2B2l
HERNAN
CORTES M ario Hernández Sánchez - B arb a
historia 16 Quorum
H‘>.' 1992
Idea y dirección: Javier Villalba © Historia 16 •Información y Revistas, S. A. Hermanos García Noble jas, 41 28037 Madrid. Para esta edición: © Historia 16 - Información y Revistas, S. A. Hermanos García Noblejas, 41 28037 Madrid. © Ediciones Quorum Avda. Alfonso X III, 118 28016 Madrid. © Sociedad Estatal para la Ejecución Programas del Quinto Centenario Avda. Reyes Católicos, 4 28040 Madrid. Diseño de portada: Ballle-Martí I.S.B.N.: 84-7679-022-8 obra completa. iJs.B.N.: 84-7679-035-X volumen. Depósito legal: M-l 166-1987 Impreso en España •P rin ted iti Spain. Edición para Iberoamérica CADE S.R.L. Impreso marzo 1987. Fotocomposición: VIERNA, S. A. Drácena, 38. 28016 Madrid. Impresión y encuadernación: TEMI, Paseo de los Olivos, 89. 28011 Madrid.
HERNAN CORTES
PROEMIO
No es fácil escribir una biografía de Hernán Cortés destinada a personas que, acuciadas por las urgencias de hoy, no están muy dispuestas a entretenerse con lo que pasó ayer. Hernán Cortés representa un caso sin gular en la historia de España en América. Se trata de un hombre nacido en la entraña misma de la Extrema dura fronteriza, sin fortuna grande, de padres honra dos, intensamente preocupado por la idea de la fama — que se refiere de modo esencial a la propia estima ción— , que consiguió convertirse en figura de prime ra magnitud de la generación, pletórica y desbordante en tantos campos, de la transición del siglo XV al XVI, extendida durante toda la primera mitad de éste. Des tacar en esa época y hacerlo, precisamente, por su ac ción americana, donde se acreditó lo mejor que el pueblo español podía dar de sí, requiere condiciones y virtudes muy poco frecuentes. Quizá la primera sea la que Julián Marías ha consi derado la virtud renacentista por excelencia: la e fic a cia , hoy considerada principal objetivo de la econo mía, pero que en la época de Hernán Cortés se resolvió en lo que se llamó fo rtu n a , imposible de al canzar sin vencer la adversidad. Resulta difícil encon trar en la historia una empresa, como la de Cortés, donde haya sido necesario vencer mayores antagonis mos: Velázquez y los velazquistas, sus propios compa ñeros de empresa, la de los indios, amigos y antago nistas, los funcionarios de la Corona establecidos en América o en la Administración central, miembros de la nobleza. Tuvo que enfrentarse a Pánfilo de Narváez, 9
Francisco de Garay, Cristóbal de Olid. Tuvo que ven cer la resistencia de los pusilánimes que sentían m ie do a lo desconocido y querían regresar a la seguridad de Cuba o que, después del desastre de Tenochtitlan, querían abandonar; tuvo, en fin, que vencer rencores, envidias, calamidades, traiciones. La fortuna se alcan za venciendo la adversidad. En este sentido no cabe dudar que Hernán Cortés la consiguió mediante el es fuerzo, a través de la eficacia. Con medios escasos consiguió dominar el imperio mexica, el más extenso, fuerte e impresionante siste ma político de la América prehispánica. No cabe du dar sobre la m ag n itu d de la empresa de Cortés. Lo dijo el gran maestro del americanismo espeñol, Anto nio Ballesteros-Beretta: es el a n sia d e in m en sid ad lo que caracteriza el espíritu de Cortés. El que le impul só a salir de España, dejar La Española y después Cuba, el'que incitó a abandonar Veracruz para ir hasta Tenochtitlan y entrevistarse con Motecuçoma; el que le llevó a la expedición a las Hibueras, a concebir el gigantesco proyecto de la mar del Sur. Cortés supera la res g esta e — el hecho épico y gran dioso— para apuntar al fa c tu m com m u n itatis, que consiste en la creación de la Nueva España, la cons trucción del primer diseño de Estado español en tie rras americanas. Porque no es cierto que su condición sobresaliente fuese la de guerrero, sino la de político: organizador de la convivencia, ordenador de los actos para vivir en sociedad frente a la naturaleza. La política es una ocupación siempre viva y muy atractiva para la mente humana, no sólo para enmendar los yerros que puedan existir en el derecho positivo, sino también — y muy especialmente— para ordenar la vida comu nitaria a las cambiantes situaciones que el quehacer de cada día enfrenta a los hombres. Encontrar y esta blecer las reglas y preceptos necesarios para gobernar bien a los pueblos, descubriendo los principios en los que éstos debían inspirarse y aplicarlos con prudencia y oportunidad a las circunstancias, constituyó un obje tivo permanente y fundamental para Hernán Cortés. Ejercer el poder — es decir, la decisión— constitu10
ye un auténtico desafío histórico. Cortés encarnó de modo admirable el principio del humanismo hispáni co, expresado en la fórmula de don Quijote: Yo s é q u ién soy y d e q u é soy ca p az. El hombre deja de serlo cuando ya no sabe ni quién es, ni para qué está en el mundo, de qué es capaz y de qué está necesitado, cuál es su gloria y qué puede producirle pesadumbre. Sa ber quién se es, saber de dónde se viene y hasta dón de se puede llegar, quiere decir que se tiene concien cia. Hernán Cortés tuvo esta conciencia de identidad y fue inflexible en el cumplimiento de su misión ética civil, llegando en ciertos momentos a pergeñar una ética humanista, que aunque ponía en duda la ética autoritaria, nunca supo de deslealtades. Cuando deci dió establecer la encomienda en Nueva España y el Consejo de Indias le ordena detener su intento, él lo continuó, explicando detalladamente al Rey las razo nes que la conciencia y el conocimiento de la realidad le impelían a considerarla de absoluta necesidad. Ello lleva al gran tema de la justificación de Hernán Cortés, en el cual tanto, y tan magistralmente, ha investigado y escrito el eminente historiador mexicano Silvio Zavala. Con esta biografía de Cortés deseamos llevar al ciu dadano de hoy a un español de una época grande, que quemó su existencia en el servicio del Rey, por que éste era la encarnación suprema de España.
ll
LA DIMENSION HUMANA DEL HEROE
No es retórica la denominación de h éro e para Her nán Cortés, aunque bueno será, desde el principio, dejar bien claro que tal denominación no se hace en función ni del lenguaje ordinario ni de lo que suele afirmarse en el léxico historiográfico o en el filosófi co. Se hace, conscientemente, basado en la obra de Baltasar Gracián en la que se bosqueja el tipo político del héroe, fundamentalmente en la singularidad de la biografía política barroca, con antecedentes clásicos y específicos precedentes renacentistas. La biografía se cularizada característica del Renacimiento fue, efecti vamente, de índole apotegmático, como la de Alfonso el Magnánimo, escrita en 1445 por Antonio Beccadelli el Panormitano, traducida al español por Juan de Molina, Burgos 1530. La técnica de estas biografías se desen volvió durante la época moderna, originando un géne ro literario de compendio político apotegmático que culminó con Botero. La biografía panegirizante de los héroes nacionales tenía orígenes cristianos muy en la raíz de la épica de los altos siglos medievales y se extendió en la literatura española posrenacentista, hasta que experimentó en el siglo XVII poderoso em bate crítico que trataba de ilu strar con márgenes y discursos y, sobre todo, aclarar la filosofía p olítica , m oral y eco n ó m ica, es decir, la inserción de la vida privada en lo que sólo representaba acción pública. De este modo aparece el tipo barroco de héroe-, la h u m an a p r u d e n c ia tien e su o rien te en la filo s o fía p o lítica, m oral y eco n ó m ica. L a p o lític a nos d a lu z p a r a g o b ern a r las ciu d ad es, g en tes y p rov in cias. La m oral, 13
p a r a m o d era r n u estros a fecto s y e n d e r e z a r n u estras costu m bres. L a eco n ó m ica , p a r a g o z a r en d u ra ció n y p a z n u estras fa m ilia s. L a o cu p a ció n d e cu a lq u iera d e estos cu id a d o s h a m en ester un á n im o g r a n d e y h ero ico ; la d e to d as tres, c a s i d iv in o y m ay or q u e hu m an o. (Francisco de Barreda: E l m ejo r P rín cip e Traja n o , Madrid 1622.) Para Baltasar Gracián, Fernando el Católico aparece como el h éro e inconfundible, es decir, como el hom bre completo y superior que cumplió una misión pri mordial por sus prendas — p rim o res las llama— , pues, afirma, las obras superiores h a cen los p rim eros hom bres. En este sentido podemos entender lo que quiere decirse con la afirmación d im en sión h u m an a d e l h éro e que utilizamos como título de esta primera parte. Se trata de una síntesis, la sistematización de una vida, la comprensión del ser y la obra de una per sonalidad histórica, nacida en un tiempo y lugar con cretos, que le inserta en una situación histórica, le hace partícipe de ella y, en la medida de sus posibili dades, alcanza en ella una posición eminente y de pri mera magnitud. La situación viene dada por la con fluencia entre la experiencia y la posibilidad — lo que denomina Braudel el lim ite ce r o de la vida cotidiana y el lim ite in fin ito de la posibilidad utópica— abisma da raigalmente en el hombre. En gran parte, estos condicionantes de la temporalidad y el espacio, son los que vamos a estudiar para estar en disposición de aproximarnos a la dimensión humana del héroe — na cido en Medellín en 1485— mediante el análisis de sus más inmediatas y efectivas influencias sobre la personalidad juvenil de Hernán Cortés: el arraigo y la identidad con la tierra; la condición social que le vin cula con una empresa política; finalmente, la orienta ción que le inserta en el vértice de una cultura huma nística de primera magnitud. El más importante biógrafo de Hernán Cortés, su erudito capellán e his toriador Francisco López de Gómara, uno de los más preclaros, exactos — pese a las acusaciones de parcia lidad— y pulcros escritores de su siglo, indica clara mente en la dedicatoria de su magna obra, H istoria d e 14
la C on qu ista d e M éxico (ed. de Joaquín Ramírez Ca bañas, México 1943, 2 tomos) a don Martín Cortés, marqués del Valle, a n in g u n o d e b o in titu lar, m uy ilu stre S eñor, la C on qu ista d e M éxico sin o a vu estra señ o ría , q u e es h ijo d e l q u e lo con qu istó, p a r a qu e, a s i co m o h ered ó e l m ayorazgo, h e r e d e tam b ién la his toria. Provecho y fama que proviene del h éro e y de lo que hizo en el Nuevo Mundo: L a con q u ista d e M éxico y con v ersión d e los d e la N ueva E spañ a, ju stam en te se p u e d e y se d e b e p o n e r en tre la s h istorias d e l m u n do, a s í p o rq u e fu e b ien h ech a, co m o p o rq u e fu e m uy g ran d e. L a tierra y e l hom bre. H ern án Cortés, h om bre d e fr o n te r a .— El año de 1485, siendo reyes de Castilla y Aragón los católicos don Fernando y doña Isabel, na ció Hernán Cortés en Medellín. Su padre fue Martín Cortés de Monroy y su madre doña Catalina Pizarro Altamirano, ambos hidalgos. Tenían poca hacienda, pero mucha honra, que raras veces acontece sino en personas de buena vida, y no solamente los honraban sus vecinos por la bondad y cristiandad que conocían en ellos, mas aun ellos mismos se preciaban de ser honrados en todas sus palabras y obras, por donde vinieron a ser muy bienquistos y amados de todos. Ella fue muy honesta, religiosa, recia y escasa; él, muy devoto y caritativo. Siguió la guerra cuando mancebo, siendo teniente de una compañía de jinetes por su pariente Alonso de Hermosa, capitán de Alonso de Monroy, clavero de Alcántara; el cual se quiso hacer maestre de su orden contra la voluntad de la reina, a cuya causa le hizo guerra don Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago. Estas palabras, que reproduci mos, del capítulo primero de la H istoria de López de Gomara, sirven admirablemente para situarnos en la época en que nació Hernán Cortés y observar cuáles son las condiciones imperantes en una tierra de fron tera. Todavía se encontraba el territorio en fase de recu peración demográfica después de sufrir — como la Europa occidental— el embate de la peste bubónica 15
que diezmó la población, al menos en un tercio de su contingente. La peste atacó de modo especial los luga res bajos y ribereños de ríos, donde la humedad favo recía fuertemente la epidemia. En el fundamental es tudio sobre la nobleza extremeña de la baja Edad Media, la investigadora francesa Claude Gerbet ha aportado importantes datos acerca de los d esp oblad os que permiten deducir cómo la mayoría de éstos se encuentran en la cuenca del Guadiana, y aunque tales despoblados no se deben exclusivamente a las pestes epidémicas, sino también a la mortalidad catastrófica de una población cuya esperanza de vida era suma mente débil, no cabe duda que el antiguo régimen demográfico se encontró fuertemente afectado por las circunstancias expuestas y, por supuesto, por las fluc tuaciones de las cosechas así como también por el predominio del régimen señorial, absolutamente im prescindible en una región donde predominaban las condiciones de fronteras. En los años críticos la falta de grano producía el alza de precio a cotas tan eleva das que ello suponía la privación para la mayoría de la población. Cuando tal situación se prolongaba se acu mulaba trágicamente carestía, déficit alimenticio, hambre y epidemia, produciendo una mortalidad de dimensiones catastróficas. Esa crisis demográfica tuvo su máximo en la segunda mitad del siglo XIV y primer cuarto del XV. A partir de 1425 se inicia — como en toda Castilla— la recuperación. Esta recuperación de mográfica supuso, al menos, la duplicación del núme ro de habitantes entre 1425 y 1525. En los padrones de 1530, Extremadura ofrece una cifra total de habi tantes de 380.841, de los que 148.351 son de la pro vincia de León de la Orden de Santiago, lo que repre senta el 8,17 por 100 de la población de la Corona de Castilla. Ello significa que la recuperación ha sido mu cho más lenta en esta zona. En todo caso, en su distri bución predominaban los núcleos rurales de tipo me dio — de doscientos a mil vecinos— , mientras las ciudades y villas más importantes apenas sobrepasa ban los diez mil habitantes. Se trata, pues, de una lla nura donde el hombre apenas está presente, lo cual 16
produce una sensación de persistencia de ia tierra y una sensación de labilidad, de presencia de la muerte. Ello hubo de sufrirlo Hernán Cortés en su propia car ne, pues, como dice Gomara, crió se tan en ferm o q u e lleg ó m u ch as v eces a p u n to d e m u erte; m as co n u n a d ev oció n q u e le h izo M aría d e E steban , su a m a d e lech e, v ecin a d e O liva, san ó. L a d ev o ció n fu e e c h a r en su erte los d o c e apóstoles, y d a r le p o r a b o g a d o a l p ostrero q u e saliese, y s a lió S an P edro, en cu y o n om b re se d ijero n cierta s m isas y ora cio n es, con la s c u a les p lu g o a D ios q u e san ase. D e a llí tu vo siem p re C or tés p o r su es p e c ia l a b o g a d o y d ev oto a l g lorioso ap ó stol d e Jesu cristo S an P ed ro y reg o c ija b a c a d a un a ñ o su d ía en la ig lesia y en su ca sa , d o n d e q u ie r a q u e se h allase. La condición rural de la población extremeña se co rrespondía con una economía similar. La artesanía y el comercio se limitaban a la demanda de los núcleos urbanos — villas y aldeas— mediante ferias y merca dos. La economía era de clara estructura primaria. La agricultura era propia de la condición periférica de la zona, alternando la producción directa con la de los arrendatarios, siempre de bajo rendimiento. Mucho más importante era la ganadería estante o a fu m ad a, que gozaba de una normativa desarrollada por los concejos, cuya máxima expresión es el llamado F u ero d e los g an ad os, que preveía una conjunción armónica de agricultura y ganadería para el mejor aprovecha miento de las tierras. Los ganados podían pastar en rastrojales y viñas vendimiadas a cambio del beneficio de su estiércol, teniendo rigurosamente vedado el ac ceso a huertos, viñas, sembrados, alcacenres y prados de guadaña. Con la creación de la Mesta, los intereses chocaron y ello produjo la aceleración del proceso creador de dehesas y especialización de los pastizales, tratando afanosamente de cercar las propiedades para defenderlas de la depredación del ganado. El proceso de creación de dehesas adquirió un ritmo cada vez más intenso, calculándose que, a finales del siglo XV y principio del XVI, cubrían el 90 por 100 de la exten sión de Extremadura, con que daba lugar al consi17
guíente reforzamiento de la estructura señorialista. Ello supuso una posibilidad de extracción de bene ficios, ofreciendo a los ganaderos de la Mesta los pas tizales contra el pago de una renta — los conocidos m arav ed ís d e y erb a s— , lo cual produjo un aumento prácticamente incalculable de los ganados mesteños y, con ello, los conflictos jurisdiccionales, con su im portante vertiente fiscal. No implica, como se ha veni do afirmando, una decadencia de la agricultura, pues, como ha demostrado Felipe Ruiz Martín, no sólo se mantuvo el equilibrio entre ganadería y agricultura, sino que, bajo los Reyes Católicos, la agricultura cre ció hasta convertir a la comarca extremeña en autosuficiente en cereales. Mayor importancia tuvo en pro ducir repercusiones de índole social, contribuyendo a la poderosa señorialización característica de la zona a finales del siglo XV. Desde el punto de vista social, la tierra donde nació Cortés experimenta, en los años finales del siglo XV, una considerable transformación caracterizada por la extinción de los concejos de realengo y la multiplica ción de los señoríos nobiliares. Después de concluida la reconquista, el predominio territorial pertenecía a las Ordenes Militares, especialmente Santiago y Al cántara. En el siglo XIV comenzó el proceso de seño rialización, especialmente como consecuencia del re parto de mercedes de los Trastámara y, sobre todo, con ocasión de las guerras de la gran nobleza contra Juan II y Enrique IV, que obligaron a éstos a comprar fidelidades a alto precio. Medellín, que era concejo de realengo, pasó a serlo de señorío; Plasencia pasó a poder de los Zúñiga, Coria entró en la casa de Alba; Cáceres y Trujillo fueron enajenadas, aunque su resis tencia hizo prácticamente nominal tal señorío; Bada joz, de hecho era un señorío de los condes de Feria. La penetración señorial en Extremadura siguió dos modalidades; una fue llevada a cabo por la pequeña nobleza urbana, que se esforzó en crearse mínimos señoríos en la periferia de los concejos realengos o en las antiguas tierras del Temple, cuya disolución en 1311 dejó en manos de la monarquía tierras en las que 18
se asentaron algunos de estos pequeños señoríos; la otra modalidad siguió la línea de clonaciones por los monarcas de importantes villas o comarcas a miem bros de la alta nobleza y se aceleró considerablemen te desde mediados del siglo XV. Medellín pasó sucesi vamente por las manos de los Ponce de León, Sotomayor, Pacheco y Portocarrero, lo cual es indicati vo del escaso arraigo entre los intereses de la tierra y la gran nobleza dominadora. El grupo más característico socialmente en Extre madura — al que pertenecía Hernán Cortés— era el formado por los caballeros cuantiosos e hidalgos, cuyo asiento principal se encontraba en los grandes concejos de realengo. El ascenso social de este grupo estuvo ligado principalmente a la guerra y a la caba llería. La condición fronteriza de Extremadura en el siglo X III hizo que los vecinos que tuviesen medio para combatir a caballo gozaran de grandes exencio nes y privilegios. Esta realidad social y territorial dejó sobre Cortés una honda huella, pues todavía a finales del siglo XV perviven en territorio extremeño las con diciones vitales impuestas por la larga tradición gue rrera contra los musulmanes, fuente del espíritu de cruzada, del cual el ideal caballeresco era un impor tante reflejo. Pervive, en segundo lugar, la situación creada por el largo y acalorado antagonismo castella no-portugués, así como el aislacionismo que provenía de la burguesía comercial del litoral portugués y del andaluz, que dejaba a Extremadura como un territorio insularizado y típicamente de frontera; los efectos de la guerra civil a la muerte de Enrique IV y los embates de los partidos p ortu g u és y ara g on és, así como los choques producidos por los intereses nobiliares, com pletan el panorama de una comarca muy proclive a las armas, lo cual se aprecia en instituciones como la de los c a b a llero s cu an tiosos —estudiados en Jaén por Pérez Prendes— o la c a b a lle r ía v illan a, que com en zó a estudiar Carmen Pescador. López de Gómara refleja en su biografía muy clara mente este especial condicionante de la personalidad de Hernán Cortés, cuando afirma que d a b a y tom ab a 19
en o jo s y ru id o en c a s a d e sus p ad res, q u e e r a b u llicio so, altiv o, travieso, am ig o d e arm as, lo cual le inclinó abiertamente hacia las campañas exteriores que por entonces tenía planteadas España, como veremos. Siempre se ha hablado de la condición social de Her nán Cortés como miembro de una familia de hidalgos pobres. La hacienda patrimonial de Cortés ha sido es tudiada por Celestino Vega, su fortuna mobiliaria ob tenida en la conquista de la Nueva España, por Néstor Meza Villalobos y su sentido de la hacienda y del se ñorío indiano por Bernardo García Martínez, y a la vista de sus conclusiones debe modificarse el signifi cado de aquella clasificación. Su padre, Martín Cortés, por quien sentía una noble devoción filial, como se advierte a cada paso en su riquísimo Epistolario, era originario de Salamanca; su madre, doña Catalina, era hija del mayordomo de la condesa de Medellín, Diego Altamirano, y de Leonor Sánchez Pizarro. Comparan do la renta familiar con la obtenida en la conquista de Nueva España, se aprecia un horizonte social que cul mina en el título concecido por la Corona de marqués del Valle de Oaxaca, con veintitrés mil vasallos. Existe un hecho que sirve de contrapunto de caracterización de esta nobleza media en ascenso social. Cuando los Reyes Católicos decidieron nombrar gobernador de la isla Española a fray Nicolás de Ovando y éste abrió en Extremadura banderín de enganche para acompañarle en la empresa, no se alistaron en ella los mayorazgos de las casas de la alta nobleza — Mexía de Prado, Cal derón, Contreras— ; sí, en cambio, los Dolarte, Alonso Portocarrero, Hernán Cortés, Gonzalo Sandoval, An drés de Tapia, Rodrigo de Paz, Pedro Melgarejo, Juan de Sanabria y tantos otros, socialmente en situación de ascenso y mejora social. El paso de los ca b a llero s v i lla n o s a la condición nobiliar fue un auténtico objeti vo social que Hernán Cortés cumplió en grado parti cular. Las condiciones regionales como comarca de frontera — medio de relación y riqueza experien'cial, cambio e innovación— se proyectaron, pues, profun damente en la personalidad de Hernán Cortés.
20
L a m on arq u ía y la id e a d e E stado. H ern án Cortés, h om bre d e l R ein o. — El reinado de los Reyes Católi cos, que suben al trono de Castilla en 1474 y al de Aragón en 1479, supone el comienzo de un nuevo período de unidad peninsular, dado que el matrimo nio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón (18 de octubre de 1469) producía la unión de las dos ra mas de la dinastía de Trastámara. La unión de ambas Coronas hizo posible la renovación de la guerra multisecular contra los musulmanes, lo cual lleva a la con quista de Granada, empresa del reinado. La unión de los reinos, bajo el águila de San Juan, pone fin a un larguísimo ciclo. El mismo año 1492 se inicia otra em presa del reinado: el viaje de Cristóbal Colón, al servi cio de la Corona, marca la dimensión atlántica de la España unida, con el descubrimiento de la ruta del alisio y el contralisio, que supuso el inicio de la cons trucción de una sociedad nueva y la fundación de los reinos indianos. Antes de la muerte de Fernando el Católico (1516) España quedó constituida en la mis ma forma actual: en 1512 el reino de Navarra es ane xionado por las tropas castellanas mandadas por el se gundo duque de Alba. El nombre de España adquiere una nueva realidad, que se forja en el humanismo re nacentista. El tránsito del siglo XV al XVI fue sumamente duro, viéndose España abocada a múltiples y arriesgadas empresas que la convierten en distinta a cualquier otro país de la cristiandad occidental europea. Duran te once años, la guerra de Granada absorbió las ener gías nacionales. El mismo año en que Granada fue incorporada, la expulsión de los judíos produjo el hundimiento de la independencia de los municipios y el genovés Cristóbal Colón llevaba a cabo su arries gado viaje hacia lo desconocido; el descubrimiento de América iniciaba la gran transformación mundial que culminó en el triunfo del capitalismo, según Braudel, el más importante invento del hombre, pero España, por razones de unidad espiritual, expulsaba a las mi norías capaces de haber conseguido la inserción na cional en los mecanismos de las rentas, el dinero, el 21
comercio y el interés. En 1504, la muerte de Isabel la Católica produjo un cambio dinástico de envergadura y considerable riesgo; el trono de Castilla es negado a don Fernando por su calidad de rey de Aragón y recae en doña Juana, casada desde 1496 con el archiduque Felipe de Hasburgo, hijo del emperador Maximiliano. Los archiduques ocupan el trono a comienzos de 1506, poco después muere Felipe y como su viuda es mentalmente incapaz se suceden las regencias de su padre don Fernando y del cardenal Ximénez de Cisneros. A la muerte de don Fernando el Católico, es llamado el hijo de doña Juana, Carlos de Gante, que será coronado con el nombre de Carlos I de España. A la muerte de su abuelo paterno, Carlos es elegido emperador de Alemania (1519). Es el mismo año que Hernán Cortés inicia su decisiva conquista de México. El año 1495, el Rey Católico se ve obligado a enviar a Italia a Gonzalo Fernández de Córdoba, con lo que comienza una nueva y costosa etapa de las guerras de Italia. En 1517, Martín Lutero clava en la puerta de la catedral de Wittemberg sus noventa y cinco tesis; la decisión de Carlos 1 empuja a España al centro mismo de las guerras religiosas europeas. Internamente, uno de los problemas heredados por los Reyes Católicos era la anarquía de la nobleza, constituidos sus repre sentantes en verdaderos monarcas de sus dominios y señoríos. Estas luchas intestinas alcanzaron un punto culmi nante con motivo de quedar vacante el maestrazgo de Santiago a la muerte de don Juan Pacheco, marqués de Villena (1474). Los tres aspirantes fueron el propio hijo de Pacheco, el comendador de Segura de la Sierra don Rodrigo Manrique, conde de Paredes, y don Alon so de Cárdenas, comendador mayor de León, que usó el título por haber sido elegido por la mayoría de los trece electores de la Orden. Estos dos últimos pacta ron sostener cada cual las plazas que tuviesen, espe rando una mejor ocasión, pues por entonces el Reino sufría la guerra de sucesión. La discordia por el maes trazgo — en la que intervinieron activamente el mar qués de Villena, el duque de Medina Sidonia y el con22
de de Feria— se mantuvo hasta la muerte del conde de Paredes, ocurrida en Ocaña, el 11 de noviembre de 1476. La reina acudió a Uclés, convenciendo a los electores para que el gran maestre fuese el rey o per sona fiel a la casa real. El comendador don Alonso de Cárdenas acató cuanto dispuso la soberana, otorgán dole más adelante, en recompensa a sus servicios en la guerra con Portugal, la alta dignidad de Santiago, con ciertas restricciones. El fue el último maestre, pues desde entonces lo fueron los reyes de Castilla, impi diendo de este modo la persistencia de una considera ble fuente de discordia. Como vimos anteriormente, en estas luchas participó el padre de Hernán Cortés, que fue teniente de una compañía de jinetes mandada por su pariente Alonso de Hermosa, que formaba parte de las fuerzas del clavero de Alcántara, Alonso de Monroy, quien quiso ser maestre de su Orden contra la voluntad de la reina, siendo combatido por el maestre de Santia go don Alonso de Cárdenas. No cabe duda que Cortés oiría con frecuencia de labios de su padre los relatos de estas banderías y no puede dudarse que estos rela tos oídos en su niñez y adolescencia irían conviniendo su espíritu en un entusiasta de los valores representa dos en la persona del rey don Fernando, cuyo pensa miento político — como ha indicado con precisión in superable José Antonio Maravall— debe considerarse en dos aspectos principales: por una pane, como fuen te de inspiración para los pensadores y escritores polí ticos durante dos siglos, en cuanto definidor de un sistema de gobierno como un modo conjunto y siste mático de entender la obra política; por otra parte, el propio pensamiento del rey es característicamente o rien ta d o r en el sentido del concepto radical de so beranía, en cuanto poder distinguido de todo dominio privado y dotado en consecuencia de superioridad, aunque basado en un supuesto de derecho. También, podríamos añadir, don Fernando fue un modelo para los caballeros de la época por su extraordinaria con cepción estratégica de la guerra de Granada y su cul minación victoriosa tras once años de campaña. Idea les políticos e ideales estratégicos confluyeron en la 23
inquieta mente de Hernán Cortés, llevando ambos conceptos — político y guerrero— hasta la Nueva Es paña, según tendremos oportunidad de estudiar más adelante. En efecto, la culminación en la baja Edad Media del Estado estamental, entendido como una teoría jurídi ca, integrador de los diversos estamentos en un cuer po común, el Reino, cuya cabeza es el rey, coincide con el reinado de los Reyes Católicos. Pero durante el reinado de estos monarcas aparece una nueva forma de ejercicio del poder monárquico, que inaugura la época del Estado moderno, concebido — como expre sa Maravall— como una organización jurídicamente establecida, objetiva y duradera, dotado de un poder supremo independiente de cualquier otro y que se ejerce sobre un grupo humano determinado para la consecución de unos fines de orden natural. Esta teo ría tuvo en cuenta una serie de principios a respetar, lo que sitúa el sistema en el umbral del E stado d e d erech o , entendido básicamente com o limitación del poder, que se ciñe a dos objetivos: en primer lugar, los fundamentos ideológicos creados por la cristian dad medieval: una fe común, que es garantía de esta bilidad del cuerpo social que explica la política de máximo religioso de los Reyes Católicos, como ha in dicado Luis Suárez; por otra parte, los compromisos jurídicos preexistentes respecto al orden estamental. En segundo lugar, el Estado de derecho debe ser fiel al principio romanista que gira sobre la idea de autori dad, mandato centrado en la p r e e m in e n c ia y señ orío r e a l absolu to, como dicen los textos de la época. Ello justifica la importancia de los funcionarios y la fuerza de la Administración como mantenedores de la autori dad. Este principio romanista se refiere al plano de la soberanía legal, y en su virtud el Reino es el paso de la res g esta e al fa ctu m com m u n itatis. Este es el senti do profundo que debe advertirse en la idea política del descubrimiento de América diseñada con toda evi dencia por Fernando el Católico — que por eso Balta sar Gracián, en El H éroe (1637), lo llamaría p rim er rey d e l N uevo M undo, últim o d e A ragón — , que poco 24
o nada tiene que ver con la creencia, empecinadamen te mantenida por Cristóbal Colón, de que las tierras halladas pertenecían a Asia, que debe insertarse en la dogmática geográfica ptolemaica. En la configuración de este fa c tu m com m u n itatis encontramos las ideas que cristalizan en la gran escuela española de teoría política de los siglos XVI y XVII, que puede ajustarse a los siguientes puntos fundamentales: la idea de suje ción civil del vasallo entraña una colaboración positi va en el poder; la libertad es la base de la obediencia activa, pues el poder no destruye la libertad, sino que la potencia, ya que, como dijo Cicerón, som os serv id o res d e la ley p a r a p o d e r s e r libres\ se afirma la igual dad fundamental de todos los súbditos ante la ley y, por último, se garantizan todos lo derechos insertos en el ordenamiento, que es justamente lo que explica el sentido eminentemente contractual de las capitula ciones firmadas por la Corona con descubridores, po bladores y conquistadores. En este ambiente creció Hernán Cortés, quien fue enviado por sus padres en 1499, cuando tenía catorce años, a estudiar en la Uni versidad de Salamanca; allí estuvo dos años apren diendo gramática en casa de Francisco Núñez de Valera, casado con Inés de Paz, hermana de su padre. No parece confirmarse documentalmente que Cortés es tuviese formalmente matriculado en la Universidad de Salamanca, sino que acaso se dejó arrastrar por las li cencias propias de la vida universitaria que hizo obli gada la intervención directa de la Corona, regulando el fuero universitario (17 de mayo de 1492, C on cord ia d e S an ta F e) mediante una política de intervencionis mo que fue adquiriendo mayor importancia hasta lle gar a tales extremos que sería precisa la autorización regia para tomar las más pequeñas decisiones; la épo ca en que Hernán Cortés estuvo en Salamanca fue de culminación de las luchas entre vecinos y autoridades locales con el gremio escolar y las autoridades acadé micas por la intromisión de aquéllos en la vida misma universitaria. Sin duda, el joven Cortés, inteligente y activo, supo aprovechar los dos años que pasó en casa de sus parientes. Lo demuestra su perfeccionado latín, 25
ia amplitud de sus lecturas y el conocimiento de las leyes. Pero esto pertenece a otra dimensión, que estu diamos seguidamente. El hu m an ism o españ ol. H ern án Cortés, erasm ista. — El factor común del Renacimiento español fue, sin duda, el humanismo, cuyas raíces se econtraban en Italia — donde la Corona de Aragón se estableció fir memente desde Alfonso V, muerto en 1458— y en Flandes, con lo cual la relación dinástica peninsular permite explicar la rápida conversión de España en principal centro europeo del erasmismo. A ello hay que añadir factores netamente españoles, que adquie ren consistencia en el reinado unitario de los Reyes Católicos, sólidamente establecido sobre la unidad ideológica-espiritual, de la cual se responsabilizaba la Inquisición (1478), la seguridad y el orden público, apuntalados por la Santa Hermandad (Cortes de Ma drid, 1476) y la solvencia económica de la monarquía (Declaratorias de Toledo, 1480). La unidad de la len gua quedó garantizada con la G ram á tica de Elio Anto nio de Nebrija (1492) y la publicación simultánea de T iran t lo ñ lan ch , mientras que la Universidad alcan zaba en el Renacimiento la verdadera edad de oro de la institución, tal como han estudiado Ajo y Sainz de Zúñiga y R.L. Kagan. En ella se robusteció profunda mente el humanismo español, con el decidido apoyo regio, lo que atrajo a España a humanistas italianos, algunos de los cuales enseñaron en la Universidad, otros en las esferas de la alta nobleza y algunos alcan zaron la cualidad de cronistas reales. La rápida exten sión por toda la geografía peninsular del movimiento hizo innecesaria la importación de nuevos humanistas de Italia. Los tres grandes humanistas Lucio Marineo Sículo, Pedro Mártir de Anglería y fray Bernardo Gentile coincidieron en el reinado de los Reyes Católicos, en cuya época se produjo un verdadero estallido de reforma que alcanzó todos los aspectos vitales, entré ellos la educación. Muy tempranamente, España pro dujo un humanista de una talla excepcional como fue Juan Luis Vives (nacido Valencia, en 1492), educado 26
en París, amigo personal de Erasmo, lector de la reina de Inglaterra, profesor en el Corpus Christi College de Oxford. Cuando, a la muerte de Nebrija, se le ofre ce la cátedra de Alcalá de Henares, la rechaza firme y decididamente porque su familia, todos judíos o judai zantes, han sido perseguidos por la Inquisición; fue ron barreras infranqueables para su establecimiento en España. La lista de ilustres humanistas españoles es muy amplia y en ella forman juristas, teólogos, traduc tores, filósofos neoplatónicos, historiadores, polemis tas, literatos y lingüistas. Dentro de ese humanismo y en íntima comunión con él, destaca el erasmismo español, especialmente en el desarrollo de la idea de la dignidad del hombre, tema que aparece con especial intensidad en Juan Luis Vives (V igilia in Som nium S cip ion is (1520) y F á b u la d e h om in e (1518), y sobre todo D e su b v en tion e p au p eru m (1526); en Fernán Pérez de Oliva, nacido en Córdoba hacia 1494, típico representante del hu manismo renacentista durante el reinado de Carlos 1, exaltación de la individualidad y la libertad en su im portante D iálogo d e la d ig n id a d d e l hom bre, entendi do como p ro y ecto d e h a c erse a s i m ism o. En esa línea se encuentra Francisco Cervantes de Salazar (15181575), nacido en Toledo, discípulo de Alejo de Venegas y, filosóficamente, introductor de las ideas de Juan Luis Vives. En 1551 pasó a México, donde fue catedrá tico y rector de la Universidad. En América publicó siete diálogos originales, de los que cuatro parece los llevó redactados de España, y que tienen como tema central el juego; los otros tres los escribió en México y tienen dicha ciudad como tema central. Escribió, además, dos obras fundamentales: Túm ulo im p eria l d e la g ran c iu d a d d e M éxico. C om en tarios a la ju r a d e don F elip e II y una importante C rón ica d e N ueva E spañ a en seis libros, cuya edición fue hecha en 1914, a raíz del descubrimiento del manuscrito en la Biblio teca Nacional de Madrid. Desde el punto de vista filo sófico es un introductor de las ideas de Vives, a quien había traducido y glosado. La línea específicamente erasmista cortesiana se aprecia en el modo como, en 27
la C rón ica d e N ueva E spaña, se refiere a Cortés, de jando constancia de la tolerancia ciudadana en la línea de la tradición hispánica tan agudamente señalada por Américo Castro como consecuencia de la coexistencia de tres culturas y tres religiones, que en la organiza ción del primer Estado español en América puso de manifiesto, como tendremos oportunidad de estudiar, como exaltación de una misión comunitaria, aunque con la afirmación sin vacilaciones del privilegio indi vidual del mando. La programación de gobierno y la entraña mental de sus C artas d e R elación constituyen importantes senderos a través de los cuales puede se guirse esa categoría cultural del erasmismo español, como un condicionante específico de la mentalidad de Hernán Cortés. Después de dos años de estancia en Salamanca, can sado de aquella vida que no le iba a un hombre de acción como él, arrepentido de la elección por sus padres de aquel camino, decidió Hernán Cortés regre sar a Medellín. M ucho p esó a los p a d r e s con su v en i d a, y se en ojaron con é l p o rq u e d e ja b a e l estu d io; p o rq u e d esea b a n q u e a p ren d iese leyes, fa c u lta d rica y d e h on ra en tre to d as la s otras, p u e s e r a m uy bu en in g en io y h á b il p a r a to d a cosa. Como era bullicioso, travieso y amigo de armas, decidió probar fortuna en esta otra carrera, ofreciéndosele dos oportunidades.Nápoles para combatir en Italia a las órdenes del Gran Capitán; las Indias, alistándose en la expedición que reclutaba el comendador de Lares, Nicolás de Ovan do; reflexionó acerca de cuál de ambas direcciones le convenía más de acuerdo con sus inclinaciones y eli gió las Indias, porque conocía a Ovando e iría reco mendado y además porque ya por entonces se abría paso a la conciencia española la ilusión aurífera que el almirante Cristóbal Colón había predicado como peculiar de las Indias. No pudo, sin embargo, partici par en la expedición ovandina, porque mientras se ha cían los preparativos y se aprestaba la flota que debía conducir al primer gobernador de las Indias, como funcionario de la Corona, una aventura galante con cluyó con una aparatosa caída que le obligó a guardar 28
cama, no sólo por la correspondiente fractura, sino también por las fiebres cuartanas que le acometieron. Perdió la oportunidad de ir a las Indias con Ovando como consecuencia de ese carácter trav ieso que le asigna López de Gómara. Quizá de él deriva su cons tante preocupación por la caridad y la filantropía, tam bién sin duda motivado por su firme creencia en la dignidad del hombre, lo que le impulsó a crear im portantes fundaciones hospitalarias en Nueva España. Espíritu que fue recogido, y ampliamente comentado, por Carlos de Sigüenza y Góngora en su importante P ied a d h ero y ca d e D. F ern a n d o Cortés, una muestra más de su considerable sentido de la dignidad del hombre o también, acaso, un modo de compensar su traviesa condición y fuerte inclinación hacia las muje res, pues en su vida fueron muchas las que intevinieron, aunque de los modos más distintos según su con dición y dignidad.
