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ARTE
LA CATEDRAL DE PUEBLA Par Mmuel
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Durante el segundo semestre del año 1949, quien esto escribe sus tentó en El Colegio Nacional un curso de catorce conferencias acerca de "Las Catedrales de México", De las dos pláticas que fueron dedica das a la catedral de Puebla proviene este opúsculo. En él se ofrecen, un tanto remozadas y con nuevas noticias, las informaciones que el mismo autor publicara desde 1927. Ha procurado, además, completar la des cripción e historia del monumento hasta nuestros días, para ofrecer así un compendio monográfico —susceptieble de ser desarrollado más tar de— acerca de este extraordinario monumento: la catedral de Puebla. Señoreando el burgués alineamiento de manzanas y calles, unifor mes en su geométrica conciencia —línea recta y escuadra— se yergue la catedral de Puebla. El enorme atrio le forma escenario. De no ser así, sería demasiada catedral, un exceso de catedral. Pero se ha calculado todo para que el templo se extienda en su anchurosa y acogedora so licitud y se enorgullezca de la ambición lograda en la altura voladora de sus torres. Es así como la catedral existe. Ninguna de sus compañeras de México ofrece igual unidad estilística en el exterior, A la severidad escurialense de sus torres avasalladoras se somete fiel el barroco mode rado de sus portadas y la modesta, si bien obediente decoración de pi náculos piramidales a lo largo de los costados.
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MEMORIA DE EL COLEGIO NACIONAL
La historia de la catedral de Puebla es muy movida. Ninguna catedral más aventurera que ésta. Por la fecha de su erección es la más antigua de México. Fué fundada antes de que la conquista estuviese consumada, por bula de 24 de enero de 1518, en Cozumel, que se creía formaba parte del continente. Allí, con una prisa o una fantasía digna de los libros caballerescos, establecieron un Obispado Carolense, en honor de Carlos V. La inexorable realidad geográfica echó por tierra tan aduladores propósitos: Cozumel no era sino una isla. Terminada la conquista de México se hicieron gestiones para tras ladar la diócesis al nuevo país. ¿Qué ciudad, qué región, qué pueblo, era el más digno de recibir esta categoría catedralicia? Tlaxcala, sin duda; Tlaxcala, que tanto había contribuido a la conquista; Tlaxcala, cuyos caciques habían sido de los primeros en recibir la fe de Cristo. La diócesis fué, pues, cambiada a Tlaxcala y su primer Obispo, don Fray Julián Garcés, presentó sus bulas a la única autoridad civil que existía en la incipiente colonia, el Ayuntamiento de México, el 19 de octubre de 1527. Es posible que haya existido en Tlaxcala un tem plo hecho de prestado, como solían decir, para catedral. Algunos au tores afirman que en Tlaxcala no se levantó ningún templo. Mas he aquí que en 1531 se había fundado una puebla que llamaban de los Ángeles. N o sé si estaré en lo cierto, pero creo que una de las causas determinantes de la función de la puebla radicó en los privile gios concedidos a Tlaxcala por la corona, nugatorios del todo, pues mientras la puebla floreció hasta llegar a ser la segunda ciudad del vi rreinato, Tlaxcala permaneció muerta. Aun en estos últimos años la he visto como una población muerta. La diócesis fué cambiada a la puebla en 1539 para utilizar el tem plo que acababan de terminar. El hecho fué confirmado por cédula de 6 de junio de 1543, pero la advocación seguía siendo la de Tlax cala. Todavía puede verse en la portada lateral del templo de San Francisco de Puebla el escudo tlaxcalteca en vez del de esta ciudad.
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LA CATEDRAL DE PUEBLA
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LA CATEDRAL VIEJA DE PUEBLA
La primera piedra de la catedral vieja, "labrada con dos rosas, una a un cabo y otra a otro", fué puesta el 29 de agosto de 1536 y el templo dedicado el 31 de agosto de 1539. Edificáronlo los indios de Calpan por convenio con el Ayuntamiento, que les concedió en pago rebaja de tributos. Eran grandes constructores y muy hábiles en escultura estos indios de Calpan. Su convento, que aún subsiste, ostenta una corona de "posas" que son una preciosidad, y es posible, por la cercanía, que ellos mismos hayan construido el portentoso monasterio de Huejotzingo. El virrey don Antonio de Mendoza favoreció la construcción del templo de Puebla, pues siendo necesario levantar una fortaleza en el nuevo poblado, "dicha Iglesia suplirá y será fortaleza". El hábil polí tico comprendía que erigir fortalezas en pueblos de indios era recor darles de día y de noche la conquista, la dominación férrea. El templo, en cambio, albergaba a los misioneros, único refugio y consuelo de los vencidos. Además, era forzoso edificar templos a costa de la real ha cienda. Así, dotando a las iglesias de elementos defensivos y ofensivos: garitones, pasos de ronda, almenas, y haciéndolas tan robustas como verdaderos castillos se lograba el propósito. Y gracias a él poseemos un centenar de templos fortificados como una prolongación superviviente de la Edad Media en México. Ni la Puebla era de indios, ni el templo parece ofrecer las carac terísticas de los grandes monumentos de mediados del siglo. Viene a afiharse, todavía, al tipo basilical, que diera el modelo para los templos primitivos de Nueva España: tres naves separadas por dos danzas de columnas y techo de madera, humildemente cubierto de paja. Para 1555 el deterioro era tan grande que fué llamado de México el más notable arquitecto de la colonia en esa época: Qaudio de Arziniega. Su dicta men fué adverso: no valía la pena restaurar ese vejestorio; con el mismo dinero que costaría la reparación era posible levantar otro templo más amplio, más cómodo, más digno. Con seis mil ducados al año, dice, se puede construir más en Puebla que en ninguna otra parte, por la abun dancia de material y buenos oficiales indígenas.
