Violencia contra la mujer en el perú p erú 1. Antecedentes de la violencia contra la mujer. Desde tiempos de nuestros ancestros, la violencia es considerada como parte de la cultura, y en cierto modo, se acepta como integrante de la formación familiar. El comportamiento violento y agresivo ha estado presente a través de toda la historia y ha quedado gravado en documentos que van desde las antiguas escrituras hasta las tablas estadísticas actuales. Las raíces del problema alcanzan a los patriarcados. Historia de los patriarcados: Actualmente la familia patriarcal puede aparecer desdibujada tras siglos de esfuerzos de la mujer por emanciparse; en sus orígenes, convirtió a la mujer en objeto propiedad del hombre, el patriarca. Al patriarca pertenecían los bienes materiales de la familia y sus miembros. Así, la mujer pasaba de las manos del padre a las manos del esposo, teniendo ambos plena autoridad sobre ella, pudiendo decidir, incluso, sobre su vida. La mujer estaba excluida de la sociedad, formaba parte del patrimonio de la familia, relegada a la función reproductora y a las labores domésticas. En la Roma clásica, en sus primeros tiempos, es manifiesta la dependencia de la mujer, debiendo obediencia y sumisión al padre y al marido. Este modelo de familia patriarcal ancestral sufrió durante la República y el Imperio numerosas modificaciones. El derecho sobre la vida de la mujer fue abolido. A ésta se le seguía reservando la pena de muerte en determinados supuestos, pero ya no era el marido el que decidía sobre ello, siendo la comunidad la encargada de juzgarla. En determinados momentos la mujer llegó a conseguir una cierta emancipación: podía divorciarse en igualdad de condiciones con el hombre, dejó de mostrarse como la mujer abnegada, sacrificada y sumisa y en la relación entre esposos se vio matizada la autoridad del marido. Esto ocurría principalmente en las clases altas y no evitó que la
violencia siguiese dándose en el seno del matrimonio «dirigida a controlar y someter a las mujeres mediante la agresión física o el asesinato». Los avances que pudieron darse durante la República y el Imperio romanos desaparecieron en el periodo oscuro del medievo. Una sociedad que rendía culto a la violencia, la ejerció también contra las mujeres y éstas se convirtieron frecuentemente en moneda de cambio para fraguar alianzas entre familias. «En las clases más bajas, además de cumplir con la función reproductora, constituían mano de obra para trabajar en el hogar y en el campo». En esta historia han jugado un papel importante las religiones, suponiendo una justificación moral del modelo patriarcal: «Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo».
Fueron las organizaciones feministas en la segunda mitad del siglo XX las que dieron visibilidad plena al problema de la violencia contra la mujer. Es curioso que en muchos países se confeccionasen estadísticas sobre accidentes de tráfico al tiempo que se ignoraba la incidencia de feminicidios y violaciones. En violaciones. En Francia, un artículo de Janna Hanmer, aparecido en la revista Questions Beauvoir, se preguntaba por qué no se Feministes, dirigido por Simone de Beauvoir, elaboraban estadísticas sobre la incidencia de la violencia contra la mujer en el seno de la familia; «encontraba la respuesta, precisamente, en que el fenómeno era considerado como un problema particular y no un hecho social». mAmérica Latina y el Caribe ha sido «una de las regiones del mundo que mayor atención ha prestado a la lucha contra la violencia hacia la mujer», mostrándose especialmente activa en la consolidación de redes sociales, sensibilizando a los medios de comunicación, adquiriendo compromisos institucionales y legislando para erradicar un problema que afecta al 50% de la población mundial limitando y conculcando sus más elementales derechos humanos. En aquellos tiempos tiempos costó hacer hacer ver que las agresiones agresiones hacia las mujeres no eran producto de momentos de frustración, tensión o arrebatos, contingencias de la vida en común; sino que eran consecuencia de los intentos de mantener la subordinación de la mujer, de la consideración ancestral de la
mujer como un objeto propiedad del hombre; y, por lo tanto, deberían dársele una consideración especial. 1975-1985 se declaró Decenio de la Mujer . Especial importancia tuvo la celebración del Tribunal Internacional de Crímenes contra las Mujeres en Bruselas en 1976, siendo la primera vez que se tipificaron como crímenes diferentes tipos de violencia cometidos contra las mujeres, creándose la Red Feminista Internacional con programas de apoyo y solidaridad. Consecuencia de su resonancia, en 1979, la Asamblea de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer y en 1980 se celebró en México la I Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, activándose al año siguiente la Convención para Erradicar la Discriminación contra la Mujer (CEDAW). Estos acontecimientos impulsaron toda una serie de medidas legislativas y modificaciones de códigos penales que en los diferentes países se han venido produciendo desde entonces. En 1993 las Naciones Unidas ratificaba la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer y en 1995, en Belem do Para (Brasil), se adoptó la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer.
