Armando Alexandre dos Santos
Nuestra Señora la que Desata los Nudos Importante devoción para nuestros días
Prólogo del Pbro. Alejandro G. Russo
STELLA MATUTINA – BUENOS AIRES – 2005
Este libro es una traducción del original portugués "Nossa Senhora Desatadora dos Nós", de Armando Alexandre dos Santos, da Academia Marial da Aparecida, Brasil.
Proyecto gráfico y tapa: Luis Guillermo Arroyave Queda hecho el depósito que señala la Ley 11.723
© 2005 – Todos los derechos de esta traducción están reservados a nombre de editorial Stella Matutina EDITORIAL STELLA MATUTINA Avda. Amancio Alcorta 3410 - CP: 1437 e.mail:
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Prólogo “La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento importante del culto cristiano. La Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y desde los tiempos mas antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades... Este culto... aunque del todo singular, es esencialmente diferente del de adoración que se da al Padre lo mismo que a Cristo, y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente” (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, 66). La figura y misión de la Virgen María se entiende en el hecho singular de que el Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre lo es en el seno de la Virgen María. La Virgen fue elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo, la eligió a ella que era una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la Casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc. 1, 26-27).
Inmaculada Concepción
Para ser Madre del Salvador, María fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante: la Virgen fue redimida desde su concepción. Es decir en el momento que fue concebida como cualquier humano por su padre, San Joaquín, y su madre, Santa Ana. En el vientre de esta última la que se llamaría María fue liberada del pecado original por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos que Jesús iba a conseguir en la Cruz. Esto quiere decir que la Virgen nunca fue afectada por el pecado original con el que nacemos todos los hombres y mujeres. Maternidad Divina El que María concibió como Hombre, sin concurso de varón, fecundada por el Espíritu Santo, y que hizo verdaderamente su hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa, porque Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, que María es así Madre de Dios. Siempre Virgen Desde las primeras formulaciones de la fe, la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal: Jesús fue concebido sin intervención de varón 6
alguno, por obra del Espíritu Santo. Esto llevó a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre: la Virgen María permanece virgen antes, durante y después del parto. Algunos hablan de hermanos y hermanas de Jesús, ya que el Evangelio utiliza estos términos, no son otros hijos de la Virgen María; se trata de parientes próximos de Jesús pero no de hermanos hijos de la misma madre. Madre de la Iglesia La Virgen se mantuvo fielmente unida a Cristo hasta la cruz. Allí estuvo por voluntad de Dios de pie, sufrió intensamente con su hijo y se unió a su sacrificio con el corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la entrega de Jesús. En ese momento el Hijo de Dios, agonizando en la cruz, la dio como madre del discípulo con estas palabras: “Mujer ahí tienes a tu Hijo”. Después de la Ascensión del Señor a los cielos María estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones. Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra. Elevada en cuerpo y alma al Cielo
Finalmente la Virgen Inmaculada, preservada de toda mancha de pecado original, terminada su vida 7
en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina de todo lo creado. Así participa la Virgen de la Resurrección de Jesús y vive anticipadamente lo que vamos a vivir todos los cristianos: alabar a Dios en su gloria con cuerpo y alma. Distintas advocaciones Los hijos de la Iglesia veneramos a María, la única madre de Jesús, con muchos apelativos distintos: Ntra. Sra. de Luján, de Lourdes, de Fátima, Sra. de la Dulce Espera, del Perpetuo Socorro, del Milagro, del Rosario, la que desata los nudos, etc. Siempre es la única Virgen María, que vestida de formas distintas según las costumbres de diferentes pueblos o culturas es representada así en cuadros o imágenes. Nuestra Señora que desata los nudos Al contemplar el cuadro, lo primero que vemos es a María Santísima, la Inmaculada Concepción: ella está entre el cielo y la tierra como el nuevo comienzo, el gran signo de salvación. Desde la luminosidad de Dios baja el Espíritu Santo sobre ella y la circunda de luz. Es la llena de gracia, por eso su cabeza está adornada con doce estrellas, dones de Dios. Con actitud segura pone su pie sobre la serpiente antigua, la que representa al pecado. Uno de los ángeles le alcanza una cinta con nudos 8
grandes y pequeños, separados y amontonados. La cinta representa nuestra vida, los nudos al pecado original con todas sus consecuencias: nudos de la vida personal, de la vida familiar... También los nudos representan nuestros propios pecados, pecados que producen siempre nuevos nudos. La gracia de Dios no puede fluir por la cinta de nuestra vida, pero la Virgen con sus manos bondadosas va soltando un nudo tras otro. La cinta resbala, reflejando la luz de la misericordia divina, hacia el otro ángel, el cual la muestra a quien reza confiadamente y se siente escuchando, como diciendo: “mira lo que la Madre de Jesús, por medio de su oración a Dios pudo hacer”. La escena de abajo es un grupo de viajeros en medio de la oscuridad hacia una iglesia que está sobre una cima: un ángel y un hombre, entre ellos un perro. Se refiere posiblemente al joven Tobías conducido por el Arcángel San Rafael hacia Sara, su esposa (cf. Tobías 6, 13). Pero podemos interpretarla con la libertad de la alegoría: la mediación de María nos ayuda a aceptar en la vida la gracia de Dios (representada por el ángel) y así encaminados siempre hacia la Iglesia del Cielo, donde nos espera la felicidad del encuentro con Dios y con nuestros hermanos. Esta advocación es así una clara escenificación del título de María Mediadora de todas las gracias. Ella distribuye los bienes que una vez adquirió: por ello en Salud de los enfermos, Refugio de los peca9
dores, Consuelo de los afligidos, Auxiliadora de los Cristianos, Madre del buen consejo. Así con su oración poderosa ante el Padre de la misericordia desata los nudos difíciles de nuestra vida cotidiana. Pbro. Alejandro G. Russo Santuario de Nuestra Señora que desata los nudos En la parroquia San José del Talar, 8 de febrero de 2004
Al Lector ¿Tan sólo una devoción de moda?
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esde hace unos años se está generalizando, en los más variados rincones de la Argentina, la devoción a Nuestra Señora la que Desata los Nudos. Nuestra Señora –como sabemos– es una sola, es María Santísima, la Santísima Virgen, Madre de Jesucristo, que es también Madre de la Iglesia y Madre de cada uno de nosotros. Sin embargo, la piedad de los fieles la invoca frecuentemente con diferentes títulos, alusivos a algún privilegio suyo, a alguna característica de su auxilio a los fieles, a algún lugar geográfico en que apareció o en que es invocada, etc. Nuestra Señora, insistimos, es una sola. Pero la costumbre de saludarla bajo distintas advocaciones es piadosa y saludable. En un bellísimo pasaje literario, el P. Antonio Viera (1608-1697) destacó esa multiplicidad de devociones, al comentar la Natividad de María, que la Iglesia celebra el día 8 de Septiembre: “¿Queréis saber cuán feliz, cuán alto y cuán digno de ser festejado es el nacimiento de María? Ved el fin para el cual
nació. Nació para que de Ella naciese Dios. Preguntad a los enfermos para qué nace esta celestial Niña, os dirán que nace para ser Señora de Salud; preguntad a los pobres, dirán que nace para ser Señora de los Remedios; preguntad a los desamparados, dirán que nace para ser Señora del Amparo; preguntad a los desconsolados, dirán que nace para ser Señora de la Consolación; preguntad a los tristes, dirán que nace para ser Señora de los Placeres; preguntad a los desesperados, dirán que nace para ser Señora de la Esperanza. Los ciegos dirán que nace para ser Señora de la Luz; los díscolos, para ser Señora de la Paz; los que no tienen rumbo, para ser Señora del Camino; los cautivos, para ser Señora de Redención; los cercados, para ser Señora de la Victoria. Dirán los litigantes que nace para ser Señora del Buen Despacho; los navegantes, para ser Señora del Buen Viaje; los temerosos de su fortuna, para ser Señora del Buen Suceso; los desconfiados de la vida, para ser Señora de la Buena Muerte; todos los pecadores, para ser Señora de la Gracia; y todos sus devotos, para ser Señora de la Gloria. Y si todas estas voces se unieran en una sola voz, dirán que nace para ser María y Madre de Jesús” (Sermón del Nacimiento de la Madre de Dios). La devoción a Nuestra Señora como la que Desata los Nudos sorprendió al comien12
zo a muchos argentinos que no la conocían y juzgaban que era una advocación nueva. En realidad, se trata de una devoción muy antigua en Alemania y más recientemente se hizo conocida en la Argentina. Su rápida difusión constituye, realmente, un fenómeno digno de nota. En dicho crecimiento se perciben inequívocas señales de autenticidad y buen espíritu. Si aplicáramos las conocidas reglas para el discernimiento de los espíritus, enseñadas por San Ignacio de Loyola, no se puede dejar de reconocer que –utilizaremos la expresión de la Escritura– “el dedo de Dios está aquí” (Ex. 7, 1-2). Desafortunadamente, se advierten algunas sombras en ese cuadro tan lleno de luz. Es innegable que hay mucho de “moda” en el rápido crecimiento del culto a Nuestra Señora Desatanudos, dicho sea de paso, ampliamente impulsado desde ciertos medios informativos. En no pocos, con seguridad, entra también algo de supersticioso, como si el recurrir a Nuestra Señora la que Desata los Nudos tuviera un efecto automático, infalible y actuara como una suerte de poder mágico. Otras personas reciben gracias y juzgan que, pagando estrictamente lo prometido a Nuestra Señora (imprimir estampitas, usar su 13
medalla, visitar alguna iglesia o rezar determinadas oraciones), ya han cumplido con su conciencia... No se preocupan realmente de modificar sus vidas, de huir del pecado y de las ocasiones que lo favorecen, ni de convertirse en el “hombre nuevo” (Ef. 4, 24; Col. 3, 10) del que habla el Apóstol San Pablo... ¡Como si la protección de Nuestra Señora la que Desata los Nudos fuera una especie de seguro que permitiera a su devoto llevar una vida censurable sin temer castigos e infelicidades en este mundo y en el otro! Un católico no puede sino lamentar estas distorsiones. Pero también debe considerar con profundo respeto y espíritu de Fe tal crecimiento de la piedad popular. Es propio del católico discernir, en todo, lo bueno y lo malo, sabiendo precaverse del mal sin despreciar el bien. En el caso concreto de la devoción a Nuestra Señora la que Desata los Nudos, se debe rechazar decididamente todo lo que sea superstición, cohonestar una vida pecaminosa, o aún el mero espíritu de novedad, dando sin embargo entera adhesión de alma a aquello que está de acuerdo con las enseñanzas y con el espíritu de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. 14
La finalidad de este libro es mostrar que la devoción a Nuestra Señora la que Desata los Nudos no consiste en una novedad sospechosa, sino que se trata de algo antiguo y perfectamente sustentable por la Doctrina Católica y, además, muy recomendado para los fieles en nuestros días. También se destina a ayudar a los lectores a ser verdaderos devotos de Nuestra Señora la que Desata los Nudos, que saben separar el trigo de la cizaña, la ganga del oro. Pues, como se verá en las siguientes páginas, la devoción a Ella es trigo de la mejor calidad, oro del mejor quilate.
