V IS IO NE S
EL
VI CI O
DEL
L A T ERAL ES
BA R R O
Natacha
M A DR I D
2009
Seseña
EDI CIONE S
EL V I S O
1
fru tas con racimos de uvas colgados Juan van der Hamen y León, León, Cesta de frutas y recipientes recipie ntes de cristal y barro (detalle), 1623, París, colección privada
EDICIÓN Y PRODUCCIÓN
Ediciones El Viso Santiago Saavedra Saavedra Rufino Díaz Mariola Gómez Laínez Félix Andrada DISEÑO
Subiela PREIMPRESIÓN
Lucam IMPRESIÓN
Brizzolis ENCUADERNACIÓN
Encuadernación Ramos Cubierta
Diego de Velázquez, Las meninas (detalle), hacia 1656. Madrid, Museo Nacional del Prado © de la edición: edición: Ediciones el Viso © de los textos: la autora © de las fotografías: sus autores D L: M-47672-2009 Ediciones El Viso
[email protected] www.edicioneselviso www.edicioneselviso.com .com
LUCAM
III
br iz zo l is
arteengráficas
C O N T E N I D O
El búcaro de Las
meninas ....................................................................
7
Búcaros Búc aros y m onja on jas.............. s........................ .................... .................. ................. .................. .................. ................. .............. ......
17
Testimonio Testim onioss de cronistas croni stas e histo his toriad riador ores....... es........... ....... ....... ........ ....... ....... ......... ......... ....... ...
21
La fama de los búcaros: testimonios de autores extranjeros .......
24
Origen árabe de la bucarofagia ............................................................ La cort cortee española y los los búcaros de Po rtugal...................................
30 32
Reyes, enanos y búcaros: introducción de la bucarofagia en la co rte.................. rt e........................... .................. .................. .................. .................... .................. ................. .................. ........
37
A N E X O S
Los búcaros analizados por los médicos.......................................... Procede Pro cedencia ncia de los bú búca caro ros............ s...................... .................. .................. .................. .................. .................... ..........
46 49
Búcaros Búcaros y bucarofagia bu carofagia en la literatura literatura del Siglo de O ro...............
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Definicion Defin iciones es de «búcaro» en los diccio dic ciona nario rios...... s.......... ....... ........ ......... ....... ....... ........ ....
55
Notas.
57
Giuseppe Recco, Recco, Bodegón con sirviente (detalle), 1679, Sevilla, Fundación Casa Ducal Medinaceli
EL
VICIO
DEL
BA RRO
Natacha Seseña
EL BÚCARO DE LAS MENINAS
Después de tantos años estudiando el mundo que se esconde trás de los búcaros búcaro s comestible co mestibles, s, hoy, hoy, ya en la alta alta edad que ten go, quiero empezar este libro con un texto de don Juan de Zabaleta que narra con gracia y talento el attrezzo de los búcaros en El día de (1659)1. La d e fiesta fies ta por la tarde tarde en Madrid (1659)1. descripción de más desgarrado tono, la que llega al cinismo total total y al más despiadado despiadad o sarcasmo sarc asmo se encuentra encuen tra en el el capítulo capítulo El estrado, donde Zabaleta cuenta cómo las señoras se reu
nían unas una s en casa de de otras y comían búcaro: «Apéanse a este este tiem po de un coche coche en la puerta de la la casa una muger mayor, mayor, que tiene el marido en un Govierno en las Indias, y una hija suya doncella opilada, tan sin color como si no viviera. Nadie juzga juz gara ra que salía sal ía del coche para pa ra la vis v isit itaa sino sin o para pa ra la sepultu sepult u ra. Comía esta doncella barro ¡linda golosina! ¿Quánto diera esta moza por estar enterrada, por tener la boca llena de tierra? Dios hizo a esta muger de barro y ella con el barro se 7
deshace. Esta, y la de los parchecitos en las sienes, parece
que andan buscando con qué hacerse feas2. De la manera que la tierra enturbia el agua, enturbia el color puro pu ro de un rostro la tierra comida. Mucha gana parece que tiene de pecar la que come barro [...] Vánse a sentar, y la vieja con las faldas quiebra un barro de Natán, que estaba sobre un bufetillo3. Asústase mucho, y dice a la dueña de la casa: Amiga, yo daré satisfacción de mi descuido: del primer cajón de estos barros que emvie el Governador, os emviaré media docena [...] La dueña de la casa casa dice, dice, con una risa muy mu y desapasionada: La mayor merced del mundo me habéis hecho en quebrar que brar esa sabandija, porque eran insufribles las tentaciones que me daban de beber por instantes; y entre sí estaba diciendo: Pluguiera a Dios se te hubiera quebrado un ojo antes que el barro. Toman almohadas, y enlazanse en la conversación». Al prin pr inci cip p io de esta es ta inve in vest stig igac ació ión, n, y desp de spué uéss de leer le er a Zabaleta, fui a los diccionarios más antiguos, y aquí transcribo lo que dicen. El búcaro es (Tesoro de la lengua castellana o de Sebastián de Covarrubias, 1 6 1 1 ) : «Género «Género de vaso, española, de de cierta tierra colorada que traen de Portugal, y porque en la forma era ventriculoso y hinchado le llamaron búccaro o buc-
ea,, que vale el carrillo hinchado [...] Destos barros dizen que ea comen las damas por amortiguar amo rtiguar la color color o por golosina viciosa, y es ocasión de que el barro, y la tierra de la sepultura las coma y consuma en lo m ás florido de su edad». edad». El Diccionario de autoridades (1726) define búcaro como: «Vaso «Vaso de barro fino, y oloroso, en que qu e se echa el agua para beber, y cobra un sabor agradable y fragante. Los hai de diferentes hechuras y tamaños. Vienen de Indias, y son muy estimados y preciosos».
El término término búcaro se usaba en España para referirse a una vasija va sija de barro o de cristal cristal pensada pensa da para par a poner pon er flores. En An A n d alu al u cía cí a y E xtre xt rem m adur ad ura, a, se u tiliz til izab abaa tam ta m bién bi én para pa ra refe re feri rirr se a lo que hoy se conoce como botijo, vasija de barro de forma form a redondeada y cerrada, cerrada, con asa y dos bocas, bocas, usada para refrescar y guardar agua. Comer arcilla ha sido práctica medicinal a lo largo de la historia, historia, pero comer barro cocido en form a de vasija es otro cuento. Y, sin embargo, también se ha dado a lo largo de los siglos en Occidente Occidente,, aunque tuvo su origen orige n en la cultura cultura oriental. Se trata de una práctica documentada hasta el siglo XIX XI X — y que desde mis primeros trabajos llamé bucarofagia— , si bien esta extravagante costum bre se puso de moda en el siglo XVI X VIII entre las mujeres del pueblo e, incluso, de la nobleza
española y portuguesa. La costumbre de «comer búcaro», «comer barro» o «comer yeso» debía de estar lo suficientemente arraigada en la sociedad española como para que en forma descriptiva o de chanza pasara a los diccionarios, a la literatura del Siglo de Oro Oro — hay textos de Lope de Vega, Quevedo, Quevedo, Gón Gón gora, Zabaleta, ya glosado al principio, y de otros clásicos, donde se me nciona la tal tal costum bre (véase ane xo 3)— , a los relatos de viajeros extranjeros que empezaron a visitar España más tarde y que aluden al uso entre extrañados y divertidos, y a los textos textos de historiadores e h ispan istas mucho después. También encontramos búcaros en la pintura, tanto en bodegones — género no muy apreciado en la corte— corte— como en retratos de reyes y nobles.
Nunca me atreví a relacionar las cerámicas y vasijas de barro que aparecen en los cuadros, fueran estos bodego nes o no, con interpretación etnográfica alguna, si bien esas vasi va sija jass esas esa s pi pint ntu u ras ra s p erm er m iten it en tal inte in terp rpret retac ació ión. n. Hasta 198 2 mis investigaciones investigacion es en el el campo de la cerá mica se habían reducido al estudio de piezas de loza y de barro, analizadas desde una perspectiva positivista, que era la que entonces dominaba la investigación y la enseñanza de la la Historia H istoria del Arte4. Arte4. Así, para p ara mi tesis doctoral inv estigué estigu é técnicas, técnicas, mercados, diferencia entre barro y loza, loza, usos, modas e interpretación estilística. Hoy que los estudios estudios de Historia van más m ás hacia un enfo en fo que etno-histór etno-histórico, ico, y que desde Heide M omm om m sen la vida coti diana se ha convertido en protagonista de muchos de esos estudios, he tenido la suerte, por mi formación entre la His toria del Arte y la Etnografía, de poder añadir un pequeño grano de arena en la interpretación de cuadros que se con ve v e r tía tí a n , con co n es esta ta n u eva ev a m irad ir ad a, en fue fu e n tes te s do c u m en tale ta less de la historia de la cotidianidad.
En el año 1982 se celebró en Madrid la reunión bianual de la Académie Internationale de la Céramique, con sede en Ginebra. Los académicos visitaro visi taron n el Museo Mu seo del Prado y, y, como miembro de número de la citada academia, dicté una confe rencia titulada «La cerámica en los cuadros del Museo del Prado». Así fue cómo pude entrar, con una interpretación dis tinta tinta,, en un cuadro mágico y fam iliar para mí desde mi más tierna infancia:
Las meninas.
Diego Velázquez, Las meninas (detalle), hacia 1656. Madrid, Museo Nacional del Prado (P-1174]
La vasija pequeña pequeñ a y colorada colorada que la la menina me nina María M aría Agus tina Sarmiento ofrece a la infanta Margarita es un búcaro o barro —que de ambas maneras podía y solía decirse—, ver dadero protagonista de mi versión del cuadro cuadro y origen de mis investigaciones. Los especialistas en Velázquez e historia dores del arte en en general denom d enominan inan búcaro sin más a la vasi ja de b arro ar ro q ue s o stie st ien n e la m e n ina in a . A si lo h ace ac e P alom al om ino in o (172 4), y tam bién Justi Justi,, primero que dedicó dedicó a Velázquez Velázquez una monografía mon ografía en 1888, quien puntualiza que los los búcaros búcaros vienen
de la Indias. Más tarde, Sánchez Cantón (1943) afirma que ese búcaro procedía de Estremoz (Portugal)5. También lo creen Au reliano de Beruete (1898), Jonathan Brow n (1986) , Juli Ju lián án G á lleg ll ego o ( 19 8 3 ), q u ien ie n a ñ ade ad e qu e es «un «u n b ú ca ro de barro colorado, colorado, de esos que perfum an el agua y hasta que se pueden morder » 7 y Francisco Calvo Serraller (1995)8»Tue citándome amablemente, se refiere a los búcaros como comestibles. ¿Qué ¿Qué hubieran hubi eran comentado los grandes literatos literatos del Siglo de Oro Oro — quienes, como hemos hemo s dicho, dicho, dejaron en sus escri tos abundante testimonio sobre los búcaros y la costumbre de comerlos— si hubieran hub ieran visto el gran Cuadro de familia, nombre que se dio en principio al famoso lienzo de Velázquez, Las meninas? ¿Qué está pasando en él? Tengo que confesar co nfesar la emoción, y casi temor, temor, que la obra me infundió infund ió la prim era vez que la vi. vi. Ocurrió Ocurrió en 194 0 e iba iba acompañada acomp añada de mi padre. padre. El lienzo estaba en una sala peqúepeqúeña, contigua a la grande actual, donde se había tratado de reproducir el juego de luces del propio cuadro. Sentí miedo y busq bu squé ué la m ano an o de mi padr pa dre, e, qu ien ie n m e expl ex plic icó ó que qu e Velázquez estaba pintando un retrato de los reyes y que, de pron to, to, había irrum pido en el estudio del pintor la hija h ija de los reyes, reyes, Margarita, con su corte de enanos, guardadamas, aposenta dores y un gran mastín, y que la escena se sitúa en una gale ría del Alcázar de Madrid que fuera aposento del príncipe Baltasar Carlos hasta después de su muerte, aposento que se convirtió en el taller de Velázquez. La luz deslumbra en el primer triángulo de figuras que forman la infanta Margarita, la menina María Agustina
Sarmiento Sarm iento e Isabel de Velasco Velasco.. Las dos últimas eran meninas men inas o damas de honor portuguesas portugu esas de la infanta, personajes que andando el tiempo darían título al cuadro que hizo excla mar a Lúea Giordano (1634 1705) «¡ésta es la Teología de la Pintura!». Es en el juego de miradas de los personajes donde se adivina algo del misterio que es este cuadro. El prodigio que aumenta lo enigmático de la escena viene porque los retra tados son los reyes, pero éstos no aparecen sino sin o reflejados refleja dos en el espejo del fondo, por lo que se situarían en el espacio que ocupa ocup a el espectador. Por ciert cierto, o, es la única vez que qu e Velázquez pinta juntos a Felipe IV y Mariana de Austria. Tras la irrupción de Margarita y sus acompañantes acompañ antes todo todo parece quieto. Imaginamos quizá ciertos sonidos ligeros, como el fru-frú provocado provoca do por po r el el roce de de los tafetane tafetaness y rasos de las las basquiñas basqu iñas colocadas sobre los los guardainfantes guarda infantes de alam a lam bres, hierros y cintas que constituyen con stituyen el armazón interior de de X V II y que los trajes reales de la segunda mitad del siglo XV qu e lle lle
va v a n las m enin en inas as,, la prin pr ince cesa sa y la ena en a na M arib ar ibár árbo bola la,, de ori or i gen alemán; puede que también el impacto de la patada del bufón Nicolás de Pertusato al mastín, y hasta el murmullo de ciertos comentarios en voz baja de la guardadamas Mar cela de Ulloa a Diego Ruiz de Ascona, situados ambos tras las meninas. La única acción que de verdad tiene lugar es el ofreci miento por parte parte de la la men ina M aría Agu stina — de rodi rodi llas, como exigía el protocolo Habsburgo— de una vasijilla de humilde barro sobre un azafate de oro a la infanta Mar garita, que parece mirar a los reyes como pidiendo permiso
para tomarla. Su mirada de ojos un tanto saltones, así como el búcaro, son el centro sempiterno de la sempiterna mira da de Velázquez que, vestido de terciopelo negro, con man gas acuchilladas de raso blanco, y armado con pincel, paleta y tiento tie nto obse ob serv rvaa el objet ob jeto o de su lienzo, lien zo, invi in visi sib b le a la m irad ir adaa del espectador, es decir, a los reyes y, de paso, a nosotros que implicados así definitivamente en la obra creemos sen tir el calor que domina en la estancia y hasta el olor a tierra mojada que despide el búcaro. Siempre me llamó la atención el brillo que desprende el búcaro, brillo representado mediante una técnica realista que contrasta con la sumamente impresionista de la manga de la infanta Margarita más próxima al búcaro, así como con la de las manos de la menina María Agustina Sarmiento e, incluso, con la del azafate que ésta sostiene9 sostien e9.. Tengo que decir aquí, haciendo un inciso, que el sobresaliente brillo que des pide un búcaro real — barro cocido cocido una sola vez y por poco poco tiempo— no es fruto de ningún vidriado estannífero, sino de «alistarle», es decir, decir, de sacarle lo opaco de lo oreado o expues expu es to al aire de la cochura frotándolo con una piedra. ¿Sabían la Maribárbola e Isabel de Velasco realmente lo que ese búcaro significaba? ¿Fueron ellas las que propu sieron a la infanta que lo probase y por eso buscan con la mirada el consentimiento de los reyes, como si considera ran el búcaro «golosina « golosina viciosa» — tal tal y como indica CovaCovarrubias—, o como medicina con la que podría curarse la pubertad puber tad precoz precoz que, según opinión médica, médica, padecía la infan ta? Siempre he pensado que eso es exactamente lo que esta pasando, y que Velázquez conocía el secreto de los búcaros
Diego Diego Velázquez, Vel ázquez, Las hilanderas (detalle), hacia 1657. Madrid, Museo Nacional del Prado [P-i 173]
y la b ucar uc aro o fagi fa gia, a, porq po rque ue pint pi ntó ó uno un o de ellos ell os en Las meninas, al que, como hemos visto, concedió un gran protagonismo, y tam ta m bién bi én en otra otr a de sus obras ob ras m aest ae stra ras: s: Las hilanderas. En este punto, resulta sorprendente comprobar cómo los ojos de Velázquez eran er an capaces no sólo de pintar lo intan gible, como el polvo que sale del huso y de las madejas o el calor que reina en la estancia en la que se afanan las teje doras, sino de captar en una escena hasta los objetos ape
15
nas visibles, pero presentes, como la opacidad del búcaro
semioculto bajo la vaporosa manga de la hilandera de blanco. La bella e inolvidable artesana se lo ha guardado en el hueco entre el brazo y el pecho izquierdo. ¿Por qué? Porque el búcaro, además de ser remedio contra la sed, debido a la porosidad y naturaleza de su pasta exhalaba una frescura que ayudaba a sobrellevar el calor del taller10. Guardarse algo apreciado en el hueco entre el brazo y el pecho —pañuelos, cartas, dinero, etc.— ha sido un hábi XX . Lo hacían to de las mujeres hasta principios del siglo XX.
