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Esta obra posee CONTENIDO HOMOERÓTICO, es decir tiene escenas sexuales explicitas de M/M.
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Conrad no podía creer lo que acababa de suceder. ¿Estaba loco? Quizás. Pero había visto como Manfred cambiaba de gato a hombre con sus propios ojos. Podría estar alucinando... O no. Pero no podía negar que al mirar en las profundidades de los dorados ojos de Manfred algo golpeó su pecho. Y definitivamente su ingle. Era muy posible que este cambia formas gato tuviera la intención de hacerle daño, pero no lo creía. Aunque, se había equivocado antes. No siempre era un buen juez en cuanto a los hombres se refería. Manfred lo arrojó sobre la cama matrimonial y de inmediato comenzó a tirar de sus pantalones vaqueros. No se había molestado en ponerse los zapatos después de ducharse, así que no tenía que tratar con ese problema. Conrad se desabrochó los pantalones, así Manfred pudo tirar de ellos más fácilmente. Así de sencillo, Manfred se había deshecho de sus vaqueros y calzoncillos, liberando su polla, dura como una roca, que saltó y golpeó libre contra su vientre. Antes de que pudiera hacer nada más, Manfred lo aplastó debajo de él, con los brazos por encima de su cabeza en un fuerte apretón. La otra mano del hombre se cerró sobre su polla, tirando de ella. —Oh...Oh...Dios mío.
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Manfred lo besó, devorando sus labios, mordisqueándolos mientras lo besaba, y enviándole ondas de choque que lo atravesaban. Era como ser atacado por un animal. Bueno, joder, lo era, ¿no? Se soltó del agarre de Manfred y agarró su camiseta negra. Este vio inmediatamente el intento. —No, espera, voy aManfred le desgarró la camiseta negra por la mitad y arrancó los trozos, arrojándolos a un lado. —Lo siento —murmuró contra sus labios, no sonó sincero de ninguna manera.
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—Una tormenta se dirige hacia el sur y promete ser única — dijo el meteorólogo de la televisión. Conrad Jones soltó un bufido. Si había una cosa que los programas de noticias hacían era exagerar el clima. Alerta de tormenta apareció escrito en grandes letras en la pantalla. —Claro, lo que sea. —Apagó el equipo y se estiró. Había sido un día duro en el trabajo. La tienda había tenido muchas ventas, lo que significó constantes clientes. No quería nada más que sumergirse en una tina de agua caliente con burbujas. Después de cenar, por supuesto. Sacó un paquete de comida congelada y la metió en el microondas. Mirando por la ventana de su cocina, se dio cuenta de que la lluvia había comenzado a caer. —Bueno, al menos en eso tienes mucha razón. Cuando pitó el microondas, sacó su cena y se sentó en la mesa del comedor solitariamente, tratando de no sentirse demasiado patético. Puede que fuera viernes por la noche, pero estaba cansado de trabajar todo el día. ¿Y qué sino salía?
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Después de terminar, tiró el recipiente a la basura y se disponía a subir a su cuarto de baño cuando se dio cuenta de la intensidad de la lluvia. Está bien, quizás después de todo iba a ser una gran tormenta. Las luces parpadearon y Conrad contuvo el aliento, pero no se apagaron. Ahora, la lluvia golpeaba tan fuerte que podía oírla en el tejado y el viento realmente ganaba velocidad. Mordiéndose su labio, tomó su libro electrónico y se dejó caer en su sillón, decidiendo que tal vez el libro que estaba leyendo lo distraería. Pero cuando oyó un trueno, arrojó el libro sobre la mesita y se levantó. Conrad, jamás en sus veintidós años, se había molestado por las tormentas, pero había algo en esta que lo tenía cada vez más inquieto. De pie, junto a la ventana frente a su casa estilo bungaló de dos pisos, apartó la descolorida cortina amarilla, recordando cuando su abuela era la dueña de la casa, y miraba a través de las cuchilladas de lluvia que golpeaban el cristal. Los árboles en el patio delantero se balanceaban con el intenso viento, y en el cielo no muy lejano, otro fuerte estruendo de un trueno atrapó sus oídos. Hundiendo sus dientes en su labio inferior, dejó caer la cortina y se volvió para mirar nerviosamente sus luces. Tormentas como estas no se daban aquí. Era el sur de California, donde las tormentas con truenos y relámpagos eran una rareza e incluso entonces no eran tan fuertes. No en una ciudad costera como Ventura.
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Fue hasta el sofá y cogió el control remoto de la televisión. Tal vez las noticias podrían al menos darle una idea de cuánto duraría la tormenta. Afortunadamente, no iba a ir a ningún lado, por lo que no necesitaba coger el coche. Pero cuando presionó el botón de encendido de la pantalla, esta apareció blanca y difusa. —Maldito cable —murmuró. En la esquina del sofá dormía su gato, Manfred. El gato negro había llegado a su puerta un par de semanas antes, con una pierna lesionada. Llevaba una pequeña placa de metal que indicaba su nombre, pero nada más. Había puestos varios carteles en el vecindario, preguntando si alguien había perdido un gato, pero nadie se había presentado a reclamarlo. Supuso que Manfred lo había reclamado a él ya que no parecía dispuesto a irse. 7
Manfred no parecía preocupado en lo más mínimo por la tormenta, así que quizás, no era algo por lo que debiera preocuparse realmente. Se acostó en el sofá, deseando que el martilleo de su corazón se desacelerara a un ritmo normal. Un relámpago crepitó, sonando como si hubiera impactado justo fuera de su casa. Siendo seguido rápidamente por el auge de un trueno. —¡Santa Mierda! Las luces se apagaron. Genial. ¿Dónde diablos tenía sus linternas? ¿Y por qué demonios no había pensado en eso antes de que las malditas luces se fueran? Esperó unos momentos hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y luego se levantó a buscarlas. Creía que tenía una en su cocina.