29
HERNAN CORTES EN EL NUEVO MUNDO: DEL CARIBE A TENOCHTITLAN
Cuando Cortés pasó a las Indias en 1504, tenía die cinueve años de edad. Durante el año de estancia en los puertos meridionales — Sevilla, Cádiz, Sanlúcar de Barrameda, Palos de la Frontera, Niebla— fue testigo del profundo cambio que se operaba respecto a las Indias. La realidad se iba imponiendo, sobre todo a partir del viaje de los portugueses en 1502 en el que participó el antiguo corresponsal de la casa Berardi, Américo Vespucci; poco a poco surge el concepto de Nuevo Mundo que rompía la creencia colombina de las tierras asiáticas y se imponía la idea de la Q uarta Pars, un nuevo continente, que alcanzó su primera expresión geográfica en la C osm ographia In trod u ctio hecha por los eruditos Waldseemüller y Ringman, en la Escuela de Saint-Dié de Renato de Lorena. En Espa ña, el tema del descubrimiento alcanza una dimen sión nueva, abandonando el patrimonialismo y la idea de sociedad privada para convertirse en una idea de Estado. Desde 1493, los reyes han designado a Juan Rodríguez de Fonseca comisario para los asuntos in dianos; en 1503 se creó la primera institución indiana, la Casa de Contratación, cuyo modelo seguramente fue el Consulado de Burgos, creado en 1494 para dar cauce al gigantesco volumen comercial de Castilla en el Cantábrico y mercados norte-europeos. La muerte de Isabel la Católica (26 de noviembre de 1504) plan teó un serio problema, pues de acuerdo con el dere cho tradicional castellano, instituyó heredera univer sal de todos sus reinos, tierras y señoríos a la princesa doña Juana, archiduquesa de Austria, su hija primogé31
nita, la c u a l — dice en su testamento— lu eg o q u e D ios m e llev are, se in titu le R ein a; por esta razón don Fernando pierde en vida el título de rey de Castilla, quedándole sólo el título de gobernador y administra dor general de los reinos castellanos. De los tres nue vos reinos — Canarias, Granada y las Indias— sólo restaba por incorporar a la Corona de Castilla el de las Indias de la mar Océana. Pero en virtud del testamen to de doña Isabel, y basándose en las bulas alejandri nas, resultaba que don Fernando, dueño absoluto de la mitad de las Indias, en cuanto gananciales del ma trimonio, se veía obligado a perderla en beneficio de su hija doña Juana, casada con Felipe de Borgoña. Pierde, pues, don Fernando, junto con el título de rey de Castilla el de señor de las Indias, que ostentaba hasta entonces con pleno derecho. Consciente de ello, doña Isabel incluyó una cláusula testamentaria dejando a don Fernando un legado de renta vitalicia sobre la mitad del reino indiano. Así como Fernando el Católico no puso reparo algu no en perder el título de rey de Castilla, sí en cambio rechazó el criterio de su esposa referente a la extin ción de su derechos de señorío sobre las Indias y mantuvo firmemente sus derechos frente a su yerno el archiduque, basándose en la ley XIV de Toro (7 de marzo de 1505) y acordándose así en la concordia de Villafáfila-Benavente. Nunca abandonó los asuntos in dianos, debiéndose a su iniciativa la adaptación de nuevas ideas ante la realidad que imponían las nuevas navegaciones y descubrimientos que iban desvane ciendo la concepción colombina. A principios del si glo XVI ya era general la creencia de que las tierras descubiertas formaban parte de un continente nuevo y hasta ese momento desconocido, que se interponía entre Europa y Asia. Cuando muere doña Isabel, las Cortes de Toro confiaron la regencia de Castilla a don Fernando y éste ordena acudan a dicha ciudad los dos grandes navegantes Vicente Yáñez Pinzón — verdade ro protagonista del descubrimiento de América— y Américo Vespucci, con objeto de planificar, en pre sencia del rey y de Rodríguez de Fonseca, un viaje a 32
la Especiería. El acuerdo se comunica a la Casa de Contratación de Sevilla el 13 de marzo de 1505, en especial a su tesorero don Sancho Ortiz de Matienzo, natural de Villasana de Mena, altamente especializado en asuntos económicos y conocedor de los indianos, pues probablemente desde 1493, en que era canónigo de la catedral de Sevilla, colaboró en dichos asuntos con Rodríguez de Fonseca, deán de la misma catedral. En consecuencia, en 1504, fecha en que Hernán Cortés pasa al Nuevo Mundo, ya existe una conciencia rupturista respecto a la realidad — importante nove dad y sentimiento permanente de novedad para los hombres del Renacimiento español— americana, que se evadía de la im a g in a ció n colombina para entrar firmemente en el campo de la lógica y de la compro bación geográfica y racional. Al mismo tiempo, se apreciaba una robusta afirmación de una idea política centrada en la Corona, en la que predomina la idea de dominio, que ya anuncia el establecimiento de funda ciones y gobernaciones, al tiempo que se inicia la só lida institucionalización política. Hernán Cortés em barcó a principios de 1504 en Sanlúcar de Barrameda, en un convoy comercial de cinco navios, en una nao cuyo maestre, piloto y tripulación entera era de Palos de la Frontera. El viajó hasta la Gomera, en las islas Canarias, ruta obligada para el viaje a las Indias, donde repostaron y Quintero, ansioso por llegar antes y ven der su cargamento a mejor precio, se hizo a la mar, pero el alisio le desarboló y se vio obligado a regresar a la Gomera. Salieron en convoy, pero luego llegó el último a Santo Domingo. H ern án C ortés en e l N uevo M undo. L a fr o n te r a in su la r d e l C aribe.— Nicolás Ovando, gobernador de las Indias — en aquellos momentos Isla Española— , llegó a Santo Domingo el 15 de abril de 1502. Su mi sión giraba esencialmente sobre dos puntos muy deli cados: poner límite a los excesivos poderes de Colón y robustecer la autoridad que con su predecesor, Fran cisco de Bobadilla, por su débil política, había casi desaparecido. El sistema previsto giraba sobre tres 33
ejes: el gobernador encarnaba todos los poderes, limi tado sólo por las decisiones de la Corona y asistido por una serie de funcionarios; los pobladores debe rían fundar ciudades a las cuales se les aplicarían las leyes y libertades municipales castellanas, recibirían tierras con obligación de residir en ellas, hacerlas pro ducir y pagar diezmos a la Corona, y se les dejaba en libertad para buscar oro, pagando la quinta parte del que obtuviesen. Entre 1503 y 1505, justamente a la llegada a la isla de Hernán Cortés, al conjuro de la iniciativa privada el preciado metal comenzaba a fluir en cantidades considerables a Sevilla, iniciándose el primer ciclo de oro, el de Santo Domingo, de la eco nomía de los metales preciosos atlánticos. El piloto de la nao donde viajaba Cortés — cuyo maestre era Quin tero— era Francisco Niño; se había perdido en la tra vesía, hasta que alcanzó la isla por el promontorio de Samaná, entrando en el puerto de Santo Domingo, se gún se deduce de la cronología del anónimo D e R ebus G estis F erd in a n d i C ortesii (insertada por García Icazbalceta en la C olecció n d e D ocu m en tos In éd itos p a r a la H istoria d e M éxico, 1858, 2 tomos). El desembarco tuvo lugar el sábado 13 de abril. Ovando no estaba en la ciudad, pero uno de sus secretarios, Medina, amigo de Cortés, le visitó a bordo instándole a que se regis trase como ciudadano de Santo Domingo para poder ejercer los privilegios concedidos a los pobladores: tierra para labranza y solar en la ciudad para construir se una casa, más la asignación inmediata de un núme ro de indios; todo ellos a cambio de comprometerse a fijar la residencia en la isla por un tiempo mínimo de cinco años, sin poder salir de ella como no fuese por permiso del gobernador. El citado anónimo expli ca que Hernán Cortés escuchó con toda atención las indicaciones que le hacía Medina, contestando: Ni en esta n i en n in g u n a otra isla d e este N uevo M undo d eseo y o n i esp ero estar tan to tiem po. Aquí se pode de manifiesto el a n sia d e in m en sid ad que, al decir del gran maestro americanista don Antonio Balleste ros y Beretta, caracterizaba el ánimo y la personalidad de Cortés en el servicio de la monarquía. Cuando re34
gresó Ovando, Cortés fue a besarle las manos y a darle cuenta de su venida desde Extremadura entregándole cartas de recomendación. Ovando le dio algunos in dios en tierras del Daiguao y le nombró escribano en la villa de Azúa que él había fundado, cerca de Santo Domingo, donde vivió Cortés cinco o seis años, d á n d o se a g ra n jeria s y, según Cervantes de Salazar, sir v ien d o su o fic io a co n ten to d e to d o e l p u eb lo . Quiso también en este tiempo participar con Diego de Nicuesa y Alonso de Ojeda en la expedición a Tierra Firme, lo que posteriormente serta Darién y Veragua, pero no pudo por una pústula que se le hizo en la corva de la pierna derecha. En tan desastrosas expedi ciones, sin embargo, participó quien posteriormente hubo de alcanzar fama en otra región americana: Fran cisco Pizarro. El 10 de julio de 1509, una vistosa flota entraba en la bahía de Santo Domingo portando el nuevo goberna dor de las Indias, Diego Colón, el hijo del Almirante, a quien su matrimonio con María de Toledo, sobrina del segundo duque de Alba, le había proporcionado la merced real de ser nombrado gobernador de La Espa ñola. Por entonces ya se había hecho el rey don Fer nando con las riendas de la gobernación y práctica mente acababa de delinear en la Junta de Navegantes de Burgos (1508) la nueva política y directrices descu bridoras. La real cédula en que se nombra gobernador a Diego Colón (Arévalo, 9 de agosto de 1508) es muy clara -. H áse e n ten d er q u e e l d ich o ca rg o y p o d e r b a d e s e r sin p e r ju ic io d e n in g u n a d e la s p artes. Con Diego Colón venían, además de un considerable número de hijosdalgo, sus dos tios, Bartolomé y Diego, y su her mano Hernando, peculiar historiador de los descubri mientos y desventuras del Almirante. También llegaba en el séquito de doña María de Toledo, sobrina del duque de Alba, un nutrido grupo de doncellas hijasdalgo. Uno de los objetivos de Diego Colón en su gobierno fue potenciar la expansión, aprovechando el equilibrio interno conseguido por Ovando en su go bierno y bajo el impulso de la nueva política descubri dora que había promovido el rey don Fernando. La
35
primera de estas empresas expansivas — en realidad continuación de la iniciada por Juan Ponce de León durante el gobierno de Ovando— se dirigió a la isla de Boriquén, que Cristóbal Colón había bautizado con el nombre de San Juan y que, finalmente, se llamó Puerto Rico. La segunda dirección expansiva señalaba a la isla de Cuba, al final de la etapa de gobierno de Ovando, cuyo bojeo había sido hecho por Sebastián de Ocampo, demostrando que era una isla, pero sin intentar establecer un dominio efectivo en ella. Diego Colón decidió conquistarla, eligiendo como jefe de la empresa a Diego Velázquez, que había pertenecido al equipo de Bartolomé Colón y era uno de los hidalgos de más antigüedad en la isla Española. Le acompaña ron trescientos hombres que conquistaron fácilmente la isla, pues los indígenas apenas ofrecieron resisten cia. Entre los grupos de apoyo, es de destacar uno, procedente de Jamaica, mandado por Pánfilo de Narváez, lugarteniente del gobernador de Jamaica, Juan de Esquivel. Apareció también por entonces otro per sonaje a requerimiento de Velázquez, Bartolomé de las Casas, joven sacerdote que hizo toda la campaña codo a codo con Narváez, nombrado por Velázquez su segundo. La obesidad de Velázquez le impedía llevar personalmente la dirección de la campaña. El cronista anónimo que relató las gestas de Cortés afirma que Hernán Cortés tomó parte en la conquista de Cuba desde el principio a requerimiento de Veláz quez, quien le hizo su socio y consejero. Igualmente afirma este cronista que Cortés se condujo en la con quista tan esforzadamente que a l p o c o tiem po llegó a ser e l m ás ex p erto d e todos. López de Gómara, sin embargo, afirma que Cortés fue a la conquista de Cuba como o fic ia l d e l tesorero M iguel d e P asam on te, p a r a ten er cu en ta con los qu in tos y h a c ie n d a d e l rey. Por su parte, Las Casas afirma en su H istoria d e la s In d ias que Cortés pasó a Cuba co m o c r ia d o de Veláz quez, diciéndolo en estos términos: T en ía D iego Ve lá z q u ez d os secreta rio s: u n o este H ern an d o Cortés, y otro A n drés d e l D uero, ta m a ñ o co m o un cod o, p e r o c iterd o y m uy c a lla d o y escrib ía bien . C ortés le h a c ía 36
v en ta ja en s e r latin o, so la m en te p o r q u e h a b ía estu d ia d o ley es en S a la m a n ca y e r a en e lla s B ach iller, en lo d em ás, e r a h a b la d o r y d e c ía g racia s, y m ás d a d o a co m u n ica r con otros q u e D uero, y a s i n o tan d is p u esto p a r a secreta rio . En estas opiniones puede apreciarse una doble cuestión: por una pane que Cor tés fue a Cuba para ejercer la función de tesorero real por designación de Pasamonte; por otra, que Velázquez aprovechó las habilidades como escribano de Cortés para nombrarle secretario; es evidente que Cortés hizo cuanto pudo para ganarse la confianza del gobernador de Cuba, pero existe ahí, sin duda, un jue go extremadamente peligroso, pues al mismo tiempo ejerce una función de oficial real con la de secretario del gobernador. Este pertenece al partido de los in condicionales de Diego Colón, mientras Cortés se ins cribe plenamente en le grupo de los realistas, encabe zado por el tesorero Pasamonte. En resolución de 5 de mayo de 1511, el Consejo real definió las atribuciones del rey y del almirante — título recaído en Diego Co lón— , quedando las de este último muy limitadas: administración de justicia en la Española y otras islas descubiertas por Colón, siempre y cuando las provi siones fuesen despachadas a nombre de los reyes; co nocer en primera instancia las apelaciones interpues tas contra veredictos de los alcaldes ordinarios; nombramiento de escribanos de los juzgados y sus te nientes y alcaldes. Fueron nombrados tres jueces de apelación, los licenciados Villalobos, Ortiz de Matienzo y Vázquez de Ayllón que, actuando en tribunal, constituyeron la primera Audiencia real de las Indias, con sede en Santo Domingo. La reacción del goberna dor fue violenta ante tan radical limitación de sus po deres; esta actitud motivó una carta del rey concebida en términos que no admitían duda: ... Vos sa b éis m uy b ien q u e cu a n d o ¡a R eyn a q u e sa n ta g lo ria h ay a, e yo, lo en v iam os (se refiere a Ovando) p o r g o b ern a d o r a esa isla, e a ca u sa d e l m a l r e c a u d o q u e vu estro p a d r e s e d io en este ca rg o q u e vos a g o r a ten éis, esta b a to d a a lç a d a y p e r d id a y sin n in gú n p rov ech o... M ucho os ru eg o y en ca rg o q u e d e a q u í a d e la n te 37
ob réis d e m a n era q u e s e a escu sad o m an d aros escrevir y o ta les ca rta s co m o esta... No debió, sin embargo, corregirse, pues en 1515 fue llamado a España por don Fernando, quien muere a comienzos de 1516. La división interna, pues, era un hecho cuando Cortés ejerce en la isla de Cuba esta doble, difícil y peligrosa comisión de ser oficial del rey y secretario del gober nador, incondicional del grupo colombista. En esa situación, debemos comprender la actitud de Cortés en un problema amoroso. Juan Juárez, granadi no, había ido de La Española a Cuba llevándose tres o cuatro hermanas suyas que habían ido a La Española en la corte de doña María de Toledo. Dice López de Gomara que las Juárez eran b on icas, por lo cual y por haber en Cuba pocas españolas las festejaban mucho. Cortés cortejó a una de ellas, Catalina, a la que hizo promesas de matrimonio, retirándose prudentemente cuando se dio cuenta de lo excesivo de su promesa, pues del mismo modo que había dejado constancia de su personal voluntad de no permanecer en ninguna isla mucho tiempo, tampoco era hombre que se atase fácilmente con una promesa matrimonial. Otra herma na de Catalina, que era cortejada por Velázquez, pidió al gobernador que presionase a Cortés para que cum pliese sacralmentalmente su deuda de amor. Vino a coincidir esta demanda con una larga serie de confi dencias que había tenido Velázquez respecto a que Cortés se había convertido en cabeza de conspiración contra él, disignándole sus muchos enemigos en la isla para que acudiese en comisión a la isla Española a fin de presentar comprometedores documentos a los jue ces de apelación. Las dos causas se unen en la decisión de Velázquez de prenderle y encarcelarle en la forta leza bajo la inmediata vigilancia del alcaide Cristóbal de Lagos. Cortés consiguió huir — con la directa o indirecta complicidad del alcaide— refugiándose en el recinto sagrado de una iglesia. Urdió Velázquez un engaño, que consistió en enviar a la cortejada y recha zada Catalina Juárez a las proximidades de la iglesia que servía a Cortés como refugio. Como esperaba el gobernador, Cortés no pudo resistir la tentación y sa38
lió de la iglesia, cayendo sobre él las tropas de Velázquez mandadas por el alguacil Juan Escudero. Mantu vo Cortés una brava lucha, pero sucumbió ante el número. Velázquez ordenó encerrar a Cortés en la bo dega de un barco en el centro de la bahía. También consiguió huir, remando en un bote, en la oscuridad de la noche. Cuando llegó a la proximidad de la costa, la corriente del río Macaguanigua era tan fuerte que resultaba imposible llegar a la costa. López de Gómara nos habla de la decisión de Cortés en ese momento: D esnu dóse, y a tó se con un to ca d o r so b re la c a b e z a c ierta s escritu ras q u e ten ía, co m o es c r ib a n o d e ay u n tam ien to y o fic ia l d e l tesorero q u e h a c ía n con tra D iego V elázqu ez; ech ó se a la m a r y s a lió n a d a n d o a tierra. Alcanzó la costa, se ocultó entre unas ramas bajas y a la mañana siguiente fue a casa de Juan Juárez, a quien habló, refugiándose seguidamente en la iglesia. Está claro que a Juárez le dijo Cortés que estaba dispuesto a casarse con su hermana, porque in mediatamente Velázquez se reconcilió con su secreta rio y fue padrino de una hija que tuvo Hernán Cortés, n o sé si en su m ujer, dice Las Casas, aunque sabemos que no tuvo hijos con Catalina Juárez; sí, en cambio, por Bernal Díaz del Castillo, sabemos que tuvo una hija con una india llamada doña Fulana Pizarro, nom bre que le fue puesto por Hernán Cortés, bautizándo la, antes de tener con ella comercio carnal, poniéndo le el apellido materno, según costumbre de la época. Cortés realizó toda clase de esfuerzos por congraciar se definitivamente con Velázquez. Este, por su parte, para darle muestra efectiva de su Lotal confianza, le nombró alcalde de la Villa de Baracoa, que poco des pués recibiriá el nombre definitivo de Santiago de Cuba. Completó Cortés esta fase de su vida con una admirable administración de su hacienda, lo qu e pone de relieve su espíritu de empresa tanto en la produc ción agraria como en el desarrollo de la ganadería y la extracción de rendimientos mineros. Dice López de Gómara que crió v acas, ov eja s y y eg u a s y fu e e l p r i m ero q u e a llí tuvo h ato y ca b a ñ a . Adquirió, pues, Hernán Cortés en las islas del Cari39
be una considerable experiencia humana y política, en lo que representaba la novedad social en las Indias, cuando ya se había desvanecido absolutamente la creencia colombina de que eran tierras pertenecientes a Asia y se abría paso inconteniblemente la caracteri zación de un continente nuevo, al que los españoles seguían llamando In d ias, aunque literalmente ya se denominaba N uevo M undo, hasta afirmarse el nombre intelectual de A m érica que fue el que finalmente se impuso. En aquella co rte provinciana de la frontera insular del Caribe montada por Velázquez, que desea ba afirmar su gobernación mediante nombramiento directo del rey y al margen del patrimonialismo here ditario defendido por Diego Colón, Hernán Cortés ha bía conseguido una posición de gran estabilidad y de suficiente riqueza, que se complementaba con su re cién ganada confianza del gobernador y su fuerte vin culación con el tesorero Miguel Pasamonte. Corría el año 1917, cuando retornaba a Cuba un grupo de hom bres supervivientes de la empresa de Castilla del Oro, en la que se había producido la travesía del istmo, la toma de posesión del mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa (1513). Uno de los que regresaban — Bernal Díaz del Castillo— escribiría sesenta años después, en la obra que compuso, polemizando con López de Gomara, a la que llamó V erd ad era: P orqu e n o h a b ía q u é con qu istar, q u e tod o esta b a d e p a z , q u e e l Vasco N úñ ez d e B a lb o a lo h a b ía co n q u istad o y la tierra d e su yo e r a m uy corta. Un grupo constituido por los que habían vuelto de Tierra Firme y los que carecían de tierras en Cuba, concertaron con Francisco Hernández de Córdoba ir a n u estra a v en tu ra a b u sca r y d escu b rir tierras n u ev as p a r a en e lla s em p lea r n u estras p erson as. Ciento diez en total, bajo el mando de un hidalgo, consiguieron tres navios, uno de ellos aporta do por el gobernador Velázquez, con la condición de ir al archipiélago de las Guanajas, entre Cuba y la cos ta firme de Honduras, para cargar los navios de indios y pagar con esclavos el valor del barco aportado por el gobernador. A lo que se negaron tajantemente los socios de la expedición, porque les resp on d im os q u e 40
lo q u e d e c ía n o lo m a n d a n i D ios n i e l Rey; q u e h ic ié sem os a los lib res esclavos. Pese a su omnipotencia, Velázquez no osó quebrar esta opinión y ayudó a re unir los elementos necesarios para emprender la expe dición que, en efecto, se hizo a la vela el 8 de febrero de 1517, llegando a un gran pueblo cerca de cabo Catoche, en la península de Yucatán, que llamaron Gran Cairo, donde procedieron al resca te comercial. Sufrieron un considerable ataque indígena que pudie ron resolver gracias al estruendoso ruido de los arca buces y bautizaron a los indios con los nombres de Julián y Melchor, que fueron los primeros intérpretes o len g u as entre españoles e indios de la nueva región que comenzaba a aparecer. Continuaron navegando la costa de Yucatán, que el piloto Antón de Alaminos sostenía que era una isla, y en un desembarcadero fue ron violentamente atacados, cayendo flechados gran número de españoles. El propio Hernández de Córdo ba fue herido, así como otros muchos, decidiendo el regreso vía península de la Florida, conocida por Ala minos con motivo de su viaje a ella acompañando a Ponce de León. Hernández de Córdoba murió a con secuencia de sus heridas después de desembarcar en Puerto Carenas, nombre que entonces tenía la actual La Habana, y ser trasladado a Sancti Spiritus. La expe dición, sin embargo, a pesar de su fracaso, fue un in centivo, de manera que Velázquez decidió preparar otra para dejar sentado su derecho de prioridad sobre aquellas tierras. A los dos navios supervivientes de la primera expedición añadió otros dos, alistándose dos cientos cuarenta pobladores de Cuba, bajo el mando de un deudo de Velázquez, llamado Juan de Grijalva, quien llevaba como tenientes — cada uno de ellos mandando un navio— a Pedro de Alvarado, Francisco de Montejo y Alonso Dávila. Los preparativos fueron hechos e n Santiago de Çuba, saliendo la armada el 25 de enero de 1518 para llegar al puerto de Matanzas, donde tomaron las provisiones necesarias para la tra vesía que comenzó el 1 de mayo del mismo año. Lle gan a la isla Cozumel, de la que toman posesión. De aquí a Yucatán, hasta llegar a la laguna de Términos, 41
profunda hendidura costera que confirmó a Alaminos su teoría de que Yucatán era isla. Por eso durante mu cho tiempo se denominó a este territorio isla, pese a comprobar la continuación de la costa, más adelante, en el territorio de Tabasco, donde hicieron el primer contacto con los indígenas. Aquí se oyó por primera vez el nombre de colhua, como referencia al imperio mexica, donde según los de Tabasco abundaba ex traordinariamente el oro. F.n la dirección señalada por los indígenas, se tomó contacto con los enviados de Motecuçosa, portadores de ricos presentes; además, los expedicionarios comprobaron la existencia de cor dilleras internas de gran magnitud, con sus cumbres nevadas, lo que era claro indicativo de la extensión de la tierra y la importancia de su cultura. Grijalva, incapaz de tomar decisiones por su cuenta, envió a Alvarado a Cuba en busca de refuerzos, mien tras él continuaba con la flota explorando la costa has ta que el piloto Alaminos se negó a continuar. Por ello dio orden de regreso a Cuba, pese a la opinión contra ria de Dávila y Montejo que, seducidos por las mues tras de riqueza de la tierra, opinaban que se debía poblar. Pero el apocado carácter de Grijalva le impi dió iniciar la empresa. López de Gómara ofrece una larga relación de las piezas rescatadas en le expedi ción de Grijalva, lo cual, unido al regreso de Alvarado, produjo una profunda impresión en Cuba, donde co menzó a llamarse aquella región la isla R ica. Velázquez, cuyo statu s de teniente de gobernador no le permitía poblar ni fundar en aquella tierra, envió a España a su capellán Benito Martín para que gestiona se, cerca del obispo de Burgos, Rodríguez de Fonseca, que continuaba siendo comisario regio para los asun tos indianos, el nombramiento de adelantado de Culúa y comenzó febrilmente — aún antes de que regre sase Grijalva— los preparativos para una tercera expedición, enviando previamente en una carabela a Cristóbal de Olid, para que averiguase dónde estaba Grijalva e impusiese su inmediato regreso. El mando de la nueva expedición se lo ofreció Velázquez a Her nán Cortés, prefiriéndolo a Vasco Porcallo, pariente 42
del conde de Feria, según Bernal Díaz del Castillo por m ied o a q u e se a lz a s e con la A rm ada, p o rq u e e r a atrev id o. Sin duda, el nombramiento de Hernán Cor tés fue cuidadosamente preparado |>or éste, en conni vencia con Andrés del Duero y el contador Amador de Lares, h om b re astu tísim o q u e h a b ía g a sta d o v ein tid ós a ñ o s en Ita lia y h a b ía lleg a d o a s e r m aestresala d e l G ran C apitán , dice Díaz del Castillo. Las Capitulaciones para la empresa, extendidas el 23 de octubre de 1518, que Cortés no dudó en acep tar, pese a sus considerales ambigüedades, fueron re dactadas por Andrés del Duero, según Bernal Díaz del Castillo d e m uy b u en a tin ta y co m o C ortés la s qu iso m uy b astan tes; tampoco Velázquez puso demasiados inconvenientes, pensando en que podría incumplirlas cuando recibiese de España la confirmación del solici tado nombramiento de adelantado de Culúa. Los títu los legales de Cortés fueron estas capitulaciones, las instrucciones que, posteriormente, le entregaría Ve lázquez y la licencia tendida por los jerónimos, gober nadores de la isla Española según decisión del carde nal Cisneros durante su regencia. Según estos documentos, la esfera de actuación de Cortés no po día exceder los límites que el régimen cisneriano ha bía dejado establecido: imposibilidad absoluta de rea lizar ningún poblamiento de la tierra. Su misión se limitaba a la búsqueda de náufragos, rescate de cauti vos, recoger información y comerciar como medio instrumental para costear los gastos de la expedición. En dichos documentos se concedía cierto margen de actuación a Cortés para poder actuar, eventual mente, com o m ás a l serv icio d e D ios N uestro S eñ or e d e sus A lteças con v en g a, con la única obligación de aseso rarse de alg u n as p erso n a s p ru d en tes e s a b ia s d e las q u e vos lleváis, d e q u ien ten g áis y co n fian za . La li cencia de los frailes jerónimos gobernadores de La Española se extendía a nombre de Hernán Cortés como capitán general y en cuanto armador conjunta mente con Velázquez como socios. Ello significa que se trata de una expedición hecha por el sistema de compañía, lo que se hace plenamente evidente al ana43
lizar las aportaciones respectivas de los socios: la mi tad de los aprestos militares — tres de seis naves per tenecían a Cortés que, posteriormente, aumentó con cuatro barcos propios más, de modo que, de diez na ves, siete le pertenecían, siendo por consiguiente en ello socio mayoritario— , que poco a poco fue aumen tando mediante compra o cesiones fiadas de otras par ticipaciones en la empresa. En los pregones que hizo para reclutar participantes anunciaba que se iba a po blar en el rico Culíia. Al hacer el pregón en estos tér minos, era claro que no engañaba a nadie respecto a sus propósitos, pero sí, en cambio, comprometía seria mente al gobernador, pues al hacer tal pregón en su territorio le situaba fuera del la ley, considerándose él desligado de su dependencia, ya que poblar no figura ba ni en capitulaciones ni instrucciones ni licencia. Al no contradecir Velázquez tal pregón se hacía solidario con él. En efecto, los preparativos para la expedición representan un verdadero prodigio de acción psicoló gica sobre la sociedad por parte del capitán general. Se co m en zó d e p u lir y a ta v ia r su p erson a, dice Bernal Díaz del Castillo; ordenó bordar dos estandartes con la leyenda, A m igos y com p añ eros: sig am os la cru z, q u e si f e ten em os con esta s e ñ a l v en cerem os; pregonó la empresa en las condiciones anteriormente indicadas. Cuando comprobó que sus enemigos no cejaban en ponerle a mal con Velázquez, incitándole a que le quitase el mando de la empresa, tomó Cortés una de su espectaculares decisiones — mezcla de temeridad y prudencia, audacia y riesgo— que tanta fama ha brían de darle. Al amanecer del 18 de noviembre de 1518 ordenó levar anclas a la armada, dirigiéndose al sur de la isla de Cuba, al puerto Trinidad, para con cluir allí sus preparativos. Aquí se incorporan los que habrían de ser sus más importantes capitanes en le empresa fundacional de Nueva España: Alvarado, Sandoval, Juan Velázquez de León, Cristóbal de Olid y su amigo íntimo Alonso Hernández de Puertocarrero. ¿Por qué esta decisión? El regreso de Grijalva debió impresionarle por muy diversas razones. Por una par44
te, algunos de los objetos pretendidamente de oro que traía resultaron ser, en realidad, de cobre; por otra parte, la conducta de Velázquez hacia Grijalva fue har to sorprendente. Pese a que Grijalva le traía veinte mil pesos de oro en mano al gobernador, como dice Las Casas, d ió le p o c a s g ra cia s... a n tes riñ ó m u cho con él, a fren tá n d o lo d e p a la b r a , p o r q u e a s i e r a su co n v ic ción , p o rq u e n o h a b ía q u e b ra d o su in stru cción y m an d am ien to. Por otra parte, los enemigos y envidio sos de Cortés no cejaban en sus ataques, convirtiendo a unos parientes del gobernador, llamados también Velázquez, y aconsejados por un viejo astrólogo y de mente llamado Juan Millán, en cabeza de conspira ción contra Cortés. Este tomó su decisión, pero se mantuvo imperturbable al lado del gobernador, hala gando su vanidad y su codicia diciéndole q u e le h a b ía d e h a cer, m ed ia n te Dios, m uy ilu stre señ o r e rico en p o c o tiem po, según dice Bernal Díaz del Castillo. Si multáneamente aceleraba los preparativos de marcha, habiendo tomado ya en secreto la decisión de zarpar de modo inesperado, ordenando el embarque y dando orden de darse a la vela. En el puerto de Trinidad, al sur de la isla, se aposen tó en casa de Grijalva y abrió banderín de enganche, pregonando la empresa. Allí aportó un Juan Sedeño con el barco lleno de pan casabe y tocino que iba a vender a unas mismas minas de oro cerca de Santiago de Cuba. Cargamento, barco y tripulación se unieron a la empresa de Cortés. El alcalde de Trinidad, Fran cisco Verdugo, cuñado de Diego Velázquez, recibió cartas del gobernador informándole que había desti tuido a Cortés, que lo mandase a Santiago bajo custo dia armada; también dio instrucciones a Diego de Ordás, deudo suyo a quien había nombrado uno de los tenientes de la empresa, para que vigilase a Cortés. Pero éste se dio tal arte que el propio Ordás conven ció a Verdugo que incumpliese las órdenes de Veláz quez. Otro intento realizó Velázquez igualmente falli do, porque Cortés se atrajo a aquellos a quien había recurrido el gobernador: Juan Velázquez de León y Pedro Barba. Finalmente, el 10 de febrero de 1519,
