LA MUERTE DE IVAN ILICH
Los jueces y el procurador se reunieron en el palacio de justicia, interrumpiendo un asunto para tratar otro. otro. Piotr Ivánovich, leía leía el periódico, y leyó la noticia de la muerte de Iván Ilich. Nadie de los que estaba allí reunidos podían creer la noticia. La muerte de Iván Ilich dejaba una vacante de trabajo, y todos pensaban, no en la familia o ir a dar el pésame, sino en quién sería aquel que obtendría el trabajo. Iván Ilich tenía una enfermedad al parecer incurable. Piotr Ivánovich, como era amigo de Ilich, era el más obligado a ir a la misa de réquiem, a dar el pésame, y todo lo que tenía que ver con la muerte de su amigo. Después de contarle a sus esposa, y de que posiblemente su hermano podría ser trasladado a causa de la muerte de Ilich, fue a dar las condolencias a su familia. Ya en el hogar de Ilich, Piotr se encontró con un amigo del difunto, Schwarz, quien le señaló la habitación mortuoria. Al entrar en la habitación entró dándose cruces, e inclinando la cabeza para saludar. Cuando se acercó a ver Ilich, vio en su rostro una expresión de haber hecho todo lo que debió hacer, y al mismo de tiempo, una expresión de amargo recuerdo de vivos. Piotr se incomodó, y salió prontamente de la habitación, encontrándose de nuevo con Schwarz, quien le propuso ir a la casa de Fedor Vasílievich, a jugar una partida de whist. Prascovia Feodorovna, la esposa de Iván Ilich, salió de sus aposentos con otras mujeres, mientras les decía a los demás que la misa de réquiem pronto empezaría; reconoció a Piotr, con quien necesitaba hablar. La partida de whist, había sido entonces dañada, porque faltaría una persona. Piotr y la señora de Ilich, entraron en un salón, donde había una mesa para sentarse, y hablar más cómodamente. Ella le habló de los últimos días que pasó Iván Ilich, los cuales fueron horribles, no paraba de gritar, a pesar de que estaba consciente de ello; y un cuarto de hora antes de morir se despidió. Piotr se asustó, pensando que también podría sufrir lo mismo, pero se tranquilizó, porque era Ilich quien había sufrido y no él, por lo tanto no tenía que ocurrirle también lo mismo. Pero el asunto del que quería hablar Prascovia era otro. Ella necesitaba obtener una gran cantidad de dinero de la Tesorería del Gobierno, por la muerte de su esposo; Piotr reflexionó, pero le dijo que no era posible. La señora suspiró como para librarse de Piotr. Él comprendió y se retiró estrechando la mano de Prascovia. La misa de réquiem comenzó; y cuando hubo terminado, se encaminó en un coche a la casa de Fedor para entrar en la partida de whist, pero ya estaban en el final. La vida de Iván Ilich era muy sencilla, pero muy terrible. Miembro del palacio de justicia. Hijo de un funcionario, el cual tuvo tres hijos, el segundo Ilich. El primero siguió la carrera de su padre, el tercero era un fracasado, porque cada vez que conseguía un trabajo, se hacía mirar mal de la gente. Iván Ilich, demostró lo que sería toda su vida desde la escuela: un hombre inteligente, hábil, comunicativo y alegre. Al salir de la escuela, gracias a su padre, encontró su primer empleo, para desempeñar las funciones de encargado de los asuntos