Buscando a tientas el cajón, lo abrió y buscó la linterna. ¡Ya está! Pero cuando pulsó el interruptor, nada. —Joder. —La desenroscó. No tenía pilas. ¿Qué tipo de estúpido guardaba una linterna vacía? El tipo que también guardaba sus malditas baterías en un armario en el garaje. Apoyado en el mostrador de la cocina, Conrad oró: —¿Por favor, regresad de nuevo, por favor? Esperó cinco minutos. Nada. Debería haberlo sabido. Desafortunadamente la casa de su abuela no tenía el garaje adjunto, sino que más bien estaba situado a un lado y detrás de la casa. Lo que significaba salir a la tormenta. Buscó a tientas su camino hacia el armario del vestíbulo y sacó su pesada gabardina y se encogió de hombros en ella. Se había dado cuenta de que la luz de la calle parecía estar todavía encendida, así que obviamente toda la manzana no había perdido la electricidad. Pensó, que afortunado. Decidió que iría al patio trasero por la puerta de la cocina, cerró el armario y se volvió justo cuando un movimiento en el jardín delantero llamó su atención. Se dirigió hacia la pequeña y estrecha ventana situada junto a la puerta. Conrad miró a través del cristal, pero no pudo ver nada. Su imaginación, probablemente. La tormenta jugándole una mala pasada. Dejando escapar el aliento, se volvió para salir al patio cuando vio el movimiento de nuevo. —A la mierda. —Fue hasta el armario y abrió la puerta, buscando rápidamente algún tipo de arma. Conrad no tenía idea de
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lo que estaba ahí fuera, pero no quería relajarse hasta averiguarlo. Cerró la mano alrededor del mango de una raqueta de tenis. Nunca había usado la maldita cosa para jugar al tenis, así que podría darle uso ahora. Conrad no podía dejar de pensar que si no hubiera roto con Stewart, un par de meses atrás, podría haber tenido al gran bombero saliendo a ver qué era. Al menos Stewart tenía los brazos construidos como Paul Bunyan1. Conrad era un escuálido empleado de unos grandes almacenes. ¿Pero, realmente, aguantar a un tramposo y cabrón como Stewart algunos meses más valía la pena? Nah. —Estás estancado, Con —se dijo a sí mismo, sin preocuparse en absoluto porque estaba hablando en voz alta. ¿De quién se iba a preocupar de todos modos? El otro ocupante de la casa, Manfred, dormía profundamente en el sofá—. Tú puedes hacerlo. Asintió y abrió lentamente la puerta de entrada. La lluvia caía con más fuerza de lo que podía recordar en los últimos años. Se subió la capucha de su chaqueta para cubrirse la cabeza, y justo cuando sintió movimiento detrás de él, un relámpago iluminó la casa. —Manfred, Dios, me has asustado. El gato se sentó en el suelo de madera en el borde del vestíbulo mirándolo fijamente. Su cola se movió e inclinó la cabeza hacia un lado.
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Paul Bunyan es un leñador legendario gigantesco que aparece en algunos relatos tradicionales del folclore estadounidense. Fue creado por el periodista estadounidense James Mac Gillivray.
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—Sí, vi algo por ahí, así que voy a echar un vistazo. No pasará mucho tiempo. Negando consigo mismo por haber hablado con su gato, Conrad colocó la raqueta de tenis delante de él y salió al porche de su casa. Un pequeño voladizo cubría el porche lo que impidió que se empapara inmediatamente Volvió a mirar al interior de su casa y decidió que dejaría la puerta abierta. De esta forma si tenía que correr como un loco hacia el interior no tendría problemas. Tenía visiones de un loco enmascarado como el de Scream aquí fuera esperándolo. Su estómago se revolvió. ¿Realmente quieres hacer esto? —¿A-alguien por aquí? —Graznó. Por supuesto, nadie respondió. ¿Qué había esperado? Si un asesino en serie lo acechaba no iba a anunciar su presencia. Rechinando los dientes contra su propia cobardía, bajó del porche y al patio... a la tormenta. La lluvia lo acuchilló, enturbiando su visión, y el viento arremetió con una violenta sacudida las ramas de los árboles en su jardín. Como si esperar a que se presentara, el rayo iluminó el cielo seguido por el auge de la respuesta del trueno. Le tomó hasta su último gramo de fuerza de voluntad, no echarse a correr de nuevo hacia el interior en ese mismo instante. Tragándose lo que seguramente era un miedo no muy normal, fue hacia los árboles en su patio, hacia donde pensaba que había visto... lo que fuera que hubiera visto. —¿Hola?
