Pierre Grimal, El siglo de Augusto Introducción
El “siglo de Augusto” cuyos límites extremos se extienden desde la muerte de César, el 15 de marzo del 44 a.C., hasta la misma del propio Augusto, ocurrida cerca de Nola, en Campania, el 19 de agosto de 14 d.C. Sesenta años de el hombre que al llegar al poder encontró a Roma en el caos, y que cuando murió dejó un estado organizado, pacificado, armado de un ideal y de una razón de ser. La obra de Augusto fue posible por el largo espacio de tiempo durante el cual ejerció la acción. Nació en el año 63 a.C., su nombre era C. Octavio Turino. César lo llevó consigo y lo adoptó, desde entonces se llamó C. Julio César Octaviano. Ese nombre y esa adopción lo señalaron para recibir la herencia del dictador. Transcurrirán cerca de 17 años antes de que el joven César esté en condiciones de hacer que se reconozcan el sentido y el alcance de su misión. C. Octavio entró en la historia el 16 de enero del 27, día en que L. Munacio Planco propuso al Senado que se otorgara al nuevo señor el nombre de Augustus. El vocablo no era nuevo en la lengua; lo aplicaban ordinariamente ordinariamente a lugares u objetos consagrados, designados por los augures. Los poderes de Augusto parecen resumirse con demasiada frecuencia a un sistema constitucional cuya habilidad maquiavélica tiene por meta concentrar toda la autoridad real en manos del príncipe, manteniendo la apariencia de la libertad republicana. En ese caso Augusto sólo hubiera sido un político genial, movido esencialmente por la ambición. Semejante explicación puede ser válida para la obra política y militar de su reinado; pero no explica en modo alguno la magnífica floración intelectual, intelectual, artística y literaria que entonces vio la luz.
Capítulo I. Los años preliminares y la conquista de los espíritus
Los conjurados que asesinaron a César, estaban animados por un solo deseo: suprimir al tirano que desde hacía cinco años impedía el libre juego de las instituciones republicanas. Para ellos bastaba con volver a depositar el poder en manos de los cónsules regularmente elegidos para que todo volviera al orden. El Imperio era cosa de Roma, y Roma la propiedad de algunas familias, ávidas por repartirse los cargos y los beneficios. Sin embargo, César supo, en esos cinco años echar los cimientos de un orden nuevo. De los dos cónsules en ejercicio, por lo menos uno, Antonio, era su más fiel lugarteniente; el otro, el joven Dolabela, estaba dispuesto a venderse al mejor postor. Antonio se conformó con hacer validar, en bloque, todos los actos de César, y hasta sus proyectos, que aún no tenían fuerza de ley. El “cesarismo” sobrevivía a los Idus de marzo. Pero la realidad del poder no pertenecía ni al Senado ni siquiera al cónsul. Si Antonio era, de hecho, el dueño de la situación, no lo debía su cargo oficial, sino a su posición de principal lugarteniente de César. En cuanto se enteró de los acontecimientos de Roma, Octavio se apresuró a regresar a Italia. El testamento de César lo designaba heredero. Al princi principi pioo pudier pudieron on creer creer que Octavi Octavioo se li limit mitarí aríaa a reivi reivindi ndicar car la fortu fortuna na de César, César, pero pero se desengañaron pronto. La agitación religiosa en torno al dictador asesinado, que Antonio se esforzaba por 1
Pierre Grimal, El siglo de Augusto contener, fue de pronto avivada por una manifestación espectacular. Octavio intentaba explotar el culto naciente del dios César. La ocasión se le presentó en los últimos días de julio, cuando celebró él mismo (superando a la oposición de Antonio) los Juego de la Victoria de César, instituidos dos años antes por el dictador en honor a su “patrona”, Venus Genitrix, antepasado místico y protectora de su familia, la gens Julia. Los historiadores se han preguntado, desde la Antigüedad, en qué medida Octavio era sincero cuando afirmaba así el carácter divino de su padre adoptivo, y en qué medida, al apoyar la creencia popular, no hacía sino utilizar para sus propios fines la superstición de la muchedumbre. Octavio no es un fundador de religión pero sabemos que no estaba exento de creencias extrañas. Creía en los presagios extraídos de los sueños. Octavio