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Outliers Casos atípicos: la historia del éxito por Malcolm Gladwell
RESUMEN EJECUTIVO ¿Por qué algunas personas tienen éxito y llevan una vida notablemente productiva mientras que la mayoría nunca logra desarrollar su potencial? ¿Acaso sea que estas personas son más inteligentes o más talentosas? La respuesta a estas interrogantes es que las “superestrellas” se han beneficiado desde siempre de ventajas ocultas, de oportunidades extraordinarias y de legados culturales que les han permitido aprender y trabajar como ninguna otra persona. Tras examinar la vida de personajes tan dispares como Mozart y Bill Gates, Gladwell llega a la conclusión de que para ser exitoso se necesita mucho más que inteligencia.
El efecto de Mateo Es muy común escuchar que la gente exitosa trabaja duro. Pero hay mucha gente que trabaja duro y que, sin embargo, no es exitosa. Y surge la pregunta: ¿qué talento o don especial tienen estas personas? Siempre nos preguntamos por las características de las personas exitosas. ¿Qué tipo de personalidades tienen? ¿Qué tan inteligentes son? ¿Qué tipo de vida llevan? ¿Qué talentos innatos poseen? En cualquier caso, deben ser personas especiales. Esta es la explicación más común de por qué algunas personas triunfan y otras no. Pero, en realidad, es una explicación falsa o, al menos, a medias. Este modelo distorsiona peligrosamente la realidad porque deja de lado otros factores que también nos permiten triunfar. Tomemos por caso la Liga Canadiense de Hockey. Esta está integrada por atletas de poco menos de veinte años. Están en forma y son muy talentosos, y buena parte de estos llegan a jugar profesionalmente. Pero todo el esfuerzo que hacen por llegar a la cima es sólo una parte de la historia. La otra parte tiene que ver con los que los biólogos llaman la “ecología” de un ser vivo en específico. El roble alto que está en medio del bosque no provino sólo de una buena bellota sino que, además, cayó en el lugar más adecuado, no lo tapaban otros árboles, etc. Del mismo modo, estos atletas son superiores, en parte, porque trabajan duro y tienen dones innatos; y, en parte, gracias a la convergencia del azar y de ciertas decisiones arbitrarias. La fecha que marca la diferencia entre unos atletas y otros es el primero de enero. La gran mayoría de los campeones han nacido en los primeros meses del año. Cuando los niños que
nacieron al principio del año comienzan a competir, ya son más grandes, más coordinados y más prometedores que los niños que nacieron al final del mismo año. Esta es la razón por la que desde un principio aparentan tener un mayor potencial. Reciben más entrenamiento y más atención en las prácticas. Por tanto, terminan siendo mejores jugadores que los niños un poco menores. Los adultos les destinan más recursos desde un principio. Pero con esto no están premiando el talento sino la fecha de nacimiento de los niños. Esto es lo que Robert Merton llama el “efecto de Mateo”. Según el famoso sociólogo, las personas exitosas tienen más probabilidades de recibir el tipo de oportunidades especiales que conllevan triunfos subsiguientes. Los ricos obtienen mejores deducciones tributarias. Los mejores estudiantes reciben la mejor educación y más atención. Los niños de 9 o 10 años más grandes reciben más entrenamiento. El éxito es resultado de lo que los sociólogos llaman “ventaja acumulativa”. Este primer proceso de selección es de suma importancia porque funge de antesala de un segundo factor que determina el nivel de desempeño de la persona. Dicho factor es la cantidad de tiempo que tenemos para practicar. Si le seguimos la pista a un grupo de futuros profesionales en, digamos, el área de la música, desde la infancia hasta la adultez, notaremos un patrón recurrente. El estatus final de los mismos dependerá de cuánto practiquen. Un aficionado experimentado acumula cerca de 2 mil horas de práctica desde su niñez hasta