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MEMORIA DE EL COLEGIO NACIONAL
Ya estaba expedida la cédula de 1552 que ordena se levante nueva y solemne catedral, pero no se habla de eso. Arziniega quería levantar un templo en lugar del que existía. Su opinión no fué tomada en cuenta y, el año siguiente, 1556, se llevó a cabo la reparación. No era bastante: el templo seguía deteriorándose y así, de 1587 a 1588, fué reconstruido del todo. Exactamente como su compañera, la catedral vieja de México. Durante las obras sirvió de catedral el templo de la Santa Veracrüz, llamado después de La Concordia. De ahí que algunos escritores poco avisados afirmen que La Concordia fué la primera catedral de Puebla. Subsistió la vieja iglesia con sus altibajos hasta que, por necesidades de la nueva catedral que se construía fué derribada en parte y totalmente en el siglo xviii, por el obispo don Pantaleón Álvarez de Abreu. LA CATEDRAL DE HOY.
ORÍGENES
Tuvo SU origen la catedral nueva de Puebla, como sus hermanas de Nueva España, en una real cédula firmada por el Príncipe el 25 de fe brero de 1552 en Monzón de Aragón.^ Su costo se repartiría por ter cios entre la corona, los encomenderos y vecinos ricos y los indios: igual que para las otras catedrales de Nueva España. Sin embargo, la cédula no fué presentada al Alcalde Mayor sino el 4 de febrero de 1558, y aunque él dijo que la cumpUría con toda brevedad, parece que la obra fué comenzada casi veinte años después. Lo mismo aconteció en la ciudad de México. El 24 de enero de 1575 vemos nombrados a los primeros artífices de que tenemos noticia: Juan de Cigorondo, Obrero mayor, con cua trocientos ducados anuales de salario, Francisco Becerra, Maestro ma yor, con quinientos pesos de oro común, y Francisco Gutiérrez, mayor domo y aparejador, con cuatrocientos. Es indudable que Becerra trazó el templo y construyó por lo me nos los cimientos. Que se trabajó intensamente lo demuestra el hecho de que en 1576 el Virrey don Martín Henríquez se dirigió al Alcalde 1 N o aparece en los cedularios conocidos, ni en el de Puga ni en el copiosísimo de Encinas. La transcribe el autor de la Cartilla vieja de Puebla. Bermúdez de Castro sólo la cita.
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Mayor diciéndole que "Para lo que toca a la obra de esta santa iglesia que hoy se va fundando", es necesario cerrar una calle, la que llamaban del Ochavo, para el buen recaudo de los materiales y otras necesidades. Lo cual se apresuró a conceder el cabildo, sin que se diese a la iglesia propiedad ni posesión alguna. LA TRAZA DE LA CATEDRAL
Aquí conviene decir algo acerca de la traza de este magno edi ficio. Los escritores antiguos, a quien siguen los modernos, afirman que la traza fué remitida por Felipe II y sería, sin duda, de Juan de Herrera su arquitecto. Otros dicen que la envió Felipe II y la aprobó el IV. La cédula original nada dice, lo que sería imposible caso de ser cierto el hecho, ya que esos documentos pecan de minuciosos. Becerra trazó la catedral de Puebla, bien teniendo presente la de México, delineada años antes por Arziniega, o las catedrales españolas del siglo xvi. Sus dife rencias con la metropolitana radican en su menor longitud y en que el ábside no sobresale, como en la de México, del perímetro rectangular del edificio. Es casi seguro que la traza de Juan Gómez de Mora, en viada por Felipe II para la catedral de México y no utilizada, fué remi tida a Puebla, pues allí aparece. Como no era una traza original, sino hecha sobre la que se mandó de México, delineando lo que ya existía de la catedral mexicana, por mano de Alonso Pérez de Castañeda, y dada la semejanza entre las dos catedrales, es indudable que se adaptaba a la de Puebla, como si hubiese sido su traza original, y así la tomaron todos, haciéndola remontar a los tiempos de Felipe II. Por eso leemos en la Cartilla vieja de Puebla: "El 25 de agosto de 1660: reconocida la traza de los señores reyes Felipe II, III y IV que fué la que se nos demostró que está firmada al parecer de Juan Gómez de Mora, Maestro mayor que fué del Sr. Rey Felipe I I I . . . " En cuanto a la traza de Juan de Herrera sólo existe, hasta ahora, que yo sepa, en la orgullosa imaginación de los historiadores angelopolitanos.
