FINANCIARTE 2009 Producción Editorial: Cuento
Six Pack
Carlos Reyes Ávila
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CONTENIDO
Black G. /6 Veinte mil al mes / 10 Culito de Barbie / 15 Arrodillada y virgen / 22 Esclava, esclava / 29 Follando con el pato Donald / 39 Princessa / 43 ¿Por qué no vienes y me robas? / 48 Bórders / 54 Six Pack / 67
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Christian Ferrer dice que existen dos maneras de explorar el cuerpo del Christian
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otro, de conocerlo, una es el ultraje y otra la caricia. ¿Qué hace el hombre frente al cuerpo ajeno, es otro en que se esconden los secretos de la otredad? Lo sagrado y lo profano están unidos, no hay una dualidad hasta el final, incluso la palabra cuerpo me parece un error, porque se dice de “lo que ocupa un lugar en el espacio”; el cuerpo humano no es cuerpo. La palabra cuerpo indica una cosificación; en hebreo en el texto bíblico, la palabra para cuerpo es nefesh, que quiere decir alma o deseo, una dimensión espiritual del cuerpo. El cuerpo, como decía Nietszche, tiene más razones que tu razón, es un conjunto de razones, es un templo, es un microcosmos donde hay montañas, ríos, todos los personajes bíblicos, todo una Torah.
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Hay una fiesta judía (sinjatorah) en la que se baila todo el día con la Torah como si fuera una novia, con el fin de bailar los días siguientes del año con la novia como si fueran los rollos de la ley, es decir, un resumen del universo. Hay otra fiesta en la cual hay que emborracharse de tal forma en que se confunda al amigo con el verdugo, para no seguir dividiendo el mundo entre Dios y Satán. Hay que aprender a escaparse del imperio del dualismo, descubrir una dimensión donde uno puede distinguir sin separar”.
Rubén Kanalenstein
“De todas las aberraciones sexuales, la más singular tal vez sea la castidad” Gourmond
“Una de las supersticiones del ser humano es creer que la virginidad es una virtud”. Voltaire
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“Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones: El asesinado no es irresponsable de su propia muerte. Y el robado no es libre de culpa por ser robado. El justo no es inocente de los hechos del malvado. Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace. Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y aún más a menudo, el condenado es el que lleva la carga del sin culpa. No podéis separar el justo del injusto, ni el bueno del malvado, porque ellos se hallan juntos ante la faz del d el sol, así como el hilo blanco bl anco y el negro están tejidos juntos. Y cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar también el telar”.
Khalil Gibrán
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BLACK G.
Una
de mis obsesiones cuando joven era saber cómo eran las vaginas de
las negras. Debajo de toda esa carne, brillante, sudorosa, ¿cómo sería eso? ¿Rosada como las demás? ¿Amplias y profundas como cavernas? Siempre me gustaron esas mujeres, con esos poderosos traseros y esos pechos pesados que podían asfixiar a un hombre. Tuve una amiga en la preparatoria, Brenda, una chica agradable pero no zorra, tampoco mocha, simplemente no era como las demás en la prepa que andaban que les urgía que les llenaran el hueco. Le pregunté a Brenda cómo tenían la vagina las negras, me dijo que igual que la de mi chingada madre, y me dejó de hablar de por vida. Me tachó de racista y pervertido. La verdad, era una simple pregunta, no le costaba nada portarse como una persona sensata y contestarme bien. ¿En qué la estaba ofendiendo? La racista era ella, además de paranoica. No siempre que uno se acerca a una negra la quiere joder. Al menos en mi caso no fue así. Su torcida mente la hacía pensar cosas raras. Luego vi pornografía de negras, pero no, no era lo mismo. Yo quería verlas directamente, tocarlas, olerlas, probarlas. Se me paraba nomás de pensarlo. Durante un buen rato junté dinero para irme a buscar alguna prostituta negra. Cuando tuve lo suficiente me lo gasté en otras putas, ninguna
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negra. La obsesión me duró un buen. Me metí con putas morenas, prietas, pero no era igual, no sudan lo mismo, no me servían. Mi obsesión fue tal que las putas blancas me daban asco. Al desnudarlas y ver su lechosa piel y abrir sus labios rosados, no me excitaba, más bien me daban pena. No había contrastes. Esas pieles y esas vaginas se me hacían muy pobres sexualmente, con poco potencial creativo. No eran dignas de cogerse. Ya grande se me pasó la euforia y agarraba lo que fuera, aunque dentro de mí había un sentimiento de vacío por no haber encontrado la negra que me hacía falta. De hecho pensé mil veces pedirle perdón a Brenda, la única real negra que conocía, pero nunca me perdonó. La embarré muy fácil. En mis vacaciones salí con unos cuates. Conocí una francesa, Lilit. Andaba con un grupo de amigas, parecían las spice girls francesas, claro, ella era la negra. Eran prostitutas, yo no lo sabía. Andaban buscando mexicanos con dinero. No parecían prostitutas, pero lo eran. Las conocí en un bar, les invité unos tragos, luego otros, hasta quedarme sin efectivo. Les caí bien y me invitaron a su casa que rentaban. Charlé con Lilit y le conté de mi antigua obsesión y de cómo la había cagado con Brenda. Se rió de mí. Me consoló diciendo que a lo mejor Brenda quería conmigo y yo la había decepcionado. Uta! fue peor. Brenda pudo ser la mujer de mi vida. Hasta pude haber tenido hijos negros con ella. - Y ¿todavía quieres saber cómo son las vaginas negras? - me preguntó. - Por supuesto, yo no me puedo quedar así. - Te voy a enseñar la mía, pero nomás la puedes ver, no puedes tocar.
Se levantó la falda, se hizo a un lado el calzón y me la enseñó. Definitivamente yo estaba en lo cierto, era espectacular. Violenta como ninguna
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de las demás vaginas, deslumbrante con la piel negra que la envolvía y la mata de vello que parecía de alambre ensortijado. - No mames, está de lujo, -le dije. - Listo. Ya puedes descansar. Ahora consíguete una vida normal.
Para nada, después de esto, yo no me podía quedar así. Tenía que coger con una vagina negra. Lilit estaba demasiado lejos de mi alcance, era demasiada plata. Me recomendó a una conocida suya, una tal Georgina. Se hacía llamar así misma Black G. Algo así como Georgina negra, pero más allá. Todos la llamaban Gina por su nombre, pero además por vagina, como una abreviatura. En todo caso era black gina, vagina negra , Black G. Me dijo donde encontrarla, descansaba los martes. Los domingos me salía más barato porque casi no tenía clientes y era el día que más caliente andaba a causa de las crudas que le pegaban, con suerte hasta de gratis me andaría saliendo. Llegué a la cantinucha que me dijo Lilit, y obvio no tardé en reconocerla. - ¿Tú eres Black G.? - ¿Por qué? - Quiero echar un palo. - Son trescientos más el cuarto. - Está bien. - Hay otra cosa. Yo no trabajo con sólo un cliente. Necesito mínimo dos. Consíguete un amigo. Uno no me sirve ni para el arranque.
De lujo, yo traía como dos mil bolas, era todo mi resto. El problema era ¿de dónde iba a sacar otro cabrón que se quisiera coger una negra? Le llamé a mis cuates. Todos me habían mandado a la chingada menos uno, que dijo que
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me hacía el paro siempre y cuando yo pagara, y después le invitara una buena peda. - Ya déjate de chingaderas cabrón, le dije. Sí, hombre, sí te pago la peda, pero lánzate en caliente.
Se tardó casi una hora en llegar, y mientras estuve platicando con Black G. Estaba ansioso, desesperado. Por fin me iba a coger una vagina negra. Cuando mi cuate llegó nos tomamos dos copas y la caminera. Nos fuimos caminando al motel. Lo primero que hizo Black G fue cobrarnos, guardarse el dinero, quitarse un tacón y romper el foco del cuarto. - Sin luces, dijo, así me gusta a mí.
Me le dejé ir tratando de adaptarme a la oscuridad, pero no, no veía ni madres. Mi cuate no hacía nada, estaba acomodado en la cama. Le puse la cara en la vagina, empecé a oler, estaba deliciosa, en su punto. Le quité el calzón y se lo empecé a mamar. La pinche negra ni se inmutaba, sólo unos leves jadeos. Me sentí impotente. La quería violar. Le metí un dedo, luego dos, y luego tres. Le quería meter el puño entero, todo el brazo. Me quería meter de cabeza en esa vagina y quedarme a vivir ahí. De pronto el olor se volvió más denso, más fuerte, uta, apestaba, pero para mí estaba mejor, me excitaba, sólo que me empezó a doler la cabeza, y me detuve. Quise prender la luz, pero me acordé que Black G había quebrado el foco. Como pude llegué al baño, me senté en la taza y sentí mucho sueño. Cuando desperté ya era de día, mi cuate estaba dormido en la cama. No estaba la negra, ni mi cartera, ni la de mi cuate, ni los relojes ni nada. Sólo doscientos pesos en el buró que la muy méndiga nos había dejado para los boletos de regreso.
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20 MIL AL MES
Nunca
anduve con Alejandra porque eran muy altas sus pretensiones.
Quería que le diera los veinte mil al mes que ganaba en el teibol donde la conocí. Ni madres. Estaba buena pero no era para tanto. Además qué iba a hacer con una teibolera. Está bien para un rato, pero ¿de eso a que me casara con ella? nel. Estaba loca, aunque los tuviera no se los iba a dar a ella, mejor me los chupaba a gusto con una y con otra. Le dije que dejara el teibol y se los daba, pero que primero me demostrara que lo iba a hacer. No, ella los quería por adelantado. A chinga! Si ni ahí se los daban así, primero se los tenía que ganar. Que me diera a probar la mercancía, si no, no. Yo estaba seguro que no lo iba a dejar, por eso se lo propuse, esperando que no me saliera con una sorpresita. La bronca para ella, y la fortuna para mí era que no lo iba a hacer. Con ese sueldo su familia vivía a toda madre. Mantenía a su mamá, le pasaba de vez en cuando una lana a su papá cuando lo veía, y además le pagaba la escuela a su hermana, y le mantenía los dos hijos a su hermano. Así que a ella tampoco le quedaba mucho dinero que digamos. Por Alejandra hubiera estado bien que se los diera, pero por adelantado. Cómo iba a pagar sus cuentas mientras tanto. Que se chingue, pensé yo. Quién le manda dejar que la
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exploten de esa forma. Estaba deliciosa, pero no. Mejor le pagaba un privado y listo, terminaba con la tentación. La idea de tener una zorrita a mi disposición era buena, pero no tenía para tanto. Y ni aunque los tuviera, era demasiado derroche por pura calentura. Empezó a trabajar porque tenían broncas hasta el cuello. No le quedó otra; además, en el fondo le gustaba la idea de sentirse deseada por un montón de cabrones. No tenía qué trabajar tanto. Un rato por las noches y listo. Alejandra era la única que no se desnudaba por completo, se dejaba la tanga. Eso hacía que los hombres se volvieran locos por ella. Claro, las demás estaban más que vistas, ya no había misterios qué desvelar. Todos querían ver la mata que celosamente escondía, querían tocar ese pubis, ver qué tanto se lo rasuraba. En fin. Al principio le fue con madres. Veinte mil pesos de trancazo. Nunca los había visto juntos. Pagaron los tres meses de renta que debían, compraron las medicinas de los niños, le dio una lana a su jefa para el gasto y todavía le quedó un buen. Pensó en ahorrar, hizo sus cuentas, administró y calculó lo que iba a guardar cada mes. Pero no, las cosas no salieron como ella pensaba. Sabiendo la familia que Alejandra guardaba, empezó la pedidera. “Alejandra, dame para esto, dame para lo otro”. ¿No llenan, cabrones? Pensó. Pónganse a trabajar. ¿Nomás yo
me voy a chingar? Su mamá sabía lo que hacía, al principio se puso rejega, pero cuando vio la lana dijo: - Ay mija chula, te lo mereces, si estás bien guapa. Échale ganas y nomás no dejen que se pasen de listos.
Una que otra vez su hermano lo fue a buscar al teibol para pedirle una lana. - ¿No te pudiste esperar a que llegara a la casa, cabrón? –le dijo.
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- No, es que los necesito ya. Son para medicinas de la niña. - Sí cabrón, y yo soy tu pendeja ¿verdad? ¿Cuánto necesitas? - Nomás doscientos, carnala.
Alejandra fue a hablar con el dueño y le dio los doscientos. - Ten, pero no te los gastes aquí.
Se fue. Así de poco en poco se fueron gastando el dinero de Alejandra. Todavía no le pagaban y ya la familia entera tenía gastada la lana. - Fíjate que me compré esto, mija, pero me lo dieron barato, y en abonos. - Alejandra me pidieron esto en la escuela. - Ya vino dos veces el señor por la renta. - Y ¿lo que te di? - Es que se acabó el gas, mija y lo tuve que agarrar. - Y ¿lo del gas que te dejé? - Bueno tú también vives aquí, ¿no? Las cosas cuestan. Cuando tengas tu casa te vas a dar cuenta.
Alejandra sabía que si tuviera su casa le saldría más barato, pero ya qué, quién iba a mantener a los zánganos. La familia no quería que Alejandra tuviera novio. No se les fuera a salir del congal y luego cómo los mantenía. Ningún otro trabajo le iba a dejar los veinte mil al mes. - No le hagas caso a esos muchachos, hija, le decía su mamá. Ya sabes qué es lo único que quieren. Si quieren eso que te paguen. Si quieren que te salgas de ahí pos que te mantengan, y bien, mínimo con los veinte mil. Si no, nosotros qué hacemos. Tu hermana está estudiando para no acabar igual que tú encuerándose.