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Bajo los árboles había una hilera de setos. Conrad realmente los despreciaba porque eran feos, y los bichos, especialmente las arañas, parecían prosperar allí. Se inclinó para mirar entre ellos, sus dientes castañeteaban de frío debido al viento y la lluvia. El pelo en la parte posterior de su cuello se erizó mientras una ráfaga de viento pasó como un rayo a través de su patio. Levantó la vista hacia la grieta de una rama en el árbol por encima de él. Lleno de temor, Conrad se dio cuenta de que la rama iba a caer justos obre él. —¡Muévete! Parpadeó. —QuéLa rama cayó sobre él y la oscuridad lo cubrió.
Manfred apartó la frondosa rama y tocó el rostro mojado de Conrad. Los ojos del hombre se agitaron. —Está bien —dijo con dulzura—. Te voy a llevar dentro. Los ojos de Conrad parpadearon abiertos, pero no enfocaron exactamente. —¿Quién-
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Tocó con su dedo índice los labios del hombre. —Soy yo. Manfred. —¿Manfred? ¿QuéÉl se rio y negó. —Te lo explicaré más tarde. Cierra los ojos. Me ocuparé de ti.
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Conrad se despertó con un horroroso dolor de cabeza. ¿Había estado bebiendo? No. ¿Quién habría ido a beber con él, incluso si hubiera querido? La mayoría de sus amigos estaban casados o con pareja, y no querían ser arrastrados a ningún sitio. Entonces, ¿porqué su cabeza se sentía como si alguien lo hubiera golpeado con... ¡oh! El árbol. Santa Mierda. Luchó para incorporarse, pero el movimiento hizo que le diera vueltas la cabeza por el intenso dolor. Con un gemido se dejó caer sobre su almohada. ¿Almohada? ¿No estaba aún acostado en su patio empapado hasta los huesos? No, no lo estaba. Estaba en su cama, con la cabeza amortiguada por su propia almohada, mantas estampadas sobre su cuerpo desnudo. ¿Desnudo? Está bien se había golpeado la cabeza, pero seguramente no lo suficiente como para olvidar que había vuelto a casa, subido las escaleras, que se había desnudado y logrado meterse en la cama. ¿Demonios, si había hecho todo eso, se había acordado de cerrar su puerta principal? ¿Estaba incluso ahora Manfred corriendo fuera? Manfred. ¿Qué era lo que tenía que recordar sobre su gato?
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Volvió la cabeza hacia la ventana de su dormitorio. Seguía lloviendo. ¿Cuánto tiempo había estado dormido y debería ir al hospital? La luz del ventilador del techo de la habitación de repente se encendió. ¡Tenía electricidad! Espera. No había dejado la luz encendida, ¿verdad? —Estás despierto. Conrad se giró en dirección a la voz masculina. De pie en la puerta de su dormitorio estaba un hombre alto, de pelo oscuro. Alto, moreno y guapo era el dicho y ciertamente encajaba en el tipo invadiendo su dormitorio. Aunque no tenía una vara para medir, Conrad pensó que el tipo mediría fácilmente los dos metros y algunos centímetros y era muy amplio de hombros. Parecía algo así como un mariscal de campo en un equipo de fútbol. Babear no sería digno, había un tío extraño en su casa y eso lo asustaba como la mierda. Estaba claro que no tenía su móvil ya que estaba desnudo y no tenía teléfono fijo en su dormitorio. No es que pensara que el loco lo dejaría llamar pidiendo ayuda. Al parecer, este hombre, el asesino en serie sobre el que solo había estado bromeando, debió haber sido lo que vio fuera de su ventana. Tenía que mantener la calma. ¿No es así? —¿Quién coño eres tú? —Está bien, no estaba tan calmado. Trepó desde su posición de reposo hasta estar de espaldas contra la cabecera de su cama. Algo de protección. Ah, demonios. Un dolor le atravesó la cabeza.
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—No hagas eso —dijo el desconocido. Negando—. Apuesto a que duele. Conrad detectó los rastros de un acento británico, aun que por lo débil que era probablemente llevaba viviendo en los Estados Unidos bastantes años. —No tengo dinero o drogas —espetó. Los labios del hombre se curvaron. —Lo sé. El temor se instaló en su vientre. —¿Ya has revisado mis cosas? Serio, mostrando unos hoyuelos idénticos. Realmente era magnifico. Vestido todo de negro, desde sus vaqueros negros hasta su jersey negro de cuello alto. El hombre se apartó de la puerta y se adentro en el cuarto de Conrad. Sus movimientos eran elegantes, ágiles. —No, no he rebuscado entre tus cosas. —Su sonrisa era pícara—. Hoy no de todos modos. —¿Cómo sabes mi nombre? En lugar de responder, el hombre se sentó en el borde de la cama. —Deberías tener más cuidado. Esa rama realmente te dejó un chichón en la cabeza. Aunque pareces estar bien. Golpe en la cabeza. Correcto. Estaba delirando. No había ningún extraño y sexi hombre de negro en el cuarto que debió haberle quitado la ropa. ¿O bien, hizo eso él mismo? —¿Qué? —preguntó el hombre.