45
después de oír misa. Cortés se dió a la vela rumbo a San Antón (Guaniganico), donde habían de reunirse con otros dos navios que se dirigían allá por la costa norte. Uno de éstos, que tenía por piloto a un tal Camacho, llevaba a bordo a Pedro de Alvarado con se senta soldados, entre los cuales figuraba Bernal del Castillo. Este Camacho seguió rumbo a Cozumel, en trando a saco los soldados en las pertenencias de los indios. Cuando llegó Cortés y fue puesto en antece dentes, ordenó poner grillos a Camacho, reprendien do severamente a Alvarado y haciendo devolver todas las pertenencias que habían sido arrebatadas a los in dios. Se trata de otro detalle que hubo de caracterizar la empresa de Cortés, que supo imponer gravemente la disciplina y la autoridad, procurando el máximo mejor trato para los indígenas. En el comienzo de su empresa, con once navios, quinientos ochenta solda dos y un distinguido cuerpo de capitanes, más de cien marineros contando pilotos y maestres, diez cañones de bronce, cuatro falconetes y trece arcabuces, nos lo describe Bernal Díaz del Castillo muy elocuentemen te: d e b u en a estatu ra e cu erp o e b ien p ro p o rcio n a d o e m em bru d o e la c o lo r d e la c a r a tira b a a lg o a c e n i cien ta e n o m uy a leg re e s i tu v iera e l rostro m as larg o m ejor le p a r e c ie r a , y e r a en los ojos en e l m irar alg o am orosos e p o r o tra p a r te graves, la s b a rb a s ten ia a lg o p r ie ta s e p o c a s e r a la s e e l ca b ello , q u e en a q u el tiem p o s e u saba, d e la m ism a m a n era q u e la s barbas, e ten ía e l p e c h o a lto y la esp a ld a d e b u en a m an era, e e r a c e n c e ñ o e d e p o c a b a rrig a y a lg o estev ad o y la s p ie r n a s e m uslos b ien sen tad os, e e r a b u en jin e te e d iestro d e tod as arm a s a n s í a p ie co m o a c a b a llo e sa b ia m uy b ien m en ea rla s e so b re tod o c o r a z ó y á n i m o q u e es lo q u e h a c e e l caso... En tod o lo q u e m os tra b a a n si en su p r e s e n c ia com o en p lá tic a s e con v er sa ció n e en co m er y en e l vestir, en tod o d a b a señ a les d e g ran señ or. Los vestidos q u e se p o n ía era n según e l tipo e u san za e n o s e le d a b a n a d a d e tra er m u ch a s sed a s e d am ascos n i rasos, sin o lla n a m en te e m uy p u lid o, n i tam p oco tra ía c a d e n a s d e oro g ran des, salv o u n a c a d e n c ia d e oro d e p rim a h ech u ra e 46
un jo y e l con la im ag en d e N uestra S eñ ora la Virgen S an ta M aría con su h ijo p recio so en los b razos e cotí un letrero en latín en lo q u e e r a d e N uestra S eñ ora y d e la o tra p a r te d e l jo y e l a l señ o r S an Ju a n B au tista con otro letrero, e tam b ién tra ía en e l d e d o un a n illo m uy rico con un d ia m a n te y en la g orra, q u e en ton ces se u sab a d e terciop elo, tr a ía u n a m ed a lla e n o m e a c u e r d o e l rostro y en la m ed a lla tr a ía fig u r a d a la letra d él... Larga relación que no concluye aquí, don de Bernal Díaz del Castillo da extensa opinión del capitán de la expedición. Quizá todo pueda sintetizar se en la exclamación que constituye una profunda fi losofía de devoción hacia el capitán: T odos n osotros p u siéra m o s la v id a p o r Cortés. Casi simultáneamente con el inicio de la empresa cortesiana, cuando ordenó levar anclas de Santiago de Cuba el 18 de noviembre de 1518, en España el Con sejo real concedía licencia a Velázquez para que a su costa d escu b riera Yslas e T ierra fir m e q u e h asta e n ton ces n o estu v ieron d escu b ierta s e q u e n o estu viesen co n ten id os d en tro d e tos lim ites d e la d em a rció n d e l Rey d e P ortugal, pero dicha autorización no se le hace como adelantado — como equivocadamente afirma ron algunos autores como Prescou y Pereyra— , sino como lu g a rten ien te d e l alm iran te, es decir, no por propia autoridad, sino como delegado de la única que había pactado con la Corona. En todo caso, ello cons tituye una dato político y jurídico que debe añadirse a la compleja serie de legal ismos sobre los cuales había que montar la empresa que se iniciaba. L a Villa R ica d e la Vera C ru z .- Iniciada la travesía, la primera etapa se cumplió en la isla Cozumel — a la que Grijalva puso de nombre Santa Cruz— , de diez leguas de largo por tres de ancho. En uno de los des embarcos oyó Cortés repetir a los indios la palabra castilán , por la cual intuyó que pudiese haber allí náu fragos de las anteriores expediciones, ordenando in vestigar entre los indios. A poco se presentó en una canoa que venía de la península, acompañado de tres indios, un cristiano, que dijo llamarse Jerónim o de 47
Aguilar, natural del Ecija, quien hizo el emocionante relato de sus aventuras entre los indios como náufra go, cautivo, condenado a ser cebado para alimento de cacique, salvado en última instancia para ser esclaviza do durante ocho años. Tenía vocación eclesiástica y estaba ordenado de menores. Sabía que en el interior de la tierra vivía un compañero, Gonzalo Guerrero, marinero de Palos y acudió hasta él para que marchase con los españoles de Cortés, pero Guerrero dijo que estaba casado, tenía tres hijos y había alcanzado una posición importante como cacique y capitán en tiem po de guerra; completamente integrado en aquella forma de vida, prefirió continuarla antes que reinte grarse en su cultura propia. Jerónim o de Aguilar se incorporó plenamente con los de su nación y su mis ma fe, convirtiéndose en intérprete, cargo en el que prestó señalados servicios. El 12 de marzo de 1519, la armada fondeó en Tabasco, en el estuario del río que Grijalva descubrió, dándole su nombre. Los indígenas estaban concentrados en son de guerra y no quisieron oír las razones que les dió Jerónim o de Aguilar. Antes de desembarcar en son de guerra, Cortés hizo leer el Requerimiento que había sido redactado por el doc tor Palacios Rubios de acuerdo con el derecho esco lástico de la guerra. En las instrucciones que llevaba Cortés de Velázquez, le encargaba que hablase a los caciques indios explicándoles que iba por mandato del rey a verlos y visitarlos, dándoles a entender que era un rey muy poderoso, requiriéndoles a que se so metiesen a su servidumbre y amparo real. De modo que Cortés cumple estrictamente lo que le ha manda do el gobernador en cuyo nombre actúa. Sin embargo, el requerimiento sólo consiguió aumentar la belicosi dad de los indios, que contestaron la lectura que hizo Aguilar con una rociada de flechas. Desembarcaron los españoles y tras fuertes combates alcanzaron un gran palio donde había u n os ap osen tos y sa la s g ran d es con tres tem plos d e ídolos. Allí ordenó detenerse Cortés, tomando posesión en nombre del rey de acuerdo con el rito de la presura, redactando el escri bano real Diego Godoy el correspondiente auto. 48
Al día siguiente envió Cortés al interior dos colum nas exploradoras, que dieron noticias inquietantes acerca de la actitud de levantamiento indígena apre ciada en toda la tierra maya. Cortés ordenó desembar car los caballos, poniéndose él mismo a la cabeza de los trece jinetes, mientras dio el mando de la infante ría a Diego de Ordás. La caballería se reveló decisiva, pues sólo su aparición resultó suficiente para que los indios huyeran aterrados. Posteriormente, Cortés ini ció la negociación, preparando un escenario adecuado para entablarla y aprovechando al máximo el terror que los caballos y los disparos habían producido en los indios. Al efecto, ordenó ocultar la yegua de Juan Sedeño, recién parida y llevar a su lado el caballo de Diego Ortiz, con los cañones ocultos en las alturas para disparar a su señal, junto con los arcabuces. El espanto de los indios al ver el caballo relinchando y con los ojos inyectados en sangre piafando al oler a la yegua, junto con el ruido espantoso de bombardas y arcabuces, dieron el tono que Cortés deseaba para producir espanto entre los indios. El efecto fue inme diato, los caciques se retiraron a toda prisa, volviendo a poco portando ricos e importantes presentes, entre los cuales figuraban veinte mujeres, siendo una de ellas una mexicana, hija de cacique, a la que se puso al bautizarla el nombre de doña Marina, y como era de buen parecer y desenvuelta se la regaló a Alonso Her nández de Puertocarrero. Después Hernán Cortés ex plicó a los caciques la fuerza y majestad del rey, decla rándose los de Tabasco dispuestos a ser sus vasallos. Continúan los expedicionarios su singladura hasta las plazas de San Juan de Ulúa. Allí reciben la primera embajada que el señor de Tenochtitlan, el tla ca tecu tli Motecuçoma envía a la costa con un propósito eviden temente informativo, en especial del significado reli gioso de la llegada de aquellos hombres blancos en ca sa s q u e n av eg an , como los dibujos de los aztecas proponían a su señor. La llegada de esta embajada puso perfectamente claro ante las conciencias de los españoles que se encontraban en aquella tórrida pla ya, que se encontraban ante una importante civiliza49
ción, cuyos recursos y poderío se manifestaron de suma importancia. En aquellos momentos, la situa ción de aquellos españoles que recibirían la embajada del señor de Tenochtitlan era bastante comprometida, en una playa tropical, al pie de una cordillera que ele vaba sus cumbres hasta alturas superiores a los dos mil quinientos o tres mil metros, desconociendo total mente el país y frente a una cultura cuya pujanza se revelaba supenor. Se carecía de base de apoyo, pues de Cuba sólo podían esperar una reivindicación por parte de Velázquez; incluso una parte del escaso ejército mantenía sus reticencias respecto a la capitanía de Hernán Cortés, que, además, en aquellos momentos tenía que hacer frente al problema de la legalidad de su expedición, porque aun cuando había cumplido es crupulosamente lo pactado con Velázquez, el rescate de los náufragos de la expedición de Nicuesa, según sostiene Giménez Fernández, ponía punto final a la legalidad de su empresa, puesto que los otros dos ob jetivos de la expedición — rescate comercial e infor mación geográfica— eran meramente instrumentales. Del examen de los títulos de Hernán Cortés desde un punto de vista estrictamente jurídico, así parece dedu cirse. Pero debe pensarse en la capacidad de iniciativa del jefe de la expedición, quien desde Cubá estaba — como pudimos apreciar por los pregones— decidi do a poblar y fundar y que ahora ratifica su objetivo en firme decisión, mediante la elaboración de la política del hecho consumado como medio de prevenir lo que parecía inevitable, incluso antes de salir de Cuba: que el Consejo real otorgase títulos suficientes al goberna dor de Cuba para llevar a efecto este poblamiento. Aquí, pues, radica la genialidad de Cortés, que consis te en adelantarse a tal posibilidad. Para ello resultaba fundamental conseguir la iniciativa, para lo cual eran necesarias dos cosas: procurarse una legalización de la situación y establecer una base costera, que fuese im prescindible punto de apoyo para prevenir una retira da y plaza fuerte que defendiese el territorio de posi bles ataques exteriores, ya fuese de Cuba u otro lugar del Caribe, ya fuese del altiplano. Cortés envió a Mon50
tejo para que siguiese la costa adelante con el piloto mayor Antón de Alaminos. Durante doce días explora ron la costa hasta el Pánuco, donde dieron la vuelta por temor a los temporales. A doce leguas del lugar donde estaban, en la costa de San Juan de Ulúa, Montejo descubrió un pueblo con una fortaleza, llamado Quiahuiztlan, en cuyas proximidades existía un buen puerto abrigado de las nortadas, rodeado de ricas tie rras, con abundantes ríos, madera y piedra para edifi car. En aquel lugar decidió Cortés la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, nombrando alcaldes a Puertocarrero y a Montejo. Para ello se realizó primero una exploración por los alrededores, tomando contacto con la cultura to ton aca, el c a c iq u e G ordo de Cempoala y la ciudad de Quiahuiztlan y hasta treinta pueblos de la zona costera. Estando aquí, llegaron cinco recau dadores mexicanos de Motecuçoma para recoger los tributos debidos. Cortés aprovechó con extrema habi lidad esta oportunidad para prender a los cinco recau dadores mexicas, ordenando al cacique Gordo que ya no pagase ningún tributo, prometiendo que los espa ñoles les defenderían. Cuenta Berna! Díaz del Castillo la primera alianza constituida hábilmente por Cortés: E n ton ces p ro m etiero n tod os a q u ello s p u eb lo s y c a c i q u es a u n a q u e sería n co n n osotros co n to d o lo q u e les q u esiésem os m an d ar, y ju n ta ría n sus p o d e r e s c o n tra M ontezu m a y todos su s a liad o s. Y a q u í d ieron la o b e d ie n c ia a Su M ajestad a n te un D iego G odoy, e l escrib an o, y to d o lo q u e p a s ó lo en v ia ron a d e c ir a los m ás p u eb lo s d e la p ro v in cia . C om o y a n o d a b a n tribu to n in g u n o y los reco g ed o res n o p a resc ia n , n o c a b ía n d e g oz o h a b e r q u ita d o a q u e l dom in io. Fue entonces — al disponer de un g la c is de amistad y proyección de los indios contra el poder imperial de Motecuçoma— cuando se llevó a cabo la fundación de la villa, previa construcción de una fortaleza en la costa y hecha la traza de iglesia, plaza, calles y ataraza nas. Cortés, como era costumbre, dio el ejem plo co menzando el primero a s a c a r tierra a cu esta s y p ie d ras y a h o n d a r los cim ien tos, todos siguieron el ejemplo del capitán levantando tapias, acarreando 51
agua, construir ladrillos en las caleras, preparar la ma dera, clavazón, etc. Lo fundamental, sin embargo, fue la constitución del municipio español democrática mente gobernado por su cabildo. Para dar mayor énfa sis a este importante acto, Cortés tomó juramento a alcaldes, regidores y cabildo en nombre del rey. Por este acto, la armada dejaba de serlo-, Cortés dejaba de ser capitán de Diego de Velázquez, conviniéndose en ciudadano de un municipio castellano, portador de to das las tradiciones que éstos tenían desde la época romana en España. Inmediatamente el cabildo, reuni do en sesión solemne, convocó a Cortés, requiriéndole a que mostrase los poderes e instrucciones que te nía de Velázquez. El cabildo examinó tales papeles y llegó a la conclusión de que no eran válidos, decretan do el cese de Cortés como capitán general y justicia mayor. Seguidamente decide el nombramiento de Hernán Cortés para el desempeño de ambas vacantes, tomándole juramento con toda solemnidad. Por su parte, el partido velazquista no lo aceptó de buen grado, llegando casi a la rebelión. Cortés no se anduvo en contemplaciones, pues era la autoridad elegida por la comunidad, y ordenó poner grillos a Juán Velázquez de León, Diego de Ordás, Juán Escu dero y el paje Escobar, que eran los cabecillas de la oposición. Cortés empleó con ellos más bien la diplo macia que la dureza y los fue ganando uno a uno a su causa, hasta el punto de que Velázquez de León llegó a ser uno de sus más leales capitanes. El problema consistía en que los partidarios de Velázquez opina ban que la misión de la expedición no era poblar, ni mucho menos entrar en la tierra, como ya había pen sado hacer Hernán Cortés, comunicándolo a alguno de sus capitanes. Desde tai posición, el problema re basaba ya la solución de crear una base — Veracruz— capaz de producir la desvinculación de Cuba. Ahora se planteaba la cuestión en profundidad: ¿Todos los componentes de la expedición estaban decididos a se guir a Cortés en el nuevo rumbo que éste daba a su empresa? Porque se perfilaba claramente como eje personal de responsabilidades y decisiones y, en con52
secuencia, como mando indiscutible. Así, en efecto, la decisión de construir la ciudad había sido suya, el lu gar preciso donde se estableció también, el plan o traza, igualmente; la entrega de poderes al cabildo, para que éste le transmitiese las credenciales de una nueva situación de legitimidad de acción, lo mismo. Se trataba de un frente político que naturalmente Cor tés tenía que resolver de un modo adecuado. Como estaba resolviendo, cada día, el frente diplomático de las relaciones con los indígenas, tanto los pobladores de la costa como las continuas embajadas del podero so Moteeuçoma desde el interior, el misterioso y tre mendamente atractivo Anahuac para Cortés. Ya tenía decidido Cortés iniciar la marcha hacia el interior para entrevistarse con aquel que le enviaba tan lucidas como provechosas embajadas e incluso solicitado a sus aliados totonacas cien tam em es (porteadores) para que llevasen la artillería, cuando siete velazquistas levantaron la voz negándose a llevar a cabo ningu na entrada y solicitando pusiese Cortés a su disposi ción un navio que los llevase a Cuba, según les había prometido en San Juan de Ulúa. El relato de Bernal Díaz del Castillo nos permite conocer la enorme habi lidad de Cortés. Es v e r d a d q u e lo p rom etí, m as n o h a cen b ien q u ien es d e ja n d esa m p a ra d a la b a n d e r a d e su ca p itán . Dio orden de preparar un navio bien provisto de víveres y agua y dejó que operase lo que tenía previsto. El cabildo de Veracruz le requirió que prohibiese la deserción a Cuba, bajo pena de muerte. Un tercer frente pesaba sobre Hernán Cortés, el re lativo a la legalidad de su empresa y el modo que, jurídicamente, podía derivarse caso de que Velázquez obtuviese el adelantamiento que tenía solicitado ante el Consejo real. La llegada a Veracruz de Francisco Salcedo con una carabela que Cortés había comprado al vecino de Santiago de Cuba Alonso Caballero y que había dejado allá carenando, precipitó los aconteci mientos en este sector. La carabela portaba buenos alimentos, un grupo de soldados — que Bernal Díaz del Castillo dice que ascendía a diez— bajo el mando del capitán Luís Marín, que tuvo un brillante papel en 53
la conquista, un caballo y una yegua que aumentaba el escaso contingente de caballería; finalmente, la noti cia que no era correcta, según quedó indicado ante riormente, pues la autorización dada a Velázquez era como teniente subordinado del almirante y no, por consiguiente, como autoridad propia de que el gober nador de Cuba había recibido el nombramiento de adelantado para rescatar y poblar en Yucatán o Isla Rica. Ello impulsó a Cortés a tomar rápida decisión que imprimiese un sesgo definitivo a la situación, orientándola hacia un nuevo rumbo. Esta decisión te nía tres objetivos: acelerar los preparativos para iniciar cuanto antes la marcha hacia el Anahuac; enviar procu radores directamente a España para solicitar el reco nocimiento de la empresa cortesiana directamente por el rey, árbitro supremo de la cuestión, iniciando de este modo el d e r e c h o d e su p licación ; finalmente, impedir a toda costa que se produjese ninguna deser ción entre los velazquistas de.su ya exiguo ejército, adoptando la decisión comunitaria d e d a r co n todos los n av ios a l través, como dice Bernal Díaz, fuente preciosa en esta oportunidad. Así comenzó a d a r ord en y co n c ierto en m uchas co sas to can tes a s i la g u erra com o la p a z , dice López de Gómara. M andó s a c a r a tierra to d as la s a rm a d a s y p ertrech o s d e g u erra, y co sas d e resca te, d e los n a vios, y ¡as v itu allas y p rov ision es q u e h a b ía ; y en tregósetas a l ca b ild o , co m o lo ten ía p rom etid o. Habló igualmente a todos diciéndoles que ya era bien y tiempo de enviar al rey relación de todo lo sucedido y hecho en aquella tierra hasta entonces, así como muestras de oro, plata y riquezas que había en ella. Para ello era preciso repartir por cabezas, como era costumbre en aquellas partes y apartar el quinto real. Para ello nombró como tesorero del rey a Alonso de Avila y de la co m p a ñ a a Gonzalo Mejía, nombramien tos confirmados por el cabildo. Ordenó entonces sa car a la plaza todo el oro y plata, ropas, plumas, man tas, etc., pesando los metales preciosos veintisiete mil ducados, entregándose todo a los tesoreros. Pero to dos — incluso los velazquistas— dijeron que no era 54
preciso repartir, sino que apartando el quinto real, todo lo demás se lo quedase Cortés para pagar la in versión que había efectuado en la empresa. Pero el capitán se negó en redondo, tomando sólo lo que le correspondía como capitán general y afirmando que ya habría tiempo de resarcirse de sus gastos y que, además, lo que él tenía pensado enviar al rey era de valor muy superior al quinto real, rogándoles no lo tomasen a mal por ser lo primero que se le enviaba. López de Gómara en su obra ofrece la lista de los presentes enviados al rey, co sas m ás lin d a s q u e ricas, aunque entre ellas existían piezas de enorme impor tancia cultural y arqueológica. Cuando el regalo y el quinto real estuvieron aparta dos, pidió Cortés al cabildo que designase dos procu radores a los que daría su poder y la nao capitana para que lo llevasen. En regimiento, fueron designados Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo procuradores, alegrándose Cortés de tal nombra miento y designando a Antón de Alaminos como pilo to, pagando los gastos de este envío del oro comunitario. Cortés les dio instrucciones acerca de lo que habían de pedir, encargándoles fuesen a su tierra para dar a sus padres unos dineros y noticias de su propiedad. La Justicia y Regimiento escribe una carta, cuya fecha es 10 de julio de 1519, que justifica todo lo hecho hasta el momento, asentando la doctrina aquíniana de que, en defecto de autoridad dotada de legi timidad, tal autoridad revierte a la comunidad. De ahí las constantes llamadas que en esta carta se hacen a los excesos tiránicos de Velázquez, acusándole, inclu so, de quedarse con el oro de las cajas reales. Se expo ne también la voluntad de ayuntarse en comunidad municipal y, por último, se hace una apelación al rey, contra su gobernador en Cuba. En definitiva, pues, el objetivo final de esta carta — documento fundamental por su condición característica y verdaderamente de mocrática, dentro de las tradiciones más puras de las leyes castellanas— consiste en poner el cabildo de Veracruz dentro de la suprema legalidad de la Corona. Se trata de una su p lica ció n dentro de una tradición
55
que proviene de ia p resu ra y de la representación o Reino, argumentada por la comunidad y llevada direc tamente hasta el rey por procuradores que le expon drían directamente la entraña de la cuestión. Cortés escribió una carta personal — perdida— acompañan do a ésta, pero los argumentos que se dan en la carta colectiva no podían ser expuestos por Cortés — por más que evidentemente se aprecian sus ideas y su plu ma al menos correctora en la cana colectiva— , por que en definitiva él mismo era o había sido socio del gobernador repudiado por tirano. Sólo la comunidad podía estar capacitada para repudiar al ministro. La la bor de Cortés consiste en preparar un estado de opi nión que se hace pública, junto con su firme propósi to de aislarse, destruyendo las naves y adentrándose en el país con objeto de ofrecer un hecho consumado en cuanto argumentación decisiva. La fecha de la carta colectiva es muy importante: 10 de julio de 1519, y debe ponerse en relación con la fecha de la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz. Creemos que la funda ción efectiva de la Villa, para dejar de ser un puesto de sostenimiento militar es, justamente, la de la fecha de la carta de la Justicia y el Regimiento, carta por consiguiente de Estado, razón por la cual va dirigida a la reina doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo. La fecha clave para tal determinación fue la llegada de Francisco Salcedo a Veracruz, portando la noticia del reconocimiento de los derechos del gobernador de Cuba sobre Culhua. Por esta razón, se registra por los cronistas el nombramiento de Cortés como justicia mayor y capitán general por el cabildo: a q u ien a c a tá sem os b a sta h a c e r relación d e ello a V uestras A ltezas R eales p a r a q u e en ello p rov ey eran . Quedaba una última cuestión, crudamente plantea da el 30 de julio de 1519, cuando Bemardino de Coria presentó la denuncia de haber descubierto la traición de un grupo de velazquistas que esa misma noche pensaba desertar y dirigirse a Cuba en uno de los na vios. Cuatro días antes, el 26 de julio, se había hecho a la mar la nao capitana pilotada por Alaminos y con duciendo a los procuradores, portadores de las cartas 56
para el rey; llevaban orden terminante de navegar por el canal de las Bahamas, sin tocar para nada en Cuba. Cuando Bernardino de Coria hace presente la denun cia de la deserción, Cortés actuó con toda rapidez, dando orden de desembarcar todo el aparejo de nave gación, apoderándose de los inculpados y ahorcando a los dos cabecillas, Juán Escudero y Diego Cermeño, y azotando al piloto Gonzalo de Umbría y a Alonso Peñate. Tenemos que recurrir a su segunda carta de relación fechada en Segura de la Frontera el 30 de octubre de 1520, para conocer las razones que le mo vieron al hecho heroico y decisivo de destruir las na ves. Y p o r q u e ad em éis d e los qu e, p o r se r cria d o s y am ig os d e D iego d e V elázqu ez, ten ía n v olu n tad d e sa lir d e la tierra, h a b ía otros q u e, p o r v erla tan g ra n d e y d e ta n ta g en te, y tal, y v er los p o c o s esp añ oles q u e éram os, estab a n d e l m ism o p rop ósito; crey en d o qu e, si a llí los n av ios d eja se, s e m e a lz a r ía n con ellos, y y én d o se tod os los q u e d e esta v olu n tad estab an , y o q u e d a r ía c a s i solo... tu ve m a n era cóm o, so co lo r q u e los d ich os n av ios n o estab a n p a r a n av eg ar, los e c h é a la costa; p o r d o n d e tod os p erd iero n la esp era n z a d e s a lir d e la tierra, y y o h ic e m i ca m in o m ás seg u ro; y sin sosp ech a q u e, v u eltas la s esp ald as, n o h a b ía d e fa lta r m e la g en te q u e y o en la v illa h a b ía d e d ejar. El modo como fue llevada a cabo la operación consis tió en que alguien lo propusiese públicamente en un corro que rodeaba a Cortés durante una rápida visita a Cempoala; Cortés llamó a los pilotos y, prometiéndo les riquezas y dándoles oro, les convenció para que barrenasen las naves. Después ellos mismos informa ron a Cortés que las naves estaban inservibles por es tar invadidas de la brom a, molusco que había perfora do los barcos con profundas galerías bajo la línea de flotación. La opinión general era que lo mejor sería destruirlas y, al efecto, Cortés ordenó a Juan Escalante que cumpliese la orden, lanzando a la costa, primero cinco, después cuatro, dejando solamente un navio. Cortés se dirigió a los suyos haciéndoles ver que ya no solamente tendrían que luchar por Dios y por el rey, como hasta entonces, sino también por salvar la vida.
57
Los puso muchas comparaciones heroicas y a los pusi lánimes les ofreció el barco que quedaba, junto con su desprecio. Nadie aceptó y la última nave fue igual mente destruida. El hecho lo relatan Bernal Díaz del Castillo, López de Gomara, Las Casas, Fernández de Oviedo, Torquemada y el propio Hernán Cortés en su segunda carta de relación. Con la partida de Hernández Puertocarrero, doña Marina pasó a ser compañera de Hernán Cortés, quien tuvo con ella un hijo. Doña Marina, en efecto, había alcanzado entre los españoles un papel de máxima importancia, hasta el punto que los indios la llamaban M alitzin (de M ari, por fonética mexicana y la desi nencia tzin, que significa rango y nobleza) y tomaron la costumbre de llamar a Cortés del mismo modo (en español M aiin cbé), durante los cuatro años en que Cortés tuvo a su lado a doña Marina, pues en 1523 la casó con uno de sus capitanes llamado Juan Jaramillo. La figura de doña Marina es fundamental por su condi ción de intérprete y conocedora de la lengua náhuatl. Su proximidad a Cortés proporcionó a éste una cum plida y permanente información que en muchos mo mentos resultó fundamental para el éxito de las opera ciones en la ruta hacia el Anahuac. Todo dispuesto ya, se emprendió la marcha hacia el interior el 16 de agosto de 1519. Es entonces cuando se pone de manifiesto la importancia de la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, la sistemática labor diplomática con los indios totonacas de la costa y con los embajadores que ha enviado regularmente Motecuçoma, el envío de los procuradores con cartas al rey y, por último, la destrucción de las naves. La iniciativa corresponde plenamente a Hernán Cortés. El territorio y e l m ilitarism o m ex ica. - Cuando el 16 de agosto de 1519 inicia Cortés, con su modesto ejér cito, la penetración del territorio, planteando a sus hombres la dramática alternativa de vencer o morir, ¿cuál es la situación del México indígena? ¿Al encuen tro de qué civilización acuden aquellos españoles en cabezados por Hernán Cortés? Se trata de una civiliza58
ción dominadora e imperial, de base militarista, que ha sometido a tributo a un extenso territorio cultural y políticamente diverso y diferenciado en una serie de pueblos entre el México árido y las culturas mayas de la península de Yucatán. Colimenses, tarascos, mixtecas, zapotecas, olmecas, totocanas y huastecas consti tuyen una enorme variedad, en cuyo centro los n ah u as — constituidos por muy diversas tribus— han formado en torno al lago de Texoco una federación dominadora, centrada en el Anahuac, situado a una altura de 2.250 metros. Una de las tribus n ab u a, la de los m ex ica, consiguió establecer una soberanía de fundamento militarista, cuyos más acusados caracteres fueron los siguientes: constitución de un Estado centralizador integrante de tres manifestaciones o conte nidos básicos: un estricto y consecuente nacionalis mo, cuya base radica de modo esencial en la educación; una estructura social caracterizada por un potente clasismo con absoluto predominio de los gru pos sacerdotal y militar; por último, un sistema de producción basado en la agricultura, profundamente reflejado en el mito de la Madre Tierra, encarnado en Coatlicue, anterior a todo principio y, en consecuen cia, principio de vida y muerte, madre del dios Huitzilopochtli. El fue el guía del pueblo mexica hasta la fundación de la ciudad de Tenochtitlan (1325), mo mento en que fue deificado, convertido en Sol, encar nando la lucha constante con la Luna y las Estrellas. Es así como los mexicas se convierten, tal como indica Alfonso Caso, en el p u e b lo d e l S ol e incorporan a su propia conciencia la labor mesiánica de que son ellos, los mexicas, quienes tienen que sostenerlo y condu cirlo al triunfo supremo. En la leyenda referida al na cimiento del dios de los mexicanos del seno de Coa tlicue, se dice que blandía un arma nueva, la x iu tcoatl, o serpiente de fuego, con la cual venció rápidamente a sus hermanos; se trata de un arma divi na convertida en el símbolo del dios, instrumento del que tendrían los mexicas la obligación de hacerle triunfar sobre los otros dioses; ello explica el militaris mo dominador de los mexicas.