En el artículo 1 define la violencia contra la mujer: A los efectos de la presente Declaración, por "violencia contra la mujer" se entiende todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada. Los actos de violencia se producen en la familia, en la comunidad y en el Estado.1Estos actos presentan numerosas facetas que van desde la discriminación y el menosprecio hasta la agresión física o psicológica y el asesinato. Las Naciones Unidas, en 1999, a propuesta de la República Dominicana con el apoyo de 60 países más, aprobó declarar el 25 de noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En Canadá se celebra el Día
nacional del recuerdo por las víctimas de la violencia contra la mujer el 6 de diciembre, en conmemoración de la masacre de la Escuela Politécnica de Montreal. Hoy en día numerosos países cuentan con estrategias específicas para combatir la violencia contra la mujer. Estos países han modificado su legislación incluyendo en ella leyes contra la violencia hacia la mujer, diseñan planes generales y sectoriales para combatirla y promueven campañas para interesar a los diferentes ámbitos de la sociedad en este problema. Estas estrategias han servido a su vez para sensibilizar a Estados y Sociedad ante otras formas de violencia: contra la infancia, ancianos, minusválidos, colectivos minoritarios. No obstante, la violencia contra la mujer sigue produciéndose en tasas insoportables. También, habiendo sido las sociedades occidentales las pioneras en esta lucha, siendo en estas sociedades donde los movimientos por los derechos de la mujer antes y más se han desarrollado, en otras muchas sociedades, esta lucha se encuentra sensiblemente retrasada. En El Salvador, se han aprobado recientemente, leyes que protejan a la mujer de cualquier tipo de violencia hacía su persona.
La ONU define la violencia contra la mujer como: "Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o en la vida privada".
2. Causas y formas de violencia contra la mujer 2.1. Causas La inequidad de género y la discriminación son las causas raíces de la violencia contra la mujer, influenciada por desequilibrios históricos y estructurales de poder entre mujeres y hombres existentes en variados grados a lo largo de todas las comunidades en el mundo. La violencia contra la mujer y las niñas está relacionada tanto a su falta de poder y control como a las normas sociales que prescriben los roles de
hombres y mujeres en la sociedad y consienten el abuso. Las creencias en la superioridad masculina asociadas a atributos social y culturalmente asignados pero considerados como
“naturales”: fuerza física,
racionalidad,
control de las emociones y mayor dominio de lo público por ejemplo. Estas creencias- confieren a los varones autoridad sobre las mujeres. Ellas son consideradas seres inferiores, cuya debilidad se fundaría no sólo en su menor fuerza física, sino en la irracionalidad de sus actos, sustentados en impulsos emotivos y volubles. Por eso, a las mujeres habría que protegerlas, dirigirlas, corregirlas y controlarlas. Estas creencias se desarrollan en el contexto de una sociedad jerárquica y autoritaria, que reproduce su sistema en el ámbito familiar. Las iniquidades entre los hombres y las mujeres trascienden las esferas públicas y privadas de la vida; trascienden los derechos sociales, económicos, culturales y políticos; y se manifiestan en restricciones y limitaciones de libertades, opciones y oportunidades de las mujeres. Estas inequidades pueden aumentar los riesgos de que mujeres y niñas sufran abuso, relaciones violentas y explotación, debido a la dependencia económica, limitadas formas de sobrevivencia y opciones de obtener ingresos, o por la discriminación ante la ley en cuanto se relacione a temas de matrimonio, divorcio y derechos de custodia de menores. La violencia contra las mujeres y niñas no solo es una consecuencia de la inequidad de género sino que refuerza la baja posición de las mujeres en la sociedad y las múltiples disparidades existentes entre mujeres y hombres. (Asamblea General de las Naciones Unidas, 2006)
Factores de riesgo Una variedad de factores a nivel individual, de relaciones, de comunidad y de la sociedad (incluyendo lo niveles institucionales/estatales) se intersecan para aumentar el riesgo de que mujeres y niñas sufran violencia. Estos factores son:
Atestiguar o experimentar abuso desde la infancia (lo que está a asociado a que en el futuro los niños sean perpetradores de violencia mientras las niñas experimenten violencia contra ellas); Abuso de sustancias (incluyendo alcohol), asociado a una mayor incidencia de la violencia(mayormente del marido hacia la pareja); Pertenencia de las mujeres a grupos marginados o excluidos. Limitadas oportunidades económicas (factor agravante para la existencia hombres desempleados o subempleados, asociado con la perpetuación de la violencia; y es un factor de riesgo para mujeres y niñas, de abuso doméstico, matrimonios forzados, matrimonios precoces, la explotación sexual y trata.
