ciencia ficción y fantasí a
dim en sió n número especial dedicado a
R O BE R IA. H E I N LE I N AR T H U R C .C LAR KE PH I U P K . D IC K EDM O N D H AM ILT O N ALFR ED C O PP EL A.R . LO N G
-V
dim en sió n
by Robert A. Heinlein. Copyright, 1952, by World Editions, Inc. for Galaxy Science Fiction.
The Year of the Jackpot
■ nm ens ian REVISTA DE CIENCIA FICCIÓN Y FANTASIA A cargo de: Sebastián Martínez Domingo Santos Luis Vigil Di rec tor Periodisia:
José M. Armengou Colaboradores:
Joaquín Alberich Dr. Alfonso Álvarez Villar Luis*Eduardo Aute Carlos Buiza Alfonso Figueras Cario Frabctti José Luís Garci Luis Gasea Teresa Inglés Antonio Martín José Luis M. Montalbán Berit Sandberg
L ost N ig h t o f Su m m er by Alfred Coppel. Copyright, 1954, by H anro Co rp . fo r Orbit. Im po st or by Philip K. Dick. Copyright, 1953, by Street &
Smith Publications, Inc., in the U.S.A, and Great Britain; reprinted from Ast ou nd in g Sci enc e-F icti on ,
Re sc ue Pa rt y by Arthur C. Clarke. Copyright, 1946, by
Street & Smith Publications, Inc., in the U.S.A, and Ast ou n di n g Sc ien ce- Fi ctio n. Great Britain; reprinted from Omega
by Amelia Reynolds Long. Copyright, 1932, by
Teck Publishing Corporation. In th e W or ld 's D u sk by Edmond Hamilton. Copyright, 1936, by the Popu la r Fi ct io n Pu blishing Co . © 1956, by A. A. Wyn, Inc. © Ediciones Dronte, 1971. Published by arrangement with Donald A. WoUheim.
Di rec tor Artís tic o:
Enrique Torres
Ilus tradores:
Miguel Albiol José M.» Beá Carlos Giménez Esteban Maroto Jordi París Enric Sió Adolfo Usero Abellán Corresponsales:
Argentina: Andrés Baila y Héctor R. Pessina Australia: John Bangsund Austria: Kurt Luif Estados Unidos: Forrest J. Ackerman Gran Bretaña: Jean G. Muggoch Japón: Takumi Shibano Rumania: Ion Hobana Edita :
PORTADA DE Enrique Torres ILUSTRACIONES DE Carlos Giménez
EDICIONES DRONTE Redacción y administración: Merced, 4, enU.» 2.* - Barcelona, 2 (España) Im pr im e:
T. G I. A. S. A, Provenza, 86 Depósito Legal: B. 6.900 - 1968
Marzo 1971 / Número 20 © 1971, Ediciones Dronte
Distribuidor exclusivo para todos los países de hiabla castellana: EDITORIAL POMAIRE, S. A. Avda. Infanta Carlota, 100 Barcelona-15 ESPAÑA
dim en sió n _ jiu B \ # a _ ho y EDITORIAL El fin del mundo SE PIENSA Entrevista con Donald A. Wolihelm
10
manana CUENTOS El año final por Robert A. Heinlein
25
La última noche del verano por Alfre d Coppel . . .
57
Impostor por Philip K. Dick .
67
Grupo de rescate por Arthur C. Clarke
81
Omega por Amelia Reynolds Long
105
En el crepúsculo del mundo por Edmond Hamilton . . .
117
NUMERO ESPECIAL DEDICADO A
EL FIN DEL MUNDO Selección de Donald A. Woliheim
EDITOBIAL
EL F IN D E L M U N D O M illo ne s de cé lul as pr im ar ia s e in co ns ci en te s se in teg ra n e interrelacionan en un organismo diferenciado y consciente: el hombre. Mi llo ne s de ho m br es (m ás o m en os ) di fe re nc ia do s y co ns cientes se integran e interrelacionan en un organismo primario e inconsciente: la sociedad.
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En el ho m br e —co m o en to d o or ga ni sm o vi vi en te— las células concurren para realizar otro ser, sacrificando su individualidad. En el or ga ni sm o so cia l, lo s ho m br es co nc ur ren pa ra rea liza rs e a sí m is m os en y con los de má s, pa ra po te n ci ar su in di vidualidad. La medida en que esto se cumple indica el grado de validez de una determinada estructura social. La dialéctica hombresociedad es en cierto modo inversa a la dialéctica célula hombre. Lo s im pu ls os vi ta le s, las ne ce si da de s y fu nc io ne s de la célu la elemental (nutrición, reproducción, percepción, locomoción, etc.) pe rs is te n en el se r qu e inte gra n. Del m is m o m od o (m e jo r dic ho, de m od o m uy d is ti n to ), to do impulso o inquietud del hombre tiene su homólogo colectivo, que es algo más que la mera suma de impulsos o inquietudes individuales, puesto que las relaciones interhumanas no son de simple yuxtaposición. Así, ju n to al in st in to de co ns er va ci ón y la co ns igu ie nt e inquietud ante la idea de la muerte, está más o menos arraigada en cada individuo la preocupación por la supervivencia de la raza humana y la consiguiente inquietud ante la idea de su extinción definitiva. Las cáb ula slay especulación. pr of ec ía s so br e el fin de l m un do so n alg o tan antiguo como La SF, lit er at u ra es pe cu la tiv a p o r exc elen cia, te ní a fo rz os amente que ocuparse del tema. Si a los relatos que tratan del fin del mundo en el pleno sentido de la expresión añadimos los que especulan sobre posibles fines de nuestro mundo concreto —es decir, de nuestra civilización — (preferentemente a raíz de una hecatombre nuclear), nos encontraremos con uno de los filones más ricos y sugestivos de la SF. Lo s se is re la to s aq uí re un id os, si bi en so n m uy po c os pa ra p re te n d e r c on st it u ir una an tol og ía de un as un to ta nt as ve ce s tratado y tratable desde tantos ángulos, permiten apreciar la evolución del enfoque del tema en Estados Unidos, desde los años a los (1932) cincuenta. Entreinta «Omega» e «In the W or ld Dusk » (1936) el mu nd o muere de vejez (la espada de Damocles nuclear todavía no ha sido suspendida sobre nuestras cabezas), y en su extinción hay algo de rito inexorable que el hombre no debe atreverse a profanar . E l cu en to de H am ilt on , es pe ci al m en te , es tá im pr eg na do de una patente religiosidad cósmica orientalizante. En «Re scu e Pa rty » (1946), ni siq ui er a la co nv er si ón de l so l en nova puede detener el irresistible avance del arrogante pue-
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blo terrestre, que, ante los atónitos ojos de los observadores ga lác tic os, em pr en de el má s gig an te sc o e in cr eí bl e éx od o in te rpl an et ar io en bu sc a de nu ev os mu nd os. Los Al ia do s aca ban de gan ar la I I Guer ra, y cu an do Cla rke de sc ri be el as om br o de las antiquísimas civilizaciones galácticas ante el rápido y espe ct ac ul ar pr og re so tec no ló gic o de los hum ano s, es tá en ton an do un himno alegórico a la joven y triunfal América, que en sus escasos siglos de existencia ha dejado atrás (?) a las milenarias Eu ro pa y Asia, y qu e aca ba de d e ja r al m un do bo qu ia bi er to con sus «hazañas» de Hiroshima y Nagasaki. Si existiera un término equivalente a patriotero a nivel planetario, habría que aplicárselo a buena parte de la obra de Clarke, como lo demuestra este interesante relato. He inl ein se re af ir m a en «The Y ea r o f th e Ja ck pot » co m o el más fascistoide de los autores de SF en esa época. El relato es de 1952, y, naturalmente, no podía faltar el perverso ruso dispu es to a a se st ar la pu ña lad a tra pe ra at óm ic a en cu al qu ie r m omento. Es muy interesante en este cuento ver cómo bajo la apariencia de un erudito cientifismo puede ocultarse un mecanicismo fatalista totalmente irracional. Es éste un vicio en el que la SF de derechas cae con mucha frecuencia, cosa, por otra pa rt e, p er fe ct am en te co m pr en si bl e. E l fa ct or xe no fob ia p e rs is te en «I m po st er » (1953), de Ph ili p K. Di ck , pr o ye ct ad o es ta v ez so br e un en em igo ex tr at er re st re . E st e relato también es muy representativo de su autor, cuyas brillantes ideas no suelen cuajar en tramas coherentes. Po r úl tim o, «Last Ni gh t of Su mm er », de Al fre d Cop pel , el relato más lúcido de los seis, muestra con una estremecedora crudeza, poco común en la literatura de SF, las taras de una sociedad competitiva y deshumanizada, a través de las reacciones de los individuos ante la inminencia de una catástrofe de dimensiones apocalípticas. Se is re lat os , va ria s ép oc as y di ve rs as ac ti tu de s an te una pr eo cupación común, ante un tema que merecería un estudio mucho más profundo y una antología mucho más amplia. Pu es el en fre nt ar se , ho y p o r hoy, co n a c ti tu d cr ít ic a a la cuestión del fin del mundo lleva, necesariamente, a determinadas consideraciones sobre la situación sociopolíticoeconómica actual, en la que se incuba el germen (un germen de muchísimos megatones) de una catástrofe definitiva, o poco menos, bastante prematura desde todos los puntos de vista cosmológico s. A m ed id a que la so ci ed ad ad qu ie re m ás ca ra ct er ís tic as de «organismo» (un sistema nervioso eficaz que transmite impul-
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sos centralizados: una adaptación cada vez más total de las «células» a su función específica en el organismo: división del trabajo, especialización profesional, etc.; una progresiva desindividualización de las «células»: masificación del hombre, anomia, incomunicación...), más abocada parece a su autodestrucción, como si los hombres estuviéramos engendrando un mítico ma crolemingo, ansioso de ahogarse en un océano de fuego y odio. O se lucha por transformar las estructuras hasta ponerlas al servicio de la realización del hombre, o la inercia agresiva de las estructuras seguirá forzando la cosificación del hombre, para que se adapte cada vez más dócil y plenamente a su mecánica suicida. H em os lleg ad o a un pu n to en el qu e el et er no di le m a «se r o no ser» se nos plantea en su más pleno y literal significado.
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BILL.
cnLncTicD
BILL ,H E R O E G AL AC T IC O de H arryH arris on Bill era simplemente un vulgar Operador Técnico en Fertilizantes en su granja, hasta que un rob ot lo alistó en contra de su voluntad en las Fuerzas Espaciales del Imperio. Destinado a la nave espacial Fanny Hill, en la guerra contra los lagartos Chinger, Bill no se destacó como soldado, pero un acto accidental de heroísmo le hizo merecedor a la condecoración del Dardo Púrpura y a un viaje a Helior, el planeta central del Imperio. Y allí fue donde realmente empe zaron las aventuras del Bill...
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EDICIONES DRONTE / Merced, 4 / Barcelona-2 / ESPAÑA
EN T R EV IST A C O N D O N AL D A. W O LL H E IM do esta estancia para realizar una entrevista, que ha centrado especialmente en los problemas editoriales norteamericanos. Igualmente, nos hubiera gustado que le hubiera hablado de los libros de que es autor o recopilador. Por desgracia, la mayor parte de ellos son inéditos en España , ta l co m o pu e de v e rs e en la bi bl io gr afí a qu e sig ue a es ta en tr ev is ta . Do na ld A. W oll he im es el editor de la Ace Bo ok s, lo que , en una re vi st a, eq ui valdría al cargo de redactor jefe; y que,
Do na ld A. W ol lh ei m hiz o un br ev e vi aj e a Europa en diciembre de 1970. Tras el contacto realizado en Heidelberg, junto con Forrest J. Ackerman, con la Moewig
en el caso de una editorial, es una función similar a la de director literario, aunque no se corresponda integramente. Por ello, hemos preferido conservar el término inglés. Lo mismo ocurre con las palabras p a p e r b a c k (cubiertas de papel) y (encuadernación en tela) dado hardcover que el sistema de edición norteamericano es muy diferente al nuestro: nuestros libros de lujo son prácticamente desconocidos, y el mercado se reparte entre lo s hardcovers, a menudo bastante caros, y los p a p e r b a c k s . E n lo qu e se re fie re a
Verlag, venia esencialmente a negociar con esta editorial los acuerdos referentes a la serie Perry Rhodan, publicada en Estados Unidos por la Ace Books y traducida por Wendayne Ackerman. De regr es o, ha pa sa do p o r Pa rís pa ra v is it a r a los principales editores de SF. N u es tr o colaborador Patrice Duvic ha aprovecha-
la SF, lo s hardcovers que valen de 5 a 6 dólares tienen un tiraje habitual de 4 ó 5.000 ejemplares, de los que aproximadamente el 90 % son vendidos a las bibliotecas públicas. Finalmente, si hemos conservado single y double es porque se ha de tomar este último término en el sentido norteamericano que Donald A. Woll
piensa
heim nos explica en la entrevista, y que es muy diferente a lo que se entiende en E sp añ a p o r vo lu m en do bl e. En efe cto , un single pu ed e te n er m ay or ca nt id ad de pá gin as qu e un double, contrariamente a lo que ocurre en nuestro país cuando se trata de un libro de bolsillo sencillo o doble.
ellas, y por consiguiente eran confiadas automáticamente a los recién llegados. En 1947 dejé la Ace Magazines para pasar a la Avon Books, y me convertí en editor je fe ca si inm edi ata me nte . El que tenía n anteriormente les había dejado, y yo era el único de la empresa. Estuve allí cinco años. Era la época del crecimiento y de sarrollo de los pa pe rb ac ks . Luego, en 1952,
Du Vie: Señ or Dona ld A. Wollhei m, se ocupa usted desde sus inicios de la edi torial Ace Books, y, en especial, de los libros de SF publicados por la misma... Wollheim: Sí. Yo he sido el editor je fe des de el prin cipi o, y ha st a me atre vería a decir que sin mí no hubiera exis tido la Ace Books. Desde 1955 soy el res ponsable de la misma, e hice publicar el primer libro de s f en 1953. Creo que se trataba de la primera novela de la serie de Conan, publicada en un double junto
pa pe ac ks . LasEstaba pu lp ha en loscon volví A.rbA. Wyn. revistasinteresado bían comenzado a desaparecer, y buscaba a un editor de confianza. Era un hombre extraño; al mismo tiempo muy tímido y muy arisco. Le gustaba trabajar con gen te a la que conociese, y que hubiese for mado él mismo. Y se daba el caso de que me había formado y que sabía que yo no ignoraba su forma de pensar. Por mi par te, yo tenía ganas de trabajar con él. Fue así como debuté en la Ace Books, en la que permanezco desde entonces. En lo
conD:una Pero Leigh a usted Brackett. se le conocía en el campo de la s f desde mucho antes. ¿Ha bía trabajado antes para alguna otra casa editorial? W: Sí. Escribo en plan profesional desde 1933. Vendí mi primer relato a Hu go Gernsback a la edad de 18 años. En 1941 me convertí en editor de una pe queña empresa productora de revistas pu lp , que sólo resistió un año. Publica mos los primeros relatos de un buen nú mero de escritores de la época, especial mente de Damon Knight. Y después pasé a la Ace Magazines, que era una cadena de revistas p u lp dirigida por A. A. Wyn. D: ¿Y p u b l i c a b a SF ? W: No, en absolu to. Yo era el redactor en jefe de la revista deportiva y de la policíaca. Habitualmente, estas revistas eran encargadas a los noveles. Los pu lp me n no querían nunca hacerse cargo de
s f que The referente gía profesional a la de edité la se primera titulaba antolo POCKETBOOK OF SCIENCE FICTION (El librO de bolsillo de la sf). Era en el 1943 y se trataba realmente de la primera antolo gía que se publicó de relatos de sf, el primer libro que llevaba este término en su título. En la Ace, no publiqué libros de SF hasta mi segundo año en la em presa; pero ya había publicado algunos en la Avon desde 1947 a 1952, que eran clásicos en el género: Abraham Merritt, Ray Cummings. D: Cuando comenzó usted a trabajar en la Ace, debió de descubrir algunos nuevos autores... W; En aquella época, en los añ os 1952 a 1955, no había demasiada competencia en el campo de los pa pe rb ac ks , y muy poca gente conocía la sf. Mi problema era, sobre todo, el que por aquella época Ace no publicaba mas que doubles, y que la
sf,
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mayor parte de las novelas de los nom bres famosos eran demasiado largas para que cupiesen en la mitad de un double. Por consiguiente, había muchos libros que no podíamos aceptar. Por ejemplo, he publicado primero a A. E. van Vogt en double que en single. D: ¿Se publicaban muchos hardcovers en aquella época? W: No. Las casas importantes sólo pu
publicados en las revistas. Slan de Van Vogt apareció primeramente en la Ark ham House, y luego lo vendió a otra edi tora importante, y más tarde a una de pa pe rb ac ks . City (Ciudad), el gran clá sico de Simak, fue editado en primer lu gar por la Gnome Press, que luego nos lo cedió a nosotros. D: ¿Cuántos ejemplares vendieron? W; Yo diría qu e unos 600.000, quizá
blicaban algunos, cuando. que ocurrió fue de que,vezal envolver de Lo la guerra, algunos jóvenes que habían com batido en las Fuerzas Armadas obtuvie ron préstamos del Gobierno para poder reanudar sus negocios. Y trataron de pro ducir hardcovers para los fans, pues ellos creían en la SF. August Derleth creó la Arkham House para publicar las obras de Lovecraft y de su grupo, y por consi guiente comenzó a editar hardcovers, que, al principio, vendía por correspondencia, gracias a anuncios publicados en las re
más. Pero,nadie volviendo a lo deen antes, le diré hardcover. que casi era editado Luego, Doubleday comenzó a publicar, de vez en cuando, sf. Pero nadie tenía ni idea en esa empresa. Publicaban a escri tores desconocidos, escritores malos, y sólo a veces, por casualidad, se encon traban con im buen escritor, aunque ellos no lo supieran. En este caso, nunca le publicaban un segundo libro. No fue sino pasados algimos años cuando empezaron a tener un programa consistente de bue na SF, pero aún desde entonces, han con
vistas. estaba laque Fantasy Press, dirigidaTambién por Eschbach, también era escritor. Pero, excepto Derleth, los de más fracasaron. No podían sobrevivir a los costos inherentes a este tipo de edi ción. Aunque sacaban una gran parte de sus beneficios de la venta de derechos para ediciones de pa pe rb ac ks . Pero, Gnome Press, por ejemplo, tuvo varios juicios porque no pagaba la parte correspondien te a los autores. Por su parte, la Arkham House no quería venderlos; quería tener la exclusiva. Publicaba ediciones de tiraje
tinuado malas. publicando algunas cosas muy D: ¿Siguen aún así? W: Sí. Publican a un gran escr itor como Zelazny, y rehúsan editarle su si guiente novela en provecho de algún ilus tre desconocido. Malgastan su dinero en cosas espantosas, porque sus editors no saben lo que se hacen. Habitualmente, es cogen para ello a una jovencita recién salida de la Universidad, y le dan el em pleo. Piensan que lo que seleccionará será bueno. Por suerte, a veces se encuentran
limitado permitía No obstante, yen no aquella época,reediciones. la mayor par te de los grandes clásicos estaban dispo nibles, a simple demanda, y sin casi tener que pagar nada por adelantado. Un autor se mostraba muy satisfecho porque se le hubiera escogido para hacer un hardco v e r tomando uno de sus viejos relatos
conque alguien como Ashmeat lo se hace, y Larry que lleva a caboque un sabe es fuerzo. Por otra parte, está el Club del Libro, que es una filial de Doubleday. Ac tualmente está dirigido por una jovencita, Helen Giger, que fue mi secretaria, y que por consiguiente comenzó a enterarse de lo que era la SF. Luego, pasó a la Berkley
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donde continuó documentándose y, final mente, ha llegado a dirigir el Club del Libro de SF. Tiene muy buen gusto y saca buenos libros, dos hardcovers por mes, de los que algunos son la primera edición en hardcover de libros primitivamente publicados en pa pe rb ac k. Ha logrado con vencer a la Doubleday para que hicieran esto, con lo que hemos llegado a una si
sido pagado por una novela de SF, una reedición, fue 10.000 dólares. No le diré de qué libro se trataba. En mi opinión, perdieron dinero en el trato. El editor era nuevo en el campo y no sabía lo que se hacía. Por un autor como Arthur C. Clarke o Robert A. Heinlein, que sea co nocido fuera del círculo de los habitua dos a la SF, se puede pagar un precio
tuación divertida: al inicio, los pap ery backs eran reediciones de hardcovers, ahora se da la inversa, a menudo porque las editoras de pa p er ba ck s se han con vertido en la principal fuente de ingre sos de los autores, por lo que escriben directamente para ellas. Es por esto por lo que en Ace hemos podido descubrir a Delany o a Zelazny, y publicar sus prime ros libros, que luego fueron reeditados en hardcover. D: Pero, ¿cuáles son actualm ente sus relaciones con las empresas editoras de
elevado. Nosotrospor hemos pagadodeunHein pre cio muy elevado una novela lein. Tampoco le diré cuál. Pero se tra taba de muchísimo más de lo que paga mos por varios de los otros libros juntos. Pero sabíamos que sería rentable; de otra manera, no lo hubiéramos hecho. D: Volvamos a los años 50. ¿Cuáles eran entonces sus problemas como editor? W: Persona lmente, mi problema era el de los doubles. Ace publica doubles, es decir dos novelas editadas conjuntamen te en un mismo volumen, contrapuestas
hardcovers'? W: En gran númer o de casos, hemo s
resultado ser para ellas un importante apoyo financiero. Un hardcover no da be neficios mas que si se vende a los pa pe rbacks. Resulta casi inútil decir que estas editoriales se interesan mucho en las de pa pe rb ac ks . En la mayor parte de los casos se llevan a cabo verdaderas pujas. Sucede que, por un best-seller se pagan precios fantásticos; un cuarto de millón de dólares por un libro, por adelantado, o hasta medio millón de dólares. Es muy
su propia portada una de ellas, y con al precio de una sola.cada A muchos auto res no les gusta esto. Los autores no es criben sólo para ganar dinero, también lo hacen por vanidad. Y no les gusta mucho ser publicados conjuntamente con algún otro. Prefieren tener su libro propio. D: Pero, ¿a menudo ustedes publican dos obras del mismo autor? W: Sí, si el autor está de acuerdo, es cribe los dos lados del libro, y a mí me gusta mucho esta solución: una novela por un lado, y una antología de cuentos
difícil alrecuperar dinero; preciso hacer menos imeste tiraje de unesmillón de ejemplares. Esto significa que es necesario que el libro sea muy importante, que se haya vendido muy, muy bien en hardcover. Se puede perder mucho dinero de esta forma, si se hace un mal pronóstico. Por suerte, en la SF, la competencia no es tan dura. Lo máximo que jamás haya
por otro. los autores para también gusta.el Es muyA provechoso ellos.les D: Habitualmente ustedes vuelven a publicar en single las novelas que han tenido más éxito en double... W: Es más rentab le reeditar por se parado los doubles publicados hace al gunos años. Esto es consecuencia del alza constante de los gastos de impresión y se piensa / 13
del costo del papel. Cuando sabemos que podemos hacer un single, que tiene éxito y que los lectores aprecian a su autor, ya no corremos tanto riesgo. Por otra parte, los doubles tienen la ventaja de tener una clientela fiel, y pueden ser un buen banco de ensayo de nuevos auto res. Cuando un autor novel ha tenido éxito, podemos tomar su medio doüble
bles ha podido descubrir a una nueva autora de calidad. Su novela siguiente ya era algo más larga. También la publica mos en doüble. Se trataba de P l an et of Exile (Planeta de Exilio). Luego, hemos publicado su tercer libro en single: City OF Illusions (Ciudad de Ilusiones). Por último, el cuarto fue T h e L ef t Han d of Darkness (La mano izquierda de la oscu
y reeditarlo por solo, con una nuevay presentación, unasí mejor promoción, todo el mundo está contento. D: ¿Cuál es e l criterio qu e sigue usted para «aparear» un autor con otro? W: Habitualmente se reduce sólo a una cuestión de extensión. Tengo que jun tar una novela larga con otra algo más corta. O, cuando escojo algo de un autor novel, me gusta publicarlo con otro expe rimentado, para que no se desorienten los lectores, y encuentren a alguien que conozcan. Edwin C. Tubb escribe una se
ridad) que mostraba total, manteniendo el talentounaquemadurez se apercibía en sus primeras obras D: Tomando el ejem plo del libro de Disch: M a nk i nd U nde r th e L ash (La humanidad bajo el látigo), se trata de una versión modificada de un cuento que ha bía escrito antes. ¿Cuál es su política a este respecto? W: No tenemos ninguna objeción. A los autores les gusta hacer eso porque les representa la posibilidad de vender dos veces el mismo relato. Lo que tratan de
gresar rie cuyoa la personaje Tierra, pero principal no puede, trata de puesto re que nadie sabe dónde se encuentra la Tierra. Ha hecho siete libros sobre ese tema. También Kenneth Bulmer escribe una serie para los doubles que trata de otra dimensión, de una Tierra paralela. Esto da casi a los doubles una continui dad de revista. D; Pero también sucede que publican ju nto s a un par de nov eles . Por ejem plo , pienso en Disch y Ursula K. LeGuin. W: Es cierto. Pero se debe a que la
hacer en quees darle ver si mayores pueden hallar dimensiones, una forma de sarrollar algo más el ambiente o la in triga. Es lo que hizo Mike Moorcock con B e hO L D th e M an (He aquí al hombre). Al principio se trataba de una novela corta que alargó hasta convertirla en una no vela que vendió a Doubleday. D: ¿Sucede en ocasiones que le guste a usted una novela corta y le pida enton ces al autor que la convierta en novela? W: Podría suceder, pero es muy raro. Algunos autores me entregan una novela
muy corta, primera novela de unas de Ursula 35.000K.palabras. LeGuin era Era demasiado corta para publicarla sola, sobre todo tratándose de una autora des conocida, como sucedía entonces. Es en este sentido en el que los doubles dan su mayor servi cio: era posible hacer con esa novela la mitad de un double. Así, la clientela fiel que tenemos para los dou-
corta y me sugieren podría servir de primer capítulo paraqueuna novela. Quizá me muestre de acuerdo en ese punto, peró realmente, no me preocupo en buscarlas yo mismo porque, principalmente, no ten go tiempo. Actualmente sacamos de 18 a 20 libros por mes, y aunque no soy res ponsable personalmente de todos ellos, debo supervisarlos en mi calidad de edi-
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to r jefe. Además, soy responsable directo de 10 ó 12 de los mismos. Comprenderá que no tengo tiempo, en absoluto, de con tinuar haciendo el trabajo de promoción que debería efectuar. Cuando uno se ocu pa sólo de un par de libros por mes, pue de consagrar mucho tiempo a eso; cuando se trata de 10 ó 12 , le resulta material mente imposible. D: ¿Es éstcon a una de las razones de su colaboración Terry Carr? W: Se trata de una colaboración mu y interesante. Terry trabaja de una manera muy independiente. Lee por su propia cuenta, para los volúmenes especiales. Si encuentra alguna cosa que no considera apta para los mismos, pero que piensa que me podría interesar, me la pasa. Por mi parte, yo hago lo mismo si hay un li bro que considero excepcional. D: Esencialmen te, ¿se ocupa sólo de los especiales? Sí, es el responsable de los espe W: pero ciales; se ocupa también de las se ries, por ejemplo la de Jack V anee: PlaNET OF A d v e n t u r e (Planeta de la aventura), o de la serie Star w olf (Lobo estelar) de Edmond Hamilton. De los doce especiales que se publicaron el año pasado, creo que dos o tres han pasado inicialmente por mi oficina. Por ejemplo, M ec ha s m de John Sladek: he sido yo quien lo ha encontrado y recomendado. También un libro de una novel, que aparecerá en mar zo. Una autora de un talento asombroso,
Suzette Elgin,y de queapreciada creo que se hará Haden tan famosa serála tan como Delany o Zelazny. Hemos publica do en un double su primera novela The C om m unipat h: ( Los comunipatas), que era muy corta. La segunda aparecerá como especial. Y me ha prometido su tercera y cuarta novelas. D: Pero, ¿hace Terry el trab ajo de pro
moción del que hablábamos hace un rato, o tampoco tiene tiempo? W: ¡Claro que tien e tiempo !, mucho más que yo, y tan sólo trabaja en eso; pero tiene un gusto muy estricto. No le gusta todo lo que lee y, por consiguiente, trabaja mucho con los autores. Esa es una cosa que yo no puedo hacer, por falta de tiempo. D: ¿Tienen ¿Cómo un realizan cció n de li bros? comitéladesele lectura? W: Tenemos asesores que se dedican a la lectura. Ellos rechazan todo lo que, evidentemente, es malo, y nos dan resú menes de los libros. No obstante, mucho de lo que publicamos son reediciones de hardcovers. Por consiguiente, estos libros han sido ya leídos por otras personas, y tenemos críticas de los mismos. En lo que se refiere a las obras que nos son sometidas, de SF, las leo yo mismo. Fran camente, no autorizo a nadie a juzgarlas Recibimos una gran cantidad de manus crítos de novelas de autores desconocidos Es muy difícil decir cuantas. Hoy en día los autores comienzan por escribir ya una novela, en lugar de pasar primero por los cuentos. Estos manuscritos no son de calidad inferior, ni tampoco malos, son legibles. Recibimos muchas imitaciones de Burroughs y de Howard. Parece que las obras de estos autores hayan influenciado a un cierto número de escritores en po tencia, que tratan de escribir sus propias aventuras de Conan o de «Espadas y Bru jería» y, hab ituatampoco lme nte, lo que escyrib no es malo, pero es bueno, noen nos interesamos mucho en ello. Pero, oca sionalmente, se puede descubrir un buen autor novel. Ocurre cuando vemos que en su obra hay algo que verdaderamente ha sido sentido, que sobrepasa la simple imitación. D: ¿De qué estilo r eciben más obras, se piensa / 15
de «Fantasía Heroica» o «Space Operas»? W: Una mezcla de ambas. En la actua lidad, recibimos una gran cantidad de «Espadas y Brujería», relatos de mundos paralelos en los que existe la magia. Fran camente, las rechazo porque no me gus tan. No creo que tengan un mercado tan importante como la verdadera SF, los «Space Operas», las exploraciones de otros planetas. Estas cosas son las que yo bus co principalmente. En realidad, se nece sitaría que una obra de «Espadas y Bru jería» fuera verd ade ram ente exc epci onal para que me decidiese a comprarla. D: En lo referen te a la antigu a y nueva ola, ¿qué proporción de las obras que reciben pertenecen a la «Nueva Cosa»? W: Casi no recib imos nada pertene ciente a la «Nueva Cosa». Esta se distin gue sobre todo por dos cosas: por una forma de pensar y por un estilo literario. El estilo es un esfuerzo vanguardista, con técnicas surrealistas, etc... con Yo no tengo,diferentes, esencialmente, objeciones tra ello, si es que sirve a una finalidad, si tiene un significado. La idea acostum bra a ser pesimista, deprimente; presu pone que la Humanidad no tiene muchas posibilidades de porvenir. Diría que lleva consigo una gran parte de dadaísmo in consciente: nada tiene sentido, y, ¿para qué sirve todo esto? Como ya le decía, de todas maneras no recibimos apenas. Creo que esos relatos son a menudo es critos por autores experimentados que tratan de escapar que les han dado el éxito,deo las porfórmulas otras personas, habitualmente influenciadas por N e w W orl ds, que tratan de escribir de esa manera. No creo que los noveles, se in teresen por ese tipo de obras. D: Por cierto, ¿qué es lo que escriben los noveles? ¿Obras de un contenido cien tífico alto o novelas de aventuras? 16 / se piensa
W: Aventuras, «Space Operas». No creo que exista hoy en día una SF «científica». En mi opinión, jamás la ha habido. No creo que actualmente muchos de los auto res sean ingenieros o que siquiera conoz can bien los problemas científicos. La s f trata, en principio, de adivinar a qué se parecerá el futuro, de predecir lo que va a hacer, o cómo va a vivir, la Humanidad. Pero la s f tecnológica, construida sobre una base científica sólida, es muy rara. Hay muy pocos científicos que sean ca paces de escribir, y aún menos que lo hagan. D: ¿Nota algún tipo de evolución en el género de relatos que le son someti dos? ¿Son muy diferentes a los que le eran sometidos hace una decena de años? W: Al menos, la invasión de las obras de «Espadas y Brujería» ha dado el re sultado de suscitar un esfuerzo hacia una mejor construcción de la intriga y la in troducción personajes hxmianos enque lu gar de los de caracteres estereotipados eran norma en la SF de otro tiempo. D; ¿Cree alcanzar ahora a nueva s ca tegorías de lectores? W: No, pienso que el lector-tipo de SF sigue siendo el mismo. Pero su gusto se ha refinado; ya no aceptaría las obras estereotipadas que aparecían hace 25 ó 30 años. No obstante, hay una cosa extra ña: reimprimimos a Edgar Rice Burroughs, cuyas obras datan de 1912, 1916, 1920, y tienen un gran éxito. A los lecto res les gusta Burroughs, les encanta leer le. Y eso que, aunque dejásemos a un lado los personajes, que son de cartón piedra, hasta vemos que la intriga de sus obras ha envejecido. Sin embargo, esos libros tienen éxito, porque al público le gusta las buenas historias de acción y aventu ras. Son una buena lectura evasiva. D: ¿Tiene la impr esión de que haya
W ; Sí, en efecto . Si bien no han aumen tado los tirajes medios de las obras de SF, es preciso tener en cuenta que existen muchos más libros en el mercado, com prendidos los de nuestros competidores. Por consiguiente, tenemos una masa de lectores más grande. Y, por tanto, yo creo que nos encontramos en una época de SF,
muebles, en las técnicas publicitarias, en el estilo de las canciones. Su termino logía, su forma de pensar, se han incul cado en los primeros años de la infancia de las nuevas generaciones. Los niños han crecido con la idea de que el mañana será diferente del hoy, que irán a la Luna, a Marte, a Venus, a los otros sistemas so lares, que poblarán el Universo entero.
en la Todo que lael mundo gente piensa en términos de SF. ha aceptado el viaje a la Luna. Leyendo los diarios, nos hemos acostumbrado a aceptar diariamente nue vos milagros. D: ¿Cree, pue s, que la avent ura lunar haya dado un nuevo empuje a la SF ? W: No lo creo . Era algo que ya llevá bamos esperando muchos años, y que, cuando se ha realizado, aún ha causado una impresión al público: esto le ha he cho darse cuenta de que la SF es una pre dicción del porvenir. Es en este sentido
Científicamente, es todavía difíciltodo decir cómo se realizará esto, pero el mundo tiene la sensación de que se lle vará a cabo. Al menos, si la Humanidad logra sobrevivir los próximos treinta años, con los problemas de la polución, de la superpoblación y de la guerra atómica, que nos llevan h ac ia . una crisis. Todos ellos serán solucionados o no. Si no lo son, ya no habrá más Humanidad. Pero yo creo que serán resueltos, porque la Humanidad ha sobrevivido ya un millón de años, y siempre se las ha ingeniado
f ha tenido una influencia en la s en en el el que mundo que vivimos. Por otra parte, ese es el tema de mi libro, que aparecerá en febrero, que está dedica do a estudiar la sf, y que se titulará T h e U ni ver s e M ak er (El hacedor de Universos). Presenta la filosofía de un lector de sf, la mía en concreto, que constata que el mundo es tal como lo ha hecho la sf. El pensamiento de la s f de los años treinta ha madurado hasta convertirse en el mundo de hoy en día, para bien o para mal. Yo no afirmo que
para escapar en no el somos último un momento. Después de todo, animal estúpido. Hemos sobrevivido a todos los desastres conocidos desde el alba de los tiempos. Todo individuo que viva hoy en día desciende de los supervivientes de esas catástrofes. Esto nos permite creer en nuestra capacidad de supervivencia. D: ¿Cree us te d que la SF pueda con tribuir a ello? W: Como ya le he dicho, la SF ha dado las directrices para el futuro. Ha presen tado la idea de la conquista de las estre
esto bomba sea necesariamente bueno nien malo. La atómica fue nipredicha los años treinta. El aterrizaje en la Luna, los viajes por el espacio, la conquista del Cosmos son todo ideas de aquella época, cuyos lectores han crecido y se han con vertido en los hombres que las han promocionado y llevado a cabo. Se encuentra a la SF en el diseño de los coches, de los
llas términos de ficción, susci tarla.enSus previsiones sobre para la energía atómica estaban cercanas a la realidad. El avión fue predicho a finales del si glo XIX, y se escribieron todo tipo de re latos acerca de máquinas voladoras mu cho antes de que lograsen construirse és tas. Por consiguiente, todo el mundo acabó por creer que algún día habría
aum entado
el nú m ero de l
ectores
de S F?
se piensa / 17
aviación comercial, y la tuvimos en los años veinte. He atravesado el Atlántico en uno de los nuevos 747, un avión gigan tesco que puede transportar a 500 perso nas; es exactamente como si se volase en un teatro, y recuerdo haber leído en las revistas de 1929 la descripción de un avión exactamente igual. Lo que fue pre dicho en 1929 es la realidad de 1970.
gar a ser ingeniero. El mundo está com puesto de muchas gentes: de cocineros, representantes, aviadores, conductores de autobús y todas estas personas pueden proyectar lo que ven sobre otras perso nas. No es necesario ser ingeniero para te ner una idea. Un gerente, un vendedor, no impor ta quien, puede exclamar: «¡Vaya, ahí hay más de lo que parece!». Cual
Y esto es de lo que las pre dicciones hoy quiero día sonseñalar: las realidades del mañana. Tendremos estaciones espa ciales, colonizaremos las estrellas, y en aquel momento, la Humanidad será in mortal. D: ¿Y los v iajes por el tiempo? W: Es alg o en lo que no creo. Para mí, el viaje por el tiempo es únicamente una técnica que permite a los autores proyectar una visión del futuro. Perso nalmente, no creo que sean posibles, no veo que haya nada en el campo de las
SF». Existe «Esto esque quiera una lee ideaun de diario puede un decir: hecho que demuestra que la gente piensa en términos de SF. ¿Recuerda el momento en que se descubrió la existencia de los pulsar? Pues bien, cuando se anunció eso en los diarios, el N e w Y o r k T i m e s , el más importante de los periódicos norteame ricanos, citó simplemente la declaración de un sabio que decía que los pulsar podían ser estaciones espaciales destina das a guiar a las astronaves. El hecho que quiero señalar es que esto pueda ser impreso en los diarios y que todo el mun do comentase esta hipótesis; la idea ha sido admitida. Seguro, luego se ha aban donado: hemos descubierto una serie de cosas que nos deja suponer que no deben tratarse de estaciones espaciales. No obs tante, la primera idea que han tenido era que los pulsar podían ser una especie de faros, y ello resultaba aceptable. Esto sig nifica que el lector medio de diarios ha aprendido a pensar como un aficionado a la SF, aunque no sea consciente de ello. D: Pero, la pregunta que yo quería hacerle es: ¿cree que la mayor parte d e sus lectores son jóvenes? W: Sí, la mayor parte de nues tros le c tores son jóvenes. Casi todos están com prendidos entre los 16 y los 25 años. Un cierto número de ellos sigue leyendo SF luego, pero creo que lo que ocurre es que es descubierta por una masa de jóve nes que la leen ávidamente, casi en forma
Ciencias que nos de unaPero indicación de como podrían realizarse. debo reco nocer que es un tema sobre el que se escribe mucho. Y, si se escribe mucho sobre ello, también se reflexionará mu cho. Los sabios, los ingenieros, van a comenzar a preocuparse. Por consiguien te, si se desvelase la mínima posibilidad en ese sentido, alguien que haya sido in teresado por el tema en su infancia reco nocerá esa posibilidad, y se pondrá a tra bajar en ella. Si uno es un científico y se fija en algo, gracias a la SF puede tener lo que aquello puede significar. Esto for ma parte de la manera en la que la SF forma el espíritu, y que yo considero como su papel actual. Y me parece que lo logra representar. D: Habla usted de jóvenes lectores que llegan a ser ingenieros, y que... W: No, no digo que sea necesario lle 18 / se piensa
exclusiva, durante un corto periodo. Lue go, comienzan a calmarse, pero su espí ritu conserva esa forma de proyectar las cosas del porvenir. Cuando se inventó la bomba atómica, teníamos desde hacía tiempo relatos sobre la energía atómica y sobre las consecuencias que podía tener, y, por consiguiente, un gran número de personas capaces de pensar en lo que esto significaba se han sentido concernidas por ello. Si no hemos logrado resolver el pro blema, se debe sobre todo a que sucede que los políticos no acostumbran a ser lectores de sf, por desgracia. Pero el resto del mundo comprende el problema, y lo grará por fin franquear el obstáculo que constituyen los profesionales de la po lítica. D: ¿Qué clase de con tact os tien e con los lectores? ¿Le escriben cartas? W: Parece ser q ue los redactor es jefe de las revistas reciben numerosas cartas. No sucede igual con los editors de libros. Es muy curioso, pero apenas si recibimos correo de los lectores. Es por esto por lo que yo, personalmente, busco contactos asistiendo a las convenciones, teniendo reuniones con fans, y leyendo fanzines; porque creo que es importante mantener un contacto, de esta manera. Si uno pasa todo el año en su oficina, sin salir de ella, no sabe lo que piensa el público. La única forma de saberlo serían las cifras de ven ta, que no son significativas mas que año y medio después de la publicación. Pero, desplazándose, reuniéndose con los fans y autores en las Convenciones y otras ocasiones, uno se mantiene verdadera mente en contacto con la parte más ac tiva del público lector. D: ¿Cree que esa parte sea muy re presentativa? W; Sí, lo creo firm emente. Algunos de mis colegas no lo creen asi; creo que se
equivocan. Me parece que, por cada fan que da una opinión, hay un millar de lec tores silenciosos que tienen la misma opi nión. Un fan puede decir que un relato es bueno, y otro que es malo; hay un millar de lectores que no han dicho nada y que piensan que es bueno, y otro millar que lo creen malo. Considero que cada fan se expresa en nombre de un millar de lectores silenciosos. De esta manera, pue do equilibrar mi producción. D: ¿Y qué contactos tiene con los autores? W: Se puede tener relación directa con ellos, o pasar a través de un agente. En calidad de editor se guía al autor, se le dice de lo que uno tiene necesidad, lo que uno está buscando. Se puede respon der a sus preguntas, se le puede decir lo que debería hacer y lo que no debería hacer. Se pueden aceptar sus obras o rechazarlas. D: ¿Qué clase de correcciones le pue de hacer usted a un libro? W: Si un autor escrib e una obra con una cierta consistencia, sucede a veces que tiene al comienzo del mismo una idea de la que se olvida cuando lo termina. Forma parte del trabajo del editor el dar se cuenta de que hay un hilo que cuelga y que es preciso, o atarlo, o cortarlo. Por el contrario, el trabajo del escritor es interesarse en sus relatos y personajes, y por consiguiente se deja en ocasiones llevar de tal manera por la acción, que se olvida de cosas que ha puesto en los capítulos precedentes. Se deja llevar por su imaginación. El editor debe cuidar de que esto sea corregido. D: ¿Es esta una tarea que ust ed tenga que realizar muy a menudo? W: No demasiado a menudo. La ma yor parte de nuestro trabajo se lleva a término con autores profesionales, que se piensa / 19
ya han aprendido a releer y corregir sus propias obras. Además, si tienen un agente literario, también suele ocuparse de ello, lee el relato y le dice al autor lo que debería reescribir antes de entregarlo. En este campo, los agentes nos sirven de ayuda. D: Por cierto, ¿cuáles son sus relacio nes con estos agentes? ¿No crean proble masW:suplementarios? Ante todo, un agente es algo que no son los autores, al menos la mayoría de los mismos. Un agente literario es un hombre de negocios, un comerciante, y no un soñador. Se supone que tiene que ocuparse de la obra de uno y venderla por la suma más alta posible. Por consi guiente, trata de sacarle el máximo al editor, y este, en calidad de tal, debe in tentar dar el mínimo posible, ya que tra baja para una editorial que desea pagar lo menos que sea necesario, con vistas
res a los que uno les compra sus libros durante años, que se convierten en amigos de uno, y que por tanto están en buenas relaciones contigo. Pero algunos agentes les dicen que los editors son sus enemigos, y que es preciso venderse a quien sea, con tal de conseguir más dinero. Esta es una situación muy desagradable para un
a reducir gastos. Pero el mercadoElperte nece a los autores más solicitados. ven dedor puede entonces poner su precio, y uno debe discutírselo. La cosa se con vierte entonces en un trato comercial: el cual Henry Morrison deben tener una vez uno ha decidido que lo quiere, tiene que discutir el precio. D: Supongo que las grandes agencias como Scott Meredith o los agentes tales cual Henry Morrison deben tener una gran influencia sobre lo que se escribe en el campo de la SF, ¿no?
esto es sólo posible con los nombres muy famosos. D: ¿Se realizan arreglos con los agen tes sobre unos libros en conjunto? W: Efectivamente, se realizan arreglos de ese tipo. Nosotros hemos llegado a acuerdos con ciertos autores para que escriban directamente para nosotros, y nuestros contratos les aseguran un ade lanto más importante tras un cierto nú mero de ventas. Así, en este momento, la Ace Books tiene acuerdos con Bertram Chandler, Philip Farmer y A. E. Van Vogt,
No demasiada. Realmente, no pue denW: imponer muchas cosas a los autores. Lo único que de hecho pueden hacer por ellos, es tratar de obtener una cantidad realmente alta, cuando el mercado está en buenas condiciones. Como ya le he dicho, se conducen como representantes. Evidentemente, cada uno de los agentes tiene una idiosincrasia distinta. Hay auto
que nos escriben regularmente una cierta cantidad de libros. D: ¿Tienen ustedes problemas de pu blicidad? W; Ese es un campo muy difícil. En los Estados Unidos nos enfrentamos con una competencia feroz. Aparecen más de 300 ó 350 volúmenes por mes. Es muy difícil hacer propaganda de cada uno de
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editor.
