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Los dueños de la tierra ti erra es es el modelo de novela vinculado a la mítica revista Contorn Como lo fue Don Segundo Sombra respecto Sombra respecto de la revista Pr revista Proa oa y del movimiento m 1927. Según Ángel Ángel Rama, «cor «corresponde responde vincularl vincularla, a, por lo l o menos con co n Los de abajo, abajo, la novel logra la síntesis entre la tradición realista del siglo XIX y los acontecimientos revoluc trata de de una novela rural, sino del vaivén vaivén simbólico y vertiginoso entre entre Buenos Buenos Aires Nöel Salomon, Salomo n, a su vez, dijo: dijo: « Los dueños de la tierra ti erra es es una novela política polí tica,, cuyo len de la narrativa norteamericana, pero cuyos procedimientos se vinculan a los rela Quiro ga y a los del paraguayo parag uayo Roa Bast Bastos». os».
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Los dueños dueños de la tierra ti erra eP ub r1.0 r1.0 Ninguno 04.12.13
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Título original: original: Los Los dueño du eñoss de la tierra David Viñas, Viñas, 19 58 Diseño de portada: Ninguno Imagen de portada: Estancieros armados (1922-23) Editor digital: Ninguno ePub base r1.0
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La tierr tierr a es la verdad ver dad definitiva definitiva,, es la primer pr imeraa y la últim EZEQUIEL M Radiogra
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Matar Mata r era fácil. fáci l. «Pero no así, no», reflexionó reflexi onó Brun con impaciencia impacienci a y se pegó unos borceguíes: a él le correspondía esperar ahí, sentado en el fondo del cañadón mientra hombres cazaban del otro lado de esa loma. Pero ya estaba harto de esperar y se cabestro de su caballo en un pie. Por lo menos, quería estar cómodo, aunque con cada escuchaba, el animal se estremecía, sacudía la cabeza y pegaba un tirón del cabestro los disparos —calculó sin precisión— o por algún tábano que lo estuviera mortifica no», volvió a reflexionar. Su irritación lo obligaba a ser preciso: no era por los caballo se sacudía así ni se mataba de esa manera. Y a causa de eso había discutido con Gorbea antes de que saliera a cazar: «—No, no…» —había —había dicho como si lo fatigara discutir di scutir sobre la mejor manera de «No estoy de acuerdo con usted». «—¿No?» —Gorbea se había sonreído blandamente—. «¿Por qué?». «—Porque es mucho mejor hacer un rodeo». «—¿Como si fueran guanacos?». «—Como si fueran guanacos o cualquier cosa» —había asegurado Brun—. «Lo amontonarlos». «—Comprendo… comprendo…» —Gorbea se sobaba los brazos, él no se irrit usted está acostumbrado acostumbrado a organizar organizar palizas pali zas con los lobos» —dijo—. «Por eso prefier Pero lobos marinos o guanacos o lo que fuera, pensaba Brun con un malest mucho mejor mejor rodearlos y hacer un montón para ir animándolos animándolos hacia la costa. «—Y no andar cazando al ojeo, de a uno…» —había dicho. Sign up to vote on this title «—Un tirito aquí y otro tirito tirit o allá ¿eso es lo que le molesta?». Useful Not useful «—No, Gorbea. Entiéndame: es el tiempo que se pierde». «—No es para tanto…». «—¡Sí que es para tanto! Porque como usted quiere hacer, lleva demasiad
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fondo, se oía un aleteo y una nube de patos shacks ascendía, shacks ascendía, temblaba un momento a suelo y se volvía a asentar suavemente. «—A la gente le gusta, Brun», había repetido G salir a cazar. Brun estiró las piernas, bostezó y volvió a sacudirse los borceguíes con la fusta una hora que esperaba allí sentado, y no sólo se había sacudido los borceguíes hasta las pantorrillas sino que también se había arrancado las costras de barro de las suel tenido tiempo para castigar reflexivamente dos toscas que había elegido: una que par «Avanti», con el mismo color y la misma forma, y otra que no era nada más que u rodaba entre sus pies. De vez en cuando se marcaba marcaba un largo silencio sil encio después de esos «¡crann!» «¡crann! » que otro lado de la loma donde se extendían los nidales de los patos shacks. shacks. Cada sile descanso donde él se pudiera tumbar sobre sobre la espalda dejando que el sol le calentara l que cada silencio era una pausa. Nada más. más. Más lar l argo go el silencio, s ilencio, mejor puntería, punterí a, má pretar los dientes, dient es, no respirar y que el índice índi ce de las carabinas carabi nas quedara sobre algú Mejor Mej or sobre algún vientre. vient re. Porque matar era como violar viol ar a alguien. algui en. Algo bueno. había que correr, se podía gritar, se sudaba y después se sentía hambre. Y esa espec temblorosa que con cada estampido se levantaba unos metros del suelo y se volvía a a loma, podía ser una manga de langostas. Es decir: una nube que se estremece por dent oscureciéndose por partes, como una gigantesca madrépora. Los disparos continuaban, conti nuaban, cada vez más espaciados, espaci ados, seguramente más certeros. cert eros. shacks ¡Craann! Brun seguía repasando su diálogo con Gorbea mie los nidos de patos shacks ¡Craann! tenía que repetírselo mentalmente hasta que lo ganara. «—¿Pero venimos a divertir había preguntado él. «A la gente le gusta», era lo último que le había respondido Garb la nube de patos, que chillaban como miles de langostas que se estuvieran devora inflaba y después se sosegaba blandamente blandamente sobre el campo y sobre los diminutos cráter ¡Craann! El tiempo pasaba. Más de una hora. Casi dos y todo porque Gorbea no le ha El viento vient o soplaba del lado del mar, mar, pero no levantaba levant aba polvo en esa loma negra y mue miles de grietas. ¡Craann! Era allá, al fondo del campo donde estaban cazando. Brun que no quería participar. Ni eso ni otra cosa. Solamente se había sentado en el su egua de Gorbea trotaba en dirección a los dos hombres lo estaban Signque up to vote on this title esperand hiciera lo que le pareciese mejor, al fin de cuentas era élquien Useful se Not useful de cazar ocupaba mirado alejarse calculando vagamente que el balanceo de las ancas de la yegua bie trasero de Gorbea. «A la gente le gusta, Brun». Y en ese momento estarían galopando
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eco. Qué iba i ba a ser se r. La nube de patos daba vueltas vuelt as y vueltas vuelt as por encima de sus nidos. Ya no se asen atolondrados y soltaban unos graznidos metálicos y seguramente —presintió Brun— roerse entre ellos como insectos. Entonces sacó su Malinchester y apuntó hacia arr estampido fue al lado de su oreja y el caballo pegó un tirón del cabestro. Nada. La seguía cerniéndose sobre su cabeza. Había errado y eso era una idiotez. Tan idiota, co hubiera dicho: «—Un tirito aquí y otro tirito allá», se precisó Brun y volvió Malinchest Mali nchester: er: ¡Aaanc! Esta vez v ez los l os ojos oj os de su caballo c aballo se agrandaron ag randaron como si lo hub cuando Brun descubrió el cuerpo de ese pato que se había desplomado sobre la tierra de sus pies, se sintió decepcionado: su buena puntería no lo entusiasmaba y Gorbea ni acompañantes le importaban un bledo. Ya terminarían esos de cualquier manera, estar or la playa pl aya como si persiguieran a guanacos o a lobos l obos marinos en una veloz y despia a animales que vivían y corrían y se largaban a gemir cuando los golpeaban, y que n sino que atropellaban con todo su terror, aullando con las bocas abiertas, húmeda tuvieran miedo a morir, sino a morir delante del manco Bond, por ejemplo. Miedo pa que les iban a hacer después de morir. Era eso. «El manco Bond», pensó Brun. Era fam arte de la Patagonia. Bond. Y cuando esos animales —o lo que fuera— caían, él los que agachaban la cabeza, no miraban más y quedaban completamente oscurecidos c iel. Brun tenía que seguir esperando. Allí, sentado al pie de su caballo, en el fondo completamente desierto y liso, como el cañón empavonado de su Malinchester. Pero la estaba caliente. Claro que sí, como los cuerpos de los animales o de los indios d cacería: cuando estaban por morirse roncaban como como si solamente les doliera doli era alguna p Los lobos l obos marinos mari nos tenían t enían una piel pi el lisa lis a y suave, los guanacos una piel pi el peluda y suave, suav e, de tierra se conseguía tranquilamente con que la solicitara sol icitara uno cualquiera: algún cuñ eón al que alguna vez se le había vendido algo. Primero había que pedirla: todo resentar uno de esos formularios del Gobierno. Después había que limpiarla. ¡Cra seguían cazando. Ya estarían por terminar, pensó Brun sin ninguna certeza. E simplemente, porque lo lógico era que tardaran mucho más. La nube de patos desinflado sobre sus nidos como una enorme víscera. Nada. latido lo largo de SignNi up un to vote on thisatitle del otro lado de la loma estaba el mar, y el viento soplaba ras detierra, Not usefulcomo si se aUseful nubes permanecían inmóviles y a él le ardían los ojos. ¡Craann! Los disparos espaciando. Seguramente habría quedado algún cuerpo enhorquetado en uno de esos n
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—¡Sí! —¿Mucho trabajo? trabaj o? —Brun hablaba desde el suelo, con un aire de increduli deshaciendo un nudo con la punta del cabestro. cabestro. —No —jadeó Gorbea—. Fue fácil. fác il. Muy fácil f ácil.. —¿Cazaron al ojeo? —Y, —Y, un tirit ti ritoo aquí y otro tirito tir ito allá. all á. —Pero… por la playa pl aya corrieron corri eron ¿no? —Un poco. Pero no perdimos nada de tiempo. tie mpo. —¿Ah, sí? —Sí —Gorbea estaba orgulloso de su éxito, éxit o, pero se reía cubriéndose cubrié ndose la incomprensiblemente temiera que lo escucharan los que se habían quedado en la loma un maturrango este Bianchi —le secreteó a Brun. —¿Qué? ¿Pegó una rodada? —¡Y cuándo no! Siempre se cae: la vez ve z pasada… Cuando fuimos hasta has ta la l a frontera río… Siempre. —¿Se hizo hi zo algo? al go? —Brun no estaba est aba preocupado, sino si no que quería querí a saber todo lo q lo que le l e hubiera podido resultar un contratiempo contrati empo a Gorbea. Gorbea. —No… ¡Qué se va a hacer! —la risa de Gorbea ahora era incontenibl incont enible, e, jadeab secaba la frente—. ¡Si cayó de cabeza!… —Menos mal —murmuró Brun sin si n entusiasmo. entus iasmo. —Sí —Gorbea todavía todaví a hablaba entre jadeos doblado sobre el borrén de su mo mal… —admitió pasándose la mano por la frente. Parecía satisfecho con su sudo enrojecida y con el calor de su cuerpo—. ¿A usted no le gusta ver, eh? —preguntó brus —No —vaciló —vaci ló Brun—. Yo prefiero… —presintió —presint ió que Gorbea esperaba que le sirvo para eso» o «—Usted es el que hace lo más bravo del trabajo». Y que eso lo te humildemente, sin titubear, justicieramente. También sospechó que le correspondía haberse quedado allí, sentado en el suelo, esperando, mientras los demás faenaba viento había empezado a soplar duramente, había que entonar los párpados para hab sol de frente. El viento le raspaba las mejillas y ese sol morado en los bordes lo enc que apurarse. Sign up to vote on this title —¿Y la gente? —preguntó; allá al fondo f ondo esperaban esper aban Bianchi el Not manco useful Bond y pa Useful y a sus caballos. —Conforme —comunicó —comunic ó Gorbea.
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—¿Pagó mucho? —preguntó Brun manteniéndose manteni éndose apartado apar tado de esa es a bolsa. —¡No, qué voy a pagar! —Gorbea estaba entusiasmado, entusi asmado, ya no se secaba el sud seguía igualmente enrojecida—. Pagué lo que correspondía, ni medio chelín de más bolsa y por la boca de arpillera arpil lera fuer f ueron on rodando rodando esos muñones muñones sanguinolentos. «Parecidos «Parecidos a cebollas», calculó Brun. —¿Vio que no era necesario neces ario hacer hac er un rodeo? —seguía —seguí a Gorbea. —Sí —reconoció — reconoció Brun—. No era er a necesario. necesar io. Pero el tono triunf t riunfal al de Gorbea no se s e aplacaba: —Yo —Yo tenía tení a razón, ¿eh? ¿e h? —Sí… —¿Vio? Y eso que usted ust ed nunca me lo quiere qui ere reconocer. reconocer. —Sí, sí… s í… —dij — dijoo Brun. —Pero es que si a la gente gent e le gusta, g usta, hay que dejarla dej arla que se dé el gusto.
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Las ovejas iban avanzando pesadamente a lo l o largo l argo de los bretes. Algunas se caían y p suelo, y las que venían detrás les pasaban por encima. «—¡Hop, hop!», gritaba u cuadro de las preñadas. El avance de los animales proseguía: con las cabezas gacha morir o asomándose por encima de las otras, como si se ahogaran, desesperadas por r adelantaban torpemente, torpemente, topándose contra los l os tablones de los bretes o pugnando por e masa que avanzaba. «—¡Hop, hop!» seguía el ovejero en el cuadro de las preñadas, y animales le hacía girar el caballo. —… siete si ete …ocho … ocho …nueve y cuarenta —iba —i ba contando Gorbea y anotaba en su s u piza —¿Cuántas van? —Brun se apoyaba apoy aba sobre los tablones t ablones del brete. —… dos …tres … tres …cuatro …cuat ro …cinco …siet …s ietee —seguía —se guía Gorbea. —¡¿Cuántas van?! —… nueve …cincuenta… …cinc uenta… —Gorbea escribió escri bió algo, después anunció—: ¡Dos cincuenta! —apoyaba la mano sobre sobre los lomos lanudos que seguían pasando y contab los labios—. ¿Le parece que ya está bien? —volvió a borrar la pizarra con el brazo manga manga se limpió l impió el polvo de la cara—. ¿Cerramos, ¿Cerramos, Brun…? ¿A usted qué le parece? parece? —En tres mil nos paramos. —¿No es demasiado poco? —No. Está bien. bi en. El corral de las preñadas estaba e staba atestado atest ado y el caballo caball o de ese ovejero seguía dan vez más cerradas. En realidad, ya giraba sobre sí mismo. «¡Hop, hop!». Más allá es corrales, anegados con ese movimiento gris y circular. «¡Hop, hop!». Las ovejas seg Sign up to vote…trescuatro on this title or el brete, debajo de las manos de Gorbea que murmuraba: …cin Not useful Useful contaba de a dos. Contar y poder seguir contando y tener cosas debajo de los dedo contaba. Contar era tocar. Poseer era contar: tres ovejas, cien ovejas, doscientas cu ovejas, tres mil… Poseer era limitar: de ese brete al corral de las preñadas y de a
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tijeras. Ese trabajo estaba a cargo de Bond que ya no servía nada más que para eso, que hacían los demás. Tres mil ovejas era lo que había que apartar, pensaba Brun, y e Bianchi con el chileno Muñoz y con ese ovejero, con Soto. «Tipo trabajador», le había «Tipo trabajador». Y esas ovejas seguían desfilando por el brete. Bianchi estaría a final del cañadón y toda esa tierra hacía rato que estaba despejada, bien limpia y se p un extremo al otro. Brun quiso mirar hacia adelante para ver si lo descubría a Bianch que levantaban las ovejas le impedía ver tan lejos. Una nube de polvo. ¿Cuánto medir Mil metros de nube de polvo. pol vo. —Siete —Siet e y ocho… nueve… —ya estaban estaba n las tres mil, y Gorbea pegó un salt tranquera del brete y la cerró—. ¡Traca… traca! —les gritó a los animales que seguía ¡Traca! —volvió a gritar. Ya no tenían que pasar más, ya estaban las tres mil que hab ero algunas ovejas, al seguir avanzando, se encimaron, amontonándose junto a ¡Vamos, querida! —el mismo Gorbea fue deshaciendo ese amontonamiento, tomando anza y bajándola hasta depositarla en el suelo—. ¡Vamos, queridas! —repetía mie dificultosamente entre esos animales palmeándoles los lomos como si quisiera calmar las manos en la lana con un toqueteo lento, sabio, muy tierno. Después se apoyó en la frotó la cara con la l a misma energía energía con que había borrado la pizarra: —Ya —Ya están est án las tres t res mil —le —l e informó inf ormó a Brun. —¿Bianchi va a venir? veni r? —¿Para el arreo? —Sí. Gorbea Gorbea soltó un salivazo: sal ivazo: —Ahora nomás viene, v iene, cuando termine con lo que está haciendo —dijo; —dij o; después tono confidencial—: ¿Y, ¿Y, qué le l e parecen las malvineras? —Buena lana —reconoció — reconoció Brun. —Sí. Buena lana l ana pero pésima carne. —Y, —Y, las merino no dan, aunque vengan de donde vengan… de las Malvinas Malv inas o de cu Brun miraba hacia el corral de las preñadas que ahora permanecía inmóvil, como nieve sucia hubiera caído sobre todos esos animales—. No dan —repitió sin resigna nada que hacerle. Sign up to vote on this title —¿Y las Lincoln? Lincol n? Useful Not useful Brun sacudió los hombros: —Qué sé s é yo… —se quedó un rato r ato en silencio sil encio y cuando habló parecía quejarse quejar se
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—¡Todos —¡Todos los ingleses ingl eses se s e van a vesti ves tir! r! —¿Todos? —¿Todos? —¡Hasta el e l rey! —se —s e rió ri ó Gorbea. —Eso, si llega… ll ega… —Brun tenía t enía una expresión e xpresión soñadora, soñador a, de presagio—. Si llega… l lega… —¿Y por qué no va v a a llegar? ll egar? —a Gorbea se s e le había habí a oscurecido la l a cara—. ¿Eh? ¿ —Por los submarinos… —¿Qué submarinos? —Los de su amigo el Káiser Kái ser.. Gorbea Gorbea parpadeó de felicidad: fel icidad: —¿Mi amigo? —no — no podía podí a disimular di simular su gozo. Brun le l e otorgaba ot orgaba un partido, parti do, una po opiniones, enemigos—. Es un tipo bravo el Káiser —Gorbea hizo un ademán como unos bigotes puntiagudos—. Y no le gustan los ingleses… —¿Y a quiénes quiéne s le gustan? —¿Y usted uste d me lo pregunta? —A nadie le gustan —Brun hablaba sentenciosament senten ciosamente: e: él pensaba sobre esas opiniones formadas, escrupulosamente formadas, él sabía qué quería—. Pero pagan — Gorbea se alarmó: —¿Y usted uste d cree que si gana el Káiser Kái ser no van va n a pagar? Brun se tomó su tiempo para hablar, para enseñarle a Gorbea: —Va —Va a haber habe r lío l ío —dij — dijoo borroneando el tres del «3000» que había dibujado di bujado Gorbe los tres ceros estaban bien, demasiado redondos, pero pasaban. Eran fáciles de hace Pero el «3» era una porquería. porquerí a. Ya Ya hay lío lí o en Buenos Aires… Hay gente gent e que quiere qui ere la gu —¿A favor del Káiser? Káis er? —preguntó Gorbea con c on recelo. —No ¡qué Káiser ni Káiser! Quieren que nos metamos del lado de los ingl franceses. Yo no tengo nada en contra: seamos clientes, amigos. Pero no vamos a hace cabeza por ellos —Brun golpeaba enérgicamente con el índice sobre la tranquera— dure todo lo que quiera —aceptó—. Más dura, mejor para nosotros. Pero yo no t ninguna manera. Porque los que gritan son unos señores que no tienen nada que perde que saben es eso: gritar y gritar —Brun parecía aturdido por los gritos de esa gente que se llamaba? —preguntó de pronto. Sign up to vote on this title —¿Quién? —Gorbea se s e sobresaltó. sobresalt ó. Useful Not useful —Aquél —señaló — señaló Brun Br un con la cabeza. c abeza. —¿El del cuadro de las preñadas?
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explicaba mecánicamente mecánicamente todo lo que él quería decir—. Eso es lo más grave. —Ah… ah… —cabeceaba — cabeceaba Gorbea. —No sabe hablar habl ar —concluyó —concl uyó Brun. —¿No? —Se lo digo yo. —Ah… ah… —y — y Gorbea movía los l os labios labi os como si continuara conti nuara contando cont ando ovejas. ovejas .
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Pero el asunto no duró. Es decir, la l a guerra no duró más y la lana no corría corrí a más o, vendía muy poco. Y los fardos formaban unos enormes cubos mohosos amontonados Gallegos, en San Julián, en Deseado. Encima de algunos habían crecido unas matas de subía la marea, marea, los de los costados se balanceaban suavemente. suavemente. —¿Entienden? —¿Enti enden? —Soto miró a los tres hombres hombres que lo escuchaban sentados sentado s en «camarotes»: al chileno Muñoz que de vez en cuando se adormecía sobre su guitar cabeza como para espantarse una mosca, y a Stocker, ese recién venido, que aprobaba sacudiendo el mechón que le cubría la frente y murmurando: «Está bien… muy bien… indio Caliqueo que no abría los labios ni se movía—. ¿Se dan cuenta de lo que les di Soto alzando la voz para sacudir la l a modorra modorra de los otros. —Sí, por supuesto supuest o —dijo —dij o Stocker—. Stocke r—. Y lo l o grave es que con lo l o que se gana no alcan —¿Para nada? —Soto tenía tení a un gesto de desprecio—. ¡Si el paquete de velas ochenta centavos! —Y en Buenos Aires vale cinco —aseguró Stocker con toda la mano abierta—. abiert a—. sombra de sus dedos se agrandó sobre la pared y se agitó cubriéndola hasta el tech Muñoz miraron el cabo de vela que iluminaba i luminaba desde un rincón ri ncón de la pieza; parecían t w apagara y se fuera acabando. —¿Y a usted, ust ed, cuánto cuánt o le quedó? —¿Desde que vine? vi ne? —Sí —Soto — Soto se dirigía diri gía con una lenta l enta solemnidad s olemnidad a ese e se peón nuevo. nuev o. Desde que vine me quedaron veintici veint icinco nco pesos —confesó —confe só Stocker con amargura, amar gura, Sign up to vote on this title Mejor Mej or dicho: dic ho: veinti vei nticinco cinco con c on ochenta. Useful Not useful —¿Tan —¿Tan poco andan pagando en el e l frigor f rigoríf ífico? ico? —Tan —Tan poco, no —Stocker —St ocker se había habí a echado hacia adelante adelant e y hablaba muy cerca de —. A uno l inco centavos ce ntavos la l a hora…
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coyunturas torpes y crujientes—. Y uno trabaja unas nueve… ocho —calculó después los dedos— o diez horas como media. —Como medio… medio… ¿y como máxima? —Unas quince. —¿Y los domingos? —la —l a frente de Soto se había dorado con la luz l uz de la l a vela. —Los domingos, menos; cuatro, cuat ro, cinco… Según. —Lindo, muy lindo… li ndo… —Soto se volvió volvi ó hacia Caliqueo y le palmeó la rodilla— decís? —Lindo —masculló — masculló Caliqueo en su «camarote». —De cualquier cualqui er manera yo me había habí a hecho unos doscientos doscie ntos pesos pe sos —conti —c ontinuó nuó Stoc que poner cien para el pasaje, cincuenta por la comida y otros treinta como garantía — sombras de sus dedos bailotearon sobre el techo—. Y cinco por un cuero… ¿ve? enumbra levantándose un poco—. Y es un cuero pelado que ni calienta ni sirve para —chilló— —chi lló—.. ¡Otros cinco por un delantal del antal!! Si parece cuento… —¡Juar! —gimió el chileno chil eno Muñoz de pronto fingiendo fi ngiendo un quejido queji do interminabl int erminabl oposición! —y se quedó con su ancha boca abierta apuntando hacia el techo, sin a sacudiendo los dedos sobre su guitarra—: ¡Que muera Balmaceda, que viva Jor ge Montt!— Montt!—
cantó con una voz espesa, cálida, como la sangre de los corderos sobre el carneaban de madrugada. —¡Calláte, —¡Call áte, Muñoz! M uñoz! —le — le ordenó Soto. El chileno chil eno tocaba suavemente las cuerdas de su guitarra, guit arra, no con las uñas sino los dedos, y mantenía los ojos entornados como como si estuviera gozando mucho, acordánd acordánd bueno que no se podía compartir y que no valía la pena contar porque no lo iban a va entonó: ¡Juar! —el placer era muy bueno, doloroso—. doloroso—. ¡Arriba la… Sign up to vote on this title —¡Calláte, —¡Call áte, te t e digo! —lo cortó c ortó Soto. Sot o. Useful Not Todos se quedaron en silencio. Afuera soplaba el viento y de vez enuseful cuando se oía cascotes que golpeaban contra las chapas de zinc. Stocker tuvo un estremecimiento y l
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Por un instante, inst ante, cuando los dos se descubrieron descubri eron de acuerdo en algo que los hum tiempo, se sintieron cálidamente cómplices: tenían los mismos enemigos, las desgrac resultaban tan tremendas y al fin de cuentas era la vida de ellos, y si se las dom enaltecían bastante, por lo menos ante los propios ojos. Hasta se podrían intercambia o alguna cosa que los avergonzara. Algo tembló en Stocker y estuvo a punto de co ronto, ronto, que una tarde allá en Bahía Blanca, había visto a su s u mujer entrar a una casa de d la vio y se fue, sino que se había quedado espiando hasta que ella salió. Era una tard llegado la escuadra y los marineros andaban por la calle, varios se habían detenido rimero había hecho como que se sentía mal y se apoyó en un árbol, hasta que por fingiendo que se le había perdido algo. Después, al anochecer, se resolvió a trompearlo dicho que fuera a vigilar en ese lugar: «—¡Te debés haber confundido con tu herma mientras lo arrinconaba en un zaguán—. «¡Era tu hermana y no mi mujer la que entrab —Pero a nosotros parece que nos gusta… gust a… —dijo —di jo Stocker St ocker solamente. sol amente. —¿Qué? —Que parece que nos gusta gust a que nos estén es tén robando. Soto se puso tieso: —¿Lo dice por mí? —No… Por usted ust ed no. —¿Y por quién, qui én, entonces? ent onces? —Qué sé yo —Stocker —Stock er señaló vagamente en rededor, rededor, pero los que estaban arecieron pocos: Muñoz, el indio, Soto y él. Cuatro. No; eran muy pocos y ningun nada. Por eso estaban hablando de lo que hablaban—. Los de «Cañadón Fabre»… Coyle —insinuó—. Los que están est án peor que nosotros… Queridó, queridó —volvi queridó —volvióó a gemir el chileno— chil eno— vente vente a mis brazós, ¡la vida y hasta cuándo me querís tener penando…! Sign up to vote on this title
Soto se volvió con furia: —¡Te —¡Te dije dij e que te t e callaras! call aras!
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que hacer —la cara de Muñoz continuaba en la sombra—. Es que ustedes los arg mucho… demasiado… —No tanto tant o —lo tranquil t ranquilizó izó el e l indio—. i ndio—. Te aseguro que no tanto. tant o. Muñoz estiró esti ró los labios labi os como si fuera a contestar contes tar,, pero no dijo dij o nada y cabeceó si se s e diera razones: ya se vería verí a lo que había que hacer, hacer, en fin, fi n, esperar, esperar, total, total , no costab —¿Usted cree que los l os de las l as otras otr as estancias… est ancias…?? —Stocker —Stoc ker tenía t enía una voz v oz insegura. ins egura. —Yo —Yo no creo nada —Soto se había vuelto vuelt o a sentar y se frotaba las manos. reciamente reciamente y después las dejaba caer muertas entre ent re las piernas. —¿Y los de Paso Ibáñez? Ibáñez ? —Stocker —Stoc ker lo l o urgía. Soto abrió los l os brazos con un ademán de prescindencia: prescindencia: —Por ahora no se s e ha pasado de las conversaci c onversaciones… ones… se s e tantea tant ea a la gente… ge nte… ¿Y los de «La Anita»? —insistí —i nsistíaa Stocker. Stocker. Soto lo miró nuevamente a los ojos: esos ojos casi blancos, el pelo amarillo. Stoc Stocker y había trabajado en el frigorífico. Un sujeto blanco. La Patagonia era blanc blanco. Afuera seguía soplando el viento y las piedras golpeaban contra las parede eran cuatro y estaban ahí metidos y el resto de los hombres hombres iguales a ellos estaban en Paso Ibáñez o cerca del Coyle. Todos estarían estar ían acurrucados alrededor de una vela, agrio de los cueros de oveja y de sus propios cuerpos. Todo era una porquería: pa alcanzaba para nada, a los chiquilines se les hinchaba la panza y las mujeres tení Gallegos a hacer cualquier cosa. Una porquería. La Patagonia era una porquería. El ahí metidos, estirando sus caras bronceadas por la luz de esa vela y se sentían solos. solos. Por eso se amontonaban para hablar sobre lo mismo: lo que no pagaban, lo qu las ganas que tenían de poseer algunas cosas. Era como amasar una bola caliente. quitaba un poco el miedo. Como la comida o como echarse al lado de una mujer. —¿Hace mucho que no baja a Gallegos? —preguntó Stocker Stock er.. —Uh… uh… —dijo —di jo Soto Sot o vagamente. —¿Un año? —Más o menos. —¿Allí —¿All í habló habl ó con alguien? algui en? —No. Sign up to vote on this title —¿Ni con los l os del puerto? —Stocker —Stock er parecía asombrado. Useful Not useful —No, no. —¿Ni con la l a gente del d el frigor f rigoríf ífico? ico?
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vente vente a mis brazós ¡la vida y hasta cuándo me querís tener penando…!
Esta vez Soto no se puso de pie, pi e, fue Stocker quien ordenó: —¡Acabelá, —¡Acabel á, Muñoz, por favor! f avor! —después hizo una pausa, estaba es taba incómodo. i ncómodo. Soto l tiempo avergonzándose de esa manera—. ¿Qué habría que hacer? —le preguntó con av era lo mismo que alzarle duramente la cabeza a ese hombre grandote para demostrar él, que era para desesperarse si no encontraba alguna solución, que lo quería, que lo había otros hombres en el Territorio pendientes de él que serían miedosos o sucios per —. ¿Paramos ahora? —¿En medio de la l a esquila? esqui la? —Soto —Sot o hacía unos dibujos dibuj os en el suelo, parecía calcu —¡Claro, hombre! hombre! —¿Aprovechando que Brun y el otro…? —Por supuesto… supues to… por supuesto supuest o ¿o va a esperar es perar a que vuelvan? vuelva n? —No. No es por eso —hacer una huelga era como pelear con un hombre hombre y cualquier cosa, a cada rato; Soto solamente se resolvía a pelear para terminar con alg se aguantaba más. Para matar, por supuesto. Y él era capaz de matar, pero no a cada ra asesino. Y hacer una huelga todos los días era un chiste. Como hacerla entre dos o tre los dedos; lamentaba no ser lo bastante elocuente—. ¿Pero antes conversamos con la consultó—. ¿Qué le parece? —¡No! —Stocker —Stock er era terminante—. terminant e—. Ya es tarde, si no, por supuesto. supuest o. Ahora, que ser lo mejor… —Stocker hablaba muy cerca de la cara de Soto, confidencialmente, c alguien que siente que va a perder su última oportunidad o se orina encima, pero por volvió hacia el indio y hacia Muñoz, consultándolos brevemente como si acabara de esos dos estaban est aban ahí—: ¿No es cierto ciert o que conviene largamos largamos ya mismo? —¡Vos —¡Vos no te vas a largar l argar ya mismo ni…! —¡¿Qué?! —Soto se volvió volvi ó rápidamente hacia la puerta del cuarto: parado en Bianchi, el capataz—. ¿Ahora se dedica a las alcahueterías? —le preguntósobán Sign up to vote on this title enrulándose los pelos del cuello. Useful Not useful —¡A usted ust ed no se le l e importa! import a! —Bianchi —Bian chi se había apoyado contra la pared. —¿Cómo que no me importa? i mporta? —la mano de Soto se apoyó sobre su s u nuca y se la
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de su madre alzó la cabeza y Soto lo golpeó en la frente sintiendo que los nudillos se l caja de huesos no soltaba ronquidos ni se hundía bajo su puño—. ¡Déle! —Y de nuev untada se le clavó en la l a muñeca—. ¡Déle! ¡Déle! —seguía Stocker, Stocker, pero Bianchi se había hec quejaba exagerando su dolor y tratando trat ando de prolongar prolongar las pausas entre cada golpe o de que le dolía, que no daba más y que ya era suficiente. sufici ente. Pero el chileno chil eno Muñoz, Muñoz , propuso algo divert di vertido: ido: —¡Al bañadero! bañade ro! —y aplaudió aplaudi ó con entusias ent usiasmo. mo. Los tres obedecieron. obedecie ron. No porque ésa fuera una orden ni porque Muñoz mandas orque, la verdad, que era una buena idea. Lo levantaron a Bianchi en vilo y corretea hasta la canaleta de cemento. —¡Al bañadero! bañade ro! —seguía el chileno. chi leno. En la carrera, Stocker había perdido una alpargata. Muñoz la recogió y empezó como con un cuchillo: —¡Al bañadero! —los jaleaba jal eaba en medio de la noche—. ¡Al bañadero con ése! mano con la alpargata con unos alegres ademanes de foca—. ¡Al bañadero! Cuando Cuando Bianchi cayó al agua cubierta de costras cost ras y de abrojos, abrojos, empezó a llama ll amarr a hacia el galpón de esquila; pero Soto había tomado una horquilla y le hundía la cabez una oveja: —¡Meta —¡Me ta la cabeza… que no le puede hacer mal el Cooper! —gritaba —gri taba mientras aterrorizado, con la cara fruncida, pugnando por aferrarse al borde o sumergirse y s unta del bañadero—. bañadero—. ¡Meta, le l e digo! —seguía Soto con un tono t ono burlón, despectivo. Y eso duró hasta que sonó un disparo. ¡Cran! Nítido, inquietante. Era una vieja R inconfundible. El indio indi o Caliqueo Calique o se volvió vol vió como si le hubieran hubi eran pegado un fustazo f ustazo en los ojos: —¡El manco Bond! —murmuró. — murmuró. —Sí —Stocker — Stocker se acurrucó acurr ucó junto junt o a la empalizada empal izada de los bretes. brete s. —Nos está est á metiendo bala… Otro estampido volvió a sonar allá al fondo y los dos se encogieron tratand oscuridad. Sentían la piel tirante, como si fueran globos de goma demasiado hinchado las tetillas la piel era gruesa y ahí picaba. Sign up to vote on this title —¡Está —¡Est á en el galpón! —avisó — avisó Soto desde des de un costado. cost ado. Useful Not useful Los disparos seguían. Apenas si se iluminaba il uminaba el ángulo de una de las ventanas unos fogonazos rojizos, atronadores. Muñoz murmuró: «—Nos tira a voltear el bruto
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¡Craann! —desde la ventana seguían los disparos. Todo el cañadón resonaba: par desde el bebedero, desde el tanque australiano australi ano ¡Craann… ¡Craann… craann…! —Lo va a hacer tiras tir as —vatici —vat icinó nó Soto—. Soto— . Hace tiempo ti empo que le tiene t iene ganas… ganas … —¿Sí? —Stocker — Stocker miraba como fascinado fas cinado hacia haci a el galpón. gal pón. Al rato cesaron los disparos. Después, alguien algui en gritó grit ó en el galpón. Parecía que oyó bien. Entonces Soto se puso de pie: —Vamos —Vamos —ordenó. Pero antes ante s de llegar ll egar,, una gran llamarada se levantó levant ó desde el galpón iluminando il uminando agua del bañadero bañadero y el chato cilindr cili ndroo del tanque t anque australiano.
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Entonces el Viejo lo llamó a Vicente. Tenía que verlo a las dos. « A las dos en punto usted», usted», se leía en la tarjeta que había recibido de la Presidencia, y mientras «Sportman», se había entretenido en achatar con la uña ese escudito en relieve: bracitos y el sol se asomaba con una cabellera de rayos crispados como una m «Escupió «Escupió mi pestífera hiel», decía uno uno de los versos del Himno Himno Nacional, pero los o eran inexpresivos y, además, no tenía boca. Vicente miraba con sopor, acababa de almorzar; a la izquierda los espejos, la entrada entrada a la l a cocina, la escalinata, escalinata, la otra o tra fila de columnas, el maître que maître que se desplazaba con unos movimientos insinuantes, insinuantes, certeros, certero s, hacía reverencias, rever encias, jugueteaba jugueteaba con esa se e inútil, daba una orden a un mozo sin alzar la voz pero modulando exageradamente un ritmo gimnástico, de superioridad, después tosía o se apoyaba las manos en tironeaba el smoking parpadeando velozmente. Las dos menos veinticinco. Ese incómodo, era evidente: el olor de las comidas, vaya uno a saber, los clientes de ese que conversaba como si salmodiara, tantos espejos que lo reflejaban, la cocina que punto, el mundo que giraba para el mismo lado. Era un contratiempo. Por eso el abrumado. Los caireles de las lámparas, las cortinas vaporosas y solemnes, pasar un en una servilletita de papel de una mesa a otra, la juventud, ah, la jeuneusse, jeuneusse, los mante las pecheras enharinadas de los mozos. Buenos Aires cómo crecía al comienzo de la del siglo XX —el maître maître recogía la respuesta a la servilletita haciendo una revere distante— la Atenas del Plata, con tantos poetas famosos y continentales. Las dos Lugones. Lugones era algo serio y sobrellevaba un prestigio mundial. Panamá, SignLos up to vote on this title acogedora y Santos Chocano. Sobre todo Santos Chocano. rebeldes corceles, la usefulXVIII y mu Useful Not dura, timbales, un cóndor en las alturas y alguna princesa muy del siglo Lugones me distingue», había asegurado Vicente en el baño turco. El maître seguía maître seguía idas y venidas de los mozos mientras los coches trotaban por esa calle maravillosa
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su tarjeta que era nada menos que una citación de la Casa Rosada. Él era el elegido, invulnerable, « A Las dos en punto p. m. recibirá a usted», usted», se leía en ese rectángulo escudo nacional. Las dos menos cuarto. Ese reloj no avanzaba y Vicente se sentía con Se podía palpar cualquier parte y nada lo molestaría. Ni el cuello tan tieso ni puntiagudos. puntiagudos. Er Er a una comodidad visceral la que sentía: sentía: corazón, corazó n, tripas, los pr opios Bien, bien. Se podía palmear su propia carne. Y a las dos en punto lo recibiría el P República. En ese momento, todo lo entusiasmaba, desde las reverencias del maître que lo había saludado desde la otra punta del salón. Todo estaba en su lugar en el « uno le pasaba la mano por encima no encontraría asperezas: el balde de los vinos, l ese médico que alguna vez le habían pr pr esentado esentado en el Gimnasia Gi mnasia y Esgrima Esgrim a había dep mesa, las copas, los cientos de copas que brillaban esparcidas sobre las mesas, las c costados, la grupa de esa mujer que desganadamente andaba buscando mesa, las c costados costados que no eran de már mol sino que estaban estaban pintad pintadas as con un colo r veteado. veteado. Las d Faltaban diez minutos para que el Presidente de la República lo recibiera y to pagar, ponerse de pie, cruzar ese salón diciendo a media voz y sonriendo: «—Permis a toda la gente conocida, dejarse llevar por la puerta giratoria, salir a la calle, cruzar sol, entrar en ese enorme edificio rosado, subir escaleras mostrándose juvenil, recién de Europa, abogado, muy Vicente Vera, audaz pero contenido, limpio, sereno, dueñ condescendiente con su pasado, con sus pecados, alerta y confiado en su presente. sólido a la vez. Era demasiado. Y Vicente calculó en medio de esa pesadez que lo em sentía mal y que todo lo que estaba contemplando se arrugaría. Hasta su cue desdichadamente fofo. El cuello tan inobjetablemente almidonado y sus propias vísce que-hablar-con-el-Viejo. que-hablar-con-el-Viejo. El Viejo lo quería ver y le diría: «haga esto y lo otro». El menos cinco. Vicente icente llamó al mozo mo zo haciendo un esfuerzo: —Los númer os —pidió —pidi ó . —Bien. Pagó y se puso de pie con cier ta tor torpeza peza y saludó saludó desde lejos al maître que maître que se son la cabeza. En la calle, la plaza y esas palmeras descascaradas brillaban bajo el sol. Sign up to vote on this title La citaci bolsillo y el Viejo Viejo lo iba a colocar colo car en un sitio; «aquí, esto». esto». Pero Pero V icente icent e quería pedir Not useful Useful Hamburgo. De París, ni se animaba, ya estaría solicitado y resultaría demasiado evide lo enviaran a París, que proyectaba irse de nuevo como si se escapara porque olía al
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Le asombró ver a tanta gente en la Casa de Gobierno. Él esperaba mayor solem fuera algo sagrado. Y lo sagrado debía ser silencioso, lo más parecido a algo m hombres y mujeres que iban y venían o esperaban en esos pasillos, estaban inquietos mirada mir ada escr escr utador utadora; a; allí todos se sentían sentían competidor competidores. es. Solamente Solamente un viejo parecía no había senta sentado do en una silla y r eposadament eposadamentee iba descascarando descascarando maníes m aníes y comiéndoselo sus pies se amontonaban unas cascaritas grises, que crujieron cuando Vicente pasó. —¿Preside —¿Pr esidencia? ncia? —Arr iba —le —l e indicó indi có un or o r denanza. Subió por una escalera y en la primera antesala, un hombre que jugueteaba cambiándoselos cambiándoselos de mano, se le acercó: —¿Lo citó c itó el Preside Pr esidente? nte? —Sí. Ese hombre hombr e se sonrió con un air airee devoto: devoto: —Un momento mo mento —rog —r ogóó — por po r favor favo r … Mientras ientras esperaba en un rincón, Vicent Vicentee se encajó las manos debajo debajo de los sobac so bac el cuerpo: él lo había servido al Viejo. Desde el año cinco, cuando todavía era un c galopado desde Cañuelas hasta Lobos, solamente llevaba la orden de repetir «Conforme». Había galopado por el medio de ese pueblo muerto, de calles polvori ventanas estaban cerradas, era a la hora de la siesta y la tierra de las calles re enceguecedora. «Conforme». Nada más que eso tenía que decir. Había sido en 1905. caballo formaba una baba blanca, jabonosa en el borde del cojinillo. «Conforme» Villamayor lo recibió en la puerta. Calle general Lavalle al setecientos; en el cordó había unas argollas como en un amarradero. «Conforme». Eso era lo único que t Villamayor era panadero y le había contestado «—Gracias», con el mismo tono con agradecido un vaso de agua bien fresca mientras se ajustaba el cinturón. Y desde en servido al Viejo, recordaba Vicente. El hombre que lo había recibido mientras jugueteaba con sus anillos, le hacía u mano. —¿Qué? —pr eguntó eg untó Vicente avanzando a medias. medi as. El otro otro susurr susurró: ó: Sign up to vote on this title —Que espere… esper e… y que tenga un poquito po quito de paciencia pacienciaUseful —parecía —par ecía justificar justif icar se Not useful pasado bastante las dos. Vicente se quedó cruzado de brazos frente a uno de los ventanales, la nerviosida
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lo escuchaba. Cuando salieron, alguno había dicho: «— Parece un u n apóstol». apóstol ». Otro se había visto varias veces en el Hotel España y el Viejo lo había saludado mientras tom una lentitud de ídolo, casi deliberada, excesiva. —Un momento mo mento más y lo l o r ecibe —el hombr hom bree de lo l o s anillo anil loss acababa de consultar co nsultar secreteaban lánguidamente—. Nada más que un momentito, doctor —mientras se aju alianza en el meñique. Vicente agradeció con un cabezazo. París no era nada más que eso: una mujer. Y él sentía avidez: pronto y de todo. To abrir mucho los agujeros de la nariz, viajar, discutir y ganar, galopar en un caballo queso y beber, dar puñetazos, desgañifarse. Y todo lo demás, también. El Louvre cualquier plaza o una calle al borde del Sena no eran más que partes de todo es hembra», hembra», afirmaba Vicente en las duchas del Gimnasia y Esgrima, y sus compañeros con una mirada codiciosa. Vicente consultó su reloj: dos y cuarto. Quince minutos de más. No importaba, er lo iba a recibir. r ecibir. Él se había agarr ado a trompada tro mpadass y le habían abierto una ceja frente por gritar «¡Viva «¡Viva Yrigoyen!». Yrigoyen!». Vicente se sonrió: él era tolerante con todo lo que hacía arbitrariedades. Y ahí estaba de brazos cruzados mirando a través de uno de esos daban al río. El sol iluminaba el río más ancho del mundo, las olas de ese río lamía Plata y la Atenas del Plata era una ciudad enorme y desabrida. París, en cambio, tenía le llenaba la boca de saliva como cuando olía unas chuletas asadas. También, una no de las elecciones del 16, había escrito en la pared de un prostíbulo «— ¡Viva ¡Viva Yrigo pieza estaba casi a oscuras y la mujer, una a la que le decían La Polaca, aunque r origen, le había preguntado: «— ¿Qué ¿Qué escribís, Vicente?». Vicente?». Él había suspirado: «Tu «Tu no barco, en viaje a Barcelona, habían conocido la noticia del triunfo en las eleccion quedado hasta la noche, junto al bar, mientras un mozo repasaba las copas y se so madrugada se la pasaron gritando «¡Viva «¡Viva Yrigoyen!», Yrigoyen!», abrazándose y encarando prov los que permanecían en silencio. Un alemán solitario se les había acercado para pr ganagon… qué ganagon?». ganagon?». —Puede pasar, doctor do ctor —el hombr hom bree de los lo s anillo anil loss le hablaba con co n su tono Presidente Presidente lo espera. Sign up to vote on this title Vicente traspuso el umbral. Allí estaba el Viejo. Parecía madera. Not usefulEra mucho Usefulde que Vicente creía recordar y se inclinaba un poco para tomarlo del brazo y sentarlo a de esos esos sillones rojos. ro jos.
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color de hígado. hígado. —Es algo alg o en el Sur… Sur … —dijo —dij o . —En la Patagonia, Patago nia, sí —el Viejo iej o le palmeó palm eó el muslo musl o y Vicente no supo mu felicitarlo por algo, para tranquilizarlo a pesar de su insolencia o para subrayar que bien que el Sur del país se llamaba Patagonia—. Y me he tomado la franqui pausadament pausadamente— e— de pensar pensar en su nombre nombr e y en invitar invitar lo, porque po rque nosotros noso tros desear desear íamos al Sur, Vera. Allí hay graves instancias, muy graves —recalcó entornando aún encapotados; usaba unas palabras rebuscadas pero no se demoraba en encontrarlas— agregó sin señalarse— entendemos que usted es la persona más indicada. Por su radi uventu uventudd y por su educación educación —el Viejo Viejo hizo una pausa, pausa, se pasó las yemas de los dedo con el mismo ademán que se usa para mojar el borde de un sobre y miró h seguramente, del otro lado, alguien estaba hablando en voz alta porque se oían al confusas en medio del silencio que flotaba sobre esa habitación, encima de las rod Vicente, a lo largo de esas cortinas moradas. Vicente presintió que ésa era la ú silenciosa en el centro de una cantidad de piezas donde se murmuraba ace Desearíamos que usted se pusiese en viaje… —rogaba el Viejo. —¿Ya —¿Ya mismo mi smo,, señor seño r ? —Sí. Por cier to. —Pero —Per o … —balbuceó —balbuce ó Vicente. —¿Me va a decir que lo tiene que pensar pens ar?? —No. No se trata tr ata de eso, eso , señor. seño r. —¿Entonces? —Es que yo… yo … Se abrió un pozo de silencio: Vicente estaba en un borde, fascinado y agrade tiempo que irritado consigo mismo. «Me calienta París». Aunque fuera Hamburgo. La pizarra, pizarr a, las mujeres abierta abier tas, s, un mundo mundo fr esco, muy blando. blando. Ir Ir y volver, nada más. Au de vez en cuando. Allá las mujeres tenían saliva y uno sentía el cuerpo siempre sano. S era un río que daba risa. Allí nadie lo saludaría en los restaurantes, pero había mi cualquier puerta entornada. En el otro borde de ese agujero de silencio, estaba el Vie le m con las manos sobre el vientre, con una calma indestructible, religiosa. Vicente Sign up to vote on this title muchas veces le habían hablado de su piel lampiña, deese chaleco tan arr Useful useful Notcerrado oscura y de todos sus proyectos enunciados con esa voz casi susurrada, mansamente un gran cuerpo liso, seco, con dos únicas ranuras líquidas en los ojos. Y de n
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hasta que se permitiera —lo creía conveniente— alzar el brazo para enderezarle la apoyarle paternalmente la mano sobre el hombro. Pero nada de eso hizo el Viejo. L anillos, le ordenó algo al oído, el otro dijo varias veces que sí sacudiendo la cabe marcial y servil al mismo tiempo y después lo acompañó hasta esa oficina: allí ha planisferio que cubría una de las paredes y donde todavía se leía Imperio de funcionario le informó sobre la lana, sobre la esquila que se había detenido y sobre estaban estaban subleva sublevados. dos. También También le mostrar on el recor reco r te de un un diario con un titular: titular: Los Los b Patagonia. Patagonia . —Uno les da la mano y se toman tom an hasta el codo co do —gango —ga ngoseó seó desde su escr vestida vestida con un guardapolvo guar dapolvo blanco. Vicente la examinó imparcialmente mientras el funcionario depositaba una carpe la mesa y le iba indicando indicando con co n el dedo: —Éste es un cálculo cálcul o de los lo s perjui per juicio cioss provo pr ovocado cadoss por los lo s incendio incendi o s… Ésta es por la sociedad rural… y esto un informe de la Gobernación… la nómina d organizados or ganizados por los estanciero estancieros… s… y ésta ésta es la lista de los detenidos… detenidos… —¿Cuántos? —Vicente se empeñó em peñó en parecer par ecer interesado inter esado.. —Hasta ahor aho r a… —la uña del funciona funci onarr io se deslizó desli zó a lo lar go de esos eso s nom cuarenta cuarenta y tantos—. tantos—. Cient Cientoo dos —infor mó el funcionario . —¿Hace mucho que están detenido s? —Veinte —Veinte días… dí as… un mes. m es. —¿En Galleg Gal legoo s? —Vicente —Vicente lo interr inter r ogaba og aba a ese funcio funci o nario nar io sin quitar la vista presentía presentía que su voz no iba a result r esultar ar convincente convincente,, como en un pésame pésame o ante ante el éxito —Sí. La mayor mayo r ía, sí. s í. Vicente no podía superar su contrariedad, sentía la ropa pegada al cuerpo, so hombros, pero por lo menos quería mostrar algún interés: acababa de dejar al Viejo pensado en él, le había rogado que fuera al Sur, a la Patagonia o al demonio, y ahor habitación habitación atestada atestada de sillones r ojos ojo s que quedaba quedaba al fondo fo ndo de ese pasillo. pasillo . —¿Y el r esto? —preg —pr eguntó. untó. —El r esto está en Deseado —murmur —mur muróó el funcio funci o nario nar io—. —. ¿Un ¿ Un cigar cig arrr illo ill o , doc pronto. Sign up to vote on this title Vicente miró ese atado brillante: Useful Not useful —¿Son r ubios? ubio s? —Sí.
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—Pero —Per o ¿no vas a tener mucho frío fr ío allá, all á, tan soli so lito? to? —Ya —Ya me conseg co nseguir uiréé una polaca. po laca. —Polacas —Pol acas puede pued e ser —las espaldas espal das de Ingenier Ing enier os se sacudían—. sac udían—. ¡Porque ¡Por que otra o tra co Vicente ansiaba terminar, desde las mesas vecinas y desde el bar seguían el di partido de tenis. —¡Es la discipl dis ciplina ina del partido par tido!! —explicó. —explicó . —¿De tu partido, parti do, Vicente? ¿En ser s erio io?? Vicente seguía la broma, pero cuando el otro dijo: «—Con un jefe como el qu puso puso rígido r ígido y le gritó: —¿Qué tiene tie ne el jefe j efe de mi m i par tido? tido ? El otro se quedó en silencio y lo consultó con la mirada a Ingenieros, que se ha contemplarl contemplarloo a Vicent Vicentee con curiosidad, curio sidad, gravemen gr avemente te.. Y también en el Casino, la noche siguiente, mientras bailaba, la Safo le gritó desd —¿Te nos no s vas, quer que r ido? ido ? Vicente dijo que sí con la cabeza, fingiendo una pena insoportable. La Safo seguía —¿Y qué te llevás ll evás de r ecuerdo ecuer do?? El tango concluía, algunas de las parejas aplaudieron como fatigadas sin aban Vicente icente gimote gimo teaba aba sobre el hombr o de su compañera que parecía parecía org o rgullosa. ullosa. —¿Y, —¿Y, Vicente? —la —l a Safo Saf o les hacía señas para par a que se acercar acer caran an a su s u palco pal co—. —. ¿No qué te llevás de recuerdo? —¡Espiroq —¡Espir oquetas! uetas! —bramó —bra mó Vicente entre entr e la r isa de todos. todo s. Despué Después, s, llegó a pensar que en realidad no tenía muchas muchas ganas g anas de volver a París. Par ís. «—Era de vicio», explicaba. Se dejaría para más adelante, siempre habría tiempo de Tipperar Tipperaryy es largo», larg o», se decía decía repit r epitiendo iendo algo que había había oído por ahí. Y todos esos días anteriores al viaje corrieron entre encuentros y chistidos de que a la Patagonia?… ¡Muy bien, Vicentito!… Los que van allá, vuelven podridos cuestión de no ponerse nervioso!» —casi todos lo palmoteaban y él recordaba la é había recibido de abogado o cuando había salido primero en ese campeonato de flor guiñaban los ojos: «—¡La hija de un estanciero… por lo menos!» —y bajando un poc te van a abrir de piernas, hermano». Vicente sólo repetía: «—Yo para eso». Sign up tono votesirvo on this title «—¡¿Para qué?!» —le preguntaban socarronamente—. «Ni seteNotocurra useful renuncia Useful podés con la hija de un…?». «—No, no se trata de que no pueda —explicaba Vicente sin lograr que lo toma
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escucha en orden, se escucha a solas y a solas todo el mundo dice la verdad. Y Vicente ordenó las valijas, pagó las cuotas atrasadas del club y despu prostíb pro stíbulos ulos donde sus amigo s olvidaban los libr os que les había prestado. prestado. Por Porque que él e del club, y en el discurso con que lo despidieron, alguien dijo: «—Vicente es una hombre que da trompadas en la facultad y el que presta libros en el club». Eso era cier to: si se escucha escucha por por orden or den se escuch escuchaa a solas y a solas so las todo el mundo Pero después de eso, él debía enfrentarse de una sola vez con todo lo que hub alternativamente. Y ése era el instante en que todo se le confundía: una niebla dens sienes y terminaba por taponarle los oídos. Los de este lado, esto; los del otro lado aquello. Y había que ser imparcial. Él representaba a un gobierno imparcial, qué duda Viejo era imparcial? —se preguntaba Vicente desconcertado—. Siempre había hablad y de la Causa. Pero eso era antes, cuando estaba en el llano y todavía conspiraba. A para todos y a él no le había dicho ni una palabra sobre cómo tenía que actuar, pa sobreentendido. El Viejo siempre actuaba así, él era así. Había una sola forma de actua Por eso el Viejo era imparcial. Un ángel leñoso que sobrevolaba el país. Un áng vendados que distribuía equitativamente a un lado y al otro. La justicia era imparcia los hechos que habían habían ocurr ido en el Sur los l os habían presenciado presenciado testigos tan válidos válidos d del otro. otr o. Esto, Esto, aquello. «—Yo no sirvo para eso», repetía Vicente cuando lo detenían en la calle para fe Yo no sirvo para eso» quería decir, «Yo no sirvo para ver qué pasó antes de esto y mismo tiempo, y por qué y para qué». Y la niebla que le flotaba en las sienes lo atu sirvo sir vo para par a or denar denar las cosas», se confesaba. confesaba. Por Porque que si él movía una pieza, un hecho, hecho, c muchas verdades que iba a oír, automáticamente se desplazaban otras lejanas y med que estaban entrelazadas por una especie de algas escurridizas. Pero el Viejo no le había dado la oportunidad de explicarle todo eso ni lo hab forma que él esperaba. «—¡Viva Yrigoyen!» —le gritaban algunos compañeros en el fueran de su partido, aunque, aunque, precisamente, precisamente, fueran otra cosa y lo desdeñaran desdeñaran al Viejo Viejo —. «¡Viva «¡Viva Yrigo Yri goyen!» yen!» —así lo saludaban saluda ban y lo despedían despedí an para par a siempr siem pree y a Vicen estremecimiento por la espalda. Hacía poco tiempo que había terminado la facultad cu en aquella manifestación. «—¡Y-ri-go-yen… Y-ri-go-yen…!», repetía esatitlecolumna de Sign up to vote on this a un paso paso lent l ento, o, al compás co mpás de sus sus propios pro pios gr g r itos. La gente gent e seUseful asomaba los balcones. Notauseful Brasil. La tarde caía y la ciudad oscurecida crecía como un bosque. «¡Y-ri-go-yen!» — ese compás, una marcha dificultosa que se alargaba indefinidamente y donde nadie
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«— Van Van a pasar grandes cosas en este país», país», había respondido Vicente. Nunca se lo h con mucha claridad a todo eso: quería decir algo así como que todo el mundo lo ib todas las mujeres lo iban i ban a mirar, a él o al país. Eso no estaba estaba muy claro ni valía la pe hasta era mejor que se mantuviera como envuelto en una niebla. Las madrugadas siempre eran for fo r midables y sin embarg o estaban estaban envuelt envueltas as en n asar grandes cosas en este país», país», tener muchos soldados o muchas vacas, que e Elyseés pusieran un gran mapa de la Argentina y que todos los turistas del mundo contemplarlo o que durante mucho tiempo él sintiera el sexo erguido, exigente y sa todos iban a estar dando vueltas por las calles como en los 9 de Julio, con ropa planchada y mirándose como vecinos. O señalando los próceres, con los obreros bien comidos, con los hijos de la mano, con sol, escuchando el Te Deum aunq religioso, porque al fin de cuentas era un espectáculo edificante, bastante lindo y ba «Van a pasar grandes cosas en este país», país», había asegurado Vicente. Todos los recuerdos se le mezclaban, especialmente en ese momento, antes de e el Sur. Porque Por que él había oído decir con desprecio que el Viejo Viejo no er a nada más que un c ¿Un compadrito?» compadrito?» —había sido en el patio de la facultad y el otro llevaba un yaq «¿Qué quiere decir compadrito?». compadrito?». El otro le había explicado con ese tono que si enfurecido, ese tono fatigado pero insolente que él jamás había podido imitar: «— algo que se parece mucho a vos». vos». Y eso significaba, entre otras cosas, el mediope mediopelo. La La ambigüedad: ambigüedad: eso era el mediopelo. medio pelo. Sí Sí y no. Sí y no no al mismo tiempo, tiempo, e Y, además, ser compadrito significaba pasarse las horas muertas en los prostíbul exámenes de atropellada, ser capaz de encajar un puñetazo o tres o los que fueran preocupa preo cuparse rse de la carne car ne ni de la dignidad del del otro. o tro. Un Un compadrito er a el que hacía ala francés en París y hablaba mucho de París en Buenos Aires. Era, en fin, querer mon del Viejo Viejo algunos decían que era un compadrito compadri to y que tenía tenía los libro s metidos en la ba «—¡Viva Yrigoyen!» había gritado Vicente a cada rato en la época de las elecc todas las mañanas a primera hora, escribía en los pizarrones de la facultad: «Soy ra por tierra, y al que no le guste que se vaya a la mierda». Hasta que una vez, entre cu habían agarrado por la espalda arrastrándolo hasta el fondo del aula, mientras «— manotazos, los enchastraba de tiza y chillaba aunque los que morder. Sign tuviera up to vote on this title Yrigoyen!». Useful Not useful Pero era inútil. Él no servía para escuchar durante tanto tiempo y mucho menos no estaban de acuerdo y se acusaban recíprocamente, tuvieran que juntarse. « —En
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repetía Vicente y con eso se conformaba a lo largo de los interminables silencios de l ronroneo ceremonioso era lo único que se intercambiaban. Y durante la sopa y a tra platos previsibles y de una pera o una manzana muy frías y desabridas, Vicente se tom de represalia de su soledad calculando todos los parecidos que ese hombre tenía con amigos. Jugaba a disminuirlo. Era la altiva independencia de ese tipo lo que lo m prescindiera de él. «Me carga», se decía Vicente. Ese tipo estaba embutido dentro de su se agazapaba ahí dentro, y seguramente era un indefenso molusco arrebujado en Vicente se repetía: «Me carga» y así se daba razones, cultivaba su irritación, incluso l desde Buenos Aires, y descifraba a ese tipo al mismo tiempo que se divertía. E diversión, él era consciente de eso, pero no había mayores posibilidades. Su punto d la cabeza del del comisario comi sario,, porque por que el resto del cuerpo le era er a desconocido: Vicent Vicentee había se parecía a uno de sus amigos que sobrellevaba un rostro de senador romano de la d noble y devastada cabeza republicana. Alguien que añoraba la república y no se an apenas si ronroneaba algo. Pecho no tenía, y tronco tampoco. Y detrás de la cabeza comisario comisar io aparecía y desaparecía desaparecía el mar. m ar. Allá Allá adelante, adelante, la proa pro a se hundía hundía o se alzaba de un gigantesco cetáceo. Y el mar por momentos era una gran plancha de mercur vinoso cuando las nubes lo oscurecían. o scurecían. Y menos mal cuando llegaban lleg aban esas esas horas hor as de c se movía, porque si no, sólo le quedaba acostarse en su camarote y estarse las dejándose hipnotizar por la oscilación de un ventilador que no funcionaba, pero que rolar del barco con un cabeceo de animal degollado. Y era necesario moverse, llega las manos y no tenerlas apoyadas sobre el pecho o estiradas a lo largo del cuerpo s áspera. «Llegar de una vez… llegar de una vez», rogaba Vicente contemplando el tech era inevitable, porque estaba aceptado, así es que era mucho mejor llegar de una ve Después se vería. Y Vicente se secaba las manos traspiradas en esa manta áspera placer. Después se ponía de pie, encendía un cigarrillo, abría el ojo de buey y se en fósforos encendidos al agua con la sensación de que hacía algo sucio, una cosa vedada presentimiento de que lo podían chistar desde la cubierta que daba sobre su camarote eso? —le gritarían—. ¡Eso está prohibido!» y seguramente sería el comisario. Pero e Anatole France y una vez, al entrar al comedor, Vicente le descubrió un ejemplar de silla. Eso Eso lo l o enterneció: enterneció: era er a una posibilidad de coincidir en algo, algo de on hablar, entend nd Sign up to,vote this title de ente tiempo de alguna manera; hasta le podría comentar todoeso que le Useful Not useful y se aver pasaba, ugado a disminuirlo con sus comparaciones. —¿Le gusta? g usta? —preg —pr eguntó untó débilm débi lmente ente desde su punta de la l a mesa. mes a.