La presencia de disparidades económicas, educativas y laborales entre hombres y mujeres al interior de una relación íntima Conflicto y tensión dentro de una relación íntima de pareja o de matrimonio El acceso inseguro de las mujeres al control de derechos de propiedad y de tierras. Control masculino en la toma de decisiones y respecto a los bienes. Actitudes y prácticas que refuerzan la subordinación femenina y toleran la violencia masculina ( por ejemplo, la dote, pagos por la novia, matrimonio precoz) Falta de espacios para mujeres y niñas, espacios físicos o virtuales de encuentro que permitan su libre expresión y comunicación; un lugar para desarrollar amistades y redes sociales, vincularse a asesores y buscar consejos en un ambiente de apoyo. Uso generalizado de la violencia dentro de la familia o la sociedad para enfrentar los conflictos; Un limitado marco legislativo y de políticas para prevenir y hacer frente ante la violencia; Falta de sanción (impunidad) para perpetradores de la violencia; y , Bajos niveles de concientización por parte de los proveedores de servicios, así como de los actores judiciales y los encargados de hacer cumplir la ley (Asamblea General de las Naciones Unidas, 2006; Bott, et al., 2005)
Algunos factores adicionales de riesgo que se encuentran relacionados con la violencia por parte de la pareja íntima, que se han identificado en el contexto de los Estados Unidos son: corta edad; deficientes niveles de salud mental relacionadas a una baja autoestima, ira, depresión, inestabilidad emocional y dependencia, rasgos de personalidad antisocial o fronteriza y aislamiento social; historial de disciplina física en la infancia; inestabilidad marital y separación o divorcio; historial de comisión de abuso psicológico; relaciones familiares no saludables; temas asociados a la pobreza como hacinamiento y tensión económicas, y bajos niveles de intervención comunitaria o acciones contra la violencia doméstica. (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, 2008).
Factores de Protección Por otro lado, entre los factores de protección que pueden reducir el riesgo de que mujeres y niñas sufran violencia figuran:
educación secundaria completa para niñas (y niños);
retardar la edad de matrimonios hasta los 18 años;
autonomía económica de las mujeres y acceso a entrenamiento de sus capacidades, crédito y empleo; normas sociales que promuevan la equidad de género servicios que articulen respuestas con calidad (servicios judiciales, servicios de seguridad/protección, servicios sociales y servicios médicos) con dotación de personal con conocimientos, capacitación y entrenamiento adecuado.
Disponibilidad de espacios seguros o refugios; y
Acceso a grupos de ayuda
Existen otros factores que requieren investigación y análisis adicionales pero que podrían estar asociados con el riesgo de violencia doméstica y la protección contra la misma: experiencias previas de mujeres como sobrevivientes de violencia (en cualquiera de sus formas), a cualquier edad; niveles de comunicación de hombres con sus parejas íntimas femeninas; uso de la agresión física por parte de hombres contra otros hombres; así como la limitada movilidad de mujeres y niñas. (WHO, 2005) Es importante recordar que el riesgo y factores de protección no son causas directamente relacionadas pero están correlacionadas. Así, por ejemplo, que un muchacho sea testigo del abuso de su madre por parte de su padre no necesariamente lo convertirá en un perpetrador en sus siguientes años de vida; ni el hecho de que una mujer tenga alto nivel socio económico y educativo la hace inmune a la violencia doméstica. La violencia contra mujeres y niñas es un fenómeno social, económico y cultural complejo.
2.2. Formas de violencia Podemos hablar de diferentes formas de violencia, que se pueden dar tanto en el ámbito privado o doméstico como en el público: -Vio len ci a fí s ic a: es
cualquier acto intencionado que produzca daño físico (lo que implica también daño psicológico) en otra persona, como golpes, bofetadas, empujones o quemaduras.Algunas manifestaciones:
Empujar o aventar. Escupir. Jalar el cabello, despeinar.
Golpear con manos, codos o cabeza, abofetear. Patear. Lanzar objetos a la persona con el fin de herirla. Usar objetos o armas de fuego y punzo-cortantes para golpear o agredir. Tratar de ahorcar o asfixiar, etc.
-Vio len ci a ps íq ui ca: consiste
en aquellas acciones orientadas a causar daño psicológico en otras personas, como humillaciones, insultos, gritos, amenazas, críticas constantes, aislamiento social, control de los recursos de una persona sin su consentimiento.Otras manifestaciones:
Amenazas verbales, insultos, ofensas, gestos, gritos, humillaciones, etc. Desprecio, indiferencia y falta de atención. Negligencia y/o abandono. Acoso y hostigamiento. Comparaciones destructivas y/o difamación. Rechazo, discriminación por género. Privación de la libertad o privacidad. Enojo por incumplimiento de tareas consideradas propias de la mujer, etc.
-Violencia sexual: aquellas
acciones que vulneran el cuerpo y la intimidad sexual de otra persona, al obligarla a soportar o a participar en prácticas sexuales en contra de su voluntad. En algunos casos se imponen estos actos mediante coacción, como en el caso de la violación o agresión sexual. Pero otras veces esta violencia adquiere una forma más sutil, como cuando una persona adulta se aprovecha de la inocencia o el desconocimiento de un o una menor para que soporte o para hacerle participar, mediante engaños o chantajes, en prácticas sexuales que esta o este menor no es capaz de comprender (abuso sexual). También puede darse en el terreno laboral u otros, cuando uno o varios individuos dirigen una atención sexual, propuestas o comentarios sexuales no deseados a otra persona, provocando una situación incómoda y humillante y vulnerando el respeto y su derecho a la intimidad y a la integridad moral (acoso sexual). Manifestaciones:
Presión para tener relaciones sexuales no deseadas. No usar ni permitir el uso de preservativos aún cuando ella lo pida. Contagiarla con Infecciones de Transmisión Sexual (ITS). Obligarla a realizar o recibir tocamientos sexuales no deseados. Durante el acto sexual obligar a la mujer a prácticas no pedidas ni deseadas. Obligarla a prostituirse o a tener relaciones sexuales con otras personas. Violación sexual, etc.