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MEMORIA DE EL COLEGIO NAaONAL
DESARROLLO DE LA OBRA
Bermúdez de Castro nos entrega noticias de la obra en el siglo xvi: por los años de 1580 era maestro mayor Miguel de Estangas, a quien tomó cuentas su sucesor "el ilustre Gerónimo Pérez de Aparicio". Con tinuaba éste en su encargo en 1584 con el Maestro Mayor Francisco Xirón. Hacia 1635 era Aparejador Pedro Hernández de Solís, "muy perito en su arte". El capitán y regidor Francisco Sánchez de Guevara había sido obrero mayor en 1620 y a su desvelo y cuidado se debían grandes aumentos de los fondos destinados para la obra del gran tem plo. En 1624 don Luis de Córdoba Bocanegra ocupa el mismo puesto, designado por la Audiencia de México. Hay que observar que este cargo de Obrero Mayor no es técnico, sino sólo administrativo. EL SEÑOR PALAFOX Y LA CATEDRAL DE PUEBLA
A pesar de estas noticias, todos los autores están de acuerdo en afirmar que en 1618 suspendióse del todo la fábrica, hasta 1640, en que se hace cargo de ella el señor Obispo don Juan de Palafox y Mendoza en obedecimiento de una real cédula expedida en Madrid el 19 de enero de ese año.^ El ilustre prelado nos dice cómo encontró la obra; "Llegué a Puebla y hallé este templo edificado sólo hasta la mitad de los pilares, y todo él descubierto, sin instrumentos y materiales algunos ni efectos prontos para comprarse, sin haberse comenzado arco ni bóveda alguna y sin esperanza de poderse proseguir. A él se recogían forajidos (sic, acaso perseguidos) por la justicia por tenerse por sagrado. En las ca pillas vivían indios casados y con otras circunstancias de indecencia." ^ Por eso es asombroso que en ocho años, ocho meses y cinco días la haya dejado concluida en su interior y consagrada. Lo primero que hizo fué arbitrarse fondos si es que arbitrarse es cederlos de su propio peculio, pues libró de sus rentas doce mil pesos. Rogó al cabildo eclesiástico para la ayuda, con que añadiendo él otros 1 Con fecha 30 del mismo mes el rey lo comunica a la ciudad. 2 Cuevas, III, 69-70.
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LA CATEDRAL DE PUEBLA
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tres mil pesos a los doce que había dado, lo socorrieron con nueve mil más. El cabildo secular, conminado por la cédula real, ofreció otros doce mil pesos, de los cuales no entregó sino cuatro mil y con dificul tades hubo de cobrársele el resto.^ Mas ¿qué importan estos detalles de maravedises si la obra sigue triunfante? Dos modificaciones fundamentales se introdujeron: dicen que, según la traza, no sé si la de Gómez de Mora, el proyecto era erró neo, pues las tres naves principales estaban techadas al mismo nivel "con que quedaba baja, oscura y desproporcionada. Por esto se alzó la nave mayor sobre las colaterales y cada una recibe luz de sí misma con que queda alta, hermosa y proporcionada". Son estas palabras del señor Palafox. Es indudable que esta modificación del proyecto se debió a que la catedral de México, ya bastante avanzada en su construcción, ostentaba este nuevo dispositivo y Veytia dice que provino de un auto del Marqués de Cerralvo. La otra reforma parece propia y peculiar del insigne prelado: así como el gran templo del Escorial ostenta un atrio o claustro en su frente, así debía ostentarlo ésta su catedral de Puebla. La primera reforma fué aceptada: no podía ser de otro modo. La segunda fué rechazada con razón, pues el gran templo, con sus torres altísimas, se vería menospreciado atrás de un claustro. En éste, bien separado, se alzaría el sagrario. Desde 1660, es decir^ diez años después de que el señor Palafox se fué a España se dictamina en contra del claustro y aun parece se ordena su derribo, pero el hecho es que duró hasta el siglo xviii, si bien en estado ruinoso. I
LOS ARTÍFICES PALAFOXIANOS
El Director de la obra fué el artista aragonés Mosén Pedro García Ferrer. Arquitecto, escultor, pero sobre todo pintor, viene a ser como la conciencia artística del señor Palafox". Es seguro que él modificó el alzado de Becerra o el proyecto de Gómez de Mora, como hemos visto. La obra de cantería, pilastras, arcos, cornisas, fué de mano de Agustín 1 Aquí puede comprobarse la mala fe con que escribe el Padre Cuevas en su odio inmortal por el V. Palafox: dice que los únicos fondos eran los doce mil pesos del cabildo de la ciudad.