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veía la pechera pechera del unifor me—. Además Además que no sé qué significa eso de que un escr escr ito a uno uno —agregó el comisario. —Y… —Vicente —Vicente volvió vo lvió a vacilar vaci lar—. —. Cuando Cuando un libr li broo lo l o agar ag arrr a. —¿Como —¿Com o si fuer f ueraa un fantasma? fantasm a? —No, no. No de un manotazo mano tazo —Vicente —Vicente asió bruscame br uscamente nte alg o invisibl invi siblee en el a poco. —¿En una for fo r ma insinuan i nsinuante? te? ¿Como ¿Com o si fuer f ueraa una mujer m ujer?? Vicente admitió que no estaba mal la l a imagen: imag en: —Como —Com o si fuer f ueraa una mujer m ujer diestra dies tra —dijo. —dij o. —Me mo m o lestan las mujer muje r es diestras diestr as —confesó —co nfesó el comi co misar sario io como co mo si sintier sintie r a los labios—. Y las mujeres de France hacen el amor como si estuvieran frente a tuviera que aprender cosas. Con sistema… —Es que Anatole Anatol e es un escr es crito itorr sabio —murmur —mur muróó Vicente con co n un tono r espetuo —¿Sabio? —¿Sabio ? —el comi co misar sario io dudaba y desvió desvi ó la mir mi r ada hacia los lo s ventanales comedor; el mar era una planicie que se confundía con el cielo. El cielo era lo mis Todo era igual, nada importaba gran cosa y él se resolvió a beber su soda—. Es v único que es. Es senil, quiero decir, y cuando alguno de sus personajes hace el amor ese público, que parece que tuviera tuviera que estar mir mi r ándolo para aprende apr ender. r. Aprender Aprender r ecu Recursos —subrayó—. Y uno tiene la sensación de que estuviera susurrando «—¿V tan mal. Ustedes creían que yo no podía. Miren. Los he embromado. Ustedes esp fracasara y ¿qué tal?» —el comisario no quitaba los ojos del vaso que giraba velozm dedos—. ¿Se da cuenta lo que quiero decir? —por un momento pareció que lam entusiasmad entusiasmadoo con algo alg o de lo que prefería no hablar, pero siguió—: siguió —: Es Es un sujeto sujeto que s vaciló— que su hombría no le responde, pero está seguro de la destreza de sus ded susurrando susurr ando apenas apenas las palabras palabras como com o si le provocar pr ovocaran an un malestar. malestar. Vicente no se daba por vencido; además, por lo menos estaba hablando de al pasaba y no tendría necesidad de levantarse de la mesa cuando concluyera con el alm tumbarse en su camarote a releer los informes que lo hartaban o a hacer cálculos d que no conocía más que a medias o sobre qué le denunciarían unos cuando lleg exigirían «los de la vereda de enfrente». Unos y otros. Sign Mientras cama up to vote su on this title se balan r otación inacabable, inacabable, siempre igual ig ual y solitaria. Useful Not useful Por eso insinuó: insinuó: —¿No le l e resulta r esulta volter vo lteriano iano??
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dicho —agregó— los que escriben para que los lectores que acostumbran a habl sobremesa, marquen sus frases con un lápiz rojo, se las aprenden de memoria y des delante de señoras… ¿Eso es el ingenio para usted? El único camarero del comedor se había acercado a Vicente y le depositaba una p Vicente la palpó con disimulo y comprobó que estaba helada. También estaría insípid forma de pera y sin azúcar. También recordó que una vez había subrayado una frase d gustan los hombres que tienen un futuro y las mujeres que tienen un pasado». ¿Era d no era de Anatole. Era de Oscar Wilde, pero lo mismo daba. Quiso ser sincero; ahí e en medio del mar, no costaba gran cosa, y tuvo que reconocer que el comisario había Pero se sintió descubierto y eso lo irritó. —¿Y no lo encuentra encuentr a lujo luj o so? so ? —¿Cómo? —¿Cóm o? —el co misar mi sario io parecía par ecía escuchar algo alg o incr eíble. eíbl e. —Si no admir admi r a la for fo r ma como co mo describe descr ibe las l as cosas, co sas, com c omoo hablan sus… s us… —¿Usted lo lee en e n francés? fr ancés? Vicente cortó la pera de un tajo: —¿Y usted? —preg —pr eguntó untó con co n agr ag r esividad. esivi dad. El comisario se sonrió como si quisiera hacerse perdonar: el busto de már mejillas flojas, bailarinas: —Yo —Yo sí, yo sí… —asegur —aseg uró, ó, y siguió sig uió hablando con co n un tono frívo fr ívolo lo—. —. pregunt preg untarle arle en qué había advertido advertido ese estilo lujoso … —seguía divirtiéndose divirtiéndose pero per o ah cabeza— de que usted hablaba. —En la fo r ma de poner pone r las palabr as, en la l a maner mane r a de eleg el egir irlas. las. —¿De hacerlas hacer las br b r illar il lar como co mo… … como co mo g emas? emas ? —De logr lo gr ar un estilo estil o cor co r uscante —dijo —dij o Vicente con co n convicci co nvicción. ón. El comisario se agarró la cabeza: Vicente comprendió que ya ni se tomaba el tra que se le estaba estaba riendo en la cara. car a. Por fin pudo pregunt preg untar: ar: —Dígame, —Díga me, doctor do ctor,, ¿usted es yr igoye ig oyenista? nista? Vicente de nuevo cortó su pera y los cuatro husos se abrieron sobre su plato simétrica que no alcanzó a enor enorgullecerl gullecerlo: o: —Sí, estoy esto y en el partido par tido r adical —declar ó—. ¿Por ¿Po r qué? Sign up to vote on this title —Por nada… por po r nada… —el comi co misar sario io tosió tosi ó con co n fuer za, sin si nnecesidad, necesi dad, y r etom Not useful Useful senador de la decadencia—. ¿Supongo que también le gusta la forma en que France de cristiana? —preguntó con air e prescind pr escindent ente. e.
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está tratando, que lo obliga a dejar de lado su estilo volteriano —cloqueó—. Y me a más —aseguró con seriedad—. Eso de que intenta sonreírse France, en realidad lo imponiendo respeto… Haría una apuesta: France pertenece a una generación de «bo han aplaudido como ideal de vida la panza lustrosa, lo lujoso, lo ingenioso —el c tenía ganas de reírse, eso le resultaba claro a Vicente—, pero que por asco de to r odillas a una cosa ascética. ascética. —¿Al cristia cr istianism nismo? o? —¡Claro! —¡Clar o! —Pero —Per o si el e l cristia cr istianism nismoo que los lo s rod r odeaba eaba no tenía un pito pi to de ascético a scético.. —Perdó —Per dón, n, per dón… —lo cor co r r igió ig ió el comi co misar sario io—. —. Quier Quie r o decir que ir i r ía de r o nuevo nuevo cristian cr istianismo. ismo. Vicente presintió que lo iban a dejar desairado: —A mí no me interesa inter esa la teolog teol ogía ía de France Fr ance —dijo —dij o poniéndo poni éndose se de pie—. literatura. —Ah… compr com prendo endo.. Vicente pensó en la tertulia del café Tortoni: —Y eso es lo l o que más admir admi r an nuestros nuestr os escrito escr itorr es. —¿Los arge ar gentino ntinos, s, dice dic e usted? Vicente ya estaba en la puerta del comedor y la cabeza del comisario le resu como si estuviera al final del pasillo de un museo: una cabeza de mármol amarille vetas verdes y sinuosas. Una cabeza esculpida en un gran pedazo de queso roquefo ceniciento de telón de fondo. Pero antes de salir, se detuvo un momento: —Sí —dijo —di jo—. —. Lo Lo s arge ar gentino ntinos. s. Entonces Entonces esa republicana republicana cabeza de queso queso murmur m urmuróó en su hornacina hor nacina:: —Eso es lo g r ave… eso es lo l o más gr ave… Y a la noche, cuando Vicente estaba a solas, sentado en el salón de fumar que dab sintió que alguien le apoyaba la mano en el cuello. Cuando se dio vuelta, vio que estaba estaba agachando agachando sobre so bre él. —¡Mar —¡Maricó icón! n! —gr —g r itó y lo g olpeó ol peó en la cara. car a. El otro otr o r etroc etr ocedió edió cubriéndo cubr iéndose se vuelta labios cubiertos de sangre, de vergüenza. Después balbuceó algo, dio Sign up to vote on this media title pasillo. Vicente se sintió vengado. Pero cuando fue a sucamarote seuseful echó en la c Useful yNot estaba estaba muy nervioso, que no se controlaba. contro laba. «Todo debe ser por po r este este viaje de miércoles miér coles
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funcionario, funcionario , y lo había golpeado a ese hombre sintiendo sintiendo su boca blanda debajo debajo de su tenía una mirada blanda. ¿Denunciarlo? No valía la pena, nadie lo había visto, se escándalo y escándalo era agrandar las cosas. Y un funcionario tenía que ser eficaz, pero pasando inadvertido. Aunque el comisario también era un funcionario, se dijo Vi menor cuantía», se tranquilizó. «Un pobre tipo», concluyó. Pero al salir a cubierta frío que hambre, y tuvo que volver a buscar su poncho. Cuando estuvo de nuevo descubrió descubrió lo que pasaba pasaba junto junto a la línea de flota flo tación. ción. —¡La marea mar ea está muy baja, doctor do ctor!! —le infor info r mó el contr co ntramaes amaestre tre desde el hacia el agua. Allá abajo, dos marineros estaban apuntalando el barco; le iban colocando una s como si estuvieran en un astillero. Junto a la proa estaban haciendo lo mismo martillazos y los gritos: «—¡Más ajuste… le digo que más ajuste!». Había uno que d desaparecía desaparecía bajo la estructura estructura del barco bar co y r eaparecía agitando agitando las manos en el aire: « digo…, necesita más ajuste!» —chillaba con las manos de bocina—. «¡De acá un rato seco!». «—Pero, ¿con cuántos aguanta?» —le preguntaba el compañero desde el apoyándose con familiaridad en las hélices. «—¡Con unas más y listo!» —respondía e más de cada costado?». «—¡Sí!» —y el que impartía las órdenes caminaba hacia atrás las manos a los costados de la cara—. «¡Con dos, suficiente!». Vicente icente se había apoyado apoyado sobre sobr e la bor da y contemplaba contemplaba esa operación operació n con una m el olor a tortilla, su hambre y sus tripas ruidosas, el comisario, todo eso había qued Era esa r aya de tierr tierr a lo que lo preocupab pr eocupaba, a, las casas achaparr achaparradas adas y esa única calle calle qu sobre el puerto. Y allá al fondo, comenzaba el desierto. Eso era la Patagonia. «El Sur de la calle, sobre la playa, se levantaban unos enormes cubos. «Mercadería», calcu otro lado, había un grupo de gente que se movía y parecía saludar a alguien con podían ver, estaban estaban muy lejos y era er a idiota que alzaran los brazos para hacerse nota no tar. r. —¡Muy —¡Muy baja la mar ea! —le volvió vol vió a comuni co municar car el contram co ntramaestr aestree y parecía par ecía ¡Demasiado ¡Demasiado baja…! Vicente icente alzó la l a cabeza cabeza y los lo s ojos o jos se le llenaron llenar on de claridad: clar idad: —¿Falta mucho? muc ho? —¿Para —¿Par a desembar desem barcar car?? —el contr c ontramaes amaestre tre echaba todo to do cue r poonsobr so e la bor dill Signelupcuer to vote thisbre title —¡Sí! Useful Not useful El contramaestre apuntó varias veces hacia el agua antes de contestar: —¡Cuando ésos éso s termin ter minen! en!
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Pero esa era su obligación: verlos bien a todos, poniéndolos en fila para mirarlos a la una buena vez qué querían. Sí o no. Los de un lado y los del otro. Había que solucio ser rápidamente justo. Y para solucionarlo, había que verlo muy de cerca y asirlo e «esto, «esto, aquí, qué era, así o asá». Y resolverlo reso lverlo,, sobre sobr e todo eso. eso . Es Es decir, term terminar. inar. Y Vicente no se podía estar quieto, porque cuando estaba inmóvil, el tiempo pegándosele a la ropa como una niebla húmeda y sofocante. Había que caminar. En la esquina esquina de la cubierta, cubierta, sobre sobr e el lado de popa, esperaba un hombre que se ap con las manos, como si temiera que se le fuera a volar con el viento. Cuando acercando, ese hombr hombree se descubrió: descubrió: —Buenos días, doctor do ctor —la gor go r r a le había dejado como co mo un costur co sturón ón en su frent fr ent que no hay caso con la balsa. —No, no… no … —Vicente —Vicente le l e respo r espondió ndió con co n impr im precis ecisió ión—. n—. Hay Hay para par a rato. r ato. —Es que nunca ter minan mi nan con co n la esco e scoll ller era. a. —¿Así? —Hace años año s que está es tá el pro pr o yecto… —¿Sí? —Vicente no lo l o gr aba inter esarse esar se con co n lo que le con c ontaba—. taba—. ¿Desde ¿Desde hace mu —Y, —Y, desde la época épo ca de los lo s conser co nservado vadorr es, por lo menos… meno s… Tendría Tendr ía que salir sali r de esa calle —señaló—. —señaló—. Algo así como co mo doscientos doscientos metros. metro s. —Ah… En ese momento ese hombre hombr e estornudó r uidosamente. uidosamente. Vicent Vicentee lo miró: mir ó: tenía tenía una y una magnífica frente de pensador. —¿Por qué no se cubr e? El otro hizo un ademán inconcluso: inconcluso: —No —se excusó, excusó , él entendía e ntendía de jer j erar arquías quías—. —. No No está bien, doctor. doc tor. —Cúbrase, —Cúbra se, hombr ho mbre. e. —Pero —Per o … —Cúbrase, —Cúbra se, hágame hág ame el favor. favo r. —Gracias —Gr acias,, doctor do ctor —ese hombr hom bree se encasquetó la gor go r r a hasta las or ejas—. ejas —. creyó en la obligación de explicar— en Buenos Aires no… Mi apellido es Lynch… Los dos se apoyaro n sobre sobr e la borda bor da y miraron mirar on a los lo s que estaban est ethis n eltitlesegundo p Sign up toaban vote onen cinco personas: había una pareja de campesinos, la mujer sostenía al useful chico en braz Useful Not labios como si tarareara algo o como si rezara, él se había sentado sobre un canasto uñas con un palillo palillo;; junto a unas valijas una una mujer joven escondía las manos en un m
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Vicente miró hacia donde le señalaban y descubrió a un muchachón que se ha sobre sobr e una pila de cuer cuer das. —¿Quién —¿Qui én es ése? és e? —¿Cómo? —¿Cóm o? —Lynch —Lynch estaba r adiante—. No me diga dig a que no lo conoc co noce, e, doctor doc tor mucho en los diar ios, se habló mucho de su asunto. asunto. —No… No lo r ecuerdo ecuer do.. —Perpetua —Per petua —le info r mó Lynch—. ¿Lo quier e ver? ver ? —Y sin darle dar le tiempo a contestara, se dio vuelta y ordenó—: ¡Ché, ponéte de pie que el doctor te quiere ver! Ese muchacho muchacho todavía estaba estaba adormilado adormi lado por que se demoró en levantarse. levantarse. —¡Levantate, —¡Levantate, te estoy diciendo dici endo!… !… —volvió —vol vió a gr itar; itar ; ahor aho r a hablaba con co n un profesional; y se había erguido para lanzar su orden. Vicente advirtió que los de la se estaban pendientes de lo que hacían allí arriba. El muchacho se había puesto de pie co la cabeza doblada doblada sobre sobr e el pecho y cruzaba las manos sobre sobr e el vientr vientr e. —¡Levantá —¡Levantá la cabeza! —or —o r denó Lynch. El muchacho muchacho obed o bedeció eció lent l entament amente; e; tenía unos unos pómulos secos y unos anchos anchos ojo animalito», pensó Vicente, «igual a un animalito». —¿Qué le l e parece, par ece, doctor do ctor?? —Francame —Fr ancamente… nte… Es muy jove j oven… n… —Avanzá —Avanzá un poco po co —le indicó indic ó Lynch, y ese muchacho muchac ho obedeció obe deció parpadean par padean cuando estuvo a unos pasos, Lynch Lynch se volvió vol vió hacia haci a Vicente: Vicente: —Perpetua —Per petua —dijo —dij o y movía mo vía muchas m uchas veces vece s la cabeza de arr ar r iba hacia hac ia abajo aba jo aproba apr oba —¿Por ? —Vicente —Vicente mir mi r aba fascinado fasci nado a ese muchacho muchach o que se exhibía exhibí a ahí, de pie esposadas sobre el vientr vientr e. —Parr —Par r icidio ici dio.. —Pero —Per o … ¿y por po r qué al Sur? Sur ? —Sin atenuantes. —¿Y no se pudo…? pudo …? —No, doctor do ctor —Lynch —Lynch había juntado los lo s tacos—. taco s—. Hubo premedi pr emeditació taciónn y alevos ale vosía. ía. —¿Y el fisca f iscal? l? —pr eguntó eg untó Vicente—. ¿Quién ¿Qui én fue el e l fiscal f iscal?? —El finado fi nado doctor doc tor Bunge. Sign up to vote on this title Vicente icente no hizo más que aprobar en silencio: a su lado estaba estabaese que pa Nothombre useful Useful de su eficacia profesional y que lo hacía sentirse delante de una jaula o en una expo manteniéndose pendiente de sus preguntas, con prudencia, marcial, inobjetable; a u
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ese muchacho: ellos no tenían nada que ver con el que estaba allí arrinconado y quitarle los ojos de encima. Viajarían allí hacinados, pero no los podían confundir co que perm permanec anecía ía en su lugar era la del manguit m anguito, o, que se golpeab go lpeabaa cada vez vez más rápido —¡Prepár ese para par a desembar des embar car, doctor doc tor!! —avisó en ese es e mo m o mento el contra co ntramaestr maestr hacia el puente y vio que le hacían señas para que se dirigiera hacia estribor—. ¡ nomás! —volvió —volvió a gr g r itar el contramaestr contramaestr e. —Por fin arr ar r ancamos ancamo s —comentó —co mentó Lynch. —Mejor vamos vamo s yendo para par a allá. all á. —Yo —Yo no bajo, bajo , doctor do ctor.. Nos Nosotr otros os seguim seg uimos os.. —Bien… —Vicente —Vicente dudó antes de tenderle tender le la l a mano. mano . —Que le vaya muy bien, doctor do ctor —de nuevo Lynch se había quitado la go magnífica fr ente. ente. —Gracias —Gr acias —suspir —suspi r ó Vicente y lo saludó con co n precipi pr ecipitació taciónn dejándolo dejándo lo solo so lo,, per dado unos pasos por la cubierta, oyó que a sus espaldas espaldas ordena or denaba: ba: —¡Ponete de pie! —ese muchacho se estaría estar ía levantando lentamente, lentame nte, irr ir r em ¡Vamos, vamos!… En el puente se oyó la voz del contramaestre: —¡Vaya —¡Vaya bajando baj ando,, doctor do ctor!… !… ¡Usted ¡Usted primer pri meroo ! Vicente comenzó a descender por la escalera; a su derecha palpitaba el enor «Mat «Mater», er», blanco y descascarado, descascarado, a la izquierda corrí cor ríaa el temblor temblor oso pasamanos pasamanos de sog —¡Los pasajer pasaj eroo s haciendo hacien do fila! fil a! —seguía —seg uía o r denando en el alto puente el contra co ntra damas primero!… Un pato de panza violeta volaba marcando unos círculos muy amplios, al dejándose caer lentamente sobre los dos marineros que esperaban al pie de la escaler la rodilla. r odilla. Al Al llegar lleg ar al último escalón, Vicent Vicentee miró mir ó hacia el puente puente:: —¡¿Y?! —preg —pr eguntó untó con co n fastidio fasti dio.. La voz voz del contr contr amaestre amaestre cayó como un chor chorrr o: —¿Sí, doctor do ctor?? —¿Cómo —¿Cóm o hacemos? hacemo s? —¡Con los lo s mariner mar ineros os… … con co n los lo s mariner mar ineroo s! —r epitió co ntramaes maestre tre con con un Signel upcontra to vote on this title hacía un confuso confuso ademán con los brazos. Useful Not useful Vicente miró a los dos marineros que lo esperaban sonriendo: uno estaba rapad unas grande gr andess manchas sobre la camiseta. camiseta. Un poco poco más atrás, había otros otro s que parecían
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amigos del club: «—¡Te dejás tocar, Vicente!», le gritarían. Hubiera sido insoporta marinos, Vicente!»… Sus piernas se balanceaban con esa marcha fatigosa, a sus pies e sobre la cresta de una ola más estirada se hamacaba uno de esos patos de panza violeta —¡Las damas, pr imer ime r o ! —seguía —seguí a allá all á atrás atr ás el contram co ntramaestr aestre. e. Vicente miró hacia el «Mater» por encima de la cabeza del marinero rapado: la segundo puente había bajado en primer lugar, pero se resistía a sentarse en las ma marineros que la esperaban, entonces la mujer del manguito la hizo a un lado y se bromas de todos. —¡Muy —¡Muy bien… muy m uy bien, seño s eñorr ita Singer Sing er!! —aplaudió en el puente pue nte el contra co ntramaes maes A su izquierda flotaba ese olor. Y menos mal que estaba el viento, pensó Vi hondo, con un suave ardor en la nariz, sintiendo los pulmones llenos de aire limpio. estaba estaba lleno de aire air e limpio. limpio . Lleno, Lleno, sí, pero per o ese hueco hueco del estómag estómagoo había vuelto vuelto a br y recor r ecordó dó débilmente débilmente el olor o lor que lo había despertado: despertado: tor tortilla tilla a la española. española. La nariz nariz de papas y cebollas cebo llas fritas. fr itas. «—¡T «—¡Tee dejás tocar, to car, Vicente! Vicente!». ». La La ola o la que avanzaba con co n ese p la cresta se había roto contra el cuerpo de los marineros y ahora el pato daba vueltas su cabeza, cabeza, y en cualqu cualquier ier moment mom entoo se podía po día dejar caer para picotear algo alg o que hubiera —Is heavy the mister, mis ter, isn’t? is n’t? —preg —pr eguntó untó de pr onto el mar m ariner ineroo r apado. apado . Vicente le escrutó la frente, el ángulo del ojo: el marinero seguía su marcha, jad más, con el ceño fruncido. El de la izquierda contestó: —No. —Are you crazy? cr azy? Vicente advirtió que lo hamacaban levemente, como si lo estuvieran sopesando, sus botines se hundieron en el agua. —Well —Well… … —dudaba el de la izquier i zquier da, el del olo o lorr —. Mo Mo r e or o r less… less … Ahora el pato volaba hacia la costa. No más de cincuenta metros. Planeó hasta las del pueblo, pueblo, volvió, vo lvió, sobrevoló so brevoló por encima de esa gente gente que levant levantaba aba los brazos br azos esper y por fin se posó sobre los enormes cubos amontonados junto a la costa. Eran fardos Algunos estaban rejados y mostraban como una pulpa blanca. «Lana», se dijo Vicent panza violeta estaba picoteando entre unas matas que crecían parte detitlearriba. Sign en up tolavote on this —¿Qué pasa? pas a? Useful Not useful El marinero mariner o rapad r apadoo había dado dado un traspié. —¡¿Eh?! —le volvi vo lvióó a preg pr eguntar untar Vicente—. ¿Qué le l e pasa?
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mujeres se empujaban entre ellas y se tironeaban de la ropa para ver quién se ponía quién se hacía hacía escuchar escuchar primer pr imero. o. El perro ladraba, aturdiendo, y un viejo lo palmeó suavemente. «—Chito, Cabra —, chito…». chito …». —¡Tiene que hacer los lo s poner po ner en liber li bertad! tad! —exigió —exigi ó una mujer. muj er. —¡Libertad —¡Liber tad a Soto! Soto ! —gr itaron itar on unos uno s hombr ho mbres es desde desd e la última úl tima fila f ila.. —¡Usted —¡Usted que puede, do ctor! ctor ! —ahor a era er a una vieja vie ja aindiada ai ndiada la l a que pedía—. pedí a—. ¡Usted ¡Usted —¡Dig —¡Digaa algo, alg o, doctor doc tor!! —rog —r ogóó el viejo viej o del perr per r o, mientr mi entras as el animal anim al desoladamente. —¡Sí, que dig a! —cor earo ear o n los lo s otro o tros—. s—. ¡Que ¡Que dig di g a! —¡Por favor, favo r, doctor do ctor!! Vicente carraspeó. El viento, estar ahí sentado. Esa gente esperaba de él, quería o y a él lo habían mandad mandadoo para par a arreglar arr eglar todo eso. Tenía Tenía que que hablar, hablar, decir decir algo, algo , calmarl que los iba a escuchar. Pensó decir «Correligionarios». Pero, no; eso no correspond pasos más atrás, estaba estaba esa mujer del manguito que lo mir aba y se sonreía. Ella también estaba en la sillita de oro. Era una posición «idiota», volvió a pensa idiota como lo de él—. Y eso lo resolvió: tomó una punta del poncho y se la cruzó so «Conciudadanos». Tampoco Tampoco.. Entonces Entonces dijo: dijo : —Señor es… Todas esas mujeres que lo rodeaban se quedaron en silencio, apeñuscándose a s el perro ladraba. Apenas se oía el murmullo del viejo: «—Cabral, quieto… Cabral… viejo no miraba a su perro, sino que se agachaba un poco, pero sin quitarle los oj Vicente: «—Te «—Te digo dig o que te quedes quieto. Cabral Cabral,, quieto, Cabralito…». Cabr alito…». Vicente icente sintió contra su pecho el aliento aliento del marinero mar inero rapado: —Señor es… —repitió —r epitió—, —, he sido si do enviado… enviado … Pero desde el fondo de la calle que desembocaba sobre el puerto, apareció velocidad. La bocina atronaba. Era un gigantesco Isotta que avanzaba levantando u tierra. tierr a. Más Más atrás, venían venían unos hombr es de a caballo, a todo galope. galo pe. —¡La guar g uardia dia blanca! —avisó un chico y cor co r r ió hacia los lo s fardo far doss de lana cubr como si le fueran a dar un coscor cosco r rón. ró n. Los demás lo imita imi taro ron. n.upUnos Un os pocos po costitle se internaro Sign to vote on this perro se soltó de su dueño y enderezó hacia el Isotta: lotoreaba Useful arqueando Not useful el lomo, motor, a la bocina. —¡La guardia guar dia blanca! bl anca! —gimi —g imióó una vieja viej a antes de r o dar sobr so bree las toscas de la play
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—Sí —dijo —di jo Vicente después des pués de mir m irar ar todo eso—. eso —. Yo Yo soy so y el doctor do ctor Vera. er a. El sargento se cuadr cuadr ó: —A sus ór ó r denes, doctor do ctor —estaba r ígido íg ido detrás detr ás del volante—. vol ante—. Hemos r ecibido ecibi do Buenos Aires… —Gracias —Gr acias —dijo —dij o Vicente con co n sequedad—. Pero Per o ¿qué es esto? —y señaló señal ó a lo ¡Acabo ¡Acabo de bajar del barco y esto esto parece un atr atr opello! —Es que… co mo se supo nía que lo iban a molestar, mo lestar, nos han mandado m andado para par a que l su casa —el sargento mir ó hacia el asiento de atrás consultando consultando a sus superior superio r es. Un se incorporó incorpo ró en su asiento. asiento. —Princi —Pr incipal pal Monner —dijo —dij o presentándo pr esentándose, se, abr a brió ió la por tezuela del auto y se par Tenemos Tenemos or den de protegerlo protegerl o hasta su domicilio. —¿Pro —¿Pr o teger me? —Vicente tenía un tono to no despectivo—. despectivo —. ¡Per ¡Peroo si la l a mayor may or ía son s on El otro oficial se había arrinconado arr inconado en un costado del auto auto y escuchaba escuchaba con at una oportu opor tunidad nidad para para hacerse hacerse notar: —Son ór ó r denes, doctor do ctor —pudo decir por fin. Vicente lo encaró: —¿Ór denes…? ¿Y esos civiles, civi les, qué tienen que hacer ha cer con co n las ór denes de ustedes? us tedes? —Son gente g ente or ganizada ga nizada para par a colabo co laborr ar, doctor do ctor … No tenernos tener nos suficiente sufi ciente per so —Pero —Per o no era er a necesar neces ario io hacer este escándalo escándal o . —Sí, doctor do ctor… … Naturalmente, Natural mente, doctor doc tor —ese ofici of icial al parecía par ecía averg aver g onzado onz ado—, —, profunda pro fundament mente, e, doctor. —Bien… sí —aceptó Vicente con co n desabrim desabr imiento iento y o prim pr imió ió los lo s brazo br azoss sobr so bree marineros que comprendieron la orden y lo acercaron al estribo del auto. Cuando est tendió tendió la mano al o ficial que había hablado hablado último. —Ayudante —Ayudante Larg Lar g uía —dijo —di jo el ofic o ficial ial estrechándo estr echándole le reciam r eciamente ente los lo s dedos. dedo s. —¡En marcha! mar cha! —or denó Monner. Y el Isotta, después de lanzar un ronquido que estremeció el agua de la majestuosamente pasando entre los fardos de lana, los civiles que sofrenaban su silencio de algunas mujeres que se retor cían las poller poller as escur escur riéndolas ri éndolas sobre las tosc —¡No —¡No se olvi o lvide de de lo l o que le pedimos pedim os,, doctor do ctor!! —le r ecor eco dóto el vionejo lejo l ejos, s, y Signrup voteviejo this desde title con furia, al aire. Useful Not useful Vicente se volvió apoyándose sobre la capota del auto: allá al fondo, el «Mate ballena que reposaba sobre el mar, más cerca se veían las cabezas de los que se habían
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de una casa de paredes de zinc, muy parecida a las otras que bordeaban esa calle, per sobre la vereda un ancho ventanal. Larguía insistió en mostrarse mo strarse amable, mundano: mundano: —Doctor —Docto r … —dijo —dij o con co n una voz que pugnaba pugna ba por po r hacer olvidar ol vidar su unifor unifo r me Lamenta Lamentamos mos muchísimo que el incidente incidente del puerto no haya haya sido de su agrado. agr ado. —No ha sido s ido nada. —Vicente —Vicente se inclinó incl inó apenas. —Sobr e todo por po r haber o curr cur r ido precisa pr ecisamente mente a su s u lleg ll egada, ada, doctor do ctor.. —Le asegur aseg uroo que q ue no ha sido si do nada. n ada. —Ahora —Ahor a solam so lamente ente esperamo esper amoss que su estadía e stadía entre entr e noso no sotro tross le r esulte agr ag r adable. —Espero —Esper o que sí —dijo —dij o Vicente con co n otra o tra inclinaci incl inacióó n. —Aparte de nuestra nuestr a o blig ación ació n como co mo funcio funci o nario nar ioss —insistió —insi stió Larg Lar g uía con co n un que sonaba a fiesta fiesta de fin de curso—, curso —, estamos estamos incondicionalment i ncondicionalmentee a sus órdenes ó rdenes como —Muy amable, Larguí Lar guíaa —le ag a g r adeció Vicente palmeándo pal meándole le el brazo br azo.. Pero Larguía era inexorable: —Sabemos —Sabemo s perfectame per fectamente nte que nuestra nuestr a ciudad es pequeña y que los lo s pro pr o blem traen aquí aquí son muy gr aves, pero de cualquier cualquier manera, hacemos votos por su franco éx —Bien, Larg Lar g uía, bien… bi en… —Nuestro jefe jef e tendrá tendr á el gusto gu sto de venir a saludar salu darlo lo perso per sonalm nalmente ente a la breveda br eveda Monner? —Sí, por po r cier to —se apresur apr esuróó a contestar co ntestar el otro o tro o ficial fic ial.. —Para —Par a poner po nerse se a sus s us ór ó r denes —agr —ag r egó eg ó Larguí Lar guía. a. —Sí, sí… sí … —cor —co r r o bor ó el otro o tro.. —Ahora, —Ahor a, si ustedes me permi per miten ten —los —l os interr inter r umpió umpi ó Vicente con co n una sonr so nrisa isa—, —, mi nuevo domicilio. Larguía coment co mentóó mientr mientr as abría la l a porte por tezuela zuela del auto auto y descendía: descendía: —Vendr —Vendráá con co n ganas g anas de po nerse ner se a trabajar tr abajar en seguida… seg uida… —¡No! —¡No! —Vicente —Vicente bajó de un salto—. salto —. ¡Qué trabajar tra bajar ! —y se r ió con co n muchas soltaba: el viaje, los cuatro días metido en el «Mater», el «Mater» y las comidas con tensión tensión de la esper esper a, los gr itos del contr contr amaestr amaestr e, lo que había había ocurr ido en el puerto y üen había tenido tenido que hacer hacer para escuchar escuchar a ese oficial ofi cial tan respetuoso respet y con tant verg Signuoso up to vote on thistanta titlea vergüen uniforme unifor me mal cortado—. co rtado—. ¡Ganas ¡Ganas de comer es lo único quetengo! tengo! Useful —aseguró. Not useful Los dos oficiales lo imitaron im itaron riéndose r iéndose sin convicción; convicción; después después se miraron mirar on con ci —Supongo —Supong o que habrá habr á gente g ente adentro adentr o —preg —pr eguntó untó Vicente.
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Después entró a la casa seguido por Míguez y desde atrás del ventanal que daba s miró al monumental Isotta que arrancaba entre una nube de polvo.
Y bien, ya estaba. Eso era la Patagonia, Río Gallegos, en el Territorio de Santa kilómetros al sud de Buenos Aires. Había ocurrido algo unas semanas atrás, el enterado, pensó en Vicente, lo mandó llamar y ahí estaba. Ahora había que ver las cosa cerca era la única forma en que las cosas eran verdaderas. Vicente descubrió que esa aliviaba: por fin vería a los obreros, a los estancieros, la cara de la gente y lo que tendría que imaginarlo. Reflexionó: «A mí, la espera es lo que me liquida. Sí. La acció Era como co mo un duelo: duelo: antes antes de que llegara la l a madrugada se imag inaban inaban cosas macabras frío de la mañana golpeaba el pecho desnudo y se lo veía al adversario con medio cu uno se encontraba formidable, las piernas firmes, el pulso firme y la mano llena. E uno lo que tenía que actuar; con sólo pensar no ocurría nada. Y a Vicente su cuerpo tranquilizaba. Estaba seguro de él. Y por primera vez desde su entrevista con el Vi sintió sintió satisfecho satisfecho de sí mismo. mismo . A la tarde llegaron las valijas y en seguida comenzó el arreglo de su casa: ese esquina del escritorio, los papeles en el medio, dos pares de espuelas junto a reproducción de una sanguina de Boucher que representaba a una mujercita tumba entre almohadones, quebrando el cuello como si escuchara algo, con el vientre redo serie de blancos círculos inconclusos y concéntricos, y con la mano apoyada acariciándosela, una caricatura caricatura de Pelele que que no era er a gran gr an cosa, sus floret flor etes, es, los libr de Rubén, un Lunario un Lunario senti s entimental mental dedicado dedicado y la Justine con Justine con ilustraciones. La madr madr e de Míguez Míguez se había ofrecido ofr ecido para ayudarlo. —No —la —l a detuvo Vicente—; a mí me gusta g usta arr ar r eglar eg lar mi casa. —Pero —Per o , las mujer muj eres… es… —Ése es un mito m ito,, señor seño r a, como co mo con co n los lo s cociner co ciner os. os . Esa mujer entendería de buenas paellas. Ya lo había demostrado. Pero no tendrí colocar su Boucher (los senos eran muy abiertos y pequeños, del tamaño «de la ma Sign up to vote on this title honrado», como decía Bradomín), y mucho menos para ordenarle las corbata Useful Not useful decreciente que él se sabía. Claro que estaban ésos de la guardia blanca. Vicente ya los conocía; en Buenos
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apoyaban en sus tacos con inquietud, hieráticos, extranjeros, pero con esa silencio dignidad de las víctimas. Había olor a pólvora en aquella sala de billar. Un ju insignificante, insignificante, había seguido fr otando otando la tiza sobre su taco. taco. Vicent Vicentee vació su r evólver mesas de billar. Las balas se deslizaban por debajo del paño como unos extraños gu aturdido aturdidos. s. Eso había sido para divertirse, divertir se, por cierto. Como Como él iba a pasar sus hor as mu m los prostíb pro stíbulos ulos de fr ente ente a los lo s Tribun Tri bunales, ales, le quedaba quedaba cerca. Er Er a una diversión cercan a un paso de la farra», farra», comentaban en el Gimnasia y Esgrima. Los Tribunales de vuelta, el prostíbulo y los billares judíos de la calle Libertad. Todo ahí nomás. «Un «Un v de diversiones», diversiones», proclamaba entonces. Pero es que todos los prostíbulos estaban atesta muchos judíos andaban en ese negocio. « Las polacas», polacas », les decían sus amigos en e olaca le da vuelta y media a cuatro francesas». francesas». Y todos se divertían con las polacas que, al fin de cuentas, eran lo mismo. Él, sus compañeros de la Facultad en el año del guardia blanca en la semana de enero del 19. Pero con la diferencia de que él lo ha pasar el rato, total, no eran nada más que los paños de los billares. Además, unos día ido a pagarlos. Pasar el rato, de eso se trataba, porque él no tenía nada contra los jud trabajadora y no se metían ton nadie. Aunque un poco… un poco, ¿cómo diría?, cal Poco elegantes. Ahí estaba. No eran lindos los judíos y qué se le iba a hacer. Se nacía con pinta de macho. Una vez le habían comentado en la mesa de Ingenieros: «— Usted Usted de las guardias blancas, Vera» Vera» —y Vicent Vicentee no había sabido si se lo decían en ser ser io r ealmente ealmente él había hecho lo de las mesas de billar nada más que que por divertirse. Él Él no Y no pensaba eso para darse una explicación que lo tranquilizara. Aparte, que no tenía lo que había ocurrido esa mañana en el puerto. «— ¡No ¡No se olvide de lo que le pedim habían gritado. Y por cierto, él no lo olvidaba. Él iba a ser ecuánime. ecuánime. Cuando Cuando anochecía anochecía se resolvió resol vió a salir: salir : —¡Míg —¡Míguez! uez! —llamó —lla mó;; no era er a cuestión cuestió n de quedar se ahí metido todo el día. dí a. El hijo de la cociner a asomó la cabeza por por la puerta del estudio. estudio. —¿Llamaba, —¿Llam aba, doctor do ctor?? —Sí. Voy Voy a salir sal ir… … —¿Solo, —¿Sol o, doctor doc tor?? —No, vos vo s me acompañás aco mpañás.. Quiero Quier o dar una vuelta. Sign up to vote on this title Míguez se entusiasmó: Useful Not useful —¿Tiene ganas g anas de co nocer noc er el pueblo puebl o ? —Más o menos… meno s… —en verdad ver dad quería quer ía espiar espia r a solas so las lo que esa mañana
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—Yo —Yo prefer pr efería ía dar puñetazos —confesó —co nfesó Vicente en voz vo z baja. baja . —¿En vez de andar con co n revó r evólver lver?? —Sí. —¿Usted sabe box, bo x, doctor do ctor?? —las mejil mej illas las del chico chi co se redo r edondear ndearon on de admir admi r ació —Sí; a veces tir aba en el club. —¿Le gusta g usta Firpo? Fir po? —Es gr g r ande… —¿No es cier to que es el futuro futur o campeón campeó n del mundo? mundo ? —la voz vo z de Míguez so cálida en medio de la o scuridad de la calle. —¡Quién lo l o duda! —¿Usted cree, cr ee, doctor do ctor?? —Estoy segur se gur o . —¿Y Dempsey? —¡Bah!… —¡Bah!… Pasaro Pasaronn por delante delante del del edificio de la Sociedad Rural, Rural, que estaba estaba a oscuras. o scuras. —¿Y la gente? g ente? —quiso saber Vicente. —Allá —señaló —s eñaló Míguez—, Míguez —, en el Hotel Arge Ar gentino ntino.. Cuando llegaron al Hotel, Vicente se asomó un momento, pero había de demasiado humo de cigarrillos. Míguez gruñó g ruñó a sus espaldas: espaldas: —Aquí vienen todos todo s ésos… éso s… Vicente se volvió y lo miró a los ojos, pero el chico se había dado vuelta hacia calle, hacia la oscuridad. Siguieron Siguiero n caminando caminando en silencio. silencio. —Aquí no le ser se r viría vir ía par a nada el box —dijo —dij o como co mo si r eflexio efle xionar naraa consig co nsigoo mi —No… —admitió —adm itió Vicente—. Por eso en Buenos Bueno s Aires Air es usaba cuchillo cuchil lo.. —¿Usted? —Yo —Yo . Sí. El cuchillo iba pegado al cuerpo —sentía Vicente—, era uno mismo, daba costado y entre los dedos parecía prolongar la mano. ElSign cuchillo up to vote era on thispara title de cerca sobre sobr e el cuerpo del otro. otro . «De «De cerca cerca era er a la única forma for ma enque las cosas resultaban ver resultaban Useful Not useful pensado. Exigía una sinceridad el cuchillo cuando obligaba a juntarse al otro y a roza los ojos, ojo s, sintiéndole sintiéndole el aliento, hasta hasta el peso.
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de ese cielo aterciopelado, Buenos Aires se le agrandó. París, ni existía, solament Aires: allí las mujeres tenían de todo, las calles tenían lo que uno pidiera. Buenos Aire —No —reco —r econoc noció ió Míguez—. Míguez —. Aquí no tocan tango, tango , no les g usta, pr efier efi eren en dar meta a sacudirse. No les interesan las cosas lentas… El viento soplaba del lado del mar, Vicente se pasó la mano por los lagrimales, s después se frotó los hombros. —¿Vamo —¿Vamoss hasta el puerto, puer to, doctor do ctor?? —No, no. no . Mejo Mejorr volvemo vol vemoss para par a arr ar r iba. El chico lo observaba con incredulidad. —¿Hasta el final fi nal de la pr incipal? inci pal? Cuando Cuando iniciaban el el camino de regreso reg reso,, sintiero sintieronn el motor de un auto auto que avanza avanza de la calle. Iba con los faros encendidos y el escape abierto. —¿Y eso? eso ? El auto pasó a toda velocidad velo cidad junto a Vicente. Vicente. —Guar dia blanca bl anca —info —i nforr mó Míguez Mígue z lacó nicamente—. nicam ente—. Están Están patrull patr ullando ando.. Vicente se quedó pensativo; después caminaron un rato en silencio escuchan pasos sobre el pedregullo. Pasaron por delante de una ventana entornada y escucharon suspiraba. «—No está bien que me lo digas…», pasaron de nuevo frente al König y V «—¿Siempre tocan lo mismo?». «—Es que además del “ Danubio Azul” Azul” no saben much —contestó —co ntestó Míguez con co n un tono aflig afli g ido, ido , avergo aver gonzado nzado por su pueblo. pueblo . «—¿Y en Según… A veces vienen chilenos y la cosa se arma». En el Hotel Argentino un germa encarnizadamente los méritos de Ludendorff y en la Sociedad Rural había luz. «—¿ preguntó Vicente. Míguez levantó los hombros: «—No sé, doctor, no me imagino qu esta hora». «—¿Tienen reuniones semanales?». «—No. Ahora todos los días están «—¿Realmente no sabés quién puede estar?». «—No, doctor. Le juro que no» —d énfasis, después se resolvió a preguntar por algo que lo tenía intrigado: «—¿No casa?». Vicente lo tomó de un codo y lo empujó blandamente: «—No —murmuró—. S Habían llegado al final de la calle, allí se levantaba una casa aislada que ten entornados. —¿Qué es? es ? —quiso —quis o saber s aber Vicente. Sign up to vote on this title —La casa pública, públ ica, doc d octor. tor. —Míguez —Mígue z se esfo es forr zaba por po r rUseful esultaradulto. adulto . Not useful Se fueron acercand acer cando: o: junto junto a una de las puer puer tas tas rondaba r ondaba una una mujer que par par ecía es —¿Y ésa, qué hace h ace ahí? ahí ?
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—¡Ah!… —¡Ah!… —Larguía —Larg uía par ecía enternecido enter necido—. —. ¡Cóm ¡Cómoo se le l e nota no ta que es jo ven y po Vicente se rió, halagado. —Y viniendo vini endo del alto… al to… —Larg —Lar g uía hablaba habl aba con co n famil fam iliar iaridad. idad. —No, amig am igoo —lo cor co r tó Vicente—. Yo a esos eso s lugar lug ares es no voy vo y acompañado aco mpañado.. Larguía se esfor zaba por por sonreírse sonr eírse y Vicent Vicentee se apresuró a ayudarlo ayudarlo:: —¿Supong o que me estar e staría ía esper es perando ando?? —preg —pr eguntó. untó. —Sí, doctor. doc tor. —Larg —Lar g uía había r etomado etom ado su tono o ficial—. fici al—. Me han or denado mañana vendr vendr á saludarlo saludarlo mi jefe con unos amigo s. —¿Amigos —¿Amig os?? —Sí. Unos estancier estanci eros os,, doctor do ctor.. —Bien. Díg Dígale ale que los lo s esper o.
Brun habló en represent r epresentación ación de todos: —El señor seño r jefe de polic po licía ía —dijo —dij o señalando señal ando a Corr Cor r al que era er a quien se había sen del escritorio escritor io de Vicent Vicentee y ya se había había encarg encargado ado de poner el narguile narg uile sobre sobr e una repis amabilidad de invitarnos a esta entrevista. —Me tomé tom é la liber li bertad tad —intervi —i ntervino no Corr Cor r al— por po r que supuse que iba a ser la mej usted usted oyera la verdad sobr e este conflicto, conflicto, doctor. Vicente hizo un ademán de impar cialidad: —Recuerde —Recuer de que yo soy so y juez en este asunto. asunto . —Sí, doctor, do ctor, entiendo —Corr —Cor r al vaciló— vacil ó—,, per pe r o estimé estim é que le convenía co nvenía oír oí r la pal más responsab r esponsable… le… —De una de las partes par tes —lo volvió vo lvió a interr inter r umpir Vicente con co n una sonr so nrisa. isa. —Eso que acaba de decir el doctor do ctor nos tranquil tra nquiliza iza Brun Br un hablaba con co n lentitud. —Pero —Per o lo que yo quería quer ía er a… —intentó aclar ar Corr Cor r al. —Eso que acaba de decir el doctor doc tor nos no s tranquil tra nquiliza iza —repitió —r epitió Brun siguiendo sig uiendo Vicente le pareció un bailarín torpe y solemne que marcaba escrupulosamente los pa pieza que sabía—, en la medida en que implica de su parte, doctor —agreg Sign up to vote on this title equidistancia que lo honra. Not useful Vicente agradeció con la cabeza, él también entraba en Useful esa especie de danza; desd se levantó un moscardoneo de aprobación. Después se marcó un silencio y Vicente
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—¡Que hable Brun! —pro —pr o puso uno de los lo s Cattáneo con co n entusiasmo entusias mo.. —¡Sí, sí…! —apr obar ob aron on los lo s otro o tros—. s—. ¡Que ¡Que siga si ga hablando! hablando ! Brun se dio vuelta en su silla: —¿A ustedes les parece? par ece? —mir —mi r ó a todos todo s r ecogi eco giendo endo apro apr o baciones bacio nes silencio sil encio volvió hacia Vicente: —Sabemos —Sabemo s —dijo —di jo después de una pausa paus a ceremo cer emonio niosa— sa— que usted ha venido veni do co voluntad, doctor, y sabemos que usted conoce a fondo los antecedentes de este problem nosotros quisiéramos preguntarle, si usted nos permite, cuál es la posición del s frente a todo esto. —¿Si el Preside Pr esidente nte tiene resuel r esuelta ta su opini o pinión, ón, quier e decir ? —Sí… Vicente no titubeó: —El doctor do ctor Yrig Yri g oyen oye n es el Preside Pr esidente nte de todos todo s los lo s arg ar g entinos entino s —dijo —dij o con co n tiesur —Bien —admitió —adm itió Brun—. Brun— . Eso Eso no hace sino si no r atificar atifi car su posici po sición ón perso per sonal, nal, doctor do ctor —No se olvide ol vide que yo soy so y su repr r epresentante. esentante. —Sí, sí… No lo o lvidamo lvida moss —dijo —dij o Brun Bru n r ápidamente—. ápidam ente—. Y esa equidistancia equidi stancia traído aquí. —¡Es que estamos estamo s convencido co nvencidoss de esa e sa equidistancia! equidi stancia! —apuntó —a puntó Blecher desde un dos hilos de humo por la nariz. —Y es en virtud vir tud de esa equidistancia equidi stancia —pros —pr osig iguió uió Brun acompasa aco mpasando ndo su ton deseamos que nos diga, doctor, qué representación nos asigna usted en este asun tenemos nosotros… —Yo —Yo prefi pr efier eroo que lo diga dig a usted —Vicente —Vicente no abandonaba abando naba su sonr s onr isa toler to lerante. ante. —Bien —aceptó Brun—. Br un—. Yo Yo creo cr eo interpr inter pretar etar cuál es el valor valo r que tenemos tenemo s noso no so no quisiera pecar de fatuo, fatuo, y por eso le ruego r uego que sólo me responda brevemente brevemente a mis —Usted dir di r á —dijo —dij o Vicente r ecostándos eco stándosee en su asiento; asie nto; alguien alg uien le ofr of r eció un rechazó. —¡Ahor —¡Ahor a lo l o vamos vamo s a someter so meter a un interr inter r ogator og atorio io,, doctor do ctor!! —intentó bro br o mear Co obstinado. y —Nosotro —Noso tross —empezó Brun y de nuevo se convir co nvirtió tióSign en upunto danzarín danzar íntitle pesado vote on this tanto tanto pobladores poblador es de la zona, ¿somos útiles o no? no ? Useful Not useful —Nadie lo duda… —Nuestro trabajo tra bajo,, doctor do ctor,, tiene valor val or,, ¿sí o no?
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usted usted me acaba acaba de reconocer, doctor, es que que si se quier quier e favorecer a los obrer o breros, os, no se a nosotros. En una palabra: que se nos proteja… Mejor dicho —se corrigió bruscam nos tenga en cuenta. —En paridad par idad de condici co ndicione ones… s… —Pero —Per o ¡por supuesto! supuesto ! —la cara car a de Brun se animó anim ó por po r prime pr imerr a vez y su r desapareció—. Si ése es nuestro punto de partida. —Es que el doctor doc tor Yrigo Yri goyen yen es demasiado demas iado popular po pular —terció —ter ció Gor Go r bea sin dejar oreja—. Por eso nosotros tenemos mie… Brun lo miró duramente: —Mi amigo ami go Gor Go r bea… —empezó —em pezó a justific jus tificar arlo lo,, pero per o Vicente lo l o atajó a tajó con co n un adem —No es necesar io que me explique, expli que, Brun… Br un… Si yo entiendo perfectame per fectamente. nte. La señor Gor G orbea bea es es la de mucha mucha gente. gente. Pero le r epito: epito: el doctor doctor Yrigoyen Yrigo yen quiere quiere goberna go berna argent arg entinos. inos. Para todos los argent arg entinos inos —repit —r epitió ió subrayando subrayando las palabras—. ¿Ent ¿Entendid endid y el humo de los cigarrillos flotaban sobre esos hombres de mejillas rojizas—. Quier armonía… armo nía… un un equilibr equilibrio, io, ¿estamos? ¿estamos? —¿Eso signifi sig nifica ca que las cosas co sas deben ser como co mo son? so n? —preg —pr eguntó untó Zucker apo contra el ventanal ventanal y jugueteando jugueteando con lo s flecos de la cor tina. tina. —Sí… —Vicente —Vicente se contempló co ntempló un momento mo mento en el vidr io del escrito escr itorr io, io , des cabeza cabeza y lo buscó buscó a Zucker Zucker con la mir m irada— ada—.. Como Como deben deben ser —dijo. —¿Y tienen que cambia ca mbiarr para par a eso? eso ? —No. Tienen que ser se r justas. Nada más. —Justas… justas… —Zucker seguía seg uía jugueteando jug ueteando con co n los lo s flecos flec os de la cor co r tina fácil, ¿no, doctor doctor?? —A nadie le l e parece par ece fácil fác il.. —Bien… —dijo Brun como co mo para par a r ecor eco r dar que era er a él quien estaba habland creemos en esa cordura y en esa armonía. Más —dijo con énfasis—, pretendem decididos defensores. Y estamos dispuestos a conversar y a discutir con quienes se m plano. Pero queremos cordura —y miró las cuidadas manos de Vicente que hizo un e ocultarlas—, a los efectos de discutir lo que haya que discutir y para poder trabajar. posición. Pero Pero entre entre lo s obreros… obr eros… Sign up to vote on this title —¡Está —¡Está lleno ll eno de maximal maxi malistas! istas! —gr —g r itó Rintel y su inal able fruseful ente de o fic Usefulterable inalter Notfrente cubrió de unas unas venas venas como várices. —¡Y de ladr ones! one s! —chilló —chill ó Gor Go r bea agitando ag itando su cor co r pachón. pachó n.