Estas formas de violencia pueden darse tanto contra mujeres y niñas como contra hombres y niños, si bien la mayoría de los agresores son hombres y las mujeres son más vulnerables a este tipo de violencia debido a las desigualdades que existen aún en la sociedad entre mujeres y hombres, y que se manifiestan en la educación, la cultura (películas, videojuegos, novelas, televisión), el trabajo (remunerado y no remunerado), la economía y la política. Si analizamos cifras sobre violencia, observaremos que, de las que se han denunciado, la mayoría de los delitos violentos han sido perpetrados por hombres, lo cual no quiere decir que todos los hombres sean violentos y ni todas las mujeres sean víctimas, sino que hay más hombres que mujeres que ejercen violencia sobre otras personas y que hay un tipo específico de violencia que se ejerce sobre las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Este tipo de violencia recibe nombres como violencia contra las mujeres, violencia machista, violencia sexista y violencia de género. Hay personas que hablan de violencia doméstica para referirse a la violencia contra las mujeres. Sin embargo, la violencia contra las mujeres abarca muchos más ámbitos que el del hogar, puesto que se produce también en el espacio público (en la calle, en el terreno laboral o en lugares de ocio). Además, no siempre son parejas o exparejas quienes agreden a mujeres, otras veces son otros conocidos o desconocidos. Incluso en ocasiones esta violencia se ejerce desde instituciones, como ha ocurrido bajo el régimen talibán en Afganistán, o cuando determinados gobiernos han realizado esterilizaciones forzosas a mujeres, cuando se perpetúan prácticas sociales como la extirpación del clítoris o cuando, en cualquier lugar del mundo, determinadas leyes o funcionarios humillan o inculpan a las víctimas y las dejan desprotegidas frente a la impunidad del agresor (Vio len ci a Pol ític a o ). Por tanto, la violencia doméstica es tan sólo uno de los tipos de Institucional violencia contra las mujeres. También podríamos mencionar la violencia patrimo nial que es cualquier acto u omisión que afecta la supervivencia de la víctima. Se manifiesta en: la transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos, documentos personales, bienes y valores, derechos patrimoniales o recursos económicos destinados a satisfacer sus necesidades; también puede abarcar los daños a los bienes comunes o propios de la víctima. Consecuencia de esto se afecta la supervivencia de la víctima. En la violencia económica también dificulta su supervivencia con una desigualdad en el acceso a los recursos económicos y las propiedades compartidas; controlando el acceso, negándolo, generando dependencia económica, impidiendo su acceso al trabajo, a la salud o a la educación . Manifestaciones:
Amenazas verbales que atenten contra el bienestar económico de la familia. El hombre controla el dinero y toma las decisiones económicas. Obligar a la mujer a trabajar para aportar a la economía familiar. Privación o destrucción de los bienes personales y materiales pertenecientes a la mujer. Negar el derecho de la mujer a trabajar para aportar a la economía familiar, etc. Que el hombre disponga de dinero o las pertenencias de la mujer sin su consentimiento u obligándola.
Es necesario destacar que, es difícil encontrar que estos siete tipos de manifestaciones de la violencia se presenten aisladamente, salvo en algunos casos encontramos únicamente la figura de la violencia psicoemocional. En la mayoría de las ocasiones el ejercicio de una violencia necesariamente conlleva al inicio y desarrollo de otra. Por ejemplo, en una relación de pareja primero se violenta a las mujeres a través de los silencios castigadores, después con las palabras humillantes, posteriormente con aventones, cachetadas y patadas, para después dar paso a la violación, y así un día puede ocurrir una golpiza brutal que lleva a las mujeres al hospital o incluso al panteón.
3. Mitos y realidades sobre la violencia contra la mujer La sensibilización social ante el problema de la violencia contra las mujeres es un factor determinante para su erradicación. Analizar las propias ideas, prejuicios y mitos puede ser una ayuda para desterrar planteamientos falsos arraigados en la sociedad. Lee con atención las siguientes afirmaciones:
Mito: Ha ocurrido sólo una vez, no ocurrirá más. Realidad: La violencia doméstica no es un incidente aislado. Normalmente forma parte de un patrón de violencia que irá en aumento. Mito: Sólo cierto tipo de hombres abusan de sus parejas. Realidad: No existe un tipo de abusador. La edad, constitución, raza, religión o forma de ser no son factores determinantes. Mito: Los hombres que maltratan son enfermos mentales. Realidad: No existe relación causa-efecto entre la enfermedad mental y violencia doméstica. La violencia está motivada por un deseo de controlar y mantener el poder sobre la mujer.