particulares del gobernador. A pesar de que era joven, hacía su deber con disciplina y severidad; pero en sus relaciones personales, era alegre, correcto e ingenioso cuando sostenía conversaciones. Era muy honrado, de lo cual se sentía muy orgulloso. Cinco años después, se le ofreció trabajo como juez de instrucción; para ello debía hacer nuevas relaciones, nuevas actividades, pero no le importaba. Se desempeñó igual que el anterior, siendo disciplinado y severo en sus deberes. A los dos años de estar trabajando como juez de instrucción, conoció a la que sería su esposa, Prascovia Feodorovna, quien se enamoró de Ilich. Él no tenía intenciones de casarse, hasta que se dio cuenta de lo que sentía Prascovia. Sería un buen matrimonio, ya que era aceptado por la sociedad y sus familias. Así que se casaron. Ilich consideraba que su vida era muy buena y eso le alegraba, y que nadie cambiaría eso, ni siquiera el matrimonio, sino que antes la haría más grandiosa; pero algo ocurrió. Prascovia quedó preñada y en los primeros meses de embarazo, se volvió irritable, celosa, y no consentía nada, ni el más mínimo error. Para Ilich el servicio lo distraía, así que se escondió en él, para huir al menos un poco, de su casa. Cada vez que crecía la irritabilidad de su esposa, él se entregaba más a su trabajo. Al cabo de tres años fue nombrado ayudante del procurador. Sus triunfos poco a poco, lo aficionaban más a su servicio. Conforme nacían más hijos, Prascovia se volvía más insoportable, menos tolerante. Después de siete años, lo nombran procurador en otro lugar, así que debe trasladarse con su familia. El sueldo era mayor, pero la vida más cara, aumentándole a esto, que mueren dos hijos, y su esposa le acusa por todos los infortunios que les han pasado. Hay más peleas entre ellos, que generalmente son por situaciones pasadas. Iván se aísla, para alejarse un poco de sus problemas, permanecía menos tiempo en casa. Sin embargo él seguía creyendo que su vida era alegre y agradable. Siete años vivió así. Su hija mayor tenía diecisiete años, y muere otro hijo, quedando uno. Era un colegial, por instrucción de su madre. La joven estudiaba en casa de sus padres. Así pasaron diecisiete años que siguieron al matrimonio, e Ilich era viejo procurador, que había rechazado varias colocaciones de trabajo, porque creía que tendría mejores ofertas. Esperaba el empleo como presidente de una ciudad universitaria, pero alguien se le había adelantado. Ilich se irritó. Se acumularon deudas, para Ilich, lo habían olvidado. Para disminuir los gastos, se trasladaron para la casa de los padres de Feodorovna que vivían en el campo. Por primera vez, Ilich sintió fastidio y tristeza, y en una noche de insomnio, decidió ir a San Petersburgo para conseguir un buen empleo. Lo consiguió por ayuda de un amigo que trabajaba en el ministerio. Le telegrafió a su mujer su noticia, y regresó al campo. Prascovia también se sintió dichosa por esa noticia. Desde ese día comenzaron a solucionarse las cosas entre ellos. Cuando fue a realizar sus funciones, encontró un piso muy bonito para su familia. Ilich hizo todas las instalaciones del nuevo hogar, eligió la decoración y organizó todo. En su trabajo se concentraba poco, pensando en que más colocaría, y en la expresión que harían su esposa e hija. Para Ilich había vuelto la alegría, para él todo había vuelto a ser como antes. Cuando ellas llegaron,
quedaron deslumbradas, y ayudaron también en las instalaciones. Iván pasaba más tiempo en el palacio, solo regresaba a su casa, sino a comer. Petristchev, hijo de Dmitri Ivánovich, estaba detrás de la hija de Ilich, y ya hablaba de eso con su esposa. Pensaban hacerlos salir juntos. Todo hasta aquí marchaba bien.