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—Mi ropa. El extraño hombre hizo un sonido bajo que retumbó en su pecho. —Sí, quitarlos fue como encontrarme hierba gatera. Conrad frunció el ceño. —¿Qué? —Quiero decir que me entusiasmó. Eres hermoso. —La mano del hombre se cerró sobre la pierna cubierta con la manta. Sus ojos eran de un extraño color dorado—. No tengas miedo. No estoy aquí para hacerte daño, Conrad. —¿No? ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Eres un acosador? —He acechado aves y ratones antes, pero rara vez hombres. —Así que su ilusión o desilusión cayó como un montón de rocas en una pila. Si este hombre era real, iba a tener que encontrar la manera de salir de la casa e ir a la del vecino o encontrar su móvil y pedir ayuda. —¿Tienes hambre? Conrad sacudió la cabeza. —Tuve una cena congelada. El hombre arrugó la nariz. —No sé cómo comes esas cosas. El pollo que te comiste anoche olía horrible. Su corazón golpeó duro, y le preguntó: —¿Has revisado mi basura? Le dedicó una sonrisa burlona. —Tú mismo me dejaste entrar. —¿Qué? No lo hice. ¿Estás... hay un hospital mental por aquí o algo así?
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—No lo sé, no llevo mucho en la zona. —Las cejas del hombre se arrugaron—. ¿Te sientes como si necesitaras ir a uno? —¿Yo? No. Bueno, tal vez. No lo sé. —Bueno, ahora estaba balbuceando—. Por favor, no quiero problemas. Puedes coger todo lo que tengo. Mis tarjetas de crédito, los veinte dólares que tengo en mi cartera, incluso la televisión. Él negó, mirándolo vagamente divertido. —No estoy aquí para robarte. —Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Para matarme? —Las manos de Conrad fueron hasta su garganta al pensar en ello. —No, por supuesto que no. —Sus extraños ojos dorados se dilataron. —¿Un demonio del sexo? —Eso tenía sentido. El hombre le había quitado la ropa. La oscura cabeza se inclinó. —Bueno, tal vez, pero no creo que lo sea en la forma en lo que lo has querido decir. Su cabeza le latía casi tan duro como su corazón .Pensar que esta noche había comenzado tan normal. Acabo de regresar de un duro día de trabajo en la tienda y ahora… —Vasa estar bien —dijo el extraño hombre—. ¿No sabes quién soy? —¿No he estado preguntándotelo? —Por el tono agudo de su voz podría decir que estaba al borde de la histeria.
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—Manfred. Ahora lo recordaba. Este hombre se había inclinado sobre él, después de que la rama lo golpeara y le dijo algo sobre ser Manfred. Sacudió su cabeza. El hombre sonrió y se llevó su mano a su cuello. Metió la mano en el cuello de su suéter y sacó un collar con una pequeña placa de metal redonda en él. La hizo tintinear. Conrad parpadeó. Bueno, ese collar se parecía mucho al de Manfred. Pero eso no era jodidamente posible. De ninguna manera. Sólo un truco de los ojos... la mente... o un truco de algún psicópata. —Soy realmente yo —dijo el hombre, dejando caer el collar de su agarre—. Sé que te va a llevar algún tiempo acostumbrarte, es probable que ni siquiera supieras que existimos. —Quienes —le preguntó, con voz débil. —Los cambia formas gato. Hablaba como si tal cosa no fuera pura locura. Si tan sólo pudiera llegar al teléfono podría llamar a alguien para que enviara a los chicos de las batas blancas. —No es como si cada gato que ves sea uno de nosotros — continuó el lunático—. La mayoría son sólo gatos domésticos normales. —Eso es... uh... tranquilizador. —¿Acaso no había escuchado una vez que lo mejor era seguirles la corriente a los locos?
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—Probablemente te estés preguntando por qué he estado contigo durante estas semanas y no cambié antes. Conrad tragó. —Bien, seguro. —Más que nada porque estaba maldito. —Oh, cierto, tiene mucho sentido —dijo, sonando él mismo como un lunático. Miró hacia la puerta de su dormitorio. ¿Podría tener la oportunidad de llegar a ella? Claro, estaba desnudo y estaba lloviendo, pero tal vez pudiera salir de la habitación antes de que el hombre-gato supiera cuáles eran sus intenciones. ¿qué? ¿Qué iba a hacer? ¿Llamar a la puerta principal de la anciana de al lado en su traje natural de piel? —Lo mejor que se me ocurre —dijo el hombre— es que cuando saliste a la tormenta y te lastimaste eso liberó mi capacidad para cambiar de nuevo. —Arrugó la nariz—. No estoy muy seguro de eso. La maldición era muy extraña de todos modos. Estoy seguro de que podemos hablar de eso más tarde. El gato... el hombre tomó su mano y la apretó entre las suyas. La mano que sostenía la suya era sorprendentemente cálida y reconfortante. —Te ves algo pálido. Tal vez deberías descansar un poco más. ¿Por qué no te recuestas? —Se puso de pie y suavemente ayudó a Conrad a meterse en la cama y colocar su cabeza en la gran almohada afelpada. Su mano le acarició suavemente la mejilla, enviando deliciosos escalofríos a través de él—. Ya está. ¿Quieres que te traiga una aspirina?
