NAT MÉNDEZ GORDITAS DE LUJO
Serie Gorditas 2
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Agradecimientos:
Gracias a Luis Da Silva Costa por plasmar tan “auténticamente” los personajes de Gorditas de Lujo. Es
un
“lujo”
contar
contigo
para
revivir
a
los
protagonistas.
Gracias a mi amiga del alma Angelita Caballo Arias. Por sus correcciones, consejos y por estar siempre ahí.
Y también a Beatriz, editora paciente a la que traigo loca con detalles de última hora.
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RESUMEN . GORDITAS A LA CARTA – GORDITAS DE LUJO – GORDITAS S.A Trilogía de mujeres de hoy en día con medidas lejos del esteriotipo. Su lema es: “estamos gorditas, y somos preciosas; tenemos razones de “peso” para atraer a los hombres.” GORDITAS A LA CARTA (ya publicado por esta editorial)
Elena es una profesional rellenita que liga poco por culpa de su baja autoestima. Un día conoce a una mujer grande y sin complejos, que tiene un esposo de ensueño. Juntas, idean crear GORDITAS A LA CARTA, una agencia para encontrar pareja dedicada especialmente a Mujeres de tallas grandes y queLason solicitadas porsubir hombres todo tipo. publicidad hace como de la espuma la popularidad de la Agencia y pone de moda de nuevo unos kilitos de más. LOS HOMBRES LAS PREFIEREN GORDAS. Mientras Elena, es literalmente perseguida por el hombre de sus sueños, comienza la campaña para conseguir subir la autoestima de toda mujer que se siente mujer sin necesidad de hacer dietas y con la única medicina del amor. GORDITAS DE LUJO
Después de un año de éxito rotundo, la agencia “GORDITAS A LA CARTA”, decide hacer un concurso para promocionar definitivamente su agencia ya famosa y mas muy sexy” concurrida. agencia crea el superbombazo: “la gordita escogida La por todos los hombres del país. Susana, la redondita recepcionista de la Agencia, es ascendida al cargo de “promotora de eventos” y se encargará de organizarlo todo. En el camino, el amor llamará a su puerta, apareciendo en su vida en un momento clave y complicándole la existencia. Alejandro la perseguirá con todas las herramientas a su alcance, dispuesto a convencerla de su amor y a ganarse su confianza. Porque los hombres también se enamoran de las mujeres gorditas.
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GORDITAS S.A. (próximamente)
Después de casi un año de preparación, el concurso de Gorditas de Lujo ya está casi a punto y en un par de semanas será el gran evento. Veintitrés mujeres gorditas competirán por el título de “Gordita de Lujo”. Susana, la organizadora, ya lo tiene todo listo y Mer, la diseñadora de la ropa que lucirán las hermosas mujeres, está al borde del colapso. A apenas unos días del acontecimiento, un anti-gordas entra en escena amargando el panorama a las atribuladas organizadoras. Mensajes anónimos llegan a algunas participantes y a Mer González, la propietaria de Gorditas S.A. la marca nueva de tallas grandes que además surte a las concursantes y que aprovecha el “boom” del concurso para promocionarse. Sin detener el avance de la elección de Gorditas de Lujo, el detective Pau Marsans, investigará los peligros que rodean a las mises y aselaverá preciosa y eleganteen diseñadora En elMer, proceso, tan interesado conquistardea gorditas. la redondita como el enpolicía cazar al “retorcido” y “amenazante” obseso que tiene como objetivo, comerse a la gordita más sexy.
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CAPITULO 1 ... ¿nunca habéis tenido de esos días que es mejor quedarse en casa? Aquellos días en los que la aplicación de la ley de Murphy se queda corta...
La actividad bullía en el salón. “Gorditas a la Carta” hacía otra de sus fiestas-reuniones. Había unas ochenta personas, quizá algunas más. En realidad era una celebración, pues una pareja más se iba a dar el “sí quiero” después de siete meses de noviazgo. Susana, la ex recepcionista estaba festejando algo más. Hacía dos días que había sido ascendida.
Su cargo oficial era Promotora de
eventos, algo así como encargada de los extras que Gorditas a la Carta tenía planeado hacer ese año. Había sido un año intenso. Suspiró. Se escabulló a los amplios baños. El espejo enorme de la pared la recibió. Llevaba el pelo, normalmente liso, rizado con bucles cargados de laca. Se había pasado toda la tarde en la peluquería para conseguir esos rizos. Pero ahora no le gustaban. Sus ojos, verde musgo, estaban enmarcados por un maquillaje suave, cortesía de la prima de Flora. La sala estaba vacía. Se sentó con cuidado, pues el vestido azul eléctrico
le quedaba algo estrecho y no le apetecía
romper las
costuras. Un sollozo le hizo dar un respingo. Miró hacia los lados y concluyó que había alguien dentro de uno de los lavabos.
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—¿Hay alguien ahí? —preguntó con su voz dulce y agradable. Otro sollozo le respondió. —¿Se encuentra usted bien? —insistió Susana levantándose. De repente una voz histérica le contestó. —Se me cayó el vino encima. Mi novio me ha dicho que se ha cansado de nuestra relación. La golfa de mi mejor amiga, o eso creía yo, es el motivo por el que me ha dejado. Dice que me falta salsa —hipó— se me ha corrido el rímel —se quejó lastimeramente— me adelgacé quince kilos para gustarle más —resopló— y eso que él está como un tonel —un silencio absoluto durante dos segundos, un sollozo y continuó— pero a mí no me importaba. Yo también soy gorda —lloró— me he gastado ochocientos euros en este mierda de vestido y dice que parezco un salchichón de colores —chilló llorando desconsolada. —Ejem... —dijo Susana detrás de la puerta— ¿lo conociste en nuestra Agencia? —No. Lo conocí en el trabajo. Éramos compañeros. Trabajamos para Gorditas a la Carta en la campaña de publicidad que hicieron al comienzo del negocio. —Aaaaaaaaa, ¿Malena? —reconoció. —Si —hipó de nuevo— tu voz me suena también ¿Eres Susana? ¿La recepcionista? —Si —contestó sin explicar su ascenso. No creía que estuviera para brindar por su promoción— ¿Por qué no sales? Hablaremos más cómodas. —Estoy horrible. —No será para tanto —insistió Susana apartándose de la puerta mientras oía el “clic” del cerrojo abrirse. Malena salió con la vista baja. Agarrada a su bolso.
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Patética, fue la palabra que acudió al cerebro de la pelirroja. Sus ojos verdes se abrieron más ante su visión. Un vestido, que parecía sacado de un circo, le hizo daño a la vista. Se preguntó por qué no había reparado en ella antes, pues, verdaderamente, destacaba de lejos. La mancha de vino apenas se notaba entre tantas rayas de colores. Rayas horizontales. ¿Es que nadie le había dicho a esa muchacha que las rayas horizontales engordaban más? Gimió Susana de disgusto. El pelo negro, extremado por el corte, estaba engominado y la hacía parecer una aceituna pinchada en un palo. La verdad es que estaba para no dejarla salir. —El vestido me costó ochocientos euros —repitió alzando la vista y comenzando una acción frenética mientras abría su bolso, y caminaba hacia el mostrador y las sillas frente al espejo— ¿Tienes cianuro? ¿Arsénico? ¿O cicuta? —La miró— me da igual. —¿Qué tal un café? —Suspiró Susana— siéntate. Le diré al camarero que nos traiga algo. —Sí, mejor. Porque el alcohol me da llorera —la miró sorbiendo ruidosamente— mi novio y yo —se calló y comenzó la frase de nuevo — mi ex novio y yo íbamos a venir juntos a esta fiesta. Nos invitó Flora hace dos semanas. Y cuando hoy vino a recogerme a casa, en vez de traerme, me devolvió los últimos regalos que le había hecho y me dijo que se acababa la relación —abrió el bolso afectada y me enseñó una corbata y un reloj deportivo— me devolvió los regalos. —Cálmate. Voy a por un café.
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—No quiero calmarme. Quiero morirme. No —levantó el rostro mientras se acomodaba en un mullido sillón rojo frente al espejo— quiero matarlo —puso cara de loca descontrolada. —Tranquilízate —calmó Susana optando por sentarse y sacar el móvil del diminuto bolso para pedir el café— si el tipo no te merecía, estás mejor sin él. —Me dijo que no tengo salsa —se volvió hacia Susana que resignada marcaba el número del jefe de camareros— yo —gritó— ¡Ja! Que no tengo salsa. —Hola Fede, estoy en los servicios de señoras ¿podrías mandar a alguien con un café y lo mismo de siempre para mí? Gracias. —Yo también quiero lo mismo de siempre que tomas tú. Suena bien —sorbió otra vez. —Trae dos de lo mío y olvida el café —repitió Susana apartando los rizos y acomodándose frente a la mujer— a ver. Primero respira hondo y deja de lloriquear. No es para tanto. —¡Y un huevo! —se enfadó Malena— Que no es para tanto, dice... —masculló volviéndose hacia el espejo y mirando el rímel que resbalaba por sus mejillas— Eso lo dices, porque no eres tú quien tiene metida en el culo una faja de setenta euros que compré una talla inferior a la mía —lloró desconsolada de nuevo— y ahora se me enrolla hacia arriba y ... —hipó de nuevo sin poder terminar la frase—
... y para colmo los
tacones me están matando. —Bien, Malena. Lávate la cara y suénate —miró hacia la puerta que se abría esperando ver al camarero, pero era una mujer. —Hola Rebeca —saludó Susana levantándose— tenemos una crisis. ¿Puedes acompañar a Malena a mi... —se detuvo dudosa— a mi nuevo despacho?
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Rebeca, la nueva recepcionista, que ocupaba su puesto, una joven algo clásica y de excelentes modales, y sonrisa cortés, se llevó a la llorona casi a rastras mientras ésta comenzaba a explicarle su terrible existencia. Se quedó sola y respiró hondo. Tenía que conseguir que Malena se tranquilizara. Y localizar a Flora para que supiera que ella desaparecería durante un rato. Cuando iba a salir, la puerta se abrió violentamente, golpeándola y haciéndola trastabillar hacia atrás. Susana rebotó en el sofá y calló hacia delante sobre el personaje que había abierto tan desconsideradamente. Su nariz quedó pegada a un cinturón ancho y muy masculino. Unas manos como garras sujetaron sus antebrazos y la levantó como si fuera un trapo para dejarla recta y frente a él. Susana parpadeó, aturdida, antes de mirar hacia arriba para encontrar al bruto que la tenía sujeta. Frunció el ceño al ver la cara del hombre. No lo conocía y, desde luego, no lo había visto en la fiesta. Pareció que el hombre iba a abrir la boca, para decir algo, cuando Susana tiró de su brazo para soltarse. Al no conseguirlo, pues él no cedió su agarre, en un arrebato infantil, le dio una patada en la espinilla. No acertó de pleno su objetivo. Él apenas se movió y no emitió sonido de queja alguno. —¿A qué ha venido eso? —dijo una voz potente y ronca. —A que está usted en el baño de señoras. —Sí. Eso parece —miró a su alrededor— De hecho estaba buscando a mi hermana. —Y qué tal si me suelta —insistió Susana estirando su brazo. —¿Para que me dé otra patada? —Su rostro serio se endureció— es usted un peligro público señorita. Creo que mi hermana no está aquí
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—la soltó y dio un paso atrás, quedándose quieto y mirándola fijamente, como si la desafiara a darle otro golpe. —Me gustaría salir —dijo Susana entre dientes y resoplando un rizo que le caía sobre los ojos— y usted ocupa el lugar de la puerta. El entrecerró los ojos. Ella contempló ese hombretón enorme que ocupaba el lugar de la entrada, por arriba y los lados. Abrió la boca sorprendida de que alguien pudiera ser tan grande. Él no se movió. Ella perdió el enfado y los tres vodkas con grosella se esfumaron de golpe quitándole la valentía. Susana pestañeó confundida y dio un paso atrás, pequeño pero muy elocuente. —Disculpe —dijo el hombre sin moverse de la puerta— no fue mi intención hacerle daño o asustarla —carraspeó y esperó a que ella lo mirara de nuevo a la cara. —Estoy bien —susurró ella incómoda— en el baño no hay nadie — le comunicó al tiempo que señalaba la puerta para que le diera salida. Él se apartó rápidamente y le hizo un gesto caballeresco para que ella pasara. Susana aguantó un insulto ante el gesto burlón de él y pasó rauda por su lado. Tres pasos más y resopló. —¡Menuda noche! —¡Y qué lo diga! —Contestó la voz del hombre sobre su hombro haciéndola saltar de la impresión— ¿La asusté? Discúlpeme de nuevo. Estoy algo perdido en este edificio laberíntico. Usted parece saber muy bien donde va —aclaró ante los ojos abiertos e incrédulos de Susana que lo miraban, sin moverse, como si estuviera loco.
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—¿Dónde pretende ir? —contestó Susana muy despacio, como si de repente recordara su función de recepcionista educada y paciente. —Ni idea —sonrió de repente de oreja a oreja y le cambió la cara— le acompaño a donde vaya. Susana boqueó antes de encontrar las palabras adecuadas para contestar. El rostro feliz del hombre había cambiado de tal manera,que no parecía el mismo. —No va a poder ser. No puede acompañarme —casi se atragantó cuando él se acercó más. Ella elevó el rostro para mirarlo a los ojos, intentando poner una expresión enérgica. —¿Es usted una clienta? —¿Qué? —logró preguntar ella sin dar crédito a la escena. —Mi hermana se anotó en la agencia esta semana. Yo no quería que viniera sola a la fiesta pero el trabajo me retrasó. Acabo de llegar y la estoy buscando. Me llamo Alejandro Maya —sonrió más si cabe enseñando una dentadura cuidada y
blanca— ¿Dónde hay que
anotarse? ¿O me puede dar su teléfono directamente? —hizo el gesto de escribir en el aire. —No —salió de su mutismo Susana abrumada por la información y confundida por el brillo que veía en los ojos de ese oso enorme— yo trabajo aquí —tragó con dificultad y dio un paso tentativo hacia el lado— me están esperando. Disculpe. Seguramente encontrará a su hermana en el salón. Y salió escopeteada. Se metió en una puerta que decía: “acceso empleados“, y miró de reojo como el tal, Alejandro Maya, se quedaba fuera con cara de oso cabreado.
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No le extrañaría que se metiera también en la sala de preparación del
-catering, aunque sabía que Rosa lo echaría de su territorio sin
vacilar. Subió por la escalera de servicio y fue directa a su despacho. —Ahhhhhhhhh —lloraba Malena a grito pelado. —¡Menuda noche! —repitió antes de entrar. —Susana. Gracias a Dios que llegas —Rebeca se levantó y corrió a la salida— aquí la mujer ha sido abandonada por... —Lo sé —le interrumpió— anda vete, busca a Flora y le explicas. Debe estar cerca de los teléfonos. Malena no lloraba. Berreaba. Tenía el pelo de punta de tanto tocárselo, la gomina no obraba milagros ante el descontrol. El vestido estaba subido hasta la mitad de sus muslos y los zapatos no estaban a la vista. Una caja de pañuelos acompañaba a la concertista, que levantó la vista ante su llegada. –No quiero irme a casa así —un puchero lastimero la recibió— mi perro se deprime si lloro y se pone a aullar como un poseso. Me echarán del edificio. —Bueno. Lo primero es que te tranquilices —se sentó a su lado. —Eres muy bonita —gimió Malena— Y tienes tetas —se señaló a ella misma— yo no tengo. Creo que voy a hacerme una estética y que me quiten grasa del culo y me lo pongan en las tetas —miró los pechos de Susana, que lucían escote y rebosaban del vestido— ¿Me dejarías un sujetador para que el cirujano sepa la medida que quiero? —Estás divagando. Tocaron a la puerta. Un camarero entró con cara de pocos amigos. —La he buscado por todos los despachos. Me dijeron que estaba usted en este piso.
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—Lo siento. Con todo el jaleo se me olvidó. Muchas gracias por encontrarnos —se levantó a recoger los vasos largos. El muchacho se fue con gesto menos adusto. Malena tomó el vaso y se lo bebió de un solo trago. —¿Qué era? —dijo tosiendo y más roja todavía de lo que estaba. —Vodka con grosella. —Estaba bueno —dijo casi sin voz y con los ojos abiertos como platos. —Sí, seguro ¿mañana trabajas? —No. Es sábado —hipó y sonrió por primera vez— Ya se me está pasando. —Me alegro. Mañana será otro día. Si quieres puedes venir el lunes y podemos hablar y si lo deseas te anoto y buscamos alguien afín a ti. —Uno que me quiera —lloriqueó de nuevo— que me mime —lloró más fuerte— que me diga lo guapa que estoy. —Sí —gimió Susana cansada— de esos tenemos packs con oferta. —¿Estás casada? —No. —Yo tampoco —contestó Malena— y mi novio me ha dejado y me quedaré soltera toda la vida. —Eso no es tan grave —suavizó Susana. —Sí, lo es. Mucho. A mí me gusta que me quieran, alguien con quien comer en la cama. El sexo —dijo abriendo mucho los ojos— me gusta el sexo. El cerdo de mi novio era un obseso. He aprendido más en los últimos seis meses que en toda mi vida. Le gustaba todo lo raro y los aparatos —le sonrió borracha— jajajaj, me he convertido en una experta.He probado cualquier juguete que se te ocurra . Con él, claro. Y
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el muy cerdo me dice que no tengo salsa. Si hasta hemos probado con mayonesa, fresa, chocolate.... La gran vomitada que le sobrevino provocó el caos. Malena regó el vestido de Susana con el vodka recién tomado y lo que no era vodka. —Creo que voy a vomitar —dijo Malena medio mareada y con la cara entre las rodillas de Susana. —Ya lo hiciste —señaló intentando levantarse y separarse de ella con delicadeza a pesar de las nauseas que tenía. Fue al baño que había en el despacho y mojó la toalla para ir a refrescar la cara de Malena. —Será mejor que te acuestes a dormir la mona en el sofá —la guió y la ayudó a recostarse. Fue de nuevo al baño y miró el vestido. Arruinado. La tristeza inundó su rostro. No es que fuera gran cosa, pero le gustaba. Cerró los ojos para tranquilizarse y se quitó el vestido con delicadeza y trabajo, pues la estrechez dificultaba el asunto. En bragas, sujetador y tacones altos, lavó la prenda y la colgó en una percha sobre la pared. Luego fue a recoger con papel higiénico las salpicaduras que manchaban el parquet y el sofá. Suspiró, pensando que debería limpiarse más a fondo. Las manchas eran mucho más graves de lo que parecía al principio y el olor era agrio y desagradable. Sacó un pote de colonia del cajón de su despacho y roció el sofá y todo su alrededor con la colonia de bebés suave que siempre tenía a mano. Se bañó ella misma en colonia y, caminó hacia la mesa de su despacho para llamar por teléfono a Flora para que le trajera algo de vestir, y un equipo de limpieza urgente. Alguien de abajo del que pudieran prescindir. Estaba con el aparato en la oreja a punto de marcar, cuando la puerta se abrió repentinamente.
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Alejandro Maya llenó el espacio de nuevo y se quedó atónito ante la visión de Susana en bragas y sujetador de encaje verde esmeralda. La mesa tapaba las piernas y mitad de los muslos de la chica, el resto de su persona, estaba expuesta a la vista de los ojos de Alex, que absorbía la fotografía sin disimulo. Susana se quedó en estado de choque. La boca abierta. El dedo a punto de marcar. —¡No me lo puedo creer! —Se oyó decir ella misma al borde de la histeria. —Jojojo —contestó Alex Maya incrédulo— Yo tampoco. Parece ser mi noche de suerte. —Al contrario que la mía —dijo Susana agachándose tras el escritorio— lárguese de aquí. Alex entró, cerró la puerta y se sacó la chaqueta con rapidez. Se acercó dos pasos pero ella levantó la mano. —¡Alto ahí! ¡Ni un paso más! —gritó exaltada y roja como la grana. —Solo pretendo pasarle mi chaqueta. Así no se sentirá tan desnuda. —Gracias por recordármelo —gimoteó— ¡Tíremela! Y dé dos pasos atrás. Alex obedeció. Le lanzó la chaqueta y se alejó dos pasos hacia un lado en vez de hacia atrás, alejándose de la puerta. Ella se puso la chaqueta estando agachada. Comprobó sorprendida que la cubría hasta medio muslo y que le iba grande. Se levantó despacio pero sin moverse de la protección de la mesa. usana era una mujer gordita. Su sobrepeso era de veinte kilos según el último test que había hecho en una revista de moda. Midiendo
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un metro sesenta y dos, tampoco se consideraba baja, pero al lado del oso moreno que la miraba desde el otro lado de la habitación se sintió pequeña y desaliñada. Alex observó el cuerpo de Malena desmadejado en el sillón y pareció entender algo la situación. —¿Todavía está buscando a su hermana? —No —contestó él tras un carraspeo— Flora me dijo que podía subir y usar uno de los teléfonos de cualquier despacho. Y la suerte me hizo escoger éste —sonrió y abrió los brazos abarcando la estancia. —No me hace gracia. Será mejor que se vaya —cogió el teléfono que estaba descolgado y lo colocó en su lugar— llamaré para que vengan a limpiar y recoger... —se interrumpió no sabiendo muy bien como explicar la situación— A la señorita le sentó mal la cena y me vomitó encima. Por eso tuve que quitarme el vestido. —Sí. Supongo que no suele ir en paños menores por los despachos —rió él— aunque agradezco que hoy haya hecho una excepción. —No bromee —dijo seria— me gustaría verlo en mi lugar. —Bueno. Eso se puede arreglar. No me gusta llevar ventaja —rió de nuevo achicando sus ojos castaños— el problema es que si me igualo, estaremos los dos desnudos para cuando venga el equipo de limpieza y.... —Por favor. Sr. Maya. Estoy intentando mantener la calma. Llevo una noche difícil y estoy en ropa interior en mi despacho, con una mujer borracha y despechada, y un hombre desconocido. Le rogaría que saliera a buscar otra oficina donde hacer su llamada y me diera la intimidad necesaria para recuperar algo de mi dignidad. Dejaré su chaqueta en recepción para que la recoja a partir de mañana.
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Alex deshizo la sonrisa y bajó la mirada con un deje de vergüenza. Como si se diera cuenta de repente del mal trago que había pasado ella. —Discúlpeme de nuevo —dijo apenado— parece que es lo único que hago esta noche. pedir disculpas. Hizo un gesto con la cabeza y en cuatro zancadas salió del despacho. Cerró despacio. Susana se dejó caer en su recién estrenada silla. Respiró hondo para tranquilizarse, pero lo único que consiguió fue aspirar el aroma del hombre coloso que acababa de darle un repaso visual a su cuerpo como si de una aspiradora se tratara. No se podía creer todo aquello. —Me parece que es la primera vez en mi vida que estoy en ropa interior delante de un hombre —dijo afligida— ha sido horrible. Quisiera ser yo la borracha. Cogió el teléfono y marcó el número de Flora.
Alex Maya buscó la intimidad de la oficina más próxima. Le sudaban las manos y la camisa le apretaba el cuello. Amén del pantalón por lo firme que estaba su inquilino. Su cerebro, en ese momento, tenía la consistencia de gelatina y sus ideas también. Se había portado como un troglodita insensible con esa mujer. Primero le da un portazo y casi la tira, luego no podía soltarla. Era como si tuviera pegamento en las manos. Cuanto más intentaba zafarse ella, más la retenía él. Lo único que quería era acercarse a esos ojos verdes.
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Cuando ella le dio la patada, regresó de su limbo y se dio cuenta de que no la dejaba moverse. Le molestó, un poco, el miedo que leyó en los ojos de ella. Estaba acostumbrado a imponer por su tamaño. Impresionaba a hombres y mujeres a primera vista, pero su buen humor y su actitud amigable, enseguida hacían variar la mirada prudente a amistosa. No había ocurrido con la pelirroja. No podía haberlo hecho peor. Y para rematar, la encuentra en paños menores teléfono en mano. Se rió consigo mismo al recordar el cuerpo redondeado de mujer. Una mujer con curvas generosas y formas femeninas que le hicieron la boca agua. Era la visión más sexy que había visto en su vida. Su rostro pecoso y ruborizado, sus bucles rojos sobre la azul chaqueta y sus manos apretadas sujetando contra si la tela Ni siquiera sabía su nombre —sonrió para si. Hacía mucho tiempo que no le impresionaba tanto una mujer. Se sentía abrumado por el cosquilleo que le recorría la piel al pensar en ella y desde luego, su reacción física era bastante elocuente. Acababa de regresar de El cairo. Después de más de un año en un proyecto para una presa de agua, su contrato había finalizado. Había acordado su siguiente trabajo para un acueducto en el Sur de Argentina. Pero eso sería para dentro de tres meses. Ahora estaba de vacaciones. Y tenía todo el tiempo del mundo para emplearlo en hacerse perdonar por esa belleza pelirroja. Todo el tiempo del mundo. Soltó una carcajada solitaria. Cuando le dijo a Flora que necesitaba hacer una llamada privada de negocios y que precisaba de intimidad y silencio, ya suponía que le darían acceso a los despachos. Esa era su intención, para así disponer del permiso de andar por ahí buscando a la pelirroja sin que pareciera extraña su intrusión.
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No se imaginaba la escena que sorprendió en el despacho de la susodicha. Encontrarse a una Venus en “casi” todo su esplendor, agarrada al teléfono, había sido un extra del que había disfrutado sin planearlo. Poco se imaginaba el día anterior que venir a recoger a su hermana a la fiesta supondría una tarea tan agradable. Ojalá se hubiera dejado convencer para asistir a la celebración desde el inicio. Se sentó en un sofá muy cómodo y con la sonrisa más tramposa que tenía, se dedicó a pensar en la pelirroja. Solo unos minutos. Luego, ya más calmado. Bajaría a buscar a Gloria, a la que había dejado con Flora.
Malena dormía la mona en poco digna pose y babeando. Su maquillaje corrido, su pelo revuelto y su vestido arremangado. Susana la miró con indignación antes de ir a abrir la puerta a Flora que venía con una de las limpiadoras. —No preguntes —advirtió ante su
interrogante mirada que se
clavó en la chaqueta azul marino que ella llevaba puesta. —Xisca, cielo —dijo Flora dirigiéndose a la muchacha con uniforme— Arregla un poco este desastre —se dio la vuelta y miró fijo a Susana— ¿Dónde está tu ropa? —En el baño. La llevaré a la tintorería mañana por la mañana. Me preocupa la alfombra. —No se preocupe señorita Susana, eso lo arreglo yo en un pis pas —dijo Xisca paño en mano. Retrocedió para ir a buscar un carrito con cien utensilios y líquidos varios y lo entró aparatosamente. Casi era más
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grande el carro que ella. Xisca era diminuta, delgada, una flauta andante, pero un torbellino de acción— ¿Dónde está? —preguntó refiriéndose a lo que tenía que limpiar. Susana señaló el sofá. Luego se apartó para dejar a la hormiga atómica ocuparse de las manchas. Flora, la nueva directora del centro GORDITAS A LA CARTA, frunció el ceño y la siguió. Acabaron en un rincón. —Rebeca me explicó una historia de película —miró el cuerpo de Malena tirado en el sofá— al parecer le dio plantón hoy. Antes de la fiesta. Mi manolo quiere ir a buscar a ese energúmeno para darle dos patadas. A mi Manolo le cae muy bien Malena —dijo resoplando la morena— y bien ¿me vas a explicar que haces desnuda y con una chaqueta de hombre sustituyendo tu vestido de fiesta? —Cuando se vaya Xisca te lo cuento todo. Basta decir que llevo una noche que mejor procuro olvidar. Flora dio dos pasos para hablar con Xisca. Susana, desde su rincón se quedó transpuesta. Se sentó en una silla y se quitó un zapato respirando de alivio. Flora. Algo más alta que ella y con su porte andaluz, chispeante y alegre, le hacía comentarios a Xisca mientras le pasaba un par de potes de limpieza. Susana sabía que Manolo estaría impaciente por irse ya. El marido de Flora tendía a dormirse en el primer sofá que viera pasadas las doce. Cuando Xisca se fue, llevándose el vestido y asegurando que ella tenía la poción mágica para rescatarlo de esas manchas tan desastrosas, Flora y Susana se quedaron solas, sin contar con el fardo que roncaba poco elegantemente en el sillón.
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—Estoy que salto —le dijo Flora, casi despertando de su sopor a su compañera— dime ya. —No hay mucho que explicar. Malena me vomitó encima. Me quité el vestido, y cuando te iba a llamar, entró ese tipo enorme sin llamar a la puerta y me pilló en bragas. Fin de la historia. —Tienes puesta su chaqueta —observó entrecerrando los ojos oscuros y vivaces. —Una galantería —admitió de mala gana— es lo menos que podía hacer. Casi me tira al suelo en el lavabo de señoras y luego entra sin llamar a un despacho privado. Dijo que tú le diste permiso para llamar por teléfono. —¿Alex? —rió— Buen Dios ,cuéntamelo con más detalle. —No hay mas que contar, buscaba a su hermana y se coló en el baño de señoras. —Pues te comunico que encontró a su hermana. Gloria se apuntó a nuestra agencia la semana pasada. Son amigos de Carlos. Por lo visto, Alex ha sido compañero de viaje en alguna ocasión, cuando Carlos era soltero y ni siquiera conocía a Carolina. —Vaya, eso empeora la cosa. Amigo de Carlos. Me imagino lo que le contará al jefe —cambió la voz para imitar una varonil— “por cierto Carlos, me encontré con una pelirroja gorda en ropa interior en uno de tus despachos”. —¿Y qué dijo él cuando te vio? —indagó Flora. —¡Eureka! —chilló burlona— ¡Eres la vaca mas hermosa que ojos humanos hayan visto! —Apretó la mandíbula— ¿A ti qué te parece que dijo? Casi le da un pasmo cuando entró y me vio parada y en ropa interior.
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—¡Oh! Susana, de verdad a veces eres tan ingenua! Un hombre es un hombre —le abrió un poco la chaqueta y miró la ropa de encaje tupido de color verde esmeralda— guauuuuu, y un sujetador de encaje es un sujetador de encaje. Y están hechos para poner a los hombres a cien. —Sí, a cien por hora y en dirección contraria —masculló roja como la grana y cerrando de nuevo la chaqueta— quería que me tragara la tierra. Él sonriendo y diciendo no se qué de que era su día de suerte y yo, con unas bragas casi transparentes y un sujetador que me sube las tetas al cielo. —Visto así... —rió Flora— el “wonder Bra” es poco discreto, pero del todo efectivo, y te hace un escote muy bonito. —Con el vestido me quedaba bonito, sin el vestido queda ostentoso. —A mi Manolo le encanta que me pasee con ropitas de encaje. Se pone como un toro —rió— hasta brama. —Ese tipo no es mi marido —se quejó desinflándose— es un desconocido que me ha visto en bragas —sus ojos brillaron húmedos— creo que no he pasado tanta vergüenza en toda mi vida. Cuando venga a recoger la chaqueta no se os ocurra decirle que estoy. —Venga, no es para tanto. Vas casi cada día al gimnasio y nadas en la piscina en traje de baño. —Pero no mientras un tipo de dos metros me mira como si nunca hubiera visto a una mujer en cueros. —Eso es que le has gustado. —sonrió tranquilizadora Flora— Voy a traerte uno de los chandals del gimnasio. Dame la llave de tu taquilla. —En el cajón de la derecha —susurró recostándose— ¿Qué hacemos con Malena?
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—Que duerma la mona un rato más. Si se despierta la llevamos a casa en taxi y sino, como tenemos que volver mañana por la mañana, ya la despertaremos. —Bien. Te espero. Flora salió del despacho. Susana se recostó en el sofá de una plaza, casi en frente del de Malena. Encogió las piernas pues comenzaba a tener frío. Estaban a primeros de Abril. Hacía ya un año y tres meses que “Gorditas a la Carta” abriera sus puertas. Elena, la anterior gerente y directora de la agencia, ahora estaba embarazada de cinco meses. Hacía casi dos semanas que se había ido con su marido, David, a Miami, donde se estaban instalando, pues Carlos y Carolina, habían decidido abrir otra sucursal de GORDITAS A LA CARTA en Florida. David, aprovechando la ocasión, iba a abrir un gimnasio en la zona, así, los dos estarían mas que ocupados en la preparación y obertura de sus negocios y con la llegada de su hijo. El plan era estar unos tres meses buscando local, aclimatándose y preparándose. Estaban iniciando una nueva vida. El puesto de Elena, se le había asignado a Flora. La eficiente secretaria. Una mujer enérgica, casada con Manolo, un policía con el cual formaba una pareja, sino perfecta, sí curiosa. Carlos y Carolina, los inversores de la Agencia Gorditas a la Carta, vivían en México, donde con su bebé, de casi nueve meses, supervisaban negocios varios. Tenían planeado ir a Miami, un saltito pequeño en avión desde su Guadalajara, para pasar una temporada con David y Elena. Susana, hacía ya más de dos meses que se estaba preparando para el puesto que, dos días atrás, ocupara. A veces había pensado que
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el trabajo le quedaba grande, pero le entusiasmaba la idea de poder organizar el evento de “La Gordita mas sexy”. El concurso de “Gorditas de Lujo”, era una publicidad que pretendía atraer masas. Susana miró el letrero ubicado sobre su mesa: “somos gorditas y tenemos razones de peso para gustar a los hombres”, al lado de un logotipo de un corazón sonrosado con ojos y boca alegre. Elena y Flora le dieron la fantástica oportunidad de destacar en un puesto que le encantaba y no iba a decepcionarlas. Ellas sabían que Susana era tímida, insegura y que su gordura le había supuesto un complejo grave durante casi toda su vida. El año transcurrido había barrido superficialmente ese complejo evidente, haciendo que la insegura Susana pasara a parecer una mujer competente de hoy en día. Pero bajo el disfraz de ejecutiva triunfadora, estaba esa niña tímida que jamás había tenido novio por su temor a ser rechazada debido a su sobrepeso. Ese año había servido para demostrarle que eran muchísimos los hombres que las preferían gordas. Habían emparejado más de cien parejas y estaban en marcha otras tantas. Susana, hacía menos de seis meses que se había independizado y se había mudado a un apartamento relativamente cerca de su trabajo. Sus seis hermanos, tres varones y tres hembras, habían tenido diversidad de opiniones respecto a su recién adquirida independencia. Sus padres todavía hablaban del disgusto y el abandono que sentían. Estaba recuperándose de su sentimiento de culpa, mientras intentaba encajar su nuevo puesto, y esa noche, era el broche de oro a tres meses de tensión enorme. Al día siguiente tenían una reunión con dos profesionales muy distintos. Un director de escena, que dirigiría a las finalistas de Gorditas
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de Lujo, y un director de Marketing. Éste último era un publicista privado que había ofrecido sus servicios para que Gorditas a la Carta, tuviera su propio departamento publicitario, descartando contrataciones del exterior y abaratando costes, pues eran muchas las veces que recurrían a campañas propagandísticas para promocionar eventos, fiestas, excursiones, teatros, bailes y ahora, este concurso. Susana tenía que hacer las dos entrevistas y dirigir la conversación. Habían dejado en sus manos las decisiones y de repente se encontraba saturada. En menos de una semana tenía que contratar un director de escena, otro de publicidad, telefonistas, un experto en vestuario de tallas grandes y comenzar con la búsqueda de un local lo suficientemente grande para que pudiera haber un desfile y tuviera un aforo de mínimo trescientas personas. También tenían que contratar una secretaria particular que se ocupara de mantener las agendas de Flora y Susana al día. Y programar las entradas para la fiesta, por rigurosa invitación, y buscar las mujeres que se prestaran a concursar. Y mientras, ella estaba sentada en ropa interior con la chaqueta, de un tipo armario tres puertas, como único cobertor. Esperaba que el día siguiente trajera mejores augurios. Por lo menos sin vómitos ni escenas bochornosas.
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CAPÍTULO 2 ¿No querías caldo? Toma tres tazas.
Susana llegó poco antes de las nueve al despacho. Vestía su nuevo traje chaqueta negro, con su blusa blanca. Llevaba tacones. Últimamente, siempre llevaba tacones. La hacían parecer más profesional. El pelo ya estaba liso como tabla. Suelto y abundante, casi hasta la cintura. No se había maquillado. Solo los labios y un poco de rímel. El bolso negro era grande y parecía estar a rebosar. Llevaba colgada del brazo la chaqueta azul de Alex Maya. Después de dejar a Malena acostada en su propia casa, darle de comer al perro y sobornarle con unas galletitas para que se callara, se había vuelto a su casa. Le había dejado una nota para que la llamara. Cuando despertara, seguro se sentiría fatal. Saludó a Rebeca, la recepcionista, dejándole la prenda con las indicaciones pertinentes, e intercambió unas palabras con Rosa, la encargada del catering que estaba con dos empleados recogiendo cosas del día anterior. Tres limpiadoras, entre ellas Xisca, estaban trabajando a destajo para dejarlo todo en orden y en condiciones para el lunes. Flora ya había llegado y la esperaba en su despacho para hablar con ella antes de que llegaran sus visitas. Flora iba de un rosa escandaloso y adornaba su cuello con un foulard verde botella. —Bien Susana, en media hora tienes al Sr. Rubio, por lo del concurso. Y a las doce al Sr. Subirats. Tal como me dijiste he repasado los dossier y están estupendos. Creo que los dos son muy profesionales. El resto
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corre de tu cuenta. La semana que viene tengo una entrevista con nuestra futura secretaria. Me gustaría que estuvieras. Así que, mejor sincronizamos nuestras agendas. Esto es un caos. Apenas tengo un hueco el lunes a media mañana —bufó— Tendrá que ser una entrevista corta. —A esa hora está bien —dijo Susana con su agenda abierta— el martes tengo que ver a las tres chicas que manda la agencia para cubrir el teléfono durante la campaña. Y durante toda la semana estaré fuera mucho tiempo, porque tengo citas con varios modistos y tiendas. —Cuando tengas atado lo del publicista, tendrás mas ayuda. No te agobies. —Me gusta esta propuesta. Es un tipo profesional y entiende mucho la visión que tenemos en Gorditas a la Carta —aseguró Susana señalando la carpeta del Sr. Subirats— me cae bien. —Estupendo, porque con la cantidad de horas que vas a pasar con él... —No me lo recuerdes —el doce de diciembre era la fecha del evento— unos ocho meses para preparar el concurso, encontrar gorditas que quieran pasearse exhibiéndose ante más de trescientas personas, flashes y cámaras. —Sí. Unas gorditas de Lujo —dijo Flora haciendo un gesto altanero. —Las más sexys —bromeó Susana agitando sus pestañas y poniendo los labios en forma de beso. Las dos rieron. —Hay muchas gorditas que son guapas y sexys —aseveró Flora— Muchísimas. —Espero que te oigan y contesten al anuncio que pondremos — suspiró Susana.
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—Desde luego, sin ellas no hay concurso —dijo levantándose Flora. Susana se apresuró a irse a su despacho.
Alejandro Maya llegó al edificio de Gorditas a la Carta sabiendo que no sería fácil hablar con la pelirroja. Lo primero que tenía que hacer era averiguar su nombre. Gloria no pudo darle ninguna pista. Aunque supo que si el despacho que ocupaba la noche anterior era suyo, localizarla sería coser y cantar. Había dormido como un tronco, despertándose con un solo pensamiento. Abordar a la pelirroja e invitarla a comer, o a cenar, o a lo que fuera. Llevaba meses sin estar con una mujer y eso no era un aliciente a su paciencia precisamente. Su trabajo, a menudo, lo tenía apartado de ciudades y centros urbanos. Como Ingeniero de caminos había estado trabajando en puentes y otras obras públicas. Desde que terminara una presa en Colombia, le había cogido el gusto a trabajar fuera del país. Rowena, su ex novia, le había dejado por un comerciante de telas de Damasco. Como se movían en la misma profesión, había sido muy lógica la estrategia de su nuevo amor. Alex la tenía bastante abandonada por sus viajes, y diez años de noviazgo son muchos años para seguir esperando. Rowena, era inglesa y se dedicaba a importar ropa de Asia. La había conocido cuando todavía estaba en el ejército, donde estudió su carrera de Ingeniero técnico y donde adquirió
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toda la experiencia que después le valdría los suculentos contratos, que hubieron después. Para los dos había sido una relación muy cómoda. Los dos viajaban y los dos se alegraban de verse. Pero el fabricante de telas tenía demasiado en común con ella. Rowena le había invitado a su boda. Él estaba entonces en Canadá, así que tuvo la excusa perfecta para escaquearse. Una cosa era aceptar con dignidad que te dejen y otra muy distinta pasearse delante del nuevo galán. No era que estuviera celoso, pero era mejor dejar el círculo cerrado y zanjar esa etapa. La convivencia había sido agradable, cuando coincidían más de tres meses juntos claro. Así que no tenía nada en contra de volver a tener una pareja estable. Al contrario. Ahora reconocía que la falta de formalidad era uno de los motivos por los cuales Rowena había optado por otro hombre. Pero en su egoísmo jamás se le había ocurrido pedirle que se casaran o que formaran una familia. Pensaba que ella estaba tan dedicada a su carrera como él. No volvería a cometer el mismo error. La próxima vez que se enamorara, sería pesado y le declararía su amor a cada rato. Y se casarían y tendrían hijos. Tres. No. Cuatro. Era un hombre que aprendía de sus errores. A su edad ya se daba cuenta de lo importante que es la estabilidad emocional. Alguien que te quiera, que te espere en casa o a quien esperar. La pelirroja podía ser una opción interesante. Si conseguía encontrarla. Miró hacia los lados buscando alguien a quien dirigirse. La recepcionista lo miró con cara amigable, dándole pie a hablar. Se aproximó sin dudarlo. —Buenos días —dudó un poco— verá, le puede sonar extraño, pero es que busco a una persona que trabaja aquí.
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—Es usted Alejandro Maya —sonrió Rebeca— me dieron instrucciones de avisar a la señorita cuando llegara. —¡Estupendo! —se sorprendió agradablemente. —Tengo una chaqueta que es suya. —Doblemente estupendo —la tomó y esperó mientras ella hacía una llamada interna. En apenas dos minutos, Flora apareció con su vestido rosa y con andar glamoroso. —Hola Alex. —Flora. Buenos días —dijo acercándose a la mujer que conociera el día anterior cuando su hermana Gloria los presentó. Le dio la mano y la estrechó enérgicamente. —Veo que ya tienes tu chaqueta —señaló con mirada pícara. —Si, ehhhh —se movió algo nervioso— estoy buscando a la señorita que necesitó mi chaqueta. De hecho, pensé que la recepcionista llamaba a esa mujer. —¡Oh! Qué decepción debes sentir al verme a mí —rió Flora con fingida pena. —No, de ninguna manera, es solo que... —Susana dio órdenes de que no la molestaran —le interrumpió Flora— pero no le vamos a hacer caso. Creo que ayer no os presentaron. —¿Susana? ¿La pelirroja? —dijo con el corazón a cien y siguiendo a Flora hacia las escaleras. Ella se esperó para que fueran al mismo tiempo. —Es verdad que eres alto —dijo con una sonrisa de medio lado y mirándolo de arriba abajo— Susana dijo que eras un oso enorme.
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Lejos de ofenderse, Alex rió. Le gustaba esa Flora. Era directa. Y le parecía que a ella también le gustaba él. Y lo más importante, le iba a presentar a la pelirroja. Susana. Pensó en el nombre de la Venus con cierta impaciencia. —Soy grande pero inofensivo —aclaró subiendo la escalera con ella. —Pues Susana no me dio esa impresión. —La situación fue algo complicada —carraspeó Alex con una sonrisa de oreja a oreja. —¿Te refieres a qué la encontraste en ropa interior en su despacho? —dijo arrastrando las palabras y deteniéndose en medio de las escaleras, un par de escalones por encima de él, de manera que quedaron a la misma altura. —Por eso venía dispuesto a invitarla a comer y así pedirle disculpas más adecuadamente. —Te costará más de una comida que te perdone. Pero tú, insiste — dijo ella continuando con la subida— Susana es la Directora de Eventos. Ahora mismo ha acabado una reunión muy importante y en un cuarto de hora tiene otra cita definitivamente valiosa, así que no podemos extendernos mucho. Alex la siguió. No entendía muy bien porque Flora le facilitaba la faena pero iba a aprovechar esa oportunidad. —Ese es su despacho. —Lo recuerdo —sonrió lánguidamente él. Flora tocó en la puerta. —Adelante. Flora entró seguida de Alex, chaqueta en mano. Susana estaba de espaldas, ordenando unas carpetas. Su pelo rojo y lacio moviéndose enérgicamente.
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—¿Estás preparando la reunión con Subirats? —Sí. El día esta yendo muy bien y quiero que así continúe —contestó con su voz suave. —He traído a alguien que quiere verte. Esas palabras envararon su cuerpo. Él lo notó y supo, que ella sabía, que él estaba allí. Se volvió lentamente. Como si estuviera reuniendo valor para enfrentarlo. —Hola, me alegro de verla —hubiera podido agregar la palabra “vestida” a la frase, pero no hizo falta porque igual quedó flotando en el aire. No tendió la mano, porque estaba seguro que ella no lo tocaría. No ahora. No sabía por qué pensaba que iba a ser más fácil. —Oh, Sr. Maya —casi susurró Susana, mientras con una mano sujetaba un dossier y con la otra se aguantaba al borde de la mesa. —Alex, ella es Susana Delgado. Nuestra organizadora de eventos. —Ayer no hubo tiempo de presentarnos —aclaró él sin dejar de mirarla fijo. Era más guapa de lo que recordara, y sus mejillas eran igual de rojas. Estaba ruborizada hasta las orejas— fue todo algo precipitado. —Sí —contestó recuperando el habla— yo estaba demasiado ocupada tapándome con su chaqueta. Él sonrió, al ver que ella trataba de bromear con el asunto, para quitarle importancia. —Me gustaría invitarla a comer. Una manera de disculparme por la situación de ayer. —No se preocupe, no fue culpa suya —dijo ella moviéndose y dejando el dossier sobre la mesa. Susana rodeó el mostrador y pasó a su lado profesional. Sin sentarse, miró a Flora que parecía estar contemplando
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un partido de tenis —fue un desafortunado suceso que escapó de nuestro control. —Bueno, yo diría más bien afortunado. Pero supongo que depende del lado del que se mire —sonrió él halagador. Flora soltó una carcajada que atajó de inmediato ante la mirada de Susana. —Del de mi lado, Sr. Maya. No fue un espectáculo y a mí, particularmente, me gustaría olvidarlo. —Lo contrario que a mí —adujo apretando la chaqueta— dudo que pueda olvidar una de las visiones más hermosas que he visto últimamente. Flora tosió al ver el humo salir de las orejas de Susana. —Me parece que Susana tiene que prepararse para la cita que tiene en breves minutos. —No me muevo de aquí hasta que Susana acepte comer conmigo — se plantó el oso con su traje azul marino, y su cuello de toro pareció ensancharse ante su pose masculina. —Me parece que no es buena idea ahora mismo —se precipitó Flora tomándolo del brazo— acompáñeme. Buena suerte con tu reunión —le dijo estirando al hombre. —Un momento —se paró en seco él haciendo trastabillar a Flora— a riesgo de recibir otra patada en la espinilla —miró a Susana— no puedo irme sin que sienta que estoy disculpado. —Ya está disculpado —dijo entre dientes Susana— y ahora será mejor que se vaya antes de que le dé otra patada en otro sitio más doloroso que la pierna.
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—Eso es bravuconería —sonrió descarado— lo de ayer no fue una patada. Yo diría más bien que fue una caricia. No intencionada, pero supongo que no pudo contenerse estando tan cerca de mí. —Flora. ¿Te lo llevas tú, o...? —Ya se va. Venga Toro de Miura —lo arrastró, y esta vez, él se dejó. Todavía sonreía cuando cerraron la puerta y ella le señaló su despacho. Él la siguió más divertido que nunca. Se lo estaba pasando genial. Pese a la furia de Susana, no había podido dejar de provocarla. Le encantaba como se ponía roja y parecía a punto de estallar. Le gustaba esa mujer, “caray”. ¡Menuda pelirroja! —Me parece que no has empezado con buen pie. Escuchó que decía Flora chasqueando la lengua y dándole paso a que se sentara.
—¿Te parece? —rió— Es que no he podido evitarlo. Me lo ha puesto en bandeja. —Si esa es tu forma de disculparte... deja mucho que desear —se apenó Flora— Susana es muy sensible y no le va el flirteo banal. —Pues a mí tampoco, pero con ella me sale natural — dijo el hombre con una sonrisa de medio lado— es tan fácil sacarla de sus casillas. Me encanta cuando le sube ese color rosado que colorea todo su rostro. —Eres muy diferente a tu hermana —lo instó a que se sentara— Gloria es muy prudente. Hay que sacarle las palabras con sacacorchos. —Gloria es tímida. Su altura —dijo refiriéndose a su metro ochenta y cinco— la ha hecho ser algo diferente. No ha sido fácil para ella que
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casi todos los hombres sean más bajos. Y más en su campo. Una abogada alta y enérgica que solo habla cuando tiene algo que decir “acojona” a cualquier hombre poco seguro de si mismo. —Por eso ha recurrido a nuestra agencia. Para que busquemos el perfil de un hombre que se ajuste a sus deseos. —Un príncipe azul de cómo mínimo metro noventa y que no se mee en los pantalones cuando ella le lance su mirada asesina. Tarea titánica —rió quedo— Mi hermana es una estupenda profesional, pero le cuesta relacionarse. —Ya veo que a ti no. Alex apoyó los codos en la mesa y habló en tono confidencial. —¿Si me anoto en la agencia me garantizas que podré salir con Susana? —No. Para empezar Susana es una empleada. Para seguir, no se obliga a nadie. Se pone en contacto con los interesados o se hacen reuniones en las cuales se invita a gente que pueden tener cosas en común. Pero puedo hacer algo mejor. Puedo invitarte a cenar a mi casa e invitar a Susana también. Alex arrugó el entrecejo. —¿Por qué me quieres ayudar? –Pareces interesado y eso significa que insistirás. Me pareces un hombre que va a por lo que quiere y no se detiene si hay dificultades. —Y ella me lo va a poner difícil —concluyó con entusiasmo de reto. —Ves. A eso me refiero —suspiró— quiero mucho a Susana. Y como soy una romántica empedernida pienso que eres ideal para ella. Así que voy a darte la oportunidad. El resto corre de tu cuenta.
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—Es bueno saber que cuento con tu apoyo —se movió en el asiento— ¿y ella qué opinará? —No se lo consultaré, naturalmente —dijo con gesto displicente— solo te hago dos advertencias. Susana no es un ligue de una noche. —No es lo que busco —le informó apoyándose en el reposa brazos— si voy a insistir, voy a conseguir. No pierdo mi tiempo para un revolcón. Me gusta esa mujer. Me mueve algo... no sé qué. Tiene un fuego que me pone —pareció incómodo unos segundos, como si sintiera que había hablado demasiado— ya me entiendes. —Sí —sonrió Flora complacida. —¿Y la segunda? —indagó Alex con los ojos brillantes de interés. —Bien. Como habéis empezado la relación al revés, quiero decir que lo normal es tener citas y luego desnudarse, —hizo un gesto con los labios estirando la cara, en una mueca dificultosa— vamos... que no te precipites en llegar al postre. Lo que quiero decir es... —Ya, te entiendo —dijo serio y enderezándose en el asiento— Susana es una buena chica. Te voy a decir una cosa. Seguro que te preocupas por ella, y es normal, pues es tu amiga. Pero no soy un cernícalo insensible. Ya he notado que no es una mujer con mucha experiencia. Cuando quiero puedo ser muy delicado y —cuando ella frunció el ceño mirándolo de arriba abajo el insistió— sí, muy atento y delicado. No me catalogues por mi metro noventa y dos. Soy grande y por eso he tenido que esforzarme más en ser suave. Ninguna mujer se me ha quejado. Créeme —una sonrisa socarrona— los tipos grandes somos muy sensibles y cariñosos. —Lo sé. Mi marido es alto y es un osito de peluche de gran tamaño —sonrió cómplice— es como un niño grande. —Bien. Entonces, ¿cuándo es la cena?
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—Esta noche. Celebramos el ascenso de Susana. Ha sido oficial esta semana, así que ya tenía prevista la cena de esta noche. Solo tengo que añadir un cubierto. —Te agradezco el empujoncito —dijo levantándose y aceptando una tarjeta con la dirección de su casa. —A las ocho. Sé puntual. —En punto —señaló saliendo raudo.
Alejandro salió contento. Se despidió alegremente de Rebeca y de las limpiadoras. Esa noche tenía una cita con la pelirroja. Claro que ella no lo sabía, pero ese era un detalle sin importancia. Dejó la chaqueta en su coche y se fue caminando hasta una floristería enorme. Encargó dos ramos de flores. Uno para su anfitriona y otro para Susana, ambos con sus correspondientes tarjetas. Los pasaría a recoger a las siete, así estarían frescos. De vuelta al coche, se paró en un escaparate donde su reflejo fue contundente. Su metro noventa y dos era apabullante porque no era un hombre delgado. Era grande en todos los aspectos. Todo él. Quizá sería menos amenazante si pesara diez kilos menos, pero siempre había sido así. No era gordo, pero sus huesos eran grandes, sus pies enormes, su cuerpo era duro, sin ser excesivamente musculoso. Por su trabajo caminaba mucho. Y a veces escalaba y tenía que estar en forma para supervisar personalmente las obras. Le gustaba ponerse el casco y mezclarse con los obreros. En el trabajo siempre vestía tejanos y
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camisas holgadas. Si tenía que ensuciarse, se ensuciaba. No le tenía miedo al martillo y prefería ponerse crema en las manos para suavizarlas, que tenerlas delicadas y sin callos. Su cabello siempre estaba más largo de lo que le gustaría. No era hombre de peluquería. Su hermana o su madre se lo cortaban cuando las visitaba. Tenía un mentón duro, sombreado casi siempre de barba negra y a menudo se afeitaba dos veces al día. Sobretodo cuando estaba con Rowena que se quejaba de que pinchaba. Eso fue lo que le hizo adquirir la costumbre de repetir operación. Su cutis, en ese momento, era como el culito de un bebé. Suave y oliendo a crema hidratante. Hasta el día de ayer, tenía en mente el siguiente trabajo y la oferta a posteriori como Ingeniero técnico de obras públicas en la Confederación Hidrográfica del Guadiana. El puesto quedaría vacante en tres años y ya le habían ofrecido sustituir al actual director de explotación. Pese a que no había contrato alguno, ya había aceptado y el empleo en Argentina era solo un salto provisional hasta la llegada del contrato estable y definitivo. Ahora en vez de pensar en su trabajo, pensaba en una cara pecosa y sonrojada. Con unos labios rellenos y rosados que tenía enormes ganas de saborear. Y no digamos esos pechos abundantes que vio el día anterior, adornados por ese encaje verde que parecía ser el recipiente casi ideal para ellos. Aunque prefería sujetarlos con sus manos, sirviéndole de copa. El tirón en la ingle, le avisó que sus pensamientos no eran los adecuados para tener delante de un escaparate en plena calle. Sus ojos castaños brillaron ante su reflejo.
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—Pues te dije que no quería verlo —dijo Susana por segunda vez— Casi me da un ataque cuando te vi con él. —Hubiera sido de mala educación. Su hermana acaba de anotarse. Tenemos que hacer relaciones públicas. El pobre se sentía mal por lo ocurrido ayer. —Si —bufó Susana— parecía muy arrepentido el pobre. —No fue culpa suya. —Pero esta mañana fue... descarado. —Bromeaba para que no te sintieras incómoda. —Pues logró lo contrario. Me sentí ridícula ayer y volví a sentirme igual cuando lo vi hoy. —Le gustas. —No empieces con tus películas. —¿Por qué te cuesta tanto reconocer que un hombre se interese por ti? —¡Flora, por favor! Que tengo treinta y dos años! He pasado mi vida sin pena ni gloria respecto a la cuestión de pareja. Ni me miraban. Entre mi timidez y mi sobrepeso, me he pasado la vida en un rincón. —Pues ya va siendo hora que dejes ese rincón. He visto este año que más de un hombre te ha tirado los tejos y tú les has marcado rápido, zanjando la cuestión antes de empezarla. —Resignación. No quiero empezar nada que ya sé de antemano que será un fracaso. —Eso no es vivir —la miró seria Flora. —Estoy bien así. A mi edad ya no tengo sueños románticos, ni espero que me rescaten. —¿Y nunca has tenido novio? —Nunca he salido con nadie. Punto.
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—Eso significa que tú... nada de nada... —abrió los ojos algo sorprendida por la conclusión a la que llegaba. —Dije que punto. No es un tema del que me guste hablar. —Oh, Susana, pero eres preciosa —se quejó Flora tristemente. —Una gorda pelirroja preciosa —rió sin ganas la aludida— volvamos al tema de Subirats. El lunes vendrá con su equipo. Un maquetista y dibujante, y un informático. Entre los tres llevarán el departamento de publicidad. Además actualizaran las páginas web y será un trabajo menos que nos tocará. Me gustaría que la gestoría preparara el contrato para ya. Fernando Subirats va a tener que correr para ponerse al día y prepararlo todo. —¿Cómo es? —Un nervio. Alto, delgado, parece que le han dado cuerda. Es un hervidero de ideas. Muy rubio, casi albino. Su madre era holandesa y él salió a ella. —¿Qué edad tiene? —indagó con una ceja arqueada. —Alrededor de cuarenta. De todos modos el lunes traerá la documentación para fotocopiar y podrás comprobarlo. —¿Casado? —Ni idea. No lleva anillo. Me parece un hombre
muy
comprometido con su trabajo. Sé que trabajaba para una empresa publicitaria muy fuerte y que quería independizarse hace tiempo. Ha formado su propio equipo y nosotros debemos de ser uno de sus principales objetivos. Es un buen negociante. Sabe como
sacar
porcentajes de todo. —Obvio. No ha dejado su trabajo anterior para ganar lo mismo. —Bien. Te dejaré un informe de lo que se ha tratado en la reunión antes de irme a casa.
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—Acuérdate que nos vemos esta noche en mi casa. Celebramos tu coronación. —Llevaré el vino y el resto de los ingredientes de la sangría. —¡Faltaría más! —exclamó riendo Flora, que tenía esa bebida como debilidad— Trae el vino, el resto ya tengo en casa.
Alejandro se cortó afeitándose. Maldijo mientras buscaba el agua oxigenada. Estaba nervioso como un adolescente. Se miró en el espejo el pelo que se rizaba rebelde en la nuca y se insultó por no haber aceptado ir a casa de su hermana a que se lo cortara. Eran ya las seis y media. Bufó pensando que no había tiempo. Su hermana vivía en la otra punta de la ciudad. A veces pensaba que se había comprado la casa bien lejos de sus padres a propósito. Aunque de poco sirvió, pues al jubilarse su padre, juez de profesión, él y su madre se habían mudado a Alicante, ciudad natal paterna. Preparó el traje negro, dudando si ir más informal. Pero tras cambiar de parecer un par de veces acabó quedándose con su primera elección. La luz entraba en su cuarto, iluminando una cama enorme, hecha a medida. Casi a ras del suelo. Las cortinas de color blanco roto, llegaban hasta la mitad de la pared, con adornos de soles bordados en los bordes. Alex se puso los boxers y descartó la camiseta. Su pecho velludo quedó oculto por la camisa nueva y blanca, el pantalón del traje clásico era cómodo y le sentaban bien.
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Era un hombre a quien le sentaba bien casi cualquier cosa. Tenía percha. Como le decía su madre. A regañadientes se puso la corbata, era una de las incomodidades obligatorias que más detestaba. Las tiraría todas. A las siete cogió el coche, y se fue a la floristería a recoger los dos ramos. Se sentó en el coche a escribir las tarjetas y las colocó en sus correspondientes ramilletes. Buscó la dirección y encontró la planta baja de Flora en una zona residencial frente a un parque infantil enorme, con arboledas y aparatos de recreo. Se pellizcó la nariz. Respiró hondo sintiendo un nudo en el estómago y se bajó del coche.
Susana se pintó los labios en el espejo del baño de Flora. Su vestido rosa pálido era suave y ligeramente infantil en sus formas. Escote cuadrado, guardando sus generosos pechos con una discreción absurdamente prepotente, y una tela suelta y vaporosa que le llegaba debajo de las rodillas. Tirantes gruesos y estables se unían en la espalda con un adorno de un broche negro, y los bajos del vestido, tenían el mismo dibujo en el mismo color oscuro. El chal azul cielo, la abrigaba del aire frío de la noche. Ese vestido se lo había puesto tres veces. En la boda de Elena y David. En una fiesta de Gorditas a la Carta y ahora, esa noche. Era un vestido que a pesar de su sencillez, era cálido y daba sensación de placidez. Se retiró el cabello suelto y salió del baño tropezándose con Beto.