59
La elección del lugar donde había de levantarse la ciudad de Tenochtitlan representa, como ha indicado Ignacio Bernal, una genialidad. El peñón, rodeado de agua y pantanos, era una fortaleza inexpugnable que solamente podía atacarse por el agua; pero además, pensando en las grandes dificultades que había para el transporte — dada la carencia de la rueda y de ani males de tiro— , resultaba obvia la importancia que para el comercio tendría el transporte en canoas y, en consecuencia, la ocupación de las riberas del lago de Texoco. Por último, su posición baricéntrica en el triángulo de los dominios de a c o lh u a c a s o colhuas — que llegaron a dar nombre a la tierra— , tec p a n eca s y cb ich im eca s permitía un importante flujo y reflujo entre las tres importantes zonas, permitiendo a los m ex ic a sconvertirse en un factor de primera imponancia en el concierto político de la laguna. Huitzipopochtli ordenó levantar un templo y, después de ser construido, habló a uno de los sacerdotes — tal como indica el códice Ramírez— diciendo: D i a la con g re g a c ió n m ex ica n a q u e s e d iv id a n los señ o res c a d a u n o con sus p a rien tes, am ig os y a lleg a d o s en cu atro b arrios p rin cip ales, to m a n d o en m ed io la c a s a q u e p a r a m i d esca n so h a b éis e d ific a d o y c a d a p a r c ia li d a d ed ifiq u e en su b a rrio a su v olu n tad. Estos barrios o calp u llis fueron Cuepocan, Atzacualco, Moyotla y Zoquiapan. A su vez estos barrios se dividieron en otros calp u llis menores en número total de veinte. Los cuatro mayores quedaron adscritos a cada uno de los cuatro jefes al frente de los mexicas; a su vez, los vein te calp u llis menores pertenecían a los veinte nobles correspondientes a los veinte clanes que integraban la tribu. Cada ca lp u lli menor daría una unidad comba tiente, mandada por el telp u ch tlatoqu e, elegido por la comunidad; cada cinco de éstos integraban un ca lp u lli mayor, que constituía una unidad de combate ma yor. De modo que la estructura militar quedaba vincu lada a los parentescos. Al frente de todos los guerreros se encontraba el tla ca tecu h tli (jefe de bravos), que no sólo es eventual jefe de guerra, sino la máxima magis tratura estatal. Los poderes fueron concentrándose 60
cada vez más en él, hasta el punto de constituir verda dera dinastía. Sin duda, el pueblo mexica estuvo diri gido por una minoría que se consideraba intérprete de la divinidad, cuyo objetivo último era el imperialismo expansionista, la dominación, que quedaba manifesta da por los sacrificios y la soberanía exteriorizada con los tributos. La expansión imperial comenzó con Itzcoatl (14281440), que comenzó a dominar las tribus independien tes próximas a Tenochtitlan, extendiéndose su influen cia hasta los ch á leo s y xoch im ilcas. Su sucesor, Motecuçoma Ilhuicamina (1440-1469), llegó hasta Puebla y la costa de Veracruz, hasta tomar contacto con los totonacas. También penetró hacia el sur, conquis tando tierras en los actuales Estados de Guerrero y Morelos. Su hijo Axayacatl (1469-1481) se distinguió por el engrandecimiento de Tenochtitlan, anexionando Tlatelolco, donde radicaba el mayor sentido comercial de todo el valle de México o Anahuac. También llevó a cabo importantes conquistas y expansiones, siguien do el dominio de los focos productores de cacao y maíz, llegando hasta Oaxaca y Tehuantepec. En cam bio sufrió una severa derrota en su intento de dominar a los tarascos, que se mantuvieron independientes en su territorio de Michoacan. Le sucede su hermano T í zoc (1481-1486), quien inició la construcción del gran templo central de Tenochtitlan, cuyo sistema de go bierno produjo un profundo disgusto entre los mexicas, que parece ser produjo su envenenamiento, sucediéndole su hermano Ahuitzotl (1486-1503), fuerte y depravada personalidad, que se sintió atraído por la guerra y por la expresión de un poder sin límites. Al concluir las obras del gran templo de Tenochtitlan emprendió una guerra cuyo resultado fue la captura de veinte mil prisioneros, que fueron sacrificados a Huitzilopochtli. Después llevó a cabo otras campañas hasta Guatemala y hacia el norte del golfo de México, incorporando la Huasteca; ataca a los zapotecas, ocu pando y saqueando Mitla y Tezopotlan. El prestigio de estas victorias provocó un considerable crecimiento demográfico de Tenochtitlan por inmigración, siendo 61
precisa la construcción de otro acueducto para el abas tecimiento de agua. En 1503 una inundación produjo la ruptura de diques y un desastre urbano que Ahuitzotl trató en el acto de remediar poniéndose él mismo al frente de los trabajadores de reparación. Es tando en ello recibió una herida en el cabeza, a conse cuencia de la cual murió. Entre dieciséis candidatos fue elegido el hijo de Axayacati, Motecuçoma Xocoyotzin (1503-1520), el tla c a tec u b tli que conoció la llegada de los españoles. Su prestigio radicaba en sus grandes hazañas militares y en su profundo espíritu religioso, que ya le había convertido en sumo sacerdote. Cervantes de Salazar, hace de él una acertada descripción: E ra d elg ad o, d e p o c a s carn es, la c o lo r b a z a , com o d e loro, d e la m a n era d e todos los d e su n a ció n ; tra ía e l c a b e llo largo, m uy n eg ro y relu cien te c a s i h asta los hom bros; ten ia la b a r b a m uy rala, con p o c o s p elo s n eg ros y ca si tan larg os co m o un je m e ; los ojos negros, e l m ira r grave, y en tod o e l rostro u n a c ie r ta a fa b ilid a d , a c o m p a ñ a d a con m ajestad rea l, q u e m irán d ole co n v id a b a a a m a rle y rev eren cia rle. E ra h om bre d e b u en a s fu e r zas, su elto y lig ero; tira b a b ien e l a rco , n a d a b a y h a c ia b ien todos los e je r c ic io s d e g u erra. E ra bien h a b la d o y g ra cio so cu a n d o se o fr e c ía tiem p o p a r a ello ; p ero , ju n to con esto m uy cu erd o, e r a m uy d a d o a m u jeres y to m a b a cosas con q u e s e h a c e r m ás p o ten te; tra tá b a la s b ien ; reg o c ijá b a se con ella s b ien en s e creto; e r a d a d o a fie s ta s y p la ceres, a u n q u e p o r su g r a v e d a d lo u sab a m uy p o c a s v eces; en la a d o ra ció n d e sus v an os d ioses e r a m uy cu id a d o so y d ev oto; en los sacrificios, m uy solicito ; m a n d a b a q u e con g ran rig or se g u ard asen la s ley es y estatu tos to can tes a la relig ión ; n in g u n a co sa p e r d o n a b a m en os q u e la o fen sa, p o r liv ia n a q u e fu e s e , q u e se h a c ía co n tra e l cu lto d iv in o... A n d aba siem p re p o lid o , y a su m od o r ic a m en te v estido; e r a lim p io a m arav illa p o r q u e c a d a d ía se b a ñ a b a d os v eces; s a lía p o c a s p e c e s d e la c á m ara, s i n o e r a p a r a co m er; n o s e d e ja b a v isitar d e m uchos... Militarmente su rein a d o se caracterizó por la sublevación de los mixtecas, que sirvió como plata-
62
forma para llevar sus ejércitos hasta el interior de Gua temala, alcanzando los confines de las lagunas nicara güenses. También luchó contra los irreductibles tlaxcaltecas, aunque sin resultados positivos. También durante su época, la alianza con la ciudad de Tezcoco, donde dominaba Nezahualpilli, sucesor de Nezahualcoyotl, el rey poeta, alcanzó verdaderos mínimos, lle gándose incluso a punto de ruptura. Cuando murió Nezahualpilli, que había repudiado a una hermana de Motecuçoma por sus devaneos amorosos con los jóve nes cortesanos, nombró sucesor sin tener en cuenta la elección realizada en Tetzcoco, lo cual supuso la rup tura de la federación. En todo caso, a la llegada de los españoles, Tenochtitlan, la orgullosa ciudad imperial de la laguna, se encontraba en el punto culminante de su poder y su soberanía se extendía hasta las más leja nas regiones. Otros pueblos, sojuzgados, no tenían más remedio que pagar los tributos que los recauda dores — los ca lp ix q u e— llevaban a cabo con periodi cidad. Esta dominación de Tenochtitlan, apoyada en ejércitos numerosos reclutados en la sobrepoblada zona del Anahuac, se vio frecuentemente alterada por sublevaciones y protestas que, o eran acalladas rápida y brutalmente, o bien marcaban fronteras a la expan sión mexica. Esto es lo que supo ver Hernán Cortés en el caso de los toton acos, atrayéndose al cacique de Cempoala y a otra serie de ciudades, que formaban el g la cis defensivo por el interior de la Villa Rica de la Vera Cruz, al hacer prisioneros a los recaudadores de Motecuçoma, prometiéndoles la protección adecuada para impedir que se mantuviesen tales lazos de de pendencia y convirtiéndolos, en provecho propio, en aliados contra el poder central dominador de Motecuçoma. Ello fue lo que proporcionó a Hernán Cortés — que no se cansaba de repetir y escribir la superiori dad de estos indígenas de México respecto a los* del Caribe— y a sus hombres la condición de d ioses (teotl, en nahua), ya que para los indígenas estaba claro que sólo una prepotencia religiosa podía supo ner un amparo y protección contra la de Tenochtitlan y su astuto tlacatecu b tli. 63
En b u sca d e T en ocbtitlan . L a ru ta h asta e l A nab u a c .— Desde Cempoala, que Cortés bautizó Sevilla — y tras el breve incidente con la compañía del capi tán Alonso Alvarez de Pineda, enviado por el teniente de gobernador de Santiago de Jamaica, Francisco de Garay, para poblar en el Pánuco— , se puso en movi miento, rumbo al Anahuac, el ejército de Hernán Cor tés, compuesto por cuatrocientos españoles, trece ca ballos, seis o siete piezas pequeñas de artillería y mil cempoaleses para el transporte de los alimentos, mu niciones y artillería. Iban divididos en dos contingen tes, al mando de Aivarado uno y del propio Cortés el otro, con objeto de n o s e r m olestos con los p u eb lo s p o r d o n d e p a sa b a n . Primero por tierras de Cempoala, si guieron un rodeo para ir ganando altura, hacia el nor oeste, por Xapala, derivando luego al este, hacia Tlaxcallan, alcanzando ya tierras más secas, donde dice Bernal Díaz h a b ía m u ch as p a r r a s d e u vas d e la tierra. Pero cruzando un puerto al que llamaron Nom bre de Dios, tan ag ro y a lto q u e n o h ay en E spañ a tan d ificu ltoso d e p a sa r, se encontraron en un páramo despoblado y descampado donde murieron de frío al gunos de los indios que traían desde Cuba. Después de cruzar otro puerto menos duro, vieron ante sus ojos una llanura cultivada, llegando a una ciudad cuyas ca sas eran de cantería recién labradas y sus proporcio nes de gran amplitud y muchos ap osen tos m uy b ien labrad os. Cortés llama a esta ciudad Caltanmí y Bernal Díaz, Cocotlan; unos soldados portugueses la denomi naron Castilblanco por recordarles la ciudad de ese nombre en su patria. El cacique, Olintetl, los recibió muy bien; tenía noticias de la llegada de Cortés y sus hombres por dos embajadores cempoaleses, así como por un mensaje de Motecuçoma, ordenándole un trato amable y hospitalidad. La conversación que mantuvo este cacique de Caltanmí con Hernán Cortés es suma mente interesante para comprender el sentido de im perio religioso mantenido militarmente de Tenochtitlan. ¿Sois v asallo d e M octezum a?, preguntó Cortés. Y el Temblador — nombre que pusieron al cacique los soldados españoles porque al ser transportado en an64
das sus carnes temblaban por su enorme gordura— después de un largo silencio, contestó: ¿ Y qu ién n o es v asallo d e M octezum a?, largando seguidamente una larga oración en la que ponderaba la fuerza de Tenochtitlan, su gran capacidad ofensiva y de señorío; Cortés, por su parte, le habló del rey de España y que él venía en su nombre para impedir que Motecuçoma hiciese más sacrificios, ni robase a sus vasallos, ni to mase ninguna tierra, e incluso, para que diese obe diencia al rey. Después de hacer algunas demostracio nes de poder, los españoles avanzaron dos leguas para instalarse en otro pueblo llamado Ixtacamatitlan, don de Cortés decidió esperar el regreso de unos mensaje ros que había enviado a Tlaxcallan, ya que los cempoaleses le habían aconsejado que se ganase a estos enemigos declarados de Tenochtitlan y de Motecuçoma, por lo cual había enviado allá a cuatro cempoaleses. La provincia de Tlaxcallan, tal como iba a conocerla Cortés, era un pequeño pero potentísimo Estado mili tarista, compuesto por cuatro cantones y sumamente sensible a cualquier ataque del exterior, pues habían defendido celosamente su independencia contra los tenochcas o mexicas. Los embajadores cempoaleses de Cortés fueron recibidos en la sala de consejos, don de dieron cuenta de quiénes eran los nuevos hom bres, barbudos, pelirrojos, de piel blanca y ojos azules que habían llegado de oriente en grandes barcos y que eran tan poderosos que, con su apoyo, los to to n a co s se habían liberado del yugo de los mexicas; aña den que, por consejo de los cempoaleses, estos hom bres estaban dispuestos a celebrar alianza con los tlaxcaltecas, pasando por su territorio camino de Te nochtitlan. Los cuatro tlatoan is expresaron distintas opiniones, prevaleciendo, al final, la del joven Xicotencatl el joven, que tenía el mando de los ejércitos: intentaría enfrentarse a los hombres nuevos con el apoyo de la belicosa tribu de los otom íes, aliados de Tlaxcallan, Si triunfaban, todo quedaba resuelto; si eran vencidos, se le podría cargar la responsabilidad al joven general y a los bárbaros otomíes. La propuesta
65
se aprobó por unanimidad. Por su parte, Cortés, a la vista de que sus emisarios cempoaleses no regresa ban, decidió penetrar en la zona amurallada del seño ría, sucediéndose en el transcurso de cinco o seis días una serie de escaramuzas. Femando de Alva Ixtlilxochitl cuenta cómo un día salieron al encuentro de Cor tés mil tlaxcaltecas que combatieron con buen orden, tratando de hacer entrar a éste y los suyos en una em boscada para aniquilarlos. La bravura y habilidad de los tlaxcaltecas en el combate convencieron a los es pañoles de que la independencia de los tlaxcaltecas respecto a los tenochcas, más que un acuerdo entre Estados, se debía específicamente al espíritu de inde pendencia y a sus excelentes condiciones y prepara ción para la guerra, de modo que en efecto habían conseguido resistir el empuje mexica, manteniendo su autonomía política. Por su parte, los tlaxcaltecas se econtraron con la sorpresa de tener que luchar contra un enemigo cuyos sistemas de combate eran comple tamente diferentes, que ellos desconocían de un modo absoluto. La táctica de Hernán Cortés en estos combates consistió en evitar los enfrentamientos fron tales con el numeroso y bien preparado ejército tlaxcalteca y actuar tratando de apoderarse de la mayor cantidad posible de pueblos, desde su posición de Tzompantzinco. El supuesto coincidía con el modelo de las guerras de Granada, como una operación de castigo y reducción territorial. La superioridad táctica y estratégica de los españoles se puso de manifiesto en todas las escaramuzas que, a lo largo de tres o cua tro semanas, enfrentaron a Hernán Cortés con tropas especiales otomíes al servicio de los tlaxcaltecas, llevó el desconcierto a sus filas y la discusión entre sus caci ques. Dos de ellos, Xicotencatl de Tizatlan y Maxix catzin de Ocotelolco, más ancianos y experimentados, llegaron a la inteligente conclusión ante aquellos es forzados combatientes que éstos podían constituir su gran alianza para enfrentarse con los mexicas de Tenochtitlan. La complejidad del poder compartido retrasó consi derablemente la decisión final de pactar paz y alianza
66
con los españoles. El propio generalísimo, Xicotencatl el joven, se presentó en el cuartel general de Her nán Cortés, como embajador del señorío de Tlaxcallan, rogándole admitiese su amistad, a d a rse a su rey y a q u e los p er d o n a s e p o r h a b e r tom ad o arm a s y p e le a d o co n tra é l y sus com p añ eros. Expresó cómo el bien más preciado que tenían era la libertad, habien do derramado mucha sangre para conservarla y renun ciando a vestir algodón — que la tierra por fría no pro ducía— y a sazonar la comida por falta de sal. A pesar de la importancia de estos dos elementos, preferían no pactar con Motecuçoma, que los tenía en abundan cia, a cambio de conservar su independencia. Tam bién ahora intentaron defenderse contra los españo les, pero n o p o d ía n ... q u e n o era n b u en os p a r a d efen d erse d e su p o d erío ... a u n q u e h a b ía n p r o b a d o y e c h a d o sus fu e r z a s y g en tes a s i d e n o ch e co m o d e d ía , h a llá n lo s fu e r te s e in v en cib les... Los argumentos deí joven general conmovieron profundamente a Cortés, quien le contestó alegre y graciosamente, aunque amonestándole con que el daño recibido había sido por no haberle querido escuchar, ni dejarle entrar en paz, como se lo rogaba y quería con el envío de los embajadores cempoaleses. Ahora les perdonaba todas las querellas, prometiéndole acudir presto a Tlaxcallan. Antes de la embajada de Xicotencatl, había llega do al cuartel general de Hernán Cortés una embajada de Motecuçoma constituida por seis principales mexicas, con doscientos hombres de su servicio, que traían ofertas de paz y amistad, apoyadas en la promesa de pagar al rey de España un tributo anual de oro, plata, perlas, piedras preciosas, esclavos, algodón, a condi ción de que Cortés abandonase su proyecto de ir a Tenochtitlan. Cortés les agradeció y les hizo conside rarse sus invitados, hasta terminar su conflicto con los tlaxcaltecas. Fueron testigos de la última batalla libra da con ellos y quedaron fuertemente impresionados por la potencia combativa de los españoles y de Cor tés, que salió a pelear a pesar de haberse purgado con unas m an zan illa s q u e h a b ía d e la isla d e C u ba y que eran excelentes para tal menester. La embajada de Xi67
cotencatl la recibió en presencia de los embajadores tenochcas, los cuales trataron de disuadir a Cortés de que creyese como verdad lo que el tlaxcalteca le había dicho, que desconfiase, pues era condición de los Tlaxcallan engañar para preparar con más precisión la traición. No se dio prisa en acudir a Tlaxcallan, en parte por evitar cualquier intención aviesa, en parte porque había prometido a los mexicas que esperaría el regreso de Tenochtitlan de dos emisarios que ha bían enviado a Motecuçoma, el cual encarecía a Cortés — con el envío de valiosos regalos— que no se fiase de los tlaxcaltecas. Cuando estaban en ello llegaron los cuatro tlatoan is que constituían el gobierno de Tlaxcallan, para reiterar a Cortés la invitación para que fuese a su capital. Cortés les indicó que carecía de transporte para sus cañones y en el acto dispuso de quinientos tam em es, de modo que inmediatamente se dirigió allá, llevando consigo a los embajadores m ex icas que por fin conseguían entrar en la capital bajo la protección de Hernán Cortés. La entrada fue triunfal, el día 23 de septiembre de 1519. En su carta segunda de relación dice Cortés respecto a la ciudad de Tlaxcallan: es tan g ra n d e y d e tan ta ad m iració n ... m uy m ay or q u e G ra n a d a y m uy m ás fu e r te , y d e tan b u en os ed ificio s, y d e m uy m u ch a m ás g en te q u e G ran ad a ten ía a l tiem p o q u e s e g a n ó y m uy m ejor a b a s te c id a d e la s co sas d e la tierra, q u e es d e p a n y d e a v es y c a z a y p e s c a d o d e los ríos y d e o tras legu m b res y coséis q u e ellos com en m uy bu en as. Cortés pro cedió a informarse pormenorizadamente de cuantos datos supuso eran de interés y establecer las normas de policía adecuadas para que el trato de los españo les a los tlaxcaltecas fuese correcto y de verdadera amistad. Por otra parte no permitió aflojar la disciplina ni un punto, ni tampoco confiarse. Los tla to a n is se presentaron un día llevando tres cientas mujeres de las que tenían reservadas para el sacrificio, como regalo para el ejército y, como regalo especial, cinco doncellas hijas de caciques. El propio Xicotencatl, tomando a una de ellas de la mano, se la entregó a Cortés, presentándosela como su hija y ofre68
riéndosela al capitán. Este agradeció el regalo, pero hizo indicación de que primero era necesario que se bautizasen. Pidió que se limpiase y encalase uno de los templos, transformado en iglesia dopde, en pre sencia de los tlatoan is, el padre Olmedo bautizó a las doncellas indias. La hija de Xicotencatl regalada a Cor tés, éste la traspasó a Alvarado, fue bautizada con el nombre de doña Luisa y tuvieron hijos que fueron grandes de España; una sobrina de Maxixcatzin fue llamada doña Elvira y Cortés la regaló a Juan Velázquez de León; otras dos pasaron a ser de Alonso de Avila y Cristóbal de Olid; la quinta fue regalo especial de Cortés para el joven capitán — verdadero cerebro militar de la empresa— que desempeñó en ella un importantísimo papel, llamado Gonzalo de Sandoval. Cortés aprovechó la oportunidad de este reparto de las cinco doncellas entre sus capitanes para apartarse con los cuatro tlatoan is tlaxcaltecas y solicitar infor mes de las cosas de Tenochtitlan que le interesaba saber. Los tlaxcaltecas elogiaban el poder de los mexicas, la gran riqueza de Motecuçoma, los grandes re cursos de la capital construida en la laguna, sólo acce sible por tres calzadas con numerosos puentes, cualquiera de los cuales podía alzarse dejando com pletamente aislada la ciudad y con innumerables ca sas, con azoteas construidas de modo que podían ser vir como parapetos a los combatientes; contaba con servicio de agua procedente de Chapultepec a media legua de la ciudad, por medio de acueductos perfecta mente construidos; las armas eran flechas que traspa saban las armaduras de algodón, lanzas de obsidiana y espadas de bronce para ser manejadas con ambas ma nos. Cortés siguió el relato con enorme atención, ha ciendo mil preguntas acerca de la historia de los tlax caltecas y las tradiciones de la tierra. En esta conversación se reafirmó la decisión de Cortés de ir inmediatamente a Tenochtitlan y, siguiendo la indica ción que le habían hecho los embajadores de Motecuçoma, pasando por Cholula, una ciudad-estado aliada con Tenochtitlan. Los tlaxcaltecas preferían que hicie se el camino por otra ciudad aliada suya, pero Cortés 69
decidió ir por Cholula porque era una ciudad muy grande y bien provista, donde podía permanecer bas tante tiempo mientras negociaba ei modo de entraren Tenochtitlan. En la carta de relación al rey, Cortés le expone al monarca que eligió el camino de Cholula p o r n o m ostrar fla q u e z a , pues ya estaba perfectamen te clara la importancia que el factor psicológico de sempeñaba en esta temeraria entrada. El 13 de octu bre de 1519, el ejército se puso en marcha, acompañado de los aliados cempoaleses, en número de quinientos y todo el ejército tlaxtacalteca que Her nán Cortés estima en cien mil hombres. Cerca ya de Cholula, les exigió que regresasen a Tlaxcallan, pero aún se quedaron unos cinco mil y allí acampó el ejér cito de Cortés, recibiendo al día siguiente el homena je de la ciudad, aunque Cortés percibía indicios poco tranquilizadores respecto a que la prevención que le habían hecho los tlaxcaltecas no carecía de fundamen to. La ciudad de Cholula era una especie de ciudad re ligiosa y centro de peregrinación para todo el Anahuac, en especial para el culto de Quetzalcoatl, el dios civilizador tolteca, cuya devoción era característica en tre los altos sectores dominantes de la sociedad. En esta ciudad santa se elevaban trescientos sesenta teocallis y, presidiendo todo, el gran templo dedicado a la Serpiente Emplumada (Q u etzal, pájaro; co atí, ser piente). En ella pudo comprobarse la existencia de agujeros y barricadas, así como mensajeros de Motecucoma, que no se presentaron a Cortés, sino que se limitaron a hablar con los otros embajadores mexicas que venían con Cortés desde Tlaxcallan. Los cempoa leses también observaron una serie de rasgos preocu pantes y los tlaxcaltecas fueron mucho más explícitos indicando que se habían hecho sacrificios al dios de la guerra, así como que evacuaban de la ciudad las mujeres, los niños y equipajes. Cortés ordenó reunir consejo de capitanes, prevaleciendo la opinión de ata car a los chololtecas si se demostraba que preparaban una trampa mortal contra los españoles. En esta re unión estaban cuando una vieja, mujer de una cacique 70
acompañada de su hijo, pidieron entrevistarse secreta mente con doña Marina. AI ver a ésta, bella y joven, había concebido la idea de casarla con su hijo y le avisaba para que se pusiese a salvo, pues aquella no che y a la mañana siguiente, según estaba acordado con Motecuçoma, todos los españoles serían muertos o hechos prisioneros para ser sacrificados a Huitzilopochtli. La anciana reveló todos los pormenores y cómo desde hacía tres días se había urdido la traición enviando Motecuçoma ricos regalos a varios caciques principales que eran la cabeza de la emboscada para acabar con los españoles. Doña Marina le transmitió estas noticias a Aguilar y éste a Cortés, el cual proce dió de inmediato, sin perder un solo minuto. Se apo deró de un cacique que andaba nervioso por la ciudad y, poniéndole una daga al pecho, le hizo contar todo el proyecto. Se apoderó de los caciques y reunió a todos los guerreros diciéndoles que lo sabía todo, que deseaba ser su amigo, pero que ellos habían hecho el plan de matarle a él y a todos sus compañeros; los chocoltecas quedaron espantados y dieron excusas acusando de todo a Motecuçoma, pero Cortés no las admitió, diciendo: T ales tra ic io n es m an d an la s ley es r e a le s q u e n o q u ed en sin castigo. P or vu estro d elito m oriréis. Ordenó disparar un tiro, señal convenida, y se trabó un rudo combate que duró cinco horas. Cor tés escribe al rey: d im osles ta l m an o, q u e en d o s h oras m u rieron m ás d e tres m il hom bres. En el dilema de vencer o morir, que ya se había puesto de manifiesto en el acto de la destrucción de las naves, está claro que Cortés hizo lo único que, en aquellas condicio nes, se podía hacer: adelantarse a destruir la conjura ción antes de que la destrucción, escondida en el ha lago y la amistad fingida, acabase con ellos. Poco después de la matanza se presentó un grupo de caciques para pedirle clemencia y explicarle la di visión en dos grupos o partidos, respectivamente in clinados a la alianaza con Tlaxcallan o con Tenochtitlan. En la conjura había triunfado la posición pro-mexica. Cortés aprovechó inmediatamente la oca sión para nombrar nuevos caciques e inclinar la im-
71
portante ciudad a la alianza con Tlaxcallan. Convocó a los embajadores de Motecuçoma e hizo que los chololtecas repitiesen ante ellos la responsabilidad del tla ca tecu h tli en la conspiración. Luego ya convocó a solas a los mexicas y les indicó que había decidido entrar en Tenochtitlan como enemigo y no como ami go. Los mexicas pidieron su venia para a ir a Tenochti tlan para informar al U ei T latoan i, es decir, la encarna ción del poder. Este contestó con regalos y explicaciones ambiguas sobre la conspiración de Cholula y repitiendo que renunciase Cortés a ir a Tenoch titlan-, y o le resp on d í q u e la id a a su tierra n o s e p o d ía ex cu sar, p o r q u e h a b ía d e e n v ia r d e é l y d e e lla r e la ción a Vuestra M ajestad, y q u e y o c r e ía lo q u e é l m e en v ia b a a d ecir: p o r lo tan to, q u e p u e s y o n o h a b ía d e d e ja r d e lleg a r a verle, q u e é l lo h u b iese p o r bien y q u e n o se p u siese en otra cosa, p o rq u e s e r ía m u cho d a ñ o su yo e a m i m e p e s a r ía d e cu a lq u iera q u e le vin iese. Los efectos de este mensaje fueron inmedia tos. Motecuçoma envió seis mensajeros a Cortés invi tándole a que fuese a Tenochtitlan; desde Cholula sólo quedaban unos cien kilómetros, por Amecameca, Ayotzingo. En Amecameca salieron a esperarle dele gaciones de muchos lugares y provincias, que entrega ban modestos presentes, justificando la pobreza de ellos debido, decían, a los recaudadores de Motecuçoma, que les robaba cuanto podía y si sus mujeres e hijas eran hermosas las forzaban delante de sus mari dos y padres, les hacían trabajar como a esclavos y se quedaban con sus tierras. Estas quejas daban a Cortés una aire de liberador de la opresión y tiranía domina dora impuesta por los mexicas. Cortés supo sacar pro vecho de estas quejas, que son significativas respecto a las tremendas contradicciones internas del imperio tenochca. Al salir de Amecameca, el ejército se dirigió a la lengua de Chalco, alcanzando Ayotzingo, a orillas de ella. Allí recibió la visita de Cacamatzin, sobrino de Motecuçoma y señor de Tetzcoco, transportado en unas andas que llevaban a hombros ocho mexicas, para darle la bienvenida a la ciudad y ponerse al servicio de Cortés, a quien se dirigió muy obsequiosamente e hizo 72
grandes muestras de deferencia, respeto y admiración. Al frente de su ejército, el capitán general y justicia mayor enfiló la calzada de Iztapalapan, rodeados de una ingente multitud de sorprendidos indígenas que contemplaban aquellos extraños hombres barbados, con armas que destellaban al sol y aquellos espanta bles monstruos que eran los caballos; no menos sor prendidos estaban los españoles; Berna! Díaz expresa el asombro común del siguiente modo: D esde q u e vi m os tan tas ciu d a d e s y v illas p o b la d a s en e l a g u a y en tierra fir m e otras g ra n d es p ob laz on es, y a q u e lla c a l z a d a tan d e r e c h a y p o r n ivel, n os q u ed am os a d m ir a d os y d ecía m o s q u e p a r e s c ía a la s cosas d e e n c a n ta m ien to q u e cu en tan en e l lib ro d e l A m adis, p o r las g ra n d es torres y c u é s y ed ific io s q u e ten ían d en tro en e l a g u a y tod os ca lic a n to ... La pequeña pero hermosa ciudad de Cuitlahuac, príncipe de la sangre que reci bió a Cortés en compañía del señor Coyoacan, les pa reció de ensueño y la recepción que tuvieron, con regalos fastuosos, cosa maravillosa. Pasaron la noche en Iztapalapan y a la mañana siguiente, 8 de noviem bre de 1519, los españoles con Cortés siempre al fren te, se pusieron en marcha para cubrir la última etapa de la larga y difícil ruta que les había llevado hasta la ciudad de Tenochtitlan. La calzada atravesaba recta mente la laguna hasta el peñón donde se levantaba el centro ceremonial y político de la ciudad. Tenía el ancho de dos lanzas, pudiendo ir por ella o ch o d e a c a b a llo a la p a r. Las canoas atestaban el lago, las gen tes se aglomeraban en las calzadas. Dice Bernal Díaz del Castillo: ten íam os m uy b ien en la m em oria las p lá tic a s e av isos q u e n os d ijero n los d e G u ax ocin g o e T lax cala y d e T am a n a calco , y con otros m u chos a v i sos q u e n os h a b ía n d a d o p a r a q u e n os g u ard ásem os d e en tra r en M éxico, q u e n os h a b ía n d e m atar... Mi ren los cu riosos lecto res si esto q u escrib o, si h a b ía b ien q u e p o n d e r a r en ello, q u é h om bres h a h a b id o en e l u niverso, q u e ta l atrev im ien to tu viesen . La deci sión que había tomado Cortés, cuando en la Villa Rica de la Vera Cruz, y que había afirmado en su fuero interno la necesidad de llegar hasta la ciudad de los 73
mexicas donde señoreaba la tierra Motecuçoma Xocoyotzin, se había cumplido. Había sido posible, sin duda, por el concurso de todos, pero de modo espe cial y relevante por la voluntad de Cortés, quien desde su cabalgadura dejaba correr su mirada extasiada por aquellos lugares, aunque sin bajar la guardia un solo instante. Para los tenochcas era el segundo día del mes de quecholli (flam enco), correspondiente al oc tavo del mes de ehecatl (viento), en el calendario reli gioso o tonalamatl. A dos kilómetros de la ciudad con vergían las calzadas de Coyoacan y de Iztapalapan, en un lugar fortificado con dos torres que defendían una puerta estrecha, donde se apiñaban un millar de altos dignatarios mexicas, componiendo un colorido cua dro con sus mantas ornamentales y sus plumas de or gullosos guerreros. Todos ellos desfilaron ante Cortés haciendo la reverente señal de bienvenida y amistad, tocando el suelo con la mano, llevándose los dedos a la boca. Al otro lado de la puerta, Tenochtitlan. T en ocbtitlan . El p o d e r y la g loria. H ern án C ortés y e l co n cep to d e rein o. - ¿Había sido una temeridad la entrada de los españoles en la ciudad de Tenochti tlan? Todas las referencias apuntan, en efecto, que cuando ya fue inevitable la entrada de Cortés en la ciudad de los mexicas, Motecuçoma, en p lá tic a con su íd olos y p a p a s q u e si nos d e ja r ía en tra r en M éjico o si n os d a r ía g u erra , y todos sus p a p a s le resp on d ie ron q u e d e c ía su H u ich ilobos q u e n os d e ja s e en trar, q u e a llí n os p o d rá n m atar, según escribe Bernal Díaz del Castillo. Todos los aliados de Cortés — cempoaleses, tlaxcaltecas, sector españolista de los chololtecas, chalqueños, etc.— así lo repetían, e incluso los de Cempoala se negaron en rotundo a entrar en la ciudad de Tenochtitlan por considerar que allí habrían de morir todos y solicitaron permiso a Cortés para regre sar a su región costera. Por su parte, los componentes del ejército de Cortés, aunque tenían la decisión de entrar en la ciudad, no dejaron de sentir flaquear su ánimo. Lo expresa admirablemente Bernal Díaz: ...co m o som os h om bres y tem íam os la m u erte, n o de74
já b a m o s d e p e n s a r en ello; y com o a q u e lla tierra es m uy p o b la d a , íb am os siem p re ca m in a n d o m uy ch i ca s jo m a d a s y en co m en d á n d o n o s a D ios y a su b en d ita m ad re N uestra S eñ ora, y p la tic a n d o cóm o y d e q u é m a n era p o d ía m o s en trar, y p u sim os en n uestros corazon es, con b u en a esp eran za, q y e p u es N uestro S eñ or Jesu cristo fu e serv id o g u a rd a m o s d e los p e li gros p asa d os, q u e tam bién n os g u a rd a ría d e l p o d e r d e M éjico. El recibimiento fue fastuoso. Tuvo tres fases. La pri mera en la calzada, una vez traspasada la puerta donde se unían las dos calzadas, donde llegó Motecuçoma en persona para recibir a Cortés y sus hombres. Fray Bernardino de Sahagún recogió de sus informadores indí genas el discurso que el tla ca tecu h tli hizo en ésta oportunidad: Oh señ o r nuestro, se á is m uy b ien v en i d o; h a b éis v en id o a sen taros en vu estro tron o y en vu estra silla, to d o lo q u e y o b e p o s e íd o en vu estro n om bre alg u n os d ías... S eñ o r n u estro, n i estoy d orm i d o n i soñ an d o; co n m is ojos v eo v u estra c a r a y vu es tra p erson a. D ías h a q u e y o e s p era b a esto. D ías h a q u e m i co ra z ó n esta b a m iran d o a q u e lla s p a r tes d o n d e h a b éis v en id o. H abéis sa lid o en tre la s n u bes y d e en tre la s n ieblas, tu g a r a tod os escon d id o. Esto es, p o r cierto, lo q u e nos d eja ro n d ich o los rey es q u e p a sa ro n -, q u e h a b fa d es d e v olv er a rein a r en estos rein os y q u e h a b ía d es d e sen taros en vuestro tron o y en vuestra silla. A hora v eo q u e es v erd a d lo q u e n os d eja ro n d i cho. S eáis m uy b ien ven id o. T rabajos h a b réis p a s a d o v in ien d o tan larg os cam in os. D escan sad a h o ra . A qu í está vu estra c a s a y vu estros p a la c io s. T om adlos y d es ca n sa d en ello s co n vu estros c a p ita n es y co m p a ñ ero s q u e h an v en id o co n vos. Evidentemente, aquí Motecuçoma habla como sumo sacerdote y emplea un lenguaje eminentemente religioso, como argumento ante su corte y su pueblo de la obligación de una recepción basada en un retor no que, sin duda, hace referencia al mito de Quetzalcoatí. No podemos olvidar, sin embargo, que este dis curso recogido por fray Bernardino de Sahagún está reproducido mediante estructuras gramaticales caste75
llanas, especialmente apreciable en giros muy aleja dos del náhuatl. Se trata de una justificación ante el pueblo de Tenochtitlan de por qué la recepción y el acogimiento de los españoles en la ciudad, com o invi tados divinos. En la contestación de Cortés no existe el menor asomo de motivación religiosa: ...q u e se co n su ele y h u elg u e y n o h a y a tem or, q u e y o lo q u iero m u cho y tod os los q u e con m ig o v ien en . D e n a d ie r e c ib ir á d añ o. H em os rec ib id o g ran co n ten to d e en v erle y co n o cerle, lo c u a l h em os d e s e a d o m u chos d ía s h a y se h a cu m p lid o n u estro d eseo. H em os v en id o a su casa. D esp acio n os v erem os y h ablarem os. La segunda fase tuvo lugar una vez instalados los españoles en el palacio de Axayacatl y después de ha ber comido. La escena la relata Bernal Díaz del Casti llo. Motecuçoma, acompañado de numeroso séquito, acudió al palacio que había sido de su padre y, sentán dose junto a Cortés, inició un m uy b u en p arlam en to, insistiendo en los mismos conceptos y expresando su alegría por tener en su c a s a e rein o unos caballeros tan esforzados; enfatizó que hacía dos años tuvo noti cias de otro capitán y hacía un año, otro que había llegado con cuatro navios y que siempre había desea do verlos, e q u e a g o r a q u e n os tien e y a con sig o p a r a serv im o s y d a m o s d e tod o lo q u e tu v iese apreciaba la valentía, p u e s to d as la s b a ta lla s s e la s tru jeron p in ta d a s a l n atu ral. Ya se aprecia aquí otro distinto, ha ciendo hincapié en los modos de guerrear y expresan do su admiración por ello; ahora ya habla el tlacatecu h tli, o jefe de guerra. Cortés contestó q u e n o s a b e com o p a g a r la s g ran d es m erced es recib id a s d e c a d a d ía, e q u e cierta m en te v en íam os d e d o n d e s a le e l sol, y som os v asallos y cria d o s d e un g ran señ o r q u e se d ic e e l em p era d o r d on C arlos, q u e tien e su jetos a s i m u chos e g ra n d es p rín cip es... Inmediatamente Motecuçoma procedió a entregarles riquísimos regalos. La tercera fase de la recepción tuvo lugar el día si guiente, 9 de noviembre, en que, previo envío de re cado Cortés correspondió con una visita a Motecuçoma, en el suntuoso palacio de éste. Le acompañaban Pedro de Alvarado, Juan Velázquez de León, Diego de 76
Ordaz y Gonzalo Sandoval, así como cinco soldados distinguidos, entre los cuales estaba Bernal Díaz del Castillo, quien ofrece una excelente reseña de la en trevista, llena de cordialidad, ya sin discursos, desen vuelta como una conversación en la que se intercam biaron noticias; al surgir el tema religioso, expuso Cortés los principios básicos de la doctrina cristiana, insistiendo en la creación del mundo y la redención unitaria del género humano; en la respuesta de Motecuçoma conviene destacar tres rasgos: 1) a c á a d o r a m os n u estros d ioses y los ten em os p o r bu en os; a n s í d e b e n s e r los vuestros, e n o cu réis m ás a l p resen te d e n os h a b la r d ellos, es decir, en punto religioso no pare ce muy decidido a propiciar ningún cambio de acti tud, pidiendo encarecidamente que no se hable más de ello; 2) ...q u e s i a lg u n a v ez n os e n v ia b a a d e c ir q u e n o en trásem os en su ciu d a d , q u e n o e r a d e su v olu n tad, sin o p o r q u e su s v asallos ten ía n tem or, q u e les d e c ía q u e ech á b a m o s ray os e relám p ag os, e con los c a b a llo s m atá b am os m u chos in dios, lo que clara mente significa que los consideraba un poder ofensi vo y que los había recibido para proteger a su pueblo del miedo que pudiese producirle; 3) ...q u e h a visto n u estras p erso n a s e q u e som os d e h u eso e c a r n e y d e m u ch a razón , e s a b e q u e som os m uy esforzad os, n os tien e en m u ch a m ás estim a q u e le h a b ía n d ich o e q u e n os d a r ía d e lo q u e tu viese. Aquí, pues, aparece el sentido pragmático de la primera observación que Motecuçoma ha podido hacer de los españoles, sepa rando, como cosa popular, aunque de ningún modo al alto nivel del sacerdocio, la identificación de los espa ñoles con dioses. Para el tla ca tecu h tli son gentes de gran valentía, portadores de armas totalmente desco nocidas y de efectos terribles, pero desde luego hu manos que convenía tener como aliados, antes que como enemigos. La fuente más cercana que dispone mos sobre todos estos acontecimientos son las C artas d e R ela ción escritas por Hernán Cortés. Parece evi dente que el choque con los españoles que desembo ca en la rebelión de los tenochcas y la evacuación de la ciudad de Tenochtitlan se debió a motivos religio77