las damas, pero sobre todo las las mujeres del pueblo11 pueb lo11.. Este hábito lo vemos reflejado, por ejemplo, en
La Dorotea (1632),
de
Lope de Vega: «Dorotea: No bebáis tanto. / Marfisa: Buena está, y no pierde [el sabor] por el olor del búcaro. / Dorotea: Lleváosle, con otros dos que son de la misma tierra. / Marfisa: sa: ¡Tantas ¡Tantas mercedes! / Dorot Dorotea: ea: Toma muchacha, mu chacha, que es grangra nde para la manga, donde le llevara por estimarle, y si fuera menor le colgara al pecho»12. O en El Acero de M adrid (1618 (16 18), ), del del mismo auto autor, r, donde leemos cómo Lisardo y Leonor se acercan a la fuente del Acero Ac ero,, en e n la Casa Ca sa de Campo, Cam po, a coge co gerr agua: agua : «Lisardo «Lis ardo:: ¿H ay en qué poder pod er traer agua de la fuente? / Leonor: Leonor: Sí, que un búcaro trae aquí [sáquele de la manga un barro]»13.
La sorpresa y la perplejidad —un cierto morbo, como se dice hoy— acompañan con frecuencia a la investigación. Siempre estará presente en mí la tarde que empecé a atar cabos en esta historia divertida, curiosísima, un poco estrafalaria y hasta siniestra sobre los búcaros. búcaros.
Relataré ahora las vicisitudes, vicisitu des, los caminos, atajos, dudas y dificu dif iculta ltade dess que qu e me m e asa a salta ltaron ron duran du rante te la elabo ela borac ració ión n de este libro, labor dilatada que se inicia con la conferencia de 1982 sobre las cerámicas en los cuadros del Prado, pero cuyo verdadero punto de partida fue el articulo que publiqué en ABC hace ya dieciocho años, el 23 de mayo de 1990, con el título «Barros y lozas que pintó Velázquez». BÚCAROS Y MONJAS
Cuando preparaba mi tesis La cerámica popular en Castilla la Nueva'4, archivé, por no encontrarle entonces un signifi-
cado de uso inmediato, las alusiones de varios autores contemporáneos, tanto españoles como extranjeros, a la costumbre de comer búcaro. Hoy para mí lo tiene, y mucho. El padre Torrejón, prior de la orden de San (erónimo, es el primer autor español que da noticias de la bucarofagia cuando en 1596 159 6 escribe: «Los «Los barros colorados colorados son también tamb ién muy mu y primeros [principales], el color vivo y no menos el olor [...] Han inventado unos brinquiños para las damas tan agradables al gusto que beben el agua y comen com en el barro, barro, no no siendo pequepequ eño trabajo para los confesores el de atajar este vicio...»15. Me parece natural que para el autor eclesiástico la costumbre de comer búcaro fuera, en sus palabras, un vicio. Vicio, sin embargo, al que no eran ajenas las monjas. En efecto, efecto, las las monjas m onjas también tamb ién comían com ían búcaro. búcaro. Así quedó demostrado en la exposición En torno a la mesa16, donde se exhibieron búcaros m ordisqueados. Personalmente opino que su ingesta las llevaba a un estado de ensoñación y visio v isio-nes, bueno para la meditación.
María Isabel Barbeito B arbeito ha demostrado que en el siglo XVII XV II había en Madrid doscientas monjas escritoras que, por lo general, enseñaban sus textos a los confesores, quienes luego (algu (algunos nos)) los publicaban publica ban como com o obra suy s uya17 a17.. Barbeito narra el testimonio testimonio de la madrileña sor Estefanía de la Encarnación, Encarnación, muy apreciable escritora que al final de su vida relata cómo «cuando tenía doce años, en 1609, poco más o menos, envidioso el diablo [...] me inclinó a comer búcaro (...) costumbre que vio a su señora que por adornar la sala en que asistía, puso muchos búcaros y colgados de una viga, y como los había visto comer en casa de la marquesa de la Laguna [...] dió en parecerme parec erme bien b ien y en desear de sear probarlo. Hícelo y súpome de modo y llevóme tanto aquel olor de tierra, que con el ansia que un vicio debe de engendrar engen drar de aquello a que se inclina, di en comerlo...»18. La confesión de esta esta monja madrileña mad rileña confirma mi teoteoría de que comer búcaro era una forma de evasión, de trance psicológico que buscaban las aburridas mujeres españolas, las, y quizás europeas, euro peas, en el siglo XVI X VII. I. Sor Estefanía E stefanía continúa: continúa: «Como era tan poco lo que comía, pues no llegó a ser de un real de a ocho, me parec par ecía ía que no ofen of endía día a Dios (. (...) estas tent entaciones causan tedio con el mismo Dios y a mi me engendraban amor, amor, en toda mi niñez se me acuerda de haber estado más recogida, más llegada a Dios»19. Concluyo pensando que algo de los efectos de una droga blanda, diríamos hoy, se buscaba al comer búcaro. Pero Pero las monjas mo njas no sólo comían búcaro, también lo fabricaban. En el inventario de la abundante colección de recipientes de barro de la condesa de Oñate, guardada hoy en
el Museo de América de Madrid, de la que hablaremos más tarde (véase anexo 2), se menciona cerámica traída de Chile; y es muy interesante comprobar que allí la fabricación de las cerámicas «de olor» está relacionada con las mon jas2 ja s20 0. E fect fe ctiv ivaa m ente en te,, en 15 8 4 se esta es tabl blec eció ió en la ciud ci udad ad de Osorno al sur de Chile, un monasterio de clarisas que conocían el secreto de la cerámica perfumada. A causa de levantamientos indígenas, las monjas tuvieron que trasladarse a otros lugares varias veces. Las clarisas se hicieron famosas por la producción de objetos de cerámica de pasta olorosa, entre las que se contaban obras decorativas, pero también de uso cotidiano cotidiano.. La cerámica perfumada alcanzó gran fama y se extendió por todo el país, fama que en el siglo XV X V II llegó a España: en Navidad se usaban vasijas chilenas chilenas que se vendía n en la Plaza Mayor de Madrid, donde las adquirían otros vendedores que las llevaban a otras ciudades. La costumbre costumbre de perfum pe rfum ar y dar sabor al agua para su consumición como sustitutivo sustitutivo del vino estaba muy mu y extendida en España Españ a en los siglos siglos XVI tamb ién se bus XV I y XV II; II ; aunque también caran algunos algun os de sus efectos, como como indica ind ica el nombre que qu e estas estas aguas recibían, a saber, «emborrachativas». Creo que este asunto merece un inciso, ilustrador por otra parte. Una larga serie podría enumerarse de tales aguas, aunque aquí sólo me acordaré de las más usadas: «agua de canela»; «de anís»; «de aloja», agua mezclada con miel y especias; y «de escorzonera», cuyo ingrediente base era esta planta, que desde hacía poco se conocía en España y que era antídoto contra el venen ve nen o que contenía sapos sa pos o escuerzos, de ahí su nombre.
Abo A bo rtiv rt ivo o s eran er an el «agua «a gua de espar esp arto to»; »; el «agu «a guaa cruda cru da», », carga car ga-da de sulfato de calcio; el «agua de melisa», agua azucarada a la que se añadían hojas de melisa, corteza de limón, canela, clavos y otras especias, y era digestiva y tónica; el «agua rosada»21, etc. El consumo de estas y de otras aguas fue en aumento a lo largo del siglo XV X V II; II ; y aunque su fabricación y destilación destilación fue regulada y prohibid pr ohibidaa por la cort corte, e, seguían consumiéndose en las casas, incluidas las de más alto rango. No olvidemos tampoco que entre las supuestas propiedades de algunas de estas aguas estaban las de ser antídotos contra el veneno, obsesión y azote de las cortes europeas y razón de algunas de las las exageracion exag eraciones es protocolarias de la corcorte de Madrid. Volvie Vo lviend ndo o a la cerám cerá m ica perf pe rfum um ad adaa chilen ch ilena, a, quie q uien n todatoda vía v ía a finales del siglo XIX conocía sus secretos era l a directora^ del convento de Osorno, sor María del Carmen de la Encarnación. nación. A su muerte en 1898 desapareció el taller taller conventual, y con él el secr se creto eto de esta es ta cerá ce rám m ica. ic a. El p e rfu rf u m e de las p ieie zas se conseguía con una mezcla de esencias, resinas vegetales y otros elementos. Las piezas iban decoradas con moti vos vo s vege ve geta tale les, s, e incl in clus uso o dora do rada dass con co n lám lá m inas in as de o ro2 ro 22. Vany Va nyaa Ro R o a23, a23, inve in vest stig igad ad o ra de dell Mus M useo eo Histó Hi stóric rico o Nacio Na cio-nal de Chile, Chile, ha estudiado estud iado los búcaros búcaro s o «locitas «locitas» » que se conservan en dicho museo, y ha publicado material sobre este apasionante tema. Llegó a hablar con una de las las viejas monmon jas de dell conv co nven ento to de cla cl a risa ri sass de San Sa n tiag ti ago o de Chile Ch ile que qu e toda to da- ví v í a con co n o cía cí a el secr se cret eto o de los lo s b úcar úc aro o s. S e g ú n ú ltim lt im a s n o titi cias, y gracias a la labor de la señora Roa, los búcaros perfumados han vuelto a fabricarse.