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Desde hace aproximadamente 300 años este cuadro es venerado en Augsburg, el cual dió inicio a la devoción a Nuestra Señora Desatanudos
1. Antigua y respetable devoción Aunque poco difundida en la Iglesia universal, la devoción a Nuestra Señora la que Desata los Nudos es practicada desde hace mucho tiempo en la ciudad alemana de Augsburg. A principios del siglo XVIII, el sacerdote responsable de la iglesia St. Peter am Perlach, situada en el centro de aquella ciudad, resolvió encomendar al pintor Johann Schmittdner un cuadro de la Santísima Virgen, de 1,10 m de ancho por 1,82 m de alto. Se trata de un cuadro al óleo, en estilo barroco alemán, muy piadoso y de notable valor artístico. María Santísima está representada de pie, cercada de luz, con la luna bajo sus pies y con éstos aplastando la serpiente. Sobre su cabeza se ve, envuelto por una luz aún más intensa, el Divino Espíritu Santo, representado por una paloma. Del lado izquierdo de la Señora, un Ángel le presenta una cinta larga llena de nudos que la Virgen, con la mirada compenetrada, pero muy dulce y suave, va deshaciendo; del otro lado pende la cinta, ya desenvuelta, recogida por otro Ángel cuya faz está vuelta hacia los fieles, como diciendo: “Ved como Ella resuelve todos los problemas”. En la base del cuadro, en tamaño mucho menor, se ve otro Ángel que lleva de la mano a un hombre; según algunos, sería el Arcángel San Rafael conduciendo a Tobías, conforme lo
narrado en el Libro de Tobías; según otros, el hombre no es Tobías sino que representa un fiel que es conducido por su Ángel de la Guarda, bajo la mirada benigna de la Reina de los Ángeles. Como fondo del cuadro aparecen vuelos de ángeles. Siempre se entendió que el pintor quiso, con ese conjunto de símbolos, representar a la Santísima Virgen tal como Ella es vista por San Irineo de Lyon (+202), o sea, como desatando el gran nudo de la Historia que es el Pecado Original. En el capítulo II nos referiremos a este punto. El cuadro marcó el inicio de la invocación de María Knotenlöserin (del sustantivo alemán Knot, que significa nudo, y del verbo lösen, o sea, desatar). Es preciso decir que la devoción, si bien antigua y respetable, siempre quedó circunscripta a Augsburg y no fue divulgada en el resto de Alemania. Fue recién en 1996 que tres argentinos tomaron conocimiento de esta devoción y pidieron licencia a su párroco, P. Rodolfo A. Arroyo, para entronizar su cuadro en la parroquia de San José del Talar, en el barrio porteño de Agronomía, a la cual pertenecían. Obtenida la autorización del Cardenal-Arzobispo, fue realizada la entronización el día 8 de diciembre de aquel año, con la iglesia
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repleta de fieles. Inesperadamente, y sin que hubiese propaganda sistemática, comenzaron a llover gracias sobre los devotos, de modo que de todos los rincones de la ciudad afluyeron peregrinos, sobre todo el día 8 de cada mes. En el primer aniversario de la entronización, comparecieron 8 mil fieles; en el segundo, 70 mil; y en el tercer día alcanzaron la cifra de 130 mil. La modesta parroquia se transformó, rápidamente, en un santuario de gran convocatoria. De la Argentina esta devoción se extendió, posteriormente, a otras naciones de América. Veremos, en los próximos capítulos, que la invocación de María como la que Desata los Nudos es totalmente coherente con la enseñanza de la Doctrina Católica y muy adecuada a los fieles de nuestros tiempos. Trataremos en el capítulo IV de los riesgos que tal devoción conlleva, de desviarse del buen espíritu y caer en ciertos errores.
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2. Devoción totalmente de acuerdo con la Doctrina Católica a) Nuestra Señora desata los nudos de nuestras vidas individuales y desata el gran nudo de la Historia La primera idea que nos sugiere el título de Nuestra Señora la que Desata los Nudos es Ella desatando nuestros nudos, o sea, resolviendo las incontables dificultades y problemas que incomodan y perjudican nuestra vida. En este caso, el sustantivo nudos, está tomado en sentido metafórico, para significar todo cuanto nos enreda y crea dificultades. Es correcto pensar de ese modo, porque María Santísima, nuestra Madre, efectivamente procede con nosotros como las buenas madres habitualmente proceden con sus hijos y así, nos libra de innumerables lazos y problemas. No es ese, sin embargo, el único ni el más alto significado del título de la que Desata los Nudos. Por más que nuestros nudos individuales, subjetivamente hablando, puedan ser importante para nosotros, mucho más lo es el gran nudo de la Historia. Aho-
ra bien, Nuestra Señora efectivamente desató ese gran nudo. En este capítulo estudiaremos en qué consiste el gran nudo de la Historia. Comprenderemos entonces, sin dificultad, la razón más elevada por la cual afirmamos que es adecuado y justo venerar a María Santísima como Desatadora de Nudos. b) El Pecado Original, gran nudo de la Historia Al crear a nuestros primeros padres, Dios los elevó al orden sobrenatural por medio de la gracia santificante. Dios no sólo dio a Adán y a Eva dones naturales (cuerpo y alma) sino también dones totalmente gratuitos, de orden sobrenatural (o sea, la gracia santificante, que es verdadera participación en la naturaleza divina, y las virtudes infusas), y de orden preternatural, o sea, la integridad (la plena sumisión de la sensibilidad a la razón), la impasibilidad (incapacidad de sufrir) y la inmortalidad. Ese conjunto maravilloso de dones –¡que lejos de la pobre condición humana actual!– Adán y Eva lo habrían conservado y transmitido a todos sus descendientes si, prestando a Dios un acto de obediencia y sumisión, no hubieran comido del fruto prohibido. Adán, instigado por Eva, a quien la serpiente sedujo, desobedeció a Dios y rechazó ese acto de sumisión. En consecuencia, perdió, 22
para sí y sus descendientes, los dones sobrenaturales y preternaturales, y quedó tan sólo en posesión de los dones naturales. En eso consistió el Pecado Original cometido por nuestros primeros padres. Junto con la naturaleza humana fue transmitido, a todos sus descendientes. Por eso Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso Terrenal y condenados al triste exilio de la Tierra, donde todo es difícil y penoso, y donde, después de una vida de sufrimientos y trabajo, concluimos nuestra carrera a través de la dolorosa muerte: “Dios dijo asimismo a la mujer: Multiplicaré tus dolores y tus preñeses: con dolor darás a luz los hijos, y estarás bajo la potestad de tu marido, y él te dominará. A Adán le dijo: Por cuanto has escuchado la voz de la mujer, y comido del árbol del que te mandé no comieces, maldita sea la Tierra por tu causa. Con grandes fatigas sacarás de ella el alimento en todo el discurso de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás de las hierbas de la tierra. Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de que fuiste formado; puesto que polvo eres, y en polvo te volverás” (Gen. 3,16-19). El Pecado Original fue el gran nudo que impidió el desarrollo del plan inicial de Dios para la humanidad y el origen de todos los males que nos afligen a nosotros, los desterrados hijos de Eva. 23
c) María Santísima es la única mera criatura que nunca estuvo atada por el gran nudo de la Historia Solamente una mera criatura, descendiente de Adán y Eva, fue, por singular privilegio, preservada del Pecado Original: María Santísima. Nuestra Señora, que desciende de Adán y Eva por vía generacional natural, también debería haber contraído el Pecado Original. Pero Dios, por un privilegio solamente concedido a Ella, quiso preservarla de incurrir en la culpa original, en el primer instante de su existencia. Nuestra Señora precisó de la Redención. Fue redimida por Nuestro Señor Jesucristo. Pero lo fue de modo más excelente, por anticipación, en la previsión de los méritos de Nuestro Señor en Su Pasión y Muerte. Fue redimida preventivamente, mientras los demás hombres lo son después de haber contraído el Pecado Original. En Nuestra Señora la remisión se dio en el primer instante de su existencia, en el preciso momento en que su santísima alma fue creada e infundida en su cuerpo. La Santa Madre de Dios nunca estuvo, absolutamente nunca, sujeta a la ley del pecado ni por lo tanto bajo la dominación de Satanás. En el Génesis (3, 15), leemos que, después de haber sido cometido el Pecado Original, Dios dijo a la serpiente: “Yo pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descen24
dencia suya. Ella quebrantará tu cabeza, y tú andarás acechando a su calcañar”. Entre los autores eclesiásticos, ese pasaje comúnmente es designado como el Proto-Evangelio, o sea, el primer Evangelio, porque constituye, en la Escritura, el más antiguo preanuncio de la futura Redención. No cabe aquí entrar en una exégesis exhaustiva –y menos aún en el análisis lingüístico– de ese pasaje tan importante y rico de significados. Baste decir que, de acuerdo con la más sólida tradición, fundada en la Vulgata (la traducción latina de la Biblia, realizada en el siglo IV por San Jerónimo) y en numerosos Padres de la Iglesia, Santos, Doctores y Papas, se debe ver en la Mujer aludida en el texto, triunfadora sobre Satanás, a la Santísima Virgen. En su simplicidad, la primera frase (“Pondré enemistades...”), es muy taxativa. Queda claro que la enemistad puesta por el mismo Dios entre el demonio, o sea, el pecado, y la Mujer profetizada, o sea, Nuestra Señora, es una enemistad total, sin ninguna suerte de límites. Ahora bien, esa oposición no sería plena e ilimitada si la Mujer estuviese sujeta al demonio aunque más no fuera por un solo instante; y si Nuestra Señora hubiera sido concebida con Pecado Original, Ella habría sido efectivamente esclava de Satanás. Por otra parte, en el Proto-Evangelio también queda claro que el triunfo de la Mujer es total: “Ella aplastará la cabeza” quiere de25
cir: “ella te vencerá y humillará del modo más completo”. Adán y Eva, los dos vencidos, deberían dar lugar a los dos vencedores, Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora. Pero, aún así el triunfo no habría sido total si María, por un solo instante, hubiese estado sujeta a la culpa y, por lo tanto, bajo el yugo diabólico. Para que la enemistad fuera total y el triunfo completo, es forzoso deducir que María Santísima debería haber sido concebida sin Pecado Original. Es curioso constatar que los pueblos primitivos de las partes más diversas del globo conservaron, en sus tradiciones orales, reminiscencias del Proto-Evangelio, y tales tradiciones llegaron de una forma u otra a muchos pueblos modernos. El erudito mariólogo francés Jean-Jacques Auguste Nicolas (1807-1888), consiguió compilar documentalmente muchas de esas tradiciones orales que constituyen un conjunto impresionante: “Este oráculo bíblico, observa Nicolas (La Vierge Marie, II, cap. 4), suspendido sobre la cuna del género humano, fue llevado por los hombres en sus migraciones, en su dispersión por la faz de la tierra; fue alterado, dividido, a punto de no poder reconocerse allí, fuera del pueblo hebreo, sino un vestigio de verdad, mezclado con fábulas. Pero, en ese vestigio, el que mejor se conservó fue el que se 26
refería a la Mujer de quien debería provenir el Libertador. “Todos los pueblos paganos, tanto los antiguos como los modernos, en sus libros sagrados o en sus mitologías, en sus ritos o en la boca de sus poetas, así como muestran a la mujer como origen de todos los males, también invocan y esperan una Virgen que ha de reparar esos males y traer al mundo su Libertador. “Así, en el Tibet, en Japón y en una parte de la India, se creía que, para salvar a la familia humana arruinada por una gran culpa, el dios Fó habría de encarnarse en el seno de la virgen Lhamoghinprul, la más bella de todas las mujeres. “Entre los chinos, la diosa Soping-Mu estaba destinada a dar al mundo un hijo, capaz de operar los prodigios más maravillosos, y habría de concebirlo en contacto con una flor. Para los siameses, el dios Sommonokhodon es hijo de una virgen, fecundada por los rayos del sol. Para los lamas, la madre de Buda es la virgen Maha-Mahai. Y los Brahmanes hacen descender de una virgen el Iagrenat, el salvador del mundo. Así como los babilonios hacen nacer de una virgen, la virgen Dogda, su gran profeta Zardascht. En las Galias, los druidas veneraban a la diosa Iside, virgen y madre del salvador del mundo. En suma, una tradición idéntica se encuentra entre todos los pueblos y en muchos de los autores más célebres 27
de la antigüedad, como Plutarco, Esquilo y muchos otros” (P. Gabriel Maria Roschini, Instrucciones Marianas, pp. 30-31). d) Nuestra Señora es la Nueva Eva La Mariología, es decir, la ciencia eclesiástica que estudia la persona de María Santísima y su papel en el plan de Dios y en la obra de la salvación, se ha desarrollado gradualmente desde los primeros tiempos de la Iglesia, y, por cierto, se desarrollará aún más en los siglos futuros. La primera gran noción que la Mariología explicitó, a partir del análisis de los contenidos de la Revelación fue que, si Nuestro Señor Jesucristo es el Nuevo Adán, como enseña San Pablo (Rom. 5,18-19 y 1 Cor. 15, 22 y 45) Nuestra Señora es la Nueva Eva. Esa idea fue inicialmente expuesta por San Justino. De origen griego, fue educado en varias escuelas filosóficas de su tiempo y se convirtió al catolicismo alrededor del año 130. Murió mártir en el 165. Escribió mucho, pero lamentablemente sólo se conservó una pequeña parte de su producción intelectual. La importancia de San Justino en la Mariología proviene del hecho de que fue el primero en establecer la comparación entre María y Eva a través de las siguientes antítesis: 1) Eva era virgen en el Paraíso, como también María era Virgen; 28