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doctor… —¡Uno —¡Uno solo so lo!! —gritó —gr itó Rintel como co mo si se s e tomar tom araa un desquite desqui te y se cruzó cr uzó de brazo br azos— s— —¡Esto —¡Esto y hablando yo, Rintel, por po r favor favo r ! —lo increpó incr epó Brun y se quedó un lar go ver si lo obedecía, después se volvió hacia Vicente y habló con impaciencia—: quisiéramos tratar con el verdadero representante de los obreros, porque no es posib cosa con uno y que después después aparezca otro diciendo diciendo que él es el verdadero r epresentan epresentan —Lo más m ás adecuado adecua do es tratar tr atar con co n el deleg de legado ado de la federació feder aciónn —propus —pr opusoo Vicente —Pero —Per o hay muchos mucho s que no están afilia afi liado dos, s, doctor. doc tor. Y nosotr nos otroo s queremo quer emoss trata grupos. —¡Y hay otro o tross que nieg ni egan an a la feder ación! ació n! —Rintel hablaba con co n renco r encor. r. —Mi criter cr iterio io —dijo —dij o Vicente con co n fir fi r meza— es tratar tr atar con co n las perso per sonas nas que desig des ig —¿Su criter cr iterio io?? —Brun —Br un no perdía per día la l a calma. cal ma. —Y el del señor seño r Preside Pr esidente. nte. —¿Y los lo s no afili afi liado ados? s? —Que hagan hag an lleg ll egar ar sugestio sug estiones nes a la l a feder ación ació n o que se atengan ateng an a lo que la feder Un murmullo recorrió el grupo de estancieros, algunos se daban vuelta en cuchicheab cuchicheaban an entre entre sí, por último, O’Gor man se acercó acercó a Brun y le dijo dijo algo alg o al oído. o ído. —Perfectame —Per fectamente, nte, doctor doc tor —anunció Brun después de una pausa—. Nos atendr federación resuelva y así demostraremos nuestra buena voluntad. Nadie podrá cerramos cerr amos a un posible entend entendimiento. imiento. Ahor Ahoraa bien —aclaró—, deseamos que la federa la brevedad. —No nos podr po dría ía decir, decir , doctor doc tor —soli —so licitó citó Corr Cor r al apoyándo apo yándose se sobr so bree el escrito escr itorr las exigencias de los obreros? —Las exigencias exig encias concretas —puntualizó concretas —puntualizó Brun. —Tengo algunos alg unos datos parcial par ciales es —dijo —dij o Vicente poniéndo po niéndose se de pie—, per comprensiva compr ensiva actit actitud ud de ustedes, ustedes, caballero caballeros, s, reun r eunir iréé todos los lo s elementos elementos de juicio. —¿Perso —¿Per sonalm nalmente? ente? —quiso saber Brun Br un que también tambi én se había habí a puesto de pie. —Perso —Per sonalm nalmente ente —Vicente —Vicente se sonr so nrió ió—. —. Yo Yo siempr siem pree perso per sonali nalizo zo.. —Pero —Per o … estanc —Yo —Yo estoy dispuesto dispues to a hablar con co n todo el mundo. mundo . Se asegur aseg Signlo up to voteuro. on o. this—Los title rodeando como si quisieran verlo más de cerca, para medirlo, para medirse con Useful Not useful espaldas como los chicos o para palparlo un poco, comprobando su solidez. Mucho perfume. Venían de la peluquería, advirtió Vicente, y ese melancólico olor a violet
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—Sí. Sin duda alguna alg una —aceptó Vicente con co n un tono de fatiga—. fatig a—. Y ahor a voy vo y a pedirle pedirle algo. El rostro de Corr al se iluminó: iluminó: —¿Qué? ¿Me va a r etar por po r que le saqué esa pipa de su escrito escr itorr io?… io ?… —dij narguile—. narg uile—. No se hubiera podido hablar con usted, le hubiera hubiera tapado tapado la cara… car a… —No, Cor Co r r al. Eso no tiene mayo ma yorr impo r tancia. —Entonces… —Corr —Cor r al dio a entender que estaba indefenso indef enso y que francam fr ancam imaginar de qué se lo acusaba—. Usted dirá, doctor. —Esa gente g ente que anda con co n la poli po licía… cía… —Vicente usaba un tono to no impr im preciso eciso.. —¿Los de la guar g uardia? dia? —Sí. Ésos. Éso s. —Vicente —Vicente se le acercó acer có y lo tomó tom ó del cor co r r eaje con co n suavidad—. suavi dad—. Qui más. —¡Pero, —¡Pero , doctor doc tor…! …! Son muchachos muchac hos vinculado vincul adoss a la Sociedad Soci edad Rural, Rur al, gente ge nte que está a sus órdenes. —Quisier —Quis ieraa no verlo ver loss más. más . —Y de noche, no che, su ayuda a yuda resul r esulta ta impr escindible escin dible.. —De noche… Por lo mismo mi smo.. Quisier Quisi eraa no… no … —¡Pero, —¡Pero , doctor do ctor!! —Se lo o r deno, deno , Cor r al. Cuando se quedó a solas, Vicente sintió que se aflojaba. Era algo muscular. Ta delante de esos hombres, atento, en tensión, frente a una mesa sin cosas para agar controlar control ar cada uno uno de sus gestos. Er Er a demasiado, pero al fin de cuentas, cuentas, no le había he positivo», se dijo. Como ganar una partida, sí, pero disfrazado de funcionario. trampa. Entonces se sentó y escribió: «Primer «Prim eras as tratativas, excelente resultado. Ver Vera» a» —después llamó—: llamó —: ¡Míguez! ¡Míguez! El chico chico se asomó por la puerta: puerta: —¿Doctor —¿Docto r ? —Quier —Quie r o que me mandes esto. —Vicente —Vicente le l e tendió el papel. pape l. —¿Un telegr teleg r ama? —Sí. Urgente. Urg ente. Sign up to vote on this title El chico leyó: Useful Not useful —Pero —Per o ¿y la direcció dir ección? n? —¡Ah…! —¡Ah…! Ponele Po nele ahí. —Vicente dictó—: dictó —: Doctor Do ctor Ramón Ramó n Gómez, Gó mez, Ministerio Minister io del
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—A mí me gusta gus ta que me mimen mim en —confesó —co nfesó Vicente con co n un susurr susur r o , como co mo si vergonzoso verg onzoso,, mientras sentía sentía que sus acompañant acompañantes es los dejaban dejaban solos. solo s. —Se nota no ta —aceptó ella— el la— y ahor a hor a me expli e xplico co su aspecto aspe cto infantil i nfantil.. —¿Mi qué? —Su aspecto infantil infa ntil —r epitió la seño s eñorr ita Singer Sing er con co n sencill senci llez. ez. Vicente se irguió abrochándose el saco, jugaba a tener un aspecto imponente: —¿Le parece? par ece? —per o sintió que el plieg pli egue ue del ceño c eño no se le terminaba term inaba de endur inseguro, y temió que esa mujercita le apoyara la mano sobre un hombro deportivamente. —Sí que me parece. par ece. Y también tambié n me explico expli co esto —dijo —dij o ella ell a pasándole pasándo le la mano barbudas—. barbudas—. ¿Se ¿Se deja la barba para par a parecer más viejo? A Vicente icente le inquietó inquietó esa familiaridad, familiar idad, pero pero se encogió de hombros: hombr os: —Soy un funciona funci onarr io —se disculpó di sculpó.. —¿Y qué hay con co n eso? eso ? ¿Necesita ¿Necesi ta enmascar enmasc arar arse? se? —Un buen bue n funciona funci onarr io —Vicente —Vicente r ecitó algo alg o que alguna alg una vez había pensado—, pensado —, eficacia pero pasando pasando inadvertido. —¿Como —¿Com o un ladr ó n que conoc co nocee su ofic o ficio io?? —¡No —¡No precis pr ecisamente! amente! —Vicente —Vicente se r ió—. ió —. Pero Per o la verdad ver dad es que a uno todo mirando. —¿En serio ser io?? —Ella mir mi r ó en derr der r edor edo r —: Buenos Bueno s señor seño r es… estancier o s… sus describiendo cómicamente a los que estaban en ese largo salón— …sus hijas… com plaza… las las hijas de O’Gor man que hacen hacen como como que no no les interesamos… oficiales o ficiales de directora que parece… ¿cómo le diré?… incómoda porque no sé darme m estancieros… estancieros… Sí —reconoció —r econoció cuando cuando concluyó con co n su revista—; revista—; todo el mund m undoo lo l o est eso le molest mo lesta? a? —Un poco. poco . —Y otro o tro poco po co,, no. —Ella se sonr so nreía eía y el labio labi o superio super iorr le temblaba—. temblaba —. Por Po r que gusta… Vamos… Vamos… —lo animó con co n su descar descar o de muchachit muchachito—, o—, por ejemplo, cuando cuando lo miran, usted se deja reconocer, se deja analizar, admirar, y así sí que le resulta t de pr equivoco? —Ella misma se contestó negativamente y siguió—: Esaonsensación Sign up to vote this title movimiento de miradas, no está nada mal ¿eh? Y usted sepasaría la Not vida entrando a l Useful useful repitió con un aire malicioso. En ese momento, la orquesta de señoritas de König inició un vals. A Vicente le
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gustado bailar con usted. —No sé bailar bail ar vals… pero per o no me siento s iento intimidada intim idada por po r eso. eso . Así Así es que no se ría r ía —Yo —Yo no me r ío de usted, seño r ita Singer. Sing er. Ella hizo un gesto de fastidio: —Y no me llam l lamee «señor «seño r ita Singer Sing er». ». Me Me siento sie nto una máquina m áquina de coser. co ser. —Perdó —Per dónn —Vicente —Vicente se sentía con co n toda la piel fresca, fr esca, liviano li viano,, como co mo si acabar una toalla: se había tirado a una pileta de agua helada, había abierto los ojos bajo la cabeza cabeza se le había llenado de burbujas de un verde clar o que giraban gir aban y se estrell estrellaban aban c —. A mí me enter necen las l as máquinas má quinas de coser co ser —asegur —aseg uróó diver tido—. Y no buscaba i —Yuda —Yuda —dijo —dij o ella ell a adelantándose adelantándo se a la preg pr egunta unta de Vicente—. Yuda —repitió —r epitió oído bien. —Bien, Yuda —Vicente —Vicente hizo un ademán ademá n ceremo cer emonio nioso so—. —. ¿Puedo preg pr eguntar untarle le presencia en este este lugar? lugar ? Yuda soltó una carcajada ruidosa: —¿Así habla habl a cuando está en funcio func ionar nario io y quier e pasar inadver tido? tido ? —Nos están es tán mir ando —la r econvino eco nvino Vicente. Ella se rió de nuevo: nuevo: —No sea provi pr ovinciano nciano —siseó —sis eó con co n despr ecio. ecio . —Ahora —Ahor a es usted quien me intimida intim ida —dijo Vicente dominando dom inando unas vio tironearle tiro nearle de las patillas patillas y desbaratar desbaratar su seguridad de gallo . —¿No le gusta gus ta que la gente ge nte se s e r ía fuerte? fuer te? —De nuevo el labio labi o de Yuda temblaba dientes cubiertos de saliva—. Pero ¿y no era que le encantaba que lo mirara la gente? —Pero —Per o habíamos habíam os quedado que nada más m ás que en mis entradas. entr adas. —Ah… Eso tiene que ser nada más que un fogo fo gonazo nazo,, por que después prefie pr efierr paz para pasar a comentarlo respetuosamente… —Yuda daba fervientes mues comprendido y seguía aprobando su propio descubrimiento: «Había entendido… — ya advenía quién era ese señor y qué cosas le gustaban… cuáles eran sus preferencias preferencias del señor funcionario». Y todo eso le causaba un júbilo incontenible p brillo de sus ojos no tenía nada que ver con la impasibilidad de opa del resto de la ca O’Gor man ¿lo comentaba? comentaba? Sign up to vote on this title Vicente siguió con el juego haciendo un ademán de desdicha: Useful Not useful —Un hor r or … —¿No le l e encontró enco ntró nada para par a comentar co mentarle? le?
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—Ni una palabr pala bra. a. —No ha sabido s abido apreciar apr eciar,, por po r eso… eso … Los dos se rieron como camaradas y los que estaban sentados alrededor de la pi miraron severamente. —Ahora —Ahor a sí que nos no s mir mi r an, doctor do ctor.. —Sí… Pero Per o somo so moss dos do s para par a aguantar ag uantar todo ese peso pes o . —¿Gr ito? —La mir ada de Yuda Yuda se había habí a extraviado extr aviado.. —¿Usted está loca? lo ca? —Pero —Per o es que tengo teng o ganas ga nas de gr g r itar: itar : me aburr abur r e la Patagoni Patag onia. a. Vicente icente le tomó un brazo y se lo oprimió opr imió:: —A mí también —le —l e dijo dij o en voz vo z baja y rápida—. r ápida—. Pero Per o déjese déjes e de pavadas. pavadas . Yuda lo miró bien a la cara y él sintió que la frente, las mejillas, toda esa bo descubrían. —¿Le gusta g usta mi m i brazo br azo?? —pr eguntó eg untó Yuda ado ptando un air ai r e científi ci entífico co,, de perso per so experimento. Vicente bajó la vista y contempló su mano que oprimía esa carne firme y demasia —No está mal m al —opinó —o pinó.. —Pero —Per o me duele… duel e… Vicente aflojó la presión de sus dedos. —¿Tiene sed? s ed? —preg —pr eguntó untó con co n ganas g anas de sentir s entirse se ser io, io , hablando habland o de algo alg o concr co ncreto eto —Yo —Yo , no —dijo —dij o Yuda como co mo si r echazara echazar a esa coher co herencia encia que a ella ell a le r esultaba con la que no se quería complicar—. Pero si usted quiere, váyase a buscar algo, yo encanta encanta mirar cuando cuando los lo s demás beben beben con ganas. g anas. Vicente cruzó por un costado del salón, el vals languidecía y el fervor de la orquesta del König se iba aplacando sobre el escenario. Ésas hacían lo que podían, toc y sudaban empeñosamente. Un aire celeste flotaba en el salón; debía ser por la ropa de por el polvo. Vicente se acercó a una larga mesa atestada de cubiertos, platos y cop hizo una reverencia: rever encia: —¿Desea algo al go,, doctor do ctor?? —Sí. Bien fresco fr esco —dijo —dij o Vicente cerr cer r ando el puño como co mo sivote le on pidier pidi a unúltim Sign up to thisera title especial especial y for midable. Useful Not useful —¿Un mosela? mo sela? —¿Helado? —¿Helado ? —esa pr egunta eg unta era er a una exige exi gencia. ncia.
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«—Con permiso, estancieras», les diría. Eso, o algo por el estilo. Era lo inespe fascinaba: fascinaba: esa mujercita resultaba resultaba intranquilizador intranquilizadoraa —hasta —hasta por su misma fr agilidad— secretamente secretamente deseaba deseaba asirla. Era un pájaro , claro. clar o. —Tiene aspecto as pecto de pájar o —le confesó co nfesó cuando estuvo a su lado l ado.. Ella lo mir ó con rabia r abia:: —Y usted… usted… —por —po r prime pr imerr a vez no sabía qué decir ; tardaba tar daba en insultar insul tar en este este moment mo mentoo a qué se parece usted usted —admitió —admitió por po r fin franca fr ancament mente, e, con rencor. r encor. —Es que se quier qui eree vengar, veng ar, por po r eso. eso . —¡Claro —¡Clar o que me quier o vengar veng ar!! Y yo soy so y muy lenta para par a vengar veng arme… me… Me recordar lo que me ha humillado —se miraron como dos competidores qu recíprocamente—. A ver, beba —le exigió. Vicente se bebió el vaso de un trago sintiendo que estaba haciendo una prueb infantil. —¿Y, —¿Y, qué tal? —lo —l o acosó aco só Yuda—. ¿Es bueno eso? es o? —Bastante… —dijo Vicente tratando tr atando de r espir ar. —¿Siente la g arga ar ganta nta helada? —No… no… no … —¿No siente nada?… ¿Ni siquie s iquierr a le l e duele due le algún alg ún diente? di ente? —Yuda —Yuda par ecía decepc qué bebe, entonces? Vicente advirtió que ella lo estaba acosando, que sería capaz de pedirle inverosímiles, inverosím iles, tuvo tuvo miedo de que que eso se prolo ngara ngar a y se calló. Pero Yuda Yuda lo urgió: urg ió: —¿Usted bebe por po r sed o para par a tener algo alg o entre entr e las manos? mano s? —Para —Par a tener algo alg o entre las mano m anoss —confesó —co nfesó Vicente exager exag erando ando su humildad. humi ldad. —¿Y mi brazo br azo?? ¿No tenía tení a mi brazo br azo?? —Sí, per o yo se lo l o había tomado to mado para par a hacer la callar cal lar.. —¿Qué? —Yuda —Yuda tenía un ademán provo pr ovocativo cativo y echaba su pequeño busto hacia gusta mandar? —Para —Par a eso estoy aquí. a quí. —¿En la Patagoni Patag onia? a? Sign up to vote on this title —Sí. Exactamente. Useful Not useful —Pero —Per o usted no vino para par a mandar, manda r, que yo sepa. —Bueno… diga di gamo moss que vine vi ne para par a apagar apag ar una especie especi e de incendio in cendio
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—Sí… —tar tamudeó Vicente—. Pero Per o no vaya a creer cr eer que yo no hago hag o nada más m ás fue neutr neutr al durante la guerr a —dijo Vicent Vicentee con org o rgullo—. ullo—. Yo, Yo, aliadófilo. aliadófi lo. —¿Y andaba gr g r itando por las calles? call es? —Sí. Y r epartía epar tía tro tr o mpadas… mpadas … —Ya —Ya me doy cuenta —Yuda —Yuda tenía una voz vo z opaca, opa ca, parecía par ecía haber r ecor eco r dado una y desagradab desagr adable. le. —Pero —Per o , ¿entonces ¿ento nces no cree cr ee en esa e sa posibi po sibilid lidad ad de ar monía? mo nía? —ahor —aho r a era er a él quien l necesidad de saber qué pensaba—. ¿No va a haber caso de que todo se arregle? —No. En absoluto abso luto.. Y no por que sean ideas de su Presi Pr esidente dente —Yuda —Yuda negaba neg aba mec apuro, como si todavía hubiera que seguir discutiendo y negando durante un l conviniera fatigarse—. Sino porque me parece que ese incendio de que usted ha permanente… —¿Siempr —¿Siem pree y siempr si empree embistiéndo embi stiéndose, se, quier qui eree decir ? —Sí —el tono de Yuda Yuda había cambiado cambi ado compl co mpletamente—. etamente—. Siempr e y siempr si empre. e. —Eso es pesimis pesi mismo mo,, señor seño r ita —la acusó Vicente. —¡Qué va a ser pesimis pesi mismo mo!! Vicente soltó una bocanada de aire como si se desinflara: —De cualquier cualqui er maner a, ser ía terr ter r ible ibl e —refl —r eflexio exionó—. nó—. Nadie aguantar ag uantaría. ía. En ese ese moment mom entoo se les acercó acer có un hombre hombr e que miraba con unos o jos de alucinado —Bien, doctor do ctor,, muy bien bi en —mur muró—. mur ó—. Muy buena su gestió g estión. n. Ya Ya nos no s hemo s en —¿Quiénes —¿Qui énes se han enterado enter ado?? —Sus amigo ami goss de aquí —dijo —dij o r ápida y mister m isterio iosamente—. samente—. Usted tiene amigo ami goss estamos con usted. Trabajamos para su éxito… que va a ser pronto. Vicente lo tomó de un brazo: —Gracias —Gr acias —dijo—. —dij o—. Pero, Per o, ¿cómo ¿có mo es su nombr no mbre? e? El otro se excusó: excusó: —No tiene impo i mporr tancia, doctor do ctor.. Lo puedo perjudic per judicar ar en su gestió g estión. n. —Pero —Per o quier o saber su nombr no mbre… e… —Carr —Car r ero, er o, doctor doc tor —dijo —dij o ese hombr ho mbree velo zmente y se escurr escur r ió entre entr e los lo s que es Vicente hizo un gesto de perplejidad. Sign up to vote on this title Cuando Cuando Yuda Yuda habló de nuevo, tenía un tono malig m aligno: no: Useful Not useful —Ya —Ya me m e doy d oy cuenta —dijo —di jo r efir iéndose iéndo se a lo que habían ha bían estado hablando—. hablando —. Uste tener que embestirse y embestirse, porque se sentiría fatigado… Es que usted no es de
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—Antes de venir aquí, en e n Buenos Aires, Air es, yo era er a un compadr co mpadr ito. ito . —¿Me quier e deslumbr deslum brar ar?? —Yuda —Yuda lo mir mi r aba inquisitiva inqui sitivamente—. mente—. ¿O para par a qué eso? —No, Yuda. Me describí descr ibía, a, nada más —Vicente —Vicente insistía insi stía en su tono humilde, humi lde, jug iba a querer deslumbrar!… Hablaba de mí, y hablando de mí, no se puede deslumbrar —¿Tenía ganas g anas de hablar habl ar de usted?… Vicente icente se sonrió sonr ió tratando tratando de obligarla oblig arla a imitarlo i mitarlo:: —Es lo que cono co nozco zco mejo mej o r … me tengo a mano y estamos estamo s de acuerdo acuer do en que muy aburr aburrida. ida. —¿Segur —¿Seg uroo que er a eso es o ? —Yuda —Yuda no parecía par ecía convencida co nvencida—. —. ¿O por que es enaltece algo innoble? —No es innoble inno ble ser compadr co mpadr ito —quiso aclar ar Vicente—. En Buenos Aires Air es poco com… Pero Yuda no le prestó atención: —¿O por po r que es lo mismo mis mo que hablar de la pro pr o pia muer te con co n naturali natur alidad? dad? —e del collar y de nuevo Vicente presintió que iba a estallar—. Algo irremediable, dig usted sobrelleva con entereza, ¿hum? —Pero —Per o , Yuda, Yuda, un compadr co mpadr ito no es par a tanto… —Entiendo, no es necesar neces ario io que se esfuer es fuerce ce más: má s: señor seño r ito y chulo. chulo . Una Una buena m —No me m e rete. r ete. Consider Consi dere: e: era er a joven… jo ven… —Entiendo, le aseg as egur uroo que entiendo —repitió —r epitió ella ell a distra dis traída. ída. —En Buenos Air es, imag i magínese ínese… … —Vicente —Vicente hacía hací a como co mo que no la tomaba to maba en e n ser —Buenos Aires Air es es una g r an ciudad ciuda d —dijo —dij o Yuda de go g o lpe—. ¿No es cier to? —¡La más gr g r ande del mundo! mundo ! —brindó —bri ndó Vicente alzando al zando su copa co pa vacía. vací a. Yuda se sonrió, sonri ó, no tenía tenía mucho sentido sentido indignarse i ndignarse con ese hombre, en ese lugar. lug ar. —¿Y París?… Par ís?… —pr —p r eguntó—. eg untó—. ¿O usted es de los lo s que no les interesa inter esa Par ís? —Me interesaba inter esaba —se —s e lamentó lam entó Vicente—. Pero Per o lo he tenido que poster po stergg ar. —¿Le duele? —¿Haberlo —¿Haber lo tenido que poster po sterga garr ? —Vicente —Vicente alzó al zó los lo s hombr ho mbroo s con co n estoici esto icismo smo—. —. —Me imagino imag ino —ella —ell a había r etomado etom ado su tono r encor enco r oSign so—. soup —.to Ahor A horonathis tiene vote title un pr etex —¿Para —¿Par a qué? Useful Not useful —Para —Par a justific jus tificar arse se por po r no saber hablar francés… fr ancés… Vicente enrojeció:
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estrado donde descansaban como adormecidas las de la orquesta del König. Yuda m olió con precaución y no supo qué hacer con él, entonces lo depositó subrepticiam silla. Vicente regresaba por el medio del salón saludando levemente a derecha y a izqu —Un momento mo mento —le pidió pi dió a Yuda—. Yuda—. Aho Ahorr a va a ver … La orquesta del König empezó débilmente con una música arrastrona. Una de l su violín a un costado y se adelantó hasta el proscenio: A mí me llaman caburé porque soy…
cantó cantó con una voz insegura insegur a mientras se alisaba la poller a de tul. Vicente se paró delante de Yuda: —¿Baila esto? Ella le ofreció la mano y se dejó dejó rodear r odear la cintur cintur a. En uno de los palcos, apareció Carrero con un fotógrafo. —Ahí lo tiene a su cor co r r eligi eli giona onarr io… io … —señaló —señal ó Yuda. —¿Carr —¿Car r ero er o ? —Sí. Vicente icente se volvió: Carrero Carr ero le hacía señas señas para que miraran mir aran hacia la cámara y él o —¿Así que es perio per iodista? dista? —dijo —di jo.. —No sea o bvio —farfull —far fullóó Yuda. Y dieron unos pasos bailando en esa pista desierta. —¿Nos mir m iran? an? —le cuchicheó cuchiche ó Vicente sobr so bree la or eja. —Todos —Todo s —dijo —dij o Yuda. La señora de la orquesta o rquesta del del König seguía cantando cantando más animada: … A mí me llaman caburé porque soy un tipo que se hace querer… Sign up to vote on this title
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la vereda. No aguantaba más el sobretodo, entonces, se lo sacó, lo dobló sobre el bra caminar como co mo lo hacía por la l a Rambla Rambla en el verano del 17. El sol er a una mancha mancha ama y se desparramaba sobre ese inmenso cielo trasparente sin vetas ni arrugas. Era un cielo, muy distinto al de Buenos Aires. «Limpio», se dijo Vicente y dejó que la piel entibiase. En la puerta de la Jefatura estaba Larguía: —¿Va —¿Va a entrar, entr ar, doctor do ctor?? —preg —pr eguntó untó aco modándo mo dándose se el cor co r r eaje. —Sí; a eso vengo veng o —Vicente —Vicente lo l o apartaba apar taba con co n suavidad. suavi dad. —¿Solo? —¿Sol o? —Tengo que hablar con co n los lo s obr o brer eroo s. —Pero —Per o ¿con ¿co n todos, todo s, doctor do ctor…? …? Puede ser una impr im prudencia. udencia. «Imprudencia» era una palabra que hacía tiempo no escuchaba, alguien se la cuando era chico con un tono de alarma y de misterio, desproporcionado con lo qu Probablemente había sido su madre que era una mujer de piel muy blanca, y a la que hubiera encantado caminar por esa calle polvorienta, bajo ese cielo pulido, estirand sentir sentir el sol sobre so bre la garg g argant antaa y saludando saludando a los que la miraran. mir aran. Deseand Deseandoo que la mir —No se alarme, alar me, Lar guía gu ía —lo —l o tranquili tranqu ilizó zó—. —. ¿Está ¿Está Cor r al? —No, doctor do ctor.. Salió para par a el Lago. Lago . —Bien. Tengo que hablar con co n uno solo so lo —anunció Vicente entrando entr ando a la sala ¿Dónde…? —empezó a preguntar. —Allá, al fondo fo ndo —se adelantó adel antó a indicar i ndicar le Lar guía. guí a. Vicente avanzó a lo largo de un pasillo iluminado por una claraboya que se ab Allí dentro había un olor agrio «—Como de mingitorio», pensó—. ¿De club? No Podría ser. ¿De comité? Sí —y se tuvo que apretar la nariz, pero nada más que un m fuerte. Hasta sentir dolor, como si intentara tapársela definitivamente. Pero eso penetrante, y Vicente sopló varias veces hacia afuera para expulsar lo que se le h adentro. Amoníaco, gente amontonada, encajó el sobretodo entre dos barrotes y penumbra: —¿Soto? —¿Soto ? —interr —inter r ogó og ó —. ¿Soto? Desde Desde un rincón rincó n de esa enorme enor me celda, alguien contestó contestSign ó «Presente», «Present e»,thiscomo up to vote on title si boste —¿Se puede acer ace r car? car ? —ofr —o freció eció Vicente. Useful Not useful Algunos murmullos se escucharon en el fondo de la celda; podían ser de h consultaban apresuradamente, o de cuerpos que se levantaban con pesadez. Al cabo d
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que se iban iban incorpor incor porando ando con curio sidad, con con ansiedad. ansiedad. —¡Larguía! —¡Larg uía! —llamó —ll amó Vicente. —¡Ordene, —¡Or dene, doctor do ctor!! —el tacazo de Larg Lar g uía r etumbó en el pasil pa sillo lo.. —La llave… lla ve… —¿Abro ? —Sí. —Pero —Per o … Vicente hizo chasquear los dedos: —Vamo —Vamos, s, Larguí Lar guía… a… Cuando el cerrojo chirrió en la penumbra, alguien tosió en la oscuridad. Vicent largo de la reja del fondo de la celda de Soto estaba cubierta de bultos, de hombres… una mancha blanca a la altura de la boca; era el que tosía. Vicente entró a la celda y se sentó en el borde del catre: —He venido a verlo ver lo,, Soto So to —dijo —di jo para par a empezar empe zar de alg una maner mane r a. Soto permanecía de pie: —¿A mí, mí , doctor do ctor?? —Sí. A usted. —Muchas gr acias… acia s… —No he venido a que me dé las gr acias —dijo —dij o Vicente for fo r zando su segur seg urida ida cuerpo hacia adelante—. adelante—. He venido venido para trata tr atarr de arr eglar este este asunto asunto que nos preocup preo cup —¿A todos? todo s? Vicente alzó la cabeza pero no pudo descubrir ninguna ironía en esa cara que pe penumbra. —¿Por qué no se sienta? si enta? —ofr —o freció eció.. —No, gr g r acias, acias , doctor do ctor —tampoco —tampo co era er a reticenci r eticenciaa lo que manejaba mane jaba Soto—. So to—. Estoy bi Vicente se sonrió amigablemente. —¿No quier qui eree que sospechen so spechen de usted? —No, no se trata tr ata de eso… eso … —¿Qué? —Vicente le tendía tendí a un tono concil co nciliado iadorr —. ¿Acaso ¿Acaso no pueden sospechar so spechar —Tampoco —Tampo co se trata tr ata de eso… eso … Sign up to vote on this title —¿Y de qué se trata? Useful Not useful Soto se aferr ó a su mutismo, a su cautela. cautela. —Pero —Per o es que si s i yo lo invito invi to a sentar s entarse se —pros —pr osig iguió uió Vicente— es por que me g ust
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Lo que yo pueda decir decir tiene tiene muy poco valor, doctor. —Pero —Per o lo escuchan. —A veces… —Y esas veces ve ces hay que aprove apr ovechar charlas, las, Soto. Soto . Y usted puede ser el inter i ntermedi mediar ario io —A mí no me han no mbrado mbr ado para par a eso… eso … —¡Pero es la única for fo r ma que tenemos tenemo s de salir sali r adelante! —dijo —dij o Vicente con co n ir que no no quiere que todo esto esto se arr ar r egle? —Sí que quier qui ero. o. —¿Y entonces? entonces ? —Entonces ¿qué? ¿ qué? —Soto —So to no quería quer ía abando nar su tono ador ado r milado mi lado,, ni su s u empec —Sírvame —Sír vame de intermedi inter mediar ario io… … —¡Pero es que yo no puedo, puedo , doctor do ctor!! —los —lo s dedos dedo s de Soto se habían unido en agitaban agi taban vehementement vehementementee en el air e—. A mí la l a federación… feder ación… —¡Qué federació feder aciónn ni federació feder ación! n! —lo —l o cor co r tó Vicente—. Aquí se trata tra ta de que yo con un hombre de verdadero prestigio entre los obreros y al que le pido qu intermediario… —Vicente ya no lo miraba a Soto, sino que hablaba en dirección a la donde se apoyaban todos esos hombres silenciosos—, un señor al que prácticamen colabor e conmigo conmig o y que me ayude ayude en este este asunto asunto que nos preocupa preo cupa a todos… todos… —Pero —Per o es que la mesa directiva dir ectiva de la feder ación… ació n… —se justificó justif icó Soto; Soto ; estaba tardaban tardaban en comprende compr enderr lo que él veía tan tan claro y porque, por que, además, además, parecía el culpable —¿La mesa directiva? dir ectiva? —Vicente —Vicente lo mir ó con co n dureza—. dur eza—. ¿Quiénes ¿Q uiénes son so n los lo s miem mi em directiva? —Aguir r e, Solana So lana y Micho —confesó —co nfesó Soto con co n incomo inco modidad. didad. —Aguir r e, Solana So lana y Michó —repitió —r epitió Vicente—. Bien. ¿Dónde ¿Dónde está Aguir Agui r r e? —No sé. —¿Solana? —¿Sol ana? —No sé. —¿Y Michó? —Tampoco —Tampo co sé. el —¡Y a mí me ocur oc urrr e lo mismo mis mo!! —dijo —dij o Vicente dándose dándo palmada palm ada en Sign se up touna vote on this title intolerable picazón en la nariz se paró y buscó un pañuelo en su sobretodo. Not useful Después Useful frotánd fr otándosela osela con energ ía—: Por eso lo he venido venido a buscar a usted… usted… —explicó —explicó entre f —. Porque Por que quier quie r o arr ar r eglar eg lar este asunto de una buena vez, y por po r que usted es la única úni ca pe
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—¿Me permi per mite, te, doctor doc tor?? —Soto trataba da alisar ali sarse se la barba. bar ba. Se la había compa co mpa Vicente y súbitamente se sintió humillado por sus mejillas hirsutas. —Todo lo que quier a —concedió —co ncedió Vicente. —¿Cómo —¿Cóm o fue que dijo di jo?? —¿Yo —¿Yo ? —Sí. Usted, doctor do ctor —Soto había cambiado cambi ado de expresió expr esión, n, ahor aho r a podía podí a hacer causaban causaban mucha mucha gracia—. g racia—. Cuand Cuandoo hablaba hablaba de «todas las posibilidades» para ar reglar reg lar —¿A qué me r efería? efer ía? —Sí, doctor do ctor.. —A los lo s poder po deres es que me m e ha otor o torga gado do el seño se ñorr Preside Pr esidente nte de la República. Repúbl ica. —El señor seño r Preside Pr esidente nte de la República… Repúbl ica… Se lo acepto. Pero Per o , y los lo s estancier estanci eros os,, ¿qu —Que están dispuestos dispues tos a tratar tra tar —Vicente —Vicente usó un tono to no como co mo para par a que nadie se de su equidistancia—. Y, sobr e todo, que quier en saber cuáles son las l as exigencias. exig encias. —¿Las nuestras? nuestr as? —Naturalmente. —Natural mente. Soto se tapaba los manchones de las mejillas con las puntas más largas de s parecía entretenerlo entretenerlo:: —Las nuestras… nuestr as… —refl —r eflexio exionó nó como co mo si sometier so metier a a algo alg o inevitable—. inevi table—. ¿Quier ¿Qui er buena voluntad, no, doctor? —Alguno s tenían que ser los lo s pr imer im eros os —dijo —dij o Vicente con c on inseg uridad, ur idad, sospecha so specha reprochaba su visita a los estancieros—. Ellos solicitaron una entrevista no bi puntualizó puntualizó—. —. En En cambio… cambio … —Nosotro —Noso tros… s… —intercaló —inter caló Soto malici mal icios osamente. amente. —No estoy esto y haciendo carg car g os. os . Explico una situació situaci ó n que usted conoc co nocee tan bien que yo —Vicente hablaba sin calor, desanimadamente—. Por lo tanto, ¿no le parece r ecibiera si me demostraban buena voluntad? voluntad? —Sí… —admitió —adm itió Soto—. Soto —. Pero justamente justame nte ahor a… —¿Qué tiene tie ne ahor aho r a? —Nada, doctor do ctor,, nada. Solam So lamente ente me m e par ece una buena voluntad vo luntad demasia dem asiado do opo apurada… Sign up to vote on this title —¿Usted no cree cr ee que mi presenci pr esenciaa los lo s puede haberdecidido? decidi —Vicente —V icente le bu Useful do? useful Not Soto con demasiada ansiedad; ese hombre tenía unos ojos reposados. Cuando había c que esta estaban ban apoyados a lo largo lar go de la reja del fondo, los había mirado en la misma fo
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—La mía. mía . —Buen… —¿No es suficiente? sufi ciente? —preg —pr eguntó untó Vicente, pero per o Soto no le contestó co ntestó ni que simplemente continuó jugueteando con los pelos de su barba. Entonces Vicente agre señor Presidente… ¿es suficiente? —Sí. Por supuesto, supuesto , doctor do ctor —Soto estaría estar ía pensando en qué era er a el Preside Pr esidente: nte: monolito mono lito o alguien sentado sentado en una silla muy lejana, lejana, más al nor te de de Deseado Deseado y de Com Co más allá, más o menos por Bahía Bahía Blanca—. Blanca—. Ahor Ahoraa que… que… —Soto —Soto quería agr egar algo —¿Sí? —Tengo que verme ver me co n alguna alg una gente g ente para par a arr ar r eglar eg lar el convenio co nvenio.. —No hay inconveniente. inco nveniente. —Vicente —Vicente se s e puso de pie y se acer a cercó có a la puerta puer ta de la —llamó —ll amó.. En el extremo extremo del pasillo sonó un tacazo tacazo y apareció Larg uía trotando. trotando. —¡Ordene, —¡Or dene, doctor do ctor!! Vicente se volvió hacia Soto: —Este hombr hom bree sale sal e conmi co nmigg o. Larguía se demoró en pegar otro tacazo: —Bien, doctor do ctor —dijo por po r fin r espetuosame espetuo samente. nte. Vicente recogió su sobretodo y esperó en el pasillo, al rato reapareció Soto con bajo el brazo br azo envueltas envueltas en un diario: —¿Para —¿Par a cuándo quier e todas las cláusulas, cláus ulas, doctor doc tor?? —Soto —So to caminaba cam inaba mir m irando ando al s —Cuanto antes, mejo m ejor. r. —Tengo que ir a alguno alg unoss lugar lug ares es del campo… campo … Ésa era una pregunta y Vicente la quiso dejar aclarada en seguida: —No va a haber probl pr oblema ema —asegur —aseg uróó con co n cansancio— cansanci o—.. Nadie Nadi e lo va a molestar. mo lestar. cuáles son las garantías que usted tiene y quiero que lo entienda de una vez. Cuando t me manda avisar avisar y del rest r estoo me encargo encarg o yo. —Bien, doctor doc tor —Soto usaba el tono del comi co mienzo enzo de la entrevista; entr evista; le daban estaba acostumbrado a obedecer. «Se da su lugar», pensaba Vicente, y ese hombre d dab atenerse, limitarse a las palabras de las órdenes y no mirar caraon del que las Sign aupla to vote this title mirar, ésa era su obligación y, si se quiere, su destino. OloUseful que era lo useful mismo: obede Not Pero al llegar a la puerta de la sala de de guardia, guar dia, Soto Soto se detuvo: detuvo: —¿La gente…? g ente…?
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La reunión fue en el teatro de la Sociedad Española. Cuando Vicente subió a detuvo detrás del telón recogido: eso era una especie de reconocimiento, siempre hasta cuando la proclamación del Viejo en el teatro Victoria. Era una forma de ver sentaban los que querían tal cosa, los que podían gritar y a los que convenía indiv grupos de los palcos capaces de atropellar el escenario. Era algo animal, como agazaparse y saltar. O como palparse los músculos: yo vivo, yo soy esto, estoy enemigos son ése y aquél, voy a ganar. Tengo que ganar. Y tenía que ganar porque ya la organización de todo eso lo había agotado. Que ver a los obreros, que convence asegurarle a perengano que no iba a ocurrir tal cosa, que escuchar las mismas razone cinco o quince tipos distintos. Ya estaba harto. Y quería sentirse liberado de ese coágul para regresar de una vez. Ganar era volverse. Ya lo sabía. Y en ese escenario había mesa, y del otro lado de las luces ya se sentía el ir y venir de los que se sentaban Bajaban ruidosamente los asientos y se llamaban de una fila a la otra. Había mujere mujeres», se lamentó Vicente. Si había corridas, si algunos atacaban el escenario… cuando la proclamación del Viejo, habían tirado las sillas al escenario. Lo de siempr alguno que sacase el revólver. Y las mujeres estorbaban en esos casos. Las mujere siempre necesitaban de otro, aunque fuera para agarrársele de la ropa. Hasta p necesitaban de otro. Es que ellas confundían: lo de esa tarde no iba a ser un espectácu que aplaudir aplaudir a nadie. Era un arr eglo entre entre hombres ho mbres que querían ponerse de acuerdo pa hombres trabajaban, los hombres eran serios. El trabajo era serio. Y eran muje chistaban entre sí señalándose los mejores lugares de la platea. Una dijo en voz a quiero perder nada». Y se cambiaban de lugar haciendo estremecer las maderas escenario desierto. También temblaba el agua de la jarra; tenía un color dorado por sala y en cualquier momento se podía rebasar. Allá arriba, se amontonaban uno sostenían pacientemente su sombrero sobre la balaustrada de los palcos. Algunos sal platea con rigidez, incómodos. Todos esperaban. Entonces Vicente se resolvió a entr Por un momento estuvo solo ahí arriba mientras un moscardoneo recorría la sala. To comprobó que no había vaso y se apoyó en el respaldo de la silla del medio. Sobre la abierto un vacío: allí ahor a no había nadie, nadie, nadie nadie respiraba. r espiraba. Se dijo que debía pedir un al telón y se apoyó en esa tela pintarr pintarrajeada ajeada.. Iba Iba a dar una Sign or den, pero pero en title ese moment up to vote on this seguido de dos estancieros, y prefirió oprimir el telón ysecotearse lasuseful manos. Brun Useful Not señas a sus acompañantes para que lo esperaran a un costado del escenario. Después se —¿Está todo listo, li sto, doc d octor tor??
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—Sí, sí —la sonr s onr isa de Brun Br un era er a inaltera inal terable—. ble—. Miedo. Vicente icente también también se sonrió sonr ió sospechando sospechando que con su sonrisa so nrisa Brun Br un se otorgaba otor gaba una —Aquí venimo venim o s a hablar habl ar —dijo —dij o —, no a pelear. pelea r. —Pero —Per o hay gente g ente que siente sie nte miedo mie do de hablar, hablar , doctor do ctor.. Vicente no supo qué contestar. Además, ese no era un lugar para hacerse el inge menos contra la blanda hostilidad que empleaba Brun. Él no estaba dispuesto a respon le interesaba. Hacerse el ingenioso era pensar en las mujeres, actuar para las mujere ganas de pensar que allí delante, en la platea, estaba lleno de mujeres. Hubiera sido m no fueran, que no existieran las mujeres, porque en ese momento representaban una sentirse aliviado antes de tiempo, antes de que todo ese trabajo concluyera de una ve tenía nada que hacer con las mujeres. El trabajo era un deber. Y el ingenio… Algo sobre el ingenio, pero estaba depositado debajo de una serie de planchas espesas. «T llena de cosas», se excusó Vicente consigo mismo. El Ingenio era una palabra que como el guisante de la Princesa que no podía dormir ni sobre veinte colchones sup había sido por incomodidad y él estaba incómodo. Una cama monumental con veinte guisante en el fondo, y un teatro enorme, atestado de mujeres doradas y a la expectat en medio del escenario escenario.. —¿Y? —volvió —vol vió a preg pr eguntar untar Brun desde su r incón. incó n. Vicente ni contestó. Que se aguantara, él también aguantaba. No quería fumar y mirand mir andoo hacia la platea por porque que dar dar vueltas vueltas por el escenar escenar io no tenía tenía sentido: sentido: iba a lleg de Brun y se vería obligado a hablar con él, a comentar cualquier cosa insignificante prefería no hacerlo. Él tenía que estar en el medio: su mesa y su silla, y en los dos ex Soto. Pero Soto no llegaba. Entonces se sentó, cruzó la pierna y se abrazó la proclamación del año 16 le había pasado lo mismo, pero en el teatro Victoria la gen cantaban apoyándose sobre el proscenio o dialogaban con los que estaban en el esc tenían tenían un aire air e de fervor fer vor y hablaban hablaban familiar mente, mente, traspiraban y mo straban sus den En aquel teatro, Vicente sabía qué iba a pasar y lo que tenía que decir: todo era cuestió frase y esperar a que la platea respondiera con un alarido. Era un peloteo, un grito fr pared con eco, temblorosa y obediente. Vicente estaba seguro de sus recursos y avanzaba en su discurso, las frases tenían que ser más breves y to más Sign up voteviolentas, on this title más dur aplausos aplausos se fueran fuer an fundiendo fundiendo unos con otros o tros y todo terminase en un aplauso aplauso y un Not useful Useful solo sola boca negra abierta. Había que calentar a la gente: si ansiaba una cosa, había que h más. Hablar únicamente de eso. Y mucho. Con eso bastaba. Era una sola cosa la que co
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los ausentes eran los enemigos. No era uno más de los de la platea que se hub escenario para dejarlos satisfechos y enardecerlos vociferándoles lo mismo que había la vida. O las cosas que no se animaban a pensar pero que les daban vueltas entre la tenía que permanecer impasible. Allí no había culpables de antemano ni los iba a habe acusador acusadores. es. No podía tener tener amigos amigo s ni enemigo s. Era Era el juez. Esta Estaba ba solo. solo . —¿Y? —reso —r esopló pló Brun Br un en su r incón. incó n. Vicente lo sintió como un boxeador que hubiera subido solo al ring y esperase i adversar adversario. io. Br Br un entornaba entornaba los ojos o jos y mir aba como ador mecido a la platea, platea, a los palc afilaba la brasa de su cigarri cigar rillo. llo. Su adversario adversario no llegaba lleg aba y él él lo podía desdeñar. desdeñar. —¿Y? —insistía —insi stía con co n una calma cal ma inso i nsolente—. lente—. ¿Y? De pro pront ntoo se pr odujo un r evuelo evuelo en la puerta del del teatro teatro.. En En las últimas filas vario gorra calada, se volvieron. Las pesadas cortinas de la entrada se hincharon brusca medio del pasillo avanzó Soto. Había tal silencio que se oía el crujido de sus botas afeitado. afeitado. Era Era un Tío Sam intimidado intimidado y pulcro y llevaba un saco saco de cor co r deroy dero y. —¡Meno —¡Menoss mal! ma l! —sintió Vicente que mur m urmur muraba aba Brun. Br un. Soto titubeó al llegar al pie del escenario, desde allí hizo una tiesa reverencia Vicente, después miró a los costados como si buscara a alguien que lo guiase reemplazara en subir al escenario. Una mujer le apuntó con su abanico: «—Por el zonzo…». Soto volvió a hacer una reverencia que pareció de agradecimiento a la ve burla de su propia tor peza. peza. —¿Va —¿Va a saltar sal tar?? —le pr eguntó eg untó Vicente desde el escenar io. io . Soto no contestó, solamente hizo un mudo ademán hacia el costado y al cabo d reapareció por el for o del escena escenario rio.. Vicente se puso de pie y se le acer có: —¿Estamos —¿Estamo s listos li stos?? —eso sí que r ealmente ealm ente parecía par ecía las pr elimi eli minar nares es de una pelea. —Sí, doctor do ctor —mur muró mur ó Soto. Soto . —¿Trajo —¿Tr ajo eso? eso ? —le preg pr eguntó untó Vicente, adoptando ado ptando un cuchicheo cuchic heo como co mo si los lo s dos pieza de un enfermo enfermo . —Sí —Soto —So to despleg des plegóó un papel y se lo pasó a Vicente: eran cuatro cuatr o caril car illas las cubier muy fina, de calígrafo—. calígr afo—. Son Son ocho o cho cláusulas —explicó. —explicó. Sign up to vote on this title —¿Toda la gente g ente está de acuer do? do ? Useful Not useful —Sí, doctor do ctor.. —¿Tuvo alg a lguna una dificul dif icultad? tad?
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brotando esas caras doradas, expectantes. El silencio era total. Vicente continuó cláusula, de acuerdo a lo planteado por el sector obrero, establece… —Vicente iba s índice cada uno de los renglones, él no estaba acostumbrado a leer en un esce improvisaba: a lo que saliera. «Un «Un tiro al aire», aire», explicaba, después todo el d enderezando de acuerdo a las primeras palabras; ahora, en cambio, se atenía aplic orden or den marcado por po r las mayúsculas mayúsculas de los incisos, subrayadas con tinta tinta ver ver de, mient Brun soltaba agresivamente el humo de su cigarrillo apuntando hacia la platea y So esas botas tan altas, sabiamente arrugadas, sentado en la otra silla—. «A» —siguió cada pieza de cuatro metros por cuatro, no dormirán más hombres que tres, debie camas o catres con colchón, aboliendo los “camarotes”. Las piezas serán ventiladas cada ocho días» —Vicente marcaba enfáticamente cada pausa—. «En todas las p lavatorio y agua abundante, donde se puedan higienizar los trabajadores después d Vicente icente se volvió vo lvió hacia Brun—: ¿De ¿De acuerdo? —interr —interr ogó og ó con gravedad. g ravedad. —De acuerdo acuer do —dijo —dij o Brun y volvi vo lvióó a saludar sal udar alzando el br azo como co mo un esgr esg r im Sobre la platea pesaba el silencio como una bruma. Todas esas caras sudo hipnotizadas por la solemne voz de Vicente, por el brazo de Brun que se alzaba y c con una rigidez de espada al final de cada párrafo, por el agua dorada y oscilante d por las estupendas botas de Soto. «—Be» —continuó leyendo Vicente—. «La luz será por cuenta del patrón, debien cada trabajador un paquete de velas mensualmente. En cada sala de reunión deb estufa»… —Vicente sintió los bigotes humedecidos por el calor que flotaba en ese t con un pañuelo pero la sensación de humedad le continuaba sobre los labios, entonc varias veces con los dedos—. «Una lámpara y bancos por cuenta del patrón»… ¿D pregunt preg untóó en dirección dir ección a Brun. —De acuerdo acuer do.. Allá arriba, en esos palcos que parecían jaulas, crujieron las sillas: varios se estiraban el cuello como para ver mejor o para comer pasando algo por el gaznate. Vicente icente prosig pr osiguió: uió: «—Ce. El sábado a la tarde será única y exclusivamente para lavarse la ropa lo caso de excepción excepción será ser á otro otr o día de la semana»… semana»… ¿De acuerdo? acuerdo? Sign up to vote on this title —De acuerdo acuer do.. Useful Not useful Vicente se volcó contrariado sobre sus papeles para no ver ese enérgico movim de Brun, que le resultaba excesivo, grotesco, insultante y, sobre todo, innecesario.
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—De acuerdo acuer do.. «—Ge» —el aliento de Vicente se perdió sobre la platea, a lo largo de ese hue hasta llegar al piso de los palcos—. «Cada puesto o estancia debe tener un botiquín instrucciones en castellano»… ¿De acuerdo? —De acuerdo acuer do —dijo —dij o Brun—. Brun— . En En castellano castell ano.. Entonces todo ese silencio que se había mantenido en equilibrio sobre las cabez platea se desmoronó. Los primeros en gritar fueron los de los palcos echando los c balaustrada y aplaudiendo: —¡Viva —¡Viva el doctor doc tor Vera! er a! —chillaban. —chil laban. Era Er a demasiado demasi ado lo que habían tenido demasiado bueno lo que estaba ocurriendo y lo que acababan de oír—. ¡Viva el docto de la platea se pusieron de pie, agitando los brazos en alto. Algunos se esforzab palmadas fueran las más sonoras, las más evidentes, y le seguían dando cuando se silencio—. ¡Viva el doctor Vera! —y Vicente continuó leyendo las otras cláusulas: la los estancieros se obligaban a pagar cien pesos mensuales como sueldo mínimo ayudante al cocinero y un panadero que sería un hombre gordo cubierto por un delan y que iría espolvoreando harina encima de toda la peonada, la de Güer-Aike y la d sobre sobr e los que estaban estaban amontonados amontonados en esos palcos y sobr e las cabezas de los que segu después de cada inciso, dejando que ese polvo blanco y enternecedor flotase y blanq sucio local. lo cal. Y la tercera cláusula, donde los estanciero estancieross se obligaban o bligaban a poner un oveje puesto— «según la importancia de aquél» —leyó con entusiasmo Vicente mientr repitiendo sus «De acuerdo» metálicos, bien recortados, y que provocaban una grit teatr teatr o. Y después vino la l a cláusula cuarta, cuar ta, y después la quinta. —… ¿De acuerdo? acuer do? —De acuerdo acuer do.. «—Sexta» —seguía Vicente—. «La federación se obliga a su vez a levantar el campo, volviendo los trabajadores a sus respectivas faenas inmediatamente después convenio»… ¿De acuer acuer do? Le correspondía contestar a Soto, pero se demoraba en hablar. Entonces Vicente su derecha: —¿De acuerdo, acuer do, Soto? Soto ? Sign up to vote on this title Soto cabeceó: Useful Not useful —Sí, sí… sí … De acuerdo acuer do.. Y desde los palcos aplaudier aplaudier on agita agi tando ndo los lo s sombrero sombr eross en el aire. air e. «¡V «¡Viva Soto!
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insultaban, todo terminaba en una broma. Allí delante estaba la prueba: ya se veía arreglar cualquier cosa. Todos eran hombres, ¿por qué no se iban a entender? Ahí e que no querían creer; con los hechos había que refregarles en la cara a los pesimista era fácil arr eglar un asunt asuntoo de esa índole, todo er a cuestión cuestión de tener tener un poco de pacie una armonía», armonía», en eso consistía la clave. Todos los argentinos abrazándose y deján «¡Viva el doctor Vera!». «—Octava» —leyó Vicente con rapidez, sintiendo todo el cuerpo sudado, convenio regirá desde el primero de diciembre, reintegrándose al trabajo todo el pers los haberes haberes de los días de paro y sin que haya represalias repr esalias por ninguna de ambas parte part hizo una pausa para contemplar a la gente de la platea, a los que se habían subido aplaudían y a las mujeres y a las peonadas de los palcos que bramaban de entu acuerdo? —De acuerdo acuer do —dijo —dij o Brun. —De acuerdo acuer do —Soto ya se había puesto de pie y hacía ademanes ademane s hacia la calmaran. —¡No —¡No se oye… o ye… no se oye! o ye! —reclam —r eclamaban aban desde el fo f o ndo de la platea. pl atea. «—En fe de lo pactado» —concluyó Vicente con lentitud pugnando por hac firman cuatro ejemplares del mismo tenor» —y se levantó de su silla. Entonces el si suspenderse sobre las cabezas de esa gente, delante de los palcos, envolviendo la lámp amarillento. —Señor es… —invitó —invi tó Vicente volvi vo lviéndo éndose se hacia Brun y hacia Soto; Soto ; los lo s dos do s mesa. Brun se sonreía, sonr eía, la larga lar ga cara car a de Soto estaba estaba pálida. —¿Y los lo s otro o tross ejempl ej emplar ares? es? —pr eguntó eg untó Vicente. Brun se excusó: —No sé —dijo—, —dij o—, a mí me habían habí an pasado un bor bo r r ador. ado r. Por un costado del escenario apareció Carrero: —¡Aquí —¡Aquí están, es tán, doctor docto r … aquí están! es tán! —dijo avanzando con co n unos uno s papeles papel es en la l a man —¿Los cuatro? cuatr o? —Sí. —¿Y con co n qué escr ibimo ibim o s? —Vicente —Vicente se sentía alivi al iviado ado. . up to vote on this title Sign —Yo —Yo también me ocupé o cupé de eso, es o, doctor doc tor —Carr —Car r ero er o estaba radiante. r adiante. Useful Not useful —Usted está en todo… todo … —aprobó —apr obó Vicente y los lo s mir mi r ó a Brun y a Soto que condescendencia.
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podían hablar de las mujeres con una voz ronca, voluptuosamente; estaban en el esc comentar a los de la platea. Hasta vivían en la Patagonia y se podían reír de los de Vicente también era de la Patagonia. Podían hablar de las ovejas. En todo eso era podían comparar las manos y descubrí descubrírselas rselas ásperas e idénticas. idénticas. Mientras ientras firmaban fir maban Soto Soto y Brun, Carr Carr ero se le acercó a Vicent Vicente. e. —¿Qué me m e cuenta de esto? es to? —y le l e tendía el r ecor eco r te de un diar io. io . Vicente leyó los titulares: « Excelente Excelent e gestión gest ión en el Sur». Sur». Hablaban de él. « E empezaba el artículo. Eran letras grandes y la noticia ocupaba un cuarto de página. —Un cuarto cuar to de pág ina, doctor do ctor —Carr —Car r ero er o hablaba con co n exaltació exaltaci ó n—. ¡Y ¡Y a cuatro cuatr o —No está mal m al —admitió —adm itió Vicente—. Nada mal… Carrero agregó algo pero sus palabras se perdieron entre los gritos de los d saludaba a los de un palco, Soto agradecía con rigidez, tenía los ojos brillantes. Cu intentaron bajar del escenario, las mujeres de la platea les impidieron el paso. Vice algunas que había visto en el puerto, el día de su llegada. Ahora tenían las mejillas como de apopléticas. «¡Viva el doctor Vera!», gemían y trataban de acercársele para la cara. Una que llevaba un pañuelo gris sobre la cabeza, le tomó la mano y se la qu no… eso no!», le rogó Vicente tironeando para desasirse. Y esa mujer se cubrió muchas veces que sí con la cabeza, mudamente: que obedecía, que no lo iba a hac doctor siempre tenía razón. Los aplausos y los gritos atronaban el local. «¿Qué le pa cuenta?», murmuraba Carrero al oído de Vicente. Todas las luces se habían encendi techo techo era er a un ár ár bol brillante br illante.. —¡Viva —¡Viva el chivo! chivo ! —¡Meeee!… —¡Meeee!… —balar o n en uno de los lo s palco pal cos—. s—. ¡Meee!… ¡Meee!… Brun lo miró mir ó a Vicent Vicente: e: —¡Qué insolenci inso lencia! a! —rezo —re zong ngó. ó. Vicente icente sacudió los lo s hombr os: —Están contentos contento s —dijo, —dij o, y se acar ició ici ó la bar ba. En los palcos empezaro n a gr itar siguiend sig uiendoo un compás que se iba acelerando pau —¡Ve-r —¡Ve-rá… á… Ve-r Ve-rá… á… Ve-r Ve-rá!… á!… Alguien se le acercó a Vicente por detrás: Sign up to vote on this title —¿Cómo —¿Cóm o se siente? —y lo tiro tir o neaba de la manga. manga. Useful Vicente se useful dio vuelta: Not apretujada apretujada y hacía un un esfuerzo por po r permanecer seria. ser ia. —¿Yo —¿Yo ? —Yuda —Yuda dijo que sí estirando estir ando los lo s labios labi os—. —. Yo Yo me siento muy bien —ase
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Para salir a caballo, Vicent Vicentee prefir ió que Míguez Míguez se los l os tuviese tuviese ensillados detrás detrás del de los rincones del pueblo, donde las veredas se iban perdiendo entre yuyales y latas v —Es muy puntual —lo saludó Yuda, mientr mi entras as sacudía sacudí a los lo s pies en el suelo co entumecidos—. entumecidos—. ¿Lo hace por r espeto espeto a los lo s demás? Vicente montó en su alazán: —No —dijo —di jo—. —. Tenía ganas ga nas de sali sa lirr con co n usted… usted me estaba esper ando. ando . —Me parece par ece muy bien —apro —apr o bó Yuda—. Yo creí cr eí que lo hacía por po r que esta funcionario. —Yo —Yo no soy so y funciona funci onarr io en todas partes. par tes. —¿Y los lo s doming do ming os? os ? —Los doming dom ingoo s meno s que nunca. —¿Así…? Compr Com prendo endo:: los lo s días de g uardar uar dar… … —Yuda —Yuda lo mir ó a Míguez Mígue tendiéndole su complicidad y tratando de que se pusiera de su parte; después s arreglarse las botas—: No hay como ser un funcionario en funciones y un señor en con su tono de juego, pero sus palabras sonaban a cosa preparada—. Un sujeto rí delante de la gente, y un buen padre de familia cuando se toma la sopa… los lunes rese y los feriados fer iados un alegre pego te… Un juez severo severo y un fanguero fanguero entre entre lo s amigos… amigo s… —¿No sube? sube ? —la interr inter r umpió umpi ó Vicente señalando señal ando el caball ca balloo que q ue sostenía so stenía Míguez. Míg uez. —¡Ya —¡Ya va! —Yuda —Yuda seg uía arr ar r eglándo eg lándose se los l os cor co r dones done s de sus bo tas—. No No hay nada maneras de ser, bien al alcance de la mano: una para la cara que se coloca el funcion hacerse el loquito cuando se sale por ahí… —Yuda alzó la cabeza—: ¿Me equivoco m to vote onythis title necesi —Muchas veces se equivoca… equivo ca… —Vicente —Vicente lo o bservó bser vóSign a up Míguez sintió Useful useful . Not su parte par te en ese juego—. juego —. Ya ve que he tr tr atado de que nadienos viese… —dijo —¿Qué? —Yuda —Yuda se había parado par ado con co n las la s pier pi ernas nas abier ab iertas tas y lo l o apuntaba con co n el me a echar en cara la vez que lo acusé de eso… de que le enloquece que la gente lo mire?…
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—Me cuesta cues ta mucho m ucho hacer el papel de funciona funci onarr io —dijo —dij o Vicente con co n calor calo r —. T fuerza, y le aseguro que eso me cansa —lo volvió a mirar a Míguez que había baja ugueteaba con el cabestro: ese chico se esforzaba por no oír y sentía pudor y hasta s estar ahí. Así es que no importaba que siguiera escuchando, pensó Vicente y agregó cogote de su caballo—: Me ha dejado cansado todo este asunto de la huelga… Hablar siguiente con los otros y tratar de convencerlos de una cosa que yo veía muy clara Créame —insistió—. —insistió—. Por Por eso la invité a salir y por eso preferí prefer í que nos encontrár encontráramos amos —¿De o cultis? —el labio labi o superio super iorr de Yuda temblaba, temblaba , y ella ell a parecía par ecía diver tirse tir se palabras—. ¿O no será que lo hace par par a sentir sentir más gustito? —¿Gustito? —¿Gustito ? —Vicente —Vicente estaba es taba desconcer desco ncertado—. tado—. ¿Gustito a qué? —A salir sal ir a caballo caball o por el medio medi o del campo… campo … a hacerse hacer se un r inconcito inco ncito en med tener algo para contar cuando vuelva. A llevarse un recuerdito, digamos —Yuda indolencia, como si todo eso fuera excesivo para ella—. Hasta haberse sometido a q de a caballo por la calle principal… ¿No habrá sido una prueba? ¿La Gran Prueba d Joven que quiere quiere demostrar que sabe sabe ser austero? Vicente la miró con extrañeza: —Está bien que se ría r ía de mí y que se r ía todo to do lo que quier quie r a. Eso me m e divier divi erte te —di cogote de su caballo—, le aseguro que sí. Pero ¿no está exagerando…? Ya resulta imb haciendo. —¿Qué? —Yuda —Yuda había abandonado abando nado sus botas bo tas bruscam br uscamente. ente. —Que ya r esulta imbéci i mbécill lo l o que está haciendo haci endo.. —¿Imbécil? —¿Imbécil ? —Sí, Yuda, Yuda, sí. sí . —Lo que yo estoy haciendo será ser á imbécil im bécil,, pero per o … —tartamudeó —tar tamudeó Yuda y se go con los puños, después pateó una de esas latas vacías que rodó soltando un chor evidente que la sacaba de quicio que la desdeñaran o que la pusieran en desventaja. V verla así, result r esultaba aba desamparada desamparada cuando cuando perdía: —Me harta har ta la gente ge nte que siem s iempr pree quier qui eree demo dem o strar str ar que es intelig inteli g ente y que está d —dijo —dij o ; quer ía justifi j ustificar carse se y amasaba am asaba el bor r én de su montur m ontura—. a—. Me Me harta. har ta. Me resulta res ulta —¿Acaso suena a falso f also?? —Yuda —Yuda permanecí per manecíaa tiesa. Sign up to vote on this title —Casi siempr si empre, e, sí, sí , como co mo los lo s que hablan habl an mucho de suvir viUseful r ilidad. il idad. Not useful —¿Y usted qué sabe de intelige inteli gencia? ncia? —Muy poco… poco … o nada —se r esolvi eso lvióó a admitir admi tir Vicente sonr so nriendo iendo
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que me iba a salir perfectamente de entrada, porque tenía que ser así… —¿O no me quer ía dar la opor o por tunidad de hacer hace r algo alg o que usted no sabía hacer? hacer ? —No… Sí —se cor co r r igió ig ió Yuda—. En realida rea lidadd no sopo so porr to que siga sig a haciendo haci endo fáci le salen bien… Que haga cosas que hace bien… Que usted me invite y que yo venga, p —¿Quier —¿Qui eree que fr acase? —No. Que fr acase, no ; per o que no crea cr ea que le l e salen sal en bien po r sus mér m érito itos. s. Vicente se acarició la barba oprimiéndosela hasta dejarla puntiaguda: —¿Así que no me salen s alen bien bi en por po r mis mi s mér mé r itos…? ito s…? ¿Y por qué si no? —Yo —Yo también me lo preg pr egunto. unto. Y hasta ha sta ahor aho r a no sé. Pero Per o no es por sus mérito mér ito segura. Absolutamente segura —dijo Yuda—. Lo único que sé es que no quiero invencible. Nadie es invencible. Y es falso creer que a uno no lo pueden destruir. Vicente icente se volvió a reír, esta vez con groser gr osería: ía: —Ayudala —Ayudala a subir subi r a la señor seño r ita —le —l e or o r denó a Míguez: Míg uez: quería quer ía conclui co ncluirr con co n todo pasar la mañana discutiendo entre entr e esas latas. El chico se s e acercó acer có a Yuda: Yuda: —Señor ita… —ofr —o freció eció:: Ella ni levantó la cabeza: —¿Qué hay? —El doctor do ctor me or o r dena… —Ya —Ya o í, ya me di cuenta —sacó —s acó las manos mano s de los lo s bolsil bol sillo los, s, se las fro fr o tó como co mo que le hubiera quedado pegado y después las golpeó contra los muslos con un ademá ¿Tengo ¿Tengo que saltar saltar como un mono? —preguntó. —No, no… no … —Míguez —Mígue z parecía par ecía aco a cobar bardado dado.. —¿Qué tengo teng o que hacer entonces? entonces ? —Acérquese —Acér quese al caballo… caball o… —Me repugna rep ugnann los lo s caballo cabal los. s. —Éste es bueno, bueno , seño s eñorr ita —aseg —a segur uróó Míguez Mígue z y lo palmeó palm eó en el e l cog co g ote—. Manso y la mano de Míguez dejaba dejaba su huella huella sobre sobr e los pelos pelo s del animal. —¿Cómo —¿Cóm o se llama? ll ama? —preg —pr eguntó untó Yuda Yuda de pro pr o nto. —¿El caballo cabal lo?? —Sí. Sign up to vote on this title —No tiene no mbre… mbr e… Qué Q ué sé s é yo… yo … Zaino… Zai no… Así le l e dicen dicen —y la Not mano Míg uez Useful usefulde Míguez palabra con una palmada palmada suave, familiarmente apaciguador apaciguadora. a. —¿Sube o no sube? —inter —i ntervino vino Vicente.