Como se verá, la reina María Luisa de Orléans, esposa de Carlos II, era adicta a los búcaros de Chile. Y es muy mu y posi ble que su muerte esté relacionada con la ingestión de dicha cerámica perfumada. TESTIMONIOS DE CRONISTAS E HISTORIADORES
Jua Ju a n Facun Fa cundo do Riaño Ria ño,, en su libro lib ro Spanish Arts24 — escrito escr ito en 1879 18 79 para el South-Kensington South-Kensington Museum Muse um de Londres, Londres, ho hoyy Vic toria & Albert Museu m— , afirma afirm a que los los búcaros destinados destinados a refrescar el agua eran originarios de América, y que era Méxi M éxi co el el centro más importante. Su amigo, am igo, el institucionista Her menegildo Giner de los Ríos, recoge la misma opinión en su libro Artes Arte s Indu In dustr strial iales es que, según Alice Wilson Frothingham, es en realidad casi una traducción al castellano del Spa-
nish Arts25: «Importada de América es la fabricación de búca ros, ros, por más m ás que, según hemos hem os visto vist o con los de Talayera, Talayera, hubiese ya y a tradi tra dici ción ón en E spa sp a ñ a antes ant es del desc de scub ubrim rimie ient nto o del Nuevo Nu evo Mundo; pero el envío de los de México, principalmente, de sarrolló sarro lló otra vez el trabajo de estos estos barros porosos po rosos en la penín penín sula (Lisboa, Estremoz, Ciudad Rodrigo, etc.)»26. El propio Giner de los Ríos explica ex plica que sobre «los «los barros barros y búca bú caro ross rojo ro joss pequ pe queñ eños os,, d enom en om ina in a dos do s “bri “b rin n q u iño iñ o s" o "brincos" y usados para beber agua, es curioso consignar [...] que las señoras, después desp ués de beber beb er el contenido, comían comía n el vaso; y se cuenta que, para par a evitar evit ar este abuso abus o tan pernicio pern icioso so a la salud, los sacerdotes hubieron de prohibirlo en el confesionario»27. La fuente tanto de Riaño como de Giner de los Ríos es el manuscrito del padre Torrejón de 1596, 159 6, ya mencionado. La 21
mentalidad liberal de estos institucionistas, así como la de
Mrs. Mrs. Frothingham, verdadera maestra en ceramología, les lle vó v ó a a d m itir it ir y d e s c rib ri b ir co con n n a tu rali ra lid d a d la co stu st u m b re de comer búcaro. Por el contrario, Ruiz de Luna, en su estudio sobre la cerámica talaverana de 1943, pasa por alto, o con funde, la bucarofagia28. Es una cuestión de ideología. Frothingham informa que en Talavera, además de alfa res de loza, loza, había dos en los que: «se produ pro ducían cían dijes de barro en forma de insectos y animales, rosarios y pequeñas vasi jas (brin (b rinqu quiñ iños os)) tan ta n frag fr agan ante tess de p e rfu rf u m e que qu e las señ se ñ oras or as se comían pequeños trozos»29. Es evidente, al observar el gran tamaño de los búcaros de la colección Oña Oñate, te, que que entonces no se podía comer com er búca ro cocido cocido — como tampoco en la actualidad— actualidad— si no era macha cándolo y reduciéndolo a polvo con un objeto contundente antes de ingerirlo. Es este detalle el que añado al vicio de comer búcaro, porque el barro cocido es incomestible. Los mencionados mencionado s «brinco «brincos» s» o «brinquiños», que se fabri caban en Talavera de la Reina y en Ciudad Rodrigo, eran una especie de juguetillos o adornos que se ponían en los bra zos y cuellos de las mujeres y de niños de pocos meses y pocos años —como el que porta la infanta María Ana en el retrato que le pintó Juan Pantoja de la Cruz (1553-1608) (Madrid, Monasterio de las Descalza Descalzass Reales)— Re ales)— y servían de amuleto contra el mal de ojo; y también, según Covarrubias (1611): «Es un joyel pequeño, que usaban las mujeres en los toca dos y vestidos como los que hoy llaman tembleques: y por que estaban pendientes, y se movían, como que saltaban, y brincaban, se llamaban Brincos». Covarrubias también defi ne el diminutivo de «brinco», brinquillo o brinquiño, como
M aría Ana, 1602. Madrid, Monasterio Juan Pantoja de de la Cruz, Infanta María de las Descalzas Reales
«Alhaja pequeña o juguete mujeril, que le sirve de adorno, y que qu e tam ta m bién bi én se pone po ne a los niño ni ñoss y niñas» niñ as».. En el Diccionario de autoridades (1726) se dice, aparte de lo que hemos venid o comentando, que «las «las doncellas prin cipales que morían de poca edad se enterraban con todos los brinquiños (que llamaban pupas) con que ellas en vida más se deleitaban»30. 23
L A F A M A D E L OS B Ú C A R O S :
TESTIMONIOS DE AUTORES EXTRANJEROS
La fama de los búcaros y la bucarofagia estaba tan extendi da, que no es de extrañar que algunos de los autores extran jero je ross que qu e v isit is itar aroo n la pen pe n ínsu ín sula la y e scrib sc ribie iero ron n acer ac erca ca de sus via v iaje jess hab ha b lara la ran n de ellos ell os en sus su s text te xtos os31, 31, así com co m o de la e xtra xt ra ña costumbre de comerlos a pedacitos. Este es el caso de Marie d e la cour d'Esd'EsCatherine d'Aulnoy, autora del libro Memoires de pagne, pag ne, Relation Rela tion du d u voyag v oyagee d'Esp d 'Espagn agnee (Par (París ís 169 0-16 91), 91) , don X V II32. II 32. de describe la España de finales del siglo XV
Madame d’Aulnoy, aparte de viajera, era escritora de cuentos para niños y jóvenes, al estilo de Perrault. Sin duda, era una mujer imaginativa que tuvo la habilidad de intro ducirse en los círculos de la nobleza española. En la narración de su visita a la princesa —en reali dad, condesa— de Monteleón, describe con toda suerte de detalles la forma en que las doncellas, en número de die ciocho, traen las bandejas con dulces secos; lo que más le llama la atención es que: «Hay señoras que toman de todo y un u n a taz t azaa tras tr as otra ot ra [se refie ref iere re a chocola ch ocolate], te], y a men m enud udoo dos y tres veces al día, por lo que no hay que sorprenderse de que estén tan secas, secas, puesto que nada nad a hay más m ás caliente, y ade más de eso, comen todo con tanta pimienta y tantas espe cias, que es imposible el que no se tuesten; había varias que comían trozos de arcilla sigelada [búcaros]. Ya os he dicho que tienen una gran afición por esa tierra, que ordi nariamente les causa una opilación; el estómago y el vien tre se les hincha y se ponen duros como una piedra, y se las ve amarillas como los membrillos. He querido probar ese
alimento tan estimado y tan poco estimable: antes come ría asperón»33. Y dice dic e tam ta m bién bi én:: «Si un uno o q uier ui eree agra ag rada darl rlas as,, es prec pr ecis iso o darles de esos búcaros, que llaman “barros”; y a menudo sus confesores no les imponen más penitencia que pasar todo un día sin comerlos. Dicen que tienen muchas propiedades, que no toleran el veneno y que curan varias enfermedades. Tengo una gran taza de esa clase que contiene una pinta p inta [un litro]; el vino no vale nada bebido en ella, pero el agua resul ta excelente; parece como si hirviese en su interior; por lo menos se la la ve agitada a gitada y que tiembla tiem bla [no [no sé si eso eso puede pue de decir se así]; así]; pero cuando se la deja allí un poco po co de tiempo, la taza se vací va cíaa sola, tan ta n poros po rosaa es esa tierra, tier ra, y huele hu ele m u y b ien ie n » 34. ¿Cómo se enteró la noble Madame d’Aulnoy, mujer curiosa y educada, del asunto de los búcaros? Según Vasconcellos, fue en Portugal, en conversación con la esposa de don Agostinho Pacheco35. Las sorprendentes noticias que da Madame d’Aulnoy fueron recibidas con desiguales actitudes mentales. mentales. Un U n inglés, inglés, Merode Westerloo, que se casó con la hija de la citada con desa de Monteleón, leyó los libros de Madame d’Aulnoy y le pareció razonable lo que escribió. Seguramente, el inglés conocía la costumbre de primera mano. En Francia, duran te el siglo XVIII, los escritos de Madame d’Aulnoy recibie ron ron elogios. Su visió v isión n de España Españ a es la que subyace, por ejem plo, en la literatura de Víctor Hugo. El hispanista francés Morel-Fatio se extrañaba de que la bucarofagia no hubiera encontrado espacio en las páginas de historiadores historiado res españoles, probablemente probablem ente reticentes reticentes a admitir
tan extraño y «pecaminoso» hábito, y tan extendido entre las m ujeres3 ujer es36 6. Una especie e specie de p udor udo r y protección de la inti midad parece haber impedido a los historiadores dar cuen ta de la manía. Sin embargo, los hechos son los hechos, y cuando son chocantes, es difícil ocultarlos. Los viajeros fran ceses e italianos, asombrados y divertidos por esta extraña costumbre, son los que nos dan más noticias de ella. MorelFatio Fatio proporciona proporcion a una curiosa y divertida d ivertida carta de 1698 escri ta por un tal marqués d’Harcourt: «Os ruego que digáis a Madame de Torcy que he recogido recogido para ella una buena can tidad de búcaros, que están listos para darlos a vuestro vuestr o correo. correo. Mi limosnero me comunica, puesto que él tiene prohibido por los sacerdotes dar a las mujeres la absolución si los comen, que esto es contrario a la reproducción. Yo no seré tan escrupuloso con mi mujer, la dejaré comer tantos como ella quiera y así ella no me arruinará por fin con una exce siva fertilidad»37. Los italianos llamaron a los búcaros térras sigillatas por su semejanza en textura y color con las cerámicas romanas antiguas de Arezzo. Arezzo. No es es aventurado aventura do pensar pe nsar que este este nombre fue idea del conde italiano Lorenzo Magalotti (Roma, 1637-Flo 16 37-Flo-rencia, 1712), figura muy interesante en la Florencia de Cos me III que, que, según opinión o pinión de Vasconcellos, Vasconcellos, es el prim pr imer er inves inv es tigador que habla de búcaros, tanto portugueses como españoles38 españoles38. Estuvo en la península de 1668 a 1669, y en Madrid recibió noticias bucariles del duque de Montalvo. El conde Magalotti, viajero y hombre de gran cultura, escribió ocho cartas a la marquesa Strozzi en 1695 que, por propio deseo, no se publicaron en vida. Por fin vieron la luz
26
Francisco de Zurbarán, Naturaleza Zurbarán, Naturaleza muerta con cacharros, cacharros, hacia 1650. Barcelona, Museu Nacional d’Art de Catalunya, legado Francesc Cambó
en Milán en 1825, bajo un largo título que importa retener aquí: Otto tto Lettere su le terre odorose d'Europ d'E uropee e d ’America Am erica det det--
te volgarmente buccheri. Ora pubblicata per la prima volta?9. Su confidente fue una dama portuguesa que le regaló búcaros, y que había sido criada de la infanta doña Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II. Hasta hace poco, Magalotti ocupaba, en la historia de la literatura italiana, un digno dig no puesto entre los llamados llamad os «escri tores menores», pero en los últimos años su figura se ha vis to extraordinariamente revalorizada, hasta el punto de ser hoy considerado un pre-moderno, como pude comprobar en la Bibliothéque nationale de París, donde encontré abun dante información sobre él. Por tanto, considero su testimo nio como el más importante de los recogidos aquí, puesto que desde una sensibilidad e inquietud reconocidas, habla, 27
recomienda, recomienda , glosa los búcaros de Portugal Portugal sin mostrar m ostrar extraextrañeza, antes bien, desde una actitud que hoy llamaríamos «van guardista», y es además el primero que elogiosísimamente nombra a los que vienen de México con todas sus peculia res características. Las cartas de Magalotti fueron escritas en 1695 e iban destinadas a la marquesa, dama muy de su tiempo, degus tadora de búcaros y con quien compartía aficiones, revela doras de buen gusto y elegancia y extendidas por todos los territorios de Europa Europ a Central e Italia en en la segunda segund a mitad m itad del del siglo XVII. Magalotti, como buen barroco, piensa en los búcaros como si fueran objetos valiosos: «se han vuelto enseguida la moda, la curiosidad, la delicia de los grandes y de las mismas perso nas reales, reales, y si llega un forastero de rango o enferm enfe rmaa un caba llero o se sangra sangr a a una un a persona, enseguida se le ve correr Madrid en bandejas en calidad del mayor de todos los regalos, en las galerías sobre los escritorios por lujo, en escaparates que eran como alacenas para adornos de los estrado estrados. s. Las monjas mo njas y muje res en general hacen con ellos una labor particular de conti nua ocupación realzándoles el olor natural con lo artificial perfumándolos con profusas lavandas de agua [cierto afrodi síaco], con saumerios preciosos de pastillas y perfumadores. Los plateros, los orfebres, convertidos co nvertidos todos en tejedores de fili grana gra na para pa ra adornar ado rnar los búcaros...»40 búcaros...»40. Es curioso constatar asimismo cómo en la pintura de bodegones los búcaros ocupan siempre un lugar destacado. En el cuadro de Antonio de Pereda (1611-1678) cocina (Penrhyn
Escena de
Castle, The Douglas-Pennant collection),
28
Giuseppe Recco, Bodegón con sirviente, 1679, Sevilla, Fundación Casa Ducal Medinaceli
vem v em os u n a serie se rie de v a sija si jass y cach ca char arro ros, s, la m a y oría or ía de ellos ello s esparcidos por el suelo, pero no curiosamente los búcaros. Uno de ellos esta muy cerca del borde de la mesa, y el otro al lado de un candelabro y de una un a copa muy m uy afiligranada, afiligran ada, es deci decir, r, en un sitio espléndido. Los búcaros deb en entenderse, en esta ocasión, ocasión, y en otros otros cuadros de este este y otros pintores del Siglo de Oro Oro — como en el fantá stico de Giuseppe Recco (1634(1634 1695), de la Fundación Casa Ducal Medinaceli de Sevilla— como objetos valiosos, dignos por tanto de ocupar lugares lugar es prepreminentes como muestra de ostentación y lujo; pero también como piezas «especiales», «curiosas», «misteriosas», suceptibles de estar en cámaras o gabinetes de maravillas, «enci 29
clopedias de todo lo lo exótico existente» que tenían los grandes
coleccionistas o los poderosos, como vemos en el cuadro de Pereda Bodegón con conchas y un reloj (1652), conservado en el Museo Pushkin de Moscú. Magalotti Magalotti incluso recom ienda cómo había que guardar los los búcaros: en arquitas de maderas preciosas. No olvidem olvidemos os que se traía de vasijas de barro. E11 su pasión por el búcaro, el supersensible supersen sible florentino floren tino llega a valorarlo como superior sup erior al oro, porque ese frío que se siente al inhalarlo es insupera ble. ble. Entramos de este este modo en un u n mundo m undo pre-Baudelaire, pre-Baudelaire, un mundo de vapores y bienestares. El florentino elogia a los españoles y escibe: «Claro, no me extraña que esto se haya puesto de moda, este [España] es un país muy culto y muy refinado, refinado, pero además es m uy sensual porque para eso estu vier vi eron on aquí aq uí los árab ár abes es»41. »41. ORIGEN ÁRABE DE LA BUCAROFAGIA
Buscando el origen de la bucarofagia, que me causaba gran intriga y curiosidad, di con un artículo de la arabista Teresa Garulo, de 198742. Garulo afirma que en el siglo X, en la cor te de Bagdad, se comía arcilla de Jurasán, y sugiere que la ingestión de arcillas con fines medicinales habría sido prác tica habitual en el mundo musulmán. Los árabes debieron de tomar de los los persas esta costumbre y transmitirla trans mitirla al al-An al-Andadalus, donde llegaría en el siglo IX, en un momento en que se aceptaba con entusiasmo todo lo que viniera de Bagdad, capi tal del Califato, ya fueran esclavas bien educadas, cantores o personas que pertenecían a medios med ios elegantes como los des critos por al-Wassa, gramático árabe muerto en 936. Sin embargo, los hádices del derecho musulmán prohíben la
costumbre de comer com er arcilla cocida cocida en form a de vasija, al igual que la Iglesia católica. Hay que distinguir entre la costumbre de comer arcilla en su estado natural y la de ingerirla cocida cocida en forma form a de vasi ja. A la prim p rimer eraa se la denom den omin inaa geofagia geofa gia,, costum cos tumbre bre bien bie n docu docu mentada en fuentes árabes, árabes, pero no en obras literarias. literarias. Un con con temporáneo de al-Wassa, Rhazes, escribió un opúsculo sobre las arcillas donde trata de la comestible de Nisapur (Jurasán, Persia), la única que no produce obstrucciones y que, tomada después de las comidas, combate vómitos y náuseas y forta lece el tono cardíaco. Por el libro de al-Idrisi (f 1166) sabe mos de la existencia en al-Andalus de una arcilla semejante a la de Nisapur en el pueblo de Magán (Toledo)43. En China, Indochina, India y Persia ya se encuentra documentada la costumbre de comer arcilla, aunque es en Persia la zona donde dicha costumbre se recoge, desde épo cas remotas, en obras escritas precisamente en árabe. Las relaciones entre usos y costumbres de Persia y Espa ña ya fueron señaladas por García Gómez44. Efectivamente, serían los árabes los transmisores de lo que he dado en lla mar bucarofagia. Las fuentes en árabe no dan información precisa de cómo se comía esa arcilla en forma de vasija. Ibn al-Baytar, citado por García Gómez43, ofrece en su Tratado
de los simples (1248) (1248 ) testimonios de médicos, médicos, y explica la pre paración para vasijas de la arcilla, que a veces se mezclaba con especias y perfumes. Tanto en la España musulmana como en la cristiana, la nobleza cayo en la extravagante costumbre de comer arci lla. La vida cotidiana de las princesas españolas estaba muy
influida por costumbres moriscas. No hay que olvidar que sus criadas pertenecían a ese grupo social que hasta 1631 no fue expulsado de España. Sin duda, la palidez era algo deseable, pero no la opilación, que podía llevar a la enfer medad e incluso a la muerte. Debemos suponer, pues, que el hábito producía algún placer o evasión que borraba tem poralmente el aburrimiento, terrible azote de la vida corte sana española, sobre todo entre las damas. LA CORTE ESPAÑOLA Y LOS BÚCAROS DE PORTUGAL
«Isabel de Portugal (j-1539), cuando se casa con Carlos V, trae en su dote diecisiete búcaros de Montemor-o-Novo, localidad alfarera en la región del Alentejo, cerca de Estremoz».46 Ya en 1 5 4 3 doña do ña María Ma ría Manu Ma nuela ela,, futu fu tura ra espo es posa sa ele Feli Fe li pe II, paso por Estremoz acompañada por un pariente del arzobispo de Lisboa, y alabo la belleza de las jóvenes de la vil v illa la com co m pará pa ránd ndol olaa con c on la de los pilcaros, de los los que adquirió adq uirió una buena cantidad47. Nos preguntamos si el desgraciado príncipe don Carlos, único hijo varón de ella y de Felipe II, calmaba sus accesos de fiebre bebiendo de búcaros. Otro dato interesante es la relativa frecuencia con que doña Juana de Portugal, Portugal, hermana herma na de Felipe Felipe II, iba por los cami cam i nos de Elvas y Estremoz, puede que debido a razones de pro tocolo, porque en el palacio de Villavicosa vivían los duques de Braganza que, como descendientes de Manuel I, el Afor tunado, se habían opuesto a la candidatura de Felipe II al trono lusitano; quizás doña Juana aprovechara el viaje para acercarse a Estremoz a comprar búcaros, búca ros, como habían hecho su madre, la emperatriz Isabel, y su cuñada, doña María.