Ya nomás eso le faltaba, todavía que los mantenía y la veían mal. Como no estudió, pobre, se tuvo que volver puta. Pues ¿cómo? si no había para
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mandarla a la escuela y alguien tenía qué llevar dinero. Que se chingue ella, la chiquita no. - Está cabrón, Ale, le dije, mándalos a la chingada, que se pongan a trabajar - Ay, sí, cómo si lo fueran a hacer. Primero hacen que los corran de la casa y se quedan sin comer para chantajearme a mí. - Nada más lárgate y ya no los veas, vete a otra ciudad, ay que dios los ayude, tú ya les diste mucho. - Pues sí, no creas que no lo he pensado, pero me dan cosa los niños. - Tienen a sus papás, ¿no? Que se ponga a trabajar el huevón de tu carnal. Nomás se anda gastando tu dinero en putas y pedas. - El dice que no. - Bueno, ay tú –le dije.
Ni modo, pensé yo, ella quiere estar así. Por un momento me dio lástima, pero no, pronto recuperé cordura. Una noche la estuve viendo detenidamente, analizándola, estudiándola, viendo sus gestos e imaginando qué pensaba, si estaba preocupada por el dinero o por los niños. No’mbre. Le gustaba estar ahí. Vi que lo disfrutaba. Le vi la mirada cuando bailaba. Esa actitud de “ soy la más buena de todas, todos quieren conmigo”. No la culpo. De la puerta para adentro el
mundo es otro, es otra realidad, te transportas. El ambiente, el neón, el humo, los drinks, el baile, los tacones altos, las tangas, la música, ese ambiente de relax, de fiesta, de celebradera, la orgía múltiple en los privados, todo eso hace que te desconectes de la vida. Si uno como cliente se evade de sus broncas al entrar ahí, imagínate, cómo estarán ellas. Uno va un rato de vez en cuando, cuando hay algo de dinero para derrochar. Ellas están ahí desde que abren hasta que cierran, todos los días. Se vuelven adictas a esa sensación de evasión y éxtasis,
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además saben que ganan veinte mil al mes, más alguna comisión por un trabajo especial. Ellas lo asimilan como parte de su vida, de su mundo. Un día que no vayan a bailar y les queda un hueco en el alma y andan todo el día sin saber por qué se sienten así. Están tan sumidas en el hoyo que no lo hacen consciente, no lo saben, se evaden. Dicen, como Alejandra, que la familia, que los niños. No, mentira. Son esclavas del lugar que las devora y les come la voluntad. Hay un momento preciso en el que pueden salir, y quitarse esas cadenas invisibles, si te quedas ahí un poco más, ya no encuentras la salida e incluso no sabes si quieres salir. Afuera no eres nadie, una golfilla como cualquiera. No eres la reina de la noche, no te presentan con un nombre exótico, como una joya preciosa que todos ansían. Nadie te pone la cara de pendejo que te ponen ahí. En ese lugar por fin eres alguien, y más que alguien, un oscuro objeto del deseo. Todo por veinte mil al mes. Al principio porque después te reducen el sueldo y ya no te queda otra más que seguirle chingando. No puedes hacer otra cosa, no sabes, y aunque lo supieras, no es lo mismo, no eres la estrella de la noche, el plato fuerte.
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CULITO DE BARBIE
Estaba
en casa de Miguel con una peda que se estaba convirtiendo en
cruda. Ya no teníamos nada qué beber. La esposa de Miguel estaba de vacaciones, y como yo no tenía dinero para irme a la casa opté por quedarme ahí. Miguel estaba pedísimo, dormido en su cuarto. Yo, con una peda que se estaba convirtiendo en cruda. Lo peor del caso es que la calentura me estaba llegando. Estaba en el cuarto de los niños de Miguel, fumando y acordándome de Gaby. Méndiga muchacha, ¿Dónde estaría? Si estuviera al alcance ya la estaría poniendo a que me hiciera una puñeta. Ella se hubiera puesto sola, de hecho. Yo prefería tirármela, pero con aquello de “me da miedo” , y “¿si me duele?” , total terminaba te rminaba nomás jalándomela ja lándomela hasta que me m e venía. Me acuerdo la
primera vez que me vine en su mano. - Ahora sí nos pasamos, -me dijo.
Estaba asustada, como si hubiéramos cometido el peor de los pecados. Pues qué pensaba, por ahí sale semen con tanta fricción, o ¿qué a poco no sabía? Ay, siempre me han tocado mujeres muy inexpertitas, puras niñas bien con ganas de que yo sea el que las conduzca por el camino del mal. Yo creo que en el momento pensó en cortarse la mano, la muy wey.
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Durante toda la carrera anduvimos y no. Tuvimos temporadas. Entre que le poníamos a veces, y entre que cada uno se distraía con su cada cual, pero al final terminábamos poniéndole. Aunque no templábamos. Gaby tenía unos senos deliciosos, los mejores en mi haber. Parecía una paloma pechugoncita, y me daba mucho material para mis prácticas onanistas. Cuando la conocí, estaba flaquita, flaquita, parecía que se iba a romper. Tenía un traserito de barbie, no por lo bueno, sino por lo pequeño. Pero yo siempre fui bueno para descubrir el potencial en las mujeres. Donde los otros no veían más que una chavita flaca, yo veía unos senos gloriosos debajo de la blusa. Hay que abrirse bien de ojos para ver lo que está por verse con el tiempo. Apuntarse desde antes, porque cuando se asomen aquellas cosas ya todos van a andar como perros. Eso me pasó a mí. Yo la descubrí primero. De hecho ella me descubrió a mí. Yo fui el que le gustó a ella. Me lo dijo su hermana. Las primeras veces que tuvimos acción, fue en mi casa. Yo tenía un cuarto al fondo del patio donde nadie entraba y donde nada se oía. Era perfecto para ponerle. La llevaba ahí, platicábamos leve y le empezábamos a poner. La primera vez sólo le pude bajar un poco la blusa y chuparle un pezón. Gaby tenía mucha sensibilidad en sus senos. Se verdaderamente estremecía cuando se los chupaba, le encantaba. Ese día le tomé la mano y se la puse en mi pene por encima del pantalón. No la quitó, muy por el contrario me lo agarró con fuerza. No pasó nada más. Ya después con el tiempo las cosas se pusieron candentes, y subieron de color. Me acuerdo que una vez la agarré por la espalda y le manoseé los senos. Gaby me las tomó y me las bajó hasta su entrepierna. Por fin la chica ponía iniciativa. Es el montecito más pequeño que he tocado, con tres dedos lo
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abarcaba todo. Se me puso cachondísima. Me desabroché el pantalón y le volví a poner la mano en mi pene. Fue la primera vez que tocó uno, parado y duro. No me vine, pero se puso bien. Así hasta aquella vez que me vine en su mano. Después de eso, todos nuestros actos consistían en fajes y masturbaciones hasta que me venía. Era como coger, pero sin penetrarla. Con los días las ropas fueron desapareciendo hasta que fajábamos totalmente en pelotas. Gaby se negaba a quitarse los calzones porque sabía que así en cualquier momento se la metía. Según ella su primera vez quería que fuera todo romanticismo, con velas y pétalos de rosas y en Venecia. ¡Qué carajos pensaba! Lo que hacíamos estaba ya a dos metros d lo porno y ella todavía con la cabeza en Venecia. Además a mí no me resultaba romántico, sino cursi a morir. No cedía, y no cedía hasta que un cuate me dijo, “pues dale lo que quiere, wey, ponle sus pinches velas, prende inciensos, tapa todas las ventanas y que lo demás se lo imagine”. Pues tenía razón, si
ese era su viaje, a mí qué me costaba dejarla que se imaginara sus loqueras. Hice todo, arreglé el cuarto como quería y listo. Ese día tampoco cogimos, pero me la mamó. Andaba rondando por mi ombligo, y luego en mi pubis cuando le dije: bésame. No le dije que me la mamara, pero p ero ella así lo interpretó. Mejor. M ejor. Me vine en su boca, no puse la menor atención en venirme fuera de ella. Ya prendido me importó un carajo y se lo dejé ir. No me reclamó ni nada. Para ella, que no sabía nada de nada, fue normal. Las siguientes veces, la maniobra consistió no sólo en masturbación, sino en sexo oral. Tampoco era una maestra, apenas se metía la punta, pero hábilmente me las arreglaba para metérsela hasta el fondo. También fue frustrante porque vi que Gaby no pensaba en coger. Con que me viniera era más que suficiente, pero eso no se podía quedar así, yo se la quería meter.
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Tantos méndigos años, y nada. Yo se la quería ensartar en su agujerito de barbie. Hablé con ella, y le dije que me rendía. No íbamos a coger nunca, estaba claro. Ya no iba a insistir. En un mes yo me iba a ir de la ciudad a estudiar en otra parte. Ya no nos íbamos a ver, así que pensaría que estaba mejor así como “en lo que nunca pasó”. - ¿Cómo que no? Ah no, esto no se puede quedar así , -dijo, lo tenemos qué hacer antes de que te vayas. Tantos años para que nunca lo hagamos. Ahora lo hacemos porque lo hacemos.
Dijo que el siguiente viernes lo haríamos, que consiguiera una botella de tequila, que organizáramos una velada romántica, que comprara condones y que lo haríamos esa noche. El jueves, antes de ese día nos vimos en mi casa, y medio se la metí. Sí se la metí, pero no hasta el fondo, y muy pocas veces, unas tres o cuatro estocadas. Me acuerdo que hizo mucho pedo, no a mí, sino que gritó mucho, no de dolor sino de placer, porque incluso no me costó mucho trabajo entrar. Estaba tan mojada que fácil resbaló. Luego se quitó, me la mamó, me vine y se fue a su casa. - Mañana nos vemos, -dijo-, no se te olviden los condones. ¡¿Condones?!, ya se
la había metido y ni había hecho pedo. De veras que Gaby no sabía bien lo que hacía, podía ya ir embarazada y según ella todavía virgen. Me daba risa cuando platicábamos y decía que sí lo teníamos que hacer pronto, era la única de sus amigas que no lo había hecho, le daba vergüenza. - No es para menos, -le dije-, ¿veintitrés años, y todavía virgen? Cúrate, flaquita, no dejes que nomás te cuenten.
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El viernes primero me fui a pistear con un cuate a una cantina. Antes de las nueve salí y fui a comprar los condones y la botella. Iba en mi mero punto a cogerme el culito de barbie después de una tan larga espera. Cuando Gaby llegó, me la hizo de pedo que porque ya estaba borracho y no la pude esperar. No estaba borracho, nomás olía, y así tengo ya la cara. De cualquier forma nos fuimos al cuarto. Unos tragos, las mentadas velas e inciensos, y a ponerle. En ese momento sí ya se me estaba subiendo y prefería seguir bebiendo, pero no iba a dejar escapar la oportunidad. Comenzamos fajando como siempre. Ya la rutina la sabíamos de memoria, besarle las tetas, quitarle la blusa, arrancarle el brasier, me quito la camisa, ella me desabrocha el pantalón, me tumbo los calzones, me masturba un rato y el sexo oral, pero en ese momento eso se quedaba para después porque ahora sí iba a haber penetración. La dejé que se pusiera encima para que se fuera calando por si le dolía, estaba a madres de nerviosa. Todavía me preguntaba si le iba a doler mucho. - Pues te quitas y ya –le dije.
Me agarró la verga y se la acercó a la vagina, se empezó a sentar poco a poco, en un instante ya la tenía toda adentro. - ¿Qué? - me preguntó. - ¿Qué de qué? - ¿Ya es todo? ¿ no se suponía que me iba a doler? - No sé quien te dijo, no siempre duele, depende de qué tan lubricada estés. - Ahh, de haber sabido y lo hacíamos desde hace mucho. - Te dije.
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Y empezamos a coger. Brincaba que era un contento la cabrona, jadeaba, gemía, gruñía, y hacía unos ruiditos que nunca que me ha tocado volver a escuchar con nadie más. Era algo así como: - ah, ah, ah, ah, mmmmmm, ah, ah, ah, ah, mmmmmm.
Llevaba un ritmo chido. A la vez me daba risa y a la vez me ponía cachondo. - Ah, ah, ah, ah, mmmmmmm,
No le variaba, era como si me estuviera resucitando, aplicando primeros auxilios. Subía y bajaba, brincaba la méndiga, quería metérsela toda con todo y huevos. Me concentré para no venirme rápido, tanto me había costado que se mochara para venirme de volada. Luego me levanté sin sacársela. La puse a ella abajo, me puse sus piernas en el hombro, con sus rodillas al lado de sus orejas para que de a de veras le entrara toda. Empezó a gritar, no de dolor sino de placer. La verga se me puso dura como nunca. Le veía la cara de frente completamente excitada, estaba a punto de estallar. Yo me había prendido tanto que había agarrado mucha fuerza, sabía que no me iba a venir pronto así que lo disfruté más. Me separé y la puse en cuatro. - ¿Cómo? –me preguntó- ¿Por dónde?
Gaby pensó que le iba a coger el culo pero no. La penetré vaginalmente, y pronto entendió el movimiento. Me empezó a aventar el culillo de barbie contra el pito. Para ser virgen no estaba tan pendeja, aprendía rápido. La chica tenía potencial. Me he dado cuenta con las chavas vírgenes que me he cogido, que aunque no sepan tanto, ha pasado tanto tiempo que cuando lo hacen se dejan ir como recuperando el tiempo perdido. Terminé, y vi el condón para ver si toda la carga se había quedado adentro. - ¿Todo bien? -preguntó.
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- Sí, todo en su lugar.
La mandé en taxi y seguí bebiendo hasta ponerme pedo, pero antes le dije que me regalara sus calzones, los quería conservar como recuerdo. Me pidió los míos a cambio. Se los di. Todavía faltaban como veinte días para irme y Gaby no quería perder ni un segundo. Todos los días iba a la casa por su respectiva dosis. Parecía yonki. Veintiún veces me la cojí en total. Cuando me fui ya la había vuelto adicta al sexo. De vez en cuando me la volví a coger cuando regresaba de vacaciones. Tres para ser exactos. Me decía mientras la penetraba: - Yo pensé que nunca íbamos a estar así otra vez. - Siempre que venga te voy a coger, no te preocupes.