sos, en cuanto caló a nivel popular — y en virtud de los hechos y andanzas de los españoles durante su estancia en la ciudad— la evidencia del fundamental carácter humano de éstos y la convicción de que eran enemigos que pretendían apoderarse de lo que con tanto trabajo habían levantado los triunfadores mexicas, que estaban ogullosos de ello. Para Cortés — cuya fe religiosa era indiscutible y su esforzado modo de establecerla tan radical que el pro pio padre Olmedo hubo de llamarle la atención en diversas ocasiones— lo fundamental radicaba en el establecimiento del reino. En este concepto hay que distinguir dos significados — por más que en la for mulación española del concepto, en aquella época, fuesen coincidentes— : uno que tiene una clara refe rencia teológica, entendido com o mandato, en cuanto supuesto imperativo, que podría quizá explicar la acti tud de Hernán Cortés en su firme propósito evangeli zados pero existe otro, de índole política, en el cual regn u m significa fundamentalmente rep resen tación , lo que quiere decir que se continúa atendiendo al vínculo con un supuesto superior, sin señalar todavía la lib erta s condicionante respecto al mandato. N. Machiavelli, en su D iscorsi sop ra la p rim a d e c a d i T.Livio, fue el primero que en el plano intelectual teórico comenzó a explorar las capas profundas de la realidad política existentes por debajo de las form as. Le resulta indiferente que se gobierne mediante cualquiera de las formas conocidas (principado, aristocracia, Estado popular), pues cualquiera de ellas puede ser buena; lo que niega es que se mantenga en la virtud, en la medida en que, olvidando el com ú n , se corrompe el gobierno. Lo que quiere decir que cualquier gobierno para subsistir necesita una base social idónea. En la realidad práctica esto es lo que se refleja en el manda to comunitario y la justificación común hecha por los españoles cuando envían al rey desde la villa de Veracruz la carta de relación comunitaria. Pues, como afir man posteriormente los pensadores de la escuela es pañola del siglo XVII, según estudió magistralmente José Antonio Maravall, la relación de sujeción civil del 78
vasallo entraña una colaboración positiva en el poder, ya que sin sú bditos n o ex iste e l Estado. Y no debe entenderse sólo como necesidad de que exista para que el poder tenga realidad, sino sobre todo como afirmación de que sin la p a r tic ip a c ió n de ios súbditos no puede darse la organización de un grupo social que pueda llamarse Estado. El régimen de sociedad supone obediencia a un p o d er, y el ejercicio de este poder implica refrendo. En consecuencia, libertad, conservación de la vida y honor, fama, seguridad, sólo son posibles con plenitud en el seno de una organiza ción política. La naturaleza humana postula estos bie nes, pero no puede alcanzarlos por su simple fuerza. Todo cuanto intente para conseguirlos desde fuera de la sociedad será esfuerzo vano, porque no podrá re mover los obstáculos que a ello se oponen. Sólo uni do a otros, en una organización política y obediente a un poder, podrá asegurárselo. Este concepto de reino, mediante la emergencia de la obediencia activa, es lo que diseña Hernán Cortés en la preciosa segunda C ar ta d e R elación . En ella encontramos la afirmación de que el poder no destruye la libertad, aun en el caso de que sea preciso destruir uno para establecer otro, pues lo que hace en realidad es potenciarla. Se esta blece, pues, un puente entre la carta comunitaria en viada al rey desde Veracruz y la segunda C arta d e R e la ció n de Hernán Cortés, donde se plantea el tema fundamental de la transmisión de la soberanía. La se gunda C arta d e R ela ción está fechada en Segura de la Frontera — fundada a primeros de septiembre de 1520— el 30 de octubre del mismo año y tiene el significado que puede apreciarse en la despedida: D e vu estra s a c r a m a jesta d m uy h u m ild e siervo y vasallo q u e los m uy r ea les p ie s y m an os d e vu estra a lte z a besa. Se trata de un vasallo haciendo al rey una expo sición personal de cuanto ha ocurrido en México des de el desembarco hasta la evacuación de los españo les de la ciudad de Tenochtitlan por el levantamiento religioso de los tenochcas. Sin duda es la carta más importante de todas las que escribió Hernán Cortés, pero lo es, específicamente, porque en ella se estable79
ce, en efecto, con rigor y precisión, el concepto de reino, que gira fundamentalmente tanto en la en tra d a en la ciudad de Tenochtitlan cuanto, sobre todo, en la transmisión de la soberanía, que constituye la gran peculiaridad de la empresa en territorio mexica, debida esencialmente al primer protagonista, el capi tán general Hernán Cortés. En primer lugar, hay que destacar la decisión de Hernán Cortés de apoderarse de la persona del tla c a tecu htli. Ante todo, por una cuestión de seguridad, pues no deben olvidarse las constantes advertencias que los indígenas habían hecho respecto a las verda deras intenciones de Motecuçoma; también, desde luego, para disponer de una baza importante respecto a su propósito de transmisión de soberanía al rey de España. Así lo indica en la segunda C arta d e R elación : P asad os seis d ía s d esp u és q u e en la g ra n c iu d a d d e T em ixtitan en tré, e h a b ien d o visto alg u n a s cosas d e ella , a u n q u e p o c a s segú n la s q u e h ay q u e v er y a n o tar, m e p a r e c ió ... q u e co n v en ía a l r e a l serv icio d e V.M. y a n u estra seg u rid a d q u e a q u e l S eñ or estu v iese en m i p o d e r y n o en to d a su lib erta d , p o r q u e n o m u d a se e l p rop ósito y v olu n tad q u e m ostraba en serv ir a V.A.; m ay orm en te q u e los esp a ñ o les som os alg o in com p ortab les y im portu n os e p o rq u e en oján d ose, n os p o d r ía h a c e r m u cho d a ñ o y tan to q u e n o h o b iese m e m oria d e nosotros, según su g ran p od er... En conse cuencia, Motecuçoma es conducido al palacio de Axayacatl, alojamiento de los españoles, de modo que Cortés pueda no sólo vigilarle, sino también estable cer una efectiva colaboración gubernamental y estar al tanto de toda la información que constantemente reci bía desde todos los rincones del imperio. El motivo en que habría de justificar su audaz decisión lo encon tró en las comunicaciones recibidas de Veracruz, en que su teniente y alguacil, Juan de Escalante, señalaba a Motecuçoma como responsable de la celada en que Quauhpopoca había hecho caer a los españoles, mu riendo en ella cuatro españoles, entre ellos el propio Escalante, según le habían confirmado muy detallada mente dos cempoaleses que le trajeron nuevas noticias 80
del levantamiento de toda la costa contra los españoles. Se hizo acompañar por Alvarado, Sandoval, Veláz quez de León, Lugo y Dávila, así como un buen núme ro de soldados, entre los cuales Berna! Díaz y Tapia, autor también de una R elación sobre la conquista de México. Cortés entró a ver al tla ca tecu h tli acompaña do de unos treinta capitanes y soldados, poniéndole en antecedentes de las noticias y exigiendo conducir a Tenochtitlan a los culpables para hacer justicia. In mediatamente Motecuçoma envió mensajeros con ins trucciones de cumplir tal petición. En cuanto marcha ron los mensajeros, Cortés explicó que, puesto que tenía que responder ante el rey de la muerte de aque llos españoles, se veía obligado a que, mientras se aclarase la cuestión y se hiciese justicia, el tla c a tec u h tli viviese con él. No quiso aceptarlo Motecuçoma, ar gumentando que, aunque a él no le importase, el pue blo no lo toleraría. Durante cuatro horas estuvieron discutiendo, intentando finalmente que Cortés se lle vase en rehenes a su hijo y dos hijas legítimas, pero el capitán general se mantuvo firme y, por último, ante la terquedad de Cortés, Motecuçoma accedió y fue conducido por algunos cortesanos principales al pala cio de su padre, donde se le había preparado un apo sento. Veinte días después llegó Quauhpopoca a T e nochtitlan, con gran pompa, como correspondía a su alta dignidad, pero antes de entrar al aposento donde le recibía el tla ca tecu h tli se descalzó y cambió sus lujosas vestiduras por otras raídas. No se sabe lo que ocurrió en esta entrevista, pero de ella salió Quauhpo poca con su hijo y los quince miembros de su séquito como prisioneros de los españoles; fueron procesa dos, confesaron su culpabilidad y se les condenó a morir, siendo presenciada la ejecución por una mu chedumbre de mexicas, espantados de aquella mues tra de poder. Ello fue suficiente para que amainase la rebelión de la costa. Cortés nombró como sucesor de Escalante a Alonso de Grado, que eía uno de los que, durante el camino hasta Tenochtitlan, había formado corrillos e p lá tic a s — delicioso modo para indicar la existencia de una conspiración— para volver luego a 81
Veracruz y desistir de la entrada en Tenochtitlan. Con Motecuçoma bajo su inmediata vigilancia, Cor tés comenzó a actuar como gobernante de hecho del Anahuac, pero su objetivo, que maduraba día a día, era conseguir la transmisión de la soberanía. Ya el gran historiador Ramón Menéndez Pidal destacó, en una de sus luminosas investigaciones, un importante texto de la segunda C arta d e R elación , en la que Cortés afir ma: H e d e s e a d o q u e VA. su p iese la s cosas d esta tie rra; q u e son ta n tas y tales, q u e com o y a en la otra rela ció n escribí, s e p u e d e in titu la r d e n u ev o em p era d o r d ella, y con títu lo y n o m en os m érito q u e el d e A lem añ a, q u e p o r la g r a c ia d e D ios v u estra sa c ra m ajestad p osee. La interpretación que el citado histo riador da a este texto gira en torno a la idea de que, por primera vez, se da a las tierras del Nuevo Mundo una categoría semejante a la de Europa, ensanchando el tradicional concepto de imperio; Cortés quiere que el rey de España dedique al Nuevo Mundo todo el interés debido por su pareja importancia con el impe rio europeo. Una vez más sale a la palestra intelectual el inagotable tema de dónde está el destino de Espa ña, entre Europa, a la que pertenece, y América, a la que hace y le otorga sentido significativo, peculiari dad y mentalidad. Tiene razón Menéndez Pidal, pero según ha demostrado el catedrático austríaco Víctor Frankl, semejante interpretación no puede aislarse, ni de la situación de Cortés en el momento de escribirla — es decir, después de haberse visto obligado a aban donar Tenochtitlan con la desastrosa retirada conocida con el nombre de N oche Triste— ni del contexto de ideas jurídicas y políticas que constituyen la base de la conquista, ni tampoco puede dejarse en el olvido la variabilidad del pensamiento de Hernán Cortés en lo que se refiere al reino — o si se quiere imperio, aun que esta denominación resulta absolutamente extraña al pensamiento castellano— , pues si en la segunda C arta d e R elación es un imperio particular y limitado, en las Cartas cuarta y quinta sostiene otra idea com pletamente diferente que es la del imperio universal, o más bien monarquía universal, lo que le sitúa en la 82
estela del pensamiento de Fernando el Católico, que habría de culminar Felipe II. ¿De dónde toma Cortés la idea del im p erio p a r tic u lar? De la primera noticia cierta que recibe del poder de Motecuçoma en el valle y población de Caltanmí, donde fue muy bien recibido y alojado. Cuenta Cortés — como vimos— la conversación con el cacique de este poblado, diciendo: D espués d e h a b erle h a b la d o d e p a r te d e V.M. y le h a b e r d ich o la ca u sa d e m i v en id a a estas p a rtes, le p reg u n té si é l e r a v asallo d e M utezum a o si e r a d e otra p a r c ia lid a d alg u n a, e l c u a l c a s i a d m ira d o d e lo q u e p reg u n ta b a, m e resp on d ió d ic ie n d o q u e q u ién n o e r a v asa llo d e M utezum a, q u erien d o d e c ir q u e a llí e r a e l señ o r d e l m undo. In sistió Cortés haciéndole ver el gran poder del rey de España y pidiéndole oro para enviárselo, pero el caci que de Caltanmí le respondió que, en efecto, tenía oro, pero que n o m e lo q u e ría d a r s i M utezum a n o s e lo m an d ase, y q u e si se lo m an d ase, e l o ro y su p e r s o n a y cu a n to tu v iese d a ría . Claramente debemos en tender el vínculo de vasallaje radicado en las riquezas y las pertenencias. El pensamiento de Hernán Cortés permite comprender cuál era su interpretación del im perio particular, en la línea de la tradición española vigente desde el siglo IX , radicada en la independen cia respecto a cualquier poder universal, concebida con una carácter hegemonial. Ambos supuestos acla ran la propuesta de Cortés de un rein o particular (que sería el de México, una vez traspasada la soberanía), equiparable al de Alemania, así como el poder hegemónico (dominio) del rey de España sobre señores y señoríos; además el imperio particular propuesto por Cortés implica un juicio político con referencia a la misma raíz del dominio español sobre México, que pretende segregar del que se ejercía sobre las islas del Caribe que, por haber sido área descubierta por Co lón, se encontraba bajo la impronta jurídica del patrimonialismo. Por ello, Cortés ofrece la alternativa, frente a la donación papal como título de dominio, de considerar México idéntico al imperio alemán: un tí tulo jurídico secular análogo al de la votación de los 83
príncipes electores alemanes, lo cual, con toda evi dencia, habría de otorgar plena validez al acta funda cional de Veracruz. Esto permite comprender el artificio inventado por Cortés para producir la transmisión de la soberanía por Motecuçoma, mediante el desarrollo de los títulos de la historia mexicana en tres niveles, que han sido estudiados de un modo magistral por Víctor Frankl. En el primero, Cortés pone en labios de Motecuçoma una declaración explícita de extranjería en su propio territorio (n i y o n i todos ios q u e en esta tierra h a b ita m os no som os n a tu rales d elta, sin o ex tran jeros y v e n id os a ella s d e p a rtes m uy ex trañ as), haciendo apa recer al rey Carlos I como primordial conductor de los mexicas y su señor natural (... y según d e la p a r te d e q u e vos d ecís q u e venís, q u e es a d o s a le e l sol, y las cosas q u e d ecís d e ese g ran rey q u e a c á os envió, creem os y ten em os p o r cierto é l s e a n u estro señ or n a tu ral). El segundo nivel supone el refrendo, por la aristocracia mexica, de la anterior versión de su histo ria y la exhortación por parte del tla ca tecu h tli para que suscriban la transmisión de la soberanía al rey de España (y m u cho os ru eg o q u e a s í co m o b a sta a q u í le h a b éis ten id o y o b e d e c id o p o r s eñ o r vuestro, d e a q u í a d e la n te ten g áis y o b e d e z c á is a este g ran rey, p u es é l es vu estro s eñ o r n atu ral, y en su lu g a r ten g áis a éste su ca p itá n ), a lo cual respondieron los presentes — la más alta jerarquía social del Anahuac— q u e ellos lo ten ía n p o r su señ o r y h a b ía n p ro m etid o d e h a c e r tod o lo q u e ¡es m an d ase..., y q u e d esd e en to n ces p a r a siem p re s e d a b a n ellos p o r v asallos d e v u estra altez a. El tercer nivel argumental otorga el pleno sentido a los dos anteriores, por una pane, reconociendo que podían haber estado equivocados en lo que debían te n e r y c r e e r y que estaban dispuestos a enmendarse: q u e y o... s e la s d ijese e h iciese en ten d er, q u e ellos h a ría n lo q u e y o les d ijese q u e e r a lo m ejor. Por otra parte, pasando del dicho al hecho: El d ich o M utezum a y m u chos d e los p rin c ip a les d e la c iu d a d d ich a estu v ieron con m ig o h asta q u ita r los íd olos y lim p iar la s cap illas, y p o n e r la s im ág en es, y tod o con a leg re 84
sem b lan te, y les d e fe n d í q u e n o m atasen cria tu ra s a los ídolos, co m o acostu m b rab an , p o r q u e a d em á s d e s e r a b o r r e c ib le a D ios, v u estra s a c r a m a jesta d p o r sus ley es lo p r o h íb e y m a n d a q u e e l q u e m a ta re lo m aten . El profundo sentido político que se desprende de este argumento cortesiano es fundamental. En su vir tud, la historia mexicana justifica el dominio del rey de España sobre el Anahuac, lo cual supone la autono mía de este territorio respecto a la donación pontificia del círculo patrimonialista de los Colón y, por supues to, de la gobernación de Cuba. Ello supone la entrada de Tenochtitlan y su señorío en el rein o , objetivo que ha perseguido con gran coherencia desde Cempoala, pues como dice al rey Carlos I, certifiq u é a VA. q u e lo h a b ría (se refiere a Motecuçoma) p r e s o o m uerto, o sú bd ito a la co ro n a r e a l d e vu estra m ajestad ; y con este p rop ósito y d em a n d a m e p a r t í d e la c iu d a d d e C em poala. Es el mismo propósito con que se dirigió a los de Cholula, intimándoles a q u e d en tro d e tres d ía s p a r e c ie s e n a n te m í a d a r o b e d ie n c ia a V.A. y a se o fr e c e r p o r sus vasallos, con a p erc ib im ien to q u e p a s a d o e l térm in o q u e s e d a b a , si n o v in iesen , iría sob re ellos y los d estru iría y p r o c e d e r ía co n tra ellos com o co n tra p erso n a s reb eld es y q u e n o s e q u ería n som eter d e b a jo d e l d o m in io d e VA.; e idénticamente como se dirigió en el viaje a las Hibueras al cacique de Istapán: Q ue se h a b ía n d e so m eter y esta r d e b a jo d e su im p eria l y u g o y h a c e r lo q u e en su r e a l n om bre los q u e a c á p o r m inistros d e vu estra m a jesta d esta m os les m an d ásem os, y h a c ién d o lo a s í ello s sería n b ien tra tad os y m an ten id os en ju stic ia , y a m p a ra d a s sus p erso n a s y h a cien d a s, y n o lo h a c ie n d o así, se p r o c e d e r ía co n tra ello s y sería n ca stig ad os con form e a ju sticia . En el caso de Tenochtitlan, la culminación de este acceso al rein o culminó en el acto de Cortés de derri bar los ídolos del templo de Huitchipopochtli, donde fue acompañado por el soldado cronista Andrés de Tapia y un grupo de españoles. Cortés medita ante las fig u ra s d e m arav illosa g ra n d ez a y a ltu ra y d e m u ch as la b o res escu lp id as; habían llegado los sacerdotes 85
y a ellos se dirige el capitán, participándoles su deseo de que a q u í d o n d e ten éis estos íd olos esté la im ag en d e D ios y d e su M adre b en d ita, ordenándoles, en con secuencia, lavar la sangre de las paredes d e g o rd o r d e d os o tres d ed os, y quitar los ídolos. Pero los sacerdo tes se ríen, ya que toda la religión mexica gira en tor no a Huitzilopochtli, haciéndole ver que la g en te no tien e en n a d a a su s p a d r e s e m ad res e hijos, en co m p a r a c ió n d este, e d eterm in a rá n d e m orir en defensa de su dios principal; por afirmar su señorío hacían to das las guerras. M ucho m e h o lg a ré y o d e p e le a r p o r m i D ios co n tra vu estros d ioses q u e son n on ad a, les con testó Cortés, y tomando una barra de hierro comenzó a dar golpes a los ídolos hasta arrancar sus máscaras de oro. Sin duda, con este acto, la presencia de Cortés en Tenochtitlan alcanzaba una máxima tensión, pero ello — dado el fundamental sentido religioso de la ciudad, de su dios principal y del sumo sacerdote que, además de jefe militar, encarnaba Motecuçoma— su ponía también la importante culminación de la incor poración del territorio y sus gentes en el reino espa ñol. El ú ltim o in ten to d e D iego V elázqu ez co n tra H er n án Cortés. - No se hizo esperar la rebelión religiosa ante el atrevido acto de Cortés contra Huitzilopochtli y Tezcatlipoca que el propio Motecuçoma le comuni có: antes que comiencen la guerra, los españoles de bían salir de Tenochtitlan, sin q u e q u ed e n in gu n o d e vosotros aqu í. El tlacatecu h tli, que había pasado toda la noche reunido en su aposento con sacerdotes y hombres de armas, ratifica su punto de vista: Y esto, S eñ or M alinche, os dig o q u e h ag á is en tod as m an eras q u e os co n v ien e; si no, m ataros hán , e m írá q u e os va las vidas. No se dejó impresionar externamente Cor tés, conservando toda su sangre fría, pero internamen te supo ver en el tono de firmeza con que le habló Motecuçoma que la cuestión no era baludí. Razón tuvo cuando — como registra Andrés de Tapia— al derribar los ídolos exclamó: A alg o nos hem os d e p o n er p o r Dios. Externamente, ordenó a Motecuçoma 86
que refrenase la impaciencia religiosa de sus sacerdo tes, pues, en caso contrario, si intentasen guerrear con tra los españoles, morirían todos; pero tomó serias disposiciones para evacuar la ciudad, envió al carpin tero de ribera, Martín López, a Veracruz para que co menzase a construir tres barcos, iniciando la tala de madera, puso en estado de alerta a todos sus compa ñeros y estableció con firmeza su idea 'de que, si te nían que abandonar, sería llevándose con ellos al pro pio Motecuçoma para que lo conociese el rey de España. Unos quince días después de que saliese para Veracruz el equipo de carpinteros de Martín López, Cortés fue a dialogar con el tlacatecu h tli, según tenía por costumbre, y éste le puso en antecedentes del desembarco en Veracruz de un importante grupo de gentes y caballos que habían desembarcado de más de dieciocho navios. Los mensajeros que le habían traído las novedades se lo habían dibujado pormenorizadamente. Entendía Motecuçoma que ello significaba la posibilidad de que los españoles marcharan sin tener que esperar la construcción de nuevos barcos. Fue motivo de gran alegría para los hombres de Cortés y profunda preocupación para el capitán, quien envió a Andrés de Tapia a Veracruz para que se informase puntualmente de quiénes eran los recién llegados. Se trataba de una expedición preparada por Diego Velázquez, gobernador de Cuba, contra Hernán Cortés, quien no le había enviado ninguna noticia de la em presa en la que eran socios y, en cambio, según había sabido, envió dos procuradores a España. Lo sabía por que, contraviniendo las órdenes de Cortés, Montejo no había resistido la tentación de visitar su hacienda de El Marién, cerca de San Cristóbal de La Habana, donde fondearon el 23 de agosto de 1519, embarcan do provisiones y enseñando algo del oro que lleva ban, lo que fue motivo más que suficiente para que se corriese la especie de que la nave llevaba oro como lastre. Cuando llegó la noticia a oídos de Velázquez se dedicó con furia incontenible a preparar la venganza enviando una expedición punitiva a cuyo frente puso a Panfilo de Narváez. El oidor de la Audiencia de San87
to Domingo, Lucas Vázquez Ayllón, trató de impedir lo, para que no se diese el triste espectáculo de una guerra civil entre cristianos. El empecinado goberna dor de Cuba no quiso oírle y, al cabo, Vázquez Ayllón se avino a que zarpase la flota, pero a condición de que Narváez intentase un acuerdo pacífico con Cortés. El propio oidor decidió viajar en la expedición, pero al llegar a San Juan de Ulúa, donde Cortés había llega do un año antes, Narváez decidió imitar a Cortés, fun dando una ciudad, con la oposición de Ayllón, cuya legitimidad fue puesta en duda y reembarcado para su destino en la Audiencia de Santo Domingo. Cortés, a través de información de Motecuçoma, pudo seguir todos los movimientos de Narváez y co nocer la importancia de su ejército, que se componía de ochenta jinetes, ochocientos de a pie y doce caño nes. Cortés se encontraba en evidente inferioridad nu mérica — aparte de que casi la mitad de su ejército se encontraba bajo el mando de Juan Velázquez de León explorando el istmo de Coatzacoalcos, en busca de un buen puerto— , aunque la suplía con sobra de inteli gencia y capacidad negociadora. Envió al padre Olme do con cartas para Narváez, preguntándole quién era, si necesitaba auxilio, prohibiéndole desembarcar con armas y amenazándole con el rigor de la ley si no prestaban obediencia inmediata al cabildo de Veracruz-, poco después llegaban a Tenochtitlan los rehe nes de las fuerzas de Narváez apresados por Sandoval en Veracruz e inmediatamente enviados a Cortés; casi simultáneamente, correos de Velázquez de León in formaban a Cortés que continuaba siéndole leal. Cor tés recibió a los prisioneros con todo honor, les envió caballos para que entrasen en México como corres pondía a españoles de bien y los devolvió a Veracruz, ya como admiradores y aliados incondicionales suyos. Narváez, por el contrario, despreció a Cortés, no le contestó sus cartas y, como dice Berna! Díaz, n o n os ten ia en u n a ca sta ñ eta . Cuando tuvo Cortés noticias que Narváez se había instalado en Cempoala, donde había iniciado una acción depredadora y que Sandoval había salido de Veracruz para hacerle fuerte en un s¡-
88
tio más alto y defendible, ya decidió actuar. Dejó ochenta españoles en Tenochtitlan bajo el mando de Alvarado y, advirtiendo a Motecuçoma que evitase el menor alboroto, pues en caso contrario los revoltosos pagarían con su vida la alteración del orden, partió, poco después del 4 de mayo de 1520, hacia la costa llevando setenta hombres, que se vieron reforzados con la llegada de Velázquez de León, con ciento cin cuenta españoles y Rodrigo de Rangel, que volvía de Chinantla con otros ciento diez. En el camino encon traron un escribano de Narváez, que dijo llamarse Alonso de Mata, con un grupo de acompañantes a los que compró Cortés, convirtiéndolos en aliados y, so bre todo, propagandistas de la libertad y riqueza del metilense. Después escribió una carta a Narváez, ins tándole a que presentase sus credenciales y, si no las tenía se volviese a Cuba, y afirmando que el único capitán general y justicia mayor que allí había era él. Debajo de su firma, las de varios capitanes y soldados atestiguaban. Llevó la carta el padre Olmedo que, ade más, cumplió instrucciones de Cortés de hacer correr el oro en Cempoala; confundió dialécticamente a Nar váez, haciéndole creer que sería fácil apoderarse de Cortés porque eran muchos los que, en su compañía, querían deshacerse de él. Mientras tanto, dándose cuenta Cortés de que su inferioridad radicaba en la escasa caballería disponi ble, envió a un soldado llamado Tovilla al país de los chinantecas para que le hiciesen trescientas largas lan zas con punta de cobre, en lugar de pedernal. Al llegar a Cuautochco, recibió Cortés una embajada de Nar váez mediante la cual éste proponía quedarse con la tierra y ofrecía barcos a Cortés y a quienes quisiesen acompañarle para marcharse de México. Se concertó una entrevista entre ambos capitanes, cada uno con su séquito de diez hombres, pero la llegada de un aviso del padre Olmedo en que advertía que la entrevista era una celada para asesinarle, hizo que Hernán Cor tés actuase desde la autoridad de su cargo, enviando un requerimiento en regla para que Narváez no ejerci tase ninguna autoridad y a todos los que le acompaña89
ban para que no obedeciesen la autoridad ilegítima del enviado de Velázquez. Narváez encarceló a los portadores del requerimiento. Cortés decidió atacar, dando un mandamiento al alguacil mayor, Gonzalo de Sandoval, para que apresase a Narváez y a todos los que se titulasen alcaldes y regidores. Sandoval recibió ochenta hombres para apoyar su misión y Cortés le siguió, en segundo escalón, con otros ciento setenta. A unos cuatro kilómetros de Cempoala estableció el real, apoyado sobre el río Chachalacas, donde recibió informes técnicos de Velázquez de León, a quien ha bía enviado a entrevistarse con Narváez. Pensando que Narváez esperaría el ataque al amanecer, decidió ata car en plena oscuridad de la noche. Pizarro, al mando de sesenta hombres, se apoderaría de los cañones y Sandoval, con los que tenía asignados, tenía la misión de prender, vivo o muerto, a Narváez. Pizarro cumplió su misión, mientras Sandoval, a paso ligero, subió las gradas de teocalli, prendiendo a Narváez. La resisten cia se fue agotando. Cortés, jadeando y sudando por todos los poros, estaba'en todas partes, acudiendo a animar a unos, solicitando mayor actividad a otros. Cuando salió el sol, el 29 de mayo de 1520, los capita nes de Narváez que todavía resistían capitularon, la caballería había sido reducida por Ordás y Olid, comi sionados de Cortés para ello. Cortés, sobre una silla de cadera, recibió el homenaje de sus nuevos compa ñeros, que pasaban ante él besándole la mano. En un rasgo de generosidad, perdonó la vida a Narváez y, más adelante, le concedió la libertad dentro de Méxi co. El d esastre d e T en ochtitlan . - Pero mientras Cortés vencía a Narváez, incorporando su ejército al suyo pro pio, que ahora se convertía en una poderosa unidad de combate con más de mil peones y casi cien de a caballo, más una lucida artillería, en Tenochtitlan ocu rrían graves acontecimientos. Con motivo de la fiesta religiosa del Toxcall, en honor de Tezcatlipoca, se hi cieron preparativos para la conmemoración que con sistía en el sacrificio de un joven especialmente elegí-
90
do por la belleza de su cuerpo, quien durante un año llevaba una vida regalada y llena de cuanto de bueno podía apetecerse; un mes antes de la fiesta — veinte días— le cortaban el cabello al uso de los capitanes de guerra y era encerrado con cuatro muchachas esco gidas para que le colmasen de todas las formas de goces sexuales. Llegado el día de la fiesta era sacrifica do en el altar de los sacrificios, extrayéndole el cora zón y cortándole la cabeza, que era clavada en un pos te del tzon pan tli. Una gran fiesta con bailes, en que participaba lo más granado de la sociedad mexica, se guía al sacrificio, que inmediatamente se completaba con el de otro joven sacrificado a Huitzilopochtli. Aunque Motecuçoma había solicitado la oportuna au torización para la celebración de esta fiesta, que se había reiterado a Alvarado, éste, bajo la sospecha de que los preparativos ocultaban aviesas intenciones contra los españoles, se propuso hacerse con rehenes, apoderándose de uno de los príncipes de la casa de Motecuçoma, a quien los españoles llamaban e l In fa n te, y a los dos jóvenes, encarnación de Tezcatlipoca y Huitzilpochtli, que debían ser sacrificados. Interroga dos, declararon que se les iba a sacrificar, lo que les causaba gran gozo y que concluidas las fiestas, cuya duración era de veinte días, los mexicas caerían sobre los españoles para exterminarlos. Aconsejado Alvara do para que se adelantase, cayó sobre los que celebra ban la fiesta en el teocalli matando gran número de ellos. La consecuencia fue el levantamiento de la ciu dad y el asedio del palacio de Axayacatl donde se alo jaban los españoles. Motecuçoma, que salió a la terra za, aconsejó liberar a l In fan te, pero ello, en lugar de calmar al pueblo, lo excitó más, volviendo al día si guiente contingentes mucho más numerosos. De nue vo salió Motecuçoma a la terraza, exigiendo la multi tud su libertad; por el contrario, Alvarado sacó su puñal amenazando al tlacatecu h tli. A partir de este momento, la situación adquirió la forma de guerra abierta y de rebelión total. Al conocer las noticias de la victoria de Cortés, Motecuçoma tomó la decisión de enviar embajadores a Cortés, quejándose de Alvarado 91
y aliviar la presión que sus guerreros hacían sobre el cuartel general español. Al recibir estas noticias de Tenochtitlan, Cortés obró con la rapidez que le caracterizaba, enviando emisarios a Alvarado que le anunciaba su victoria e inmediato regreso. En Tetzcoco esperaban a Cortés dos enviados de Alvarado, que le informaron pormenorizadamente de todos los acontecimientos; uno de ellos era Pedro Hernández, el secretario de Cortés. La entrada en la ciudad se hizo esta vez por la calzada y pueblo de Tepeyac, encontrando todo desierto y con signos evidentes de lenvantamiento. Se dirigió recta mente hasta el palacio de Axayacatl y, franqueada la entrada, Alvarado le hizo reverencia y le entregó las llaves del palacio. Cuando pudieron hablar, tuvieron una conversación que nos ha transmitido Bernal Díaz del Castillo. Alvarado expuso la tesis de la conspira ción antiespañola, a la que objetó Cortés: P ues h an m e d ich o le d em a n d a ro n lic e n c ia p a r a h a c e r e l a reito y bailes, y Alvarado contestó que a s í e r a en v erd ad ; p e r o fu i p o r tom alles d escu id ad os, e p o rq u e tem iesen y n o v in iesen a d arn os g u erra. Replicó entonces, muy enojado, Cortés: P ues h a b éis h ech o m uy m al y h a sid o un g ran d esatin o. No cabe duda que Alvarado fue el principal responsable del alzamiento de los tenochcas y ello sirve como principal contrapunto para que podamos comprobar la enorme importancia de la di rección según la personalidad del jefe. Quizá Alvara do quiso hacer lo que Cortés hizo en Cholulá, pero sin tomar las disposiciones adecuadas a todas las con tingencias que pudieran derivarse del hecho y, por supuesto, sin preparar cuantas previsiones fuesen ne cesarias para que el triunfo correspondiese a la inten ción de la decisión. La decisión de Alvarado fue desca bellada desde el punto de vista militar y, como pudo apreciarse en el saqueo que se hizo de los señores mexicas muertos en el teocalli, deshonrosa para los españoles. El profundo enojo de Cortés le impidió hacer frente serenamente a la situación. Se negó rotundamente a ver a Motecuçoma, lo que, según Cervantes de Salazar, 92
fu e la p r in c ip a l ca u sa d e la d estru cción d e los suyos. Cometió la tremenda imprudencia de poner en liber tad a Cuitlahuac, a petición de Motecuçoma, para que éste pudiese adoptar las medidas que Cortés deseaba. Hermano de Motecuçoma y señor de Iztapalapan, Cui tlahuac podía convocar el consejo estatal o tlallocan , que inmediatamente destituyó a Motecuçoma y nom bró tla c a tec u b tli a Cuitlahuac, lo cual supuso un gra vísimo inconveniente para Cortés, ya que a partir de ese momento era perfectamente inútil que retuviese a Motecuçoma, como era perfectamente inútil la trans misión de la soberanía que anteriormente se había he cho y que, como vimos, fue jugada maestra de Cortés. Por otra parte, ciertamente, poco tiempo le quedó a Cortés para hacerse cargo de la situación, pues entró en Tenochtitlan el 24 de junio y el 25 se inició la guerra abierta y la rebelión total de todo el Anahuac, que comenzó en Tacuba, produciéndose el sitio del palacio de Axayacatl con contingentes humanos supe riores a todo cálculo. Durante la batalla se asomó Motecuçoma a la calle desde la azotea. Un gran silencio se hizo, dirigiendo la palabra a los suyos para que c e sasen la guerra. El joven Cuauhtemoc, de diez y ocho años y de sangre dinástica, pues era hijo de Ahuitzotl, que le escuchaba lleno de desprecio y altamente eno jado, le llamó m u jer d e los esp añ oles y le dirigió un flechazo, lloviendo inmediatamente piedras de las que, aun bajo la protección de las rodelas españolas, le alcanzaron tres, una de ellas en la cabeza, muñendio tres días después. Testificaba Cortés q u e fu e m uy llo ra d o com o si fu e r a n u estro p a d r e , y n o n os h em os d e m a ra v illa r d ello v ien d o q u e tan b u en o era. El 28 de junio de 1520 salieron a la calle con tres ingenios que, como carros de asalto, habían preparado los españoles para forzar la salida y abandonar T e nochtitlan. Habían escogido como vía de retirada la calzada de Tacuba (Tlacopan), que salía de la ciudad hacia el oeste, porque, aunque más estrecha, era más corta que las otras. Consistía su táctica en ir conquis tando uno a uno los puentes de la calzada, bajo el amparo de los ingenios de asalto. Aunque combatie93
ron toda la mañana, con el apoyo de tres mil tlaxcalte cas, no consiguieron avanzar prácticamente nada, tal era la masa de combatientes enemigos que se habían concentrado sitiando el centro ceremonial de Tenochtitlan donde estaban los españoles. Esto alentó a los mexicas, que se apoderaron del teocalli, vecino del palacio de Axayacatl, volviendo a colocar en él a Huitzilopochtli y Tezcatlipoca. Lo que resultaba más grave es que desde allí dominaban en altura el cuanel general español. Cortés se dio cuenta de la importan cia que tenía conquistar aquella posición, enviando a su paje Escobar con cien hombres para tomarla. Tres veces lo intentaron y otras tantas frieron rechazados bajo una verdadera catarata de piedras y flechas. Cor tés, que estaba herido del brazo izquierdo, se ató la rodela a este brazo y, poniéndose al frente de sus hombres, tomó la posición forzando a sus defensores a lanzarse a las azoteas vecinas. A qu í se m ostró C ortés m uy varón , com o siem p re lo fu e , dice Bernal Díaz. Bajó la moral de los mexicas con esta conquista y aprovechándolo inició la preparación de la retirada, para lo cual quemaban y destruían casas en cada sali da, de modo que se les quitaban parapetos a los in dios. Incansable, Cortés realizó varias salidas para ase gurarse el dominio sobre la calzada de Tacuba. Tenía ésta ocho cortes, sobre los cuales se pasaba por medio de puentes de madera. Depués de durísimos comba tes se apoderó de cuatro, llenando los fosos con mate riales de las casas destruidas. A la mañana siguiente, una multitud incalculable de guerreros había deshe cho cuanto anteriormente hicieron los españoles. Ello supuso volver a empezar la misma labor y lo hicieron con tal denuedo que diez españoles a caballo llegaron hasta tierra firme en Tacuba, mientras Cortés vigilaba las obras de relleno de los huecos de la calzada. Le avisaron que los indios solicitaban la paz y Cortés acu dió a ver cuál era la solicitud. La ofrecían a cambio de que liberase Cortés a dos sacerdotes que tenía prisio neros. Cortés accedió de buen grado, pero pronto se reanudó la guerra. Se trataba de la liberación de un sacerdote principal, Teotecuhtli, cuya autoridad reli94
giosa era fundamental para consagrar a Cuitlahuac. De nuevo tuvo que reconquistar los puentes de la calzada hasta llegar otra vez a tierra firme, pero la infantería no pudo defender lo ganado, teniendo la caballería que abrirse paso hasta el cuartel general. De nuevo dio Cortés muestras de su bravura, defendiendo él solo el último puente, saltando finalmente con su ca ballo sobre el corte último. La noche del treinta de junio se decidió hacer la salida definitiva, consiguiéndolo a pesar del feroz ata que llevado a cabo por multitud de indios desde ca noas, hasta hacerse fuertes en el teocalli de Tacuba. Al día siguiente comprobaron que faltaban unos seis cientos españoles; unos habían quedado en el cuartel general, otros en el intento de salir por la calzada, otros, en fin, tan cargados de impedimentos que prác ticamente no pudieron usar sus armas frente a la mu chedumbre de guerreros mexicas que los atacaban por todas partes. Los que quedaron fueron sacrificados a Huitzilopochtli. La retirada fue penosísima y bajo el permanente hostigamiento de los ejércitos mexicas. Cada vez se acumulaba más gente y se hacía más in sostenible la situación. El día 7 de julio divisaron la llanura de Apam, cerca de Otumba, materialmente cu bierta de guerreros mexicas. Cortés se dirigió a su maltrecha tropa, dándoles instrucciones tácticas y, so bre todo, el estímulo de la fe, recomendándoles enco mendarse a Dios e a S an ta M aría m uy d e co ra z ó n e in v o ca n d o e l n om bre d e l S eñ or S an tiago. Una intui ción genial de Cortés les salvó de aquello que hubiese podido ser el fin de los atrevidos españoles. Entre la multitud de guerreros mexicas, armados hasta los dientes, estaba un cacique que destacaba entre todos por sus vestiduras y portador de un brillante estandar te, rodeado de otros vistosos guerreros. Se trataba del cia u co a tl, o segundo magistrado del imperio tenochca, que enarbolaba el gran estandarte de guerra. Cor tés se dirigió hacia él como una flecha, rodeado de otros caballeros y, según cuenta Bernal Díaz, consi guió abatir el estandarte, atravesándole con su lanza el capitán Juan de Salamanca. Con su muerte cesó la
95
guerra. El rey concedería a Salamanca el penacho como armas de su casa. El 12 de julio entraban en tierras tlaxcaltecas y poco después llegaban a Tlaxcallan, donde eran recibidos con suma cordialidad. Mexixcatzin alojó a Cortés en su propia casa, mientras Xicotencatl daba la suya a su yerno Alvarado.
