LUZ CORRAL VDA. DE VILLA
PANCHO VILLA EN LA INTIMIDAD PROLOGO DE JOSÉ VASCONCELOS
MÉXICO, D.F. 1948 1
PROLOGO ³Pancho Villa en la intimidad´ es un libro que se lee con agrado por el estilo ameno y sencillo. Además, libro que interesa singularmente por el contenido. Pues no todos los días nos es dado obtener la visión del hombre famoso, a través de una esposa que supo perdonarle sus desvíos y al mismo tiempo dedicarle sin desmayo, la piedad y la reverencia, la hija legítima del amor verdadero. Y la primera reflexión que ocurre a uno, como yo, crítico frecuente, acaso severo de la gestión pública del General Villa, es la reflexión de que sin duda; había en el hombre virtudes interiores oscurecidas por su acción externa, pero valiosas y firmes, de otra manera no se explica que pudiera inspirar un afecto noble y desinteresado como el que mueve a la autora del presente libro. Dejar detrás de nosotros una sola alma enternecida con nuestro recuerdo, es ya un triunfo que requiere buena dosis de bondad. Pues la inteligencia y el valor conquistan admiraciones pero únicamente la acción bondadosa gana el afecto. La intención del presente libro es nobilísimo: enseñar el lado bueno de la medalla. Levantar una voz que ama y perdona entre tantas que han clamado, venganza, justicia y aun acaso rencor. Y tanto acierta la autora en su empeño, que a menudo, leyéndola, nos sentimos en este estado de remordimiento del hombre que ya tiró la piedra y aun varias y de pronto descubre en quien condena, virtudes y cualidades que envidia. En esta condición me ha puesto a mí el rasgo de valentía de la señora Luz Corral viuda de Villa, al invitarme a prologar su libro. Ella seguramente no ignora que fui admirador ferviente de su esposo, cuando era el brazo de la venganza popular contra el usurpador Victoriano Huerta; después cuando circunstancias adversas para la patria llevaron al General Villa a ejercer funciones de gobierno que nunca debió asumir, me convertí en su enemigo franco y enconado, pero no irreconciliable con el hombre sino con sus yerros, pues volví a ser admirador del Villa, derrotado por la carranclanería en sociedad con el extranjero pero convertido por eso mismo en símbolo de un pueblo vejado. Y renové amistades con el Villa que depuso las armas en Canutillo, una vez que se había cumplido una de las ambiciones de su valiente esfuerzo, librar al país de la carroña del carrancismo. Por último, el asesinato del General Villa fué uno de los motivos que "me determinaron a romper con Obregón y Calles, los funestos continuadores del carrancismo. No creo, en consecuencia que haya sido imprudente la señora Corral en pedirme opinión sobre su libro. Al contrario, su pedido revela nobleza y comprueba esa gran virtud que se manifiesta en lo que escribe: la comprensión amplia y generosa que nos permite distinguir las intenciones nobles de las perversas. No creo defraudarla porque no me siento culpable de haber atacado a nadie sin deseo de verdad y de justicia; nunca por personal resquemor o por vanidad mezquinamente ofendida. Lo que antecede basta, por lo que hace a las relaciones personales de quien escribe este prólogo y el personaje a quien está dedicado el libro y 2
PROLOGO ³Pancho Villa en la intimidad´ es un libro que se lee con agrado por el estilo ameno y sencillo. Además, libro que interesa singularmente por el contenido. Pues no todos los días nos es dado obtener la visión del hombre famoso, a través de una esposa que supo perdonarle sus desvíos y al mismo tiempo dedicarle sin desmayo, la piedad y la reverencia, la hija legítima del amor verdadero. Y la primera reflexión que ocurre a uno, como yo, crítico frecuente, acaso severo de la gestión pública del General Villa, es la reflexión de que sin duda; había en el hombre virtudes interiores oscurecidas por su acción externa, pero valiosas y firmes, de otra manera no se explica que pudiera inspirar un afecto noble y desinteresado como el que mueve a la autora del presente libro. Dejar detrás de nosotros una sola alma enternecida con nuestro recuerdo, es ya un triunfo que requiere buena dosis de bondad. Pues la inteligencia y el valor conquistan admiraciones pero únicamente la acción bondadosa gana el afecto. La intención del presente libro es nobilísimo: enseñar el lado bueno de la medalla. Levantar una voz que ama y perdona entre tantas que han clamado, venganza, justicia y aun acaso rencor. Y tanto acierta la autora en su empeño, que a menudo, leyéndola, nos sentimos en este estado de remordimiento del hombre que ya tiró la piedra y aun varias y de pronto descubre en quien condena, virtudes y cualidades que envidia. En esta condición me ha puesto a mí el rasgo de valentía de la señora Luz Corral viuda de Villa, al invitarme a prologar su libro. Ella seguramente no ignora que fui admirador ferviente de su esposo, cuando era el brazo de la venganza popular contra el usurpador Victoriano Huerta; después cuando circunstancias adversas para la patria llevaron al General Villa a ejercer funciones de gobierno que nunca debió asumir, me convertí en su enemigo franco y enconado, pero no irreconciliable con el hombre sino con sus yerros, pues volví a ser admirador del Villa, derrotado por la carranclanería en sociedad con el extranjero pero convertido por eso mismo en símbolo de un pueblo vejado. Y renové amistades con el Villa que depuso las armas en Canutillo, una vez que se había cumplido una de las ambiciones de su valiente esfuerzo, librar al país de la carroña del carrancismo. Por último, el asesinato del General Villa fué uno de los motivos que "me determinaron a romper con Obregón y Calles, los funestos continuadores del carrancismo. No creo, en consecuencia que haya sido imprudente la señora Corral en pedirme opinión sobre su libro. Al contrario, su pedido revela nobleza y comprueba esa gran virtud que se manifiesta en lo que escribe: la comprensión amplia y generosa que nos permite distinguir las intenciones nobles de las perversas. No creo defraudarla porque no me siento culpable de haber atacado a nadie sin deseo de verdad y de justicia; nunca por personal resquemor o por vanidad mezquinamente ofendida. Lo que antecede basta, por lo que hace a las relaciones personales de quien escribe este prólogo y el personaje a quien está dedicado el libro y 2
su noble autora. Pero hay otro aspecto que no debe pasarse en silencio. Y es que a menudo al hablar o al escribir sobre el General Villa, nos referimos a su época de acción revolucionaria y luego a su actuación política. Pero hay un Villa indiscutible y es todo el Villa que siguió a la derrota de Celaya. El Pancho Villa que traicionado por los que le habían prometido ayuda, se mira con las fronteras cerradas, con sus ejércitos sin municiones y enfrente Carranza firmemente apoyado por los Estados Unidos, dueño de la línea divisoria, poderoso en elementos de guerra o sea el dinero con que compró lealtades, y no se doblega, no piensa en la rendición, ni en la fuga. Este Pancho Villa que desafía: al mundo, en la forma de dos gobiernos, uno nacional, el otro extranjero porque tiene la convicción de que, ni todas las potencias unidas abrían de hacer de Carranza un buen gobernante para su patria, ni tenía derecho el extranjero de decidir la pugna de las facciones, dando a uno de los grupos, armas y protección, ese Pancho Villa es el valioso, y el que vivirá en el corazón sencillo del pueblo. Heroísmo es eso, enfrentarse al Universo cuando se sabe que se tiene razón contra el Universo. Ganar todas las batallas, no es precisamente heroísmo, puede ser egoísmo y cálculo, si no se ha sabido jugar siempre, a la carta de bien absoluto. Sin aliarse de nuevo a Carranza después de desconocerlo en Aguascalientes, Obregón no hubiera triunfado en Celaya. Pancho Villa perdió, pero nunca fué a verle la cara sumiso, al enemigo o al Jefe que la víspera desconociera. En el héroe auténtico ha de haber siempre un elemento desesperado. Y esta desesperación heroica llegó a proporciones épicas en el Pancho Villa que seguro de perder, hoy daba un albazo a los soldados de Pershing para caer mañana a la retaguardia de los constabularios carrancistas y castigarlos por su colaboración con las tropas extranjeras. Soberbio es el Villa que no se rindió durante los cinco años sin esperanza, de la dominación inexorable de los carrancistas. En nuestra táctica militar tan pobre de ejemplos, las marchas de Villa por el desierto de Coahuila para sorprender Cuatro Ciénegas, y sus escapatorias, sus sorpresas a los de la punitiva son pepitas de oro, entre tanta falsedad de oropeles que un simple giro de la política enmohece y destiñe. El Villa guerrillero es indiscutible; el Villa caudillo fue un error. Y el Villa ciudadano fue siempre valioso y había de sellar su virtud con el martirio. No creo que se haya insistido bastante acerca de esta última afirmación. Sí, el Villa ciudadano, se lanzó en apoyo de Madero cuando eran pocos los que tenían fe; el Villa patriota estuvo con Madero en Rellano y en tantas otras ocasiones en que su presencia puso turbación en el ánimo de los traidores. Villa ciudadano se lanzó contra Victoriano Huerta, el usurpador sin conciencia. Y luego ya en el retiro y la comodidad del hogar, cuando ya la gesta heroica de lo de Pershing había concluido y le sonreían la paz y la fortuna, Villa volvió a sentirse ciudadano ciudadano y patriota, y se opuso con riesgo de la vida al gran delito nacional que fue la imposición de Calles. Si Villa hubiese sido un interesado vulgar, en subasta como tantos, habría vendido la espada, comprometiéndose a dejar hacer. Pero Villa fué franco, "no me 3
gusta ±dijo- la candidatura del señor Calles«.´ ¡Cómo deben haberlo temido los mismos que lo habían derrotado, cuando decidieron deshacerse de Pancho Villa, antes de hacer pública la intriga que tramaban contra la patria! La intriga de la presidencia de Calles. Gran honor es para Villa que su muerte fuese condición del éxito de un plan que hería el destino de los mexicanos. El miedo que inspiraba a sus enemigos lo mató. Y como me dijo una ocasión un Coronel de sus íntimos: ³pobrecito mi General, lo mató su franqueza, lo mató su lealtad«.. Dijo: ¡Calles no! En vez de callarse la boca, en vez de agachar como tantos la frente«." Y este es el héroe, uno que se juega a la carta de la convicción, unas veces la vida, tantas veces la jugó Villa en los combates, y otras veces la comodidad, el bienestar de Canutillo«. Vivió pues como héroe y murió como mártir«. Sus crímenes fueron de abuso de mando y de cólera y también de confusa ambición que no sabe hasta dónde llega la capacidad propia«.. Culpa es de nuestra ciudadanía entera, no saber darse a respetar con acción colectiva ilustrada. El vacío que así se produce vuelve locos de mando a los aventureros y los triunfadores de un día. Nunca se podrá excusar al Villa que quiso ser Gobierno. Pero no estamos aquí para dar sentencia, sino para imitar el gesto magnánimo de la Viuda del Guerrillero que levanta un puño de las virtudes para que pesen en la balanza del juicio. Séame permitido también elogiar a la señora Corral de Villa por su devoción a quien ya nada puede darle. Nos convence su ejemplo de que hay en la raza, tesoros escondidos que, acaso, algún día, la salven. No todo está perdido en una nación que cuenta con mujeres leales, piadosas y tiernas. NOTA IMPORTANTE:
JOSE VASCONCELOS. AÑO DE 2001
Uno de los ejemplares de este libro fue donado y dedicado en 1949 por Doña Luz Corral de Villa al gran historiador Chihuahuense, a quien el pueblo debe recordar, el Sr. León Barri Paredes. Posteriormente se lo regaló a su hija Eva Irene Barri de Uranga quien a su vez ella se lo regaló a su yerno e hija, Fernando Castillo Vélez y Carolina E. Uranga Barri. El libro original con el paso de los años se maltrató bastante y como dice el dicho: Es tonto el que presta un libro, y mas tonto es el que lo devuelve, por eso me permití Scanear algunos ejemplares para regalarlos a los parientes y amigos que quieran enterarse mas de la historia, el alma de nuestro pueblo. Aproveché para anexar algunas fotografías de algunos grandes personajes que figuraron en esa época revolucionaria, por cierto algunos ancestros a quien en muy sentir mío arriesgaron sus vidas con lealtad y patriotismo.
FERNANDO CASTILLO VÉLEZ 4
SAN ANDRES Estoy sentada frente a la ventana, por cuyos cristales penetra la débil luz de un invierno que se aleja. De la tierra comienzan a desprenderse vapores que anuncian la primavera y de lo lejos parece venir un fuerte aliento de nueva vida. Estoy frente a la ventana; a través de los cristales veo la curva de una montaña, que es la de Santa Rosa. Yo no sé qué angustia, qué alegría, qué estado de ánimo es el que me invade el corazón; pero sí siento la plenitud de los recuerdos, ora alegres, ora trágicos. Voy pues, volviendo las páginas del libro de mi vida y en ellas voy anotando lo que mis ojos han visto, lo que mi corazón ha sentido. Esplenden los recuerdos; y estas montañas me recuerdan aquellas más abruptas que vienen a formar la Sierra magnífica de la Tarahumara, en uno de cuyos valles se levanta un humilde pueblo, pero hermoso a la vista y que para mí tiene todos los matices del encanto puesto que allí, bajo la amplia alameda se deslizó mi infancia y aún me parece, a través de un desdoblamiento de mi propia persona, verme a las márgenes del hermoso río, en compañía de numerosas amigas, que con sus risas formaban como un incentivo a la loca alegría de las aves que se ocultaban bajo las frondas. San Andrés, nombre que canta en mi corazón, aunque de distinta manera a como se oye su nombre ligado a las fechas más memorables de la Historia de México; San Andrés, nombre que para mí tiene dulzuras infinitas, porque en él viví épocas de pobreza que me hicieron comprender, apenas niña, cómo es necesario abroquelar el corazón de piedad para todos los que sufren, para todos los que sienten el dolor San Andrés, al amparo de la iglesia, a donde iba de la mano de mi madre, cómo sentí, cuando mi corazón tenía las ingenuidades de la niñez, que es necesario elevar plegarias por todos aquellos que saben de los latigazos de la injusticia y de las amarguras de la miseria. La prensa mexicana que se publicaba en Los Angeles California, y que llegaba al pueblo, traía en sus columnas artículos incendiarios, en contra de la Administración Porfirista; y estos artículos leídos ávidamente por todos los vecinos, iban despertando en su ánimo, una idea y ansia inmensa de libertad, habiendo culminado en un acto verdaderamente hostil al Gobierno del Estado en marzo de 1909, cuando encabezados por Julio Corral; desconocieron de manera violenta al Presidente impuesto, que era entonces Don Pascual Ramírez; quién para salvar su vida, tuvo que ocultarse dentro de un horno de panadería, no obstante que hacía unas cuantas horas que acababan de sacar la hornada. El Gobierno del Estado, consciente de la delicada situación política, no se resolvió a atacar frente a frente este brote revolucionario, sino que mandó al Secretario de la Jefatura y otros amigos del Gobierno, con buenas relaciones en el pueblo, para que procuraran calmar los ánimos y someterlos al orden sin derramamiento de sangre y sin una odiosa 5
auricio M
Vélez Castillo, jefe de acordadas, acompañado del Revolucionario Albino Frias compañero de armas de Francisco Villa en 1910.
represalia, que en aquellos momentos se juzgó que sería de fatales consecuencias: no sólo para el Estado, sino para la República. Tuvimos, a pesar de todo, que lamentar la prisión de varios de los principales promotores, los que fueron traídos a la Capital del Estado, para internarlos en la Penitenciaría, habiéndoles defendido valientemente el Lic. Alberto López Hermosa; lo que le valió que se conquistara la confianza de todas aquellas gentes. 6
Los revolucionarios Albino Frias, M arcelo Caraveo, José de la Luz Blanco, Elias Vélez Castillo originarios del Distrito Guerrero.(1908).
auricio M
y
Poco después, secundando la labor política del Club Antirreeleccionista, a cuyo frente estaba Don Abraham González, se fundó en el pueblo, contra la opinión de la Autoridad local, otra organización dependiente de aquél, la que empezó desarrollando francamente una política antirreeleccionista, habiendo encontrado eco en todas las clases sociales, pues hasta los mismos empleados del Estado y federales, los apoyaban en el movimiento y contribuían con su óbolo, a sostener la citada organización. El pueblo, en apariencia, dormía envuelto en la quietud de todos los días. Y sorpresa la que recibimos, la mañana del 21 de noviembre de 1910, al ver las lomas que rodean al pueblo, cubiertas de gente armada. Yo veía todo esto desde nuestra pequeña casa comercial, atendida por mi propia madre. Como el destacamento de rurales, que se encontraba, resguardando San Andrés, había salido por orden del Presidente Municipal, Sr. Jesús N. Islas, a hacer algunas exploraciones en los alrededores, por haberse tenido conocimiento de que en el Distrito de Guerrero, acababan de 7
levantarse en armas Albino Frías, Marcelo Caraveo, Pascual Orozco, José de la Luz Blanco y otros; el pueblo había quedado sin tropa alguna, por lo que la gente que habíamos visto en las alturas, entró hasta la plaza, sin disparar un solo tiro y directamente se encaminaron a la Presidencia Municipal, de la que se apoderaron, procediendo a acuartelar su gente con el mayor orden. Entre los que allí venían se encontraba Don Santos G, Estrada, Juan de la Rosa, José Ruiz, Matilde Piñón y otros; todos vecinos de allí, los cuales reconocían como Jefe a Don Santos G. Estrada. Otro grupo encabezado por Francisco Villa, Cástulo Herrera, Guadalupe Gardea, Alberto Chacón, Antonio Ruiz y otros más, que se habían unido al primero, para tomar la Plaza en nombre de la revolución pero, como no hubo resistencia de ninguna especie, reacción la tranquilidad y la confianza, al ver la actitud que asumían los insurgentes. LA VOZ DEL DESTINO Sola; en esta casa construida por mi marido hace veinte años, mi vida se va deslizando en medio de mis recuerdos. Sola; muy sola el alma, suele rodearse de otras almas amigas que vienen a hacerme partícipe de sus tristezas y de sus alegrías. En este mismo sitio del corredor, donde puedo ver mi jardín que recorta un pedazo de cielo azul, quieto, brillante, he leído mucho acerca de Pancho Villa; algunas cosas ciertas, mentiras las más hasta que yo también he decidido escribir algo sobre Pancho Villa, para presentarlo al lector tal como yo lo conocí. Durante los últimos once años, todo parece traerme recuerdos del pasado; algunos felices, otros trágicos. Soy de las mujeres que viven rememorando el ayer. Esta mañana una golondrina entra al corredor, vuela en círculo un momento, sin duda buscando comida para sus pequeños, sale al jardín y se va; en los afanes de esta avecilla encuentro un símil y pienso en mi madre esclavizada en nuestra tienda, en donde gastaba sus energías en lucha fuerte y constante par subvenir a nuestras necesidades. Luego reconstruyo aquel momento, en que la tranquilidad del pueblo se sintió turbada, sin precisar la causa, sin que nadie pudiera decir qué acontecimientos se aproximaban; en que flotaba en la Ia atmósfera algo que preocupaba a todos sus moradores, que los hacía formar corridos hablando sobre algo misterioso, que tendría que desarrollarse incierta, pero ineludiblemente. Los ancianos se tornaban pensativos; los mozos arreglaban sus armas en el seno del hogar; se preocupaban como los árabes del desierto por preparar sus caballos, para lanzarse a una aventura desconocida, pero inevitable. La alarma corre por el pueblo; en la cara de los moradores se pinta el azoro y el pavor. Llegó a nuestra tienda don Santos G. Estrada Presidente del Club Antirreeleccionista en San Andrés, para pedir a mi madre un 8
préstamo voluntario en efectivo; mi madre protesta; la vida, él bien la sabe, ha sido cruel para nosotros; nada vale, Don Santos se aleja, pero volverá más tarde. Mi madre se queda con su pena; ¿qué va a hacer? ¿a quién podrá recurrir? Llegaron en aquel momento dos desconocidos; contábales ella su cuita; pocos momentos antes había llegado a una fragua, situada frente a nuestra casa, un hombre, sombrero charro, armado de rifle, pistola y cartucheras terciadas y algunos que le hacían compañía. Veía yo el grupo desde la puerta de la tienda; ví que se desprendía uno de ellos, que se encaminaba hasta nuestra casa, que desmontaba y entraba saludando cariñosamente a mi madre. Era el tío Chavarría. Mi madre le platicó el apuro del préstamo solicitado y el recién llegado le dijo: "No te apures; habla con el Jefe nuestro, es aquél que está allí enfrente, herrando el caballo". ¿Y quién es tu Jefe?, -le interrogó mi madre³Francisco Villa". Entonces fué el pánico y sobresalto de mi pobre madre, al recordar, por haberlo leído en los periódicos, que el citado había dado muerte en las goteras de Chihuahua, en las afueras de un establecimiento mercantil, denominado ³Las Quince Letras", a Claro Reza, y hacía pocos días también, había hecho correr igual suerte a mi propio tío Pedro Domínguez. Mi madre refería esto al tío Chavarría, quien le contestó: ³Mira, Trini, ¿qué sabes tú? Esos tales murieron por traidores, sabes? El Jefe, quitándolos de enmedio, cumplió con su deber´. El tío Chavarría habló al Jefe Villa, como ellos le llamaban y a los pocos momentos llegó éste, quien fué presentado a mi madre. Oí que ella le dijo: "Señor, yo soy una pobre viuda, que lucho a brazo partido para mantener a mis hijos, como puede decirIo todo el pueblo que me conoce y muchos de los que a usted acompañan; pero estoy dispuesta a ayudarlos, hasta donde me sea posible". El jefe Villa, repuso: "Está bueno; deles a cada uno de mis muchachos café y azúcar y una poca de harina. En cuanto a ropa, no nos hace falta; quién sabe a cuántos nos toque enfriar balas y con lo que traemos, no estamos tan mal, para presentarnos al enemigo´ El diálogo anterior lo oí desde la trastienda, sin perder sin perder palabra, mientras hacía una labor de gancho, con la vista fija en la costura y atento el oído a lo que se decía. De improviso me di cuenta, sorprendiéndome, de que Francisco Villa, estaba atento viéndome por una hendedura de la puerta; mi sorpresa fué mayor, cuando oí que mi madre me llamaba para que le ayudara a despachar mercancía que se entregaba a los revolucionarios. Esto me llenó de asombro, porque nunca acostumbraba hacerlo; por mi parte, todavía siento que tuve miedo, a tal grado, que de todas veras lamenté, que los rurales no hubieran estado allí para impedir la entrada de los revolucionarios. Estaba tan asustada que mi mano temblaba, impidiéndome guiar el lápiz con que iba apuntando las mercancías que mi madre entregaba a cada uno de ellos. El jefe Villa, dirigiéndose a mí, me decía: "¿Tiene miedo muchachita? No temblaba su mano al estar tejiendo, como tiembla ahora con ese lápiz. Mi madre contestó por mí: 9
"Es que ha de estar asustada, pues es la primera vez que la llamo para que me ayude y tal vez crea, que si no lo hace bien, voy a regañarla". Acabé de hacer la lista de las mercancías entregadas en calidad de préstamo y el, Jefe Villa "leyó el recibo que le presenté, con la inscripción que él mismo había dictado: Por la Patria. Sufragio Efectivo; no reelección".Tomó la pluma y al calce escribió lentamente: Francisco Villa. Despidiéndose montó su caballo y seguido de sus hombres, caminó rumbo a la estación. La voz corrió instantánea; los revolucionarios se disponían asaltar el tren que venía de Chihuahua, se escucharon nutridas descargas, gritos fatídicos y encorajinados. ¡Muera Porfirio Díaz! ¡Viva Madero! ¡Entrenle compañeros! ¡Abajo los pelones! y la fusilería continuaba incesante, vomitando muerte; los federales repelían el ataque con firmeza y con valor; pero había llegado el momento de la justicia redentora. El Tte. Corl. Yépez, de los federales, caía atravesado por las balas al pretender descender del tren y éste, por fin, se empezó a mover muy lentamente, continuando su marcha hasta salir de la zona infernal; antes de llegar a Bustillos, los carros saltaron de los rieles y el tren se detuvo en pleno campo. Tras de la formidable batahola y el rápido tronar de la inmisericorde metralla, el silencio cirnióse nuevamente sobre el pueblo, apenas si osábamos levantar el tono de la voz para comunicarnos. Los revolucionarios sobre sus cabalgaduras, se alejaban en todas direcciones, internándose en las montañas cercanas y cuando hubieron desaparecido a las miradas del pueblo, poco a poco los vecinos timoratos, poblaron las calles en procesión continua a la estación. La casa de aquella estación, ofreció al viajero, por mucho tiempo, como testimonio fehaciente de aquella primera jornada revolucionaria, la huella de los impactos de las balas y en ellas el recuerdo del sacrificio de varios soldados federales y, saldo de aquella primera tragedia, el recuerdo también de una señora, que con un hijo que traía en los brazos, había caído exánime en la refriega, como término a la aventura de su regreso a la patria, después de haber vivido largos años en los Estados Unidos. Otro día, al caer la tarde, solo y sin cuidarse de nadie, un hombre atravesaba las calles, se encaminaba a la estación donde bajó de su caballo y se dirigió al Telégrafo; era Pancho Villa, que venía en pos de noticias. Salió a su encuentro el telegrafista y allí en la puerta, hablaron largamente; luego montó y prendiendo las espuelas se alejó y se perdió entre los árboles del río. Poco rato después, cuando el reloj de la tienda daba las siete, se detuvo en la puerta de nuestra casa; yo, que lo había visto venir, me dirigí a la trastienda, mientras él charlaba con mi madre. Desde el sitio donde me encontraba, percibía clara y precisa la conversación; le pedía permiso para hablar conmigo y yo sentía algo que se trocaba en susto. Mi madre me llamó: "Luz, ven acá". Al oírla, me retiré lo más lejos posible para contestarle y que no se diera cuenta de que había estado escuchando toda la 10
conversación; casi temblando crucé la puerta y me presenté a él. Le tendí la mano para saludarlo y me dijo sonriendo: "No tenga miedo, muchachita" y se entabló la plática. No obstante el estado de ánimo en que me encontraba, casi me dió risa lo que me dijo: que hacía unos cuantos días, en la casa de una familia de apellido Baca, de Chihuahua, había visto un retrato mío y que desde entonces, él había abrigado la esperanza, dé que un día la suerte lo pusiera en el camino. Yo recordé el retrato; era uno de esos que toman los fotógrafos ambulantes; en él aparezco sentada frente a una máquina de coser y me acompañaba mi madre y mis hermanos. Con palabras francas me dijo de su amor y de su vida solitaria y errante; que tenía la esperanza de que pronto terminaría la revolución y que quería, más que todo en el mundo, tener un hogar, Al preguntarme si mi contestación era favorable, mi madre, que había estado vigilándonos y se daba cuenta del curso de la conversación, vino en mi ayuda y le dijo que lo pensaríamos y que tendría la contestación a su regreso. A poco llegó Feliciano Domínguez en su busca, y ambos se retiraron; mi madre y yo levantamos los ojos y las almas al cielo cuando los vimos alejarse. Ya en la tienda se habían encendido las luces; el pueblo quedaba envuelto en las tinieblas de aquella noche de invierno, para mí la primera de mis largas noches de insomnio. No podía retirar de mí el pensamiento de qué estaba jugando al albur de mi vida y de que muy pronto, quizá, iba a ser la compañera de aquel Jefe intrépido que había causado a los federales su primera derrota; por más que me esforzaba, no podía imaginarme casada con aquel hombre. ¿Dónde iríamos a vivir? ¿Acaso tendría que seguirlo a los campos de batalla? La idea me hacía temblar. Y quedé en el pueblo sintiendo el presagio de que la vida de quien me había hablado de amor por primera vez, iba a marcar una huella en los destinos de México; siempre soñando, unas veces alegre, otras triste, pero de todos modos, inquieta por el futuro de aquel hombre. Pasaron los días; la imaginación exaltada de aquel pueblo figuraba victorias extraordinarias de los revolucionarios, ora con mentiras o sin ellas; de todas partes llegaban noticias. Nos decía un campesino que Villa había tomado Santa Isabel, donde se le habían unido, nuevos contingentes que de allí avanzaban para Chihuahua, cuando detuvo su avance el General Juan J. Navarro; que el día 27, en el cerro del Tecolote, habían peleado los doscientos revolucionarios mal armados, con setecientos cincuenta federales, luchando con denuedo Santos G. Estrada; Zeferino Pérez, Cástulo Herrera, Alberto Chacón, José Dolores Palomino, habiéndose demostrado la debilidad de los sostenedores de la dictadura. Lo decía entusiasmado el campesino; él se había encontrado en el camino a varios de los que acompañaban a Villa, que iban mal vestidos y montando caballos mal aparejados; que esto no era lo grave, sino que iban mal armados y llevando escaso parque. Veinte tiros cada uno, a lo más. Yo, curiosa, pregunté ¿Y ahora, cómo le van a hacer sin parque? No, decía el informante, ³pos pelón que cai, revolucionario que si arma´. A instancias de 11
un amigo siguió dándonos detalles del combate en Tecolotes; habían muerto el Jefe, Santos G. Estrada, Matilde Piñón, Marcos Rubio, Antonio Orozco, Narciso Ruiz, Leonides Corral, José Sánchez y Eleuterio Soto; primeras víctimas de una lucha, que cada día se hacía más fuerte; y había de minar al gobierno porfirista ; todos ellos habían vivido en el pueblo y los conocimos muy bien.
JUNTA REVOLUCIONARIA> Primera fila: Don Venustiano Carranza, Francisco Vázquez Gómez, Francisco I. adero, Abraham González(Gob. Del Edo.), José M aría M aytorena, Alberto M Fuentes, Pascual Orozco. Segunda fila: Francisco Villa, Gustavo M adero, F.I. M adero Sr., Col. José de la Luz Blanco, Juan Sánchez Ancona, Alfonso M adero.
EL SANTO PATRON Tres días después de aquel encuentro había fiesta; se celebraba el día del Santo Patrón. La víspera, todas las muchachas del lugar nos congregamos frente al altar, para preparar el adorno y poder ostentar en honor de personas que habían de ir a Chihuahua, a la vez qué los primeros de nuestra fantasía, nuestra devoción. Ya se encontraba en el pueblo Petrita Palomino, taquígrafa del Gobernador y revolucionaria; Laura Rubio, empleada de gobierno también y simpatizadora de la causa, quienes habían ido expresamente a pagar una manda a San Andrés. La mañana era tranquila, un buen tiempo había alejado los rigores de la estación y nos encontrábamos alegres, porque el Santo iba a estrenar 12
traje; allí frente al altar, todas las que habíamos entrado primero devotamente, poco a poco íbamos rompiendo el Silencio y la gravedad de aquel lugar, para hacernos una que otra confidencia. Entre Petrita y Laura se entabló un diálogo, que detalladamente no recuerdo; pero que evidenciaba su cariño por la facción revolucionaria. Componiéndose la chalina, que le servía de tocado y fijando sus ojos maliciosos en Petrita, oí que Laura le decía: Yo he puesto mis cinco sentidos para hacer esta túnica; quiera San Andrés concederme que me case con Pancho Villa; Petrita, más modesta, pero enamorada, como otras, de los hombres de la revolución, puso sus manos sobre la tela y declaró ingenuamente: Yo, le prendo esté alfiler, para que me case aunque sea con Don Chano Domínguez; entre risas y bromas, todas pedían novio aunque fuera un soldado, pero eso sí, que fuera valiente. Yo, que era casi la prometida de Pancho, no decía nada, bajé la vista y me sonreí. Ya bien entrada la tarde, llegó la noticia pavorosa de una derrota en su intento de entrar a Chihuahua, habían sido rechazados los revolucionarios; se confirmaba la noticia de El Tecolote y salimos del Templo, dejando el Santo abandonado. Nos confirmaron también la noticia de la muerte de Santos G. Estrada, esposo de Julia Rubio, de familia muy estimada en el pueblo. La susodicha fiesta no resultó, pues, con el el entusiasmo que se esperaba en todas las casas se prendieron crespones de luto y desde entonces la iglesia de San Andrés erigió su propio altar al sacrificio, de la vida de sus hijos. Pancho. Villa se encargó de los. huérfanos de Santos Estrada y de José Dolores Palomino. Después, para perpetuar su recuerdo, les, levantó a las víctimas un monumento en el Panteón de Santa Rosa. Trato de detener la carrera fugitiva de mis recuerdos y de precisarlos para que vivan en este libro, antes de que se desvanezcan, como todo lo que sucede como la vida misma, que cambia, que se transforma a cada instante. Recuerdos míos, que se me han engastado en el alma, como piedras preciosas de distintos brillos en los garfios de una sortija, Hoy que han pasado aquellos días febricitantes, llenos de inquietudes y sobresaltos, ¿cómo no se han borrado, de mi memoria totalmente? porque algunos quedaron impresos en mi cerebro con nitidez clarísima; y vuelvo a vivir recordándolos, épocas teñidas con luces de tragedia, etapas tintas en luz de amor y de ternura. En la Villa de Aldama, lugar poblado de leyendas, riente con su bosque exuberante, había muerto un joven capitán, Francisco Portillo, a quíen Pancho Villa estimaba; se hacía en nuestra tienda de San Andrés, el comentario breve y punzante de Ios resultados y se maldecía a Trucy Aubert y al régimen imperante. Pancho, escuchaba cabizbajo los comentarios y de pronto dijo: Era un buen muchacho. ¡Lástima! y muy hombrecito ¡Qué caray! y movía la cabeza preocupado, hondamente lastimado por la muerte de Portillo. Dirigiéndose a mi madre, dIjo. "Yo quisiera que me hicieran una camisa negra´. Por toda respuesta, mi madre bajó una pieza de tela cortó la 13
necesaria y me dijo: "Pronto a hacerla". Yo, tratando de evadirme al compromiso, pregunté: ¿Pero, y las medidas? Pancho, ordenó entonces a
En las filas del ejército federal, el Coronel de caballería F. Trucy Aubert se batió con bizarría con los revolucionarios en los desiertos de Chihuahua y Durango.
su asistente Martín López, un jovencito que casi era un niño, que trajera una camisa de su maleta, para que yo tomara las medidas. Grave conflicto y apuro el mío que por primera vez me encontraba perpleja ante el problema del corte, pues nunca había hecho una camisa de hombre; mi madre sonreía y casi parecía gozar con mi temor. Acaso, (y ésto lo confirmé después) pasaba por su mente la idea de que yo no pudiera confeccionarla y el prometido, decepcionado, desistiera de su propósito de casarse conmigo; sin embargo, la camisa no ha de haber quedado tan mal, pues al día siguiente se presentó mi prometido en la tienda con ella puesta y la mostraba con orgullo, diciendo que se la había hecho "La Güera". Vengo a despedirme -nos dijo- nos vamos, al Norte a reunir con los compañeros; si nos toca una bala, pos« nos fuimos; pero si triunfamos, por acá nos veremos. Mi madre lo detuvo para hacerle una súplica: "Pancho acaba de estar aquí una señora, parienta mía, a decirme que Ud. ha dado orden de fusilamiento contra mi cuñado Francisco Silva; no sé cuál será el motivo que tenga contra él, pero yo le suplico que retire su orden. Ese señor, fué esposo de una hermana mía, que murió hace algunos años y ahora está casado con la señora, que vino a suplicarme que intercediera por ellos. Tiene quince hijos, que quedarán en la miseria, si su padre muere". "Muy 14
cierto, -dijo Pancho Villa- he dado orden de que lo fusilen y le voy a decir porqué: en la Hacienda, de Don Gabriel Sáenz, me han enseñado esta carta escrita por Silva, que Ud. puede leer". La carta decía así: "No puedo pagarle la mercancía que Ud. me mandó, porque la última vez que éstuvo aquí Villa, saqueó la tienda y se llevó toda la mercancía. Mi madre leyó la carta y sin decir nada, se la devolvió a Pancho Villa. Ud. sabe muy bien-dijo él- que eso no es cierto; que en este pueblo yo no he cogido ni una aguja sin la voluntad de sus dueños y por hablador lo mandé fusilar; pero si es su pariente . José ordenó al tío Chavarría, que se encontraba presente ve, diles que suelten a ése que van a fusilar". Mi madre le dió las gracias efusivamente y yo me convencí desde aquel instante, que gran parte de los crímenes qué se le atribuyen a Pancho Villa, son, como en este caso, calumnias tejidas por sus enemigos, para cubrir sus propias villanías. Después de esto Pancho Villa se puso al frente de sus hombres y se alejaron en pos de sus ideales. ¿Le esperaba el triunfo o la derrota? ¿Quizá la muerte?. Su partida me inquietó; yo no había amado antes, pero desde ése día mi vida se deslizaba entre el vago temor de perderlo y un deseo inmenso de volverlo a tener a mi lado, mirándome con aquella mirada que parecía llegar hasta lo más recóndito de mi alma.
Francisco I. M adero, convaleciente de su herida, prepara el ataque a ciudad Juárez juntamente con Pascual Orozco, Giuseppe Garibaldi y Raúl adero. M
15
Francisco I. M adero con un grupo de colaboradores todos originarios de Papigochi Cd. Guerrero, Chihuahua.
TRIUNFO DE CIUDAD JUAREZ Transcurrió todo abril sin tener noticias de él; llegó un momento en que, desnublado el cielo, un sol de mayo nos trajo la noticia arrobadora: Ciudad Juárez había caído al empuje de las fuerzas redentoras. Cada uno se apropiaba el triunfo, ya que seres de nuestra propia sangre, padres, hijos y esposos, habían forzado las puertas del destino, derrocando la tiranía. Se decía que la gente de Villa, contra lo expresamente acordado por Madero y Orozco, había empezado al ataque sobre la Plaza. Esto fue la causa del apartamiento definitivo entre Pancho y Orozco y la de un escándalo de que tanto habló la Prensa de la época; la: Prensa venal que se gozó en abrir un abismo en el momento del triunfo, un abismo infinito, ya que Pascual Orozco, fué conquistado por este solo hecho, para ser en lo futuro el paladín de la reacción. Con los últimos disparos, se derrumbó la tiranía y en todas partes, salvo el refugio egoísta de quienes habían tenido prebendas con el gobierno, se notaba un ambiente de optimismo y se hacían nuevos proyectos para el futuro; parecía que el pulmón del pueblo respiraba a sus anchas, con la perspectiva de su soñada libertad. Pero esta digresión, consignada ya, no me pertenece, por más que no se me escapa, por haber sentido en toda la plenitud lo que verdaderamente era el sentimiento del pueblo humilde de las rancherías y de los campos. El triunfo obtenido, sin embargo, lo tenía yo como un triunfo que a mi me pertenecía: yo también había sentido esa fuerza de la justicia y la libertad y llegué a soñar en una etapa de positivo bienestar, al abrigo de la 16
ley y de la justicia social. En estas condiciones, notaba con tristeza la falta de un telegrama, de siquiera un recado, que me hiciera compartir con él sus, triunfos; pero ni una sola palabra. Extraño modo de obrar; siempre que tenía algo que comunicarme, lo hacía por conducto de mi madre, como si quisiera demostrar ante ella, la pureza de sus intenciones. Sólo una vez me escribió, cuando estuvo a punto de morir en el Tarais sorprendido por más de sesenta federales. Me parece muy oportuno hacer una aclaración aquí Todos han dicho que Villa no sabía leer ni escribir, antes que estuviera prisionero en México, donde un amigo suyo lo enseñó a poner su nombre. Solemne mentira, pues a mí me consta que sabía leer y escribir, cuando yo lo conocí. Los días pasaban y nada se había llegado a saber definitivamente del ejército maderista, después de la toma de Ciudad Juárez y todos estábamos intranquilos por la prolongada incomunicación. Ansiosa, como estaba, de saber si cumpliría su promesa, Ilegué a pensar, que embriagado con los laureles de la victoria, la pobre pueblerina sería poca cosa para llevarla a su lado, a compartir su vida. Celos de mujer; tristeza infinita que forjaba en mi mente visiones, en la que surgió la imagen de otras mujeres. (Después de casados, recibió varias cartas, exigiéndole el cumplimiento de otras tantas promesas de matrimonio). Por fin, después de larguísima espera, el 25 de mayo nos hizo estremecer el prolongado silbar de una locomotora, que por el lado de Bustillos se acercaba. En la tienda de mi madre había algunos clientes, que a la llegada del tren salieron para ir a la estación; cerramos la puerta y apenas acabábamos de hacerlo, cuando oímos que alguien, sin pedir permiso, la abría y entraba. Era mi prometido, acompañado de Martín López y Tomás Franco, su secretario. DESPOSADA Después de los saludos jubilosos, nos dijo: ³Como la Revolución ha terminado, vengo a cumplir mi compromiso". Nos mostró orgulloso su nombramiento; de Coronel, expedido por Madero y dijo: "Traigo mi hoja de servicios y también mi baja´. Le dije a Madero, que ya estaba cansado de mi vida errante y que pensaba formar un hogar y ponerme a trabajar; Madero me ha dado diez mil pesos y dirigiéndose a mi madre, agregó: Le aseguro, que si la Güera no va a tener riquezas, no la va a pasar tan mal tampoco. Vengo con un permiso muy corto, pues he prometido a Don Abraham González estar con él a su entrada a Chihuahua y por lo mismo, quiero que se vayan en este tren en que: yo llegué, para que se compren lo necesario para la boda. Irá con ustedes el capitán Franco y yo, me quedaré para arreglar lo demás. Con tal apremio abordamos el convoy y marchamos. Como caso curioso, contaré lo que sucedió en la tienda donde fuimos a comprar el vestido de novia. Preguntamos si tenían un traje ya hecho, que 17
pudiera quedarme y se nos dijo que no, que el único, que me podía quedar era uno que ya estaba comprometido a una señorita, que se casaría en la misma semana en C. Camargo. Entonces me tomaron las medidas para confeccionar el vestido; escogimos previamente el material y dimos los nombres de los contrayentes, para que los pusieran en el lazo matrimonial (como se usaba hacerlo, entonces). Al oír ´Francisco Villa", la señorita que nos atendía no pudo disimular su sorpresa; se retiró a hablar con el Jefe del departamento. El buen señor, con miles de atenciones y disculpas, se acercó a nosotras, diciéndonos que, en efecto, el traje que se estaba confeccionando en la modistería, estaba ya prometido; pero que si nosotros teníamos mucha urgencia, de el podía cedérnoslo. La noticia del matrimonio de Villa, se extendió por toda la tienda con rapidez y todos se volvían a mirarme con curiosidad y se decían; ³Pancho Villa, se va a casar; ésa es la novia´.
Villa, con su legítima esposa Luz Corral de Villa.
En ir y venir revolviendo trapos, pasaron los días hasta eI 28 que regresamos a San Andrés. lban en el mismo tren una orquesta y algunos amigos de Pancho, que habían sido invitados a la boda; cuando llegamos a la casa, Pancho había ya tomado posesión, de ella y todo se ejecutaba bajo sus órdenes. Todo lo tenía dispuesto y todo lo había previsto. Esa misma tarde llegaron Fortunato Casavantes, que venía a apadrinarnos, en representación de Don Abraham González; Trinidad Rico, Jefe de; Estación de San Andrés y algunos americanos, entre ellos el Sr, Mc. Clain, viejo amigo de Pancho. Al poco rato de nuestra llegada en San Andrés, Pancho me dijo: "Güera, vamos a ver, el templo, a ver qué te parece"; Entramos a la iglesia, 18
donde algunas personas estaban terminando, de adornar el altar yo recuerdo con amor esos detalles; gozosos los dos estuvimos. contempIando los últimos, toques del arreglo, cuando el Cura Muñoz, celoso del cumplimiento de sus deberes, se acercó a Pancho y le interrogó: "Coronel ¿se va Ud. a confesar? "Pancho le miró por un momento y luego le dijo: "Mire, para confesarme, necesita Ud. no menos de ocho días, y como Ud. ve, está todo arreglado para que la boda sea mañana. Además, necesitaría tener un corazón más grande que el mio, para decirle todo lo que el Señor me ha dado licencia de hacer; pero si gusta, póngale a montón que iguale, absuélvame y arreglados«.´ Sus palabras me parecieron herejes; el buen Cura se alejó sin querer oír más. Al día siguiente, a las once de la mañana, nos casamos, en presencia de los vecinos del pueblo y de los rancheros cercanos, que en nutrida caravana concurrieron. Así mi vida se fundió en la suya; mi suerte se encadenó a su suerte y después de tantos años, aún me parece que fué ayer. Todavía quiero su memoria y la defiendo; primero, porque es mi deber y porque es preciso que yo cuente al mundo, que él no era un perverso como lo presenta la leyenda que a su derredor se ha tejido. No podré decir que era un amoral. Pero si lo era yo pregunto a la sociedad y a quienes lo acusan ¿En qué escuela fue educado? ¿Qué labios amorosos insinuaron la caridad en sus oídos? ¿Acaso la leyenda no nos cuenta también, que él y los suyos vivieron eternamente befados y escarnecidos, precisamente por aquellos que debieron ser dechados de virtud y de nobleza? ¿Quién si no ellos, arrojaron a Pancho a esa vida miserable de peregrinaje eterno y terrorífico, sobre el cual se cierne la miseria, la desesperación y acaso el crímen? Tres días después nos separamos; la primera de otras tantas largas y angustiosas separaciones, pues tenía que organizar en Chihuahua, una corrida de toros, para ayudar con los productos a los huérfanos y a las viudas, de quienes habían sido sacrificados en la Revolución. Tal era el acuerdo que con Madero y Don Abraham González, había tenido en Ciudad Juárez. Al despedirse, me dijo: "Dentro de cinco días vengo por ti, para ir a poner nuestra casa, porque seguro que no crees que nos quedaremos aquí´. A los dos días, faltando veinte minutos para que llegara el tren, llegó a mi puerta un mensajero con un telegrama en el que me decía: "Te espero en el tren de hoy´. Aparte, un recado del telegrafista, diciéndome que el tren podía esperarme. A toda prisa preparé mi salida y estrechando a mi madre, con profundo cariño, me alejé del lado de los míos, para vivir mi vida propia, tan, llena de zozobras; pero entonces tan llena de luz y de esperanza. Al descender del tren en Chihuahua, una grata sorpresa que concibiera desde mi infancia me acogió alegremente; en el andén de la estación, lo primero que ví fué a mi marido, luciendo un elegante traje de charro, con botonadura de plata. Yo había visto allá en mis primeros años a 19
Don Carlos Zuloaga, rico hacendado chihuahuense, luciendo trajes de charro y había acariciado el sueño de que mi marido fuera así; y ahora se presentaba la realización de aquel sueño, pues era mi marido quien lo llevaba gallardamente. Al descender del tren, me recibió en sus brazos diciéndome: Hubiera querido esperar hasta poder ir yo por ti; pero mañana nos da un baile Enrique Gameros y por esto te llamé". Minutos después, nos encontrábamos felices en nuestro propio hogar, casita humilde pero alegre. Un zaguán, con escalera a un segundo piso, donde había una recámara; abajo, una pieza destinada a oficina, otra recámara, la sala y dos piezas más, que servirían para comedor y cocina. Día a día se mostraba el compañero amante y cariñoso; me hacía patente su sentir con mil delicadezas; Siempre a su regreso a la casa, traía consigo alguna cosa particularmente para mí. Un día llegó con una guitarra: "Te compré esta guitarra, Guera, porque quiero oírte cantar aquella canción con que me enamoraste". Era una danza que aún recuerdo: LAS PALMERAS Bajo las sombras dejas palmeras Que el agua alegre mueve al pasar, A donde llegan las plañideras Notas, rugientes del fiero mar. Vamos morena hermosa, vámonos a internar Que en mi barquilla iremos sobre el inmenso mar Tú pescador rendido, yo marinero audaz ¿Qué importa, si en mi barca podremos naufragar? Bajo esas olas, que el mar provoca Sin más testigos que el mar y Dios, Mil besos traigo para tu boca Y mil plegarias para tu amor. Cuando la blanca luna salga, niña, a brillar Te contaré mis tristes horas de soledad, Te cantaré rendido la estrofa del amor Mientras que en el ocaso desaparece el Sol. Y transcurría la vida hogareña. Un día se me ocurrió decirle: Compraste una guitarra pero no me has comprado una máquina de coser. "Precisamente ayer ±dijo- que pasé por la agencia Sínger, me acordé que no tenías máquina y te aparté una, porque quiero que les hagas unas camisas a mis hermanos". (Antonio e Hipólito Villa, vivían con nosotros en ese tiempo). 20
Había hecho ya algunas camisas para mis cuñados y me disponía a seguir cosiendo, cuando mi marido entró en el cuarto y me preguntó qué iba a hacer; le respondí que a seguir cosiendo y me dijo: "No, señora; guarde esa costura y busque quien venga a hacerla. ¿Recuerdas que una vez te pedí que me hicieras una camisa? Lo hice, porque quería saber si la podías hacer, porque una vez mi madre me recomendó: -cuando escojas tu mujer, procura que sepa hacer todo; si puedes darle comodidades, dáselas; porque con nada le paga un hombre a la mujer, que deja a su familia, para seguirlo; pero si no puedes darle esas comodidades, ni tú, ni ella sufrirán-. Yo sabía que tú sabías hacerlo y quise que mis hermanos se dieran cuenta de ello también, para, que nada tengan que reprocharme´. En su boca, donde otros han pretendido encontrar sólo gestos prmítivos, yo pude ver una sonrisa tanto más franca y significativa, cuanto más la emoción lo obligaba a expresarse con entrecortadas frases. A mediados de julio salimos para México pues por haber tenido que cumplir una comisión del Sr. Madero, no habíamos hecho, nuestro viaje de bodas. Ya en la Metrópoli, nos instalamos en el Hotel Iturbide, saliendo poco después a Tehuacán, donde estaba el Sr Madero, a saludarlo y darle cuenta minuciosa de la comisión que le había confiado. A nuestro regreso, nos encontramos en el hotel antes mencionado, con otro matrimonio amigo qué andaba también disfrutando su luna de miel: Don Matías Mesta y Doña Carmen Chávez, y ya juntos, nos dedicamos a recorrer los lugares más pintorescos, y visitando museos y demás lugares, históricos y así pasamos casi tres semanas. La visita a México, no hubiera, estado completa, si no hubiéramos conocido la Basílica de Guadalupe, por lo mismo nos dirigimos a dicho lugar. Ya allí creímos que todas nuestras amistades querrían tener una reliquia y nos vimos obligados a comprar varias para complacerlas. De regresó a nuestra casa traíamos nuestro gabinete lleno de cosas que compramos en el camino; mi marido prefirió pitas, espuelas y frenos de Amozoc y yo excuso decirles todas las mil chucherías que traía, tanto que llegó un amigo nuestro y nos dijo: ³Me imagino que no van a poner una tienda de curiosidades ¿verdad?" Y dijo mi marido, "yo, en cuanto llegue, termino con, mi mercancía; Ia Güera, no sé que irá a hacer. Antes de ir a México, mi marido dejó instalados sus expendios de carne, y como encargado de ellos al Sr. Tomás Leyva. Un día me dijo: "Güera, voy a dar orden, de que todas las monedas de a veinte centavos, que recojan en los expendios, sean para tu alcancía". De manera que en menos de seis meses, tenía cerca de mil pesos. Un día llegó afligidísimo, porque quien le prestaba dinero en Chihuahua, Don Jesús Molinar, estaba ausente, y tenía que pagar una partida de ganado que le había llegado; le pregunté cuánto le faltaba y me dijo que como ochocientos pesos; -yo te los presto-, le contesté, y al abrir mi alcancía para hacer el préstamo, cuál sería mi sorpresa encontrar cerca de mil pesos. Como a los tres días me devolvió lo que le había prestado; lo convertí en onzas de oro y lo puse en otra alcancía más chica. Este proceder mío tuvo su recompensa, por que otro día 21
me dijo mi marido: ³de hoy en adelante, lo que importa la venta del sebo y del hueso será tuyo´; cuando yo completé un furgón se lo vendí al Sr. Finigambráin y con el producto de ellos me compré una casita, que aún conservo; y desde entonces, he aconsejado a mis amigas que sigan mi ejemplo y tengan a la mano siempre una alcancía. FRANCISCO VILLA CUMPLE SU PROMESA Ya teníamos algunos meses de estar instalados en nuestra casa, cuando un día me dice mi marido: "güera, no estoy tranquilo, por una promesa que hice a José Sánchez; un compañero y amigo de muchos años y que aún no la he cumplido. Al entrar al combate que tuvimos en el cerro del tecolote, al pretender tomar Chihuahua, me dijo: -Pancho, prométeme que si muero en este combate, tú verás por mi familia a la cual ya conocesy por estar obligado con el compañero fiel y amigo sincero, le prometí que cuando terminara la RevoIución, si él llegaba a morir como lo presentía, yo recogería su familia, compuesta de las siguientes personas: Su madre, una viejecita, de sesenta y cinco años y tres hermanas señoritas llamadas Teresa, María y Concepción y créeme que cuando lo recuerdo me parece que me reprocha no haber cumplido ese juramento. ¿Qué me aconsejas que haga? A lo que contesté: Dado que fué una promesa que te pidió un amigo en recompensa a su sacrificio, y que juntos habían pasado las mil vicisítudes en tu vida errabunda, habiéndote acompañado también a la campaña en que él perdió la vida patentizándote con esto su abnegación y cariño hacia ti, debes cumplir cuanto antes la promesa hecha en tan solemnes momentos en que se jugaban la vida los dos, máxime cuando él era el sostén de aquella familia. Acordamos que iríamos juntos a la mayor brevedad posible a recogerla y la traeríamos a vivir a nuestro lado, para así dejar cumplido el juramento hecho al compañero desaparecido, que había dejado un hueco tan inmenso en aquel hogar. Estas buenas gentes vivieron a nuestro lado algunos meses mientras se acondicionaba la casa que con anterioridad les habíamos designado, siendo precisamente la que había sido comprada con mi alcancía. Habiendo llegado a Satevó, para de allí ir a recoger a la familia a un rancho, cercano, en el punto primeramente citado nos esperaba el Corl. Fidel Avila y su esposa para que les bautizáramos una niña, y allí mismo acordamos casarnos por lo civil, cosa que no habíamos hecho antes por que en la fecha en que nos casamos eclesiásticamente no había autoridades legalmente instaladas en San Andrés, por haberse acabado de firmar la paz en Ciudad Juárez y la persona encargada en aquel pueblo como autoridad, tenía viejas rencillas con mi marido y cuando supo que éste llegaba, él salió y no regresó hasta que mi propio marido abandonó el lugar. Como un sueño pasamos los nueve meses en que él, dedicado a sus 22
negocios, jamás le oí hablar de política, pues era el hombre que se levantaba a las cuatro de la mañana, se iba a su rancho llamado "La Boquilla", a escoger el ganado que sacrificaban en los expendios que él regenteaba, regresaba a las ocho a tomar su almuerzo y el resto de la mañana lo pasaba visitando los expendios, recogiendo las ventas en compañía del encargado de ellas, Sr. Manuel Atocha Baca, quien a su vez las entregaba al Sr. Tomás Leyva, encargado de llevar los libros del negocio. Entre sus amigos contaba a Don Gabino Durán, a Don Celso Terrazas, a Don Pedro Muñoz y a otros muchos que ahora no recuerdo, pero que habían sido sus amigos desde antaño. A la hora de la comida siempre lo acompañaba algún amigo a comer y cuando solía llegar solo, al irse a sentar a la mesa decía: ³ahora no hay quien coma con nosotros´ y algunas veces se levantaba para ir en busca de algún vecino que viniera a sentarse a nuestra mesa. También en aquella época vivía con nosotros Antonio, hermano de Pancho; Martín López, a quien nosotros llamábamos "El Chamaco"; el niño José Dolores Palomino, hijo de Don Dolores del mismo apellido, muerto en la batalla de El Tecolote, de Casas Grandes, en cuya acción salió herido el Sr. Madero. PASIONES DOMINANTES Una tarde me había anunciado su ausencia por algunas horas por tener que asistir a una pelea de gallos, por las que sentía verdadero interés; y uno de sus orgullos más grandes era mostrarles a sus amigos su gallera en la que había animales de verdadera estima por su costo y por su gallardía y entre los cuales había uno llamado "El Cubano Hermoso", que me había dedicado, pues las apuestas que él ganara vendrían a aumentar mis ahorros. Regresaba una tarde de la plaza de gallos y al verlo con un objeto. En la mano, me acerqué a él y pude darme cuenta que traía un gallo lastimosamente herido, que le causó mucha pena; levantó la cabeza y, fijando en mi su mirada, me dijo: "dile a Martín que vaya pronto a la botica y me traiga árnica y venga para curar a este animalito, pues como ves, viene bastante herido" Yo tenía grabadas en mi memoria las enseñanzas de mi madre que antes de casarme me había inculcado, como si quisiera que aquellas palabras quedaran profundamente impresas en mi mente, que ni el tiempo pudiera borrarlas: "Luz; la mujer en el hogar debe ser previsora, buena, sabia, no para su provecho sino para la renuncia de sí misma; no sabia de modo que se haga superior a su marido, sino que con sus atenciones le haga comprender la falta que ella hace fuera de su lado. En su corazón no debe dar cabida a la mezquindad ni al orgullo, ni ser insolente y sin amor, sino con la nobleza apasionada del pequeño o grande sacrificio, debe ver las cualidades de las 23
cosas, contemporizar con las flaquezas humanas y ser a toda hora comprensiva y cordial´. Aquellas máximas expresadas con sencillez por mi madre estaban grabadas en mi corazón y en ese mismo momento se me presentaba la oportunidad de poner en práctica sus consejos, pues tenía a la mano un pequeño botiquín que contenía todo lo necesario para un caso de emergencia, y al mismo tiempo de prestar a mi marido el servicio que me demandaba, quedando, con esta previsión mía entre comprendido y satisfecho. El pobre animalito pudo recibir la atención qué el caso requería, volviendo a sus condiciones de prestar servicio en las siguientes peleas. Otra de las cosas porque mi marido tenía verdadera pasión, era por los caballos; había uno por el que demostraba sincera predilección. Cuando estaban cerca de Ciudad Juárez para atacar la plaza habíase formado un grupo que en sus sombreros ostentaban un listón blanco que decía: "TIERRA Y JUSTICIA". El Sr. Madero, viendo que sería para ellos un obstáculo a la realización de sus proyectos, pensó la manera de desarmarlos y pidiéndole su opinión a Pancho, advirtiéndole que no quería que hubiera sangre de por medio, éste le dijo: ³Si Ud. me autorisa yo los desarmo y le prometo que no habrá zafarrancho´ y otro día muy temprano se presentó en el campamento de aquellos hombres que él llevaba, los sitió y los desarmó. Al ir mi marido a entregar las armas y los caballos que había quitado, Don Francisco I. Madero en premio de su hazaña le obsequió el caballo a que voy a hacer referencia, siendo el que montaba el Sr. Luis García; un caballo que nombraban "Él Garañón". ¡Qué caballo! ¡Qué movimientos! ¡Qué estampa! y además tenía unas cualidades: Cuando por algún motívo se le pasaba al encargado de ellos, Martín López, darle de comer a sus horas, se acercaba a la puerta del pasillo que se comunicaba con las caballerizas y daba tres patadas en la puerta. Era señal de que tenía hambre. En las tardes, cuando llegaba Pancho del rastro y le quitaban la montura, al pasar por el comedor se detenía en la puerta de éste, hasta que no le sacaban una charola con una rosca de pan y un ³torcido´ que se comía, no retirándose si no hasta que en la mano se le daban unos trozos de azúcar, regresando satisfecho a su caballeriza; y si por una casualidad estaba la puerta completamente abierta, en frente de la cual había un espejo, al ver reflejado en él a su compañera, con un relincho expresaba la alegría que le ocasionaba la aparición. Yo también tenía mi caballo cebruno que me había regalado mi marido cuando nos casamos, pues en las mañanas, cuando él no tenía que ir a escoger el ganado para el rastro, salíamos a pasear los dos y este noble bruto sólo tenía la cualidad de abrirse de patitas para prestar mayor comodidad que yo lo montara. Este caballo, por el que yo tenía verdadera predilección se lo regaló al fin mi marido a Don Pascual Orozco, alegando que yo no podría montarlo más por estar próxima a dar a luz a nuestro primogénito. 24
PANCHO VILLA ES LEAL Toda la República comenzaba a confiar. Los anhelos que habían llevado a la lucha armada, que habían encorajinado las almas, incendiado los corazones en una justicia más amplia y generosa, parecían sentirse satisfechos del triunfo que los confortaba, llenándolos de optimismo. La ciudad comenzaba a curarse de las heridas de las profundas desgarraduras de los cañones y de las balas; la tiranía porfirista parecía definitivamente perderse, hundida en el mar de zozobras de sus propias abyecciones y nuestra vida apacible y tranquila terminó con el levantamiento del 2 de febrero de 1912, cuando el capitán Refugio Mendoza, se sublevó atacando la Penitenciería del Estado, para librar al Corl. Antonio Rojas, que allí estaba preso; entonces Pancho, se puso a las órdenes de Don Abraham González, Gobernador del Estado; acordando que fuera a perseguir a Rojas y a los que lo acompañaban, habiendo salido Pancho el día 3 rumbo a Bustillos, en persecución de los sublevados, pues al paso de Rojas por San Andrés, se le unieron todos los muchachos que allí había de doce a catorce años; entre ellos Marcos Corral hermano mío, quienes al saber que Pancho iba a perseguirlos se desertaron y vinieron luego a incorporarse a las fuerzas que comandaba él. La existencia de mi marido inquietaba al país; periódicos de la época comenzaron a hablar de el, como el guerrillero indomable. Unos le pintaban primitivo y brutal, feroz como una bestia; otros colérico y de mirar terrible, como el guerrillero de los ojos satánicos. EL MILAGRO DE NUESTRO AMOR Y yo no puedo olvidar que su amor se trenzó a mi vida, y que por el bandido, -como han tratado de pintarlo quienes no sintieron de cerca las ansias de su corazón- ascendía a la más gloriosa de las categorías a que aspira una mujer; a la categoría de ser madre. Una niña hecha carne del milagro de nuestro amor, abrió sus ojos cuando él estaba muy lejos, errante por la Sierra de Chihuahua, y la llegada del nuevo ser llenó de alegría a los nuestros y a quienes la vida de Francisco Villa no podía ser indiferente, sino al contrario, motivo de profundo interés. Los enemigos de mi marido, presentían que al saber la noticia del nacimiento de nuestra hija vendría a verme y le habían preparado una celada para hacerlo prisionero. Una noche, cuando yo me preparaba a descansar, se presentó una persona que pedía hablar conmigo de mucha urgencia; lo pasaron a mi pieza y reconocí a Don Pascual Orozco Sr., quien al ver la sorpresa que su presencia me causaba, repuso: "Señora, hablé con el coronel en la Hacienda de Tres Hermanos y quedamos de vernos aquí esta noche. Para más seña me dió esta cobija para que se la entregara a Ud. y no le cupiera la menor duda". En efecto la cobija que él me mostraba, era una de las que 25
Pancho se había llevado a la campaña. Yo invité a Don Pascual a que se sentara y me decía a mi misma ¿Será una estratagema de mi marido y este señor esperará en vano? En efecto, después de esperar algunas horas, Don Pascual decidió retirarse, convencido de que Pancho Villa no vendría a caer en la trampa que le habían preparado aquellos que juntos con él habían ido a la lucha por un mismo ideal y que ahora, por un puñado de oro traicionaban a amigos y compañeros. Otro día, domingo 3 de marzo, Pancho trató de entrar a Chihuahua, pero no sólo, como sus enemigos lo esperaban. Mas la suerte esta vez le fué adversa y la gente de Pascual Orozco lo rechazó; de allí se dirigió a las montañas porque ni el dinero, ni la dulce tranquilidad del hogar le hizo traicionar sus principios de verdadero revolucionario, aunque para ello tuviera que hacer el sacrificio de su vida. Entre tanto, Pascual Orozco Jr., asistiendo a las tertulias del Casino y al chocar de las copas de champagne, se olvidaba de que días antes consideraba como enemigos de su clase a aquellos a quienes en esos momentos vendía su libertad conquistada a costa de tanto sacrificio. Estando todavía en cama, desde mi cuarto, oí algunos disparos, pregunté qué era y me contestaron que algunos chamacos en la calle quemaban petardos; pero yo desde mi alcoba observaba por los espejos de la sala que las personas que me acompañaban hablaban en secreto, salían y entraban, como que algo extraordinario pasaba. Creciendo mi zozobra a cada momento resolví investigar qué era lo que se me ocultaba y por mis espejos vi que leían un periódiquito, acabaron de leerlo y lo ocultaron detrás de un cuadro. Cuando ellas salieron dejé mi cama y fuí en busca de lo que habían escondido. Era una Extra del "Padre Padilla", y en el encabezado decía: "En Palo Blanco fué herido Pancho Villa y muerto su caballo", pocos momentos después, era informada por conducto del Sr. Fernando Lugo de que la noticia inserta en "El Padre Padilla" era mentira, pues Pancho se dirigía rumbo a la Sierra sin saber a qué punto fijo. CELADA OROZQUISTA Habiendo fracasado una vez más en su intento de hacer prisionero a mi marido, un buen día se presentó Don Braulio Hernández, personaje de relieve en aquella época, quien venía con amplios poderes; para tratar conmigo un asunto de suma importancia, según él. A dicho señor yo ya lo conocía, por haber sido amigo de mi marido y Secretario de Don Abraham González, proponiéndome lo siguiente: "Vengo a sugerirle la idea de que le escriba al Coronel y le proponga venir a ésta a deponer las armas, donde le daremos toda clase de garantías; mire que, tarde o temprano su marido va a la derrota. ¿y qué va a hacer Ud. con su marido derrotado y pobre? Yo, indignada, le escuchaba en silencio, por fin, no pudiendo tolerar 26
más sus palabras, le dije: "Don Braulio, prefiero a mi marido derrotado y pobre, pero no chaquetero, pues hay de por medio el gran cariño y estimación que mi esposo profesa a Don Abraham González" (después explicaré cómo se conocieron Pancho Villa y Don Abraham González). Al ver que sus palabras me habían causado indignación, Don Braulio se retiró para informar a sus jefes el resultado de su entrevista y estos inmediatamente prepararon otra celada. A los pocos días, vestidas como para asistir a un velorio, llegaron a mi casa algunas amigas y conocidas, quienes se sorprendían al encontrarme buena y sana; algunas decíanme que venían a conocer a la niña. Permanecían algunos momentos, platicaban de los últimos sucesos y se retiraban, pues aquellas buenas señoras habían visto en el periódico que se editaba en la mañana, que yo había muerto y alguna de ellas se decidió a contarme el motivo de su visita. Comentábamos el incidente y se retiraban. Ya entrada la noche, cuando todos se disponían a descansar, alguien Ilamó Ia la puerta. Eran algunos oficiales orozquistas que pretendían entrar, y al preguntar yo qué buscaban, por oír voces, ruidos de espuelas, etc. salió mi madre a inquirir y regresó alarmada: buscan, a tu marido, me dijo.
