Parte 1: El nacimiento de Jesucristo
Adaptado a formato electrónico por Willy E. Calderón Amado Misión Cristiana de Restauración Casa del Alfarero Pueblo Nuevo Suchitepéquez, Guatemala C. A. – 2010
La vida de Jesucristo - Gordon Lindsay
Contenido Capítulo 1 ESTADO DEL MUNDO AL COMIENZO DE LA ERA CRISTIANA .................................................... 4 SITUACION DE LA NACION DE ISRAEL ...................................................................................................... 4 Capítulo 2 NACIMIENTO DEL PRECURSOR ................................................................................................... 8 Capítulo 3 MARIA, LA MADRE DE JESUS.................................................................................................... 11 Capítulo 4 NACIMIENTO DE JESUS ............................................................................................................. 16 ¿NACIÓ JESUS EN INVIERNO?................................................................................................................. 17 VISITA DE LOS ANGELES.......................................................................................................................... 18 ¿POR QUE ELIGIO CRISTO VIVIR EN POBREZA? ..................................................................................... 18 VISITA DE LOS MAGOS............................................................................................................................ 19 Capítulo 5 INFANCIA DE JESUS................................................................................................................... 22 LOS EVANGELIOS APOCRIFOS................................................................................................................. 22 LOS DIAS DE SU NIÑEZ ............................................................................................................................ 23 EL HOGAR DE JESUS ................................................................................................................................ 23 LA ESCUELA DE LA SINAGOGA................................................................................................................ 24 LAS FIESTAS DE ISRAEL........................................................................................................................... 24 LA REBELION DE JUDAS GALILEO........................................................................................................... 25 Capítulo 6 JESUS EN JERUSALEN A LOS 12 AÑOS ...................................................................................... 27 Capítulo 7 REGRESO A NAZARET................................................................................................................ 30 Capítulo 8 JESUS Y LAS ESCRITURAS.......................................................................................................... 33 EL MINISTERIO DEL MESIAS.................................................................................................................... 35 EL SACERDOCIO DE JESUS ....................................................................................................................... 36 Capítulo 9 LA DIVINIDAD DE CRISTO ......................................................................................................... 37 ¿SABIA JESUS QUE ÉL ERA DIOS? ........................................................................................................... 38 Capítulo 10 JUAN EL PRECURSOR, EN EL DESIERTO.................................................................................. 39 Capítulo 11 JESUS Y JUAN .......................................................................................................................... 43 BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO........................................................................................................... 43 LO QUE JUAN EVANGELISTA DICE DE JUAN BAUTISTA ......................................................................... 44 SURGE EL MINISTERIO DE CRISTO Y DECLINA EL DE JUAN.................................................................... 44 Capítulo 12 JUAN SE ENFRENTA A HERODES............................................................................................. 46 Capítulo 13 MUERTE DEL BAUTISTA .......................................................................................................... 49 2
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El Nacimiento De J esucristo
Capítulo 1
ESTADO DEL MUNDO AL COMIENZO DE LA ERA CRISTIANA Había una mujer que vivía en Jerusalén, llamada Ana, que fue testigo del nacimiento de Cristo (Lucas 2:36-38). Moraba en el templo donde oraba día y noche por su pueblo, se había casado en el año 91 a.C., pero su marido murió siete años después. No se volvió a casar sino que se consagró a una vida religiosa de continuo ayuno y oración implorando por la llegada del Mesías prometido. Fue testigo también de las grandes convulsiones políticas de ese siglo y de cómo su país cayó finalmente en posesión de Roma. En efecto, en el año 63 a.C. el romano Pompeyo invadió Palestina y sitió a Jerusalén, que cayó en su poder precisamente en un día sábado en que los judíos, por conservar su tradición sabática, se negaron a defender la plaza. La masacre que siguió fue por supuesto horrenda y el templo fue saqueado. Pompeyo se metió hasta el lugar Santísimo donde sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año, profanando lo más sagrado para los judíos. Once años después, otro general llamado Craso volvió a hacer lo mismo. Luego surgió Julio César quien derrotó a Pompeyo en la batalla de Tapso y se proclamó emperador, pero tres años después fue asesinado siguiendo las consiguientes guerras civiles por el poder. Fue entonces cuando Marco Antonio se hizo del trono, pero seducido por Cleopatra de Egipto, se dio a una vida de molicie hasta que Augusto César lo destronó en la batalla de Actium. Todas estas violentas contiendas por el poder no fueron impedimento para que Ana se entregara cada vez más con gran devoción a orar a Dios por Aquel cuya venida cambiaría al mundo más que todos los ejércitos combinados de la historia. Durante el reinado de César Augusto, un hombre llamado Herodes estuvo siempre listo a “unirse al carro del vencedor” y así, en premio por l os servicios que prestó al emperador de turno, lo nombró rey de Palestina. Era
un hombre ambicioso y despiadado que se dedicó al ornato de Jerusalén y en especial abordó la tarea de la construcción de un nuevo y magnífico templo. Ana bien podía recordar los 40 años que tomó levantar el fastuoso edificio y un buen día, estando morando en él, el Espíritu de Dios la movió a ir a la sección donde los sacerdotes preparaban las ofrendas para la gente, pues cierto niño que iba a ser presentado al templo era nada menos que Aquel que traería la ansiada redención de su pueblo. Al mismo tiempo un hombre llamado Simeón había recibido una revelación del Espíritu diciéndole lo mismo. Ambos pues tuvieron la dicha de ver a ese bebé y tomarlo en sus manos. Simeón exclamó: “Señor, ahora ya puedo morir en paz porque he visto con mis ojos al Salvador de Israel y la luz que alumbrará a los gentiles" (Lucas 2:29-32).
SITUACION DE LA NACION DE ISRAEL Con la aparición del Mesías, un nuevo poder se introdujo al mundo. Para entender la cosa vamos a revisar a grandes rasgos la situación del país por ese entonces.
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A medida que uno lee la Biblia y pasa del Antiguo al Nuevo Testamento, vamos a ver que se habían producido grandes cambios entre la Israel de la Antigua Alianza y la de los días de Jesús. En los 400 años que habían pasado desde los días de Malaquías, el último profeta, hasta el lenguaje de la gente había cambiado, así como las costumbres y las instituciones. Políticamente Israel había pasado por muy malos tiempos. En los días de Esdras y Nehemías, la nación se organizó como un estado teocrático, pero a medida que la tierra era dominada por sucesivos conquistadores, las cosas iban cambiando gradualmente. Los bravos Macabeos se habían levantado para liberar a Israel y por un cierto tiempo quebraron el yugo de los opresores. Mas un siglo después, el estado judío cayó completamente bajo el dominio de Roma. La dinastía de Herodes, que comenzó a reinar unos pocos años antes de Cristo, mantuvo al país bajo un férreo dominio: poco después a la muerte de Herodes el Grande, Palestina fue dividida entre sus hijos en tres partes: Judea y Samaria para Arquelao, Galilea y Persia para Antipas y los territorios al este del lago de Galilea para Filipo. Mas los desatinos de Arquelao dieron lugar a que Roma nombrara un gobernador para Judea, a partir de cuyo momento la férrea dominación romana se haría sentir sobre el mismo Jerusalén. Los soldados imperiales fueron colocados a través del país en nutridas guarniciones con sus insignias paganas a la vista de todos. Los cobradores de impuestos para Roma llamados “publicanos” se asentaron en toda ciudad y villa del territorio.
El Sanedrín, la máxima autoridad religiosa y judicial de la nación, devino en mero títere del imperio, sujetos en todo a los caprichos de los mandamases de turno. Sin embargo en el pueblo el espíritu de patriotismo no había desaparecido; al contrario, nunca como entonces ardía en los corazones de la gente el fervor por la liberación del país, listos a embarcarse en la causa de la guerra de la independencia tras el primero que ofreciera seguridades de llevarla adelante con éxito. En materia religiosa, la gente se había tornado más ortodoxa que en años previos. Anterior a la cautividad de Babilonia, los judíos habían caído en idolatría, pero precisamente la cautividad los curó del mal. El sacerdocio se restauró para tener al día los servicios del templo y las fiestas anuales se observaban regularmente. Aunque Herodes el Grande había construido un nuevo templo que rivalizaba en esplendor con el levantado por Salomón un milenio atrás, surgió una nueva institución que puso al templo casi en segundo lugar: la sinagoga. Las había por todos los lugares en Israel y también en el exterior, dondequiera que hubieran judíos de la dispersión. Las sinagogas se llenaban de gente los sábados para servicios religiosos en los que se oraba, se escuchaba la lectura de las Escrituras y las exhortaciones de los rabinos o maestros de la Ley. Las escuelas teológicas de estos últimos habían surgido por todo el país para entrenamiento en la interpretación de tales escritos. A pesar de todo, la verdadera religión había desaparecido para dar paso a una religiosidad formalista pero vacía de contenido, cosa que hoy también sucede con ciertas denominaciones que se dicen cristianas pero que mezclan idolatría de imágenes y ritos obsoletos vacíos del verdadero contenido bíblico. En los periodos de apostasía, la antigua Israel vio la aparición de profetas que hablaron a la conciencia de la nación con voz de Dios revelada por su intermedio. Pero durante los últimos 400 años no volvió a aparecer ningún otro; más bien en ese período surgieron diversas sectas religiosas, una de las cuales fue la de los fariseos que se autoproclamaron campeones de la superioridad racial judía. Profundamente sectarios y de mentalidad muy
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estrecha, convirtieron la vida en algo completamente legal y formalista. Despreciaban y odiaban a los de otras razas y se creían los favoritos del cielo simplemente por el hecho de ser descendientes de Abraham. Estaban también los llamados escribas o maestros de la Ley, que actuaban en íntima asociación con los fariseos y cuyo oficio era el dedicar sus vidas a copiar las Escrituras, por las que profesaban una gran reverencia, al extremo que tenían contadas las palabras y hasta las letras que contenían. Empero su interpretación del Antiguo Testamento fue totalmente literal y superficial, pasando por alto todo lo espiritual y noble que tenía. Los escribas agregaron a las Escrituras una masa incongruente de sus propias opiniones y tradiciones y con el transcurso del tiempo las elevaron a la categoría y autoridad de las mismas Escrituras Sagradas, la proliferación de tales interpretaciones alcanzó finalmente tales proporciones que venían a regular todos los detalles de la vida humana personal, doméstica y social. El aprendizaje del escriba consistía principalmente en memorizar un gran número de tales opiniones y tradiciones. Eso era lo que enseñaban en las sinagogas y llegaron a ser tal carga para el pueblo que nadie era capaz de soportar; los puntos espirituales y morales de la Ley quedaron olvidados a medida que los rituales y las ceremonias se multiplicaban y proliferaban. Existía también la secta de los saduceos, algo así como los "modernistas" de nuestros días. Rechazaban la tradición pero en cambio no tenían nada nuevo que ofrecer en su lugar, de ahí que su actitud fue puramente negativa. Se trataba de un grupo de gente mundana y poseedores de riquezas. Ridiculizaban la supuesta superioridad farisaica, pero al mismo tiempo carecían de fe en Dios en lo que alguna vez se había erguido toda la esperanza de la nación. No creían en milagros ni en ángeles, eran completamente materialistas en su manera de pensar y, por supuesto, rechazaban la posibilidad de la resurrección, algo en que sí creían los fariseos. Bien se podría describir a este grupo como el de los ricos o capitalistas del país, mundanos sofisticados con un ligero barniz de religión al estilo de los griegos de su tiempo, o de las clases dirigentes de ciertos países de hoy, que todo su ser estaba puesto mas bien en las diversiones sibaríticas que brindaba el modo de vivir romano-oriental. Su verdadera adoración estaba dirigida sólo a la riqueza económica y a las posiciones que ellas granjean en el mundo social. Entre los saduceos había un sector que especialmente adulaba a Herodes y andaban tras sus favores y por tal razón se les llamaba los herodianos, cortesanos aduladores del reyezuelo. Entonces como hoy, no faltó gente que ajena a los partidos religiosos (denominaciones o sectas según nuestro vocabulario moderno), se constituyeron en los grupos "de protesta" frente a la descomposición socio-político-religiosa de la nación. Fueron los llamados "esenios", precursores de las órdenes monásticas de la Edad Media. Más adelante vamos a entrar en más detalles acerca de los esenios dada la muy próxima relación que tuvieron con el Precursor, de ahí que por ahora sólo nos adelantamos a decir que fueron los "protestantes" de los días de Cristo, entendido esto como los que adoptaron una especie de resistencia pasiva y de protesta muda frente al "orden establecido" que consistió simplemente en retirarse por completo de la sociedad judía e ir a vivir en el desierto en comunidades de hombres en su mayoría célibes. Hace dos mil años la posición social de la mujer era tan subordinada al hombre y por ende tan completamente secundaria que era inimaginable que una dama joven o vieja tomara parte activa alguna en el quehacer político-religioso hebreo, de ahí que si habían mujeres entre los esenios era sólo por ser esposas o hijas, mas no porque tuvieran iniciativa por su cuenta. Cierto que la misma historia de Israel ofrece casos como los de Ester, Ruth, Judit, como casos excepcionales, pues si examinamos sus vidas veremos que surgieron a la fama en forma accidental, obligadas por las circunstancias.