2) Eva creyó a la serpiente y le obedeció; María creyó en el Ángel y le obedeció; 3) Eva, por credulidad, se hizo madre del pecado y de la muerte de todos los hombres; María, por su obediencia, se hizo Madre de Aquél que destruyó la obra de Satanás y liberó de la muerte a los hombres que creen (cfr. P. Gabriel Maria Roschini, Mariología, vol. I, p. 79). Las antítesis están expuestas con clarividencia en el siguiente trecho del P. Roschini: “(Jesucristo) se hizo hombre, por medio de la Virgen a fin de que el camino que dio origen a la desobediencia instigada por la serpiente, fuera también el camino que destruyó la desobediencia. Eva era virgen e incorrupta; al concebir la palabra de la serpiente, generó la desobediencia y la muerte. La Virgen María, sin embargo, concibió Fé y alegría cuando el ángel Gabriel le anunció la buena nueva de que el Espíritu del Señor vendría sobre Ella, la Fuerza del Altísimo la cubriría con su sombra, de modo que el Santo que de Ella nacería sería el Hijo de Dios. Entonces Ella respondió: “Hágase en mí, según Tu palabra”. De la Virgen, por lo tanto, nació Jesús, de quien hablan tantas Escrituras... Aquél por quien Dios destruyó la serpiente” (Diálogo 100, 4-5). En hebreo, Eva significa Madre de la vida o Madre de los vivientes. Nuestra Señora es, por excelencia, la Madre de la Vida, que es Jesucristo, y la Madre de todos los vivos, 29
aquellos que fueron generados por la Gracia para la vida eterna. En ese sentido, la vocación individual de Eva fue truncada por el pecado: ella no generó sus hijos para la gracia, sino para el pecado. Nuestra Señora (llena de gracia pues en ningún momento de su existencia estuvo sujeta al demonio y fue protagonista de la lucha en consecuencia de la cual la serpiente fue aplastada) en sentido opuesto a Eva, rescató a sus hijos, y asumió así el papel de una Eva plenamente realizada. Los autores eclesiásticos siempre se han ocupado de esa reversibilidad entre Eva y Nuestra Señora. San Luis María Grignion de Montfort, en el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, comenta ampliamente el paralelismo antitético entre Eva, la pecadora que nos trajo la esclavitud del pecado, y el Ave, el saludo del Arcángel a Aquella que sería la Madre de Dios y nos traería al Redentor. La noción de que María es la nueva Eva, como ya lo dijimos, fue la primera que explicó la Mariología, y tuvo gran importancia en el desarrollo de dicha ciencia. Como Nueva Eva, es Madre de la Vida y, como tal, Madre del Mesías, Madre de Dios. La noción de la maternidad divina está íntimamente unida a la Nueva Eva. Esa noción es fundamental para entender por qué conviene atribuir a María Santísima el título de Desatadora de Nudos. 30
e) El papel de María Santísima en el Plan de Salvación: el principio de la recirculación A partir de lo explicado por San Justino, la Mariología prosiguió su trabajo y, algunas décadas después, San Irineo enunció el denominado “principio de la recirculación”. San Irineo, nacido en el Asia Menor alrededor del año 140, y fallecido en Francia, como Obispo de Lyon, en el año 202, fue discípulo de San Policarpo de Esmirna, quien, a su vez, fue discípulo de San Juan Evangelista. San Irineo es considerado el padre de la dogmática católica. Su autoridad le viene de su antigüedad, de su proximidad con el último Apóstol y también de su universalidad, ya que es testimonio fiel de las tradiciones de Oriente, donde nació y fue formado, y de Occidente, donde pasó la mayor parte de su vida. San Irineo desarrolló, aún más que San Justino, la enseñanza del Apóstol San Pablo, según el cual Nuestro Señor Jesucristo es el segundo Adán, cuyo error repara. San Justino ya había explicado el papel de Nuestra Señora como Nueva Eva. San Irineo va más adelante y expone un principio correlativo, el de recirculación o retorno a los orígenes: Jesucristo vuelve al papel de Adán y le presta al Padre la obediencia que Adán le negara; en María, Eva revive como verdadera 31
Madre de los vivientes. La historia de la salvación es, pues, un circuito contrario, una recirculación de la historia del pecado y de la muerte. San Irineo utiliza una metáfora para profundizar ese camino inverso: “La desobediencia de Eva fue rescatada por la obediencia de María; en efecto, el nudo que la Virgen Eva ató con la incredulidad, María lo desató con la Fé” (Contra las Herejías, 3, 22). Se compara el Pecado Original a un nudo en la relación del Creador con las criaturas; el único modo de desatar un nudo es hacer recorrer el camino inverso al hilo. Así fue explicado por San Irineo el papel de María como abogada e intercesora de Eva: “Por medio de una virgen desobediente el hombre fue golpeado, cayó y murió; de la misma manera, es por la Virgen, obediente a la Palabra de Dios, que el hombre (...) encontró de nuevo la vida (... ) Era justo y necesario que Adán fuera restaurado en Cristo, a fin de que el mortal fuese absorbido y tragado por la inmortalidad, y Eva fuese reconstituida en María; así, una Virgen, Abogada de una virgen, canceló y anuló la desobediencia de una virgen con su obediencia de virgen” (Demostración de la Prédica Apostólica, 33). En otro párrafo San Irineo agrega: “Por su obediencia sobre el leño el Señor recapituló la desobediencia antes come32
tida mediante el leño. La seducción de que Eva fuera víctima, cuando aún virgen destinada a su marido, fue disipada por la buena nueva de la verdad magníficamente anunciada por el Ángel a María, también virgen desposada, pues, de la misma forma que aquella fuera seducida por la palabra de un ángel, al punto de apartarse de Dios y transgredir su palabra, también María fue instruida sobre la Buena Nueva por la palabra de un Ángel, y, por obediencia a su palabra, llegó a ser portadora de Dios. De la misma forma que aquella fuera seducida para desobedecer a Dios, la Virgen María se dejó persuadir a obedecer a Dios, para ser la abogada de Eva. Así, el género humano, sometido a la muerte por una virgen, fue de ella liberado por una Virgen, equilibrándose la balanza de la desobediencia de una virgen por la obediencia de otra". (Contra las Herejías, Libro V). En esa perspectiva, la primera y la Segunda Eva no constituyen solamente figuras paralelas; más allá de las individualidades, debemos considerar un tercer elemento: el plan divino. Al fallar el primer proyecto de Dios, el segundo lo restauró y trascendió inconmensurablemente. El principio de la recirculación no es tan sólo una doctrina enseñada por San Irineo. Es algo incorporado a la enseñanza de la Iglesia como patrimonio común, y tuvo importancia fundamental para los adelantos hechos por la Mariología a lo largo de los siglos. 33
Hace pocos años S. S. Juan Pablo II recordó la importancia de tal principio: “Así enseñan los Padres de la Iglesia y, de modo especial, San Irineo, citado por la Constitución Lumen Gentium: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”, A la luz de esta comparación con Eva los Padres –como recuerda todavía el Concilio– llaman a María ‘Madre de los vivientes’ y afirman a menudo: la muerte vino por Eva, por María la vida” (Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Mater). Después de esta amplia digresión doctrinaria, el lector fácilmente comprenderá como es honroso y adecuado invocar a María Santísima como la que Desata los Nudos. De hecho, con esa invocación no recordamos tan solo filialmente los incontables nudos que la bondadosa Madre desata en nuestras vidas particulares, sino sobretodo prestamos a Ella un homenaje por el eminente papel que Dios quiso reservarle en la Obra de la Salvación, como Desatadora del gran nudo de la Historia.
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3. Devoción muy indicada para nuestros días
E
n esta época de crisis y caos, el hombre vive siempre sobresaltado, cercado de peligros y dificultades: en la vida personal, en la familiar, en los ambientes de trabajo, en las luchas cotidianas. Su vida corre a velocidad rápida; más aún, vertiginosa. A todo momento surgen nuevos desafíos, nuevos riesgos y peligros. Un sentimiento parece dominar su existencia: la aflicción. Cada vez más los hombres se sienten enredados en innumerables dificultades que lo atormentan; no consiguen “desatar los nudos” y librarse de los mismos. Ahora bien, la acción de Nuestra Señora sobre las almas puede ser comparada, metafóricamente, a la de quien deshace un nudo. Nuestro Señor Jesucristo, en lo alto de la Cruz, se dirigió a su Madre y señalando al Apóstol San Juan, dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”(Juan 19, 26). Unánimemente, los Santos, los Papas y los Padres de la Iglesia comentan que Nuestro Señor, cuando designó a San Juan como hijo de la Santísima Virgen, estaba con-
firiéndole la maternidad de todos los fieles representados por San Juan. De hecho, Nuestra Señora es nuestra Madre, Ella es Madre de todos y cada uno de nosotros individualmente considerados. En todas nuestras dificultades y aflicciones, siempre sentimos su maternal protección, ayudándonos y aliviándonos como sólo saben hacerlo las madres. A veces Ella actúa de modo maravilloso y soberano, con una rapidez y eficacia impresionantes; otras veces, actúa de modo discreto y sereno, pero con no menos eficiencia. Siempre su acción –es interesante notarlo– produce en nuestras almas el alivio que sentimos cuando conseguimos, después de un esfuerzo no pequeño, “desatar un nudo”. Desde el punto de vista psicológico, entonces, es comprensible que un sinnúmero de fieles se sienta estimulado a recurrir a Nuestra Señora como la que Desata los Nudos, y a Ella pida socorro para liberarse de las redes y lazos en los que se ven atrapados. En todas las circunstancias de nuestra vida, siempre tendremos ocasión de experimentar la bondad misericordiosa de Nuestra Señora la que Desata los Nudos. En la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte, en el tiempo y en la eternidad, siempre nos será de valor esa Dama celestial que es Madre de Dios y que, en su Misericordia, el Señor quiso que fuese también nuestra Madre. 36
Para meditar sobre Nuestra Señora la que Desata los Nudos, nos inspiraremos en las invocaciones de San Alfonso María de Ligorio a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. ¡En todas mis dificultades y penas, ¡socorredme oh María! A todo momento enfrentamos dificultades y penas. “La vida del hombre sobre la tierra es milicia”, dice la Escritura (Job 7, 1). Vivimos, como se reza en la Salve Regina, “gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Todo es difícil, todo cuesta esfuerzo a quien quiere ser bueno, a quien quiere corresponder fielmente al plan de Dios para cada uno. Nuestra naturaleza corrompida nos predispone al mal, nos hace pesado el esfuerzo para practicar la virtud y cumplir nuestros deberes de católicos. Pero Dios, en su inmensa bondad, nos dio como Madre a ¡Aquella que es también Su Madre! Confiemos en María Santísima, recurramos filialmente a Ella en nuestras dificultades y penas, y su auxilio no nos faltará. Ella sabrá desatar de modo admirable los incontables nudos que nos agarran de todos lados y nos dificultan el ejercicio de la perfecta libertad de los hijos de Dios. En el momento peligroso de la tentación, ¡socorredme oh María! La tentación es una realidad que infunde miedo, pero es también la ocasión para 37
que del modo más insigne experimentemos el socorro de la gracia divina. El demonio, dice San Pedro, es “(...) como león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar” (I Pedr. 5, 8). San Agustín enseña que Dios quiso que fuésemos tentados para así facilitarnos el ejercicio de la oración. Bastaría que los hombres fuesen probados –sin ninguna participación del demonio tentador– para que cada hombre eligiera su destino por toda la eternidad: con Dios, en el Paraíso, o apartado de Dios, en el Infierno, conviviendo horriblemente con los ángeles caídos y los otros hombres condenados. Pero ante la naturaleza angélica que el demonio no perdió después de su caída, el hombre tentado se siente pequeño, desprotegido, completamente desproporcionado. Así, es inclinado a rezar, a pedir el auxilio de Dios para vencer al enemigo infernal. Si no se estuviera ante una naturaleza tan superior, el hombre, movido por su orgullo, querría enfrentar la probación con sus propias fuerzas.... ¡y caería más veces, y más profundo, en el pecado! La tentación, paradójicamente, es ocasión de misericordias divinas. Cuando fuéramos tentados, recurramos a María Santísima, que aplastó y aplasta continuamente la cabeza de la serpiente infernal. Desconfiemos de nuestras pobres fuerzas y 38