El General José Inés Salazar firmando el pacto con los demás jefes magonistas en donde reconocen a Pascual Orozco como General en jefe de la rebelión contra los M aderistas.
27
En campaña, en la sierra de Chihuahua, el Coronel Felix Terrazas, el General Pascual Orozco y el Coronel arcelo Caraveo. M
Uno de los que hacía de Jefe, entró a mi cuarto diciéndome: "Venimos a buscar al Coronel; traemos orden de aprehenderlo". Yo pregunté qué Jefe los traía y me contestaron que José Orozco, que se había quedado afuera sitiando la casa. "¿Pero sabe Ud. que está aquí?" Por toda respuesta se me mostró el periódico donde venía la noticia de mi muerte. Creyeron hacerlo caer en la trampa y lo buscaban, seguros de que se encontraba en la casa. Todo lo registraron. En el extremo del patio había un cuarto cerrado que hacía de bodega; con la excitación del momento no pudieron encontrar la llave y este incidente hacía que las sospechas crecieran en los que estaban seguros de que allí se encontraba Villa. Al verlos que desenfundaban las pistolas y las preparaban, seguros de lograr su presa, les grité exsaltada: ¡Quiebren, la puerta y si encuentran a mi marido se lo comen! Naturalmente la busca fué infructuosa. Ellos ignoraban que Pancho y yo; estábamos en continua correspondencia, pues lecheros, carboneros y leñeros que llegaban a mi casa, eran seguros correos. A medida que los días pasaban, mis angustias crecían; pero siempre con la fe inquebrantable en el destino. Ni una sola vez de las muchas que anunciaron su muerte, perdí la esperanza. En esos días de zozobra e intranquilidad, el Presidente don Francisco I. Madero, ascendió a mi marido a General Brigadier Honorario. 28
UNA RARA ENTREVISTA Conversando el Sr. Federico Terrazas (de los Terrazas pobres) y Pancho Villa sobre el curso de los acontecimientos que se estaban desarrollando en el país, dijo el primero: -¿Y por qué no ingresa Ud. al Club Antirreleccionista del que es Presidente Don Abraham González? -Porque no lo conozco-, contestó Pancho. -Si Ud. gusta, yo seré intermediario en este asunto, y se deja de llevar esa vida tan azarosa, ¿Qué le parece? -Estoy de acuerdo con esto, póngase al habla con el Sr. González y cuando él haya resuelto sobre el asunto yo les indicaré el lugar en donde debemos vernos. Más tarde, una vez concertada la entrevista, Pancho mandó al Sr. Barraza, persona de su absoluta confianza y quien tenia un coche de sitio, que fuera a buscar a don Abraham y lo llevara a la casa que él le había indicado; pero antes de ir le dijo: "Entréguele Ud. al Sr. González esta llave, que será con la que él se identifique". El señor Barraza, ya con sus acompañantes, recorrió algunas calles, y cuando creyó haber despistado a sus pasajeros, llegó a la casa indicada, que cuando más estaría a tres cuadras de distancia de donde había recogido a las personas que lo acompañaban; pues con don Abraham iba don Perfecto Lomelí. Y ya en presencia de Pancho, éste dijo o Don Abraham: "¿Trae Ud. un encargo para mí?" Don Abraham, por toda contestación, le mostró la llave que momentos antes le había sido entregada. Pancho la tomó y con el mayor disimulo posible levantó su cobija en la cual iba envuelto y se oyó que se abría un candado, convencido por este medio de que eran las personas que esperaba, penetraron al cuarto que él les indicó a tratar los asuntos que más tarde habían de ser el principio de su vida de guerrillero. En el transcurso de la conversación, el Sr. Lomelí sacó su cerillera para encender un cigarro; Pancho se lo apagó .Y le dijo: "PARA QUE NOS HEMOS DE VER LAS CARAS, SI NOS HEMOS DE VER LOS HECHOS", pues hay que advertir que la pieza estaba obscura. Al preguntarle Don Abraham con cuánta gente podía contar, Pancho le dijo: "Con doscientos hombres si Ud. me da armas y parque" "Como no contamos con suficientes elementos, sólo podemos darle veinticinco rifles y el parque que podamos conseguir, pero ¿con quién podríamos mandarle esos elementos y a dónde? ³Con Don Santiago su hermano´ -contestó Pancho- lo que sorprendió a Don Abraham, que ignoraba cómo conocía Pancho a su hermano. En aquella época, todos cooperaban al movimiento revolucionario, aun los mismos empleados tanto del Gobierno como, de las casas comerciales, que prestaban su contingente seguros de que se obtendría el triunfo, pues era la causa del pueblo contra la tiranía. El Sr. Rodallegas, 29
empleado en una de las ferreterías de esta capital y buen aleccionado en la forma de cómo debía de proveerse del parque necesario, se dirigió en compañía de otras personas rumbo a la Presa de esta ciudad y, una vez, allí, se apartó del grupo que lo acompañaba y encendió un fósforo, señal que le fué contestada inmediatamente por otro grupo que del otro lado de la Presa lo esperaba y al frente del cual iba Pancho haciéndole a éste entrega de los pertrechos de guerra. Aquí explicaré cómo Pancho conoció a don Santiago González. Tenía este Sr. un expendio de pasturas en la Av. Cuauhtémoc, cerca del Colegio de la Filomática y frente del cual había unos puestos de ruletas, loterías, etc., con motivo de las fiestas patrias que se estaban preparando. A ese expendio llegaba Pancho invariablemente todas las tardes a comprar la pastura para su caballo. Un domingo don Santiago vió dirigirse hacia él a José Loya, que lo saludó con esto: "¿Qué hay, don Santiago, que tiene de nuevo? "Pues únicamente lo que acaba de pasar contestó don Santiago que acaban de matar a Claro Reza y según el decir de las gentes fué Pancho Villa, al cual va persiguiendo la Montada (señalando rumbo a donde estos se dirigían) y creo que le darán alcance, ya que no debe de ir muy lejos". Puede ser que sí contestó Pancho y distraídamente, se dirigió a unos puestos en que, entre personas, había varios niños haciendo apuestas en la ruleta. Pancho se acercó a ellos y les obsequió el valor de las apuestas y todas las ganancias obtenidas, dirigiéndose otra vez al expendio de pasturas en cuyo trayecto se codeó con los rurales que iban en su persecución; y cerciorado de que ningún otro dato más podría obtener, se dirigió tranquilamente a su hogar. Pasó el tiempo y después del ataque de Ciudad Juárez y ya en el campamento, se encontró con don Santiago González, quien al verlo se dirigió a él mostrando en su semblante la alegría que le causaba su presencia y le dijo: "¿Cómo le va, don José?" ³Yo, no soy don José« me llamo Francisco Villa". Una vez pasado el estupor que esta aclaración causó a don Santiago, Pancho le explicó el porqué siempre le ocultó su verdadero nombre. HUERTA "EL CHACAL" Madero, el Apóstol, había confiado la llave de su seguridad, entregándole el Norte de la República, para que castigase la facción orozquista, a Victoriano Huerta, "El chacal", como lo llamaron los oradores revolucionarios. Pero Victoriano Huerta no podía tolerar la presencia de Francisco Villa cerca de él. Sabía que Pancho no entendía de dobleces y que dentro del Ejército en que él era voz suprema, Pancho representaba la más terrible protesta, la rebelión más amenazadora para su futurismo de entronizamiento, y buscaba cualquier pretexto para quitarlo de enmedio. La columna expedicionaria de Huerta, avanzaba rumbo al Norte. Ya los trenes cargados de soldados caminaban dejando, atrás Torreón, Bermejillo, Conejos, y llegaban hasta Jiménez. ¡Qué aspecto el de las soldaderas! Desaliñadas y parlanchinas, pero 30
fieles hasta la muerte, llegaban tras de una aventura suicida, para ascender con sus pelones a la cima del triunfo o de la derrota, siempre con una sonrisa de esperanza o de resignación entre sus labios. Jiménez, ciudad soñolienta y triste, fue testigo de que esos soldados del Norte, arrancados del surco para ir a la lucha, fueron traicionados por el pensamiento que se incubaba febril en el cerebro monstruoso de Huerta. Ya el enemigo se había replegado sobre Chihuahua y en la huida Pascual Orozco había abandonado una yegua. Hay hechos que en la apariencia no tienen importancia, Francisco Villa la recogió. Algún orozquista encubierto, le contó a Huerta que Pancho se la había robado a uno de los hacendados de la región. Huerta, él inmaculado no podía soportar semejante bandidaje montó en ira y mandó llamar a Pancho. No era posible que quien había recorrido como huracán desvastador las llanuras, y había retado tantas veces a la muerte, fuera a obedecer la orden conociendo la intención malvada de un hombre que ostentaba los galardones del Generalato; era un dipsómano empedernido, que buscaba el más leve pretexto, para deshacerse del hombre a quien odiaba. Entre estos dos hombres había un puente de odio que los separaba: el uno, la bestia bravía, el otro la serpiente que se deslizaba cautelosa, para dar su mordedura letal. Y Francisco Villa a quien se creía sólo una máquina de acción, únicamente un ciego instrumento, sabía bien ver lo que pasaba en el alma de Huerta, por eso no atendió al llamado. Los privilegiados de la época batieron palmas, porque Villa había incurrido en el desagrado de Huerta, aconsejándole que lo sacrificara, repitiéndole que así aseguraría la paz orgánica, y entonces Huerta, ordenó que se le formara cuadro y se le fusilara; mas cuando eso estaba a punto de llevarse a efecto, llega un telegrama del Presidente Madero, ordenando que se suspendiera el fusilamiento y se le trasladara a México, para ser juzgado allá. Huerta obedeció la orden del Presidente; pero siempre alimentando el odio que sentía hacia él, ordenó al jefe de la escolta qué lo conducía a la capital, que en el camino buscara algún pretexto y le aplicara la Ley Fuga; mas esto no sucedió. Y allá fue el prisionero que pugnaba por abrir nuevos causes a la libertad humana, siendo internado en una celda de la Penitenciaría. Cuando lo supe, permanecí resignada, silenciosa, esperando la respuesta del destino. Pero a la primera oportunidad, fuí a luchar al lado de él, para conseguir su libertad que tanto quiso, y por la que tanto luchó. Caminamos varios días, habiendo hecho escala en Torreón, acompañada de Hipólito, mi cuñado, y de mi hijita, de seis meses, y llegamos a México. Nuestra primera visita fué a la Penitenciaría, a la que alguien ha llamado la mansión del dolor. Y nunca me pareció más acertado el título para un establecimiento penal. 31
La entrevista fué en un salón de amplios ventanales enrejados. Una entrevista en la que él dijo todo y en la que yo apenas dije algo. El hilo, de la emoción se trenzaba en su espíritu, cuando lo veía arrullar a nuestra hija; muy cerca de nosotros había un celador que nos vigilaba y oía nuestra conversación. La efusión primera concluyó ante la realidad muda y fría. ¿Qué hacer? ¿A quién ocurrir? Le propuse que iría a ver al Sr. Madero, para que hiciera algo en su favor, a lo que él contestó: "Te voy a suplicar, que no le veas la cara a nadie". Regresé al hotel y volví a la Penitenciaría, siempre llevando oculta en mi corazón la protesta, porque no quería verlo más tras de las rejas; y que en una de esas entrevistas, me dijo que se fugaría, que contaba con la ayuda de algunos celadores. Alguien sugirió, que la fuga sería más fácil de Santiago Tlaltelolco, la vieja Prisión Militar, y empezamos a gestionar el traslado a aquella prisión; no obstante que yo le había llevado las llaves necesarias para facilitar su fuga, las que un celador me había llevado al hotel. La idea de la fuga me espantaba. Perdida en un mar de conjeturas, decidí hablar y me dirigí a Berlín 21, casa de Don Francisco Madero Sr., en los momentos que éste y su hermano don Gustavo salían, para asistir a un funeral y me dijo: "En estos momentos no puedo atenderla, por ir a asistir a los funerales de don Justo Sierra, cuyos restos acaban de llegar de España". Y ordenó queme pasaran al cuarto de Angelita, quien a su vez me ofreció hacer algo cerca de su hermano el Sr. Presidente. La entrevista fué breve y cordial; pero algo se interponía y así transcurrieron varios días. .Por fin lo trasladaron a Santiago Tlaltelolco el día 7 de noviembre de 1912. En Santiago Tlaltelolco, la vigilancia era menos estricta y parecían tenerle más confianza; permanecía yo con él todo el día; comíamos juntos y algunas veces, comía con nosotros el Sr. General Don Bernardo Reyes, quien se encontraba también en aquella prisión militar. Pero ni una esperanza de que le concedieran su libertad. Un día me dijo resueltamente: "He decidido fugarme y tendrás que regresarte a Chihuahua y allí esperarás el resultado, que si Dios me ayuda nos veremos muy pronto". Y me volví al Hotel, con la desesperación más grande, por la duda del buen éxito de sus propósitos. LA FUGA Carlitos Jáuregui, muchacho avispado y simpático, empleado en uno de los juzgados de aquella Prisión, de quien mi marido se había granjeado la simpatía, estaba dispuesto a ayudarlo y Pancho tenía absoluta confianza en que todo saldría bien. Yo sabía que todo lo que él se proponía lo realizaba, y aunque en nada podía ayudarlo, invoqué a Dios fervorosamente y me acogí a su divina 32
Sr. Carlos Jáuregui, quien facilitó la fuga de la Prisión de Santiago en M éxico, al revolucionario durangueño, haciendo tal acto posible la gesta de sus hazañas contra Victoriano Huerta.
protección para esperar. Carlitos ha contado muchas veces cómo ayudó para que mi marido se fugara en el momento oportuno y como se decidieron el uno a fugarse y el otro a ayudarle. Unas seguetas, una sierra y una bola de seda negra, fueron los útiles que usaron para cortar las rejas. Después de unos días de paciente labor, mi marido se disfrazó y salió de aquel encierro; Carlitos lo acompañaba. La suerte iba con ellos, pues pasando por enfrente de la guardia no reconocieron a mi marido y a poco andar tomaron un auto, que ya los esperaba y se fueron a Tacubaya. Previendo que el chofer pudiera más tarde descubrirlos, se acercaron a una casa, preguntaron si estaba el Jefe de ella y, habiéndoles dicho que no, pues habían preguntado por un nombre supuesto, le dijeron al chofer que la persona que buscaban había salido para Toluca y que como el asunto era muy importante tendrían que ir allá a buscarlo y así lo hicieron. Una vez en aquella ciudad, le pagaron al chofer para que el día siguiente regresara por ellos. Al oír Carlitos que Pancho le decía que regresara por ellos, ingenuamente le preguntó, sin que el chofer lo oyera: "¿ Pero vamos a volver a México, General?" La contestación fué negativa. "Nos iremos a Manzanillo por tren, luego nos embarcaremos a Mazatlán y de allí en ferrocarril a los Estados Unidos". En Irapuato tuvieron que dejar el tren y esperar varias horas para tomar el que iría a Guadalajara. Mi marido, temeroso de ser reconocido, le sugirió a Carlitos, que fuera a uno de los jacales que hay en la estación y 33
pidiera permiso, para permanecer allí mientras el tren llegaba, diciéndoles que su compañero estaba enfermo y necesitaba descansar. Con un billete de cinco pesos que había puesto en sus manos, se le proporcionó cama, cerraron las puertas del cuarto y hubo silencio. Así estuvo Pancho recluído mientras el tren llegó. Entre tanto Carlitos, se fué a vagar con objeto de saber si era del dominio público la fuga de su protegido. Yo había venido de México hacía unos pocos días muy triste pero con la esperanza en Dios, de que pronto saldría libre. Contaba los días y hasta las horas, pues me había dicho: "Con seguridad la Nochebuena la paso con Uds´ y él cuando decía una cosa, casi siempre se le concedía y es que no dejaba de agregar: "Si Dios quiere". Un buen día pregonaban las Extras en la calle y la noticia era; "Francisco Villa se ha fugado de la prisión" y volvieron a nacer mis angustias, pues por varios días no supimos en donde se encontraba. EN TIERRA EXTRAÑA A principios de enero, estaba desesperada por no tener indicios de su paradero, aunque casi segura de que nada le había pasado, por no haber dicho nada los periódicos. Una mañana, un amigo nuestro llamó a la: puerta: era don Nicolás Saldívar, un viejo amigo de Pancho, en quien muchas veces había puesto en sus manos asuntos muy delicados y por el cuál teníamos honda simpatía; venía procedente de El Paso, Tex., y lo primero que me dijo fué: "Vengo por Ud., me manda Pancho; saldremos hoy mismo; nada más voy a darle un recado a don Abraham González y el tren que abordaremos está anunciado a las once de la mañana"; así es que en unas cuantas horas estuvo todo arreglado para el viaje. Me acompañaba la Srita. Raquel Rodríguez, mi prima, y mi hijita de diez meses. Llegamos a El Paso como a las ocho de la noche; de la estación nos dirigimos a la casa del Sr. Saldívar. Yo en el camino me decía: ¿Qué me importa esta ciudad?; qué vale para mí el acento de otra lengua que no es la mía; de otros sentimientos que me son extraños, si voy a reunirme con él; si voy a vivir en ella una vida generosa y noble y mi mente: figuraba el nuevo hogar, ya sin inquietudes, sin sobresaltos, sin ese alerta continuo en espera de la noticia trágica. Ya estando en la casa del Sr. Saldívar, y casi en familia, a los pocos momentos se presentó mi marido, pues el Sr. Saldívar no me había dicho nada de su disfraz; tal vez para darme una sorpresa. Iba hecho un tipo: con con capa española cruzada, sin bigote, lentes obscuros, una mascada al cuello; parecía un muchacho de veinte años; lo seguían Carlitos Jáuregui y Darío Silva. Terminada la cena, nos despedimos de aquella casa amiga, seguimos varias calles hasta llegar a la de El Paso, donde tenía un departamento en un hotel; me sorprendí grandemente, pues tenía la idea de una casita sencilla, hogareña, modesta, como para encerrar dentro de sus 34
paredes, en el secreto de su refugio, todo nuestro cariño, el milagro de nuestros amores y el anhelo de vivir felices. Lo entendió él y así me dijo: "Esperaba que tú vinieras. Esto no te va a gustar, te prometo que mañana buscaremos casa". Como una semana más duramos en el hotel y allí recibió mi marido, la visita de varios políticos, entre ellos la de don Primitivo Uro y de Don Sebastián Vargas, enviados por don Abraham González; y entre sus amigos que lo visitaban a diario, estaba el Gral. Manuel Ochoa, Pedrito Sapién, Teodoro Kgririacópulos. Entre sus amigos americanos, recuerdo a don Panchito Jonah, George Herald y el Sr. Mc Klain, con los que salía a pasear y a tirar al blanco. Un día le dije: Tengo ganas de verte un día tomado, para ver si eres peleador, o te da por llorar, y como si tuviera mucha prisa en cumplir mis deseos, esa misma tarde vinieron por él sus amigos como de costumbre, y llegada la hora de cena y no habiendo regresado, nos fuimos a cenar mi prima y yo, llegando media hora más tarde Pancho, a nuestro reservado. Se acercó y me dijo al oído: "Yo no ceno, vámonos pronto; no quiero que me vea Raquelito" y yo no pude dejar de reirme, pues era la primera vez que lo veía alegre y me anticipó la siguiente explicación: Que había ido a jugar con sus amigos y habiéndoles ganado algunas cervezas, no había tenido más remedio que tomárselas en su compañía. Nos fuimos a nuestro departamento y ya no recibió a nadie: en nuestro cuarto, se puso a platicarme de su vida, de su estancia en la prisión y lo que aún le faltaba que sufrir para volver a nuestro hogar y acabó por ponerse a llorar y así quedaron cumplidos mis deseos. Y como un sueño que se realiza, fué el verlo llorar, refugiado en mi regazo, dulcificando cesta página de mi vida que hoy reconstruyo y en que vuelvo a sentir la mágica alegría de aquella hora, en que su alma de guerrero indomable se unió a la mía, pobre mujer arrancada del marco de un pueblecito, para subir un instante hasta la celebridad del guerrillero más grande, del más discutido y terrible guerrillero, pero humano«. imuy humano! EL GENERAL BERNARDO REYES Estando todavía en el hotel, una tarde le habló la dueña de la casa por una de las ventanas que daban a nuestro departamento y le dijo: "Dos detectives vienen a buscarlo para aprehenderlo"; al mismo tiempo le indicó una puerta por donde podía salir sin ser visto. Se fue a la casa de George Herald, detective también y amigo de él, quien lo llevó después a otra casa de una familia de confianza, mientras el propio Herald personalmente recogía datos, para saber de donde venía la orden de aprehensión. Como a las nueve de la noche, vino el Sr. Herald por nosotros: nos fuimos en un automóvil, recogimos a Pancho de la casa donde estaba y nos dirigimos a la nuestra que habíamos amueblado en la Av. Prospect. Allí no se le volvió a molestar para nada. Al día siguiente, salió a su paseo acostumbrado y al regreso venía 35
acompañado de un señor a quien llamaba el Güero, y me dijo: "Este señor es de absoluta confianza y quiere trabajar con nosotros en la cocina; yo te lo recomiendo porque hace muchos años que lo conozco". Desde aquel día, se quedó a nuestras órdenes habiendo sido uno de los más leales servidores. Ya en nuestra casa pudo recibir con más libertad a sus amigos, que como en peregrinación iban a verlo, para saber cuál sería su actitud después de haber conseguido a tanta costa su libertad. Con nosotros vivían Carlitos y Darío que desde aquel entonces fué su intérprete por conocer perfectamente bien el idioma inglés, y a quien Pancho tuvo grande cariño y consideración. Así pasaron los días, recibiendo y mandando comunicaciones. Algunos jefes; sabiendo que se encontraba en territorio americano, creyeron que él pasaría a México, haciendo armas en contra del Sr. Madero, por haberlo tenido preso y nunca haber intentado darle su libertad; se ofrecían a seguirle como antes lo habían seguido y él siempre decía: "Al chaparrito, lo matarán los mismos en quienes él ha depositado su confianza". Estando en Tlaltelolco el Gral. Bernardo Reyes, le había hecho proposiciones, para que secundara el movimiento que tenían preparado él y Félix Díaz y es muy natural, pues lo creían enemigo de Madero; pero por la mente de mi marido nunca pasó la idea de traicionar al hombre que habría de convertirse en símbolo del pueblo mexicano, por los timbres impolutos de su vida y la excelsa apoteosis de su martirio. LA TRAICION DE VICTORIANO HUERTA Por las noches tenía grandes conferencias con sus amigos y partidarios donde se hablaba de próximos y grandes acontecimientos. El 22 de febrero, la noticia circuló como un rayo: VICTORIANO HUERTA HABIA CONSUMADO SU TRAICION; los periódicos daban la noticia del asesinato del Apóstol en grandes Extras en los dos idiomas. Nunca lo pude ver igual: mi marido en esa ocasión por el coraje, por su ansiedad, por su desesperación, ya no era el hombre que comenzaba a reintegrarse a una existencia de paz y de sosiego. Chispeantes los ojos, se golpeaba el pecho, se mesaba los cabellos y lanzaba la injuria procaz y fuerte: ¡Traidores! En el acento que ponía adiviné que peligraba el ideal de toda su vida: que se derrumbaba el pedestal de anhelos infinitos, que con su cooperación se había construido, para sus hermanos de raza. Quería tener alas; y como el viento surcar los espacios, salvar las montañas, para estar en todas partes, para prender fuego a la nueva hoguera, que había de encender a la República. Amigos del Apóstol llegaban hasta nuestra casa; ya no eran ni uno ni dos, eran muchos, y al calor de la impresión, sobre el fuego de su coraje, decidieron lanzarse nuevamente a la lucha. ¿Sería más terrible que antes? iQué importaba! LIevaban en sus venas todo el coraje y en su pecho el valor para castigar esa afrenta. 36
No teniendo recursos con que hacerse de caballos, mi marido acordó, que todas las mañanas alquilaran unos de un establo, para entrenarse, pues Carlitos y Darío, sobre todo el primero, no se imaginaban en la aventura que se iban a meter; y esto era también con el fin de crearse confianza con el dueño del establo y podérselos traer el día que salieran a campaña. Habiéndole escrito Pancho al Gobernador de Sonora, Sr. Don José Ma. Maytorena, que permanecía fiel al Gobierno, le mandó mil pesos, y el 5 de marzo, me dijo mi marido: "Arréglense para se vayan mañana" y así salimos de El Paso, Tex., mi prima, mi hijita de un año y yo. Mi marido me ordenó, "marchen en el primer tren de la Sierra a San Andrés", mi pueblito natal. La ilusión mía, mi sueño de mujer, se había derrumbado; comenzaría de nuevo el calvario y yo lo ascendería sin más báculo que mi cariño de
Villa, despues de colocar la placa en la Av. Francisco I. M adero, se dirige a la tumba del apóstol donde deposita una ofrenda floral.
esposa; sin más esperanza, que la respuesta del destino. Confiaba en la buena estrella que siempre lo acompañó, y que siempre guió sus pasos, y, no obstante mi desesperación, acaté la orden; tenía que regresarme a Chihuahua; que volver a mi pueblo querido y allí esperar el resultado de la nueva empresa. Yo acallaba mis alarmas de mujer, mis propias angustias; nunca quise desalentarlo, porque siempre en el fondo de mi corazón, lo amé como era, impetuoso, cual las corrientes que se despeñan de sus montañas 37
nativas. Larga fué la travesía. El tren caminaba medrosamente; de uno y otro lado, las inmensas llanuras, que se extendían hasta perderse de vista, pobladas aún de ganado, que era la principal riqueza, de esta entidad, o mejor dicho, la riqueza inmensa del único ganadero de esta región: Don Luis Terrazas. En la cruz de un poste telegráfico, a la altura de un puente, aparecía fantasmal, ya casi putrefacto, el cuerpo de un ahorcado, que se movía al impulso del viento. Era uno que había intentado volar el puente. Sólo un día debía permanecer en Chihuahua, cuyos habitantes se mostraban inquietos por el asesinato de Madero. Los maderistas, llenos de cólera, volvían los ojos hacia el Norte. Acaso presentían que allá, tras del Bravo, Francisco Villa no dejaría de levantar su propio corazón, para ofrecerlo nuevamente a la causa que él siempre defendiera. El amanecer nos reservaba una nueva sorpresa. Cargados con el equipaje nos dirigimos a la estación. Del centro de la ciudad, de improviso nos asaltaron voces que anunciaban la sensación de una Extra: "Francisco Villa cruzó la frontera"; la noticia misma alarmó y fueron destacados a la estación Agentes de la Reservada. Estos pretendieron detenernos, haciendo uso de arbitrariedades sin cuento; nos opusimos y ante el argumento de que carecían de orden para ello, se dirigieron al centro de la ciudad para recogerla de las autoridades correspondientes; mientras tanto el tren se puso en marcha antes de que ellos regresaran y así pudimos llegar a San Andrés. Habíase quedado en la casa mi hermano Regino, el joven Corral, estudiante del Instituto, que apenas tenía trece años, para buscar una persona de confianza que se quedara cuidándola y se encargara de mandar las petacas. Mientras tanto, era objeto de una estricta vigilancia nuestro domicilio y el día 18 de marzo, teniendo todo listo para salir a reunirse con nosotros, a las ocho de la noche sitiaron la casa; diciendo que había llegado Pancho Villa, con los ocho hombres que cruzaron la frontera con él y no encontrándolo, optaron por aprehender a mi citado hermano, a Pedro González, a Pablo Pacheco y cinco personas más, que pasaban por la calle, diciendo otro día, pomposamente en los periódicos, que habían aprehendido al Estado Mayor de Francisco Villa, por cuyo motivo los tuvieron incomunicados nueve días en la Penitenciaría del Estado, estando allí presos el Corl. Trinidad Rodríguez, con sus hermanos Juan y Samuel, por no haber querido apoyar a los traidores. EN PLENA LUCHA A fines de marzo, cuál sería mi sorpresa, un atardecer en que llegó el mozo de la casa y me dice: Acaban de llegar a la Presidencia Municipal, unos señores bien montados y bien armados". 38
Ni siquiera me detuve a pensar quiénes serían, lo primero que hice, fué coger una bolsa que tenía con dinero y alhajas, tomé un azadón, me fuí a la huerta y en un surco enterré todo y eché por ese surco el agua; acabando mi faena, lo primero que voy viendo es a mi marido parado en el arco del zaguán, con su capa dragona terciada y su rifle en la mano. Lo acompañaban. Carlitos Jáuregui, Darío Silva, Juan Dosal, Manuel Ochoa, Pascual Alvarez Tostado, Pedrito Sapién y dos personas más cuyos nombres no recuerdo; y al preguntarme qué andaba haciendo con el azadón, le dije: "Ven, verás lo que andaba haciendo". Después de haberse reído de mi astucia, sacamos lo que había ocultado, y lo que yo creía que me quitarían por la fuerza, fue un préstamo voluntario que le hice; mi capital llegaría a dos mil pesos y no tuve inconveniente en prestarle la mitad, que me ofreció pagar "al triunfo de la causa". Los acompañaba, de allí del pueblo, el telegrafista de la estación, Sr. Carlos Domínguez, a quien por precaución fué al primero que visitaron, para que no diera aviso de su llegada; y en la Presidencia Municipal, también estuvo para que supieran que era él y no fueran a juntar gente para atacarlo. Mientras hicimos los preparativos para darles de cenar, platicamos lo que había sucedido desde nuestra separación en El Paso, Tex., y mi apuro más grande era, que no habían llegado nuestras petacas y al contárselo a mi marido me dijo: "!Cómo eres tonta, que te apuras por eso!; cuando nacimos, nacimos desnudos; todo lo que traemos es ganancia", palabras profundas y sencillas; expresiones de desprecio a las humanas vanidades; protesta de los de abajo, contra la codicia de los de arriba«.. Yo sentí el latigazo; era una lección que bien puede calificarse de cristiana, a pesar de su aparente superficialidad. En cuanto a tu hermano, -me dijo-, se pasarían de infames si le hicieran algo, dado que tiene sus comprobantes de ser un estudiante. Mientras cenábamos, sacó don Carlos Domínguez un manifesto, fechado en Cenizas, Sonara, que decía entre otras cosas: "Huerta más que Presidente, es un presidiario; más que un héroe, es un chacal; está en Chapultepec, cuando debería estar en las Tinajas de San Juan de Ulúa". Tal vez si no hubiera andado tan ocupada, me lo hubiera aprendido de memoria, por el interés del momento. Terminada la cena, como a las once de la noche, se fueron rumbo a C. Camargo, Chih., los ví alejarse; eran pocos, pero llevaban mucho nervio; un coraje extraordinario y toda su fe puesta en los destinos de la patria. Entre Camargo y Parral, se le unieron los jefes Maclovio Herrera" Rosalío Hernández, Tomás Urbina y otros que no habían seguido en su traición a Victoriano Huerta. BARRAS DE PLATA El día 3 de abril, como a las tres de la tarde, habiendo pasado ya el tren de pasajeros que venía de la Sierra, a poco oímos unos disparos, 39
momentos después llegaron dos hombres de la gente de Pancho, a sacar unos rifles y parque que habían dejado escondidos, así como unas bombas de dinamita, y era que habían detenido el tren y habían recogido unas barras de plata, que venían ocultas en el tanque del agua, y otros soldados venían a buscar un carro para conducirlas a lugar seguro. Barras, que más tarde fueron entregadas a Mr. Qually, representante de la Compañía Minera, propietaria de elIas en cambio de una cantidad de dinero, para ayuda de su gente. Cuando ellos, se proponían entrar al pueblo, fueron atacados por un grupo de hombres, encabezados por don Sabás Murga, a quien secundaban Erasmo Murga, Luciano Rivera, José Robles L., Rafael Márquez, Perfecto Cereceros y otros más, habiendo muerto Santiago y Gabriel Carrera, hijos políticos del Sr. Murga. (Estos últimos sin tener culpa, solo que en la casa de ellos, habían parapetádose para pelear los que pretendieron que Pancho no entrara al pueblo; mi marido fué el primero en lamentar, los hubieran matado, creyéndolos culpables). En la azotea de su casa recogió herido a Luciano Rivera, quien murió al ser trasladado a Chihuahua para su curación. El tren regresó a Chihuahua, con el consiguiente pánico del pasaje, al que no le pasó nada, fuera del susto. De allí a la Frontera para pasar armas y parque, yo de vez en cuando recibía noticias por correos que llegaban al pueblo; y Villa se enteraba de lo que en el mismo pueblo ocurría. Así supo la llegada de don Félix Terrazas a San Andrés, Chih., con novecientos ochenta hombres "orozquistas", pues estaban seguros que permaneciendo nosotros allí, volvería otra vez. COMO MURIÓ NUESTRA HIJITA El día 14 de agosto, tuve la desgracia de perder a mi hijita, de año y medio, quien murió de una manera repentina, siendo la opinión de quien la atendió, habérsele reventado una arteria del corazón por tantos sustos que la afectaron durante la lactancia. Mi marido tuvo la pena de recibir la noticia estando en Namiquipa, por uno de los mismos correos que él mandaba. Abro un paréntesis en mis evocaciones; ha surcado mi mente una densa sombra; no siempre había yo de ser la mujer feliz, privilegiada de la fortuna, con toda esa leyenda arbitraria que se ha tejido en torno de nuestra vida y ¡cómo no! se dice, si él, el guerrillero, asaltó trenes, saqueó ciudades, impuso préstamos«. !Blasfemias! La hiel de las almas envenenadas que no pueden creer en el silencio de mi vida, en el recogimiento de mi existencia, no saben que mi hija, cuyo retrato está frente a mi escritorio, fué la víctima inocente de los odios que contaminan las conciencias y las tornan obscuras, como noche de tragedia, porque voy a revelarlo; ella cayó bajo la hoz de la muerte empuñada por malvada mano de mujer, al infiltrar el veneno en la debilidad 40
de su ser, dejando así mi vida desolada, tronchando las esperanzas que yo había puesto en su destino; toda mi ternura de madre, todos mis amores más hondos, rodaron al rudo golpe de una venganza inicua. ¿Quién fué? Sabiéndolo, lo callo. Es mejor guardar en secreto el nombre de quien le truncó la vida, pues sé que ese remordimiento ensombrece cada día más su espíritu« Protesto al evocar este recuerdo, en cuyo fondo veo a mi pequeñita pequeñita y aún siento sus bracitos acariciadores. Yo, creyente, pienso pienso en la justicia del Dios infinito; me conforto invocando al sublime Maestro de las bienaventuranzas y en medio del desgarramiento con que se unge mi dolor, murmuro calladamente calladamente mi oración, que ha de llegar a él con mi última frase: f rase: ¡Perdónale, Señor! No solamente le dijeron a Pancho los correos que iban y venían que había muerto la niña, sino que la gente de Don Félix Terrazas nos trataba mal. Con esas noticias, sin más pensarlo, el 26 de agosto, a las cinco y
Niña Luz Elena Villa Corral, hija única del matrimonio.
media de la mañana, empezaron los primeros disparos, y como no esperábamos que fuera Pancho, sentíamos un pánico terrible; creíamos que sería cualquiera otro el atacante, menos Pancho, a quien todos creían tan distante de aquel lugar. A los primeros disparos nos fuimos a otra casa, temerosas de algún atentado. Combatieron todo el día; de vez en cuando oíamos gritos de ¡Muera Francisco Villa! iViva Victoriano Huerta! Nuestro pánico cada vez 41
más grande, más terrible, pues era la primera vez, que yo presenciaba y oía un combate de esa magnitud. Como a las ocho de la noche, los disparos fueron menos; debo decir que yo pasaba las horas arrodillada, pidiendo a Dios, que eso terminara; en esa actitud estaba cuando oí que dentro del patio donde estábamos, llegaba un tropel de caballos y nadie se atrevió a abrir la puerta de la calle, llamaban desesperadamente y la dueña de la casa preguntó quien era, y al contestar: "Yo soy, abreme la puerta", conocí la voz de mi marido y al preguntarle nuevamente si él era, me contestó: "Yo soy Güera, abrela puerta". Me abrazó y se puso a llorar. Yo creí que era por la muerte de nuestra hija y al preguntárselo me dijo: "No. Feliz ella que estará rogando a Dios por nosotros, pues yo venía con disposiciones de que si era cierto lo que me habían contado, acabar con la gente y también con ustedes. Como mis correos no podían entrar hasta aquí, alguien fué y me contó, que las tenían presas en los trenes y las habían ultrajado. Conmigo departían las tres señoritas Sánchez, pero antes de llegar a donde estábamos, había ido a otras casas a buscarnos, donde le informaron donde nos encontrábamos y le aseguraron que nada nos había pasado. Después de conversar un rato, salió a dar orden de que reconcentraran la gente. En esos mismos momentos, entraban Marcos mi hermano y Martín López, que nos buscaban desesperados, creyéndonos también prisioneras. A los pocos momentos regresó Pancho y para tranquilizarlo, le conté lo siguiente: Un día estando sentada a mi máquina de coser, llegó un Oficial, cosa que no me extrañó, pues seguido llegaban, a que les cambiara un billete o un peso, pero ésta vez no fué así y me dijo el visitante: "Señora ¿No me conoce usted?´ a lo que le contesté que no. El me dijo: "no se haga la desconocida, yo estaba de guardia en Santiago Tlaltelolco, cuando Villa estaba preso y usted iba con su niñita, todos los días a verlo", y al decirle nuevamente que no recordaba, se alteró un poco. En esos momentos pasaba por la calle, montado en su caballo, el Corl. Molina, y al preguntarme que si el señor me estaba molestando, le expliqué que solamente me preguntaba algo que no recordaba, él viendo que estaba un poco tomado, le ordenó que se fuera a su cuartel. AI día siguiente, vino personalmente el general Félix Terrazas, con dos oficiales, a preguntarme si aquel soldado me había faltado al respeto y habiéndole dicho que no, me dijo: "Si alguna falta le comete alguno de mis soldados, le suplico me lo diga, pues ya he dado orden de que le guarden toda clase de consideraciones". Con este motivo, mi marido dió orden de que a las enfermeras que habían cogido en el tren se les dispensaran las mismas atenciones. 42
CEDIENDO A MI RUEGO MI MARIDO, SALVÉ LA VIDA A UNOS PRISIONEROS Como a las diez de la mañana, Pancho se había ido a ordenar que levantaran el campo. No espero en mi vida volver a ver cosa tan terrible, la cantidad de muertos y heridos. Poco más tarde, estaba de pie en la puerta de mi casa, cuando pasa una escolta, como con veinticinco prisioneros, a quienes seguían algunas soldaderas; entre ellos iba el Corl Mercado. Lo seguía sollozando su propia esposa, envuelta en una sábana; las piedras de la calle le herían los pies desnudos. La vi y una secreta simpatía, puente de cordialidad entre dos mujeres, me unió a su dolor. El CorI. Mercado saliendo un poco de la fila, se acercó y me dijo: "Señora, no se olvide de nosotros" Martín López era el jefe de aquella escolta, al preguntarle a dónde los conducía, me contestó: ³Son prisioneros de guerra y hay que fusilarlos, así me lo ordenó el jefe´. Le pregunté, si podía hacer parada frente a mi casa, hasta que yo pudiera hablar con Pancho. No teniendo paciencia suficiente para esperarlo hasta que regresara, cogí un chal y me f ui rumbo a la estación, en su busca y lo encontré vadeando el río, con algunos de sus jefes. Al verme me preguntó: ¿A donde vas, Güera? Vengo en tu busca, allí tengo frente a mi casa a Martín López, escoltando unos prisioneros que van a fusilar. Me dijo: "Sí, es cierto; los cogimos prisioneros con las armas en la mano; y si ellos, nos hubieran cogido a nosotros, correríamos igual suerte". Le hice ver, señalándole con la mano el montón de muertos que estaban juntando para ser quemados, por no poder darles sepultura, que eran ya muchos los huérfanos y las viudas y agregué: Entre los prisioneros está el Corl. Mercado, una persona que fué muy atenta y fina con nosotros y además, no hace mucho, me contó la señora que vive enfrente, que ayer un soldado estaba en el portón de nuestra casa con un bote de petróleo dispuesto a quemarla, cuando pasó el Corl. y al preguntarle lo que iba a hacer, le contestó: Que iba a quemar la casa porque allí estaba la familia del bandido, a lo que repuso el coronel: "Su puesto está, donde está el enemigo, no donde están las familias". En esa discusión estaban, cuando vino una bala perdida: y mató al que traía el bote de petróleo. Habiendo oído esto mi marido, me dijo: "Ve y dile a Martín que me espere allí donde está". Como una hora más tarde llegó Pancho, con algunos de sus oficiales y mandó a formar a los prisioneros; después de haberlos arengado, les dijo 43
que dieran dos pasos al frente los que quisieran seguirlo y todos lo dieron. Entonces les habló así: "Los que no quieran seguirme, pueden irse a sus casas; pero si se van con el enemigo y vuelven a pelear contra mí, no esperen que les salve otra vez la vida". Por fin había cedido a mi ruego. Por el gesto magnánimo que él tuvo pude entender como a pesar de todo, tenía conciencia del valor de la vida humana. El combate de San Andrés, me dejó un recuerdo imborrable; todavía el resucitarlo en mi memoria, siento el mismo calosfrío que sacudió mi cuerpo, que hizo temblar mi alma. Grande, muy grande habría de ser el ideal que perseguían aquellos hombres, cuando ni el dolor, ni la muerte, los detenía en su carrera apocalíptica; claramente denotábase mi tristeza, el susto y el miedo eran patentes en mí y viendo tal estado de ánimo, interpretando fielmente mi sentir, mi marido se adelantó a mis deseos. "Güera -me dijo- alístense para irnos a Bustillos, no quiero pasar otro coraje como el que acabo de pasar; y allí veré como las mando a los Estados Unidos". No hacía media hora que había salido para dar la orden de marcha, cuando llega mi hermana hecha un mar de lágrimas buscando a Pancho, porque una escolta había ido a sacar a don Víctor Robles y a José, padre e hijo y éste último, esposo de mi hermana, para fusilarlos, pues era don Víctor, el que propalaba todas las noticias, como era natural, en contra de los revolucionarios y ya otra vez que había ido Pancho, se la había sentenciado y como es costumbre, al entrar unos, ú otros, a alguna plaza, no falta quien venga a "chismear", para congratularse con el Jefe que ha triunfado. Yo me fuí otra vez a buscar a mi marido para salvarle la vida en esta vez a mi cuñado, lo que volví a conseguir. Más no así en favor de Don Víctor, que fué fusilado cerca de Aldama, y una vez más oí decir: "Son cosas de la guerra". Horas más tarde llegamos a la estación y en los mismos trenes que habían sido quitados al enemigo, donde iban también los prisioneros y los heridos, marchamos rumbo a Bustillos. EN PODER DEL ENEMIGO "MÁXIMO CASTILLO" Máximo Castillo, fue el único zapatista genuino que produjo Chihuahua, ranchero antes de la revolución. "No creo en nada mas que en el reparto de la tierra entre el pueblo como nos prometió Madero", declaró a El Paso Morning Times "No soy socialista". -No sé nada de eso. Soy uno de los pocos rancheros independientes que quedan en el estado de Chihuahua"Tengo un pequeño rancho en San Nicolás de Carretas, que fue de mi padre, y del padre de mi padre antes de él". "Esa vida feliz es todo lo que quiero en este mundo. Pero no podía 44
quedarme sentado y ver como saqueaban a mis compañeros bajo la ley agraria criminal de Porfirio Díaz, cómo les quitaban sus casas y ellos mismos eran encuerados en las calles por los soldados federales, y que sus miserables parcelitas fueran a acrecentar las grandes haciendas de Don Luis Terrazas."
Levantamiento revolucionario en Palomas, Chihuahua en febrero de 1913, de izquierda a derecha; el Coronel José Erasmo Hernández, Presidente Provisional; Lic. Emilio Vásquez Gómez y el General áximo Castillo quien comentó a Doña Luz Corral M de Villa cuando la tuvo en su poder lo siguiente: Si bien es cierto que acabo de tener un combate con su esposo, el General Francisco Villa y casi terminó con toda mi gente. Pero, tratándose de familias es muy distinto.