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Proverbios 31:10-31 es un hermoso poema sobre el papel que Dios esperaba que la mujer judía cumpliera en su medio ambiente, pero el "machismo oriental" de los pueblos árabes que rodeaban a Palestina impregnó también a los judíos y dificultó que la vocación divina programada para la mujer judía se hiciera una realidad viva en la vida diaria. Ese mismo tipo de machismo fue traído por los españoles a América Latina, los que a su vez lo heredaron de los moros o árabes que dominaron a España por varios siglos. Fuera de los partidos y grupos religiosos estaba la masa del pueblo, en cuya escala más baja se consideraba a los publicanos, las prostitutas y los pecadores, algo así como el desecho social y la escoria del mundo por cuyas almas nadie se ocupaba. Sin embargo esa era la gente que Jesús llamó los “hijos de Abraham" a quienes el Mesías había
sido prometido. En esa masa estaban también aquéllos como Ana y Simeón que oraban y ayunaban con frecuencia y con lágrimas en los ojos clamaban al Señor que viniera a redimir a su pueblo de sus pecados.
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Capítulo 2
NACIMIENTO DEL PRECURSOR "Cuando Herodes era rey de Judea, vivía un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías. Su esposa Isabel era de la familia de Aarón. Los dos eran justos y obedientes a Dios, pero no tenían hijos pues Isabel era estéril y además ambos ya eran ancianos. Un día que a Zacarías le tocó oficiar por sorteo, entró en el santuario del templo para quemar incienso, mientras el público oraba fuera. Entonces se le apareció a Zacarías un ángel del Señor al lado derecho del altar del incienso. Zacarías se llenó de miedo, mas el ángel le dijo: “ No temas, pues Dios ha oído tu oración y tu esposa va a tener un hijo al que pondrás por nombre Juan" (Lucas 1:5-13). El anuncio de la venida de Juan el Bautista hecho por el ángel, rompió con 400 años de silencio en profecías bíblicas. Comparándolo con todos los hombres, especialmente con otros profetas, dijo Jesús: "entre los nacidos de mujer ninguno hay mayor que Juan el Bautista" (Mateo 11:11). En efecto, su incorruptible sinceridad, su humildad, su arrojado valor y la historia de su trágica muerte en defensa de la ley divina, combina todo en darle un lugar muy distintivo en la narrativa bíblica, la que establece que vino a Israel en el espíritu y el poder de Elías. Fue el hombre que marcó la distinción entre la dispensación judía y la cristiana y su extraordinario ministerio consistió en haber sido el Precursor del Mesías. El Evangelio de Lucas comienza relatándonos eventos asociados con el nacimiento del Bautista. Nos narra que en las colinas cercanas a Jerusalén vivía un sacerdote llamado Zacarías con su esposa Isabel. Era una pareja piadosa y de recta conducta, pero ya de avanzada edad cuando estos sucesos tuvieron lugar. Por muchos años habían deseado tener un hijo, pero ella era estéril. Sin embargo habían orado a Dios sin cesar, hasta que El les concedió el deseo de su corazón. Zacarías era un sacerdote del grupo de Abías y como tal tenía que ir dos veces al año a Jerusalén a cumplir el turno de servicio en el templo por ocho días, que incluían dos sábados. Según el historiador Josefo, habían por entonces veinte mil sacerdotes en Judea, pero la mayoría eran en realidad un descrédito del sacerdocio, a los que Jesús llamó "ciegos guías de ciegos" y los pintó muy bien en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37). Por supuesto que, como en todo, habían excepciones entre las cuales estaban Zacarías y su esposa según Lucas 1:6. Este Evangelista relata que esa pareja había rogado a Dios por mucho tiempo para tener un hijo y aunque aparentemente sus oraciones no habían sido oídas a la luz humana, en cambio a la luz de Dios sí lo fueron, precisamente para darles el hijo que "entre los nacidos de mujer ninguno sería mayor que él"; lo que sucedió es que la hora que la Providencia fijó no sonó sino cuando debía coincidir precisamente con la venida del Mesías al mundo, quien marcó la plenitud de los tiempos anunciados por Moisés y los profetas. Así pues, un buen día Zacarías vino al templo de Jerusalén a cumplir su deber semestral, sin tener idea de que algo extraño le iba a suceder la mañana que ingresó al Santuario a ofrecer el incienso a la hora de la oración del pueblo. El sacerdote que debía ingresar al lugar santo era determinado por sorteo y dado el gran número de ellos, nadie llegaba a hacerlo dos veces en su vida. Esa mañana la suerte le tocó a Zacarías, lo cual por cierto era un gran honor, pues se trataba de presentar al Jehová de Israel el incienso que representaba las oraciones de su pueblo por quien intercedía para que el Señor las aceptase. Por supuesto que Zacarías estaba excitado dado que era algo que por única vez en su vida tenía la oportunidad de hacer. Según la norma, debía entrar al lugar santo con la cabeza cubierta y sin zapatos. Luego 8
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tomaba un incensario y vaciaba el incienso sobre el altar del fuego perpetuo y luego se postraba para interceder por el público que estaba orando en el atrio. Cuando acababa de echar el incienso sobre el fuego, cosa que llenaba la sala de humo perfumado, he aquí que vio una brillante figura parada a la derecha del altar, lo cual por supuesto le dio un buen susto. Era el ángel Gabriel que está en la presencia de Dios, quien le dijo que no tuviera temor alguno y mas bien le comunicó que sus oraciones habían sido oídas y que en consecuencia su mujer Isabel tendría un hijo al que debía llamar Juan (Lucas 1:13-17). Ello sería motivo de gran gozo para su familia y además debía ser educado como un nazir o nazireo, es decir que haría votos de ascetismo y por ello no debía beber licor de ninguna clase (Números 6), pues estaría lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento. Cuando llegara a su adultez sería el gran profeta que prepararía el camino al ministerio del Mesías, llamando a la gente al arrepentimiento del pecado, para cumplir lo cual tendría el "espíritu y el poder de Elías". A medida que el ángel le hablaba, Zacarías empezó a discurrir mentalmente en lo que le decía. Cierto que él había rogado porque Dios le concediera un hijo, pero el problema es que ya era demasiado tarde pues su mujer había traspasado hace años los límites en que podía concebir. Así que ¿cómo iba a ser posible que ella tuviera un hijo en su ancianidad? ¡Absurdo! Así como Zacarías, hay mucha gente que trata de racionalizar las cosas y por supuesto, no dejan lugar para un milagro en sus vidas. En un arranque de incredulidad le pidió al ángel un signo diciendo: "¿Cómo sabré que esto es verdad, pues soy ya muy viejo y mi esposa También? (verso 18). En su desconfianza y duda pidió un signo y lo obtuvo, pero algo que no seria muy a su gusto: quedaría mudo hasta que naciera el chico. Mientras este diálogo tenía lugar en el santuario, la gente que esperaba fuera estaba intrigada por la demora del sacerdote y cuando salió de ahí le preguntaron qué había pasado. Como quedó mudo, les indicó por signos que había visto una visión. Sin duda que cuando volvió a su hogar, también su mujer Isabel quedaría consternada de verlo así; entonces le escribió en papel lo que le había anunciado el ángel y al leerlo, ella se llenó de gozo, mas ambos decidieron no decirlo a nadie. Cuando Isabel tenia ya seis meses de embarazo le cayó una visita inesperada. Era nada menos que su prima María, la que iba a ser madre de Jesús. Cuando María entró, sucedieron dos cosas extraordinarias: la primera fue que a la voz de María, el feto que Isabel llevaba en su vientre saltó de gozo y al mismo tiempo el Espíritu de Dios se posó sobre ella y profetizó proclamando a María como la madre del Salvador esperado. En esos momentos sólo dos mujeres y un sacerdote conocían el maravilloso secreto del cumplimiento de una promesa que toda la nación venía esperando por más de un milenio: al Mesías de Israel. Mas el pobre Zacarías no podía participar de las conversaciones que tuvieron lugar durante la estadía de María en su casa, lo que no le impedía estudiar a fondo las Escrituras, especialmente en todo lo relacionado con los Salmos y las profecías mesiánicas, según se puede notar por la hermosa profecía que dijo cuando su hijo Juan nació y recuperó el habla (Lucas 1:67-79). No se puede saber hoy si María estuvo con su prima hasta que Juan nació, pero es de suponer que tuvo que regresar en todo caso, casi enseguida de tal suceso, pues para entonces ella tenía ya tres meses de embarazo y caminar por caminos escarpados no le resultaba cosa tan fácil. Al octavo día que Isabel dio a luz, tenía que efectuarse la circuncisión ritual de los hijos varones. Vino la parentela a acompañar a los padres al templo para tal ceremonia y, por supuesto, sugerían que llevase el mismo nombre paterno, es decir, Zacarías, pues siendo él anciano y con pocos días de vida por delante, pensaron que era 9
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la mejor manera de perpetuar la memoria de su padre. Mas la madre decía que su hijo debía llamarse Juan. Entonces le preguntaron al padre qué nombre iba a dar a su hijo y él contestó por escrito: Juan. Tan pronto como escribió esto, su lengua se soltó y al mismo tiempo se llenó del Espíritu Santo y profetizó lo que ya hemos mencionado. Estos sucesos tuvieron un gran impacto en la gente que vivía cerca de la casa de Zacarías, ya que era algo difícil de olvidar. 30 años después, cuando el Bautista comenzó su predicación, sus padres ya habían muerto, así como muchos que fueron testigos de su nacimiento; pero habrían sin duda otros tantos que todavía estarían vivos para recordar los extraordinarios signos que acompañaron a su nacimiento. Podemos estar seguros que Zacarías e Isabel fueron obedientes y celosos en que su hijo creciera en piedad y fidelidad a Dios, nutrido espiritualmente por las Escrituras, como Dios había instruido a Moisés: "Amarás a Dios con todo tu corazón, tu alma y tus fuerzas; graba en tu corazón estas palabras y las repetirás a tus hijos con frecuencia y hasta las grabarás en tu puerta" (Deuteronomio 6:5-7). Zacarías es probable que entreviera que él no llegaría a ver los días del ministerio de Juan y del Mesías, pero una cosa que nunca habría fallado es en orar a Dios para que su hijo fuera usado por El como el ángel le había ofrecido. Gracias a ello "el niño crecía y se hacía fuerte espiritualmente y vivió en el desierto hasta el día que se dio a conocer al pueblo de Israel" (Lucas 1:80).