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prefiriendo resultar ridícula a que su torpeza conmoviera a nadie—. «Claro que ya saber dónde queda». «—Allá al fondo —señaló Vicente—. Junto al mar». El cuero crujía y Vicente se quedaba un poco más atrás murmurando: «—Usted sí que es chico… igual a un chico», hasta que esas palabras perdieron su sentido de su convertirse en un chistido que animaba a los caballos y los tranquilizaba. «Un c chico…» —y Vicent Vicentee iba ocultando ocultando su alegr ía y esperando que ella dijera algo o lo a veces la risa se le escapaba y Yuda no podía menos de oírla. —Ya —Ya me doy cuenta qué clase clas e de tipo es usted —refl —r eflexio exionó nó Yuda en voz equivoqué equivoqué cuando cuando lo conocí. Vicente adelantó su caballo: caball o: —¿Está hablando de mí? mí ? —Sí… Y lo voy vo y a insultar ins ultar —anunció Yuda agar ag arrr ándose ándo se con co n fuer za del bor r én. —¿Se quier e vengar veng ar?? —¡Claro —¡Clar o que me quier qui eroo vengar veng ar!! —De alguna alg una maner mane r a tiene que demo de mostr strar arse se que me m e puede destrui des truir, r, ¿no? ¿no ? —Demostrarle —Demostrarl e —Yuda —Yuda lo apuntó apuntó con la cabeza. Vicente prefirió seguir con el juego: daba lo mismo una cosa que la otra devolverían las fichas. Aunque presintió que Yuda iba a ser muy certera. —Por que usted es de los lo s que necesitan necesi tan que las mujer muje r es se muestren muestr en blanditas, blandi tas, hablaba con tiesura, sin mirar a los costados—. No quieren gallos, prefieren monos. que no opongan resistencia… Y prefieren tener a su lado a una que se las aguante to que son invulnerables —la voz de Yuda se iba tornando cada vez más grave—. Son lo las intelectuales los secan cuando en realidad, les tienen miedo. Miedo de que les g miedo de que los engañen. Mejor dicho —se rectificó—, cuando la mujer les gana sienten que los engaña. O cuando habla con otro, que también los engaña. Y si se entus que tiene tiene dos o tres ideas en la cabeza, pr pr efieren guardarla g uardarla de recuerdo para hablar sonrió rencorosamente—. No se le animan —dijo—, porque tienen miedo de fracasa rían. Y aunque no puedan más de ganas, optan por cualquier muchacha buena. —Y soltar el borrén—. bor rén—. Así Así las llaman los lo s que son como usted usted —aclar —aclar ó—, «buenas», «buenas», «una «una hijos»… y eso quiere decir inofensivas, aburridas, bien aburridas y que nadie Sign up to vote on this title se las pu los que son como usted usted se confor man. Creen que las pazguatas pazguatas buen as y se siente Not useful Usefulson buenas porque suponen que les enseñan cosas, que las deslumbran o que las inician. Ustede tener público. ¡Público! —repitió con rabia—. ¿O me equivoco? —Vicente no
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—: ¡Me ¡Me r epugnan epug nan los lo s caballos caball os,, no me interesan inter esan los lo s caballos caball os,, no me interesan inter esan golpeaba la montura rabiosamente, con cierta cautela—. ¡Todos ustedes se sienten mu muy jinetes! Y el que no sabe montar es un pobre hombre… Vicente puso su caballo a la par y la tomó de la mano: —No se pong a así —rog —r ogó—. ó—. No tiene sentido que se ponga po nga así. —¿Y cómo có mo quier e que me m e pong po nga? a? —Yuda —Yuda se r esistía esis tía a abandonar abando nar su tono terco terc o —Yo —Yo no la invité i nvité para par a humilla humi llarr la. —Pero —Per o se reía r eía de mí. —¿Lo dice di ce por po r lo de «gall «g alloo »? —Por lo de «gall «g alloo »… y por po r lo de «mono» «mo no».. —Era —Er a una brom br oma, a, Yuda, Yuda, se lo l o asegur aseg uroo . Me Me hacía gr acia. —¿Y para par a qué me m e invitó, invi tó, entonces? ento nces? —Tenía ganas ga nas de salir sali r con co n usted, ya se lo dije dij e —explicó —expli có Vicente, y agr ag r incomodidad incomo didad—: —: Para descansar… descansar… Yuda aflojó aflo jó su tensión. —Usted es bueno —refl —r eflexio exionó nó con co n pesadumbr pesadum bre—. e—. Y yo le parezco par ezco una niñi bastante imbécil, ¿no es cierto? —No sé, no sé eso que usted dice —Vicente —Vicente prefi pr efirr ió ser impr im preciso eciso y escabu interesa, interesa, pero per o quiero que me entienda. entienda. Yuda le pasaba la mano sobre el saco de cuero como si se lo limpiara distraídam no se resolvie r esolviera ra a acriciárselo. —¿Está aburr abur r ido de la Patagonia? Patago nia? —pr eguntó. eg untó. —Sí —reco —r econoc noció ió Vicente sin si n pensar lo mucho—. mucho —. Desde Desde que vine. vi ne. —¿Y se siente si ente solo so lo?? —Ahá. Yuda dejó que su labio temblara dándole una expresión encantadora: —No se preo pr eocupe cupe —susur r ó —. Yo soy so y un alma alm a sensible, sensi ble, pese a todo… todo … —desp nalgas con preocup preo cupación. ación. —¿Qué le l e pasa? —Mmmm… Me duele. duel e. Sign up to vote on this title Habían llegado a un largo cañadón —al fondo se ibaUseful elevando suavemente u Not useful cubierta de pequeños cráteres. —¿Y eso? eso ? —señaló —señal ó Yuda.
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que tengo tengo en realidad. Tengo Tengo los que tiene tiene todo todo el mundo, supongo. Yuda escucha escuchaba ba frunciendo los o jos y dejando dejando que el sol le l e dorara dor ara la l a garganta gar ganta:: —¿A usted le gusta g usta ser un Hombr Hom bree Nor mal? mal ? —preg —pr eguntó. untó. —Supongo —Supong o que sí… sí … ¿Está mal acaso? acaso ? Yuda se acariciaba la garganta: —¿A usted no le par ece mal? m al? —Pero —Per o si los lo s Hombr Hom bres es Normal Nor males es lo único que buscan es emboscar embo scarse se entre entr e lo calorcito calor cito en medio del montón. Vicente se dejó caer en el suelo con pesadez: —¿A usted no le gusta g usta verse ver se ratifi r atificado cado por po r los lo s otro o tros? s? —reso —r esopló pló.. —¿Cómo… —¿Cóm o… cómo có mo?? —Si usted dice algo alg o —explicó —expli có Vicente con co n calma—, calm a—, por po r ejemplo ejem plo,, que un tri lados o, mejor algo que se le ocurrió por su cuenta, ¿no la tranquiliza comprobar qu igual ig ual antes o después que usted? usted? —Síiii —Síii i —silbó —si lbó Yuda—. Pero eso no vale gr an cosa, co sa, por po r que toda la gente g ente está dis de acuerdo sobre las imbecilidades. Les encanta, y en seguida le dicen que sí, que pensado pensado es el Gr an Descubrimiento. Descubrimiento. Vicente la miraba con desconfianza: —¿Usted juega jueg a cuando dice eso e so?? —¿Cuando dig di g o qué? —Cuando se s e burla bur la de «la «l a gente». g ente». —Para —Par a mí, m í, «la gente» ge nte» son so n los l os señor seño r itos. ito s. Y los parientes par ientes de los l os señor seño r itos ito s —Yuda —Yuda su tono agresivo y Vicente prefirió echarse de espaldas: ella necesitaba vengarse de por lo que le había dicho o por cualquier motivo, aunque fuese haciéndole muecas c vuelta—. Los que se rascan la cabeza alzando el meñique… esos son «la gente» qu seguía Yuda con encarnizamiento—, los que no rebañan la salsa aunque les guste, los eme va antes de pe y be, y todos los que tienen muy presente que los ingleses fueron Río de la l a Plata en 1803. —En 1806. stezan —Lo mism m ismoo da… Y los lo s que se ponen pone n la mano m ano delanteSign deupla l atoboca bo caoncuando bo vote this title bostezan —Pero —Per o eso es estética, Yuda. Useful Not useful —Yo —Yo no creo cr eo en la estética. Me Me impo im porr ta un comino co mino y no la aguanto. ag uanto. —Ni a los lo s caballo cabal los. s.
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aborrezco —por un momento se quedó en silencio, volvió a mirar con sus cabezazos caballos que se frotaban los cogotes, distraídamente apuntó con su pico a esos h donde podían apar apar ecer unos enormes enorm es insectos insectos de fauces fauces de vidrio —. Le aseguro —ag veces no sé cómo tengo que hacer las cosas ni qué tengo que hacer, pero me basta c que hace toda esa gente que provoca mi resentimiento y en seguida me doy cuenta. E nueve. Y le aseguro que nunca me equivoco. Por lo menos hasta ahora… Porque diestro, seguro de sí mismo y de toda su Verdad, dice que esto o lo otro es formidab dudar dudar y hasta hasta aseguro que no, que es un bodr bodrio. io. Todas las afirmaciones afirm aciones de esa gente mis «no»… «No» a lo que piensan «no» a lo que les gusta, «no» a lo que comen, «no «no» a lo que tienen tienen metido metido en la cabeza… cabeza… ¿Es ¿Es claro clar o lo que digo? —Sí —co ncluyó Vicente—, clar ísimo ísi mo.. Pero Per o todo eso es r esentimiento esentim iento,, resentim r esentim agua. —A mí no me molesta, mo lesta, me lo aguanto ag uanto —asegur —aseg uróó Yuda sacudiendo sacudi endo muchas vec para evidenciar que la pasaba muy bien y se sentía cómoda—. A mí no me resentimiento… Es como el odio… ¿A usted le molestaría saber que yo siento odio ganas de meterme los dedos en las comisuras de los labios y estirarme la boca? agitando su melena—. Son cosas que no se pueden sancionar. Y el resentimiento no p ni malo. Es. Es. Como el dolor do lor de muelas o… de trasero. trasero . —¿Mucho le l e duele? duele ? —preg —pr eguntó untó Vicente diver tido. tido . —Me arde. ard e. Pero aquí estoy es toy bien. bi en. —Podr íamos íam os haber traído traí do algo alg o para par a comer. co mer. —¿Comer —¿Com er?? —Yuda —Yuda tenía car ca r a de asco. asc o. —¿También —¿Tambi én la ir i r r ita comer co mer?? —No. Me gusta gus ta comer co mer.. Pero Per o aquí todos todo s comen co men demasiado demas iado.. No r espetan la co Debe ser por el viento —dijo Yuda y lo tomó a Vicente por la mano—. ¿A usted ta paspado la piel? —Es el viento, vi ento, sí s í —admitió —adm itió Vicente—. Y uno se seca sec a mal cuando se lava. la va. Por eso —Pero —Per o yo me siento sien to con co n todo to do el cuerpo cuer po escamado escam ado y hag h agoo así, ¿ve? —dijo —dij o frotá fr otá las manos—. Y se me cae la piel como si fuera caspa… —siguió frotándose atentame quejó—: ¡Mi ¡Mi cuerpo es una porquería! porquerí a! Sign up to vote on this title —La piel… piel … la cola… co la… —enumer ó Vicente como co mo si se Useful sintier a abatido po r todo Not useful por ella padecía. —Menos mal que como co mo bien —dijo Yuda aproba apr obando ndo su conducta, co nducta, su buen
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—En eso estoy… Dentro de pocos poc os días tomo tom o el barco bar co y… ¡adiós! ¡adió s! —Vicente —Vicente borda y miles de pañuelos se agitaron en el aire, él agradeció, sereno, superior, sin qu horizonte. Yuda lo escrutaba con seriedad, después de un silencio preguntó: —¿Usted cree cr ee que todo to do se arr ar r egló eg ló de una vez? —¿Todo —¿Todo?? —Lo de los lo s obr o brer eros os,, lo de la huelg hue lga… a… —Ya —Ya le dije dij e que qu e sí s í —Vicente —Vicente se había olvidado ol vidado de su s u pañuelo pañu elo y de los lo s que lo de me vuelva a hablar del asunto. —Pero —Per o es que me m e interesa… inter esa… —A mí, mí , también, pero per o ya está acabado. acabado . Asunto conclui co ncluido do —dijo —dij o Vicente como co mo expediente y se dejó caer de espaldas: había quedado encima de unas toscas o de algo se revolvió hasta que sintió liso debajo de su cuerpo y respiró hondo: allí, arriba d extendía ese cielo terso; más allá, al fondo, estaba el mar—. ¿Sabe dónde queda el preguntó. —No tengo teng o idea —confesó —co nfesó Yuda—. Para allá… all á… o para par a allá al lá —su —s u brazo br azo se balance bal ance de su pecho—. ¿Dónde queda? —preguntó con inseguridad. —Detrás de esa lo l o ma. —Ah… —¿Le gusta g usta el mar m ar?? —A veces… —¿Mucho o poco po co?? —Casi nada. —¿En serio ser io?? —Vicente —Vicente se incor inco r por ó a medias—. medi as—. ¿Y las mon m ontañas? tañas? —Nada. Las montañas, mo ntañas, nada. Me aburr en. Vicente parecía contrariado, no sabía si se trataba de uno de esos súbitos m estallaban en Yuda como burbujas o si se estaba divirtiendo con alguna de sus arbitrari —¿Está jugando jug ando?? —se quiso qui so cercio cer ciorr ar. —No. Yo no juego jueg o con co n mis mi s opinio opi niones nes —asegur —aseg uróó Yuda con co n seriedad—. ser iedad—. A m panoramas, no me dan ni ni frío fr ío ni calor. Sign up to vote on this title —¿Y ese cielo ci elo?? —apuntó Vicente. Useful Not useful —Es celeste. cele ste. —¿Nada más?
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terminado de comer todo lo que tenía tenía ganas—; no se olvide o lvide que también también se puede puede ser —Es que usted no compr co mprende… ende… —Vicente —Vicente intentó r ecapitular ecapitul ar todo lo que hab tarde: la moral de un funcionario, si él tenía o no tenía ganas de que lo vieran, sobre desamparo de Yuda cuando alguien la desairaba, y sus violentas y pueriles ganas de demostrarle que era vulnerable. Todo eso. Y su desprecio por los señoritos y po señoritos les gustaba y por la demasiada comida y por el mar. Y la defensa de sus Eran muchas cosas. Un torbellino. Lo que Yuda decía y sus idas y vueltas. Sus reaccio de calma. Él se había descubierto muy cansado después de la reunión en el teatro, per todavía más. «Me fatiga», se confesó. Y él pretendía descansar, aflojarse. Pero ya sentido unas violentas y súbitas ganas de asirla y apaciguarla. Ganas de golpearla oprimiéndole opr imiéndole los br azos hasta hasta que no aguantara aguantara más. No sabía bien. Y ella pretendía demostrarle que lo podían destruir o jugaba a se hombre que se aburría en la Patagonia y terminaba hablando de sí misma. Lo atu calienta», se dijo Vicente. Él entendía, creía entender: Yuda habría calculado que la como un tr tr ofeo por las calles del pueblo, pueblo, anunciando anunciando que «ahí iba él y después después de t a Buenos Buenos Aires y se la comía en una tar tar de». Pero, lo l o cier to era que ella no toleraba qu con algo que no sabía hacer. También podría ocurrir que tuviera envidia de lo que é destreza. Nunca lo había pensado: ¿que una mujer tenga envidia de un hombre? «— A bien de puro macho que sos», sos», le había dicho La Safo en Buenos Aires: viajar a Europa su cuenta, sin avisar a nadie, recibirse de abogado sin estudiar: « Encaramarse cocottes de Buenos Aires, viviendo como un pato y darse el lujo de ser hermano de pie había seguido La Safo para elogiarlo, pero como si en el fondo lamentara que todo es ocurrido a ella. ¿Las mujeres siempre envidiaban a los hombres? ¡Qué sabía él! Her él! Her significaba compartir una querida. Y nada menos que con don Marcelo. Era divertido Por fin Vicente creyó entender: Yuda había salido con él para hacerlo fracasar en a tuviese envidia de él, de un hombre, sino de que él fuese hombre. Le molestaba ser m por eso. Y ella no podía ser como el resto que se lo aguantaba. Ella era diferente conocido alguna vez también se sentían así, pero porque habían estudiado con las porque se llamaban así o asá. Yuda, en cambio, no tenía nada que ver con una mucha Coeur: ella gr itaba, itaba, se roía r oía las l as uñas y hablaba hablaba de su traser trasero o yuplas cosas azules no le Sign to vote on this title fa. Ahí estaba: ella era diferente, pero a su manera. Y él no a confundirla Useful derecho tenía Not useful no era suficiente para entenderla. Entonces repitió: —Usted no compr co mprende… ende… ¿No será ser á por po r que es judía? j udía?
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Son tres o cuatro señoritos que tiran tiros porque la policía los deja, porque está contemplar las montañas y el mar y el cielo o la pampa que tanto les encanta, o porq efe de policía… o porque la que tienen de amante los engaña o no les concede minutos… Ésos son unos pobrecitos, Vicente. Pero un progrom se parece a eso que puerto: muchos hombres que pueden golpear a otro grupo formado por muchos hom sí. Y donde los golpeados no pueden defenderse y tienen la obligación de dejarse para eso están. Que creen, porque se lo hicieron creer, que su destino es ser golpead ¿Me comprende? Y los que golpean no lo hacen deportivamente —siguió con un to sino por tradición, por reglamento, porque viven para golpear. Y unos golpean po otros se las aguantan porque ese parece ser su destino. Es lo que siempre les han di admitido. admitido. No pueden rebelarse, ¿me comprende compr ende?? Vicente apenas se animó a murmurar un «sí» opaco. —Eso es ser s er judío. judí o. Y lo único que queda es irse. ir se. Irse Irs e —repitió —r epitió Yuda con co n los l os oj yo ni mi familia salimos de donde salimos nada más que para buscar con qué llena Ésa es la diferencia con los otros que de alguna manera se van de donde nacieron. N único que teníamos. Eso era lo que menos contaba. Los demás tienen proyectos cuand país, nosotros queremos olvidarnos de cosas, de muchas cosas… Sobre todo, dejar d en una costumbre que nos obligaba a agachar el lomo cuando nos pateaban. Yo queríamos dejar de sentirnos culpables ¿está claro? Culpables de lo que habíamos he amás habíamos hecho. Y nos resolvimos a ponernos en esa fila que se juntaba dela con una bandera roja como de un remate, y a anotarnos para ir a los Estados Unid porque no queríamos aguantar más. Es muy simple: mis viejos no querían aguanta quería aguantar aguantar más. Pero Pero también también en la fila nos no s go lpearon y todos nos quedamos quedamos en nos defendíamos nosotros, sólo esperábamos que la cosa pasara. Estábamos seguros golpear a otros hombres los hombres se cansan. Todo tiene un límite. Eso sí —record gesto de malestar—, el odio se acaba. Las ganas de comer se acaban. Hasta las ganas Eso, sí. Por supuesto… —Yuda se había quitado las botas y se acariciaba los pies, de con un tono más pausado—: En casa teníamos una fotografía de unos paisanos a golpeado en un progrom. Fue en Odesa. Por el 900. Allí había un tío mío. Entonces era en esa foto aparece entre dos que están vendados sosteniendo banderín. Sign upun to vote on this titleParece uno de los equipos de fútbol. Era cómico. No tenía nada que hacer en ese lugar… Useful useful Despué Not barco a los Estados Unidos. A los Estados Unidos, no a la Argentina. Nos hablaban de tienen una estatua dedicada a eso. Allí había muchos de los nuestros: de Odessa, de Ki
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medio de ese desierto desier to cañadón; cañadón; ella ya había había dicho todo lo que necesit necesitaba aba decir, decir, había estaba pálida, libre: —Cuando me vea desnuda, de snuda, le voy vo y a mostr mo strar ar una mar m arca ca —dijo —di jo simplem sim plemente, ente, desp mano y lo l o atrajo atrajo de la barba, y con co n una lentitu lentitudd que a Vicent Vicentee le pareció par eció interminable por torpeza o por indecisión o como si tratara de recordar otra cosa para contar y abrió la camisa—: Ahor Ahora, a, no me vaya a preguntar si alguien alg uien nos nos mir a —le previno. Y Vicente no tomó el barco para Buenos Aires ni a los pocos días ni al cabo d mañana vio partir el «Mater» en uno de sus regresos y sacudió los hombros. Dur volvió al puerto a ver los barcos que regr esaban esaban y se quedaba quedaba esperando esperando hasta que que de adentro. Iba solo, se quitaba el sobretodo, hacía un bollo y se sentaba encima. Siempre solitario que se le acercaba y lo olía; él empezaba a gritarle para que se fuera y dejarlo. A veces, si se resolvía, le acariciaba la cabeza. Una mañana, se puso de pie para saludar a un carguero que largaba una densa humareda azul. Nadie le contestó Después, no fue más. Ahora, Yuda lo tranquilizaba, ella misma estaba tranquila —algo en esa mujercita y manaba con la acariciadora densidad de un aceite— y Vicente hacía mucho tiempo deseaba: sin dolor en la nuca, sin ninguna tirantez en las s muñecas, con todos los músculos flojos, como si constantemente esa corriente lo r concluido lo de los obreros, Yuda ya no lo aturdía porque le había dicho todo lo largar y la Patagonia era un desierto extenso, llano, sin anfractuosidades, y se podía lejos aunque los dos estuvieran tumbados en el suelo. Y tuvo y mucho tiempo pa preguntas sin ningún apuro, sobre todo lo que había hecho, sobre lo que pensaba h religión. Yuda respondía: «—Es muy complicada… demasiado vieja para mí, demas dejando que fluyeran unos anchos espacios de tiempo entre las preguntas y las r Vicente quería ser ordenado y ser ordenado era ser lento y sus preguntas tenían q como si pasara y repasa r epasara ra la l a mano por encima de la piel piel de Yuda. Yuda. Muchas veces volvieron al cañadón de Punta Loyola. —Los r inconcito inco ncitos… s… —reco —r ecorr daba Vicente enunciando nada más que el comi co mi estaba pensando; dejaba asomar esa palabra para que Yuda la tomara y fuera extrayénd se le ocurr ocurr ía. —¿Qué tienen tie nen los lo s rinco r inconcito ncitos? s? Sign up to vote on this title —Ya —Ya ves que r ealmente ealm ente me gustan… g ustan… Useful Not useful —Es para par a esconder esco nderte. te. —Ahora —Ahor a nos no s esco es condemo ndemoss lo l o s dos… do s… —y Vicente estir es tiraba aba plácidam pl ácidamente ente las pier
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vez se habría quemado todo el pastizal, pastizal, ahora ahor a sólo sól o quedaba quedabann unas manchas manchas irr ir r egulare «Como de sarna», pensaba Vicente. Eran unas gigantescas amebas aplastadas, de bo oscuros que habrían ido reptando desde el mar; en algunos lados habían dejado una saliva y el centr centr o era er a pelado, casi blanco, blanco, y a unos pasos r amoneaban los caballos. Era los dos animales aplastaban el belfo contra la tierra y Vicente los veía entre la punt «Zaino, «Zaino, zaino…», murmuraba. murm uraba. O creía mur murar. Nada Nada se movía. Allá Allá al fondo, so espinillo, se sacudía un trapo. Era un pedazo de trapo o de papel. También habría desde la costa; porque el viento venía de la costa, desde el mar. —¿Te aburr abur r ís? —No —Yuda —Yuda no se volví vo lvíaa para par a contestar. co ntestar. —¿Te gusta? g usta? —Sí… Es fo r midable mi dable estar e star tumbada. Vicente oía cómo frotaba el cuerpo para arrellenarse, para hundirse más. Yu escondía: la ropa ro pa le quedar quedar ía sucia de tierra, tierr a, él tendrí tendríaa que sacudírsela sacudírsela y ella se iba a q el cuerpo. Quizá se reir ía. —¿Vamo —¿Vamos? s? —Todavía —Todaví a no. no . —Es tarde tar de —Vicente —Vicente tenía un tono juicio jui cioso so.. —No impo i mporr ta. Vicente icente sentía sentía sopor, entrecerr aba los ojos o jos y los l os párpados pár pados se le iban tor tornand nandoo am —¿Cuando vo lvemo lvem o s? —¿Aquí? —la boca bo ca de Yuda Yuda quedaba abier abi erta. ta. —Sí —y Vicente calculaba calcul aba que a ell e llaa le cos c ostaba taba respir r espir ar por po r la nar iz. —No sé… Cuando pueda. pue da. —¿Pro —¿Pr o nto? Y al día siguiente se encontraban de nuevo. Vicente la esperaba sentado entre es de querosén, descifrando los «made «made in» in» y los « patent » y tratando de no ser reconocid que pasaba caminando hacia el centro del pueblo rodeado de diez o quince perros sile Larguía que andaba de recorrida haciendo equilibrio sobre esas veredas altísimas, se a salesianos que se detuvieron detuvieron junto junto al poste del telégrafo ySign mientras más m ás jo ven up to vote el on this titlejoven tejo, el otro, otro , el más viejo, se encajaba encajaba el el breviario breviar io bajo elbrazo se Not alzaba alza ba la sotan Useful y useful —Todos —Todo s parecen par ecen chico chi coss cuando or inan —le —l e comentó co mentó a Yuda Yuda mientra mi entrass montaban mo ntaban —Sí… —admitió —adm itió ella. ell a.
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que el agua del mar le mojaba mo jaba las botas y Vicent Vicentee se quedaba quedaba en la orilla or illa parándose par ándose so para verla desaparecer detrás de unos médanos que cerraban la playa, allá al fon acantilados. —¿Viste —¿Viste que no eran er an tan inmundo inm undoss los lo s caballo cabal los? s? Los dos do s se habían tendido sobre so bre la arena ar ena húmeda. Yuda jadeaba y escribió: escri bió: «No». —¿Ahor a los lo s toler tol erás? ás? Ella escribió: escribió : «Sí». «Sí». —Es for fo r midable mi dable apr a pretar etarles les las pier pi ernas… nas… y que las l as sientan si entan —ahor —aho r a hablaba como co mo palabras, con un gesto idéntico al que hubiera usado para animar a un boxeador aco cuerdas. —¿Te gusta? g usta? —¡Mucho —¡Mucho me gusta… g usta… muchísim muchí simoo ! —dijo Yuda con co n el mism m ismoo fervo fer vor. r. Después se quedaron hasta que la marea fue subiendo poco a poco, con algo de insinuando y palpando por donde avanza: un poco de baba primero, un manotazo suav que al principio era silencioso se convertía en una serie de golpetazos huecos, alarm miraban mir aban esa esa espuma e iban iban recogiendo reco giendo las piernas. pier nas. —¿Vamo —¿Vamos? s? —pr opuso opus o Vicente. Yuda no contestó, siguió con los ojos clavados en el borde de espuma que dejaba r etr etr ocedía. Maquin Maquinalment almentee volvió a escribir escri bir y Vicent Vicentee estiró el cuerpo tratando tratando de leer l eer —¿Qué es eso? eso ? Yuda lo miró mir ó con los lo s ojos ojo s perdidos: —¿Hum? —Te estoy pr eguntando eg untando qué escribí escr ibías. as. —No sé… —después mir m iróó lo que había escrito escr ito y leyó: leyó : «—Fondo». «—Fondo ». Vicente le buscó la car a: —¿Qué quier qui eree decir ? —No sé, no tengo la meno m enorr idea. Esa tarde regresaron al tranco, dejando que el paso de los caballos los balancear compás del hanhan de las monturas. Otra tarde, Vicente se había quedado con la boca sobre frente y se de Sign la up to vote onde this Yuda title descubriéndole una cicatriz descolorida en el nacimientodel pelo:era pedazo de p Useful Not un useful blando que el que lo rodeaba, correoso, insensible, como ajeno: le hundió una uña quejó. Dormía o hacía como que dormía. Le entregaba toda su piel para que la fuer
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—¿De noche? noche ? —le preg pr eguntó. untó. —Sí… —Vicente —Vicente empezó empez ó a explicar expl icar —. No tiene sentido s entido que siem s iempr pree estemo e stemoss e del… —¿Y la naturaleza? natura leza? —Yuda —Yuda apuntaba hacia arr ar r iba—. ¿Y el cielito ciel ito azul? ¿Qué ¿No te gustab g ustabaa tanto? —Pero —Per o es que tengo teng o ganas… ga nas… —¿De qué? qué ? ¿De ver ve r me desnuda? —Yuda —Yuda seguía seg uía con co n sus ademanes adema nes brusco br uscos—. s—. T ridículo. No me gusta mi cuerpo —de pronto hizo cesar el molinete de sus brazos— tenés tenés ganas de verme en un sofá… so fá… comiendo bombones? bo mbones? —No, Yuda, Yuda, no es eso. eso . —¿Y entonces, entonces , qué? —Lo que no tengo es g anas de que cualquier cualqui er tarde nos no s descubr a alguien alg uien y desp pueblo pueblo a divertirse en manifestación… manifestación… —¿Qué? ¿A ¿ A espiar espi arnos nos?? —¡Claro —¡Clar o que a espiar nos! nos ! —Vicente —Vicente adelantó la cabeza como co mo si algo alg o lo atrajer atr ajer detenidamente con los ojos muy abiertos—. ¡A espiarnos, así, eh, así! —¿Entonces prefer pr eferís ís la l a noche… no che… tu casa…? —Sí —dijo —di jo Vicente con co n energ ener g ía. —¡Ah, —¡Ah, sucio funcio nario nar io,, sucio funciona funci onarr io!… io !… —Yuda —Yuda lo tomó tom ó de la barba bar ba largo rato guiñando un ojo maliciosamente. Y esa noche se apareció con el delantal del colegio doblado sobre el brazo. Vic puerta y no pudo menos de mirar mir ar hacia la calle para comprobar compr obar si alguien la había v Yuda se r ió: ió : —¡Qué g ustito! —dijo con co n su tono mister mi sterio ioso so—. —. No hay nada como co mo el gustito gu stito pizca de cosa rocamboliana, la pieza con almohadones —señaló el sofá y dijo sente Ya comprendo. Por eso el ideal de los señoritos es casarse con alguien que tenga al Una diestra esposa-ramera —enunció enfáticamente y siguió riéndose a pesar de que V por favor y le dijo que eso no tenía sentido ni era cierto, y que si alguna vez lo había contaba contaba para nada porque había madurado. a —¿Madurado? —¿Madura do? —Yuda —Yuda lo mir mi r ó de arr ar r iba a abajo—. abajo —. la on misma mithis sma maner Sign¿De up to vote title manera barba? —y se acercó a Vicente y empezó a trenzársela murmurando—: Useful Not useful Ahora funcionario del Sanedrín… Sanedrín… un respet r espetable able funcionar funcionario io del Sanedrín… Sanedrín… Y cuando Vicente le pidió que le mostrara la herida que le habían hecho en
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—Al Carnavalet… Car navalet… —Bien —apro —apr o bó Yuda—. Muy Muy bien… ¿Y ¿ Y para par a qué? —Para… —Par a… —¿Para —¿Par a contarl co ntarloo al r egr eg r eso? eso ? —No. Me Me interesaban inter esaban —aseg —a segur uróó Vicente. —Pero —Per o si a nadie le interesan inter esan los lo s museo s, Vicente. Ni a los lo s euro eur o peos. peo s. Los mus como los gauchos de ustedes. Son mentiras, pura escenografía, y en el fondo, a e mucha gracia. Los tienen para tranquilizar a los turistas… o para vendérselos a los y hacen creer que los respetan. Necesitan demostrar que son sentimentales —Yud demasiada seriedad—. Como ustedes con sus gauchos … —O como co mo los lo s judíos judí os con co n sus per secucio secuci o nes… —bro —br o meó Vicente con co n voz vo z insegu inse gu Pero Yuda no se inmutó: inm utó: —Exacto —apr obó—. obó —. Exacto. Exacto. Y todo eso mientras le revolvía los libros a Vicente haciendo un gesto de contándole cómo se habían arreglado para aprender castellano con un diccionario o estudiado de maestra y cambiándole el Boucher de lugar, para terminar preguntánd conocido a Ingenieros. —Sí, en el Tortoni Tor toni —reco —r ecorr dó Vicente—. ¿Y vos? vo s? —También. —Tambié n. Var Varias ias veces estuve con co n él. Me gustaba gus taba oír o írlo lo,, estaba al día en mucha ordenaba las esquirlas de una granada que servían de pisapapeles—. ¿Y vos? —¿Qué? —¿Cómo —¿Cóm o te trataba? —Me distinguía disting uía —dijo —di jo Vicente. —¿No se r eía de vos? vo s? Y una madrugada, después de muchas horas de estar echados sintiendo que sus cu se iban transfor transfor mando en dos insensibles pescados pescados tirados sobre so bre una playa, y la boqu en la arboladura de un velero solitario, diminuto y muy lejano y borroso, Yuda dij ojos ojo s del techo: techo: —Me gusta g usta tu cuerpo. cuer po. Mucho me gusta. gus ta. Y el mío m ío me da ver ve r güenza güe nza —se estreme estr eme en las caderas—. Resulta lamentable al lado del tuyo. TeSignloupaseguro —su to vote on this title brazo se pescado vivo, lento, se alzó dificultosamente de la playaenUseful que yacía y se apoyó so Not useful Vicente—: Buen pecho —aprobó con tono de entendida—: Buen vientre… —y su m deslizó hacia abajo—. ¿Eh, cristiano?
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noche, Vicente había desplegado un mapa sobre la mesa: —Salimo —Sali moss hacia la fronter fr onter a —anunció—, —anunció —, cruzamo cr uzamoss a la altura altur a del monte mo nte Aym Delgada pasamos el estrecho en «La Fructuosa»… —¿La Fructuos Fr uctuosa? a? —Sí. Una g oleta… ol eta… —explicó —expli có él fugazmente fug azmente y los lo s dos se volcar vol caron on sobr so br entusiasmo; el dedo de Vicente iba marcando—: Pasamos a Punta Espora… conocem ahí… Yuda aplaudió: —¡Y de ahí, ahí , al Pacífico Pacíf ico… … y del de l Pacífi Pac ífico co al Japón, Japó n, y del de l Japó J apónn a la l a China, y de lado del mundo! —Y de ahí a Rusia ¿no? ¿ no? —Vicente —Vicente tenía una expresió expr esiónn risueñ r isueña. a. —¡Me —¡Me parece par ece muy bien! —aceptó Yuda—. ¡Muy ¡Muy bien! Salier Salie r on de madruga madr uga esperaba en su Packard verde: —Usted me perdona per donarr á, señor seño r a —cuchiche — cuchicheóó cuando Yuda subió al automóvi autom óvil—. l—. periodista. Usted lo sabe. Nunca me gustó hacer de alcahuete, pero siendo por el d sonreía con sus ojos de alucinado: toda la explicación podía significar que es avergonzaba y él se sentía en una situación ambigua que ansiaba concluir cuanto ante Vicente eran jóvenes y él los envidiaba y los servía. Yuda lo consultó a Vicente, pero él estaba muy preocupado con lo que pasaba o n baterías, baterías, entonces se encog encogió ió de hombro s, se enroscó enro scó la bufanda bufanda al cuello y se hundió hundió atrás. El Packard arrancó y cruzó atronando por el centro del pueblo: la calle de tier chapas, chapas, los altos veredones ondu o ndulant lantes es y, y, de pront pro nto, o, la l a llanura int i ntermi erminable nable;; un mator al fondo del campo, que se acercaba y que iba quedando atrás entre los breves Carrero: —Vamo —Vamoss bien… bie n… —iba diciendo di ciendo espaciadamente espaci adamente con co n algo alg o de vigía vig ía o de ser eno—, eno —, lo de Farrel… buen tiempo… para el atardecer estamos en la frontera… —el volante sus manos, él echaba el cuerpo hacia adelante y sus hombros y su nuca cimbraban quitar los ojos del camino ni de la punta del motor—. El camino está seco… —seg son demasiado seco… no hay nubes… las llantas se resienten… nitoliebres… —Todo Sign up vote on this title en su boca: cien años años para la presencia de Farrell Farr ell o mil para las mat matas as Not que usefulmarcaban Useful camino. Farrell era una piedra, la trompa de su Packard también era de piedra. No novedad para Carrero en medio de esa llanura, él no describía nada, simplemente re
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del motor del Packard y después desaparecía cubierto por una nube de polvo—. Vam bien —se felicitaba Carrero. En un recodo aparecieron unos carros cargados de lardo esquila —murmuró y alzó una mano como para espantarse un insecto. Los carro derecha del Packard, también los peones de los carros alzaron las manos, eran tre levantaron sucesivamente con cautela, tratando de reconocer a los del auto—. Va aprobó Carrero—. Y todo por usted, doctor… —Vicente sintió que todo el cuerpo se satisfacción, enrojeciendo como si hubiera sido un sexo: los hombres trabajaban, él con el Viejo, el mundo seguía girando, el sol salía por el Este, la lana era blanca. V deseado bajar y hacer crujir las articulaciones. Sentado en el asiento de atrás, debajo unto a Yuda, sentía el vientre duro, pero apretó los muslos y permaneció en silencio Carrero. Y las vueltas del camino terminaban por ser todas iguales y ya se sabía el hacer el Packard cuando hubiera que repechar una cuesta y cómo iba a suspirar Ca descendieran. Era su auto, era su camino. Y el silencio se convertía en una modorra: los párpad pár pados, os, los lo s párpados se cerr aban, aban, allí estaba estaba el desierto, se volvían a abrir no se allí seguía el desierto. De pronto, Carrero señaló hacia adelante—: Chile —anunc infantil. Yuda y Vicente escrutaron el horizonte y sólo vieron la llanura qu interminablemente idéntica. Y por fin llegaron a la frontera y un carabinero se cuadró y después se oy sofocadas y esa marcha siguió hasta que el cielo se fue oscureciendo y las nubes ro tierra tierr a for mando una gigantesca gigantesca humareda. humareda. En el estrecho, «La Fructuosa» se sacudía como si el motor hipara, y Carrero costa repitiendo: «—Que les vaya bien…». Era una goleta de diez metros de lar amones, de latas de querosén y de peones chilenos que bajaban a Río Grande. Cuand navegar uno se largó a tocar su armónica después de sacudirla un buen rato contra mano. Yuda lo miró, quería observarlo. Pero ese hombre dejó de tocar, frunció la f varias veces la armónica por la mano abierta, pero ahora sin golpearla, como si asen Por fin, la escondió entre la ropa. Y del otro lado de ese insoportable olor a quero orilla, aparecieron los bosques quemados, negros, y los dos cabalgaron hasta qu quedaron chorreados de sudor. «—¡Te gusta ahora, eh!», Sign la azuzaba Vicente, up to vote on this title y sobre empujó. Yuda cayó al agua completamente vestida, con unUseful gran asombro Not usefulen la cara que se hundiera y saliera un par de veces mientras le gritaba: «—¡Se acabó el gallito siempre!» —y aunque ella le pedía por favor que la ayudase, él seguía—: «¿Dónde
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sobre la espalda, como había hecho con Vicente cuando él terminó de remar en e cabecera del Lago. «—Me encanta tu cuerpo» —le dijo—. «Es formidable tu cue admiraba y apoyaba largamente sus labios sobre esa espalda, reflexivamente, com muchas cosas o como si le sintiera algún olor o lor y calculase calculase dónde lo había sentido sentido antes Vicente había señalado hacia las montañas: m ontañas: —Ya —Ya ves —dijo —dij o mientr mi entras as se secaba el sudor sudo r que se le iba enfriando enfr iando sobr so bree lo puede mantener una armonía… —y allá lejos se alzaban esos cerros musgosos inmóviles. —¿Te gusta? g usta? —preg —pr eguntó untó Yuda Yuda con co n reticenci r eticencia. a. —Sí. —Eso es lo que prefer pr eferís, ís, ¿no es cierto? cier to? —ella —ell a seg s eguía uía pensando en la soli so lidez dez de macizos, allí estaban estaban,, no cabe duda. duda. Pero los presentía presentía demasiado agr adecidos, adecidos, desam desconcertados por vivir, como si esperaran su propia muerte o, mejor, como si la todo ¿no es cierto? —repitió. —No es que lo prefi pr efier era. a. Lo que pasa es que eso es o está ahí —volvió —volvió a señalar Vicent Yuda miro el lago y las montañas con desinterés, después bajó la cabeza y se con escrutándose escrutándose a sí misma: —Indestructibles, —Indestructibl es, ¿hum? ¿hum ? —refl —r eflexio exionó. nó. —Duros —Duro s —dijo —dij o Vicente. —Duros, —Duro s, sí s í —admitió —admi tió Yuda—. Pero Per o yo no toler tole r o las cosas co sas que nunca se mueren muer en más que para engañar a los chicos que van al catecismo. catecismo. —¿Para —¿Par a engañar eng añar?… ?… ¿Acaso no es cier ci erto to que estás e stás viviendo vivi endo en calma? cal ma? Yuda se apuntó con el pulgar pulg ar:: —Demasiada —Demasi ada calma. cal ma. —¿Quer és decir deci r que no es para es para vos? vos? —No es para par a mí. mí . Eso Eso quier o decir. decir . —¿En serio ser io que no te interesa inter esa vivir vi vir así? —Vicente —Vicente par ecía alar mado, mado , defr audado —¡Es que no se s e puede vivir vi vir así! —dijo —di jo ella ell a con co n malestar mal estar—. —. Es Es falso fal so vivir vivi r así. —¿Es un presag pr esagio io?? —No, Vicente, yo no hago hag o presag pr esagio ios, s, no creo cr eo en los lo s Sign presag pr esagio s. on Son ititle dioteces, teces, la up toios. vote this idio Después, de regreso, subieron hasta Río Grande.Allí Usefulcomieron Not usefulen la esta Tomkinson. Se sentaron alrededor de una mesa muy larga, el dueño ocupaba la ca costados los lo s sentó a Yuda Yuda y Vicente. Vicente. En el otro otr o extremo, extremo , bastante bastante separados, separ ados, tanto que
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leyendo…» —y ese corpulento hombre lleno de entusiasmo continuó hablando de faltaban en las Lamentaciones y del trozo del Eclesiastés que Little había rasgado y d del Libro de los Jueces; después agregó algo sobre la muerte de su otro compañer empezó a narrar escrupulosamente las razones de su muerte y el lugar y el día, p acordó acor dó de la vida que llevaban llevaban en Liverpo Liverpool. ol. «¡Qué «¡Qué banda banda formábamos!» for mábamos!» —r —r epitió epitió con eso. Mientras tanto, su mujer, descalza, había bajado a la planta baja, había subiéndose a un banco que estaba apoyado contra una empalizada, y hablaba hacia el afuera. Yuda no podía oír lo que decía por el moscardoneo de la historia de Tom intimidada por ese inglés voluminoso y no se animó a ponerse de pie. Pero el cuento no concluía. Entonces miró a sus dos hijas, indias como su madre, y les sonrió fugaz de pie y pasó junto a los zapatos de la madre comprendiendo que le resultaban ch estaba acostumbrada a usarlos. Ella siempre andaba descalza. «En patas». Eso era lo los días, cuando su marido no, tenía visitas. El comedor quedaba en el primer piso ventana se veía la empalizada: allí estaba esa mujer hablando con unos indios que lado, en cuatro cuatro o cinco toldos mugr ientos ientos levan l evantad tados os por po r ahí. Esos indios chillaban y aspavientos para hablar, como si fueran sordos. Eran los parientes. Las únicas p entendían eran: «Sí, tía… sí, tía… gracias, sobrina». Y esos indios harapientos y voc unas torpes reverencias a esa mujer descalza que les hablaba apoyando los codos en empalizada. Esa noche, los dos estaban acostados cuando recibieron un telegrama: era de Bru invitándolo a su casa de Punta Arenas. «Tengo urgencia» —se leía en ese papel—. «L el renglón r englón de abajo, antes antes de la firma: fir ma: «Los «Los obrer o breros os se han sublevado». sublevado».
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La expiación
Llegaron a Punta Arenas de noche y anduvieron dando vueltas por las calles buscand ciudad oscura, cubierta por un velo neblinoso que se rasgaba en jirones cuando sop Estrecho. La niebla resultaba sofocante, casi líquida, y los dos sentían necesidad d encima como si se hubiera tratado de una silenciosa y húmeda nube de mosquit Marcharon casi a tientas durante dos horas; en el Hotel «Londres» les dijeron habitaciones; habitaciones; ése era el mejor, mejo r, el que les había recomendad r ecomendadoo Tomkinson insistiendo insistiendo e familias, para señoras» con un tono entusiasta y tranquilizador. En el «Asturiano» un conducido hasta la puerta de una habitación y ya la iba a abrir, cuando apareció corri allí dentro había un grupo de corredores de comercio, habían llegado a última h habido tiempo de anotarlos. Discutieron un rato en voz baja, con energía. Yuda presi encontraban suficientemente respetables para ese lugar, no sabía por qué resultaban barba de Vicente, esa valija demasiado pequeña o excesivamente arrugada. Por un mo necesidad de llamarlo a Vicente y decirle «Doctor» a los gritos, para que oyeran b cuenta con quién estaban tratando. «La clase de gente que eran». Pero iba a resultar c Por fin, entre el mozo y el sereno se cambiaron una mirada de cautelosos jugadores Ustedes perdonen», dijo uno, y los acompañaron hasta la puerta. Y de nuevo sali llevándose llevándose por delante delante dos o tres tachos tachos de basur basur a que rodaron rodar on con un estrépito estrépito despr medio de esas silenciosas silenciosas calles de color pizarra. pizarr a. «—Parecemos «—Parecemos bor bo r rachos», murm A Vicente eso le pareció imbécil y se lo dijo, pero ella se rió más fuerte, esta vez señ unos pasos porque lo encontraba grotesco con esa valija. «—¿A dónde vas, mascarit con una voz de carnaval. «—Hay que ser oportuno, Yuda» —rezongó Vicente cambia Sign up to vote on thisinspeccionan title mano. «—¿Oportuno?» —Yuda marchaba mucho más adelante, sola, Useful hizo useful Notun intrepidez—. «Pero si los dos somos inoportunos». Y Vicente esfuerzo pa valija al suelo y patearla patearla o sentarse sentarse encima desconsoladamente desconsoladamente.. Despu Después és trataron de de letreros que pendían en los frentes de las casas: ninguno correspondía a un hotel y v
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que solemnemente, solemnemente, con una sigilosa sigi losa discreción, discr eción, los lo s acompañó hasta una una pieza asegur «la mejor del establecimient establecimiento». o». —¿Los documento doc umentos? s? —ofr —o freció eció Vicente. —No es necesar io. io . Vicente entr entr ó en la habitación: —¿Y la luz? l uz? —preg —pr eguntó untó volvi vo lviéndo éndose se a medias m edias.. —Usted perdo per donar naráá —el mozo mo zo pareció par eció encoge enco gerr se—. La hor a… Es demasiado demas iado entiende… —explicó —explicó y se fue. Los dos se quedaron a solas so las en esa pieza pieza negra. negr a. —¿Qué olo o lorr es ése? ése ? —preg —pr eguntó untó Yuda Yuda apuntando hacia la l a oscur o scuridad. idad. —No sé. Parece Par ece desinfec des infectante. tante. —No. Es olor ol or a peluquer peluqu ería. ía. Y cuando se acostaro aco staronn en esa cama monumental, m onumental, Yuda Yuda se apelotonó apelo tonó al lado de V —Yo —Yo tenía r azón azó n —dijo —di jo—. —. Es olor ol or a peluquer pel uquería ía —y le tendía la l a sábana sába na par a que olé… —Sí —admitió —adm itió Vicente fr f r o tándose vigo vig o r o samente same nte los lo s brazo br azos—. s—. Pero ¿no tenés fr —Me muero muer o de frío fr ío.. Pero igual ig ual podemo po demoss seguir seg uir jugando jug ando a los lo s huér fanos fano s per dido desconocida… —Los ojos de Yuda brillaban humildemente en la penumbra del cuarto —No, no —dijo —dij o Vicente saltando de la l a cama—. Per doname, do name, pero per o no estoy de hu un ropero para ver si encontraba otra frazada, y la mesa de noche que cerró de gol gesto de asco y, por por fin, se encajó encajó el sobretodo sobr etodo y de nuevo nuevo se metió en la cama. —¿Y yo? —preg —pr eguntó untó Yuda Yuda con co n un acento desvalido desval ido.. —¿Qué hay? —dijo —dij o Vicente con co n impacienc im paciencia. ia. —Yo —Yo también tengo frío fr ío… … Yo Yo también tam bién so y un ser humano. humano . Y de nuevo se levantó Vicente, saltando por esa habitación en puntas de pie generalizando sobre si las mujeres esto o lo otro, porque no veía la razón para que f tuviera tuviera que levantar, levantar, y que quería dor mir, que estaba estaba deshecho deshecho y preocupad pr eocupadísimo, ísimo, y po pulóver que Yuda Yuda se encajó encajó en los pies y se quedó confor me. Se marcó un largo larg o y sua dos se fueron fuer on acercand acer candoo hasta hasta sentir sentirse se la carne car ne demasiado demasiado cálida, febr febr il y mo lesta. lesta. —No te pegues peg ues a mí… m í… Sign up to vote on this title —Es que r uedo, uedo , Vicente. Hay un pozo poz o en el medio medi o de Useful la cama… —Y usefuluda suspi Not—Yuda con agr esividad; esividad; se sentía sentía ofendida y abri abrióó bien los o jos. En la pared de la izquierda había brota bro tado do ese r ectángulo ectángulo blanco.
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¿Estás ¿Estás preocupa preo cupado do por lo que tenés tenés que que hablar con co n ese tipo? tipo? —Ahá —Vicente —Vicente tenía un tono seco. seco . —¿No ser se r á que te molesta mo lesta r econo eco nocer cer que todo tu equilibr equili brio io se te fue al demo dem o nio —Ahá. —¿O solam so lamente ente te irr ir r ita no haber encontra enco ntrado do habitación? habitaci ón? —Ahá —reso —r esopló pló Vicente como co mo si estuvier a dispuesto dispues to a r epetir solam so lamente ente eso noche, conectándolo conectándolo con co n su respiración respir ación para que no le co stara stara ningún tr tr abajo. —Si no es tan feo f eo este lugar lug ar… … —aseg uró ur ó Yuda soñado so ñadorr amente; pocas poc as veces vece s se un juego así—: Una buena cama, ancha… —fue enumerando con una voz solitaria—, para mirarnos, nadie se puede meter con nosotros… Casi un verdadero ideal: mezcladito con lo solitario… Una linda mesa de noche… —Yuda siguió escrutando e tratando de encontrar otras cosas que pudiese describir: allí estaba el bulto de la valij blanco brillo de su ropa. Pero eso no pertenecía a la habitación. Entonces se apeloton conformó pensando que era mejor estar ahí metida a andar dando vueltas por las cal niebla hasta vaya a saber qué hora. El viaje de regreso en «La Fructuosa» había sido ella se había visto obligada a tenderse en un rincón de la cubierta, había cerrado los o dormir, dor mir, pero los había había tenido tenido que abrir de nuevo nuevo por que no toleraba ese balanceo balanceo y el teniendo los ojos cerrados; ese ruido se le incrustaba en la cabeza o, peor aún, ella se dentro de ese motor y chapoteaba en medio de ese olor a querosén. Pero en ese mom la puerta de la habitación. —¡Vicente! —¡Vicente! —llamó —lla mó Yuda y lo sacudió sacudi ó . —¿Eh… eh? —Vicente —Vicente tardaba tar daba en desper des pertar tarse. se. —Golpean —Go lpean la l a puerta. puer ta. —¡¿Qué pasa?! —pr eguntó eg untó Vicente. En la puerta puerta se recor reco r taba taba una sombr sombra: a: —La hor a, señor seño r … Vicente no entendía: —¿Qué hor ho r a…? ¿Qué ¿Q ué hor ho r a de qué? —Ya —Ya se le pasó el tiempo, tiempo , sentir, las dos do s hor ho r as… —el mozo mo zo hablaba a los lo s g r ito cuchicheara, como si le secreteara algo. Sign up to vote on this title —Es imbécil im bécil todo esto… —gimi —g imióó Vicente; después gr itó—: itó —: ¡Nos ¡Nuseful osotr otroo s nos no s Useful Not mañana…! ¡No ¡No joda! jo da! La sombra del mozo permaneció inmóvil del otro lado de esa persiana; quizás
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inasible—. Es la misma de anoche: el hombre que nos informó sobre el hotel estaba la estatua es de Magallanes… —señaló Yuda, pero advertía que Vicente no la escuch pensabas? —No, no… no … —mur muró mur ó Vicente. —¿Se puede saber sa ber en qué entonces? ento nces? Vicente bajó la vista vis ta y habló habló atropelladamente: atro pelladamente: —No quier o que me esperes esper es en la plaza, ¿te das cuenta?… En eso estoy pen mismo tiempo, tiempo, calculo que como vos, no… La invitación invitación venía para mí so lo y esta esta en importante… —Yo —Yo te entiendo. entiendo . —Yuda —Yuda le o prim pr imió ió el br azo larg lar g amente—. Te asegur aseg uroo que te en No me des más explicaciones. —Pero —Per o , por otro otr o lado —siguió —sig uió él—, me doy cuenta de que no te podé esperándome en la plaza mientras mientras yo estoy estoy ahí arri ar riba. ba. —A mí no me molesta mo lesta el viento. viento . No te preo pr eocupes cupes —asegur —aseg uróó Yuda co n un tono algo que ella encontró ejemplar—. Estoy dura. Ahora estoy dura. El viaje me ha endur —No jueg j uegues ues —suplicó —supl icó Vicente. —¡En serio ser io que no me mol m olesta esta esper arte ar te en la plaza!… Me siento sie nto en un banco, banco , do las nubes y las cuento o me hago nudos con los dedos. —Vicente la miraba apenado tengo tengo muchos recursos r ecursos y seguramente seg uramente me vas vas a encontr encontr ar hablando hablando con algún alg ún ator atorran ran —Sí. Todo eso está muy bien. bi en. Pero yo quier o que subas conm c onmig igo. o. —Y también prefer pr eferir irías ías que me quedar queda r a en la l a plaza. plaza . —Sí —Vicente marcó mar có unos círculo cír culoss en el aire—. air e—. También. —Todo eso se te mezcla mez cla ahí, a hí, ¿hum… ¿hum … en la cabeza? —Siempr —Siem pree se me mezclan mezc lan las l as co sas en la cabeza —se lamentó l amentó Vicente—. No sé p Me cuesta pensar en orden. —Tendrías —Tendr ías que haber aprendido apr endido a jugar jug ar al ajedr aj edrez. ez. —Supongo —Supong o que sí —mur muró mur ó Vicente. Yuda lo escuchaba con un gesto suspicaz, de descubrimiento, pero cuando él la su aprobación o su disculpa, se apresuró a hacer una mueca de disimulo, com descubierto descubierto demasiado: demasiado: Sign up to vote on this title —¿Me subís o no me subís? s ubís? —preg —pr eguntó. untó. Useful Not useful Vicente icente se oprimió opr imió las mejillas, después los labios y se los lo s fue estirando: —Sí —dijo —di jo por po r fin, r esueltamente—. esuel tamente—. Vení Vení conmi co nmigg o.