D: Pero hay un W: Siempre se contrato-tipo... usan esos contratos. El trabajo que han de realizar el agente y el editor consiste en debatir los puntos del detalle de los mismos. El agente tra tará de conseguir un porcentaje más ele vado, si cree que el autor lo merece. O in tentará conservar una influencia ulterior sobre las adaptaciones o los derechos para el cine. En ciertos casos, sabe que puede hacerlo. Si el autor es de renombre, el agente puede tratar de retener todos los derechos, excepto el de publicación. Pero
ellos. A veces, un autor aparece en las pantallas de la televisión local, y resulta que no se puede encontrar su libro, que no hay ni uno en las librerías de aquella ciudad. Así que la publicidad no sirve. Nos enfrentamos con una difusión en gran escala y, en un país tan extenso como son los Estados Unidos, uno no puede estar jam ás segu ro de la fec ha en la que lle gará un libro a un lugar que está a 3000 kilómetros de distancia de Nueva York, que es donde se ha editado. Puede suce der muy bien que no sea el día para el que uno ha previsto su esfuerzo publici tario. Lo que hacemos es dar curso a las peticiones de material, por ejemplo, los carteles, a través de los distribuidores. Si un libro es importante o tenemos ya varios otros del mismo autor, lo que ha cemos es fabricar unos presentadores de cartón que persuadan a los libreros a colocarlos en sitio visible, con el fin de mejorar las ventas. D: ¿Están especializados en algunas zonas, como por ejemplo la región de Nueva York, o la región de Los Angeles, o por el contrario cubren todo el país? W: Cubrimos el país por entero. La Ace Books tiene su propio distribuidor: la Ace News Company. Formamos parte de la misma empresa, y, por consiguiente, trabajamos en relación directa con la distribuidora. D: ¿Qué problema s ocas iona la distri bución? W: Son problemas que se derivan siem pre del número de libros. Si se tiene una distribución masiva y una distribuidora como Ace News o Cable News u otra de las grandes empresas, es preciso llegar a acuerdos con los distribuidores regiona les, que controlan su sector prácticamen te sin competencia. Uno le da una serie de directrices al distribuidor regional que
AVISO A LOS LECTORES
Tras un estudio de nuestras últimas publi caciones, en el que hemos tenido muy en cuenta las opiniones y sugerencias de nues tros distribuidores y lectores, NUEVA DI MENSION se ha replanteado su política editorial, introduciendo las siguientes modi ficaciones: Se suprime la división entre revista y nú mero «Extra», pero, puesto que tanto nos otros como, al parecer, nuestros lectores deseamos mantener el actual ritmo de edición, la periodicidad de la revista será, en lo sucesivo, mensual, con la particula ridad de que los números impares conser varán la estructura mantenida hasta ahora por la revista, mientras que los números pares tendrán un planteamiento intermedio entre la antología y la revista actuales; es decir, girarán alrededor de un tema unitario ftema, autor, país, época, etc.), pero inten taremos conferirles la agilidad y el carácter informativo propios de una revista, mediante estudios, artículos, noticias, etc., relaciona dos con el tema axial del número. Con esta fórmula alternativa pero homogé nea, intentaremos ofrecer a nuestros lecto res una visión a la vez variada y metódica de la SF mundial.
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controla, por ejemplo, un estado o parte de él, y es este distribuidor quien coloca los libros en las librerías o almacenes locales. Por consiguiente, uno siempre trabaja mediante intermediarios y no tie ne contacto directo con los puntos de venta. Para paliar esto, nosotros tenemos un buen número de representantes que viajan constantemente de ciudad en ciu dad para darse cuenta de las ventas y de la distribución. Todo ello es, en los Esta dos Unidos, im problema muy compli cado. El proceso resulta costoso y es, en cierta manera, destructivo. Si tenemos un cierto número de ejemplares de un libro en la costa oeste, que no se venden, les arrancamos las portadas y los destrui mos, porque los gastos de reenvío son más elevados que el beneficio que podría mos extraer. D: Para concluir, ¿cuáles so n ahora sus proyectos para Ace Books? W: Continuar com o hasta este momen to. Publicamos unos 18SF títulos por mes,aproximadamente de los que hay más que cualquier otra cosa, y tenemos la intención de seguir así. Nuestras ventas están en alza. Continuaremos sacando un double por mes y cuatro o cinco singles de los que uno puede ser una reedición de un título que se nos pida, además de los especiales, las series, etc... Así que no preveo ningún cambio en particular. No vamos a lanzamos a la producción de «Espadas y Brujería», como han hecho algunos de nuestros competidores, ni si quiera a la Fantasía propiamente dicha. Estoy convencido que todo esto no se vende tan bien como la SF propiamente dicha. Naturalmente, nuestro problema es el alza constante de los gastos de fabrica ción. En 1952, comenzamos con libros a 35 centavos de dolar, y hasta a 25 los singles. Ahora, no los podemos vender 22 / se piensa
a menos de 60; o sea el doble. Y hay li bros que salen a 75 ó 95 centavos, casi el triple del precio de hace 15 años. Este es un problema serio. Claro que afecta a todas las industrias, es la inflación. Te nemos que enfrentamos con ello, constan temente. Querríamos mantener los pre cios, no deseamos aumentarlos, pero nos vemos en la necesidad absoluta de ha cerlo, a causa de los gastos de impresión y el costo del papel.
BIBL IO G R AF IA D E D O N AL D A. W O LL H E IM Adventures in the Far Future The Ultímate Invader and Other The Secret of Saturn’s Rings Two Dozens Dragón Eggs (1969) Science Fiction (1954) Adventures on Other Planets The Secret of the Martian Moons Terror in the Modern Vein BIOGRAFIA (1955) The End of the World One against the Moon (1956) Lee De Forest: Advancing the The Earth in Peril The Secret of the Ninth Planet Electronic Age (1962) Men on the Moon (1959) The Macabre Reader Mike Mars, Astronaut (1961) More Macabre ANTOLOGIAS DE OTROS Mike Mars flies the X-15 (1961) More Adventures on Other Pla AUTORES NOVELAS
Mike Mars at Cape Cañaveral (1961) Mike Mars in Orbit (1961) Mike Mars flies the Dyna-Soar (1962) Mike Mars, South Pole Spaceman (1962) Mike Mars and the Mystery Sa télite (1963) Mike Mars around the Moon (1964)
ANTOLOGIA DE CUENTOS
The Pocket Book of Science Fic tion (1943) The Portable Novéis of Science (1945) Avon Fantasy Reader (serie de 18 volúmenes) Avon Science Fiction Reader (se rie de 3 volúmenes) The Girl with the Hungry Eyes and Other Stories The New Avon Bedside Companion (Bajo el pseudónimo de David The Avon Book of New Stories Grinell) of the Great Wild West Across Time (1957) Flight into Space Edge of Time (1958) Every Boy’s Book of Science The Martian Missile (1959) Fiction Let’s go Naked Destiny’s Orbit (1961) Prize Science Fiction: 1953 Destination Saturn (1967) Tales of Outer Space To Venus! To Venus! (1969)
nets Detective-Mysteries N° 3 Avon Giant Mystery Reader The Hidden Planet Operation: Phantasy Swordsmen in the Sky A Quintet of Sixes Avon Fantasy Reader (1969, en colaboración con George Ernsberger) Second Avon Fantasy Reader (1969, en colaboración con George Ernsberger) Worid's Best Science Fiction (1965 a 1971, en colaboración con Terry Carr) Ace Science Fiction Reader 1971 ENSAYO SOBRE LA SF The Universe Makers (1971)
^ jn u e\/a
rlim iüii sm n
H t H EM
ESPE
CI AL DEW
C i W I AO
W I^ GO Si f f TO S
¿YA TIENE USTED ESTOS NUMEROS «EXTRA»?
d im e n s ió n
N U ME R O E S P E C I AL D E D I C AD O A HARR Y HAR R I S ON
EL AÑO FINAL ROBERT A. HEINLEIN
¿Mantendrá la Tierra aún su lugar entre los planetas: viajará con regula ridad alrededor del Sol... solitaria? ¿Que darán inmóviles las montañas, y segui rán los arroyos su curso hacia los vas tos abismos cuando el hombre, dueño, poseedor, receptor y testigo de todas estas cosas haya desaparecido, cual si nunca hubiera existido? ¡Oh, que gran burla es esta! de de Mary Wollstonecraft Shelley
Al principio, Potiphar Breen no se fijó en la chica que se estaba desnudando. Ella estaba en una parada del auto bús a sólo tres metros de distancia. El se encontraba en el interior de un edi ficio, pero esto no le hubiera impedido observa rla: estaba sentado en la sala d e un bar adyacente a la parada del auto bús; entre Potiphar y la joven no había mas que una lámina de cristal y algún peatón ocasional.
mana Nacional del Queso Campestre anun ciaba que pensaba casarse y tener doce hijos con el hombre que pudiese probar que había sido vegetariano durante toda su vida, un informe circunstancial y bas tante improbable sobre un platillo volan te, y una petición de plegarias invocando la lluvia en el Sur de California. Potiphar acababa de escribir los nom bres y direcciones de tres residentes de Watts, California, que habían sido mila
comenzó No obstante, a quitarse no ropa. alzó laFrente vista acuando él es taba abierto un ejemplar de Lo s An gele s Times; junto a él, aún cerrados, se halla ban el H er al dE xp re ss y el Da ily Ne ws . Estaba estudiando cuidadosamente el pe riódico, pero las noticias de primera pla na sólo le merecían una ojeada rápida. Se fijó en las temperaturas máxima y mínima de Brownsville, Texas, y las anotó en una agenda negra. Hizo lo mis mo con los precios de cotización de tres acciones en alza y dos en baja en la Bolsa de Nueva York, así como el número total de transacciones. Luego comenzó una rápida lectura de las noticias de menor importancia, anotan do, de vez en cuando, resúmenes de las mismas en su agenda. Los datos que compilaba parecían sin relación alguna: entre ellos, un anuncio publicitario en el que la Miss de la Se
grosamente la Congregación sanados de Dios en es unala reunión Verdad Pri de mera por el Reverendo Dickie Bottomley, el evangelista de ocho años de edad, y se estaba preparando a enfrascarse en el He ra ld Ex pre ss, cuando miró por enci ma de sus gafas de lectura y vio a la nu dista amateur en la esquina de la calle. Se puso en pie, guardó sus gafas en el estuche, dobló los periódicos y los co locó cuidadosamente en el bolsillo dere cho de su chaqueta, contó la cantidad exacta de su nota y le añadió el quince por ciento, recogió su impermeable del perchero y se lo echó al brazo, y salió fuera. Para entonces, la muchacha estaba prácticamente como vino al mundo. Y a Potiphar Breen le pareció que el mundo había salido ganando con ello, y sin em bargo, no había llamado mucho la aten ción. El vendedor de periódicos de la es el año final / 27
quina había dejado de vocear los desas tres del día y estaba sonriéndole, y una pareja mixta de travestidos que aparente mente esperaban el autobús la observa ban. Ninguno de los paseantes se detenía. La contemplaban, y luego, con la indife rencia afectada hacia lo inusitado del ver dadero californiano del sur, seguían su camino. Los travestidos la contemplaban fija
thal uniformado sigue molestándola, me encantará ocuparme de él. — ¡Grace, por favor! —excl am ó el hom bre del faldellín. Ella le hizo callar con un ademán. —Sile nci o, Norm an. Es to es cosa nues tra —Se dirigió hacia el policía—. ¿Bien? Llame al coche celular. Mientras tanto, mi cliente no responderá a pregunta al guna.
mente. El miembro masculino de lafeme pa reja llevaba una blusa de encajes nina, pero su falda era un conservador faldellín escocés. Su compañera vestía un traje formal y un sombrero hongo; mi raba con visibles muestras de verdadero interés. Mientras Breen se acercaba, la mucha cha colgó un trozo de nylon en el banco de la parada del autobús, y entonces se agachó para quitarse los zapatos. Un agen te de policía, que parecía sofocado y mo lesto, cruzó con la luz verde y llegó hasta
agente parecía disgus tadoElcomo para echarseloa bastante llorar, y su ros tro estaba adquiriendo un peligroso color rojo. Breen se adelantó silenciosamente y colocó su impermeable sobre los hom bros de la muchacha. Esta pareció asombrada, y habló por primera vez: —Eh... Gracias —Se arropó co n el im permeable, como si fuera una caja. La abogado miró a Breen y de nuevo al policía. —¿Y bie n, agen te? ¿E stá ya dis pue sto
ella.—De acuer do —dijo con voz cansa da—, ya está bien, señora. Póngase otra vez esas cosas y lárguese de aquí. La travestida se sacó un veguero de la boca: —¿Qué dem oni os le im por ta lo que haga, agente? —preguntó. El policía se volvió hacia ella. —¡No se me ta en esto ! —Pas eó la vi s ta por su indumentaria, y la de su com pañero—. Debería llevármelos a ustedes también.
a arrestamos? Acercó su rostro al de ella. — ¡No le vo y a dar es a sati sfac ción ! —sus piró y añadi ó—: G r a c i a s , señ or Breen. ¿Conoce a esta señora? —Me ocup aré de ella. Puede olvid ar el asunto, Kawonski. —Me gus tarí a much o. Si se va co n us ted, lo haré. Pero llévesela de aquí, señor Breen... ¡Por favor! La abogado intervino: —Un mo me nti to. Est á pres ion and o a mi cliente.
La travestida cejas. —Arres tam os alzó por las ir ve sti do s y a ella por no estarlo. No creo que me guste de masiado. —Se volvió hacia la muchacha, que estaba quieta y sin decir nada, como asombrada por lo que sucedía—. Soy abo gado, querida —Se sacó una tarjeta de un bolsillo del chaleco—. Si este neander
e! Ya oíd oseñor al se ño r Breen: va — con¡Cálles él. ¿No es ha cierto, Breen? —Bueno... Sí. So y ami go suyo. Me ocu paré de ella. La travestida dijo con voz suspicaz: —No he oíd o que ella dijese eso. —¡Grace! Aquí vien e nu est ro auto bús —dijo su compa ñero.
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en lugar de a ella, y éste se la metió en los bolsillos de la chaqueta. Ella dejó que Breen la llevase a donde tenía aparcado su coche, entró en él y se arropó con el impermeable de forma que iba más cubierta de lo que va normal mente una muchacha. Le miró. Vio a un hombre de estatura y rasgos medios que había superado ya los treinta y cinco, y parecía más viejo. Sus ojos te nían ese brillo apagado y vacuo de los que habitualmente llevan gafas, en el mo mento en que se las quitan. Su cabello era canoso en las sienes y escaso en la frente. Su traje conservador, zapatos ne gros, camisa blanca y cuidada corbata parecían más del Este que de California. El vio un rostro qué clasificó más como agradable y simpático que hermoso y qy arrebatador. Lo coronaba una abundante mata de cabello marrón claro. Calculó su edad en veinticinco, año y medio más o Kawonski se secó el sudor que perlaba su frente. menos. Le sonrió confortadoramente, su —¿Por qué lo hizo, señora? —dijo ma l bió al coche sin decir nada y lo puso en marcha. humorado. Giró subiendo por Doheny Drive y ha —No... no lo sé —La m ucha cha pare cía cia el este por Sunset. Cerca de La Cié asombrada. —¿Oye eso , señ or Breen? Es lo que naga, disminuyó la velocidad. —¿Se sie nt e mejor? todos dicen. Y si nos los llevamos, apa —Est o, creo que sí, señor ... ¿Breen? recen seis más al día siguiente. El Jefe —Llámem e Potiph ar. ¿Cuál es su nom dijo... —suspiró—. El Jefe dijo... Bueno, bre? No me lo diga si no lo desea. si la hubiera arrestado como esa arpía —¿Yo? Soy... soy Meade Bar stow . quería que hiciese, mañana estaría en los —Gracias, Meade. ¿Dónde quie re ir? arrabales, y pensando en mi retiro. Así ¿A casa? que llévesela de aquí, ¿me hará el favor? —Pero... —di jo la chica. —Supo ngo que sí. Qh, no. No pued o —Nada de «peros», jov enc ita . Y alé ir a casa así —Se arrebujó más con el im permeable. grese de que un verdadero caballero como —¿Padres? el señor Breen esté dispuesto a ayudarla —No, mi casera . Le daría un su sto de —Recog ió las ropa s y se las entregó . Cuando ella tendió la mano para tomar muerte. —Ent onc es, ¿a dónde? las, volvió a exponer una desacostumbra da cantidad de piel. Kawonski le entregó Ella lo pensó. —Quizá pud iéra mos det ener nos en una apresuradamente la ropa al señor Breen
—Ni tam poc o le oí decir que fuera su cliente —replicó el policía—. Parece ser usted una... —Sus palabras fueron ahoga,das por el ruido de los frenos del autocliente —replicó el policía—. Parece ser autobús y sale de mi demarcación le... le... —¿Qué? — ¡Grace! Perd erem os el auto bús . —S ól o un mo me nto , Norm an. Querida, ¿es este hombre verdaderamente amigo suyo? ¿Se va a ir con él? La muchacha miró incierta a Breen, y luego dijo con voz débil: —Est o, sí. Lo es. Me iré con él. —Bueno ... —El com pañe ro de la abo gado tiró de su brazo. Ella colocó su tar jet a en la ma no de Bre en y su bió al autotús. Este partió. Breen se metió la tarjeta en el bolsillo.
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estación de servicio y me podría meter en el lavabo de señoras. —Tal vez. Esc uche , Meade: mi casa está a seis manzanas de aquí y tiene una entrada por el garaje. Podríamos entrar sin que la vieran. Ella lo miró. — ¡No pa re ce ser un Don Juan! — ¡Pues lo soy! Y de lo s peo res. —En
cía pensar en el agua de los pozos y los desayunos campestres. Tomó el impermeable que le alargaba, lo colgó, y dijo: —Si ént ese , Meade. —Serí a m ejo r que me fu ese —dijo ella, indecisa. —Si lo prefiere, pero espe rab a pod er hablar con usted.
tornó ellosmiércoles ojos lánguidamente—. ¿Lo—Lo ve? Pero es mi día libre. volvió a mirar y en sus mejillas se for maron unos hoyuelos. — ¡Ah, bien! De tod as mane ras, pre fiero tener que pelear con usted que con la señora Megeath. Vamos allá. Giró hacia las colinas. Su casa de sol tero estaba en uno de los pequeños edi ficios que crecían como hongos en las laderas marrones de las montañas de San
—Se sen tó el bor de era del sofá—Bueno y miró...alrededor. La en habitación pequeña, pero tan cuidada como su cor bata y tan limpia como el cuello de su camisa. El hogar de la chimenea estaba limpio; el suelo encerado. En cada lugar disponible había estanterías repletas de libros. Un rincón lo ocupaba un anticua do escritorio; los papeles situados sobre él estaban cuidadosamente amontonados. Cerca de él, sobre su propia mesilla, se encontraba una pequeña calculadora eléc trica. Hacia el lado derecho, unas venta
ta Mónica. garajela hagía excavado en aquella El colina; casa, sido edificada en cima de ella. Entró, detuvo el motor y la guió por una balanceante escalera interior hacia la sala de estar. —Ahí dentr o .—seña ló. Sacó las ropas de sus bolsillos y se las entregó. Ella enrojeció y las tomó, desapare ciendo en el dormitorio. Oyó como ce rraba con llave. Se sentó en su sillón, sacó la agenda y comenzó con el Herald Ex
nas de porche tipo francés un pe queño sobre seel abrían garaje. aMás allá podía ver la extensión de la ciudad, en la que algunos anuncios luminosos ya es taban parpadeando. Se recostó un poco más. —Es una be lla habi tació n... Potiphar. Se nota su personalidad en ella. —Me ima gin o que es un cum plido . Gracias —Ella no respondió, por lo que prosiguió—: ¿Le gustaría tomar algo? — ¡Muchísimo! —Se est rem eci ó— . Aún estoy temblando. ■
pr esEstaba s. terminando con el
—No es extr año —Se pus o en pie —. ¿Qué prefiere? Escogió escocés con agua, sin hielo; él prefería el bourbon con ginger ale. Se bebió la mitad de su high ball en silen cio, luego lo dejó sobre la mesita, echó los hombros hacia adelante y dijo: —¿Potiphar? —¿Sí, Meade?
Dai ly N ew s
y había añadido varias notas a su colec ción, cuando ella salió. Se había vuelto a peinar; arreglado el rostro; había lo grado eliminar la mayor parte de las arru gas de su falda. Su sueter no era ni de masiado justo ni tenía un gran escote, pero lo rellenaba placenteramente. Le ha 30 / robert a. Heinlein
—E scu che , si me ha traíd o aqu í con segundas intenciones, desearía que aca básemos de una vez. No le va a servir de nada intentarlo, pero me pone nerviosa el esperar. El no dijo nada, ni cambió de expre sión. Ella prosiguió: —No es que le rec rim ine el qu e lo in tente... vistas las circunstancias. Y le estoy
—No es tá loca.. . al m en os no má s que los demás —rectificó—. Dígame, ¿dónde vio a alguien hacer eso? —¿Cómo? Nu nca lo hab ía vi st o hacer. —En ton ces , ¿dónd e leyó sob re ello ? —Pero, si no he leíd o... Un mo me nto , esa gente en el Canadá. Los dook... lo que sea. —Douk hob ors. ¿E so es tod o? ¿Nada
agradecida. Pero... Bueno, es tan sólo que no... Se acercó a ella y tomó sus manos. —N o ten go la me no r in te nc ión de se ducirla. Ni tiene por qué estarme agrade cido. Intervine porque estaba interesado en su caso. —¿Mi caso ? ¿Es us te d mé dic o? ¿Psi quiatra? Negó con la cabeza. —So y ma tem áti co. Ex pe rto en es ta dí s tica, para ser exacto. —¿Cómo? No com pre ndo .
de reuniones nudistas? ¿Nada de espec táculos de cabaret? —No —co nt es tó neg ando co n la ca beza—. Quizá no pueda creerlo, pero yo fui siempre el tipo de niña que se des nudaba con el camisón puesto —Se rubo rizó y añadió —: Y aún lo hago... a me nos que me diga a mí misma previamente que es una estupidez. —La creo. ¿No había leí do ning una noticia? —No. ¡Sí, ahora recu erdo! Creo que fue hace dos semanas; una chica en un
—No hacerla se pre ocu pe. No ob sta nt e, gustaría algunas preguntas. ¿Meme lo permite? — ¡Desde luego! ¡Desde luego! Es lo menos que puedo hacer por usted... Y no será bastante para pagarle. —Ya le digo que no m e deb e nada. ¿Quiere otro trago? Bebió el resto y le entregó el vaso, luego lo siguió hasta la cocina, donde mi dió cuidadosamente la bebida, entregán dosela luego. —Ahora, díga me por que se qu itó la
teatro; me refiero unatan espectadora. Pero me imaginé que aera sólo un truco publicitario. Ya sabe las cosas que llegan a hacer. Breen negó con la cabeza. —No fu e pub licid ad. El tr es de feb re ro en el Gran Teatro, la señora Albin Copley. Se retiraron las acusaciones contra ella. —¿Cómo lo sabe? —Ex cús em e —Se dirig ió hac ia su es critorio, y marcó el número de la Oficina de Noticias de la ciudad—. ¿Alf? Soy Pot
ropa —preguntó.
Breen. tras ladelpista de esas noticias?¿Están Sí, elaúndossier strip-tease. ¿Ha habido algo nuevo hoy? Esperó. A Meade le pareció que podía escuchar maldiciones. —Tóm ate lo con calma, Alf; es te bo chorno no puede durar siempre. Nueve, ¿eh? Bueno, añade otra: en la Avenida Santa Mónica, a última hora de esta tar
Ella enarcó las cejas. —No lo sé. Re alm ent e no lo sé. Su pongo que me dio un ataque de locura —añadió , co n lo s oj os mu y ab ier to s—; pero no me parece estar loca. ¿Podría per der la razón, sin darme cuenta?
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de. No hubo arresto —añadió—: No, na die tomó su nombre. Una mujer de me diana edad, con un defecto en un ojo. Por casualidad lo vi... ¿Quién, yo? ¿Por qué iba a querer mezclarme en ello? Pero está empezando a resultar ser un asunto muy, muy interesante. Colgo el teléfono. — ¡Vaya, un def ect o en un ojo! —co mentó Meade. de —¿Prefiere su nombre? que vuel va a llam ar y les —¡Oh, no! —Muy bien. Ahora, Meade, par ecem os haber localizado el punto de contagio en su caso: la señora Copley. Lo que me gus taría saber ahora es como se sentía, en lo que estaba pensando cuando lo hizo. —Es per e un mo me nto , Potip har —Te nía el ceño fruncido—. ¿Tengo que enten der que otras nueve muchachas han he cho lo que yo? —Oh, no. Nue ve hoy. Usted es... —Hi zo una breve pausa—, él trescientos monono caso en el Condado de Los déciAn geles desde principios de este año. No tengo datos sobre el resto del país, pero el servicio de noticias del Este sugirió que no se comentaran estos casos cuando ya los periódicos de aquí habían dado cuenta de los primeros. Eso prueba de que el problema es general. —¿Quiere dec ir que mu jere s de todo el país se están quitando la ropa en pú blico? ¡Vaya, esto es un escándalo! No le contestó. Se ruborizó de nuevo e insistió; —Buen o, es escandaloso, aunque esta vez fuera yo. —No, Meade. Un cas o ser ía esca nda loso; más de trescientos lo convierten en algo interesante desde el punto de vista 32 / robert a. Heinlein
científico. Es por esto por lo que quisiera saber lo que sentía. Hábleme de ello. —Pero... de acuerdo , lo int enta ré. Ya le dije que no sabía por qué lo hice; sigo sin saberlo. Yo... —¿Recuer da cóm o fué? — ¡Oh, sí! Rec uerdo que me alc é del banco y me quité el suéter. Recuerdo que me bajé la cremallera de la falda. Recuer do que pensé que tendría que apresurar me ya veíadea allí. mi autobús radopuesto a dos que manzanas Recuerdopa lo bien que me sentí cuando finalmente... —Se det uvo y pare ció asom brada —. Pero sigo sin saber el por qué. —¿En qué est ab a pens and o en el mo mento en que se puso en pie? —No lo recuerd o. —Visua lice la calle . ¿Qué es lo que la estaba atravesando? ¿Dónde tenía las ma nos? ¿Tenía las piernas cruzadas o no? ¿Había alguien cerca de usted? ¿En qué estaba pensando? —No a nadsobre ie en elel ban co conm igo. Tenía mishabí manos regazo. Aque llos tipos con las ropas cambiadas se ha llaban cerca, pero yo no me fijaba en ellos. No pensaba en mucho más que en que me dolían los pies y que deseaba llegar a casa, y en lo insoportablemente caluro so y sofocante que era el tiempo. Enton ces... —Sus ojos miraron a la lejanía—. De pronto supe lo que tenía que hacer, y que era urgente que lo hiciese. Así que me puse en pie y... y... —Su voz se hizo aguda. — ¡Tómes elo No co n localma! di jo auto ritariamente—. haga —Le de nuevo. —¿Eh? ¡Vaya, señ or Breen! Nu nca ha ría una cosa como esa. —Claro que no. ¿Qué pa só des pué s de que se desnudase? —Bueno , pue s us te d me co loc ó su im permeable alrededor, y ya sabe el resto
una migración hacia la muerte, hasta que millones, centenares de millones de ellos se ahogan en el mar. Pregúntele a un lemingo por qué lo hace. Si pudiera dete nerlo en su carrera hacia la muerte, se guro que racionalizaría su respuesta tan bien como cualquier graduado universi tario. Pero lo cierto es que lo hace por que tiene que hacerlo, al igual que no sotros. —Esa es una idea horrib le, Potiphar. —Quizá. Venga aquí, Meade. Le ens e ñaré datos que a mí también me confun den. —Se dirigió hacia su escritorio y sacó un paquete de ñchas—. Aquí hay uno. Hace dos semanas un hombre puso una querella contra toda la legislatura de un estado por la alienación del afecto de su esposa... y el juez aceptó que se llevase a cabo el proceso. O este otro: una peti ción de patente para un aparato con que poner al globo terrestre de lado y calentar así las regiones árticas. La patente fue negada, pero el inventor recibió más de trescientos mil dólares en pagos iniciales sobre terrenos en el Polo Norte antes de que las autoridades postales intervinie ran. Ahora se le está juzgando y parece que hasta quizá se le absuelva. Y otro: un prominente obispo anglicano propone cursos prácticos de los llamados hechos de la vida en la enseñanza superior. Dejó a un lado la ñcha con rapidez. —^Aquí hay otra precio sa: un pro yect o qué hice lo que hice! de ley presentado a la cámara baja de La miró muy seriamente. Alabama para que sean repelidas las le —Creo que so mo s lem ing os, Meade. yes de la energía atómica. No los estatu tos que regulan su aplicación en la indus tria, sino las leyes naturales de la física Ella pareció asombrada, y luego horro nuclear; eso al menos es lo que dice la rizada. propuesta —Se alzó de hombros—. ¿Has —¿Se reñere a es os an ima lill os pel u ta dónde puede llegar la estupidez? dos, similares a ratones? ¿Esos que...? —Est án loco s. —No, Meade. Uno pod ría est ar loco; —Sí. Es os que per iód icam ente hacen
—Le mir ó a la cara—. Dígame, Potiph ar, ¿qué es lo que hacía con un impermeable? No ha llovido durante semanas. Es la temporada de las lluvias más seca y calu rosa en muchos años. —En ses en ta y och o años, para ser exactos. —Sesen ta... —De toda s man eras, yo llev o un im permeable. Es una idea mía, pero pienso que cuando llueva, lo hará con fuerza. —Luego añadi ó— : Quizá cuar enta días y cuarenta noches. Ella decidió que estaba bromeando y se rió. —¿Puede recorda r cóm o le vin o la idea de desnudarse? —prosiguió. Hizo girar su vaso, mientras pensaba. —Si mp lem ente , no lo sé. —Eso es lo que me espe rab a —asin tió él. —No lo comp rendo. .. a m eno s que piense que estoy loca. ¿Lo piensa? —No. Creo que tenía que hacer lo, que no pudo hacer nada para evitarlo, y que ni sabe ni puede saber por qué. —Pero usted lo sabe —^le dijo ella acu sadoramente. —Tal vez. Al me no s ten go alg unos da tos. ¿Se ha interesado alguna vez por las estadísticas, Meade? Negó con la cabeza. —Los núm ero s me aturde n. No me hable de estadísticas... ¡Deseo saber por
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una multitud de ellos se convierte en una marcha de lemingos hacia la muerte. No, no me interrumpa: he trabajado en el trazado de una curva. La última vez que se produjo algo así fue en la llamada Era de la Maravillosa Estupidez. Sólo que esta vez es mucho peor. —Rebuscó en uno de los cajones inferiores, y sacó un gráfico—. La amplitud es más de dos veces supe
—No, no lo hará —le dijo él en un tono que no admitía réplica—. Nunca afecta a la misma persona dos veces. —¿Est á segur o? De tod as man eras, no tengo ganas de estar entre gente —Miró hacia la puerta de la cocina—. ¿Tiene algo de comida? Podría cocinar. —Hum, cos as para el desa yuno . Y hay medio kilo de carne en el congelador y
rior, y aún hemos punto máximo. Cualnoserá este,llegado es algoal que no me atrevo a imaginar: hay tres progresio nes diferentes, que se refuerzan. Ella contempló las curvas. —¿Quiere dec ir que el tipo de la vent a de terrenos en el Polo está en algún punto de esta línea? —E stá aña dido a ella. Y aquí, en la última cresta están los tipos que se sien tan en mástiles de banderas y los que se tragan peces de colores y el engaño de Ponzi y los bailarines de pruebas de re
alguna más. no A tengo veces ganas me hago hamburgesascosa cuando de salir. Se dirigió hacia la cocina. —Borrac ha o sobr ia, tot al me nte ves tida o... desnuda, puedo cocinar. Ya lo verá.
cahuete hasta sistencia y el elhombre Pico Pikes que empujándolo llevó un ca con la nariz. Usted está en esta nueva cresta, o lo estará cuando la añada a ella. —No me gus ta nada —dijo ell a hac ien do una mueca. —Ni a mí. Pero es tá to do tan claro como un estado de cuentas bancario. Este año la raza humana se está soltando el pelo, sacudiéndose los labios con un dedo y diciendo buba, buba, buba... Ella se estremeció. —¿Podría darme otra copa.? Luego me
trando doradaspor pero el refrigerador no vulcanizadas. y unasComieron patatas en la pequeña terraza, al tiempo que be bían cerveza fría. Suspiró y se limpió la boca: —Sí, Meade, sab es cocina r. —Algún día vend ré con lo s ma teria les adecuados y saldaré mi deuda. Entonces sí que quedará probado. —Ya lo ha s hech o. No ob sta nte , acep to. Pero ya te he dicho tres veces que no me debes nada. —¿No? Si no hubi eras hec ho tu acc ión
iré. —Tengo una ide a mejo r. Le debo una cena por haber respondido a mis pregun tas. Escoja el sitio y nos tomaremos un cocktail antes. —No me debe nada —dijo ella mo rdi s queándose un labio—. Y no tengo ganas de enfrentarme con la gente de un restau rante. Podría... podría...
buena de negó boy-scout, Breen con laestaría cabeza.en la cárcel. —La po lic ía tie ne órde nes de guardar silencio a toda costa, de impedir que la cosa crezca. Ya lo viste. Y, querida, en aquel momento no eras para mí una per sona. Ni siquiera me fijé en tu rostro. — ¡Tenías otras much as cos as que mi rar!
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Lo vió. Canapés con la carne cortada ju sta m en te al tam año del pan tos tad o y el sabor aumentado y no suprimido por cebolla picada y eneldo, una ensalada he cha con las cosas que había ido encon
meridian
laE revista española de bolsi n 197 1 •••• hoy, más que nunca, usted necesita una imagen del mundo en lenguaje español. Usted DOMINARA la actualidad y sabrá interpretar UTILM EiNTE l o que pasa y podrá formar su PROPIA OPINION sobre los temas más importantes. Porque meridiano satisface sus deseos de docu mentación y puesta al día de los hechos.