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Capítulo 3
MARIA, LA MADRE DE JESUS Como madre de Jesús, María tiene un lugar especial entre todas las mujeres, pues ninguna otra en la historia de la humanidad tuvo el honor de concebir en su seno a todo un Dios. Tanto el ángel Gabriel como su prima Isabel le dijeron: "Bendita eres entre todas las mujeres" (Lucas 1:28,42). Para encontrarnos con la verdadera imagen de María tenemos que echar a un lado la leyenda y la fantasía que los siglos le han añadido indebidamente y confinar nuestra atención a lo que las escrituras dicen acerca de ella. Según ellas vemos que María tuvo un humilde srcen. Era una campesina que vivía en una oscura villa, Nazaret, hija de una familia pobre aunque su linaje se remontaba a David el rey de Israel que había gobernado el país mil años atrás. Parece que su carácter era reservado y ajeno a todo lo que es publicidad y llamar la atención. La primera vez que la vemos en los escritos sagrados es como una muchacha que acababa de pasar su edad de pubertad y ya candidata al matrimonio, pues en oriente hombres y mujeres se casaban casi en su primera mocedad. La verdad era que los esponsales o compromiso formal de matrimonio los arreglaban los padres por lo general, una vez que la niña pasaba su primera menstruación y a pedido de los padres del pretendiente, que a su vez escasamente había llegado a su primera juventud. Esta jovencita María, acostumbrada a la rutina doméstica de una hija del pueblo, ajena a la vida mundana y sus refinamientos, tuvo un buen día una revelación abrumadora: "Seis meses después que el ángel Gabriel se le presentó a Zacarías, Dios lo mandó a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a visitar a una mujer virgen llamada María, que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel le dijo: ¡Feliz y llena de gracia eres, el Señor está contigo, pues Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres! “Mas a la vista del ángel, ella quedó toda sorprendida sin entender porqué el ángel la llamaba así” (Lucas 1:26 -29). La primera reacción de María fue de completa sorpresa y asombro. En primer lugar, la vista de un ser sobrenatural es ya para ponerlo a cualquiera en pavor y luego cuando le comunicó que iba a ser madre se quedó pasmada sin medida. Más haciendo un esfuerzo por recobrarse, escuchó todo lo que el ángel tenía que decirle (Lucas 1:30-38). Es más tarea de los artistas que de los teólogos el tratar de describir todo lo que sintió esta doncella nazarena al recibir el anuncio de que sería madre nada menos que del esperado Mesías de Israel. El pintor Roselli pinta a María casi postrándose ante el ángel, toda encogida pero sin quitarle la mirada, con unos ojos negros en los que se asoma el temor de una acosada gacela. No es tanto la presencia de este brillante personaje lo que la abruma sino el mensaje que le está transmitiendo. Cuando por fin pudo recobrar el habla, con toda su dignidad de mujer virgen, preguntó: "¿Cómo será ello posible?" Notemos que ella preguntaba no más cómo podría ser madre pues aún no tenía vida conyugal con José su prometido. No es como en el caso de Zacarías que hizo gala de no creer y casi rechazar lo que Gabriel le ofrecía, pidiendo una señal o signo de la posibilidad del milagro. La pregunta de María estaba mas bien en el nivel de factibilidad, es decir del cómo de las cosas y no del porqué. Así, cuando el ángel le dijo que concebiría por el poder del Espíritu Santo, quien se encargaría de cubrirla con su sombra, y que el niño que daría a luz sería nada menos que el Hijo del Altísimo, ella humilló su cerviz ante tal revelación, aceptando la voluntad de Dios diciendo: "¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra!" (Lucas 1:38). 11
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Luego este Evangelista nos narra que ella se fue "a toda prisa" (Lucas 1:39), a la región de las sierras de Judea, a un pueblo donde vivía su prima Isabel. ¿A qué se debía este presuroso viaje? ¿Es que no podía confiar el secreto a su propia madre? ¿O es que María era huérfana? Como las escrituras nada mencionan al respecto, tampoco los cristianos podemos agregar cosas a nuestro antojo, pero al menos podemos deducir que lo que ella quiso es tener un tiempo para ponderar los alcances de tan abrumadora revelación y tratar de ajustar todo su ser al cumplimiento de la misma, más aún si se supone que en Nazaret no tenia en quien confiar su intimo secreto. Como por lo que el ángel le dijo supo que su prima Isabel estaba embarazada milagrosamente, qué mejor que depositar en ella su confianza, ya que era una mujer anciana de conducta intachable y de gran bondad natural. Si bien María había sido oficialmente desposada o comprometida con José, no quiso informarle de la cosa, pues decirlo de su parte sonaba más a broma pesada. Así pues emprendió el viaje a la zona montañosa donde vivía Isabel, que no estaba muy lejos de Jerusalén. Al llegar recibió una cariñosa bienvenida y sobre todo la salutación de "madre de mi Señor" que exclamó su prima por revelación del Espíritu Santo (Lucas 1:42-45). Las palabras de Isabel eran precisamente el valor que María necesitaba, pues a su vez inspirada por el mismo Espíritu, declamó el Magnificat (Lucas 1:46-55), himno de alabanza a Dios que mostraba que además de haber sido escogida como madre del Salvador, recibió también el don de profecía. Sin duda que María encontró en su prima, una verdadera madre y consejera con la que pasó muchas horas dialogando sobre la gran magnitud de los extraordinarios eventos que iban a tener lugar gracias a ellas. Por su parte el pobre Zacarías, mudo como había quedado, lo único que podía hacer era escuchar y en ocasiones señalar las Escrituras que se relacionaban con lo que estaban tratando. Por fin, después que su prima dio a luz al cabo de tres meses de permanecer con ella, es posible que regresara entonces a su villa natal, pero ahora tenía que hacer frente a un serio problema: el que toda mujer soltera tiene cuando está preñada. Su caso no podía ocultarlo a la vista de los demás, pero al mismo tiempo su delicadeza y reserva le impedían decir cuál era la verdad que había tras ello. En efecto, ¿le iban a creer así nada más, aún el mismo José, si empezaba a decir que había concebido por modo sobrenatural? Dada la malicia de la gente, ¿no pensarían más bien que era un pretexto que urdía para justificarse? Así las cosas, llegó el día en que su prometido se dio cuenta de su condición y aunque no dijo nada, dudó de la conducta de ella. Esa noche que se acostó él con tan gran sospecha y pesadumbre en su alma, debe haber sido como una pesadilla el sólo imaginar que había sido engañado por otro hombre. Hay evidencias de que amaba a María y que no era un simple desposorio de conveniencia como muchos de los que se pactaban entre los padres de los israelitas. Sin embargo a pesar de todo, los Evangelios nos dicen que: "José su prometido era un hombre justo y por eso no quiso denunciar públicamente a María, sino que pensó en separarse de ella sin que la gente lo supiera" (Mateo 1:19). Vemos aquí algo muy interesante y que es una lección para todo cristiano. Dice que José era "hombre justo", cuyo sentido bíblico implica que caminaba en la Ley de Dios, cuya esencia es el amarlo a El sobre todo y al prójimo como a nosotros mismos (Lucas 10:26-28). Esta última cita bíblica concluye diciendo: "cumple esto y tendrás vida". Proverbios 10:11 dice: "manantial de vida es la boca del justo". Vemos que precisamente todo esto se cumple en José, quien en vez de indignarse y apelar a la ley judía contra el adulterio que ordenaba apedrear a muerte a quien quiera que lo cometiera (Juan 8:5), mas bien pensó en romper el compromiso matrimonial sin que nadie lo supiera.