Toda su familia tenía una muy buena salud, hasta que Iván Ilich comenzó a sentir un dolor en el lado izquierdo de su vientre y un sabor extraño en su boca, además estos síntomas le causaban mal humor. Con este mal humor, que crecía constantemente, los dos esposos volvieron a sus peleas de antes. Luego de una discusión, Ilich confesó que era por la enfermedad que estaba comenzando a aparecer; Prascovia lo aconsejó que fuera a un médico célebre, que pudiera decirle que era eso que sentía. El hace caso a su mujer, y visita un médico, que solo supone cosas respecto a su dolor, sin darle la respuesta a una duda de Ilich: ¿Es grave mi enfermedad? Pero el médico dio poca importancia, no importaba la vida de Ilich, sino si la enfermedad era riñón flotante, un catarro crónico o un problema con el coecum, y que solo una muestra de orina podía ser examinada la situación. A veces el dolor pasaba, y creía que todo iba mejor, pero cuando había una disputa con su esposa, o una derrota en el whist, volvía. En cuanto a esos síntomas, leía libros de medicina, escuchaba conversaciones, y seguía visitando más médicos célebres; pero era lo mismo siempre, al igual que cuando visitó el primer doctor. Todos en el trabajo lo miraban como quien va a dejar un puesto de trabajo, y cuando se reunía con sus amigos, casi no le permitían jugar, porque lo veían cansado; pero su orgullo no lo dejaba verse a sí mismo. Un día, su cuñado lo vio y quedó asombrado por el cambio; él se encerró en su habitación, se miró al espejo, y se comparó con una foto que había sido tomada hace unos años atrás; el aspecto era diferente, todo él era distinto. Salió de su habitación y escuchó a su esposa hablando con un médico, sobre su situación, quién decía que Ilich era hombre muerto. Se llenó de miedo, y pensó en el riñón. Se organizó, y se fue para donde su amigo Piotr, quien también era amigo de un médico muy célebre. Éste le dijo que tenía “algo pequeño en el coecum”, y que solo necesitaba aumentar la energía de un órgano, disminuir la de otro. En su casa, tomó las pastillas que también le había recetado ése médico, y dejó de sentir el dolor, tocó su vientre, y no dolía. Pero cuando apagó la vela y se acostó en la cama, el dolor regresó súbitamente. Desde ese momento comprendió que moriría, que todo era inútil, y le enojaba que todos fueran tan desconsiderados. Pensó de nuevo en el servicio, tal vez así, pensando en otra cosa, el dolor desaparecería, pero incluso allí, seguía, y no lo dejaba concentrar. La situación empeoró, el dolor era más fuerte, ya no podía ni trabajar. Dormía menos. Y aunque le daban bebidas, o se le aplicaba morfina, el dolor no paraba; las comidas que eran recetadas por médicos, se volvieron repugnante para él. Sin embargo halló un consuelo: comenzó a ser atendido por un mujik llamado Guerassim. Era alguien joven, alegre, que hacía su trabajo con voluntad, y
atendía a Iván Ilich, con mucho gusto. Ilich le tenía mucho aprecio, porque aparte de sus atenciones, el mujik le hablaba con la verdad. A Iván le disgustaba las mentiras respecto a su enfermedad. Cosas como, estarás mejor o te recuperarás, eran mentiras que le daban enojo. Pero Guerassim, hablaba para Ilich con la verdad, porque sabía que era inútil, diciéndole lo que no pasaría. Pero lo más terrible para Ilich, era que nadie le compadecía. Quería ser abrazado como un niño enfermo, o que le hablaran con palabras dulces, o que se le acariciase o animase. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Sin embargo en la relación con Guerassim había algo parecido. Iván Ilich estaba en sus últimas, podría decirse. Sentía que lo que le pasaba era injusto, pues era imposible que su felicidad del pasado, pudiera haberle traído a esta situación. Pero algo en su interior le dijo lo contrario: ¿Cuál felicidad? Él quería vivir como antes, en esa vida tan agradable que llevaba; pero su interior lo contrariaba: ¿Cuándo? ¿Qué vida agradable? Por su mente comenzaron a pasar recuerdos. Comenzaron por la infancia, vio una persona que reflejaba felicidad, al igual que cuando estuvo en la escuela de derecho, o cuando tuvo su primer trabajo como encargado de las funciones del gobernador. Todo iba bien hasta ahí. Pero cuando los recuerdos del matrimonio se asomaron por su mente, comenzó a ver las cosas diferentes. ¿Era en realidad esa su felicidad, cuando sólo se escondía de sus problemas, y se hacía detrás de su trabajo y pasiones, para no avistar el futuro que venía? Así pasaron dos semanas. El enfermo ya no quería la cama, porque se mantenía en el sofá; y allí, recostado como se mantenía, formulaba una pregunta que era contestada siempre con afirmación: ¿Es esta la muerte? Unos días más tarde, llega un acontecimiento muy inspirado por Iván y su esposa: Petristchev pidió la mano de su hija, Lina. Prascovia quiere anunciarle la noticia a Ilich, así que va a su aposento; Iván quiere estar solo para su muerte, y la expulsa de su habitación, lo cual hacía con todos. El dolor moral era lo que hacía sufrir a Ilich, todos los recuerdos le herían su corazón; pero no había tiempo de remediar lo que ya estaba hecho. Entonces comenzó a pensar y a recordar de otra manera. En la tarde del día siguiente, fue invitado a comulgar, él accedió. Lo hizo con lágrimas en los ojos. Después de ello, se le acostó; se sintió además, un poco mejor. Algo nuevo surgió, como una punzada que cortaba su respiración. Luego gritó que se fueran los que estaban dentro de su habitación. Sabía lo que pasaba ya. Pasaron tres días así, y él había perdido la noción del tiempo. Comenzó a sentir como que lo introducían en un saco negro, luego vio la luz. Advirtió que alguien besaba su mano, abrió sus ojos, y vio a su hijo y a su esposa que se acercaba; los compadeció a los dos, pensó que estarían mejor sin él. Con una mirada a su mujer, le pidió que se lo llevara. Luego un dolor más se introdujo dentro de su cuerpo. El terror que sentía por la muerte ya no existía por alguna razón, y en vez de muerte había luz. Pasó en unos segundos, para él, porque para los demás, fueron un par de horas. Alguien detrás de él murmuró: -Esto ha terminado. Ilich luego, se dijo dentro de sí: -La muerte ha terminado. Luego murió.
EL MÚSICO ALBERTO
A las tres de la mañana, cinco jóvenes entraron en un baile de San Petersburgo, con intención de divertirse. Se tocaba el piano y el violín. La fiesta no era muy entretenida: bebían champaña, y habían personas que buscaban la manera de alegrar el ambiente, pero era imposible. Uno de eso jóvenes, llamado Delessov, se retiró entonces, pero en la puerta de la antesala, oyó algunas voces. Una suplicaba entrar, era la de un hombre, y la voz de una mujer no se lo permitía. El sin embargo pasó, y se abrió la puerta, de donde escuchaba Delessov. Era un hombre flaco, su ropa se encontraba su sucia, sus cabellos enredados, pero su frente mostraba como una luz que le daba un aspecto más angelical de humano, a pesar de su desorden físico. Delessov volvió a donde estaban sus compañeros. El hombre comenzó a saludar, era amigo de la señora de la casa, donde se hacía la fiesta. Unas personas le pidieron que bailaran. Él comenzó a dar vueltas por todo el lugar en donde bailaban, y chocó con alguien. El hombre cayó al suelo. Todos comenzaron a mofarse, pero cuando vieron que no se levantaba, cesó la burla y algunos corrieron a auxiliaron. Se sentó en una silla, y repetía a los que le rodeaban que estaba bien. Se levantó, y fue a donde estaba el hombre que tocaba el violín, se lo quitó, y comenzó a tocar con el acompañamiento del piano. De pronto, un silencio, de asombro tal vez, cubrió todo el salón. Las notas salían tan delicadas del violín, que hacían entrar en un estado donde no se sabía