96
LA FUNDACION DE LA NUEVA ESPAÑA
La retira d a d e T en ochtitlan . P rep arativ os y o p era cio n es p r e v ia s .- La retirada de Tenochtitlan y la llega da a Tlaxcallan plantean a los españoles que se acogen a la alianza tlaxcalteca una serie de interrogantes. Ante todo, ¿qué ha pasado con la guarnición de Veracruz? Fue enviado un mensajero que regresó con la noticia de que todos estaban perfectamente bien y los indios vecinos, en paz. Inmediatamente, los descontentos y enemigos de Cortés iniciaron las murmuraciones, con preocupada insistencia, sobre cuál iba a ser su futuro, cuál sería la intención y voluntad de Hernán Cortés, el deseo de muchos de abandonar la loca empresa y no volverse a exponer a otro descalabro que acabaría con sus vidas. López de Gómara da cuenta de esta preocu pación de la compañía: E stam os d esca la b ra d o s, ten e m os los cu erp os llen o s d e h erid as, p o d rid o s con llagas, sin san g re, sin fu e r z a , sin vestidos; vém on os en tierra a jen a , p ob res, fla c o s , en ferm os, c e r c a d o s d e en em i gos. H arto loco s sa n d io s seriam os si n os d ejásem os m eter e n otro s em eja n te p elig ro co m o e l p a sa d o . Esti man seriamente que Cortés hace mal en fiarse de los tlaxcaltecas. En consecuencia, hicieron un requeri miento a Cortés para que, sin excusa ni dilación, salie sen de Tlaxcallan antes de que los enemigos cortasen los caminos y los puertos dejándolos aislados No dejó de impresionar a Cortés este requerimiento, pues una elemental prudencia aconsejaba no fiarse mucho de las intenciones de los indios, después de la experien cia habida en Tenochtitlan; las condiciones sanitarias de Tlaxcallan eran mínimas, faltaban medicinas, mate97
rial sanitario y hasta médico — pues no llegaría hasta después de la conquista de Tenochtitlan Pedro Ló pez— ; el mismo Cortés perdió el uso de dos dedos de la mano izquierda. En estas condiciones resurge en Cortés todo el sen tido del honor español, respondiendo al requerimien to que le hicieron los soldados con una admirable plá tica castrense, en la que estimuló ese sentido: ¿Hay a lg u n o d e n osotros q u e n o tu v iese p o r a fr e n ta si le d ijesen q u e huyó? P ues cu an to s m ás som os m ay or v erg ü en za seria. M aravillóm e d e la g ra n d ez a d e vu estro in v en cib le co ra z ó n en b a ta lla r, q u e soléis ser co d iciosos d e g u erra cu a n d o n o la ten éis y bu lliciosos ten ién d o la ; y a h o ra q u e se os o fr e c e ta l y tan ju sta y tan lo a b le, la reh u sáis y tem éis; co sa m uy a je n a d e esp añ oles y m uy fu e r a d e vu estra con d ición . N unca h asta a q u í se vio en estas In d ia s y N uevo M undo, q u e esp añ oles a trá s un p ie torn asen p o r m iedo, n i au n p o r h am b re n i h erid a s q u e tu viesen. Afirma su volun tad de continuar la campaña, esta vez son de guerra contra Tenochtitlan, sentenciando: No v en cen los m u chos, sin o los v alien tes. Para levantar la moral de la tropa organizó la campaña de Tepeaca, en el verano de 1520, con auxilio de dos mil tlaxcaltecas, que con cluyó con la rendición de la región y la expulsión de los guerreros mexicas que en ella estaban acuartela dos. Políticamente, esta campaña tuvo una triple im portancia: en primer lugar, porque en Tepeaca se con figuró la plataforma estratégica para la campaña; en segundo término, porque en ella se fundó la villa de Segura de la Frontera, en un lugar que dominaba los dos caminos que venían de la costa, uno por Xicochimalco y otro por Ahuilitzapan, así como los caminos para Tenochtitlan, uno entre los dos volcanes y el otro por Río Frío. Por último, en tercer término, porque después de la campaña de Tepeaca cambió totalmente la actitud de Cortés, afirmando tajantemente la justifi cación de la conquista y, en consecuencia, la conver sión de los prisioneros de guerra en esclavos. Así lo ratifica en su tercera C arta d e rela ció n , cuando dio cuenta al rey de lo que dijo a sus soldados: Q ue y a 98
sa b ía n có m o ello s y y o, p o r serv ir a v u estra s a c r a m a jesta d , h a b ía m o s p o b la d o en esta tierra y q u e y a s a b ía n có m o tod os los n a tu ra les d e e lla s e h a b ía n d a d o p o r v asallos d e V.M. y co m o ta les h a b ía n p ersev era d o p o r alg ú n tiem p o re c ib ie n d o b u en a s o b ra s d e n oso tros, y n osostros d ellos; y có m o sin ca u sa n in g u n a to d os los n a tu ra les d e C u ltía q u e son los d e la g ran c iu d a d d e T em ixtitan y los d e tod q s la s otras p ro v in c ia s a e lla s su jetas, n o so la m en te se h a b ía n r e b e la d o co n tra V.M., m ás a ú n n os h a b ía n m u erto m u cho h om bres d eu d os, y am ig os nuestros, y n os h a b ía n e c h a d o fu e r a d e to d a su tierra ; y q u e s e a c o rd a sen d e cu an to s p elig ro s y tra b a jos h ab íam o s p a sa d o , y viesen cu á n to co n v en ía a l serv icio d e D ios y d e vu estra c a tó lic a m a jesta d to m a r a c o b r a r lo p erd id o , p u es p a r a ello ten íam os d e n u estra p a r te justas causas y razones; lo u no, p o r p e le a r en au m en to d e n u estra f e y co n tra g en te b á r b a ra ; y lo otro, p o r serv ir a v u estra m ajes ta d ; y lo otro p o r seg u rid a d d e n u estras v id as; y lo otro, p o r q u e en n u estra a y u d a ten íam os m uchos d e los n a tu ra les n u estros am igos, q u e era n ca u sa p o tísi m a p a r a a n im a r n u estros co razon es. Estas palabras de Cortés, que suponen la justificación de su conquis ta, siguen el enunciado de la ley segunda, del título veintitrés de la partida II, la cual enumera entre las causas justas de guerra: la p rim era p o r a c r e s c e n ta r los p u eb lo s su f e et p a r a d estru ir los q u e le qu isiesen co n trallar; la seg u n d a p o r su señ or, q u e rié n d o le serv ir et h on rar et g u a rd a r lea lm en te; la te r c er a p a r a a m p a ra r a s í m esm os, et a c r e s c e n ta r et h o n ra r la tierra o n d e son. Otros escritos de Cortés insisten en que dejar la tierra sería vergonzoso y a todos muy peligro so y a S.M. h aríam os m uy g ran traición . La creación de una frontera con los territorios mexicas tiene como punto capital la fundación de la villa de Segura de Frontera, donde está fechada la segunda C arta d e R elación y, como inevitables acciones coor dinadas, por una parte las hostilidades contra los pues tos avanzados mexicas — Cuauhquechollan, Ocuitu e Itzocan— que se emprendieron tanto a iniciativa de los indígenas de estas localidades como del propio 99
Cortés; por otra parte, la puerta de Veracruz, por don de llegaban constantemente refuerzos, como Pedro Barba, que llegó con dos caballos y trece soldados, así como una serie de barcos, enviados por Velázquez o por Garay desde Jamaica en socorro de Narváez. Des de Jamaica, por ejemplo, llegaron tres barcos con un total de ciento cincuenta hombres, caballos, ballestas y provisiones. En la segunda C arta d e R elación , Cor tés propone al rey que el país que ha conquistado se llame N ueva E spañ a d e l M ar O céan o, p o r lo q u e y o h e visto y co m p ren d id o c e r d a d e la sim ilitu d q u e tod a esta tierra tien e a E spañ a, a s i en la fe r tilid a d com o en la g ra n d ez a y fr ío s q u e en e lla h a ce, y en otras m u ch as cosas q u e la eq u ip a ra a ella. Otros dos procuradores fueron enviados a España, portando la segunda C arta d e R elación , Diego de Ordás y Alonso de Mendoza; envió a Jamaica un barco para comprar caballos; otros procuradores fueron a Santo Domingo para hacer valer sus derechos y, por último, comenzó a preparar una armada de berganti nes para que actuasen en la laguna, con objeto de re ducir el aprovisionamiento de Tenochtitlan dominan do las riberas. El carpintero Martín López y sus ayudantes llevaron a cabo la construcción de dichos bergantines en la ciudad de Tlaxcallan, siendo des pués transportados por piezas hasta la laguna, donde fueron botados el 28 de abril de 1521 los catorce fla mantes barcos. Recibió informes Cortés de una capi tán mexica que fue preso en Huacachola de cómo los tenochcas se aprestaban a la defensa. El 7 de septiem bre de 1520 había sido elegido tla ca tecu h tli Cuitlahuac, señor de Iztapalapan, siendo designado Cuauhtemoc sumo sacerdote. Como ha demostrado el doctor Francisco Guerra en el estudio de la logística sanitaria en la conquista de México, la diseminación de la viruela en México se inició el 30 de mayo de 1520 en Cempoala, al día siguiente de haber apresado I Iernán Cortés a Panfilo de Narváez. Gonzalo de Sandoval dio con el aposento de los porteadores negros de Narváez, donde uno de ellos, llamado al parecer Francisco de Eguía, tenía viruela. De él se contagiaron
100
los cempoaleses, después los tlaxcaltecas, llegando la epidemia hasta Tenochtitlan. Cortés es el primero que menciona esta epidemia en su tercera C arta d e R ela ción , pero quien más extensamente la trató fue Torquemada en su M on arch ia In d ia n a . La entrada en Te nochtitlan de un indio con viruela en septiembre de 1520, antes de que comenzase el sitio, hizo que pren diera la enfermedad, que comenzó en la provincia de Chalco y duró sesenta días. Una de las víctimas fue Cuitlahuac, quien sólo pudo gobernar cuarenta días. Fue elegido entonces el joven Cuauhtemoc, m an ceb o d e h asta v ein te y c in c o añ os, b ien g en til h om bre p a r a s e r in d io, y m uy esforzad o, y s e h izo tem er d e ta l m an era q u e todos los su yos tem b la b a n d él, y e r a c a sa d o con u n a h ija d e M otecu çom a, b ien h erm osa m u j e r p a r a se r in d ia , dice Bernal Díaz del Castillo. Este será el antagonista de Hernán Cortés, quien por el mismo mes de diciembre en que era elegido Cuauhte moc tla ca tecu h tli de Tenochtitlan, hacía alarde de sus tropas para iniciar la campaña contra la ciudad. Conta ba con cuarenta de a caballo, quinientos cincuenta de a pie y ocho o nueve cañones pequeños. También, en esta oportunidad, disponía de poderoso ejército tlaxcalteca, adiestrado por los propios españoles y con una elevada moral de victoria contra los tenochca. El 26 de diciembre hizo Cortés alarde de sus fuer zas. Las organizó en cuatro escuadras de caballería, con diez caballos cada una y nueve cuadrillas de peo nes a sesenta cada una. Nombró capitanes y oficiales y les habló haciendo ante todo una primera mención a los aliados indígenas por cuya suerte tenían que in teresarse los españoles (p o rq u e s i n o v en ciésem os, ellos q u ed a b a n p erd id o s y escla v o s); inmediatamente se refiere a los españoles (lo s m ism os sois q u e siem p re fu isteis; y q u e sien d o y o vu estro ca p itá n , h a b éis v en c id o m u ch as b atalla s, p e le a n d o co n c ie n to y co n d os cien tos m il en em igos, g a n a n d o p o r fu e r z a m u ch as y fu e r te s c iu d a d e s ) y a los enemigos (n i son m ás n i m ejores q u e h asta aq u í, a u n q u e tien en otro señ o r y c a p itá n ) y una afirmación fundamental: H em os d e se r señ o res d e a q u e lla g ran c iu d a d d e T en ochtitlan . Ar-
101
gumenta, por último, los objetivos: predicar la fe de Cristo, a u n q u e ju n ta m en te con ello n os sig u e h on ra V p rov ech o, q u e p o c a s v eces c a b en en un saco, para terminar con un brillante llamamiento: Q ue, p u es v a m os y a, sirv am os a Dios, h on rem os n u estra n ación , en g ran d ez ca m o s n u estro rey y en riq u ez cá m o n o s n o sotros; q u e p a r a tod o es la em p resa dp M éxico. M aña n a, D ios m ed ian te, com en zarem os. El entusiasmo producido por esta arenga fue indescriptible. Pero Cortés hizo pregonar las ordenanzas de guerra relati vas a la buena gobernación y orden del ejército: que nadie blasfemase el santo nombre de Dios, que no riñese ningún español con otro, que no se jugasen armas ni caballos, que no forzasen mujeres, que nadie tomase ropa, ni cautivase indios, ni hiciese correrías sin licencia suya y acuerdo del cabildo, que no injuria sen a los indios amigos. Al día siguiente, llamó Cortés a todos los capitanes y señores principales de Tlaxcalian, rogándoles que se mantuviesen ciertos y constan tes en la amistad y el concierto que entre ellos y los españoles se habían hecho, dando a los constructores de bergantines toda la ayuda que solicitasen y prome tiéndoles q u ita r d e sob re vu estras cerv ices e l yu go d e serv id u m bre q u e vos tien en p u esto los d e C ulúa y que el rey de España les otorgase m u chas y m uy crecid a s m erced es. El día 28 de diciembre partió de Tlaxcallan; durante dos días fueron limpiando el camino que ha bía sido cubierto de obstáculos por los mexicas. Pasa do el puerto, se descubrió la laguna de México y sus grandes ciudades pobladas en el agua. Y d esq u e la vim os d im os m u chas g ra c ia s a D ios q u e n os ¡a torn ó a d e ja r ver. E n ton ces nos a co rd a m o s d e n u estro d es b a r a te p a sa d o , d e cu a n d o nos ech a ro n d e M éxico, y p rom etim os, si D ios fu e s e serv id o, d e ten er otra m a n era en la g u erra d esq u e la c e r c á s e m o s , dice Bernal Díaz del Castillo. El plan, en efecto, de Cortés consistía en producir el cerco de Tenochtitlan, después de haber ido to mando uno a uno los pueblos y núcleos estratégicos del Anahuac, del mismo modo que, en la campaña de reconquista se hizo por Fernando el Católico con la
102
vega de Granada. La primera conquista tenía que ser Tetzcoco para contar con una base naval. Fue ocupada sin lucha, por estar completamente desierta, el día 30 de diciembre. Mientras tanto, Gonzalo de Sandoval sometió a Chalco, punto clave por estar situado en la encrucijada entre Teztcoco y Tlaxcallan. Los tres pun tos formaron el triángulo o cuña de ataque contra Iztapalapan. Una serie sistemática de campañas fueron es trechando el cerco sobre Tenochtitlan, Huaxtepec, Hiutepec, Yautepec, Cuauhnauac (que los españoles llamaron Cuernavaca), Xochimilco — donde estuvo a punto de ser hecho prisionero Hernán Cortés; al tro pezar su caballo y ser lanzado al suelo fue rodeado de una turba de guerreros mexicas que deseaban ganar nombre apresándolo vivo para sacrificarlo a Huitzilopochtli; pero un grupo de sus soldados veteranos se lanzó a socorrerlo luchando ferozmente, hasta liberar lo, aunque herido en la cabeza— , Coyoacan, Tlacopan fueron los principales escenarios de unas perma nentes escaramuzas que duraron diez y siete días. Su consecuencia fue producir la salida de todas ellas de la alianza con los tenochca. La batalla de Xochimilco fue la más encarnizada de esta campaña preliminar. Después de conquistar la ciudad, subieron hasta lo alto del teocalli y desde allí pudieron contemplar to das las ciudades de los alrededores de la laguna y la imponente blancura de Tenochtitlan, brillando bajo el sol. Desde Xochimilco avanzaron hacia el norte, hasta Coyoacan y Tlacopan, donde llovía de modo torren cial; marcharon por profundos barrizales hasta Azcapotzalco, también desierta y evacuada, dando por fin la vuelta a la laguna, hasta llegar a Tetzcoco. Aquí tuvo lugar una conspiración compuesta en su casi totalidad por hombres de Narváez y dirigida por Antonio Villafañe, cuyo objetivo era asesinar a Cortés mientras c e naba con sus capitanes; tenían ya elegido nuevo capi tán general y dispuestos los nombramientos de nuevos oficiales. Pero un soldado los delató, Villafañe fue apresado con todos los conspiradores y, tras un breve proceso, ahorcado desde su propia ventana. Los otros fueron perdonados suponiendo que era suficien103
te escarmiento la ejecución del cabecilla. Había llega do un barco de España que traía varios soldados que llegaban atraídos por la creciente fama de Cortés. Una de las más importantes noticias que traían era la de que el obispo Rodríguez de Fonseca había perdido el favor real y que el rey, deslumbrado por las hazañas de Cortés, se inclinaba abiertamente hacia éste. Tam bién la Iglesia enviaba un franciscano portador de bu las que ofrecían la absolución de todos los pecados cometidos por los soldados durante la lucha. En estas condiciones y tras la campaña preparatoria, Cortés de cidió emprender la campaña final contra Tenochtitlan. C erco y c a íd a d e Tenocbtitlan. El f i n a l d e la resis te n c ia m ex ica .—Después de la misa dominical, el 28 de abril de 1521 fueron lanzados los bergantines al agua en Tetzcoco, a través de una zanja de más de dos kilómetros y tres metros de ancha y honda para igualar con el peso del agua de la laguna, toda ella chapada de estacas. Obra de ingeniería que tardó en hacerse cincuenta días, interviniendo cuatrocientos mil hom bres, a razón de ocho mil cada día. El alarde de tropas demostró que su ejército aumentaba, siendo entonces ya ochenta y seis de a caballo y más de setecientos de a pie, de los cuales ciento diez y ocho eran ballesteros y escopeteros y los demás piqueros, rodeleros y ala barderos. Tres cañones gruesos de hierro colado y quince pequeños de bronce, con los cuales se armó cada uno de los bergantines, pasando los otros al ejér cito. Cortés hizo a tres capitanes maestres de campo, repartiendo entre ellos todas las fuerzas: Pedro de Alvarado — treinta de a caballo, ciento setenta de infan tería, dos tiros de artillería y más de treinta mil indios, con los cuales debía poner plaza fija en Tlacopan— : Cristóbal de Olid — treinta y tres de a caballo, ciento ochenta peones, dos cañones y cerca de treinta mil indios, tomando como eje de ataque Coyoacan— ; Gonzalo de Sandoval — veintitrés caballos, ciento se senta peones, dos cañones y más de cuarenta mil in dios, debía destruir Iztapalapan y, luego, tomar asien104
to donde mejor le pareciese para establecer el campamento— . Los bergantines, bajo el mando direc to de Cortés, disponían cada uno de un cañón, seis escopetas o ballestas y veintitrés españoles. La calzada de Tepeyac quedaba sin cubrir, quizá con la secreta esperanza de que abandonasen por ella la ciudad los mexicas al verse acosados por las otras y la laguna. Se equivocó Cortés porque los tenochcas estaban dis puestos a resistir hasta el último aliento. El defensor, Cuauhtemoc, fue digno rival que estuvo dispuesto a morir antes que entregar la ciudad sagrada de sus ma yores. Así lo comprendió Cortés, que en su tercera C arta d e R elación al rey Carlos I no puede ser más explícito: V iendo q u e estos d e la c iu d a d estab a n re b eld es y m ostraban ta n ta d eterm in a ció n d e m orir o d efen d erse, c o le g í d e ello d o s cosas: la una, q u e h a b íam os d e h a b e r p o c a s o n in g u n a d e la riq u ez a q u e nos h a b ía n to m a d o; y la otra, q u e d a b a n ocasión y n os fo r z a b a n a q u e totalm en te los destruyésem os. Cortés era más partidario de la negociación que de la maniobra y prefería ésta al choque, pues en su perso nalidad brillaba mucho más la del político que la del estratega. Sentía por la ciudad de Tenochtitlan tan ta a tra cc ió n co m o fé r v id a a d m ira c ió n y, en consecuen cia, la idea de una guerra larga y encarnizada, destruc tora, no le era atractiva, aunque cuando comprendió que el enemigo estaba dispuesto a defenderse hasta la muerte, no dudó en practicar una guerra total. La pri mera victoria importante fue ganada en la laguna. Más de quinientas canoas cargadas de guerreros se lanza ron contra los bergantines que permanecían juntos para resistir mejor la acometida, hasta que comenzó un fuerte viento terral de popa y Cortés, alabando a Dios, ordenó que arremetiesen juntos y a la vez y no cesasen hasta reducir a los enemigos en el interior de Tenochtitlan. La victoria fue absoluta, persiguiendo las canoas hasta acorralarlas en la ciudad y haciendo muchos prisioneros de calidad. López de Gomara ase gura que en esta victoria estuvo la clave de la guerra, porque los españoles quedaron dueños de la laguna y los mexicas amedrentados. Alvarado y Olid aprove105
charon la oportunidad para acometer por sus respecti vas calzadas. Cortés, por su parte, ganó el peñón don de confluían las dos calzadas y estaba la puerta de entrada a Tenochtitlan, llamado Xoloc. Desde allí se efectuó la primera penetración en Tenochtitlan, advir tiéndose ya claramente hasta qué punto alcanzaba la determinación de los tenochcas, que lucharon con to tal desprecio de la muerte, con la valentía de hombres que tenían la guerra como profesión. Defendieron la ciudad casa por casa, canal por canal, puente por puente, reconstruyendo las defensas que los españo les destruían, levantando empalizadas de estacas para que los bergantines no pudiesen apoyar la acción ofensiva de los españoles. En el transcurso del asalto se sucedieron situaciones de considerable compromi so para los españoles e incluso desastres, como el del día 30 de junio de 1521, con motivo de un asalto y posterior retirada, al incumplirse una orden de Cortés sobre el relleno de los puentes de las calzadas. Cortés estaba muy irritado a causa de este revés, motivado por impetuosidad y exceso de confianza de los solda dos. En esta oportunidad estuvo también a punto de ser hecho prisionero Cortés, que sufrió una grave he rida en la pierna y fue arrojado de su caballo y arras trado por un jefe mexica. Afortunadamente, Olea, el mismo veterano que le había salvado la vida en Xochimilco, le cortó de un tajo el brazo al mexica y rescató al capitán, aunque murió acuchillado por una multitud de indios. Muchos españoles fueron hechos prisione ros y sacrificados en el gran teocalli. El 13 de agosto lanzó Cortés el último ataque de aquel sitio que había durado tres meses y medio de continuo guerrear. Co menzó Cortés la ofensiva utilizando la misma táctica de emboscadas de los mexicas. Después de una sema na de dura lucha logró conquistar Tlatelolco, juntán dose con las fuerzas de Alvarado, que atacó por la cal zada de Tlacopan. Había sido preciso destruir casas enteras, con cuyos restos se cubrían los huecos de las calzadas. Siete octavos de la ciudad estaban en manos de los españoles y, como dice Bernal Díaz, n o p o d ía m os c a m in a r sin p isa r las c a b e z a s y los ca d á v eres d e 106
los in d ios m uertos. Una ofensiva final contra la peque ña pane de la ciudad que aún les quedaba a los indios terminó con la resistencia, viéndose obligado Cuauhtemoc y muchos indios a huir en canoas e incluso a nado. García Holguín, que era capitán de uno de los bergantines, dio con una canoa de veinte remeros muy cargada de gente y apresó a Cuauhtemoc, lleván dolo a donde estaba Cortés. Este le recibió con los máximos honores correspondientes a su categoría y dándole muestras de gran amistad. El fiero Cuauhte moc quitó a Cortés el puñal que llevaba en el ciño, diciéndole: Ya y o h e h ech o todo m i p o d e r p a r a d e fe n d e r a m i y a los mios... y p u e s vos p o d é is a g o r a h a c e r d e m í lo q u e qu isiéredes, m atad m e, q u e es lo m ejor. Cortés lo consoló y le dio muy buenas palabras y es peranzas de vida y señorío. Le subió a una azotea, ro gándole mandase a los suyos que se rindiesen. Así lo hizo y le obedecieron, dejando las armas en cuanto le vieron. A la mañana siguiente comenzó la ardua tarea de limpiar la ciudad. Noche y día ardían hogueras donde se quemaban los muertos. Los aliados indígenas de Cortés se retiraron después de desfilar e intercambiar se regalos. Después desfilaron los soldados de Hernán Cortés encabezados por el padre Olmedo, con una imagen de la Virgen y los pendones que habían on deado en tantas batallas sangrientas. Preocupaba dón de podría estar el tesoro encontrado en el palacio de Axayacatl y perdido durante la retirada desastrosa de hacía un año. Fueron interrogados Cuauhtemoc y mu chos señores principales, quienes respondieron que había sido llevado a las poblaciones ribereñas y a los territorios de los alrededores. Comenzaron las mur muraciones contra Cortés, apareciendo incluso pinta das en las paredes de su cuartel general con deshon rosas acusaciones. El interrogatorio a Cuauhtemoc se hizo con el máximo formalismo jurídico, reunidos es pañoles y miembros de la nobleza mexica y en pre sencia de Julián de Alderete, tesorero real, que había llegado a México y se había incorporado durante el asedio de Tenochtitlan. La primera pregunta inquiría 107
qué había ocurrido con el tesoro perdido durante la retirada de la ciudad hacía una año. Inmediatamente depositaron los mexicas gran cantidad de oro y joyas en el centro de la azotea donde se efectuaba el inte rrogatorio. Aunque mucho, era menos de lo que había quedado. Cortés pidió que se trajese lo que faltaba, pero no se consiguió nada más. La asamblea terminó con el estudio de los métodos para cobrar tributo a las provincias para sostener los gastos. Cortés anunció su decisión de dividir la comarca de Tenochtitlan en dos parcialidades, dejando el mando de la mayor a Cuauhtemoc y la otra — Tlatelolco— a un importante perso naje llamado Ahuelitoctzin. Obtenido el consentimiento de sus compañeros, Cortés separó las más preciadas joyas y objetos con valor artístico relevante para que se enviasen como regalo al rey y ordenó fundir el resto, que dio un valor de ciento treinta mil castellanos, el quinto de lo cual se entregó a Alderete, otro quinto fue para Cortés, re sultando para la tropa ochenta pesos para los jinetes y sesenta para los peones. Resultado tan escaso para los tremendos peligros que se habían tenido que afrontar produjo un considerable disgusto entre los soldados, pues los altos precios alcanzados por las mercancías de consumo producía para ellos un considerable en deudamiento; el tesorero real, apoyado por velazquistas, señalaba la existencia de un posible acuerdo entre Cortés y Cuauhtemoc ocultando el oro que faltaba, lo que explicaría la debilidad de Cortés con el vencido tlacatecuhtli. Es entonces cuando se produjeron pinta das en las paredes, aparentemente sugeridas por Alde rete, y co m o Cortés e ra alg o p oeta, respon día tam bién p o r b u en a s con son an tes y m uy a propósito, nos cuen ta Bernal Díaz del Castillo. En una oportunidad escri bió en el muro: P a r e d b la n ca , p a p e l d e n ecios y, al día siguiente, apareció: y d e sab ios y v erd a d es e su M ajestad lo s a b r á d e presto. La campaña condujo a un punto en el que ya Cortés no tuvo más remedio que acceder a que se diese tormento a Cuauhtemoc para que no se afirmase la calumnia de un acuerdo con él. 108
El reco n o cim ien to d e l Rey. H ern án Cortés, ca p itán g e n e r a l y g o b e r n a d o r d e la N ueva España. - Al mar gen de estas mezquindades, si se las compara con la grandeza de la empresa que había concluido, Hernán Cortés se dispuso a establecer el gobierno en el ex tenso país que había conquistado. Para ello, lo prime ro que hizo fue planificar un programa de exploración e integración del territorio, no sólo como paso previo e imprescindible para proceder al ordenamiento terri torial, sino también para tener ocupados a los solda dos, de modo que no entrasen en la molicie y, con ello, en el campo de las intrigas políticas. Ello sería paso previo para proceder, en un segundo momento, al diseño de un Estado, para lo cual, sin embargo, era preciso conseguir el reconocimiento por parte del rey, en pugna con la burocracia fonsequista, de los méritos que Hernán Cortés tuvo en la cristalización de la integración y fundación de un nuevo reino español en América. Lo que se ha llamado expan sión rad ial, ofrece un radio corto para calibrar la gran visión ordenadora de Hernán Cortés respecto al territorio. En éste existe — por imperativo no sólo geográfico, sino también político y económico— un centro natural que es México-Tenochtitlan. La innovación cortesiana respecto a él es que no fue solamente continental, sino que des pués de la conquista tenía que concebirse como un eje doble, continental, desde luego, pero también concordando con la línea del Caribe, que le vinculaba con el Atlántico transversal, conexión con España y — a partir del la genial concepción de Hernán Cortés y su empeño explorador en dicha dirección— con el mar del Sur, Pacífico, y lo que se llamará S en o d e Cortés, o golfo de California. Su significado estratégi co radicaba específicamente en la conjunción y equili brio de producción-consumo, dada su importante po blación y su conservación en primer lugar del mundo donde se ensayó un núcleo central como base para un ordenamiento territorial sin solución de continuidad entre dos Océanos. Esta intención de Cortés la vemos explícitamente indicada por López de Gomara cuando 109
afirma (capítulo CLX1II): Quiso Cortés r e e d ific a r a M éxico, no tatito p o r el sitio y m ajestad d e l p u eb lo cu an to p o r e l h om bre y fa m a , y p o r h a c e r lo q u e d es hizo; y a s í tra b a jó q u e fu e s e m ay or y m ejor y m ás p ob lad o . N om bró a lca ld es, regidores, alm otacen es, p ro c u ra d o r, escriban os, a lg u a ciles y los d em á s oficios q u e h a m en ester un con cejo. T razó e l lugar, repartió los solares en tre los conqu istadores, h a b ie n d o s e ñ a la d o su elo p a r a iglesias, plazas, a ta r a z a n a s y otros e d i fic io s p ú b licos y com unes. M andó q u e e l b arrio d e esp añ oles fu e s e a p a r ta d o d el b arrio d e los indios y a si los a t a ja e l agu a. Una de las grandes novedades fue que la edificación de la nueva ciudad-centro territorial no fue lacustre: No a b riero n las ca lles d e ag u a, com o a n tes eran , sin o ed ific a ro n en e l su elo seco ; y en esto n o es M éxico e l q u e solia, y a ú n la lag u n a va d e c r e c ie n d o d e l a ñ o 2 4 a c á , y alg u n a s v eces h ay hedor; p e r o en lo d em á s san ísim a v iv ien d a es, tem p lad a p o r las sierras q u e tien e a lr e d e d o r y a b a s te c id a p o r la fe r tilid a d d e la tierra y c o m o d id a d d e la lagu n a. En cuanto a la población, es explícito López de Gomara: C orrió la f a m a d e Cortés y g r a n d e z a d e M éxico, y en p o c o tiem po h u bo tantos in dios co m o d ich o habernos, y tantos esp añ oles q u e p u d iero n con qu istar cu atro cien tas y m ás leguas d e tierra y cu an ta s p rov in cias nom bram os. La relación exterior de México-Tenochtitlan sigue dos ejes perfectamente delineados por Hernán Cortés: uno, marítimo, Veracruz-México-Acapulco, uniendo, en consecuencia, el Atlántico con el Pacífico, que fue el que marcó el doble camino de la relación exterior de Nueva España: el camino de Castilla y, posterior mente, el camino de China, a través de lo que fue la ruta del galeón de Acapulco-Manila. El segundo eje es el norte-sur, y supone la unión de la frontera de ex pansión hacia el norte, abierta a dicha expansión hasta muy entrado el siglo XVIII, y la frontera de expansión hacia el sur, que alcanzó el istmo de Tehuantepec. Entre Veracruz y México, un camino de cuatrocientos kilómetros de largo, pasa por Puebla-, éste había sido el camino desde la costa, hasta la altura del emplaza-
110
miento urbano; ahora será el camino de los comer ciantes, los feriantes y los viajeros; paralelo a él, otro camino, el de las Ventas, que había sido fundamental mente propiciado por Hernán Cortés para el transpor te de mercancías, era el camino de los arrieros que, desde el inicio ofrecieron problemas importantes, vin culados al abastecimiento de la ciudad que crecía de modo ininterrumpido. Veracruz, apoyado en Pyebla y en Jalapa, es el puerto de México que, a su vez, es el verdadero puerto del Atlántico. El emplazamiento de Tenochtitlan depende, sin duda, de la voluntad indí gena. Se trata de una ciudad lacustre de meseta rodea da de volcanes, que fueron la causa principal de la fabulosa riqueza de la tierra, aunque contribuyeron al permanente clima de inseguridad que gravita sobre la ciudad y que tan poderosamente contribuyó al mante nimiento del poder político por la inseguridad y el miedo producido ante los zarpazos de la naturaleza. Los pobladores españoles medían la escala de los temblores por unidades particulares: cred o , p a t e r noster, a v e m a ñ a . La permanencia del emplazamiento dependió, exclusivamente, de la voluntad de Hernán Cortés. En su tiempo llegó a albergar una población que, al menos, fue de setenta y cinco mil habitantes, con un crecimiento constante de población hispánica. Su gran originalidad — en lo que, con tanto acierto, insistió Cortés— radicó en ofrecer la demanda de una gran población. Como puede apreciarse desde la constitución del primer cabildo, fue una ciudad em i nentemente rural, pero inmediatamente apareció el México manufacturero. Las primeras tentativas, entre 1523 y 1540, se centraron en la industria de la seda, que en la década de los años treinta ofrece una es pléndida realidad en la producción de seda bruta que, a mediados del siglo, en la Mixteca, era verdadera prosperidad; pero sobre todo México fue la ciudad del comercio, los negocios y el dinero, términos que de ben conectarse con los de ciudad política. Porque ser capital política implicó la existencia de una sólida e importante red financiera, apoyo indispensable para el comercio y los negocios. A su vez, tal condición
111
debe vincularse a las masas geo-productoras, que constituyen las fuentes regionales sustentadoras del centro político-económico-poblacional. Estas fu e n te s regionales fueron integradas por Her nán Cortés en virtud de su política de expansión: el sur y el este, agrícola y portuario (Pánuco, Tehuantepee, Oaxaca, Guatemala, Honduras); la costa del Pací fico, gran empeño cortesiano, generador de una polí tica descubridora de alta importancia, como veremos. Resta el norte minero, más tardíamente integrado. La importancia de estas masas regionales no ofrecen rela ción proporcional ni con la población ni con la super ficie realmente integrada. El sur es el espacio de las grandes densidades, pero las estructuras indígenas apenas si se modifican, no porque el poblamiento fue se débil — que sin duda lo fue— , sino porque está respondiendo al esquema del proyecto político corte siano de convivencia del México indígena con el espa ñol. Este sur se encuentra situado entre México y el istmo de Tehuantepec-Coatzacoalcos y corresponde a la zona húmeda de la Nueva España, componiéndose de Tlaxcallan, Cuernavaca, Mixteca, Oaxaca-Antequera, Michoacan. Este sur no llegó a alcanzar un papel importante en la economía atlántica, aunque lo tuvo y muy grande en la economía continental propiamente novohispana. Como receptor de los antiguos territo rios de la confederación mexicana, Hernán Cortés, a finales de 1521, había extendido el dominio sobre más de trescientos mil kilómetros cuadrados; la ex pansión hacia el sur supuso la incorporación de otros doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados. A principios de 1523 la soberanía española en Nueva Es paña parecía lo suficientemente firme como para ser vir como base de operaciones de conquista que Her nán Cortés orientó hacia el mar del Sur y sus continuadores hacia el árido norte de gran riqueza mi nera. En las costas septentrionales del golfo de Méxi co, entre el río Tuxpan y el Pánuco, ios huastecas, eran los representantes más septentrionales de las al tas culturas indígenas. La conquista fue difícil, llevada a cabo personalmente por Hernán Cortés, en compe-
112