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Hemos ya mencionado que en la costumbre judía, el desposorio, aunque no implicaba todavía el matrimonio consumado, tenía el valor legal de éste y por lo tanto si una mujer era infiel luego de desposada y concebía un hijo, ya no se consideraba como una simple madre soltera, sino como un adulterio sujeto a toda la fuerza de la ley. Así pues José pensó probablemente hacer algún arreglo por el cual María fuera enviada a otra villa donde no la conocían para salvarla de la humillación de dar a luz en Nazaret, pues todo el mundo estaba enterado de que todavía no habían tenido vida marital. Mas Dios no había olvidado a María, la doncella pura, que había aceptado humildemente ser preñada sin reparar en las consecuencias que iba a tener que afrontar no sólo frente a José su prometido, sino también frente a su propia familia y en general frente a toda la villa, que cuando alguien comete un traspié se convierte en "un infierno grande en pueblo chico", según reza el dicho popular. En realidad ella estaba más atenta a la voz de Dios que le había prometido que "el Espíritu Santo la cubriría con su sombra", de modo que no tenía sino que poner su fe y confianza en la Palabra de Dios, que siempre cumple con lo que promete. En efecto, esa misma noche que José, luego de haber descubierto lo que pensó era una infidelidad y se puso a cavilar y cavilar en lo que le quedaba por hacer hasta que el sueño lo venció, no bien cerró los ojos que un ángel del Señor se le presentó en sueños diciéndole que no temiera tomar por esposa a María, pues el niño que ella había concebido era obra del Espíritu Santo y que cuando naciera sería llamado Jesús y sería el Salvador de Israel (Mateo 1:20-21). Como buen judío y más como hombre justo, José era de los que esperaban la llegada del Mesías con todo fervor y ansia. ¡Qué gratísima sorpresa le dio el Señor al hacerle avisar que el niño que llevaba María en su seno era nada menos que Dios encarnado, el Salvador de su pueblo! Ni qué decir que al día siguiente a primera hora estuvo a visitar a María resplandeciente de gozo y felicidad de ser merecedor del honor de ser considerado el padre terrenal del Hijo de David esperado por mil años y listo a casarse con ella de inmediato para acallar cualquier sospecha y maledicencia. La fe fue sin duda la parte esencial para que esta pareja viniera a ser el instrumento humano en que el Hijo de Dios pudiese cumplir con la promesa dada a Moisés y los profetas. Hay gente que tiene dificultad de creer en la Encarnación tal como la presenta la Biblia, pero sin embargo María y José aceptaron las cosas sin discutir (como sí lo hizo Zacarías) y se entregaron en manos de Dios. Por eso Jesús advirtió que donde no hay fe, él no puede obrar milagros (Marcos 6:5-6). Este milagro portentoso y sin igual de la Encarnación fue pues indiscutiblemente una obra de fe, y que sólo tiene paralelo con la Resurrección de Cristo con lo que aplastó definitivamente "la cabeza de la serpiente", es decir, al diablo (Génesis 3:15). Con su venida del cielo al mundo y su regreso victorioso había aniquilado por completo la maldición que el enemigo había introducido debido a la falta de fe y egoísmo de otra pareja: Adán y Eva, cuyo primogénito, Caín, resultó un criminal. La humildad de María es otra de sus admirables virtudes. Nos estamos refiriendo a lo que es la verdadera humildad, que no significa la depreciación de uno mismo; esto último es más bien la esencia del pecado en cuanto degrada al ser humano por conseguir ventajas materiales o placeres ilícitos. En cambio aquella virtud consiste esencialmente en someterse a Dios, entregarse y abandonarse por completo en sus manos y no exaltarse uno mismo, sino dejar que sea El quien nos exalte.
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Otra de sus grandes virtudes fue la pureza de conciencia, tal como lo revela su hermoso canto del Magnificat (Lucas 1:46-55) que exuda gozo del alma sin sombra alguna de exaltación personal, sino más bien de exaltación en la grandeza de Dios que nos hace grandes cuando estamos cerca de El. La vida de María estuvo llena de misterios sobrenaturales que fueron más allá de sus humanos alcances para poder entenderlos; pero ella a su vez no cesó de guardarlos en su corazón a medida que se le iban presentando (Lucas 2:51). Aunque en el ministerio público de Jesús no lo acompaño por tener que atender a sus demás hijos tenidos en José (Mateo 13:55; Marcos 6:3), sin embargo trató siempre de estar al tanto de lo que le pasaba y hasta intentó una vez rescatarlo de su agobiante labor (Marcos 3:20-21). Cuando tomaron preso a su primogénito y luego lo condenaron a muerte, ella se dio trazas para acompañarlo hasta sus últimos momentos y agonizar moralmente al ver sus horribles sufrimientos en la Cruz. Pero a su vez, pocas horas después participó también en la gloriosa experiencia de verlo resucitado y estuvo con todos los discípulos y creyentes la tarde del primer día de la semana en que Jesús se apareció (Lucas 24:33-43) y luego esperó 50 días con los 120 hasta recibir el Espíritu Santo que su hijo había prometido enviar en su lugar, ocasión en que ella y sus hijos fueron bautizados también con los dones del Espíritu (Hechos 1: 14; 2:14). Además, la paciencia de María fue otra de sus grandes virtudes, pues después que dio a luz a su primogénito e Hijo de Dios, en medio de cánticos de ángeles, pastores y magos de oriente, vinieron después los tiempos difíciles, primero con su casi inmediata huida a Egipto y luego a su regreso a Nazaret donde tuvo que llevar una vida bastante pobre, pero en la que no faltaba lo necesario para el diario sustento. Jamás tuvo ocasión de ver que alguien hiciera un peregrinaje a Nazaret para adorar a su Hijo; mas bien al contrario, en su propio pueblo fue donde Jesús fue desestimado porque lo conocían demasiado" (Mateo 13:57-58). Con el devenir de los tiempos se han presentado dos posiciones radicalmente opuestas con respecto a María. En un extremo están los que la consideran como una mujer cualquiera que fue nada más que un instrumento pasivo y resignado a la voluntad divina para que el Hijo de Dios pudiera venir a este mundo, pero que después en nada contribuyó a la obra de salvación que emprendió su Hijo en sus tres años de ministerio público, sino que mas bien hasta le sirvió de estorbo (Marcos 3:20-21, 31-35; Mateo 12:46-50; Lucas 2:49-50; 8:19-21). Este punto de vista no es sino por reacción al extremo opuesto que fue sentado por el que vamos a delinear enseguida. La verdad está en el "equilibrio" sano de las cosas y no en las exageraciones y la consiguiente reacción negativa a ellas. Hay una denominación que surgió precisamente a la sombra del imperio romano y que acabó sustituyéndolo a su caída histórica, que la ha exaltado como diosa, a tanto que se han atrevido a llamarla "Mediadora y Corredentora", precisamente contra todo lo que expresamente dice el Nuevo Testamento que el Único Mediador y Redentor es Cristo Jesús (1ª. Timoteo 2:5; Hebreos 8:6; 9:15; 12:24). Para probar que no exageramos está el documento del Concilio Vaticano II sobre la Virgen María, ambigua y contradictoriamente redactado en que si bien reconoce que no puede ir contra la palabra escrita e inalterable de Dios en las Escrituras, acaba sin embargo proclamando lo que dice un papa de esa iglesia como una suprema verdad que puede sobreponerse a tan sagrada Palabra (ver "Constitución Dogmática sobre la Iglesia, capítulo 8). El problema gravísimo de tal denominación es la identificación de la iglesia y el estado que sobrevino con la conversión de Constantino el emperador romano, que de papa (Pontifex Maximus) del paganismo de Roma, asumió el papado y estableció los cimientos de la hoy llamada Iglesia Católica Romana. En efecto su sucesor Teodosio decretó a fines del siglo IV que "todos debían ser cristianos en sus dominios", obligando contra su 14
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voluntad a los paganos a, cambiar de religión antes de tener que sufrir los castigos respectivos si no obedecían. Mas éstos, con la anuencia de las "autoridades oficiales eclesiásticas" que ahora dependían del emperador, convinieron en sustituir a la diosa Diana, llamada también Artemisa, Venus o Afrodita (Hechos 19:24-35), por María la madre de Jesús e introducir las figuras neo testamentarias, como los apóstoles y mártires, en lugar de los ídolos griegos que los romanos hicieron suyos a su vez al abrazar la cultura griega, y que veneraban también por millares (Hechos 17:16-31). Los millares que intentaron ser fieles al Nuevo Testamento acabaron indefectiblemente torturados por la Inquisición y quemados vivos en hogueras. Dicha iglesia llegó al extremo de condenar a Galileo, no porque fuera contra doctrina bíblica alguna en sus descubrimientos científicos, sino porque con ellos negaba principios "aristotélicos" ciertamente erróneos, pero que tal iglesia habla hecho suyos como algo más importante que lo que dice la Biblia.