Los pilcaros de Estremoz eran los más valorados, tanto por los reyes y miembros de la corte como por el pueblo, y también mencionados mencionad os con frecuencia frecue ncia a modo de chanza por los literatos del Siglo de Oro (véase anexo 3). La aportación mas interesante, completa y ejemplar sobre búcaros y bucaro buc arofagia fagia en Portugal se la debemos a Caro lina Michaélis de Vasconcellos48 en Algumas palav pal avra rass a resres-
peito de púcaros de Portu Portuga gal, l, donde se explaya defendiendo tanto la procedencia de los búcaros como oriundos de Portu gal, documentada desde 1375, como la de la palabra púcaro púcaro,, término que, con el paso del tiempo, llegaría a utilizarse con un sentido genérico, al grado de popularizarse la fórmula «barro «barro bucarino» para describir d escribir el carácter carácter oloroso del mate rial con que estaban elaborados determinados recipientes. recipientes. En Italia los llamaban bucchero o, como ya hemos visto, térras
sigillatas, pero también tam bién «lozas «lozas de agua», de «olor» y de «jarro». «jarro». Sin embargo, en España se utilizaba la expresión «comer barro», que es lo mismo que «comer búcaro».
pú caro ro y los puca pu carin rin-Según afirma Vasconcellos, el púca hos pequeños estaban en las mesas de los reyes y nobles portugueses, para beber agua fresca, desde tiempos del rey don Sebastián (1554-1578). Un viajero, Venturini, secreta rio rio del delegado pontifi pon tificio cio Miguel M iguel Bonelli, que viaja a Lisboa para ultimar detalles en los desposorios de don Sebastián con Margarita Margarita de Valoi Valoiss (1 5 7 1) , comenta com enta asombrado que en en la mesa de un rey, entre vajillas y bandejas de plata, «había siempre un u n gran gr an vaso de plata, plata, lleno de agua, agua, del cual se echa ba a un jarro, jarro, llamado llamado en lengua portuguesa po rtuguesa púcaro [...] de la altura de un palmo y hecho de cierto barro rojo, finísimo 33
y brill br illan ante te,, que qu e lla l lam m an barr ba rro o de Estr E strem emoz oz,, del de l cua c uall beb b ebió ió seis ve v e ces» ce s»4 49. V asco as conc ncell ellos os info in form rm a tam t am bién bi én del asom as om bro br o de otro otr o púc aross se servían en bandenoble que describe cómo los púcaro
ja ric ri c a y cu b iert ie rto o s con co n u n tap ta p ó n do dora rado do.. E r a tal ta l la p r o f u púc aross con distintas formas, que los orfebres diesión de púcaro
ron en imitar las m ismas hechuras, h echuras, pero trabajadas en metal y do dora rada das. s. Los púcaros púca ros rojos eran ya famosos en el siglo XIV en la villa de Estremoz, construida alrededor de un castillo del siglo XIII donde pasaban temporadas los reyes de Portugal. púcaro s destacaban por la calidad de su arcilla Estos bellos púcaros
— de mu y buena frag an cia— , que permitía a los los alfareros alfareros conseguir consegu ir unas paredes m uy finas fin as en el torneado, torneado, muy porosas por tanto, que es lo que se desea ba para par a que el agua estu vie v iera ra m u y fres fr esca ca y se disp di sper ersa sara ra con faci fa cili lida dad d el buen bu en olor, agradando igualmente igualmen te al olfato. olfato. A con co n tin ti n uaci ua ción ón se deco de cora raba ban n con chin ch init itas as blan bl anca cass de cuarzo, cuarzo, para que q ue al beber agua se pudiera disfruta di sfrutarr con el olor olor púca ros son de] un barro tan fino, tan liso a humedad: «[los púcaros
y b rill ri llaa n te que qu e pare pa rece ce v id r io y de ex c elen el en te s abo ab o r cuan cu an do están nuevos y que van empedrados con piedrecitas muy menud as que parecen a rena y otras piedras m ás blancas, blancas, de manera que cada púcaro púcar o parece una fuente»50. Empedrar Emp edrar los púcaros puede interpretarse como que los portugueses —que desde Estrabón han tenido fama de ser grandes degustadores de agua fresca, quizá por el terrible calor calor que invade inva de la península pen ínsula Ibérica Ibér ica durante gran parte del año— , imaginaban beber directamente a orillas de algún riachuelo de cauce cauce em pedrado51. pedrad o51. Incluso a veces rascaban rascaba n el barro por 34
pilc adentro en busca de piedras más o menos usadas. Los pilcaros ros portugueses antiguos iban decorados en su pared exter na con unas tiras esféricas sobrepuestas a la superficie que llamaban «serpientes o culebras». Nunes do Leáo da noticias de los los púcaros de Lisboa, Sardoal, doal, Pombal y Montemor-o-Novo, Montemor-o-Novo, y en su Descripcáo do Rei-
no de Portvgal (161o)52 hace un gran elogio de los púcaros de Estremoz. Otro lugar de fabricación de púcaros mencionado por Vasco Va sconce ncellos llos es Natán5 Natá n533. S egún eg ún la autora, auto ra, tení te nían an las m ism is m as características que los de Estremoz. Habla también de los brin colgados en el el cue quinhos —figuinhas en portugués— «que colgados llo y en los brazos de los niños, servían de amuleto contra el mal de ojo [...] La fama de los barros ricos de Natán y la cre encia de que búcaro era en primer lugar la denominación de una tierra arcillosa americana, y sólo por derivación nombre de vasos y brinquinhos hechos de esa misma arcilla se vulga rizó hasta tal punto que es la única que encontramos referi da en los siglos XV X V III II I y XIX X IX en diccionarios, enciclopedias y tratados de arte»54. En la América precolombina, por cierto, se fabricaban vasijas parecidas a los búcaros, que allí se lla maba mab a «comales» «comales»,, y los conquistadores, al exportarlos a Espa ña y Portugal, «búcaros». En el ya clásico libro de la filóloga y autoridad en la cultura lusa Solange Parvaux, La céramique populaire du
HautAlentejo (1968), comenta, sin profundizar en el asun púcaro s de Estremoz to, que los púcaros Estremoz estaban perfum ados y que las damas nobles portuguesas y españolas practicaban con ellos la bucarofagia. 35
Parvaux consigna en 1968 la existencia de dos talleres importantes en Estremoz y afirma que ya no hacían búcaros. Sin embargo, comenta con amplitud el eco que tuvo en Portu gal el asunto de la bucarofagia. Efectivamente, la fama de los exp orta ta pucaros de Estremoz continuó en el siglo XVIII XV III y se expor ban a todas todas partes: partes: «Estremoz «Estremoz a 57 K m al norte norte de Évora es una villa vil la dedicada ded icada a la manufa ma nufactu ctura ra de cacharro cach arross de barr b arroo y justa mente de pucaros»55 pucaros»55. Son de origen árabe, según Parvaux. Así, As í, el punt pu ntoo de irra ir radi diac ació ión n de la cost co stum umbr bree de com co m er búcaro se ha situado en Portugal, donde confluyeron las tra diciones orientales relacionadas con la bucarofagia. El país contaba ya en el siglo XVI con unos importantísimos cen tros alfareros de producción muy m uy estimada estim ada en las las cortes cortes espa ñolas y europeas, especialmente por lo que se refiere a los objetos procedentes de Estremoz y Lisboa. Podemos concluir así que entre la nobleza española y portuguesa, se extiende la costum bre de usar búcar b úcaros, os, y que posiblemente fueran las princesas portuguesas —que cuan do partían a otras tierras lejos de la patria llevaban consigo barros portugueses— las introductoras de manía tan extra vaga va gant nte, e, p rim ri m ero er o en Espa Es paña ña,, y luego lue go,, en Euro Eu ropa pa.. No o lvid lv ide e mos la influencia influen cia en Europa, durante los siglos XV X V I y X V II, II , de la Casa de Habsburgo. Las modas y el protocolo seguían los modelos hispano-portugueses. hispano-portu gueses. Por otra parte, parte, de todos es cono cida la la vinculación vinculac ión de la Casa de Austria española con su impe imp e rio en el Nuevo Mundo. La fama de los búcaros de Portugal fue tan grande y tan extendida que se refleja en las obras literarias del país. Gil Vicen Vic ente te ( 14 6 5 -15 -1 5 3 6 ) m encio en ciona na los púcaros, aunque sólo una
36
vez, vez , a pes p esar ar de que qu e su ob obra ra da cuen cu enta ta de un m ater at erial ial de tipo tip o etnológico etnológico muy m uy importante. importante. Francisco de Moraes Cabral (15001572) habla de una mujer arrabalera de la «rivera de Lisboa» que presume de tener «un púcaro púca ro de Estremoz empedrado por dentro». Hasta Luís de Camóes (1524-1580) nombra los pucarin puc arinhos hos de Natal en varias de sus obras. Y en una copla
popular de 1599, atribuida a Antonio Villas-Boas e Sampaio, se lee: «polo caminho de cima / con huma talha apedrada, / pucarinho de Estremoz / em prato de porcelana»56. R E Y E S , EN A N O S Y B Ú C A R O S : IN T R O D U C C I Ó N D E L A B U C A R O F A G IA EN L A C O R T E
La historiografía sobre sobre Felipe II se vio agradecida agradecida con la publi cación en París, en 1884, de las Cartas Cartas de Felipe Felip e II I I a sus hij hijas as,, porque muestran el lado amable de un rey severo. En ellas trata de asuntos privados y, por tanto, aparecen los bufones y los búcaro búc aros. s. El test te stim imon onio io sobr so bree los búca bú caro ross es claro. En la carta fechada en Lisboa el 25 de octubre 1582, dice: «al Catabres he enviado a Estremoz a hacer búcaros». Y en la carta
siguiente, fechada en Lisboa el 8 de noviembre de 1582: «el Catabres ha vuelto ya de Estremoz, aunque él deja hacién
dose allí los búcaros»57. En las treinta y dos primeras cartas, escritas entre junio de 15 8 1 y noviembre de de 1582 15 82 desde desde Portug Portugal, al, cuando habla habla de la «gente de placer», se refiere sobre todo a la enana Magda lena lena Ruiz — a quien quien menciona nueve veces— , tan próxima a la familia real que Alonso Sánchez Coello (h. 1531-1588) la retrató retrató junto a la infanta infan ta Isabel Clara C lara Eugenia Eugen ia (Madrid, Museo Nacional del Prado), conocida como la novia de Europa. 37
En este retrato «de aparato» destaca el bello rostro y el gesto cariñoso con que Isabel Clara Eugenia posa su mano sobre la cabeza de la enana. enana. M agdalena Ruiz R uiz viste un u n rico rico tra je, segu se gura ram m ente en te rega re gala lado do por po r la infa in fan n ta sigu si gu iend ie ndo o u na cosco stumbre de la Casa Real que consistía consistía en recompen sar con vestidos, tidos, m edias, ligas, ligas, toquillas toqu illas de sombrero, som brero, mangas, m angas, jubones, ropillas, calzas, calzones, herreruelos...58 el jocoso servicio de las «gentes «gentes de placer», a quienes también se llamó «golondrinas de los gustos» gustos» y «zumbonas m oscas de la buena buen a dicha dicha de sus amos». Lleva además uno de los rosarios de grandes cuentas coralinas que se traían de Portugal, y de su cuello cuelga una medalla dorada con un borroso retrato de Felipe II. La riqueza de su atuendo da idea de hasta qué punto «locos» y «bufones» eran habituales y estimados compañeros de los miemb ros de la Casa real. real. Y así sabemos tam bién de los entresijos de la vida cotidiana de palacio. Magdalena Ruiz había sido antigua criada de doña juana de Portugal, hermana muy querida de Felipe II, que casó con el portugués Juan de Avis y más tarde se convertirá en sirvienta de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, a las que, según señala Felipe
en varias de sus cartas,
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escribía con frecuencia. Existe una curiosa carta de Isabel Clara a su hermano, ya convertido en Felipe III, donde escribe:«A la Reyna beso las manos y al Príncipe y a mi nuera, con quien estoy muy enojada porque come búcaro»55. Parece evidente que ella estaba enterada de lo que eran los búcaros y de lo que su ingestión ingestión significaba. significaba. Y tengo la la sospecha de que que M agdalena fue una de las iniciadoras del gusto por los búcaros en la corte. 38
Alonso Alon so Sánchez Coello, Coello, Doña Juana de Mendoza, duquesa de Béjar, con un enano, hacia 1585. Madrid, colección Marqués de Griñón.
