Homenaje al Inmaculado Corazón de María Imprimir
Por el padre Carlos Spahn:
Del Prólogo del Tratado de Mariología: "Hijo, he aquí a tu madre" 1. Los dos corazones fusionados por el mismo amor.
En su divina Providencia y Predestinación Dios fue guiando siempre a su pueblo, y a cada alma en particular, con solicitud y amor, hacia el fin último natural y sobrenatural respectivamente. Fue revelando paulatina y pedagógicamente todo lo conducente a la Vida Eterna. Fue descubriendo los secretos de su Corazón, a fin de que el hombre más le conociera, le amara y le sirviera. Las verdades más importantes y los misterios más grandes, previstos por Dios, para que el hombre los conociese los fue transmitiendo ya en el Nuevo Testamento, cuando se suponía que el Pueblo ya
estaba preparado para recibirlas. Nos referimos al Misterio de la Encarnación, de la Santísima Trinidad, de la Santa Iglesia, los Sacramentos, la Gracia, etc. No pocas veces el hombre se desvió del verdadero Camino trazado por su Sabiduría y Bondad. Y, una y otra vez, con la más exquisita delicadeza Paternal, perdonó y volvió a levantar a su Pueblo y a cada hijo de la fosa en la que había caído, ante la súplica y el verdadero y sincero arrepentimiento. No solamente ocurría esto durante el tiempo de preparación a la venida del Hijo de Dios. Si no, incluso luego de haberse cerrado el Libro de la Revelación con el Apocalipsis de San Juan. En la historia del cristianismo, continuamos viendo, una y otra vez, la Paternal y Amorosa Mano de Dios que sale en busca de sus ovejas descarriadas a través de innumerables intervenciones de Cristo, la Virgen, los ángeles y los santos. En lo que se refiere a la Santísima Virgen, muchos son los auxilios maternales que a lo largo de la historia hemos ido palpando. Todos han contribuido, de una u otra manera, al bien espiritual de las almas, llegando incluso a cambiar, en muchos casos, el curso de la historia. Al decir esto pensamos en Nuestra Señora del Pilar, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora de la Merced, Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de Fátima, etc. En una de las apariciones de Jesús a Santa Faustina Kowalska, le fue indicado a ésta que sería la última de las manifestaciones a los hombres, hechas por Él, antes de su segunda Venida. Estas son sus palabras: “17 II 1937. Esta mañana, durante la Santa Misa vi a Jesús doliente. Su Pasión se reflejó en mi cuerpo, aunque de modo invisible, pero no menos doloroso. Jesús me miró y dijo: ‘Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi misericordia [288a]. Si no adoran Mi misericordia, morirán para siempre. Secretaria de Mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia’” (Diario de Sor Faustina Kowalska, cuaderno segundo, nº 964965). ¿Qué podemos pensar de estas palabras de Jesús a Santa Faustina? Ya Jesús se
había manifestado a Santa Margarita María de Alacoque en el año 1673, dando a conocer insistentemente su amor por los hombres y mostrando su Corazón cercado de espinas y sufriendo por los pecados de los hombres. Pedía reparación a la vez que recordaba su amor por los hombres. Este regalo divino fue causa de bendiciones para toda la Iglesia. Enseguida se extendió por todas partes e, incluso, esta revelación fue incorporada por la Iglesia en la liturgia, haciendo propia dicha devoción. El culto al Sagrado Corazón pasó a ser, de esta manera un acto oficial de la Iglesia. Parecía que ya no se podía manifestar cosa más profunda, santa y sagrada, relacionada con el infinito amor de Dios. Sin embargo, en el siglo XX, Cristo revela a Santa Faustina, como hemos visto, el néctar mismo del Sagrado Corazón: su divina Misericordia. Esta es la razón por la que Cristo dice a Santa Faustina que ofrece la “última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia”. ¿Qué cosa se puede ofrecer luego, más grande que su mismo Amor que se inclina hacia la misma miseria humana para levantarla? Paralelamente a Cristo, Nuevo Adán, que nos revela los secretos de su Sagrado Corazón y su Misericordia, aparece también la figura de María, Nueva Eva. Y advertimos cómo progresivamente, Dios da a conocer el papel protagónico e insustituible de la Santísima Virgen en la historia. Reservando para los últimos tiempos, en analogía con Cristo, el tesoro más preciado, la Obra Maestra del Padre, el Inmaculado Corazón de María, que al final triunfará, como lo expresó Ella misma en las apariciones en Fátima. Aquí también la Iglesia se hace eco – como no podría haber sido de otra manera-, del pedido expreso de la Santísima Virgen de consagrar el mundo a su Inmaculado Corazón, de reparar y de abrazar esta devoción, ya que esto era voluntad expresa de su divino Hijo. Así también, la Iglesia incorpora, no solo la memoria de las apariciones de Fátima, sino también la memoria del Inmaculado Corazón de María. He aquí entonces, el Nuevo Adán y la Nueva Eva, revelando sus más delicados y profundos secretos de su amor a los hombres, como pareja indisoluble de redención. El misericordioso amor de los Corazones de Jesús y María que están ya glorificados y triunfantes en el cielo, como realización anticipada y acabada de
la completa redención de la humanidad. Ambos corazones juntos. “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. 