orientación profunda mente panteísta y mística, una tendencia innata evidente desde su infancia y vinculada a algunas experiencias clave en su desarrollo interior y su actitud exterior hacia el mundo. Su temperamento religioso estuvo modelado en gran medida por la piadosa figura de su madre, que desde muy pronto le enseñó las devociones personales a María y al «Sagrado Corazón» de Jesús, y lo introdujo en la lectu ra de los místicos cristianos. En cambio, sus intereses científicos por el desarrollo del mundo exterior, por la geografía, la biología y la paleontología, fueron estimula dos inicialmente por su padre, que exhortaba a sus hijos a coleccionar fósiles, piedras y otros especímenes naturales. Teilhard siempre supo que había sido su padre quien había puesto los cimientos de su carrera y sus estudios científi cos posteriores.
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Pierre fue el cuarto de once hijos y, al igual que sus hermanos, fue enviado a un colegio jesuítico, donde reci bió una excelente educación científica y literaria. Cuando aún estaba en el colegio, se sintió llamado a ser jesuíta y entró en el noviciado a la edad de 18 años. Como novicio, emprendió los tradicionales estudios filosóficos y teológi cos habituales en la Compañía de Jesús; pero, cuando los jesuítas franceses franceses fueron fueron expulsados expulsados de Fran Franci cia, a, los novi cios tuvieron que continuar sus estudios en el sur de Inglaterra, en Hastings, Sussex. Allí fue ordenado sacer dote en 1911. Pero durante sus años de noviciado no olvidó sus inte reses científicos y salía al campo a recoger fósiles siempre que le era posible. Para sus años de «magisterio» fue enviado al colegio de los jesuítas en El Cairo, donde fue profesor de física y química de 1905 a 1908. Los tres años en Egipto constituyeron una experiencia profundamente formativa para él, pues fue allí donde descubrió por pri mera vez su gran atracción por el desierto y por Oriente. Algunos años más tarde, esta experiencia lo llevó a escri bir con gran belleza lírica sobre su decisivo encuentro con la vida cósmica y mística, que con el tiempo culminó en obras como La como La Misa sobre el Mundo Mundo (1923) y El Medio Med io (1927). Divino Divi no (1927). Fue en Hastings, en la primera década del siglo xx, donde Teilhard descubrió el significado de la evolución para la fe cristiana, después de leer el influyente libro de Bergson, La Bergson, La evolución creadora. La creadora. La teoría de la evolución le hizo ver el mundo natural y humano de una manera muy diferente; le hizo advertir que todo devenir está inmerso en una inmensa corriente de creación evolutiva donde toda realidad está animada por un «elemento crístico». Para Teilhard, el corazón de Dios se encuentra en el corazón del
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mundo, y el mundo vivo y natural está atravesado por la presencia de lo divino, por lo que él finalmente llamaría «el medio divino». Como escribió posteriormente en La Misa sobre el Mundo Mundo,, la gloriosa visión del mundo al amanecer, transfigurado por el sol naciente sobre las este pas de Asia, experimentada durante su primera expedición a China, le inspiró para hacer una ofrenda profundamente mística y sacramental de todo el cosmos a la energía, el fuego, el poder y la presencia del espíritu divino. A sus experiencias profundamente místicas siguieron los estudios científicos en París, pero éstos se vieron pron to interrumpidos por la Primera Guerra Mundial. Él deci dió no servir como un oficial, sino quedarse con los sol dados rasos. Se unió a un regimiento del Norte de África en el que, en calidad de sacerdote no combatiente, sirvió como camillero y ayudó a los moribundos y heridos en el frente. Después de la guerra fue galardonado con varias condecoraciones de guerra que elogiaban su abnegado ser vicio. No obstante, el mayor elogio fue el procedente de los soldados musulmanes norteafricanos, que le llamaban Sidi Marabout, Marabout, un reconocimiento de su poder espiritual como hombre estrechamente vinculado a Dios, un santo y un asceta protegido de todo daño por la gracia divina. Fue en el frente, en el barro y la sangre de las trinche ras, donde descubrió por primera vez un rico y diverso «medio humano» con el que no se había encontrado antes, durante su protegida vida familiar y su educación religio sa. Esta experiencia formativa lo llevó más tarde a espe cular sobre la unicidad de la humanidad y también lo con figuró como escritor. Los encuentros casi diarios con la muerte le hicieron sentir con extraordinaria urgencia la necesidad de dejar un «testamento de intelectual», a fin de comunicar su visión del mundo, que, con todas sus luchas
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y su devenir, a su juicio estaba animado por Dios y era atraído hacia él. Así, escribió una serie de ensayos profun damente conmovedores en los que intercalaba oraciones y vigorosas confesiones de fe. Como todas sus obras reli ritos de dell tiempo de d e gue gue giosas, estos escritos, titulados Esc titulados Escritos rra, no rra, no fueron publicados hasta después de su muerte6. En ellos encontramos las semillas de todas sus ideas posterio res. Resulta realmente extraordinario que en medio de la guerra pudiera Teilhard expresar por escrito el entusiasmo tan grande que sentía por la vida. Escribió con vigor y pasión sobre el mundo que vibraba por la vida divina, por la presencia de Dios y el espíritu. Al ver la unidad de todas las cosas en Cristo, expresó el deseo de ser un «apóstol» y «evangelista» de «Cristo en el Universo»7. Después de la guerra obtuvo su doctorado en Ciencias y fue nombrado profesor de geología en el Instituto Cató lico de París, donde pudo exponer sus ideas sobre la evo lución y la fe cristiana. Debido a que estas ideas pronto le provocaron problemas con la Iglesia católica, que no acep taba la doctrina de la evolución en aquel momento, en 1923 aceptó con agrado una invitación a participar en una misión paleontológica en el desierto de Ordos, en China. Este importante año en el Extremo Oriente le llevó a pasar la mayor parte de su carrera científica en China (19261946), regularmente salpicada de expediciones y viajes tanto a Oriente como a Occidente. Fue en China donde escribió la mayoría de sus ensayos y libros, especialmen te El te El Fenóme Fenómeno no humano humano (1938-1940), (1938-1940), que es su obra más conocida y probablemente la más difícil, debido, entre otras razones, a la complejidad de sus ideas. Para Teilhard 6. Véase Escrit Véase Escritos os del tiempo de guerra, guerra, Taurus, Madrid 1966. Citado en adelante como ETG-C. 7. ETG-C, ETG -C, p. 331.
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la cuestión central en esta obra era realmente: ¿cuál es la significación del ser humano dentro de la vasta historia de la evolución cósmica y cuál es el papel del espíritu dentro de la historia de la vida? Después de pasar la segunda guerra mundial en Pekín, Teilhard regresó a París en 1946; pero, debido a que los problemas con la Iglesia católica aún persistían, decidió aceptar un puesto de investigador en los Estados Unidos. En soledad, y marcado por el sufrimiento, pasó la mayor parte de los últimos cuatro años de su vida en Nueva York, donde murió el domingo de Pascua de 1955, el día de la gran fiesta cristiana de la resurrección, tan querida para él que había expresado su deseo de morir en Pascua. Está en terrado en un cementerio jesuítico en el valle de Hudson, a una hora de camino de Nueva York.
Teilhard dejó un gran corpus de corpus de escritos religiosos y filo sóficos. No es fácil conocerlos en detalle, porque fueron publicados después de su muerte durante un largo periodo de tiempo y sin que él los hubiera revisado definitivamen te con vistas a su publicación. Sus obras son muy ricas y complejas en contenido, y casi todas ellas están actual mente agotadas. Mientras que sus escritos científicos apa recieron en vida de su autor, sus obras religiosas y filosó ficas llegaron a ser ampliamente conocidas sólo después de su muerte, y fueron necesarios más de veinte años para publicarlas. Su publicación suscitó un gran interés en todo el mundo. Las razones de las numerosas incomprensiones en tomo a Teilhard son la gran sutileza y extraordinaria fertilidad de sus ideas, pero también la complejidad y el esplendor de su visión, que dan un poderoso testimonio
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del amor, la energía y la esperanza que la fe cristiana puede infundir en el mundo moderno. Durante toda su vida, Teilhard sintió que había visto algo nuevo. El ver a Dios como Cristo en todas las cosas mantenía unidas tres dimensiones: lo cósmico, lo humano y lo Crístico. Su visión era tan intensa que él la compara ba con el fuego, y sus experiencias tan fuertes que pronto anotó en su diario: «Todo lo que yo pueda llegar a escribir será sólo una débil parte de lo que siento». Aun cuando sus ensayos se volvieron abstractos en los últimos años, la metáfora del fuego está presente en ellos. Y también la imagen del corazón, el centro vivo del ser humano, que se convirtió para él en símbolo de todos los centros, en la esencia de la realidad misma. De una manera más concre ta, la imagen del corazón significa el fuego vivo del amor divino que se encuentra en el corazón del mismo Dios, representado como el «Sagrado Corazón» de Jesús. Desde una fecha muy temprana, Teilhard habló en sus escritos del «corazón de la materia», el «corazón del mundo», el «corazón de Dios». Durante su infancia y juventud, su madre y los jesuitas habían enseñado a Teilhard la tradi cional devoción católica al «Sagrado Corazón». Esta de voción tenía raíces medievales y anteriores a la Reforma, pero se hizo particularmente popular durante el siglo xvn y fue muy practicada en la Francia del siglo xix. Como Teilhard mencionó en su ensayo autobiográfico Le Coeur de la Matiére Matiére [«El Corazón de la Materia»], él nunca se sintió desconcertado por el tradicional sentimentalismo y estrechez de esta devoción, sino que la reinterpretó a su manera original y universalizadora. El Corazón de Cristo se convirtió para él en la vigorosa imagen de la vida y el amor desbordantes de Dios que laten a través de toda la creación. Desde la pequeñez del corazón humano creció
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hasta hacerse un «homo de fuego» que anima todo el mundo. Esta espiritualidad del corazón está también estrecha mente ligada al rito cristiano de la eucaristía como ofren da a Dios y comunión con él. Los elementos eucarísticos -el pan y el vino- son una ofrenda de las realidades terre nas a Dios que, a su vez, se convierten en un signo de la presencia y el amor de Dios entre los seres humanos, un acto de comunión con -y participación en- el poder crea dor de la vida divina. El centro de la pequeña hostia sobre el altar crece hasta convertirse en una inmensa hostia cós mica, una ofrenda sacramental de todo el mundo que incluye todos nuestros logros y sufrimientos, nuestras ale grías y penas. En un acto de comunión, esta ofrenda, que lo incluye todo, puede llevamos a ver un elemento divino en el corazón de todas nuestras experiencias, que transfor ma cada una de ellas en ocasión para el crecimiento y la renovación espirituales. La espiritualidad de Teilhard está esbozada en la mayoría de sus escritos, pero encuentra su expresión más intensa y vigorosa en la oración hímnica de La M isa is a s o b re e l Mun M undo do (1923)8, el libro El E l Me M e d io D ivin iv ino. o. En E n sayo sa yo d e v ida id a inte in teri rioo r (1927)9 (192 7)9 y los dos dos ensayos ensayos auto auto biográficos escritos en los últimos años de su vida: Le Coeur de la Matiére [«El Corazón de la Materia»] (19 (1 950)10 y Le C h rist ri stiq iqu u e [«Lo Crístico»] (1955)11. ¿Cuál es el núcleo de la espiritualidad de Teilhard? Lo más central en ella es un profundo, íntimo y extraordina riamente vibrante amor a Cristo: el Jesús humano y el 8. En P. T e i lh l h a r d d e C h a r d in i n , Himno Himno del Universo Universo,, Trotta, Madrid 1996, pp. 25-40. Citado en adelante como HU. divino. Ensayo de vida inter interior ior,, 9 . P. T e i l h a r d d e C h a r d i n , El medio divino. Taurus, Madrid 1959. Citado en adelante como MD. 10. En CM, pp. 19-91. 11. En CM, pp. 93-117.
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Cristo cósmico, el Cristo cada vez más grande, cada vez más presente, cuyas manos tocan profundamente todas las cosas. La espiritualidad de Teilhard está animada por una ferviente mística pan-crística. El Cristo cósmico, llamado también Cristo-Universal, Super-Cristo y Cristo-Omega, es el centro de su culto y adoración, el núcleo de su fe. Esto no es sólo sólo una «mística «míst ica del con c onoc ocim imie ient nto» o»112, sino una mística del amor, de la unión y la comunión con todas las cosas, una mística del fuego y del corazón. En sus obras utiliza una y otra vez todas las imágenes asociadas con el fuego -el calor vivo, la chispa, la llama, la llamarada, la incandescencia y el esplendor brillante-. Representan el fuego del amor, la energía del espíritu, el aliento y el cuer po del Dios vivo, igual que Moisés encontró a Dios en el fuego de la zarza ardiente, Ezequiel fue arrebatado al cielo en un cairo de fuego, y la luz resplandeciente es asociada con el acontecimiento neotestamentario de la transfigura ción de Jesús. Otro aspecto importante de su visión cósmico-humano-divina -o «cosmoteándriea»- fue «lo femenino», una metáfora de «lo unitivo», el poder unificador del amor que junta junta y une une y, y, con ello, crea crea algo algo nuevo nuevo.. Teilh eilhar ard d hab habla la del del amor como una fibra que atraviesa el corazón del univer so. El amor es también la energía más poderosa y especí ficamente humana que todos necesitamos tanto como la luz, el oxígeno y las vitaminas. Según Teilhard, para res ponder al amor de Dios no tenemos que excluir otros amo res de nuestro corazón. No podemos crecer y madurar, ni alcanzar la plenitud del ser, sin las fuerzas esenciales y 12.. Véase 12 Véa se el profundo estudio de Thomas Thomas M. M. K i n g , Teilhard’s Mysticism o f Knowing, Seabury Press, New York 1981; también su introducción general Teilhard de Chardin, Michael Chardin, Michael Glazier, Wilmington (Del.) 1988, en la colección titulada «Way of the Christians Mystics».
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emocionales del amor que encontramos en la familia, en la amistad, en el amor entre dos personas. Teilhard fue afor tunado en sus relaciones y afectos personales y cultivó la amistad íntima de varias mujeres cuya influencia formativa él siempre reconoció. La espiritualidad de Teilhard es de orientación profun damente católica, pero en un sentido universal más que confesional. Su pensamiento tiene profundas raíces y re sonancias en los himnos cósmicos de san Pablo, la teolo gía del logos de san Juan, los escritos de los Padres grie gos, especialmente Ireneo y Orígenes, y la literatura de los místicos cristianos a lo largo de los siglos, que usaron con frecuencia las imágenes de la luz y el fuego para hablar de la presencia de Dios. Teilhard vivió una espiritualidad profundamente per sonal y mística en medio de la vida, entre sus acciones y luchas, y también escribió explícitamente sobre la espiri tualidad en muchos de sus escritos. Podemos destacar es pecialmente tres características de su espiritualidad. La primera es su armoniosa integración de una vida extraor dinariamente activa de investigación, trabajo de campo y escritura, con una manera de ser contemplativa y medita tiva y su compasión y solicitud pastoral por el bienestar espiritual de otros. Esta fue la vivencia existencial que describió en El Medio Divino Divin o como «la divinización de nuestras actividades y pasividades». Teilhard fue un gran místico cristiano contemporáneo en la mejor tradición de la mística cristiana, pero también un místico en busca de un nuevo camino místico, una nueva espiritualidad abierta al ritmo del mundo contemporáneo y a su continuo desarrollo. En segundo lugar, su espiritualidad se expresaba con la descripción de sí mismo como un «viajero entre diferentes
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mundos». Él recorrió con la mente y el espíritu los mun dos del pasado, el presente y el futuro, pero también los mundos de la ciencia, la religión y la mística. También se movió con el cuerpo y la mente entre diferentes continen tes, culturas y pueblos en Occidente y Oriente. Estos «via jes» jes » dieron dieron a su pensamiento pensamiento una una gran gran concreción y fuer fuer za, pues hasta sus meditaciones más abstractas están siem pre arraigadas en la experiencia de lo real. Ser un viajero en diferentes mundos y a través de ellos es tal vez una intensa expresión contemporánea de un antiguo tema cris tiano, a saber, el del peregrino que viaja a través del mun do con Dios y hacia Dios. Teilhard emprendió muchos viajes durante su vida y, dondequiera que iba, preguntaba qué beneficio y enriquecimiento espiritual le daban las experiencias tan diversas de su vida, tanto las alegrías y los logros como el sufrimiento y el dolor, y qué significa do espiritual más profundo podía percibir a través de ellas. En todas las experiencias de su vida interior y exterior vio las manos de Dios que lo modelaban y lo guiaban. El tercer aspecto de la espiritualidad de Teilhard fue su profunda lealtad, su fundamental e inquebrantable fideli dad a sus votos sacerdotales, su permanente e indefectible compromiso con su orden y su Iglesia, a pesar de muchas dificultades, dudas y tentaciones personales. Podemos ver en Teilhard un ejemplo contemporáneo de un «fiel siervo de Dios» que superó todas las pruebas con fe, esperanza y amor. Ciertamente experimentó mucha angustia, se hizo muchas preguntas y vaciló con frecuencia, incluso poco antes de su muerte, cuando se preguntaba en su último ensayo, «Le Christique», si la maravillosa diafanidad de lo divino en el corazón del universo, que lo había transfigu rado todo para él, no sería quizá más que una ilusión, un espejismo de su propia mente. Su gloriosa visión del Cris
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to universal y cósmico ¿era, después de todo, una ilusión? ¿Podía el cristianismo llegar a extinguirse en el mundo? Después de ponderar estas cuestiones fundamentales, res pondió finalmente con un «no» definitivo y, una vez más, reafirmó su creencia en la coherencia general de la fe cris tiana y en el contagioso poder del amor engendrado por ella. Esta fuerza de la fe, esta fortaleza cristiana de la que la vida de Teilhard da un testimonio tan elocuente, puede ser una formidable fuente de fuerza e inspiración para otros. El ensayo de Teilhard «Cómo yo veo (o Mi punto de vista)», escrito en 1948, está precedido por las siguientes palabras: «Me parece que toda una vida de esfuerzos no me importaría nada, sólo con que pudiera, durante un ins tante, mostrar lo que estoy viendo»13. Él deseó ardiente mente, más que ninguna otra cosa, comunicar a otros su cosmovisión profundamente espiritual, su manera de ver, su particular perspectiva que integraba diferentes intuicio nes y experiencias. Su ensayo «Cómo yo creo» está pre cedido por el lema: «Creo que el Universo es una Evolución. Creo que la Evolución se dirige hacia el Espíritu. Creo que el Espíritu desemboca en lo Personal. Creo que lo Personal supremo es el Cristo-Universal»14.
Estas cuatro sentencias resumen sus convicciones más profundas. La primera guarda relación con su conoci miento científico del universo, las dos siguientes expresan su filosofía personal, y la última proclama una postura re ligiosa basada en su fe cristiana. La brillante capacidad de síntesis de Teilhard trató de conectar y relacionar, no de 13. DP, p. 143. 14. CYC, p. 105.
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fundir o identificar, diferentes aspectos de la experiencia y la investigación humanas, sin mantener la ciencia, la filo sofía, la religión, la teología y la espiritualidad en com partimentos separados y sin conexión entre sí.
Dado que la obra de Teilhard es muy extensa, polifacética y compleja, es difícil elegir selecciones apropiadas de ella. Toda elección concreta puede parecer unilateral y engaño sa. Todos los diversos aspectos de su visión del mundo y de su fe cristiana están tan estrechamente entrelazados que ninguna presentación selectiva pueden hacerles justicia plenamente. Por ello son posibles muchas perspectivas y aproximaciones opuestas. Lo que yo he escogido en este libro es una interpretación muy personal que trata de dar a los lectores una muestra de lo que constituye el cora zón de la espiritualidad que Teilhard de Chardin vivió profundamente. He agrupado los textos seleccionados bajo cuatro títu los: 1. Descubrir lo divino en las profundidades de la materia ardiente. 2. Vivir en el medio divino. 3. Cristo en todas las cosas. 4. El despertar y el crecimiento del Espíritu en el mundo. Cada sección reúne diferentes esti los de escritura -desde la más experiencial, personal y devocional hasta la más reflexiva, analítica y descriptiva-. Los diversos textos fueron redactados en diferentes mo mentos de la vida de Teilhard y reflejan diferentes aspec tos de su experiencia. Sus escritos religiosos se dirigían con frecuencia a lectores muy diferentes. Algunas veces fueron escritos únicamente para él mismo y sus amigos, pero a menudo estaban dirigidos a personas que se encon
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traban fuera de la Iglesia, a contemporáneos sensibles, reflexivos y perspicaces que trataban de encontrar sentido a la vida moderna y de hallar una espiritualidad que diera un significado más profundo a la existencia cristiana. Algunos ensayos estaban destinados de manera específica a cristianos que albergaban dudas y vacilaban, mientras que otros estaban tan profundamente arraigados en la ex periencia de fe cristiana que pueden ser usados como tex tos para para la oración oración y la med medit itac ació ión1 n155. Siempre que vuelvo a leer las obras de Teilhard, parti cularmente sus primeros ensayos seminales de los Escri Esc ri tos del tiempo de guerra, guerra, descubro nuevas intuiciones y sorprendentes paralelos con las preocupaciones contem poráneas. Teilhard sintió con extraordinaria viveza la gran historia del universo, hoy revelada y conocida por noso tros de una manera más plena. Sintió la tierra como un pla neta vivo y expresó su asombro ante la belleza del mundo que nos rodea, que él ensalzó como una poderosa revela ción de lo divino, la divina diafanidad en y a través de todas las cosas. Recientemente Brian Swimme ha descrito el desenvolvimiento de estos misterios cósmicos de una manera esclarecedora en su libro The Hidden Heart ofthe Cosmos16. Teilhard, Cosmos16. Teilhard, el creyente, conoció y amó este cora zón que se halla en el centro del mundo como el corazón de Dios. Para Teilhard, Dios era la presencia más íntima, 15. Para otra pequeña selección de pasajes meditativos, véase Blanche Medita tions with Teilhard Teilhard de Chard Chardin, in, Bear & Company, G a l l a g h e r , Meditations Santa Fe (N.M.) 1988. 16. Véase Brian S w i m m e , The Hidden Heart ofthe Cosmos: Humanity and the New Story, Story, Orbis Books, Maryknoll (N.Y.) 1996; véase también Brian S w i m m e y Thomas B e r r y , The Universe Story: From the Primordial Primo rdial Flaring Forth orth to the Ecozoic Era: A Celebration o f the Unfolding ofthe Cosmos, Cosmos, HarperSanFrancisco, San Francisco 1992.
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y su inserción en el mundo a través de la encarnación sig nificaba que lo divino traspasa toda la materia y toda la vida. Dios era también su amigo y confidente más cerca no, su madre y su padre, una persona real con la que podía hablar y a la que podía comunicar sus pensamientos y dudas más íntimos, alguien a quien podía amar, abrazar y adorar con todos los poderes de su corazón. Los textos que siguen son una invitación a meditar en las palabras de Teilhard de Chardin, a alimentarse y forta lecerse con su visión, y quizá también a seguir leyendo y descubrir nuevos filones de su pensamiento, de modo que los lectores puedan sentirse inspirados por otros aspectos de su vida que no están descritos aquí17. Por encima de todo, el fuego de las palabras y la visión de Teilhard podría ayudar a encender una chispa por medio de su central idea espiritual: «vivir en el medio divino». Ésta es una particu lar manera de ver, de reflexionar y de responder que con tiene la clave de un secreto que puede transformar toda experiencia, todo acontecimiento, sea bueno o malo, en un encuentro significativo que nos revele la amplitud y el toque del espíritu, el corazón de Dios que siempre nos ama. Esta particular manera de ver es también una disci plina espiritual, y hasta una técnica, que puede ser apren dida y practicada. Su potencial para trasformar la vida 17.. Para 17 Para una introducción más completa compl eta a su vida, véase véas e mi biografía ilus ilu s trada, Spirit trada, Spirit ofFire: ofF ire: The The Life and Visio Vision n o f Teilha Teilhard rd de Chard Chardin, in, Orbis Books, Maryknoll (N.Y.) 1996. Otros aspectos de la espiritualidad de Teilhard a la luz de la experiencia contemporánea se estudian en mis Conferencias Bampton, publicadas bajo el título Christ in All Things: Exploring Explori ng Spiritu Spi ritualit alityy with Teilhard de Chardin, Chardin, Orbis Books, Maryknoll Maryknoll (N.Y.) - SCM Press, Press, London 1997. Véase también también mi libro libro anterior, The Spirit of One Earth: Reflections on Teilhard de Chardin and Global Spirituality, Paragon Spirituality, Paragon House, New York 1989.
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humana según un crecimiento y una totalidad mayores, según un sentido de plenitud y una experiencia de comu nión, es inmensa. Si lo entendemos de esta manera, el corazón de la espiritualidad de Teilhard de Chardin está realmente vinculado a la transfiguración de la vida ordi naria en una ardiente aventura del espíritu18.
18. Los textos seleccionados se han tomado de las obras de T e i l h a r d d e C h a r d i n mencionadas en las notas anteriores: Escritos Escrit os del tiempo de guerra (ETG-C y ETG-F), Le Coeur de la Matiére (CM), El medio divino (MD), Himno Himno del de l Universo (HU), Ciencia y Cristo (CC), Cómo (DP). Además, he usado yo creo (CYC), Las direcciones direccio nes del porv p orven enir ir (DP). activaci ón de la energía, energía, Taurus, textos de P. T e i l h a r d d e C h a r d i n , La activación humana na,, Taurus, Madrid Madrid 1965 (citado como AE); La energía huma humano no,, Taurus, Madrid 1965 1963 (citado como EH); y El fenómeno huma (citado como FH).
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Descubrir lo divino en las profundidades de la materia ardiente
«No basta con comprender el conocimiento del mun do; hay que verlo, tocarlo, vivir en su presencia y beber el calor vital de la existencia en el corazón mismo de la realidad» - CM, CM, p. p. 71
La concreta tangib tan gibilid ilidad ad de la tierra, la fra fr a gilid gi lidaa d de del l mundo vivo, la obsesionante belleza de la naturaleza: todo ello podía ser para Teilhard un medio para la reve lación divina. La experiencia humana de los sentidos -ver, tocar y palpar - podí po díaa revelar reve lar un camino que conducía al «corazón de la realidad», a Dios. Teilhard poseía un extraordinario sentido de la concreción física, de la fuer za y el po podd er revelado reve ladorr de todas las cosas cos as creadas cre adas en este mundo. También sentía un gran anhelo de una unidad más profunda de d e todas toda s las cosas, con toda tod a su diver div ersid sidad ad unida unida en último término por Dios. El siempre fue fu e profundamente consciente de en qué gran medida había sido bendecid ben decidoo p o r ciertas cier tas tendencias innatas a buscar lo que él llamaba «el corazón de Dios en el corazón del mundo». Tanto la ciencia como la religión le ayudaron en esto y, en su efecto combinado, le hicieron ver ve r las cosas co sas de d e manera diferente diferente.. Ver más y sentir se ntir más
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significa ser más, vivir una vida más plena, más rica, una «Ver er o perecer: perecer: tal es la situa vida de plenitud y totalida totalidad. d. «V ción ción impuesta impuesta p o r el e l don don misterioso de la existencia existencia a todo cuanto constituye un elemento del Universo», escribió en el Prólogo de su libro El libro El Fenómeno humano (FH, p. 31). La pa parti rticu cula larr manera teilhardiana de verlo todo en una una visión interrelacionada, holística, omnicomprensiva y uni ficad fic ador oraa le proporc pro porcionó ionó una profunda intuició intuición n y sabidu sab idu ría mística. Y, por encima de todo, quiso comunicar su visión visión del de l esplendor esplend or del espíritu y de d e la presencia presen cia divina a los demás seres humanos. Para descub des cubrir rir los elementos de esta visión profunda mente espiritual tenemos que recorrer el desarrollo inte rior de Teilhard, expresado en su autobiografía espiritual «Le Coeur de la Matiére», escrita en 1950, pero también descrito líricamente en sus primeros ensayos escritos en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Su particu lar manera de ver consistía en tres componentes esencia les que él llamó «lo cósmico, lo humano y lo Crístico». El entrelazamiento creativo de estos tres elementos le reveló «la Diafanidad de lo divino en el corazón de un Universo ardiente». Las selecciones de este libro se refieren a estos tres elementos, pero los textos seleccionados en la prime ra sección están particularmente interesados en el sentido cósmico de Teilhard, es decir, en su experiencia de la tie rra y del universo. Desde De sde su infa infanc ncia, ia, él fue fu e consciente de una una podero pod erosa sa atracción hacia la naturaleza, del anhelo de buscar y en contrar un sentido de plenitud, un sentido de la totalidad en su descubrimiento de las maravillas de la tierra. El experimentó esto en la belleza del entorno natural y de las estaciones, en la riqueza de la flora y la fauna, en los rit mos de la vida, la muerte y el nuevo nacimiento. De una
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manera más abstracta, habló de la llamada de la materia, de la comunión con el devenir y de su añoranza siempre presen pre sente te p o r encontrar encon trar la esencia esenci a de la materia, su co cora ra zón. zón. Su sentido senti do cósmico cósm ico innato, innato, una una inclinación fund fu nda a mentalmente panteísta, despertó en él una conciencia de la riqueza de la vida cósmica, la inmensa abundancia de la biosfera viva que rodea la tierra. Aquí sus estudios científicos de geología y paleontología, pero también de biología y física, y sus viajes a diferentes continentes au mentaron sobremanera su compresión del significado de la materia y de la vida. Una experiencia clave fue el descubrimiento del signi fica fi cado do de la evolución, evolución, que condujo a su creativa crea tiva mente hacia nuevas direcciones. La comprensión del dinamismo de la evolución, del ritmo y del significado del cambio en miríadas defor def orm m as vivas, vivas, expandi expandióó su su sentido sentido de plenitud plenitu d e hizo que se sintiera parte de una realidad mucho más amplia, de una totalidad más grande. Al estudiar el exte rior de las cosas, su apariencia y composición externa, se vio llevado a descubrir su interior, su corazón y su alma. El descubrimien descubr imiento to de la evolución - n o como un proc pr oceso eso mecánico exterior, sino como un modelo dinámico y vivo en un universo que se despliega de una manera evolutiva produjo pro dujo una una tremenda ruptura en su vida psicol psi cológ ógica ica,, intelectual y religiosa: quebrantó las rígidas divisiones del dualismo tradicional entre materia y espíritu haciendo que advirtiera que no eran dos cosas separadas, sino dos aspectos de una misma y única realidad; no son idénticos ni están fundidos, sino que uno conduce al otro, pues la materia ardiente descubre el fuego fueg o del d el espíritu. Esto le dio un inmenso sentido de liberación, le produjo un gran estremecimiento y le proporcio pro porcionó nó un sentido de expansi expansión ón interior. Con extraordinaria intuición y sensibilidad, y con
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gran belleza belle za lírica, alabó ala bó la po poten tencia cia espiritua espir ituall de d e la ma teria, el torrente de energía y el crisol del espíritu. Pocos contemporáneos contemporá neos han han experimentado tan palp pa lpaa blemente tanto la «tentación de la materia» como la fuer za de comunión comunión con la tierra, tierra, nuestra gran gran mad madre, re, a la que Teilhard llamó con su nombre griego, «Gaia», en su ensa yo «La vida vi da cósmica». Teilha Teilhard rd expresó una una y otra vez el éxtasis de la experiencia, pero también la lucha y las pasi vidades soportadas por participar en una vida más am plia. plia . Habló Habl ó de la materia materi a santificada y de la vida sagra sag ra da, e incluso de la santidad de la evolución, pero su fe cristiana le hizo ver la corriente evolutiva del devenir co mo la acción creadora de Dios de la que nosotros somos una parte integrante. Por consiguiente, podemos encon trar a Dios y comunicamos con él por medio de la tierra y a través travé s de la vida. vida. Confiando Confiando en la vida, part p artici icipan pando do plenamente plenam ente en ella y cooperando cooperan do con ella, contribuimos a la edificación del cuerpo de Cristo. Esta es una una visión p ro ro fundamente sacramental sacram ental y encam en camaci acion onal al de todo el uni verso y de la significación del ser humano dentro de él. También es una espiritualidad profundamente encarnada, con un profundo respeto por toda la materia y toda la vida en sus múltiples formas. ***
U na particular manera de verlo todo
He de comenzar por caracterizar la tendencia tendencia fundamen fundamen tal, el tal, el talante natural [...] de mi espíritu. Indicaré enseguida cómo se han ido trasmutando esas disposiciones innatas, poco a poco, en lo que a mí respec
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ta, en una manera particular de contemplar todas las co sas, sas, terrestres y divinas. [...] Tan lejos como puedo retroceder en mis recuerdos (de antes de los diez años), advierto en mí la existencia de una pasión netamente dominante: netamente dominante: la pasión de lo Absoluto. Es evidente que yo no daba todavía entonces este nom bre a la inquietud que me oprimía; pero hoy puedo reco nocerla sin ninguna vacilación. La necesidad de poseer en todo «algo Absoluto» era, desde mi infancia, el eje de mi vida interior. Entre los pla ceres de esta edad, yo no me encontraba dichoso (lo re cuerdo con toda claridad) más que p que poo r relación con una una alegría fundamental, que consistía, generalmente, en la posesión (o el pensamiento) de algún objeto más precioso, más raro, más consistente, más inalterable. Tan pronto se trataba de un trozo cualquiera de metal. Tan pronto, por un salto al otro extremo, me complacía en el pensamiento de Dios-Espíritu (la Carne de Nuestro Señor me parecía en tonces algo demasiado frágil y demasiado corruptible). Tal preocupación podrá parecer singular. Repito que era así, decididamente. decididamente. Poseía ya entonces la necesidad invencible (y, sin embargo, vivificante, apaciguadora...) de apoyarme sin cesar en Alguna cosa que fuera tangi ble y definitiva, definitiva, y buscaba por todas partes aquel objeto beatificante. La historia de mi vida interior es la historia de esta búsqueda, que me llevaba a realidades cada vez más uni versales y perfectas. En el fondo, mi tendencia natural y profunda [...] ha permanecido absolutamente inflexible desde que me conozco. Es inútil pasar aquí revista detallada a los diferentes altares que he ido levantando sucesivamente a Dios en mi corazón. Sólo diré que, a medida que se me revelaba toda
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forma individual como inestable y caduca, yo buscaba algo más allá: en la Materia elemental, en las corrientes de energía física, en la totalidad del Universo, siempre, lo confieso, con una predilección instintiva por la materia (considerada como más absoluta que el resto), que no he logrado corregir [de la que no me he corregido] sino mucho más tarde. [...] Si desde mi infancia, y desde entonces con una pleni tud y una convicción crecientes, he amado y escrutado siempre la Naturaleza, puedo afirmar que no lo he hecho como «sabio», sino como «devoto». Tengo la impresión de que en mí cualquier esfuerzo, incluso referente a un objeto puramente natural, ha sido siempre un esfuerzo religioso y sustancialmente único. Tengo conciencia de haber intentado siempre, en todo, alcanzar lo Absoluto. Por cualquier otra intención pienso que no habría tenido el coraje de obrar. Ciencia (esto es, todas las formas de la actividad humana) y Religión no han sido nunca, a mis ojos, más que una sola cosa, siendo ambas para mí la búsqueda de un mismo Objeto. - «Mi «Mi Universo», Universo», en ETG ETG-C, -C, pp pp. 297, 299-300 299-300
Sentido cósmico
- Un s e n t i d o
de plenitud
Lo que yo me propongo a lo largo de estas páginas [...] es sencillamente mostrar cómo, a partir de un punto de igni ción inicial -congénita- el Mundo, en el curso de curso de toda mi vida, p vida, poo r toda toda mi vida, poco a poco se ha encendido, se ha inflamado a mis ojos, hasta volverse, a mi alrededor, ente ramente luminoso desde dentro.