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—… por que las cosas co sas han tomado tom ado un cariz car iz dramátic dr amático, o, doctor doc tor —Brun —Br un seña sentaran y repitió como si hiciera un esfuerzo por superar su aire fatigado de siempre Y usted lo va a comprobar con que sólo le relate lo que ha pasado. Nada más. Porqu que sea necesario agregar ningún comentario: en «El Campamento» y en cinco est obrero obr eross han tomado las l as instalaciones instalaciones y se mantienen mantienen prácticament prácticamentee en estado estado de guer —¿Y el trabajo tr abajo?? —quiso —quis o saber Vicente con co n ansiedad. ansi edad. —Parali —Par alizado zado.. Va Va a hacer una semana sem ana que nadie nadi e trabaja tr abaja en todo el Ter r itor io. io . —Pero —Per o ¿y Soto?… So to?… Hay hombr ho mbres es respo r esponsable nsabless entre entr e esa gente. g ente. —Sí. Hombr Hom bres es r esponsable espo nsabless hay en todas partes par tes —Brun cabeceó, cabeceó , como co mo si des Pero esto era previsible… —Sin embar g o ellos ell os se habían compr co mprom ometido etido a cumplir cumpl ir las cláusulas cláus ulas de un favorecía. —Ellos —Ello s no entienden lo que los lo s favor favo r ece o no favor favo r ece, doctor doc tor —Brun —Br un par comprensión compr ensión de parte de Vicent Vicente, e, algo r ápido, porque por que no podía entrar entrar en su cabeza cabeza có no advertía lo que estaba pasando en el Territorio y quién era quién—. Es muy senci poco, se lo dieron, usted los favoreció, todos estuvimos de acuerdo en favorecerlos no les interesa un arreglo así. No quieren que las cosas se detengan: siempre piden m quién aguanta? —preguntó y paseó su mirada por encima de Yuda que gruñó «—No sé cuando Brun marcó un silencio como si realmente esperase que ella contes verdaderamente la creyese capaz de responder algo que no fuera un «sí» o un «no» ustificación por haberse atrevido a meterse en esa casa acompañando a Vicente, un equivalentes y reversibles, de «comprenda usted, pero yo soy mujer» o de «qu verdadero e inobjetable inobjetable es lo que usted usted dice y excúseme excúseme si no comprendo compr endo sus verdade Brun continuó con una vaga inquietud: —Ya —Ya le digo, dig o, doctor doc tor:: todo el trabajo tr abajo parali par alizado zado… … —¿Y la esquil es quila? a? —lo interr inter r umpió umpi ó Vicente. —Ah… la esquila. esqui la. Eso, menos meno s mal que se termi ter minó. nó. —Brun entor nó los lo s oj insolente que Vicente ya le conocía y que en ese momento le pareció dominio de sí como en ciertos lugares lugar es han cometido desmanes… desmanes… —¿Contra —¿Contr a la pr opiedad? opi edad? Sign up to vote on this title —¡Contra todo, todo , doctor do ctor!… !… Y como co mo ya es la l a segunda seg unda vez, se s e hapedido pedi el envío enví o de Notdo useful Useful —¿Del ejér ej ército cito?? —Sí. Era lo l o único que se podía po día hacer. hac er.
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acosó a Vicente: Vicente: —Pero —Per o , ¿se necesita nec esita o no se necesita neces ita or o r den? —Sí —admitió —adm itió Vicente como co mo si no le quedar qued araa otra o tra alternativa—. alter nativa—. Orden… Or den… —¿De acuerdo acuer do?? —Brun insistía insi stía en su acoso aco so por que no estaba del todo co respuestas vagas de Vicente—. ¿O el orden se puede ir al demonio y nosotros nos p como si tal tal cosa? —No —dijo —di jo Vicente como co mo si r eacciona eacci onarr a ante el tono to no imper impe r ativo de Brun. Br un. —Y si usted me m e admite adm ite que se necesita necesi ta or o r den, ¿quién ¿qui én lo l o puede r establecer establece r mejor mej or ¿La policía del Territorio? Vicente rechazó esa última posibilidad con un ademán despectivo. —Entonces —conc —c oncluyó luyó Brun—, Brun— , conveng co nvengaa conmig co nmig o que el ejér e jército cito es lo l o mejor mej or Por primera y única vez Vicente habló con una voz decidida: —Pero —Per o el ejér cito es la semana sema na de enero ener o del 19 —reco —r ecorr dó—. El ejér cito sig Trágica, sobre sobre todo para los obr eros. —Según las ó r denes que traig tr aigan. an. —Sí… Según Seg ún las ó r denes que traig tr aigan an y según seg ún quien las quien las traiga —reflexionó Vicen —Lógicam —Lóg icamente. ente. —Br un hizo un ademán para par a que el mucamo mucam o empezar empeza r a a ser olvide que aquello aquello fue muy semejante semejante a esto… Siempre pasa lo mismo: piden algo, algo , se los trata con consideración, se ve la mejor forma de llegar a un acuerdo, per perturbando y exigiendo cosas… —¿Y no pueden exigi exi girr cosas? co sas? En ese momento, Brun recibía una copa de manos del mucamo, miró hacia el la advirtió que no había sido él quien acababa de hablar, sino esa señorita de comprendió que ella se había dirigido a su novio o acompañante o lo que fuera, po importaba ni se metía en la vida privada de nadie, pero como el doctor Vera no c creyó en la obligación oblig ación de explicar: explicar: —Como —Com o poder po der exigir, exig ir, sí que pueden… puede n… Ahor Aho r a bien bi en —y de nuevo se dir di r igió ig ió a Vic de exigir cosas y de lograrlas, llegan a la violencia. Son ellos quienes la provoca Rompen todo lo que pueden, deshacen lo que ha llevado años construir… y sin sentid repitió Brun—. ¿Qué se puede hacer, entonces?… Lo queSign se up hizo enonBuenos to vote this title Aires: ll para que el ejército defienda lo que naturalmente tiene quedefender… Useful Not useful —¿Naturalmente? —¿Natural mente? —De nuevo había hablado esa señor seño r ita de Galleg Gal legoo s mientra mie ntra copa a un costado, sobre la alfombra, indecisa pero bruscamente, advirtió Brun, com
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—Bien… —aceptó Brun Br un con co n una r esignada esig nada toler tol erancia ancia—. —. Usted me m e preg pr eguntaba untaba q yo cuando afirmé… —había adoptado un tono lento, receloso y muy hábil y daba l retroceder, palparse para recordar cómo tenía el cuerpo y cuántos pasos hacia atrá trastabillar ni chocar con algo duro—, que el ejército defiende lo que naturalm defender. —Sí. Eso er a lo que quería quer ía que me m e aclar acl arar ara. a. —Bien… —volvió —vo lvió a decir Brun—. Brun— . Yo Yo tengo un planteo pl anteo perso per sonal nal sobr so bree todo to do esto ejército es orden or den y es fuerza, naturalmente naturalmente tiene tiene que defende defenderr lo que supone supone orden o rden y fu —¿Por qué? —Bien… —Brun —Br un r eculaba, eculaba , pero per o ya se iba deteniendo—. deteniendo —. Por que le conviene co nviene supervivencia, y porque, en última instancia se trata de salvar lo mejor, lo que produ tiene tiene más porvenir… porvenir … —¿Y usted cree cr ee que son so n ustedes los l os que tienen más m ás por po r venir ? —¿Ustedes?… ¿Quiénes ¿Qui énes son so n «ustedes»? —Los estancier o s. —Usted se equivoca equivo ca si plantea las cosas co sas así, señor seño r ita. Discúlpeme. Discúlpe me. Pero Per o aquí estancieros contra obreros… —¿Y de qué si no? —De hombr ho mbres es de or den co c o ntra asaltantes asal tantes —dijo —di jo Brun pausadamente, pausadam ente, com c omoo si concluido. Pero Yuda no estaba dispuesta a que ese señor le revoloteara majestuosamen mientras bebía con satisfacción y sin muchas ganas ese líquido verde. —Pero —Per o … pero… per o… —Vicente —Vicente compr co mprendió endió que la condescendenci co ndescendenciaa de Brun Br un la hacía hacía perder per der—. —. ¿Quiénes son so n los lo s asaltantes asaltantes según seg ún usted? usted? —pudo preguntar pr eguntar Yuda Yuda finalm Brun depositó su vaso sobre una mesita, se pasó reposadamente la punta de la le labios, jugueteó con sus gemelos de amatista y después lo consulto a Vicente p corr espondía espondía hacer: hacer: —Yo —Yo quería quer ía info r marle, mar le, doctor, doc tor, de lo l o que ha pasado en el Terr Ter r itor io durante dur ante su ustificó—. Supuse que usted iba a llegar en menos tiempo a Punta Arenas que a Galle habían informado que usted estaba en Río Grande… Sign up to vote on this title —Yo —Yo le ag r adezco, adezco , Brun, Br un, y… Useful Not useful —Pero —Per o todavía todaví a no me ha contestado co ntestado quiénes son so n los lo s «asaltantes» «asal tantes» según seg ún interr interr umpir Yuda y esta esta vez tenía tenía los ojos o jos cargados car gados de lágr lág r imas que no podía ni dejar
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ellos tienen derecho a ejercer su venganza, los hombres que están en la vereda de en deben deben gozar go zar de ese derecho. —¿Qué der echo? echo ? ¿Ganado? ¿Gana do? —Ahora —Ahor a no impor im por ta si ganado g anado,, señor seño r ita, per o sí s í recípr r ecípr oco. oc o. —Ah… —se asombr aso mbróó Yuda renco r encorr osamente. os amente. —¿O usted no le r econo eco noce ce algún al gún derecho der echo a esos eso s señor seño r es? —En absoluto. abso luto. —Es pelig pe lig r o so eso que usted acaba a caba de decir. decir . Muy pelig pel igrr o so… so … Per o yo no tengo discutir para defender mis derechos, porque cuando me los atacan de esta manera, ése no es el sistema sistema más adecuado. adecuado. Los derechos no se discuten discuten con gente así. Prefier señorita, no discutir ni ganar discusiones… Y mucho menos en la Patagonia. Y mucho gente que que mezcla la política con lo que creen sus derechos… —Que mezcla mezc la la política, pol ítica, ¿dice usted? —una nueva brecha br echa se le abría abr ía a Yuda que se iba resolviendo en una serie de gambetas—. ¿Quiénes mezclan la política? —Toda esa e sa gente g ente rar r araa que se ha infil inf iltra trado do entre los lo s obr o brer eros os.. —¿Rara? —¿Rar a? —Sí, señor seño r ita: r ara. ar a. Y si s i no me cree, cr ee, preg pr egúntele úntele al doctor do ctor… … —y Brun r equer testimonio y la autoridad de Vicente para concluir con esa charla estéril, fuera de lu cierto acaso que se han infiltr infiltr ado elementos elementos extranjeros extranjero s en los últimos movimientos, m ovimientos, c —En Buenos Air es, por po r lo menos… meno s… —comenzó —co menzó a decir deci r Vicente. —¡Y aquí también, tam bién, doctor do ctor,, aquí también! tam bién! Y con co n esos eso s extranjer extr anjer os… os … —¿Usted es judío ? —Yuda —Yuda se había puesto de pie, contrar co ntrar iada, y buscaba manguito de piel. Brun no quiso vacilar: —Sí —cabeceó —cabec eó—. —. Soy judío… judí o… ¿Por qué? —Por nada —dijo —di jo Yuda—. Yo Yo también. tam bién.
Durante todo el viaje de regreso, Vicente estuvo pensando en eso: Yuda habl Sign up to vote on this title «Siempre tiene que decir la última palabra», se repetía; y eso Yuda lo hacía con e Useful Not useful como si quisiera dejar una marca antes de irse. Lo mismopodría haber escupido sobr ensuciado con grasa en las paredes. Y Vicente se sentía irritado, como engañ
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quien cualqu cualquier ier objeción era er a como un tant tantoo en cont co ntrr a, como una derr derr ota. —Pero —Per o para par a mí no fuero fuer o n unas vacacio vaca ciones nes —asegur —ase gur ó . —¿Qué fuer f ueron? on? Vicente tenía los ojos nublados: —Todo —dijo —dij o con co n dificultad. difi cultad. Yuda se quedó pensativa, después lo señaló: —Sos muy llo l lorr ón —dijo . —Sí —admitió —adm itió Vicente sin si n ningún ning ún pudor pudo r —. Por eso quier o que q ue te quedes co nmig —¿Tal cual soy? so y? —Sí… —No. Un «sí» de esa maner a no me convence, co nvence, necesito nec esito algo alg o más fir me. Vicente icente se rió r ió como pudo: pudo: —¿Me estás coaccio co accionando nando…? …? ¿Quer ¿Que r és que nos…? no s…? —¡Yo —¡Yo no quier o nada! Yo Yo no coaccio co acciono no a nadie. nadie . Vicente icente se volvió a reír, r eír, esta vez vez con mejor mejo r suerte: —¿Crees —¿Cr ees en la l a liber li bertad tad de los lo s otro o tros, s, no? no ? Cuando llegaron a Gallegos, las tropas estaban desembarcando. Habían llega transporte, casi de noche, y los soldados iban formando en medio de la playa desi mansamente, con la mochila entre los pies, y cuando tenían que avanzar unos pasos, n sino que la iban pateando con suavidad mientras se alineaban. Parecían fatigados y se fusil: el fusil era un mostrador y ellos no pedían nada para beber, solamente co botellas vacías, las contaban o se miraban en un espejo descascarado. Estaban cans importaba mucho. Pero, de pronto, alguien dio una orden, un clarín rasgó la pesad desplomado encima de esos hombres, el mostrador y las botellas desaparecieron, corrieron sin entusiasmo al costado de sus pelotones y el grupo de oficiales avanz hasta hasta colocarse colo carse en la punta de de la columna co lumna y la marcha mar cha comenzó. Vicente y Yuda los contemplaban desde la cresta de la loma: él hab correspondencia, las instrucciones de Buenos Aires, y tenía urgencia por ponerse en Comandante. —¿Vienen —¿Vienen de Bahía Blanca? Blanc a? —quiso —quis o saber Yuda. Sign up to vote on this title —No. Directamente Dir ectamente de Buenos Bueno s Aires. Air es. Useful Not useful —Poca gente ge nte los lo s viene a recibi r ecibirr … Vicente icente miró mir ó hacia la playa, playa, después después recor r ecorri rióó con la vista la loma lo ma en la que esta
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—¿Qué esper es peramo amos? s? —Yo —Yo esperaba esper aba al Comandante Com andante —Vicente —Vicente mir mi r aba en direcció dir ecciónn al transpo tra nsporr te—, no ha desembarcado. —¿Lo cono c onocés? cés? —Yuda —Yuda estaba impaci i mpaciente. ente. —Es un viejo viej o r adical. adical . Estuvo Estuvo en e n la r evoluci evo lución ón del cinco ci nco.. —Pero —Per o , ¿realm ¿r ealmente ente lo conoc co nocés? és? —Bastante… Lo sufici suf iciente ente como co mo para par a no estar preo pr eocupado cupado.. —¿Y qué tal es? —Radical. —Radical . Y con co n eso basta. —Vicente —Vicente estaba r isueño y se sacudía sacudí a el polvo pol vo hombros—. Todos los radicales somos gente de primera… Esperaron un rato más, infructuosamente; cuando regresaron al pueblo, ya e Vicente icente iba r epitiendo epitiendo como com o si se justificara: justificara: «—Me «—Me hubiera gust g ustado ado saludarlo… saludarlo … hub el primero prim ero en ponerme en contact contactoo con co n él…». Esa misma noche lo despachó a Míguez con la orden de invitar al Comanda siguiente: siguiente: «—¡Qu «—¡Quee lo esperamos esper amos a almorzar almo rzar!» !»— — le recor r ecordó dó ya cuando cuando Míguez iba co puerto. Al Al rato, r ato, el chico regr reg r esó jadea j adeando. ndo. Vicent Vicentee lo esperaba en la vereda: ver eda: —¿Qué dijo di jo?? —Que antes de la pr esentación esentació n de la tarde, tar de, viene… vie ne… —¿A almor alm or zar? zar ? —Sí… Míguez se retiraba r etiraba a la cocina, cuando cuando Vicente icente lo volvió a llamar: llamar : —Decime, ¿había alguien alg uien en el e l puer to? El chico chico pareció par eció recap r ecapacit acitar: ar: —No —dijo —di jo por fin—. Ni un alma, al ma, per pe r r o s nomás… no más… —¡Ah…! —¡Ah…! Ya Ya compr co mprendo endo por qué lleg ll egaste aste sin si n aliento. ali ento. Al día siguiente, a las once en punto, apareció el Comandante Baralt. Era un gastado y le gustaba exhibir su sólida dentadura. Cuando Vicente lo presentó a Yuda, s aspecto, por el polvo de sus botas y después elogió sinceramente cada uno de lo sirvieron. Yuda ni agradeció, daba por supuesto que los había preparado ella y Vicent hasta hasta era er a capaz de mostrarse aliada de ese hombre. Pero Pero,, con todo, prefer ía queestuvi estuvi Sign up to voteprefería on this title —Usted tocaba muy m uy bien la l a guitar g uitarrr a —reco —r ecorr dó Vicente reco r ecostándo stándose en su silla. sil la. useful Useful Not se Barr alt optó por no darle impor tancia Ba tancia a ese mérito: —Hace mucho de eso —se volvió vol vió hacia Yuda—. Imagínese Imag ínese señor seño r a, que yo
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Bar alt estaba Bar estaba intrigado: intrigado : —¿Así que pr ivileg ivil egio ios…? s…? ¿Qué ¿Q ué privil pr ivileg egio ios? s? —Imagínese… —Imag ínese… —Vicente —Vicente paladeó pal adeó su respuesta—. r espuesta—. Yo Yo entraba entra ba con co n Gabino Gabi no Ezeiza. —¿En serio ser io?? —Baralt —Bar alt sabía sabí a ser r espetuoso espetuo so.. —Sí. Le llevaba la guitar g uitarrr a. Y los dos estuvieron de acuerdo y sintieron un gran fervor por ese verano del hablaron de caballos, se detuvieron bastante a discutir los méritos de un petizo del habían conocido cierta vez, se emocionaron recordando cosas del Viejo, fueron ecu méritos de cada uno y, por fin, desembocaron en lo de la Patagonia. Yuda los escu nada. —Yo —Yo creo cr eo que esto es muy simple sim ple —afir —afi r mó Baralt—. Bar alt—. El levantamiento levantam iento de Territori Terr itorioo r esponde a la falta falta de fuerza de las autor autoridades idades locales. Y es lógico lóg ico que así levemente hacia Yuda Yuda y después hacia hacia Vicente—. Vicente—. Pero yo tengo la impr im presió esiónn de que co va a pasar una cosa semejante. Toda esa gente respeta al ejército, casi todos ellos han filas, allí se los ha tratado duramente, puede ser, pero con justicia… A todos iguales. que haber visto y lo tienen que haber comprendido. Estoy seguro de eso. Yo me después de muchos años con antiguos soldados míos, aun con los más chúcaros, y s saludado con cariño. Ellos saben qué significa nuestra institución, la conocen desd años y son los que más vinculados han estado a ella —Baralt bebió el último sorbo copa y la detuvo a Yuda con un ademán cuando le quiso venir nuevamente. «Ten explicó brevemente. «No me tiente, señora», después siguió—: Por eso creo… Estoy cuando cuando se enteren que venimos venimos con las tro pas, todos todos se van a allanar… —¿Ése es el tono que le piensa pi ensa dar a su misi m isión? ón? —preg —pr eguntó untó Vicente. —El tono, tono , no, no , doctor do ctor.. Mi Mi consig co nsigna. na. —¿Las ór ó r denes, quier qui eree decir deci r ? —Sí. —Me alegr aleg r o … Barr alt había Ba había empezado empezado a golpear go lpear su vaso con una cucharita, cucharita, pero se detuvo: detuvo: —¿Por qué se aleg al egrr a? —Por que me tranquili tranqu iliza. za. Anoche ya me… m e… Sign up to vote on this title —Ahora —Ahor a bien —lo — lo interr inter r umpió umpi ó Baralt Bar alt haciendo haci endo sonar so nar vasoy Not dándose dándo tiem po Useful usefulse tiempo su tintineo—. Nosotros venimos con esa consigna… Ya le dije que estamos segu tendremo tendremoss dificultades dificultades y queremos queremos que todo todo se arregle arr egle bien y rápido, por que sabemo sabemo
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su fuerte fuer te dentadura—. dentadura—. Yo, Yo, en cambio, cambi o, soy so y un idealista que cree en las l as instituciones. —Yo —Yo también —se adelantó adel antó a asegur aseg urar ar Vicente. —¡Pero, —¡Pero , doctor do ctor!! —Baralt —Bar alt se s e despo des pojó jó de todo to do r esto de sever s everidad—. idad—. Da la l a impr i mpresi esi estuviera estuviera haciendo haciendo un carg o… ¿No le parece, señor a? Yuda dijo que sí. En ese momento momento llamaro n a la puerta de calle. —Debe ser para par a mí… mí … —Baralt —Bar alt mir mi r ó hacia la entrada entr ada del comedo co medorr y se secó en labios. —Su ayudante… —anunció Míguez desde la l a sala. sal a. —Es que es mi hor ho r a —Baralt —Bar alt consultaba co nsultaba su r eloj—. elo j—. Ustedes me van a perdona per dona mandé avisar, avisar, doctor, ahora tengo for f ormación mación de la tarde. Se puso de pie, hizo sonar sus tacos delante de Yuda, le tendió apresuradam Vicente y le aseguró que ya iban a hablar con más tiempo, y después fue saliendo p ayudante: —¡Pueden mir ar desde aquí! —ofr —of r eció—. eció —. ¡Desde el ventanal…! ¡Me ¡Me encargué encar gué buen espectáculo! —y salió ajustándose el sable. Yuda y Vicente miraron a través del ventanal: en la vereda de enfrente estaba fo Eran dos largas hileras segmentadas en pelotones y esperaban la orden del oficial de se había detenido en medio de la calzada, frente a sus hombres y se apretaba el sable c El oficial que dirigía la formación se paseó por delante de las filas de soldados toqu barbilla, hundiendo el dedo en dos, cuatro barrigas. «Tiene cara de nutria», pensó Y ventanal. Pero no estaba segura de haber visto una nutria en su vida, en cambio, en e manejado muchas láminas con roedores, y ese oficial tenía unos labios de roedo r ecordó ecor dó Yuda Yuda y apretó la cara contra el vidrio. vidr io. —¡Al —¡Al señor seño r Comandante Com andante del Regimie Regi miento…! nto…! —anunciaba ese ofici of icial al de cara car a deré… der é… ¡chá! ¡chá! Ciento ochenta, doscientas cabezas giraron. «—Apuntando con la nariz… con exigiendo el oficial con un enérgico susurro y caminando de espaldas a medida qu Baralt que se puso rígido y esperó a que se volviera girando sobre sus talones para c novedades. Baralt había comido bien, había bebido bien, doctor Vera Signel up to vote on this title parecía u aunque lo encontraba demasiado joven para la función que le habían En cu useful Useful Notconfiado. que usaba… hubiese sido mejor que se la cortase. El oficial giraba sobre sus talone ridícula una barba así», se dijo Baralt y después, confusamente, recordó que la mu
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—¿Alguna —¿Alg una otra o tra novedad? no vedad? Varrón hablaba sin pestañear: —Estamos —Estamo s consig co nsiguiendo uiendo los lo s medio me dioss de lo l o como co moció ción… n… —¿Cuántos autos auto s pudo conseg co nseguir uir?? —Hasta el mo mento, mento , cuatro, cuatr o, mi Comandante. Com andante. —¿Y camio cami o nes? —Siete. —Bien —dijo — dijo Baralt Bar alt satisfec s atisfecho—. ho—. Con Co n eso es o nos vamos vamo s a arr ar r eglar eg lar perfectame per fectamente… nte… terminar cuanto antes con todo esto. Varr ón parpadeó: —¿Los vamos vamo s a salir sal ir a buscar ? Yuda apretó apretó el dedo sobre so bre el vidrio: vidrio : —¡Mir —¡Miráá quiénes quiéne s vienen vie nen allá! all á! Vicente mir ó hacia donde do nde señalaba Yuda: Yuda: —¿Quiénes?… —¿Qui énes?… No veo nada. —Es que tenés que mir mi r ar desde aquí —Yuda —Yuda lo l o atrajo atr ajo hacia su costado co stado y Vicente Vicente le seguía apuntando—: Allá, al fondo, detrás de esos chicos que están mirando… —Sigo —Sig o sin ver ve r —confesó —co nfesó Vicente. —¡All —¡Allá, á, hombr ho mbre! e! —lo empujó empuj ó Yuda. Por el fondo de la calle avanzaba una columna de obreros: iban en silencio, co costado del cuerpo. Muy pocos se habían tomado de los brazos como si quisieran ref sus propios cuerpos. Tenían unas caras hoscas y el polvo les había oscurecido la piel. tenían tenían odio, un odio magnífico, que no iba a terminar así nomás y que no se acabaría acabaría creído siempre. «El odio se acaba. Las ganas de comer se acaban». No. Ese odio e cuerpo duro y vivo. Y si esos hombres tenían la cara envejecida y avanzaban sin titu los pies sobre el suelo con firmeza, golpeando el suelo, era porque en ese momen enemigo. El mundo también era duro, enemigo. Y si se negaban a trabajar, era porqu las manos desocupadas, cerca, a los costados de su cuerpo. Y avanzaban en direcc formada. —Llevan un cajó ca jónn —mur muró mur ó Yuda. Sign up to vote on this title —Sí. Es un entierr entier r o. Useful Not useful Barr alt había Ba había avanzado avanzado unos pasos y co nsultaba nsultaba algo con ese oficial o ficial que estir estiraba aba s hacia adelante como si olfateara el aire o una osamenta, o como si se estuviera alistad
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Ellos eran unos imbéciles y por eso les podían hacer esas cosas; ellos no tenían nad buenas manos para cortar la lana de las ovejas, agarrando las tijeras y moviéndolas carne. Manos y nada de cabeza. Unos imbéciles, en suma. Después habían aparecido l blanca, Corral los mandaba. Y ahí estaba ese muerto. El primero. ¿Cómo se llamaba? o, a lo mejor, Alfaro. Quizá, también, Cecchi o Ñancul. No importaba, daba lo m cuentas ¿qué querían todos ellos? Trabajar sin que les gritaran: «¡Venga, cuidado, ahí Que los mandar mandar an, sí, vaya y pase, pase, pero que no los lo s estuvieran estuvieran cargo car goseand seando. o. «—¡Por «—¡Por pasar!», vociferaba ese hombre. Que se hiciera a un lado. Porque casi todos ellos ha andaban por ahí y con ovejas y ya podían darse el lujo de creer que sabían lo que había alguno que no supiera qué era voltear una oveja y dejarla pelada? Y, además, q la mañana, al mediodía y a la noche. Y no mucho. Una cosa caliente y con eso bastaba o menos blanda, y con eso bastaba. bastaba. Nada Nada de «camaro «camarotes tes»» ni de por querías por el estilo Y de vez en cuando, bajar a Gallegos y correrse hasta esa casa amarilla y pase filas de mujeres sonrientes y aburridas, sentadas en sillas de paja, que leían el dia atrasado generalmente— o tejían o se arreglaban las uñas o chistaban empecina esperanza, para para elegir eleg ir a Victoria, Victoria, o dejarse convencer por Casilda Casilda o para tumbar tumbar se en plazas de Silvia que era bizca y recitaba, o meterse en la piecita de La Paraguaya que tenía tenía fonógr fonó grafo afo aunque no andaba. andaba. Echarse Echarse ar riba ri ba de cualquiera cualquiera de ellas que, en el fon bastante aunque se vistieran con distintos colores y usaran, una, Alicia, «Violetas de casi todas, «Plaisirs de la nuit». Y tocarlas un poco, tres o cuatro minutos, jugue pezones o hundiéndoles las manos entre los muslos. Tres o cuatro minutos, nada más no tenía pezones, eso sí, pero no se quejaba ni nadie se lo notaba ni se lo echaba en ca una cosa dulce y tranquilizadora les corriera por la nuca, por la espina dorsal hasta l que se abr abr ía, un cielo muy blanco o un hilo infinito que les calmaba el cuerpo. Tr Tr es o y, después, las ovejas de nuevo. No era gran cosa lo que pedían, además de un b instrucciones en castellano. Vivir, vivir tres o cuatro minutos cada dos o tres meses. ahora ese tipo de uniforme que se había parado en medio de la calle les gritaba que Nada. Ellos seguirían su marcha. ¿Matar? Que mataran. La muerte se repartía, se soldados estaban a la izquierda, sobre la vereda, ese oficial flaco sin saber qué h gritan gr itando do en medio de la calle: Sign up to vote on this title —¡Les or dené que no siguier sig uieran! an! —Baralt —Baral t se había parado par en puntas de pie. pi e. Useful ado Not useful —Siguen… —Sig uen… siguen… sig uen… —mur muraba mur aba Yuda como co mo si r ezara ezar a y su frente fr ente se enfriab enfr iab del ventanal—. Siguen… Sigan, Sig an, no se par en…
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france fr anceses ses o alemanes. —¿Mi Comandante?… Com andante?… —Var —Varrr ó n esper aba cuadr ado a espaldas espal das de Baralt. Bar alt. Baralt no se dio vuelta: —¿Qué quier qui ere? e? —¿Hago poner pone r en descanso? descans o? —¡Qué descanso descans o ni qué niño ni ño muer m uerto!… to!… Hay que mover mo verse se en segui se guida. da. Esta mism Yuda los miraba: mi raba: Baralt Baralt y ese oficial o ficial con cara de liebre liebr e dialogaban dialog aban en medio medio de l —Ahora —Ahor a se estar es tarán án echando las culpas c ulpas de lo que pasó —calculó —calc uló.. —¿Eso te divier te? —Vicente —Vicente tenía un air e sombr so mbrío ío.. —Bastante. —¿Y qué es lo l o que no te divier divie r te si se puede saber ? Yuda se volvió para hablar con un tono apacible: —Lo que es realm r ealmente ente serio ser io,, Vicente. Vicente. Y no estas imbecil im becilidades idades de Instituciones Institucio nes i —Se trata tra ta del Ejér cito. cito . —¡Y a mí qué me impor im por ta el ejército ejér cito!! —a Yuda Yuda se le había ha bía aflautado afla utado la l a voz—. vo z—. Po de que este o aquel miembro de la institución sea así o asá, sino que todos habla manera, como si siempre estuvieran comiendo… Y todo lo hacen como si comier ganas y saludan con la misma dureza creyendo deslumbrar o vaya a saber qué… Y t mismas cosas metidas en la cabeza: ideas enérgicas, inobjetables, invulnerables… inapelables. Como habló ese señor —dijo Yuda por Baralt— hablan todos… T Institución… Y hablan a las mujeres en una forma idéntica y tienen una idéntica cap idiotas idio tas —Yuda —Yuda tenía tenía un gesto desapacible—. Y una idéntica idéntica ambición ambici ón por po r ser idiotas. idio tas. —¡Yuda! —¡Yuda! —Sí… ¡Yuda!… ¡Yuda!… Sexto g r ado —enunció ella ell a cor co r tajeando las palabr as—, mucho m ucho tres años de gimnasia gim nasia y tr tr einta einta esperando a ver con co n qué revolucioncita pueden pueden arr arr egla —Yo —Yo r espeto al Ejér Ej ército cito —dijo —dij o Vicente con co n tiesur a. —Ya —Ya lo vi. No necesito neces ito que me lo r ecuerdes. ecuer des. —En este país han hecho gr andes cosas… co sas… —¡Por supuesto que sí! La Campaña Cam paña de los lo s Andes y no sé qué o tra chuchería chucher ía po en su éstos. Ésos —señaló Yuda a través del ventanal—, los únicos tiros que hantitletirado Sign up to vote on this en el polígono. Useful Not useful —Son r espetables, espetables , de cualquier cualqui er manera. maner a. Lo que no quier e decir que haya que viste viste lo que aseguró Baralt y las ideas que trae. trae.
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esforzándose por calmarse—. Solamente hago fuerza para que no se dejen engañar. duerman. —Pero —Per o si hasta ha sta sospecho so specho que estás r o gando… ga ndo… —¿Qué? —… Que se s e despanzur r en entre entr e ellos ell os.. Yuda le palmeó el hombro ho mbro con un ademán viril, intolerable: intoler able: —No hay nada que hacerle, hacer le, Vicentito… icentito … Pertenecés Per tenecés a un partido par tido de señor seño r itos ito s que derriten por los verdaderos señoritos y que harían cualquier cosa por imitarlos y ser i que por otro lado, se enternecen con los que están abajo. Para un lado y para el o ternura —se lamentó—, demasiado amor. Y eso no puede ser. —¿Así me m e ves? —a Vicente le l e temblaba tembla ba la cara. car a. —Sos así. así . —¿Y qué tengo que hacer para par a ser perfecto per fecto,, según seg ún vos? vo s? —Para —Par a ser perfecto per fecto… … no tengo la meno m enorr idea. Pero Per o para par a poder po der actuar con co n algún alg ún elegir, Vicente: o una cosa o la otra. Vicente icente se vio r eflejado en el vidrio vidr io del ventanal ventanal y eso le molestó: —Yo —Yo —dijo —dij o tratando tra tando de ver ve r qué o curr cur r ía en la l a calle—, call e—, a pesar pe sar de todo lo que e en la equidistancia. Yuda bostezó bo stezó:: —Ya —Ya me doy cuenta… ya me doy do y cuenta… Eso era er a demasiado y Vicent Vicentee salió pegando un por tazo. tazo. En la calle, Baralt se había apoyado contra un paredón, con los brazos contemplaba distraídamente a Varrón que se disponía a ordenar. —¡Atenció —¡Atención!… n!… —un sacudim sa cudimiento iento r ecor eco r r ió las filas fil as de soldado so ldados, s, todos to dos se irgui ir gui —volvi —vo lvióó a or denar Varr ar r ón. Los que se habían afloj afl ojado ado un poco, poc o, alzar alza r on el pec hombro… —Varrón tenía la boca abierta, prevenía a la tropa…— ¡ar! —ciento oche fusiles se alzaron y brillaron con el sol de la tarde. Varrón los recorrió con la vi conforme—. Derecha… —Varrón se balanceaba hacia adelante, tieso— …¡deré! movimiento y toda la tropa quedó enfrentada hacia el puerto, dando la espalda a fren obreros que ya se perdía al final de la calle en dirección cementerio—. De Signal up to vote on this title demoraba su orden, tenía los puños cerrados…— ¡march! Un, dos, un,useful dos —y la tr Useful Not movimiento haciendo haciendo crujir el pedreg pedregullo ullo de la calle pri principal. ncipal. —¡Viva —¡Viva la l a Patria! Patr ia! —gr —g r itó uno de los lo s chico chi coss que había habí a estado mir mi r ando; ando ; Vicente lo
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«—Salimos, no» —lo corrigió Soto calmosamente—. «Los acontecimientos usted lo sabe mejor que nadie». «—Pero «—Pero se pudo pudo hacer ¿no es así?». «—Sí que se pudo hacer, pero entonces era un tanteo, la primera vez, y había qu r espondía» —dijo Soto. «—Y r espondió… espondió … Ya Ya ve que la g anamos». «—¿La ganamos?» —Soto había estado arreglando la palanca del molino y manos en el pasto pasto para par a limpiarse limpiar se la gr asa—. «¿O fue el doctor Vera Vera quien arr egló tod «—Él no hizo nada más que… canalizar lo que ya estaba listo». «—Pero «—Pero lo canalizó, canalizó, ¿no es cierto?, y él fue ¿no es cierto?». cier to?». Stocker se quedaba en silencio, pero no porque reconociera que Soto tuviera r hacer olvidar o lvidar delante delante de los que los lo s escuchaban escuchaban el impacto impacto de esos argument arg umentos os y par armarse más o menos los suyos. suyos. «—Pero usted sabe, Soto» —Stocker recomenzaba la discusión sobándose el p blanco, como si buscara algún apoyo para su leve tartamudez y para no resultar contraste que lo hubiera desprestigiado delante de la irritante, estúpida calma de ustamente nos han dejado de pagar después de la esquila. Justo. Ni un día antes ni un usted ve» —decía con una voz casi plañidera—, «no querían que trabajáramos. Sol que les arregláramos sus negocios y nada más. Son unos ladrones y nos roban. Nos en su juego y lo hicier on entr entr ar al doctor…». doctor …». «—¡No, entrar, no!» —Soto era exacto, ceremonioso—. «Diga mejor que se buena fe». «—¿A usted le consta?». «—¿De qué?». «—De su buena fe». Soto había dejado dejado de frotarse fr otarse las manos engrasadas: «—¿Me «—¿Me quiere insinuar insinuar algo?». algo ?». «—No. Le aseguro que no». «—Bueno… Sí. Me consta de su buena fe» —hacía rato que las manos de Soto —. «Yo «Yo estuve hablando con co n él: me dio gar ga r antías cuando Sign nadie lasthishabía fr ecido up tome vote on title o frecido Me aseguró que nadie me iba a molestar y nadie me molestó. no pasa todo Not useful Useful Yeso Patagonia…». «—Ni «—Ni en ningún lado» —r atificaba atificaba Stocker, Stocker, porque por que él prefería prefer ía mostrar mo strar que se p
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«—Pero «—Pero… … ¿y vamos a dejar pasar esta opor tunidad tunidad?». ?». «—¿Qué oportunidad?». «—Ésta, Soto» —Stocker se esforzaba por tener mucha paciencia, para no al mientras estuviera Soto, él no sería jefe jamás—. «La gente no cobra, se da cuen engañada, y lo único que espera es que le metamos». «—¿A usted se lo pidier on?». «—No. «—No. Pero a mí me m e consta que están calientes». calientes». «—Eh… Calientes… calientes…» —Soto tenía un desdeñoso aire de veterano—. uno está caliente y sin embargo no se encama. Se aguanta». Pero como Stocker siguió insistiendo y siempre con los mismos argumentos, dispuesto dispuesto a repetir lo s suyos, que también también iban iban a ser los l os mismos, m ismos, se fue. «—La gente está caliente y yo no» —concluyó medio adormilado—. «Y para m sentir lo mismo que sienten los demás. Yo prefiero esperar a que venga el doctor. P hablar porque quiero ver lo que dice» —y abandonó esa estancia sin que ninguno, ni se animara a pensar y mucho menos a decir que se iba porque tenía miedo. Ensilló s madrugada y montó con demasiada calma delante de los que estaban aposta contemplaron en silencio. Pero no en un silencio hostil, sino más bien perplejo o de contrariedad, por todo lo que sabían de él y por su destreza, hasta por la forma en pierna al montar, y porque los abandonaba. Era una garantía Soto: mandaba matar, porque él transmitía rabia y justificaba una muerte. Y salió en dirección a Gallegos. T al doctor Vera y pronto, con urgencia, porque las cosas iban a andar muy rápido. No que hicieran tiras a la gente porque estaba caliente: matar a un tipo caliente, era matar asesinar asesinar lo. Y fue marchan mar chando do a campo traviesa muy lejo s de los lo s caminos. Empezaba Empezaba a se cruzó con co n los hombres hom bres de Corral, Cor ral, desde lejos, por supuest supuesto, o, y calculó lo que pasab pasab dirección a esa estancia porque en la Sociedad Rural se había resuelto así antes de q militares: que todo ese asunto ya hubiera dejado de ser una huelga para convertirse en «Allí está la madre del borrego», se dijo. Corral marchaba con un grupo de p vinculada a la sociedad, de ésos que llamaban guardia blanca y que se hacían los pueblo. Y Soto pensó en volver para atrás, avisarle a Stocker y pedirle por favor que vuelta se dejaran insultar. Pero tenía que verlo al doctor y antes habría que muchas Sign up to votedar on this title Y Corral llegó a la estancia, se cambiaron algunos tiros desde pero con m Not useful Useful lejos, acertar, empeñán empeñándose dose en acertar y en logr lo grar ar que alguno de los de enfrente abriera mu largara a gritar de dolor y de miedo. Pero ninguno gritó ni se insultaron porque
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apoyó en la chimenea que estaba tibia y tiznada. Eso de estar apoyado contra ese gustó, porque el viento soplaba duro allí arriba y uno se sentía muy solo. Y desde el los hombres ho mbres de Corral Cor ral se abrían en abanico abanico y se iban echando echando atrás del bebedero bebedero,, junt entre entre las rued r uedas as de ese carr o, pero per o cuando cuando estaba observando a dos que se escondían y entre unas viejas gomas de auto, sintió que lo golpeaban con un fierro o, mejor, co hielo muy duro , aun cuando cuando no supo muy bien si en el cuello o en el pecho, pecho, pero per o el rosa y todo se le ablandó, los corvas y el techo de esa casa por donde fue rodan declive, declive, la canaleta canaleta de desagüe desagüe de donde se quiso quiso agarr agar r ar y, por fin, la tierra tierr a donde ca o cuatro veces. veces. No insistieron los de Corral. Se habrían demorado una hora rodeando la es después de ese tiroteo hubo una larga pausa en la que los hombres de Stocker se mi puestos, primero en silencio y oliendo la pólvora, y después cuchicheando sus pron los de Cor Corral ral se iban o se quedaban quedaban hast hastaa la noche. Pero la señal de que que se iban, fue fue el —¡Los va a venir veni r a buscar busca r el Ejército Ejér cito!! —les anunció. anunció . Se había puesto las mano la boca—. ¡Y se les va a acabar el juguete! —volvió a anunciar, y cuando Stocker lo carabina, justo al medio del pecho, el tiro resonó, pero Corral no se espantó ni se sino que se agarró la bragueta y chilló—: ¡Para ustedes! —otro tiro de Stocker y na chilló Cor r al como si tal cosa—: ¡Para ¡Para ustedes! ustedes! Después se fueron y los hombres de Stocker comenzaron a reunirse en uno de lo solo muerto y era er a de ellos, pero ya se habían habían largado, y de ahí en adelant adelantee todo sería m había que empardarles, que ganarles. «Listos», pero sin prepararse, y hasta bromean calientes y se habían probado, hasta sabían con certeza cómo les funcionaba el Winchester, manoseándole el gatillo, la recámara, recontar las balas, sobándolas ta que el sudor se enfriara sobre el metal y que el metal se entibiara. El odio reciente e contaba, el de a ver quién volteaba a quién y no el de los pesos que habían dejado de p la esquila ni las colchonetas roñosas que jamás les habían cambiado. Ya no eran lo hijos de tal por cual, sino enemigos. enemigo s. Stocker ordenó que uno de los domadores, amigo de Alfaro, lo pusiera a horca caballo y lo llevase rápidamente a Gallegos, al local de la federación. «—Que lo mismo y que lo vea mucha gente» —le recomendó—. «A Sign verupsitose largan en serio». « vote on this title suyo, Stocker?» —pidió ese hombre. Stocker dudó mucho antes deNotcontestar, pero useful Useful pregunt preg untaba aba era amigo de Alfaro Alfaro y uno de los que lo habían oído r epetir epetir desde desde el tech Stocker, quiero saber qué hago, si me quedo aquí o tengo que bajar con los demás
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Mossian se empeñó en contar su infancia en Entre Ríos y quiso describir el pala Urquiza. «—Un verdadero militar, un noble militar que fundó escuelas», repetía. Per seguir. En En la cocina abriero abr ieronn a cuchillo las latas latas de conserva, conser va, y más de uno se cortó co rtó exagerando su dolor pero divirtiéndose, así es que sólo quedaba pegarse una chupa tosco y ensangrentado y seguir mojando el pan en las arvejas o bebiendo el jugo de l almíbar, buscando la mirada de los demás para demostrar placer y esperando ap ruidosa complicidad. Stocker los dejaba hacer, él apenas si se eligió un cigarro y lo e sin ganas pero escrupulosamente. Después descubrió unos prismáticos que lo entu pasó un buen rato mirando por una punta y por la otra. Eso sí que era algo de jefe, y s cuello. Al fin de cuentas, todas esas cosas no importaban: pertenecían a los que los ha a los que no les pagaban, así es que ellos eran justicieros. Pero de cualquie confeccionar unas listas con lo que habían usado y con todo lo que habían comid bebidas no permitió que las tocaran. Gritó un poco, pero no tuvo necesidad de insist esos hombres hom bres lo entendie entendierr on y hasta no faltó quien lo co nsultara nsultara en voz vo z baja si debía p ese almanaque con una Vieja de las Ocas, barnizada como de azúcar, que se habí cocina. Después se quedaron en ese galpón: no se discutió porque Stocker era quien de Solamente algunos susurraron algo sobre si realmente vendrían las tropas o si los g habían sido para asustarlos. «—Soto también puede volver con noticias» —se arri Frías—. «—Sí…» «—Sí…» —dijo —dijo el otro—. o tro—. «—Puede «—Puedenn llegar órdene ór deness de la federación y más m ás Frías más m ás animado—. «—Puede «—Puede ser…» —murmuró —murmur ó el otro o tro recostá reco stándose ndose entr entr e unas b es lo que espera Stocker». «—Puede ser… todo puede ser» —el otro que hablaba Almeida no se comprometía. «— Yo Yo no me caso con nadie», nadie», solía decir para defini escuchaban y de paso, opinaban sobre Corral. «—Hace años le metieron un tiro en u tocaba y se reía» —recordó Pierini—. «—Si hasta se la golpeaba para que no le Traverso. Traverso . Él Él lo respetaba. respetaba. Corr al no le l e tenía tenía miedo a esas cosas. No No le asustaba asustaba que que l eso los lo s podía despreciar. Varios ario s estuviero estuvieronn de acuerdo acuerdo en que era era medio loco. lo co. —Un loco lo co lindo —sentenció Bermúdez Ber múdez mientr m ientras as se tanteaba un bulto que tenía en —¡Un —¡Un loco lo co macho! macho ! —comentó —com entó Pier Pi erini ini con co n admir admi r ación. ació n. —¿Por qué lo dice? —intervino —inter vino el yugo yug o slavo Davonich. DavoniSign ch.up to vote on this title —Por que se quedó quietito cuando Stocker lo baleó. baleó . Useful Not useful —¿Quietito? —¿Qui etito? —Ber múdez cer c errr aba sus dedos dedo s sobr so bree una bola bo la blanca. bl anca. —¡Sí, señor seño r ! —asegur —aseg uróó Pierini. Pier ini.
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pasaron esa goma larga por la cara. Y no lo hubieran hecho de cualquier manera. M estaba despierto. Aunque Hernández le tenía ganas desde hacía mucho, pero ganas algo, no de hacerlo desaparecer, porque a él le gustaba tener adversarios que valiesen de corr erse a la otra esquina del galpón, afirmó que por lo menos se la hubier hubier a hecho hecho —¡Es par a el upite! —r epetía incansablem incans ablemente, ente, enardecido enar decido por po r los lo s aplausos aplaus os de upite! Pierini lo detuvo detuvo con su natural natural erudición: —¿Para —¿Par a el upite?… ¡Qué va a ser para par a el upite! Eso es para par a hacer gár gá r g aras… ar as… Hernández se tambaleaba de alegría: —¡Ah!… —¡Ah!… ¿Sí? ¿Y cómo se hace? —Ese frasco fr asco se llena ll ena de agua ag ua —señaló —señal ó Pierini Pier ini—, —, y para par a eso tiene ese medido medi do puede llenar por la mitad o tres cuartos… Según. Si son dos o tres los que tienen que o toda la familia famili a entera. entera. —¿Y la gom g oma? a? —Hernández —Her nández se la pasaba pas aba por po r delante de la l a cara car a al imper i mperturb turbable able —Para —Par a soplar so plar,, así se levantan esas burbujas bur bujas que son so n buenas para par a las gár gá r g aras ar as con dignidad dig nidad.. —¿A ver? ver ? —Hernández —Her nández le l e puso la go g o ma delante del ante de la bo ca—. ¡Encajá ¡Encajá los l os labios labi os Pero Pierini, Pier ini, parsimoniosament parsimonio samente, e, lo apartó de un manotazo. manotazo. —¿Y? —preg —pr eguntaba untaba Hernández Herná ndez entre entr e las r isas de Vila Vilate—. te—. ¿Por ¿Po r qué no ponés po nés lo —A mí no me gusta gus ta poner pone r la boca boc a donde la ponen pone n otros otr os —dijo —dij o Pierini—. Pier ini—. tomo… Y era cierto. Y Hernández se pasó un largo rato cargoseando a los demás para v que alguno pusiera la boca: «—Si es para gárgaras» —repetía infatigablemente—. «P si lo dice Pierini». Y uno se lo espantó como a una mosca y Almeida le dio un empujó contestó porque se fue durmiendo al compás de los sacudones de su enorme ca Hernández se sentó y empezó a juguetear con su goma: primero la hizo culebrear s tierra, después se la enroscó en la muñeca, después la estuvo estirando para v aguantaba aguantaba y, y, cuando cuando se le rompió r ompió,, hizo la l a prueba con lo s pedazos sanos hasta hasta que, po cortando con su cuchillo en pedacitos minúsculos. Todavía estaba despierto y ya habí eran varios los que se deslizaban hacia los caballos cuidando queonnadie Sign upde to vote this titlelos oyera, uno de los que habían quedado apostados venía corriendo desde el Not filouseful del cañadón Useful unas botellas vacías, se levantaba y encogido y frotándose vivamente se acercaba grita —¡Vienen —¡Vienen las l as tro tr o pas!
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blanco. —¿Le tiro tir o ? —Davonich —Davoni ch se había habí a acercado acer cado arr ar r astrándo astr ándose se sobr so bree los lo s codos co dos.. —No… no… no … —Stocker le bajó baj ó suavemente suavem ente el cañó n de la carabina—. car abina—. Que no —¿Va —¿Va a hablar habl ar con co n él? Stocker estaba malhumorado: el sueño que le habían interrumpido, los que se h esa noche disminuyendo sus fuerzas, el frío que sentía en los huesos y lo rápid cumplido el anuncio anuncio de Corr al. «Demasiado «Demasiado r ápido», se lamentaba. lamentaba. Demasiado Demasiado r ápido las tr tr opas. —No vino nadie de Galleg Gal legos os —refunfuñ —r efunfuñó—. ó—. Ni uno vino a ayudarnos ayudar nos —a suboficial se había detenido junto al bebedero y miraba hacia todos los costados—. Y salga alguien… —¿Va —¿Va usted? —Davonich —Davo nich acar ac arici iciaba aba su car abina. —Y, —Y, tiene que ir alguno alg uno —admitió —admi tió Stocker con co n pesadumbr pesadum bre—. e—. Total: se nos no s mitad de la gente gente y no llega nadie de Gallego s… —No. Nadie —cor —co r r obor obo r ó Davonich. Davoni ch. Stocker Stocker mir mi r ó a través de sus sus prismáticos: —¡Fu! —reso —r esopló pló—. —. Son como co mo cincuenta. —O más. m ás. —Sí… —Stocker —Stoc ker seguía seg uía mir m irando ando por los lo s prism pr ismático áticos: s: era er a un montó m ontónn de insecto i nsecto los que se habían detenido en la entrada del cañadón. Y no tenían ojos ni boca. ¿Ma todos se las veía: eran de metal y brillaban bajo el sol—. Unos setenta —se rectificó. Davonich Davonich volcó la cabeza sobre su ar ma: —No tenemos tenemo s nada que hacer —dijo —dij o r esigna esi gnado. do. —Nada —Stocker, —Stocker , sin embar go, go , no se quería quer ía someter so meter—. —. Salvo que nos deje alma… —sugirió —sugirió.. —¡¿No hay nadie?! nadi e?! —preg —pr eguntó untó en ese e se mom m omento ento el subofic subo ficial ial y se quedó tieso, tieso , in casa, esos árboles y esos carros silenciosos. —¡Ahor —¡Ahor a va! —le contestó co ntestó Stocker —. «Que «Q ue espere, esper e, que se aguante» ag uante» —y nuevam hacia Davonich—: ¿A usted qué le parece? par ece? Davonich Davonich se aplastó aplastó aún más contra la l a tierra tierr a sin dejarSign deupapunta apun tarronhacia to vote this titleese subofi —¿Qué…? ¿Si ¿ Si la l a gente g ente va a aguantar ag uantar?? Useful Not useful —Sí. —Ganas tienen. Muchas ganas, ga nas, y usted sabe que se han quedado r ecalientes ecali entes
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—Sarg —Sar g ento Gor G or don do n —se pr esentó el subof s ubofici icial al sin s in despega despe garr las nalgas nalg as del bebed —Buenas… —saludó Stocker y le tendió la mano después de frotár fr otársela sela co advirtiendo advirtiendo que ese hombre er a bajo, mucho más m ás bajo que él y calculando que estarí estarí hablar alzándose en puntas de pie. —Buenas —dijo —dij o Gor Go r don, pero per o lo dejó con co n la mano tendida—. Vengo eng o de coronel cor onel Baralt con la exigencia de que se entreguen incondicionalmente… incondicionalmente… —¿Incondicio —¿Incondi cionalm nalmente? ente? —Sí. —¿Y eso qué quier e decir ? —Que no se les le s puede dar tratamiento tra tamiento de prisi pr ision oner eros os de guer g uerrr a… —¿Cómo —¿Cóm o dice? —Stocker lo mir aba con co n un gesto ge sto insolente; inso lente; por el verdaderamente sentía en la boca, porque no le había tendido la mano y porque p cuenta de que en cualquier momento, con que él hiciera chasquear los dedos o se le f yugoslavo Davonich lo bajaba de un tir tiro—. o—. ¿Nos ¿Nos quieren fusilar a todos? —iro nizó. —Nosotro —Noso tross no queremo quer emoss fusila fus ilarr a nadie… nadie … —No. Que no quier an, no. no . Que no pueden —Stocker señaló señal ó vagamente vag amente hacia Hay Hay mucha gente gente en posición y les podemos dar un dolor dol or de cabeza. cabeza. —¿Mucha gente? —el —e l sar gento ge nto Gor G or don era er a escéptico escéptic o —. Tenemo Tenemoss buenos bueno s info inf o r —¿Cor r al? Bah… Ése qué sabe. —Cor r al o cualquier cualqui eraa —dijo —dij o el sarg sar g ento Gor Go r don—. Ustedes no pasan de veinte doce Winchester… —Pero —Per o , de cualquier cual quier maner a, les le s podemo po demoss dar un dolo do lorr de cabeza, ¿no le par ece, El sargento Gordon le señaló los prismáticos: —Usted vio las tropas, tro pas, ¿no? ¿no ? —Sí. —¿Vio —¿Vio cuántos somo so mos? s? —Sí… —¿Y todavía todaví a cree cr ee en eso es o que dice? dice ? —Claro. —Clar o. Por Po r lo mismo mi smo que mir mi r é… por po r lo mismo mis mo que somo so moss menos me nos que ustedes… so.. —¿Se van a hacer hace r asesinar asesi nar?? —el tono to no de Gor Go r don no Sign lleg ll egaba aba a ser r espetuoso espetuo up to vote on this title —Total… —Stocker sacudió sacudi ó los lo s hombr ho mbros os—. —. Los r esponsable espo nsables s van a ser ustedes. Not useful Useful da lo mismo. A esta altura de los acontecimientos… —¿Segur —¿Seg uro? o?
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hizo un ademán violento y los prismáticos le bailaron delante del pecho—. ¡Y les v lista con con todo lo que usamos, para para pagarlo! pagar lo! Gordon se sonrió compasivamente: —¿Y eso? eso ? —inquir —inqui r ió señalando señal ando los lo s prism pr ismático áticos. s. Stocker Stocker no se inmut i nmutó: ó: —Yo —Yo los lo s uso y yo los lo s devuelvo devuel vo.. —¿Cuántas botellas bo tellas?? —preg —pr eguntó untó Gor Go r don campechaname campe chanamente nte como co mo para par a que franqueara. —¿De qué? —De vino… vino … ¿de qué si no? Stocker no quiso tomarse el trabajo de contestar, se acercó al bebedero, hundió agua helada, helada, se remojó remoj ó los lo s brazos y la cara car a y después después hizo hizo unos buches ruidosos: —¿Ha resuelto r esuelto algo? alg o? —preg —pr eguntó untó volvi vo lviéndo éndose se hacia haci a el sarge sar gento. nto. —Tendría —Tendr ía que con c onsultar sultar… … —Mi pro pr o puesta es muy clar a —r esumió esumi ó Stocker soltando so ltando un escupitajo es cupitajo enérg enér g ico agua y de saliva ácida que le quedaba en la boca—. Nosotros nos vamos… Nos deja —, y ustedes se s e quedan con co n la estancia es tancia y con co n los lo s totales total es de gastos g astos… … ¿Qué más m ás quier qui er —Nada, nada más má s —se bur ló Gor Go r don. do n. —Y si no, avancen… —propus —pr opusoo Stocker —, y vamos vamo s a ver qué pasa: ustedes que saben de todo esto como yo de capar monos. Serán cien o qué sé yo cuántos… compadreó Stocker con la seguridad que le habían dado sus últimos argumentos y l del sargento—. Avancen… y vamos a ver qué les pasa a sus soldaditos… —Nosotro —Noso tross no queremo quer emoss violenci vio lenciaa —dijo —dij o el sarg sar g ento Gor Go r don do n y se dio consultar… consultar… —agr egó mientr mientr as trotaba hacia hacia el frent fr ente. e. —Vaya, —Vaya, m’hijo m’hi jo,, vaya… —le tocaba burlar bur larse se a Stocker, Stocker , y él se aprov apr ovechó echó todo no tenía ninguna acidez en la boca y, en cambio, sentía las mejillas frescas, había estad no tenía ninguna alternativa, y, pese a todo, no la había sacado tan mal. Además, ese sa visto en la obligación de bajarse del bebedero y evidenciar su poca altura. Ent despaciosamente en el suelo. —¿Y, —¿Y, qué tal? —el —e l yugos yug oslavo lavo Davonich Davoni ch se le l e había acercado acer arr ar ronastrándo astr Signcado up to vote thisándose. title se. —Bien… Bastante bien —dijo —dij o Stocker y apuntó con co n susUseful prism pr ismático s hacia haci a las l as tr Not useful áticos un solo sol o lente, l ente, con desenvoltura—. Vamo Vamoss sacando alg una ventajita… ventajita… —¿Me presta? pr esta? —Davonich —Davoni ch señalaba señal aba los lo s prism pr ismático áticos. s.