2. El suceso divino y providencial de Fátima. En el año 1917, en Portugal, Fátima, la Santísima Virgen se aparece a tres niños pastores para dar a conocer, por voluntad de Cristo, el maravilloso secreto de su Inmaculado Corazón. En esas apariciones la Santísima Virgen manifestó su tristeza por los pecados que los hombres comenten contra Dios y dijo que Él estaba ya muy ofendido y que dejaran de pecar. Y pidió penitencia y oración en desagravio a su Inmaculado Corazón y por la conversión de los pecadores. Afirmó que Jesús quería establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón. Mostró a los pastorcitos el infierno y la cantidad de almas que allí iban porque no tenían quién se sacrificase y orase por ellos. Y luego pedirá al Papa la consagración del mundo al Inmaculado Corazón con mención expresa de Rusia. Hace la promesa de los cinco primeros sábados de mes asegurando que les dará todos los auxilios necesarios para la salvación en el momento de la muerte, a quienes lo pongan por obra. Y afirmó que al final su Inmaculado Corazón triunfará. Y que las almas que abrazaran esta devoción serían amadas por Dios, como flores puestas por Ella para adornar su trono. La Virgen muestra a Lucía, una de las videntes, el Inmaculado Corazón cercado de espinas y con una llama de fuego. Hay aquí cuatro elementos: 1. El “corazón”, centro de toda la persona, su interioridad, el lugar de los recuerdos, donde se acoge a los demás; es la sensibilidad del alma, el amor misericordioso. En María es también su Corazón de carne ya glorificado con su cuerpo en la Asunción, tal como lo definió el Papa Pío XII. 2. “Inmaculado”: indica negativamente su carencia absoluta de pecado, es el amor total a Dios y a los hombres, lleno de gracia desde el mismo instante de la Concepción. 3. “Coronado de espinas”, significa que es un amor no correspondido, herido por el extravío de los hombres, lugar donde continúa la Pasión de su Hijo. Significa que ese Corazón no puede separarse del de su Hijo, pues desde la Encarnación se han hecho inseparables. Su mismo amor a los hombres será su dolor ante un siglo que fríamente ha vuelto las espaldas al cielo y
se ha atrevido a blasfemar del mismo Dios, como nunca en la historia. Por ello se presenta también como las antípodas de Satanás y su vencedora, como la profetiza el Cantar de los Cantares: “¿Quién es ésta que surge como aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, temible como batallones en guerra?” (6, 10). Significa un corazón sufrido, Ella se presenta dolorida por los pecados del mundo y por las ofensas hechas a Dios. Jacinta, la más pequeña de los videntes, días antes de morir, cuando tenía ya nueve años, reveló algunas cosas que el Corazón maternal de María le confió con mucho dolor, sólo mencionamos algunas. Le dijo la Virgen: “Han de venir unas modas que han de ofender mucho a Nuestro Señor”; “Las personas que sirven a Dios no deben andar con la moda”; “Los pecados del mundo son muy grandes”; “Si los hombres supiesen lo que es la eternidad harían todo para cambiar de vida”; “Los hombres se pierden porque no piensan en la muerte de Nuestro Señor ni hacen penitencia”; “Muchos matrimonios no son buenos, no agradan a Nuestro Señor, ni son de Dios”; “Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne”; “Los sacerdotes deben ser puros, muy puros y deben ocuparse sólo de los asuntos de la Iglesia”; “La Confesión es un Sacramento de misericordia. Por esta razón, es necesario acercarse al confesionario con confianza y alegría. Sin confesión no hay salvación”; “La Madre de Dios quiere almas vírgenes, que se liguen a ellas por voto de castidad”(La Pequeña Jacinta de Fátima, A. Hernandez Moreno, ed. Sol de Fátima) 4. Y finalmente, ese fuego que procede del interior del Inmaculado Corazón nos habla de la sustancia del mismo. De la composición en sus más profundas entrañas. Es el amor de Dios que habita en Él y que la enciende a Ella, y Ella desea encender el corazón de todos sus hijos. Es el fuego del que nos habla el mismo Cristo “fuego he venido a traer sobre la tierra y cómo deseo que ya esté ardiendo” (Lc. 12, 49). Es el amor con que arderá el mundo al final, cuando se dé el triunfo definitivo de su Inmaculado Corazón, si los hombres se consagran y entregan a Ella.
3. El corazón en la Sagrada Escritura.
Cuando en la Biblia se habla de Corazón, éste quiere representar a toda la persona, todo su interior y no sólo el órgano físico. Por eso dice la Escritura que el Señor no mira lo que mira el hombre. “El hombre mira la apariencia, pero el Señor mira el Corazón” (I Sam 16, 7). David sabe que Dios prueba los corazones (I Cron. 29, 17). Pero aunque los reinos eran una imagen del hombre interior, el hombre será escrutado en el reino y en el corazón (Jer. 11, 20). La actitud del corazón da su impronta a todo el hombre: “Un corazón alegre
vuelve resplandeciente el rostro, pero cuando el corazón está tiste, el espíritu se torna depresivo” (Prov. 15, 13). En los tiempos antiguos los sentimientos del hombre eran atribuidos también a Dios; se dice así que el Señor “se duele en su Corazón” (Gén. 6, 6) y se elige un hombre “según su corazón” (I Sam. 13, 14). Porque el faraón no “cambió el corazón” (Ex. 7, 25) a las oraciones y a las amenazas de Moisés, Dios “volvió obstinado su corazón” (Ex. 9, 12). No se puede no sentir vibrar un cierto pesimismo allí donde se dice que “el Señor vio que la maldad de los hombres era grande sobre la tierra y que todo designio concebido de sus corazones no era otra cosa que males” (Gén. 6, 5). Precisamente porque el hombre está siempre expuesto al pecado, debe amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas (Dt. 6, 5). El hombre que vive según los mandamientos de Dios puede exclamar como Ana: “Mi corazón exulta en el Señor” (I Sam. 2, 1). El que recibe un corazón nuevo, ha realizado una transformación interior; el Señor puede quitar “el corazón de piedra” y darle un “un corazón de carne” (Ez. 36, 26). También en el Nuevo Testamento el corazón designa el centro del alma y del espíritu. San Pablo escribía “en un momento de grande aflicción y con el corazón angustiado” (II Cor. 2, 4). La fe no se refiere al pensamiento o al sentimiento, sino solamente al corazón (Rom. 10, 10). El corazón, que nos reprocha, dice San Juan, no es otro que la conciencia (I Jn. 3, 19 ss.). San Pedro amonesta a las mujeres para que su ornato no sea lo exterior (cabellos rizados, ataviarse con joyas de oro o el de la compostura de los vestidos), “sino más bien el interior del... corazón con un alma incorruptible llena de ternura y de paz” (I Ped. 3, 3 s.). Porque el corazón es el punto de partida de toda acción humana, Dios imprimirá su ley en los corazones (Heb. 8, 10). Y “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom. 5,
5). El corazón se convierte en el órgano de la religión, es decir, “arraigarse” a Dios en la adhesión a Él; por medio de la fe Cristo habita en los corazones (Ef. 3, 17). 4. La mujer misteriosa.