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—A decir verdad, no lo hic e. Eras tan solo una... una estadística. Ella jugueteó con su cuchillo y dijo asombrada: —No es to y muy segu ra per o creo que he sido insultada. En los veinticinco años que llevo luchando con los hombres, con más o menos éxito, se me ha llamado un montón de cosas, pero nunca estadística.
alguna en la que averiguar cuando va a morir una persona específica, pero sí hay una certeza absoluta de que un determi nado número de un cierto grupo de eda des morirá antes de una fecha fija. ¡Eran tan hermosas esas curvas: y siempre fun cionaban bien! Siempre. Uno no tenía que saber el por qué; podía predecir con ab soluta certeza y no saber el por qué. Las
Vaya, si debería tu regla de cálculo y golpearte con tomar ella hasta matarte. —Mi lind a dama... —No so y ima dama, es o queda claro. Pero tampoco soy una estadística. —Mi querida Meade, ent on ces . Querría decirte, antes de que hagas algo inopina do, que en la universidad tuve mis escar ceos amorosos con jovenzuelas. Ella sonrió y se le formaron de nuevo los hoyuelos. —Ese es un len gua je que le gus ta más a una muchacha. Estaba empezando a te
ecuaciones funcionaban; las curvas eran exactas. “También estaba interesado en la astro nomía; es la ciencia en la que los datos individuales funcionan exacta, completa y limpiamente hasta la última cifra deci mal que nos pueden facilitar nuestros ins trumentos. Comparadas con la astrono mía, las otras ciencias son simple carpin tería y química culinaria. «Hallé que habían recovecos y rinco nes en la astronomía en los que los nú meros individuales no sirven, en donde
mer quedetesumadoras. hubieran construido fábrica Potty, eres en un una ver dadero encanto. Pero, dime, ¿realmente crees que el país está perdiendo los tor nillos? —Es aún peo r que es o —con tes tó, po niéndose súbitamente serio. —¿Cómo? —Ven adentr o. Te lo mo strar é. Recogieron los platos y los dejaron en el fregadero, mientras Breen seguía
recurrir lasuní estadísticas, yuno aúntiene me que interesó más. aMe a la Aso ciación de las Estrellas Variables y quizá me hubiera dedicado profesionalmente a la astronomía, en lugar de ser consejero de negocios, que es en lo que ahora tra bajo, si no me hubiera interesado más otra cosa. —¿Con sejero de neg oci os? —repit ió Meade—. ¿Trabajas en asuntos de im puestos? —Oh, no. Es o es dem asi ado elem enta l. Soy el chico de los números de una em
hablando: —Cuando era xm chico , m e sen tía fas cinado por los números. Los números son una cosa hermosa que se combina en con figuraciones interesantes. Naturalmente, cursé la carrera de ciencias exactas, y con seguí un empleo como actuario en la Mu tua del Medio Oeste, la compañía de se guros. Era muy divertido. No hay forma
presa de ingenierosa industriales. puedo decir exactamente un rancheroLe cuántos de sus temeros Hereford serán estériles. O a un productor cinematográfico en qué cantidad asegurarse contra las lluvias en un determinado lugar de rodaje. O quizá hasta q ué punto son aceptables los ries gos de accidentes industriales para una empresa de un tipo determinado. Y no
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me equivoco. Nunca me equivoco. Es im posible. —Esp era un mo me nto . Me pare ce que una gran compañía tendría que estar siem pre asegurada. —En abs olu to. Una com pañ ía realm en te grande comienza a parecerse a un uni verso estadístico. —¿Cómo? o correr. Tamb ién me ere sé en —Déjal otras cosas: en los ciclos. Los int ciclos lo son todo, Meade. Y están en todas par tes. Los ciclos. Las estaciones. Guerras. Amor. Todo el mundo sabe que en la pri mavera los impulsos de los jóvenes se vuelven hacia aquello en lo que las jóve nes nunca han dejado de pensar, pero ¿sabías que además eso sigue un ciclo de dieciocho años? ¿Y que una chica nacida en el lado descendente de la curva no tiene las mismas posibilidades que su her mana mayor o menor? por esto por lo que sigo siendo una—¿Es solterona? —¿Tienes vei nti cin co años ? —Pens ó un momento—. Quizá, pero vuelves a tener buenas posiblidades; la curva está otra vez en alza. De todas maneras, recuerda que eres tan sólo un dato estadístico; la curva se aplica a todo el grupo. Cada año se casan algunas chicas. —N o me lla me s dato es tad ís tic o —dijo ella con firmeza. —Perdón. Y lo s cas am ien tos se rela cionan con las hectáreas de trigo planta das, con casi el crecimiento de que la curva tri go. Uno podría decir es la del siem bra del trigo lo que hace que la gente se case. —Sue na raro. —Es raro. El m ism o co nce pto de la causa y efecto es posiblemente una supers tición. Pero el mismo ciclo muestra un punto máximo en la edificación de casas
después de un punto máximo en los casa mientos. —Pero es o tie ne sent ido. —¿Lo tien e? ¿Cuántos reci én cas ado s conoces que puedan permitirse construir una casa? Se podría seguir relacionán dolo con las hectáreas de trigo. No sabe mos el p o r qué; simplemente es así. —¿Será a cau sa de las man chas sola res? —Se pue den rela cion ar las man chas solares con los precios de la Bolsa o con los salmones del río Columbia, o las fal das femeninas. Y uno tiene la misma jus tificación para echarle las culpas de las minifaldas o del salmón a las manchas solares. No lo sabemos. Pero de todas ma neras, las curvas continúan cumpliéndose. —Pero tie ne que hab er algu na razón detrás de todo. —¿Tiene que haber? Es o es una sim ple suposición. Un hecho no tiene un «por qué». Existe, y se demuestra a sí mismo. ¿Por qué te quitaste la ropa hoy? —Ese es un golp e baj o —dijo ella, enarcando las cejas. —Quizá sí, pero quie ro mo stra rte por qué estoy tan preocupado. Fue a su alcoba y salió con un ancho rollo de papel milimetrado. —Lo exte nde rem os en el suel o. Aquí está n todos. El cic lo de los 54 años: ¿Ves aquí la Guerra Civil? ¿Te fijas cómo coin cide? de los losnueve dieciocho años y un tercio,El el ciclo ciclo de y algo, el corto de los cuarenta y un meses, los tres rit mos de las manchas solares... todo, com binado en un único gráfico. Las inunda ciones del río Mississippi, la producción de pieles del Canadá, los precios de las acciones, las bodas, las epidemias, las car gas de los vagones de ferrocarril, los sal el año final / 37
dos bancarios, las plagas agrícolas, los divorcios, el crecimiento de los árboles, las guerras, las lluvias, el magnetismo te rrestre, las construcciones de edificios, las solicitudes de patentes, los asesinatos... cualquier cosa que te imagines, la tengo aquí. Ella contempló al alucinante amasijo de líneas onduladas.
línea de puntos vertical? Es justamente ahora, y las cosas están bastante mal. Pero dale una mirada a esta vertical de trazo continuo. Esto será dentro de seis meses, cuando todo se vaya al cuerno. Fíjate en los ciclos: los largos, los cortos, todos. Cada uno de ellos alcanza o un punto má ximo o de inflexión justo en esa línea o muy cerca de ella.
—Pero, Potty , ¿qué es lo que es to sig nifica? —Sign ifica qu e esa s co sa s suc eden , to das ellas, según un ritmo regular, nos gus ten o no. Significa que cuando tienen que subir las faldas, ni todos los modistos de París pueden hacer que bajen. Significa que cuando los precios están bajando, ni todas las ayudas ni controles ni la plani ficación del gobierno pueden hacerlos su bir. —Señaló una curva—. Fíjate en los anuncios de hortalizas. Luego mira en las páginas financieras y verás como los Gran des Cerebros tratan de salir de ello con palabrería. Significa también que cuando tiene que llegar una epidemia, llega, a pe sar de todos los esfuerzos de la sanidad pública. Significa que somos lemingos. Ella se tiró del labio. —No me gus ta., «So y el dueñ o de mi destino» y todo eso. Tengo libre albedrío, Potty. Sé que lo tengo... Puedo notarlo. —Me ima gino que cada neu tro nci llo de una bomba atómica piensa lo mismo. Puede hacer ¡blam! o puede quedarse quieto, tal como desee. Pero de todas ma
—¿Es es oé crees malo ? Tres de lo s may ores se —¿Tú qu jun tar on en 1929 y la de pre sió n cas i nos arruinó... aimque el ciclo largo de los 54 años estaba manteniendo las cosas. Ahora tenemos ese grande en el punto crítico y las pocas crestas que no van a juntarse no son cosas que nos vayan a ayudar. Lo que quiero decir, es que los cienpiés y la gripe no nos sirven para nada. Meade, si las estadísticas sirven para algo, todo esto se resume en que este viejo y cansado planeta no ha visto un momento como
yneras la bomba la mecánica estalla... estadística que es a lo funciona, que voy. ¿Ves algo raro aquí, Meade? Estudió el gráfico, tratando de no de jar que las lín eas zigz aguea ntes la con fundiesen. —Par ecen ap elo ton ars e al lado de recho. — ¡Ya lo creo que lo hacen! ¿Ves est a
caban la llevaba al oeste en coche de aLos casa.Angeles, Cuandodijo; se acer —¿Potty? —¿Qué, Meade? —¿Qué pod em os hacer? —¿Qué pue de hac er uno con tra un hu racán? Te tapas las orejas. ¿Qué puede hacer uno contra una bomba atómica? Tratar de evitarla, no estar en el punto
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manzana. éste desde Estoy que Eva asustado. hizo la broma de la —Potty, ¿no te es tá s sim ple me nte rien do de mí? —le contempló atentamente el rostro—. Sabes que no puedo comprobar lo que dices. —Ojalá fuera así . No, Meade, no sé bromear con números; nunca lo haría. Así están las cosas. 1962: el Año Impor tante. Meade estaba muy callada mientras
donde estalla. ¿Qué otra cosa se puede hacer? —Oh —^permaneció en sil en cio dura nte unos momentos, luego añadió—: Potty, ¿me dirás hacia donde saltar? —¿Cómo? ¡Oh, seguro! Si es que pue do averiguarlo. La llevó hasta la puerta, y se volvió para irse.
viera fueron casados hoy por el obispo Dalton en una ceremonia televisada con la ayuda de la novísima cámara de la Ma rina de Guerra... Mientras el Año Importante proseguía. Breen se tomó el melancólico placer de añadir los datos que probaban que la cur va estaba siguiendo el curso previsto. La Guerra Mundial no declarada continuaba
— ¡Potty! —dij o—dij ella.o vo lv ién do se ha —¿Sí, Meade? cia ella. Tomó su cabeza entre sus manos, la sacudió, y luego le besó apasionadamente en la boca. —Ya está , ¿es es to un dat o es ta dí s tico? —Pues no. —^Así es tá m ejo r —dijo ell a amen aza doramente—. Potty, creo que voy a cam biar tu curva.
su sangriento y tortuoso caminodelen martiri media docena de pimtos alrededor zado globo. Breen no seguía su desarro llo; los titulares de los periódicos resul taban evidentes de por sí. Se concentró en los hechos extraños de las últimas pá ginas de los periódicos, en los hechos que, tomados en sí mismos, no significaban nada, pero que juntos mostraban una tra yectoria desastrosa. Hacía listas de los precios de la Bolsa, de las mediciones pluviométricas, de las previsiones de trigo, pero los datos que realmente eran los de que la II «temporadale defascinaban las tonterías». Claro siempre había habido humanos que esta Los RUSOS RECHAZAN LA NOTA DE LA ONU ban constantemente haciendo tonterías, Los DAÑOS DE LA INUNDACIÓN DEL MISSOURI pero ¿en qué momento se había conver EXCEDEN EL RÉCORD DE 1961 tido en común esa tontería? ¿Cuándo, por E l M esí as del M i ssi ssi pp i desaf ía a los ejemplo, habían sido aceptadas las mode TRIBUNALES los profesionales, con aspecto de zombies, C onvención n u d is t a invade l a playa de como ejemplos de la feminidad norteame BAILEY ricana? ¿Cuáles eran los pasos que lleva Las conver sac i ones ch ino b rit án icas si ban de la Semana Nacional contra el Cán guen en punto m uert o cer a la Semana Nacional contra los Sa S e anuncia un arm a más rápi da que l a luz bañones? ¿En qué día había abandonado E l ti fón regresa a M ani l a S e celeb ra u na bo da en e l fo ndo del Hudson
finalmente el pueblo norteamericano el sentido común? Fijémonos en el travestismo. Las ves timentas masculinas y femeninas eran ar Nueva York, 13 de julio: En un traje bitrarias, pero habían parecido profunda de buceo para dos, especialmente cons mente arraigadas en la cultura. ¿Cuándo truido, Merydith Smithe, bien conocida había comenzado la ruptura? ¿Con los tra jo ven de la alta so cied ad y el prí ncip e je s ma scu lin os de Marlene Dietr ich? Ha Augie Schleswieg de Nueva York y la Ricia finales de los años 40, no había nin el año final / 39
gún artículo de la vestimenta “masculi na" que las mujeres no pudieran usar en público... pero, ¿cuándo habían comen zado los hombres a atravesar la línea? ¿Debía contar a los enfermos psicológi cos que habían hecho famosos algunos lu gares de Greenwich Village y Hollywood mucho antes de esta eclosión? ¿O no per tenecían aquellos «adelantados»a la cur va? ¿Comenzó desconocido hombre normaltodo quecon al algún ir a un baile de disfraces descubrió que en realidad las faldas eran mucho más confortables y prácticas que los pantalones? ¿O había comenzado con el resurgimento del na cionalismo escocés reflejado por el uso del faldellín nacional por muchos norte americanos de ascendencia escocesa? ¡Pregúntenle a un lemingo sus moti vos! El resultado estaba frente a él, un artículo de periódico. El travestismo en tre los prófugos del servicio militar ha
gunos cultos paranoides en Los Angeles, que se hacía tal cosa, pensó Breen. El pastor decía que la ceremonia era idén tica a «la danza de la alta sacerdotisa» del antiguo templo de Kamak. Quizá fuera así, pero Breen tenía su propia información acerca de que la «sacerdotisa» había estado trabajando en night-clubs y variedades antes de su ac tual empleo. En buen cualquier caso,estaba lo cierto era que aquel hombre te niendo un éxito loco, y aún no había sido detenido. Dos semanas más tarde, ciento nueve congregaciones de treinta y tres estados ofrecían atracciones similares. Breen anotó estos datos en sus curvas. Esta extraña locura no parecía tener relación con el asombroso incremento de cultos evangélicos disidentes que se exten dían por el país. Estas sectas eran since ras, dedicadas y pobres; pero en incre
bía, porenfin, terminado con unenarresto masivo Chicago que culminó un gi gantesco juicio conjunto... en el que el ñscal se presentó con un delantal de vo lantes y desafió al juez a someterse a un examen médico que determinase su ver dadero sexo. El juez sufrió un ataque al corazón y se desplomó muerto, y el juicio fue pospuesto... pospuesto por siempre, en opinión de Breen; dudaba que alguien volviera de nuevo a intentar resucitar el asunto. O hacer cumplir las leyes en contra de
mento Ahora estaban cre ciendo desde como la la guerra. levadura. Parecía de una certeza estadística el hecho de que los Estados Unidos estaban cayendo en una época de búsqueda reli giosa. Correlacionó esto con el Trascendentalismo y con la tendencia de los San tos del Ultimo Día. Hum, sí, coincidía. Y la curva estaba subiendo hasta un má ximo.
la indecencia en lugares públicos.públicos, La ten tativa de limitar los strip-tease ignorándolos, había acabado con toda fuer za que pudiera tener tal ley. Ahora llegaba un informe de que la Secta Comunal de Todas las Almas de Springfield en la que el pastor había reinstituído el nudismo ceremonial. Probablemente era la primera vez en un millar de años, descontando al
de millones bonosdedeguerra guerra;venían los casa mientos de de tiempo re flejados en el alto punto máximo de la población escolar de Los Angeles. El Río Colorado sufría una sequía record y las torres del Lago Mead se alzaban muy por encima del nivel del agua. Pero los habi tantes de Los Angeles cometían un suici dio comunal al regar sus jardines como
40 / robert a. heinlein
Se acercaba la fecha de pago de miles
habitualmente. Los funcionarios de la Co misión Metropolitana de Aguas trataron de impedirlo. Se encontraron con la oposición de las fuerzas de policía de cincuenta ciudades «soberanas». Los grifos siguieron abiertos, goteando el fluido vital del paraíso del desierto. Las cuatro convenciones de los parti
rada que se extendía a todo lo largo de la costa oeste. El Pelée y el Etna entraron en erup ción. El Mauna Loa seguía aún tranquilo, por el momento. Parecía que diariamente aterrizaban platillos volantes en cada uno de los es tados. Nadie había mostrado aún uno de ellos en tierra... ¿O acaso el Departamento
dos regulares; Sudistas, Normalísimos y Demócratas, Republicanos atrajeron poca atención, porque los Ignorantes no se habían reunido aún. El hecho de que la «Congregación Americana», como pre ferían ser llamados los Ignorantes, cla mase no ser un partido sino una sociedad educativa, no restaba nada de su potencia. Pero, ¿cuál era su potencia? Sus inicios habían sido tan oscuros que Breen tuvo que ir a rebuscar entre los datos de di ciembre para hallarlos, y sin embargo ya le habían sugerido en dos ocasiones que
de Defensa habíamuy censurado la noticia? Breen no estaba satisfecho con los informes extraoficiales que había logrado obtener. El contenido alcohólico de mu chos de ellos había sido muy alto. Pero la serpiente marina de la Playa Ventura era real; él la había visto. En cambio, no estaba en posición de verificar lo del tro glodita de Tennessee. Treinta y un accidente aéreos en las rutas nacionales en la última semana de juli o... ¿Era sab ota je, o era una curva cre ciente en un gráfico? ¿Y esa epidemia de
se oficina; unieseuna a ellos, vez justamente por el jefe,en y su otramisma por el botones. No había sido capaz de trazar la curva de los Ignorantes. Le producían escalo fríos. Fue tomando nota de los centíme tros de columna de prensa que se les de dicaban; halló que la información sobre los mismos decrecía mientras, obviamen te, su número se incrementaba vertiginosa mente. El Krakatoa estalló el 18 de julio. Dio tema para la primera emisión importante
neopolio queYork? se extendía desde elSeattle hasta Nueva ¿Había llegado tiem po de una nueva plaga? Los gráficos de Breen así lo afirmaban. Pero, ¿y si fuera guerra bacteriológica? ¿Podía un gráfico indicar cuando un bioquímico eslavo ha bría perfeccionado un virus y vector de transporte eficiente con que trasladarlo al corazón de América? ¡Tonterías! Pero las curvas, si significaban algo, era porque incluían el «libre albedrío»; daban la media de todos los «albedríos» indivi
de sobre to televisión las puestas a través de delsol, Pacífico. sobre Su la cons efec tante solar, sobre la temperatura media y sobre la caída de lluvia no se notaría hasta finales del año. La falla de San Andrés, con sus ten siones no mitigadas desde el desastre de Long Beach en 1933, continuó incremen tando su inestabilidad: una herida no cu
resultado duales de era un una universo función estadístico; exacta. yCada el mañana, tres millones de «libres albe dríos» se dirigían hacia el centro de la megápolis de Nueva York; cada tarde, sa lían de nuevo de ella... Todo gracias a su «libre albedrío», y siguiendo una exacta y predecible curva. ¡Pregúntaselo a un lemingo! Pregúnel año final / 41
táselo a todos los lemingos, vivos o muer tos. ¡Que lo pongan a votación! Dejó a un lado su agenda y telefoneó a Meade: —¿Hablo co n m i dat o es ta dí st ic o fa vorito? — ¡Potty! Es tab a pen san do en tí. —Natu ralm ente . Es la no che en que salimos juntos. —Sí, pero tam bié n por otr a razón. Potiphar, ¿has visto alguna vez la Gran Pi rámide? —Ni siq uier a he est ad o en las Catara tas del Niágara. Estoy buscándome una mujer rica, para así poder viajar. —Ya te avi saré cuan do tenga mi pri mer millón, pero... —Es la prim era vez que te me decla ras esta semana. —Cállate. ¿Has est ud iad o algu na vez las profecías que encontraron en el inte rior de la pirámide? —Esc ucha , Meade, to do es o es tá en la misma categoría que la astrología: justo para los crédulos. Despierta ya. —Sí, natu ralm ente . Pero, Potty , pen sé que te interesaba todo lo extraño. Y esto es extraño. —Ah, perdón . Si es un «bulo de ve rano», Veámoslo. —De acuerdo . ¿Tengo que coc ina r esta noche? —¿Acaso no es mi érco les ? —¿Cuándo pasa rás por aquí? Miró a su reloj. —Te reco geré en on ce mi nu tos —Se palpó las mejillas—. No, en doce y medio. —Est aré preparada. La se ñor a M egeath dice que el que salgamos con regularidad significa que te vas a casar conmigo un día de estos. —No le pr est es ni la má s mí nim a aten 42 / robert a. Heinlein
ción. Es un puro dato estadístico, y yo soy im dato salvaje. —^Ah, bueno , de tod as mane ras ya tengo doscientos cuarenta y siete dólares para comenzar ese millón. Hasta luego. Lo que le quería mostrar Meade era la habitual propaganda Rosacruz, cuidado samente impresa, incluyendo una fotogra fía (retocada, de eso estaba seguro) de la tan disputada línea en la pared del co rredor que se decía que profetizaba, con sus diversas discontinuidades, todo el fu turo. Esta tenía una escala de tiempos poco habitual, pero en ella venían seña lados los principales acontecimientos: la caída de Roma, la invasión normanda, el descubrimiento de América, Napoleón, las guerras mundiales. Lo que le daba interés era que, repen tinamente, se detenía: en 1962. —¿Qué te pare ce, Potty? —Me im agi no que el que labra ba es as piedras se cansó. O lo despidieron. O que contrataron a un nuevo sumo sacerdote con distintas ideas. —^Metió el folleto en su escritorio—. Gracias. Ya pensaré como incluirlo en mis datos. Pero lo sacó de nuevo, y tomó una re gla y una lupa. —^Aquí dic e —^anunció—, que el fin lle gará a últimos de agosto, a menos que esto sea una cagada de mosca. —¿Por la mañ ana o por la tarde? Me gustaría saber como tengo que vestirme. —Se lleva rán zapa tos. Tod os lo s hi jo s de Dios tienen zapatos —Dejó de nuevo el folleto. Ella permaneció en silencio durante un momento, y luego dijo: —Potty , ¿no es ya hora de sal tar a un lado? —¿Cómo? Muchacha, no dej es que esa cosa te afecte. Son puros «bulos de ve rano».
—Sí. Pero mira tu gráfico. No obstante, pidió que le dejaran libre la siguiente tarde, y la pasó en la biblio teca central, en la sala de referencias, con lo que confirmó su opinón de los agore ros. Nostradamus era pretenciosamente estúpido. La Madre Shippey era aún peor. En cualquiera de los casos uno podía en contrar lo que quisiera. Halló un dato en Nostradamus que le gustó: «El Oriental vendrá desde su sede... Atravesará el cielo, las aguas y la nieve, y golpeará a cada uno con su arma». Esto sonaba como lo que el Departa mento de Defensa pensaba que los comu nistas tratarían de hacer a los Aliados Oc cidentales. Pero también era una descripción de toda invasión que había salido del “cora zón del planeta", a lo largo de la historia. ¡Bobadas! Cuando regresó a casa, se encontró to
lares para compensar a Thomas Jefferson Meeks por las pérdidas sufridas mientras era cartero de emergencia en la época de agobio de Navidades del 1936, aprobó el nombramiento de cinco tenientes genera les y un embajador y finalizó sus sesiones en menos de ocho minutos. Los extintores de incendios de un or felinato del oeste medio resultaron estar llenos tan solo de aire. El entrenador de uno de los equipos de fútbol americano más importantes inició una recolecta para enviar mensajes de paz y vitaminas al Politburó. El mercado de valores cayó en dieci nueve puntos y los teletipos llevaban un retraso de dos horas. Wichita, en Kansas, seguía inundada mientras Phoenix, en Arizona, imponía res tricciones en el agua potable a las áreas situadas fuera de los límites de la ciudad. Y Potiphar Breen se dio cuenta de que
mando las Revelaciones. la Biblia deNosu pudo padre hallar y buscando nada que comprendiese, pero quedó fascinado por el continuo uso de números exactos. Luego, hojeó el libro. Su mirada se detuvo en: «No alarde es de lo que harás en el futuro; porque no sabes lo que te traerá un nuevo día». Dejó la Biblia a un lado, sinténdose pequeño, y nada animado.
sión se había de Meade dejado elBarstow. impermeable en la pen Telefoneó a la dueña de la misma, pero la señora Megeath pasó la llamada a Meade. —¿Qué es tás hac ien do en cas a en vier nes? —le preguntó. —El encar gado me ha des ped ido . Aho ra, tendrás que casarte conmigo. —Es o es im po sib le. Meade... en serio , ¿qué ha sucedido? —Es tab a di sp ues ta a aban dona r aquel sitio, de todas maneras. Durante las últi mas seis semanas lo único que ha produ cido dinero ha sido la máquina de vender palomitas de maíz. Hoy estuve viendo dos veces La h is to ri a de Lana Tur ne r. No ha bía trabajo. —Voy para ahí. —¿Once min uto s? —Es tá llo vien do. Veint e... con suerte . Fueron casi sesenta. La Avenida Santa
Las lluvias comenzaron a la mañana siguiente. Los fontaneros eligeron a la señorita Star Morning «Miss Lavabos y Excusados de 1962» el mismo día en que los emplea dos de pompas fúnebres la elegían «El Cuerpo Que Más Nos Gustaría Embalsa mar», con lo que su opción a contrato fue rescindida por Fragantes Films. El Congreso votó la suma de 1,37 dó
el año final / 43
La revolución necesita gotas de sudor, gotas de sangre y gotas de tinta. -Y a s s e r
A rafat
GASBOfi i=EY
Las noticias y artículos de los periódicos, debido a su forzosa brevedad, siempre de jan al lector interesado en los sucesos de la historia contennporánea con el ansia de saber más sobre un hecho determinado. Gaspar Rey no sólo nos documenta sobre el srcen de los movimientos revoluciona rios palestinos sino también de su organi zación y actividades, del papel que han ju gado países árabes apoyo freno de loslosguerrilleros, de lacomo política de oocupa ción de Israel, etc., hasta los sangrientos días de la batalla de Ammán, que el autor nos relata en forma de apuntes de diario que iba tomando mientras las luchas se desarrollaban alrededor suyo durante su es tancia en aquella capital.
la lucha de un pueblo en busca de una patria
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Mónica era un río apenas navegable. La Avenida Sunset un atasco. Cuando trató de vadear los arroyos que llevaban a la casa de la señora Megeath, se dio cuenta experimentalmente de que el cambiar un neumático con la rueda apoyada contra un recolector de aguas, presentaba algu nos problemas. — ¡Potty! —excla mó ell a cuan do entró
mitió conservar mi trabajo durante tres meses más. ¿No te parece bien? —Bueno , sie nt o que lo hic iera s, eso es todo. Olvídalo. Meade, el agua está ya sobre la acera ahí fuera. —Lo me jor será que te qued es aquí esta noche. —Hum... No me gus tarí a dejar a Entropía aparcado toda la noche en el agua.
chapoteando—. Al pronto, sePareces halló arrebujado una rata ahogada. en una bata que había pertenecido al difunto se ñor Megeath y sorbiendo cacao caliente mientras la señora Megeath secaba sus ro pas en la cocina. —Meade, yo tam bié n es to y sin emp leo. —¿Cómo? ¿Has deja do el trabajo? —No exa ctam ente . El vi ejo Wile y y yo hemos tenido diferencias de opinión sobre mis respuestas durante meses... Había de masiados factores de incertidumbre en los datos que le suministraba para los clien
¿Meade? —¿Sí, Potty? —Los dos es tam os sin trabajo . ¿Que te parecería si nos escapásemos hacia el norte, hacia el Mojave, y tratásemos de hallar un lugar seco? —Me encan taría. Pero oye, Potty , ¿es una proposición honesta o deshonesta? —No me ven gas con las argu ment acio nes de «blanco-o-negro». Es tan solo una sugerencia para que nos tomemos unas vacaciones. ¿Quieres llevarte una cara bina?
tes. masiado Creíapesimista. que me estaba mostrando de — ¡Pero tie nes razón! —¿Desde c u á n d o el ten er razón ha puesto a buenas a un hombre con su jefe? Pero no ha sido por eso por lo que me ha despedido; eso fue sólo la excusa. De sea a alguien que esté dispuesto a apoyar el programa de los Ignorantes con papa rruchadas pseudocientíficas, y yo no es tuve dispuesto a aceptar —Se acercó a la ventana—. Llueve más fuerte. —Pero los Igno ran tes no tie nen pro
•—No. —Ent onc es prepara una maleta . —Ahora m ism o. Pero, ¿qué quieres que ponga en la maleta? ¿Estás tratando de decirme que ya es hora de saltar? La miró, y luego llevó la vista a la ventana. —No lo sé —dijo len tam ent e—, pero esta lluvia puede proseguir bastante tiem po. No te lleves nada que no necesites... pero no dejes nada de lo que luego no vayas a poder prescindir. Recuperó sus ropas de la señora Me geath mientras Meade estaba arriba. Des grama —Yaalguno. lo sé. cendió vestida con pantalones y llevando —Potty , deb ería s hab erte uni do a la dos grandes bolsas. Bajo uno de sus bra zos se veía un viejo y maltrecho oso de organización. Es una cosa sin consecuen peluche. cia alguna. Yo lo hice hace tres meses. —Es te es Winn ie —dijo. — ¡Infiernos! —¿Winnie el Pooh? Ella se alzó de hombros. —No, Winnie Churchill. Cuando es toy —Pagas tu dólar y vas a un par de reuniones y te dejan tranquila. Me per deprimida, me promete sangre, sudor y el año final / 45
lágrimas. Entonces me siento mejor. Me dijiste que trajese todo aquello de lo que no pudiese prescindir, ¿no? —Lo miró an siosamente. —De acuerdo. Tomó las bolsas. La señora Megeath había parecido satisfecha con la informa ción de que iban a visitar una «mítica» tía de él en Bakersfield antes de buscar
bros y ropas, y lo cubrió con todas las mantas de la casa. Subieron por las re chinantes escaleras para dar una última mirada. —Potty , ¿dónd e es tá tu gráfico? —Enr rolla do detr ás del as ien to tra sero. Bueno, supongo que esto es todo... ¡Hey, espera un momento! —Fue a una estantería sobre su escritorio y comenzó
empleo. Nocon obstante, cohibido al despedirlo un besolo ydejó pedirle que «se cuidase de su muchachita». La Avenida Santa Mónica estaba blo queada, y no se podía transitar por ella. Mientras estaban detenidos por el tráfico en Beverly Hills, trató de encontrar algo con la radio del coche, consiguiendo chi llidos y sonidos restallantes, y al final una estación cercana: —... en efe ct o —decía una voz seca, chillona y tartamudeante—, el Kremlin nos ha dado hasta el anochecer para aban donar la ciudad. Este es el corresponsal de Nueva York, que piensa que en días como estos, todo norteamericano de bien debe procurar tener sus armas a punto. Y ahora, unas palabras de nuestro... Breen apagó la radio y miró al rostro de ella. —No te preo cup es —dijo— . L l e v a n hablando así durante años. —¿Crees que est án e c h á n d o s e un farol? —No he dicho eso. He dicho: «No te preocupes». Pero lo que él recogió, con la ayuda de ella, era claramente un «equipo de su pervivencia»: alimentos enlatados, ropa de invierno, un rifle de caza que hacía dos años que no utilizaba, un equipo de primeros auxilios y el contenido de su botiquín. Metió los papeles de su escri torio en una caja de cartón, la puso en el asiento trasero junto con las latas, li
apecto recoger unasCasi pequeñas revistas as serio—. me olvido de mi de colec ción de E l as tr ón om o de l oe st e y los do cumentos de la As oc iac ión de ob se rv ad o-
46 / robert a. Heinlein
res de las estrellas variables.
—¿Para qué llev arlas ? —Me fal ta por lee r cas i un año de cada una. Quizá ahora tenga tiempo de hacerlo. —Hum... Potty, el con tem pla rte ley en do revistas profesionales no es la mejor idea que se me ocurre para unas vaca ciones. — ¡Sil encio , mujer! Tú tie ne s a Winnie, yo Se me calló llevo yestas. lo ayudó. El echó una mi rada de deseo a su calculadora eléctrica, pero decidió que ya era demasiado. Po dría arreglárselas con la regla de cálculo. Mientras el coche hacía olas por la ca lle, ella dijo: —Potty, ¿qué tal es tás de dinero? —¿Cómo? Sup ong o que bien . —Quiero decir que no s est am os yen do mientras los bancos están cerrados, y todo eso. —Le entregó su bolso—. Aquí tienes mi banco, no hay mucho, pero po demos Sonrió usarlo. y le dio unas palmadas en la rodilla. — ¡Buena chica! Yo tam bién lle vo mi banco encima; comencé a convertir todo lo que tenía en dinero contante y sonante a principios de año. —Oh. Yo liq uid é la cuen ta de mi ban co ju sto des pué s de con oce rte.
—¿Sí? Debe s hab erte tom ado mu y en serio mis teorías. —Sie mpre te tom o en seri o. El Cañón Mint era una pesadilla a diez kilómetros por hora, con la visibilidad limitada a las luces posteriores del ca mión que iba delante. Cuando se detuvie ron para tomar café en Halfway, firmaron lo que un parecía evidente: el con Puer to de Cajón estaba cerrado y el tráfico de la Carretera 66 estaba siendo desvia do por un puerto secundario. Al fin, mucho después, alcanzaron la desviación de Victorville y dejaron atrás gran parte del tráfico; lo que era una bue na cosa, porque el limpiaparabrisas del lado del conductor había dejado de fun cionar, y estaban conduciendo por el sis tema de comité. Llegando a Lancaster, ella dijo repen tinamente: —Potty , ¿es tá es te cachar ro pro vis to de snorkel? —No. —En ton ces lo m ejo r será que nos de tengamos. Veo una luz al lado de la carre tera. La luz era un motel. Meade solucionó el dilema entre el ahorro y los convencio nalismos firmando ella misma en el libro de registro; les dieron un solo aparta mento. Vio que habían dos camas y dejó correr el asunto. Meade se fue a la cama con oso deunpeluche sinbuenas siquieranoches. pedir que su le diera beso de Ya estaba amaneciendo un día gris y hú medo. Se levantaron a media tarde y decidie ron quedarse otra noche más, y luego se guir al norte, hacia Bakersfield. Se decía que un área de altas presiones se estaba dirigiendo al sur, apartando la masa hú
meda y cálida que se hallaba sobre la California del Sur. Preferían esperar a que esto ocurriese. Breen hizo que le repara sen el limpiaparabrisas y compró dos neu máticos nuevos para reemplazar el de recambio que ya había utilizado, añadió algunos artículos de camping a su carga y le compró a Meade una automática del calibre 32, una pistola muy adecuada para una—¿Y dama dequé sociedad. es to es? —de seó sab er ella. —Buen o, est ás llev and o enci ma una cierta cantidad de dinero. —Oh, pe ns é que quizá fuer a para evi tar que te propasases. —Esc ucha , Meade... —Déjal o correr. Gracias, Potty. Habían terminado de cenar y estaban metiendo en el coche las compras recién hechas cuando les alcanzó el terremoto. Doce centímetros y medio de agua en veinticuatro horas, más de tres mil mi llonesfalla de toneladas de masa caídas sobre una que ya estaba en extrema ten sión, provocaron una ruptura que se anun ció con un rugido subsónico que retorcía los estómagos. Repentinamente, Meade se encontró sentada en el suelo mojado; Breen per maneció en pie bailando como un made rero sobre un tronco en el río. Cuando el terreno se calmó un poco, treinta segun dos más tarde, la ayudó a ponerse en pie. —¿Es tás bien? —Tengo los pan tal one s emp apad os —dij o ella ásp eram ente —. Pero, Potty, nunca hay un terremoto en tiempo hú medo. Nun ca. Tú mismo lo has dicho. —Calla un mo me nto , ¿pued es? —Abrió la puerta del coche, y encendió la radio, esperando impacientemente a que se ca lentase: el año final / 47
—Su es ta ci ón de rad io Su ns hin e en Riverside, California. Permanezcan en nuestra sintonía para oír las últimas noti cias. En este momento es imposible dar cuenta de la extensión del desastre. El acueducto del Río Colorado se ha roto; no se sabe nada de la cuantía de los da ños o del tiempo que llevará repararlo. Por lo que sabemos, el acueducto del va se aconseja lle del Río Owens a todasquizá las personas esté intacto, del pero área de Los Angeles no malgastar agua. Mi con sejo personal es llenar todos los cacha rros que tengan a mano con el agua de la lluvia. «Ahora voy a leerles las intrucciones para casos de desastre: “Hiervan el agua antes de bebería. Permanezcan tranquilos en sus casas y no se dejen llevar por el pánico. No congestionen las carreteras. Cooperen con la policía y den...” ¡Joe! •(Contesta al teléfono! “...den la ayuda que se les solicite cuando sea necesario. No usen el teléfono excepto para...” ¡Noticia de última hora! Según un informe no con firmado llegado de Long Beach se dice que la costa de Wilmington y San Pedro está sumergida bajo metro y medio de agua. Repito, que no se ha podido con firmar esto. Y aquí hay ún mensaje del general al mando del Campo March: ”Nota oficial; todo el personal militar se presentará...”. Breen apagó la radio. —Méte te en el coch e. Se detuvieron en el pueblo y lograron comprar seis bidones de veinte litros y una lata. Los llenó con gasolina y los co locó en el asiento trasero, rodeándolos con mantas, coronando el lío con una do cena de latas de aceite. Reanudaron la marcha. —Qué es lo que vam os a hace r, Potiphar? 48 / robert a. heinlein
—Quier o ir hac ia el oe st e de la aut o pista del valle. —¿A alg ún pu nt o en esp ecia l? —Creo que sí. Ya ver em os. Tú es cu cha la radio, pero también fíjate en el ca mino. Toda esa gasolina ahí detrás me pone nervioso. Atravesaron la ciudad de Mojave y se dirigieron al noroeste, por la 466 hacia las Montañas Tehachapi. Se oía mal la radio en el desfiladero, pero lo que pudo escuchar Meade confir mó su primera impresión: había sido peor que el terremoto del 1906, peor que lo de San Francisco, Managua y Long Beach ju nt os. Cuando llegaron a las montañas, el tiempo se estaba aclarando en aquellos contornos; aparecieron algunas estrellas. Breen salió hacia la izquierda de la auto pista y rodeó Bakersfield por la carretera local del sur y llegó a la superautopista 99, justo al sur de Greenfield. Como ya se había temido, estaba abarrotada de refugiados. Se vio obligado a seguir con la caravana tres o cuatro kilómetros an tes de poder salir hacia el oeste en Green field, hacia Taft. Se detuvieron en los su burbios oeste de la ciudad y comieron en un local que permanecía abierto toda la noche. Iban a subir de nuevo al coche cuando, repentinamente, «salió el sol» hacia el sur. La rosácea luz se expandió casi instantá neamente, llenó el cielo, y se apagó. Don de había estado, se elevaba ahora una co lumna roja y púrpura, que formaba un hongo en su cima. Breen la contempló, miró a su reloj, y dijo secamente; —Métet e en el coch e. —¡ Potty, es o ha sid o en...!
—En lo que fue Los Angele s. ¡Métete en el coche! Condujo en silencio durante varios mi nutos. Meade parecía estar en un estado de shock, incapaz de hablar. Cuando les llegó el sonido, miró de nuevo su reloj. —Se is mi nu tos y die cinu eve seg undo s. Exactamente. —Potty, debíamos habernos traído a
Breen, sacó su pequeña pistola de señora, apuntándola al rostro del hombre y apre tó el gatillo. Breen pudo ver el fogonazo frente a su mismo rostro, pero ni se en teró del ruido del disparo. El hombre pareció asombrado, con un redondo y aún no ensangrentado orificio en su labio su perior; luego, lentamente, se desplomó hacia atrás.
la señora Megeath. —¿Cómo íba mo s a sab er que ocurr i
ría esto? —le contestó él irritado—. De todas maneras, uno no puede trasplantar un árbol viejo. Si estaba allí, ni ha debido enterarse. —¡Oh, as í lo espero ! —Ya será ba sta nte di fíci l que pod am os ocuparnos de nosotros mismos. Toma la linterna y estudia el mapa. Deseo girar hacia el norte en Taft, para ir hacia la costa. —Sí, Potiphar .
— ¡ A c e l e r a ! —dijo Meade con voz aguda. Breen inspiró profundamente. —Pero... —¡Ponl o en marcha! ¡Acelera! Siguieron la carretera estatal que atra vesaba el Bosque Nacional Los Padres, deteniéndose en una ocasión para llenar el depósito con los bidones. Giraron hacia un camino de tierra. Meade seguía pro bando con la radio, y logró captar en una ocasión la emisión de San Francisco, pero con demasiada estática para poder escu
Se calló e hizo lo que le decía. La ra dio permanecía muda, incluso la estación de Riverside. Toda la banda estaba llena de una curiosa estática, parecida al soni do de la lluvia en ima ventana. Disminuyó la velocidad al acercarse a Taft, para que ella encontrase la des viación hacia el norte de la carretera es tatal, y doblaron por ella. Casi inmediata mente, saltó una figura a la carretera, frente a ellos, agitando violentamente los
charla.débil Luego, encontrar Salt Lake City, perologró nítida: —... dado que no hay in for me s de que nada lograse atravesar nuestra cadena de radares, se debe suponer que la bomba de la ciudad de Kansas debió haber sido colocada en vez de lanzada. Esta es tan solo una teoría, pero... Entraron en un profundo desfiladero y perdieron el resto. Cuando la radio vol vió a funcionar, se oía una nueva voz, autoritaria: —Mando de la De fen sa Aérea, retra ns
brazos. El hombre Breen pisó corrió a fondo al lado el freno. izquierdo del coche, golpeando con los nudillos el cristal. Breen lo bajó. Entonces, se quedó mirando anonadado la pistola en la mano del hombre. —Fuera del coch e —dijo con sequ edad el extraño—. Lo necesito. Meade se inclinó sobre las rodillas de
mitiendo de todas lashaemisoras. El rumor adetravés que Los Angeles sido al canzado por una bomba atómica carece totalmente de fundamento. Es cierto que la metrópolis del oeste ha sufrido un se vero terremoto, pero eso es todo. La ayu da del gobierno y la Cruz Roja ya se en cuentra allí para cuidar de las víctimas, pero, repito, no ha habido ningún ataque el año final / 49
atómico. Así que relájense, y quédense
en sus casas. Tales rumores criminales pueden hacerle tanto daño a los Estados Unidos como las bombas enemigas. Apár tense de las carreteras y permanezcan a la escucha para... Breen cerró la radio. —^Alguien —dijo amar game nte—, ha decidido una vez más que «Papá sabe lo las que noticias. hay que hacer». No nos dirán las ma —Potip har —dijo Meade, angu stia da—, eso fue una bomba atómica, ¿no? —Lo fue. Y ahor a no sa bem os si sól o ha sido en Los Angeles, y en la ciudad de Kansas, o en toda gran ciudad del país. Lo único que sabemos, es que nos están engañando. Se concentró en conducir el coche. El camino era muy malo.
era casi impracticable. Pero finalmente lograron subir a un promontorio desde el que casi se divisaba el Pacífico, y por fin descendieron a una hondonada en la que se encontraba la casa. —Todo s fuera, m u c h a c h a . Final de trayecto. Meade suspiró. —Es divino.
desayuno, —¿Creesmientras que poddescargo rás preparar las cosas? algo de Probablemente habrán troncos en el co bertizo. ¿Sabes encender un hogar? —Ya lo verás. Dos horas más tarde. Breen estaba en lo alto del promontorio fumando un ciga rrillo y mirando hacia el oeste. Se pre guntaba si aquello que veía en dirección a San Francisco sería un hongo atómico. Probablemente sería su imaginación, dada la distancia. Lo que era seguro, es que no se veía nada hacia el sur. Cuando comenzaba a amanecer, ella Meade salió de la casa: le dijo: — ¡Potty! —Potty , ¿sa bes a dónd e vam os? ¿O es —^Aquí estoy . que tan sólo estamos alejándonos de las Fue junto a él, le tomó la mano y son ciudades? rió, luego le quitó el cigarrillo y dio una —Creo que sé a dond e v am os. N o es toy larga chupada. Exhaló el humo, y dijo: perdido —^Miró a su alrededor—. En efec —S é que es pec am ino so dec irlo , pero to, aquí es. ¿Ves aquella colina, allá de me siento más en paz de lo que he estado lante, con los tres gendarmes siluetados? en meses. —¿Gendarmes ? —Lo sé. —Los grande s pil are s de roca. Son una —¿Vis te la s lat as de com ida que hay señal inconfundible. Ahora, hemos de en en la despensa? Podremos soportar un contrar un camino privado. Lleva a un invierno duro aquí dentro. pabellón de caza que pertenece a dos ami —Quizá teng amo s que hacer lo. gos míos; en realidad, se trata de un viejo —Sup ong o que sí. Des earía que tuv ié rancho, que no rendía económicamente. semos una vaca. —¿No les impo rtar á que lo uti lice mo s? —¿Qué harías con una vaca? Se alzó de hombros. —^Acostumbraba a ordeñ arla s ant es de —Si aparecen, ya se lo preg unta remo s. coger el autobús escolar, cada mañana. S i aparecen. Vivían en Los Angeles. También sé cómo matar un cerdo. El camino privado había sido, en otro —Trataré de enco ntra rte un cerdo. tiempo, un mal sendero de muías; ahora. —Si lo con sig ues , yo lo ahuma ré —^bos 50 / robert a. Heinlein
tezó—. De pronto, me siento horrible mente cansada. —Yo tam bién . Y no es extraño. —Vamos a la cama. —Uh, sí. ¿Meade? —¿Sí, Potty? —Quizá ten gam os que est ar aquí ba s tante tiempo. Lo comprendes, ¿no? —Sí, Potty.