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Progresiva expansión, en el seno de todo ser y de todo acontecimiento, de una misteriosa claridad interna que los transfiguraba. Pero, más aún, variación gradual de intensi dad y de matices ligada al complicado juego de tres com ponentes universales: lo Cósmico, lo Humano y lo Cristico -que, aun cuando estaban explícitamente presentes en mí (al menos el primero y el tercero) desde los primeros instantes de mi existencia, he necesitado más de sesenta años de esfuerzo apasionado para descubrir que no eran más que los acercamientos o aproximaciones progresivas de una misma realidad fundamental... Resplandores púrpura de la Materia, girando insensi blemente al oro del Espíritu, para transformarse finalmen te en la incandescencia de un Universal-Personal; todo ello atravesado, animado, embalsamado por un soplo de Unión, y de lo Femenino. Tal como yo la he experimentado en contacto con la Tierra, la Diafanidad de lo Divino en el corazón de un Universo ardiente. Lo Divino irradiando desde las profun didades de una Materia encendida [...]. Como punto de partida [...], siento primero la necesi dad dad de presenta presentarr y describir sumariamen sumariamente te una dispos disp osició ición n [...] psicológica particular que llamaré, a falta de un tér mino mejor, el Sentido el Sentido de la Plenitud. Plenitud. Por muy lejos que me remonte en mi infancia, nada se me aparece como más característico, ni más familiar, en mi comportamiento inte rior, que el gusto o la necesidad irresistible de cierto «Único Suficiente y Único Necesario». Para estar bien del todo, par paraa ser ser completamente feliz, feli z, saber saber que «Algo «A lgo Eséncial» existe; lo demás no es sino un accesorio o un orna mento. Saberlo y gozar interminablemente de la conscien cia de esta existencia: en verdad, si, en el curso del pasa do, yo llego a reconocerme y a seguirme a mí mismo, no
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es más que al rastro de esta nota, o matiz, o sabor particu lar, imposible de confundir (por poco que se haya experi mentado una vez) con ninguna otra de las pasiones del alma: ni la alegría de conocer, ni la alegría de descubrir, ni la alegría de crear, ni la alegría de amar; no tanto porque se diferencie de ellas, sino más bien porque es de un orden superior a todas estas emociones y las contiene todas. Sentido de la Plenitud, Sentido de la Consumación y de la Compleción, «Sentido Plerómico». A través de lo que llamaré sucesiva e indiferentemen te «Sentido de la Consistencia», «Sentido Cósmico», «Sentido de la Tierra», «Sentido Humano», «Sentido Cristico», todo lo que sigue no será nada más que el relato de una lenta explicitación o evolución en mí de este elemen to fundamental [...] en formas cada vez más ricas y más depuradas. Ciertamente, yo no tenía más de seis o siete años cuan do empecé a sentirme atraído por la Materia -o, más exac tamente, por algo que «alumbraba» en el corazón de la Materia-. A esta edad, en la que, me imagino, otros niños experimentan su primer «sentimiento» hacia una persona, o hacia el arte, o hacia la religión, yo era afectuoso, sabio e incluso piadoso. Con ello quiero decir que, por influen cia de mi madre [...], yo amaba mucho «al niño Jesús». Pero en realidad mi verdadero «yo» estaba en otra parte. Y, para percibirlo al descubierto, hubiera sido necesa rio observarme cuando -siempre secretamente y en silen cio-, sin pensar siquiera que pudiera haber nada que decir sobre ello a nadie, yo me retiraba en la contemplación, en la posesión, en la existencia saboreada de mi «Dios de Hierro». El Hierr El Hierro, o, nótese bien. E incluso ahora veo, con una agudeza singular, la serie de mis «ídolos». En el
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campo, una tuerca de arado que yo escondía cuidadosa mente en un rincón del patio. En la ciudad, la cabeza hexa gonal de una columnita de refuerzo, metálica, que sobre salía por encima del nivel del piso del colegio y que yo había convertido en mi propiedad privada. Más tarde, diversos fragmentos de proyectiles recogidos con amor en un campo de tiro vecino... Hoy no puedo evitar sonreír, al volver a pensar en estas chiquilladas. Y, sin embargo, al mismo tiempo, me siento obligado a reconocer que, en este gesto instintivo que me hacía adorar un un fragmento de metal, se encontraban contenidos y reunidos una intensi dad de sonido y un cortejo de exigencias que toda mi vida espiritual no ha hecho más que desarrollar. Y, en efecto, ¿por qué el Hi el Hierr erroo? ¿Y por qué, más espe cialmente, un fragmento de hierro? (que, por otro lado, tenía que ser lo más espeso y macizo posible). Sólo por que, para mi experiencia infantil, no había en el mundo nada más duro, más pesado, más tenaz, más duradero que esta maravillosa sustancia captada bajo una forma tan plena ple na como como fuera posible... La Consistencia: éste Consistencia: éste ha sido para mí, indudablemente, el atributo fundamental del Ser. [...] Pero hasta ahora (y hasta el fin, así lo siento), esta pri macía de lo Inalterable, es decir, de lo Irreversible, no ha dejado ni dejará de marcar irrevocablemente mis preferen cias por lo Necesario, por lo General, por lo «Natural» -en contraposición a lo Contingente, a lo Particular y a lo Artificial [...]. Sentido de la Plenitud, ya claramente individualizado y tratando ya de satisfacerse en la retirada de un Objeto definido donde se encontraba concentrada concentrada la Esencia de las Cosas. [...] Pero hay un largo camino desde el «Punto Omega» a un fragmento de hierro... Y yo tenía que descubrir a mi
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costa, poco a poco, hasta qué punto la Consistencia con la que entonces soñaba es un efecto, no de la «sustancia», sino de la «convergencia». No he olvidado las patéticas desesperaciones infantiles al constatar un buen día que el Hierro se raya y se oxida [...]. Y entonces, para consolarme, buscaba equivalentes en otra parte. A veces en una llama azul que flotaba (a la vez tan material, tan inasible y tan pura) sobre los leños del hogar. Con más frecuencia, en una piedra más transparen te o de un color más preciso: cristales de cuarzo o de ama tista y, sobre todo, fragmentos relucientes de calcedonia, tal como podía reunirlos en el campo. En este último caso, naturalmente, era esencial que la sustancia querida fuese resistente, inatacable y dura. Ésta fue una transición imperceptible, pero que debía tener en adelante una inmensa importancia para la conti nuación de mi evolución espiritual: pues fue precisamente gracias a la salida que quedó abierta para mis tanteos, con la sustitución del Cuarzo por el Hierro, hacia los vastos edificios del Planeta y de la Naturaleza, como comencé, sin dudar de ello, a desembocar verdaderamente en el Mundo, hasta no poder gustar ya nada sino en las dimen siones de lo Universal. - «Le Coeur Coeur de la Matiére», en CM, CM, pp. 21-2 21-277
D espertar a la vida cósmica
En el mismo comienzo de mi vida consciente, [...] en mis esfuerzos por atrapar y abrazar «la solidez» hacia la que me llevaba mi necesidad innata de Plenitud, yo intentaba sobre todo, para captar la esencia de la Materia, perse
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guirla bajo sus formas más circunscritas, más definidas y más pesadas [...]. Ahora bien, fue aquí, bajo el efecto de la atracción recién nacida en mí por el mundo «de las Piedras», donde empezó a dibujarse una expansión definitiva en lo más profundo de mi vida interior. El Metal (tal como yo podía conocerlo a los diez años) tendía a mantenerme ligado a objetos manufacturados y fragmentarios. Por el Mineral, por el contrario, yo me en contraba orientado en la dirección de lo «planetario». Me desperté a la noción del «Tejido de las Cosas». [...] Más tarde, cuando estudiaba Geología, se podría creer que yo intentaba sencillamente, con convicción y con éxito, considerar las posibilidades de una carrera científi ca. Pero, en realidad, lo que durante toda mi vida me con duciría irresistiblemente [...] al estudio de las grandes masas eruptivas y de las plataformas continentales no fue otra cosa que una insaciable necesidad de mantener el contacto (un contacto de comunión) comunión ) con una suerte de raíz, o de matriz, universal de los seres. De hecho, incluso en lo más elevado de mi trayectoria espiritual, yo no me sentí nunca bien a no ser bañado en un océano de Materia... Despertar y dilatación de un Sentido dominante y vic torioso del Todo, a partir del Sentido de la Consistencia. Hacia los veinte años de mi vida (después de mi parti da para la universidad hasta mi entrada en el teologado de Hastings, Inglaterra) encuentro distintamente, en mis re cuerdos, las huellas ininterrumpidas de esta transforma ción profunda. Durante este período, como explicaré más adelante, el objeto material de mi alegría secreta pudo variar con la edad. Además, en mi existencia se produjo una ruptura importante (la entrada en la vida religiosa).
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Pero estos diversos acontecimientos no fueron, lo veo actualmente, más que ondas secundarias y superficiales de la corriente de fondo representada por mi despertar al Sentido y a la Vida cósmicos. Operación interior podero sa, en cuyo transcurso me vi poco a poco invadido, im pregnado y refundido por completo, bajo el efecto de una suerte de metamorfismo psíquico donde pasó aparente mente lo más claro de las energías liberadas por mi llega da a la pubertad. Me resultaría difícil encontrar, o al menos hacer com prender detalladamente, la complicada historia según la cual, en esta época de mi vida, se formaron y comenzaron a tejerse los diversos hilos con los que un día debería encontrarse trenzado para mí el Tejido universal. [...] Y en primer lugar, naturalmente, formando el nudo sólido y permanente del sistema, el gusto por lo Geoló gico. La primacía de la Materia-Materia, que se expresa en el Mineral y en la Roca. No voy a analizar aquí de nuevo [...] el lugar axial ocupado invariablemente por la pasión y la ciencia «de las Piedras» a lo largo de mi embrio-génesis espiritual. En el centro de mis preocupaciones y de mis secretas alegrías -entre los diez y los treinta años- el contacto, mantenido y desarrollado, con lo Cósmico «en estado sóli do». Pero ya alrededor, semi-accesoriamente, la naciente atracción de la Naturaleza vegetal y animal; y muy al fon do, un buen día (al final del período), la iniciación en las grandezas menos tangibles (¡pero cuánto más incitantes!) sacadas a la luz por las investigaciones de la Física. De una parte y otra de la Materia, la Vida y la Energía: las tres columnas de mi visión y mi bienaventuranza interiores. Debido a su fragilidad aparente [...], el Mundo vivo inquietó y desconcertó con fuerza mi infancia. Por una
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parte, hacia las Plantas y los Animales, en cuyo conoci miento me iniciaban la vida en el campo y los gustos natu ralistas de mi padre, yo me sentía atraído, indiscutible mente, por mi alarma habitual, «el Sentido de la Plenitud». Por otra parte, para justificar ante mí mismo el interés que despertaban en mí objetos tan escandalosamente inconsis tentes y destructibles como una flor o un insecto, me creé (¿o descubrí en mí?) ciertas equivalencias misteriosas, cuyo vínculo psicológico quizá no sea inmediatamente obvio, pero que despertaban en mí una misma impresión de satisfacción intensa: en lugar de lo Sólido y de lo Inal terable, lo Nuevo o lo Raro. Hasta tal punto que, durante años, la búsqueda (en zoología o en paleontología) de «la especie nueva» (término que ahora me hace sonreír) resul tó ser uno de los ejes más importantes de mi vida interior. [Me habría desviado...] si no hubiera sido primero por mi sentido dominante de lo Universal, que ni siquiera en la satisfacción de poner la mano en la muestra más valiosa me permitía apreciar, en el fondo, sino la alegría de un contacto más íntimo [...] con lo que más tarde se converti ría para mí en «la Biosfera»; y si no hubiera sido después por la impresión decisiva ejercida sobre mi espíritu, en el momento favorable, por el encuentro con la Física y los físicos. Durante tres años solamente, en Jersey -y después durante otros tres años, en El Cairo (1906-1908)- estudié [...] y enseñé [...] una física bastante elemental: la física anterior a los Quanta, la Relatividad y la estructura del Átomo. Esto significa que, en este ámbito, yo no soy téc nicamente más que un amateur, un profano. Y, sin embar go, ¿cómo expresar hasta qué punto, precisamente en este mundo de los electrones, de los núcleos, de las ondas, yo me siento «en mi casa», plenificado y a gusto...? Lo Con
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sistente, lo Total, lo Único, lo Esencial de mis sueños de la infancia, ¿no está en las vastas realidades cósmicas (Masa, Permeabilidad, Radiación, Curvaturas, etcétera) donde el Tejido de las Cosas se revela a nuestra experiencia bajo una forma a la vez indefinidamente elemental e indefini damente geometrizable? ¿No fue en esta misteriosa Gra vedad (cuyo secreto, según la cándida promesa que hice a la edad de 22 años, más tarde me dedicaría a forzar) donde encontré los «arquetipos» [...] que, hasta en lo Crístico, me sirven todavía hoy para expresarme a mí mismo? Entre el Mundo de los Animales y el Mundo de las Fuerzas, como un cimiento fundamental, el Mundo de las Piedras. Y, por encima de este conjunto sólidamente unido -unas veces semejante a una rica tela, y otras a una atmós fera nutritiva-, una primera oleada de exotismo que cae sobre mí: el Oriente entrevisto y «bebido» ávidamente, no precisamente en sus pueblos y en su historia (todavía sin interés para mí), sino en su luz, su vegetación, su fauna y sus desiertos... Este era, cuando yo tenía unos 28 años, el complejo espiritual, un tanto confuso, en el seno del cual fermentab fermentaba, a, sin llegar todavía a lanza lanzarr una llama bien defi de fi nida, mi amor apasionado por el Universo. De hecho, sin darme cuenta de ello, había llegado en tonces, en el curso de mi despertar a la Vida Cósmica, a un punto muerto del que no podía salir sin la intervención de una fuerza o luz nueva. Punto muerto. O, más bien, sutil inclinación a derivar hacia una forma inferior (la forma corriente y fácil) del Espíritu panteísta: el panteísmo de efusión y de disolución. - «Le Coeur Coeur de la Matiére», en CM CM, pp. pp. 27 27-3 -322
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D escubrimiento d e la evolución
Fue durante mis años de estudios teológicos en Hastings (es decir, justo después de los encantamientos de Egipto) cuando, poco a poco -mucho menos como una noción abstracta que como una presencia-, presencia-, creció en mí, hasta invadir mi cielo interior por completo, la conciencia de una Deriva profunda, ontológica, total, del Universo en tomo a mí. ¿Bajo qué influencias o qué choque, siguiendo qué proceso y por qué etapas, apareció este sentimiento y echó raíces tan profundas en mí?... [...] Recuerdo claramente cómo leí con avidez, en aquel período, La período, La evolución crea cr ea dora [de dora [de Bergson] [...] Discierno claramente que el efecto que produjeron en mí esas páginas ardientes no fue más que el de atizar en el momento querido, y en un corto ins tante, un fuego que devoraba ya mi corazón y mi espíritu. Fuego encendido, imagino, por la simple yuxtaposición en mí, bajo una alta tensión «monista», de tres elementos incendiarios que durante treinta años se habían acumulado lentamente en lo más íntimo de mi alma: culto a la Mate ria, culto a la Vida, culto a la Energía. Y los tres encontra ban una salida y una síntesis posible en un Mundo que había partido de la condición dividida de Cosmos estático y se encontraba de repente (por adquisición de una dimen sión más) entrando en el estado y la dignidad orgánicos de una Cosmogénesis. En estos comienzos, como corresponde, yo estaba muy lejos de comprender y apreciar claramente la importancia del cambio que se operaba en mí. Todo lo que recuerdo de entonces (además de esa palabra mágica, «evolución», que sin cesar volvía a mi pensamiento como un estribillo, como un sabor, como una promesa y como una llama
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da...), todo lo que recuerdo, decía, es la densidad e inten sidad extraordinarias que, hacia esta época, tuvieron para mí los paisajes de Inglaterra -al ponerse el sol sobre todo-, cuando los bosques de Sussex diríase que se carga ban de toda la Vida «fósil» que yo perseguía entonces, de tajo en cantera, en las arcillas wealdenses. En verdad había momentos en que me parecía que una especie de ser uni versal iba súbitamente a tomar figura ante mis ojos, en la Naturaleza. Pero esto ya no se dirigía, como en otro tiem po, hacia algo «ultra-material»; al contrario, yo trataba de captar y fijar el Inefable Ambiente en la dirección de algo «ultra-vivo»... Era como si el Sentido de la Plenitud se hubiera invertido en mí. Y desde entonces no he dejado nunca de mirar y de avanzar según esta orientación nueva. Insistamos un poco más en este cambio radical y este descubrimiento. Mi educación y mi religión me habían llevado a admi tir siempre dócilmente hasta entonces -por lo demás, sin reflexionar mucho sobre ello- una heterogeneidad de fon do entre Materia y Espíritu. Cuerpo y Alma, Inconsciente y Consciente: dos «sustancias» de naturaleza diferente, dos «especies» de Ser incomprensiblemente asociadas en el Compuesto vivo, y a propósito de las cuales era necesa rio a toda costa, se me aseguraba, mantener que la prime ra (¡mi divina Materia!) no era más que la sierva humilde (por no decir la adversaria) de la segunda. Por este moti vo, ésta (es decir, el Espíritu) se encontraba reducida ante mis ojos a no ser más que una Sombra. Es cierto que tenía que venerarla por principio, pero en realidad yo no sentía hacia ella (emotiva e intelectualmente hablando) ningún interés vital. Como consecuencia, se puede imaginar mi impresión interior de liberación y expansión cuando, en mis primeros pasos, aún vacilantes, hacia un Universo
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«evolutivo», comprobé que el dualismo en que me habían mantenido hasta entonces se disipaba como niebla ante el sol naciente. Materia y Espíritu no son en modo alguno dos cosas, sino dos estados, dos estados, dos caras de un mismo Tejido cósmico, según se le mire, o se le prolongue, en el sentido en que (como habría dicho Bergson) se hace o, por el con trario, en el sentido en que se deshace. «Hacerse» o «deshacerse»: expresiones terriblemente vagas todavía, indiscutiblemente -tendrían que pasar varias décadas para que adquirieran un significado preciso en mi mente-, pero expresiones suficientes, a su manera, para fijarme ya desde entonces en una actitud u opción que debía dominar todo el resto de mi desarrollo interior, y cuyas características principales pueden definirse con es tas simples palabras: la primacía del Espíritu o la primacía del Porvenir -que viene a ser lo mismo. Es indudable que, estrictamente hablando, el simple hecho de haber visto desvanecerse la pretendida barrera que separa separaba ba el Interior Interior de las cosa c osass de su Exterior - o el mero hecho de constatar que, una vez saltada la barrera, se establece una corriente, experimental y tangiblemente, que va de lo menos consciente a lo más consciente en la Naturaleza-, este hecho, lo admito, no basta por sí solo para establecer rigurosamente una superioridad absoluta de lo Animado sobre lo Inanimado, de la Psique sobre el Soma. En efecto, ¿por qué no debería balancearse el Cosmos indiferentemente, de un polo al otro? O bien, des pués de un cierto número de oscilaciones, ¿por qué no debería fijarse al final de la carrera, inmutablemente, en la posición de la Materia?... ¿No podían ser éstas otras fór mulas concebibles de la Evolución? Es notable que en un primer momento no se suscitaran estas diversas cuestiones, que debían planteárseme inevi
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tablemente más adelante (y que considero haber resuelto, al menos para mi uso personal). [...] Necesitaría toda una vida para apreciar (¡y, aun así, de manera muy incompleta!) lo que esta transposición de valor (¡lo que este cambio en la noción misma de Espí ritu!) tenía -para la inteligencia, la oración y la acción- de inagotablemente constructivo... y revolucionario a la vez. - «Le Coeur Coeur de la Matiére», Matiére», en CM CM, pp. pp. 33-36 33-36 L a potencia espiritual de la materia
«Empápate de la Materia [...], báñate en sus capas ardien tes, porque ella es la fuente y la juventud de tu vida. ¡Ah! ¡Ah! ¡Tú ¡Tú creías poder prescindir prescindir de ella ella porque se ha encendido en ti el pensamiento. Esperabas estar tanto más próximo al Espíritu cuanto más cuidadosamente rechaza ses lo que se palpa; más divino si vivieses en la idea pura; más angélico, al menos, si huyeses de los cuerpos! ¡Pues bien! bien! ¡Te ¡Te has vist vistoo morir de hamb hambre! re! Necesitas aceite para tus miembros, sangre para tus venas, agua para tu alma, de lo Real para tu inteligencia; todo eso lo necesitas en virtud de la misma ley de tu natu raleza, ¿lo comprendes bien?... [...] No digas nunca, como hacen algunos: “¡La Materia está gastada, la Materia está muerta!”. Hasta el último ins tante de los Siglos, la Materia será joven y exuberante, res plandeciente y nueva para quien quiera. No repitas tampoco: “¡La Materia está condenada, la Materia está muerta!”. Vino alguien que dijo: “Beberéis veneno y no os causará daño”. Y también: “La vida saldrá de la muerte”, y, finalmente, pronunciando la palabra defi nitiva de mi liberación: “Éste es mi Cuerpo”.
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No, la pureza no consiste en la separación, sino en una penetración más profunda del Universo. Consiste en el amor de la única Esencia, incircunscrita, que penetra y actúa en todas las cosas por dentro, más allá de la zona mortal en que se agitan las personas y los números. Rad R adi i ca en un casto contacto con aquel que es “el mismo en todos”. " ¡Qué hermoso es e s el el Espíritu Espíritu cuando se eleva eleva adornad adornadoo con las riquezas de la Tierra! ¡Báñate en la Materia! [...] ¡Sumérgete en ella, allí donde es más impetuos impetuosaa y más más profunda profunda!! ¡Lucha en su corriente y bebe sus olas! ¡Ella es quien ha mecido en otro tiempo tu inconsciencia; ella quien te llevará llevará has hasta ta Dios!». Dios !».
[...]
El Hombre se vio en el centro de una copa inmensa, cuyos bordes se cerraban en tomo a él. Entonces la fiebre de la lucha sustituyó en su corazón a una irresistible pasión de sufrir, y sufrir, y descubrió en un deste llo, siempre presente en tomo a él, al único necesario. Comprendió para siempre que el Hombre, lo mismo que el átomo, no tiene valor más que en la parte de sí mis mo que pasa al Universo. Vio con una evidencia absoluta la vacía fragilidad de las más hermosas teorías, comparadas con la plenitud definitiva del menoría?, tomado en su realidad concreta y total. Contempló con una claridad despiadada la desprecia ble pretensión de los Humanos por arreglar el Mundo, por imponerle sus dogmas, sus medidas y sus convenciones. Saboreó hasta la náusea la banalidad de sus goces y de sus penas, el mezquino egoísmo de sus preocupaciones, la insipidez de sus pasiones, la disminución de su poder de sentir.
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Tuvo compasión de quienes se azaran ante un siglo o no saben amar nada fuera fuer a de su país. Tantas cosas que le habían turbado o hecho rebelarse en otras ocasiones, los discursos y los juicios de los doc tores, sus afirmaciones y sus prohibiciones, prohibir al Universo que se mueva... ...Todo eso le pareció ridículo, inexistente, comparado con la Realidad majestuosa, desbordante de Energía, que se revelaba ante él, universal en su presencia, inmutable en su verdad, implacable en su desarrollo, inalterable en su serenidad, maternal y segura en su protección. [...] Sí, tenía conciencia de ello: incluso para sus hermanos en Dios, mejores que él, hablaría inevitablemente una len gua incomprensible; él, a quien el Señor había decidido a emprender el camino del Fuego. Incluso para aquellos a quienes más amaba, su afecto sería una carga, porque le verían buscando inevitablemente algo detrás de ellos. Desde el momento en que la Materia, despojándose de su velo de agitación y de multitud, le descubrió su glorio sa unidad, entre los demás y él existía ahora un caos. Desde el momento en que había desligado para siempre su corazón de todo lo que es local, individual, fragmentario, sólo ella, en su totalidad, sería en adelante para él su padre, su madre, su familia, su raza, su única y ardiente pasión. Y nadie en el mundo podría nada contra ello. Apartando resueltamente los ojos de lo que huía, se abandonó, con una fe desbordante, al soplo que arrebata ba el Universo. Ahora bien, he aquí que en el seno del torbellino cre cía una luz que tenía la dulzura y la movilidad de una mirada... Se infundía un calor que no era ya la dura irra diación de un hogar, sino la rica emanación de una carne...
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La inmensidad ciega y salvaje se hacía expresiva, perso nal. Sus capas amorfas se plegaban siguiendo los rasgos de un rostro inefable. Por todas partes se dibujaba un Ser, seductor como un alma, palpable como un cuerpo, vasto como el cielo, un Ser entremezclado con las cosas aun cuando distinto de ellas, superior a la sustancia de las cosas, con la que esta ba revestido y, sin embargo, adoptando una figura en ellas... El Oriente nacía en el corazón del Mundo. Dios irradiaba en la cúspide de la Materia, cuyas olea das le traían el Espíritu. El Hombre cayó de rodillas en el carro de fuego que le arrebataba. Y dijo esto: HIMNO A LA MATERIA
«Bendita seas tú, áspera Materia, gleba estéril, dura roca, tú que no cedes más que a la violencia y nos obligas a tra bajar si queremos comer. Bendita seas, peligrosa Materia, mar violenta, indoma ble pasión, tú que nos devoras si no te encadenamos. Bendita seas, poderosa Materia, evolución irresistible, realidad siempre naciente, tú que haces estallar en cada momento nuestros esquemas y nos obligas a buscar cada vez más lejos la verdad. Bendita seas, universal Materia, duración sin límites, éter sin orillas, triple abismo de las estrellas, de los átomos y de las generaciones, tú que desbordas y disuelves nues tras estrechas medidas y nos revelas las dimensiones de Dios. Bendita seas, impenetrable Materia, tú que, tendida por todas partes entre nuestras almas y el Mundo de las
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Esencias, nos haces consumir en el deseo de atravesar el velo inconsútil de los fenómenos. Bendita seas, mortal Materia, tú que, disociándote un día en nosotros, nos introducirás, por fuerza, en el corazón mismo de lo que es. Sin ti, Materia, sin tus ataques, sin tus arranques, vivi ríamos inertes, estancados, pueriles, ignorantes de noso tros mismos y de Dios. Tú que castigas y que curas, tú que resistes y que cedes, tú que trastocas y que construyes, tú que encadenas y que liberas, savia de nuestras almas, ma no de Dios, carne de Cristo, Materia, yo te bendigo. Yo te bendigo, Materia, y te saludo, no como te des criben, reducida o desfigurada, los pontífices de la ciencia y los predicadores de la virtud, un amasijo, dicen, de fuer zas brutales o de bajos apetitos, sino como te me apareces hoy, en tu totalidad y tu verdad. verdad. [...] Te saludo, medio divino, cargado de poder creador, océano agitado por el Espíritu, arcilla amasada y animada por el Verbo encamado. [...] ¡Arrebátame, Materia, allá arriba, mediante el esfuer zo, la separación y la muerte; arrebátame allí donde al fin sea posible abrazar castamente al Universo!». - «La potencia espiritual espiritual de la materia», materia», en HU, pp. 60-65
C omunión
co n la
T ierra,
la gran
M adre
El primer impulso del hombre que, habiéndose abierto a la conciencia del Cosmos, ha realizado el ademán de arrojar se en él es el de dejarse mecer como como un niño por la gran Madre entre cuyos brazos acaba de despertarse. En esta actitud de abandono -simple emoción estética en unos,
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regla de vida práctica, sistema de pensamiento y aun de religión en otros- yace la raíz común de todos los panteís mos paganos. La revelación esencial del paganismo consiste en que todo en el Universo es uniformemente verdadero y precio so, hasta tal punto que debe llevarse a cabo la fusión del individuo con el todo, sin distinción y sin corrección. Todo corrección. Todo cuanto actúa, se mueve o respira, toda energía física, as tral, animada, toda parcela de Fuerza, toda chispa de Vida, es igualmente sagrado; porque en el átomo más humilde y en la estrella más brillante, en el insecto más vil y en la más bella inteligencia, sonríe y se agita el mismo Abso luto, el luto, el único al que importa adherirse mediante una entre ga directa y profunda que penetra y rechaza como apa riencias las más sustanciales determinaciones de lo real. [-] Tal es, en efecto, la singularidad de las concepciones panteístas y paganas, que hace que la equivalencia funda mental introducida por ellas entre todo lo que existe acabe favoreciendo, con detrimento de la vida consciente y per sonal, los modos de ser incoativos y difusivos de las mónadas inferiores. [...] ...Un día, encarado con las tristes extensiones del desierto, cuyas planicies escalonaban sus peldaños viole tas, hasta perderse de vista, hacia horizontes salvajemente exóticos; ante el mar insondable y vacío cuyas olas, sin tregua, se movían en su innumerable sonrisa; en medio de la espesura de un bosque cuya sombra, cargada de vida, parecía querer disolverme entre sus profundos y cálidos pliegues, tal vez me ha asaltado un fuerte deseo de ir a encontrar lejos de los hombres, lejos del esfuerzo, la re gión de las inmensidades que mecen e invaden, allí donde mi actividad, demasiado zarandeada, se iría deteniendo,
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cada vez más, indefinidamente... Y entonces toda mi sen sibilidad se ha alertado, como ante la proximidad de un dios de la fácil felicidad y de la embriaguez, porque era la Materia lo que allí me llamaba. Como a todos los hijos de los hombres, me repetía entonces a mí la palabra que escu cha cada generación: me solicitaba para que, dejándome ir hacia ella sin reservas, la adorase. ¿Y por qué no habría yo de adorarla de hecho a ella, la Estable, la Grande, la Rica, la Madre, la Divina? ¿Acaso no es eterna e inmensa a su modo? ¿Acaso nuestra imagi nación no se niega a concebir su ausencia, lo mismo en el lejano extremo del espacio que en el retroceso indefinido de los siglos? ¿No es la sustancia única y universal, la flui dez etérea que todas las cosas se reparten sin disminuirla ni romperla? ¿No es ella, la Terra Mater, Mater, la generadora absolutamente fecunda, la que contiene las semillas de toda vida y el alimento de toda alegría? ¿No es ella a la vez el origen común de los Seres y el único Término que podemos imaginar, la Esencia primitiva e indestructible de donde todo emana y adonde todo vuelve, el punto de par tida de todo crecimiento y el límite de toda dispersión? Todos estos distintos atributos que la filosofía espiritualis ta proyecta fuera del Universo, ¿no sería más bien en el polo opuesto, en las profundidades del Mundo, donde se realizan y tienen que ser alcanzados, en el seno de la Materia divina? [...] Así pues, es posible que en la seducción de las prime ras alegrías y del primer encuentro yo haya dado crédito a los centelleos, a los perfumes, a los espacios libres, a los abismos, y que me haya confiado a la Materia. He queri do comprobar si, de acuerdo con las vastas esperanzas depositadas en mi corazón por el «despertar cósmico», podía, entregándome a aquélla, llegar hasta el corazón de
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las Cosas, encontrar el alma del Mundo a fuerza de per derme en sus abrazos. He intentado con toda mi fogosidad esta experiencia sin desconfianza alguna, incapaz de supo ner que la verdad pudiera no coincidir con el encanta miento de los sentidos y el amortiguamiento del dolor. Y he aquí que, a medida que me dejaba deslizar progresiva mente hacia el centro, cada vez más desplegado y más dis tendido respecto de la Conciencia inicial, advertía que la luz de la vida se iba oscureciendo en mi interior. Me sentí, de pronto, menos sociable. Porque la Mate ria es celosa y no quiere testigos para el adepto de sus misterios. [...] [Ahora bien, lo que sucedió fue esto:] De acuerdo con la lógica ineluctable que encadena las fases de nuestra acción, se descubrió que una menor sociabilidad en mí preparaba una personalidad también menor. Quien en cuentra demasiado gravoso soportar a su prójimo, ¿no será que ya está fatigado de soportarse a sí mismo? Me sor prendí a mí mismo buscando la manera de disminuir el esfuerzo que todo viviente debe desarrollar para seguir siendo él mismo; me sentía feliz al advertir cómo se redu cían mis responsabilidades: percibía en mí hasta el extre mo el crecimiento del culto de las pasividades. [...] Y así fue como, de un golpe inesperado, en medio de los espa cios mudos y vírgenes, se traicionó a sí misma. Un día comprendí el sentido de las palabras que me decía y que hacían agrietarse las profundidades mal conocidas de mi ser, a la espera de algún gran y beatificante reposo; caí en la cuenta de que me decía: «Un esfuerzo menor». [...] Fue entonces cuando la fe en la Vida me salvó. ¡La Vida! ¿Adonde acudiríamos en ciertas horas de extrema turbación, sino al último criterio, a la suprema decisión de su logro y de sus caminos? Cuando vacilan
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todas las certidumbres, balbucean todas las palabras, se vuelven sospechosos todos los principios, ¿a qué última creencia asir nuestra existencia interior a la deriva, sino a ésta: que existe un sentido absoluto de crecimiento al crecimiento al que nuestro deber y nuestra felicidad piden que nos conforme mos, y que la Vida camina en ese sentido, en sentido, en la dirección más recta? Sí; precisamente por haber mirado tan prolon gadamente la Naturaleza y haber amado tanto su rostro, he podido leer sin ambigüedad en su corazón; precisamente por ello, hay para mí una convicción infinitamente dulce y tenaz, profunda y querida; la más humilde, pero también la más fundamental en todo el edificio de mis certidum bres: la Vida no engaña, engaña, ni en su transcurso ni en su Término. Sin duda que no nos define intelectualmente nin gún Dios, ningún dogma; pero nos muestra el camino por el que vendrán hacia nosotros todos aquellos que no son ni mentiras ni ídolos; nos indica hacia qué región del hori zonte es preciso singlar para lograr ver surgir y aumentar la luz. Estoy seguro de ello en virtud de toda mi experien cia y de toda mi sed de mayor felicidad: hay un más-ser, un mejor-ser absolutos absolutos que se llama progreso en la con ciencia, en la libertad, en la moralidad; y tales grados superiores de existencia adquieren consistencia por medio de la concentración, la depuración, el máximo esfuerzo. [•••]
La auténtica llamada del Cosmos es una invitación a venir a participar conscientemente en la gran tarea que se lleva a cabo en su seno: no es descendiendo la corriente de las cosas como llegaremos a unirnos a su alma única, sino luchando con ellas por un Término que ha de venir. - «La vida cósmica», en ETG-C ETG-C,, pp. pp. 39-44 39 -44
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I n m e r s o s e n l a a c c i ó n c r e a d o r a d e D io s
«El Mundo sigue sig ue creándose, y en él es Cristo C risto quien quien se ulti ma...». Al escuchar y comprender esta palabra, he abierto los ojos y he advertido, como en un éxtasis, que me halla sumergido en Dios Dio s p o r toda la Natural Naturaleza. eza. Todo el teji ba sumergido do inextricable y compacto de las relaciones materiales, plexu s de las corrientes fundamentales, estaba allí todo el plexus de nuevo ante mí, como a la hora del primer despertar, pero animado y transfigurado: porque sus servidumbres, sus encantos, sus incitaciones innumerables aparecían an te mi vista iluminadas, santificadas, divinizadas, lo mismo en su modo de obrar que en su porvenir. «Dios está en todas partes, Dios está en todas partes» (santa Angela de Foligno). [...] Cada efluvio que me atraviesa, me envuelve o me cau tiva, emana, en definitiva, del corazón de Dios; transporta, a la manera de una energía sutil y esencial, las pulsaciones de la Voluntad de Dios. Cada encuentro que me acaricia, me aguijonea, me contraría, me ofende o me hiere, es un contacto de la mano multiforme, pero siempre adorable, de Dios. Cada elemento que me constituye, desborda de Dios. Al abandonarme a los abrazos del Universo visible y palpable, puedo comulgar con el Invisible purificante e incorporarme al Espíritu inmaculado. Dios vibra en el Éter; y a través de él se insinúa hasta la médula de mi sustancia material. Todos los cuerpos se unen por Él, se influencian y se sostienen en lá unidad de la Esfera total, cuya superficie no puede ser imaginada por nosotros... Dios actúa en la Vida. La ayuda, la levanta, le da el impulso que la acosa, el apetito que la atrae, el' crecimien to que la transforma. Le siento, y Le toco, y Le «vivo», en
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la profunda corriente biológica que circula en mi alma y se la lleva consigo. Dios transparece y se personifica en la Humanidad. Le soporto en mi hermano; le oigo hablar en las órdenes su periores, y luego, de nuevo, como en una segunda zona material, encuentro y experimento el contacto dominador y penetrante de Su mano, en el nivel superior de las ener gías colectivas y sociales. Cuanto más desciendo dentro de mí, tanto más encuen tro a Dios en el corazón de mi ser; cuanto más multiplico las conexiones que me vinculan a las Cosas, tanto más estrechamente me aprieta Él -Dios, que prosigue en mí la Obra, tan amplia como la totalidad de los siglos, de la Encamación de su Hijo. Benditas pasividades que me enlazáis por cada una de las fibras de mi cuerpo y de mi alma, Santa Vida, Santa Materia, por cuyo medio comulgo, al mismo tiempo que con la Gracia, con la génesis de Cristo, puesto que, al per derme dócilmente en vuestros amplios pliegues, nado en la Acción creadora de Dios, cuya Mano no ha cesado nunca, desde el comienzo, de modelar la arcilla humana destinada a formar el Cuerpo de su Hijo; yo me entrego a vuestra dominación; me pongo en vuestras manos, os acepto y os amo. Soy dichoso de que Otro me ate y me haga ir adonde yo no querría. Bendigo las circunstancias, los favores, las fatalidades de mi carrera. Bendigo mi carácter, mis virtudes, mis defectos... mis taras. Me amo tal como me he recibido y tal como mi destino me forma. Mejor aún, intento adivinar y sorprender los soplos más tenues que me solicitan, para extender hacia ellos amplia mente mis velas. [...] ...Y en esta primera visión fundamental se esboza ya la reconciliación del Reino de Dios y del amor cósmico: el seno maternal de la Tierra es algo del seno de Dios.
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Ahora bien, nosotros no somos sólo las criaturas acu nadas y alimentadas por la Gaia meter [Madre Tierra]. Como niños convertidos en adultos, tenemos que saber caminar solos y ayudar activamente a quien nos ha soste nido. Si, por tanto, nos hallamos resueltos a plegamos integralmente a las voluntades divinas inscritas en las leyes de la Naturaleza, nuestra obediencia tiene que arro jamos jam os al esfuerzo positivo, nuest nuestro ro culto de las pasivida des desemboca en la pasión del trabajo. Con tanto más ardor cuanto que no se trata solamente, a nuestros ojos, de promover una obra humana, sino de llevar a término de alguna alguna maner maneraa a Cristo Cristo,, debemos debemos consagramos, consagramo s, incluso incl uso en el terreno natural, al cultivo del Mundo. [...] Estrictamente hablando, no sería indispensable, para la verdad de esta tesis, que definiéramos en qué es en lo que el perfeccionamiento natural y artificial del Mundo puede contribuir a la plenitud de Cristo. Desde el momento en que el Progreso inmanente es el Alma natural de Cosmos, y que el Cosmos, a su vez, se halla centrado en Jesús, ha de admitirse como demostrado que, de una o de otra ma nera, la colaboración al Devenir cósmico constituye una parte esencial y primaria de los deberes del cristiano. Con su único y mismo impulso, i mpulso, la Natur Naturalez alezaa se embell e mbellece ece y el Cuerpo de Cristo alcanza su desarrollo total. [...] La Evolución natural [...] parece hallarse ahora absor bida por los cuidados del alma; de orgánica y fatal, sobre todo, se ha convertido en predominantemente psicológica y consciente. Pero no está muerta; su brazo no se ha debi litado en absoluto. [...] ¿Quién sabe qué sorprendentes especies y rasgos rasgos naturales serán capaces de hacer nacer en el alma los perseverantes esfuerzos de la Ciencia, de la Moral, de la Ciencia social, sin las que la belleza y la per fección del Cuerpo místico no llegarían a su término?...