De todos los medios para llegar a Dios, no podemos encontrar algo más seguro y santo que la misma Madre de Dios. Y para llegar a lo más santo y sagrado de Ella no podemos encontrar cosa mayor y más noble que su propio Corazón. Mucho más noble y santo aún que su propio seno materno en donde se gestó el Verbo divino. Porque, como dice San Agustín: “María concibió primero en su corazón antes que en su seno”. El Corazón Inmaculado es el lugar donde se produjo la más importante de las batallas de la historia profetizada por la Biblia en el libro del Génesis: “Pondré enemistad entre ti (la serpiente: Satanás) y la Mujer (la Virgen Madre de Dios), entre Su linaje y el tuyo, ésta (es decir, tanto la Mujer como su linaje: Jesús), te aplastará la cabeza…” (Gn 3, 15). Esta Mujer, la Madre de Dios, aplasta la cabeza de la serpiente con su Inmaculado Corazón, (“…la antigua serpiente que es el diablo o Satanás…” como nos dice el libro del Apocalipsis, [Ap. 12]). Corazón Inmaculado es Corazón sin mancha, “lleno de gracia” que triunfa sobre el pecado. La Santísima Virgen vence al demonio con su Corazón sin mancha, es decir, con toda la fuerza de su interior, con toda la fuerza de su mismo amor santo. En este pasaje de Génesis aparece la “misteriosa” Mujer en lucha contra las fuerza del mal. Y así como Ella concibe primero en su Corazón antes que en su Seno materno, así también aplastará la cabeza de la serpiente antes con su Inmaculado Corazón que con su sagrado pie. La lucha está en el interior de ese Corazón. Radica en la esencia del amor puro. Ella derrota al maligno con su Inmaculado Corazón. Y esto se repite una y otra vez, hasta darse la batalla definitiva al final de los tiempos donde el Inmaculado Corazón triunfará. El triunfo de la Mujer misteriosa radica en una acción diametralmente opuesta a la acción de Eva. Eva pecó en su corazón, cuando concibió la idea de la desobediencia para pretender hacerse como Dios. María, la Nueva Eva, vence en
su Corazón porque nace sin pecado original y adhiere libre y voluntariamente al Misterio de la Encarnación y Redención de los hombres, siendo así la enemiga por naturaleza y por antonomasia de la serpiente infernal junto a su Hijo. Tanto el Nuevo Adán, Cristo, como la Nueva Eva, María, están ahora en el cielo después de la obra de la Redención de los hombres. La nueva Pareja, sustituye a la antigua. Y ambos están ahora glorificados con su Cuerpo glorioso, es decir, con sus corazones intactos y victoriosos para interceder por nosotros. Esta Mujer del Génesis fue siempre para el Pueblo de Israel un misterio. ¿Quién será –se preguntaban-, esta misteriosa Mujer que derrotará a la Serpiente, al enemigo de la naturaleza humana? ¿Quién le aplastará la cabeza? “¿Quién es ésta que surge como aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, temible como batallones en guerra” que aplastará la cabeza de la Serpiente? Esta Mujer que aparece al inicio de la historia de la Salvación, al inicio del Libro Sagrado, en su primera y más importante profecía del Antiguo Testamento, es la misma que aparecerá en el último Libro inspirado del Apocalipsis. En este último Libro aparece la Mujer en campal batalla con “el Dragón, la antigua serpiente que es el diablo y Satanás”. El mismo Jesús, Hijo de Dios, es el que va a descubrir el misterioso secreto de la identidad de esta Mujer. Indicará quién es la que todo el pueblo esperaba y deseaba saber. Es, en efecto, en el inicio del evangelio de San Juan, en las Bodas de Caná, donde encontramos la revelación del Misterio. Es cuando María su Madre, consciente de su acción mediadora ante su Hijo, se acerca para pedir el primer milagro en público que introduciría a Jesús en su Hora esperada. Ella simplemente dice “no tienen vino”. Cristo manifiesta que nada tiene que ver tanto Ella como Él en el asunto. Pero le dice “Mujer”. Lejos de negar su maternidad sobre Cristo, como pretenden algunos, está revelando uno de los misterios más grande para todo el pueblo de Israel. Misterio tan esperado del cual nacería el Mesías. La Mujer misteriosa que vence al demonio junto a su Hijo es María. Cristo lo acaba de afirmar ante la consternación de los presentes. Sin más, realiza el milagro pedido por la Vencedora, porque en realidad los hombres estaban careciendo del Vino de la gracia y el amor. Y Cristo les brindará el mejor de los vinos que es su infinito Amor vertido en sangre por su Padre y por los hombres.