si era realidad o imaginación. Delessov comenzó a recordar su infancia, su pasado, un lugar donde reía, donde no había malestar. Ese hombre de aspecto desdichado, era un verdadero músico. Delessov lo compadeció, pensó ayudarlo. Cuando terminó de tocar y se retiró a una habitación de la casa, todos reunieron dinero para entregárselo al músico. Delessov se comprometió a entregárselo, además, se apiadó tanto de él, que le pidió que fuera a vivir a su casa. El asintió con el consejo de la señora de la casa. Sin embargo cuando iban en el coche, sintió miedo de no equivocarse con él. A la mañana siguiente, cuando se iba a su trabajo, le pidió a su criado, Zakhar, que fueron a donde el vecino, para que le prestara el violín por algunos días, y se lo pusiera en la habitación asignada para Alberto, que era como se llamaba el músico. En la noche, cuando Delessov volvió de su trabajo, el criado le dijo que Alberto se había ido. Le pidió a Zakhar que fuera a buscarlo. Y cuando ya estaba por dormirse, sintió que abrían la puerta, era el músico. Se sentaron en la habitación, y comenzaron a hablar de arte: pintura, música… pero al final terminaron hablando del amor de Alberto. Él confesó que había alguien a quien había amado. El tocaba en un teatro, ella, su enamorada, cantaba ópera, y su voz lo cautivó. Alberto estaba pasando por momentos muy difíciles en ese tiempo. Le tocaba dormir en la oscuridad del teatro, donde soñaba con ella, donde soñaba que le hablaba. Pensaba que esos sueños eran realidad. Después de que Alberto fue a dormir, Delessov le pidió a su criado que no le dejara salir, ni tomar bebidas con alcohol. Al día siguiente, Delessov tomaba su café y leía el periódico; no se escuchaba nada. Zakhar, entreabrió la puerta, y
se dio cuenta que el dormía. Unos momentos después, una tos seca, invadió la casa. Alberto estaba muy débil, y además enfermo, por la situación que vivía. Cuando se levantó, pidió vino, lo cual le fue negado. Estaba triste y aburrido. Cuando Delessov volvió ya tarde del trabajo, preguntó por el músico; su criado le dijo que mal, porque tocía mucho, y pedía aguardiente. Zakhar le dio un vaso, por temor de perderle. No había tocado el violín, y tampoco había comido. Cada día el músico se había vuelto más callado, sombrío, con una expresión de miedo hacia Delessov. Unos días después, cuando el señor de la casa había vuelto de una jornada laboral bastante estresante, decidió permitirle a Alberto que se fuera, porque era innecesario y bastante inútil, ayudarle a alguien que no podría cambiar. Durante la noche, Delessov se despertó con unos ruidos en la sala, era Alberto que estaba borracho, y que se iba a marchar. Nadie se lo impidió. Cuando salió, Delessov lo compadeció, y quiso decirle a su criado que fuera a buscarlo, pero era tarde. Afuera hacía frío, se podían ver las estrellas en el firmamento. Alberto sin embargo no sentía nada, por la excitación y la pelea que había tenido dentro, cuando pidió su “libertad”. Caminaba con sus pies que le tambaleaban, tenía pensado ir a la casa de Ana Ivanovna, la señora, dueña del lugar donde se hizo la fiesta en que Delessov encontró al desdichado músico. Alberto tropezó y cayó; comenzó a soñar. Cuando levantó su cabeza, vio una enorme casa, entró en ella, y se sentó donde habían otras personas más, entre ellas un amigo suyo, Petrov, que era pintor. Petrov comenzó a hablar del músico, adulándolo, sin reproches de su pasado. Pero en la habitación entró Delessov, con un aire diferente, afirmando lo contrario. Su amigo le defendía. Alberto abrió sus ojos, estaba frente a la casa de Ana Ivanovna. Pero cuando los cerró, el sueño continuó, diferente. Vio a su amor, a la mujer que amaba. Comenzaron a besarse. Para Alberto era real. Pero en lo que era realidad, unas mujeres le vieron tirado y le entraron en la casa de Ana, tirándolo en un rincón.