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Capítulo 4
NACIMIENTO DE JESUS De acuerdo con la genealogía descrita en Lucas 3:23, María fue hija de un hombre llamado Elí. Fue un aldeano pobre aunque el estándar de vida de su familia no tenía mucha diferencia con el de sus vecinos en el pueblo de Nazaret, según se puede presumir, pero procuró que su familia fuera devota y fiel a las divinas enseñanzas trasmitidas por las Escrituras. Así pues, María cumplía con ir todos los sábados a la sinagoga a escuchar las lecturas bíblicas y exhortaciones del rabino del pueblo. Aunque ella estuvo siempre atenta a todo lo que los sagrados textos dicen, sin embargo no cayó en la cuenta hasta después, que habían versículos que se referían nada menos que a ella en persona, como por ejemplo Isaías 7:14. Lucas 2:51 nos dice que era hábito de María guardar en su corazón todo lo que tenía valor espiritual. No podemos saber ahora qué clase de educación recibió, aunque probablemente y de acuerdo con la costumbre de entonces, más en una pobre aldea, su educación no pasaría de aprender a leer los libros sagrados, si bien supo asimilarlos en su mente y su corazón, lo que se nota a las claras que los había retenido fielmente por el contexto de lo que dice en Lucas 1:46-55, cuando, expresó su gozo ante la revelación de la Encarnación del Mesías que le fue confiada. En cuanto a José, ¿qué clase de hombre era? Por lo poco que sabemos de los textos neo testamentarios, fue un humilde carpintero, algo mayor que María en edad, aunque en su primera juventud, pues los judíos varones solían desposarse al llegar a los 17 años más o menos. Lo que sí establecen las Escrituras clara y definidamente es que era un "hombre justo". Al igual que su antecesor de raza y de nombre, José el hijo de Jacob, que alcanzó a ser primer ministro del faraón de Egipto, se nota que tuvo también el mismo don de revelaciones en sueños a través de lo cual ambos recibieron mensajes de gran importancia. ¿Dónde fue que María se conoció con José? Quizá fue en la fuente de agua de la villa a la que todos tenían que acudir a sacarla en sendos cántaros de agua, o quizá en la carpintería de la familia del que más tarde fue su esposo. Sin duda que ella fue una gran admiradora de la destreza en el oficio que tenía José y cuando su padre le anunció que la había pedido en matrimonio, seguramente que su corazón saltó de gozo, pues no solo era un apuesto joven sino que además era de intachable conducta y gran piedad y reverencia por las cosas de Dios. Como entre los judíos, seguido de la mutua aceptación entre las familias de un pedido de manos, se celebraban los esponsales o compromiso formal de matrimonio que unía a la pareja legalmente, aunque no maritalmente todavía, María comenzó a hacer los preparativos para algo que iba a cambiar su vida totalmente y sobre todo para eventos que iban a sobrepasar la experiencia matrimonial que ninguna otra mujer jamás tuvo y en la que le sucederían cosas tan extremas que van desde lo glorioso hasta lo más doloroso. En la capital del imperio romano Augusto César se sentaba en el trono del poder supremo, como el gobernador del más vasto imperio de entonces. Se podría suponer que tan poderosa figura estaba complacida sobre las victorias que le habían dado el control de todo el mundo conocido; pero a la verdad, tras bambalinas, el hombre estaba sumido en la preocupación de financiar el pesado sostenimiento de tan complicado universo que tenía bajo sus dominios. En efecto, el sólo costo de mantener tremendos ejércitos para custodiar tan dilatado territorio requería lógicamente enormes sumas de dinero. Como reza el viejo dicho: "Del cuero salen las correas", la solución de 16
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fuerza era que los mismos territorios pagaran con fuertes tributos el pesado costo de mantener a sus opresores; pero había un punto muerto en el cuadro: Palestina no pagaba impuestos todavía. Cuando Augusto examinó la situación, decretó que también ese territorio debía tener su parte en sobrellevar la carga y de inmediato se puso en marcha la maquinaria imperial para acotar tributos a cada ciudadano útil. No bien José aceptó definitivamente a María como esposa, tras la difícil situación que afrontó luego de su previo embarazo, como hemos visto en el capítulo anterior, fue que llegó el bando imperial a Nazaret cuando precisamente ya María estaba por dar a luz. No tenían otro remedio que viajar de inmediato a Belén, pues como descendientes de David tenían que ir al lugar donde estaba el registro del tronco familiar. Sentada María en un burro, habitual medio de trasporte de entonces, y luego de varios días de penosa jornada, llegaron a Belén tras haber pasado por la orgullosa capital jerosolimitana. José había reunido todos sus recursos monetarios y haciendo uso de toda la frugalidad posible tenía al menos con qué poder pagar su alojamiento en la modesta posada de la villa. Mas como demoraron en el viaje más de lo habitual para evitar que María se fatigase mucho, encontró que ya muchos otros se le habían adelantado y copado prácticamente todo lugar disponible en la única posada de Belén (Lucas 2:7). Como no podían quedar a la intemperie, José se dedicó a buscar en las afueras alguna cueva del accidentado terreno, que los pastores solían usar para cobijarse en las frías noches, y así encontró una, algo profunda en la que algún pastor había dejado amarrada su vaca. Ahí lo mejor que podía hacer María es poner su cobija o manta sobre la paja del piso y echarse encima, mientras José se acurrucaba en un rincón. Fue ése el lugar donde esta humilde pareja pasó la noche que nació Jesús y que haría del lugar algo tan famoso que siglo tras siglo millones lo reproducen en todo el mundo en pinturas, postales y figuras. Seguramente José se vio despertado alrededor de la medianoche por María pues ella empezó a experimentar los dolores de parto. ¡Qué lugar tan inapropiado para dar a luz! José no tuvo más remedio que hacer de partero a la tenue luz de un candil de aceite, mas gracias a Dios el niño surgió a la vida desde el vientre de su madre sin mayores complicaciones. ¡Había nacido el Salvador del mundo! afuera de la cueva en un límpido cielo y al claro de la luna, se notaba que una estrella brillaba con una intensidad extraordinaria. ¿NACIÓ JESUS EN INVIERNO? La fecha tradicional asignada al nacimiento de Cristo es el 25 de diciembre, pero por supuesto ello no tiene base bíblica, en cuanto que los Evangelistas Mateo y Lucas, que son los dos únicos que se ocupan de narrar algunos detalles al respecto, nada dicen sobre el particular. Más aún, las evidencias que brotan del complejo de las circunstancias están en contra de tal fecha. En efecto, Jerusalén y la cercana Belén están en una zona de terreno bastante irregular saturada de cerros y collados, a una altura de 800 metros sobre el nivel del mar, donde nieva con frecuencia en invierno, que es ahí bastante severo como para haber anulado el largo viaje de esta pareja y menos el haber podido acampar en una cueva desprovista de toda protección contra la inclemencia del clima. Otro detalle que va en contra de la tradición, es que los pastores, según narra Lucas, estaban pasando la noche a campo traviesa con sus rebaños cuando se les apareció el ángel del Señor, cosa que jamás acostumbran hacer en invierno. Estos detalles y otras evidencias históricas abonan la idea que prevalece en los eruditos, de que Jesús nació en abril, más o menos, al comenzar la primavera, pues nunca Dios hace a los suyos las cosas más difíciles de lo que pueden sobrellevar (Salmo 91; 1 Corintios 10:13).
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VISITA DE LOS ANGELES La visita de los ángeles a los pastores indicándoles que había nacido el Mesías a pocos pasos de donde ellos estaban (Lucas 2:814), es realmente un signo muy significativo. El secreto de los siglos de repente fue revelado también nada menos que a un grupo de gente de la clase social más baja de Israel. ¿Por qué no a los sacerdotes y escribas de Jerusalén, que detentaban el sitial de Moisés? En verdad que éstos también lo supieron, aunque por otro conducto (Mateo 2:4-5), pero no se molestaron en ir a Belén, pese a la corta distancia que había. ¿Qué raro que aquéllos que se quejaban de la opresión reinante y que por lo tanto debieran ser los primeros en alegrarse de la venida del Mesías, no se excitaran en lo más mínimo ante la noticia? Los pastores, pese a su baja condición cultural y social, no por ello dejaban de participar de los sentimientos populares de Israel y también esperaban la salvación de su pueblo, al igual que Simeón y Ana. Quizá debido a la clase de ocupación que tienen son inclinados a la meditación, lo que les ayudó a tener su corazón más preparado para el gran evento. Recordemos que fue cuando David era pastor que empezó a concebir los Salmos que harían más tarde parte de la Revelación Divina y que expresan hasta los insondables sentimientos del hombre hacia su Creador. Por supuesto que la visión de seres sobrenaturales los aterró (Lucas 2:9), pues toda carne humana se espanta instintivamente y los pelos se ponen de punta al verse frente a frente con seres del otro mundo, mas la misma dulce voz y cánticos de los ángeles los tranquilizaron y cuando desaparecieron de su vista se fueron de inmediato a la aldea, a cuya entrada encontraron precisamente en la cueva más cercana a un niño acostado en un pesebre (Lucas 2:16). Sin duda que a José y María les cayó la visita completamente de sorpresa, pero al saber el srcen de la noticia dieron sin duda gloria al Altísimo de que estaba precisamente cubriéndolos con su manto como ya el ángel le había prometido a María. ¿POR QUE ELIGIO CRISTO VIVIR EN POBREZA? Las Escrituras nos dicen que Aquel que fue rico se hizo pobre para que nosotros seamos ricos (2 Corintios 8:9), es decir que se echó encima la carga de la pobreza a que había reducido el diablo a la mayoría de la humanidad, por el pecado fuente de todo mal al genero humano. La pobreza, es decir la carencia de lo que el ser humano necesita para su normal desarrollo físico y mental, es una maldición (Levítico 26:14-43; Deuteronomio 28:15-68), como lo son también las enfermedades y la muerte (Génesis 3:17-19; Romanos 5:12; 6:23). Precisamente Isaías 53 nos dice que Cristo asumió nuestras maldiciones para librarnos de ellas cuando lo aceptamos como nuestro Único Señor y Salvador. Un detalle que nos da luces sobre la situación de la familia natural de Jesús, es el incidente de su presentación. Según la ley judía, los padres debían ofrecer en tal ocasión un cordero a los sacerdotes que hacían el oficio; más si ellos no estaban en condiciones económicas de poder comprar el animal, podían ofrecer en su lugar un par de palomas (Levítico 12:6-8). La pobreza de la familia de Jesús queda pues al descubierto cuando José y María se acogieron a tal disposición (Lucas 2:24). Poco después de la visita de los Magos de oriente es que José tuvo que huir a Egipto con su esposa y su recién nacido hijo, pero la Providencia del Señor para entonces ya le había provisto de medios extraordinarios gracias a los regalos que le habían traído tan ilustres personajes.