Este será el primer milagro del que todos creerán, como dice el evangelista. Todos creerán en la Mujer y su Descendencia para la remisión de los pecados. Es la Mujer que introduce a su Hijo en la Hora de la batalla. Y será luego, al final del mismo evangelio, donde Cristo se ocupará de dejar muy en claro que verdaderamente su Madre es la Mujer esperada y la vencedora, cuando al pie de la Cruz le vuelve a llamar Mujer, al entregarla al cuidado de Juan y al darle a éste su maternidad espiritual para todos los hombres. Es el momento decisivo del combate final, donde su Inmaculado Corazón triunfará. Siempre en dependencia y en íntima unión con Jesucristo. El amor verdadero siempre está sellado por la cruz y es al pié de ella donde se obtienen los verdaderos triunfos. Tanto Cristo con su Corazón abierto en la Cruz, como su Madre con el Corazón traspasado por una espada, consumen la victoria sobre el demonio, el pecado y la muerte. 5. La profecía de Simeón y su riqueza teológica.
El anciano Simeón, movido por el Espíritu Santo, al ver a María le dijo: “y a ti misma una espada te traspasará el alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones”. Esta traducción del griego no admite dificultad alguna y este y no otro es el sentido de la traducción. Estas palabras encierran mucho más de lo que se suele decir. Ciertamente Simeón alude al sufrimiento que Ella deberá pasar junto a su Hijo particularmente en la Cruz, como Corredentora de la humanidad. Pero el texto dice más aún. Nos vamos a detener en las palabras finales: “para que sean descubiertos (revelados, manifestados, salgan a la luz) los pensamientos de muchos corazones (las intenciones, los deseos de lo más interior, del centro, de la mente y voluntad).” La espada que atraviesa el corazón (el alma, todo el ser de María), es por una finalidad específica (???? ??, dice en griego, denotando finalidad): para que sean descubiertos (revelados, manifestados, salgan a luz) los pensamientos de muchos corazones… ¿ante quién? Es necesaria esa espada de dolor que atraviesa
todo el ser de María para que queden descubiertos los pensamientos… ¿pero ante quién? Volvemos a preguntar. Ante Dios no puede ser, ya que siempre conoce todo lo que hay en el corazón del hombre, no necesita que la Virgen María sufra en su interior para que Él pueda conocer el corazón de ellos. Entonces nos preguntamos ¿será para que quede manifiesto el pensamiento al propio hombre? Esto parece que tampoco, ya que siempre el hombre tuvo una consciencia a la que le interpela y le indica el camino hacia Dios en el discernimiento del bien y del mal. ¿Entonces ante quién quedan los corazones en evidencia? Respondemos: ante Ella. Es decir, el sufrimiento como Corredentora al pie de la Cruz le da a la Santísima Virgen el libre acceso al corazón de los hombres. ¿Por qué? Porque redimir significa volver a comprar. Y ella redime en unión con Cristo Redentor (corredime). Y si adquiere algo como propio es lógico que pueda acceder a su interior. Ella tiene pleno acceso al interior del hombre. Y como Mediadora sabe bien qué necesita cada hijo antes que se lo pidamos. Esto es maravilloso para la vida espiritual. El demonio no puede conocer el interior de los hombres. Tampoco los ángeles buenos pueden saber los pensamientos o los movimientos íntimos del corazón de los hombres, por propia virtud, a no ser que Dios se los haga saber. María Corredentora, en cambio, sí. Nosotros le pertenecemos a Cristo y también a Ella. Nadie puede prescindir, en la obra de la salvación, de Ella. La acción Redentora es conjunta. El Nuevo Adán y la Nueva Eva, restablecen el orden perdido. Para que queden de manifiesto los corazones de “muchos”. Este “mucho” tiene el sentido de totalidad que en latín se le da a “pro multis”. El mismo sentido utilizado en la fórmula de la consagración del vino cuando dice que su Sangre será derramada “por muchos”. Este sería un argumento poderoso para el tema de la Corredención Mariana. Mostrar que las conciencias de todos los hombres quedan patentes ante la Mirada de la Madre de Dios, por la sola razón de habernos redimido con Cristo; en dependencia y subordinación a su Hijo Redentor. 6. La cruz y el corazón abierto.
Pareciera imposible que todo el amor infinito de Dios pudiera ser contenido,
como néctar divino, en un corazón humano. Es que todo el amor de Dios se concentró en un punto. Y ese sagrado punto es órgano humano de una Persona divina. Nos referimos al Corazón Santísimo de Jesucristo. Cuando el Hijo de Dios estuvo pendiendo en la Cruz, fue necesario que su Sagrado Corazón fuera atravesado. Era necesaria una fisura de amor que hiciera las veces de acueducto divino. De otra manera, ese santísimo y humano corazón hubiera estallado. Todo ese infinito amor contenido en el Corazón de Cristo, sabia y providencialmente, pudo encontrar una salida amorosa para gloria del Padre y salvación de los hombres. De esta manera, el infinito amor de Dios, pasando por el Corazón Santísimo de Cristo “dormido” en la Cruz, se extiende a todos los hombres del pasado, del presente y del futuro. Pero, antes de llegar a todos los hombres, Dios quiso asociar a ese Sagrado Corazón abierto, otro que se abría al unísono, en completa armonía y como si fueran una sola cosa. Era el Inmaculado Corazón que abría paso a la más misteriosa fisura divina que en su interior se producía. Una aguda espada invisible se abría camino desgarrando todo el interior de la más augusta criatura salida de las manos del Padre. Y ahora quedaba completo y develado el misterio. El infinito amor de Dios, pasando por el divino Corazón de Jesús, abierto en la Cruz, y atravesando la abertura de amor y dolor del Inmaculado Corazón, llega a todos los hombres. Este es el camino elegido por la Sabiduría divina para hacer llegar todo su amor a los hombres. Ha asociado a los dos Corazones más grandes, que en éxtasis de amor se abrían como capullo ante el sol, con la autenticidad de amor que procedía del dolor más profundo. Ése es el camino elegido por Dios para que su amor Misericordioso e infinito se derramara a todos los hombres. Y ése es, precisamente, el camino que Él mismo traza para que los hombres vuelvan a Él. El hombre, viendo el camino trazado por la infinita Sabiduría, hace ahora su travesía. Pasando por el Corazón abierto de la Madre de Dios al pie de la Cruz se llega al Corazón abierto del Hijo de Dios, y de aquí al Seno de la Santísima Trinidad. Nadie puede llegar a ese divino Corazón sin pasar por el Inmaculado Corazón de María; y nadie puede ir al hasta Dios si no pasa por el Sagrado Corazón de Cristo lacerado por nuestro amor.