Mito: Los hombres que asaltan o abusan de sus parejas son violentos por naturaleza. Realidad: La mayoría de los hombres que abusan de sus parejas no se muestran violentos fuera del hogar. Mito: Los hombres que maltratan han sido maltratados en la infancia. Realidad: No existe evidencia alguna de que exista un ciclo de abuso. La mayoría de hombres y mujeres abusados en la infancia no optan por abusar en la edad adulta. Es más, si fuera así habría un mayor número de maltratadoras. Mito: La violencia domestica está provocada por el alcohol. Realidad: Un gran número de hombres violentos atacan cuando están sobrios. El alcohol es una excusa más que usan los hombres violentos para justificar sus acciones y no hacerse responsables de ellas. Mito: Si hubiera sido tan violento, ella lo habría denunciado antes. Realidad: El 46% de las mujeres no denuncian la violencia que sufren por miedo a represalias, y una gran mayoría porque piensan que no van a ser creídas o tomadas en serio, o no saben salir de la situación dado su estado emocional. Mito: Los hombres también son agredidos por sus parejas. Realidad: Los archivos policiales muestran que el 99% de la violencia en la pareja la realiza el hombre hacia la mujer. Mito. Cuando una mujer dice no, en realidad quiere decir sí. Realidad. Muchos hombres creen que las mujeres dicen no cuando desearían decir que sí. Pero un hombre nunca tiene derecho a ir en contra de los deseos de la mujer o de mantener relaciones sexuales sin su consentimiento. Cuando una mujer dice no, simplemente significa eso. Mito: La violación ocurre a manos de extraños. Realidad: El 83% de las mujeres son violadas por alguien a quien conocen y en quien confían. El 20% son amigos/novios y el 33% esposos. El resto son conocidos. Mito: Una vez que un hombre está excitado, no puede hacer nada por controlar su necesidad sexual. Realidad: No hay excusa para justificar la violación. Mito: La mujer estaba borracha/drogada/tenía mala reputación/ vestía provocativa/le sedujo. Él le dio lo que estaba pidiendo. Realidad: Estos hombres intentan desacreditar a la mujer a la que violan para justificar su delito. Ninguna mujer pide o se merece que la violen o agredan sexualmente.
4. Estadísticas de la violencia contra la mujer
5. Consecuencias para la salud Existen múltiples consecuencias de la violencia, las cuales tienen efectos intergeneracionales inmediatos y de corto plazo. Las consecuencias y costos de la violencia tienen impactos a nivel individual (para los sobrevivientes, perpetradores y otros afectados por la violencia) así como al interior de la familia, comunidad y la sociedad en general, lo que resulta en costos a nivel nacional. La violencia contra mujeres y niñas acarrea costos –más allá del sufrimiento no visible y del impacto en su calidad de vida y bienestar- que incluyen aquellos costos que el sobreviviente y su familia deben asumir a nivel de salud (física o mental), trabajo y finanzas, así como el efecto que ello tiene en los niños. Se agrega a ello una selección de diez causas y factores de riesgo de discapacidad y muerte para mujeres entre las edades de 15 y 44, la violación y violencia doméstica consideradas con una incidencia superior al cáncer, accidentes de tránsito, la guerra y la malaria (Banco Mundial, 1994). Como ejemplos de tales costos y consecuencias tenemos:
Lesiones inmediatas como fracturas y hemorragias así como enfermedades físicas de larga duración (por ejemplo, enfermedades gastrointestinales, desórdenes del sistema nerviosos central, dolor crónico);
enfermedades mentales como depresión, ansiedad, desórdenes de estrés post traumático, intento de suicidio;
problemas sexuales y reproductivos como infecciones por transmisión sexual (incluyendo el VIH) y otras enfermedades crónicas; disfunciones sexuales; embarazos forzados o no deseados y abortos inseguros; riesgos en la salud materna y la salud fetal (especialmente en casos de abuso durante el embarazo)
abuso de sustancias (incluyendo alcohol);
habilidades deficientes para el funcionamiento social, aislamiento social y marginación.
muerte de mujeres y de sus hijos (producto de negligencia, lesiones, riesgos asociados al embarazo, homicidio, suicidio y /o HIV y asociados al SIDA)
pérdida de días laborales, baja productividad y bajos ingresos
reducción o pérdida total de oportunidades educativas, laborales, sociales o de participación política; y
desembolsos (a nivel individual, familiar y del presupuesto público) para sufragar servicios médicos, judiciales, sociales y de protección. (Heise, et al., 1999; Heise, L. y García-Moreno, C, 2002; Asamblea General de las Naciones Unidas, 2006) Más allá de las consecuencias directas y a corto plazo, los niños que son testigos de la violencia tienen más probabilidades de presentar problemas emocionales y de conducta, un deficiente desempeño escolar así como están en riesgo de cometer o experimentar violencia en el futuro. Empresarios y empleadores pueden incurrir en pérdidas financieras debido a las ausencias trabajadores sobrevivientes de la violencia que presentan secuelas en su salud que les impiden trabajar; al encarcelamiento de perpetradores; y los gastos relacionados a las medidas adicionales de seguridad que puedan necesitarse en el lugar de trabajo Costos Nacionales para la Reducción de la Pobreza, el Desarrollo y los ODM La violencia contra las mujeres y niñas afecta adversamente el desarrollo humano, social y económico de un país. Asimismo, dificulta los esfuerzos para reducir la pobreza y tiene consecuencias intergeneracionales. El Equipo de Tareas en Igualdad de Género del Proyecto del Milenio de las Naciones Unidas reconoce que la eliminación de la violencia contra mujeres y niñas es una de las siete prioridades estratégicas necesarias para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).