tencia jurídica con el adelantado Francisco de Garay, al cual consiguió anticiparse. Supuso el largo recorri do de tres mil kilómetros de la costa del golfo mexica no. A partir de 1522 se inició el lanzamiento de expe diciones hacia el istmo de Tehuantepec: Alvarado, Olid y el propio Hernán Cortés a las Hibueras. Cortés tenía clarísima idea sobre la necesidad de desarrollar la riqueza natural de la tierra, para lo cual era necesa rio hacer concesiones de tierras a los trabajadores — lo cual fue el primer acto de los municipios que se iban creando— y proporcionar una solución al pro blema general de la mano de obra. En la tercera C arta d e R elación (15 de mayo de 1522) expresaba Cortés al rey Carlos I su opinión de que los indios novohispanos eran de mucha más capa cidad que los de las islas, por lo que le parecía cosa grave obligarlos a que sirviesen a los españoles del mismo modo que hacían los españoles de las islas con los indios naturales de ellas-, pero también que, cesan do esto, los conquistadores y pobladores de estas par tes no se podían sustentar; en consecuencia solicitaba que el rey, de las rentas que le correspondían de la Nueva España, mandase proveer que los pobladores fuesen socorridos para su gasto y sustentación. Ello supone un reconocimiento a los servicios dados por los conquistadores — nada menos que el dominio de las extensas regiones y la tributación correspondiente como transferencia de la población indígena del po der indígena al poder español— , que no podía limi tarse a las exiguas resultas del reparto de las ganancias obtenidas en la conquista. Sin embargo, reconociendo Cortés las enormes dificultades financieras que, por distintos motivos, soportaba la Corona,/heme c a s i f o r z a d o d ep osita r los señ ores y n atu rales d estas p a r te s a los españ oles, co n sid era n d o e n ellos las p e rso n a s y los servicios q u e e n estas p a r te s a V.M. h an hecho, p a r a q u e en tan to q u e otra co sa m a n d e p rov eer, o co n fir m a r esto, los d ich os señ o res y n a tu ra les sirv an y d en a c a d a esp a ñ o l a q u ien estu v ieren d ep osita d os lo q u e h u b iesen m en ester p a r a su su sten tación ... P a ra las h a c ie n d a s y g r a n je r ia s d e V.M. se s e ñ a la r o n las 113
p r o v in c ia s y c iu d a d e s m ejo res y m ás con ven ien tes. En la cuarta C arta d e R elación (15 octubre 1524), informaba de los progresos de la encomienda en va rias regiones de Nueva España. A este establecimiento de hecho de la encomienda añadió varias medidas le gales, como son las O rd en an zas d e bu en gobiern o (20 marzo de 1524), en que dispuso que los enco menderos tuviesen armas conforme a la calidad de sus repartimientos, que quitaran los ídolos a los indios, que entregasen los hijos de los caciques a los frailes para su instrucción cristiana, que los que tuviesen más de dos mil indios pagaran clérigo u otro religioso para instruir a sus encomendados y los de menor renta, lo pagasen entre dos o tres. La tercera C arta d e R elación fue enviada a España con dos procuradores — Antonio de Quiñones y Alonso Dávila— que fueron apresa dos, junto con el tesoro correspondiente al rey de Es paña, por un pirata frañcés, que se lo regaló al rey de Francia Francisco I, produciendo un estremecimiento placentero en éste y sus cortesanos y un considerable disgusto al rey Carlos 1, quien en julio de 1522 remitió el asunto de la Nueva España y de Hernán Cortés al canciller Mercurino Gattinara, con orden de constituir una junta que entendiese del caso. Las conclusiones alcanzadas fueron una completa reivindicación de Hernán Cortés, el cual el 15 de octubre de 1522 era oficialmente reconocido como legítimo gobernante de la Nueva España, nombrado gobernador y capitán general, aunque rodeado de un grupo de funcionarios elegidos entre los de la Casa Real: Alonso de Estrada (tesorero), Rodrigo de Albornoz (contador), Alonso de Aguilar (factor) y Peramil de Chirino (veedor). Este nombramiento — pese al envío de los oficiales reales— afirmó la autoridad de Hernán Cortés, si bien dos hechos casi simultáneos empañaron su prestigio. El primero de ellos se refiere a su esposa Catalina Juárez, que había llegado, acompañada de otras perso nas, hasta el río Ayagualulco, en la región de Coatzacoalcos. Gonzalo Sandoval, que por entonces — vera no de 1522— estaba por aquella región explorándola y sujetándola al poder de Hernán Cortés, la recogió,
114
escoltándola hasta Coyoacan. Parece ser que la pre sencia de Catalina Juárez no había sido solicitada por Cortés quien, sin embargo, la recibió con grandes muestras de regocijo, ordenando juegos de cañas para celebrarlo y tratándola con toda deferencia. Catalina era sumamente celosa y Cortés le dio frecuentes oca siones de demostrarlo paroxísticamente; además, su salud no era buena, pues padecía de asma y tanto la altura como la humedad de la meseta del Anahuac no le resultaban convenientes. Un día de octubre los es posos habían tenido una tremenda discusión y, a la hora de la cena, en que llevaron varios invitados, se reprodujo como consecuencia de alguna expresión de Cortés; Catalina se levantó, enrojecida de ira, y hacien do una reverencia, abandonó la reunión. Cuando Cor tés llegó a sus habitaciones la encontró arrodillada y llorando y llamó a sus doncellas para que la desnuda sen y la acostasen. Al cabo de un par de horas, las camareras oyeron voces de Cortés y, al acudir, vieron a Catalina reclinada sin vida sobre el brazo de su mari do. Cortés se retiró al vestidor, donde sus pajes lo encontraron d a n d o gritos y golpes consigo p o r las p a redes. Dice Bernal Díaz que Cortés llevó luto por su mujer durante muchos años. El segundo hecho al que nos referíamos llama la atención sobre otro desgracia do accidente. Estaba Cortés preparando las expedicio nes para la exploración de Guatemala y Honduras, res pectivamente al mando de Alvarado y Olid, cuando recibió noticias de que llegaba a la región del Pánuco Francisco de Garay, con trece navios, dos bergantines, ciento veinte jinetes, cuatrocientos de infantería y un importante grupo de artillería. Estaba por entonces en cama como consecuencia de una caída de caballo y hacía dos meses que no podía dormir, de modo que envió por delante suyo a Alvarado y, cuando recibió en correo de Veracruz una carta del rey, en que orde naba a Garay que no inverviniese en las regiones de Nueva España que ya hubiesen sido conquistadas por Cortés (la carta real tiene fecha 24 de abril de 1523), envió al alcalde mayor, Diego de Ocampo, para que le expusiese las órdenes del rey. Sus enviados consi115
guieron que Garay aceptase ir a México. Cortés salió a recibirle personalmente con un brillante séquito de capitanes y le ofreció un banquete fastuoso en Tetzcoco. Garay estaba admirado de ver aquella magnificen cia, comenzando enseguida las negociaciones, con cluidas en un tratado, en el cual Cortés se quedó con el Panuco, dando a Garay como zona de influencia el río de las Palmas. Quedó ratificado con el acuerdo de casar a un hijo de Garay con una hija tenida por Cortés con una india de Cuba, que llevaba el nombre de su madre: Catalina Pizarro. Desgraciadamente Garay co gió una pulmonía la noche de Navidad del año 1523, después de haber cenado con Cortés. Esta muerte abonó la anterior y sospechosa muerte de doña Catali na Juárez, dando oportunidad a sus envidiosos enemi gos de multiplicar sus malévolas acusaciones. Pero no por ello detuvo su plan exploratorio. El 6 de diciem bre había despachado a Alvarado con ciento sesenta jinetes y trescientos infantes a Guatemala y el 11 de enero de 1524 a Cristóbal de Olid para las Hibueras (Honduras); en la cuarta C arla d e R elación al rey Car los I (México 15 de octubre de 1524), al hacer refe rencia a estos dos viajes dice: Y ten go p o r m uy cierto según las n u ev as y fig u ra s d e a q u e lla tierra q u e y o tengo, q u e se h an d e ju n ta r e l d ich o P edro d e A lvara d o y C ristóbal Dolid, si estrecho n o los p arte. En esta carta hizo súplicas al rey por los conquistadores, pidió privilegios para las villas que tenía fundadas, así como para Tlaxcallan y Tetzcoco y otros pueblos indígenas que le habían ayudado en la guerra; le envió setenta mil castellanos de oro con Diego de Soto y una cule brina de plata que valía veinticuatro mil pesos de oro y que ofrecía un bello relieve con un ave fénix y unos versos al rey, que decían: A questa n a c ió sin p a r ; / y o en servicios sin s eg u n d o ;/ vos sin ig u a l en e l m undo. Como dice López de Gómara, estos versos produjeron envidia y malestar entre muchos cortesanos, pues ya Andrés de Tapia había trovado a su vez, al ver aquellos versos: A queste tiro, a m i v e r / m uchos n ecio s h a d e h acer. También envió a su padre Martín Cortés veinti cinco mil castellanos de oro y mil quinientos cincuen116
ta marcos de plata, para que le enviase armas, basti mentos, mercancías, plantas, legumbres, etc. En esta época llegó a Veracruz — 13 de mayo de 1524— la primera misión de frailes franciscanos com puesta de doce misioneros. Cortés mandó en el acto a la costa a Juan de Villagómez para que se encargase de la seguridad y bienestar de los recién llegados y envió instrucciones a todos los pueblos del camino, tanto de indios como de españoles, pata que recibie sen a los frailes con todo respeto y cariño. En Tlaxcallan quedaron maravillados de ver tal multitud de in dios, alabando a Dios por ver la copiosa mies que ponía ante sus afanes apostólicos. Los chiquillos les seguían por el mercado, a su vez, admirados de ver aquellos hombres tan pobremente vestidos y tan reve renciados por los españoles; se oía una palabra repeti da, m otolfn ea, y uno de los frailes, fray Toribio de Benavente, preguntó qué quería decir, y al traducírse la como pobre, dijo: Pues ese será m i n om b re p a r a tod a la vida. Cortés salió a recibirles en persona a la cabeza de un brillante séquito de españoles e indíge nas hasta las puertas de México. Allí se apeó del caba llo — como hicieron todos sus acompañantes— y arrodillándose besó los hábitos de cada uno de los frailes franciscanos, dando así un insuperable ejemplo de devoción, acatamiento y humildad ante los misio neros que impresionó profundamente a todos los in dios, desde Cuauhtemoc al más pequeño de todos. Algunos de estos frailes, a cuyo frente iba fray Martín de Valencia, serían de los primeros cronistas de la c i vilización mexicana, así como historiadores de las grandes disposiciones políticas llevadas a cabo por Hernán Cortés en el breve tiempo que transcurrió en tre la conquista de Tenochtitlan y su nombramiento efectivo como gobernador y capitán general de la Nueva España. La ex p ed ició n a las H ibueras. - A los cuatro meses de la llegada de los frailes franciscanos, Cortés envió su cuarta C arta d e R elación al rey. Parecía, que ya cuanto había hecho y obtenido implicaba una estabili117
dad de la gobernación y de su principal figura ya ple namente reconocida por el rey y refrendada su victoria jurídica respecto a la protección dada por el obispo de Burgos, Rodríguez de Fonseca, a su antagonista y anti guo socio, Diego Velázquez, gobernador de Cuba. La junta reunida por el canciller Mercurino Gattinara ha bía dado la razón a Cortés y éste había aumentado considerablemente su prestigio social y político. La llegada de los frailes franciscanos abría una nueva e importante etapa evangelizadora en la Nueva España, que se agrandaba y afianzaba a través de las expedicio nes enviadas por Cortés a todos los puntos que, ante riormente, habían sido límites del imperio mexica de Tenochtitlan. Había hecho frente con fortuna a todas las conjuraciones que contra él se habían levantado, y precisamente en ese momento de plenitud ocurrió un verdadero desastre: Cristóbal de Olid, que había en viado a las Hibueras, se sublevó contra él. Primero decidió enviar a su pariente Francisco de Las Casas, pero pronto pensó que debía ir en persona para casti gar al rebelde e insubordinado capitán, según él mis mo dice, p a r a s a b e r la v erd a d d e l ca so y si a s i fu ere, castigarle co n form e a ju sticia. Se puso en marcha el 12 de octubre de 1524, dejando el gobierno de Nueva España a una junta compuesta por Alonso de Estrada, Rodrigo de Albornoz y el licenciado Alonso de Zuaro, recién llegado a México desde Santo Domingo. El fac tor Salazar y el veedor Chirino recibieron con el consi guiente disgusto la constitución de esta junta, en la que ellos quedaban fuera. Ello fue una considerable fuente de intrigas, envidias y pujas por el poder, que pronto sumieron a Nueva España en una considerable anarquía. La expedición fue proyectada por tierra, lo cual su puso un trágico error, basado en ideas geográficas in correctas o equivocadas, que nos ponen en presencia de una de las más penosas expediciones llevadas a cabo por los españoles en América, por las zonas tro picales boscosas de Chiapas y Guatemala, perdiéndo se continuamente y teniendo que sufrir todos los in convenientes de una falta de alimentos. Hernán 118
Cortés cuenta pormenorizadamente esta expedición en su quinta C arta d e R elación (México, 3 de sep tiembre de 1526) y su relato resulta escalofriante: Q ui so Nuestro Señor, q u e estan d o y a ca si sin esperan za, p o r estar sin gu ía, y p o rq u e d e la a g u ja n o nos p o d ía m os ap rov ech ar, p o r estar m etidos en tre las m ás esp e sas y b rav a s sierras q u e ja m á s se vieron, sin h a lla r ca m in o q u e p a r a n in gu n a p a r te saliera, m ás d el q u e hasta a llí h ab íam o s llevado, q u e se halló p o r unos m ontes un m u ch ach o d e hasta q u in ce a ñ o s que, p r e gu ntan do, d ijo q u e é l nos g u ia ría hasta u n as estan cia s d e Taniha, q u e es otra p ro v in cia q u e llev ab a y o en m i m em oria q u e h a b ía d e pasar. Allí se encontra ron con dos mujeres indias que habían servido a unos españoles en la costa a dos jornadas de marcha. Fran cisco de Las Casas, apoyado por otro conquistador que operaba por su cuenta, llamado Gil Dávila, consiguió reducir a Olid, condenándole a morir ahorcado. Así se informó Gonzalo Sandoval discretamente enviado por Cortés y pudo saber éste que, después de tantas pena lidades, su arriesgada expedición no había servido para nada, pues ya había terminado la aventura del traidor. Inmediatamente organizó Cortés el contacto con el exterior, enviando naves a México para dar cuenta del final de su aventura, así como que perma necería allí todavía unos meses; y otros barcos a Cuba, Trinidad y Jamaica para comprar caballos, armas, pro visiones y reclutar más hombres. Todos estos barcos se perdieron o fueron a parar a otros lugares, llevados por las tempestades. Uno pudo volver de Cuba, tra yendo noticias de Zuazo, que se encontraba allí, infor mando a Cortés de los graves desórdenes que habían ocurrido en México. Nuevo golpe para el ánimo de Cortés; profundamente afligido, decidió enviar a Fran cisco de Las Casas a México, mientras él exploraba la región que encontró excelente para poblar, estableció negociaciones con un capitán de Pedradas Dávila, go bernador de Castilla del Oro, llamado Francisco Her nández, para penetrar hacia Nicaragua, donde pensaba ir en persona para alcanzar el límite máximo de ex pansión de los mexicas. La llegada de un barco de 19
Nueva España con noticias gravísimas acerca de la si tuación allí existente, le decidió a marchar rápidamen te — 25 de abril de 1526— para, después de una bre ve estancia en Cuba, donde se refugió del mal tiempo, desembarcar en Veracruz el 24 de mayo de 1526. Pronto pudo comprobar que tenía prácticamente per dida la gobernación, que ya no podría recuperar, pese a su viaje a España, que emprendía el 17 de marzo de 1528. La razón de este viaje radicó en su deseo de acudir en persona a la más alta justicia del rey. Ya que, cuatro días después de regresar de las Hibueras, llegó a Mé xico el licenciado Luis Ponce de León como juez de residencia de Hernán Cortés. Se reunió el cabildo y Cortés hizo entrega de su vara de justicia mayor al juez de residencia. La mala fortuna volvió a manifestarse con la muerte, a consecuencia de una epidemia, de Ponce de León; los enemigos de Cortés deseaban que se continuase la residencia, mientras sus incondicio nales le requirieron a que se hiciese cargo del gobier no. En un ambiente cargado de intrigas, odio y calum nias, Cortés escribe a su padre expresándole sus deseos, que consistían fundamentalmente en que Su M ajestad m e h icie r a m e r c e d d e m e to m a r m uy estre c h a cu en ta, p a r a q u e y o p o r e lla p u d ie r a q u eja rm e d e los d isfav ores q u e tan sin m erecim ien to S.M. h a sid o serv id o d e m e m a n d a r h acer, insistiendo en que tal es el objeto principal ante la corte real: p o r q u e m ás q u iero q u e S.M. c o n o z c a m is servicios y le a lta d con q u e los h e hecho, q u e todos los estados y tesoros de! m undo, porque, en definitiva, escribe en esta impor tante carta, y o tengo p o r m ejor ser rico d e f a m a q u e d e bienes. Preparó, en consecuencia, su viaje a Espa ña, llegándole la noticia, cuando ya se disponía a co menzarlo, de la muerte de su padre. El 17 de marzo de 1528 emprendía el viaje. El m arq u esad o d e l Valle d e O ax aca.—Cortés des embarcó en Palos con un enorme séquito, a cuya ca beza iban Gonzalo de Sandoval y Andrés de Tapia, pues había ofrecido pasaje gratuito a cuantos españo-
120
les quisieran acompañarle. Hacía veinticuatro años que había salido de España y ahora regresaba lleno de gloria y cargado de riquezas y curiosidades. Una gran pena tuvo con la casi inmediata muerte de Gonzalo Sandoval, agotado por su enfermedad. En el otoño de 1528 le recibió el rey, nombrándole marqués del Va lle de Oxaca y capitán general de la Nueva España, de las provincias y costa del mar del Sur, con la duodéci ma parte de lo que conquistase, en juro de heredad para sí y sus descendientes; le dio el hábito de Santia go y, aunque pidió la gobernación de México, no se la dio, p o r q u e n o p ie n s e nin gú n co n q u istad o r q u e se le d eb e..., explica López de Gomara. Contrajo matri monio Hernán Cortés con doña Juana de Zúñiga, hija del conde de Aguilar y sobrina del duque de Béjar, con lo cual emparentaba con dos importantes casas nobiliarias. En la primavera de 1530 se embarcó con su esposa en Sanlúcar de Barrameda rumbo a la Nueva España. La conquista de México fue mucho más que una obra militar. Fue, sobre todo, una importante obra po lítica de gobierno y de integración de dos poblaciones — la española y la indígena— en una empresa de Es tado. Tanto la cuarta como la quinta C artas d e r e la ción — debidamente complementadas con ordenan zas, instrucciones, epistolario, etc.— constituyen documentos fundamentales para la aproximación al designio de Hernán Cortés de dotar a la Nueva España de una estructura constituida en el orden político con un primer atisbo de sistema estatal, en el cual se mez claban sus propios intereses con los del Estado en ex pansión. Esto no significa que los intereses coincidie ran y que no hubiese lugar a ese conflicto que tan profundamente caracterizó la historia española en América durante los primeros años, pero sí significa — como expuso perfectamente bien Silvio Zavala— que los intereses particulares se desarrollaban parale los con los del Estado y con una identificación muy próxima a la comunidad; estos intereses eran dominar y poblar. Así como para la Corona las Antillas habían sido el puente para saltar al continente y éste era un
121
p a s o para la riqueza del Oriente, la empresa de Cortés podía considerarse un puente para empresas más leja nas. Por ello, las empresas cortesianas debían ser pro ductivas y estar orientadas hacia el Pacífico. Las más importantes expediciones de exploración de Hernán Cortés como capitán general — Alvarado, Olid, él mis mo y Sandoval— estaban orientadas, precisamente, hacia esos rumbos. Entre mayo de 1522 (fecha de la tercera C arta d e R elación ) y octubre de 1524, en que dio comienzo la desastrosa expedición a las Hibueras, debió consumarse la p resu ra de la mayor parte de las localidades que integraron, posteriormente, el mar quesado del Valle de Oaxaca. Le interesaban, particu larmente, los lugares óptimos para la exploración del Pacífico, apoderándose de Zacatula y Tehuantepec, el primero en la costa de Michoacán, así como algunos puntos que asegurasen la comunicación con el centro de la Nueva España. Cortés ejercía en las tierras que había tomado, construyendo naves en Zacatula, plan taba trigo en Coyoacán, iniciaba una explotación azu carera, que era la primera de la Nueva España, en los Tuxtlas, tenía ganado en el valle de Toluca, cobraba tributos en las encomiendas que había tomado en Tetzcoco, Coyoacán, Chalco, Otumba, Zapotlan, Amu la y Tuxpan y explotaba minas en Taxco, Xultepec, Zumpango y Tehuantepec. Para preparar el terreno en relación con sus peticiones personales de confirma ción, había nombrado representante suyo en España a su padre; en sus C artas d e rela ció n cuarta y quinta recalcó y subrayó su participación económica en el descubrimiento y conquista; en la carta que escribió a su padre al regreso de las Hibueras, le encargaba que gestionase ante el rey la donación formal; por último, en un memorial dirigido a Carlos I en 1528, confirmó directamente ante el monarca sus peticiones, aunque para entonces la primera Audiencia (Ñuño de Guzmán, Ortiz de Matienzo y Delgadillo) le había despo seído de sus presuras por obra y gracia de su más im placable enemigo, Ñuño de Guzmán, que llevó a su último término lo que durante su desgraciado viaje a las Hibueras habían iniciado los oficiales reales que 122
dejó en México. Cuando se estableció la Audiencia, todos los enemigos de Cortés, que eran numerosos, se aliaron con la Audiencia, dirigiendo ataques conjuntos que condujeron a la pérdida de muchos dominios, es pecialmente los que tenían una orientación hacia el Pacífico, pertenecientes a las provincias de Avalos y Oxaca. Sus enemigos procuraron fundar una ciudad española en Oaxaca que, por dos veces, fue despobla da por Cortés, a quien no le interesaba que hubiese pobladores españoles, pues en caso contrario no po dría tenerla en encomienda. Una ve/ más, el viaje a las Hibueras y su ausencia hizo posible el levantamiento de una villa española allí logrando, incluso, que el rey otorgase título y autorizase el reparto de solares. Cuando regresó Cortés volvió a despoblar la villa, y al regreso a España en 1528 la Audiencia le despojó de todos sus pueblos, adjudicándolos a la Corona o dán dolos en encomienda y, además, fundó por cuarta vez la villa española, poniéndole ahora el nombre de An tequera. También en la región de Cuernavaca perdió muchas de sus tierras, por disposiciones de oficiales reales y, sobre todo, de la Audiencia. La estancia en España — entre 1528 y 1530— fue importante porque pudo deshacer todas las calumnias que contra él se acumulaban, se ganó la voluntad del monarca y consiguió las mercedes de 6 de julio de 1529, en cuya virtud recibía veintitrés mil vasallos y los títulos de marqués del Valle y de capitán general, como se indicó anteriormente. Las dos primeras mer cedes convirtieron las encomiendas de Cortés en un señorío jurisdiccional que, territorialmente, otorgaba dominio a Cortés sobre una enorme superficie, conse cuencia de la presura que había hecho después de la conquista. Se mencionaban los pueblos de C oyoacan , T acu baya, M etalcingo, Toluca, C alim aya, C u ern av a ca, O axtepec, A capixtla, Yautepec, Tepoztlán, O axa ca, C uilapa, Ella, T ex qu ilabacoy a, T ehu an tepec, J a lapa, Utlatepec, Atroyestán, Cotaxtla, Tuxtla, T ep eca e Ix calp án , q u e son en la d ich a N ueva España, en los cuales no figuraba absolutamente nada de Michoacán. No cabe duda de la enorme extensión del dominio 123
concedido a Hernán Cortés, aunque perdía importan cia en lo referente a la contigüidad a la costa del mar del Sur. La importancia de esta costa no escapaba a la perspicacia de la Corona — aunque sólo fuese por la insistencia con que Cortés lo había pedido— y por ello hacía expreso encargo a las autoridades políticas de la Nueva España que comprobasen que la Corona conservase los puertos de mar, las ciudades de espa ñoles y, concretamente, una serie de poblaciones en tre las cuales destacaban México, Tlaxcallan, Tetzcoco, Zacatula Acapulco, entre otras. Aunque el marquesado del Valle fue señorío jurisdiccional, tal como ha demostrado cumplidamente Bernardo García Martínez, de carácter moderno, no cabe duda que se distinguió por su peculiaridad y, en especial, por su considerable extensión, la dualidad de su población, constituida por españoles e indios y su condición fun dacional e x novo, en la medida en que carece, regio nalmente, de tradición señorial; ello le otorga una condición o tipicidad americana, como también ha de mostrado el autor antes citado. Debe también pensar se en la importancia de la merced concedida por la Corona a Hernán Cortés, por más que se le recortasen algunas de las presuras que él mismo se adjudicó. Para el cumplimiento de la merced concedida por el rey, el principal obstáculo radicó en el hecho de que la primera Audiencia desposeyera a Hernán Cor tés de sus posesiones durante su viaje a España y cuan do regresó todavía gobernaba la misma Audiencia, que no estaba propicia a cumplir lo que mandaba el rey. Podían más el odio y las rencillas personales de Ñuño de Guzmán que la obligación de cumplir los mandatos del rey. Cortés se retiró a Izcalpan, a cinco leguas de Veracruz, en el camino a México. El rey ordenó que se diese posesión a Cortés de lo suyo, pero se le pusieron todos los incovenientes jurídicos y sociales que pudieron, razón por la cual pasaría to dos los días de su vida, hasta su muerte, manteniendo largas y costosas querellas judiciales. La ofensiva con tra Cortés había alcanzado su máxima cota y el mar qués tuvo que defenderse de los españoles más que 124
de los indios. El primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga, fue el único que dio una versión co rrecta y justa de la situación de corrupción producida por los oficiales reales y luego por los oidores de la primera Audiencia. Como se dijo anteriormente, Cortés tuvo el designio político de dotar a la Nueva España de una estructura estatal, en la cual se mezclaban sus propios intereses como poblador con los del Estado en expansión. Pare ce evidente que ambas líneas confluyen en la configu ración del pensamiento cortesiano acerca del señorío indiano. Vimos también la condición peculiar que tuvo en la aplicación de la encomienda en México, como una necesidad de fijar en la tierra a los españoles y, simultáneamente, delinear una sociedad al mismo tiempo hispana e indígena. Los argumentos expuestos por Cortés al rey son sumamente significativos y pue den concretarse en seis: los españoles sólo cuentan con este medio de mantenimiento y, si no cuentan con él, abandonarían México; Cortés había liberado a los indios de su esclavitud mayor, que era a la que estaban sometidos por sus antiguos señores, para que sirvie sen con mayor devoción a los españoles; era ilusorio pensar que los indios pagasen tributo en metálico; si el pago se hacía en mercancías, éstas no llegarían a España; si la encomienda se aboliese, México sólo po dría continuar siendo español mediante el estableci miento de una férrea organización militar, lo que no supondría una medida ventajosa en la política de rela ción con los indígenas; por último, Cortés sostenía ante el rey que la verdadera razón de la escasa integra ción con los indígenas radicaba en quienes adminis traban la justicia, que lo hacían muy deficientemente. En definitiva, Cortés entendía que en México era pre ciso establecer una estructura de frontera, basada en los señoríos — nuevamente el modelo fernandino posterior a la reconquista del reino de Granada— , pero la Corona, influida por la burocracia política, no estaba dispuesta a ello. Sin embargo, la tradición, que provenía de la Reconquista y repoblación peninsular, se acomodaba perfectamente a la necesaria organiza125
ción que era preciso dar a una incipiente forma de Estado, que, por otra parte, debía oscilar con un crite rio moderno de unidad y centralización. El talento po lítico de Cortés consistió, sobre todo, en darse cuenta de que no debía proyectarse sobre México el espíritu de las Comunidades de Castilla — pese a que la con quista la había basado prácticamente sobre ellas— , sino el peculiarismo de la monarquía española, es de cir, la unidad nacional por encima de fueros y tradi ciones, para conseguir la coincidencia de intereses co munes entre el poder y la opinión pública. En este sentido, quedó fuertemente condicionada, tanto por la merced concedida a Cortés con las limitaciones que han quedado señaladas, cuanto por la definitiva crea ción del Consejo de Indias, órgano supremo rector de la política indiana, cuanto por la creación del Virreina to de la Nueva España, precedido por la designación de una nueva Audiencia, presidida por el obispo de Santo Domingo, Sebastián Ramírez, e integrada por cuatro oidores, que eran Vasco de Quiroga, Alonso Maldonado, Francisco de Zainos y Juan de Salmerón. Sus instrucciones indicaban otorgasen toda confianza y respeto a Hernán Cortés y al arzobispo Zumárraga; mantuviesen el bienestar de los indios, prohibir la es clavitud y restablecer el respeto a la correspondencia privada. Cortés se retiró a Cuernavaca con su muier y su familia y se dedicó al fomento de sus haciendas y a la producción sistemática de sus riquezas, pero so bre todo mantenía fija su atención en el mar del Sur, del cual ya hacía tiempo que se había ocupado, y aho ra intensamente, pese a la frustración que supuso la merced real del marquesado. Ya en octubre de 1524 escribía al rey sobre los cua tro navios que había mandado construir en Zacatula. A propósito de la misión descubridora y conquistadora que asignaba a dichos navios, aparece en su pensa miento la idea de im perio universal, que sobrepasa ampliamente la de im p erio p a r tic u la r que — para la transmisión de la soberanía— empleaba en la segun da C arta d e R elación : Tengo en tan to estos navios, q u e n o lo p o d r ía sign ificar; p o rq u e tengo p o r muy 126
cierto q u e co n ellos, sien d o Dios N uestro S eñ o r servi do, ten go q u e s e r c a u s a q u e vuestra c e s á r e a m ajestad s e a en estas p a r tes señ o r d e m ás rein os y señ oríos q u e los q u e hasta hoy en n uestra n a ció n se tien e n oticia; a é l p le g a en c a m in a rlo co m o é l se sirva y vuestra c a s á r e a m ajestad con siga tan to bien, p u e s c r e o q u e con h a c e r y o esto n o le q u e d a r á a vuestra excelsitu d m ás q u e h a c e r p a r a ser m o n a rc a d e l m undo. Y más adelante, dentro de la peculiar línea personal acerca de la acción descubridora, expone sus proyectos para conocer el secreto de la costa, que es lo que descu brió Juan Ponce de León, y de allí la costa de Florida por la parte del norte, hasta lleg a r a los B acallaos, co n objeto d e d escu b rir e l estrecho q u e p a s a a la M ar d e l Sur. Esta transformación de las ideas políticas de Cortés se corresponde con la transformación del pen samiento de Carlos I, que se fundía con la nación es pañola, originando la posición erasmista española que ha estudiado Bataillon, así como la robusta corriente de la monarquía universal principalmente por Alfonso de Valdés y el jurista Miguel de Ulzurrun. Ideas que se enriquecieron con la traducción del E n chiridion m ilitis christiani, que considera Bataillon causa prin cipal de una verdadera revolución espiritual en Espa ña, en la que participaría también Cortés, pues en sus cartas cuarta y quinta se encuentran huellas de un pro fundo erasmismo. Esta conjunción de pensamiento político se aprecia en el requerimiento que le hizo a Cortés la nueva Audiencia para que, conforme a la ins trucción que les había dado el rey, enviase una armada a descubrir en la mar del Sur. Así lo hizo Cortés, nom brando capitán de la armada a Diego Hurtado de Men doza, primo suyo, que salió de Acapulco en 1532 y navegó hasta desembarcar en Jalisco, donde quiso to mar agua, impidiéndoselo Ñuño de Guzmán, que go bernaba aquellas tierras y se había negado a regresar a México para dar cuenta de sus actos a la nueva Au diencia. De modo que Hurtado siguió adelante, cos teando cuanto pudo hasta doscientas leguas. Una de las naves — amotinada— regresó hacia México, pero al desembarcar en un lugar que llamaron Banderas, 127
donde estaban los indios sublevados contra las tiranías de Ñuño de Guzmán, cayeron sobre ellos matándolos a todos, excepto a dos. Al saber esto, Cortés fue a Tehuantepec — villa suya a unos seiscientos kilóme tros de México— , donde armó dos naves; una de ellas la puso bajo el mando de Diego Becerra de Mendoza y la otra al de Hernando de Grijalva, que partieron año y medio después que lo hiciese Hurtado-, su misión era imponer el orden entre los indios sublevados, bus car y auxiliar a los de la nave de Hurtado de Mendoza y, por último, saber el secreto y final de aquella costa. Las dos naves se separaron la primera noche y nunca más se vieron, terminando ambas sin cumplir sus res pectivas misiones. El propio Cortés inició una expedición por mar y por tierra, solicitando de la Audiencia apoyo para re ducir a Ñuño de Guzmán, que tiranizaba la costa de la Nueva Galicia. El viaje lo hizo por tierra, reuniéndose el resto de la expedición, por vía marítima, en Chinantía. El 18 de abril de 1535 se hizo a la vela con ciento treinta soldados de infantería y cuarenta jinetes, dejan do a Andrés de Tapia con los demás soldados y sesen ta de a caballo. Desembarcó en Santa Cruz, en el cabo sur de la península de California, e hizo regresar a los barcos para traer el resto de la expedición. Pero esta segunda travesía resultó un desastre, pues sólo uno de los tres navios consiguió reunirse con Cortés; los otros dos, que eran los que llevaban los víveres, se perdie ron, con lo cual el hambre comenzó a amenazarlos. Cortés se hizo a la mar y encontró los dos barcos, uno casi destruido y el otro embarrancado en los arrecifes. Consiguió comprar carne de maíz, regresando a soco rrer a la pequeña colonia de Santa Cruz. Allí les reco gieron dos navios enviados por su esposa para que regresara a su hogar familiar. El capitán de los barcos le traía una carta del nuevo virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, que afectuosamente le pedía a Cortés que regresase. No cejó en su empeño del mar del Sur y escribe al rey el 10 de febrero de 1537: Alo c e s a r é en segu ir m i propósito, anunciándole que ya tiene seis navios hechos y otros cuatro en astilleros. 128
En 1539 mandó a Francisco de UUoa en tres barcos, que comprobaron bordeando el golfo que Santa Cruz no era isla, sino península; por ello, el primer nombre del golfo fue el de S en o d e Cortés, prosiguiendo des pués la exploración por el mar exterior, llegando has ta los 30*, donde descubren el cabo del Engaño. Des de allí ordenó Ulloa que regresase un barco a dar la noticia de gran importancia geográfica de la peninsularidad de California; él se queda con el otro navio y ya no se supo más de Ulloa. Costaron estas empresas a Hernán Cortés más de doscientos mil castellanos de oro, que la Real Hacienda prometió reintegrarle, aun que no lo hizo nunca. Gracias a sus infatigables traba jos se había descubierto la costa de California, que dando abierto el camino para futuras expediciones. Por su parte, el virrey, sorprendido por esta idea des cubridora, así como por el regreso de Alvar Núñez Cabeza de Vaca de su fantástico viaje, iniciado en 1527, decidió enviar una expedición con el francisca no fray Marcos de Niza, para buscar las Siete Ciudades de Cíbola y de Quivira, así como otra por mar, al man do de Francisco de Alarcón, y otra terrestre a cuyo mando había pensado poner a Cortés, aunque por consejo de la Audiencia se lo dio a Francisco Vázquez de Coronado. Cortés recuerda ante la Audiencia sus derechos, reivindicándolos con una enérgica protesta y organizando por su cuenta otra ,expedición — la de Ulloa— , a la cual nos hemos referido. El problema de las fabulosas siete ciudades enconó las velaciones de Cortés con el virrey Mendoza, decidiendo el marqués del Valle llevar su querella ante la Corona, por lo cual, en la primavera de 1540 se hizo a la vela para España, llevando a la Corte a dos de sus hijos, el legítimo, don Martín, de ocho años de edad y uno de sus bastardos, don Luis. En el programa de Hernán Cortés en México queda por conocer una de sus actividades más silenciadas y acaso más importantes para conocer su condición erasmista. Se trata de lo que el eminente intelectual mexicano Carlos de SigOenza y Góngora denominó, en un pequeño libro impreso en México en 1689, Pie-
129