confiemos plenamente en las fuerzas de Ella, para que así podamos decir: “cantaré siempre las misericordias del Señor.” (S. 88, 2) Cuando tuviera la desgracia de caer en pecado para que me levantéis, ¡Socorredme oh María! Por más santos y puros que podamos ser, ¡siempre estaremos infinitamente lejos de la perfección y pureza de Dios! “El justo caerá siete veces y se volverá a levantar”, se lee en el libro de los Proverbios (24, 16 ). En este mundo, cuanto más un santo acrisola su virtud y se aproxima a la infinita perfección de Dios, tanto más conoce objetivamente sus carencias y por eso mismo más crece en humildad. Caer en el pecado es muy triste. Peor es caer y no levantarse. Judas Iscariote traicionó, vendió al Divino Maestro y no se levantó de su pecado. Se entregó a la desesperación y puso fin a su vida en las condiciones descriptas en los Hechos de los Apóstoles (1, 18): “(...) habiéndose ahorcado reventó por en medio, quedando esparcidas todas sus entrañas.” San Pedro, por el contrario, el primero en reconocer y proclamar la Divinidad de Jesucristo –y por eso había recibido de Él la investidura como primer Papa (cfr. Mt 16, 13-19)– negó tres veces a Nuestro Señor. Sin embargo, 39
se arrepintió, hizo penitencia y se transformó, por obra de la gracia, en la piedra sobre la cual Jesucristo edificó su Iglesia, contra la cual las puertas del Infierno no prevalecerán. Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo, por la intercesión omnipotente de su Madre Santísima, la gracia de no caer en los lazos del pecado. Si por nuestra debilidad tuviéramos la desgracia de caer, no desesperemos. Contritos y humillados, invoquemos con confianza la misericordia de Dios. Él no nos abandonará: “No despreciarás, oh Dios, el corazón contrito y humillado”, escribió el Santo Rey David (S. 50, 19), que pecó y tuvo la gracia del pleno arrepentimiento. Si algún lazo funesto me encadena al servicio del demonio, para que yo pueda romperlo, ¡socorredme, oh María! ¡Son tantos los lazos que nos sujetan al servicio del demonio! Una amistad peligrosa, un ambiente que frecuentamos y que nos induce al pecado, una ocasión próxima de pecado que no osamos evitar, una relación amorosa o sentimental que nos esclaviza.... para no hablar del vicio de las drogas destructoras de la salud del cuerpo y del alma. ¡Muchas veces nos sentimos atados a esos lazos malditos y no tenemos, ni vemos como podríamos tener, fuerzas para romperlos! ¡Más que nunca, esa es la hora de 40
invocar a Nuestra Señora Desatanudos. Que Ella desate y rompa por nosotros esos lazos, ya que no tenemos fuerzas para deshacerlos por nosotros mismos! Una vez libres de ellos, sentiremos tal alivio que no conseguiremos comprender por qué antes sentíamos tanta atracción por ellos... Si vivo en la tibieza, para que Jesucristo no me vomite de su boca, ¡socorredme, oh María! La tibieza, es decir, el enfriamiento en el amor y en el servicio de Dios, hace un inmenso mal a las almas. “Mas por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 16). Por la tibieza comienzan las decadencias espirituales que terminan arrastrando a los abismos más profundos. Judas Iscariote, como los otros once Apóstoles, hizo milagros, expulsó demonios, predicó la palabra de Dios. ¿Cuál fue el camino recorrido por un alma tan llamada y tan privilegiada para llegar a vender al Hombre-Dios por treinta monedas? El punto de partida estuvo en la tibieza, afirman unánimemente los comentaristas del Evangelio. El enfriamiento del amor de Dios tiende a producir en el alma la acedia –nombre con el que se designa la falta de gusto por las cosas espirituales. La oración, la meditación, la práctica de los Sacramentos se vuelven fas41
tidiosas, aborrecidas y desagradables. El tibio tiende cada vez más a relajar esos ejercicios de piedad y en un primer momento a hacerlos por mera rutina y sin diligencia. Después los “simplifica”, de vez en cuando los omite y, finalmente, los abandona. La acedia, dice San Gregorio Magno citado por Santo Tomás de Aquino, no viene sola, sino acompañada por un cortejo de seis hijos: malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación, sopor con relación a los Mandamientos y divagación del alma a través de cosas ilícitas. (Summ.Th., II-IIae, 35, 4). ¡Recemos con empeño a Nuestra Señora para que nunca permita que nos enfriemos en el servicio de Dios y comencemos a resbalar en la rampa peligrosa de la tibieza que puede conducir al pecado, la apostasía, la traición y la perdición eterna! Cuando fuera negligente en recurrir a Vos, para que inmediatamente Os invoque, ¡socorredme, oh María! Este es un punto particularmente importante: en el orden espiritual nada podemos. “Sin Mí NADA podéis hacer”, dijo Nuestro Señor a sus discípulos. (Juan 15, 5). “TODO lo puedo en Aquel que me conforta”, escribe San Pablo. (Filip. 4, 13). Ahora bien, por medio de la oración, Dios unió la distancia inconmensurable en42
tre ese nada y ese todo: “Pedid, que se os dará” (Mat. 7, 7). “En verdad, en verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo concederá” (Juan 16, 23). No obstante, aunque tenemos un medio tan fácil y tan infalible de obtener todo lo que precisamos, tendemos a ser negligentes en la oración... Que Nuestra Señora acuda en nuestro socorro, como Madre caritativa, ¡y nos libre de esa culpable y peligrosa negligencia! “Quien reza, ciertamente se salva; quien no reza, ciertamente se condena”, enseñó San Alfonso María de Ligorio. Para recibir dignamente los Sacramentos, ¡socorredme oh María! Los Sacramentos son medios de santificación instituidos por Dios en beneficio de los fieles. Constituyen un tesoro de la Santa Iglesia, bondadosamente colocados a nuestra disposición, para comunicarnos la gracia de Dios, que es una participación creada en la propia Vida divina. Sin embargo, la recepción de los Sacramentos requiere condiciones dignas por parte de los fieles. “De manera que cualquiera que comiere de este pan, o bebiere de este cáliz del Señor indignamente, reo será del cuerpo y de la sangre del Señor. Por lo tanto, examínese a sí mismo el hombre, y de esta suerte coma de aquel pan y beba de aquel cáliz. Porque quien lo come y bebe indignamente, se traga y bebe 43
su propio juicio, no haciendo discernimiento del cuerpo del Señor”, escribió el Apóstol San Pablo (I Cor 11, 27-29). Que Nuestra Señora nos ayude misericordiosamente, predisponiendo nuestras almas a recibir bien los Sacramentos, de modo especial los de la Confesión y la Comunión. En todos los ejercicios de un cristiano fervoroso, y sobretodo en la oración y meditación, ¡socorredme oh María! Ya hemos visto el papel importantísimo que la oración y la meditación, y de modo general los ejercicios de piedad propios del cristiano, tienen en nuestra vida espiritual. ¡Pidamos a nuestra bondadosísima Madre, la Señora que desata los nudos, que nos libre de las distracciones, de las atenciones mundanas, de las preocupaciones materiales, permitiendo así que volemos libremente, por la oración, hasta la presencia de Dios nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Señor! Para que conserve o recupere la castidad, ¡socorredme oh María! La castidad es una de las virtudes más frágiles. Pero también es una de aquellas cuya práctica más nos aproxima a los Ángeles. Tanto valor daba María Santísima a la virtud eminente de su pureza –y más específicamente a la virginidad perpetua, 44
modo más excelente de practicar la pureza– que llegó a invocarla frente al Arcángel San Gabriel cuando le anunció la Encarnación del Verbo de Dios en su seno: “¿Cómo ha de ser eso?, pues yo no conozco varón” (Luc. 1, 34). También es muy agradable a Dios la castidad temporaria, practicada por los fieles que aún no se casaron pero no renunciaron a hacerlo. Menos perfecta, pero también grata al Señor, es la castidad conyugal, practicada por los esposos fieles que hacen recto uso del Matrimonio, de acuerdo con las leyes de Dios y en orden a la procreación de la especie. Hoy, sin embargo, todo conspira contra la práctica de esa virtud angelical. Desde las clases de “educación sexual” dadas en las escuelas en abierta oposición a las normas de la Moral católica, hasta la permanente invitación de tantos programas de TV a la inmoralidad más descarada, todo induce al pecado de la carne. Tengamos presente lo que dijo la Beata Jacinta, vidente de Fátima, poco antes de morir: “Los pecados que llevan más almas al infierno son los pecados de la carne. Han de venir unas modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor. Las personas que sirven a Dios no deben andar con la moda. La Iglesia no tiene modas. Nuestro Señor es siempre el mismo”. 45
Para que adquiera la humildad, ¡socorredme oh María! Según Santo Tomás de Aquino, la humildad es la virtud que modera el sentimiento que cada persona tiene de su propia excelencia (Summ. th., II-IIae, 161). La humildad, también de acuerdo al Doctor Angélico, es una virtud derivada de la temperancia. El verdaderamente humilde no extingue en sí la noción de sus propias cualidades; tan sólo modera debidamente el deseo de las mismas y su aprecio; reconoce lo que realmente es: una miserable criatura en infinita dependencia de Dios, fuente y sustentáculo de todo bien. La humildad es la verdad. No es verdadera humildad atribuirse faltas o defectos morales inexistentes, como tampoco ignorar las cualidades reales que se poseen. Nadie fue tan humilde como Nuestra Señora, que en tanto, respondiendo la salutación de Santa Isabel cantó: “Mi alma glorifica al Señor (...) Porque ha mirado la bajeza de su esclava por tanto, desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Porque en mí obró grandezas el poderoso (...)” (Luc. 1, 47-49). La humildad es algo que hiere profundamente el orgullo –vicio para el cual todos nosotros, desgraciadamente, nos sentimos atraídos– Y el orgullo nos lleva a tornarnos semejantes no a Dios, sino al demonio, que por orgullo 46
rechazó toda la sujeción y se rebeló contra Dios. El orgullo, además de ser de si un pecado muy grave, es también gravísimo en sus consecuencias, pues causa muchos otros pecados y vicios. ¡Que Nuestra Señora, modelo luminoso de humildad, nos obtenga la gracia de practicar eximiamente esa virtud! Para que alcance a amar a Dios con todo mi corazón, ¡venid en mi auxilio, oh Madre Caritativa! “Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas” (Marc. 12, 30). Ese es el primero de los Mandamientos. El valor de las buenas obras, enseñan los autores espirituales católicos, no se mide necesariamente por el grado de dificultad que esas obras componen, sino por el grado de amor de Dios con que son ellas practicadas. Cuando Nuestra Señora, que era perfectísima en la práctica de ese primer mandamiento, cumplía los menores actos de su vida –por ejemplo, cuando tejía una túnica para Nuestro Señor o para San José, o cuando preparaba alimentos para la Sagrada Familia– Ella practicaba esos pequeños actos con un grado tan intenso de amor de Dios que, delante del Señor, ellos tenían mayor mérito de lo que los heroi47
cos sufrimientos soportados voluntariamente por los mártires más gloriosos. ¡Que Ella nos alcance de Dios la gracia de amarlo plenamente! Para que, por amor de Dios, me conforme en todo con su santa voluntad, ¡socorredme, oh María! Teóricamente, es muy fácil conformarnos con la voluntad de Dios. En ciertas situaciones concretas, nos cuesta. Muchas veces Dios, para nuestro bien, quiere que aceptemos lo que no nos agrada: enfermedades, pobreza, hambre, aflicciones, dificultades. En esas horas somos tentados a pensar que Dios se olvidó de nosotros, que no nos ama como entendemos que Él debería amarnos o hasta nos rebelamos contra Él... ¡Cuanto engaño! Debemos aceptar amorosa y filialmente de las manos de Dios todo cuanto Él nos envía, seguros de que Dios siempre nos mandará lo que es mejor para nuestras almas, nunca permitirá que padezcamos más allá de nuestras fuerzas y siempre nos sustentará en el camino que por su voluntad se abriera delante de nosotros. También debemos aceptar la santa voluntad de Dios cumpliendo nuestra vocación individual cuando tenemos el privilegio de conocerla claramente. No todos ven claramente, por una iluminación especial de Dios, cual es el cami48
no que deben seguir: ¿el sacerdocio? ¿la vida religiosa? ¿el matrimonio cristiano? ¿el celibato casto en la vida seglar? Incluso la profesión ideal no siempre es clara: para mi santificación personal, ¿que será mejor?: ¿una carrera universitaria? ¿ser militar? ¿ser empresario? ¿ser obrero? ¿ser empleado? Dios permite que ciertas personas vean con mucha nitidez cual es la profesión y el estado de vida que más les conviene a su propia santificación. Otras no, pero son naturalmente conducidas hacia el casamiento o cierta profesión por la influencia de las circunstancias, a las que no es ajena la mano de Dios. Otras tienen dudas y perplejidades, y a veces vacilan mucho antes de adoptar un determinado rumbo en la vida. Aunque la vocación, de suyo, sea de libre elección de cada uno, es de gran temeridad no seguirla cuando se manifiesta claramente la voluntad de Dios. Si Dios nos quiere en determinado estado, Él nos da las aptitudes y los medios necesarios para adoptarlo, y además, nos concede gracias y bendiciones especialmente adaptadas a aquel tenor de vida. Tomar un rumbo a sabiendas que no es el que Dios quiere de nosotros, es arriesgarse a no recibir aquellas gracias eficaces y superabundantes que, en su bondad, Él nos reserva. Sin duda, en toda condición no nos faltarán nunca las gracias indispensables; pero 49