Pero no fue cierto. Después la chica tímida que me dio su virginidad había desaparecido. Era otra, más segura, más firme, menos manipulable. No sé qué imagen guardó de mí, pero ya no me hablaba igual. Ya no quiso volver a coger. Dijo que la única forma de que volviera a pasar era que los dos estuviéramos casados, cada quien con su cada cual, por supuesto. Quería experimentar conmigo la etapa de adúltera. Ay qué zorrita, quién viera a Gaby antes con su carita de mensa, sus manitas puñeteras, su boquita mamadora y su culito de barbie.
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ARRODILLADA Y VIRGEN
Después
de una sesión de sexo oral con mi novio, me levanté del sillón
de la sala y fui corriendo al baño para escupir el semen que se me había quedado en la boca. No siempre me lo trago, al menos no todo; no es que me de asco, simplemente no me lo quiero tragar. Antes de llegar al baño, en el pasillo, me detuve y escupí los restos en la pecera. Pobres pececillos, pero ni modo. ¿Por qué si su dueño me lo echa a mí en la boca, yo no puedo echárselo a ellos? La verdad aun no se por qué lo hice. Me sentí molesta, y lo hice, así nomás. Hace tiempo que ya no gozaba el sexo con Mauricio, mi novio, por eso prefería darle sexo oral, para que se quedara en paz, y no tener que soportarlo hasta complacerlo. De cualquier forma, cogiendo me insistía para que se lo chupara, y otra vez terminaba cediendo. El sexo fue lo que arruinó la relación. Sus modos machistas fueron los que me decepcionaron e hicieron que terminara por encontrar desagradable el sexo con él. Yo era virgen antes de andar con él. Habíamos andado hace tiempo en la secundaria, pero nunca había pasado nada más allá de un simple manoseo. Fue después, en la universidad cuando nos volvimos a encontrar y volvimos a andar. Aunque “andar” era un decir. Nos encontramos un día en la calle, y ni él ni yo teníamos pareja, nos volvimos a ver, nos hablábamos por teléfono y
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comenzamos a salir. Él era muy insistente en aquello que él llamaba lo que nunca hicimos. Yo no pensaba en él como en un novio, no lo éramos. Me invitaba a su
departamento siempre con una intención, que me acostara con él, pero nunca dejaba ver que quería que fuera su novia. Yo lo tenía muy claro, así que no pensaba darle gusto, pero me encantaba. Me fascinaba su personalidad fuerte y su libertad. Era fotógrafo y me llevaba a sus exposiciones, me tomaba fotos que nunca exponía, que guardaba según esto sólo para él. Se portaba bien conmigo pero no me pedía que fuera su novia. Muchas chavas se le acercaban siempre después de la exposición y le coqueteaban, pero seguía conmigo. Eran chavas guapas, unas muy guapas, yo no entendía por qué no se iba mejor con alguna de ellas. Creo que estaba más bien obsesionado conmigo. Fue después de una exposición cuando me llevó a su departamento junto con sus amigos y otras chicas. Después de que se fueron todos, sin tapujos se me lanzó. Me tomó del rostro y me empezó a besar. Comenzamos a fajar, y poco a poco nos empezamos a poner cachondos. Yo había bebido algunos tequilas, así que también me sentía caliente. De cierto modo quería demostrarle a las zorritas que yo era la que él quería así que no me detuve. Así lo iba a enganchar. Me tomó la mano y me la puso en su pene, no me la soltaba, ni yo hacía el intento por zafarla. La verdad, desde tiempo atrás imaginaba cómo sería tocársela, sentirla dura en mi mano. Estuvo bien. Al sentirlo supe que en verdad lo excitaba y eso me prendió más. Luego de eso, con la otra mano se desabrochó el pantalón, y me hizo tocarlo. Luego, casi de inmediato se bajó el bóxer y me volvió a poner la mano ahí. Sentí su vello púbico, su pene duro y caliente, con la punta humedecida. Él sólo me besaba, no me tocaba, estaba concentrado en su
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propio placer. Me empezaba a aburrir. Fue cuando de plano se bajó el pantalón y el bóxer hasta las rodillas. Me tomó de la cara y me dijo: - Chúpamela. - ¿Quéee? No. Estás loco.
E insistió. - Ándale, chiquita, estoy muy caliente, no me puedes dejar así. - Pero... no sé cómo... nunca lo he hecho. – le dije. - Yo te enseño. - Bueno.
Y me puse de rodillas. Se lo agarré y lo empecé a masturbar primero mientras pensaba lo que estaba haciendo o lo que estaba apunto de hacer. Lo puse en mi cara y lo acaricié con la mejilla, pero no me lo metí en la boca, apenas se lo rozaba. Pensaba que si lo hacía ya no me iba a poder echar para atrás. No sabía si me iba a arrepentir después, si iba a querer que fuera su novia o sólo me iba a botar. Tal vez si le gustaba se quedaría conmigo aunque fuera por eso. Se lo empecé a besar pero seguía sin metérmelo en la boca. Tenía que pensar rápido antes de que sospechara que lo estaba pensando demasiado. Lo entretuve un rato, calentándolo con el vaho de mi boca. Él ni cuenta se daba de lo que sucedía. Estaba tan caliente y tan sumido en sí mismo que no sospechaba. Los hombres pierden todo raciocinio cuando alguien se las va a mamar. Ahí estaba yo de rodillas frente a él, con su pene en la mano y en mi cara, ¿ya qué más bajo podía caer? pensé. Ya estoy aquí, lo hago y a ver qué pasa. Me lo metí en la boca, sólo un poco, la pura punta y lo chupé. Sentía muchos nervios, adrenalina, estaba emocionada haciendo algo que nunca había pensado
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hacer. Recordé la plática de una amiga que me contó cómo se lo hizo la primera vez a su novio. Yo no lo sentí tan desagradable como imaginaba. Era sólo un pedazo de carne en mi boca. Eso era todo. No sabía mal, tampoco bien, pero a él le daba placer. Entonces me tomó la cabeza con sus manos muy fuerte, me tomaba de la nuca, mientras esperaba que me dijera cómo se lo tenía que hacer, (finalmente él había dicho que me diría cómo). Nada, ni una palabra. Empezó a mover él solo su pelvis y me metía más su pene en la boca. En el primer movimiento me tomó desprevenida y me llegó casi hasta la garganta. Me dio un horror de asco, sentí que iba a vomitar. Pero me dio más pena hacerlo así que me aguanté. Puse mi mano en su pene entre mi boca y su pubis para que cuando lo moviera no me lo metiera hasta dentro, así medía y controlaba la entrada. Mientras estaba ahí, pensaba cuánto tiempo lo tenía qué seguir haciendo. Nunca se lo había hecho a nadie, así que era una total inexperta. No tenía mucho tiempo, si mucho dos minutos, cuando sentí un saborcito amargo en la boca. Se había venido. Me separé de inmediato y vi cómo se seguía viniendo en mi mano. Lo seguí masturbando hasta que me separó. - ¿Ya ves? No era tan difícil. - me dijo.
Me levanté para besarlo y de inmediato me separó con asco en un movimiento repentino. - Enjuágate la boca, -dijo.
Me sentí humillada. Después de hacérselo, y dejar que se viniera en mi boca, el muy cabrón no me pudo dar un beso, y me vio con asco. Me enjuagué y me senté a su lado. Ahora sí ya muy cariñoso me decía que me quería y me abrazaba, me hablaba bonito. Pensé que había valido la pena después de todo. Aunque seguía sin pedirme que fuera su novia. Diez minutos duró esa actitud
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melosa, cuando me besó y me pidió que se lo volviera a hacer. No podía creer la desvergüenza de este cabrón. ¿Me quería para estársela mamando toda la vida? Se me hizo tan absurdo que hasta risa me dio. Ya no me cabía ni el coraje. Estaba resignada, lo único que pensé fue hacérselo otra vez y que dejara de fastidiar. Sabía que si le decía que no, no me dejaría de fastidiar. No dije nada y comencé otra vez. Ya con la experiencia anterior no tuve tantos fallos, ya no me chocaban los dientes con su glande, ya me había adaptado al movimiento, me acoplé rápido. Se volvió a venir en mi boca, pero ya menos, un chorrito apenas. ¿Qué el muy cabrón no se podía venir fuera de mí? Le daban asco mis besos con su semen, pero él si me lo aventaba. ¿Al fin y al cabo era su semen, no? No dije nada. Ya conocía la rutina. Enjuagarme y después el beso y las palabras bonitas. Cuando me acerqué, él ya se había levantado y se preparaba para llevarme a mi casa. No lo podía creer. El muy cabrón me usaba para su propio placer y listo. Para tu casa. No señor. Le dije que no me iba a ir así. Ni siquiera me dejaba claro si íbamos a ser novios. Molesto me contestó que se sobreentendía, que era o-b-v-i-o. Qué manera de obviar las cosas, pensé. Pero yo no estaba satisfecha. Él había obtenido placer (dos veces) y yo qué?. Yo también estaba caliente, yo también necesitaba recompensa. Con mucho desgano se dispuso el monito y me besó bruscamente. Me tocó los senos, me apretó las nalgas, me levantó la blusa y me apretó un pezón. Era un bárbaro, pero era lo único que podía esperar. Tardé en calentarme, y él se dio cuenta, cuando de pronto me metió la mano en la entrepierna, por encima del pantalón. Me empecé a excitar. Me desabrochó rápido el pantalón y me tocó torpemente por encima del bikini. Me empecé a humedecer. Poco a poco lo fui arrastrando
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hacia el suelo hasta que quedamos acostados. Con la mano derecha me seguía tocando por debajo del bikini. Era la primera vez que alguien me tocaba ahí sin ropa. Sólo lo habían hecho por encima, nunca le había permitido a nadie que llegara más lejos. Me desentendí de él como él lo había hecho conmigo. Estaba concentrada en mi propio deleite. Noté que él ya se había cansado, pero yo no se lo iba a dejar tan barato. - Ahora te toca a ti. –le dije.
Puso cara de espanto el pobre. Nunca imaginó que se lo pediría. Si yo había probado su semen, él tenía que hacer lo justo. Me bajó de un jalón el pantalón con todo y bikini hasta los tobillos. Ahí estábamos en el piso de su departamento, ni siquiera para irnos a la cama. Si así iba a ser mi primera vez, hace años que lo hubiera hecho con cualquiera. Total todo era cuestión de calentura. Me comenzó a besar el ombligo y fue descendiendo poco a poco hasta encontrarse con mi pubis. El corazón me latía como nunca. La calentura me tenía loca. Se acomodó bien entre mis piernas, y con sus manos abrió mis labios descubriendo mi clítoris. Noté que no era tan experto como él presumía, no sabía bien cómo hacerlo, así que lo dirigí. Le acomodé mi parte en la boca y lo sostuve fuerte con las manos. Cuando se desacomodaba, lo volvía a poner en su sitio. Ese fue mi primer orgasmo. Me quedé tendida un rato y no esperé nada de él. Vi el reloj. Era tarde. - Llévame a mi casa. –fue lo único que le dije.
Esa fue mi primera vez y ni siquiera me penetró. Yo estaba dispuesta a todo, pero entre el primer y segundo sexo oral, al niño se le acabó la vitalidad. Vaya chasco. Seguimos viéndonos y todo, bla, bla, bla. Fuimos novios a pesar
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de todo, a regañadientes, porque cuando las zorritas se enteraron de lo nuestro se decepcionaron y tan prontas se acomodaron con los otros amigos de Mauricio. Hacíamos el amor, (si es que a eso que hacíamos se le podía llamar así) rutinariamente. Nuestra relación estaba basada en el sexo calendarizado. No había espontaneidad, ni sentimientos de entrega y compenetración. Adiós al romanticismo que vas cultivando desde peque. Poco a poco, hasta el acostón se volvió monótono y aburrido, intrascendental. Pensaba ya en otros hombres, como imagino él hacía con otras mujeres. Por eso decidí ya no acostarme más con él. Lo masturbaba, le aplicaba su dosis de sexo oral y punto. Por eso, ese día decidí desquitarme con sus peces. Si quería que alguien se tragara su semen que lo hicieran ellos. Cuando regresé a la sala, me preguntó por qué había tardado tanto. - Estaba alimentando a los peces. –le contesté. - Por eso te quiero, chingao, -me dijo cariñoso.
- Sí, yo también te amo.
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ESCLAVA, ESCLAVA
Con
Tatiana, mi hermana, solía compartirlo todo. Incluso salíamos juntas
a ligar a los antros. Ella era sólo dos años mayor que yo, así que la diferencia tampoco era tanta. Fue así como conocimos a Rodrigo, mi novio, y a Edgar, su primo. Anduvimos de inmediato y seguimos saliendo juntos los cuatro. Todo fue singular, resultaba cañonsísimo cada fin de semana. Salvo las respectivas salidas en pareja casi siempre estuvimos juntos, hasta la vez que Tatiana se ausentó durante quince días en que fue a Guanajuato a tomar un curso de fotografía. Sentimos pena por Edgar así que para no dejarlo solo nos reunimos una noche en su departamento. Hicimos lo de costumbre, escuchar música, charlar, y beber. Edgar comentó algo que acababa de leer un cuento erótico sobre la esclavitud sexual. - Sería otro mundo tener un esclavo sexual, ¿no lo creen? –dijo Edgar
No pensé que lo dijera muy en serio, así que le seguí la corriente. - Sería genial, pero ¿quién pudiera tener tanto dinero para gastarlo en un esclavo? - Pues yo no me refiero exactamente a pagarle, a contratar sus servicios, más bien a un convenio.
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Rodrigo simplemente nos escuchaba sin comentar nada. Se limitaba a escucharnos y a beber. - ¿Cómo un convenio? - Sí, entre amigos tal vez, sólo para cumplir una fantasía por una sola noche. Algo así como una apuesta y el que pierda se convierte en esclavo de la persona que resulte vencedora.