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Vayamos hasta el límite de nuestras ambiciones huma nas. Hasta ahora habíamos renunciado a salvar lo que hu biera de absoluto en el Tronco cósmico del que se des prenden las almas maduras. Pero ¿por qué esa pusilanimi dad en nuestras concepciones y con qué derecho? Toda la economía de la Iglesia, con sus dogmas y sus sacramentos, nos enseña el respeto y el valor de la Materia. Cristo quiso y tuvo que asumir una carne auténtica. Santifica la nuestra mediante un contacto especial. Prepara de esa manera físi camente la Resurrección. En la concepción cristiana, por tanto, la Materia conserva su papel cósmico de base infe rior, pero primordial y esencial, de la Unión; Unión; y, por asi milación al Cuerpo de Cristo, hay algo de la Materia misma destinado a pasar a los fundamentos y a los muros de la Jerusalén celeste. [...] ¿Por qué el anhelo de Progreso y el culto de la Tierra, si se les señala como término la culminación en Cristo, no habrían de transformarse, de parecida manera, en una gran una gran Virtud innominada, que sería la forma más general del amor de Dios, encontrado y servido en la Creación? Creación ? [...] OREMOS
¡Oh, Cristo Jesús, verdaderamente contenéis en vuestra benignidad y en vuestra humanidad toda la implacable grandeza del Mundo. Y precisamente por eso, por esta ine fable síntesis realizada en Vos, de lo que nuestra experien cia y nuestro pensamiento jamás hubieran osado reunir en su adoración: el elemento y la Totalidad, la Unidad y la Multitud, el Espíritu y la Materia, lo Infinito y lo Personal -por los contornos indefinibles que esta complejidad pro porciona a vuestra Figura y a vuestra acción-, por eso es
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por lo que mi corazón, prendado de las realidades cósmi cas, se entrega apasionadamente a Vos! Os amo, Jesús, por la Multitud que en Vos late, y que se escucha, con todos los otros seres, susurrar, orar, llorar, cuando nos apretamos estrechamente a Vos. [...] Os amo como la Fuente, el Medio activo y vivificante, el Término y Desenlace del Mundo, incluso natural, en su Devenir. Centro en el que todo se reúne y que se distiende sobre todas las cosas para compendiarlas en sí, os amo por las prolongaciones de vuestro Cuerpo y de vuestra Alma en toda la Creación, por la Gracia, la Vida, la Materia. Jesús, dulce como un Corazón, ardiente como una Fuerza, íntimo como una Vida, Jesús en quien puedo fun dirme, con quien he de dominar y de liberarme, os amo como un Mundo, Mundo, como el Mundo que me ha seducido, y sois Vos, yo lo veo ahora, a quien los hombres, mis her manos, incluso aquellos que no creen, sienten y buscan a través de la magia del inmenso Cosmos. Jesús, centro hacia el que todo se mueve, dignaos con cedemos a todos, si es posible, un pequeño rincón entre las mónadas escogidas y santas que, una vez desprendidas una a una del caos actual por vuestra solicitud, se agregan lentamente en Vos en la unidad de la nueva Tierra... Vivir de la vida cósmica es vivir con la conciencia dominante de que se es un átomo del cuerpo de Cristo mís tico y cósmico. Quien vive así tiene en nada una multitud de preocupaciones que para otros resultan absorbentes; vive más distante, y su corazón está siempre más abierto... Éste es mi testamento de intelectual. - «La «La vida cósmica», en ETG-C, pp. 78-81, 82-84, 89-90
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«Dios se halla tan extendido y es tan tangible como una atmósfera que nos bañara. Por todas partes Él nos envuelve, como el propio Mundo» - MD, p. p. 30
La ardiente espiritu esp irituali alidad dad de Teilha Teilhard rd se nutría de su f e cristiana, pero también estaba profundamente arraigada en una cosmovisión unificadora, una síntesis única que reunía elementos científicos, filosóficos, religiosos y espi rituales. El siempre buscó un patrón en el desarrollo de las cosas y se preguntó, sobre todo, por la significación del ser humano en el vasto universo. Su búsqueda de la unicidad global, de la unificación de todas las cosas, le hizo ver la unidad de la materia y el espíritu. Así, la co rriente universal del devenir, que es la evolución, fue en tendida como un un proces pro cesoo de progres pro gresiva iva espiritualización a través de una unión creciente. Junt Juntoo al sentido cósmico, presente prese nte en él desde des de la infan infan cia como una creciente revelación de lo divino difundido en el mundo que lo rodeaba, descubrió un sentido de lo humano y de la naturaleza específica de la reflexión hu mana. Junto a la biosfera, habló también de la «noosfera», que significaba para él un estrato de pensamiento e interacción entre las personas que habitan el globo. Fue
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en el frente, en la Primera Guerra Mundial -cuando con templaba silenciosamente la Luna llena suspendida sobre la tierra-, donde advirtió por primera vez esta gran reve lación de la unicidad de la humanidad en toda la tierra. Fue entonces cuando descubrió que, a pesar de la confu sión de la guerra y la discordia, la humanidad es arras trada hacia una unión más estrecha para formar una uni dad más grande. Para explicar cómo iba a suceder esto desarrolló su teoría de la «unión creadora», que trata de estable est ablecer cer cómo los muchos muchos pueden llegar a ser se r un uno, no a través de la fusión y la pérdida pér dida de identida identidad, d, sino sino a través de una forma de unión más alta que establece una dife rencia entre los elementos individuales, a la vez que los reúne en una unión más profunda. Esta es una síntesis nueva y compleja de un orden superior que produce algo nuevo y a cuyo resultado último o cima espiritual Teilhard llamó «Omega». El espíritu y la materia mate ria no son idénticos idén ticos ni se encuen tran fusionados, pero están intrincada y misteriosamente interrelacionados. No son dos cosas o naturalezas sepa radas rad as —como sosti so stienen enen quienes quien es insisten i nsisten en mantene man tenerr d ivi iv i siones estrictas-, sino que son para Teilhard dos direccio nes dentro de la evolución del mundo. La espiritualización tiene lugar p o r medio de la unió unión n, y toda consistencia p ro ro cede del espíritu. Hasta las cosas más simples en el uni verso poseen los rudimentos de la inmanencia, una chispa del espíritu. Teilhard escribió extensamente sobre la significación del fenómeno humano, no sólo en su famoso libro El Fenómeno humano (1938-1940), sino también en dos en sayos anteriores de 1928 y 1930. Estos llevan el mismo título que el libro, y del primero de ellos hemos escogido una selección para expresar la importancia del ser huma
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no en el desarrollo del universo. Ya en este primer escrito, Teilhard estaba interesado en el problema de la acción humana y humana y en la cuestión acerca de cuáles son los recursos energéti energéticos cos necesarios pa para ra mantener mantener y desarrollar desarro llar el di d i namismo de la noosfera. Su interés principal era señalar la necesidad de alimentar el ardor o gusto por la vida y desarrollar una energética humana para hacerlo. La prác pr áctic ticaa espiritua espir ituall apropiad apro piadaa pa para ra logra log rarr esos inte reses se describe detalladamente en el libro de Teilhard titulado titulado El Medio Divino (1927), escrito «Para quienes aman al mundo», como dice la dedicatoria. A Teilhard le preoc pr eocupa upaba ba inmensamente inmensamente el hecho hecho de que, que, mientras la ciencia había revelado la inmensidad y la unidad del mundo que nos rodea, la teología y la práctica religiosa aún no hubieran incorporado plenamente las implicacio nes de una cosmovisión que había cambiado radicalmen te. Es po posib sible le que actualmente actualmente los teólogos teólog os interesados en la relación entre ciencia y religión sean más numerosos que en tiempos de Teilhard, pero no hay ni uno solo que haya reflexionado como él, de una manera tan radical y detallada, sobre las ramificaciones de la cosmovisión científica y ecológica contemporánea para la práctica de la espiritualidad. Teilhard escribió El escribió El Medio Divino como alguien «que cree sentir apasionadamente con su tiempo» y que quiere «enseñar «en señar a ver v er a Dios Dio s p o r todas partes par tes:: verlo en lo más secreto, en lo más consistente, en lo más defini tivo del mundo» (MD, p. 31). Concibió su libro como un «ensayo de vida o de visión interior», dirigido no especí ficamen fica mente te a los cristianos, sino a los que «perciben, «perciben, ante todo, las voces de la Tierra» y «a los inquietos» de dentro y de fuera fue ra de la Iglesia Igle sia (MD (MD, p. 25). «Medio divino» es una expresión que trata de captar el significado de dos experiencias diferentes. Por un lado,
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designa desig na todo un entorno, entorno, como la atmósfera que nos rodea y el aire que respiramos. respiramos. Por otro lado, lado, significa también también,, y a l mismo tiempo, tiempo, un punto central, central, un centro donde todas las realidades se unen, se encuentran y convergen. La presenc pres encia ia divina en el mundo mundo es este «medio» miste mi ste rioso que irradia a través de todos los niveles del univer so, a través de la materia, la vida y la experiencia huma na. Nosotros estamos inmersos en este medio, bañados en él. Si se lo permitimos, puede invadir todo nuestro ser y transformamos. Teilhard lo llamó también «medio místi co», un «océano divino» en el que nuestra alma puede ser inflamada y divinizada. Todas las realidades, todas las experiencias, todas nuestras actividades, todas nuestras alegrías y sufrimientos, tienen este potencial de diviniza ción, de verse encendidas por la efusión del amor divino. En En otros lugares, lugares, Teilhard Teilhard se refiere refiere a la imagen imagen de «la zarza zar za ardiente», tomada de la Biblia Bibl ia hebrea, hebrea, pa para ra expre sar sa r algo de este gran fuego fueg o del d el espíritu que se extiende p o r todo el mundo. En El En El Medio Divino utiliza otra imagen de la misma fuente: la lucha de Jacob con el ángel. Esta es una metáfora de la lucha de la vida humana, sus avances y sus disminuciones. Para Teilh eilhard, ard, la esencia de la p r á c tica espiritual consiste en establecernos en el Medio Divi no, vivir viv ir y morir m orir en él, él, llegar a ser pa parte rte de él. A s í encon tramos la plenitud, la totalidad del ser, que nos lleva al punto Om Omega ega,, identificado con la carne enca en cam m ad adaa de Cristo en la materia. En En La Misa sobre el Mundo, que es una ofrenda hímnica de todas las experiencias humanas, del trabajo y el dolor, y de la tierra misma, se ensalza la situación en la que nos nos encontram encontramos, os, rodeados p o r el Medio Divino Divin o como una una atmósfera que respiramos y como un océano en el que estamos inmersos. Decir una «Misa sobre todas las co
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sas» fue la práctica de oración de Teilhard en las trinche ras cuando no podía celebrar la liturgia cristiana de la misa, ofreciendo el pan y el vino sobre un altar en una iglesia. Expuso por primera vez esta práctica en su ensa yo «El sacerdote» sacerdote » (1918), de dell que se s e reproduce la sección se cción sobre «La comunión» en el Epílogo de este libro. En 1923, cuando cuando forma for maba ba parte pa rte de una expedición al a l río Amarillo, Amarillo, en China, se encontró en una situación parecida, porque no podía decir misa. En cambio, ofreció simbólicamente todo el cosmos a Dios y nos dejó su gran obra profética y llena de inspiración La inspiración La Misa sobre el Mundo, que aclama la formidable formida ble grande grandeza, za, pode po derr y belleza del Medio Divino entre nosotros, el medio que Teilhard amó tan intensa mente, el ambiente en el que vivió, trabajó y murió. *
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E l s e r h u m a n o d e n t r o d e l U n i v e r s o
Hoy el Hombre (o más exactamente lo Hum lo Humano) ano) forma forma la base sobre la que se apoya, se articula, halla su cohesión y se mueve el edificio entero de mi Universo interior. No obstante, lo humano no se encontró, según mis perspecti vas, en esta posición cardinal desde el primer momento, sino tras mucha resistencia. [...] Cuanto más se afirmaban y crecían en mi pensamiento la primacía y la atracción de lo Cósmico, tanto más me desviaba y me turbaba, por contraste, lo Humano, por la preponderancia que adquirían en su nivel «lo individual», «lo accidental», «lo artificial»... En el Hombre ¿acaso lo Plural no rompía y desgarraba inevitable y desastrosamen te lo Universal y lo Total?... El árbol ¿dejaba todavía, no digo sólo ver, ver, sino subsistir el el bosque? [...]
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Sólo, si no me equivoco, en una memoria sobre el Hombre escrita hacia 1927, es decir, después de mi primer viaje a China, me permití por primera vez -por simetría con la Biosfera de Suess- hablar de Noosfera de Noosfera para para desig nar la envoltura pensante de la Tierra. Pero si la palabra, en mis escritos, no aparece hasta esta fecha relativamente tardía, la visión había germinado en mi mente diez años antes, en el contacto prolongado con las enormes masas humanas que, desde el Isére hasta Verdun, se enfrentaban entonces en las trincheras de Francia. La atmósfera del «Frente».... No fue por haber estado sumergido allí -por haberme impregnado en ella durante muchos meses-, precisamente allí donde estaba más cargada, donde era más densa, por lo que decididamente dejé de percibir ninguna ruptura (si no ninguna diferencia) entre «físico» y «moral», ente «na tural» y «artificial»: el «Millón de hombres», con su tem peratura psíquica y su energía interna, se convirtió para mí en una magnitud tan evolutivamente real y, por tanto, tam bién biológica, como una gigantesca molécula de proteína. Después me he visto muchas veces sorprendido al com probar a mi alrededor, en los contradictores, una impoten cia completa para concebir que el individuo humano, por el hecho mismo de que representa una «magnitud corpus cular», debe, como debe, como cualquier otra especie de corpúsculos en el Mundo, encontrarse comprometido en ligazones y agrupaciones físicas que pertenecen a un orden superior al suyo [...]. A propósito de este don, o facultad, todavía rela tivamente raro, de percibir, de percibir, sin ver realmente, realmente, la la realidad y la organicidad de las magnitudes colectivas..., fue induda blemente, lo repito, la experiencia de la Guerra la que me hizo tomar conciencia de ello y lo desarrolló en mí como un sexto sentido.
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Ahora bien, una vez que adquirí este sentido suple mentario, lo que surgió ante mis ojos fue, literalmente, un nuevo Universo: Universo: al lado lado (o (o por por encima) del Universo Univers o de las grandes Masas, el Universo [...] de los grandes Complejos. En la Tierra, mi instinto primero habría sido, originaria mente, considerar con predilección lo más central y lo más pesado -la «Barisfera», podríamos decir-... A la sazón, mi atención y mi interés (siempre polarizados por la misma necesidad fundamental de Solidez y de Incorrupción) esta ban poco a poco remontando, como deslizándose, del núcleo central muy simple a los estratos periféricos, ridi culamente delgados, pero formidablemente activos y com plejos, del Planeta. No sólo no experimentaba ya ninguna dificultad para captar intuitivamente de alguna manera la unidad orgánica de la membrana viva extendida como una película sobre la superficie iluminada del planeta en que vivimos, sino que en tomo a este estrato protoplásmico sensible empezó a aparecer ante mí, individualizándose y separándose poco a poco, como un aura luminosa, una última envoltura -envoltura no ya sólo consciente, sino también pensante- donde, en adelante, ya no dejaría de concentrarse ante mis ojos con una intensidad y una con sistencia crecientes, la esencia o, mejor dicho, el Alma misma de la Tierra. [...] Recubriendo la muchedumbre desordenada de los seres vivos, la Unicidad humana... Por sí sola, esta notable singularidad en la cohesión era suficiente para atraer y fascinar mi gusto por lo Cósmicocaptado-bajo-sus-formas-extremas. No obstante, no era, en la historia de mi descubrimiento de lo Humano, más que una primera aproximación o, si se prefiere, una pri mera apertura que iluminaba, como por tres grados, la na turaleza misma del Tejido noosférico considerado en su estructura profunda.
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En un primer momento, una predisposición primor dial, sui generis, de generis, de la sustancia cósmica para ordenarse y enrollarse sobre sí misma. En el camino, para un cierto valor de ordenación físi co-química de la Materia vitalizada, un punto crítico «de Reflexión», que desencadenaba el cortejo entero de las propiedades específicas de lo Humano. Por último, extendidos, por efecto de la Reflexión, en la médula misma de lo noosférico, una exigencia y un ger men de completa y definitiva inalterabilidad. - «Le Coeur de la la Matiére», Matiére», en CM, pp. pp. 38-43 38-4 3
U nión c r e a d o r a : de lo M últiple al O m e g a
Los diversos principios que acabo de enumerar circunscri ben el campo en cuyo interior hay que buscar la solución del problema de la vida, pero no dan todavía una interpre tación del Mundo. He intentado darme esta interpretación por la teoría de la Unión creadora. La Unión creadora no es exactamente una doctrina metafísica. Es más bien una especie de explicación empí rica y pragmática del Universo, surgida en mí de la nece sidad de conciliar, en un sistema sólidamente ligado, las concepciones científicas de la Evolución (admitidas como definitivas en su esencia) con la tendencia innata que me ha impulsado a buscar lo Divino, no en la ruptura del Mundo físico, sino a través de la Materia y, de algún modo, en unión con ella. He llegado a esta explicación de las Cosas en forma muy simple, reflexionando sobre las desconcertantes rela ciones que existen entre el espíritu y la materia. Si hay un
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hecho bien establecido por la experiencia, es que, en todos los organismos vivientes que conocemos, «cuanto más elevado es un psiquismo, tanto más nos aparece ligado a un organismo complicado». Cuanto más espiritual es el alma, tanto más múltiple y frágil es su cuerpo. Salvo para utilizarla como ocasión para profundizar más el abismo que desean cavar entre el Espíritu y la Materia, esta curio sa ley de compensación no parece haber atraído especial mente la atención de los filósofos. Me ha parecido que, lejos de ser una relación paradójica o accidental, tenía grandes probabilidades de traicionar la secreta constitu ción de los seres. Por consiguiente, en lugar de hacer de ella una dificultad, una objeción, la he transformado en principio mismo de la explicación de las Cosas. La Unión creadora es la teoría que admite que, en la fase evolutiva actual del Cosmos (la única conocida por nosotros), todo pasa como si lo Uno se formara por unifi caciones sucesivas de lo Múltiple, y como si lo Uno fuera tanto más perfecto cuanto más perfectamente centraliza sobre él un más vasto Múltiple. Para los elementos agru pados por el alma en un cuerpo (y elevados por eso mismo a un grado superior del ser), plu ser), pluss esse est es t plus pl us cum cum pluribus uniré [«ser [«ser más es ser mejor con un mayor número de elementos»]. Para la propia alma, principio de unidad, plus plu s esse est plus pl us plura plu ra unir uniré é [«ser [«ser más es unir mejor un mayor número de elementos»]. Para ambos, recibir o comunicar la unión es experimentar la influencia creadora de Dios, qui creat uniendo [«que uniendo [«que crea uniendo»]. Para no ser mal interpretadas, estas fórmulas deben ser sopesadas cuidadosamente. No significan que lo Uno esté compuesto de lo Múltiple, es decir, que nazca de la fusión en él mismo de los elementos que asocia (pues en ese caso, o bien no sería algo creado, es decir, algo completa
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mente nuevo, o bien los términos de lo Múltiple irían redu ciéndose progresivamente, lo que va contra la experien cia). Estas fórmulas expresan únicamente el hecho de que lo Uno sólo nos aparece a continuación de lo Múltiple, bajo la denominación de lo Múltiple, porque su acción esencial, formal, es la de unir. Y esto nos conduce a enun ciar el siguiente principio fundamental: «La Unión crea dora no funde entre ellos los términos que agrupa (la bea titud que aporta ¿no consiste acaso precisamente en con vertirse uno en el otro sin dejar de ser él?). Los conserva e incluso los completa, como lo vemos en los cuerpos vivientes, donde las células son tanto más especializadas cuanto que pertenecen a un ser más elevado en la serie ani mal. Cada alma más alta diferencia diferencia mejor los elementos que une». [...] En el límite inferior de las Cosas, por debajo de todo alcance, nos descubre una pluralidad inmensa, la diversi dad completa unida a la desunión total. A decir verdad, esta multiplicidad absoluta sería la nada, lo que nunca ha existido. Pero es la dirección de donde sale, para nosotros, el Mundo: en el origen de los tiempos, el Mundo se nos descubre emergiendo de lo Múltiple, impregnado y rebo sante de lo Múltiple. Sin embargo, ya, puesto que hay al go, el trabajo de unificación ha comenzado desde este momento. En los primeros estadios en los que se nos hace imaginable, el Mundo ya ha estado, desde hace mucho tiempo, a merced de una multitud de almas elementales que se disputan su polvo para existir unificándolo. No po demos dudar de ello: la Materia llamada bruta está cierta mente animada a su manera. Como absoluta multiplicidad, completa exterioridad o total «transciencia» son sinóni mos de la nada. Cualesquiera que sean (a condición de que sean algo fuera de nosotros), átomos, electrones, corpús
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culos elementales... deben tener un rudimento de inma nencia, es decir, una chispa de espíritu. [...] En el Universo, a nuestro alrededor, las cosas han lle gado a este punto. Como una esfera irradiante a partir de centros innumerables, el Mundo material nos aparece hoy como suspendido en la consciencia espiritual de los hom bres. ¿Qué nos enseña la Unión creadora sobre el equili brio y el porvenir de este sistema? Nos advierte formal mente que el Mundo que vemos es todavía profundamen te inestable inestable e inconcluso: inestable, inestable, porque porque los millones mil lones de almas (vivas o desaparecidas) inclusas hoy en el Cosmos forman un múltiple movedizo que, mecánicamente, nece sita un Centro para «sostenerse»; inconcluso, porque su propia pluralidad, al mismo tiempo que representa una debilidad, es también una potencia y una esperanza de porvenir, la exigencia o la espera de una unificación ulte rior en el espíritu. Por consiguiente, por todo el peso de la evolución pasada, henos aquí forzados a mirar más arriba que nosotros mismos, Hombres, en las series espirituales. Si el Mundo infrahumano se ha consolidado por nuestras almas en nosotros, el Mundo humano, a su vez, no es con cebible más que soportado por centros conscientes más vastos y más poderosos que los nuestros. Y así, gradual mente (de lo más múltiple a lo menos múltiple), hemos llegado a concebir un Centro primero y supremo, un Omega, en el que se religan todas las fibras, los hilos, las gene ratrices del Universo. Centro todavía en formación (vir tual), si se considera la compleción del movimiento que dirige, pero Centro también ya real, puesto que, sin su atracción actual, el flujo general de unificación no podría levantar lo Múltiple. Por consiguiente, a la luz de la Unión creadora el Uni verso toma la forma de un inmenso cono, cuya base se dis
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tendería indefinidamente hacia atrás, en la noche, en tanto que la cumbre se elevaría y se concentraría cada vez más en la luz. De arriba abajo, se hace sentir la misma influen misma influen cia creadora, pero siempre más consciente, más depurada, más complicada. [...] Forzosamente, la Ciencia se ocupa principalmente de estudiar los arreglos materiales sucesi vamente realizados por el movimiento de la vida. Hacien do esto, sólo ve la corteza de las Cosas. La verdadera evo lución del Mundo ocurre en las almas y en la unión de las almas. Sus factores íntimos no son mecanicistas, sino psi cológicos y morales. De ahí que (volveremos sobre este punto) los desarrollos ulteriores físicos de la Humanidad, es decir, los verdaderos prolongamientos de su evolución sideral y biológica, deban buscarse en un incremento de consciencia obtenido por la entrada en juego de potencias unitivas psíquicas. [...] [A la cabeza...] con el relieve de una verdad de primer orden, aparece este principio fundamental de que «toda consistencia procede del Espíritu». Es la definición misma de la Unión creadora. La experiencia inmediata y brutal del Mundo tendería a hacemos admitir lo contrario. La solidez de lo inorgánico y la fragilidad de la carne quieren hacemos creer que toda consistencia procede de la Mate ria. Es preciso invertir resueltamente esta grosera visión de las Cosas, que la propia Física está arruinando al descubrir el lento desvanecimiento de sustancias que creíamos in destructibles. No, todo se sostiene por un efecto de sínte sis, es decir, en suma, por humilde que sea esta síntesis, por un reflejo del Espíritu. [...] En el sistema de la Unión creadora ya no es posible seguir oponiendo brutalmente Espíritu y Materia. En efec to, para quien ha comprendido la ley de «espiritualización por unión», ha dejado ya de haber dos compartimentos en
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el Universo, el de los Espíritus y el de los Cuerpos: sólo hay ya dos sentidos sobre sentidos sobre un mismo camino (el sentido de la pluralización mala y el sentido de la unificación buena). En el mundo, todo ser está en alguna parte sobre la pen diente que asciende de la sombra hacia la luz. Ante él, el esfuerzo por dominar y simplificar su naturaleza; detrás de él, la dejadez en la disociación física y moral de sus poten cias. Si va hacia delante, encuentra el Bien: todo es para él el espíritu. Si decae, sólo encuentra bajo sus pasos mal y materia. [...] Materia y Espíritu no se oponen como dos cosas, como dos naturalezas, sino como dos direcciones de evolución en el interior del Mundo. - «Mi «Mi Universo», en CC CC, pp. pp. 66-71, 66-71, 73
La
importancia fundamental del
Fenómeno
humano
Apenas queda el Hombre reintegrado [...] en el edificio del Mundo, tiende a asumir en él, para la Ciencia, un inmen so valor. En cuanto deja de considerársele como una espe cie de epi- o de para-fenómeno, ya no podrá ser, cualitati va y cuantitativamente, más que un fenómeno de primer orden en el Universo. [...] Cualitativamente, Cualitativamente, en primer lugar, el Hombre mani fiesta, en un grado privilegiado y, por consiguiente, fácil mente estudiable, una determinable energía particular del Mundo: el término extremo, para nuestra experiencia, de lo que pudiéramos llamar la corriente psíquica en el Uni verso. Del mismo modo que el radio, por ejemplo, gracias a la intensidad excepcional de su actividad, ha revelado a
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la Física una propiedad universal de la Materia, así tam bién [...] la conciencia, incluso en su forma superior, que es la libertad, resulta ser un factor de valor cósmico. Inaprehensible en el Mundo de los átomos, insignificante a veces en el Mundo de los seres organizados, lo psíquico pasa decididamente a convertirse en el Fenómeno princi pal en el Mundo humano. Y, por consiguiente, se impone científicamente a la Ciencia. Esta afirmación nos parece irrefutable; y, en nuestra opinión, seguiría siendo válida aun cuando se rechazaran las consideraciones que siguen. Por la circunstancia misma de representar la emergen cia clara y distinta de una propiedad universal, el Fenómeno humano resulta tener un valor cuantitativo cuantitativo ili mitado. [...] La Humanidad [...] evoluciona de modo que forma una unidad natural de extensión tan vasta como la Tierra. La preocupación por los asuntos humanos nos per mite apreciar la significación de este enorme aconteci miento. Y, sin embargo, se desarrolla ante nuestros ojos. De día en día la masa humana «se fragua»; se construye; teje alrededor del Globo una red de organización material, de circulación y de pensamiento. Ahogados en este proce so, acostumbrados a considerarlo como algo no físico, no le prestamos atención. Pero contemplémoslo, por fin, como observaríamos un cristal o una planta. Instantánea mente nos damos cuenta de que en su litosfera, en su atmósfera, en su biosfera, etcétera, la Tierra está añadien do,, por medio de nosotros, una envoltura más a sus otras do capas, la última y más notable de todas: la zona pensante, la «noosfera». El Fenómeno humano, considerado en el resultado global y figurado de su evolución, es de orden «telúrico». Sus dimensiones espaciales son las del plane ta. Y también sus dimensiones temporales. ¿Acaso el Hombre no es naturalmente solidario y legítimamente sa
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lido de la Historia general de la Tierra? El Fenómeno humano [...] hace penetrar a la Ciencia, un poco como la radioactividad, en el secreto de los resortes elementales del Mundo. Y he aquí que ahora asume la amplitud (en extensión) y la profundidad (en duración) de los aconteci mientos geológicos. La Humanidad -recogiendo y com prendiendo mejor una expresión ya empleada antes- es verdaderamente la Tierra (podríamos decir incluso la Naturaleza) «hominizada». [...] Hasta ahora, la Ciencia tenía la costumbre de no cons truir el mundo físico más que con los elementos impulsa dos por las leyes del azar y de los grandes números, hacia una atenuación creciente de energías intercambiables y hacia una difusión inorganizada. La Humanidad, en cuan to aceptemos ver en ella un fenómeno físico, nos obliga definitivamente a concebir, de frente o de espaldas a esta primera corriente universal, otra irreversibilidad funda mental: la que llevaría las cosas, en sentido inverso a lo probable, hacia construcciones cada vez más improbables, cada vez más ampliamente organizadas. Al lado, o a través de la corriente ponderable de la Entropía, existe quizá, oculta por lo material, aflorando en lo organizado, pero sobre todo visible en lo humano, la corriente impondera ble del Espíritu. [...] De esta situación, admitida como hecho de Ciencia, se derivarían dos importantes corolarios, uno más bien espe culativo y el otro más bien práctico. Especulativamente, nos encontraríamos en posesión de una clave que (teniendo en cuenta las analogías queridas) nos permitirá explorar por dentro el Universo que la Física ha intentado hasta ahora aprehender por fuera. Si verdade ramente, como ya lo hemos hecho, las leyes de la Materia bruta y los procesos externos de la Materia viviente pue
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den seguirse hasta llegar a nosotros, y volver a encontrar se en nosotros mismos, «hominizados», eso indica que podemos, inversamente, intentar comprender a unas y a otros, volviendo a descender hacia ellos por dentro para reconocerlos en ellos, materializados. [...] Prácticamente, Prácticamente, seríamos depositarios responsables de una parte de energía universal que hay que conservar y propagar: no una energía cualquiera, sino una energía que ha llegado, en nosotros, a un determinado grado supremo de elaboración. Por muy fría y objetivamente que se tomen las cosas, habría que decir que la Humanidad constituye un frente de avanzada cósmica. Esto supondría en primer término, para nosotros, una nueva y noble sujeción de sacar partido de todas las potencias que proporciona la Tierra para favorecer los progresos de lo Improbable. Pero captar las energías materiales no sería aún más que un esfuerzo secundario. Para que la corriente del Espíritu, representado hoy por la Humanidad, se mantenga y avan ce, habría que procurar principalmente que la masa huma na conservara su tensión interna; interna; es decir, que no dejara despilfarrarse ni disminuir en ella el respeto, la afición, el fervor de la Vida. Si este fervor disminuye, inmediata mente lo que hemos llamado noosfera se marchita y desa parece. Entrevemos aquí una nueva energética (entreteni miento, canalización, aumento de las aspiraciones y pasio nes humanas) en la que confluirían la Física, la Biología y la Moral, confluencia muy curiosa, pero inevitable en cuanto comprendemos la realidad del Fenómeno humano. Por supuesto, estas reflexiones, mediante las cuales quisiéramos acelerar el instante en el que la Ciencia inte gre decididamente la Humanidad en la Tierra y en el Mundo, son provisionales y rudimentarias. [...]
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Después de mucho tiempo de pasar por un elemento científicamente accesorio o aberrante del Universo, la Humanidad acabará por resultar un fenómeno fundamen tal: el fenómeno fenómeno por excelencia de la Naturaleza: el fenó meno en el que, en una complejidad de factores materiales y morales, uno de los principales actos de la evolución universal resulta para nosotros, no solamente experimen tado, sino también vivido. - «El Fenómeno humano», humano», en CC, CC, pp. pp. 116-120 1 16-120
E l M edio D ivino
y su s a t r i b u t o s
En nuestros días, el enriquecimiento y el desasosiego del pensamiento religioso se deben, sin duda, a la revelación que de la grandeza y la unidad del Mundo se realiza en tomo a nosotros y en nosotros. En tomo a nosotros, las Ciencias de lo Real dilatan desmesuradamente los abis mos del tiempo y del espacio y descubren incesantemente nuevas ligazones entre los elementos del Universo. En nosotros, bajo la exaltación producida por estos descubri mientos, se desvela y adquiere consistencia un mundo de afinidades y de simpatías unitarias, tan antiguas como el alma del hombre, pero hasta hoy más soñadas que vividas. Sabias y matizadas entre los verdaderos pensadores, inge nuas y operantes entre los pocos cultivados, por todas par tes aparecen simultáneamente las mismas aspiraciones hacia un Uno más vasto y mejor organizado; los mismos presentimientos de energías desconocidas y empleadas en ámbitos nuevos. Hoy es casi banal encontrarse con que el hombre, con toda naturalidad y sin alardes, vive con la conciencia clara de ser un átomo o un ciudadano del Universo.
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Este despertar colectivo, semejante al que un buen día hace que cada individuo adquiera conciencia de las dimensiones reales de su vida, ha de tener una profunda repercusión religiosa sobre la masa humana, ya sea para abatir, ya para exaltar. Para unos, el Mundo se descubre como demasiado grande. El Hombre se halla perdido en semejante conjun to. No cuenta: no nos queda sino ignorar y desaparecer. Para los otros, por el contrario, el Mundo es demasiado bello: es a él sólo a quien hay que adorar. Hay cristianos [...] que se hurtan todavía a esta angus tia o a esta fascinación. [...] Pero hay otros que se asustan de la emoción o de la atracción que produce sobre ellos, invenciblemente, el Astro nuevo que surge. ¿Es por ventu ra el Cristo evangélico, imaginado y amado dentro de las dimensiones de un Mundo mediterráneo, capaz de recu brir y centrar todavía nuestro Universo prodigiosamente engrandecido? ¿No se halla el Mundo en vías de manifes tarse más amplio, más íntimo, más resplandeciente que el mismo Jehová? ¿No hará que nuestra religión estalle? ¿No eclipsará a nuestro Dios? Tal vez sin atreverse aún a confesar su inquietud, muchos (lo sé porque me los he encontrado a menudo y en todas partes...) la sienten, no obstante, absolutamente des pierta en el fondo de sí mismos. Para éstos es para quienes escribo. No intentaré hacer Metafísica, ni Apologética. Con los que quieran seguirme volveré al Agora, y allí, todos jun tos, oiremos a san Pablo decir a las gentes del Areópago: «Dios, que ha hecho al Hombre para que éste lo encuentre -Dios, a quien intentamos aprehender a través del tanteo de nuestras vidas-, este Dios se halla tan extendido y es tan tangible como una atmósfera que nos bañara. Por todas
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partes él nos envuelve, como el propio Mundo. ¿Qué os falta, pues, para que podáis abrazarlo? Sólo una cosa: verlo». Este librito, en el que no se hallará sino la lección eter na de la Iglesia, pero repetida por un hombre que cree sen tir apasionadamente con su tiempo, querría enseñar a ver a Dios por todas partes: verlo en lo más secreto, en lo más consistente, en lo más definitivo del mundo. Lo que estas páginas proponen y encierran es sólo una actitud práctica o, más exactamente acaso, una educación de los ojos. [...] Situaos, como yo, aquí y mirad. Desde este punto privile giado, que no es la cima difícil reservada a ciertos elegi dos, sino la plataforma firme construida por dos mil años de experiencia cristiana, veréis, con toda sencillez, operar se la conjunción de los dos astros cuya atracción diversa desorganizaba vuestra fe. Sin confusiones, sin mezclas, Dios, el verdadero Dios cristiano, invadirá ante vuestros ojos el Universo. El Universo, nuestro Universo de hoy, el Universo que os asustaba por su magnitud perversa o su pagana belleza. Lo penetrará como un rayo penetra un cristal; y a favor de las capas inmensas de lo creado, se hará para vosotros universalmente tangible y activo, muy próximo y, a la vez, muy lejano. Si, acomodando la mirada de vuestra alma, sabéis per cibir esta magnificencia, os prometo que olvidaréis vues tros vanos temores frente a la Tierra que asciende, y sólo pensaréis en gritar: «¡Todavía más grande, Señor! ¡Sea cada vez más grande tu Universo para que, mediante un contacto incesantemente intensificado y engrandecido, yo te sostenga y sea sostenido por ti!». [...] La maravilla esencial del Medio Divino es la facilidad con que reúne y armoniza en sí mismo las cualidades que nos parecen ser más contrarias.
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Inmenso como el Mundo y más temible que las inmen sas energías del Universo, el Medio Divino posee, sin embargo, en grado superlativo, la concentración y la pre cisión que constituyen el encanto y la cordialidad de las personas humanas. Innumerable y vasto, como la onda centelleante de las criaturas que sostiene y sobreanima su Océano, el Medio Divino conserva al mismo tiempo la Trascendencia con creta que le permite reunir sin confusión en su Unidad triunfante y personal los elementos del Mundo. Incomparablemente próximo y tangible, puesto que nos presiona mediante las fuerzas todas del Universo, el Medio Divino huye tan continuadamente de nuestro abra zo que aquí abajo jamás podemos aprehenderlo, si no es alzándonos hasta el límite de nuestro esfuerzo, eleva dos por su misma onda: presente y atrayente en el fondo inaccesible de toda criatura, se retira cada vez más lejos y nos arrastra consigo hacia el centro común de toda consumación. [...] Ahora bien si buscamos de dónde pueden venirle al Medio Divino tantas perfecciones sorprendentemente uni das entre sí, descubrimos que todas ellas derivan de una sola perfección «fontanal», que podemos expresar de esta manera: Dios se descubre en todas partes, cuando lo bus camos en nuestros tanteos, como un medio universal, en tanto que es el punto último último en en el que convergen todas las realidades. [...] Por tanto, todas las criaturas, en tanto que lo son, no pueden ser consideradas, en su naturaleza y en su acción, sin que en lo más íntimo y más real de ellas mismas, como el sol en los fragmentos de un espejo roto, no se descubra la misma Realidad, una bajo la multiplici dad, inasible en su proximidad, espiritual bajo la materia lidad. Ningún objeto puede influir sobre nosotros por el
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fondo de sí mismo sin que sobre nosotros también irradie el Foco universal. Ninguna realidad puede ser captada por nuestra mente, nuestro corazón o nuestras manos, en la esencia de lo que encierra de deseable, sin que, po p o r la estructura misma de las cosas, cosas , no nos veamos obligados a remontamos hasta la fuente primera de sus perfecciones. Este Foco, esta Fuente están, pues, en todas partes. Preci Pre ci samente porque porque es infinitamente profundo y puntiforme, Dios está infinitamente próximo y extendido por todas partes. Precisamente Precisame nte porque por que es el Centro, ocupa toda la esfera. Exactamente a la inversa de esa ubicuidad falaz que parece tener la Materia por su extremada disociación, la Omnipresencia divina no es más que el efecto de su extrema espiritualidad. Y a la luz de este descubrimiento podemos reemprender nuestra marcha a través de las ma ravillosas sorpresas que nos reserva inagotablemente el Medio Divino. El Medio Divino, por inmenso que sea, es en realidad un Centro. Tiene, Centro. Tiene, por tanto, las propiedades de un centro, es decir, ante todo, el poder absoluto y último de reunir (y, en consecuencia, de acabar) a los seres en el seno de sí mismo. En el Medio Divino se tocan todos tocan todos los elementos del Universo por lo que tienen de más interior y definiti vo. Poco a poco, sin pérdida y sin peligro ulterior de corrupción, concentran lo que tienen de más puro y de más atrayente. Al encontrarse, pierden su exterioridad mutua y las incoherencias que son el dolor fundamental de las rela ciones humanas. ¡Aquí pueden refugiarse aquellos a quie nes dejan desolados las separaciones, las parsimonias o las prodigalidades de la Tierra! En las esferas exteriores del Mundo, el Hombre en todo instante se siente desgarrado por las separaciones que pone la distancia entre los cuer pos; la imposibilidad de comprenderse, entre las almas; la
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muerte, entre las vidas. En todo minuto, además, el Hom bre necesita llorar, porque no puede, en el espacio de unos años, seguirlo todo y abarcarlo todo. En fin, se inquieta incesantemente, y no sin razón, ante la loca despreocupa ción, ante la desesperante opacidad de un medio natural en el que la mayor parte de los esfuerzos individuales pare cen derrochados o perdidos, donde los golpes y los gritos parecen ahogados al punto, sin que despierten el menor eco. Todo esto es la desolación en superficie. Abandonemos la superficie. Y sin dejar el Mundo, hundámonos en Dios. Allí y desde allí, en él y por él, todo lo tendremos, y mandaremos en todo. De todas las flores y las luces que hayamos debido abandonar para ser fieles a la vida, allí hallaremos un día su esencia y su fulgor. Los seres que desesperábamos poder alcanzar e influenciar, allí están reunidos por el vértice más vulnerable, el más receptivo, el más enriquecedor de su sustancia. En este lugar se recoge y se conserva el menor de nuestros deseos y de nuestros esfuerzos, que puede hacer vibrar instantá neamente a todas las médulas del Universo. Establezcámonos en el Medio Divino. Nos encontrare mos en lo más íntimo de las almas y en lo más consisten te de la Materia. Descubriremos, con la confluencia de todas las bellezas, el punto ultravivo, el punto ultrasensi ble, el punto ultraactivo del Universo. Y, al mismo tiempo, sentiremos que se ordena sin esfuerzo, en el fondo de nosotros mismos, la pl la plen enitu itud d de de nuestras fuerzas de acción y de adoración. [...] Haber accedido al Medio Divino es, en efecto, haber encontrado lo Unico Necesario, es decir, Aquel que que ma,, inflamándolo, lo que hubiéramos amado insuficiente ma mente o mal; Aq mal; Aquel uel que calma eclipsando calma eclipsando con sus fuegos
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lo que amábamos demasiado; Aquel Aqu el que consuela consuela reco giendo lo que ha sido arrancado a nuestro amor o lo que jamás jamás le l e fue dado. dado. Habe Haberr llegado hasta hasta estas estas capas capas precio sas es sentir con igual verdad que se tiene necesidad de todo y que no se necesita nada. Todo lo necesitamos: por que el Mundo nunca será lo bastante grande para suminis trar a nuestro gusto de actuar los medios de aprehender a Dios, ni a nuestra sed de sentir la posibilidad de ser inva didos por él. Y, sin embargo, nada nos hace falta; porque la única Realidad que nos seduce está allende las transpa rencias en que se refleja, y todo cuanto de caduco se des vanezca entre nosotros dos no hará sino ofrecérnosla más pura. Todo me es Todo y todo me es nada; todo me es Dios y todo me es polvo: he aquí lo que el Hombre puede decir con igual verdad, siguiendo la incidencia del rayo divino. - MD, pp pp. 29-32, 118-121, 127-128 127-128
La
divinización de las actividades
Tal vez nos imaginábamos que la Creación acabó hace mucho tiempo. Es un error, porque continúa perfeccionán dose, y en las zonas más elevadas del Mundo. [...] Y noso tros servimos para terminarla, incluso mediante el más humilde trabajo de nuestras manos. En definitiva, tal es el sentido y el valor de nuestros actos. En virtud de la interligazón Materia-Alma-Cristo, hagamos lo que hagamos, reportamos a Dios una partícula del ser que Él desea. Con cada una de nuestras obras trabajamos, obras trabajamos, atómica pero real mente, en la construcción del Pleroma, es decir, en llevar a Cristo un poco de acabamiento. Cada una de nuestras Obras, por la repercusión más o menos remota y directa que tiene sobre el Mundo espiri
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tual, concurre a perfeccionar a Cristo en su totalidad mís tica. He aquí una respuesta lo más completa posible a nuestra pregunta: ¿cómo, siguiendo la invitación de san Pablo, podemos ver a Dios en toda la mitad activa de nues tra vida? En verdad que por la operación, siempre en curso, de la Encarnación, lo Divino penetra tan bien nues tras energías de criaturas que para encontrarlo y abrazarlo no podríamos hallar mejor medio que nuestra propia acción. Primero, en la acción me adhiero al poder creador de Dios; coincido con él; me convierto no sólo en su instru mento, sino en su prolongación viviente. Y como en un ser no hay nada más íntimo que su voluntad, en cierta mane ra me confundo, por mi corazón, con el propio corazón de Dios. Este contacto es perpetuo, puesto que actúo siem pre; y a la vez, como no sabría hallar límite a la perfección de mi fidelidad ni al fervor de mi intención, me permi te asimilarme indefinidamente a Dios, cada vez más estrechamente. En esta comunión, el alma no se detiene para disfrutar ni pierde de vista el término material de su acción. ¿No es un esfuerzo creador el el que adopta? La voluntad de triun far y una cierta dilección apasionada por la obra que se va a crear forman parte integrante de nuestra fidelidad de criaturas. Por tanto, la propia sinceridad con que deseamos y perseguimos el éxito para Dios se nos descubre como un nuevo factor también sin límite: el factor de nuestra con junción más perfecta perfecta con el Todopod Todopoderoso eroso que nos nos anim anima. a. Asociados primero a Dios en el simple ejercicio común de las voluntades, nos unimos ahora a él en el amor común hacia el término que vamos a crear; y la maravilla de las maravillas es que en este término, una vez poseído, tene mos todavía el encanto de encontrar a Dios presente. [...]