¿quién garantiza que tendremos la generosidad de corresponder a las mismas, si hubiéramos sido ingratos e infieles rehusando gracias mucho mayores y más ajustadas a nuestra vocación? ¡Pidamos a Nuestra Señora que nos muestre con claridad las vías de Dios y nos dé fuerzas para seguirlas con resolución y confianza! Y que aceptemos dócilmente todas las penas y dificultades que el Señor, en su sabiduría, juzgue conveniente colocar en nuestro camino. Para que cumpla fielmente los deberes de mi estado, ¡socorredme, oh María! Este punto se relaciona íntimamente con el anterior. Un estado de vida forzosamente impone una serie de deberes. Un hombre que opta por el matrimonio, por ejemplo, tiene el gran deber de sustentar dignamente a su esposa e hijos en la condición social que les corresponde; y de dar a los hijos buena educación, instrucción, alimentos, remedios etc. Tiene igualmente el deber de amar a su cónyugue, de serle fiel, de soportar sus defectos, de ayudarlo en todas las dificultades de la vida, en las alegrías y en las tristezas, hasta que la muerte los separe. No será fiel a sus deberes de estado quien se case y no quiera tener hijos, descuide de su educación o no se empeñe en mantener a la familia en su nivel social, no tenga paciencia con su 50
cónyugue, no mantenga la fidelidad conyugal o permita que se deshaga el hogar. También el ejercicio de las profesiones terrenas implica una serie de obligaciones morales. Es lo que los autores católicos llaman Moral Profesional. Ese es un punto generalmente olvidado, pero que tiene una enorme importancia. Un médico, por ejemplo, recibe de la sociedad una honra proporcionada a la nobleza de sus funciones, pero asume el compromiso de ejercerlas como deben ser ejercidas: es decir, debe estar dispuesto a incomodidades y sacrificios, anteponiendo el bien de los pacientes incluso a sus legítimos intereses personales. Un empleado que, por ejemplo, descuide el cumplimiento de las obligaciones que le incumben por el contrato de trabajo, perjudicando así al patrón, peca contra sus deberes de estado. Como también peca contra esos deberes el patrón que no pague el salario justo. En la vida agitada y atribulada de nuestros días, muchas veces nos mostramos negligentes u olvidamos el cumplimiento de nuestros deberes de estado. Pidamos a Nuestra Señora que nos ayude a cumplirlos bien, pues en el día del Juicio se nos pedirá cuentas de todos ellos. Cuando la enfermedad aflija mi cuerpo y golpee mi alma, ¡socorredme, oh María! La enfermedad es una realidad de 51
la que no podemos escapar, ya que la salud es un bien precioso pero extrema-mente frágil. Muchas veces son ocasiones de grandes gracias, tanto para quienes las padecen como para sus familiares y amigos, que tienen ocasión de ejercer uno de los actos de misericordia que tendrán recompensa eterna en el Paraíso: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque... estaba enfermo y me visitasteis.” (Mt 25, 34-36). El Beato José de Anchieta decía que Dios, cuando envía una enfermedad a alguien, es como si lo estuviese visitando. De hecho, hubo numerosas conversiones a lo largo de la historia por ocasión de sufrimientos y enfermedades. Dios, en su misericordia, muchas veces concede grandes alivios y hasta curas milagrosas a los enfermos. Muchos de los milagros hechos por Nuestro Señor cuando vivió en esta tierra fueron, precisamente, curas de enfermedades. Cuando la enfermedad se abatiera sobre nosotros, invoquemos con confianza a Nuestra Señora, Madre de Dios y nuestra; que Ella nos cure, si fuese la voluntad de Dios; que Ella nos de fuerzas para soportar los sufrimientos y obtenga para nosotros alivio y consolación, si fuera mejor para nuestra alma. 52
Cuando la angustia y la tristeza se apoderaren de mí ¡socorredme, oh María! A veces la angustia y la tristeza se apoderan de nuestro espíritu atribulado. Eso no nos debe sorprender, pues hasta el mismo Hombre-Dios, en la Agonía del Huerto de los Olivos, se sintió mortalmente herido de tristeza: “Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Después les dijo: “Mi alma está triste, mortalmente; quedaos aquí y velad conmigo” (Mt. 26, 37-38). Angustiado ante la perspectiva de la Pasión, Nuestro Señor, que como Hombre tenía perfectamente desarrollado su instinto de conservación, tuvo temor de la muerte, se angustió e incluso sudó sangre (cfr. Luc. 22, 44). Al sentir que sus fuerzas humanas eran rudamente probadas, hizo lo que debemos hacer siempre que nos sentimos atribulados: rezó pidiendo fuerzas, pero declarando que por sobre todas las cosas se cumpliese la voluntad del Padre: “Padre, si quieres, aparta de Mi este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22, 42). El mismo Evangelio agrega: “Y se le apareció del cielo un ángel y lo confortaba” (22, 43). Cuando nos sintamos angustiados y entristecidos, hagamos lo que el Señor nos enseñó: recemos, pidamos fuerzas y sobreto53
do conformémonos con la santa voluntad de Dios. Estemos seguros de que no nos faltará el amparo de Nuestra Señora, Medianera de todas las gracias. Si Dios me sujeta al tormento de las penas interiores, ¡socorredme, oh María! Las penas exteriores –enfermedades, pobreza, hambre, sed, persecuciones, incomprensiones etc.– nos impresionan tanto que somos llevados a olvidar penas de otro género, aún más terribles, que hacen sufrir más: las penas interiores. Dios, para la purificación de sus elegidos, permite a veces que pasen por probaciones angustiantes, en que el alma pierde todas las consolaciones sensibles y se siente abandonada, por así decir, del mismo Dios. Cuando Nuestro Señor, en lo alto del Calvario, poco antes de expirar y consumar la obra de nuestra Redención gritó: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mat. 27, 46), por cierto estaba sufriendo, entre los tormentos físicos indescriptibles de la Crucifixión, un tormento interior terrible: el de sentirse abandonado por Dios. Su Humanidad santísima, puesta ante la muerte, se sintió abandonada por el Padre Eterno, aún cuando estaba hipostática e indisolublemente unida a la Santísima Trinidad. Muchos santos tuvieron probaciones de ese tenor. Al fin de su vida, Santa Teresita 54
del Niño Jesús sufrió una gran prueba de insensibilidad en su Fé. Joven de 23 años de edad, veía a la muerte aproximarse al galope y del otro lado solo sentía el vacío. Por más que quisiese no conseguía "sentir" lo sobrenatural, el Cielo, la gracia... Por el contrario, se sentía, y así lo cuenta ella misma, como un pajarito en medio de la tempestad, mojado y helado, que mira hacia arriba a la procura del sol desaparecido... pero, a pesar de las apariencias en sentido opuesto, continúa creyendo que, detrás de las nubes, el sol continúa brillando con un fulgor inalterable. Solamente pocos instantes antes de expirar, Dios permitió que el espeso velo de las nubes se disipase maravillosamente y Santa Teresita, llena de consolaciones en aquel momento supremo, fue a recibir en el Cielo el premio de su santa vida. Si Dios tiene por bien que seamos probados con terribles penas interiores de ese género, confiemos en Nuestra Señora y roguemos su socorro maternal. Si la Providencia me prueba por la pobreza o reveses de la fortuna, ¡socorredme, oh María! La pobreza puede hacer mucho bien a las almas y ser ocasión de grandes gracias espirituales. La riqueza fácilmente se transforma en causa de perdición para los que depositan su confianza en ella y no en Dios: “Hijitos, ¡cuán difícil es para los que confían en las ri55
quezas, entrar en el reino de Dios!” (Marc. 10, 24). En relación con los bienes materiales, recemos como es indicado en el Libro de los Proverbios: “No me des ni pobreza ni riquezas; dame solamente el pan que necesito, no sea que harto yo reniegue (de Ti) y diga: ‘¿Quién es Yahvé?’, o que, empobrecido, me ponga a robar y blasfemar del nombre de mi Dios” (30, 8-9). Esta es la oración que debemos hacer por intercesión de María Santísima, sobretodo en los tiempos actuales, en que son tan frecuentes las crisis económicas y financieras. Si encuentro en mi propia familia motivos de dolor, ¡socorredme, oh María! Actualmente la institución de la familia –entendida cristianamente, es decir, establecida sobre el casamiento monogámico e indisoluble– padece una grave crisis. El divorcio, el aborto y más recientemente el denominado “casamiento entre personas del mismo sexo” está entrando libre e impunemente en las legislaciones del mundo entero. No solamente se están permitiendo tales aberraciones sino que, yendo aún más lejos, ¡hay países donde se preven sanciones para quien, en nombre de la Ley de Dios, se opone a ellas! Se invierte así el orden natural de las cosas y se viola gravemente la justicia. Dios, como Creador, tiene el dere56
cho de ser obedecido por los individuos, por las sociedades, por las naciones. En una época en que tanto se habla, en general abusivamente, de derechos humanos, ¿por qué nadie, o casi nadie, recuerda los derechos de Dios? Tanto desorden en las familias provoca desunión y es motivo de mucho sufrimiento. En los días presentes, para referirnos tan sólo a un tema entre tantos otros, los jóvenes están sujetos, mucho más que en el pasado, a innumerables peligros: las drogas; las malas compañías; la criminalidad; la inmoralidad; la mala influencia de la TV, que en vez de entretener con programas de alto nivel moral y cultural se constituyó en una verdadera escuela de inmoralidad y violencia... ¡Cuantos de nosotros tenemos en nuestros círculos familiares casos lamentables de matrimonios desunidos, de hijos abandonados por los padres, de madres solteras, de alcohólicos, de viciados en drogas! Más que nunca debemos pedir especial protección a Nuestra Señora. Ella es Madre y comprenderá, maternalmente, nuestras aflicciones. Cuando sea humillado, contrariado, maltratado, ¡socorredme, oh María! La convivencia entre los hombres provoca continuos sufrimientos. Quien contempla un arroyo crista57
lino, con agua corriente y piedritas redondas en el fondo, nunca se pregunta como éstas se formaron. Al comienzo no eran lisas ni redondas, pero terminaron puliéndose y modelándose mutuamente de tanto chocar entre si por el movimiento de las aguas. Así también es la convivencia humana: siempre hay incomprensiones, entrechoques, disgustos. Algunas veces tienen su raíz en bajos instintos: envidia, ambición, orgullo. Otras veces son producidos por causas no censurables: visiones divergentes, planes o temperamentos que no se congenian. En las familias, en los locales de trabajo, en los ambientes sociales, frecuentemente la convivencia nos obliga, como se dice popularmente, a “tragárnosla” sufriendo humillaciones, contrariedades, injusticias, faltas de consideración. Nuestro amor propio se agudiza y, a veces con equilibrio, a veces de modo exagerado, queremos hacer valer lo que juzgamos como nuestros derechos... En esas horas, para soportar cristianamente lo que debe ser soportado, y para afirmar solamente en la justa medida el derecho que no se pude ceder, invoquemos el auxilio de María Santísima. Para que obtenga la conservación y bienestar de los que me son queridos, ¡socorredme, oh María! 58
Volvamos a los deberes de estado. Un padre o una madre de familia tienen la preocupación fundamental de que nada falte a los suyos: alimento, ropa, asistencia médica, hogar, instrucción etc. No siempre es fácil conseguirlo. Debemos esforzarnos para hacer lo que esté a nuestro alcance, poniendo nuestra confianza en Dios, que no nos dejará faltar lo indispensable: “Aprended de los lirios del campo cómo crecen; no trabajan, ni hilan, mas Yo os digo, que ni Salomón, en toda su magnificencia, se vistió como uno de ellos. Si, pues, la hierba del campo, que hoy aparece y mañana es echada al horno, Dios así la engalana, ¿no (hará Él) mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mat. 6, 28-30). Nuestro Señor nos enseña en el Padre Nuestro –la más perfecta y completa de las oraciones– “a pedir el pan nuestro de cada día”. Por pan, evidentemente, debemos entender los alimentos y también, genéricamente, todo lo que precisamos para la vida digna. Pidamos esas cosas a Dios Nuestro Señor por las manos de su Madre Santísima. Será la forma que más agradará a la Divina Majestad y la predispondrá a atendernos más abundantemente. Para que alcance la liberación de las almas del Purgatorio, ¡socorredme, oh María! Por más que una persona sea pobre e indigente en la tierra, siempre estará más atendida y asistida por sus semejantes que las po59