7. Voluntad de Dios... mi único deseo.
En un hermoso libro de Edith Stain, la judía filósofa y conversa al Catolicismo y Carmelita mártir, titulado: “Por los Caminos del Silencio Interior”, escribe un pensamiento que vale la pena analizar por su profundidad y simplicidad a la vez. Dice: “El día que Dios tenga poder ilimitado en el corazón del hombre, ese día, el hombre, comenzará a tener un poder ilimitado en el Corazón de Dios”. Es cierto que Dios tiene siempre un poder infinito, nunca podría ser limitado. Por eso llama la atención esta frase. Pero en los misterios insondables de Dios, alcanzamos a advertir, que solamente una cosa limita su acción infinita: la libertad del hombre. Sólo la creatura espiritual puede ponerle límites al poder de Dios. Esto acaece cuando no abrimos todo nuestro corazón a la acción de Dios. Es decir, buscamos en muchas cosas nuestra propia voluntad. Pero, si alguna vez la creatura llegara a abrir plenamente su corazón a Dios, esto es, si hiciese sólo y exclusivamente la voluntad de Dios en todo, ese día podrá decirse que Dios tiene poder ilimitado en su corazón, en el corazón del hombre. Y lo más llamativo y admirable es que en ese momento la creatura comienza a tener un poder sin límites en el Corazón de Dios. Porque ya su querer será solo el querer de Dios y el querer de Dios sólo el querer de la creatura, por lógica consecuencia. Porque la creatura no querrá nada que Dios no quiera y sólo lo que Él quiera, y tampoco Dios querrá nada de lo que la creatura no quera y sólo lo que esta quiera. ¡Qué misterio! Encontramos realizado esto, en la creatura más extraordinaria salida de las manos de Dios: su Santísima Madre. Es precisamente en el pasaje de las Bodas de Caná (Jn. 2, 3-5), donde se puede observar con precisión. La Santísima Virgen sólo dijo: “no tienen vino”. Jesús habló, pero no por Ella ni por Él mismo, sino por sus discípulos y por los que estaban allí presentes. Aprovechando la ocasión para indicar que su Madre era la “Mujer” profetizada y esperada por el Pueblo de Israel, e indicando que su hora no había llegado aún, señalando así que su Madre es la que lo introduce a su vida Pública y al momento culminante de la redención de los hombres. Sólo tres palabras pronunciadas por María hacen de su Hijo, Dios hecho hombre,
la ejecución pronta, precisa y generosa de su Voluntad. Ella sabía que la Voluntad de su Hijo iba a ser esa, solo une su voluntad a la de su Hijo y arranca de Él, con asentimiento libre, el milagro. Milagro por el que creyeron los Apóstoles, como dice el evangelio. Vemos así el Inmaculado Corazón unido íntimamente al Sagrado Corazón de Jesús en un único acto de voluntad. Donde el Infinito poder de Dios que dominaba todo el interior de María hacía de Ella un solo querer con Cristo. La voluntad de Cristo era toda suya y la suya toda de Cristo. Y Jesús nos dice que imitemos a su Santa Madre a fin de tener un poder infinito sobre su Corazón divino. Nos invita: “hijo, une tu entendimiento a mi Entendimiento, tu voluntad a mi Voluntad en el vínculo suave del amor compartido”. 8. Guardaba y meditaba todo en su corazón.
Nos dicen los evangelios que María guardaba y meditaba todo en su Corazón. Y nos muestra que toda la vida de Ella es Dios. Dios es su Vida y Ella también es la vida de Dios, ya que lo gestó en su seno. Ambos se comunican la vida. Dios es el Alma del alma de María. Es el Corazón de su corazón. Nada tiene sentido fuera de Dios. Todo su ser no tiene sentido sin la referencia a Dios. Su Corazón está lleno de los Misterios de Jesucristo. No cabe ningún pensamiento sobre Ella misma. No existe el repliegue. No caben pensamientos del mundo. Todo es Sagrario. Todo Templo. Todo Jardín sellado. Es el Cofre de los misterios divinos. Cuando uno reza el Santo Rosario, esto agrada mucho a la Santísima Virgen, porque no se hace otra cosa que sondear su Inmaculado Corazón para ir sacando y contemplando los Misterios Sagrados que encierra. El hombre, y en particular el sacerdote, debería vivir de esos Misterios ocultos del Corazón Inmaculado, a fin de hacer propio dichos misterios. Se los hace propios cuando se los vive como propios. Y ya no serán los recuerdos de pequeñeces inservibles de nuestra propia existencia los que llenen nuestro Corazón, sino los Misterios divinos, salvadores, que Ella guarda para Sí y para todos sus hijos. No ya la memoria de cosas puramente humanas, sino la memoria de esos divinos Misterios vividos en unión con María los que susciten nuestra añoranza de Dios, nuestra nostalgia de cielo. Hacer de nuestro interior también un cofre sagrado es tarea de la Madre de Dios.