Al rey re y le preoc pre ocup upaa si M agda ag dale lena na se enfa en fada da con él, y achaa chaca su su mal genio — con toda naturalidad — a sus hábitos alcohólicos. Escribe: «Ayer vino acá, y está muy mal parada y flaca y vie ja y sorda y medio caduca; caduca; y creo creo que es todo del del beber»6 beb er»60 0; o: o: «no sé si el vino vi no tiene tien e algun alg unaa culpa de esto; y bueb ueno me pondría pon dría si supiese su piese que yo escribo tal cosa»61. cosa»61. Cuenta 39
que le gustan gus tan los bailes: «[aunq «[aunque] ue] se le leva levanten nten los pies cuan c uan do oye algún son, se cansa ya tanto que no puede bailar»62, y los toros: «que no pued pu edee escr e scribi ibirr en e n vísp ví sper eras as de toros. Y esta tan regocijada para ellos como si hubieran de ser muy bue nos y creo que serán ruines»6-. Finalmente nos enteramos también de la relación de Magdalena con su criada negra: «anda muy acongojada que se le ha vuelto a ir, y no sabe de ella», y que con Luis Tristán, es decir, el Calabrés, «estuvo también m uy brava». Este Trist Tristán án — que aparece en un cua dro del Museo del Prado [P-1276]— es a quien el embajador vene ve neci ciaa no llam lla m aba ab a mezzo spia. La mejor fuente — extraordinaria— sobre sobre el mundo de de los bufones bufo nes y las «gentes «gentes de placer» se la debemos a José More Mor e no Villa64. En su ejemplar obra, editada en 1939 durante su exilio en México, escribe: «El uso de negros, locos y enanos era un signo de los tiempos, un acento o estilo de la época, en definitiva, un detalle barroco. En este mundillo absurdo, es posible que los reyes vieran en los locos y hombres de placer esa «chispa» o luz del espíritu que resulta a los hom bres normales tan misteriosa como atrayente». No es es algo extravagante extravaga nte poner po ner de manifiesto man ifiesto que lo tor tor pe y lo feo se encontraba en todos los hombres y mujeres de placer — las llamadas llamada s «sabandijas» de palacio— : en los los enanos, por sus proporciones deformes y su fealdad, y en los locos y cretinos, por la torpeza debida a su falta de jui cio o de inteligencia, una de las condiciones requeridas para entrar en palacio como «persona «person a de placer». Y así fue cómo palacio se llenó de locos, cretinos, simples e inocentes. Ade más, como ya se ha dicho, tenían que ser personas que, con 40
sus graciosos gestos y palabras de burla y risa proporcionaran regocijo r egocijo a la gente con que qu e trataban y con versaba vers aba n65 n65. La ignorancia o la burla de la etiqueta protocolaria habían llegado a ser rasgo característico de los los bufones y bufonas: bufona s: «eran «eran el envés rugoso de un haz esplendoroso», como dijo Moreno Villa66. Su cercanía a los reyes hacía que estas «sabandi jas ja s pala pa laci cieg egas as» » — reco re cord rdem emos os que qu e M oren or eno o V illa il la cata ca talog logó ó a ciento veintitrés— veintitré s— , se enteraran ente raran de cuanto sucedía suced ía en palacio; eran «corre ve y diles» de chismes, pero a veces también de noticias de mayor importancia. Serían el precedente de lo que hoy llamamos «prensa del corazón». Se puede afirmar que en ese mundo «surrealista» creado en palacio se hizo uso de los búcaros y que, como gracia, las gentes de placer enseñarían a sus señores cómo debían comerlos, pellizcando sus bordes finísimos. No olvidemos que esa era la forma en que los comían las gentes del pueblo, ni perd a m o s de vista la vinculación envident envidentee entre entre enanos enanos y búcaros en los retratos de corte.
Sin dud duda, a, fue en la corte corte de Carlos Carlos II — fin de una raza— donde el uso de búcaros tuvo un final dramático. En la ya mencionada Relación del viaje a España, de Madame d’Aulnoy — documento magn ífico donde está está presente presente el humor hum or sobre la vida cotidiana en 167 9 — vemos cómo en España el el momento era, históricamente hablando, deplorable, debido, entre muchas causas políticas, a la mala salud del último heredero Habsburgo, Habsbu rgo, Carlos II. D'Auln D 'Aulnoy oy cuenta con todo detalle detalle cómo, cómo, además de a damas y nobles cercanos a la corte, conoció a
Carlos II en el momento en que se comprometía con la que sería reina, reina, María Luisa Lu isa de Orléa Orléans. ns. Madam e d'Au d 'Aulnoy lnoy fue tes tigo de la emoción que le produjo al futuro rey el retrato en miniaLura de su novia, y se extraña de que un hombre tan alejado de la galantería se hubiera enamorado tan pronto de la futura reina, hasta el punto de que no se desprendía de su miniatura y le decía «tantas dulzuras que extraña a todos los cortesanos, pues habla un lenguaje que nunca ha hablado»07. Suelen comentanse a menudo los problemas que Car los II tuvo para engendrar un heredero, algo que no logró a pesar de casarse dos veces. ¿Practicó el rey la bucarofagia, ademas de beber «agua de barro» desde muy corta edad? En el el cuadro de de Juan Bautista Bautista Martínez del Mazo (h. (h. 1 6 1 1 1667) Doña Mariana de Austria, viuda (1666, Londres, The National Gallery)68, dónde aparece la reina de luto sentada frente a una mesa, símbolo de su regencia, vemos, en muy segundo plano, una escena en la que se distingue al futuro Carlos II, rubio de cuatro años de edad a quien una donce lla ofrece un búcaro69. Quien Quien sí sabemos que practicó practicó la bucarofagia bucaro fagia fue su pri p ri mera esposa, espo sa, la reina M aría Luisa de Orléans, Orléans, quizás por con sejo de los médicos, «para que se acoplaran las efusiones de los reyes y se produjera la fecundación»70. Está documenta do que la reina comía búcaros de Chile, como se supo por la autopsia71. La estricta regulación de los periodos de conti nencia de los reyes presumía que se encontrarían más pre dispuestos para el mejor acoplamiento y la mejor fecunda ción, aunque, en realidad, éstos se debían principalmente a las enfermedades del rey.
Juan Bautista Martínez del Mazo, Mazo, Doña Mariana de Austria, viuda (detalle), 1666. Londres, The National Gallery [NG 2926]
A p e sar sa r de las fies fi esta tass y sara sa raos os a los que qu e solí so lían an a sist si stir ir los miembros miem bros de la corte corte,, la la reina María M aría Luisa L uisa sufría y se abu rría, porque en aquella rígida corte donde mandaba su sue gra, Mariana de Austria, no se le permitía siquiera montar a caball caballo. o. En aquella aqu ella asfixian te corte del último y casi mons mon s truoso Hausburgo, no se admitía que la reina María Luisa continuara contin uara siendo sien do virgen; virge n; y es que, como aclara CastilloCastillo-OjuOjugas, Carlos II padecía del síndrome de Klinefelter; y así, era impotente por falta de secreción espermática, aunque tenía secreción prostática, causante de lo que llamaban «eyaculación precocísima». Pero en aquella corte esto no se admitía, y era er a M aría ar ía L u isa is a la culp cu lpab able le,, h asta as ta el extr ex trem em o de que qu e por po r 43
M adrid circulaban los versos: «Pari «Parid, d, bella flor de Lis / pues en situación tan extraña, / si parís, parís a España / y si no parís... a París»72. La reina María Luisa, la más desgraciada reina de la España del siglo XVI Palatine,, duque X VII, I, escribía a la princ esa Palatine sa de Orléans, contándole sus sufrimientos y humillaciones por no ser capaz de proporcionar un heredero. La duquesa escribió sobre estas cartas: «En lo que yo puedo juzgar por las cartas y por lo que me cuentan las gentes que han vuel to, to, Españ Es pañaa es el el país más horrible hor rible del mundo. mundo . ¡Pobre niña! Yo la compadezco de corazón por pasar su vida en un país así. ¡No tiene otra consolación que los perros que se llevó!»73. Comenta Com enta el doctor Castil Castillo-Ojuga lo-Ojugas: s: «¿Cómo intentaban intenta ban «acoplar «acoplar las efusiones» efusiones» de Carlos Carlos II y M aría Luisa de Orléans para que llegara el ansiado heredero? De varios modos: por ejemplo, con periodos de continencia [...] La reina tomaba medicamentos y alimentos propicios que le preparaba la Quentina [Nicole Quentinj, la nodriza que había traído de
París. También se recurría a la «friera» [comidas y bebidas heladas], A su abuso se atribuyeron ciertos padecimientos intestinales de la reina»74. La Quentina llegó a España con M aría Luisa L uisa de Orléans. Orléans. A esta es ta Quentina atribuyo el ser la autora de todas las manio bras y de todas las las pócim as que a la reina rein a se diera para poder fecundar; pero no tuvieron éxito porque Carlos 11 era estéril75, además de tremendam tremend amente ente feo y de tener mal genio. genio. La toma persistente de búcaros búcaro s de Chile volvía volv ía la piel de color terroso y, sobr so bree todo, causa cau saba ba en las la s m ujer uj eres es «opila «op ilació ción» n»,, una un a espe es pecie cie de paralización del abdomen, con pérdida pérd ida de la menstruación.
Era, Era, por tanto, un método anticonceptivo; pero también tam bién se uti uti lizaba para disminuir la menstruación abundante o retrasar la, pues se creía que, de esta manera, se mantenía más tiem po la acción seminal y, por lo tanto, que habría mayores posibilidades de fecundación. El fallecimiento de la reina, casi repentino, fue acha cado a un envenenamiento. El día previo a su muerte la rei na había tomado «barro de Chile», lo que, al parecer, «hacía con frecue frec uenci ncia»7 a»76 6. El día antes de su m uerte presen pr esentó tó un cua dro abdomin abdo minal al agudo, con dolor de vientre, vómitos, vóm itos, diarrea... diarrea... «Las «Las lavativas, sangrías y sanguijuelas sangu ijuelas empeoraron em peoraron el cuadro. cuadro. Prácticamente consciente, falleció a las ocho y cuarto de la mañana del 12 de febrero de 1689»77. El doctor Castillo-Ojugas diagnostica que la muerte fue debida a una «peritonitis consecutiva a una apendicitis aguda, de eso que los anti guos llamaban “cólico miserere"»78.
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A N E X O S
A N E X O
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LOS BÚCAROS ANALIZADOS POR LOS MÉDICOS
El primer testimonio médico referido a los búcaros se lo debemos a Francisco de Fonseca Henriques. En su A r q u i le g i o M e d ic in a l , (Lisboa, 1726), menciona sus propiedades curativas: «queremos que se sepa que son bezoáricos por tener virtudes alexifármacas en el barro del que están formados»79. El engobe al que se sometía el búcaro ya torneado tendría que ver ve r con el bol arménic arm énico, o, vulg vu lgar arm m ente en te llamado llam ado tam ta m bién bié n «bolarmeni«bola rmenique». Covarrubias describe esta tierra roja y la define como «droga medicinal» siguiendo al doctor Laguna (1570), quien escribió que nace en los minerales de hierro —de ahí su rojez— y que vale para «deseca «desecar, r, restriñir y opilar los poros», poros» , y por tal razón el citado médico proporciona recetas que contienen tierra roja para cortar hemorra gias de nariz e incluso pulmonares. Es importante recordar que una de las razones para tomar toma r búcaro era que cortaba las hemorragias, hemorra gias, in cluidas las menstruales. Me ha llamado la atención el hecho de que mi artículo «El búcaro de L a s m e n i n a s » (1991) haya tenido respuestas médicas muy intere santes que me han dado seguridad en mi investigación. Las resumiré aquí, evitando los términos científicos más específicos.
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El doctor Óscar Valtueña Borque escribió «que la infanla padecía una pubertad precoz, o síndrome de Allbright, constituido por los si guientes síntomas: pérdidas menstruales en las hembras a partir de un año; zonas de pigmentación cutánea; lesiones óseas y bocio e hipertiroidismo con exoftalmos (ojos saltones)»80. Según Valtueña, en la corte do los Austrias la pubertad precoz de la infanta Margarita, pudo considerarse como si ésta «hubiera sido tocada por el dedo de Dios»81, opinión que no comparto. En los distintos cuadros velazque velaz queños ños de Margarita Ma rgarita de Austria Austr ia dos en Viena (Kunsthistorisch.es Museum), uno en el Louvre y otro en la colección de los duques de Alba—, se puede apreciar una mancha ocre en la frente y los ojos saltones; y, según González-Arnau Conde Duque citado por Valtueña— «intenta disimular en su cuello un bulto que los médicos se esfuerzan en disminuir»82. La infanta Margarita se casó a los diecinueve años con el emperador Leopoldo de Alemania y Austria. Vivió en Viena, donde la describen como de cuerpo pequeño pe queño y talla corta —otr — otroo si moma mom a de la pubertad precoz83 precoz83— . Cuando tenía veinte años «permane « permaneció ció tres tres meses en cama aquejada de fuertes dolores en la garganta», porque tenía un tumor. La emperatriz murió al poco tiempo, según el doctor Valtueña Valt ueña,, debid d ebidoo a «una malig ma ligniz nizac ación ión de su bo bocio cio hipe h ipertir rtiroide oideo, o, con probable metástasis m etástasis en la garganta»8 garganta» 84. Margarita Ma rgarita tuvo seis hijos — uno por año— de los cuales solo sobrevivió la mayor, María Antonia, que se casó con el duque de Baviera. Me sentí más tran quila cuando mi amigo, el médico reumatólogo, reumatólogo, profesor Antonio Castillo-Ojugas —académico, profesor emérito de la Universidad Universid ad Complutense Complu tense de Madrid y presidente de la Asociación de Médicos Escritores y Artistas—, me envió un artículo suyo sobre los aspectos médicos de la bucarofagia85, término que, como ya he dicho, había «inventado» yo para describir el «comer barro o bú caro»86, y que él amablemente usa. Ya sabemos que comer búcaro producía opilación, es decir palidez, y que las mujeres lo tomaban para conseguir una tez blanca, que era expresión de la máxima be lleza87. Según Castillo-Ojugas, su ingesta provocaba también obs trucción, significado de la palabra latina o p p i l a t i o . Efectivamente,
el diccionario diccionario de la Real Academ ia proporc iona tres acepciones: obs trucción, trucción, ameno rrea e hidropesía. hidropesía. Afirm Af irm a el doctor doctor «que su su principal acción era hacer desap arecer el flujo me nstrual. Y eso es lo lo que bus caban las mujeres tomando el barro»88, y concluye que estamos ante el primer anticonceptivo. Pero el barro era también remedio contra la clorosis, enfermedad producida por la deficiencia de hierro en la dieta y caracterizada por provocar anemia, uno de cuyos síntomas es la palidez amarillenta, debida a la pérdida de glóbulos rojos. Esta enfermedadedad nos da la clave para entender por qué las jóvenes iban a la fuente del Acero — en la Casa Casa de Campo (Madrid)— (Madrid)— , con sus búcaros, porque sus aguas eran ferruginosas, es decir, tenían una alta cantidad de hierro. «La toma de barro se recomendaba para retrasar las reglas en caso de menstruación abundante y de larga duración (hipermenorrea), que condicionaba un tipo de anemia ferropénica (insuficiencia de hierro en el organismo). organismo). Y eso es lo que le pasaba a la infanta Margarita, como puede observarse en el retrato del pintor Juan Martínez del Mazo. La infanta ya no es la niña de cinco años de
L a s m e n i n a s , sino
que es
una un a quinceañera quinc eañera ya y a prom etida con Leop oldo I de Austria»8 Austria» 89. Observa además Castillo-Ojugas que la infanta posee una palidez patológica y un ligero exoftalmo — ojos saltones, saltones, con con parpadeo incompleto incompleto y que parecen estar fijos; frecuentemente va acompañado de bocio—. Otra opinión opin ión médica m édica sobre sob re el tema es la de los doctores Pedro Gar gantilla gantilla Madera M adera y Berta María M artín Cabrejas, Cabrejas, que ratifican el diag nóstico de síndrome McCune-Albright, o pubertad precoz, en Marga rita de Austria90. Sin embargo, tam bién se com ía búcaro para lo contrario, contrario, es decir, decir, para retrasar la menstruación, pues se suponía que de este modo la «materia seminal se mantenía en contacto por más tiempo» y así se pretendía asegurar la fecundación en el útero de la mujer, razón por la que la reina María Luisa de Orléans tomaba búcaros de Chile.