la adultez. Los futuros profesores de música acumulan cerca de 4 mil horas. Los estudiantes sobresalientes acumulan cerca de 8 mil horas y los “instrumentistas de élite” acumulan más o menos 10 mil horas de práctica. Ni siquiera Mozart, el mayor prodigio musical de todos los tiempos, fue capaz de sobresalir hasta que no cumplió con la marca de las diez mil horas. No practicamos una vez que somos buenos sino que somos buenos porque practicamos. Claro está, diez mil horas es una gran cantidad de tiempo. Es casi imposible acumular esa cantidad de horas a menos que tengamos padres que nos animen, guíen y apoyen. No se puede ser pobre porque, si dependemos de un trabajo a tiempo parcial, no tendremos el tiempo suficiente para practicar. De hecho, la mayoría de las personas sólo pueden acumular este número de horas si cuentan con alguna oportunidad especial. Este patrón se puede extrapolar a otras áreas tales como: los deportes, las artes e, incluso, las áreas técnicas. Las personas que dominan el mundo de las computadoras, como por
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Outliers 2 ejemplo Bill Joy, que reescribió UNIX y Java, contaron con mucho tiempo para practicar. Pero esto no basta para tener éxito. También es necesario que se dé la situación correcta. Joy asistió en los años setenta a la Universidad de Michigan, que, en la época, era uno de los pocos lugares de los EUA que contaban con las instalaciones necesarias para que mucha gente pudiera practicar programación. Joy no estaba estudiando nada relacionado con las computadoras. Llegó por casualidad al centro de computación, donde, gracias a un fallo del sistema, los estudiantes podían dedicarse a programar las veinticuatro horas del día. Bill Gates tuvo una suerte parecida. Era brillante y talentoso con las computadoras, pero también asistió en los años sesenta a una universidad privada de Seattle que tenía un club de computadoras. Además, también aprovechaba las computadoras de una universidad cercana. Pero, a pesar del tiempo y el esfuerzo, aún es preciso contar con una situación favorable. Un total de 20% de los 75 hombres más ricos de la historia provienen de una sola generación en un solo país. Se trata de John D. Rockefeller, Andrew Carnegie y Jay Gould, entre otros, que nacieron justo a tiempo para aprovechar el auge económico estadounidense. Otro tanto podemos decir de la generación de Gates y Joy, entre otros. Gates nació en 1955, Joy nació en 1954, Paul Allen, en 1953, Steve Ballmer, en 1956 y Steve Jobs, en 1955. Todos estos le dieron forma al campo en que se desempeñan porque entraron al mismo en el momento justo; a decir, lo suficientemente temprano como para ejercer una gran influencia, pero lo suficientemente tarde como para haber adquirido práctica con las computadoras. Este posicionamiento histórico no se da conscientemente y no siempre parece algo positivo en el momento. Se puede dar por accidente o, incluso, gracias a fuerzas sociales negativas. Tomemos por caso a Joseph Flom. Tras graduarse de derecho en Harvard, Flom no lograba conseguir empleo. Flom era desgarbado, torpe, gordo y judío en una época en la que el mundo legal de Nueva York estaba dominado por los elegantes “wasp” (“protestantes, blancos y anglosajones”), que se conocían todos entre sí. Excluido de todas las firmas existentes, Flom y dos socios decidieron montar su propia firma y tomar cualquier caso que consiguieran. Dicho caso llegó a manos de Flom simplemente porque este era judío y, por tanto, no más que un forajido en su propia profesión. Las firmas bien establecidas no querían lidiar con las asperezas de las leyes corporativas (takeovers o adquisiciones forzosas, y luchas de poder), así que Flom comenzó a recibir este tipo de casos. Cuando el clima comercial cambió y los takeovers se volvieron algo común, Flom ya era un experto y contaba con más experiencia que cualquier colega. Esto le permitió prosperar inmediatamente.