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VISITA DE LOS MAGOS Los magos de Oriente y la estrella del Este están inseparablemente asociados con el nacimiento de Cristo. ¿Qué significa tal estrella? Según el pasaje que aparece en Mateo 2:9-10, los sabios vieron tal estrella en varias ocasiones; primero en sus propios lugares de residencia, luego en Jerusalén y por último en Belén. Si Cristo nació en el año quinto antes de la Era Cristiana (error de cálculo del calendario gregoriano), quiere decir que ellos la vieron previamente dos años antes al menos. ¿Era un cometa que cruzó brillantemente el espacio? Los cometas siempre han causado honda impresión en las mentes de los hombres, en cuanto han asociado su presencia con sucesos extraordinarios. Así pues, no es de sorprender que esto s estudiosos de los astros vieran en ello el presagio de algo sensacional. Sin embargo los cometas no son visibles por mucho tiempo, pues al estar sujetos a la poderosa atracción del sol se vuelven a perder prontamente en el espacio; de ahí que un lapso de dos años deja de lado la posibilidad de que se trate de tal astro. Según los datos históricos, en el año 44 a.C. y poco antes de los idus de marzo, apareció un cometa días antes del asesinato de Julio César. Otro apareció el año 66 d.C. cuando se venía el asedio final de Jerusalén, ocasión que los cristianos de esa capital aprovecharon para huir a Pella. El cometa Halley apareció el año 12 a.C. según extensos detalles que dejaron escritos los chinos de entonces. Pero este dato es muy anterior a la época en que se supone que Cristo nació. Sin embargo, los cálculos astronómicos hechos hoy nos dicen que hubo conjunciones de planetas alrededor de ese tiempo. Júpiter, Saturno y Venus se agruparon de tal modo en el año 7 a.C. que parecían uno sólo. Ahora bien, tales conjunciones duran también muy pocos días y no puede nunca ser el caso de lo que Mateo dice que “fue delante de ellos y estuvo sobre el lugar donde el niño estaba" (Mateo 2:9). Este detalle indica mucho más versatilidad que cualquier cuerpo estelar ante nuestra vista, casi como la nube o el pilar de fuego que iba delante del tabernáculo en el desierto en los días de Moisés. Y ¿quiénes pudieron haber sido estos magos de oriente que hicieron un largo viaje de cientos de kilómetros hasta Belén para visitar al recién nacido Dios del universo? ¿Por qué tuvieron un interés tal que contrasta con la despreocupación de los jefes de los judíos que no se inquietaron en ir menos de una docena de kilómetros? Se supone que fueron miembros de una clase sacerdotal de Persia que se especializaban en interpretar sueños y cosas de carácter sobrenatural. Que no eran judíos se ve por su falta de familiaridad con las Escrituras (Mateo 2:1-8). Entre la gente de Israel, el único que tomó en serio la cosa a la que los magos se estaban refiriendo fue nada menos que Herodes, el rey de Judea, mas no con las mejores intenciones que digamos. Ya estaba bastante enfermo y se había propuesto perpetuar su dinastía para lograr lo cual nada iba a detenerlo en cometer las peores atrocidades. Con el objeto de controlar el país, tenía una red de agentes secretos que le informaban de cualquier cosa que pudiera poner en peligro sus planes. Así que cuando supo la noticia de la llegada de los extraños visitantes de oriente y qué era lo que buscaban, ordenó a los escribas y sacerdotes que le informaran dónde había de nacer el Mesías. Al contestarle que Belén era el lugar, llamó en secreto a los magos y les dijo que regresaran a darle cuenta dónde estaba el niño "para ir también a adorarlo" (Mateo 2:8). Al saber el dato, los orientales montaron en sus camellos y enfilaron su caravana con los regalos que traían, hacia la pequeña Belén. Al mismo tiempo la estrella que habían visto en oriente reapareció a su vista y los llevó exactamente hacia el lugar donde estaba el recién nacido rey de los judíos. Es posible que ya para entonces José lograra encontrar un hospedaje disponible, lugar donde le cayó una nueva visita sorpresiva de gente 19
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informada por medios no usuales. Luego de ello, Mateo nos dice que "los magos fueron advertidos en sueños de no regresar donde Herodes, por lo que se volvieron a su tierra por otro camino" (Mateo 2:12). Naturalmente que los de oriente le comunicaron a José y María el aviso que habían recibido en sueños, de lo cual José recibió confirmación también cuando dormía (Mateo 2:13), por lo que decidieron emprender de inmediato el largo viaje a Egipto donde estaban fuera del alcance de las garras del criminal Herodes. José bien sabía ya de todo lo que era capaz ese sádico, así que haciéndose de cabalgaduras para él y su esposa, así como para las cosas que le habían traído los magos, salió al amanecer por el camino que cruza el valle de Elá, donde David su antecesor venció al gigante Goliat. Al principio el viaje fue lo más apresurado posible, quizá el mismo José tuvo que ayudar en trechos a llevar al niño, hasta que alcanzaron Beerseba donde ya estuvieron fuera de peligro. Apocalipsis 12:4 hace una referencia a esta escena de huída, cuando describe que "el dragón se propuso comer a la criatura que tuvo la mujer y que era el destinado a gobernar las naciones con cetro de hierro", aludiendo a las predicciones de Isaías 9:5 y el Salmo 2:9, pero concluye diciendo "que ella huyó al desierto donde Dios le había preparado un lugar". Con esto se cumplía otra profecía más: aquélla que dice: "de Egipto llamé a mi Hijo" (Oseas 11:1). Mientras tanto en Jerusalén el cruel Herodes esperaba con impaciencia la vuelta de los visitantes de oriente. Ante la inusitada demora de ellos, envió sus agentes a Belén para averiguar dónde estaban los ansiados personajes, los que al no encontrarlos por ningún lado, regresaron con la nueva al rey quien al saberlo estalló en una explosión de ira, y en venganza su diabólica mente concibió de inmediato un sanguinario plan: acabar con todos los recién nacidos que hubieran en Belén y sus alrededores, con lo que se cumplía otra profecía más, la de Jeremías 31:15 (Mateo 2:18). Esta profecía se refiere a Raquel, la esposa de Jacob. En su mocedad fue una mujer estéril y una vez lloró ante su marido diciéndole: "dame un hijo o si no muero" (Génesis 30:1). A la larga su clamor a Dios fue escuchado y dio a luz a José y luego a Benjamín. El amor apasionado de Raquel por los niños parece que se proyectó a través de los siglos pues cuando los inocentes fueron degollados por los esbirros del monstruoso Herodes, las nuevas Raqueles lloraban por sus hijos. Ese no fue todavía el último acto de sangre del maniático homicida, pues estando ya casi en agonía, ordenó quemar en la hoguera a 42 estudiantes escribas de Jerusalén y hasta hizo matar a su propio hijo Antípatro; supo también que el pueblo se gozaba con la noticia de que estaba a punto de morir y dejó ordenado se hiciera una matanza general de todo aquel que mostrara el menor signo de alegría a su fallecimiento, lo que a Dios gracias no fue llevado a cumplimiento. Dispuso en su testamento que su hijo Arquelao era el designado rey de Judea, Herodes Antipas de Galilea y Perea y su medio hermano Felipe recibiría el gobierno de la Gaulanitis y las tierras al este del mar de Galilea. Por supuesto que tales disposiciones tenían que ser ratificadas por Roma, pero aún antes de que Arquelao fuera a la capital del imperio a recibir la confirmación del César, estallaron violentas demostraciones en Jerusalén exigiéndole concesiones. Los líderes de la revuelta fueron capturados y quemados vivos, hubo una gran masacre de gente y no pocos tuvieron que huir en salvaguardia de sus vidas. José y María no intentaban permanecer en Egipto no obstante la prosperidad de sus ciudades por entonces y tan pronto como el ángel del Señor se le apareció a él de nuevo en sueños informándole de la muerte de Herodes, emprendieron el regreso. Luego de haber cruzado el desierto y al comenzar a ascender los cerros de 20
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Judea, José se enteró por la gente de lo que estaba sucediendo, especialmente de la masacre que había ordenado el nuevo regente con motivo de la sublevación. A toda vista no parecía en nada aconsejable pasar por la capital, así que decidió ir por la costa hasta el monte Carmelo y de ahí pasar a Nazaret la villa de donde habían salido hacía ya un par de años atrás más o menos.
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Capítulo 5
INFANCIA DE JESUS La ciudad de Nazaret fue a partir de la vuelta de Egipto, el hogar de Jesús hasta que tuvo 30 años. Los biógrafos de Cristo deploran lo poco a casi nada que quedó escrito en los Evangelios acerca de la infancia y juventud de Jesús; mas la razón que hubo tras ello fue que de acuerdo con el plan divino, no habría gran diferencia de la de cualquier otro jovencito de Israel aunque la gente de su tiempo reconocería, sin embargo, que no se trataba de un muchacho cualquiera, mas no llegaron a adivinar que se trataba nada menos que el Hijo de Dios que crearía un impacto tal en el mundo que jamás algún otro ser humano ha logrado. Los pobladores de Nazaret de seguro que fueron testigos vivientes de que jamás pudieron observar en Jesús las malacrianzas y rebeldías que en mayor o menor grado se pueden observar en niños y jovencitos de todos los tiempos y todas las latitudes. Al contrario, les llamaría la atención la fidelidad y devoción que tenía hacia sus padres y hermanos y el extraordinario interés que tenía por las Escrituras. No estuvo del todo libre de errores, como cuando quedó tan absorbido en sus conversaciones con los doctores de la ley, que olvidó a sus padres y éstos tuvieron que perder tres días en buscarlo.
LOS EVANGELIOS APOCRIFOS Aunque los cuatro Evangelios mencionan muy poco acerca de la infancia de Jesús, en cambio los evangelios apócrifos trataron de desvelar la cortina de misterio que los evangelistas crearon al no ocuparse del asunto. Es curioso observar que cuando Dios guarda silencio sobre alguna cosa, la curiosidad humana trata de llenar los vacíos con fantasiosas elucubraciones, como ya vimos que pasó con María la madre de Jesús, de quien el Nuevo Testamento se ocupa poquísimo. Sin embargo una ociosa y vana teología ha elaborado bibliotecas enteras sobre María, para desplazar la atención de los hombres hacia Cristo Jesús, figura a la que sí está dedicada toda la Biblia y que es la verdadera fuente de Verdad, de Salvación y de Bien (Juan 14:6). En los días de Pablo apóstol no faltaron los que trataron de sondear aspectos sobre la vida oculta de Jesús, a quienes él previno diciéndoles: "ya no tenemos que pensar de alguien según lo que sea en este mundo; antes pensábamos de Cristo según lo que fue en este mundo, pero ahora ya no pensamos así de El" (2 Corintios 5:16). En otras palabras, les está diciendo que lo que nos interesa básicamente a los cristianos es el ministerio y mensaje de Cristo y no tanto los detalles más o menos comunes de su vida. El evangelio apócrifo de un tal Tomás detalla una serie de milagros que se supone tuvieron lugar o fueron realizados siendo Jesús un niño. Por supuesto que son puras invenciones y jamás historiador alguno los ha tomado seriamente en cuenta, sino que los han visto tal cual son: puras fábulas que caricaturizan burdamente la vida del Hijo de Dios, a comparación con la majestuosa narrativa de los cuatro Evangelios. Así tenemos a esas apócrifas historietas diciéndonos que Jesús hacía pajaritos de barro y los hacía volar a su solo soplo. En otra ocasión dicen que resucitó a un niño de la muerte para probar su inocencia y que cambiaba a compañeros de juego en animales. En otras palabras los tales escritos apócrifos no son otra cosa que basura, pues lo que dicen no sólo es absurdo sino que raya en blasfemia. Tan torpe manera de tratar de meterse en algo que Dios no ha dado a conocer, es en cierto modo una manera de prevenirnos de intentar seguir semejante enfermizo afán de violentar la Revelación Divina y desviarse 22
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por caminos totalmente opuestos a su prístina línea. Lo que Dios había previsto para su Hijo es que creciera en sabiduría, en edad y en gracia" (Lucas 2:40), en una oscura villa sin llamar la atención, hasta que "el poder del Espíritu Santo descendiera sobre El" (Juan 1:32-33; 3:34), después de lo cual entonces sí hizo a los pocos días su primer milagro cuando cambió el agua en vino (Juan 2:1-12).