—¿Cómo? Por to dos lo s infier nos, mu jer, quizá no s olv idá sem os ha sta de decir lo. Ahora, repite tras de mí: Yo, Poti phar, te tomo a tí, Meade...
—De hech o, no serhasta ía nada túpgrá ido el quedamos escondidos que es esos ficos comiencen a subir de nuevo. Ten drán que hacerlo, ¿sabes? —Sí. Ya me hab ía ima ginad o eso . Breen dudó, y luego prosiguió: —Meade, ¿quie res casa rte conm igo? —Sí —Se le acercó. Al cabo de un rato, él la apartó sua vemente, y dijo: —Cariño, cariño mío... Est o... Podría mos tomar el coche e ir a buscar a un sacerdote en algún pueblecillo.
RADIO DE ESCUCHA, PARA EMITIRLOS DOS VECES. B oletín ejecutivo n ú m e r o n u e v e :L as LEYES DE carreteras PREVIAMENTE HECHAS PÚBLICAS HAN SIDO IGNORADAS BN MUCHOS CASOS. Se ordena a l a s patrullas q u e DISPAREN SIN PREVIO AVISO, Y A LOS AGENTES DE LA LEY QUE CONDENEN A PENA DE MUERTE A TODO AQUEL QUE POSEA GASOLINA SIN AUTORIZACIÓN. L as NORMAS d e guerra bioló gica Y CUARENTENA DE RADIACIÓN ANTERIOR MENTE DICTAMINADAS DEBEN SER SEGUIDAS RÍGIDAMENTE. ¡VlVAN LOS ESTADOS U n IDOS! H arley J . N e a l , T eniente G eneral , J e f e
Ella lo crees miró fijamente. —¿No que es o no serí a mu y in te ligente? Quiero decir que nadie sabe que estamos aquí, y eso es lo que deseamos. Además, tal vez tu coche no pudiera vol ver a repetir ese camino. —No, no ser ía muy int elig ent e. Pero me gustaría hacer las cosas como Dios manda. —No impo rta, Potty . No im po rt a. —Bueno , ent onc es... Arrodí llate aquí conmigo. Diremos las palabras juntos. —Sí, Potip har —Se arr odil ló y tom ó
del P rovisional soras , REPÍTANLO
su mano. Breen cerró los ojos y rezó men talmente. Cuando los abrió, dijo: —¿Qué suced e? —Las piedr as me hac en daño en las rodillas. —Ent onc es, lo direm os de pie. —No. Mira, Potty , ¿por qué no vam os a la casa, y lo decimos dentro?
III O ficial : A l a s estaciones
dentro
d el
G obierno . T odas la s e m i d o s VECES.
E st a e s la cadena d e emisoras d e R aA merica L ibre . ¡D ifundid esto , m u ! E l G obernador B randley juró chachos h o y e l cargo d e P residente ante e l S e P rovisional R oberts , cretario d e J usticia según la l e y d e S ucesión . E l P residente n o m b r ó S ecretario d e E stado a T homas D ewey y a P a u l D ouglas como S ecretario DE D efensa . S u segundo acto oficial fu e d io
expulsar d e l E jército y ordenar s u arresto sona
, civil
n o t ic ia s
o
m ás
a l renegado p o r cualquier
N eal, per -
. S eguirán nuevas . D ifundid esto .
militar tarde
H o la . H o l a . CQ, CQ, CQ.A q u í W 5 KMR, F reeport . ¡QRR, QRR! ¿ M e escucha alguien ? ¿ A lguien ? E stamos muriendo como
el año final / 51
MOSCAS POR AQUÍ. ¿QuÉ HA PASADO? CO MIENZA CON FIEBRE Y UNA SED ENLOQUECE DORA, PERO UNO NO PUEDE TRAGAR. NECESI TAMOS AYUDA. ¿M e ESCUCHA ALGUIEN? HOLA, CQ 75, CQ 75.A q u í W5 K a E m e E r r e EMITIENDO QRR Y CQ 75. P aso a la escu c h a ... ¡D e quien s e a .'
E st a e s la hora d e l S eñor , patroci POR e l E lixir d e l C isne , e l tónico QUE convierte EN DICHOSA LA ESPERA POR EL R eino d e D i o s . V a n a o ír ustedes un MENSAJE DE ÁNIMO DEL JUEZ BROOMFIELD, VICARIO UNGIDO DEL REINO EN LA TIERRA. Pe ro p ri m ero, un b olet ín: enví en sus d o N o tra nativos A M ess iah , C li n t, Texas. ten de en v i arlos po r co rreo; m ándenl os POR UN m e n s a je ro DEL ReIN O O POR ALGÚN p e r e g r i n o q u e v i a j e h a c i a AQUÍ. Y AHORA, esc uc he n a l Cor o del Tabernácul o, se guido POR LA voz d el V ica rio e n la T ierra.. . nad a
...EL PRIM ER s ín to m a SON UNOS PEQUE ÑOS p u n t i t o s r o j o s e n l o s s o b a c o s . P i c a n . Coloque n inm ediat am ente a l os p acient es EN u n le c h o y m an tén g an los TAPADOS Y calientes. Luego, vayan a enjabonarse con N o sabe un cep il lo y usen una m ásc ar a. mos AÚN como se contagia. PASEN LA IN FORMACIÓN, E d.
...NO SE HA INFORMADO SOBRE NUEVOS ATERRIZAJES EN NINGÚN PUNTO DEL CONTI NENTE. Los POCOS PARACAIDISTAS QUE LOGRA RON ESCAPAR A LA MATANZA INICIAL, SE SU PONEN ESCONDIDOS EN LOS POCONOS. DISPA RE N AL VERLOS, PERO TENGAN CUIDADO; PO DRÍA SER LA TÍA TeSSIE. CORTO Y CIERRO. H as ta m añana a l m ed iodí a. ..
52 / robert a. Heinlein
Las curvas estadísticas estaban subien do de nuevo. Ya no le quedaba a Breen ninguna duda al respecto. Quizá ni si quiera fuera necesario quedarse en la Sierra Madre durante el invierno, aunque pensaba que lo mejor sería hacerlo. Sería estúpido el ser alcanzados por las últi mas oleadas de una epidemia que desapa recería, o muertos por un vigilante ner vioso, cuando eliminarían todoalgunos peligro.meses de espera Se dirigía hacia el promontorio para contemplar la puesta del sol y leer un rato. Miró su coche mientras pasaba jun to a él, pensando que le gustaría escu char la radio. Suprimió el deseo: ya ha bían gastado dos tercios de la reserva de gasolina simplemente en mantener la ba tería cargada para oír la radio; y aún esta ban en diciembre. Realmente, tendría que reducirlo a dos veces por semana. Pero significaba mucho para él el escuchar el boletín de ynoticias del mediodía Amé rica Libre luego mover el botón de durante unos minutos, para ver que otras cosas podía escuchar. Pero, durante los últimos tres días, América Libre no había emitido: quizá fuera a causa de las interferencias sola res, o tal vez un fallo en el suministro eléctrico. Pero, aquel rumor de que ha bían asesinado al Presidente Brandely... no lo había oído por la emisora de Amé rica Libre, pero tampoco había sido dene gado por ésta, lo cual era bastante signi ficativo. N o obstante, le preocupaba. Y aquella otra historia de que la mí tica Atlántida había emergido durante el período de los terremotos, y que las Azo res eran ahora parte de un pequeño con tinente... Casi con certeza se trataba de un recuerdo de las antiguas «serpientes de mar» de los periódicos en verano, pero
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le hubiera gustado oír algo más de aquel asunto. Con una cierta sensación de culpa, dejó que sus pasos lo llevaran al coche. No era honesto escuchar cuando Meade no es taba allí. Encendió la radio, giró lenta mente el botón, primero en un sentido, y luego en el otro, para recorrer total mente la banda. A todo volumen, no se oía ni una voz, tan sólo un terrible rugido de estática. Se lo tenía merecido. Subió al promontorio, se sentó en el banco que había ll evado hasta all í: su «banco del recuerdo», consagrado a la memoria del día en que Meade se había hecho daño en las rodillas con el suelo. Se sentó y suspiró. Tenía el estómago lle no de venado y maíz frito; sólo le faltaba tabaco para sentirse totalmente feliz. El color de las nubes del atardecer era espectacularmente bello, y el tiempo ma ravilloso para diciembre; ambas cosas, pensó, causadas por el polvo volcánico, tal vez con una cierta ayuda de las bom bas atómicas. ¡Era sorprendente ver como todo se derrumbaba, en cuanto se abría una grie ta! Y también lo era como todo se estaba recuperando, según parecían mostrar las señales. Una curva llega a su punto mí nimo, y entonces comienza a subir. La Tercera Guerra Mundial había sido la más corta de todas las grandes guerras: cuarenta ciudades desaparecidas, contan do Moscú y las otras ciudades enemigas, así como las americanas... Y luego, ¡plaff!, ninguno de ambos bandos había estado en disposición de continuar la lucha. Naturalmente, el hecho de que ambos contendientes hubieran lanzado su ataque principal sobre el Polo Norte durante uno de los peores momentos del clima ártico conocidos desde que Peary había inven 54 / robert a. heinlein
tado aquel lugar, tenía mucho que ver con el fin de la guerra, suponía. Era asombroso que siquiera alguno de los transportes de paracaidistas soviéti cos hubiera logrado llegar. Breen suspiró y se sacó del bolsillo el ejemplar de noviembre de 1961 del A st ró no m o de l oe ste . ¿Dónde estaba? Oh, sí. Algu nas no ta s so br e la es ta bi li da d de las estrellas tipo G con especial referencia al Sol, escrito por Dymkowski, del Ins
tituto Lenin y traducido por Heinrich Ley, F.R.A.S. Buen chico, ese ruso: un excelente ma temático. Aplicaba muy astutamente la teoría de las series armónicas, razonando sin fallo alguno. Breen comenzó a buscar la página en que estaba, cuando se dio cuenta de un pie de página que antes no había leído. Se refería al autor del artícul o: «Este tra bajo fue denunciado por Pr av da como “reaccionarismo romántico”, poco des pués de ser publicado. Desde entonces, no se ha sabido nada más del Profesor Dymkowski, y se puede suponer que ha sido liquidado.» ¡Pobre hombre! Bueno, de todas ma neras hubiera sido atomizado luego, jun to con los asesinos que lo mataron. Se preguntó si realmente el ejército habría acabado con todos los paracaidistas ru sos. El había matado su propia cuota: si no hubiera logrado cazar aquel venado a menos de medio kilómetro de la casa, y no hubiera regresado inmediatamente, Meade lo habría pasado mal. Los había matado por la espalda y enterrado detrás de la leñera. Se sentó para disfrutar de un poco de placer sólido. Dymkowski era una de licia. Naturalmente, ya se sabía de anti
guo que una estrella de tipo G, tal como el Sol, era potencialmente inestable; una estrella G-0 podía explotar, apartarse del diagrama de Russell, y terminar siendo una enana blanca. Pero nadie, antes de Dymkowski, había definido las condicio nes exactas para una tal catástrofe, ni había logrado construir la fórmula ma temática con que diagnosticar esa inesta
ciarios y cuaternarios, que daban exac tamente el momento de mayor posibi lidad. ¡Maravilloso! Dymkowski hasta asig naba fechas para los límites extremos de su yugo primario, como tenía que hacer cualquier estadístico que se preciara. Pero, mientras Breen repasaba los cálculos, su sensación pasó de intelectual
bilidad su descansar progreso. de la lec Alzó yladescribir vista, para tura, y vio que el sol estaba oscurecido por una delgada nube baja: una de esas condiciones poco usuales en las que el efecto de filtro es el exacto para permitir ver el sol con el ojo desnudo. Probable mente era polvo volcánico en el aire, se dijo, que actuaba cual si fuera un cristal ahumado. Lo miró de nuevo. O lo veía mal, o aquello era una tremenda mancha solar. Había oído hablar de que a veces se po
adopersonal. Djmikowski no estaba de cualquier estrella G-0. En lahablan parte segunda hablaba del mismo Sol, del Sol personal de Breen: el tiparrón ese de allá arriba con la gran peca en la cara. ¡Y era una peca tremendamente enor me! Un agujero en el que uno podía tirar a Júpiter sin producir oleadas. Ahora, lo podía ver todo miiy claro. Siempre se habla acerca de «cuando las estrellas se enfríen y también el Sol», pero este es un concepto impersonal, como el de la muerte de uno mismo.
dían ver a simple vista, pero nunca lo había logrado. Deseó tener un telescopio. Parpadeó. Sí, señor. Estaba allí, al lado derecho del sol. Una mancha enorme: no era extraño que la radio del coche sonase como un discurso de Hitler. Regresó al artículo, y continuó hasta acabarlo, sintiéndose ansioso por hacerlo antes de que faltase la luz. Al principio, su sensación era de puro placer intelectual ante el lógico razona miento matemático del escritor. Un dese
Breen comenzó a pensar en ello muy personalmente. ¿Cuánto tiempo tardaría, desde el momento en que se iniciase el desequilibrio, hasta que la oleada en ex pansión llegase a la Tierra? No podría saberlo sin realizar un cálculo, mediante las ecuaciones situadas frente a él. A pri mera vista, le parecía que sería una me dia hora el tiempo transcurrido desde el inicio hasta que la Tierra hiciera ¡fluff! Contempló la idea con suave melanco lía. ¿Nunca más? ¿Jamás? Colorado en una mañana fría... la carretera de Boston
quilibrio del sí, tres por ciento en standard; la cons tante solar: aquello era algo el Sol se convertiría en nova con un tal cambio. Pero Dymkowski seguía más allá. Mediante una nueva operación matemá tica a la que había denominado «yugo», delimitaba el período de la historia de una estrella en que esto podía suceder, rematándolo con yugos secundarios, ter
con el en humo de lasel hojas de otoño flo tando el aire... Condado de Bucks estallando en colorido en la primavera. Los aromas húmedos del mercado de pes cado de Ful ton: no, a quello ya había de saparecido. Café en el Mo rn ing Cali. Ya nunca más moras silvestres en una colina de Jersey, cálidas y dulces como labios. Amanecer en el Pacífico Sur con el suave el año final / 55
aire cual fresco terciopelo bajo la camisa y ningún otro sonido que el cloqueo del agua contra los costados de la vieja lan cha herrumbrosa... ¿Cuál era su nom bre? Hacía ya mucho tiempo: la Ma ry B re w st er .
Ya no más Luna si la Tierra desapa recía. Estrellas, pero nadie para contem plarlas. mirar las fechasdeque limita banVolvió el yugoa de probabilidad Dymkowski. «Tus ciudades de alabastro brillan, no veladas por...» Repentinamente, sintió necesidad de Meada y se puso en pie. Ella venía a su encuentro. — ¡Hola, Potty! Ya pu ed es veni r, sin correr peligro: he terminado de fregar los platos. —Deber e ajo ayuda —Tú haía ce shab el ert trab dedo. hombr e; yo el de mujer. Es lo correcto —Con una mano hizo visera sobre sus ojos—. ¡Qué puesta de sol! Deberían estar saltando volcanes por los aires durante todo el año. —Sié nta te , y la con tem pla rem os. Se sentó junto a él. —¿Te fijas en la man cha solar? Pue des verla a simple vista. Ella la miró. —¿Es eso un a man cha solar? Parece como si alguien le hubiese dado un mor disco. Volvió a mirarla, entonando los ojos. ¡Parecía aún mucho mayor! Meade se estremeció. —Tengo frío. Pása me el brazo por los hombros. Lo hizo con el brazo libre, mientras seguía teniéndole la mano con el otro.
56 / robert a. Heinlein
Er a mayor. La mancha estaba cre ciendo. ¿Y qué es la raza humana? Monos, pensó, monos con un toque de poesía, apiñándose y estropeando un planeta de segunda clase de una estrella de tercera. Pero, a veces, acababan las cosas con gran estilo. Se acurrucó contra él:
—Tengo —Pro nto frío. hará má s calor... Quiero de cir, que se te pasará el frío. —Potty , cariñ o —Miró ha cia arriba—. Potty, algo raro le está pasando a esta puesta de sol. —No, querida: al Sol. Contempló la revista, aún abierta fren te a él. 1739 y 2185. No necesitaba sumar las dos fechas y dividir por dos para lo grar una respuesta. En lugar de hacerlo, le apretó con fuerza la mano, dándose cuenta, con una inesperada y arrolladora sensación de pena que 1962 era el... Fin.
LA ULTIMA NOCHE DEL VERANO ALFRED COPPEL
El cuarto derramó su copa sobre ei Sol, y fuéle dado abrasar a los hombres con el fuego. Eran abrasados los hom bres con grandes ardores, y blasfema ban el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas; pero no se arrepin tieron para darle gloria. del de San Juan
Ardían fuegos en la ciudad. Con su casa a oscuras —la central eléctrica es taba abandonada por aquel entonces— Tom Henderson podía ver claramente los fuegos. Se reflejaban como fogatas contra la masa de humo. Se sentó en la oscuridad, fumando y escuchando la aguda voz del locutor que le llegaba por la radio portátil: —...las temp eratu ras med ias está n su biendo hasta máximas anormales en todo
y utilizaron todos los términos astrofísi cos que ni siquiera un hombre de cada dos millones se había preocupado jamás en comprender. Y lo que le decían al mundo era que, en la última noche del verano, moriría. Al principio, el incremento sería gra dual. Las temperaturas habían sido altas durante todo el verano. Luego, el 22 de septiembre, se produciría un repentino incremento en el calor producido por la
ma el mundo. registrada Parísayer nos de informa 42°... de Nápoles una máxi tuvo 45°... Los astrónomos predicen... El go bierno aconseja que la población civil per manezca en calma. Ha sido declarada la ley marcial en Los Angeles... La voz sonaba débil. Las pilas estaban ya muy gastadas. Y no es que importase. A pe sa r de to da nu es tr a pa lab re ría , pensó Henderson, este es el fin. Y no tenemos valor para enfrentarnos con ello. Real mente, era bien simple. Ni guerra de los mundos, ni colisión con otro planeta. Un
familiar bola roja delTierra cielo. alcanzaría La tempera tura superficial de la los 200° durante diecisiete horas. Luego, todo volvería a la normalidad. Henderson hizo una mueca al vacío. Volvería a la normalidad. Los mares, que habrían desaparecido en una gigantesca ebullición, se condensarían y caerían en forma de lluvia durante un mes o así, inundando las tierras, arrastrando toda traza de la civilización humana... que no hubieran ardido antes. Y, en un par de meses, la temperatura descendería otra
era todo. ligero incremento Los astrónomos en la temperatura. habían sidoEso los primeros en descubrirlo; y habían hecho declaraciones tranquilizadoras a la pren sa. El aumento de la temperatura sería pequeño. De un diez por ciento, con un error en más o en menos de unos pocos millones de grados. Hablaron de tensio nes superficiales, de presiones internas
vez pudiera hasta caminar un nivel por en ellaquesuperficie un hombre sin necesidad de ropa protectora contra el calor. Sólo que no quedarían muchos hom bres con vida. Tan sólo los afortunados que poseían talismanes de supervivencia, los discos metálicos que daban acceso a las Madrigueras. De una población de cua la última noche del verano / 59
tro mil millones, menos de un millón sobreviviría. El locutor parecía mortalmente can sado. Tiene por qué, pensó Henderson. Ha e st ad o en em is ió n du ra nt e di ez ho ra s o más sin que nadie lo sustituyese. Todos ha ce mos lo q ue p o d e m o s . Que no es mucho.
—...ya no se acep tan so lic itu de s para las Madrigueras... Espero que así sea, pensó Henderson. Había habido tan poco tiempo... Tres me ses. El que hubieran logrado construir las diez Madrigueras ya era bastante. Pero, después de todo, el dinero no había importado. Tenía que estar recordando siempre que las valoraciones antiguas no servían para este caso. No importaba ni el dinero, ni los materiales, ni siquiera el trabajo... Aquella antigua medida del co mercio. Tan sólo el tiempo. Y eso era lo que había faltado. —...la po bla ció n de Las Vegas ha sid o evacuada a varias minas del área... Bu en in te nt o, pe ro no se rvi rá , pensó Henderson lánguidamente. Si el calor no los mataba, lo haría el apiñamiento. Y, si eso también fallaba, entonces serían las inundaciones. Y, naturalmente, habrían terremotos. N o po d e m o s im ag in arn os una catástrofe de esta magnitud, se dijo a sí mismo. No es ta m o s eq u ip ad os ni m en tal ni físicamente para ell o. La única cosa que podía comprender un hombre eran sus propios problemas. Y aquella última no che del verano hacía que todos ellos pa reciesen insignificantes, diminutos, como si se estuvieran contemplando con un te lescopio puesto al revés. Lo si e n to p o r las niñas , pensó. Lorrie y Pam. Deberían haber tenido una opor tunidad de vivir. Notó una sensación de ahogo al pensar en sus hijas. Ocho y diez años son malas edades para morir. 60 / alfred coppel
Pero, ¿si no había pensado en ellas antes, por qué iba a hacerlo ahora, aun que hubiera un fin del mundo? Las había abandonado, y también a Laura. ¿Por qué? Por Kay y el dinero y un estilo de vida que desaparecería con un destello al llegar el alba. Todos danzaban su mi núsculo ballet en el borde del mundo mientras él permanecía sentado, vacío de objetivo o sensación, contemplándolos a través del telescopio invertido. Se preguntó donde estaría Kay ahora. Por toda la ciudad se estaban celebrando Fiestas Estelares. ¡Esta noche no hay lí mites para nada! Cualquier cosa que uno desee. Mañana... ¡bang! Nada prohibido, nada negado. ¡Esta es la última noche del mundo, muchacho! Kay se había vestido, si es que así se podía decir, y salido a la calle a las siete. — ¡No me voy a queda r aquí sim ple mente a esperar! —Recordaba la histeria de su voz, el estupor anonadado en sus ojos. Y luego a Tina y a las otras llegan do, algunas borrachas, otras sólo histéri cas por el terror. Tina envuelta en su abri go de armiño, bailando por la habitación y cantando con una voz aguda y quebrada. Y la otra chica, Henderson nunca podía recordar su nombre, pero la recordaría ahora por el tiempo que quedase: ves tida sólo con sus joyas. Diamantes, rubíes, esmeraldas; brillando y fulgurando a los últimos rayos del hinchado sol. Y las lá grimas rodando por sus mejillas mientras le rogaba que hiciera el amor con ella... Era una pesadilla, pero era real. El rojo sol que se sumergía en el Pacífico era real. Los incendios y los saqueos en la ciudad no eran sueños. Aquella era la forma en que se estaba acabando el mun do. Fiestas Estelares y asesinatos en las calles, y mujeres vestidas con piedras pre
ciosas, y lágrimas: un millón de litros de bado? La noche anterior, en casa de los lágrimas. Gilmans se había celebrado una ridicula Fuera se oyó un chirrido de neumáti Misa Negra llena de horror y de estupi cos y un choque, luego el tintineo de cris dez: la herm osa Louise Gilman tomand o tales y silencio. Calle abajo sonó un dis a sus invitados, uno tras otro, entre la paro. Se escuchó un grito que era parte destrozada vajilla y platería de la mesa risa y parte alarido. del comedor mientras su esposo estaba No ten go o bj e ti v o , pensó Henderson. medio muerto por una dosis excesiva de E st o y se nt ad o, m ir o y es pe ro el fin. Y la morfina. N u es tr o gru po, voz—...los de la que radiosesehalhizo Henderson. Ba nlen aún en lasmás madébil. drigu e queros, industriales,pensó gente que cuenta. ras sobrevivirán... En minas y cavernas... ¡Dios! Ya era bastante malo el morir; Los geólogos prometen un porcentaje de pero el morir sin dignidad, era aún peor. supervivencia del cuarenta por ciento... Y el morir sin propósito, era abismal. Detrás del telón de acero... Alguien estaba golpeando la puerta, Detrás del telón de acero, nada. Quizá arañándola, aullando. Siguió sentado. fuera instantáneo, y no siguiendo la cur — ¡Tom... Tom... So y Kay! ¡Déjame en vatura del mundo con la aurora. Natural trar, por Dios! mente que sería instantáneo. El sol se Quizá era Kay. Quizá lo era y debiera hincharía, oh, muy poquito, y ocho minu dejarla fuera. De bi er a co ns er va r los re stos más tarde los ríos, lagos, arroyos, los tos de dignidad que me quedan, pensó, y, al me no s, m or ir solo . ¿Cómo habría océanos, toda el agua, herviría subiendo al cielo... sido enfrentarse con había esto junto a Laura? ¿Diferente? ¿Acaso posibilidad de elegir? Me casé con Laura, pensó, y ta m De la calle llegó un hiriente grito repe bién me casé con Kay. Era fácil. Si un titivo. No era una mujer. Era un hombre. hombre podía conseguir un divorcio cada Estaba ardiendo. Un grupo callejero lo dos años, supongamos, y si vivía, diga había empapado en gasolina y prendido mos que hasta los sesenta y cinco... ¿Con con una cerilla. Lo seguían gritando: cuántas mujeres se casaría? Y, suponien — ¡Así será! ¡Así será! do que hubieran dos mil millones de mu Henderson lo contempló por la ven jer es en el mund o, ¿qué por cen taje del tana mientras corría con aquel grito uuu, total representaría? uuu, uuu, surgiéndole de la garganta. De — ¡Déjame entrar, Tom, ma ldit o seas! sapareció tras la esquina de la siguiente ¡Sé que estás ahí! Ocho y diez años de edad no son mucasa, seguido de cerca por sus atormen tadores. chos, pensó. Re al m en te , no so n mu ch os. E sp er o qu e las niñ as y Lau ra es té n a Podrían haber sido maravillosas muje salvo, pensó. Y luego casi se echó a reir. res... ¿Para yacer entre los restos y co A salvo. ¿Qué era estar a salvo ahora? habitar como animales mientras el sol se Quizá, pensó, debiera haber ido con Kay. preparaba a estallar? ¿Quedaba algo por hacer que le hubiera —¡Tom...! gustado realizar? ¿Matar? ¿Violar? ¿Al Agitó con fuerza su cabeza y apagó la guna sensación que aún no hubiera pro radio. Los fuegos de la ciudad eran mayola última noche del verano / 61
res y más brillantes. No eran srcinados por el sol. Alguien los había encendido. Se alzó y fue a la puerta. La abrió. Kay entró tambaleante, sollozando. —¡Cierra la puerta , oh, po r Dio s, cié rrala! Se quedó contemplando sus desgarra das ropas, lo que quedaba de ellas, y sus manos. Estaban enrojecidas con sangre. No sintió ni horror ni curiosidad. No ex perimentaba nada más que una repentina sensación de vacío. Nu nc a la am é, pensó repentinamente. Es a es la exp lica ción . Apestaba a licor y el maquillaje le manchaba todo el rostro. —Le di lo que quería —dijo en tono agudo—. El sucio cerdo que venía a mez clarse con los muertos para luego volver corriendo a la Madriguera... —Repentina mente, se echó a reír—. ¡Mira, Tom... mira! Alzó una mano ensangrentada. En su En 1968, nuestros lectores eligieron a MARIA GÜERA y ARTURO MENGOTTI como los me jores autores en lengua castellana publicados en aquel año. Ahora, desarrollando la temática del cuento que les hizo merecedores de tal galardón, estos autores españoles, madre e hijo, nos ofrecen una serie de relatos en el
«EXTRA» N.° 5 Pídalo en su librería habitual o diríjase a:
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palma discos. brillaban opacos dos pequeños —Est am os a salv o —Lo repe tía una y otra vez, apretando los discos y acari ciándolos. Henderson permaneció inmóvil en el recibidor en penumbras, dejando lenta mente que su mente comprendiese lo que veía. Kay había matado a un hombre para conseguir esos billetes para la Madri guera. —Dáme los —dijo. Ella los apartó. —No. —Los des eo, Kay. —No, nono nono ... —Se lo s me tió por el rasgado escote de su traje—. He vuelto. He vuelto por tí. ¿No es cierto? —Sí —dij o Hend erso n. Y tamb ién era cierto que nunca hubiera podido esperar alcanzar una Madriguera ella sola. Nece sitaría un coche y un hombre con un
arma—. Lo comprendo, Kay —dijo en voz baja, odiándola. —Si te lo s diera, te lleva rías a Laura —dijo —. ¿No es cierto ? ¿No es cierto? Oh, te conozco, Tom, te conozco muy bien. Nunca has logrado olvidarla ni a esos repugnantes crios tuyos... La abofeteó con fuerza, sorprendido por la ira que lo embargaba.
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—No haga eso otraTevez —le dij o ella, mirándolo cons odio—. necesito ahora, pero tú me necesitas más. No sabes don de está la Madriguera. Yo sí. Eso, naturalmente, era cierto. Las en tradas a las Madrigueras debían de ser secretas, conocidas sólo por los elegidos para sobrevivir. De otra manera, las mul titudes las asaltarían. Y Kay le había arrancado el secreto al hombre... Al hom bre que había pagado con su vida el olvi darse de que ahora sólo existían super vivientes potenciales y animales. —DeHaré a c uun e r dpacto o , Kay —dijo Hende r son—. contigo. —¿Cuál? —pregun tó ella , suspi caz. —Te lo diré en el coche . Prepárate. Toma lo indispensable —Se fue a la al coba y cogió su Luger del cajón de la mesita. Kay estaba atareada embutiendo sus joyas en un maletín—. Vamos —le dijo—. Ya está bien. Es demasiado. No hay mucho tiempo. Bajaron al garaje y se metieron en el coche. —Sub e los c r i s t a l e s —le dijo —, y cierra puertas con llave. —Delasacuerdo. Puso en marcha el motor y salió a la calle. —¿Cuál es el trato? —le preg untó Kay. —Más tarde —le dijo. Puso una marcha y comenzó a rodar, saliendo del distrito residencial, a través de los sinuosos y arbolados caminos. Por
LAS ESTRELLAS MI DESTINO de Alfred Bester ganador del Premio Hugo 1953...
Leer este libro es una experiencia tan violenta que sólo podría compararse a la de ser arrastrado por un huracán.
Pídalo en su librería habitual o diríjase a
EDICIONES DRONTE Merced, 4 Barcelona 2 -ES PAÑ A la última noche del verano / 63
entre las sombras, corrían formas oscu ras. Un hombre apareció en el haz de los faros y Henderson lo evitó con una finta. Oyó disparos detrás. —^Agáchate —dij o. —¿A dónde vamos? Este no es el ca mino. —Voy a llev arm e las niñ as con mig o —dij o— . Con no sot ros .
—Dile adi ós a Laura po r mí —le pid ió Kay, con los ojos brillantes. —Sí —co nt es tó él— . Lo haré. Una sombra se movió amenazadora, saliendo del oscuro portal. Sin dudarlo, Tom Henderson alzó la Luger y disparó. El hombre se desplomó y quedó inerte. Aca bo de m at ar a un ho m br e, pensó Hen derson. Y luego: Per o, ¿qu é im p or ta es to
—No las osdeja rán —Pod em inte nta entrar. rlo. — ¡Eres un es túp ido , Tom! ¡Te digo que no las dejarán entrar! Detuvo el coche y se volvió para mi rarla a los ojos. —¿Prefieres seg uir andando? El rostro de ella se afeó con el regreso del miedo. Veía que se le escapaban las posibilidades de huida. —De acue rdo . Pero ya te digo que no las dejarán entrar. Nadie entra en una madriguera sin su disco.
en Reventó la última lanoche del verano? cerradura de un disparo y
atravesó rápidamente el oscuro vestíbulo, subiendo los dos pisos cuyas escaleras recordaba tan bien. Llamó a la puerta de Laura. Se oyó un movimiento en el inte rior. La puerta se abrió lentamente. —He ven ido po r las niñ as —dijo. Laura se echó hacia atrás. —En tra —con te stó . El perfume que llevaba comenzó a traerle recuerdos. Sus ojos se veían ar dientes y llorosos.
—Pode mo s int tar lo —Puso nue va mente el coche en enmarcha, conduciendo a toda prisa por las calles llenas de ba sura, dirigiéndose hacia el apartamento de Laura. En varios puntos, la calle estaba inte rrumpida con restos ardiendo, y en una ocasión un grupo de hombres y mujeres casi los rodeó, lanzando piedras y otros objetos contra el coche, mientras daba marcha atrás. —Conseg uirás que no s ma ten por nada — le dij o aira da Kay.
—Queda po co tie mp o —le dijo en él. La mano mu de yLaura tomaba la suya la oscuridad. —¿Pued es me ter las en un a Madrigue ra? —preguntó. Y luego, débilmente—: Las hice acostarse. No se me ocurrió otra cosa. No podía verla, pero se la imaginaba: el corto cabello color arena; los ojos de color chocolate; su cuerpo, tan familiar, grácil y cálido bajo la bata; su color y su sabor. Ya no importa ahora, nada importaba en la última loca noche del
Henderson contempló su mu je r Tom y sin tió rep ugn anci a po r loas año s per didos. —Todo irá bie n —dijo. Detuvo el coche frente a la casa de Laura. Habían dos automóviles vueltos boca abajo en la acera. Abrió la puerta y salió, llevándose las llaves con él. —No est aré mu cho tie mp o —dijo.
mundo. —Ve a b usc arl as —le ord enó —. Rápid o. Hizo lo que le decía. Pam y Lorrie, podía escucharlas quejarse en voz baja porque las hubieran despertado en me dio de la noche, suaves cuerpecillos, con el húmedo olor infantil a sueño y segu ridad. Luego Laura se arrodilló, apretán dolas contra ella, una tras otra. Y supo
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que las lágrimas debían mojar sus meji llas. Pensó: di adiós, rápido. Besa a tus niñas en despedida y mira cómo se van mientras te quedas sola en la oscuridad que ni siquiera tendrá fin. ¡Ah, Laura, Laura...!
—Llévatel as rápido , Tom —le dijo Lau ra. Y luego, se abrazó a él por un instan te—, Te amo, Tom. Nunca dejé de ha
che corría por el cementerio de cemento en que se había transformado la ciudad. Una mujer colgada por los tobillos, con su falda cubriéndole la cabeza y tor so, con las piernas y nalgas marcadas por latigazos... Gentes arrodilladas en la calle, can tando salmos, y no moviéndose cuando un camión abrió un camino por entre
cerlo. Alzó a Pam en brazos y tomó la mano de Lorrie. No se arriesgó a hablar. —Adiós, Tom —dijo Laura, y cerró la puerta tras él. —¿No vie ne mami ? —pregu ntó Pam adormilada. —Luego, querid a —dijo suav eme nte Tom. Las llevó hasta el coche, con Kay. —No la s deja rán entra r —dijo ella —. Ya verás. —¿Dónde es, Kay?
ellos. Y el oír himno, haciéndose por débil entre ylosquejumbroso, gemidos de los moribundos: Ro ca d e lo s Ti em po s, Adoradores del sol, recién convertidos, y trogloditas bailando alrededor de una fogata alimentada con libros...
permaneciónotó en un obstinado silen cio Ella y Henderson como sus nervios estallaban. —Kay... —De acue rdo —le dio la dire cció n a regañadientes, como si odiase tener que compartir su supervivencia con él. Ni mi raba a las niñas, dormidas de nuevo, en la parte de atrás del coche. Atravesaron la ciudad, la saqueada y torturada ciudad que ardía y se hacía eco de la histérica alegría de las Fiestas Este lares y que ya hedía a muerte.
el refugio por de kilómetros arropado conductos de de profundidad, refrigeración y roca protectora. —^Allí —dijo Kay—. Don de es tá la luz. Habrán guardias. Tras ellos, ardían los fuegos en la ciu dad. La noche iba siendo iluminada por la luna que se alzaba, una luna demasiado roja, demasiado grande. Quizá queden cuatro horas, pensó Tom. O menos. —No pued es lleva rlas —susu rraba se camente Kay—. Si lo intentas, tal vez no nos dejen entrar a nosotros. Es mejor
En sin dos control, ocasiones casi chocaron coches repletos de gente con bo rracha, desnuda, loca, repletos del deses perado deseo de hacer que aquella última noche fuera más vibrante que las ante riores, la más vibrante desde el inicio de los tiempos. Los faros iluminaban cuadros propios de algún salvaje infierno mientras el co
dejarlas Ni se enterarán. —Es aquí... cie rto dormidas. —dij o Tom. Kay salió del coche y comenzó a subir por la ladera cubierta de hierba. —¡E nton ces, ven! A medio camino de la colina, Hender son podía ya ver la silueta vigilante de los guardias: centinelas sobre el cadáver de un mundo.
refugio para mí, deja que me oculte dentro de tí...
Lo s es pa sm os agó ni cos de un mu nd o,
pensó Henderson. Lo qu e so br ev iv a al fue go y al di lu vi o te nd rá qu e se r m ej or .
Y entonces llegaron a la silenciosa co lina que era la entrada a la Madriguera,
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—Espe ra un mo me nto —dij o él. —¿Qué pasa? —¿Est ás segu ra de que pod rem os en trar? —Natur alm ente . —¿Sin hac er pregunt as? —Lo úni co que ne ces ita mo s son los discos. No pueden conocer a todos los que tienen que entrar. —No —dijo Tom en voz baja —. Clara que no. Se quedó mirando a Kay a la luz de la luna roja. —Tom... Tomó la mano de Kay. —No val íam os muc ho, ¿no, Kay? Los ojos de ella estaban muy abiertos, brillantes, mirándolo. —¿Acaso esp erab as otra cosa? —¡Tom... Tom! La pistola apenas pesaba en su mano. —So y tu espo sa... —dijo con voz ronca. —Imag iné mo nos que no lo eres. Ha gamos ver que es una Fiesta Estelar. —Por Dios... po r favor... nono no... La Luger saltó en su mano. Kay se derrumbó sobre la hierba desmadejada mente y se quedó allí, con los ojos vidrio sos y abiertos en horrorizada sorpresa. Henderson le abrió el traje y tomó los dos discos de entre sus senos. Luego, la cubrió cuidadosamente y le cerró los ojos con el índice. —No te per dis te gran cos a, Kay —dijo , mirando hacia ella—. Tan sólo lo de siem pre. Regresó al coche y despertó a las niñas. —¿Dónde vam os ahora, papi? —pre guntó Pam. —Arriba de esa colin a, cariño . Donde está la luz. —¿Me lle vas en brazos? —A las dos —dijo, y dej ó caer la Luger 66 / alfred coppel
sobre la hierba. Las alzó y las llevó colina arriba hasta llegar a treinta metros de la entrada a la casamata. Entonces, las dejó en el suelo y les dio un dico a cada una—. Id hasta la luz y entregad estas cosas —les dijo, y les dio un beso. —¿Tú no viene s? —No, queridas . Lorrie parecía que fuese a empezar a llorar. —Tengo mied o. —N o hay nada de que ten er mie do —dijo Tom. —Nada en ab sol uto —di jo Pam. Tom las vio alejarse. Luego, como un guarda se arrodillaba y las abrazaba a ambas. Aún qu ed a algo de ter nu ra en es te abandono de las inhibiciones, pensó Hen derson, todavía queda algo bueno. Desa parecieron en el interior de la Madriguera y el guarda se puso en pie, saludando ha cia la oscuridad con un brazo. Hender son se volvió y descendió por la colina, dandoKay, un rodeo no pasar por donde yacía cara para al cielo. Un cálido viento seco le rozó el rostro. E l ti em po co rre aprisa ya, pensó. Subió al coche y regresó hacia la ciudad. Aún quedaban algunas horas de la última noche del verano, y Laura y él podrían contemplar la aurora roja, juntos.