Cuando estalló la revolución de Madero, Máximo Castillo se entusiasmó con su promesa de Reforma Agraria, había encabezado el destacamento y era jefe de escolta encargado de la seguridad personal de 45
Francisco I. Madero en la batalla de Casas Grandes y que prácticamente le salvó la vida, pero se decepcionó al ver que no tenía intenciones de hacer la Reforma Agraria que era su principal objetivo. -Máximo Castillo fue incluso más explícito respecto de Orozco. Debido a sus credenciales como revolucionario agrario, Madero había enviado a Castillo junto con varios otros Delegados a Morelos, a negociar con Zapata. Esa visita influyó enormemente en Castillo-. Al respecto escribió: "Allí vi mis sueños cumplidos. Dos grandes estados, Morelos y Guerrero, tras más de tres años de continua revolución, están construyendo en su centro una república agrícola. "Vi cómo Zapata repartía las grandes propiedades en parcelas pequeñas y las daba a gentes que eran a la vez agricultores y guerreros que se habían levantado para proteger su tierra ". Ése era el ideal que Máximo Castillo perseguía para Chihuahua y que pensó que por fin podría realizarse cuando Orozco proclamó su revolución. "Vi una copia del Plan de Tacubaya (de Orozco) y me llenó de inmenso entusiasmo. Prometía el reparto de la tierra". -Tras la victoria, volvió a casa con la esperanza de que Madero finalmente cumpliera lo que tan elocuentemente había prometido-. "Esperé dos meses, tres meses, seis meses. Vi al peonaje atar las cadenas más y más profundamente sobre mi pueblo. Con dolor de corazón, reuní a mis viejos compañeros leales, y el 2 de febrero de 1912, me lancé de nuevo al campo". -Entonces Castillo se unió a Orozco, con la esperanza de que ellos devolvieran las tierras robadas a la gente del campo. "En la estación Gallego, uní mis fuerzas a las de José Inés Salazar y nos reunimos con Pascual Orozco en la empacadora de Chihuahua (actualmente Sigma Alimentos Noroeste). Allí juramos solemnemente defender el Plan de San Luis Potosí. Para marzo marchábamos hacia el sur, en una verdadera revuelta campesina. Tomamos Chihuahua". -Pero Orozco lo decepcionó como lo había decepcionado Madero-. -Dejó primero a uno y luego al otro al ver que no cumplían sus promesas. -Empezó a combatir por su propia cuenta y a repartir tierras, sobre todo las haciendas de Terrazas-. Durante el último mes de gobierno de Abraham González y en los primeros meses del régimen Huertista-. "Llegó el tiempo más amargo de mi vida. Descubrí que Orozco era un traidor, un cobarde que había sido comprado por los ricos. En todas partes la gente de dinero le ofrecía bailes y banquetes. Se volvió un héroe de la buena sociedad. Aceptaba presentes en dinero de los mismos ladrones que habían dejado a los pobres sin un pedazo de tierra que pudieran llamar suyo". "Un día me dijo que no creía del todo en el reparto de la tierra. Salazar, Rojas y yo inmediatamente lo abandonamos, tras denunciarlo 46
públicamente ante todo el ejército". La impresión que tenía el General Máximo Castillo se confirmó cuando, dos semanas después de unirse a la revolución, Orozco dio órdenes, según informantes del Buró de Investigación de Estados Unidos, de que no se tocaran las propiedades de Luis Terrazas bajo ninguna circunstancia. La administración que el partido de Orozco nombró para gobernar Chihuahua fue más allá, y redujo los impuestos de Terrazas a cincuenta por ciento de lo que estaba pagando con Abraham González. Ésa fue, según este último, la razón principal que tuvo Terrazas para apoyar la sublevación de Orozco. Una de las más sucintas caracterizaciones de la revuelta de Orozco fue la que proporcionó un agente del Buró de Investigación de Estados Unidos en marzo de 1912: "Todos los empresarios de Chihuahua apoyan la política de Orozco y de los científicos de desarmar a todo México y emplear mano de hierro, como Díaz, para cazar a los rebeldes". Sin embargo, la idea de que Orozco "se vendió" simplificaba una situación en realidad mucho más compleja. El término "venderse" implicaría que en algún momento fue un dirigente campesino, y que luego se pasó al otro lado. Pero no fue así. Orozco venía de una familia relativamente acomodada que poseía tierras y un próspero negocio de un transporte, propiedades cuyo valor era de entre cincuenta y cien mil pesos. Antes de 1910, Orozco nunca había mostrado interés alguno en las cuestiones agrarias y no era un dirigente campesino, aunque en cierto momento declarara que uno de sus objetivos era la Reforma Agraria. Mas bien concordaba con el modelo general del cacique mexicano, que, al enfrentarse a sus rivales o al gobierno central, podía aliarse alternativamente con las clases bajas de la sociedad o con otros caciques. Ésa fue precisamente la política que siguió en 1910 y 1912. En 1910 había tomado el partido de los habitantes de los pueblos; en 1912 tomó el de la oligarquía, con el objetivo constante de acrecentar su propio poder. Una explicación de por qué los partidarios radicales de Orozco se alinearon con la oligarquía de Chihuahua es que en algunos casos no conocían la relación de Orozco con Terrazas y Creel y, cuando la descubrieron, como ocurrió con Máximo Castillo, rompieron con él. Aunque en muchos aspectos mi marido y Máximo Castillo tenían objetivos similares, nunca unieron fuerzas. En más de un sentido, Máximo Castillo era un anarquista que no quería subordinarse a nadie. Pero, ante todo, no estaba dispuesto a aceptar uno de los pilares básicos de la estrategia de mi marido en 1913-1914: el respeto a la propiedad extranjera. -Máximo Castillo exigía tributo a los propietarios estadounidenses y, si éstos se negaban a pagar, atacaba sus haciendas y se apoderaba de su ganado. Fue especialmente duro con los mormones, en cuyas propiedades incursionaba constantemente-. Villa no podía tolerar esa actividad, que le hubiera costado la buena 47
voluntad tanto del gobierno estadounidense como de sus empresarios y le hubiera impedido adquirir armas al otro lado de la frontera. Tras asumir el poder en Chihuahua, aún menos podía tolerar el comportamiento de Máximo Castillo, ya que debía gran parte de su popularidad en el extranjero a que había logrado poner fin al bandolerismo y ejercer un control total sobre el estado. Repetidamente envió tropas a cazar a Máximo Castillo e incluso consiguió capturar a la mitad de sus hombres, que de inmediato fueron fusilados. Sin embargo, el General Máximo Castillo era popular en el campo Chihuahuense. Tenía el mismo estilo de reputación tipo Robin Hood que mi marido y, para muchos campesinos a quienes no les interesaban las consideraciones de alta política, saquear las haciendas de los estadounidenses era muy aceptable. También aprobaban su insistencia en la Reforma Agraria. Además, a pesar de tener fama de lo contrario, Máximo Castillo fue al parecer un hombre bastante amable. -Al informar cómo había asaltado un tren, las autoridades estadounidenses decían: "Tras detener el tren, lo condujeron a una vía lateral y saquearon los vagones del correo exprés, tomando cuanto había de valor. Los pasajeros, entre los que se hallaban de veinticinco a treinta estadounidenses, muchos de ellos mormones que volvían a sus colonias abandonadas, no fueron privados de sus posesiones ni dañados en modo alguno"-. A mi marido, le incomodaba que Máximo Castillo no reconociera una necesidad que él consideraba crucial: congraciarse con Estados Unidos. Máximo Castillo empezó a exigir grandes sumas de dinero de las compañías propiedad de estadounidenses y de otros extranjeros, especialmente de los mormones. Además, mi marido no sentía lealtad hacia él ni lo veía como a un revolucionario de buena fe, debido a su pasado orozquista. En Bustillos se arregló una línea, (así se llamaba a la diligencia) de la misma hacienda, para hacer nuestro viaje; pero mi marido necesitaba una persona que no tuviera enemigos, que no hubiera militado en ninguno ninguno de los bandos, y ninguno mejor que Don Macedonio Piñón, hombre de confianza, quien se sintió alarmado, seguramente por el peligro y la responsabilidad que creía echarse encima. Dijo: "¿Qué haré con mi familia?" Mi marido le contestó: "Llévatela, junto con ellas" Y no habiendo más remedio, fué el encargado de conducirnos a una parte que creía más segura. Salimos de Bustillos el día 31 de agosto, habiéndome dicho mi marido: "Procura no pasar por donde está el General Máximo Castillo, pues acabo de pelear con él y casi le acabé su gente y conociendo conociendo su temperamento y el de sus hombres no vaya a ser que quiera hacer una represalia con ustedes´ Con una nueva angustia dentro del corazón y confiadas en nuestro destino, emprendimos la marcha, pues sabíamos que muy cerca venía el 48
enemigo, en persecución de los nuestros y no queríamos ver otro combate, ni igual, ni parecido al que acabábamos de presenciar. Así anduvimos leguas y más leguas. El sol se ocultó varias veces en el horizonte y la noche envolvió nuestro sueño otras tantas. Ibamos tristes, y sólo nos alentábamos cuando se divisaban las luces de algún ranchito en vela, pensando en el recibimiento que nos hicieran. ¿Serían enemigos, o serían amigos? Como viejos andantes de una leyenda ibamos llamando a las puertas y las buenas gentes nos daban su respuesta, a cada etapa de nuestra jornada. La cordialidad de las gentes, la franqueza amiga con que se nos trató, no se desmintió una sola vez, y sólo en un ranchito, cuyo nombre no recuerdo, una familia humilde nos recibió de esta manera: Llegamos a comprarles algo que comer y luego, con todo cariño, nos invitaron a bajar del coche; nos sacaron sillas a un portal, cubrieron el suelo con petates y a la hora de la comida, llegaron unos músicos a regalarnos unas piezas. Nosotros no dijimos quiénes éramos, hasta no estar absolutamente seguros si eran amigos, o enemigos. Después que acabamos de comer y nos agasajaron, me dice la señora de la casa con toda ingenuidad: "Señora, pero que anda haciendo aquí con sus hijas, se las vayan a quitar los Villistas". Precisamente eso andamos haciendo, huyendo de ellos; por eso venimos en rumbo opuesto a donde ellos van. Así que procuramos lo más pronto posible salir de aquel lugar; no porque los consideráramos enemigos, pero sí antes de que fueran a enterarse de quiénes éramos. Después de comer, nos fuimos agradecidos por la buena acogida que nos habían dado. Y así, en peregrinaje doloroso, llevando a cuestas nuestra incertidumbre, nuestra desesperación, tras de recorrer dilatadas llanuras, tras de subir y bajar montañas, desde las cuales veíamos hermosos paisajes y oíamos la música del viento entre las frondas de los encinares, llegamos al rancho donde vivía la familia del Corl. Candelario Cervantes. Llegamos como a nuestra casa, nos trató con toda clase de consideraciones; tomando una noche de descanso, que tanta falta nos hacía y proseguimos nuestro viaje a San Buenaventura. Nos había recomendado mí marido, llegar a la casa de Don Teófilo Romero; familia amiga donde siempre llegaba él, permanecimos un día y una noche y allí se nos dió una fiesta y en ella pudimos apreciar que todos eran amigos de Francisco Villa. ¡San Buenaventura! Yo te recuerdo por la bondad de tus hijos; por la clara simpatía con que viste las luchas de mi marído; y porque entre tus muros, lo albergaste varias veces. Salimos de allí a proseguir nuestra marcha, que ya nos parecía 49
interminable. No se me olvidará el susto que llevamos, cuando al llegar al Río de Fusiles, serían como las siete de la noche, las mulas no querían caminar; se encabritaban y retrocedían, como si alguien las espantara, y todos creíamos que sería el enemigo. Además, amenazaba una tempestad y se sucedían los relámpagos y truenos y en mi curiosidad al levantar una de las cortinas, con la luz de un relámpago, ví una serpiente que se arrastraba, enormemente gruesa, pues nunca he visto otra igual. Pensamos que ese era el motivo por el que las mulas no querían caminar, teniendo que desviarlas del camino. Minutos después, llegamos a la orilla del río, donde encontramos dos soldados, hicieron al cochero algunas preguntas y luego nos dejaron seguir nuestro camino. Como a medianoche, llegamos al campamento del General Máximo Castillo, pues había sido imposible evadir el encuentro con él. Desguarnecieron y nos decidimos a pasar la noche allí, bien o mal, sin saber qué nos haría más provecho; si comer o dormir, cuando ambas cosas nos hacían falta. Tomamos nuestra cena y nos dispusimos a descansar, no pudiendo conciliar el sueño por muchas horas; tan cerca de nosotros estaba el campamento, que se oían los cantos y los gritos de los soldados y de vez en cuando un grito de "Muera Villa". Por fin nos venció el sueño y nos quedamos dormidas, habiendo despertado a temprana hora, para continuar la marcha; pero al ir el encargado de las mulas a recogerlas, ya habían sido llevadas al cuartel, por orden del General Castillo. El Sr. Piñón, fué a reclamarlas, habiéndole dicho yo, que dijera quiénes éramos, pues era preferible hacerlo así, a que nos cogieran en una mentira. Media hora más tarde llegó el Sr. Piñón con las mulas y me dijo: "Dice el General Máximo Castillo, que pasemos al cuartel", lo que hicimos ya en la línea, pues estaba casi segura de que él no pretendería detenernos. Llegamos; salió a recibirnos, seguido de algunos de sus oficiales; después de los saludos de rigor, nos preguntó si llevábamos correspondencia y dinero, a lo que le contesté que no, pues solamente llevaba una carta para que en El Paso, nos prestaran dinero, mientras Pancho podía mandármelo. El General Máximo Castillo, nos suplicó bajarnos de la línea, para registrarla, sin habernos ofendido por esto, pues igual hubiera hecho mi marido en el mismo caso. Nos pasaron a una pieza que servía de oficina, en la que por carecer de mobiliario, nos improvisaron asientos con pacas de alfalfa, cubriéndolas con sarapes. Como no encontraron nada en la línea, regresaron a darle cuenta al jefe; nos registraron nuestros bolsos de mano y solamente encontraron la carta a que ya hice referencia, y en la de las Sritas. Sánchez, una clave para correspondencia, que nos fué recogida. Entonces el General Máximo Castillo, me dijo: "Señora, voy a hacerle una carta, para que me la firme Ud. y sus acompañantes, para si llego a encontrar a Villa, presentársela y sepa como 50
la tratamos. Si bien es cierto que acabamos de tener un encuentro y casi me acabó con mi gente, tratándose de familias es muy distinto". En la carta decía: que habíamos pasado por donde estaba él con su gente; nos había guardado toda clase de consideraciones las mismas que él pedía para sus familiares. La firmamos y después hice yo una para mi marido, avisándole nuestra llegada a la Frontera y contándole también las consideraciones que nos había guardado el General Máximo Castillo y su gente; cuya carta fué puesta en sus manos poco tiempo después y desde entonces dió órdenes, que no volvieran a atacar más a la gente de dicho General. Luego de indicarnos que podíamos proseguir nuestro viaje ya estando sentadas en nuestros asientos, salió el General y me dijo: "Señora, permítame que mi gente y yo, vayamos a acompañarlas a la línea divisoria´ (pues estábamos en Palomas, en la línea divisoria con Columbus). Yo acepté con todo gusto y en un momento ensillaron sus caballos y nos pusimos en marcha, pues lo acompañaban como quince personas más. Máximo Castillo se ganó la renuente gratitud de Villa aún, después de que éste masacró a la mitad de sus hombres. Lo que finalmente causó la caída de Máximo Castillo no fue mi marido sino un nuevo ataque a un tren, el más sangriento de toda la historia de Chihuahua, que, según una de las versiones, le fue erróneamente achacado. Los atacantes incendiaron un túnel de ferrocarril llamado La Cumbre poco después de entrar en él un tren de pasajeros, y dinamitaron los dos extremos, de modo que los viajeros murieron quemados o asfixiados. La otra versión es que después que asaltaron un tren, una de las máquinas la colocaron en sentido contrario y al ir el otro tren con los pasajeros este se impactó con la máquina contraria muriendo hombres, mujeres y niños. El ataque ocurrió en una región en que operaba Castillo, por lo que le fue atribuído, aunque él siempre negó haber tenido nada que ver. Tiempo después, los investigadores mexicanos identificaron al autor del asalto: un bandido local llamado Gutiérrez. Como resultado de aquella acusación, Castillo perdió todo el apoyo popular que tenía, muchos de sus hombres desertaron y se vio forzado a huir al otro lado de la frontera, donde siguió negando hasta el final cualquier responsabilidad en la masacre de La Cumbre. Al tener que pasar al lado americano creíamos tener algunas dificultades, pero al haberle dicho al jefe que cuidaba en la garita quiénes éramos, nos dejaron pasar sin ponernos obstáculo alguno, pues al otro lado nos esperaba el representante de la Junta Revolucionaria en el Paso, Sr. José Macías, quien nos llevó a alojar a su casa, habiendo recibido más tarde la visita del Corl. Harris y esposa y algunas familias americanas, que nos invitaron a recorrer la ciudad. Al día siguiente, 15 de septiembre, salimos para El Paso, Tex. habiéndonos esperado en la estación los componentes de la Junta Revolucionaria. 51
Ya alojados en el Hotel, recibimos inumerables visitas de amigos, de periodistas, que mostrábanse interesadísimos en saber del combate en San Andrés. Había gran interés entre el público de El Paso, por saber detalles, pues era la primera batalla de importancia después de que Pancho había pasado la Frontera con ocho hombres. En la Historia de la Revolución, la ciudad de El Paso, Tex., ocupará un lugar preferente, como si fuese todavía un jirón de nuestra propia patria. En ella se incubaron los más fuertes movimientos revolucionarios. Al amparo de las libertades de Norteamérica, todos los refugiados se reunían y celebraban sesiones, para definir cuál sería su actitud ante los problemas de México. El 16 de septiembre fuimos invitados para asistir a las Fiestas Patrias, que los mexicanos hacen año por año, recordando esta fecha luminosa de nuestro país. Pocos días después nos cambiamos a una casita, la última de North, El Paso, pues creíamos que allí seríamos menos vigiladas, porque como es natural, allí también había enemigos y constantemente esperábamos correos de Pancho. Lo primero que hicimos fué instalar el teléfono, para podernos comunicar con los de la Junta Revolucionaria, para saber las novedades del día. Así pasó un día y otro, hasta que los periódicos traían la noticia de que Pancho avanzaba sobre Torreón, Coah. Los nuestros aseguraban que lo tomaría; los contrarios arguraban una completa derrota y así pasaron los días desde el 29 de septiembre, sucediéndose unas a otras las Extras y entre los partidarios de Huerta, se cruzaban apuestas hasta que el primero de octubre, una de ellas decía: "Francisco Villa, ha entrado a Torreón, después de cuarenta y ocho horas de combate; habiendo derrotado a cuatro mil servidores del Usurpador". Unos días después llegaron a El Paso, Hipólito y Carlitos Jáuregui, quienes nos traían correspondencia, y dinero que nos mandaba mi marido, para nuestros gastos, pues el Sr. Kelly, para quien traíamos una carta, no nos había entregado el dinero que Pancho le pedía, en calidad de préstamo. Estuvieron como una semana y antes de irse acordaron, que nos cambiáramos a una casa más céntrica, pues creyeron que si Pancho llegara a atacar C. Juárez, estaríamos en más peligro, viviendo a la orilla de la población, y así fué que nos cambiamos a la calle Oregón. Pasaban los días sin saber nada de ellos, hasta que la Prensa dijo, que se acercaban a las goteras de Chihuahua. Las noticias más ciertas las teníamos por personas qué vivían en C. Juárez y así supimos que el 2 de noviembre, desde el campamento de Consuelo, se pedía la plaza de Chihuahua; pero que Mercado no quiso entregarla, ni salir a combatir fuera como le pedían los revolucionarios. El 5 52
de noviembre, llegaron las tropas a las cercanías de Chihuahua, entablándose el combate, pelearon por varios días, esperando de un momento a otro la noticia de haber tomado Ia Plaza o de haberse retirado. Permanecía largas horas al teléfono pidiendo noticias a todas partes y nadie sabía la verdad, pues había una reserva absoluta. Después de cuatro noches y tres días de combate, supimos por las extras, que Pancho se había retirado y todo mundo lo creía rumbo al Sur y por lo tanto en C. Juárez se echaron a vuelo, las campanas, se tocaron dianas en señal de triunfo y yo quedé más tranquila sabiendo que a mi marido no le había pasado nada. LA TOMA DE CIUDAD JUAREZ El 15 de noviembre entre una y dos de la mañana, nos despertó el tiroteo por el rumbo de C. Juárez. En un principio creíamos que sería alguno de los otros jefes, pues por varios días la Prensa dijo: "Que cerca de esa Plaza, se encontraba el Corl. Don Julio Acosta"; el fuego era cada vez más nutrido. No obstante la hora, el teléfono comenzó a llamar; hubo alguno que me preguntó, ocultando su nombre, si sabía que era Pancho el atacante. Contesté no saberlo, en tanto mis informadores, me daban la noticia de que en las cercanías del Puente Internacional, se oían los gritos de iViva Villa! y con esa incertidumbre estuve hasta las seis de la mañana, que ya no pude aguantar más y pedí comunicarme con el Cuartel General en C. Juárez, y cual sería mi sorpresa, que el que me contestaba era Benito Artalejo. Inquirí sobre Pancho, y mi alegría se desbordó cuando me hizo saber que en este momento acababa de llegar; ³y voy a hablarle, -agregó- para que se comunique con Uds.´ Luego me dió gusto oír la voz de mi marido y decirme: que ya había tomado la Plaza; que todos estaban bien, que mi hermano Marcos y Martín López, por quienes le pregunté, se encontraban sin novedad; que tuviera yo paciencia y que más tarde él mandaría quien fuera por nosotros. Desde aquel momento nos pusimos a arreglar comida para llevarles y entre doce y una, llegó un auto por nosotros. Pusimos nuestras loncheras; nos acompañaba don Panchito Jonach, empleado de Migración y muy amigo de Pancho de tiempo atrás. Al llegar a la línea divisoria, estaban tendidos todavía los hilos sobre el Puente Internacional que impedían la pasada; no obstante, pasamos inmediatamente. Nos esperaba Pancho en una casa de la Av. Lerdo. Después de los saludos y preguntas consiguientes, buscamos la pieza apropiada para servir la comida. Poco después sentáronse a la mesa mi marido, el General Toribio Ortega y su familia que me acompañaba desde El Paso, el General José Rodríguez y otros muchos que no recuerdo. Todavía en la calle se oían vivas y dianas; de vez en cuando venían a interrumpir a Pancho para pedirle órdenes, tanto para levantar el campo, como para que les dijera qué hacían con los prisioneros, etc. Volvíamos a nuestra conversación y contó lo cerca que estuvo de la muerte en el ataque 53
a Chihuahua. Estando acampados en uno de los cerros cercanos, el Corl. y Dr. Samúel Navarro, se acercó a leerme uno de los periódicos, que acababan de traernos, y del Cerro de Santa Rosa, nos disparaban un cañón cada vez con mejor puntería. Acabando de leerme lo más interesante, me retiré de él para seguir dando órdenes a los combatientes, en el momento que el Dr. Navarro, fué herido mortalmente por fragmentos de un proyectil, estando a milla y media de distancia de la línea de fuego. ¡Pobre Navarrito! A mí todavía no me toca. Para él ese fué su último combate. Murió como un valiente. Los que lo conocimos lo sentimos de verdad, pues yo lo había tratado en San Andrés, cuando pelearon en aquella Plaza y sentía cariño por él. Era todo un caballero y un amigo leal. Después nos contó cómo aparentemente se había retirado de Chihuahua al Sur y el día 14 de noviembre, había podido llegar hasta El Cobre, apoderarse de un tren con carbón y embarcar en Estación Terrazas, -sin que sospechara esta maniobra el enemigo- con las fuerzas que habían de conducirlo al triunfo sobre la Plaza de C. Juárez. Habiendo hecho prisionero al telegrafista y reemplazándolo con otro que él llevaba, desde ese momento empezaron a pedirle, órdenes al General Castro, Jefe de las Armas en dicha Población, contestándole éste que avanzaran y con esas órdenes entraron hasta dentro de C. Juárez, en el mismo tren que un día antes había salido cargado de carbón para Chihuahua. Empezaron a desembarcar su gente y los caballos, recibiendo cada Jefe órdenes, para tomar las posiciones indicadas, pues el enemigo en esos momentos se entregaba a sus orgías, y ni siquiera se dió cuenta de quién llegaba en el tren. A pocas horas quedó tomada la Plaza, no sin haber gran número de muertos y heridos, en esta batalla a que tanta importancia le dieron, propios y extraños, por la estrategia desplegada en ella. Nosotros le platicamos a Pancho, cómo habíamos visto pasar en la mañana al Sr. Touché, por frente de nuestra casa, sin zapatos, mojado hasta las rodillas y sin sombrero, pues era el que tenía parte de los juegos en C. Juárez. Terminada la comida, nos fuimos a ver donde iban a quedar los heridos y viendo que no había suficientes locales útiles, se formó una comisión de señoras, entre ellas la señora del General Ortega, la Sra. de Don Matías García, la Sra. Kyriacópulos, la Sra. Labanzat y algunas otras. Pasamos a El Paso, donde en pocas horas teníamos todo lo necesario para equipar un Hospital de Sangre. La casa Haymon Krupp, nos regaló cien sábanas, cien fundas y algunas colchonetas; el Globo, del Sr. Laskin, nos regaló gran cantidad de loza; en algunas boticas, nos surtieron de vendas, cajas de algodón y todo lo indispensable para las primeras curaciones; algunas mueblerías nos regalaron catres, cojines, colchonetas y para esa misma tarde teníamos 54
arreglados alojamientos suficientes para los heridos de una y otra parte. Y cuál sería nuestra sorpresa al ir a la Aduana y encontrarnos que las distintas casas que nos habían ofrecido enviarnos algo, nos habían mandado bastante provisión; así es que fue muy grande nuestra satisfacción al poder aliviar, aunque fuera en parte, las penas de aquellos infelices, que con tanto denuedo se habían batido en el triunfo o la derrota. Habíanse hecho cargo de los heridos los doctores: Gerónimo Triole y R. H. Ellis y las enfermeras: Sra. María C. De Fierro, Sra. María C. de Ártea, Sra. María S. de Cota, Srita. Ana Ma. Gasky y otras muchas muchachas, que sin ser enfermeras, se ofrecieron a prestar sus servicios, sólo por el cariño que tenían por la causa constitucionalista. Mientras esto hacíamos nosotras, los atacantes, restablecido el orden, procedieron a nombrar Autoridades Civiles y Militares, quedando al frente de la Jefatura de Armas, un General cuyo nombre no recuerdo y de la Presidencia Municipal, el Corl. Juan N. Medina, quien con todo acierto desempeñó dicho puesto. Días después se daba un baile en la Aduana a los triunfadores, pues así es la vida. Mientras en algunas casas prendían crespones de luto, se elevaban plegarias y luego, triste, inconsolablemente, se pensaba en la última morada del que había muerto por un ideal, en otras se reía y se cantaba, cual si la vida no fuera otra cosa que un paraíso de goces inacabables. Páginas de luz y sombra de la Revolución. Unos lloraban y otros bailaban, y todos por la misma causa. EL COMBATE DE TIERRA BLANCA Los días de sosiego fueron muy pocos, pues el 22 de noviembre daba Pancho órdenes, de que se embarcaran las fuerzas hacia el Sur, las que irían al mando de los Generales José Rodríguez, Toribio Ortega, Rosalío Hernández y Maclovio Herrera, quienes salían a encontrar al enemigo para impedir que balas de unos y otros, pasaran al lado americano. El día 24, llegaban las primeras noticias del combate que se entablaba en Tierra Blanca, pues era uno de los decisivos y de más importancia, por el número de combatientes de ambas partes. El 25, los clarines anunciaban la victoria; nosotras nos aprestamos a recibir los primeros heridos, que eran numerosos, habiendo llegado mi marido más tarde, trayendo herido al general José Rodríguez, que me ordenó fuera atendido en mi casa de El Paso, Texas, por el Dr. Garza Cárdenas; igual que un chamaco como de doce años, a quien había encontrado con medio cuerpo, enterrado en la arena de los médanos y con un hombro atravesado por una bala. Al chamaco, lo encontraron con su rifle en la mano, su canana de parque a un lado y con pruebas evidentes de haber peleado. Al recogerlo, dijo llamarse Pedro Huerta, quien después pasó a formar parte de la "familia" (pues él nos confesó no tener padres) con los muchachos que Pancho recogió, y de los que hablaré más tarde. 55
Pocos días después se supo, que los Generales Mercado, Castro, Salazar, Orozco, Rojas, Caraveo, Aduna y otros, con una caravana enorme de familias, en carros de mulas y como podían, abandonando la Ciudad de Chihuahua, dirigíanse a Ojinaga, dejando como Gobernador a Don Federico Moye, habiendo dado Pancho orden de que no atacaran a la columna, por llevar innumerables familias. Se vino a Chihuahua, tomó posesión de la Plaza y cuando supo que las familias estaban ya en territorio americano, se ordenó la salida de las tropas, al mando de los Generales Pánfilo Natera y Toribio Ortega. Después de muchos días de incertidumbre, el día 8 de enero, había llegado Pancho a donde estaba la columna y acordó con los Generales dar el combate decisivo el día 9. El asalto fué rapidísimo y violento, pues el día diez, como a las once de la noche, ya cansada de leer tanta extra, que salía cada media hora, estando reunidos en mi casa, la familia del General Ortega y otras, se disponían a salir a sus casas, cuando una llamada telefónica nos llenó de sobre salto: era el General Eugenio Aguirre Benavides quien me hablaba, para que oyera las dianas, los repiques y los tambores. Está pasando la manifestación, me dijo, el pueblo y nosotros, celebramos el triunfo obtenido en Ojinaga. Uno o dos días después llegaban a Fort Bliss, los prisioneros; o más bien dicho, los Jefes y Oficiales, que habían cruzado la Frontera en Ojinaga, para salvarse de caer en manos del enemigo, que venía decidido a acabar con la traición encabezada por Victoriano Huerta. Era triste ver la cantidad de gente americana y mexicana, que llegaba a ver a aquella multitud de prisioneros entre los que no se distinguían el General del soldado, en cuyos semblantes se reflejaba la más honda tristeza, tanto por la derrota que acababan de sufrir, como por la humillación de que eran objeto. LA MUERTE DE GUILLERMO BENTON En el transcurso de mi vida, voy contando los días, los años de mi existir donde en tropel los recuerdos van destilando y advierto con tristeza, cómo ha tratado de deformarse una vida como la de mi marido; hechándole lodo, arrojándole infamias, falseando muchos de los capítulos de su existencia atormentada. Antes de continuar el hilo de mis impresiones íntimas que de su vida recibí, quiero hacer un paréntesis, que la verdad histórica y mi propio testimonio están exigiendo. Ciertamente que mi gran cariño por él, podría llevarme a escribir estas páginas, tratando de desvirtuar todo lo malo que de él se ha dicho. Para ello no tendría más que recurrir a las publicaciones diarias; no hay un solo periódico de primera o ínfima categoría; no existe una revista de calidad, o escritor adolescente de los que no vivieron, por supuesto, en la época de la Revolución, que no se sienta autorizado, para escribir lo que dicen saber o haber visto, o les han contado de Pancho Villa. Y aun aquellos que le siguieron y que no tuvieron la hombría necesaria para 56
acompañarlo hasta el final de su destino, han forjado fantasías, hijas de su imaginación calenturienta, acerca de ese hombre que fué todo un suceso, por la acción que desarrollaba su espíritu infatigable. Tengo derecho a condenarlos, porque han falseado su vida misma, porque hasta en ello han cometido el crimen de desfigurar para los siglos futuros esa misma verdad. Uno de los acontecimientos que se encuentran en tales condiciones, es la la muerte de Guillermo Benton. Escritores nacionales, lo mismo que extranjeros, han conducido su pluma por el resbaladizo campo de la imaginación, olvidándose que hay quien tiene derecho a protestar en nombre de su conciencia y de la misma verdad, porque han incurrido en patrañas sólo disculpables desde el punto de vista del sensacionalismo periodístico; pero en el fondo, mentira burda. Radicaba yo en esa época en El Paso, Tex., de donde traía la comida en loncheras a C. Juárez. Un día entre doce y una lIegué en mi carro trayendo al cocinero y al mesero, como de costumbre; hombres de absoluta confianza quienes pasaron al comedor para preparar la mesa, y al dirigirme a la pieza contigua, me dice mi marido: ³No entres allí, pues en esa pieza tengo un prisionero´ y al preguntarle quién era dijo: ³Es un inglés que venía disque a matarme´ y no habiendo para que preguntarle más, dejé mi sombrero y lo que traía en la mano sobre una silla, y nos dispusimos a comer en compañía de algunas otras personas. Al estar sirviendo me dijo: "Mándale de comer al señor que está allí preso´ a lo que yo obedecí, poniendo en una charola unos platos y habiéndolos mandado con el mesero a quién oí hablar con la persona detenida, pues era nada menos que el Sr. Benton. Estoy por este motivo autorizada a desmentir lo que el Sr. Ing. Elías Torres ha escrito en la Revista ³sucesos´, en sus artículos: ³EL GALLITO INGLES O LA MUERTE DE BENTON´ ³HOGUERA HUMANA´ y ³EL SILENCIO SE IMPONE´. En el primero hace aparecer que en el mismo momento de la discusión entre mi marido y el Sr. Benton, el General Rodolfo Fierro, por la espalda, le había clavado un puñal y en seguida lo envuelve en un tapete que por allí estaba, y esa misma noche el cadáver era incinerado en el corral de la casa, y según el escritor aludido, para que el público no se diera cuenta de lo ocurrido a Benton, como lo acevera en su segundo artículo; y también afirma, por último, que Fierro se dió a buscar a una señora que había sido testigo de lo ocurrido a Benton, que la encuentra enferma en una cama y haciendo salir a las personas que la acompañaban y, una vez solo con ella, la estrangula. Estas narraciones del escritor, algunos las creerán, otros las pondrán en tela de duda; pero a mí que fuí testigo de estos hechos me causan indignación. Aún más puedo decir: se le formó Consejo de Guerra por su intento criminal, quedando integrado el tribunal como sigue: Presidente, teniente coronel Jesús María Rodríguez; Secretario, capitán 1º. Raúl López; Vocales, teniente coronel Mariano Tamez, capitán 1º. José de la Luz Baca, y capitán 57
1º. Eduardo E. Andalón y dos personas que si mal no recuerdo eran el General Fidel Avila, y el capitán 1º. Timoteo F. Cuéllar, siendo asesor del Consejo de Guerra el Lic. Adrián Aguirre Benavides. El reo fué trasladado de la residencia de mi marido en la Av. Lerdo de C. Juárez en donde tuvo lugar dicho Consejo de Guerra, después de haber sido sentenciado a la pena capital, por habérsele comprobado que llevaba la intención de asesinar a mi marido al no acceder éste a devolverle la Hacienda de los Remedios ubicada en el Estado de Chihuahua, la que le había sido confiscada por la ayuda que de manera abierta prestó al Gobierno Usurpador de Victoriano Huerta. Después de haber oído Guillermo Benton la sentencia, en medio de una valla de soldados se le condujo al Cuartel conocido por el del Teatro, porque efectivamente fué allí y sigue siendo ahora ³Teatro Juárez´, mismo lugar donde se cumplió la terrible pena, o mejor, donde fue ejecutado sumariamente. LA EXHUMACION DEL MARTIR Fue su primera preocupación, al llegar a Chihuahua, después de establecer un Gobierno Civil que tanta falta hacía para que se pusieran al corriente los servicios públicos, entre ellos las escuelas, por las que tanto se interesó siempre. En medio de tantas preocupaciones no se olvidó del gobernador modelo, Don Abraham González, vilmente asesinado por los traidores, que estaban al servicio de Victoriano Huerta. Llamó a los familiares y amigos del preclaro Gobernador, se formó un tren especial y se dirigieron hacia Bachimba, donde ya los esperaba una comisión de los piadosos vecinos de aquel lugar, que conocían perfectamente bien el punto en donde estaba sepultado, por haber sido ellos quienes por humanidad, juntaron los restos que habían sido diseminados, pues sus asesinos queriendo que se perdiera toda huella de asesinato, lo colocaron sobre la vía para que el tren pasara triturando su cuerpo. Llegó la comitiva presidida por mi marido; le indicaron el montón de piedras y la cruz que señalaba el lugar; se procedió a desenterrarlo, siendo difícil hacer la identificación en aquel montón de huesos, pero por la cartera que había en una de las bolsas y por la tela del vestido, que era igual a una muestra que conservaba el sastre que le había hecho aquel traje, lo reconocieron. Fueron aquellos restos recogidos con todo cariño y depositados uno a uno en un ataúd, que para tal fin habían llevado, habiendo regresado la fúnebre comitiva a Chihuahua. En el "Salón Rojo" del Palacio de Gobierno, estaba preparada la capilla ardiente para recibir los restos. Allí fué velado por Sus familiares, amigos íntimos, empleados de Gobierno y pueblo en general. Al siguiente día fué trasladado a la Catedral donde se le dijo una misa solemne; terminada ésta, fué conducido en hombros por mi marido y demás familiares 58
hasta su última morada en el Panteón de la Regla. Al depositar mi marido los restos en la fosa, vertió lágrimas por el hombre que siempre le tendió la mano de amigo y con el cual acababa de cumplir su último deber dejando sobre su tumba una corona de frescas flores.
El mártir Don Abraham González, ex inistro en M el Gabinete del Presidente M adero, y Gobernador del Edo. de Chihuahua, cuando fue bárbaramente sacrificado por los sicarios de la usurpación.
59
Y como un recuerdo más del insigne Gobernante mandó poner en el "Salón Rojo" del Palacio de Gobierno, una placa de mármol con la siguiente inscripción: IN MEMORIAM Este Salón se convirtió en Capilla ardiente el 25 de febrero de 1914, para honrar los restos del insigne Gobernador D. ABRAHAM GONZALEZ asesinado alevosamente, por los traidores científicos y militares el 7 de marzo de 1913. Yo quisiera extenderme en mayores consideraciones sobre lo que significa para el Estado de Chihuahua, la desaparición de uno de sus hombres revolucionarios más genuinamente representativos de las virtudes ciudadanas de este pueblo patriota y valiente, pero carezco de datos precisos hasta para relatar la saña que usaron sus victimarios, aunque confío en que el tiempo se encargará de descorrer el velo que hoy cubre todavía los trágicos acontecimientos que culminaron con el sacrificio de tan probo gobernante. Lo que si no puedo omitir es una opinión personal mía, y es que, por causas que no tienen ninguna lógica explicación, hasta la fecha, nada digno se ha intentado para elevar a la categoría de héroe que se merece la consagración nacional, a quien como don Abraham González constituye un valor positivo entre la reducida falange de revolucionarios puros y sinceros que cumplieron su misión libertadora y que se ofrecieron en holocausto por la redención de las masas mexicanas. Ojalá que pronto se rectifique ésta que yo llamo injusticia de parte de los hombres que jactándose también de ser revolucionarios, no han contribuído, empero, a la reivindicación de Don Abraham González que yace como otros tantos, en el mayor de los olvidos. COMO SE JUZGABA A FRANCISCO VILLA Siempre se creyó que Francisco Villa mataba porque sí, que bastaba únicamente acercarse a él, y que estuviera de buen o mal humor. Esta creencia causaría risa, si no provocara indignación. ¿Qué mataba? ¡Claro que mataba! ; pero cada uno de sus actos obedecía siempre no a un instinto destructor y salvaje, sino a menudo, a móviles en cierto modo disculpables y justificados. Por ejemplo, las innumerables traiciones de que fuera objeto mi marido, de las que gracias a su perspicacia pudo muchas veces salvarse. Contaré esta otra anécdota de la que yo también fuí testigo: Una mañana llegó a mi casa, en El Paso, Tex., un señor que me dijo acababa de llegar de La Habana y traía un asunto importante con mi marido, 60
preguntándome el modo más rápido para ponerse al habla con él esa misma mañana. En ese momento le hablé a Pancho por teléfono, avisándole que dicho señor tenía urgencia de hablar con él, quien me contestó podía pasar a su despacho en C. Juárez. Debo confesar que yo me quedé preocupada por aquel personaje, que desde el momento de entrar en mi casa demostraba su nerviosidad; ya estrujando su sombrero con la mano ya moviendo rápidamente su bastón. Procuré lo más temprano posible irme a C. Juárez, para servir la comida. Al preguntarle a mi marido por la persona, que tanto interés tenía en verlo, me dijo: "Ya está bien preso, pues venía mandado por Félix Díaz y otros políticos, para asesinarme". Y creyéndolo bien seguro, ya no me preocupé más por aquel dato. Serían como las nueve de la noche, acabábamos de cenar, Pancho se recostó en un catre que había en el cuarto contiguo a la oficina; yo me senté a su cabecera, y de pie cerca de la puerta, estaban el General Fierro y Fabián Badillo. Por la calle se oyeron gritos que decían: ¡Deténganlo! ¡Deténganlo! Se oyeron dos detonaciones y momentos después un hombre entraba hasta el cuarto donde estaba Pancho con una navaja abierta en la mano; pero al querer trasponer el marco de la puerta, Fabián Badillo lo cogió del cuello con la mano izquierda, pues la derecha la traía lastimada, y el Gral. Fierro le quitó la navaja. Al pretender salir y emprender la fuga, antes de lograrlo, le dispararon dos balazos y ahí quedó tendido en el suelo. Mucho lamento no recordar el nombre de éste señor. Tal vez a esto se debió que días más tarde, habiendo llegado a C. Juárez el Lic. Francisco Escudero, mandado por D. Venustiano Carranza, quien necesitaba aprovechar la energía de Francisco Villa, a quien no era fácil convencer a veces, después de haber conferenciado largamente, les avisé que estaba la mesa puesta y la comida servida; y cogiendo cada quien su asiento, le tocó al Lic. Escudero quedar cerca de mi marido y viniendo este Sr. un poco ³alegre´, dijo con palabras festivas: "Voy a sentarme junto a Ud., General, para ver si me mata; dicen que Ud. es muy matón...´ "Mi marido era muy poco dado a las bromas y mucho menos con personas que acababa de conocer; por lo que es fácil comprender el mal humor que esto le ocasionó y, dirigiéndose a los compañeros de aquel señor, les dijo: "Díganle al Primer Jefe que a mi no me consulte sobre cuestiones diplomáticas; que me ordene que le tome una plaza, que le asalte un tren, que disponga un combate en cualquier terreno y verá si sé cumplir como los hombres pero que no me ande mandando diplomáticos como éste, porque no sé como tratarlos´. 61
La comida terminó sin más incidentes y el Lic. Escudero y sus acompañantes, salieron esa misma noche al lugar de su procedencia. Más tarde, el Lic. Escudero se vino al lado de mi marido contándose entre sus verdaderos amigos, y cuando terminó la poderosa División del Norte prefirió el exilio no en los Estados Unidos, sino en un país de Sudamérica, que le dió hospitalario abrigo, y ya en completa decadencia física por las mil privaciones que tuvo en un país extraño, pero con la satisfacción del patriota que sacrifica todas sus energías por ver grande y respetada a la tierra que lo vió nacer, volvió el Lic. Escudero a su país y, pocos días más tarde pagó su tributo a la tierra. Descanse en paz. SE PREOCUPABA POR LA EDUCACION DE LA JUVENTUD En enero de 1914, llegó Villa una mañana a C. Juárez, y a la hora de servir el almuerzo, habló largamente con Carlitos Jáuregui, diciéndole que se arreglara, para que fuera a llevar a unos chamacos a un Colegio de los Estados Unidos. Después de haber discutido a qué parte de aquel país los llevaría, acordaron que fuera a San Francisco, Calif. y después de haber seguido todos los trámites de migración, salieron para aquella urbe de jóvenes que iban a internar: Francisco Gil Piñón, Eustaquio Rivera, Eugenio Acosta Oaxaca, Ignacio Bailón, Zenaido Torres y Manuel Baca Madrid, yendo bajo la custodia del Sr. Jáuregui. Ya en San Francisco, recogió datos de todos los colegios ubicados en aquella población y lugares circunvecinos, escogiendo después de visitar algunos el de "Mount Tamalpais Military Academy", que se encontraba a diez millas de San Francisco aproximadamente, en un pueblo llamado San Rafael. Después de haberles dejado asegurada su colegiatura, por un año y comprarles cuanto necesitaban, como: uniformes, bicicletas, cámaras fotográficas, sus relojes y la ropa necesaria, regresó a darle cuenta a mi marido, de haber cumplido con su misión. De algunos de ellos recibí cartas, diciéndome no poderse acostumbrar a vivir entre extraños y sin conocer el idioma y más cuando veían el antagonismo tan marcado contra los mexicanos; no obstante esto yo nada dije a mi marido, por que no fuera a mandar por ellos y dejaran truncos sus estudios. Meses después mandó otro grupo de muchachos, al cuidado del mismo Sr. Jáuregui, que fueron matriculados en otra Universidad del mismo lugar, llamada "Hychitock Military Academy", y éstos fueron Manuel Díaz, José, Gabriel y Valentín del mismo apelIido; Jesús Corral y Mariano Loera, habiéndoles dejado como a los anteriores, pagado su año de colegiatura y todo lo necesario para sus estudios. En vista de que no tendrían compañeros mexicanos con quienes relacionarse, el mismo Sr. Jáuregui, dejó arreglado con los directores que 62
les permitiera visitarse, y así el que más se quejaba anteriormente, por no encontrar hermanos de raza, me escribió que se les hacía más llevadera la vida, dado que en sus entrevistas tenían largas conversaciones y discutían lo que pasaba en su patria. Después de un año y medio de permanencia en Estados Unidos, regresaron a esta ciudad, de donde cada uno marchó a los distintos lugares de su origen, para vivir con sus familiares, no habiendo vuelto ya ninguno para ser internado nuevamente. De estos muchachos algunos supieron aprovechar sus estudios, como por ejemplo: el Sr. Eugenio Acosta Oaxaca, que más tarde fue Diputado al Congreso de este Estado; el Sr. Francisco Gil Piñón que desempeña ahora un puesto en una Oficina Federal de Hacienda. Este último ha sido de los que más gratitud, respeto y admiración han guardado por su protector. MI REGRESO A CHIHUAHUA Durante mi estancia en El Paso, Tex., continuamente insistía yo en mi deseo de volver a Chihuahua, pero mi marido cada vez que le trataba este asunto me decía: ³Hasta que no te acaben tu casa, pues quiero darte una sorpresa y tal vez dos". Sin embargo, una tarde decidí ponerle punto final a este problema. Ordené empacar mis muebles y que los embarcaran a Chihuahua; y en compañía de mi marido y de las Sritas. Sánchez, llegué nuevamente a esta ciudad. Mientras voy hilvanando estas notas, oigo que la curiosidad de las gentes parecen interrogarme: ¿ Por qué no nos cuenta Ud. algo de esas largas historias de amor que siempre se entretejieron en torno del guerrillero? ¿Por qué, si lo que Ud. nos cuenta pertenece a la vida íntima de Francisco Villa, no consigna Ud. hechos que de cerca, o de lejos, pudieron haber engendrado ese eterno disputar de las mujeres, por el ser a quien ellas aman? Y con gusto cedo a esas preguntas; no precisamente porque me interesen, sino porque es mi deseo despersonalizarme de los hechos que estoy narrando. Protesto que, desde luego, mi cariño a él no aminoró jamás. Afirmo mi creencia, que es también mi convicción, de que a la mujer de hogar, no deben importarle los extravíos amatorios del esposo, si en el seno del hogar, si en el santuario de su misma vida, la esposa es querida y respetada. Más allá vá: Saciemos por un instante la curiosidad de las gentes; que este libro no ha de ser un breviario de santidades, sino una parte hasta hoy desconocida del reflejo fiel de la aureola que se tejió en torno de la figura de Francisco Villa. 63
A mi llegada a esta capital, me dí cuenta que no era tanto porque mi casa no estuviera terminada, por lo que mi marido no quería que viniera a Chihuahua; muy otra era la verdad: junto a él, envolviéndose en parte de su cariño, estaba aquí la señora Juana Torres, quien se hacía pasar por "Señora Villa", y quien había llegado a creer que la casa en construcción era para ella, no obstante de haber visto que la casa se llamaba ³Quinta Luz´ La señora Torres, estaba instalada con toda su familia en la. "Quinta Prieto" que es hoy "Sanatorio Privado". Yo llegué a la "Quinta Luján", una residencia de las más suntuosas de la Av. Juárez. Al siguiente día, se cambiaron las oficinas de mi marido, que antes estaban instaladas en la "Quinta Prieto", a la casa a donde yo había llegado, que desde ese día sería nuestro hogar. Por el mismo señor encargado de la construcción de la casa, que era Don Santos Vega, me enteré de lo siguiente: Un día llegó mi marido y le dijo: "Don Santos, cuando vengan esas señoras del automóvil café a ver la Quinta, dígales que ésta casa es para mi esposa, que radica en El Paso; y que vendrá a vivir en ella tan pronto como esté terminada, para que no estén en la creencia que es para ellas". Las señoras a quienes él se refería eran: la Sra. Torres y familiares, que tarde por tarde, visitaban la casa en construcción, principalmente cuando mi marido estaba fuera. Una de las veces que mi marido y yo fuimos a visitar la casa, le dijo a uno de los mayordomos: "Vaya y abra el cuarto donde están labrando la cantera´. Después de haber visitado los trabajos de la finca, nos dirigimos hacia el cuarto que él había ordenado que se abriera; y al ir a trasponer el umbral me dijo: "¿Te acuerdas que te ofrecí en El Paso, darte una sorpresa y tal vez dos? Una era la quinta; la otra es ésta que tú no te esperabas´. Y aquello que tenía ante mi vista era un monumento que había mandado ejecutar para nuestra hija. No sé qué sentí, si vergüenza o mucha gratitud hacia mi marido, pues yo hasta ese momento no había pensado en aquello. Y aquel hombre que tenía su cabeza siempre agitada por grandes preocupaciones, puesto que pesaba sobre él no poca responsabilidad, como eran Ios deberes que la Revolución le había confiado, lo mismo cumplía con ellos que con los de su familia, sin pasársele ningún detalle por insignificante que fuera. También recuerdo que una semana se presentó acompañado del General Angeles, en el momento en que llegaban a saludarme las señoritas María y Ofelia Vargas, amigas mías desde El Paso, Tex.; y Meche Balderrama y su hermana que las acompañaban. Estábamos platicando, cuando se acercó mi marido y me dice: ³Ya me voy, Güera, creo que volveré pronto; te voy a recomendar una cosa: que tengas mucho cuidado con tus amigas que vengan a visitarte, pues no todas 64
serán tus verdaderas amigas y señalando a las Sritas. Vargas, agregó: ³Mira, esta muchachita es tu amiga, ésta también -y dirigiéndose a las Sritas. Balderrama me indicó- estas no lo son´. Se despidió, tomó el auto que lo esperaba a la puerta y se dirigió a la estación. Naturalmente mis nuevas amigas cambiaron de color. Por el momento no les dí importancia a las palabras de mi marido; pero no faltó quien me informara que las Sritas. Balderrama, frecuentaban muy a menudo la casa de la Sra. Torres, y todo lo contrario las Sritas. Vargas, a quienes Pancho me señaló como mis amigas, pues es de notarse a cada momento el concepto que mi marido tenía de la amistad y que para él la sinceridad era antes que todo. Quien también tuvo un rasgo de sinceridad para mí, fue Don Venustiano Carranza, y de ello me enteró Doña Luisita Bauman Vda. de Portillo. Cuando el Sr. Carranza vino a Chihuahua, la Sra. Torres, quien ya era conocida de él desde hacía tiempo, fue a saludarlo a la ³Quinta Gameros´, donde se hospedaba y al haberle pasado tarjeta o recado, de que quien lo buscaba era la Sra. Juana Torres de Villa, le mandó decir Don Venustiano: "Dígale a la Sra. que no la puedo recibir y menos como esposa del General Villa por haber presentado él personalmente en C. Juárez a la Sra. Luz Corral como su esposa, y ya antes por correspondencia al tratar algunos asuntos con él. En aquella mansión señorial, elegante, discurrieron mis días con incontables sucesos; la vida durante mi estancia en ella, me prodigó alegrías muchas; una que otra pena y zozobras incontables. Yo temía, por la suerte de él. No en vano se destacaba entre los guerrilleros de aquella época, por su dinamismo, por su golpe de vista de los acontecimientos; esto es, por su intuición casi genial. Escribo el elogio, la Historia se encargará de justificarlo. Para mí, como mujer, como compañera de su existencia, así aparece y tal como aparece ante mis ojos debo describirlo. El hombre, creo yo, no se conoce únicamente por sus grandes hechos; su totalidad adviértese también, de una manera principal, en el pequeño detalle cotidiano, en la observación del gesto, del ademán, de una sonrisa, en fin, en toda esa serie de actos sencillos intrascendentes y en apariencia vulgares. Mi marido tenía un alto concepto de la lealtad. A quien le tendió la mano, siempre lo sostuvo; quien le traicionó, mereció siempre su castigo. ¿No hay acaso en esto, una concepción bien definida de la justicia? La amistad era para él lo más sagrado.
65
MATRIMONIO DE ANTONIO VILLA Mi marido creyó que no habían terminado sus deberes de hermano mayor, pues desde que murió su padre, quedó al frente de la familia y por eso siempre lo respetaron. Su madre desde que quedó viuda, descargó su responsabilidad en el primogénito, y él siempre correspondió a la confianza otorgada a pesar de la vida inquieta y errante que lo obligaron a llevar. Habiéndole enterado sus familiares que su madre estaba para morir, se apresuró a ir a su lado para recibir su bendición; pero eI enemigo, que no lo perdía de vista, sabiendo que con este acontecimiento y dado el entrañable cariño que él profesaba a su madre, regresaría a su casa, estaba en acecho de su llegada y procuraba estar lo más cerca posible para atraparlo en el momento más oportuno; pero él, avisado de que su casa estaba vigilada, y no pudiendo llegar hasta el lecho de su madre, le hizo saber su presencia y le pidió su bendición. En un cerro cercano permaneció hasta que su madre fue sepultada. Una vez más quedó dispuesto a cumplir con lo que tanto su madre le encargara: velar por sus hermanos. Así fue que el día que se enteró que Antonio su hermano, cultivaba relaciones con la Srita. Paula Palomino, hija de un revolucionario, muerto en la batalla de Casas Grandes, insistió en que se casara y formara un hogar y así estaría más contento. Un buen día se presentó en la casa de la señora Vda. de Palomino a pedir la mano de su hija, fijándose la fecha para el matrimonio, que fue el día 6 de junio de 1914. Ocho días después de este matrimonio salieron a la campaña de Zacatecas y, como para él todos eran iguales en el cumplimiento de sus deberes, ordenó a su hermano que saliera con su gente a incorporarse a la columna. La recién casada acompañó a su marido hasta Torreón, habiéndose regresado a Chihuahua a esperar con zozobra y con impaciencia las noticias del campo de batalla, como las demás esposas, madres e hijas esperábamos con el ansia pintada en el semblante, el resultado de la contienda, favorable o desafortunada. COMO VINO AGUSTIN, EL HIJO DE PANCHO A VIVIR CON NOSOTROS Tin, como le llamaban, era hijo de la Sra. Asunción Villaescusa; este chamaco nació pocos meses después que mi hija. Durante el tiempo que Pancho se encontraba preso en México, yo me di cuenta de la existencia de este niño, porque su madre encontrándose en circunstancias precarias, mandó una carta al entonces encargado de los negocios de Pancho, en Chihuahua, suplicándole la hiciera llegar a su destino, pues en ella pedía una ayuda para sostener a su hijo, y Pancho ordenó se le pasara una mensualidad. 66
Los esposos Villa que apadrinaron al Sr. Coronel Antonio Villa, hermano del "Centauro", después de la ceremonia nupcial. La desposada es la Srita. Paula Palomino.
Un día, cuando Tin tenía dos años, lo encontré en la casa de, Toño, mi cuñado, y aproveché la oportunidad para pedirle al jovencito que lo acompañaba, que lo llevara a mi casa a visitarme. Desde entonces Tin fue mi gran amigo, pues diariamente venía a verme y yo siempre estuve dispuesta a conquistarme su cariño. Habiendo muerto mi hija, yo dediqué todas mis atenciones a aquel hijo de mi marido, que pasaba los días a mi lado y por las noches regresaba al de su madre. Un día, la Sra. Villaescusa me mandaba las escrituras de su casa y me acompañaba una carta pidiéndome le facilitara $500.00 por ellas y yo le mandé el dinero que necesitaba y le regresé sus escrituras. 67
Habrían pasado como dos meses de este encuentro, cuando Pancho me puso un telegrama de Zacatecas, diciéndome que saliera a reunirme con él. Mi primera idea fue llevarme a Tin conmigo. Se lo consulté a su madre y ella con gusto accedió a mi petición. Otro día salí a reunirme con mi marido, llevándome al niño, quien con el alboroto de ir a ver a su padre y por haberle prometido un caballito "pony", gustoso me acompañó en mi viaje y a cada momento preguntaba cuando llegaríamos con su papá y si le tendría su caballito. Nuestra llegada a Zacatecas, prodújole una gran sorpresa, pues él creía que iría yo como en otras ocasiones con tres o cuatro de las muchachas que siempre me acompañaban; pero en esta vez iba con Agustín, y él no sabía que el chiquitín se pasaba los días conmigo en la casa y mucho menos que me llamase "Mamá". Después de los saludos cariñosos, él cogió en sus brazos al niño y éste lo primero que preguntó fue en donde estaba su caballito Pony; yo le conté a mi marido la promesa hecha, para que Agustín me acompañara con más gusto y otro día, no se cómo ni de quién, consiguieron un caballito, el que desde aquel momento fue de él, pues al regresarnos se lo mandaron ya con su montura y todo su equipo. Recuerdo que un día llegó Tin a la casa, vestido con un gracioso traje de Rey, color púrpura y en su manto bordada una corona; el chamaco encantado con su indumentaria, entró al cuarto donde estábamos mi marido y yo. Verlo, levantarse y quitarle el trajecito, todo fue uno; estaba mi marido furioso y murmuró entre dientes: ¡Viejas ridículas! Quitó el traje a su hijo y lo hizo pedazos. Tin, veía a su padre estupefacto y yo pensaba en la tristeza que el chiquillo tendría al verse despojado de su traje real, que tanto orgullo le causaba sin embargo, ni él ni yo protestamos. Calladamente busqué uno de sus vestidos que yo guardaba y le repuse su traje, de "monarca´ por otro de General de División, que hacía unos cuantos días le había mandado confeccionar. Más tarde tuvo también su traje de charro, plateado, y cada vez un cariño más grande sentía por su caballo; trabajo nos costaba bajarlo de él y hubo veces; en que fue necesario servirle la comida, jinete en el noble bruto. COMO VINO REYNALDA, OTRA HIJA DE PANCHO, A MI LADO Pocos meses después de mi llegada a Chihuahua, se vino a vivir a ésta; Martinita, hermana carnal de Pancho, quien fue mi gran compañera; Vivió unos días conmigo y luego se cambió a una casa, cerca de la nuestra. Pasado algún tiempo, noté yo que mi marido, se escapaba en las noches y regresaba una o dos horas después y algunas veces se quedaba Martinita conmigo hasta que él volvía. Me di cuenta que a donde él iba era a la casa de su hermana. Un día; que ella llegaba cuando él se iba, después de platicar de algunas cosas me dijo: 68
³Oiga Lucita, no sé que pensará Ud. porque Pancho se va a mi casa algunas noches y lo más natural era que Ud. fuera con él´. Yo le contesté que me imaginaba que iba a ver a sus sobrinas y ella me dijo: ³¿No se ha fijado en una señorita, que anda algunas veces con mi hija? pues esa señorita es hija de Pancho y es a quien él va a ver. Quizá hubiera sido mejor que él se lo hubiera dicho antes, pero no quiero que Ud. se vaya a pensar otra cosa´. Yo le agradecí a Martinita su sinceridad. Poco rato después llegó mi marido y ella se fue. Al día siguiente, Pancho tuvo que salir nuevamente a la campaña y durante su ausencia, yo persuadí a Martinita, de lo conveniente que sería, que yo me trajera a Reynalda a vivir conmigo y ella accedió a mi súplica. Pocos días después puse a Reynalda y a Susana en el Colegio Palmore, pues yo gozaba imaginándome la sorpresa que iría a llevar a su regreso, como así fue. Habiéndome avisado que vendría, entre los preparativos que hice fue ordenar a Reynalda que no fuera al colegio. Estaba yo en la puerta de mi casa esperándolo y a mi lado Reynalda; entró, me saludó como él acostumbraba hacerlo y se quedó viéndome; luego a Reynalda, como queriéndole preguntar algo. El no se decidió a hacerlo; de pronto se voltea y me dice: "¿Qué has hecho, Güera? " Yo me supuse que se refería a Reynalda y le contesté: Solamente recoger a tu hija y traerla a vivir con nosotros, que es donde debe estar; espero que no te parecerá mal, y me contestó: "Si tu así lo quieres, está bien hecho" Y así desde aquel día, no tuvo que escaparse en las noches, para ir a ver a su hija. Reynalda, esta hija de Pancho, era la que más se le parecía, hasta en el carácter; era voluntariosa y como su padre, fácilmente dominaba su fuerte condición, comprendiendo que con su temperamento sufría y hacía sufrir a los que la rodeaban. MICAELA, OTRA HIJA DE PANCHO dijo:
Una tarde, trayendo de la mano a su hija Micaela, llegó Pancho y me
"Desde hoy, Micaela va a vivir con nosotros". Micaela era hija de doña Petra Espinosa, era como un año mayor que mi hija y desde muy chiquilla había vivido con Polo, mi cuñado. Por una razón o por otra, la señora y su hija, vivían solas en una casa que mi marido habíale comprado y que en aquella ocasión estaban reconstruyendo; y ahora venía a vivir con nosotros y con sus medios hermanos Reynalda y Agustín. Curiosa, como toda mujer, traté de investigar el motivo por el cual 69
Pancho había separado a Micaela del lado de su madre y pronto lo supe todo. Celoso siempre de sus obligaciones con sus hijos, y con las madres de éstos, había mandado reconstruir la casa, para que vivieran con toda comodidad Micaela y su madre y una mañana, al ir Pancho a inspeccionar los trabajos, en los momentos en que abrían una zanja para hacer un caño, encontraron una caja y todos creyeron que serían ahorros de la señora. Al buscarla por la casa para avisarle del hallazgo, no la encontró por ninguna parte, habiendo en su precipitada huida abandonado a su hija de cinco años, por lo que mi marido decidió abrir la caja, cerciorándose que contenía cartas y fotografías del Sr. Ramón Orona, Oficial del Ejército de la División del Norte, con quien sostenía relaciones amorosas. Entre las fotografías y cartas del mismo había una que decía: "Me dices en tu carta que va a llegar Lucita, de México; no seas tonta, no tomes las pastillas que quieres tomar". Por la fecha, la carta coincidía con mi regreso de México cuando fui a visitar a mi marido preso en aquella capital. Pancho, sabiendo que la madre de Micaela no regresaría, después de quedar comprobada su culpabilidad, recogió a su hija y la trajo a nuestro lado. Pocos días después, vino Polo, que vivía en C. Juárez, y se la llevó con él alegando que siempre había estado a su lado. Lo más raro, es que su madre nunca jamás volvió a preocuparse por ella, ni siquiera intentó volverla a ver; no obstante de estar Micaela en C. Juárez y su madre en El Paso. Una tarde, después de haber tomado nuestro baño en la alberca de la casa, pues su deporte favorito era la natación, al atravesar el jardín para entrar a nuestras habitaciones, nos sentamos un rato en una banca que estaba allí cerca a donde nos trajo un platón con fruta mi prima, la señorita Laura Rubio. Atendiendo un llamado de la servidumbre, acudí, habiendo dejado a mi citada prima y a Pancho, mientras yo regresaba. Como me entretuviera yo algunos minutos dándoles instrucciones a los criados, a mi regreso encontré que en el transcurso de su conversación, habían platicado algo que puso triste a mi marido, dando muestras de estar muy enternecido. No pregunté el motivo; me senté con ellos y seguimos platicando. Nuestra charla fue tan amena que no nos dimos cuenta de que ya había pasado algún tiempo, hasta que nos llamaron a cenar; cosa que acostumbrábamos hacer temprano. Cuando nos quedamos solas, le pregunté a mi prima qué le había contado a mi marido que estaba tan triste y ella me contestó: "Cuando tú te levantaste, para ir a atender el llamado que te hicieron, se quedó viéndote hasta que te perdió de vista y luego, fijando en mí su mirada me dijo": ³¿Por qué será, Laura, que con cuanta mujer me relaciono tengo un hijo y sólo la Güera, que yo quisiera tuviera uno que heredara sus 70
sentimientos ¡nada«.¡ la que Dios nos dio nos la quitó´ ³A lo que yo contesté: ¿para qué se apura, General, dado que Luz quiere a sus hijos como si fueran de ella también; inculcándoles el cariño y respeto hacia Ud. y haciendo que se vean como hermanos?´ ³No es lo mismo, Laura´, -contestóme- estos pueden traer el instinto de sus madres, allí tienes el caso de Reynalda, que desde muy pequeña la abandonó su madre a los cuidados de su abuela, quedando ella libre; y últimamente el caso de Micaela«..