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—¿Cómo está mi pelirroja bella? —la abrazó delicadamente besando su coronilla. —Hola Beto, que alegría verte. Tú eres una de las sorpresas de esta noche. Me dijo Flora que me tenía tres sorpresas. —Seguro, la otra está detrás de mí —se apartó para dejarle ver a Samu, el haitiano que parecía un luchador de sumo. Ancho, alto, gordo y guapo, con su coleta en lo alto de la cabeza y su vestimenta asiática. Samu se acercó y le dio un abrazo confortable, haciendo desaparecer a la mujer entre sus brazos. —Felicidades Sus —la llamó por el diminutivo que él
siempre
usaba. —Gerente de Eventos —dijo Beto pomposo. Pasaron al salón con risas y explicándose novedades. Beto había trabajado en Gorditas a la Carta hasta dos meses atrás. Y Samu era amigo y futuro socio de David, el marido de Elena, la anterior Directora de
Gorditas a la Carta de Barcelona y futura del
centro por abrir. Samu se había trasladado a Miami, donde David y él iban a abrir el gimnasio. Beto sería el nuevo Relaciones públicas de la nueva sucursal de Gorditas a la Carta en Miami. Los dos eran pareja desde casi ocho meses atrás. Habían regresado de Miami el día anterior y
Flora le había
reservado la sorpresa de invitarlos a la celebración de su ascenso. Faltaba otra sorpresa, que llegó
acompañada de Manolo, el
marido de Flora, que fue quien le abrió la puerta. Susana se quedó con la boca abierta cuando Alex entró en la sala con dos ramos de flores.
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—Buenas noches —saludó con tono cantarín el recién llegado. Beto saludó cortés sin moverse y sin retirar el brazo que tenía sobre los hombros de Susana. Observó que Alejandro miraba ese gesto y entrecerraba los ojos. Beto sonrió ampliamente ante lo que reconoció como: “en guardia”. Flora apareció en ese momento y saludó efusivamente al invitado. —Oh! Son preciosas —agradeció aceptando un ramo de rosas amarillas y blancas y, pendiente, de reojo, de la reacción de Susana— y este otro ramo supongo que será para la homenajeada. Mira que bonitas Susana. Ésta se aproximó hasta ellos con cierta reticencia. Alex le tendió el ramo y ella aceptó el ramo de rosas rojas con una sola rosa de color rosa en el centro. —Gracias —logró articular después de la sorpresa. Las olió para esconder la cara en algún sitio. Su perfume era embriagador. Manolo hizo las presentaciones entre los hombres, mientras Flora y Susana descubrían las tarjetas en los ramos. Flora leyó la suya: Gracias. Desde luego se había roto los cuernos pensando —sonrió y se acercó indiscreta a Susana, leyó por encima de su hombro: “dame una oportunidad”. Bueno, pensó Flora, en esa había sido más elocuente, pero no mucho. Susana estaba roja como la grana. Pero en ella eso era habitual. Se ponía roja por un “buenos días”. Susana no sabía donde meterse. Siguió a Flora a la cocina mientras ésta decía no sé que de meterlas en agua. La cuestión era desaparecer lo antes posible.
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—¿Cómo has podido hacerme esto? —Casi lloró Susana— lo has invitado a cenar. —Mujer. Es un hombre guapo que te va detrás y estaba pidiendo ayuda a gritos. Como sé que no hubieras aceptado su invitación, esa que te hizo esta tarde y que tan gentilmente rechazaste, pensé que cuando se te pasara el enfado te gustaría escuchar sus explicaciones de nuevo. Es muy divertido. —Me has arruinado la noche. —No exageres. —Estoy muy enfadada. —Solo tienes que hablar con él. Seguirle el juego. —No sé seguirle el juego —masculló llenando un jarrón que ella le pasara— no sé las reglas de las citas. No sé como comportarme. —Sé tu misma. —Se aburrirá como una ostra. —Hasta ahora lo has hecho muy bien. Yo no me preocuparía gran cosa por ese detalle. —Me gustaría meter la cabeza bajo tierra como los avestruces. Flora.
—No es una buena cosa dejar el culo fuera en esta reunión —rió
Beto, encantador, como siempre, hizo sentar a Susana en un sillón y él se sentó en el brazo del mismo mientras le acariciaba el hombro desnudo, con un dedo, con sedosa parsimonia. Flora sabía que era un gesto totalmente deliberado. Conocía la mente de ese hombre hechicero del encanto. Se había dado cuenta del
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interés de Alejandro por Susana y jugaba a ver la reacción de macho de él. Flora recordaba que había hecho lo mismo con su amiga Elena y David. Le gustaba poner las cosas difíciles. Samu sonreía de oreja a oreja, mientras su pareja interrogaba descarado al tercer invitado sorpresa. —Y dices que eres Ingeniero —decía Beto con su cara perfecta y su expresión interesada— ¿Haces edificios? —Me especializo en presas. Puentes. Ese tipo de cosas —respondió Alex sentado desde enfrente e intentando dejar de mirar la mano que acariciaba el hombro de Susana— acabo de llegar del Cairo. Los últimos tres años estuve trabajando allí. —Que interesante —interrumpió Samu— ¿Estás de vacaciones? —Algo por el estilo. Un descanso de tres meses.
En julio, a
finales, me voy a Argentina. Un nuevo compromiso por casi tres años. —Que lejos —exclamó Flora— ¿Siempre trabajas fuera de España? —Los últimos años sí. Tengo planes de regresar para establecerme definitivamente en España al terminar mi contrato en Argentina. Digamos que es mi última escapada. Para que le ofrezcan a uno puestos interesantes tiene que hacer currículo. —Yo pensaba que los puestazos ya estaban todos dados —dijo Beto con sonrisa irritante. —Seguramente, por eso tengo que esperar a que mi antecesor se jubile para acceder a su puesto. Y por eso me voy a la Patagonia. —Ha hacer tiempo... —razonó Samu— ¿Y planeas quedarte estos tres meses aquí? —Bueno —miró la copa que le entregaba Manolo y le dio la gracias para continuar— espero irme antes para alquilar una casa allí y
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acomodarme antes de incorporarme al trabajo y reunirme con mi equipo. —Un trabajo nómada. No estás casado entonces —aventuró Beto. —No. Pero mi profesión no está reñida con el matrimonio — aseguró mirando sin querer a Susana, que en ese momento agarraba la mano de Beto y se la quitaba de encima, acomodándose el chal sobre los hombros y cubriendo sus pechos. —Tu copa Susana —interrumpió Manolo pasándole un vaso largo. —Y hablando de todo —aprovechó Flora para cambiar de tema— ¿Cómo van las cosas por Miami? Samu se lanzó a explicar como se iban adaptando a la nueva ciudad. Por gestos, actitud y otros detalles, a Alex le resultó evidente que Beto y Samu eran pareja. Alejandro reunió toda la información que pudo de los comentarios que escuchó. Se dio cuenta de que él, era el intruso en la sala. Los demás todos se conocían y se tenían confianza. Reparó en un par de sonrisas maravillosas y sinceras de Susana hacia Samu y Beto. A parte del tirón de envidia momentáneo, una calidez le anidó en el bajo vientre deseando esa sonrisa para él. Todavía no había tocado a Susana. Tomó un trago de su martini seco. Beto la tocaba continuamente con una confianza y familiaridad espontáneas. Ella le empujaba y le devolvía los toques o los empujones. Flora trajo una bandeja de canapés, y después de comer uno, a Susana se le metió una miga por el escote, Beto metió el dedo para sacarla y ella rió antes de reparar en que era observada por Alex. De repente se puso roja como la grana y estuvo un rato más callada. Alejandro se dio cuenta de que era una mujer que necesitaba de tiempo para coger confianza. Supo que tenía que armarse de paciencia si quería obtener algún resultado.
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Cuando pasaron al comedor, fue una sorpresa agradable verse sentado al lado de Susana. Alejandro vio que los hombres se quitaban la chaqueta y él hizo lo mismo. Su brazo con camisa, rozó el brazo desnudo de ella y sintió que saltaban chispas. Un par de roces durante la comida, unos cuantos movimientos de risa que agitaron su pecho orondo y una mirada algo más abierta y distendida de ella debido a la sangría, y él estuvo sexualmente excitado durante toda la cena. Procuró tocarla lo menos posible, lo que a ella la tranquilizó. Hablaron con todos los de la mesa, lo que la tranquilizó aún más. No la monopolizó en absoluto. Entre otras cosas porque se contenía para no susurrarle alguna cosa atrevida o insinuación sensual. Si quería entrarle era mejor mantener algo las distancias y parecer el buen chico con el que ella se sentía cómoda. Se habló de trabajo. Se contaron chistes. Se felicitó con un pastel de fresa a Susana y se le cantó: “por ser una chica excelente”. De forma totalmente natural, Beto, llegó a la conclusión de que Alejandro era un buen tipo, y lo invitó, junto con toda la tropa, a pasar el día en el yate que tenían anclado en Sitges. Alejandro aceptó raudo. Y antes de que se acabara la noche, ya estaba programada la excursión. —Pues podemos ir en dos coches —dijo Flora— si tú —miró a Alejandro— recoges a Susana, y Manolo y yo salimos de aquí, mejor. Nosotros tenemos que regresar más temprano. Los padres de Manolo nos esperan a cenar. —Oh, no te preocupes —se precipitó Susana comenzando a ponerse nerviosa— no tengo problemas en bajar más temprano. —Está bien así, Susana, cuando quieras regresar, yo te traigo —le aseguró Alex.
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Susana se calló y miró con cara de pocos amigos a Flora. —Bueno, familia —se levantó Beto— nosotros ya nos vamos que son casi la una y tenemos que ir para Sitges ahora. —¿Queréis quedaros a dormir aquí? —invitó Flora. —Sí, hombre —secundó Manolo— hay espacio de sobra. —Gracias pero tenemos que levantarnos temprano para preparar vuestra llegada —agradeció Samu— intentar llegar pronto y así saldremos a dar una vuelta con el barco. Hace buen tiempo. —No podréis bañaros porque está el agua fría todavía, pero es muy agradable. Llevar chaqueta —rió Beto. Se fueron mientras Flora se iba a preparar un café para los presentes. —Parecen muy buena gente —comenzó la conversación Alejandro cuando estuvieron solos, pues Manolo había ido a ayudar con las tazas a su mujer. —Lo son —contestó con su voz suave y cubriéndose de nuevo con el chal. Un breve silencio sobrevino en la sala. —¿Me has perdonado ya? —Mejor no me lo recuerdes. Me siento ridícula nada mas pensarlo. —Por favor, no te sientas incómoda —pidió mirándola casi de frente en su silla. —Eso es fácil decirlo. No eras tú el que estaba en bragas —ella alzó los ojos para mirarlo de frente. —A riesgo de repetirme y que te enfades, ese es un episodio que me encantó. Y muy divertido para contar a tus nietos. Ella sonrió levemente. —Bien. Olvidémoslo.
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¿Olvidarlo? —Pensó él— Si estaba deseando repetirlo. Pero se contuvo porque se dio cuenta de que era dar un paso atrás con ella. —Olvidado —finiquitó mirándola serio y recibiendo su café— Umh...que bien huele.
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CAPÍTULO 3
Lema de hoy: “una faja no es un milagro viviente”. Respirar también es importante. Y le pedí a Dios: por favor, sino me ayudas a adelgazar, por lo menos engorda a mis amigas. Gracias. Amén.
Alejandro había quedado en recogerla a las ocho de la mañana. Eran las siete, y ella estaba luchando con una faja de color blanco impecable. Quería ponerse un vestido veraniego y si quería lucir algo más estilizada, la faja era imprescindible. Aunque incómoda, cumplía su cometido de alisar las formas rotundas. Eso sí, respirar era una tarea enorme. Logró ponerse la faja tipo body, que iba desde encima de la rodilla hasta los pechos. Un cuarto de hora después, se dio cuenta que el sufrimiento era tan grande, que le arruinaría el día. Tristemente, se quitó la faja y se resignó a ponerse un pantalón cómodo azul oscuro y un blusón ancho y naranja de manga media que le llegaba por medio muslo. Se calzó unas alpargatas con algo de tacón y una chaqueta de manga larga por si refrescaba. En el bolso llevaba una gorra deportiva y unos calcetines. Se pintó los labios y se puso algo de sombra verde en los párpados. Recogió su cabello en una coleta no muy alta y se preparó un café largo y cargado. El timbre del interfono sonó diez minutos antes de la hora programada. Ella atendió el telefonillo.
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—Buenos días. Ya bajo. —Espera, ¿es posible que me invites antes a un café? —Claro. Sube —le abrió y preparó una taza para servir. Le abrió sonriente y pestañeó ante sus expresivos ojos entusiastas. Su estatura la impresionó, como siempre que lo veía bajo el dintel de una puerta. —Pasa —invitó y después de cerrar la puerta lo guió a la cocina. Hubo un instante de confusión en el cual pareció que él iba a saludarla con un par de besos, pero ella, al moverse tan rápidamente, frustró la intención— ¿Cómo quieres el café? —Negro y con mucha azúcar. Es mi batería por la mañana. —Tendrá que ser azúcar de caña. —Excelente —se sentó en la silla que le ofreció Susana en la cocina. Era un cuarto acogedor, no muy grande pero muy bien aprovechado. La mesa estaba acompañada con dos sillas. La otra la ocupó ella después de prepararse un segundo café y de poner la cafetera frente a él por si quería más. Susana contó las cuatro cucharadas de dulce que casi desbordaron el café. —¿Te gusta? —susurró viendo el rostro de placer por el sorbo de café. —Me pirra —rió discreto— he probado cientos de tipos de café, en muchos lugares distintos del mundo. Algún día tienes que tomar el que hago yo. Soy un experto. —A mí también me gusta el café. Pero también tomo té. —Definitivamente yo soy partidario del café en todas sus formas ¿Queda más?
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—Naturalmente —sonrió ante su evidente contento. Le sirvió la taza que él llenó de azúcar de nuevo. —Muchas gracias por la inyección de cafeína —se levantó después de tomarse el líquido de golpe— cuando quieras nos vamos. Ella observó los tejanos ajustados que vestía y su camiseta blanca de manga corta por fuera. Llevaba un polo azul sobre los hombros de forma casual, las mangas de éste descansaban sobre su torso. Mientras se levantaba y cogía su bolso, las llaves y repasaba que no se quedara nada descuidado o por hacer, iba pensando en lo natural que era su conversación. Desde la noche anterior, su comportamiento era muy relajado. Había pasado de querérsela ligar con insinuaciones que la sonrojaban, a un trato amigable y casi impersonal. Sea como fuere, era un terreno mucho más transitable. El coche de Alejandro era un Toyota todo terreno que parecía equipado para la guerra. Alto y grande como él. La impulsó por el codo para subir, ayudándola con gesto casual. No pararon de hablar durante todo el camino. Hasta llegar a Castelldefells, la conversación fue ágil y muy fácil de llevar. El trabajo de él, el trabajo de ella... de aquella manera en que se indaga sobre la otra persona sin presión y con conversación agradable. Luego, algo cambió. Después de un comentario chistoso que Susana rió, el lanzó la primera pregunta personal sin anestesia. —¿Tienes novio? La risa de ella se detuvo y fingió asegurarse mejor el cinturón. —No. —Es curioso que trabajando en Gorditas a la Carta no tengas pareja. —Trabajo allí. Tú lo has dicho.
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—Me encanta vuestro lema —rió repitiéndolo— “Somos gorditas y tenemos razones de peso para gustar a los hombres”. —Cosa de Carol y Elena —sonrió cautelosa— ellas iniciaron el proyecto. —Carlos me dijo que teníais lleno. Hay mucha demanda. —Al ser una agencia seria, los clientes que acuden se aseguran que el trato de ambas partes es de respeto. —Siempre me he preguntado por qué funcionan las agencias que facilitan encontrar pareja. Nunca me lo había planteado, y cuando mi hermana me explicó sus dificultades para relacionarse con personas del sexo opuesto y su disposición a apuntarse a Gorditas a la Carta, he de confesar que me chocó. —Todavía hoy en día la gente tiene desconfianza de este tipo de servicios. Algunos piensan que son prostíbulos solapados o lugares donde encontrar a alguien con quien tener una relación sexual ocasional. Nosotros en los contratos tenemos cláusulas muy concretas. Proporcionamos soporte logístico para los primeros encuentros. Y he de decir que el noventa por ciento de los que se apuntan tienen intenciones limpias y muy claras respecto a lo que desean. Buscan pareja estable. Alguien a fin. —Almas gemelas —sonrió con voz cantarina y romántica. —No te burles —lo riñó. —No lo hago. Yo soy un hombre muy romántico —puntualizó sin desviar la mirada del frente— cuanto más mayor me hago, más romántico soy. Cuando era joven era menos detallista. Los errores me han enseñado lo importante que es cuidar de la pareja. Y tú — interrogó— ¿eres romántica?
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—No estoy muy segura —dijo seria— al contrario que tú, con el tiempo he ido perdiendo ilusión y como nunca he encontrado a alguien verdaderamente romántico que me demuestre que eso existe, me he vuelto algo reticente a creer que todavía hay hombres así. Más bien creo que está en vías de extinción. —¿Quién diría qué tu trabajo es emparejar a los demás? —No. No lo es. El mío es un trabajo práctico. Además yo me ocupo de la parte superficial. Fiestas, concursos, excursiones, clases, encuentros… digamos que es la parte coloreada. Luego es cuando se puede perfilar algo interesante. —¿Tienes una personalidad múltiple o algo así? —bufó Alejandro. —¿Qué? —pestañeó confundida. —Pareces un tímido jazmín. Y resulta que eres una mujer que ha perdido la fe en el amor. —Nada de eso. Nada más lejos de dar esa impresión —se agitó— es solo que procuro tomarme mi trabajo sin que sea algo personal. —¿Por qué? —Envidia —rió encogiéndose de hombros— supongo. —Eres de un honesto que golpea —la miró de reojo. —Bueno. La verdad es que esta es una conversación extraña. No suelo hablar de este tema de una manera tan profunda. Me limito a llevar lo mejor que puedo mi trabajo. —En casa del herrero, cuchillo de palo —comentó él. —Algo así. La verdad es que soy bastante tímida y la forma más fácil de encajar en todo esto ha sido verlo desde fuera, sin implicarme. —Cualquiera diría que estás fuera del mundo. —A veces pienso que lo estoy —se le escapó la frase sin pretenderlo.
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—Quizá deberías experimentar eso que vendes a los demás en tus propias carnes. —Me parece que se me ha pasado la época de jugar a las citas — rió queda. —Dudo que exista una edad para dejar de probar encontrar a tu media naranja. —Después de ver tantas mujeres y hombres venir a buscar el amor, cuesta creer que sea una cosa fácil. Si existiera el amor a primera vista, todo sería más rápido. No habría necesidad de intermediarios, ni habría intentonas fallidas. Iríamos directos al grano. —Pues yo sí creo en la atracción a primera vista. Aunque también soy de la opinión, de que el amor es algo que llega con el roce. —Eso es química —adujo ella. —Química, vibración similar, amor, cariño, paciencia, ganas, todos son ingredientes necesarios para que una relación funcione. —Demasiadas cosas para que se den en una sola relación. —Algunas son espontáneas, otras hay que trabajarlas. —Jajajaj, —rió Susana admirada a su pesar— deberías trabajar tú en Gorditas a la Carta. eres como una publicidad andante. Harías que la gente volviera a creer en el amor. —Supongo que cualquiera que haya estado enamorado puede hablar como yo ¿Nunca has estado enamorada de esa manera? ¿Nunca te ha faltado la respiración al ver al hombre que amas? ¿Nunca te has sentido lo suficientemente querida como para devolver ese amor multiplicado? —Tendrías que cambiar de profesión —dijo medio en broma. —Me basta con convencerte a ti. Parece que te has perdido una de las maravillas de la vida.
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—No necesito que me convenzan de nada —atajó seria de repente— estoy bien como estoy. —Eso lo veremos —susurró bajo sabiendo que ella lo había oído— ya hemos llegado ¿Por donde voy? Ella ignoró cualquier otra cosa que no fuera la última pregunta y le indicó por donde girar.
Beto y Samu les esperaban en un bar desayunando unas torradas con tomate y aceite de oliva. Les invitaron a sentarse y les dijeron que Flora y Manolo se habían excusado muy de mañana pues los padres de él tenían problemas y debían llevarlos al hospital. Nada grave. De repente, se vio ella sola con esos tres hombres. Tragó en seco. Se sentía cómoda con Beto y Samu. Hacía ya un año que los conocía, pero el tercero en discordia, y sobretodo después de la conversación mantenida, era Alejandro. No sabía a que atenerse con él. El barco era precioso, y Beto y Samu se encargaron de su manejo. Alejandro se dispuso a ayudar, mientras a ella la sentaron cómodamente en el banco de madera frente al timón. Susana disfrutó de la brisa en la cara y cerró los ojos cara al sol, mientras el aire le golpeaba el rostro. Se alejaban del puerto cuando Alejandro se sentó frente a ella, y contempló la expresión relajada, casi de éxtasis de la mujer. Una mujer mucho más complicada de lo que hubiera querido.
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Había llegado a la conclusión de que Susana tenía miedo a amar. Le gustaba mantener las distancias y se privaba del amor. Descartaba una noche pasional loca y el luego de “si te he visto no me acuerdo” porque ella tampoco era de ese tipo que no quiere compromisos y se conforma con un revolcón. Y él tampoco era así. Nunca lo había sido. Ciertamente, sí era un romántico. Era protector, usaba su impresionante físico para darle ese toque de caballero andante a sus gestos y modos. Lo había aprendido de su padre. Siempre había sido atento con su madre. Aún ahora, después de cumplir las bodas de Oro, se iluminaban sus ojos cuando miraba a su esposa. Tanto Gloria como él, ya con cuarenta años ambos, pues eran mellizos, no habían encontrado el amor del que gozaban sus padres y los dos deseaban esa relación con toda su alma. Susana le gustaba. Había sentido una atracción instantánea hacia ella y le parecía que merecía la pena explorar las posibilidades al respecto. Como estaba acostumbrado a la dificultad por su trabajo, no le era desconocida la sensación de reintentar tantas veces como fuera necesario. Esa pelirroja le provocaba ganas de sacudirla y eso, precisamente, iba a hacer. Por lo menos hasta que se movieran sus cimientos y la viera arder. Por lo pronto ya sabía que brasas, existían. Su cuerpo había reaccionado a su esplendorosa visión. Eso ya era un punto a su favor — sonrió contemplando su piel pecosa y su expresión de deleite— no todas las mujeres provocaban que su soldado se pusiera firme solamente con mirarlas. Eso no le ocurría desde que era adolescente y se excitaba viendo revistas de desnudos. Susana abrió los ojos y lo pilló mirándola. Se sonrojó vívidamente.
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—¿Sábes que eres muy guapa? —dijo él sin dejar de mirarla— Tienes unas facciones armónicas preciosas. Me recuerdas a esas hadas de los cuentos. —Di que sí —intervino Beto entrando en su campo de visión— tiene unos ojos que recuerdan a las hadas hechiceras. Y unos labios jugosos... —se acercó moviéndose despacio como si fuera a atacarla— Y esa nariz de duende —rió cuando ella le pegó un manotazo— y que decir de las pecas. Contarlas es el sueño de cualquier hombre. —Desde luego me encantaría contarlas —sonrió socarrón Alejandro haciendo que Susana
no supiera donde mirar ante la
vergüenza de los comentarios de ambos. —¿Queréis dejar de meteros conmigo? ¿No tenéis algo mejor que hacer? —Me encanta meterme contigo. Es tan fácil sulfurarte —contestó Beto sentándose a su lado y dándole un apretón en los hombros. —Sí —rió Alex— es como un polvorín. Explota rápido. Supongo que será el temperamento de las pelirrojas. Siempre pensé que era un mito, pero ahora veo que no. —Exploto cuando me provocan —explicó con aire fingidamente calmado— Y os recuerdo que estamos en alta mar y que tengo ganas de echaros al agua. —Somos tres contra una —rió Beto. —No —habló Samu desde el timón— dos contra dos. Yo estoy de parte de Sus. Os estáis metiendo con ella. Y ella puede parecer tímida pero tiene un genio de mil demonios. Así que, dejar de meteros con la muchacha y ayudar un poco. Como es la única mujer, hay que cuidarla. Beto, prepara unas copas.
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—Son las once de la mañana —frunció el ceño ella— si empezamos con las copas tan temprano, a la hora de comer estaremos beodos perdidos. —De eso se trata —rió Beto levantándose a preparar la bebida. Alejandro se trasladó al lado de Susana. —Me da el sol en los ojos —dijo para justificar su traslado, mientras su pierna rozaba la de ella y su brazo se extendía rozando los hombros femeninos. Ella se ajustó sus gafas de sol y como estaba sentada casi de lado, él se acomodó también así, su rodilla quedó apoyada en el trasero de ella, que recurrió a toda su fuerza de voluntad para no moverse hacia delante. —Esto es vida —dijo Samu respirando hondo— alejados del mundanal ruido. Golpeando las olas ¿Oléis el mar? Llega hasta el cerebro. Susana no lo escuchaba. Solo estaba sintiendo. Tenía su propia conversación interior. Se imaginaba en bikini, con veinte kilos menos y una copa de Martini en la mano. Se imaginaba mirando a los ojos a Alejandro y bajando sus pestañas, invitadora. Se imaginaba que la miraba con deseo. Se imaginaba en su despacho, con el conjunto de encaje verde esmeralda sujetando sus carnes, y muerta de vergüenza. Plof! El sueño cayó de golpe. Beto apareció con dos copas de Martini con oliva incluida y paragüitas festivo. Susana medio sonrió. Al menos la bebida encajaba con su ensoñación. Alejandro y ella aceptaron sus copas y Beto volvió a bajar a por la de Samu y la suya.
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Susana dio un sorbo y se sintió decadente, mientras saboreaba el líquido frío por el hielo. Dos Martinis después, aparecieron delfines que los deleitaron a todos. Se asomaron por la borda raudos, mientras los veían saltar y acompañar el barco. Susana perdió las gafas de sol en el mar. Un gesto desesperado por cogerlas en vuelo casi la tira a ella también. Alejandro la sujetó por un brazo y la cintura. —¡Ey! —La paró atrayéndola hacia si y apoyando
la espalda
femenina en su ancho pecho. —Eran mis favoritas —gimoteó observando el horizonte y sintiéndose tonta. Mejor no tomaba más martines, pues comenzaba a portarse ñoña y nada mas le faltaba eso. Se apoyó de forma natural en su torax. Alex soltó su brazo y se agarró a la barandilla mientras sostenía contra si el cuerpo femenino con su mano apoyada debajo del pecho de Susana, que parecía medio ida. Permanecieron así durante unos minutos largos. Susana no se había sentido tan bien en toda su vida. La sensación de la mano grande de Alejandro en su vientre era caliente. Los dedos extendidos abarcaban todo su estómago, desde la cintura del pantalón hasta el aro del sujetador. Una languidez se apoderó de ella. Se sintió pequeña, cómoda. Mujer. Deseaba que esa sensación no se acabara nunca. Quería apoyar su cabeza en el hombro plácido del hombre, y así lo hizo. Su total abandono cogió a Alex por sorpresa, que tragó en seco mientras su cuerpo respondía a la suavidad del de ella. La coleta se había aflojado y el cabello se salía de su sujeción con la brisa cómplice. La cabeza de ella yacía sin tensión en la almohada de su tenso hombro, a la altura de su axila.
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Alejandro respiró hondo disfrutando de su cercanía y sintió tan natural crecer su entrepierna que no le incomodó. La presión del pantalón le fue agradable y el balanceo del barco contribuyó al roce placentero, casi mágico. Se estremeció ante un suspiro femenino. Si ella se había dado cuenta de su erección, no parecía en absoluto molesta. Era mas que evidente, pero sus cuerpos no estaban en un contacto lo suficientemente cercano como para que se sintiera descarado o intencionado el roce. Alejandro hubiera querido hacer algún comentario sobre las gafas perdidas, pero tuvo la sensación de que una palabra rompería el mágico momento, y calló. El barco giró un poco y Alex abrió las piernas para mantener mejor el equilibrio. Su entrepierna se contorsionó en un masaje continuo con la carne de ella y estuvo a punto de soltar un quejido lastimero, pues le apetecía empujarla contra la barra para que el contacto fuera más vivido y atrevido. Trastabilló y la soltó cuando ella dio un paso lejos de él, yéndose a sentar en los bancos de madera. Él se pegó a la baranda y buscó la brisa marina para que se despejara su calentura. Estaba sudando. Tenso. Su genitales, tirantes y dolientes. Sintió salpicaduras del mar y agradeció su frescura. Esa reacción de adolescente salido no era propia de él. Pese a que hacía meses que no tenía una relación sexual, era un hombre comedido, disciplinado y controlado. Salvo en ese momento. Masculló por lo bajo agarrándose a la barra metálica que lo sostenía. Respiró hondo y procuró pensar en hielo, frialdad, trabajo o cosas anónimas que lo distrajeron de su deseo inmediato. Tras diez minutos en soledad, vio a Samu señalando a su izquierda y miró hacia una cala que se abría delante de ellos
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—Podemos hacer allí la paella —anunció el asiático— anclaremos e iremos en la zodiac. Susana fue al lavabo antes de desembarcar. Todavía le vibraba el vientre por la sensación que había experimentado mientras era abrazada por Alejandro. “Así que eso era el deseo”, pensó mirando su rostro en el espejo. Nunca lo había experimentado de forma tan directa. La mano de él en su camisa, había hecho llegar a su piel un calor abrasador. El pecho de él había sido tan confortable que se hubiera quedado para siempre. Sintió el bulto de su erección en uno de los movimientos del barco, pero al principio no supo definir que era. Cuando ella se lo imaginó, pese a su exigua experiencia, el corazón comenzó a latirle rápido, y con cada roce, una oleada de deseo la sobrecogía. El último estremecimiento fue tan placentero que tuvo miedo de que se notara que estaba disfrutando descaradamente del roce de su virilidad y optó por desasirse. No dijo nada porque la voz no le salió, simplemente se apartó y se fue a sentar. Lo que en realidad le hubiera gustado es darse la vuelta y apretarse contra él más todavía, pero de frente. Pero eso es algo que jamás confesaría. Ni medio borracha como estaba. De hecho, ese punto beodo, era el que la había hecho disfrutar del momento y no salir corriendo ante el primer indicio de excitación. Se avergonzaba en ese instante y no sabía con que cara salir del baño. No estaba segura de si él se había refregado con ella o ella con él, pero que más daba. El deseo que había despertado en él la embriagaba ¿de verdad había provocado ella ese bulto enorme en él? ¿Así se siente una mujer cuando un hombre le demuestra su deseo?
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Apretó las piernas cruzándolas entre sí y abriendo el grifo se mojó la cara y luego reparó lo más que pudo la coleta. Lo mejor era seguir como si nada hubiera pasado. Como si fuera una mujer de mundo que esto lo viviera cada día. Sin importancia. Sin que se enterara de que era la primera vez que un hombre reaccionaba con deseo hacia ella, y, o, fuera ella consciente de ello. Cuando salió a la superficie, Beto y Alejandro ya estaban en la playa. Habían hecho varios viajes y finalmente, Samu había llevado a Beto con más utensilios y volvía a por ella y por unos ingredientes más. —Pensé que no te encontrabas bien —dijo Samu subiendo a cubierta. —Estoy algo acalorada. —¿Quieres un pareo y te quitas toda esa ropa? Hace calor. —No —rió rotunda— yo creo que esta semana ya he enseñado suficiente carne por un año. —Hay cierto misterio en la forma que os conocisteis —sonrió Samu— Flora tira chinas con segundas y nadie nos explica nada. —Poco hay que explicar. Una invitada me vomitó encima, yo fui al despacho y me quité la ropa para limpiar el vestido. Cuando estaba a punto de llamar a Flora para que me mandara a alguien de la limpieza, el entró y me pilló en bragas. Samu rió brevemente. —Bueno. Yo te he visto en traje de baño y tienes un desnudo bonito —arguyó el hombre. —Samu, no empieces tú también. A nadie le gusta que le pillen con la guardia baja. —Es un hombre íntegro. Le gusta bromear y le gustas. —Ya sabes que yo no estoy por la labor.
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—Mentirosa. A ti también te gusta. —No lo niego. Pero hay mucho trecho entre admitirlo y aceptar salir con él. —Tómate esto como una cita. —No lo es. Es una simple reunión de amigos. —A juzgar por como te abrazaba hace un rato yo no confundiría la amistad con eso. Susana se ruborizó ¿Es que lo había visto todo el mundo? —Yo ahora estoy muy dedicada a mi trabajo. Acabo de tener un ascenso y tengo mucho trabajo por delante. —Excusas. Se miraron mutuamente. A ella le brillaron los ojos, de un verde intenso por la luz solar. —Míralo a él y mírame a mí—subrayó señalándose. —Susana, Susana —le acarició la mejilla con suavidad— mira a Beto, y mírame a mí —repitió el hombretón. Beto era un dandy bello, guapo a rabiar. Delgado y fibroso. Presumido, ególatra y guaperas. Samu era igual que un luchador de sumo. Gordo y fuerte. Musculoso. De rostro confiable y por su ascendencia asiática, exóticamente atractivo. —Alejandro es un hombre singular —continuó hablando Samu— lo suficientemente seguro de si mismo como para saber escoger. Si te tira los tejos es porque le interesas. Además tiene pinta de ser bueno en la cama —le guiñó un ojo. —Ese es otro problema. No tengo mucha experiencia. Y no me veo capaz de tener un revolcón y que todo quede ahí. Es el primer hombre que deseo en mi vida y eso me asusta. Apenas lo conozco —resopló—
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no entiendo mi propia reacción. Soy una mujer centrada. Lógica. ¿Como puede ser que me derrita por un tipo que conozco hace tres días? —Bueno —carraspeó Samu— a veces lo que no pasa en un año, pasa en un día. No te digo que te sueltes la melena del todo. Se cauta, pero date una oportunidad. A lo mejor es el hombre adecuado. —El miedo es una costumbre difícil de erradicar. La hace a una ser excesivamente cautelosa —miró hacia la playa— por favor, no le comentes nada a Beto. —Tranquila, esta conversación queda entre el barco y nosotros. La ayudó a descender a la pequeña lancha y cogió un par de bolsas de mimbre con cubiertos y bebida. En menos de cuatro minutos, llegaban a la orilla.
—No tengo cobertura en el teléfono —se quejó Susana. —¡Relájate! —la tranquilizó Beto. —No es normal que Flora se pierda una oportunidad como esta — señaló la playa y la paella casi hecha. —Sí. Conociéndola —rió Beto— nos obligará a hacerlo el próximo domingo de nuevo. —Y accederás —sonrió Susana guardando el aparato— eso huele de maravilla. —¿Qué te apuestas a que Alex y Samu no tardan ni un minuto en llegar cuando les llegue este olorcito? —Inspiró teatralmente— Es que hago unas paellas que resucitan a un muerto —exclamó pomposamente. —Te lo dices tú todo —rió Susana siempre divertida con él. —Ya sabes que la humildad no es lo mío.
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—Por ahí vienen los dos. Y traen cara de hambre. Alejandro y Samu llegaron de su paseo con famélica disposición para dar buena cuenta del arroz. Colocaron unas sombrillas estratégicamente para que el sol no les arruinara la comida. Hacía calor y Susana ya tenía las mejillas sonrosadas. —Este tiempo es de verano. Estamos en Abril y eso de: “en abril lluvias mil”, brilla por su ausencia —dijo Samu sirviendo unas limonadas naturales a los presentes— el agua está relativamente caliente. A lo mejor luego me pego un baño. —Qué valiente —se burló Beto mirándolo de reojo– veremos si después de comer, cuando te coja la modorra, piensas igual. Si te dan a escoger entre siesta y baño, me parece que el agua seguirá sin tu presencia. Alex se puso de espaldas al sol y le prestó sus gafas a Susana, pero se le caían todo el rato, resbalándosele por la nariz. Finalmente optó por devolvérselas, y se cubrió como pudo con la gorra azul cielo que llevaba. Las sillas playeras plegables eran de lona y metal. Bajitas, coquetas y muy cómodas. Todos estaban descalzos, disfrutando de la arena en sus pies. Parecían pachás en la playa solitaria. Los cuatro, con el vino en cubitera,
helado,
las
tres
sombrillas
sombreando
el
pequeño
campamento y riendo y disfrutando de la comida. Acabando la paella, la silla de Samu se rompió. Los tres se levantaron para ayudarle. Achispados por el vino, se rieron ante la visión del asiático tirado en la arena de espaldas y riendo a carcajada batiente.
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Beto tiró de una mano, Susana de la otra, y Alex cogió sus piernas. Samu se resistió estirando de Beto y lanzándolo a la arena a su lado y atrayendo a Susana hacia él, provocando que cayera sobre su cuerpo. Beto se quedó tumbado en la arena, riéndose, Susana sobre el estómago de Samu, y éste con las piernas abiertas contemplando a Alejandro que levantaba las manos en gesto de rendición mientras se reía. Susana rodó y se tumbó en la arena, caliente y placentera. Alex se instaló a su lado y todos, en silencio, descansaron durante unos minutos largos. De repente Susana se percató de que eso se había convertido en una siesta. Miró a Samu y vio que dormía. Y hasta roncaba. Todavía con la silla entre las piernas, despatarrado. Con su voluminoso cuerpo vestido con pantalones pesqueros y blusa floreada. Su coleta de caballo en la coronilla impecable. Y un rostro plácido que contagiaba paz. Un metro más allá, Beto imitaba su languidez. Susana respiró hondo y miró a su derecha esperando encontrar a Alejandro dormido como un tronco. Pero éste, sin las gafas de sol, (a saber donde estaban), la observaba. —¿Te apetece dar un paseo? —susurró levantando la cabeza— Samu me enseñó una cala preciosa tras ese pequeño peñasco. Susana asintió con la cabeza y aceptó su mano para ayudarla a levantarse. A unos metros caminados, Alex dijo la primera palabra. —Me lo estoy pasando muy bien. Hacía tiempo que no me relajaba tanto. Beto y Samu, me caen genial.
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—Sí ¿Verdad? Son muy divertidos —sonrió con los ojos entrecerrados por el sol, pese a la gorra deportiva que llevaba puesta. —Me ha comentado Gloria, que este miércoles está invitada a una reunión. —Sí. Hemos organizado un encuentro para unas quince personas. Varias de ellas nuevos clientes que se anotaron este mes. —¿Puedo acompañarla? —dijo mirando sus propios pies que se mojaban con una ola solitaria. —No es habitual. En esa reunión solo van miembros del club. Como los llamamos. —En ese caso tendré que anotarme —contestó resuelto— ¿Puedo ir mañana a tramitar mi ingreso? —Sí claro. Pero aún así es un poco justo para que estés en la reunión del miércoles. —¿Puedes arreglarlo? —¿No crees que Gloria y tu os sintáis incómodos? —A mi no me importa —se encogió de hombros. —¿Pero, y tu hermana? No quiero causar conflictos familiares. Ni tampoco me gustaría que ella se cohibiera por tu presencia. —Hablaré con ella y si no está de acuerdo, no iré ¿vale? —Sí. Me parece correcto. —De todos modos, ya te adelanto que dudo que haya ningún problema. —¿Os lleváis bien? —Yo soy el mayor por unos minutos —sonrió socarrón— Y ese es nuestro único punto en discusión. Porque dice que lo tengo muy creído por ser el que nació primero.
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—¿Sois gemelos?
—se sorprendió Susana alzando la cara y
mirándolo. —Mellizos. De pequeños éramos inseparables. Empezamos a tener nuestras propias vidas cuando comenzamos a estudiar cosas diferentes y como consecuencia nos fuimos a vivir a sitios distintos. De niños nos intercambiábamos hasta la ropa —rió recordándolo— era de lo más normal que yo me pusiera sus faldas y ella mis pantalones. Volvíamos loca a mi madre —Susana también rió imaginándolo— era un juego divertido, como si intercambiáramos personalidades al vestir como el otro. Dejamos de hacerlo antes de que sus bragas me fueran pequeñas y ella usara sujetador. Hubiera sido más complicado usar rellenos. Susana rió. —Yo todavía no conozco a Gloria. Mañana tengo una cita con ella, porque viene a hacer un test de actividades. —¿Y eso qué es? —Pues hay algunos clientes que se apuntan a diversas actividades que tenemos. Clases de cocina, de baile, excursiones, incluso ahora se está creando un grupo de juegos de mesa. —Interesante. Es una idea buena para reunir a la gente a fin. —De eso se trata. Algunos que ya encuentran pareja siguen frecuentando los grupos porque el ambiente está muy bien y hacen grandes amigos. —Entonces la agencia cumple más de una función. —Procuramos dar opciones. Es demasiado frío ir directamente al grano. La gente se siente más relajada. Sin presiones, sabiendo que todas esas actividades le ofrecen la posibilidad de encontrar amigos a los que les gustan las mismas cosas.
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—Podríamos quedar para cenar esta noche y así me explicas todo esto mejor —aventuró Alejandro mirándola de reojo. —La verdad es que estoy algo cansada. Necesito algo de tiempo para mí—excusó ella— no soy buena compañía cuando estoy estresada —concluyó. —Pues yo no me he quejado —levantó las manos en símbolo de paz— pero lo dejaremos para cuando estés más relajada —desvió su atención para señalar un montón de rocas— mira, aquí es. Detrás de esta montaña de piedras está la cala. La ayudo a subir y mantener el equilibrio.
Se pararon a
contemplar la diminuta cala, en la que cabrían tres personas tumbadas. —Preciosa —dijo asombrada Susana, mientras él pasaba al otro lado y la ayudaba a bajar sujetándola de la mano. Se sentaron en la arena, de cara al mar. Escuchando las olas. Así estuvieron un buen rato, tumbados, simplemente estando. El sonido de música llegó hasta ellos. Se sentaron saliendo de su ensoñación y se sonrieron. —Beto y Samu ya están despiertos —aseguró Susana.
Cuando divisaron las sombrillas, sonaba: “melodía encadenada” y Beto y Samu estaban bailando. Susana los había visto bailar más de una vez. Eran una pareja curiosa y pintoresca. De la misma altura, quizá Samu parecía más alto por la coleta, se balanceaban abrazados. El faldón del blusón floreado ondeaba con un viento que un rato antes no existía.
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Beto apoyaba la barbilla en el hombro de su pareja, que hacía lo propio. Los dos con los ojos cerrados. Pegados. Susana miró de reojo a Alex, y éste sonrió, le tendió la mano y la invitó a bailar a su vez. Ella vaciló. Sin zapatos, parecía un champiñón con sombrero, al lado de una sombrilla cerrada. Él la estiró del brazo y la atrajo hacia si. Le colocó la mano en la cintura y, con el otro brazo, enganchó el femenino juntando sus palmas en el aire a la altura de su pecho. La arena no permitía muchos movimientos, así que se mecieron de un pie a otro. Los ojos de ella apenas llegaban a su cuello. Sus cuerpos no se rozaban. Ella se dejó llevar por el ritmo que él marcaba. La gorra escondía sus ojos de la vista de Alejandro. Salvándola de una mirada directa y puede que incómoda. Los dos dirigieron sus ojos a la pareja de hombres ajenos a todo lo que los rodeaba. Samu acarició el cabello de Beto y éste escondió su rostro en el cuello del asiático. Resultó un gesto tan amorosamente íntimo que Alejandro dio un giro algo brusco para desviar su atención de la pareja. Ella levantó la cabeza y la luz dio de lleno en sus ojos color esmeralda. Sonreía y pareció que iba a hacer un comentario que murió en sus labios cuando Alejandro miró su boca como si fuera un postre. Susana trastabilló y Alex, sin querer, la pisó. —Disculpa —el hombre apenas susurró sosteniéndola más contra si—para bailar lento, y más en este suelo, hay que pegarse más —le dijo con aire burlón— no es una pista de baile muy cómoda. Ella sintió el muslo masculino entre los suyos. Caliente y muy ancho.
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—Cualquiera
diría
que
estás
acostumbrado
—señaló
ella
intentando sonar natural. —¿Nunca has hecho una fiesta en la playa? Hogueras. Baile desmelenado o lento para tener la excusa de abrazarse. Cena fría. Velas en la arena... —No. Creo que no —cortó ella con ganas de chillarle que callara pues su imaginación se comenzaba a desbordar. —Pues sería estupendo que organizaras una de estas para los clientes. El ambiente relajado de la playa, palmeras, arena suave, música pegadiza. Un catering marinero y... —la apretó exageradamente obligándola a levantar el rostro hacia él— el ambiente está servido. Unas velitas para inspirar romanticismo —inspiró oliendo su cabello y acercándose hacia abajo, de manera que ella se inclinó hacia atrás, pegados sus cuerpos a partir de la cintura y sujeta por el brazo de él que casi la rodeaba— sería un éxito. Ella pensó que se caería. Se sujetó a su hombro y giró la cabeza hacia el suelo. —¿Y cómo los traemos? —solo pudo decir antes de dar un respingo ante el pensamiento de que él no aguantaría su peso. Él leyó la desconfianza en sus ojos. Temía que la soltara. La levantó lentamente, deliberadamente despacio, apretando su cintura contra él y sin soltarle la mano. Ella estaba tensa. Cuando estuvieron de pie, ella quedó a un palmo del suelo. Doblando la rodilla, la dejó en la arena con lentitud, haciéndola resbalar esos pocos centímetros a cámara lenta. Se enderezó con su muslo entre los suyos. Ella pareció moverse en un intento por mantener el equilibrio mientras todavía era sujetada.
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La mirada de ella lo esquivó y dio un paso atrás. El brazo de él le permitió el alejamiento. Aunque no mucho. Alejandro se sentía excitado. Sentía las sienes palpitándole intensamente. Por segunda vez ese día, estaba evidenciando un deseo que, por el momento, no parecía tener mucha reciprocidad. Susana mantenía la mirada baja, aunque el dudaba que estuviera fascinada con la evidencia de su deseo. Mas bien no debía saber adonde mirar. Le divirtió el nerviosismo evidente de la mujer. Su lado malvado disfrutaba del azoro de ella. De repente, la mujer comenzó a dar patadas a la arena y a chillar una palabra que al principio no entendió. —¡Garrapatas! —chillaba mientras se palmeaba, con la gorra, las piernas expuestas por el dobladillo del pantalón. Cuando los tres hombres se percataron de lo que decía y el por qué de su pataleta, se miraron los pies y los tres comenzaron a saltar y a procurar desprenderse de los viles bichos que habían despertado ante el calor de la sangre de los turistas. Susana, después de apartarse de la zona infectada de garrapatas, se quitó los pantalones y los sacudió. Tremendos escalofríos la recorrían mientras comprobaba sus piernas, ya descubiertas. Más tranquila, ya que había estado al borde de la histeria, miró a su alrededor para contemplar a los tres hombres en puro calzoncillo con las ropas tiradas por ahí y dándose manotazos por todo el cuerpo. Rió sin poderlo remediar. Samu se fue directo al mar. Beto lo siguió, y Alejandro, con sus boxers estrechos, contempló la risa, casi histérica, de la mujer. Estaba de pie, sosteniendo sus pantalones contra si. Por un momento, Alex se sintió como un tonto.
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Con las mejillas rojas de furia, vergüenza y unas cuantas cosas más, comenzó a caminar a grandes zancadas hacia la mujer. Ésta paró de reír cuando lo vio acercarse completamente decidido y resuelto a... Todavía no lo había pensado ella, cuando él se la echó al hombro. Ella chilló, esta vez con verdaderos gritos, mientras su pantalón se rebozaba en la arena, y él se daba la vuelta y, con pasos rápidos, pero seguros, se dirigía al agua, donde Samu y Beto resoplaban de asco, frío y quien sabe más. Ella le golpeó la espalda, incluso el trasero, donde pudo y alcanzó. Amenazó, suplicó, pero lo único que consiguió fue una mano descarada en la parte donde su trasero se convierte en su entrepierna. Indignada, cerró lo que pudo los muslos, y se quedó helada cuando sus pies tocaron líquido. Sin previo aviso, aterrizó en el agua. Estando bajo el líquido salado, y helado, solo podía pensar en una cosa. Darle una patada a Alejandro. Furiosa, roja como la grana e intoxicada de improperios, salió a la superficie. Los tres hombres la miraban. No reían. —Aquí se morirán —dijo finalmente Beto— no quedará ninguna. Susana ignoró a Alejandro que frente a ella, y con el agua hasta casi la cintura, la miraba. —Estupenda idea —ironizó la mujer— son las seis de la tarde — siseó entre dientes mientras veía su pantalón medio flotar mientras lo sujetaba— mi ropa está empapada. Y no tengo nada que ponerme. —¿Preferías ser devorada por las garrapatas? —sonrió Beto mirándose dentro del calzón sin disimulo. —Lo que hay que comprobar es que no se haya enganchado ninguna —dijo Samu— Será mejor que salgamos y sobre una toalla o algo nos comprobemos los unos a los otros.
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—Sí. Solo me faltaba eso —bufó Susana poniéndose mas roja todavía imaginándose la escena. —O podemos quedarnos aquí un rato —dijo con voz ronca Alejandro. Samu y Beto se pusieron a registrarse como monos en busca de pulgas. Susana se hundió hasta el cuello bajo el agua. Y nadó, alejándose un poco, no se le fuera a ocurrir a Alejandro hacer lo mismo que ellos. Alejandro se quedó como estatua, y, otra vez, más excitado que un león de feria. Mientras los demás se preocupaban de las garrapatas y si flotaban o no, él había tenido su mirada fija en la blusa de ella, pegada a sus pechos que se transparentaban en sus formas con total impunidad. Sus pezones, tiesos del frío, se alzaban apuntando hacia él. Se marcaban las tiras del sujetador. Con cada gesto que hacía mientras hablaba, sus senos se bamboleaban. Un obseso —pensó compungido— se estaba convirtiendo en un obseso. Las garrapatas atacando y él pensando en ponerle las manos encima a esa mujer desvergonzada que se paseaba ante ellos casi desnuda y marcando teta. Resopló aliviado cuando ella se alejó nadando. Pese al frío del agua, tenía el miembro tieso y dolorido. Estaba cabreado consigo mismo. Después del chapuzón, lo más probable es que ella estuviera enfadada con él. Por lo visto era su sino. Por mucho que intentara interludios románticos, acababa estropeándolo totalmente. Si lograba que ella le diera los buenos días ya sería mucho. Una cita ya iba a ser impensable, por lo menos por ahora.
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—jajajja, pues tenías que haberte visto la cara. Tú sí que estabas histérico —reía Beto. —Lo peor es que en ningún momento me vi ninguna garrapata encima —se desternillaba Samu— pero ante el grito de: “Garrapata”, fue como el grito de Jerónimo, despertó en mí, una reacción de invasión. —Pues yo te puedo asegurar que tenía los tobillos plagados de esos bichos —dijo Susana con el ceño fruncido. —Es que vosotros escogisteis un foco de garrapatas como pista de baile —se burló Beto. Los tres hombres tenían toallas alrededor de sus cinturas. Ella estaba cubierta con un pareo atado sobre los pechos, teniendo mucho cuidado de que no se abriera. Las ropas, incluida la interior, estaba secándose, si se podía decir eso a las siete de la tarde y casi anocheciendo. Habían recogido los bártulos y ya estaban en el velero. En el camarote, tomando un té caliente, la temperatura estaba bajando y ella empezaba a tiritar. —No me lo recuerdes —dijo apenado Alejandro, y miró a Susana suavemente —olvídate de lo que te dije antes sobre la buena idea que era traer a la playa a los clientes para hacer una fiesta. —Si peináis la playa antes para desinfectarla.... —rió Samu. —Me gustaría olvidar el incidente —se quejó Susana refregándose los brazos en carne de gallina.
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—Te daría mi toalla —dijo Alex que intentaba suavemente volver a sacarle una sonrisa, tarea difícil desde hacía una hora— Pero no quiero ofender tu pudor. —Por mí no te preocupes. Dame la toalla y tírate al mar —dijo ceñuda. —Creo que no te quiere —rió Samu divertido. Alex sonrió con cierta resignación. Le parecía que su avance del día había calado en un retroceso abismal en menos de un minuto. —Siento mucho todo este incidente. De verdad Susana. Ojalá pudiera borrar las garrapatas de la excursión. Ella lo miró directamente a los ojos, por primera vez desde que regresaron al barco. —No ha sido culpa tuya. Esos bichos estaban allí antes de llegar nosotros. Pero no me gusta que me traten como un saco de patatas. —Samu y Beto estaban en el agua y me pareció buena idea —miró hacia arriba— últimamente parece que no tengo muchas ideas acertadas. Beto se levantó y colocándose tras Susana se quitó la toalla y le cubrió los hombros. —Me voy arriba a ver si tengo los calzoncillos secos —besó la coronilla de la mujer y subió raudo las escaleras hacia la cubierta. Alejandro miró a Susana que se arrebujó en la tela caliente. Estaba seguro de que no se pondría nada contenta cuando supiera que su ropa no estaba seca todavía.
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Eran ya más de las diez cuando Alejandro conducía de regreso a casa. Susana iba apoyada en la ventana. Parecía medio dormida, pero en realidad él sabía que esquivaba hablar. Su ropa, naturalmente, estaba húmeda y salada en una bolsa de plástico en el maletero, al igual que la suya. Puesto que todas las prendas de vestir que habían llevado habían sido sumergidas, para evitar supervivientes. Beto había ido a comprar ropa a las tiendas abiertas para turistas en cuanto llegaron a puerto. Compró bermudas, largas, para ellos y camisetas playeras, y un vestido similar a los ibicencos, blanco con bordados, para ella. Ni que decir tiene que ninguno llevaba la ropa interior. Ella se puso encima el pareo seco, a modo de chal, para sentirse mas tapada. No podía decir que las garrapatas le habían arruinado el día, pero la última parte de la excursión había sido algo caótica. Susana no estaba enfadada con Beto o Samu, estaba cabreada con él. Alejandro se arrepentía mil veces de su pronto de tirarla al agua, había sido más una reacción infantil, que la intención de quitarle las garrapatas, ya que posiblemente ya no le quedara ninguna en el cuerpo, después de la exhibición de “muslamen” y la sacudida tipo “twist” que se había bailado. No le parecía buena idea insistir en una cena de gratificación, sobretodo si tenían en cuenta que ni ella llevaba bragas, ni él calzoncillos. De regreso a Barcelona, Susana pudo contactar por fin con Flora. Estaba todavía en el hospital con su suegro que estaba más grave de lo esperado y parecía que necesitaba una operación a corazón abierto. Susana decidió pasar por la clínica Quirón, donde estaba el padre de Manolo. Tenía la intención de ir a casa y coger el coche, pero
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Alejandro se ofreció a llevarla directamente. Claro está que la guisa no era lo mas adecuada, pero no dejaba de ser una emergencia y sino tendría que atravesar toda la ciudad de nuevo. Ella aceptó, casi pensando que él se merecía tener que acompañarla como castigo por su obligado baño. Así pues, él con sus bermudas floreadas por encima de las rodillas y su camiseta con la leyenda: ¿No tienes la tentación de tocarme? Y ella con su vestido blanco hasta los tobillos, de tirantes gruesos apretando sus pechos, pues era una talla menor a la suya, y un pareo azul estampado con delfines, como única chaqueta, subieron en el ascensor hasta la habitación quinientos nueve. Flora se levantó en cuanto entraron. Se abrazaron. —No era necesario que vinierais. Hace poco que se lo llevaron al quirófano. —¿Ya lo están operando? —se sorprendió Susana. —No se podía esperar. —Pues sí que era grave la cosa —se preocupó Alejandro— ¿Y tu marido? —Está en el bar con su madre. Yo me quedé en el cuarto para esperaros ¿Y esas ropas tan veraniegas? —los miró de la cabeza a los pies— muy playeros os veo para una noche de Abril. —Se mojó nuestra ropa. Toda —puntualizó Susana mirando de reojo a Alejandro que cambió de pierna inquieto y arqueó una ceja mirando directamente a Flora. —Está molesta porque no lleva bragas —se defendió el hombre viendo la expresión divertida de Flora.
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—Te recuerdo que tu tampoco llevas ropa interior —le devolvió el comentario con cara de resignación. —Que Fina —sonrió con una tos seca— la pone nerviosa saber que no llevo los “gallumbos” puestos ¿Ya sabes? —Le guiñó un ojo cómplice a Flora— Creo que ya la tengo en el bote. —Sí, casi —contestó con la atención fija en Flora— en el bote salvavidas. Casi me ahoga el muy animal. —Sin faltar. La culpa fue de las garrapatas —contestó serio de faz pero con los ojos en puro divertimento. —Lamento interrumpir tan entretenida conversación, creerme que me encantaría que me explicarais más detalladamente, porque no lleváis bragas y calzoncillos bajo vuestras ropas, pero ahora no lo disfrutaría lo suficiente. —Disculpa Flora, somos unos estúpidos —se avergonzó Susana— perdona por favor. —Deja de disculparte —rió al ver el rostro compungido de Alex— sentaros un ratito para hacerme compañía. Llevo todo el día aquí metida sin salir. —¿Quieres que vaya a por una pizza, o lo que sea? —se ofreció el hombre. —No. He comido, gracias. Y cenado también. El seguro médico que tenemos cubre todo. Nos han tratado muy bien. Solo que estoy cansada. Conversaron durante un rato. Hasta la llegada de Manolo y su madre Remedios. Tiempo después, viendo que no necesitaban nada, los dejaron descansar ante la promesa de llamar en cuanto supieran algo. Cerca de las doce, salieron de la clínica.
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Ella bostezó. Él se contagió. —Para cuando lleguemos a tu casa será la una. Hay que atravesar la ciudad. Si quieres puedes quedarte a dormir en mi casa —dijo Alejandro con sincera y desinteresada invitación. —Gracias, pero mañana no puedo ir a trabajar con esta ropa. Necesito llegar a casa. —Bien, pues pongámonos en marcha. Susana dormitó casi todo el camino. Tardaron menos, pues a esa hora no había tráfico intenso. Ella se bajó del coche y de golpe se le ocurrió devolverle la invitación, pues sabía que tenía que volver para atrás todo lo andado. —Tengo un cuarto de invitados —dijo apoyándose en la ventanilla abierta— si no te apetece conducir de vuelta, puedes quedarte. El la miró fijo, viendo su expresión adormilada. Sabía que era un convite llano, sin segundas, y que solo hablaba de dormir. Aún así, le parecía un crimen rechazar una ocasión como esa. Aceptó con la cabeza. —Voy a aparcar. Te lo agradezco porque estoy verdaderamente cansado. —Lo imagino. Allí tienes un garaje abierto las veinticuatro horas — le indicó la señal que se veía a la derecha— te espero aquí. —Mejor sube. Vas a coger frío —dijo amable— yo voy enseguida. Ella vio alejarse el coche y sintió un escalofrío. De repente se daba cuenta de que había invitado a Alejandro a pasar la noche en su casa. A un tipo que apenas conocía y que no llevaba calzoncillos. Bufó corriendo al portal. Le dio tiempo a hacer la cama de invitados, antes de que él picara al timbre de abajo muy discretamente.
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Le abrió la puerta y le llevó al cuarto. —Solamente tengo un cuarto de baño, así que si quieres darte una ducha antes de irte a dormir, úsalo ahora, que después iré yo. Mientras, prepararé un chocolate caliente. La cama está hecha. Hay más mantas en el armario si tienes frío. —Gracias, ¿tienes un albornoz que prestarme? —Lo siento. No. Te puedo dar toallas y este pareo —se lo quitó y se lo tendió. –Suficiente para salir del paso. Te lo agradezco porque estoy rendido. Ella salió hacia la cocina, él hacia el baño. El agua corrió exactamente dos minutos. Él salió con la misma camiseta y el pareo atado a la cintura. Ella le ofreció la bebida caliente y sonrió para si, recordando que bajo el pareo estaba desnudo. —¿De qué te ríes? —indagó él viendo su expresión divertida. —Estaba pensando, que como estás acostumbrado a intercambiar tu ropa con la de tu hermana, a lo mejor no te importa que te deje una de mis bragas —sonrió mas ampliamente mientras se sentaba frente a él en la mesa de la cocina. —Estás muy ingeniosa para estar medio dormida. Te aseguro que con tus bragas no haría lo mismo que lo que hacía con las de mi hermana —le guiñó un ojo y tomó otro sorbo para no morderse la lengua pues le apetecía decir lo que haría con sus bragas. Ella se sonrojó y se levantó de nuevo. Yéndose al fregadero para entretenerse limpiando un par de cacharros mientras hablaba. —Mañana me levantaré a las siete. Y, a las y media me iré. Dejaré café preparado. Cuando te vayas cierra de golpe. Estás en tu casa.