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—Están mir ando unos papeles… papeles … —¿No ser se r á un mapa? ma pa? —Sí. Es un mapa. m apa. Un mapa m apa g r ande… lo han extendido e xtendido en el e l suelo y el jefe jef e está e stá a ahora ahor a manda alguien par par a acá… —¿Desplieg —¿Despli egan an a la tropa? tro pa? —No sé… no sé… —A ver… ver … Déme —Stocker —Stoc ker le quitó qui tó los l os prism pr ismático áticoss a Davonich Davo nich y mir m iró—: ó—: Viene —¿El mismo mi smo de hoy? ho y? —Sí. De nuevo nuevo se acercaba el sargento sar gento Gordo Go rdon, n, esta esta vez casi al trote tro te:: —¡Acepta! —¡Acepta! —anunció desde lejo l ejos. s. —¿Nos podemo pod emoss ir? ir ? —Stocker también avanzó, avanzó , a sus espaldas espal das quedó Davonich Davoni ch en las manos, alerta aler ta.. —Sí —dijo —dij o Gor Go r don do n cuando estuvo cerca, cer ca, jadeaba jadea ba al hablar —. Pero Per o con co n la entreg entreguen uen las armas… Eso era algo nuevo. Pero si Stocker aceptaba como si tal cosa, como si sorprendido en tanto era algo implícito en lo que había arreglado con Gordon, demo limpio. «Juego limpio»; Stocker pensó en algo blanco o dorado, suave y muy duro y volvió hacia donde sabía estaba apostada su gente: —¡Nos —¡Nos dejan ir si entreg entr egamo amoss las armas! ar mas! —gr —g r itó: itó : él los lo s consultaba, co nsultaba, había que sin dar muchas vueltas, era una oportunidad de salvar la ropa. Toma y daca. Desde que contest contestar ar Pierini, Hernández desde desde el cor r al, Vilate Vilate iba a tener tener que gr g r itar fuerte po estaba más lejos. —Y después que entreg entr eguemo uemoss las l as ar a r mas ¿qué pasa? pas a? —er a Hernández Her nández el e l que pr puesto. —¡Nos —¡Nos balean! —chilló —chi lló Mossian Mossi an que estaba echado ec hado entre unas matas. ma tas. —¡Pero si nos no s quedamos quedam os,, no aguantamo ag uantamoss ni un día! —opinó —o pinó Almeida Almei da desde la l a ca Stocker Stocker le l e pidió su parecer a Davonich Davonich con una mirada. —Lo que usted mande —dijo —di jo el yugos yug oslavo lavo.. es —d Stocker Stocker miró mir ó una vez más los lugar l ugares es donde estaban estabanSign apostados apostados sus hombr up to vote on thishombres title estar—: esa ventana, el altillo, la línea de álamos, los carros. diez contán UsefulQuedaban Not useful pocos. Y de Gallegos no llegaba ni un alma ni tenía noticias de Soto. Pero si en verd esperado noticias de nadie ni refuerzos de ninguna especie. Se había largado y all
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Tasación de Caballo de Salto
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de la federación, gritarían sus nombres por la calle, los escribirían en las paredes… Que todo estallara y que todo se fuera al demonio: ni mejores sueldos ni mejor com cuartos ni mejor de nada. ¿Hacerse romper el alma y que ganara el que aguantara entreg entregaban aban las armas no sabían qué iba a pasar? Los militares er an idiotas —en Bahía Bahía todo el mundo—, y los militares cumplían su palabra. Eran muy brutos y cuando se no se movían para nada. Pero él era el jefe, el único responsable. Entonces le comun Gordon: —Entregamo —Entreg amoss las armas ar mas.. —Bien —aceptó el otro o tro—, —, es lo l o mejor mej or que puede hacer. hac er. —Así no hay tiros tir os… … —Así no hay tiros tir os —le co nfir mó el sar s arge gento. nto. —¿Y nuestro nuestr o s caballo cabal los? s? —Los apartan apar tan más tarde. tar de. Stocker Stocker fue a buscar buscar su carabina y la tiró a los pies de Gor don, después después depositó los prismáticos. —Confiamo —Confi amoss en ustedes —le r ecor eco r dó al sar s arge gento nto echándol echá ndolee el aliento ali ento en la car —Hacen bien —apr obó el otro o tro.. Los nueve hombres se fueron acercando en silencio y depositaron sus armas único que rezongó fue Hernández: «—En el ejército jamás vieron una Parabelum com y con furia tiró su pistola en ese ese montón para para ver si se rompía, r ompía, o por lo menos se desc Las armas habían quedado en el suelo, parecían leña apilada y podían encender u los hombres las l as contemplaban contemplaban soñador soñadorament amente, e, como hipnotizados. hipnotizados. —¡Está —¡Está listo! li sto! —comuni —co municó có Gor Go r don do n agitando ag itando su gor g or r a en dir di r ección ecció n a las tropas. tro pas. Y en ese instante a Stocker se le ocurrió pensar que tenían las manos vacías librados a lo que se le ocurriera a ese Jefe que venía de pie en el primero de los c perdido. Eso. Per-di Eso. Per-di-do -do.. ¿Qué otra posibilidad verdadera le hubiera quedado? ¿Agu hombres hasta que no les quedara ni un cartucho? Al final, hubiera sido lo mismo p irritar a los del ejército. ¿Escaparse? ¿Por dónde? ¿De a caballo? Si los otros iban en tenía sentido. Había fracasado, pero le costaba admitir que Soto había sido prudente isfac por lo menos, había salvado salvado la r opa. «Salva «Salvado do la ropa», ro pa», seSigndijo dijo sat up tocon vote una on thistriste title satisfac ronquido de los caminos le llenaba la cabeza de unas ondas que loNot estremecían. Pe useful Useful encontrado otra salida. Stocker se franqueó consigo mismo: ojalá hubiera estado So que Soto no estaba, era imprescindible su presencia. Y se indignó consigo mismo:
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—¡Aquí —¡Aquí no hay derecho der echo de huelga!… huelg a!… Ustedes son so n r esponsabl espo nsables es de todo lo que Territori Terr itorioo y deberán atenerse atenerse a las… —Pero —Per o ustedes se compr co mprom ometier etieroo n a dejarno dejar noss ir —dijo Stocker, Stocker , estaba ind advertía que ese hombre era de los que se enfurecían a medida que hablaban, y que tenía tenía una idea más o menos clar a de lo que estaba estaba diciendo diciendo y de lo que quería, quería, termina y soltando soltando las l as palabras palabras como co mo espumarajo s de saliva—. saliva—. Eso fue lo que nos asegur ó el señaló a Gor don que per per manecía en silencio a un costado del camión de su jefe. Barr alt se volvió hacia Gordon: Ba Gor don: —¿Es cier cie r to eso? es o? —Sí… —Aquí ha habido un malentendido mal entendido —asegur —aseg uróó Baralt Bar alt irgui ir guiéndo éndose se en su tribuna tri buna tranquilizado: tranquilizado: a sus espaldas esper esper aba la tropa, tro pa, lo estaría estaría escuchand escuchandoo y él estaba arriba arr iba esos peones, en cambio, se habían entregado y lo contemplaban desde allí abajo, caídos. Sería por eso. Ellos eran setenta, los más, habían ganado, eran el Ejército, la Dios estaba estaba con ellos—. Segur Seguroo que los lo s dejaremos dejaremo s ir… ir … —prometió —prom etió con un tono camp con nosotros noso tros se tiene tiene que queda quedarr uno… —¿Qué es esto? —Stocker enroj enr ojeció eció—. —. ¿Una ¿Una tomadur tom aduraa de pelo? pel o? —No —Bar alt estaba es taba definitivam defi nitivamente ente tranquil tr anquilizado izado y volví vo lvíaa a ser un ídol í doloo impas im pas su altar—. Si nosotros no les imponemos nada. Elijan ustedes… el que ustedes voten. —¿Votar —¿Votar?? —saltó —sal tó Davonich—. Davo nich—. ¿Vo ¿Vo tar por qué? —Y, —Y, ya que so n tan democr demo crático áticos… s…
Yuda se echó en la cama, respiró lentamente, varias veces, y se quitó los zapatos estaba. Al fin. El dormitorio había quedado a oscuras pero las uñas de sus pies brill que se filtraba desde el comedor; eran diez diminutas placas relucientes que se ponían o se entreabrían sólo con que ella se lo propusiera. Y ella alzó los pies, contempló marcaban contra la pared, hizo aletear los dedos y se quedó conforme con la curva Generalmente no le entusiasmaba su cuerpo, pero sus pies casi podría decirse que Sign up to vote on this title Eran lo menos humano que tenía la gente; ella, en cambio, tenía pies demas Useful Not «— Idénticos Idénti cos a las manos», manos», le había dicho Vicente una vez. Y de eso yauseful hacía tiempo había sentido tranquila y Vicente se esforzaba en descansar: «En modificarse», había
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tiene… tiene… lo que lo puede salvar». Había Había murmurado murm urado apenas, apenas, pero pensó que le hubier hubier en voz alta: «Vicente cree que sus…», repitió, pero no terminó la frase. Estaba agota eso se había recostado: por todo ese malestar que sentía y por no ver a la gente q comedor conversando con Vicente. Y ahí estaba ella: mirándose los pies en medio d que se iba aclarando aclarando poco po co a poco, po co, y sobándoselos y ar rancándose minuciosamente minuciosamente las le endurecían en el talón. «— Tenés Tenés unos pies de chiquilina», chiquilina», le había dicho Vicente a No, no…» no…» —había negado ella « De chiquili chiqui lina na no». no». «— Unos Unos pies de muñeca, ent propuesto él. «— No. Eso es pornografía pornograf ía». ». «— Unos Unos pies de muerta ¿quizás?». ¿quizás?». «— Ta Ta no se había querido dar por satisfecha—. « Eso es macabro macabro». «— ¿De ¿De qué si se pued había dicho con una expresión perversa: «— Pies de monja». monja». «— ¡Eso ¡Eso no tiene sen negado Vicente y ella se sintió defraudada, como si hubiera contado un cuento adela excelent excelentee sin provocar pro vocar el menor entusiasmo. entusiasmo. Bien: eso no había tenido sentido, pero como no tenía sentido que Vicente habitación de al lado diciendo esas cosas. Y Yuda se sentía incómoda por tener que estar obligada a escucharlo y a quedarse echada porque se sentía mal. Su cuerpo gustado, pero desde esa mañana se había visto en la obligación de ocuparse de él: m atenderlo. Era feo, torpe y suyo. Vicente hacía más de una hora que estaba hablando, que decía, con más certeza a medida que avanzaba y recuperando lo peor de su se nadie lo inter inter rumpía. —Yo —Yo tengo la impr i mpresió esiónn —afir —afi r maba co c o n un tono campanudo que Yuda Yuda muy poc escuchado o si se lo había escuchado tendría que haber sido al principio, en aquel ba le había ido atenuando como si le avergonzara: una especie de ropa grotesca o demas y llamativa que ya no podía usar jamás. Pero Vicente era «Una «Una mezcla de chulo y señ Yuda— …que el Ejército va a actuar con cautela —seguía Vicente—. Eso es lo que es estoy seguro. Lo que me ha dicho Baralt me ha tranquilizado. Es un hombre sereno y es decir, piensa y puede mandar cuando lo cree necesario… Aun cuando yo tengo qu tono de Vicente se suavizó— que cuando me enteré de la noticia de que venían al Sur, hay que olvidar que en Buenos Aires la semana de enero fue tremenda… brutal agregar «innecesaria», pero Yuda estaba segura de que Vicente no lo iba a decir. pasaría de la descripción de los lo s hechos si es que se resolvía reso lvía hacerlo. Y eso Signaup to vote on this title lo haría c un jugador que se va descartando: soltando un naipe y Useful espiando reacciones useful Notlas calculando el juego de cada uno. Un naipe, otro naipe—. Es que en las calles ya no se continuaba Vicente sinceramente afectado, y era indudable que no pasaría de decir «
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no lo habían ido a consultar cuando era él quien había resuelto todo la primera vez. Y ella. Porque sabía que lo estaba escuchando y necesitaba justificarse de alguna maner actuó con eficacia y ecuanimidad en un asunto en el que otras instituciones no pudie Absolutamente nada —continuaba Vicente, y Yuda calculó que se estaría mirando las alguna cutícula demasiado crecida o contemplándose con cierta devoción sus medialu los pulgares uno al lado del otro para comprobar si había simetría en sus manos. A V gustaba gustaba su cuerpo. No No lo entretenía entretenía como a ella, sino que él lo amaba: sus manos, su el lóbulo de sus orejas. Estaba conforme con su cuerpo, seguro de él y lo quería. Y con una seguridad insufrible—: Aquí, el Ejército también va a proceder con cautela, nada más que por diferenciarse de la policía. Van a ser ecuánimes, se van a poner en que es lo que necesita este asunto y lo que necesita el país. En todo —Vicente paulatinament paulatinamentee al campo del ejér cito, sin adver adver tirlo, tirlo , al empeñarse en demostrar que e que estaba encuadrado dentro de sus planteos—. Es que… —vaciló Vicente por pr Ejército es una institución que naturalmente tiene naturalmente tiene que buscar el equilibrio… una equ cualquier cualquier tipo tipo de conflicto que se produzca en el país. Hasta Hasta por por su misma composició com posició Ejército hay de todo: desde el descendiente de algún prócer hasta el sargento de fron haciendo allí dentro… ¿Quién no sabe eso? —un rumor aprobó lo que decía Vicen ¡No hay nada que hacerle!, es la institución clásica por excelencia —el humo de llegaba hasta la cama de Yuda. Ese comedor estaba demasiado cerrado y Vicente car instituc institución ión síntesis —dijo—, —dijo—, que por lógica lóg ica interna interna siempre siempr e se va a poner en el punt Vicente alzó la voz como si presintiera que estaba llegado al final de una frase, y Yud su cama, calculó que se habría alzado las guías del bigote mientras se tragaba ese v que ya lo estaba caracterizando. Sólo le faltaba agregar que «Donde se encontraba cualquier caso; allí tenía que estar el punto de equilibrio». Es decir: la Verdad—. H además —prosiguió Vicente, con entusiasmo, retomando el hilo de su discurso y Yuda cabeza alcanzando a ver su mano apoyada en la esquina de la mesa cubierta por una c que el Ejército es previo a la formación de la nacionalidad —la blanca mano de cerrando y las borlas de esa carpeta se estremecían—. Es anterior y esencial. Así es mayor interés proteger todo aquello que haga a la nacionalidad. No puede ate habitantes. De ninguna, pero de ninguna manera… ¿No les —hubo Signparece? up to vote on this title un silenc contestó—. A mí sí me parece —se ratificó Vicente—. Y razones: por sus Usefulvarias useful por Not propias, por su equilibrio, por su formación y por su origen es una estructura socia ponerse en contra de ciertas cosas porque sencillamente sería suicida. Y suicidas se e
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un esfuerzo para no soltarse y quebrar esa tensión que Vicente había ido armand diestramente, y atentos a sus manos, que él se habría frotado hasta dejarlas pálida puntiaguda—. Ulloa es un señor esgrimista —aseguró Vicente—. Él hizo tres to Estábamos Estábamos a la par con el Ejército. Ejér cito. En equilibrio equilibrio.. La La gente que que asistió tuvo tuvo unos apla Personalmente, creo que fue un buen espectáculo. Un espectáculo de calidad que po con fr ecuencia. ecuencia. Y mucha cordialidad cor dialidad —resumió Vicente—, icente—, sentido sentido deportivo, vir il, ca play», play», en fin: una una gran gr an cosa… ¿Y a que no saben qué qué le dio por poner a Carrero Carr ero en su silencio expectante se abrió en el comedor y hasta la misma Yuda se arrodilló en la c la cabeza par par a saber qué había escrito Carr ero—. ero —. Compro el diario diar io —concluía Vicent Vicent mandan, pero yo prefiero comprar otro ejemplar en la calle… Así me siento un p Aires, ¿entiende ¿entienden…? n…? Lo Lo abro, y en la segunda página, a grande gr andess titulares, titulares, leo… leo … «Por lo ha visto al doctor Vera hacer un asalto en público…» —una risotada rotunda, exage el comedor co medor.. Yuda Yuda se tapó la boca. Una puntad puntadaa en el vientre la l a oblig obl igóó a echar se en la c
Eran diez hombres en total y allí estaban. Tenían que elegir a uno. Baralt les habí se reunieran para deliberar. Davonich propuso: «—Vamos donde están las goma siguieron con un aire soñoliento, pateando alguna cáscara o mirando como al descuid de soldados que habían formado en línea junto al bebedero: eran jóvenes, demasiad muchachitos vestidos de verde; uno solo tenía barba cerrada, a los demás apenas si s unos manchones sobre las mejillas. «—¿Qué esperan, putitos?», les preguntó Hernán sin esperar respuesta. respuesta. Vilate se rió y se rascó r ascó su cabeza pelada, pelada, y esos soldados so ldados adopta perdida. No daban para más y tenían que apretar los dedos sobre sus fusiles. El únic cómodo era Gordon, que se paseaba por delante de esa fila con una insolencia burlo no dedicada a nadie, no de triunfo, pero insoportable. Los diez sintieron eso mism pront pro nto», o», los lo s acució Davonich. Davonich. —Sí —aceptó Almeida Almei da y los lo s mir ó a los lo s demás como co mo si fuera fuer a a propo pr oponer ner alg bastant bastantee vergonzoso verg onzoso pero convenient conveniente—. e—. Tenemos Tenemos que apur apur arnos… Tenemos Tenemos que apu —¡Tranquilo —¡Tranqui lo!! —bufó Her nández—. Si cuanto más tardemo tar demos, s, mejo me jorr … Sign up to vote on this title —¡No —¡No sea idio i diota! ta! —chilló —chill ó Almeida—. Almei da—. ¿O se cr c r ee que todavía to davía está e stá jugando jug ando con co n la Useful Not useful presagió señalando hacia la línea de soldados que permanecían en descanso a unos m van a esperar a usted.
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—De saber quién va —dijo —dij o Almeida. Almei da. —¿Y quién va según seg ún usted? —inquir —inqui r ió Davonich. Davoni ch. —El que deba ir. deba ir. El que salga… —¿Y quién debe ir debe ir?? —¿Y a mí me lo preg pr egunta? unta? —Almeida —Alm eida hizo un ademán ademá n que, si no hubier a estado hubier hubier a servido para par a retro ceder—. ceder—. Si todos todos estamos de acuerdo sobre so bre quién tiene tiene que —¡Aquí —¡Aquí no estamos estamo s de acuer acue r do en nada! —gr —g r uñó Mossian. Mossi an. —¡En nada! —ratificó —ratif icó Hernández. Her nández. Davonich habló lentamente: lentamente: —No podemo po demoss estar es tar de acuer acue r do en nada —y se dirig dir igía ía a Almeida—, Almei da—, por po r que no ni una palabra. —¿Y usted cree cr ee que es necesar io que discutamo disc utamos? s? —Necesario —Necesar io,, no, no , Almeida. Almei da. Impr Impresci escindibl ndible. e. —Pero —Per o si aquí a quí el único… único … —¡Cállese, che! —or denó Hernández Her nández con co n los lo s músculos múscul os del cuello cuell o hincha contemplaba con unción. Davonich esperaba que Stocker respondiera de alguna forma a lo que acababa como Stocker no lo miraba, le preguntó: —¿Usted qué dice? Stocker Stocker r etir etiróó el cuerpo de una niebla niebla que le abotagaba abotagaba la cara: —¿Yo —¿Yo ? —se señaló se ñaló sobr so bresal esaltado. tado. —Sí. Usted. Usted. —Yo —Yo prefi pr efier eroo no hablar … —Pero —Per o usted sigue sig ue siendo si endo el jefe, j efe, Stocker. Sto cker. —Sí, sí —dijer —dij eron on vario var ios. s. Vila Vilate te sacudió su enor eno r me cabeza: ca beza: él también tam bién apr o baba. —Prefie —Pr efierr o no hablar —repitió —r epitió Stocker sin soltar so ltarse se la l a muñeca m uñeca izquier i zquier da que tenía con la otra mano—. Digan ustedes… —Tenemos —Tenemo s que apur arno ar noss —los —lo s urgi ur gióó Almeida Almei da con co n la voz vo z inseg ins egur ura. a. —Basta, viejo, viej o, no llene… ll ene… —le pidió pidi ó Hernández. Her nández. —No llene l lene —r epitió Vilate. il ate. Sign up to vote on this title Entonces Davonich trató de ordenar lo que había quehacer: Useful Not useful —Yo —Yo creo cr eo que tenemos tenemo s que poner po nerno noss de acuer do sobr so bree tres tr es cosas… co sas… —¿Nada más? —inquir —inqui r ió Pierini Pier ini;; él era er a el más viejo viej o y había supuesto que
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—¡Pero eso es una pendejada! pende jada! —le g r itó Bermúdez. Ber múdez. —¿Cómo —¿Cóm o «pendejada»? «pendejada »? —Hernández —Her nández lo encaró encar ó secamente secam ente a Bermúdez Ber múdez por po r que llevaba una de las bolas de billar en el bolsillo—. Entonces ¿todo fue una pendejada?… la estancia estancia y empezar empezar la huelga y que a Alfaro Alfaro lo bajaran de un tir tiro? o? —¡Y clar o que fue una pendejada! pendejad a! —insistió —insis tió Bermúdez. Ber múdez. —Y por po r qué no se fue con co n los lo s que se escapar o n anoche ano che ¿eh? —a Hernández Her nández le su —Yo —Yo no me fui f ui por po r que le había dicho di cho a Stocker que me quedaba y que contar c ontar a co —Ah… ¡qué buena perso per sona na es usted, una excelente excele nte per pe r sona! so na! —Hernández —Her nández estaba Pero ¿por qué no dice que que se quedó quedó para par a hacer hacer se algunas raterías? Berr múdez se incorporó Be incorpo ró a medias: —¿Cómo —¿Cóm o decís? decís ? Hernández ni se movió, su cuerpo se estremeció con una risita que imitó V prolongó hasta que Pierini intervino conciliador: —Vamo —Vamos, s, vamos vam os,, compañer co mpañer os… os … que tiene que hablar Davonich. Davoni ch. Davonich Davonich retomó la palabra: —Eso es lo prim pr imer eroo que hay que discutir di scutir… … Y ya se ve que nos no s va a llevar l levar tiempo —¡Demas —¡Demasiado iado tiempo! tiempo ! —protestó —pro testó Almeida Alm eida y Frías Fr ías estuvo e stuvo de acuerdo acuer do con co n él. —… En segundo seg undo lugar lug ar —pros —pr osig iguió uió Davonich—, Davoni ch—, hay que ver ve r quién se s e presenta. pr esenta. —¡Eso, sí! s í! —aprobó —apr obó Traver Tr averso so que había habí a entrado entr ado en ese clima cli ma de excitació exci taciónn que l mejillas a Almeida y a Bermúdez. —Y en tercer ter cer lugar lug ar —concluyó —co ncluyó Davonich—, Davoni ch—, hay que ver ve r la fo f o r ma en que vamo —¡Votando —¡Votando!! —Pierini —Pier ini parecía par ecía admi a dmirr ado—. ado —. ¿De ¿De qué otra o tra maner a si no? —Si hasta ése és e lo dijo dij o —señaló — señaló Bermúdez Ber múdez en direcci dir ección ón a los lo s camio cam iones, nes, a Baralt. Bar alt. —Sí… —se sonr s onr ió Hernández Herná ndez apenado—. apenado —. Hasta Hasta ése… —¿De acuerdo acuer do?? —consultó —co nsultó Davonich Davoni ch mir m irando ando a lo s nueve hombr ho mbres es que lo r o dea dejó caer un sí silencioso pero decidido, agitando la barbilla, y Mossian alzó un de Stocker permaneció en silencio, sin mirar a nadie, aprobando todo, lo que se les oc esa fila de soldados que esperaban ahí nomás, de pie, sin comprender nada, pero Traverso dijo que sí con co n un estremecimiento, estremecimiento, y Pierini co n un gangoseo, gangoseo , y Frías espia dirigi el lado de Pierini que era el que menos había dudad dudadoo en todo eso y que merecía dir igi Sign up to vote on this title Bermúdez con ganas de soltar subrepticiamente esa bola que yalo le Notmolestaba, useful Useful restaba autoridad, y Hernández con el mismo entusiasmo con que había sacudid irrigador la noche anterior, y Vilate, como siempre, imitándolo—. Yo también estoy
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permanecieron permaneciero n impasibles—. ¿No ¿No me dicen nada? —los increpó. increpó . —Tranquil —Tr anquilo… o… —le r o gó Davonich—. Davoni ch—. Tranquilo Tranqui lo,, usted también. tambi én. —¡No, —¡No, tranquil tra nquilo, o, no! Si parece par ece que nadie se da cuenta de lo que usted pro pr o puso salida para que no maten a uno solo!… —Hernández hablaba con la cara amoratada— va uno solo, a ése lo suenan seguro… —la cara se le iluminó súbitamente. Era comprensión: había vuelto a mirar a todos y había comprendido que había varios que solo tipo reventara para poderse escabullir cada uno por su lado—. ¡Ustedes son estalló—. ¡Tan roñas como ése! —y apuntó hacia donde estaba Baralt—. ¡O com sargento Gordon se quitó la gorra de fajina— se alisó el pelo y se la volvió a enca advirtió que en esa rueda de peones hablaban de él—. Roñas, roñas… —gimió H veces: ésos querían que fuera Stocker aunque no se animaran a decirlo de una vez— Stocker era mucho mejor que cualquiera de ellos. «Un tipo lindo», pensaba Hernán hambre, vivo. Todos se quedaron en silencio, incómodos porque Hernández no terminaba mirarlos y de insultarlos. —Que se siga sig a votando —exigió —exig ió Frías, Fr ías, que empezó a pr eferir efer ir que fuer f ueraa uno so se las arreglara, porque es mucho mejor que muera uno solo a que nueve familias comer. —¡Hay —¡Hay que votar vo tar de una vez y basta! —se animó anim ó a exigir exig ir Almeida. Almei da. —Usted dice eso por po r que se muer e de miedo mi edo —Hernández —Herná ndez se había calmado calm ado y l la cara. —¿Y vos vo s no tenés miedo mi edo?? —Bermúdez —Ber múdez le preg pr eguntaba untaba a sus espaldas espal das y Herná volver: —Sí que tengo teng o miedo mie do —dijo—. —dij o—. Me muero muer o de miedo mi edo.. Pero me lo l o aguanto. ag uanto. —¡Hay —¡Hay que votar, votar , basta de discusio discus iones! nes! —reclam —r eclamóó Pierini; Pier ini; había compr co mprendido endido un grupo gr upo al que podía mandar. mandar. —¡Que se vote! vo te! —exigió —exigi ó Traver Tr averso so.. —¡De —¡De una vez, y basta! —Frías —Frí as lo acosó aco só a Davonich, Davoni ch, entonces ento nces el yugos yug oslavo lavo se r —Los que están por po r que se pr esente uno solo so lo,, que levanten le vanten la mano m ano.. Una, dos, tres, cuatro… cinco manos se levantaron: Sign Almeida, yatitleera seguro up to voteque on this lo apoyaba, Pierini que trató de no parpadear cuando Stocker cabeza espe Useful alzó useful Notla mirarlo —porque se puede envidiar a un hombre, tenerlo siempre metido en la c enemigo, pensar demasiado en él, en una forma enfermiza o insoportable, pero de
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otros se mataran de una vez y que exigía que Stocker fuera al matadero. Davonich s todos los viejos, contra todos los que se estaban por morir y ansiaban que los demás se murieran muri eran al mismo tiempo tiempo que ellos. O antes. antes. Davonich Davonich lo defendía defendía a Stocker Stocker por no quería morir: —¿Cómo —¿Cóm o que no se vota?… vo ta?… Si ustedes exig e xigían ían que todo se votar vo tara. a. —¡Que no se vote! vo te! —repitió —r epitió Almeida Almei da con co n segur seg uridad—. idad—. ¿Qué es lo que vamo en derredor sin pestañear—. ¿A quién vamos a elegir?… Si aquí hay uno solo que es todo y que desde el principio tendría tendría que haber salido. —¡Que salga sal ga!! —Bermúdez —Berm údez par ecía un u n perr per r o—. ¡Que salga sal ga!! —volvió —vol vió a tor ear. —¡Vamo —¡Vamoss a votar vo tar de cualquier cual quier maner a! —asegur —aseg uróó Davonich Davoni ch y lo sacudió sacudi ó a Alme —Pero —Per o si les l es ganamo g anamoss —ro —r o nro nr o neó Pierini Pier ini.. —Si somo so moss cinco cinc o contra co ntra cuatro cuatr o —dijo —dij o Bermúdez—. Ber múdez—. Y ustedes no tienen nada que —¡Hay —¡Hay que ver si som s omos os cinco contra co ntra cuatro! cuatr o! —Davonich —Davo nich se s e sentía cer c ercado cado.. —Cinco contra co ntra cuatro cuatr o —ronr —r onr oneó one ó Pierini Pier ini de nuevo—. nuevo —. Si Stocker no va a quer que les regalamos el voto de Vilate… —¿Qué tiene tie ne Vil Vilate? ate? —Davonich —Davoni ch sabía sabí a qué tenía Vilate. —Eso no se preg pr egunta… unta… —Pierini —Pier ini medio medi o se reía r eía y medio m edio parecía par ecía r epugnado epug nado po explícito—: si es idiota. Davonich Davonich se volvió con ansiedad hacia hacia Traverso: Traverso : —¿Y vos, vos , por po r quién vas va s a votar vo tar?? Traverso se toqueteó el saco de piyama: probablemente buscaba su atado de agujero del monograma y no dijo ni una palabra. —¿Y vos? vos ? —Davonich —Davoni ch lo encaró encar ó a Frías Fr ías dur amente—. ¿También vas a votar vo tar co —Frías —Fr ías tiene ti ene cinco cinc o hijos hij os —le r ecor eco r dó Pierini. Pier ini. —¿Y vos? vos ? —ahor —aho r a era er a Bermúdez Ber múdez el e l inter i nterrr o gado. ga do. —¿Yo —¿Yo ? —Bermúdez —Ber múdez hizo un gesto g esto desdeñoso desdeño so para par a Davonich Davo nich y para par a sí mismo mi smo,, pa fusilar y para esos soldados disfrazados de verde oliva que esperaban pacientement r esolvieran y para par a ese Jefe que que se estaba estaba paseand paseandoo como co mo si los lo s rondara r ondara dispuesto dispuesto a sus huesos o sobre sus bolsillos—. Yo soy un chorrito —se rió desflecadamente—. me dijo Her Her nández? nández? Sign up to vote on this title —¡Pero tenés que!… —lo empezó empez ó a gr itar Davonich, Davoni ch, pero per o sintió que una mano Useful Not useful sobre sobr e el hombr o. Se dio vuelta. vuelta. Era Stocker: —No se preo pr eocupe cupe Davonich Davoni ch —lo calmó, calm ó, ya estaba de pie y mir aba con co n desabr
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ese tono de disculpa, de intensa justificación y de reconocimiento de todo lo que d probableme pro bablement ntee lo había dicho para salir del paso o por que se sent sentía ía solo y desconcert desconcert que estaba ocurriendo en el Territorio. Y a Yuda le resultaba agraviante el tono con qu hablando en ese comedor atestado de olor a cigarrillos mientras esa nube azulada se cualquier ademán o con cualquier movimiento hacia su dormitorio. Y lo grave e resultaba indudable la inseguridad de Vicente. No entiende, no entiende nada —pe como que entiende. Era pueril todo eso. Y peligroso. Y Vicente había llegado a un e encantaba que lo escuchasen y en que reunía gente para hablar de sus opiniones, exhi si fueran medallas. Por Porque que en ese ese comedor lleno de hombr es no había ninguno que le todo estaba aceptado de antemano. Vicente los había elegido entre los que le pudieran entre los que él despreciaba. Carrero era el único que había faltado. Entonces Yuda Alguien tenía que comprender lo que estaba pasando y lo que iba a ocurrir. Y había pedir auxilio. «Cualquier cosa», se repetía Yuda mientras iba caminando por la cal que se hundía. hundía. Pasó junto junto a la vidriera vidr iera iluminada de un café, café, desde un camión camión le l e gr perdió en la calle desierta, dos chicos se apresuraron a recoger las figuritas con las arr imar a la pared. Y al fondo, dobland do blandoo esa esquina, esta estaba ba la imprenta de Carr Carr ero. ero . Carrero los había llevado en su Packard; Carrero una vez se había complicado c Mi profesión es periodist period ista, a, usted lo sabe». sabe». No era servil ese hombre, sabía ser có desvent desventajoso ajoso;; él la podía po día entende entenderr o, por lo menos, escucharla. escucharla. Pero cuando llegó al frente de la imprenta se quedó atónita: la ventana que daba a destrozada, en la pared brillaban unos manchones de alquitrán y una de las hojas de arr ancada ancada a medias y se balancea balanceaba ba con un chirrido. chirr ido. Yuda entr entr ó corri cor riendo: endo: —¡Carrer —¡Carr eroo ! —llamó —ll amó,, el e l eco de su voz vo z se ahog aho g ó en ese local lo cal de techo muy bajo estaban volcadas y los tipos cubrían el piso de madera. Las resmas de papel se había entre unos manchones de tinta reluciente y temblorosa. —¡Carrer —¡Carr eroo ! —volvió —vol vió a llamar ll amar —. ¡Car ¡Carrr ero! er o! Lo buscó detrás de la minerva, entre unos rollos de cartón y por fin lo encontr suelo, sosteniéndose la cabeza entre las manos: sus ojos de alucinado estaban como va —Ya —Ya ve… —dijo —di jo con co n un ademán adem án de resig r esignació nación—. n—. Me MSign e han pedazos pedazo up tohecho vote on this title s el neg Yuda lo sacudió s acudió de las l as manos: manos : Useful Not useful —¿Tiene algo al go?? —No… Y podría podr ía haber sido más g r ave.
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—Tampoco —Tampo co podr po dráá hacer nada… —¿Usted cree? cr ee? —Yuda —Yuda estaba alar al armada. mada. —Estoy segur seg uro. o. Sobr So bree todo to do si se queda aquí… Y si sig si g ue haciendo hac iendo esgr esg r ima im a con c on señaló con su mano m ano huesosa hacia la calle, hacia los que podían ser los culpables culpables de to Yuda lo volvió a sacudir: necesitaba que se despertara, que no hablara tan despaci —¿Y usted no le puede decir nada? —¿Yo —¿Yo ? —Carr —Car r ero er o había apoyado apo yado la cabeza contra co ntra la r ueda de la miner mi nerva— va— parecía calcular cómo había que ordenar todo eso: el papel, la tinta, los tipos desp mucho trabajo y no estaba seguro de que valiera la pena. Pero a su lado se hab mujercita que lo oprimía opr imía con co n unas manos ansiosas. Ent Entonces onces se sonrió so nrió con un esfuer —preg —pr eguntó. untó. —¿Qué…? ¿Si ¿ Si le l e puedo decir algo alg o ? —Sí. —Nada. En absoluto abso luto —confesó —co nfesó Yuda con co n impo tencia, averg aver g onzada—. onz ada—. Yo Yo creía cr eía convencer, convencer, que se le podían decir las cosas para que las viese… —A lo mejor mej or,, usted no usaba el modo mo do más m ás conveniente. co nveniente. Yuda lo miró con atención: —¿Usted cree? cr ee? —y ya estaba e staba dispuesta disp uesta a sentir se culpable cul pable por p or todo eso. eso . —Estoy segur seg uroo —dijo —dij o Carr Car r ero er o y estir e stiróó las piernas; pier nas; toda una caja c aja de tipos ti pos se fue sobre sus zapatos como un caldo y él los dejó caer con indiferencia—. Vicente neces segura y usted parecía una mujer así —explicó—. Él creyó que usted era eso. Y es segura. Una mujer segura, Yuda, pero se ríe. Y Vicente no entiende que la gente segu que usted se ríe porque está nerviosa o porque no sabe qué decir. Está acostumbrado a mujer segura, sólida, como la que él necesitaba, no se puede reír porque así muestr hay más que verlo; la risa le parece flojedad, le inquieta que alguien se burle… Una seria, para él, no se puede reír porque tiene que encontrar todo el mundo bien, a su m con su risa, cuando se burla, le muestra todo lo que es falso o endeble y que debe de que está en esas condiciones es mucho, Yuda. Muchísimo… Usted es rusa, yo soy poca gente de aquí entiende la risa. Les da miedo la risa… Todavía les preocupa ser mundo en algo, en cualquier cosa… Son nuevos y creen que todo lotitle que han he Sign up to vote on this discusión —Carr —Carr ero estaba estaba fatigado fatigado de hablar hablar y se sentía sentía incómodo incómo haber haber dicho t Useful do Not useful por cavernosa ret r etumbab umbabaa en el local. lo cal. Había Había hablado hablado con co n exceso y todo seguía seg uía ahí tirado, r palabras no servían para nada. Ni dichas ni escritas. Entonces largó un suspiro—: Y
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aliento en las manos y desde allí le explicó que lo mejor era esperar a que el mismo viendo lo que iba a pasar. —Esto se r esuelve esuel ve en menos meno s de una semana sema na —presag —pr esagió ió.. Se puso de pie y empez e mpez entusiasmo, entusiasmo, sin ningún apuro, los burros, burr os, las r esmas de papel papel y a tirar las que estaban estaban —Yo —Yo creo cr eo que todo esto r esponde espo nde a un plan muy particular par ticular … A un plan par gobierno de don Hipólito —iba diciendo mientras daba vueltas por el local agachánd algunas manchas con un trapo—. No es porque sí… ¿Me escucha? —Sí —dijo —di jo Yuda sentándose sentándo se sobr so bree unos uno s rol r ollo loss de car tón—. Atentamente. Atentamente. Y Carrero Carr ero continuó continuó con crecient cr ecientee entusiasmo: entusiasmo: —Se dejó de pagar pag ar a la g ente justo cuando la esquila esquil a terminaba term inaba ¿no? ¿no ? —iba esperar a que Yuda Yuda respondiera—. Cuan Cuando do estaban estaban seguros segur os que los lo s obr eros ero s iban a r los traicionaban en lo que les habían prometido ¿no?… El doctor Vera estaba aus cuando el señor Corral y sus amigos empezaron a meterse con los peones ¿no? cuando algunos diarios de Buenos Aires empiezan a agitar la necesidad de que el orden. or den. Diarios que publican publican los gr g r andes andes avisos de empresas empr esas de aquí… aquí… ¿qué le parece? —¿De empr em presas esas de aquí? aquí ? —Yuda —Yuda r ecor eco r daba alg al g o—. Per o usted se alegr aleg r ó cuando diarios hablaron bien de Vicente. Carrero parpadeó confundido: —Sí. Es cier to eso que usted dice… Es que todos todo s nos dejamos dejam os atrapar atr apar cuando Entramos en su juego —se quedó pensativo calculando que él también era culpable, a y diciéndose que era un imbécil, sintiéndose corrompido, y por nada, por una p hombro. Y entregado, que era lo que más lamentaba porque le quitaba prestigio Después Después siguió sin tant tantoo brío: brío : —Y el doctor doc tor Vera er a es r epresentante epr esentante de un gobier go bierno no que quier e estar en paz co aparentement aparentemente, e, la había logr ado. A su vez, ese ese gobierno go bierno se está está enfrentando enfrentando o, o , por lo intentó enfrentarse con los intereses de ciertos grupos, ¿no? Grupos que ahora se h perjudicados por el doctor Vera, por lo menos constreñidos a obedecer. A cumplir ¿No sería lógico que uno, usted o yo mismo o cualquiera que pretenda ver con su pensara que todo esto tiene una finalidad premeditada, donde hasta el ejército es utiliza palabras —dijo Carrero entusiasmándose con sus deducciones Sign upytoacercándose vote on this title hasta don sentada— sentada—.. Yo Yo creo que todo todo esto esto tiene tiene como finalidad desprestigiar de sprestigiar unuseful go bierno po Useful aNot alter alter nativa: nativa: si no manda al ejército, lo acusan acusan de maximalista o de cualquier cualquier cosa por ejército mete bala, pierde los votos de los obreros y su apoyo. O una cosa o la o
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camino; después, bruscamente y al mismo tiempo, se soltaron a hacer grande indignación mientras discutían con los otros que se habían quedado impávidame neumáticos viejos. También oyó los comentarios que susurraban los soldados de medida que pasaba como si temieran que Baralt los escuchase o como si dijera desagradable de él, algo vergo ver gonzoso nzoso y verdade ver daderr o y que pudiera pudiera o fenderl fenderlo. o. Stocker Stocker av dos filas del pelotón, incómodo, sin orgullo; los soldados, en cambio, marchaban co el hombro, marcialmente jóvenes, tiesos y obedientes, clavando duramente los tac ellos no dudaban dudaban de de nada, nada, encima de ellos ellos estaba estaba el cabo cabo y luego el sargent sarg entoo y más ar revoloteando como un águila el comandante y, más arriba, una niebla lúcida, responsable y eterna. Ellos habían llegado de Buenos Aires, que era la capital de Patagonia había unos cuantos atorrantes que robaban ovejas; todos los días lo dec Gordon y Freyre, que tenía una novia maestra, y dos veces el comandante: al salir de antes de desembarcar en Río Gallegos. La mayoría de ellos era del barrio de Flo Ortú Or túzar zar y nunca andaban andaban de de bombachas, y más de uno uno estaba por ingresar ingr esar al Banco Banco d había hecho sus buenos añitos en la Pitman. «—¡Bien marcado ese paso!» —iba exigie Gordon—. «¡Con energía…!». Y Stocker Stocker marchaba por uno de los huellones del camino. El El soldado so ldado que iba a su y se esforzaba por no encoger el cuerpo. «—¿Cómo te llamás?», susurró de pronto. S tenía una cara como todos, las cejas más tupidas que el resto. Nada más. ¿Había habl hablar! Y ese sargento casi enano no dejaba de gritar: «—¡Bien marcado ese paso energía!». El pelotón siguió avanzando por el camino y Stocker aspiró ese olor de calculó que estarían preparando unos corderos. Ellos iban a comer, era bueno com rojas, la carne dorada y chorreando. El viento soplaba desde la boca del cañadón y solo, con los ojos irritados. Pero sobre todo le molestó su nariz floja, cargada de agua —¡Altó —¡Altó!! —el sarge sar gento nto Gor Go r don do n mandaba el pelotón pelo tón y los lo s doce do ce hombr ho mbr rápidamente. Gordon se adelantó por un costado, bastante lejos de los sold cuidadosamente cuidadosamente evitara evitara que lo comparar an y lo midieran, dio media vuelta vuelta y desde el con su voz chirriante—: ¡Descansen…! —tenía una piel muy blanca, lechosa, la estiraba la ese como si chistara— …¡ar! —y los doce fusiles bajaron de golpe. Y, des lo metieron metiero n en ese galpón. Sign up to vote on this title
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del galpón, en la penumbra. Lo pondrían delante de esa pila de fardos, le atarían las mejor le preguntaban si quería que le vendaran los ojos y él diría que no, después fo doce soldados en dos filas de a seis cada una, muy abiertas, Baralt se pondría a un co Gor don; uno de ello s daría darí a una señal señal aguda, un chillido, un ¡ha! ¡ha! rotu ro tundo ndo o una especie especie un gran estampido llenaría ese galpón, las caras de los soldados y su propio p estampido y ¡listo! Que le metieran, vamos, pero Baralt y Gordon seguían cuchiche punta del galpón. «Vengan, vengan de una vez, no sean pijoteros», llegó a murmura Baralt hacía señas de que los soldados del pelotón se retiraran en descanso. Y esos medio envarados, medio respirando con alivio o con decepción, salieron por el an iluminado de la puerta. —¿Y, —¿Y, qué hacen? —les preg pr eguntó untó Stocker como co mo si los lo s insultar insul tara, a, para par a ver si o r hacían sonar o lo volteaban al suelo. Pero, después de eso lo castigaron. ¿Cinco hora Algo muy espeso se fue desmoronando sobre Stocker. Le ataron los pies y las mano creyó era un cinturón y después resultó una bufanda. Baralt se fue, hubo un chirrido gran gr an rectángulo rectángulo de luz fue desapa desapareciendo. reciendo. Y el olor a carne asada fue reemplazado por un penetrante perfume de past prensada y de humedad. Gordon encendió una lámpara de querosén y Stocker pensó hacía porque era una barbaridad con tanto pasto seco y bolsas y madera. Pero Gordo si tal cosa, balanceando esa lámpara con un ademán idéntico al de un guardatrenes. Después lo empezó a golpear. «—Tenés que decirnos todo lo de la huelga», anu sin esperar a que Stocker contestara o por lo menos reflexionara un minuto. De ningu entrada, le dio con los puños, porque Gordon tenía la certeza de que así, tan parad Stocker, no iba a largar nada. Lo golpeó para que hablara de sentado, desde más abajo decirnos… Largá», repetía, tiraba una trompada y se quedaba con los puños delant guardia. No esperaba y decía «¡Tomá!». No. Tampoco lo insultaba, sino que pegaba c con una cautela muy especial, como si temiese que Stocker lo escupiera o agachar darle un cabezazo. En esa pose el diminuto Gordon tenía algo de un peso mosca. Es era un insecto descarnado y veloz. Y Stocker tuvo una especie de agradecimiento mien golpes go lpes breves, duro duros, s, certeros, y alguien que lo hubiese visto, visto, hubiera hubiera pensado pensado lo mis cada puñet puñetazo azo de Gor Go r don, Stocker Stocker se doblaba agachándose agachándoseSignenupuna reverencia: r everencia: había había p to vote on this title no le había salido, había había sido un imbécil desde desde el momento en que queleNot tiró a Cor r al y le useful Useful delante de todos sus hombres hasta el instante en que se había hecho la ilusión d ejército se los tragaba por que alguna vez, vez, hacía muchos años, allá en Bahía Blanca, Blanca, h
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y su padre era ber linés, pero, en cambio, se sintió muy incómo do cuando ese emplea que usaba unos anteojos con cadenita le preguntó si sabía algo de alemán y él tuvo que más allá del «ja» y «nein» y tr tr es o cuatro cuatro cosas más, no conocía nada. «—Tenés «—Tenés que que decirnos… Largá» Lar gá» —repet —r epetía ía Gordo Go rdon. n. Él era eficiente para pegar medio metro de Stocker, con las piernas abiertas y si había empezado dando unas puñetazos bien firmes y que retumbaron en ese galpón vacío, después continuó con uno-dos, de izquierda y derecha der echa,, mientras repet r epetía ía en cada pausa, pausa, con el mismo m ismo tono q usado para llenarle la ficha en el Sindicato de la Carne. «—Tenés que decirnos todo… cada sílaba iba un golpe, un aislado cross a la mandíbula, y Stocker, para no aflojar, cabeza hacia el filo: de luz que dejaba escurrir la enorme puerta del galpón. Porque había mirado hacia la lámpara de querosén, al cabo de un rato comprendió que no brillo azulado. Pero él no se iba a quejar, que lo golpearan todo lo que se les di quedaría con todo el cuerpo ablandado, con todos los músculos flojos, menos la boca un golpe por haberse creído un jefe, otro por haber calculado que era mejor que Soto reemplazar y otro porque se había hecho la ilusión de que tenía buena puntería y deslumbrar a sus hombres hombr es y que lo había engañado engañado a ese sargento sar gento medio enano. enano. ¡Que ¡Que que mucho mucho mejor hubiera hubiera sido acabar de una vez y después después tumbarse tumbarse en una especie especie d y quedarse quedarse ahí para siempre. Pero el sargento Gordon se había quitado la chaquetilla, se había arremanga golpeand go lpeandoo después después de palparse las dos do s gr g r andes andes manchas de sudor sudor que le humedecían humedecían l «—¡Tenés que decirnos!» —y golpeaba—. «¡Todo lo que piensan hacer!» —y se contra la cabeza de Stocker que se balanceaba como si estuviera relleno de trapo incondicionalmente, eh?» —preguntaba, y su puño se estrellaba contra la mejilla de S que tr tr atamient atamientoo de prisioner pr isionero…?» o…?» —y Stocker Stocker sentía sentía que los nudillos de Gor don resb r esb piel sudada—. «¿Así que nos ibas a dar un dolor de cabeza?… ¿Así que eran mucha g puñetazo y esta vez en el cuello, y Stocker se quedaba con la boca abierta para no lanz pedir por favor que acabara y le encajara tres tiros en la cabeza y lo dejaran tirarse «¿Así «¿Así que no habían ro bado nada?» nada?» —y el otro golpe go lpe llegaba antes antes de que hubiera hubiera ce Stocker largaba un grito cargado de saliva y de algo que le chorreaba por la nariz—. van a hacer!…» —que se abriera pedía ése, que hablara.SignNo «¡Largá!…». up to vote on this title No. Que «¡Largá te digo!»… —seguía golpeando y exigiendo Gordon—. «¡Largá!» —per Useful Not useful liquidado, si ya no hablaría jamás—. «¡Largá!» —la mano de Gordon sangraba y é descanso. Afuera de ese galpón brillaría el sol y sus hombres seguirían sentados en e
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…» —y ahora afirmaba seguro de abrirlo con esos golpes cortos al pecho, mien doblaba hasta tocar las rodillas con la frente como si fuera a causa de una arc intolerable risotada—. «¡Vas a decir…, te digo que vas a decir!…» —y el puño y r esuello de Gordon Gordo n se mezclaban mezclaban.. Lo podía odiar a ese sargento, pero ya su olor le gustaba y deseaba hasta pedirl lo siguiera golpeando, que no le dejara ningún lugar sin un puñetazo, que lo demolie lo violara de una buena vez, que no le permitiera ningún lugar para esconderse, na agazaparse. Pero, la boca, no. Y Stocker apretaba los dientes. «—¡Largá!» «—¡Largá!» —repetía —repetía Gor don como si fuera un quejido—. quejido—. «¡Largá «¡Largá te digo digo!» !» — al que lo estaban golpeando y eso le doliera obligándolo a cerrar los ojos cuan entreabría—. «¡Largá te digo!». Y a Stocker ya no le quedaba mucho que recordar como no fueran cosas muy di vez que estaba con su mujer en una plaza desierta y alguien se les acercó y les dij denunciar y él le dio todo su sueldo aunque después ella le gritó que había sido un eso, por que segur segurament amentee ese tipo tipo no era policía pol icía ni nada y: y: «—¡L «—¡Larg argá! á!»» —seguía gimi Stocker ya no tenía nada para pensar ni ofrecer para que deshicieran ni para morder se le había abierto y dentro de muy poco todo le saldría como aquella vez en el co Blanca cuando Britos chilló «—¡Aquí hay mal olor!», y Stocker se dio cuenta que er pasar entre todos y susurrarle al maestro «—Permiso, señor», para que lo dejara «¡Largá que va a ser mejor!» —ofrecía ahora Gordon—. Stocker dejó que todo eso le pantalón y se le escurriera sobre el muslo y escupió ese líquido un buen rato mien frotaba los nudillos dándose otro descanso. Y aquella vez, cuando él salió a todo lo clase, no había nadie en el patio ni en los baños y se metió allí y se limpió con ese p donde se leía algo sobre Quintana, que había sido un individuo al que todos insultaba los años, en el local del Sindicato de Carne de Bahía Blanca que sólo ostentaba un en un príncipe ruso y barbudo. Después se quedó en blanco mientras Gordon terminab apoyado en unos fardos de lana, porque a pesar del esfuerzo que hizo, como si se quedar vacío, le resultó muy difícil rehacer esa escena donde hablaba con su mujer qu en la cama y se burlaba de él, y esa otra donde después de correr se metía en un z arrollaba el letrero donde se leía ¡Viva el movimiento libertario! Sign up to votey onpedía this title por favor entrar entrar porque por que la policía lo seguía y una mujer con car a de abu elitaleNotdecía dec ía que no, qu Useful useful abuelita la vereda, que se lo había buscado y que ésa era una casa de gente cristiana. —¿Vas —¿Vas a decir lo que te pido o no? no ? —Gor —Go r don estaba de pie y el farol far ol le ilumin il umin
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mala persona y que, bien mirado, se le podía dar una carta de recomendación. Eso has Gor don —seguramente Gordon— Gor don— se dio cuenta cuenta que estaba estaba invent inventand ando. o. Pero no lo ins sino que lo encontraron natural: si podían pensar que lo hacía para ver si los irritaba tiro en la cabeza. Pero, no. «—Listo» —dijo Baralt—, «con esto ya es suficiente» — palmaditas palmaditas apremiantes apremiantes y pater pater nales como las que se le dan a un boxeador boxeador entr entr e cada r le soltó esa bufanda con la que le habían atado los pies y las manos. Después salieron los dos y Stocker se quedó a solas, sumergido en un silencio niebla. Ante Antess retu r etumbaba mbabann los golpes g olpes de Gor don y otro ruido más que no había podido podido venía. Ahora, eso era igual a una campana neumática. Silencio, y nada más. Podía gri nada. Tampoco había aire. El mundo estaba muerto. Los oídos le empezaron a silbar correteando sobre unos fardos. Stocker dudó un momento, cabeceó otro poco, respir se palpó la cara y las muñecas, después se oprimió el estómago y sintió una pun incrustaba como un cuerno y se dobló largamente soltando un hilo de saliva que le q de los labios. Pero ese portón rectangular había quedado abierto y vio que las tropas movimiento: lo iban a abandonar, abandonar, lo dejarían con su g ente, ente, lo iban a enfrentar enfrentar a la ca a la de Hernández, a la de Mossian. Hasta Pierini se le reiría en la nariz: ni jefe ni bu mártir már tir ni nada. Alcahuete. Alcahuete. Y volvió volvi ó a escupir. Después corrió hacia adelante, cayendo y revolcándose. Pero se volvió a levan hacia el camión donde iba Baralt. Tuvo Tuvo que cor r etear etear un trecho trecho hasta hasta ponérsele a la pa —¡Lléveme! —suplic —s uplicóó y se s e agar ag arrr ó al codo co do de ese e se Jefe. Per o se había equivocado equivo cado sino un oficial muy joven que fumaba y que sólo alzó los hombros y comentó algo c su lado. Stocker tuvo que correr todavía más y pasarse al otro costado del camión. A ¡Lléveme! —le gritó—. ¡No me deje aquí!… ¡Por favor, lléveme! —pero Baralt lo co aire de prescindencia y de sueño, que se debería a que ya estaba oscureciendo. Stocke —: ¡Lléveme! —y puso un pie en un estribo estr ibo mientra mie ntrass se aferr afer r aba a la l a por po r tezuela, per sus asistentes la abrió y Stocker rodó a un costado del camino. El camión ronqueó arrancó a mayor velocidad. Stocker. Allí se quedó un largo rato. La noche arriba, las estrellas suaves, el o cuerpo que no aguantaba. aguantaba. Todo su cuerpo estaba estaba anegado anegado Sign porupese dolor inubic to vote on thisinubicable title able de todo el dolor era una especie especie de gota go ta de mercurio insoportable taUseful ble que queseNotleuseful iba iba corr iendo de sus movimientos como si buscara un nivel: la boca, los huesos de la cara al cu hombro hom bros. s. Ya Ya no daba más.
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avanzó tropezando hasta que pudo apoyarse en los tablones de uno de los corrales flotaba algo cálido, como si muchos cuerpos soltaran su aliento. Y se oía un murmu frotaba y respiraba. Eran las ovejas. Estaban tranquilas, tibias, adormiladas mientra golpeado. Estaban enteras, y él se sentía abierto. Violado. Abrió la tranquera y se animales que apenas si se sobresaltaron; por un momento les acarició el lomo: er suaves. —¡Guachas! —gr —g r itó de pro pr o nto—. ¡Guachas! —las ovejas ov ejas se empezar empeza r on a mo algunas balaron estúpidamente—. ¡Guachas! —volvió a gritar Stocker y empezó a asía del cogote y las sacudía hasta voltearlas. A un cordero lo levantó de una patada— —las ovejas ove jas buscaban una sali s alida da par pa r a escapar es capar—. —. ¡Guachas! —espantadas, —es pantadas, con co n lo los o aterrorizadas frente a esa sombra gigantesca que las golpeaba y vociferaba—. ¡Gu golpes de Stocker iban a la cabeza de esos animales, sobre el lomo que sonaba costillas, a las patas, a donde las agarrara—. ¡Guachas! —y las ovejas giraban y s sobre la tranquera—. ¡Guachas! —gemía Stocker mientras las ovejas corrían hacia e —. ¡Guachas ¡Guachas!! ¡Guachas! —y los lo s gol g olpes pes fuer f ueron on al air ai r e, a la l a oscur o scuridad, idad, contr c ontraa sí mismo mis mo lo habían vejado, contra todo lo que no había hecho y había deseado hacer, cont Pierini, contra Corral, al que no había podido voltear, contra Gordon, que lo había abrirlo como a una víscera blanda—. ¡Guachas! —seguía gritando y pateando—. ¡Gu su mujer, contra la huelga, contra los que no pagaban y los engañaban—. ¡Guach Patagonia, contra los que lo habían mandado, contra todos los que mandaban, golpeaban, contra los que lastimaban a los que se tenían que aguantar—. ¡Guachas! suelo y allí se quedó tendido bajo ese cielo negro, impasible y muy alto, y las o pasando pasando por encima.