A N E X O 2
PROCEDENCIA DE LOS BÚCAROS
Búcaros de Guadalajara de Indias, México
En el siglo XV X V II la artesanía procedente del Nuevo Mundo se valoró extraordinariamente, sobre todo la de México. Estaba de moda tener colecciones de objetos como bateas, baúles, bufetes, es decir, de todos aquellos objetos de fabricación manual provenientes de otra cultura. En definitiva, se coleccionaba «lo exótico». Por este motivo se explica la presencia, presencia , en el Museo de América, América , de Madrid, de la gran gra n colección de búcaros de Guadalajara de Indias reunidos por Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Oñate, quien pertenecía a la grandeza de España desde 1481. La condesa era un personaje realmente apasionante. Tuvo una amistad muy estrecha con sor Juana Inés de la Cruz —ella misma era poetisa— y promovió la publicación de una de sus obras91. Poseía una gran fortuna y Madame d'Aulnoy comenta que tenía una hermosa casa en Madrid, del mismo rango que las casas del duque de Osuna92. En 1885, doña Josefa de la Cerda y Palafox, condesa viuda de Oñate, decidió donar la «colección de búcaros» y objetos de cerámica antigua, después de ser inventariados, al Museo Arqueológico Nacional, de donde pasó al Museo de América, de Madrid, en 194193. Abun Ab und d an en la colecció cole cción n Oñate Oñat e los búca bú caro ross de pequ pe queñ eñoo tamañ tam año, o, de hechuras semejantes al pintado por Velázquez, o al que entrega un enano, sobre azafate de oro, a una jovencísima duquesa de Béjar en el retrato que de ella hace Sánchez Coello hacia 1585. Pero entre las más de mil piezas que la condesa de Oñate reunió, también encontramos piezas de otros otros tamaños, incluso grandes, que debían de estar estar en todas las casas importantes. Estas vasijas estaban clasificadas como «Barros de Guadalaxara de las Yndias». Otro testimonio interesante de la procedencia americana de los Viaje a la Nueva E spaña (1697), del italiano búcaros lo encontramos en Viaje Gemelli Carreri, quien se refiere a ellos como «vasijas finas de arcilla que nosotros llamamos b u c a r i [...] que se hacen en Guadalajara»94. 49
Búcaros de Tonalá, México
El lugar de fabricación de estos búcaros mexicanos era Tonalá Tonalá — del del náhuatl
tonallan, lugar
por donde el sol sale—, estado de Jalisco a 14
kilómetros de Guadalajara. El historiador Matías de la Mota Padilla escribe en 1742: «Tonalá tiene minas de una arcilla tan especial que no hay en todo el mundo otra similar. Y por esta razón hay h ay tanto aprecio por estos vasos, urnas, cántaros y varias clases clases de figuras animales, animales, grandes y pequeñas, pequeñas, tan bruñidas y perfectas que en muchas partes de Europa las mujeres comen su barro; por esta razón son vendidos por arrobas [...] en Jalapa, Veracruz y Acapulco incluso cuando está rota95. Es más estimada que el cristal, que la china [porcelana], y más que los vasos de Alcora»96. Thomas H. Charlton y Robería Reiff Katz97, los primeros en estudiar esta cerámica mexicana, demostraron que la técnica del bruñido de la loza era er a anterior ant erior a la conq co nquist uista9 a9®®. Por influencia de de un convento agustino, agustino, a partir de 154 2 el barro barro bruñido se hizo extremadamente popular, y en grandes cantidades se mandaba a España, aunque muchas de las piezas eran consumidas y usadas por los locales99. Ya Y a ento en tonc nces es los b arro ar ro s de To Tona nalá lá se con co n sid erab er ab an pieza pie zass de coleccionista leccionista y con este sentido se exportaban a Eur opa en grandes c antidades. Dado su exotismo se las colocaba junto a la porcelana china. Tibores de Tonalá se encuentran en el palacio Quirinal, en el palacio Ginori de Florencia, en la Galería de los Ufizzi, en el Palacio Pitti y en el Palacio Real de Turín. Los barros de Tonalá fueron los más valorados porque, por sus características, eran muy aptos para contener y exhalar perfumes, tal y como demuestra el siguiente texto de Magalotti, referido a dichos barros: «La primera cosa, hice perfumar las cajitas pasándolas durante ocho ocho días, días, con una especie de esponjita empapada emp apada en diferentes aguas de flores [...] En el fondo de las cajitas puse almohadillas rellenas de algodón adobado durante varios vario s días en el perfumador perfumado r con humo de bálsamo. Sobre Sobr e estas almohadillas he apoyado los barros escogidos clase por clase, poniéndolos sobre el pie, y enterrados de la mitad para abajo
Búcaros de Tonalá, Guadalajara (México), de la colección Condesa de Oñate, Madrid, Museo de América
en el mencionado algodón adobado [...] Dispuestos en esta forma, puse en cada barro un puñadito de pedacitos de piel de ámbar»100. El mismo Magalotti cuenta también cómo en los banquetes de bodas se servía el agua en piezas de Tonalá para que se paladeara el rico gusto que tomaba101. El interés por los búcaros —y en concreto, por los procedentes de Améri Am érica— ca— co contin ntinúa úa en el siglo XIX XIX, com c omo o sabemo sabe moss por el valios val ioso o tesg e e n E s p a g n e (1843), intetimonio de Théophile Gautier en su V o y a ge
rés que el autor atribuye tanto al calor excesivo de Madrid como a las modas: « r a f f i n e m e n t b i z a r r e e t s a u v a g e que no serían agradables a las amas de casa francesas, pero que son del mejor gusto para las bellas españolas». Los describe como hechos de una un a «tierra roja de de América», parecida a la que sirve para fabricar fabric ar las pipas turcas, y continúa: «Los «Los hay de todas formas y de todos todos los tamaños; algunos llevan bordes dorados y flores flo res groseram gro seramente ente pintadas p intadas »1 »102. Incluso Incluso nos inform info rmaa de cómo se usaban usa ban las piezas de m ayor tamaño: tamaño: «Los «Los búcaros apilados [en [en grupos de] de] seis o siete se colocan sobre sobr e el mármol márm ol de los veladores veladore s o en rinconeras, se les llena de agua, y uno se sienta en un sofá para esperar que hagan su efecto y saborear el placer con el recogimiento conveniente. niente. La arcilla toma un color más oscuro, el agua penetra en los poros y los búcaros búca ros no tardan tard an en rezum rez umar ar y expa ex pand ndir ir un aroma aro ma que parece al olor de de yeso mojado m ojado o al de una cueva húmeda húm eda que no se ha abierto abierto durante mucho tiempo. La transpiración de los búcaros es tan abundante que al cabo de una hora la mitad del agua agu a se ha evaporado; la que queda en el vaso está fría como el hielo y tiene un gusto a pozo y cisterna bastante nauseabundo pero que encuentran delicioso las «aficionadas» [sic [sic en el texto francés] francés] [... [...]] una u na media med ia docena de búcaros es suficiente para impregnar el aire de un b o u d o i r de de tal humedad que es como una especie de baño de vapor frío. No contentas de oler
el perfume y de beber el el agua, algunas person as mascan troci trocitos tos de bú caros reduciéndolos a polvo y terminando por comerlos»103. Este perfume, así como la frescura que comunicaban al ambiente son también reseñados por Alexandre Brongniart104, quien además hace de los búcaros una descripción elogiosa y comenta que seguían siendo apreciados en España y Portugal. Este perfume que hace tan famosas a las vasijas de Tonalá, y por el que se las llamaba «de olor», se lo proporcionaba la pasta de arci lla o engobe — llamado barniz de Sa yula— yula — que se les les aplicaba antes antes de cocerlas para darles una superficie lisa y vidriada. El aroma que exhalaban al contacto con el agua se debe al aluminio y al óxido de aluminio, fenómeno que es igual al que produce el olor a tierra mo jada despué des puéss de la llu ll u vi a 10-5. El hábito hábito de consumir «agua de de barro», y el de la ingestión de frag mentos de este mismo material estaba fuertemente arraigado en la pe nínsula cuando se incorporaron las piezas procedentes de América.
Búcaros españoles
El que en España se encontraran búcaros —según el (17 26 )— , a u t o r i d a d e s (1726
D i c c io io n a r i o d e
abunda en mí hipótesis de que, que, a pesar de ser
Portugal el primer lugar donde se fabricaron búcaros y de las breves noticias noticias que tenemos sobre su fabricación en alfares españoles como los de Talayera de la Reina, Valdeverdeja (Toledo) y Salvatierra de los Barros (Badajoz) (Badajoz),, es indudable que, dada la moda que se extendió sobre sobr e este tipo de cerámica, y siendo ésta de barro, también se fabricó en otros alfares españoles. Debo a mi colega y amigo Antonio Cea un do cumento que demuestra fehacientemente la explotación de canteras de bol bol en Asturias, en 174 0. En los libros del archivo parroq uial de LlaLlanes se dice: «1740 [...] Me hago cargo de dos reales de vellón que dio un arriero por el derecho de una carga de bol que saco de la cantera de esta villa. De 1765 "Treinta y cuatro reales de vellón del bol que sacaron algunos foras teros en todo el año"». Hay más m enciones a ccar ar gas (hasta 1760), y a arrieros qué siempre han sido los que llevaban a los alfares lo que éstos precisaban.
El término «bol», según el Diccionario de autoridades (1726), es: «una especie de tierra roja, pegajosa como greda, y colorada, la cual sirve para la última mano que se da a lo que se ha de dorar de bruñido. Había en España, y se suele traer también de Arménia. Pudo tomar el nombre de la figura, por traficarse en forma de bolos. Covarrubias lo describe como droga medicinal, astringente, y lo mismo Laguna sobre Dioscórides, y uno y otro, como también los más de los Autores, le llaman Bolo arménico, y lo mismo en las Boticas. Lat. Terra Armónica. Rubrica sinopica. Diosc. 1ib. 5. cap. 70» (Rubrica sinopica no es otra cosa que el vulgar y vil bolo arménico).
A N E X O
3
BÚCAROS Y BUCAROFACÍA EN LA LITERATURA DEL SIGLO DE ORO
Nada menos que Cervantes, en la segunda parte del Quijote, cuenta cómo quisieron ganarle la voluntad a cambio de unos brincos: «Primero quiso el malandrín y desalmado vagamundo granjearme la voluntad y cohecharme el gusto, para que yo, mal alcaide, le entregase las llaves de la fortaleza que guardaba. En resolución, él me aduló el entendimiento y me rindió la voluntad con no sé qué dijes y brincos...»106. Claudio de la Sablonara, que estuvo en Madrid en tiempos de Felipe IV, habla en sus versos de la fuente del Acero: «La morena que yo adoro ado ro / y mas que a mi m i vida vi da quiero, quie ro, / en mayo ma yo toma tom a el acer ac ero» o»1107. Se refiere el autor a la fuente que un día estuvo en lo que luego ha sido Casa de Campo, y que llamaban «del Acero» precisamente por ser rica en hierro y por tener propiedades de sanación médica, sobre todo en lo que se ha denominado síndrome de Albright, es decir, pubertad precoz, tumor tiroideo o exoftalmo hipertiroideo, y que probablemente provocó la muerte de Margarita Margar ita de Austria Austr ia siendo muy joven, joven, aunque ya casada con el emperador de Austria. Para estos males se utilizaban remedios médicos con el fin de obstruir los conductos que sangraban. Esto explicaría la masticación del barro bucaril y el ir a la fuente del Acero a tomar el agua.
En otros otros versos continúa Sablonara: «La morenita del cielo,/ cielo ,/ de concondición tan ingrata, / que opilaciones de plata / la tienen puesta en des velos »lo »loS. Aqui nos enteramos entera mos de que la opilación opil ación produce insomnio. Lope de Vega cita en muchas ocasiones la extraña costumbre de comer búcaro —mencionando siempre la procedencia portuguesa de las vasijas—, y que su consumo producía anemia. En una de sus obras, que titula ¡nada menos!
E l A c e r o d e M a d r id i d , se
lee: «Belisa, de haber
comido / de esle barro portugués [...] / Sospecho que esta opilada» '°9. En la misma comedia recoge Lope, al modo en que a él le gustaba, una canción popular de las que se oían por Madrid: «Niña de color quebrado / o tienes amor o comes barro. / Niña que al salir el alba / dorando los verdes prados / esmaltan el de Madrid / de jazmines tus pies blancos, / tu que vives sin color / y no vives sin cui dado / o tienes amor o comes barro. / Que salgas tan de mañana / con tal cuidado, me espanto. / Estoy por decir por ti / eso que comes no es barro / pues madrugas y no duermes / y andas por Mayo en el campo, / o tienes am or o comes barr b arro» o» ” 0. En la mism a obra, Prudencio, el padre de Belisa, dice: «Ya puede ser que esta muchacha mía estuviese op ilada de deseos» 111 . Lope juega graciosamente graciosamente con el significado de opilación, juego que le lleva a decir más adelante: «Casar a mi hija, que es el mejor medio para desopilada»112. En n e c e d a d d e l d is is c r et e t o , también
La
de Lope, leemos: «Por Dios, que el que
va v a / en e n casa ca sa de Dorotea Doro tea;; [...] / de come co merr barro ba rro,, am arill ar illa, a, / com c omo o nabo na bo en a zafrán...»113. zafrán...»113. Lope de Vega, buen conocedor de la vida cotidiana del XVII, sabía por tanto de los búcaros, y de cómo las damas solían llevarlos consigo para cuando hubiera ocasión de beber agua. Así, escribe en La Dorotea :
«Dorotea: Asentémonos cerca de esta fuente, que me he tur-
bado. / Felipa: Toma esta alcorza114. Y si quieres agua, aquí tengo un búcaro de d e los que llaman llama n de la Maya» Ma ya» 115. 115. Y más adelante: adelante: «Julio: «Julio: ¿Qué ¿Qué traes en esta bolsilla? / Clara: Unos pedazos de búcaro, que come mi señora; bien los puedes comer, que tienen ámbar»116. El mismo Lope de Vega, en Los melindres de Belisa, para demostrar la histeria de Belisa, adolescente enamorada de su esclavo, recurre a la bucarofagia, afición que hace exclamar a la madre de ésta, 54
Lisarda: «Teneisme muy acabada / tú con hacer melindritos / co miendo yeso y barritas / siempre opilada y sangrada»117. Góngora nos ofrece otro testimonio de la costumbre en la letrilla Q u e p i d a u n g a lá l á n g u i n d i l la la , donde condena los búcaros, que le parecen lodos: «Que la de color quebrado / culpe al barro colorado / bien puede ser, / mas que no entendamos todos / que aquestos b a rros son lodos / no puede ser»"8. En estos versos, Góngora, con suma ironía, acepta que una de las «cualidades» del búcaro es empalidecer a las damas; pero no comprende por qué los barros, si son sólo ar cillas cocidas, tienen otros efectos. Tirso de Molina, en L a p e ñ a d e I r a n c i a , ironiza sobre la costumbre de las jóvenes de pueblo de comer barro imitando a las damas de la corte: «[...] Tan desabridos humores / comes carbón, yeso o tierra / como las damas de Corte / que diz [dicen] que adrede se opilan»119. Quevedo no gasta disimulos en su C a s a d e l o c o s d e a m o r para para criticar a las que se dan al barro para adelgazar: «Unas daban en comer barro para adelgazar, adelgazar, y adelgazaban tanto que se quebraban. Andaban estas más amarillas que las otras»' “J. Calderón, en La devoción de la cruz, es el único autor que hemos encontrado donde los que comen búcaro son hombres: «¡Descoloridos, dos, y al campo / de mañana! mañan a! Cosa Co sa es cierta, / que comen com en barro, ó están / opilados»121. Hay que resaltar que todos los autores citados tratan del búcaro y de su uso con toda libertad, libertad, reflejando que la costumbre de beber agua fresca y de comer el recipiente después de beber era costumbre conocida y formaba parte del lenguaje habitual de las gentes.