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—No. —Se sentía realmente cansado, agotado. Y no era de extrañar. Cuando se despertara tal vez todo este asunto sería un sueño ya que se había golpeado la cabeza. Tenía que serlo, ¿verdad? Bostezó. El hombre sonrió. —Duerme. Podemos hablar cuando te sientas mejor. —Se inclinó y colocó un casto beso en los labios de Conrad. Sus ojos se cerraron y el mundo se volvió oscuro otra vez.
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Manfred bajó las escaleras y se aseguró de que todo estuviera apagado, cerrado y bloqueado como debía ser. La tormenta anterior, que lo había sorprendido un poco, había volado lejos a molestara otra ciudad. Ahora, la lluvia fuera era ligera, con una suave brisa. Se dirigió al piso de arriba, sin necesidad de ninguna luz para encontrar su camino. Su visión felina funcionaba bien en la oscuridad. Aunque la tormenta había preocupado claramente a Conrad, Manfred estaba agradecido por ello, ya que parecía haber roto la maldición. En la parte superior de la escalera, fue por el pasillo hacia el baño y encendió la luz. Arrugó la nariz ante la visión de la caja de arena que Con le había comprado. Ahora que podía cambiar de nuevo, esa pequeña caja sería historia. Apagando la luz, volvió al dormitorio de Con. El hombre estaba profundamente dormido. Por un momento, se quedó de pie a un lado de su cama observándole. Desde el momento en el que había visto a Con saliendo de su poco práctico Honda Sedán, Manfred sabía que lo quería. Con sus rizos rubios siempre desordenados y sus ojos azules cristalinos, tenía una belleza casi etérea. Esbelto y probablemente no pesaba más de cincuenta y seis kilos, era un adorable paquete compacto al que no podía resistirse.
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En circunstancias normales habría encontrado una manera de conocer a Con, en su tienda tal vez, pero desde que se había quedado atrapado en su forma de gato había sido incapaz, por lo que había encontrado una forma diferente de presentarse ante el hombre. Las semanas que había pasado con él en forma de gato habían sido frustrantes tanto emocional como físicamente. Había comenzado a desesperarse sobre si alguna vez podría encontrar una manera de romper la sangrienta maldición. Alejándose finalmente, entró en el baño principal y abrió el grifo de la ducha. Había pasado mucho tiempo desde que había tomado una ducha de verdad. Se quitó la ropa y frunció el ceño. Definitivamente necesitaba lavarse. Ahora que estaba aquí, con seguridad, tenía que ir a comprarse algo de ropa. Tal vez podría conseguir un descuento en la tienda donde trabajaba Con, pensó con una sonrisa. Cuando salió de la ducha envuelto en una gran toalla mullida color marfil, Con todavía dormía. Se sentó en el borde de la cama, con cuidado de no moverla lo suficiente como para despertar a su bello durmiente. Tenía una idea en su cabeza para intentar convencerlo de la verdad. Simplemente podría cambiar de nuevo a su forma de gato, pero una parte de Manfred se preocupaba de quedar atrapado de nuevo. La idea se asentó en sus entrañas como un bulto duro. No podía permitirse eso. Descartando la toalla, Manfred se arrastró debajo de las mantas con Con. Siempre dormía con el hombre, y no tenía la intención de cambiar sus costumbres ahora.
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Manfred se estiró despierto, un fuerte ronroneo escapó de sus labios al sentir el cálido cuerpo masculino a su lado. Abrió los ojos y vio que seguía siendo un hombre. Con un suspiro de alivio, se dio la vuelta para enfrentarse a Con. Para su sorpresa, los cristalinos ojos azules estaban abiertos y lo miraban fijamente. Podía ver, por el sol que entraba a través de la ventana que era de día y la lluvia había cesado. Sonriendo, dijo: —Buenos días. Con no dijo nada, sólo lo miró, su expresión muy conmocionada, lo que revolvió el estómago de Manfred. Ah, demonios. Lo último que quería hacer era asustar a Con. —Está bien, escucha, hace unas semanas, no estoy seguro de la fecha exacta o del número de semanas que he estado así, pero conocí a un tipo en un bar y tuvimos sexo. Sexo de una noche. Bueno, resultó que este tipo tenía esposa. —Manfred se estremeció ante el recuerdo—. No lo sabía, pero a ella no le importó. Al final resultó que, no era una persona ordinaria más de lo que yo lo soy. Ella... me maldijo. —Tú mencionaste una maldición anoche. Por lo menos Con hablaba. Eso era algo bueno, ¿verdad? —Sí, me llamó gato callejero o algo así y no sé si era una bruja realmente, pero me dijo que me quedaría atrapado en mi forma de
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gato hasta que me enamorara y esa persona me necesitara. —Miró a Con para ver cómo lo estaba llevando. Su mirada se puso en blanco, y Manfred pensó que probablemente no podía ser bueno. Podía entenderlo. La mayoría de los humanos no tenían ni idea de que las criaturas sobrenaturales eran reales. Manfred se había encontrado con cosas que él mismo no había conocido durante su existencia. Las perras vengativas y las brujas. —Voy a tener que demostrártelo, ¿verdad? —Asintió y sacó sus piernas fuera de la cama. Cuando se levantó se dio cuenta que tenía una erección mañanera por la mirada incrédula que apareció en el rostro de Con y su mirada fija en su entrepierna—. Ah, caramba. ¿Podemos hacerle frente a una cosa a la vez, Con? —¿Qué? Manfred respiró hondo. Dios, ¿podría correr el riesgo del cambio? Su estómago se revolvió —No tengas miedo. —¿Eso lo dijo para él o para Con? Cambió a gatito y saltó sobre la cama. Moviendo su cola. Conrad abrió la boca. —Oh, Dios mío. Manfred se movió más cerca de Con, frotando su pelaje negro contra él. Su boca abierta, Conrad pasó su mano por la espalda de Manfred. Dios, eso se sintió celestial. —Yo... no lo puedo creer. Por favor, por favor, déjame ser capaz de cambiar de nuevo a mi forma humana.