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Dios, en lo que tiene de más viviente y de más encar nado, no se halla lejos de nosotros, fuera de la esfera tan gible, sino que nos espera a cada instante en la acción, en la obra del momento. En cierto modo, se halla en la punta de mi pluma, de mi pico, de mi pincel, de mi aguja, de mi corazón y de mi pensamiento. Llevando hasta su última terminación natural el rasgo, el golpe, el punto en que me ocupa, aprehenderé el Fin último a que tiende mi profun da voluntad. Semejante a esas temibles energías físicas que el Hombre llega a disciplinar hasta lograr que realicen prodigios de delicadeza, el enorme poder del atractivo divino se aplica a nuestros frágiles deseos, a nuestros microscópicos objetos, sin romper su punta. Esta potencia es exultante y, por tanto, no perturba ni ahoga nada. Es exultante; por tanto, introduce en nuestra vida espiritual un principio superior de unidad, cuyo efecto específico es, con arreglo al punto de vista que se adopte, santificar el esfuerzo humano o humanizar la vida cristiana. - MD, pp pp. 50-54
L a divinización de las pasividades
Las pasividades [de nuestra vida] constituyen la mitad de la existencia humana. Esta expresión significa, sencilla mente, que todo cuanto en nosotros no se realiza por defi nición, se siente. Pero esto en nada prejuzga las propor ciones con arreglo a las que se dividen, en nuestro campo interior, acción y pasión. En efecto, las dos partes, activa y pasiva, de nuestras vidas son extraordinariamente desi guales. En nuestras perspectivas, la primera ocupa el pri mer lugar, porque nos resulta más agradable y más per
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ceptible. Pero, en realidad, la segunda es inconmensura blemente la más extensa y la más profunda. En primer lugar, las pasividades acompañan sin tregua a nuestras operaciones conscientes a título de reacciones que dirigen, sostienen o encuadran nuestros esfuerzos. Y por ello sólo doblan necesaria y exactamente la extensión de nuestra actividad. Pero su zona de influencia se extien de mucho más allá de estos estrechos límites. [...] Por un lado, las fuerzas amigas y favorables, que sos tienen nuestro esfuerzo y nos dirigen hacia el éxito: son las «pasividades de crecimiento». Por otro, las fuerzas enemigas, que interfieren penosamente con nuestras ten dencias, lastran o desvían nuestra marcha hacia el ser-más, reducen nuestras capacidades reales o aparentes de desa rrollo: son las «pasividades de disminución». [...] Nos parece tan natural el hecho de crecer que no pen samos, generalmente, en distinguir nuestra acción de las fuerzas que la alimentan, ni tampoco de las circunstancias que favorecen su éxito. Y, sin embargo [...], ¿qué posees tú que antes no hayas recibido? Experimentamos la Vida en nosotros tanto como la Muerte, o quizá más que ésta. Penetremos en lo más secreto de nosotros mismos. Circundemos nuestro ser. Busquemos afanosamente el océano de fuerzas que padecemos y en las que nuestro cre cimiento se halla inmerso. Es un ejercicio saludable: la profundidad y la universalidad de nuestras relaciones for marán la intimidad envolvente de nuestra Comunión. [...] Cada una de nuestras vidas está como trenzada por estos dos hilos: el hilo del desarrollo interior, siguiendo el cual se forman gradualmente nuestras ideas, afectos, acti tudes humanas y místicas; y el hilo del éxito exterior, siguiendo el cual nos hallamos en cada momento en el punto preciso en el que convergerá, para producir en noso
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tros el efecto esperado por Dios, el conjunto de las fuerzas del Universo. [...] Adherirse a Dios, oculto bajo los poderes internos y externos que animan nuestro ser y lo sostienen en su desa rrollo, es finalmente abrirse y confiarse a todos los alien tos de la vida. Respondemos, «comulgamos» en las pasi vidades de crecimiento mediante nuestra fidelidad para actuar. Así, por el deseo de experimentar a Dios, nos ve mos llevados al amable deber de superamos. Ha llegado el momento de sondear el lado decidida mente negativo de nuestras existencias, ese lado en el que nuestra mirada, por lejos que busque, no discierne ya nin gún resultado feliz, ninguna terminación sólida para cuan to nos sucede. Que Dios sea aprehensible en y por toda vida parece fácil de comprender. Pero ¿puede hallarse Dios también en y por toda muerte? He aquí algo descon certante. Y, sin embargo, he aquí lo que es preciso llegar a reconocer, con la mirada habitual y práctica, so pena de permanecer ciegos a lo que hay de más específicamente cristiano en las perspectivas cristianas, y so pena también de escapar al contacto divino por una de las facetas más extensas y más receptivas de nuestra vida. Las potencias de disminución son nuestras verdaderas pasividades. Su número es inmenso, sus formas infinita mente variadas, su influencia continua. Para fijar nuestras ideas y dirigir nuestra meditación, las dividiremos aquí en dos partes, que corresponden a las formas bajo las que ya nos aparecieron las fuerzas de crecimiento: las disminu ciones de origen interno y las disminuciones de origen externo. Las pasividades de disminución externas son todos nuestros obstáculos. Sigamos mentalmente el curso de nuestra vida, y las veremos surgir por todas partes. He
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aquí la bar barre rera ra que detie detiene ne o la la muralla muralla que limita. limita. He aquí la piedra que desvía o el obstáculo que frena. He aquí el microbio o la palabra imperceptible que matan el cuerpo o infectan el espíritu. Incidentes, accidentes, de toda grave dad y de toda suerte, interferencias dolorosas (molestias, choques, amputaciones, muertes...) entre el Mundo de las «demás» cosas y el mundo que irradia a partir de nosotros. Y, sin embargo, cuando el granizo, el fuego, los bandidos le quitaron a Job todas sus riquezas y le dejaron sin fami lia, Satanás pudo decir a Dios: «Vida por vida, el hombre se resigna a perderlo todo, con tal de conservar su pellejo. Toca tan sólo el cuerpo de tu siervo, y ya verás si te ben dice o no». No es mucho, en cierto sentido, que se nos vayan las cosas, porque siempre podemos figuramos que retornarán a nosotros. Lo terrible es evadimos de las cosas por una disminución interior y, además, irreversible. Humanamente hablando, las pasividades de disminu ción internas forman el residuo más negro y más desespe radamente inútil de nuestros años. Unas nos acecharon y nos apresaron en nuestro primer despertar: defectos natu rales, inferioridades físicas, intelectuales o morales, por las que el campo de nuestra actividad, de nuestros goces, de nuestra visión, se ha visto limitado implacablemente desde el nacimiento y para toda la vida. Otras nos espera ban más tarde, bmtales como un accidente, solapadas co mo una enfermedad. Todos, un día u otro, tuvimos o ten dremos conciencia de que alguno de estos procesos de desorganización se ha instalado en el corazón mismo de nuestra vida. Unas veces son las células del cuerpo las que se rebelan o se corrompen. Otras son los propios elemen tos de nuestra personalidad los que parecen discordantes o emancipados. Y entonces asistimos, impotentes, a depre siones, rebeliones, tiranías internas, allí donde no hay
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influencia amiga alguna que pueda venir en nuestro soco rro. Porque, si bien podemos evitar más o menos comple tamente, por fortuna, las formas críticas de estas invasio nes, que vienen del fondo de nosotros mismos a matar irresistiblemente la fuerza, la luz o el amor de que vivi mos, hay una alteración lenta y esencial a la que no pode mos escapar: la edad, la vejez, que de instante en instante nos sustraen a nosotros mismos para empujamos hacia el fin. Duración que retrasa la posesión, duración que nos arranca a la alegría, duración que hace de todos nosotros unos condenados a muerte. He aquí la pasividad formida ble del transcurso del tiempo... En la muerte, como en un océano, vienen a confluir nuestras disminuciones bruscas o graduales. La muerte es el resumen y la consumación de todas nuestras disminuciones. [...] Superemos la Muerte descubriendo a Dios en ella. Y lo Divino se hallará con ello instalado en el corazón de no sotros mismos, en el último reducto que parecía poder escapársele. Aquí, como en el caso de la «divinización» de nuestras actividades humanas, nos encontramos con que la fe cris tiana es absolutamente formal en sus afirmaciones y en su práctica. Cristo ha vencido a la Muerte, no sólo repri miendo sus desafueros, sino embotando su aguijón. En virtud de la Resurrección, nada hay que mate necesaria mente, sino que todo en nuestras vidas es susceptible de convertirse en contacto bendito de las manos divinas y en bendita influencia de la Voluntad de Dios. En todo instan te, y por muy comprometidos que nos tengan nuestras fal tas, o por desesperada que sea nuestra situación debido a las circunstancias, podemos reajustar el Mundo en torno a nosotros mediante una reparación completa y continuar
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favorablemente nuestra vida. «Diligentibus Deum omnia convertuntur in bonum». Tal es el hecho que domina toda explicación y toda discusión. - MD, pp pp. 68-70, 74-78 L a M is a s o b r e e l M u n d o
Ya que, una vez más, Señor [...] no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real y te ofreceré, yo, que soy tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el trabajo y el dolor del mundo. El sol acaba de iluminar, allá lejos, la franja extrema del horizonte. Una vez más, la superficie viviente de la tie rra se despierta, se estremece y vuelve a iniciar su tremen da labor bajo la capa móvil de sus fuegos. Yo colocaré sobre mi patena, oh, Dios mío, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que serán molidos hoy. Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instan te, van a elevarse desde todos los puntos del globo y a con verger hacia el Espíritu. ¡Que vengan, pues, a mí el recuer do y la mística presencia de aquellos a quienes la luz des pierta para un nuevo día! Señor, voy viendo y los voy amando, uno a uno, a aquellos a quienes tú me has dado como sostén y como encanto naturales de mi existencia. También uno a uno voy contando los miembros de esa otra y tan querida fami lia que han ido juntando poco a poco en tomo a mí, a par tir de los elementos más dispares, las afinidades del cora zón, de la investigación científica y del pensamiento. Más confusamente, pero a todos sin excepción, evoco a aque llos cuya multitud anónima constituye la masa innúmera-
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ble de los vivientes; a aquellos que me rodean y me sopor tan sin que yo los conozca; a los que vienen y a los que se van; a aquellos, sobre todo, que, en la verdad o a través del error, en su despacho, en su laboratorio o en su fábrica, creen en el progreso de las cosas y perseguirán apasiona damente hoy la luz. Quiero Quiero que en este est e momento mi ser resuene acorde acorde con el profundo murmullo de esa multitud agitada, confusa o diferenciada, cuya inmensidad nos sobrecoge; de ese océ ano humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones intro ducen la turbación en los corazones más creyentes. Todo lo que va a aumentar en el Mundo en el transcurso de este día, todo lo que va a disminuir -todo lo que va a morir también-, he aquí, Señor, lo que trato de concentrar en mí para ofrecértelo; he aquí la materia de mi sacrificio, el único sacrificio que a ti te gusta. Antiguamente se depositaban en tu templo las primi cias de las cosechas y la flor de los rebaños. La ofrenda que realmente estás esperando, aquella de la que tienes misteriosamente necesidad todos los días para saciar tu hambre, para calmar tu sed, es nada menos que el acrecentamiento del Mundo arrastrado por el universal devenir. Recibe, Señor, esta hostia total que la creación, atraída por tus gracias, te presenta en esta nueva aurora. Sé per fectamente que este pan, nuestro esfuerzo, no es en sí mismo más que una desagregación inmensa. Este vino, nuestro dolor, no es todavía, ¡ay!, más que un brebaje disolvente. Mas tú has puesto en el fondo de esta masa informe -estoy seguro de ello, porque lo siento- un irre sistible y santificante deseo que nos hace gritar a todos, desde el impío hasta el fiel: «Señor, ¡haz de nosotros un solo individuo!». - «La Misa sobre el Mundo», en HU, pp. pp. 27-28 27-2 8
3 Cristo en todas las cosas
«Envuelto en la gloria del mundo» -M D , p. 13 13 7
La f e de Teilhar Teilhardd era er a profundamente encam enc amac acio iona nall y en teramente cristocéntrica. El infundió a la doctrina de la encamación un realismo que es difícil de encontrar en otros autores. Como científico, estudió la evolución de la tierra tierra,, el desarrollo orgánico orgánico de las formas form as vivas y el ori o ri gen de los seres humanos humanos:: todo ello requería un ojo pene pe ne trante para los detalles concretos y un contacto continuo con el mundo mundo vivo. vivo. Su «visión», mencionada con tanta f r e cuencia en sus escritos, estaba arraigada en la experien cia de los sentidos, de tocar y saborear, que alimentó su percep per cepció ción n interior interi or de la esencia espiritu espi ritual al de las cosas. Segú Según n él, los cristianos cristi anos tenían que esta es tarr animados animad os y en cendidos por una «conciencia cósmica» que encuentra a Dios Di os a través travé s de las abundantes, abundantes, hermosas e imponentes realidades de la tierra, tierra, aunque aunque Dios Di os es también también distinto de la creación. Para Teilhard, la figura de Jesucristo no es sólo humana y divina, sino también cósmica, ya que la influe influenci nciaa y la presencia presen cia de Cristo se pueden encontrar en en todas las cosas en el mundo y en el cosmos.
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Al A l principio princ ipio,, Teilhar Teilhardd descri des cribió bió a Cristo, Cristo, o «lo Crístico», como un «elemento universal» presente en todas par tes a través de la acción creadora de Dios; pero Cristo es también el centro orgánico de todo el cosmos, su corazón y «el alma del mund mundo». o». Tod odoo el proc pr oceso eso cósmico de la evo evo lución está vinculado a una concentración y una conver gencia crecientes; y, a juic ju icio io de Teilh eilhar ard, d, este proc pr oceso eso cul mina en un centro final que él llama «Omega». Además, este centro que satisface los anhelos de la ciencia se expande, en la contemplación de su fe cristiana, en el «Cristo-Omega» o el «Cristo-Universal», el orgánico, dinámico, profundamente personal y ardiente centro de amor en el universo, el punto de convergencia para todas las cosas y todas las personas. Este es el Cristo cuyo corazón ado adopta pta la dimensión del universo, cuya vida y cuyas energías espirituales laten a través de él como un fuego fue go abrasador. abrasador. Teilhar Teilhardd traza ima ginativamente la convergencia convergencia de todas toda s las cosas cosa s en el Cristo-Omega o «Super-Cristo», en una escala tan mag nífica que a algunos podría parecerles excesivamente especulativa. Su visión no es una síntesis intelectual síntesis intelectual fáci fácil,l, como muestran muchos ensayos de la compilación compilación Cien cia y Cristo, sino que es una intuición profundamente exisprofundamente existencial y mística que que puede pue de inspirar el amor am or y la comun comunión ión con Dios por medio del universo. El Cristo-Omega como realidad histórica, personal y cósmica, simbolizado por la imagen del corazón como un homo de fuego, de ener gía, de vida y de luz: luz: éste es el Dios Dio s encarnado a quien quien Teilhard adoró y nos pide que adoremos. El amor teilhardiano al a l Corazón de Jesús Jesús se inspira en creencias creencias y devociones tradicionales, tradicionales, pero reinterpretadas reinterpretadas po p o r él de una manera nueva nueva y original, como explicó en su su ensayo autobiográfico «Le Coeur de la Matiére» (1950),
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escrito hacia el final de su vida. Pero este amor se expre só ya desde sus primeros escritos. En ninguno de ellos se describe la calidad lírica de su amor íntimo al Cristo encamado y cósmico con más belleza que en uno de sus prim pr imero eross ensayos, ensayos, «Cristo «Cri sto en la Materia Mate ria»» (1916, reprodu cido en ETG-C, HU y CM), del cual se reproduce a conti nuación una gran parte. En él habla Teilhard a través de la voz de un amigo para describir lo que muy probable mente constituye una de sus importantes experiencias mís ticas. Este ensayo se centra en un cuadro que representa a «Cristo, con su Corazón ofrecido a los hombres», col gado gad o en los muros de la iglesia igles ia donde había entrado para pa ra orar. De repente, los contornos de la figura individual del Jesús humano humano representado en la pintura pin tura empezaron a mezclarse y a irradiar hacia el exterior hasta el infinito, de modo que todo el universo era percibido como conte nido dentro de este Corazón que vibraba con movimiento, energía y energía y amor. Teilhard describe los vestidos y la mirada de Jesús, la belleza de sus ojos, su expresión tanto de una alegría como de un sufrimiento inmensos. Fue en el Sa grado gra do Corazón de Jesús donde dond e tuvo lugar lug ar pa para ra él la con junción junc ión de lo divino y lo cósmico, de dell espíritu y la ma mate te ria, como escribió en su diario en aquel momento. La omnipresencia omnipresenci a de Dio D ioss en el universo se nos revela a través de la encamación, un acontecimiento que aún continúa y en el que cuerpo de Cristo sigue alcanzando una estatura cada vez mayor. El medio místico y divino que nos rodea, en el que respiramos y con el que podemos comunicamos, aún sigue expandiéndose, intensificándose y revelándose en el «Cristo «Cris to cada vez más grande», cuya alabanza expresaron las oraciones de Teilhard con pala bras de entrega, unión orante y adoración. Nuestro uni verso es un universo cristificado, marcado por la omni-
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presenc pre sencia ia divina, divina, que brilla bril la tanto a través travé s de la gloria gl oria del mundo como de su dolor. Cristo es el centro del universo, es el centro de la humanidad y es el centro de cada ser humano. Teilhard estaba convencido de que la vocación de su vida era estar al servicio de este Cristo universal. Cuando murió, en su mesa de trabajo se encontró una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en cuyo anverso y reverso había escrito unas letanías dirigidas al corazón de Dios, el corazón de Jesús, el corazón del mundo: un testimonio final de una vigorosa visión mística de gran intensidad y esplendor [este texto, titulado «Mis letanías», se encuentra en CYC, pp. 271-272], *
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C risto c o m o E lemento U niversal
El cristiano animado de conciencia cósmica tiene que mantener, por encima de todo, que Dios, el único Absoluto, es esencialmente distinto de la Creación. Y, no obstante, para p para poo d e r amar amar y adorar a Dios «con todo su corazón», experimenta la necesidad invencible de entender la Divinidad bajo la forma de un Elemento Universal. Entre el Absoluto trascendente y el Universo, ¿encon trará alguna relación física, o emanación, o influencia, en la que pueda, de acuerdo con su Fe, armonizar su visión apasionada de una Realidad suprema, «cósmica», expan dida por todas partes? ¿Cómo podrá conciliar en sí mismo la ley de su Iglesia y la ley de su corazón? Voy a indicar aquí tres grados sucesivos por los que he pasado realmente, yo mismo, mismo, antes de llegar a una solu
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ción satisfactoria de este problema interior que consiste en dirigirse a Dios con toda la sinceridad y y la plenitu plen itudd de un alma irremediablemente «cósmica». 1. La primera primera «Realid «Realidad ad universal» que se presentó present ó a mi espíritu, en el ámbito de las Potencias divino-terrestres, fue la Voluntad de Dios, Dios, concebida como una Energía especial, derramada en todos los seres para moverlos y ordenarlos. Si se percibe con una intensidad y un realismo sufi cientes, la «Voluntad de Dios» transfigura positivamente el Universo. Anima y endulza todas las pasividades; soli cita y guía todas las iniciativas; suprime el Azar. Gracias a ella, llega a ser posible vivir, perpetua y físicamente, en el seno de la Unidad divina, ya que ésta se nos entrega por cada una de las influencias que recibimos, y nosotros, recíprocamente, nos convertimos en sus instrumentos, una prolongación, miembros suyos incluso, por nuestra obediencia. Durante mucho tiempo he vivido de esta visión que me proporcionaba un Dios universalmente inmediato y tangible. Pero, poco a poco, fui advirtiendo que la Presencia divina cuya seguridad así obtenía, no agotaba mi expe riencia ni mis anhelos. Yo ambicionaba algo más, y sentía que había allí algo más, entre Dios y yo, en el Universo, que un perpetuo y universal contacto en el abandono y en la acción. Por la Voluntad de Dios, discernida y percibida en to das partes, yo me convertía (y todas las cosas se conver tían también, por mí) en instrumento instrumento de Dios. Pero yo
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hubiera querido verme como Elemento como Elemento de de Dios (en algún modo) en virtud de mi fe religiosa, y todo lo restante conmigo. 2. Me encontré así conducido, conducido, por una una aproximación más más ajustada al Dogma y a mi instinto, a considerar como Ele mento Universal la Acción creadora de Dios. Bajo esta nueva forma, Dios franqueaba ya para mí el círculo de las experiencias exteriores en que nos agitamos. Animando las grandes corrientes naturales de la Vida y de la Materia, penetraba en mi esencia personal y en el Devenir de todas las cosas. Era el alma de cuanto se mueve, el soporte de cuando existe. Este estadio corres pondía poco más o menos a los puntos de vista desarrolla dos por san Ignacio en su Meditación a d am amore orem. m. Ahora bien, también aquí, me pareció enseguida que faltaba algo a los términos de que me valía para expresar la Realidad y la l a Intimidad Intimidad de la Presencia universal que yo sentía. Aun visto como Causa suprema, Dios se hallaba toda vía demasiado separado del mundo, para mi gusto. Aun sumergido en su acción creadora, no era yo todavía, con respecto a Él, el Elemento Elemento humildísimo que me sentía -que quería- ser; y Él, por su parte, no era todavía el Elemento superior, infundido en mi Universo, por cu yo medio habría de llegar el Absoluto a mi carne y a mi espíritu. Por fundido que estuviera conmigo Dios a través de su operación todopoderosa, quedaba entre Él y yo un hiatus, un vacío, un frío; el de la distancia que separa al Ser nece sario del ser participado. Yo no me sentía unido a unido a Él, sino yuxtapuesto. yuxtapuesto.
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En efecto, con la Acción Acc ión crea creado dora ra,, yo y o permanecía permanecía en el ámbito de la Causalidad eficiente. Pues eficiente. Pues bien, lo que nece sitaba descubrir era un influjo de form fo rmal alid idad ad de Dios sobre mí, por medio del Mundo. 3. Fue solamente después de haber haber escrito escrito un Estudio titu lado «El Medio místico» cuando conseguí una explicación última de lo que yo sentía. El nombre cristiano de la Realidad universal adorada por mí desde hacía tanto tiem po podía al fin identificarlo dentro de mí: era «la influen cia cia [Vida] Cósmica de Cristo». Pero, antes de explicar este término desusado, he de hacer una advertencia de orden filosófico sobre la idea que debemos hacernos de los individuos en el Universo. Como consecuencia de las necesidades reducidas de la vida práctica, nos hemos acostumbrado a considerar a las personas (las mónadas) como unidades naturales, acaba das, en que el mundo se descompone. Cuando decimos «un alma», creemos estar pensando en una realidad inde pendiente, terminada en sí misma, separable adecuada mente de mente de las otras almas y aun del Universo. Esta concep ción pluralista tiene muchas probabilidades de no ser exacta. Tanto como es seguro que Pedro y Pablo son dos seres definitivamente separados y oponibles, en la medida en que que se permanece en el plano social de la Humani Humanidad dad pre pr e sente, es sente, es igualmente probable que, si se considera su situa ción en el Universo total, uno total, uno y otro no adquieren su plena personalidad, su plena significación, su plena determina ción, más que en el diseño general del Mundo. Y esta pro babilidad se convertiría en certeza si se supiera que el Uni verso se encamina naturalmente hacia un Fin de Conjunto.
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Si un tal Fin existe, en efecto, entonces cada ser (en tanto que esencialmente elemento de tal Universo) tiene su esencia particular coronada por una cualidad determinada, fo rmaa (común a todos) que le hace por una determinada form ser parte integrante, adaptada, del Todo único con el que se halla, por naturaleza, armonizado [...]. Hay que decir de cada hombre que posee en sí mismo, además de un cuer po y un alma, una cierta entidad física que le refiere por entero al Universo (final) donde únicamente puede encon trar su plenitud. Porque, estrictamente hablando, no hay en el Universo más que una sola individualidad (una sola Mónada), la del Todo (concebido en su pluralidad organizada). La unidad o medida del Mundo es el Mundo. Para quien ha comprendido la naturaleza de esta «com posici pos ición ón cósmica» de dell ser se r creado, creado, para quien ha medido la intimidad y la universalidad de los lazos que tiende sobre lo Múltiple, los rasgos de Cristo adquieren un relieve (y una proximidad) extraordinarios, y el sentido de la Escri tura se esclarece en profundidades sin igual. Cristo, lo sabemos por san Juan y san Pablo, es el Cen tro de la Creación, la Fuerza capaz de llegar a sometérse lo todo, el Término en que todo adquiere figura... ¿Qué nos dicen estos títulos, si nos referimos a lo que acaba de ser dicho? Esto, ni más ni menos: que en cada criatura, además de los caracteres materiales, espirituales, individuales que nosotros le conocemos, existe físicamente (en virtud de la elección de Cristo para ser Jefe del Universo) una cierta relación de todo el ser a a Jesús; una adaptación particular de la esencia creada a Jesús; algo de Jesús, en suma, que nace, se desarrolla y otorga al individuo entero (incluso
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«natural») su personalidad última y su valor ontológico definitivo. En virtud de las propiedades -incluso naturales- del Centro Universal, el Cuerpo místico de Cristo se halla aureolado de un Cuerpo cósmico, cósmico, esto es, de todas las cosas en cosas en cuanto convergen hacia Cristo, bajo su atracción, para alcanzar su cumplimiento en Él en el Pleroma. Nosotros podemos vivir y obrar perpetuamente sumergi dos en esta atmósfera viviente, co-extensa con el Mundo. La Voluntad de Dios, la Acción creadora de Dios, cuya Presencia universalmente derramada nos hace dichosos, nos alcanzan, en definitiva, y nos unifican por y en la Unidad orgánica, bajo el inñxij inñxijoo forma for mal,l, del del Cristo total. En fin, en nuestro Mundo sobrenaturalizado, el Elemento Universal es Cristo, en tanto que todo se le agre ga y se consuma en Él; es la Forma Forma viviente del Verbo Encamado, universalmente alcanzable y perfectible. Como una luz, la misma en todos, Cristo brilla en el corazón, jamás apagado, de toda vida, al término ideal de todo todo crecimiento. Por todas partes tira de nosotros y nos acerca, en un movimiento de convergencia universal, hacia el Espíritu. Sólo Espíritu. Sólo a a Él le buscamos, y en Él nos move mos. Pero para alcanzarle nos es preciso prolongar (y sobrepasar) todas las cosas hasta cosas hasta el límite de su naturale za y de sus progresos. El Cristo cósmico es y deviene. Ha aparecido ya en el Mundo. Pero, en el Mundo, todavía le queda mucho por crecer, sea en los individuos tomados aisladamente, sea sobre todo, quizá, en una cier ta unidad espiritual humana, de humana, de la que la sociedad actual no sería más que una pálida figura. - «El Elemento Elemento Universal», Universal», en ETG ETG-C, -C, pp. pp. 425-430 425- 430
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A tributos del C risto-U niversal
Entiendo por Cristo-Universal el Cristo centro orgánico de todo el Universo: -
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centro orgánico, es orgánico, es decir, aquel en el que, en definiti va, está suspendido físicamente todo desarrollo, inclu so natural, de todo el universo, es universo, es decir, no solamente de la Tierra y de la Humanidad, sino de Sirio, de Andrómeda, de los Ángeles, de todas las Realidades de las que depen demos físicamente, de cerca o de lejos (es decir, pro bablemente de todo el Ser participado), del universo entero también, entero también, es decir, no solamente del esfuerzo moral y religioso, sino así mismo de todo lo que supone ese esfuerzo, a saber, de todo crecimiento del cuerpo y del espíritu.
Ese Cristo-Universal es el que nos presentan los evan gelistas, y más especialmente san Pablo y san Juan. De él han vivido los grandes místicos. Mas no es siempre el Cristo del que se ha ocupado la Teología. [...] En presencia de la inmensidad concreta que se desve la así a nuestra generación, los unos (no creyentes) se ale jan a pr a prio iori ri de de Cristo, porque a menudo se les presenta de él una Figura notoriamente más pequeña que el Mundo. Otros (una gran parte de los creyentes), mejor instruidos, se sienten no obstante enfrentados con ellos mismos en una lucha a muerte. ¿Quién ¿Quién será el más grande para grande para ellos y, por tanto, adorable? ¿Cristo o el Universo? Este último crece sin cesar desmesuradamente. Es absolutamente necesario que Aquél sea colocado oficialmente, explícita mente, por encima de toda medida.
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Para que los primeros comiencen, para que los segun dos continúen creyendo, es preciso que alcemos [...] la Figura del Cristo-Universal. [...] ¿Se ha observado que, a medida que el Universo va resultando más inmenso en sus determinismos, en su pasa do y en su extensión, estos atributos suponen una carga demasiado pesada para nuestra Filosofía y nuestra Teología clásicas? Bajo este aflujo incesante de ser que hace surgir la Ciencia, aparece un disminuido Cristo de escuela; como contrapartida, el gran Cristo de la Tradición y de la Mística se descubre y se impone. Es a este último al que hay que ir. Por consiguiente, estudiar al Cristo-Universal no es solamente presentar al mundo (no creyente y creyente) una Figura más atrayente. Es someter la Teología (dogmá tica, mística, moral) a una reforma necesaria. [...] es pre Para que Cristo sea verdaderam verda deramente ente universal es ciso que la Redención, y por tanto la Caída, se extienda a todo el Universo. El pecado original reviste entonces una naturaleza cósmica que cósmica que siempre le ha reconocido la Tradi ción, pero que, dadas las nuevas dimensiones que conoce mos del Universo, nos obliga a reformar profundamente la representación histórica y el modo de contagio (demasia do puramente jurídico) que le atribuimos comúnmente. [•••] Si Cristo es universal (es decir, se consume poco a poco a partir de toda criatura), resultará que su Reino des borda esencialmente el dominio de la vida llamada estric tamente sobrenatural. La acción humana puede referirse a Cristo, concurrir a la perfección de Cristo, no solamente por un acompañamiento (sobreañadido) de intención, de fidelidad, de obediencia, sino por el material mismo de sus obras. Todo progreso, bien en la vida orgánica, bien en
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el conocimiento científico, bien en las facultades estéticas, bien en la conciencia social, es, por consiguiente, cristianizable. [...] Esta concepción, muy simple, derrumba el tabique funesto que, a pesar de todo, subsiste en nuestras teorías actuales, entre el Esfuerzo cristiano y el Esfuerzo humano. El Esfuerzo humano se hace divinizable [...] y para el cristiano el Mundo se hace enteramente divino. Así, toda la Ascesis y la Mística resultan renovadas. - «Nota sobre sobre el Cristo-Universa Cristo-Universal», l», en CC, pp. pp. 37-40 37 -40
¿Y qué es el propio Cristo? Abrid las Escrituras en sus pasajes más graves y más auténticos. Interrogad a la Igle sia sobre sus creencias más esenciales. Aprenderéis lo si guiente: Cristo no es un accesorio sobreañadido al Mun do, un ornamento, un rey como los que nosotros hacemos, un propietario. [...] Es el alfa y el Omega, el principio y el fin, la piedra del fundamento y la clave de bóveda, la Plenitud y lo Plenificante. Es él quien consume y quien da a todo su consistencia. Hacia él y por él, Vida y Luz inte riores del Mundo, en la queja y el esfuerzo, se hace la uni versal convergencia de todo el espíritu creado. Es el Cen tro único, precioso y consistente, que chisporrotea en la ci ma venidera del Mundo, en oposición a las regiones os curas, eternamente decrecientes, en que se aventura nues tra Ciencia cuando desciende la ruta de la Materia y del Pasado. [...] Ante todo, nosotros, cristianos, no temamos ni nos escandalicemos de los resultados de la investigación cien tífica, sea física, biológica o histórica. Hay católicos que se han desconcertado al mostrárseles que, o bien las leyes de la Providencia se descomponen en determinismos y en
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azar, o bien bajo nuestras potencias más espirituales se esconden edificios materiales muy complicados, o bien la religión cristiana tiene raíces en un desarrollo religioso natural de la conciencia humana, o bien, en fin, que el cuerpo humano supone una serie inmensa de desarrollos orgánicos previos. Estos católicos niegan los hechos o se horrorizan de ellos. Esto es un gran error. Los análisis de la Ciencia y de la Historia son a menudo exactos, pero no arrebatan absolutamente nada a lo todo-poderoso divino, ni a la espiritualidad del alma, ni al carácter sobrenatural del cristianismo. [...] La Ciencia no debe, pues, turbar nuestra Fe con sus análisis. Por el contrario, debe ayudarnos a conocer, com prender y apreciar mejor a Dios. Por mi parte, estoy con vencido de que no hay más poderoso alimento natural para la vida religiosa que el contacto con las realidades cientí ficas bien comprendidas. El hombre que vive habitual mente en la sociedad de los elementos de este mundo, el hombre que experimenta personalmente la aplastante inmensidad de las cosas y su miserable disociación, ése, estoy seguro de ello, adquiere una conciencia más aguda que nadie, no sólo de la inmensa necesidad de unidad que empuja al Universo siempre hacia delante, sino también del inaudito porvenir que le está reservado. Nadie como el Hombre inclinado sobre la Materia puede comprender mejor hasta qué punto Cristo, por su encarnación, es inte rior al Mundo, enraizado en el Mundo hasta el corazón del más pequeño átomo.[...] Por Por consiguiente, consiguient e, es inútil, inútil, es injusto injusto oponer la Ciencia y Cristo, o separarlos como dos dominios extraños el uno al otro. La Ciencia sola no puede descubrir a Cristo; pero Cristo colma los deseos que nacen en nuestro corazón con la enseñanza de la Ciencia. - «Ciencia y Cristo Cristo», », en CC, pp. pp. 56-58
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S u p e r - C r i s t o
y
C r i s to -O m e g a
Cambiemos ahora de perspectiva totalmente. Es decir, después de haber intentado avanzar de abajo hacia arriba, según las vías experimentales de la Ciencia, consideremos las cosas de arriba abajo, a partir de las cimas en que nos colocan el Cristianismo y la Religión. Por «Super-Cristo» no quiero decir en modo alguno otro Cristo, otro Cristo, un segundo Cristo distinto del primero y ma yor que él, sino que me refiero al mismo Cristo, mismo Cristo, al Cristo de siempre, que se manifiesta a nosotros en una forma y unas dimensiones, con una urgencia y una superficie de contacto agrandadas y renovadas. [...] Cristo coincide [...] con lo que he llamado antes el Punto Omega. Por consiguiente, Cristo posee todos los atributos superhumanos del Punto Omega. [...] Centro universal crístico, fijado por la Teología, y Cen tro universal cósmico, postulado por la Antropogénesis; a fin de cuentas, los dos focos coinciden (o por lo menos se superponen) necesariamente en el medio histórico en que estamos situados. Cristo no sería el único Motor, el único Desenlace del Universo, si el Universo pudiera de algún modo agruparse, incluso en grado inferior, fuera de él. Más aún, Cristo se habría encontrado aparentemente en la incapacidad física de centrar sobre sí, sobrenaturalmente, el Universo, si éste no hubiera ofrecido a la Encarnación un punto privilegiado en el que tienden a reunirse todas las fibras cósmicas, por su estructura natural. Así pues, hacia Cristo es hacia donde se vuelven nuestros ojos cuan do, en cualquier grado de aproximación, miramos hacia adelante, hacia un Polo superior de humanización y de personalización.