bres almas del Purgatorio. En esta tierra podemos rezar unos por los otros, ayudarnos mutuamente y esperar consuelos. En el Purgatorio, las almas benditas que allí están purgando sus pecados y preparándose para comparecer, purificadas y santas, en la presencia de Dios, no pueden rezar por sí mismas ni aliviar mutuamente sus penas. Es la Iglesia Penitente que puede beneficiarse de los auxilios de la Iglesia Triunfante (constituida por los justos que ya están en el Paraíso) y de los auxilios provenientes de la Iglesia Militante (es decir, de los fieles que todavía están en estado de prueba, en esta vida mortal). Las almas del Purgatorio sufren las penas que les caben y la principal de ellas es no poder ver a Dios, Sumo Bien en dirección al Cual se sienten atraídas. Sufren y, paradójicamente, aman su sufrimiento, porque saben que no pueden comparecer delante de Dios conservando restos de sus antiguas faltas e imperfecciones. Pidamos a Nuestra Señora que nos ayude a rezar mucho por las pobres almas del Purgatorio. Así, cuando allí estuviéramos –por la misericordia de Dios– muchas almas en el Cielo, beneficiadas por nuestras oraciones, se acordarán de nosotros, como nosotros nos acordamos de ellas. Para que coopere en la salvación de los pecadores, ¡socorredme, oh María! Debemos cooperar, en toda la me60
dida de nuestras posibilidades, para la salvación de las almas, a fin de evitar que pequen y, si hubieran incurrido en pecado, para que se arrepientan, eviten la perdición eterna y se salven. En primer lugar, debemos hacerlo en atención a la Sangre preciosa de Nuestro Señor, derramada por todos los hombres. En segundo lugar, porque Dios recompensa de modo especial a aquellos que cooperan en la obra de la salvación conduciendo a Él otras almas. Como dice San Juan Bosco, citando a San Agustín, “quien contribuyera a la salvación de un alma puede esperar con fundamento salvar la suya: Animam salvasti, animan tuam praedestinasti (si salvaste un alma, predestinaste la tuya)” (Il giovane proveduto, p. 54). Pidamos a Nuestra Señora gracias para actuar con sabiduría en este campo. Para que obtenga la gracia de la perseverancia final, ¡socorredme, oh María! La gracia de la perseverancia final es la mayor gracia que una persona puede recibir. En el momento de la muerte, el último acto consciente de la voluntad de un hombre decide inapelablemente su destino eterno. Si en el último instante el alma se vuelve sinceramente hacia Dios, estará con Dios, en el Paraíso, durante toda la eternidad. Si la última voluntad fuese contra Dios, su destino 61
inevitable será el Infierno. Hay casos de personas que tuvieron vidas pésimas y en el último instante, por una gracia muy especial, se arrepintieron sinceramente y se entregaron a Dios. Son casos excepcionales, no la regla general. Lo más común es que la muerte confirme definitivamente el rumbo que la persona dio a su vida: “Talis vita, finis ita” (así como se vive, así se termina). Nada hay más erróneo que dejar el arrepentimiento y la conversión para la hora de la muerte. Muchas veces la muerte llega inesperadamente, sin que haya tiempo para una buena confesión, ni para un acto de contrición sincero, y la persona se ve de repente ante el tribunal del justo Juez que, de acuerdo con la Escritura, es “escudriñador infalible de su corazón, y entendedor de su lenguaje.” (Sab. 1, 6) Por mejor que haya sido la vida de alguien, nunca nadie merece la gracia insigne de la perseverancia final. Por eso la Iglesia enseña que esa gracia es independiente de la vida virtuosa. Por eso también Ella nos recomienda que recemos insistentemente, todos los días de nuestra vida, para pedir esa gracia misericordiosa que nos abre las puertas del Paraíso. En la oración del Ave María, después del saludo del Ángel y de Santa Isabel, la Iglesia agregó las palabras finales: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, peca62
dores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen". En mi la última enfermedad, ¡socorredme, oh María! En la última enfermedad, más que nunca, necesitamos del socorro de nuestra bondadosa Madre del Cielo. Comprendamos que, con nuestros sentidos debilitados, tendremos naturalmente dificultades para hacer muchas cosas que ahora nos son fáciles. Más aún, el demonio, al saber que nuestra alma está por pasar a la eternidad, buscará perderla afanosamente. En esa hora extrema, entre dolores y angustias, se sufren muchas veces las peores tentaciones y probaciones de la vida... ¡Pidamos con empeño, desde ya, la protección y el favor de María Santísima para esos momentos decisivos! En mi último suspiro, ¡socorredme, oh, María! En el último suspiro –como se refiere arriba– el alma sella su destino eterno. Las disposiciones que hubiera tenido al separarse del cuerpo –buenas ó malas– permanecerán para siempre y ya no será posible cambiarlas. Esa imposibilidad es total. Ahora podemos fácilmente oscilar entre el bien y el mal. Nos es posible pasar de 63
un estado de pecado mortal al estado de gracia mediante un sincero arrepentimiento y una buena confesión. También corremos el riesgo –desafortunadamente– de perder el estado de gracia con facilidad: basta cometer un pecado mortal. Por el contrario, el alma separada del cuerpo no es capaz de efectuar esos cambios. La propia naturaleza del ser impide pecar a quien muera en gracia de Dios e impide retractarse a quien cierre sus días odiando a Dios. Dada la importancia suprema de ese último suspiro, recemos a María Santísima para que nos asista en esa hora, como lo hizo en el fallecimiento de San José y cuando de pie, junto a la Cruz, asistió a la Muerte de su Divino Hijo. Cuando me presente ante vuestro Hijo que ha de ser mi Juez, socorredme, ¡oh, María! Mejor abogada no podemos tener. Ella es nuestra Madre y también Madre del Juez que nos juzgará. Él nada rehusa a su Madre, a quien por eso mismo los autores católicos llaman Omnipotencia Suplicante. Tengamos siempre en los labios y en el corazón este ruego tan bello y emotivo, extraído de la Salve: “Ea, pues, Señora, Abogada nuestra: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos 64
a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!” Cuando esté en el Purgatorio, socorredme, ¡oh, María! Ya hemos hablado del extremo desamparo en el que se encuentran las almas del Purgatorio, donde sufren sin poder rezar por sí mismas. Hasta grandes Santos pasaron por el Purgatorio para purificarse completamente antes de entrar al Paraíso. Si, por la misericordia de Dios, expiramos en estado de gracia y precisamos pasar por ese sitio bendito de expiación y purificación, no podremos rezar por nosotros mismos ni siquiera a Nuestra Señora. Recemos desde ya para que ella nos socorra en tal aflicción. En todo tiempo y lugar, socorredme, ¡oh, María! Para servirte, amarte e invocarte siempre, socorredme, ¡oh, María! Para que os haga amar y servir por muchos cristianos, socorredme, ¡oh, María! No hay ocasión ni lugar en que no precisemos del auxilio de María Santísima. Imploremos entonces su socorro, para que la 65
sirvamos y amemos como debemos en esta vida, y para que seamos sus instrumentos para que muchos otros la amen y la sirvan. * * * Alabada, amada, invocada, bendita eternamente lo seas, oh Señora que desatas los nudos, mi esperanza, mi amor, mi Madre, mi felicidad y vida. Así sea.
Residencia de los Obispos (Augsburg)
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Iglesia de St. Peter Am Perlach, en Augbsburg, en donde se venera el cuadro de Nuestra Señora la que Desata los Nudos
4. Una devoción que no debe ser mal entendida
E
n la introducción ya nos referimos a algunos aspectos que nos preocupan con respecto a la rápida propagación de la devoción a Nuestra Señora la que Desata los Nudos en estos últimos años. Son preocupaciones que debemos tener para que no se desvirtúe una devoción santa y admirable, y por lo demás muy agradable a la Madre de Dios y nuestra. Resumimos lo ya dicho: debemos rechazar decididamente todo lo que sea superstición, cohonestación de una vida pecaminosa, mero espíritu de novedad en la devoción a Nuestra Señora la que Desata los Nudos, pero demos completa adhesión de alma a todo aquello que está de acuerdo con las enseñanzas y el espíritu de la Santa Iglesia Apostólica Romana. Sólo nos queda aclarar un punto. Es cierto que Nuestra Señora, la Omnipotencia Suplicante, alcanza todo cuanto pide a su Divino Hijo; es cierto que Ella es Nuestra Madre y desea concedernos todas las gracias. Pero, obviamente, no estamos
en presencia de algo mágico. Nadie tiene derecho de exigir a Nuestra Señora un milagro, algo que no sea bueno o, menos aún, que no sea de utilidad para nuestra salvación eterna... Nuestro Señor Jesucristo aseguró, en el Evangelio, que la oración es un medio seguro e infalible para obtener gracias de Dios: “Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; golpead y se os abrirá. Porque todo el que pide obtiene; y el que busca encuentra; y al que golpea, se le abre” (Mt. 7, 7-8). La infabilidad de la oración se fundamenta en la promesa hecha por el mismo Dios. Él se comprometió a conceder lo que le fuese pedido y se predispone a atendernos de modo muy especial cuando le dirigimos la oración por medio de su Madre Santísima. Para ser infaliblemente atendida, la oración debe atender ciertos requisitos, pues, de hecho, Dios no está obligado a concedernos todo lo que pidamos, de cualquier modo, en cualquier estado de espíritu. Este es un punto de particular importancia una vez que, de no ser bien entendido, pueden producirse lamentables desvíos en una devoción como la de Nuestra Señora la que Desata los Nudos. Al respecto es oportuno reproducir algunos tópicos de una célebre obra de San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la oración. Con su inmensa autoridad de Doc70
tor de la Iglesia, San Alfonso nos enseña: “En verdad, en verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá. Tal es la bella promesa que nos ha hecho Jesucristo. Dice que nos concederá todo cuanto le pidamos, pero debemos entender que con la condición de que recemos con las debidas disposiciones. Ya lo dijo el apostol Santiago: Si pedís y no alcanzáis lo que pedís, es porque pedís malamente. Y San Basilio, apoyando esta sentencia del apostol, escribe: ‘Si alguna vez pediste y no recibiste, fue seguramente porque pediste con poca fe y poca confianza, con pocas ansias de alcanzar la divina gracia porque pediste cosas no convenientes ó porque no perseveraste en la oración hasta el fin’. Santo Tomás reduce a cuatro las condiciones para que la oración sea eficaz: pedir por uno mismo, pedir cosas necesarias para la salvación, pedirlas con piedad y pedirlas con perseverancia. “La primera condición de la oración, dice el Doctor Angélico, es que pidamos por nosotros mismos. Sostiene, en efecto, el santo Doctor, que nadie puede alcanzar para otro hombre la vida eterna, ni por tanto las gracias que conducen a ella a título de justicia, ex condigno, como dice la teología. Y advierte además esta razón: que la promesa que hizo el Señor a los que rezan es solamente a condición de que recen por ellos mismos y no por los demás. Davit vobis: 71
A vosotros se os dará. [...] Lo que en todo caso está fuera de duda es que las oraciones que hacemos por los pecadores, a ellos les son muy útiles y agradan mucho al Señor [...]. “La segunda condición que pone el Angélico es que pidamos cosas que sean convenientes y necesarias para nuestra salvación: pues la promesa que nos hizo el Señor no es de cosas exclusivamente materiales y que no son convenientes para la vida eterna [...] “Pedimos no pocas veces a Dios bienes temporales y no nos escucha. Dice el santo que esto es disposición de su misericordia, porque nos ama y nos quiere bien. Y da esta razón: Lo que al enfermo conviene, mejor lo sabe el médico que el mismo enfermo. Y el médico no da al enfermo cosas que puedan serle nocivas. “Cuántos que caen en pecados, estando sanos y ricos, no caerían si se encontraran pobres y enfermos. Y por esto cabalmente a algunos que le piden salud del cuerpo y bienes de fortuna se los niega el Señor. Es porque los ama y sabe que aquellas cosas serían para ellos ocasión de pecado o de vivir vida de tibieza espiritual. [...] Por eso, cuando pedimos a Dios gracias temporales, debemos pedirlas con resignación y a condición de que sean útiles para nuestra salvación eterna. Si por ventura el Señor no nos las concediera estemos seguros que nos las niega por el amor que nos tiene, pues sabe que serían perjudiciales para nuestro progreso espi72
ritual que es lo único que merece consideración. “Finalmente, he aquí las otras condiciones que Santo Tomás exige para la oración: que se rece con devoción y perseverancia. Con devoción, es decir, con humildad y confianza; con perseverancia, es decir, sin dejar de rezar hasta la muerte.” (pags. 61 - 67)
Catedral de Augsburg
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Apéndice
Oración y Novena a Nuestra Señora la que Desata los Nudos
O
h Virgen Santísima, que fuiste instrumento de Dios para que se desatase, por la Redención de la Humanidad, el gran nudo de la Historia; y que, siendo Madre de Misericordia, desatais bondadosamente los incontables nudos que atormentan mi vida; mi corazón desborda de confianza en Vos. Heme aquí a vuestros pies, a donde acudo a exponer todas la necesidades de mi vida y muerte para pediros vuestro maternal socorro; dignaos escucharme desde el cielo y socorredme para desatar soberanamente los malditos nudos que me sujetan al pecado y me impiden la plena unión con vuestro Divino Hijo y con Vos.