No es suficiente con ser un genio La idea de que para triunfar se necesita un alto nivel de inteligencia es contraintuitiva. Por ejemplo, es de suponer que
el ganador del premio Nobel de ciencias tenga un gran cociente intelectual, haya sacado las mejores calificaciones en la universidad, haya obtenido todas las becas imaginables y haya sido reclutado por las mejores universidades del país. Pero, por supuesto, este no es necesariamente el caso. La inteligencia es importante hasta cierto punto, pero más allá de este, se necesitan otras cosas. Es como en el baloncesto. Una vez que somos lo suficientemente altos, comenzamos a preocuparnos por la velocidad, la agilidad, la técnica, etc. La habilidad que nos permite, por ejemplo, convencer al profesor de que nos pase del curso de la mañana al curso de la tarde, es lo que el psicólogo Robert Sternberg llama “inteligencia práctica”. Esta incluye los conocimientos necesarios para saber lo que le debemos decir a una persona en particular, así como cuándo y cómo decírselo. La inteligencia práctica es: - Procesal: tiene que ver con saber hacer algo sin que necesariamente sepamos por qué lo sabemos hacer. - Práctica: es decir, no es conocimiento en cuanto tal. Es un conocimiento que nos permite interpretar situaciones correctamente con el fin de lograr lo que queremos. - Crítica: es una inteligencia diferente de la habilidad analítica que se mide con el coeficiente intelectual. Cuando Christopher Langan ganó US$ 250 mil en un progrema de concursos llamado 1 vs. 100, se volvió famoso por su increíble coeficiente intelectual, que, supuestamente, era demasiado alto como para ser medido. Los logros intelectuales de Langan durante su infancia fueron increíbles. Comenzó a hablar a los seis meses de edad, aprendió a leer a los tres años de edad, leyó Principia Mathematica a los 16 y obtuvo la calificación máxima en el SAT, a pesar de que se quedó dormido durante el examen. Sin embargo, dado que el puro genio intelectual no basta, Langan no tuvo mayor éxito sino hasta que ganó el concurso. El genio intelectual debe ir emparejado con la “inteligencia práctica”, de la que Langan carecía. Su madre había sido rechazada por la familia, pues tenía cuatro hijos de cuatro hombres diferentes. El padre de Langan era un alcohólico abusivo. Langan perdió su primera beca escolar por ser un desadaptado social. Además, un accidente automovilístico impidió que siguiera asistiendo a sus clases en la universidad estatal de Montana. Recogía almejas, trabajaba en fábricas y como portero en bares. Nunca usó su inteligencia profesionalmente. En cambio, Robert Oppenheimer constituye un vívido contraejemplo de lo que sucede cuando se mezclan la inteligencia práctica y el genio. Al igual que Langan, Oppenheimer demostró ser muy inteligente desde muy joven: dirigía los experimentos de ciencias de tercer grado, y hablaba latín y griego a los nueve años. También se metió en problemas en la universidad: víctima de una fuerte depresión, intentó asesinar a su consejero. Langan dejó la universidad debido a un accidente automovilístico y a diferencias sociales; por su parte, Oppenheimer fue puesto en observación por haber planificado
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Outliers 3 un homicidio. La diferencia es que Oppenheimer tenía inteligencia práctica. Oppenheimer lograba allanarse el camino hacia las oportunidades gracias a su origen y a que se sentía cómodo con las normas sociales. Su familia lo metió en escuelas especiales cuando este comenzó a mostrar sus talentos y lo apoyaba constantemente. Fue así como Oppenheimer llegó a ser un físico destacado. Este caso ilustra lo que han revelado los estudios relacionados con el coeficiente intelectual: el origen familiar es uno de los factores que nos permiten triunfar, incluso en el caso de un genio. Hasta las personas más brillantes necesitan que sus logros intelectuales sean reconocidos, necesitan ayuda para superar las complejidades sociales y necesitan ayuda práctica si quieren triunfar.
La raíz social del conflicto y de las matemáticas Durante años, el condado Harlan en Kentucky fue el escenario de mortales peleas familiares. Hijos y primos asesinaban a hijos y primos, una vez que padres habían asesinado padres. La violencia se volvió así parte de la vida en la cultura apalache. Esta situación tuvo su origen en los inmigrantes británicos que llegaron al condado Harlan en 1819. Estos trajeron una “cultura del horror”, que obligaba a cualquier hombre a responder con violencia ante cualquier amenaza, insulto o presión económica. Este tipo de culturas se desarrollan siempre en las áreas montañosas donde el pastoreo es fundamental. Los pastores llevan una vida muy riesgosa y deben actuar rápida y aisladamente para proteger su medio de vida. En cambio, la agricultura depende de la participación de la comunidad. En las comunidades pastoriles, un solo insulto puede definir el carácter de una persona, así que esta siempre debe responder ante el mismo. Dicho carácter puede pasar con el tiempo a las culturas regionales a pesar de que ya se haya olvidado su origen. Los hombres del sur estadounidense, donde subsiste una cultura del horror, son más propensos a responder violentamente ante un insulto que los norteños, a pesar de que hayan vivido mucho tiempo lejos de sus regiones de origen. Pasemos a otro ejemplo. La superioridad asiática para las matemáticas tiene una raíz cultural. Los