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Cristo, hic et nunc, ocupa nunc, ocupa para nosotros, en posición y en función, el lugar del Punto Omega. [...] A pesar de las reiteradas afirmaciones de san Pablo y de los Padres griegos, el poder universal de Cristo sobre la Creación ha sido considerado, sobre todo hasta ahora por los teólogos, desde un aspecto extrínseco y jurídico. «Je sús es el rey del Mundo porque su Padre así lo ha decla rado. rado. Es el Señor de todo porque le ha sido dado todo». Los doctores de Israel no iban -no les gustaba arriesgarse a ir- mucho más lejos en sus explicaciones del Dogma. Exceptuando lo que se refiere a la misteriosa «gracia san tificante», la cara orgánica y, por lo tanto, los presupues tos o condiciones físicas de la Encamación quedaban en la sombra, con tanta mayor complacencia por cuanto que las recientes e impresionantes ampliaciones del Universo alrededor de nosotros (en Volumen, en Duración y en Número) parecían hacer definitivamente inimaginable un control físico, por la Persona Cristo, de la totalidad cósmica. Todas las inverosimilitudes desaparecen, y las expre siones más audaces de san Pablo asumen sin dificultad alguna un sentido literal en cuanto el Mundo se presenta suspendido por su cara consciente de un punto de conver gencia Omega, y en donde Cristo aparece, en virtud de su encamación, revestido precisamente de las funciones de Omega. En efecto, si Cristo ocupa en el cielo de nuestro Universo la posición de Omega (lo cual es posible, puesto que Omega, por su estmctura, es de índole superpersonal), toda una serie de notables propiedades pasan a pertenecer a su Humanidad resucitada. Física y literalmente, primero, Él es el que llena: no hay ningún elemento del Mundo, en ningún instante del
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Mundo, que no esté movido, que no se mueva, que no tenga que moverse siempre fuera de su influjo director. El Espacio y la Duración están llenos de El. Física y literalmente, también, Él es el que consuma: como la plenitud del Mundo no se termina más que en la síntesis final en la que, sobre la complejidad total supre mamente organizada, aparecerá una consciencia suprema; y como Cristo es el principio orgánico de esta armoniza ción, todo el Universo queda ipso facto facto sellado con su carácter, dibujado por su elección y animado por su forma. Física y literalmente, por último, dado que en Él con vergen y se traban todas las líneas del Mundo, Él es quien da su consistencia consistencia a todo el edificio de la Materia y del Espíritu. [...] Vemos, en verdad, que no resulta exagerado hablar de Super-Cristo para caracterizar este «exceso» de magnitud que asume en nuestras conciencias la Persona de Jesús correlativamente al despertar de nuestro pensamiento a las superdimensiones del Mundo y de la Humanidad. No se trata de otro Cristo, repito, sino del mismo Cris to, hoy y siempre; y es tanto más él mismo por cuanto que nos hemos visto impulsados a hacerle experimentar esta prodigiosa ampliación precisamente para conservarle su propiedad esencial de ser coextensivo al Mundo. Cristo-Omega. Por consiguiente, Cristo Animador y Colector de todas las energías biológicas o espirituales elaboradas por el Universo. Por lo tanto, finalmente, Cristo-Evolucionador. Tal es la figura, explicitada y generalizada, con que en adelante se presenta a nuestra adoración el Cristo Redentor y Salvador. -«Super-Humanidad, Super-Cristo, Super-Caridad», en CC, pp. 190-193
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Llamemos Omega al Término superior cósmico desvelado por la Unión creadora. Todo lo que diré se reducirá a tres puntos: A. El Cristo Cristo revelado revelado no es otra cosa cosa que Omega. Omega. B. Lo es en tan tanto to que Omega Omega se presenta como com o intangible y como inevitable en todas las cosas. C. Y, por último, último, para para ser constit constituido uido Omega es para para lo que tuvo que conquistar el Universo mediante la labor de su Encamación. A. Cristo no es sino Omega Para demostrar esta proposición fundamental me bastará con remitirme a la larga serie de textos joánicos y, sobre todo, paulinos que afirman, con magnífica formulación, la supremacía física de Cristo sobre Universo. No puedo enumerarlos aquí. Todos ellos se reducen a estas dos afir maciones esenciales: «In eo omnia constant» (Col 1,17) e «Ipse est qui replet omnia» (Col 2,10; véase Ef 4,9), de modo tal que «Omnia in ómnibus Christus» (Col 3,11). ¡Es exactamente la definición de Omega! Ya sé que existen dos escapatorias por las que los Espíritus tímidos piensan eludir el tremendo realismo de estas reiteradas afirmaciones: o pretenden que los atribu tos cósmicos del Cristo paulino pertenecen únicamente a la Divinidad, o bien procuran enervar la fuerza de los tex tos suponiendo que los vínculos de dependencia que suje tan el Mundo a Cristo son vínculos jurídicos y morales, derechos de propietario, de padre o de jefe de asociación.
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Por lo que se refiere a la primera escapatoria, me limito a remitirme al contexto, que es tajante: incluso en Col 1,15ss, san Pablo tiene indudablemente presente al Cristo teándrico; y en el Cristo encamado ha sido preformado el Universo. [...] Y por eso me resulta imposible leer a san Pablo sin que, bajo sus palabras, se me aparezca de un modo deslumbrante el dominio universal y cósmico del Verbo encamado. [...] B. La influenc influencia ia del d el Cristo-Omega. El elemento universal Puesto que ya hemos comprobado que el Cristo paulino (el gran Cristo de los místicos) coincidía con el término universal, el Omega, presentido por nuestra filosofía, el atributo más magnífico y más urgente que podíamos reco nocerle es el de una influencia física y suprema sobre toda realidad cósmica sin excepción. [...] Jesús no sería el Dios de san Pablo, ni el Dios de mi corazón, si frente a la Criatura más humilde, más material, yo no pudiera decir: «No puedo comprender esta cosa, aprehenderla, ser plenamente afectado por ella, si no es en función de Aquel que da al Todo natural, del que ella forma parte, su plena realidad y su última determinación». Porque Cristo es Omega, el Universo está físicamente im pregnado, hasta en su médula material, de la influencia de su sobrehumana naturaleza. La presencia del Verbo encar nado lo penetra todo como un Elemento universal. En el común corazón de todas las cosas brilla, como un Centro infinitamente íntimo y, al mismo tiempo (puesto que coin cide con la culminación universal), infinitamente remoto. Esencialmente, la influencia vital, organizadora, del Universo, al que nos referimos, es la gracia. Pero se ve
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cómo, desde el punto de vista de la Unión creadora, esta realidad maravillosa de la Gracia debe comprenderse con una intensidad y una extensión más grande de lo que suele hacerse normalmente. [...] Por el Bautismo en la Materia cósmica y en el agua sacramental somos más Cristo que nosotros mismos... y precisamente a condición de este pre dominio de Cristo en nosotros podemos esperar llegar a ser algún día plenamente nosotros mismos. [...] En realidad, en virtud del establecimiento de Cristo como Jefe del Cosmos, están penetrados de finalidad, de vida sobrenatural hasta en su realidad más tangible. Todo está físicamente «cristificado» a nuestro alrededor, y todo puede estarlo (como veremos) cada vez más. Este «pan-cristismo» no tiene nada de falsamente panteísta, como se ve fácilmente. [...] Cristo actúa físicamente, alrededor de nosotros, para regularlo todo. Desde la última agitación atómica hasta la más elevada contemplación mística, desde la más ligera brisa que atraviesa el aire hasta las más grandes corrientes de vida y de pensamiento, anima incesantemente, sin per turbarlos, todos los movimientos de la Tierra. Y, recípro camente, se beneficia físicamente de cada uno de ellos: todo lo que en el Universo es bueno (es decir, todo lo que va hacia la unificación por el esfuerzo) es recibido por el Verbo Encamado como un alimento que él asimila, trans forma, diviniza. En la consciencia de ese doble e inmenso movimiento descendente y ascendente a través del cual se continúa la elaboración del Pleroma (es decir, la madura ción del Universo), el creyente puede encontrar una luz y una fuerza increíbles para dirigir y alimentar su esfuerzo. La fe en Cristo-Universal es de una inagotable fecundidad en moral y en mística. [...]
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C. La animación de dell Mundo p o r Cristo-Un Cristo -Univer iversal sal La concentración de lo Múltiple en la unidad orgánica suprema de Omega representa un esfuerzo extremo. Cada elemento participa, según su grado, en esta síntesis labo riosa. Pero el esfuerzo exigido al Término superior de la unificación ha tenido que ser el mayor de todos. Por eso es por lo que la Encamación del Verbo fue infinitamente mortificante y dolorosa, hasta el punto de poder simboli zarse en una cruz. El primer acto de la Encamación -la primera aparición de la Cruz- se caracteriza por la inmersión de la Unidad divina en las profundidades últimas de lo Múltiple. En el Universo no puede entrar más que lo que de él sale. No puede mezclarse con las cosas nada que no venga por el camino de la Materia, por la ascensión fuera de la plurali dad. Una intrusión de Cristo en el Mundo por un camino lateral cualquiera resultaría incomprensible. El Redentor sólo ha podido penetrar en la trama del Cosmos, infundir se en la sangre del Universo, fundiéndose primero en la Materia para renacer de ella acto seguido. Integritatem Terrae Matris non minuit, sed sacravit [«No [«No ha disminui do la integridad de la Tierra Madre, sino que la ha consa grado»]. La pequeñez de Cristo en su cuna, y las pequeñeces mucho mayores que han precedido a su aparición entre los Hombres, no constituyen únicamente una lección moral de humildad. Son, en primer lugar, la aplicación de una ley de nacimiento y, a continuación, el signo de un dominio definitivo de Jesús sobre el Mundo. Precisamente porque Cristo se ha «inoculado» en la Materia, ya no se le puede separar del crecimiento del Espíritu: está tan incrus tado en el Mundo visible que ya no sería posible arrancar
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le de él sino conmoviendo los cimientos mismos del Universo. En buena filosofía, cabe preguntarse si cada elemento del Mundo no extenderá sus raíces hasta los últimos con fines fines del Pasado. ¡Con cuánta cuánta mayor razón hab habrá rá que reconocer en Cristo esa misteriosa preexistencia! No sola mente in ordine intentionis, intentionis, sino también in ordine naturae, omnia in eo condita sunt [no [no solamente «en el orden de la intención», sino también «en el orden de la naturale za, todo está contenido en él»]. Las prodigiosas duracio nes que preceden a la primera Navidad no están vacías de él, sino penetradas por su potente influjo. La agitación de su concepción es la que remueve las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes de la biosfera. La prepara ción de su alumbramiento es la que acelera los progresos del instinto y la eclosión del pensamiento sobre la Tierra. - «Mi Universo», Universo», en CC, CC, pp. pp. 75-83
C orazón de C risto - C entro universal DE ENERGÍA Y FUEGO
Gracias a una especie de hábito adquirido desde siempre, nunca experimenté, en ningún momento de mi vida, la menor dificultad para dirigirme a Dios como a un supre mo A l g u i e n . Aun cuando, paralelamente al Sentido cós mico «congénito» -que forma, como hemos visto, la «dor sal» de mi vida interior-, compruebo que nunca ha dejado de existir en mí un cierto «amor a lo Invisible»: este gusto, transmitido transmitido por el Cielo, después de haber alimentado secretamente mi gusto innato por innato por la Tierra, acaba conflu yendo explícitamente con él, gracias a un juego de univer
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salización cuyas salización cuyas dos primeras fases pueden describirse, en mis recuerdos, como una «materialización», seguida a inmediatamente de una «energificación», de la noción del Amor divino. Y, en primer lugar, «materialización» del Amor divino. Biológicamente hablando, en mi caso, ¿cómo habría podido ser de otra manera? Mamado en la infancia, un Sentido «sobrenatural» de lo divino había fluido en mí junto al sentido «natural» de la Plenitud. Como cada uno de los dos «gustos» exigía ocupar todo el lugar, y como ninguno de los dos podía matar al otro, ¿qué otra salida concebible tenía el conflic to, sino una asimilación del primero (menos primitivo y más externo, genéticamente hablando) por el segundo? ¿Y qué forma de asimilación posible, sino por ajuste en mí de lo Divino a lo Evolutivo, es decir, a esta ley psicológica propia de mi naturaleza de no poder adorar nada más que a partir de lo Tangible y de lo Resistente? En esta dirección, me facilitaba la marcha el hecho de que «el Dios de mi madre» era ante todo, tanto para mí como para ella, el Verbo encarnado. encarnado. Esto bastó, a través de la Humanidad de Jesús, para el establecimiento de un primer contacto entre las dos mitades -«cristiana» y «pa gana»- de mi ser profundo. Con todo, en este contacto reaparecía precisamente mi dificultad, antes mencionada, para percibir «la Consistencia de lo Humano». ¡Extrañas e ingenuas reacciones del cerebro de un ni ño! Sobre la persona misma de Cristo (lo recuerdo perfec tamente [...]) se reflejó instantáneamente mi decepción de lo Orgánico cuando vi por primera vez cómo se consumía desagradablemente ante mis ojos un mechón de cabellos... Para poder adorar plenamente a Cristo era necesario que, plenamente a en un primer momento, yo llegara a «consolidarlo».
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Y fue en este punto donde apareció, en la historia de mi vida espiritual (¡que el lector no se sonría!), el papel capital germinal que desempeñó una «devoción» con la que mi madre no dejó jamás de alimentarme, sin sospe char las transformaciones que le haría experimentar mi insaciable necesidad de Organicidad cósmica: la devoción al Corazón de Jesús. Históricamente, como todo el mundo sabe, el culto al «Sagrado Corazón» (o Amor de Cristo), siempre latente en la Iglesia, se expresó en la Francia del siglo xvn bajo una forma singularmente vigorosa, pero al mismo tiempo ex trañamente limitada, tanto en su objeto (la «Reparación») como en su símbolo (¡el corazón del Salvador, representa do con un realismo extrañamente anatómico!). Lamentablemente, todavía hoy se reconocen las hue llas de este doble particularismo, tanto en una liturgia siempre obsesionada por la idea de pecado como en una iconografía de la que hay que saber quejarse sin irritarse demasiado. Mas puedo decir que, por lo que a mí respec ta, su influencia en ningún momento ejerció sobre mi pie dad el menor atractivo. Para el devoto del siglo xvn el «Sagrado Corazón» era, en suma, «una porción» (a la vez «material» y «formal») de Jesús -porción escogida y separada del Redentor-, como sucede cuando aislamos y ampliamos, para admi rarlo con mayor comodidad, algún detalle detalle de un cuadro. Para mí, por el contrario, ver cómo se dibujaba una miste riosa mancha púrpura-y-oro justamente en el centro del pecho del Salvador fue, desde el primer instante, el medio esperado para escapar finalmente finalmente de todo lo que tanto me hería en la complicada, frágil e individual organización del Cuerpo de Cuerpo de Jesús. ¡Asombrosa liberación! [...]
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Me resultaría difícil hacer comprender en qué profun didades, con qué vehemencia y con qué continuidad (mucho antes de que brotara en mí de una manera explíci ta la noción de «Cristo-U « Cristo-Universal») niversal») mi vida v ida religiosa religios a ante rior a la guerra se desarrolló bajo el signo y en la admira ción del Corazón de Jesús... así comprendido. comprendido. En esta época, cuanto más trataba de orar, tanto más profunda mente «se materializaba» Dios para mí en una realidad a la vez espiritual y tangible. Inmersión de lo Divino en lo Camal. Y, por una reacción inevitable, transfiguración (o trans mutación) de lo Camal en una increíble Energía de Irradiación... Durante un primer período, el Cristo de mi madre, para mi mirada, de alguna manera se había «desindividualiza do» en forma de sustancia apenas figurada. Mas he aquí que, en un segundo período, este «sólido» humano-divino (como mi fragmento de hierro de antaño, y bajo la misma presión psíquica) se iluminó y explotó desde dentro. En el centro de Jesús ya no estaba la mancha de púrpura, sino un hogar ardiente que cubría con su resplandor todos los con tornos, primero los del Hombre-Dios, y después los de todas las cosas alrededor de él. [...] A través y bajo el símbolo del «Sagrado Corazón», lo Divino, había tomado para mí la forma, la consistencia y las propiedades de una e n e r g í a , de un f u e g o : es decir, que, una vez que se había hecho capaz de deslizarse por todas partes, de metamorfosearse en no importa qué, a partir de ese momento era apto, po p o r ser se r universalizable, para irrumpir, a fin de amorizarlo, en el Medio cósmico donde yo me encontraba, precisamente en aquel mismo momento [...], a punto de instalarme. [...] Cristificar la Materia.
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Toda la aventura de mi existencia íntima... Una aven tura grande y espléndida, en cuyo desarrollo sigo sintien do miedo con frecuencia, pero cuyo riesgo me resultaba imposible no correr: tan poderosa era la fuerza con que se aproximaban y se encerraban gradualmente por encima de mi cabeza, en una bóveda única, las capas de lo Universal y lo Personal. Cristo, su Corazón. Un Fuego capaz de penetrarlo todo y que, poco a poco, se extendía por todas partes... Me parece poder colocar en el origen de esa inunda ción y de ese envolvimiento la importancia, rápidamente creciente, adquirida en mi vida espiritual por el sentido de «la Voluntad de Dios». Fidelidad al Querer divino, es de cir, a una omnipresencia dirigida y figurada, captable figurada, captable acti va y pasivamente en cada elemento y en cada aconteci miento del Mundo. Aunque al principio no advertí muy claramente el puente tendido por esta actitud eminente mente cristiana entre mi amor a Jesús y mi amor a las Cosas, nunca dejé, desde los primeros años de mi vida religiosa, de abandonarme con predilección a este senti miento activo de comunión con Dios a través del Universo. Y es una emergencia decisiva de esta mística «pan-crística», definitivamente madurada en las dos gran des atmósferas de Asia y de la Guerra la que reflejan, en 1924 y 1927, La 1927, La Misa sobre el Mundo y El Medio Divino. - «Le Coeur Coeur de la la Matiére Matiére», », en CM, pp. pp. 52-55, 52-5 5, 58-59
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«¿Quieres saber [...] cómo el Universo potente y múltiple ha adquirido para mí la figura de Cristo? Esto sucede poco a poco, y es difícil analizar con palabras intuiciones tan
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renovadoras como éstas. No obstante, puedo contarte algunas de las experiencias que allá arriba han introduci do la luz en mi alma, como si se levantara, por etapas, un telón...» [...] Suponiendo, pensaba yo, que Cristo se dignase apare cer aquí, delante de mí, corporalmente, ¿cuál sería su aspecto? ¿Cuál sería su compostura? [...] Sin embargo, mis ojos se habían detenido maquinal mente en un cuadro que representaba a Cristo, con su corazón ofrecido a los hombres. Este cuadro estaba colga do delante de mí en los muros de la iglesia donde había entrado para orar. Y, siguiendo el curso de mi pensamien to, no comprendía cómo podía un artista representar la humanidad santa de Jesús sin atribuirle esa fijeza dema siado precisa de su cuerpo que parecía aislarse de todos los demás hombres, sin darle esa expresión demasiado individual de su figura, de esa figura que, suponiendo que fuese bella, lo era de una manera particular, con exclusión de todas las demás hermosuras... Así pues, estaba haciéndome todas estas preguntas curiosas y mirando el cuadro, cuando empezó la visión. (En realidad, de verdad, no podría precisar cuándo comenzó; porque ya había alcanzado cierta intensidad cuando advertí su existencia...). Lo que sí es cierto es que, dejando mi mirada vagar por los contornos de la imagen, me di cuenta de repente de que se mezclaban. Se mezclaban. Se mezclaban, pero de una manera especial, difícil de explicar. Cuando trataba de ver el trazado de la persona de Cristo, se me aparecía claramente delimitado. Y después, en cuanto cedía al esfuerzo visual, toda la zona de Cristo, los pliegues de sus vestidos, la irradiación de su cabellera, la flor de su carne, pasaban, por así decirlo (aun cuando sin desvanecerse), a todo el resto...
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Habríase dicho que la superficie de separación entre Cristo y el Mundo ambiente se convertía en una capa vibrante en la que se confundían todos los límites. Me parece que la transformación debió de afectar pri mero a un punto en el borde del retrato, y que desde allí prosiguió hasta llegar a todo el contorno. Al menos en este orden fui dándome cuenta. Por lo demás, a partir de este momento, la metamorfosis se extendió rápidamente y alcanzó a todas las cosas. Primero me di cuenta de que la vibrante atmósfera que aureolaba a Cristo no estaba confinada a una pequeña zona en torno a él, sino que irradiaba hasta el infinito. De cuando en cuando surgían algo así como regueros de fosforescencia, causadores de un flujo continuo que alcanzaba hasta las esferas extremas de la Materia, dibu jando jando una especie de plexus sanguíneo sanguíneo o una una red red nerviosa que corría a través de toda vida. ¡El Universo entero vibraba!; vibraba!; y, sin embargo, cuan do intentaba mirar los objetos uno a uno, los encontraba cada vez más claramente dibujados en su individualidad preservada. Todo este movimiento parecía emanar de Cristo, de su corazón sobre todo. Mientras trataba de remontar a la fuente del efluvio y de percibir su ritmo, fue cuando, al volver a fijar mi atención en el retrato, vi cómo la visión llegaba rápidamente a su paroxismo. ...Ahora me doy cuenta de que he olvidado hablarte de los vestidos de Cristo. Eran luminosos, tal como leemos en el relato de la Transfiguración. Pero lo que más llamó mi atención fue advertir que no estaban tejidos artificial mente, a menos que la mano de los ángeles no sea la de la Naturaleza. La trama no estaba compuesta de fibras bur damente hiladas... Pero la materia, una flor de la materia,
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se había trenzado espontáneamente a sí misma hasta lo más íntimo de su sustancia, como un lino maravilloso. Y yo creía ir viendo cómo se movían indefinidamente com binadas en un dibujo natural que les afectaba hasta el fon do de sí mismas. Pero ya comprenderás que no dediqué a este vestido, maravillosamente tejido con la cooperación continuada de todas las energías y de todo el orden de la Materia, más que una mirada distraída. Lo que atraía y cautivaba toda mi atención era el rostro transfigurado del Maestro. Tú has visto muchas veces, durante la noche, cómo las estrellas cambian de color: unas veces son perlas de sangre, y otras violáceas chispas de terciopelo. Has vis to también cómo corren los colores en una ampolla transparente... Así, en una indescriptible floración, brillaban sobre la inmutable fisonomía de Jesús las luces de todas nuestras hermosuras. No sabría decir si esto sucedía de acuerdo con mis deseos o según la voluntad de Aquel que regulaba y conocía mis deseos. Lo que sí es cierto es que estos innu merables matices de majestad, de suavidad, de atractivo irresistible, se sucedían, se transformaban, se fundían unos en otros, de acuerdo con una armonía que me saciaba plenamente... Y siempre flotaba tras esta superficie móvil, susten tándola y concentrándola también en una unidad superior, la incomunicable hermosura de Cristo... Más que percibir la, adivinaba esa Hermosura, porque cada vez que trataba de perforar la capa de las hermosuras inferiores que me la ocultaban, surgían otras hermosuras particulares y frag mentarias que me ocultaban la verdadera, al mismo tiem po que hacían que la presintiera y la deseara.
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Todo el rostro irradiaba, en conformidad con esta ley. Pero el centro de la irradiación y de la floración estaba oculto en los ojos del retrato transfigurado... Por la profundidad suntuosa de estos ojos cruzaba, en entonaciones de iris, iris, el reflejo (a menos que fuese fues e la forma forma creadora, la Idea) de todo cuanto produce encanto, de todo cuanto vive... Y la simplicidad luminosa de su fuego se resolvía, ante mi esfuerzo por dominarla, en una inagotable compleji dad, en la que estaban concentradas todas las miradas en las que se haya fogueado y mirado jamás un corazón humano. Estos ojos, por ejemplo, tan dulces y tiernos en un principio, hasta el punto de que creía ver ante mí a mi madre, se hacían, un instante después, apasionados y sub yugantes como los de una mujer; tan imperiosamente pu ros, al mismo tiempo, que, bajo su dominio, el sentimien to habría sido físicamente incapaz de extraviarse. Y des pués, en un segundo tiempo, les inundaba una grande y viril majestad, análoga a la que se lee en los ojos de un hombre muy animoso, muy refinado o muy fuerte, incom parablemente, por otro lado, más altiva y más deliciosa mente experimentada. Este centelleo de hermosuras era tan total, tan envol vente, tan rápido también, que mi ser, afectado y penetra do en todas sus potencias a la vez, vibraba hasta su misma médula, en una nota de dilatación y de felicidad rigurosa mente única. Mas he aquí que, mientras yo sumergía mi mirada en las niñas de los ojos de Cristo, convertidos en un abismo de vida fascinante y abrasada, desde el fondo de esos mis mos ojos vi subir como una nube que difuminaba y ane gaba la variedad que acabo de describir. Una expresión extraordinaria e intensa se iba extendiendo poco a poco
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sobre los distintos matices de la mirada divina, primero impregnándolos y después absorbiéndolos... Y yo me quedaba confundido. Porque yo Porque yo no po podí díaa descif de scifrar rar esa esa expresión final que lo había dominado todo y lo había resumido todo. ¡Me era imposible decir si era la expresión de una indecible agonía o de un exceso de alegría triunfante! Lo único que sé, desde entonces, es que me parece haberla entrevisto de nuevo en la mirada de un soldado moribundo. - «Cristo en la materia», materia», en HU, pp. pp. 43-47 43- 47
L a o m n i p r e s e n c i a d e D io s REVELADA A TRAVÉS DE LA PERSONA DE JESÚS
Poco a poco se ha ido desenvolviendo el Medio místico y ha tomado una forma, divina y humana. Al principio, habría podido confundírsele con una sim ple exteriorización de nuestras emociones, que desborda ban sobre el Mundo y parecían animarlo. Pero muy pronto se reveló su autonomía, como una Omnipresencia extranjera y soberanamente deseable. Esta universal Presencia comenzó por desecar dentro de sí toda consistencia y toda energía. [...] Al observar el Mundo muy de cerca, yo creía a veces verlo envuelto en una atmósfera todavía muy sutil, pero ya individualizada, de benevolencia mutua y de verdades admitidas para siempre. Y he visto pasar una Sombra, algo como el vapor de un alma universal que hubiera querido nacer... ¿Cuál es el nombre de esta Entidad misteriosa, que es un poco obra nuestra y con la que primordialmente comu
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nicamos; que es algo de nosotros mismos y que, no obs tante, nos subyuga; que tiene necesidad de nosotros para ser y que, al mismo tiempo, nos domina con todo su Absoluto?... Lo intuyo. Tiene un Nombre y un Rostro. Pero sólo ella puede desvelarse y descubrir su nombre... ¡Jesús! El movimiento que me ha iniciado había comenzado po p o r un punto, por punto, por una persona, la mía. Bajo la excitación de los sentidos, este punto se dilató, como si quisiera ab sorberlo todo. Pero, muy pronto, fue él quien se sintió cogido y como invertido. Junto con todos los seres que me rodeaban, me he sentido capturado por un Movimiento superior que me removía los elementos del Universo, y volví a agruparlos en un orden nuevo. Y así, cuando me fue dado conocer adonde tendía la trayectoria deslum brante de las bellezas individuales y de las armonías par ciales, pude advertir que todo esto volvía a centrarse en un solo punto, punto, en en una Persona, la Tuya... ¡Jesús! Esta Persona poseía, en su exuberante Unidad, la vir tud de cada uno de los Círculos inferiores de la mística. Su Presencia sostenía y bañaba todas las cosas. Su Poder ani maba toda energía. Su Vida dominadora mordía en toda otra vida, para asimilársela. De esta manera pude com prender, Señor, que era posible vivir sin salir de Ti y sin cesar de sumergirse en Ti, Océano de Vida penetrante y moviente. Desde que Tú dijiste, Señor: «Hoc est Corpus meum...», meum...», no sólo el Pan del altar, sino (en una cierta medida) todo lo todo lo que en el Universo alimenta al alma para la Vida del Espíritu y de la Gracia se ha hecho tuyo y divi no, divinizado, divinizante y divinizable. Cualquier pre sencia me hace sentir que Tú estás cerca de mí; cualquier
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contacto es el de tu mano; cualquier necesidad me trans mite una pulsación de tu Voluntad. Hasta tal punto que todo lo que en tomo a mí es esencial y duradero ha llega do a ser para mí el dominio y, de alguna manera, la sus tancia de tu Corazón. ¡Jesús! Por eso es por lo que me resulta imposible, Señor -es imposible para cualquiera que te haya comprendido, aun que no sea más que un poco-, contemplar tu Rostro sin verle irradiar desde desde todas las realidades y todas las virtu des. Has querido, en el misterio de tu Cuerpo Místico -de tu Cuerpo Cósmico-, experimentar un contra-golpe de toda la alegría y toda la alarma capaz de sacudir a cual quiera de las innumerables células de la Humanidad. En retorno, no podemos contemplarte ni adherimos a Ti sin que tu Ser simplicísimo se mude, bajo nuestro abrazo, en la Multitud reconstituida de cuanto Tú amas sobre la Tierra. ¡Jesús! Y el resultado de esta extraordinaria síntesis de toda perfección y de todo devenir que Tú realizas en Ti, está en que el acto por el que te poseo reúne, en su rigurosa sim plicidad, más actitudes y más percepciones de las que yo he podido exponer en estas páginas y de las que podría jamás jamás exp expresa resar. r. Cuan Cuando do pienso en Ti, Ti, Seño Señor, r, no soy capaz capaz de decir si te encuentro más aquí que allí, si Tú eres para mí, ante todo, Amigo, Fuerza o Materia, si contemplo o si sufro, si me vuelvo a pensar o si me uno, si te amo a Ti o a los Demás y al Resto... Toda afección, todo deseo, toda posesión, toda luz, toda profundidad, toda armonía y todo ardor se reflejan igualmente, en el mismo instante, en la Relación inexpresable Relación inexpresable que se establece entre yo y Tú. ¡Jesús! - «El Medio místico», en ETG-C ETG-C,, pp. pp. 207-21 20 7-2100
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O raciones
al
C risto
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cada vez m ás grande
Y ahora, Jesús, que te has convertido verdadera y física mente, oculto tras las potencias del Mundo, en todo para mí, en todo a mi alrededor, en todo en mí, aunaré en una misma aspiración la embriaguez de lo que poseo y la sed de lo que me falta, y repetiré con tu servidor las palabras inflamadas en las que se reconocerá cada vez con más exactitud, estoy firmemente persuadido de ello, el cristia nismo de mañana: «Señor, introdúceme en lo más profundo de las entra ñas de tu corazón. Y, una vez que ya me tengas ahí, abrásame, purifícame, inflámame, sublímame hasta la más completa satisfacción de tus gustos, hasta la más completa aniquilación de mí mismo». [...] Mientras no he sabido o no me he atrevido a ver en ti, Jesús, más que al hombre de hace dos mil años, al mora lista sublime, al amigo, al hermano, mi amor ha permane cido tímido y reprimido. Amigos, hermanos, sabios, ¿es que no los tenemos a nuestro alrededor muy grandes, muy exquisitos, más cercanos? Y, además, ¿puede el hombre entregarse plenamente a una naturaleza únicamente huma na? Desde siempre, el Mundo, por encima de todo ele mento del Mundo, se había apoderado de mi corazón, y jamás jamás me habría ría doblegado doblegado sincera sincerame mente nte ante ante nadi nadie. e. Por eso, durante mucho tiempo, a pesar de creer, he andado errante sin saber lo que amaba. Pero hoy que, merced a la manifestación de los poderes suprahumanos que te ha con ferido la resurrección, transpareces para mí, Señor, a tra vés de todas las potencias de la Tierra, ahora te reconozco como mi Soberano y me entrego deliciosamente a Ti.
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¡Extrañas actividades de tu Espíritu, Dios mío! Cuan do, hace dos siglos, comenzó a dejarse sentir en tu Iglesia la atracción precisa de tu corazón, pudo parecer que lo que seducía a las almas era descubrir en ti un elemento más determinado, más circunscrito que tu misma Humanidad. Mas he aquí que ahora, ¡por un cambio súbito!, resulta evidente que, mediante la «revelación» de tu Corazón, has querido, Jesús, proporcionar a nuestro amor el medio de sustraerse a lo que había de excesivamente estrecho, pre ciso y limitado en la imagen que nos habíamos formado de ti. En el centro de tu pecho no descubro más que un homo, y cuanto más contemplo este foco ardiente, tanto más me parece que los contornos de tu corazón se funden en su totalidad, que se van agrandando más allá de toda medida, hasta el extremo de que ya no distingo en ti otros rasgos que los de la figura de un Mundo inflamado. Cristo glorioso; influencia secretamente difundida en el seno de la Materia y centro deslumbrador en el que se centran las innumerables fibras de lo múltiple; potencia implacable como el Mundo y cálida como la vida; tú, cuya frente es de nieve, cuyos ojos son de fuego, cuyos pies son más centelleantes que el oro en fusión; tú, cuyas manos aprisionan las estrellas; tú, que eres el primero y el último, el vivo, el muerto y resucitado; tú, que concentras en tu unidad exuberante todos los encantos, todos los gustos, todas las fuerzas, todos los estados: a ti era a quien llama ba mi ser con un ansia tan amplia como el Universo. ¡Tú eres realmente mi Señor y mi Dios! [...] Toda mi alegría y mis éxitos, toda mi razón de ser y mi gusto por la vida, Dios mío, penden de esa visión funda mental de tu conjunción con el Universo. ¡Que otros anun cien, conforme a su función más elevada, los esplendores de tu puro Espíritu! Para mí, dominado por una vocación
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anclada en las últimas fibras de mi naturaleza, no quiero ni puedo decir otra cosa que las innumerables prolongacio nes de tu Ser encarnado a través de la Materia; ¡nunca sabría predicar más que el Misterio de tu carne, oh alma que transparece en todo lo que nos rodea! En tu cuerpo, con todo lo que comprende, es decir, en el Mundo convertido, por tu poder y por mi fe, en el crisol magnífico y vivo en el que todo desaparece para renacer -por todos los recursos que ha hecho surgir en mí tu atrac ción creadora, por mi excesivamente limitada ciencia, por mis vinculaciones religiosas, por mi sacerdocio y (lo que para mí tiene más importancia) por el fondo de mi convic ción humana-, me entrego para vivir y morir en tu servi cio, Jesús. - «La Misa sobre sobre el Mundo», Mundo», en HU, pp. 38-40
• Señor, ya que nunca he dejado de buscarte y ponerte en el corazón de la Materia universal con todo el instinto y en todas las circunstancias de mi vida, sé que tendré la alegría de cerrar los ojos en el deslumbramiento de una Transpa rencia universal y de un universal Abrazo... Como si el haber acercado y puesto en contacto los dos polos -tangible e intangible, externo e interno- del Mundo que nos soporta lo hubiese inflamado todo, lo hubiese desencadenado todo... [...] ¡Y todo eso, porque, en un Universo que se me descu bría en estado de convergencia, tú has ocupado, por dere cho de Resurrección, el punto clave del Centro total en el que todo se concentra! ¡Fantástico ¡Fantástico enjambre enjambre corpuscular corpuscular que - o bien cayendo cayendo como nieve de las profundidades de lo Infinitamente Difu
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so o bien, por el contrario, brotando como humo de la explosión de algo Infinitamente Simple-, formidable mul titud, sí, que nos agita en su torbellino!... De esta terrible Energía granular (para que yo pueda tocarte mejor -o, más bien, ¿quién sabe?, para poder extenderme mejor-) te has cubierto para mí, Señor -o, más bien, has formado tu pro pio Cuerpo-. Y durante mucho tiempo yo no vi en ello más que un maravilloso contacto con una Perfección ya completamente acabada... Hasta el día en que, muy recientemente, me has hecho advertir que al desposarte con la Materia no sólo te reves tiste de su Inmensidad y su Organicidad, sino que absor biste, adquiriste y monopolizaste su insondable reserva de potencias espirituales... Hasta tal punto que, desde entonces, te has hecho, para mis ojos y mi corazón, mucho más aún que Aquel que era y que es, Aque es, Aquell que q ue será... será... [...] Mas para mi inteligencia y para mi alma ¿podría hacer te más amable, el único amable, Señor, otra cosa que ni fuera comprender que, como Centro siempre abierto a lo más profundo de ti mismo, continúas intensificándote -tu color continúa aumentando- a medida que, reuniendo y sometiendo cada vez más el Universo a tu mismo corazón («hasta el momento de retornar, tú y el Mundo en ti, al seno de Aquel de donde has salido»), te pleromizasl plerom izasl A A medida que van pasando los años, Señor, más creo reconocer que, en mí y a mi alrededor, la grande y secreta preocupación del Hombre moderno radica mucho más en disputarse la posesión del Mundo que en encontrar el me dio de evadirse de él. ¡La angustia de encontrarse cerrado en la Ampolla cósmica, no tanto espacial como ontológicamente! ¡La búsqueda ansiosa de una salida o, más exac tamente, de un foco, a la Evolución! He aquí el castigo que
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pesa oscuramente sobre el alma tanto de los Cristianos como de los Gentiles en el mundo de hoy, en pago de una Reflexión planetaria que va creciendo. Por delante y por encima de sí, la Humanidad, emergi da a la conciencia del movimiento que la arrastra, tiene ca da vez mayor necesidad de un Sentido y de una Solución, a los que, al fin, le sea posible entregarse plenamente. Pues bien, ese Dios, no sólo del viejo Cosmos, sino de la nueva Cosmogénesis (en la medida misma en que el efecto de un trabajo místico dos veces milenario consiste en hacer que aparezca en ti, tras el Niño de Belén y el Crucificado, el Principio motor y el Núcleo colector del Mundo mismo), ese Dios tan esperado por nuestra genera ción, ¿no eres precisamente tú quien lo representa y quien nos lo trae, Jesús? Señor de la Consistencia y de la Unión, tú, tú, cuya marca de reconocimiento y cuya esencia son el poder de crecer indefinidamente, sin deformación ni ruptura, según la medida de la misteriosa Materia cuyo Corazón ocupáis y de la que, en último término, controláis todos los movi mientos; Señor de mi niñez y Señor de mi final; Dios com pletado para sí y que, sin embargo, para nosotros nunca termina de nacer; Dios que, para presentarte a nuestra ado ración como «evolucionador y evolutivo», ya eres el único que puede satisfacemos: aparta de una vez todas las nubes que te esconden todavía, tanto las de los prejuicios hosti les como las de las falsas creencias. Y que, por Diafanidad e Incendio a la vez, surja vues tra Presencia universal. ¡Oh Cristo cada vez más grande! - «Le Coeur de la la Matiére», Matiére», en CM, pp. pp. 67-70 67 -70
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E l U niverso
cristificado
En el Cristo total (en este punto la tradición cristiana es unánime) no existen sólo el Hombre y el Dios, sino que existe también Aquel que, en su ser «teándrico», reúne toda la Creación: «in quo omnia constant». Hasta aquí, y a pesar del lugar predominante que san Pablo le da en su visión del Mundo, este tercer aspecto o función -e incluso, en un sentido verdadero, esta tercera «naturaleza» de Cristo (que no es una naturaleza humana ni divina, sino «cósmica»)- no ha atraído todavía notable mente la atención explícita de los fieles y de los teólogos. Ahora, por el contrario, cuando, por todos los caminos de la experiencia, el Universo empieza a crecer fantástica mente ante nuestros ojos, ciertamente ha llegado el mo mento de que el Cristianismo se despierte a una concien cia distinta de lo que el dogma de la Universalidad de Cristo, trasladado a estas dimensiones nuevas, suscita de esperanzas y, al mismo tiempo, de dificultades. Esperanzas, naturalmente, porque, si el Mundo se hace tan formidablemente vasto y poderoso, es porque Cristo es mucho más grande aún de lo que pensamos. Pero también dificultades, porque, finalmente, ¿cómo concebir que Cristo «se inmensifica» para satisfacer las exigencias de nuestra idea del Espacio-Tiempo, sin perder a la vez su personalidad adorable y sin, de alguna manera, volatilizarse?... Aquí es donde resplandece la asombrosa y liberadora armonía armonía entre entre una una religión relig ión de tipo crístic crísticoo y una una Evolució Evolución n de tipo convergente. Si el Mundo fuera un Cosmos estático -o también si formara un sistema divergente- sólo, prestemos mucha atención, se podría recurrir a relaciones de naturaleza con
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ceptuales y jurídicas para fundar la Primacía de Cristo sobre la Creación. Cristo rey de todas las cosas porque así ha sido declarado -y declarado -y en modo alguno porque exista algu na relación orgánica de dependencia (ni siquiera se pueda concebir que exista) entre Él y una Multiplicidad funda mentalmente irreductible. Y en esta perspectiva extrínseca extrínseca apenas se puede ha blar todavía honradamente de una «cosmicidad» crística... Pero si, por el contrario, y como queda establecido por los hechos, el Universo, nuestro Universo, forma una suer te de «vortex» biológico dinámicamente centrado sobre sí mismo, entonces ¿cómo no ver que una posición única, singular, se descubre en la cima espacio-temporal del sis tema, donde Cristo, sin deformación ni esfuerzo, se con vierte literalmente, con un realismo inaudito, en el Pant Pa ntoc ocra rator torl l A partir de un Omega evolutivo en el que se supone que está situado, no sólo se hace concebible que Cristo irradi&físicamente irradi&físicamente sobre sobre la totalidad terrible de las cosas, sino que también es inevitable que esta irradiación alcan ce un máximo de penetración y de activación. Erigido como Motor Primero del movimiento evoluti vo de complejidad-conciencia, el Cristo-cósmico se hace cósmicamente posible. Y al mismo tiempo, ipsofacto, ad ad quiere y desarrolla, en toda plenitud, una verdadera omni presen pre sencia cia de transformación. transformación. Toda Toda energía, todo aconteci miento, para cada uno de nosotros se sobreanima con su influencia y su atracción. En último análisis, la Cosmogé nesis, después de haberse descubierto, siguiendo su eje principal, como Biogénesis, y luego como Noogénesis, culmina en la Cristogénesis que todo cristiano venera. Y entonces, he aquí que, ante la mirada asombrada del creyente, es el misterio eucarístico mismo el que se pro
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longa hasta el infinito en una verdadera «transubstanciación» universal, en la que las palabras de la Consagra-ción ya no se pronuncian sólo sobre el pan y el vino sacrificia les, sino más bien sobre la totalidad de las alegrías y las penas engendradas, en sus progresos, por la Conver-gencia del Mundo. Y también allí se aplican, como consecuencia, las posi bilidades de una universal Comunión. En sus esfuerzos por unirse a lo Divino, el Hombre, hasta ahora, no había probado más que dos caminos: o bien evadirse del Mundo en el «más allá», o bien, por el contrario, fundirse en las cosas a fin de unificarse con ellas, monísticamente. Y, de hecho, en una economía cós mica, ¿qué otra cosa podía ensayar para escapar de la mul tiplicidad interna y externa que lo torturaba? Por el contrario, a partir del momento en que, por Cosmogénesis orientada sobre un Omega crístico, el Universo toma ante nuestros ojos la forma de un conjunto realmen te convergente, entonces al «místico» se le abre un tercer camino completamente nuevo para llegar a la unidad total. Y ese camino (puesto que la Esfera entera del Mundo no es ya otra cosa que un Centro en curso de centración sobre sí mismo) consiste en coincidir con todas sus fuerzas y con todo su corazón con el Foco, todavía difuso y, no obs tante, ya existente, de unificación universal. Con el Universo cristificado (o con el Cristo unlversa lizado, que viene a ser lo mismo) aparece un super-medio evolutivo (yo lo he llamado «el Medio Divino»), y es indispensable que en adelante todo hombre capte bien sus propiedades (o «libertades») particulares, ligadas ellas mismas a la emergencia de dimensiones psíquicas absolu tamente nuevas.