CHEMA ZEPEDA Y SU COMPAÑERO Al contar esta anécdota no es mi objeto hacer resaltar la influencia que pudiera haber tenido con mi marido, o entre sus subalternos, sino de tratar de convencer a mis lectores, que infinidad de crímenes que se cometieron durante la Revolución, bajo la sombra de Francisco Villa, fueron cometidos por gente a su mando, pero que tuvieron buen cuidado de ocultárselos. Entre otros, fué el caso de Don José Ma. Zepeda. Este señor fue 71
hecho prisionero en Sta; Bárbara, Chih., en diciembre de 1914, por el mayor Francisco Carrasco, quien por enemistades personales, lo acusaba de sedición contra Francisco Villa. En compañía del Sr. Zepeda, fue hecho prisionero, el Sr. Manuel Terrazas y dos individuos más, a quienes se pretendía fusilar. Esto sucedió en Parral. Una mañana el Oficial de Guardia, me anuncia que una señora desea verme con mucha urgencia, yo ordené que le dieran el paso, y la señora me explicó su angustia. Era Doña Otilia Gándara de Zepeda, -yo reconocí el nombre- unos días antes habíame enviado un telegrama de Parral, diciéndome que su esposo iba a ser fusilado y me suplicaba que intercediera por él. Mi marido, no se encontraba en aquellos momentos allí y tal vez volvería ya tarde. Yo, Jugando el todo por el todo, había comunicado al jefe de la Guarnición en Parral, que ordenara el traslado de los prisioneros a esta ciudad y cancelara la orden de fusilamiento. Estas instrucciones se habían obedecido y la señora se presentaba aquel día para darme las gracias y suplicarme que siguiera haciendo gestiones para que su marido fuera libertado lo más pronto posible, puesto que no había cometido ningún delito y todo se debía a la enemistad del Sr. Francisco Carrasco. Era entonces Gobernador del Estado el General FideI Ávila, a quien yo supliqué ordenara se activaran las diligencias que comprobaran la inculpabilidad de aquellos reos y los dejaran en libertad; pero no obstante mis gestiones, no estuvieron libres tan pronto como yo hubiera deseado; un día aproveché el santo del Sr. Ávila, hice una orden de libertad para los reos, y me presenté en el momento más oportuno para que me fuera firmada. El Sr. Gobernador la firmó, y en mi automóvil mandé a las señoritas Laura Rubio y Raquel Rodríguez, para que les fueran entregados, en la, Penitenciaría, el Sr. José Ma. Zepeda y el Sr. Manuel Terrazas, quienes vinieron directamente a mi casa para patentizarme sus agradecimientos. Nos contó el Sr. Zepeda, cómo había pasado, los que él creía sus últimos momentos, después de haberme mandado el telegrama, donde me pedía interviniera para no ser fusilado. Su única obsesión era, saber si llegaría a tiempo mi contestación y hasta había ofrecido una gratificación al mensajero que se la llevara. El se paseaba de un lado a otro de la celda, con tal grado de nerviosidad, que al oír el eco de sus pasos, los creía los últimos de su vida; a cada momento consultaba su reloj y cada vez que chirriaban los goznes de la puerta para ser abierta, esperaba al mensajero que traería la contestación y como no fuera, volvía a su abatimiento. Cada vez que consultaba su reloj Ie parecía que caminaba más aprisa y cuando ya llegaba al colmo de su angustia y desesperación, faltando unos cuantos minutos para la hora en que debían de ser sacados de la prisión y pasados por las armas, llegó el deseado mensaje. 72
Estoy segura que mi marido, nunca se dió cuenta, ni de la orden de fusilamiento, ni de mi audacia en dar la orden en su nombre, para salvar aquellos hombres de las garras de quienes protegidos bajo el amparo de la División del Norte, cometían sus fechorías. Una noche, cuando ya me disponía a descansar, se presentó una señora al Oficial de Guardia suplicándole que le permitiera hablar conmigo. Su súplica era como la de otras muchas personas y el Oficial de Guardia no quería atenderla, hasta que viendo la cara de angustia que revelaba, se conmovió y vino a consultarme si la pasaba, o no; ordené que la pasara y la señora me expuso su pena, pues el Corl. Manuel Baca Valles, había sacado de la Plaza de Gallos a su marido, y por más investigaciones que había hecho, no podía encontrarlo por lo que suponía, basada en la fama que ya entonces gozaba Baca Valles, que ya su marido había sido fusilado. Inmediatamente ordené que buscaran al esposo de aquella señora y después de algunas horas en que había sido inútil, le hablé por teléfono al General Roberto Limón, para que él personalmente me buscara a Baca Valles, quien a pocos momentos se presentó todo cohibido y le dije: Tengo testigos, de que Ud. hoy en la tarde sacó de la Plaza de Gallos, a un señor, no sé por que motivo y quiero que me lo entregue inmediatamente; Ud. está acostumbrado a hacer sus fechorías protegido por el nombre de mi marido; si no me entrega a esa persona, yo le telegrafío diciéndole lo que ha pasado y así él sabrá quien es Ud. y en que forma trata de desprestigiarlo. Afirmaba no saber nada, pero cuando me vió en actitud de caminar a la oficina donde estaba el telégrafo en mi propia casa, me prometió buscar al señor y así lo hizo, trayéndolo a mi presencia media hora después. Si este hecho se hubiera realizado, habrían dicho: "A fulano de tal, lo mandó fusilar Francisco Villa, pues Baca Valles lo sacó de la Plaza de Gallos, y es de sus confianzas". Ya habiéndolo salvado de la inquina de Baca Valles, no me dí a investigar cuál habría sido el motivo, pero siempre me imaginé que sería por algo del juego, pues el que apuesta casi siempre que pierde, cree que fue un timo, no así cuando gana. Seis años después, viviendo yo aquí en Chihuahua, fué a verme el señor, a que me refiero en esta anécdota, con su esposa y sus hijos. No olvidaré nunca la emoción que recibí al oír que les dijo su padre: "Saluden a esta señora, pues a ella le deben, el tenerme a mí". Entonces me contó que era él quien estuvo a punto de morir a manos de Baca Valles; ahora lamento mucho no recordar su nombre. Lo único que recuerdo es que la última vez que lo vi, estaba a punto de perder la vista; uno de sus hijos lo llevaba de la mano, él se apoyaba en un bastón y usaba lentes negros. No quiero pasar por alto esta otra anécdota por tratarse de Baca Valles y ser un caso parecido al anterior. 73
Una tarde llegó a mi casa la Sra. Guadalupe Maynez de Perea, para suplicarme hiciera algo por su esposo, Sr. Dámaso Perea, que había sido aprehendido por Baca Valles; pero no encontrándome en esos momentos en la casa, fué a buscar a la Srita. Laura Rubio, la cual me encontró en el Parque Lerdo. Me enteró de lo sucedido y a ella misma comisioné, para que fuera en busca de Baca Valles, al que no pudo localizar hasta el día siguiente. Le aseguró que lo había mandado al Sur en calidad de prisionero, juntamente con su cuñado, un jovencito de 14 años. Seguimos investigando; mandé llamar a Baca Valles a mi presencia, lo amenacé como antes pero en esta vez ya fué tarde, al Sr. Perea lo había fusilado la noche del 7 de junio, o sea la misma noche que lo aprehendió. Habiendo dado libre el día siguiente al jovencito que lo acompañaba, éste declaró: "Que estando parados en la calle Victoria él y su cuñado, había llegado Baca Valles y los había aprehendido, siendo el motivo al parecer, un disgusto que tuvieron un Sr. Bejarano y el Sr. Perea; y siendo amigo el Sr. Bejarano de Baca Valles, se valió de éste para que lo hiciera desaparecer". Dos meses después, venía Pancho por la Calle Sexta y pasando frente a la casa del Sr. Epifanio Perea, padre del desaparecido, se bajó a saludarlo y le dijo: "No dudo que Ud. está en la creencia, que yo mandé matar a su hijo´ el aludido contestó ³Yo no le pregunto a Ud. nada, General´, a lo que mi marido agregó: ³Este es un caso parecido al mío con mi hermano Antonio´. Hay que hacer la aclaración que Pancho y el Sr. Perea, fueron íntimos amigos de mucho tiempo atrás, pues siempre fueron compañeros en las peleas de gallos. De lo que sí estoy segura es, que la familia del Sr. Perea, no le guarda ningún rencor a mi marido, porque conoció la verdad del caso; pero esto sirvió, para que Pancho le fuera retirando su confianza a Baca Valles. COMO MURIÓ EL CORONEL ANTONIO VILLA El domingo 16 de mayo se dirigió Antonio Villa a la Plaza de Toros para presenciar la corrida, y terminada ésta trataba de abordar un coche, tal vez con la ansiedad de estar al Iado de su hijo que contaba diez días de nacido; y al estar contrando con el auriga que debería llevarlo a su casa, se acercó el Coronel Baca Valles diciéndole: "Mi coronel, aquí está mi coche que lo lleve, pues yo permaneceré más tiempo en la Plaza´. Antonio aceptó el ofrecimiento, y en, compañía del Tte. Corl. Leopoldo Pulido subieron al coche muy ajenos a lo que les esperaba, mas al llegar a la esquina de la Calle Sexta con la Plaza de Toros, recibieron una descarga, habiendo resultado muerto el Tte. Corl. Pulido y gravemente herido Antonio Vilia. Precisamente en ese momento salía yo del Teatro de los Héroes en compañía de algunas amigas, cuando se me avisó, que habían llevado a 74
Toño al Sanatorio "Salas" muy herido, y de allí me dirigí al lugar indicado, dándome cuenta de la gravedad del caso, y avisando inmediatamente lo sucedido a mi marido que estaba en Aguascalientes y a Hipólito radicado en C. Juárez. También fué a avisada su esposa, que se trasladó inmediatamente al Sanatorio. El primero era imposible que viniera, pues estaba en campaña; el segundo llegó al siguiente día en la madrugada y todavía lo encontró vivo, falleciendo esa misma noche. Viendo lo inútil que era que permaneciera en el Sanatorio lo trasladaron a nuestra residencia de la cual fue conducido al Panteón. El homicida no pudo ser aprehendido, o sea Simón Martínez uno de los caballerangos del General Chao, habiéndose comprobado más tarde que este Sr. a quien ordenó matar y quien estaba resentido era Baca Valles. ¿Por qué el destino quiso que Toño tomara el coche que le ofreció Baca Valles, para quien estaban destinados los balazos disparados, en vez del que estaba contratando para que lo llevará a su casa? En todo esto yo no puedo creer más que se cumple el sino que trae cada quien, pues, Toño era un hombre que nunca se metió con nadie, e incapaz de hacerle mal a ninguno; eran contados sus amigos, y jamás le conocimos enemigos. Su muerte, por lo mismo, fue generalmente sentida. En la cabecera del Corl. Antonio Villa estuviéron su esposa, sus hermanos Hipólito y Martina, no así Pancho que con el corazón transido de dolor por este infausto suceso, tuvo que permanecer en su puesto. PANCHO VILLA ENEMIGO DE LA MENTIRA Una tarde llegó mi marido y al verlo, comprendí que venía altamente disgustado; tras de él venían unos señores que traían consigo una petaquilla. Me preguntó en que cuarto podrían ponerla; le señalé uno, después entró mi marido, mandó que le abriera y se puso a la búsqueda de algo que quería encontrar; sólo halIó ropa de señora, algunas alhajas; pero al parecer lo que buscaba no lo encontró. Momentos después supe lo que había pasado: la petaquilla era de la Sra. Juana Torres y, habiendo ido mi marido para recoger diez mil pesos, oro nacional, que había dejado en aquella casa, le dijeron que no había nada, que tal vez se lo habrían sacado sus hermanos, por lo que él montó en cólera y les contestó: "Que sus hermanos no tenían necesidad de robarlo, que todo lo que ellos querían lo tenían con él". Procedió a aprehender a la familia y personalmente las llevó al Juzgado 1º. de lo Penal a cargo del Sr. Ronquillo, siendo la empleada que le tocó tomar las declaraciones, la entonces Srita. Margarita Uranga, hoy viuda de Del Pozo, y de allí fueron internados en la Penitenciaría la Sra. Torres, sus familiares, así como el chofer y la Srita. Delfina Rodríguez, enfermera. Parece que de las declaraciones rendidas resultaron culpables y por lo mismo siguieron detenidos por algún tiempo. 75
El expediente respectivo, fué robado por un Juez, del que más tarde hablaré. Por motivo de la enfermedad de la Sra. Torres, y fueron puestos en libertad, pues días después nació la niña Juana María. Por esta anécdota se verá que en todos los actos de mi marido, siempre estuvo apegado a la justicia, sobre todo su coraje más grande, era que le contaran una mentira. Tal vez si la Sra. Torres, le hubiera dicho, haber dispuesto de una parte del dinero por tal o cual motivo, haber guardado una parte para gastos imprevistos, etc., acaso él no hubiera pedídole más explicaciones, pues a él no le importaba, quién o quiénes fueran los protagonistas de algún hecho contrario a sus ideas. ¿Qué cometió errores? Estoy segura que los cometió. ¿Y quién puede arrojar la primera piedra? MI ORATORIO No obstante lo que mi marido me había dicho repetidas veces, durante nuestra estancia en C. Juárez, que mi casa no estaba todavía terminada a mi llegada a Chihuahua, encontré que el primer piso se encontraba ya terminado, así como gran parte del segundo. Una mañana, llegué a inspeccionar los trabajos de la construcción, como acostumbraba hacerlo; caminaba por el segundo piso, cuando pensé que un Oratorio en mi casa sería de gran satisfacción para mí; pero sabía demasiado bien, que un Oratorio en nuestra casa, sería motivo de riña entre mi marido y yo. No obstante, hablé con el arquitecto y le supliqué agregara a su plano una pieza más que sirviera de Oratorio, que quedaría en la parte más conveniente y de manera que no estuviera muy visible, para evitar que mi marido lo viera, sino hasta estar terminado, pues creía que una vez ya el hecho consumado, no se atrevería a mandarlo destruir. Al subir la escalera y después de atravesar un corredor, se construyó un salón de recepción, después un pequeño cuarto, que fue el orgullo de mi marido y que él lo llamaba el "Cuarto de los Héroes", sus adornos son estilo azteca y sobre sus muros hay retratos de Don Miguel Hidalgo y Costilla, de Morelos, de Don Vicente Guerrero, de Don Francisco I. Madero, de los Niños Héroes, de Don Nicolás Bravo, el Castillo de Chapultepec, las Estatuas de la Libertad y de la Justicia y como una demostración de gratitud y cariño, mandó pintar en óvalos más pequeños, retratos de Aquiles Serdán, de Don Abraham González y de los Generales Trinidad Rodríguez y Toribio Ortega. Este cuarto se construyó al mismo tiempo que el Oratorio, pues yo sabía que el "Cuarto de los Héroes", ocuparía la atención de mi marido y no se preocuparía por ningún otro detalle. La pintura y decorado de la casa, estuvieron a cargo de los señores Carrasco, Berumen, Portillo y de un italiano Mario Ferrer. Una mañana llegó Pancho a la casa en construcción, acompañado 76
del Gral. Obregón; y por las muchas ocupaciones que tenía en mi casa, no pude acompañarlos, como siempre acostumbraba. Mi marido, orgulloso de lo que había mandado construir llevó al General Obregón, hasta los rincones de la casa; naturalmente Pancho llegó hasta el Oratorio y se quedó estupefacto, viendo que se construía una pieza, que no disimulaba a lo que estaba destinada. Preguntó a Don Santos Vega, encargado de la construcción que significaba aquello y el aludido contestó: ³Un Oratorio, que la Sra.ordenó que se hiciera´. Dicen que mi marido, dirigiédose al General Obregón, comentó: "Esto me huele, General, a que ya los curas se cogieron del rebozo de mi mujer y me la van a echar a perder". Y a Don Santos Vega, le dijo: "Ordene que se destruya lo que está hecho; es decir, el Oratorio´. Regresó a la casa y al entrar y encontrarme, lo primero que me dijo fue: "Oye, Güera, -por supuesto iba enojado-, ¿Quién te metió en la cabeza hacer un oratorio en la casa? Nadie; fué una idea mía. "Pues ya ordené que lo tiraran". Hiciste bien; un Oratorio en la casa no es más que un lujo; pero a mí no me hace falta, pues si con Oratorio en la casa, nos habíamos de mantener tú y yo riñendo, está mejor que no lo construyan. Además, para rogar a Dios por ti, nunca me ha hecho falta, pues siempre acostumbro cuando todos duermen, cuando todo está en silencio, hincarme y con todo mi corazón, implorarle que te ayude y hasta hoy me ha oído, pues no te ha pasado nada y ya vez que no tengo Oratorio«.. Dio media vuelta y yo me fui al comedor, a ver si todo estaba dispuesto para el almuerzo; almorzamos y como quien tiene prisa de acabar, por tener algún pendiente, terminó y ordenó su carro, en el que se fue nuevamente a la casa en construcción, sin siquiera invitarme. Al llegar le dijo a Don Santos: Vengo a retirar mi orden; terminen ese Oratorio lo más hermoso que se pueda. ¿Qué le falta para que esté terminado? Y Don Santos contestó: "Como Ud. ve, General, lo de pintura está terminado, falta el trabajo de madera, que es el altar y los recintos; pero aquí no hay quien lo haga; se necesita un ebanista". Y mi marido le preguntó: ³De esos ¿dónde hay?´ ³En la casa de UNNA´, en San Luis Potosí. Y allí mismo al instante, ordenó que se le pusiera un telegrama al General Tomás Urbina, que estaba en aquella Plaza, para que mandara dos ebanistas que vinieran a encargarse de ese trabajo, habiendo llegado una semana más tarde. El Oratorio se terminó más hermoso de lo que yo me había imaginado y aún ahora, aunque no luce ya su hermoso altar, ni su pila de Agua Bendita, ni sus hermosas imágenes importadas de Italia, ni su órgano; ahora que sólo puede revelar la mano enemiga que todo lo destruyó, ese 77
cuartito es todavía mi orgullo, porque me recuerda cada vez que lo veo, la satisfacción que me causa, cuando mis palabras dichas sin saber el resultado que iban a tener, hicieron cambiar los sentimientos de mi marido y aún reflexiono: Si yo hubiérale contestado de distinta manera, me lo habría mandado tirar, es casi seguro. Y una vez más me he convencido, de que mi marido, por la buena, concedía todo lo que uno quisiera y aún más, pues yo no tenía tanta pretensión para mi Oratorio y él sin pedírselo, ordenó que fuera una Obra lo más hermosa posible. Siempre que recuerdo este hecho y otros por el estilo, me siento tan orgullosa y satisfecha de él, que esto es bastante para, perdonarle los malos ratos que me dió, como todo ser humano. EL GUERRILLERO RECOGE 300 CHAMACOS En diciembre de 1914, estando mi marido en la Capital de la República, un día me envió un telegrama que decía: ³Por el tren de mañana, te mando como 300 chamacos; arréglales alojamientos en la Escuela de Artes y Oficios´. Como yo nunca discutí sus órdenes, inmediatamente le di los pasos necesarios, para cumplimentar sus deseos. Entrevisté al entonces Director del establecimiento Sr. Corl. D. Antonio Ruiz, para que me ayudara en este asunto y de allí me fui a la Fábrica de Ropa "La Paz", donde se hicieron colchonetas, sábanas, camisas y demás prendas de vestir; en los talleres de carpintería de la misma escuela de Artes, se hicieron los catres de campaña, se dotó a la cocina de batería y se proveyó la despensa de todo lo necesario. Tres días más tarde llegó la chiquillería que venía a cargo del Sr. Pedro Rodríguez, a quien interrogué para saber cómo Pancho había recogido tanto chamaco, y me contestó: "Una mañana andando mi General, con algunos de sus oficiales, en las calles de la capital, encontró un sinnúmero de chiquillos, durmiendo en las bancas de las plazas, o en las banquetas, abrazados de sus perros y tapados con periódicos y al preguntar a qué se debía aquello se le contestó: que eran chiquillos que no tenían hogar, ni familia. Inmediatamente ordenó, que al siguiente día, a hora temprana, fueran recogidos aquellos chamacos y llevados al Cuartel de Zapadores, para mandarlos a Chihuahua". Al preguntarle cómo se habían portado en el camino, me contestó: "¡Ay, señora! A veces creí que llegaría con menos de la mitad a Chihuahua; figúrese Ud. al pasar el Río Conchos, a la altura del puente, se detuvo el tren, por una descompostura y todos se bajaron a bañarse en el río y luego que dieron la orden de partida, unos ya estaban vestidos y los que no lo habían hecho, cogieron su ropa en la mano, y así abordaron el tren, pues ya les parecía que los dejaba allí". 78
Con enorme regocijo, pues siempre encontré digno de encomio el gran cariño que mi marido sentía por los niños y ayudada por varias personas, dispuse el traslado de ellos a la Escuela de Artes y Oficios, siendo acomodados en coches, otros en el tranvía; entre ellos había unos decididores y alegres, vivarachos, otros meditativos; pero en todos se reconocía el regocijo por venir a conocer algo distinto de lo que ellos estaban acostumbrados a ver, pues la mayoría no tenían familiares, y les daba igual estar en una parte que en otra. Alojados aquel mismo día en la citada Escuela, se procedió a proveerlos de ropa y durante varios días los encargados de cuidarlos no descansaban en el aseo, rapando, lavando y tratando de hacerlos adquirir buenos hábitos a aquéllos niños desheredados de la suerte, que desde aquel día tendrían un techo, alimento y educación. Diariamente los visitaba yo personalmente, oía sus quejas a sus peticiones, o bien las narraciones de la vida que hasta entonces habían llevado; contaban casos verdaderamente dolorosos algunos; otros narraban todo con la inocencia propia de su edad y con el estoicismo del que desde niño ha visto frente a frente la adversidad y está ya habituado a todo lo malo ya todos los vicios sin esperanza de redención. Aquellos pobres pájaros cautivos, llevados de su instinto de libertad, intentaron muchas veces recobrarla, inconscientes del bien que recibían y llevados por sus antiguos hábitos. En cierta ocasión, lograron romper el candado de la puerta falsa del edificio y se escaparon en bandadas, refugiándose en las casas vecinas y corriendo hasta donde se les pudo dar alcance; no siendo posible recapturar a veinticinco de ellos, de los que no se volvió a tener razón. En cambio, gran número de ellos lograron aprender oficio y algunos viven en esta Ciudad. Lázaro Olvera, de 26 años de edad y de oficio carpintero: Pedro Hernández, de la misma edad, es músico de la misma Escuela; José Molina, músico también. Estos me cuentan, que cuando tomó la Plaza el General Francisco Murguía, en aquellos terribles días de lucha, sólo quedaron alojados en la Escuela de Artes doce de ellos, pues el mismo Subdirector del Plantel, los autorizó para abandonarlo si querían; la mayor parte de ellos lo hicieron; pero los aludidos permanecieron en él, hasta adquirir el oficio que les da la vida. En la Escuela de Artes, existe parte de la maquinaria que entonces se instalara, pues había carpintería, taller mecánico, fragua, imprenta y clases de música, siendo el Director de la Banda, en aquella época, el Sr., Don Antonio Villalva. Cuando mi marido regresó a ésta les hizo la primera visita, era conmovedor ver aquel hombre fuerte, templado en las luchas, conmoverse ante las demostraciones de aquellos chicuelos, que tuvieron y tendrán para su protector, palabras de gratitud y cariño. En mi último viaje a la Capital de la República, me encontré un amigo 79
de aquella época y me dijo: ³En la hacienda del General Juan Antonio Acosta, está de administrador Vicente Valdéz, uno de los chamacos que el General Villa recogió de México y que mandó a Ud. a Chihuahua, para ser internados en la Escuela de Arte y Oficios, quién siempre la recuerda con cariño´. LA AMIGA DE LA OBRERA Una tarde se presentó a nuestra casa, una comisión de damas a invitarnos a una tamalada, que las monjitas encargadas de la ³Amiga de la Obrera´, habían preparado en honor nuestro. Mientras saboreábamos los ricos tamales y un delicioso atóle, las monjitas platicaban a los demás invitados lo siguiente: ³La amiga de la Obrera´, había hecho una fiesta en el teatro de los Héroes, para arbitrarse fondos para su sostenimiento, a la cual invitamos al Sr. General Villa, habiéndonos honrado con su asistencia; al terminar el festival, presentamos en el foro, a todos los asilados en este plantel donde hay chiquillos de todas las edades; los hay tan pequeños que apenas podían andar solos. El Sr. General que los contemplaba desde su platea, no pudo contenerse y cuando menos lo pensábamos estaba en el foro a nuestro lado; se acercó a aquellas criaturas y cogió el más pequeño en sus brazos; se bajó el telón, y el Sr. General preguntó quién era la encargada de aquellos niños, habiéndosele contestado que era Sor María de los Angeles Escajadillo. Pidió hablar con ella, a quien le preguntó, que cómo hacía para sostener aquellas criaturas, contestándole que por la filantropía de muchas personas; lo que le permitía que en ciertas temporadas pudieran tomar leche, ya por que se les prestara una vaca, o por que se les mandara tal alimento de alguna casa; aunque luego les retiraban su ayuda y a los chiquillos les faltaba el sustento. Con lo que se reúne de las cuotas que dan algunas personas, se les puede comprar pan, carne y cuando nada se colecta, carecen de todo eso. La fiesta que acababan de hacer, con su producto, compraremos ropa, que ahora les hace falta. Mi marido les prometió que desde el día siguiente, él daría orden, para que se les entregara, carne, pan y leche, suficiente para aquellas criaturas. La leche se las entregaba la lechería "El Vergel", que entonces tenía Don Pedro González; el pan, de la panadería de Don José Valdés; y la carne se entregaba directamente del Rastro. El agasajo de aquella tarde, era para demostrarnos su agradecimiento y para que él se diera perfecta cuenta, de lo que hacía en aquel Plantel, porque después de nuestra merienda, fuimos invitados a visitar los distintos Departamentos, en el que los allí asilados aprendían además de su Instrucción Primaria, trabajos manuales que les sirvieran más 80
tarde para la lucha por la vida; lo mismo se aprendía cocina, repostería, costura, sobre todo en bordados a mano; allí se confeccionaba desde la colcha hecha también a mano, hasta la más rica canastilla, objetos que eran vendidos o rifados, para ayuda del asilo. Mientras la División del Norte, estuvo en esta ciudad. "La Amiga de la Obrera", recibió diariamente lo ofrecido por mi marido y también alguna vez, ropa, catres y colchones. Fue esa misma tarde, cuando recogimos a un chiquitín de tres años, a quien Pancho cogió en sus brazos para acariciarlo y al irnos a venir le dijo en tono suplicante: "Yo me quiero ir con Ud." Habiéndolo consultado con las monjitas, permitieron que nos lo lleváramos a nuestra casa y fue a aumentar el número de ³hijos´, unos de mi marido y otros recogidos, que vivían a nuestro lado. El chiquillo a que me refiero de aquella época, era Elías Morones, ahora empleado de una Ferretería de esta ciudad. DE COMO TENIAMOS TANTO CHAMACO EN LA CASA Ya estaban con nosotros los muchachos Florentino Baray, Ramón Urbina, Leonel Olivas, Gonzálo Morales y Felipe Palomares, cuando una noche, el Oficial de Guardia, le vino a decir a mi marido que un chamaco como de seis años quería hablar con él; mi marido, quien ya estaba recogido, había dicho que le dijeran que volviera otro día; pero habiendo dicho el Oficial de Guardia que era un chamaco de esa edad, no aguanté la curiosidad de verlo, me asomé a la puerta, lo cogí de la mano y lo introduje a nuestro cuarto; llegó hasta donde estaba mi marido, se le paró enfrente, se le cuadró y le dijo: "Mi General, soy huérfano; mi padre murió en uno de los combates de San Pedro de las Colonias y mi madre, estando en uno de los carros del tren, vino una bala perdida y la mató, y yo, sabiendo que tiene Ud. Tantos niños recogidos, quiero que Ud. haga igual conmigo, me recoja y me eduque". Sería verdad o sería mentira; pero aquel niño buscaba un hogar; dijo llamarse Refugio y desde aquel día lo llamamos Cuco. Mi marido lo vió con mucha atención, y después de meditar un momento, le dijo: "Bueno, quieres quedarte con nosotros, al Iado de los demás niños que ya tenemos, a quienes considerarás desde hoy como tus hermanos. Y si te portas bien y eres un buen niño, más tarde te mandaré a un Colegio". El chiquillo así lo prometió y fue uno de los que cumplió tal promesa a pesar de su corta edad; los más grandes le vieron con animadversión, seguramente porque notaban que yo, por ser el más pequeño, le tenía más consideraciones y hasta este extremo llegaron: Una vez me informó el encargado de cuidar los caballos, que a Cuco lo tenían los muchachos grandes, bañado de petróleo y a punto de prenderle 81
un cerillo y que si no llega él tan a tiempo, tal vez lo hubieran quemado. Me apresuré a ir hasta donde ellos estaban y, efectivamente, tenía su ropa mojada en aquel líquido y al interrogarles por qué lo hacían, me dijeron: "Que porque era el más prieto y el más feo". Después de amonestarlos ordené que se les castigara por algunos domingos en que no irían al cine, ni saldrían a ninguna parte, ni tendrían dinero para gastar mientras no se vieran como hermanos. Más tarde vino a aumentar el número de aquellos chiquillos, uno de dos años y medio, llamado Primo Venegas. Era hermano de Pedro, el mesero que traía Pancho en su carro; su padre acababa de morir, y había quedado solo. Aquel niño, como todavía necesitaba más cuidado, a más de su corta edad estaba en estado lamentable, por falta de alimentación y cuidados. Se hizo cargo de él una señora, para que lo atendiera, el que pronto se hizo compañero inseparable de Elías, recogido de la "Amiga de la Obrera", quienes en poco tiempo se acostumbraron a llamarnos a Pancho "Papá" y a mí "Mamá". DE COMO VINO A NUESTRA CASA ENRIQUE "EL MAYOR" Este muchacho como de catorce años, al verlo, se notaba que era de buenas familias, pues en su trato demostraba su educación: vino a mi casa trayendo una carta de recomendación de mi marido, para que lo recogiera y lo pusiera en el Colegio Palmore. En el transcurso de la conversación me platicó ser nativo de Uruapan, que su padre era de los cafeteros de aquella región, pero que cuando el General José I. Prieto, anduvo por aquellos rumbos, se unió a sus fuerzas y se vino al Norte sin consultarlo a sus mayores y habiéndose encontrado con Pancho comprendió éste que sus padres podrían reclamarlo y acordó mandármelo. Aquel chamaco seguramente para granjearse mi cariño, sacó de una bolsa una moneda de oro de a diez pesos, y una navajita y me las obsequió. Al decirle que las guardara mejor él, insistió en que las conservara yo como un recuerdo del día en que había él llegado a nuestra casa. Así lo hice. Reuní a todos los chamacos, para presentarles a aquél nuevo compañero y les leí la carta que Pancho me había escrito, para que ellos lo respetaran y lo quisieran, dado que era el más grande entre ellos. No tardó en captarse las simpatías de todos, no sólo de los recogidos, sino de los empleados de la casa y servidumbre, pues lo mismo le contaba un cuento y le daba por su lado al Oficial de Guardia, que a los de la oficina, para que le permitieran escribir en máquina, y pasaba largas horas charlando con el cocinero chino, con quien un día lo sorprendí conversando con él en su idioma, pues ya le había aprendido algunas palabras. Pocos días después lo puse en el Colegio Palmore, como me había recomendado mi marido. 82
El joven me había dicho que no tenía familiares en este Estado, que todos residían en Uruapan y un día todo compungido, va y me dice: ³Señora: acabo de recibir esta carta de Juárez de un hermano, y me pide que lo auxilie, pues está enfermo en un Hospital". "Habiéndole dicho yo que no era cierto, puesto que me había asegurado que no tenía familiares y al haberle pedido el sobre en que venía aquella carta, todo compungido me dijo que lo había roto y arrojado al cesto de la basura; pero le probé, que su carta fue hecha en una máquina de las de la oficina. Y ya no insistió más. Uno o dos días después, me hablaban de la Tesorería general del Estado y me informan que un jovencito de los de la casa, va a cobrar un recibo por $200.00 firmado por mí, preguntándome si lo pagaban, pero como yo nunca acostumbraba pedir dinero a esa dependencia oficial, ordené que no lo pagaran. Me mandaron de la Tesorería el recibo y, al verlo, pude comprobar que estaba muy bien falsificada la firma. Cuando estuvo en mi presencia y viendo que aquello podía llegar a oídos de mi marido, me suplicó que lo perdonara y que aquello lo había hecho porque quería tener dinero, para ir a ver a su hermano, que como me había dicho antes, estaba en C. Juárez enfermo y a proponerle yo, que le telegrafiaríamos a la Agencia Financiera, para que lo buscaran y lo ayudaran, se negó a darme su dirección, por lo que pude comprobar que todo había sido mentira. Por todo esto y con una amenaza que le hice de avisarle a Pancho para que recibiera un castigo, me ofreció no volverlo a hacer y enmendarse, no volviendo a contar mentiras para que le tuviera las mismas consideraciones que anteriormente. Hace como cinco años, viniendo yo de México, en Estación Sarabia, subió un Oficial y sin que yo le esperara, me abrazó por la espalda. Viendo mi sorpresa me dijo: "¿No me conoce Ud.? Soy Enrique "El Mayor", que viví con Uds. en Chihuahua; Chihuahua; sólo que ahora ya soy Mayor del Ejército y no como en aquélla época, que no era "Mayor", ni del Ejército, sino un simple aventurero´ Al interrogarle de como sabía que allí venía, me dijo: ³Me avisaron de México, que Ud. venía en el tren, y como saben que yo viví en su casa porque siempre se los platico a mis compañeros, estaban estaban seguros del gusto que me daría al saludarla´. Así se vino conmigo en el tren hasta la siguiente estación. PEPA VALDEZ Al regresar mi marido de uno de tantos viajes al Sur, habiendo hecho parada en Estación Ortiz, se bajó para dar, un paseo por el andén, cuando al acercarse a un grupo de jovencitas, que habían ido ha esperar el tren, (es costumbre en los pueblos pequeños, formar grupos las muchachas para ir a la estación, pues es la única gente que ven y de la que esperan ser vistas) tal vez no faltó quien les dijera que allí iba Pancho Villa, pues en aquel grupo 83
se hacían comentarios desfavorables a mi marido y éste, al notarlo, se acercó y estuvo oyéndolas; y no pudiéndose aguantar más, se acercó a ellas y preguntó a la que tenía la palabra: "¿Muchachita, Ud. conoce a Francisco Villa?´ A lo que la interrogada contestó, que no. Pancho se retiró, siguió dando vueltas y la jovencita siguió su conversación sobre el mismo tema. Por segunda vez mi marido se dirigió a ella y le dijo: Muchachita, con que Ud. no conoce a Pancho Villa, ¿Verdad? Pues yo soy´. El pánico se apoderó de ella y de sus acompañantes, cuando Pancho ordenó a uno de los de su escolta, que la pusiera en el tren para llevarla a Chihuahua; al protestar ella, le dijo Pancho: "¿Por qué se expresa en esta forma de mí? Ni siquiera me conocía«.. ¿O le he hecho algún mal a Ud. o a los suyos?´. Hubo protestas entre los allí presentes, pero no pudieron convencer a Pancho; la señorita fue puesta en el tren y conducida a Chihuahua. Cuando el tren se puso en marcha, el General Angeles, que acompañaba a mi marido en aquel viaje, se acercó y le preguntó: ³Mi General, ¿para qué se trajo esa señorita?´. A esta muchachita, le han inculcado que Francisco Villa es bandido, que roba, que mata, que viola a las mujeres y esa idea t iene ella de mí; pero no ha pasado ninguna mala intención por mi mente; la traje para mandarla educar y cuando esta muchachita vuelva a su pueblo, va a ser una defensora mía y tal vez haga que muchos otros, cambien de opinión hacia mí". En el camino puso un telegrama al Sr. Matías C. García, Director de Educación en el Estado, diciéndole diciéndole que fuera él y su esposa a la llegada del tren. Al llegar a Chihuahua, les dijo: "Les voy a entregar a esta joven, que me traje de Estación Ortiz". No sé si he hecho bien, o he hecho mal; pero Uds. Juzgarán después. Quiero que se encarguen de su educación, poniendo todo su esmero para que en el menor tiempo posible vuelva al lado de los suyos, con una opinión diferente de la que ahora pueda traer. No sé qué familiares tendrá. Hay ella les dirá y Uds. se dirigirán a ellos, pues yo no he tenido tiempo de platicar con ella. Ya les daré una orden, para que se le pase una pensión. Yo la conocí a mi regreso a Chihuahua, pues cuando eso sucedió aún vivía en El Paso Tex. Y para prueba de que ella había sabido aprovechar el tiempo, en su primera visita que me hizo, fue para obsequiarme un cojín bordado por ella misma, algunas labores de mano, como pinturas, habiéndose aprovechado en otras materias. Ya ella se había dado cuenta del beneficio que estaba recibiendo de mi marido y en muchas ocasiones tanto ella como sus hermanas, pues 84
Srita. Pepa Valdéz, a quien el Gral. Villa castigó secuestrándola y sometiéndola a un tratamiento reeducativo. (En la extrema derecha )
carecía de padres, nos lo demostraron. Días después de su arribo á ésta, se vino su hermana mayor Epifania del mismo apellido, a servir en la casa de la familia García, para estar al cuidado de la educanda. El General Angeles, nunca se olvidó de ella; siempre que venía la visitaba, como si quisiera cerciorarse de que ella aprovechaba el tiempo y si Ie había servido aquel incidente, para comprender la acción que mi marido estaba haciendo por su bien. Yo digo que este acto de mi marido, fue reprochable a la vista del público, pues del noventa y cinco por ciento de los testigos, su comentario fue éste: "Francisco Villa se robó una muchacha por la fuerza, la subieron al tren y quién sabe cuántas otras cosas más; pero en el fondo ¡qué distinto!´ Como esta anécdota la escribo con autorización de su hermana, ella me contó que después del incidente, el novio de Pepa, se marchó a los Estados Unidos y nunca más volvió a procurarla, pues tal vez fue uno de los que tomaron por mal lado la acción de mi marido; pero ella al morir les pidió que no le guardaran rencor, ni fueran a pensar mal de ella como lo había hecho su novio. 85
OBREGON A PUNTO DE MORIR Había yo colocado espejos en mi recámara, en la sala y en el recibidor de mi residencia, de tal manera que de mi recámara podía fácilmente darme cuenta de lo que pasaba en la sala y aun de la puerta del jardín en donde estaba la escolta. Debo mencionar aquí, que varias personas a quienes les he platicado este episodio de nuestra vida, se han reído maliciosamente y me han acusado de que tal idea fue hija de los celos. Quizá si mi marido se hubiese dado cuenta de ello, hubiera creído lo mismo, y sin duda mis espejos hubieran corrido una triste suerte. Sin embargo, mi objeto era otro; yo sabía que mi marido tenía infinidad de enemigos y siempre estaba temerosa que alguien tratara de asesinarlo cobardemente. Por mis espejos colocados como estaban, podía ver a cualquiera persona que entrase a la casa, fácilmente cuando un extraño se colara en ella. En nuestra casa constantemente se hospedaban personas, por las que yo sentía responsabilidad y no recuerdo un solo día en que no se sentaran a nuestra mesa un crecido número de amigos; muchos de ellos prominentes personajes de la política y que tenían en peligro sus vidas a cada instante. Uno de esos personajes era el General Obregón, quien en varias ocasiones fue nuestro huésped. Una mañana, mientras yo estaba pendiente frente a mis espejos, y preocupada en el trabajo de los cocineros, pues a cada momento los vigilaba para hacer uso de mi cuchara de plata que, como digo en una anécdota anterior, me vino a la idea mandar confeccionar desde que ocurrió la muerte de Chale, nuestro primer cocinero-, para comprobar con ella que la comida no estaba envenenada, me di cuenta de que en la sala discutía acaloradamente mi marido con el General Obregón. Estos daban vueltas a lo largo de la pieza, y cada vez era más evidente el coraje en el semblante de mi marido; algunas personas que llegaban, se daban cuenta de lo que pasaba y se quedaban en el Hall de la casa y así fue creciendo el número de ellos. Más tarde me di cuenta que la casa se encontraba rodeada de los "Dorados"; se llegó la hora de la comida, me fui al comedor y ordené a uno de los meseros que anunciara que la comida estaba servida. A los pocos momentos llegó mi marido con el General Obregón y muchas personas, pues había asientos en nuestra mesa para veinticuatro; además había otra mesa en seguida, que casi siempre se ocupaba y un comedorcito anexo y en algunas ocasiones había que servir hasta dos veces. Nos sentamos mi marido y yo, a la cabecera y al Iado de él el General Obregón, éste como si nada pasara entre él y mi marido; con el mismo buen humor de siempre, estuvo contando algunos chistes como de costumbre y yo para adentro me preguntaba: ¿Lo que he visto en mis espejos había sido una alucinación? Como a las tres de la tarde nos levantamos de la mesa y mi marido se fue a la recámara para dormir siesta; yo me levanté para dar órdenes a los cocineros y después seguí a mi marido 86
y al pasar por el Hall, había algunos grupos de personas platicando. De uno de ellos se desprendió el General Angeles, vino a mi encuentro y me dijo: "Señora, el General Villa, va a fusilar al General Obregón y a nadie quiso oir; a ver que hace Ud. por él". Comprendí que esa comisión me era sumamente difícil; no obstante, me atreví a preguntar a mi marido: ¿Qué pasa entre Uds. que está la Quinta rodeada por los "Dorados" y retiraron la banda que venía a tocar? a lo que él me dijo: "Voy a mandar fusilar a ese tal por cuál de Obregón, hoy me ha puesto de parapeto en Sonora y ya me cansé de sus cochinos actos" a lo que yo le contesté: que estaba muy bien hecho, dado que iba de por medio su honor militar. Luego continué: pero si tú fusilas al General Obregón, mañana toda la Prensa extranjera dirá: "Francisco Villa mandó asesinar a su compañero y amigo y sobre todo su huésped, pues tu sabes que la hospitalidad es sagrada en todas partes del mundo y dentro de cien años dirán: "Francisco Villa hizo bien en fusilar al Gral. Obregón;. pero por muchos años más será Francisco Villa el asesino del compañero, del amigo y del huésped". Yo esperaba que me dijera, entre muchas cosas, que a mí qué me interesaban sus actos. Ahora que han pasado tantos años, todavía me asombro del resultado de mis palabras, que fueron dichas aprisa y sin pensarlas; pero no me dijo ni media palabra; ni dices bien, ni dices mal, ni quién te aconsejó. Después de haber descansado un rato, se levantó de la cama donde estaba recostado y llamó al Jefe de la Escolta; le ordenó que llamara a Javiercito Hernández, -éste fue uno de los más leales-, para que fuera a Ilamar a Jacobo, el maquinista, quien poco después se presentó y le ordenó mi marido: ³Dé orden de que pongan el tren del General Obregón, para que cuando salga del baile, que le darán esta noche, si él así lo cree conveniente, salga rumbo al Sur. Yo mientras formaré una escolta para que lo acompañe hasta donde está su gente, no quiero que mañana o pasado digan, que Francisco Villa, asesinó a su compañero y huésped". Volvió sonriente a verme y palmeándome la espalda me dijo: "Ahora si ya todo pasó". Lo que dijeron, lo que pasó entre ambos y los allí presentes, yo no lo supe; yo me fui a mis ocupaciones habituales, lo que sí sé es que Pancho no asistió aI baile, excusándose de no sentirse bien. De los protagonistas de aquella época, sólo existe ya uno: el entonces Capitán Carlos. T. Robinson, Jefe de la Policía en Aguacaliente, Baja California, al que tuve el gusto de encontrar después de tantos años, y quien profundamente emocionado se acercó a mí para decirme: ³Señora durante dieciocho años he buscado esta oportunidad, para darle las gracias por haberme salvado la vida en aquella ocasión, en que fuimos huéspedes de Ud., en compañía de mi General Obregón´. Mi regocijo no tenía límites, pues se me presentó la oportunidad de 87
demostrarles a las personas que me acompañaban en mi viaje a Los Angeles, Cal., la veracidad de lo que les había platicado la tarde anterior a este encuentro con el Sr. Robinson, en los estudios de la Metro Goldwing Mayer's Co., en relación con el peligro de muerte en que se vió el Gral. Obregón cuando fue en Chihuahua nuestro huésped. El Sr. Robinson prosiguió: -³Han pasado tantas cosas desde entonces«.. Yo me he propuesto escribir un libro, que titularé "Hombres y Cosas de la Revolución", y en él me he permitido dedicarle a Ud. una página, cuyo texto es el siguiente: DOÑA LUZ CORRAL "Si hay algún ejemplo que valga la abnegación de la Mujer Mexicana y de otras muchas de las virtudes con que hemos a menudo de alabarla, aquí está el ejemplo tan modesto como elocuente de esta mujer, doña Luz Corral, la esposa legítima de Pancho Villa. Carne de sufrimientos, que se queda lejos del radio luminoso en el centro del cual se mueve, por capricho popular, la figura del guerrillero; modesto guardián que sin hacer notar a los extraños, sabe torcer las desordenadas inclinaciones de su marido, por un nuevo cauce; siempre en acecho de la oportunidad de calmar, de hacer perdonar; de poner freno al instintivo salvaje y de detener a la muerte a cuántos no salvó, como a nosotros aquélla tarde, la ternura y el ruego de esta mujer que vive aún en quietud y en olvido. A cuántos no salvó. Ni para sí, ni para los hijos de ambos, ha tratado de hacer valer en nombre de Pancho Villa, Doña Luz; ella forja y modela por su cuenta, a los herederos de aquel impulso devastador, que dejó su huella por extensos lugares del suelo de México. Símbolo de Madre Mexicana, vive ella sus últimos días con la seguridad de hacer sembradores de trigo, a los hijos de aquel sembrador de tempestades". ³Tomado de mi libro inédito ³Hombres y Cosas de la Revolución" como un testimonio de gratitud a Doña Luz Corral Vda. De Villa, en su visita a Aguacaliente, Baja California. México. Con todo respeto. -Carlos T. Robinson. Mayo 3 de 1934". Debo hacer la aclaración, de que los hijos a que el Sr. Robinson se refiere, no eran hijos míos, sino de mi marido; pero como ellos me llamaban "Mamá", muchos de nuestros amigos estaban bajo la impresión de que eran hijos nuestros. PEONES DE LA BOQUILLA Una tarde, al ir a visitar los trabajos de construcción de la casa y Escuela en nuestro Ranchito de la Boquilla, nos encontramos dos hombres con su maleta al hombro, que se dirigían a la ciudad. Al verlos Pancho, detuvo su carro y les preguntó de dónde venían y qué andaban haciendo, a 88
lo que ellos contestaron, que venían de buscar trabajo en la obra del Rancho, pero que se les había dicho no poder ocuparlos. Mi marido les ordenó que se devolvieran y así lo hicieron. Ya en presencia del encargado de los trabajos de construcción, le preguntó, si no había trabajo para aquellos dos hombres y habiéndosele contestado negativamente, le dijo mi marido: ³Mire, ¿Ve aquel cerro? Ponga a estos hombres a que bajen aquella piedra y cuando la hayan bajado, que la vuelvan a subir; el caso es que tengan algo que hacer. Ud. les paga su jornal diario, para que ellos tengan que llevar a sus casas, porque de otra manera tal vez se verán obligados a robar´. Yo pensé en aquél momento: mi marido da esta orden, recordando que si en su camino, hubiera encontrado quien le hubiera tendido la mano, ahora no habría quien lo llamase bandido. PRISIONERA DE MI MARIDO Cuando el General Máximo García se iba a casar en C. Lerdo, Dgo., estando mi marido en Torreón, recibí un telegrama de él, diciéndome: ³Ven con tu brigada, para que me ayuden a casar a Máximo García, ahora mismo sale el tren por Uds.´ Después de haber leído el telegrama, ordené mi carro y me fui a las casas de los familiares de las muchachas, a quienes mi marido llamaba "Brigada", para pedir permiso de que me acompañaran a Torreón a cumplir con los deseos de mi marido. Mi "Brigada", estaba compuesta de más de doce muchachas: unas feas y otras guapas, pero todas ellas alegres y bulliciosas, que hacían las delicias de cualquier fiesta o paseo. Naturalmente para ir a siete y ocho casas distintas, comadrear un poco, decidir que vestido se iban a poner y todas esas cosas de mujeres que son tan latosas y toman tanto tiempo, estuve fuera de mi casa toda la mañana. Durante mi ausencia, Pancho había telegrafiado preguntando por mí, con el objeto sin duda de hacerme algún encargo, pero yo no estaba en casa; preguntó otra vez, sin que le contestara por lo que mi marido se puso terriblemente enojado. Cuando regresé a mi hogar, todo mundo estaba azorado, pues se habían dado cuenta del enojo de mi marido, por no haberme encontrado en la casa, las veces que él me llamó. ¿Qué pasaría por su imaginación? Más tarde se presentó el General Limón en mi casa y me dice: "Señora, tengo esta orden de mi Jefe" yo no me enteré de la orden y le dije que cumpliera con su deber. El, naturalmente, se encontraba en una ardua disyuntiva, pues en el telegrama le ordenaba que me mandara presa, igualmente al telegrafista y al Jefe de la Escolta de la casa. Al fin me dijo: 89
³Señora, yo me resisto a cumplir con esta orden; ¿Por qué no se va Ud. a El Paso, Tex. mientras se le pasa el coraje a mi General? Yo me reí de buena gana y le contesté: ¿Pero qué voy a hacer a El Paso? ¿No sería eso, como si yo hubiera cometido alguna falta? No, señor, yo conozco bien a mi marido, e iré como él ordena que vaya. Tomé el tren acompañada de mi "Brigada", quiénes no habían querido abandonarme en ese momento, pues una de ellas repuso: "El que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija, o buena pedrada le arriman´ Para ellas, eran amargos aquellos momentos que yo vivía y en que se pone a prueba la fidelidad a la persona amiga y a quien se acompaña en un trance apurado. Iba con mi conciencia tranquila y segura de que no me pasaría nada. Durante el camino, platicábamos y reíamos como de costumbre, solamente una duda me molestaba: ¿Estaría Pancho en la estación a esperarme? Les hacía esta misma pregunta a mis acompañantes; les aseguraba que si no estaba esperándome, como acostumbraba, yo no bajaría del tren hasta que él viniera a buscarme: sólo una cara se veía afligida y era la del Jefe de la Escolta de mi casa. Me acompañaba también Martinita, la hermana de Pancho, quien estaba de acuerdo conmigo, en que si Pancho no venía a esperarnos nos quedaríamos en el tren. Al fin allí tenía que estacionarse. Haciendo estos comentarios y otros muchos se pasó el tiempo; por fin a lo lejos distinguimos las luces de Gómez Palacio; también las de C. Lerdo y luego las de Torreón y poco a poco fueron tomando forma aquellos bultos que se veían paseando por el andén. En medio de un grupo estaba mi marido, y algunos que lo acompañaban; sin duda alguna, ya había recapacitando y se había dado cuenta de lo injusto de su orden. Se encontraba de muy buen humor, y al ayudarme a bajar del carro me dijo: ³La música la mandé a Lerdo, por eso no vino a recibirte´. Pues debo de decirles, que siempre a donde quiera que iba, estaba la música en la estación y en cuanto me veía el Director de la Banda, que era Don Rayo Reyes, tocaba "El Choclo", un tango que tanto me gustaba y en seguida "El Adiós", de Carrasco y como mi marido se imaginó que yo iba a echar de menos ese agasajo, fué la primera disculpa que me dio. Ya de allí nos dirigimos a la casa donde estaba hospedado, hoy convertido en Casino Español. Después de los saludos y preguntas de rigor, no parecía sino que él no quería que recordáramos lo que había pasado antes; pero yo me acerqué diciéndole: Qué bonito lo haces, con tu proceder pareces demostrar, que tu mujer es una libertina y que tú no tienes confianza en ella, por lo tanto, te pido una explicación. 90
El General Francisco Villa y Luz Corral de Villa
Todas estaban pendientes de lo que él fuera a contestarme, y sólo me dijo: "Eso ya pasó, ya no tiene importancia". Y ordenó que se dieran libres al Jefe de la Escolta y al telegrafista y como para querer que no se hablara más de lo que había pasado, me dice: "No esperes que esta vez vayas a ver a tu hermano Marcos y a Martín López, pues los tengo presos, porque anoche sacaron la música, dieron gallo, hicieron un escándalo fenomenal, quebraron los focos de la calle y me ví obligado a proceder así´. Y yo le contesté: haz hecho bien. Después bajé a la cocina para ver qué se había preparado para la cena y a los primeros que encontré allí fue a Marcos y a Martín, quienes me hicieron señal de que me callara y diciéndome mi hermano: "No digas nada, porque nos tiene presos "Gorra-Gacha", (así solían llamarlo), pues le dijimos al Jefe de la Escolta, que llegabas tú y que nos dejara venir a saludarte, y ya vamos a cenar para irnos pronto, antes de que se dé cuenta. Dile a Pancho que nos deje libres, para poder ir a los novios". Lo que les prometí hacer; pero no lo hice, porque yo sabía bien que mi marido tenía razón castigándolos y los demás dirían, que no se castigaban porque eran de mi familia. Se sirvió la cena y terminada ésta, nos fuimos a la sala para recibir la 91
visita del General García, su prometida y familiares de ambos. Al acercarse alguien al piano y solicitar que tocaran, se levantó la novia y ejecutó "Río Rosa", que era la predilecta de su futuro esposo; yo entonces traté de seleccionar otras piezas, y cuál no sería mi sorpresa al darme cuenta de que estaba una que antes regalé a una señorita de Guadalajara, que había sido huésped de mi casa. Me admiré que aquellas piezas estuvieran allí y acabé por convencerme de lo que había pasado entre ella y mi marido. Por este hallazgo, la que tuvo que reñir con mi marido y con justicia, fui yo. Al siguiente día se efectuó el matrimonio García-Torres, en medio de un regocijo general, pues el pueblo asistió en masa a presenciarlo. Las familias de ambos contrayentes eran sumamente apreciadas en aquel lugar. ATANDO CABOS Una vez me mandó llamar de Aguascalientes mi marido y, como siempre, fui acompañada de mi "Brigada". En esta época era Gobernador de aquel Estado el General Don Benito Díaz, quien al saber que iba, me preparó una fiesta, justamente con las familias que habían salido de Guadalajara, cuando Villa evacuó aquella plaza. Otro día de nuestra llegada, fue una comisión de señoras, de las que formaban la Colonia Tapatía, a ofrecernos la fiesta, a la que mi marido prometió que asistiríamos. Esta se daba en el Teatro Morelos, para cuyo acto quedó arreglado de la manera más artística. Precisamente el día que se daba la fiesta, acabábamos de comer, cuando pasó un incidente desagradable. Aún estábamos de sobre mesa, cuando se presentó una escolta que traía preso al General Triana; nosotras nos levantamos y nos fuimos a nuestro departamento, pues permanecíamos en el mismo tren. Allí nos pusimos a platicar acerca de la fiesta que se daría esa noche, no sin pensar que en el departamento que acabábamos de desalojar, se discutía acerca de la responsabilidad del General Triana, por el acto de insubordinación que había cometido. Las muchachas estaban pendientes de que saliera, para curiosear, pues estaban seguras de que sería guapo, habiéndolo visto poco tiempo después, escoltado como había llegado. A esta fuerza se agregaron unos oficiales, los que tal vez llevarían la orden de fusilamiento. Momentos después llegó Pancho a nuestro gabinete y me pidió un vaso de limonada; las muchachas se fueron de allí, pues nadie se atrevió a preguntarle lo sucedido y él se acostó a descansar; pero no llegó a dormirse, levantándose poco después desesperado, como queriendo deshacer una cosa que ya no tenía remedio. 92
Se fue a la oficina, y regresó momentos después, diciéndome: ³Pobre Triana, habría sido mejor que no hubiera venido a presentarse aquí: al cabo no era hombre de acción´ Se tiró en la cama boca abajo y se vio palpable que en el fondo sentía a aquel compañero. Llegada la hora de la fiesta, lé mandó hablar a Don Enrique Pérez Rul, a quien le suplicó nos acompañara, disculpándolo a él de no poder asistir por encontrarse indispuesto. Llegamos al pórtico del Teatro; la música tocó una marcha, nos formaron valla los oficiales de aquella plaza y yo entré del brazo del General Benito Díaz, siguiendóles las Sritas. Que me acompañaban del brazo de los oficiales. El programa que se desarrolló fue muy simpático; en él tomó parte la Srita. Cristina Vázquez, de la colonia Tapatía, que declamó algo, en mi concepto, admirablemente. Terminado el programa nos sirvieron un "Te Rosa" en el mismo foro. Me presentó al público y a los invitados una señorita profesora de aquella Plaza y a mi nombre dio las gracias al Sr. Enrique Pérez Rul. Terminado este agasajo siguió el baile, escusándome de tener que abandonarlo, por haberse quedado mi marido indispuesto, como dije antes. Otro día, como sería el último que pasara allí, recibimos la visita de algunas personas, entre ellas la de la familia Vázquez, compuesta del Señor y la Señora, personas ya mayores y que eran abuelitos de la señorita Vázquez, de otra señorita y de un joven cuyos nombres he olvidado. En el curso de la conversación, me dice mi marido: ³Guera ¿No quieres llevarte esta familia, para que pase una temporada allá contigo? Pues ellos fueron muy finos conmigo en Guadalajara y estoy obligado con ellos´. A lo que yo contesté que sí. Les hice una formal invitación y ellos aceptaron con gusto y al día siguiente salimos rumbo a Chihuahua. Ya instalados en mi casa mis nuevos huéspedes, procuré hacerles su estancia en ella lo más agradable posible, para corresponder a las finezas que habían tenido para nosotros. Como a los dos meses me manifestaron sus deseos de regresar a Aguascalientes, para estar lo más cerca posible de su casa en Guadalajara y aprovechar la primera oportunidad para regresar a ella. Se fueron, habiéndoles hecho antes una cordial despedida, para que con ello llevaran la impresión de la fama que ya tenemos, los del Norte, de hospitalarios. Esperé en vano alguna carta donde aquella familia me manifestara sus agradecimientos, o me avisara de su llegada a aquella ciudad, o del regreso a su casa; pero de ello nada. A esto sencillamente yo le llamo ingratitud y en seguida lo demostraré. Habiendo ido a visitar de nuevo a mi marido a Aguascalientes, una 93
tarde salieron las muchachas que me acompañaban de paseo y a su regreso me traían la nueva, de haberse encontrado a Cristina Vázquez, quien las saludó como si no hubieran sido amigas antes y azórate, -me dijeron- tapada con chal hasta la cabeza, ni siquiera nos preguntó por ti. Yo no le dí importancia a aquello. Al día siguiente, estando en mi gabinete, llega el cocinero y me dice: "La busca Julia, la señora que estuvo con Ud., en su casa en Chihuahua", a lo que yo me apresuré a ir a recibirla; le di la mano para que subiera los escalones y la llevé a mi reservado. Entrando a él me abraza y se pone a llorar. La quise sentar a mi lado, pero se pone de rodillas, esconde su cabeza en mi regazo y sigue llorando. Estando en esta actitud entra mi marido, al tiempo que le preguntaba, qué tenía y a qué se debía su pena. Sin darle tiempo a que me contestara, mi marido tomó la palabra y en tono duro le dijo: ³Lárguese de aquí, que viene a ponerle mal corazón a mi mujer.¿Qué no comprendieron que con toda intención las mandé a Chihuahua con ella, para que estuvieran seguras de que tenía un hogar formado, en el cual estaba mi mujer y mis hijos? pero a su regreso su hija siguió coqueteándome y Uds. lo aprobaban; así es que«. ¡Qué viene ahora con escándalos!´ La cogió de la mano, la echó fuera y cerró la puerta. Yo no me atreví a preguntarle a mi marido nada, pues con lo que había oído y presenciado, estaba dicho todo. Por las piezas que encontré en el piano pude comprobar, que Cristina estaba locamente enamorada de mi marido, pues después del incidente de Aguascalientes, lo había seguido. Más tarde supe por el cocinero que traía Pancho en el tren, que la había mandado a Estados Unidos, donde fué a dar a luz a un niño, quien más tarde supe que se llamaba Francisco. Cuando vivía yo en San Antonio, Tex., supe por un periódico que se editaba en Los Angeles, Cal., que en aquella población se había casado la Srita. Cristina Vázquez, con un periodista X., y por la fotografía publicada, pude comprobar que era la misma de esta anécdota. Ya mis lectores dirán, si será cierto, que mi marido se robaba a las muchachas por la fuerza, cosa que yo nunca he creído, pues las más, se entregaban a él fácilmente alucinadas por la fama que en aquél entonces le rodeaba. En prueba de ello está lo siguiente: Una vez, estando mi marido en ésta, reñía yo con él por un caso parecido al anterior, a lo que él me contestó: "Anda, tú estás loca, pues si yo me pusiera a hacerles caso a todas las mujeres que me escriben y me dicen que me quieren, no, tendría tiempo para contestarles´ y entonces le habló a uno de sus secretarios y le ordenó, que le trajera las cartas que le diera a quemar, si aún no lo había hecho, y a poco regresó con un montón en la mano. 94
La primera que cogí, era de una Miss de Oklahoma que en no buen español, pero lo suficiente para entenderse, decía así: "General: Yo soy una muchacha que tengo dieciocho años, tengo X acres de tierra, no tengo padres, yo quisiera irme con Ud., pero si Ud. es casado, dígame quien es el más bravo de sus soldados y yo me caso con él´. Ante tamaña ingenuidad, no quise ver más cartas, aunque me imagino que no fueran iguales en la forma, pero si en el fondo para pedir lo mismo, alucinadas, como dije antes, por el grado que ostentaba y el deseo de compartir con él su celebridad. UN CASO DE BRUJERIA A propósito de la fama que corría mi marido, un día llegó a mi casa una señora, a quien yo había conocido en C. Camargo, por cuyo motivo no me extrañó que viniera a saludarme. En el transcurso de la conversación me dice: "¿Ud. no sabe que en Camargo, hay una señora con quien vive el General?´. A lo que yo le contesté: Una«.. yo creía que tendría muchas en ese pueblo donde tanto lo quieren, pues un hombre como él, creo que tiene derecho a más y por mi imaginación pasó lo que dirían aquellas cartas que no pude leer y de las que él, por su mucho trabajo, no se había enterado. Y si él no tiene más, tal vez será porque la mayor parte de su tiempo lo tiene dedicado a resolver los problemas tan grandes que pesan sobre sus hombros. ¿Ud. cree, que yo no me doy cuenta de todos los líos de mi marido? Por lo mismo le suplico no me vuelva a tratar este asunto. La señora un poco cohibida se despidió y se fue. Después por una amiga, esposa de un General, me enteré que aquella señora hacía brujerías, pues a ella la había hecho en creer, que su marido no querría a otra mujer, si a las doce de la noche prendía unos cocos de aceite. Lo que no me dijo es si al hacerlo tendría que invocar algo y si aquella señora lo hizo; lo cierto es que no le dió ningún resultado, porque su marido siguió siendo el mismo. Me imagino que esta señora, creyó que me iba a sacar una regular pica de dinero, dado el crecido número de mujeres, que dicen, tenía mi marido. En una ocasión que fuimos a Camargo, nos hospedamos en una casa que ella cuidaba y fue precisamente cuando yo la conocí. Las muchachas que me acompañaban, llegaron un día azoradas y me dijeron: iQué vas! la señora encargada de esta casa es bruja; en su cuarto, al que entramos sin que ella pudiera advertirilo, vimos una cantidad de ollas enterradas y en una tiene muñecos con alfileres y en otras animales. Tú dirás si le decimos al General lo que vimos; y yo, previendo lo que sucedería, no consentí en ello; pero lo que es el destino, aquella mujer, años más tarde, murió de balas disparadas por los villistas, pues una vez 95
Gral. Hipólito Villa y Coronel Antonio Villa, hermanos del célebre guerrillero.