Ya la cosa se puso un poco más acalorada. Era como si Edgar lo tuviera bien pensado y astutamente nos lo estuviera proponiendo. Entonces Rodrigo habló por fin, tal vez porque vio que en tal hipotética situación su novia, o sea yo, terminaría siendo la única víctima. - Estás pendejo, cabrón. - Bueno, no lo estoy proponiendo, sólo lo estoy comentando, no seas tan cerrado y rajón. Es sólo para charlar.
Rodrigo se sintió herido en su orgullo cuando Edgar lo había llamado “cerrado y rajón”. Y así sin consultarme a mí nada, dijo: - Pues yo estaría de acuerdo. No soy tan cerrado. - No te claves, Rodri , , -dijo Edgar. No es en serio. - Y ahora quién es el rajón
Edgar me miró sin contestarle nada a Rodrigo. Yo estaba muy molesta porque él no me había tomado en cuenta. Finalmente yo era su novia. Y si perdíamos qué, ¿me iba a compartir así nomás? - Vamos a jugar , -dijo Rodrigo. ¿Qué propones? - Cartas, -contestó Edgar.
Ya en ese punto estaba a punto de pararme e irme, pero de tan molesta decidí quedarme. Si Rodrigo me iba a apostar, él terminaría perdiendo cuando
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yo fuera la esclava de Edgar. Lo iba a hacer sufrir al cabrón que en ese momento ya no consideraba mi novio. Después lo aclararíamos. Además quedaba la opción de que yo ganara. - Trae las cartas Edgar , dije.
Pusimos las reglas antes de empezar. Jugarían primero ellos dos. El que ganara jugaría conmigo, a ver quién era esclavo de quién. El que ganara tendría como esclavo a los otros dos. Lo que pasara esa noche se quedaría ahí, no se hablaría de eso a la mañana siguiente, como si nunca hubiera pasado nada. Perfecto. Todos aceptamos. Rodrigo perdió. La siguiente ronda era contra mí, que también perdí. - Bien cabrón , dijo Rodrigo, tú ganaste. Somos tus esclavos qué quieres que hagamos.
- Primero, tú vete, -dijo Edgar. - Estás pendejo, ese no era el trato. - Claro que sí, no te rajes. Eres mi esclavo, así que te ordeno que te vayas.
Yo pensé que Rodrigo en cualquier momento echaría todo por la borda y nos iríamos. Se terminaba el siniestro jueguito, pero no. Simplemente se levantó, tomó su chamarra y le dijo a Edgar que me llevara a la casa. ¡Vaya huevos de cabrón! Pensé. Me iba a dejar ahí, a la que todavía él consideraba su novia. Se me acercó para darme un beso de despedida, pero yo molesta le volteé la cara y sólo le puse la mejilla. Antes de que saliera, todavía le dijo Edgar: - Ey, esclavo, además no le debes preguntar nada mañana a Marcela. Acuérdate que lo que pase esta noche se debe quedar aquí. No trates de averiguar.
Ya no respondió nada Rodrigo, simplemente se fue. Yo me quedé ahí con mi cuñado en la total incertidumbre. No sabía si iba a hacer valer mi esclavitud
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o sólo lo había hecho para molestar a Rodrigo. Como fuera, yo estaba muy tensa sin saber qué era lo que seguía. Y si Edgar quería cobrar lo suyo, ¿qué iba a hacer yo? era el novio de mi hermana. La idea me empezó a excitar. De las cosas que había hecho, ésta estaba muy por encima de todas. ¿Me atrevería? Si lo hacía ¿se quedaría callado? Yo por supuesto que sí, ni modo que se lo contara a Tatiana. Antes que nada, Edgar me sirvió una copa que bebí de un trago por aquello del nervio. Quería que pasara lo que tuviera qué pasar cuanto antes para ponerle fin a esta locura. - Y ¿qué tengo qué hacer? , - le pregunté - Primero que nada, vete a acostar a mi cuarto, te quitas la ropa y ahí me esperas.
Todavía pensé que podía tratarse de una broma, pero de cualquier forma me levanté y me fui al cuarto. Dejé la luz apagada. Me senté en la cama imaginando cómo iba a acabar todo. ¿Me desnudaba o no? Yo había aceptado, no me podía echar para atrás, o sí, pero ¿valía la pena la experiencia? Si me dejaba la ropa podía entrar Edgar y ver que no estaba dispuesta a cumplir. Si me desnudaba, tal vez él podía ver la señal que le permitía hacer uso de mí. Me confundí y decidí actuar. Me quité la ropa, a ver en qué terminaba todo esto. Tal vez él pensaba que no me atrevería, así que lo iba a retar. Sólo me dejé las bragas. Cuando Edgar entró al cuarto yo estaba tendida ahí, semidesnuda semidesnuda en su cama en una actitud de espera, dispuesta a lo que él quisiera. Se paró junto a la cama y me observó en silencio. Me estudiaba detenidamente. - ¿Ahora qué Edgar? , le pregunté. - Soy tu Amo, esclava, no me llames por mi nombre - Está bien, y ¿ahora qué, Amo?
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- Nada. Vístete, te voy a llevar a tu casa. Sólo no le vayas a decir nada a Rodrigo de ésta noche.
Me vestí, completamente desconcertada. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué no me utilizó, no se aprovechó? ¿acaso no le gustaba? Qué rabia. Me tenía ahí casi desnuda, a su completa disposición para ser su esclava sexual y ni me tocó. Yo ya había decidido llegar hasta donde fuera necesario sin importarme Tatiana, que era la que me importaba, porque Rodrigo ya no. Después de lo que me hizo no lo volvería a ver. Pero me quedaba la incógnita. Se lo pregunté afuera de mi casa y se limitó a contestarme que él era mi Amo y podía hacer conmigo lo que quisiera, o no. Me quedé igual o peor. Entré a la casa sintiéndome basura o menos que eso. Me encerré en mi cuarto y estuve pensando toda la noche. En mi cuerpo todavía circulaban fuertes dosis de adrenalina por el momento. Estaba demasiado inquieta pensando posibilidades. Pensé que tal vez lo único que Edgar quería era molestar a Rodrigo, o bien que en último momento pensó en Tatiana y se arrepintió, o finalmente sólo quería saber hasta dónde podíamos llegar. Todas las posibilidades me dejaron igual de insatisfecha, y llena de coraje. “Es un cabrón” -pensaba. Esa noche terminé masturbándome pensando en Edgar,
pensando en todas las posibilidades que pudimos experimentar, cómo me hubiera podido hacer suya, etc. Tuve varios orgasmos, y en ocasiones tuve qué morder fuertemente mi almohada para no gritar en el momento de mi orgasmo. Después de eso pude conciliar el sueño por fin. Al día siguiente como era de suponerse me buscó Rodrigo para preguntarme qué había pasado la noche anterior. No le dije nada y me limité a decirle que ya no quería saber nada de él, que me había dejado así nomás sin
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importarle que era su novia, le recalqué que era un cabrón y que se largara. De cualquier modo, todavía tenía la incertidumbre, el por qué de Edgar, así que fui a buscarlo a su departamento. - Hola, Marcela, ¿qué haces aquí? - Quiero saber por qué. - ¿Por qué, qué? - ¿Por qué no te aprovechaste de mí siendo tu esclava? ¿No te gusto? - Por favor, Marce, claro que me gustas, y un buen. - ¿Entonces? - Pásale te lo voy a explicar.
Me sirvió una copa porque me vio muy tensa. Me la bebí, otra vez de un trago. - Mira, Marce, la época de los esclavos ya terminó, no sé si sabes. - Pendejo. Claro que sé, pero estábamos jugando. ¿Por qué? - La única forma de que fueras mi esclava era que tú lo aceptaras, y yo me di cuenta de que no fue así. En todo caso, hubiera sido como violarte. Jamás te haría algo así. - Pero ¿sí te gusto, no? - Claro, y ahora es diferente. Ahora estás aquí por tu propia voluntad. Tú dices.
Upps, ¿en qué me estaba metiendo ahora? La verdad Edgar tenía razón, yo estaba ahí por voluntad propia, y el orgasmo de la noche anterior había influido en mi decisión. - Vamos a terminar lo que dejamos pendiente, Marcela. –me dijo
Me llevó nuevamente a su cuarto, me recordó que era mi Amo y yo su esclava. Me excité apenas me lo dijo. - Pues bien, esclava, quítate toda la ropa, no te dejes ésta vez nada encima.
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Lo obedecí sumisamente. Me quité todo lentamente mientras no dejaba de ver su mirada. Una vez desnuda me ordenó que me tirara en la cama y que abriera un poco las piernas. Lo hice tal cual. Me ordenó que pusiera las manos en los barrotes de la cabecera. También lo hice sin preguntar nada. En ese momento sentí cómo mi vagina se dilataba y humedecía. Estaba deseosa de que me penetrara lo más pronto posible. Edgar sólo me miraba y no se había quitado la ropa. Quise verlo desnudo, y se lo externé. - Aquí yo doy las órdenes, esclava. Tú cállate la boca.
En vez de molestarme, me excité más por la firmeza de su voz. Era un macho dominante aquel que me iba a hacer suya, a su placer y antojo. Sacó de un cajón algunas vendas y comenzó a atarme los tobillos y las muñecas a la cama para impedirme el movimiento. Me dejó levemente abiertas las piernas. Nunca había experimentado esa sensación de ser atada, pero me gustó. Fue como verme desde fuera, desnuda en el cuarto de mi cuñado, atada a su cama con las piernas abiertas esperando ser utilizada sexualmente. Me sentí sucia y vulgar, pero bastante excitada, como nunca. Esa sensación de impotencia, apunto de ser violada, si se podía decir así, era algo que nunca pensé hacer. Yo siempre había buscado tener algo de control en las relaciones y lo confieso, algunas veces me llegó a ser aburrido. Ésta vez era muy diferente, yo era el objeto de placer de un hombre, y además ese hombre era el novio de Tatiana, mi hermana. Edgar se quitó la camisa, tenía buen cuerpo, con músculos marcados. Me excité como si estuviera actuando en una película porno. Después se quitó el pantalón y noté como su pene estaba erecto, traía un bóxer muy ajustado que dejaba ver perfectamente el tamaño de su miembro completamente excitado.
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Guau, pensé , la de divertidas que se debe dar mi sister con este wey. Luego se retiró el
bóxer y pude ver en todo su esplendor aquel pene duro y firme. Quise estar desatada y tocársela, tomársela con ambas manos y metérmela en la boca. Nunca me había tocado ver un miembro así de espectacular. Jamás había pensado en mi cuñado de esa forma, pero la verdad era un chico de diez. Tuve un orgasmo así, sin que me tocara, sólo con el poder de la sugestión. Se acercó a la cama y me quedó ese miembro muy cerca de la cara, me quise estirar para tocárselo con la lengua pero había todavía distancia, así que me quedé con las ganas. Edgar me vendó los ojos. Le dije que quería seguir viéndolo, pero me repitió aquello de que yo era su esclava y no podía dar órdenes. Me quedé en total oscuridad. - Te voy a besar cada centímetro del cuerpo, -me dijo.
Empezó a besarme un pezón que de inmediato respondió poniéndose totalmente erecto. Luego el ombligo. Sentí cómo mi corazón se aceleraba y mi respiración se volvía dificultosa. Anduvo por mis muslos, por los huesos de mis caderas, por mi cuello, por mis hombros, por cada centímetro de mi piel como había dicho. Cuando llegó a mi pubis, sentí que iba a estallar en ese momento. - Métemela ya, -le dije-, no seas cabrón. Me voy a desmayar si no lo haces. - Shhhhhhhh , -fue todo lo que dijo-, y comenzó a lamer mi clítoris.
Acomodado entre mis piernas, traté de cerrarlas para apretarle la cabeza con ellas pero no pude, las vendas me lo impedían. Esa impotencia de no poder mandar y hacer lo que quisiera me excitó doble o triplemente, más que lo mejor que me hubiera experimentado antes. Era su esclava, su objeto, estaba a expensas de lo que él me quisiera dar. Me siguió lamiendo y besando hasta que me vine en múltiples ocasiones, sentí que me desmayaba, y creo que por un
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instante lo hice. Cuando abrí los ojos, ya estaba desatada y Edgar estaba a mi lado. - Guau, eres increíble , -le dije. Es el mejor sexo de mi vida y ni siquiera me penetraste. - No cantes victoria, -me dijo. Ahora me toca a mí.
Se tiró de espaldas en la cama y me pidió que me montara encima de él. En ese momento yo ya estaba convertida completamente en su esclava. Cualquier orden que él me diera yo la cumpliría de inmediato, era cuestión de decirlo y yo ni siquiera opondría resistencia, sino que hasta sentiría un gran honor poder darle satisfacción. Me monté en Edgar pensando en retribuirle algo de lo mucho que él me había dado unos momentos antes. Traté de hacer mi mejor esfuerzo, él se lo merecía todo. Recordé algunos consejillos y quise llevarlos a cabo. Recordé lo que comentaban algunas sexólogas sobre tensar los músculos de la vagina para apretar su miembro y brindarle mayor placer. No traté de imponerle mi ritmo sino seguir el que él me impusiera. De verdad que en ese momento era su esclava. Mi vagina, mi boca, mis pechos, mi cuerpo era enteramente de él, lo que me pidiera yo lo iba a hacer. Estábamos tan calientes y excitados los dos que nos vinimos al mismo tiempo en pocos minutos. Dejé que me inundara la vagina con su semen, que fue abundante. No traía puesto condón, pero yo tomaba pastillas así que lo dejé sin preocupaciones extras. - Nadie me había cogido como tú, -le dije. Esto se tiene qué repetir.
Sólo se sonrió, y no me dijo si se iba a repetir, sólo que era tarde, que me iba a pedir un taxi para no llevarme a casa y levantar sospechas. Pensé darme
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un baño antes, pero la sola idea de seguir con su semen dentro de mí, me hizo desistir. Quería llevarme el recuerdo a la casa. Cuando llegó Tatiana no le dije nada, por supuesto, él tampoco. Me quedé sintiendo celos de ella por tener tan magnífico ejemplar para ella sola. Ni modo, era mi hermana y no podía hacerle eso, ni siquiera mencionarlo. No se repitió nunca lo de Edgar. Al año siguiente se casaron. Yo no vi más a Rodrigo. Ya no le guardé resentimiento. Finalmente, gracias a él había obtenido el mejor revolcón de mi vida.