había acompañado a César durante la guerra de España. Los más ardientes entre los cesarianos empezaron en secreto a dudar de Antonio. Éste se dio cuenta. Se acercó oficialmente a Octavio, en una reconciliación aparente, y obtuvo el alejamiento de los principales conjurados de los Idus de marzo, Bruto y Casio, que partieron, en disimulado exilio para gobernar las lejanas provincias de Creta y Cirene. Luego, como las semanas pasaban y veía cercano el término de su propio consulado, deseó asegurarse un mando militar que le daría el medio de mantener su autoridad. Decidió tomar el gobierno de la Galia Cisalpina, que ejercía entonces Décimo Bruto, uno de los matadores de César. Para hacerlo tenía que arrojar a Bruto. Mientras Antonio reunía legiones en Italia del Sur, Octavio llevó tropa entro los veteranos de su padre y marcho sobre Roma, adonde entró el 10 de noviembre. Entonces fue cuando Cicerón salió de su silencio para defender a Octavio. Octavio queda solo para representar sobre el suelo italiano, la nueva legalidad. A pesar de su éxito y del ostensible apoyo de Cicerón, Octavio se encontraba en situación más precaria que nunca. En Roma Cicerón se jactaba abiertamente de haberlo utilizado sólo como un instrumento que se tira cuando deja de ser útil. ¿Cuál sería su lugar en una república naciente? Cicerón maniobraba para conseguir el consulado y pensaba haber dado término a la aventura cesariana. Por segunda vez, Octavio tomó la iniciativa y consiguió ocupar un sitio entre los dos partidos. Al frente de sus tropas decidió marchar sobre Roma y reivindicar el consulado. Legalmente no tenía ningún derecho. Era demasiado joven para llegar a la magistratura suprema. Pero las tres legiones que el Senado intentó oponerle se pasaron a su lado, sin combate. El pueblo de Roma, tan fiel como los soldados a la memoria del dios César, elevó por unanimidad a su heredero al consulado. El primer acto del nuevo cónsul fue hacer condenar por un tribunal regular a los matadores de su padre; luego partió hacia al norte, para una entrevista con Antonio. Y cerca de Bolonia se estableció ente Antonio, Lépido y él, el Segundo Triunvirato. Este nuevo triunvirato constituía una magistratura oficial, aunque de excepción. Los tres asociados se atribuían a sí mismos la misión de restaurar el Estado y asegurarle una constitución viable. Ciento treinta senadores figuraban en las listas fatales para se ejecutados sin juicio. Gran número de caballeros corrieron la misma suerte. No perecieron todos, pero los sobrevivientes debieron esconderse, y 2
Pierre Grimal, El siglo de Augusto pronto no subsistió en Roma ningún miembro importante de la facción republicana. El mismo Cicerón fue muerto cuando trataba de huir. El 1º de enero del año 42 fue proclamada oficialmente la divinidad de César, desde hacía tiempo reconocida por el pueblo. Había llegado el momento de vengar a César. Era de nuevo la guerra civil; de nuevo el conflicto entre los republicanos, apoyados en las provincias orientales, y los cesarianos, dueños de Italia y de todo el Occidente. Antonio partió para Oriente y Octavio quedó encargado de gobernar Italia. De los dos compañeros que quedaban enfrentados, Antonio era el que conservaba mayor prestigio en él recaía la realización del gran sueño cesarino: conducir una expedición contra los partos y conquistar definitivamente el Asia interior. Antonio siguió a Cleopatra a Alejandría y pasó junto a ella el invierno del 41 al 40. Mientras tanto, en occidente, Octavio se dedicaba a tareas necesarias pero ingratas. Le incumbía recompensar a los soldados de las veintiocho legiones que habían combatido en Filipos y distribuirles tierras en Italia. Dieciocho ciudades italianas vieron su territorio repartido entre los veteranos. De todas partes se elevaron quejas. De los dramas que se desarrollaron entonces tenemos las Bucólicas de Virgilio. Cada hombre posee en sí un elemento divino, su genius , inmanente a su ser y a su vida misma. A ese genius
se dirigen las oraciones y las ofrendas; los sacrificios tienen la finalidad de comunicarle acrecida