Pero solo podrá hacerlo si unimos nuestro cordón umbilical a Ella, para que traspase toda su riqueza al pobre corazón nuestro. En la meditación constante de los Misterios del Santo Rosario, como por ósmosis, penetran los sagrados sentimientos de Jesús y María. 9. Apóstoles de los últimos tiempos Imposible pensar en los últimos tiempos y en el triunfo de Cristo sin pensar en el Inmaculado Corazón de María que “al final triunfará” del duro combate. Es la “puerta abierta” dejada por Dios que nadie, nunca, podrá cerrar, como dice el libro del Apocalipsis: “… mira que he puesto ante ti una puerta abierta que nadie puede cerrar” (3, 8). Se podrán cerrar las puertas de Cristo, de la Iglesia, de los Sacramentos, pero a Ella, “Porta Caeli” nadie la podrá cerrar. Apóstoles de los últimos tiempos. De los tiempos más difíciles de la historia. Serán asociados a la Santísima Virgen, al Inmaculado Corazón, para la batalla final. Así lo enseñan, entre otros, San Luis María Grignion de Montfort, en la llamada “oración abrazada”. En ella dice: “Acuérdate, Señor, de tu congregación, que hiciste tuya desde toda la eternidad, pensando en ella en tu mente ab initio (Sal. 73,3); que hiciste tuya en tus manos, cuando sacaste el mundo de la nada, ab initio; que hiciste tuya en tu corazón, cuando tu querido Hijo, muriendo en la Cruz, la regaba con su Sangre y la consagraba por su muerte, confiándola a su Santa Madre”. "Escucha, Señor, los designios de tu Misericordia; suscita los hombres de tu diestra, tales como los has mostrado dando conocimiento profético de ello a algunos de tus mayores siervos: a un San Francisco de Paula, un San Vicente Ferrer, una Santa Catalina de Siena y a tantas otras grandes almas…” "… Oh Dios soberano, que de las piedras toscas puedes hacer otros tantos hijos de Abraham!, di como Dios una sola palabra, para enviar buenos obreros a tu mies y buenos misioneros a tu Iglesia”. “… Acuérdate, sobre todo, de tu querido Hijo: respice in faciem Christi tui (Sal. 83,10). Su agonía, su confusión y su llanto amoroso en el Huerto de los Olivos cuando dice: Quae utilitas in sanguine meo (Sal. 29,10); su muerte cruel y su sangre derramada te gritan a voces ¡Misericordia!, a fin de que por medio de esta
Congregación sea establecido su imperio sobre las ruinas del de sus enemigos”. “Acuérdate, Señor, de esta comunidad en los efectos de tu justicia. Tempos faciendi, Domine, dissipaverunt legem team (Sal. 118, 126). Es tiempo de hacer lo que has prometido. Tu divina ley es quebrantada; tu Evangelio, abandonado; torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a tus mismos siervos; toda la tierra está desolada; la impiedad está sobre el trono; tu santuario es profanado y la abominación se halla hasta en el lugar santo. ¿Lo dejarás abandonado así todo, Señor Justo, Dios de las venganzas? ¿Vendrá todo, al fin, a ser como Sodoma y Gomorra? ¿Callarás siempre? ¿Aguantarás siempre? ¿No es menester que tu voluntad se haga en la tierra como en el cielo y que venga tu reino? ¿No has mostrado de antemano a algunos de tus amigos una renovación futura de tu Iglesia? … ¿No es esto lo que espera tu Iglesia? ¿No te piden a gritos todos los santos del cielo Justicia: vindica (cf. Ap. 6,10)? ¿No te dicen todos los justos de la tierra: Amen, veni Domine (Ap. 22,20)? Las criaturas todas, aun las más insensibles, gimen bajo el peso de los pecados innumerables de Babilonia y piden vuestra venida para restaurar todas las cosas. Ovnis criatura ingemiscit (Rom. 8,22), etc.” “Señor Jesús, acuérdate de tu Congregación. Acuérdate de dar a tu Madre una nueva Compañía, para renovar por Ella todas las cosas y para acabar por María los años de la gracia, como has comenzado por Ella. Dad hijos y siervos a tu Madre (cf Gn 30,1); si no, yo muero. Dame a tu Madre. Es por Ella por la que yo te lo pido. Acuérdate de sus entrañas y de sus pechos” de su Inmaculado Corazón, lugar de tu refugio primario y esencial, “y no me rechaces; acuérdate de que eres su Hijo y escúchame; acuérdate de lo que Ella es para Ti y de lo que Tú eres para Ella, y cumple mis deseos”... “¿Qué es lo que te pido? Sacerdotes libres con tu libertad, descarnados de todo, sin padre, sin madre, sin hermanos, sin hermanas, sin parientes según la carne, sin amigos según el mundo, sin bienes, sin estorbos, sin cuidados y aun sin voluntad propia. Esclavos de tu amor y de tu Voluntad; hombres según tu corazón, que sin voluntad propia que los manche y los detenga, cumplan toda su voluntad y arrollen a todos sus enemigos, como otros tantos nuevos Davides, con el báculo de la cruz y la honda del Santo Rosario en las manos”.