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FOLLANDO CON EL PATO DONALD
A
Mariana le encantaba el pato Donald. No había artículo del chingado
pato que no tuviera: posters, videos, calcomanías, playeras, calzones, tazas, sábanas... ¡Todo! La méndiga tenía la parafernalia completa del pato Donald. - Estás bien pinche enferma, Mariana, -le dije. Ya nada más falta que te lo cojas. - Pues no estaría mal. - Vete a la feria, wey, ahí hay un carrusel con varios monos, creo también está el pato Donald. Ve y siéntate en él. Si te tomo una foto va a parecer que te está cogiendo por detrás. - Estaría bien, pero no me la puedo tomar desnuda. Ahora que si me ayudas... - ¿A qué? - Pues a tomarme la foto. Nos metemos un día cuando esté cerrado. Me llevo un vestido con nada abajo, me encuero de volada y me tomas la foto. - ¿Es en serio, pinche loquita?
Nomás se me quedó viendo y no dijo nada, pero estoy seguro de que sí quería la wey. No me asustó. Para loquitas ya tenía callo. Ahora que pensándolo bien, ya le traía ganas a Mariana desde hace rato, pero cómo compites con un chingado pato. De menos la iba a ver en pelotas. Igual y sí se andaba armando. Pero ¿Sería en serio? ¿Estaba tan pinche loca? Qué putas
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preguntas me hago, ¡A huevo! Si mamaba al pato. Le dije que sí, que le tomaba la foto, pero que después cogiera conmigo. - Si te vistes de Donny, sí. –me dijo.
¡Donny! ¡hazme el rechingado favor! Ya hasta le hablaba bonito. ¡Qué más! Le dije que sí. Además me dio un chingo de risa imaginarme vestido del pato, con la camisita azul, las bolas al aire, y con una boinilla para no perder el estilo. Y me la iba a coger. A chingar a su madre el pato Donald, pensé. Que el pato la caliente y yo se la dejo ir. Buen plan, me pareció. No tuvimos que ir a la feria. Era mucha bronca meterse sin que nos vieran los de seguridad. Pensé darle una lana a alguno, plantearle el plan y listo. Por una feria ni modo que me dijera que no. No nos íbamos a tardar nada. Pero luego pensé en cuánta lana le tendría que dar, y si me salía mojigato el cabrón. Mucho pedo. Busqué otro carrousel en otro lugar y encontré uno en una plaza. Si caemos ya muy tarde y lo hacemos en caliente sí se hace. Le conté el plan a Mariana y fuimos esa misma noche. En el camino estaba que me fundía nomás de saber que debajo de ese vestidito no traía nada, que andaba a rais, que se iba a encuerar, la iba a ver en pelotas y luego me la iba a coger. ¡Oh, bendito pato Donald! Su majestad. Qué buen personaje amigo de los pobres desvalidos como yo, que no había conseguido ni fajármela en varios meses. Nomás apareció el pato y me hizo el sueño. Todas las chavas deberían de tener una obsesión así, pensé. Cuando llegamos a la plaza, yo ya tenía lista la cámara para darle trámite de volada. Fuera vestido, clic y listo, a coger. Vimos que no hubiera nadie cerca, chequé la luz y le dije a Mariana: en caliente, mi reina. Pa’pronto se tiró el
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vestido, se montó y puso cara de puta. Parecía que de veras se la estaba cogiendo el pato. Se bajó, se puso el vestido y nos fuimos. - A pagar, mi reina, ya está tu foto. - Vamos ¿traes el traje? - ¿Cuál traje? - El de Donny, wey. Te dije que sí, si te vestías de Donny. Yo ya estoy lista. Me calenté en el parque pero si no, no.
¡Pendejo! Por andar en la calentura se me olvidó el pinche traje. Ni lo conseguí. Se me hizo tan fácil todo. La gloria al alcance de mis manos, que de lo último que me acordé fue de conseguir el disfraz. Tenía condones, dinero para el hotel, estaba el pato, la cámara, el rollo, el flash, Mariana sólo con un vestido, desnuda mientras simulaba que la follaba el pato... todo, menos el pinche traje. - Te chingaste, -me dijo. Mañana no sé si s i vaya a querer, quere r, o si me dejen salir mis papás. Yo cumplí. Que a ti se te haya olvidado el e l disfraz no es mi culpa.
Al día siguiente conseguí de todos modos el traje. Lo tuve que comprar porque no tenían de renta. Le hablé a Mariana y se rió de mí. - Lo que hacen los hombres con tal de coger, dijo. No puedo, mi rey, mis papás me castigaron por llegar tan tarde anoche. Pero gracias por la foto. Deberías de venir un día vestido así para verte, o tomarte una foto para que me la mandes. Chance y se me antoje y te haga el favor.
Me colgó. Todavía pensé en tomarme la foto, pero de inmediato me volvió la cordura y me dije: ¿pos qué chingados estoy pensando? ya me veo con la camisa puesta, las bolas al aire y la boinilla para no perder el estilo. Qué pendejo soy. Me quedé con el traje, una copia de la foto y un puto coraje que
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todavía no se me pasa. Estoy seguro que Mariana se sigue masturbando con la foto en la que se la folla el pato Donald.
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PRINCESSA
Lourdes
era virgen cuando la conocí. Yo acababa de regresar de
Veracruz, y ella de Guadalajara. Nuestro encuentro fue como destinado. Llevaba dos años sin pareja estable, ella también. Los dos teníamos ganas de dejar de estar solos. A las dos semanas de conocernos nos hicimos novios. El sexo tardó un poco más en llegar, tres meses. Éramos de la misma edad, pero mientras yo ya tenía más de una docena de relaciones que incluían el sexo, ella no tenía ninguna. Nunca me quiso contar hasta donde había llegado, sólo que seguía siendo virgen a diferencia de sus amigas que habían resultado más precoces. No estaba totalmente descartado el sexo, pero Lourdes prefería esperar ¿A qué?, no lo sé, a que la relación se fuera afianzando según ella. La cuestión era que la educación de Lourdes era bastante mojigata. Había estudiado en un colegio de monjas y verdaderamente tenía una moral muy arraigada en los valores. Tocaba en el coro de la iglesia e incluso iba a despedidas de soltera religiosas. Yo ni siquiera sabía que eso existía, todavía hoy no sé bien de qué se tratan si no beben, no llevan stripers, ni hacen juegos cachondos, pero en fin. Para mí era más que suficiente el tiempo y reglamentario el tránsito por las sábanas. Ese hermoso culo no podía nomás estar ahí tentándome, mirándome,
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retándome. Nunca unas nalgas habían sido el detonante para que yo anduviera con alguien, pero esas en particular me habían atrapado. Siempre había preferido un lindo rostro o unos sabrosos senos. Esta vez sus nalgas eran lo más importante. Desde que la vi por primera vez me enganchó, ¿para qué he de mentir? Según ella, con su ex novio se había portado muy traviesa. - Qué bárbara, decía ella, no sabes todo lo que he hecho. Según ella se sentía muy perversa. Me gustaba verla toda temblorosa contándome sus peores travesuras, que ni me las contaba, nomás decía eso. Cuando mucho le había agarrado el pito, estaba seguro, y él le había sobado la entrepierna. Para como era, estaba seguro que no había ido a más. Chuparle las tetas, igual. Primero dijo que en un año cogeríamos, luego seis meses, y así le fue bajando hasta que llegamos a tres. La empecé empec é a calentar cada vez más mientras fajábamos. Si ella se conformaba, yo no. Yo no estaba para jugar a las canicas. Un día sin planear nada terminamos poniéndole. Simplemente nos fuimos encarrerando hasta que se hizo la encueradera, y listo, me la tiré. Supe que no me había mentido porque batallé para entrar en ella. Aunque lubricaba bien, ese agujerito era muy estrecho, no había elemento externo que hubiera pasado por ahí. Nos fue bien a los dos, nos la pasamos de lujo. Con el tiempo el sexo se volvió más frecuente. Era cuestión de empezar a tocarla, prenderla y pa’pronto ya le estábamos poniendo. Hubo una temporada en que le poníamos diario después del trabajo. Todavía era pudorosa, pero no se rajaba. No había sexo oral. Malo, muy, muy malo. Le faltaban variantes al asunto. Un buen palo sin sexo oral como que te deja con un vacío, como una
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buena comida sin postre. No me dejaba ni que yo se lo hiciera a ella, que le daba pena, decía, porque ella no me lo hacía a mí. - Algún día lo voy a hacer, -dijo-, tú nada más dame tiempo, mira que antes de ti no hacía yo nada, y mira ya lo hacemos”. - Bueno.
Un sábado estábamos en la casa solos, estábamos tomando unos tragos y viendo una película, cuando a mí me entró la calentura. - Vamos a coger, -le dije.
No puedo, ando en mis días, me respondió. - No es la única forma de hacerlo,-insistí-, yo te digo cómo.
La convencí y nos fuimos al cuarto. Ahí empezamos como siempre, cuando ya estaba a punto, le dije: - Déjame metértela. - Te vas a manchar, qué asco. - No por ahí. - ¿Cómo entonces?
Le desabroché el pantalón, y la puse en cuatro. Lourdes sólo se bajó un poco el pantalón, lo suficiente para dejar al aire el ano. Lo ensalivé bien y le acerqué el pene. Lo hice con cuidado. No la quería lastimar. Le metí sólo la punta, y escuché su quejido. Le pregunté si le dolía mucho y me contestó que un poco, pero que estaba bien. La seguí penetrando, concentrándome para venirme rápido, no pensaba tenerla así toda la noche. Cuando le dije que había otras formas de hacerlo no estaba pensando en cogérmela por el culo, yo pensaba precisamente en el sexo oral, pero las cosas se dieron así y no perdí la oportunidad. Yo pensé que ante la situación ella iba a
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preferir el sexo oral al anal, mi sorpresa fue que no, ella prefirió el anal. Me vine en su culo pronto. Después no hablamos al respecto, pero no había por qué hacerlo, todo fue de común acuerdo. Lourdes, la princesa, había terminado siendo sodomizada por éste animal. Casi sentí pena por ella... pero no. Seguimos teniendo sexo como siempre, pero después de la primera vez a mí se me hizo costumbre. Al principio, el sexo anal fue una alternativa, después una ruta casi obligatoria. Además no había oral. De alguna forma le tenía qué dar variedad. A veces se dejaba y otras no. Cuando teníamos broncas, la reconciliación consistía en sexo. La primera vez que me la mamó fue una de esas veces. Yo no me quería reconciliar con la princesa, pero me agarró hábilmente ebrio y caliente. Terminé cediendo con tal de follar en ese momento. Mientras lo hacíamos me lo empezó a chupar. No le dije nada y la dejé hacer. No me venía, quería que durara. Después me preguntó si le quería coger el culo. Por supuesto. Fue un enorme palo el de esa noche. Benditos pleitos de novios. Las siguientes veces fueron con sexo oral. Ya no estaba en discusión ese punto. Fue entonces cuando me dejó hacérselo. No sabía de lo que se perdía hasta ese momento. Tuvo tres orgasmos en el mismo wawis. Ya no me dejaba separarme. A veces se lo mamaba, y pensaba quitarme para penetrarla, pero no me dejaba, me agarraba la cabeza y no me dejaba levantarme hasta que tuviera su orgasmo. Qué golosita la princesa, pensaba, pero estaba bien, se merecía un buen trabajo. Ella había aguantado candela. Creo que el sexo fue lo que la mantuvo a mi lado tanto tiempo, porque yo siempre me porté como un perro con ella. Lourdes la princesa y yo el pinche ogro, y además alcohólico. Conmigo tuvo su primera vez, esa virginidad que celosamente guardó durante 26 años
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vino a caer en manos de este monstruo. Esto es muy casual, más de lo que se cree. Los chicos malos somos buenos en la cama. Entre las tantas y tantas veces que follamos, la princesa perdió glamour. Yo la había hecho hacer de todo. Sexo oral, anal, grabarnos follando, fotos cachondas, etc. Aunque no la penetrara por el culo, nunca se iba limpia, al menos le metía un dedo mientras la penetraba. Luego sentí compasión por ella y le dije que me metiera un dedo mientras me la follaba. Al principio, como siempre, no quiso. Como que se le hizo muy aberrante, pero ya nomás agarró confianza, y cómo no. Me metía el dedo en el culo mientras me la tiraba. Entre que me agarraba las nalgas para jalarme más hacia dentro de ella y luego me lo metía. Le di chance porque finalmente yo se lo había propuesto y además se me paraba más, me venía con más fuerza, era una eyaculación en escopeta automática. Luego también a ella se le hizo vicio cogerme por el culo, mientras se montaba encima de mí, por su espalda me buscaba el hoyo para meterme el dedo. Ya no supe si eso lo había aprendido de mí, o fue pura intuición, o si alguna amiga le había pasado algunos tips. Estaba orgulloso de mi princesa corrompida. Tan recatadita que se veía, y tan cachonda que se ponía en la cama. De cualquier forma nunca fuimos tan burdos. El espectáculo fue bueno hasta que poco a poco perdió ese amor por mí. Finalmente ya le había enseñado todo lo que sabía. Ya estaba lista para follar con cualquiera. Yo estoy conforme sabiendo que pude sodomizar a la princesa. Lo único que no me gusta es saber que otro u otros van a disfrutar de todo lo que le enseñé sin batallar como yo. Pero por ahora prefiero no pensar en eso.
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¿POR QUÉ NO VIENES Y ME ROBAS?