vitalidad y eficacia. Es muy probables que la primera Bucólica , no sea de los primeros meses del 41 ni del tiempo de las primeras confiscaciones. Octavio, entonces, no es el salvador sino el verdugo de los propietarios de tierras, y el descontento cunde. L. Antonio, ejerce el consulado y es secretamente hostil a Octavio. Sexto Pompeyo, el hijo del vencido de Farsalia, es dueño del mar e impide el abastecimiento de la península. Asinio Polión, al frente de siete legiones, ocupa la Cisalpina por cuenta de Antonio. L. Antonio, estimando que ha llegado el momento de obrar y librarse de Octavio, subleva a los provincianos y se atrinchera en Perusa. Octavio consigue salir del mal paso, lleva vigorosamente el asedio de Perusa, a la que toma y saquea a principios del año 40. Octavio es el nuevo señor de Italia. Las tropas manifestaban una repugnancia cada vez mayor a una posible reanudación de la guerra. En esas condiciones se abrieron en Brindis negociaciones entre Mecenas (por Octavio) y Polión (por Antonio) y se concluyó una paz entre ambos. Antonio desposó a Octavia, hermana de Octavio. Ambos se repartían el mundo. Antonio tendría manos libres en Oriente, Octavio en Occidente. Lépido obtenía el África. En Italia, el pacto de Brindis apareció como el comienzo de una era de paz. El hijo de Pompeyo, Sexto, era el dueño del mar y continuaba provocando el hambre en Italia y Octavio hubo de volver a la lucha por la libertad de los mares. El asunto fue mal llevado y condujo a un desastre para Octavio. Se pidió ayuda a Antonio. Las fuerzas de Octavio invadieron Sicilia, principal punto de apoyo de Pompeyo. Sexto Pompeyo huyó a Oriente donde pereció. Octavio se había asegurado el señorío de los mares. Lépido que trató de oponerse a Octavio, fue despojado de su poder triunviral. La expedición de Antonio contra los partos, terminó en un fracaso. 3
Pierre Grimal, El siglo de Augusto La intención de Octavio, al invitar a Virgilio a que escribiera las Geórgicas , era “promover la agricultura” e incitar a los romanos a que volvieran a las ocupaciones de sus antepasados. Éstas hicieron mucho por quitar a los provincianos de Italia el sentimiento de que eran “inferiores” a la plebe de Roma, puesto que uno de ellos, Virgilio, proclamaba su preeminencia moral, la grandeza, y la nobleza de su vida. En la herencia de César figuraba un vasto programa de obras públicas. El propósito del dictador era modernizar Roma. Agripa (edil) emprendió una reorganización total de los acueductos. Octavio mandó a construir un templo a Apolo, su dios, en el Palatino. En el año 33 terminaba el triunvirato y teóricamente volvía el poder a manos de los magistrados ordinarios. Los dos cónsules eran partidarios de Antonio. Uno de ellos se entregó a violentas invectivas contra Octavio. Éste, pocos días después, penetró en la sala de sesiones con una escolta armada, impuso silencio a los cónsules, defendió su propia política y atacó a Antonio. Era un nuevo golpe de Estado y como una declaración de guerra. Los cónsules salieron de Roma, acompañados por senadores y se dirigieron ante Antonio. Octavio se contentó con designar a otros dos cónsules que le eran adictos. Por su voluntad había puesto fin al triunvirato. No le quedaba más que pedir a las armas la decisión contra Antonio. Comenzaron a circular versiones en contra de Antonio (se encontraba junto a Cleopatra en Éfeso). A la opinión romana se le presentaba una imagen sorprendente: el nuevo Dionisio contra lo apolíneo Octavio. A fines del 32 se declara oficialmente la guerra a Cleopatra. No se trataba de Antonio. No comenzaba una guerra civil, sino, ostensiblemente, la cruzada de la libertad y la civilización contra la barbarie y la esclavitud. El heredero de César no era ya un señor que trataba de asegurar su dominio sobre el mundo, sino el campeón enviado por los dioses para salvar a Roma y al Imperio. Los nobles romanos que acompañaban a Antonio se pasaron al enemigo. La batalla decisiva se dio en el mar. Por singular casualidad el encuentro naval se produjo a la vista del promontorio de Accio, en Epiro, allí se alzaba un santuario a Apolo. Durante el verano del año siguiente, Octavio quebró las últimas tentativas de resistencia de Antonio en Egipto y el 1 de agosto entraba en Alejandría. Antonio se había suicidado. Cleopatra se hizo picar por un áspid.