IMPOSTOR PHILIP K. DICK
...los robots no son personas. Mecá nicamente son más perfectos que noso tros, tienen una inteligencia tremenda mente desarrollada, pero no tienen alma. ¿Ha visto alguna vez cómo es un robot por dentro? de de Karel Capek
—Un día de es to s vo y a tom arm e unas vacaciones —dijo Spence Olham en la primera comida. Miró a su esposa—. Creo que me he ganado un descanso. Diez años es mucho tiempo. —¿Y el Proy ecto? —La gue rra pue de ser ganad a sin mí. Este grano de arena nuestro no está real mente en peligro —Olham se sentó frente a la mesa y encendió un cigarrillo—. Las máquinas de noticias alteran los comu nicados para hacer ver que los alieníge nas están ganándonos. ¿Sabes lo que me gustaría hacer en mis vacaciones? Me gus taría ir a hacer camping a aquellas mon tañas, fuera de la ciudad, donde fuimos la otra vez. ¿Recuerdas? Yo me caí en unas ortigas y tvi casi pisas una culebra. —¿El bo sq ue de Sut ton ? —Mary co menzó a recoger los platos—. Ardió hace algunas semanas. Creí que ya lo sabías. Fue un fuego repentino. Olhamnisesiqbalanceó. —¿Y uier a se preo cupa ron por hallar la causa? —^hizo una mueca—. Ya nada le importa a nadie. En lo único que piensan es en la guerra —apretó las man díbulas, mientras en su mente se formaba el cuadro completo: los alienígenas, la guerra, las naves aguja. —¿Como po drí am os pen sar en otra cosa? Olham asintió. Naturalmente, tenía ra
zón. Las pequeñas naves oscuras salidas de Alfa Centauro habían dejado atrás a los cruceros terrestres con facilidad, como si fueran inofensivas tortugas. Habían su frido golpes sin poder contestarlos du rante todo el camino de regreso a la Tierra. Hasta que al fin la burbuja protectora fue inventada por los laboratorios Westinghouse. La habían colocado sobre las principales ciudades terrestres, y final mente alrededor de todo el planeta; la burbuja fue la primera defensa real, la primera respuesta adecuada a los aliení genas... que era como los habían llamado las máquinas de noticias. Pero ganar la guerra era otra cosa. Cada laboratorio, cada proyecto, estaba trabajando noche y día, sin detenerse, para hallar algo más: un arma de ataque efectiva. Su propio proyecto, por ejemplo. Durante todo el día, año tras año. Olham se puso en pie, apagando su cigarrillo. —Es co mo la esp ad a de Dam ocle s. Siempre colgando sobre nosotros. Ya es toy cansado, lo único que deseo es tomar me un largo descanso. Pero me imagino que todo el mundo se siente así. Sacó su chaqueta del armario y se di rigió al porche de entrada. En cualquier momento llegaría el vehículo que lo lle varía hasta el Proyecto. impostor / 69
—Es per o que N els on no se retra se —miró su rel oj— . Son ca si las sie te. —Ahí lleg a el veh ícu lo —dijo Mary, mirando por entre las hileras de casas. El sol brillaba tras los tejados, refleján dose sobre las gruesas planchas de plo mo. El pueblo estaba tranquilo, sólo se movían algunas personas—. Te veré lue
ham se dio cuenta de ello y frunció el entrecejo. El vehículo estaba ganando ve locidad, centelleando a lo largo del te rreno árido y yermo hacia el lejano con ju nt o de lo s edi fici os del Proye cto. —¿Y cuá l es su trabajo ? —d ijo Ol ham—. ¿O no se le permite hablar de él? —Trabajo para el Gobierno —dij o Pe
go. Trata de no hacer horas extras, Spence.
ters—. Con—Olham la Agencia —¿Eh? alzódeunaSeguridad. ceja —. ¿Hay alguna infiltración enemiga en esta re gión? —De hec ho, he ve nid o aquí para ver le a usted, señor Olham. Olham se sentía asombrado. Consideró las palabras de Peters, pero no pudo ob tener ningún significado de ellas. —¿Para verm e? ¿Por qué? —He ven ido a arr estar le por es pía alie nígena. Por esto he venido tan temprano.
Olham abrió la puerta y se metió den tro, recostándose en el asiento con un suspiro. Había un hombre mayor con Nelson. —¿Bien? —di jo Olham, mie ntr as el vehículo salía disparado hacia adelante—. ¿Has oido alguna noticia interesante? —Las hab itua les —dijo Ne ls on —. Al Agá rrelo , Nelso n... gunas naves alienígenas alcanzadas, otro asteroide abandonado por razones estra La pistola se clavó en las costillas de Olham. Las manos de Nelson estaban tem tégicas. —Me alegr aré cuan do el Pro yect o lle blando, agitadas por la emoción desata gue a su fase final. Quizá sea la propa da. Su rostro se veía pálido. Inspiró pro fundamente y soltó poco a poco el aire. ganda de las máquinas de noticias, pero en el último mes me he hartado de todo —¿Lo ma tam os ahora? —sus urró a esto. Todo parece triste y serio, sin que Peters—. Creo que deberíamos matarlo la vida tenga color. ahora. No podemos esperar. —¿Cree que es ta guerra es en vano? Olham miró al rostro de su amigo. —dijo rep ent ina me nte el vie jo— . Ust ed Abrió la boca para hablar, pero no sur mismo es parte integrante en ella. gieron palabras. Los dos hombres lo mi —Te pr es en to al Mayor Pete rs —dijo raban fijamente, rígidos y hoscos por el Nelson. Olham y Peters se estrecharon miedo. Olham sintió mareado. Su ca las manos. Olham se quedó estudiando beza giraba y lesedolía. al viejo. —No com pre ndo —murmuró. —¿Cómo va us te d tan t e m p r a n o ? En aquel momento, el vehículo aban —dijo —. No recu erdo habe rlo vi st o an donó el suelo y subió, dirigiéndose al es tes por el Proyecto. pacio. Bajo ellos, el Proyecto quedó atrás, —No, no traba jo en el Proy ecto —dijo empequeñeciéndose, desapareciendo. Ol ham cerró la boca. Peters—. Pero sé algo de lo que ustedes están haciendo. Mi trabajo es bastante —Podem os esp era r un poc o —di jo Pe distinto. ters—. Quiero hacerle primero algunas Nelson y él cruzaron una mirada. Ol preguntas. 70 / philip k. dick
Olham se quedó mirando a un punto indeterminado mientras el vehículo atra vesaba el espacio. —Llev amos a cabo el arr est o sin co m plicaciones —dijo Peters ante la pantalla del video, en el que se veía las facciones del Jefe de Seguridad—. Esto nos quita una carga de encima. —¿No hub o pro blem as? —Nin gun o. Ent ró en el veh ícu lo sin sospechar nada. No pareció pensar que mi presencia fuera algo desacostumbrado. —¿Dónd e es tán us te de s ahora? —Camino del exte rior , ju st o en el bor de de la burbuja de protección. Estamos volando a la máxima velocidad. Puede considerar que el período crítico ya ha sido superado. Me alegra que los cohetes de despegue de este vehículo funcionasen perfectamente. Si hubiera habido algún fallo en ese momento... —Dé jem e ver lo —d ijo el Jefe de Seg u ridad. Miró a Olham, que estaba sentado con las manos en el regazo, con la vista perdida—. Así que éste es nuestro hom bre —lo estudió largo rato. Olham no dijo nada. Al fin, el Jefe hizo una seña a Pe ters—. De acuerdo, ya basta —una ligera mueca de disgusto alteró sus facciones—. Ya he visto todo lo que quería ver. Uste des dos han hecho algo que será recor
Haré bajar la nave fuera de ella. No quie ro ponerla en peligro. —Como quier a —los oj os del Jefe ch is porrotearon cuando miró de nuevo a Ol ham. Luego su imagen se desvaneció. La pantalla se apagó. Olham miró a través de la ventanilla. El vehículo ya había atravesado la bur buja de protección, acelerando cada vez más. Peters tenía prisa. Bajo ellos, ru giendo a través del suelo, los cohetes esta ban a máximo régimen. Tenían miedo, se apresuraban al máximo a causa de él. Sentado junto a él, Nelson se agitó nervioso. —Creo que ten drí am os que hac erlo ahora —dijo—. Daría cualquier cosa por terminar de una vez. —Tóm ese lo con calm a —di jo Pet ers —. Quiero que conduzca la nave un rato mientras hablo con él. colocó junto Olham, a laSecara. Luego alzóa la mano mirándole y le palpó cuidadosamente, primero el brazo y luego la mejilla. Olham no dijo nada. Si pu di er a av isa r a Mary, pensó. Si lo gr as e en co nt ra r la fo rma en que decírselo. Miró a su alrededor. ¿Cómo? ¿La pantalla visora? Nelson es taba sentado junto a los controles, con la pistola. No había nada que pudiera hacer. Estaba cogido, atrapado. Pero, ¿por qué?
dadocitación por largopara tiempo. Están preparando una ambos. —No es nec es ar io —dijo Peters . —¿Cuál es el pel igr o en es te mom ent o? ¿Hay todavía posibilidades de que...? —Hay algu na pos ibil ida d, per o no mu chas. Según lo que sabemos, necesita una frase clave verbal. En cualquier caso, ten dremos que arriesgamos. —Noti fica ré a la ba se luna r su llegada. —No —Pete rs neg ó co n la cabe za—.
—E sc uch e —dijo Pete rs— , des eo ha cerle algunas preguntas. Ya sabe dónde vamos. Nos dirigimos a la Luna; dentro de una hora aterrizaremos en el lado oculto, el deshabitado. Cuando aterrice mos, lo pondremos inmediatamente en manos de un grupo de hombres que es peran allí. Destruirán su cuerpo inmedia tamente. ¿Comprende? —miró su reloj—. impostor / 71
Dentro de dos horas desparramaremos sus piezas por los cuatro puntos cardi nales. No quedará nada de usted. Olham combatió su letargia. —¿N o pod rían decirme.. .? —Se guro, se lo dir é —Pet ers as inti ó— . Hace dos días recibimos un informe de que una nave alienígena había penetrado
¿No me reconoces? Somos amigos desde hace veinte años. ¿No recuerdas que fui mos jxmtos a la universidad? —se puso en pie—. Tú y yo fuimos compañeros de habitación en la residencia. —Caminó hacia Nelson. — ¡No se acer que a mí! —re sop ló Ne l son.
en la burbuja protectora. nave de desem scu cha , ¿rec uer das el seg¿Cuál und o era cur barcó a un espía bajo laLaforma un so? —E ¿Recuerdas aquella chica? robot humanoide. El robot debía destruir su nombre...? —se frotó la frente—. La a un ser humano en particular y tomar de pelo oscuro. La que encontramos en su lugar. casa de Ted. Peters miró con calma a Olham. — ¡Basta! —N el so n agitó fre né tic am en —Dent ro del ro bo t hab ía una Bo m te la pistola—. No quiero oírlo más. ¡Us ba U. Nuestro agente no sabía como iba ted lo mató! Usted... máquina. a ser detonada la bomba, pero imaginó Olham miró a Nelson. que lo sería por una frase hablada espe —Te equ ivoc as. N o sé lo que suc edi ó, cífica, un cierto grupo de palabras. El ro pero el robot no acabó conmigo. Algo de bot asumiría la vida de la persona a la bió salirle mal. Quizá la nave se estre que matase, entrando en sus actividades llase —se volvió hacia Peters—. Soy Ol usuales, en su trabajo, en su vida social. ham, lo sé. No hubo sustitución. Soy el mismo que he sido siempre. Había sido construido para asemejarse a aquella persona. Nadie notaría la dife Se palpó, pasándose las manos por rencia. todo el cuerpo. El rostro de Olham se tornó yesoso. —Deb e ha be r algu na for ma en que —La pe rs on a a qui en el rob ot tenía probarlo. Devuélvanme a la Tierra. Un que suplantar era Spence Olham, un dis examen con rayos X, un estudio neuro tinguido investigador de los proyectos de lógico, cualquier cosa que les parezca experimentación. Dado que este proyecto bien. O quizá sea mejor buscar la nave en especial se acercaba al estadio crítico, estrellada. la presencia de una bomba animada, mo Ni Peters ni Nelson hablaron. viéndose por el centro del mismo... —So y Olham —dij o de nuev o— . L o sé. Olham se miró las manos. Pero no puedo probarlo. —¡Pero y o so y Olham! —El rob ot —di jo Pet ers — no tend ría —Una vez el ro bot hub iera loca liza do por qué saber que no era el verdadero y matado a Olham, era muy simple sus Spence Olham. Se convertiría en Spence tituirle. Probablemente desembarcaron al Olham, en cuerpo y alma. Se le habrá pro robot de la nave hace ocho días. Proba visto de una memoria artificial, de un fal blemente se efectuó la sustitución el pa so sistema de recuerdos. Se le parecería, sado fin de semana, cuando Olham salió tendría sus recuerdos, sus pensamientos e a dar un corto paseo por las colinas. intereses, llevaría a cabo su trabajo. Pero —Pero yo so y Olham —se v oM ó hac ia habría una diferencia: dentro del robot Nelson, sentado frente a los controles—. hay una Bomba U, dispuesta a estallar 72 / philip k. dick
al oir la frase clave —se apartó un poco—. Esta es la verdadera diferencia. Es por eso por lo que lo estamos llevando a la Luna. Allí lo desmontarán y sacarán la bomba. Tal vez estalle, pero no impor tará. Allí no. Olham se sentó lentamente. —Pro nto es tar em os allí —dij o Ne lso n.
—No s hab rem os ido ant es de que em piecen a trabajar —dijo Peters—. Saldre mos de aquí dentro de un momento —se puso su traje de presión y, cuando hubo terminado, tomó la pistola de Nelson—. Lo vigilaré un momento. Nelson se puso su traje de presión, apresurándose desmañadamente.
Se recostó, pensando frenéticamente, mientras la nave caía lentamente. Bajo ellos se encontraba la picada superficie de la Luna, aquella extensión de ruinas sin límites. ¿Qué podía hacer? ¿Qué cosa lo salvaría? —Pr epá rens e —d ijo Peter s. Dentro de algunos minutos estaría muerto. Allá abajo podía ver un puntito, un edificio de algún tipo. En él, había un grupo de hombres, el equipo de demoli ciones, esperándolo para hacerlo pedazos. Lo descuartizarían, le arrancarían los bra zos y las piernas, lo harían migas. Cuan do no encontrasen ninguna bomba se sor prenderían; entonces sabrían a qué ate nerse, pero sería demasiado tarde. Olham estudió la pequeña carlinga. Nelson estaba aún apuntándole con el arma. No había posibilidad alguna por ese lado. Si pudiera ver a un doctor, hacer que lo examinasen... ése era el único ca mino. Mary podía ayudarle. Pensó frené ticamente, con la mente a toda velocidad. Tan sólo le quedaban unos minutos. Si pudiera entrardeen alguna contactomanera. con ella, ha cérselo saber —Tranq uilo —le di jo Peter s. La nave descendió lentamente, rebotando sobre el irregular terreno. Todo quedó en silencio —E sc uc he n —di jo Olham co n voz pas tosa—, puedo probar que soy Spence 01 ham. Llamen a un doctor. Tráiganlo aquí —Ahí es tá el equ ipo —dijo Ne ls on — Ya vienen —miró nervioso a Olham—. Es pero que no suceda nada.
—¿Qué ha ce motraje? s co n él? —ind icó a Ol ham—. ¿Necesita —No —Pe ters neg ó con la cabez a—. Los robots no necesitan oxígeno. El grupo de hombres estaban ya casi ju nt o a la nave. Se detu vier on, espe ran do. Peters les hizo una señal. — ¡ V e n g a n ! —hizo un ge st o co n la mano, y los hombres se aproximaron cau tamente, figuras grotescas y rígidas en sus hinchados trajes. —Si abre n la pue rta —dij o Olham—, será mi muerte. Me habrán asesinado. —Abra la pue rta —dijo Ne lso n. Ex ten dió la mano hacia la manecilla. Olham lo contempló. Vio como la mano del hombre aferraba la barra metálica. Dentro de un momento, la puerta se abri ría, y el aire de la nave saldría afuera. Moriría, y entonces se darían cuenta de su error. Quizá en otro tiempo, si no hu biera guerra, los hombres actuarían de otra manera, no llevando a una persona a la muerte porque tenían miedo. Todo el mundo tenía miedo, todo el mundo es taba dispuesto a sacrificar al individuo al miedo colectivo. Lo iban a matar porque no podían es perar a asegurarse de su culpa. No había bastante tiempo. Miró a Nelson. Nelson había sido su amigo durante años. Habían ido juntos a la universidad. Había sido el padrino de su boda. Y ahora le iba a matar. Pero Nelson no era un malvado; no era culpa suya. Eran los tiempos. Quizá hubiera sido impostor / 73
así durante las plagas. Cuando a un hom bre le hubiera aparecido una mancha, po siblemente también lo hubieran matado, sin una duda, sin pruebas, basándose úni camente en sospechas. En momentos de peligro no hay otro camino. No les echaba la culpa, pero tenía que vivir. Su vida era demasiado preciosa como para ser sacrificada. Olham pensó rápidamente. ¿Qué podía hacer? ¿Había algo a hacer? Miró a su alrededor. —Vamo s ya —dij o Nel son . —Tien es razón —dij o Olham. El so nido de su propia voz le sorprendió. Tenía la fuerza de la desesperación—. No tengo necesidad de aire. Abre la puerta. Hicieron una pausa, contemplándole con curiosidad y alarma. —Adelante. Abrela. No imp ort a —la mano de Olham desapareció en el inte rior de su chaqueta—. Me pregunto lo lejos que podrán correr. —-¿Correr? —Tienen qu inc e se gun dos de vida —en el interior de su chaqueta, sus dedos se contorsionaron, y su brazo quedó repen tinamente rígido. Se relajó, sonriendo dé bilmente—. Estaban equivocados acerca de la frase clave. En eso estaban equivo cados. Les quedan ahora catorce se gundos. Dos rostros anonadados lo contempla ron desde el interior de los trajes de pre
hombres se habían unido al grupo. Este se dispersó, corriendo en todas direccio nes. Uno a uno, se tiraron al suelo, aplas tándose contra el polvo. Olham se sentó frente a los controles. Movió las palan cas. Mientras la nave se alzaba, los hom bres de abajo se pusieron en pie y mira ron hacia arriba, con las bocas abiertas de asombro. —Lo sie nto —murmur ó Olham—. Pero tengo que regresar a la Tierra. Llevó la nave por el camino por el que había venido. Era de noche. Alrededor de la nave chirriaban los grillos, alterando el silencio de la fría oscuridad. Olham se inclinó sobre la pantalla visora. Gradual mente, la imagen se formó: había logrado la conexión sin problemas. Suspiró tran quilizado. —Mary —di jo. La mu jer se le quedó mirando. Abrió la boca. — ¡Spence! ¿Dónde es tás ? ¿Qué ha su cedido? —No pue do exp licá rtel o. Esc uch a, ten go que hablar rápidamente. Quizá corten la llamada en cualquier momento. Vete al Proyecto y busca al doctor Chamber lain. Si no está allí, busca a cualquier doctor. Llévalo a casa y haz que se quede allí. Que lleve equipo: rayos X, fluoros copio, todo. —Pero... —Haz lo que te digo. Rápido . Que es té
sión. estuvieron peleán dose, Luego abriendo la puertacorriendo, de un empellón. El aire silbó, escapándose al vacío. Peter y Nelson saltaron fuera de la nave. Olham fue tras ellos, aferró la puerta y la cerró. El sistema automático de presión bom beó furiosamente, restaurando el aire. Ol ham dejó de aguntar la respiración con un estremecimiento. Un segundo más... A través de la ventana, vio como los dos
dispuesto de pantalla—. una hora. ¿Todo —Olham se inclinó dentro hacia la va bien? ¿Estás sola? —¿Sola? —¿Hay algu ien cont igo? ¿Ha... ha en trado en contacto contigo Nelson o al guien? —No. Spe nce , no te ent iend o. —De acu erdo . Te ver é en ca sa dentr o de una hora. Y no le digas nada a nadie. Haz que Chamberlain vaya allí con cual-
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¿HA VISTO USTED NUESTRA TARIFA DE
SUSCRIPCION en la página 127?
quier pretexto. Dile que estás muy en ferma. Cortó la conexión y miró su reloj. Un momento más tarde abandonó la nave, introduciéndose en la oscuridad. Tenía que recorrer un kilómetro. Comenzó a caminar. Se veía una luz en la ventana, la del estudio. La contempló, arrodillado junto a la verja. No se veía ningún movimiento ni se oía nada. Alzó su reloj y lo leyó a la luz de las estrellas. Había pasado casi una hora. Un vehículo pasó disparado por la ca lle. No se detuvo. Olham miró hacia la casa. El doctor debía haber llegado ya. Debía estar en el interior, esperando con Mary. Se le ocu rrió una idea: ¿habría podido salir de casa? Quizá alameter hubieran interceptado. zá se fuera en una trampa. Qui Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Con el informe de un médico, con foto grafías y análisis, había una posibilidad, una posibilidad de probar lo que decía. Si pudiera ser examinado, si pudiera per manecer con vida el tiempo bastante como para que lo estudiase... Lo podría probar de esa manera. Se guramente era la única manera. Su sola esperanza estaba en el interior de la casa. El doctor Chamberlain era un hombre respetable. Era el director médico del Pro yecto. El sabría qué hacer. Su palabra en aquel asunto tendría valor. Podría frenar su histeria, su locura, con hechos. Locura; eso es lo que era. Si tan sólo pudieran esperar, actuar lentamente, em plear el tiempo necesario. Pero no podían esperar. Tenía que morir. Morir de inme diato, sin pruebas, sin ningún tipo de jui cio o examen. Y la prueba más simple 76 / philip k. dick
lo aclararía todo. Pero no tenían tiempo ni para la prueba más simple. Sólo po dían pensar en el peligro. En el peligro, y nada más. Se puso en pie, y caminó hacia la casa. Llegó al porche. Al llegar a la puerta hizo una pausa, escuchando. Seguía sin oirse nada. La casa estaba totalmente en si lencio. Demasiado en silencio. Olham se quedó en el porche, inmó vil. Estaban tratando de no hacer ruido en el interior. ¿Por qué? Aquella era una casa pequeña, Mary y el doctor Chamberlain debían hallarse a sólo unos metros de dis tancia detrás de la puerta. Y, sin embargo, no podía oír nada, ni sonido de voces ni nada. Miró la puerta. Era una puerta que había abierto y cerrado un millar de ve ces, cada mañana y cada noche. Puso la mano en la manija. Entonces, de y pulsó tón.repente, Sonó elcambió timbre,deenidea algún lugar eldebo la parte trasera de la casa. Olham sonrió. Podía oír movimiento. Mary abrió la puerta. Lo supo en cuan to le vio la cara. Corrió, zambulléndose entre los ma torrales. Un agente de Seguridad apartó a Mary de un empujón, disparando tras él. Los arbustos saltaron hechos trizas. Olham corrió rodeando la esquina de la casa. Saltó y corrió, escapando frenética reflector, mente en ylaunoscuridad. haz de luzSeloencendió buscó. un Atravesó el camino y saltó una valla. Corrió a través de un patio trasero. Tras él llegaban hombres. Agentes de Seguri dad, gritándose los unos a los otros mien tras corrían. Olham jadeó, con su pecho agitándose a sacudidas. Su rostro... lo había sabido de inme diato. Los labios apretados, los ojos ate rrorizados y desorbitados. ¡Si hubiese se
guido adelante, abierto la puerta y entra do! Debían haber interceptado la llamada y acudido en cuanto la había cortado. Probablemente ella creía lo que le habían dicho. No tenía duda de que ella también le creía un robot.
yecto, la mujer, todos nosotros morire mos. ¿Comprende? Olham no dijo nada, estaba escuchan-^ do. Había hombres que se movían hacia él, deslizándose por entre la espesura de los árboles. —Si no sale , le ire mo s a bus car . Só lo es cuestión de tiempo. Ya no pensamos
Corrió y corrió. Estaba dejando atrás llevarlo la Luna. Lo destruiremos en a los agentes, perdiéndolos. Aparente cuanto loaveamos, y tendremos que correr mente no eran buenos corredores. Subió el riesgo de que la bomba detone. He a una colina y descendió por la otra la hecho venir a todo agente de Seguridad dera. En un momento regresaría a la nave. disponible a esta área. Toda la zona está Pero, ¿adónde ir esta vez? Frenó su ca siendo batida palmo a palmo. No hay lu gar en que pueda esconderse. Alrededor rrera, deteniéndose. Ya podía ver la nave, recortada contra el cielo, allá donde la de este bosque hay un cordón de hombres había dejado. El pueblo estaba tras él; armados. Tiene una seis horas antes de se hallaba en los bordes del terreno sil que investiguemos el último metro. Olham se apartó. Peters siguió hablan vestre situado entre los lugares habita dos, allá donde comenzaban los bosques do; no sabía dónde estaba. La noche era y la desolación. Cruzó un campo yermo y demasiado oscura para poder ver a al entró en la espesura. guien. Pero Peters tenía razón. No había Mientras llegaba hacia ella, se abrió sitio donde esconderse. Estaba más allá la puerta de la nave. del pueblo, en los bordes del bosque. Podía esconderse por algún tiempo, pero Peters salió, enmarcado en la luz. En finalmente lo atraparían. sus brazos llevaba un pesado rifle boris. Olham se detuvo, rígido. Peters miró a Sólo era cuestión de tiempo. su alrededor, en la oscuridad de la no Olham se deslizó silenciosamente a che. través del bosque. Kilómetro a kilómetro, —S é que es tá ahí, en algú n sit io estaba siendo medida, desnudada, inves —dij o— . Venga acá, Olham. Hay age ntes tigada, estudiada y examinada cada parte de seguridad rodeándole. de la zona. El cordón se iba cerrando por Olham no se movió. momentos, encerrándolo en un espacio —EAparentemente, scú ch em e. Lo atra s enquese que¿Qu se edab reducía poco asolució poco.n Había per guida. siguepar sinemo creer a alguna es el robot. Su llamada a la mujer indica dido la nave, su única esperanza de fuga. Estaban en su casa; y su mujer estaba que aún está bajo los efectos de la ilusión con ellos, creyendo, sin duda, que el ver creada por sus recuerdos artificiales. Pero dadero Olham había sido asesinado. Apre usted es el robot. Es el robot, y en su tó los puños. En algún sitio debía haber interior está la bomba. En cualquier mo una nave aguja alienígena, y en su interior mento la frase clave puede ser dicha por los restos del robot. La nave tenía que usted, por otro, por cualquiera. Cuando haberse estrellado por allí cerca, estre esto suceda, la bomba destruirá todo en llado y destrozado. un radio de muchos kilómetros. El Pro impostor / 77
Y el robot estaba en su interior, tam Una nave en descenso, no familiari bién destrozado. zada con el bosque, tenía pocas oportuni Una débil esperanza comenzó a son- dades de evitarlo. Y ahora se hallaba aga reirle. ¿Y si pudiera hallar los restos? ¿Y zapado allí, mirando a la nave o a lo que si pudiera mostrarles el lugar del acci quedaba de ella. dente, los restos de la nave, el robot...? Se puso en pie. Los podía oir tan solo Pero ¿dónde? ¿Dónde lo iba a hallar? a corta distancia, acercándose, hablando Caminó, perdido en sus pensamientos. en voz baja. Se puso en tensión. Todo de En algún lugar, probablemente no muy pendía de quien fuera el primero en divi lejano. nave debía haberdebía aterrizado sarle. Si era Nelson Nelson,dispararía no tenía deposibili cerca delLaProyecto; el robot haber dad alguna. inme esperado hacer el resto del trayecto a pie. diato. Estaría muerto antes de que vie Subió por la ladera de una colina y miró ran la nave. Pero si tenía tiempo para avi a su alrededor. Estrellado e incendiado. sarles, para entretenerlos un momento... ¿Había alguna clave, alguna pista? ¿Había Eso era todo lo que necesitaba. Una vez leido algo, escuchado algo? Algún sitio vieran la nave, estaría a salvo. cercano, a la distancia de un paseo. Algún Pero, si disparaban primero... sitio agreste, un lugar remoto en el que Crujió una rama quemada, apareció no hubiera gente. una figura, adelantándose con aire incier Repentinamente, Olham sonrió. Estre to. Olham inspiró profundamente. Tan llado e incendiado... sólo quedaban algunos segundos, quizá El bosquemás Sutton. Caminó deprisa. Era de mañana. La luz del sol se fil traba por entre los árboles desgajados, hasta el hombre agazapado al borde del claro. Olham miraba hacia arriba de vez en cuando, escuchando. No estaba muy lejos, tan sólo a algunos minutos de dis tancia. Sonrió. Bajó él, desparramados por el claro, y entre los quemados muñones de lo que había sido el bosque Sutton, se encon traba una retorcida masa de restos. Bri llaban oscuros a la luz del sol. No había tenido muchos problemas para hallarlos. El bosque Sutton era un lugar que cono cía bien; lo había recorrido muchas ve ces en su vida, cuando era más joven. Había sabido donde iba a encontrar los restos, pues un pico surgía repentina mente, inesperadamente. 78 / philip k. dick
los últimos de su vida. Alzó los brazos, mirando fijamente. Era Peters. — ¡Peters! —Olham agi tó los brazos . Peter levantó el arma, apuntando—. ¡No dispare! —su voz temblaba—. Espere un momento. Mire más allá, detrás del claro. — ¡Lo he enco ntra do! —gritó Peters . De los árboles quemados de su alrededor surgieron agentes de Seguridad. — ¡No disparen! ¡Miren más allá! ¡La nave, la nave aguja! ¡La nave alienígena! ¡Miren! Peters dudó. Su arma se movió, in quieta. —E stá ahí abajo —dij o rápi dam ente Olham—. Sabía que la encontraría aquí. Por el bosque que se había quemado. Ahora tendrán que creerme. Encontrarán los restos del robot en la nave. ¿Me harán el favor de mirar? —Hay algo ahí aba jo —di jo ner vios a mente uno de los hombres.
— ¡Disparen con tra él! —di jo una voz. Era Nelson. —Es per en —Pet ers se giró ráp idam en te—. Yo estoy al mando. Que nadie dis pare. Quizá esté diciendo la verdad. —Disp are n con tra é l —dijo Ne lso n— . Mató a Olham. Puede matamos a todos. Si la bomba estalla... —Cálles e —Pet ers avanzó haci a la la dera. Miró hacia abajo—. Miren eso —^hizo una seña a dos hombres para que se acer caran—. Bajen para ver qué es. Los hombres corrieron ladera abajo, atravesando el claro. Se inclinaron, bus cando por entre los restos de la nave. — ¡Y bie n? —grit ó Peter s. Olham contuvo la respiración. Sonreía débilmente. Debía estar allí; no había te nido tiempo de mirar por sí mismo, pero debía estar allí. De pronto, una duda lo asaltó. ¿Y si el robot hubiera vivido lo
Olham bajó con ellos. Se quedaron en círculo, contemplándolo. En el suelo, doblado y retorcido de una extraña manera, se veía una forma grotesca. Parecía humano, quizá. Solo que estaba doblado de forma rara, con los bra zos y piernas extendidos en todas direc ciones. La boca estaba abierta, los ojos miraban vidriosos. —Como un a máq uina a la que se le ha acabado la cuerda —murmuró Peters. Olham sonrió débilmente. —¿Y bien ? —pregun tó. Peters lo miró. —No pu ed o cree rlo. Es taba di cié nd o nos la verdad todo el tiempo. —El ro bot nun ca lleg ó ha sta mí —dijo Olham. Sacó un cigarrillo y lo encendió—. Fue destruido cuando la nave se estrelló, y ustedes estaban demasiado preocupados con la guerra como para pensar en por
bastante como sido paratotalmente alejarse? destruido, ¿Y si su cuerpo hubiera convertido en cenizas por el fuego? Se mojó los labios. Tenía la frente llena de sudor. Nelson lo estaba miran do, con el rostro aiin lívido. Su pecho se alzaba y bajaba desmesuradamente. —Máte nlo —dij o Ne lso n— ant es de que nos mate a todos. Los dos hombres se pusieron en pie. —¿Qué es lo que han enc ontra do? —pregu ntó Pet ers. Tenía el arma pre pa
qué había ardido bosque repentina mente. Ahora ya loun saben. Se quedó fumando, contemplando a los hombres. Estaban arrastrando los gro tescos restos fuera de la nave. El cuerpo estaba rígido, los brazos y piernas como postes. —^Ahora enc ontr ará n la bom ba —dijo Olham. Los hombres dejaron el cuerpo en el suelo. Peters se inclinó sobre él. —Creo que ve o un ex trem o de el la —exte nd ió el brazo, toc an do el cuerpo .
rada—. ¿Hay algosí.ahí? abierto. —Pare ce que Des de lue go, es una En El el pecho interiordeldelcadáver orificioestaba brillaba algo, nave aguja. Y hay algo en el suelo junto algo metálico. Los hombres miraron el a ella. metal sin decir palabra. —Iré a ve r —Pet ers pas ó ju nto a Ol —Es to no s habría de str ui do a tod os, ham, que lo contempló descender la co si hubiera seguido con vida —dijo Pe lina y llegar hasta los hombres. Los otros ters—. Esa cosa metálica de ahí adentro. estaban tras él, empinándose para ver Hubo un silencio. mejor. —Creo que le de bem os una dis culp a —Es un cad áver de algún tip o —dij o —di jo Pet ers a Olham—. E st o de be de Peters—. Mírenlo. haber sido una verdadera pesadilla para impostor / 79
raba la mente, todo daba vueltas—. ¿Es usted. Si no se hubiera escapado, lo hu biéramos... —no terminó la frase. taba equivocado? Abrió la boca. Olham apagó su cigarrillo. —Pero si és e es Olham, en ton ces yo —Yo sabía , natu ralm ente , que el ro debo ser... bot no había llegado hasta mí, pero no No completó la oración, solo la pri tenía forma de probarlo. A veces, no es mera frase. La explosión fue visible desde posible probar una cosa inmediatamente. Alfa Centauro. Este era el problema. No había forma en que pudiese demostrar palpablemente que yo era yo. —¿Qué le pare cerí an una s vac acio nes ? —preguntó Pet ers —. Creo que pod rem os conseguirle un mes. Se podría tomar las con calma, relajarse. —En es te mo me nto creo que lo que deseo es volver a casa —dijo Olham. —De acue rdo —le co nt es tó Pet ers —. Lo que usted quiera. Nelson se había puesto de cuclillas ju nt o al cadáver. Ex ten dió la ma no haci a el brillo metálico visible en el interior del —No pecho.lo toq ues —le dij o Olham—. Aún podría estallar. Será mejor que dejemos que el equipo de demoliciones se haga cargo de ello. Nelson no dijo nada. Repentinamente, asió el metal, metiendo la mano dentro del pecho. Tiró de él. —¿Qué e s lo que es tá s haci end o? —gri tó Olham. Nelson se puso en pie. Estaba soste niendo el objeto metálico. Tenía el rostro contorsionado terror. Era un cu chillo metálico,por un elcuchillo-aguja aliení gena, cubierto de sangre. —E sto fue lo que lo ma tó —susur ró Nelson—. Mi amigo fue asesinado con esto —^miró a Olham—. Lo mató con esto, y lo dejó junto a la nave. Olham estaba temblando. Sus dientes castañeaban. Miró el cuchillo y luego el cadáver. —N o pue de se r Olham —dijo. Le gi ilip k. di ck 80 I ph
GRUPO DE RESCATE ARTHUR C. CLARKE
El pequeño mundo del hombre ter minará. La mente humana ya puede ima ginar ese fin. Si la humanidad puede im poner la fuerza de su voluntad tal como ha incrementado el alcance de su inte lecto, escapará a este fin. Si no, el jui cio habrá resultado en una condena del hombre, y éste, y todas sus obras, pe recerán para siempre. O bien la raza humana probará que su destino es la eternidad y eldesdeñable infinito, y que el valor del individuo es en comparación con este destino, o el fin llegará. de de J. B. S. Haldane
¿A quién había que echarle las culpas? Desde hacía tres días, los pensamientos de Alveron habían girado alrededor de esa pregunta, sin hallar respuesta. Una criatura de una raza menos civilizada o sensitiva nunca hubiera dejado que eso torturase su mente, y se habría satisfecho con la convicción de que nadie podía ser considerado responsable de los manejos
Una vez más, Alveron leyó el mensaje de la Base; luego, con un movimiento de un tentáculo que ningún ojo humano hu biera sido capaz de seguir, apretó el botón de «llamada general». A lo largo del cilin dro de dos kilómetros de longitud que era la nave exploradora galáctica S9000, se res de muchas razas abandonaron su tra bajo para escuchar las palabras de su
del destino. Pero Alveron y su especie habían sido los señores del Universo des de los inicios de la historia, desde aquella era lejana en que la Barrera del Tiempo había sido colocada alrededor del cosmos por los poderes desconocidos que exis tían antes del Comienzo. A ellos les había sido entregado todo conocimiento; y con el conocimiento infinito venía la respon sabilidad infinita. Si se producían errores y fallos en la administración de la Gala xia, la falta era directamente imputable a Alveron y su gente. Y no cabía duda: aquella era una de las mayores tragedias de la historia. La tripulación seguía sin saber nada. Aun el mismo Rugon, su mejor amigo y primer oficial de la nave, tan sólo cono cía parte de la verdad. Pero ahora, los mundos condenados se hallaban a menos de mil millones de kilómetros de distan cia. En unas horas, estarían aterrizando en el tercer planeta de aquel sistema solar.