“Como nubes elevadas de la tierra y llenas de rocío celeste, que sin impedimento vuelan por todas partes según el soplo del Espíritu Santo. Son ellos, en parte, los que conocieron tus profetas cuando preguntaban: ¿Quiénes son estos que vuelan como nubes? (Is. 9,8)…” “Hombres siempre a tu mano. Prontos siempre a obedecerte, a la voz de sus superiores, como Samuel (I Reg. 3,16); prestos siempre a correr y a sufrirlo todo contigo y por Ti, como los Apóstoles: Vayamos y muramos con Él (Jn 11,16).” “Verdaderos hijos de María, tu Santa Madre, engendrados y concebidos por su Caridad” en su Inmaculado Corazón, “llevados en su seno, pegados a sus pechos, alimentados con su leche, educados por sus cuidados, sostenidos por su brazo y enriquecidos de sus gracias”. “Verdaderos siervos de la Virgen Santísima, que, como otros tantos Santos Domingos, vayan por todas partes con la antorcha brillante y ardiente del santo Evangelio en la boca y el Santo Rosario en la mano, a ladrar como perros, abrasar como el fuego y alumbrar las tinieblas del mundo como soles; y que por medio de la verdadera devoción a María, es decir, interior sin hipocresía, exterior sin crítica, prudente sin ignorancia, tierna sin indiferencia, constante sin liviandad y santa sin presunción, aplasten, por donde quiera que fueren, la cabeza de la antigua serpiente para que la maldición que Tú le echaste se cumpla enteramente: Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre su descendencia y la tuya; esta te aplastará la cabeza (Gn. 3,15).” “Verdad es, Dios soberano, que el demonio pondrá, como Tú lo has predicho, grandes asechanzas al calcañar de esta Mujer misteriosa, es decir, a esta pequeña Compañía de sus hijos, que vendrán hacia el fin del mundo, y que habrá grandes enemistades entre esta bienaventurada descendencia de María y la raza maldita de Satanás; pero es una enemistad totalmente divina, la única de que Tú eres el Autor: pondré enemistad”. “Pero estos combates y estas persecuciones, que los hijos de la raza de Belial desencadenarán contra la raza de tu Santa Madre, sólo servirán para hacer brillar más el poder de tu gracia, la valentía de su virtud y la autoridad de tu Madre, puesto que Tú, desde el principio del mundo, les has dado el encargo de aplastar a ese orgulloso, por la humildad de su Corazón y de su planta: esta te aplastará la cabeza”.
“… Espíritu Santo, acuérdate de producir y formar hijos de Dios, con tu divina y fiel Esposa María. Tú formaste la cabeza de los predestinados con Ella y en Ella; con Ella y en Ella debes formar todos sus miembros. Tú no engendras ninguna persona en la Divinidad; pero eres, Tú solo, quien formas fuera de la Divinidad todas las personas divinas; y todos los santos que han sido y serán hasta el fin del mundo, son otras tantas obras de tu amor unido a María. El reino especial de Dios Padre duró hasta el diluvio y terminó por un diluvio de agua; el reino de Jesucristo terminó por un diluvio de sangre; pero tu reino, Espíritu del Padre y del Hijo, continúa actualmente y se terminará por un diluvio de fuego, de amor y de justicia”. “¿Cuándo vendrá este diluvio de fuego, de puro amor, que Tú debes encender sobre toda la tierra de manera tan dulce y tan vehemente, que todas las naciones… se abrazaran a él y se convertirán?... Que este divino fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra se encienda, antes que Tú enciendas el de tu cólera, que reducirá toda la tierra a cenizas. Envía tu Espíritu y serán creadas las cosas y renovarás la faz de la tierra. Envía este espíritu, todo fuego, sobre la tierra, para crear en ella sacerdotes todo fuego, por ministerio de los cuales la faz de la tierra sea renovada y tu Iglesia reformada”. “Acuérdate de Tú Congregación: es una Congregación, una asamblea, una selección, un apartado de predestinados, que Tú debes hacer en el mundo y del mundo: Yo, del mundo, os he elegido a vosotros (Jn.15,19). Es un rebaño de corderos pacíficos que Tú debes reunir en medio de tantos lobos; una compañía de castas palomas y de águilas reales en medio de tantos cuervos; un enjambre de abejas en medio de tantas avispas; una manada de ciervos ágiles entre tantas tortugas; un escuadrón de leones valerosos en medio de tantas liebres tímidas. ¡Oh Señor!: congréganos de entre las naciones (Sal 105). Congréganos, únenos para que se dé toda la gloria a tu nombre santo y poderoso”. “Tú predijiste esta ilustre Compañía a tu profeta, que habla en términos muy oscuros y misteriosos, pero totalmente divinos: Tú haces llover, ¡Oh Dios!, una lluvia generosa sobre tu heredad, y cuando ésta desfallecía, tú la sostenías. Tu familia habitó en ella; Tú preparaste, ¡oh Dios!, tus bienes a los menesterosos. Da su voz de mando el Señor: vienen en tropel los portadores de buenas nuevas:
Huyen los reyes de los ejércitos, huyen; aun la mujer casera participa en el botín. Y mientras vosotros reposáis entre los oviles, las alas de la paloma se han cubierto de plata y sus plumas, de oro brillante. Al dispersar el Omnipotente por ella a los reyes, cayó la nieve sobre el Selmón. Monte de Dios es el monte de Basán; montaña rica en cumbres la montaña de Basán. ¿Por qué miráis con envidia, montes encumbrados, al monte que eligió Dios para morada suya, en el que por siempre habitará Yavhé?” (Sal 67, 10-17). “¿Cuál es, Señor, esa lluvia voluntaria que Tú has preparado y escogido para tu heredad enferma sino estos santos misioneros, hijos de María, tu Esposa, que Tú debes reunir y separar del pueblo, para bien de tu Iglesia, tan debilitada y manchada por los crímenes de sus hijos?” “¿Quiénes son esos animales y esos pobres que morarán en tu heredad, y que serán alimentados en ella con la dulzura divina que Tú les has preparado, sino estos pobres misioneros abandonados a la Providencia que rebosará de tus delicias más divinas, sino los animales misteriosos de Ezequiel, que tendrán la humanidad del hombre por su caridad desinteresada y bienhechora para con el prójimo; la valentía del león por su santa cólera y su celo ardiente y prudente contra los demonios, hijos de Babilonia; la fuerza del buey por sus trabajos apostólicos y su mortificación contra la carne, y, en fin, la agilidad del águila por su contemplación en Dios? Tales serán los misioneros que Tú quieres enviar a su iglesia. Tendrán ojos de hombre para con el prójimo; ojos de león contra tus enemigos; ojos de buey contra sí mismos y ojos de águila para Ti”. “Estos imitadores de los Apóstoles predicarán con gran fuerza y virtud, tan grande y tan resplandeciente, que removerán las almas y los corazones de los lugares en que prediquen. A ellos es a quienes darás tu palabra, tu misma boca y tu sabiduría: Os daré un lenguaje y una sabiduría que ningún adversario vuestro podrá resistir (Lc 21,15)”. “Entre estos tus amados será donde Tú, en calidad de Rey de las virtudes, de Jesucristo el Bienamado, tendrás tus complacencias, puesto que ellos en todas sus misiones no tendrán más fin que el darte toda la gloria de los despojos que arrebatarán a sus enemigos: Rex virtutum dilecti, dilecti et speciei domus dividere spolia”.