En todas mis dificultades y penas, socorredme, ¡oh María! En el momento peligroso de la tentación, socorredme, ¡oh María! Cuando tuviera la desgracia de caer en el pecado, socorredme, ¡oh María! Si algún lazo funesto me encadena al servicio del demonio, para que pueda romperlo, socorredme, ¡oh María! Si vivo en la tibieza, para que Jesucristo no me vomite de su boca, socorredme, ¡oh María! Cuando fuera negligente en recurrir a Vos, socorredme, ¡oh María! Para recibir dignamente los Sacramentos, socorredme, ¡oh María! En todos los ejercicios de un cristiano fervoroso, sobretodo en la oración y en la meditación, socorredme, ¡oh María! Para que conserve o recobre la castidad, socorredme, ¡oh María! 76
Para que adquiera humildad, socorredme, ¡oh María! Para que alcance a amar a Dios de todo corazón, socorredme, ¡oh María! Para que, por amor de Dios, me conforme en todo con su santa voluntad, socorredme, ¡oh María! Para que cumpla fielmente los deberes de mi estado, socorredme, ¡oh María! Cuando la enfermedad aflija mi cuerpo y golpee mi alma, socorredme, ¡oh María! Cuando la angustia y la tristeza se apoderaren de mí, socorredme, ¡oh María! Si Dios me sujeta al tormento de las penas interiores, socorredme, ¡oh María! Si la Providencia me prueba por la pobreza o reveses de la fortuna, socorredme, ¡oh María! Si encuentro en mi propia familia motivos de dolor, socorredme, ¡oh María! 77
Cuando sea humillado, contrariado, maltratado, socorredme, ¡oh María! Para que obtenga la conservación y bienestar de los que me son queridos, socorredme, ¡oh María! Para que alcance la liberación de las almas del Purgatorio, socorredme, ¡oh María! Para que coopere en la salvación de los pecadores, socorredme, ¡oh María! Para que obtenga la gracia de la perseverancia final, socorredme, ¡oh María! En mi última enfermedad, socorredme, ¡oh María! En mi último suspiro, socorredme, ¡oh María! Cuando me presente ante vuestro Hijo que ha de ser mi Juez, socorredme, ¡oh María! Cuando esté en el Purgatorio, socorredme, ¡oh María!
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En todo tiempo y lugar, socorredme, ¡oh María! Para servirte, amarte e invocarte siempre, socorredme, ¡oh María! Para que os haga amar y servir por muchos cristianos, socorredme, ¡oh María!
Adaptación de la oración clásica de San Alfonso María de Ligorio para pedir a María su perpetuo socorro en todas las necesidades. Se puede también rezar en forma de Novena, durante nueve días seguidos.
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ORACIONES ANTE EL CUADRO DE NUESTRA SEÑORA LA QUE DESATA LOS NUDOS ORACIÓN PARA DAR GRACIAS A DIOS POR MEDIO DE LA VIRGEN Inmaculada Virgen María, Madre de Jesucristo y abogada nuestra, alegría de mi vida: vengo a tus pies con el amor filial, porque escuchaste mi súplica y tu poderosa intercesión me consiguió de Dios el favor que te pedí. Quiero hoy dar gracias a Dios con tus mismas palabras: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo dispersa a los soberbios de corazón. derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahám y su descendencia por siempre. Del Evangelio de Jesús escrito por San Lucas. Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaria y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron curados los diez? Los otros nueves ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”. Palabra del Señor. Te alabamos Señor. 82
Gracias Madre por desatar el nudo que me oprimía; al mismo tiempo que pongo en tus manos la acción de gracias por los beneficios recibidos, prometo también vivir en amistad con Dios, cumpliendo sus mandamientos y frecuentando los sacramentos de la Iglesia de Jesús para que pueda un día contemplarte en la gloria eterna. Amén. Dios te salve María... . Virgen María, que desatas los nudos, causa de nuestra alegría. . Ruega por nosotros. POR LA FAMILIA Virgen María, Señora nuestra que desatas los nudos, a vos que con Jesús, Hijo de Dios altísimo y San José, tu esposo, formaste en este mundo la Sagrada Familia de Nazaret, te vengo a pedir por mi familia y por todas las familias del mundo. Salve, columna de sacra pureza; Salve, umbral de la vida perfecta; Salve, tú inicias la nueva familia; Salve, dispensas las bondades divinas; Salve, morada del Verbo Divino; 83
Salve, tú eres de veras el trono del Rey; Salve, tú llevas en ti al que todo sostiene; Salve, por ti el Creador nace Niño. Salve, ¡oh, Virgen y Esposa! Del Evangelio de Jesús escrito por San Lucas. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, María y José con Jesús volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. Palabra del Señor. Te alabamos Señor. Santa María, Madre de Dios, tú que desatas los nudos que no nos dejan vivir la plenitud del amor familiar, presenta al Padre nuestra alabanza y nuestra súplica: que en la alegría siempre demos gracias; que en la tristeza busquemos a Dios; que en el trabajo encontremos el gozo de su ayuda; y en la necesidad sintamos cercano su consuelo; que en todo momento demos testimonio de Cristo, 84
y después de una feliz ancianidad lleguemos al hogar del cielo. Amén. Rezar tres Avemarías. . Jesús, José y María, protejan a las familias. . Nuestra Señora que desatas los nudos, ruega por nosotros y bendice a nuestras familias. POR UNA MUJER QUE DARA A LUZ Virgen María, Nuestra Señora, la que desatas los nudos de la vida, esperanza nuestra, por el amor que te une a Jesús a quien, durante nueve meses llevaste en tu seno, bendice a... que espera ser madre. Madre del Redentor, Virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar ven a librar al pueblo que tropieza y quiere levantarse. Ante la admiración del cielo y de la tierra, engendraste a tu santo Creador, y permaneces siempre virgen. Recibe el saludo del ángel Gabriel, y ten piedad de nosotros pecadores. 85
Del Evangelio de Jesús escrito por San Lucas. En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Jusá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó “Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. Palabra del Señor Te alabamos Señor. María, que por medio del parto virginal nos entregaste al autor de la vida y te constituiste en Madre de tu propio Creador, protege a tu hija, en el momento del parto para que, al ver sano a su hijo, pueda alegrarse con la alegría que tú experimentaste cuando acunabas al Niño Jesús en Belén. Amén. 86
Rezar tres Avemarías. . María, Madre admirable. . Ruega por ella POR EL TRABAJO Señora y Madre mía, tú que desatas los nudos, con especial confianza vengo a suplicarte que intercedas ante el Padre que cuida de los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo, el mismo que hace salir el sol sobre los campos de los justos y de los pecadores. Salve, del mar estrella, Salve, Madre sagrada, Salve, por siempre Virgen, Puerta del cielo santa. Muéstranos que eres Madre, presenta las plegarias A quien por darnos vida Nació de tus entrañas. Del Evangelio de Jesús escrito por San Lucas. Jesús dijo: “No se inquieten por la vida, pensando en que van a comer, ni por el cuerpo, pensando con qué se van a vestir. Porque la vida vale mas que la comida, y el 87
cuerpo mas que el vestido. Fíjense en los pájaros: no siembran ni cosechan, no tienen despensa ni granjero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valen ustedes que los pájaros!. Palabra del Señor Te alabamos Señor Reina y Madre de misericordia, vuelve a nosotros tus ojos y desata los nudos de todos los que están sin trabajo, sostén con tu mano a los que corren el peligro de perderlo y bendice a los que lo tienen seguro. Confiamos en tu oración y protección porque fuiste esposa y madre de carpinteros. Amén. Rezar tres Avemarías. . María, Madre del pueblo trabajador. . Ruega por nosotros. DE LOS PADRES POR LOS HIJOS Virgen, Madre de Jesucristo, tú que sabes lo que significa tener un hijo, escucha la oración que te hago por mis hijos: Salve. Reina de los cielos y Señora de los ángeles, 88
salve raíz, salve puerta, por la que llegó la luz al mundo. Alégrate Virgen gloriosa, entre todas la más bella; salve, oh hermosa doncella, ruega a Cristo por nosotros. Del Evangelio de Jesús escrito por San Mateo En aquel tiempo la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. “¿Qué quieres?”, le preguntó Jesús. Ella le dijo: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”, “No saben lo que piden”, respondió Jesús. “¿Puedes beber el cáliz que yo beberé?”. “Podemos”, le respondieron. “Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha, o a mi izquierda, no me toca a mi concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre”. Palabra del Señor Te alabamos Señor Santa María, Madre de Dios, que desatas los nudos, te pido por mi hogar, que mis hijos siempre tengan un corazón de niño, puro y cristalino como el 89
agua del manantial. Dales un corazón fuerte que no se deje vencer por la tristeza; Un corazón grande para entregarse; Un corazón fiel y generoso que no olvide ningún bien ni guarde rencor por ningún mal; Un corazón manso y humilde que ame sin exigir correspondencia; Un corazón grande e invencible que ninguna ingratitud cierre y ninguna indiferencia canse; Un corazón fuerte para que ningún vicio lo corrompa; Un corazón apasionado por la gloria de Jesús que lo lleve a vivir como verdadero hijo de la Iglesia. Amén.