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Manfred cambió, una vez más a hombre, acostado en la cama junto a Conrad. Cerró sus ojos, casi mareado por el alivio. La maldición de labruja realmente estaba rota. La manzana de Adam de Conrad golpeó en su garganta. Extendióuna mano vacilante para tocar el hombro de Manfred. — ¿Manfred? —Sí. —¿Cómo es esto posible? Manfred cubrió la exploradora mano de Conrad con la suya y sostuvo ambas sobre su corazón. —Es increíble lo que es posible en este mundo. No sé todas las respuestas, Con, pero vengo de una familia de cambia formas gato. Mi nombre completo es Manfred Brooke. Soy originario de Gran Bretaña, pero vine aquí hace años. Soy novelista. Antes de mi maldición vivía en un apartamento en la calle principal del centro de Ventura. Ni siquiera estoy seguro de cómo llegué a tu calle, pero en el momento en el que te vi, lo supe. —¿Supiste qué? —Conrad susurró. —Que eres tan hermoso que tenía que reclamarte como mío. Y anoche durante la tormenta, tú me necesitabas. Debido a que me necesitaste. Rompiste la maldición. Conrad parpadeó. —Esto es tan irreal, que no sé qué pensar. La garganta de Manfred se cerró. —Lo sé. Estoy seguro de que te va a llevar algún tiempo procesarlo. —Con la mano que no sostenía a la de Con, apartó un mechón del cabello rubio de la frente de este—. ¿Cómo se siente tu cabeza?
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—No está mal. Un poco dolorida, pero mejor que anoche. — Frunció el ceño—. ¿Qué fue lo que vi anoche? Manfred se encogió de hombros. —No lo sé. ¿Tal vez un animal? Nunca vi nada cuando fui a buscarte. Fue una gran tormenta la de anoche. Conrad asintió. —Si. Me alegro de que haya terminado. Y aún más me alegro de no tener que trabajar hoy. —¿Hambriento? —Todavía no. Pero me siento como si necesitara una ducha. Y un café. Sonrió. —¿Por qué no tomas una entonces mientras hago una cafetera? Manfred decidió que probablemente era una buena idea poner algo de distancia entre el increíblemente lamible Con y él. Desde luego, no quería empujar demasiado rápido. Pero también se le ocurrió que no tenía nada que ponerse mientras hacía el café. —¿Crees que puedo coger prestada tu bata? —Oh, claro. Se encuentra detrás de la puerta del baño. Asintió y se levantó. Después de agarrar el albornoz de la puerta se lo puso, contento por el hecho de que era un poco demasiado grande para Con, lo que significaba que a Manfred le quedaba razonablemente bien.
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—Estaré abajo preparando el café. —Vaciló en la puerta, una parte de él seguía preocupado de que cuando le diera la espalda Con se iría. O aún deseara denunciarlo a la poli. Claro, le había mostrado el cambio, pero quizá Con seguía pensando que estaba alucinando o algo así—. ¿Necesitas algo? Con, quién todavía estaba debajo de las mantas en la cama, sacudió su cabeza.—No, puedo manejarlo. Al no tener otra excusa para quedarse, se fue por el pasillo, escuchando en el rellano. Cuando la ducha sonó, Manfred bajó las escaleras. En la cocina, llenó la jarra y se puso a hacer el café. Era muy posible que Con ni siquiera sintiera lo mismo que él. Había estado babeando por el hombre desde hacía tiempo, pero no había notado ningún interés sexual en la mirada de pánico de Con. Sin embargo sabía por sus interacciones con el rubio que era gay. Así que era al menos prometedor. O al menos eso esperaba. Después de servirse una taza de café, Manfred salió a inspeccionar el daño de la tormenta. Claro, sólo llevaba una bata de felpa, pero aun así eran apenas las siete del sábado, por lo que sospechaba que no habría muchos vecinos fuera. Aparte de la rama que había golpeado a Con en la cabeza no vio casi nada, solo el suelo húmedo. El resto del vecindario parecía estar intacto. Recogió la descartada raqueta de tenis de Conde la noche anterior y volvió a entrar. Con estaba en la cocina. Tirando la raqueta en el sofá, Manfred se le acercó. Se había vestido con unos vaqueros desgastados y una camiseta negra.