Lo primero que lo desconcertó a Vicente fue esa página de un diario de Bueno adentro de un sobre que levantó con cautela; había quedado junto al felpudo de la entra fuera de lo común: no supo si por la torpeza demasiado evidente de la letra o po invertida. Algo alarmante tenía ese sobre. Y adentro estaba esa hoja de diario envuelta Sign up to vote on this title los bordes de la página, cuidadosamente doblada, sobresalían por los costados de es Useful Not useful euforia Dudó antes de abrirlo: si era algo desagradable toda la de esos últimos d desinflar. Era falso ese entusiasmo; él lo presentía así, pero lo había estado manten
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sin tiempo para excusarse. El primero en hacer eso había sido Míguez: hacía tiempo nada ni le hacía ninguna objeción, limitándose a servirlo con un fervor mecánico, ¿Desea algo más, doctor?», le preguntaba ceremoniosamente después de traerle cua fósforos o el diario. «—¿Alguna otra cosa, doctor?». «—¿Necesita algo más, doc pagaban y por eso cumplía, él era el hijo de la cocinera. «—¿Alguna otra cosa, docto sentía que lo traicionaban, que lo decente hubiera sido decirle que «no» a lo que op ordenara, aunque no le explicaran nada. «—No»; «—No, doctor». Pero ninguno se «—¡Digan algo!». Y esa cosa escurridiza que sentía cuando se encontraba con alguie aludían a lo que pasaba en el Territorio, proseguía. «—¡Digan algo!». Y allí tenía entr recorte envuelto en una esquela blanca. También pensó en todo lo que pudiera haber hecho de vergonzoso y oculto. En antes de llegar a la Patagonia. Porque a uno le crece la memoria cuando tiene mie cuando tiene miedo, y él se sintió débil y culpable. ¿No había redactado con habilidad obreros y estancieros? ¿Dónde habría estado el error? Él lo sabía, era un detalle, pe por debajo de lo que estaba dispuesto a confesarse en ese instante. Había secretos que e a reconocer, r econocer, pero otros otro s no —r eflexionaba—. eflexionaba—. Siempre uno se quedaba quedaba con una carta e cuando cuando asegurara asegur ara que había que que ser sincero y poner todos los naipes sobre sobr e la mesa. S trampa mientras se estaba vivo. Volvió a mirar esa carta. ¿Lo insultaban porque vivía por un lado lo halagaba —todavía lo halagaba— y por otro lo fastidiaba. Habían c madre de Míguez había cuchicheado y Yuda había sacudido los hombros. Era una pe de pueblo y nada más. ¿Le recordaban algo de lo que había hecho en Buenos Aires? É putañero, pero nunca lo había ocultado. «He sido un putañero de miércoles», se dijo voz alta: si los prostíbulos eran lo más —o lo único— divertido de Buenos Aires y l entretenido que se podía conseguir un estudiante de derecho en esa podrida ciudad. Y estudiantes. Porque él muchas veces se había topado con profesores, con algún jue otros otro s más que lo llamaban l lamaban a un rincón para mur murarle: murar le: «—Esp «—Espero ero que sea discreto, discreto, les palmeaba la espalda con una cálida complicidad de machos. Es que en ese terr Aires, todos eran cómplices. Y ser putañero era una diversión y un alarde. ¿Que algun hecho un regalo? Eso siempre se justificaba, y máxime en un país como el nuestro todos los hombres alguna vez habían ambicionado ser rufianes más o this menos Sign up to vote on title elegante descubrió, como muchas otras veces, demasiado tolerante propios peca Not useful Usefulcon sus afanosamente aliados y atenuantes de sus culpas. También podría ser algún amig anónimo, porque ya había entreabierto la esquela y advertía que no tenía firma.
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rulo que cerraba la esquela. El autor de ese anónimo quería precaverse de que alguie quién, no agregase nada a la esquela. Después Vicente leyó la página del diario. Era d Del mismo que le había hecho leer Carrero cuando la firma del convenio en el t artículo lo aplaudían, en éste el título era decisivo: Fracaso decisivo: Fracaso de una gestión gesti ón.. Vicente vomitar. El artículo también ocupaba un cuarto de página. Con todo, eran ecuánime Aplaudían y mataban de la misma manera, con la misma pulcritud. Ésos sí que eran e vida y la muerte les daba lo mismo, ellos estaban tan alejados de una cosa como de estar estar más allá del bien y del mal y de la vida y de la muerte o ser una especie especie de soluc ese diario no eran ni líquidos ni sólidos. No había adjetivos, ellos narraban: no te solamente vista. Ni vísceras ni sexo, ojos. Y Vicente llegó a pensar mientras se senta que Yuda hubiera dicho: «—Ni se ríen ni lloran. Son serios». Eran justos, por eso. E Pública. Fracaso Pública. Fracaso de una gestión gest ión.. Las letras del título eran enormes, el artículo estaba e y lo habría leído todo el mundo. Vicente lo comparaba con otros artículos, quería c haber pasado inadvertido para cualquiera que leyera ese diario, pero esas letras tenía un centímetro y relucían destacándose. En el resto de la página había otras noticias provincias, lo que ocurría en el interior del país: lluvias, exposiciones rurales, la m centenaria, centenaria, unos juegos juego s florales, flo rales, pero per o la l a suya era la más destacada. destacada. Era un gr an cartel medio de las páginas gr ises de ese diari diario. o. Fracaso Fracaso de una gesti ge stión ón.. Y ese diario venía d y en Buenos Aires lo habría leído todo el mundo. La ciudad leyendo esa noticia y comentándola. La «gente» de Yuda. Los «señoritos» de Yuda. Y los amigos de eso padres de los señoritos, sus tías, y las vecinas de esas señoras, sus viejos profesores alumnos de esos ancianos profesores cuando fueran al mingitorio, y la casera mi vereda y las queridas de sus amigos mientras llenaban la bolsa de agua caliente. «Tortoni» y en el «Sportman «Spor tman»» y en los Tribunales y en el baño baño turco turco mientras mientras espera que les dieran la toalla y en algún prostíbulo de la calle Andes mientras jugaban a aburr ían. «—¿Leíste «—¿Leíste lo de Vicente?». Vicente?».Todos Todos.. ¡Qué risa! «—¿Viste lo de Vicentito?». «— En el Sur…». Sur…». Y el otro se acercaría para par a leer. O serían serí an varios los que se amontonarían en el único ejemplar, o en la l a calle o en cualquier esquina. «¿Viste «¿Viste lo de Vicente?». Vicente?». Tod diario tiraba cientos de miles de ejemplares y cientos de miles de personas lo hab ¿Viste lo de Vicente?… ¿Viste lo de ese abogado en elSign Sur…?». En up to vote on thiscada title familia menos. Y el Viejo Yrigoyen también. ¿Qué pensaría de todo eso?Él, Useful Not que useful lo había m para que resolviera ese asunto. « —Necesito —Necesi to tu ayuda… En el Sur hay graves inst dicho después de elegirlo. «Especialmente a mí», pensó Vicente con malestar. Y todo
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era posible que se publicaran esas noticias. Pero ahí estaba ese artículo y sólo quería fracaso. fracaso. El título decía Fracaso. Fracaso. Y todos los lectores de ese diario se responde so bree quien se estaba hablando: hablando: Docto Docto FRACASO . Y más abajo para que no hubiera dudas sobr Por lo tanto, el doctor Vicente Vera había fracasado. El doctor Vicente Vera estaba liq lo señalarían ahora y se darían vuelta para mirarlo, pero sin titubear, con el mismo d se mira a un individuo famoso o a una diva, que deben permanecer impasib contemplan. O a un condenado. O a un objeto cualquiera: un bibelot, un toro de ex piedra. Alguien que tiene que ser nada más que piel, una cosa. Y fracasado fracasado quería manos ni nada con con qué poder tocar y mo dificar las cosas, aunque aunque sólo fuera para cam Fracasado era Fracasado era ser desdeñado por todos y con razón; era la gente mirándolo para de impotente, impotente, padeciendo padeciendo esas mir adas sin poder escapar escapar ni justificarse ni hacer otra cos forma lo salvara. Porque hasta sería torpe para hablar. Sería mudo. Una piedra, ya lo Fracasado er Fracasado eraa ser un impotente impotente en medio medio de la plaza. Y Vicente salió a la calle, hizo un bollo con ese papel, pero no lo tiró porque a recoger y él tenía que releerlo con más calma. Y esos camiones que iban y venían alzando columnas de tierra, le empezaron a resultar intolerables; por el ruido y porq pensar. pensar. Es Es que ese ruido se incrustaba incrustaba en los lo s sesos. Y hasta hasta sintió furia fur ia por su barba: en seguida con eso. Y tuvo tuvo ganas g anas de arrancá arr ancársela, rsela, de cortársela. co rtársela. Era de noche y con las l as manos en lo s bolsillos bolsill os estrujaba ese papel papel y amasaba una que le había quedado de Buenos Aires y que allí no le servía para nada: no había tra subterráneos. No había nada. Y caminó hasta el final de la calle. Alguien pasó a su la «—Buenas noches, doctor», y él gangoseó cualquier cosa, total, el otro se quedar esperaba una respuesta respuesta y, y, si no, que se fuera al demonio . Tenía Tenía ganas de hablar hablar con alg que lo comprendiera rápidamente, sin tener necesidad de contar todos los anteced momento en que había sido llamado por el Viejo Yrigoyen pasando por la reunión de instante de recoger esa carta que había quedado junto al felpudo. Algo inmediato, a muy ordenado en su narración y aunque omitiera muchas cosas reemplazándolas co cara o con movimientos de las manos. Alguien que lo escuchara conociéndolo, as dándole la razón, tranquilizándolo y repitiéndole que todo lo que pensaba no era tan de es ese diario lo leía tanta gente ni Buenos Aires tenía tantos Sign habitantes nithis lastitle letras up to vote on grandes ni tan visibles. Y hasta que la muerte de esa centenaria Rioja que h useful Useful deNotLa general Peñaloza sería más comentada, porque, al fin de cuentas, no se moría tod centenaria así en la Argentina. En realidad, Vicente quería hablar con Yuda, pero te
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exigiera ni mucha coherencia ni mayores detalles. Y llegó hasta la puerta del pros entró.
Esa estancia quedaba cerca de Paso Ibáñez. Y allí llegó Soto esa tarde. Había c era imposible entrar a Gallegos para hablar con el doctor Vera. Varios días estuv pueblo: por el lado de la playa vigilaban los de la guardia blanca, y a la noche, desd veían brillar las fogatas que encendían junto al mar; y por el lado del campo eso soldados daban vueltas y vueltas; cada cien metros, en cada bocacalle, había adormilado o distraído o lo que se quiera, pero cuando escuchaba el menor ruido, so de noche, tiraba al bulto, a voltear. Soto había llegado a estar muy cerca de uno de Estaba comiendo pausadamente, con ganas, y Soto tuvo la sensación de que fingía, d lo había visto, pero no podía admitir que hubiera una persona junto a su puesto. Hasta ruido que hacía al mascar una corteza de pan. Pero todos esos soldados se ponían e piernas cuando se sentaban y no les importaba gastar dos o veinte balas; ellos tiraba motivo, por si acaso; y así habían matado matado varias ovejas, o vejas, cinco cinco o seis gatos y un viejo siempre andaba rondando por el lado del alto seguido de perros. Era de miedo, si final, resultaban eficaces, y no había forma de esquivarlos. A Soto le constaba: é espiando toda una tarde a ese soldado, desde que le llevaban el mate cocido al momento en que miró a todos lados antes de resolverse a agacharse entre unas matas. había podido comprobar que no soltaba el fusil. Es decir: ni lo dejaba en el suelo contra una de esas matas de calafate que podían aguantar el peso. ¡Cualquier día! —pe de estar estar acechando acechando durante durante tanto tanto tiempo para tratar de meterse en el pueblo er a demas porque las patrullas lo podían sorprender por la espalda. Y un sujeto con cualqu sostener que no estaba haciendo nada aunque lo descubrieran con la mano metida en vecino, pero un tipo con su jeta, no. Con esa cara nadie se podía hacer el idiota. mucho menos aporta apor tarr testigos. testigos. Ninguno Ninguno se lo creería creer ía aunque aunque dejara dejara caer el maxilar nu y sacudiendo la cabeza como si le hubiera agarrado el baile de San Vito. Porque aun hubieran pensado que era un enfermo, pobre, que habría heredado alguna de esas en Sign up to vote on this title las que los peones alardeaban y se cuidaban minuciosamente, pero jamás que no enten Useful Not useful o lo que le preguntaban. Él no hubiera podido hacerse el imbécil para justificarse s una de esas patrullas que vigilaban las entradas del pueblo. No, señor. De la misma m
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contemplando a ese patrón, al que ni conocían ni sabían qué tal era, pero que era movía sacudiendo sacudiendo constante constantement mentee esa escoba escoba a lo larg l argoo de los lo s corr cor r edores. Ni a Soto ni al chileno Muñoz, que hacía un tiempo que andaba por allí, les pa por razones distintas: a Soto porque era un abuso y a Muñoz porque se trataba de un co —¿No le parece par ece demasiado demas iado?? —le preg pr eguntó untó Soto a Garr Gar r ido cuando verifi ver ificó có que, patrón tenía que hacer el mismo trabajo empezando por los corredores y terminando de diarios viejos. —No, demasia dem asiado, do, no —r — r epuso Garr Gar r ido. ido . —Pero —Per o mir mi r e que puede tr aer consecuenci co nsecuencias… as… —¿Qué co nsecuencias? nsecuenci as? —No sé —Soto usaba un tono to no prudente—, pr udente—, pero per o van a ser g r andes. Garrido Garr ido no se alarmó: —¿Usted cree? cr ee? —No es que lo crea cr ea —dijo —dij o Soto—, Soto —, pero per o ese hombr ho mbree se las l as va a querer quer er cobr co brar. ar. —¿Cobr ar? ar ? ¿Y cuándo se las la s va a cobr c obr ar? ar ? Soto se daba cuenta que Garrido parecía suponer que la huelga no iba a tener f previno con co n un tono tono de opinión dicha al acaso: —Mire —Mir e que esto cualquier cualqui er día se acaba y, a lo sumo, sumo , la empar e mpardamo damos… s… —No, empar e mpardar darla, la, no. no . La ganamo gana mos, s, se lo digo dig o yo —asegur —aseg uróó Garr Gar r ido abroc abr ochánd hánd contemplando esa fila de nueve botones—. Pongalé la firma. —¿Tan segur seg uroo está? —¡Segurísi —¡Segur ísimo mo!! —Pero —Per o , ¿por ¿po r que sí, sí , o por po r …? —Por que esto lo tenemos tenemo s que ganar, ga nar, Soto…, So to…, por po r que tiene que ser así… —y la Garrido que no servían para nada ni demostraban nada y a las que Soto ya estaba aco habérselas escuchado a muchos que las repetían con una voz agresiva y unos ojo prolongaron hasta que los dos se miraron como si súbitamente se hubieran olvidado «—¿De qué estábamos hablando?» —hubiera podido preguntar Garrido al voleo—. «— nada importante. Ya ni me acuerdo» —hubiera podido contestar Soto. Porque Soto ha por sin proponérselo que todos los compañeros ansiaban Sign tener up toalguna vote on thiscerteza title haciendo en esa huelga y todos se ratificaban entre sí. Nadie insegu Usefulquería useful Notparecer sonado a traición o, si se descuidaban, a miedo. Es que pensar era tener miedo reflexionaban, no había nada que hacerle. Y si alguien usaba la cabeza era un derroti
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«—¿Y usted cree que siendo más es suficiente?» —insistía Soto con una verdadera a con alguna razón que lo conformara. Pero, nada, porque; siempre su interlocutor, fuese, concluía: «—Y, es suficiente, porque por eso salimos a la huelga». Y todo eso resultaba, al fin de cuenta, como uno de esos perros que se tiraban cola cuando sentían algún escozor intolerable, dando vueltas y vueltas para nada. Y allí estaban: él, Garrido y el chileno Muñoz sentados al borde de ese corre patrón barría el piso ante la mirada silenciosa de los demás peones. Porque, eso gritaba ni lo insultaba y mucho menos le ensuciaba adrede para que volviera a lim había barrido. Con que hiciera ese trabajo unas ocho veces por día, inútilmente, tod satisfechos satisfechos y vengados. Pero al atardecer apareció ese muchacho montado en un caballo que daba pena. M con Garrido explicándole de dónde había venido y en qué podía servir, a Soto le imp anchos ojos titubeantes. Apenas si miraba al final de cada una de sus frases, co comprobar compr obar el efecto efecto que causaba causaban. n. Dicho Dicho más m ás claro: claro : si le creían cr eían o no le creían cr eían lo que Llevaba unas bombachas cortonas y sus tobillos tan finos le daban un aspecto de lógicamente, Garrido no encontró nada más cómodo que empezar a llamarlo «Señor «Señorita» ita» de de acá y «Señor «Señorita» ita» de de allá fueron fuero n los únicos gr itos que se oyero n hasta hasta q a cada rato, cuando se podía creer que ya se había olvidado de su gracia. «—¡Señor hacía chasquear los dedos y ese muchacho tenía que correr a lo que le mandaran. «—¡S —¡Ya —¡Ya voy! vo y! —¡Señorita! —¡Señor ita! —¡Un —¡Un momentito mo mentito!! —y esas car r eras er as no termi ter minaban naban nunca. —Sos el petiso peti so de los lo s mandado mand adoss —le r epetía Gar G arrr ido satisfecho satisf echo con co n su descubr Y ese muchacho ni protestó ni lo miró con fastidio. Se dejaba humillar como todo: de que lo hicieran correr, de que pudiera cumplir lo que le mandaban y de que l Tampoco, por supuesto, ni se le ocurrió quedarse donde estaba parado para contes «—¡Si tiene mucho apuro, hágalo usted nomás!». No. Eso lo hubiera hecho Soto, que repetir esas carreritas torpes, interminables, entusiastas, estériles, como si estuvieran de su presencia. Porque cuando él estaba en un lugar, esas cosas no se podían hac peones lo sabían: si alguien tenía derecho era él. Él solo.Sign Pero up toSoto vote onjamás this title hacía uso que le acordaran los demás; él era una estatua que aceptaba ofrendas pero las dejab Useful Not useful pies. Como también sabían de siempre que cuando Soto estaba, no era cuestión d alardeara contando cuántas mujeres se había tirado. Tampoco, y de ninguna manera, h
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—Sí. —¿Y cómo có mo quier e que lo l o llame? lla me? —De ninguna ning una maner mane r a, Gar r ido… ido … —Pero —Per o si es e s una «señor «se ñor ita». —Ya —Ya sé… Per o dejeló dejel ó . Se va a cansar ese muchacho m uchacho.. —Pero —Per o si no me dice nada y parece par ece que le l e gusta g usta —Gar —G arrr ido mir mi r ó a los l os demás pa se sonreía sonr eía y desbarataba desbarataba la seriedad de Soto, Soto, pero todos permanecieron permaneciero n impasibles. —No le l e gusta, g usta, Gar r ido —insistió —insi stió Soto—. Soto —. Cr Cr eamé. eamé . —¿Y por qué no me lo l o dice él? él ? —No se animar anim ará… á… —Pero —Per o si es e s una br oma. om a. —No es una brom br oma. a. Dejel Dejeló… ó… —¿Usted me lo pide? —Yo —Yo no se lo l o pido; pido ; Gar G arrr ido, ido , pero per o dejeló dejel ó ¿O ¿ O no tiene bastante con co n el patró pa trón? n? Garrido no lo llamó más a ese muchacho. Y a la noche cuando Soto se estaba un con un pedazo de grasa, sintió que alguien se le acercaba: era el «Señorita». Y realmen señorita y hasta la piel del pecho parecía muy blanca, hinchada. —Muchas gr acias, acias , señor seño r —mur muró mur ó ese muchacho. muchac ho. Después, con co n naturali natur alidad dad llamaba Pons y que en Buenos Aires le había dado una puñalada a su padre. —¿Por qué? —quiso —qui so saber Soto. Soto . Pons le explicó larg amente, amente, emocionado porque po rque ese hombre tan serio lo atendía atendía había casado con otra mujer, una que tenía casa de planchado. «—Por segunda vez», a —¿A vos te gustaba? gus taba? —le pr eguntó eg untó Soto. So to. —No, no me gustaba. g ustaba. —¿Y entonces, entonces , por po r qué fue todo to do eso? eso ? Pons tuvo que volver a explicar, escrutándolo a Soto al final de cada frase p efecto de lo que iba diciendo, que esa mujer tenía una hija. —No er a mi hermana, her mana, ¿usted se da cuenta, c uenta, no? —preg —pr eguntó untó con co n avidez. avidez . —Me doy cuenta —lo —l o tranquili tranq uilizó zó Soto. Soto . Pons continuó: él había matado a su padre porque seSignmetía conon la up to vote thishija title de esa m mujer, ¿me entiende?», se interumpía ese muchacho. Él lo Useful meditado había Not usefulmucho ant hasta hasta había llegado a pensar que era ella quien lo pr ovocaba a su padre. —Eso era er a lo que él me contaba co ntaba —dijo. —dij o.
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—No. Porque Por que la madre madr e estaba de acuer ac uerdo do con co n mi viejo. viej o. Y así siguió Pons contando todo: lo de la muerte de su padre y lo que le h hermanastra. —¿Qué te gr g r itó? itó ? —Que yo había hecho he cho eso con co n el viejo vi ejo por que yo andaba caliente cal iente con co n ella. ell a. Y lo de la noche en que lo llevaron preso y le robaron unos pesos que se había bocamanga del pantalón, y en el olor que tenía en la ropa a la mañana siguiente, y había hecho en barco después que lo condenaron, con un guardián de civil que siem cosa que empezaba más o menos así «Los espíritus dominarán en el mundo» y canta voz baja. Y después después recor dó las fotos fo tos que le sacaro sacaronn en los diarios. diar ios. —Me decían que me m e despeinar despei naraa —confesó —co nfesó.. —¿Que te despeinar des peinar as?… ¿Quiénes ¿Q uiénes?? —Los que sacaban sacaba n las fotos. fo tos. Se quedaron quedaron en silencio sil encio escuchando escuchando el ronquido r onquido de alguien que respiraba r espiraba con dif —Es por po r el ciga ci garr r illo ill o —dictaminó —dictami nó Pons señalando señal ando hacia la oscur o scuridad. idad. —Sí —aceptó Soto y al r ato volvi vo lvióó a preg pr eguntar untar—: —: ¿Y en el Sur? Sur ? Entonces Pons prosiguió contando la vida que había llevado en el penal durante desde lo que le daban de comer hasta los ruidos que se oían a la noche a lo largo d pintados de blanco. —Y había par pa r ejas —confesó —co nfesó inesper ines peradamente. adamente. —¿Qué? —Sí. De hombr hom bres es y hombr ho mbres. es. Y había ha bía uno, uno , un tal Mendizábal, que se hacía pag de los tipos que se cafishiaba… —¿Les sacaba saca ba plata? —No. Los o tros tro s se la l a daban. —¿Para —¿Par a qué? —¿Cómo —¿Cóm o para par a qué?… Como Co mo las mujer m ujeres: es: para par a que lo s defendier defe ndier a. Hubo otro silencio y ese solitario ronquido brotó en la oscuridad como un sur Pero Pons continuó: continuó: —Y hasta una noche, no che, Mendizábal Mendizába l se s e tuvo que pelear pel ear con co nupotro o tros s dos do que quer ían Sign to vote on sthis titlele querían ésos. Useful Not useful —¿Y? —Soto estaba inter esado y lo urgí ur gía. a. —El que trabajaba tr abajaba de cafishio cafi shio les r ompió om pió el alma al ma a los l os o tros tro s dos. do s.
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—Si me dejaba… —¿Y vos quisiste? quisi ste? —No. Pero Per o ellos ell os me decían dec ían que me iban i ban a tener mejo mej o r, como co mo a un rey. r ey. Soto no quiso preguntar más. Todo eso lo había escuchado ahí, en medio de e porque ese muchachito se le había acercado a contárselo. Seguramente querría de agradecimiento. Y como él no tenía nada de sueño, lo había dejado correr. Pero permanecer callado, incluso amagar como si ya fuera demasiado tarde, le doliera el echarse. Pero Pero Pons continuó: continuó: —A otro otr o también le dijer dij eron on eso… eso … Lo mismo mi smo que a mí, m í, pero per o ese er e r a un muchacho m uchacho metido por anarquista, y la gente más decente lo respetaba. Tenía un apellido medio rato que desde afuera le andaban trabajando una escapa. Amigos de él, gente que antes… Y ésa es gente que se ayuda mucho entre ella. Y un mediodía, cuando sa madera, me dijo si quería escaparme con él porque po rque él tenía todo todo listo. Y yo me lar gué —¿Y él? —También —Tambié n se escapó esc apó,, pero per o después supe s upe que lo l o habían aga a garr r ado al cr uzar la fr fr —¿Se quiso quis o hacer h acer el loc l oco? o? —Estaba demasiado demasi ado segur seg uroo … y se había habí a pasado la vida vi da gr g r itándoles itándo les a todos todo s los lo s g —¿Los insultaba? insul taba? —Sí. —¿Y los lo s guar g uardianes dianes?? —¿Si le hacían algo alg o ? —Pons bostezó bos tezó abriendo abr iendo mucho la boca, boc a, pero per o r ápidam como si se disculpara—. Nada… No se le animaban. Y eso que era chiquito. Después de eso no hablaron más. Probablemente Pons no tenía nada más que c único que hizo fue echarse a un costado de Soto y allí se quedó dormido, aliviado pensó en dormir dorm ir después después de echar echar un vistazo vistazo a los lo s cuerpos de esos otros otro s hombres hombr es que el galpón. Uno solo roncaba, como si fingiera que roncaba, como si le hubieran orde temprano temprano y temiese que que en cualquier mo mento mento lo empezar empezar an a sacudir. —¿Soto? —¿Soto ? —susur r aron ar on a su izquier i zquier da. Soto se volvió: —¿Sí?… Sign up to vote on this title Era el chileno Muñoz que se había acuclillado a sus pies: Useful Not useful —Yo —Yo me voy vo y —anunció . —¿Por ?
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Y cuando abandonaban esa estancia silenciosa, Soto comentó: —Ni centinelas centinel as ha puesto pues to este es te Garr Gar r ido… ido …
Vicente regresó a su casa; allí estaba Yuda, leyendo, echada en su cama; habí velador y su cabeza cabeza flotaba dentro dentro de ese cono de luz amar illenta. illenta. Tenía Tenía una carne carne sin compacta, y apenas alzó la vista cuando Vicente se derrumbó en un sillón y es haciendo crujir las maderas del piso. Él se quedó un rato contemplándola; su nariz de más atenuada, había engordado. Todo el mundo engordaba en la Patagonia. A causa d la soledad, también. Y ella se dejaba reposar en su cama; se había puesto unas medias tanto en tanto se frotaba las rodillas voluptuosamente, como si a su piel la encontra desconocida. Un camión pasó por la calle haciendo trepidar el piso y los caireles tintinearon. —Un camión… camió n… —consig —co nsignó nó Vicente. —Sí… —admitió —adm itió Yuda sin si n entusiasmo entusias mo.. —Son los l os soldado so ldados… s… Pero ella estaba muy interesada con su libro. Vicente le iba siguiendo el ir y ven esperaba el momento en que levantase la mano para mover la página; Yuda tenía un que se iba deslizando por el borde del libro, se detenía en la mitad de la página, s agazapaba un poco, después subía hasta el ángulo, el dedo índice escarbaba silenciosa puntas de las hojas hasta que se quedaba con una sola y, por fin, toda la mano, descolo hasta el lado izquierdo y pausadamente volvía a la derecha. Eso, cinco, seis veces. Vo camión, Vicente calculó que sería uno que penetraba en el pueblo desde el campo y caireles tintinearon. Yuda alzó la vista: parecía alarmada, como si hubiera oído el insecto y tratara de localizarlo en medio de la penumbra para golpearlo con las man con estrépito. Y así estuvo en tensión, mirando al vacío, hasta que ese temblor se fue silencio del cuarto, alrededor de la lámpara, sobre la cama y encima de esa alfombra. —Todo el día dí a así —rezo —r ezong ngó. ó. Vicente intentó sonreírse: Sign up to vote on this title —¿Los contaste? co ntaste? Useful Not useful —No; pero per o deben haber sido como co mo cuarenta… cuar enta… o cincuenta… —¿Tantos?
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—¿Supiste algo al go?? —preg —pr eguntó untó con co n reticenci r eticencia. a. —¿De qué? —Vicente —Vicente echó el cuer cue r po hacia adelante—. No te entiendo . —¿Si por po r fin te empezar em pezaron on a lleg ll egar ar noticias no ticias?? —No —Vicente —Vicente prefer pr efería ía no comentar co mentar lo del anónim anó nimo—. o—. Pero Per o la gente ge nte me estuviese estuviese complicado en algo … —Es que estás co mplicado mpl icado,, Vicente. Vicente. —¿Yo —¿Yo ? —Sí, sí. sí . Vo Vo s. —Pero —Per o , ¿en qué estoy es toy compl co mplicado icado?? —¿Cómo? —¿Cóm o? —Yuda —Yuda se sentó s entó en la l a cama—. cam a—. ¿Todavía no sabes s abes lo l o que están haciend haci end —¿El ejér ej ército cito?? —¡Sí: el ejér cito! cito ! —gr —g r itó Yuda compr co mprendiendo endiendo que Vicente no estaba enterado enter ado Corr al ni la policía ni los otros o tros señores… —lo único que le quedab quedabaa a Yuda Yuda de de agresi agr esi era esa nariz puntiaguda—. O además de los otros señores —aclaró—, porque todos lo mismo. —Pero —Per o , concr co ncretamente, etamente, ¿qué es lo que hacen? Yuda habló con lentitud, como si le enseñara a deletrear a un chico: —Están fusilando fusi lando gente, ge nte, ¿te das cuenta? Fusilando Fusil ando g ente. Y no poniendo po niendo o r den equilibrio ni con equidistancia ni con nada. Vicente no supo qué hacer con las manos: —¿Es… es cier ci erto to eso es o o son so n chismes chis mes que te trajo tra jo la madr m adree de Míguez? Míg uez? —¡Qué chismes chi smes ni chismes! chism es! Todo To doss lo l o saben, todo el mundo lo comenta co menta y lo l o dice se meten en sus casas para comentarlo —de pronto, Yuda lo miró como si lo c Decime, Decime, ¿ni lo de Carr ero supiste? supiste? —No —confesó —co nfesó Vicente con co n una sincer si nceridad idad indudable, i ndudable, desconso desco nsolado ladorr a—. ¿Qué l —Le empastelar empas telaron on la impr i mprenta. enta. —¿Quiénes —¿Qui énes fuer f ueron? on? —Yo —Yo qué sé —dijo —dij o Yuda sin dejar se conmo co nmover ver por po r el aspecto aturdido atur dido de Vice sabe. Ni Carr Carrero ero.. —¿Y qué más le hicier hi cier on? Sign up to vote on this title —¿Más…? ¿No te par ece sufici suf iciente? ente? ¿O hay que esper a queloNotmaten r eac Useful useful par a reac ar —¿Y la polic po licía? ía? —¡Qué poli po licía! cía!
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Entonces Vicente se resolvió a mostrarle la carta que le habían enviado. —¿Cuándo te la l a mandar manda r o n? —Yuda —Yuda estaba vivamente vi vamente inter i nteresada. esada. —Hoy a la l a tarde. tar de. Y venía sin s in fir fi r ma —explicó —expl icó Vicente mientr m ientras as ella el la mano m anoseaba seaba es —Será —Ser á de algui al guien en que te quier e y esper a que así te enteres enter es de alg al g o. —Pero —Per o esto —dijo —dij o Vicente señalando señal ando el artículo ar tículo— — lo tienen que haber pu telegrama mandado desde aquí… —¡Y clar o ! —Yuda —Yuda se sentó s entó al a l bor bo r de de la l a cama cam a y sus pies quedaron quedar on colg co lgando ando—. —. llamó a Vicente, que obedeció; después ella le fue señalando—: ¿Ves? —y le mostra había al pie de la página—: Es muy simple —dijo recordando lo que le había explic Éste Éste es un aviso pagado por una sociedad de estan estanciero cieross de aquí… de expor exporta tador dores; es; aviso, ¿sabías? —Vicente dijo que sí y ella siguió—: Y lo pagan muy bien. Así es q que realmente mantienen al diario, ¿comprendés? Y, por lo tanto, tienen derecho noticias como a ellos les conviene… —se detuvo un momento para comprobar si V —. Y ahor aho r a les conviene co nviene que te quedes de lado sin poder po der hacer nada para par a que el Ejé utilizan, utilizan, prácticamente prácticamente se ponga a servir sus inter inter eses… —¿Sus inter eses? —Vicente no parecía par ecía convencido co nvencido—. —. ¿Cuáles ¿Cuáles son so n sus inter i ntereses? eses? —¿En este momento mo mento?? —ella —ell a lo opr imía imí a del brazo br azo—. —. ¡Fusil ¡Fusilar ar obr ero er o s! —¿Y para par a qué…? Si pueden poner po ner o r den sin si n necesidad necesi dad de eso. eso . —Para —Par a que haya vio vi o lencia lenci a en el Terr Ter r itor ito r io. io . —¿Y para par a qué, pr egunto eg unto yo? yo ? —Para —Par a que la violenci vio lenciaa la desaten hombr hom bres… es… institucione instituci oness que dependen gobierno. —¿Y por qué? —Vicente —Vicente parecía par ecía interr inter r o gar ga r se a sí mismo mi smo—. —. ¿Por ¿Po r qué institución así? Yuda le respondió con calma, nuevamente le deletreaba algo a un chico q comprender: —Por que así as í desprestig despr estigian ian a un g obier obi erno no que a ello ell o s no les r esulta… Como Com o ves, simple. Vicente no quiso escuchar más; estaba aturdido y se oprimió las sienes: —¿Y qué se puede hacer? hacer ? —preg —pr eguntó untó flo f lojam jamente. ente. Sign up to vote on this title —¡Ah, —¡Ah, hijo! hij o! —suspir —sus piróó Yuda volvi vo lviendo endo a su libr l ibroo —. Eso EsoUseful es cosa co saNot tuya. useful De nuevo se quedaron en silencio; ella hundió la cabeza en ese cono de luz amari se volvió a sentar en su sillón, arrinconándose para espiarla: Yuda no habría insistido
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simple ni muy simple. Porque lo confundía; había que poner orden en todo eso y días. Él era lent l entoo para esas cosas y siempr e se lo había dicho, dicho, pero también también sentía sentía un de satisfacción por ser capaz de reconocer esas cosas. Lo de Yuda lo reflexionarí repetir, si era necesario, porque para él la política no eran esas confabulaciones qu masonería o cosa de socialoides. La política se hacía con hombres, con amigos, no anónimas; éste, aquél y el de más allá, que daban esto, vivían en la calle Brasil o e hablaban estirando los labios o por el costado de la boca y tenían viruelas o carga mantenían caballos en Palermo. Y uno los apoyaba por ser hijo de fulano o por conservador de Cañue Cañuelas las era canfinflero o médico y no abogado o porque por que de de chico u con el hijo del jefe de la estación que era radical. Y ellos hacían favores; desde u hospital hasta un consulado general en Hamburgo. Y eran silenciosos o gritones y u los sobrenombres o los hijos naturales. Pero cualquiera de esas cosas se podía tomar para palparlas por po r que no se escurrían. escurr ían. Y uno los lo s atacaba atacaba cuando cuando los lo s odiaba o se habla en los cafés o en las esquinas, o se los calumniaba. Pero cualquiera sabía que aquél otro, del otro lado, sin misterios ni complicaciones. Aun de los que «pegaban el sa propio pro pio partido par tido dejaba de de ser oficialista. Y hasta hasta se los lo s podía insultar en la Cámara per la calle o en el club. Eso, antes y con don Hipólito. Y en eso consistía la política: am amigos, conversar, conseguir votos, hacerse querer por la gente, conocer de memoria parientes, llegar a ser diputado, saludar a otra gente por la calle, sonreírse y ba orobaba, tener más amigos, reconocerse entre ellos, distintos a los demás y parecido hablar con melancolía de las revoluciones en las que uno había estado o recordar ciertas enfermedades enfermedades comunes o los pr ofesor es comunes, y tocar tocar la guitarr a quien su un poco raros, no mucho, porque si eran «amateurs» en algo y cultivaban una afic cosas, no podían tolerarse ni caprichos ni especializaciones: un poco de florete D’Annunzio, inocuamente perversos, algo que ver con la aviación, otro poco de po todo. Y morir con la certeza de haberse ganado una columna en La Nación o Nación o en La gran tipo. tipo. Es decir: cojones. El resto, todo eso que le había contado Yuda, podría ser, De cualquier manera, él se sentía muy desorientado, mandaría un telegrama a B esperaría instrucciones. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Salir a la calle a gritar com cono valdría la pena y era ridículo. Ridículo. ¿Qué era ridículo? a title una rea Sign¿Presentar up to vote on this novia»? ¿O resbalar bailando un tango? Ridícul tango? Ridículoo. ¿Ir a buscarlo Not usefuly a los que Useful aCorral responsables de lo que estaba pasando? ¿Dónde los encontraría? ¿Qué, entonc explicaciones a Brun y sus amigos? Se reirían de él porque no tenía nada concret
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la baldosa donde tenía tenía que que frotar fr otar la escoba esco ba con más energía: energí a: —¡Aquí! —¡Aquí! —empezó a llamar ll amar desde la cocina, co cina, donde lo tenían encerr encer r ado, ado , g olpea ol pea tejido de la puerta—. ¡Aquí! —chilló hasta que Varrón bajó de uno de los camiones y dentro. —¿Quiénes —¿Qui énes lo metier on? —preg —pr eguntó untó Varr ar r ó n sacudiendo sac udiendo nervio ner viosame samente nte sus bo sus tropas enderezaban hacia hacia los galpones y hacia los depósitos. —Los peones… peo nes… —¿Son de su estancia? estanci a? —No, lo l o s de la l a estancia hace rato r ato que se fuer on. —¿Se fuer on? —Var —Varrr ón estaba apurado apur ado—. —. ¿Por qué se fuer f ueroo n? —Y, —Y, como co mo los lo s cono co nocía cía a todos, todo s, tenían miedo m iedo de que los l os acusar a. Varr ón apuntó apuntó hacia los galpones: —Y, —Y, los lo s que están es tán ahí, ¿de dónde vinier vinie r on? —De todos todo s lado s. —De todos todo s lado s… de todo to doss lado s… pero, per o, ¿de dónde? dó nde? —No sé —el patrón patr ón parecía par ecía el culpable. cul pable. —¿Estaba Soto? Soto ? —las botas de Var Varrr ó n eran er an de caña muy m uy fina. fi na. —¿Soto? —¿Soto ? —Sí. Uno que debe haber venido desde Galleg Gal legos os —y mientr mi entras as Varr ar r ón co interrogatorio, los soldados fueron sacando a los peones del galpón donde habían do si Garrido había tenido tiempo de avisar «—¡Las tropas!», cuando ya todos estaban co se desperezaban y seguían preguntando con pesadez qué ocurría o qué había que h ninguna violencia. Y el sargento Millán le ordenó al mismo Garrido que fuera recog de la peonada. Y todos se la fueron fuer on entregando con co n desgano, como si se desprendiera y que les molestaba. Si los hubieran dejado dormir un poco más, si no los hubier repente, a lo mejor hubieran estado más descansados y con más bríos. Ahí estaba la ca tenían algunos, que se los devolvieran para el almuerzo, que no fueran así, total, no noticias, ellos habían estado esperando y los otros, los del Lago, por ejemplo, estaba preparados para la huelga. Después los tendrían varios días ahí metidos, durmiendo ese mismo galpón, dándoles un cigarrillo cuando les faltara o vote permiso parahacer Sign up to on this title hasta los yuyos, al principio acompañados de algún soldado Usefuly después, Not usefulcon el and vigilados con tolerancia desde lejos. Porque a nadie, ni a un soldado, le gusta estar m un hombre se baja los pantalones. Y porque a nadie, ni a un soldado, le gusta que lo
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estaban en silencio. Porque para vejar a alguien conviene que los que lo rodean estén ¿Algo más?». Allí delante estaba ese oficial, mandaba, iba a proceder y sus bota impaciencia, de energía y de disciplina, pero en cualquier momento podían volve peones. Con ese Soto o sin él. Lo habían hecho barrer —reflexionó—, por supuesto, grave. gr ave. Al fin de cuenta cuentas, s, había bar bar rido ri do su propia pr opia casa. —No. Nada más —dijo —di jo con co n decisió decis ión. n. —¿Usted tiene mujer muj er?? —Var —Varrr ó n no llevaba ll evaba libr l ibretita, etita, pero per o parecía par ecía tomar tom ar notas. no tas. —No. —¿Hijas? —¿Hijas ? —Tampoco —Tampo co.. —¿Y cosas co sas de valor valo r ? —En el banco , en Gall Ga lleg egos os… … El Banco de Londr es y Amér ica del… del … —Pero —Per o , ¿sabe o no sabe si le r obar oba r on algo alg o o r ompier om pieroo n cosas? co sas? —No. No sé nada… —el patró patr ó n se opr imió im ió los lo s g r andes agujer ag ujeros os de su nariz— nar iz— me dejaron vales, tengo una pila de vales… ¿Los quiere ver?… Supongo que me lo patrón esperaba que le ratificaran algo—. Ustedes, ¿no? —preguntó—. Los del gobi soy chileno y… —¿Se embor embo r r acharon? achar on? —lo interr inter r umpió umpi ó Var Varrr ón. —Tampoco —Tampo co sé. Las botas botas de Varr Varrón ón volviero vo lvieronn a temblar: —Ya —Ya veo que no sabe nada —dijo , después llamó ll amó—: —: ¡Mil ¡Millán! lán! —¡Ordene! —¡Or dene! —¿Ya —¿Ya los lo s tiene listo l istoss a ésos és os?? —Sí, mi m i capitán. capi tán. —¿Alguno —¿Alg uno se resis r esistió? tió? —No, mi m i capitán capi tán —el sar sa r gento ge nto tenía una papada muy m uy floj fl oja. a. —¿Las armas? ar mas? —Veintidó —Veintidóss carabinas car abinas.. —¿Munición? —¿Munició n? —Como —Com o para par a tres tr es días, dí as, mi m i capitán. capi tán. Sign up to vote on this title —Como —Com o para par a tres días… días … —r epitió Varr ar r ó n calcul ca lculando ando algo alg o , yenNotseguida seg uida or denó useful Useful a esos hombres hom bres en una fila. —¿Pelotón —¿Pelo tón al frente? fr ente?
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de un brazo o les señalaba, individualmente: «—Ahí… no, ahí». Eran veintidós homb y a medida que los iba apurando para que se dispusieran como le habían ordenado, oí preguntaba susurrando: «—¿No hay pelotón, no es verdad que no hay pelotón?». sonriente, indeciso, el que le preguntaba eso. Otro peón, el de su derecha, sacudía aseguraba con convencimiento: «—¿No oíste, acaso? ¿No viste lo que dijo el oficial?» preguntaba a Ratti—: «¿No es cierto que tengo razón, cabo?». Y así siguieron e hombres mientras Ratti les iba repitiendo que se pusieran de frente, con un paso entr cara al oficial. «—¿Nos «—¿Nos va a hablar?» —preguntó Garr ido desdeñosamente desdeñosamente pasándose pasándose barba crecida, como si calculara la cantidad de días que había estado en esa estancia s sin afeitarse, contemplando cómo barría los corredores ese patrón chileno que ah desde la puerta de la cocina, con los brazos cruzados, pero sin ningún aire justi intrigado como cualquiera de ellos. —¡Ya —¡Ya está listo, li sto, mi sarge sar gento! nto! —avisó Ratti. Ratti. Y el sargento Millán se cuadró delante de Varrón: —Con per miso mi so,, mi capitán. —Sí… —Cumplida —Cumpli da la or den. —Bien. Gracias Gr acias —Var —Varrr ón avanzó hasta la punta de la fila fil a y se detuvo; sus bota estaban bien asentadas sobre la tierra—. ¡Quiero saber quién es Soto! —preguntó. Un movimiento recorr reco rr ió la fila de peones que que se miraro mir aronn entr entr e ellos, con esper esper los hombros, otro escupió con desprecio y con mala suerte porque la saliva le cayó pero nadie nadie cont co ntest estó. ó. —¡Quiero —¡Quier o que Soto dé un paso adelante… adelan te… —gr —g r itó Varr ar r ó n—, por que sé perfecta per fecta está entre ustedes! Ninguno Ninguno se movió mo vió en la fila. Y nadie se miró, por po r que cualquiera cualquiera podría podrí a creer que para decidirlo a Soto a que diera un paso adelante adelante,, algo así como: como : «—V «—Vamos, vos que paso y avanzá y dejate de pavadas, así esta mojiganga termina de una vez y ése se deja —¡Quiero —¡Quier o saber quién es Soto! Soto ! —volvió —vol vió a gr g r itar Varr ar r ón, ón , las venas del cuello cuell o se l La fila permaneció en silencio. Apenas si alguno raspó el suelo con la alparg esos gritos. Sign up to vote on this title —¿Quién —¿Qui én es Soto? Soto ? —Var —Varrr ón se empinaba empi naba sobr so bree susbotas muy fina r Useful decaña Not useful mirada esa hilera de hombres grises, iguales, como si quisiera penetrarlos—. ¡He pr es Soto! —silencio en la fila y una absoluta quietud en el campo—. ¡Les doy hasta
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La pistola pistola escupió de nuevo y ese hombre cayó a plo mo, duro. dur o. —¿Quién —¿Qui én es Soto? So to? —Var —Varrr ón estaba e staba delante dela nte del tercer ter cero. o. Nada. Silencio. Y por tercera vez esa pistola soltó un estampido azulado. —¿Quién —¿Qui én es Soto? So to? —el cuello cuell o de d e Var Varrr ó n se cubr ía de venas hinchadas hi nchadas co mo vár Otro silencio y otro estampido de la pistola. Y esa fila de peones se estremecí Varrón daba un paso hacia la izquierda. Parecían tener frío. O vergüenza. Y Varrón cuarto, que medio se arrodilló y medio lo quiso agarrar del correaje y el pistoletazo f un manotón par par a sacárselo de encima. «¿Quién es Soto?». Y después un quinto hombre mientras el sargento Millán h con la boca como si lo ayudara a su jefe o como si sintiera un agudo dolor en los oíd Soto?». Y ya eran seis los cuerpos que estaban estaban tendidos, tendidos, algunos inmóviles, tiesos, g boca abierta, negr negra, a, y otros sacudiéndose sacudiéndose como ovejas degolladas. —¿Quién —¿Qui én es Soto? So to? —seg —s eguía uía Var Varrr ó n con co n su pistol pi stolaa en la l a mano, mano , fir fi r me y cali ca liente. ente. —No … Un estampido estampido y un séptimo séptimo hombre ho mbre rodó r odó por po r tierr a. Varrón continuaba y ya estaba delante del octavo, y después iba a seguir con otro —¿Quién —¿Qui én es Soto? So to? —¡Yo —¡Yo soy so y Soto! Soto ! —se o yó al final fina l de la fila. fil a. Todas Toda s las cabezas g irar ir aroo n. Var Varrr ón peón se había adelantado y se señalaba golpeándose el pecho. Varrón se le acercó a dos pasos, a un paso, y sobre la cara le disparó su pi retumbó en los galpones, en el alambre tejido de la cocina y en el agua quieta bebederos. Allí, a los pies de Varrón había quedado ese hombre muerto. Y era Pons, el
Yuda le cuchicheó: «—Voy a tener un hijo», y Vicente le dijo que se tenían que c tratara de un hecho ineludible. «—Y si no fuera a tener un hijo, ¿qué hubieras hec hubiera hecho?» —Vicente trataba de pensar. «—Sí…». «—Nunca sé qué podría así…». «—¿Hipotéticos?» —propuso Yuda divertida—, «—Sí. No tengo imaginació en el aire» —Vicente hablaba con un tono reposado—. «Pero esto, hay que hacerlo Sign up to vote on this title más firmeza. «—¿Para qué?» —por primera vez Yuda sintió que él realmente h Useful Not useful murmuró para sí: «Madurado» y se imaginó un duraznoreluciente—. «¿Para ser má —dijo —dij o —. «¿O para par a conver co nvertir tirme me en la mujer muje r de un funcio funci o nario nar io?» ?» —seguía —seg uía pensando
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—Hasta que todo esto pase, Yuda. Yuda. —¿Y si no pasa? —Ya —Ya no vas a tener ganas ga nas de r eírte. eír te. De regreso en la casa, cuando él todavía estaba quitándose el sobretodo, Y asediarlo a pr eguntas: eguntas: —¿Y el telegr tele gr ama? —Hace días que q ue salió sal ió… … —¿Y la r espuesta? Ya Ya tendría tendr ía que haber ha ber lleg lle g ado. ado . —Pero —Per o todavía todaví a no lleg ll egó. ó. Ya Ya ves… —¿Y para par a cuando va a lleg l legar ar?? —No sé, pero per o no puede tardar. tar dar. La calma de Vicente, que a ella le parecía mansedumbre, la irritaba: —Y hasta que lleg l legue, ue, ¿qué pensás pens ás hacer ? ¿Mor derte der te las uñas, uñas , o dar vueltas aquí —No tengo o tro r emedio emedi o , Yuda. Te asegur aseg uroo que no —le dijo dij o él con co n un acento suplicándole que no insistiese. Pero Yuda seguía: —¿Y no vas a ver a nadie? nadie ? —Ya —Ya fui… fui … —¿Fuiste? —ella —el la par ecía dudar—. dudar —. ¿A quién fuiste f uiste a ver ? —A Corr Cor r al. —¿Y? Vicente se sentó, suspirando con desaliento: —No lo l o encontré… enco ntré… no estaba. Ni Ni siquier si quier a Larguí Lar guía… a… —¿Larg —¿Lar g uía? —Sí. Un oficial ofi cial.. Yo Yo creía cr eía que me estimaba. es timaba. —¡Qué te iba a estimar e stimar ! —era Yuda quien daba vueltas vuel tas por po r la habitació habi tación: n: toquetea que había quedado colgado de la percha, alzaba apenas una cortina y miraba hacia la se escrutaba escrutaba la cara car a en el vidrio, vidri o, cambiaba de lugar ese dichoso ponch po nchoo que habían habían tr que no sabía dónde dejarlo dejarlo y proseguía pro seguía con su acoso en tor torno no al sillón sill ón de Vicent Vicente: e: —Ése se niega, nieg a, siempr siem pree se va a negar neg ar;; te van a decir que salió, salionó,thisque Sign up to vote title no está. porque te tiene miedo… Useful Not useful —¿Miedo a mí? mí ? —Vicente —Vicente se r ió sin ganas. g anas. —Tiene miedo mi edo de que tengas testigo s de lo que está haciendo y de lo que
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—¿Y hasta cuándo y va a seguir seg uir esto así? ¿Cuando ya no quede gente ge nte en cuando ya estén todos liquidados? —No puedo hacer nada, Yuda —dijo —dij o Vicente con co n un tono de r esignació esig nación—. n—. Absolutamente nada. —¿Qué? —ell —e llaa tenía un air ai r e de sublevada—. subl evada—. ¿Ya ¿Ya estamos estamo s condenado co ndenados? s? Vicente reaccionó: —¡No, —¡No, qué vamo s a estar condenado co ndenados! s! Pero Per o … —Pero —Per o ¿qué? —le —l e interr inter r umpió ella ell a con co n ansiedad. ansi edad. —Tengo que esperar esper ar instruccio instr ucciones. nes. Todavía Todaví a soy so y un funcio nario nar io,, no me han que… —apretó el piso con el pie como si apagara un cigarrillo—, hay que esperar. Sobre todo que esas instrucciones también se las tienen que mandar a Baralt. —¡Ja…! Baralt Bar alt —exclamó —exclam ó Yuda con co n desdén—. Estamos Estamo s arr ar r eglado eg ladoss si lo esp «Nosotros no venimos a defender asuntos personales» —cloqueó imitándolo a Bar idealista que cree en las instituciones…». «¡Pueden mirar desde aquí!» —Yuda se cua ventanal y se llevó la mano a la sien—. Pueden pasarse la vida mirando desde el ventan pasar nada… estarán seguros, calentitos, tibiecitos, casaditos… podriditos… —Pero —Per o si yo tengo instruccio instr ucciones nes —dijo —dij o Vicente manteniendo mantenie ndo su seriedad—, ser iedad—, alguna explicación: explicación: Que me r esponda de lo que está está haciendo haciendo o, o , por lo menos, de lo —Por lo menos… meno s… —repitió —r epitió Yuda—. ¿Y él te las l as va a dar da r ? —Yo —Yo sabría sabr ía exigír exig írsela selass —dijo —di jo Vicente con co n una mueca que Yuda Yuda pocas po cas veces le teatr teatr o y una noche en Punta Arenas—, aunque le hayan calentado la cabeza. Yuda se sentó en la otra otr a punta de la habitación: —¿Y quién cr ees que se s e la cali c alienta? enta? —No sé, sé , pero per o me imag i magino ino que sus mismo mi smoss hombr ho mbres: es: le dirán dir án que no hay que ten que no hay que andar co n vueltas, que hay hay que enseñarles a eso s asaltantes asaltantes de camino —¿Sus pro pr o pios pio s ofic o ficial iales es quer és decir deci r ? —De ellos ello s estoy esto y hablando . —Y Brun Br un y sus amig am igoo s, ¿no influyen infl uyen para par a nada sobr so bree él? —No me m e consta. co nsta. —Pero —Per o yo te digo dig o que son so n ello ell o s. Sign up to vote on this title Vicente arqueó las cejas: Useful Not useful —¿A vos te consta? cons ta? —A mí no me consta co nsta nada, per o es lóg l ógico ico que sean ello e llo s los lo s inter esados esado s en la l a vio
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expectativa—. ¿Que soy un imbécil que no entiende nada…? Tengo que esperar la co telegrama. Eso es lo único que puedo hacer. En todo lo demás me siento así, ¿te d Vicente se cruzó de brazos tomándose con fuerza de los hombros—. Así me siento: aEntonces Entonces Yuda Yuda le tendió tendió el libr li broo que había estado hojeando: ho jeando: —Leé —le pidió pi dió—. —. Esto Esto es e s especial espec ial para par a vos. vo s. —¿Qué es? es ? —France —Fr ance —dijo —dij o Yuda—. Crainqueville. Crainqueville. —Es de los lo s poco po coss que he leído l eído —reco —r ecorr dó Vicente sin si n or o r gullo gul lo,, mientr mi entras as tomaba tom aba e —Me alegr aleg r o . Leé. Leé. Vicente icente miró mir ó la l a página que ella le marcaba y leyó en silencio, moviendo lo s labio —En voz vo z alta —exigió —exig ió Yuda, quería quer ía oír oí r lo y, además, además , no toler tol eraba aba ese movimi mo vimi secreto refunfuño. Vicente leyó: —… «Pues si yo juzgar juzg araa contra co ntra la fuerza, fuer za, mis sentencias no serían ser ían ejecutadas aprobando a medida que avanzaba mientras Yuda lo atendía sosteniéndose la cabeza —. «Obser «Obs ervad vad —siguió —sig uió— — que los lo s jueces sólo só lo son so n obedecido obe decidoss mientr mi entras as la fuerza fuer za r esi los genda g endarm rmes, es, el juez juez sería sólo un iluso». —¿Y? —Yuda —Yuda tenía los l os ojo oj o s bril br illantes—. lantes—. ¿Qué tal? —Bien —apro —apr o bó Vicente, y no pudo menos meno s de pensar que había estado acer defendió a France de los ataques del Comisario. Aquella vez había tenido razón. «Fue —se dijo di jo con co n satisfacció satisf acción. n.
Los argentinos charlaban demasiado por cualquier cosa —pensaba Muñoz— y vueltas mirando un asunto desde todos los lados antes de agarrarlo de una vez. Habla tal día era mejor empezar la huelga en lugar de tal otro día, y de si contaban con armados, y si eran carabinas o pistolas lo que iban a tener. Y, al fin de cuentas, todo cualquiera y sin preocuparse para nada por cómo estaban armados ni cuántos hom gusta comentar a éstos», se dijo señalando vagamente con la cabeza hacia donde se ha Sign up to vote on this title Soto. «Lo van a hacer lo mismo, pero les gusta comentar». Y comentar, para Muñ Useful Not useful como mascar y chupetear mucho un pedazo de asadoantes de tragarlo. Pero, co tragaba de cualquier manera, pues tragúeselo de una vez, se iba diciendo mientras se
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que te te roban r oban como aquí?». aquí?». Muñoz no había querido contestar. No se le daba la gana. Había preferido otra c resuelto a no hablar de eso ni de lo que pensaba hacer. Porque uno nunca pensaba h dijo—, sino que si por ahí se encontraba con un viejo conocido que le ofrecía algo, aceptaba aceptaba él, pero lo mismo hubiera hubiera sido que algún turco de Entre Entre Vient Vientos os le pidiera q arreglarle un techo. «—Y, bueno». Lo mismo daba. Pero, ¿qué iba a estar hablando de marchaban juntos con Soto habían recordado a algunos conocidos como el indio Ca apellido alemán que había llegado de los frigoríficos. «—Yo estuve con él hará unas semanas» —había dicho Soto—. «Pero no he nada». «—¿Stocke «—¿Stockerr se llamaba?» —se quiso quiso cercior cer ciorar ar Muñoz. «—Sí. Stocker Stocker». ». «—Hombre decente» —dijo Muñoz. «—Sí. Un hombre decente» —lo ratificó Soto con solemnidad. «—¿Y del indio?». i ndio?». «—Ése se perdió… Lo anduvieron persiguiendo» —Soto hizo un gesto de im «Pero después, no se supo más». «—¿L «—¿Loo agarraron?». agarr aron?». «—¡Qué «—¡Qué lo van a agarr agar r ar!». «—Se habrá ido a Chile…». «—No sé si se habrá animado». «—Pero «—Pero…» …» —parecía —parecía que Muñoz Muñoz iba a agregar agreg ar algo. alg o. «—¿Sí?» —Soto se interesó. «—No…» «—No…» —no valía la l a pena seguir segui r hablando, pensó Muñoz—. Muñoz—. «Nada» «Nada» —dijo—. —dijo— Habían pasado muchas cosas, la gente andaba revuelta, todos los días se veían uno no se podía acordar de tantas jetas como se ven a lo largo de una vida. De pront Muñoz Muñoz empezó a renquear como co mo si se hubiera mancado. mancado. Él lo soliviantó apenas, apenas, suav con ganas g anas de mear, pero pero no había sido nada. Un Un pocito, de seguro. segur o. Y de nuevo se dijo que él no tenía nada que hacer con lo que estaba pasando. mío», murmuró. No habían hablado de otra cosa con Soto.Sign Nouptenían nada que decirse. to vote on this title Y después, después, al llegar lleg ar al cruce cr uce del camino, se habían despedid des pedidooenNotsilencio. Soto Soto p useful Useful él para la l a frontera: fr ontera: tranquilo, tranquilo, con co n el poncho atado atado a la cintura cintura y la guitarr a a la espald sin apuro, llegaría al deslinde, lo dejarían pasar sin mucho barullo y a otra cosa. Lo
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¡Ahor ¡Ahora, a, ahor ahora, a, ahor ahora, a, mi vida, y hasta hasta la hor a!