capitán. —Sé que to do s vo so tro s os hab éis es tado preguntando —comenzó a decir Al veron— por qué se nos ordenó abando nar nuestra exploración y acudir tan ace leradamente a esta región del espacio. Algunos de vosotros quizá podáis daros cuenta de lo que significa la aceleración a que hemos venido. Nuestra nave está haciendo su últim o viaje: los genera do res han estado funcionando durante se senta horas a la Carga Extrema. Tendre mos mucha suerte si podemos regresar a la Base por nuestros propios medios. «Estamos aproximándonos a un sol que está a punto de convertirse en nova. La explosión ocurrirá dentro de siete ho ras, más o menos una hora, dejándonos un máximo de cuatro horas para explora ción. Existen diez planetas en este siste ma que va a ser destruido; y hay una civi lización en el tercero. Este hecho fue des cubierto hace tan sólo unos días. Nuestra trágica misión es entrar en contacto con grupo de rescate / 83
esta raza condenada y, de ser posible, salvar algunos de sus miembros. Sé que hay poco que hacer en tan corto tiempo con ima sola nave. Pero ninguna otra po día llegar al sistema antes de que se pro dujera la explosión. Hubo una larga pausa, durante la cual no se produjo sonido ni movimiento al guno en la totalidad la enorme nave, mientras corría veloz de hacia los mundos situados frente a ella. Alveron sabía lo que sus compañeros estaban pensando, y trató de contestar a su pregunta no formulada. —Os pre gun tar éis po r qué un tal de sastre, el mayor del que tengamos me moria, ha podido suceder. Una cosa puedo asegura ros: el fallo no reside en Explo ración. »Como sabéis, con nuestra actual flota de menos de doce mil naves, es tan sólo posible reexaminar cada uno de los ocho mil millones de sistemas solares de la galaxia con intervalos de un millón de años. La mayor parte de los mundos cam bian bien poco en un tiempo tan corto. »Hace menos de cuatrocientos mil años, la nave de exploración S5060 exa minó los planetas del sistema al que nos aproximamos. No encontró inteligencia en ninguno de ellos, aunque el tercero es taba repleto de vida animal y dos mundos más habían estado habitados en otro
venían del sistema que tenemos delante. »Kulath está a doscientos años luz de aquí, así que esas ondas de radio habían estado viajando durante dos siglos. For consiguiente, en uno de estos mundos ha existido, al menos durante ese período, una civilización capaz de generar ondas electromagnéticas, con todo lo que ello
implica. »Se llevó a cabo un inmediato examen telescópico del sistema, y se halló que el sol estaba en un estadio prenova . La expl o sión podía haber ocurrido en cualquier momento, hasta mientras las señales de radio estaban camino de Kulath. »Se produjo un pequeño retraso mien tras los visores superveloces de Kulath II eran enfocados a este sistema. Mostraron que no se había producido aún la explo sión, pero que sólo faltaban unas horas. Si Kulath se hubiera hallado a una frac ción de año luz más lejos, nunca hubié ramos conocido la existencia de esa civi lización hasta después de su desaparición. »E1 Administrador de Kulath entró in mediatamente en contacto con la Base del Sector, y se le ordenó acudir rápida mente al punto. Nuestro objetivo es sal var a todos los miembros que podamos de la raza condenada, si es que queda al guno. Pero hemos supuesto que una civili zación que posee la radio puede haberse protegido contra cualquier incremento de tiempo. Se quedó realizó para el informe habitual, la temperatura que pueda haberse pro el sistema su próximo exay ducido ya. »Esta nave y las dos falúas explorarán men dentro de seiscientos mil años. »Parece ser que en el período increí un sector del planeta cada una. El Co blemente corto transcurrido desde la últi mandante Torkalee utilizará la Número Uno. El Comandante Orostron la Núme ma exploración apareció vida inteligente en el sistema. Se tuvo la primera noticia ro Dos. Tendrán sólo cuatro horas para de ello cuando se detectaron señales de explorar ese mundo. Al acabar ese perío do, deberán haber regresado a la nave. radio desconocidas en el planeta Kidath del sistema X29.35, Y34.76, Z27.93. Se to Yo partiré entonces, con o sin ellos. Daré a ambos comandantes instrucciones mu maron marcaciones goniométricas; pro
84 / arthur c. Clarke
cho más detalladas en la sala de control. »Eso es todo. Entraremos en la atmós fera dentro de dos horas. En el mundo conocido otrora como Tierra, se estaban apagando los fuegos: no quedaba nada que pudiera arder. Los grandes bosques que se habían extendido por el planeta como una oleada tras la desaparición de las ciudades, ya no eran sino tizones encendidos y el humo de sus piras funerarias aún ensuciaba el cielo. Pero todavía estaban por llegar las últi mas horas, ya que las rocas superficiales no habían comenzado aún a derretirse. Los continentes podían verse dificultosa mente a través del humo, pero sus silue tas no significaban nada para los vigías de la nave que se aproximaba. Los mapas de que disponía tenían un desfase de una
tando de detectar alguna radiación pro cedente de la Tierra, pero en vano. —Lle gamo s mu y tard e —anu nci ó ho s camente—. He comprobado todo el espec tro y no he captado nada más que nues tras propias estaciones y algunos progra mas de hace doscientos años procedentes de Kulath. No hay nada en este sistema que esté emitiendo todavía. Se dirigió hacia la gigantesca pantalla visora con un grácil movimiento fluctuante que ningún bípedo podría imitar. Al veron no dijo nada; había estado espe rando aquella noticia. Toda la pared de la sala de control es taba ocupada por la pantalla, un gran rec tángulo negro que daba una impresión de profundidad casi infinita. Tres de los del gados tentáculos de control de Rugon, inútiles para trabajos pesados, pero in creíblemente rápidos en la manipulación,
docena diluvio. de glaciaciones y de más de un El S9000 había pasado junto a Júpiter y visto en el acto que no podía existir vida alguna en aquellos océanos semigaseosos de hidrocarburos comprimidos, que ahora entraban en furiosa erupción bajo el anormal calor solar. No pasaron cerca de Marte y los planetas exteriores, y Alveron se dio cuenta de que los pla netas más cercanos al Sol que la Tierra debían ya estar fundiéndose. Era muy pro
movieron los diales selección y lapuntos pan talla se encendió condeun millar de de luz. El campo estelar fue moviéndose rápidamente mientras Rugon ajustaba los controles, centrando la imagen en el mis mo Sol. Ningún hombre de la Tierra hubiera reconocido la monstruosa forma que llenó la pantalla. La luz del sol ya no era blan ca: grandes nubes violeta azulado cu brían la mitad de su superficie, y de ellas brotaban tremendos chorros de llamas
bable, pensó tristemente, que ya raza hubiera finalizado la tragedia de aquella des conocida. En lo profundo de su corazón pensó que quizá fuera mejor así. La nave tan sólo podía haber salvado a unos pocos centenares de supervivientes, y el proble ma de seleccionarlos había estado ator mentando su mente. Rugon, jefe de comunicaciones y pri mer oficial, entró en la sala de control. Durante la última hora había estado tra
hacia el espacio. había En unsurgido punto,deuna enor me prominencia la fotos fera, llegando hasta los mismos parpa deantes velos de la corona. Era como si un árbol de fuego hubiera echado raíces en la superficie del sol; un árbol de ocho cientos mil kilómetros de alto y cuyas ramas eran ríos de fuego fluyendo a tra vés del espacio a centenares de kilóme tros por segundo. —Su pon go —dij o Rugo n al fin— que grupo de rescate / 85
estará satisfecho con los cálculos de los astrónomos. Después de todo... —Oh, es ta m os co mp let am en te a salv o —d ijo Alveron confia do— . He hab lad o co n el observatorio de Kulath y han llevado a cabo algunas comprobaciones adiciona les a través de nuestros propios instru mentos. Esa tolerancia de una hora in cluye un margen de seguridad que no quieren comunicarme me sintiese tentado de permanecerpor mássi tiempo. Miró el panel de instrumentos. —El pi lot o debe de hab ern os lleva do ya hasta la atmósfera. Por favor, mués trenos el planeta en la pantalla. ¡Ah, ahí van! Se produjo un repentino temblor bajo sus pies y un ronco clamor de alarmas, instantáneamente detenido. En la panta lla visora vieron como dos estilizados pro yectiles caían hacia la creciente masa de
El asolado terreno de abajo estaba bañado por una lúgubre y parpadeante luz, ya que una tremenda aurora boreal se extendía sobre la mitad del mundo. Pero la imagen de la pantalla visora era independiente de la luz externa, y mos traba claramente una extensión de roca desnuda que nunca parecía haber sopor tado ninguna forma de vida. Probable mentesitio. aquel desiertoincrementó terminaríasuenvelo al gún Orostron cidad hasta el máximo que se atrevía en una atmósfera tan densa. La nave voló por entre la tormenta, y entonces el desierto de rocas comenzó a subir hacia el cielo. Una gran cordillera se alzaba al frente, con sus picos perdi dos entre las nubes de humo. Orostron dirigió los visores hacia el horizonte, y en la pantalla se vio cercana y amenaza dora la cordillera. Comenzó a subir rápi
la Tierra.yViajaron unos desapare pocos ki lómetros luego se juntos separaron, ciendo abruptamente uno de ellos al in troducirse en la sombra del planeta. Lentamente, la gran nave madre, con su masa un millar de veces superior, des cendió tras ellos entre las tremendas tem pestades que ya estaban derrumbando las abandonadas ciudades del Hombre.
damente. Era difícil en imaginar terreno menos prometedor el que un encontrar signos de civilización, y se preguntó si no sería mejor cambiar de ruta. Decidió no hacerlo. Cinco minutos más tarde tuvo su premio. Kilómetros por debajo se hallaba una montaña decapitada, con la totalidad de su cima cortada por una tremenda proeza de ingeniería. Alzándose en la roca y lle nando la meseta artificial se hallaba una intrincada estructura de andamiajes, so portando masas de maquinaria. Orostron hizo detener su nave y bajó en espiral hacia la montaña. La pequeña distorsión del efecto Doppler se había desvanecido, y la imagen de la pantalla era clara y nítida. Los an damiajes sostenían algunas docenas de grandes pantallas metálicas, que apunta ban al cielo en un ángulo de cuarenta y cinco grados con la horizontal. Eran lige ramente cóncavas, y cada una de ellas te
Era de noche en el hemisferio sobre el que Orostron dirigió su pequeña nave. Como Torkalee, su misión era fotografiar y grabar, e informar sobre los progresos a la nave madre. La navecilla auxiliar no tenía cabida para especímenes o pasaje ros. Si se establecía contacto con los habi tantes de aquel mundo, la S9000 llegaría al punto. No habría tiempo para tratos: si surgían problemas, el rescate se efec tuaría a la fuerza, y las explicaciones ven drían después. 86 / arthur c. Clarke
nía algún complicado mecanismo en su foco. Parecía haber algo impresionante y con un propósito definido en la gran instalación; cada pantalla estaba apun tada, precisamente, al mismo punto del cielo... o más allá. Orostron se volvió hacia sus colegas. —A mí me parece una especie de obser
— ¡Aquí está! ¡Escuchad! Bajó una palanca, y el pequeño recinto se llenó con un estrepitoso sonido zum bante, que cambiaba continuamente de tono pero que no obstante retenía algu nas características difíciles de definir. Los cuatro exploradores escucharon atentamente por un minuto; luego, Oros
vatorio —dijo—. ¿Han visto algo así al tron—¡D dijo: guna vez? esde lueg o, es to no pue de ser nin Kalrten, im ser trípodo y multitentacugún tipo de lenguaje! ¡Ningún ser pued e lar de un cúmulo globular situado al ex producir sonidos tan rápidamente! tremo de la Vía Láctea, tenía otra teoría: Hansur I había llegado a la misma con —Es un eq uip o de com un icac ion es. clusión; Esos reflectores se utilizan para enfocar —Es un prog rama de tele vis ión . ¿No haces electromagnéticos. He visto el mis crees lo mismo, Klarten? mo tipo de instalación en un centenar de El otro estuvo de acuerdo. mundos. Puede que hasta sea la estación —Sí, y cada una de esa s ante nas pa emisora que captó Kulath, aunque es poco rece estar emitiendo un programa distin probable, porque la banda de emi sión debe to. Me pregunto adónde estarán dirigidas. ser muy estrecha para unas antenas de ese tamaño. Si no me equivoco, uno de los otros pla —Es o po drí a e xplic ar el po r qu é Ru gen netas de este sistema debe hallarse en la trayectoria de esas ondas. Pronto lo com no pudo detectar ninguna radiación antes probaremos. de que aterrizásemos —añadió Hansur II, Orostron llamó al S9000 y anunció el uno de los seres gemelos del planeta descubrimiento. Tanto Rugon como AlveThargon. ron se sintieron muy emocionados, y com Orostron no estaba de acuerdo. —Si es o es una em iso ra de radio, tie probaron rápidamente los informes astro nómicos. ne que haber sido construida para realizar El resultado fue sorprendente y desa comunicaciones interplanetarias. Fijaos en lentador. Ninguno de los otros nueve pla la forma en que están apuntadas las an netas se hallaba siquiera cerca de la línea tenas. No creo que una raza que sólo ha tenidocruzado la radioya desde hace doscientos de transmisión. Parecía queciegamente las grandes antenas estaban apuntando al haya el espacio. Le llevó años a mi espacio. gente seis mil años el lograrlo. Sólo parecía poderse extraer una res —No so tro s lo con seg uim os en tre s mil —di jo nue vam ent e Han sur II, habl ando puesta, y Klarten fue el primero en for mularla; unos segundos antes que su mellizo. —Tenían com uni ca cio ne s inte rpl ane ta Antes de que pudiera iniciarse la ine rias —dijo—, pero la estación debe estar vitable discusión, Klarten comenzó a agi abandonada ya, y los transmisores sin tar excitadamente sus tentáculos. Mien control. Ni siquiera los han apagado, y tras los otros habían estado hablando, él están apuntando hacia donde quedaron. ponía en marcha el monitor automático. grupo de rescate / 87
—Bue no, pr on to lo sab re mo s —dij o Orostron—. Voy a aterrizar. Llevó su navecilla lentamente hasta el nivel de las grandes antenas metálicas, y por entre ellas hasta descansar sobre la roca de la montaña. A un centenar de metros de distancia, se agazapaba un edi ficio de piedra blanca entre el laberinto de andamies. No tenía ventanas, pero en la pared situada frente a ellos se abrían varias puertas. Orostron contempló a sus compañeros enfundándose en sus trajes protectores, y deseó poder acompañarles. Pero alguien tenía que quedarse a bordo para perma necer en contacto con la nave mad re. Esas eran las instrucciones de Alveron, y eran muy oportunas. Uno nunca sabía lo que podía suceder en un mundo que se estaba explorando, especialmente en las condicio nes de aquél. Muy cautamente, los tresy exploradores salieron por la compuerta ajustaron el campo antigravitatorio de sus trajes. En tonces, utilizando cada uno el sistema de locomoción propio de su raza, se dirigie ron hacia el edificio, los gemelos Hansur delante y Klarten muy cerca, tras ellos. Aparentemente, su control de gravedad parecía estar causándole problemas, ya que repentinamente cayó al suelo, con gran regocijo de sus colegas. Orostron les vio detenerse un momento frente a la
con él con la tremenda estática de la in terferencia solar. No les llevó mucho tiempo a Klarten y a los Hansur descubrir que sus teorías eran básicamente correctas. El edificio era una estación de radio, y estaba total mente desierto. Consistía en una enorme habitación con unas cuantas pequeñas ofi cinas adosadas a la misma. En la sala principal, se extendían hasta lo lejos hi lera tras hilera de equipos eléctricos; en centenares de paneles de control parpa deaban lucecillas, y una luz mortecina lo iluminaba todo. Pero Klarten no se sentía impresio nado. El primer aparato de radio que su raza había construido se hallaba ahora fosilizado en un estrato de un millar de millones de años de antigüedad. El hom bre, que sólo poseía maquinaria eléctrica desde hacía pocos siglos, no podía com petirperíodo con aquellos que laa conocían un equivalente la mitad desde de la edad de la Tierra. No obstante, el grupo mantuvo en fun cionamiento sus grabadoras mientras ex ploraban el edificio. Quedaba un problema por resolver. La estación desierta estaba emitiendo programas, pero ¿de dónde pro venían? El control central había sido localizado enseguida. Estaba diseñado para manejar simultáneamente docenas de programas,
puerta cercana, y de luego tamentemás y desaparecer su abrirla vista. len Así que Orostron esperó, con la mejor paciencia que pudo, mientras la tormenta se alzaba a su alrededor y la luz de la aurora se hacía aún más brillante en el cielo. Con los intervalos acordados, fue llamando a la nave madre y Rugon le con firmó la recepción. Se preguntó que tal le irían las cosas a Torkalee, en las antí podas, pero no podía entrar en contacto
pero la maraña fuente dedeloscables mismos perdía en una que sedesapare cían en las profundidades del suelo. Allá en la S9000 Rugon estaba tratando de ana lizar las emisiones y quizá sus investiga ciones revelasen el srcen. Era imposible seguir cables que tal vez atravesasen con tinentes. El grupo perdió poco tiempo en la es tación abandonada. Poco era lo que po dían aprender de ella, y buscaban vida y
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no información científica. Unos minutos más tarde, la pequeña nave se alzó rápimente desde la meseta y se dirigió hacia las llanuras que debían encontrarse tras las montañas. Les quedaban menos de tres horas. Mientras el cúmulo de enigmáticas pan tallas desaparecía de su vista, Orostron fue invadido por una repentina idea: ¿era su imaginación, o se habían movido to das ellas un pequeño ángulo mientras es taban allí, como si estuvieran compen sando aún la rotación de la Tierra? No podía estar seguro, y olvidó el detalle por poco importante. Sólo querría decir que el mecanismo que las dirigía funcionaba de alguna forma. Quince minutos más tarde descubrie ron la ciudad. Era una grande y extensa metrópoli edificada alrededor de un río
manas, sino más de im siglo. Pues el sis tema de vida urbano que se había man tenido durante tantas civilizaciones había llegado a su fin cuando el transporte aéreo se había convertido en el sistema de co municación universal. En unas pocas ge neraciones, las grandes masas de la hu manidad, sabiendo que podían llegar a cualquier parte del globo en cuestión de horas, habían regresado a los campos y bosques en los que siempre habían an helado vivir. La nueva civilización tenía máquinas y recursos nunca soñados por las anteriores épocas, pero era esencial mente rural y ya no estaba atada a las celdas de acero y cemento que habían do minado los siglos anteriores. Las ciuda des que aún quedaban eran centros espe cializados en investigación, administra ción o entrenamiento; se había permitido
que fea ahora había dejando una cicatriz quedesaparecido, serpenteaba entre los grandes edificios y bajo puentes que ahora se veían incongruentes. Ya desde el aire, la ciudad parecía de sierta. Pero tan sólo quedaban dos horas y media; no había tiempo para más explo raciones. Orostrom tomó su decisión: aterrizó cerca de la edificación más grande que se divisaba. Parecía razonable imagi nar que algunos seres hubieran buscado refugio en los edificios más resistentes,
que las fuesen problema quedandoelendestruir ruinas, pues eraotras demasiado las. La docena de ciudades más importan tes y las antiguas ciudades universitarias, apenas habían cambiado y hubieran du rado muchas generaciones aún; pero las ciudades fundadas sobre la base del vapor, el acero y el transporte superficial habían muerto con las industrias que las habían creado. Así, mientras Orostron esperaba en la navecilla, sus colegas corrían por intermi
en donde estarían a salvo hasta el último momento. Las cavernas más profundas, en el co razón mismo del planeta, tampoco sumi nistrarían protección cuando llegase el ca taclismo final. Aún en el caso de que aque lla raza hubiera alcanzado los planetas exteriores, su fin sólo se retrasaría las pocas horas que tardasen las devoradoras ondas en cruzar el sistema solar. Orostron no podía saber que la ciudad llevaba desierta no unos pocos días y se
nables vacíos y fotografías salas desiertas, tomandopasillos innumerables pero sin aprender nada de los seres que habían utilizado aquellos edificios. Había libre rías, salas de reunión, lugares públicos, miles de oficinas; todo vacío y cubierto de polvo. Si no hubieran visto la esta ción de radio sobre su plataforma mon tañosa, los exploradores hubieran podido creer que aquel mundo no conocía la vida desde hacía siglos. Durante los largos minutos de la esgrupo de rescate / 89
REVISTA HORIZONTE La Revist a del real ismo fant ástico
Director: ANTONIO RIBERA Comité de dirección de los artículos extranjeros: LOUIS PAUWELS JACQUES BERGIER FRANQOiS RiCHAUDEAU
Aparece cada do s m eses Precio del ejemplar: 100 ptas. Adquiérala en su librería habitual, o suscríbase a ella dirigiéndose a:
•PLAZAEDITORES & JANES, S. A. Virgen de Guadalupe, 21-33 ESPLUGAS DE LLOBREGAT (Barcelona)
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pera, Orostron trató de imaginar donde podía haberse desvanecido aquella raza. Quizá se hubieran suicidado al saber que era imposible escapar; quizá hubieran construido grandes refugios en las entra ñas del planeta, y aún ahora estuviesen escondidos a millones bajo sus plantas, esperando el fin. Comenzó a temer que nunca lo sabría. descanso al fin Fue que casi dar un la orden de cuando regreso. tuvo Pronto sabría si el equipo de Torkalee había te nido más fortuna. Y estaba ansioso por regresar a la nave madre, pues mientras los minutos pasaban el suspense se había hecho más y más insoportable. Siempre había tenido una idea en la mente: ¿y si los astrónomos de Kulath se hubieran equivocado? Comenzaría a sentirse mejor cuando tuviese a su alrededor el casco del S9000. Y aún más cuando se hallasen en el espacio y aquel sol ominoso se es tuviese desvaneciendo a popa. Tan pronto como sus colegas hubie ran penetrado en la compuerta, Orostron lanzó la navecilla hacia el cielo y dispuso los controles para que se dirigiese hacia el S9000. Luego, se volvió hacia sus amigos. —Bie n, ¿qué ha béi s halla do? —pre guntó. Klarten sacó un ancho rollo de tela y lo extendió en el suelo. —^Así era n —dij o en voz baja —. Bíp e dos, con sólo dos brazos. Y a pesar de eso, parece que no les fueron mal las co sas. Además, sólo tenían dos ojos, a me nos que tuvieran otros en la espalda. Tu vimos suerte de hallar esto. Es casi la única cosa que dejaron. La antigua pintura al óleo devolvía in mutable las miradas de los seres que la contemplaban tan atentamente. Por una ironía del destino, su completa falta de valor artístico la había salvado de la des-
trucción. Cuando la ciudad había sido evacuada, nadie se había preocupado en llevarse al Teniente de Alcalde John Ri chards, 1909-1974. Durante un siglo y me dio había estado recogiendo polvo mien tras lejos de las viejas ciudades la nueva civilización alcanzaba cimas desconocidas para las anteriores culturas. —E fueten— ca si. La lo ún —dij o so Klar ciuico dadque debhal e lam habos er estado abandonada muchos años. Me temo que nuestra expedición haya sido un fra caso. Si hay algún ser vivo en este pla neta, se ha escondido demasiado bien para que podamos hallarlo. Su comandante tuvo que darle la ra zón. —Era una tare a ca si im po sib le —di jo— . Si hubiéramos tenido semanas en lugar de horas, quizá hubiéramos tenido éxito. Ni siquiera habrán construido refugios bajosabemos el mar.siNadie parece haber pensado en ello. Contempló rápidamente los indicado res y corrigió el rumbo. —Es tar em os al lí en cin co mi nu tos . Pa rece que Alveron se está moviendo con rapidez. Me pregunto si Torkalee habrá hallado algo. El S9000 estaba flotando a muy pocos kilómetros sobre la costa de un continen te en llamas cuando Orostron llegó hasta él. Faltaban sólo treinta minutos para lle gar a la línea de peligro, y no había tiem po que perder. Manejó hábilmente la na vecilla hasta colocarla en su tubo de lan zamiento, y la tripulación salió por la compuerta. Había una pequeña multitud esperan do. Era algo previsible, pero Orostron se dio cuenta en seguida de que algo más que la curiosidad había llevado allí a sus amigos. Antes de que se hablase una sola palabra, supo que algo iba mal.
BDESAHO S A C H A S i lO N
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—Tork alee no ha reg res ado . Ha per dido a su grupo y vamos a rescatarlo. Ve nid inmediatamente a la sala de mandos. Desde el principio, Torkalee había sido más afortunado que Orostron. Había se guido la zona de penumbra, mantenién dose alejado del intolerable resplandor del sol, hasta llegar a las orillas de un mar interior. Era un mar muy reciente, una de las últimas obras del Hombre, pues la superficie que había cubierto era desierto un siglo antes. Dentro de unas pocas horas volvería a ser desierto de nuevo, pues el agua estaba hirviendo y se alzaban hasta los cielos nubes de vapor. Pero no podían ocultar la belleza de la gran ciudad blanca que dominaba el mar sin mareas. En la plaza en la que aterrizó Torka
Aunque él y sus compañeros llevaban mu cho tiempo desparramados por toda la galaxia en la exploración de innumerables mundos, algún ligamen desconocido se guía manteniéndolos unidos tan inexora blemente como lo están las células vivas de un cueipo humano. Cuando hablaba uno de los seres de Palador, el pronombre que siempre usaba era nosotros. Ni había, ni podría haber nunca, una primera persona del singular en el lenguaje de Palador. Las grandes puertas de un espléndido edificio asombraron a los exploradores, aunque cualquier niño humano habría re suelto su secreto. T’sinadree no perdió tiempo en ellas, sino que llamó a Torka lee por el transmisor. Luego, los tres se apresuraron a apartarse mientras su co mandante maniobraba el vehículo hasta la mejor posición. Hubo una breve des
lee se veían,voladoras. cuidadosamente aparca das,aún máquinas Eran primiti vas, aunque bellamente construidas. En ninguna parte se veían signos de vida, pero el lugar daba la impresión de que sus habitantes no se hallaban muy lejos. Aún brillaban luces en algunas de sus ventanas. Los tres compañeros de Torkalee se apresuraron en abandonar la nave. Diri giendo al grupo, por antigüedad en el es calafón, y raza, iba T’sinadree, que como
carga de intolerables llamas; del el resistente acero brilló en el extremo espectro visible y desapareció. Las piedras aún re lucían cuando el ansioso grupo se apre suró a entrar en el edificio, iluminando con los haces de sus proyectores el ca mino. No necesitaban las linternas. Ante ellos se abría una enorme sala iluminada por la luz de hileras de tubos colocados en el techo. A cada lado, la sala daba a dos largos corredores, mientras que frente a
Alveron mismo habíadenacido en Centra uno de los antiguos planetas los Soles les. Luego iba Alarkane, miembro de una de las razas más jóvenes del Universo, y que sentía un perverso orgullo por ello. Cerraba el grupo uno de los extraños seres del sistema de Palador. No tenía nombre, como todos los de su especie, pues no poseía identidad propia, siendo tan sólo una célula móvil, pero sin embargo de pendiente, de la conciencia de su raza.
ellos una gigantesca escalinata subía mayestáticamente hacia los pisos superiores. T’sinadree dudó un momento, luego, como cualquier camino era tan bueno como los demás, llevó a sus compañeros por el primer corredor. La sensación de que los nativos esta ban cerca se hizo muy fuerte. Parecía que en cualquier momento podían hallarse frente a las criaturas de aquel mundo. Si mostraban hostilidad, y no se les po
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dría recriminar el hacerlo, los paraliza dores serían utilizados en el acto. La tensión era muy alta mientras el grupo entraba en la primera habitación, y sólo se relajó tras ver que no contenía nada más que máquinas: hilera tras, hi lera de máquinas, ahora inmóviles y silen ciosas. Tapizando la enorme habitación,
a un centenar de metros. Estaba medio vacía, al contrario de las demás. A su al rededor yacían libros en un montón des ordenado por el suelo, como si los hubiera dejado caer alguien que tuviese una prisa frenética. Los signos eran innegables. No hacía mucho, otros seres habían pasado por allí. En el suelo eran visibles débiles
había de archivadores, do imamillares pared continua hasta tanforman lejos como podía abarcar la vista. Y eso era todo; no había muebles, nada más que los archivadores y las misteriosas máquinas. Alarkane, el más rápido de los tres, ya estaba examinando los archivadores. Cada uno de ellos contem'a muchos milla res de láminas de delgado pero resisten te material, perforado con innumerables agujeros. El paladoriano se apropió de una de las tarjetas y Alarkane filmó la escena y tomó algunos primeros planos de las máquinas. Luego salieron. La gran sala, que había sido una de las maravillas del mundo, no significaba nada para ellos. Nadie más volvería a ver aquella mara villosa batería de ordenadores, ni los cin co mil millones de fichas perforadas que contenían todos los datos de cada hom bre, mujer y niño del planeta. Resultaba claro que aquel edificio ha bía sido usado muy recientemente. Con creciente excitación, los exploradores se apresuraron a la siguiente estancia, que contenía una enorme biblioteca, que se encontraban millones de librosenenlakiló metros y kilómetros de estanterías. Allí, aunque los exploradores no pudieran sa berlo, estaban todas las leyes que el Hom bre jamás hubiera promulgado, y todas las palabras pronunciadas en sus salas de consejo. T'sinadree estaba decidiendo su plan de acción, cuando Alarkane llamó su aten ción hacia una de las estanterías situada
huellas ruedas para los los agudos senti dos de de Alarkane, aunque demás no pudieran ver nada. Hasta podía ver pisa das, pero no sabiendo nada de los seres que las habían dejado no podía decir que dirección seguían. La sensación de proximidad era aún más fuerte ahora, pero de proximidad en el tiempo y no en el espacio. Alarkane plasmó los pensamientos del grupo: —E so s libr os deb ían se r va lio so s, y alguien vino a rescatarlos, pero a última hora. Eso significa que debe haber un lugar de refugio, posiblemente no muy lejano. Quizá podamos hallar otras pis tas que nos lleven a él. T’sinadree estuvo de acuerdo; el pala doriano no se mostró entusiasta. —Quizá se a as í —dijo— . Pero el refu gio puede hallarse en cualquier lugar de este planeta, y sólo nos quedan dos horas. No perdamos más tiempo si es que quere mos rescatar a esa gente. El grupo se apresuró de nuevo, dete niéndose tan sólo a recoger algunos li bros quela podían ser útileseraa los científi cos de Base, aunque dudoso que pudieran ser traducidos. Pronto se die ron cuenta de que el gran edificio estaba compuesto principalmente de pequeñas habitaciones, todas las cuales mostraban signos de reciente ocupación. La mayoría de ellas estaban limpias y ordenadas, pero una o dos eran todo lo contrario. Los exploradores se sintieron especial mente asombrados por una de ellas: cla grupo de rescate / 93
ramente una oficina de algún tipo, que parecía haber sido destruida salvajemen te. El suelo estaba cubierto de papeles, los muebles habían sido destrozados, y entraba humo de los fuegos exteriores por las rotas ventanas. T’sinadree se alarmó bastante. — ¡Es per o que nin gún anim al pe lig ros o pueda haber entrado en un sitio así! —ex clamó, moviendo nerviosamente su para lizador. Alarkane no contestó. Comenzó a pro ducir aquel molesto sonido que su raza denominaba «risa». Pasaron varios mi nutos antes de que pudiera explicar lo que le había divertido. —N o cr eo que ning ún an ima l lo haya hecho —dijo—. En efecto, la explicación es muy simple. Suponte que hubieras es tado trabajando toda tu vida en esta habi tación, procesando innumerables docu mentos, tras más año.laY,verás, de repente, te dicen queaño nunca que se ha acabado tu trabajo, y que tienes que de jar la para siem pre. Más aún: que nadie seguirá tu tarea. Todo se acabó. ¿Qué clase de despedida harías, T’sinadree? El otro pensó por un momento. —Bu eno , su po ng o que orde naría las cosas y me iría. Esto es lo que parece haber ocurrido en las otras habitaciones. Alarkane rió de nuevo. —E st oy se gur o de que lo harí as. Pero
bitantes de aquel mundo. El problema quedaba sin resolver, y parecía que nun ca lo sería. Tan sólo quedaban cuarenta minutos antes de que la S9000 partiese. Estaban a medio camino de regreso a la falúa cuando vieron el pasadizo semi circular que descendía a las profvmdidades del edificio. Su estilo arquitectónico era bastante distinto al utilizado en otras partes, y el suelo, en suave descenso cons tituía una irresistible atracción para los seres cuyas muchas piernas se habían cansado de las escalinatas de mármol que sólo unos bípedos podían haber construi do en tal profusión. T’sinadree había sido el más perjudicado, pues normalmente empleaba doce piernas, y podía utilizar veinte cuando tenía prisa, aunque nadie le hubiera visto realizar tal hazaña. El grupo se quedó quieto contemplan do pasadizo un solo pensamiento: ¡Uneltúnel que con llevaba a las profundida des de la tierra! En su otro extremo quizá hallasen a la gente de aquel planeta y pudieran rescatar a algunos de ellos de su destino. Pues aún quedaba tiempo para llamar a la nave madre si surgía la nece sidad. T’sinadree señaló a su comandante y Torkalee situó encima de ellos la pe queña navecilla. Quizá no hubiera tiempo para que el grupo volviese sobre sus pa sos a través del laberinto de corredores,
algunos una psicología diferente.individuos Creo quetienen me hubiera gustado conocer al ser que habitaba aquí. No se explicó más, y sus dos colegas se quedaron pensando en sus palabras durante un rato, antes de dejarlo correr. Sintieron como un shock cuando Torkalee dio la orden de regreso. Habían reu nido una buena cantidad de información, pero no habían hallado clave alguna que les pudiera llevar a los desaparecidos ha
tan meticulosamente la men te paladoriana que grabados resultaba enimposible perderse. Si la velocidad fuera necesaria, Torkalee podría abrirse camino a caño nazos a través de los doce pisos situados sobre ellos. En cualquier caso, no les lle varía mucho tiempo hallar lo que se en contraba al extremo del pasadizo. Les llevó tan solo treinta segundos. El túnel terminaba de una forma abrupta en una muy curiosa habitación cilindrica
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con asientos tapizados, situados a lo largo de las paredes. No había ninguna salida, excepto por donde ellos habían entrado, y pasaron varios segundos antes de que la mente de Alarkane pudiera resolver el enigma del uso de aquella sala. Era una pena, pensó que no tuvieran tiempo para utilizarla. El pensamiento fue interrum pido por un grito de T’sinadree. Alarkane giró sobre sí mismo y vio que la entrada se había cerrado silenciosamente tras ellos. Aún en aquel primer momento de pá nico, Alarkane pensó con admiración: ¡Fueran quienes fuesen, sabían como cons truir maquinarias automáticas! El paladoriano fue el primero en ha< blar. Señaló con xmo de sus tentáculos las sillas. —Creo que se ría m ejo r que nos se n tásemos —dijo. La mente múltiple de Ta lador había analizado ya la situación, y sabía lo que seguiría. No tuvieron que esperar mucho antes de que de ima rejilla, situada por encima de sus cabezas, surgiese un zumbido agu do y por última vez en la historia ima voz humana fue escuchada en la Tierra. Las palabras no tenían significado, aunque los exploradores atrapados podían imaginar se claramente lo que decían: —Por favo r, aco mó den se. Simultáneamente, un panel en la pa
Estaba equivocado. Los ingenieros que habían diseñado el subterráneo automá tico habían pensado que cualquiera que entrase en él desearía, naturalmente, ir a alguna parte. Si no seleccionaban una estación intermedia, tan solo podían que rer ir al íinal de la línea. Hubo otra pausa mientras los relés y circuitos esperaban sus órdenes. En aque llos treinta segundos, si hubieran sabido que hacer, el grupo hubiera podido abrir las puertas y salir del ferrocarril subte rráneo. Pero no lo sabían, y las máquinas, dispuestas para la psicología humana, ac tuaron por ellos. La sensación de aceleración no era muy grande; la mullida tapicería era un lujo, no una necesidad. Tan sólo una vi bración casi imperceptible les indicaba la velocidad con la que estaban viajando a través de las entrañas de la tierra, en un no podían imagi nar.viaje Y, cuya dentroduración de treinta minutos, la S9000 abandonaría el sistema solar. Hubo un largo silencio en la máquina que viajaba a toda velocidad. T'sinadree y Alarkane estaban pensando frenética mente. También el paladoriano, aunque en forma diferente. El concepto de muer te personal no tenía significado para él, pues la destrucción de una sola unidad no significaba nada para la mente-grupo. Pero, aunque con gran dificultad, podía
red de uno de los extremos estan cia brilló iluminándose. En éldeselaveía un sucinto mapa, consistente en una serie de una docena de círculos conectados con una línea. Cada uno de los círculos tenía algo escrito a su lado, y además de lo escrito, dos botones de diferentes colores. Alarkane miró interrogativo a su líder. —No lo s to que mo s —di jo T'sinadr ee—. Si no lo hacemos, quizá se abran de nuevo las puertas.
llegar a apreciar el problemaindividuales con que se enfrentaban las inteligencias tales como Alarkane y T’sinadree, y sentía ansiedad por ayudarles, si ello era posible. Alarkane había logrado comunicarse con Torkalee con su transmisor personal, aunque la señal era muy débil y parecía estar desapareciendo rápidamente. A toda prisa, le explicó la situación, y casi en se guida las señales se hicieron más fuertes. Torkalee estaba siguiendo el camino de grupo de rescate / 95
la máqmna, volando sobre el terreno bajo el que corrían hacia su destino descono cido. Esta fue la primera indicación que tuvieron del hecho de que estaban via jan do a cer ca de m il qu ini en tos kiló me tros por hora, y muy poco después Torkalee pudo darles otra noticia aún más perturbadora: que se estaban acercando rápidamente al mar. Mientras estuvieran bajo tierra, había una esperanza, aunque fuera pequeña, de detener la máquina y escapar. Pero, bajo el océano... ni todos los recursos y ciencia de la gran nave ma dre podrían salvarlos. Parecía imposible imaginar una trampa mejor. T’sinadree había estado examinando el mapa de la pared con gran atención. Su significado resultaba obvio, y se veía un pequeño punto luminoso deslizándose a lo largo de la línea que enlazaba los círculos. Ya estaba casi a la mitad de dis
Su análisis era totalmente exacto. La máquina podía ser detenida en cualquier estación intermedia. Sólo llevaban diez minutos de viaje, y si hubieran podido salir ahora, nada malo hubiera ocurrido. Fue pura mala suerte el que el primer botón que apretó T’sinadree fue el equi vocado. La lucecita en el mapa se deslizó len tamente pasando por el iluminado sin perder velocidad. Y,círculo al mismo tiempo, Torkalee les llamó desde la nave situada encima de ellos. —^Acabáis de pa sar po r de ba jo de una ciudad y os dirigís hacia el mar. No puede haber otra parada durante al menos un millar y medio de kilómetros.
tancia de ala apre primera señalada. —Voy tar unestación o de es os bo to ne s —dijo po r fin T’sina dree —. No no s hará ningún daño, y quizá consigamos algo. —E st oy de acue rdo. ¿Cuál va s a pro bar primero? —Só lo ha y de dos cl as es , y no imp or tará si apretamos primero el equivocado. Supongo que uno es para poner en mar cha la maquinaria y el otro para dete nerla. Alarkane no tenía grandes esperanzas.
La S9000 no había errado sobre la mitad del planeta, quedándose nunca mucho tiempo en un mismo sitio, descendiendo aquí y allá en un esfuerzo de atraer aten ción. No había habido respuesta; la Tierra parecía totalmente muerta. Si alguno de sus habitantes estaba aún con vida, pensó Alveron, debía de haberse escondido en las profundidades en las que ninguna ayu da podía alcanzarles, a pesar de que con ello no iban a lograr escapar de la muerte. Rugon le informó del desastre. La gran
semos —S eningún pu so en botón mar—dijo—. cha sin que Creoapre quetá es totalmente automático, y que no po dremos controlarlo desde aquí. T'sinadree no estaba de acuerdo. —E so s bo to ne s es tá n cla ram ent e as o ciados con la estaciones, y no tiene sig nificado el ponerlos a menos de que uno pueda usarlos para controlar el destino. La única pregunta es: ¿cuál es el co rrecto?
por entre nave cesó laentormenta su inútilhacia búsqueda el océano y voló so bre el que la pequeña falúa de Torkalee seguía aún el camino de la máquina sub terránea. La escena era realmente aterradora. En ningún momento, desde que la Tierra había nacido, se habían visto mares como aquellos. La tormenta arrastraba consigo montañas de agua empujadas por vientos que habían alcanzado ahora velocidades
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Alveron había perdido ya toda espe ranza de encontrar vida en aquel mundo.
de muchos centenares de kilómetros por hora. Aún a aquella distancia de la tierra firme, el aire estaba lleno de restos lle vados por el viento: árboles, fragmentos de casas, planchas metálicas, cualquier cosa que no hubiera estado bien aferrada al suelo. Ningvma máquina aérea podría haber sobrevivido ni un instante en tal
asegurarse de que las cosas se realizasen en forma justa. Alveron necesitaría todas sus dotes superhumanas durante las pró ximas horas. Mientras tanto, a kilómetro y medio bajo el fondo del océano, Alarkane y T'sinadree estaban muy ocupados con sus comunicaciones privadas. Quince minu
huracán. una y otra el rugido de del viento eraYapagado por vez el estampido las montañas de agua chocando unas con otras en colisiones que parecían resque brajar los cielos. Afortunadamente, aún no se había pro ducido ningún terremoto serio. Muy por debajo del océano, la maravillosa pieza de ingeniería que había sido el ferroca rril subterráneo privado del Presidente Mundial seguía funcionando aún perfec tamente, sin ser afectado por el tumulto
no es mucho tiempo en que disponerse atosconcluir una vida. Ciertamente, apenas si hay tiempo bastante para dictar unos pocos de los mensajes de despedida que en tales momentos son mucho más impor tantes que cualquier otra cosa. Mientras tanto, el paladoriano había permanecido silencioso e inmóvil, sin de cir palabra. Los otros dos, resignados a su destino e inmersos en sus asuntos pri vados, no pensaban en él. Se sobresalta ron cuando repentinamente comenzó a
y destrucción arriba. deContinuaría así hasta el últimodeminuto la existencia de la Tierra, para lo cual, si los astróno mos no habían errado, tan sólo faltaba un cuarto de hora; con un cierto margen de error que a Alveron le hubiera gustado mucho conocer con exactitud. Pasaría cer ca de una hora antes de que el grupo atra pado pudiera alcanzar tierra firme y tener así una cierta esperanza de rescate. Las instrucciones de Alveron habían sido muy precisas y, aunque no las hu biera dado, nunca habría pensado en co rrer ningún riesgo con la gran máquina que había sido puesta a su cuidado. Si hubiera sido humano, la decisión de aban donar a los miembros de su tripulación atrapados hubiera sido una que le hubiera costado tomar pero, era miembro de una raza mucho más sensitiva que el hombre, una raza que amaba tanto los asuntos del espíritu que hacía mucho, y con gran re luctancia, había tomado el control de uni verso dado que era la única forma de
dirigirse ellososencue sunta peculiar vozesátona. —No sa dam de que tá is to mando algunas decisiones conforme a vuestra prevista muerte. Probablemente, no sean necesarias. El Capitán Alveron espera rescatarnos si podemos detener esta máquina cuando llegue de nuevo a tierra. Tanto T'sinadree como Alarkane se sin tieron demasiado asombrados como para poder contestar de inmediato. Por fin, este último logró articular: —¿Cómo lo sabe s? Era una pregunta estúpida, ya que en seguida recordó que habían varios paladorianos, si es que se podían considerar como entidades diversas, a bordo de la S9000, y que consecuentemente, su com pañero sabía todo lo que estaba sucedien do en la nave madre. Por esto no esperó una respuesta sino que continuó: — ¡Alveron no pue de hac er eso! No se atreverá a correr tal riesgo! —No habrá rie sg os —dij o el paladogrupo de rescate / 97
riano—. Ya le hemos dicho lo que debe hacer. Es realmente muy simple. Alarkane y T'sinadree contemplaron a su compañero con algo que se aproxi maba a la veneración, dándose cuenta ya de lo que debía de haber sucedido. En momentos de crisis, las diversas unidades que conformaban la mente paladoriana podían unirse en una organización no me nos conjuntada que la de las células de un cerebro. En tales momentos formaban un intelecto más poderoso que cualquier otro del universo. Todos los problemas ordinarios podían ser resuletos por unos pocos centenares o millares de unidades. Raras veces se necesitaban millones de ellas, y en tan solo dos ocasiones históri cas se había unido toda la consciencia de Palador para enfrentarse con emergen cias que amenazaban a la raza. La mente paladoriana era uno de los recursos inte
¡BANG! Revista de los tebeos españoles.