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Manfred quería lamerlo como si fuera crema. Sonrió en su lugar. — ¿Te sientes mejor? —Um, bueno, todavía un poco raro. —¿Tu cabeza? —Frunció el ceño, tocando el punto sobre la cabeza de Con. La rama había dejado un buen chichón. —No, pero ¡Ay, deja eso! —Con golpeó su mano—. Quiero decir que: que seas un chico caliente sigue siendo raro. —Se ruborizó. Bueno, eso era mucho más alentador. —¿Crees que soy sexi? Con aclaró su garganta y escondió su rostro detrás de su taza de café. —Yo, lo creo. 28
—Pienso que eres ardiente. —¿Qué? —Con bajo la taza y lo miró fijamente, con la boca abierta. Sintiéndose más audaz ahora, Manfred cogió la taza de sus manos y la puso sobre el mostrador al lado de la suya. Pasando un brazo alrededor de la cintura de Con, lo atrajo hacia sí y cubrió los suaves labios del hombre con los suyos. El ronroneo sordo que no pudo reprimir salió inmediatamente de su pecho mientras la boca de Con se suavizaba bajo su asalto. Con gemía mientras sus brazos rodeaban el cuello de Manfred. Oh, joder.
Su polla se levantó y empujaba contra la bata, queriendo liberarse y reclamar el culo del hombre que ahora se aferraba a él con tanta dulzura. Bajó las manos a la base de su culo y lo levantó un poco para que sus pollas se frotaran entre sí, la erección de Con era clara en sus ajustados vaqueros. Pero era demasiado pronto, ¿no? ¿No debería darle más tiempo a Con? Rompió el beso para arrastrar sus labios a lo largo de la curva de la garganta de Con. —Dios, bebé, te quiero. Si esto no es lo que quieres... —añadió rápidamente, sin querer pensar en que Con jamás lo quisiera—, será mejor que lo digas. De lo contrario, vamos a subir y voy a rasgar estas ropas tuyas y vamos a follar hasta quedarnos sin sentido. Con retrocedió y lo miró, sus ojos azules luminosos, sus mejillas sonrojadas y sus labios hinchados por el beso devorador de Manfred. Su corazón se encogió esperando la respuesta de Con. —YoDetuvo sus palabras con un dedo en los labios de Con. —Está bien, bebé. Nosotros no tenemos que hacerlo. Con negó y luego, con un pequeño gemido se lanzó contra Manfred, envolviendo sus brazos y sus piernas alrededor de él. — Llévame a la cama —le rogó, mientras que su boca se aplastaba contra la de Manfred.
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Conrad no podía creer lo que acababa de suceder. ¿Estaba loco? Quizás. Pero había visto como Manfred cambiaba de gato a hombre con sus propios ojos. Podría estar alucinando... O no. Pero no podía negar que al mirar en las profundidades de los dorados ojos de Manfred algo golpeó su pecho. Y definitivamente su ingle. Era muy posible que este cambia formas gato tuviera la intención de hacerle daño, pero no lo creía. Aunque, se había equivocado antes. No siempre era un buen juez en cuanto a los hombres se refería. Manfred lo arrojó sobre la cama matrimonial y de inmediato comenzó a tirar de sus pantalones vaqueros. No se había molestado en ponerse los zapatos después de ducharse, así que no tenía que tratar con ese problema. Conrad se desabrochó los pantalones, así Manfred pudo tirar de ellos más fácilmente. Así de sencillo, Manfred se había deshecho de sus vaqueros y calzoncillos, liberando su polla, dura como una roca, que saltó y golpeó libre contra su vientre. Antes de que pudiera hacer nada más, Manfred lo aplastó debajo de él, con los brazos por encima de su cabeza en un fuerte apretón. La otra mano del hombre se cerró sobre su polla, tirando de ella. —Oh... Oh... Dios mío.
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Manfred lo besó, devorando sus labios, mordisqueándolos mientras lo besaba, y enviándole ondas de choque que lo atravesaban. Era como ser atacado por un animal. Bueno, joder, lo era, ¿no? Se soltó del agarre de Manfred y agarró su camiseta negra. Este vio inmediatamente el intento. —No, espera, voy aManfred le desgarró la camiseta negra por la mitad y arrancó los trozos, arrojándolos a un lado. —Lo siento —murmuró contra sus labios, no sonó sincero de ninguna manera. Habiendo dejado el manto de su perfecto cuerpo desnudo antes de abalanzarse sobre él, los bíceps de Manfred eran lisos y bronceados, y rogaban por el toque de Conrad, ahora que sus brazos estaban libres. Pasó sus dedos por los grandes músculos, su piel ardía ante el contacto, su deseo crecía lentamente con cada movimiento a través de su piel. Y hablando de caricias, Manfred bombeada su polla dura y rápidamente, deteniéndose solo algunos segundos cada vez que la mano experta lo llevaba hasta el borde. —Me estás volviendo loco. —Gimió Conrad. Moviendo su boca sobre Conrad, sonrió. —Tú has estado volviéndome loco durante semanas, bebe. ¿Lubricante y condones? Sus ojos cerrados amenazaban con irse a la deriva, su cuerpo ardiendo por las sensaciones, aunque logró decir: —Debajo del lavabo del baño. Mientras que su muy pronto amante desaparecía en el baño, Con se tumbó y trató de ordenar sus pensamientos. Pero por poco falla, teniendo en cuenta el estado de su dolorida polla .Pero este
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era un paso muy grande. No era uno de esos encuentros sexuales aleatorios, aunque no podía decir que nunca hubiera tenido uno. Infiernos, no estaba muerto. Esto, sin embargo, tenía la posibilidad de ser algo más que una cosa de una sola vez. Manfred vivía con él. Como un gato, sí, pero aun así... Hablando del gato, el hombre en cuestión se arrodilló en la cama, sosteniendo un paquete de aluminio y una pequeña botella de lubricante. El ardiente deseo en su mirada lo hipnotizaba. Alargó la mano hacia el preservativo y cuando Manfred lo colocó en su mano se lo llevó a la bocay lo desgarró con sus dientes. Con repentina valentía, dijo tímidamente: —¿Sabes que esta puede ser la primera vez que puedo decir que quiero un gatito?2. Manfred pareció sorprendido por un segundo, pero luego se echó a reír, arremetiendo contra él, y cubriendo su rostro con pequeños besos. —Eres un mocoso, Con. Sonrió y negó. —Dame eso. —Señaló a la larga y dura polla de Manfred. —Oh, vas a conseguirla. —Manfred se levantó sobre sus rodillas, su erección señalando un lugar destacado en la dirección de Conrad. Lamiendo sus labios, cogió la hinchada polla y pasó su lengua arriba y abajo. El bajo retumbar del pecho de Manfred comenzó de nuevo. Conrad supuso que era un ronroneo, la risa casi estallaba de su propio pecho. 2
N. de T. Aquí Con está hablando en doble sentido, el original es pussy que puede significar gatito, pero también es como se conoce a la vagina, con la traducción se pierde la broma.