Me gustan las niñas fresas ¿para qué me hago pendejo? No me deberían de gustar, son un fastidio, pero ¡méndigas! tienen un poder de seducción que hace que no me les pueda negar. Debe ser por esa actitud de “yo no hago nada”. Mustias que son, porque son unas zorras. Todas, ahí sí lo afirmo sin temor a equivocarme. La primera con la que caí fue Sofía. Era hermana de un cuate mío. La conocí y me cayó bien, pero hasta ahí. No me gustaba, pero eso fue porque la primera vez que la vi andaba con una facha de miedo. Nada que ver con todo el artificio que utilizaba para salir. Ropas caras, cortes, tintes, maquillajes, zapatos, etc. Era bailarina de jazz, lo que hacía que estuviera bien rica, eso sí. Tenía novio, un novio de años, muchos. Cuando se peleaban, yo aprovechaba. Sofía me llamaba, chance y hasta me usaba para darle celos. Por mí no había bronca, así que me utilicen, no hay pedo. Un día le llamé y me contestó Marco, mi cuate, su hermano. Lo saludé, platiqué un rato y le dije: pásame a tu hermana. - ¿Sofía? - ¿Pues cuántas tienes, cabrón? Claro que Sofía. - ¿Te gusta mi hermana? - Somos amigos, cabrón, cómo eres mal pensado. Así serás tú de caliente.
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Me la pasó sin hacer gran pedo. Duramos horas en el teléfono. Empezamos a hablar a las diez de la noche y colgamos como a las tres de la mañana. No mames, pensé, qué tanto puedo hablar con una fresita. Ni modo. La verdad la plática estuvo buena, porque hubo momentos en que la cosa se puso candente. Cuando se estaba quedando dormida nada más me oía. Estaba vulnerable, había bajado las defensas. Cuando me ligo a una chava, siempre utilizo la misma táctica del teléfono. Las seduzco con la plática. Además no tengo dinero para invitarlas a salir o comprarles cosas. Lo único que tengo es la plática. En el teléfono encuentro mi mejor arma. Es un medio muy creativo y muy relajado. A las mujeres se les conquista por el oído. Les hablas bonito, le modulas la voz para que se te oiga un poco más ronca, y ellas piensen que eres sexy. No te están viendo, así que te imaginan; no te ven, te construyen a su antojo. De repente y muy medidito, le dices algo atrevidón. No hay forma de que te den una cachetada porque no estás ahí. Cuando mucho te cuelgan, pero no, eso no pasa nunca. A las mujeres les gusta que seas atrevido, osado, por eso eres hombre. Tú tienes que dar el primer paso. Tú te tienes qué lanzar, hacerles ver que te gusta un buen. Y ya con la defensa abajo por el sueño todo es más sencillo, se dejan hacer, te las cojes por teléfono con la voz. Cuando Sofía estaba que casi no me contestaba por el sueño le empecé a tirar el rollo. - ¿Sabes qué me gustaría? Ir a tu casa en silencio, tocarte por la ventana, y robarte. Así como andes, en pijama. Llevarte lejos, no sé a dónde pero llevarte, robarte, y hacerte el amor. - Y ¿por qué no vienes a robarme? - Es que no tengo coche.
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Lástima. Pero no importaba mucho, Sofía estaba más que seducida. Cualquier otra vez que la viera ya estaba lista. La siguiente llamada la hizo ella, quería que le siguiera diciendo cosas. Yo intenté varias como decirle que me gustaría ser su vecino para estar más cerca de ella y aprovechar cuando no estuvieran sus papás o ya estuvieran dormidos. Esos fajes a media noche cuando la calle está desierta y en silencio siempre son espectaculares, muy tentadores, aunque no te guste tu vecina, la simple idea es caliente de por sí. Terminó diciéndome que hiciera una fiesta para vernos y “a ver qué pasa”. No lo pensé mucho y para el fin de semana siguiente estaba la fiesta organizada. Fue una mega fiesta. Mucha gente. Nos encerramos en un cuarto, Sofía, una amiga de ella, un cuate mío y yo. Metimos una botella de tequila y nos empedamos los cuatro. Entre jueguito y jueguito nos besuqueamos rico. Cuando se puso candente el juego y con la botella vacía, jugamos a la botella, de prendas. Terminamos desnudos los cuatro. Lo más cachondo fue cuando a Sofía le tocó quitarse los calzones, era lo único que le quedaba. Se los quitó sin levantarse del piso. Aunque borracha no perdía la cordura y cierto (¿falso?) pudor. Así que los tomó del elástico y se los empezó a bajar haciéndose rollito en el viaje. ¡Uta, no mames! Nunca me había puesto así con una imagen. Ver sus calzones hechos rollito en sus tobillos antes de levantar un poco las piernas para quitárselos fue mi mejor imagen que tengo de algo así. Me le lancé de volada y la besé. Fue muy cachondo besarla sabiendo que ambos estábamos desnudos. Fue todo. Nos vestimos y nos salimos del cuarto a unirnos a la fiesta. No había nadie en la sala. Todos estaban encerrados en otro cuarto a risa y risa fumando mota. Todos, mujeres y cabrones, los que le ponían y los que no. Las más atascadas resultaron las hembras que en un momento fueron las únicas que se
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quedaron cuando ya todos servidos se salieron por una cerveza. En un momento nos quedamos sólo Sofía y yo en el cuarto, los dos estábamos ya pasadísimos. Nos seguimos besando ahí, y yo todavía con la imagen de los calzones hechos rollito en sus tobillos. Si no me la cogía, me iba a chaquetear con esa imagen, estaba seguro. La imagen bien me podía durar como para dos o tres antes de que me dejara de excitar. No me la cogí, pero fue un faje chingón. Me siguió hablando de por qué no me la robaba, pero ya no le alcancé a hacer mucho caso a causa de la mota y el alcohol. Sofía se fue como si nada a su casa manejando muy fresca. Méndiga, pensé. Pasó un año de esa fiesta, y a lo mejor le dio nostalgia a Sofía porque me habló y me dijo que se hicieran unas cheves en mi casa. Yo estaba solo así que pa’pronto. A la media hora llegó. Saqué como quince envases. No sé por qué, Sofía no tomaba tanto, ni yo cerveza, pero por si las dudas los saqué. Sofía pagó. “qué bien, pensé, y de a gratis, hasta van a sobrar”. De hecho quedaron ocho. Sofía se tomó dos y yo las otras cinco. Nos acurrucamos en un sillón de la sala, porque no fuimos ni para meternos al cuarto. No prendimos la luz ni nada. - A oscuras... me da risa, jajaja. dijo Sofía.
Me contó que ya no andaba con su novio con el que había durado ocho años. Uta, qué aguante. Me contó que había conocido a alguien que le movía mucho el tapete. Un actorcillo. Me dijo que se había acostado con él. - De veras, Carlos, no sabes. Me vuelve loquita. Por él soy capaz de hacer lo que quiera.
Y me puso una cara de jariosa que no podía con ella. Cuando me dijo que hacía lo que él quisiera, entendí que se la podía mamar y ponerle el culo a su disposición cuantas veces quisiera. Le gustaba tanto que no se negaba a
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ninguna práctica sexual con él. Me empezó a dar para abajo, porque no sabía por qué me lo contaba a mí, si yo también había tenido algo con ella. No mames, pensé, no se va a hacer nada. Ni pedo, a embriagarse. - No te lo esperabas, ¿verdad? ¿A poco no pensabas que era virgen? Dime la neta. Me creías muy santita. O ¿no?
La verdad yo no la creía así, no sé porque ella pensaba que yo tenía ese concepto de ella después de lo del año pasado, pero en fin le seguí el juego. - No tanto, le dije. A lo mejor virgen sí, pero no tan cachondilla.
Se acostó en el sillón, y cerró los ojos. Dejó de hablar. Y ¿ahora? Pensé. Pues a darle, para qué me cuenta sus cachonderías. Me acosté también al lado de ella, la abracé y le empecé a acariciar la cara. Cuando acordé ya estábamos fajando en forma. Estaba riquísima. Todas las mujeres deberían ser bailarinas, pensé. Le metí la mano debajo de la blusa y le toqué un pezón. No me gustó mucho que digamos. Tenía las tetas muy chicas, y muy aguadas, parecían de niña. La falta de grasa corporal hace que casi no tengan senos las bailarinas, pero se compensa con el resto del cuerpo con curvas y firme. No dijo ni una sola palabra en ningún momento. Si me presumía que no era virgen y era traviesilla pues que lo demostrara, ¿no? Le desabroché el pantalón y casi me dio el “válgame dios”. Lo que más me gusta de las zorritas fresas es que usan una chida ropa interior. Era como de algodón pero muy coqueta y diminuta, es una mezcla como de sensualidad pero conservando la esencia mustia. Eso me calienta más que una tanga de puta, se me hace demasiado vulgar, muy usada. Le quité el pantalón fácil. Lo bueno de las bailarinas es que son tan delgadas que no les ajusta tanto. Mientras quitaba el pantalón ella ya se había quitado la blusa y el sostén. No lo pensé nada y ya que andaba por ahí pues me
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fui directo al calzón. Se lo quité haciéndolo rollito, para recordar aquel viejo momento. De lujo. Ahí estaba una niña fresa, tendida en el sillón de mi sala, totalmente desnuda, con su pubis al aire, los brazos en la cabeza y esperando por mí. No me tardé nada en desvestirme, busqué un condón, me lo puse en un solo movimiento y listo. La besé un poco y la penetré de inmediato. Estábamos los dos tan calientes que no hubo necesidad del ínterin. Sofía estaba ya muy mojada, la penetré y sentí sus uñas nais en mis hombros, luego en las espalda, me las encajó con fuerza. Traté de que durara. Terminé y se vistió en seguida. - Ya me voy, no tarda en llamarme mi mamá para preguntarme dónde estoy. No dejes de llamarme. Ah, y a ver si te pones a trabajar para que te compres un carro. Todavía estoy esperando que me vayas a robar, ¿eh? Te quiero.
A mí ya se me había olvidado por completo aquella llamada de cinco horas, pero bueno, esas llamadas son muy efectivas. Nos dimos un beso de despedida y se fue. Ya pasaron dos años desde aquella vez. Sofía está casada, no con el actorcillo, sino con otro. Yo sigo sin trabajar y todavía no me compro un auto.
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BÓRDERS
LOS
BORDERS son un encanto, una delicia, el festín de la corrompida
condición humana, un montoncito de neuróticos agrupados en el amplio palacio de una sociedad enferma. Según los psicólogos, una persona tipo bórder, debe reunir al menos tres de éstas características para calificarse como tal: debe mostrar una conducta autodestructiva, algunos conducen a altas velocidades, consumen drogas y alcohol en exceso, se tatúan, se auto mutilan, usan piercings, son promiscuos como ellos solos, viven un excesivo temor al abandono, suelen hacer divisiones radicales, como pensar que todo está bien o todo está mal, para ellos no hay términos medios, tienen difusa su identidad, sus proyectos son confusos, poco claros, sus metas sufren cambios constantes, tienen una seria dificultad para sostener relaciones interpersonales, arman conflictos donde sea que se paren, necesitan del dolor para sentirse vivos, y su pareja ideal es un narcisista. Mi primer contacto con una bórder fue en la universidad, mientras estudiaba Psicología, ahí conocí a Samantha: mi chica bórder. Ella no sólo cumplía con tres de las características, sino con casi todas. Hoy, aún a pesar del tiempo y la distancia, cuando la recuerdo se me eriza la piel.