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lectuales grandes del po cas veces más se necesitaba todauniverso; su potencia, pero el conocimiento de su disponibilidad era especialmente confortador para las otras razas. Alarkane se preguntó cuantas células se habrían coordinado para tratar con aquella emergencia en particular. También se preguntó cómo un incidente tan trivial había llamado su atención. Nunca iba a conocer la respuesta a aquella pregunta, aunque podría habérse la imaginado de haber sabido que la tre mendamente remota mente de paladoriana poseía un rasgo casi humano vanidad. Hacía mucho, Alarkane había escrito un libro tratando de probar que, eventual mente, todas las razas inteligentes sacri ficarían sus consciencias individuales y que, un día, tan sólo quedarían en el uni verso mentes-grupo. Palador, había dicho, era el primero de esos intelectos finales, y la vasta y dispersa mente se había sen tido complacida por ello.
No tuvieron tiempo de hacer más pre guntas antes de que el mismo Alveron comenzase a hablar por los comunica dores. —¡Alveron al habla! Per man ecer emo s en este planeta hasta que los efectos de la explosión lo alcancen, de forma que podamos rescatarles. Se dirigen hacia una ciudad en la costa a la que llegarán den tro de cuarenta minutos a su velocidad actual. Si no pueden detenerse entonces, destruiremos el túnel por delante y de trás de ustedes para cortarles la energía. Entonces, perforaremos un túnel para sacarles: el ingeniero jefe dice que puede hacerlo en cinco minutos con los proyec tores principales. Así que estarán a salvo dentro de una hora, a menos de que el sol estalle antes. — ¡Y si es o suc ede , tam bién será des truida riesgo! la na ve! ¡No deben correr ese —No se pre ocu pen po r eso; es tam os totalmente a salvo. Cuando estalle el sol, tardará varios minutos en llegar a un má ximo su efecto destructivo. Además, esta mos en el lado nocturno del planeta, tras una coraza de doce mil kilómetros de roca. Cuando lleguen los primeros sínto mas de la explosión, aceleraremos fuera del Sistema Solar, permaneciendo ocultos por el planeta. A nuestra aceleración má xima, de antes llegaremos abandonar a la elvelocidad cono dedesombra, la luz y entonces la explosión ya no podrá ha cemos ningún daño. T’sinadree aún no quería hacerse espe ranzas. Inmediatamente, se le ocurrió otra objeción. —Sí, pe ro ¿cóm o se enter arán de los primeros síntomas, estando en el lado nocturno del planeta? —Muy fác ilm en te —le rep licó Alve ron—: es te planeta tiene una luna que es
AVISO A LOS LECTORES El anuncio de NUEVA DIMEN SIÓN EN AMÉRICA que figura en la pág. 53, no se inserta para lle nar una página más o para hacer bonito, sino en función de su utilidad a los lectores que se hayan quedado sin algún número ante rior de lafiguran revista,las ya señas que endedicho anuncio los distribuidores a los cuales pueden dirigirse para solicitar los números que al lector le falten en su co lección. (¿Acaso hay algún lector que no coleccione la revista?) ¡Ah! Y que conste que los anun cios de suscripción tampoco son para hacer bonito, sino para tratar de conseguir algún resultado fruc tífero (¿O es que los lectores creen que la revista está financiada por el Gran Imperio Galáctico?)
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en que terminaba tenía más de trescientos metros de diámetro y descendía hacia las profundidades a tanta distancia como po dían llegar sus linternas. Por encima, las nubes de tormenta huían ante una luna que ningún hombre hubiera reconocido, por la brillantez de su disco. Y, la más bella de todas las visiones, la S9000 flo taba muy por arriba, con los grandes proyectores que habían perforado aquel enorme pozo brillado aún con color rojo cereza. Una forma oscura se destacó de la nave madre y descendió rápidamente hacia el suelo. Torkalee regresaba a recoger a sus amigos. Un poco más tarde, Alveron los saludaba en la sala de control. Señaló hacia la gran pantalla visora y dijo, en voz baja: —Miren, apen as si lo log ram os a tiempo.
ahora visible desde este hemisferio. Te nemos apuntados telescopios hacia ella. Si muestra algún incremento repentino en su brillantez, nuestros motores prin cipales se pondrán automáticamente en marcha y seremos lanzados fuera del sis tema. El razonamiento lógico no tenía nin gún fallo. Alveron, cauto como siempre, no corría ningún riesgo. Pasarían muchos minutos antes de lo que los doce mil kiló metros de roca fueran destruidos por el fuego del sol al estallar. En aquel tiempo, la S9000 podría haber alcanzado el refugio de la velocidad de la luz. Alarkane apretó el segundo botón cuan do aún estaban a varios kilómetros de la costa. No esperaba que sucediese nada entonces, asumiendo que la máquina no podía detenerse entre estaciones. Les pa reció demasiado bello para ser cierto cuando, algunoscesó, minutos después, la li gera vibración y se detuvieron. Las puertas se abrieron silenciosamen te. Antes de que lo hubieran hecho del todo, los tres ya habían abandonado el compartimento. No iban a correr más riesgos. Ante ellos, se extendía un largo túnel en la distancia, subiendo lentamente hasta perderse de vista. Comenzaban a co rrer por él cuando, repentinamente, la voz de Alveron gritó por sus comunicadores: — ¡Quéde nse don de están! ¡Vamos a
El continente, bajo ellos, estaba de hun diéndose lentamente ante el embate las olas de un par de kilómetros de alto que estaban atacando sus costas. Lo último que se pudo contemplar de la Tierra fue una gran llanura, bañada por la luz pla teada de la anormalmente brillante luna. Sobre ella, corrían las aguas en deslum brante inundación hacia una distante cor dillera montañosa. El mar había ganado su victoria final, pero su triunfo sería de corta duración, pues pronto no existirían
abrirnos El suelopaso! se estremeció, y muy por de lante se oyó el ruido de un derrumbe de rocas. El suelo se estremeció de nuevo; y a un centenar de metros por delante de ellos se desvaneció repentinamente el pa sadizo. Un tremendo pozo vertical había sido perforado a través de él. El grupo se apresuró hacia adelante, hasta que llegaron al final del corredor y se quedaron esperando al borde. El pozo
ni tierra mar.deMientras el silencioso grupo de ni la sala control contemplaba la destrucción de allá abajo, la catástrofe, infinitamente más grande, de la que aque llo era tan sólo un preludio, cayó sobre ellos. Era como si repentinamente hubiera amanecido sobre aquel paisaje nocturno. Pero no era el amanecer: era la luna, bri llando con el fulgor de un segundo sol. Durante quizá treinta segundos, aquella
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aterradora y supranatural luz iluminó des lumbrantemente la condenada tierra de allá abajo. Luego se produjo el repentino parpadeo de las luces de control en la consola de mando. Los motores princi pales se habían puesto en marcha. Du rante un segundo Alveron estudió los in dicadores y comprobó sus informaciones.
gido la construcción de un equipo espe cial, y esto había llevado tiempo. —¿Qué es lo que ha enc ont rado ? —pre guntó Alveron. —Ba sta nte —le co nt es tó Rugo n—. Hay algo misterioso aquí, y no logro compren derlo. No llevó mucho tiempo el averiguar como estaban construidos los transmiso
Cuandohabía miró desaparecido. de nuevo a la pantalla, la Tierra Los magníficos y desesperadamente sobrecargados generadores se quemaron silenciosamente mientras el S9000 estaba pasando junto a la órbita de Perséfona. Pero no importaba, el Sol ya no podía dañarles ahora, y aunque la nave estaba navegando sin control por la solitaria no che del espacio interestelar, sólo sería cuestión de días que llegase el rescate. Era irónico. El día antes habían sido
res de visión, y hemos podido transformar nuestros equipo para aceptar sus emisio nes. Parece ser que había cámaras por todo el planeta, captando puntos de inte rés. Algunas de ellas, aparentemente, se hallaban en las ciudades, en las azoteas de los edificios más altos. Las cámaras estaban girando continuamente para dar vistas panorámicas. En los programas que hemos grabado hay unas veinte escenas diferentes. «Además, había un cierto número de transmisiones de Parecían distinto tipo, quetipo ni cien eran sonido ni visión. ser de tífico: posiblemente lecturas de instru mentos, o algo así. Todos esos programas estaban siendo emitidos simultáneamente en distintas frecuencia. »Y tiene que haber una razón para todo esto. Orostron sigue pensando que es simplemente que la estación no fue desconectada cuando la abandonaron. Pero esos no son el tipo de programas que una estación de esta clase emitiría
una rescatadores, los raza que ahora corriendo ya no existía. en ayuda Por ené de sima vez, Alveron pensó en el mundo que acababa de perecer. Trató, en vano, de imaginárselo tal como había sido en su esplendor, con las calles de sus ciudades abarrotadas de vida. Aunque su gente ha bía sido primitiva, podían haber ofrecido mucho al Universo. ¡Si tan sólo hubieran podido entrar en contacto! Pero no ser vía de nada el lamentarlo; mucho antes de que ellos llegasen, la gente de aquel mundo debía de haberse enterrado en el corazón de su planeta. Y ahora, ellos y su civilización seguirían siendo un mis terio por el resto de los tiempos. Alveron se alegró cuando sus pensa mientos fueron interrumpidos por la en trada de Rugon. El jefe de comunicacio nes había estado muy ocupado desde el despegue, tratando de analizar los pro gramas emitidos por el transmisor que Orostron había descubierto. El problema no era muy complicado, pero había exi
habitualmente. Ciertamente, debió de ser usada para comunicaciones interplaneta rias; Klarten tenía razón en esto. Así que estos seres debieron de cruzar el espacio, ya que ninguno de los otros planetas te nía vida cuando se realizó la última ex ploración. ¿No cree? Alveron seguí a interesado en sus r azo namientos. —Sí, par ece ba sta nte razona ble. Pero también es cierto que esas ondas no es grupo de rescate / 101
taban enfocadas a ninguno de los otros planetas. Yo mismo comprobé eso. —Lo sé —c on te st ó Rugo n—. Lo que quiero descubrir es por qué una gigan tesca e stación em isora interpl anetari a está retransmitiendo atareadamente imágenes de un mundo que está a punto de ser des truido; imágenes que podrían ser de un inmenso interés a los científicos y astró nomos. Alguien se había tomado un tra bajo inmenso para colocar todas esas cá maras. Estoy convencido que las emisio nes tenían algún destino. Alveron se irguió. —¿Cree que pue da habe r algú n otro planeta exterior, del que no hayamos sido informados? —le preguntó—. Si es así, su teoría es falsa. Las ondas ni siquiera seguían el plano del Sistema Solar. Y aunque lo hicieran... Mire esto. Encendió la pantalla visora y ajustó
de kilómetros del sol. La nova sigue ex pandiéndose; y ya tiene un tamaño doble al del antiguo Sistema Solar. Rugon permaneció en silencio durante un momento. —Quizá teng a razó n —dijo , ba sta nte a regañadientes—. Con eso destruye mi teoría, pero no ha logrado darme una res puesta. Paseó arriba y abajo de la habitación antes de hablar de nuevo. Alveron esperó pacientemente. Conocía los poderes casi intuitivos de su compañero, que podían resolver a menudo un problema para el que la lógica se mostraba insuficiente. Luego, lentamente, Rugon comenzó a hablar de nuevo: —Ve am os una co sa —dijo — . Su po n gamos que hubiéramos infravalorado to talmente a esa gente. Orostron ya lo hizo, cuando pensó que no podían haber cru
los Sobre la aterciopelada cor tinacontroles. del espacio colgaba una esfera blanco-azulada, compuesta aparentemente de muchas esferas concéntricas de gas incan descente. Aunque la inmensa distancia convertía en invisible todo movimiento, resultaba claro que estaba expandiéndose a una enorme velocidad. Y su centro era un cegador punto de luz: la enana blanca en que aquel sol se había convertido ahora. —Proba blem ent e no se da cu ent a de
zado el radio espacio ya que sólo cido la desde hacía doshabían siglos.cono Hansur II me habló de ello. Bueno, pues Oros tron se equivocaba. Quizá todos nos equi voquemos. Le di una ojeada a los materia les que Klarten trajo del transmisor. No me impresionó lo que encontró allí, pero era un logro maravilloso para un tiempo tan corto. Habían aparatos en esa emisora propios de civilizaciones millares de años más viejas. Alveron, ¿puede ver dónde nos llevaría esto?
lo grande es esa esfera —dijo Alve ron—. Mireque esto. Incrementó el aumento hasta que sólo fue visible la porción central de la nova. Cerca del mismo centro se veían dos di minutas condensaciones, una a cada lado del núcleo. —Es os so n lo s dos pla net as gig ante s del sistema. Han logrado seguir mante niendo, en cierto modo, su existencia. Y estaban a varios centenares de millones
Alveron nada durante un minuto. Casinosecontestó había estado esperando aquella pregunta, y no era fácil respon derla. Los generadores principales esta ban irremediablemente averiados. No te nía sentido el tratar de repararlos. Pero aún disponían de energía y, mientras dis pusieran de ella, podían llevar a cabo algo, mientras aún era tiempo. Significaría mu cha improvisación, y algunas maniobras difíciles, ya que la nave mantenía su tre
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menda velocidad inicial. Sí, podría llevar se a cabo, y la actividad impediría que la tripulación se deprimiese aún más, ahora que empezaba a causar efecto la reacción srcinada por el fracaso de la misión. Las noticias de que la nave de reparaciones más cercana no podría al canzarles hasta al cabo de tres semanas, habían acabado por arrebatarles la moral. Los ingenieros, como siempre, pusie
Tardó una semana en comenzar a mo verse el indicador de los detectores de masa, vibrando suavemente en el punto más bajo de la escala. Pero Rugon no dijo nada, ni siquiera a su capitán. Esperó hasta estar seguro, y siguió esperando hasta que los detectores de corta distan cia comenzaron a reaccionar, y a dar una débil imagen en la pantalla visora. Y aún continuó la espera hasta poder interpreta r
ron interminables objeciones. también como siempre, llevaron a cabo Y, la tarea en mitad del tiempo en que habían tratado de demostrar que era imposible. Muy len tamente, durante muchas horas, la gran nave comenzó a eliminar la velocidad que los motores principales le habían impri mido en pocos minutos. Trazando una inmensa curva, de millones de kilóme tros de radio, la S9000 cambió de trayec toria, y los campos estelares giraron a su alrededor.
las imágenes. Luego, cuando supo más loca de sus imaginaciones se que habíala quedado corta ante la verdad, llamó a sus colegas a la sala de control. La imagen en la pantalla visora era la ya familiar de campos estelares sin cuen to, sol tras sol hasta los mismos límites de Universo. Cerca del centro de la pan talla, una lejana nebulosa formaba una mancha de luminosidad que era difícil ver a simple vista. Rugon incrementó el aumento. Las es
al fin La demaniobra la mismales la nave llevó progresaba tres días, pero len tamente por una trayectoria paralela a las ondas que, en otro tiempo, habían sur gido de la Tierra. Estaban dirigiéndose hacia el vacío, mientras la ardiente esfera que había sido un sol disminuía lenta mente tras ellos. Según los estándares de los vuelos interestelares, prácticamente permanecían estacionarios. Durante horas, Rugon trabajó con sus instrumentos, lanzando ondas detectoras muy a lo lejos, a través del espacio. Cier tamente, no había planeta alguno en mu chos años-luz. De esto no cabía duda. De vez en cuando, Alveron iba a verle y siem pre le tenía que dar la misma respuesta: —Na da que inf orm ar —Más o me no s una de cada cinco veces, la intuición de Rugon le fallaba miserablemente; comen zó a preguntarse si aquella no era una de tales ocasiones.
trellasLadesaparecieron sión. pequeña nebulosa del campo se expandió de vi hasta llenar la pantalla y entonces... dejó de ser una nebulosa. Un simultáneo sus piro de asombro fue emitido por todo el grupo ante la visión que se les ofrecía. Extendiéndose por el espacio, en una vasta formación tridimensional en filas y columnas, con la precisión de un ejér cito desfilando, se veían millares de pe queños puntos de luz. Se movían rápida mente; y la trama general mantenía su formación, como si se tratase de un solo ente. Mientras Alveron y sus camaradas la contemplaban, comenzó a salir de la pantalla, y Rugon tuvo que volver a cen trarla moviendo los controles. Tras una larga pausa, Rugon comenzó a hablar. —E st a es la raza —dij o en voz baja —, que sólo ha conocido la radio en los últi mos doscientos años... La raza que creía grupo de rescate / 103
mos que se había ocultado para morir en el corazón de su planeta. He examinado esta imagen con el máximo aumento po sible. «Se trata de la mayor flota de la que jam ás se teng a no tic ia. Cada uno de es os puntos luminosos representa una nave mayor que la nuestra. Naturalmente, son muy primitivas: lo que ven en la pantalla son los escapes de sus cohetes. ¡Sí, se atrevieron a usar cohetes para atravesar el espacio interestelar! Ya pueden darse cuenta de lo que esto significa. Les lleva ría siglos alcanzar la estrella más próxi ma. La raza entera debe de haberse em barcado en este viaje, con la esperanza de que sus descendientes lo terminen, generaciones más tarde. »Para medir la dimensión de su logro, piensen en lo mucho que nos llevó a no sotros conquistar el espacio, y en lo mu cho más que pasó antes de que nos atre viésemos a alcanzar las estrellas. Aunque nos viésemos amenazados por la aniqui lación, ¿podríamos haber hecho tanto en tan poco tiempo? Recuerden, esta es la civilización más joven de todo el Uni verso. Hace cuatrocientos mil años ni si quiera existía. ¿Cómo será dentro de un millón de años? Una hora más tarde, Orostron aban donó la averiada nave madre para efec tuar contacto con la gran flota. Mientras la pequeña navecilla desaparecía entre las estrellas,e Alveron volvió hacia com pañero hizo un secomentario quesu Rugon iba a recordar a menudo en los años si guientes. —Me pre gun to co mo ser án —di jo— . ¿Serán tan sólo unos maravillosos inge nieros, sin arte o filosofía? Van a sufrir una buena sorpresa cuando Orostron lle gue hasta ellos... Me imagino que será un buen golpe a su orgullo. Es curioso 104 / arthur c. Clarke
como todas las razas aisladas piensan que son los únicos seres inteligentes del Uni verso. Pero, deberían estamos agradeci dos: vamos a evitarles muchos centenares de años de viaje. Alveron contempló la Vía Láctea, ex tendiéndose como un velo de niebla pla teada por la pantalla. Lo abarcó con un gesto de un tentáculo que incluía todo el círculo de la Galaxia, desde los Planetas Centrales hasta los solitarios soles del Borde. —¿Sabe? —le di jo a Rugo n—. Me da bastante miedo esa gente. Imagínese que no les gustase nuestra pequeña Federa ción... Hizo un nuevo ademán hacia las nubes de estrellas que se apiñaban a lo ancho de la pantalla, brillando con la luz de sus innumerables soles. —^Algo me dic e que deb en de se r una gente muy decidida —añadió—. Lo mejor será que nos mostremos amables con ellos. Después de todo, sólo los supera mos en una proporción de un millar de millones por cada uno de ellos. Rugon se rió de la broma de su ca pitán. Veinte años más tarde, la frase ya no parecía tan divertida.
OMEGA AMELIA REYNOLDS LONG
Que ningún hombre busque ya jamás la predicción de lo que ha de sucederle a él o a sus descendientes. Milton
Yo, el Doctor Michael Claybridge, que vivo en el año 1926, he escuchado la des cripción del fin del mundo de labios de un hombre que lo contempló; el último miembro de la raza humana. El que esto sea posible, o el que yo no esté loco, es algo que no puedo solicitarles que crean: tan sólo puedo presentarles los hechos. Durante largo tiempo, mi amigo, el Profesor Mortimer, había estado experi
con el segmento del círculo correspon diente a Waterloo. El que hubieran tenido contacto físico anteriormente, es algo sin importancia. Naturalmente, no comprendí nada de esto; pero antes de que pudiera solicitar una explicación, se volvió hacia el joven. —^Atila, el Hun o, es tá caye ndo sob re Roma con sus hordas —le dijo—. Usted está entre ellas. Dígame lo que ve.
mentando con lomental; que denominaba teo ría del tiempo pero yo nosuhabía sabido nada de ella hasta que im día, en respuesta a sus deseos, visité su labora torio. Lo hallé inclinado sobre un joven estudiante de medicina, al que había pues to en un estado de trance hipnótico. —E s un ex pe rim en to so bre mi teorí a, Claybridge —susurró excitado cuando en tré—. Hace un momento le sugerí a Ben net que hoy era el día de la batalla de Waterloo. Y, consecuentemente, lo fue
Durante un instante, no sucedió luego, ante nuestros mismos ojos, lasnada; fac ciones del joven parecieron sufrir un cam bio. Su nariz se hizo aguileña, mientras su frente se inclinaba hacia atrás. Su pá lido rostro se tornó rojizo y sus ojos cam biaron de marrones a verdigrises. De pronto, alzó los brazos violentamente; y de sus labios surgió un torrente de soni dos de los que ni Mortimer ni yo pudi mos extraer significado alguno, excepto que se asemejaban extraordinariamente
para una cés, él; ¡pu parte es mdee ha la descrito, batalla en y en la fran que estuvo presente! — ¡Presente! —exc lam é— . ¿Quieres de cir que es una reencarnación de... —No, no —me inte rru mp ió imp ac ien te—. Te olvidas... O mejor dicho, no sa bes, que el tiempo es un círculo, y que todas sus partes son coexistentes. Median te una sugestión hipnótica, moví su línea de materialidad hasta hacerla tangente
a las lenguasdejó germánicas. Mortimer que esto continuase du rante un rato antes de despertar al mu chacho de su trance. Para mi sorpresa, el joven Bennet presentaba, al despertar se, su aspecto usual, sin ninguna traza de características húnicas. No obstante, hablaba con un deje de cansancio. —Y ahora —di je cua nd o Mor timer y yo nos quedamos solos—, ¿te importaría contarme qué es todo esto? om ega /107
Sonrió. —El tie mp o —com enzó —, es de dos clases; mental y físico. De los dos, el men tal es el real y el físico el irreal; o, po dríamos decir, el instrumento utilizado para medir el real. Y esta medida viene dada por la intensidad no por la exten sión. —¿Lo que quie re decir...? —le pre gunté, no correctamente. muy seguro de haberle com prendido —Que el tie mp o real se mi de por la intensidad con que lo vivimos —me con testó—. Así, un minuto de tiempo mental puede ser, según los estándares inventa dos por el hombre, equivalente a tres ho ras, porque lo hayamos vivido intensa mente; mientras que un eon de tiempo mental puede durar sólo medio día físico por las razones inversas. —Un m ill ar de año s de vu e st ra vi sió n tan pasado, yes co m osólo un como ve la rayer, en lacuando no ch e ha —murmuré.
—E xa cta me nte —di jo—, ex ce pto que en el tiempo mental no hay ni pasado ni futuro, sino sólo un presente continuo. El tiempo mental, como ya dije hace un momento, es un círculo infinito y la ma terialidad una línea tangente al mismo. El punto de tangencia lo materializa a través de los sentidos físicos, y así crea lo que llamamos tiempo físico. Dado que una línea sólo puede ser tangente a un círculo en un punto, nuestra existencia física es única. Si fuera posible, y tal vez lo sea alguna vez, hacer que la línea sea bisectriz al círculo, entonces viviríamos simultáneamente dos existencias. »He probado, tal como acabas de ver en el caso de Bennet, que el punto de tan gencia entre el círculo del tiempo y la línea de la materialidad puede ser cam biado mediante una sugestión hipnótica. Debes admitir que ha sido un experimento 108 / amelia reynolds long
enteramente satisfactorio; y no obstante —re pen tina me nte se le vio dep rim ido— , en lo que se refiere al mundo científico, no prueba nada. —¿Por qué no? —le pre gun té— . ¿No podrían otros ser testigos de una demos tración tal cual la que me has hecho? —Y la etiq uet arí an co mo un a ex cel en te prueba de la reencarnación —Se alzó de hombros—. No, una Claybridge, no sirla ve. Tan sólo hay prueba eso válida; transferenci a de la consciencia de un hom bre al futuro. —¿Y no pu ed e rea lizar se es o? —in quirí. —Sí —di jo—, per o llev a co ns igo un elemento de peligro. El estado mental tie ne una fuerte influencia sobre el ser físico, como demostró la reversión de Bennet al tipo húnico. Si le hubiera mantenido en estado hipnótico durante un período demasiado largo, no hubieran aldesapare cido sus facciones germánicas desper tarse. No puedo imaginarme que cambios pueda traer la proyección al futuro; y por esta razón, se muestra, naturalmente, pre cavido ante una posible experimentación en ese sentido. Caminó de un lado a otro del labora torio mientras hablaba. Su cabeza se in clinaba hacia delante, como si pesase tre mendamente por la profundidad de sus pensamientos. —En ton ce s, ¿es im po sib le ob ten er una prueba satisfactoria? —le pregunté—. ¿No cabe esperanza de que puedas convencer satisfactoriamente al mundo? Se detuvo con tal brusquedad que me sobresaltó, y su cabeza se alzó con una sacudida. — ¡No! —gritó —. ¡Aún no he aba ndo nado! Tengo que hallar una cobaya para mis experimentos, y no descansaré hasta encontrarla.
En aquel momento, no me impresionó particularmente su determinada afirma ción, ni, he de reconocerlo, tampoco su teoría sobre el tiempo. Pero, ambas cosas me fueron recordadas una semana más tarde cuando, en respuesta a su llamada, visité de nuevo a Mortimer en su labora torio, y me entregó un periódico, seña lando un anuncio en la sección de deman
cían demasiado grandes para su rostro. —Se ño r Wi lliam s, es te es m i am igo el Doctor Claybridge —Nos presentó Morti mer—. El Doctor va a ser testigo de esos documentos que tenemos que firmar. Williams me saludó con una voz que parecía infinitamente cansada. —Aquí es tán los pap ele s —di jo Mor timer, empujando algunos documentos
das—Se de empleo. ne ce sit a —leí— una per son a para experimentos hipnóticos. Se pagarán 5.000 dólares a quien sea elegido. Razón Pro fesor Alex Mortimer, Laboratorios Morti mer, Ciudad. —No esp erar ás —exc lam é— r eci bir una respuesta a este anuncio. —No un a —so nrió — sin o doc e so n las que ya he recibido. Entre ellas, he reco gido la que corresponde a la cobaya más idónea. Estará aquí dentro de unos mi
sobre la mesa, en dirección al hombre. Williams apenas si los miró, y tomó una pluma. —Es pe re un mo me nto —^Mortimer lla mó a Gable. El asistente y yo fuimos tes tigos de la firma, y firmamos también. —Si lo dese a, es to y di sp ue sto a com en zar inmediatamente —dijo Williams cuan do Gable se hubo ido. Mortimer lo contempló reflexivamente, durante un momento. —Primer o —dijo —, hay una preg unta que me gustaría hacerle, señor Williams. No tiene porque contestarla si no lo de sea. ¿Por qué tiene tantos deseos de some terse a un experimento cuyo resultado no puede siquiera imaginar? —Si res pon do, ¿se con side rar á es tri c tamente confidencial lo que diga? —pre guntó Williams, mirándome de reojo. —Por su pu es to —^replicó Mor timer—. Se lo prometo tanto por mí como por el Doctor Claybridge. Confirmé sus palabras con un gesto. —En ton ces —d ijo Wi lliam s— , se lo explicaré. Acepto este experimento por que, tal como me dijo usted ayer, existe la posibilidad de que en él se produzca mi muerte. No, no lo dijo usted tan clara mente, Profesor Mortimer, pero ese es el temor que trata usted de ocultar. Y, ¿por qué tendría yo que desear morir? Porque, caballeros, he cometido im asesinato. —¿Qué? —aulla mo s al mi sm o tiem po.
nutos los documentos que me dejan para libre firmar de cualquier responsabilidad en caso de accidente. Es por eso por lo que te he mandado llamar. Me quedé mirándolo sin saber qué decir. —N atu ral me nte —pros iguió — , le he explicado que el asunto llevará consigo un cierto grado de riesgo personal, pero pareció no importarle. Por el contrario, casi diría que le alegró. Es... Una llamada en la puerta interrumpió sus palabras. Uno de sus ayudantes fue a abrir. —El señ or Wi lliam s es tá aquí. Pro fesor. —Hága le entrar, Gable —Cuando el asistente desapareció, Mortimer volvió a hablarme—; Mi cobaya en potencia —ex plicó—. Es puntual. Un hombre delgado y bastante bajo entró en la habitación. Al punto, mi aten ción fue atraído por sus ojos, que pare
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Williams sonrió débilmente ante nues tro asombro. —E sa es un a afirm ació n po co usu al, ¿no? —^nos pregimtó con voz cansada—. No importa a quién asesiné. La policía nunca lo averiguará, pues realicé el hecho muy astutamente de forma que mi her mana, a la que usted deberá pagar los 5.000 dólares. Profesor, nunca deba sufrir la humillación de verme Pero, aunque puedo escapar de arrestado. las autoridades, no puedo escapar a mi propia conciencia. El conocimiento de que he matado deli beradamente a un hombre, aunque mere ciese la muerte, está convirtiéndose en una carga demasiado pesada para mí; y dado que mi religión prohíbe el suicidio, me dirijo a usted como un posible escape. Eso es todo. Lo contemplamos en silencio. Lo que Mortimer pensaba, no lo sé. Probable
bre diablo, pero ciertamente ha escogido un momento muy poco oportuno para tener su ataque. —Te tel efo ne ar é para exp lic ar te co mo ha ido el experimento —me prometió Mor timer mientras recogía mi sombrero—. Quizá puedas estar presente durante el próximo. Cumpliendo con su promesa, me tele foneó aquella tarde. — ¡He ten ido un éx ito mar avillo so! —gritó exu ltan te—. Ha sta ahor a só lo he experimentado en forma muy limitada, pero ya con esto ha quedado probada, sin lugar a dudas, mi teoría. Y hay una cosa muy interesante, Claybridge. Williams me ha explicado cuál será la naturaleza del experimento que llevaré a cabo mañana por la tarde. —¿Y cuá l será? —le pre gunt é. —Voy a hac er que su co nc ien cia ma
mente estaba reflexionando sobre la ex terial sea traña psicología de la conducta humana. —fue la astangente om br os acon resel puefin stadel . mimdo En cuanto a mí, no podía dejar de pre — ¡San to ciel o! —grité a pe sa r mí o— . guntarme en que terrible tragedia se ha ¿Crees que debes hacerlo? bía visto envuelto aquel ser humano. —No ten go ele cc ión po si bl e —me re Mortimer fue el primero en hablar. plicó. Cuando lo hizo, no se refirió en absoluto — ¡Mortimer, no se as fata lista ! Tú... a lo que acababa de oír. —No, no —pro tes tó— . N o es fata lism o. —Dado que es tá dis pu es to, se ño r Wi ¿No puedes comprender que...? lliams, procederemos inmediatamente con Pero le interrumpí; nuestro experimento inicial —dijo—. He —¿Puedo es tar pr es ent e? —pregun té. dispuesto una sala especial para el mis —Sí —me co nt es tó —. Es tar ás allí. Wi mo, en la que no habrán otras ondas men lliams te vio. tales ni sugestiones que lo perturben. Tuve grandes deseos de no asistir, de Se alzó, y aparentemente iba a llevar liberadamente, sólo por perturbar su pre nos a aquella sala,- cuando sonó el telé ciosa teoría; pero mi curiosidad era de fono. masiado grande, y a la hora indicada, —Diga. ¿El Do cto r Claybridge? Es tá estaba allí. aquí, un momento —Me pasó el auricular. —Ya he pu es to a Wi lliam s en trance Me llamaban del hospital. Tras oír el —di jo Mor timer cuan do en tré —. Es tá en mensaje, colgué disgustado. la sala especialmente preparada. Ven con —Un ca so de ap en dic itis aguda —anun migo. cié—. Naturalmente, lo siento por el po Me guió a lo largo de un pasillo hasta tío
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la puerta de lo que anteriormente había sido un cuarto trastero. Metiendo la llave en la cerradura, la abrió y empujó la puerta. En la habitación podía ver a Williams sentado en una silla giratoria. Sus ojos estaban cerrados y su cuerpo relajado, como si durmiese. No obstante, no fue eso lo que atrajo mi atención, sino la ha bitación en sí misma. No tenía ventanas, con un solo tragaluz en el techo para admitir luz y aire. Aparte de la silla en la que se sentaba Williams, no.había más mobiliario que un instrumento parecido a un inmenso micrófono que un brazo telescópico mantenía a unos cinco centí metros de la boca del hombre hipnoti zado, y un par de auriculares, similares a los de las telefonistas, puestos sobre sus orejas. Pero lo más extraño de todo era que paredes, suelo y techo de la habita ción estaban forrados con un metal blan quecino. —Plo mo bla nco —di jo Mortimer , al ver mi mirada—. Es la sustancia menos conductora para las ondas mentales. De seo que el sujeto esté tan libre como sea posible de cualquier interferencia mental exterior, de forma que, cuando me hable a través de ese micrófono, que está co nectado con mi laboratorio, no haya peli gro de que me cuente otras cosas mas que sus propias experiencias.
—Habla ré con Wi lliam s a trav és del micrófono —me explicó Mortimer—, y me oirá mediante los auriculares. Cuando responda por su micrófono, lo oiremos a través del altavoz. Se sentó frente al aparato y habló: —^Williams, ¿me oye? —Le oi go —la re sp ue sta lle gó rápida, pero con la pesadez propia de un hombre dormido. —Es cúc he me . Es tá viv ien do lo s úl ti mos seis días del mundo. Por «días» no me reñero a períodos de veinticuatro ho ras, sino los espacios de tiempo de que se habla en el primer capítulo del Gé nesis. Ahora está en el primero de los seis. Dígame lo que ve. Tras un corto intervalo, llegó la res puesta en un extraño y agudo tono. Aun que las palabras eran en inglés, las pro nunciaba con im curioso acento que al principio resultaba difícil de comprender. —Es tam os en el año 46.812 —dij o la voz—. O, según el calendario moderno, el 43.930 D.C.I., esto es. Después de la Comunicación Interplanetaria. Las cosas no ván bien en la Tierra. El casquete polar ártico llega hasta Terranova. El verano dura sólo unas pocas semanas, y durante ellas el calor es tórrido. Lo que en otro tiempo se conoció como la llanura de la Costa Atlántica hace tiempo que fue su mergida por las aguas. Son necesarios al
—Pero el traga luz —se ñal é—, es tá semiabierto. —Cierto —adm itió —, pe ro las onda s mentales viajan hacia arriba y hacia los lados, y casi nunca hacia abajo. Así que, ya ves que hay poco peligro por ese lado. Cerró la puerta con llave y regresamos al laboratorio. En un rincón había lo que parecía un altavoz, mientras que cerca de él se veía un micrófono similar al de la habitación en que estaba Williams.
tos isla diques impedir donde que el agua la de para Manhattan, está cubra locali zado el gobierno mundial. Acaba de ter minar una gran guer ra. Hay muchos muer tos por enterrar. —Habla us te d de co mu nic ac ion es in terplanetarias —dijo Mortimer—. ¿Acaso este mundo se halla en comunicación con los planetas? —En el año 2952 —lleg ó la re sp ue sta —, la Tierra logró ponerse en comunicación omega / 111
con Marte. Se transmitieron, en ambos sentidos, imágenes por radio entre los dos mundos hasta que lograron comprender los respectivos idiomas. Entonces, se es tableció comunicación sonora. Los mar cianos habían estado tratando de comu nicarse con la Tierra desde los principios del siglo veinte, pero no habían logrado establecer un sistema adecuado dado el retraso terrestres. «Un científico millar de de añoslosmás tarde, se re cibió un mensaje de Venus, que había por aquel entonces alcanzado el grado de civilización correspondiente al de la Tie rra cuando esta se comunicó con Marte. Durante cerca de quinientos años habían estado recibiendo mensajes tanto de Mar te como de la Tierra, pero les había re sultado imposible responder. «Algo más de cinco mil años después comenzaron a recibirse una serie de soni dos que venir de más allá de parecían Venus. Venus y algún Martesitio también los escucharon; pero, como nosotros, no pudieron comprender su significado. Los tres mundos retransmitieron sus imáge nes por radio en la longitud de onda co rrespondi ente a la de los sonidos misterio sos, pero no recibieron respuesta. Por fin. Venus formuló la teoría de que los sonidos llegaban de Mercurio, cuyos habitantes, obligados a vivir en el hemisferio de su mundo opuesto al sol, o bien carecerían totalmente de visión, o tendrían unos ojos insuficientemente desarrollados para ver nuestras imágenes. «Recientemente, algo espantoso ha ocu rrido en Marte. Los últimos mensajes re cibidos de allí hablan de terribles guerras y pestes, tales como las que estamos su friendo en la Tierra. Igualmente, sus re servas de agua están comenzando a ago tarse, debido a que tuvieron que usar gran cantidad de la misma en la fabricación 112 / amella reynolds long
de atmósfera. Repentinamente, hace unos cincuenta años, cesaron todos los men sajes procedentes de ese planeta; y las señales que les son enviadas no reciben respuesta. Mortimer cubrió el micrófono con su mano. —Es o —^me di jo— so lo pue de signif i car que la vida inteligente en Marte se ha extinguido. Por consiguiente, la Tierra sólo sobrevivirá unos cuantos miles de años más. Durante casi una hora consultó a Wi lliams sobre las condiciones en el año 46.812. Todas sus respuestas indicaban que, aunque el conocimiento científico ha bía alcanzado un estadio casi increíble de desarrollo, la raza humana se hallaba en su ocaso. Las guerras habían matado a millares de personas, mientras que nue vas y extrañas enfermedades causaban multitud de muertes diarias a una raza cuyos miembros ya no tenían una natura leza física adecuada para resistirlas. Lo peor de todo era que la tasa de natalidad estaba disminuyendo rápidamente. —Esc úc he m e —Mortim er alzó la voz como si desease impresionar a su invisi ble cobaya con lo que estaba a punto de decir—. Está usted viviendo ahora en el segundo día. Dígame lo que ve. Hubo un momento de silencio, luego la voz, en un tono aiin más agudo que antes, habló de nuevo: —^Veo a la h u m a n i d a d en agonía —dijo— . Só lo queda n unas cua nta s tribus desperdigadas por los continentes desier tos. Los animales han empezado a enfer mar y morir; y es peligroso utilizarlos como alimento. Hace cuatro mil años, co menzamos a fabricar aire artificial, tal como hicieron los marcianos antes que nosotros. Pero casi no vale la pena, pues
ya no nacen niños. Seremos los últimos de nuestra raza. —¿No han ten ido má s no tic ias de Mar te? —^preguntó Mortimer. —Ningim a. Hac e dos año s, en la épo ca adecuada. Marte no apareció en los cie los. En cuanto a lo que le haya sucedido, es algo sobre lo que sólo podemos con jetura r.
gritos de alarma y sorpresa fueron si multáneos. Williams estaba sentado en la silla en que lo habíamos dejado; pero, físicamen te, era un hombre distinto. Había perdido varios centímetros de estatura, mientras que su cabeza parecía haberse hecho ma yor, con una frente de aspecto basi bul boso. Sus dedos eran tremendamente lar
una terrible implicación llasHabía palabras. Me estremecí, y me en di aque cuen ta de que Mortimer también lo hacía. —El ca sq ue te de hi elo pol ar ha co menzado a retirarse —dijo la voz—. Ahora son los inviernos los que duran poco. Han empezado a aparecer plantas tropicales en las zonas templadas. Las formas de vida inferiores se están convirtiendo en las más numerosas, y han iniciado la per secución del hombre, que anteriormente las persiguió. Los días de la raza humana
una impresión gos y sensibles, daban estaba de gran fuerza. pero Su cuerpo delgado, casi esquelético. — ¡Santo cielo ! —excla mé— ¿Qué ha sucedido? —Es un ca so ext rem o de inf lue nci a mental sobre la materia —contestó Mor timer, inclinándose sobre el hombre hip notizado—. ¿Recuerdas cómo la facciones del joven Bennet tomaron las caracterís ticas de un huno? Algo similar, pero en grado mucho mayor, le ha sucedido a Wi
estánbandada definitivamente Somos una de extrañoscontados. en nuestro pro pio mundo. —Es cú ch em e —d ijo Mor time r de nue vo—. Ahora es el tercer día. Descríbalo. Siguió el habitual intervalo de silen cio; luego se oyó la voz, quebradiza de gélido terror. —¿Por qué —ch illó — m e hac en seg uir aquí, el último hombre vivo en un pla neta moribundo? El mundo está cubierto de seres muertos. Déjenme morir con ellos. — ¡Mortimer! —inter rum pí— . ¡Es to es monstruoso! ¿No tienes bastante con lo que ya has oído? Echó atrás su silla y se alzó. —Sí —di jo co n un ton o que me par eció tembloroso—. Al menos por ahora. Ven; despertaré a Williams. Lo seguí por el pasillo, y estaba tras de él cuando abrió la puerta de la habita ción forrada de plomo y entró. Nuestros
lliams. Se tanto ha convertido enmentalmente. un hombre del futuro física como — ¡Bue n Dios! —grité —. ¡Des piért alo ahora mismo! Esto es horrible. —Para ser fra nco co nti go —dij o Mor timer gravemente—, tengo miedo de ha cerlo. Ha permanecido en este estado mu cho más de lo que yo esperaba. Desper tarlo demasiado repentinamente sería pe ligroso. Quizá, hasta fatal. Por un momento pareció perdido* en sus pensamientos. Luego, le quitó los au riculares a Williams y se dirigió a él; —Duer ma —le ord enó —. Duer ma pro funda y naturalmente. Cuando haya des cansado lo bastante, se despertará y vol verá a su estado normal. Poco después, me despedí de Morti mer y, aunque era mi día libre, fui al hos pital. ¡Cuán simples me parecían los ha bituales casos de amigdalitis tras las im pías cosas que acababa de experimentar! Dejé tan sorprendido al médico de guar omega / 113
dia, que casi cayó en estado de coma al ver cómo realizaba durante el resto del día un trabajo casi sobrehumano en las salas gratuitas; y finalmente me fui a casa, con la mente y el cuerpo fatigados. Me retiré a buena hora para tener un merecido descanso, y me quedé dormido casi en seguida. De la siguiente cosa que me enteré fue del insistente repiqueteo
obstante, su temperatura y pulso son casi normales. Diría que aún está parcialmen te en un estado de hipnosis. —E nto nc es , es una au toh ip no sis —dijo Mortimer—, pues yo he retirado total mente mi influencia. —Quizá —suge rí—, lo haya s tran spo r tado al futuro sin posibilidad de retorno. —E so —rep lic ó Morti mer— es prec i
del mi timbre de cama.del teléfono, situado al lado —¿Diga? —dije ado rmil ado, toma ndo el auricular—. Aquí el Doctor Claybridge. —Claybridge, aqu í Mor time r —llegó la respuesta casi histérica—. ¡Por Dios, ven al laboratorio ahora mismo! —¿Qué ha suc ed ido ? —preg unt é, repe n tinamente despierto. Se necesitaba algo muy poco usual para excitar de tal forma al poco emotivo Mortimer. —Es Will iam s —re spo ndió — . No pue do traerlo de vuelta. Se despertó hace una hora, y aún cree estar en el futuro. Física mente, sigue igual que lo vimos esta tarde. —Iré ahora m ism o —grité— , y colg ué con un golpe el auricular. Mientras me vestía apresuradamente, miré el reloj. Las dos y cuarto. En media hora podría estar en el laboratorio. ¿Qué es lo que hallaría esperándome allí? Cuando llegué, Mortimer estaba en la sala forrada de plomo. —Claybridge —me dijo— , n e c e s i t o otra opinión sobre este caso. Examínalo y dime lo que piensas. Williams estaba sentado en la silla si tuada en el centro de la habitación. Tenía los ojos muy abiertos, pero era evidente que no nos veía ni a Mortimer ni a mí. Aún cuando me incliné sobre él y le to qué, no dio señales de darse cuenta de mi presencia. —Pare ce co mo si est uv ier a su frie ndo algún tipo de catalepsia —le dije—. Y no
samente lo que temo que haya sucedido. Lo miré anonadado. —La ún ica for ma de sali r de es to —^prosiguió—, es vol ver lo a hip not iza r y terminar el experimento. Al concluir este, tal vez regrese a su estado natural. No pude dejar de pensar que había ciertas cosas que le estaba prohibido co nocer al hombre, y que Mortimer, habien do violado estos secretos, debía ahora pur gar su culpa. Lo contemplé mientras ac tuaba sobre el pobre Williams, luchando con todas sus fuerzas para inducirle un estado de sueño hipnótico. Con manos que temblaban visiblemente, ajustó los auriculares, y regresamos al laboratorio. —Willia ms —llam ó Morti mer po r el micrófono—. ¿Me escucha? —Le es cu ch o —rep lic ó la ya fam ilia r voz. —Vive ahora en el cua rto día. ¿Qué es lo que ve? —Veo rep tiles ; gran des laga rtos que caminan sobre sus patas traseras, y pája ros de cabeza pequeña y alas de murcié lago, sus nidos en las rui nas dequelasconstruyen ciudades desiertas. — ¡Din osau rios y pte ro dá cti los ! —ex clamé sin poderme contener—. ¡Una se gunda era de los reptiles! —Los ca sq ue tes pol are s se han ret i rado hasta que no resta más que una pe queña área helada alrededor de cada polo —con tin uó la voz— . Ya no hay est ac ion es; sólo un continuo reino del calor. La zona
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tórrida se ha tornado inhabitable hasta para los reptiles. Allí, hierve el mar. Gran des monstruos se estremecen en agonía en su superficie. Hasta las aguas del ex tremo norte se están caldeando. Toda la superficie está cubierta por lujuriosa vege tación de la que se alimentan los repti les. El aire es fétido.
a que su cuerpo está aquí, en el siglo vein te, en el que hay mucho aire. El aire en ese estadio de la evolución de la Tierra en que se halla su mente debe ser dema siado tenue para mantener la vida orgá nica. Pero no obstante, la influencia men tal es tan fuerte, que se cree que la den sidad de la atmósfera está disminuyendo.