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—Mmm, tu sabor es adictivo —murmuró antes de tragarse la punta. —Oh, Cristo. —Los largos dedos de Manfred se enredaron en sus rizos y observaba con atención mientras Conrad aspiraba más de su longitud. Cerró los ojos, dejando que el hombre follara su boca, mientras él deslizaba su mano hasta su propia polla, bombeándola con un ritmo similar a la polla que invadía su boca. —Basta. —Manfred jadeó, apartándolo—. Quiero entrar en tu apretado culo. Asintiendo, incapaz de formar palabras coherentes, rodó el látex sobre la polla de Manfred. —Sobre tu estómago, bebé —ordenó Manfred. Gimoteando, Conrad se dio la vuelta, su mano todavía estaba trabajando en su propia polla. El sonido del chorro de lubricante lo tenía temblando con anticipación. Dejando escapar un gemido, hundió su cara en la almohada cuando dos dedos cubiertos con el frío lubricante se empujaron en su interior. —Oh, sí, estás tan apretado como esperaba. —Manfred metió sus dedos pasando el anillo de músculos, extendiéndolo más allá de la quemadura inicial de la intrusión. Conrad abrió más las piernas, abriéndose él mismo. Con su polla ya a punto de estallar y los dedos probando su culo, dudaba que durara mucho tiempo. —Tú...será mejor que me folles. Estoy cerca.
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Los dedos se deslizaron hacia fuera, más chorros de lubricante, y sintió la punta roma de la polla de Manfred empujando contra su agujero. Con un suspiro de alivio, se empujó hacia atrás, dándole la bienvenida a la sensación del hombre estirándolo cuando entraba en él. —Joder. —Manfred no perdió nada de tiempo con movimientos lentos y fáciles, en vez de eso se empujó largo, rápido y duro, montándolo mejor de lo que jamás lo habían montado. Conrad agarró la almohada con su mano libre y dejó que sus gritos se liberaran. —Fóllame, fóllame, fóllame. Sus huevos se apretaron, un hormigueo se disparó a través de su columna vertebral y su dolorida polla. Infiernos, vio las estrellas mientras su polla explotaba en toda su mano. —¡Con, oh, maldición! —gritó Manfred, sacudiéndose y poniéndose rígido en su interior. Un momento después se desplomó sobre él, pero no salió. En su lugar, se acostó en la cama y atrajo a Conrad hacia él, envolviendo sus brazos cómodamente alrededor de su cintura, sus cuerpos todavía unidos. —Eso fue... No sé lo que fue. —Jadeó pesadamente Conrad. —¿Espectacular? —Sí, eso. Manfred echó a reír. —Necesito ropa. —¿Qué?
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—La única ropa que tengo, creo, son con la que llegué aquí. Ya han pasado semanas desde que he estado en casa. Supongo que mis cosas todavía estarán en el apartamento, pero también es posible que mi casero tirara todo el lote cuando desaparecí. Conrad frunció el ceño. —¿La policía no te está buscando, verdad? —Tal vez. Vamos a tener que arreglarlo todo. Pero entretanto, tu ropa no me quedará. ¿Podríamos ir a tu tienda y conseguir algunas cosas? Asintió. Tenía sentido, supuso, más que nada por lo que habían hecho durante las últimas veinticuatro horas. —Por supuesto. Incluso te conseguiré un descuento. Manfred se deslizó fuera de él, y tiró el condón el cielo sabía dónde, y luego jaló a Conrad a sus brazos. Sus bocas a escasos centímetros la una de la otra, susurró —¿Cuánto descuento? Derritiéndose bajo esa intensa mirada sexual, Conrad suspiró. —El veinte por ciento. —Justo antes de que sus labios se encontraran con los de Conrad, le pareció oír a Manfred decir: —Perrrfecto.
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