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Se secó las manos y, conteniendo un bostezo al darse la vuelta, lo miró. Estaba apoyando la espalda en la pared. Sentado de lado, de manera que el respaldo de la silla lo usaba para poner el brazo. Su cabeza descansaba hacia atrás, su rostro relajado. Su vaso estaba vacío. Tenía las piernas cruzadas y el pareo azul cielo le cubría hasta casi las rodillas. Iba descalzo. Ella lo miró con libertad por primera vez desde que lo conociera. Era un hombre grande. No podría decirse que muy guapo, más bien atractivo, con facciones anchas, muy acorde con su tamaño. La boca grande de labios gruesos y sonrisa fácil. Ojos de pestañas cortas y tupidas de un negro intenso. A su cuello de toro, le seguía un torso peludo que ella había visto esa misma tarde. Mirarlo le gustaba. Sentía un calor placentero. Se podía decir que era un placer mirarlo. Le pareció que estaba con los ojos cerrados, por eso le sorprendió que le hablara. —Será mejor que te vayas a dormir —dijo la voz masculina en un tono ronco y muy bajo. Ella dio un respingo y tiró el trapo para salir de la cocina en unos segundos. Solo las normas del decoro le habían impedido levantarse y comérsela a besos. Mientras lo miraba abiertamente, allí, de pie, sin moverse, bebiéndole con los ojos, él se iba calentando por segundos. Ella le había hecho una oferta completamente inocente al invitarlo a dormir en su casa, pero estuvo tentado a saltarse a la torera su intención de ir despacio. Había sentido crecer su miembro, cubierto por su mano, que descansaba en el pareo, y solo con su fuerza de voluntad no había soltado un quejido lastimero ante el rostro pecoso y relajado que lo
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observaba a placer. Al tener la cabeza echada hacia atrás, sus ojos parecían cerrados, pero tenía una visión muy clara de ella, de pie, frente a él, apenas a un metro y medio de su cuerpo. Primero había contemplado su trasero, sin bragas, a contraluz, podía ver totalmente su carne rosada, casi podía ver sus pecas en su piel. Cuando acabó de fregar y se dio la vuelta, el estuvo a punto de caerse de la silla. La misma transparencia seguía allí. Frontalmente se vislumbraba su pubis y sus redondas caderas. Escuchó el ruido de la ducha. Era ella. Estaría desnuda. Un quejido lastimero lo sacó de su propio trance ¿sería posible ese deseo loco y desaforado? Hacía una semana no la conocía. Ni sabía de su existencia y en esos momentos ardía por ella. Nunca había sentido tan intensamente el deseo. Pero lo que más le preocupaba era lo que acompañaba esa lujuria tan intensa. Se fue al cuarto , sabiendo que no iba a dormir. Vio, de pasada, el jarrón en el centro del comedor con las flores que le había dado el día anterior. Ni siquiera se había fijado hasta ese momento. No olió su perfume. Tenía las fosas nasales ocupadas por otros sentidos mas agudizados, como por ejemplo el oído. Solo podía ver una cosa en su mente. Las pecas de la pelirroja, con el cuerpo que las acompañaba. Se tiró boca arriba en la cama. Su mástil tieso y dolorido. Quiso contar ovejas, pero solo veía pecas.
Cuando Susana se levantó y se vistió en su propio cuarto, rauda y veloz, Alejandro ya hacía rato que pululaba por la casa inquieto.
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Se deslizó al baño ya oliendo el café recién hecho. Con el cerebro a cien por hora, hizo sus abluciones matinales y se maquilló ligeramente. Entró en la cocina pisando fuerte, con una actitud de mujer ocupada que se tiene que ir a la oficina a arreglar el mundo. Toda su coraza se cayó cuando lo vio a él en medio de la cocina con su pareo puesto en la cintura, sin camiseta y con una taza de café. La había oído salir del baño y la estaba esperando. Cuando ella se detuvo, él sonrió, dio un paso para poner la taza en la mesa y le dio los buenos días. —Buenos días. Qué guapa estás —dijo mirando su vestido azul de falda estrecha hasta las rodillas y el chaleco a juego. —Buenos días —se compuso ella mirando su taza de café y sentándose conteniendo las ganas de seguir mirando su pecho descubierto— no pensé que te levantaras tan pronto. —En realidad es que no he dormido muy bien y me levanté hace rato —se sentó frente a ella y siguió hablando— he encontrado estas galletas y esta bolsa de magdalenas. —No gracias, tengo el estómago cerrado. Me tomaré algo en el trabajo. Supongo que hoy me espera un día laborioso. Dudo que Flora pueda venir. No sé si llamarla ahora. A lo mejor está durmiendo. —Lo dudo —miró su reloj— ¿Otro café? —Sí, está delicioso —se sorprendió ella. —Ya te dije, que en cuestión de cafés soy un experto. —Pues no mentías —sonrió aceptando una segunda taza— está dulce. —Sí. Es un truco. Lo bato con azúcar antes de servirlo. —Y huele de maravilla —respiró ella cerrando los ojos. —¿Qué tal dormiste?
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—Bien —contestó abriendo los ojos y localizándolo sentado frente a ella— el rato que pude dormir. Si te digo la verdad, me despertaban asuntos del trabajo que tengo pendientes. Me preocupa como abarcaré toda la faena, si la supersónica de Flora, falta. Esa mujer es un terremoto. Hace malabarismos con su tiempo. —Bueno, tú haz lo que puedas —se encogió de hombros— si quieres yo estoy de vacaciones y te puedo ayudar. Ella rió. Y vio por su expresión que hablaba en serio. —Seguramente me costaría más trabajo explicarte lo que tienes que hacer que hacerlo yo. —Puedo archivar, hablar por teléfono —sonrió. —Se agradece. Te tendré en cuenta —dijo para no ofenderle y en cierto modo agradecida— me tengo que ir. —Me pasaré luego. Por tu oficina, quiero decir. Ella asintió. —Me tomaría otro café, pero no quiero llegar ya botando al trabajo. —Pienso que ya has cargado bastantes pilas. Respira hondo y relájate. Ella rió, caminó hacia el comedor seguida por él. Cogió el bolso y una chaqueta y buscó las llaves del coche en el bolso. —Cuando te vayas, cierra de golpe por favor —dijo antes de abrir y mirarlo durante unos segundos. —¿No hay un beso para el que te preparó el desayuno? —gimió él con las manos en las caderas, el pareo resbalándose peligrosamente sobre su vientre. —Ha sido solo un café —se burló ella sin poder evitar mirarlo de arriba abajo.
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—Un café que te despertó —él se acercó para abrir más la puerta y en un visto y no visto, le besó la punta de la nariz— hasta luego pecosa. Ella frunció el ceño. No le gustaba que la llamaran pecosa. Toda su infancia había sido un continuo de pecosa aquí... pecosa allí, pecosa esto, pecosa lo otro... No contestó y bajó las escaleras hacia el garaje. De forma mecánica, condujo hasta el trabajo. No podía dejar de pensar en ese pecho ancho que le había servido café. Parecía que en su mente, el monotema era el cuerpo de Alejandro. Estaba desnudo salvo por el pareo. No era delgado. Era un hombre recio. Ancho, grande. No tenía un estómago plano y los abdominales marcados. No tenía la esbeltez de Beto, ni la grandiosidad de Samu. Se podría decir que estaba macizo. Susana había mentido como una bellaca. Se había pasado toda la noche pensando en él. En la forma como la miraba, en la forma en como la cogió para llevarla al agua, en sus manos rozándola, en su pecho cubierto de vello rizado y tupido. En el bulto de su sexo contra ella... Puso el aire acondicionado a tope para refrescarse las ideas ¿qué le pasaba? Ella no era así. Durante años los hombres le habían sido casi tan indiferentes, como había sido ella para ellos. De adolescente siempre era la amiga de la deseada. Los chicos la usaban para acercarse a la amiga delgada y fashion. De mayor, dejó de tener amigas que la usaban de parapeto o de bolla de salvamento. Dejó de salir con amigos que le traían parejas indeseables con las que, supuestamente, se tenía que conformar pues no era atractiva físicamente como para buscarse una pareja por su cuenta. De hecho su adolescencia fue un desastre. Su única relación
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sexual empezó y acabó en menos de un cuarto de hora y jamás volvió a repetir tan fatal experiencia. A los diecinueve años decidió que estaba mejor sin correr riesgos innecesarios y sin desilusiones que lo único que hacían era deprimirla y hacerle perder el tiempo. A los treinta y un años, cuando empezó a trabajar en Gorditas a la Carta, pensó que algo podía cambiar, pero se dio cuenta de que no era fácil reemplazar su actitud evasiva, por una abierta a una nueva postura. Su comportamiento ya era crónico y un miedo al rechazo, ya vivido, se había instalado en ella como una costumbre más. De repente, y después de siglos, un hombre le gustaba, y no estaba preparada para enfrentarse a una relación. No tenía práctica, no tenía experiencia y tenía un miedo que cada vez que lo miraba quería echar a correr. Con tanto trabajo, la complicación de Flora y la añadidura de sus recién descubiertos nuevos deseos, su vida iba hacia el caos.
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CAPÍTULO 4
El caos o la amenaza del beso... y no es un lunes cualquiera.
—No te preocupes Flora, tómate tu tiempo —decía tranquilizadora Susana, mientras estrujaba un Donet en su mano izquierda— yo me encargaré de todo. Rebeca me ayudará y, si estás de acuerdo, yo me ocupo de la secretaria que viene hoy para la entrevista. —Lamento mucho dejarte sola con todo este trabajo —decía con voz cansada Flora— si luego puedo me paso... —Ni se te ocurra. Ocúpate de tus suegros. Además lo más importante es que la cosa salga bien. —Tendrá que estar unos días en la unidad de Intensivos. El médico ha dicho que hay que esperar. —De veras no te preocupes. —Te llamaré más tarde. —Te llamaré yo a la noche, para ponerte al día y ver como está tu suegro. Procura tranquilizarte. —Yo estoy más entera. Pero Manolo no lo está pasando bien. —Tú apóyalo y ocúpate de que coma bien. —Ja! Para eso no hay que animarlo —se rió Flora. Se despidieron, se limpió las manos y llamó a Rebeca para que hiciera pasar a la cita de Flora. Carmen Toledo, una madrileña que llevaba años afincada en Barcelona. Cuarenta y seis años. Divorciada. Con experiencia en dirección de departamentos. Parecía una persona adecuada para organizar las agendas de Susana y Flora.
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Un toque en la puerta la despertó de su lectura del currículo de la visitante. —Adelante —alzó la voz y esperó a ver a Carmen. Entró una mujer con un traje chaqueta. Con aspecto profesional y rostro amable. Debía tener una altura aproximada a la de ella. Con cabello castaño con mechas rubias. Ojos azules algo saltones y sonrisa estirada. Después de un careo de preguntas y respuestas. Susana llegó a la conclusión que Carmen le gustaba. Estaba preparada y podía empezar de inmediato. Llamó a Rebeca y le dio indicaciones para que le enseñara la empresa y le dijera donde trabajaría. Carmen se quedó un poco parada por la rapidez con que fue contratada, pero ciertamente, apremiaba la ayuda. Estaría en modo prueba ese mes y si ambas partes estaban de acuerdo, seguirían adelante. Ya esperaba la segunda visita que era Fernando Subirats con sus dos socios. El ilustrador y el informático. —Hola Fernando —saludó levantándose y ofreciendo asiento en la mesa redonda. —Hola Susana, ellos son Bernardo, y Jacobo. Mis socios. Se sentaron a hablar. Concertaron otra reunión para el viernes, pero antes invitó a los tres a la fiesta del miércoles, para que echaran un vistazo al tipo de clientes que tenían y como se organizaban los encuentros. Saliendo ellos, vio a Malena sentada en los sofás del pasillo. Parecía un alma en pena. Iba con su caniche enano, que también estaba sentado en el sofá. El perro vestía un canesú de color rosa con puntillas
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y lucía un lazo fucsia entre los ojos que bizqueaban. Se podría decir que el caniche tenía mejor aspecto que su dueña. Subirats pestañeó ante la morenaza con semblante de ángel moribundo. Su vestido negro, como si fuera de luto, no ayudaba a favorecer su semblante tétrico y con un maquillaje exagerado, y un rímel rojo que hacía daño a la vista. El rubio claro, miró a Susana que alzó los ojos al cielo sin saber que explicar. —La ha dejado el novio —dijo bajito antes de que Malena abriera la boca, cosa que tenía intención de hacer. —Sí. Se diría que lo está pasando mal —contestó comprensivo Fernando empujando a Jacobo que se había quedado parado mirando sin disimulo a la llorosa mujer— nos vamos. Bernardo, venga —lo arrastró hacia la salida. Todavía no habían llegado al ascensor, pues parecían tener la intención de esperarlo para enterarse de la película, cuando ella comenzó a llorar en un tono bajito y lastimero. Acto seguido, el caniche entonó unos aullidos terribles. —ya, ya, ya... —dijo corriendo hacia ellos Susana— Basta. Deja de llorar que el chucho se pondrá malo de tanto aullar. —No puedo evitarlo... —lloró Malena alzando la mirada— Dijiste que viniera el lunes. —Bueno en realidad dije que me llamarás primero. ¿Y tu trabajo? —El médico me ha dado la baja por depresión —sorbió ruidosamente— además no quiero ni verlo. El muy canalla se pasea con María como si nada —se levantó y caminó dos pasos hacia el despacho de ella con intenciones de entrar. Se giró y le dijo con aire confidencial— me ha dicho una de mis compañeras de oficina que mi ex novio —señaló
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mucho la palabra— dice que lo hemos dejado de mutuo acuerdo. ¡Ja! — Chilló, y sacudió al perro como si fueran maracas— Si voy al curro le armo un espectáculo que nos echan a los dos. Así que mejor me quedo en casa —siguió su camino al despacho de Susana mientras esta se desesperaba— voy a pedir el traslado a otro departamento —dijo ya entrando y sentándose en el sofá más cercano— será lo mejor. —Deberías irte de vacaciones por ahí —la siguió Susana cerrando la puerta— ¿Qué tal las Bahamas? —Demasiado
lejos
—inspiró
aire—
estoy
pensando
muy
seriamente en hacerle la vida imposible y desde las Bahamas no podría. —¿No decías qué no querías ni verlo? —dijo confundida Susana llevándose las manos a la cabeza. —Lo estoy pensando todavía —se defendió Malena dejando al perro en el suelo— Atila, pórtate bien y no te hagas pipi en la alfombra. —¿El perro se llama Atila? —dijo incrédula. —Es muy fiera cuando quiere —dijo seria Malena— veo que has limpiado el sofá. —¿Atila? —Repitió sin creérselo— ¿Cómo puedes llamarlo Atila y vestirla con tutú rosa y lazo incluido? —Calla. Es muy sensible —la instó Malena mientras daba golpecitos en el sofá para que el susodicho se subiera con ella. —Bueno —respiró ruidosamente Susana— ¿Qué te trae por aquí? ¿Te quieres apuntar a la agencia? —Sí. Quiero un novio rápido para darle en las narices. Uno de los tres que salía me iría bien —puntualizó mirándola fijo. —No son clientes. Trabajan con nosotros. —Pues quiero uno rapidito. —Esto no es un Mcdonals, Malena.
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—¿Es una agencia no? Un clavo saca otro clavo. Y yo necesito un novio con urgencia, para que piense que ya lo he sustituido. –¿Qué tal si te vas a casa, te das una ducha, te quitas el luto, y regresas mañana y hablamos con calma? —No puedo perder más tiempo ¿Qué tal si me anotas ahora y me enseñas un catálogo de hombres disponibles? –No funcionamos así —dijo despacio con suma paciencia— según tu perfil, organizamos encuentros con personas afines a ti. Varios. —Rebeca me ha dicho que este miércoles hay una de esas reuniones para conocerse. Quiero ir. —¡Mierda! —masculló por lo bajo rodeando su mesa y dándole la espalda un momento. —¡Quiero ir! —Insistió comenzando a llorar otra vez y con Atila haciéndole coro. —Esa velada estará más concurrida que las rebajas del Corte Inglés —se giró para mirarla de frente y callarla con un gesto contundente— vamos a hacer una cosa. Yo ahora tengo una cita que no puedo posponer, así que tienes que irte. Baja para que Rebeca te tome los datos. Yo hablaré con ella para que te incluya en el encuentro del miércoles. Lo hacemos como excepción. Pero tienes que calmarte. —Ya estoy calmada —se limpió con un pañuelo que regó más la pintura, dejando su rostro como un Picasso— te agradezco tu ayuda. Sé que he sido como un grano en el culo. Y que te he causado muchos problemas. Lamento haberte vomitado encima. Y gracias por llevarme a casa. Aunque no recuerdo muy bien la otra noche, se que estuve fatal. —Olvidemos eso. Ahora ves abajo y Rebeca te atenderá. —Nos vemos el miércoles.
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—Claro —dijo viendo a Atila hacer pipi justo al lado de la puerta— Atila es macho —dedujo al verlo levantar la pata. —Naturalmente —defendió Malena— ¿Cómo crees que llame Atila a una hembra? Susana alzó los ojos al techo y se tragó el comentario que tenía en la punta de la lengua sobre la vestimenta rosa del supermacho Atila. La acompañó a la puerta para asegurarse que se iba. En cuanto abrió, se topó de golpe con Gloria y Alejandro que venían juntos. —Lo que faltaba —murmuró para si. Malena se paró en seco y miró al hombre alto. Le echó un vistazo de arriba abajo y sonrió coqueta. —¿No nos conocemos? —No tengo el gusto —dijo con una sonrisa de medio lado el hombre trajeado. —Juraría que lo tengo visto. —Entrad por favor —dijo rauda Susana haciéndolos pasar— cuidado con el regalito de Atila. Está en la entrada. Enseguida me ocupo de que lo limpien. Gloria miraba algo desconfiada a la mujer de luto pintorreteada y al caniche chillón. Alejandro, que sin duda recordaba a Malena como la “casi muerta” del sofá, sonreía sin disimulo y apremiaba a su hermana para que entrara. —¡Buen Dios! —resopló Susana en cuanto se deshizo de Malena. Estaba roja como la grana y algo hiperventilada después del encuentro con “la abandonada”— Gloria, ¿verdad? –dijo acercándose a la mujer alta y que no se parecía en nada a su hermano.
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—Gloria, esta es Susana. Ya te hablé de ella —presentó Alex— veo que has tenido otro episodio interesante con la bella durmiente del otro día. —Ni me lo recuerdes. Sentaos por favor. Disculpadme un momento que he de llamar a recepción. Se sentó en su silla giratoria y marcó el número de Rebeca. —Hola, soy Susana. ¿Podrías enviar a Xisca, por favor? El acompañante de Malena ha bautizado el piso. Gracias. Por cierto. Baja ahora para que la anotes —escuchó lo que dijo Rebeca y volvió a hablar— ni modo. Tú apúntala. Y dile a todo amén. Está muy susceptible. Colgó y sonrió respirando profundamente. —Hablé con Flora —dijo Alejandro— me dijo que estabas teniendo una mañana de locura. —La verdad es que ha ido como la seda —dijo con retintín. —Sí. Eso parece —sonrió socarrón el hombre. —Tengo aquí el test para ti, Gloria —en su despacho se sentía más segura, en su terreno, así que se levantó altiva, ignorando el comentario de Alex y cogió una carpeta con el nombre de Gloria Maya— ven, puedes rellenarlo aquí —indicó la mesa redonda algo alejada de la mesa ofis— estarás más cómoda. Dejó a Gloria rellenando el cuestionario y regresó a su mesa con Alejandro. —¿No sabía que vendrías con tu hermana? —La llamé para preguntarle si le importaba que me anotara en el encuentro del miércoles y se entusiasmó al pensar que yo también planeaba apuntarme en al agencia. Me sugirió ella misma que viniéramos juntos.
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—Qué bien —dijo sentándose y sacando un dossier nuevo para él. Tocaron a la puerta y Xisca entró con su super fregona. Con una rapidez y una eficiencia absoluta, eliminó cualquier evidencia de la pasada de Atila. Se despidió rauda y cerró. —Este despacho me trae buenos recuerdos —comentó el hombre mirando el escritorio tras el cual ella estaba sentada. —Y a mi, verte en él, me recuerda la vergüenza que pasé — contestó sin mirarlo y abriendo la carpeta— vamos al grano. Necesito tu Identificación y tengo que hacerte varias preguntas personales. —Vale —sacó su D.N.I. y se lo tendió— podemos turnarnos, una pregunta cada uno. —No, Alejandro —ella levantó la mirada divertida a su pesar— esto no es un toma y daca. Yo pregunto, tú respondes. —Lástima. Parecía una oportunidad perfecta para conocernos mejor, sobretodo después de pasar una noche juntos. Gloria rió, era evidente que estaba muy pendiente de la conversación. Su risa se apagó casi de inmediato. Susana no se molestó en corregirlo. Ya empezaba a verle el juego. Le gustaban los dobles sentidos y le encantaba provocarla. Así que, siempre que aguantara, pretendía parecer indiferente a sus pullas, sobretodo sino encontraba nada srcinal que decir. Pero en esa ocasión se lo sirvió en bandeja. —Por cierto —sonrió ladina— no ha sido una noche precisamente memorable. —Tienes razón –chasqueó la lengua y le guiñó un ojo— la próxima vez me esforzaré más. ¿Es qué ese hombre siempre tenía una respuesta en la punta de la lengua?
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Miró a Gloria que desvió la mirada fingiendo estar muy interesada en su test. Durante unos minutos Susana escribió en el ordenador los datos que constaban en su documentación. —¿La dirección que figura es la actual? —preguntó de forma profesional. —Digamos que es mi punto de referencia. Mantengo ese piso como centro estratégico. Llevo unos años que solo vengo a España a ver a la familia y a descansar. —Sí, recuerdo que me lo explicaste. Este es un detalle a tener en cuenta. Pues la pareja que encuentres tiene que tener muy presente que no vives, actualmente, en Barcelona. —Es mi último trabajo en el extranjero. Eso también lo puedes anotar. —Te advierto que la gran mayoría de clientas tienen prisa. No les gustan los noviazgos largos. Pensar a tres años vista, puede ser un inconveniente. —Eso lo solucionaré sobre la marcha. Todavía no he firmado nada concluyente y puedo estudiar otras ofertas que no me alejen tanto de mi amorcito. Ella enarcó las cejas ante su tono algo burlón. Pero continuó el interrogatorio. —¿Sabes que la mayoría de las mujeres que se anotan en esta agencia son gorditas? –Sí. Ella esperó algún comentario más, pero al no llegar prosiguió. —Junto con el contrato, se da un compromiso de respeto hacia las personas que se te presenten. Puedes leerlo y si estás de acuerdo,
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firmas y rellenas el documento con los datos del banco para proceder al cobro de las cuotas. Hay un pago inicial de apertura y puedes añadir los extras que quieras. Videos, grabaciones, etc... —respiró y miró de reojo a Gloria que en ese momento se levantaba— Hay un mínimo de permanencia de tres meses. Luego, si lo deseas, te puedes dar de baja y te devolvemos la fianza inicial. Si deseas apuntarte a los cursos, puedes hacerlo a partir de las dos primeras semanas de la fecha de inicio del contrato. Aunque tú eres una excepción y entrarás dentro de las actividades esta misma semana. Y ya que estás aquí y que todo ha sido algo precipitado, puedes rellenar el test de compatibilidades. —Respira que te vas a ahogar —le dijo Alejandro. —Disculpa, si no lo digo todo de corrida me olvido de algo. Generalmente esto lo hacen las chicas que están en las mesas de la entrada, las de admisión. Ellas preparan el papeleo, yo suelo conocer a los clientes la segunda vez que vienen y hacen el test de actividades. Gloria le señaló una pregunta en la cual tenía una duda. Ella se lo explicó mientras le pasaba el primer test a Alejandro, que ya rellenaba el documento del banco. —¿Y estás preguntas de aquí? —dijo el hombre con sonrisa torcida, contemplando las cuestiones de compatibilidad. Leyó en voz alta— ¿Tiene o ha tenido alguna enfermedad venérea? ¿Cuál es su inclinación sexual? ¿Tiene gustos inusuales en sus prácticas sexuales? — rió y las miró— ¿Las mujeres también contestan este cuestionario? —Naturalmente. ¿Cómo te crees que nuestro equipo deduce que encuentros son más adecuados? —alzó la cabeza de las hojas de Gloria que, de pie, tenía cara sumamente interesada por su respuesta. —¿Y no sería mejor mezclarlos? Darles la oportunidad de cambiar.
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—Ese no es nuestro cometido. No cambiamos a la gente. Le damos oportunidades. Si ellos desean probar otro tipo de vida o actividades que hasta ahora no le han sido habituales, estupendo. Pero es una decisión individual. —La verdad. Encontrar a alguien que le guste lo mismo que a mí, no es mi objetivo. Prefiero a alguien que me haga vibrar. Que me saque de mis casillas. Que me saque del aburrimiento. Que consiga que... —Sí. Alejandro, creo que lo he entendido. Pon una nota al final de la página, donde pone “observaciones”. Tendremos en cuenta tus gustos. —Se agradece. Otra pregunta —apremió antes de que ella volviera a ceder toda su atención a Gloria— ¿Existe la opción de no contestar? Es que es muy drástico decir “si” o “no”. Hay algunas que no encajan con mi forma de ser. —Puedes dejarlo en blanco —dijo seriamente empezando a ver que él la estaba provocando deliberadamente. —Si me gusta una de las mujeres que me presentéis, ¿puedo invitarla a salir directamente? ¿O tengo que avisar a algún departamento en particular? —Puedes hacer lo que te plazca. Y ahora si me lo permites, la cita era con tu hermana y no he podido atenderla adecuadamente. —Por mí no padezcas —sonrió comprensiva— estoy aprendiendo de las preguntas de mi hermanito. Siempre ha sido un preguntón. Hay cosas que me da vergüenza abarcar y él no tiene ni un pelo de timidez. —Desde luego, de tímido no tiene nada. —No es cierto —dijo el aludido— soy tímido, pero lo disimulo por necesidad.
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—¿De cuando acá? —Bufó su hermana— Naciste desvergonzado y cada vez lo eres más —miró a Susana, de pie, desde su altura— mi madre tenía que obligarle a ponerse el traje de baño cuando íbamos a la playa. Era casi adolescente cuando empezó a hacer caso bajo amenaza de castigos que ni te cuento —puso los ojos casi en blanco— ¿Tímido tú? Ja. —No empecemos hermanita. —Ahora entiendo porque estabas tan cómodo casi en cueros — comentó Susana. —Es mi estado natural —se defendió el hombre sonriente. —¿Cuando estabas casi desnudo? ¿Me contaste que a quien pillaste desnuda en este despacho era ella? ¿Cuándo estuviste desnudo tú? —insistió mirando a su hermano acusadora. —Por lo visto te cuenta lo que le interesa —añadió Susana feliz de verlo incómodo— ayer mismo se quedó como Dios lo trajo al mundo. De hecho estuvo casi todo el día sin calzoncillos. —Y tú sin bragas —puntualizó Alex triunfante. —Por tú culpa —acusó Susana queriendo decir la última palabra. —¿Me he perdido algo? —Se interesó Gloria yendo del rostro de su hermano al de ella y viceversa— ¿Estáis saliendo? —No —dijo lacónico él— todavía. —Olvídate del “todavía” —masculló Susana levantándose— Gloria, mientras tu hermano acaba de rellenar los folios que le faltan lo dejaremos solito. Salió antes de que Alejandro pudiera objetar. Eran casi las dos de la tarde. La llevó a recepción donde Rebeca y Carmen se preparaban para irse a comer. Soraya, una de las telefonistas de las tres cabinas de la entrada, sustituía a Rebeca cada día durante la comida, así pues,
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cuando Soraya llegaba de comer, se iba Rebeca. A las cuatro y media cuando regresaba Rebeca, Soraya terminaba turno y se iba. Y llegaba el relevo de la tarde, otras dos telefonistas-encuestadoras. Enseñó a Gloria la sala de reuniones y el tablón de actividades. Cuando regresaron Alejandro estaba de pie y esperándolas. —Os invito a comer —casi ordenó— no quiero excusas. Le prometí a Flora que te obligaría a cuidarte. Ante el rostro hermético de ella, Gloria intervino conciliadora, pues veía claro que su hermano estaba interesado en esa mujer, y además se estaba divirtiendo. —Tendrás que comer —le insistió Gloria— además estoy yo para darle un coscorrón si se pone muy impertinente. —Vale, dadme un minuto para ir al baño. Ir bajando. Ellos salieron sin chistar y ella cogió el test de Alejandro para ponerlo en la carpeta correspondiente, guardó el documento en “word” con su nombre y con todo ordenado se fue al lavabo. En el vestíbulo le esperaban los mellizos. De lejos parecían más hermanos que de cerca. Casi la misma altura, morenos, y las facciones tenían ese aire familiar. Alejandro estaba sonriendo y mirándola con cariño. Ella le enderezaba la corbata. —¿Adonde nos llevas? —dijo llegando hasta ellos— Por favor que no sea muy lejos, que después tengo que estar aquí a las cuatro y media. —¿Qué os parece el thai de aquí al lado? —sugirió ofreciéndoles a cada una un brazo. —Excelente elección —dijo Susana complacida.
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Durante la comida, Alejandro estuvo encantador. Explicó desde el punto de vista de una víctima, lo sucedido en la playa con las garrapatas. Se rieron y, sobre todo Susana, vio el percance con otros ojos. Gloria habló de su trabajo de abogada, que absorbía casi todo su tiempo, y de su intención de asociarse con otros dos abogados para independizarse en breve. Explicó que se iba a un seminario el viernes durante una semana y que saltarían entre varias ciudades españolas. Era una ocasión perfecta para adquirir los contactos que necesitaba para abrir su despacho propio. Luego la conversación se inclinó hacia la urgencia de Gloria por encontrar una pareja estable. —La mayoría de lo hombres que conozco son abogados, jueces, gestores, o similar. Casi todos los casados llevan años emparejados. Los solteros no tienen ni tiempo ni ganas de dedicar a otra persona el poco tiempo de ocio que tienen. Tengo claro que un abogado no me interesa —dijo rotunda— una de las razones de querer mi propio despacho es para tener mas libertad con mi tiempo y mis clientes. Me he especializado en empresas de importación y exportación. El mes que viene me voy a otro seminario de leyes internacionales. Mi profesión me exige un reciclaje constante. Eso es algo que mi pareja debe asimilar. No espero enamorarme locamente, pero sí que me guste —dejó los cubiertos y pareció pensar unos segundos— no me es fácil encontrar hombres que no les importe que le mires por encima del hombro. Y lo digo de forma literal.
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—Hay muchos hombres que les gustan las mujeres altas — puntualizó Alejandro. —No he conocido a ningún bajito que yo le interesara. A no ser para un revolcón. Les incomoda que les superes en algo. Yo me muevo en un círculo muy cerrado, en el cual hay mucha competencia. Y esos detalles cuentan. Mi altura intimida, dentro y fuera del juzgado —hizo una mueca. —Deja de pensar así —invitó Susana— los hombres seguros de si mismos no se sienten intimidados por una mujer, sea alta, o baja. O gorda o delgada. Esos son factores que entran dentro de los gustos de cada uno, pero no condiciones que hagan cohibir el comportamiento de las parejas. En el año que llevo trabajando aquí he visto parejas tan dispares que me he dado cuenta que en cuanto a gustos, no hay nada escrito. Pienso que cuanto más clara tengas la idea de cómo te gusta un hombre, que es imprescindible que tenga y que quieres descartar, más fácil será encontrarlo. —Alto y simpático. —Por algo se empieza —sonrió Susana y miró a Alex— ¿y tú? —Ah, no. Yo no pienso desnudar mi corazoncito delante de dos brujas como vosotras. Estoy hoy muy sensible —puso ojos de carnero degollado. En realidad no tenía ganas de tirarle más los tejos a Susana delante de su hermana, no podía hablar con libertad. La broma estaba bien para un rato, pero a él, por ese día, se le había acabado la cuerda y le apetecía descansar su cerebro un rato. Quería preparar su labia para la siguiente ronda. Si alguien tenía claras sus ideas respecto a lo que quería en esa mesa, estaba seguro de que era él. Definitivamente, esa pelirroja
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pecosa le había sorbido el seso. Le encantaba esa faceta de profesional. Ese modo de apariencia directa, eficiente que sobresalía de todos sus poros. Le hizo sentir un orgullo irracional. Verla fuera de accidentes varios, imprevistos desastrosos y bailes pasados por agua, le habían dado otra visión de ella. Y cada vez le gustaba más. Durante la comida había evitado mirarla. Verla comer, era una exhibición indecente. Sus labios brillantes del aceite de la ensalada habían sido uno de los afrodisíacos mas potentes que había probado. Así que, casi desde el inicio de la comida había optado por bromear y ocupar su mente en otras cosas que no fuera el ataque frontal de sus labios. Eso sí, la promesa de comérsela a besos la había anotado la segunda en su lista mental. La primera era crear la oportunidad para hacerlo.
Regresó a la oficina sin ganas. Esa tarde la esperaba mas trabajo y después de reposar durante la comida y el buen rato, le daba enorme pereza reiniciar la tarea laboral. Había quedado con Alejandro que al día siguiente vendría para acabar de rellenar los cuestionarios, pues el de actividades estaba pendiente. Lo primero que hizo fue llamar a Flora. Animarla y explicarle que había contratado a Carmen Toledo. De hecho en ese momento estaba en
la
mesa
ofis
del
piso
de
los
despachos
presidenciales,
familiarizándose con todo. Rebeca estaba con ella mientras era substituida por una de las telefonistas.
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Recibió una llamada de Beto, que se ofreció a ayudar en lo que hiciera falta. Dijo que se pasaría el jueves en la mañana. Más tarde entrevistó a un par de telefonistas. Una de ellas no parecía muy interesada en el tema, pero la otra cuajó enseguida. Pasó recado a Rebeca de que concertará un par de citas al día siguiente con más candidatas. Ese día, a las ocho en punto, se fue al gimnasio vecino y después de hacerse veinte piscinas, se metió en el jacuzzi un buen rato. A las diez, se fue a casa y durmió como una reina.
Cuando llegó Susana esa mañana, Fernando Subirats y su equipo ya estaban trabajando. Provisionalmente, ocuparon la sala de audiovisuales, donde también se tomaban las clases de cocina dos veces por semana. La primera cita de la mañana, al igual que la última, fue con profesionales del mundo de la moda. Necesitaba a alguien que pudiera proporcionar a las participantes de Gorditas de Lujo, un vestuario acorde con las necesidades de cada una. Ropa que luciera y aumentara sus puntos fuertes. La tarea de encontrar a alguien para tal menester era prioridad absoluta. Esa semana debía quedar zanjada la cuestión, pues la semana entrante, tenían que empezar a escoger las participantes de todas las fotos, y solicitudes que recibirían hasta esa semana. En mayo comenzarían a preparar a las participantes. Se había estipulado con Lalo Rubio que se harían clases semanales para las chicas. Un requisito indispensable para poder participar en el desfile que
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se editaría en video. Luego las vallas publicitarias atraerían las votaciones y finalmente se elegiría a la “gordita mas sexy”. Una Gordita de Lujo que ganaría un premio en metálico y que sería el rostro de cara a la galería que representaría a Gorditas a la Carta en la nueva estrategia de publicidad que estaba planeada. Una mujer real. Una especie de representante de Gorditas a la Carta. En definitiva, una modelo que saldría en vallas publicitarias, fotos varias y eventos en distintos lugares para llevar el distintivo de la empresa a una envergadura mas amplia. El perfil estaba bastante definido. Mujer gorda, en edad de merecer, simpática y agradable a la vista. Con don de gentes y soltura para manejarse en situaciones varias. En teoría, Flora y Susana tenían la tarea de buscarlas entre las candidatas. Con las circunstancias actuales, podían cambiar algo los planes. La primera cita no fue del todo de su gusto, y Susana se quedó algo pansida. Era un modista con mucha experiencia, pero estaba sumamente delgada y la sensación que tuvo Susana era la de una actitud displicente para con las tallas grandes. Su sugerencia de agrandar modelos que ya tenía en existencia no le gustó. No era eso lo que pretendían. Rebeca vino rauda para informarle que Malena estaba haciendo su segundo test en el segundo piso. —Vino mas calmada —contó respirando hondo— lleva un vestido negro con lunares —puso cara de espanto— y ha vestido a Atila a juego —se estremeció teatralmente— ¿Es una mujer algo absorbente o es imaginación mía?
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—En realidad no es ella misma. Está algo histérica. Se siente sola... —¿Y quién no? —se quejó la muchacha. —¿Qué tal Carmen? —Estupendamente. Ya la tienes en su puesto funcionando. Todavía a medio trapo, pero es muy espabilada. Pienso que se está adaptando bien. No le importa hacer horas y siempre está dispuesta a aprender. —Coméntale que pagamos las horas extras. Eso la motivará más. De todos modos en cuanto tenga un momento saldré a ver como le va. —Me ha dicho que a las doce tienes a Alejandro Maya. Lo tienes anotado en tu agenda, pero no sé si prefieres que lo atienda yo –sonrió coqueta— está como un queso. —Lo atenderé yo. Es un cliente especial. —¿Especial para ti, o especial para la agencia? —Indagó sonriente. —No seas cotilla —rió Susana— es amigo de Carlos, el dueño. —Los he visto en la lista del miércoles. Va a ser una reunión muy entretenida. —Ya sabes que si te apetece eres bienvenida. —Estoy tentada. —Acuérdate que no hay ninguna ley que prohíba a los empleados poder participar en las actividades si están fuera de su horario y que solo se pagan las actividades extras, como clases de cocina, bailes, etc... —Lo sé. Pero a veces me da pereza. Lo pensaré. Me voy —se deslizó hacia la puerta con rapidez— le paso hoy mismo a Carmen tu agenda y la de Flora. Le he dicho que por ahora tú te ocupas de los compromisos de Flora y que las llamadas de ella te las pase a ti. De
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todos modos, depende de quien, ya filtro directamente la información que puedo. —Muchas gracias Rebeca. Este inesperado incidente del suegro de Flora nos ha puesto de cabeza abajo. Espero que en breves días se incorpore, en cuando el padre de Manolo esté fuera de peligro. Salió a ocupar su puesto. Susana, aprovechando unos momentos de paz, salió a hablar con Carmen. Parecía algo atareada en su reconocimiento de papeleos y desempeños, pero ya sabía como se manejaba su teléfono y se había hecho un chuletario de los nombres del resto de empleados para recordarlos. Carmen tenía de esos rostros confiables que invitaban a preguntar con amabilidad. Xisca apareció con su fregona mágica y una bolsa de basura en la mano. Saludó, vació las dos papeleras que había en ese pasillo y se quedó a charlar con ellas un momento. Cuando sonó el teléfono y era para Susana, las dejó y se metió en su despacho para atenderlo.
Alejandro llegó unos minutos antes de las doce. Se encontró de nuevo con Malena, que entregaba a la recepcionista un dossier ya completado. Bajo el brazo, su perro Atila, tenía la lengua afuera y medio jadeaba, seguramente de calor, pues estaba abrigado como si estuviera en el polo norte. A Alejandro le dio la impresión de que le iba a dar un pasmo sino bebía pronto.
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—Buenos días —saludó el hombre mientras era observado por Malena de arriba abajo, como ya hiciera el día anterior. —Sí —sonrió la mujer— ahora son mejores. Ya recuerdo de que lo conozco —lo miró alzando el cuello tanto como pudo— de la fiesta del viernes. Usted estaba allí. —Oh, sí, posiblemente nos vimos el viernes —convino Alex con mirada impaciente hacia Rebeca. —Sí. De hecho lo recuerdo como en una neblina —dijo con tono confidencial— estaba algo transpuesta. Mi novio me dejó y bebí más de la cuenta. Ya sabe, para olvidar. Pero no lo conseguí muy bien. Acabé fatal —movió la cabeza de un lado a otro como si se despejara— ¿Viene usted a la reunión de mañana? —Sí, eso creo —contestó algo reticente. —Yo también ¿A usted también lo han dejado?
—lo miró
comprensiva ante su silencio— Yo no sé si lo superaré algún día —lo miró con cara de malas pulgas— usted tiene pinta de ser quien deja — subió el tono de voz— ¿No será usted de esos cabrones que van por ahí...? —Disculpen —intervino nerviosa Rebeca— Sr. Maya, Susana le espera en su despacho. —Me dejaron a mí —añadió ante el semblante furibundo de Malena para que se calmara. —Ah, vale —asintió mirando a Rebeca con el ceño fruncido— hay cabrones y cabronas —añadió dejando a Atila encima del mostrador. —Buenos días. Me disculpan, me están esperando —se excusó Alejandro antes de irse pitando.
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Se oyó un estruendo cuando el lindo perrito tiró las bandejas con folletos de publicidad que yacían sobre el
mostrador. Escuchó a la
mujer reñir a su can con vocabulario infantil. Alex bufó. Le encantaban los animales... pero había cada dueño.... Subió las escaleras de dos en dos. Se arregló la corbata que, como siempre, llevaba floja y se paró ante Carmen. —Puede pasar —dijo amablemente la nueva secretaria. Dio un leve toque a la puerta y entró. El rostro pecoso de Susana le saludó con una sonrisa sincera y nerviosa al mismo tiempo. Parecía menos estresada que el día anterior. Llevaba un pantalón verde oscuro y una blusa de unos tonos más claros. Le recordó la ropa interior de color esmeralda que vestía, justo en la misma posición que estaba en ese momento y lugar, pero días atrás. Quiso acercarse y darle un par de besos de saludo, pero ella no se movió de detrás de su despacho. Tenía ya el test preparado sobre la mesa y un bolígrafo en la mano. —Buenos días Dijeron al unísono. —Acabo de ver a la mujer que te estropeó el vestido —dijo con palabras amables Alejandro— soltó el perro en la recepción y creo que la ha liado. —Está muy deprimida. Cuando se le pase se calmará y no será tan desastre. —No te engañes —aseguró el hombre— ella es así. Pero ha de haber
de
todo
—sonrió
condescendiente—
eso
sí.
Te
pido
encarecidamente que le digas que no estoy disponible o que no soy su tipo. Lo que quieras con tal de que no me escoja como su víctima.
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—Está buscando novio, no una víctima —rió encantada Susana guiándolo hacia la mesa redonda del despacho— no seas tan duro. —¿Por lo menos puedo escoger, no? —La siguió con sus zancadas kilométricas alcanzando el lugar casi antes que ella. —Claro. También te digo que como no se han contrastado tus gustos con los de otras candidatas, mañana por la noche es posible que no encuentres mucha gente a fin. —Yo me llevo bien con todo el mundo y en realidad mañana voy para acompañar a mi hermana y verte a ti. —Ya me estás viendo —dejó los papeles sobre la mesa y un bolígrafo— aquí tienes. —Ahora lo relleno. Solo una cosa antes de que se me olvide. Te dejaste tu ropa en mi coche. La lavé, la sequé, y la tengo otra vez en el coche, pero no sé si quieres que te la suba aquí. Ella se sonrojó por un momento cuando pensó en la ropa interior que llevaba el día de la playa. Sencilla y de color amarillo las bragas y el sujetador de color blanco casi transparente. Ambos dos, de su super talla. No le gustaba pensar en sus bragas color canario enormes en las manos de ese hombre. —Gracias. Cuando bajes puedes dejarlo en recepción. Yo lo recogeré cuando me vaya. —¿Te has puesto roja? —rió sentándose y quedando en una posición menos ventajosa. —¿Quieres dejarlo ya? —insistió ella sintiendo que le salía humo por las orejas. —¿Es qué no sé qué he dicho que te pueda molestar? —comentó con mirada sincera.
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—Alejandro —dijo ella después de respirar hondo— no sé tú, pero yo no acostumbro a quedarme desnuda delante de hombres que no conozco y no me gusta que mi ropa interior ande por ahí en manos ajenas. Me siento incómoda. —Te aseguro que no me la probé —intentó bromear al verla tan sentida. —¡Faltaría más! —bufó. —Pero eran unas braguitas muy sexys —sonrió pícaramente. —Alejandro —dijo con la mandíbula apretada y mirándolo con beligerancia— la palabra sexy y XXL no combinan. Deja de reírte del tema porque no me gusta. —Disiento totalmente. Si te preocupa el tamaño de tus bragas, no tienes por qué. Si te enseño el tamaño de mis calzoncillos te sentirías mejor. Son enormes. También necesito una talla con triple x. Ella se sonrojó más todavía. —Disculpa pero no me interesa el tamaño de tus atributos. —Bueno —sonrió ampliamente él— la verdad es que no hablaba de eso, me refería a la talla. Respecto a mis “atributos” como tú los llamas, sí que es cierto que necesito refuerzo, pero estar bien dotado no está mal visto ¿o sí? —rió abiertamente. Ella ya estaba de color morado. Le señaló el test y se dio la vuelta. —Estaba bromeando —dijo él cuando ella se batió en retirada— esto de las medidas es siempre tema de discusión entre hombres y mujeres. Si a ti no te molesta el tamaño de mis atributos, a mí tampoco el tamaño de los tuyos. Ella bufó. Lo estoy estropeando más todavía. Pensó él.
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—Quiero decir que tú también usas una talla extra grande de pecho y... —¡Déjalo! —Lo calló encarándolo desde la mesa de su despacho después de un giro brusco que casi la marea— Deja de hablar de atributos y tamaños. No nos conocemos lo suficiente para tener esta conversación. —¿Y cuánto tiempo es necesario, según tú, para mantener una conversación como ésta? —Veinte años —finalizó ella— haz el puñetero test. —Uisssssssss —rio él— de acuerdo. Te dejaré las bragas en recepción. Y si quieres un día te enseño uno de mis calzoncillos y estaremos en paz. —¿Es qué siempre quieres quedar en empate? —se dejó caer en la silla rendida. —Sí. Contigo siempre necesito un empate —contestó más suavemente y se intentó concentrar en las preguntas. La verdad es que había intentado decirle que no le molestaba el tamaño de sus bragas pero le parecía que, para variar, no lo había enfocado muy bien. Siempre había sido un hombre ingenioso, pero desde que la conocía metía siempre la pata. En vez de hacerle ver que sus bragas no le resultaban ofensivas por su tamaño, le había hablado del tamaño de su pene —cerró los ojos y se mordió la lengua para no soltar un gemido lastimero de vergüenza mezclado con rabia. Teniéndola delante la lujuria lo embargaba y no podía dejar de hablar de bragas y calzoncillos y lo que había dentro. ¿Cómo iba a conseguir que le tuviera confianza y aceptara una cita, si lo único que hacía era provocarle casi un infarto a base de sonrojo?
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El silencio era, sino incómodo, si palpable. Pesaba. Él hizo el test un poco desconcentrado. Se levantó y se sentó frente a ella, entregándole el dossier. —Me ha parecido algo largo. —Son solo veinte preguntas. —Pues se me han hecho eternas. Él tenía el nudo de la corbata flojo de nuevo. Se lo había estado tocando durante el interrogatorio del test. —La semana que viene tendremos tu perfil y te haremos llegar otra invitación más acorde con tus gustos. —¿Necesitas leerte todo eso para saber mis gustos? Yo te lo puedo resumir en un segundo —la miró serio— me gustas tú. —Ya hemos hablado del tema —dijo ella sin mirarlo. —Sí, y no nos hemos puesto de acuerdo. Pero quiero que quede claro el por qué estoy aquí. —¿Para acompañar a tu hermana? ¿Para buscar pareja? — preguntó ella con la voz mas impersonal que le fue posible. —No te hagas la tonta —la miró fijo— no te va. Soy un hombre paciente. Mi madre dice siempre que consigo las cosas por agotamiento. Cuanto te canses de defender tu ciudadela yo estaré ahí. Mientras, esto es una excusa como otra cualquiera para tener acceso a tu cercanía. Ella se quedó totalmente sorprendida de su franqueza. Quería contestar que la dejara en paz, que no quería saber nada de él, pero algo en ella, le impedía articular palabra. —Te dejaré la ropa en recepción —se levantó él. —No me pienso acostar contigo —balbuceó ella. —Gracias por advertírmelo —sonrió él— aunque no te lo he pedido —vio su sonrojo aumentar— por lo general cumplo un poco las normas
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sociales antes de ir a meterme en la cama de una mujer. La verdad es que entra en mis planes acostarme contigo, pero puedo aguantarme hasta que cambies de opinión. —No me gustan las aventuras —dijo ella agarrando el borde de la mesa para no seguirlo y echarlo de allí antes de que su cerebro siguiera diciendo estupideces. —Entonces nos casaremos —contestó encogiéndose de hombros antes de abrir la puerta e irse, no sin antes guiñarle un ojo y lanzarle un beso en el aire con descaro. ¡Magnífico! Se dijo el hombre mientras salía. Acababa de proponerle matrimonio a esa pecosa reticente después de que le dijera que no pensaba acostarse con él. Empezaba bien la cosa...
Susana sintió que su rostro ardía. Bajó la cabeza a la mesa y descansó la frente en el escritorio. —¿Susana, estás tonta o estás tonta? —se preguntó a si misma mientras se sentía ridículamente estúpida. Se sintió morir al recordar la conversación ¿De verdad le había nombrado “sus atributos”? ¿De verdad había pensado en el tamaño de su miembro mientras él intentaba quitarle importancia al tamaño de sus bragas? Sino fuera porque sería algo mas estúpido todavía, dimitiría y se iría bien lejos donde no entendieran su idioma y así no dijera estupideces.
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Tenía que calmarse, en breves minutos tenía una cita con Mercedes González, la estilista. Respiró varias veces y se tranquilizó. Miró las hojas que tenía en la carpeta que contenía la información de esa mujer de treinta y nueve años, modista, estilista, con tienda propia desde hacía más de seis años y que hacía sus propios modelos desde hacía más de tres. Todavía no se había hecho un nombre en el mundo de la moda. Y se especializaba en tallas superiores a la cuarenta y seis. La mujer llegó puntual. Aparentaba menos edad de la que tenía. Tirando a rubia, aunque no pudo asegurar que no fuera de pote, de una altura apenas inferior a la suya, melena tirando a rizada y ojos azul turquesa. Se podría decir que era una mujer guapa. Sus facciones eran pequeñas, salvo la boca, que no tenía mucha sincronía con el resto, y además por su expresión, parecía muy acostumbrada a sonreír. Vestía una de sus creaciones, un vestido suelto hasta la cintura y estrecho en la cadera para luego caer hacia las rodillas con naturalidad. Dos clips sujetaban su cabello claro por encima de las orejas. Llevaba unos tacones considerables y su elegancia era totalmente visible. El color negro del vestido, favorecía su piel y sus ojos color mar claro. Tenía un sobrepeso similar al suyo, aunque quizá usara una talla menos de busto. Mercedes González, Mer como le dijo que la llamara, era una excelente vendedora de su producto. Simpática, contagiaba su entusiasmo y su alegría. Sacó un dossier con sus trabajos y fotos con mujeres de tallas XXL, que vestían sus modelos. Fue sincera cuando dijo que necesitaba un contrato de ese tipo para poder dar el empuje que deseaba a su negocio. Estaba dispuesta trabajar en equipo y a desfilar ella misma si hacía falta.
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A Susana no le quedaron dudas de que era apropiada para los planes de Gorditas de Lujo. Ese día, otro tema quedó zanjado. No salió a comer. Una ensalada de arroz y una pera fueron el menú que la sustentó. A las siete, cansada y sin más compromisos, se fue al gimnasio a hacer unos largos y luego a casa. Mañana, miércoles, le esperaba un día movidito.
Flora pasó el miércoles por la mañana. En realidad fue un acto de presencia corto y básicamente para saber como iba todo. Su suegro parecía prosperar bien y seguramente al día siguiente se incorporaría al trabajo aunque procuraría salir temprano. La reunión de esa tarde era
a las ocho y media. Contando a
Malena, Gloria y Alejandro y la añadidura de Fernando con sus socios Bernardo y Jacobo, serían dieciocho invitados. Generalmente era una especie de aperitivo, con canapés, bebidas y música suave. Ese día no sería una excepción. Dos camareros pasearían entre los invitados para provocarles con las delicias que preparaba, como siempre, Rosa, la encargada del catering. Otro camarero permanecía tras una larga mesa con las bebidas, dispuesto a preparar cualquier cóctel por complicado que pareciera. Flora y Susana hacían de anfitrionas en la hora y cuarto programada. Luego se despedían y los dejaban a su aire. Los camareros y un guardia jurado, quedaban en sus respectivos roles.
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Esa noche, Susana vestía un vestido color marengo, sin mangas, con un escote en forma de corazón. De debajo del atrevido escote, caía la tela sin formas hasta las rodillas, en un suave vuelo. Unos sencillos pendientes de plata en forma de corazón era la única joya que se puso. Se maquilló suavemente y se puso los tacones de altura. No solía usar bolso en este tipo de reuniones si podía evitarlo, sobretodo si no tenía que usar el móvil. Se peinó su liso pelo y lo dejó suelto. Bajó a la sala antes de las ocho. Ya habían llegado casi todos los invitados. No vio a Gloria y Alejandro, pero si a Malena con Atila. Se acercó para saludar a varios de los presentes. —Pueden pasar —invitó mientras uno de los camareros hacía el gesto para darles paso. Tras
hablar con un par de personas, llegó hasta Malena que
permanecía en un rincón, cerca de las telefonistas, que ya no estaban. —Buenas noches Malena. Te veo mucho mejor. —Me he pasado la tarde en un salón de belleza. Me he depilado hasta en lugares que no sabía que existían. Me he hecho mechas rojas — se señaló la cabeza— y hasta le han hecho un encrespado a Atila y le pusieron un mechón de color rojo, mira —le puso el caniche blanco casi en la cara. Ciertamente lucía una cresta muy visible, que más que roja, era rosa fuerte y se levantaba sobre su ojo derecho. El perro seguía bizqueando, aunque era difícil saber si era su expresión o una mueca de resignación por la facha que llevaba. —Muy guapo —se convenció Susana acariciando la garganta del can— así vais a juego. Pero no te parece que es mejor no traerlo a este tipo de reuniones. Puedes espantar a los hombres.
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—No —dijo con rotunda fuerza— he decidido que quiero un hombre que me acepte tal como soy. Mi perro y yo somos un pack que va junto. Si conozco un hombre que es alérgico al pelo de perro, después será peor. Si me ven con Atila, solo se me acercarán los que les gusten los animales. De hecho puede ser un reclamo —miró al perro— ladra Atila. Haz la llamada del amor. Atila aulló lastimeramente dejando un eco en el salón. Fue uno solo, pero que se escuchó, se escuchó. —Sí. Ejem, ha quedado claro. Pero recuerda que has venido a la reunión antes de que pudiéramos comparar tu perfil. En la próxima habrá amantes de los animales, en esta la mayoría son aficionados a los deportes de riesgo o excursionistas, y ese tipo de cosas. —Estupendo. A Atila y a mi nos encanta ir de paseo por el bosque. ¿Te gusta mi vestido? —Se dio la vuelta para que la mirara por todos lados— Lo he reciclado. Un retoque aquí, otro allá y, fíjate. Este es el resultado. —Es srcinal —solo pudo decir Susana. Por delante era un vestido de tres piezas, un corsé, un cinturón ancho y una falda de puntas desiguales. Por detrás era otro cantar. Como no le cerraba el corsé, lo había atado con cordones de zapatos, el cinturón anchísimo, tenía pins estratégicamente puesto para disimular la tela desgastada por el uso y la falda era más corta por detrás que por delante. —También he decidido no gastarme más dinero en vestidos de noche absurdos. Si las tipas esas delgadas se ponen cualquier cosa y resultan atractivas con tres camisetas de distinto tamaño superpuestas y un pantalón viejo, ¿por qué yo no?
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—Bueno. Cuestión de gustos. De todos modos, por si te interesa, pronto podremos contar con una estilista especialista en moda que te puede orientar en tu nuevo modo de... esto… de vestir. —Sí —suspiró— una nueva vida. Creo que voy a cambiar de profesión. —¿Vas a dejar el trabajo? —El trabajo me dejará a mí. Susana la miró confusa pero la cosa quedó ahí. Atila quiso bajarse y ella aprovechó para disculparse y hablar con Fede, el metre, jefe de los camareros y un estupendo profesional que ya atendía a los invitados con soltura. —Toma —le ofreció en cuando llegó hasta él— lo de siempre guapa. A ver si te ayuda a aguantar a la del perro. Si quieres le puedo poner adormidera en su poción. —No hace falta Fede. No quiero que vayas a la cárcel. Seguro que se lo pondrá cualquiera de los presentes en cuanto la traten un poco. Vigila el del traje azul oscuro con un clavel en la solapa, sugiérele ponche o ponle poco alcohol, es muy nervioso y tiene tendencia al descontrol. Y la de la chaqueta con flecos es alérgica a las frutas. Ten cuidado y no le hagas ningún coctel con piña o similar —ese careo lo tenían siempre en las reuniones o fiestas. Era una manera de evitar desastres. —¿Algo más? —Recorrió la sala con la mirada— ¿Ningún ex alcohólico? Guau, que maravilla de mujer —exclamó mirando a una joven redondita y con rostro angelical. —Se llama Muñeca. Es venezolana y está soltera. —Me
gusta
—dijo
el
uniformado
metre,
un
extremadamente delgado, con rostro infantil y pelo engominado.
hombre
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—Dale conversación hasta que se sienta cómoda. Es muy tímida. Cuídala del león de la Metro que está a las doce. Se cree un Don Juan y puede ruborizar a cualquiera con sus comentarios. —Ok —sonrió agitando una coctelera— me pongo en marcha. Susana se fue con su copa. Le gustaba Fede. Hacía más de cuatro meses que trabajaba en Gorditas a la Carta. Era Servicial, puntual, cumplidor, un profesional y le encantaba su trabajo. Había entrado sustituyendo al anterior encargado y finalmente se había quedado en su puesto después de que su predecesor se diera de baja permanente por una enfermedad crónica. Siempre estaba disponible y dispuesto y era soltero con deseos de solucionar ese tema. Como buen hablador y pletórico de labia, era perfecto para dar conversación a las mujeres que se encontraban algo descolocadas. Atila llegó hasta ella dando brincos. —¿Dónde está tu dueña cielo? —lo cargó en brazos antes de que le destrozara las medias. No vio a Malena, pero en la entrada del salón estaba Gloria y su hermano. Ella vestía unos pantalones y blusón ancho que la estilizaban. La parte de arriba con transparencias sugerentes. No llevaba tacones. Su cabello negro estaba recogido y lucía muy atractiva. Él estaba impresionante. Con traje chaqueta negro, camisa blanca y corbata granate. Sobrepasaba casi una cabeza a su hermana y se veía imponente. La verdad es que eran una pareja impresionante. En cuanto la vieron se encaminaron a ella. —Buenas noches —saludó Susana con una sonrisa. Los dos correspondieron al saludo. Gloria se adelantó para darle dos besos y como cosa natural, él siguió su ejemplo. Mientras le besaba la segunda mejilla, Atila apoyó una pata en el bolsillo de la elegante
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chaqueta de Alejandro. Cuando éste se retiro, el bolsillo se descosió y quedó colgando. Los tres se quedaron callados mirando el desaguisado. —Lo siento —se disculpó roja de vergüenza Susana— si vienes a mi despacho lo acabaremos de descoser. Y mañana me la traes y te lo arreglaremos. —No tiene importancia. Quitamos el bolsillo y ya está ¿Tienes unas tijeras? —Si, claro. Ven conmigo. —Yo voy a tomarme un refresco. Aquí os espero. Susana comenzó a salir del salón hacia las escalinatas para ir a su despacho —Atila, perro malo —dijo mientras subía las escaleras— tienes unas pezuñas que parecen garras —el aludido sacó la lengua para darle un lametón. —¿Qué pasó? ¿Lo has adoptado? —No. La dueña ha desaparecido. —Mientras no la encontremos en tu despacho... —dijo malicioso. —Ni lo menciones —caminó el pasillo hacia su oficina y en cuanto abrió dejó al can suelto— sin pipis Atila ¿Me escuchaste? Ella fue hasta su mesa y abrió el cajón para sacar una pequeña tijera de manicura. El can se subió al sofá y se puso a rascar la tapicería. —No Atila ¡Quieto! —riñó Susana— Ven Alejandro. Aquí en la luz —le hizo una seña para que se acercara. Él accedió y se plantó frente a ella, que concienzuda se dispuso a acabar de desprender el bolsillo. —¿Te he dicho que estás muy guapa hoy? —dijo a su coronilla.