Rezar tres Avemarías. . María, Madre del Señor. . Ruega por mis hijos. ORACIÓN POR UN ENFERMO Santa María, que desatas los nudos de nuestra vida, pedimos hoy tu inter90
cesión por... que está enfermo, recibe nuestra oración por él (ella): Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que dirigimos en nuestras necesidades antes bien líbranos de todo peligro Virgen gloriosa y bendita. Amén. Del Evangelio de Jesús escrito por San Mateo Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante quedó purificado de su lepra. Palabra del Señor Te alabamos Señor Tu que eres la salud de los enfermos, bendícelo para que el mal que lo aqueja se aleje de él, si esto es para bien de su alma y gloria de Dios. Amén. Dios te salve María... 91
Tú que eres Madre de misericordia, pídele al Padre para que la fortaleza no lo abandone y pueda superar este trance; que Jesús lo mire con ternura para que el dolor no lo quiebre y que el Espíritu Santo lo colme con sus dones para que en este momento difícil no pierda la esperanza. Amén. Dios te salve María... Madre querida, que pronto podamos verlo curado y pueda, sano y salvo, dar gracias a Dios en el seno de la Iglesia. Amén. Dios te salve María... . Virgen María, que desatas los nudos, salud de los enfermos. . Ruega por él (ella). ORACIÓN PARA UN MOMENTO DE GRAN ANGUSTIA Virgen clemente, Madre de Jesucristo, que con mano piadosa desatas los nudos que provocan nuestra desesperanza, vengo a ti con una gran angustia en mi corazón: 92
Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de vos. Animado con esta confianza, a vos también acudo,Virgen, Madre de las vírgenes y aunque dolido por el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia amorosa. No desprecies mis súplicas, Madre de Cristo, Antes bien acéptalas y escúchalas. Amén Del Evangelio de Jesús escrito por San Mateo Dijo Jesús: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mi, porque yo soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. Palabra del Señor Te alabamos Señor. Nadie está en el cielo más cerca de Dios que tú, por eso te pido que te apiades de mí y que me sostengas con tus brazos maternales para que el mal que me angustia desaparezca de mi vida. Amén. Dios te salve María... 93
Haz que, por medio de tus oraciones me vea libre de esta gran preocupación, tú que sufriste con entrega admirable al pie de la cruz de Jesús, te pido que no desprecies mi súplica, mas bien líbrame de todo peligro, Virgen gloriosa y bendita. Amén. Dios te salve María... . María, que desatas los nudos, consuelo de los afligidos. . Ruega por mí. ORACIÓN POR UN DIFUNTO Santa María, Reina de todos los santos, te pedimos por... que muriendo dejó este mundo para entrar en la eternidad. Dios te salve, Reina y Madre de misericordia vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas, ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Oh clementísima, oh piadosa, 94
oh dulce Virgen María Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén. Del Evangelio de Jesús escrito por San Juan Jesús dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” Marta respondió: “Sí Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”. Palabra del Señor Te alabamos Señor. Desata, Virgen Santa, el último nudo en la vida del hombre y pídele al Corazón Sagrado de Jesús que le abra las puertas del cielo a... y así, olvidadas las faltas que por la humana fragilidad pudo haber cometido pueda vivir eternamente en la morada de la luz y de la paz donde todos un día esperamos encontrarnos, para que junto con vos alabemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. 95
Rezar tres Avemarías. . Santa María, puerta del cielo . Ruega por él (ella) ORACIÓN ANTE LA MUERTE DE UN SER QUERIDO Virgen María, consuelo de los afligidos, mírame cargando con la cruz del dolor por la muerte de... a quien amo. Salve oh Reina, dulce Madre nuestra toda bondad, toda clemencia, amor, a ti gimiendo el alma se confía sola esperanza al humano dolor. Vuelve a nosotros tus divinos ojos llenos de amor y serena luz y muéstranos, después de este destierro la casta flor de tu seno: Jesús. Del Evangelio de Jesús escrito por San Juan En aquel tiempo, María la hermana de Lázaro, llegó a donde estaba Jesús y al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerto”. Jesús al verla llorar a ella y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó “¿Dónde lo pusieron?” Le respondieron “Ve, Señor, y lo verás” Y Jesús lloró. 96
Palabra del Señor. Te alabamos Señor. María, tú que desatas los nudos, sé para mí la estrella de esta noche oscura, noche de lejanía, noche sin compañía. María, consuelo de los afligidos, ruega por mí. Que tu mano desate el nudo de este dolor que oscurece mi vida y brilla Tú como luz amiga, luz fiel, luz inagotable que haga sólida mi fe y mi esperanza en la vida eterna. María, consuelo de los afligidos, ruega por mí. Que tu intercesión me alcance el consuelo de Dios para creer que nuestro peregrinar en esta vida es el preludio del cielo. María, consuelo de los afligidos, ruega por mí. Rezar tres Avemarías. ENCOMENDANDO A LA PROTECCIÓN DE LA VIRGEN A NUESTROS FAMILIARES, AMIGOS Y CONOCIDOS Virgen María, Madre mía que desatas los nudos de nuestra vida pongo en tus manos a todos mis familiares, amigos y conocidos y por ellos te digo: Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea 97
pues todo un Dios se recrea en tan gloriosa belleza, a ti celestial princesa; Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes Madre mía. Evangelio de Jesús escrito por San Juan Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. Palabra del Señor Te alabamos Señor. Santa María, Madre de Dios, ruega por ellos. Madre de Cristo, ruega por ellos. Madre de la divina gracia, ruega por ellos. Madre Purísima, ruega por ellos. Madre de toda la Iglesia, ruega por ellos. Dios te salve María... 98
EL AGUA BENDITA El agua bendita nos trae el recuerdo de Cristo, agua viva que calma nuestra sed de Dios y que por medio del bautismo, Sacramento del agua, es signo de bendición salvadora. Por eso podemos utilizar el agua bendecida para invocar la protección de Jesús sobre nosotros y renovar el deseo a seguir perteneciendo a El, ya que por el Bautismo fuimos hechos miembros suyos. ¿QUÉ HACEMOS CON EL AGUA BENDITA? 1. Cuando nos levantamos a la mañana o nos acostamos a la noche nos hacemos la señal de la cruz con ella. 2. Bendecimos nuestros hijos poniéndoles agua bendita sobre la frente. 3. Rociamos nuestras casas pidiendo la protección y la ayuda de Dios. 4. Rociamos a un enfermo. 5. Rociamos a un moribundo. 6. Rociamos a un difunto. 99
¿CÓMO LO HACEMOS? AL LEVANTARNOS POR LA MAÑANA: Haciéndonos una pequeña cruz en la frente con el dedo mojado en agua bendita decimos: Dios bendíceme para que en este día que comienza todo lo haga con tu protección. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Rezamos también: Padre Nuestro, Ave María y Gloria. POR LA NOCHE AL ACOSTARNOS: Haciéndonos una pequeña cruz en la frente con el dedo mojado en agua bendita decimos: Señor guárdame y protégeme durante esta noche que tus ángeles me cuiden, para que mañana pueda levantarme sano y salvo. Rezamos también: Padre Nuestro, Ave María y Gloria. AL BENDECIR A NUESTROS HIJOS: Cuando por la noche se van a dormir haciéndoles una cruz sobre la frente de cada uno de ellos con el dedo mojado en agua bendita: 100
Que Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te bendiga y te proteja de todo mal. Amén AL ROCIAR NUESTRA CASA: Tomando el recipiente con el agua bendita derramamos un poco de agua sobre la casa y decimos: Señor y Padre nuestro, dirígeme tu mirada sobre nosotros, tus hijos, que redimidos por Jesús. Hemos nacido del agua del Espíritu Santo en la fuente bautismal. Concédenos que todos los que vivimos en esta casa por medio del rocío de esta agua quedemos renovados en el cuerpo y en el alma y te sirvamos con limpieza de vida Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. Podemos rezar también: Padre Nuestro, Ave María y Gloria. POR UN ENFERMO: Pedimos la bendición de Dios sobre un enfermo haciéndole una pequeña cruz sobre su frente con el dedo mojado en agua bendita y le decimos: 101
Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, que con tu bendición levantas y fortaleces a los enfermos, protege a (decir el nombre)... Aparta de él la enfermedad y devuélvele la salud. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. Podemos rezar también: Padre Nuestro, Ave María y Gloria. POR UN MORIBUNDO: Cuando alguien está gravemente enfermo y a punto de morir, habiendo llamado a un sacerdote antes de llegar a esta situación, podemos rociar con agua bendita la cama del enfermo diciendo: Señor Jesús, Salvador del mundo, te encomendamos a (decir el nombre)... y te rogamos que lo recibas en el gozo de tu reino, y aunque como todos pudo haber pecado nunca negó a Dios. Amén. Santa María, ruega por él (ella). San José, ruega por él (ella). POR UN DIFUNTO: Durante el velatorio se puede rezar el rosario u otra oración, también podemos, 102
rociando el féretro con agua bendita, decir: Vengan en su ayuda santos de Dios; salgan a su encuentro ángeles del Señor. Reciban su alma y llévenla ante el Altísimo. (decir nombre)... Cristo que te llamó te reciba y los ángeles te lleven al cielo. Amén. Rezamos también: Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
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Bibliografía utilizada ALASTRUEY, Canónico Gregorio - Tratado de la Virgen Santísima, BAC, Madrid, 3ª ed., 1952. ALDAMA, S.J., P.. José A. - María en la Patrística de los Siglos I y II, BAC, Madrid, 1970. BETTENCOURT O.S.B., Dom Estêvão - Curso de Mariologia, Escola Mater Ecclesiae, Rio de Janeiro. BOSCO, San Juan - Il giovane proveduto, SEIT, Torino, 1955. DE FIORES, Stefano y MEO, Salvatore - Nuovo Dizionario di Mariologia, Edizioni Paoline, Torino, 1985. DILLENSCHNEIDER, C.SS.R., Pe. Clément Marie au service de notre rédemption, Bureaux du Perpétuel Secours, Haguenau, 1947. Documentos Marianos, Doctrina Pontificia IV, edición preparada por el P. Hilario Marin, S. J., BAC, Madrid, 1954. GARRIGOU-LAGRANGE O.P., P. Reginald - La Madre del Salvador y nuestra vida interior Mariologia, versión castellana del P. José López Navío, Ediciones Desclée de Brouwer, Buenos Aires, 3ª ed., 1954. GRIGNION DE MONTFORT, San Luis María Obras Completas, BAC, Madrid, 1954. JUAN PABLO II - sobre la Bienaventurada Virgen Maria en la Vida de la Iglesia peregrina (Redemptoris Mater), trad. de la Tipografia Poliglota
Vaticana, www.vatican.va. LAURENTIN, P. René - Court Traité de Théologie Mariale, P. Lethielleux Éditeur, París, 1953. LIGÓRIO, San Alfonso María de - El gran medio de la oración, Ediciones Alonso, Madrid; Distribuciones Codesal, Sevilla. LIGÓRIO, San Alfonso María de - Le Glorie di Maria, Edizione PP. Redentoristi, Roma, 1954. LIGÓRIO, San. Alfonso María de - As mais belas orações de Santo Afonso, Vozes, Petrópolis, 1961. ROSCHINI O.S.M., P. Gabriel Maria - Instruções Marianas, Edições Paulinas, São Paulo, 1960. ROSCHINI O.S.M., P. Gabriel Maria - Mariologia, 2ª. ed., Angelus Belardetti Editor, Roma, 1947-48. ROYO MARÍN O.P., P. Antonio - La Virgen María - Teología y espiritualidad marianas, BAC, Madrid, 1968. SANTOS, Armando Alexandre dos - O Brasil sob o manto da Imaculada, Artpress, São Paulo, 1996. SOLIMEO, Plinio Maria - Nossa Senhora que desata os nós, in "Catolicismo", março de 1999. TERRIEN S.J., P. J. B. - La Mère de Dieu et la Mère des Hommes d'après les Pères et la Théologie, P. Lethielleux, París, 1900-1902.
INDICE Prólogo
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Al lector. ¿Tan solo una devoción? Antigua y respetable devoción
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Devoción totalmente de acuerdo con la Doctrina Católica ○
Devoción muy indicada para nuestros días ○
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Una devoción que no debe ser mal entendida ○
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Apéndice Oración y Novena a Nuestra Señora la que Desata los Nudos ○
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Oraciones ante el cuadro de Nuestra Señora la que Desata los Nudos ○
Bibliografía utilizada
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C. P. ....................... Ciudad ................................................................................
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Dirección ............................................................................................................
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Nombre ..............................................................................................................
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Cultura en general
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Historia Argentina
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Arte
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Historia general
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Formación de la juventud
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Oraciones y novelas
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Doctrina Católica
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Espiritualidad
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Vidas de Santos
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