A N E X O
4
DEFINICIONES DE «BÚCARO» EN LOS DICCIONARIOS
John Joh n Steven Ste vens, s, A
n e w S p a n i s h a n d E n g li s h D i c t io n a r y : C o ll e c t e d f r o m
t he h e B e s t S p a n i s h A u t h o r s B o t h A n c i e n t a n d M o d e r n [...]. To which is a d d e d a C o p i o u s E n g li li sh s h a n d S p a n i s h D i ct ct io io n a ry r y [...].
Sawbridge, 1706:
Londres, George
«Búcaro, «Búcaro, a sort of red Cup made in Portugal and some parts o f Spain, m uch us'd to drink Water out of. They are not very hard, and therefore young Wom W omen en ofte of ten n cat them th em ?« s in En glan gl an d the th e y do Char Ch arco cole le and an d othe ot herr Filth, Filth , whi w hich ch causes cau ses Obstru Ob structio ctions ns and an d often of ten prov pr oves es ve ry danger dan gerous ous.» .»
Real Academia Española,
Diccionario de la lengua castellana, en que
s e e x p l i c a e l v e r d a d e r o s e n t id id o d e l a s v o ce ce s , s u n a t u r a l e z a y c a l i d a d , con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua [...]. C o m p u e s to to p o r l a R e a l A c a dem ia Españ ola. Tomo primero. primero. Que con tiene tiene las letras letras A.B. A.B. (conocido toridades), Madrid, Imprenta de Francisco del como Diccionario de au toridades), Hierro, 1726:
«BÚCARO, f.m. Vaso de barro fino, y oloroso, en que se echa el agua para beber, beber, y cobra un sabor agradable y fragr anté. Los hai de diferentes hechuras y tamaños. Vienen de las Indias, Indias, y son m uy estimados y preciosos. Lat. Lat. Poculum Americanum ex argilla odorífera confectum. Solis, Hist. De Nuev. Esp. Lib. 3 cap. 13. Eran mui de reparar los búcaros y hechuras exquisitas, que trahían á vender, diversos en co lor y en fragra ncia. Lop Lop.. Dorot. Fol. 35. Dame aquel búcaro dorado, que tiene el Cupido tirando al Dios marino.»
Vicente Salvá, S alvá, N u e v o d ic c io n a ri o d e la
le n g u a c a s te lla ll a n a , q u e c o m p r e n d e
la última edición íntegra, muy rectificada y mejorada, del publicado p o r la A c a d e m i a E s p a ñ o la , París,
Librería de don Vicente Salvá, 1846:
«BÚCARO, m. Se da este nombre a tres especies de arcilla, que se encuentran en varias partes de América, y que despiden, especialmente mojadas, un olor agradable. Se diferencian entre otras cosas en el color, siendo una roja, otra negra y otra blanca. Argilla bucarina, maulica, subdola, molina. // Nombre que se da a las vasijas que se hacen en América con la arcilla del mismo nombre. Vas sicille natura odoratum.»
Real Academia Española,
Diccionario de la lengua castellana por
l a R e a l A c a d e m i a E s p a ñ o l a, a , duodécima
edición, Madrid, Imprenta de
don Gregorio Hernando, 1884: «Búcaro, «Búcaro, m. Arcilla que se encuentra en varia s partes de América, y que despide, especialmente mojada, un olor agradable. Hay tres especies, que se diferencian, entre otras cosas, en el color, siendo una roja, otra negra y otra blanca. // Vasija hecha en América Am érica con arcilla arcilla del m ismo nombre.»
N O T A S
1 Juan de de Zabale Zabaleta, ta, El día de fiesta fie sta por la tarde en Madrid, y sucessos que en él passan / por don Juan de d e Zabaleta (1659), ed. facsímil: Madrid, Ayun tamiento, 1988, pp. 62-63. 2 Estos parches no embellecían a las mujeres. Era costumbre que, para re mediar los dolores de cabeza, éstas se los colocaran en las sienes impreg nados en alguna sustancia medici nal. La hermana de Carlos IV, María Josefa, lleva uno puesto en el cuadro cuadro de Goya La fam ilia de Carlos (Ma Carlos IV (Ma drid, Museo Nacional del Prado). Natacha Seseña, Goya y las mujeres, Ma drid, Taurus, Taurus, 2004, p. 125. 12 5. 3 Natán, cerca de Guadalajara, en Mé xico, era una de las principales zonas de origen de los búcaros, como se ex plicará más adelante. 4 Natacha Natacha Seseña, «El Búcaro de las las Meninas», en Velázquez y el arte de su tiempo, V Jornadas de Arte, De partamento de Historia del Arte «Diego Velázquez», Centro de Estu dios Históricos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Ma drid, Alpuerto, 1991, p. 14. 5 Francisco Javier Sánchez Cantón, Las Meninas y sus personajes, Barce lona, Juventud, 1943, p. 26.
6 Aureliano de Beruete y Moret, Velázquez, París, Renouard, Henri Laurens, 1898 (ed. en español, Madrid, Cepsa, 1987); Jonathan Brown, Velázquez: pintor y cortesano, Madrid, Alianza, 1986. 7 Julián Gállego, Diego Velázquez, Bar celona, Anthropos, 1983, p. 135. 8 Francisco Francisco Calvo Calvo Serraller Serraller,, Las Meninas de Velázquez, Madrid, Tf, 1995. 9 Gracias Gracia s a la nueva nuev a técnica digital que nos permite ver detalles de los cua dros del Museo del Prado (Google Earth), podemos observar con toda claridad el cuidado y realismo que Velázquez Velázquez puso en la la representación representación del búcaro, que brilla donde debe bri llar, a diferencia, como he dicho, de la mano y las mangas de la menina Ma ría Agustina Sarmiento e incluso del azafate de oro que ésta sostiene, pin tados con una técnica más deshecha, casi impresionista. Indudablemente, Velázquez Velázquez concede protagonismo al búcaro y su misterio. Invito a los in teresados a que observen con este nuevo método digital la forma y téc téc nica que Velázquez usó tanto en Las meninas como en Las hilanderas. 10 Joaquín de Entrambasagua Entram basaguas, s, Estudios y ensayos sobre Góngora Góngora y el Barro Barroco, co, Madrid, Nacional, 1975, p. 239. 11 Agradezco a Antonio Cea que me recomendara el libro de Entramba saguas. 12 Félix Lope de Vega, La Dorotea (1632), ed. por José Manuel Blecua, San José de Puerto Rico, Universi dad, 1955, acto II, escena III. 13 Félix Lope de Vega, El Acero de Ma (1 618), ), ed. por Stefano Arata Arata,, Ma drid (1618 drid, Castalia, 2000, acto I, escena IV. 14 Natacha Natacha Seseña, Se seña, La cerámica popular en Castilla la Nueva, Madrid, Nacio nal, 1975.
5 Fray Andrés de Torrejón, Libro de las Antigüedades de Talaver Talavera, a, su iglesia Colegial, monasterios, parroquias, genealogías genealo gías y varones ilustres que ha tenido en armas, religión y letras, Ta letras, Ta lavera, 1596 (Ms. de la Biblioteca Na cional de Madrid, sig. 1498, s.f). Los historiadores de la cerámica de Ta lavera, Diodoro Vaca González, Juan Ruiz de Luna Rojas y Platón Páramo, mencionan de pasada los búcaros: Diodoro Vaca González, «Algunos datos para la historia de la cerámica de Talavera», Revista de Archivos, Archivos, Bibliotecas y Museos, t. Museos, t. XXIII XX III y t. XXV (1910-1911); Platón Páramo, La cerámica antigua de Talavera, Madrid, Talavera, Madrid, [s.n [s.n.j, .j, 19 19 ; Diodoro Diodoro Vaca González González y Juan Ruiz de Luna Rojas, Historia de la cerámica de Talavera de la Reina y algunos datos sobre la de Puente del Arzobispo, Arzobispo, Madrid, Na cional, 1943. Páramo señala además la almoneda a la muerte de la du quesa de Medinaceli (1545), donde la pieza más cara puesta a la venta resulta ser un búcaro. Vaca González y Ruiz de Luna (pp. (pp. 43-44) 43-44) creen que que los famosos brinquiños son brinquiños son juguetillos vidriados de los que siempre se fabricaron en Talavera. 6 En torno a la mesa: tres siglos deformas y objetos en los palacios y monasterios reales reales [Madrid, Palacio Real, salas de exposiciones, del 23 de noviembre de 2000 al 20 de febrero de 2001; Zaragoza, La Lonja, del 20 de marzo al 21 de abril de 2001; Málaga, Museo Municipal, Municip al, del 24 de mayo al 15 de julio de 2001; Valen cia, Almodí, Sala Municipal d’Exposicions, sicions, del 27 de noviembre de 2001 20 01 al 27 de enero de 2002], ed. del catá logo: Madrid, Patrimonio Nacional, Fundación «La Caixa», 2000.
17 María M aría Isabel Isab el Barbeito Carneiro, Carneiro, «Una madrileña polifacética en Santa Clara de Lerma: Estefanía de la Encarna ción», Anales del de l Instituto Instituto de Estudios Madrileños, Madrileños, n.° 24 (1987), pp. 151-163, p. 166. 18 Ibidem, p. Ibidem, p. 155. 19 Ibidem, p. Ibidem, p. 155. 20 Diego de Rosales, Rosal es, en su s u Historia Historia gege neral de el Reyno de Chile: Flandes Indiano, 1674, Indiano, 1674, afirma que los búca ros se fabrican en los conventos, que son muy delgados y olorosos y muy apetecidos por las mujeres. Diego de Rosales, Historia general de el Reyno de Chile: Flandes Indiano (1674), 3 vols. (vol 1: 1425-1553, vol. 2: 1554 15 54-1 -162 62 5, vol. 3: 1652 16 5216 1655 55), ), Valparaíso, Valparaís o, Benjamín Vicuña Mackenna, 1877-1878; una selección más reciente ed. por Alfonso Calde rón, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1969. 21 José Deleito y Piñuela, Piñ uela, «Las bebidas frías», en Sólo Madrid es corte (la capital de dos mundos bajo Felipe IV), IV), Madrid, Espasa-Calpe, 1953, cap. XXXI, pp. 155-157. 22 «La cerámica perfum per fumada ada de las mon jas claras», claras», en Acias Ac ias delXVCongreso de la Asociación de Instituciones Es pañolas pañola s en Chile Chile (mayo de 1986), IX Muestra Cultural con motivo de la exposición Cerámica perfumada de las monjas y antigua cerámica costumbrista de Santiago, Santiago, Concepción, [s.n.j, 1986. 23 La labor de Vanya Roa se ha visto re flejada en el taller del alfarero Ma nuel Echevarría Riquelme. Informa ción disponible en Internet en: http://www.biblioredes.cl/BiblioRed/Nosotros+en+Internet/Alfareros+de+Nacimiento/Alfarero+de+Nacimiento.htm
24 Juan Facundo Riaño, The Industrial Arts Art s in Spain, Spa in, Londres, Chapman and Hall, 1879, pp. 170-171. 25 Alice Ali ce Wilson Wils on Frothingham, Frothingh am, Talavera Pottery, Nueva York, The Hispanic Society of America, 1944. 26 Herme H ermenegildo negildo Giner Gi ner de los Ríos, Ar-
tes industriales desde el cristianismo hasta nuestros días, Barcelona, An tonio López, 1890, p. 119. 27 Ibidem, p. 119. 28 Diodoro Vaca González y Juan Ju an Ruiz de Luna Rojas 1943, op. cit. 29 Frothingham 1944, op. cit., p. 9. 30 Diccionario de autoridades (1726), ed. facsímil: Madrid, Gredos, 1984, p. 684. En el mismo diccionario se da otra definición curiosa de la palabra brinquiño: «Frase que se aplica y dice del que es muy prolijo y aseado en su modo de andar y vestir que se precia de galán y compuesto». 31 Recomiendo el libro de José García Mercadal, Viajes de extranjeros por España y Portugal, 3 vols., Madrid, Aguilar, 1952 19 52-19 -1962 62 32 Prólogo Pról ogo de Lorenzo Loren zo Díaz a Marie Ma rie CaCatherine d'Aulnoy, Relación del viaje de España (1691), ed. por José García Mercadal (1959), Madrid, Akal, 1986, p. 1 1 . 33 D'Aulnoy 1986, op. cit., p. 244. 34 Ibidem, pp. 243-244. 35 Carolina Micháelis de Vasconcellos,
Algumas palavras a respeito respeito de púca púca ros de Portugal, Coimbra, Imprensa da Universidade, 1921, p. 52. 36 Alfred Morel-Fatio, «Comer barro», en Mélange Méla ngess de philologie philo logie romane
dédiés á Cari Wahlund á l'occasion du cinquantiéme anniversaire de sa naissance (y janvier 1896), Macón, Protat et fréres, 1896 (reimpr.: Gine bra, 1972). 37 Ibidem, p. 48.