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En primer semestre apenas estábamos entrando en materia a conocernos. Éramos todas unas verdaderas lisiadas mentales y espirituales. Nos proyectábamos en toda enfermedad que estudiábamos. Samantha y yo nos hicimos grandes amigas desde el principio, teníamos mucho en común. Ambas éramos líderes, sociales y divertidas, bastante aplicadas en los estudios. Pasábamos bastante tiempo juntas después de clases, haciendo tareas y trabajos que nos encargaban. Fue entonces cuando descubrí el primer síntoma anormal en el comportamiento de Samantha. Cuando no podía ir a su casa me armaba un escándalo y un gran drama como si la vida se le acabara. No era normal, pensaba. Samantha se empezó a interesar en Xavier, un chavo que estudiaba ingeniería civil en la misma universidad. Un día fuimos a una reunión en un salón de fiestas que tenía alberca. Samantha traía puesta una falda short con nada debajo, tenía una pierna enyesada que le impedía meterse a la alberca al igual que todos. Se limitó a sentarse en el borde de la piscina con las piernas separadas, dejando abiertas las puertas al escándalo, con su vagina a la intemperie. Su motivo, obviamente, era doble. Por una parte se trataba de una forma de seducción hacia Xavier, una abierta invitación al deseo. Como decirle: “ven y tómame, mira lo que tengo para ti”. Y su segundo propósito era llevarse la noche, ser el centro de atracción de la reunión, provocar el escándalo. Mis demás amigas me preguntaban qué pasaba con Samantha. Yo qué podía contestarles, ella como las demás, era mi amiga, yo no era su madre para corregirla o limitarla. Al menos uno de sus dos propósitos se cumplió, fue el motivo del escándalo. El problema fue que al ser yo su amiga, me empezaron a tachar a mí de puta igual que a ella. Me arrastró consigo sin importarle mi
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postura. Al ser inseparables, las demás nos bautizaron como el dúo dinámico de la lujuria y la perdición. Nuestro grupo fue el más denso de todos. Entre puras mujeres figuraba la presencia de un único hombre, otro border al extremo: Joel. Alcohólico, drogadicto, autodestructivo, la viva imagen de un kamikaze, o un rock star. Erika, por otra parte, una niña bien, seguidora y respetuosa de las buenas costumbres y el Manual de Carreño, se enamoró de Joel. Los extremos opuestos. Anduvieron. Por supuesto los padres de Erika se opusieron rotundamente a la relación, prohibiéndola bajo constantes amenazas. Y como siempre que existe la prohibición, ellos reforzaron el deseo, y el supuesto amor. Con problemas y todo, a escondidas y como fuera siguieron en lo suyo. Es tan frecuente aquello de la niña bien interesada en el chico malo, que ya hasta se ha convertido en un clásico, un lugar común, algo que no te sorprende sino que esperas: la niña bien fascinada por la vertiginosa vida del chico malo para complementar todo aquello que le ha sido vedado. Pero éste caso manejó otra variante: Samantha, mi chica border. Se empezó a interesar en Joel. Nunca antes lo había echo en la vida, nunca mostró interés en él hasta que se dio la imposible relación de él con Erika. No le podían robar protagonismo, así que decidió participar en la historia. Me dijo: — Como que me está gustando Joel. — No mames, le dije. Y de cuando acá te gusta. No mames, Erika es nuestra amiga. — ¿Qué quieres? Me gusta — Tú tienes novio, guey. — Sí, pero está en Celaya
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Pues ni hablar, mi chica border ya le había puesto el ojo encima y no había poder en el mundo que la hiciera desistir. Como pudimos todos continuamos nuestras vidas siempre esperando lo peor. En otra de las tantas fiestas que hacíamos se aparecieron los papás de Erika, porque habían recibido una llamada anónima donde les decían dónde estaba su hija, con quién, y la dirección exacta del lugar. Se llevaron a Erika y todas nos quedamos en shock. ¿Cómo se habían enterado? ¿Quién había hecho la llamada? Ninguna nos supimos responder. Así cada fiesta, o cada reunión de Erika con Jonás se hacía la llamada y aparecían nuevamente los papás para llevársela con las respectivas amenazas. No pasó nada más allá de eso, y el asunto de las llamadas quedó inconcluso. Yo comencé una relación seria con Francisco después de varios años de relaciones efímeras. Hasta ese momento mi vida se empezaba a acomodar debidamente. Mi error consistió en arrastrar a Francisco a mi mundo. Un mundo lleno de cualquier cantidad de enfermos y borders. Al principio las cosas funcionaron bien, no hubo mayor problema. Nuestro amor podía con los obstáculos de la gente que me rodeaba. En otra de esas fiestas Francisco me acompañó. En esa fiesta estaba Samantha, por supuesto, y no se fue de ahí hasta besuquearse con todo mundo menos con Francisco, a quien respetaba por ser mi novio. A ella sólo le interesaba su satisfacción y ser en centro de atracción de cualquier lugar en el que se paraba, y crear un conflicto. No recuerdo aún una sola vez en que no lo hubiera hecho. Me asombró que me respetara a mí como a Francisco. Bueno, a mí no tanto, porque a mitad de la fiesta cuando estaba ebria me plantó un beso en la boca sin decir “agua va”. Otra vez las miradas y los cuchicheos comenzaron a rondar sobre el dúo dinámico. Las demás nos
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comenzaron a ver y tratar como apestadas. En la escuela se separaron de nosotras al considerarnos incluso amantes. Francisco no me reclamó nada. él sabía que yo no lo había provocado. Samantha era la que hacía que todo se desordenara. Erika y Joel tuvieron que terminar su relación debido a los padres de ella. Joel estaba amenazado am enazado incluso con co n encarcelarlo si se acercaba a la casa. Como el asunto de las llamadas no había sido resuelto, decidieron no arriesgarse. Erika sufría como si le hubieran mutilado las extremidades. Pasó por una depresión profunda que no la dejaba salir del hoyo. Con Joel las cosas fueron más sencillas. Acostumbrado a la evasión mediante el alcohol y las drogas, él siguió en lo suyo. Para el día de mi cumpleaños hicimos otra fiesta. Joel estaba sumido en su papel de víctima, de ángel derrotado. Estaba sentado tocando el piano sin convivir con nadie. Yo, como siempre yo, con esa maldita costumbre de sentirme la Madre Teresa de Calcuta, me senté con él a platicar. Le pregunté si lo de Erika era lo que lo tenía así, y me respondió que no sólo eso, que era algo más y que nadie sabía, algo aun peor que lo tenía destruido y nadie sabía. Le tuve que rogar que me lo contara para que aliviara su dolor al desahogarse. No sé por qué lo hice. No debí de involucrarme. ¿Qué podía ser tan grave? Digo, no podía estar embarazado, cierto? — Tengo Sida. ¡Madre santa! Para qué pregunté. Me volví una Magdalena toda la noche con él. Juntos bien pudimos llenar el lecho seco de un río con nuestras lágrimas. El día de mi cumpleaños. Qué tortura. Lo peor de todo es que no lo podía decir a nadie. Era un secreto grave que no me correspondía andar divulgando. Tuve que cargar con eso durante un buen tiempo.
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— ¿Y Erika sabe? — Nadie sabe. Sólo tú. Seguí como pude cargando el secreto de Joel durante un buen rato hasta que Betty, otra compañera nuestra habló conmigo de él, y me dijo que Joel tenía una gran bronca. Sentí alivio, por fin supe que alguien más lo sabía, por fin iba a poder desahogarlo con alguien. Al principio no me quiso decir, porque era un secreto, pero le dije que yo ya lo sabía, que me dijera para saber si era lo mismo. Me lo dijo, porque ella también estaba muy presionada, también lo quería soltar. Así nos ayudamos entre las dos a llevar la carga. Samantha insistía en sus juegos de seducción hacia Joel. No es que fuera muy difícil, Joel era tan promiscuo y alcohólico como ella, no tardaría en caer, era sólo cuestión de tiempo. Y ese tiempo no fue mucho. Fuimos a una reunión de varios amigos míos gays. Fueron Samantha y Joel. Cuando acordé, vino Jesús, uno de mis amigos gays, a decirme que Samantha y Joel estaban encerrados en un cuarto. —¿Quieres que los saque? Me preguntó — No, a mí nadie me pidió permiso. Cada quien su vagina. Salieron como si nada, ella no me lo contó. Como si yo nunca me hubiera enterado. Lo dejé así. A mí qué. Aunque claro, Joel tenía sida. Ojalá y hayan sido responsables y de jodido hayan usado condón. A la semana siguiente, Armando, el coordinador de la carrera, nos llamó a todas las mujeres del salón, menos a Erika. Nos comentó el problema de las mentadas llamadas anónimas. Dijo que los padres de ella se habían ido a quejar porque ya no sólo eran las llamadas de advertencia sino que se habían convertido en amenazas, los padres estaban dispuestos a poner una demanda
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en contra de la universidad. Comentó que él estaba seguro que la culpable estaba entre una de nosotras. Nos advirtió que se trataba de un asunto muy serio. Podía ser cualquiera de nosotras y que bien podíamos estar ante una persona que sufría de doble personalidad, es decir, podía ser cualquiera de nosotras e ignorarlo. Sentí pánico, porque en el momento pensé que hasta podía ser yo sin darme cuenta. Sabía que no tenía ningún motivo para hacerlo, pero en tal trastorno de personalidad la posibilidad estaba latente. Pensé que la que más motivos tenía era Samantha, pero aun así me parecía imposible. Estaba con ella todo el tiempo y jamás vi algo extraño como las llamadas extrañas. Armando sólo nos pidió pistas, no nos pidió que acusáramos a alguien directamente, sólo que le diéramos alguna pista que lo acercara a la culpable. Al salir de la reunión Samantha estaba como si nada, ni se había inmutado ante el problema. — Es la misma Erika, dijo, qué no ves que está bien pinche loca. Ella sola se hace las llamadas para llamar la atención. Por más que cupiera la posibilidad, para mí no fue suficiente. Al conocer a Erika sabía que ella no era capaz. No mostraba los síntomas, pero claro, apenas estábamos en primer año, no teníamos ninguna los conocimientos suficientes para diagnosticar. Y como todas estábamos muy enfermas cualquiera de nosotras podía ser. Nuevamente fuimos las señaladas nosotras dos, el dúo dinámico, las enfermas, las amantes inseparables. Mi amistad con ella me estaba dañando. Cuando llegué a mi casa le comenté a mi mamá el problema. Le rogué que me vigilara por si me levantaba de madrugada a hablar por teléfono o salía o
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mostraba actitudes sospechosas. Ella dijo que no era yo, que estaba loca pero no tanto. De cualquier forma seguí juntándome con Samantha a estudiar porque ambas éramos bastante aplicadas en los estudios. Una noche nos juntamos en su casa. Íbamos a ver películas. Le llamó a Antonio, su novio de Celaya. Entre lo que pude escuchar le decía: “pues no te aseguro nada, yo le digo, pero no sé si quiera, bueno, bye. Luego nos vemos allá”. Cuando colgó yo no le pregunté de qué había hablado con él, pero me dijo que estaba pensando regresar a Celaya, con su novio. Dijo que le había hablado muy bien de mí, que éramos las mejores amigas, que éramos iguales. ¡¿Iguales?! Madres, yo no estoy tan piche loca, pensé. Luego me dijo: — ¿Cómo ves? Dice que te quiere conocer. Que le he hablado tanto de ti que ya hasta tiene fantasías con nosotras dos. Quiere que le grabe un video de nosotras haciéndolo, que si queremos que puede ser detrás de una sábana para no vernos directamente, sólo las sombras. — “Pues dile que está pendejo”, - y en tono de broma agregué -: “¿pues cuanto me va a pagar?” — Ay, si fue lo que le dije yo. Está loco. Más loca estaba ella porque me planteó la idea de forma en que quedaba abierta la posibilidad. Si fuera cierto que estaba yo tan loca como ella, ese video ya estaría rumbo a Celaya. Por ella no hubiera habido mayor problema. Esa misma noche Francisco llegó a casa de Samantha. Íbamos a ver las películas los tres. Antes de que llegara, nos tomamos unos tequilas. Yo tres caballitos y ella sólo uno. Estaba bien, cuántas veces la había visto beber y beber sin perder compostura, pero nomás llegó Francisco y la monita estaba perdida
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de borracha, en cuestión de instantes. Tuvimos qué cargarla entre los dos para llevarla a la cama, según ella no se podía ni poner en pie. En la cama Samantha se acomodó entre los dos. Le pregunté a Francisco si quería cenar y fui a la cocina a prepara una botana para todos. Cuando regresé Samantha estaba dormida y Francisco muy serio. Vimos las películas y ya, no pasó nada más. En la universidad las cosas se pusieron feas unos días después porque tuvo qué intervenir el Decano de la universidad, es decir, la bronca había llegado a la máxima autoridad, pero esta vez sólo nos llamó a Samantha y a mí, ya a ninguna de las demás. Aunque no nos acusó directamente, porque no lo podía hacer sin pruebas, Samantha se sintió acorralada y sacó las uñas. Se puso fúrica amenazándolo con que su padrastro era militar e iba a intervenir demandándolos por acusarla a ella. Yo nada más me aterré porque el grupo se había limitado bastante, a nosotras dos. Nos dejó ir, pero nos dejó ver que él sabía que la culpable estaba entre nosotras. Ya no aguantaba la presión, el ver que todas veían en mí a la culpable, que nadie creyera en mi inocencia. Decidí que al terminar el año no volvería a la universidad, el ambiente estaba maleado, demasiado denso. No podía dormir, me estaba agotando la situación. Francisco me dejó. No soportó la carga. No me dijo al principio por qué, fue bastante diplomático. Ya varios años después me contó lo que había pasado en casa de Samantha. Cuando yo estaba en la cocina preparando la botana se le echó encima. Él la rechazó pero ella insistió mucho diciéndole que yo era su amiga, que a mí no me iba a molestar, que éramos compartidas. En pocas palabras le daba a entender que lo hacíamos siempre que nos gustaba en menaje a tríos , no iba a ser la primera vez. ¿por qué no me lo l o dijo en el momento? No lo sé. La cuestión es que Francisco se sacó de onda y
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conforme se fueron acumulando las anécdotas, él terminó por perder la paciencia, y creyéndole a Samantha en aquello de que éramos iguales. Las dos no éramos más que unas chicas border, problemáticas y putas. Me dejó. — Fue uno de esos días terribles en que más presionada me encontraba cuando recibí una llamada de Samantha. — Tenemos qué hablar. Fui a casa de Erika. — ¿Qué? ¿Te fuiste a parar a su casa cuando sabes que ella piensa que somos alguna de las dos? — Ella me habló. Dijo que quería aclarar las cosas conmigo, porque estaba segura de que eras tú la de las llamadas. — ¡Queeeé! ¿Por qué yo? — Su mamá dice que ella está segura de que tú eres la responsable. Erika piensa que tú quieres andar con Joel, y que eres la más rara del salón. Yo le dije que no podías ser tú pero no me creyó. — Pues ya estoy hasta la madre, y en este momento voy a ir a levantar una demanda para que me dejen en paz. Ya estuvo bueno de tantas mamadas. yo sé que no tengo nada qué ver. — Y ¿cuándo vas a ir? — Ahorita, ya. Mi mamá es abogada, le voy a decir que me acompañe. Estaba tan encabronada que así lo hice. Le dije a mi mamá y fuimos, sólo que ahí me controle un poco. Lo suficiente para llamar a Armando, el coordinador de la carrera y además mi terapeuta. Él me convenció de que no levantara la demanda en contra de la familia de Erika. Me dijo que me calmara y que fuera a hablar con él en la mañana. Eché todo para atrás, le hice caso. Cuando hablé con él me hizo entrar en razón.
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— Mira, yo nunca he creído que eres tú la de las llamadas Por fin, hasta que alguien cree en mi inocencia, pensé. — Mira, si te fijas bien, todo lo que saben Erika y tú es por Samantha. No han hablado directamente entre ustedes. Si quieren yo les programo una cita estando yo como mediador. Armando tenía razón. Yo estaba a punto de demandar a la familia de Erika sin que ellos me hubieran dicho directamente a mí nada. Yo no podía saber si era cierto todo lo que Samantha había dicho. — Yo sé cosas de Samantha porque también soy su terapeuta, pero no puedo romper mi código de ética profesional y decir lo que sé. Por eso, i te fijas, siempre te he protegido. ¡Vaya forma de protegerme! Pensé. Todavía hasta la fecha no sé cómo lo hizo.