asiáticos cuentan con ventajas lingüísticas. Las palabras chinas para designar números son más cortas que las palabras inglesas y, por tanto, más fáciles de procesar rápidamente. Además, el sistema numérico de Japón, Corea y China es más lógico: en vez de usar otras palabras para nombrar los números superiores al diez, estos pueblos combinan palabras. Así, por ejemplo, once es “diezuno”; doce es “diez-dos”. Por tanto, la suma y la resta se dan casi automáticamente. Basta con decir las palabras y ya obtenemos el resultado. Por increíble que pueda parecer, la superioridad matemática de los asiáticos proviene en parte del contraste histórico entre la agricultura asiática (sobre todo de arroz) y la europea. En la Europa del siglo XVIII, los campesinos trabajaban duro en primavera para sembrar sus campos. Luego, trabajaban un
poco en verano para desmalezarlos y, finalmente, volvían a trabajar duro en otoño para hacer la cosecha. A veces, permanecían ociosos en el invierno y tenían muchos días libres debido al modo en que crecían los sembradíos. En cambio, la cosecha del arroz suponía un trabajo constante y muy duro. Los campesinos asiáticos tenían que preparar sus arrozales con un flujo constante de agua. Todo se preparaba para obtener dos cosechas anuales del mismo arrozal. Los agricultores podían escoger de entre una mayor variedad de semillas, lo que les permitía cultivar diversos tipos de arroz. Gracias a todo esto surgió una cultura profundamente predispuesta a trabajar duro durante largas horas y a la vez mantener la atención en varios factores. Es decir, exactamente lo que se necesita para dominar las matemáticas. Como dice el proverbio: “Nadie que pueda levantarse los trescientos sesenta y cinco días del año antes del amanecer fracasará en su intento de hacer prosperar a su familia”. Este proverbio es una exageración para cualquiera que no proceda de la “cultura del arroz”. Pero el proverbio en realidad describe a la cultura asiática. Basta con ir a cualquier universidad Occidental y constatar que los estudiantes asiáticos siempre continúan en la biblioteca cuando ya todo el mundo se ha ido.
En el aire Las influencias sociales determinan el actuar de los individuos incluso en un campo tan específico como el de los accidentes aéreos. Los aviones de pasajeros son máquinas muy confiables. Así pues, los accidentes no suceden simplemente porque un avión ardió de repente en llamas, sino porque los pilotos se topan con complicaciones (ejemplo: mal clima) en situaciones en las que se comete un error y otro y otro. De hecho, cualquier accidente común implica siete errores humanos consecutivos, que van desde la falta de experiencia hasta la falta de modales de la tripulación. Cada cultura nacional difiere de las demás en ciertas características; por ejemplo, el índice de distancia al poder. Mientras una cultura valora y respeta más la autoridad, es menos probable que sus miembros desafíen a sus superiores o que les transmitan información negativa (por ejemplo, la inminencia de un accidente). Las culturas también difieren en el nivel de independencia que esperan de sus miembros. Algunas culturas esperan que la persona se alinee al grupo. Otras esperan que sus miembros sean individualistas. En ciertos contextos tales como la cabina de un avión a punto de estrellarse, los individuos pertenecientes a culturas individualistas son más capaces de enfocarse en la información que falta. Esta es la razón por la que es más probable que las tripulaciones de naciones sumamente jerárquicas (por ejemplo, Corea), y no las de otras naciones, estrellen aviones, a menos que reciban un entrenamiento que contrarreste esta tendencia cultural. Así pues, una vez que los negocios reconozcan que buena parte de los factores que influyen en el desempeño son culturales, podrán desarrollar programas de entrenamiento que remodelen los hábitos culturales e impulsen así un mayor éxito. Esto fue
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Outliers 4 lo que hizo Korean Air cuando le pidió a David Greenberg que le reentrenara las tripulaciones. Greenberg les enseñó inglés a los tripulantes para aminorar el peso del legado cultural de los mismos. Además, les ofreció una nueva óptica acerca de la jerarquía. El programa Knowledge is Power (KIPP), que se está aplicando en Nueva York, es un esfuerzo parecido por modificar las normas culturales. Este programa les enseña a los estudiantes menos pudientes las prácticas culturales que les han permitido a los estudiantes de clase media tener éxito académico. Una norma, conocida como “SSLANT”, dictamina: sonreír, sentar-
se derecho, formular preguntas, gesticular cuando nos hablan y seguir con la mirada. El programa KIPP dictamina, además, alargar el período escolar. La razón de esto es que los estudiantes de clase media y de clase alta son intelectualmente más activos fuera del horario de clases. Realizan diversas actividades que los estimulan durante el fin de semana y durante las vacaciones, mientras que los estudiantes de clase baja se quedan atrás. A pesar de que es muy exigente, el programa KIPP está dando buenos resultados. Los estudiantes que presentaban un rendimiento bajo tienen ahora más oportunidades de tener éxito.
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Título original: Outliers Editorial: Little, Brown and Company Publicado en: Noviembre de 2008
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