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—Muchas gracias —hizo una mueca— tu bolsillo está muy arriba, apóyate en la mesa para que me quede más abajo. —Pues desde aquí tengo una vista muy buena... no sé... si... Ella levantó la mirada y lo vio con los ojos fijos en su escote. —¡Siéntate! —ordenó. Él obedeció, sentándose en el escritorio, y abrió las piernas para que ella pudiera operar el bolsillo situada entre ellas. Se desabrochó la chaqueta por comodidad. Mientras quitaba los hilos con cuidado para no dañar la tela, Susana se dio cuenta de que su posición era más peligrosa de lo que pretendía. —¡Estate quieto! —dijo ella nerviosa. —No me he movido —contestó inmediatamente él. —Te quedará un poco la marca del bolsillo. —Olvídate de mi bolsillo y preocúpate de Atila, el rey de los Unos vuelve a atacar. Susana miró al perro y casi soltó un grito. Movió las tijeras peligrosamente y Alejandro sujetó su muñeca con cautela mientras ella contemplaba al can que tenía entre sus “terribles” fauces, un trozo de sofá espumoso y suave. —Oh, no, Atila —chilló dando un paso hacia el perro que saltó con su trofeo para correr por el despacho dando por sentado que eso era un divertido juego— ven aquí bestia inmunda. Le va salir caro el sofá a tu dueña —se paró en medio de la oficina viéndolo correr de un lado a otro como un poseso. Alejandro reía quedo. —Ya se calmará —aseguró divertido— déjalo que disfrute.
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–Creo que me va a dar un ataque de histeria —dijo Susana. Respiró hondo con dificultad, de repente se le vino el mundo encima ¿es qué no podía ver a ese hombre sin que hubiera incidentes por medio? ¿Por qué esas cosas le pasaban a ella? Flora ausente, Malena y Atila haciéndole la vida imposible, la reunión sola, ella en el despacho acabando de descoser el bolsillo de la chaqueta de Alejandro que debía costar al menos seiscientos euros solo la chaqueta. Empezaba a creer que no estaba hecha para manejarse bajo fuerte presión y los sentimientos recién estrenados por ese hombretón no ayudaban nada— me parece que me falta aire —logró balbucear. —Te puedo hacer el boca a boca —sonrió un instante antes de darse cuenta de la palidez de la mujer. Se acercó raudo y le pasó un brazo por los hombros para llevarla a sentar al sofá destripado— me parece que tienes un ataque de ansiedad. —Te parece bien —intentó respirar hondo— llevo unos días que el colofón final sería un salto mortal con pirueta doble desde el ventanal. Por si acaso se me va la olla, no me dejes levantar —susurró dejando caer la cabeza hacia atrás. —Me parece que tienes mucha presión estos días —dijo él poniéndole su mano en la frente y acariciando sus mejillas ahora frías. El perro se subió al sofá y con total naturalidad se sentó sobre las piernas femeninas, acomodándose tras un par de vueltas. Ella observó el descaro del perro mientras Alejandro aguantaba una risa fuerte para no echar mas leña al fuego. —Ya está más calmado ¿ves? —La tranquilizó el hombre mientras la veía ponerse roja y respirar más profundo— Ya estás recuperando el color.
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—Lo siento. Creo que ha sido un ataque de ansiedad en toda regla. —En realidad lo extraño es que no te haya dado antes. Este perro saca a cualquiera de sus casillas, y la dueña no se queda atrás. —Siéntate a mi lado y te acabaré de quitar este bolsillo. Él tomó las tijeras del suelo, donde habían caído cuando ella fue a perseguir al can, y ocupó el trozo de sofá sano que quedaba al lado de ella. En silencio, y con el perro en las faldas, acabó de quitar los hilos para soltar la tela. La boca de ella estaba entreabierta, con la atención fija en no desviar la tijera y hacerle un siete a la hermosa chaqueta. Él sintió nublar la vista de tanto mirarla. Ella se mojó los labios. La imaginación desbordante de Alex, lo hizo visualizar el rostro femenino ofreciéndole sus labios. El dorso de los dedos de ella le rozaba el pecho, mientras sujetaba la solapa. La excitación por la cercanía aceleró su respiración. Mientras ella se concentraba en su tarea, él se calentaba. Hubo un momento en que ella se puso bizca y él rió sensualmente. —Ya está. Puf! —resopló ella— Si mañana me traes la chaqueta miraré de encontrar una costurera profesional que te la deje como nueva. Él le retiró el cabello de delante y desvió la vista de su escote. No necesitaba encenderse más. En otras circunstancias la besaría aprovechando el mullido sofá, pero las circunstancias no eran las más propias, y menos después del sofocón que se había llevado minutos antes. Ella retiró el perro y sacudió los pelos que se habían quedado en su vestido. Luego fue a la pierna de él para hacer lo mismo, pues los
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pelos blancos parecían formar un “colage” informe. La evidencia de su erección paralizó la mano que tenía intención de expulsar la pelusa. Se lo pensó mejor y se levantó, alejándose unos pasos hacia su escritorio para guardar la tijera. Para él fue obvió que acababa de darse cuenta de que estaba excitado. —¿Qué tal si bajamos y buscamos a la dueña del perro? —dijo ella con voz casual. —¿Qué tal si esperamos unos minutos? Relájate para que no te comas a Malena cuando la veas —sugirió pensando en que necesitaba ese tiempo para relajar otra parte de su cuerpo. No era elegante aparecer empinado de su brazo. La gente podía pensar que habían dejado a medias algún asunto— de hecho, Atila está durmiendo como un bendito. Sería un error moverlo. —Podemos dejarlo aquí —contestó ella mirando la entrepierna masculina sin poderlo evitar y desviando rápido los ojos hacia la puerta. —Podemos. Pero no tienes ninguna garantía de que no te acabe de destrozar el resto de mobiliario. Ella suspiró cansina. Se sacudió nuevamente la falda y se sentó en su silla. Atila levantó la cabeza, como si diera por terminada su cabezada y se agitó antes de ir directo a las piernas de Alejandro. De un saltito, se colocó en la entrepierna del hombre y se dispuso a dormirse de nuevo. Alex dio un respingo dispuesto a levantarse. No podía dejar que los pelos del perro adornaran su imprevista reacción. No sería una decoración adecuada para el bulto de sus pantalones. Ya se veía andando por la sala con un plumero entre las piernas avisando de antemano de su paso.
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Lo bajó con delicadeza y se levantó, sacudiéndose con cuidado. Se fijó que ella lo miraba directamente a la mano que, suavemente quitaba los pelos de sus “atributos”. —Ya sabes que los hombres tenemos dos cerebros —sonrió— el de arriba procura controlar, pero el de abajo tiene debilidad por ti —viendo su sonrojo rió intentando quitarle hierro al asunto. Era algo bochornoso que acabara con una erección cada vez que estaba con ella, y más, que fuera evidente y que no se sintiera tentada a hacer algo al respecto. Claro está que ni siquiera habían tenido un careo, ni un beso, solo conversaciones sugerentes— pero no te preocupes, el de arriba controla los ataques, así que estás a salvo. —Es un alivio saberlo —dijo como la grana. Y a ella misma no le gusto como sonó. —Mujer —hizo una mueca triste— gracias. No sabía que era tan desagradable. —Y no lo eres Alejandro. Disculpa, es que no me siento cómoda con este tipo de conversaciones y parece que contigo siempre acabamos hablando de lo mismo. —Eso debe ser una señal —dijo acercándose a ella. —Sí, para que cambiemos de tema. Ella estaba nerviosa. Intentaba parecer calmada, pero sus pechos subían y bajaban algo agitados, para la intranquilidad de él. Si fuera otro tipo de mujer, ya estarían en la cama desde el día de la excursión en velero. Pese a la abstinencia, Alejandro reconocía que estaba disfrutando de esa especie de tira y afloja. Sabía que de un momento a otro llegaría su oportunidad y la aprovecharía.
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Se quitó la chaqueta
y miró el trabajo de ella. La marca del
bolsillo yacía allí, como un recordatorio de ese momento en que ella lo descosía mientras él la miraba intensamente. —¿Estás… —dudó— preparado para bajar? —Si —sonrió socarrón volviendo a ponerse la chaqueta. Susana dejó su silla y se acercó a Atila que estaba sentado en el sofá, muy quieto. —Ven, vamos a llevarte con tu amita. Cuando ella lo fue a coger, Atila salió de estampida. Tanto Alex, como Susana, se quedaron quietos mirando como el caniche emprendía una loca carrera. Haciendo el circuito de Le-Mans, corriendo sin rumbo y sin descanso, daba vueltas a la sala esquivando algún que otro mueble o pasando por encima. A la tercera vuelta Susana se acercó a Alex. —¿Puede ser que le hayan dado un chute de algo? —Pues que yo sepa no conozco ningún caso, pero que este perro lleva algo más que sangre en las venas no es una idea disparatada. A lo mejor le ha dado alcohol —contestó él disfrutando como loco. —Yo me pongo en un lado y tú en otro, el primero que lo coja, que no lo suelte. —Ja! Eso se dice rápido. —Alejandro. Seguro que te será muy fácil interceptar a un perrito tan pequeñín, mírale —el chucho de pedigrí ya empezaba a jadear y de vez en cuando se paraba a tomar aliento— ¿O es que le tienes miedo? —se envalentonó Susana mirando hacia arriba. —Ese perro lleva el rótulo de “desastre” tatuado en la frente. Es un peligro ¿Por qué no avisamos a Malena y que se ocupe ella?
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—¿Y dejarlo aquí solo? Te recuerdo que hace un momento me dijiste lo contrario. —Eso fue antes de ver que tiene un turbo en el culo —se quejó el hombre— no sabemos si lo está medicando. A lo mejor es uno de esos perros traumados. Piensa —bajo la voz fingiendo complicidad— Malena lo viste como ella. Siempre van a juego. A lo mejor también le da sus pildoritas. Porque me apuesto la cabeza a que esa mujer toma algo. Las dos veces que la he visto siempre ha organizado alguna. Este perro, Atila —nombró recordando— es un calco de su dueña. Líbrenos el cielo de ambos. —Bueno, si ya has dejado de quejarte —sonrió ella sincera y empezando a divertirse— ayúdame a cazarlo y a devolvérselo a Malena, con un poco de suerte, se lo llevará para calmarlo y tendremos la reunión en paz. —Yo no contaría con eso. —¡Hombre de poca fe! —rió ella yendo a la esquina opuesta del despacho para poder atrapar al perro. Los dos, posicionados, esperaron a que el perro fuera hacia ellos. Atila, que de estrategias sabía un rato, paró de repente. Subido a una silla, miró hacia un lado y a otro, y ladró. Su ladrido no era nada del otro mundo, pero fue un ladrido serio, de aquellos que te dicen que te ven venir. Se sentó y aguardó, controlando a ambos. Alejandro se cuadró y fue hacia él como flecha. Eso fue el detonante. Atila decidió que ese juego le gustaba más. Susana rió. Ver al hombretón perseguir al caniche fue demasiado para
sus
nervios,
carcajadas
descontroladas
acompañaban
los
resbalones de Alejandro, que en el proceso, rompió el único botón de la
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chaqueta que estaba abrochado y se rasgó el forro.
Alejandro se
enderezó y movió los brazos largos como un ave enfurecida. —Este perro es un kamikaze. Estuve en el ejército y te digo que Atila ha sido entrenado. Susana rió más, juntando las piernas porque comenzaba a perder el control de su vejiga. Atila se acercó a ella y le dio un lametón. —¡Atrápalo! —gritó el hombre. Ella no tenía fuerzas. Se le habían ido todas por la boca de tanta risa. —Desisto —tiró la toalla Alejandro quitándose la chaqueta y mirando los destrozos— ahora sí que está para tirar a la basura. Susana seguía riendo ya con lagrimones corriéndole por las mejillas, ya casi llegando a puchero. Atila ladró de nuevo mirando hacia la puerta que se abrió de forma sorpresiva. —¡Mi niño! Te he buscado por todas partes. Pensaba que te habían secuestrado. —¡Ni de coña! —bufó Alejandro mesándose el pelo revuelto. —¿Qué ha pasado? —dijo Malena mirando al hombre en camisa y con la cara roja y a ella casi sentada en el suelo y con hipos casi llorosos— ¿Qué le has hecho? —Se dirigió a él, bolso en mano y le arreó un bolsazo en el hombro mientras gritaba— Ataca Atila, ataca. El perro comenzó a aullar lastimeramente mientras ella golpeaba a Alejandro, y de vez en cuando se detenía y daba una vuelta sobre si mismo, como si quisiera morderse el rabo.
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Alejandro esquivó los porrazos mientras intentaba hacerse escuchar. Susana se levantó como pudo sin dejar de reírse y fue hacia ellos tratando de hablar para que Malena parara. Alejandro se apartó y sujetó las manos de Malena, deteniendo la bolsa asesina. Pero la mujer le lanzó un rodillazo en la ingle que no dio de lleno pero si logró que la soltara. A Susana se le cortó la risa de golpe y se abalanzó para interponerse
entre
Malena
y
Alejandro.
Pero
Malena
estaba
descontrolada. Parecía que se había ensañado con Alejandro y quería pegarle todo lo que no había podido arrear a su ex novio. Cargó contra él mientras estaba doblado casi en dos, llegando Susana justo a tiempo de interceptar el ataque. —Basta Malena ¿Qué diablos estás haciendo? —Defenderte —chilló histérica. —¿De qué? Él no me ha hecho nada. —Estabas en el suelo llorando y, él parecía... —pestañeó confundida la morena, todavía bolso en mano por si acaso. —Me estaba riendo —explicó tranquilizadora sintiendo las manos de Alex sobre sus caderas por detrás, como si se apoyara para soportar el dolor. —Pues no lo parecía —justificó Malena soltándose del agarre de Susana y retrocediendo— Atila ven con mami. El caniche saltó a sus brazos y ella se alejó hacia la puerta. —Cuando queráis hacer cochinadas no llevéis a mi perro como carabina, es muy sensible para estas cosas —bajó la voz para cuchichear— es que es virgen.
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Cerró la puerta tras de si. Susana se volvió completamente compungida. —¿Estás bien? —¿Es una pregunta capciosa? —dijo él irguiéndose del todo con cara de no estar recuperado. —¿Te ha dado muy fuerte? —Digámoslo así. Podré tener hijos pero no será esta semana. —Lo siento mucho —adujo ella realmente apenada— ¿Quieres hielo para...? —Jajaj —el rió— te diría que me dieras un masaje, pero supongo que no querrás. —¿Lo dices en serio? —dijo incrédula. —¿A ti qué te parece? —contestó él entre dientes cogiéndose la entrepierna y buscando sentarse. —Estás exagerando —bufó ella— ¿Te saldrá un morado o algo así? —Te lo enseñaría pero prefiero que no los veas ahora, no están en su mejor momento. —¿Te llevo al médico? —No, gracias. Hoy ya me han tocado bastante los cojones. Ella lo disculpó por el momento que había pasado. Vio que tenía un arañazo al borde de la boca. —Te sangra el labio. —Seguro. Esa tipa llevaba ladrillos en el bolso. —Lo siento. Se descontroló. —No había manera de pararla. Cuando la sujeté me arreó una patada en salva sea la parte —hizo una mueca. —¿De verdad no te traigo algo? ¿Una copa? —Sí. La verdad es que me iría bien un coñac o similar.
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—Vuelvo enseguida. Susana salió del despacho echando una carrera, no vio la sonrisa de Alejandro. La verdad es que el golpe no había sido ni mucho menos tan grande. Ya se le había pasado pero le encantaba verla preocupada por él. Se relajó en el sofá destripado, las piernas abiertas y la camisa por fuera. Tenía un aspecto bastante desaliñado. No le extrañaba que Malena hubiera supuesto que se lo estaban montando. Rió por lo bajo para que no lo oyeran. La verdad es que la escena era para pensar mal. Él resoplando, sudando por la persecución y ella tirada en el suelo, con el vestido bastante levantado y sus pechos agitándose por la risa, mientras todo su cuerpo denotaba una catarsis. Había sido divertido, con un poco de suerte, si la hacía sentir culpable le diría que lo llevara a casa y lo ayudara a acostarse.
—¡Que desastre! —Gemía Malena— cuanto lo siento —repetía ante la breve explicación de Susana mientras que preparaba un coñac para Alejandro en el que había sido el despacho de Beto. Malena que la esperaba fuera de su oficina y la había seguido con su perro faldero, se deshacía en disculpas— no me digas que lo he castrado. ¡Dios mío! ¡El padre de tus hijos! —No es el padre de mis hijos —corrigió. —Chica, es que cuando vi a esa mole que parecía excitado y a ti, ahí —hizo el gesto con el brazo señalando el suelo— tirada como si te
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hubieran pegado un meneo indeseado. Bueno, digo yo, que con un tío como ese es fácil decir a todo que sí, pero como tú eres tan cortita... —Caray, gracias —la miró con la copa ya llena en la mano. —Me refiero a que él es un hombre muy... quiero decir... que se le ve muy... —hizo un gesto seductor con la cara— muy hombre, vamos, ya me entiendes... —Déjalo Malena. Olvídalo. Vete a casa. —No. Si acaba de empezar la noche. He conocido a un tal Jacobo. Un solete. Muy tímido. Tiene el pelo como mi Atila. Es tan dulce. —¿El informático? —dijo incrédula. —Si, trabaja con ordenadores. —Muy dulce, ¿eh? —concedió Susana cogiendo el teléfono— Pues vuelve con él un ratito. Yo voy a llamar a Fede a ver como va todo antes para quedarme tranquila. Se dio la vuelta para perderla de vista y marcó la extensión donde se encontraba el metre. Malena cogió la copa de coñac y con el perro bajo el brazo, cruzó el pasillo hasta el despacho de Susana. Abrió despacio, soltó al perro mientras contemplaba al hombre descomunalmente grande en el sofá. Parecía recuperado. Sus piernas abiertas y relajadas. Malena no pudo evitar sentir cierta envidia pensando en el bocado que se llevaba la mosquita muerta de Susana, pero el mundo no siempre está equilibrado. Respiró hondo y se dispuso a disculparse. —Hola Alejandro. El hombre pegó tal salto en el asiento al oir su voz que el sofá rebotó. —¿Vienes a rematarme? —medio sonrió.
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—No. Susana me dijo lo que había pasado. Te traigo este coñac en señal de paz. —No tendrá cicuta ¿Verdad? —No —Malena rió tontamente— coñac del bueno. —¿Y Susana? —La dejé llamando abajo para comprobar como va todo. Ahora viene. —Bien. —Atila también se quiere disculpar —buscó a su alrededor y lo vio con un cable en la boca— suelta eso Atila. ¡Caca! ¡Suelta eso! Los ojos de Alejandro buscaron el extremo del enchufe, pero desaparecía tras la estantería que se movía peligrosamente pues el cable hacía de palanca. El perro esquivó a su dueña pero, finalmente, Malena lo alcanzó. Alejandro respiró hondo de alivio cuando le quitó el cable de la boca, pero su consuelo duró poco cuando la misma Malena, le dio un tirón al cable para apartarlo de las fauces del can, provocando que la estantería cayera con todo su peso sobre el sofá, el cable siguió su curso saliéndose de los enganches de la pared y llegando a la lámpara ventilador que estaba sobre sus cabezas. Al mismo tiempo que entraba Susana por la puerta, el cable tiraba del ventilador del techo y caía directamente sobre el torso de Alejandro, que habiendo esquivado la estantería, y en posición precaria, no vio venir la lámpara con las aspas. El caos se hizo en un instante en la habitación. Alejandro, lívido. Tumbado en el suelo con media lámpara encima. Atila escapó por la puerta mientras Malena gritaba sin control. —Lo he matado, lo he matado...
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—No estoy muerto. ¡Cállate ya! Susana se arrodilló a su lado ayudándole a retirar la lámparaventilador. El resopló y trató de sentarse. Se volvió a tumbar sudando con un latigazo de dolor. —Me parece que ahora si que tendremos que ir al médico. —¿Qué te pasa? —dijo ella cogiéndole la mano mientras Malena le sobaba el pecho en busca de heridas. —Ah —se quejó apartando las manos de la morena— tengo algunas costillas rotas. Malena, estate quieta, por el amor de Dios. —Déjale ya Malena. Le haces daño. Voy a llamar a la ambulancia. —No —abrió los ojos desorbitadamente Alejandro— ni se te ocurra dejarme solo con ella otra vez. Que telefonee ella. —Ni que lo hubiera hecho a propósito —resopló ofendida Malena mientras se levantaba yendo al teléfono. —¡No entiendo como ha podido pasar esto! —lamentó Susana que todavía sujetaba la mano de él. —Sí no fuera porque sé que sería de paranoicos, diría que Malena y su perro están compinchazos para matarme. Que sincronía. Parecía todo un juego de esos que cae una ficha y el resto le sigue —rió y tosió. —¿Te duele? —Sí, no es nada grave. Serán un par de costillas rotas. Dificulta la respiración. No pongas esa cara. Solo necesito reposo y cuidados y en un par de semanas estaré bien. —La ambulancia viene de camino —dijo Malena colgando y mirando la escena desastrosa de la oficina— esto ha quedado horrible. —¿Alguien puede avisar a mi hermana Gloria? —Voy yo, y de paso busco a Atila, pobrecito, debe estar asustado.
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—Sí. Eso —repitió Alejandro viéndola marchar— pobrecito. Eso es un lobo disfrazado de cordero. Tenías que haberlo visto. Te digo que está adiestrado. En un momento tiró del cable y tumbó la estantería que pude esquivar, pero no vi la lámpara que seguía al cable. Tendré que llamar a un amigo del ejército para ver si están en nómina —sonrió intentando que ella cambiara el semblante— anda, ayúdame a levantar. —No. Puedes ponerte peor. —No puedo doblarme, pero necesito respirar y así no estoy cómodo. —Es mejor que esperemos a los paramédicos. —Me he roto las costillas dos veces —dijo él— ¿Me ayudas tú o lo hago solo? —Cabezota. Con más facilidad de la que se esperaba logró levantarse y se sentó, recto, en una silla que ella le acercó. En ese momento llegó Gloria corriendo y preocupada y se oía el eco de una ambulancia. En menos de diez minutos, Alejandro se iba con su hermana y los enfermeros, y Susana daba instrucciones a Fede para que se ocupara de todo. Fue al baño y salió escopeteada para la clínica. Llegó veinte minutos después que la ambulancia. Fue a recepción donde estaba Gloria en espera. —¿Sabes algo? —No. Se lo llevaron hace diez minutos. Conociendo a mi hermano no tardará en salir por esa puerta caminando. —Me ha dicho que cree que tiene costillas rotas. —Si lo ha dicho él, será eso. Hace años en unas vacaciones se le calló un saco de arena encima mientras descargaba un camión y se le rompieron dos costillas. Estuvo casi un mes convaleciente. Era
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inaguantable. Cuando se encuentra mal es como un crío de ciento diez kilos. —Estoy muy preocupada. —Tu despacho ha quedado para película de terror. —El seguro cubrirá parte y el resto lo pondremos como mejoras. Eso no me preocupa. —Por él no sufras. Es un superviviente nato. —Eso debe de doler. —Seguro —sonrió Gloria mirando hacia la puerta. —¿Te estás riendo? —Es que de camino me contaba Alejandro lo que había pasado y no es para menos que reírse. Aunque me va amargar el viaje —miró el reloj— voy a llamar para ver si estoy a tiempo de anularlo. —¿Por qué? —Porque tengo que quedarme a cuidar a mi hermano. Tendrá que hacer reposo durante unos días y es mejor que no se levante. Hay que darle de comer, ayudarlo a bañarse.... en fin... no me puedo ir. —Pero... —carraspeó Susana sintiéndose culpable— yo puedo ir a verlo una vez al día a ver si necesita algo. —Gracias Susana pero estará convaleciente. Necesita ayuda constante. —¿Tan grave es? —puso cara de horror. —Un mal movimiento y las costillas se pueden clavar en el pulmón. Respirar es muy doloroso hasta que se suelden las costillas. —Pero este viaje es importante para ti. —También lo es mi hermano —concluyó sacando el teléfono del bolso. Ella le detuvo la mano.
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—Espera. Tú crees que si lo llevo a mi casa y lo cuido yo ¿él aceptaría? —¿Podrías hacerlo? —Los días de trabajo, solo los medios días y noches estaría con él, y el fin de semana entero. —Si está de acuerdo, estupendo. —Así tú no pierdes tu seminario y él está cuidado. —Te gusta, ¿verdad? Ella se puso roja y pestañeó sin saber que contestar, pues decir “no” era mentir, pero no quería ser tan sincera con la hermana de él. —Me siento en cierta medida responsable de lo sucedido. —Él no te culpará —aseveró Gloria guardando de nuevo el móvil. —Lo sé. —Lo que si hará será explotarte. No he visto a nadie dar tantas órdenes desde la cama sin moverse y con cara de víctima. —Sabré manejarlo. —Ja! Eso decía mi madre mientras corría de un lado a otro para complacerlo. —Sí que me animas. —Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión. —Ya es tarde —susurró viéndolo venir. Venía en una silla de ruedas guiada por una enfermera que sonreía contenta mientras le hacía comentarios. Tenía el torso vendado y la camisa puesta pero abierta totalmente. El cinturón del pantalón colgaba sin abrochar, aunque la pretina del pantalón permanecía cerrada. Hacía cara de cansado y tenía el pelo revuelto, pero sonreía.
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—Necesita reposo absoluto durante unos días. Cero esfuerzos, nada de levantar pesos —cantaba la enfermera. —Está de vacaciones, así que no será difícil que se mantenga ocioso —explicó su hermana. —Le he dicho que mejor se quede un par de días aquí, podríamos aliviarle el dolor y vigilarlo, pero no quiere —dijo la enfermera. —No me gustan los hospitales. Están llenos de enfermos — masculló él levantando levemente la cara que no estaba muy lejos de la de Susana y la enfermera. —Ya le he dado a él las instrucciones. Por lo visto es repetidor — sonrió la mujer con la bata blanca— esta receta es para el dolor. Estaría bien que volviera en una semana para hacer otra radiografía. —¿Cuántas costillas son? —preguntó temerosa Susana. —Tres —contestó la enfermera— les dejo. No olviden firmar en recepción y pedir hora para la próxima semana. —Muchas gracias —dijeron los tres. Susana y Gloria se miraron antes de que la última empezara a hablar. —Iba a cancelar mi seminario... —No hace falta hermanita —le interrumpió alzando los brazos para que lo ayudaran a levantarse. Se colgó de los hombros de las dos y, una vez de pie, caminó despacio apoyándose un poco en ellas. —Susana se hará cargo de ti —informó Gloria. Él se detuvo. Miró a su hermana y luego a Susana que tenía la cabeza justo debajo de su axila. Cuando la había visto en la sala junto a su hermana, su corazón había dado un vuelco. No estaba seguro de encontrarla allí. Sobretodo
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después de cómo se quedaba su despacho. Un calor placentero le había recorrido el cuerpo y su pensamiento más inmediato era usar sus costillas rotas para provocar que ella lo visitara. Y ahora había oído una frase que casi lo hace caer sentado en el suelo de puro gusto. —¿Qué quieres decir? —Que para que yo no deje de ir al seminario y me quede tranquila, Susana se ocupará de cuidarte. —¿Y cómo...? —Empezó a preguntar pero se entusiasmó tanto que tosió y ellas se preocuparon. —Ahora pasaremos por casa para recoger tus cosas y te vas a casa de Susana. Así te tendrá vigilado. Yo me voy mañana jueves por la noche. Si se te olvida algo hoy, te lo traigo yo mañana antes de irme — lo miró fijo, nariz con nariz— prométeme que te portarás bien. Él estaba sonriendo de oreja a oreja, sin disimulo. —ainsssssssss, como te quiero hermanita —dijo alargando los labios para besarle bajo la nariz— me dejas en buenas manos —se giró cambiando el semblante a uno de pesar, para lucir gloriosamente dolorido— muchas gracias Susana. Sé que me cuidarás. —En mi casa tengo mis normas. —Soy muy obediente. Siguieron caminando. —Los días de oficina estaré menos en casa pero ya tienes mi teléfono. —Para urgencias. —Sí, para urgencias. —¿Y me dejarás ponerme tus bragas? —dijo burlón ganándose un coscorrón y una disculpa cuando se quejó por las costillas. —Tu hermano está mal de la azotea —sentenció Susana.
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—Es cosa de familia —contestó Gloria sintiendo el pellizco que le propinaba su hermano. —Esperad aquí. Voy a por el coche —dijo alejándose Susana. Cuando se quedaron solos él se soltó y le dio un tremendo abrazo a su hermana. —Mil gracias. —Oye ¿cuántas costillas dices que te has roto? —No es para tanto. Pero este pequeño accidente me llega como anillo al dedo. —Yo no lo diría así —sonrió Gloria— parece que te tiene enganchado la pelirroja. —No lo sabes tu bien. Se me estaban acabando las excusas para verla. No me acepta ninguna cita —masculló con una mueca. —Una que se te resiste ¡Eureka! —¿De cuando acá he sido yo un calavera? —No. Cierto. Pero cuando una te gusta —chasqueó los dedos— Rapidito cae a tus pies. Salvo un par de excepciones. —Pues esta es otra que rompe la regla. Es dura de pelar. Y necesito tiempo para conocerla y que vea que soy un buen chico. —Bien. Ya tienes ese tiempo. No lo desperdicies. —Ni pienso, jajaja. —Pon cara de enfermito que viene ya con el coche. —Estoy enfermito —dijo con un puchero fingido. —Cuentista —rió su hermana moviendo la cabeza.
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CAPÍTULO 5 ...¿Dónde
está
el
rey
de
la
casa?
Cuchicuchi....
Llegaron a casa de Susana cerca de las once y media de la noche. Abrieron la maleta de él y colocó la ropa interior en los cajones de arriba de la cómoda de la habitación de invitados. Quitó las sábanas y toallas de los dos siguientes cajones y los colocó en el altillo del armario. Ordenó camisetas y pantalones de chándal y puso sus utensilios en el baño a compartir. —Bien —ella se dio la vuelta para mirarlo de frente— en este mueble está tu ropa. En el lado derecho del armarito del lavabo están tus cosas. Te dejo en esta silla —señaló— una toalla grande y dos pequeñas. La ropa sucia se pone en la cesta del baño. Las sábanas están limpias, de hecho son las que usaste el otro día —se sonrojó un poco— todavía no las había cambiado. Ya sabes donde está la cocina y el lavabo. Él, sentado en el borde de la cama, la contempló seriamente. —Te agradezco enormemente que te hayas ofrecido a cuidarme. Procuraré ser lo menos molesto posible. —Es lo menos que podía hacer, después de lo ocurrido ¿Tienes alguna pregunta? —Sí, hasta que me pueda agachar necesito que me ayudes a quitarme los zapatos, bueno... —hizo una mueca inocente— de hecho no puedo hacer el esfuerzo de bajarme los pantalones. Ella abrió mucho los ojos. Boqueó un par de veces y asintió.
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—Deja que me ponga cómoda. No aguanto más estos tacones. En cinco minutos, vengo y te ayudo a acostarte. Ella salió de la habitación cerrando los ojos y maldiciendo por lo bajo ¿En qué jaleo se había metido? Tendría que ayudarle a vestirse y desvestirse. Ni que decir de la ducha. Gimió entre deseosa y preocupada. Se metió en su cuarto y se quitó, rauda, el traje. Se colocó una camiseta ancha y los pantalones de un chándal negro. En zapatillas y con el pelo recogido en una coleta, se miró en el espejo. De repente sonrió a su propia imagen. El asunto tenía su miga, pero también había unas ventajas adicionales interesantes. Tenía la excusa de tocarlo sin que hubiera una falsa interpretación. Podía estar con él y disfrutar su compañía y él estaba demasiado dolorido para intentar algo con ella. Eso le daba tiempo para probarse a si misma. Indagar en su deseo por él. Respiró hondo y, valientemente, se encaminó a la habitación de invitados. El la esperaba resignado. Con cara de cansado. Sin decir nada, ella le ayudó a quitarse la blusa abierta. Los zapatos, calcetines... lo miró arrodillada ante él. —Será más fácil si te levantas. Así los pantalones caerán sin esfuerzo. —Antes me gustaría ir al baño. —Claro ¿Necesitas ayuda? —La puedo sujetar solo, gracias —sonrió bromeando pero en cierto modo incómodo. Lo dejó a solas y se fue a la cocina.
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Escuchó el grifo mientras preparaba una tortilla a la francesa. Abrió un pack de salmón ahumado y sacó tostadas. Cuando escuchó la puerta corrió hacia allí. —¿Todo bien? —He hecho pipí, me he lavado detrás de las orejas y los sobacos. Solo falta que me arropes mamá —contestó lacónico. —Ya me dijo tu hermana que eras muy mal enfermo —señaló ella— así que haré que no te escuché. He preparado una cenita ligera. Ven. Él caminó despacio sujetándose las costillas vendadas. Llevaba los pantalones puestos, pero iba descalzo. —Te voy a traer unas zapillas nuevas. Las compré para mi hermano mayor, pero nunca veo el momento de dárselas. Te estarán algo pequeñas, pero te aislarán del suelo. —No hay problema, es parquet. No soy una flor delicada Susana. Cuando necesite tu ayuda te la pediré. —Por tu mal humor diría que ahora te duele y mucho. —No estoy dando saltos de alegría — refunfuñó— tomaré algo sólido para tomarme un calmante y me echaré a dormir. —Es una excelente idea —dijo ella ofreciéndole asiento. El cenó despacio. No se acabó lo que ella le había servido y se tomó la pildorita para irse a dormir. Ella lo acompañó a la cama. Le desabrochó los pantalones, que cayeron al suelo, y le ayudó a quitárselo sin mirar otro sitio que sus tobillos. Luego alzó la sábana para cubrirlo y le deseó buenas noches. —Cualquier cosa que necesites. Llámame —recordó antes de salir sin cerrar la puerta.
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Él se quedó acostado. Mirando el techo. Le dolía todo el cuerpo y eso lo ponía de mal humor inevitablemente. Cuando mas solícita era ella, más se enfadaba él. De repente, ya no le hacía tanta gracia que ella le viera en ese estado lastimero. No recordaba que doliera tanto el asunto. Masculló una sarta de tacos. Le costaba tanto respirar que su cerebro no podía registrar nada más. Cuando ella le quitó los pantalones, agradeció lo impersonal de la ayuda. Con la libido por los suelos, lo único que quería, era dormir.
Susana se despertó a las seis y media de la mañana. Quería ducharse y atender a su “invitado”. A las siete ya estaba vestida y con el desayuno preparado. Con el olor del café antecediéndola, fue al cuarto de Alejandro con tiento, por si acaso estaba dormido. Lo encontró sentado en la cama, con cara de haber pasado una pésima noche. Tenía el pelo revuelto y no tenía cara de buenas pulgas. —No me digas buenos días porque no lo son —se anticipó a su saludo el hombre— aunque ese café puede ayudar a mejorar mi humor. Ella se acercó y se sentó en el borde de la cama mientras le daba la taza de café azucarado como le gustaba a él. —He intentado hacer la espumita, como a ti te gusta, pero no me ha salido. Él sonrió tierno, agradeciendo el gesto. —No te preocupes, hay que tener un buen juego de muñecas — tomó un sorbo— umhhhhhhh, se puede mejorar, pero no está nada mal —tiró la cabeza hacia atrás.
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—Te traeré una bandeja con unos croissants y otra taza de café. —No tengo mucha hambre —dijo entre dientes apurando el negro líquido. —Te lo traeré de todos modos. También pondré el alargo del teléfono y lo traeré hasta tu mesilla, por si necesitas algo. Yo me iré en veinte minutos. Si quieres que te ayude a ir al baño... —Puedo ir solo. —Por favor. No te enfades. Ya sabes que no puedes hacer esfuerzos, y levantarte y volverte a sentar puede resultar doloroso. Yo solo quiero ayudar. —Si me das un beso, dejo que me ayudes a levantarme para ir a hacer pipí —dijo tan serio que ella se quedó algo perpleja. —Escucha grandullón impertinente, te voy a cuidar, a dar de comer en la boca si es preciso, y por supuesto te ayudaré a ir a hacer pipí. Pero los chantajes te los guardas para cuando pueda pegarte un buen empujón sin sentirme culpable. —Mala mujer. —Aprovechado —masculló ella con una sonrisa de medio lado. —¿No te doy pena? —Hizo un mohín. —Ninguna. Pena me doy yo que tengo que ir a trabajar mientras tú te quedas a guardar la cama. Te traeré el carrito de la tele. Aquí tengo antena y te la enchufaré. Se te hará mas corta la mañana. —Creo que dormiré más que otra cosa. —Como quieras. Se levantó. Esa mañana se había hecho una coleta algo más arriba de la nuca y llevaba unos pendientes de aros de oro. Vestía pantalón estrecho azul marino y blusa vaporosa de color rosa. Los tacones eran de aguja y ella sen sentía guerrera ese día.
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Hizo lo del teléfono y también, pese a su comentario, lo de la televisión. Mientras ella hacía toda la operación, él la contempló comiendo a dos carrillos casi la bolsa entera de bollos y se sirvió dos cafés más, añadiendo cuatro cucharadas de azúcar cada vez. —¿Te ayudo a ir al cuarto de baño? —dijo ella mirando el reloj. —Con que me ayudes a levantarme está bien —accedió él algo reticente. Le retiró la bandeja con el desayuno finito y apartó la sábana. Él llevaba un pantalón de chándal. —¿Cuándo te has puesto los pantalones? —se extrañó ella preocupada. —Esta madrugada. No me pasearé en calzoncillos en casa de una señorita —contestó contrito. —Vaya. Podías haberme avisado. Te los habría puesto yo. —Eso era precisamente lo que quería evitar —la miró molesto. —Pues haber como te piensas que te ayudaré a bañarte. —Con cuidado —atajó— eso seguro. No estoy en condiciones de mostrar mi mejor estado físico. —No seas ridículo. A mí no me importan esas cosas. Estás enfermo. —Ves. A eso me refiero —dijo alzando la voz. —No te entiendo —alzó los brazos ella con exasperación. —Ni falta que hace —dijo él tendiéndole los brazos para que le ayudara a alzarse. —Así. Despacito —decía ella pasando el brazo masculino por encima de sus hombros para que él no hiciera tanto esfuerzo. Lo acompañó al baño y él entró. Mientras caminara recto y no se inclinara...
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Ella se adelantó, abrió la tapa del water y lo miró con un sonrojo circunstancial. —Te espero fuera —dijo ella. —No hace falta —remedió él— vete tranquila. —¿Me llamarás si necesitas algo? —Indagó insegura mirándolo allí, en medio del baño, desgreñado en pantalón de chándal y con el torso vendado. —Sí. —Bien —carraspeó— vengo como a la una y media, dos. —Aquí estaré. Ella cerró la puerta y se fue. No se iba muy tranquila. Su aspecto desaliñado y su visible malestar no eran teatro. Enfilo para el trabajo con preocupación. Como si no tuviera suficientes cosas en que pensar. Susana trasladó su despacho momentáneamente al de al lado. Xisca y su equipo estuvieron toda la mañana limpiando y dejándolo en orden para que el lampista pudiera arreglar el problema de la lámpara que había sido arrancada de cuajo. Ese día, quedaría su oficina lista para que la reocupara al siguiente. Nada más llegar al trabajo se encontró a Beto hablando con Lalo Rubio. El director de escena. Se unió a ellos y en cuanto llegaron Fernando Subirats, sus socios y Flora, empezaron la reunión. Más tarde llegó Mer González. Flora quedó encantada con ella. Era totalmente adecuada para el puesto. Carmen Toledo, también fue del agrado de Flora. Rebeca les dio los dossiers que estaban preparados para ese día.
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Beto, aceptó ayudar en todo lo que pudiera mientras estuviera en Barcelona. Aproximadamente un mes más. Beto y Carmen congeniaron estupendamente. Carmen le seguía sus descaradas bromas con soltura. Flora, después de enterarse del desastre de la noche anterior, convino en ir a ver a Alejandro esa noche, antes de volver al hospital con sus suegros. A las doce, Flora, después de dos entrevistas a telefonistas, se fue al hospital un rato. Malena, apareció a las doce y media, Atila en banda, dispuesta a ayudar en lo que hiciera falta. —No he podido dormir en toda la noche. Qué mal me sentía —se rió desmintiendo lo dicho— lo siento. Cuando recuerdo como lo atizaba y la patada que le di en los santos cojones. —Sí. No fuiste muy amable —comentó Susana por lo bajo. —Quiero compensarle. Me ha dicho Rebeca que está en tu casa — sonrió maliciosamente— así que, como tú estás muy ocupada, yo le cuidaré. —No hace falta —se apresuró a decir Susana. —Sí que hace falta. Tengo un peso enorme sobre mis hombros. Casi lo parto en dos. Pobrecito. Tengo que hacer algo. Dame tu dirección. —Malena. Está convaleciente. Necesita reposo —le explicó comprensiva. —Y yo limpiar mi conciencia —miró a Atila que le dio un lametón en la barbilla— Atila está muy triste. Sabe que hizo mal. Fue un accidente, pero provocó un desastre. He de decir que no suele ser tan malo.
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El perro, llevaba un símbolo “Om” en la coleta del entrecejo. De las orejas parecían salirle unas cadenas finitas como si simulara unos pendientes enormes o una corona. En la cola llevaba un fajín de color burdeos que le daba un aspecto elegante y estrafalario. Malena iba con tejanos y un jersey malva con motivos celtas. No iba tan maquillada como las últimas veces que la había visto y su estado era, en general, bastante normal. —Puedes quedarte tranquila. Ahora voy a darle de comer. —Estupendo —se entusiasmó Malena— tú ya estás bastante estresada. Yo cocinaré para los dos y así os podréis relajar. Que buena falta que te hace. Llevas un ritmo acelerado que no sé como lo aguantas. Oh, mira —dijo tierna viendo como Atila le hacía ojitos a Susana mientras le daba con la pata— te ha cogido cariño. —Me parece a mí que este perro sabe álgebra —sonrió acariciándolo sin poderlo evitar— la verdad es que no hace falta que te molestes. —Insisto. —Bien —suspiró encogiéndose de hombros— dame unos minutos y nos vamos. Ya cerca de la una, fueron en sus respectivos coches. Había llamado a Alejandro hacia las diez de la mañana, y él había contestado rápidamente, asegurándole que todo iba bien. No lo avisó de la visita, porque a lo mejor huía del apartamento. La intención de Malena era buena, pero después de lo ocurrido era para esquivarla. —Ya estoy aquí y traigo visita. Alejandro apareció de la puerta de la cocina. Llevaba una camiseta con el logo: “soy algo más que carne” y con el mismo pantalón de
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chándal que se pusiera esa madrugada. Estaba bien peinado y lucía una sonrisa amplia y alegre. En cuando vio a Malena y a Atila, abrió los ojos e hizo el símbolo de la cruz con los dedos. —¡Va de retro! —dijo sin avanzar más— No des un paso más — miró a Susana— ¿La has traído para que acabe conmigo? —No seas paranoico —contestó Malena— he venido a disculparme. —Ya —frunció el ceño y bajó las manos— la última vez que te disculpaste acabé con tres costillas rotas. Por no mencionar tu ataque anterior. —Fue un malentendido —puso cara de súplica— no seas rencoroso. —Y no lo soy. Es que te tengo miedo —dijo acercándose a Susana, que sonreía. La abrazó en un apremiante grito silencioso de ayuda— protégeme —no la apretó mucho, pero la rodeó con sus brazos— estoy en tu casa. No quedaría bien que acabara cadáver ¿Cómo se lo explicarías a la poli? —Exagerado —lo riñó acariciando su vendaje por debajo de la camiseta— ¿Cómo estás? —Muy bien, hasta hace un momento —miró de reojo a Malena. —Se ha ofrecido a hacernos la comida. Quiere resarcirte por lo ocurrido. —Ya la hice yo —contestó Alex soltando a Susana que se iba a dejar el bolso y que se encaminaba hacia la cocina. Malena soltó a Atila, que fue directo tras Susana. —Pues yo he comprado un par de cosas para haceros un plato rico —torció la boca. Lo preparo en un santiamén. Os chupareis los dedos. Yo cocino como un ángel.
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Alex vio que Malena se dirigía a la cocina también. Con reticencia, siguió a las mujeres. Desde la puerta observó como Susana sonreía encantada ante el braseado de verduras y las fajitas de atún con bechamel que había preparado. Lo miró con admiración. —Eres una caja de sorpresas. —Quería impresionarte. —Lo has conseguido —sonrió Susana encantada. —Sí. Yo también estoy muy impresionada —añadió Malena— un hombre que sabe cocinar —lo miró de arriba abajo— ¿Tienes novia? —Estoy… —balbuceó espantado— tengo, voy con... —Está saliendo conmigo —lo salvó Susana. —Me lo temía. Lo sospeché en cuanto supe que estaba en tu casa. Y ahora cuando te ha abrazado al llegar... pero debéis tener cuidado — miró ceñuda a Susana— no se pueden hacer “cositas”, en su estado. Alex estaba mirando a Susana. Sabía que había dicho que salían para salvarlo de Malena, pero le gustó como sonó esa afirmación. Escuchó lo que dijo la mujer sobre los peligros de practicar el sexo en su estado y sonrió ante el sonrojo de Susana. Esa mañana se había sentido mejor. Le dolía y a ratos le costaba respirar, dependiendo de la postura, pero se había propuesto aprovechar esa semana y conquistarla. Veía muy fácil el acercamiento. Estaba en su casa, la veía todos los días. Dormían casi puerta con puerta. Compartían el baño. ¡Dios! —se dijo a si mismo— sino fuera por el pequeño inconveniente de que no estaba en condiciones de hacer el amor, iría a por todas. Podía haberse roto la pierna, en vez de las costillas. También era mala suerte.
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—No te preocupes —sonrió Alejandro entrando en la cocina y dándole un beso en la coronilla a la pelirroja— Susana es una mujer muy delicada. Me cuida, me mima, y no me deja hacer “cositas”. —Oh, por favor —gimió Malena— dejemos de hablar de cochinadas que desde que me dejó mi novio estoy muy sensible. —¿Cochinadas? —repitió Susana, aunque no tenía la intención de que se oyera, pues era un eco en su mente. —Sí, cariño —contestó Alejandro desde detrás de su oreja— se refiere a esas “cositas” que hacemos. Ella no contestó. Ni siquiera sabía como habían acabado hablando de eso. —Bueno, dejando aparte ese tema antes de que moje las bragas, volvamos a la comida —dijo Malena yendo al fregadero. Susana se puso como la grana sintiendo una vergüenza ajena nada envidiable. No le molestaban los comentarios, pero sí que estuviera Alejandro delante. Éste rió y miró a Susana que, a su lado, cruzaba los ojos y se sulfuraba. —Tranquila —la consoló en voz baja— esta mujer no tiene remedio. —Te he oído —gritó Malena llenando una ensaladera de agua para ponerla en el piso y que bebiera Atila— soy una mujer moderna. Acabo de pasar un trauma —respiró estruendosamente— mi novio era un hombre muy potente. Como mínimo le dábamos al asunto tres veces por día. El fin de semana podían caer siete polvos. Nos ocupaba un rato bueno de las veinticuatro horas. Y ahora, de repente, puf... nada de nada. —¿No íbamos a dejar el tema? —dijo tristemente Susana bajando la cabeza.
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–¿Y con quien voy a hablar? —Comenzó a lloriquear— tu eres hombre Alejandro ¿Cómo puede un tipo darte caña cada día durante meses y de repente decirte que ama a otra mujer? Dímelo. —No todos los hombres son así —la consoló acercándose a ella y obligándola a sentarse en la mesa de la cocina, mientras Susana cogía a Atila para calmarlo pues ya iba por su tercer aullido— ese no era una buena persona. —Me hacía encerrar a Atila en el cuarto de los trastos porque decía que tenía alergia. Mi perrito se deprimió y comenzó a adelgazar. Lo quería tanto. Hice todo lo que él quiso. Todo —lloró derrumbando la cabeza sobre el pecho de Alejandro, que dio un respingo por el golpe cerca de su esternón. —Era un capullo. —Era mi novio —lloró más fuerte. Alex la calmó como pudo, y ella dejó de berrear para hipar. Susana se quedó en el dintel de la puerta de la cocina con Atila en brazos. —Quizá si no hubieras sido tan complaciente, él te hubiera valorado más —dijo Susana— dejaste de ser tu misma para ser como él quería. —Tienes razón. Pero hacía tanto tiempo que nadie estaba por mí —sorbió ruidosamente— le gustaban mis comiditas y mis masajes. Susana resopló. —Me parece que eras su esclava —dijo Alejandro acariciando su cabello negro— Una pareja es un igual. Cada uno tiene su rol, pero el respeto tiene que ser mutuo. Si siempre se sacrifica el mismo, no puede acabar bien. Cálmate ya, que me estás mojando las vendas.
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—¿Ves? ¿Por qué no encuentro hombres como tú? —levantó la cara con el rímel corrido hacia el rostro de Alejandro. Éste le palmeaba la espalda y le tocaba el cabello consolándola— Así, grandote, macho, tierno, sabes confortar y eres muy sexy —ladeó el cuello y miró a Susana con Atila en los brazos— ¿De verdad estáis saliendo? —Alex se apartó ligeramente y carraspeó— ¡Qué suerte tienes! —Deja de llorar —apremió Susana— Atila sufre tanto como tú. Míralo —el perro aulló lastimosamente ante su tono, lo que le dio una ligera pista de que estaba acostumbrado a esos espectáculos. A lo mejor hasta lo había adiestrado para que aullara al menor signo lastimero. —Pobrecito mi niño —se fue hacia él y lo cogió de sus brazos achuchándolo fuertemente. El perro sacó la lengua y estiró el cuello. Sus ojos saltones miraron a Susana con resignación y cierto sofoco. Como si de una costumbre se tratara, Atila lamió varias veces la mejilla de ella y esta sonrió. —ayyyyy, como me quiere mi niño —gritó entusiasmada. —¿Comemos ya? —Sugirió Alex— se enfriará la comida. —De acuerdo. Pero esta noche cocino yo —dijo resuelta Malena mientras buscaba un plato y unos cubiertos para añadir a la mesa del comedor que estaba puesta para dos. Susana miró con resignación al hombre. —Ves a sentarte —le dijo ella— Yo llevo la comida. —Te ayudo. —No. Descansa —sonrió tierna— y entretenla un poco. —No me dejes mucho rato a solas con ella —la miró suplicante. Tengo miedo de que me deje embarazado. —Bruto —rió ella tirándole el trapo de la cocina que vino de regreso aterrizando en su regazo.
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Desde luego, no era lo que Alejandro había planeado para ese medio día. Con el sudor de su frente, había cocinado con ilusión. Quería que Susana conociera su faceta hogareña. Un hombre que estaba dispuesto a compartir las tareas del hogar. Que sabía fregar y anticiparse a las ocasiones. No quería seducirla, pero sí que le tentaran sus artes culinarias. Tenía pensado cocinar cada día. Esperarla con todo hecho. Mimarla, mientras se dejaba mimar. Claro está que con sorpresas como Malena era bastante difícil la cosa. Cuando Susana le dijo que Flora pasaría esa noche a verlo, se le fue al traste la cena con velitas que planeaba. Pues si viviendo con ella era tan complicado ¿Cómo lo tendría sin el acceso privilegiado que le daba estar en su casa? Malena no era tan mala compañía una vez pasado el ataque depresivo. Lo malo era que estaba más sola que la una y se había agarrado a Susana, y por ende a él, como una tabla de salvación. La comida estuvo deliciosa y las dos alabaron su trabajo. Él no
disfrutó mucho, pues comer no era todavía una tarea
sencilla en su estado. Esperaba encontrarse mejor al día siguiente. Cuando se fueron las dos. Después de recoger y fregar. El se acostó a descansar la cabeza, que le dolía más que las costillas.
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Susana tuvo una tarde de aquellas en las que no hay tiempo ni para ir al baño. Eran ya las ocho y media cuando tuvo la ocasión de irse. Flora todavía estaba en su despacho. —Yo ya me voy —se despidió— ¿Todavía tienes intención de ir a ver a Alejandro? —Sí. Hablé con Carlos hoy y le prometí que mañana le diría como está. Se rió mucho cuando le conté lo que había ocurrido. —Me lo imagino. Mientras no me despida —sonrió cansina. —Lejos de eso. Cuando le dije que estaba en tu casa, y por qué, rió todavía más. —Estás segura de que son amigos, porque es para mosquearse. Flora sonrió ladinamente sin contestar. —Déjame buscar el bolso. Te seguiré con mi coche. Luego me iré a casa. Esta noche se queda mi suegra con él. Lo sacaron hoy de la U.V.I. por el momento está bien, pero no puede recibir visitas, salvo las nuestras. Está cansado pero parece que saldrá de esta. —Me alegro mucho ¿Y Manolo? —Pues más tranquilo. Cambió los turnos para poder estar más por su padre. Los compañeros se han portado muy bien. Salieron del edificio sintiendo esa brisa fría de Abril en la noche, casi increíble después de un soleado día. —¿Qué raro que no haya venido Malena? —Calla, calla —se santiguó de broma Susana— si ha pensado que cumplió con la visita del medio día, mejor que mejor. Es una buena chica, pero es un poema. Aunque le estoy cogiendo cariño al perro. —La verdad es que se ha de reconocer, que Atila es un rato espabilado. A ver en que reunión la encajamos.
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—Pues estoy en duda. Le preguntaré a Beto que volverá mañana. —Yo creo que estaría mejor en tratamiento una temporada y alejada de las relaciones. —Pues ella está convencida que otro amor le hará olvidar a su ex novio. Por lo visto tenían una intensa vida sexual. —Eso no es amor. Es sexo. Hasta necesidad. Pero amor... —negó con la cabeza— si la ha dejado de un día para otro y ya tenía a una sustituta... —chasqueó la lengua— El tipo la usó hasta que encontró a otra. —Tiene la autoestima por los suelos. —No es agradable que a una la abandonen. Pero no es el fin del mundo. Hay que aprender a vivir sin esa dependencia del otro. Hay que llenar sus horas con actividades. Ya miraremos. —Ahí está mi coche. Te espero en casa. Susana llegó unos minutos antes que Flora y como la vio aparcar, la esperó en el portal. Subieron juntas, abrió la puerta y... “voilà”, Malena en delantal y con una bandeja en la mano. —Hola. Que bien, pondré un plato más. No pensé que tardaras tanto, tengo la comida en el horno. —¿Y Alejandro? —se preocupó Susana con cara de pánico. —En la cocina pelando plátanos. Voy a hacer el postre. Plátano frito, rebozado con chocolate. Susana corrió a la cocina y entró. Alejandro estaba sentado en una silla con Atila en las piernas y, en efecto, pelando plátanos. Parecía divertirse, pues sonreía. —¿Estás bien? —preguntó ella.
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—Deberías verte la cara —le brillaron los ojos de diversión— llegó como hace una hora. Pensé que eras tú que te habías olvidado las llaves y la abrí. —Ha estado ocupada —miró la cocina totalmente recogida con delicioso olor. —Hay un pescado en el horno. Me ha cambiado las sábanas. Ha fregado el lavabo. Cambiado el florero. Y preparado un bacalao con puerros que huele de maravilla. —Es un alivio —respiró acercándose a saludar a Atila que le gruñó cuando intentó acariciarle— ¡Eh! ¿Qué le pasa a este perro? Me ha enseñado los dientes. —Se ha erigido como mi guardián —rió Alejandro— ni Malena puede acercarse. Flora apareció por la puerta. —Hola ¿Cómo están esas costillas? —Hola Flora. Me alegro de verte. Como está tu suegro. —No tan bien como tú, pero mejorando —se acercó a darle dos besos pero el perro ladró y gruñó— ¡Caray! El león de la Metro. —Lo bajaría, pero no se deja. —Menudo problema —aventuró Flora mirando divertida a Susana. Malena asomó a la cocina con un mechero en la mano. —Atila no está acostumbrado a los hombres. El único que entraba en casa lo trataba indiferente, s ino mal. No le gustaban —suspiró— pero como Alex lo acarició, le encanta. Yo creo que es algo de hombre a hombre. Ya me entendéis. —No mucho —aclaró Flora— ¿Ya has pensado como te lo llevarás a casa?
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—No hay problema. En cuando le enseño chocolate me sigue al fin del mundo. —No tengo chocolate, solo en polvo —se asustó Susana. —Yo llevo en el bolso. Cuando se pone cabezota, y no sabes nunca cuando va a ser, —explicó Malena— tengo que recurrir al vil chantaje. El chocolate le pirra. —¿Y a quién no? —Se mofó el hombre— dejando el octavo plátano en la bandeja— me parece que no pelaré más. Necesitaría lavarme las manos ¿Qué tal si usas ese chocolate ahora? —Ven con mami Atila —invitó sin éxito Malena— ¡Ven con mami, coño! —se enfadó sin resultado. Se irguió, miró a las dos mujeres que permanecían alejadas y se sopló el flequillo— Voy a por el chocolate. Ciertamente, en cuanto oyó el envoltorio del cacao, pegó un bote y saltó al suelo, buscando, con un movimiento frenético de su cola, el preciado premio. Flora y Susana ayudaron a Alex a levantarse y siguió con Flora hasta el baño, mientras Susana se quedaba en la cocina. —Se diría que estás en tu casa. —La añadida me ha fastidiado la tarde, pero estoy bien cuidado y cómodo. —Tendréis que cambiar la cerradura —sonrió Flora mientras le tendía la toalla para que se secara las manos. —La verdad es que agradezco su preocupación, pero es algo agobiante. Regresaron al salón, donde la mesa, exquisitamente puesta, les esperaba. —No tenía intención de quedarme a cenar —informó Flora— pero eso tiene una pinta…
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La bandeja de horno, recién puesta sobre la mesa tenía un aspecto apetitoso. Patatas, puerros, zanahoria y tomates, yacían acompañando al pescado y rodeándolo con excelente decoración. Se sentaron a cenar y Malena sirvió. Todo estuvo delicioso. —Mañana pensaba hacer albóndigas de marisco —explicó Malena. —No podrá ser —dijo atropelladamente Alejandro— mañana voy al médico y luego vienen mis padres. —Puedo cocinar para todos. Tengo todo el tiempo del mundo — insistió solícita. —Es que tengo otros planes —explicó con paciencia el hombre— pensaba presentarles a Susana. Es una situación familiar. —¿Presentarles a Susana? —Casi se atragantó Flora. —Sí. Como estamos saliendo desde hace poco —siseó Susana siguiendo el rollo— ya sabes, conocer a los padres, caerles bien... —Ya... —carraspeó Flora pillando el tema— Estarías de más Malena. —Pues no entiendo por qué. Mientras ellos se entretienen entre si, yo me ocuparía de sus padres —dijo la aludida sin darse por vencida. —Te lo agradecemos, pero... —comenzó a decir el hombre. —Es que no quiero estar sola —se quejó bebiendo de golpe su copa. —Ya empezamos —dijo por lo bajo Susana cerrando los ojos e imaginándose otra vez que ella le vomitaba encima— Malena, escucha. Deja ese vaso. No puedes ponerte de vino hasta los tuétanos y vomitarlo después. —Lo dices porque te bañé la otra noche —se quejó con mohín y llenando el recipiente de nuevo— el alcohol me alivia. Me hace olvidar.
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—No es solución —añadió Flora— la semana que viene tenemos muchas actividades en Gorditas a la carta, puedes.... Calló cuando Malena apuró otro vaso sin pestañear. —Me parece que va por el quinto —dijo Alex mirando a las dos mujeres sobrias. —Yo conté seis —se temió Susana. —Vosotros no lo entendéis. Gorditas a la Carta no es suficiente — miró al techo. Atila, sobre las piernas de Alex levantó la cabeza y miró fijo a su dueña, como si supiera lo que se avecinaba— me encantó el lema —suspiró como si recordara— “somos Gorditas y tenemos razones de peso para gustar a los hombres”. Mientras hacíamos la campaña me sentía bonita. Y él también estaba entusiasmado. Creo que se dejó influir por tanta publicidad. Seguramente quiso probar a una gorda. Yo era más sosa que un guiso sin sal, así que me cogió por banda. Le encantaba el sexo oral. Alex se atragantó y tosió mientras Flora reía y Susana intentaba interrumpir su conversación, pero Malena parecía, medio borracha, medio ida, y medio melancólica. —Y también le encantaba hacerlo en sitios raros ¿Lo habéis probado encima de un carro de estos antiguos? —Sonrió tontamente— El traqueteo está genial. —Malena cielo. Que tal si dejas el vino y te acuestas —se apresuró a levantarse Susana— anda ven —dijo cuando empezó a lloriquear— te acostaré en mi cama. —¿Me arroparás? —dijo con pucheros. —Solo si no lloras —contestó mirando como Alejandro recuperaba la respiración y Flora le frotaba la nuca. —Vale —se levantó obediente y desaparecieron del salón.