La desigualdad y la violencia de género obstaculizan los esfuerzos de los países por reducir la pobreza. Las mujeres y las niñas constituyen la mitad del capital humano disponible para reducir la pobreza y conseguir el desarrollo. Sin embargo, la violencia basada en el género socava sus derechos fundamentales, la estabilidad social y la seguridad, la salud pública, las oportunidades de formación y de empleo de las mujeres, así como el bienestar
y las perspectivas de desarrollo de los niños y las comunidades, elementos todos ellos fundamentales para alcanzar los ODM.
La violencia contra las mujeres reduce la productividad y agota los presupuestos públicos. La violencia contra las mujeres supone enormes costes directos e indirectos para las supervivientes, los empleadores y el sector público por lo que se refiere a los gastos en materia de sanidad, policía, servicios jurídicos y otros gastos relacionados, así como en términos de pérdidas salariales y de productividad. Según un estudio efectuado en la India, una mujer pierde, de media, un mínimo de cinco días de trabajo remunerados por cada incidente de violencia a manos de su pareja, mientras que en Uganda, aproximadamente el 9% de los incidentes violentos ocurridos obligaron a las mujeres a perder tiempo de trabajo remunerado equivalente a unos 11 días al año. Se calcula que los costes anuales de la violencia a manos de la pareja ascendieron a 5.800 millones de dólares en los Estados Unidos y 1.160 millones en Canadá. En Australia, la violencia ejercida contra mujeres y niños comporta un coste estimado de 11.380 millones de dólares anuales. En Fiji, el coste estimado anual fue de 135,8 millones de dólares o el 7% del Producto Interior Bruto en 2002. Sólo la violencia doméstica tiene un coste aproximado de 32.900 millones de dólares en Inglaterra y Gales.
Los costes y las consecuencias de la violencia contra las mujeres duran generaciones. Los niños, tanto chicos como chicas, que han presenciado o sufrido violencia basada en el género, tienen más probabilidades de llegar a ser víctimas o maltratadores al crecer. Por ejemplo, diversas encuestas realizadas en Costa Rica, República Checa, Filipinas, Polonia y Suiza revelaron que los chicos que habían visto al padre emplear la violencia contra la madre tenían el triple de probabilidades de usar la violencia contra su pareja en un futuro. Los niños que son testigos de violencia doméstica corren un mayor riesgo de sufrir ansiedad, depresión, baja autoestima y un deficiente rendimiento escolar, entre otros problemas que dañan su bienestar y desarrollo personal. En Nicaragua, el 63% de los hijos de madres que han sufrido abusos tuvieron que repetir un
curso escolar y abandonaron los estudios, de media, 4 años antes que otros niños.
La violencia sexual priva a las chicas de recibir educación. La violencia escolar limita las oportunidades y los logros educativos de las chicas. En un estudio llevado a cabo en Etiopía, el 23% de las chicas afirmaron haber sido víctimas de agresiones sexuales o violaciones de camino al colegio o al regresar a casa. En Ecuador, las adolescentes que denuncian haber sufrido violencia sexual en la escuela identificaron a maestros como los responsables en el 37% de los casos. En Sudáfrica, el 33% de las violaciones de chicas denunciadas fueron cometidas por un maestro. Muchas chicas se cambiaron de escuela o la abandonaron como consecuencia de las represalias sufridas tras denunciar la violación.
La violencia daña la salud reproductiva, la salud materna y la del niño. La violencia basada en el género limita considerablemente la capacidad de las mujeres de ejercer sus derechos reproductivos, con graves consecuencias para la salud sexual y reproductiva. Una de cada cuatro mujeres padece violencia física o sexual durante el embarazo. Esto aumenta la probabilidad de que se produzcan abortos y muertes de neonatos, partos prematuros y de que nazcan niños con poco peso. Entre el 23% y el 53% de las mujeres que sufren abusos físicos a manos de su pareja durante el embarazo reciben patadas o puñetazos en el abdomen. La violencia limita el acceso de las mujeres a la planificación familiar, que puede llegar a reducir la mortalidad materna entre un 20% y un 35% al disminuir la exposición de las mujeres a riesgos de salud relacionados con el embarazo. Las mujeres que son víctimas de la violencia suelen tener más hijos de lo que ellas mismas desearían. Esto no sólo demuestra el poco control que tienen sobre las decisiones que afectan a su vida sexual y reproductiva, sino que también reduce los posibles beneficios demográficos de la salud reproductiva, que, según se calcula, disminuyen la pobreza en un 14%. Existen diversas prácticas lesivas que pueden dañar la salud m aternoinfantil. El matrimonio infantil, que da lugar a embarazos precoces y no deseados, plantea riesgos que suponen una amenaza para la vida de las adolescentes: las complicaciones relacionadas con el embarazo son la principal causa de
mortalidad de chicas de entre 15 y 19 años en todo el mundo. La mutilación genital femenina o ablación aumenta el riesgo de que se produzcan obstrucciones y complicaciones durante el parto, muertes de neonatos, hemorragias postparto, infecciones y muerte de la madre.