Capítulo II. El principado augustal
César había emprendido, al asumir la dictadura, una reorganización total del Estado romano. Pero no tuvo tiempo de realizar su programa, cuyo primer punto comportaba, aparentemente, la constitución de un régimen monárquico. Roma no lo permitió. Pero los “libertadores” no supieron establecer la República. Una vez terminada la guerra, Octavio tenía por fin las manos libres para dar a Roma las instituciones que ésta reclamaba, y podía preverse que no serían las de antaño. 4
Pierre Grimal, El siglo de Augusto Ya había tomado varias medidas que preparaban el porvenir. Había impuesto la idea de su misión divina: hijo del dios César. Al fundar gran número de colonias de veteranos en Italia y en las provincias, habíase atraído, por otra parte, numerosa clientela. Jefe victorioso, acumuló sobre sí mismo los triunfos y la gloria militar. Su funcionamiento esta asegurado por tradiciones. El espíritu conservador de los romanos no concebía que pudieran introducirse cambios radicales en prácticas probadas por el uso y que el tiempo había mostrado que agradaban a los dioses. Desde el golpe de estado del 31, Octavio había asumido el consulado año tras año. Era así presidente del Senado y jefe supremo del Estado. Compartía esas prerrogativas con colega, el segundo cónsul, pero éste, que le debía su elección, le era forzosamente adicto. Jurídicamente, las atribuciones y las funciones legislativas y ejecutivas de los cónsules no se habían modificado. Después del 27 a.c., Octavio restableció el sistema de la República y devolvió al Senado la gestión de todas las provincias, salvo tres, España, Galia y Siria, que se reservó para él. Eran las tres provincias en que se desarrollaban operaciones militares. Los poderes legales de Augusto a partir del 27 eran: cónsul, procónsul, presidente del Senado, dueño del Imperio proconsular y gobernador de tres provincias. La misión de Augusto era la resultante de varios hechos de orden histórico: •
En el año 32, romanos, italianos y hombres libres de las provincias occidentales, le rindieron homenaje, por lo cual estaban atados para siempre
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Muchos provincianos de las colonias fundadas por él, le debían el derecho de ciudadanía romana.
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En el interior del Senado era la persona más importante por sus acciones anteriores. Al ser princeps senatus,
Augusto se hallaba investido de una autoridad moral, de naturaleza casi
religiosa. •
Riqueza personal. Poseía inmensas rentas que no ingresaban en el tesoro público.