LOS DIAS DE SU NIÑEZ A pesar de la falta de información que hay en los Evangelios, se puede reconstruir un lineamiento general de la vida de Jesús en su niñez en base a los datos históricos conocidos. Así, es probable que cuando José y María dejaron su hogar en Nazaret para ir a Belén, su recién formado hogar quedó al cuidado de los padres de María, en el entendido de que la cosa era por unos pocos días. Más desaparecieron como si la tierra se los hubiera tragado por un par de años. Por supuesto que a Nazaret llegaron noticias de la masacre de niños que hizo Herodes en Belén, haciendo suponer el hecho de la desaparición completa de José y María, que habían huido lejos para salvar a su recién nacido, pues de haber muerto el niño habrían vuelto pronto aunque pesarosos por lo sucedido. Quizá a través de caravanas de mercaderes que iban con frecuencia de Egipto a Israel, les hubiera sido posible mandar algún mensaje a Nazaret de que estaban refugiados por ahí, pues de otro modo la duda de su paradero no dejaba de ser angustiosa para las familias tanto de José como de María. ¡Qué alegría experimentarían al verlos caer de nuevo en la villa un buen día y reintegrarse a la vida aldeana! Su casita, al igual que las demás del pueblo, sería sin duda de piedra con techos planos soportados por gruesas vigas de madera. Adosadas a la pared exterior estaban escaleras que llevaban al techo rodeado de una baranda, pues servía también de espacio adicional para actividades familiares. Cuando José y María volvieron por fin a Belén, Jesús era entonces un pequeñito que ya podía caminar y que acompañaba a su madre a traer agua de la fuente, a la que ella tenía que ir siquiera un par de veces al día. La usanza de entonces es que las mujeres llevaran su cántaro sobre la cabeza. En el interior de la casa estaba el pequeño molino familiar de piedra, en el cual molían el trigo para el pan y las comidas y luego mezclaban con agua y levadura la harina así obtenida para hacer las hogazas de pan para el uso de la mesa. También había ahí el horno hecho de barro cocido donde se horneaba el pan y se cocían las comidas; en éstas se usaban muchos dátiles, aceitunas, queso y miel de abejas. Jesús de cierto que crecía en frecuente contacto con los niños del pueblo, con los que jugaba (Lucas 7:32). Su agudo espíritu de observación no dejaba escapar detalles como el regateo de los comerciantes en la venta de sus artículos (Mateo 10:29; Lucas 12:6), el crecer de los árboles (Mateo 13:32), el florecer de las flores (Mateo 6:28), los nidos que hacían las zorras (Lucas 9:58), los pastores llamando a las ovejas por su nombre (Juan 10:3), observar el tiempo (Mateo 16:2-3), el viticultor podando la parra para que dé mayor fruto (Juan 15:1-2). Todas las comparaciones que usó en su ministerio son porque las había observado y sabía que la gente así bien le entendía pues se ponía en un terreno común a la generalidad.
EL HOGAR DE JESUS El hogar de Jesús fue sin duda santo, pues José era "hombre Justo" (Mateo 1:19), aunque quizá los doctos rabinos del pueblo lo considerarían un simple carpintero aldeano, claro que muy cumplido y trabajador en todo lo que hacía y con lo cual soportaba las diarias necesidades de su familia que con el tiempo fue bastante numerosa 23
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(Mateo 13:55; Marcos 6:3). En lo que respecta a María, hemos visto que *ciertamente era una mujer de gran fe, como lo demuestra su respuesta al ángel Gabriel (Lucas 1:38), poniendo en evidencia que conocía las Escrituras y tenía hasta genio poético, en medio de su humildad. En todo momento tuvo un agudo sentido y conciencia del honor que Dios le había conferido de ser la madre del Mesías prometido a Israel y al mundo. A pesar de tener una larga familia, sin duda no descuidó en momento alguno su deber de enseñarles tanto a sus hijos hombres como a las mujeres todo lo que ella sabía acerca de cosas espirituales. El gran secreto que conservaba en su corazón acerca de su primogénito, la inducía por supuesto a hacer todo lo que estuviera de su parte por satisfacer el ansia que El tenía acerca de saber cada vez más y más acerca de las Escrituras. Por su parte Jesús vemos que hasta en sus últimos momentos se ocupó del cuidado de su madre para quien tuvo un gran amor filial, aunque ello no nublaba en modo alguno su conciencia de cual era su primer deber (Lucas 11:27). LA ESCUELA DE LA SINAGOGA Como era usual entre los judíos, a la edad de siete años Jesús fue enviado a la escuela de la sinagoga donde el maestro enseñaba a los niños la lectura de las Escrituras y las historias de los grandes personajes bíblicos como Abraham, José, Moisés; Jesús escuchaba todo con intensa atención no dejando que nada que dijeran las Sagradas Escrituras escapara a su memoria. Todos los sábados la familia íntegra acudía a la sinagoga, en la que el jefe de ella usualmente asignaba a alguien de la asamblea para leer un pasaje bíblico. Cuando esto sucedía, Jesús prestaba siempre una gran atención, mientras quizá muchos otros de los chicos presentes estaban distraídos. Fue así durante todos estos años que la mente de Jesús se iba enriqueciendo grandemente con el conocimiento del Antiguo Testamento. Por lo que dice Lucas 4:16, se puede ver que la habilidad que tuvo para la lectura era superior a la del promedio, como indicación de la aplicación y devoción que había tenido para todo lo relacionado con la Biblia. LAS FIESTAS DE ISRAEL Había otro tipo de actividades en las que también Jesús participaba con gran entusiasmo y eran las fiestas anuales de Israel, como la fiesta de la Dedicación del Templo o fiesta de las Luces que ocurría en tiempo de invierno. En la víspera la gente encendía lámparas en los bordes de sus techos y los jóvenes marchaban por las calles con antorchas encendidas; al día siguiente todos iban a la sinagoga a cantar cánticos de gozo recordando los hechos del gran héroe Judas Macabeo que purificó el templo después de la vil desecación cometida por Antíoco Epifanes, el perverso gobernante de Siria. La fiesta duraba ocho días. También estaba la fiesta de Purim en la cual se celebraba la derrota de Amán, el malvado intrigante que pretendió acabar con todos los judíos de la tierra, maniobra que fue desbaratada gracias a Ester y Mardoqueo. Durante la fiesta se leía una y otra vez el libro de Ester. La más grande de todas las fiestas judías era la de Pascua, o celebración del paso del mar Rojo por Moisés y todo el pueblo que había estado cautivo en Egipto durante 400 años. Esta coincide con la fiesta cristiana de la Resurrección que celebra a su vez la salida de la cautividad del diablo y el paso de la muerte a la vida. Los judíos iban a Jerusalén a celebrar el gran evento; los que por causa de fuerza mayor no podían ir a la capital, comían el cordero pascua] en sus casas, con pan sin levadura.
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Luego de la fiesta de Pascua estaba la de Pentecostés y en el otoño tenían la fiesta de los Tabernáculos en la que la gente dejaba sus casas para ir a acampar en las afueras en carpas de campaña o bien bajo los árboles, en celebración de los 40 años que los israelitas habían vivido en tiendas de campaña mientras erraban por el desierto luego de salir de Egipto. El objeto de todas estas celebraciones era que la gente recordara siempre todo lo que Dios había hecho por ellos, y los padres debían tener especial cuidado en que sus hijos estuvieran bien conscientes del significado que entrañaban. Podemos estar seguros que Jesús desde su niñez estuvo siempre pendiente M significado bíblico de ellas, o sea el hecho substancial de cómo Dios había manifestado su bondad y amor por el pueblo de Israel. LA REBELION DE JUDAS GALILEO Cuando Jesús tuvo unos 10 años de edad, llegaron noticias a Nazaret de que Arquelao había sido destituido por César Augusto como rey de Judea. Aparentemente ese sujeto había heredado lo peor de su sanguinario y feroz padre, careciendo en cambio por otro lado de la astucia política que tuvo Herodes el Grande. En efecto, no mostró interés alguno en mejorar la situación de su empobrecida población y se embarcó más bien en un programa de extravagancias que hundieron más al país en la miseria. Se divorció de su esposa para casarse con la de su hermano, con el consiguiente escándalo público. Estos desatinos más otros muchos que había ido acumulando, llegaron a oídos del emperador, quien lo exilió a Viena donde murió pocos años después. Con tal ocasión, el emperador Augusto decidió no sostener más un rey en Judea, sino que a partir de entonces ese territorio estaría directamente bajo su autoridad a través de un gobernador. Fue así que cuando juzgaron a Jesús, Pilato era el gobernador de turno en Judea. Herodes Antipas quedó más bien reinando en Galilea y Perea, aunque iba a visitar a Jerusalén con cierta frecuencia, una de cuyas ocasiones coincidió con el juicio de Jesús, pero no tenía jurisdicción alguna sobre el territorio de Pilato. El año siguiente a la remoción de Arquelao, hubo una rebelión en Galilea, con motivo de la orden que dio el gobernador de Jerusalén de que se censara también a Galilea. Ante tal noticia un grupo de bravos nacionalistas se levantaron en abierto desafío bajo el liderazgo de un tal Judas que vivía en Séforis, a solo cinco kilómetros de Nazaret (Hechos 5:37). Este líder reunió unos 10 mil combatientes que juraron librar a Palestina del yugo romano. Lo primero que hicieron fue marchar sobre Tiberíades donde Antipas estaba construyendo su palacio y se apoderaron de las armerías del rey bien provistas de espadas, lanzas y escudos. Creían así estar listos para enfrentar á las legiones romanas y acabar con ellas. Por supuesto que la noticia llegó de inmediato a oídos del general Varo, comandante de las legiones apostadas en la región de Gadara, que marcharon sobre las indisciplinadas huestes de Judas Galileo y aplastaron de un plumazo toda su bravura, capturaron a todos los que no pudieron huir y luego avanzaron sobre Séforis, villa que quemaron hasta los cimientos. Los que salvaron del incendio fueron llevados como ganado a los mercados de esclavos y dos mil presos de guerra fueron crucificados simultáneamente. En el resto de Galilea se sintió una gran consternación por lo sucedido, pero a la par se incrementaba el ansia por la llegada del Mesías, que según las predicciones bíblicas, debería estar ya por venir si no es que estaba ya en medio de ellos para organizar a toda la nación en la verdadera y gloriosa guerra de independencia que acabaría definitivamente y por siempre con el imperialismo romano. Al menos era ése el consenso general desde los judíos de las altas esferas hasta los más humildes pastores.
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Mas Jesús al profundizar el preciso sentido de las Escrituras, se iba dando cuenta más y más que la tarea primaria del Mesías no era la ¿le sacar a los odiados romanos de Palestina, sino la de salvar a su pueblo de un terrible enemigo: el diablo y sus huestes, infinitamente más ominoso que todas las tiranías juntas que hayan podido existir de principio a fin del mundo, pues es precisamente él quien concibe y genera a todas ellas a través del pecado, el yugo más pesado a que el hombre puede estar sometido y causa de su desgracia no solo en esta vida sino por toda la eternidad.