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Fundamentalmente (en virtud de todo lo que acabo de decir), lo que caracteriza el Medio Divino es que constitu ye una realidad dinámica en la que toda oposición entre Universal y Personal se va borrando (sin confusión): cada uno de los múltiples elementos «reflejados» del Mundo alcanza su plenitud en su ego ego infinitesimal cuando se incorpora al Ego al Ego crístico. [...] En adelante, Dios puede ser experimentado y aprehen dido (e incluso, en un sentido verdadero, puede ser com pletado) por la totalidad envolvente de lo que llamamos la Evolución — Evolución —in Christo Jesu. Jesu. ¡Naturalmente, esto es, y siempre lo será, el Cristia nismo! Pero un Cristianismo re-encarnado una segunda vez (y como a la segunda potencia) en las energías espiri tuales de la Materia. - «Le Christique», Christique», en CM, pp. 107-111 10 7-111 C omunión universal
Empiezo a comprenderlo: bajo las especies sacramentales, primeramente a través de los «accidentes» de la Materia, pero también, de rechazo, en favor del Universo entero, me tocas, Señor, en la medida en que este Universo reflu ye e influye sobre mí bajo tu influencia primera. En un sentido verdadero, los brazos y el Corazón que me abres son nada menos que todas las fuerzas del Mundo juntas, las cuales, penetradas hasta el fondo de ellas mismas por tu voluntad, tus gustos, tu temperamento, se repliegan sobre mi ser para formarlo, alimentarlo, arrastrarlo hasta los ardores centrales de vuestro Fuego. En la Hostia, Jesús, lo que me ofreces es mi propia vida. ¿Qué podría yo hacer para recoger este abrazo envol vente? ¿Qué, para responder a este beso universal? [...] A
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la ofrenda total que se me hace sólo puedo responder con una total aceptación. Al contacto eucarístico reaccionaré, pues, mediante el esfuerzo entero de mi vida, vida, de mi vida de hoy y de mi vida de mañana, de mi vida individual y de mi vida aliada a todas las demás vidas. En mí, periódica mente, podrían desvanecerse las santas Especies. Cada vez me dejarán un poco más profundamente hundido en las capas de tu Omnipresencia: viviendo y muriendo, en nin gún momento dejaré de avanzar en Ti. Por tanto, se justi fica con un vigor y un rigor insospechados el precepto implícito de tu Iglesia de que es preciso siempre y en todas partes comulgar. La Eucaristía debe invadir mi vida. Mi vida debe hacerse, gracias al sacramento, un contacto sin límite y sin fin; esta vida que hace unos instantes me había aparecido como un Bautismo contigo en las aguas del Mundo, y que ahora se descubre a mí como una Comunión mediante el Mundo contigo. El Sacramento de la vida. El sacramento de mi vida, vida, de mi vida recibida, de mi vida vivida, de mi vida abandonada... Por haber subido a los cielos tras haber descendido a los infiernos, has llenado de tal modo el Universo en todos los sentidos, Jesús, que ahora, felizmente, nos es imposi ble salir de Ti. [...] Ahora estoy segurísimo. Ni la Vida, cuyos progresos aumentan el contacto que sobre mí tienes; ni la Muerte, que me entrega en tus Manos; ni las Fuerzas espirituales, buenas o malas, que son tus instrumentos vivos; ni las energías de la Materia, en donde te has sumer gido; ni las irreversibles ondas de la Duración, de las que en última instancia controlas el ritmo y el fluir; ni las insondables profundidades del Espacio que mensuran tu Grandeza [...], nada de todo ello podrá separarme de tu amor sustancial, puesto que todo ello no es más que el velo, las «especies» bajo las cuales me tomas para que yo pueda tomarte.
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De nuevo, Señor, ¿cuál es la más preciosa de estas dos beatitudes: que todas las cosas sean para mí un contacto contigo, o que seas tan «universal» que pueda sentirte y aprehenderte en toda criatura? A veces imaginamos que resultas, Señor, más atractivo a nuestros ojos que si exaltamos de un modo casi exclusi vo los encantos, las bondades de tu figura humana de anta ño. En verdad, Señor, si tan sólo quisiera amar a un hom bre, ¿no me volvería, acaso, hacia esos que me has dado en la seducción de su florecer presente? Madres, herma nos, amigos, hermanas, ¿no los tenemos irresistiblemente amables en tomo a nosotros? ¿Por qué ir a solicitarlos en aquella Judea de hace dos mil años?... No; por lo que clamo, como todos los demás seres, con el grito de mi vida entera y aun con toda mi pasión terrena, es por algo dis tinto de un semejante a quien amar: es por un Dios a quien adorar. Adorar, es decir, perderse en lo insondable, hundirse en lo inagotable, pacificarse en lo incorruptible, absorber se en la inmensidad definida, ofrecerse al Fuego y a la Transparencia, aniquilarse consciente y voluntariamente a medida que se tiene más conciencia de uno mismo, darse a fondo a aquello que no tiene fondo. ¿A quién podemos adorar? [...] Oh, Jesús, ¡rompe las nubes con tu relámpago! ¡Muéstrate a nosotros como el Fuerte, el Centelleante, el Resucitado! ¡Sé para nosotros el Panto el Pantocrat crator or que que ocupaba en las viejas basílicas la plena soledad de las cúpulas! Nos hace falta nada menos que esta Pamsía para equilibrar y dominar en nuestros corazones la gloria del Mundo que se eleva. Para que contigo venzamos al Mundo, aparécete a nosotros envuelto en la Gloria del mundo. -M D , pp pp. 134-1 134-137 37
4 El despertar y el crecimiento del Espíritu en el mundo
«La fe consagra al mundo»
Para Teilh eilhar ard, d, la acción creadora de Dios Dio s tiene lugar a través del inmenso proceso evolutivo en el universo. Los seres humanos son una parte integral de este proceso, son configurados y modelados por energías universales, pero a su vez ellos mismos también contribuyen y ayudan a configurar la dirección de este proceso. Los esfuerzos humanos colaboran en la edificación del cuerpo de Dios, el reino divino. Las luchas del universo afectan a las par tes más recónditas de nuestro ser de modo que, habida cuenta de nuestro poder de ver, podemos reconocer la acción de Dios a través de todos los acontecimientos y todas las cosas en nuestra vida. De esta manera la vida se convierte para el creyente en un prolongado acto de comunión viva con la Palabra encarnada y con la acción creadora de Dios. Puesto que Teilhard Teilhard comprendía la evolución como un proces pro cesoo creciente de espiritualización, estaba pa part rtic icul ular ar mente me nte interesado interesado en el despertar desp ertar y el acrecentamiento acrecentamiento del espíritu en el mundo. Esto implica un cambio fundamen
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tal en la conciencia y el conocimiento humanos y en el de sarrollo de una espiritualidad que alimenta y fortalece el entusiasmo y el gusto por la vida. Para ello hacen falta energías, mentales y espirituales. La tierra se encuentra en un estado de crecimiento en el que podemos ser testi gos go s de dell nacimiento nacimi ento de realidad reali dades es espirit espi rituale ualess en medio de una gran confusión y tensión. Teilhard compara la «cons trucción de la tierra» tie rra» con el cuidado de un jard ja rdín ín en el que hay numerosas plantas y diferentes clases de terreno, o con la construcción de una casa hecha con muchos mate riales aportados por diferentes trabajadores. En un nivel más profundo, entiende el despertar y el crecimiento del espíritu, desde una perspectiva religiosa y mística, como un aumento en la realidad y la consistencia de la Palabra que se hace carne en el mundo. Son Son numerosos los pasa pa saje jess donde dond e estas esta s ideas se men cionan o se desarrollan con cierta amplitud. Por su larga experiencia como investigador y viajero que trató con diferentes religiones y grupos sociales, Teilhard era pro fundamente fundam ente consciente de que la idea moderna modern a de lo div d ivi i no y la naturaleza de la religiosidad humana estaban experimentando cambios radicales. La sensibilidad espi ritual contemporánea está estrechamente vinculada a la comprensión científica de la vida en el universo, a la importancia de los esfuerzos humanos, a la responsabili dadd sobre nuestro da nuestro entorno entorno y sobre el planeta. Las más sin ceras y apasionadas aspiraciones humanas deben, por tanto, ser íntegramente vinculadas a nuestra comprensión de Dios. Sin embargo, muchas veces los cristianos no comprenden los deseos y las angustias de la tierra y no responden a ellos. La Iglesia tiene que unir el Evangelio de Cristo al evangelio del esfuerzo humano, de modo que su mensaje se presente de una manera que guarde reía-
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ción con la experiencia y los sentimientos de las personas. No basta bas ta con animar a los cristiano cris tianoss a «sentir «sen tir con la Igle sia»; la Iglesia, como una verdadera madre, tiene que ser, a su vez, capaz de «sentir con las personas». Esto es lo que Teilhard escribió en su «Nota para servir a la evan gelización geliza ción de los nuevos Tiemp Tiempos» os»,, redactada redac tada inmediata inmedia ta mente después desp ués del d el final fin al de la Primera Guerra Mundia Mundial,l, en enero de 1919. El primer texto seleccionado a continua ción está es tá tomado de este ensayo. ensayo. Teilha Teilhard rd fue fu e muy pronto consciente, más que la mayoría de sus contemporáneos, de que nos encontramos en el umbral de una nueva era, viviendo en una nueva clase de sociedad, globalmente interrelacionada, en la que nuestras anteriores ilusiones geocéntricas, geocéntric as, antropocéntricas antropoc éntricas y eurocéntricas eurocéntrica s están sien sie n do reemplazadas por una nueva visión del mundo. Pocos percibie per cibieron ron este cambio radical rad ical en la conciencia huma humana na con tanta agudeza y en una fecha tan temprana del siglo xx xx. Teilha Teilhard rd creía también que la naturaleza fundame fund amental ntal mente mente psíquica psíqu ica y espiritual de la evolución evolución está vinculada vinculada a un aumento en la interioridad y el crecimiento del espí ritu. El se percató de que las energías interiores eran necesarias para que la evolución humana avanzara hacia adelante y hacia arriba, hacia un plano superior. Siempre estuvo interesado interesado en alimentar el el gusto p o r la vida, vida, po p o r la construcción de la tierra, por el desarrollo de una socie dad planetaria con más igualdad, paz y justicia para todos. Los seres humanos no podemos dar simplemente po p o r sentado que estemos manteniendo manteniendo y alimentando el gusto p o r la vida, vida, al igual que no pode po demo moss da darr p o r su puest pu estaa nuestra salud, salud, sino que tenemos que examinar examinarla, la, cultivarla y cuidarla cuidarla.. El gusto p o r la vida es especialmen es pecialmen te necesario en el estado actual, en que la evolución se ha
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hecho consciente de sí misma en la experiencia autorre flexi fle xiva va de los seres huma humanos nos.. Hace Hac e falt fa ltaa un ardiente gusto po p o r la vida, no sólo pa para ra mantener manten er el dinamismo dinamism o de la vida y asegurar su continuidad en la tierra, sino también para pa ra respond resp onder er a nuestra nece ne cesid sidad ad psic ps icol olóó gica gi ca de sabe sa ber r para pa ra qué vivimos vivim os y cuáles cuále s son nuestros objetivos. objet ivos. Los seres humanos tienen que definir sus metas -de lo contra rio, no tendrán ni energía ni gusto, sino que harán huel ga, ga, po porqu rquee se hastiarán hastiará n de la vida y renunciarán renunciarán a res pons po nsab abili iliza zarse rse de ella el la-. -. Este pelig pel igro ro real real,, mucho mucho más evi ev i dente en nuestros días, podría ser, de hecho, el mayor obs táculo en el camino hacia la promoción de un desarrollo humano más profundo. Teilhard estuvo siempre apasionadamente interesado en este este tema del gusto gusto p o r la vida, vida, el ardor de la vida den den tro de la comunidad humana. Incluso soñó con fundar un instituto de energética humana con el fin de estudiar de una una manera manera sistemática sistemáti ca y científica la cuestión decisiva dec isiva de cómo proporcionar las energías espirituales necesarias para pa ra afrontar afronta r la vida. De todas tod as las form fo rmas as de energía humana, la más fuerte es, indudablemente, el poder del amor, que puede ayudarnos más que ninguna otra cosa a unirnos y crear lazos a través de la unión y la comunión afectivas. Una de las visiones más conmovedoras de su sueño de una comunidad humana unida se encuentra en el ensayo «El Espíritu de la Tierra» (1931), del que se toma el ter cer pasaje seleccionado a continuación. Este ensayo can ta a Dios como centro espiritual y personal de la evolu ción cósmica, la meta y el centro últimos de la inmensa corriente universal del devenir y de todo el esfuerzo humano. También elogia el dinamismo de la unificación humana, inicialmente visible, más que en ninguna otra
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parte, par te, en los numerosos lazos ma materia teriales les que actualmente actualm ente se forjan, con intensidad cada vez mayor, entre diferentes grupos grupo s y socie so ciedad dades es p o r toda la tierra. Esta red ma materia terial l es un anticipo de lo que Teilhard llama la «edificación del alma», necesaria para crear una comunidad más fuerte para pa ra la fam f amili iliaa hum humana. ana. No obstante, tales lazos lazo s no se pueden pue den crear crea r ni reforzar reforza r sin la par p artici ticipa pació ción n de las dife dife rentes rentes religiones del mund mundo, o, ya que éstas poseen pos een un océa océa no de reservas energéticas que pueden ayudar a resolver los problemas de la acción humana. Teilhard percibió la necesidad planetaria de que la fe afrontara la actual cri sis en el mundo, que, a su juicio, es esencialmente una cri sis espiritual, al igual que lo fue para Cari Gustav Jung. Lo que más interesaba a Teilhar Teilhardd eran las reservas reserva s ener ener géticas géti cas espirituale espir itualess que se encuentran encuentran en las corrientes corrien tes todavía activas de la fe en el mundo de nuestros días. ¿Qué pueden aportar las religiones del mundo para la solución de problemas contemporáneos como el desem ple p leoo y la guerra? guer ra? ¿Qué ¿Qu é intuiciones éticas étic as po posee seen n pa para ra guiar gu iar la acción humana? humana? ¿Qué ¿Qu é visión de Dios Dio s transmiten para pa ra atraernos atraer nos hacia ideales idea les espiritu esp irituales ales más altos? alto s? Estas fueron las cuestiones sobre las que reflexionó en «El gusto de vivir» (1950), una de las charlas que dirigió, junto jun to con algunos otros estudiosos, a un grupo interreli interr eli gioso gio so en el París post po ster erio iorr a la Segunda Segunda Guerra Mundial. De una una manera sosega sos egada da pero pe ro firme, Teilhar Teilhardd fue fu e un gran defensor de las ideas ecuménicas y del diálogo interreli gioso*, a la vez ve z que subrayó subra yó siempre siem pre el p o d e r transforma tran sforma dor de la f e cristiana y su potencial, orientado a la acción *
Para ara un análisis análisis más más detallado de la comprensión comprensión teilhardiana de la contribución espiritual de las religiones del mundo, véase mi libro: Christ in All Things: Exploring Spirituality with Teilhard de Chardin, capítulo 6: «Diálogo interreligioso y espiritualidad cristiana».
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y activador, de debido bido a su arraig ar raigoo encarnaciona encar nacionall en el mun do. Teilhard ensalza este poder de transformación espiri tual en muchos de sus escritos; es visible en su aproxima ción al significado espiritual del sufrimiento o en su enfo que sobre la experiencia de la verdadera felicidad, en sus reflexiones sobre las energías de la atracción sexual y el amor encarnado o en su su descripción descripc ión de lo femenino como un elemento de unión. Teilha Teilhard rd alabó alab ó los pod podere eress del d el amo amor, el amor en el cos co s mos, el amor entre la mujer y el varón, el amor entre dife rentes miembros de la fam fa m ilia il ia huma humana na.. Vio el amor amo r y la unión como elementos centrales en el cristianismo. El Dios Dio s cristiano cristia no es, p o r encima de todo, un Dios Di os de am amor or que, en último término, sólo puede ser alcanzado median te el amor. Teilhard soñaba con una humanidad que for mara un solo cuerpo animado por un solo corazón. Como gran profeta pro feta de la unidad hum humana, ana, en definitiva, vio la construcción de la comunidad humana como una tarea espiritual que llevaba lleva ba a los corazones corazon es humanos humanos al encuen encuen tro con el corazón de Dios, un corazón ardiente como una llamarada de fuego en medio de la materia y que irradia ba energía a través través de todo el universo universo,, consagrado consagra do y san s an tificad tificadoo p o r los pod poderes eres del amor y la unió unión n creado creadora. ra. *
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L a l l a m a d a del E spíritu DENTRO DE LAS ASPIRACIONES HUMANAS
Los que han han convertido convert ido (o pe perv rver ertid tido) o) a un mayor número de personas han sido siempre aquellos en quienes ardía más intensamente el alma de su tiempo. Existe en nuestros días [...] un movimiento religioso natu muy poderoso. ral muy Nosotros, cristianos [...], ¿advertimos que para influir en él, para sobrenaturalizarlo (y es en esto en lo que con siste propiamente la conversión de la Tierra), es absoluta mente necesario que participemos -non verbo tantum, sed r e - en su impulso, en sus inquietudes, en sus esperanzas? Mientras parezca que queremos imponer desde fuera a nuestros contemporáneos una Divinidad prefabricada, aunque estemos inmersos en la muchedumbre, predicare mos irremediablemente en el desierto. Sólo hay un medio de hacer reinar a Dios en los hom bres de nuestro tiempo: pasar por su ideal; buscar, con ellos, al ellos, al Dios que ya poseemos, pero que está todavía entre nosotros como nosotros como si no lo conociéramos. ¿Cuál es el Dios que buscan nuestros contemporáneos y cómo podemos llegar a encontrarlo, con ellos, en ellos, en Jesús? [•••]
El movimiento religioso profundo profundo de nuestra época está, a mi parecer, caracterizado por la aparición (en la conciencia humana) del Universo Universo -percibido como un Todo natural más noble que noble que el Hombre y, p y, poo r tanto, tanto, para el Hombre, equivalente a un Dios (finito Dios (finito o infinito). No obstante, la figura de este Dios es confusa. Más que a él mismo, es su aurora lo que vemos brillar en el lado
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donde se encuentran la Vida, la Verdad, el Espíritu. Pero su irradiación es indudable. Sucediendo a una ilusión (geo-, antropo-, euro-céntri ca) cierta, una perspectiva más justa de las cosas nos muestra hoy nuestro ser perdido en tal depósito de poten cias y de misterios, nuestra individualidad sometida a tan tas ligazones y prolongaciones, nuestra civilización rode ada de tantos ciclos de pensamiento, que el sentimiento de una Dominación aplastante del Mundo sobre nuestras per sonas invade a cualquiera que comparta la visión de su tiempo. [...] Y entonces, sin saber todavía dar un Nombre preciso al gran Ser que toma cuerpo p cuerpo poo r él y pa para ra él en en el seno del Mundo, el Hombre moderno sabe ya que no adorará a una divinidad más que si ésta posee ciertos atributos por atributos por los que pueda reconocerla. El Dios que nuestro siglo espera debe ser: 1. Tan vasto y vasto y misterioso como el Cosmos. 2. Tan inmediato y inmediato y envolvente como la Vida. 3. Tan ligado ligado (de alguna manera) a nuestro esfuerzo como la Humanidad. Un Dios que hiciera el Mundo más claro, o más pequeño, o menos interesante que el descub des cubierto ierto po p o r nues tro corazón y nuestra razón, razón, ese Dios -menos hermoso que el que esperamos- ya esperamos- ya no será jamás Aquel Aquel ante el cual la Tierra se arrodilla. No nos equivoquemos. El Idea I deall cristiano cristi ano (tal (tal como se expone ordinariamente) ha dejado de ser -como nos vana gloriamos siempre, con cierto arrobo- el Ideal común de la Humanidad.
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Si quieren ser sinceros, cada vez serán más los hom bres que tendrán que admitir que el Cristianismo les pare ce invenciblemente inhumano e inferior, inferior, tanto en sus pro mesas de felicidad individual como en sus máximas de renuncia. «Vuestro Evangelio», dicen ya, «produce almas interesadas interesadas en sus ventajas egoístas y desinteresadas del del trabajo común; por tanto, no es interesante para interesante para nosotros. Nuestra concepción es mejor que ésta y, por tanto, contie ne más verdad...». La preeminencia adquirida por el Todo sobre el indivi duo, en la conciencia moderna, tiende rápidamente a hacer nacer en ella un Ideal Idea l moral mora l nuevo, en el que la justicia está por encima de la caridad, el trabajo por encima del desapego, y el pleno esfuerzo de desarrollo por encima de la mortificación... «Cristiano» y «Humano» tienden a no coincidir por más tiempo. ¡He aquí el gran Cisma que amenaza a la Iglesia! Que no digan que este cisma es imaginario, ¡y menos aún que toda la culpa la tienen los que se van! La Vida, en su conjunto, no se equivoca. Ahora bien, ¿dónde está hoy la Vida? ¿Está con nosotros? [...] Y, sobre todo, ¿cuál es la llamada del espíritu en nosotros? [...] El apostolado partic particul ular ar que yo propongo - y cuyo objetivo es santificar no sólo una nación o una categoría social, sino el eje mismo del impulso humano humano hacia el Espíritu- comprende dos fases distintas: una, natural, que sirve de introducción a la Fe cristiana; la otra, sobrenatu ral, donde se descubren las prolongaciones (reveladas) de la operación terrestre. Durante una primera fase de iniciación, pienso que habría que desarrollar -tanto en aquellos que creen en Jesucristo como en los no creyentes- una conciencia más
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plen pl enaa de dell Universo que nos rodea y de nuestra capacidad de acción sobre su desarrollo. De esta pasión religiosa, mística, que late en nosotros por el Todo natural del que formamos parte, diré (si juzgo por mí mismo) que tiene que ser alimentada y sistemati zada, tanto para vivificar la religión de los fieles como para iniciar la adhesión fideísta de los no creyentes. [...] Con respecto a los otros, aquellos que tienen ya la intuición dominante de lo Universal, estoy convencido de que la manera más útil de trabajar por el Reino de Dios es alentarlos y confirmarlos en su visión. Más allá de las asociaciones limitadas y precarias rea lizadas en las naciones, las alianzas, las grandes uniones económicas o científicas, estimo que es cristiano [...] ele var a los hombres a la idea de algún Esfuerzo humano, único y específico, que agruparía todas las actividades, no sólo en una actitud defensiva (como se ha visto en algunos momentos durante la guerra), sino en la búsqueda positiva de un Ideal supremo, Ideal que no dejaría de precisarse bajo nuestros esfuerzos convergentes y pacientes hacia un mayor grado de Verdad, Belleza y Justicia. Hacer brillar ante los ojos de los hombres (conforme a sus presentimientos de hoy) y compartir con ellos la espe ranza de alguna coronación del Universo y, para ello, no desinteresarse de nada cuando se trate de asociarlos en la unidad de una una misma misma fe fe terr terrest estre re:: ésta debería ser, ser, a mi jui ju i cio, la forma humana, preparatoria, de nuestro celo y de nuestra predicación. Y en este terreno nosotros, cristianos, estaríamos com pletamente asociados con la parte más noble y más viva de nuestros contemporáneos, cualesquiera que fueran sus convicciones religiosas. - «Nota «No ta par paraa serv servir ir a la evangelización evang elización de los nuevos Tiempos», Tiemp os», en ETG-F, pp. 367-373
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A l i m e n t a r e l g u s t o p o r l a V i d a DENTRO DE LA HUMANIDAD
Por «gusto de vivir» o «gusto por la Vida» entiendo aquí, en una primera aproximación, esa disposición psíquica, a la vez intelectual y afectiva, en virtud de la cual la vida, el Mundo, la Acción nos parecen, en conjunto, luminosos, interesantes, sabrosos. [...] ¡Algo muy diferente, totalmente diferente de un puro sentimiento! A primera vista, la presencia y el grado, en cada uno de nosotros, de ese «querer profundo» podía tener única mente un valor y un interés de salud individual: individual: cuestión de higiene privada -se diría bien- que hay que tratar en cada caso con el director espiritual o con el médico... Ahora bien, si lo examinamos de un modo más depu rado, descubrimos que la importancia de la cuestión susci tada es bien diferente. En el «gusto de vivir» quisiera hacer yo ver en el curso de las reflexiones que siguen: -
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se tra trata nada nada menos que de la Energía de Evolución que, en forma de atracción innata por el Ser, universal que, brota misteriosamente en el fondo más primitivo y, por consiguiente, menos directamente controlable, de cada uno de nosotros; que de nosotros depende depende parcialmente alimentar y desarrollar esa esa Energía; por por una una operación supremamente operación supremamente vital, cuya parte más delicada se confía confía al saber-hacer y al poder-hacer de las Religiones. Religiones. [...]
En tomo a nosotros, en el Mundo, se despliega y combina, de un modo que podría parecer al principio
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incomprensible, una inmensa variedad de corrientes desmesuradas. Sin embargo, poco a poco, bajo una observación pro longada e intensificada, acaban por surgir de esa mezco lanza confusa un orden y una jerarquía. [...] La especie de preferencia experimentalmente concedi da por la Naturaleza -a pesar de su extrema fragilidad- a las combinaciones más complejas (y, por consiguiente, más «psiquizadas») surgidas del juego cósmico de los grandes números, ¿con qué clase de energía conocida nos es posible relacionarla?... Desde Darwin se ha hablado mucho (y con razón) de la «supervivencia del más apto». Ahora bien, ¿cómo no ver que, para funcionar, esa lucha darwiniana por la exis tencia presu tencia presupon ponee precisamente, en los elementos en com petencia, un sentido obstinado de la Conservación, de la Supervivencia, Supervivencia, donde reaparece y se concentra la propia esencia de todo el misterio? [...] Un gusto de vivir, el gusto de vivir: tal sería, por con siguiente, en último análisis, el resorte de fondo que mueve y dirige el Universo sobre su eje principal de Complejidad-Consciencia. [...] Si lo que acabo de decir sobre la naturaleza psíquica última de la Evolución es exacto, enseguida se ve que un elemento nuevo, y hasta ahora extrañamente despreciado, se introduce de manera inesperada en los diversos cálcu los a través de los cuales la ciencia intenta, en estos mo mentos, construir una Energética de la Masa humana. [...] Imaginemos (y esto, con respecto a nuestros existencialismos, no es una quimera) que el Hombre, capaz, a fuerza de extender su visión, de llegar a los límites del dominio cósmico, se dé cuenta mañana de que está deci didamente atrapado en la trampa de un Universo ciego,
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frío y herméticamente cerrado. ¿No resulta evidente que, en este caso, la Antropogénesis -aunque pueda todavía demorarse un poco sobre sí misma, por costumbre o por placer- se vería alcanzada, como por un gusano, en su pro pio corazón, de tal modo que muy pronto, en su propia fle cha, empezaría a ajarse? En verdad, es un espectáculo extraño y del que, desde hace mucho tiempo, no consigo despegar mi atención: a saber, que, sobre toda la Tierra, la atención de miles de ingenieros y de economistas se absorba en el problema de los recursos mundiales en carbón, petróleo, uranio, ¡y que nadie, en cambio, se preocupe por vigilar el gusto huma no por vivir: por tomar su «temperatura», por cuidarla, por alimentarla y (¿por qué no?) por aumentarla! Al igual que un enfermo asqueado ante la vista de un festín, el Hombre presa de la náusea biológica haría cier tamente la huelga de la Vida, aunque estuviese en la cús pide de su poder de descubrir y de crear. Y esta huelga la hará hará si, p si, paa ri pa passu ssu con su ciencia y su potencia, no au menta en él el interés (y un interés cada vez más apasio nado) por la obra que le ha sido confiada. En nosotros, peligrosamente, críticamente, la Evolución (según la frase de Julián Huxley) se ha vuelto consciente; consciente y terminada hasta el punto de poder manejar sus propios resortes y de saltar sobre sí misma. Ahora bien, ¿de qué serviría este gran acontecimiento cósmico si llegáramos a perd pe rder er el gusto de la Evoluci E volución ón?? Este precioso y primordial sabor todavía lo tratamos (como hacen con su salud los que no están enfermos) a modo de un capital fijo y seguro, del que siempre habrá bastante, pensamos, en el mundo. ¡Peligrosa seguridad y falta dinámica grave!