Después de la reorganización del 27, A gusto se alejó, para volver en el 24 y dejó en Roma a Agripa, Mecenas y Estatilio Tauro. A su regreso, Augusto estaba enfermo y se corrió el rumor de su muerte y la oposición volvió a cobrar esperanzas. Una conjuración estalló. Su colega en el año 23, Terencio Varrón Murena, es súbitamente acusado y ejecutado. Augusto se da otro colega, Calpurnio Pisón. Augusto tendido en el lecho, entrega a Pisón los legajos secretos de la administración y tiende su anillo a Agripa. En Pisón recae legalmente la gestión del consulado y Agripa heredará todo cuanto compete a su fortuna personal y también su imperium proconsular. Pero Augusto sobrevive. Convenía separar más los poderes del príncipe y los de los magistrados ordinarios. Augusto renunció a ocupar cada año el consulado. Se atribuyó la inviolabilidad personal y el 5
Pierre Grimal, El siglo de Augusto derecho de veto sobre los actos de todos los magistrados. Ningún cónsul o pretor podría decidir nada sin el consentimiento del príncipe. Octavio no tenía descendencia. Un primer matrimonio con Claudia, hijastra de Antonio, no llegó a consumarse. En el 40, Octavio se casó con Escribonia, viuda de dos cónsules, que le dio una hija, Julia. Pronto se divorció. En el 38 desposó a Livia Drusila, que debió abandonar a Ti. Claudio Nerón (a quien amaba) del que había tenido un hijo, el futuro emperador Tiberio y esperaba un segundo. Pero el casamiento con Livia resultó estéril y debió buscar un sucesor fuera de su posteridad directa. La hermana de Augusto, Octavia, había tenido tres hijos con Antonio: C. Claudio Marcelo: Marcela mayor, Marcela menor y C. Marcelo nacido en el 42. A ese joven se dirigieron las miradas. Augusto lo llevó consigo en sus campañas contra los cántabros y en el año 25 le dio su hija Julia en casamiento. Después de los Ludi Romani , Marcelo cae enfermo y muere. Augusto obliga a Agripa al divorcio y hace que se case con Julia, viuda de Marcelo. Con dos años de intervalo nacen Gayo y Lucio César. A la muerte de Agripa, en el año 12, Augusto ordenó a Julio que se casara con Tiberio, a quien obligó a divorciarse. Tiberio estaba especialmente encargado de velar por la educación de los dos jóvenes príncipes: Gayo y Lucio César, que Augusto había adoptado en cuanto nacieron. En el año 6 a.c., Augusto mandó a Tiberio a Oriente, pero éste abandonó toda actividad política y se retiró a Rodas en exilio voluntario, entregándose al estudio de las letras. En el año 5, se decide que Gayo recibirá el consulado antes de la edad, en el año 1 a.c. y que tres años después le corresponderá a su hermano. Augusto mandó a Gayo en una misión militar donde lo hirieron y muere por esta causa. Lucio había muerto en Marcela, dos años antes. Para resolverlo, Augusto efectuó dos adopciones, la de Tiberio y la de Agripa Póstumo, hermano de Gayo y Lucio, nacido en el año 12 a.c., después de la muerte del padre de éstos. Pero una vez, los cálculos del emperador fueron burlados. Agripa Póstumo fue relegado a una isla, so pretexto de que su carácter brutal y su estupidez hacían imposible su permanencia en Roma. A principios del reinado de Tiberio, sería ejecutado. Tiberio fue asociado por Augusto a su poder, dándole por ley atribuciones iguales a las suyas. El 17 de agosto del 14 moría Augusto.