que Pancho entró a Camargo, una de las rondas que exploraban por el rumbo del panteón como a las doce de la noche, marcó el reglamentario ³Quién vive´ y al no escuchar respuesta a su tercera intimación, hizo fuego sobre esta desventurada mujer, que murió acribillada a tiros. 96
COMO MURIO CHALE MI COCINERO Mientras me instalaba en mi nueva casa, eché de menos los servicios de mi cocinero, que había quedado en El Paso. Fue un hombre leal como el que más. Una tarde había llegado Polo, mi cuñado, y me dijo: "Güera, yo quisiera que Chale, que trabaja en "El Gato Negro", de C. Juárez, y a quien conozco, trabajara con Ud. en la cocina. En esos días se había enfermado mi cocinero y no tenía quien desempeñara estos quehaceres. Chale era un italiano, a quien no tuve inconveniente en aceptar a mi servicio; era tan precavido mi nuevo sirviente, que una vez que oyó estar pidiendo por teléfono algo que me hacía falta para la comida me dijo; ³Señora, yo voy a traerlo, porque yo acostumbro comprar en distintas partes la provisión´. Y yo me dí cuenta, que comprendía la responsabilidad que pesaba sobre él. Tanto así que una tarde llegó a la puerta un mensajero trayendo un paquete que contenía carne; le hablé al cocinero para que lo recibiera; pero resultó que ni él, ni yo, la habíamos pedido. Chale, ya presentía un envenenamiento y no usó la carne y para estar más seguro de ello, hizo un experimento con un animal, dándosela a comer, habiendo muerto poco después. Cuando regresé a Chihuahua, me quise traer a Chale conmigo, pero él me pidió tres o cuatro días, para hacer algunas compras. Le dejé dinero suficiente, para que comprara lo que creyera necesitar para su servicio, pues yo estaba segura que Chale vendría a seguir sirviendo con nosotros. En los momentos que yo salía de mi casa de El Paso, para tomar el carro, que me llevaría a C. Juárez, llegó un mensajero y dejó en la puerta un tarro con vino; cosa a la que no dí importancia. Me concreté a decirle a Chale que lo recogiera, creyendo que él lo había pedido. Llegué a Chihuahua, pasó una semana y Chale no venía; pasó otra semana y decidí escribirle a un amigo de él, para preguntarle sobre su paradero. Chale había tomado el vino que llevaron a la casa en los momentos en que yo salía; le atacó una parálisis y al poco tiempo murió. Su presentimiento había sido fundado y para mí fue una amarga lección. ¿ Para quién era destinado el vino envenenado? ¿Para mi cocinero, para nosotros, o para mi marido, que sabían nunca tomaba licor? Este acontecimiento me dió idea de mandarme hacer una cuchara especial, que me pudiera hacer saber si los alimentos contenían substancias venenosas. Lo que no he podido saber, si fue caso de envenenamiento, es lo 97
siguiente: Una vez que regresé a mi casa, después de haber andado algunas horas de visitas y compras, me dijo uno de los meseros: ³Señora, le trajo un mensajero este pastel´. Lo vi, tenía bonita apariencia; se guardó en una de las vitrinas y creyendo que más tarde me avisaría por teléfono quién me lo había mandado, porque el mesero no supo decirme su procedencia, no le dí más importancia a aquel regalo, pues eran tantos los que se recibían de esa índole, pero casi siempre sabía la persona que lo enviaba. Tal vez la persona que lo envió conocía este detalle; pero la suerte quiso que nadie comiera de aquel pastel. Al siguiente día, al ir a partirlo para la merienda, aquel pastel estaba lleno de gusanos. Mandé que lo tiraran y el mesero me dijo: ³¡Válgame señora! aquí la quisieron embrujar´. Entonces no me preocupé por este incidente, pero hoy que ha pasado el tiempo y he visto y oído tantas cosas, me pregunto. ¿Contra quién iba este nuevo intento criminal? De seguro contra mí, ya que Pancho se encontraba ausente por urgencias de la campaña. EL VALOR DE UN ENEMIGO En uno de los combates contra los orozquistas, cogieron algunos prisioneros, los que llevaron a presencia de mi marido, y entre ellos uno que había sido su amigo y muchas veces antes se sentó a nuestra mesa. Al reconocerlo Pancho, se dirigió a él personalmente para reconvenirle su deslealtad y el prisionero, por toda contestación, le dijo: "Ya sé que me va a mandar fusilar, pero sí le digo, que si cien vidas tuviera, las mismas emplearía en pelear contra de Ud.". Y mi marido, lejos de disgustarse, dirigiéndose a uno de sus soldados le ordenó: ³Lleve a este señor con el Jefe de Armas y dígale: Que le entregue las armas que le fueron recogidas al hacerlo prisionero, y dirigiéndose al cautivo se expresó así: ³Usted puede irse al campo enemigo para que siga peleando en contra mía. Así me gustan los hombres y le dio la mano´. Y aquel señor se fue. Lo que no supe, es si este hombre en verdad se fue a pelear en contra de mi marido; yo he preguntado por él y no lo he podido localizar. A mí personalmente me tenía ofendida, pues había sido uno de los que alguna vez, vino a buscar a Pancho para aprehenderlo en mi casa, alegando tener la seguridad absoluta de que allí se encontraba. COMO PAGO VILLA UN SERVICIO Fué en los momentos más angustiosos para el pueblo mexicano, pues acababa de pasar la decena trágica. Cuando mi marido en compañía 98
de ocho hombres cruzaba la frontera para encararse de nuevo con la victoria o con la muerte. Su fama de terrible guerrillero le seguía en todas partes. Venía entonces de cruzar las inmensas estepas desoladas del Norte de la República, cuando al llegar a la Hacienda de Santa Clara, Chih., vió, alzarse ante sus ojos los altos muros blanquecinos de la Casa Grande y se encontró con un hombre que de pie, en la puerta de la misma no rehuyó su presencia. El pequeño grupo silencioso se acercó con cautela hasta la casa, al llegar a ella, mi marido con su acostumbrada sangre fría, dijo: "Cómo le va amigo´«.. ¿No me conoce?´. El hombre que se encontraba en la puerta se quedó mirándolo durante unos instantes al cabo de los cuales le contestó que no lo conocía. Mi marido le dijo entonces: ¡Yo soy el bandido Pancho Villa! Después de un corto silencio el hombre contestó con serenidad y con firmeza: Pues yo soy Luis Salas Porras. Al oír aquel nombre Juan Dozal, uno de los acompañantes de mi marido, intervino diciendo: ³¡Ah! entonces tú eres hermano de Juanito Salas Porras ¿no es cierto?´ "Sí, yo soy". Juan Dozal lanzó un suspiro de alivio. El cansancio de las grandes jornadas, la fatiga de las interminables caminatas, les tenían materialmente agobiados; así fue como satisfecho de encontrar una persona conocida en medio de los grandes desiertos, se volvió a mi marido y a sus acompañantes diciéndoles: "Bájese mi General, bájense muchachos. Esta casa es de confianza´. En efecto el Sr. Salas Porras se apresuró a brindarles hospitalidad, invitándolos a cenar. Mi marido aprovechando la hospitalidad que se le brindaba con tan noble franqueza, se dispuso a reparar sus fuerzas. Pidió luego caballos para sustituir los que traían; obsequió a Don Luis el que él mismo montaba desde los Estados Unidos. Después de algunas horas de tregua y ya repuestos, mi marido y sus compañeros, siguiendo su vieja táctica de guerrilleros que se encuentran con más seguridad en el desierto, volvieron a emprender la marcha, no sin antes despedirse afablemente del hombre que con tan buena voluntad los había acogido. Así pasó algún tiempo y mi marido al frente ya de grandes contingentes de tropa, avanzó hacia el Sur. En el combate de Zacatecas, donde se combatió con valor y con denuedo, las fuerzas Villistas hicieron numerosos prisioneros al enemigo. Después de la batalla, Pancho, formándolos en fila, dió orden de que todos los prisioneros que fueran originarios de Chihuahua dieran un paso al frente, cosa que no todos hicieron, porque se supusieron que se trataba de fusilarlos en masa. No obstante eso, algunos cuantos cumplieron lo ordenado; mi marido recorrió sus filas y de pronto, dirigiéndose a uno de ellos, le dijo con firmeza: ³Ud. es Salas Porras, ¿no es verdad? 99
Sra. Luz Corral de Villa y Sr. Francisco Gil Piñón, hijo adoptivo del guerrillero.
El prisionero contestó con un movimiento afirmativo. Mi marido le ordenó: ³Vállase al carro y allí me espera´. En esos tiempos las órdenes de Pancho en las batallas eran sentencias de muerte. No olvidaba los servicios ni tampoco las defecciones o las traiciones. El prisionero, que no era otro que Alberto Salas Porras, esperaba en el carro de mi marido lleno de inquietud, porque en las manos de aquel hombre se hallaba su destino. Cuando mi marido regresó a su carro, tomó asiento y llamando al prisionero de guerra a su presencia, se puso a observarlo detenidamente con la actitud de un Juez que estudia al encausado para dictar su sentencia. Después de algunos momentos de silencio mi marido repuso: - Amigo, yo le debo un servicio a su hermano y ahora tengo oportunidad de pagárselo. - Muy bien, mi General, estoy a sus órdenes. -¿Quiere Ud. darse de alta conmigo?- No, mi General.- No podría hacerlo por dignidad puesto que lo he combatido. - Muy bien.- Habla Ud. con franqueza, pero ahora creo que no le 100
queda más recurso que acompañarme, a donde quiera que yo vaya. Es Ud. mi prisionero. Alberto Salas Porras anduvo con él durante algunos meses. Las grandes alternativas de la lucha le fueron familiares. Conoció numerosos aspectos de la Revolución. Siguiendo por fuerza las falanges batalladoras del Villismo aún en su calidad de prisionero, sintió en muchas ocasiones el peligro que lo rodeaba, hasta que llegaron a C. Juárez, Chih. Y una vez allí mi marido ordenó de nuevo fuera llevado a su presencia. - Amigo, me imagino que Ud. querrá pasarse al otro lado a reunirse con su familia.- Si, lo deseo, si Ud. me lo permite, contestó el prisionero. Bien, vállase Ud.; pero antes de irse llévese esto«..y le entregó un fajo de billetes en dólares. - Gracias mi General, a Ud. le debo la vida; repuso conmovido Salas Porras. Pago una deuda de gratitud, amigo. Vállase libremente al otro lado, y dígale a su hermano que recordando el servicio que él me hizo cuando pasé por la hacienda que él administraba; y sabiendo que los favores no se pagan con dinero, en recompensa va Ud. a quien hice prisionero con las armas en la mano combatiéndome. Los familiares del Sr. SaIas Porras, residían en El Paso, Tex., y en realidad al prisionero que volvía sano y salvo de las manos del temible guerrillero ya lo habían dado por muerto, pues sabían que había caído en poder de las fuerzas de la División del Norte. La alegría que reinó entonces en aquella casa fue verdaderamente indescriptible. La madre del Sr. Salas Porras, que ya lo daba por muerto, temblando de emoción escuchó de los propios labios de su hijo la historia de los últimos meses y la forma en que se había salvado de morir atravesado por las balas enemigas. Y entonces en el silencio del hogar ocurrió algo solemne. La madre de la familia Salas Porras llamó a todos sus hijos y les dijo con ternura: ³Hijos míos: hasta este día se habló una palabra mal de Francisco Villa en esta casa. Y aun más, les voy a suplicar que no permitan que nadie en presencia de Uds. se exprese mal de él´. Todos ofrecieron hacerlo así, obsequiando los deseos de una madre agradecida. VILLA ALEGRA EL HOGAR Cuando mi marido tomó Saltillo, se hospedó en la casa de un señor cuyo nombre no recuerdo. Este señor, quien vivía solo en su casa tenía una cantidad enorme de pájaros y al enseñarle todas las habitaciones de las que sin duda era una mansión señorial, después de visitar los patios, las 101
caballerizas, las cocheras, le obsequió un coche, que a mi juicio era especial para cazador, porque en sus lados tenía grandes cestos donde guardar escopetas y los utensilios de caza y al centro, ostentaba un enorme parasol. Mi marido agradeció el obsequio; y al dirigir su vista a los pájaros dijo: "Si mi mujer viera esto se encantaría". El dueño de la casa le ofreció mandar una pajarera, coleccionando las distintas clases de pájaros para que se me enviara; a lo que recordaron que un empleado de la casa vendría personalmente a hacerme entrega de aquel obsequio. Un día se me presentó un señor para hacerme entrega de la jaula que contenía canarios, palomitas de java, frecitas, periquitos de Australia y otros muchos que serían en total como ochenta pájaros y con el portador me envió una carta donde me decía: "Con el señor Siller portador de ésta, te mando una jaula con pájaros; quisiera estar presente a la hora que los recibas, para ver el gusto que te causará, y más al oír sus diferentes cantos". Y esto me recuerda cuando estando en Aguascalientes, Ilegó el General José I. Prieto de Uruapan, quien le traía un tronco de caballos que le obsequiaba un señor de los potentados de aquel lugar. Al llegar a donde estaba mi marido, los rodearon todos los jefes para admirarlos, tanto que el General Fierro, alegando que le habían matado el suyo en uno de los combates, aseguraba no tener más que el que le había regalado el torero y militar Vicente Segura; pedía uno para reponer el que le faltaba, otro General pedía el segundo alegando cosa parecida y mi marido les dijo: ³Para que no haya discusiones, ese tronco de caballos se lo voy a mandar a la Güera para su calesa´ Y así ya no hubo quien protestara y el tronco de caballos me fue enviado a ésta. Siempre que recibía un regalo de él, no sé que es lo que me causaba más satisfacción, si el valor del objeto regalado o el servicio que éste me iba a prestar, o el regocijo que sentía al saberme siempre recordada por él. Lo que nunca se me olvidará, es una vez que acababa de tomar mi almuerzo, cuando me anunció el Oficial de Guardia, que me querían ver el Dr. Silva, el Dr. Garza Cárdenas y el Lic. Díaz Lombardo. Ordené que les pasaran a la sala mientras yo me arreglaba, pensando entre tanto ¿Qué comisión traerían cerca de mi?. Curiosa como toda mujer, apresuré mi tocado para estar pronta con aquellas personas, pues no me imaginaba la sorpresa que me traían. Después de los saludos de rigor, cogió en sus manos el Dr. Garza Cárdenas un estuche de terciopelo diciéndome: ³El General después de saludarte muy cariñosamente, te manda este obsequio, pero hemos acordado no entregártelo, hasta que no adivines qué es´. Me imaginé que sería una alhaja, o algo por el estilo, y al hacérselos saber me dijeron que no. Viendo que no adivinaba, abrió el estuche, de él sacaron una cajita y mi curiosidad no tenía límites, pues la cajita era de oro, tenía como diez cms., de largo por cinco de ancho y dos y medio de alto; la tomé en mi mano, la 102
examiné, ví que por el reverso tenía una combinación para dar cuerda; busqué la llave y la encontré en un departamentito del mismo estuche. Le dí cuerda, pero mi imaginación no llegó a más. Ante mi desesperación por no llegar hasta el fin de aquel problema que se me presentaba, el Sr. Lic. Díaz Lombardo se acerca y mueve un broche casi imperceptible; se levanta una tapita ovalada que hay en el centro de la caja, sale un pajarito hecho de plumas igual al "Siete Colores", canta imitando el canto natural de los pájaros, acaba de cantar, se mete y se cierra la puerta. Ellos me dijeron: Una mañana, estando en el carro con el General, una persona proponía en venta este objeto a los jefes que estaban con él y uno de nosotros entra y le dice: "Mire mi General, esta curiosidad, la vende un señor que espera en el estribo del carro; dice que es alemán, que tiene urgencia de salir a su tierra, a cumplir con su deber como soldado". Vió mi marido lo que era, preguntó el precio, ordenó que la pagaran diciéndoles: "Ahora van a ser Uds. los comisionados de entregar esto a la Güera". Mi entusiasmo fue mayor, cuando me dijeron que no vaciló en comprar aquel objeto para mandármelo, pues fue su primer pensamiento. Otra sorpresa para mí, fue una mañana, la del 25 de diciembre de 1914. Estando haciendo los preparativos para irnos a repartir ropa y juguetes a los niños pobres, en el Teatro de los Héroes, pues teníamos colocados como 5,000 boletos, y el reparto empezaría a las once, cuando en los momentos que nos disponíamos a salir, llegó el ahora Sr. José Bouché, entonces un chamaco mensajero, que andaba siempre en el tren de mi marido, con una enorme caja diciéndome: "Aquí le manda esto el General, de aguinaldo" y al abrirla, iQué sorpresa! un juego de pieles compuesto de tres armiños. Luego que me puse mis pieles me sentí feliz, como el chiquillo que ha hecho una buena acción, para tener derecho a pedirle al Niño Dios su juguete en la Nochebuena y yo creía que aquél fuera el premio de haber estado por casi dos meses confeccionando ropa, con más de veinte muchachas para repartirla en la Navidad, pues precisamente en esos días había venido Pancho, para ir a conferenciar con el General Scott a C. Juárez, y al ver que tenía una pieza llena de telas y tantas muchachas confeccionando ropa, me preguntó si íbamos a poner una tienda y al decirle lo que estábamos haciendo para los niños y la gente pobre; se quedó pensativo y me agregó: ³Me imagino que no necesitarán solamente ropa sino que también necesitarán de comer. Ahora que regrese te voy a mandar unos carros de comestibles para que les repartas a esos niños.´ Acordamos hacer en sacos el reparto y pensamos en las casas humildes, en el socorro a los más necesitados. Aquel día fue para nosotras de mucha satisfacción al ver alargar tantas manos y cuando recibían sus aguinaldos, volvernos la cara sonrientes para agradecérnoslo. En esos mismos días, como a mediados de enero, llegó mi marido de paso para C. Juárez y cuando terminamos de almorzar llegó el Gobernador 103
y el Tesorero, estuvieron cambiando impresiones con él, pues tenían que salir antes de mediodía para C. Juárez y al irse a despedir de mí, se acerca Trillito y le dice: "Mi General, ¿Y el regalo que le traía a Lucita?´ -vaya pronto a traerlo -dijo Pancho- está en la caja fuerte del carro; y a los pocos momentos llegó Trillo con un pequeño estuche en la mano. Eran unos aretes de un brillante cada uno y yo, loca de alegría me los puse inmediatamente, pues no esperaba ese regalo, dado que hacía unos cuantos días, acababa de recibir el aguinaldo que él me había mandado. Ya estando sentado en su coche para irse a la estación, tal vez adivinó mis deseos y se quedó viéndome, cuando me dice: Güera, ¿Quieres ir conmigo? A lo que yo le contesté, que sí. Bueno, -dice- pero pronto, mas como yo siempre tenía mi veliz preparado para un viaje imprevisto, no hice más que gritarle a mi camarera y ya estaba lista y con el abrigo en la mano. Fue cuestión de unos cuantos minutos y volteó Pancho fijándose en uno de sus acompañantes para luego comentar: ³Que bien se ve que eres esposa de un soldado y que tienes que tener la mochila a la mano´ y emprendimos el viaje. Yo iba satisfecha de poder lucir mis aretes al lado de mi marido. A nuestro regreso de C. Juárez, pude mostrarle muchos otros regalos que había recibido en Nochebuena y Año Nuevo: entre ellos una vajilla de plata, regalo de la familia Vargas; un estuche de viaje, regalo del General Aguirre Benavides; un biombo oriental y una kimona japonesa, regalo de Don Lázaro de la Garza; todos ellos regalos costosísimos que conjuntamente importaron por un costo de no menos de $25,000.00. Yo ufana le enseñaba a mi marido uno por uno; le ponía un precio aproximado a cada objeto; le decía el nombre del obsequiante y él muy atento me escuchaba, es que en su viva imaginación, analizaba mis palabras y se hacía cargo de que yo, sabía muy bien que todos aquellos regalos me los hacían por él. Por un momento se quedó pensativo y luego me dice: "Güera, yo quisiera que si mañana o pasado, nos ven en malas condiciones, hubiera siquiera quien te saludara con cariño; ahora nos dan una sopa de nuestro propio pan". Hoy, con el transcurso del tiempo, veo que mi marido tuvo razón, porque los que me hicieron regalos en aquella época, hoy no le saludan, ni saben si vivo; pero eso no me preocupa porque ya lo sabía, me lo había dicho él, por eso no me afecta; pero de los otros, de los que con él lucharon por cariño y por igualdad de sentimientos, de esos todavía recibo las muestras de cariño, que tuvieron por su Jefe y aún guardan para mí. Lo mismo los he recibido de un General, que de un soldado; y para ellos es toda mi gratitud, porque con ellos recuerdo las épocas que fueron malas, después buenas; cuando llego a la cúspide y cuando vino al descenso, pero 104
siempre guardando en el corazón, un recuerdo para quien fue su Jefe. Así me explico por qué quienes al lado de él se hicieron ricos, que desparramaron el dinero a puñados en el extranjero, sólo lo recuerdan para denigrarlo, para decir que fue un bandido, que mató, que robó, que cometió errores, como si con tales afirmaciones pretendieran destruir el gusano roedor de sus propias conciencias, que debe gritarles su deslealtad. Estos ingratos nunca podrán gozar de su abundancia económica, ni llevar su sombrero a media cabeza. Ya me daré tiempo para hablar de uno de ellos. PANCHO VILLA DA LECCION A UN AMIGO Una de tantas veces que mi marido llegó del Sur, venía acompañándolo un amigo a quien siempre había distinguido con su amistad, pues él me había contado antes que el padre de este señor, había sido un protector en su niñez. Este caballero acompañábase de su hermana, una señorita como de veinte años y dos chamacos hijos suyos. Después de los saludos acostumbrados, nos pusimos a platicar y en un momento en que él estuvo meditando sobre algo, se dirige a mí, y me dice: "Güera, ¿Cuánto dinero en dólares tienes que me prestes? Yo me levanté y fuí a traer dos cheques, uno por quinientos dólares y otro por seiscientos que me había entregado un señor Cabello Siller, que tenía negocios con mi marido. Los cogió en su mano y le dijo al señor que había llegado con él: "Tenga, José, para que mande sus chamacos a un Colegio a Estados Unidos". Mi marido se quedó pensativo; en su interior estaba estudiando, según lo confirmé después, cómo le daría una lección a su amigo. Me levanté para dar órdenes y al regresar con mis visitantes volvió a decirme: "Oye, Güera, esta tarde tengo invitados a cenar con nosotros y les he prometido cenar tamales, recordando que tú los haces muy sabrosos" lo que yo le ofrecí que sus invitados cenarían tamales. Me levanté y me interrumpe: "¿A dónde vas?" Voy a dar órdenes sobre qué se debe preparar para la cena. Cogí mi teléfono, ordené que me mandaran lo que necesitaba para el caso; volví con mis visitantes para anunciarles que estaba la comida, y después de comer se retiraron a sus piezas, mientras yo iniciaba personalmente la tarea para cumplimentar los deseos de mi marido. A la hora de cena, viendo que no había llegado ninguno de los invitados que él me había anunciado, nada más que los visitantes nuestros, fui y le dije: Ya están los tamales listos para la cena. Se acercó a mi, rodeó mi cintura con sus brazos y dirigiéndose a nuestro huésped, le dijo: ³Ya ve amigo, estas son mujeres, no como la suya, que después de ponerlo en vergüenza lo maltrató aquella vez que me invitó a comer en su casa; las mujeres las hacemos los hombres; yo ya sabía que mi mujer me complacería en esta vez como siempre lo ha hecho; pero Ud. se casó con una mujer rica y a cada momento tratará de humillarlo como lo hizo; espero que esa será la 105
última vez, puesto que ya Ud. se trajo a sus hijos´. Ya en nuestra recámara, me platicó Pancho por qué le dió aquella lección a su amigo, que él tanto quería. Ahora que estuve en Durango -me contó- fue a saludarme José y me dijo: "Vamos a comer a mi casa". Yo acepté la invitación y me fui con él. En su casa siempre me habían visto como de la familia; pero a su esposa yo nunca la había tratado. Llegamos y le hizo saber a su esposa que me había invitado a comer, ella lo llamó a otra pieza y le ha dicho tantas cosas, entre otras, que por qué llevaba invitados a comer, que ella no era criada de nadie y cosas por el estilo. Yo, habiendo oído todo eso, cuando él regresó a donde yo estaba le dije: Mira, José, no recordaba que tengo cita urgente y ya es la hora de acudir a ella y te suplico me excuses, pero antes de irme vendré a comer contigo. ³Yo comprendía el apuro tan grande en que estaba mi amigo; me suplicó que me quedara y yo insistí en irme, lo que logré al fin. Las cosas llegaron a más entre este hombre y su esposa, pues él me fue a ver más tarde para decirme que se quería venir conmigo a Chihuahua, trayéndose a sus dos hijos y a su hermana. Al día siguiente salieron de Durango, dándoles yo facilidades para el viaje, y así es como ellos han llegado a ser huéspedes de nuestra, casa.´ Pancho aprovechó la oportunidad de ayudar a su amigo en aquellas difíciles circunstancias en que se encontraba y al mismo tiempo le dió la lección que dejó escrita. DEFECCIONA UN GENERAL La familia del General José Isabel Robles, como de otros de los jefes villistas, estuviéron algún tiempo bajo mi custodia. La familia estaba compuesta del señor y la señora, padres del General, tres hermanas señoritas y como tres o cuatro jóvenes. A su salida del General me dijo: "Señora, le voy a mandar a mi familia, y quiero, que las muchachas no vayan a ninguna parte, principalmente a bailes, sin consultarlo con Ud." Yo agradecí mucho esta atención del General y al mismo tiempo consideré que era una responsabilidad, de la que tenía que darle cuenta; nunca pensé llegar a tener un disgusto, pues se trataba de respetable familia, donde desde el más chico hasta el más grande, conocían sus deberes. En tales circunstancias, estando el padre de ellos en Aguascalientes, un día recibí un telegrama firmado por su hijo Refugio, donde me suplicaba, que mandara a la familia por encontrarse el señor grave. Me fuí inmediatamente a ponerme al habla con la familia, me hicieron saber sus deseos de irse inmediatamente y al dar orden para que se les pusiera un tren especial, resultó no haber ni una máquina disponible, por lo que tuve que mandarlas en el tren de pasajeros, suplicándole al Sr. General Macrino Martínez, Jefe de las Armas en Torreón, se pusiera una máquina con un carro especial, para que a la llegada del tren de pasajeros, condujeran a la familia Robles a su destino. El Sr. General Macrino Martínez, estaba indeciso en cumplimentar mi solicitud, y transcribió mi telegrama a Pancho, quien le contestó: ³Si mi 106
esposa ha ordenado eso, suplícole cumplimentar su deseo´ y el tren fue puesto y la familia Robles llegó sin demora a su destino. Al siguiente día, el Sr. General Robles, se declaró enemigo de mi marido. Ya me imaginaba el disgusto tan grande que tendría y con justa razón, pues parecía que yo había contribuido a que aquello sucediera cuanto antes; ya esperaba la filípica de mi marido y así fue, en la primera entrevista que tuvimos, me dijo aunque no en tono de disgusto: ³Güera, qué bien lo haces, ayudándole a mis Generales a que se me volteen; si no hubieras tú mandado a la familia en tren especial, tal vez el General no se hubiera volteado´ a lo que yo le contesté: Mira, debes de agradecerme, que así lo haya hecho, pues el General Robles de todos modos se hubiera volteado; otros también lo han hecho y tienen sus familias aquí en Chihuahua, pero en este caso, yo tenía una responsabilidad moral, por tener a la familia a mi cargo; si el General se voltea y ella queda a nuestro lado, sin poderlo evitar ni tú ni yo, le hubiera pasado algo y creería el General, que había sido una venganza. A lo que él me repuso. "Siempre has de tener tú la razón; basta con que tú lo hayas hecho, para que esté bien´. Más tarde, por una familia amiga de los Robles y mía, supe que la señora siempre que se trataba de mi marido y de mí, se expresaba en términos encomiosos y lamentaba lo que su hijo había hecho, deseando nunca encontrarnos, porque ella se moriría de pena al recordar la mala acción de su hijo. UN VIAJE QUE NO SE REALIZO Como es de suponerse, nunca me faltaban motivos para discutir con mi marido y aunque ahora siempre estoy dándoles consejos a las señoras casadas, de que no hagan caso de lo que les digan de sus esposos, debo de confesarlo, que yo en casos muy excepcionales lo hacía y no fueron injustas mis reclamaciones, y hasta debo confesar también que en alguna vez que le ofrecí a mi marido no volverle a decir nunca nada, diciéndome: "Eso si, no: la mujer que no cela a su marido, no lo quiere. Además; es tan bonito pelearse uno con su mujer, porque cuando se contenta es otra luna de miel". Esto me recuerda una ocasión en que, por causas baladíes nos disgustamos, y llegó a tanto su enojo, que mandó llamar a Jacobo su maquinista, y le ordenó que pusiera una máquina, con un carro en la vía del Noroeste, y en seguida mandó llamar a Martinita, su hermana, y le dió orden para que se quedara en la casa, se hiciera cargo de los criados y de todo; más tarde, cuando llegó Jacobo, le comunicó que ya estaba, el tren puesto y me dice: ³Arréglate para que te vayas a San Andrés, con tu mamá, pues no te conformas con que sepas que yo ando luchando y con mi cabeza llena de preocupaciones, vengo a mi casa a descansar, y te encuentro disgustada por chismes de viejas que vienen a ver que te sacan´, contestándole: Si tú quieres que me vaya a mi casa, para no seguirte molestando, está bien; pero has de ser tú quien vaya a entregarme con mi madre y tendrías que darle una explicación por qué me llevas a mi casa y además, yo no me voy, 107
pues una mujer cuando comete algo censurable, se le castiga según la proporción de su falta, pero no se le da la calle, y el que quedará en ridículo eres tú, pues no todos van a creer que fue por una cosa insignificante; así es que, mira, yo me quedo en mi casa y tú puedes irte a la calle, o donde te plazca y cuando tú necesites algo, ya sabes que a la hora que vengas, me encuentras en la casa, porque hasta hoy no dirás que alguna vez has llegado y no me has encontrado, y así tú estarás en tu lugar y yo en el mío y la gente de afuera no se dará cuenta de lo que pasa entre nosotros. Después de mucho discutir, ordenó que retiraran el tren de su lugar y a Martinita le dijo, que ya todo había pasado y que podía irse a su casa. Una vez más me dí cuenta, de que era cierto, lo que él había dicho sobre lo que significa enojarse con su mujer«. Esta lección no la echó en saco roto, como vulgarmente se dice, pues en cierta ocasión uno de sus hermanos, acordó que en la parte de arriba donde decía ³Quinta Luz´, se cambiaran las letras y se pusieron ³F.V.´ que eran las iniciales de mi marido; pero cuando él volvió y se dió cuenta del cambio hecho, le ordenó a Don Santos, que quitara aquellas letras y pusiera las que él había ordenado desde un principio diciéndole: "Dígale a mi hermano, que yo ordené que se pusiera ese nombre, porque esta casa es de mi mujer, y por lo tanto lleva su nombre; pero que si él gusta, puede ponerle a la calle mi nombre, pues esa sí es mía". Yo luego recordé las palabras que le había dicho, cuando pretendió que me fuera a San Andrés. Intimamente agradecí me demostrara con su proceder, que no se le había olvidado mi lección. Por éste y otros muchos motivos verán mis lectores, que el recuerdo de mi marido sigue hoy siendo tan grato como lo fue ayer. DONDE REVELA FRANCISCO VILLA EL CARIÑO POR LOS NIÑOS En una ocasión venía, con su escolta de los "Dorados", que eran como doscientos aproximadamente, por el Paseo Bolívar, y al llegar frente a la casa del Sr. Gabriel Ayub, su hijo de 4 a 5 años, atravesaba la calle montado en un borrego y al ver mi marido el peligro en que estaba el niño, ordenó que se detuviera toda la escolta, para dar tiempo a que el rapazuelo entrara a su casa. Tal vez en aquel momento su instinto paternal le recordó alguno de sus hijos y esto me obliga a pensar: Francisco Villa no era el hombre sin corazón, que en esta época han tratado de pintar todos los escritores, que se están ocupando de él. Como verbi gracia: en el libro del Sr. Muñoz, "Vámonos con Pancho Villa", donde aparece que Villa mata a la esposa y a la hija de Don Tiburcio, para que él se vaya con Pancho y no tenga que pensar más en su familia.
108
El Gral. Villa y el Corl. M iguel Trillo, su Secretario Particular, quienes parecen decir: "Dejad que los niños se acerquen a mi".
Francisco Villa y Gustavo M adero, en el asedio a la Plaza de C. Juárez, Chih., en ma o de 1911.
109
LOGREROS DE LA REVOLUCION El Jefe de la División del Norte esperaba confiado el envío de parque, para empezar el combate. Mientras estaban los combates en Celaya y todo mundo creía que sería el decisivo, a Pancho le faltaban municiones; y era que el encargado de comprarlas, no se daba gran prisa en el envío de ellas, alegando que le faltaba dinero. Era en abril de 1915. Una mañana llegó Hipólito Villa y Carlitos Jáuregui y me dijo el primero: Güera, vengo a que me preste el dinero que tiene Ud. guardado para comprar sus muebles de la "Quinta Luz". Tal vez ellos creían que eran algunos cientos de miles de pesos y le contesté: Tengo sesenta mil pesos oro nacional, que he ido ahorrando efectivamente para comprar los muebles de mi casa que ya están por terminar. Luego él explicó: "Don Lázaro de la Garza, tiene contratada una compra de parque, pero no le completamos lo que necesita para hacernos la remesa´. Yo hablé por telégrafo con mi marido, para decirle del préstamo solicitado y él me contestó: "Préstaselos, si tu quieres; pero que se comprometan a pagártelo en treinta días". El dinero les fue entregado y como el asunto era urgente, estarían en esta ciudad sólo unas cuantas horas y se regresaron a C. Juárez. Se le mandó al encargado de comprar el parque, algunos cientos de miles de dólares que, sumados a otras remesas, hacían más de un millón de pesos; y apoderándose de esta fortuna el tal encargado, sin asomos de escrúpulo moral, se quedó viviendo en los Angeles, Cal., como un magnate, mientras Villa quedaba en México con el estigma de bandido. Todos sus esfuerzos fueron inútiles, pues los jefes, viendo la falta de elementos, en la derrota de Celaya, se empezaron a voltear, aún los Generales que él más quería y que se habían formado bajo sus órdenes, los que se habían enriquecido al lado de él, yéndose unos al extranjero y otros pasándose al enemigo. En estas condiciones, él llegó a Chihuahua, para reorganizar la poca gente que le quedaba, haciendo una nueva tentativa para disputarle la victoria al enemigo. Salió por la Sierra con muy pocos elementos, llevando una pesada artillería y el desaliento pintado en la cara del que lo acompañaban. En el camino se enteró que el Presidente Wilson, había reconocido al Gobierno de Carranza y al llegar a los límites entre Sonora y Chihuahua, que con permiso de Washington, habían pasado tropas Mexicanas por territorio americano para combatirlo. Con esto creyó el enemigo haber terminado con la División del Norte, pero no fue así, el Jefe de ella, con la poca gente que le quedaba, regresó a ésta. Y es mi opinión que el fracaso que sufrió mi marido tanto en Celaya como en Sonora se debió primeramente a la mala acción del encargado de proveerlo de parque; a eso se siguió el sinnúmero de traiciones de los jefes; y por último, al reconocimiento de Carranza por el Gobierno de los Estados Unidos. Esto fue lo que desmoralizó a los pocos que le quedaban; pero su 110
Jefe no los abandonó y se quedó en su patria a seguir luchando, ya no sólo con el enemigo de casa, sino más tarde con una llamada Expedición Punitiva de la que hablaré a su debido tiempo. Pero no fue el Sr. De la Garza el único que lo defraudó y traicionó a Villa en los momentos más apremiantes de la lucha, sino que hubo otros que estimulados por el mal ejemplo, también se aprovecharon de la confianza del guerrillero para alzarse, según la gráfica expresión de nuestro pueblo, "con el santo y la limosna". Entre estos hay algunos que ostentan hoy altas jerarquías en el Ejército, cuyos nombres me reservo para no herirlos, y menos aun cuando he observado que después de muerto su Jefe, le guardan gratitud y respeto a su memoria. A principios de diciembre, supimos que mi marido regresaría a Chihuahua, para juntar la gente que aún le quedaba, entregar la Plaza al enemigo y saber con cuántos hombres contaba; pero ya no para establecer en una Plaza, sino para andar como él decía: "Asalto de mata" ¿Con quiénes? ¿Con cuántos? Con los que le permanecieran fieles. El día 14 de diciembre recibí un telegrama en C. Juárez donde me encontraba, puesto a bordo de su tren en el Noroeste, donde me decía: "Vénganse inmediatamente a Chihuahua". Violentamente hicimos los preparativos del viaje, habiendo llegado casi juntos y entonces, por primera vez, fuimos a instalarnos a la "Quinta Luz" allí acordamos que en vez de irme a radicar a Los Angeles, Cal., como habíamos pensado antes y teniendo ya una casa rentada allá para un caso ofrecido, me ordenó nos fuéramos a Argentina, la familia del General Medinaveytia, la familia del General José Rodríguez y como familiares nuestros, su hermana Martinita Villa y su hermana política Paula P. Vda. de Villa; su hermano Hipólito y la familia de éste. Total: como unas treinta personas. Como tenía que ir a un país a donde no había radicado nunca, para comprobar la legalidad de mi matrimonio, mandamos sacar una copia del acta del pueblo donde nos habíamos casado; pero habiendo sido destruidos los archivos se levantó una información testimonial de nuestro matrimonio efectuado en 1911 y así poder pasar por los países que necesariamente tendríamos que atravesar. Al despedirnos y hacernos los últimos encargos me dijo Pancho: "Güera, hasta dentro de cinco años nos volveremos a ver«´ Contestándole: Si tu quisieras que nos quedáramos en alguna parte de Estados Unidos, sería más fácil vernos con frecuencia y aún estar en comunicación constante. Y él agregó: "Estoy de acuerdo en lo que me propones, pero yo estaré más tranquilo sabiendo que radican en otro país que no sea Estados Unidos, porque el Gobierno Americano, desde hoy será enemigo de la revolución, puesto que ha reconocido al Gobierno de Carranza´. Pancho guardó un momento de silencio y luego prosiguió: 111
³Güera, prométeme cumplir un encargo que te voy a hacer´. Yo le contesté: Si está a mi alcance te prometo que cumpliré. A lo que él repuso: "Si yo llegase a morir en alguno de los combates, alguna persona se encargará de enterrar mi cadáver y cuando tu regreses a México, harás las gestiones necesarias para traerlo a la capilla que mandé construir en el Panteón de la Regla y que de antemano designé con ese objeto". Te prometo hacerlo, le contesté. Después de muchos encargos que me hizo, acerca de sus hijos, Reynalda, su hija mayor, que contaba entonces dieciséis años, y la cual habíamos mandado al colegio, a San Francisco, Cal., junto con su sobrina Susana Martínez, y de los dos que me acompañaban a mí; Micaela, de seis años y Agustín de tres, salimos de ésta el 17 de diciembre con órdenes de dirigirnos inmediatamente a New Orleans, para de allí embarcarnos a La Habana, pues él tenía dispuesto ya entregar la Plaza pacíficamente, para cuyo objeto comisionó a Don Silvestre Terrazas, a fin de que saliera a conferenciar con el General Cruz Domínguez, quien venía a la vanguardia de las tropas que se acercaban a Chihuahua. Tal como él nos lo ordenó lo hicimos; llegamos a Juárez el día 18, pasamos a El Paso, Tex., al siguiente día y de allí salimos a New Orleans. En el camino nos pasó un caso curioso, que yo creía que nada más en México sucedía. En el transcurso de nuestro viaje y en uno de los puntos que tocamos tuvimos que demorar como diez horas, porque delante estaba un tren descarrilado; los periódicos todos hablaban de Pancho Villa, y no faltó, quien dijera que allí íbamos nosotros y como uno de los trenes que se había detenido allí, era, de turistas, y todas aquellas personas se interesaban por saber algo de Francisco Villa, para complacerlos, les conté algo acerca de mi marido y a todos les escribí un autógrafo, ya en su tarjeta, ya en su cartera, en un libro de apuntes, en fin, en cualquier papel que me presentaban. Después de diez horas, o más, se reanudó la marcha habiendo llegado otro día a New Orleans. Cuando pasamos por San Antonio, Tex., me esperaban algunos reporteros y aunque era una hora indispuesta como las doce de la noche, me ví obligada a complacerlos, pues ya sabíamos y así me lo confirmó el Sr. Don Manuel E. González que era nuestro interprete, quien me dijo: "Si no los atiende, mañana la ponen nueva en los periódicos" Igual cosa tuvimos que hacer a nuestro arribo a New Orleans. En este populoso Puerto, me entrevistaron no menos de veinte, entre corresponsales y reporteros y lo que más me molestaba era, que ninguno quería creer que yo era mexicana; alegándome que porqué tenía mis ojos azules y el pelo claro; que por qué era güera; dándome cuenta que más al centro de los Estados Unidos, esperan ver a la mexicana una mujer morena, de ojos negros, con su par de trenzas, descalza, con sus enaguas de colores chillantes, su rebozo multicolor, con sus moños en las trenzas, arracadas enormes y con collares de distintos colores, como las que retrata 112
el turista que viene a México y sólo va a presentar a su país las lacras del nuestro. Al siguiente día las noticias de los periódicos eran: que había llegado la familia de Francisco Villa, trayendo enormes petacas con dinero y alhajas y que más tarde vendría el guerrillero a reunirse con nosotros. No obstante haber desmentido tanto estas noticias como otras por el estilo, siguieron en la creencia de que Pancho Villa como otros Generales de la División del Norte, cruzarían la Frontera para radicarse en algún país europeo, dado que mi marido había roto sus relaciones con el Gobierno Americano desde que éste reconoció al Gobierno, Carrancista; afirmando también que todos sus compañeros lo habían abandonado, quedando por tal motivo imposibilitado para seguir luchando. Pero no era así, yo estaba segura que mi marido no cruzaría la frontera, para ir a ningún otro país.
En el viejo panteón de "La Regla", de Chihuahua, Chih., se alza artística y majestuosa, la Capilla que mandó construir el General Francisco Villa, expresando su deseo de que, al morir, descansaran allí sus restos.( mas nunca imaginó que su ultima morada sería en el onumento a la Revolución al lado de los restos de M adero a quien M tanto reverenció, y de Carranza su mas odiado enemigo).
113
El 25 de diciembre, nos embarcamos rumbo a La Habana en el vapor "Atenas", habiendo recibido muchos regalos de Navidad antes de salir del hotel. El vapor "Atenas", era el más bonito de la War Line y recibimos una grata impresión al embarcarnos; pero apenas habíamos acabado de hacerlo, cuando notamos la falta de dinero y que por un descuido habíamos olvidado en el hotel. El susto fue terrible, pues 20,000.00 dólares era lo único con que contábamos, siendo el encargado de ellos Gonzalitos, quien inmediatamente abordó el primer automóvil que encontró, para ir al hotel a recogerlos; caminando con tan buena suerte que en el momento de desprender las escaleras para que el vapor se pusiera en marcha, llegó el, demostrando en su semblante la alegría que le había causado al encontrar el dinero. Así continuamos nuestro viaje a La Habana, adonde arribamos el día 27. Dos o tres horas antes, experimentamos el gusto que ha de recibir toda persona que durante algunos días no la rodea mas que cielo y. agua, al divisar una parvada de aves marinas, indicios de que se va a llegar a tierra. Tuvimos en esta travesía un poco de mala suerte por el mal tiempo, a lo que
La Sra. de Villa en el destierro, rodeada de los hijos del guerrillero, Agustin y icaela, y de la pequeña M aría Luisa, hija de Hipólito Villa M
114
La Sra. de Villa, al arribar La Habana, con un grupo de familiares de su esposo que la acompañan en su voluntario exilio.
los marinos llaman ³mar picado´. Media hora antes de llegar al muelle, varias barcas se desprendieron, para ir a encontrar el vapor; una era de migración, otra de sanidad y la última con reporteros y corresponsales de distintos periódicos. Tras de venir tan trastornados por el mareo, oír aquellos hombres que cada uno quería ser el primero a quien le fueran contestadas sus preguntas, era algo para pensar uno que la iba a meter en un embrollo. A esto hay que agregar, los fotógrafos, que al tomar sus instantáneas de tal manera desfiguran que al verse en los periódicos ni uno mismo se conoce. AI llegar al muelle, después de haber pasado por la Migración y tener por algunos minutos que soportar la inspección a que todo viajero está sujeto en esta Isla para poder desembarcar o ir a Triscornia a pasar la cuarentena, llegamos sin novedad. Nos esperaba una cantidad enorme de gente atraída por la curiosidad de conocer a la familia de Pancho Villa; primeramente por la fama del guerrillero, después porque muchos creían que él iba con nosotros disfrazado, pues por éste habían tomado a un sacerdote de apellido Pimentel que se embarcó junto con nosotros en New Orleans y que iba desde C. Juárez, precisamente que por tener simpatía por Pancho emigraba a otro país, dirigiéndose a Costa Rica; de ahí que los 115
corresponsales avisaron que era Pancho Villa quien había tomado otro nombre para poder pasar por Migración.