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En último extremo, lo Ultrahumano no puede cons truirse más que con lo Humano; y lo Humano, esencial mente, no es más que una voluntad, a la vez intensificable y perecedera, de subsistir y de crecer. Por consiguiente, al estudio teórico y práctico de ese querer (un Querer que condiciona radicalmente todas nuestras formas de Poder) debería consagrase una nueva Ciencia (y quizá la más importante de todas las ciencias), y ello se hará inevitablemente el día de mañana: «¿Cómo mantener y abrir cada vez más ampliamente, en el fondo del Hombre, la fuente de su impulso vital?». A prior p riori,i, para enfrentamos al problema así planteado, se nos ofrecen dos maneras muy diferentes y, sin embar go, conjugadas: a) O bien, operando físico-químicamente sobre el foco «Complejidad» de nuestro ser, tratar, por aplicación de ciertas sustancias o de ciertos métodos, de aumentar per manentemente nuestra vitalidad orgánica. ¿Acaso no co nocemos ya todos exaltaciones (o, por el contrario, depre siones) pasajeras consecutivas a semejantes tratamientos? b) O bien, operando psíquicamente sobre el foco «Consciencia», trabajar, intelectual y afectivamente, por sacar y exaltar en nosotros, sobre una base sólida, Motivos y Atractivos cada vez más poderosos de vivir. [...] ¿Cuál de esas dos vías hay que preferir? Es imposible, evidentemente, separar por completo los dos métodos, en los que reaparece una vez más la miste riosa interacción del cuerpo y del espíritu. Pero también es difícil, por el contrario, no conceder (en el punto evoluti vo al que ha llegado actualmente la Tierra) una gran prio ridad, no sólo de dignidad, sino casi de urgencia, al esfuer
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zo de cultivar en el Hombre moderno una creciente pasión reflexiva por el Universo que lo envuelve o, más exacta mente, por la Cosmogénesis que lo engendra. En un mundo que se ha vuelto autoconsciente y automoviente, lo más vitalmente necesario a la Tierra pensan te es una Fe -una gran Fe-, y cada vez más Fe. Saber que no estamos encarcelados. Saber que hay una salida, y aire y luz, y amor en algún sitio, más allá de toda Muerte. Saberlo, sin ilusión y sin ficción... Esto es lo que precisamos absolutamente -so pena de perecer asfixiados por la trama misma de nuestro ser. Y aquí se descubre lo que yo me atreveré a llamar la misión evolutiva de evolutiva de las Religiones. - «El gusto gusto de vivir», vivir», en AE, pp. pp. 215-21 215 -216, 6, 218-223 218-2 23
Dios, c e n t r o
espiritual y personal
DE LA EVOLUCIÓN CÓSMICA
Volvamos ahora a la Tierra misma e intentemos adivinar lo que serán los períodos ulteriores de su evolución espiritual. En el curso de una primera fase, nos está permitido suponer que los estrechos límites en que nos confina, lejos de ser una causa de debilitamiento, representan, por el contrario, una condición necesaria para el progreso. Hay, lo hemos reconocido más arriba, un Espíritu de la Tierra. Pero para formarse y configurarse, este Espíritu tiene necesidad de que un potente factor de concentración opere el acercamiento y exalte el poder de la multitud de los hombres. Vemos ya realizarse ante nuestra vista, por la
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interpenetración de los intereses y los pensamientos, el primer poder masivo sobre la capa humana. Ningún resul tado parecido sería posible en una superficie de habitación ilimitada. Prolonguemos con el pensamiento este proceso de continua unificación, en el curso del cual las afinidades internas de los elementos están forzadas, unas sobre otras, por la forma misma del astro que nos aguanta. ¿Qué nuevo poder va a estallar de este formidable tratamiento de la «materia espiritual»? Sufrimos éstas así metidos en un molde, porque nuestras libertades son quebrantadas mo mentáneamente y porque, encontrándose ciertas relacio nes materiales (lo que tal vez sea inevitable) en avance sobre el trabajo de «animación», tenemos la impresión de pasar al estado de máquina o de termitero. Pero confiemos en las energías espirituales. La verdadera unión no ahoga ni confunde los elementos: los supradiferencia en la Uni dad. Un poco más de tiempo, y el Espíritu de la Tierra sal drá de la prueba con su individualidad específica, su carác ter y su fisonomía propios. Y entonces, en la superficie de la Noosfera, gradualmente sublimada en sus pasiones y sus preocupaciones -siempre tendida hacia la solución de problemas más elevados y hacia la posesión de objetos mayores-, la tensión hacia el ser será máxima. máxima. [...] Un período de gran ilusión que habrá atravesado el Hombre de nuestro tiempo habrá sido imaginarse que, una vez llegado a un mejor conocimiento de sí mismo y del Mundo, no tenía necesidad de Religión. Los dos grandes descubrimientos modernos del Espacio y del Tiempo, cul minando en la conciencia de la Evolución, han tenido como consecuencia hacer saltar muchas representaciones de detalle. Ha podido parecer (por un instante al menos) que ninguna de las creencias pasadas quedaba en pie, de tal modo que se han multiplicado los sistemas en los que
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el hecho religioso era interpretado como un fenómeno psi cológico ligado a la infancia de la Humanidad. Con un máximo en los orígenes de la Civilización, debía desvane cerse gradualmente y ceder el paso a construcciones más positivas, de las que Dios (sobre todo un Dios personal y trascendente) se encontraría excluido. Pura apariencia. En realidad, para el que sabe ver, el gran conflicto del que salimos no habrá hecho más que consolidar en el Mundo la necesidad de creer. Llegado a un grado superior en el dominio de sí mismo, el Espíritu de la Tierra descubre en sí una necesidad cada vez más vital de adorar: de la Evolución universal emerge Dios Di os en nuestras conciencias más grande y más necesario que nunca. Esbocemos brevemente, ahora que podemos compren derlas un poco mejor (más allá del velo y detalle de las religiones sucesivas), las grandes fases de la continua su bida de Dios. El nacimiento y el progreso de la idea de Dios en la Tierra están íntimamente ligados al fenómeno de la Hominización. En el mismo momento en que la Vida se hace reflexiva en virtud de este mismo gesto, se encuentra fren te al problem pro blemaa de la Acción. Despierta por sí misma al camino ascendente y difícil de una unificación progresiva. ¿Cómo se justificará esta obligación primordial, congénita? ¿Dónde encontrará, no sólo la legitimación, sino el valor y el gusto para el esfuerzo? [...] Ninguna considera ción podría, de derecho, decidimos a dar el menor paso adelante, si no sabemos que el camino ascendente lleva a alguna cima de la que la Vida no volverá a descender. El único Motor posible de la Vida reflexiva es, pues, un Término absoluto, es decir, Divino. La Religión puede convertirse en un opio: con demasiada frecuencia es con siderada como un simple alivio de nuestras penas. Pero su
EL DESP DESPERTAR ERTAR Y EL CRECIMIEN CRECIMIENTO TO DEL DEL ESPÍRITU ESPÍRITU EN EL MUNDO MUN DO 1 5 3
verdadera función es sostener sosten er y aguijonear el progreso de la Vida. No queremos decir con esto, ni mucho menos, que esta convicción se haya abierto paso desde el origen en el espíritu humano con tanta claridad como hoy entre noso tros. Pero sí podemos reconocer que, bajo interpretaciones mucho más sencillas e infantiles, es esta necesidad pro funda de absoluto lo que se ha buscado, desde el principio, a través de todas las formas progresivas de Religión. Pero, una vez comprendido este punto de partida, re sulta evidente que la «función religiosa», nacida de la Hominización, está ligada a ésta y no puede por menos de crecer continuamente con el Hombre mismo. [...] ¿No es esto lo que podemos constatar precisamente a nuestro alrededor? ¿En qué momento ha existido en la Noosfera una necesidad más urgente de encontrar una Fe, una Esperanza, para dar un sentido, un alma, al inmenso orga nismo que construimos? ¿En qué época ha sido más vio lenta la crisis entre el gusto y el disgusto por la Vida? Realmente, en nuestros días oscilamos entre dos pasiones: servir al Mundo o rebelarse contra él. ¡Puesto que la Vida no puede perecer ni revolverse contra sí misma, es nece sario que estemos cerca del triunfo explícito de la Adoración! Y, de hecho, correlativamente a la espera creciente de la Humanidad, parece que el rostro de Dios crece gradual mente a través del Mundo. Dios ha podido dar a veces la impresión de desaparecer, eclipsado por la enormidad or gánica del Cosmos que se descubría a nosotros. Estas in mensidades nuevas, si hemos comprendido que el Uni verso está en desequilibrio hacia el Porvenir y hacia el Espíritu, no hacen más que revelarnos la majestad, las dimensiones, la exuberancia de la Cima hacia la que con verge todo. Los «no creyentes» de nuestro tiempo se incli
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nan ante el «Dios-Energía». Pero es imposible detenerse en este estadio, bastante vago, de panteísmo materialista. So pena de ser menos evolucionado que los términos que su acción anima, la Energía Universal debe ser una Energía Pensan Pensante. te. Y, en consecuencia, como vamos a ver, los atributos de valor cósmico que irradia, a nuestros ojos de hombres modernos, no suprimen en nada la necesidad que tenemos de reconocerle una forma trascendente de Personalidad. La Personalidad de Dios es probablemente (con la de la supervivencia de las «almas») la noción más opuesta y más antipática, en apariencia, al pensamiento científico contemporáneo. Hay que buscar el origen de este disfavor en el desprecio intelectual que ha hecho rechazar como «antropocéntrica» toda tentativa que tienda a comprender el Universo por medio del Hombre. Volvamos a situar una vez más en su verdadero lugar el hecho humano. Reco nozcamos, no por vanidad o pereza, sino por evidencia científica, que no hay ningún fenómeno más preparado, más central, más característico que éste. Y al mismo tiem po, henos aquí obligados a admitir que, incluso (y sobre todo) hoy, en razón del valor nuevo que el Hombre toma en la Naturaleza, la idea de un Dios concebido como cen tro claro y animado del Mundo no puede por menos de estar en pleno crecimiento. Digamos, en efecto, sustitu yendo una por otra dos formas equivalentes, que, por el acontecimiento capital de la Hominización, la porción más perso nalizada. zada. «avanzada» del Cosmos se ha encontrado personali Este simple cambio de variable hace aparecer, para el Porvenir, una doble condición de existencia que no podrá ser evitada. En primer lugar, puesto que todo en el Universo, más allá del Hombre, sucede en el ser personalizado, el Tér
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mino último divino de la Convergencia universal debe poseer además (eminentemente) la calidad de una Persona (sin lo que sería inferior a los elementos que domina). [...] Hemos seguido el Fenómeno espiritual cósmico desde s imple inmanencia. Pero Pero he aquí que, el interior por interior por vía de simple por la lógica misma de esta vía, nos vemos forzados a emerger y a reconocer que la corriente que agita a la Materia debe ser concebida menos como un simple empu je inte intern rnoo que como una marea. Lo marea. Lo Múltiple sube, atraído y englobado por el «ya Uno». Éste es el secreto y la garan tía de irreversibilidad de la Vida. En una primera fase -anterior al hombre- la atracción era vital, pero ciegamente recibida por el Mundo. A partir del Hombre, se despierta, al menos parcialmente, en la libertad reflexiva y suscita la Religión. La Religión, que no es una crisis -o una opción o una intuición- estricta mente individual, sino que representa la larga explicación, a través de la experiencia colectiva de la Humanidad ente ra, del Ser de Dios. Dios reflejándose personalmente en la suma organizada de las mónadas pensantes, para garanti zar una salida cierta y fijar leyes precisas a sus actividades vacilantes; Dios, inclinado bajo el espejo de la Tierra, hecho inteligente, para imprimir en él los primeros rasgos de su Hermosura. La última fase de esta Revelación inmensa, cuya histo ria se confunde con la del Mundo, no puede ser más que la de la Unión, cuando la atracción divina, victoriosa de las resistencias materiales debidas a la pluralidad inorga nizada, haya arrancado definitivamente a los determinismos inferiores el Espíritu elaborado lentamente por toda la savia de la Tierra. ¿Cómo terminará la Evolución espiritual de nuestro planeta? [...]. Quizá, responderemos ahora, a través de una
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vuelta más psíquica que sideral, posiblemente parecida a una Muerte, pero que será, de hecho, la liberación fuera del plano material histórico y el éxtasis en Dios. - «El Espíritu Espíritu de la Tierra Tierra», », en EH, pp. pp. 45-51 4 5-51
E l papel d e las religiones DENTRO DEL DESARROLLO DEL MUNDO
En el siglo xix se difundió ampliamente la idea de que las religiones expresan un estadio primitivo y superado de la Humanidad. «Los hombres imaginaron antaño la Divi nidad para dar cuenta de los fenómenos naturales cuya causa ignoraban. La Ciencia, al descubrir la explicación experimental de esos mismos fenómenos, ha hecho que resulten inútiles Dios y las Religiones». Tal es el nuevo Credo de muchos contemporáneos nuestros. Es muy importante reaccionar contra esta manera estrecha de comprender el nacimiento y la historia de la idea de Dios en el Mundo. Es indudable que las formas antiguas adoptadas por el sentimiento religioso han sido, en gran parte, confusas. Durante mucho tiempo, la Re ligión ha impregnado, sin distinción de planos, una masa psicológica compleja de la que se han desprendido sucesi vamente, con sus métodos y sus resultados especiales, la Ciencia experimental, la Historia, la Vida civil, etcétera. Pero esto no quiere decir en modo alguno que la necesidad de Absoluto (en la que se basan todas las religiones) se haya disipado en el curso de esa diferenciación. Basta -como diremos a continuación- contemplar con un espíri tu imparcial (positivista, podríamos decir) el Mundo actual, y más particularmente las crisis que atraviesa, para
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convencemos de lo contrario. Como un retoño del que se han desprendido las escamas, el núcleo religioso, en el que está concentrado lo mejor de la savia humana, aparece en este mismo momento, ante nuestros ojos, más diferencia do y vigoroso que nunca. Para comprender el origen, los desarrollos y la actuali dad de la cuestión religiosa, hay que prescindir, al menos provisionalmente, de todas las cuestiones secundarias de ritos y de interpretación, y situarse frente a la conmoción biológica causada en el Mundo terrestre por la aparición del Hombre; es decir, del Pensamiento. Antes del Hombre, toda la energía vital estaba prácticamente absorbida en cada instante por el trabajo de la nutrición, de la repro ducción, de la evolución morfológica: animales, semejan tes a obreros agotados, quedaban constantemente ahoga dos en su esfuerzo inmediato. No tenían ni el tiempo ni la facultad interna de levantar la cabeza, de reflexionar. En el Hombre, por el contrario (como si un sondeo hubiera tro pezado con una capa profunda), ha surgido bruscamente un desbordamiento de potencia. Por su organización psi cológica, el Hombre excede en cada instante -en el espa cio que mide y el tiempo que prevé- el trabajo exigido por su animalidad. A través de él, un océano de energía libre (una energía tan real y «cósmica» como las demás de las que se ocupa la Física) tiende a cubrir la Tierra. [...] Pues bien, la Religión, tantas veces despectivamente relegada a la Metafísica, tiene precisamente la función de fundamentar a su vez la Moral dando a la multitud inquie ta e indisciplinada de los átomos reflexivos un principio dominador de orden y un eje de movimiento: Algo supre mo que hay que crear, temer o amar. Por lo tanto, la Religión no se ha formado sobre todo a la manera de una reacción perezosa, para servir de panta-
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lia a las dificultades insolubles o indiscretas con las que se encuentra el espíritu en su despertar. Constituye, en su verdadero fondo, la contrapartida biológicamente (casi podríamos decir: mecánicamente) necesaria para la pues ta en libertad de la energía espiritual terrestre: el ser huma no, por su aparición en la Naturaleza, arrastra también necesariamente la manifestación, delante de él, de un polo divino para equilibrarlo, del mismo modo que en el mundo particular explorado por la Física se enlazan los elementos positivos y negativos de la Materia. Si es así, no cabe considerar el fenómeno religioso como la manifestación de un estado transitorio, destinado a atenuarse y a desaparecer con el crecimiento de la Humanidad. La liberación de energía obtenida en el siste ma terrestre por el establecimiento del tipo zoológico humano no deja de aumentar con el tiempo, definiendo y midiendo lo que de real se oculta bajo la palabra «progre so». Mediante su organización social, que reparte y divide el trabajo común, el Hombre aumenta constantemente la proporción de independencia y de ocio accesible a cada ciudadano. Mediante el maquinismo, ha dado bruscamen te un temible engrandecimiento a esa superabundancia. Toda la economía humana (si comprende bien su papel «planetario») no podría tener otra meta que la de hacer crecer constantemente sobre la Tierra el superávit de lo psíquico sobre la materia. ¿Y qué querrá decir, sino que la Religión, animadora y moderadora, nacida de este desbor damiento damiento espiritual, tiene t iene que crecer y precisarse al mismo ritmo y en la misma medida? Basta con que se produzca un desfase entre la liberación de la energía consciente y la intensificación del sentido religioso para que empiece el desorden: un desorden tanto más peligroso cuanto más
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adulta se encuentra la Humanidad. ¿No es esto acaso lo que sucede actualmente ante nuestros ojos?... Paro. Esta palabra, que define, aprehendida en su as pecto más superficial y más tangible, la crisis que atravie sa en estos momentos el mundo, expresa al mismo tiempo la causa profunda del mal que nos preocupa. La Huma nidad ha empezado a estar (o, por lo menos, a poder estar) desocupada desde el primer momento en que su espíritu recién nacido se desprendió de la percepción y de la acción inmediata para vagabundear por el campo de las cosas remotas o posibles. No se ha dado cuenta profunda mente de que estaba desocupada (de hecho y, sobre todo, de derecho) tanto tiempo, hasta que una porción dominan te de ella misma permaneció sujeta a un trabajo que absor bía la mayor parte de su capacidad de esfuerzo. Por nume rosos síntomas se percata de que está desocupada y corre el peligro de estarlo cada vez más, ahora que, encontrán dose definitivamente roto el equilibrio entre las necesida des materiales y los poderes de reproducción, teóricamen te les bastaría con poder girar la máquina liberadora y cru zarse de brazos. La crisis actual es mucho más que una difícil circunstancia con la que accidentalmente ha topado un tipo particular de civilización. Bajo unas apariencias contingentes y locales, expresa el desenlace inevitable de la ruptura de equilibrio que ha traído a la vida animal la aparición del Pensamiento. Los hombres no saben hoy en qué emplear la fuerza de sus brazos. No saben, sobre todo, hacia qué Meta universal y final deben dirigir el impulso de sus almas. Se ha dicho ya -pero sin llegar a la profun didad debida en el significado de las palabras- que la cri sis actual es una crisis espiritual. -«El Cristianismo en el Mundo», en CC, pp. 121-125
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El Mundo se está convirtiendo espontáneamente a una especie de Religión natural del Universo que le desvía indebidamente del Dios del Evangelio: en eso consiste su «incredulidad». Convirtamos en un grado superior esa misma conversión, demostrando en toda nuestra vida que sólo Cristo, in quo omnia constant, constant, es susceptible de ani mar y dirigir la marcha, nuevamente entrevista, del Universo: y de la prolongación misma de lo que constitu ye la incredulidad de hoy saldrá quizá la fe mañana. - «La incredulida incredulidad d moderna», moderna», en CC, pp. pp. 14 1411
Con el ascenso de la técnica y el pensamiento modernos ha podido creerse [...] que ya había quedado superada la Fase o la Era de las Religiones. Y es bien cierto que, en la esfera de las «confesiones» y de las «creencias», se ha operado a la luz y al fuego de la Ciencia un profundo rea juste y una una enérgica enérgica selección. Sin emba embarg rgo, o, no cabe pen sar, ni con mucho -empezamos ahora a darnos cuenta de ello-, que, en materia de Mística, la llama del Saber expe rimental se haya limitado a destruir. Antes por el contra rio, [...] las fuerzas religiosas emergen de la tremenda prueba que acaban de atravesar como un coadyuvante más esencial que nunca para la filogénesis humana, puesto que, en adelante, a ellas incumbe finalmente, en tanto que «nodrizas de nuestra Fe», la misión de mantener y desa rrollar la Energía necesaria requerida para las necesidades, reconocidas recientemente, de una Antropogénesis en ple no desarrollo: el ardor de crecer, el Gusto p o r el Mun Mundo do..
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Sí, nunca gritaremos esto con suficiente fuerza hoy en día. Porque ante nuestros ojos el Universo está a punto de descubrirse como algo orgánicamente apoyado en el Por venir, es precisamente por lo que las «reservas de Fe» (es decir, la cantidad y la calidad de Sentido religioso dispo nible) tienen que crecer continuamente en nuestro mundo. Y, por ello, lejos de estar superada, la Era (no digo de las, las, sino) de la Religión la Religión indudablemente está empezando ahora. [...] En tomo nuestro, un cierto pesimismo va repitiendo que nuestro mundo cae en el ateísmo. ¿No habría más bien que decir que de lo que sufre es de un teísmo insatisfecho? insatisfecho ? Los hombres, decíais, no quieren ya a Dios. Ahora bien, ¿estáis bien seguros de que lo que rechazan no es simple mente la imagen de un Dios demasiado pequeño para ali mentar en nosotros ese interés por sobrevivir a que se reduce, a fin de cuentas, la necesidad de adorar? Hasta ahora, los diversos Credos todavía Credos todavía en boga, por que habían nacido y crecido en un tiempo en que los pro blemas de totalización y de maduración cósmica no se planteaban, planteab an, se han preocupado sobre todo de proporcio nar a cada hombre una línea de evasión individual. Por muy universalistas que fueran sus promesas y sus visiones del Más Allá, no reservaban -con motivo- ninguna parte explícita a una formación global y dirigida de la Vida y del Pensamiento completos. Ahora bien, en virtud de lo que precede, ¿no es precisamente un acontecimiento de este orden (acontecimiento que implique el acercamiento y la espera de algún Ultrahumano) lo que les pedimos que incluyan, consagren y animen, ahora y para siempre?... No ya solamente una religión de los individuos y del Cielo, sino una religión de la Humanidad y de la Tierra:
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esto es lo que esperamos, como un oxígeno indispensable, en este momento. Ahora bien, ¿cómo no ver, en esas condiciones, que sólo podrán subsistir mañana -y que sólo tienen la posibi lidad de asumir (como conviene) la dirección del movi miento general de Hominización planetaria- las corrientes místicas capaces, por síntesis de la Fe tradicional en lo de Arriba y de la Fe, recién nacida, de nuestra generación en cierta salida hacia Adelante, de preparar y presentar un ali mento completo a «nuestra necesidad de ser»? En base y según su valor de excitación evolutiva, el gran fenómeno del que actualmente seríamos a la vez ac tores y testigos es, pues, una selección y una convergencia general de las religiones. Pero entonces -se nos dirá-, si verdaderamente la gran cuestión espiritual de nuestro tiempo es una realineación y un reajuste de las antiguas creencias sobre una especie de una nueva Divinidad surgida en el polo anticipado de la Evolución cósmica, entonces, ¿por qué, sencillamente, no partir desde el principio, es decir, por qué no reagrupar directamente y a novo, sobre algún «Sentido Evolutivo» o «Sentido Humano» -sin consideraciones para los viejos Credos- toda la potencia religiosa de la Tierra? A fin de satisfacer la necesidad planetaria de creer y de esperar, que no deja de crecer con la totalización técnico-social del Mundo, ¿por qué no una Fe totalmente fresca, en lugar del rejuvenecimiento y la confluencia de los «antiguos amores»?... ¿Por qué?, contestaré. Por dos buenos motivos, uno y otro sólidamente fundados en la naturaleza y que pueden exponerse del siguiente modo. En primer lugar, en cada una de las dos grandes ramas religiosas que abarcan en este momento el mundo no cabe
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dudar de que se conservan y se prolongan, engendradas por siglos de experiencia, una cierta actitud y una cierta visión espirituales, tan indispensables y tan insustituibles para la integridad de una consciencia religiosa terrestre total como pueden bien serlo, para la perfección esperada de un tipo zoológico humano final, los diversos compo nentes «raciales» sucesivamente engendrados por la filo- génesis de nuestro grupo viviente. En materia de Religión, al igual que en materia de Cerebración, no es por indivi duos, sino por ramas enteras, como proceden las fuerzas cósmicas de Complejificación. Pero hay más. Lo que, en el fondo incomunicable de sí mismas, vehiculan las diversas corrientes de Fe todavía activas sobre la Tierra no son solamente los elementos insustituibles de una cierta imagen completa del Universo. Mucho más que fragmentos fragm entos de visión, visión, son experiencias de contacto contacto con un Inefable supremo lo que conservan y transmiten. [...] Perspectiva extraordinariamente audaz en su aparente ingenuidad y que, si está justificada, tiene como conse cuencia renovar profundamente la teoría entera del Gusto por la Vida y de su mantenimiento en el Mundo. Para conservar y acrecentar sobre la Tierra la «presión de Evolución» es vitalmente importante -observaba yoque, por tensión de las reflexiones religiosas, un Dios cada vez más real y atractivo se defina ante nuestra mirada en el polo superior de la Hominización. He aquí que se des cubre ahora otra condición y otra posibilidad de anima ción cósmica: que, mantenidos y guiados por la tradición de las grandes místicas humanas, consiguiéramos, por vía de contemplación y de oración, entrar directamente en comunicación receptiva con la Fuente misma de todo impulso interior.
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La tensión vital del Mundo, no ya sólo mantenida por artificios fisiológicos o por el descubrimiento racional de un Objetivo o Ideal encadenador, sino directamente infundida en el fondo de nuestro ser, bajo su forma superior directa y extrema: el Amor, por efecto de «Gracia» y de «Revelación». Gusto por la vida: nudo central y privilegiado en ver dad, en el que, en la economía del Universo supremamen te orgánico, se descubre una vinculación supremamente íntima entre Mística, Investigación y Biología. - «El gusto de vivir», vivir», en AE, pp. pp. 223-22 223 -2277
El p o d er t r a n s fo r m a d o r d e l a f e c r i s tia n a
La fe, tal como aquí la entendemos, no es sólo, natural mente, la adhesión intelectual a los dogmas cristianos. En un sentido mucho más rico, es la creencia en Dios carga da de cuanta confianza en su fuerza bienhechora puede suscitar en nosotros el conocimiento de este Ser adorable. Es la convicción práctica de que el Universo, en manos del Creador, sigue siendo arcilla, cuyas múltiples posibilida des él modela a su antojo. [...] «Domine, adjuva incredulitatem meam». Tú meam». Tú mismo lo sabes, Señor, porque humanamente has sentido angustia. El Mundo, en ciertos días, se nos aparece como una cosa espantosa: inmenso, ciego, brutal. Nos zarandea, nos arrastra, nos mata, sin prestarnos atención. Heroicamente, bien puede decirse, el Hombre ha llegado a crear, entre las grandes aguas frías y negras, una zona habitable, en donde casi hay calor y claridad, en donde los seres tienen un ros tro para mirar, unas manos para suavizar, un corazón para
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amar. Mas ¡qué precaria es esta mansión! En todo instan te, por todos los resquicios, hace irrupción en ella la gran Cosa horrible, esa que nos esforzamos por olvidar, por no pensar que está siempre ahí, del otro lado del tabique: fuego, peste, tempestad, terremoto, desencadenamiento de oscuras fuerzas morales, se llevan en un instante, y sin consideraciones, lo que habíamos construido y orna do penosamente con toda nuestra inteligencia y nuestro corazón. Dios mío, ya que por mi dignidad humana me está vedado cerrar los ojos sobre todo, como una bestia o como un niño -para que no sucumba a la tentación de maldecir al Universo y a quien lo hizo-, haz que lo adore, viéndote escondido en él. Señor, repíteme repíteme la gran gran palabra libera liberado do ra, la palabra que a un mismo tiempo revela y opera. Señor: «Hoc est Corpus meum». meum». [...] Creamos solamente. Creamos con mayor fuerza y más desesperadamente cuanto más amenazadora e irreductible parezca la Realidad. Y entonces, poco a poco, veremos cómo el Horror universal se distiende, para sonreímos pri mero y tomamos luego en sus brazos más que humanos. No, no son los rígidos determinismos de la Materia y de los grandes números los que confieren al Universo su consistencia: son las ágiles combinaciones del Espíritu. El azar inmenso y la inmensa ceguera del Mundo sólo son una ilusión para el que cree. «Fides, substantia rerum». Porque creimos con el corazón puro y muy intensa mente en el Mundo, el Mundo abrirá ante nosotros los bra zos de Dios. Ahora nos falta echarnos en estos brazos para que se cierre el círculo del Medio Divino en torno a nues tras vidas. Este gesto será el de una correspondencia acti va respecto del deber cotidiano. La cotidiano. La f e consagra al mundo undo.. - MD, pp. pp. 146, 146, 148-150 1 48-150
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T ransformar el sufrimiento EN ENERGÍA ESPIRITUAL
Para un observador perfectamente clarividente y que estu viera mirando la Tierra desde hace mucho tiempo y desde arriba, nuestro planeta aparecería, ante todo, azul por el oxígeno que le rodea; después, verde por la vegetación que le cubre; y luego luminoso -cada vez más luminoso- por el Pensamiento que se intensifica en su superficie; pero también oscuro -cada vez más oscuro- por un sufrimien to que crece en cantidad y en refinamiento al mismo ritmo que asciende la Consciencia a lo largo de las edades. ¡En cada momento, el sufrimiento total de toda la Tierra!... ¡Si pudiéramos coger, cubicar, pesar, numerar, analizar analizar esa magnitud tremenda...! tremenda...! ¡Qué masa astronómi ca! ¡Qué suma espantosa! ¡Y, de las torturas físicas a las angustias morales, qué espectro, definido de matices dolo rosos! Y si también, a través de una conductibilidad que se estableciera de pronto entre los cuerpos y las almas, se mezclara toda toda la Pena y toda la Alegría del Mundo, ¿quién ¿quién puede decir de qué lado se inclinaría la balanza: del lado de la Pena o del de la Alegría?... Sí, cuanto más hombre se hace el Hombre, tanto más se incrusta y se agrava -en su carne, en sus nervios, en su espíritu- el problema del Mal: del Mal que hay que com prender y del Mal que hay que soportar. Es cierto que una mejor perspectiva del Universo en el que nos encontramos atrapados está en camino de aportar un principio de respuesta. En el seno del vasto proceso de ordenamiento del que surge la Vida, todo éxito -nos damos bien cuenta de ello- se paga necesariamente con un gran porcentaje de fracasos. No existe progreso en el ser sin un cierto y misterioso tributo de lágrimas, de sangre y
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de pecado. No es extraño, por lo tanto, que a nuestro alre dedor se acentúen ciertas sombras al mismo tiempo que aumenta la luz, porque, desde este punto de vista, el dolor, en todas sus formas y todos sus grados, ¡sólo sería (al menos parcialmente) una consecuencia actual del movi miento a través del cual somos engendrados! Este mecanismo complementario de Bien y Mal, bajo la evidencia de una experiencia universal, es el que empe zamos a admitir abstractamente en nuestra cabeza. Pero para que también nuestro corazón se doblegue sin rebelar se a esta dura ley de la Creación, ¿no será psicológica mente necesario que a este detritus doloroso de la opera ción que nos forma le encontremos, por añadidura, algún valor positivo que lo haga definitivamente aceptable, transfigurándolo? Esto es indudable. Y aquí es donde interviene, en su papel irremplazable, la asombrosa revelación cristiana de un sufrimiento transformable (con tal de que se le acepte bien) en expresión de amor y en principio de unión. En un primer momento, se trata al sufrimiento como a un adver sario del que hay que librarse; sufrimiento vigorosamente combatido hasta el final; y, sin embargo, al mismo tiempo, sufrimiento racional y cordialmente recibido en la medida en que, arrancándonos de nuestro egoísmo y compensan do nuestras faltas, es capaz de supercentrarnos sobre Dios. Sí, el oscuro y repugnante sufrimiento, erigido para el más humilde de los pacientes en principio supremamente acti vo de humanización y de divinización universales: así se manifiesta en su cúspide la prodigiosa energética univer sal, nacida de la Cruz. - «La energía espiritual espiritual del sufrimiento», en AE, pp. 22 9-230 9-2 30
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Por naturaleza, la enfermedad tiende a dar, para aquellos a quienes alcanza, la impresión de que son inútiles o de que incluso constituyen una carga en la tierra. Casi inevitable mente debe parecer a los enfermos que, por simple des gracia, en la gran corriente de la Vida son relegados al margen de lo que funciona y de lo que se mueve: les pare ce que su estado no tiene sentido y les reduce, se podría decir, a la inacción en medio de la acción universal. [...] El sufrimiento humano, la totalidad del sufrimiento, extendido en cada instante por la tierra entera, ¡qué océa no inmenso! Pero ¿de qué está formada esta masa: de negruras, de lagunas, de desperdicios?... No, sino, repitá moslo, de posible energía. En el sufrimiento está oculta, con una intensidad extrema, la fuerza ascensional del Mundo. Toda la cuestión consiste en liberarla, dándole conciencia de lo que significa y de lo que puede. ¡Ah, qué salto no daría el Mundo hacia Dios si todos los enfermos a la vez volvieran sus penas en un común deseo de que el Reino de Dios madure rápidamente a través de la con quista y la organización de la Tierra...! Todos los que sufren en la Tierra, uniendo sus sufrimientos para que la pena del Mundo se convierta en un grande y único acto de conciencia, de sublimación y de unión, ¿no sería una de las formas más altas que podría tomar a nuestros ojos la obra misteriosa de la Creación? ¿Y no es por esto, justamente, por lo que la creación se consuma, ante la mirada del cristiano, en la Pasión de Jesús? Tenemos quizá el peligro de no ver en la Cruz más que un sufrimiento individual y una simple expiación. La potencia creadora de esta muerte se nos escapa. Miremos más ampliamente, y nos daremos cuenta de que la Cruz es
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el símbolo y el lugar de una acción cuya intensidad es inexpresable. Incluso desde el punto de vista terrestre, ple namente comprendido, Jesús crucificado no es un recha zado o un vencido. Es, por el contrario, el que soporta el peso y arrastra siempre más alto, hacia Dios, los progresos de la marcha universal. Hagamos como El, para estar durante toda nuestra existencia unidos a El. - «La significación y el valor cons construct tructivo ivo del sufrimiento», sufrimiento», en EH, pp. 53, 56-57
E ncontrar la
felicidad estando centrado
La única felicidad verdadera es [...] la felicidad de creci miento y movimiento. ¿De qué manera, y con el Mundo, queremos, pues, ser felices? Dejemos deslizarse hacia atrás a los cansados y a los pesimistas. pesimistas. Dejemos Deje mos a los hedonistas desperezarse desperezarse bur bur guesamente sobre la pendiente. Y unámonos sin vacilar al grupo de los que están dispuestos a los riesgos de la ascen sión hasta la última cumb cumbre. re. ¡Adelante!... Pero haber optado por la ascensión no lo es todo. Queda todavía la cuestión de no equivocarse de senda. Está muy bien emprender la marcha. Pero ¿cuál es el buen camino para ganar la cima con júbilo? [...] La vida se eleva siempre hacia más conciencia y hacia una complejidad cada vez más grande -como si la complicación creciente de los organismos tuviese por efecto la profundización del centro de su ser. [...] Tres fases, tres pasos, tres movimientos sucesivos y conjugados pueden reconocerse si se somete a examen el proceso de nuestra unificación interior, es decir, de núes-
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tra personalización. Para ser plenamente él mismo y vivir como como tal, el Hombre tiene que: que: 1) centrarse centrarse sobre sí; 2) descentrarse sobre «el otro»; 3) sobre-centrarse en uno más grande que él. Definamos Definam os y expliquemos, expliquemo s, uno tra tras otro otro,, estos e stos tres tres mo vimientos hacia adelante, a los que deben corresponder necesariamente (puesto que la felicidad, como hemos dicho, es un efecto de crecimiento) tres formas de realiza ción de la felicidad. 1. Centración, Centración, ante todo. No sólo física, sino intelec tual y moralmente, el hombre no es Hombre más que a condición de cultivarse. ¡Y no sólo hasta cumplir los vein te años!... Para ser plenamente nosotros mismos hemos de trabajar durante toda nuestra vida en organizamos, es decir, en poner cada vez más orden, más unidad, en nues tras ideas, en nuestros sentimientos, en nuestra conducta. Aquí está todo el programa, todo el interés (¡y también todo el esfuerzo!) de la vida interior, con su deriva inevi table hacia objetos cada vez más espirituales, cada vez más elevados... Cada uno de nosotros, en el curso de esta primera fase, ha de reanudar y repetir por su cuenta la labor general de la Vida. Ser consiste, ante todo, en hacer se y encontrarse. 2. Descentra 2. Descentración, ción, en en segundo lugar. La tentación o ilu sión elemental que acecha desde su nacimiento al centro reflexivo que cada uno de nosotros abriga dentro de sí, estaría en imaginar que para crecer le conviene aislarse en sí mismo y proseguir egoístamente, a solas consigo, el tra bajo original de su perfección: separarse de los otros o reducirlo todo a sí. Ahora bien, no hay un hombre solo sobre la Tierra. Hay, por el contrario, y no puede ser de
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otro modo, infinidad de hombres al mismo tiempo. Este hecho es de una evidencia banal. Y, sin embargo, situado en las perspectivas generales de la Física, adquiere una importancia capital, porque significa ni más ni menos que, por más que los seres pensantes se hallen individualizados por naturaleza, cada hombre sigue sin representar más que un átomo o, si se prefiere, una molécula muy grande, con todas las otras semejantes, un sistema corpuscular defini do, del que no puede escapar. Físicamente, biológicamen te, el Hombre, como todo lo que existe en la Naturaleza, es esencialmente plural. Corresponde a un «fenómeno de masa». Esto quiere decir, como primera aproximación, que no podemos progresar hasta el límite de nosotros mis mos sin salir de nosotros uniéndonos a otros, de manera que sea posible desarrollar gracias a esta unión un aumen to de conciencia en conformidad con la gran Ley de Complejidad. De ahí las urgencias, de ahí el sentido pro fundo del amor que, en todas sus formas, nos impulsa a asociar nuestro centro individual a otros centros escogidos y privilegiados. El amor, cuya función y atractivo esencia les consisten en completamos. 3. Sobre-centración, Sobre-centración, por último. Y este punto, si bien menos evidente, es de comprensión absolutamente necesaria. Para ser plenamente nosotros mismos, decía yo, no tenemos más remedio que ampliar la base de nuestro ser, es decir, asociamos a «Otro». Sólo que, una vez desenca denado un pequeño número de afectos privilegiados, este movimiento de expansión ya no se puede volver a detener, sino que nos aspira insensiblemente, gradualmente, hacia círculos de un radio cada vez mayor. Esto es algo que
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resulta particularmente manifiesto en el Mundo de hoy. Desde siempre, sin duda, el Hombre ha venido siendo vagamente consciente de pertenecer a una sola y gran Hu manidad. Sin embargo, sólo para nuestras generaciones modernas ha comenzado este sentido social a adquirir su real y completa significación. En el curso de los diez últi mos milenios (durante los cuales la civilización se ha ace lerado bruscamente) los hombres se han abandonado, sin reflexionar demasiado, a las múltiples fuerzas, más pro fundas que cualquier guerra, que poco a poco nos iban acercando entre sí. Pero es ahora cuando se nos han abier to los ojos y comenzamos a ver dos cosas. La primera, que en el molde estrecho e inextensible que representa la superficie cerrada de la Tierra, bajo la presión de una población y la acción de unas relaciones económicas que no cesan de multiplicarse, ya no formamos más que un solo cuerpo. Y la segunda, que en este mismo cuerpo, co mo consecuencia del establecimiento gradual de un siste ma uniforme y universal de industria y de ciencia, nues tros pensamientos tienden progresivamente a funcionar como las células de un mismo cerebro. Lo que no signifi ca sino que, al proseguir la transformación su línea natu ral, podemos ya prever el momento en que los hombres llegarán a saber lo que quiere decir, como un solo corazón, desear, esperar, amar todos juntos la misma cosa al mismo tiempo... La Humanidad de mañana, una «super-Humanidad» mucho más consciente, mucho más pujante, mucho más unánime que la nuestra, está surgiendo de los limbos del futuro, adquiriendo ya una fisonomía ante nuestros ojos. Y al mismo tiempo [...] en el fondo de nosotros mismos se despierta el sentimiento de que para alcanzar el límite de lo que somos no basta con asociar nuestra existencia a una
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decena de otras existencias escogidas entre los miles de ellas que nos rodean, sino que nos es preciso constituir un bloque con todas ellas a la vez. De este doble fenómeno, externo e interno, no se puede deducir sino esto: lo que la Vida, a fin de cuentas, nos exige que hagamos para ser, es que nos incorporemos y nos subordinemos a una Totalidad organizada de la que no somos otra cosa, cósmicamente, que sus parcelas cons cientes. Nos aguarda un centro de orden superior -ya está emerg em ergien iendodo- no simplemente simpl emente a nuestro nuestro lado lado,, sino más allá p o r encima de nosotros mismos. y po No se trata solamente de desarrollarse uno mismo -ni siquiera de darse a otro igual a sí-, sino de someter tam bién y reducir la propia vida a alguien mayor que uno mismo. Dicho de otro modo: ante todo, hay que ser. Luego, amar. Y, finalmente, adorar. Tales son las fases naturales de nuestra personalización. Tres grados encadenados, como puede advertirse, en el movimiento ascensional de la Vida; y, en consecuencia, tres grados también superpuestos de felicidad; si la felici dad es efectivamente, como hemos reconocido, algo indi solublemente asociado al gesto de ascender. Felicidad de crecer, felicidad de amar y felicidad de adorar. - «Reflexiones «Reflex iones sobre sobre la la felicidad», felicidad», en DP DP, pp. pp. 104-107
L as energías del a m o r y la atracción sexual
El Amor es la más universal, la más formidable y la más misteriosa de las energías cósmicas. Después de tanteos seculares, las instituciones sociales lo han encauzado y
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canalizado. Utilizando esta situación, los moralistas han intentado reglamentarlo, sin superar en sus construccio nes, por lo demás, el nivel de un empirismo elemental en el que se encuentran las influencias de concepciones ca ducas sobre la Materia y la huella de antiguos tabúes. So cialmente, se simula ignorarlo en la ciencia, en los nego cios, en las asambleas, mientras que subrepticiamente se encuentra en todas partes. Inmenso, omnipresente y siem pre insumiso, parece que hayamos terminado por desespe rar de comprender y captar esta fuerza salvaje. Se la deja, pues, (y se la siente) correr por todas partes en nuestra civilización, pidiéndole solamente que nos divierta o que no nos estorbe... ¿Es realmente posible que la Humanidad siga viviendo y creciendo sin preguntarse abiertamen te por lo que deja perder de verdad y de fuerza en su in creíble poder de amar? Desde el punto de vista de la Evolución espiritual, admitida aquí, parece que pudiéramos dar un nombre y un valor a esta energía extraña del Amor. ¿No sería ésta, sen cillamente, en su esencia, la atracción misma ejercida sobre cada elemento consciente por el Centro, en forma ción, del Universo? ¿La llamada a la gran Unión, cuya rea lización es el único proceso actualmente en curso en la Naturaleza?... En esta hipótesis, según la cual (de acuerdo con los resultados del análisis psicológico) el Amor sería la energía psíquica primitiva y universal, ¿no se nos acla ra todo para la inteligencia y para la acción? Se puede intentar reconstruir la historia del Mundo desde el exterior, observando en sus diversos procesos el juego de las com binaciones atómicas, moleculares o celulares. Se puede intentar, más eficazmente todavía, este mismo trabajo des de el interior, siguiendo los progresos gradualmente efec tuados y anotando los umbrales sucesivamente franquea
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dos por la espontaneidad consciente. La manera más ex presiva y más profundamente verdadera de contar la Evo lución universal sería, sin duda, volver a narrar la Evo lución del Amor. Bajo sus formas más primitivas, en la Vida apenas individualizada, el Amor se distingue difícilmente de las fuerzas moleculares: quimismos, tactismos. Después se separa poco a poco, pero para quedar durante mucho tiem po todavía confundido con confundido con la simple función de reproduc ción. Es sólo con la Hominización con la que se revela finalmente el secreto y las virtudes múltiples de su violen cia. El Amor «hominizado» se distingue de cualquier otro amor porque el «espectro» de su cálida y penetrante luz se ha enriquecido maravillosamente. No sólo la atracción única y periódica con vistas a la fecundidad material, sino una posibilidad, sin límite y sin reposo, de contacto por el espíritu mucho más que por el cuerpo: antenas infinita mente numerosas y sutiles que se buscan entre los más delicados matices del alma; atracción de sensibilización y de perfeccionamiento recíproco, recíproco, en la que la preocupación por salvar la especie se funde gradualmente con la embria guez, más amplia, de consumar entre dos un Mundo. - «El Espíritu Espíritu de la Tierra» Tierra»,, en EH, pp. pp. 35 35-36 -36 •
La energía de la que se alimenta y se teje nuestra vida inte rior es primitivamente de naturaleza pasional. El Hombre, como cualquier otro animal, es esencialmente una tenden cia a la unión completiva, una capacidad de amar. Cosa que hace ya mucho tiempo que Platón había dicho. A par tir de este impulso primordial es como se desarrolla y as ciende y se diversifica la lujuriante complejidad de la vida
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intelectual y sentimental. Por altas y amplias que sean, nuestras ramas espirituales se hunden en lo corporal. De las reservas pasionales del Hombre es de donde ascienden, transfigurados, el calor y la luz de su alma. Allí, como en un germen, se encuentra inicialmente, en nuestra opinión, la punta más fina, el resorte más delicado, de todo desa rrollo espiritual. Es evidente que, en última instancia, sólo el espíritu merece ser perseguido. Pero entre espíritu y materia exis te, en el fondo de nosotros mismos, un sistema de relacio nes sensibles y profundas. No sólo, como dicen los mora listas cristianos, el uno sostiene al otro, sino que el uno nace del nace del otro. [...] En el fondo del código cristiano de la virtud parecía darse por supuesto que la Mujer, para el Hombre, es esen cialmente un instrumento de generación. La Mujer para la propagación de la especie, o no hay Mujer en absoluto: éste era el dilema planteado por los moralistas. Pero con tra semejante simplificación se alzan nuestras más queri das y seguras experiencias. Por fundamental que sea, la maternidad de la mujer no es casi nada en comparación con su fecundidad espiritual. La Mujer dilata, sensibiliza, revela ante sí mismo al que la ama. Ésta es una verdad tan antigua como el Hombre. Pero para que adquiera todo su valor ha sido preciso que el mundo alcance el grado de conciencia psicológica y de evolución social en que, en una Humanidad ampliamente extendida y económicamen te instalada, la cuestión del alimento y de la reproducción comienza a estar dominada por los problemas del mante nimiento y desarrollo de las energías espirituales. De he cho, y si consideramos la amplitud de los fenómenos de licencia y regresión moral, parece claro que la «libertad» actual de costumbres tiene su verdadera causa en la bús
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queda de una forma de unión más rica y más espirituali zante que la que se limita a los horizontes de una cuna. Se trata de un síntoma que vamos a interpretar del modo siguiente. Flota en el seno de la masa humana, representado por las fuerzas del amor, un cierto poder de desarrollo que sobrepasa infinitamente el que absorben los cuidados necesarios para la propagación de la especie. La antigua doctrina de la castidad suponía que a este impulso podía y debía hacérsele derivar directamente hacia Dios, sin tener que apoyarse en la criatura. Esto equivalía a no compren der que semejante energía, todavía ampliamente potencial (como lo son todas las demás capacidades espirituales de la materia), exigía, por su parte, desarrollarse aún más ampliamente en su mismo plano natural. En realidad, en el presente estado del Mundo, el Hombre no se ha revelado todavía del todo a sí mismo por obra de la Mujer, ni a la inversa. Lino y otra no podrían, en virtud de la estructura evolutiva del Universo, permanecer separados en el curso de su desarrollo. Las dos porciones, masculina y femeni na, de la Naturaleza tienen que ascender hacia Dios no por separado (casados o no casados), sino como unidades em parejadas. Se ha pretendido suprimir los sexos del Espí ritu. Ha sido por no haber comprendido que su dualidad tenía que volver a hallarse presente en la composición del ser divinizado. [...] Hay una una cuestión general g eneral de lo Femeni Femenino no que que la teoría cristiana de la santidad ha dejado hasta ahora sin resolver o explicitar. De ahí nuestra insatisfacción y nuestro males tar con respecto a la antigua disciplina de la virtud. Se hablaba de minimizar las manifestaciones naturales del amor. Ahora advertimos que lo que había que hacer era
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captarlas y transformarlas. No reducir, sino sobrepasar. Tal habrá de ser nuestro nuevo ideal de la castidad. [...] Hasta ahora, la ascesis propendía a rechazar: para ser santo había, sobre todo, que someterse a privaciones. Es evidente, en virtud del nuevo aspecto moral adquirido ante nuestros ojos por la Materia, que el desprendimiento espi ritual adoptará la forma de una conquista. Sumergirse a fin de sentirse levantado y levantar en el flujo de las energías creadas, sin exceptuar la la primera y más ardiente de todas ellas. La castidad (igual que la resignación, la «pobreza» y demás virtudes evangélicas) es esencialmente un espíri tu. Así es como empieza a dibujarse ante nosotros una solución general para el Problema de lo Femenino. En sí mismo, el desprendi desprendimient mientoo por po r travesía se travesía se halla en perfecta armonía con la idea de Encamación en la que el cristianismo se resume. El movimiento del Hombre que se sumerge en el Mundo, ante todo, para participar de las cosas, luego para llevárselas consigo, este movimiento, sostengo, es exactamente la réplica del gesto bautismal: «¿Quién es el que asciende -dice san Pablo-, sino el mis mo que ha descendido primero, a fin de consumarlo to do?». [...] Esta tesis, más bien nueva, de que la perfección cristiana consiste menos en purificarse de polvos terrestres que en divinizar la creación, constituye un progreso. Se comienza a reconocer, aun en los medios más conservado res, que existe, como nimbo de la Eucaristía, una Co munión con Dios por medio de la Tierra, un Sacramento del Mundo. Pero en esta importancia que al fin se atribu ye a los alimentos terrestres sigue haciéndose celosamen te una reserva. Lo mismo que en el bíblico Edén, ahora se le permite al perfecto la mayor parte de los frutos. Suya es, si siente su atractivo, la «vocación», suyos los goces de la creación artística, las conquistas del pensamiento y las
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emociones del afán descubridor. Se admite que semejan tes expansiones son santificantes o santificables. Pero hay un árbol que sigue marcado con la primitiva prohibición: el de lo Femenino. Y henos aquí de nuevo ante el dilema de siempre: o la mujer en el matrimonio o la huida de lo Femenino. ¿Por qué esta excepción? ¿Cuál es la razón de seme jante jante ilogismo? [...] [...] En la práctica, lo Femenino se sitúa entre los produc tos naturales prohibidos por ser demasiado peligrosos. Es un perfume que marea, un licor que embriaga. Desde siempre los Hombres han contemplado con asombro el poder incontrolable de este elemento. Y los sabios han acabado limitando su uso a los casos esenciales, al no poder suprimirlo por completo. No se desconfía (como tal vez fuera debido, lógicamente...) de la pasión de las ideas o de los números, ni siquiera del gusto por los astros y la naturaleza. Porque se supone (muy erróneamente) que estas realidades no hablan más que a la razón, se las con sidera inofensivas o fácilmente espiritualizadles. La atrac ción sexual, en cambio, aterra por los resortes complejos y oscuros que, en cualquier momento, amenaza con poner en movimiento. Cualquiera diría que el amor, en lo más profundo de nosotros mismos, es un monstruo que dormi ta y del que sólo nos sería posible defendernos en la vida consiguiendo que no se despertase jamás. Me guardaré muy mucho de negar los poderes des tructivos o disolventes de la pasión. Incluso habré de reco nocer que hasta el momento, fuera de la función repro ductora, los Hombres han utilizado sobre todo el amor, en conjunto, para corromperse y enajenarse. Pero ¿que prue ban semejantes excesos? ¿Porque las llamas devoren y la electricidad fulmine vamos a dejar de servirnos de ellas?