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MEMORIA DE ÉL COLEGIO NACIONAL
Fernández. García Ferrer trazó la cúpula que construyó el maestro de arquitecto Mateó de la Cruz, y fué costeda por Roque de Pastraná, si damos crédito a Veytia. Esculpió los ángeles de las pechinas y pintó los cuadros que adornan aún el retablo de los Reyes. Fué trabajado éste según proyecto del insigne Juan Martínez Montañés por el Maestro Lucas Méndez en siete años. García Ferrer proyectó el tabernáculo, que ejecutó Diego de Cárcamo. El señor Palafox lo describe así: "Hase formado donde había de estar el altar mayor, a la manera que en Gra nada y Málaga y otros edificios modernos, un tabernáculo compuesto de doce columnas del mismo jaspe y en el segundo cuerpo ocho y sobre cada pilastra y pilar en el primero doce Vírgenes, por el segundo doce Ángeles con las insignias de la Concepción y en el remate el Arcángel San Gabriel con el Ave María, que todas estas figuras, dándome Dios vida y desempeñándome, han de ser de plata, aunque ahora se harán de madera dorada por escultor muy acreditado de estas provincias." En el centro del tabernáculo se veía una custodia de plata con partes doradas, es decir, mestiza, de dos varas y sesma de alto, con muchas figuras cin celadas y en el segundo cuerpo una imagen de la Concepción de plata dorada. Ambas joyas dice que son preseas antiguas de la iglesia de modo que deben haber sido renacentistas. Parece que lá custodia fué la que llamaron más tarde "la torrecilla", que aderezó muchos años después con nueva peana, el platero D. Miguel Torres a quien, quizás por eso, se la atribuyen. El coro de esta catedral no es el que ahora vemos: sus cincuenta y cuatro sillas eran de cedro tallado y la episcopal ofrecía una imagen de San Pedro, en medio relieve, guarnecida por un rico recuadro de ébano. La baiustrada del coro y su reja eran también de cedro, así como las rejas de las capillas "de media estatura humana". Cada capilla ostentaba su altar de cantería trabajado perfectamente. La cúpula de la capilla de los Reyes estaba revestida por dentro de "embutidos azules y blancos que forman un apacible y vistoso ajedre zado". El exterior estaba guarnecido de plomadas.
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LA CONSAGRACIÓN
Ningún documento mejor para describir este acto solemne, la con sagración de la catedral de Puebla, que el pequeño, precioso libro del Licenciado Antonio Tamariz de Carmona: Relación y descripción del templo Red de la ciudad de la Puebla, de los Angeles en la nueva España^ y su catedral. Fué publicado en España por los años de 1650 y viene a ser propiamente el Sariñana de la catedral de Puebla, es decir, el cronista similar al de la de México. El suntuoso acto de la consagración se verificó el domingo 18 de abril de ló49. El Sr. Palafox hizo la consagración según todas las re glas. Desde las ó de la mañana, bendijo las paredes por la parte exterior. Después penetró al templo, y luego de ciertos cantos y exorcismos, ben dijo solemnemente todo el templo por la parte interior, trazando los cinco círculos que señala el pontifical; bendijo las piedras, el agua, la sal, la ceniza; escribió los alfabetos griego y latino y ejecutó lo demás que exige el mismo ceremonial. Después salió al atrio, pleno de sacerdotes, de caballeros y de pue blo y allí, revestido con ornamentos pontificales, mitra y báculo, des pués de cantadas las antífonas, oraciones y salmos obligados, se explayó en una docta y tierna plática, explicando a sus oyentes las excelencias que adquiere una iglesia consagrada. Hizo notar en seguida las obligaciones para con el rey por su patronato y después de otras ceremonias y cán ticos, bajó de su sitial y fué procesionalmente hasta la puerta mayor del templo, la signó con tres cruces y penetró nuevamente en él seguido del numeroso concurso que le acompañaba. En el mismo instante se abrieron las cinco puertas de la iglesia por las que entró la muchedum bre que aguardaba en él atrio. El interior era una ascua de oro y de luces, ya que las capillas habían sido adornadas por cada uno de los miembros del cabildo eclesiástico. Consagró el altar mayor y las doce cruces de las paredes y, terminadas estas ceremonias con sus cánticos, se revistió de ornamentos blancos y dijo misa de ponrifical. Después, como si no fuera bastante, a las dos de la tarde, oyó devotamente la misa que dijo el capellán del templo en acción de gracias.