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—No hay manera de quitarse a esa mujer de encima —dijo con voz rasposa el hombre. —Está pasándolo mal. Sé solidario. —¡Llévatela tú! —Contestó casi sin voz— Es una esquizofrénica paranoica compulsiva. Ayer casi me mata. Hoy me fastidia el plan ¿Te dijo Susana que vino al medio día y se zampó media bandeja de mis fajitas? —No esperó respuesta y continuó— Además, se pasa el día hablando de sexo. ¡Por Dios! Estoy convaleciente. Si muevo la cadera es como si me azotaran con un látigo. Cuando a un hambriento le ponen un plato de comida delante y no la puede comer se pone de mal humor. Pues eso me pasa a mí. Cada día con los dientes más largos. Estoy a punto de babear. Y luego va Malena y parece que solo tiene una cosa en mente. Sexo, sexo, sexo. —Parece que los dos tenéis algo en común —sonrió Flora. —Yo no lo puedo practicar —se quejó el hombre intentando respirar lo mas hondo posible con cara de pasarlo mal. —Ella tampoco. Está dolida –rió ante el gesto desesperado que hizo con la camiseta. El perro saltó y salió de la estancia para curiosear por donde se había ido su dueña. —¿Me ayudarías a quitarme estas vendas opresoras? —Pidió Alex compungido— El médico me dijo que esperara unos días, pero no las soporto. —Son para sujetar las costillas. —Me es igual. Ya las sujeto yo. Por favor —suplicó levantándose. Flora accedió y lo siguió al baño. El se quitó la camiseta y ella cortó la venda, que ciertamente, debía ser de lo más incómoda.
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—Ya está —acabó el trabajo Flora y contempló el torso pálido que pareció respirar con la libertad adquirida— ahora tendrás que tener mas cuidado. —Lo tendré. Pero así puedo respirar mejor. Muchas gracias. —¿Pero qué pasa aquí? —preguntó Susana llegando seguida del perro. —Me he quitado las vendas —aclaró innecesariamente Alex con cara de felicidad. —Pues ya te las estás poniendo de nuevo. —¡Ni hablar! —Rechazó— Tú no sabes lo que es llevar esas vendas todo el día. —O sí lo sé. Es como una faja y sé lo que es una, te lo aseguro. —Si tan útiles son ¿Por qué no llevas ninguna? —la provocó. —¿Y tú que sabes si las uso o no? —No usas —sonrió ladino— he bailado contigo, te he visto desnuda... —¡No me viste desnuda! —bufó Susana. —Bueno chicos. Haya paz —se puso en medio y llamó la atención de los dos para que la miraran— me tengo que ir. Lamento no poder seguir arbitrando el partido, pero tengo un marido que espera que le prepare su chocolate con galletas. Susana la siguió al salón. —No te ayudo a recoger la mesa porque ya me he quedado más de lo que esperaba. —No te preocupes, ese es el menor de mis problemas. Tengo a Malena roncando en mi cama, un perro impertinente enorme que usa mis cuchillas de depilar para afeitarse. —Te he oído —dijo Alejandro casi detrás de ella.
y un hombre
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—No he dicho ninguna mentira. Eres enorme —lo miró con burla mientras él se aproximaba. —Todo en mi es enorme —puntualizó sabiendo que ella se pondría roja. Cuando Flora rió, él le guiñó un ojo. —Bueno, eso es una fanfarronada —Flora cruzó el umbral— todos los hombres pensáis que nueve centímetros es esto —abrió los brazos, de hombro a hombro, para señalar el tamaño con las manos. —Y todas las mujeres pensáis que todos los hombres somos unos exagerados. —Menos lobos, caperucita —rió picando el ascensor— ¿Dónde vas a dormir? —miró a Susana antes de abrir el elevador. —Ni idea —admitió Susana levantando el brazo para despedirse. Hasta mañana. —Interesante —alcanzó a decir Flora antes de que se cerraran las puertas correderas. Cerró con llave y se apoyó en la puerta. —Mi cama está a tu disposición —se señaló las costillas— yo no me puedo mover. Prácticamente duermo sentado y necesito cuidados. —Tengo el sofá. —Vamos —frunció el ceño mirando el sofá de una y dos plazas— soy una buena almohada y mejor opción que ese incómodo sofá. Y desde luego, espero que me prefieras a Malena. —No es cuestión de preferencias. No me siento cómoda durmiendo contigo. —Que yo sepa no tienes ninguna prueba de lo que dices. Jamás hemos dormido juntos ¿En qué te basas para afirmar tal cosa?
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—¿También tienes la carrera de abogado? —Se dirigió hacia la cocina seguida por él y el perro— No necesito ninguna razón. —¿Qué tal si te das una ducha? Te relajas y luego miramos como solucionamos el tema. Ella asintió. Miró la mesa de la cena puesta y con resignación se fue al baño. Eran ya las once y media cuando salió. El pelo suelto, un camisón corto de algodón, una bata larga y con cara de cansada. Él la esperaba en el salón. —¿Te sientes mejor? —preguntó él. —¿No debería ser yo la que dijera eso? —sonrió cansina la mujer. Él le acercó un chocolate caliente. —Creo que te sentará bien. —Delicioso —dijo lamiéndose el bigote de cacao— ¿Por qué no te vas a acostar? Ha sido un día largo. Yo dormiré en el sofá —dijo ella dejando el vaso en la mesa más cercana. —Ni lo sueñes. Si tu duermes en el salón, yo también. Es incómodo, y si te emperras en estar incómoda, yo te imitaré y estaremos incómodos los dos. hoy.
—No digas tonterías Alejandro. Ya he tenido bastante en el día de —O compartimos la cama o compartimos el sofá. Escoge. —Estoy en mi casa, claro que escojo —bufó la mujer. —Por favor, no te enfades. Yo dormiré mas tranquilo si sé que tú
descansas. Dormir a mi lado no será tan terrible. Que yo sepa no ronco. Y necesito cuidados. Anoche me levanté solo y fue muy doloroso. —No me chantajees —riñó bajando las defensas. La verdad es que era más que apetecible aceptar su oferta y no quería parecer tampoco
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una mojigata ¿Qué mal podía haber? Dormir a su lado. Acurrucarse junto a él. Después de todo no estaba para grandes juergas. —Las sábanas están limpias —la cogió de la mano y, lentamente y sujetándose las costillas con la otra palma, la guió hasta el cuarto. —Venga, acuéstate —ordenó ella en plan madre. Él hizo caso, ayudado por ella, se acomodó colocando las almohadas para quedar algo más alzado. Susana lo tapó y se fue al otro lado. Alex puso la tele mientras ella se quitaba la bata y la dejaba en una silla que había en una esquina. La volvió a apagar. Era más entretenido mirarla a ella. El camisón le llegaba por medio muslo, color azul cielo y con el dibujo del pájaro loco al frente. Susana fue a la cama con cierta rapidez. Se sentó y levantó el edredón, blanco y ligero. Cuando se fue a tumbar, el brazo de él estaba reposando en su almohada. Ella no protestó. Estaba demasiado cansada para comenzar una discusión. No hablaron. Él cerró la luz. Ella cerró los ojos. Susana se removió incómoda. No estaba acostumbrada a compartir la cama y menos una que no llegaba a ser doble. La piel de alex estaba caliente. Se había acostado con los pantalones de chándal, pero su pecho, al descubierto y sin vendas, era como un horno. —Ponte cómoda —dijo él en la oscuridad. Ella respiró hondo y decidió que eso haría. Y sino, que no se lo hubiera sugerido. Se puso de costado. Elevó una pierna y la descansó algo más arriba de la rodilla masculina más cercana. Apoyó la mejilla entre su pecho y su hombro y dobló el brazo para no rozarle las costillas. —Ya estoy cómoda —dijo ella en un susurro adormilado— buenas noches.
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Él no contestó. Tenía dificultades para tragar y respirar. El muslo desnudo de ella sobre su pierna no era precisamente un somnífero. Sus costillas estaban dañadas, pero el resto del cuerpo estaba muy sensible, y su cerebro inferior tenía voluntad propia y no reparaba en que debía descansar. Escuchó su respiración acompasada, larga. Apoyó su mano en el hombro femenino. Era suave. El camisón no tenía mangas, solo un tirante. El edredón casi la cubría, pero él podía sentir su estómago presionando su costado. La rodilla de ella se arrimaba peligrosamente a su entrepierna. Mientras acariciaba la piel de su brazo, ella descansó su mano en su pecho desnudo. Suavemente. La impresión de tener su palma sobre el corazón fue una sensación que lo dejó kao Se dio cuenta de que se estaba enamorando de esa mujer. Pestañeó en la oscuridad. Eso era cosa seria. Todavía no se había recuperado de su recién descubierto sentimiento, cuando ella movió la cabeza y se rascó la nariz en la piel de su hombro. Le dieron ganas de reír y una calidez desconocida le llenó el alma.
Alejandro se despertó cuando sintió una caricia suave e invitadora sobre su pecho. Pestañeó para aclarar la vista y sus ojos se adaptaron a la tenue luz del amanecer que entraba por la ventana con la persiana a media asta.
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La mano de Susana se cerraba, en un puño, sobre el vello abundante y rizado de su torso. Su rodilla subió y bajó, rozando descaradamente su ya despierta erección matutina. El estaba seguro que Susana estaba dormida o cuando más, despertando de su sueño. Miró el reloj y vio las seis y diez de la mañana. Había dormido de un tirón. Volvió la vista al lugar entre sus piernas que formaba una pirámide cubierta por el edredón fino. De repente algo reptó entre sus piernas por encima de la colcha. Supo quien era antes de verlo. Atila asomó, su cabeza blanca y rizada todavía con su coleta con motivo “Om”, por en medio de su ingle. Con un descaro bárbaro, se puso a rascar ese bulto que tenía delante, que no era otra cosa que sus sensibles partes. Alejandro boqueó con una imprecación poco elegante y se movió para bajarlo, al tiempo que un dolor en el costado le dejaba sin respiración. El perro se puso a ladrar al verse tirado al suelo. Susana se despertó y al ver el rostro de sufrimiento de él se enderezó. —¿Te hice daño? —Tú no. El maldito perro —habló afectado por el dolor en las costillas. Ella buscó a Atila con la mirada y lo vio dando uno de sus giros artísticos para morderse la cola. —Ahora parece inofensivo ¿Qué ha hecho? Apunto estuvo de explicar la verdad, pero no tenían suficiente confianza para decirle a Susana que el perro le había rascado los huevos de buena mañana. Y que al quererlo echar fuera, había hecho un movimiento que le había dañado las costillas. Así que, mintió. —Me saltó a las costillas.
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—No lo entiendo. Antes de dormir vi que se colaba y se subía a los pies de la cama. Ha dormido como un bendito... —miró el reloj de la mesita— Casi toda la noche —miró al can— nos ha servido de despertador. Tenía que despertarme en diez minutos. Respira hondo — dijo mientras, sentada a su lado le retiraba el pelo de la cara. Alex, mas sentado que tumbado, con el edredón revuelto entre él y ella, la miraba con cierta diversión. —Eso intento. Pero no es fácil respirar hondo con las costillas bailando —respiró apoyándose en el respaldo de la cama. —¿Te traigo algo? Él la miró fijo. Tenía el pelo suelto y sus pecas hacían parecer su rostro pícaro e infantil. Sus ojos estaban despiertos, pero su color era oscuro y profundo, sus labios estaban entreabiertos y respiraba algo agitada. —¿Siempre estás tan guapa por las mañanas? —indagó él, poniendo uno de los mechones femeninos tras su oreja. Ella rió. Y pareció relajarse mientras se sentaba para bajarse de la cama. —Solo cuando he dormido en una cama estrecha y acompañada de un perro chinche y un hombre herido. —¿Y no le das, a este hombre herido, un beso de buenos días? — probó con una sonrisa esperanzada. —¿Pero qué jaleo es éste? —Apareció por la puerta Malena con la ropa arrugada y con los ojos pequeños y el ceño fruncido— son las seis de la mañana. —Exacto. Ya me levantaba. Malena le hizo una carantoña a Atila, que pegó cuatro saltos para recibirla, y dio la vuelta a la cama para sentarse al lado de ella.
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—¡Hazme sitio! —ordenó pegándole un culetazo e instalándose en la estrecha litera. Susana se ladeó de nuevo para darle espacio. Alex pasó un brazo por su espalda, rodeando su cintura y sujetándola contra si para que Malena cupiera. —Malena, me levanto ya —insistió Susana rodeando la cintura de Alex por delante para apoyarse en el colchón por el otro lado— tengo prisa. Susana se mantenía erguida para no rozar el pecho de Alex. Temerosa de dañarle con su peso. Malena cambió de postura y se puso en los pies de ambos, de manera que la pareja pudo sentarse adecuadamente. —He dormido fatal. —Pues yo he dormido como una reina —admitió Susana todavía medio traspuesta— de un tirón. —Yo también —contestó él con la manaza apoyada en el hombro femenino y sintiéndose de lo más cómodo con la escena. Ella los miró de forma extraña. Con una expresión extraviada. Atila subió a la cama y pegó dos saltos para llamar su atención. —A Atila le encanta dormir en la cama conmigo. Pero ha pasado la noche con vosotros. Hacéis una pareja tan bonita —sonrió melancólica— yo pienso que dormir es más íntimo que hacer el amor. Porque después de echarte el polvo, a los hombres les gusta largarse. Y cuando se quedan a dormir —siguió sonriendo— es porque implica más intimidad. Es una admisión de que no solo desean el placer de una noche. Dormir abrazados —se abrazó ella misma— acurrucados. Un besito aquí, y besito allá —lanzó un beso al aire— es tan bonito. —Los miró y se levantó de golpe— Voy a ponerme en marcha. Mientras tú te duchas —
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le indicó a ella— voy a hacer el desayuno. En un cuarto de hora os espero en la cocina. Se fue en un periquete seguida por su perro. —Yo diría que no tiene muchas ganas de irse —observó Alejandro. —Eso parece —contestó ella moviéndose despacio para no hacerle daño— te acompaño al lavabo antes de darme una ducha. —¿Me puedo afeitar mientras te bañas? —dijo él sonriendo al pájaro loco de su camisón. —Ni lo sueñes ¿Quieres hacer pipí? Por qué si no me meto directa al baño. —Vale —se resignó divertido— ayúdame a levantarme. El resto lo puedo hacer yo solito. Diecisiete minutos después, estaban sentados a la mesa de la cocina. Había chocolate caliente, café, bollos recién hechos y mermelada. —¿De dónde sacaste todo esto? —se extrañó Susana. —Casi todo lo traje yo, ayer. Los bollos son de esos pre-cocinados. Un momento en el horno y como si acabaran de salir de la panadería. —Muchas gracias. Están deliciosos. —Pues hoy al medio día te tendré un pollo a la cerveza y unas habitas salteadas que... —No hace falta —cortó Susana— ya has hecho bastante. —Ni hablar. No pienso dejarte sola con este marrón. Fue todo culpa mía. Sino llega a ser por mi perro y por mí, habríais pasado este fin de semana follando como locos y muy “agustito” —Alejandro se atragantó con el café y soltó un taco. Esa frase le había encendido una parte del cerebro poco recomendable a esas horas de la mañana y con esas compañías.
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—Malena —carraspeó Alejandro— es posible que si no estuvieras tú, estaríamos en ello. Pero estamos incómodos —dijo el hombre con una media sonrisa. Ella pareció pensar y llegar a una conclusión. —¿De verdad crees qué puedes practicar el sexo en tus condiciones sin romperte otras tres costillas o perforarte un pulmón? —Sí —contestó aguantándose la risa Alex— es algo más complicado y requiere posturas y doble esfuerzo por parte de Susana, pero yo estoy más que dispuesto. Y Susana ya me tiene ganas. Ya sabes — prosiguió viendo a Susana elevar los ojos al techo— tres días sin poder... son muchos días —finalizó serio. —Vale. Me iré esta tarde. Pero este medio día cocino yo. Alejandro se resignó. Susana le dio las gracias y se levantó para irse. Malena se levantó con ella. —Haz el favor de despedirte de tu novio —la riñó cuando ella ya tenía el bolso en la mano— las parejas se rompen antes de casarse por falta de atención y cariño. No voy a permitir que Alejandro se sienta abandonado porque tienes mucho trabajo. Susana pestañeó confundida. El hombre estaba disfrutando de todo eso como un cosaco. Cuando lo miró, él se encogió de hombros. —Hasta luego cariño —dijo lánguida y afectada, como si fuera una obra de teatro exagerada. —Te veo al medio día, amor —contestó él risueño. —El besito —promovió Malena con los brazos en jarras— quiero ver ese besito de despedida de la mujer a su pareja. Ese que le dice: “espérame desnudo que te haré todo un hombre”. Ese beso que contiene promesas y el calor del amor. Ese beso...
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Susana se acercó al hombre que estaba pasándolo en grande. Bajó la cabeza para besarlo en la frente, pero erró y lo beso en la nariz al alzar él la cara. Él la retuvo, cara a cara, divertido y viendo que ella también estaba aguantando la risa. —Me parece que tienes un concepto del beso que dice Malena algo equivocado. —Pues te vas a tener que conformar con esto por el momento — dulcificó ella soltándose rápidamente. —Ummm —sonrió él de oreja a oreja— me conformo —la miró a los ojos y ella vio brillo en ellos— por el momento —repitió su frase. Susana se fue con el corazón agitado. En el ascensor no podía pensar con claridad y se llamaba de todo menos guapa por el desliz verbal. Se lo había puesto en bandeja... “por el momento”.
Alejandro rechazó la oferta de un masaje, la de un baño y la de compañía. A Malena solo le faltaba sugerir que le quería leer un cuento. También tuvo que corregir la versión de la llegada de sus padres y excusar un cambio de planes. Malena, después de arreglar la casa. Fregar cacharros de la noche anterior y cocinar, salió a comprar. Regresó con bolsas y se metió de nuevo en la cocina. Alejandro vio la tele y descansó. Se encontraba mucho mejor y deseaba quedarse a solas con su “novia”. Rió. En menos de un día, habían pasado de ser amigos, a salir juntos, y de dormir juntos, a ser
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novios y tenerse que hacer mimitos y arrumacos frente a Malena, para justificar que no se lanzara a su conquista a capa y espada. Susana era cariñosa. No se atrevía a ser muy tocona, pero no esquivaba sus caricias y sus avances. Malena había resultado una aliada sin saberlo. Con su estancia, había provocado que Susana, broma sí, broma no, fuera más accesible. ¡Si hasta había dormido con él! Todavía no la había besado como Dios manda y ya habían dormido abrazados. Se rió de si mismo. Quien le iba a decir que teniéndola en la cama se limitaría a dormir. Y encima decía que había dormido como una reina. ¡Descarada! Pegada a él, con ese camisón infantil y sexy, sin sujetador. Bragas si llevaba porque las había tocado. Había sido consciente de su cuerpo, redondo, suave. Sus pechos llenos descansando en su costado. Su rodilla atrevida refregándose con él. Se fue al baño a darse una buena ducha fría.
Susana tuvo la ayuda de Beto durante la mañana. Flora llegó, pero se instaló en su despacho y apenas la vio. La oficina de Susana, ya con todo su esplendor restablecido y con un par de cambios, ya estaba preparada para su regreso. Esa tarde, Flora, Susana, Carmen, y Mer, quien se había ofrecido para ayudar en tal menester, iban a comenzar con la selección de las participantes de Gorditas de lujo.
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Pero todavía le quedaba una comida con Malena y Atila.
Y
después se quedaría sola con Alejandro. Un dolor de estómago fugaz la atravesó. ¿Y ahora qué? El pánico no cedió en toda la mañana. Al final llegó a la conclusión de que era más seguro que se quedara Malena. Por un lado era como una salvaguarda, por el otro, le daría la oportunidad de volver a dormir con él. Definitivamente, convencería, suplicaría a Malena que se quedara un día más
Entró en el piso cerca de la una y media.
Estaba feliz por lo
fructífera que había sido la mañana. La mesa puesta le indicó que, tal como había amenazado Malena, estaba todo dispuesto para el manjar que había preparado. La recibió un Atila tan histérico como siempre. Con un par de ladridos y varios saltos mortales hacia atrás. La coleta de entre los ojos estaba medio caída y se movía de un lado a otro sin ton ni son. Malena rió desde la cocina y llamó a Susana. —Estamos aquí. Susana dejó el bolso y se cambió de zapatos antes de aparecer por la cocina. Olía delicioso. Susana, delantal por delante, removía un guiso sin descanso. Alejandro, sentado en la silla, tomaba lo que parecía un cóctel. Lo levantó como saludo mientras una sonrisa tonta le adornaba la cara.
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—Se está medicando —bramó Susana— no le estarás dando alcohol... —Un Martini con su aceituna. El pobre está aburrido. Y yo preparo unos Martinis que levantan a un muerto. —Alejandro no necesita que le levanten nada —dijo adelantándose y quitándole la copa casi llena. —Di que sí, novia mía. A mÍ se me levanta todo solito. —Estás borracho —afirmó sorprendida. —No. Achispado. Es solo que necesitaba que me animaran —la estiró del brazo para que se sentara sobre sus piernas abiertas. Ella cayó sobre uno de sus muslos, el otro quedó bajo la mesa. Por no hacerle dañó en las costillas, se dejó sentar. —Me parece, que el alcohol lo único que hizo es volverte más descarado —miró a Malena desde su precaria posición. Notaba la tela del chándal bajo sus muslos desnudos, pues llevaba un vestido de color caqui que al sentarse se le había subido por detrás y su trasero estaba sin anestesia sobre el muslo masculino— ¿Por lo menos le habrás dado algo sólido? —Las aceitunas del Martini —obvió la cocinera risueña— va por la quinta. —Cinco Martinis! no se te puede dejar solo —dijo bebiéndose ella el líquido todavía fresquito. Él le quitó la oliva de la copa y con el palillo se lo llevó a la boca para que ella se la comiera. —Cuatro. El quinto te lo acabas de beber tú —puntualizó él sonriente y repiqueteó la pierna en el suelo y ella rebotó. —Bueno. Vamos a comer que yo tengo el tiempo justo —se levantó pese a la resistencia de Alejandro a dejarla ir. Él finalmente la soltó, rozando su cadera de forma descarada.
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—Sentaos a la mesa —ordenó Malena— os he traído unos regalitos. Ellos obedecieron. Alejandro caminaba mejor. Más erguido, sin sujetarse las costillas. Llevaba un pantalón de chándal rojo y un polo blanco algo estrecho. —A media mañana, salió de compras —explicó Alejandro yendo al comedor— vino cargada como Papá Noel. El perro los siguió y esperó a que Alex se sentara para aposentarse entre sus piernas. Susana tomó asiento frente a él y dejaron la silla presidencial para Malena. Esta llegó con dos bolsas. —Antes de la comida, los regalos. Los dos callaron y esperaron. Malena sacó una caja enorme. —Esto es, para vuestros pies. Se llena de agua y masajea los pies relajando al usuario —rió ante la sorpresa de los dos, sobretodo de Susana— he pensado que ya que vas muy estresada, te iría bien hacerlo por la noche antes de acostarte y, él como está quieto mucho tiempo, lo puede hacer para activar la circulación. Los dos le dieron las gracias y ella, más contenta que unas pascuas, continuó, sacando el siguiente regalo. —Cuchillas de afeitar para hombres —rió Malena— estás usando las de ella y se destrozará las piernas si usáis las mismas. Esta mañana busqué en los armarios del baño. No había desodorante para hombre — sacó un pote de lo dicho— tampoco encontré preservativos —Susana abrió mucho los ojos— he comprado la talla extra grande — miró al hombre— he dado por supuesto que todo estaba a proporción y como
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eres enorme —lo miró fijamente— tus pies grandes y tu cuello ancho, doy por sentado que usas una super. Alejandro se puso rojo como la grana. Susana no sabía para donde mirar. —¿Has registrado mis cosas? —dijo Susana con voz baja y avergonzada. —Tenía que saber que te hacía falta. Ni siquiera tienes lubricante, cuando son tan grandes hay que ir con cuidado por que... —Malena, guapa —atajó Alejandro— ¿Te importaría dejar de hablar del tamaño de mi ... —Polla —acabó ella con soltura— a mí me gusta llamar a las cosas por su nombre. —Pene —corrigió— verás, no quisiera ser grosero —prosiguió— pero me parece que este tema no es de tu incumbencia. —Te equivocas. Como mujer, si Susana se queda preñada ahora no podría ser un momento peor. Su carrera es importante. Y una mujer necesita muchos orgasmos para aguantar tanto estrés. —Malena. Estoy de acuerdo con Alejandro. Este tema... —Las “cositas” que hagáis son asunto vuestro. Cierto. Aunque yo podría enseñaros algunos detalles. Te diré que tu casa parece la de una monja. Ni un vibrador, ni nada que se le parezca. Ni siquiera hay tampones... —bufó— solo compresas. —Malena. Me estás sacando de mis casillas. Te estás tomando demasiadas libertades. Y si quieres seguir ahí sentada, te pido que dejes de inmiscuirte en mi vida privada —dijo seria y tan rosada que las pecas parecían lucecitas. —Lamento que te hayas enfadado —se disculpó con cara de estar realmente arrepentida— es que como mi vida es un desastre, pensé que
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podía ayudaros a mejorar la vuestra. Perdonad —se levantó y con sollozos se fue corriendo al cuarto de Susana encerrándose a cal y canto. —Me parece que la hemos hecho llorar —dijo él con voz seria, pero semblante conteniendo una sonrisa estúpida. —No se como tratarla. Tiene verdaderamente muy buenas intenciones, pero cada vez que abre la boca tengo ganas de estrangularla. —La verdad es que sus regalos me han gustado —dijo él aflorándole la sonrisa. —Alejandro —exclamó ella. —La verdad es que no se ha equivocado en la talla, y el lubricante nunca viene mal —rió ante la expresión de horror de ella, mientras sacaba un pote de casi medio litro de crema para tal menester— sabor chocolate. Está en todo. —Quédate con eso tú, yo me quedo con el masajeador de pies — más roja imposible, su cabello ya se erizaba del sofoco que tenía. —Nos lo regaló a los dos. Lo justo es que lo usemos juntos — declaró él, sonriendo socarrón. Ella se levantó y dio la vuelta a la mesa con un valor que no sabía de donde salía, se paró frente a él y se inclinó ligeramente para mirarle a los ojos. —Escúchame muy bien hombretón. Porque lo diré nada más una vez —respiró antes de proseguir— a mí nadie me mete una extra grande. Ni siquiera me cabe un tampón —se enderezó— así que búscate otra con quien usar esos juguetitos. —¿Lo dices en serio? —Se extrañó él— ¿Lo que te impone es mi tamaño?
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Ella pestañeó. Su respuesta medio en broma, medio en serio, había sido tomada como la verdad, que dicho sea de paso, después de su única y desastrosa experiencia, era más que cierto. —¿Es qué siempre tenemos que acabar hablando del tamaño de tus... partes? Ella se dio la vuelta y él la siguió a la cocina. —Yo no empecé —dijo él incómodo— pero me gustaría saber si me tienes miedo. Me parece que no soy un ogro. Y la verdad —se encogió de hombros— nunca me he tenido que disculpar por ser alto, fuerte y viril. —Oh, cállate. Pareces un anuncio de novela romántica —dijo ella sacando un vaso del mueble. —Soy romántico. Me gustaría que tuvieras la suficiente confianza en mí, para saber que soy delicado y sé usar las herramientas que Dios me ha dado. —¡Por Dios! ¡Qué no somos novios! —se dio la vuelta y vio que casi lo tenía encima. —Estoy intentado convencerte de que salgamos desde la primera vez que te vi —le recordó él— me gustas. Y mucho ¿me has escuchado? Y sé que yo te gusto a ti. Pero te resistes. Lo que me lleva a la conclusión, de que te impone mi tamaño. —A ver —respiró y empujó su pecho pues no podía respirar— ¿Piensas qué me gustas y qué no me acuesto contigo por el tamaño de tu pene? —Dicho así, suena fatal —masculló él— y espero que no sea una afirmación cierta, porque no me gustaría tener que cortármela —dijo él riendo sin poderlo evitar y apartándose antes de que ella lo empujara tocando sus costillas— no te enfades. Esta conversación es absurda.
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—Ya lo puedes decir —dijo ella procurando entretenerse en ver lo que había en la cazuela. —Susana —dijo serio, sin acercarse más de la cuenta— que te deseo es evidente. No he tratado de ocultar la atracción que tengo por ti. Pero pretendo que me conozcas, y que cada vez te agrade más. —Eres muy directo. —No conozco otra manera de plantear una relación —añadió él con semblante claro. —Yo soy algo difícil de tratar —carraspeó nerviosa, pues cada vez tenía más ganas de colgarse de su cuello— no he tenido buenas experiencias. —Me gusta pensar que seré capaz de fabricar experiencias nuevas y agradables. Dame una oportunidad Susana. De verdad que soy un buen tipo y vale la pena conocerme. Tengo mucho que ofrecer. Déjame dártelo. —Eso suena bien —sonrió indecisa, el pelo cayéndole sobre el rostro. —Sabe mejor —se acercó él retirándole el cabello tras la oreja y acariciándole la mejilla pecosa y ruborizada— iremos al ritmo que tú marques. —¿Lo prometes? —dijo ella levantando el rostro hacia él. —Si me dejas —sujetó su barbilla para enfrentar su mirada— haré que olvides todo lo anterior. Hasta que solo quedemos tú y yo. —Presumes mucho tú —intentó sonreír ella— te recuerdo que tienes tres costillas rotas y apenas te puedes mover.
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—Eso te garantiza que no estoy para muchas acrobacias —le devolvió la sonrisa— pero tengo unas manos y una boca que funcionan con propia voluntad, y pueden ayudar a convencerte. —He de reconocer que eres persuasivo. —Soy un hombre que sabe lo que quiere. —Lamento interrumpir —entró Malena seguida del chucho y con una maleta en la mano. —¿Te vas? —dijeron al unísono. —Depende —dijo ella. —La verdad es que te iba a pedir disculpas —se atrevió Susana— se que lo hacías con buena intención. —La mejor —aseguró ella con expresión altiva. —Pero has de reconocer que te has pasado —dijo Alex apoyado en el mostrador de la cocina. —Reconozco
que
sois
unos
mojigatos
que
no
admiten
conversaciones mundanas. Procuraré no hablar de temas que puedan herir vuestros sensibles y frágiles egos. Hablaré del tiempo. De cosas intrascendentes. Y mientras, os cuidaré. No pienso irme por ahora. Me necesitáis. Estáis pez. —¿Cómo qué no te vas? —se irguió Alex haciendo una mueca por la brusquedad de su movimiento. —No estáis preparados para vivir juntos. No dejaré que os pase lo mismo que me pasó a mí. Hay que sembrar bases. Y el sexo no es una base sólida. Me aseguraré que no te la tiras para luego largarte con cajas destempladas. Alex boqueó furioso. —No estoy dispuesto a aguantar...
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Susana lo interrumpió y le instó a inclinarse hacia ella para hablarle al oído. —Si quieres que esta noche duerma contigo otra vez, cállate. Por qué si se va a su casa, yo dormiré en mi cama. Él se puso recto con algo de dificultad. Callado. —¿Decías? —enarcó una ceja Malena mientras su maleta se abría accidentalmente enseñando una vacuidad total. —Vamos a comer —sugirió Alejandro chasqueando los dedos en dirección a Atila, que saltó tras él hacia el salón comedor— tengo hambre.
De regreso al trabajo, Susana iba en un estado de ansiedad tremendo. Malena la ponía de los nervios al mismo tiempo que le inspiraba compasión. Se esforzaba visiblemente por complacerlos, aunque sus maneras eran algo exasperantes y los ponían en situaciones embarazosas. Por otro lado, Alejandro había entrado en su vida como un vendaval. En cierto modo era verdad que le tenía miedo. Tanto tiempo acostumbrada a apañárselas sola. A no compartir con una pareja, la había convertido en alguien que no asumía riesgos en su vida sentimental. Se sentía alagada, deseada, observada, y todos los “ada” que podía recordar. Y le entraba el pánico nada más pensar en tener intimidad con él. Alejandro tenía pinta de experto, ella era una ignorante. Técnicamente sabía el funcionamiento, pero la acción era otro
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cantar. Lo que tenía claro era que deseaba que ocurriera tanto como lo temía. Cuando llegó a la oficina, Beto se estaba tomando un café con Rebeca y Flora. Mer González entraba por la puerta minutos después. Pasados cuarenta minutos, Carmen, Mer, Flora, Beto, y Susana estaban sentados en el suelo, cientos de fotos y carpetas a su alrededor. —Solo hemos escogido ocho —se lamentó Carmen. —Todavía quedan muchas cartas por revisar —puntualizó Beto— es más difícil de lo que creía. —Siempre nos podemos apuntar nosotras —rió Flora. —Tú no puedes —concluyó Susana— no estás gorda. De hecho, aquí solo entramos dentro de esta categoría Mer y yo. Carmen y tú estáis fuera de concurso. Lo siento —rió guasona. —Yo diría que no es precisamente un honor —hizo una mueca Mer— no es que me haga mucha gracia entrar dentro de esta categoría. No me ha traído muchas alegrías mi exceso de peso. —Tienes un negocio próspero —le recordó Susana— no te habrías dedicado a las tallas grandes si tú no tuvieras necesidad de usarlas. Es una suerte para nosotras que alguien se acuerde de que hay mujeres con una talla de cuarenta y cuatro para arriba. —Lo sé —sonrió apenada Mer— me refería a que eso no me ha facilitado la labor. Tuve muchos problemas. Es como decir que las tallas grandes son la “baja costura” y las tallas mini la “alta costura”. —¡Gorditas al poder! —chilló Flora— se acabó el esconder los michelines. Llega Mer González con sus supermodelos para ti, mujer de curvas. Luce tu cuerpo con elegancia con la ropa de nuestra marca ¿Qué
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os parece? —dijo como llegando del trance Flora— Es un buen eslogan para poner en la campaña. —Podemos promocionar tu ropa, al tiempo que vestimos a las chicas —dijo Susana— ya te hablé de nuestra intención de tener una asesora para ese tema. Sé que ahora estarás muy ocupada, pero una vez se acabe todo este jaleo, podemos hacer un par de clases a la semana, para orientar en estas cuestiones. Muchas mujeres con sobrepeso no saben vestir. Se ponen batilongos y ropas anchas sin reparar que eso las hace más grandes. —Chicas, no nos desviemos del tema —habló Beto— ocho fotos. Ocho candidatas. Necesitamos un mínimo de quince, un máximo de veintidós. Tenemos este mes para escogerlas y para firmar los compromisos. Luego entre Jordi, Mer y el equipo fashion de maquillaje y peluquería las prepararán para el concurso. —¿Qué tal si lo dejamos por hoy? —dijo Susana que ya no sabía como sentarse. Tenía fotos hasta debajo del trasero. —Sí. Recojamos —accedió Flora. —Carmen,
por
favor
—dijo
levantándose
Susana—
abre
expediente de las chicas seleccionadas y guarda el resto. Igual tenemos que volver a hacer un repaso. La semana que viene haremos otra selección con las nuevas cartas. Beto, Flora y Susana se fueron al despacho de la directora. Mer se despidió, volvería al día siguiente para seguir con más detalles. —¿Cómo está tu suegro? —dijo Beto sentándose en el cómodo sofá de la oficina de Flora. —Todavía le quedan unos días en el hospital, pero se está recuperando. Estamos contentos. Manolo quiere hacer la semana que viene una cenita para celebrarlo y agradeceros a todos vuestro apoyo.
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—Estupendo. Nos avisas —dijo Beto— y tú —miró a Susana— me han dicho que tienes a ese tipo grande en tu casa. —Ni me lo recuerdes. También tengo a Malena. —¿La llorica volvió, o no se fue? —Rió Flora— ¿cómo es eso? Susana le explicó un poco como se presentó la cosa. —Así que ahora tienes a Alex herido, y a la despechada con su perro. —se asombró Beto. —Exacto. Ni en casa puedo estar tranquila. —Bueno, si dices que te hace la comida y te limpia la casa... —dijo Flora— tampoco será para tanto. Deberías estar contenta. Susana bufó y los miró, apoyándose en el borde de la mesa. —Ayer le dio por ir a comprarnos regalitos. Y ¿sabéis que nos trajo? —Los dos negaron con la cabeza— Un aparato para dar masajes a los pies —los dos sonrieron satisfechos— maquinillas de afeitar y desodorante masculino. —Muy práctico —estuvo de acuerdo Beto— sino tenías te hizo un tremendo favor. —Todavía no he terminado la lista —añadió con la mano en alto— también compró preservativos —se detuvo un momento observando sus caras que se echaron a reír— tamaño super, pues dedujo que Alejandro lo tenía todo grande. Y por si fuera poco —rió con ellos que ya se carcajeaban con ojos agrandados— trajo lubricante, porque dice que es imprescindible en una relación con talla extra. —No me lo puedo creer —reía incrédulo Beto. —Yo sí —seguía divertida Flora— después del espectáculo del otro día —recordó la cena en casa de Susana. Miró a Beto para explicarle— se emborrachó y tuvo que acostarla en su cama. Por cierto ¿dónde dormiste por fin?
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Susana se sonrojó. Y Beto la señaló socarrón. —Algo me dice que no durmió en el sofá. —Dormí con Alex, pero él está herido. Así que no os hagáis ideas equivocadas. —Lo que tiene mal son las costillas, no el pito —rió Beto. —No empecéis —suplicó Susana— de verdad que no aguanto más chistes fáciles al respecto. —Me parece que me pasaré esta noche a verlo —dijo Beto sonriente— a Samu le hará bien salir. —Eso se llama auto invitación —señaló Susana exasperada. más.
—No cocinas tú. Llama a la terremoto, y dile que ponga dos platos —Yo también iría —se entristeció Flora— de hecho me duele el
estómago de pensar que voy a perderme tremenda reunión. Estoy que rabio. —Tú lo que quieres es divertirte a mi costa —le recordó Susana a Flora. —Es que eso es un teatro fantástico —rió la mujer— Malena tiene un punto... —Dejemos ese punto de Malena. Voy a avisarla que tenemos invitados. Seguro que estará encantada. De hecho, si quieres te la puedes llevar. Perro incluido. —Y encima el perro también —Beto rió moviendo la cabeza de un lado a otro. —¿Dónde lo deja sino? —Alex, Malena y Atila —rió Beto— ¿Para eso te mudaste a vivir sola? Tu casa parece la fonda del Sopapo.
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—Y se añaden más —sonrió casi en mueca señalándolo— a las nueve en mi casa.
Decir que Malena se entusiasmó al decirle que llevaría dos invitados fue poco. Estaba claro que le encantaba rodearse de gente y que estaba disfrutando de lo lindo. Escuchó la voz de Alejandro de fondo, que gritaba algún mensaje que no entendió. Susana procuró llegar temprano a casa. A las ocho y media abría la puerta. Casi no reconoce el salón. Del techo colgaban tres cosas nuevas: un atrapa sueños, que quedaba sobre la mesa, una piedra color rosa, cerca de la ventana y otra transparente ante la puerta de la cocina. El comedor estaba mucho más iluminado. Atila le vino a saludar. Se puso en dos patas y dio saltitos de alegría. Ella lo acarició mientras buscaba con la mirada al resto de habitantes de la casa. El silencio le parecía completamente extraño, sobretodo estando Malena en ella. —¿Hay alguien? Apareció Malena con un dedo en los labios a modo de mutismo. Le señaló el cuarto de invitados, donde fueron las dos con actitud muda. Alejandro estaba sentado en un sofá de color oscuro, que anteriormente estaba en su cuarto y había sido trasladado al del hombre. A los pies, el aparato de masajes burbujeaba. Olía a menta. Alex parecía dormido. Sus ojos estaban cerrados y se veía realmente relajado.
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Se fueron a la cocina. —Caray, tiene pinta de ser sensacional —dijo Susana. —Lo es. Lleva media hora kao —rió Malena— Espero que no te importe que haya trasladado el sofá a vuestro cuarto. Ya que me cediste tu habitación tan amablemente —Susana alzó los ojos al cielo sin que ella la viera— quiero que estéis lo más cómodos posible. ¿Hueles? — Señaló el aire— puse menta en el agua del aparato. Y he cambiado algunos muebles de sitio. Entiendo un poco de Feng sui. Así fluirán más las energías. Hoy me siento mucho mejor —se dio la vuelta y fueron a la cocina— te agradezco infinitamente que me permitas quedarme aquí. No quiero ser un estorbo, pero ahora quedarme sola me deprime más. Todas mis amigas están en Vizcaya o Sevilla, de donde soy. Desde que llegué aquí, he estado trabaja que trabaja y no he tenido tiempo para asuntos sociales. Por eso cuando encontré a Paco me colgué tanto de él. Durante casi un año sus amigos fueron mis amigos. Incluida la mala pécora que me robó a Paco. No me molesté en vivir mi propia vida porque todo mi tiempo libre lo dedicaba a él, a sus cosas, a su círculo. —No te merecía Malena. Tú vales demasiado para desperdiciarlo en un tipo que solo tomaba, y tomaba sin dar nada a cambio. —Bueno, eso no es del todo cierto —sonrió pícara— me dio el mejor sexo de mi vida. —Eso es algo —dejó el bolso y se descalzó— pero no lo es todo. —Era cuanto tenía —se encogió de hombros. —¿Qué hiciste de cena? Huele de maravilla. —Tomates asados rellenos de marisco. Una ensalada de canónigos y de segundo solomillo a la pimienta. He asado unas patatas y pimientos para acompañar la carne. —Has estado ocupada —dijo cansada Susana.
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—Tú también. Me dijo Rebeca que estabais preparando lo de Gorditas de Lujo. He visto carteles en la sala de Gorditas a la Carta. —Sí. Es una locura. Estamos en la pre-selección de las chicas. —¿Crees que yo pudiera ser candidata? —la miró indecisa Malena. Susana abrió los ojos. —Pues, a lo mejor es lo que necesitas para subirte el ánimo. Pero requiere un compromiso muy grande y preparación. —Yo necesito un cambio. Y más desesperadamente que un cambio, necesito ocuparme de mí misma. Estoy pasando un bache de cuidado. El médico me ha dado antidepresivos, pero no me los quiero tomar. Estoy rayando el histerismo. Todo me parece una montaña. No soporto estar sola. Me miro en el espejo y veo un saco de patatas. No me gusta nada de mí, y cada día me compadezco más a mí misma. El psicólogo me ha dicho que necesito programas de autoestima. Que haga yoga y me cuide. —Pues pásate el lunes por Gorditas con una foto de cuerpo entero y una de cara. Que te las haga un buen profesional. Eres guapa, y tienes desparpajo. Tienes lo que hace falta. —Gracias —sonrió y le dio un tremendo abrazo. En ese momento entró Alejandro. Iba descalzo y se unió al abrazo desde detrás de Susana, abarcando también a Malena. —Sesión de mimitos —dijo al oído de Susana. Al verse rodeada, por no decir apresada por los brazos de él, Susana se removió buscando la forma de respirar entre el hombre por detrás y Malena por delante. —Ni te muevas —inspiró él todavía en su oído— todavía tengo las costillas blanditas.
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—Será de las pocas cosas que te quedan “blanditas” —se mofó ella cuando él, se refregó contra su trasero en un despertar leve. Él se río por lo bajo y se refregó más descaradamente. —Lamento desilusionarte —rió ahogando la risa en su cabello— pero es un pote de menta que me dio Malena. Para abrazarte lo he puesto en el bolsillo del pantalón. Susana agradeció tener la cara escondida en el hombro de Malena, pues más roja no se pudo poner. Malena suspiró y deshizo el abrazo, dejando a Susana desamparada. Alejandro apretó su cuerpo contra si, riendo su aliento en la mejilla femenina. —De todos modos, créeme —dijo en un susurro suave— me alegro de verte. —Menos arrumacos pareja. No es bueno para tus costillas —les riñó Malena. —Chica. A ti no hay quien te entienda —Alex soltó a Susana acariciando sus brazos de arriba abajo— nos traes una caja con más condones de los que gastaría en una semana con la supuesta intención de que los usemos y ahora nos dices que nada de hacer cositas. —Es que había una oferta, ya sabes: “compre treinta y le regalamos diez”. Me pareció que con cuarenta preservativos tendríais para un rato —sonrió feliz— a mi novio y a mi nos duraban apenas una semana —de repente se puso triste— ¡Mi novio era un fenómeno! — Bufó— Tres “kikis” por día como mínimo. Decía que quería salir en el libro de los records. Lo que le faltaba en tamaño, lo ganaba en imaginación. Dejemos los detalles —interrumpió Susana apartándose de Alejandro ya incómoda— vienen Beto y Samu en unos minutos.
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—Oh —los ojos de Malena brillaron— ¿Alguno para mí? —Pues... —dudó Susana con cara de horror mientras oía el timbre de la puerta. —Aquí llegan —la cogió del brazo Alex mientras la arrastraba hacia el salón— salvada por la campana. —¿Son imaginaciones mías o se piensa que le he traído hombres para ella? —Deja que Beto se las apañe, parece un hombre muy capaz. Miraron hacia atrás. Malena estaba parada en la puerta de la cocina quitándose el delantal y atusándose el pelo. —¿No crees qué es mejor que le diga que Beto y Samu son pareja? —No. Eso sería un golpe terrible —atajó él frente a la puerta— abre —sonrió sin poderlo evitar— esto no me lo pierdo por nada del mundo. —Empiezo a creer que tienes un lado maquiavélico. Los ojos de él brillaron antes de que ella abriera la puerta. Samu, entró primero. Vestido con su personal estilo, con un pantalón indi de color negro y un blusón blanco bordado en los ojales. Espléndido. Con su coleta en lo alto de la cabeza y su sonrisa feliz. Abrazó a Susana y le dio un apretón a Alejandro con delicadeza, recordando su estado. Detrás le seguía Beto. Alto. Elegante. Con traje oscuro y corbata. Cabello engominado y su buen afeitado. Oliendo a Calvin Klein Llevaba una tarta envuelta. Un postre grande y redondo. Malena estaba parada, con la boca abierta mirando a Samu.
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Susana miró a Malena que se había quedado sin habla al ver al exótico Samu, y con la excusa de llevar la tarta a la cocina, metió dentro a Malena que parecía alelada. —¿Quién es ese ángel? —preguntó con un pestañeo nervioso. —Samu, ahora te lo presento, pero has de saber... —No había visto nunca a un hombre con esa aura tan poderosa. Es magnífico —exclamó con deleite— es un hombre con un magnetismo apabullante, es atractivo, grande, viste como a mi me gusta, es... se le ve hombre... —Malena —quiso interrumpir Susana compungida. —Oh, ¿crees que le gustaré? —se entusiasmó la morena. —Seguro, pero has de saber... —Es guapo, se nota caballeroso, y educado, atractivo... —Eso ya lo dijiste —interrumpió Susana. —No me agües la fiesta. Es extraordinario, guapo, atractivo — repitió mirándola a propósito— exótico. —¡Y gay! —añadió sin anestesia Susana dejándola con los ojos desorbitados. —¿Y para qué diablos me traes a un tipo gay? —casi chilló mientras Susana intentaba taparle la boca. —No te he traído a nadie. Son amigos y pareja. —¡Es una putada! —Se quejó Malena abriendo el postre— Creo que me voy a poner hasta el culo de dulce hoy. ¡O Dios mío! —Exclamó al ver el chocolate que recubría la tarta— el mejor sustituto del sexo. Casi estoy por quedarme en la cocina y empezar con el postre. —Oh, Malena. Deja ya de compadecerte. No necesitas a un hombre hoy, necesitas compañía. Todavía estás rabiando por Paco. Hasta que se te pase.
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—¿Y no crees que ese bombón moreno se prestaría a pasearse conmigo por el curro? Así, como quien no quiere la cosa... frente al Paquito, para que le doliera —se golpeó el pecho teatralmente— que sufriera. Seguro que se arrepentiría de haberme abandonado. Y más, si ve que lo cambié por ese pedazo de hombre. Que dicho sea de paso, parece muy macho. —Lo es. Solo que su gusto no es lo que a ti te conviene ahora — concluyó Susana sonriendo a Beto que entraba en la cocina. —¿Interrumpo? Hola Malena. —Te recuerdo —sonrió la aludida. —Y yo a ti. Nos hemos visto alguna vez. —Por Gorditas. Sí. —Me ha dicho Susana que estás cuidando la fortaleza —hizo un movimiento circular con las manos— y que cocinas de alucine. —Sí. Ahora probarás mis guisos. Os quiero ver sentados ya — contestó sonrosándose halagada. Beto abrazó a Susana mientras reía con los labios pegados a su cabello. —Tiene pinta del hada buena del cuento —le susurro yendo hacia el salón. —También puede ser una bruja —aceptó Susana. Malena trajo un escanciador que le dio a Alejandro. Se detuvo mientras Susana le presentaba a Samu. Éste, galante, se inclinó y besó la mano de la mujer. Malena puso los ojos en blanco, hizo una risita tonta y se fue a la cocina. Susana fue tras ella, no antes de clavarle un dedo en el brazo a Alex que la miró extrañado. —Te ayudo a llevar las cosas.
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—Que guapo es —sonrió con aire soñador— tiene unos brazos enormes y sus dedos parecen espátulas ¿estás segura de que son pareja? Con lo delicado que es Beto. Un figurín al lado de un hombre que parece un luchador de sumo. —Da esa impresión, pero te aseguro que Samu es bastante más delicado que Beto. Por eso se llevan tan bien, se complementan. —Me gustan los dos. Pero me pirra el de la coleta. —Olvídate —advirtió Susana. —Se puede soñar ¿no? —dijo pringando un dedo en el chocolate y dándoselo a chupar a Atila que estaba muy silencioso pendiente de tanto invitado. —Me parece que tus sueñas demasiado. Llevaron el primer plato y la ensalada, seguidas por el can que se aposentó en las piernas de Alejandro. La cena fue amena. Malena estaba encantada. Excelente anfitriona, estaba en todo y deleitó el paladar de los presentes. Susana estuvo vigilando la copa de la mujer. Al parecer, Alejandro también estaba al pendiente. Hablaron sobretodo de los viajes de Beto y Samu. Del ascenso y trabajo de Susana y ya hacia el postre, estando la tarta en medio y los platos por servir, de los planes de Gorditas de Lujo. —Pues he hablado antes del tema con Susana y me ha dicho que lleve un par de fotos y los datos para ver si puedo ser seleccionada para el concurso. —¡Estupenda idea! —coreó Alejandro. —Te puedo hacer las fotos yo —se atrevió Beto— soy bueno con los enfoques. La fotografía es mi afición.
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—¿Qué no es, tu afición? —Chasqueó la lengua Susana— Todavía no encuentro nada que no sepas hacer. Siempre me sorprendes. —Todavía me quedan cosas por aprender —dijo con falsa modestia el hombre. —Pues te tomo la palabra —aprovechó Malena. —Mañana es sábado —intervino Samu ¿por qué no nos vamos en el barco y le haces las fotos en la playa? —Pero esta vez sin paella. Podemos llevar platos fríos... —decía Beto. —No. Yo llevaré cestas para picnics —dijo entusiasmada Malena— yo me ocupo de las viandas. Qué ilusión. Hace años que quiero ir en barco. —Yo no estoy para viajar mucho —carraspeó Alejandro. —Tonterías. Necesitas tomar el aire. Te cuidaremos entre todos — insistió Beto. —Claro, hombre —lo miró Susana con dulce expresión— ¿no estás cansado del piso? Yo pensaba sacarte a pasear mañana igualmente. Una vuelta en barco es ideal. —Bien. Pero llevemos una lona o algo para el suelo de la playa — contestó mirándola fijamente. —Hecho —contestaron Beto y Samu a la vez— esta vez sin garrapatas. —¿Garrapatas? —chilló Malena haciendo que el perro lanzara una triada de ladridos nerviosos. —Demasiado largo de explicar —la tranquilizó Samu— ni te preocupes.
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CAPÍTULO 6
¿Me besas, o no me besas? Porque empiezo a estar impaciente hasta yo.
Cerca de las doce se fueron Samu y Beto. Habían quedado a las ocho del día siguiente. Les recogería Samu en su camioneta. Malena estaba entusiasmada. Susana le dio permiso para coger ropa de su armario. Unos cuantos vestidos para las fotos. Entre los tres empezaron a recoger la mesa. Alex caminaba con seguridad. Cuando se cruzaba con Susana le tiraba un beso o le guiñaba un ojo. Ella sonreía. En uno de los viajes, Malena se fue al lavabo seguida de Atila. Entonces, Alex acorraló a Susana en la cocina con las servilletas en la mano. Se sentó en la silla y la acomodó de costado en sus piernas. —¿Te he dicho lo guapa que estás hoy? —No —rió Susana con las manos en alto y las servilletas colgando— cuidado con tus costillas. —Me encanta como hueles —metió la nariz en la parte derecha del cuello e inspiró— a chocolate. Y canela. —Acabo
de
zamparme
dos
porciones
de
tarta
—rió
relamiéndose— ¿a qué voy a oler sino? Él la miró serio. Sus ojos fijos en los labios brillantes y en la punta de su lengua que limpiaba las comisuras de la sonrosada carne.
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—Estás para comerte —dijo quedo Alex. —Le dijo el ratón al queso —susurró ella con la vista nublada por su visión. Durante unos segundos sus rostros estuvieron mesándose. Respirando el mismo aire. El tragó visiblemente. Ella se volvió a lamer los labios. Alejandro emitió un quejido lastimero antes de lanzarse a chupar, literalmente, la boca de ella. El asalto la tomó por sorpresa. Esperaba un beso suave, una ligera exploración, y no un ataque en toda regla. En un primer instante, ella abrió los ojos exageradamente. La lengua masculina se introdujo en su boca sin advertencia. Una mano de él estaba en su nuca, sujetándola para que no se moviera, la otra, apretaba su cintura, apretujando su carne, apenas dando caricias, más apretando, y soltando seguidamente. La boca de él se abrió y abarcó toda la de ella. Susana comenzó a reaccionar a la segunda succión de sus labios. Su boca y alrededores húmedos por la exploración atrevida. Los ojos ya cerrados. Al sentir de nuevo la lengua masculina buscando la suya, la hizo aletear en un baile frenético contagiado por el ansia de él. No estaba muy segura de que hacía. Era la primera vez que la devoraban de ese modo. Sus manos estaban alzadas, sosteniendo las servilletas como si fueran algo que se pudiera romper. Él respiró ruidosamente y apartó su boca momentáneamente. —Suelta esos trapos y tócame —ordenó él. Ella estaba deliciosamente confundida. Soltó las telas de una mano y llevó su palma al cabello del hombre. La otra mano siguió sujetando un par de servilletas que no le estorbaron para descansar el brazo en su hombro.
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Alex frotó su nariz contra la de ella, intentando recuperar el aliento. —Se me está clavando la botella de menta otra vez —siseó ella. Él le chupó la punta de la nariz al tiempo que daba una risotada apagada. —Se la devolví hace rato a Malena —contestó sin moverse, dejando que ella sintiera su erección creciente. —Me parece que esto, no es bueno para tus costillas —adujo ella algo nerviosa al sentir la mano de él navegando por su trasero y la cadera. El vestido era fino y era una barrera muy precaria. —No estoy pensando en mis costillas ahora. —Pero yo sí —dijo ella definitiva— no empieces nada que no puedas terminar. —¿Lo dices por ti o por mí? —interrogó él. —No estás para juegos. El se fijó en su mirada baja y en como estaba envarada sobre él. No estaba
preparada. Eso era evidente. Si ella quería, Alex estaba
dispuesto a complacerla, aunque no recibiera el favor a cambio. Era tímida y necesitaba soltarse un poco más. Respiró hondo y le acarició la barbilla. —Sí. Tienes razón. Todavía no estoy para tirar cohetes —sonrió levantándole el rostro hacia él— será mejor que te levantes antes de que venga Malena. —Malena ya ha venido —dijo entrando en la cocina— ya era hora. No me montéis estos números —bufó dando a entender que estaba fuera esperando que acabaran— me pongo mala. Me sube la calentura. Hasta Atila está sofocado —señaló el perro que jadeaba sentado en un rincón de la cocina.
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—Pues sí que teníamos público —dijo Alejandro dejando que Susana se levantara. —Te he preparado el aparato. Ya está con sus burbujas y todo — contó Malena, instando a Susana a ir a usar la placentera máquina para los pies— yo me ocupo de la cocina —luego miró al hombre— Tú. Será mejor que te des una ducha fría —observó el bulto en sus pantalones— ¡Que desperdicio! —elevó los brazos al cielo mientras Alex se levantaba derecho al baño, mascullando y seguido de Atila.
Susana estaba sentada en el sofá con los pies dentro del aparato masajeador. Las burbujas obraban maravillas. Llevaba casi veinte minutos allí. Parecía relajada. Los ojos cerrados, como ausente, pero su cerebro era un mercado de bolsa en plena locura. Su cuerpo todavía no se había calmado de las sensaciones que la habían despertado. Ese corto episodio con Alex la había movido más que su única relación sexual. Estaba asustada. No sabía como podía controlar las reacciones que le provocaba ese hombre. Si un beso casi le derrite el cerebro, ¿qué haría cuando llegaran a más? Por lo pronto, sus costillas le impedían grandes proezas, por lo que su relación estaba limitada. Pero, ¿qué ocurriría cuando él estuviera en plenas facultades?. Querría hacer el amor con ella. Y debía reconocer que ella también estaba deseosa. Por ahora solo quería que la abrazase. Nada más. En sus brazos se sentía segura. La noche anterior había sido la más placentera de su vida. Se había despertado en un par de
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ocasiones y había disfrutado de su brazo sobre ella, sin presionar. Con la sola manifestación de su presencia. Escuchó la puerta del cuarto que se abría. Entrecerró los ojos y lo vio de refilón. Llevaba unos pantalones de chándal blancos de bolsillos naranjas. Iba descalzo, una costumbre en él. Su torso estaba desnudo. Sin vendas ni camisa. El vello le cubría el pecho profusamente. —Pensaba que te habías quedado dormida. —Casi. Estoy tan cansada que se me cierran los ojos. —Se te van a quedar los pies como pasas —sonrió mirándola sensualmente. —Es igual. Por mí, como si se derriten. Mañana no tengo que ir a trabajar. —Me extrañó que accedieras al día en barco. Generalmente trabajas los sábados por la mañana. —Avisé que no iría. Al estar tú, pensaba sacarte a pasear. —Gracias —sonrió tímidamente— sé que tienes mucho trabajo. No es el mejor momento para que tengas un extra como yo. —No ha sido para tanto. Te duchas solito y he contado con la inestimable ayuda de Malena. —Jajaja, lo de ducharme solo ha sido una necesidad. Malena se ofreció muy gentilmente, pero si no podía gozar de tus cuidados bajo el agua, me las puedo apañar con cuidado y más tiempo ¿por qué no te vienes a la cama ya? Es tarde. —He pensado en dormir en el sofá —dijo ella sin mirarlo. —Cabemos los dos perfectamente en la cama. No es doble, pero casi. Yo no me puedo mover, y ayer no dormiste tan mal. Ella sonrió dulcemente.
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—Si, dormí muy bien —admitió— pero tengo miedo de hacerte daño. Peso mucho y... —Susana —se acercó y con cuidado se arrodilló a sus pies— Puf. Me cuesta hasta agacharme —la miró fijo— me gusta abrazarte. Si no puedo tener nada más por ahora, me conformo con eso, así que no me niegues un gusto. Ahora tengo pocos. No soy un peligro. Soy como un niño. Ella rió. Y lo miró. Aún de rodillas, casi le llegaba a la cara. —No tienes pinta de niño —subrayó ella con los ojos totalmente abiertos y sintiendo una mano de él en su pierna. lado.
—Mi hermana siempre me dice que tengo cara de pillo —sonrió de —Eso es cierto —ella le retiró un rizo caprichoso de la frente—
vete a acostar. Me cambio y ahora vengo. l obedeció. Se alzó con trabajo y se dirigió a la cama. Estaba dolorido. Al final del día era normal. De repente uno notaba los esfuerzos de más hechos en las horas pasadas. Además se sentía algo frustrado. Tras un fallido intento de complacerse a si mismo, pues el solo movimiento de su mano le clavaba pinchos en las costillas, la ducha fría había aliviado su calentura momentáneamente. Su cabeza entendía que aliviarse no sería posible hasta como mínimo dos semanas más. Y el esfuerzo de hacer el amor y empujar en el interior de la suave Susana se veía todavía más lejano. Susana regresó unos minutos después con su camisón del pájaro loco. El cabello suelto. Con sus zapatillas rosas afelpadas. Al verla, él maldijo mil veces sus costillas que le impedían ir a buscarla, cogerla en brazos y hacerle el amor hasta que se olvidara de
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su propio nombre. Al mismo tiempo bendijo las mismas costillas que le permitían estar en ese instante con ella y en una cama. Ella caminó despacio hasta el lecho. El retiró el edredón y le hizo espacio. Había algo distinto a la noche anterior. Los dos estaban mil veces más conscientes de detalles que un día atrás ignoraban. Ella se acomodó de la misma forma que el día de ayer. De lado, apoyada medianamente en su costado sano. Él mismo cogió el brazo femenino, algo tímido, y lo puso sobre su pecho. Concretamente sobre su corazón. La pierna de ella, flexionada sobre la rodilla masculina, se mantenía prudente. Alex respiró hondo y su pecho se elevó, la mano de ella, que reposaba lánguidamente, se alzó para atrapar unos rizos de forma perezosa. Sus uñas pintadas de rosa y bastante largas, se enredaron en los rulos largos del vello masculino. Dedos y pelo quedaron anudados cuando él soltó el aire, plenamente consciente de su toque. Susana suspiró gozosamente. Callados, sin moverse más que para respirar, se durmieron.