d a d h e r o ic a d e D. F e m a n d o Cortés, que fue el Hospi tal de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora del Patronato del Marqués del Valle, el más antiguo hospital de México-, para su fundación extendió una bula el papa Clemente, en 1529, y Cortés le decretó en su testamento una serie de disposiciones. A este tema dedicó importantes estudios Comway y, más re cientemente, un interesante artículo del eminente profesor Francisco Guerra se refiere también a la fun dación por Cortés del Hospital de San Lázaro para le prosos de la ciudad de México, aunque ello no quiere decir que se produjera esta cruel enfermedad en Mé xico, pues más bien debe tratarse de treponematosis tropical, etiológícamente similar a la sífilis venérea. La fundación de este Hospital de San Lázaro la sitúa Gue rra entre 1521 y 1524 y fue derribado por Ñuño de Guzmán para levantar en su lugar su propia residen cia. Josefina Muriel ha estudiado las visicitudes y sig nificado del mismo y otros hospitales. Pero la piedad heroica, como significativamente escribió Sigüenza y Góngora, de Hernán Cortés se centró en el Hospital de la Concepción, también fundado entre 1521 y 1524 y que obtuvo importantes privilegios pontificios du rante todo el siglo XVI. Fue construido en donde tuvo su asiento la calzada de Iztapalan, en el lugar del en cuentro de Cortés con Motecuçoma. Son estas funda ciones muestras evidentes del sentido político, así como de la profunda condición ética que caracterizaba a Hernán Cortés, muy especialmente como gobernan te. Ello se aprecia no solamente en esta piedad heroica, sino también en el acatamiento y profundo respeto cristiano que demostró por los misioneros franciscanos y el apoyo constante que dio a la evangelización del territorio, el impulso dado a las construcciones navales, su idea de expansión y descubrimiento para convertir a su rey en señ or d e l m undo, el desarrollo de una polí tica agraria, ganadera y minera capaz de promover la producción y la riqueza propia, así como, en fin, el diseño de un Estado indiano, sobre el cual pudo crear se la institución virreinal más temprana de América. 130
EL FINAL DE HERNAN CORTES
El regreso a España. S itu ación y p ro b lem a s institu c io n a le s .- La España en la que desembarcó Hernán Cortés en 1540 está marcando el declive que, en con junto, ofrecía la idea imperial de Carlos V. En la pri mavera de 1539 el rey había enviudado, perdiendo con su esposa la persona en quien había puesto mayor confianza. El panorama internacional se oscurecía de nuevo como consecuencia de las pretensiones de Francia sobre el ducado de Milán, que abrió una nue va contienda, concluida en la tregua de Niza (1538), que ya en sí misma suponía una considerable mengua del predominio de Carlos de Hasburgo en Europa. En años sucesivos la situación se agravó, pues inmediata mente de la tregua citada, Solimán II alcanzaba éxitos muy señalados: en Preveso (1538), donde su escuadra aniquiló a las de Génova y Venecia; en Hungría (1541) y en las costas de Génova y Venecia; en Hun gría (1541) y en las costas de Argel (1541), ante las cuales fracasó totalmente una poderosa escuadra y ejército que Carlos I había enviado para la conquista de la plaza. El aumento de la potencialidad turca re percutió en beneficio de su aliada, Francia, decidien do a Francisco I a iniciar una nueva lucha, declarando la guerra al emperador en 1542. El peso de las opera ciones militares gravitó en la frontera con los Países Bajos, al tiempo que los dos contrincantes buscaban alianzas en el norte: Francisco I se atrajo a Dinamarca, Suecia, Escocia y al ducado de Cléveris-Güeldres, en la misma espalda de los Países Bajos; Carlos I contó, 131
desde 1543, con la ayuda de Inglaterra. Las operacio nes militares que, en general, fueron favorables al mo narca francés hasta 1543, tomaron un sesgo favorable a Carlos I a partir de ese año. En 1544, el emperador recuperaba Luxemburgo, tomaba San Dizier y em prendía la marcha contra la capital francesa. La paz se firmaba en Crepy, el 18 de septiembre de 1544. Por su parte, el movimiento protestante hacía rápidos progre sos en Flandes, complicado con movimientos políti cos que se manifestó en actitudes francamente amena zadoras de los burgueses de Gante, la ciudad natal del emperador Carlos V. En el mes de noviembre de 1539, contra la opinión de sus consejeros españoles, el rey de España, de riguroso luto y fiado en la palabra del rey de Francia, se dirigió a Flandes. Había dejado com o regente del reino al arzobispo de Toledo, Juan Tavera, y como ministro para asuntos internos a Fran cisco de los Cobos; los asuntos indianos estaban con fiados al Consejo de Indias y su presidente era el car denal García de Loaysa. Cortés — que había regresado a España con la idea de estar el menor tiempo posible, el necesario para arreglar sus asuntos, dejar a sus tres hijos varones en la Casa del rey y regresar a la Nueva España, reunirse con su mujer e hijas y dedicarse a la gestión y creci miento de su señorío— fue muy bien recibido, a las puertas de Madrid, por los oidores del Consejo de In dias, dándole por residencia las casas del comendador don Juan de Castilla. Cuando Cortés asistía a alguna de las sesiones del Consejo, uno de los oidores salía a recibirle y le acompañaba hasta un sitial especial junto a los de los altos magistrados de la institución rectora de los asuntos políticos jurídicos y administra tivos indianos. A ellos les exponía las razones de su causa: las ingentes cantidades de dinero gastadas al servicio de la Corona; los vasallos prometidos y nunca recibidos; las interferencias del virrey y sus astucias para menoscabar el poder que le tenía concedido el rey-, los criminales ataques de Ñuño de Guzmán con tra sus privilegios, propiedades y fundaciones. Sin em bargo, los miembros del Consejo de Indias no se pro132
nunciaban, esperando el regreso del rey con objeto de no comprometerse en caso tan peculiar como de difí cil veredicto. El rey había conseguido sofocar la rebe lión de los súbditos de Gante, su ciudad patrimonial y originaria, y reducir a los siempre inquietos protes tantes de Ratisbona y, en el verano de 1541, había cruzado los Alpes al frente de doce mil alemanes y un cuerpo de mil caballeros, decidido a conquistar Argel al asalto. Se entrevistó con el Papa en Lucca y, como dice fray Prudencio de Sandoval, em b a rc ó m ás c a r g a d o d e b en d ic io n es q u e d e din ero. En Mallorca se unió con una poderosa flota mandada por Andrea Doria y un cuerpo de ejército de españoles dirigido por Her nando Gonzaga, virrey de Sicilia, otro cuerpo de ale manes, más otra armada de caballeros voluntarios que acudían en ayuda de su rey, entre los cuales figuraba Hernán Cortés, acompañado de sus dos hijos don Mar tín y don Luis. Esta considerable fuerza cristiana se dirigía contra el renegado Azán Aga, un eunuco de Cerdeña, por entonces comandante militar de Argel. El 23 de octubre de 1541, frente a Argel, el emperador dio orden que desembarcasen las tropas españolas con víveres para tres días, enviando un mensaje a Azán Aga en que le recordaba que era hijo de padres cristia nos y requiriéndole a que rindiese Argel al empera dor. Se inició el asedio y una lluvia torrencial, seguida de una formidable tormenta, originó la pérdida de muchos barcos así com o gran cantidad de vidas cris tianas en el transcurso de un combate costero. Uno de los barcos perdidos aquella aciaga noche fue el de Cortés, que perdió su equipaje. El emperador consul tó con sus generales, decidiendo la retirada. Cortés — que había llevado una brillante campaña en lugar mucho más distante y con medios microscópicos— ni siquiera fue consultado. D ec ía é l — escribe fray Prudencio de Sandoval— q u e s e v in iese e l E m p era d o r y le d e ja s e co n la g en te q u e a q u í ten ía, q u e se o b lig a b a d e g a n a r co n e lla Argel. No le qu isieron oír, y a u n d ic e n q u e h u b o a lg u n o s q u e h iciero n b u r la dél. Después de este incidente doloroso, por lo poco en que fue tenido, Hernán Cortés se puso firme el 133
empeño de conseguir lo que deseaba para regresar cuanto antes a Nueva España. Ante todo, la riqueza y el honor, que para él representaban instrumentos para los más altos fines. Así en 1542 presentó una petición contra el virrey Antonio de Mendoza, en la que resu mía con gran fuerza y cierta animosidad — aunque sin rencor ni mezquindad— sus quejas contra el virrey, en la medida en que éste era la cabeza de la Adminis tración pública en la Nueva España. Una vez más soli citaba la devolución de cuantos adelantos había hecho de su propio peculio en cada una de las empresas que había emprendido, especialmente en las del mar del Sur y en el mantenimiento de su casa con un nivel digno de su propia historia y de su rango, pues tenía plena conciencia de ser el fundador de una gran casa. Ya el 9 de enero de 1535, en Colima, había fundado un mayorazgo, para el cual había obtenido la autoriza ción regia, estableciendo que su señoríos y encomien das de Nueva España quedarían para siempre propie dad del marquesado con vínculo en el apellido Cortés y uso de las armas que le había concedido el Rey. La sucesión del mismo se manifiesta en su expresa vo luntad de absoluta libertad en relación a los prejui cios, pues establece que si faltaran los legítimos, mar quesado y mayorazgo pasarían a los bastardos, casi todos mestizos. Cortés era un padre amantísimo para sus hijos, a quienes cuidaba preocupándose de todos por igual. Así, por ejemplo, cuando estaba preparando en 1539 su viaje a España, hizo una donación a sus tres hijos varones, Martín, el legítimo; Martín, el bastardo que había tenido con doña Marina, y Luis, también bastardo, explicando que la ta l d o n a c ió n os b a g o p o r ig u ales partes, tan to a l u n o co m o a l otro. Profunda mente imbuido del sentido de la posteridad y la per petuación de su casa, daba suma importancia a sus hijos varones, poniéndolos en esto por encima de las hembras, tal como puede apreciarse en una de sus quejas dirigidas al rey ante los trámites dilatorios que tenía que soportar: D ilación q u e p a r a m í n o p u e d e s e r co sa m ás d añ osa, p o r q u e b a sesen ta a ñ o s y a n d a e n c in c o q u e s a lí d e m i casa, y n o ten go m ás q u e un 134
h ijo v arón q u e m e su ced a , y a u n q u e ten g o la m u jer m oza p a r a p o d e r te n e r m ás, m i e d a d n o su fre esp era r m u cho; y s i n o tu v iese otro, y D ios d isp u siera d e éste sin d e ja r su cesión , ¿ qu é m e h a b r ía a p ro v ech a d o lo ad q u irid o ? p u es su ced ien d o b ija s s e p ie r d e la m em o ria. Sin embargo, lo que de verdad preocupaba a Cortés era que su rey y señor hiciese reconocimiento público de sus merecimientos. Para él la idea de la fama era fundamental. Estaba profundamente poseído del sen tido vivo y real del valor simbólico del monarca como encarnación suprema de España y sufría enormemen te por la indiferencia, la frialdad y a veces hasta ingra titud que observaba hacia él en su soberano. En toda la documentación escrita por Hernán Cortés puede apreciarse ese sentimiento de profundo afecto y res peto hacia Carlos I. La vida en la Corte no era vida para él, considerándola como una auténtica vida en muerte. Quizá la hubiese considerado llevadera si el rey, reconociendo su méritos, le hubiese admitido en su círculo más íntimo e inmediato. Sus cartas y memo riales al rey constituyen un espléndido espejo en el cual podemos encontrar reflejados sus sentimientos en tales cuestiones. Por ejemplo, en una carta al rey, fechada en Valladolid (3 de febrero de 1544), los ex presa de modo que no deja lugar a dudas. Mi tra b a jo ap ro v ech ó p a r a m í co n ten tam ien to d e h a b e r h ech o e l d eb er, y n o p a r a con seg u ir e l efe c to d él, p u es n o solo n o s e m e sig u ió rep oso a la v ejez, m as tra b a jo h asta la m u erte y p lu g u iese a D ios q u e n o p a s a s e a d ela n te, sin o q u e con la co rp o ra l se a c a b a s e y n o s e e x ced iese a la p erp etu a ... V éom e v iejo y p o b r e y em p eñ a d o en la C orte, con tres h ijos q u e traig o en ella, con le tr a dos, p ro c u ra d o res y solicita d ores... Y pide al rey im ponga prisa en el despacho de sus asuntos, porque a d ila ta rse d e ja r lo h e d e p e r c e r y volv erm e h e a m i ca sa, p o rq u e n o ten g o y a e d a d p a r a a n d a r p o r m eso nes, sin o p a r a reco g erm e a a c la r a r m i cu en ta con Dios, p u e s la ten g o larg a, y p o c a v id a p a r a d a r ios descarg os, y s erá m ejor p e r d e r la h a c ie n d a q u e e l án im a. 135
El h u m an ism o ren a cen tista d e H ern án Cortés. - La radical seriedad de Hernán Cortés ante el misterio de la vida eterna, la enfrentaba de un modo esencial con los problemas del humanismo. Su espíritu estaba siempre abierto hacia la curiosidad y tenía cuanto po día considerarse necesario para preocuparse de la di mensión humana. Con un profundo sentido renacen tista había reunido en torno suyo, y a sus expensas, un número importante de personas de calidad, eruditos, letrados y hombres de letras, constituyendo algo así como una academia libre. En este cenáculo figuraban dos cardenales, ambos italianos, el cardenal Poggio, nuncio del Papa, y el arzobispo de Cagliari, Domenico Pastorelli, los hermanos Bernardino y Antonio Peralta, este último marqués de Falces, cuyo hijo sería tercer virrey de Nueva España, y otros más. El último en lle gar daba el tema para la discusión y uno de los presen tes tomaba notas por escrito de lo que se hablaba. Pedro de Navarra, que más adelante fue obispo de Comenge, fue uno de los que más notas tomó por escri to, de tal modo que luego escribiría varios volúmenes de diálogos titulados D iálogos d icta d o s p o r e l Ilustrísim o y R ev eren d ísim o señ o r D on P ed ro d e N avarra, obisp o n ov en o d e C om enge... (Tolosa 1565); dejando constancia el buen obispo que si pudo publicar tales . D iálogos fue porque la s m aterias q u e en tre estos in sign es v aron es se tra tab an era n tan n otab les q u e si m i ru d o ju ic io a lc a n z a alg u n a p a r te d e bu en o, tuvo d ella s p rin cip io : tan to q u e en d oscien tos d iálog os qu e y o h e escrito, h ay m uy p o c a s co sas q u e en esta e x c e len te a c a d e m ia n o se h ay an tocad o. Lo cual supone un inmenso elogio tanto de la altura de la temática cuanto de la erudición, conocimiento e ingenio de que en ella se hacía gala. Puede considerarse la obra del obispo Pedro de Navarra una especie de índice o tabla de contenidos de las sesiones de la academia que reunía Cortés en su casa de Castilleja de la Cuesta. Casi todos estos temas son de índole espiritual, reli giosos, de doctrina política y de los temas que por en tonces formaban el entramado de la problemática hu manística renacentista. Así, por ejemplo, cuando en
136
mayo de 1547 don Francisco de los Cobos, el podero so ministro del rey, se hallaba agonizando, la acade mia cortesiana escogió como tema de discusión para aquel día el relativo a la actitud que todo verdadero cristiano debía tener para morir bien. Como apunta Pedro de Navarra, e l su jeto d e la d ispu ta fu e e l p r in c i p a l p r iv a d o d e l C ésar. Debía ser también por enton ces tema preocupante para la conciencia de Cortés, cuya salud iba decayendo rápidamente. Escribe López de Gomara que fue a Sevilla, con v olu n tad d e p a s a r a la N ueva E sp añ a y m orir en M éxico. Esperaba la llegada de su hija mayor, María, que venía a España para contraer matrimonio con Alvar Pérez de Ossorio, hijo y heredero del marqués de Astorga, a quien ya había pagado Hernán Cortés veinte mil ducados de ios cien mil en que se había fijado la dote. En Sevilla dictó Hernán Cortés su testamento el 12 de octubre de 1547. Deja su nombre y mayorazgo a su hijo don Martín; hace generosos legados a sus hijas legítimas y no olvida a su prole ilegítima. Nombra como albaceas al marqués de Astorga, al duque de Medina Sidonia y al conde de Aguilar. La primera cláu sula de su testamento estipula que debía ser enterrado en Coyoacan y encomendado que, si moría en Espa ña, se le enterrase en la iglesia más próxima al lugar de su fallecimiento, disponiendo cuanto antes el en vío de su cadáver a Nueva España, donde quería repo sar definitivamente. En el testamento también se ocu pa de que queden bien atendidas sus fundaciones, en especial el Hospital de la Concepción, y se trasluce muy claramente su inquietud en el sentido de conse guir una visión de la Nueva España como una región donde puedan vivir en paz españoles e indios. Consa gra una especial atención a los intereses espirituales e intelectuales de su nueva patria, en la que no quiere perder su esencial vínculo con la suya de arraigo, creando de este modo una nueva identidad en la de nominación, que le era tan grata y que el mismo pro puso de N ueva E spañ a, es decir, tradición y moderni dad, que bien podría haber sido el tema de sus armas. También puede apreciarse en el testamento de Cortés 137
su inquietud de conciencia respecto al trato que los españoles dieron a los indios novohispanos. Manda a sus herederos que porqu e a c e r c a d e los esclavos n a
turales d e la dicha Nueva España, asi de guerra com o d e rescate, ha habido y hay muchas dudas e opiniones sobre si se ha podido ten er con bu en a con cien cia o no y hasta ahora no está determ inado, m an do qu e todo aqu ello qu e gen eralm en te se averi guase qu e en este caso se dehe h a cer p a r a descargo d e las con cien cias en lo qu e toca a estos esclavos de la dicha Nueva España... y m ando a Don Martín mi hijo sucesor y a los qu e después d él sucedieren en mi estado qu e p a r a averiguar esto hagan todas las dili gen cias q u e convengan a l descargo d e mi con cien cia y suyas. Igualmente se preocupa por lo que, quizá, había adquirido con injusticia para otros. Mando que p orqu e en algunos lugares d e mi estado se han tom a do algunas tierras p a r a huertas y viñas e algodonales y p a r a otros efectos, qu e se averigüe y se sepa si estas tales tierras eran propiam en te d e algunos d e los n a turales d e aquellos pueblos y siendo a sí m ando qu e se les restituyan. En este momento de descargo de conciencia, de transmisión de lo conseguido, en presencia de la muerte, hallándose en Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547, el gran Hernán Cortés expiraba y alcanzaba a dar cumplimiento a su ansia de inmensidad, a los sesenta y dos de haber na cido en la villa extremeña de Medellín. El fundador de la Nueva España ocupaba su puesto en la legión de españoles que dieron el ser a América, el Nuevo Mun do. 1547 fue un significativo año. En él su rey vencía a los protestantes alemanes en Mülhberg, quedando su gloria — a la que tan decisivamente contribuyó Cortés— plasmada en el admirable retrato de Tiziano. También en 1547 nacía Miguel de Cervantes, que ha bría de inmortalizar el genio español en su por tantos conceptos universal obra.
138
BIBLIOGRAFIA
LA HISTORIOGRAFIA CORTESIANA
Desde el siglo XVI hasta el X IX, Hernán Cortes ha sido tema literario, político, teatral, poético, novelísti co, operístico y legendario. Su figura ha originado una variedad infinita de opiniones, juicios de valor, diatri bas y ardorosas defensas. Sin embargo, no puede de cirse que el conocimiento histórico sobre él pueda considerarse concluido. En el campo de la investiga ción documental no se ha alcanzado, ni mucho me nos, un nivel que pueda considerarse óptimo respecto a tan decisivo personaje, que ha sido más bien objeto de polémica que de estudio histórico sistemático. Los centenarios de su muerte (1947) y de su nacimiento (1985) han servido básicamente para replantearse en una dimensión, mucho más acusadamente científica, el significado de su acción histórica, sobre todo desde un ámbito político e intelectual, pero todavía estamos lejos de lo que pueda considerarse una obra histórica definitiva que abarque toda la riqueza prodigiosa de su personalidad y de su quehacer en su época y en sus circunstancias. La bibliografía histórica sobre Hernán Cortés es inmensa y por ello me limito a señalar las obras historiográficas y documentales que deben con siderarse absolutamente imprescindibles para cono cer y valorar, más detallada y profundamente, la tem poralidad personal de este personaje impiar en la historia de América y uno de los más significativos en la historia de España. Advertiremos, en cada caso, el momento cronológico en que se escribió y la inten ción con que se hizo cada una de ellas. 141
P rotagon istas d e la con q u ista d e M éx ico .- C artas d e R elación , escritas por Hernán Cortés. Son cinco, de las cuales, la primera es del Regimiento de Veracruz. Son contemporáneas — a p o sterio ri— de los hechos que relatan. Expresan el punto de vista del protagonis ta principal y son fundamentales para comprender su mentalidad. Ediciones de Gayangos (1866) y Hernán dez Sánchez-Barba ( C artas y d ocu m en tos, México, Porrúa 1961), autor de la más reciente edición en •Crónicas de América-, de H istoria 16. La primera carta de Cortés, sobre la cual existen evidencias ciertas de que la escribió, se ha perdido. De las otras cuatro, tres fueron publicadas en Sevilla en 1522 y 1523, y en To ledo en 1525. La quinta permaneció inédita hasta 1842, fecha en que la editó Navarrete, utilizando la copia que de ella había mandado sacar en Viena el conde de Floridablanca, primer ministro español. La R elación de Andrés de Tapia sólo trata hasta la prisión de Narváez; fue publicada por J.García Icazbalceta en su C olección d e D ocu m en tos p a r a la H istoria d e M éxico, tomo II (México 1866). Andrés de Tapia fue incondicional de Cortés y uno de los capitanes en quien éste tuvo confianza. La R elación d e m éritos y serv icios, de Bernardino Vázquez de Tapia, es simplemente una hoja de servi cios. Persona de relieve, ya que fue regidor de México en 1524, alcalde real en 1526, testigo de cargo en el juicio de residencia contra Cortés y en 1552 era regi dor decano del Ayuntamiento de México. Fue impresa por primera vez en 1939 por Romero de Terreros y en 1953 hizo una edición, con estudio y notas, el gran historiador mexicano Jorge Gurría Lacroix. La R elación , de Alonso de Aguilar ( R elación b rev e d e la con q u ista d e la N ueva E sp añ a), que fue prota gonista de los hechos, aunque en 1529 decidió ingre sar como dominico, cuando tenía cincuenta años. Te nía más de ochenta cuando escribió a requerimiento de sus hermanos de orden la R elación . Actualmente en la Biblioteca de El Escorial. Aunque protagonista, escribe a distancia temporal de los hechos y a edad muy avanzada. 142
La H istoria v erd a d era , de Bernal Díaz del Castillo. Es un documento historiografía) excepcional y tiene la pretensión de servir de contrapunto a la H istoria de López de Gomara. Su interés se centra en los aconteci mientos ocurridos entre 1517 y 1521. Escrito de me moria muchos años después de haber ocurrido los he chos, sus fechas y datos no son de absoluta precisión. Aunque admiraba a Cortés, no quiso, o no supo ver en él al héroe excepcional. Lo importante de su obra es su condición novelística con una visión verdadera mente luminosa. Escribió esta obra cuando tenía más de setenta años, a cincuenta de distancia de los acon tecimientos que relataba. Había redactado 212 capítu los cuando puso su firma al pie del manuscrito y toda vía escribió otros dos. Comienza la acción en 1514 y la concluye en 1568. Se trata de una crónica de acon tecimientos vividos, pero a distancia temporal y men tal. Sus más importantes estudiosos han sido Ramón Iglesia Parga, C ron istas e h istoriad o res d e la con q u is ta d e M éxico. E l c ic lo d e H ern án Cortés, M éxico, 1942, y Carmelo Sáenz de Santa María, autor de varios importantes trabajos sobre la crónica y de un excelen te intento de edición crítica, publicada en la colección •Crónicas de América-, de H istoria 16. Los h u m a n is ta s - Ocupa el primer lugar Francisco Cervantes de Salazar, discípulo y traductor de Luis Vi ves. Se trasladó a México en 1551 y quizá conoció a Hernán Cortés en sus años de estancia en España y acaso en la academia de Castilleja de la Cuesta. Tuvo una importante amistad con el hijo de Hernán Cortés, don Martín. Fue profesor de la Universidad de México y fue nombrado rector de la misma en 1567. Escribió una C rón ica d e la N ueva E spañ a, que es sólo una parte de la colosal obra que planeó titular H istoria g e n e r a l d e las In d ias. Según el eminente Millares, tra bajó en esta obra desde 1557. Muy importante el estu dio que sobre él y su C rón ica hace Jorge-Hugo Díaz Thomé, en E studios d e H istoriog rafía d e la N ueva Es p a ñ a , México 1945. Aunque se ha dicho que es segui dor de López de Gómara, lo cierto es que le contradi143
ce con bastante frecuencia. Se encuentra en la línea de quienes defienden y comprenden el dominio espa ñol, entendido como la configuración del reino o re presentación popular y peculiar de la monarquía his pánica. Entre 1548 y 1560 estiman los eruditos que se debió escribir el fragmento anónimo de una obra mucho más extensa, titulada D e rebu s gestis F erd in a n d i Cor tesa, que Juan Bautista Muñoz estima pudiera ser una obra del cronista de indias Calvete de la Estrella. Son notables las coincidencias con López de Gómara. Los relig io so s.- Representan, como ha indicado con acierto George Baudot en su importante obra U topia e H istoria en M éxico (Madrid 1983), los primeros cro nistas de la civilización mexicana, especialmente los franciscanos, entre los cuales hay que destacar las obras de los primeros apóstoles. Ante todo fray Toribio de Benvente o Motolinia, que vive y estudia la conquista espiritual y pone no poca luz en el conjunto de la nueva civilización mexicana cortesiana y poscortesiana en su importante obra H istoria d e los in d ios d e la N ueva E spañ a (ed. de fray Daniel Sánchez García, Barcelona 1914). Otro fraile, fray Jerónim o de Mendieta, intentó por primera vez construir una historia eclesiástica en su H istoria e c lesiá stica in d ia n a , que se circunscribe muy especialmente a México. Su discí pulo fray Juan de Torquemada compuso una obra que apareció en Sevilla en 1615, que tiene un largo título, aunque reducido se conoce con el de M on arqu ía In d ia n a . Se trata de libros fundamentales en sus refe rencias constantes a la época, a la conquista y a Cortés. Fray Bernardino de Sahagún, al escribir la H istoria d e la s co sas d e la N u eva E spañ a, hizo una aportación fundamental de índole antropológica y de fundamen to religioso y cultural, así como un objetivo lingüísti co, todo ello ordenado a la evangelización. Son mu chos más los religiosos que han hecho aportaciones de indudable interés para la época cortesiana. H isto ria d o res.- La H istoria G en era l y N atu ral d e 144
la s In d ia s de Gonzalo Fernández de Oviedo represen ta, en primer lugar, la obra de un historiador de inta chable fidelidad a sus soberanos que, con su aporta ción intelectual, ofrece la versión más extensa, intensa y apasionante de la incorporación y análisis de la reali dad experiencial, puesto que suscribe la idea de la verdad histórica basada en lo visto y vivido, sin necesi dad de problematizar el derecho y la justicia que Espa ña pudiese tener al dominio de los territorios america nos. Es recomendable la edición de la Biblioteca de Autores Españoles, Madrid 1959, con introducción de J. Pérez de Tudela. En cambio, la obra histórica del padre Las Casas, que se reduce a la H istoria d e la s In d ias (ed. de la Biblioteca de Autores Españoles, Madrid 1957), signi fica la disidencia crítica, la carga de pasión, la discu sión y el combate en la defensa de sus propias ideas, aun a costa de producir el desprestigio más total de la comunidad política y social a la que perteneció. Se aferró a dqctrinas teológicas para atacar el procedi miento de penetración y establecimiento español en América. Su H istoria estaba proyectada para alcanzar hasta el año 1550, pero no pudo llegar más que a 1520, pues le sorprendió la muerte cuando todavía no había escrito más que la mitad de lo que había prome tido. Aparte de la carga pasional que en ella existe, es una obra confusa y mal organizada, pasando de un tema a otro sin orden ni concierto y está llena de di gresiones de cosas que poco o nada tienen que ver con lo narrado. Tiene poco importancia para Cortés y la conquista de México, por el año en que acaba la na rración. Tan dispares puntos de vista históricos deben ser compensados con dos obras muy distintas, que apun tan, respectivamente, a los hechos concretos de la conquista y a las ideas que en la mentalidad creadora española provocó la fundación de una nueva sociedad tan dispar de todas con las que se había tenido alguna relación. Me refiero, en primer lugar, a la obra de Francisco López de Gómara, H istoria d e la s In d ias y C on qu ista d e M éxico, sobre la qiie el autor dice: L a
145
h istoria d e la s In d ia s va, en cu a n to to c a a la s co n qu istas, escrita su m ariam en te... L a co n q u ista d e Mé x ic o v a m uy a la la rg a p o r ir a llí la m a n era q u e se u sa y g u a rd a en con qu istar, con v ertir, p o b la r y g ran j e a r la tierra. Se trata de la obra más detenida, explíci ta y contrastada históricamente de cuantas se escribie ron sobre la conquista de México y sobre Cortés. Puede afirmarse que es obra decisiva sobre el héroe y, tal como se entiende la historia humanista, la más importante que se haya podido disponer para el cono cimiento del héroe y su obra americana. Su publica ción impresa se hizo en Zaragoza en 1552, como una sola obra, aunque respetando cierta separación entre ambas. Fue López de Gomara capellán de Hernán Cortés y firmó la dedicatoria de la obra en 1545. La segunda obra que conviene citar, situándola en la línea de comprensión filosófica de América, es la de Jo sé de Acosta, S.l, H istoria N atu ral y M ora! d e las In d ias, quien explica claramente cuáles son sus pro pósitos al escribirla: No es d e m i p rop ó sito escrib ir ¡o q u e los esp añ oles h iciero n ...; sólo m e co n ten ta ré con p o n e r esta h istoria y rela ció n a la s p u erta s d e l E van g elio... Se trata de una verdadera teoría del conoci miento y la primera — y quizá la única— filosofía de la historia española en América. Dada la especia di mensión que esta idea tuvo en el ánimo y la capacidad intelectual de Cortés, parece lógico tener en cuenta la vinculación de naturaleza y ética que se hace en esta obra fundamental, publicada en Sevilla en 1590 y de la cual ha hecho un importante estudio el presidente de la Academia Mexicana de la Historia, Edmundo O ’Gormann, que ha sido quien con más profundidad y talento ha comprendido su importancia. In d íg e n a s .- Los analistas mexicanos continuaron escribiendo sus anales sobre largas bandas dobladas, formando una serie cronológica continua como una serie de h ech os en fila . La llegada de los españoles produjo un cambio notable del lento proceso de sim plificación y alfabetización, retrocediendo la escritura a sus fuentes pictográficas, pero introduciendo ya per146
sonajes, indumentos, animales nuevos. Así aparecen una serie de códices postcortesianos, como el Boturini, el Aubin, el Azacatitlan, el jeroglifico de Sigüenza, el Vaticano 3738, el Magliabecchianus, el del Museo de América de Madrid, el Mendoza, y otros muchos más, entre los que el Lienzo de Tlaxcala tiene una importancia excepcional, que puso de manifiesto el historiador mexicano Gurría Lacroix en una edición importante. Se han perpetuado historias o anales es critos en lengua náhuatl, como ocurre, por ejemplo, con la C rón ica M ex icay otl de Hernando Alvarado Tezozomoc, cuya obra es de la máxima importancia para Tenochtitlan-México, la llegada de los españoles; otros historiadores acolhúas, com o Juan Bautista Po mar, mestizo de español e india, autor de una R ela ció n de sumo interés, y sobre todo Femando de Alva Ixtlilxochitl, que nació hacia 1568 y fue alumno del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, cuya obra más perfecta es la H istoria C h icbim eca, escrita cuidadosa mente en castellano, también publicada por H istoria 1 6 en su colección -Crónicas de América-. Domingo de San Antón Muñoz Chimalpaín fue descendiente de los caciques de Chalco, autor de unos A nales, suma mente interesantes, o, en fin, Diego Muñoz Camargo, autor de la H istoria d e ld C iu d a d y R ep ú b lica d e T lax ca la , publicada en 1892 por Alfredo Chavero, editada también en -Crónicas de América-. Debió escribir esta historia fundamental de Tlaxcalla después del año 1576. Toda su segunda parte está dedicada a la historia de la conquista.
147
C R O N O L O G IA
HERNAN CORTES
ESPAÑA
1484 Nace en Medelín
Llega a la Rábida Cristóbal Colón. Conquista de Ronda y Málaga.
1492
Expulsión de los judios. Conquista de Granada. Capi tulaciones de Sama Fe.
1499 Va a Salamanca.
Bulas Pontificias para esta blecimiento de Universidad en Alcalá de Henares.
1502
Expulsión de ios musulma nes. Fundación Casa de Contratación (Sevilla).
1504 Llega a Santo Domingo.
Muere Isabel la Católica. Jun ta de Navegantes de Toro. Muere Cristóbal Colón.
1511 Con Velázquez. Conquista de Cuba.
Ordenanzas de la Mesta. Cancionero General. Leyes de Burgos.
1515 Ocupa cargos de gobierno en Cuba.
Cortes de Burgos. Unión Coronas de Castilla y Nava rra. Carlos 1, rey de España.
1518 Velázquez le confia man do de la expedición de Cuida.
Incorporación de las Indias a la Corona de Castilla.
1519 Zarpa de Cuba. Fundación de Veracruz. Guerras de Tlaxcala. Cholula. 11.XI: Encuentro con Motecucoma
Creación del Consejo de In dias.
1520 21.1: Derrota de Pánfllo de Narváez. 30.VI: Retirada trágica de Tenochtitlán.
Levantamiento de los Comu neros de Castilla.
1521 Enero: Botan los berganti nes de Tetzcoco. 26.V: Co mienza ei ataque contra Tenochtiilan. 13-VII1: Se rinde Cuauhtemoc.
148
C R O N O L O G IA AMERICA
EUROPA
Colón y Medinaceli.
Colón en América.
Viaje de Vicente Yánez Pinzón.
Vasco de Gama en la India.
Cuarto viaje de Colón.
Viaje de Juan de la Cosa. Expedi Paz de Lyon. ción de Nicuesa. Sermón de Montesinos. Vasco Francia, expulsada de Mitón. Ntíftez de Balboa descubre el Pa cifico Diego Colón, llamado a España.
Francisco 1 de Francia recupe ra Milán.
Carlos 1 destituye a los Jeróni mos. Expedición de Juan de Grijaiva.
Confirmación de Diego Colón. Excomunión de Lulero. Descubrimiento del Estrecho de Mapamundi de Johan Schñner. Magallanes. Bastidas funda Santa Marta. Fraca- Comienza la primera guerra sa Ponce de León en Florida. de Italia entre Carlos I y Fran cisco I de Francia.
149
C R O N O L O G IA HERNAN CORTES
ESPAÑA
1522 Recibe los títulos de capi tán general y gobernador de la Nueva España.
Fundación Casa de Contrata ción de La Coruña para co mercio con Molucas. Regre so de Juan Sebastián Elcano: primera circunnavegación de la Tierra.
1532 Desembarco de los fran ciscanos (Los doce varo nes apostólicos).
El Consejo de Indias se se para del de Castilla.
1525 Fundación de Colima
Se inicia la fachada plateres ca de la Universidad de Sala manca.
1528 Viaje a España.
Pizarro, en España.
1529 Es designado marqués del Valle y regresa a Nueva Es paña.
Mapa de Diego Ribeiro.
1540 Cortés regresa a España. 1547 Muere Hernán Cortés en Castilleja de la Cuesta. 1548
150
Nace Miguel de Cervantes Saavedra.
C R O N O L O G IA
AMERICA
EUROPA
Alzamiento de negros en La Espa ñola.
Se inicia la construcción de la Catedral de Santo Domingo. Viaje de Loaysa a las Molucaa. Pi- Batalla de Pavía. Tratado de zarro, Almagro y Luque se unen París. Dieta de Spira. Liga de para la conquista del Peni. Cognac. Saqueo de Roma. Tratado de Zaragoza. Carlos I re Paz de Cambrai. nuncia al Maluco. Conquista de Yucatán por Monte- Carlos V, en Gante. jo. Valdivia comienza la conquista de Batalla de Mülberg. Chile. Descubrimiento minas de Zacate- Interin de Augsburgo. cas.
151
INDICE
Proemio......................................................................... La dimensión humana del héroe.................................. Hernán Cortés en el Nuevo Mundo: del Caribe a Tenochtitlán............................................................. La fundación de la Nueva Esparta................................ El final de Hernán Cortés............................................ Historiografía cortesiana................................................ Cronología.......................................................................
P*g 9 13 31 97 131 141 148
153