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MEMORIA DE EL COLEGIO NACIONAL
La festividad duró todo un novenario. Fué trasladado el Santísimo Sacramento de la iglesia vieja a la flamante catedral, en medio de las más gozosas fiestas, así en el adorno de las calles que recorrió la pro cesión, como en los festejos y músicas que la acompañaban. Cada día era nuevo en la celebración, ya en los sermones predicados, ya en las máscaras y juegos que el pueblo organizaba. Y es que todos se daban cuenta de la tragedia; desde la más humilde vejezuela hasta el potentado, sabían que este acto solemne, extraordinario, que ninguna iglesia de Nueva España había visto, ni la misma orgullosa catedral de México, era la desgarradora, la inevitable despedida del padre, del prelado, del único, don Juan de Palafox y Mendoza. El señor Obispo dejó su templo totalmente concluido en su inte rior. Así como en la catedral de México, el afán era terminar la iglesia para que pudiese ser abierta al culto, aunque el exterior distase de estar concluido. De éste, sólo se había comenzado una torre. HISTORIA POST-PALAFOXINA DEL T E M P L O
Los sucesores del eminente prelado no desmayaron en el trabajo de la fábrica. El Ilustrísimo señor don Diego Osorío de Escobar y Llamas terminó las porradas principales en 1664, fecha que se lee sobre la puerta del Perdón. El arquitecto fué Francisco Gutiérrez. No consta quien maestreó la portada del Norte, pero sí se sabe que fué terminada en 1690, gobernando la mitra el Ilustrísimo Señor Doctor Don Manuel Fernández de Santa Cruz, y que costó veintidós mil pesos. Se ve ador nado este pórtico con mediocres esculturas en alto relieve que repre sentan a los reyes de España bajo cuyo gobierno se edificó la iglesia: Carlos V, Felipe II, Felipe III y Fehpe IV. Además aparecen los cuatro evangelistas y el escudo simbólico de la catedral angelopolitana: una jarra con azucenas. Coronándolo todo, en la misma piedra de cantería, el escudo real de España para rememorar el patronato. Cuando se ex pidió, en 1823, el decreto que ordenaba borrar todos los escudos nobiliarois en lo que fuera la Nueva España, los tres bellísimos blasones de la catedral de Puebla: éste de que hablamos, el de la portada prin cipal de mármol que ostentaba el monograma de María ocultando las
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armas, y el de la del lado del Sur, también de cantera, no fueron des truidos, sino cubiertos con gruesa capa de argamasa que los ocultaba del todo. ¡Sabia medida! Ahora han podido ser descubiertos y se les conserva sólo como obras de arte, mas como complemento necesario de las portadas que exornan. Nuestra catedral de México sí perdió por completo sus escudos reales y quien quiera puede darse cuenta de su falta, en los inexplicables espacios vacíos que se notan donde aquéllos existían. El señor Santa Cruz concluyó la torre que había comenzado el Venerable Palafox. Esto fué en 1680 y el costo de la obra ascendió a cien mil pesos. La dirigió el Maestro Mayor de Arquitectura, Albañilería y Cantería, Carlos García de Durango. N o sé si habrá sido él, o su colega del siglo xviii que terminó la otra torre, quien imaginó los rema tes barrocos de los cupulines, de ladrillo y azulejo, tan poblanos, que coronan la austeridad de estas estructuras, las más herrerianas que pue dan encontrarse en México. El susodicho colega fué don Manuel (Veytia dice Miguel) Vallejo, que dio fin a la fábrica de la otra torre en 1768, siendo Obispo de la Puebla el Ilustrísimo Señor don Francisco Fabián y Fuero. EL PROBLEMA DE LAS CUATRO TORRES
Y aquí que hablamos de las torres, cabe discutir otro problema, aunque un poco extemporáneamente: si en el proyecto original esta ban delineadas cuatro torres. Oigamos a Ángulo: "presenta en forma indudable una disposición que apenas parece apuntarse en la (catedral) de Méjico y que encierra el mayor interés. Me refiero al saliente del muro y a su mayor grueso en las últimas capillas del testero. Las pro porciones de éstas, hermanas de las de las torres de la fachada principal y sus escaleras de caracol, no dejan lugar a dudas de que se construye ron para cubos de torres. Así me lo pareció cuando visité el templo. Pero hoy no cabe discutirlo. En el expediente inédito que acompaña al plano de 1749, descubierto hace años por la señorita Lissen, se dice que, con arreglo a los planos aprobados del siglo xvi, el templo debía tener cuatro torres —era indispensable fenecer la segunda torre que estava
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fabricando (sic) de la quátro que devía tener— y que estaban construídos los cubos de las de cabecera, hasta la altura de las bóvedas.,; Si, como parece evidente, la catedral se proyectó con una torre én cada ángulo, la relación con Herrera es más que probable, pues la de Valladolid, trazada en 1580, nos muestra una planta rectangular con cuatro torres.. .".* Así es, como dice Ángulo, pero observo que las torres de la espalda no quedan en la misma posición que las del frente, pues en tanto que éstas están separadas del crucero por tres tramos con sus co rrespondientes capillas hornacinas, las de atrás se ven sólo dos tramos distantes, lo que no aparece en la catedral de Valladolid. Mientras no conozcamos el proyecto original, es difícil decidir de modo definitivo. Además, no debe olvidarse que el señor Palafox escribe en 1646: "La traza es de dos torres a la parte de Occidente, donde está la entrada principal." ^ Se me ocurre que estos sahentes angulares que se ofrecen en las esquinas posteriores de ambas catedrales fueron, más bien, una especie de contrafuertes para sostener la estructura. Las escaleras de caracol, en el plano de la de Puebla, servirían para dar fácil acceso al exterior de las bóvedas del templo. Sea como fuere, el problema queda en pie, apa sionante, como todo lo que a esta catedral atañe. OTRAS OBRAS E N LOS SIGLOS XVII Y XVIII
Tenemos, pues, terminada la catedral en su interior y por fuera. Pero un cabildo rico e inquieto, o digamos, celoso de lo que ellos creen mejoramiento de su iglesia, no podía permanecer tranquilo durante lo que restaba del xvii y del largo, interminable siglo xviii. Diversas re formas contemplan asombrados los católicos habitantes de Puebla. Algo de emulación, por las mejoras que realizaba la catedral de México; su sillería del coro, su altar de los Reyes, la reja del mismo coro, obra in comparable, ha de haber influido en esta época, en que Puebla se con sideraba rival de la metrópoli, para estos trabajos, aparte de un afán - i Ángulo, Catedrales, 163. 2 Cuevas, Hiít. Igl. Méx., III, 71.