La Sra. de Villa se ve acompañada de la Srita. Reynalda, y de los niños icaela y Agustín, hijos del General. M
116
Otra plaga nos esperaba en el muelle: los agentes de los hoteles. Después de escuchar tanto relato que nos hacían elogiando las comodidades que prestaban las casas que cada uno representaba, optamos por ir al hotel América que desde el camino alguien nos había recomendado, como el más serio y especial para familias. Abordamos algunos automóviles y al llegar al hotel nos dimos cuenta que algunos otros nos seguían. ¿Por qué sería ¿Por simpatía a los mexicanos, por simpatía al guerrillero a quien creían entre nosotros, o por simple curiosidad? Tomamos nuestros alojamientos y el dueño del hotel nos dijo: "Si traen valores, en alhajas o en dinero, está la caja del hotel a su disposición; aquí deben tener mucho cuidado, muy especialmente con los niños, pues se acaba de dar un caso de plagio exigiendo por el rescate del menor una gran cantidad". Desde ese momento doblamos el cuidado con los hijos de Pancho, Micaela y Agustín; pues estando en la creencia de que llevábamos algún efectivo, podía darse un caso semejante al anterior. Después de descansar un momento, bajamos como a las siete de la noche a tomar nuestra comida, porque allá no se acostumbra pedir cena. Se toma un ligero desayuno en la mañana; entre once y doce del día, almuerzo; entre cinco y seis de la tarde, la comida fuerte. Al penetrar al comedor nos dimos cuenta de que las ventanas que dan para la calle estaban llenas de curiosos y en el interior del comedor había varios fotógrafos, que no habíamos advertido hasta que nos enfocaron las cámaras y prendieron el acetileno. Nos retiramos más tarde a nuestro departamento a descansar, y en verdad diré que no pude conciliar el sueño pensando como iría a ser nuestra nueva vida. Estábamos en la mitad del camino, pues teníamos órdenes de radicarnos en la Argentina. Hipólito Villa, no nos acompañaba, fue aprehendido en el camino de New Orleans, y por tal motivo acordamos permanecer en aquella Isla, hasta que él pudiera reunirse con nosotros. A los pocos días después llegó resolviendo con él quedarnos definitivamente en ese lugar. La cariñosa acogida de que fuimos objeto a nuestra llegada a la Isla, nos dejó una gran impresión, siendo la causa porque optamos en permanecer allí hasta nuestro regreso a la patria. UNA INVITACION DE HONOR El día 28 de diciembre, recibimos una comisión del teatro Principal, para invitarnos a que asistiéramos a la función de esa noche, pues se representaba a "Don Juan Tenorio", y por ser día de los "Inocentes" estarían los papeles de los protagonistas de la obra, cambiados. En los programas se había anunciado ya nuestra asistencia como invitados de honor, y excuso decir el alboroto que había entre los espectadores, y el temor que nosotros teníamos por no saber a qué se debía aquel agasajo; si por simpatía, si por 117
simple anuncio para atraer más gente, o acaso porque entre los asistentes habría enemigos de mi marido o de la causa que él defendía, inquietándonos esto último por los comentarios que provocaría nuestra presencia en aquel coliseo; pero mis temores fueron desvaneciéndose cuando en el curso de la representación de aquella obra y cuando era oportuno, los artistas mencionaban el nombre de "Francisco Villa" y el público aplaudía. Todo mundo miraba a nuestra platea, agradeciendo con una sonrisa aquella muestra de simpatía. Terminada la función, nos acompañaron nuestros anfitriones hasta la puerta y abordamos los automóviles, regresando al hotel, cada vez más. impresionados de ver aquellas demostraciones tan espontáneas de cariño hacia el guerrillero que a tantas leguas de distancia sostenía la bandera del pueblo al que acaudillaba. Al siguiente domingo, recibimos una comisión de cadetes que fueron a invitarnos para que visitásemos el ³Castillo del Morro´; invitación que aceptamos gustosos y hacia allá nos dirigimos con nuestros anfitriones, quienes nos hicieron pasar una tarde deliciosa, visitando aquella fortaleza; después de tomar un "lonche" nos invitaron a tirar al blanco y aún recuerdo que por no haberlo hecho tan mal, recibí algunos aplausos, habiéndonos regresado ya tarde a nuestros alojamientos. A mí me parecía aquella vida interminable. Sin noticias ciertas de los nuestros, nada más lo que decían los periódicos. Viendo que nuestra estancia allí sería definitiva, decidimos rentar casa y cada familia se dedicó a buscar la suya. La familia Medinaveytia y la familia Rodríguez se fueron a vivir al malecón, una casa contigua de la otra; en el mismo sitio Martinita Villa; y la familia de Hipólito y yo nos quedamos a vivir en una de las calles de San Miguel, ocupando ellos en compañía de la Vda. de Toño Villa el primer piso y yo el segundo. En esta casa permanecimos muy poco tiempo, optando por cambiarnos al malecón, pues no nos podíamos habituar a aquellas casas que no tienen patio, por cuya causa Agustín se había quebrado un brazo por andar volando "chiringas" (papalotes) en la azotehuela. Allá es muy curioso ver, a la caída de la tarde, en que todo mundo sube a las azoteas de sus casas a tomar fresco, y allí se hace uno amiga de sus vecinas, cuyo carácter es muy simpático; son muy agradables por su trato y en pocos días tuvimos gratas amistades, entre ellas una familia Agudo del Castillo, que vivían al Iado de nuestra casa y a más eran muy comunicativas y alegres, tocaban el piano, cantaban, y nos hacían la vida a ratos amable como para casi olvidar la tortura nostálgica que ensombrecía nuestras almas mexicanas. Los altos personajes de aquella isla, nos mostraron de muchos modos sus simpatías. No olvidaré una vez, que, por ser domingo, estaba el paseo de las doce del día en el malecón en todo su esplendor, cuando se pararon a la puerta de mi casa algunos automóviles; de uno de ellos se bajó el chofer para preguntarme si les permitía, a los señores de aquellos carros contemplar más de cerca un retrato de mi marido que estaba sobre el piano. 118
Era una pintura muy bien hecha, su trasunto más perfecto, que el Coronel Abel B. Serratos le había regalado. Sobre el piano estaba también una hermosa bandera mexicana bordada especialmente para la División del Norte, en uno de los conventos de Guadalajara; ostentaba esta inscripción: "GENERAL EN JEFE DE LA DIVISION DEL NORTE, FRANCISCO VlLLA", y tenía una alegoría guerrera y por el otro Iado el Escudo Nacional; ambas cosas admiraron y elogiaron aquellos personajes, que eran el C. Presidente de la República, Sr. Don Mario Menocal; el Ministro de la Guerra y otros que lo acompañaban, habiendo oído de ellos algunos elogios para mi marido. Días después, recibí una invitación del Sr. Ministro de Educación para que pasara a visitar la exposición de pinturas y esculturas del Departamento de Bellas Artes; invitación que igualmente acepté gustosa, habiendo recibido las demostraciones de simpatía tanto del Jefe, como del personal de aquel Departamento. También recibí la invitación de un señor De Pelayo, rico azucarero, de aquella comarca, que me hizo por conducto del Dr. Fortún, para visitar sus ingenios, y allá fuimos, habiendo sido atendidos de manera muy espléndida por el acaudalado Sr. De Pelayo, quien nos mostró su progresista industria y en honor nuestro puso a andar la maquinaria, explicándonos detalladamente, cómo entra la caña a los molinos, cómo sale aquel líquido para las cañerías, yéndose a convertir en azúcar cuando cae en los depósitos, para ser acostalado y de allí llevarse a los embarcaderos a fin de transportarse a los Estados Unidos donde se refina este producto. Pasamos un día delicioso, y de regreso a nuestra casa, el Sr. Fortún nos contó que estaba azorado de la manera como nos había recibido aquel señor De Pelayo, por ser de un carácter zahareño y no haber sabido él nunca que hubiera sentado a nadie en su mesa. DEFERENCIA DEL SEÑOR PRESIDENTE DE COSTA RICA Entre las demostraciones de simpatía que recibí de varios personajes, recuerdo con profunda gratitud la invitación que me hizo el Sr. González y González, Presidente de la República de Costa Rica, por medio de una carta, para que fuéramos huéspedes de aquel país. Y es que en esos días, habían llegado a Costa Rica algunos villistas , entre ellos el General Juan N. Medina, que por algún tiempo fue Jefe de Estado Mayor de mi marido y quien había regresado del Japón, no habiendo podido cumplir una comisión que se le había conferido. Otros muchos que habían ido a refugiarse a aquel país, en sus expresiones con los periodistas hablaban tanto acerca de mi marido como revolucionario, y de sus hazañas como guerrillero, que despertaron la simpatía en aquel pueblo por el Jefe de la División del Norte; y más todavía, en el vapor de New Orleans a La Habana fue nuestro compañero de viaje el Sr. Omar Dengo, diplomático de aquella República que venía de Washington de cumplir una comisión de su país; fue 119
nuestro buen amigo y compañero y él le habló de nuestra llegada a La Habana al Sr. Presidente que tan cordialmente nos invitó. Mucho lamentamos no poder aceptar la invitación por no podernos comunicar con mi marido y no saber si a él le parecería bien que fuéramos a aquel país hermano. Poco después el General. Manuel Chao, fue a radicarse a aquella República donde recibió grandes demostraciones de estimación, tomando más tarde parte en una revolución que derrocó al Gobierno y el pueblo en testimonio de gratitud, puso su nombre a una de las calles principales y con esto se cumple aquello de que "nadie en su tierra es profeta". Años más tarde regresó el General Manuel Chao, a su país cuando el movimiento De la Huertista, y hecho prisionero fue sometido a un Consejo de Guerra sumarísimo, sin tomar en consideración los grandes servicios que prestó a la patria durante el movimiento revolucionario, pues cuando su defensor, el mayor Gregorio Prieto, pidió que se le conmutara la pena de muerte por medio de un telegrama al Gral. Obregón, éste lo negó airada y rotundamente. DISGREGACIÓN DE FAMILIAS Apenas habían transcurrido unos cuantos días de nuestra estancia en La Habana, cuando el cable nos trajo la fatal noticia de que, a inmediaciones de Madera, Chih., había sido muerto el General José Rodríguez; confirmado más tarde suceso tan infausto ocasionado por la traición del Coronel Tomás Rivas, uno de sus compañeros, en quien él había depositado toda su confianza. Parece que lo había invitado a comer a su casa que estaba en Nehuerachic, lugar inmediato a Madera, quedando en este último punto el General Carlos Almeida, a cargo de la gente, quien viendo que el General Rodríguez no regresaba y temeroso de que algo le hubiera ocurrido, -en esos días las traiciones se sucedían con frecuenciaoptó por salir al punto donde se encontraba su Jefe acompañado de algunos de sus hombres, muy ajeno de los acontecimientos que se estaban desarrollando en dicho lugar. Al presentarse en la puerta de aquella casa fue recibido a balazos por la gente de Rivas, quien tenía prisionero al General José E. Rodríguez en una de las piezas. Al darse cuenta el General Almeida de que su Jefe estaba allí y aún vivía por llamarlo éste en su auxilio, hizo esfuerzos inauditos por salvarlo; y al derribar la puerta del cuarto donde se encontraba fueron acribillados a balazos muriendo allí los dos jefes, en manos de los que momentos antes les tendían la mano de amigos y pelearon durante mucho tiempo por la misma causa. A esto se debió que la Sra. María Montoya de Rodríguez se trasladara con tanta violencia a Chihuahua avisada por el Sr. Ramón Díaz Garay radicado en El Paso, Tex., de lo acaecido a su marido. Avisado que fue Pancho de lo ocurrido al General José E. Rodríguez, 120
uno de los jefes a quien él distinguió siempre con su afecto; por ser uno de sus más fieles subordinados, no se dio tregua en perseguir a Rivas, quien poco tiempo después cayó en sus manos pagando con la vida su felonía y su traición. PRIMERO MUERTO EN MI PATRIA Los acontecimientos anteriormente narrados dieron lugar a que una noche entre once y doce, se llegaran a mi casa unos reporteros de la Prensa Asociada, para entrevistarme y enseñarme a la vez un cablegrama que acababan de recibir de El Paso, Tex., y que decía así: ³En estos momentos se exhiben en la Aduana de C. Juárez los cadáveres de Francisco Villa y Manuel Baca Valles que fueron capturados al pretender pasar la frontera´. Por un momento me quedé pensativa y estupefacta a la vez, de semejante noticia, pues no sabía qué contestar a mis interlocutores; pero recapacité y con firmeza les dije: Si la noticia dice que Francisco Villa fue capturado cruzando la frontera, pueden ustedes desmentirla, y aquellos señores no me preguntaron más. Otro día salió la noticia en los periódicos pero puesta en tela de juicio. Cuando ellos se fueron, puse un cablegrama a El Paso, Tex., a uno de mis hermanos que allí radicaba, quien me contestó inmediatamente: ³Los cadáveres que se exhibieron en la Aduana de C. Juárez y que fueron llevados a Chihuahua son los del General José Rodríguez y el de Manuel Baca Valles. Otro día por teléfono llamé a las personas que me entrevistaron la noche anterior, con el objeto de ampliarles mi primera entrevista. Después que se enteraron del cable que les mostré, me dijo uno de ello en tono irónico: ³Señora Villa, ¿a qué se atuvo Ud. para desmentirnos tan categóricamente la noticia de la muerte de Pancho Villa?´ Efectivamente la noticia de ustedes en un principio me desconcertó; pero recapacitando cuando ví que decía que había sido capturado cruzando la frontera, reaccioné y ante mí, cruzó de nuevo la imagen de mi marido, y repercutieron en mis oídos sus últimas palabras que él me dijo al despedirnos en Chihuahua, para irse a la Sierra y yo a refugiarme a un país extraño. Dando vuelta en uno de los patios de nuestra casa y, haciéndome él muchos encargos como si fuera la última vez que nos veíamos, no pude resistir a la idea de hacerle una proposición y la hice. Procuré darle a mis palabras toda la ternura que sentía y el tono más convincente: Vámonos a un país -le dije- en donde podamos vivir tranquilos, pues ya vez que todos tus compañeros te han abandonado; los que se hicieron ricos se fueron al extranjero y los otros«.se han pasado al enemigo, pues no toda nuestra vida ha de ser de intranquilidades y de zozobras; hay que poner algo de nuestra parte para pasar los últimos días al calor del hogar y a más tus hijos 121
reclaman tus cuidados. Levantó la cabeza y me contestó: ³Te perdono todo lo que me has dicho, porque sé que me lo dices por cariño; pero nunca te pondré en la vergüenza ni a tí ni a mis hijos de que digan: Francisco Villa pasó la frontera a esconder su cobardía y su vergüenza en un país extraño, y tal vez con el dinero que creerán que me llevé de México, por cuyo motivo sería señalado con el dedo tanto por amigos como por los extraños. Mañana, o pasado, sabrás que sucumbió tu marido; pero en México, luchando al Iado de los suyos, con los pocos que me queden, no importa cuántos sean, pero serán los leales, los que conmigo se hayan ido a pasar hambres, los que no estuvieron conmigo sólo por conveniencia, por luchar al lado de la Revolución, porque tenía trenes y porque tenía elementos; porque tomaba plazas y porque podía darles oportunidades de enriquecerse, para abandonarme ahora como lo han hecho cuando la vieron perdida. Y, aún más -me dijo- si puedo y veo mi vida en peligro después de haber acabado todos mis cartuchos, el último me lo pegaré yo para que ni ese gusto les quede a mis enemigos«.´ Por lo antes expuesto, -les dije a mis interlocutores- cuando ustedes me informaron: "Francisco Villa fue capturado cruzando la Frontera", yo, conociéndolo como lo conozco, me creí con derecho absoluto a desmentir la noticia. Si ustedes me hubieran dicho, las noticias que nos dan nuestros corresponsales dicen: "Que Francisco Villa lo encontraron muerto en el campo de batalla, sin un tiro en sus cartucheras, y quemado el último de su pistola o en actitud de habérselo pegado él mismo, yo les hubiera dicho: Ese es Francisco Villa, al que yo dejé en México rumbo a la intrincada Sierra, a quien ni el amor a sus hijos, ni mis ruegos, ni mis lágrimas, ni la dulce tranquilidad del hogar, nada pudo detenerlo en su camino de constante luchador, y allí está como protesta eterna contra la más audaz y despreciable de las tiranías: la nacida de la fuerza bruta. Mis entrevistadores quedaron plenamente convencidos que yo me basaba en algo muy grande para desmentir tan categóricamente la noticia; pues sólo a una cruel ironía del destino podría atribuirse el que Francisco Villa hubiera cruzado la frontera por cobardía, y cuando la cruzó en Columbus fue en actitud de reto, exponiéndose a morir, y para protestar ante Washington por el permiso concedido al Gobierno Carrancista para pasar por su territorio tropas enemigas que lo combatieron en Sonora. Mes y medio aproximadamente había transcurrido de que la familia del General José E. Rodríguez había regresado a México, cuando la familia del General Manuel Madinaveytia quien se había quedado al lado de mi marido por ser Jefe de su Estado Mayor, me comunicó también su deseo de regresar a nuestro país, pues había recibido instrucciones en tal sentido. Con pena vimos que por distintas causas nos iban abandonando una a una aquellas familias. También las señoritas Raquel Rodríguez y Laura Rubio, primas mías; la primera que había vivido conmigo desde que me casé y juntas pasamos épocas de alegría y épocas de amargura. Obligada a regresar al Iado de los suyos por haber recibido la noticia de que su padre 122
se encontraba sumamente grave y reclamaba su presencia, ella, cumpliendo con el deber de hija, me suplicó la mandara a México sin prever las persecuciones de que iba a ser objeto, y de las que más tarde hablaré. Al mismo tiempo que estas señoritas nos abandonaban por causa tan justificada, regresaban a nuestro lado las señoritas Susana Martínez y Reynalda Villa que estaban haciendo sus estudios en San Francisco, Cal. EL ATAQUE A COLUMBUS Estando en La Habana casi sin noticias, pero esperando de un momento a otro, una carta, una razón cierta, los días pasaban y esto parecía interminable. Personas que llegaron de El Paso, Tex.; amigos inmiscuidos también en la política, entre ellos Mr. Holmes, que siempre fue amigo de Pancho y quien le pasaba, grandes cantidades de armas y parque, ninguno sabía absolutamente nada de mi marido; lo creían lejos de Chihuahua, aseguraban que se había internado en la Sierra de Durango; lo hacían aparecer en todas partes sus mismos enemigos, cuando una tarde, la del 9 de marzo, las extras en grandes caracteres daban la noticia de que Pancho Villa, en persona, con algunos de sus hombres, habían entrado aquella madrugada a la pequeña ciudad América de Columbus, cayendo como un rayo sobre aquella guarnición, compuesta de soldados del Trece Regimiento de Caballería al mando del Coronel Slocum. Los que lo acompañaban, hombres que le habían sido fieles como los hermanos Pablo y Martín López, Merced Arroyo y otros valientes, fueron los que atacaron la población americana en desahogo del rencor que sentían contra el Gobierno de aquel país por la política desarrollada por el Presidente Wilson, que antes había tratado a mi marido con guante de seda, mandándole a cada momento emisarios que conferenciaran con él, entre ellos el General Scott, el General Pershing y otros personajes. El día 14 de marzo dispuso el Gobierno Americano que el General Pershing, al frente de una columna de diez mil hombres, cruzara la frontera, trayendo la consigna de llevar a Pancho Villa "vivo o muerto". Esta columna venía compuesta de las tres armas y reforzada por aeroplanos, a la que se le dió el nombre de "Expedición Punitiva". Esto dió origen a que varias personas de Estados Unidos hicieran distintas ofertas, entre ellas la mamá de Mr. Hearst, prominente periodista americano y con propiedades en México, consistente en $ 50,000 dólares al que tuviera la suerte de entregar a Pancho Villa "vivo o muerto´ y muchas otras ofertas que por ahora no recuerdo, pero que hicieron por medio de la prensa y boletines de aquella época. No sólo los extranjeros procuraban despertar la codicia de algunos individuos, con estas primas tan alagadoras, sino que también algunos mexicanos, como por ejemplo el entonces Gobernador de Chihuahua, Sr. Tomás Gameros, que expidió un decreto en los siguientes términos: 123
³DECRETO. -Estado Libre y Soberano de Chihuahua.- Poder
Ejecutivo.- TOMAS GAMEROS. -Gobernador Provisional del Estado de Chihuahua, en uso de las facultades extraordinarias de que me hallo investido y. CONSIDERANDO: Que siendo necesidad no sólo imperiosa sino humanitaria, el acabar de una vez para siempre con el bandolero conocido con el nombre de Francisco Villa, cuya existencia constituye un bochorno para el Estado, puesto que tácitamente se ha tolerado el que dicho bandido cometa las depredaciones y actos vejatorios que constantemente lleva a cabo; y siendo por otra parte una obligación imprescindible de las autoridades el procurar por todos los medios posibles el exterminio del bandolerismo, he tenido a bien decretar el siguiente: ARTICULO ÚNICO. Se dará un premio de CIEN MIL PESOS al que entregue vivo o muerto a las autoridades al bandolero conocido con el nombre de Francisco Villa, cuya cantidad será pagada por el Gobierno del Estado. -SUFRAGIO EFECTIVO. NO REELECCIÓN.-Chihuahua, Chih., a veintidós de mayo de mil novecientos veinte. -EI Gobernador Provisional del Estado.- T. Gameros.- El Of. M. E. de la Sría. De Gob. Jesús Mucharraz". Como verán mis lectores, estos individuos no tuvieron el suficiente valor para enfrentarse a mi marido, valiéndose de ofertas y decretos que eran pegados a los árboles y postes; pero que ningún éxito tuvieron. El Presidente Carranza, con aquello parecía estar encantado, no le importaba que con la presencia de esta expedición, se profanara el suelo patrio, con tal de saber que le quitaban un enemigo que tantos dolores de cabeza le había dado y le seguiría dando; pero no fue así, ya que a Pancho Villa, como buen conocedor de su territorio, no pudieron darle alcance, habiendo tenido una oportunidad magnífica cuando, en el combate registrado a inmediaciones de C. Guerrero, cuyas tropas Carrancistas estaban al mando del General José Cavazos, Pancho salió herido, dirigiéndose a Guerrero, Plaza que tomó, y donde se le practicó la primera curación por un medico que estaba establecido en esa ciudad en aquella época. De Guerrero marchó a Cusihuiriachic, siguiendo de allí por Cíeneguita a Santa María de las Cuevas, en donde procuró informarse del paradero del Sr. Don José M. Rodríguez, padre del extinto General José E. Rodríguez que radicaba en los Albeldaños. Allí llegó con una parte de su gente que iba al mando del General Nícolás Fernández, quien ya en presencia del Sr. Rodríguez, le manifestó los deseos que tenía su General de descansar unos días mientras se mejoraba de su pierna, suplicándole que él le designara un lugar seguro, a lo que contestó: "El día que sepan ustedes que a José M. Rodríguez lo han matado, pueden sus enemigos dar con él, mientras yo viva mí General, está seguro´. Regresó el General Nicolás Fernández con su gente, quedándose con Pancho únicamente Joaquín Alvarez y Bernabé Cifuentes, hombres de su absoluta confianza y que estaban dispuestos a dar la vida antes que descubrir el paradero de su Jefe. Dirigiéronse en estas condiciones a la Sierra de Santana donde instaláronse en una cueva que queda casi en la 124
cumbre de la montaña y a la cual tuvieron que subirlo por medio de una silla. Allí estaba seguro, pero falto de todos los recursos necesarios, tanto para su subsistencia como para su curación. Al saber sus enemigos el camino que había tomado, estaban seguros de que de un momento a otro lo capturarían y, para esto, mandaron en su persecución cerca de cuatro mil hombres. El resto de la columna americana, quedaba a retaguardia cubriendo algunos puntos para protegerse. Pancho, desde su escondite podía darse cuenta perfectamente del movimiento que desarrollaban sus perseguidores, observando que por un lado de la abra que le servía de mirador pasaban tropas americanas a las que les abrían paso tropas Carrancistas, y volando a diez metros sobre su cabeza los aereoplanos que acompañaban a la punitiva. Esto me recuerda cierta caricatura, que en un periódico americano ví cuando vivía en aquel país:
Don José M aría Rodríguez, padre del Gral. José E. Rodríguez, y quien ocultó y protegió al Gral. Villa, cuando herido, era objeto de la persecución de . Pershing
125
Aparece en el fondo de la caricatura, una sierra, sobre de ella Pancho Villa montado como si cabalgara un caballo, cerca de él y al alcance de su mano, que una Sierra sobre del montado como si cabalgara un caballo, cerca de él y al alcance de su mano, un gato simbolizando siete vidas; cada vida está representada por una cabeza de Pancho Villa, esfumándose en las ondulaciones del espinazo del gato, al cual acaricia él, teniendo entre su mano la cola del animal. Al pie de aquella Sierra se observan: hacia un lado, tropas americanas, al otro lado tropas Carrancistas y haciendo sobre el rostro del guerrillero los aeroplanos, observándose en su semblante una sonrisa sarcástica. A mi regreso a México le enseñé a mi marido esta caricatura y estuvo de acuerdo en que los hechos se habían desarrollado en la misma forma, diciéndome esto: "Mira que desgraciados gringos; hasta dónde alcanza su ingenio". Así transcurrieron los días y la persecución de los enemigos de mi marido era cada vez más encarnizada, pues creían poderlo hacer prisionero de un momento a otro, tanto que un General creyó haber encontrado su cadáver, y es que los hombres que cuidaban a mi marido, una de las veces que bajaron de su escondite para recoger la provisión que el Sr. José M. Rodríguez les llevaba, consistente en un costal de tortillas de maíz que en su casa preparaban y que eran, depositadas en el hueco de una peña para que nadie se percatara de lo que aquella peña contenía, vieron una res ladina, que por aquellos sitios merodeaba y, deseosos de presentarle a su Jefe algo que fuera de más sustancia que las tortillas de maíz, la mataron; escogieron la parte mejor y se la llevaron a Pancho, creyendo que él agradecería el obsequio; pero fue todo lo contrario, pues Pancho los increpó diciéndoles: "Si esa res se queda allí, no tardarán en descubrirnos, pues cuervos, zopilotes etc., bajarán al olor de la carne y el enemigo que está sobre nosotros, nos descubrirá". Tras estas explicaciones sus subordinados se apresuraron a llevarse la res de allí a un lugar distante algunas leguas, y para mayor seguridad de poder desorientar a sus enemigos cubrieron el animal con unas piedras y le pusieron una cruz, dando lugar a que uno de sus perseguidores dieran la noticia de haber encontrado el sitio en donde Pancho Villa estaba sepultado. Así transcurrieron veintidós días, en que Pancho mejorado de su herida resolvió volverse a incorporar a sus tropas donde con tanta ansiedad lo esperaban. Veintidós días, ¡Qué largos para el que estaba dentro de una cueva! ¡Qué cortos para el que dentro, de una Plaza esperaba un telegrama, un recado, un«.. algo que le anunciara la caída del más grande de sus enemigos! y ¡Qué angustiosos para aquellos que creían cubrirse de gloria con la captura del que ellos llamaban bandido; pero que, aunque mal les pese, era y sigue siendo la admiración de propios y extraños! 126
Y yo, que tan apartada vivo de la sociedad, consagrada tan sólo a mis recuerdos, cuando grandes grupos de turistas han venido a visitarme, suplicándome les cuente algo de mi marido, me siento compensada en mi aislamiento y satisfecha al ver las demostraciones sinceras de tantas personas, que sólo por sus hazañas guerreras lo conocen y lo admiran.
De izquierda a derecha: Gral. Benito García, Gral. Francisco Villa y el Gral. M áximo García, hermano del primero, y ambos que se distinguieron en los combates librados por la División del Norte.
127
ABANDONAMOS NUESTRO REFUGIO EN LA HABANA Así pasaban las cosas en México, mientras nosotros en La Habana, desesperadas por no tener noticias verídicas acerca de mi marido, y carentes de recursos, optamos por regresarnos a una parte más cerca donde pudiéramos comunicarnos con los nuestros, y el día 14 de octubre de
Ante los restos mortales del eximio Don Abraham González, de izquierda a derecha: Gral. M aclovio Herrera, Gral. Francisco Villa, Gral. José E. Rodriguez, Gral. M anuel Chao y el periodista Sr. Silvestre Terrazas.
1916 nos embarcamos rumbo a New Orleans y de allí a San Antonio Tex., donde nos radicamos temporalmente. A los dos días de estar allí nos enteramos por la Prensa que en Chihuahua había sido aprehendida y llevada a México en compañía del General Marcelo Caraveo, Pantaleón Mendías, Zaragoza de la Garza, un Sr. Oaxaca, una señora Manuelita y su hija, la señorita Raquel Rodríguez, mi prima quien había sido denunciada por una falsa amiga, que era profesora y se llamaba Altagracia, no obstante de haber permanecido oculta desde su regreso de La Habana; pero el 15 de septiembre que atacó Pancho a Chihuahua y habiendo ido ella a saludarlo y a darle noticias nuestras, cinco días después que él se fue, sé llevó a cabo la aprehensión antes dicha y conducida a la capital. Después de siete días de camino llegaron a la Metrópoli quedó confinada en el Cuartel de Zapadores, donde permaneció unos días siendo después internada en la Penitenciaría y rigurosamente incomunicada. ¿Cuál era su delito? Únicamente el que fue a saludar a Pancho y pertenecer a mi familia. Después de cinco días de incomunicación en compañía de la señora que desde Chihuahua la acompañaba y de una hija de ésta, la sacaron de su celda para ponerla en cuarto de distinción. Más tarde su hermano logró 128
hablar con el General Obregón, para saber que fin tenía, e informándole que la señorita Rodríguez era mi prima a la que él había conocido en mi casa. Inmediatamente dió orden de libertad, y el General Benjamín Hill, personalmente, fue a entregársela a su hermano y salió con la pena de dejar a sus compañeras de prisión, con la intención de que una vez libre, hacer algo por ellas; pero estando bastante delicada de salud optó por regresar a Chihuahua donde radicaban sus padres, no siéndole posible llegar más que hasta Torreón, por suspensión de trenes de pasajeros. Su hermano la dejó allí, continuando él en un tren militar, y como a los quince días atacó Pancho a Torreón, encontrándose ella en la casa de una familia amiga. A las cinco de la mañana del segundo día de combate, oyeron que barrenaban las paredes y ¡cuál sería su susto, sin saber que gente era! A los pocos momentos les empezaron a hablar por la horadación que estaban haciendo, para pedirles algo de comer, y ellas no aguantaron sin preguntarles de qué gente eran, habiéndoles contestado sin vacilación: "Somos de la gente del General Villa soy Samuel Rodríguez, hermano del General Trinidad Rodríguez", a quien Raquel reconoció y desde luego se creyó entre los suyos. Mi prima le refirió a grandes rasgos el motivo por que se encontraba allí y él le prometió hacérselo saber a Pancho tan pronto como tomaran la plaza. Quiso el destino que a pocos pasos de allí, fuera muerto por las balas enemigas. Al día siguiente no faltó quien fuera a decirle a Pancho que allí estaba Raquelito, la mandó buscar luego y ya en presencia de él, le contó todas sus penas, pues en él encontraba el apoyo de un padre, acordando llevarla a la casa de una familia Valenzuela, viejos amigos y en quienes tenía absoluta confianza. A su salida de Torreón, Pancho se trajo a mi prima hasta Jiménez donde se la entregó a la señora Evarista Vda. De González, donde fue tratada con todas las atenciones por recomendación especial que mi marido les hizo. Durante su estancia en aquella casa, mi prima se pudo enterar de que aquella era escondite de algunos extranjeros, y enemigos de mi marido, donde además tenían mercancía y semillas en grandes cantidades, valiéndose de las consideraciones que Pancho le guardaba a aquella familia, creyéndose seguros los villistas entre aquella gente que mi marido trataba tan confiado. PANCHO DESDE EL CAMPO DE BATALLA SE PREOCUPABA POR LA EDUCACION DE SUS HIJOS Era el mes de abril, y estando yo radicada en San Antonio, Tex., recibí la noticia de que mi madre había sido aprehendida por orden de un General Hernández en nuestro pueblo de San Andrés. Montados en ira por 129
los continuos descalabros que los villistas les hacían en distintos puntos de la sierra, y sintiéndose impotentes para aniquilarlos, saciaron sus odios en las indefensas familias. Creyendo por este medio hacer caer a mis hermanos Marcos y Regino Corral, ya estando ella en la Penitenciaría, recibió la noticia por uno de los celadores de aquella prisión, de que Regino había muerto en el
Sr. Regino Corral, hermano de la Sra. Vda. de Villa, y quien murió en el combate de S. M iguel de Bavícora, Chih., donde la fuerza del Gral. de Div. Francisco M urguía estuvo a punto de capturar al Gral. Villa, en la lucha sostenida entre ambos jefes.
130
combate de Babícora, a lo que mi madre contestó: ³Gracias a Dios, ya no hará males, ni se los harán, y yo rogaré a Dios por el descanso de su alma´. Viendo que el tiempo transcurría, y que sus deseos no se lograban, optaron por darle la libertad a mi madre eI 27 de julio de 1917, saliendo a los pocos días a reunirse conmigo a San Antonio, Tex. No sólo ella fue víctima de la cobardía de un Jefe de Armas o de un Gobernador, hubo otras varias familias que también sufrieron los mismos atropellos, entre ellas está la familia Luna, que fue aprehendida y puesta en la Penitenciaría rigurosamente incomunicada por el entonces Gobernador Ignacio C. Enríquez, únicamente porque su padre el Sr. Sinesio Luna y su hermano Salvador, andaban con mi marido, siendo de los que secundaron el movimiento de 1910, y que siguieron luchando hasta 1917 en que ambos sucumbieron en el combate de Bavícora. Junto con la familia Luna, estuvieron presas la familia del General Nicolás Fernández, habiendo corrido igual suerte más tarde la familia del General Porfirio Ornelas y otras familias más. Así es como el Gobierno Carrancista obtenía sus triunfos dentro de las ciudades o pueblos. Nuestros deseos se habían cumplido; en San Antonio, Tex., se nos proporcionaron mejores oportunidades para comunicarnos con mi marido. No pasaba un mes sin que recibiéramos carta o noticias de él y así un día recibí una carta escrita por cierto en un listón azul donde me decía: "Sé que se encuentran en esa, el profesor Matías C. García y su familia; proponle que les dé clase a mis hijos y a los demás niños, pues por ningún motivo quiero que vayan a un colegio americano, para aprender otro idioma, antes que el nuestro, procurando inculcarles todo el cariño para su patria, haciéndoles conocer antes que nada la Historia de México y cuando ellos sean grandes, que ya sepan amarla y respetarla, entonces si hay oportunidad, aprenderán inglés; si no, ni falta les hace". Al referirse a sus hijos y demás niños, eran Agustín de seis años, Micaela de ocho años, hijos de él; Emilio y Belén, hijos de su hermana Martinita, y Reynalda y Susana, hija la primera y sobrina la segunda. Me apresuré a localizar al señor García para exponerle los deseos de mi marido, mediante un sueldo de ciento cincuenta dólares mensuales que él aceptó, viniéndose desde luego a vivir a nuestra casa y haciéndose cargo de la educación de los niños. A esta labor se dedicó con todo ahinco tanto él como su esposa; dándonos igualmente una clase especial de teneduría de libros, que era de cinco a siete de la mañana; formábamos el grupo de esta clase Paula Palomino Vda. de Villa, Raquel, Susana, Reynalda, Lolo Palomino y yo, así como dos amigas más, vecinas nuestras. Fue tanto el empeño que el Sr. profesor García pusiera en la enseñanza de aquellos niños, que seis meses después tanto Agustín como Micaela pudieron escribirle cartas a su padre, Agustín con una facilidad admirable, dando muestras de una memoria maravillosa para relatar episodios de la Historia Patria. Yo con gusto veía que se iban así 131
cumpliendo los deseos de mi marido respecto a la educación de sus hijos. Cuando estuvo más adelantado Agustín y se creyó acreedor a un premio, le escribió a su padre, diciéndole que le mandara un caballito Pony y Pancho me ordenó que se lo comprara, así como una montura. Puse un aviso en el periódico y días más tarde, Agustín tenía una hermosa yegüita con su cría, y como viviésemos en las afueras de la ciudad, el chiquillo tenía campo para sus actividades ecuestres, pues como sabrán mis lectores, desde la edad de tres años pasaba lo más del tiempo montado a caballo. A Micaela como premio a sus estudios se le puso una profesora de piano. COMO NOS COMUNICABAMOS CON PANCHO Durante nuestra estancia en San Antonio, Tex., Hipólito Villa decidió venirse al lado de su hermano, quedando yo al frente de las familias. En este tiempo había muchas personas que iban y venían para pasarle ropa o parque a Pancho. Gómez Morentín, era un correo de mi marido, que cada dos o tres meses cruzaba la frontera, llegaba a San Antonio con nosotros y luego se pasaba a Washington para conferenciar con el Lic. Díaz Lombardo y otros prominentes políticos a quienes también llevaba correspondencia. Una de tantas veces fue sorprendido al pasar la frontera; le fue recogida la correspondencia y un dinero que llevaba, para el Lic. Díaz Lombardo; la correspondencia particular mía me fue entregada después, personalmente, por un capitán de las fuerzas americanas cuyo nombre no recuerdo, pero que resultó ser amigo de mi marido, habiéndolo sido también de Don Francisco I. Madero y de Don Abraham González: Este señor me contó, que al ser aprehendido Gomitos (como cariñosamente le llamábamos), se le recogió correspondencia y un saco como con cinco mil pesos oro nacional; después que le tomaron sus declaraciones, lo pasaron al Iado mexicano, dejando olvidado con sus aprehensores el dinero, y como se diera cuenta de ello dicho Capitán, ordenó que un aeroplano se elevara, hasta distinguir el grupo donde estuviera Gomitos con los que le esperaban de este lado de la frontera, pasando lo más bajo posible y dejando caer el dinero precisamente donde estaban ellos. Esto me fue confirmado más tarde por el mismo Gómez Morentín. Otro de los correos nuestros, era una señora llamada Luz Nájera, mujer sumamente lista y a quien nunca pudieron coger lo agentes de migración. Esta señora me fue presentada por el profesor Matías García; tenía poco tiempo que había llegado de México, y la acompañaban cuatro hijos, la mayor de siete años, y el menor de tres; encontrándose en circunstancias muy difíciles. Teniendo necesidad urgente de hacer llegar a mi marido una correspondencia y que por el momento no sabía con quien mandársela, ella se ofreció a llevarla, dejando al cuidado nuestro a sus hijos. Llegó hasta donde estaba Pancho, y viendo él la audacia y buena voluntad con que cumplía su comisión, no vaciló en darle otras nuevas 132
comisiones, que siempre desempeñó con el mismo acierto y buena voluntad que la primera. Una vez estuvo a punto de ser descubierta por los empleados de migración, pues mientras un agente se inclinaba a amarrarle la cinta de la zapatilla que con toda intención se había dejado suelta, leía doña Luz la orden de aprehensión que sobre un escritorio estaba y que se refería a ella. En su mano llevaba un velíz y un estuche de tocador, que al ser revisados no se fijaron que éste tenía un fondo doble dentro del cual había nombramientos y correspondencia dirigida al General Peláez, que estaba en la Huasteca, y para los hermanos Cedillo. Después de esto tuvo la audacia de disfrazarse, habiéndose puesto un vestido de mezclilla, se cortó el pelo como hombre, se puso una cachucha y como un pobre "trampa" se nos presentó a las cinco de la mañana en que el frío era intenso, llamó a la puerta, y no queríamos abrirle pensando que quien llamaba sería algún truhán o vagabundo, pero cuando al fin le franqueamos el paso, trabajo le costó identificarse y a nosotros reconocerla, pues llevaba tanto su cara como su ropa llena de aceite; aunque satisfecha de haber cumplido con su misión. Otra de las personas que tuvo la audacia de pasar la frontera para ir en busca de mi marido, fue el Capitán De Bruzos Pérez, de nacionalidad española, que había servido en el Ejército Americano, durante la guerra europea y cuya esposa era americana. Este, antes de pasar la frontera, estuvo con nosotros, para suplicarnos le diéramos una carta para mi marido que le sirviera para identificarse con él. Poco tiempo más tarde regresó trayendo una comisión de Pancho y así estuvo durante algún tiempo yendo y viniendo. En una ocasión que el General Aranda salió herido, lo mandó Pancho a nuestra casa para que le sacaran una bala que tenía incrustada en una pierna; pero como nuestra casa estaba siendo vigilada constantemente por agentes del consulado mexicano, y temiendo ser denunciado, fue a hospedarse en la casa del señor De Bruzos Pérez, siendo operado allí mismo por el Dr. Paschall, persona de absoluta confianza que había vivido durante veinte años en Chihuahua teniendo grande simpatía por los Chihuahuenses y de quien recibimos grandes beneficios. El señor De Bruzos Pérez, una de tantas veces fue sorprendido y recogida la correspondencia que llevaba consigo, la que se remitió al Departamento Especial que estaba a cargo de un señor Weissman. Me enteró el señor De Bruzos Pérez que traía correspondencia particular para mí y entonces me comuniqué por teléfono con aquel Departamento hablando personalmente con el encargado del mismo acerca de mi correspondencia, manifestándome que no tenía inconveniente en entregármela; y al preguntarle si pasaba a recogerla, me contestó que él personalmente lo haría, viniendo horas más tarde el señor Weissman, con dos agentes, no así que venía para los otros señores que fue mandada al Departamento de Washington. Cortesía que yo agradecí al señor Weissman. 133
ENTREVISTA CON EL CAPITAN HANSON Una vez llegaba yo al despacho del señor Francisco Chapa, mexicano al servicio de los Estados Unidos, y dueño de la botica "El León", y en los momentos en que él y otro señor hablaban algo acerca de mí, detúveme en la puerta y viéndome el señor Chapa, dijo: ³Mire, Capitán hablando del Rey de Roma, pronto asoma esta es Mrs. Villa´. Luego me presentó al Capitán Hanson. Este caballero venía de Washington, mandado por el Presidente Wilson, para tener una entrevista conmigo y con algunos de los mexicanos, amigos de mi marido, radicados en aquella población. Después de las presentaciones de rigor, el Capitán Hanson que, hablaba bien el español, me expuso la misión que traía, habiéndole yo nombrado las personas con quienes cultivábamos amistad y las que en alguna forma estuvieron al lado de mi marido durante la Revolución y aun los que seguían siendo simpatizadores de la causa que él defendía. Acordamos que los citaría yo, para la conferencia que él pretendía, preguntándome en dónde deseaba que fuera en mi casa y el aceptó con gusto. Cité a las personas que creí conveniente y no todas asistieron, tal vez por temor de comprometerse en alguna forma. Entre los presentes recuerdo al Lic. Ismael Palafox, Don Francisco Olivares, Sr; Don Matías C. García y dos personas más cuyos nombres he olvidado. Al capitán Hanson lo acompañaba el señor Don Francisco Chapa. En esta conferencia se nos interrogó, si Francisco Villa había entrado o dirigido personalmente el ataque a Columbus; pero como ninguno de los que estábamos presentes había presenciado esa invasión, contestamos en sentido negativo, y a más, yo estaba segura, por personas que así me lo habían dicho, que alguno de los jefes a las órdenes de mi marido, se adelantaron sin instrucciones de él, y habían entrado a Columbus en las primeras horas de la mañana, pues tanto era el disgusto que sentían los jefes y soldados por haber permitido el Gobierno de la Casa Blanca, pasaran por su territorio tropas mexicanas a pelear con ellos a Sonora, que creían que esta era su mejor venganza sin medir las consecuencias que traerían a su país. Después de haber cambiado impresiones con los allí presentes y contestado las preguntas que se nos formularon, se hizo el juramento de rigor en aquel país; se levantó un acta, de lo qué se trató, la que firmamos todos los allí reunidos. ¿Cuál fue el resultado de esa entrevista? Hasta ahora no lo sé. Sólo recuerdo que el Sr. Francisco Chapa, me dijo: "Tenga presente, señora Villa, que con ninguna mujer mexicana han tenido las atenciones que con Ud. para que se lo haga saber al General". Después de terminada la conferencia, se sirvió una merienda, y para hacer más patente nuestro agradecimiento, por aquella distinción, se adornó la mesa con banderitas mexicanas y americanas; detalle que significó mucho para el capitán Hanson y para el Sr. Chapa, quien en aquella época era agente consultor del gobernador Nefft, del Estado de Texas. 134
LOS CARBONEROS Y EL GENERAL ANGELES Cuando mi marido se encontraba casi en derrota, cuando todos sus compañeros lo habían abandonado, encontrábase en los ojos de Sta. Gertrudis. Una tarde, llegaron dos hombres, que se habían presentado en el campamento del General Aranda, para que les precisara el punto donde podrían encontrar a mi marido, pues querían entrevistarlo, por la que el General Aranda los mandó con algunos de sus hombres. Al estar con mi marido le dijeron: "General: venimos a darnos de alta con Ud."; y él, observándolos de pies a cabeza, les dijo: "¿No vendrán ustedes a matarme, amiguitos? Porque el que ahora vengan a buscarme, para darse de alta conmigo, ahora que ando con un guarache en la mano y un pie descalzo, o es muy villista y viene decidido a pasar hambres conmigo, alimentándose con raíces, como lo estoy haciendo, o trae otras miras y sería mejor qué ustedes me dijeran la verdad". Ellos protestaron y aseguraron ser amigos y partidarios de él y no querer seguir a ningún otro jefe. Mi marido los conminó de nuevo le dijeran la verdad, y como nada consiguiera, ordenó que fueran ahorcados. Los carboneros de apariencia, no obstante los preparativos, seguían en su dicho. Se le colgó al primero, no con intención expresa de quitarle la vida, sino más bien de darle un susto para que dijera la verdad; pero cuando a aquel hombre se le quitó la soga, ya estaba muerto. El General Angeles que estaba allí presente, protestó y le dijo a mi marido: "Mi General, yo creo que aquí se ha cometido una infamia". Y cogiendo un periódico que acababan de traer, se retiró a un árbol lo más lejos posible, como en señal de protesta por lo que había pasado. Entonces Villa contestó: "Muchachos; ya que se ha cometido una infamia, como dice mi General Angeles, que se acabe de cometer, ahorquen a este otro hombre, porque si queda vivo, si no es como yo lo imagino, desde ahora será nuestro enemigo". Viendo aquel hombre que corría la misma suerte que su compañero, voltea hacia donde está mi marido y le dice: "Mi General, dado que a Ud. no se le puede mentir, le voy a confesar la verdad. Efectivamente, veníamos a matarlo; se acaba de rendir el General Rosalío Hernández, y nosotros somos de su gente y él se comprometió con el General Jacinto B. Treviño, que lo mandaría matar a Ud. y somos los comisionados. A lo que mi marido le contestó: "¿Y Ud. con qué prueba que a eso venían?, esto puede Ud. decírmelo ahora para no correr la suerte de su compañero". Y el interpelado repuso: -Le pruebo a Ud. con dos compañeros que llegarán más tarde, disfrazados de carboneros y arriando unos burros, pues éramos cuatro los 135
comisionados para matarlo. -A reserva de comprobar lo que me acaba de contar, vaya Ud. con aquel señor que está sentado a la sombra de aquel árbol y que, es el General Angeles, quien me recriminó lo hecho con su compañero, y dígale todo lo que me acaba de decir a mí. Aquel hombre hizo lo que se le ordenaba; mientras estaba platicando con la persona indicada, pasado buen rato, efectivamente llegaron los dos carboneros a donde estaba mi marido, se levantó el General Angeles y vino hacia él y le dijo: "Mi General: vengo a pedirle una disculpa por lo que le dije hace un momento; no puedo creer más que la Divina Providencia (palabras textuales) le ha dado a Ud. don especial para conocer a los hombres; y vengo a pedirle en nombre mío y de mis compañeros, que estos hombres corran la misma suerte que el anterior, pues de no haber muerto el primero y haber confesado éste la verdad, tal vez hubiera muerto Ud. o alguno de nosotros". Mi marido le contestó: "No, señor General, ya murió uno y los demás pueden irse a la hora que gusten; yo así lo prometí desde un principio, si me decían la verdad. El que está muerto, ese sería su destino; y los otros pueden marcharse si gustan, a dar parte del resultado de la comisión que venían a desempeñar". Estos hombres, optaron por quedarse allí; pero para más seguridad, Pancho los repartió con distintos jefes. Hace poco me aseguró el General Aranda, que en la Colonia Agrícola que él formó y que lleva el nombre de "El Pueblito" vive aún, uno de ellos, y que es colono de allí mismo. UN MILAGRO Es bien sabido de todos los que conocieron a fondo a mi marido, que sus creencias religiosas eran muy limitadas; pero nunca intervino en las creencias de los demás y siempre Ias respetó, como lo demuestra su actitud en una ocasión en que, enfermo todavía de la herida de la pierna (que fue motivo para que tantas veces corrieran los rumores de que Pancho Villa había muerto) llegó a curarse a la casa de doña Cuca R. Vda. de Ochoa, esposa del General. Manuel Ochoa, que tan fiel le había sido. "Cuca: mándeme traer un doctor porque esta condenada pierna me sigue molestando, y le advierto que si no me cura, se lo mando fusilar". Cuca, que había notado desde que Pancho entró a su casa el sufrimiento que en su cara revelara, ordenó a su mozo que fuera a llamar al médico de su confianza qué era un doctor inglés. Por demás sería hablar del pánico que se apoderó del doctor al llegar a la casa de doña Cuca y darse cuenta que el paciente era nada menos que Francisco Villa. Después de una curación que mitigó las dolorosas punzadas que el pus le estaba causando, el médico le aconsejó que permaneciera en reposo 136
unos días para evitar otra infección. Sin embargo, como el enemigo se acercaba por momentos, Pancho tuvo que desobedecer las órdenes del doctor y se puso en marcha. Ya para salir y al despedirse de doña Cuca ésta le dijo con cierta desconfianza: -General, ¿Cree Ud. que ya está completamente aliviado? A lo que Pancho le contestó para hacerle creer que realmente había estado en peligro la vida del galeno: ¿Pos no ve que su mediquillo anda todavía vivito?. Viendo doña Cuca que mi marido se encontraba de buen humor, le dijo: Pues, sabe, General, que cuando lo ví tan malo, le pedí a todos los santos por su alivio y ofrecí una manda consistente en una piernita de oro. Doña Cuca no se atrevía a proseguir. -Bueno«.. ¿Y qué? -repuso Pancho- sonriendo. -General, que ahora no sé cual de todos los santos me hizo el milagro. -Pos págueselo a esa que le dicen "del Socorro". Y como si la Virgen hubiera querido recibir ese milagro de manos de mi marido, en esos momentos se acercó Martín López y dirigiéndose a él sacó de su bolsillo un ³gallito de oro´ diciéndole: -Mire, mi General, me lo acaban de regalar. El lo tomó en sus manos y después de contemplarlo un momento se lo dió a doña Cuca. y le dijo: -Allí tiene para que pague su manda y quede tranquila. Cuca, una vez que Pancho se marchó, dióse prisa en cumplir lo prometido. SIGUEN LOS MILAGROS Fue en uno de los encuentros en C. Camargo, donde las fuerza de mi marido hicieron prisioneros a gran número de soldados del enemigo, entre ellos a una parte de la banda de música del regimiento. Doña Cuca Vda. De Ochoa, que sabía la suerte que los prisioneros enemigos corrían, platicando con mi marido mientras le servía la comida, le dijo: -General ¿y con los pobres músicos qué va a hacer? Después de meditar un momento respondió: -Con los músicos ¿qué voy a hacer? Pos la verdad no sé. Porque creo que los músicos tienen siete vidas como los gatos. Le voy a contar qué me acaba de suceder. Hace poco que cogimos un músico disperso de una de las bandas enemigas y di orden que lo colgaran porque temí que fuera espía. Mis muchachos obedecieron mi orden, pero al ejecutarla, se reventó la reata; lo volvieron a colgar con otra reata más consistente y la rama del árbol, que no 137
A la izquierda: M arcos Corral, hermano de la Sra. de Villa; Gral. Salvador Fuentes, Presidente del Consejo de Guerra en M éxico, y el valiente Gral. M artín López, uno de los más fieles lugartenientes del Gral. Francisco Villa.
quiso ser cómplice en aquella muerte, se quebró; el tercer intento fue de mejores resultados, pero al poco rato de haberlo descolgado y creyéndolo bien muerto ¿qué cree Ud. que pasó, doña Cuca? Y Cuca no acertó a comprender lo que hubiera pasado. -Pos que se empezó a mover y a dar señales de vida. Los encargados de cumplir la sentencia diéronme aviso de lo sucedido y yo ordené que quedara libre. Quien por tres veces se había salvado tenía derecho a la vida. Los que habían observado el desarrollo de aquel acontecimiento y que eran vecinos del pueblo y gente de tropa, uno de ellos dijo que lo había 138
salvado una dizque "Santa Cecilia" que es abogada de los músicos. Y desde entonces, la verdad que tengo miedo de colgar un músico, por temor de que Santa Cecilia se voltee en mi contra. El ejecutor de esta sentencia que al fin no se cumplió, fue el extinto Corl. Reynaldo Ornelas, hombre de convicciones firmes, que luchó desde el principio de la Revolución al lado de mi marido; que desempeñó el puesto de Alcalde en esta ciudad, habiendo salido de los puestos que desempeñó con las manos vacías, dejando a su muerte tanto a la viuda como a su pequeño vástago en la más completa miseria. Este mismo jefe, en una de las veces que mi marido le confirió una comisión, cayó en poder de las fuerzas que estaban bajo el mando del General Cavazos, siendo traído a ésta e internado en la Penitenciaría. Poco tiempo después fue de nuevo hecho prisionero por el General A. Rueda Quijano, quien lo mandó ahorcar en un pueblo de la Sierra, no obstante de haber sido antes compañeros y haber luchado juntos por la misma causa; pero con este General que abandonó a mi marido no alcanzaba perdón ningún villista que caía en sus manos. Una vez que fue puesta la soga en su cuello para ser ejecutado y, cuando estaba ya suspendido en el aire, se reventó ésta y entonces les contó la anécdota que yo les acabo de referir, y al mismo tiempo les dijo: "Esto lo hago únicamente por que a mi mente ha llegado aquel recuerdo; pero nunca con la intención de solicitar que se me perdone la vida; y cogiendo el lazo se lo anudó al cuello, tomó un cigarrillo, lo encendió y se lo puso en los labios, tomando con toda entereza el otro extremo del lazo, lo arrojó sobre la rama del árbol, diciéndole a sus verdugos: Pueden ustedes terminar su cometido. Debo advertir que, en concepto de mi marido, el General A. Rueda Quijano no era de los valientes, y una vez estando acampados en un punto de la Sierra, llegó uno de los vigías y le dijo a Pancho: -Mi General; se ve una polvareda que viene con esta dirección; me imagino que es enemigo que viene a darnos alcance. Llamó entonces Villa a los Generales Martín López y Nicolás Fernández, diciéndoles: -Por allí dizque viene gente en nuestra persecución; escojan unos trescientos hombres y vayan a su encuentro. Estaban haciendo los preparativos de marcha, cuando llegó un señor de uno de los ranchos cercanos a saludar a mi marido, a quien interrogó pancho, preguntándole si sabía qué gente era la que andaba por aquellos rumbos. El interpelado le contestó: ³Son como quinientos hombres que vienen al mando del General Rueda Quijano´. ³ ¡Ah!«. exclamó, y, volviéndose a donde estaba Martín y Nicolás, les ordenó: No se molesten en ir ustedes; que vayan otros jefes, al cabo es Rueda Quijano, sólo les encargo que hagan, mucha polvareda". Antes de ser ejecutado el Corl. Ornelas, le escribió a su esposa una 139
carta despidiéndose de ella con sentida ternura y recomendándole a su hijito Edmundo. COMO SE CONOCIERON PANCHO Y SOLEDAD ARMENDARIZ Después del triunfo de la Revolución de 1910 y ya radicados en ésta, donde Pancho tenía unos expendios de carne, por asuntos relacionados con su negocio, visitaba con frecuencia la oficina de Don Federico Moye, de la que era taquígrafa la señorita Soledad Armendáriz. Una vez que mi marido llegó a la citada oficina, la encontró muy entretenida en recortar de un periódico una fotografía, se acercó a ella y vió que era un retrato de Don Porfirio Díaz. -iAh! ¿con que es Ud. Porfirísta? le dijo Pancho. -Si Coronel, contestó la interpelada; pues a él debo mi educación y no puedo negarle mí cariño y gratitud. -Hace Ud. muy bien, en ser agradecida. Y desde aquel día la denominó Pancho, "La muchachita Porfirísta". Cuando entró mí marido aquí, a Chihuahua, una vez pasaba por una calle y al ver que algunos oficiales estaban muy entretenidos espiando por una vidriera el interior de una oficina, se acercó también él atraído por la curiosidad, habiendo reconocido en la persona que observaban a la Srita. Armendáriz, dió unos golpecitos en la vidriera con él objeto de que ésta volteara, diciéndole: -¡Quehúbole, muchachita porfirista! Reconoció inmediatamente a su antiguo amigo, abrió la puerta y Pancho penetró en la oficina diciéndole: ¿Qué hace Ud. aquí? -Arreglando ésto, para irme a mi casa, y mostró unos papeles que tenía entre las manos; pues me he quedado sin trabajo, -agregó- pero si Ud. me quisiera ocupar« -Sí, le contestó Pancho, pero eso no será hasta que venga la Güera, para llevármela a mi oficina particular; pero entre tanto yo daré orden de que le paguen un sueldo. Habiendo sido llamada Chole cuando yo me radiqué en ésta, para empezar sus trabajos, le dictaron una carta que era de absoluta reserva, habiéndole llamado Pancho a su presencia para preguntar a Luisito: ¿A quién le dictó Ud. esta carta? A la señorita Armendáriz. Y Pancho dirigiéndole a ella, le dijo en tono sentencioso. ³Ya sabe muchachita que si algo se sabe la mando fusilar´. -Sí, a poco tenía valor. -No muchachita, ya sé que Ud. es discreta, por algo la traje aquí. Bien le conozco sus antecedentes de lealtad, cuando estuvo, empleada con Don Federico Moye. 140
UN PUNTAPIE SALVADOR Una de las veces que mi marido fue a una de las haciendas de mi compadre Sabás Lozoya, alguien le dijo que un señor de aquella finca había sido guía de los americanos que fueron a perseguirlo en la expedición punitiva. Ordenó que lo trajeran a su presencia y después de comprobar lo que le habían dicho, dió orden de que lo fusilaran. Algunos de los familiares de aquel hombre, se acercaron a Pancho, pidiéndole que le perdonara la vida, pues que era padre de una numerosa familia y ésta quedaría en la miseria; a cuyos ruegos contestó: Si hubiera sido guía de los Carrancistas, quizá le perdonaría pero es un traidor a su patria, por haber sido guía de una expedición extranjera y como tal morirá. Se formó el cuadro, y se preparaban a cumplir la sentencia. Pancho se encontraba platicando con algunas personas, cuando pasaron con el reo, que lo llevaban a fusilar. De entre los que lo acompañaban se desprendió un chamaco como de unos seis o siete años, quien dirigiéndose a mi marido y después de verlo fijamente un rato, se acercó más, y le dió un puntapié, que de no habérselo dado precisamente en la pierna que traía herida, seguramente no le habría dolido. Pancho lo vió con manifiesto disgusto y preguntó a los allí presentes: -¿Y este chamaco, quién es? Este chamaco, mi General, es hijo del señor que acaba Ud. de mandar fusilar, contestó uno de los de aquel grupo. Entonces mi marido, de quien tantas veces se ha dicho que no tenía sentimientos, ni corazón, se inclinó y, tomando aquel niño en sus brazos, se miró largamente en sus ojos. ¡Quién sabe cuántas cosas pasaron por su imaginación en aquel momento! Tal vez pensó en sus propios hijos y sin duda los puso en el mismo caso de aquel chamaco. Rápidamente dio orden de que suspendieran aquella ejecución y trajeran al reo a su presencia. Orden que se obedeció inmediatamente. Entonces, dirigiéndose al niño, le dijo: -Toma, chamaco, aquí está tu padre, yo te lo entrego; llévatelo a tú casa, pero pronto, antes de que se me pase el dolor de tu patada. Quienes háyanme seguido en estas narraciones, que hagan ahora el comentario que su conciencia les dicte. SENTENCIA SALOMONICA Una de las veces que Villa estuvo en Torreón, se presentó ante él un señor, cuya apariencia era la del hombre de comodidad, y le expuso lo siguiente: -Mi General: habiendo salido por varios días a un rancho cercano a ésta, aprovechando mi ausencia un hijo mío, aconsejado por otros, vendió a 141
una señora una mesa de billar, en una pequeña cantidad. Como la señora se niega a devolverme la mesa que como Ud. comprenderá su valor es mayor, no he dudado en recurrir a Ud., esperando me haga justicia. Pancho contestó que al siguiente día fuera a verlo en compañía de su hijo y de la señora que había comprado tal mueble. ¡Qué grande fue el enojo del comerciante al notar la falta de aquella mesa! ¡Era atroz perder mil pesos que le había costado! Su hijo recibiría una lección, ¡él se la daría! El General era un gran hombre, no se había equivocado al recurrir a él. Al día siguiente, tal Como se ordenó, estuvieron presentes las personas mencionadas. -Señora ¿Ud. ha comprado una mesa de billar a este chamaco? Mal hecho; esto le costará perder su dinero, y tenga cuidado de volver a comprar cosas sin factura. La señora protestó, lloró, pero todo fue inútil. Se ordenó que fuera recogida la mesa y entregada a su dueño. -Gracias, mil gracias, repitió el comerciante; bien sabía yo que Ud. me haría justicia. -Un momento, replicó Pancho; Ud. puede irse cuando le de la gana pero su inocentito«.aquí se queda, voy a mandarlo fusilar. Para el efecto ordenó a uno de sus muchachos que llevara a cabo la ejecución. Si fue grande el susto cuando notó la falta de la mesa, más grande fue cuando oyó aquella sentencia; se quedó mudo, pálido. Al fin habló, lloró, suplicó a mi marido suspendiera aquello, era su único hijo, lo quería mucho, es un inocente, mi General, decía angustiosamente el quejoso. -¿Qué edad tiene su hijo? -Dieciocho años, mi General; es un inocente, volvió a repetir el comerciante. Mire amigo, los remedios se ponen a tiempo, o resultan caros; si su hijo hace eso ahora que es un inocente ¿qué no hará cuando grande? Sería una amenaza; hay que ponerle el remedio. Después de tanto suplicar, el padre logró se suspendiera la ejecución, pero con la condición de que devolviera a la señora la cantidad que ella había entregado a su hijo. El padre accedió a todo, diciéndole: -Gracias mi General, gracias, se lo agradezco mucho. -De nada, respondió mi marido; ya sabe que lo que se le ofrezca aquí me tiene a sus órdenes por algunos días. Una sonora carcajada soltaron algunos guardias al ver cómo quedó resuelto aquel asunto en el cual estuvo a punto de perder la vida un joven, de lo cual hubiera sido responsable su propio padre.