Capítulo III. La literatura augustal
Uno de los primeros cuidados de Mecenas, el compañero de Octavio, fue atraer a su alrededor a los poetas. Ya encontramos a Virgilio en la intimidad de Mecenas. Poco después, Horacio se une al grupo. A los generales romanos les agradaba vincularse con poetas capaces de cantar sus hazañas. Imitaban de ese modo a 6
Pierre Grimal, El siglo de Augusto los conquistadores helenísticos, y al mismo Alejandro, quien bien sabía que la gloria de Aquiles hubiera sido vana si Homero no la hubiese inmortalizado. Poco a poco cada gran familia de la aristocracia romana atrajo a sí hombres de letras encargados de que su recuerdo no cayera en el olvido. Mecenas tuvo no sólo la habilidad de atraer a su alrededor escritores de su siglo, sino que además supo dirigir sus genios y ponerlos al servicio de esa “revolución de los espíritus” indispensables para que tuviera pleno éxito la revolución política en que trabajaba Octavio. En el siglo de Augusto, la literatura latina había de alcanzar su apogeo. Además hay que reconocer que esa “edad de oro” de los poetas duró menos que el reinado de Augusto y también había empezado antes del tiempo de Accio. Las primeras obras de Virgilio son contemporáneas de los últimos años de César, y Virgilio murió en el 19 a.c., más de 30 años antes que Augusto. Propercio desaparece en el 15 a.c. Horacio muere en el 8, el mismo que Mecenas, y el principado de Augusto se queda sin grandes nombres. La vocación de Horacio, Virgilio, Propercio o Tíbulo, nada deben ni a Mecenas ni a Octavio. Las evoluciones en política y literatura se produjeron una a la par de otra y resulta posible que los mismos factores influyeran en una y otra. Independencia de los poetas agrupados en torno a Mecenas, quizás sea el rasgo más notable de todo ese período. No se trataba de hacer propaganda a Octavio. Si Mecenas tenía la ambición de dirigir a poetas de su grupo, reconozcamos que no tuvo pleno éxito, y que la literatura augustal no vio nacer la gran epopeya política que deseaba y que hubiera celebrado las victorias del príncipe. Mecenas, sin embargo, le proporcionó a todos, seguridad y bienestar. La personalidad de Mecenas, explica en gran parte los caracteres esenciales de la literatura augustal y quizás el que más contribuyó a hacer de ésta una literatura clásica: su sentido de la medida y del gusto. La influencia de Mecenas consiste sobre todo, en último análisis, en una voluntad de considerar al poeta como un ser de excepción, a quien se debe proteger, librar de las sórdidas necesidades de la vida. Una obra sobre todo domina el siglo de Augusto y lo expresa; una obra que apenas publicada era ya clásica, que los escolares aprendían de memoria: la Eneida de Virgilio. El argumento elegido por Virgilio, tenía la ventaja de vincular directamente a la Roma Imperial con el pasado más lejano y prestigioso del mundo heleno. La epopeya virgiliana grababa en cierto modo, como una lección de historia, el relato de los acontecimientos que legitimaban el Imperio. Al elegir a Eneas como personaje, Virgilio tenía además otro designio. Eneas, hijo de Venus y Anquises, era el antepasado de la gens Iulia, de la que descendían César y Augusto. Así, la promesa hecha por los dioses a Eneas hallaba su pleno cumplimiento en el principado de Augusto: en cierto sentido todos los romanos eran hijos de Eneas, pero por excelencia lo era Augusto. Propercio a partir del 23 a.c. canta antiguas leyendas romanas, antes había compuesto Elegías amorosas. Propercio lamentará abiertamente que las leyes de Augusto lo alejen de Cintia, se obligándole a contraer matrimonio con una mujer de su misma condición, sea prohibiéndole que se case con su querida. Preocupaciones morales, políticas y nacionales están igualmente presentes en la obra de Horacio. Horacio canta al amor, a los placeres de la mesa, al vino, a la amistad y a los menudos incidentes de la vida. 7