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reformista, que aún subsiste y que produce, a veces y por desgracia, resultados funestos. Sin embargo, en estas dos centurias, las reformas de la catedral fueron para bien y debemos congratulamos por ello. Desde luego las rejas del coro y de las capillas. Como hemos visto, eran de madera, ahora se les forja de hierro. Ya en 1691 el deán D. Die go Victoria Salazar había costeado la balustrada de la crujía y la que circunda la comisa del coro, pintada de verde y recamada de oro. En 1697 el maestro de herrero Mateo de la Cruz labró la reja del coro, pintada y dorada, con un costo de cuatro mil seiscientos pesos. Las rejas de las capillas fueron obra del maestro Juan de Leyva Pavón, rea lizada de 1722 a 1726. Son también doradas, pero no a fuego. La sillería del coro que hemos descrito es sustituida por la actual, original!sima, de incrustaciones de maderas finas, hueso y marfil, si guiendo dibujos mudejares. A instancia del Obispo D. Pedro Nogales Dávila dirigió esta obra Pedro Muñoz, del 24 de agosto de 1719 al 24 de junio de 1722, con un costo de treinta mil pesos. Sobre la puerta principal llamada del perdón, como en las demás catedrales españolas, existía "una claravoya volada con todo artificio. En 1718, por orden del mismo Obispo Nogales, se rompió e hizo una ventana de tres varas y el ancho correspondiente". La cúpula del presbiterio, hemos dicho, se encontraba adornada en el interior con casetones azules y blancos. El licenciado Don Cristóbal Francisco del Castillo solicitó que se pintase allí la hermosura de la Gloria. ReaHzó la pintura el admirable, las más de las veces, Cristóbal de Villalpando. A los lados del retablo mayor, en la capilla de los Reyes, el Señor Obispo Santa Cruz mandó edificar dos colaterales dedicados, uno a Santa Teresa de Jesús y el otro a San Francisco de Sales. Los construyó el insigne maestro de ensamblador y arquitectura Esteban Gutiérrez por acta notarial de 22 de noviembre de 1686, con un costo mayor de veinte mil pesos. Manzo los califica de mediocres, naturalmente, pero añade, dato interesante, que las pinturas que los adornan parecen provenir de manos de Villalobos.
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La veleta de hierro alzada sobre la torre concluida que representa ba una jarra con ocho azucenas, "que son las armas de esta iglesia", fué sustituida por una cruz cuando se terminó la otra torre, lo que tardó tanto tiempo que los deudores morosos solían decir: "te pagaré cuando se acabe la torre de la catedral", es decir, nunca. En la torre concluida se instaló un reloj, al que la fantasía de los historiadores concede noble abolengo; Bermúdez de Castro afirma que fué obra del célebre Juanelo Turriano y ¡que lo regaló Carlos V! Po dría cualquier historiador escribir un curiosísimo ensayo acerca de los regalos de Carlos V a los templos de la Nueva España. Como si no tuviese bastante con los arduos problemas de su gobierno en dos mun dos, que al fin lo recluyeron a su apacible retiro de Yuste, es tal la cantidad de regalos que hizo a la Nueva España, que parece no pensaba en otra cosa. Y todo es que alguien lo afirme para que sea aceptado sin el menor criterio o discusión. En efecto, cuando murió Carlos V faltaba mucho para comenzar la obra de la catedral de Puebla que hoy con templamos. El regalo habría sido hecho a la catedral vieja y es difícil que el reloj, por hábil que haya sido su artífice, permaneciera incólume hasta la segunda mitad del siglo xvii. Todavía se ufana la catedral de Puebla de otro regalo de Carlos V: los bellos tapices que exornan el antecabildo. Baxter dice, en un ingenuo gazapo que parece venado: ¡fueron obsequiados a la catedral de Puebla por Carlos V y trabajados según dibujos de Rubens! El emperador murió en 1558 y el artista nació en 1577, Misterio inexplicable, que nos enseña que todo lo que se diga acerca de la historia de este templo debe ser tomado con rigu rosa cautela. Los tapices son magníficos, de una entonación verde, con escudos que pueden afiliarlos, pero seguramente datan del siglo xvri. El pavimento de la iglesia fué renovado también en forma admi rable. Las capillas y la crujía estaban enladrilladas y los cronistas re fieren que, faltando ladrillos para algunas capillas, el señor Palafox ordenó se tomasen de su propio palacio. N o sé cómo sería el pavi mento de las naves en aquella época, pero consta que en el Corpus de 1772, que cayó el 18 de junio, entre otras mejoras, se estrenó el piso de la crujía, de losas de un mármol tosco, rojas y negras, que extraen de wnas barrancas del cerro llamado Tepoxúchitl, cerca de la ciudad. Se