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Lo Femenino es la más temible de las fuerzas de la Materia. Esto es cierto. «En consecuencia, hay que evitar la», decían los moralistas. «En consecuencia, hay que apo derarse de ella», he de responder yo. En todos los domi nios de lo Real (físico, afectivo, intelectual) el «peligro» es un síntoma de poder. poder. [...] Evitar el riesg riesgoo de una falta se ha vuelto más importante a nuestros ojos que obtener por Dios una posición difícil. Eso es lo que nos está matando. «Cuanto más peligrosa es una cosa, con tanta más insis tencia ord orden enaa la Vida Vida su consecución». consec ución». De esta convicción convicc ión ha surgido el mundo moderno. De ella tiene también que renacer nuestra Religión. [...] Y ahora, desde el punto al que he llegado, me parece distinguir a mi alrededor las dos fases siguientes en la transformación creadora del amor humano. A lo largo de una primera fase de la humanidad, el Hombre y la Mujer, replegados sobre la entrega física y los cuidados de la re producción, desarrollan gradualmente, en torno a este acto fundamental, una aureola creciente de intercambios espi rituales. Este nimbo era al principio una franja impercep tible. Pero, poco a poco, la fecundidad y el misterio de la unión emigran a él. Y luego, finalmente, el equilibrio se rompe en su favor. En ese momento preciso, el centro de la unión física del que emanaba la luz se revela impotente para sostener nuevos crecimientos. El foco de atracción se ve rechazado bruscamente, como al infinito, hacia delan te. Y para continuar abrazándose más hondamente en el espíritu, los amantes habrán de volver la espalda al cuer po, para darse alcance en Dios. La virginidad se sitúa sobre la castidad como el pensamiento sobre la vida: a tra vés de un rodeo o de un punto singular. Por supuesto, semejante transformación sobre la su perficie de la Tierra no puede ser instantánea. El tiempo es
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esencialmente necesario para ella. El agua caliente no se convierte en vapor toda ella a la vez. «Fase líquida» y «fase gaseosa» coexisten por largo tiempo. Tiene que ser así. Sin embargo, bajo esta dualidad no hay más que un solo acaecimiento en curso, cuyo sentido y «dignidad» se extienden al conjunto juntos. Así, en la actualidad, la unión de los cuerpos sigue conservando su necesidad y su valor para la especie. Pero su cualidad espiritual se halla definida, de ahora en adelante, por el tipo de unión más alto que ella misma alimenta después de haberlo prepara do. El amor se encuentra en vías de «cambio de estado» en el seno de la Noosfera. En esta dirección es en la que se prepara, si las Religiones tienen razón, el paso colectivo de la Humanidad a Dios. Así es como yo me imagino la evolución de la Castidad. Teóricamente, esta transformación del amor es desde luego posible. Basta para su realización que la llamada del centro pe centro perso rsona nal l divino divino sea experimentada con la suficien te fuerza como para dominar la atracción natural, que seguiría tendiendo a hacer que se precipitaran unas sobre otras, antes de tiempo, las parejas de mónadas humanas. En la práctica, no trato de ocultarme que la dificultad de la tentativa parece tan grande que las nueve décimas partes de la humanidad tacharán de ingenuidad o de locu ra cuanto vengo escribiendo en estas páginas. ¿No es uni versal y concluyente la experiencia de que los amores espirituales han acabado siempre en el fango? El Hombre está hecho para andar sobre el suelo. ¿A quién se le ocu rre volar...? Pues sí, ha habido locos que han tenido este sueño, res pondería yo. Y ésa es la razón de que hoy el aire nos per tenezca. Lo que paraliza la vida es no crecer y no atrever
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se. Lo difícil no es resolver los problemas, sino planteár selos. Pues bien, ahora lo vemos clarísimo: apoderarse de la pasión para hacerla servir al espíritu sería, con eviden cia biológica, una condición de progreso. Y tarde o tem prano, saltando sobre nuestra incredulidad, el Mundo dará ese paso. Porque lo que es más verdadero se encuentra siempre, y lo mejor acaba siempre por sobrevivir. Algún día, después del éter, los vientos, las mareas o la gravitación, lograremos captar para Dios las energías del amor. Y entonces, por segunda vez en la historia del Mundo, el Hombre habrá encontrado el Fuego. - «La evolución de la castidad castidad», », en DP, DP, pp. pp. 61-62, 61-6 2, 63-67 6 3-67,, 75-77 75 -77
E l a m o r y la u n i ó n , ELEMENTOS CENTRALES DEL CRISTIANISMO
«Amaos los unos a los otros». Hace dos mil años que fue ron pronunciadas estas palabras. Pero hoy vienen de nuevo a sonar con un tono muy diferente a nuestros oídos. Durante siglos, caridad y fraternidad no podían sernos planteadas más que como un código de perfección moral o, a lo más, como un método práctico para disminuir los roces y las penas de la vida terrestre. Pero desde que se han revelado a nuestro espíritu, por una parte, la existen cia de la Noosfera y, por otra, la necesidad vital en que nos encontramos de salvar ésta, la voz que habla se hace más imperiosa. No dice solamente: «Amaos para ser perfec tos», sino que añade: «Amaos o pereceréis». Los espíritus «realistas» pueden reírse de los soñadores que hablan de una Humanidad cimentada y acorazada, no de brutalidad,
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sino de amor. Pueden negar que un máximo de potencia física pueda coincidir con un máximo de dulzura y de bon dad. Este escepticismo y estas críticas no podrán impedir que la teoría y la experiencia de la Energía espiritual se encuentren de acuerdo para advertimos que hemos llega do a un punto decisivo de la evolución humana, en humana, en el que la única salida hacia adelante está en la dirección de una pasión común, de una «conspiración». Continuar poniendo nuestras esperanzas en un orden social obtenido por violencia extema equivaldría simple mente, para nosotros, a abandonar toda esperanza de lle var hasta sus límites el Espíritu de la Tierra. Y expresión de un movimiento irresistible e infalible como el mismo Universo, ningún obstáculo podría impe dir a la Energía Humana alcanzar libremente el término natural de su evolución. Por tanto, a despecho de todos los fracasos y de to das las inverosimilitudes, nos aproximamos necesaria mente a una edad nueva en la que el Mundo arrojará sus cadenas para abandonarse, al fin, al poder de sus afinida des internas. O bien tenemos que poner en duda el valor de todo lo que nos rodea, o bien tenemos que creer sin límites en la posibilidad y -añadiría yo ahora- en las consecuencias necesarias de un amor universal. [...] Intentemos [...] esbozar, en sus líneas generales, la his toria humana del amor universal. En el centro del proceso que conduce al estableci miento moderno de una relación afectiva, de orden perso nal, entre el Hombre y el Universo, hay que situar, inevi tablemente (se crea o no en un valor transcendente), la influencia influen cia cristia cristiana na..
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Me parece que el fenómeno cristiano ha sido oscureci do por la manera en que se intenta a menudo definirlo, partiendo de ciertas propiedades que no son en él más que accidentales o secundarias. Presentar el Evangelio, sim plemente, como un despertar del Hombre a su dignidad personal, o bien como un código de pureza, de dulzura y de resignación, incluso como el punto de partida de nues tra civilización occidental, es enmascarar su importancia y hacer incomprensibles sus éxitos, despreciando lo que aporta de característicamente nuevo. No hay que buscar, diría yo, el mensaje esencial de Cristo en el Sermón de la Montaña, ni siquiera en el gesto de la Cruz: está entera mente en el anuncio de una «Paternidad divina»; traduz camos: en la afirmación de que Dios, ser personal, se pre senta al Hombre como el término de una unión unión personal. Muchas veces (sobre todo en los albores de la era cristia na) el tanteo religioso humano se había aproximado a esta idea de que Dios, Espíritu, no podía ser alcanzado más que por el Espíritu. Pero solamente en el Cristianismo el movi miento alcanza su expresión y su consistencia definitivas. El don del corazón, en lugar del prosternarse de los cuer pos; la comunión más allá del sacrificio; Dios amor y sólo alcanzadle, finalmente, en el amor: he aquí la revolución psicológica y el secreto del florecimiento cristiano. Y después de esta iluminación inicial, la llama no ha cesado nunca de crecer. [...] Pero, igual que los ojos del naturalista (si se decide a buscar en el progreso de la conciencia el verdadero pará metro de la evolución) descubren la longitud de un tallo que sube continuamente bajo la frondosidad accidental de las especies vivas, así también el historiador de las reli giones, desde que se le ocurre medir la marcha del Cris tianismo no sólo por una expansión numérica de los fieles,
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sino por la evolución cualitativa de un acto de amor, amor, se ve conducido a trazar la curva de un progreso cierto. Comprendamos bien esto. Así como el crecimiento en curso de la conciencia humana colectiva no impide que haya habido en el mundo, antes que nosotros (en un pasa do no demasiado lejano), demasiado lejano), hombres mejor dotados indivi dualmente que muchos de nuestros contemporáneos, así tampoco, afirmo, el amor divino ha tenido en Pablo, en Agustín o en Teresa de Jesús, una riqueza potencial que nos sería difícil encontrar en algún cristiano actualmente vivo. Pero lo que quiero decir es que, precisamente bajo la influencia de pasiones geniales como las de Pablo, Agus tín o Teresa, la teoría o la práctica del Amor total no han dejado nunca, desde Cristo, de precisarse, de transmitirse o de propagarse, de suerte que, por efecto de los dos mil años de experiencia mística que nos traen el contacto que podemos tomar con el foco personal del Universo, ha ganado tanto en riqueza explícita como el que nos es posi ble tomar con las esferas naturales del Mundo, después de dos mil años de Ciencia. El Cristianismo, me atrevería a decir, no es otra cosa que un «phylum» de amor en la Naturaleza. Y, mirado desde este punto de vista, no solamente no es estacionario, sino que está tan vivo que en este mismo momento pode mos observar que sufre ante nuestros ojos una extraordi naria mutación, elevándose a una conciencia más firme de su valor universal. [...] He aquí, decíamos anteriormente, el sentimiento que empiezan ya a experimentar en sí mismos los más adver tidos de los creyentes. Pero he aquí también, como anun ciábamos, el fruto de una elaboración cuya sede es el con junto del Pensamiento Pensamiento huma humano. no. Cuand Cuandoo un cristian cristianoo puede decir hoy a su Dios que lo ama, no sólo con todo su
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cuerpo y toda su alma, sino con todo el Universo, no Universo, no hace un descubrimiento repentino e individual, sino que su acción es la manifestación de un estado estado general y nuevo de la Noosfera. En la riqueza creciente de su formulación, el amor no sólo totaliza las disposiciones psicológicas del Mundo en un momento dado, sino que aclara y resume en él todos sus esfuerzos del Pasado: las dos condiciones esperadas por las que podríamos reconocer que representa realmente la forma superior buscada por la Energía Humana. ...De donde, finalmente, surge la cuestión siguiente. Por dos puntos críticos, la Energía Humana ha tenido ya la forma que le conocíamos en este momento: apari ción, primero, de la Vida, de donde ha salido la Biosfera; aparición, después, del Pensamiento, que llega a la Noosfera. ¿No estaría en curso, desde el nacimiento cristiano del amor, una metamorfosis ulterior, la última: la toma de con ciencia de un «Omega» en el corazón de la Noosfera, el paso de los círculos a su centro común: la aparición de la «Teosfera» «Teosfera»? - «La energía energía humana» humana»,, en EH, pp. pp. 165-16 1 65-166, 6, 169-171, 169-1 71, 173
El Universo, culminando en una síntesis de centros, en perfecta conformidad con las leyes de la Unión, Dios, Centro de los centros. Es en esta visión final donde culmi na el dogma cristiano. Lo que viene a ser de una manera tan exacta y tan precisa el punto Omega, que nunca me habría atrevido a considerar y formular de una manera racional su hipótesis misma si, dentro de mi conciencia de
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creyente, no hubiera encontrado ya no sólo su modelo especulativo, sino su misma realidad viviente. [...] El Cristianismo es real, en primer lugar, por la ampli tud espontánea del movimiento que alcanzó a crear en el seno de la Humanidad. Dirigiéndose a todo el hombre y a todas las clases de hombres, ha encontrado de golpe su lugar entre las corrientes más vigorosas y más fecundas que haya registrado hasta ahora la historia de la Noosfera. Ya se adhiera o se separe uno de él, ¿no son su impronta y su persistente influencia completamente sensibles por todas partes sobre la Tierra moderna? Sin duda, una categoría cuantitativa de vida medida por la magnitud de su radio de acción. Pero, añadiría por mi parte, también, y sobre todo, categoría cualitativa que se expresa, como en el caso de cualquier progreso bioló gico, por la aparición de un estado de conciencia específi camente nuevo. Y aquí estoy pensando en el amor cristiano. El amor cristiano, ese algo incomprensible para aque llos que no lo han gustado. Que lo infinito y lo intangible puedan ser amables; que el corazón humano pueda latir para su prójimo con una caridad verdadera, todo eso pare ce a muchas personas que conozco simplemente imposible y casi monstruoso. Y, no obstante, fundado o no sobre una ilusión, que existe un tal sentimiento y que incluso llegue a ser anormalmente potente, ¿cómo dudarlo con sólo registrar de una manera brutal los resultados que nunca cesa de producir a nuestro alrededor? ¿No resulta ser un hecho positivo el que, desde hace veinte siglos, millares de místicos hayan encendido en su llama unos ardores de tal manera apasionados que dejaron muy lejos tras de sí, en brillo y en pureza, los impulsos y las devociones de un amor humano cualquiera? ¿No es también un hecho que,
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por haberlo experimentado, otros millares de hombres y mujeres renuncian cada día a toda ambición y a toda ale gría que no sea la de abandonarse a él laboriosamente cada vez más? ¿Y no es un hecho, finalmente, y esto lo garan tizo, que si el amor de Dios acabara por extinguirse en el alma de los fieles, el enorme edificio de los ritos, de la jerar jerarqu quía ía y de las doctr doctrin inas as que repr repres esen enta ta la Iglesia reca reca ería instantáneamente en el polvo del cual salió? Que de verdad sobre una región apreciable de la Tierra haya aparecido una zona de pensamiento en la cual creció un verdadero amor universal, y que esto no sólo haya sido concebido y predicado, sino que se haya revelado como psicológicamente posible y prácticamente operante, he aquí algo que es para la Ciencia del Hombre un fenómeno de capital importancia, tanto más capital cuanto que este movimiento, lejos de amortiguarse, parece aún querer ganar en rapidez y en intensidad. - «El Fenómeno cristian cristiano», o», en FH, FH, pp. pp. 353-3 3 53-354 54
Apé A pénd ndic icee El corazón de la fe de Teilhard de Chardin, cuestionado y reafirmado
La visión espiritu esp iritual al de Teilhard Teilhard de d e Chardin Chardin nació naci ó en las trincheras de la primera guerra mundial y permaneció con él durante toda su vida. Una ardiente mística cristocéntrica fue fu e la fuente de todas sus energías, energías, el corazón de su gran f e y devoción, devoción, el firme firm e apoyo a poyo de su extraordinaria fideli fid elida dad. d. E sta st a fe viva en el Dios vivo inmerso en el mundo y en todos to dos sus trabaj tra bajos os lo inspiró y lo sostuvo sost uvo a través travé s de todas las vicisitudes de su vida y su carrera. Su fuerza dinámica lo motivó para comunicar a otros una fe de la que vivir, para ver, sentir y amar el corazón de Dios y el corazón de un mundo con su febril latido de movimiento, cambio y devenir. Aproximadamente Aproxim adamente un mes antes de su muerte en abr a bril il de 1955, Teilhard quiso describir su visión una vez más. Dicha visión se resume resume en su f e en «lo Crístico», Crístico », que es también el título del último de sus grandes ensayos. Algún tiempo antes había escrito a un amigo: «No desearía mo rir antes de haber expresado este extraordinario Crístico más o menos como lo entreveo, con un sentido de asom bro que no ha dejado de crecer». Y en las notas de un reti ro que hizo por entonces escribió: «Jesús, Dios mío, una vez más la misma oración, la más ardiente, la más humil de oración: haz que termine termine bien, [... [. ..]] que termine bien, bien,
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es decir, que tenga el tiempo y la ocasión de formular mi Mensaje Esencial, Esencial, la Esencia Esen cia de Mi Mensaje» M ensaje» [ Citado en la introducción a «Le Christique» («Lo Crístico»), en CM, p. 95j. Este mensaje esencial esenc ial se encuentra bellamente expre sado en «Lo Crístico», que incluye también un honrado examen de la validez y la coherencia de lo que Teilhard había visto y sentido a lo largo de su vida. Pero su com prensión prensi ón de la clase c lase de religión que el mundo mundo de hoy y de mañana necesita se reafirma como el creciente despertar del espíritu y como una visión del Cristo cada vez más grande. grande. El prim pr imer er pas p asaj ajee recogido recog ido a continuación se toma de la sección final del ensayo «Lo Crístico» (1955), que in cluye penetrantes penetra ntes cuestiones cuestiones y una fuerte fue rte reafirmaci reafirmación ón de la f e de Teilh eilhar ard. d. El segundo segundo pa pasa saje je nos hace remontarnos a los primeros años de los escritos de Teilhard, en los que redactó sus primeros ensayos. Fue en ellos donde expresó po p o r prime pr imera ra vez su mensaje sobre la comunión comunión con Dios Di os a través de la comunión con el mundo, una visión de gran po p o d e r espirit e spiritual ual transmitido con gran since s incerid ridad ad pe perso rsona nal l y con un lirismo conmov conmovedor. edor. El texto está tomado de la sección sobre «La comunión» en el ensayo «El sacerdote» (1918), escrito poco antes de que Teilhard hiciera sus vo tos solemnes como jesuíta. El ensayo prefigura la poste rior Misa Misa sobre el Mundo (1923), ( 1923), con su ofrenda cósmica del mundo mundo y de toda la vida a un glorioso glorio so centro centro person per sonal al y divino cuya energía y amo amorr irradian a través de dell univer so: el corazón vivo de un mundo vivo. *
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L a religión de mañana: DESPERTAR DEL ESPÍRITU Y VISIÓN DE CRISTO
¿Adonde dirigimos, entre las diversas corrientes de pensa miento modernas, para encontrar, si no la plenitud, sí al menos el germen de lo que [...] puede ser considerado como la Religión de mañana? En este orden de ideas, hay una primera constatación que se impone, a saber, que [...] la especie de Fe energéti camente requerida para el funcionamiento de un mundo humano totalizado no ha sido aún formulada de manera satisfactoria en ningún lugar en tomo a nosotros. [...] Admitámoslo: si los neo-humanismos del siglo xx nos des-humanizan bajo su cielo demasiado bajo, las formas aún vivas del teísmo (empezando por la cristiana), a su vez, tienden a sub-humanizamos en la atmósfera enrareci da de un cielo demasiado alto. Sistemáticamente encerra das aún en los grandes horizontes y en los grandes vientos de la Cosmogénesis, ellas ya no sienten de verdad con la Tierra, porque todavía pueden reducir, como un aceite lubricador, los rozamientos internos de la Tierra, pero no (como sería necesario) animar sus dinamismos. Y es aquí donde resplandece la virtud de «lo Crístico», tal como éste se nos ha mostrado en lo que se ha expues to, engendrado por el encuentro progresivo, en nuestra conciencia, entre las exigencias cósmicas de un Verbo en carnado y las potencialidades espirituales de un Universo convergente. En el seno del Medio Divino se efectúa, co mo hemos visto, una rigurosa composición entre fuerzas del Cielo y fuerzas de la Tierra. [...] En verdad, desde el instante en que, en lugar de ais larlo y oponerlo a lo que se mueve, lo «conectamos» con resolución al Mundo en movimiento, el Cristianismo,
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por muy obsoleto que pueda parecer [...], retoma instantá nea e íntegramente su poder inicial de activación y de seducción. Porque sólo el Cristianismo, entre todas las formas de adoración nacidas en el curso de la historia humana, mani fiesta, como consecuencia de este «embrague», el asom broso poder de energizar hasta el extremo, «amorizándolas», tanto las potencias de crecimiento y de vida como las potencias de disminución y de muerte, en el corazón y en el curso de la Noogénesis donde nos encontramos envueltos. Repito que esto es, y siempre lo será, el Cristianismo. Pero un Cristianismo «renacido», tan seguro como en los primeros años de su existencia de que va a triunfar maña na, porque sólo él es capaz (por la doble virtud, po p o r fin totalmente comprendida, de comprendida, de su Cruz y de su Resurrección) de convertirse en la Religión específicamente motriz de la Evolución. [...] ¿Cómo ocurre entonces que, mirando en tomo a mí y todavía embriagado por completo por lo que se me ha apa recido, me encuentro casi el único de mi especie, el único que ha visto... incapaz, visto... incapaz, pues, cuando me lo piden, de citar un solo autor, un solo escrito, en que se reconozca, clara mente expresada, la maravillosa «Diafanidad» que lo ha transfigurado todo ante mis ojos? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que, «tras bajar de la montaña» y, a pesar de la magnificencia que llevo en mis ojos, yo me descubra tan poco mejor, tan poco pacificado, tan incapaz de expresar en mis actos y, por tanto, de comu nicar efectivamente a los otros la maravillosa unidad en que me siento sumergido? ¿El Cristo-Universal? ¿El Medio Divino?...
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Después de todo, ¿no sería yo tan sólo el juguete de un espejismo interior?... Esto es lo que me pregunto muchas veces. Mas he aquí también que contra ello, desde el fondo de mí mismo, se levantan tres olas sucesivas de evidencias, cada vez que me pongo a dudar, barriendo de mi espíritu el falso temor de que en mi «Crístico» pueda ser una sim ple ilusión. Evidencia, en primer lugar, de la coherencia coherencia de este inefable Elemento (o Medio) establecido en lo más pro fundo de mi pensamiento y de mi corazón. Naturalmente (lo sé muy bien...), a pesar del ambicioso esplendor de mis ideas, yo sigo, en la práctica, en una imperfección que me inquieta. A pesar de las pretensiones de su formulación, mi fe no produce en mí tanta caridad real ni tanta confian za sosegada como produce, en la humilde persona arrodi llada a mi lado, el catecismo que todavía se enseña a los niños. Pero también sé que esta Fe sofisticada, que tan mal utilizo, es la única que puedo soportar, la única que me satisface e incluso (no puedo dudarlo) la única capaz de ser suficiente para los «carboneros» y las «mujeres senci llas» de mañana. Evidencia, en segundo lugar, de la po la poten tenci ciaa contag con tagio io sa de sa de una forma de Caridad en la que se hace posible amar a Dios no sólo «con todo el cuerpo y con toda el alma», sino con todo el Universo-en-evolución. Me resultaría imposible, como acabo de admitir, citar una sola «autori dad» (religiosa o laica) a propósito de la cual yo pueda dar testimonio de que en ella, en el lado de la «visión cósmi ca» o en el lado de la «visión crística», me reconozco hasta el extremo. En cambio, ¿cómo no sentir estremecer se en tomo a mí (aunque sólo sea a la manera en que «mis ideas» se extienden) la muchedumbre de todos los que
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-desde las fronteras de la increencia hasta el fondo de los conventos- piensan, sienten o, al menos, entrevén exacta mente igual que yo? Conciencia reconfortante, en verdad, de no descubrir nada por mí mismo, sino de hacer resonar, lisa y llanamente, lo que por fuerza (dado un cierto estado del Cristianismo y del Mundo) vibra por todas partes en las almas que me rodean. Y conciencia exaltante, como consecuencia, de no ser ni yo ni el único, sino de ser legión, de ser «todos», incluso en la medida en que se reconoce, palpitante en el fondo de mí, la unanimidad de mañana. Evidencia, por último, de la superioridad (pero (pero al mis mo tiempo de la identidad) identidad) de lo que yo veo en relación con lo que se me había enseñado. Por su función misma, ni Dios que nos atrae puede ser menos perfecto, ni el Mundo con el que co-evolucionamos puede ser menos estimulante de como nosotros lo concebimos y tenemos necesidad. Tanto en un caso como en otro (a menos que se admita una disociación positiva en el tejido mismo de las Cosas), la verdad se halla en la dirección de lo máximo. Ahora bien, como hemos visto anteriormente, es en lo «Crístico» donde, en el siglo en que vivimos, lo Divino alcanza la cima de lo adorable y lo Evolutivo un extremo de activación. Entonces, ¿qué quiere esto decir, sino que es en este lado, inevitablemente, donde encaja y donde, tarde o temprano, se unificará lo Humano? Y he aquí que, de repente, mi aislamiento y mi singu laridad aparente se explican con toda naturalidad. Por doquier sobre la Tierra, en este momento, en el seno de la nueva atmósfera espiritual creada por la apari ción de la idea de Evolución, flotan, en un estado de extre ma sensibilización mutua, el amor de Dios y la fe en el Mundo: los dos componentes esenciales de lo Ultra-
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Humano. Estos dos componentes están por doquier «en el aire», pero generalmente no lo bastante fuertes, ambos a la vez, para vez, para combinarse uno con otro en un mismo sujeto. En mí, por pura suerte (temperamento, educación, ambiente...), ambiente...), al encontrarse encontrarse favorable favorable la proporción de uno y otro, se ha operado la fusión espontáneamente, demasia do débil aún para propagarse explosivamente, pero sufi ciente, sin embargo, para establecer que es posible la reac ción y que un día u otro se establecerá la cadena. Nueva prueba de que le basta a la Verdad aparecer una sola vez, en un solo espíritu, para que nada pueda, ya nunca más, impedir que lo invada lo inflame todo. - «Le Christique», Christique», en CM, pp. pp. 112-117 112-1 17
El
t r i p l e s u e ñ o d e l a m o r : unión con
Dios
A TRAVÉS DE LA COMUNIÓN CON LO REAL
De la misma manera que no tengo derecho, por razonar sobre los Objetos exteriores, a separarme de su suerte, tampoco puedo escapar, en mi ser personal, a lo Divino, cuya invasión progresiva contemplo por todas partes en tomo a mí. Si alguna vez había imaginado que era yo quien toma ba el Pan consagrado y quien se alimentaba con él, ¡con qué luz veo ahora que es él, por el contrario, quien se apo dera de mí y tira de mí hacia él! La diminuta Hostia inerte se ha convertido ante mis ojos en algo tan vasto como el Mundo, tan devorador co
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mo una hoguera. Me domina absolutamente. Quiere vol ver a cerrarse sobre mí. Una inagotable y universal Comunión es la culmina ción de la consagración universal. Yo no sabría, Señor, sustraerme a tanto poder, y dicho samente a él me entrego. Me confío ante todo, Dios mío, a los poderes genera les de la materia, de la vida, de la gracia. El Océano de energías, incontrolables para nuestra debilidad, en cuyo seno flotamos, sin ser apenas capaces de orientamos, ni de bordearlo un poco; helo aquí convertido para mí en la bienhechora capa de agua de tu acción creadora. La parte de lo que hay «in nobis sine nobis», tan grande en mí que mi libertad parece sumergida en ella, la siento como cáli da, animada, cargada de la virtud organizadora de tu Cuerpo, Jesús. Por medio de cuanto subsiste y resuena en mí, de cuan to me dilata por dentro, me excita, me atrae o me hiere desde fuera, Tú me trabajas, Señor. Tú modelas y espiri tualizas mi arcilla informe; me cambias en Ti... Para apoderarte de mí, Dios mío, Tú que te encuentras más lejos que todo y más profundo que todo, recurres y te alias con la inmensidad del Mundo y con la intimidad de mí mismo. Siento que llevo en lo más secreto de mi ser el esfuer zo total del Universo. Yo no me dejo arrastrar pasivamente por esas benditas pasividades, Señor, sino que me ofrezco a ellas, y las favo rezco con todo mi poder. [...] Para favorecer tu acción, a través de todas las cosas, en mí, haré más todavía, Dios mío, además de abrirme y ofre cerme a las pasividades de la existencia. Me asociaré con fidelidad a tu trabajo sobre mi cuerpo y sobre mi alma. Me
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esforzaré por seguir y prevenir los impulsos más ligeros que provengan de Ti. [...] Para apaciguar tu hambre y tu sed, para alimentar tu cuerpo hasta su pleno desarrollo, tienes necesidad de encontrar entre nosotros una sustancia que puedas llegar a consumar. Este alimento pronto a ser transformado en Ti, este soporte de tu Carne, seré yo quien te lo prepare libe rando en mí, y en todas partes, el Espíritu. -
El Espír Espíritu itu,, mediante mediante el esfuerzo (incluso (incl uso nat natu ural) ral) de conocer lo verdadero, de vivir el bien, de crear la belleza... El Espíritu, Espíritu, mediante la separación de las potencias potencia s inferiores y malas... El Espíritu, Espíritu, por la práctica social social de la Carida aridad, d, que que es la única virtud capaz de unir la multitud en un alma única...
Promo Promover ver,, por poco que sea, el despertar del Espíritu en el Mundo es ofrecer al Verbo Encamado Verbo Encamado un acrecenta acrecent a miento miento de realidad y de consistencia consistencia,, hacer posible que su influencia se adense entre nosotros. ¿Qué quiere esto decir, Señor, sino que a través de toda la anchura y el espesor de lo Real, a través de todo su Pasado y de todo su Devenir, a través de todo cuanto acep to y hago por las servidumbres, las iniciativas, y la obra misma de mi vida, yo soy capaz de alcanzarte, de unirme a Ti y de progresar indefinidamente en esta unión? Tú realizas con una plenitud inaudita, mediante tu Encamación, el triple sueño del amor: envolverse en el Objeto amado hasta quedar sumergido en él; intensificar sin cesar su presencia; y perderse en él sin llegar jamás a saciarse de él...
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¡Que la sustancial y mortificante influencia de Cristo se expanda cada vez más en todos los seres, y que desde ellos se derrame sobre mí para vivificarme...! ¡Que el contacto pasajero y circunscrito con las espe cies sacramentales me introduzca en una comunión uni versal y perpetua con Cristo, con su voluntad omniagente, con su Cuerpo místico ilimitado...! Corpus, sanguis Domini nostri Jesu Christi custodiant animam meam in vitam aeternam. Amen. - «El sacerdo sacerdote», te», en en ETG-C, ETG-C, pp. pp. 326-33 326 -3300