Alejandro despertó acalorado. Retiró un poco el edredón, encendió la lamparita de noche y miró la hora. Cerca de las cuatro. Susana respiraba fuertemente y de vez en cuando sonaba un ronquido. Sonrió, recordándose que tenía que decirle que roncaba. Ella se removió y alzó la rodilla paseándola arriba y abajo sobre el sexo masculino que comenzó a hincharse con celeridad, sorprendiéndolo incluso a él. Al tercer movimiento, Alex sujetó la pierna de ella a la
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altura de la rodilla por la parte interior. La pierna femenina quedó flexionada, con la rodilla sobre el bajo vientre masculino. El camisón alzado y mostrando unas bragas rosas y un muslo potente y suave. Alejandro acarició levemente el muslo que yacía sobre él. Podía sentir el calor de la entrepierna de ella en la cadera. Creía que saldría humo de esa intersección de sus cuerpos. De repente se dio cuenta de que tenía la frente perlada de sudor. Cerró los ojos y gimió lastimeramente. Un brazo sujetaba la cintura de ella y descansaba la mano sobre su redonda cadera. La otra palma estaba abierta en la parte trasera del muslo femenino, sujetándola contra si. Alejandro ladeó la cabeza y visionó a la bella durmiente. Se apoyaba confiadamente en él. Sus pecas no se distinguían. Le embargó una ternura que no había sentido jamás. Soltó su muslo con la intención de acariciarle la cara. Al verse libre, la pierna femenina descendió, acariciando su incipiente erección. El sostuvo una carcajada por su descuido y fue a buscar de nuevo el muslo para detener su travesura. Besó la frente de ella con lentitud, casi tentado de chupar su piel para ver si las pecas se le pegaban a la lengua. En ese instante, decidió que quería que esa mujer fuera la madre de sus hijos. Si la podía convencer... claro. Quería una niña pecosa. Respiró hondo satisfecho por su resolución. Una imagen de él sosteniendo a un bebé sonrosado y pecoso le asaltó la mente. Sonrió. Siguió con su ensoñación hasta que el sueño lo venció de nuevo. La luz quedó prendida.
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Susana se despertó sintiendo una sensual y repetitiva caricia en su muslo izquierdo. Dedujo enseguida quien era el dueño de esa mano caliente y persuasiva. Lo primero que notó es que tenía el camisón levantado hasta encima de la cadera. Todavía medio dormida, sintió que liberaba su pierna y la quiso retirar lentamente hacia abajo, pero la mano volvió a sujetarla casi por debajo del trasero, impidiéndole cualquier movimiento. Sintió un beso lento y tibio en su frente. Estuvo tentada de abrir los ojos, pero se lo pensó dos veces. Se sentía demasiado a gusto con esas caricias lentas y prometedoras, delicadas pero insistentes. La otra mano de él reposaba sobre su cadera, cerca de su ropa interior, no la movía, pero su dedo pulgar apretaba de vez en cuando su carne. Ella tuvo ganas de besar su pecho, pero se contuvo. No estaba preparada para el resultado que tendría ese gesto. Recordó el beso en la cocina y un calor
repentino inundó su
vientre. Cerró más los ojos y sin pretenderlo se volvió a dormir.
—Arriba holgazanes —les despertó sin piedad Malena mientras entraba como tromba en el cuarto seguida del can— cerrasteis la puerta y Atila se ha pasado la noche haciendo viajes para ver si le abríais. Susana se desperezó, estirando las piernas y el tronco, mientras levantaba la mano que yacía sobre el pecho de él por encima de sus cabezas. La mano de él se deslizó hacia el trasero femenino, sujetándola para que no se fuera todavía de la cama. —¿Qué hora es? —susurró con voz ronca Susana. —Las siete menos diez —dijo acelerada Malena— si quieres pegarte una ducha, estupendo, el desayuno está listo.
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Susana asintió mientras levantaba el rostro para ver a Alex, que despierto, buscaba su mirada. —Buenos días pecosa —sonrió. —Te he dicho que no me gusta que me llamen así —se revolvió en sus brazos para irse. Él la apretó manteniéndola en la cama, pegada a él. —A mí me gustan tus pecas —se adelantó Malena sin pudor por presenciar la escena. —Ves —rió Alex— ya somos dos ¿eso no te dice nada? —Sí. Que los dos no sois pecosos —apoyó de nuevo la mano en su pecho, bajo su garganta y descansó la cara sobre ella— tenemos una hora para prepararnos. Huele a café —inspiró mientras elevaba su trasero para salir de la cama. —Me gustan tus braguitas rosas —dijo atrapando su elástico y soltándolo a la altura de su cadera. Ella se quejó y su rodilla perdió el equilibrio, volviendo a la posición de tumbada— dame un beso para recuperar las fuerzas y levantarme. —¿Recuperar fuerzas? —indagó Malena ya a los pies de la cama y mirando a Atila subir al colchón— ¿Cuando las perdiste super macho? —En mis sueños metiche —respondió sin mirarla— y ahora déjanos solos para que podamos darnos los buenos días como Dios manda. Malena rió mientras se retiraba. Atila quedó sentado en los pies de la cama. —Tienes dos minutos antes de que vuelva a entrar —rió Susana. —Conociéndola, un minuto —la mano derecha de él subió a su cara para acariciar su cabello, mientras la otra subía de su cadera a su
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nuca acercándola con cierta ansiedad —llevo toda la noche deseando hacer esto. Posó sus labios sobre los de ella. Apenas un roce insistente. Siguió con dos o tres besos castos y tiernos. Ella abrió la boca levemente. Preguntándose, deseosa, si continuaría con esa pauta o volvería a la pasión del día anterior en la cocina. Alex se estaba conteniendo para no repetir el ataque de su anterior beso. Quería ir despacio, dejar que ella se confiara. No quería apresurarse. Sabía que su barba le picaba, así que tenía buen cuidado de no ser brusco con su delicada piel. Susana se alzó un poco para tener la cabeza mas ladeada. Él gimió. Ella intentó apartarse pensando que le había hecho daño. —Tus costillas —se lamentó. —Cuando me duelan te lo diré —contestó apresando su boca de forma mucho mas contundente. Besos húmedos, algo más atrevidos pero sin llegar a convertirse en fuego. Ya estaba bastante quemado él. Esa mujer lo encendía con una mirada ¡qué peligro! Un toque brusco en la puerta les interrumpió. —¿Salís o entro? —Ya vamos —calmó Alejandro dándole un último pico y ayudándola a levantarse.
La falda floreada que había escogido Malena no le sentaba muy bien. La hacía parecerse a una campana. Pero si la falda le sentaba como un tiro, el top color canario daba horror. Y si todo ello se
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aderezaba con unas sandalias color violeta y una cinta de pelo color fucsia, ya se vislumbraba el golpe de efecto. —Malena, cielo —se acercó a abrir la bolsa de deporte que llevaba llena de ropa— ¿qué más te has traído? —Dos pantalones, un blusón muy vaporoso. Unas bermudas, dos tops. Un par de vestidos... y algo mas que no me acuerdo. —Cielo ¿te has fijado si combinan? —se preocupó Susana mirando como Alejandro, tras Malena, bizqueaba cómicamente. —Me gustan los colores vivos —dijo a la defensiva. —Seguro. Pero son fotos muy importantes. Es mejor que... bueno, Beto decidirá, sino, siempre puedes ponerte pareos en forma artística. Atila ladró, llevaba un biquini color rosa a modo de gorro, parecía una talla de bebé, porque desde luego no era de su dueña. —¿Eso son bragas? —interrogó divertido Alejandro mientras cogía con cuidado la bolsa de ropa. —El sol le sienta mal a Atila. Si le da un golpe de calor le puede dar un ataque. No encontré ninguna gorra de su tamaño, pero en una tienda de bebés compré la braguita y le viene muy bien. —Sí —contestó abriendo la puerta Susana— le favorece mucho. Vayamos bajando que nos están esperando seguro. —Luego subo yo con Beto o Samu para recoger las cestas y las bolsas de comida —dijo Alejandro. —No. Tú te sientas en el coche que subiré yo —corrigió Susana que esa mañana estaba encantadora con su camiseta rosa y sus pantalones de verano verde oscuro elásticos. —Eres una mandona —se defendió risueño el hombre.
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—Y tú estás convaleciente —le recordó quitándole el peso de la bolsa de ropa— Y le prometí a tu hermana que te cuidaría y no te dejaría hacer esfuerzos. —Ayer hablé con mis padres y con ella —dijo entrando en el ascensor después de Atila— y estaba muy tranquila. No está en absoluto preocupada por mí. Parecía más inquieta por ti. Como si temiera que me hubieras mandado al cuerno. —Dice que eres exasperante cuando estás enfermo —rió Susana— ella te conoce más que yo. —Es un impaciente —intervino Malena— quiere seguir haciendo las mismas cosas que cuando está sano y se cabrea cuando no puede. —Eso no es cierto —adujo el interesado— no me he quejado. No me muevo. No hago esfuerzos... —Eres inquieto, no paras —interrumpió Malena— te aburre la tele y no sabes quedarte sentado mucho tiempo. —Eso es porque me duele si estoy en la misma postura mucho rato. Ayer fue el primer día que pude respirar profundo sin doblarme en dos. Llegaron abajo y vieron la camioneta de Samu aparcada casi encima de la acera. Tras los saludos, subieron todos, menos Susana y Beto que fueron a buscar la comida. Cuando el hombre vio la cantidad de cosas que había preparado, se llevó las manos a la cabeza. —Esto es para un regimiento —sonrió abriendo las dos cestas para mirar dentro.
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—Estuvo cocinando hasta las tantas —le explicó Susana— y esta mañana se despertó más temprano que nadie para ultimar. —Parece buena chica —cogió las dos cestas que pesaban como un burro. —Lo es. Pero está pasando un mal momento. —Tiene suerte de tenerte a ti. —Estoy empezando a pensar que tengo suerte de poder contar con ella —admitió Susana cogiendo dos bolsas con una mano y una bolsa de deporte con la otra— al principio fue todo una calamidad. Pero después del desastre no ha sido tan malo. Salieron hacia el ascensor. —¿Y qué tal con Alejandro? Parece que os gustáis. —Lo estoy cuidando. –Y yo me chupo el dedo. ¡Venga, por favor! —Ya estoy bastante confundida Beto. No tengo ganas de hablar del asunto. —A mí me parece que tienes miedo de enamorarte. Pero, chica — suspiró con una sonrisa de oreja a oreja— es lo más bonito que hay. Te cambia la vida. Yo no sabía que era eso hasta que conocí a Samu. Me ha estabilizado. Nos cuidamos mutuamente. Hablamos. Le digo cada día que lo quiero y él me lo repite. Nos encanta complacernos con los caprichos que sabemos que nos gustan. No nos importa dónde estamos, si estamos juntos. De verdad, Susana, no hay nada mejor que amar y ser correspondido. —Me estás dando envidia —sonrió con una mueca. —No me creas ¡Pruébalo! —Aconsejó saliendo del ascensor hacia el coche— Samu, ayúdame que esto pesa un huevo —dijo alzando la voz para que lo socorrieran.
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El viaje se hizo corto. Malena acaparó casi toda la conversación con el tema fotos y comida. El resto fueron intervenciones de los demás sobre el mismo monotema. El tiempo amaneció algo nublado pero se abrió al poco de llegar a Sitges. Mientras Malena, Susana y Alejandro se sentaban en cubierta, Samu y Beto se ocuparon de sacar el velero a navegar. Malena estaba entusiasmada y por primera vez, Atila estaba mudo y quieto. Se notaba que no era un marinero experto. El bizqueo se veía más acentuado y la braga rosa que tenía encasquetada en la cabeza ayudaba a desmerecer la imagen de lobo de mar. En alta mar, la sesión de fotos comenzó. Malena, asistida por Susana comenzó a disfrazarse, por llamarlo de alguna manera. Beto disparaba la cámara buscando los mejores enfoques. Al principio, Malena estaba algo rígida y le salió una timidez que ninguno en el barco suponía que poseía. Lentamente, comenzó a coger confianza. Y de repente, comenzó a poner poses sugestivas. Se agarraba al mástil y levantaba la pierna, soltaba besos al aire como si fuera una diva. Se lo estaba pasando en grande. El caniche enano, francamente afectado por estar rodeado de agua, ni ladraba pese a que Malena reía y todos coreaban sus poses. Samu al timón, le silbaba. Alejandro le iba indicando poses y Beto estaba tan concentrado en su faena que más de una vez estuvo a punto de caerse al agua. —Levanta más la cadera —le daba instrucciones Alejandro— alza la cara al sol. Oh. Quítate esas gafas de sol —chasqueó los dedos para llamar su atención— mira hacia el otro lado. Así, perfecto.
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Durante cerca de dos horas, entre cambiarse, fotos, cambiarse, poses, fotos, cambiarse y reírse, pasaron la mañana. A las dos del medio día acabaron de montar el campamento. Tal como acordaron, una lona fue depositada en la arena, aislándolos por completo de ésta. En cuatro metros cuadrados, se colocó la mesa plegable, y las viandas. Todos estaban hambrientos. Sobretodo después de la intensa sesión fotográfica. Malena estaba radiante, finalmente se había quedado vestida con un vaporoso vestido rosa con transparencias en el torso. Seguía en su papel de modelo y estaba realmente guapa con una sonrisa totalmente contagiosa. Atila, ya en tierra firme, volvía a ser el mismo. Ladrido aquí, aullido allá, carrera loca acullá... cualquier movimiento entre los árboles de la playa era el inicio de un simulacro de batalla. Agotado, finalmente se había tendido a los pies de Alex, su paladín, que le daba caprichos entre bocado y bocado. Susana, al lado de Alejandro, tenía las mejillas rojas del sol. Sus ojos se veían verdes y brillantes y estaba disfrutando del día y de la compañía. Ya estaban llenos cuando sacaron el postre, pero ninguno iba a renunciar a la traca final. —Está riquísimo —dijo Susana probándolo y con un enorme bigote blanco rodeando sus labios. Alejandro se le acercó, y cogiéndole la barbilla, chupó con su boca todo el merengue que la adornaba. Se oyó claramente la succión. Ella abrió mucho los ojos, y cuando él se apartó, miró a Beto y a Samu que la contemplaban con una sonrisa enorme. —Sí —reiteró Alejandro— definitivamente está riquísimo.
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Susana tragó y, callada, volvió a dar otro mordisco. El merengue le manchó casi hasta la nariz, se relamió el labio superior. —Creo que voy a repetir —dijo Alejandro que la miraba fijo. Y antes de que ella escondiera la lengua que arrastraba el merengue de su labio superior, volvió a atacar su boca. Chupó y lamió. Susana cerró los ojos y se dejó hacer. Los testigos carraspearon, Malena se llenó la boca y sorbió nerviosa. —Te la vas a tragar —dijo por fin la espectadora— pese a la srcinal forma de catar, te aconsejo que, para mi tranquilidad mental, lo pruebes directamente de tu plato. —Estoy de acuerdo —dijo Beto golpeando el cubierto en el plato para interrumpir el espectáculo— chicos. Alejandro. Come de tu plato, Caray. El aludido despegó sus labios de Susana. Lánguidamente. —¡Guau! —dijo apenas en un susurro ella mientras lo veía relamerse el merengue que, con el beso, se había pegado a su piel. —Sí ¡Guau! —repitió Alejandro. —¡Guau! —Añadió Malena— ¿Puedo añadir en mi ficha de Gorditas a la Carta, algo como esto? —Sí, claro —se burló Beto— en las clases de cocina sería un aliciente este tipo de espectáculos. Cocinas lo suficientemente bien para que hagan cola. —No te chotees —se defendió Malena— vosotros no pasáis hambre de amor. Tú tienes a Samu y Susana a Alejandro. Mira, se están comiendo con los ojos. Los aludidos retiraron la mirada y prestaron atención a Malena. Recomponiéndose del episodio, Alejandro agradeció estar sentado porque las piernas no le hubieran sostenido. El costado le dolía de
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inclinarse a saborear a Susana, que dicho sea de paso, todavía estaba en un estado semi catatónico. Vio la sonrisa de Samu y la correspondió. Beto estaba ocupado tratando de animar a Malena. —Encontrarás a tu hombre adecuado. Un poco de paciencia. —Mientras, Paco se pasea con esa “pedorra” por la oficina. Era mi mejor amiga. Trabajábamos juntas, desayunábamos juntas, íbamos al cine juntas —suspiró— nos lo contábamos todo. Ella sabía el cuelgue que tenía con él. —Esta claro que no era tu amiga —puntualizó Alejandro. —Si —admitió Beto— las amigas no se hacen esas faenas. —En fin. Ella ha ganado —se encogió de hombros. —No estoy de acuerdo —pareció despertar Susana de su trance— Has ganado tú. ¿Para qué quieres un mamarracho como ese? —Era feliz. Tenía su atención. Tenía a alguien por quien ponerme guapa, arreglarme —su voz cambio socarronamente— y teníamos buen sexo. Corrijo. Excelente sexo. —No tenías amor. Era una relación enfermiza —sugirió Beto— un revolcón no lo es todo. —¡Y lo dice un hombre! —rió Malena. —Los hombres también podemos ser seres sensibles. No todos tenemos como prioridad el sexo —defendió Alejandro. Malena puso los ojos en blanco e hizo un gesto simulando vomitar. Luego lo miró
y bajó la vista a su semi excitación, en baja, pero
existente. Alejandro se cubrió mejor con la servilleta y se sonrojó. —¿No me digas? —dijo finalmente Malena. —Tenemos la capacidad de excitarnos más fácilmente, pero eso no significa que nos valga todo —explicó Alejandro— Paco se ha portado
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como un cerdo, no tiene justificación. Pero te aseguro que hay muchos hombres que jamás harían eso. —Bueno. A decir verdad, hay una etapa en la que vale casi todo — rió Beto— pero eso se pasa con la edad. —La cuestión es que Paco esta feliz y con pareja y yo estoy sola. Soy la comidilla del curro. Estoy temblando de pensar en volver a trabajar. He pedido traslado, pero tardarán en contestarme y no es seguro que me lo puedan conceder. Sino es así, casi prefiero largarme de la agencia. La lástima es que me gusta mucho mi trabajo. —Ignóralo —apremió Alejandro. —Trabajamos juntos. Codo con codo. —Eso ya es más jodido —dijo Beto chasqueando la lengua— ¿te ayudaría que él creyera que has encontrado a alguien? Los ojos de Malena brillaron y miró a Susana en un gesto de entendimiento. —A mi ego sí, desde luego —concluyó Malena. —Pues cuanta conmigo para darle en las narices —sonrió Beto. —Gracias. Lo acepto. Sería estupendo contar con un hombre tan guapo para darle en las narices. —Si me necesitas también puedes contar con mi ayuda —se ofreció Samu. —Esto se está poniendo interesante —rió Susana. —Si necesitas a otro para la colección, yo también te puedo servir — se añadió Alejandro. —Sí —se carcajeó complacida Malena— tienes razón Susana. Esto se está poniendo muy interesante.
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Después de comer, Beto insistió en aprovechar la playa y su paisaje para unas cuantas fotos más. Susana y Malena se pusieron en ello, mientras Samu, Alejandro y el caniche peludo se fueron a pasear. Alex se llevó una mano bajo el pecho en un gesto muy elocuente. —¿Te duele? —Observó Samu— caminar en la arena es algo forzado. Vamos a sentarnos —señaló un montículo de piedras secas a pie de orilla. —Sí. Gracias. Sentarme un rato me irá bien. A veces olvido que no puedo ir a toda máquina. Me cuesta bajar el ritmo. Samu ayudó a sentarse a Alejandro y se acomodó a su lado. —No quisiera ser metiche —comenzó a hablar Samu— pero veo que la cosa entre tú y Susana prospera y no me gustaría que le hicieran daño —lo miró y continuó tras una breve pausa ante su gesto serio— me refiero a que contaste tus planes de irte a trabajar a Argentina. —Bueno, sí —se sacudió la arena de las manos— mis prioridades han cambiado —admitió buscando una postura cómoda para no forzar sus costillas y respirar mejor— durante estos días he tenido mucho tiempo para pensar —rió quedo— no he hecho otra cosa. El lunes comenzaré a hacer llamadas para ver como cambio esos planes. Puedo aceptar otra oferta aquí en España y venir cada fin de semana para ver a Susana. Lo de Argentina ya no me parece tan atractivo desde que la conozco. —No tienes pinta de informal. Pareces un tipo responsable y concienzudo.
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—Lo soy. Tengo toda la intención de convencer a Susana para que nos demos una oportunidad. De hecho, estoy en ello. Todavía no tengo mucha colaboración por su parte, pero si admitió que le gusto. No es una mujer frívola o que le vayan las relaciones esporádicas, así que asumo que si se lanza conmigo, la cosa es seria. —Es una gran mujer. Una de las mejores que conozco. —¿Sabes algo de sus relaciones anteriores? —lo miró con el ceño fruncido— No te preguntaría una cosa así, pero la noto algo... reacia a la intimidad. No me atrevo a preguntárselo claramente. —Pues pienso que la única que te puede contestar es ella. Solo puedo decirte que es muy prudente y que no le conozco ningún novio. Claro que solo hace un año que la trato. Es algo esquiva con el tema y casi todas nuestras conversaciones han sido en el gimnasio que frecuenta y del cual yo era el encargado. Se siente segura con Beto y conmigo porque no somos una amenaza. Es tímida, pero tiene coraje. Una excelente amiga, y muy responsable. Como casi todas las mujeres gorditas que conozco de este país, no lleva muy bien el sobrepeso. Yo me he criado en distintos ambientes y en lugares en los cuales es de lo más natural ser grande o gordo. Yo mismo lo soy y nunca he tenido problemas por ello, ni me ha acomplejado, pero aquí he visto muchas perturbaciones causadas por la moda del cuerpo diez. —La verdad es que nunca me había planteado enamorarme de una mujer gordita. Tampoco había planeado enamorarme y punto — sonrió— pero cuando vi a Susana en bragas y sujetador, o sea, prácticamente desnuda, no pensé en sus kilos de más, de hecho no pensé —rió— sentí. Es una mujer preciosa y su cuerpo me gusta. He sido consciente de su peso mucho después de conocerla y ni siquiera me planteé que eso pudiera ahuyentarme.
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—Explícame eso de que la viste en paños menores —apremió Samu con expresión de sorpresa. —Fue un accidente. Malena le había vomitado encima y ella se quitó la ropa. Cuando entré en su despacho sin avisar la pillé in fraganti. Se puso tan colorada que pensé que iba a arder en una combustión espontánea. Me gustó. Fue verla y... —hizo un gesto exagerado con las manos— algo explotó en mi cerebro. Nos habíamos tropezado en los lavabos un rato antes. Lo primero que vi fueron sus ojos verdes y miles de pecas —rió— se me escapó y me puse a buscarla por la fiesta sin resultado. —¿Fue la fiesta de la semana pasada? —Sí. A mí me parece que fue hace un mes. Pero es cierto que solo fue el miércoles de la semana pasada. Finalmente, Flora me dio permiso para subir a los despachos en búsqueda de intimidad para una llamada de negocios. Soy amigo de Carlos, y aproveché eso para que Flora me diera manga ancha. Mi lógica me decía que ella tenía que estar en alguna parte del edificio y si en la fiesta no estaba, debía estar en algún despacho. Para eso necesitaba autorización para moverme. Una vez conseguido, la encontré a la segunda puerta que abrí —rió de nuevo más fuerte— no sé quien se sorprendió más. Si ella, o yo al verla cual Venus. —Una forma poco habitual de conocer a una mujer. —Me encantará contársela a nuestros nietos —dijo acariciando la cabeza de Atila que retozaba entre sus piernas. —Me gustas. Espero que la convenzas. Ella necesita alguien en quien apoyarse y confiar. —Ahhhhhh —advirtió solícito— ese soy yo. No soy grande por gusto. Y tengo buenos pies. Puede apoyarse cuanto quiera.
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—De hombre grande a hombre grande —se acercó Samu en actitud secreta— cuida a esa cosita y se delicado y paciente con ella — entrecerró los ojos que se convirtieron en dos rayas oscuras y añadió— ¡y dale caña! Alex rió coreado por el exótico tailandés. Se habían entendido perfectamente.
Cuando regresaron, Beto le hacía fotos a Susana. Malena no estaba a la vista. Samu y Alex escalaron a la pequeña roca donde estaba Susana y se sentaron uno a cada lado. Beto descargó varias fotos. Atila se unió al grupo y finalmente Malena apareció entre los matorrales. —A ver, grupo —dijo tiempo después Beto— tenemos dos opciones. O nos quedamos a pasar la noche aquí o nos largamos ahora mismo. Ya son las cinco y media. —Por mí nos quedamos —se entusiasmó Malena— hay suficiente comida. Y mañana no hay que trabajar. Alejandro miró a Susana. Estaba sentada a su lado y él le tenía pasado el brazo por encima de los hombros. —Estamos bien aquí, ¿verdad? —le dijo casi en susurros Alejandro. Ella asintió. No hizo falta traducción para Beto, aunque no escuchó las palabras del hombre. —Bien, por unanimidad, nos quedamos. Atila ladró.
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Samu fue a buscar tres farolillos al barco y los preparó colgándolos en ramas secas y posicionándolos en triangulo, dejando el mini campamento en medio. Oscureció mientras todos estaban en contemplación de la puesta de sol. Alejandro, que seguía rodeando con su brazo a Susana, tenía sobre su muslo izquierdo la mano derecha de ella, y acariciaba con su mano libre los dedos femeninos. Ese día había algo en el ambiente que unía sus miradas y sus manos sin cesar. Alejandro ya se había despertado esa mañana con planes e ilusiones muy concretos. Susana se dejaba querer, y eso era bueno. Pensaba el hombre con optimismo. Después de cenar, bailaron y bebieron. Total, no había que conducir. A la noche, Samu regresó a Alex, Susana y Malena al barco. Les dio mantas y les enseñó los camarotes. Malena ocupó el más cercano a la entrada. Al otro lado, había dos camarotes más. Uno individual y otro doble. Puesto que Samu y Beto tenían intenciones de dormir en la tienda de campaña en la playa, los dos estaban vacíos. Alejandro ni siquiera se planteó darle a Susana a escoger. Cuando Samu se fue, ayudó a Susana a poner forros a las dos almohadas y dejó que ella pusiera la sábana. Las costillas no estaban para muchos trotes. El silencio reinó en el barco. Malena y Atila se habían encerrado en su camarote. Hacía calor. Susana fue al lavabo y regresó con una camiseta de Beto de color melocotón.
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Alejandro, había aprovechado esos minutos de ausencia de ella para quitarse la ropa y quedarse en puros boxers con dibujos de golf. Había gateado por el colchón, y acostado, la esperaba. Los ojos fijos en la puerta por donde ella tenía que aparecer. Susana se sintió tímida de repente. Después de dormir dos noches con él, no debiera ser así ,se dijo mentalmente con reproche. —Cogeré la manta —comentó ella abriendo la enorme tela de suave lana que le sirvió de parapeto para cubrirse las piernas. Susana se sintió desnuda. En bragas y con una camiseta que apenas cubría sus bragas rosas con rayas blancas, no estaba muy segura de cómo meterse en la cama sin exponerse en demasié. Estiró la manta y saltó al colchón cubriéndose rápidamente. —¿Tienes frío? —preguntó el hombre con los ojos entrecerrados. —Un poco —mintió ella— ¿qué tal tus costillas? —Jajaja —rió él— he tenido que gatear en el colchón cual ancianito con huesos quebradizos. —Pobrecito —se burló ella con una risita nerviosa. —Ha sido un día intenso. No conozco un final mejor que este — ladeó la cabeza para mirarla, ella pestañeó, más nerviosa de lo que le gustaría admitir— ven, me he acostumbrado a que te duermas pegada a mi costado. —¿Acostumbrado? —Dijo ahogadamente ella sin moverse— si solo han sido dos noches. —A lo bueno se acostumbra uno rápido. Ven aquí —insistió— empiezo a notar que me falta algo. Ella se arrastró poco elegantemente hasta su lado. Se puso de costado, y se apoyó en él. Alex dio un respingo y jadeó.
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—¿Te hice daño? —se preocupó ella al ver su rostro desencajado. —Es el lado malo. —Lo siento. No me acordaba —se disculpó ella separándose. —Pasa por encima de mí y ponte al otro lado —la instó él. Susana se incorporó y, de rodillas, impulsó una pierna sobre el cuerpo de él. Cuando iba a pasar la otra pierna, las manos masculinas se posaron sobre ella, en el lugar justo donde la cadera termina y empieza el muslo. Las manos masculinas la sujetaron. Las piernas femeninas abiertas. Su sexo reposando sobre el de él, que despertaba bajo su peso.
—No te muevas —rogó él, los ojos cerrados y apretando sus
manos sobre el inicio de los muslos femeninos. Ella se quedó quieta, seria. Su primer pensamiento fue que le dolía de nuevo y que sus movimientos agravaban la situación. Luego notó como la cadera de él se elevaba apenas un segundo y volvía a su sitio. El abrió los ojos y la contempló. Subió las manos hacia las caderas de ella por encima de la tela de la ropa interior, y bajo la camiseta. Las amplias manos se detuvieron, pero los pulgares acariciaron la piel de su estómago. Susana abrió mucho los ojos al sentir el roce de los dedos de Alejandro. Uno de los gruesos dedos se deslizó por el elástico del calzón. Ella contuvo el aliento. Él, se detuvo. Sacó el dedo del borde de la tela y volvió a abarcar la cadera femenina. Ella se hundió más sobre él. Sus sexos quedaron en pleno contacto. El de ella suave y húmedo. El de él, duro y caliente. Las barreras de las telas no hacían mucho de parapeto.
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El jadeó y movió las caderas de ella sobre su erección. Ella soltó un gemido lastimero, casi un quejido. —Será mejor que salgas de aquí arriba antes de que comencemos a arder. No estaría bien quemar el barco de nuestros anfitriones —quiso bromear él, mientras la ayudaba a levantar la pierna y pasar al otro lado. Ella resopló ruidosamente cuando se acostó a su lado. No estaba muy segura de que hacer. Deseaba pegarse a él y colocarse como las dos noches anteriores, pero la luz
de la bombilla del camarote, le
mostraba una imagen que no estaba acostumbrada a manejar. Alejandro, tumbado, con un empinamiento considerable bajo sus calzoncillos, que ella esperaba que fuera el máximo que creciera, respirando algo agitado. Una mano sobre sus costillas, como si las quisiera retener, y el otro brazo sobre sus ojos, cubriéndoselos. —¿Estás bien? —susurró ella angustiada por su silencio. —No quisiera sonar soez —contestó con voz ronca— pero ahora mismo no sé que me duele más, si las costillas o los huevos —se descubrió la cara y la miró sonriendo ante su cara de preocupación— lo peor es que el sinónimo de una ducha fría en este barco es un baño en el mar. Ella se sentó con las piernas cruzadas y estirando la camiseta para cubrir su entrepierna. —Yo no te he provocado. Así que no me hagas sentir culpable — refunfuñó ella sintiendo un irreconocible picor entre sus ingles. —Me pones a cien, cariño —sonrió él estirando el brazo para acariciar su rostro. —Te haría bien dormir —dijo ella cogiendo su mano y reteniéndola entre las suyas.
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—Como soy masoquista me haría mejor un beso. —¿No te parece arriesgado en tus condiciones? —sonrió ella más tranquila. —Me vas a besar tú. Yo no tengo que hacer ningún esfuerzo — estiró hacia si la mano que ella sostenía, atrayéndola hacia él. Ella desplegó sus piernas, arrodillándose con rapidez y apoyándose, como pudo, sobre la cama para no dañar sus costillas. —Eres un imprudente —lo riñó— podría haberme caído sobre ti. Y no soy un peso pluma que digamos. El rió y sujetó un hombro femenino con una mano y con la otra agarró su trasero. Uno de sus glúteos fue abarcado por la palma masculina en su totalidad. Apretó, obligándola a relajarse contra él. El cuerpo de Susana quedó sobre el colchón, rozando el de Alex, con los pechos bajo el cuello del hombre. Casi cara a cara los dos. —Ahora puedes besarme —comunicó Alejandro hablándole a la barbilla de ella. Ella dilató el momento. Más por indecisión que por miedo. Un apretón en el culo la instó a bajar su boca sobre la de él. Sus labios se unieron y lo que planeaba ser una exploración dirigida por ella, se truncó. El tomó el mandó y un sensual baile amenazó con borrar el mundo. Se besaron hasta que les dolieron los labios. Roto el beso, ella apoyó su rostro en el hombro de él. La mano masculina, todavía seguía en el trasero de ella, pero estaba quieta, caliente. El la subió por debajo de la camiseta hasta la espalda suave de ella. La palma de la otra mano se elevó por su costado izquierdo, levantando la prenda color melocotón, y acariciando con los nudillos el
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lateral del pecho de la mujer. Ella bajó el brazo en un acto reflejo y atrapó la mano de él entre su axila y su brazo. Susana se dejó caer de espaldas en la cama y él la siguió, poniéndose del costado sano. Ella fue a protestar, pero él la acalló y posó su mano sobre el estómago redondeado, al tiempo que alzaba la camiseta de algodón hacia arriba. Ella intentó detenerlo por unos segundos, sujetando, la camiseta y su mano, contra si. —Esas pecas son mías —dijo él quedo, mientras bajaba el rostro para besarle varios ejemplares en sus mejillas. Ella cedió y él reunió la tela sobre los pechos de ella. Alzó la cara y se deleitó en los dos generosos montículos que se elevaban total y completamente decorados con miles de pecas. Tantas, que en algunas partes de sus senos se amontonaban formando una manchita color rosado, agolpándose unas con otras. Con sus dedos acarició tiernamente la carne pintada rodeando exteriormente el pezón, que se irguió pese a no ser tocado. No aguantó mucho en la delicadeza y su enorme mano abarcó uno de los pechos y lo amasó, rozando con su pulgar el pezón reaccionario que se alzaba guerrero exigiendo atención. El reclamo dio resultado, y con un jadeo, Alejandro se lanzó, la boca abierta y preparada, para chupar esas pecas con avidez. Susana cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras él se deleitaba degustando el menú. Parecía querer probar todas las pecas. Cuando pareció haberse comido todas las pecas de un pecho, pasó al otro mientras su mano seguía amasando el abandonado.
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Susana lloriqueó de gusto. Y solo fue consciente del enorme placer que le proporcionaba la boca y la mano de él. Alejandro estaba disfrutando. El mudo y doliente palpitar de su pene, solo era superado por los latigazos que le daban las costillas cada vez que intentaba respirar en esa posición. Cansado, y frustrado, se apoyó de frente sobre ella y la cama. El pecho femenino bajo el masculino. Ella respiraba tan fuerte como él. Alex sonrió para si, mientras recuperaba algo de control, y buscando una postura más cómoda, alzó un poco una rodilla y bajó la mano para atrapar la cadera de la mujer. —No hemos terminado pecosa —le susurró a la altura de la sien. Apoyado en ella en casi la mitad superior de su cuerpo, tenía libertad para explorarla de cintura para abajo sin que ella se moviera. Mientras volvía a besarla en la boca, metió la mano entre la braga y la piel de su abdomen. Ella todavía no reaccionó. Apenas lo hizo hasta que la mano completa del hombre abarcó el sexo femenino. Él notó perfectamente como ella rebotó en la cama y una sonrisa socarrona adornó la boca masculina. La besó en breves golpecitos sin mover la palma de su mano. —Tranquila. Déjame darte placer. —Podemos dejarlo aquí —sugirió ella nerviosa— no me importa. —A mí sí —adujo él moviendo por fin la mano y haciendo que ella abriera más los ojos— abre las piernas. —Alejandro... —balbuceó ella— no se si estoy preparada para esto. —¿Para tener un orgasmo? —sonrió él. —No con alguien… con un hombre —susurró ella vidriosos.
con los ojos
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—Pues ya va siendo hora. Además —sonrió más— yo no soy solo un hombre. Soy tu hombre. Dame ese gusto. Susana casi se atraganta. —No estoy acostumbrada —respiró hondo apretando la mano de él entre sus piernas— puede que te suene un poco mojigata —le temblaron los labios— a mi edad... pero es que estoy algo desentrenada... En un arrebato de puro amor, besó sus labios inflamados al tiempo que empujaba con su rodilla para abrir sus piernas. Ella cedió, y él masajeó con círculos suaves su sexo, ya húmedo y hambriento. Casi de inmediato, dejo de usar la palma de su mano para pasar a mover sus dedos sobre la tierna carne. La tela de las bragas hacía más incitante si cabe la intrusión de sus dedos. Su pulgar se deleitó en su brote excitado y sus dedos se entretuvieron en la entrada de su cueva mojada. La boca de él exigió su aliento mientras atacaba sin piedad y cada vez mas rápido entre sus piernas. Ella boqueó y él liberó sus labios para chupar el inferior, al tiempo que acariciaba a conciencia su sexo palpitante. El jadeo femenino y el casi sollozo que atrapó él de su boca, fue el indicador de que ella llegaba al clímax. Una subida sorpresiva, algo violenta. Una explosión plena que la dejó laxa. Él retiró la mano lentamente de su sexo y se llevó los dedos a la boca para chuparlos con alevosía sin dejar de mirarla a los ojos. —Sabes tan bien como me imaginaba. —¡Dios mío! —musitó ella algo aturdida. —Me alegro que te haya gustado —sonrió él, acariciando con su mano, todavía húmeda de ella, uno de sus senos descubiertos— yo también lo he disfrutado.
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—¿Ah si? —preguntó ella confusa. —No hace falta tener un orgasmo para disfrutar —le acarició la cara, le dio un beso en la frente y otro en la nariz. —Yo pensaba... Él se dejó caer de espaldas a la cama y tomó la mano femenina y la llevó a su torso peludo. —¿Pensabas? —preguntó con un suspiro largo él. —Si me enseñas como complacerte... —dijo ella dubitativa. Él se quedó callado unos segundos. De repente se dio cuenta de la escasa experiencia de ella. —¿Eres virgen? —dijo mirándola de costado. —Técnicamente no —contestó con voz muy baja— lo probé una vez. —Como si lo fueras —definió él sonriéndole con travesura y viendo como ella bajaba su camiseta con cierta vergüenza. —La práctica no la tengo, pero sé mucha teoría —se defendió ella. —Estupendo. La puedes poner en práctica conmigo. —¿Lo quieres?... ¿Ahora? Él se apretó el bulto de sus boxers y sonrió con pena. —Ven aquí —dijo resignado y contento, cosa difícil de conseguir junta— dejaremos descansar mi cuerpo por hoy. No creo que aguantara ni un movimiento más, por placentero que fuera. Las costillas están pegándome unas punzadas horribles. Ella se acurrucó en su costado sano respirando su aroma. Apoyó su mano en el torso masculino. Él se la tomó y la besó antes de volverla a poner sobre su corazón y colocar la suya sobre ella. —Cuando estés bien... —comenzó ella.
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—Cuando esté bien —la interrumpió él— no te salvará ni el ejército. Duérmete mi amor. Ella sonrió ante esa amenaza. La vio, más bien, como una promesa.
Ya amanecía cuando Alejandro se despertó. Apagó la luz que se había quedado encendida, aunque iluminaba bien poco. Tenía ganas de orinar y con cuidado se desprendió del abrazo de Susana y salió arrastrándose por el colchón. Las costillas le dolían. El esfuerzo de la noche anterior le estaba pasando cuentas. Se refrescó la cara con el agua corriente, abriendo el grifo apenas unos segundos. En el barco, el agua del tanque no era para malgastar. El dolor constante, aunque apagado de las costillas, no le hacía olvidar el deseo latente e insatisfecho. Ciertamente no estaba en condiciones de tener unas relaciones sexuales plenas, ni siquiera un sucedáneo. Se rió de si mismo. Se miró en el espejo. El pelo revuelto y la cara somnolienta. Estaba enamorado hasta las trancas y no podía dar rienda suelta a las ganas que llevaba dentro sin quejarse como un cachorro malherido. También era mala pata. Sonrió al espejo con cierta altivez machista y reconocida. Recordó la explicación de ella de que solo había tenido un amante y además tonto. Desde luego se iba a ocupar de que las comparaciones fueran odiosas. Sobretodo para el pobre infeliz que la hizo aborrecer el sexo. Un toque en la puerta del lavabo lo sacó de sus cavilaciones.
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—¿Alex? Abrió y la vio a ella, con la camiseta melocotón y sus ojos verdes dilatados. —Tengo pis —dijo ella cruzando las piernas con urgencia. Él salió riendo, dejándole paso, no sin antes rozarle los labios con un beso fugaz. Se fue al cuarto de nuevo. No tenía ganas de levantarse ya. Con precaución, se volvió a tumbar y se cubrió con la manta del frío de la mañana. Ella volvió brincando y se acurrucó a su lado de una forma tan natural que Alejandro tuvo una visión fugaz de una vida en común con ella. —¿Has dormido bien? —preguntó él acariciando su cabello suave y liso. —¿La verdad? —contestó sin mirarle, su cara apoyada en su pecho velludo— Inquieta. —¿Por qué? ¿Nunca has dormido en un barco? —Estos días estoy haciendo muchas cosas que no he hecho nunca —rió Susana— dormir con un hombre, dormir en un barco, disfrutar con el sexo... —Culpa mía —rió él— has de reconocer que son cosas agradables. —Sí. Y eso me tiene algo asustada —levantó la cara y lo miró a los ojos— Alejandro —comenzó a decir con una voz ahogada— me falta casi “un punto” —levantó la mano y señaló con el índice y el pulgar una medida pequeña— para enamorarme de ti. La sonrisa de él se amplió. —Quita el “casi un punto” y estaremos igualados, porque yo ya estoy enamorado de ti.
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Se quedaron mirando a los ojos con una brillante ansiedad. Tanta claridad tan de mañana era abrumadora. —Y —trago ella despacio— tú te vas a ir a Argentina ¿dónde me deja a mí esa situación? No quiero involucrarme más y sufrir. Prefiero dejarlo aquí. —Ni me voy a Argentina, ni lo dejamos aquí. Necesito un poco de tiempo para arreglar lo del trabajo, pero que te quede claro que a partir de este instante es oficial. Como dice mi madre, estamos noviando. —¿No es un poco anticuada esa expresión? —rió ella alegremente tímida escondiendo su nariz en el pecho masculino. —Sí. En realidad la situación es algo anticuada. Estamos noviando pero no follando. —¡Qué bruto eres! —boqueó ella roja como la grana. —Es la verdad —rió él con expresión compungida— estas costillas me están matando. Te aseguro que no me faltan ganas. Pero no haría un buen papel —suspiró, tocándose la piel sensible del costado— pero así tendrás tiempo de demostrarme lo mucho que me quieres y que no estás conmigo solo por el sexo —subrayó él con voz afectada— eso sí, cuando esté en forma, te puedes preparar, que el paquete de condones que nos regaló Malena, nos va a quedar corto en menos de una semana. Ella rió ante su fanfarronería y reposó su mano en las costillas de él acariciando, arriba y abajo, la piel velluda y todavía algo amoratada. —¿De verdad usas la talla extra grande? —lo miró entre curiosa y temerosa. —Puf. Los hombres somos muy susceptibles con esto del tamaño. Desde que tenemos uso de razón y podemos sostener una regla en las manos, nos la medimos y nos comparamos con el resto de los machos que nos rodean.
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—¿Y tú salías bien parado? —rió ella. —Si digo sí, malo —chasqueó la lengua— si digo no, peor. No quiero que pienses que soy enorme, pero me molestaría que pensaras que soy de raza chiguagua. —La verdad —carraspeó ella— no parece poca cosa. —Veintiún centímetros no es poca cosa —dijo él contemplando su reacción. —Es grande —se rió ella envarada— muy grande —añadió levantando la cabeza. —Yo soy grande —defendió él— ¿Te imaginas un hombre de mi tamaño con una pichulina de seis centímetros. —Es grande —subrayó definitiva y alzándose— el tipo que con el que estuve no la tenía tan grande y me dolió. —Normal, era inexperto, como tú. Y además era tu primera experiencia. Yo soy mayor, con más bagaje y te quiero —se sentó con cuidado y esfuerzo— verdaderamente, no veo ningún problema. —Me resulta incómodo hablar de esto, pero siento cierta aprensión sobre este tema. —Hasta que pueda manejar mis veintiún centímetros pasará por lo menos un mes. Para entonces estarás ansiosa —prometió él acercándola hacia si para besarla. —Eres un presumido —señaló ella dejándose besar. —Te prometo que te gustará. Además, cuando nos pongamos estaremos desesperados y hambrientos —rió él mordisqueando sus labios—... bueno, yo ya estoy desesperado y hambriento. —Supongo que eso se contagia —sonrió bajo su boca notando como él le apretaba una nalga. —¿Un café chicos? —les interrumpió la voz de Malena.
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La mujer estaba en la entrada, que habían dejado abierta cuando fueron al lavabo. Sostenía una cafetera recién hecha y una sonrisa dominguera y tranquila. —Vamos ahora —dijo él entre beso y beso. —Y para que conste —añadió ella antes de irse y dejando entrar a Atila, que impaciente se soltó de su ama y se catapultó a la cama para saludar entusiasmado— esa medida es grande aquí, y en Rusia. La exclamación de Alejandro no fue elegante. Susana rió y lo calmó, poniendo una mano sobre los labios masculinos.
Después del primer café, Beto apareció. —Se huele desde la playa. La brisa nos trajo el olorcito cafetero — se recreó en una inspiración larga y teatral— vamos todos a la playa y desayunamos como Dios manda. La arena todavía estaba húmeda. No eran las nueve de la mañana y el rocío mojaba las plantas, y olía a mojado y verde. Susana estaba alegre y risueña, pero su diálogo mental estaba lejos y ausente. Para empezar estaba hecha un flan. La delicadeza de Alejandro la tenía derretida y totalmente convencida. Tentada había estado la noche anterior de ponerse a cuatro patas y acabar la faena. Pero el pudor, la falta de experiencia y la falta de iniciativa la habían parado. No tenía confianza, ¡pero por sus muelas que no le faltaban ganas! No quería parecer excesivamente ansiosa, pero la verdad era que lo estaba. Por un lado, un mes de tocamientos y suspiritos rebozados con besos y amor no le disgustaba en absoluto, por el otro, le palpitaban lugares del cuerpo que no sabía que existían al pensar en Alejandro.
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¿Se estaría volviendo desvergonzada, lujuriosa y libidinosa? Así, de golpe. Había pasado de ser totalmente apática a querer devorarlo. Tenía claro que era un efecto que él le causaba. Ella no era así antes. Eso significaba que estaba enamorada. No podía ser otra cosa que amor. Más química, más fiebre, más amor. Definitivamente, entendía eso de que el amor es una enfermedad incurable. Eran más de las diez cuando subían al barco para dar un paseo hasta otra cala. La complicidad que existía entre Susana y Alejandro se traducía en miradas, guiños y roces continuos. Ajenos a todo lo demás, gozaban de mirarse. —¿Qué tal si me echas una mano con la vela Alejandro? —Lo siento Beto —contestó el aludido tocándose el costado— pero me duelen a rabiar. —¿Qué hiciste anoche machote? —lo amonestó Beto. —Nada —se apresuró a decir Susana— el balanceo del barco le resultó incómodo. —El balanceo del barco, ¿eh? —alzó una ceja Samu desde el timón. —¡Qué lástima! —Negó con la cabeza Malena mirando de reojo a Alejandro—Tanto poderío desperdiciado —chasqueó la lengua mientras veía el sonrojo de Alex y oía las risas de Beto y Samu.
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A la hora de regresar, Atila desapareció y costó más de media hora encontrarlo. Malena casi lloraba del disgusto. Finalmente, el bandido apareció, casi anochecido, con una madera mojada en la boca repleta de porquería. Calmado el ambiente, emprendieron el regreso. Ya eran más de las diez cuando Beto dejó al grupo en casa de Susana. Estaban agotados. Malena dijo que se iría a pasar la noche a su casa. Quería bañar al petardo de su perro que olía a todo menos a perfume, y prometió ir a Gorditas al día siguiente. Susana abrió el grifo para prepararse un baño. Mientras se llenaba de agua, llamó a Flora para ver como estaba su suegro. Cuando regresó al baño, se encontró un inquilino dentro de la caliente y apetecible agua. —No me lo puedo creer —ladró boquiabierta— fresco. Era mi baño. —Puedes bañarte conmigo —invitó con un guiño. —No cabemos —obvió Susana cogiendo el cepillo de dientes y comenzando a usarlo. —Eso lo dirás tú —dijo con tono chistoso— uno para cada lado. —¿Es qué quieres que se te rompan tres costillas más? Llevas todo el día con el costado resentido. No puedes hacer excesos. ¿Qué le voy a decir a tu hermana cuando venga? —¿Qué has abusado de mí y estoy peor? —sonrió infantilmente. Ella dejó el cepillo en su cubil y se volteó a mirarlo. Sonrió al verlo. Casi todo su torso sobresalía del agua. Sus rodillas flexionadas,
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parecían dos montañas morenas, peludas y mojadas. La espuma flotaba pudorosa sobre el agua. —Deberías verte —soltó una carcajada— Pareces un gigante en un cubo. Te sobra altura para esa bañera. Él la miró. Ella estaba cruzada de brazos casi en la puerta, que abierta, mostraba un albornoz colgante. Ella se había quitado la ropa de día y vestía un camisón que lucía la cara de piolín, el canario de los dibujos animados. Él sonrió al pensar que tenía toda la colección de la warner en sus camisas de dormir. —Pues puedo estar ridículo, pero ni te imaginas el alivio del agua caliente. Tiene un efecto calmante maravilloso. —Tengo un aceite de aloe con árnica que te hará muy bien —dijo ella moviéndose entusiasmada— de hecho te irían bien unas friegas — rebuscó en el armario que estaba al lado de la bañera— aquí está — sacó un pote de casi un litro de aceite. Vertió un chorrito en el agua— agítalo con la mano —lo invitó cerrando el tapón del envase. —Echa un poco más —apremió él hundiéndose más en el agua para sumergir las costillas en su totalidad. —Cuando salgas te pondré un poco directamente en la piel. —Gracias —la miró alzando los ojos y con una sonrisa traviesa— eso seguro que me gusta. —Eres un provocador —rió ella levantándose. —Sé benévola —la instó— estoy malito. —Y tienes un cuento... —ella se detuvo pensativa— ¿sabes? Te iría bien ir al gimnasio de Carlos. Allí tienen baños calientes con chorros a presión. —Los chorros no creo que sean muy apropiados. Sería un maltrato para mis costillas.
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—Un poco de ejercicio en la piscina. Flotar sin esfuerzo —insistió ella. —Eso ya me gusta más —sonrió él cerrando los ojos y descansando la cabeza en el borde de la bañera. El hombre suspiró. Ella se arrodilló en el suelo y lo miró sin disimulo. Comenzaba a sentirse cada vez más segura respecto a él. Le gustaba mirarlo. Sin pensárselo, levantó la mano y la llevó al hueco de su garganta. Ese lugar que se forma justo donde empieza el torso. Lo rozó levemente, pero él abrió los ojos de inmediato. Alex le lanzó una mirada interrogante cuando ella perfiló con el dedo la parte superior de sus tetillas. —Tú me tocaste a mí —le explicó ella— justo es que yo pueda tocarte a ti. —¿Me has oído quejarme? —sonrió lánguidamente alzándose un poco para estar más erguido— Es solo que ahora no estoy en condiciones de hacer lo que me gustaría hacer —alzó un brazo y acarició su mejilla con el dorso de sus dedos— me gustaría meterte en esta bañera y probar que es posible hacer el amor en menos de un metro cuadrado, pero cuando me excito me late el corazón acelerado y golpea las costillas con una mala leche... —Cuando salgas —sonrió ella dulcemente— te untaré el aceite, te sentará bien. Te dejo ahora que disfrutes unos minutos más mientras voy a preparar una cena ligera. —Gracias. Lo dejó en la bañera con expresión triste y cansada. Mientras ella trajinaba en la cocina, él se preguntaba como conseguiría salir del agua sin romperse la crisma. Se sentía peor que el día que habían regresado
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del hospital. Intentó respirar hondo y una punzada interrumpió su inhalación. Despotricó. Con mucho esfuerzo y sudando, consiguió levantarse. Cogió una toalla y se la enrolló a la cintura. Le quedaba bastante justa, pero conseguía ser pudorosa. Se mojó la cara con agua corriente del grifo y se tiró hacia atrás el cabello. Se afeitó rápidamente. Finalmente, se miró en el espejo y se insultó. —¡Tan grande y tan tonto!
Susana había preparado un poco de embutido con pan frotado con tomate. El se sentó con el albornoz de ella puesto. Le quedaba corto y cerraba justo. Al sentarse uno de sus muslos quedó expuesto. —Te he cogido esto —se señaló la prenda de felpa— se que puedo parecer exagerado, pero me vi incapaz de ponerme los calzoncillos. —Luego te ayudo yo —le prometió preocupada— a lo mejor sería buena idea llevarte al hospital. —No te preocupes. Ayer hice algunas posturas poco favorecedoras para mis frágiles costillas. Con un poco de descanso, en un par de días estaré como nuevo. —Eso dijiste hace un par de días. Él rió. —No me riñas. Mañana me quedaré a descansar todo el día. Sin moverme. Lo prometo.
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Ella se acercó y le cogió la cabeza. Poniéndola sobre sus pechos generosos, lo abrazó, meciéndolo como un niño. Le acarició el cabello. Él se dejó hacer, suspiró ruidosamente y se apoyó por completo sobre ella que lo sujetó mientras le daba besos suaves en la frente y en los ojos cerrados. —A veces eres como un niño —le susurró ella sin dejar de besarlo en las sienes. —Sigue dándome besitos mamá. Ella rió queda, pero siguió durante unos minutos más el tratamiento de mimos. Luego cenaron y antes de ayudarlo a costarse, le puso los boxers subiéndolos por debajo de la bata de felpa rosa. Él sonrió ante el esfuerzo de ella de ponérselos sin ofenderlo. Pero omitió un detalle. Las mujeres se ponen la ropa interior sin tropiezos. Los hombres deben ahuecarlo al llegar a la pelvis, pues sino se tropiezan con sus apellidos. Susana, en su prisa por ponérselos, se encontró que no podía subirlos por delante sino se los volvía a bajar. Carraspeando y algo avergonzada por no haber pensado en eso. Bajó el calzón hasta el inicio del muslo y se lo puso de nuevo estirando el elástico por delante. Luego le quitó el albornoz y le ayudó a tumbarse ahuecando las almohadas para que no quedara del todo estirado. —Me parece que hoy si que dormiré en mi cama. —No —se apresuró a decir Alejandro estirando el brazo para que ella se lo cogiera— no podré dormir si te vas. —Exagerado. Llevas unos cuantos años durmiendo sin mí. —Ya no. Estando en la misma casa, sabiendo que estás aquí... no podría dormir.
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Ella claudicó. Le untó un poco de aceite como había prometido y lo tapó.Él respiró hondo y pareció tranquilo. Se acostó a su lado, de costado como siempre. Antes de dormirse, escuchó varias respiraciones profundas. No encontró raro que la mano masculina se colara bajo el camisón y se posara sobre su nalga por debajo de la braga.
Se levantó sin necesidad del despertador. Alejandro dormía plácidamente. Lo tapó más y fue a darse la ducha que la noche anterior no se había permitido. Se vistió, desayunó y él no se despertaba. Le daba pena sacarlo de tan profundo sueño. Al final se decidió por escribirle una nota y se la dejó en la mesita de noche, junto con las pastillas que le diera el médico para el dolor. Sonrió tristemente al espejo del ascensor. Todavía no había llegado al despacho y ya echaba a faltar su presencia. Estudió su imagen. Un traje chaqueta gris verdoso realzaba sus ojos y los tacones la hacían más alta. Poco mas se podía decir de lo físico, pero los ojos que le devolvían la mirada brillaban de entusiasmo y amor.
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CAPÍTULO 7
Entiendo
porque
dicen
que
el
amor
es
una
enfermedad. Llega como esa tos griposa, la fiebre va subiendo, te pones mala, y si no se cura bien, se convierte en algo crónico con lo que tienes que vivir de por vida. Lo peor es que puede suceder en unos días. No
necesita
años
para
establecerse
y
fijar
su
residencia en ti.
Llegar el lunes a la oficina fue entrar en la vorágine del caos. La actividad se inició frenética. La mañana fue demasiado corta para lo que había que hacer. Beto se presentó a última hora con un álbum de fotos. Flora entró resoplando en el despacho de Susana. —Estoy como bomba de relojería —bufó dejándose caer en la silla giratoria frente a Susana y al lado de Beto que la miró relajado. —Ese estrés... ese estrés... —sonrió. —¿Qué es eso? —indagó Flora señalando las fotos. —Este “finde” estuvimos de paseo en barca y le hicimos fotos a Malena para el concurso de Gorditas de Lujo —explicó Susana sin levantar la vista de los documentos que tenía frente a si y señalando y marcando párrafos. —Vaya. Y yo haciendo de enfermera —se lamentó Flora— Déjame echarle un vistazo.
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Mientras
ojeaba,
se
maravilló
de
algunas
fotos
que
verdaderamente estaban geniales. Alabó al fotógrafo y a la modelo y cuando llegó a las fotos de Susana en solitario y con el resto del grupo rió. —Umh. Veo que Alejandro te tiene bien agarradita ¿qué tal prospera lo vuestro? Susana se puso roja como la grana. —Creo que ya te ha contestado —rió Beto— Bueno chicas, me tengo que ir. Paso mañana. Cuando las dejó solas, Flora, no pudo resistir la curiosidad. Pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca, entró Malena en plan diva. Se había hecho una permanente. Le sentaba muy bien. Su rostro parecía iluminado. Una diadema enmarcaba su cara delicadamente maquillada. Ahí acababa la imagen perfecta. Vestía un traje a rayas que intercalaba torreones y triángulos de colores marrón y negro. De dos piezas, era un traje de suave tela pero horrible decorado. Ancho, no marcaba ninguna curva. Largo, casi le arrastraba la falda de un anodino espantoso. Desde luego era para mirársela, pero para mirársela de horror; como pasó en el instante que Mer entró con Atila bajo el brazo, que iba disfrazado de.... —He encontrado este perro disfrazado de Darth Vader —rió la diseñadora justo antes de reparar en Malena y dar un chillido corto pero muy significativo— ¡Buen Dios! —El perro es mío —dijo Malena sacudiendo su corta melena— Su peluquero hace maravillas cuando lo llevo. Atila tenía una corola de tinte negro alrededor de su cara, contrastando con su rizado blanco e inmaculado. Unas calzas negras que
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lo cubrían desde los cuartos traseros hasta debajo de las patas delanteras, simulaban el traje del famoso Jedi de la fuerza oscura. En la espalda, llevaba un dibujo en relieve de una espada láser. El can, con la lengua colgando y su bizquera habitual, yacía, resignado, en los brazos de Mer, tan elegante como siempre, que no dejaba de mirar alternativamente a Malena y a las otra mujeres. —Mer, te presento a Malena. Es una de las concursantes de Gorditas de Lujo. —No la recuerdo de las fotos —dijo con voz algo rasposa. —Sus fotos las tengo yo —carraspeó Susana— de hecho Malena tiene intención de prepararse para el concurso a conciencia, así que necesitará tu consejo para su nueva imagen. —¡Oh! Encantada —le tendió la mano Mer— yo soy Mer González. La encargada del vestuario del concurso y... —se detuvo unos segundos mirándola amablemente— consejera estilista. —Estupendo. Pues conmigo tienes trabajo —reconoció Malena sucintamente. —Es bueno saber que no opondrá resistencia —le susurró Flora a Susana antes de andar a la salida— me voy a mi despacho que todavía tengo que hacer un par de llamadas antes de irme. Atila intentó dar un par de lametadas a Flora cuando pasó por su lado, pero no alcanzó. Recibió una caricia y siguió jadeando. —¿Oye Mer, tú crees que podrías hacerle algún conjuntito a mi Atila? —Aventuró Malena rascando el felpudo negro que adornaba la melena del perro— Me gustaría que tuviera algún modelo favorecedor. Este en particular es vistoso —señaló al perro que bizqueó más y tiró la cabeza hacia atrás— pero es algo tétrico. No me gusta vestirlo de oscuro.