142
COMO SE CONSTRUYO UNA ESCUELA EN H. DEL PARRAL En el mes de abril de 1918 cuando mi marido entró por última vez a la C. de H. del Parral, encontró a los señores José de la Luz Herrera, Ceferino y Melchor, a los que mandó fusilar; padre el primero y hermanos los segundos de los Generales Maclovio y Luis Herrera, que militaron por largo tiempo bajo las órdenes de Villa, quien sobre todo trató con gran distinción a Maclovio, al que cariñosamente llamaba el "Caporal" y que algunas veces se sentó a nuestra mesa igualmente que su padre el Sr. José de la Luz. Para el Sr. Herrera, padre, jamás hubo antesalas, penetrando hasta nuestra alcoba o sitio en donde se encontraba Pancho, siendo atendido en sus solicitudes inmediatamente. Cuando el distanciamiento de Carranza con mi marido optaron los Herrera por quedarse al lado de Don Venustiano. El mismo día en que penetró en H. del Parral, giró una circular citando a los vecinos a una junta con el objeto de recabar fondos para su tropa, y entre las personas que formaron el comité, se encontraban el Lic. Antonio Sarabia, Jesús L. Alvarez, Santiago Méndez, José Murillo y otros más. Al día siguiente se reunieron de nuevo en el Teatro Hidalgo, los señores de la comisión y mi marido, pero entonces también citó Pancho al pueblo para que se diera cuenta de lo que allí se iba a tratar. La comisión le dió cuenta de que se habían reunido $7,000.00 oro nacional. Pancho, manifestó que esa cantidad no le servía ni para darle de comer tortilla dura a sus soldados y siguió diciendo: ³Como el comercio no ha querido darles a Uds. Mayor cantidad, yo me dedicaré a obtenerla personalmente. En cuanto a ese dinero que a mi no me sirve para nada, ya le indicaré lo que vamos a hacer con él. Quiero también expresarles mi deseo en este sentido: Que todos los muchachos concurran a las escuelas, que estén bien atendidas por buenos maestros, y que cuenten con todos los libros y útiles necesarios. Para mí, no hay ciudadanos más importantes que los maestros de escuela, y quisiera que todos ellos ganasen buenos sueldos y que vivan cómodamente. Después de formar la Directiva del Comité uno de los allí presentes preguntó a mi marido: -¿Y con qué fondos vamos a dar principio a los trabajos? A lo que mi marido contestó: -Allá voy, allá voy, precisamente; ayer me comunicó la comisión nombrada para colectar fondos para mi gente, que sólo había conseguido como $7,000.00, cantidad que como les manifesté, no me alcanza ni para dar una tortilla dura a mi gente, pero como esa cantidad ya está reunida, la voy a entregar al Comité de instrucción que acaba de formarse para que con 143
ella hagan los trabajos. Después de un momento de reflexión dijo: No quiero que los "changos" que me andan siguiendo vengan y les quiten ese dinero, por lo que creo no es conveniente entregarlo al Comité, sino dejarlo en poder de una persona que sólo yo sabré quien es y la cual será la encargada de entregárselos cuando lo necesiten. -Bueno, mi General, exclamó uno de los circunstantes ¿Y cómo hacemos para pedir las cantidades que vayamos necesitando? -Muy sencillo, contestó Pancho. ¿Hay aquí periódicos? -Ninguno, se le informó; Porque los que había ahora están suspendidos. -Bueno, pues entonces, cada vez que se necesite ponen un aviso en la esquina del Palacio Municipal, indicando la cantidad que se requiera, y la persona a quién dejaré el dinero se la entregará al Sr. Murillo. Una vez que salió de la Plaza de Parral mi marido, el Comité no se volvió a acordar del encargo anterior; pero el Sr. Juan Almazán, qué fue la persona designada para que se hiciera cargo de aquel dinero, viendo que no lo reclamaba la comisión encargada de llevar a cabo aquellos trabajos, optó por entrevistar al Sr. Murillo y le dijo: Sr. Murillo; Ud. Recordará que la última vez que estuvo aquí Villa, ofreció dejar a disposición del Comité de Instrucción, cierta cantidad de dinero. Aquí está, y mostró un saquito conteniendo onzas de oro; porque yo tengo temores de que un día vuelva el General Villa y sepa o suponga que yo no se los he entregado, o bien que me los roben y entonces no se que diría el General. Más tarde, cuando las tropas federales llegaban a Parral, al mando del General Diéguez, el Sr. Murillo le dió cuenta entre otras cosas de la formación de aquel Comité de Instrucción en que Pancho depositó en manos de un hombre honrado el dinero dedicado a tal objeto. El asombro de Diéguez no tuvo límites, pues él que estaba con todas las comodidades en las plazas y que se decían ser los guardianes del pueblo, nunca se habían preocupado por proporcionar las escuelas en que se instruyeran sus hijos; en cambio el bandolero, como ellos lo nombraban, dejaba quizá sin lo más necesario a los fieles que lo seguían por dejar para los hijos de aquel pueblo por quién él tanto se sacrificaba, una escuela que preparara la generación futura para el engrandecimiento de la patria. Pasada la sorpresa de Diéguez, dió orden de que se formara otro Comité y se diera principio a los trabajos con el dinero dejado por mi marido, diciendo: -Porque las cosas buenas hay que hacerlas buenas aunque provengan de un bandido.
144
FUSILAMIENTO DEL GENERAL FELIPE ANGELES Corría el mes de noviembre de mil novecientos diecinueve, diecinueve, el mes de las evocaciones tristes, el mes de nuestros muertos, que recuerda a los que se han ido, cuando una noticia inserta en los periódicos, con grandes caracteres, conmovió a propios y extraños. El General Angeles había caído en poder de sus enemigos, entregado por Félix Salas Jefe de su escolta, repitiéndose otra vez la acción de "Judas Iscariote" pues, aquél como éste, lo vendió unas cuantas monedas que le había ofrecido Gabino Sandoval, Jefe de los Guardias de la Región Sur del Estado. La aprehensión se llevó a cabo en una cueva en donde fue a refugiarse, situada en las montañas del Distrito Hidalgo, para recuperar las fuerzas que poco a poco le iban abandonando a consecuencia de una enfermedad que estaba minando su existencia. Mi marido, a quien no pasaba inadvertido el desmejoramiento del General Angeles, le propuso que se quedara allí, dejándole al cuidado de dos hombres de su gente, y una señora llamada Isidra y en quién Pancho tenía absoluta confianza, pues era su comadre (a quién todos llamaban "La Negra"). Esta señora era esposa de uno de los hombres más fieles que había muerto en uno de los combates. El General Angeles, al ser descubierto por las guardias de Gabino Sandoval, no opuso ninguna resistencia; tal vez él ya presentía que se acercaba su fin y tampoco lo hubiera podido hacer con dos personas que lo acompañaban, uno Enciso de Arce, y el otro Antonio Trillo, jovencito de dieciséis años, quien a lo sumo le serviría para hacerle los mandados y no para defenderlo en caso de peligro. De allí fue traído a Parral, donde la señorita Elisa Grienssen, de acuerdo con algunos amigos y partidarios del General Angeles, lo entrevistó con el objeto de proponerle aceptara aceptara el plan que tenía f raguado, raguado, y que era el de rescatarlo al momento de ser conducido a ésta. El pundonoroso militar les demostró con palabras cariñosas la gratitud que sentía por esta prueba de afecto, pero rehusó aceptar el sacrificio de varios individuos en cambio de su vida y. se resignó a correr la suerte que le esperaba en Chihuahua. Antes de partir, escribió a uno de los que fueron a verlo y que así lo pidió, el siguiente pensamiento, el que conservo yo en mi álbum. ³Mi muerte, hará más bien a la causa democrática que todas las gestiones de mi vida. La sangre de los mártires fecundiza las buenas causas´. Felipe Angeles Ya en esta ciudad se le formó un consejo sumarísimo, integrado por los Generales: Gabriel Gavira, J. Gonzalo Escobar, Fernando Peraldí, Miguel Acosta y Silvino M. García. Durante el consejo de guerra, el General 145
El General Felipe Ángeles que fue acusado de insubordinación y rebelión contra la constitución y el gobierno mexicano. Su defensa política tocó cuerdas muy sensibles para los chihuahuenses. En vez de denunciar a Carranza y a su gobierno, llamó a la paz y la reconciliación.
Angeles defendió a sus compañeros con todo ahínco, con el objeto de salvarles la vida; a su vez el Lic. López Hermosa puso toda su elocuencia en la defensa del reo, apelando a todos los recursos dentro de las leyes, y posiblemente hubiera alcanzado el indulto para el General Angeles, ya que todos los cónsules y representantes de los gobiernos de los demás países pedían al Presidente Carranza no se llevara a cabo aquel fusilamiento: pero varios personajes de aquella época se opusieron a ello el Presidente del Consejo, Gabriel Gabira, que había ordenado mas ejecusiones que ningún otro de sus gobernantes militares, y tenía el hábito de realizarlas mientras una banda tocaba música marcial. El General Gonzálo Escobar había sido herido en el ataque villista contra la misma población; el General Fernando Piraldi, sobrino de Carranza, era tan corrupto que por orden de su tío, había sido removido de su estado natal de Coahuila y enviado a Chihuahua; mientras que Pablo Quiroga, último miembro del Consejo, había sido derrotado por Villa en la batalla de Villa Ahumada, entre otros los senadores Adalberto Ríos, Heriberto Jara, Arturo Gómez y Mariano Rivas, que opinaron que hacía bien Carranza al obrar en aquella forma, y el General Obregón que puso todo su empeño telegrafiándole al General M. Diéguez, no interpusiera su influencia con el Presidente Carranza para que se le salvara 146
la vida al prisionero. ¡Qué ironía! Años antes el General Angeles me suplicaba intercediera con mi marido por la suerte del General Obregón, cuando se encontraba en análogas circunstancias; en cambio Obregón se muestra su más encarnizado enemigo, cuando estaba en su deber moral haber hecho lo que por él se hizo. Hubo algunos momentos en que se tenía esperanza de que el prisionero pudiera salvársele del patíbulo; pero el Lic. Víctores Prieto, agente del ministerio público militar, pidió al Consejo la pena de muerte para el General Angeles, fallando este Tribunal como lo pidió el representante. Villa ignora la suerte de su fiel compañero y amigo, hasta cuando llegó a Múzquiz el día 12 de diciembre, en donde fue informado del fusilamiento del General Felipe Angeles. Cuando estuvo bien cerciorado, mi marido derramó lágrimas a la memoria de aquél que sin temor ni doblez le señaló sus errores y le marcó el camino verdadero que debería seguir. Así iba perdiendo mi marido a sus compañeros más fieles, los que lo habían seguido a todas partes, como Pablo López, también fusilado en esta capital el año de 1916 y que fue entregado por su asistente, quien recibió la muerte sin la más leve señal de cobardía. El pueblo protestó por aquel fusilamiento que se llevaba a cabo únicamente por complacer a los americanos, pues Pablo era casi un cadáver, debido a que durante su prisión no se le atendió de sus heridas, siendo este fusilamiento un baldón más para el Gobierno de Carranza. Poco tiempo después y cuando entró Pancho aquí a Chihuahua, en el año de 1916, por el mes de noviembre, perdió a Javiercito Hernández, quien con él había militado desde el año de 1910 siendo muy joven todavía, habiendo llegado a compenetrarse tanto del sentir de Pancho, que parecía adivinarle el pensamiento. En el año de 1919, y por el mes de septiembre, murió Martín López a quien queríamos como un hijo, pues a nuestro lado lo vimos crecer. ¡Se sentía tan mimado! Que nadie, excepto Pancho o yo, podía llamarle la atención. Una vez el General Aguirre Benavides, se comunicó conmigo por teléfono, pues yo radicaba en El Paso y me dijo: -Señora, Martín está escandalizando en una cantina de C. Juárez y yo no puedo proceder en contra de él porque temo que se haga mayor el escándalo, y le parezca mal al General. Si Ud. pudiera hacer algo«. Muy bien, le contesté. Bien sabía yo el ascendiente que tenía sobre Martín, así es que tomé mi carro y me dirigí a C. Juárez parándome frente a la cantina en que se encontraba Martín, con mi chofer lo mandé llamar, advirtiéndole que allí lo esperaba. Inmediatamente salió Martín y me dijo: A sus ordenes señora. Le ordené que subiera al carro, obedeciéndome sin replicar, y de allí 147
nos dirigimos a El Paso. Así transcurrían los días cuando de nuevo nos sorprendió la noticia de la muerte del Presidente Don Venustiano Carranza, vilmente asesinado en el pueblo de Tlaxcalantongo, Ver., encontrándonos con todo esto completamente desorientados, pues no sabíamos a punto fijo cuál sería la actitud de Pancho al desarrollo de estos acontecimientos. Nadie sabía a punto fijo en donde se encontraba mi marido, pues mientras uno de los Generales daba la noticia de tenerlo copado en un punto cercano a Conchos, otros lo hacían dirigiéndose a Estados Unidos; pero en realidad Pancho se dirigía al pueblo de Múzquiz, Coah., y más tarde conferenciaba con sus Generales acerca de sus futuros planes. ENTREVISTA DE VILLA Y ENRIQUEZ Después de la muerte del Presidente Venustiano Carranza, y a mediados del año de 1920, el Gobierno Provisional presidido por el Sr. Adolfo de la Huerta, creyó que mi marido seguiría siendo un problema para su Gobierno, y buscó los medios posibles para entrar en arreglos con él, a cuyo objeto el General Enríquez se ofreció a ponerse al habla con Francisco Villa y tratar por medio de ofrecimientos a nombre del citado Gobierno, de convencerlo. La entrevista fue concertada, con algunas dificultades, pues como debe comprenderse mi marido no tenía confianza de quien tan abiertamente lo había hostilizado y no sólo a él sino a las familias de los que lo secundaban en su campaña. Ya frente a Pancho, fue tanta su emoción que no acertaba a bajarse de su caballo (según me cuentan los jefes que estaban allí presentes) mi marido, viéndolo en tan difícil situación le dijo: -Quéhubo, amigo, no me tenga miedo; puede Ud. bajarse que no le pasará nada entre nosotros. Los jefes que estaban con mi marido eran Nicolás Fernández, Baltasar Piñones, Ernesto Ríos, José F. Hernández, Silverio Tavares y Porfirio Ornelas; y con el General Ignacio C. Enríquez lo acompañaban entre otros Don Jesús Ríos, que había sido jefe de la escolta de Dorados de Pancho, habiéndolo abandonado cuando lo vió que empezó a declinar su estrella; y no sólo eso, sino que más tarde cuando la expedición punitiva, en el pueblo de Namiquipa le entregó a esta fuerza enemiga, el parque, ametralladoras y rifles que él sabía donde estaban escondidos por habérsele comisionado para tal objeto. La entrevista no tuvo ningunos resultados favorables, habiéndose dirigido mi marido al pueblo de Allende donde llegó más tarde el Sr. Cosme López, compadre de Pancho, quien venía rumbo a ésta para enterarle de que en la estación Dorado había sorprendido una conversación entre oficiales que el General Enríquez que trataban de ponerle una emboscada; pero mi marido que nada bueno esperaba de este señor, salió del pueblo y pudo observar que las fuerzas del General Enríquez se dirigían al lugar que 148
él había abandonado y en el que unos creían encontrarlo todavía y obtener un ruidoso triunfo. De allí se dirigió a Sabinas, habiendo tenido antes, un pequeño tiroteo ambas avanzadas, diciéndole Pancho a sus muchachos: "Vámonos a otra parte, para qué andamos tratando con santos o habiendo tan grande Dios". Y siguieron a su jefe en quien siempre confiaron. ¡Qué diferencia! Mi marido representa al hombre ignorante, pero sincero y leal en todos sus actos; Enríquez, que representa al hombre culto, bajo aquella apariencia de caballerosidad. ¡Quién lo duda! -como un áspid que se enrosca para simular mansedumbre-, ocultaba el veneno de las almas pequeñas que se nombra perfidia o que se llama traición. DE ALLENDE A SABINAS Tanto la Prensa nacional como la extranjera, anunciaban noticias sensacionales respecto al villismo, tanto más alarmantes cuanto que altos personajes de la política mexicana aseguraban que no se llegaría a un arreglo satisfactorio. Una vez en Sabinas se iniciaron las conferencias telegráficas entre el Presidente A. de la Huerta y mi marido, designando al Gobierno Provisional su representante, al General de División Eugenio Martínez. Al acercarse Pancho al Presidente De la Huerta no fue porque se considerara impotente como algunos de los escritores lo hacen aparecer; a Pancho nunca lo vieron arredrarse ante el peligro, ni flaquear ante el hambre, ni detenerse ante la desnudez; no lo asustaron los mil peligros a que se exponía en esa vida errabunda que primero tuvo que llevar por la injusticia de los del Gobierno, y después por sostener muy alta la causa del pueblo al que él pertenecía. Pero muerto Carranza ¿contra quién iba a pelear? Estaba resuelto el problema de la discordia entre hermanos y por lo mismo quiso hacer saber a aquellos quienes creyeron encontrar en Francisco Villa al hombre rebelde que no quiere tener más leyes que su voluntad, que él era el primero en acatarlas siempre que vinieran de un Gobierno que estuviera en concordancia con los anhelos de su pueblo. Le manifestó además al Presidente De la Huerta, sus deseos de cooperar por el engrandecimiento de su patria, dedicándose a la vida tranquila del trabajador para cuyo objeto pedía tierras para él y los suyos, y elementos con que trabajar, cambiando el rifle por el azadón y el arado. Con esta determinación, mi marido hacía comprender a sus amigos y enemigos, que así como sus soldados lo seguían en medio de las más grandes privaciones, a través de los desiertos, fieles hasta la muerte a sus principios revolucionarios, también lo seguirían constantes en el campo del trabajo, probándole al mundo entero, que así como los había sabido conducir por las escabrosas sendas de la guerra, los conduciría lo mismo a la tranquila y dulce vida que se alcanza con el esfuerzo fecundo. Las cosas llegaron a feliz término, entre el Presidente De la Huerta y mi marido, dirigiéndose éste de Sabinas a Canutillo. Durante la travesía, que 149
fue bastante penosa, porque tuvieron que hacerla por tierra, Pancho recibió grandes demostraciones de simpatía principalmente en Cuatro Ciénegas, la tierra de Don Venustiano. LA FAMILIA GARCIA SE SEPARA Teníamos como tres años de radicados en San Antonio, Tex., durante los cuales Pancho no nos había podido mandar dinero; y por lo mismo, para sostenernos, yo había vendido mi automóvil, la mayor parte de mis alhajas, y las últimas las tenía empeñadas. Un buen día llegó a mi casa el Sr. Lic. José Ma. Gándara, apoderado de la Cía. American Smelting Ref. and Co., acompañado de un representante de la misma, el Sr. H. Sharp, para entregarme 25,000 dólares, que me mandaba mi marido, cuyo préstamo le había hecho la misma Compañía, en vista de que otras pequeñas remesas que me había hecho Pancho no habían llegado a mí poder. El envío de este dinero a mí, directamente, le cayó muy mal a Don Matías C. García, quien se creía encargado de la familia, como administrador y hasta apoderado, cargos que nadie le había conferido; pues yo por mera atención, le había encomendado la compra en abonos de dos casitas: una para mí y la otra para Martina Villa, hermana de Pancho; por cierto que creyendo en la honradez de él, nunca le pedimos cuentas ni Martinita ni yo de los asuntos que le confiábamos. Así como también se había adquirido una imprenta, que él me había insinuado sería un buen negocio y que también él regenteaba. Se hacían allí toda clase de trabajos, entre otros la propaganda del Templo Bautista Mexicano del que él era ministro y de los cuales yo nunca percibí ninguna utilidad. Así es que cuando se me entregó aquel dinero, lo primero que hice fue saldar todos mi compromisos, para cuyo objeto le di al Sr. García lo suficiente para que cubriera los adeudos que tenía por las casas y la imprenta, recuperando las alhajas que tenía empeñadas al Sr. Francisco Chapa. Entonces me di cuenta que la casa de la calle Rivas la puso Don Matías García a nombre de él y no al de Martinita como se le había encargado, igualmente la imprenta estaba a su nombre en lugar de estar a nombre mío y la casa número 815 de la misma calle, esa sí fue puesta a mi nombre. Cuando el Sr. García, vió que tanto Martinita Villa, como yo, le echamos en cara su mal proceder, y le avisamos el propósito de decírselo a Pancho, se apresuró a mandarle una carta al Sr. George M. Holmes, quien constantemente iba a visitar a Pancho, cuya carta estaba concebida en los siguientes términos: San Antonio, Tex., marzo 19 de 1920. Mr. Geo. M. Holmes. Presente.150
Muy Sr. mío y amigo: Por la presente hago constar para que Ud. a su vez lo haga saber así, a nuestro mutuo y estimado amigo el Sr. General Villa, que como su apoderado he comprado una casa, situada en la calle de Rivas número 831, de esta ciudad y que espero sus órdenes para ponerla en nombre de la persona que me indique y sobre este asunto, ya le he escrito; pero por si no haya recibido mi carta, hago a Ud. ésta para que se sirva mostrársela. También le ruego me haga favor de hacerle saber que la imprenta costó $900.00 aproximadamente y que espero también lo que determine acerca de ella. Su intervención se la agradezco sinceramente y veo es la de un caballero y verdadero amigo y le ruego diga o muestre esta a nuestro querido General, para que vea, obedeceré sus órdenes en todo, sin tomar en consideración lo poco que pueda deberme como profesor y encargado de su familia, pues tengo en él plena confianza, y quedaré contento de la manera que él arregle ese asunto. Sin más de Ud. Afmo. Atto. amigo y S. S. Matías C. García
El Gral. Villa recibe en la Hda. de Canutillo, Dgo., la visita de los ingenieros, comisionados por el Gobierno para verificar los trabajos de mensura de aquella propiedad rural.
Esta carta me fue mostrada por el mismo señor Holmes, quien había dádose cuenta del proceder del Sr. García nada recto ni caballeroso ya que hasta pretendía, no hablara conmigo. No obstante y gracias a la gentileza del Sr. Holmes, logré una copia fotostática de esta correspondencia, para 151
que yo hiciera de ella el uso que mejor conviniera a mis intereses. Debo advertir que Don Matías y su familia, se captaron poco a poco la estimación de Reynalda, haciéndola al lado de ellos tanto, que cuando Martinita y yo discutíamos algo acerca del mal proceder de Don Matías, Reynalda se disgustaba y se oponía a tal grado, que por ningún motivo consentía que se lo hiciéramos saber a su padre y fue tanta la astucia de esta familia que hasta la hicieron cambiar de religión, siendo bautizada en el Templo Bautista; pues hay que advertir que este señor era Ministro. ¡Y qué ministro! pues era de los que cambian la religión por conveniencia, y hacen que otros hagan lo mismo, en beneficio de sus fines utilitarios. Más tarde viendo que no le tenía la confianza de antes, y sabiendo que Pancho le reprocharía su mal proceder, optaron por cambiarse de nuestra casa, llevándose a Reynalda a vivir con ellos. Tanto yo, como Martinita Villa, hicimos todo, lo posible, porque ella no se fuera; pero había sido tal el cambio operado en ella, que ni siquiera pensó si su padre aprobaría o no su conducta. No sé cómo se enteraría mi marido, de este acto de Reynalda, el caso fue que recibí una carta de él, y entre otras cosas me decía: ³Sé que Reynalda, ya no vive contigo, y aún más, sé que cambió de religión. Te suplico no te ocupes más de ella, pues la mujer que olvida lo que le enseñaron desde la cuna, es la que más tarde, por un puñado de pesos, también puede traicionar a su padre´. Reynalda aún siguió viviendo con ellos, habiéndole sobrevenido una penosa enfermedad, que se desarrolló en tuberculosis; tal vez agravándosele por la pena moral y murió unos meses más tarde, pues yo tuve la pena de no verla, en primer lugar, por la orden que tenía de mi marido de no ocuparme más de ella y en segundo, por haber estado al lado de las personas ya citadas. Ni sus hermanos, Micaela y Agustín, pudieron estar en su compañía; ni su tía Martinita, por quién tanta predilección tuvo antes, la que solamente se informaba del curso de su enfermedad por conducto de un anciano, a quien todos llamábamos "El Tío Albino" y que había sido Capitán en la División del Norte. MI REGRESO A LA PATRIA Con la incertidumbre de lo que en México acontecía respecto a los tratados de Sabinas, y haciendo miles de comentarios, un día se presentó el Sr. Alfredo Gómez Morentín y el Sr. Daniel Delgado, portadores de las órdenes de Pancho para regresarnos a nuestra patria. El Sr. Gómez Morentín continuó su viaje hasta Washington con una comisión que le había sido conferida para el Lic. Díaz Lombardo y otros políticos radicados en aquella urbe. Nuestro regocijo no tenía límites al pensar que volveríamos a la patria de donde nos habíamos estado cinco años fuera, para reunirnos con 152
los nuestros; la desaparición de muchos, entre ellos mis dos hermanos Marcos y Regíno, este último muerto en Bavícora y el que me acompañaba en todas partes; Martinita lamentaba la muerte de su esposo en el combate de Bachimba; Paulita Vda. de Antonio Villa que se hacía esta pregunta: -¿Al lado de quién viviré, al lado de los míos o al de los de mi marido? Salimos de San Antonio, Tex., el día 10 de septiembre de 1920. Ya Pancho se había puesto camino de Canutillo; pero antes había acordado esperarnos en Estación Adrián, para que de allí marcháramos juntos a la Hacienda; mas en el camino recibimos un telegrama ordenando se quedara Martinita, mi madre y demás familia en C. Camargo, porque Pancho ignoraba el estado en que se encontraba la Hacienda. Una vez que traspusimos los límites entre México y Estados Unidos, Sarita, la niña de Martinita que llamábamos la ³cubana´ por haber nacido en aquel país habiéndonos oído decir que estábamos en México, se paró frente a nosotros y nos dijo: -Bueno, si ya estamos en México ¿dónde está ese tío Pancho que dicen que venimos a ver? en dónde está, enséñenmelo, yo quiero verlo«. Pues alegaba ser el único objeto que a nuestra patria la había traído, y trabajo nos costó convencerla de que a su tío lo vería más tarde. En Estación Adrián me esperaba Pancho, al que yo creía encontrar con su cabeza cana y su rostro envejecido por las continuas fatigas que durante cinco años se vió obligado a soportar; pero al contrario, conservaba las mismas energías que cuando yo me ausenté de su lado, siendo el hombre fuerte de otros tiempos, únicamente estaba tostado por el sol, pues ni la herida recibida en la pierna la hacía cojear. Agustín y Micaela, después de las demostraciones cariñosas, de que hacían objeto a Pancho, le formularon mil preguntas; Agustín reclamando su caballo que le había prometido cuando él viniera, y para complacerlo un poco ordenó que le ensillaran un caballo y lo fueran a pasear, ofreciéndole que en Canutillo le tendría su caballo y su montura. Ya en Adrián, recibió una comisión de la American Smelting Ref. Co. de la Unidad de Santa Bárbara para que pasáramos a aquel lugar, en donde se nos tenía preparada una fiesta en el club de Tecolotes. Grandes eran los preparativos que se habían hecho para agasajar al guerrillero que se iba a dedicar a la vida pacífica. El salón del club de Tecolotes presentaba un hermoso aspecto, adornado con banderas mexicanas y americanas, y una mesa, con cien cubiertos; en la cabecera de la mesa bajo los escudos de México y Estados Unidos estaba el puesto de honor, dedicado a nosotros. Nos acompañaban, el General Nicolás Fernández, el General Michel, el Corl. Ernesto Ríos, Jefe de la Escolta y otras personas más que pertenecían a la gente de Pancho. Haciendo los honores del ágape estaban los señores, W. P. Schumacher, Gerente de la Unidad y el representante de la American Smelting & Refining Co. Sr. Ing. Norris Hobart; y la encantadora señora 153
Schumacher y sus hijitas Marjorie y Jane. En la casa de ésta señora me pasé las horas que faltaban para el banquete, en donde el gusto de una culta dama americana se manifestaba por todas partes. A la hora indicada pasamos al comedor, mi marido llevaba del brazo a la señora Schumacher y el Sr. Ing. Hobart me acompañaba a mí; se sentaron a la mesa también los representantes de las Unidades de Santa Bárbara, Veta Grande y Parral, acompañados de sus esposas, entre ellos Don Bernardo MacDonald y H. H. Sharp. Al terminar el banquete el Ing. Hobart tomó la palabra y en breve brindis en español (pues este señor es oriundo de Nuevo México en donde el español se conserva todavía en su pureza colonial) comparó ciertos movimientos militares de mi marido, con las tácticas por las cuales Napoleón subió a la cumbre de la fama militar; elogió sus ideas patrióticas ahora que volvía a la vida pacífica, ahora que ponía su mano en el arado y esperaba que la Historia no solamente le otorgara los laureles del Napoleón Mexicano sino que también lo considerara como el Cincinato de su patria. Mi marido contestó en palabras sencillas, sinceras y conmovedoras, agradeciendo aquellas pruebas de cariño. La amistad entre el Sr. Ing. Hobart y mi marido, duró hasta su muerte, habiéndomela hecho extensiva a mí, pues en varias ocasiones me ha demostrado el cariño que tuvo hacia mi marido. Terminado el banquete nos regresamos a Estación Adrián para de allí dirigirnos a Canutillo. NUESTRA LLEGADA A CANUTILLO Llegamos a la Hacienda. ¡Qué triste aspecto presentaba aquella Hacienda deshabitada por tanto tiempo, en donde sólo quedaron las huellas de un reñido combate registrado allí, no hacía aún mucho tiempo, y en donde por su fértil vegetación, el zacate crecía tanto, que junto con los árboles y el desorden en que estaban colocados presentaban el aspecto de un panteón abandonado! Sólo la capilla surgía majestuosa e imponente en aquella soledad. La iglesia nos sirvió de alojamiento durante los primeros días, pareciéndome un sacrilegio convertir en venta aquel lugar que antes fuera espiritual morada para que el humilde campesino elevara sus plegarias al Ser Supremo, poniendo como intercesor a su patrón San Isidro que todavía se conservaba en su nicho con su arado y su yunta de bueyes, como invitando al campesino a cultivar la tierra. El altar presentaba su elegancia y el buen gusto con que fue hecho, conservando parte del ornamento; los confesionarios sucios y polvorientos, cubiertos de telarañas, demostraban que por mucho tiempo no se había acercado a ellos el penitente a desahogar su conciencia a oídos del confesor, y el púlpito permanecía en espera de los que tantas veces habían llevado en su palabra el consuelo a las almas afligidas; las campanas permanecían mudas, pues hacía mucho 154
tiempo que no cantaban a la oración o con sus repiques alegres a la fiesta del patrón de la Hacienda, ni con su doblar anunciaban que alguien se había ido para no volver más; ahora estaba dividido en bodegas el oratorio, en tienda y cuartos de herramienta, todo por ser lo único que estaba techado y tenía puertas. De noche, cuando uno quisiera que reinara el silencio más absoluto, por entregarse al descanso, allí se nos espantaba el sueño, al sentir que nos rozaban con sus alas los murciélagos, esos animales que los supersticiosos ven de malos presagios y que formaban verdaderas parvadas en el interior del Templo. A esto había que agregar la enorme cantidad de ratas que formaban tropeles como duendes de leyenda, interrumpiéndonos el sueño los gritos de Agustín y Micaela que despertaban espantados. Había momentos en que era tal el horror que sentía a la vista de aquellos animales, que pensaban en que Pancho pudiera radicarse en otra parte mientras se construían nuestras habitaciones; pero luego sentía una especie de reproche, algo como un remordimiento: ¿Por qué no había de compartir con mi marido aquellas incomodidades, ya que tanto tiempo había estado él en medio de los peligros? EL GUERRILLERO CONVERTIDO EN HOMBRE DE CAMPO Pancho ahora en Canutillo representaba a los ojos de muchos el aspecto más noble y fecundo de su vida, pues todos los ojos estaban sobre él y pendientes del curso de su destino. Había dejado de ser el temible guerrillero que volaba trenes; que cuando muy lejos lo hacían de una Plaza, al despertar el alba se oían por las calles los gritos de "Viva Villa", que hacían latir los corazones de alegría de los que con él estaban y de terror para aquéllos que con él tenían algo pendiente también ahora no le sorprendía el sol en la cama, ¡pero qué distinto! antes con su ejército de hombres sembraba el terror y el desasosiego, hoy esos mismos hombres la acompañan empuñando en sus manos en vez del fusil, el arado, el azadón y todos los instrumentos de labranza, y al frente de estas actividades, como en tiempos de batalla, iba Pancho ante el asombro de la República, convertido en modesto agricultor. En pocas semanas, habían sido convertidas aquellas inmensas llanuras desoladas y desiertas en extensas plantaciones de cereales. Por las tardes Pancho me invitaba a que lo acompañara, para visitar los trabajos que estaban haciendo en las presas, las que en pocos días quedaron desazolvadas y listas para captar grandes cantidades de agua. Era la víspera del santo de mi marido, cuando nos fue anunciada la visita del General Martínez. Lo acompañaban el General Héctor I. Almada, el Lic. Víctores Prieto y otras personas más que no recuerdo y con una banda de música iban a felicitarlo, permaneciendo cerca de una semana en Ia hacienda, en que Pancho se mostró solícito con sus huéspedes, haciéndoles lo más agradable posible su estancia. El General Martínez y sus 155
acompañantes demostraron su admiración al ver en tan pocos días aquellos áridos desiertos transformados en campos de labranza. Pancho como ranchero llevaba una vida ejemplar, y para que su obra quedara completa, lo primero que hizo fue establecer escuelas, pidiendo al Gobierno para sus planteles educativos, profesores normalistas.
El Gral. Villa consagrado a sus labores agrícolas en Canutillo, D o.
No sólo Pancho quiso combatir el analfabetismo por medio de escuelas, sino que yo también formé una biblioteca que contaba con una magnífica colección de obras en las que figuraban las siguientes: La Divina Comedia, Don Quijote de la Mancha, Los Girondinos, Historia de México, Historia de Grecia, Diccionario Enciclopédico, El Tesoro de la Juventud, Historia Natural, varias obras de Salgari, y otras muchas que contarían en total algunos cientos de libros y que sería largo enumerar. Entre estos había algunos de medicina, obras que empecé a coleccionar desde La Habana y durante mi estancia en San Antonio, los cuales puse a disposición de los de la Hacienda. A estos últimos libros dediqué toda mi atención, pues estando tan distantes los auxilios médicos, creí que mis conocimientos podrían ser útiles en cualquier momento, habiendo pedido un pequeño botiquín al Dr. Santelises, que radicaba en Torreón, este médico se mostró solícito a mis deseos, pues no sólo me envió los medicamentos sino que en cada uno de 156
ellos me ponía notas para las aplicaciones que se les debía de dar. Y una vez se me presentó la oportunidad de poner en práctica mis conocimientos. Llegó el caporal de la Hacienda, que tenía su familia en Las Nieves, en demanda de auxilios para su esposa que después de haber dado a luz un niño, le había atacado pulmonía. En caso tan complicado yo no sabía qué recetar; y sólo pensé en atacar la pulmonía, recetando una porción compuesta de copalquín hierba colorada y palo mulato, la que debía de darle inmediatamente que llegara. Al mismo tiempo, le proporcioné un termómetro para que tomara la temperatura, juntamente con unas píldoras de Peletier y unas cápsulas de quinina para combatir la calentura. Pancho se quedó atento a lo que estaba recetando, y una vez alejado el señor me dijo: -Oye Güera, pues tú« ¿qué estás pensando? Si se muere la señora dirán que tú tuviste la culpa. -Si se muere, es que ya le tocaba, -le contesté- pero en cambio si recupera la salud me felicitaré de haber estado tan atinada. Al siguiente día, estando mi marido parado en la puerta de la huerta que daba vista a Las Nieves, vió venir al caporal, llamándome muy apurado y diciéndome: Güera, Güera, ven acá. Al ver que con tanta urgencia me llamaba, acudí presurosa y señalándome hacia el camino, se expresó así: -Allá viene el señor, a quien tú le recetaste ayer, y sin duda viene por el cajón y las velas para su esposa. Yo sentía una angustia inexplicable, y fijábame en su cara que de seguro me revelaría lo que había ocurrido en su casa. No tardó en estar frente a nosotros y con mucha ansiedad lo interrogué, habiéndome dicho: -Hice todo lo que Ud. me indicó, habiéndole parado con la bebida que Ud. me dió el vómito de sangre, y con las cápsulas bajó la calentura, pues le produjeron un sudor copioso, y hoy amaneció mejor. Con esta noticia se me quitó un gran peso de mi conciencia, pues había cumplido con una de las obras de misericordia, y quedábame una satisfacción muy íntima. Dirigí entonces la mirada hacia mi marido, que entre cariñoso y burlesco dijo: -Ya contamos con una doctora en la Hacienda. Y el señor, agradecido, se despidió de mí, pues su viaje traía por objeto llevar encargos y alimentos para su enferma. UN VIL CALUMNIADOR Don Matías García no se conformó únicamente con adjudicarse una casa que no le pertenecía, con distanciar una joven del hogar, y llevársela del lado de su familia con quien vivía en completa conformidad, sino que 157
quiso más todavía, quiso arrojar más infamia, mas Iodo sobre quien no tuvo para él y los suyos más que cariño y atenciones. Con este motivo, escribió a mi marido una carta en la que me hacía aparecer como una adúltera y cuyo delito había sido cometido con él. Siendo escrita esta carta por su propia hija María y tal vez de acuerdo con su esposa. Quien conoció a mi marido, comprenderá que si no hubiera tenido en mí, la confianza que todo marido deposita en aquella a quien ha hecho su esposa, a la que ha dado su nombre, probablemente hubiera dado cabida a semejante infamia; pero la carta que Don Matías dirigió a mi marido, no sólo llevaba por objeto el calumniar a la mujer del guerrillero sino también a su hija, haciéndolas aparecer como amantes del impostor en el destierro. Todo esto lo hizo comprender la mala fe del menguado amigo que no vaciló en destruir lo más sagrado de la conciencia de un hombre, introduciéndolo en el infierno de los celos. Las consecuencias ¿qué le importaban a él? Lejos del alcance de su acción, lo primero era destruirme a manos de mi propio marido, después« todo quedaría oculto por el tiempo. ¡Yo bajo la tumba no podría protestar contra aquella infamia! Una mujer difamada ¿qué más da? Pero Don Matías ignoraba qué Reynalda, antes de morir, antes de trasponer los umbrales de la eternidad, para que Dios en su eterna justicia pesara sus obras buenas o malas, escribió a Pancho una carta en la cual le pedía perdón por haber abandonado la casa paterna contrariando así sus órdenes, haciendo hincapié en que fuera bueno conmigo puesto que yo había sido una madre para con ellos, habiendo podido observar entre las personas que la rodeaban que algo funesto se tramaba en contra nuestra. Esta carta fue entregada a mi marido, estando en El Tlahualilo y en este mismo lugar recibió la noticia de la muerte de su hija. Un mes después de la muerte de Reynalda llegó la carta de Don Matías. Mi marido quedó plenamente convencido de Ia maldad de aquel hombre que en medio de las plazas de San Antonio, Tex., se hacía aparecer como el Apóstol que anda en busca de las aImas perdidas para convertirlas en su religión, y en cambio no teme desatar las iras de un hombre que le ha tendido la mano de amigo, y le ha confiado lo más sagrado para él: la educación de sus hijos. Esa fue la obra del hipócrita Ministro que en medio de la calle predica a los demás las sublimes palabras del Maestro: "AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS". PANCHO EMPIEZA POR RECOGER A SUS HIJOS Después de organizar la Hacienda y dar principio a los trabajos de siembra, etc., pensó como siempre en reunir a su lado a todos sus hijos para estar más pendiente tanto de las necesidades de ellos como de su educación. Entretanto vino a Chihuahua para hacer como todo ciudadano 158
consciente de sus deberes el pago de las contribuciones que durante su ausencia estaba adeudando por la Hacienda El Fresno y otras fincas, igualmente que el de pagar otra deuda, ésta de gratitud, al Sr. Lic. Alberto López Hermosa, por la defensa que tan desinteresadamente hizo este señor en el proceso del General Felipe Angeles, pero cuyo deseo no pudo realizar, por haber salido el Lic. Fuera de esta capital. Así es que, aprovechando esta oportunidad se dirigió a C. Guerrero en donde estaba radicada la señora Guadalupe Cóss, madre de Octavio, un hijo de Pancho que le fue recogido por éste y llevado a la Hacienda. Más tarde llegó a Canutillo la señora Leonor Z. de Torres, acompañándola su hijo Hilario, la que llevaba a su pequeña nietecita Juana María, (hija de la señora Juana Torres, fallecida en Guadalajara) para que saludara a su padre, y tal vez creyendo que al verla les proporcionaría una ayuda; pero nunca se imaginaban que Pancho se las recogería, por ser ese el programa que se había trazado de recoger a sus hijos. Llegó después Celia, a la que llevaba su tía, pues había perdido a su madre cuando ella estaba muy pequeña. Estando ya a nuestro lado Agustín, Micaela, Celia, Juana María y Octavio, y como no hubiera aún escuelas en la Hacienda, Pancho mandó llamar a la señora Magdalena Bueno Vda. de Bueno para que se hiciera cargo de la educación de los niños. A la Hacienda fue llevada para que viviera con la familia del Sr. Ramón Contreras, primo de Pancho, la Sra. Soledad Siañez, quien tenía un pequeño niño hijo de Pancho, y el cual era llevado diariamente a la casa tanto para que saludara a su padre, como para que fuera teniendo cariño a sus demás hermanos. Martinita, hermana de Pancho, fue comisionada para que recogiera de Parral a la Sra. María Hernández, quien también tenía un niño hijo de mi marido y que a lo sumo tendría tres meses. La Sra. Hernández se vino a radicar a Chihuahua en compañía de Martinita. Así Pancho iba reuniendo a sus hijos, pero todavía le faltaba recoger uno que tenía la Sra. Francisca Carrillo, a quien dió orden de que se trasladara a Canutillo a vivir con alguno de sus familiares que tenía en la misma Hacienda, negándose ésta rotundamente a obedecer sus órdenes, diciéndole: -General: Ud. Nos enseñó a que respetáramos a Lucita, y juzgo muy indigno su proceder al querer que en el mismo sitio vivamos también nosotras. Como no faltaría quién quisiera meter la cizaña entre Ud. y Lucita, la que se percatará de nuestra estancia en la Hacienda, ello sería causa de grandes disturbios en su hogar, cosa que yo me reprocharía. Como Pancho no entendiera estos razonamientos, dos días más tarde mandó por ella en una troka, con instrucciones de que se llevaran también a su madre y demás familia, a la haciendita Carreteña, pero la Sra. Carrillo, el mismo día que Pancho le avisó que iban por ella, se trasladó a El Paso, donde radica todavía. Yo admiro el proceder de esta mujer y, en
su caso, hubiera hecho lo mismo. 159
EL ARABE DE CANUTILLO Ya estaba establecido Pancho en Canutillo, con su gente, cuando un día se presentó un árabe vendiendo ropa, pues en aquella hacienda, por la falta de comunicaciones, había mucha demanda de estos artículos. Al terminar su faena del día se retiró a su alojamiento y al hacer el recuento de su mercancía notó que le faltaba un traje para señora; hizo todo lo posible por recuperarlo, pero en vista de que todos sus esfuerzos fueron inútiles, se presentó a Pancho y le dijo: -Señor General; entre las personas que en esta hacienda les he andado vendiendo mi mercancía, se me perdió un traje, el que no he podido recuperar; le agradecería que por su mediación se me devolviera. Pancho ordenó a uno de sus ayudantes que fuera a las casas en donde el árabe había expendido su mercancía encontrándolo, y llevando a su presencia al autor del hurto y el cuerpo del delito. Luego mandó reunir a los que allí se encontraban, y en presencia del mercader les dijo: Primeramente dirigiéndose al autor del robo. -¿Sabes lo que se te espera por esto? -!Sí, mi General, ya sé que Ud. me mandará fusilar. -No, -contestó-. Ya no es el Pancho de antes, aquel Pancho Villa ha muerto para surgir a una nueva vida, ahora seremos hombres trabajadores y honrados, probaremos a nuestros hermanos de raza y a todos los que nos han juzgado mal, que si en la guerra llevamos una obra de exterminio, era porque las circunstancias así lo requerían, pero ahora daremos ejemplo de honradez, haciendo una labor de progreso en bien de nuestro país; así que espero que Uds. que muchas amarguras han compartido conmigo durante tanto tiempo, cooperen también para que juntos realicemos el anhelo más grande de mi vida, el engrandecimiento de nuestra patria, para que ocupe el lugar que le corresponde. Así es, que de hoy en adelante, espero que aquí en Canutillo, ni una aguja se pierda, pues a Uds. conmigo ¿qué les falta? ¿No tienen todo lo que necesitan? Ante las palabras sencillas, pero dichas con el corazón por mi marido, sus hombres, que tantas veces habían junto con él expuesto sus vidas, sintiéronse conmovidos, prometiéndole que estaban dispuestos a secundar su labor en todo lo que él se proponía. Y entregándole al árabe su traje, le dijo: -Puede Ud. Estar tranquilo que no le volverá a suceder un caso semejante.
160
A ENTRADO UNA MUJER Ya habían transcurrido algunos meses de estar establecida en Canutillo cuando una tarde vi penetrar por la puerta de campo una señora en compañía de otras personas, las que se dirigieron a Pancho. Era Austreberta que venía a vivir en la Hacienda. Mi, marido la condujo a mi presencia diciéndome: -Aquí tienes esta muchachita para que te ayude a coser. En esos días tenía bastantes costuras, y en realidad, necesitaba una persona que se dedicara a esos quehaceres y la puse, en compañía de las hijas del General Ornelas, a que cosiera unas sábanas y otras costuras, pues teníamos anunciada la visita de algunas personas que permanecerían en la Hacienda de paso para el pueblo del Tizonazo. No pasaba inadvertida para mí la presencia de aquella mujer en nuestra casa; al fin mujer, no dejaba de ser mortificante. Antes de su llegada había tenido en mis manos una carta que le dirigía ella a Pancho y que él, por un descuido, había tirado en el comedor antes de leerla. Desde luego se comprendía que Austreberta, deslumbrada por la fama del guerrillero y creyendo quizá que poseía grandes cantidades de dinero que ella podía ganarse con su astucia, aunque perdiera la estimación de las personas honradas, porque no siempre se compra con el oro la simpatía y la estimación de los que nos rodean, no tuvo inconveniente en pasar como mujer sin escrúpulos morales, a pesar de haberme asegurado pertenecer a la Asociación de las hijas de María. La carta, entre otras cosas, decía: ³Sé que Ud. es casado, si Ud. pudiera probar lo contrario...hable con mi tío Manuel Becerra que vive en Parral´. Y firmaba con estas letras "A. R." Esta carta le fue entregada a Pancho por una señora Banda (hermana del General Enrique Banda) quien tenía también mucho interés en que su hija Angela se viniera a vivir con Pancho, comprobándole esto por una carta que le encontré, y con la cual yo le eché en cara su mal proceder. Por esto verán mis lectores que tengo derecho en acusar a aquéllas que sólo eran atraídas al lado de mi marido, no por un sentimiento de amor, de verdadero amor, que se sublima con el desinterés y el sacrificio, sino alucinadas por las inmensas riquezas que se forjaban en su ambición. En una de las veces que tuve ocasión de hablar con Austreberta, le dije, mostrándole la carta a que anteriormente hago referencia: -Austreberta, ¿esta carta es suya? Sí, me contestó bajando los ojos. -¿Cree Ud. que ha hecho bien en proceder de esta manera? Un telegrama que me ha sido mostrado por el General Ricardo Michel, me autoriza a creer que Pancho no la mandó traer de su casa, pues el telegrama era de su padre y decía así:
161
Austreberta Rentería y el General Francisco Villa.
³Dígame si se encuentra en ésa mi hija Austreberta, pues hace como una semana que desapareció de la casa en donde yo la tenía en Gómez Palacio con sus tías´. Y al mismo tiempo recibía Pancho otro de Margarito Barrera, de Mapimí, donde le decía: "Hace algunos días que se encuentra en ésta Dolores Uribe en compañía de otra persona que Ud. ya sabrá quién es. Dígame qué hago con ellas". Entonces Pancho se dió cuenta de que era Ud. de quien se trataba. Ahora dígame ¿es cierto que a su padre, Pancho le quemó los pies por 162
intrigas de Baudelio y Lola, ésta emparentada con su padre? Austreberta, quien tal vez pensó que ignoraba yo todos aquellos detalles, se quedó muda ante mis preguntas. ¿Y qué podría haber contestado cuando su delito estaba bien comprobado? Más tarde en una conversación que tuvimos Cuca Ochoa y yo, me dijo: -¿Se acuerda, Lucita, aquella vez que estaba de visita con Uds. en Canutillo y que el General me invitó para visitar la huerta? fue para decirme: Cuca: tengo un compromiso que no sé cómo salvarlo, pues Lola Uribe, tal vez queriendo congratularme para que yo le ponga una tienda o una casa de huéspedes en Parral, se ha traído a Austreberta de la casa en donde la tenía su padre y acaban de avisarme que ya se encuentra en Mapimí. ¿Qué Ud. se la quiere llevara su casa? Yo le pasaré una mensualidad. -General; yo siempre lo he estimado y Ud. me ha guardado muchas consideraciones; por lo mismo, quisiera que nuestra amistad siguiera como hasta hoy porque yo no podría aceptar en mi casa una persona que con sólo su presencia me compromete, pues siempre hemos considerado como su única esposa a Lucita y para quien sí está mi casa disponible. El General comprendió que yo tenía razón en esto y no insistió, y ha continuado siendo mi buen amigo. Y le diré que no es la primera vez que lo hago, pues con la Sra. Torres me pasó este otro caso: Fui a la "Quinta Prieto" en donde decían vivía el General Villa y su familia y al preguntar por Lucita, salió una hermana de la Sra. Torres que se llama igual a Ud. -Dispénseme, le dije, yo preguntaba por la Sra. Luz Corral de Villa, esposa del General, y como dijeron que aquí se encontraba él con su esposa, creí encontrarlos, pues no sé que legalmente tenga otra, retirándome en seguida. En efecto, Cuca, siempre me ha dado pruebas de su amistad. Gracias, muchas gracias. LA SEPARACION Habían transcurrido seis meses de mi estancia en Canutillo y no había podido habituarme en ese tiempo a sobre llevar aquella vida tan llena de sin sabores, pero en la que me había propuesto, con mis atenciones y cariño, hacerle dulces las horas de aquel destierro a mi marido y compensarlo de sus grandes fatigas, propias de la existencia azarosa que durante tantos años se había visto obligado a llevar, cuando vino a nuestro lado una mujer que echó por tierra todos mis proyectos. Durante el día me lo pasaba dedicada a las faenas del hogar, y por la noche entregada a mis más profundas reflexiones al ver aquella vida que yo 163
habíame concebido tan llena de satisfacciones como recompensa a los cuidados que yo había prodigado a sus hijos, y quizá sacrificando en parte mi amor propio, pero que se me presentaba bajo otro aspecto distinto al que yo me había forjado. Paulita, que vivía a nuestro lado y en quien yo tenía una sincera amiga y compañera, aparte de los lazos de familia que nos unían, recibió un telegrama donde se la avisaba la enfermedad grave de su madre que radicaba en San Andrés, y llena de lágrimas se dirigió a Pancho suplicándole que le permitiera ir al lado de su madre; quien reclamaba sus cuidados, a lo que Pancho accedió. Yo quería acompañar a Paulita en su viaje, abandonando temporalmente a Pancho para que pudiera convencerse de la intriga de todos los que buscaban nuestra separación. ¿Pero cómo podría hacérselo saber? Paulita participaba de todas mis aflicciones y fue ella la que resueltamente afrontó la situación y le dijo a Pancho: -Padrino; yo quisiera que, puesto que Lucita es ya un obstáculo en su nueva vida, le permitiera irse conmigo al Iado de su madre. Pancho reflexionó un momento, y luego, llamándome me dijo: -Guera, ¿quieres irte con Paulita? -Sí, le contesté, si tú me lo permites. ±Pues bien, te irás; pero no al lado de tu madre, sino al lado de mi hermana; mas antes quiero que me firmes una carta en donde te comprometes a vivir con ella. Hice la carta con mi puño y letra en donde me comprometía a observar lo que él me había indicado, y a más yo sabía que al lado de Martinita viviría contenta, puesto que durante cinco años que vivimos en el destierro no habíamos tenido ninguna desavenencia. Al partir de Canutillo, Pancho no quiso que me trajera nada, tan sólo mi ropa, estando de acuerdo en que guardara en mis petacas todo lo mío, cerrándolas con llave, las que yo conservé para que nadie pudiera hacer uso de lo que me pertenecía. Entre estas petacas había un cajón bastante grande que contenía varias pinturas que había hecho yo durante los cinco años que estuve fuera de mi patria y principalmente cuando mi estancia en La Habana, bajo la dirección de mi profesora la Sra. Carmen R. Maribona, originaria de Caracas, y en mis petacas algunos juegos de recámara hechos de pintura también, y muchos otros trabajos manuales que había ejecutado bajo la dirección de mi profesora la Sra. Ballot, de origen francés; trabajos que merecieron el bondadoso elogio de quienes los vieron, pues varios periodistas de San Antonio, Tex., que me entrevistaron y sorprendíeronme dedicada a mis labores artísticas, dieron sus reportes a la prensa, habiéndome visitado con este motivo varias personas para darse cuenta si aquello era cierto o no. En mi nueva convivencia con Martinita, radicada entonces en Chihuahua, yo fingía una felicidad que estaba muy lejos de sentir, bajo 164
apariencias sociales que encubren tantas tragedias íntimas, cuando una mañana, leyendo un periódico, me sorprendió la noticia de que Pancho se había casado con Austreberta, cometiendo con esto el delito de bigamia. Esto dió lugar a que uno de los amigos de Pancho (aunque yo me supongo que fue una indicación de mi marido) me propusieron que entablara el divorcio, a lo que yo le contesté que estaba dispuesta a firmarlo siempre que me fuera pedido por él. Esto fue estando yo en Lerdo, al lado de mi cuñado Hipólito, siendo mi respuesta un obstáculo para los futuros planes de los bígamos, y que dió lugar a que se recurriera a otros medios. No sólo Don Matías tenía empeño en que yo pereciera a manos de mi marido, como lo dejo explicado en otro relato de estas mismas memorias, sino que también otras mujeres interesadas hacían todo Io posible por infundir a mi marido los celos más infames que puedan imaginarse; los que tenían por objeto calumniar a la esposa y al hermano del guerrillero de una manera más vil todavía, haciéndonos aparecer como amantes. Esto me fue confirmado más tarde por el Sr. Francisco Alvarez, primo de Pancho; y mi cuñado lo supo por la Sra. Esther Cardona quien tenía dos hijos de Pancho. PANCHO PROPONE MANDARME A SUS HIJOS Los hijos de Pancho no habían encontrado en su nueva esposa una mujer cordial y comprensiva de la situación que guardaban, ni siquiera una amiga que les señalara el camino recto de la vida, pues por razón natural, eran todos de distintos sentimientos, ya que no dependían de una sola madre. Una vez que Pancho llegó a esta ciudad y estando yo todavía al Iado de Martinita su hermana, vino él a parar a nuestra casa, y al ver que yo no había salido a su encuentro como la demás familia, preguntó por mí, y señalándole Martinita mi pieza se dirigió a ella, en donde yo estaba planchando. Se acercó a mí y, cruzando sus brazos por mi espalda dando a su entonación toda la dulzura que le fue posible, me dijo: ¿Güera, que no tienen con qué pagar porque les planchen?" -Sí, pero lo hago por pasar el tiempo, un rato leo, y otro rato plancho, y señalándole un libro que estaba cerca y el cual era "La Segunda Mujer" por Eugenia Marlitt, lo tomó Pancho en sus manos, y empezó a leer precisamente en la página que yo había dejado abierta, a la que estaba prestando toda su atención, cuando le anunciaron la visita del General Eugenio Martínez. Momentos después regresó, sentándonos todos a la mesa. Como era viernes de cuaresma, había los potajes correspondientes a ese día, habiéndome dicho que la capirotada se la llevara a su pieza donde él iba a descansar. Una vez allí me dijo: -Te voy a mandar componer tu casa, (La Quinta Luz) creo que con diez mil pesos quedará reparada, pues no quiero que vivas arrimada con 165
nadie.