Pierre Grimal, El siglo de Augusto Variaciones de un mismo tema: la dicha de vivir. Dicha que vuelve a todos los romanos con el restablecimiento de la paz. Las Odas de Horacio son el primer lugar los cantos de alegría y de reconocimiento que la humanidad entera eleva hacia Augusto. Celebra con vigor salvaje la muerte de Cleopatra. Todo el principio del libro III de las Odas está consagrado a una verdadera exposición de las reformas morales que más tarde realizará Augusto. El poeta, aquí, se anticipó al legislador. Por último, a Horacio le tocó componer el himno para la celebración de los Juegos Seculares, en el año 17 a.c., himno dirigido a Apolo y a Diana, es una larga plegaria para obtener la prosperidad. El círculo de Mecenas no incluía a todos los poetas de valía. Dos al menos, Tibulo y Ovidio, están fuera de él. De Tibulo nos queda sobre todo un libro de Elegías amorosas, al que no siguieron, como fue el caso de Propercio, poemas de inspiración nacional. Lo que en Horacio es alegría y sentido del instante fugitivo (por el fin de la guerra) se convierte en Tibulo en nostalgia dolorosa de una dicha sencilla. Su amada es Delia. Ideal campestre. Ovidio se vincula a la escuela de los neóteroi (los Jóvenes), florecientes en tiempos de Catulo y eclipsada por la gloria de los amigos de Mecenas. Despreocupados por la poesía con acento nacional, se declaraban discípulos de los alejandrinos. Su dominio era la poesía amorosa. Entre ellos Virgilio hizo su aprendizaje como poeta. Ovidio cantará su pasión por Corina, que es un objeto imaginario que debe un rasgo a ésta, otro a aquélla. Escribió las Heroidas que son cartas imaginarias en las que Penélope, Briseida, Fedra, Dido, se quejan elocuentemente de haber sido abandonadas. Más tarde compuso Arte de amar . Luego, Las Metamorfosis, ilustra la ley universal del devenir con relatos tomados de la mitología. Por último escribió los Fastos, con la intención de cantar las diferentes solemnidades del año litúrgico de Roma y conseguir el perdón de Augusto (por el Arte de amar ).
En el año 8 d.c., por una falta no precisada, el poeta fue relegado a Tormes, a orillas del mar Negro. Oficialmente, Augusto le reprochaba la inmortalidad de su obra pasada, que fue proscrita de las bibliotecas públicas. En el exilio escribió Tristes y Pónticas. Un prosista, el historiador Tito Livio. Capítulo IV. El arte en la época augustal
En su testamento, Augusto se jacta de haber restaurado, al día siguiente de su triunfo, en un solo año, 82 santuarios. Eran en general capillas o pequeños templos descuidados desde hacía tiempo y que los incendios o el simple abandono había hecho caer. Esa obra preludiaba el esfuerzo de restauración religiosa y la reposición de viejos cultos. Se completó con la construcción de templos nuevos: el de Apolo Palatino, el de César en el Foro romano, en el Capitolio, el templo de Júpiter Tonante, en el Palatino también otros tres templos dedicados uno a Minerva, otro a Juno Reina y el tercero a Júpiter Libertad. En la región cercana del Foro, dos santuarios, 8
Pierre Grimal, El siglo de Augusto fueron promovidos a una dignidad nueva: el templo de los lares, en el comienzo de la Vía Sacra y no lejos de ahí, el de los dioses penates. Otro templo a Marte Vengador, edificado en el centro del nuevo Foro, el edificio más dinástico de todos. Marte y Venus, padre y madre de la raza nacida de Rómulo, dominaba las dos grandes plazas públicas con que el nuevo régimen había dotado a Roma. Augusto desarrolló principalmente basílicas: la Basílica Emilia. En adelante, el Foro romano estará enteramente rodeado de columnatas que harán que se parezca cada vez más a una plaza pública de tipo helenístico. En otros barrios también se edifican pórticos: uno en nombre de Octavia, otro de Livia, otro de Agripa. Algunos de esos pórticos rodeaban un área plantada como jardín, lo que era una innovación importante. En tiempos de la República, el ocio de la plebe transcurría enteramente en el Foro, ahora más plazas públicas para la plebe. César había tenido la idea de construir un gran teatro adosado al Capitolio. En Roma existía un solo teatro permanente, el de Pompeyo y podía contener 10 mil personas, lo cual era insuficiente. Augusto retomó el proyecto de César y con su propio dinero compró terrenos pertenecientes