“Por su abandono en manos de la Providencia y su devoción a María tendrán las alas plateadas de la paloma…, es decir, la pureza de la doctrina y de las costumbres. Y su espalda dorada…, es decir, una perfecta caridad con el prójimo para soportar sus defectos y un gran amor para con Jesucristo para llevar su cruz”. “Tú solo, como Rey de los cielos y Rey de los reyes, separarás de entre el pueblo estos misioneros como otros tantos reyes, para tornarlos más blancos que la nieve sobre el monte de Selmón, monte de Dios, monte abundante y fértil, monte fuerte y cuajado, monte en el que habita y habitará hasta el fin”. “Quién es, Señor, Dios de verdad, este misterioso monte, del que nos dices tantas maravillas, sino María, tu querida Esposa, cuyos cimientos has puesto Tú sobre las cimas de los más altos montes? Fundación suya sobre los santos montes (Sal 86,1). El monte de la casa de Yavé se asentará a la cabeza de los montes (Miq. 4,1)”. “Dichosos y mil veces dichosos los sacerdotes que Tú has tan bien escogido y predestinado para morar contigo en esta abundante y divina montaña, a fin de que lleguen a ser los reyes de la eternidad, por el desprecio de la tierra y su elevación en Dios; a fin de que se tornen más blancos que la nieve por su unión con María, su Esposa, toda hermosa, toda pura y toda inmaculada; a fin de que se enriquezcan allí del rocío del cielo y de la grosura de la tierra, de todas las bendiciones temporales y eternas de que María está llena”. “Desde lo alto de esta montaña es desde donde, como otros Moisés, lanzarán por sus ardientes plegarias dardos contra sus enemigos para abatirlos o convertirlos. En esta montaña será donde aprendan de la boca misma de Jesucristo, que en ella mora siempre, la inteligencia de sus ocho bienaventuranzas”. “En esta montaña de Dios será donde sean transfigurados con Él sobre el Tabor; donde mueran con Él como en el Calvario, y donde suban al cielo con Él, como desde el monte de los Olivos”. “A Ti solo es a quien toca el formar, por tu gracia, esta Congregación; si el hombre pone en ello el primero la mano, nada se hará; si mezcla de lo suyo contigo, lo echará a perder todo, lo trastornará todo… Haz tu obra, totalmente
divina: junta, llama, reúne de todos los términos de tu dominio a tus elegidos, para hacer con ellos un cuerpo de ejército contra tus enemigos”. “Mira, Señor, Dios de los ejércitos, los capitanes que forman compañías completas; los potentados que levantan ejércitos numerosos; los navegantes que arman flotas enteras; los mercaderes que se reúnen en gran número en los mercados y en las ferias. ¡Qué de ladrones, de impíos, de borrachos y de libertinos se unen en tropel contra Ti todos los días, y tan fácil y prontamente! Un silbido, un toque de tambor, una espada embotada que se muestre, una rama seca de laurel que se prometa, un pedazo de tierra roja o blanca que se ofrezca; en tres palabras, un humo de honra, un interés de nada, un miserable placer de bestias que esté a la vista, reúne al momento ladrones, agrupa soldados, junta batallones, congrega mercaderes, llena las casas y los mercados y cubre la tierra y el mar de muchedumbre innumerable de réprobos, que, aun divididos los unos de los otros por la distancia de los lugares o por la diferencia de los humores o de su propio interés, se unen no obstante todos juntos hasta la muerte, para hacer la guerra bajo el estandarte y la dirección del demonio”. “Y por Ti, Dios soberano, aunque en servirte hay tanta gloria, tanta dulzura y provecho, ¿casi nadie tomará vuestro partido? ¿Casi ningún soldado se alistará bajo tus banderas? ¿Ningún San Miguel gritará de en medio de sus hermanos por el celo de tu gloria: Quién como Dios? Permíteme ir gritando por todas partes: ¡Fuego, fuego, fuego! ¡Socorro, socorro, socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el santuario! ¡Socorro, que se asesina a nuestros hermanos! ¡Socorro, que se degüella a nuestros hijos! ¡Socorro, que se apuñala a nuestro padre!” “Que todos los buenos sacerdotes repartidos por el mundo cristiano, sea que actualmente se hallen combatiendo o que se hayan retirado de la pelea a los desiertos y soledades; que todos esos buenos sacerdotes vengan y se junten con nosotros; … para que formemos, bajo el estandarte de la Cruz, un ejército bien ordenado en batalla y bien regido para acometer de concierto a los enemigos de Dios, que han tocado ya alarma…” “Señor, levántate; ¿por qué pareces dormir? Levántate en tu Omnipotencia, tu Misericordia y tu Justicia, para formarte una Compañía escogida de guardias de
corps, que guarden tu casa, defiendan tu gloria y salven tus almas, a fin de que no haya sino un rebaño y un pastor y que todos te rindan gloria en tu templo… Amén. María dijo: “Al final mi Inmaculado Corazón triunfará”. Ella necesita de sus Apóstoles, para que abrazados por el divino amor enciendan el mundo entero. Autor: Pbro. Carlos Spahn 02 de julio de 2011