Yo me quedé en silencio, pues no sabía qué contestar. Y el meditaba algo que me quería decir, pero no sabía cómo empezar, hasta que al fin exclamó: -Güera, ¿quieres que te mande a mis hijos para que los pongas en un colegio de aquí, o si gustas mejor puedes irte a México con ellos, pues ya sabes que te has granjeado su cariño y a nadie quieren como a ti; sobre todo Agustín, a quien encontré ensillando su caballo para seguirte cuando saliste de la hacienda? -Como tu quieras; pero como ya les han infundido la ingratitud para mí, creo que mejor sería que no lo hicieras. Pocos momentos después le consultaba a Martinita sobre la proposición de mi marido, habiéndome dicho: -No sea tonta, no los recoja; tal vez habrán adquirido distintas costumbres, de las que Ud. les inculcó, o acaso no se los trate bien y por eso mi hermano quiere alejarlos de Canutillo. Más tarde me enteré, por los mismos hijos de Pancho, del mal trato que recibían; y por Quico Álvarez, quien me confirmó esos malos tratamientos, refiriéndome a la vez otras cosas de las que no quiero acordarme. "DINERO, NO; UNA ESCUELA" Los tratados de mi marido con el Sr. Adolfo de la Huerta, Presidente Provisional de la República, despertaron la atención mundial y todos los periódicos del Universo volvieron a usar sus tipos más visibles de imprenta para describir en extensas informaciones que se publicaban en primera plana, otra de las facetas de la vida multiforme y pintoresca del que había sido el audaz jefe de la poderosa División del Norte. El caudilllo se había convertido de la noche a la mañana en un moderno Cincinato, instalándose en la Hacienda de Canutillo, donde con el mismo celo y ardor que puso al servicio de los ejércitos, se dedicaba ahora a labrar la tierra de aquel lejano jirón enclavado en el Estado de Durango y que obtuvo del Gobierno al de poner las armas. Una poderosa empresa cinematográfica norteamericana comisionó a uno de sus magnates para que hiciera lo posible por conseguir el consentimiento de mi marido, con el fin de que fuera tomada una película basada en los episodios más salientes de su vida de guerrillero y que él apareciera en persona en las escenas más culminantes. La tarea era ardua, pero el cine anda siempre a caza de los asuntos más palpitantes con el fin de satisfacer la estupenda labor que se ha impuesto, ofreciendo cuanto de sensacional ocurre en el mundo. Además, ¿no era el nombre de Villa universalmente conocido? ¿No años antes los grandes diarios norteamericanos lo habían llamado el Napoleón mexicano? ¿No causó profunda conmoción mundial su temerario desafío al poder de los Estados Unidos, invadiendo suelo norteamericano en la histórica jornada de 166
Columbus? Luego el nombre de Villa, su sola aparición en una película filmada por él mismo, era suficiente atracción de taquilla para que una cinta produjera millones de dólares y la empresa arriesgara un capital para conseguir su objeto. Había la dificultad para el magnate yanqui, de poder llegar hasta Francisco Villa. El guerrillero no era muy accesible para los poderosos, por que los miraba con prevención; a todos o a casi todos los creía explotadores de las masas populares, no importándole que estas fueran de mexicanos, europeos o asiáticos; él se sublevaba cuando sabía que existían grandes injusticias; que en el mundo había seres que apenas tenían para mal comer, mientras que los millonarios paseaban sus lujos, con el desprecio hacia los oprimidos. El magnate del cine llegó a El Paso y, por medio de recomendaciones, se dirigió al Sr. Alberto Salas Porras y a su hermano Don Juan, exponiéndoles de plano el asunto que lo había llevado hasta ellos. Les dijo que la casa productora que representaba no reparaba en gastos y que pagaría cuanto pidiera el General Villa, sólo por tomar parte en aquella película histórica que seguramente causaría expectación en el mundo entero. Después de estudiar las posibilidades que el negocio ofrecía, los Sres. Salas Porras consideraron el asunto factible y hablaron en seguida con un alto jefe del Ejército mexicano, que a la sazón era uno de los más íntimos amigos de mi marido. Este militar recibió la idea con aprobación y desde luego les dijo estar dispuesto a prestar la cooperación que se le pedía, asegurando así momentáneamente el éxito de la empresa. Previamente un escritor, enviado por el magnate, había escrito el argumento que a grandes rasgos describía la historia de México desde la iniciación de la Independencia, para seguir con los detalles y episodios más salientes, llegando a la época Porfirista. Después, se veía el atropello de que había sido víctima la propia hermana del guerrillero por un rico hacendado; la indignación profunda que este hecho bochornoso produjo a Pancho; luego sus luchas en pro del pueblo; su adhesión al Presidente Madero; su airosa actitud ante la traición de Huerta, hasta convertirse en jefe del más poderoso ejército que ha tenido México. Todo esto debería aparecer vivamente en la pantalla, mezclando las hazañas militares de mi marido con amores idílicos; su identificación con el pueblo y por último, los tratados con el Supremo Gobierno, y la nueva vida que llevaba entregado a sus labores de campo en la hacienda de Canutillo, alejado por completo de la cosa pública. Los Sres. Salas Porras quedaron satisfechos con el fondo de aquel argumento y en seguida partieron para Santa Bárbara, Chih., con el fin de hablar con mi marido. El guerrillero prestó una gran atención a lo que se solicitaba de él y como le gustaba el asunto, leyó en unión de Trillo el argumento, aumentando su entusiasmo al conocerlo. 167
-Estoy pronto ±dijo-, a condición de que no se altere en lo absoluto el argumento que acabo de leer y para evitarlo f irmaré cada una de sus hojas. Todo había salido a pedir de boca, pero entonces los comisionados quisieron tratar lo que ellos consideraban la parte más escabrosa del asunto y con gran tacto le suplicaron a mi marido que les dijera qué sería lo que él iba a pedir por tomar parte en la película. El antiguo Jefe de la División del Norte meditaba siempre sus respuestas, y tomando el debido tiempo, quedándose pensativo algunos minutos, durante los cuales nadie se atrevió a hablar, reinando el más profundo silencio, por fin habló así: "NADA QUIERO PARA MI ±Dijo en tono resuelto- TOMARÉ PARTE EN LA PELÍCULA, CON LA UNICA CONDICIÓN DE QUE LA EMPRESA QUE LA HAGA CONSTRUYA UNA GRAN ESCUELA DE AGRICULTURA EN SANTA ROSALIA, DONDE PUEDAN EDUCARSE MIS HERMANOS DE RAZA. ESA ESCUELA DEBERÁ SER SOSTENIDA DE TODO A TODO POR CINCO AÑOS Y CUYO COSTO EN SU CONSTRUCCIÓN SERÁ DE UN MILLÓN DE DÓLARES, Y DESPUÉS PASARÁ A SER DEL GOBIERNO DE MI PAÍS. ADEMÁS, -Dijo en tono sostenido-, LA ESCUELA NO DEBERÁ LLEVAR NI MI NOMBRE NI NINGÚN OTRO, DEBERÁ LLAMARSE SIMPLEMENTE ESCUELA DE AGRICULTURA". Los presentes quedaron absortos por el desinterés y la nobleza de miras del guerrillero. Había dado una gran lección el hombre que estaba considerado como un bandido; el hombre que estuviera declarado fuera de la ley; el hombre perseguido y vilipendiado, no sólo en México, si no en el extranjero. Francisco Villa se reveló en aquellos momentos tal cual era. Demostró que era un hijo del pueblo, que sólo quería la educación de los suyos y cuando pudo reclamar varios millones de dólares, se conformó con pedir UNA ESCUELA PARA QUE SE EDUCARAN SUS HERMANOS DE RAZA«. Desgraciadamente la película no llegó a filmarse, no por falta de voluntad de Villa, ni de los Sres. Salas Porras, ni menos de la casa productora sino porque el General Obregón, Presidente de la República en aquella época, se opuso a ello, mediando la política, los celos, y quizá hasta el temor«. Pero han pasado los años y se han filmado y se siguen filmando películas basadas en la vida de Villa, unas elogiándolo, otras atacándolo, perdiéndose la oportunidad de haber conocido al intrépido guerrillero como actor de cine, (que hubiera sido otra faceta más de su agitada vida) y el Estado de Chihuahua también perdió un plantel educativo que hubiera sido modelo en su género«.
168
ME SIENTO CON FUERZAS SUFICIENTES PARA LUCHAR CON EL DESTINO Al lado de Martinita me sentía contenta, pues ella desde el momento en que Pancho me retiró de su lado, procuró con sus atenciones hacerme un poco llevaderos aquellos días; pero de tal manera lo habían hecho cambiar, hasta con sus mismos hermanos, que por cosas baladíes tuvo un disgusto con Martinita y le retiró toda su ayuda, encontrándonos por tal motivo en muy difíciles circunstancias. A mí, como era natural, me apenaba estar allí, por considerarme gravosa, y Polo mi cuñado, que siempre me había manifestado grande afecto, me ofreció que me fuera con él a vivir a Lerdo, prometiéndole a Martinita ayudarla también. Estando en C. Lerdo y como mi cuñado no tenía muy en bonanza sus negocios, quise no ser una carga pesada para él y le dirigí al General Obregón una carta en demanda de empleo, la que decía así: "C. Lerdo, Dgo., marzo 9 de 1923. Sr. General Alvaro Obregón. Presidente Const. De la Rep. México, D. F. Muy respetable señor: Como Ud. sabrá, hace dos años estoy separada de mi esposo el General Francisco Villa, y aunque él me prometió darme una mensualidad para subvenir a mis necesidades, hasta hoy no lo ha hecho. Yo estoy al lado de mi hermano político, el Sr. Hipólito Villa; pero como Ud. sabrá a él no le ha ido del todo bien en sus negocios, y me parece que yo soy una carga pesada para él, pues con la reciente muerte de su hermana, ha tenido que agregar cuatro personas más a la familia. Pensé irme a Estados Unidos, para trabajar y así ganarme la subsistencia; pero persona que conoce a Ud. perfectamente, me aconsejó que recurriera a Ud. Pidiéndole su ayuda, por lo que no he vacilado en escribirle la presente para saber si Ud. está dispuesto a ayudarme. Yo pasaré a esa, para hablar personalmente con Ud. y decirle en qué forma quiero que me ayude, pues me siento con fuerzas suficientes para luchar con el destino y la ayuda de Ud. me será suficiente para salir avante y abrirme camino. En espera de su contestación me repito como su Afma. atta. y S. S. Luz C. de Villa" No se hizo esperar mucho la contestación a mi carta, pues el General Obregón siempre me había manifestado deferencia y me contestó en los siguientes términos: "Palacio Nacional, mayo 8 de 1923. 169
Sra. Luz C. de Villa. Calle Galeana Núm. 64. C. Lerdo, Dgo. Estimada señora: Me he enterado con verdadera pena por el contenido de la carta de Ud. del 9 de marzo último de las condiciones difíciles porque atraviesa en la actualidad y me satisface al mismo tiempo ver por su carta que su energía no se ha quebrantado y que se siente con las fuerzas necesarias para continuar en la lucha por la vida. Si Ud., como dice en su carta, realiza algún viaje a esta capital, con su oportuno aviso tendré el gusto de recibirla para que en una forma amplia exponga Ud. su caso y ver si es posible que el Gobierno de mi cargo le imparta alguna ayuda para que obtenga el trabajo que desea. La saluda con toda atención y me despido, una vez más a sus órdenes. Atto. y S. S. A. Obregón" Estaba yo proyectando mi viaje a México cuando Polo resolvió regresáramos a Chihuahua, en donde las atenciones de sus negocios reclamaban su presencia, pues iba a explotar los graseros de El Fresno. Yo no tuve ningún obstáculo que oponerle y nos trasladamos a ésta, yendo a vivir a mi casa de la calle 18a. en donde estuve relativamente tranquila, pues la situación de Polo había cambiado con los trabajos emprendidos en El Fresno. Junto con nosotros vivía su hermana Martinita y sus hijos, Petra, Quico y María Luisa, formando una sola familia. Las atenciones de Polo, me hicieron olvidar mi proyectado viaje a México, y el cariño de sus hijos hacia mí, me hicieron completamente desistir de mis propósitos. Ignoro por qué conducto sabría Pancho que yo me dirigí al General Obregón en solicitud de empleo, pues solamente una persona en quien yo tenía absoluta confianza se dió cuenta de esa carta y la que dió origen a que Polo me dijera esto: -Güera, ¿es cierto que el manco le escribió a Ud? -No, Polo, yo le escribí al General Obregón una carta y él me la contestó. -Porque el viejo, ya lo sabe«. (Esto lo decía refiriéndose a su hermano, y tal vez para ver el efecto que me producían sus palabras). Cambiamos luego de conversación sin que él tratara de inquirir el objeto de mi correspondencia, ni yo aclaré el punto tampoco.
170
¿ALUCINACIÓN?
Bajo una apariencia de tranquilidad, me pasaba yo los días dedicada a mis faenas domésticas en la casa de la calle 18a. En donde he dicho vivía con la familia de Polo mi cuñado, cuando una noche, es decir, la víspera del asesinato de Pancho, más o menos a la misma hora en que se verificaba la tragedia, desperté y quise levantarme; pero como si alguien me hubiera avisado que permaneciera todavía en el lecho, me volví a acostar y me quedé dormida. Apenas había cerrado los ojos y entre dormida y despierta, cuando ví penetrar por la puerta de mi recámara a Pancho que se acercó cariñosamente a mí y me dijo, cogiéndome la mano: -Guera, ¿estás enojada conmigo? Como es de suponer, yo me encontraba resentida con él y le contesté, queriendo aparentar indiferencia. No, ¿por qué? ¡Porque te he hecho sufrir mucho! Pero«. ¿Verdad que me perdonas? Abrí los ojos y aun cuando la imagen de Pancho había desaparecido, quedaba en mi mano la impresión de las suyas que sentí heladas al estrecharme. Me levanté de sobresalto; ignoraba la causa, pero yo algo presentía, y tal vez algo trascendental. Dada la inquietud en que me encontraba, me dirigí a la máquina de coser, pues estaba confeccionando un traje color vino cuando acudieron a mi mente estas ideas que brotaron de mi cerebro y las que no he podido explicarme todavía. ¿Por qué me voy a hacer un traje de color, si tengo que vestirme de negro? Habían transcurrido unos cuantos minutos cuando oí que alguien tocaba la puerta-ventana que caía a la calle y que era de mi recámara; abrí un postigo y ví que era la señora Portillo de Rubio quien me dijo: -¿Ya sabes la noticia que hay en el centro? -No, -le contesté- ¿Qué pasa? -En el pizarrón del Palacio Federal está un boletín que dice que asaltaron al General Villa, quien venía en su automóvil, habiendo muerto Trillo y quedando gravemente herido el General. Aquella noticia no me cayó de nuevo, pues casi tenía la seguridad de que ese sería su fin, dado que sus enemigos vivían en continuo acecho y los políticos veían en él un enemigo para sus futuros planes. Cuando la toma de posesión a la Presidencia de la República, Pancho le mandó el siguiente telegrama que yo misma escribí al General Obregón. ³Felicítole muy cordialmente por toma de posesión Primera Magistratura y deséole acierto en su Gobierno, pues yo siempre seré amigo del que suba al poder por el voto popular y me rebelaré contra el que llegue a él por la imposición´. Francisco Villa. 171
Villa descubriendo la placa de la Av. Fco. I.
adero M
Ahora permítaseme que comente: tal vez Pancho, hasta el momento de desprenderse su espíritu de la materia, tuvo el remordimiento de que yo me alejara de su lado debido a la influencia que sobre él ejercieran ciertas almas mezquinas, movidas por su propio interés y conveniencia, pero incapaces de elevarse un palmo del suelo, como no se elevan ciertas especies dentro de la escala zoológica porque solo saben reptar. Yo he ignorado el porqué de estos presagios o fenómenos psíquicos; me basta relatarlos sin tratar de profundizar en ellos, porque comprendo al fin que no podrían conducirme a ningún puerto seguro, ni con auxilio de Flamarión o de Allan Cardeck. 172
EGOISMO HUMANO Breves momentos después de que la Sra. de Rubio había estado en mi casa, informándome de lo ocurrido a Pancho, pasaban junto a mi ventana los Generales Eugenio Martínez y Héctor I. Almada, dirigiéndose a la oficina de mi cuñado, quienes venían con el objeto de participarle la fatal noticia, y para invitarlo a que los acompañara rumbo a Parral. No cabía, duda, Pancho había caído bajo la mano de sus enemigos, que desde el Palacio Nacional de México habían fraguado su muerte. Con extrañeza vi a Polo dirigirse a Parral sin dirigirme siquiera la palabra, sin decirme el fin trágico de mi marido. ¿Qué ideas siniestras cruzaron en aquel momento por el cerebro de Polo que lo hizo cambiar en la más completa indiferencia las atenciones que unos cuantos minutos antes me prodigaba? ¿O es que, creyendo encontrar allí a Austreberta, temía que se suscitara algún conflicto con mi presencia? No lo sé, pero es el caso, que desde ese momento Polo cambió, distanciándonos completamente. Yo hubiera querido acompañarlo con el único objeto de verlo por última vez, pues en mis horas de grande angustia, le pedía al Ser Supremo que nadie que no fuera yo, cerrara los ojos de Pancho. ¡Pero el no oyó mi plegaria y me resigno a su voluntad! Yo hubiera querido también que sus hijos estuvieran en los funerales, sobre todo Agustín y Micaela que llevaban el nombre de sus abuelos paternos y a quienes Pancho tanto mimaba. Transcurridos algunos días regresó a la casa el Sr. Gregorio Macías, empleado de Polo, quien lo había acompañado hasta Parral y me dijo: -Señora, Don Hipólito la saluda y dice que muy pronto estará por aquí. Dirigiéndose a la puerta de la calle, agregó: -¿No se le ofrece nada, señora? Voy para el centro. -Si Ud. gusta, le voy a pedir un favor; pero no es necesario que me lo haga hoy, sino cuando sus ocupaciones se lo permitan, y es que vaya al Registro Civil, y saqué una copia del acta de mi matrimonio. -Con todo gusto. ¿Pero Ud. está segura que existe el acta de su matrimonio? -Si señor, está en el libro número 58, en la página 713. En la tarde, cuando regresó a la oficina, traía, consigo el acta de mi matrimonio, y al entregármela me dice: -Señora, no obraría con lealtad hacia Ud., si no le dijera que Polo y Austreberta, acaban de denunciar el intestado. -Sr. Macías, no es mi objeto pelear la herencia, pues sólo deseo que se haga justicia« Encontrábame yo indefensa, desorientada y abatida; setíame completamente abandonada a mis propias fuerzas, máxime cuando Polo, que tan apegado a mí se había mostrado hasta desafiar las iras de su hermano por protegerse, ahora se declaraba también mi enemigo, y se ponía de parte de Austreberta a la que siempre había considerado enemiga 173
de todos los familiares de Pancho. Por lo anterior tomé la solución de escribirle al General Obregón la siguiente carta: " Chihuahua, Chih. A julio de 1923. Sr. General Alvaro Obregón. Presidente de la Rep. México, D. F. Respetable Señor: Como Ud. sabe, mi esposo el Sr. General Francisco Villa, acaba de perder la vida en artera emboscada que sus enemigos de mucho tiempo atrás le venían preparando, cosa que me ha llenado de pena y dolor. La presente es para hacer saber a Ud. que tengo en mi poder los documentos que me acreditan como esposa del finado General Villa. Si como creo, mi esposo contrajo matrimonio con la Sra. Rentería, supongo que no será válido dado que entre el Sr. Villa y yo no ha habido ningún divorcio el cual pudiera hacer legal en nuevo matrimonio. Si como estoy segura cuento con su apoyo le agradeceré altamente me lo diga inmediatamente, para así denunciar yo el intestado. Mis deseos son ir a hablar con Ud. personalmente. Mi primera intención fue esa pero careciendo de fondos opté por escribirle la presente, esperando que más tarde podré ir a esa, para hablar sobre este asunto. Sin más me despido ofreciéndome una vez más como su atenta y S. S. Luz C. Vda. de Villa" A continuación inserto la respuesta del extinto caudillo, que dice: Palacio Nacional, agosto 20 de 1923. Sra. Luz C. Vda. De Villa. Calle 18. Núm. 671. Chihuahua, Chih. Estimada señora: Me he enterado con gusto de su atenta carta, fechada el 30 de julio próximo pasado. Su justo dolor me apena muy sinceramente y hago a Ud. presente mi condolencia por su desgracia. Así mismo le manifiesto que con todo gusto la atenderé si pasa a esta capital y le daré la audiencia en que Ud. desea tratar ampliamente su asunto, pues es mi deseo servirla, ya que siempre he conservado un recuerdo de gratitud, tanto por las atenciones que guardó al suscrito durante su estancia en Chihuahua y, de una manera muy especial, por las que guardó a mi hermano Francisco cuando estuvo preso en la capital de aquel Estado. El Sr. Diputado Azueta me habló de su asunto y a él le ofrecí que se le proporcionarían los pases necesarios para que pudiera Ud. venir a esta capital. 174
Soy de Ud. Afectísimo Atto. S. S. A. Obregón". Acababa de leer la carta que me contestaba el General Obregón, cuando llamaron a la puerta encontrándome al ir a abrir con Polo mi cuñado que regresaba de H. del Parral. Desde sus primeras palabras noté que se había operado en él un grande cambio hacia mí, quien después de la comida me llamó a su oficina y me dijo: -Güera, no habrá faltado quien le aconseje que denuncie el intestado. Ud. ¿Qué intestado va a denunciar? ¡Pues lo que está a su nombre«« es suyo! -No es el intestado lo que me obliga a tomar cartas en este asunto, sino el que se me reconozca el derecho que tengo para ello. Cuando yo conocí a Pancho no tenía águilas ni celebridad, ni tampoco haciendas; era un Villa obscuro, sin capital, sin nombre; empero, fue el cariño lo que me llevó a su lado, el que me hizo aceptarlo como esposo, y como tal quiero ser reconocida, aun de aquellos mismos que han creído ver en mí, una de las otras muchas que se dicen esposas de Pancho, y que Ud. con su proceder quiere ponerme en el mismo sitio. Al siguiente día llegó el General y Diputado A. Azueta en compañía de Carlos Jáuregui y Pepe Jaurrieta, quienes traían la comisión de hablar con Polo. Después de tratar el asunto que les habían conferido, le hicieron saber a Polo que traían un recado para mí, de parte del General Obregón, y ya en mi presencia me dice el Sr. Diputado Azueta: -El General Obregón, por mi conducto, le hace presente su condolencia por la muerte del General, aun cuando ya debe Ud. haber recibido la carta que él le mandó, habiéndome manifestado el General Obregón estar dispuesto a impartirle toda su ayuda, pues me manifestó que cuanto por Ud. hiciera, sería poco, dado que a Ud., le debe en gran parte la vida y como creo que Ud. va a ir a México, le ofrezco mi casa a sus órdenes. Yo expresé entonces mi reconocimiento hacia el General Obregón y agradecí la cortesía del representante federal Sr. Azueta, al brindarme bondadosamente la comodidad de su hogar. Ahora explicaré que el Sr. Francisco Obregón a quien el Presidente su hermano hace referencia en su carta, había estado preso en la Penitenciaría del Estado. Ignoro cuáles hayan sido las causas y sólo sabré decir, que de mi casa le mandaban diariamente sus alimentos; así como de vez en cuando, iban las muchachas que me acompañaban en la Quinta a visitarlo, informándose de lo que necesitaba para curarse de la enfermedad que padecía en los ojos; y habiéndoles manifestado que deseaba unos lentes negros, me apresuré a que se le proporcionaran. Esta visita se la hacían extensiva a los demás presos, pues tenía por objeto el darnos cuenta de lo que les hacía falta, y ya de antemano les llevaban cigarros, sobres, papel y timbres por si se les ofrecía alguna carta para sus familiares, la cual ellas mismas escribían. También periódicamente se les obsequiaba una 175
comida, y otras veces merienda la cual era servida por nuestra comisión. Cuando Pancho tuvo que evacuar esta Plaza, acordó llevarse a Don Pancho Obregón, a cuyo efecto comisionó al Corl. Juan Murga para que lo tuviera en la "Quinta Luz", en calidad de preso, quien al salir de aquí, sé lo confió al Sr. Miguel Calderón, por tener él que desempeñar otra comisión. Ya en la Sierra; el Sr. Francisco, Obregón ofreció a Miguel Calderón una cantidad de dinero si le proporcionaba la fuga, cosa que éste aceptó, y personalmente se lo entregó al General Obregón quién a su vez le regaló diez mil pesos. LA GENESIS DEL CRIMEN Fue en la mañana del día 20 de julio de 1923, cuando la ciudad de Hidalgo del Parral, se sintió conmovida y alarmada, pues acababa de sucumbir bajo la mano de unos vulgares asesinos el hombre que durante largo tiempo había consagrado todas sus energías en pro de la liberación de sus hermanos de raza. Los, Generales Plutarco Elías Calles, J. Agustín Castro, Francisco R. Durazo y los señores Jesús Herrera y Gabriel Chávez, fueron los directores intelectuales del asesinato de mi marido y sus acompañantes. Jesús Salas Barraza, (valido del fuero que gozaba como Diputado) Melitón Lozoya, Juan López, José Sáenz Pardo, Ruperto Vara, Simón Martínez (este mató también a Toño Villa), Ramón Guerra (que murió en el asalto) José Guerra y Librado Martínez y otros cuyos nombres no recuerdo, fueron los autores materiales de los asesinatos de Pancho Villa, Miguel Trillo, Daniel Tamayo (asistente del primero), Burciaga, el chofer, que desde hacia tiempo estaba al servicio de mi marido, y de las heridas de Ramón Contreras, que aún vive, habiendo perdido únicamente un brazo en la refriega. Estaba como jefe de la guarnición de aquella Plaza el General Durazo, quien, de acuerdo con los principales directores de éste crimen, ordenó a su tropa saliera más temprano que de costumbre a hacer maniobras militares, fuera de Parral. A pesar de que no era muy temprano presentaba la ciudad un aspecto casi desierto, pues ni siquiera los policías se encontraban en sus puestos; todos parecían no querer ser testigos de aquel horroroso asalto, y sólo un grupo de cobardes permanecían en acecho de sus víctimas. Antes de llevarse a cabo este asesinato, estuvieron en México, a conferenciar con el General Alvaro Obregón, Gabriel Chávez y Melitón Lozoya, con el objeto de asegurarse la impunidad de este crimen. Informaron, pues, de su proyecto y pidieron apoyo para ejecutarlo, a lo cual se negó Obregón, diciéndoles: "eso sería un desprestigio para el Gobierno; por otra parte, no creo que sea fácil realizar ese plan. Sin embargo«. espero a Uds. Mañana para que hablemos más extensamente sobre este asunto". Al siguiente día se presentaron como habían acordado, pero el General Obregón se negó rotundamente a recibirlos. 176
Calles, que veía en mi marido el único hombre que, se opondría a su candidatura, y presumiendo que en la contienda política que se aproximaba, apoyaría a Don Adolfo de la Huerta, por que así se lo hizo saber al mismo Calles en Torreón, cuando este viajaba rumbo a los Estados Unidos, insistió en que se les dieran facilidades a los interesados Lozoya y Chávez para la ejecución de su plan, accediendo Obregón, por fin, a tales deseos. Ya antes había intentado Melitón Lozoya asesinar a Villa, y fue una vez en que, acompañado de nuestro compadre Sabás Lozoya y la familia de éste, se dirigían al Valle de Allende, Chih., a bautizar un niño del propio Don Sabás, pero como Melitón era sobrino de él, por esta consideración se abstuvo de hacerlo y para no poner en peligro la vida de sus parientes. En realidad, la paternidad moral de este crimen corresponde por entero al Sr. Jesús Herrera, asociado al Sr. Gabriel Chávez. Nadie ignora que entre mi marido y la familia Herrera, había motivos irreconciliables de honda enemistad, desde que el valiente General Maclovio Herrera, más que por propia determinación por investigaciones calculadas de su señor padre y hermanos, decidió separarse con las fuerzas a su mando de la División del Norte. Es indudable que este hecho a los ojos de Villa y de los Generales fieles a la misma División del Norte, implicaba nada menos que una traición, aunque no merecerá éste calificativo ante la posteridad, si me atengo a las generalizaciones de la Historia como se escribe hasta hoy, y en que la voz predominante que todo lo justifica es la voz de los vencedores, dejando sólo anatemas para los vencidos. Naturalmente que la idea de asesinar al guerrillero tenía que contar con la simpatía del General Calles, que de realizarse conforme los planes de sus originales actores intelectuales ±como al fin se realizó- eliminaba para siempre el más serio obstáculo que encontraba su aspiración a la Presidencia de la República después de Obregón. Por cuanto al Sr. Jesús Salas Barraza, tengo la impresión de que obró por propio impulso. Hay algo o mucho de enfermedad mental en este sujeto, que siempre cultivó un odio inmotivado e inexplicable hacia el guerrillero, hasta que se tradujo en hecho brutal. Salas Barraza creyó y sigue creyendo, que este acto vitando suyo le abría las puertas de la celebridad, y así ha sido, en efecto de una triste celebridad. En cuanto al Sr. Melitón Lozoya, no opinaré lo mismo. Este individuo, más que una pasión morbosa, obró por el sórdido interés de unos cuantos miles de pesos, aunque para lograrlos no vacilara en manchar sus manos de sangre. El resto de los asesinos no pertenece a categorías definidas como los anteriores, pues la imperfecta sociedad humana, los ha producido en cada generación, y lo mismo se dan en los grupos civilizados de las grandes urbes, entre gente de refinada mentalidad, que por medio del crimen consuma inícuos despojos o se reclutan entre las capas abandonadas a su miseria. 177
Y no podría cerrar este comentario, sin hacer incapié en una significativa coincidencia. Exactamente en el mismo lugar en que mi marido cayó exámine, abatido por las balas de sus victimarios, allí acaba de quedar sin vida el Sr. Gabriel Chávez a disparos cobardes y alevosos de unos pistoleros a sueldo que la justicia no ha podido identificar todavía. DISTANCIAMIENTO Como Polo se regresó a Canutillo sin darme ninguna explicación, sin embargo, yo no pensaba distanciarme de él, y le dirigí varias cartas, siempre consultándole lo que debería de hacer; mas viendo que el silencio era la contestación a ellas, le puse un telegrama, contestándome lo siguiente: ³Canutillo, Dgo., 22 de agosto de 1923. Sra. Luz C. Vda. De Villa. Calle 18ª. 671 Su mensaje asuntos pendientes que tengo imposibilítanme ir esa. Hipólito Villa". Este telegrama me confirmó el cambio operado en él, considerándome abandonada a mis propios recursos por este distanciamiento, pero todavía quise tener para él una atención y le dirigí la siguiente carta de la que jamás recibí respuesta. Chihuahua, septiembre 2 de 1923. Sr. Hipólito Villa. Canutillo, Dgo. Polo: Sin ninguna suya a que referirme, le pongo la presente saludándolo y deseando se encuentre bien; con fecha 20 del pasado le dirigí otra de Isabel Terrazas y que creí podría a Ud. interesarle, dado que se trataba de sus hijos, las que creo estarán en su poder, pues de no ser así me las hubieran devuelto. Viendo que sus negocios no le permiten ayudarme en el intestado de mi finado esposo, mucho he pensado en entrar de lleno en mis asuntos, pero me he visto obligada a hacerlo, dado que sé que de parte de la Sra. Rentería trabaja activamente su padre, y como Ud. sabe, yo no tengo ni padre ni hermanos que vean por mí. Yo sé su buena voluntad; pero al mismo tiempo comprendo que asuntos que requieren toda su atención en esa, no le dejan tiempo para nada. Su telegrama me lo dice y el que no me haya contestado mis cartas me lo confirman. Ud. Recordará, que cuando me propuso escribir a mi marido pidiéndole firmáramos un divorcio para así saber con qué contaba, no lo hice porque me parecía que me rebajaba en mi amor propio y hoy esa misma 178
causa no me permite quedarme callada. Tengo en mi poder todos mis papeles arreglados, para salir inmediatamente a México, como Ud. sabrá no tengo dinero de que disponer, pero tengo amigos que se han interesado por mí, y me han arreglado todos mis asuntos. Mucho siento no haber podido tratar personalmente este asunto con Ud. para haber estado de acuerdo en todo. Como le decía en mi anterior, con fecha 17 cancelé el poder que ante el notario Víctor Garza y Prado le había otorgado para vender la casa de San Antonio, Tex., en primer lugar porque ya no tengo pensado venderla y porque necesito sacar dinero prestado para mis gastos más indispensables; y del cual responderán mis casas que es con lo único que cuento. Sin mas Luz C, Vda. De Villa. Esta fue la última carta que yo dirigí a Polo, resolviéndome a obrar sin la tutela de él, quedando desde esa fecha completamente distanciados. Desde aquel momento le hice comprender a Polo que lucharía hasta obtener que se me hiciera justicia. ENTREVISTA CON OBREGÓN Una vez que recibí la carta del alto funcionario donde me concedía la entrevista que yo le había solicitado, me puse en camino para la capital, acompañándome la señorita Guadalupe Jaurrieta y los Sres. Jesús Urias Gavaldón y Gregorio Macías, el Sr. Gavaldón gran amigo de mi marido y que varias veces fue a México al arreglo de asuntos particulares, entre ellos las escrituras de la compra de Canutillo y que la familia Jurado no quería enajenar por no estar todos los herederos de acuerdo con la venta; y el Sr. Macías, que había sido empleado de mi cuñado. Aprovechando este último la oportunidad de que me sobraba un pase, me suplicó se lo cediera para ir a México y ver si conseguía un empleo por mi mediación. En la estación nos esperaban los Sres. General y Diputado Adolfo M. Azueta, Carlitos Jáuregui, Pepe Jaurrieta y otras personas más, trasladándonos al hotel Imperial en donde se nos tenía separado un departamento por orden del Sr. Presidente Alvaro Obregón. En mi alojamiento del hotel Imperial recibí la visita de varios amigos de mi marido, entre ellos el Lic. Francisco Lagos Cházaro quien fue Presidente Provisional de la República, íntimo amigo del Sr. Madero, colaborando más tarde al lado de mi marido; del Lic. Ismael Palafox, uno de los que formaron parte del Gabinete del Presidente Madero, y otras muchas personas más que me sería imposible enumerar y que me hicieron presente su condolencia por la muerte de mi marido. Otro día de mi llegada a la capital, el Sr. Diputado Azueta me 179
avisó que por orden del Sr. Presidente sería, puesto a mi disposición un automóvil que estaría a la puerta del hotel mientras permaneciera en aquella ciudad. Después de unos días de descanso, mientras que pasaban las fiestas patrias del 15 de septiembre, le puse un telegrama suplicándole al Presidente Obregón me indicara la hora, en que iba a ser recibida para tratar mi asunto, indicándome que otro día a las 4:45 de la tarde, me daría audiencia. Allá me dirigí antes de la hora indicada. Otra sorpresa me esperaba; al dirigirme a la escalinata, para subir hasta las oficinas del Primer Mandatario, la señorita Esther Bocanegra, taquígrafa del Sr. Presidente y amiga mía (por haber sido huésped nuestra en compañía del General Obregón) y que me esperaba en los corredores, me dijo al verme: -Señora, suba por el elevador. Este era para uso exclusivo del Sr. Presidente y los ministros, así es que al querer penetrar en él, la guardia que allí se encontraba me cerró el paso cruzando sus armas, pero la señorita Bocanegra, les indicó que me dejaran pasar, pues era orden del Sr. Presidente. Llegamos a la antesala, en donde había varias personas esperando audiencia, entre ellas una comisión de algodoneros de la Laguna en su mayoría españoles, que al verme dijo uno de ellos y quien seguramente me conocía: -Esa es la Vda. De Pancho Villa. Habiéndole contestado uno de sus acompañantes: ¿Y qué estará pensando que la van a recibir inmediatamente?- pues acaba de llegar de Chihuahua, nosotros tenemos dos semanas aquí y aún no nos llega nuestro turno«.. Minutos después el ayudante del Sr. Presidente, anunció con voz clara: La señora Luz Corral Vda. de Villa, que pase. Ignoro los comentarios que aquellos señores se quedarían haciendo; pero me imagino que les causó disgusto el que yo fuera atendida luego por el Sr. Presidente, agradeciéndole esta deferencia, pues realmente me encontraba nerviosa por los comentarios que estaba oyendo. La entrevista fue cordial y creo que sincera. Tuve el tiempo necesario no solamente para arreglar mis asuntos, sino otros que se me habían confiado, como el de la colonia de El Pueblito de la cual es jefe aún el General Albino Aranda, prometiéndome el General Obregón que estos colonos gozarían de las mismas garantías que cuando mi marido vivía, no así los otros colonos que junto con mi marido anduvieron y que se levantaron en contra del Gobierno con Hipólito Villa, perdiendo todos sus derechos. Me despedí del Sr. Presidente, manifestándole mis agradecimientos y poco tiempo después me vine con el objeto de hacer valer mis derechos como esposa del guerrillero.
180
Los Grales. Villa y Raúl adero, quienes en toda cirM cunstancia y durante las distintas etapas de la lucha prolongada que sostuvo el primero, supieron conservar incólume el concepto de una amistad y compañerismo perdurables.
OFRECIMIENTOS DEL GENERAL ALVARO OBREGÓN Traté con el General Obregón acerca de la Hacienda de Canutillo, y del adeudo que mi marido tenía con el Gobierno, del que había solicitado la cantidad de cuatrocientos mil pesos para abrir un Banco en H. del Parral y del cual iría a ser Gerente el Sr. Gregorio Macías, quien había dejado el mismo puesto en la sucursal del Banco Russek en aquella misma ciudad, pero por desavenencias personales entre mi marido y el Sr. Macías, desistió después de abrir el Banco, regresando doscientos mil pesos y quedándose con el resto para introducir en la hacienda ganado e implementos de agricultura. Más tarde solicitó otro préstamo de cincuenta mil dólares, para traer ganado que tenía contratado en Estados Unidos. Por lo que el General Obregón me dijo: -Lucecita: dado que Ud. y su cuñado Hipólito caminan de común 181
acuerdo, al menos así me lo ha hecho saber él, juntos pueden trabajar "Canutillo" y pagar el adeudo que tiene el General con Hacienda y la Monetaria, en abonos, señalándole un plazo de diez, quince o veinte años, según el producto de las cosechas. Yo no quise hacer saber al General Obregón, las dificultades que entre Polo y yo habían surgido con la esperanza de que más tarde él reflexionara, dado que este asunto tanto nos interesaba por igual a ambos, y que favorecía a los jefes que con Pancho anduvieron y para los que él había pedido tierras, inclusive la escolta, firmada en su mayoría por gente nueva, pues los que se distinguieron con mi marido y con él habían luchado desde el principio, lo habían abandonado por intrigas de ciertos elementos que no es preciso mencionar. Unos se fueron a Estados Unidos como Francisco e lsaías Alvarez, primos de Pancho, quienes no quisieron quedarse en Chihuahua en donde radicaban sus padres, por temor de que más tarde Pancho los volviera a llamar y tuvieran más serias dificultades; el Corl. José Nieto se separó estableciéndose por su cuenta, con el dinero que le entregó mi marido correspondiente a los haberes que les entregó al Gobierno; cerca de Jiménez, el General Michel que se radicó en la Hacienda de la Rueda y Benedicto Franco, otro primo de Pancho y otros muchos que formaban su antigua escolta, quedaron diseminados en distintos lugares. UN LLAMADO DEL GENERAL OBREGON ³Palacio Nacional, México, D. F., 29-1924 Sra. Luz C. Vda. de Villa. Chihuahua, Chih. "JUZGO URGENTE TRATAR CON UD. ASUNTOS RELACIONADOS CON HIJOS EXTINTO GENERAL VILLA, SI PUEDE UD. VENIR PRIMEROS DIAS SEMANA PROXIMA CON SU AVISO SITUARASELE PASE RESPECTIVO. ATTE. PRESIDENTE DE LA REPUBLICA ALVARO OBREGON" Lo que dió lugar a que el General Obregón me dirigiera este telegrama, fue que el General Eugenio Martínez estuvo con él a tratar de que se me convenciera que traspasara el Hotel Hidalgo a la Sra. Austreberta Rentería, por tener ésta, dos hijos de Pancho, trasladándome inmediatamente que recibí los pases a la capital de la República, al llamado del Sr. Presidente. La misma noche que llegué a México, fui recibida en audiencia especial por el Sr. Presidente Obregón, pues ya el Sr. Torreblanca, tenía orden de pasarnos a su despacho privado. Ya en presencia del General Obregón, éste me dijo: -Lucecita: El General Martínez me ha entrevistado con el objeto de que por mi conducto se le ceda a la Sra. Rentería el hotel "Hidalgo" de H. del Parral, pues alega esta señora que no tiene recursos para sostener a sus hijos y que cree tener derecho sobre los bienes que dejó el General 182
Villa, por ser hijos del propio General, y en tal sentido se dirigió al General Martínez que es padrino de uno de los niños. Sr. Presidente: Yo conozco como unos diez hijos de Pancho y sé que existen otros tantos; a unos yo misma los he criado y, los quiero como si fueran mis hijos, y para poder cederles a los hijos de Austreberta el hotel "Hidalgo", necesitaría tener tantas fincas cuyo valor fuera el mismo que representa el hotel "Hidalgo" como hijos de Pancho existen, puesto que si esta señora cree que sus hijos tienen derecho a esta herencia, por ser hijos de mi marido, también los otros tienen el mismo derecho ya que también son hijos de él; y Ud. sabe muy bien que Pancho no dejó tanto para que yo pueda repartirlo en esta forma, dado que el predio principal era la Hacienda de Canutillo y pasó a Bienes Nacionales para que fuera saldada la deuda que Pancho tenía con el Gobierno que Ud. dignamente Preside. -Tiene Ud. razón- me dijo el General- no les reparta nada; realmente no podría Ud. hacerlo, pero le suplico trate con el General Martínez sobre ese asunto y le exponga las mismas razones, para que lo convenza como a mí me ha convencido. Al siguiente día me dirigí a la jetatura de operaciones que estaba entonces situada en El Paseo de la Reforma, a fin de hablar respecto al mismo asunto que el General Obregón me había precisado. Inmediatamente fui recibida por el General Eugenio Martínez, explicándole yo el motivo que me llevaba a su presencia. -Señora -me dijo- mi comadre la Sra. Austreberta Rentería me ha escrito esta carta (la que fue puesta en mis manos para que yo me enterara de ella) suplicándome le gestione cerca del Sr. Presidente que el hotel ³Hidalgo´, le sea cedido para subsanar las necesidades que ahora está pasando. -Sr. General: mucha extrañeza me causa el que la Sra. Rentería se exprese en esta forma haciéndose aparecer en la miseria, dado que el Sr. Francisco Gil Pinón, uno de los jóvenes que Pancho mandó educar a Estados Unidos, y que vivió largo tiempo a nuestro lado, me dice, (pues él estaba aún al lado de mi marido en la hacienda) que cuando se supo la muerte de Pancho en la hacienda, Austreberta ya había hecho acopio de todos los documentos de importancia que Pancho tenía allí, habiendo también recogido el dinero en efectivo y, no sólo eso, sino que tomándose la libertad de abrir las petaquillas mías que dejé cuando me fui a Chihuahua, tomó todas mis alhajas, y otros objetos históricos cuyo valor sólo yo conozco por saber su procedencia y los que, hasta la fecha, no he podido recuperar. Viendo que el General Martínez permanecía en silencio, agregué: -General ¿Cree Ud. que únicamente la Sra. Rentería tiene derecho a la herencia que dejó Pancho para sus hijos? ¿Y los otros hijos que dejó no les asiste el mismo derecho? Yo les repartiría a todos iguales o a ninguno y le expuse lo mismo que al General Obregón. -Tiene Ud. razón, -me contestó- y para que Ud. no se vea envuelta en nuevas dificultades, opino igual que el Sr. Presidente, haciéndole saber a 183
mi comadre la resolución del General Obregón en este asunto. De esta manera quedó solucionado aquel incidente. DECAPITACION Había transcurrido algún tiempo, cuando de nuevo me sorprendió la noticia de que el cadáver de mi marido había sido decapitado, conmoviéndome esta noticia hasta lo más íntimo. ¿Quién, me preguntaba, era aquel infame que ni aun en su tumba lo dejaba en paz? ¿ Era que estos individuos, atraídos por la oferta que en algunos periódicos de Estados Unidos se publicó, consistente en 50,000.00 dólares al que entregara la cabeza de Pancho Villa, vivo o muerto, cegados por la ambición habían ejecutado un acto de barbarie semejante. Han transcurrido algunos años, y como nada queda oculto con el tiempo, últimamente en algunas revistas que se editan en la capital de la República y acusado por el Cap. Garcilazo, aparece como autor de esa profanación el General Francisco R. Durazo. Cualquiera que haya sido ¡que la maldición eterna caiga sobre las cabezas de los profanadores! UNO QUE ARROJA LA PRIMERA PIEDRA En cierta ocasión, al tener que ir a Parral con el objeto de documentarme sobre ciertos detalles que tenía pensado poner en mi libro, tuve la necesidad de ver al entonces Presidente Municipal Sr. Gabriel Chávez, a fin de que me autorizara para revisar los archivos de la Presidencia y juzgados, siendo mi propósito de enterarme del expediente que se relacionaba con la acusación que existe contra Jesús Salas Barraza, así como el acta que se levantó cuando el cadáver de mi marido fue exhumado y decapitado. En el primer caso asume toda la responsabilidad como coautor material del asesinato de Francisco Villa, según declaraciones hechas públicamente, Jesús Salas Barraza, y en el segundo caso se acusa autor moral y cómplice del hecho, al entonces jefe de las armas en Parral, General Francisco R. Durazo. Durante esta entrevista el Sr. Chávez me dijo: -Oiga señora ¿ Ud. no tiene odio para los que mataron a su marido? Para semejante pregunta no iba preparada, pero tuve que contestar según me lo indicaba mi criterio y le repuse: -Tengo un concepto muy alto del destino del hombre, y creo que nadie se muere hasta el día que le toca. Francisco Villa peleó primero con las acordadas, en el año de 1910 como un revolucionario, más tarde al frente de la poderosa División del Norte, como jefe de ella, y por último como un guerrillero; en ésta época lo perseguían como 15,000 carrancistas y una expedición punitiva perfectamente bien pertrechada y habiéndose quedado 184
curando en una cueva, con dos compañeros más, nada le pasó. En esta ocasión, no se había hecho todavía la bala que cortaría el hilo de su existencia. Y sin embargo, cuando Francisco Villa estaba probándole al mundo entero que así como supo mandar miles de hombres para exterminar a los que según su criterio eran sus enemigos, sabía también cultivar la tierra con sus compañeros de armas, por lo que hacía continuas excursiones a Parral, sin sospechar siquiera que unos cobardes lo acechaban para asesinarlo, vino un grupo de ellos y lo mató. No tengo odio para sus asesinos, sólo siento que haya muerto en manos de cobardes. ¡Si hubiera muerto a manos de un enemigo acérrimo, pero valiente, como era Ismael Palma! Quien en cierta ocasión hubo alguien que le dijera: -Mira, Ismael, tú eres enemigo de Francisco Villa, y tienes sobradas razones para odiarle. Nosotros te damos cincuenta mil pesos porque lo mates. A lo que Ismael Palma contestó: Efectivamente, soy enemigo de Francisco Villa y a la primera oportunidad que tenga lo mato, o me mata, o nos matamos, pero a la traición, yo nada intentaré. El Sr. Ismael Palma que me fue presentado en Parral por un amigo mío, se expresó así: Ismael Palma, a sus órdenes. Y en aquel momento pasaron por mi imaginación las palabras que acabo de referir, con cariño le tendí la mano. A este enemigo de mi marido, le reconozco su valor, y lo admiro, como Pancho lo hubiera reconocido y admirado al confrontar esta leal actitud con la traidora que ejemplifican sus victimarios. No sé porqué el Sr. Chávez no me siguió haciendo más preguntas, después de esta contestación.
En la C. de H. del Parral, Chih., tuvieron lugar los funerales del Gral. Francisco Villa, donde cayó en una celada cobarde, por un grupo armado, no de sus enemigos, sino de matones a sueldo.
185
HOMENAJE Y aquí de nuevo en Chihuahua, en esta ciudad cordial y acariciadora, bajo el techo siempre evocador que cobijó mis sueños de esposa y que sigue siendo para mí el nido amoroso que me retiene cautiva, porque sólo él guarda inviolables los secretos de mi ventura y las confidencias de mis tristezas, frente a la misma ventana donde empecé a hilvanar los primeros recuerdos de mi vida, quiero ahora cerrar el último capítulo de este libro para entregarlo a la bondad de quienes lo lean. Por demás está decir, que he procurado ser fiel a la verdad y a mis propias convicciones. Yo bien sé, por otra parte, que las reminiscencias que aquí consigno y que se refieren al llamado Centauro del Norte, no habrán de complacer a muchos. Pero esto me lo explico y lo juzgo muy natural. Francisco Villa fue un torbellino de la Revolución Mexicana, y su constante cabalgar por la República tenía que provocar, forzosamente, cambios demasiado bruscos en la temperatura normal de los espíritus y sacudidas de terremoto en el corazón de sus enemigos. Los que hasta hoy, festinadamente, han tratado de condenar su memoria, al igual de quienes prematuramente, intentan su consagración como un valor positivo de nuestras épicas jornadas de liberación, tendrán que esperar mucho tiempo todavía para que sus juicios se aquilaten y depuren de la pasión sectaria que se ha puesto en ellos. Y es que, por más imparciales y serenos que se revelen los enjuiciadores de la Revolución y de sus hombres, están muy cerca de los acontecimientos unos, y otros han participado en ellos, para que no se hagan sospechosos de unilateral complicidad. ¿Y quién no ha participado en la lucha fratricida que sorprendió a nuestra generación? ¿Y quién ha sido indiferente al dolor colectivo de tanta sangre derramada? Por cuanto a Villa mismo, se ha dicho hasta la saciedad que mató, que robó, que ultrajó, que era un ignorante, bestial en sus instintos y hasta un azote de Dios lo llaman, como se conoce al guerrero Atila. Y no por el vínculo que a él y a mí nos uniera en vida, ni por el cariño de esposa que me ata fielmente a su memoria, pero me animo a preguntar a sus impugnadores que así razonan, si saben de alguna guerra en que se haya eliminado el choque de los ejércitos y los cuadros de matanza de los campos de batalla; si saben de algún conflicto en la historia de los pueblos, en que los soldados prescindan del pillaje; si saben de algún Capitán que no se haya excedido en el mando o en el abuso; y que me contesten, cuando recriminan tan duramente a mi marido, si nació en un ambiente propicio y al amparo de un gobierno socialmente justo que le brindara los medios económicos e intelectuales para que no fuera ignorante; si ese mismo gobierno y la sociedad que lo vió crecer, se preocupó alguna vez por atemperar sus instintos y moldear su carácter con severas disciplinas de moral, que hubieran hecho de él un ciudadano ejemplar; y en fin, que analicen el origen de su vida humilde; las penalidades de su juventud desamparada y 186
perseguida, en un mundo hipócrita, egoísta y cruel; su lucha tenaz y desinteresada, jugándose la vida cada hora, para redimir a sus hermanos de raza, para que me digan si toda su existencia, compleja y atormentada, no es en producto genuino del pueblo mexicano en la hora aciaga y tormentosa de su magna Revolución. Y ahora, permítaseme que, -siempre pensando en el que fuera compañero de mi vida- rinda merecido homenaje al soldado anónimo Villista, al que sacrificó su juventud y su existencia por un ideal, bueno o malo, asequible e irrealizable, pero indudablemente sincero; y mi homenaje también de admiración y respeto, para los que bajo la misma bandera que tremoló mi marido, sobrevivieron a la hecatombe de la División del Norte y arrastran hoy sus andrajos envejecidos llevando en las almas amargura y desencanto, mientras que los nuevos revolucionarios monopolizan el título de redentores del pueblo. Estos viven en suntuosos palacios, los vemos en encumbrados en los más altos puestos públicos, disfrutan de sus riquezas improvisadas y en injurioso contraste con la pobreza inalterable de las masas trabajadoras, y asistimos al espectáculo más cínico de todos los tiempos, en que las actitudes de estos fariseos y explotadores de nuestro dolor colectivo, pretenden ostentarse como paradigmas de austero revolucionarismo, en tanto que los auténticos revolucionarios vegetan en el olvido y el desamparo No experimento personalmente ningún resabio al expresarme en tales términos, ni intento directamente fustigar a nadie. Mis palabras, en este caso, no hacen sino interpretar un sentimiento general y que se inspira objetivamente en el medio político social que nos circunda. No todo lo que vemos y percibimos es afirmación revolucionaria, ni tampoco es negación. Mas como mi propósito no es hacer crítica de los avances y retrocesos que se marcan en nuestro proceso histórico del último cuarto de siglo, agitado y turbulento, sino presentar el aspecto íntimo y desconocido del hombre que el destino me deparó como esposo, para darlo a conocer en una faceta interesante de las múltiples que constituyen su vida y su obra, dejo aquella labor para los hurgadores del presente y me quedo con la propia sin invadir predios ajenos. Que la opinión pública juzgue sobre el móvil que me guía. Ahora, como mujer mexicana, con alma de ternura, que ha sufrido y ha llorado por todas las vicisitudes de nuestra patria adorada, ojalá que estas desaliñadas páginas no sirvan de incentivo a quienes las lean, para reavivar el fuego de nuestros odios tradicionales; iNo! y si alguna utilidad han de tener, deseo que sirvan de dolorosa enseñanza para que rectifiquemos nuestros errores, para que se tonifique el patriotismo de nuestra raza, y que sean como un mensaje a la confraternidad nacional, para que no se repitan nunca las andanzas bélicas de nuestros inquietos redentores y para que, viviendo en perenne paz, forjemos todos unidos nuestro destino trascendental.
187
INDICE I
Pág.
Prólogo 2 San Andrés 5 La voz del destino 8 El Santo Patrón 12 Triunfo de C. Juárez 16 Desposada 17 Francisco Villa cumple su promesa 22 Pasiones dominantes 23 Pancho Villa es leal 25 El milagro de nuestro amor 25 Celada orozquista 26 Una rara entrevista 29 Huerta EI Chacal 30 La fuga 32 En tierra extraña 34 El Gral. Bernardo Reyes 35 La traición de Victoriano Huerta 36 En plena lucha 38 Barras de plata 39 Cómo murió nuestra hijita 40 Cediendo a mi ruego mi marido, salvé la vida a unos prisioneros 43 En poder del enemigo "Máximo Castillo" 44 La Toma de Ciudad Juárez 53 El Combate de Tierra Blanca 55 La muerte de Guillermo Benton 56 La exhumación del Mártir 58 Cómo se juzgaba a Francisco Villa 60 Se preocupaba por la educación de la juventud 62 Mi regreso a Chihuahua 63 Matrimonio de Antonio Villa 66 Cómo vino Agustín, el hijo de Pancho a vivir con nosotros 66 Cómo Vino Reynalda, otra hija de Pancho a mi lado. 68 Micaela, otra hija de Pancho 69 Chema Zepeda y su compañero 71 Cómo murió el Coronel Antonio Villa 74 Pancho ViIla enemigo de la mentira 75 Mi Oratorio 76 El Guerrillero recoge 300 chamacos 78 La amiga de la obrera 80 De cómo teníamos tanto chamaco en la casa 81 188
De cómo vino a nuestra casa Enrique ³El Mayor´ 82 Pepa Valdez 83 Obregón a punto de morir 86 Doña Luz Corral 88 Peones de la Boquilla 88 Prisionera de mi marido 89 Atando Cabos 92 Un caso de brujería 95 Cómo murió Chale mi cocinero 97 El valor de un enemigo 98 Cómo pagó Villa un servicio 98 Villa alegra el hogar 101 Pancho Villa da lección a un amigo 105 Defecciona un General 106 Un viaje que no se realizó 107 Donde revela Francisco Villa su cariño por los niños 108 Logreros de la Revolución 110 Una invitación de honor 117 Deferencia del Sr. Presidente de Costa Rica 119 Disgregación de familias 120 Primero muerto en mi Patria 121 El ataque a Columbus 123 Abandonamos nuestro refugio en La Habana 128 Pancho desde el campo de batalla, se preocupaba por la educación de sus hijos 129 Cómo nos comunicábamos con Pancho 132 Entrevista con el Capitán Hanson 134 Los carboneros y el General Angeles 135 Un milagro 136 Siguen los milagros 137 Cómo se conocieron Pancho y Soledad Armendáriz 140 Un puntapié salvador 141 Sentencia salomónica 141 Cómo se construyó una escuela en H. del Parral 143 Fusilamiento del General Felipe Angeles 145 Entrevista de Villa y Enríquez 148 De Allende a Sabinas 149 La familia García se separa 150 Mi regreso a la patria 152 Nuestra llegada a Canutillo 154 El Guerrillero convertido en hombre de campo 155 Un vil calumniador 157 Pancho empieza por recoger a sus hijos 158 El árabe de Canutillo 160 189