1 PROTÁGORAS - EL HOMO MENSURA 18. PLAT., Cratil .,., 385 E. . . . Como decía Protágoras afirmando que el hombre es medida de todas las cosas; así, por tanto, como a mí me parece que son las cosas, tales son para mí; y como a ti te parecen, son para ti. 19. SEXT., Hipot. pirron pirron., I, 216 y sigs. También Protágoras sostiene que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son, entendiendo por medida la norma y por cosas lo real; de forma que el podría decir que el hombre es la norma de todo lo real, de lo que es en cuanto que es, y de lo que no es en cuanto que no es. Y por esta causa él sólo admite lo fenoménico-subjetivo, introduciendo, en consecuencia, el relativismo. De esta tesis, parece deducirse su afinidad con los pirrónicos,1 pero se diferencia de ellos. Y esta diferencia se nos hace patente cuando hayamos analizado adecuadamente el pensamiento de Protágoras. Dice Protágoras que la materia es fluyente, pero, a medida que fluye, las adiciones compensan las perdidas, y que las sensaciones se transforman y cambian en relación con la edad y con las demás disposiciones del cuerpo. Dice también que el fundamento de todo fenómeno subyace en la materia, de manera que ésta se manifiesta a todos y a cada uno de los hombres como es en sí misma, mas estos perciben una u otra representación según sus diferencias individuales. Así, un hombre que está en condiciones normales percibe, entre las manifestaciones fenoménicas inherentes a la materia, las que están predispuestas a aparecer a los individuos normales; y, por el contrario, un individuo anormal percibirá las correspondientes a los anormales. E igual razonamiento puede hacerse con respecto a la edad, y según si se está dormido o despierto y, en fin, según toda especie de disposición. Según él, por tanto, acontece que el hombre es la norma de lo real. En efecto, todo lo que se manifiesta a los hombres, también es, y lo que no se manifiesta a ningún hombre, no es. Vemos, pues, que establece que la materia es fluyente y que en ella reside el fundamento de todos los fenómenos, los cuales son oscuros e inaprehensibles para nosotros. 1
Escuela de Pirrón de Elis, ciudad del Peloponeso, Peloponeso, fundador del escepticismo griego, escuela postaristotélica y una de las más importantes de esta época, junto con el epicureismo y el estoicisimo. Defendía la imposibilidad de alcanzar la certeza, por lo que la única actitud admisible era la "epojé", la abstención del juicio, única manera de conseguir la "ataraxia", "ataraxia", es decir, la tranquilidad del ánimo que nos llevará a la felicidad. Los principales discípulos de Pirrón fueron Filón de Atenas y Timón de Fliunte. El escepticismo pirrónico fue continuado, pero con grandes modificaciones, por la segunda Academia (Arcesilao) y la tercera Academia (Carnéades).
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20. HERM. (Diels, 653). Pero, por otra parte, está Protágoras, que me atrae al decir: El hombre es límite y juez de las cosas; las que caen bajo sus sentidos, son; las que no caen bajo ellos, no son entre las formas del ser. 21. SEXT., Contra matemát ., VII, 60. Algunos incluyeron también a Protágoras de Abdera en las filas de aquellos filósofos que suprimen el criterio (de verdad), por el hecho de que afirma que todas las representaciones y opiniones son verdaderas, y que la verdad es relativa, porque todo lo que es objeto de representación o de opinión para uno, inmediatamente "es" para él y por esto comienza sus "Discursos destructores" proclamando: "El hombre es medida de todas las cosas, de las que son, en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son". 22. PLAT., Teetet ., 166 D y sigs. (Apología de Protágoras). Yo afirmo que la verdad es como he escrito: que cada uno de nosotros es medida de lo que es y de lo que no es. Y que la diferencia de uno a otro es infinita, ya que a uno se manifiestan y son unas cosas, y a otro, otras diferentes. Yo no digo que no existan la sabiduría y el sabio, pero mantengo que es sabio el que de nosotros, pareciéndole y siendo para él una cosa mala, consiga, produciendo una conversión, que parezca y sea buena. Recordad lo que se decía anteriormente, que al enfermo le parece amargo y, por tanto, lo es, todo lo que come, mientras que para el hombre sano es y parece lo contrario. Y no se debe, ni sería posible, considerar a ninguno de los dos mas sabio, ni acusar al enfermo de ser ignorante por mantener tal opinión, o afirmar que el que goza de salud es sabio por sostener la suya, sino que se ha de producir una conversión hacia la disposición contraria, pues es la mejor. Igualmente en la educación se debe producir una conversión desde un estado a otro mejor. Ahora bien, el médico origina esta conversión gracias a los medicamentos, el sofista con sus discursos. Nadie puede conseguir que quien tiene opiniones falsas pase a tenerlas verdaderas, pues es imposible opinar sobre lo que no es, ni sobre cosa distinta de lo que es objeto de sensación, que siempre es verdadero. Pienso más bien que una disposición perniciosa del alma origina opiniones de la misma naturaleza, y que una disposición conveniente da lugar a opiniones de igual índole, a las que algunos por inexperiencia llaman verdaderas. Yo, por el contrario, considero unas más convenientes que otras, pero en modo alguno más verdaderas.
3 En cuanto a los sabios… a
los que lo son con relación al cuerpo, los llamo médicos; a los que lo son con relación a las plantas, los denomino agricultores. Y afirmo que éstos, en las plantas, cuando alguna de ellas está enferma, producen, en lugar de sensaciones perniciosas, otras convenientes, saludables y, también, verdaderas. De igual manera los buenos y sabios oradores hacen que las cosas convenientes al Estado parezcan justas, frente a las que son perniciosas. Pues lo que a cada Estado le parece justo y bello, efectivamente lo es para él, mientras que tenga el poder de legislar. Y el sabio hace que las normas estatales parezcan y sean convenientes a cada ciudadano en lugar de perniciosas para los mismos. Según el mismo principio, también el sofista que es capaz de educar a sus discípulos en este sentido, es considerado por ellos sabio y digno de elevados honorarios. Pues unos hombres son más sabios que otros, sin que ninguno tenga opiniones falsas, y es preciso que tú seas medida, te guste no te guste. Esta doctrina se resuelve en estás palabras: Sobre lo justo y lo injusto, lo santo y lo no santo, estoy dispuesto a sostener con toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y todo el tiempo que dura ese parecer.