a particulares. Augusto le dio el nombre de “teatro de Marcelo”. Hasta la época de Augusto, los edificios públicos y los templos, estaban decorados con ornamentos de alfarería. El empleo de mármol seguía siendo excepcional; su trabajo era patrimonio casi exclusivo de los talleres griegos. El lo sucesivo los escultores romanos se dedicarán a tratar toda clase de mármoles. Entre los diferente órdenes arquitectónicos, se prefiere el corintio (al menos para los templos), con sus columnas de profunda acanaladuras, sus capiteles en que se abren las hojas de acanto, sus frisos adornados de volutas. El monumento más característico de la escultura decorativa augustal es el Altar de la Paz de Augusto. Augusto ha devuelto a los hombres la alegría de vivir. Gracias a él los dioses han hecho la paz con los mortales; los cultos antiguos han tornado a encontrar su eficacia y, por la intercesión con el príncipe, la divinidad recompensa a los hombres dando a sus campos la prosperidad y la maravillosa abundancia de la Edad de Oro. Los temas predilectos son las escenas de sacrificio. El momento elegido no es el más dramático sino que es el instante de oración y recogimiento que precede al sacrificio. El realismo en la figuración de los personajes era desde mucho antes una tradición de la escultura romana. Los contemporáneos de Augusto habían de tener pasión por los jardines. La pintura contemporánea nos trae la prueba: los frescos del auditórium de Mecenas, en el Esquilino y los de la Villa de Livia, en Prima Porta, sobre la vía Flaminia. Aquí como allá, una saña subterránea estaba adornada con pinturas que representaban un jardín.
Capítulo V. La paz augustal
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Pierre Grimal, El siglo de Augusto La obra de Augusto fue esencialmente una obra de pacificación. En todos los puntos, Augusto, al tomar el poder, debe hacer frente a graves problemas. La prosecución de la guerra contra Cleopatra había arrastrado a Octavio victorioso hasta Alejandría. Su primera tarea fue anexar Egipto. Lo gobernó un perfecto, el primero, fue Cornelio Galo, pero pronto cayó en desgracia de Augusto. A uno de los sucesores, Gayo Petronio, le tocó imponer el respeto a Roma. El principal peligros residía en el vasto imperio parto, imperio feudal sin unidad interior, incapaz de amenazar verdaderamente el poderío romano, pero que hostigaba a las regiones sometidas. Augusto debió encargar a Tiberio la organización de una verdadera expedición contra Armenia, donde instaló un rey vasallo, a fin de sustraer el país a la influencia parta. Ese éxito fue presentado al senado como una gran victoria. Augusto aprovechó para declarar que el Imperio había alcanzado sus límites naturales y que no se iría más allá. La operación se completó con la instalación de otro rey adicto a Roma en la Media apotropátena. Una serie de revoluciones interiores, no tardó en abrir Armenia a los partos. Las tropas romanas enviadas para instalar un nuevo rey fueron rechazadas en el año 1 a.c. y Augusto encargó a su nieto Gayo que restableciera la situación. Gayo resultó herido y debió retirarse. Al final del reinado de Augusto, el país estaba sin rey, en plena anarquía y sometido a la influencia parta. Roma acabó por admitir que el Eufrates, constituyera la frontera común de los dos Imperios. Más al norte, Augusto consiguió construir alrededor del Mar Negro, una defensa sólida. Al sur de Siria, se había formado en tiempo de Antonio, un reino judío, en manos de un príncipe extranjero, Herodes. A su muerte, en el año 4 a.c., el país volvió a caer en anarquía. En el año 6 d.c. Judea se convirtió en provincia bajo el mando de un procurador. El primer cuidado de Augusto fue acabar la pacificación de la Galia y de España, donde aún subsistían muchas regiones disidentes. Los diez primeros años de principado se consagraron a esa tarea. Otra de las preocupaciones fue unir la “carretera” entre Venecia y Macedonia. Macedio pasó a ser accesible por vía terrestre, a través de Ilírico, la nueva provincia de Panonia y la Mesia.
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