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El decano sabe que es Samantha, pero no la puede acusar directamente sin pruebas, por eso te llamó también a ti. Ella está muy mal. Mira, todo lo ha armado a la perfección, ella es la que lo ha enredado todo. Ahora que se va a Celaya ha preparado su gran final dejándolas en el caos. Esta es su gran salida, y se va a hacer lo mismo a otro lado. Pues sí, todo concordaba. Samantha era la border que todo lo había planeado para salirse con la suya. Un día hablé con Erika y me contó su versión de los hechos. Dijo que Samantha había ido a su casa sin avisar. Su mamá no estaba ese día así que no hubo problemas y la dejó pasar. Primera mentira, Samantha me había dicho que la mamá de Erika había sido la que me acusaba directamente, cuando la señora ni estaba. Le dijo que yo era de lo peor, pero que como me quería mucho, más bien me quería proteger, ayudarme, que ella me
aconsejaba que no le hiciera daño, porque Erika era nuestra amiga. Segunda mentira, yo era la que le decía eso a ella para que no se enredara con Joel. Samantha agregó otras preciosidades sobre mí como que yo era la que me quería acostar con Joel, que un día en casa de unos amigos míos gays, Joel y yo habíamos intentado violar a un amigo mío. ¡hazme el favor! Aparte de roba novios, extorsionadora, también era violadora de gays. Le dijo que yo había metido en broncas a su mamá, que yo le había pedido una vez su tarjeta y le había dejados cuentas pendientes. Exacto, también fui ladrona, según ella. Para rematar dijo que mi infancia había sido difícil y que había sido víctima de una violación por parte de un novio de mi mamá cuando se separó de mi papá. ¡El colmo! Samantha era la que me había confesado eso antes. Eso según ella le había pasado a ella, no a mí. Todo lo que le dijo a Erika no fue otra cosa más que sus culpas, sus aberraciones y todas me las achacó a mí. Aclaramos todo, Erika y yo. Dijo que no le había creído nada, pero de cualquier forma no hizo nada. Todavía después de que Samantha, mi chica border, se había ido a Celaya, me llamó por teléfono. — ¡¿Cómo pudiste hacerme eso?! Me dijo. Yo pensé que eras mi amiga. Me traicionaste. — ¿De qué me hablas? — Tú sabías que Joel tenía Sida, y no me dijiste nada, me dejaste que me metiera con él. — Para empezar ¿cómo sabes? ¿quién te dijo y además que yo sabía? — Betty me dijo. Dijo que tú sabías.
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— Sí, sí sabía, pero yo te dije que no te metieras con él. Además tú no me pediste permiso para acostarte con él en aquella fiesta. No me dijo nada y me colgó. Ya ni la saqué de la bronca. Nosotras habíamos descubierto que lo del sida de Joel era mentira. Otra enferma artimaña de un chico border por llamar la atención. Pasaron meses cuando me volvió a llamar. ¡Qué descaro! — Sólo te llamo para saber cómo estás, amiga — Pues muy, muy bien. -le contesté. — Ah, qué bueno, yo también estoy muy, muy bien. Entonces todo queda claro. Erika no está bien, me enteré. Ya sabemos con eso quién fue la culpable. Es la justicia divina. ¡No mames! pensé. Ésta sí está bien loquita. Ya pasaron meses de eso. Erika está bien, yo también, ella no, estoy segura, porque qué caso tiene seguir llamando cuando ya todo quedó aclarado. En su mente enferma ella sigue siendo inocente, todos los demás somos los culpables. ¿será acaso que no quiere que muera su recuerdo?
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SIX PACK
Terminé con un six pack en la mano caminando por calles que no reconocía. No me importaba si de pronto me topaba una patrulla y me levantaba. Eso me tenía muy sin cuidado. Cuando la has embarrado tanto como yo entiendes que esas minucias, nada pueden importar. Yo llevaba 26 pesos en la bolsa, un bote en una mano y el resto del six pack en la otra. El dinero, muy a la fuerza se lo quité a la puta con la que amanecí. Cuando comencé la noche llevaba yo tres mil pesos en la cartera. Ya a esa hora lo único que me quedaba eran las cervezas. Mi idea era tomar un taxi y pedirle que me llevara a mi casa por los 26 pesos, no sabía si aceptaría o no, ya que no sabía dónde me encontraba, pero tenía la idea de que si el precio era mayor tal vez podría ofrecerle una de mis cervezas.
Hay un momento de la noche en el que te ves a ti mismo caminando por entre la gente sin saber dónde estás ni hacia dónde te diriges, no sabes si estás solo o si vas acompañado, es como si no retuvieras información, como si no tuvieras memoria a corto plazo, o como si hubieras estado dormido y de pronto te vieras ahí simplemente caminando.
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Me senté en una mesa con una de las putas del lugar, no le pedí permiso, sólo me senté. Le dije que esa noche me la iba a llevar a un motel para cogérmela toda la noche, y que en el camino compraría un six pack, pero que sólo le iba a dar una. No sé si me contestó o qué fue lo que me dijo, sólo recuerdo que yo sentía tener el control. Me encontraba sentado en una mesa con la puta viendo cómo en la pista los demás simplemente bailaban con puras arañas sintiéndose soñados. Me levanté y le dije a la morrita que no se fuera a ir, que más tarde nos iríamos. No sé a donde iba ni por qué, sólo sé que en un momento otra morrita me tomó del brazo para decirme que le tenía qué pagar. - ¿Qué te tengo qué pagar? - Me debes 100 pesos por bailar y sentarme con tu amigo - ¿Cuál amigo? - Ese amigo - Ah Fue cuando vi que no iba solo. Pedro estaba conmigo y en ese momento ya bailaba con otra morra. No supe si la l a puta me había mentido o no, el punto es que saqué el dinero y se lo di, pero no sin antes decirle: - Así fueras para coger Lo chistoso fue que no se enojó, se me quedó viendo como queriendo descifrar si eso había una invitación. Me reí, la agarré de la cintura, me le pegué bastante y le dije: -¿Qué, quieres ir a coger o qué?
Me dio risa su respuesta, me dijo que como yo quisiera, pero se notaba que ardía porque me la llevara. Le dije que no, que se fuera con Pedro, porque a mí no me gustaba. Se fue emputadísima, pero bueno, ¿a mí qué?
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Cuando acordé ya estaba nuevamente sentado en la mesa con la puta del principio. Entonces tuve un flash back, antes de estar tan ebrio la había visto con otro tipo ahí en esa misma mesa como haciéndose del rogar. Me acuerdo que me gustó porque entendí que ella se manejaba con cierta exclusividad. Digamos que era de las putas caras, no agarraba a cualquiera. Además en el alucine de mi borrachera me acuerdo que me pareció bonita, era carnosita sin ser gorda pero bonita, blanca de cabello negro. A cada rato yo llegaba ahí a la mesa y me sentaba como si fuera mía. Luego me dio risa cuando descubrí que la mesa era de ella, que era como su oficina, digamos, ahí despachaba a los cristianos y decidía quién sí y quien no se podía sentar con ella. Esa era su mesa de negociaciones. Pero a mí me valió madre y yo me senté como si fuera mi mesa y simplemente le dije que esa noche me la iba a coger hasta que me pidiera clemencia. Le dije que me la iba a coger como nunca jamás se lo habían hecho. El asunto fue que a cada rato me preguntaba que a qué hora nos íbamos a ir. - Oye, papi ¿y akioras nos vamos a ir? chupand o tranquilos - Al rato, espérate, estamos chupando
- ¿Quieres seguir tomando? Al rato ya no se te va a parar - Pues me la chupas y ya. - ¿Y cuánto dijiste que me vas a dar? - Lo que me quede - ¿Y cuanto te queda? - Como 700 pesos - A ver enséñamelos - Tengo que ir a un cajero a sacarlos
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- A lo mejor ni es cierto - Sí es cierto y ya cállate y espérate.
Vi que Pedro seguía muy a gusto bailando con su gorda. Yo estaba dispuesto a largarme de ese lugar de forma discreta, solo y sin hacer aspavientos, mi plan era escaparme de todos y todas, salir y tomar el primer taxi que me encontrara y en el camino comprar un six e irme a mi casa solo. Me caga amanecer con alguien. Lo de la puta era mentira, jamás pensé en llevármela a ningún motel, sólo le dije eso por blofear. Apenas me comencé a dirigir a la puerta de salida cuando una arañilla me abordó, me tomó del brazo y me dijo: - ¿A dónde vas? - Ya me voy - ¿No me vas a llevar? - ¿Tú quién eres? - Yo soy la que estaba contigo al principio, dijiste que me ibas a llevar a un motel y me ibas a coger toda la noche
- ¿A ti también te dije eso? - No sé a quién más le dijiste eso pero a mí sí, hasta me hiciste que te besara un buen rato. Me lo prometiste. sue ño, vamos a dejarlo para la semana que qu e - Mira, ya estoy muy borracho y tengo sueño, entra.
- No, tú me dijiste - Y dale!
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La cosa se comenzó a poner fea cuando llegaron otras putas a exigirme más o menos todas lo mismo. ¿Pos qué carajos anda haciendo uno cuando funciona con el piloto automático? Y lo peor ¿pa´qué me creen? Ya me veía yo en un pedo mayor, madreado por los de seguridad y terminando en alguna patrulla. Entonces llegó mi puta favorita, la carnosita, la del cabello negro, la que hasta bonita me parecía. Les paró el pedo a todas. - Ya déjenlo, se va a ir conmigo, es mi novio. Y santo remedio, ya nadie dijo nada, nadie me siguió cobrando los bailes de Pedro ni nada. Todas se hicieron a un lado y nos dejaron salir. Nos subimos a un taxi y ella le pidió que nos llevara a un cajero automático. Se bajó conmigo, a lo mejor pensó que me podía fugar. En efecto me quedaban 750 pesos, de los cuales sólo pude sacar 700. Se los di ¿me los quitó? No recuerdo. Nos subimos nuevamente al taxi y pedí llegar antes por mi six pack. En la cartera aun tenía dinero para mis cervezas. Ahí sí me bajé solo, ahí ella no se bajó conmigo, ya tenía lo que quería, lo curioso era que ella bien se había podido ir y dejarme ahí, pero no lo hizo. Me subí nuevamente al taxi y abrí una cerveza, no lo ofrecí. Mi six era todo lo que me quedaba, le había dado todo mi dinero pero no me preocupaba, yo estaba en paz. Me preguntó que a qué hotel íbamos a ir y le contesté que a ninguno, que yo ya no tenía más, y le dije lo que el resto de la noche le estuve repitiendo: - Ya te di todo mi dinero Entonces ella le dio una dirección al taxista. ¿A dónde? Ni idea. Estaba lejos. Cuando llegamos me bajé con mi six en la mano y sin la menor intención de pagar.
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- ¿No piensas pagar el taxi? –me preguntó - No , -le respondí-, págale tú, yo ya te di todo mi dinero. Ella sabía que yo decía la verdad así que no le quedó otra más que apechugar y pagarle al taxi con mis mismos 700 pesos. Me dio risa ver cómo renegó como si ese dinero hubiera sido de ella, ¡si ni se los había ganado todavía! Mientras pagaba el taxi observé la casa desde afuera, parecía una casa abandonada. No había puerta en la reja principal, en lugar de esto había un montón de maderas pesadas que había que mover para entrar. Cuando entramos vimos acostada en la sala a una señora. Ni siquiera a saludé. Ella me pasó a un estrecho cuarto a través de un estrecho pasillo. Había una cama matrimonial, además de eso no cabía nada más. Me dejó ahí y salió de la habitación. Cuando regresó se comenzó a desvestir, yo seguía con mi cerveza en la mano y el resto debajo de la cama. Estuvimos hablando, ella insistía en que me la cogiera como yo había prometido. - Mira, no pienso coger coge r contigo, era mentira, yo a esta hora hor a debería de estar en mi casa solo bebiéndome mi six.
- Pero ya me pagaste - Ya sé, quédate con el dinero, te lo regalo - Ya no te puedo devolver tu dinero, ya pagué el taxi y el resto se lo di a la señora que me renta aquí
- ¿Aquí viven otras putas? - Sí, otras dos - ¿Las invitamos? - No
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Yo ahí dejé la plática y di otro sorbo a mi cerveza, estaba tranquilo cuando me volvió a cuestionar. Eres raro Sí, y qué Quiero que me cojas ¿No tienes sueño? Duérmete, yo me quedo aquí bebiendo, cuando amanezca me voy Quiero que seas mi novio
Me ataqué de la risa, pero no le dije nada. Se me trepó y me la comenzó a chupar. Yo estaba tan pedo que nunca jamás se me paró. Además yo no quería cogérmela. Por fin se rindió. Vi que comenzaba a amanecer y le dije que me diera dinero para irme. - ¿Yo por qué te tengo qué dar dinero? - No tienes por qué dármelo, pero sería bueno que me lo dieras para que me fuera. Si no ¿cómo quieres que me vaya? Yo ya te di todo mi dinero.
- Yo ya no tengo dinero - ¿No tienes? Si te lo acabo de dar - Ya se lo di a la señora - Ya me dijiste eso, pero cómo quieres que me vaya - No sé, es tu bronca - Ok, entonces no me voy hasta que se me acabe el six, y mira que tengo toda la noche con este bote.
- ¿Si te doy dinero te vas? - Ya me estoy yendo - Pero ¿cuando vienes?
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- ¿A qué? - Quiero que tengamos algo, tú dijiste que te gustaba. Silencio incómodo. Absurda cabeza la de la mujer. - Mira tengo 26 pesos, es todo lo que te puedo dar –me dijo - Ni siquiera sé dónde estoy, no sé si complete - Es todo lo que tengo - Que mal pagado está tu oficio, o no sirves para el jale o eres pésima administrando.
- ¿Me vas a buscar después? - No, jamás - Yo estoy en el bar todos los sábados, por si me buscas - No voy a ir Y me levanté y tomé los 26 pesos. Salí y estaba amaneciendo. No reconocí la calle, seguía sin saber dónde estaba, voltee y vi que me decía adiós desde la ventana de su cuarto. Me dio lástima, de veras quería algo conmigo. Yo llevaba el six pack conmigo, nada más podía importarme en ese momento.
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