—De Mortimer scrib aloelinterrumpió; qui nto día. Tras el acostumbrado intervalo, la voz replicó. Tenía un tono pegajoso que me recordó el ruido que produce una ciénaga el tragarse un objeto que ha caído en ella. —Los re pti les han de sap are cid o —di jo —. Só lo yo viv o en es te mu ndo que expira. Hasta la vida vegetal ha amari lleado y se ha agostado. Los volcanes tie nen una tremenda actividad. Las monta ñas se desploman, y pronto no habrá mas que una llanura. Un espeso cieno verdoso se está formando en la superficie de las aguas, por lo que es difícil decir dónde acaba la tierra con su vegetación putrefacta y comienza el mar. El cielo tiene un color azafrán, como una placa de cobre caliente. Por la noche, una luna color rojo sangre flota en un cielo negro. «Algo le está pasando a la gravedad. Ya hacía tiempo que lo sospechaba. Hoy lo comprobé lanzando una piedra al aire. Subió varios metros por el impulso que le di. Tardó casi veinte minutos en regre
—Haclae estrella poc o —^ prosig la voz eldeluWi lliams— Vega hauiótomado gar de la Polar como centro del universo. Muchas de las antiguas estrellas han desa parecido, mientras otras nuevas han to mado sus lugares. Tengo la sospecha de que nuestro sistema solar está cayendo o viajando en una nueva dirección a tra vés del espacio. —Es cúc he me , Will iam s —la voz de Mortimer sonaba seca y quebradiza, y su frente estaba perlada por gruesas gotas de sudor—. Está en el sexto, el último día. ¿Qué es lo que ve? —Ve o una des nud a llanu ra de roca gris. El mundo está en una perpetua pe numbra porque los vapores que se alzan del mar oscurecen el sol. Montones de huesos amarillentos están esparcidos por la llanura cerca de los montículos que en otro tiempo fueron ciudades. Los diques alrededor de Manhattan hace mucho que se desplomaron; pero no habría necesi dad de ellos, ni aunque hubieran hombres allí, pues el mar se está secando rápida mente. La atmósfera está rarificando por momentos. Apenas se si puedo respirar... »La gravedad está desapareciendo más rápidamente. Cuando me pongo en pie me bamboleo como si estuviera borracho. La pasada noche las nubes de vapor se abrie ron por un momento y vi como la Luna salía volando por el espacio. »Grandes rayos saltan hacia la tierra, pero no se oyen truenos. El silencio es to tal en todas partes. Tengo que estar ha
sar — al¡En suelo.ángulo! ¡Cayó lentamente, en ángutol —gritó Mortimer . —Sí, ape nas si era apre ciab le, pero real. El movimiento de la Tierra es más lento, los días y las noches han duplicado su extensión. —¿Cómo es tá la atm ósfe ra? —^Algo rarificada, per o no lo ba sta nte para dificultarme la respiración. Es algo extraño. —E st o —me dijo Mortime r— se debe
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blando en voz alta continuamente o gol peando un objeto contra otro para aliviar la tensión en mis oídos... »Han comenzado a aparecer grandes fisuras en el suelo, de las que salen humo y lava. He huido a Manhattan para que los esqueletos de los altos edificios las oculten de mi vista. »Los pequeños objetos han empezado a moverse por sí mismos. Tengo miedo de caminar, pues cada paso me hace perder el equilibrio. El calor es espantoso. No puedo respirar. Hubo un corto intervalo, que fue un alivio para nuestros tensos nervios. La agitación a que nos sometía el experi mento era aterrorizadora. Y no obstante, yo al menos, no podría haberme apartado de allí del mismo modo que no podría haber pasado a la cuerta dimensión. ¡Al pronto, la voz rasgó el aire!
Mortimer me asió por el brazo, y me arrastró con él a lo largo del pasillo. —¿Está ... es tá mue rto? —Me atra ganté mientras corríamos. Mortimer no respondía. Su respiración era una serie de cortos jadeos que le hu bieran impedido hablar aunque me hubie ra oído. A la puerta de la habitación forrada de plomo, se detuvo y trasteó con las lla ves. Desde allí no podíamos oír sonido alguno. Por dos veces Mortimer, dado su nerviosismo y prisa, dejó caer las llaves y tuvo que recogerlas. Pero al fin logró introducir la adecuada en la cerradura, y abrió la puerta de un empujón. En nuestra prisa, tropezamos el uno contra el otro al meternos en la estancia. Entonces, nos quedamos helados. ¡La ha bitación estaba vacía! —¿Dónde...? —co me ncé a dec ir inc ré
— ¡Los ¡Se edific ios! moviendo! —chi lló des¡Se esp era da mente—. están incli nan los unos hacia los otros! ¡Se están derrumbando, desintegrando; y los cas cotes vuelan hacia arriba en lugar de caer ! Saltan partículas de todos los objetos que tengo a mi alrededor. ¡Oh, qué calor! ¡No hay aire! Siguió un repugnante gorgoteo; luego: — ¡El sue lo se es tá dis olv ien do ba jo mis pies! Es el ñn. ¡La creación está volviendo a sus átomos srcinarios! ¡Oh, Dios mío!
dulo—. ha on podido ¿No? —No ¡No —resp dió rosalir! nca me nte Morti mer. Buscamos por la habitación, mirando por cada rendija y rincón. Los auricula res se balanceaban por detrás de la silla, suspendidos de su cordón; mientras que colgando de la silla se veía lo que parecía haber sido en otro tiempo un traje mascu lino. Al verlo, el rostro de Mortimer se puso pálido. En sus ojos apareció una mirada de naciente comprensión y horror.
Se oyó un segemido que enfermaba, rápidamente fue debilitando como que de saparece una emisión de radio. — ¡Williams! —gritó Mortim er— . ¿Qué ha sucedido? No hubo respuesta. — ¡Williams! ¡Williams! —^Mortimer es taba en pie, dando alaridos ante el mi crófono—. ¿Me escucha? La única respuesta fue un silencio total.
—¿Quéé.es lo que signif ica tod o est o? —pregunt Por respuesta, apuntó con un temblo roso índice. Al mirar, el primer rayo del sol na ciente atravesó el tragaluz por encima de nosotros, y cayó oblicuo hasta el suelo. En su haz dorado, directamente encima de la silla en que había estado sentado Williams, danzaban una miríada de áto mos infinitesimales.
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EN EL CREPUSCULO DEL MUNDO EDMOND HAMILTON
... Y surgieron nuevas humanidades, nuevas civilizaciones, nuevas vanidades, otra Babilonia, otra Tebas, otra Atenas, otra Roma, otro París, nuevos palacios, templos, glorias y amores. Y todas es tas cosas no debían nada a la Tierra, cuya memoria se había desvanecido como una sombra. Y esos universos pasaron a su vez. Pero permaneció el espacio infinito, po dey mundos, estrellas, por y almas, yblado soles; el tiempoy prosiguió siem pre. Pues ni puede haber fin ni principio. de de Camille Flammarion
La ciudad de Zor alzaba sus sombrías torres y minaretes de mármol negro ha cia el rojizo ocaso, una gran masa de es piras erguidas circunvaladas por una gran muralla negra. Doce puertas de grueso bronce se abrían en aquella muralla, y tras ella se extendía el blanco desierto de sal que ahora cubría la totalidad de la Tierra. Una cruel y ardiente llanura que se extendía, haciendo daño a la vista, has ta el horizonte, sin que su monotonía fuera rota por colina, valle o mar alguno. Hacía mucho que los últimos mares se habían secado y desaparecido, y también mucho desde que las continuas eras de erosión geológica habían limado monta ñas, colinas y valles hasta convertirlos en una llanura sin accidentes. Mientras el sol se ocultaba, lanzó un dardo de luz rojiza que atravesó la ciudad de Zor hasta llegar a la gran sala de la espira más alta. Los rayos carmesí atrave saron la sombría penumbra de la poco
ra, en el cielo del crepúsculo florecían las estrellas, y atisbaban a través del pórtico como burlones ojos blancos. Y le parecía escuchar sus débiles y plateadas voces es telares gritando en tono de mofa: «El fin llegará pronto para la raza de Galos Gann.» Pues Galos Gann era el último de los hombres. Sentado, solo, en su oscura sala de lo alto de la sombría Zor, sabía que en ninguna otra parte del desértico globo se movía otra forma humana, ni sonaba otra voz de hombre. Era aquel en quien durante anteriores épocas se había fijado una atemorizada pero irremediable fas cinación: el último superviviente. Sabo reaba una soledad que ningún otro hom bre había conocido jamás pues su tarea era recordar todos los millones de hom bres que habían existido antes que él, y que ya no estaban con vida. Podía regre sar a billones de años antes, cuando en la tumultuosa juventud de la Tierra los
iluminada sala Gann. y bañaron la sentada fi gura de Galos Pensativo bajo la rojiza luz. Galos Gann miró a través del desierto hacia el sol en ocaso, y dijo: —Pas ó otro día. El fin lleg ará pron to. Con el mentón apoyado en la mano, pensaba, y el sol se ocultaba, y las som bras del gran salón se hacían más pro fundas y negras, a su alrededor. Allá afue
cálidos mares habían dado que, luz abajo la pri mera vida protoplasmática las potentes influencias de la radiación cós mica, había evolucionado a formas más y más complejas hasta culminar en la del hombre. Podía rememorar cómo el hom bre se había alzado desde el salvajismo primitivo hasta la civilización mundial que le había dado por fin tremendos po deres y que había alargado su expecta en el crepúscul o delmun do / 119
ción de vida a muchos siglos. Y podía re cordar también el tenebroso e irrefrena ble mecanismo de las fuerzas naturales que por fin había llevado la ruina a las bellas ciudades de la época de oro. En forma continua, silenciosa e inexo rablemente, a través de las eras había ido disminuyendo la hidrosfera, o sea la en voltura acuosa de la Tierra, a causa de la pérdida de sus partículas en Los el espacio, por la dispersión molecular. mares se habían secado en el transcurso de mi llones de años, y los desiertos de sal ha bían ido invadiendo el orbe. Y el hombre había visto cercano el fin de su raza, y a causa de ello, dejado de concebir hijos. Los hombres estaban cansados de la lucha sin íin ni esperanza, y no querían escuchar las súplicas de Galos Gann, el mayor de sus científicos, y el único entre ellos que ansiaba mantener en vida a la
morirá, sino que vivirá para alcanzar glo ria aún mayor. Las blancas estrellas permanecieron en silencio, moviéndose con cínica imper turbabilidad sobre los desiertos que ro deaban a la ciudad de Zor, amortajada por la noche. Y Galos Gann alzó su mano hacia Rigel y Canopus y Achernar en un gesto re pleto de desafío y amenaza. — ¡En algú n lugar y de algu na mane ra encontraré el modo de mantener en vida a la raza del hombre! —les gritó—. ¡Sí, y llegará el día en que nuestra simiente os ponga un yugo a vosotras y a todos vues tros mundos, para sujetaros a los deseos del hombre! Y luego Galos Gann, repleto de esta determinación, tomó una gran decisión y se dirigió a sus laboratorios buscando ciertos instrumentos y crípticos mecanis
raza moribunda. Y la así,última en su generación cansancio, había desaparecido de ellos, y en el mundo no quedaba ser viviente alguno sino el inquebrantable Ga los Gann. En su oscuro salón en lo alto de Zor, Galos Gann estaba sentado, arrebujado en sus ropas y reflexionando sobre todas es tas cosas sin que variase la expresión de su ajado rostro o sus negros y vivaces ojos. Luego, al fin, se puso en pie. Caminó con su ropaje flotando a su alrededor hasta el balcón, y en la noche miró al zando la vista a los burlones ojos blan cos de las estrellas. Y dijo: —Creéis es ta r mira ndo al ú ltim o de los hombres, que todas las glorias de mi raza son un relato ya contado y terminado, pero estáis equivocadas. Soy Galos Gann, el más grande de todos los hombres que jam ás han viv ido en la Tierra. Y es mi decisión irrevocable el que mi raza no
mos. Albergándolos suspor ropajes, cendió de la torre y entre caminó entredes las oscuras calles de la ciudad de Zor. Muy pequeño y solitario parecía mien tras se encaminaba bajo la débil luz este lar y por entre las mortecinas sombras de las amplias avenidas de la ciudad, y no obstante avanzaba orgulloso; pues un inconquistable desafío al destino ardía en su corazón y vitalizaba su cerebro con una determinación irrefrenable. Llegó hasta la baja y maciza estruc tura que buscaba, y su puerta se abrió con un suspiro mientras se acercaba. En tró, y allí en la pequeña sala en penum bras había una escalera por la que descen dió. La escalera en espiral bajaba hasta una gran sala subterránea de mármol ne gro, iluminada por una débil luz azul que no provenía de ninguna fuente visible.
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Cuando Galos Gann pisó al fin el suelo
de mosaico, se quedó mirando a lo largo de la sala oblonga. De sus paredes, que se extendían hasta la lejanía, colgaban un centenar de grandes paneles cuadrados en los que estaba pintada la historia de la humanidad. El primero de ellos mos traba la vida protoplasmática primigenia de la que había descendido el hombre, y el último de ellos mostraba aquella mis
poderosos estímulos eléctricos e inyeccio nes glandulares hizo que sus corazones palpitasen convulsivamente, y luego regu larmente. Y, mientras sus corazones bom beaban la nueva sangre a través de sus cuerpos, hasta sus perfectamente conser-r vados cerebros, los muertos recuperaron lentamente su consciencia y se tambalea ron poniéndose en pie, tras lo que se mi
ma sala subterránea. enyacían criptas dispuestas en el suelo dePorque, la misma los cadáveres de los ciudadanos de Zor, que habían sido la última generación de la humanidad. Quedaba una última cripta vacía que acogería a Galos Gann cuando descendiese a ella para morir, y, dado que ése sería el último capítulo de la his toria de la humanidad, había sido repro ducido en el último panel. Pero Galos Gann no se fijó en las pa redes pintadas y caminó a lo largo de la sala, abriendo una tras otra las criptas del suelo. Trabajó en ellas hasta que al fin yacieron frente a él docenas de hom bres y mujeres muertos, cuyos cuerpos estaban tan perfectamente conservados, que parecía que estuvieran durmiendo. Galos Gann les dijo: —Tengo la ide a de que has ta vo so tro s, que ya no vivís, podáis tal vez ser utiliza dos para impedir que perezca la huma nidad. Parece sacrilego el perturbar vues tra paz en la muerte, pero en nigún otro lugar, sino en la muerte, puedo hallar a aquéllos que necesito para perpetuar la himianidad. Entonces Galos Gann comenzó a tra bajar sobre los cuerpos de los muertos, logrando, con su tremenda resolución, lle gar a hazañas científicas superhumanas que jamás antes había logrado. En una suprema hazaña química sin tetizó nueva sangre con la que llenó las vacías venas de los cadáveres. Y, mediante
incrédulamente los unos a los otros, yraban al vigilante Galos Gann. Este sintió un tremendo orgullo y ale gría mientras contemplaba a aquellos fuertes hombres y bellas mujeres que ha bía rescatado de la muerte. Les dijo: —Os he vu elt o a traer a la vid a por que he decidido que nuestra raza no debe acabar ni ser olvidada por el universo. Es mi deseo que la humanidad continúe, y lo lograré a través de vosotros. Las mandíbulas de uno de los hombres se movieronlosrígidamente y deacentos entre ellas surgieron herrumbrosos de una voz no usada por largo tiempo. —¿Qué loc ura es és ta . Galos Gann? Nos has dado un aspecto de vida, pero seguimos muertos, y, ¿cómo podemos los que estamos muertos prolongar la vida del hombre? —Os m ov éis y hab lái s, por co nsi gu ien te estáis vivos —insistió Galos Gann—. Os aparearéis y tendréis hijos, y serán los progenitores de nuevos pueblos. El muertocon dijo —Luchas tra huecamente: lo ine vit ab le co mo un niño que se rompe los puños contra una puerta de mármol. Es ley del universo que todo lo que existe tenga algún día un fin. Los planetas se agostan y mueren y caen a los soles que les dieron vida, y los soles chocan unos con otros y se trans forman en nebulosas, y las nebulosas no perduran, sino que a su vez se condensan en el crepúsculo del mundo / 121
para formar otros soles y mundos que a su tiempo deberán morir. «¿Cómo puedes tú esperar mantener por siempre viva la raza del hombre, en frentándote con esta universal ley de muerte? Hemos vivido una bella vida por muchos billones de años, hemos luchado y triunfado y perdido, hemos reído a la luz del sol y soñado bajo las estrellas, hemos interpretado nuestro papel en el tremendo drama de la eternidad. Ahora es tiempo de que nos resignemos a nues tro predestinado fin. Cuando el muerto terminó de hablar, un hueco y débil susurro de asentimiento recorrió las filas de los otros muertos. —Así es —dije ron —. Es hor a de que los cansados hijos del hombre se acojan al bendito sueño de la muerte. Pero la firme actitud de Galos Gann indicaba su determinación, y sus ojos
por las estrellas. Y los días y noches si guientes en Zor hubo la macabra visión de una ciudad poblada de nuevo por las gentes que habitaron en ella antes de mo rir. Porque Galos Gann decretó que de bían vivir en los mismos edificios en que lo habían hecho antes. Y aquellos que habían sido marido y mujer antes debían serlo ahora, y en todas las cosas debían comportarse cual lo habían hecho antes de sus muertes. Así, durante los días, bajo el cálido sol, los muertos iban y venían por Zor y pre tendían que verdaderamente estaban vi vos. Caminaban rígidos por las calles y se saludaban los unos a los otros con sus chirriantes y herrumbrosas voces, y aque llos que habían ejercido profesiones en los viejos tiempos, las practicaban de nue vo, de forma que los animosos sonidos de la vida y el trabajo resonaron de nuevo
echaban chispas y inquebrantable. su silueta se envaraba con su voluntad —Vues tra s pala bras no os ser virá n de nada —les dijo a los muertos—. A pesar de vuestros gélidos deseos de renuncia, estoy decidido a que el hombre siga vivo para enfrentarse con las ciegas leyes del cosmos. Por consiguiente me obedeceréis, pues bien sabéis que con mis poderes y ciencia puedo obligaros a seguir mi vo luntad. No estáis muertos ya, sino vivos, y repoblaréis la ciudad de Zor. Con estas palabras. Galos Gann caminó hasta la escalera en espiral, y comenzó a subirla. Y, sin poder oponérsele, torpe mente sumisos, los hombres y mujeres muertos le siguieron por la escalera, ca minando rígidamente.
en la Porciudad. la noche se dirigían al gran teatro de la ciudad y permanecían en rígida in movilidad en las butacas mientras aque llos que habían sido cantantes o bailari nes actuaban con pesada ineptitud en el escenario. Y el auditorio muerto aplaudía, y reía, y su risa era un extraño sonido. Y, por la noche, cuando las estrellas atisbaban curiosas hacia Zor, aquellos de entre ellos que habían sido jóvenes cami naban juntos y con mecánicos gestos se guían una pantomima de amor, y se de cían palabras tiernas los unos a los otros. Y se casaban entre sí, pues tal era el de creto de Galos Gann. En su alta torre. Galos Gann contem plaba como nacía luna tras luna, para mo rir luego. Una gran esperanza lo embar gaba mientras los meses pasaban uno a uno sobre la ciudad habitada por muertos. Se decía a sí mismo: —Rea lme nte no es tán to tal me nte en
Un extraño espectáculo fue el que dio Galos Gann guiando a su silenciosa hueste por las calles de la ciudad, iluminadas 122 / edmond Hamilton
vida; hay algo que mis poderes no pu dieron rescatar de la muerte; pero, aún en este estado, servirán para dar un nue vo inicio a la humanidad. Pasaron los lentos meses y, al fin, a una de las parejas muertas que vivía en la ciudad le nació un hijo. Muy altas vola ron las esperanzas de Galos Gann cuando oyó la noticia, y grande su excitación mientras se apresuraba a través de la ciu dad para ver. Pero, cuando contempló el niño, notó como se le helaba el corazón. Pues el hijo era tal cual los padres que le habían dado a luz, ya que no vivía del todo. Se movía, veía y emitía sonidos, pero sus movimientos y gritos eran rígidos y extraños, y sus ojos albergaban la som bra de la muerte. Sin embargo. Galos Gann no abandonó toda esperanza de éxito de su gran plan. Esperó a que naciese otro niño, pero el si
abandonaré mi ambición de perpetuar la raza. Los muertos no le contestaron, sino que dándole la espalda se movieron en un grupo silencioso y tambaleante, atra vesando las calles de la ciudad hacia aquel bajo y macizo edificio que tan bien co nocían. Bajaron sin decir palabra por la es calera en espiral hasta llegar a la sala de las criptas, iluminada de azul, y allí cada uno yació de nuevo en la cripta que le pertenecía. Y las dos mujeres que habían dado a luz se recostaron con sus extraños hijos muertos en su regazo. Luego, cada uno de ellos colocó de nuevo sobre su cripta la losa que la cubría, hasta que todos estuvieron de nuevo ocultos. Y una vez más reinó im solemne silencio en la cámara mortuoria de Zor.
guiente también fue así. Entonces sí que murió toda su fe y esperanza. Llamó a los ciudadanos muer tos de Zor y les habló en esta manera: —¿Por qué no tra éis al mu ndo hij os que vivan del todo, ya que vosotros habéis vuelto a la vida? ¿Acaso lo hacéis tan sólo por despecharme? Del grupo de ojos desvaídos le respon dió un muerto: —La mu er te no pue de dar a luz vida tal cual la luz no puede nacer de las tinie
En la cima de su alta torre Galos Gann los había contemplado irse, y allí quedó pensativo durante dos días y dos noches, estudiando la ciudad, de nuevo silenciosa. Y se dijo a sí mismo: —Pare ce que mi esp eran za fu e vana, y que en verdad la humanidad muere con migo, dado que aquellos que estaban muertos no pueden ser progenitores del hombre futuro. Pues, ¿dónde voy a en contrar hombres y mujeres vivos que pue
blas. A pesar de tusy que palabras sabemos que estamos muertos, sólo podemos producir muerte. Convéncete ahora de la futilidad de tu loco plan y permítenos que regresemos a la paz de la muerte, y deja que la raza del hombre llegue pací ficamente a su fin predestinado. Galos Gann les dijo tétricamente: —^Volved pue s a la nad a que ans iáis , ya que no podéis servir para mis propó sitos. Pero sabed que ni ahora ni nunca
danEsto servir para mis fines?un repentino dijo, y entonces pensamiento golpeó con la fuerza de un relámpago las profundidades oscuras de su mente pensativa. Su cerebro se tam baleó ante la audacia de la idea que tan repentinamente había concebido; y, sin embargo, tal era la desesperación de su propósito que se aferró tembloroso aún a esta posibilidad inhumana. Murmuró para sí: en el crepúsculo del mundo / 123
—No ha y hom bre s ni mu jer es viv os en el mundo de hoy, Pero, ¿y los trillones de hombres y mujeres que han existido en el pasado de la Tierra? Esos trillones están separados de mí por el abismo del tiempo. Y, no obstante, si pudiera en al guna forma atravesar ese abismo, podría arrancar a muchos seres vivos del pasado para traerlos a la muerta Zor. cerebro de Galos enloquecedor. Gann se inflamó conEleste pensamiento Y así, el más grande científico que jamás hubiera habido en la Tierra, comenzó aquella noche el audaz intento de atraer, a través del océano de los tiempos, hom bres y mujeres vivos que engendraran una nueva raza. Día tras día, mientras el sol ardía so bre la silenciosa Zor, y noche tras noche mientras las majuestuosas estrellas bri llaban sobre ella, el ajado científico tra
estremecieron de extraña forma, cual si los agitase un terrible huracán. Galos Gann se daba cuenta de que las titánicas fuerzas que había desencadenado estaban abriéndose camino a través del espacio y tiempo mismos, en el interior del cilindro, y horadando las hasta enton ces invioladas dimensiones del universo. La fuerza blanquecina ardía y el retumbar atronaba y laconvulsivamente, ciudad se estremecía hasta que al fin, apretó de nuevo los botones. Entonces murieron el resplandor, el retumbar y el estremeci miento, y mientras Galos Gann contem plaba el interior del cilindro, gritó en agudo tono de triunfo: — ¡Lo he con segu ido! ¡El cer ebr o de Galos Gann ha triunfado sobre el tiempo y el destino! Pues allí, en el cilindro, se encontra ban un hombre y una mujer vivos, atavia
bajó en en susellos laboratorios. Y gradualmente se alzó el gran mecanismo cilin drico de bronce y cuarzo que iba a per forar el tiempo. Al fin, el tremendo ins trumento estuvo terminado y Galos Gann se preparó a iniciar su increíblemente audaz experimento. A pesar de la inflexi bilidad de su resolución, su alma se es tremecía mientras conectaba los controles que ponían en funcionamiento la gran máquina. Pues bien sabía que el intentar lanzar una sonda a través del inconmen surable abismo del tiempo era algo tan atrevido y tan en contra de la misma natu raleza del cosmos que bien podría resultar un inimaginable cataclismo de ello. Sin embargo. Galos Gann, movido por su am bición inalterable, apretó los botones con mano temblorosa. Se oyó un trueno de proporciones cós micas y e l sise o de una cega dor rel ámpago de fuerza que llenó el cilindro, y los ci mientos de la muerta ciudad de Zor se
dos las conépocas las grotanteriores. escas vestimentas de tela de Abrió la puerta del cilindro y el hom bre y la mujer salieron lentamente. Galos Gann les dijo exultante: —Os he traíd o a trav és del tie mp o para que seáis el inicio de una nueva genera ción. ¡No tengáis miedo! Sólo sóis los primeros de los muchos que traeré del pasado en esta misma forma. El hombre y la mujer contemplaron a Galos Gann y, de pronto, se echaron a reír. Su risa no era de alegría, sino que tenía algo de maníaco. Salvaje, locamente, rieron el hombre y la mujer. Y Galos Gann comprendió que ambos estaban totalmen te locos. Y se dio cuenta de lo sucedido. Me diante su ciencia suprahumana había lo grado traer sus cuerpos vivos a través del mar de los tiempos, sin que sufrieran daño, pero al hacerlo había destruido sus mentes. Ninguna ciencia existente podía
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trasladar sus mentes a través del abismo de los tiempos sin destrozarlas, pues la mente no es materia, y no obedece las leyes de la materia. Y, a pesar de todo. Galos Gann estaba tan absorbido por su alucinante plan, que rehusó abandonarlo. —Traeré a má s hom br es a travé s del tiempo —se dijo a sí mismo—. Y segura mente alguno de ellos llegará con su men
deseos de gritar con los otros a través de las calles oscuras. Así que, con enfermizo disgusto y mie do, salió a ellas y destruyó a los locos hasta no dejar uno, dándoles la liberación de la muerte. Y Zor de nuevo conoció el silencio mientras el último hombre ca minaba solitario por sus avenidas.
te indemne. Y, así, una y otra vez, en las noches que siguieron, puso en marcha el gran mecanismo y con su potente fuerza sacó a muchas docenas de hombres y mujeres de sus propios tiempos, y los llevó a tra vés de los milenios hasta Zor. Pero siem pre, a pesar de que traía sus cuerpos in tactos, no podía hacer lo mismo con sus mentes; así que sólo surgían hombres y mujeres locos del cilindro, sin importar de que lugar o tiempo proviniesen.
Finalmente llegó un día en que Galos Gann caminó hasta su balcón y contem pló fijamente el blanco y árido desierto. Y exclamó: —He tra tad o de obt en er nu evo s ho m bres, rescatándolos de la muerte, y luego haciéndoles traspasar el tiempo, pero ni de la muerte ni del tiempo parece que puedan surgir aquellos que prolongarán la raza. ¿Cómo puedo esperar producir hombres en un corto instante del tiempo
Esasaterradora, locas genteserrando vivían en una forma porZorsuencalles de forma que ningún rincón de la ciudad estaba libre del sonido de su demente aullar. Subían a las sombrías torres y bra maban y farfullaban desde ellas a la ciudada muerta y al desnudo desierto que la rodeaba. Parecía que hasta la ciudad loca se atemorizaba ante la terrible horda que albergaba, pues una ciudad de demen tes era aún más terrible de lo que había sido la ciudad de los muertos. Finalmente, Galos Gann dejó de traer hombres y mujeres del pasado, pues vio que nunca podría esperar transportarlos cuerdos. Durante un tiempo trató de cu rar las mentes que había destruido en aquella gente insana. Pero vio que esto también estaba más allá del poder de cual quier ciencia material. Y entonces, en aquella aullante ciudad de locura, que era la última de la Tierra, Galos Gann sin tió miedo de enloquecer también. Sintió
cuando lea requirió billones años para hacerlo las fuerzas de ladenaturaleza? Así que produciré una nueva raza en la forma en que fue creada la antigua. Cam biaré la faz de la Tierra de forma de que nueva vida florezca de ella como lo hizo hace tiempo, y, con el devenir de las eras, la vida evolucionará de nuevo hasta lle gar al hombre. Animado por esta colosal resolución. Galos Gann, el último y más formidable de todos los científicos de la Tierra, inició una pavorosa tarea que hasta entonces ni siquiera había sido soñada por hombre alguno. Primero reunió todas las fuerzas co nocidas por su raza, y muchas otras que él mismo había descubierto. Y logró fuer zas aún más poderosas, que hasta un mismo dios se atemorizaría ante la idea de emplearlas a la ligera. Y entonces Galos Ganji puso en ac ción esas fuerzas y comenzó a perforar en el crepúsculo del mundo / 125
un túnel a través de la litosfera de la Tierra. Perforó hacia abajo, atravesando la arenisca y el granito y el gneis hasta que hubo superado la corteza de roca y se halló en lo profundo del tremendo nú cleo de hierro y níquel que forma el cora zón del planeta. En aquel núcleo de hierro construyó una gran cámara que equipó con el uti llaje mecanismos requeriría la tareayque se había que propuesto. Y, para cuando todo lo que necesitaba se halló en aquella profunda cámara, se retiró a ella, y en tonces hizo derrumbarse, cerrándolo, el pozo que llevaba hasta la superficie. Luego Galos Gann comenzó a sacudir la Tierra. Desde su profunda cámara en el núcleo de hierro, lanzó pequeños im pulsos de fuerza a intervalos exactos. Y el ritmo de esos impulsos estaba perfec tamente adecuado al ritmo de la Tierra.
La Tierra estaba pasando por los mis mos cambios que había sufrido tiempo ha. Mientras su superficie fundida comen zaba a enfriarse, empezó a caer lluvia des de las nubes, reuniéndose en lugares de la rota superficie del mundo para formar nuevos mares. Galos Gann contemplaba en tensión lo que sucedía a través de sus maravillosos instrumentos, y vio que se formaban en moléculas las orillas complejas de los ma res cálidos, con carbono, hidrógeno, oxí geno y otros elementos. Y bajo la acción de la fotosíntesis del sol, esos compues tos orgánicos se combinaron para iniciar los comienzos de la vida protoplasmática primaria. Galos Gann se dijo entonces a sí mis mo: —Se ha inic iad o el nue vo cic lo de la vida de la Tierra. La radiación del sol
Al principio, loselpequeños impulsos no tenían efecto sobre vasto globo del pla neta. Pero, poco a poco, su efecto se acu muló y se hizo más fuerte, hasta que fi nalmente toda la corteza rocosa que es la litosfera se agitó violentamente. Las tensiones y fuerzas produjeron inmensas presiones y elevaciones de temperatura en el interior de las rocas, haciendo que gran parte de ellas se convirtiesen en lava. Y esta lava fundida se abrió camino hacia arriba, surgiendo en terribles borbotones por todo el globo, tal como había hecho en la juventud del planeta. Galos Gann, en su cámara profunda mente hundida estudiaba sus instrumen tos y veía los cambios que tenían lugar en la superficie de la Tierra. Vio como las masas florecientes de magma fundido sol taban los gases que aprisionaban, y ob servó como estos gases formaban, com binándose, una nueva capa de nubes de vapor de agua, rodeando al planeta.
crea la vidatala como partir hizo de los in orgánicos, en elementos las eras del pasado. Esta vida evolucionará bajo las mismas condiciones y en la misma forma, y con el tiempo, producirá hombres, que de nuevo poblarán la Tierra. Calculó las épocas que llevaría el que una nueva raza humana evolucionase en el planeta. Y, entonces, tomó una canti dad, cuidadosamente medida, de una sutil droga que había preparado, que suspen dería indefinidamente toda función de su cuerpo, y que sin embargo le permitiría seguir vivo en un sueño que no era el de la muerte. Se extendió en un diván en la cámara subterránea, en el interior de la Tierra. —Dormir é ahor a en ani ma ció n su sp en dida hasta que haya evolucionado la nue va raza del hombre —dijo Galos Gann—. Cuando despierte, la Tierra estará de nue vo poblada por la victoriosa e inmortal raza humana, y podré salir y vivir entre
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ellos, y morir entonces en paz, sabiendo que el hombre perdura. Diciendo esto, cruzó sus brazos sobre su pecho, la droga hizo su efecto, y dur mió. Y le pareció que acababa de cerra r los ojos y había perdido consciencia, cuando se despertó de nuevo, pues el dormir una eternidad o un momento es lo mismo. Durante un tiempo, Galos Gann no pudo creer que ya había dormido a tra vés de las épocas para las que había calcu lado el efecto de la droga. Pero sus cro nómetros habían calculado el tiempo por la transmutación del uranio, y demostra ban que realmente había dormido du rante muchos billones de años. Entonces supo que había llegado el momento de su triunfo. Pues en aquellos lentos milenios debía haber evolucionado la nueva raza del hombre que ahora debía poblar la superficie de la Tierra, por en cima de él. Sus manos temblaban mientras se pre paraba a perforar un nuevo túnel desde su cámara a la superficie. —Mi mu ert e no es tá mu y leja na —dijo Galos Gann—. Pero primero estos ojos verán la nueva raza que he creado para perpetuar la antigua. Sus máquinas perforaron un túnel a través de la corteza rocosa hasta la super ficie llevado sus ypoderes. Gann y,subió por por el pozo emergióGalos a la superficie de la Tierra, bajo la radiante luz del sol. Miró a su alrededor. Estaba en el cen tro de un desierto blanco de sal que se extendía monótonamente en todas las di recciones, hasta el horizonte, y que en ninguna parte era roto por colina o valle alguno.
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Un terrible escalofrío estremeció el co razón de Galos Gaim mientras permane cía bajo el cegador destello del sol en el desierto solitario. —¿Puede se r —se pre gun tó a s í m is mo—, que las fuerzas de la naturaleza hayan secado y gastado la Tierra tal como lo hicieron hace largo tiempo? Aiin si es así, en alguna parte del planeta deben encontrarse las nuevas razas del hombre que el tiempo haya creado. Miró en una y otra dirección hasta que finalmente vio en el horizonte las distin tas espiras de una ciudad. Su corazón se alegró ante esta visión, y se movió hacia la ciudad con ansia expectante. Pero, cuan do llegó cerca de ella, se turbó de nuevo. Pues era una ciudad de torres y mina retes de mármol negro, rodeada por una alta muralla negra, que en gran manera se asemejaba a la ciudad de Zor, perecida
mirando ciegamente a Galos Gann le con testó; —No hay nin gún otr o, pu es so y el úl ti mo superviviente de toda la raza del hom bre. Hace billones de años comenzó la vida en el protoplasma de los mares cáli dos del mundo, y se desarrolló a través de innumerables formas hasta llegar al hombre, y la civilización y poder del hom bre llegaron hastay, mientras altas cimas. Pero en los mares se secaron la Tierra vejecía, nuestra raza también envejeció y murió, hasta que he quedado tan solo yo en esta ciudad muerta. Y mi propia muerte está al llegar. Con estas palabras, el encogido y tam baleante hombre se desplomó hacia ade lante, exhaló su último suspiro, y yació muerto sobre el suelo. Y Galos Gann, el último hombre, le vantó la vista del cadáver y miró al sol
hacía largo tiempo. Llegó a una de las puertas abiertas y entró en la ciudad. Y, como un hombre en sueños, caminó por sus calles, mirando en uno y otro sentido. Pues esta ciudad estaba tan vacía de vida como lo había estado la antigua Zor. En ninguna de sus plazas o avenidas se movía forma humana alguna, ni hacía ecos voz ninguna.Y en tonces, un fatal presentimiento invadió a Galos Gann y le llevó hasta la más alta torre, y a una sala en tinieblas en la cima
en su ocaso.
de Allí, la torre. en el extremo de la sala, sentado, arrebujado en sus vestiduras, había un hombre ajado y encogido, que parecía muy próximo a la muerte. Galos Gann le habló con voz angus tiada, diciéndole: —¿Quién er es tú, y dón de es tán los otros componentes de la raza del hombre? El otro alzó su tambaleante cabeza y 128 / edmond Hamilton