Pero se sentía sentía insípido en medio de ese desierto amarillento amar illento y cubierto de pajas c la boca seca, los dedos duros y eso no salía. De nuevo cantó: ¡Ahor ¡Ahora, a, ahor ahora, a, ahor ahora… a…
Pero su voz se fue apagando, sin entusiasmo, a pesar de ese cielo tan sereno y camino camino solitario solitario.. Y de que se iba. «No es asunto mío», se repitió. Y si hubiera tenido la boca abiert salido con co n canto. canto. Estaba Estaba solo y apenas apenas se oía o ía el cr ujido de lo s cascos de su caballo so marchando despacio, tenía mucho tiempo por delante, sin nada que lo parara. Ningú señor. Su Su futuro futuro era como co mo esa llanura, lisito. Pero Pero el canto canto no le salía y cuando cuando no sal vale la pena seguir insistiendo. insistiendo. Y sin querer hizo sonar so nar las l as cuerdas, pero nada lo cale seguían secos, no le sudaban como él quería y esperaba, y como era indispensabl Porque por mucho que se le llenara la boca de saliva, de intento, no servía. Cuando i en serio— la boca se le humedecía sola, como si oliera comida recién hecha. Pero s amagado un tro tecito. tecito. Bueno. Seguiría hacia la frontera y ya se vería. En Punta Arenas esperaría a ve cómo pintaban las cosas. Y para el otro verano, puede ser que volviera al Territorio las cosas se arr ar r eglaran, eglar an, puede puede ser que los argent arg entinos inos no charlaran charlar an tant tanto. o. Se iba yendo yendo volvería. Y, la verdad, que él no tenía nada que hacer con lo que estaba ocurriendo había reprochad repro chadoo cuando él se lo dijo. Así Así es que… se iba y ya ya volvería. volverí a. Para el otro o tro ¡Ahor ¡Ahora, a, ahor ahora, a, ahor ahora, a, mi vida, y hasta hasta la hor a!
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cantó. Y eso le había salido solo, de adentro, cálidamente, como un magnífico eru
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sospechar que lo que yo te decía eran chismes que me habían llegado a través de la ma cuando la verdad es que medio pueblo me viene a ver a escondidas para contarme, t pasando. —¿Es cier cie r to eso? es o? —¡Hacen —¡Hacen co la! —dijo —di jo Yuda señalando señ alando la puerta puer ta del fondo—. fo ndo—. Y no me m e admitías adm itías que te quería dar porque las encontrabas demasiado «intelectualoides», cuando vos to qué hacer con lo que tenés entre manos. Y todo lo arreglabas atribuyéndoselo a l calentadas de cabeza de algunos oficiales… A mí, ahora no me interesan las explic dejo a vos… o para más adelante. Para cuando pueda. No me interesa saber si están bi ciertas o «intelect «intelectualoides», ualoides», como decís vos. —Yo —Yo también intentaba… —quiso interr inter r umpir umpi r la Vicente, pero per o ella ell a lo detuvo movimiento de la mano y continuó con la misma rapidez, como si ésa fuera la últi que tenía tenía de hacerle hacerle entende entenderr quién era ella, cómo pensaba pensaba y qué estab estabaa ocurri ocur riendo endo en —La violenci vio lenciaa sigue sig ue como co mo si tal cosa co sa y nos hemos hemo s pasado una semana sema na esper telegrama de Buenos Aires. Y ahora resulta que no te lo habían despachado y hasta no quién es el responsable de eso… —Y, —Y, el empl e mpleado eado se justifi j ustifica ca diciendo dic iendo… … —Sí, sí… Me imag im agino ino:: diciendo dic iendo que él no sabía, sabía , que él no había entendido, entendido , que había amontonado el trabajo o algo por el estilo, ¿me explico? —Yuda hizo una pau las explicaciones de ese señor no hacemos nada. Hemos perdido tiempo. Eso es todo. cuentos, cuentos, ¿sí o no? —Sí —admitió —adm itió Vicente de mala m ala gana. g ana. —Y ahor aho r a seguim seg uimos os en cero cer o , ¿sí o no? no ? —Sí … —¿Y qué vas a hacer? hacer ? —No sé. —¡¿Cómo que no sabés?! Vicente preguntó con desesperación: —¿Quer és que salg s algaa a la calle call e a gr g r itar como co mo un loco lo co?? ¿Eso querés? quer és? —Eso o cualquier cualqui er otra otr a cosa co sa —aceptó Yuda—. Y nada devoteloco loonco. . A Sign up to this titleg r itar bie denunciar que están matando gente y a decir que vos tepones a los que mat Useful junto Not useful asesinos… —¿Y el Preside Pr esidente? nte?
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—Sí. —¡Qué me va a hacer mal! mal ! —negó —neg ó Yuda—. Vos querés quer és permanece per manecerr en el me medio, en el medio equilibrado, en el medio clásico —Yuda se rió sin reparar pesadumbre de Vicente—, cuando los de un lado te han tirado hacia el otro, miramientos. Y, al mismo tiempo, los obreros y los amigos de los obreros, te desco creen del otro lado… ¡Seguí ¡Seguí siendo ecuánime! ecuánime! —lo desafió con un tono agorer ago rer o—. ¡ ser ecuánime ecuánime —agregó —agr egó con un gesto de dulzura en la cara, car a, esforzánd esfor zándose ose por que Vicen Vicen —, es no estar con co n nadie. Es como co mo estar suspendido suspendi do en el aire… air e… Esa equidistancia equidi stancia Vicente. —Pero —Per o ésa no fue mi m i intenció i ntención. n. To To davía yo… yo … —¿Me vas a decir de cir que todavía to davía sos so s un funcio f uncionar nario io…? …? ¡No! Eso se acabó: acabó : ¡basta d … Bastante Bastante equidistante equidistante fuiste. Ya Ya cubriste cubr iste la cuota cuo ta de equidistancia. Eso nadie te lo cara. Fuiste Fuiste muy honesto. honesto. Demasiado… Demasiado… Un inobjetable inobjetable funcionario… funcionario … ¿Por qué no te mitad ahor ahora, a, a ser un compadrito?… compadri to?… Dale Dale —dijo Yuda Yuda como si lo empujara—. Ahor Ahor al que han engañado. Nada de neutralidad ni de jueces equilibrados ni de estatua vendados… ¡Bien abiertos los ojos! ¡Se acabaron los neutrales…! Pero —Yuda parec de pronto—, ¿en serio que todavía crees en eso, en que te van a permitir el lujo ecuánime…? ¡No, mi viejo! Eso se acabó, te digo. Ya no sos vos el que resuelve, son sacan de ese pedestal de cartón pintado. Enterate de una vez. Y los que te empujan en son los que te desprecian más… o los que te desdeñan o los que han hecho como que te —¿Y qué tengo que hacer ? —No me lo preg pr eguntes untes más —dijo —dij o Yuda con co n fastidio—. fastidi o—. Larga Lar gate te a un lado. lado . A do Dejá que te empujen y te vas a dar cuenta de qué tenés que hacer. La misma violencia ir llevando casi sin que lo adviertas. Y vas a estar de parte de lo que lógicamente tenés —¿Lógicam —¿Lóg icamente? ente? —O no. Fue una maner a de decir. decir . Ya Ya no interesa inter esa que sea lógi ló gicamente camente o a las puesto puesto está en sacar sacar la cara por po r esos tipos que alguna vez vez confiaron confiar on en vos. —¿Los obr eros er os?? —Sí, mi m i quer ido, ido , sí… ¿O de quiénes qui énes cr ees que estoy e stoy hablando habl ando?? —Pero —Per o están en rebeli r ebelióó n… Sign up to vote on this title —Y vos también tenés que estar en r ebelión ebeli ón —Yuda —Y udaUseful parecía par ecía calmada calm usefulada y desa Not inercia de Vicente, ante su incomprensión—. Es lo único que te queda por hacer. E corresponde hacer ahora, Vicente… ¿O no te das cuenta? ¿O te vas a quedar del lado
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de polvo y se bamboleaban con los barquinazos; un sacudón, sacudón, y otro , y la tierra tierr a se met ganas de escupir daban, porque saldría un pegote como de barro. Venían molidos y ennegr ennegreciend eciendo: o: ahora ahor a era violeta vio leta,, pero un rato antes antes parecía un inmenso manchón dor Ratti, desde su puesto, lo veía a Varrón y al sargento Millán a través de la vent iban sentados junto al conductor y seguramente vendrían comentando algo de lo qu Varrón fumaba, le había ofrecido a Millán y había extendido el atado hasta el c ninguno de los dos do s aceptó. aceptó. «—No, «—No, no. Gracias», Gr acias», habían habían movido los lo s labios crispados cr ispados y Ellos eran subalternos, estaban ahí metidos, apretujados, pero sabían mantener su dis su lugar, Varr Varr ón en el suyo. —¿A qué hor ho r a lleg ll egar aremo emos? s? —preg —pr eguntó untó Silva, Si lva, el trompa. tro mpa. —¿Te interesa inter esa mucho m ucho?? —el cuer c uerpo po de Ratti era er a un pedazo de car ne que se zang z ang —Sí. Porque Por que eso de andar por po r el medio m edio del campo ca mpo… … —No hay ladr l adrone oness en el campo —hasta la voz vo z de Ratti se zang oloteaba—. ol oteaba—. No ha mujeres. mujer es. No No hay nada. Ni Ni medio. medio . —Ya —Ya sé —admitió —adm itió Silva—, Silv a—, pero, per o, ¿a qué hor ho r a lleg ll egamo amos? s? —A la l a noche… noc he… a las diez… —calculó —calcul ó Ratti Ratti sin entusiasmo—. entusiasm o—. ¡Qué sé yo! —y dejó caer en ese traqueteo. traqueteo. Claro que no había nada. Si en ese Territorio todo era liso: el campo, el cielo gente, ese pueblo de miércoles. Hasta las mujeres del prostíbulo eran lisas: com entraban en pelotón, ni los dejaban hablar. « Metele Met ele»» —los urgían. Y a Ratti le gustaba hacerse conocer. « —Un poquito poquit o de ternura ternur a» —explicaba con sorna. Pero esas mu sacudían sacudían los lo s dedos para par a que concluyeran pro nto. nto. « —Eso no es encamarse e ncamarse»» —protestab lo estafaran—. « Es como ir i r al excusado» excusado» —y se quedaba disconforme, rumiando sus la patrona le había dicho: « —Si a vos te dejan, te tengo que dar pensión completa». completa». E Abasto, de la calle Centro América y sabía lo que era gente amontonada, lo que era que hacía la gente cuando se juntaba y se largaba a gritar. Y en ese Territorio no «¿Cómo no se pudre la gente viviendo aquí?», aquí?», pensaba. «Se «Se tiene que pudrir». pudrir». Si no hacer, ni dónde ir y todos estaban secos de ver las mismas caras. Él era del Abasto y lo que eran muchas mujeres juntas en un baile o donde fuera: con su olor de hembra agrio agr io y for fo r midable, que que busca busca algo y espera todo lo l o que hay que que esperar espon erar Sign up to vote this para title saber el son ellas las que eligen, pibe, y no nosotros como creen los giles».Era giles». del 902 y justa Not useful Useful año de porquería me viene a tocar la colimba». colimba». Con todo, se había consolado caballería. Porque eso de ir de a pie en los desfiles, no le hacía gracia a nadie.
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había dejado crecer las patillas; hasta una sombra de bigote le había tolerado Millán. eso que pasaba allí era medio bravo. Pero « —Yo —Yo» —repetía Ratti justificándose— Donde manda capitán capit án no manda marinero». marinero». Que pensaran los de arriba, que man obedecía. Y… tranquilo. Y como siempre se había distinguido en el polígono, tam volteando avestruces desde lejos. « —Para mesturar un poco la comida» comida» —decía co hacerse disculpar cada uno de sus tiros certeros—. « Para no pasarla pasarl a tan mal… entretenerse». entretenerse». Y la carne de avestruz no era repugnante como él había oído decir. « avisan, ni se entera». entera». Cruda impresionaba, sí, por lo roja, pero después era como la oveja o la de cualquier bicho. « —Como la l a de d e la feria, feri a, pibe». pibe». Y todo eso lo podría co de la calle Centro América: desde lo de los avestruces, por supuesto, hasta lo de la ordenaba cavar en un rincón de los cañadones, pasando por lo que habían hecho en Quemada. « —El cañadón de la Yegua Quemada… Se llama así, muchacho reposadamente, saboreando su prestigio y el asombro de los otros. Porque en ese ca que podían hablar, a lo sumo, era de alguna turrita más o menos novicia. Y las noches carpas, orinándole el equipo a Fuselli, que era uno (ése que estaba sentado a su izqu agriament agr iamentee hacia el campo) al que todos todos despreciaban despreciaban con la misma intensidad, intensidad, pero pero que se admir admiraa a alguien. O manteándolo al tartamudo Albarracín, que en el fondo, le gustaba y se quedab que lo chotearon. «—Porque a ese tartamudo infeliz es lo único que le ha pasado en la —¡Che, Ratti, Ratti, mir mi r á! —era —er a Silva Sil va el que lo sacudía sacudí a del br azo. azo . —¿Qué hay? —Ratti —Ratti iba i ba saliendo sal iendo de su mo m o dor r a. —¡Mir —¡Mirá… á… mir mi r á! —¿Dónde? —¡All —¡Allá, á, al fondo fo ndo!! —señalaba Silva. Si lva. Ratti miró: a lo lejos, siguiendo el filo del cañadón, marchaba un hombre de a bulto bulto sobre sobr e la espalda. —¿Qué lleva? l leva? —preg —pr eguntó untó apuntándose apuntándo se los l os hombr ho mbros os.. —Una guitarr gui tarr a. ¿O no te habías dado cuenta? —Se la debe haber r obado oba do —rezo —r ezong ngóó Fuselli Fusell i desde des de su r incón. incó n. —¿Y vos qué sabés? sabés ? —lo encaró encar ó Silva. Silva . Sign up to vote on this title —Pero —Per o si todos to dos éstos ésto s son so n unos uno s chor cho r r os… os … ¿O por po r quéteUseful creés cr eésque luseful es meten me ten bala Notles Los que lo escuchaban a Fuselli aceptaron ese razonamiento o, por lo menos, n que oponerle. Y por un instante todos volvieron a dejarse zangolotear por el ruidos
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—¿Y vos te dejás mojar mo jar la or o r eja? —le pr eguntó eg untó Silva Si lva a Ratti. —Yo —Yo los lo s dejo hablar … que hablen habl en —los —lo s desdeñó Ratti—. Ratti—. Total, hablan ha blan al pedo —¿Al pedo? pedo ? —Fuselli —Fusel li se incor inc or por ó a medias—. medi as—. ¿Quién ¿Quié n habla al a l pedo? pedo ? —Vos —Vos —lo señaló señal ó Ratti Ratti con co n calma, calm a, rotundam r otundamente. ente. —Y si yo hablo al pedo… pedo … —parpadeó —par padeó Fuselli—, Fusell i—, ¿por ¿po r qué no demostr demo strás ás tu punter —Salí, —Salí , salí sal í —inter —i ntervino vino Silva apacig uador uado r amente. —No, ¡qué salí sa lí ni salí! salí ! —Fuselli —Fusel li estaba enardecido enar decido o fing ía estarlo estar lo,, pero per o lo saca Si ése es pur pur a parada, siempre pura parada: par ada: en el picadero picadero… … en orden or den abierto… abierto… en el —Salí, —Salí , salí sal í —lo —l o zamar r eó Silva bonacho bo nachonamente. namente. Pero Ratti ya había tomado su fusil: abrió el cerrojo, revisó la recámara, y lo secamente, con un gesto retador. —¿Pero —¿Per o con co n cuántas balas bal as vas a tirar tir ar?? —lo chumbó Fuselli—. Fusell i—. ¿Con todo to do el car —¡Qué todo el car ca r gador ga dor ! —chilló —chill ó Ratti Ratti haciendo haci endo saltar las balas hasta dejar deja r la r ¿Ves? —preguntó exhibiendo una sola en la punta de los dedos—. Con una sola me cualquier cualquier cosa… —¡Qué te va a bastar! bastar ! —Fuselli —Fusel li presentía pr esentía que con co n ese tono lo dominaba dom inaba a Ratt salivazo finito, apr apr etando etando los labios, alzó el fusil y lo apoyó so bre el costado del cami cam —¡Eh!… —¡Eh!… —Lo detuvo Fuselli—. Fusell i—. ¡Así no vale… sin apoyo apo yo es la cosa! co sa! —y los lo s que aprobaron: claro que sin apoyo, poniendo el fusil ahí, cualquiera lo hacía y c suerte, hasta se podía voltear a una oveja. Ratt Ra ttii se había puesto puesto de pie pero demor demo r aba en acomo acomodarse darse por el movimient movimi entoo del —¡Dale, —¡Dale, dale! —lo jalear jal earoo n lo l o s demás. demás . Todos Todo s estaban atentos a lo que hacía. Rat ventanilla: ventanilla: allí se veían las espaldas de Var Varrr ón y de Millán. —¿Y el capo? ca po? —Ratti —Ratti vacilaba—. vaci laba—. ¿No dir di r á nada? —¡No! —¡No! ¿Qué ¿Q ué va a decir dec ir?? —lo tranquil tra nquilizó izó Fuselli. Fusell i. —Pero —Per o … por po r cualquier cualqui er cosa co sa —dijo —di jo Ratti Ratti cambiando cam biando el fusil f usil de mano. mano . Entonces el mismo Fuselli se arrastró hasta el otro lado y sentó cubriendo la ve cuerpo: —Ya —Ya está… Dale —lo apuró apur ó —. Y si te preg pr eguntan untan algo alg o , le decís que est guanacos… Sign up to vote on this title —¡O avestruces! avestr uces! —propus —pr opusoo Silva con co n los lo s ojo o joss bril br illantes. lantes. Useful Not useful Los otros otro s lo festejaron con una risita nervio nerviosa. sa. Ratti alzó el fusil y apuntó. Eso era un chiste, a él no lo cargaba nadie, él no est
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Por el ventanal que daba a la calle, Vicente vio que tres de esos tipos de la guar rodeando a un hombre en la puerta del café. Era el «Northing» y casi siempre esta peones del campo. Allí nadie cantaba jamás ni nadie hablaba en voz alta, aunque el m hombres solía aturdir hasta a los que pasaban por la vereda, pero desde que las desembarcado, permanecía casi siempre desierto, con un mozo que bosteza melancólicamente melancólicamente a los lo s solita soli tarr ios jugadores jugador es de dominó preguntando preguntando muchas veces veces y querían tomar algo más. Era en el «Northing», quedaba en la esquina, y esos tres tipo acorralar a ese peón corpulento. Los de la guardia blanca habían salido del café, top vereda, y mientras el peón caminaba de espaldas, lentamente, como si buscara donde lo iban cercando, rígidos, indecisos, sin atreverse a agarrarlo de los brazos. Y ese sacudía sacudía el r ebenque ebenque delant delantee de la cara. Pero algo murmuraba, murmur aba, o los lo s insultaba insultaba en voz b intimidaba, obligándolos a avanzar respetuosamente, como si estuvieran repitiendo insegura: había que rodearlo, que ponerle las manos encima, que impedir que se mo de esos lentos lonjazos que cruzaban cruzaban el aire air e no fuera fuer a a dar en la cara de cualquiera de que retrocedía era Soto y seguía reculando por esa vereda despareja y en cualqui podía caer de espaldas espaldas y todo eso acabaría. acabaría. Y eran tres contra uno y ninguno de ésos se le animaba. «Tres contra uno». En buscó en la cómoda del dormitorio y sus dedos tropezaron con un montón de horqui de aspirinas. Abrió varios cajones a los golpes y cada cajón parecía un bolillero naftalinas rodaban y la cara se le impregnaba con ese olor penetrante y fresco. Por SmithWesson de caño corto. Era un arma pequeña y gorda que le llenaba la palma de calentaba. Era un pedazo de fierro tibio, manuable, caliente. —¿Qué pasa? pas a? —preg —pr eguntó untó Yuda Yuda desde la l a cocina. co cina. Pero Vicente salió a la calle. —¡Soto! —gr —g r itó cor co r r iendo hacia la l a puerta puer ta del «Nor thing»— thing »— ¡Soto! Soto no se volvió para mirarlo. Los otros tres, sí, y eran unos que Vicente ya h puerto el día de su llegada: uno era hijo de un sastre, el otro era escribiente en u importación y se llamaba Becker y tenía cara de mujer y le decían «La Mujer», así, Tota» o «Perlita». «La Mujer». Y el tercero era un hombre de Corral vestido de c llamaba y se pasaba las horas bebiendo copitas de pepermint envote elonHotel Sign up to this titleArgentino tres los únicos que se dier dier on vuelta vuelta para ver quién era era el que lo llamaba ll amaba a Soto. Soto. Y cua Useful Not useful que era Vicente, que se acercaba corriendo por el medio de la calle, se miraron entre chicos descubiertos descubiertos en algo vergonzoso verg onzoso,, se dijeron dos o tres palabras palabras que Vicent Vicentee no
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Por eso reculaba —y señaló hacia su caballo que estaba atado en uno de los palenques Después se quedaron en silencio, Vicente incómodo presintiendo que se había efusión, y Soto sobando su rebenque como si quisiera ablandar la lonja; despu midiéndose maquinalmente maquinalmente y los dos advirtieron que tenían tenían la misma altura. Soto Soto dio bajó de la vereda. —Hace tiempo que quería quer ía ver lo —dijo —dij o Vicente. —Yo —Yo también, doctor do ctor.. —¿Y? —Vicente seg s eguía uía con co n su r evólver evó lver en la mano—. mano —. Yo Yo lo esperaba, esper aba, quería quer ía saber qué pensaba de todo lo que está pasando… —Yo —Yo también, doctor do ctor —repitió —r epitió Soto—. Soto —. Pero es muy m uy difícil difí cil verlo ver lo a usted. —¿Quién —¿Qui én le impedí i mpedíaa verme? ver me? —Ésos —Soto cabeceó hacia el «Northing «Nor thing»—. »—. Uno no se puede acercar acer car al pueb que ando dando vueltas para ver de encontrarme con usted. —Y si no podía pod ía ver me, ¿po ¿ porr qué no me hizo hi zo llamar ll amar con co n alguien? alg uien? Nos No s hubiér hubié r amo medio del campo. Soto habló habló con co n malestar, malestar, como si lo obligaran oblig aran a hacerl hacerlo: o: —No conseg co nseguía uía quién qui én quisier quis ieraa verlo ver lo,, doctor do ctor… … —¿Qué? —Vicente se so nrió nr ió con co n amar gur a—. ¿Les daba asco venir a avisar avis arme? me? —No. Tanto como co mo asco, asco , no, no , doctor do ctor.. —¿Y qué, entonces? ento nces? ¿No Ies mer ezco confia co nfianza? nza? —Más o menos… meno s… —Soto no salía salí a de su vaguedad, vag uedad, presentía pr esentía que cualquier cualqui er r esultar esultar injurio i njuriosa—. sa—. Más o menos —repit —r epitió. ió. —¿Creían —¿Cr eían que estaba con co n los lo s otro otr o s…? ¿O no les parecía par ecía suficiente sufi ciente g arantía ar antía lo convenio? Soto permanecía en silencio, entonces Vicente insistió: —¿No les bastaba las muestras muestr as que yo les había dado y el compr co mprom omiso iso que habí usted…? ¡Contésteme, Soto! —le exigió Vicente, pero ese hombre no se inmutó—. los había traicionado? ¿O que les había mandado las tropas para que los balearan? había vendido? Soto no dejaba de manosear su rebenque: Sign up to vote on this title —Sí —dijo —di jo por po r fin sol s oltando tando toda to da su inco i ncomo modidad. didad. Useful Not useful —Sí ¿qué? —Lo peo r.
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Vicente icente lo mir ó a los ojos o jos y después después le recorr recor r ió esa cara de caballo: caballo: —Sí, ¿no es cier ci erto? to? —pr eguntó eg untó dolo do lorr osamente. os amente. —Sí, doctor do ctor ; han hecho hec ho herejí her ejías… as… —Yo —Yo tardé tar dé en creer cr eer todo eso. eso . Me r esistía esis tía a creer cr eerlo lo —intentó justificar justif icar se Vicen que era inútil. —Créalo —Cré alo,, doctor doc tor —cabeceó Soto—. Soto —. Han hecho lo que se les ha dado la Territorio. Vicente abrió los brazos con un ademán de impotencia: —Ya —Ya ve. Todo se me ha escapado de las manos, mano s, y si me quier o hacer sacudiendo su SmithWesson SmithWesson en el aire. air e. Habían llegado junto al caballo de Soto. Vicente le palmeó el lomo: —Lindo el r uano. uano . —Lindo —admitió —admi tió Soto con co n un or o r gullo gul lo tranquilo tran quilo . —Yo —Yo hubier a querido quer ido hacer las cosas co sas de otra otr a maner a —le confesó co nfesó Vicente desp con la punta de su zapato en los cascos del caballo. —Ya —Ya lo sé, doctor do ctor.. —¿Usted sólo? sól o? —No, doctor do ctor,, a pesar de todo hay mucha much a gente g ente que siempr si empree creyó cr eyó en usted. —¿Aunque anduvier an diciendo dici endo por po r ahí que yo estaba del o tro lado? lado ? —No fuer fue r o n tantos lo l o s que se lo creyer cr eyeron, on, doctor do ctor.. Vicente icente le escrutó los l os ojos: o jos: —¿Lo dice di ce en ser se r io o me quier qui eree confo co nforr mar? mar ? Soto ni parpadeó: —En serio ser io,, doctor do ctor.. —Me alegr aleg r o , me aleg a legrr o mucho… mucho … —Vicente —Vicente volvi vo lvióó a palmear palm ear el caball cab allo. o. Hubo un silencio, Soto tosió y se ajustó la faja, después desató su caballo y montó —Es brava br ava la Patagonia… Patago nia… —mur —m urmur muróó desde allá al lá ar r iba. —Sí… —aceptó Vicente. —¿Va —¿Va a hacer algo, alg o, doctor doc tor?? —No sé —dijo —dij o Vicente—. Todavía Todaví a no sé… —y le Sign dioupuna palmada palm ada to vote on this titlea ese anim pusiera en marcha; el ruano trastabilló un poco, reculando, y después enderezó ha Useful Not useful camino, hacia el campo. Y Soto se fue dejando llevar mientras Vicente contemplaba cómo cruzaba la
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meterle!». Y había que apurar porque al día siguiente salían en recorrida hacia suboficiales se paseaban urgiendo a la gente; eran unas siluetas ágiles y brumosas qu sobre el resplandor del Lago. —¡Los que quedan queda n de «La Anita»! —or denó uno. uno . Y cuatr cuatr o sombras sombr as avanzaro avanzaronn custodiadas custodiadas por dos hileras hiler as de hombres hombr es armados. arm ados. E y caminaba como adormecida, con la manos atadas a la espalda. De pronto, la sombr tiró rápidamente hacia la izquierda como si dejara caer, empujó al soldado que costado, esquivó a un sargento que lo quiso detener y corrió hacia la oscuridad, p Lago. —¡Se escapó el indio i ndio!! —avisó el so ldado desde el suelo . —¡No —¡No lo dejen! —exig ió el teniente teni ente Schoeder Schoe der—. —. ¡Estoy ¡Estoy diciendo di ciendo que no lo dejen! El sargento Speroni subió a uno de los camio nes: —¡Dos —¡Dos fusiler fusi leroo s! —pidió —pidi ó , tenía una voz de ocar oc arina—. ina—. ¡Do ¡Do s fusiler fusi leros os,, pro pr o nto! dos soldados pegaron un salto sobre el estribo, el camión arrancó. —Por el co stado del d el Lago Lag o , mi sarge sar gento… nto… —le —l e iba señalando s eñalando uno de los lo s soldado so ldado —¿Vos —¿Vos lo viste, Fonseca? Fo nseca? —Sí, mi m i sar sa r gento ge nto —jadeó —j adeó Fonseca Fons eca afer af errr ándose ándo se al parabr par abrisa— isa—.. Yo Yo iba en el e l pel —¿Y vos? vos ? —el sar s argg ento Sper o ni apenas apena s si se volvió vo lvió a la derecha. der echa. —¿Yo —¿Yo ? —¡Sí, vos! vos ! ¿Quién si s i no? no ? —Speron —Sper onii empuñaba em puñaba con co n fuer za el volante vo lante y oteaba o teaba la o El otro soldado so ldado no podía contestar contestar por los barquina bar quinazos zos del camión. Tenía Tenía que a caía. —¿Vamo —¿Vamoss bien, bie n, Fonseca? Fo nseca? —Sí, mi m i sar sa r gento. ge nto. Los faros far os del camión blanqueaban blanqueaban el campo. —¿Ves —¿Ves algo al go?? —No… nada… nada… na da… El camión seguía traqueteand traqueteando, o, Speroni Spero ni no apuraba la mar cha; había había que rastrea atolondrarse por descubrirlo a ese indio. —¿Y por la der echa? —pr eguntó. eg untó. Sign up to vote on this title El otro soldado trataba trataba de esmerarse: Useful Not useful —Creo —Cre o que vi una sombr so mbra… a… —¿Dónde? —lo —l o urgi ur gióó Speroni Sper oni
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camión. Y siguió corriendo. «Por lo oscuro», se recomendaba mentalmente, e confusión de la carrera. «Por lo oscuro». A un costado quedaba el Lago, suave y lum ahí no se podía pasar. Del Del otro o tro lado, esa montaña montaña áspera lo mutilaba. mutilaba. «Por lo oscuro y él pegó un respingo y después sintió ese chorro de luz como algo frío, implacable. derecha. «Por lo oscuro». Oyó las órdenes: «—¡Tirá, hombre, tirá…!». Y los dispar rebotes. «Por lo oscuro». Gambeteó entre unas matas, se agazapó un momento, pero camión no seguía corriendo. Lo esperaban, lo acechaban, estaban atentos a que saltara no podía correr como hubiera querido por esas manos atadas. Y a la espalda. Y la faja que se le iba aflojando. A unos pasos había una gigant gig antescas escas y hasta hasta allí se arr astr astr ó culebr culebr eando. eando. Respiró Respiró.. Algo Algo de aire se le metió en cielo cóncavo sobre su cabeza. Hasta podría sacarse eso que le agarrotaba las manos el chorro de luz blanca le dio en la cara. «—¡Allí está!», oyó claramente que gritaban. picaron a sus pies. «A lo oscuro», se ordenó y pegó un salto. Pero por segunda vez es el pecho. Era como agua helada y dolía. Lo paraba. Y por dos segundos quedó inmóvil camión que se le venía encima. Esa luz: el galpón donde estaba el manco Bond y é encima y lo golpeaba hasta sentir las manos húmedas: «¡Allí está!… ¡Metalé!» — desde el camión. «A lo oscuro». Y el indio pegó otro brinco hacia la derecha, e izquierda, hacia la montaña; subir allí, trataría de subir y el camión no podría. Pe también le impedían correr a él, a él mismo. Y la faja que se le iba soltando y sus ma bombachas que se le escurrían hacia abajo. Y ese ruido del camión lo perseguía. Esta «—¡Ah «—¡Ahíí va, déle, Spero Speroni! ni!». ». Otro Otro tiro y estalló estalló un pájaro blanco y ardient ar diente, e, velocísim también lo habían cazado así, a los tiros, corriendo y gritando, y él se agazapaba co saltando y agachándose. Y su padre había quedado con el cuerpo desnudo y la boca hacia arriba, allá, en «—¡Ahí está…, metele, Fonseca!». De nuevo esa luz lo blanqueó implacablemente: y acercado a su padre que estaba tendido boca arriba y lo había mutilado. Él acurr ucándose entre unas matas: Bond le había dejado una mancha negr neg r uzca en el vien Fonseca!»… Y los fogonazos lo acosaban, pero él no dejó de correr entre esas piedr Era difícil subir. La luz lo iba cercando. No se podía subir. El mismo camión roncaba. le dio A él lo perseguían como a una liebre. Y nuevamente eseSign chorro enceguecedor up to vote on this title tres, cuatro segundos y él titubeó como una liebre: Bondhabía en aquel galp Useful gritado Not useful tapado la boca. Que se la aguantara, manco de mierda, por todo lo que había hecho cayó la lámpara y ese camión blanco estaba ahí delante. Y los pies, ya no aguantaba
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camión se detuvo, detuvo, el sargento sar gento Speroni Spero ni bajó cautelosament cautelosamente: e: —¿Dónde está? es tá? —Allí, —Allí , mi sarge sar gento, nto, junto j unto a esas es as piedr pie dras as —señaló —señal ó Fonseca Fons eca echándos echá ndosee el fusil f usil so Los tres se acercaron a tientas hasta cerca de ese cuerpo que estaba tendido boc manos hundidas hundidas en el el barr o. El sargento aprobó en silencio, con moderación y se volvió hacia el otro soldado puerilment puerilmentee org o rgulloso: ulloso: —Te por taste, pibe —sentenció —sentenci ó —. No No lo hubier a creído cr eído de vos. vo s.
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Entonces Vicente se resolvió. Por intermedio de Míguez consiguió el Packard d misma tarde enderezaron por la calle principal hasta la sociedad rural; quería hablar cualquiera de los estancieros, quería que le explicaran lo que estaba pasando, tenía ga comprobar qué cara conservaban después de lo que había ocurrido. Qué le dir recibirían: ¿se apresurarían a componer una cara impenetrable o bien un gesto de exc instancia, eso resultaría estéril pero lo quería hacer. Oírlos mentir y darse cuen haciéndoles haciéndoles creer cr eer que lo engañaban. engañaban. «Sobrar «Sobrar los» se dijo. dijo . Presintió Presintió que cuando cuando uno es lo único que queda queda por hacer hacer : obligar a los más fuertes a que justifiquen justifiquen su fuerza, fuerza, de un buen rato hasta que, por fin, los pusiese en descubierto con cualquier pregunta inoc estuviesen desconcertados, gritarlos. O gritarlos de entrada para desconcertarlos bru todo eso concluyera en una forma violenta. Y rápida. Sobre todo eso. Hasta tenía la pr le dijeran qué influencia habían tenido en lo que estaba haciendo el ejército. Era abs era preferible algo desagradable a esa bruma escurridiza en medio de la que últimamente. Y en ese momento se creyó con las fuerzas necesarias para obligarlos. «La resultaba curioso y tenía ganas de soltar una risita secreta, pero los últimos en perd eran los que prescindían de ella. Eran los hombres grandes asustados ante una lauch trepar por la piel, eran los hombres grandes pegando manotazos para despegársela d fin: el Packard se había detenido ante el edificio de la sociedad rural. Vicente descend se metió en la secretaría; esa habitación estaba vacía. Vicente golpeó las manos, de palmadas sobre sobr e la mesa, pero pero nadie respondió. —¿No hay nadie na die aquí? —preg —pr eguntó untó en voz vo z alta a lta y sol s olamente amente el eco de su s u voz vo z se se f todas las habitaciones, hasta en esa sala larga y desierta, ornada de banderines y ret auto, auto, pero antes antes de subir subir miró mir ó hacia el fondo fo ndo de la calle: frente frente a la go bernación había —¿Cor r al estar es taráá en la gober go bernació nación? n? —preg —pr eguntó. untó. —No cr eo —Míguez —Mígue z gol g olpeteaba peteaba el volante vol ante con co n ansiedad—. ansi edad—. Hace vario var ioss días dí as que el pueblo. Sign up to vote on this title —Bueno… —Vicente —Vicente no quiso demor demo r arse ar se más. Por intermedi inter medioo de Yuda le ha Useful Not useful dónde acampaba acampaba Bar Bar alt con parte de la tropa; er a en una estancia estancia cercana a Gallegos Gallego s y Míguez que que lo llevara. ll evara.
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Al cabo de un rato, sobre el fondo de una loma, descubrieron un techo rojo que medida que se acercaban. —¡All —¡Allíí es! —señaló —señal ó Míguez Mígue z y o prim pr imió ió más el aceler ador ado r ; el Packard Packar d lanzó empezó a trepar la loma lo ma balanceándose balanceándose bruscamente bruscamente en cada recodo del camino. —¿Paramo —¿Par amoss en la l a casa? —Míguez preg pr eguntaba untaba a los lo s gr g r itos, ito s, sin si n volver vo lverse. se. —¡Sí! —Vicente —Vicente hablaba volcándo vol cándose se sobr so bree el r espaldo espal do delantero delanter o —. Quier Quie r o dentro… —Hay guar dia. —No impo i mporr ta. Por lo mismo mi smo.. El Packard frenó ruidosamente entre dos camiones. Un suboficial atentame manzana sentado en el estribo del camión más grande, tres o cuatro soldados daban con el birrete bir rete echado echado sobre sobr e la nuca. nuca. Otro pasó soplando su jarr o de mate cocido. cocido. —¿Y el Comandante? Co mandante? —les —l es preg pr eguntó untó Vicente. El suboficial lo miró inexpresivamente, sin dejar de pelar su manzana, uno de lo los hombros. Entonces Vicente se dirigió a la casa, pasó entre los dos soldados que estaban apo contemplaron sin mayor interés y entró en la galería; sobre un trinchante cubierto habían dispuesto una gran cantidad de copas. —¡Baralt! —¡Baral t! —llamó Vicente—. ¡Bar ¡Baralt! alt! Hubo un silencio y al rato apareció un hombre que parecía el mayordomo. reconocerlo: —¿Usted es Bianchi, Bianchi , no? no ? El otro estaba estaba frota fro tando ndo una copa: —Sí —dijo —di jo sin dejar de jar de mover mo ver las manos—. mano s—. Y usted es el doctor doc tor Vera, er a, ¿no es ci —Sí, yo soy so y Vera er a —Vicente —Vicente se sintió abrumado abr umado por el tono r espetuoso espetuo so de ese alguna vez había visto en compañía de Brun—. ¿No me puede decir si está por aquí Baralt? —No… —titubeó Bianchi. —No ¿qué? —No está aquí… aquí … Sign up to vote on this title —Pero —Per o tendría tendr ía que estar. Useful Not useful —Sí… —volvi —vo lvióó a titubear Bianchi. —Bueno —lo —l o urgi ur gióó Vicente—. ¿Está o no está?
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—Son finas, f inas, doctor do ctor,, usted no se da cuenta… cue nta… —¿Lo acompaño aco mpaño,, doctor do ctor?? —ofr —o freció eció Míguez cuando Vicente pasó de nuevo Packard y de esos soldados que lo volvieron a mirar con desgano y de ese sargento q mor diendo diendo escrupulosamente escrupulosamente cada uno de lo s pedazos de su manzana. —No. ¡Vo y solo so lo!! —le contestó co ntestó Vicente. Caminó por entre otros enormes camiones y otros grupos de soldados. Tuv zigzagueando. Un soldado estaba echado al sol y jugueteaba con los pelos del pec unos trapitos y los iba escurr iendo ayudado ayudado por un cabo cabo que lo contemplaba contemplaba en cuclil cuclil frotaba fr otabann con algo alg o que olía a liniment l inimentoo de Sloan, y uno, muy calvo, canturr canturreaba eaba en v como que rasgaba una guitarra. Después Vicente pasó por delante de las cocinas que s a carne asada y a sopa o a guiso de algo y, por último, flanqueó ese corral; amontonaban las ovejas que balaban mansamente, con un gesto estúpido, con tre peones que estaban de pie, esperando, sin poder moverse por el apretujamiento, y pasar con una cara terrosa, cargada de cansancio. Alrededor del corral había un piq guardia y, más allá, del otro lado de los galpones, tal como le había dicho Bianch rodeado de un grupo de oficiales a los que les impartía órdenes. Él era eficaz, est primer día, mandaba, la gente lo obedecía. Y contra un cerco de calafate, había tres con las manos atadas a la espalda. También había un grupo de estancieros metódicamente, como en una feria o en una exposición rural, cuáles eran los peones eran buena gente o tenían mucha mucha familia o eran unos infelices que se habían habían dejado lle ll ser sacados de ese corral y puestos en libertad. Y también había un montón de cuerpos tantos que Vicente se descubrió contemplándolos con indiferencia. Eran cascotes piedras salpicadas por unos manchones de musgo. O cualquier cualquier cosa. Cuando Cuando Bar Bar alt lo vio a Vicent Vicente, e, lo saludó con co n el brazo en alto alto y se le acercó acer có sonr so nr —¡Mi —¡Mi doctor do ctor!… !… ¿Cómo le va, mi doctor do ctor?? Vicente se quedó tieso, sin tenderle tenderl e la mano. mano . —¿Qué pasa? pas a? —Baralt —Bar alt exhibía exhi bía su sólida só lida dentadura. dentadur a. Vicente al principio habló sin atropellarse, tomándose las manos a la espalda e idéntica idéntica a la de esos tres peones que esperaban esperaban para ser fusilados, aunque aunque él se las o más controlado, conservando su tensión pero sin soltarseSign y largar up to votedesordenadamente on this title quería decir a ese hombr hombre. e. Useful Not useful —No vengo veng o a saludar sal udarlo lo,, Baralt Bar alt —siseó —si seó.. —Entonces, vendr v endráá a… —comenzó —co menzó a decir deci r Baralt Bar alt con co n su campechanía cam pechanía de siempr sie mpr
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—Y lo hemos hemo s puesto…, puesto …, ¿o no? no ? —¡No, —¡No, señor seño r ! —lo —l o cor co r tó Vicente—. Por que usted me dijo que venían a cumpl ese deber era allanar las cosas y no hacer lo que ustedes están haciendo… —y señaló que esperaban impasiblemente con las manos atrás, mientras un pelotón de evolucionaba por allí cerca, a las órdene ór deness de un sargent sarg ento. o. Baralt se hizo cargo de lo que señalaba Vicente: —¿Lo dice di ce por po r ésos? éso s? —preg —pr eguntó. untó. —¡Sí, seño s eñorr ! —chilló —chil ló Vicente despreo despr eocupándo cupándose se de que su voz vo z sonar so naraa muy por Baralt—. ¡Y por ésos! —agregó, apuntando ese montón de cadáveres. —Pero —Per o esos eso s sujetos sujeto s se s e han ha n alzado al zado contr co ntraa todo, to do, y por po r eso estamos estamo s actuando co también fue una de las cosas que le dije, doctor. —Ahora —Ahor a parece par ece reco r ecorr dar lo que me dijo di jo de sobr so bremes emesaa —acotó —aco tó Vicente. —En efecto… efecto … —admitió —admi tió Baralt Bar alt desconcer desco ncertándos tándose. e. Vicente largó una risa seca: —¿Y a usted le parece par ece severidad sever idad andar fusilando fusi lando gente ge nte sin for fo r mación maci ón de sumario? —Ley mar cial —infor —info r mó Baralt Bar alt escuetamente. escuetam ente. —¿Ley marcial mar cial?? —de nuevo Vicente se r ió como co mo si le dolie do lierr a algo— alg o—.. No hay sobre sobr e eso, Baralt. Baralt. Y usted lo sabe. —No hubo tiempo. tiempo . —¿Y por falta fal ta de tiempo se fusila fus ila a mansalva?… mans alva?… ¡Eso es inadmisi inadm isible! ble! —¡Eso es severidad! sever idad! —gr itó Baralt Bar alt alzando la voz para par a poner pone r se a la altura altur a de para que sus oficiales lo l o escucharan—. escucharan—. Ésa es la severidad que usamos usamos en el ejército. —¡No, —¡No, señor seño r ! —lo volvió vol vió a cor co r tar Vicente g r itándole itándo le en la cara—. car a—. ¡El ejército ejér cito para asesinos!… ¡El ejército tiene otras funciones! —¿Y usted me las l as va a enseñar ? —No sé si se s e las voy a enseñar, enseñar , pero per o sí s í sé que no es par a asesino ases inos. s. Barr alt se había Ba había encajado encajado las manos en el cor reaje: —¿Quiénes —¿Qui énes son so n los lo s asesino ases inoss aquí? aquí ? —preg —pr eguntó untó con co n laSign fr f r ente cubier ta title de arr ar r ugas. ug as. up to vote on this Vicente miró hacia el grupo de oficiales que estaban pendientes la discusión: Useful de Not useful —No estoy es toy dispuesto di spuesto a contestar co ntestarle le —dijo —dij o lentamente lentame nte tratando tr atando de volver vo lver a su calm las cosas que usted sabe muy bien. Yo no he venido aquí a provocarlo para que tambié
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—¿Usted me viene a amenazar amenaz ar?? —Baralt —Bar alt estaba conge co ngestio stionado nado;; sus ofici of iciales ales comentarían todo eso y él estaba sudado y tartamudeaba. —No. Le r epito que no he venido a amenazar amenaz arlo lo ni a nada por po r el estilo. estil o. Solam Sol am algo y a señalarle su responsab r esponsabilidad ilidad en todo todo esto. esto. —¿Qué r esponsabil espo nsabilidad? idad? —La suya. Y la de quienes lo hayan acompañado aco mpañado.. —Han sido mis o ficial fic iales… es… —Perfecto —Per fecto.. Y también la de quienes qui enes lo l o hayan ha yan persuadido per suadido a tomar tom ar estas medidas. me didas. —¡A mí no me ha persuadido per suadido nadie! —Entonces, ser s eráá usted solo so lo.. —Pero —Per o … —volvió —vol vió a tartamudear tartam udear Baralt Bar alt mientra mie ntrass Vicente se daba vuelta y se Packard—. ¡Ust ¡Usted ed está de parte de ésos! éso s! —gritó. —gr itó. Vicente se detuvo: —¿De quiénes? —De ésos… éso s… —y Baralt Bar alt apuntaba a lo l o s que estaban po r ser fusilado fusi ladoss y a los l os muer —¿Cómo —¿Cóm o dice? —¡Que usted se s e ha puesto de par te de los l os o brer br eroo s! —volvi —vo lvióó a gr g r itar Baralt Bar alt entr comentarios de sus oficiales. Vicente le miró esa frente cubierta de arrugas, las dos rayas que le caían desd pliegue que infantilmente, con algo inesperado en esa cara, le partía la barbilla. M esos oficiales atentos a lo que ellos dos discutían, y esos tres peones seguían allí imp de ese cerco de calafate, y al fondo se alzaba ese cielo inmenso, sin una nube. Pe Baralt, el mismo calor calo r de su cuerpo, cuerpo, estaba estaba allí nomás, al alcance de de su mano: —Sí —dijo —di jo pausadamente, pausadam ente, calculando cal culando que Baralt Bar alt lo l o podía po día acusar de muchas m uchas de l que ya tenía los oídos llenos: de maximalista o de disolvente. Él mismo había usado reírse de él que usaba barba: un doctor, fíjese usted, un tipo de Buenos Aires, joven que era guiñar g uiñar un ojo. o jo. «—Pero «—Pero,, mi doct do ctor or…» …» —podría burlarse burl arse dándose vuelta vuelta a me la complicidad de sus oficiales que también se guiñarían un ojo con un escept tolerante, nada agraviante. Pero allí cerca estaban esos tres peones, de pie, agotados manchón de cadáveres, y ese pelotón de soldados se había a this unos Signdetenido up to vote on title metros y unas órdenes que ya se demoraban—. Sí —repitió Vicente—. Estoy de useful parte de los o Useful Not vuelta, pasó por entre los soldados que todavía seguían calentándose bajo ese sol su cubierta por un diario y comiendo una manzana y sacándole brillo antes de morder
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Packard era la gigantesca humareda que levantaban sus naves en medio del desierto. quedado solo, atónito y humillado, habría tardado mucho en darse vuelta y mirar después les habría gritado muchas órdenes juntas tratando de ocultar velozmente lo q presenciar. También podría ser que los mismos oficiales se le hubieran acercado p Vicente. Y a coro, rápidamente, para ver quién era el que ganaba en una especie d meritorias, de vengativas injurias. Esos insultos ni los oiría jamás ni lo podrían inocuos, blandos. Y Vicente se tranquilizó calculando los que de ninguna manera le «sucio», él no era sucio; «traidor », él no era traidor traido r porque por que había había seguido una línea línea re menos, porque las cosas se las había dicho en la cara. Y así pasó revista a una serie nunca padecería. Iban a ser insultos de militar, de macho, porque a Baralt ni se le oc que Vicente era un «ignorante» o un sujeto «sin finura». No. «Cabrón» o «miserable por cual». Eso sí. Y Vicente sintió que los insultos de un militar no le podían inq ventaja con todo. Si hubiera sido una mujer o un marica o un intelectual, todavía avanzaba a toda velocidad y la discusión la había presenciado mucha gente y cu Gallegos se pondría a arreglar sus valijas. Hasta le daría unas palmadas en las nalgas ella se tuviese que agachar para atar algún paquete, y todo ese tiempo quedaría a sus e abandonaran un viejo pueblo para siempre. Pero en ese momento el auto frenó v Vicente icente extendió extendió las manos para no golpearse go lpearse con el respaldo delanter delanter o. —¿Qué pasó? pas ó? Míguez apretaba el el acelerador con un gesto de furia: —¡Esta —¡Esta por po r quería…! quer ía…! —y hundía el pie. pi e. —¿Anda mal? mal ? —¡Como la mismí mi smísim simaa mona! mo na! —y de nuevo Míguez Mígue z opr imió im ió el aceler acele r ador, ado r, el gemido, pareció que se iba a prolongar en un ronquido, pero se cortó. —¿Y? —quiso saber Vicente. —Hay que darle dar le manija mani ja —Míguez había levantado el asiento asi ento y r uidosame uido samente nte cajón de las herr amientas. amientas. Después Después bajó bajó haciendo gir ar en el aire la manivela de de hierr —¿Usted sabe manejar mane jar,, doctor do ctor ? —preg —pr eguntó untó desde desd e allí all í delante. del ante. —Más o meno m enos… s… —dijo —dij o Vicente. —¿Eso quier e decir que no sabe? —Míguez —Míg uez ostentaba o stentabaSign unuptono desenvuel to votedesenvuelto. on this title to. —Sí —tuvo que reco r econoc nocer er Vicente. Useful Not useful —No impo i mporr ta… Apriéteme Apri éteme el aceler ador. ado r. Vicente pasó al asiento delantero y hundió el pie en el acelerador mientras Mígu
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asediaba terminando por tragarlo. Pero a él le habían faltado pruebas y testigos, se violencia no dejaba test testigo igos, s, nada más que víctimas. víctimas. Por Por eso su demora. demor a. Ahor Ahoraa todo e él ahí, en medio del desierto, solo, sentado en ese Packard, y ellos allá, en esa estanc pintada pintada de rojo roj o junto junto a un corral cor ral atest atestado ado de ovejas y de hombr es. Ni hacer hacer reverenci rever enci manos para saludarse ni tratar de conciliar lo que uno pensaba con lo que pensab mucho mejor pelearse con los enemigos. Lo difícil era saber quiénes eran los e después, que fueran enemigos, que realmente lo enfrentaran a uno. Que no se ambigüedad con los enemigo s, que fuer fuer an algo así como la muerte o un puñet puñetazo. azo. Y ver a los enemigos, si hasta era saludable poderlos odiar enteramente, como redondamente redondamente a un blanco. Es que ese odio así, que se lo sentía de esa forma placentero, no incomodaba, llenaba el cuerpo y lo sostenía a uno. Hasta adquirían im verdadero valor los enemigos y uno se definía a partir de ellos: «No» a lo que comen leen, «no» a lo que tienen ti enen metido en la cabeza… cabeza… —le había dicho Yuda. —¿Falta mucho? muc ho? —preg —pr eguntó untó Vicente. —¡Ya —¡Ya va! —vocife —vo ciferr ó Míguez exager exag erando ando su furia, fur ia, pero per o nadie le podr po dría ía necesario gritar tanto, porque seguramente él se excusaría diciendo que temía que no como estaba tirado debajo del auto—. ¡Dos minutos más! Vicente se recostó en su asiento y recorrió el campo con la vista: esas matas qu con el viento, las sombr as de las nubes nubes que avanzab avanzaban an sobre el suelo, ese cielo tan tan baj estrecha franja blanca. —¿Quién —¿Qui én viene? viene ? —preg —pr eguntó untó Míguez Míg uez de pr onto. onto . —¡No —¡No veo! veo ! —le comuni co municó có Vicente doblándo do blándose se sobr so bree el costado co stado del d el auto. auto . —¡Pero si ya se oye o ye el r uido, uido , doctor do ctor!! Vicente miró hacia las dos puntas del camino: de Gallegos nada: del otro lado, n Sí. Un camión se acercaba marcando una gran vuelta del camino. —¡Es un camió n! —infor —info r mó. mó . —¡Muy —¡Muy bien! —aplaudió —apla udió Míguez. Míguez . —Pero —Per o me par ece que es del ejér ej ército cito… … —¡No —¡No impor im por ta, no impo r ta…! ¡Hay ¡Hay que parar par arlo lo!! —Míguez —Mígue z había r eaparecid eapar ecid engr asada—. Vamos, amo s, doctor. docto r. Hay Hay que hacerle hacerl e señas. Sign up to vote on this title —Pero —Per o , yo no creo cr eo que… Useful Not useful —¡Si no, nos quedamos quedamo s aquí hasta vaya a saber s aber cuándo! cuándo ! Los dos se pusieron a los costados del camino y empezaron a sacudir los brazo
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pueblo, apenas si se veían las luces de algunas casas. —¿Entramos —¿Entram os por po r la pr incipal? inci pal? —Sí —dijo —di jo Vicente como co mo si aceptar a ceptaraa un desafío desaf ío.. Varias puertas se entreabrieron cuando el Packard pasó roncando pesadamen principal; algunos grupos gr upos de gente gente se asomaron asomar on y se quedaro quedaronn comentando comentando en las vere —Llegar —Lleg aron on noticias notic ias —murmur —mur muróó Vicente con co n satisfacció satisf acción. n. Míguez cabeceó un «sí» hosco y los dos se dejaron pasear por ese auto como p presintiendo que en las casas los miraban con devoción, aprobándolos. Todos los c hablaban de ellos. Pasaron frente a la Gobernación, por delante del Hotel Argen frenaron frente a la casa de Vicente. El Packard quedó detenido en medio de esa cal radiador soltaba una columnita blanca. Vicente bajó y se despidió en silencio apretand Míguez con calidez. El chico se quedó mirándolo, conmovido, feliz: «—Llevo el P Carrero y en seguida vuelvo, doctor» —murmuró. Eran veinte pasos los que ten Vicente desde el auto a la puerta de su casa. No había luz en el ventanal, la casa estab un estanque de agua negra. Yuda habría salido o estaría durmiendo, ella se acostaba en cama, contra la pared, el empapelado ya tenía una mancha casi ovalada… De pronto, sintió que alguien corría. —¡Cuidado! —le avisó a visó Míguez. Mígue z. Vicente se agachó; unas piedras golpearon contra la pared de zinc, que tembló pedradas. Desde la esquina, gritaron: —¡Judío…! —¡Judío …! ¡Vendido ¡Vendido!! Después oyó que de nuevo corrían. Eran varios. No los pudo ver. Ya estaba todo Y esa mañana fueron al puerto y allí se sentaron entre sus valijas, una canasta d había dado la madre de Míguez para un pariente de Buenos Aires y un gigantesco baú comprado. Muy poca gente los fue a despedir. Río Gallegos parecía una ciudad patrullas de la guardia blanca trotaban todo el día por las calles o hacían guardia en apenas si Carrero y tres o cuatro personas más se habían animado. Se despidieron palabras, se habían mirado mucho a la cara y se abrazaron virilmente. Ahí no habí decir. Era un día gris, desapacible, y todos se habían levantado los cuellos de los abrig de Yuda se agitaba con el viento y ella se empeñaba en hundírsela entre lastitlesolapas. Lo Sign up to vote on this sentado y esperaban con las manos sobre las rodillas. «—¿Tendremos para mucho?» Useful Not useful Yuda. «—No, no.» —respondía Vicente y se frotaba las manos Después apareció Carrero, les pidió que miraran a la cámara, dijo algo del pajarito y del sol con muy p
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Yuda le aproxim apr oximóó la l a cara car a a Vicente: Vicente: —¿De qué se queja? quej a? —y fr uncía lo l o s párpado pár padoss como co mo si ese e se sol so l desteñido des teñido le lastim l astim Vicente le arregló la bufanda antes de hablar: —Dice que se queda, que no tiene interé i nteréss en ir i r se por po r que aquí se gana g ana mucho muc ho más —¿Eso era er a todo? todo ? —Sí. —¿Y por eso estaba de mal m al humor hum or ? Vicente no respondió. Volvió a mirar a esa mujer esperando que se diera vuelta: alguna vez, alguien se la había señalado la noche de su llegada al pueblo. Ya recorda de uno con un apellido alemán. Sacudió los hombros y se cruzó de brazos pacientem bufanda se le había zafado de nuevo y le golpeteaba la cara. Vicente ni se molestó en a sobara, total, tomarían el barco, estarían allí metidos cuatro o cinco días y por fin lleg Aires. Tendría que ir a su casa, instalarla a Yuda, indicarle que sacara la ropa de camisas, los cuellos, los pañuelos, vestirse para ir al centro, viajar hasta el centro, sol después de haber cruzado esa plaza blanca cubierta de palmeras descascaradas y senta hasta hasta que el Viejo Viejo lo r ecibiera. Ent Entonces onces le contaría lo que había había ocurri ocur rido do y el Viejo silencio, en una pieza en penumbra, clavándole sus brillantes ojos benévolos y haci cuando un ruido con la boca como si lamentara todo eso. A lo mejor le replicaba di Ejército, que era una de las bases más sólidas de la nacionalidad, que sus miembro partes de una entidad indivisible, que la imposibilidad de juzgarlos. ¿Y si en luga ruidito con la boca como si se chupeteara los dientes golpeaba con el puño sobre la m de pie? ¿O se iría amodorrando con el ronroneo de su relato…? Él le contaría principio. Pero en ese momento Carrero se había acercado y le señalaba algo a Yud puesto de pie pisoteando las correas de una valija. Vicente la miró: estaba como in bufanda le daba un aspecto juvenil en la cara: era una cabeza fresca encima de ese empezaba a hinchar. Ella podía aplaudir y sus aplausos resultarían alegres, hasta desproporcionados. Después Vicente miró hacia adelante; desde el fondo de la ría chalana, el viento y el oleaje la hacían bambolear. Era la de ellos, la que los iba a tran barco. Era chata, de borda muy baja, pintada con un amarillo vibrante y en la pop bandera bandera inglesa. Sign up to vote on this title
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DAVID VIÑAS, nació en 1927, el último año del gobierno de Yrigoyen, en la esquina d Corr ientes, ientes, en Buenos Buenos Aires. Novelista, Novelista, dramaturg dramaturgo, o, crítico cr ítico literario literar io y político, polí tico, fue miembr miembr o fundador de la r que abri abrióó un nuevo modo de hacer hacer crítica literaria. literar ia. Su ensayo ensayo Lite Literatur raturaa argentina argenti na y marcó un antes antes y un después después en los estudios estudios sobr e las letras ar gentinas. gentinas. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1962, por Dar por Dar la cara y, cara y, en 1971, novela Hombres Hombres de a caballo caball o (1967) fue distinguida con el premio Casa de las Am urado compuesto por Leopoldo Marechal, José Lezama Lima, Julio Cortázar, Julián Monteforte. Como dramaturgo, en 1972 recibió, por Lisandro, Lisandro, el Premio Nacional de Te después, después, por Tupac-amaru el Tupac-amaru el Premio Premi o Nacional de la Crítica. Durante la dictadura de 1976, (dos de cuyas víctimas fueron María Adelaida y L hijos de David Viñas) debió exiliarse en distintos países deSign América up to vote y on Europa. this title En 1984 regresó a la Argentina, para hacerse cargodeUseful la cátedra de Literatura A Not useful Facultad Facultad de de Filosofia Filoso fia y Letras de la Univer Univer sidad de Buenos Buenos Aires. Posterio Posteriorm rment ente, e, dir el Institut Institutoo de Literatura Liter atura Argentina. Arg entina.
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Table of Contents Los dueños dueños de la tierra tierr a 1892 1917 1920 La misión Intermedio La expiación Autor
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