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trata de esa losa admirable, que hoy llaman de Santo Tomás, con la cual está pavimentado todo el templo. Quien visita la catedral de Puebla en estos días molestos, faltos de reposo y quietud, se da cuenta de que el templo ofrece un aspecto de limpieza, de decoro, de uniformidad que no se encuentra en otras ca tedrales de México, inclusive la de la capital. Ello es obra del cabildo catedralicio, pero, en su parte artística, de un hombre: don José Manzo y Jaramillo. Este artista, nacido en 1789 y muerto en 1860, aparece como el más notable corifeo del arte neoclásico en Puebla, como Tolsá en México o Tresguerras en el Bajío, si bien sus ímpetus son mucho más modestos. Parece que se dio a conocer terminando el gran ciprés proyectado y comenzado por Tolsá. Como este altar constituye una de las preseas más valiosas de la catedral de Puebla, hagamos brevemente su historia y descripción para después tratar del esfuerzo personal de Manzo. Siendo Obispo de Puebla el señor Bienpica se comenzó la obra el 1^ de septiembre de 1797. Tolsá había hecho un dibujo y un modelo de bulto, o maqueta, que conocemos. Colaboraron con Tolsá, o mejor dicho, realizaron sus proyectos, Don Simón Salmón, que logró fundir en bronce la imagen de la Purísima que Tolsá esculpió en madera. Para las demás esculturas intervinieron Patino Ixtolinque, Zacarías Cora y Legaspi. Para los mármoles y mampostería Pedro Lezama. Don José Ramírez para los estucos, y para los bronces dorados y la plata don Manuel Caamaño de México. Don Joaquín Inocencio para el cincelado y, para que nada falte, don Mariano Vargas, relojero, construyó la ma quinaria para levantar las puertas del Sagrario cada vez que es necesario. La obra fué terminada en 1819, nueve años después de muerto Tolsá. Es ésta, sin duda, una de las obras maestras del arte neoclásico de México. Don Manuel Francisco Álvarez dice que está inspirado en uno de los altares del Jesú de Roma. No le falta razón, pero no puede ha blarse de copia: de un retablo adherido al muro, a un ciprés exento y calado hay gran diferencia. Su defecto único es su grandiosidad, que en sí misma no sería defecto, sino virtud, sino con relación al conjunto, a las dimensiones del templo. Le falta algo de la divina proporción de que hablara el tratadista célebre. Es de planta circular con cuatro al-
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tares que la horizontalizan en sus ejes. Existe un gran basamento en que se abren, entre los altares, puertecillas para la admirable cripta, sepulcro de los prelados angelopolitanos. Se encuentran entre macizos que forman plinto a las columnas del primer cuerpo. Está éste consti^ tuído por resaltos que marca el entablamento, cada resalto con cuatro columnas. Los cuatro huecos que se forman están destacados por fron tones curvilíneos rotos y una ráfaga en el centro. Sobre los sectores de cada frontón descansan ángeles esculpidos, así como entre las co lumnas de cada resalto aparecen estatuas. El segundo cuerpo es pro piamente un remate cupuliforme. Sobre los altares se ven puertecillas de medio punto apilastradas y con frontones triangulares rematados por escudos. Sobre los resaltos ventanas. La cúpula, al parecer de curva elíptica, se ve coronada por una escultura de San Pedro. Está orna mentada con fajas resaltadas. El tabernáculo es más sencillo: organizado a base de pilastras re matadas por figurillas, arquillos de medio punto y cupulín. Sobre éste descansa, poco menos que invisible, la Purísima de Tolsá. Los materiales en que está construido este gran altar son riquísimos, como ha podido verse: mármoles, bronce dorado, estucos. Manzo, que hace una des cripción detalladísima de la obra, como que al final fué suya, dice que se continuó en estuco, o por el costo, o por el temor a los temblores. Sea como fuere, su concepción, su desarrollo, su acabado en todos los detalles son perfectos. EL TESORO DE LA CATEDRAL DE PUEBLA
Nadie puede darse cuenta de lo que era y es el tesoro de esta gran catedral. Si de la de México, gracias a sus inventarios, hemos podido re construir su maravilloso tesoro, del de la de Puebla sólo conocemos lo que dicen los historiadores antiguos de lo que ellos pudieron ver. Así, aparte de la famosa torrecilla, la custodia más importante, de la cual hemos hablado, Manzo menciona las siguientes joyas. Cuarenta y ocho blandones de plata mestiza de vara y tercio de alto; otros ocho blandones de exquisita obra para cirios de una arroba; medían dos varas y tres cuar tas. Cuatro jarras de plata bruñida con sus ramilletes de plata copella, de