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—Está disfrazado de un personaje maligno —puntualizó Susana— no podían ponerle una túnica blanca. —Oh —se quejó Malena— es que Narcis, mi peluquero canino, dice que Atila es una fiera cuando lo mete en la bañera. Dice que se porta fatal, aunque no es para tanto. Viéndolo tan quieto cuesta creerlo, ¿verdad? —A mí no —rió Susana. —Se dejó coger sin problemas —añadió Mer acariciando al can— ¿Es normal que bizquee? —No —respondió rotunda Malena— es solo que, a veces, cuando mira fijo, se le juntan un poquito —explicó quitándole importancia. Mer miró a Susana que se encogió de hombros y le hizo un gesto para que lo dejara estar. —Bueno —le dijo entregándole a Atila— volveré esta tarde para hablar contigo. —De acuerdo Mer. Hablamos más tarde. Mer se retiró y Malena, perro en brazos avanzó hasta quedar a ras de la mesa del despacho. —Bien —dijo resuelta Malena— ¿cuándo nos vamos a casa? Susana alzó la cabeza y miró más allá de la mujer. En la puerta, había una maleta en la cual no había reparado antes.
Al llegar a casa, las recibió el olor a tortilla de patatas. Alejandro, vestido con un tejano viejo y una camiseta azul cielo, salió de la cocina sonriendo de oreja a oreja. Tenía el pelo húmedo,
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recién afeitado y oliendo a jabón de bebés, que era el champú que tenía Susana en el baño. —Parece que te sientes mejor —se alegró Susana. —Buenos días —contestó bajando la cabeza mientras ella se alzaba de puntillas para alcanzar sus labios. Fue un beso breve —¿Cómo le ha ido a mi novia esta mañana en el trabajo? —rió llenándose la boca con esas palabras mientras sus ojos brillaban juguetones. —¡Está estresada! —contestó Malena por ella con sonrisa rotunda y soltando a Atila. —¡Ostias! —dijo Alejandro mirando al perro de esa guisa— ¿qué le habéis puesto al chucho? —Por favor, no le llames así que se ofende —riñó Malena— que mi Atila tiene pedigrí. Es un perro de raza y me lo han solicitado para que ejerza de semental y haga más Atilitas. —Sí —bufó Alejandro— es genéticamente perfecto —miró a Susana y bizqueó sacando la lengua, imitando a Atila en su expresión más natural. —Huele estupendo —cambió de tema Susana mientras reía y se apartaba de Alejandro para dejar el bolso y la chaqueta— has cocinado ¿no quedamos en que hoy ibas a descansar? —Eso he hecho. Hace una hora me cansé de estar tumbado. Mientras preparaba la comida me di una ducha y me arreglé para estar guapo para ti. —¿Y para mí? —dijo Malena dando la vuelta sobre si misma. —Cierto. Estás muy guapa Malena. Te has hecho algo en el pelo. Está rizado. Malena se ruborizó complacida.
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—¡Qué cielo! Lo has notado —miró a Susana que estaba a punto de entrar en la cocina— toma nota Susana, es detallista. Eso es de agradecer en un hombre. Mi Paco solo se fijaba en si estaba o no estaba —se quedó pensativa— claro que le encantaba que me pusiera ropa sexy ¿te gusta la ropa sexy Alejandro? —Cualquier ropa resulta sexy si está en la mujer que te gusta — respondió guiñándole un ojo a Susana que le tiró un beso antes de colarse en la cocina. —Te las sabes todas —lo retó Malena— no me extraña que tengas a Susana enganchada. —¡Te he oído! —gritó Susana desde la cocina. —No he dicho nada malo —se defendió Malena recolocando los cubiertos en la mesa del todo dispuesta— ¿qué tal tus costillitas Adán? —Algo resentidas después de la excursión en barco —se las tocó bajo la camiseta azul— necesitan reposo. Entraron los dos a la cocina, donde Susana, con la cabeza metida en la nevera, buscaba y rebuscaba algo que, desde luego, no estaba. —¿Dónde fueron a parar los rábanos que tenía en el segundo estante? —Ainssssss —siseó Malena— los usé para una salsa. —¿Y los champiñones? —se irguió cerrando la nevera. —Para otra salsa —evidenció pedante Malena. —Bien —suspiró sin mirar a nadie— pues estamos sin existencias. —Esta tarde iré a comprar. Hazme una lista —sugirió Malena solícita. —Lo que quieras. Al fin y al cabo cocinas tú —se encogió de hombros Susana dispuesta a que no la sacara de sus casillas.
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—De acuerdo. Luego pasaremos por tu oficina y vendremos todos juntos. —Un momento —le paró— deja de planificar. Hoy pienso darme una vuelta por el gimnasio y hacer cuatro largos, me estoy quedando anquilosada. —Lo secundo —intervino Alejandro— yo no puedo nadar, pero puedo flotar —la miró a los ojos— dejaré que me sujetes. —Vale, pareja. Vamos a comer. Vosotros sentaros que yo llevo esa suculenta tortilla y... —miró la repisa de la cocina en la que solo reposaba la bandeja redonda con la tortilla de patatas—... y lo que encuentre por ahí. —Usé las últimas patatas. Queda un huevo —informó el hombre— no hay ensalada. Pero en los estantes inferiores hay latas de espárragos y piña. Pensaba abrirlas. —Pues eso será. Y estas tostadas para acompañar. No pasaremos hambre. Iros a la mesa —invito Malena. Atila exigió atención y su dueña rellenó su recipiente con agua mientras Alex y Susana salían hacia el comedor. —¿Qué tal si te acompaño esta tarde a la oficina? —Sugirió Alejandro. —Me distraerías —se dejó abrazar rodeando su torso con cuidado— en la oficina no paro. Querría cuidarte y no estaría por la labor. —¿Y lo del gimnasio? —Eso es buena idea. Veniros a las siete, o siete y media. Yo procuraré plegar temprano y así podremos echar una carrerita en la gran piscina olímpica. —Te dejaré ganar —ladeó la sonrisa.
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—¡Oh¡ ¡Chulo piscinas! Mucho me temo que seré yo la que te deje ganar. En tu estado tendré que ayudarte a entrar en la piscina —rió Susana deshaciéndose del abrazo y sacando la silla para que él se sentara. —¿Esto no me corresponde a mí? —Señaló el gesto de la silla— Estoy resultando un caballero poco solícito —le besó la nariz antes de sentarse. —Puedes mejorar, pero no lo haces mal. Hacer la comida ha sido un buen gesto. —No llegaba la Dama de las Camelias —hizo un gesto con la cabeza hacia la cocina —y pensé que vendrías hambrienta. Esta tarde surtiremos tu nevera. Somos un batallón y hemos agotado las existencias con los “tappers” de la excursión. Susana se sentó frente a él y sonrió sin saber por qué. De repente estaba disfrutando de la situación. El ladrido de Atila, que debía estar exigiendo a su ama algo para comer, la hizo sonreír aún más.
Alejandro respiró profundo. Estaba flotando en su carril. La piscina estaba bastante concurrida. Escuchaba el chapoteo, y algún que otro sonido como si fueran ecos lejanos. Había sido una tarde agitada. Cuando Susana se había ido a trabajar, Malena recogió todo mientras el reposaba. Luego habían ido a comprar. Había pagado con una de sus tarjetas de crédito un carro hasta arriba de comida y otro carro hasta arriba de bebida. Aún se sorprendió de que tanta cosa costara tan barato, y es que, como le dijo
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Malena, ella sabía comprar. El se gastaba el doble y no llenaba ni un carro. Claro que no tenía mucha idea de economía doméstica.
Les llevaron la compra a casa, pues Alejandro tenía claro que no iba a hacer de burro de carga. Atila, que se había quedado en el coche, estaba histérico. En cuanto Malena colocó la compra, se fueron para la oficina. Allí, una Susana super, hiper, mega ocupada, ni siquiera pudo salir de su despacho. Beto, que fue a recoger un dossier, les hizo de anfitrión. Aprovechó para enseñar las fotos a Malena que estaba encantada y se olvidó de Atila, que se fue de inspección por los pisos superiores. Al rato, Flora bajó con Darth Vader bajo el brazo. El lindo perrito tenía la boca roja y cuando Malena puso el grito en el cielo, Flora la tranquilizó. —Es tinta de rotulador. Me cogió el estuche y no llegué a tiempo de quitarle todos los colores. Pero el rojo le queda bien. Está sanguinario ¿cómo estás Alejandro? —le dio el perro a su dueña y se alzó para darle dos besos al hombre. —Muy bien, gracias —contestó desviando la mirada del can que parecía un Picasso con su aureola negra y los bigotes tintados de rojo— estas fotos están geniales. Estás hecho un artista Beto. —Es una de mis aficiones. —Pues podías dedicarte a ello profesionalmente —añadió el hombre— ¿Podrías pasarme algunas? Mientras, Flora consolaba a Malena que reñía al can, que, con la lengua colgando y roja la miraba suplicante, resignado... y bizco.
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Luego se fueron todos al gimnasio, donde Samu estaba ejercitando su poderoso cuerpo con pesas. Atila fue endosado a Flora, que a su vez se lo pasó a Susana en cuanto esta se desocupó. —Me da miedo dejarlo solo en mi despacho. Pero llevármelo al gimnasio puede ser peligroso. —¿Por qué? Sabe nadar —concluyó Flora. —No permiten animales en el gimnasio —le recordó. —Pueden hacer una excepción. —No. No pueden. Malena tendría que haberlo dejado en casa. —Es como su bebé. Ahora lo lleva a todas partes. Es su muletilla ¿qué tal lleva lo de Paco? —Igual. Aunque hoy lo nombró y no rompió a llorar. —Buen síntoma —se alegró Flora— ¿Y tú? Parece que al gigante lo tienes en el bote. —No sé quien tiene en el bote a quien —meneó la cabeza— la cosa es seria. Él me ha dicho que no se irá a Argentina. —¡Eso es genial! —juntó las manos Flora. —Estuvimos hablando y le dije que tenía miedo de que se fuera. Ya sabes —hizo una mueca— para una vez que me enamoro y él se va a otro continente. Pero él también parece que me quiere y dice que lo arreglará para quedarse en España —suspiró— lo que no sé, es si será fácil que encuentre un empleo de lo suyo aquí. —Si él te ha dicho que lo arreglará, lo arreglará —sonrió pícaramente y se acercó para preguntar— ¿habéis...? —hizo un gesto explícito con un dedo, pasándolo por dentro de un círculo formado por el pulgar y el índice de la otra. —¡Mira que eres bruta! —se sonrojó Susana— Está convaleciente. No puede hacer según que cosas.
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—Digo —se exasperó Flora— ¡te habrá besado! —Sí. Eso sí —admitió Susana mientras Atila la lamía y le dejaba el mentón mojado. —Hace poco más de una semana que os conocéis. Es bueno que os deis un tiempo para acostumbraros y trabajar otras cosas de vuestra relación. —Forzosamente —le recordó Susana— pero a mí ya me va bien. —Estás cagadita de miedo. —Me esfuerzo por que no se note —suspiró mirándola a los ojos— el es tan... tan... y yo estoy... —¡Ya empezamos! —casi se enfadó Flora— Eres una chica sana, guapa, sexy y ese hombre está enamorado de ti. Así. Tal como eres. Está claro que no sigue contigo por que seas una ricachona o lo mates a polvos. Le gustas. Creo que es demasiado inteligente para valorar una mujer solo por sus medidas. Te mira y parece que te va a comer ¿tú crees que un hombre como él perdería el tiempo con alguien si no le interesa de verdad? ¡Vamos! Si te mira y babea. —Exageras. —Bueno, en realidad la que babeas eres tu —rió— tienes un par de buenas tetas. Úsalas, ¡caray! —Tú eres más lanzada. Yo soy más cortada —explicó para justificarse— de todos modos no he sido tan atrevida en toda mi vida. Le estoy cogiendo confianza. Poco a poco. —Pues espabila. Como lo dejes escapar te rompo la crisma. Anda, vete al gimnasio y deja a este angelito que duerma la mona de tinta en tu despacho. —Se me cargará el sofá. Lo conozco. —Pues déjalo en el lavabo.
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—Sí —sonrió
contenta de haber encontrado una solución— lo
encerraré en el baño. Total solo será una horita. Atila la miró jadeando, sus ojos marrón oscuro casi se daban la mano de tan cerca que se veían Susana puso la toalla del baño en el suelo y dejó al perro sobre ella para salir rauda después El silencio la tranquilizó. —Parece que se ha conformado —dijo extrañada Flora. —shuuuuuuuu —habló bajito su amiga— que no te oiga.
Eran cerca de las ocho y media cuando Flora y Susana llegaban al gimnasio. En la sala de máquinas estaba Beto. Les dijo que Malena y Samu estaban en el jacuzzi y que Alejandro estaba en la sauna. Susana se puso su traje de baño azul marino y se fue con su toalla a la piscina. Necesitaba estar un rato sola, hacer unos cuantos largos antes de ir a buscar al resto y alternar conversación. En la piscina quedaban tres carriles libres. Después de
ocho
pasadas. Se tropezó con un cuerpo que la detuvo cerca del borde. Levantó la cabeza esperando encontrar a alguien que se había desviado de su carril, pese a estar señalados, pero se topó con un sonriente Alejandro. —Vaya
¿no estabas en la sauna derritiéndote? —saludó
quitándose las pequeñas gafas de agua y colocándolas sobre su gorro de baño azul eléctrico.
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—Un pajarito me dijo que tú estabas en remojo mientras yo me asaba. Vine a hacerte compañía —le secó las cejas con sus pulgares— además, me prometiste que me sujetarías en el agua. —¿Yo te prometí eso? —sonrió coqueta mostrando su sonrisa enmarcada por centenares de pecas. —Algo así. Sí. Antes estuve flotando y me sentí genial. Es una terapia fantástica esta del “floting”. He oído cosas sobre esos tanques preparados con agua y sal. Te dejan a oscuras y flotas. Dicen que generas endorfinas. —La hormona de la felicidad. —La verdad es que últimamente genero esas hormonas a todas horas —rió buscando su boca— nada mas mirarte me siento feliz. —Dices cosas muy bonitas —tragó en seco y se sujetó a la barra flotante que tenía a su derecha para no hundirse de gusto. —Eres mi inspiración —dijo poéticamente, para reír luego con algo de timidez— la verdad es que me disparas todo tipo de hormonas. —Ya se te fue el romanticismo —rió Susana apartándose un poco y mirando alrededor— vamos a la parte menos profunda. Él la siguió. Nadaron hasta casi la otra punta. —Venga. Túmbate que yo te sujeto. Él obedeció. Su cuerpo enorme se puso a su disposición. Ella rió al ver su traje de baño. —¿No tenías otro bañador? —¿No te gustan los ositos? Cuando me conociste decías que yo era un oso grande. —Grande y peludo —añadió ella. —Me puedo afeitar —sonrió flotando mientras ella ponía sus manos por debajo de su espalda.
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—Ni se te ocurra. Me gustas tal como estás —soltó ella sin pensar. Alejandro la miró de reojo. Emocionado más de lo que podía decir por sus palabras. —Eso lo debería decir yo —la miró profundamente durante unos segundos, luego sonrió con sinvergüencería— pero yo si prefiero que te depiles —rió ante su expresión de fingido enfado. —Como no te calles te voy a hundir para no oírte —amenazó ella— relájate. Cierra los ojos. Confía. Yo te sujeto. Él obedeció. Ella volvió a sonreír al mirar sus boxers cortos, animados con ositos vestidos de distintas profesiones. Parecía más un calzoncillo que un bañador. Seguramente lo era. Su sexo se marcaba sin disimulo por la tela mojada. Ella tragó saliva. Miró esa protuberancia poco discreta con cierta curiosidad y descaro. El flotaba. Lo miró a los ojos y volvió la vista de nuevo a su paquete. Recordó la conversación que aludía a las medidas y gimió tanto de aprensión como de ganas, mientras apretaba las piernas sintiendo un dolor agudo, una punzada en su bajo vientre. —¡Mierda! —dijo en voz alta ella. —Me has desconcentrado —se quejó él abriendo un ojo. —Pues vuelve a concentrarte —apremió ella sujetando una de sus piernas que bajaba peligrosamente al fondo. Él se calló de nuevo y ella caminó desplazando su cuerpo y el de él. Su piel era suave y velluda. Una de sus manos estaba tras sus omoplatos y la otra en uno de sus muslos, aunque al girar la posó en sus glúteos momentáneamente. Cuando se volvió a hundir, su mano izquierda se metió entre los muslos masculinos para inmovilizarlo en el agua. Sus dedos estaban cerca de la entrepierna del hombre. Notó que el respiraba más rápido. Él
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abrió más las piernas y ella intentó asirlo para controlar la flotación de las dos piernas. Pero él era demasiado largo, demasiado grande, demasiado.... imposible abarcar tanto cuerpo. Ocupada en que la mitad inferior de su cuerpo no se hundiera, reparó tarde en la abultada entrepierna de Alex. —Se acabó —se incorporó el hombre carraspeando— ya he flotado bastante. Ahora te toca a ti. —¿A mí? Yo no necesito flotar. —Pues flotarás. Por mis huevos que flotarás —dijo entre dientes— Túmbate. Venga. —¿Ahora? —Se extrañó ella— ¿no sería mejor que saliéramos ya? —Pero mujer —la miró. Ella parecía un pollito mojado, con el gorro puesto y los ojos verdes como faroles devolviéndole una cándida mirada— ¿no ves como estoy? No puedo salir de la piscina con la metralleta apuntando a todo el que pase. Tanto toque aquí, y roce allá... la pobre está muy sensible últimamente. —Tengo una toalla. —Ni la toalla puede taparme. Créeme, mejor esperamos a que se me pase. Túmbate. Es una orden —bajó la cabeza hasta su altura y sonrió— ahora me toca a mi aprovecharme de tu indefensión y mirarte y tocarte a voluntad. —¡Eres un...! —Bufó señalándole con el dedo— Lo que quieres es aprovecharte de mí. —Eso ya lo puedo hacer en casa. En nuestra cama. Esta noche. —Tus tres costillas —le recordó ella. —Aguafiestas —se irguió él urgiéndola a tumbarse— ahora te toca a ti ponerte en mis manos.
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Ella dio un respingo cuando él la apremió a tumbarse y flotar sobre el agua. Susana sintió el corazón a cien. Estaba tremendamente nerviosa. Era completamente consciente de que iba a estar estirada, con solo un bañador como única vestimenta. Una tela mojada y pegada a su piel, marcando todas sus virtudes y todos sus defectos. La palabra “michelines” bombardeó en su mente con tal violencia que dejó de flotar casi antes de acabar de tumbarse. Roja como la grana miró a todos lados. Tosió y dejó que él le quitara las gafas de agua, que todavía estaban sobre su cabeza. —Esto te estorba. No te pongas nerviosa —la tranquilizó— no te voy a hacer ahogadillas. Confía en mí, como yo lo he hecho en ti. Ella respiró hondo y contuvo el instinto de re-colocarse los pechos en el traje de baño. Sin dificultad, se tumbó en el agua y permitió que él pusiera sus manos en la parte baja de su espalda y su nuca. Sentía, más que ver, pues estaba con los ojos cerrados, que él la estaba contemplando. Sus pezones empujaban en la suave tela y, se podría decir que, desde la poca distancia en la que estaban, se podía deducir cada centímetro que estaba bajo el bañador. Escuchó la respiración acelerada de Alejandro. Abrió los ojos y se encontró con su mirada fija en su rostro. —Te he visto en ropa interior. En camisón. En bañador. Hemos dormido juntos. Pero todavía no te he visto desnuda. Esto es lo más cerca que he estado de mirarte a placer —ella tragó en seco y siguió el recorrido de los ojos del hombre a lo largo de su cuerpo— me gusta hasta la última peca de ti. Tienes una piel suave, que sugiere un mapa
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escondido. Me siento como Indiana Jones en busca de la peca perdida — sonrió al mohín de ella— estoy ansioso por encontrar tu tesoro. —A veces hablas como un príncipe azul —dijo ella con los ojos semicerrados y con cierta laxitud— otras en cuando abres la boca pareces un sapo. Él rió. —Es que me causas sentimientos contradictorios. A veces me gustaría ponerte entre algodones y otras comerte a bocados —se sumergió hasta el cuello y besó la piel de su brazo húmedo— ahora mismo, una parte de mi está disfrutando de tenerte así, a mi merced, lánguida y perfecta. La otra parte de mi solo piensa en chuparte las pecas —alzó los ojos con expresión incrédula— no entiendo la fijación que tengo con tus pecas. Es como si me fuera la vida en ello. Cada vez tengo más urgencia por conocerlas todas. —Pues ni yo las conozco —aventuró notando la mano del hombre que se paseaba por su espalda. —Mejor. Así seré el único. Voy a patentarlas. Ella rió y pestañeó desconcentrada cuando le salpicó una buena ola de agua provocada por el bañista de la fila de al lado. El la cogió en brazos, acunándola contra si. Ella dejó de flotar para quedar acurrucada en su regazo. Al estar en el agua las costillas de Alex no sufrían daño alguno. Apenas unos segundos después estaban frente a la escalera para salir del agua. Ella estuvo a punto de poner pucheros. ¡Se encontraba tan bien! —Varias personas nos están mirando —dijo él hablando con la boca rozando su sien— el tipo que nos salpicó se está poniendo cachondo a nuestra costa. Tiene una Torre inclinada de Pisa de lo más
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alevosa. Nadie lo ha invitado pero estamos en un sitio público y aunque no hacemos nada malo la gente tiene tanta imaginación como nosotros. Sube, cámbiate y te veo en el vestíbulo. Ella se sonrojó y sin mirar atrás, dejó que él la aupara para subir por las escaleras. Tomó la toalla lo más rápidamente y se cubrió. Solo entonces miró a Alex. Apoyado en el borde de la piscina. Justo donde lo había dejado. Sonreía. Le lanzó un beso. Ella miró de pasada los otros tres carriles ocupados y buscó la torre de pisa con disimulo. Un tipo nadaba estilo braza y la miraba desde la vía contigua a la de ellos. Desvió la vista en cuanto ella lo vio. Curiosamente, ella no se sintió avergonzada. Se sentía muy bien.
Tal como habían acordado, se reunieron en el vestíbulo. Susana se había topado con Malena en el vestuario de mujeres. Sudorosa y con los pelos de punta. En un periquete se ducharon y vistieron. Alejandro ya las estaba esperando. —¿Qué tal le sentó el agua a tus costillas? —se interesó Malena mirándolo con un rápido pestañeo. Algo le indicó al hombre, que se había pasado por la piscina durante la sesión que tuvo con Susana. Chasqueó la lengua y le alzó la barbilla para alcanzar a darle un beso en la frente. Ella cerró los ojos y suspiró de gusto.
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—¡Eres mala! —Le dijo guiñándole un ojo y observando a Susana hablar con Samu en la entrada— Si te portas bien, te presentaré a un amigo. —Lo que tu quieres es que os deje la vía libre —casi ronroneó Malena— ni lo sueñes. Cuando suelden tus costillas, desapareceré como una estrella fugaz. Mientras, me tendréis como una lapa. Me lo estoy pasando en grande a tu costa. —¿Aceptas sobornos? —masculló el hombre. —Prueba a ver —provocó— soy una facilona. Con un yate como el que tienen Samu y Beto me conformo. —¡No apuntas alto ni nada! —resopló risueño. —Para mi sois una terapia. Un sustitutivo del prozac y del transilium. Solo un hermano gemelo me haría desistir de daros el coñazo. —¿Te vale mi hermana? Somos mellizos. —Ni hablar. Mis gustos están muy definidos. Él hizo una mueca desagradable. —Es que no eres nada flexible. Necesitamos un respiro —señaló a Susana que seguía inmersa en su charla con Samu. —No busques una aliada en ella. Jamás me echará de su casa. Le doy pena —puso un falso puchero— además. Le he cogido cariño y le estoy muy agradecida. Mi única amiga en esta ciudad me robó el novio. Así que, hasta que se me pase la tontería, nada más os tengo a vosotros. La semana que viene tengo que volver al médico. A lo mejor, me da el alta. —Rezaré —concluyó con una sonrisa Alejandro.
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—Espero que tengas un buen repertorio —finalizó Malena tirándole un beso al aire antes de ir hacia Susana— Susanita cielo, ¿dónde dices que dejaste a mi dulce corderito Atila?
—¡Perro Malo! —reñía Malena mientras cogía a Atila en brazos antes de que se le ocurriera a alguien darle con un mazo en la cabeza. —¿Es qué este perro no tiene una idea sana? —vociferó Alejandro más divertido que enfadado. El baño parecía una leonera. El papel higiénico estaba destrozado. Los tres rollos que había. El puesto y los dos de repuesto. El jabón de las manos estaba volcado en el suelo y mezclado con la toalla que Susana le había dejado, muy diligentemente, para su reposo. Un estuche de maquillaje estaba abierto y las pinturas de ojos, labios, coloretes y demás lapiceros estaban por doquier. —¡Este perro es un terrorista! —Insistió el hombre con una media sonrisa— Ya te lo dije yo. Creo que si lo donaras al cuerpo del ejército podría ganar una guerra por intrusión. Lo cuelan en terreno enemigo y seguro que se rinden. —Se sentía solo —justificó la dueña con la mirada algo inquieta, mientras tapaba la cabeza del can y lo sujetaba con denuedo, pues el perro parecía tener unas ganas locas de saltar al suelo. Cuando Susana levantó la toalla y encontró una sorpresa de color marrón. Malena salió rauda de su campo de visión.
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—Buenooooooo —dijo entre dientes Susana— se ha cagado, se ha meado. Se ha maquillado. Ha perfumado con el jabón el baño entero... ¿crees que pueda reservarnos alguna sorpresa más? —Es su manera de protestar por sentirse abandonado —insistió acunándolo contra si. El can logró sacar la cabeza y le lanzó un ladrido a Susana. Como si intentara decirle algo. —¡Cállate melón! —musitó Malena dándole un coscorrón leve en la cabeza— Que eres un melón. Me pones en cada compromiso. Por favor Susana —alzó la voz dirigiéndose a la mujer que estaba con la toalla meada, cagada y enjabonada, colgando de dos de sus dedos— yo lo arreglaré mañana. Vendré contigo y me ocuparé de que quede como los chorros del oro. Déjalo ahora y nos vamos a casa. —Sí, cariño —estuvo de acuerdo Alejandro— vamos. Anda, suelta eso —la instó con una mueca de asco. —Sí. Mejor cierro la puerta y me olvido de lo que hay dentro. Pero te tomo la palabra Malena. Esto no se lo hago limpiar a las chicas. Mañana vienes tú, y te encargas. —Hecho —admitió la aludida escondiendo a la perla de pelo rizado que insistía en hacerse notar.
Llegando a casa pareció establecerse una rutina. Malena se metió en la cocina y Susana se cambió y se puso su camisón, de la Warner. Alejandro se afeitó y se puso una camiseta vieja y un pantalón de chándal.
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Con una sincronización total, Alex puso la mesa, mientras Susana preparaba una bandeja con tostadas y un par de salsas para acompañar la comida. Malena había hecho pinchitos. Un surtido variado aderezado por ella misma. Cerca de las once acabaron de cenar. Mientras las mujeres recogían, Alejandro preparó el “milagroso” aparatito de los pies. —¡Tachán! —cantó sonriente cuando Susana entró en el cuarto. —¡Vaya! —Sonrió tímida— ¿Sabes que me puedo acostumbrar a que me cuides tanto? —Me encanta complacerte —hizo una inclinación con la cabeza al más puro estilo caballeresco— sé que ha sido un día duro. —Sí —suspiró ella acomodándose en el sofá y colocando los pies en el agua burbujeante— esto es la gloria. —¿Podemos hablar mientras te masajean los pies ó prefieres solamente relajarte? —Hablemos —lo miró ella algo extrañada— ¿ocurre algo? —No —sonrió tranquilizador— solo quería decirte que mañana necesito ir al despacho contigo. Me hace falta un fax y un ordenador. —Puedes ponerte en el despacho contiguo al mío. Allí hay de todo, fax, scanner, impresora y ordenador. —Tengo que hacer algunas llamadas —se quitó la camiseta y se sentó cuidadoso en la cama para desembarazarse de los pantalones— como ya te dije, mi plan es provocar una oferta aquí en España. Haré saber a algunas compañías que estoy interesado. Durante años he rechazado puestos de trabajo en España. Sé que cuando se enteren de que estoy interesado, alguno me volverá a querer contratar. —¿Estás seguro?
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El calzoncillo de patitos y cazadores quedó a la vista cuando él se levantó para que los pantalones se bajaran solos. Con poca elegancia, se quitó los pantalones pisándolos con los pies para evitar agacharse. —Estoy seguro que quiero pasar más tiempo contigo. Si me voy a Argentina, habrá un paréntesis de tres años. Por mucho que nos viéramos un par de veces al año no sería suficiente para conservar la relación. Si estoy aquí, nos podemos ver cada fin de semana. Alex caminó hacia ella, se arrodilló en el costado del sofá y se apoyó en el brazo de éste. —Esto va en serio ¿verdad? —susurró ella. —Muy en serio. Nunca he estado mas seguro en toda mi vida de querer compartirlo todo con una mujer. Te miro y me es fácil imaginar a pequeños pecosos correteando a nuestro alrededor. Ella rió. —¿No vas demasiado rápido? ¿Hijos? —¿Quieres tener hijos? —indagó él con la barbilla sobre su antebrazo, y acariciando sus dedos. —Sí —tragó ella saliva— pero me gustaría casarme antes. —Yo también me quiero casar —alzó él los ojos de su regazo y la miró con las pupilas brillantes— contigo. —¡Vaya! —dijo nerviosa— eso casi sonó como... —se detuvo dudosa. —Tómatelo como un adelanto de mis intenciones —acarició su cara ruborizada y pecosa. —Todavía no nos conocemos muy bien ¿qué pasa si...? —Hay parejas —interrumpió él— que no se llegan a conocer en toda su vida. Nosotros, hemos convivido juntos, dormido juntos, hecho
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desastres juntos —rió— hemos discutido. Hemos tenido circunstancias difíciles a nuestro alrededor —señaló hacia la pared en referencia a Malena— y todo ello ha sido superado y ha prevalecido que nos gustamos. Por encima de todo, estoy enamorado de ti. No busco una explicación, ni una excusa. Es un hecho. —Nunca hemos hecho el amor —ladeó la cabeza dejando que el pelo cubriera sus mejillas ruborizadas. —Bueno, hemos hecho prácticas —rió viendo como se ruborizaba. —¿Y si después te aburres de mí? Soy bastante sosa y mi experiencia es casi nula. —Entonces aprenderemos juntos —sonrió tranquilizador— y desde luego no eres nada sosa. A mí me pones a cien. —¡Exagerado! —rió ella palmeando su brazo. —Yo nunca exagero —la miró levantándole el mentón— tú sabes que te deseo. Mucho. Solo estas malditas costillas impiden que te haga el amor varias veces al día. —¡Exagerado! —repitió ella sonriente. —Espera y verás. Por lo pronto, lo único que ves es un elefante con la trompa levantada y no podemos hacer nada con ella. Lamentablemente, ni siquiera yo puedo. Estoy decidido a portarme bien para mejorar lo más rápido posible y poder hacerte el amor como me apetece tantas veces como te apetezca. Pasarán por lo menos dos semanas o más antes de que podamos tener una relación completa. —Yo te querré más dentro de dos semanas —aventuró ella inclinándose hacia él y besando su entrecejo— te miro y me cuesta creer que me quieres. Eres tan guapo. —¿Yo, guapo? Yo soy varonil —se defendió él halagado— soy atractivo. Pero, ¿guapo?
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—Eres un oso guapísimo. La primera vez que te vi, me pareciste un armario tres puertas. Enorme. Creído. Uno de estos tipos que consiguen a todas las mujeres que quieren. —Pues te equivocaste en eso. Soy un hombre serio. He tenido novias, pero el trabajo siempre ha sido mi prioridad. Ahora —besó sus labios delicadamente— mi prioridad eres tú. Tus besos, tenerte junto a mí —la iba besando con cada afirmación— te miro, y veo mi presente y mi futuro. No imagino mi vida sin ti. —Me gusta lo que dices. Me encanta oírte hablar así. Te miro y me derrites —le acarició el cabello tupido y casi rizado— me gusta tocarte. Ver que estás ahí —sus labios temblaron tras un beso algo más largo que los otros— ¿cómo es posible amar a alguien que conoces desde hace apenas unos días? —A mí me pasa igual Susana. Te has convertido en mi motor. Amo todo lo que dices, todo lo que haces. Tus pecas. Tu sonrisa. Tu sabor. Te amo. Toda tú estás hecha para mí. —Entonces tú eres mío —aseveró ella. —Sin duda —afirmó él— vamos a la cama, esta postura me empieza a resultar incómoda. Apagó el aparato y ella se levantó. Lo ayudó a ponerse de pie innecesariamente. El lucía una visible excitación. Se acostaron. Susana los cubrió con el edredón fino. Ella pestañeó ante la montaña que parecía gritar atención en medio de la llanura blanca. —¿De verdad no puedo hacer nada para aliviarte? —se arriesgó ella. —No. Esos movimientos agravan mis costillas. Hazte a la idea de que mi capitán te presenta sus respetos a la noche y, seguramente, al
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alba. En cuanto me restablezca de mi dolencia, ese soldado te exigirá soluciones —sonrió y le besó las cejas— hasta entonces, tómalo como un cumplido. —¿Y podré jugar con él? —rió maliciosa. —¡Oh sí! —Contestó apretando el pecho de ella que quedaba a su alcance— Pero antes de que eso suceda, yo podré jugar contigo — aseguró acariciando su costado por encima del camisón— pero no será hoy. Si quiero servir de algo mañana, será mejor que descanse y no cometa excesos. —¿Te pongo el ungüento de ayer? —se alzó ella. —Un poco. Ella se levantó y bajando el edredón, le untó muy delicadamente. El apretó los dientes, más de deseo que de dolor, por su roce. Ella dejó el pote. Se acomodó y se colocaron para dormir. —Gracias amor —dijo él susurrando a su cabello. —Me gusta como lo dices —alcanzó a decir antes de cerrar los ojos y quedarse kao.
Malena se acostó mas tarde de la una de la madrugada. Bañar a Atila no era una tarea fácil y grata. Pero había pasado de parecerse a Darth Vader, a Rambo en su combate en el baño de Susana. El jabón que había tirado, había formado pegotes en sus preciosos rizos de peluquería, y trocitos de papel higiénico y quien sabe que más, se pegaban a su cuerpo adornando el blanco inmaculado. La odisea de luchar con él en la bañera había sido titánica. Por eso lo llevaba siempre al peluquero. No se veía capaz de mantenerlo dentro
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de la bañera. Atila no ladraba, cuando estaba en un entorno de agua que lo rodeaba, simplemente mordía, gruñía y se retorcía como si le fuera la vida en ello. Una salpicadura en la cara era un drama de Shakespeare, aunque algunos observadores lo pudieran tomar como una comedia. Atila, sin su aureola de tinte negro, mojado como un pollo, y bizqueando, se podría definir como un poema de pena. La buena noticia era la alegría que venía después cuando disfrutaba con el secador. Se ponía patas arriba, cerraba los ojitos y la lengua se le caía por el lado. Su rostro semejaba el placer más grande que pudiera existir. Se quedaba dormido de puro gusto. Inflado por el secador, su pelo lo hacia parecer un globo. El rizo indefinido adornada todo su pequeño cuerpo. Estaba en el séptimo cielo cuando Malena lo depositó en la cama. Ni se inmutó. Viéndolo así parecía un bendito. Malena se acostó, sabiendo que su despertador sería un grito de Susana cuando viera como había quedado su baño. Así pues, le tocaría adecentar dos lavabos en el día que se avecinaba.
El martes amaneció con impaciencia generalizada. Tal como suponía Malena, Susana no se rió precisamente cuando vio el estado de su baño. Fue bastante incómodo arreglarse. Tres personas y una nube blanca pululando entre las piernas de todos. A las ocho menos veinte, conseguían salir del piso. Vestidos, desayunados y bastante estresados ya de mañana.
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Alejandro parecía divertirse con la situación. Malena se deshacía en disculpas o echaba la culpa a algún desafortunado incidente, cualquiera de los que, últimamente, los habían aquejado. Susana mascullaba por lo bajo. Atila, que parecía una pompa de jabón para un anuncio de suavizante, jadeaba y miraba alternativamente a sus tres acompañantes. La mañana en la oficina transcurrió bastante previsible. Malena se ocupó de arreglar el desastre. Alejandro se encerró en el despacho que le prestaron y Susana se dedicó a lo suyo. Al medio día. Alejandro las invitó a comer en un restaurante, incluyendo en la invitación a Beto y Flora. Esta última les correspondió con una cena que se haría en su casa el jueves de esa misma semana. Por la tarde, la acción volvió a tomar lugar en Gorditas a la Carta. Susana debía prepara la reunión del día siguiente, miércoles, en el recinto. Alex se fue a una revisión de rigor al hospital, acompañado por Beto.
Cuando llegaron Susana y Malena a casa con Atila, Alex ya estaba allí. —Hola chicas —parecía envarado. —¿Te pasa algo? —se preocupó Susana agilizando el paso hacia él. —No —negó sonriendo— es solo que me han vuelto a poner la faja. El médico dice que la lleve un par de días, o que sino me inmovilizará.
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—Oh —apenada lo abrazó breve y suavemente. En cuando trató de apartarse de él, Alex la apresó contra sí. —Tendrás que mimarme más —dijo con tono infantil— me ha prohibido cualquier esfuerzo. La verdad es que con esta faja es imposible moverse. —Si quieres curarte —intervino Malena pasando por su lado y pellizcándole— intenta no moverte, ni perseguir a tu novia siquiera con la mirada. —No me provoques Malena —hizo una sonrisa de medio lado— te recuerdo que la prenda que llevas en brazos, es el responsable de que la lámpara me lastimara las costillas. —Pobrecito. Deberías estarle agradecido —achuchó al can contra si poniendo la boca en posición de besos repetitivos— a buena hora estarías en esta casa si no tuvieras las costillas a la “virulé”. —¡Eso es cierto! —Admitió riendo quedo— Y lo que también es verdad es que te toca preparar la cena mientras dejo que Susana me ayude a hacer un par de cosas. Malena masculló una grosería mientras soltaba a Atila en el suelo. Que se fue derecho a la cocina tras su dueña. El perro sabía donde estaba la comida. Sin duda. Susana acompañó a Alejandro al baño, donde le ayudó a afeitarse, mientras reían juntos. Ella le estaba quitando los restos de “gel” de la garganta, cuando él dejó de reír y se puso serio. —El sábado por la mañana me voy —ante la sombra que vio en los ojos de la mujer se apresuró a explicar el resto— tengo una reunión el lunes a primera hora. Tengo un amigo que vive en Badajoz y se desplazará para reunirse conmigo. Va a enseñarme el proyecto para el
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cual me voy a presentar a finales de la semana que viene. Si todo va bien, en unos días volveré y todo estará solucionado. —¿Cuánto son unos días? —indagó descansando la barbilla en su pecho mientras apoyaba sus manos en la espalda masculina cubierta casi por entero por la venda apretada. —Tengo que empaparme del proyecto, para saber de que hablo cuando me toque presentarme en la entrevista —respiró hondo con dificultad— digamos que una semana para prepararme y lo que tarde en conseguir el trabajo. Se que suena algo ambiguo, pero no puedo concretar mas. —¿Dónde es el trabajo? —Es posible que sea en Galicia, o incluso en Portugal. Existen dos proyectos a determinar. Los dos comienzan en Junio. La cuestión es que, ese trabajo, nos permitiría pasar los fines de semana juntos. —¿Cómo? —Cambió la posición de su rostro, apoyando su frente donde antes tenía puesta la barbilla— esto es Barcelona. Si te destinan a Galicia... —Las aviones son lo ideal en estos casos —sonrió besando su coronilla— el jueves por la noche o viernes en la mañana, tomaría el avión, y el domingo noche o lunes temprano, regresaría. Son trabajos de supervisión. Lo más probable es que me hagan responsable de los dos proyectos. Esa es mi baza. Estoy acostumbrado a llevar dos o tres obras a la vez. —¿Vendrías cada semana? —alzó de nuevo el rostro mientras pestañeaba para contener las lágrimas que tenían vida propia y caprichosamente habían escogido delatar sus dudas.
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—Naturalmente. Para mí no es nada extraño. A veces estaba en el desierto y me iba a la ciudad la mitad de la semana. En trabajo de campo nos puede tocar mucho movimiento. —Alguna vez puedo ir yo —aventuró. —Cuando te den fiesta en el trabajo. —¿Y cuando se acabe el proyecto? —De eso nos ocuparemos cuando llegue el momento. A tres años vista tengo empleo seguro, si quiero, eso está hablado. Pero ahora somos dos a decidir. —No sé como voy a aguantar tantos días sin ti —se apartó un poco y acarició sus brazos fuertes. —Te llamaré cada día. Varias veces. —Se me hará eterno —bufó ella. —No más que a mí.
Durante la cena Alejandro habló sobre el empleo que tenía en mente. Susana estuvo algo callada, pero Malena fue una fuente inagotable de preguntas. Susana ayudó al hombre a acostarse. No era cómodo dormir con esa venda apretada cual faja. Finalmente tras resoplidos, intentos varios e incomodidades a dúo, Alex optó por quitarse las vendas. Susana lo ayudó y, solo entonces, pudo dormir algo. A la mañana siguiente, Susana lo volvió a vendar siguiendo sus instrucciones.
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Malena se quedó en casa con el guardián en forma de copito de nieve. Susana y Alejandro fueron a la oficina. Él se encerró para acabar de arreglar sus asuntos, y ultimar su viaje, y Susana siguió preparando la reunión de esa misma noche. Susana acabó comiendo en la oficina una comida china y Alejandro desapareció durante más de tres horas. A las cuatro, Susana se fue a casa un momento para coger ropa y cambiarse a algo más festivo para el encuentro de esa noche. En ese momento llamó por teléfono Gloria, la hermana de Alejandro, charlaron un rato y Susana se dio cuenta de que estaba al tanto de los nuevos planes de su mellizo. Gloria anunciaba que venía ese mismo fin de semana y que contaba con incorporarse a las actividades de Gorditas a la Carta la semana siguiente. De regreso, ya casi las cinco y media de la tarde, Alejandro la esperaba en su despacho. —Hola. Siento haberme ido sin avisar, pero estabas ocupada —se disculpó abrazándola suavemente y dándole un beso silencioso en los labios. —¿Qué tal te han ido las gestiones? Haces cara de cansado. —Se me olvidaron los calmantes en casa. Acabo de comprarme más en la farmacia y me tomé uno hace apenas un rato. Estar sentado en el despacho, no ayuda a que se me alivien —se tocó las costillas. —Hablé con tu hermana. —Sí. Lo sé. La llamé yo y me dijo que acaba de conversar contigo. No podré verla antes de irme. —Ella llega el mismo viernes noche. Podemos invitarla a cenar y así...
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—No —interrumpió con mueca contrita— Alvaro Justo me llamó. Tengo que adelantar mi viaje. Tengo que irme el viernes en la mañana temprano. —¿Tan pronto? —se apenó sintiendo que su corazón se aceleraba. —Es para aprovechar el viernes como laborable. El sábado, los sitios oficiales están cerrados y debo recoger planos y documentación el mismo viernes. Sin falta —añadió tomando su rostro y alzándolo hacia él. Ella llevaba tacones y su pantalón vaquero, adornado por un blusón corto y de vistosos colores. Su cabello lacio y suelto se enredó entre los dedos masculinos. —Sé que no debería afectarme tanto, que te vas solo unos días, pero... —casi se atragantó ella. —Me pasa lo mismo a mí. Es como si me doliera alejarme de ti. —Parecemos dos niños que no quieren desprenderse de su juguete —intentó reír ella. —Somos dos mitades completas. Alejarnos es sentir que nos falta una pieza —la miró a los ojos— serán pocos días. Antes de que te des cuenta estaré de regreso. —Sí. Lo que pasa es que en el fondo tengo miedo. Por fin me enamoro y temo perderte. Es una tontería. Lo sé. —No tengas ninguna duda Susana. Volveré —la besó suavemente, pero el mismo gesto de inclinarse le hizo hacer un gesto de dolor. Ella se apartó y le acarició el mentón, áspero ya de barba incipiente. —Estás cansado y ya te has esforzado más de la cuenta hoy. Regresa ya a casa.
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—Sí. Eso haré. Lamento no acompañarte en la reunión de hoy — sonrió socarrón— la ultima vez no fue precisamente memorable, aunque si puedo asegurar que no lo olvidaré nunca. —Ya hace una semana del desastre —rió ella— me da la sensación que ha pasado mucho más tiempo. —Toda una vida —cogió su maletín y se encaminó hacia la puerta— por cierto, Mer te buscaba. —Ahora le digo a Carmen que la localice —sonrió ella echándolo con la mano— vete a casa. Venga. Cuando llegue espero que estés descansando o me enfadaré. —Estaré despierto —dijo encogiéndose de hombros antes de desaparecer. Cuando se quedó sola, le duró poco la autocompasión, pues Mer entró en el despacho con un montón de carpetas. Beto iba tras ella y en unos minutos se unió Flora. Cuando llegó la hora de la reunión de los miércoles, todo estaba en su sitio. Menos Susana. Su cuerpo estaba en el edifico, pero su mente pululaba bien lejos.
Cuando llegó, cerca de las once y media. Cenó un plato frío mientras charlaba con Malena y acariciaba a Atila. —Me ha contado Alejandro que se va el viernes bien temprano. Lo puedo llevar yo al aeropuerto porque a las siete tiene que estar allí, y tú a esa hora estarás a punto de salir a trabajar. —Gracias, sí. Será mejor. Podría llegar tarde a trabajar, pero temo hacerle un espectáculo llorón en el aeropuerto.
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—Solo se va unos días —la consoló Malena con expresión triste y amigable. —Lo sé. Pero no puedo evitar esa sensación de... que se va. Puf — los ojos se le llenaron de lágrimas— sé que soy ridícula, pero me duele aquí —se señaló el corazón— supongo que me he mal acostumbrado a tenerlo para mí. —A lo bueno se acostumbra una rápido. —¿Hace mucho que se fue a dormir? –preguntó yendo al fregadero a dejar su plato. —Sí. Está durmiendo como un bebé. —Necesita descansar. Está algo estresado. —Tú sí que estás estresada. Relájate. —Sí. Ya mismo. Por cierto, te he hecho una cita con Mer, el lunes en la mañana. Por aquello del asesoramiento. Será mejor que empieces a mejorar tu imagen, de acuerdo a tus nuevos planes. —Es probable que la semana que viene comience a trabajar. —¿Te encuentras lo suficientemente bien para hacerlo? —Más o menos. Hablé hoy con Beto. La semana que viene podríamos salir los cuatro y llegarnos hasta el local donde suele ir Paco con la “merluza” de mi ex amiga María. Solo para darle en las narices. Después de eso creo que estaré preparada para enfrentarlos en la oficina. Aunque sigo pensando en cambiar de trabajo. No me han contestado a mi solicitud de traslado, así que deduzco que no tendré más remedio que irme. —Tiempo al tiempo. Vamos a ver como van saliendo las cosas. Has de reconocer que ahora estás mucho mejor. —Sí. Por fuera. Por dentro estoy dolida. Ahora comienzo a darme cuenta, que yo lo hacía todo y él se dejaba querer. Era una relación sin
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futuro. Cuando os veo a vosotros juntos, las miradas —sonrió y pestañeó— cuando os tocáis... esa complicidad preciosa que tenéis. Eso no lo tenía yo —suspiró— y he decidido que quiero eso ¡y no me conformaré con menos! —Finalizó contundente— Aunque no lo encuentre de inmediato. Me lo tomaré con calma. Primero curaré mi alma. El concurso este de Gorditas de Lujo me mantendrá la mente ocupada. Hay alguien especial para mí. —Me gusta oírte hablar así —la abrazó Susana contenta. Atila asomó su cabeza por entre los cuerpos de las dos mujeres y gruñó al verse apretado. Al rato, Susana se fue a acostar. Ese día, el camisón, no era de la Warner. Era una tela de color blanco roto y con pergaminos dibujados. El dormía plácidamente. No lo quiso despertar. Se acomodó suavemente en su costado. Cerró los ojos tras colocar la palma de su mano en el corazón masculino, sobre la piel velluda, pues las vendas también habían desaparecido. Se sorprendió al sentir un beso en la frente. —¿Estás despierto? —Te dije que lo estaría —susurró ronco. —Estabas dormido cuando entré —rió ella quedo. —No. Fingía dormir. Quería saber si te aprovecharías de mí al encontrarme indefenso y dormido. —¡Qué más quisieras! —rió ella acariciando su pecho peludo. —Cierto. Cierto —contestó apretando su cadera contra él— pero mejor no quiero pensar en eso. Llevo la abstinencia lo mejor que puedo. —Duérmete Alejandro. —Soñaré contigo. —No hace falta que sueñes. Me tienes aquí —aseguró ella.
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—Lo que sueño, ahora no lo podemos hacer todavía. Más que un sueño son esbozos de lo que planeo hacerte cuando esté en plenas facultades —amenazó levantando y soltando la goma de las bragas que chasqueó al rebotar con su piel. —Así me gusta —provocó ella— practica mentalmente para perfeccionar tu técnica. —No tendrás de que quejarte —sonrió socarrón. —Estoy segura de ello. Exigiré demostración total —besó el final de su garganta. —La tienes garantizada. Se quedaron callados. Ella hubiera seguido hablando y lanzándole frases gatillo que provocaban respuestas que ansiaba, pero sabía que él estaba rendido y que ese tema le afectaba más de la cuenta. Escuchó su respiración durmiente y ella se relajó. ¿Qué tenía ese hombre que se sentía la bella durmiente mientras estaba en su cama?
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CAPÍTULO 8 No es un jueves cualquiera. Ojalá no se acabara nunca. Si parece un perro, se mueve como un perro y huele como un perro. Definitivamente. Es un perro. No le busques tres pies al gato.
El jueves amaneció nublado. Siendo finales de abril, el tiempo era cambiante. Las indecisas nubes finalmente claudicaron y comenzaron a descargar bien temprano. Alejandro trataba de ponerse la faja–venda, pero no la sabía apretar. Susana que estaba abriendo el cajón de la cómoda para sacar ropa interior limpia, pues tenía intención de ducharse antes de ir a trabajar, se apiadó de él y fue en su ayuda. —Déjame a mí. Levanta los brazos y estate quieto. Él obedeció. Con sus “boxers” modernos de seda azul, descalzo y con el despeinado típico del despertar, lucía un cuadro de macho desaliñado con unas gotas de timidez y desamparo sexy. Ella pensó que estaba para comérselo. Tras intentar cerrarlo, se encontró con que necesitaba asegurarlo más y no podía hacerlo desde su posición, así pues se subió a la cama y desde allí afianzó la venda. —Ya está ¿Podrás vestirte solo? —Será mejor que pueda. Mañana no contaré con tu ayuda. —Bien. Te dejo en esta ardua labor y voy a ducharme. Oigo trajinar a Malena en la cocina, seguro que el desayuno ya está hecho.
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—Iré rápido para hacer el café yo. No tengo ganas de envenenarme. —Exagerado. El café es lo único que no domina. Has de reconocer, que tiene un don para la cocina en general —hizo un mohín mientras abría la puerta del cuarto para irse. —Cocina bien. Nadie puede discutir eso, pero su café da pena —se movió rápido para alcanzarla— déjame sacar el albornoz, antes de que te encierres en el baño Susana se cerró a cal y canto en el lavabo. Ya desnuda, la pinza del pelo puesta para recogerlo y dispuesta a entrar en la ducha abierta se dio cuenta de que no había toalla. Se asomó a la puerta y gritó a Malena. —¿Dónde diablos están las toallas? —Ahora te llevo una —contestó en letanía la aludida que después del desastre del baño con Atila había usado todas las toallas limpias y sucias. Susana cerró de nuevo y esperó. Tras tres largos minutos, se metió en la ducha. Iba con el tiempo justo, como era habitual. Se enjabonó y se aclaró rápidamente. Estaba disfrutando del agua caliente sobre su espalda, cuando escuchó la puerta cerrarse, y una mano, del todo masculina, le cedió una toalla doblada, blanca y mullida. Ella cogió el paño antes incluso de cerrar el agua corriente. Con el corazón a cien. Cerró el grifo y se llevó la tela a los pechos. Alejandro no había abierto la cortina. Se había limitado a alargar la mano. —¿Estás visible? —dijo su masculina voz. Ella abrió la toalla y se cubrió lo mejor que pudo. —Sí.
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La cortina se abrió. Él seguía despeinado. Con el mentón oscurecido por la barba y con el albornoz rosa puesto. —Estaba pensando —dijo él tragando saliva— mañana me voy y... —se calló y la miró como si estuviera sorprendido— estás preciosa — alargó la mano para acariciar su hombro desnudo y mojado. —Estoy helada —alcanzó a decir sin aliento y con un agitado escalofrío. —Déjame que te abrace. —¿No te ha prohibido eso el médico? —intentó bromear ella ante el gesto de él de abrirse el albornoz para que ella se metiera entre la tela y él. —El médico me ha prohibido explícitamente el sexo —corroboró él— Pero puedo besarte, acariciarte y ser tan masoquista con mis afectos como quiera. —Bien —dijo ella dejándose abrazar— estoy mojada. —Estás deliciosamente húmeda —dijo con tono sensual— hueles a violetas. —Es el jabón. Se van a mojar las vendas —apremió ella intentando apartarse. —Al diablo las vendas —dijo él antes de atrapar su boca sorprendida con un beso abrasador. Susana sintió subir su temperatura de inmediato. El escalofrío desapareció para dar paso a una explosión de placer. La toalla resbaló y quedó sujeta por los dos cuerpos pegados. Las manos del hombre pulularon sin barreras por la espalda y el trasero femenino. Acariciando, amasando, apretando, mientras su boca la devoraba
sin piedad. A
Susana le dolían los pechos por el rasposo de las vendas que los
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rozaban. Soltó un quejido de placer por las caricias, y de dolor por la rugosidad de la tela que maltrataba sus senos. Él apartó su boca, navegando por su garganta. Su boca parecía un aspirador, dejando a su paso el mismo calor que humedad. —¡Déjame verte! —pidió anhelante mientras levantaba la cabeza para mirarla a los ojos que estaban casi a la misma altura al estar ella dentro de la bañera todavía. —¿Qué? —dijo confundida y con la mente nublada por el deseo. —Quiero verte —la apartó un poco y la toalla cayó. Ella quedó totalmente expuesta. Por un momento casi se encoge de frío, al alejarse de él, de vergüenza, ante la exposición tan cruda. —No te imaginas cuando deseaba verte. Te he imaginado tantas veces —su mano fue hacia sus pechos y con las yemas de los dedos hizo un camino que recorrió su torso, su vientre, hasta detenerse a un lado de su pubis. Rozó su vientre hacia arriba y se paró en el ombligo fascinado por el millar de pecas. —Me parece que disfrutaré averiguando hasta donde se esconden tus pecas. Su sonrisa era socarrona pero sus ojos estaban entrecerrados y no cejaban de fotografiar su cuerpo, mientras el suyo propio, respondía sin disimulo apretando el calzoncillo y señalándola sin pudor. —Tengo frío —dijo ella casi despertando de su letargo y acordándose del pudor abrazándose a si misma. —Sí. Perdona amor —miró en el suelo la toalla mojada y se quitó el albornoz para ponérselo a ella. La masajeó con la tela, con vigor, haciéndola sentir una marioneta por la agitación. La ayudó a salir de la bañera y la abrazó de nuevo contra él.
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Durante unos minutos largos así permanecieron. Luego como si sonara un despertador, comenzó una carrera contra reloj para prepararse. Alejandro se fue a su casa a recoger cosas que necesitaba. Malena se quedó de ama de casa y Susana llegó tarde a trabajar. No era un jueves cualquiera.
La mañana del jueves empezó movida y acabó movidísima. Susana estaba contenta. Hacia las once de la mañana, recibió un centro de flores en macetas varias con una tarjeta de Alejandro. Solamente ponía dos palabras e iba sin firmar, pero quien mas podía ser con ese texto: “te amo”. Decidió que lo enmarcaría y lo pondría en su habitación. Flora y Carmen tuvieron que irse a media mañana a recados bancarios y gestiones notariales. Cerca de las doce apareció Malena con Atila. Y esta vez, quien iba disfrazado no era el can. Atila lucía cual bola blanca, sin mácula. Solo una correa negra plagada de brillantes, circonitas para mas señas. Malena lucía un espectacular traje de lentejuelas. Entró en el despacho de Susana que en ese momento estaba acompañada de Mer González. —¡Ta chan! —entró triunfante. Susana se levantó aguantando el grito de horror. Mer, casi se cae tras rebotar en la silla donde estaba sentada. Disimulando una mueca
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de disgusto, Mer miró con disimulo a Susana esperando que ella hablara primero. —Esto, Malena cielo, ¿no crees que es muy temprano para un vestido de noche? —Sí, desde luego —estuvo de acuerdo ella— pero quería hacer un homenaje a mi mal gusto. He decidido que hoy es el último día que me pongo todos estos trajes que me ponía con Paco. Voy a quemar todo mi vestuario —miró a Mer afectadamente— que bien que estás aquí Mer ¿crees que este vestido tiene algo salvable? —No —dijo rotunda la diseñadora. —¿No a secas? ó ¿no sé? —dijo esperanzada Malena. —No a secas —respondió con una sonrisa amigable— la verdad es que no había visto un traje tan horrible desde... —recordó un par de días atrás el traje que llevaba la misma Malena y carraspeó— no te ofendas Malena. Pero eres una mujer atractiva y deberías señalar esos maravillosos ojos y ese cuello largo... en fin. Ahora parece que llevas un saco brillante de color cachumbo. —Esta mujer es una profesional —le dijo a su perro que salió corriendo al pasillo— ¡ep!, Atila. Vuelve aquí. —Por el amor de Dios Malena. No me sueltes al perro en el edificio que le temo —suplicó Susana ya corriendo por el despacho hacia la puerta. —No te preocupes, sé donde ha ido. Ha visto un chucho abajo. Le gusta hacer amigos. —Será mejor que vaya a ver. Por favor Mer, te ocupas de Malena unos minutos, yo voy a buscar al Rey de los Unos. —Pierde cuidado —la tranquilizó Mer, mientras cogía del brazo a Malena para guiarla al asiento más cercano.
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La rubia Mercedes, vestida, como siempre, exquisita y de buen gusto, con el maquillaje justo y su recogido de cabello con estilo, miraba a la morena de pelo corto, ojos como platos y vestido horrendo. —Siéntate Malena. Creo que tenemos una cita el lunes —sonrió con sus labios rosados, perfilados con exactitud— Podemos aprovechar y empezar ahora ¿te parece? —No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy —sonrió Malena de oreja a oreja.
Susana bajó las escaleras tras Atila. Tal como dijo su dueña, no fue difícil encontrarlo. Estaba al lado de un chucho, no se podía llamar de otra manera, que, mojado como un pollo, se sentaba a la izquierda de la entrada sin moverse. No llevaba correa. No era peludo como Atila, que en ese momento lo olisqueaba ante la impasibilidad del otro perro que con ojos caídos y lengua colgante, jadeaba. —¿Y tu dueño? —le preguntó cariñosamente Susana acercándose de a poco para acariciarlo. Rebeca se acercó por detrás de ella. —Hace rato que lo observo. Creo que no es de nadie. Me temo que ha entrado para protegerse de la lluvia en una de las ocasiones que se abrió la puerta. —No lleva correa —observó Susana. El perro estaba sumamente delgado. De patas medianas y pequeño tamaño, aproximadamente como Atila. Morro redondo. Orejas
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puntiagudas. Sus costillas patéticamente dibujadas. Ojos saltones. Definitivamente, un chucho en toda regla, de cuatrocientos madres y mil padres. —¿Quieres que llame a la perrera? —dijo la recepcionista con tristeza. —No se puede quedar aquí —se lamentó Susana— vamos a ver. Voy a intentar darle algo de comer. Por favor, llama a Xisca y que me traiga algo de la cocina, jamón, o pollo, algo similar. Y un cazo con agua. A ver si me sigue. Atila, viendo que pretendía llamar al otro perro, se puso a saltar alrededor de ella. Celoso, empujó al perro desconocido cuando éste hizo el gesto de seguir a la mujer. Susana riñó a Atila. —Malo. Déjalo en paz —el chucho se arrugó, y encogió la cola entre las piernas. Parecía acostumbrado al maltrato y su pinta de desvalido pudo con ella. Los ojos tristes del perro se midieron con los de la mujer. Susana, se acercó apartando a Atila y, sin miedo, cogió al chucho en brazos —adiós a mi blusa limpia. Vamos perrito que te voy a secar y dar de comer. Rebeca sonrió mientras cogía el teléfono interior para pedir la comida. Susana subía las escaleras con el tembloroso can en los brazos y un Atila de lo mas cabreado saltando a su alrededor.