La violencia alimenta la pandemia del VIH /SIDA. La violencia limita la capacidad de la mujer de protegerse frente al VIH, y las mujeres que viven con el VIH o el SIDA a menudo son víctimas de abusos y estigmatización. Las jóvenes corren un riesgo muy alto de sufrir violencia relacionada tanto con el VIH como con el género: representan aproximadamente el 60% del total de 5,5 millones de jóvenes que viven en el mundo con VIH/SIDA. Las mujeres ya tienen entre dos y cuatro veces más probabilidades que los hombres de infectarse con el VIH durante las relaciones sexuales, y este riesgo se ve incrementado por el sexo forzado o las violaciones de que son víctimas y el consiguiente uso limitado del preservativo y los daños físicos derivados. En los Estados Unidos, el 11,8% de las nuevas infecciones de VIH entre mujeres mayores de 20 años registradas el año pasado se atribuyó a la violencia ejercida por la pareja. Diversos estudios realizados en Tanzania, Rwanda y Sudáfrica permiten concluir que las mujeres que han experimentado violencia a manos de su pareja tienen más probabilidades de contraer el VIH que las que no la han sufrido. Hasta el 14,6% de las mujeres del África subsahariana y el sureste asiático afirmaron que, cuando hicieron pública su condición de seropositivas, sufríeron la violencia de su pareja, y el temor a esta violencia constituye una barrera para que una mujer haga pública su condición y acceda a una asistencia adecuada.
La vida es peligrosa para las mujeres y niñas que viven en barrios de tugurios. Las mujeres que viven en zonas urbanas pobres corren un elevado riesgo de sufrir violencia física y psicológica, y tienen el doble de posibilidades que los hombres de ser víctimas de la violencia, sobre todo en los países en desarrollo. En São Paulo (Brasil), una mujer es atacada cada 15 segundos.
Otros estudios revelan que:
En Chile, las pérdidas económicas de las mujeres como resultado de la violencia doméstica cuestan US $1.56 billones o más que el 2 por ciento del
Producto Bruto Interno (PBI) en 1996, y en Nicaragua llegan a US$29.5
millones o 1.6 por ciento del PBI nacional en 1997. (Morrison y Orlando, 1999)
En Guatemala,
los costos de la violencia ascendió al equivalente de 7,3% del
PIB.
En Uganda, el costo anual por tratamiento hospitalario de mujeres por lesiones asociadas a la violencia dentro de la pareja es US$1.2 millón. (Centro Internacional de Investigación sobre Mujeres -ICRW, 2009)
En Moroco, la violencia dentro de la pareja cuesta anualmente al sistema de justicia US$6.7 millones. (ICRW, 2009)
En Nueva Zelanda, la violencia contra mujeres y niñas cuesta anualmente por lo menos 1.2 billonesde dólares neozelandeses (Snively, 1994)
En Macedonia la violencia doméstica cuesta anualmente US$1.38 millones (como ocurrió en 2006). (Gancheva, et. al., 2006)
A lo largo de Europa, el costo anual de la violencia de pareja oscila entre €106
millones en Finlandia, (Heiskanen, et. al., 2001 citado en Hagemann-White, C., et al . 2006) US$142.2 millones en los Países Bajos, (Korf, et. al., 1997, citado en Waters, et. al., 2004) US $290 millones en Suiza, (Yodanis y Godenzi, 1999 citado en Duvvury, et. al., 2004) y los US $19.81 billones en Suecia. (Enval y Erikssen, 2004)
6. Prevención y respuesta En la actualidad hay pocas intervenciones cuya eficacia se haya demostrado mediante estudios bien diseñados. Son necesarios más recursos para reforzar la prevención de la violencia de pareja y la violencia sexual, sobre todo la prevención primaria, es decir, para impedir que se produzca el primer episodio. Respecto a la prevención primaria, hay algunos datos correspondientes a países de ingresos altos que sugieren que los programas escolares de prevención de la violencia en las relaciones de noviazgo son eficaces. No obstante, todavía no se ha evaluado su posible eficacia en entornos con recursos escasos. Otras estrategias de prevención primaria que se han revelado prometedoras pero deberían ser evaluadas más a fondo son por ejemplo las que combinan la microfinanciación con la formación en materia de igualdad de género, las que fomentan la comunicación y las relaciones interpersonales dentro de la comunidad, las que reducen el acceso al alcohol y su uso nocivo, y las que tratan de cambiar las normas culturales en materia de género. Para propiciar cambios duraderos, es importante que se promulguen leyes y se formulen políticas:
que protejan a la mujer;
que combatan la discriminación de la mujer;
que fomenten la igualdad de género; y
que ayuden a adoptar normas culturales más pacíficas. Una respuesta adecuada del sector de la salud puede ser de gran ayuda para la prevención de la violencia contra la mujer y la respuesta consiguiente. La sensibilización y la formación de los prestadores de servicios de salud y de otro tipo constituyen por tanto otra estrategia importante. Para abordar de forma integral las consecuencias de la violencia y las necesidades de las víctimas y supervivientes se requiere una respuesta multisectorial.