38 Vasconcellos 1921, op. cit., p. 48. 39 Lorenzo Magalotti, Varié operette
con giunta di Otto Lettere su le terre odorose d'Europa e d'America dette volgarmente buccheri. Ora pubbli cata per la prima volta, Milán, Gio vanni Silvestri, 1825. 182 5. 40 Lorenzo Magalotti, «De los búcaros de las Indias occidentales» (selec ción, traducción y notas de Francisca Perujo y Teresa Poggi Salani), Boletín
del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, v. 11 (julio-diciembre de 1972), pp. 319-354. 41 Citado por Vasconcellos 1921, op. op. cit., p. 17. 42 Teresa Garulo, «Comer barro: Nota al capítulo XXX del KITAB almuwassa
de AlWassa», Al Qantara: Revista de Estudios Árabes, vol. VIII, núms. 1-2 (1987), Pp. 153-164. 43 Ibidem. En el coloquio seguido a mi intervención en las V Jornadas de Arte de de 19 91 (véase Seseña 19 9 1, op. op. cit.), Isabel Mateo Gómez sugirió que la ingestión de búcaro y la opilación eran medios anticonceptivos. 44 Emilio García Gómez, «Usos y su persticiones comunes a Persia y Es paña», alAndalus, vol. XXII, n.Q2 (1957),
p p -459-562-
45 Ibidem, pp. 459-562. 46 Seseña 1991, op. cit., p. 44. 47 Solange Parvaux, La céramique po pulaire pula ire du HautAle HautAlentejo, ntejo, París, Presses Universitaires de France-Fondation Gulbenkian, 1968, p. 15. 48 Vasconcellos 1921, op. cit. Carolina Micháelis de Vasconcellos nació en Berlín el 15 de marzo de 1851 y se convirtió en filóloga de la lengua portuguesa, lexicógrafa, crítica lite raria y primera mujer que enseñó en la universidad de Coimbra; se casó con el portugués p ortugués Joaquim Antonio da
Fonseca Vasconcellos Vasconcellos y tuvo relación con lo más florido de la intelectuali dad portuguesa y española de los años veinte y treinta. El matrimonio Vasconcellos se relacionó también con Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal. Tuve la suerte de encontrar su obra todavía sin abrir en el Instituto Diego Velázquez, del Consejo Supe rior de Investigaciones Científicas. 49 Vasconcellos 1921, op. cit., p. 13. 50 Duarte Nunes do Leáo, Descripgáo do Reino de Portvgal, Lisboa, Jorge Rodriguez, Rodriguez, 1610 16 10.. Citado por Parvaux 1968, op. cit., p. 15. 51 La alfarería alfa rería empredada de Estremoz ha sido estudiada por Alexandre Brongniart, Charles Lepierre, Caro lina Micháelis de Vasconcellos, José de Queiroz, Emmanuel Ribeiro, Vergílio Correia, Sebastiáo Pessanha y Luis Chaves, autores citados por Par vaux vau x 1968, op. cit., p. 15. 52 Nunes do Leáo 1610, op. cit. Citado por Parvaux 1968, op. cit. 53 Vasconcellos 1921, op. cit., p. 244. 54 Ibidem, p. 244. 55 Parvaux 1968, op. cit. 56 «por el camino cami no de arriba arri ba / con una ta lla [vasija] empedrada, / bucarito de Estremoz / en plato de porcelana», citado por Vasco Vasconcell ncellos os 19 21, 21 , op. cit., p. 22. 57 Fernand Fer nando o Bouza (ed.), Cartas de Felipe II a sus hijas, Madrid, Turner, 1988, pp. 78-79. 58 Se recomienda recomien da ver ve r el trabajo de Car men Bernis, El traje y los tipos sociales en el Quijote, Madrid, Edicio nes El Viso, 2001. Asimismo, cfr. Diccionario de autoridades. 59 Antonio Rodríguez R odríguez Villa Vil la (ed.), (ed.), «Co «Co rrespondencia de la infanta archidu quesa Da Isabel Clara Eugenia Eug enia de Aus tria con el duque de Lerma. Desde
Flandes, Flandes, años de 1599 159 9 a 1607 160 7 y otras otras cartas posteriores sin fecha (conti nuación) [Cartas 104-117]», Boletín de la Real Academia de la Historia, vol. vol. XLVIII, (1906 (1906), ), pp. pp. 1 11 - 1 3 1 , p. 127. 60 Bouza 1988, op. cit., p. 58 (Lisboa, 15 de enero de 1582). 61 Ibidem, p. 60 (Lisboa, 29 de enero de 1582). 62 Ibidem, p. 72 (Lisboa, 21 de junio de 1582). 63 Ibidem, p. 75 (Lisboa, 17 de sep tiembre de 1582). 64 José Moreno Mor eno Villa, Villa , Locos, enanos, ne gros y niños palaciegos, gente de pla cer que tuvieron los Austrias en la corte española desde 1563 a 1700, México D.F., Presencia, 1939. 65 Fernando Bouza, Locos, enanos y hombres de placer en la corte de los Austrias: oficio de burlas, Madrid, Temas de Hoy, 1996, p. 20. 66 Moreno Villa Vi lla 193 1 939, 9, op. cit. 67 D'Aulnoy 1986, op. cit., p. 94. 68 Alian Braham, El Greco to Goya. The Tast Tastee fo r Spanish Paintings in Britain and Ireland [cat. exp. Londres, The National Gallery, del 16 de septiembre al 29 de noviembre de 1981], Lon dres, The National Gallery, 1981. 69 La escena escena descrita indica que el uso del búcaro, que Velázquez Velázquez había pin p in tado ya en 1656 —y en primer un plano— en Las meninas, vuelve a representarse diez años más tarde en una escena cotidiana, aunque ale jada del del primer plano. plano. Se puede co legir que tanto Velázquez como su yerno Martínez del Mazo andaban en el secreto de la bucarofagia. 70 Antonio Castillo-Ojugas, «Bucarofa gia II. Un remedio para encubrir em barazos y disminuir la menstrua ción», Humanidades (enero-febrero de 2007), P- 4 7 -
60
7' Antonio Anto nio Castillo-Ojugas, «Enfermos «Enfermo s ABC ilustres. En busca del heredero», ABC Semanal, suplemento Salud (3 de di ciembre de 2000), p. 25. 72 Ibidem, p. 25. 73 Sébastien Barbaud, «Marie Luise d’Espagne: les malheurs d'une reine sans enfant», en http://www.clg-doisen http://www.clg-doisneau-gonesse.ac-versailles.fr/spip . php?article33i# (10 de septiembre de 2007). 74 Antonio Castillo-Ojugas, «Presenta ción del libro Las matronas en la Historia (desde la Mitología a nuestros días)», Anales de la Real Academia de Medicina, t. CXXIV, cuaderno se-
gundo (2007), pp. 333-348. 75 Ibidem, p. 343. 76 Castillo-Ojugas 2000, op. cit., p. 25. 77 Ibidem, p. 25. 78 Castillo-Ojugas 2007, op. cit. nota 70 supra, p. 47. 79 «Bezoáric «Bez oárico» o» deriva deri va de la palabra pala bra «be«bezoar», que, según el Diccionario de la Real Academia Española, es: «Cál culo que se encuentra en las vías di gestivas y urinarias de ciertos ma míferos y que se considera antídoto y medicamento». 80 Óscar Valtueña Borque, «Mi inter pretación pediátrica de Las meninas» nas»,, Anales de la Real Rea l Academia Acade mia de Medicina, Medicina , t. CXVI, cuaderno tercero
61
(1 9 9 9 ), PP- 5 ° 7 ' 5 28>P- 5 2 3 81 Ibidem, p. 523. 82 Ibidem, p. 525. 83 «La pubertad precoz pre coz es la madura mad ura ción sexual que empieza antes de los ocho años en las niñas [puede iniciarse iniciars e en el primer año de vida] o antes de los diez en los niños [...] las glándulas sexuales (ovarios o testícu los) los) maduran y la apariencia exterior del niño se vuelve más propia de un adulto. Crece el vello púbico y la
forma del cuerpo del niño cambia [...] La pubertad precoz verdadera es entre dos y cinco veces más fre cuente en las niñas que en los ni ños.» Véase http://www.msd.es/publicaciones/mmerck blicaciones/mmerck hogar/seccion 23/seccion 23 258.html. 84 Valtueña Borque Bor que 1999, 199 9, op. cit., p. 525. 85 Castill Castillo-Ojuga o-Ojugass 2000, op. cit., pp. 24-25. 86 Seseña 1991, op. cit. 87 Antonio Castillo-Ojugas, «Bucarofagia (comer barro), una curiosa cos tumbre de nuestro Siglo de Oro», Los Reumatismos (julio-agosto de 2006), p. 45. 88 Ibidem, p. 523. 89 Castillo-Ojugas 2007, op. cit. nota 70 supra, pp. 46-47. 90 Pedro Gargantilla Madera y Berta María Martín Cabrejas, «Bucarofagia y pubertad precoz», Acta Ginecológica. cológica. Revista Revis ta de d e Ginecología, Ginecología, Obstetricia y Reproducción Humana, vol.
LXIV, n.Q2 (2007), pp. 59-60, p. 60. 91 Alejandro González Acosta, «Los amigos y protectores de Sor Juana: hoy», Boletín Millares Cario, n.Q20 (2001), pp. 143-149. 92 La riqueza de los nobles llama la atención de la viajera francesa. Asombrada, menciona que el duque de Alburquerque tenía, entre otras cosas, «1.400 docenas de platos de plata, y 40 escaleras de plata para subir hasta lo alto de su aparador que tenía gradas como un altar, co locado en un salón». D'Aulnoy 1986, op. cit., pp. 263-264. 93 Durante el traslado muchas piezas sufrieron desperfectos. Véase Con cepción García García Saíz y José Luis Barrio Moya, «Presencia de cerámica colo del nial mexicana en España», Anales del Instituto Instituto de Investigaciones Estéticas,
vol. XV XV, n.Q58 n.Q58 (1987), pp. 10310 3-110 110..
94 María Ángeles Án geles Albert Al bert de León, «Una colección de cerámica colonial me xicana», Boletín del Museo Nacional del Virreinato (Tepotzotlán), n.Q16 (noviembre de 1988), p. 8. 95 Sabau Sa bau García, cuenta cue nta que las damas españolas, desarrollaron tal apeten cia de búcaros novohispanos, que incluso se exportaban rotos. María Luisa Sabau García, Mé México xico en el mundo de las colecciones de arte,
México D.F., UCOL, 1994. 96 Matías de la Mota Padilla, Historia del Reino de Nueva Galicia en la América Améri ca Septentrional Septentrio nal (1742), Gua-
dalajara, Universidad, 1973, p. 44. 97 Thomas Th omas H. Charlton y Robería Robe ría Katz, «Tonalá Bruñida Ware. Past and Present», Archaeology, vol. XXXII, n.Q1 ( i 9 7 9 ),pp. 45-53. 98 Alberto Ruy Sánchez et al., Tonalá, sol de barro [cat. exp. México D.F., Museo Franz Mayer; Guadalajara, Museo Regional de Guadalajara; San Antonio, Antonio , Texas, Instituto Institu to Cultural Mexicano de San Antonio; Monte rrey, Museo de Monterrey, de di ciembre de 1991 a septiembre de 1992], México D.F., Banco Cremi y De la Fuente Ediciones, [1991]. 99 Gutierre Aceves y José Rubén Páez, Páez, «Tonalá bruñida, reseña de una téc nica que perdura», en Alberto Ruy Sánchez et al., Tonalá, sol de barro, Me?xico D.F., Banco Cremi y De la Fuente Ediciones, [1991], pp. 37-38. 100 Lorenzo Magalotti 1972, op. cit., p. 349. Así citado por Concepción García Saíz y María Ángeles Albert de León, «La cerámica de Tonalá en las colecciones europeas», en Alberto Ruy Sánchez et al., Tonal Tonalá, á, sol de bab arro, Me?xico D.F., Banco Cremi y De la Fuente Ediciones, [1991], p. 48. Según Laguna, citando a Dioscórides,
es cierto betún que se cría en unas balsas cerca de la ciudad de Selechito, en las Indias. «El ámbar ca liente y seco en el grado segundo fortifica el celebro y el corazón con su olor suavísimo», Diccionario de autoridades (1726), op. cit. nota 30 supra, p. 164. 101 Sabau 1994, op. cit., pp. 160-161. 102 Théophile Gautier, Voyage en Es pagne, pag ne, París, Garnier-Flammarion, 1981, pp. 158-159. 103 Ibidem, pp. 158-159. 104 Alexan Ale xandre dre Brongniart, Brongniart , Traité des arts céramiques ou des poteries considé rées dans leur histoire, leur pratique et leur théorie, 3 vols., París, Béchet
Jeune, A. Mathias, 1844. 105 José Guadalupe Zuño, «El arte tonalteca», en Las artes populares en Jalisco, Jali sco, Guadalajara, Centro Bohe mio, 1957. Citado por Aceves y Páez 1991, op. cit. 106 106 Migue M iguell de Cervantes Cerva ntes,, Don Quijote de La Mancha, segunda parte, cap. XXXV XX XVIII. III. 107 Judith Etzion, The Cancionero de la Sablonara. A critical edition, Lon dres, Tamesis, 1996, p. 118. 108 Ibidem, p. 119. 109 Lope de Vega 1618 (2000), op. cit. nota 13 supra, acto I, escena VIII. 110 Ibidem, acto II, escena VIL 111 Ibidem. 112 Ibidem. 113 Félix Lope de Vega, La necedad del discreto (1647), en Obras de Lope de Vega, vol. VIII, Madrid, Real Acade mia de la Historia, 1930, p. 49. 1,4 «Pasta de azúcar muy blanda con la que se solía cubrir cualquier género de dulce», Diccionario de autoridades (1726), op. cit. nota 30 supra, p. 185. 115 115 Lope de Vega 1632 16 32 (1955), (19 55), op. cit. nota 12 supra, acto IV, escena I. La
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Maya no se refiere a una población, sino que es el nombre del alfarero. 116 Ibidem, acto I, escena VI. El ámbar te nía también t ambién cualidades bucarofágicas. 117 Fél F élix ix Lope de Vega, Los melindres de Belisa. Comedia en tres actos (16061608), ed. por }. Germán Schroeder, Madrid, Alfil, 1963, acto III, escena XXV XX V 118 118 Luis Góngora y Argote, Letrillas, ed. por Robert Jammes, Madrid, Casta lia, 1980, p. 121. 119 Tirso T irso de Molina Moli na (Fray Gabriel Téllez), Téllez), Obras dramáticas completas, ed. por Blanca de los Ríos, 3 vols. vols. (vol 1: 1 : 1946, vol. 2: 1952 19 52,, vol. 3: 1958), Madrid, Aguilar, Aguilar, 1946, vol. 1, pp. pp. 187 0-187 0- 187 1. 120 José Bergua (ed.), Francisco de Que vedo. vedo. Obras Obras satíricas y festivas festi vas,, Ma drid, Ediciones Ibéricas, 1958, p. 162. Véase también la edición de la obra en la Biblioteca Virtual del Instituto Cervantes en: http://www.cervantes virtual.c virtual.com/s om/servle ervlet/Sirv t/SirveOb eObras/ ras/p228 p228 /89148401092358363454679/thmoooo .htm.
121 121 Pedro Calderón de la Barca, La devoción de la cruz (1640), ed. por J. Lo veluck, Santiago de Chile, Chile, Zig-Zag, Zig-Zag, 1957, acto I, escena II.
Sobre los temas tratados trat ados en este estudio, estudio, además de la bibliografí bibl iografíaa citada en notas, notas, pueden consultarse las siguientes refe rencias: José María Diez Borque, La sociedad española y los viajeros del siglo XVII, Madrid, Sociedad General Española de Librería, 1975; Antonio Castillo-Ojugas, Una visita médica al Museo del Prado, Madrid, Fundación SB, 1999; Berthold Laufer, Geophagy, Field Museum Mus eum of Natu ral History, Publication 280, Anthropological Series, vol. XVIII, n.° 2, Chicago, [s.n.], 1930, pp. 97-198; Margarida Ribeiro, «La cerámica popular en Nisa (Portugal)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, XVII (1961 (19 61), ), pp. pp. 470-501; Nataatacha Seseña, Cerámica popular. Alfarería de basto en España, España, Madrid, Alianza, Alianza, 1997; 199 7; y Natacha Natacha Seseña, Seseña, «Vida en Clausura Clausura», », El País (6 de marzo del 2007).
No quiero dejar de expresar mi agradecimiento a Antonio Cea, Consuelo Tovar, Arturo Art uro Sánchez, Edgardo Edgard o Rodrígu Rod ríguez, ez, Gretchen A. Hirschauer, Hirschauer , Magda Ma gdalena lena Mora, Marida Gómez Laínez, Santiago Saavedra y a todos los amigos que, durante mi enfermedad, no han dejado que mi ánimo decayera.