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dos y tres cuartas de vara de alto; otras cuatro jarras semejantes, de vara y tres cuartas de altura. "Veinticinco candiles, entre ellos seis lámparas, penden de las bó vedas de la iglesia, siendo los más notables dos que están a los lados del tabernáculo de más de tres varas de alto y treinta luces cada uno." La presea de las lámparas, como en la catedral de México, era la que pendía de la gran cúpula: fué obra de don Diego Larios, patrón de platería muy entendido en su arte. Fué estrenada el día del Corpus de 1751, pesaba tres mil seiscientos ochenta y seis marcos, dos onzas y cuatro ochavos de plata. Obra de arte mestiza, ya que ostentaba sobre puestos dorados, costó sesenta y siete mil pesos, medía de largo casi nueve varas; de diámetro dos y un tercio; de circunferencia siete sin los arbotantes. Alumbraba con cuarenta y dos luces y la constituían mil ochocientas cuatro piezas. Las custodias ricas de la catedral eran dos: la que lucía en el día del Corpus era de oro, de más de vara de altura, ornada de multitud de diamantes por una faz y de esmeraldas por la otra. Fué estrenada el 1^ de junio de 1727. Existía otra custodia magnífica de oro, trabajada por don José Isunza y cincelada por don Antonio de Villafañe. Su altura casi llegaba a la vara. El Sol estaba adornado con muy buenas perlas. El pie, de obra exquisita, era de oro de diversos matices y orna mentado con esmeraldas, brillantes, topacios, amatistas, granates y perlas de la mejor calidad. Entre los vasos Sagrados se destacan dos: uno, aunque antiguo, que por eso debe haber sido el mejor, y otro moderno, semejante a la cus todia descrita obra del mismo artífice Isunza. El tenebrario de la catedral de Puebla era, en verdad, magnífico. Medía ceirca de ocho varas de alto; fué diseñado y tallado en ébano por don José Mariano del Castillo y adornado con sobrepuestos de plata del maestro Isunza. LA SACRISTÍA
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Solemne sacristía si las hay, es ésta de la catedral de Puebla. Be Uísimas cajoneras guardan los ricos ornamentos. Dos grandes cuadros el Triunfó de la Fe y el de la Religión exornan sus muros. Son copias
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de Rubens ejecutadas por Baltasar de Echave y Rioja, no del piimero de ese nombre, como asienta Alanzo, que para la fecha de este monu mento llevaba muchos años de fallecido. Otros cuadros de pintores poblanos adornan el recinto. Bella mesa al centro con un Cristo de marfil completa el ambiente. De la sacristía se pasa al antecabildo y a la sala capitular, donde pueden verse los retratos de los prelados angelopolitános. Por otro lado, a través de pasillos, se llega al ochavo, hermosa capilla octogonal, decorada con finos relieves dorados y una importante serie de pequeñas pinturas. E l SAGRARIO
Don José Manzo se indigna al hablar de este sagrario. Le parece mezquino, impropio para tan gran templo, y de fijo que no le falta razón. Parece como, si en castigo por haber derribado el sagrario pro yectado por el señor Palafox, al frente del claustro que imaginaba para su catedral, el gran templo tuviese que conformarse con este modesto, paupérrimo sagrario. Su altar mayor fué obra de don Julián Ordóñez y se ven cuadros de Lorenzo Zendejas y uno de su padre, Miguel Je rónimo, que según se dice fué su última obra, la Oración del Huerto, pintada a los noventa y dos años de su edad. Hemos procurado trazar la historia de la catedral de Puebla y des cribir el desarrollo de su obra y de su arte. Templo procer, sólo com parable a la catedral de México, puede ufanarse de gran abolengo; él con aquélla, continúan en el nuevo mundo la gran serie de catedrales hispánicas que, desde la Edad Media al Renacimiento, han dotado a sus pueblos de monumentales casas de oración. Otros países las han osten tado grandiosas, como Francia, Alemania, Italia e Inglaterra. Sólo Es paña supo y pudo transplantarlas al Nuevo Mundo. Después de las de México, surgen las catedrales del continente del Sur en una serie ad mirable. El arte hispánico sobrevive en las hijas, que no colonias, de la madre España. Los méritos y deméritos de la catedral de Puebla se destacan, pri mero por la unidad estilística de su exterior: su sobriedad, su escuria-
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lismo, sus grandiosas proporciones. Segundo, su interior neoclásico, obra de Alanzo, siempre limpio: parece, y aquí viene el demérito, el de una catedral nuevecita, acabada de hacer. No hay pátina, no hay anti güedad. A los mismos cuadros de la Sacristía se les renueva para que no aparezcan sucios, sin que importe su verdadero mérito artístico: cualquien pintor puede "componer" la obra de otro pintor. A pesar de todo, como decíamos al comenzar este ensayo, la cate dral existe. Manos ignaras y mentes estrechas pueden deteriorarla poco a poco. La gran obra de Palafox y de todos los prelados y artífices que colaboraron en esta creación extraordinaria no perecerá del todo. Mé xico se enorgullece de este gran templo levantado a la gloria de Dios por los reyes de España y los indios de Nueva España.
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