Respuesta de la OMS En colaboración con varios asociados, la OMS:
reúne datos científicos sobre el alcance y los distintos tipos de
violencia de pareja y violencia sexual en diferentes entornos, y apoya los esfuerzos desplegados por los países para documentar y cuantificar esa forma de violencia y sus consecuencias. Esto es fundamental para comprender la magnitud y la naturaleza del problema a nivel mundial.
refuerza las investigaciones y la capacidad de investigación tendentes
a evaluar las intervenciones con que se afronta la violencia de pareja
elabora orientaciones técnicas basadas en datos científicos sobre la
prevención de la violencia de pareja y la violencia sexual, y fortalece las respuestas del sector de la salud a ese fenómeno.
difunde información y apoya los esfuerzos nacionales tendentes a
impulsar los derechos de las mujeres y a prevenir la violencia de pareja y la violencia sexual contra la mujer y a darle respuesta; y
colabora con organismos y organizaciones internacionales para
reducir o eliminar la violencia de pareja y la violencia sexual en todo el mundo.
Respuesta en el perú SE HA NATURALIZADO La viceministra de la Mujer, Ana María Mendieta, indicó que, pese a que la violencia psicológica es una de las formas más frecuentes de maltrato contra la mujer, muchas veces pasa desapercibida porque se ha naturalizado. “El agresor dice frases como ‘no sirves para nada’, ‘yo soy el que te mantengo’, „siempre haces las cosas mal‟, pero muchas veces las mujeres no
identifican que están siendo víctimas de este tipo de violencia. Generalmente este el primer paso antes de la violencia física”, manifestó. Mendieta sostuvo que la violencia psicológica es incluso peor, porque ocasiona que la mujer pierda totalmente su autoestima y la iniciativa para poder enfrentar y decidir autónomamente en su vida. “Si estas mujeres no reciben ayuda a
tiempo, van a terminar siendo anuladas y van a perder la capacidad de
desarrollarse. Además, por la profunda depresión que causa pueden terminar en medidas extremas, como un suicidio”, advirtió.
La funcionaria dijo que entre enero y julio de este año los centros de emergencia mujer (CEM) recibieron 28,942 denuncias por violencia, de las
cuales 14,649 fueron por violencia psicológica, es decir, el 51%. Las mujeres que denunciaron sus casos en los CEM recibieron ayuda integral en salud, asesoría psicológica y acompañamiento en el proceso judicial para ser protegidas y alejadas del agresor. “Apenas recibimos u caso, se activa una red de protección. No queremos
que una persona que buscó la protección del Estado termine siendo una víctima de suicidio o feminicidio”, señaló Mendieta.
COMISARÍAS Empero, se calcula que el 70% de mujeres que sufre por violencia psicológica acude
en
primera
instancia
a
las
comisarías, aunque
lamentablemente allí no encuentran la ayuda que necesitan. Diana Portal Farfán, comisionada de la Adjuntía para los Derechos de la Mujer de la Defensoría del Pueblo, dijo que, tras un balance efectuado por la institución, se detectó que las comisarías aún no ofrecen un espacio
adecuado para garantizar la privacidad de las mujeres víctimas de violencia y todavía tienen reticencia para recibir las denuncias si no hay evidencias físicas del maltrato. “Se calcula que un 50% de mujeres agredidas psicológicamente no
denuncia por miedo, vergüenza y principalmente por desconfianza en el sistema porque el proceso es largo y, mientras la Policía resuelve su denuncia, tiene que seguir conviviendo con el agresor, exponiéndose a ser víctima de más violencia”, comentó.
Portal señaló que la Defensoría también detectó que faltan casas de refugio
temporal para acoger a las mujeres que denuncian la violencia y quieren salir del círculo de maltrato, pues en todo el país solo existen 47 dependencias de este tipo, pero solo nueve de ellas son administradas por las municipalidades.
NO HAY CASTIGO Por otro lado, la viceministra señaló que, a diferencia de otros países de la región, la legislación peruana aún es “muy tibia” para procesar a los agresores
de víctimas de violencia psicológica. “La violencia psicológica se considera
falta y se ve en el Juzgado de Paz porque no se considera que ocasione una lesión grave. Esto debería cambiar, pero en el Perú recién se está tomando conciencia de la importancia de la salud mental como parte de la salud integral de la persona”, comentó.