—Es una perra. Está famélica y es la cosa más fea que he visto en mi vida —dijo Malena acariciándola al tiempo que la perra devoraba el plato de pollo picado que le había traído Xisca.
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—Esta rota la pobre —estuvo de acuerdo la misma Xisca— me recuerda a mí cuando llegué del pueblo. Sin na de na. Con una mano adelante y otra atrás —hizo el gesto— tenía hambre la jodía. Creo que no tiene amo. No es tan guapa como Atila, pero es buena. —A Atila no le gusta la competencia —rió Malena viendo la reacción de su perro— es raro que se haya calmado tan rápido. Atila estaba sentado en el regazo de Susana, la lengua colgando mientras jadeaba bizqueando sin quitar ojo a la chucha nueva. —A lo mejor es lo que necesita Atila para no ser tan trasto. Compañía —dijo Susana con intención solapada. —Te estoy leyendo la mente —rió Malena— te recuerdo que estoy viviendo en tu casa. —Temporalmente —corrigió Susana. —Mañana la llevaré al veterinario. Parece un saco flaco de pulgas —añadió acariciándola de nuevo. —¿Qué tal si lo haces esta tarde? —Se levantó Susana— tengo que terminar mi reunión con Mer y quiero ir a comer a casa. —De acuerdo. Me voy a casa con los perros. Hago la comida y esta tarde voy al veterinario. A lo mejor tiene chip. —Ni en sueños —se burló Xisca antes de salir con un gesto de despedida. —Oye ¿Crees que es un perro? —Preguntó Malena— Lo digo porque me recuerda a esos gatos desnudos que... —No Malena. Es una perra. Delgaducha y pelada, pero una perra. —Si tú lo dices —dijo con gesto de extrañeza volviendo a mirar a la perra que se relamía y buscaba un sitio para hacer sus necesidades.
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—oh, oh! —Señaló Susana— será mejor que te la lleves ya antes de que me ensucie el despacho. —Me voy, me voy.
Cuando Susana llegó a la casa reinaba el caos. Los perros no se veían pero se oían. Uno ladraba y el otro aullaba... dentro de la bañera. —Pero, ¿qué ha pasado aquí? preguntó Susana entrando al baño y viendo a Malena, arrodillada, y a los dos perros dentro de la bañera tintada de marrón y todo ello sazonado con un desagradable perfume. —La “santa perra” tuvo diarrea en el coche. Atila se rebozó en tan grato regalo y llevo rato intentando eliminar el olor. —La comida le debió sentar mal —dijo frunciendo la nariz ante el tufo— seguramente tenía la barriguita vacía. Déjame que me quite los pantalones y te ayudo ¿dónde está Alejandro? —Ni idea —contestó huyendo de las salpicaduras— no estaba en casa cuando llegué. Susana se quitó la ropa, se puso un camisón que tenía para lavar y se arrodilló junto a Malena. —Sabes que después tendremos que ducharnos nosotras, ¿verdad? —rió Susana sujetando a la chucha que intentaba lamerle los brazos. —Por supuesto. “Tate” quieto Atila. ¡Por Dios! Dos baños en dos días. Está traumado —rió la mujer usando el agua de la ducha para enjuagar a su perro, que todavía tenía un color poco recomendable.
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Rato después, los perros limpios y ellas hechas unas fachas mientras recogían el desastre del baño, llamó por teléfono Alex. Susana le contó en lo que estaban y dijo que iba para allá con “pizzas”. Se ducharon las dos con rapidez, primero Susana y luego Malena. Para cuando llegó Alejandro con la comida, todo parecía normalizado. Comieron algo acelerados entres risas con la anécdota de la perra y compañía. La perra, que era fea como el demonio, pero lista como casi todos los chuchos callejeros que se buscan la vida, encandiló con sus ojos saltones y tristones al recién llegado, casi desbancando en afecto al perro de pedigrí. Fue cómico observar los esfuerzos de Atila por llamar la atención, aunque estaba ronco y afónico después de la ópera del baño. Susana se fue a trabajar rauda y acelerada, no sin antes quedar para encontrarse esa noche, pues tenían la cena en casa de Flora. Malena decidió esperar a hacer la digestión antes de limpiar el coche e irse al veterinario. Susana llegó resoplando al trabajo. Rebeca estaba atendiendo a una mujer de grandes dimensiones sin ser excesivas. Vestía de sport y le daba la espalda. —¿Y no puede ser ahora? —preguntaba la interesada. —Pues ahora las dos señoritas que se ocupan de las inscripciones están ocupadas. Si desea esperar un rato le atenderán encantadas. Susana se paró en recepción y recogió la carpeta que estaba en la bandeja que le correspondía. Miró a la mujer. Una rubia que evidenciaba tinte por todos los poros. El bigote la delataba. Sino las cejas de un negro azulado, y las raíces que chillaban que las arroparan. —Es que tengo mucha prisa.
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—Si quiere usted venir después de acabar su horario de trabajo, podemos esperarle —dijo solícita Rebeca. —No. Me refiero que tengo prisa por inscribirme. Me ha costado mucho decidirme y si me voy, temo que no tenga valor para volver. Susana le hizo una seña a Rebeca indicando que se ocupaba ella. —Atiendo yo a la señorita —dijo dulcemente la pelirroja para presentarse después y guiarla a su despacho. Mer que llegaba a recepción en ese momento, se apoyó en la mesa de Rebeca. —¿Eso que vislumbré era un bigote? —indagó con cara de haber visto a un extraterrestre. —Sí. Un mostacho de lo más hermoso —admitió Rebeca— un buen motivo para tener problemas a la hora de encontrar pareja —chasqueó la lengua. —La chica no es fea —la vio alejarse por las escaleras— solo le falta un poco de confianza y aligerar unos cuantos pelos —dijo benévola Mer. —Si en el resto del cuerpo tiene la mitad de vello que en la cara, vas a necesitar mucha cera. —Cada vez me gusta más este trabajo —rió Mer— piensa en lo agradable que es ayudar a pasar a mujeres, de patitos feos, a cisnes. La mayoría no saben lo hermosas que son. Yo era peor que ella —dijo bajando la voz con sorna. —No me lo creo —dijo incrédula Rebeca. —Créetelo —cerró los ojos un instante como si se visualizara en el pasado— cejijunta. Miope. Tímida. Con el puro convencimiento de que era un adefesio. Su bigote, al lado del mío, ni se notaba.
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—¿Tienes fotos? —rió Rebeca. —Ni hablar. Las destruí todas. No necesito recordarme cuando era una ruina. Me costó años quitarme la costumbre de que no valía la pena arreglarme o cuidarme porque no tenía remedio. —¡Pero si eres preciosa! —Abrió los ojos Rebeca muy sorprendida de lo que le contaba— ¡Mírate! —Lo sé. Parezco otra —respiró hondo y sonrió con su boca perfectamente pintada— y por eso pienso que puedo ayudar a otras mujeres a encontrar la guapa que llevan dentro. Se ha convertido en un reto —se envaró— por mis ovarios que transformo a esa oruga en mariposa —miró a Rebeca— coméntale a Susana que le dé cita conmigo. Se marchó con sus cortas zancadas y su traje chaqueta de negro impoluto.
A las ocho, Malena y Alejandro, recogieron a Susana. El hombre dejó a Malena aparcada en doble fila y subió a buscar a Susana. Vio el envío del centro de plantas en la mesa redonda de reuniones al entrar al despacho. —Veo que has puesto las flores en un lugar preferencial —rió complacido. —Ya te dije este medio día que las dejaría aquí en la oficina — contestó levantándose y yendo a darle un beso que comenzó lánguido y siguió más íntimo de lo planeado.
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Alex le sujeto la nuca y la barbilla para acceder mejor a su boca. Ella palpó la venda apretada bajo la camisa del traje chaqueta clásico. Se quejó de un pequeño mordisco que él le dio en el labio inferior. —Lo siento —se disculpó el hombre finalizando el beso— estoy algo nervioso. —Lo sé —suspiró dejándose abrazar ella— te vas mañana. —Me gustaría empaquetarte y meterte en la maleta —dijo él acunando su cuerpo. —Vamos a dejar el tema porque sino me pondré llorona. Llevo todo el día procurando no pensar en ello. —¿Qué tal si pones tus pensamientos en que mi entrevista es un éxito y que vuelvo en unos días con la noticia? —Hecho —dijo retirándose de sus brazos y yendo a coger su bolso.
Flora se había ido dos horas antes de la oficina para ocuparse de recibirlos con una cena excelente. Esa noche era en realidad su vuelta a la normalidad como pareja, pues los últimos días habían estado muy pendientes de los padres de Manolo y habían parado poco en casa. Beto y Samu venían por su cuenta, así que allí se juntaron todos. Malena había hecho un postre y Alex llevaba una caja de cava para ese postre supuestamente exquisito. Beto y Samu se ocuparon de la bebida, que como ya era costumbre desde el año anterior, era sangría preparada en casa.
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Manolo los recibió con el delantal puesto. Con su generosa sonrisa y su pelo pincho de eterno engominado. Su panza estaba algo más pronunciada que semanas atrás. Beto, el más bello entre los bellos, rezumaba elegancia por los cuatro costados. Malena lo miró muy de cerca para asegurarse que llevaba la raya de los ojos pintada. Samu, en su estilo habitual, con su pantalón tailandés y su camiseta, en esa ocasión tipo guayabera, adornaba su coleta con una flor blanca que hizo pestañear a Malena. Malena, vestía un traje pantalón robado del armario de su casera. Y seguro que era robado, pues fue sin el consentimiento de Susana, que no dijo nada pero la miró muy fijo cuando la vio de cuerpo entero. Por lo menos estaba discreta, aunque el traje le estaba algo estrecho de caderas y el escote, al no llenarlo tanto como la dueña, se ahuecaba poco discretamente. Alejandro lucía su traje chaqueta de batalla. Con su corbata, que seguro desaparecería en un rato más, y su cabello estaba bien peinado pese a los rizos revolucionados. En realidad esa noche era más que una simple cena. Era su cena de despedida. O por lo menos ella no podía dejar de pensarlo así. Alejandro estuvo animado y bromeaba. Ella estaba algo ausente, con cierto gusto amargo pese a la comida deliciosa. Finalmente, desistió de atender todo lo que se decía en la mesa y se dedicó a hablar con Malena sobre la perra y su visita al veterinario. Cerca de las doce, tras postre, cava y charla intrascendente, comenzaron las despedidas. Solo entonces, Alex aprovechó para comunicar que se iba unos días. El silencio que se hizo en la sala fue elocuente, pero Malena rompió el hielo.
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—Es cuestión laboral. No se puede vivir siempre de vacaciones — rió quitándole hierro al asunto. Mientras Flora se llevaba a una esquina a Susana, y Beto y Samu hablaban con Alex en la otra, Malena se fugó al servicio. —¿Cómo no me dijiste que se iba? —preguntó gesticulando Flora. —En realidad fue todo muy rápido. Se va a una entrevista para ver si puede trabajar en España. —Eso es bueno —se tranquilizó la mujer— pero se diría que no estás muy contenta. —Inquieta. Es inevitable. Tenemos una relación de lo más extraña —sonrió cansada— hablaremos mañana. —Sí, claro —le dio un abrazo. En cuanto salió Malena del baño, se fueron todos tras las despedidas de rigor. En casa les esperaban los dos perros detrás de la puerta. Silenciosos. Sospechosamente silenciosos. Sorprendentemente, el piso estaba sin desastre alguno. Solo un cojín yacía en el suelo, como si lo hubieran usado de colchón. A la orden de Malena, los dos perros la siguieron a la cocina. Susana estaba rendida. Triste y no tenía muchas ganas de hablar. Se puso el primer camisón que encontró, uno naranja con un “naranjito” deportivo del año de la patata... Miró con la vista nublada como Alex se desvestía y le ayudó a quitarse la venda apretada. Ya eran la una de la noche. Se oía a Malena trajinar en la cocina. Susana abrió la cama para que él se acostara primero. Alex la miró, quieto, de pie junto al sofá que estaba a los pies de la cama. Llevaba sus boxers de color azul.
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—Me gustaría hacerte el amor para que me recordaras impaciente por repetir —dijo él con su voz ronca y varonil— pero sería patético escucharme quejarme con cada movimiento sensual que hiciera. —rió complacido por su sonrisa— Pero me gustaría que hoy durmiéramos desnudos. Quiero sentirte. Recordar tu piel contra mi piel, sin barreras. Ella tragó saliva. —¿Eso no será peor? No es conveniente tentar al diablo —se apenó ella. —Solo abrazarte. Quizá acariciarte —se acercó hasta ella y la empujó hasta que se topó con el dorso de las rodillas con la cama— puede que no esté para una demostración de macho ibérico, pero me apetece estar con la mujer que amo entre mis brazos sin esas braguitas pacatas y estos calzoncillos impidiendo que sienta cada una de tus pecas. —¿No te gustan mis bragas? —rió ella cayendo al colchón. —Me gustan más tus pecas. —Tienes verdadera fijación con mis pecas —fingió molestarse. —No lo sabes tú bien ¿me ayudas a quitarme el calzoncillo? Ella miró hacia arriba y vio su expresión de disfrute. Sabía que él era del todo consciente de donde estaba situado su sexo, todavía cubierto por la tela y a unos centímetros de la cara femenina. —¿Sabes que eres un descarado? —Desde luego —hizo un movimiento pélvico insinuante— pretendo que se te quede grabado en la memoria mi cuerpo serrano —rió guiñándole un ojo— si no ves lo que te pierdes, corro el riesgo de que te robe algún desaprensivo durante mi ausencia.
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—No —rió ella— eso no ocurrirá. Pero si me enseñas tu trofeo y me asusto, cuando regreses, tendrás que perseguirme con más insistencia —coqueteó ella. —Esto no asusta. Gusta —dijo él tomando la mano de ella— verás que es inofensiva. Por lo menos hoy —rió él con algo de pena— está preparada pero no puede disparar, porque las costillas acompañarían el tiro. Ella lo miró, mientras él acompañaba su mano hasta la creciente erección. Respiró nerviosa disfrutando de su respuesta y viendo la expresión de él ante su caricia. Alex apartó su mano, y ella continuó frotando solo un instante, hasta que él, confiado, cerró los ojos y elevó el cuello con un gemido placentero. Casi de inmediato, ella tomó la cinturilla del boxer y lo bajó de golpe. Su sexo saltó bamboleándose. Él se sorprendió del gesto repentino y bajó el rostro para contemplar la mirada atenta de ella. —Es más bonito de lo que me imaginaba —susurró ella tomándolo en la mano, y dirigiéndolo hacia su boca como si fuera un micrófono. Habló— hola guapo —besó la punta circuncidada y elevó los ojos para ver la reacción masculina. Alex contuvo la respiración y miró, algo sorprendido, el siguiente acercamiento de ella, que se llevó su miembro duro y ansioso a la mejilla, y lo acarició con ella. Dio un respingo, seguido de un quejido por el movimiento, que provocó un latigazo en sus costillas. —Buen Dios, cariño. Reserva eso para cuando regrese porque no podré aguantar otra caricia igual.
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Susana lo soltó. Y vio su expresión triste. Se arrastró por el colchón hacia su lado mientras lo veía deshacerse del calzoncillo con los pies. Mientras Alex se acostaba, ella se quitó el camisón, y se deslizaba las bragas hacia abajo cuando él, tumbado ya, acariciaba su espalda desnuda. —Hace fresco —dijo ella dándose la vuelta hacia él y alcanzando el edredón para cubrirlos— me gustaría prescindir de la manta y mirarte hasta empaparme de ti, pero hace frío. —Empaparme de ti —repitió él como eco— me gusta como suena. A mí me gustaría también empaparte, aunque de forma menos poética —escuchó la risa femenina. —Eso ya lo conseguiste —susurró ella pegándose a él y elevando su rodilla hacia su cadera. Él sujetó el dorso de su rodilla y posicionó su pierna sobre su sexo excitado, mientras su otra mano buscaba, bajando desde la espalda femenina, el hueco entre sus muslos y se mojaba de su rocío. Masajeó unos segundos su entrada húmeda, y desistió cuando él mismo se hizo daño al empujarla hacia él. Se rieron los dos. —¿Te he dicho hoy que te amo? —le preguntó mirándola a los ojos. —Sí —contestó ella— lo escribiste. Y me encantó. Me gusta oírtelo decir. —Pues, te amo —repitió. —Y yo te amo a ti —lo besó en la comisura de los labios— mañana Malena te llevará al aeropuerto a las seis. Te tienes que levantar en cuatro horas.
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—Apagaría la luz —dijo con los ojos entrecerrados— pero prefiero dormirme mirándote. —Que romántico eres —suspiró ella. —En realidad preferiría dormirme empalmándote contra el colchón, pero eso lo dejo para mi regreso —rió él. —¡Oh! Es que no puedes contenerte y dejarlo en el comentario romántico —coreó su risa. —No sería yo. Si no lo digo, reviento. —Me gustas así de fino –besó suavemente sus labios alzándose sobre su rostro y apoyándose en su pecho firme— y así de bestia — continuó con un lametón en plan leona para puntualizar su comentario— los dos eres tú —sonrió y se arrellanó en su costado como gatita ronroneante. Él la apretó contra si y respiró su aroma ¿se podía respirar el amor? Pensó mientras le entraba el sueño.
Alejandro durmió hasta pasadas las cuatro de la madrugada. A partir de ese momento se limitó a escuchar la respiración de Susana y a sentir la piel suave de su cadera bajo su palma. Quieto, sin moverse. La puerta de la habitación chirrió al abrirse, dando paso a la nueva inquilina que asomó con una lentitud y cuidado propio de alguien que sabe que está haciendo algo ilícito. La luz de la lamparita de noche iluminaba sus pasos silenciosos y forzados. De repente miró los ojos del hombre y pestañeó con sus globos saltones. Se detuvo, a la espera de que la echara. Pero cuando no
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ocurrió, siguió su avance hasta detenerse encima de las zapatillas caseras y mullidas de Susana. Dio un par de vueltas a su alrededor y se acostó sobre ellas dando un enorme suspiro. Alejandro sonrió y apagó la luz, disponiéndose a disfrutar de ese ratito hasta que sonara el despertador o Malena viniera a darle un toque.
Durante media hora la casa tuvo un ritmo frenético. Tenía la maleta hecha. Solo puso un par de cosas de última hora y se afeitó antes de vestirse, algo refunfuñón porque Susana le obligó a ponerse la venda. Estaba seguro de que se la quitaría nada mas llegar al aeropuerto, era imposible ir sentado en el avión como si tuviera una vara metida en el culo. Los dos perros le hicieron fiestas de despedida y tras un beso largo y prometedor de Susana se fue con Malena de chófer. Susana se quedó con una sensación de horrible soledad que tardó en desaparecer. Se fue a la oficina después de dar un paseo a los perros y se zambulló en el trabajo con verdadera saña. Cuando llamó Alejandro, unas horas después para decir que había llegado y hablaron durante un rato, se tranquilizó y comenzó a cambiar el semblante. Flora fue a charlar y eso mejoró con mucho ese día. Pese a las invitaciones de Flora y Beto para sacarla y entretenerla, prefirió quedarse en casa. Sabía que Malena la esperaba con los dos canes. Una noche de mujeres, algo tristes, aunque por distintas circunstancias, y una cena plagada de pecados, la esperaba.
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Ese primer fin de semana sin él fue particularmente largo. Alejandro la llamaba dos o tres veces por día. Aunque se estableció la llamada fija por la noche, cuando él llegaba de trabajar. Susana procuraba preguntarle sobre su trabajo y no rallar en sentimentalismos. Él le hablaba con optimismo y le decía lo mucho que la echaba de menos. El domingo no fue un día festivo para Alex. Trabajó con denuedo con la ayuda de su amigo Álvaro para estar preparado para su entrevista inicial, el lunes. La compañía de Malena y los dos chuchos fue clave para que no se hundiera en esas primeras horas sin él. ¿Cómo se puede echar de menos a alguien con tanta fuerza? Más si cabe con el poco tiempo que llevaban de relación. Todos los miedos habidos y por haber, regresaron a Susana con retorcidas mañas, para hacer florecer todas y cada un de sus inseguridades. La distancia no era buena para el inicio de un noviazgo que había sido tan accidentado. El lunes, Malena fue al médico y le dio el alta. El martes tenía que ir a trabajar y no estaba medianamente preparada para regresar a sus obligaciones laborales y, por consiguiente, a volver a ver a Paco y su ex amiga. Así que, en un improvisado y patético intento de preparar un terreno más a su favor, Malena pidió a Beto, Samu y a Susana, que fueran esa noche del lunes al local donde, con seguridad, estarían Paco y María.
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Malena no se pudo vestir mas “matahari”. De negro, en plan viuda dolida.
Con
un
sombrerito
ladeado.
Con
escote
escandaloso,
pronunciado y descocado. Tacones de aguja que amenazaban bajarla de las alturas y una actitud soberanamente soberbia que no ayudaría mucho al encuentro visual o verbal. Entró del brazo de Samu, Susana y Beto en la retaguardia. —Está ahí —susurró Malena ladeando la boca y mirando fijamente hacia una mesa no muy lejana donde su ex novio, su nueva conquista y un hombre maduro, tomaban sus jarras de cerveza tamaño “king size”. —Disimula —le contestó Samu arrastrándola hacia el lado contrario para evitar que se dirigiera directa a la mesa en cuestión. Se sentaron a tres metros de su objetivo. Malena, sin disimulo, clavaba su mirada asesina en su ex. —Has venido a exhibirte —le recordó Beto— no a buscar pelea. Deja de mirarlo con esa expresión de buldog. Vamos a pedir una cerveza y luego, que ya estés más tranquila, te das el paseo del brazo de Samu por su mesa y lo saludas como quien no quiere la cosa. —Bien —adjudicó demasiado rápido Malena desviando sus pupilas de Paco y compañía. —Me parece que María te ha visto —observó Susana— y se lo está comentando a Paco. —Con un poco de suerte vienen ellos a saludar y nos lo ahorramos nosotros —esperanzó Samu. —Paco no vendrá. Es de los que no contesta al teléfono y cruza la calle cuando te ve venir. Todo con tal de no enfrentarme. Y María se siente justificadamente culpable. Me evita. Vino la camarera y pidieron los cuatro.
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Malena se tomó de golpe su cubata. Susana dio un respingo, acordándose de la primera vez que la vio apurar así su bebida y el desastre que siguió. —Vamos —se levantó Malena con decisión— nunca reuniré el valor suficiente por más alcohol que me tome. Así que prefiero hacerlo cuanto antes. Samu se levantó y le ofreció su brazo. Parecía que iban al matadero. Susana estaba por levantarse, pero Beto la detuvo. Los dos se detuvieron frente a la mesa de Paco. Ya los esperaban. Desde su ubicación, Susana y Beto no escuchaban la conversación, pero pareció ir todo sobre ruedas. Apenas cruzaron dos frases, aparentemente corteses, y los dos, bien agarrados del brazo se dieron la vuelta para volver sobre sus pasos. En un microsegundo, Malena se dio la vuelta y tomó la jarra de cerveza de Paco y se la derramó sobre la cabeza. El tiempo pareció detenerse. Samu abrió mucho los ojos y miró a Malena, que sonreía satisfecha. María reaccionó haciendo lo propio con su bebida, que acabó duchando a Malena y a Samu. Al tiempo que un furioso Paco se levantaba con el puño en alza. Samu paró con su mano abierta el golpe que iba dirigido a Malena, y lo empujó a su asiento. Para entonces Susana y Beto ya estaban corriendo para detener lo que fuera hacer a continuación Malena. Todo sucedió rápidamente. Beto llegó hasta Samu y le miró con actitud de calma. Susana tiró de Malena, al tiempo que María despotricaba y empujaba a Paco con malos modos.
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Paco se levantó de nuevo y lanzó un manotazo sin mucho tino, golpeando el costado de la cara de Susana que trastabilló y calló sobre la mesa de al lado. El ruido de vasos quebrándose y palabras malsonantes fue solo el comienzo de una pelea que acabó antes de llegar a mayores, cuando Samu levantó a Paco por encima de él, sujetándolo de la camisa y el cuello. Malena y un hombre de otra de las mesas ayudó a levantarse a Susana que sentía arder la mejilla derecha. Todos se giraron al escuchar el ruido de Paco al caer de vuelta a su silla. —Te cuidarás mucho de levantarle la mano a Malena, o faltarle al respeto. Me tiene a mí para protegerla. Y si la molestas, te encontraré. Vamos cariño —Samu se volvió hacia Malena y alargó el brazo. Beto rodeó los hombros de Susana y siguió a Samu y Malena, que caminaba muy digna. En aire frío de la noche despejó el ambiente. —Ha salido todo estupendamente —respiró satisfecha Malena. —Será para ti —Susana se tocó la cara roja del golpe. —No parece un golpe fuerte —revisó Beto el rostro de la mujer. —Siento que me saldrá un morado. —Podía haber sido mucho peor —se quejó Samu— ¿por qué le tiraste la cerveza encima? Iba todo como la seda. Saludaste, le preguntaste que tal estaba, Maria te dijo que se alegraba de ver que tenías pareja… —Sí, —rió Malena— y hasta puso cara de envidia. —Quiero irme a casa. Estoy cansada. Ha sido un día muy largo. —Sí. Tienes razón. Disculpa mi entusiasmo —sonrió Malena— me siento tan bien.
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—¡Dios mío, pero que cara traes! ¿Qué te ha pasado? —Flora se acercó. —Ayer me llevé un regalito que iba para Malena. —¿Por qué siempre que hay accidentes, Malena está por medio? —Es su sino. —Tienes un bonito morado bajo el ojo. —Le pasaré factura a Malena de los litros de maquillaje que tendré que usar esta semana. —Chasqueó la lengua y señaló su despacho— Mejor llama a Mer para la reunión. Hoy es de esos días que quiero acabar pronto. —¿Y eso? —indagó siguiéndola con pasos rápidos. —Malena se muda a su piso hoy. Con los dos perros. Dice que tiene que prepara mejor su vuelta al trabajo. Hoy ha sido su primer día. —¿No es un cambio muy radical? —Cualquiera la entiende —arqueó una ceja entrando a su despacho—, ayer cuando regresó de nuestra salida, comenzó a hacer una lista de cosas que tenía que hacer. Hablaba sola. En definitiva y para no aburrirte, —se dejó caer en su silla después de quitarse la chaqueta ligera— ha decidido cambiar de vida, de estilo, de táctica y se vuelve a sus dominios. —Miedo me da —se sentó Flora con aspecto de espanto. —Dice que quiere ponerse en manos de Mer y prepararse para el concurso. —¿Y se lleva a la chucha también?
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—Sí, y tanto. Reina, como la llama, es su más ferviente admiradora y además domina a Atila que es un gusto. Parece que Atila ha encontrado su talón de Aquiles. Reina actúa como un calmante para la fiera de Atila. Así los puede dejar en casa solos, sin que destrocen nada. —Al menos ha salido algo bueno de todo esto. ¿Y cómo llevas lo de Alex? —Mal. Hoy ya van cuatro días y me parece que hace un mes que se fue. No me puedo concentrar y me siento al borde del llanto a todas horas. —Quizá, no es el mejor momento de que se vaya Malena de tu casa —Para nada. He recuperado mi casa. Necesito estar sola. Me ha hecho mucho bien este fin de semana tenerla allí, pero es muy absorbente. Yo no estoy para complacer a nadie en estos días, más bien para que me consientan a mí. —Voy a llamar a Mer, en diez minutos estamos aquí para comenzar. —Estupendo. El tiempo que necesito para un café y ponerme las pilas.
—¿Y ya estás sola? —dijo incrédulo Alejandro— Pensé que tendrías que llamar a la policía para sacarla de allí. —No te rías —coreó sin poderlo evitar— tendrías que verla ahora. Vino al despacho con el coche cargado de ropa que llevaba a Caritas. Y
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se fue a comprar acompañada por Mer para adquirir lo imprescindible. Cuando volvió era otra. —Me alegro. Puede que el cambio le venga bien. —¿Y tú, como va por ahí? —Muy bien. Mañana me pasaré el día en avión. Sí no te llamo, no te preocupes. Lo haré en cuanto llegue al día siguiente. —¿Y tus costillas? —Mejor. Aunque me molesta, me pongo la faja durante el día. La verdad es que estoy portándome muy bien ahora para poder portarme mal después —ella imaginó su sonrisa por el tono de voz— ya no necesito tomar nada para el dolor. —¿Ya duermes y comes bien? —Duermo poco, pero como bien. —Hubo un silencio en el que escuchó como tragaba ruidosamente— Te echo de menos. —Me gusta que me eches de menos. A mí me resulta muy difícil esta distancia. No sé si lo llevo muy bien. —Será solo un par de semanas más como mucho —consoló afectado. —Sí, ya me lo has dicho, pero se hace largo. —Sé que recién comenzamos a salir y que una ausencia en estos momentos es difícil de llevar, pero es solo un paréntesis para lograr una estabilidad que nos permita continuar nuestra relación. No te imaginas las veces que sueño despierto con nuestra noche en el barco. Ella rió quedo, una mezcla de risa y sollozo contenido. —Yo también pienso en la noche del barco —susurró casi sin voz. —Sueño con lo que voy a hacer cuando te vea y no me duelan estas malditas costillas.
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—Pues yo sueño contigo cada noche, me abrazo a la almohada y finjo que eres tú. —Umh, —gimió Alejandro— no me digas eso que no podré dormir. Ella rió, esta vez más animada. La conversación se acabo unos minutos después entre envíos de besos y promesas. A Susana le daba la sensación de que esas llamadas eran como la inyección que necesitaba para el día siguiente.
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CAPíTULO 9
“Amar en la distancia sublima o aborrece. Y da una ansiedad, que ni el chocolate aplaca. Ni siquiera el mejor chocolate belga.”
Alejandro, sentado en el cómodo asiento de la avioneta particular, miró sin ver por la ventana. Tenía una carpeta cerrada y tres portafolios de documentos sobre ella. El ordenador estaba abierto y una tabla de Excel se extendía en toda la pantalla. En una hora escasa llegarían a Turquía. Allí se reuniría con el sr. Fraile, conductor del proyecto, y con uno de los dos jefazos de la empresa: “Molinos y Quevedo”, concretamente, Bernardo Molinos. Con él sería la reunión definitiva. La que le llevaría a sellar el contrato que buscaba. Estaba más impaciente que nervioso por llegar. Todo obedecía a su intención de cubrir un par de años, máxime tres, hasta que llegara el momento en el que pudiera entrar en posesión de su puesto en Ciudad Real. No era una cuestión económica, pues podía prescindir de trabajar hasta más de tres años, pero en esa profesión era importante estar al día y no dejar pasar mucho entre proyecto y proyecto. Cuestión de currículo y seguridad. La competitividad es algo a lo que no deseaba enfrentarse y conservar el estatus ganado requería esa constancia de cara a fuera. Estaba pasándolo mal. Había sido una semana que le había parecido eterna. Sentía un distanciamiento difícil de paliar a través de un teléfono. La intimidad se desvanece cuando no hay referencia y, aunque el hilo comunicador hace que se sea más sincero en algunas
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cuestiones, se omiten otras de igual importancia que no se pueden compartir. Compartir el lecho, el roce, un beso, es imposible de sustituir por un “te amo” telefónico. Es un pobre substituto. Un consuelo que desconsuela. Turquía, Estambul, Portugal y las Islas Madeira, iban a ser su destino inmediato de los próximos días. Se mareaba de la actividad, y tenía que hacer un tremendo esfuerzo para no pensar en donde deseaba realmente estar. Estaba cambiando todos sus planes para poder crear una nueva vida. Una vida con Susana. Por primera vez en su vida, entendía la frase que a veces le decía su padre cuando se refería al modo en que conoció a su madre, y lo que hizo después: conocer a una mujer te puede cambiar la vida. Se rió pensando en el día en que conoció a Susana. La imagen de ella en ropa interior tras la mesa de su oficina perduraría en sus recuerdos para siempre.
Volvía a ser lunes por la mañana y Susana llamó a la hermana de Alejandro. Durante el fin de semana no había podido contactar con él. Suponía que estaba en algún lugar sin cobertura o viajando, tal como le contó, pero aún así, estaba nerviosa. El martes pudo hablar con él pero ya era tarde. Se cortaba todo el rato y apenas pudieron hablar.
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El miércoles al medio día quedó para comer con Gloria, la hermana de Alex y está le dio las llaves de la casa de él. Quedaron que ella iría el fin de semana para airearla un poco y limpiar. En realidad, Susana misma se ofreció. Le apetecía ir a su casa. Mirar sus cosas. Tocar sus muebles, respirar su colonia. Sería como sentirse más cerca de él. El jueves tampoco pudieron hablar, él le dejó un recado con Carmen, la secretaria, porque ella estaba reunida con Lalo Rubio, el director de escena del futuro concurso. El sábado estaba cansada. Su agenda plagada de tachones y con diez citas para la semana siguiente. El domingo cerca del medio día fue a casa de Alejandro. Era un ático de cien metros cuadrados y doscientos de terraza. Dos enormes aloes en sendos maceteros de gran tamaño, marcaban las dos esquinas de la terraza, mitad cubierta. Un balancín floreado y con dosel se balanceaba al mínimo toque. Un jazmín que salía de un pequeño terraplén en el suelo, subía por la pared izquierda de la terraza. Se notaba que Gloria y quien quiera que había sido contratando para el mantenimiento y cuidado de la casa, lo había hecho bien. Regó. Abrió las ventanas para dar la bienvenida al primaveral mayo y encendió la tele mientras barría y pasaba el plumero por la librería llena de libros de consulta, arquitectura, arqueología, incluso de medicina. Miró todas las habitaciones y finalmente se recostó en el sofá. Bajó el volumen de la tele y se acurrucó, bajándose la falda del vestido para tapar sus pies, que encogió para que quedaran cubiertos.
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Se quedó dormida y cuando despertó ya eran más de las ocho de la noche. Por un momento se sobresaltó. Ya estaba oscuro. Hacía frío pues las ventanas seguían abiertas. Se levantó, cerró todo y ya cogía el bolso para irse cuando se lo repensó. Abrió la despensa y vio una lata de espárragos, otra de atún y tostadas. —Me quedo a dormir —decidió. Cenó, se hizo un baño de espuma de casi media hora y luego se acostó en la gran cama de Alejandro. Las sábanas eran de seda color crema. Olían a él. Dejó el vestido extendido en la silla del dormitorio y la ropa interior colgada del respaldo. Y se regodeó de su idea lujuriosa de yacer completamente desnuda en la cama de él. Se durmió abrazada a una de las almohadas.
Alejandro bajó del taxi con decisión, pero con aspecto cansino. Tan pronto como firmó el pre-contrato de su nuevo trabajo, comenzó a hacer las maletas y comprar el pasaje de vuelta. La cosa se había complicado y el sábado tuvo que asistir a una ceremonial reunión de inauguración en Portugal. Pero en cuanto se pudo librar, compró el billete de vuelta a Barcelona. El miércoles tenía que regresar por tres días, pero el lunes y el martes eran suyos. Había tomado tres aviones para estar allí. No podía esperar a que ninguno directo le trajera. Eran la una de la madrugada. Necesitaba
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dormir unas horas, y ducharse, para presentarse de sorpresa en el despacho de Susana. Sonrió al imaginar su cara. La invitaría a comer y luego la llenaría de besos hasta el empalago. Y luego la volvería a besar. Y a la noche, la ataría a la cama hasta que tuviera que irse a trabajar. Entró en la casa que estaba completamente a oscuras. Dejó la maleta en el pasillo y fue directo a la cocina. Bebió un vaso de agua, mientras contemplaba un plato, un vaso y unos cubiertos recién fregados y puestos a escurrir. Le extrañó, pero no le dio demasiada importancia. Se empezó a desnudar en el comedor y tiró la ropa sucia al suelo del baño. Ni siquiera se duchó. Lo haría por la mañana. Ahora lo que deseaba era dormir. Apagó la luz y entró directo a su habitación. Fue derecho a la mesita de noche y encendió la lamparita. Rebotó sorprendido al ver el cabello pelirrojo sobre las sabanas claras. Se quedó de pie, con la piel de gallina, contemplando a Susana en su cama. Por la cabeza le pasaron cien ideas, a cual mas descabellada. Ella también estaba desnuda, podía ver parte de su espalda y una de sus piernas. La única duda era que podía usar bragas, pero, con la boca seca, dedujo que no era así. Ni se preguntó que hacía ella allí. Era su regalo de bienvenida. Casi soltó una carcajada. Le quería dar una sorpresa al día siguiente y se encontró con la sorpresa el mismo. Respiró hondo. Las circunstancias habían cambiado desde la última vez que la tenía desnuda en sus brazos. Ahora él estaba bien.
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Sus costillas habían soldado perfectamente y aunque no podía hacer grandes proezas, estaba más que dispuesto y capacitado para una relación plena y apasionada. Se acuclilló al borde de la cama. Se acercó para oler su piel. Olía a su jabón. Había usado su bañera. Toda ella, blanca y pecosa rezumaba perfume a Legrain. Y él olía a caballo desbocado y recién llegado al establo. Se levantó raudo y volvió a apagar la luz. Volvió al baño y se metió en la ducha. Se lavó como cuando era niño y su madre le obligaba a bañarse cuando el no quería. Enjabonando con rapidez las partes pudientes y aclarándose a la velocidad del rayo. Por lo menos no arrugaría la nariz cuando se acostara a su lado. Regresó con la piel helada, pues ni se había molestado en modular el agua y su secado fue supersónico. Se quedó alelado. ¿Qué hacer? La despertaba o se metía en la cama sin advertirla. ¿Y si se asustaba? Tanta improvisación podía causarle un susto de muerte. Estuvo unos minutos decidiendo como despertarla. Encendió de nuevo la lámpara de la mesita mas alejada de ella. Se acostó en el lado que había dejado libre, con la cara de frente a ella. La almohada dividía ambos cuerpos. Miró el reloj de la mesita. La una y media de la madrugada. Sintió un dolor en el estómago que definió como miedo. Miedo a despertarla. ¿Cómo reaccionaría? Con cuidado tomó la almohada y la estiró para quitarla de en medio. El brazo y la pierna femenina que estaban sobre el blanco cojín, se deslizaron con suavidad al colchón. Apoyó su cabeza en su brazo izquierdo y posó su mano libre en el hombro pecoso. Ella no se movió. Retiró su cabello y acarició su mejilla suave. De repente ella movió sus párpados y acabó abriendo sus ojos.
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Medio adormila le sonrió. Una sonrisa que provocó una aceleración del corazón masculino. —Estaba soñando contigo —susurró ella con voz ronca. —Pues ya no hace falta que sigas soñándome. Estoy aquí —se acercó buscando su calor y pretendiendo abrazarla. Susana fue consciente de que Alejandro estaba realmente ahí cuando la cama se movió ante el avance de él para acercarse a ella. Pegó un salto, sentándose de golpe en la cama mientras trataba de sujetar la sabana de seda contra su pecho. —¿Qué diablos haces aquí? —chilló con tono histérico y apartándose de él como si fuera un extraño. —¡Sorpresa! —intentó él tranquilizarla al darse cuenta de que había estado medio dormida al verle, y recién se daba cuenta de que había llegado de improviso. Se quedó mirándolo. Por su cara pasaron expresiones de incredulidad, susto, extrañeza, enfado e infinito amor. —¿Por qué no me avisaste? —dijo haciendo casi un puchero. —Planeaba darte una sorpresa mañana por la mañana. Es de madrugada y no podía ir a tu casa a despertarte. Así que ha sido una maravilla encontrarte aquí, en mi casa. —Gloria me dio… Alejandro le puso un dedo sobre los labios para callarla. —Me encanta que estés aquí. Lo considero un regalo de bienvenida. Ahora necesito abrazarte. Ven aquí —dijo atrayéndola hacia él. Ella no se resistió. El cuerpo de Susana estaba caliente, el de él, frío. Se estremecieron los dos con violencia. —Mañana tengo que trabajar —balbuceó Susana.
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—Solo quiero besarte —unió la acción a la palabra y tomó sus labios con suavidad. Ella le abrió los suyos. Se sentía lánguida, todavía con el sopor del sueño. Alejandro aumentó la presión. Quería ir despacio, incluso portarse como un caballero y, después de unas caricias, dejarla dormir. Pero cuando empezó a besarla fue como si encendieran una mecha. Solo podía pensar en las veces que había imaginado que la tenía en su cama. El beso se profundizó hasta que pareció un león devorando a su presa. Su boca parecía enorme y se tragaba sus labios, su lengua. Toda la cara femenina estaba húmeda de sus recorridos. Su cuello palpitaba bajo su boca. Susana se dejó tumbar de espaldas ante la presión de él por abordarla. Sus pechos quedaron expuestos y a su alcance. Sin dejar de besarla, acarició las costillas femeninas y los lados de sus senos. Los gemidos de Susana fueron música para sus oídos. Los brazos femeninos acariciaron su nuca y espalda, bajando hacia su trasero. Paseó una mano por una de sus nalgas. —Estás desnudo. —Como Dios me trajo al mundo —confirmó él mientras su atención bajaba a los globos de sus senos. —No te esperaba —añadió ella al tiempo que él atacaba con su boca uno de sus pezones. Él no contestó. Se concentró en bañar, con su saliva caliente, la piel sedosa de ella, que se arqueó, al tiempo que suspiros sorprendidos y ansiosos, se colaban entre ellos. Susana apretó sus glúteos y él se acercó más a ella. Su erección frotándose con el muslo femenino. La pierna de Alex se abrió camino entre las de ella. Lentamente. La mano que amasaba sus pechos, abandonó la tarea, dejando su boca que seguía empapando su piel, y
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bajó hacia su vientre y cadera. Acarició sus generosas curvas, amasando la carne con algo de brusquedad, rodeando la cintura y apretándola hacia él, llegando a su trasero y haciendo que ella se curvara hacia arriba ante su toque. Los dos gemían y suspiraban. La mano grande de Alejandro, descendió hasta la entrepierna de ella. Ella estaba abierta, mojada y deseosa. Se apretaba contra él con cierta actitud frenética. Con más entusiasmo que experiencia. Sus caricias eran vacilantes. Demasiado suaves. Pero a él le encantaba cada avance que ella hacía, cada toque que le daba. Estaba demasiado pendiente de ella para preocuparse de él. Ya tendrían tiempo de aprender el uno del otro. De compartir lo que más les gustaba y para mejorar en sus coordinaciones. Ahora solo quería saborearla. Oírla gemir más fuerte. Quería que estuviera ansiosa por recibirlo y por experimentar más. Acarició con suavidad, pero con insistencia su interior. La respuesta inmediata de ella casi lo hace explotar. El roce continuo de su miembro contra la piel de ella era ya por sí una tortura. La boca de Alex regresó a la boca de ella, mientras imitaba con su lengua, los embates de sus dedos, intentando llevar un ritmo con sus gemidos. De repente, aumentó el ritmo de las caricias y presionó con círculos rápidos su botón de placer. Ella gimoteó. Hasta pareció sollozar en algunos instantes. Intentó decir algo, pero él la besó tras la oreja, al mismo tiempo que aceleraba el ritmo de su mano. El orgasmo de ella fue acompañado de un grito corto y ronco. El esperó a que ella acabara para seguir acariciándola alrededor de la zona
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genital. Apenas rozando de nuevo su centro femenino, que estaba muy sensible. Volvió a besar su boca solo un instante. —Hace quince minutos estaba dormida echándote en falta —logró decir ella con la voz entrecortada. —Hace unas horas estaba en un avión pensando en lo mucho que te amo —respondió mientras se ocupaba de besar sus párpados y su nariz— y ahora estoy aquí. A punto de entrar en ti. El silencio de ella lo alertó. La sentía preparada, pero no quería errar. Regresó a besar sus pechos y repasó su cadera y sus muslos con suavidad, de arriba a bajo y viceversa. Ella no protestaba. Acariciaba las costillas como si estuviera dándole un masaje. —¿No te duelen? —preguntó nerviosa. —Apenas —contestó algo apenado al notar su miedo— no tenía planeado encontrarte aquí. Me apetece mucho que hagamos el amor, pero si prefieres esperar lo entenderé. Ella pareció vacilar. Se miraron a los ojos, fijamente. A Susana le temblaron los labios y pestañeó nerviosa. —Sí que quiero. Pero estoy algo asustada. —No tenemos prisa —sonrió él— tú decides. Le dio un beso suave en los labios. Ella sonrió bajo esa delicada caricia. Su amor era tan grande, que lo sentía en todos sus poros. Se sentía querida y mimada, y deseaba mostrarle que ella también podía ser apasionada y sexy. —Sigamos pues —dijo ella bajo sus labios— esta noche, después de estas dos semanas tan largas, te tengo por fin aquí y quiero aprovechar cada minuto.
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Volvió a besarla, profundizando cada vez más. Pronto estaba de nuevo excitada y correspondía sin recelo. Bajó su boca, a la par que su cuerpo, mientras besaba los senos, las costillas y el vientre de la mujer. Ella se retorcía lánguidamente ante sus besos y caricias. Cuando llegó a su pubis, lo tomó por asalto sin resistencia. Ella se arqueó cuando la boca de él saboreó sus jugos. Trabajó en su entrada con avidez, con algo de prisa mal disimulada. Cuando ella estaba en un estado febril de deseo, se enderezó y se colocó sobre ella apoyándose en sus codos. Solo entonces ella se dio cuenta de que estaba a punto de penetrarla. En apenas unos segundos se estaba introduciendo en ella. Ella boqueó, asombrada de cómo apenas empezando ya se sentía llena, pero se arqueó hacia arriba para recibirlo y alzó sus muslos para rodear las caderas masculinas. Tenía miedo, sentía dolor y placer al mismo tiempo, pero lo quería dentro de ella. Él dio un grito salvaje cuando se introdujo en ella al segundo empujón. Sudaba. Se quedó quieto cuando escuchó un pequeño sollozo de Susana, que lejos de enfriarlo lo calentó más. Resopló. Pero ella alzó su cuello buscando su boca y eso lo derrumbó por completo, dejándose llevar y hundiéndose una y otra vez en ella. La cabalgó, primero con lentitud y luego con cierta violencia. Pero Susana le siguió el ritmo con una prontitud que lo dejó “kao”. Antes de que él alcanzara el orgasmo, ella se derritió con una orquesta de grititos y gemidos que solo aceleraron su explosión. Se sintió lanzado en catapulta. Literalmente, vio las estrellas antes de derrumbarse con todo su peso sobre ella. Debieron pasar un par de minutos, antes de que se acordara de tomar aire, y se percatara de que la estaba ahogando con su peso. —Lo siento amor —dijo tratando de moverse a un lado pero sintiendo que parecía un saco de patatas— no me quedan fuerzas.
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Ella lo ayudó y quedaron los dos mirando el techo y recuperándose del asalto. —Me encantaría hablar y ser el hombre sensible que mis padres me enseñaron a ser —dijo Alejandro con un hilo de voz— pero la verdad es que me cuesta hasta mover los labios. Ella rió. —Duérmete mi príncipe azul. Mañana tendremos todo el tiempo del mundo. —Te amo. —Y yo a ti —contestó ella mientras lo tapaba y se deslizaba al lavabo. A solas, se miró en el espejo del baño. Desnuda. Todavía con las marcas del amor en su cuerpo. En ese instante, se sintió la mujer más bella del mundo. Sonrió a su propia imagen. “Lo que hace el amor”…
Alejandro se despertó cerca de las seis de la mañana. Todavía estaba oscuro. Sonrió tontamente recordando la noche anterior. La cabeza de Susana descansaba entre su hombro y su pecho. Su brazo sobre su corazón. La lamparita de noche todavía estaba encendida. En breve sonaría el despertador. Besó la coronilla de la mujer y sin proponérselo, volvió a caer en un sueño leve. Se volvió a despertar escuchando el sonido de la ducha. Se levantó raudo y fue derecho al baño. Susana estaba bajo la ducha, abrió la mampara.
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—Buenos días —rió ante el saltito que dio ella ante su aparición. El cabello le chorreaba y apenas se dio la vuelta, dándole la espalda con cierto remilgo. —Dame cinco minutos y te dejo la ducha libre. —Cabemos los dos —dijo introduciéndose y rodeando su cintura con un brazo y acariciando uno de sus senos con la otra. Por un momento ella se quedó tiesa. Alejandro dedujo que estaba pensándose sin enfadarse y echarlo, o darle cancha. Esos segundos de vacilación le dieron la ventaja a él, que succionó su cuello mientras acariciaba su vientre y sus senos. Ella se quiso dar la vuelta, pero él no la dejó y siguió sus caricias desde esa posición. Ella empujó su cabeza hacia atrás, topando con su pecho. Notó su sexo duro, tensarse por encima de su trasero. —¿Ya te despiertas con la pistola cargada? —rió ella intentando alcanzar alguna parte de su cuerpo para devolverle caricias. —Sí —rió guturalmente mientras le mordisqueaba la oreja. Ella dio un respingo ante el suave ataque de él a su sexo mojado. Apartó la mano demasiado pronto para su gusto y la dejó deseosa. Le dio la vuelta y la apoyó contra la pared de la ducha. Él ya estaba empapado y el agua le corría por los hombros como una cascada. La levantó por la cintura hasta alcanzar su boca. Le dio el primer beso de la mañana. Ella levantó una pierna para acariciar el muslo masculino, ocasión que aprovechó él para retenerla en alto y alzarla un poco más. Mientras la besaba febrilmente, mantenía alzado su muslo hasta la cadera de él. Notó su sexo frotándose contra su obertura, calentándola más si cabe. Él entró en ella sin ayudarse con la mano. Susana soltó un
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gritito de sorpresa y se dejó caer hacia abajo, ahondando la penetración. Apenas en unos empujones, Susana explotó. Fue algo tan rápido que boqueó aferrándose a sus hombros y estrechando convulsivamente los músculos que lo apretaron a él, provocando un rápido orgasmo en el hombre. Alejandro soltó su pierna y ella resbaló hacia abajo despacio, haciendo que él saliera de ella en el proceso. —No hemos ido muy deprisa —dijo ella abrazándolo por la cintura y apoyando su cabeza en el pecho velludo de él. —Eso me pareció. Pero creo que ninguno tiene queja alguna — sonrió apretándola contra él. —En absoluto —aseguró ella mientras bajaba la mano y agarraba su miembro con aire posesivo y juguetón. Lo sintió endurecerse en su mano y alzó la mirada hacia él. —¿Quieres un segundo asalto? —invitó él buscando su boca entre roce y roce. —Me alegro que tengas pilas para rato, pero en una hora tengo que estar en el despacho —hizo un mohín caprichoso— pero me lo pido para el mediodía. —Soy todo tuyo —respondió tomando sus manos y enlazándolas— ahora y siempre. A la mañana, tarde y noche. —Te amo Alejandro —lo besó con un roce suave, casi casto. Él le respondió con frenesí. Levantándola del suelo de la ducha y abrazándola con un beso carnal y abrasador. Ese era un idioma que Susana no conocía, pero aprendía pronto. De tener aprensión a sus generosas medidas, había pasado a ser una ansiosa consumidora.
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Diez minutos después estaban vestidos y de camino al coche. Habían optado por desayunar cerca del despacho de Susana. Ella tenía ropa de emergencia en su despacho, así que no hacía falta pasar por su casa. Susana sonrió mientras él conducía hacia el trabajo. Tenía ganas de ver la cara de Flora cuando la viera aparecer con Alejandro. Su Alejandro.
Desayunaron en una cafetería cercana a “Gorditas a la carta”. Flora ya estaba en recepción cuando llegaron los dos. —¡Alejandro! ¡Qué agradable sorpresa! —se abrazaron y acto seguido Flora miró a Susana. —Se presentó de sorpresa anoche —explicó Susana mientras Alex hacía manitas con ella— se va el miércoles. —Pero vuelvo el viernes, sábado a más tardar —aseguró con una sonrisa enorme. —Entonces fue todo bien —suspiró aliviada Flora— me alegro. Pero ahora tengo que robarte a tu novia porque tiene una reunión de negocios en quince minutos y todavía tendrá que cambiarse de ropa. —Vuelvo a la una a recogerte —puntualizó Alex. —Que sea a la una y media —lo retó Flora— y después la regresas a las cuatro y media como tarde. —Sí, capitán —besó rápidamente a Susana y alzó el brazo mientras se iba.
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—Venga, mientras te pones una ropa adecuada al día de hoy, te voy a hacer el tercer grado —amenazó Flora mientras la arrastraba hacia las escaleras— y quita esa cara de tonta antes de la reunión. —Me parece que eso sí que no podré hacerlo —siguió con la cara de felicidad y la mirada brillante— me encanta esta cara. —Eso me temía —rió complacida Flora.
Flora se las apañó para llamar a Samu y decirle que Alex estaba allí por un par de días. Beto y él aparecieron por Gorditas a media mañana Mer y Malena tenían una cita a las doce y fue inevitable que Flora les contara de la llegada de Alex. Como consecuencia, cuando llegó Alex, algo más tarde de la una del medio día, Flora, Beto, Samu, y Malena, lo estaban esperando. Pese a sus planes de irse a comer a casa solos, Alex y Susana, acabaron comiendo con toda la tropa en el restaurante thai cercano. Aun así, disfrutaron de lo lindo de la improvisación. Susana se preguntó si se podía ser más feliz, cada vez que Alejandro la miraba, sonreía y se llevaba su mano a la boca para besarla con amor. Flora quiso organizar una cena de bienvenida para Alejandro. Pero Alex se escaqueó galantemente, asegurando que ya tenía planes. Volvieron al trabajo y Alex prometió recogerla a las ocho de la noche.
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Beto y Samu merodearon por la tarde por el despacho de Susana cual mariposas curiosas. Malena tuvo que irse para atender a sus dos fieras perrunas. Flora acabó contagiándose de la “cara de tonta” que criticaba en Susana. Y es que todo se pega…
Alejandro la llamó por teléfono desde el coche. —No me pienso bajar. No vaya a ser que me enganchen para otra comida. Baja en cuanto estés. Te espero en la esquina. Susana se despidió a las ocho en punto y voló rauda hacia la salida. El todo terreno de Alejandro la esperaba. Fueron riendo todo el camino hasta la casa de él. —Hoy necesitaré pasar por casa. No tengo más mudas —aclaró Susana. —Podemos ir después de cenar. Susana, pese a las risas, notó algo extraño en el ambiente. Alejandro estaba misterioso. —Lamento la encerrona de este mediodía —se disculpó ella. —La verdad es que tenía una comida planeada en casa —explicó contrito— había comprado comida hecha y preparado una velada romántica. —Oh! Lo siento —Susana sintió de veras haberse perdido esa ocasión.
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—No pasa nada. La velada será más romántica por la noche. Y no tienes que volver a trabajar. En efecto, había preparado todo un espectáculo. Se maravilló Susana cuando entró en la casa. Había varios ramos de flores por toda la casa. Velas y velones iluminando, tenuemente, el salón comedor. La mesa estaba dispuesta, con un centro de hojas frescas y piñas de adorno. Una botella de cava dentro de una cubitera les esperaba. —Te has esmerado. —Sé que ayer fue todo tan improvisado que no quiero que te lleves una impresión equivocada. —Ayer fue perfecto —contestó mientras le acariciaba la mandíbula ya sombreada por la barba— y esta mañana también. —Eres fácil de complacer —rió con cierto deje nervioso, que la hizo alzar una ceja. —No te confíes —soltó una risita coqueta y entró para mirarlo todo con calma—. Muchas gracias por ponerlo todo tan bonito. —Lo que tenía preparado al mediodía lo puse en la nevera. Lo podemos comer otro día. Para esta noche preparé marisco frío con salsas y regado con cava bien helado. —¡umh! Tú sí que sabes —halagó hambrienta. Le apartó la silla para que se sentara. Ella dobló su falda para acomodarse. Él se situó al lado de ella. Alejandro llenó sendas copas de cava, tras descorcharla sin mucha ceremonia. —¿Estás nervioso? ¿Pasa algo? —se preocupó ella. —Sí. Estoy nervioso —admitió haciendo que ella se alarmara más.
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Ella se puso seria. Su rostro alegre desapareció en un instante tras mirar la expresión desamparada de él. —¿Qué ocurre? —indagó dejando la copa en la mesa. —No pongas esa cara. Nada malo. Es solo que he sido tremendamente descuidado desde que llegué —admitió. Ella lo miró interrogante y él continuó— no usé protección ninguna en las dos ocasiones en las que hicimos el amor —levantó la mano para que le dejara hablar— no es que me preocupe que nos quedemos embarazados ahora, pero como es algo que no teníamos planeado, no quisiera que te enfadaras si ha ocurrido. —Yo tampoco me acordé de ese detalle hasta después. No es precisamente muy buen momento con el concurso en ciernes, pero no me molestaría en absoluto. —He de decir que esta mañana pasé por la farmacia y cargué con preservativos suficientes para una eternidad. —Hombre precavido vale por dos. —De veras, no tenía previsto verte hasta esta mañana. Fue una sorpresa tan grande encontrarte aquí anoche —movió la cara incrédulo— tanto soñarte y, por fin, te tenía allí. En mi cama. —Tuviste suerte, estuve a punto de volver a mi casa. Pero me tentó dormir en tu cama. —Soy un hombre tremendamente afortunado —admitió mirándola embelesado— lo que me recuerda la otra parte importante que deseaba decirte esta noche. Seguía serio. Le alcanzó de nuevo la copa de cava y brindó por los dos. —Me tienes en ascuas —sonrió algo incómoda Susana.
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—Cómo voy a estar yendo y viniendo durante un tiempo. Me gustaría dejar las cosas muy bien atadas aquí. —tomó un sorbo y señaló la copa de Susana— Deseo que nos comprometamos. Un silencio se hizo en el salón. Él se inclinó hacia delante, apoyando el codo en la mesa para quedar a un palmo del rostro de ella. Le tomó la mano con la que ella agarraba la copa y la llevó a los labios femeninos. Ella bebió sin dejar de mirarle. —No está saliendo como lo planeaba —continuó— se supone que tendrías que mirar la copa, para poder ver lo que hay dentro de ella. Susana con el corazón a cien y sin poder pronunciar palabra miró el interior de la copa. Dentro, en el fondo, todavía cubierto con cava, se encontraba un anillo con un diamante. Sin poder despegar la vista del aro, apuró el líquido y vació su contenido en la palma de su mano. —Es un anillo de compromiso —explicó él, innecesariamente— lo compré en Turquía —lo tomó de la palma de su mano y se lo puso. Le quedaba algo ancho. Ella todavía no había abierto la boca. Estaba roja, con taquicardia y sentía que le salía humo de las orejas— No quería que te quedara pequeño, pero se puede arreglar. Tengo un amigo joyero que en unos días te lo ajustará a tu medida —el silencio de ella lo puso más nervioso— di algo Susana, o me va a dar un infarto. —Me encanta —logró pronunciar con la voz tan ronca que no parecía la de ella. —¿Eres consciente de lo que representa? —insistió viéndola tan atolondrada— Te estoy pidiendo que te cases conmigo. En unos meses. En cuanto esté más relajado por lo del trabajo. Mientras, esto hace oficial nuestro noviazgo. Para que quede clara la cosa. —Queda clara. Muy clara —dijo ella comenzando una sonrisa feliz— estamos comprometidos.
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Él se acercó a besar sus labios sabrosos. —Novia mía, —dijo separando sus labios y sirviendo más cava— me temo que para la semana que viene voy a querer conocer a tu familia. Y el siguiente fin de semana iremos a ver a mis padres. Que seguro querrán preparar una fiesta de compromiso. Son muy tradicionales. —Tendremos que decírselo a Gloria —pestañeó nerviosa, con algo de timidez ante los eventos que se aproximaban. —Ya lo sabe —sonrió ladino— ¿Quien te crees qué me ayudó a preparar este salón? —Tendré que darle las gracias —rió alegre. —Será mañana. Hoy tengo otros planes. ¿Qué prefieres hacer primero? ¿Cenar o estrenar los condones? —Jajaja, las dos opciones me tientan. —Que decepción, yo pensaba que escogerías saborear mi cuerpo primero —hizo un puchero cómico mientras se levantaba y la arrastraba hacia él— te propongo que hagamos uno rapidito y luego cenamos y vamos a por uno más largo. Ella rió, contenta por la sugerencia. Subió los brazos hacia su cuello, quedando colgada de él. —¿El “rapidito” podría ser en la ducha ? —sonrió atrevidamente mientras se refregaba contra él. —Tú mandas amor —de forma repentina la cogió en brazos y enfiló para el baño— a la ducha. Las risas reverberaron en toda la casa, solo se dejaron de oír cuando comenzó a correr el agua corriente.
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FIN