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Capítulo 6
JESUS EN JERUSALEN A LOS 12 AÑOS Costumbre judía antigua y que hasta hoy se conserva es que al llegar el niño varón a sus 13 años era investido con el título de "hijo de la Ley", es decir que a partir de ese momento la responsabilidad de guardar la ley, que había estado en manos del padre, pasaba entonces a las del hijo. Por supuesto que para un jovencito era el gran día de su vida. La manera de proceder era llevarlo a Jerusalén a la fiesta de Pascua más inmediata al cumpleaños. Si tenemos en cuenta que Jesús había nacido en octubre, entonces cumplía los 13 años más o menos seis meses después de la fiesta de Pascua más inmediata a la edad propia de su investidura y, en consecuencia, le fue permitido ir ya junto con sus padres que anualmente hacían tal peregrinación. Aunque el viaje a Jerusalén era largo y pesado para un chico de 12 años, podemos estar seguros que Jesús había estado ansioso de ir al templo donde Israel celebraba la presencia de Dios en medio del pueblo. Un factor que coadyuvaba a que el viaje le fuera posible es que había crecido en el hogar de un artesano que no podía darse el lujo oriental de tener hijos ociosos, sino que cada uno tenía que hacer lo que podía según sus fuerzas. Y como todo ejercicio o práctica física endurece los músculos y los torna fuertes y resistentes, bien podemos suponer que Jesús no creció en medio de cojines, sino todo lo contrario. ¿Cómo podemos explicarnos su incansable resistencia para que en tres años anduviera recorriendo a pie, infatigablemente, día y noche por toda Palestina, sin desfallecer? Cuando los preparativos estuvieron hechos, José, María y Jesús niño se unieron al resto de los peregrinos del pueblo que iban a la capital. El agua para beber la solían poner en odres que ataban sobre un burro o sobre un camello si se trataba de gente rica. El camino que había que seguir para llegar a la capital pasaba por la planicie de Esdraelón y luego avanzaban por el valle del Jordán donde se unían con las otras caravanas venidas de distintos lugares de Galilea. El líder de la caravana de peregrinos de cada lugar hacía las indicaciones de alto cada vez que fuera necesario para comer o descansar o bien para orar. Cuando la caravana era numerosa se atrevían a cruzar por Samaria, aunque no tenían simpatía alguna por los samaritanos ni ellos por los judíos, pero tampoco les provocaban mayores dificultades. Sin embargo era una vía que todo judío trataba de evitar en cuanto le fuera posible. Es de suponer que Jesús fue en esta ocasión por el lugar habitual para los judíos, es decir bordeando el Jordán, donde más tarde El recibiría el bautismo por inmersión de manos de Juan el Bautista y al mismo tiempo recibiría ahí el Espíritu Santo que sellaría la iniciación del ministerio del Dios encarnado. El viaje duraba unos tres días al cabo de los cuales llegaban a la vista de Jerusalén, acampando en las faldas del monte de los Olivos desde donde se tenía una magnífica vista de la ciudad y especialmente del grandioso templo cuya construcción había demorado 40 años y en el que se habían gastado millones en recubrirlo de mármol, plata, oro y piedras preciosas. Su extensión a lo largo era de 450 metros y de 300 a lo ancho con sus cuatro atrios: de los gentiles, de las mujeres, de los israelitas y de los sacerdotes y en el corazón de tan tremendo castillo estaba el edificio del Santuario propiamente dicho, con sus dos grandes compartimentos: el Lugar Santo donde se ofrecía el diario incienso, y separado de él por una espesa cortina bordada, estaba el Lugar Santísimo, morada del Dios Altísimo, donde sólo el Sumo Sacerdote podía entrar y eso solamente una vez al año. La Pascua debe haber sido un tiempo de intenso interés para Jesús. Dada su corta edad, él no podía ir más allá del atrio de las mujeres. Más bien José pudo entrar al atrio de Israel donde los jefes de familia ofrecían el cordero pascual para ser sacrificado por los sacerdotes quienes le devolvían la víctima para que fuera a prepararla 27
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y luego comerla con el resto de su familia. Solo se requerían dos días para cumplir con las principales observancias de la fiesta, al cabo de los cuales, la gente podía regresar pues se venía la época de la siembra de trigo. Si bien José no era agricultor, sin embargo su taller estaba cerrado y tenía trabajo pendiente por entregar, de modo que no podía demorarse mucho en Jerusalén. Como seguramente el resto de la gente venida de Nazaret tenía también su trabajo o labor que desempeñar para el diario sustento de sus modestos hogares, cumplidos los rituales de estilo estuvieron todos listos para emprender el regreso. Dado que en el templo los hombres tenían que ir por un lado y las mujeres por otro, a los atrios destinados a cada sexo, se supone que José y María regresaron al lugar donde había acampado la caravana de nazarenos, cada uno por su cuenta, pensando que el niño Jesús estaba respectivamente con el otro, o bien que se había juntado con los otros muchachitos que habían venido de Nazaret. Así pues la caravana emprendió el viaje hacia el norte hasta que llegaron a una aldea llamada Ramalía, donde se prepararon para pasar la noche. Fue ahí que José y María se dieron cuenta que Jesús no estaba en la caravana y a pesar de que preguntaron a todo el mundo, nadie sabía nada al respecto. ¿Qué podía haber pasado? Lógicamente se llenaron de angustia, no solo como padres comunes y corrientes, sino que ambos eran testigos íntimos de que no se trataba de un niño común y corriente, sino nada menos que del Hijo de Dios confiado a la responsabilidad de ellos. ¡La cosa era para ponerlo a uno fuera de sí! Ellos sabían que ya al nacer el demonio había tratado de destruirlo y que por salvarlo tuvieron que huir precipitadamente a Egipto. ¿Cómo era posible ahora que se hubieran confiado tanto y hasta cierto punto despreocupado de que esta vez nada le iba a pasar? No quedaba otra cosa que separarse de la caravana y volver atrás a Jerusalén, lo que hicieron al amanecer del día siguiente, ya que esa noche misma, la oscuridad hacía impracticable toda tipo de búsqueda. Llegaron a Jerusalén al atardecer y se pusieron a buscarlo primero por la zona donde habían acampado, preguntando a cuanta gente podían por si habían visto a un chico de 12 años que andaba sin sus padres, pero nadie podía darles razón. Entonces pensaron que como era la primera vez que el niño venía a una gran ciudad era muy probable que estuviera vagando perdido en medio de las multitudes de gente que de todo el mundo acudían anualmente para la Pascua judía, así que comenzaron a desandar todas las calles de la capital por si la suerte los conducía a toparse con él de buenas a primeras. Aún si tal hubiera sido el caso, buscar por buscar, sin orden y planeamiento era lo mismo que tratar de dar con una aguja en un pajar. Lógicamente, al final de un agotador e infructuoso recorrido cayeron rendidos probablemente en alguna modesta posada donde recostados pasaron la noche aunque seguramente sin dormir de tan preocupados que estarían. Por fin llegó el nuevo día y esta vez decidieron ir al templo como último recurso y luego de pasar detenidamente por los atrios de los gentiles y de las mujeres lo vinieron a encontrar en una de las grandes salas adyacentes, nada menos que con un buen grupo de maestros de la ley, conversando con ellos acerca de los escritos mesiánicos que aparecen en la Biblia. Les había expuesto magistralmente cuál era el verdadero plan de Dios para el Salvador de Israel, de acuerdo con todo lo que dice Moisés y los profetas. El había querido entrar esta vez en contacto con los líderes religiosos del país para intercambiar ideas acerca de lo que preocupaba a toda la nación: la anunciada venida del Mesías. Por supuesto que los rabinos quedaron completamente sorprendidos que un niño de 12 años pudiera tener tal retención y comprensión de los escritos sagrados a tan tierna edad. Si el Mesías que esperaban los judíos debía ser un guerrero y un libertador del país, ¿entonces porqué Isaías 53 decía que tendría que venir más bien a 28
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expiar los pecados de la nación? Por supuesto que los doctores pensaban más bien en lo primero con prescindencia absoluta de lo que dice Isaías y los salmos paralelos. La discusión iba tomando cada vez más y más interés y el mismo cuerpo de juristas del templo se iba pasando la voz de que había llegado un comentarista bíblico que superaba a todos los conocidos de todas las escuelas rabínicas. ¡Y lo más asombrosos es que tal comentarista era un chiquillo! Fue de tal envergadura el foro abierto que se había entablado, que ya estaba durando tres días, claro que con sus tiempos de descanso para comer y dormir, en los que los asombrados eruditos se encargaron de invitarle comida y una cama para dormir. Por fin al tercer día escuchó el niño una voz familiar que lo llamaba: era su madre (Lucas 2:48). Dado que ella había estado embargada por la angustia, la duda y el pesar, no reparó mayormente en lo que estaba viendo y el extraordinario honor que significaba que su hijo estuviera hablando de igual a igual en nivel de saber, con las más altas autoridades en materia de interpretación bíblica que existían en toda Israel, pues para la Pascua no sólo estaban los rabinos de Jerusalén, sino de toda Palestina y aún los de la diáspora. A su vez la respuesta de Jesús a su madre es bien significativa: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían acaso que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre Celestial?" (Lucas 2:49). La humanidad de Cristo, esto es su parte humana, se muestra aquí. El no tuvo la intención de causar tan serio disgusto a sus padres terrenales, pero lo que había pretendido es sacar el máximo provecho de su estada en Jerusalén; así pues el primer día, luego de prolongadas conversaciones con los maestros de la ley y ya avanzada la tarde regresó al campamento donde habían estado los peregrinos de Nazaret y encontró que ya habían emprendido el regreso. En consecuencia lo único que le quedaba por hacer es esperar y mientras tanto volver al templo a seguir charlando y discutiendo con los mejores eruditos que tenía la nación para la interpretación de los sagrados escritos de Israel. Así pasaron dos días más hasta que por fin su madre intuyó finalmente que bien podía estar conversando con escribas y fariseos, dado que conocía ella el ansia de su Hijo por saber más y más acerca del Mesías prometido a Israel. 0 quizá al menos, ella al desandar sus pasos por el atrio de las mujeres oyó comentarios de cómo un chiquillo de 12 años venia ya asombrando por tres días a los sabios del templo. De inmediato le cruzó una luz en su mente: ¿quién otro podía ser ese chiquillo sino Jesús?
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Capítulo 7
REGRESO A NAZARET José y María regresaron por fin a Nazaret con Jesús, su hijo (Lucas 2:51). A partir de entonces comienzan los 18 años de silencio en la historia de la vida de Jesús, de los cuales no tenemos referencia bíblica alguna. Cualquiera podría pensar que habiendo batido el record no sólo en edad sino en conocimiento cabal y completo de todos los complejos aspectos de la revelación mesiánica, Jesús se podría haber sentido superior humanamente hablando, como de hecho lo había demostrado. No se podría haber calificado de "complejo de superioridad", pues en el fondo era Dios encarnado y no un simple humano cualquiera, sin duda genial para su edad. Sin embargo regresó sumiso a su hogar donde siguió siendo tan obediente como antes. El autor de la Epístola a los Hebreos dice: Así Cristo, a pesar de ser Hijo de Dios, aprendió a obedecer por medio de lo que tuvo que sufrir y al ser hecho perfecto en tal forma, llegó a ser la fuente de la salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hebreos 5:8-9). Quizá una de las más difíciles formas de obediencia para algunos es la diaria rutina de trabajo. Mas Jesús está enseñando con su ejemplo, que aún cuando su vocación y llamado eran específicamente para predicar el Evangelio de las Buenas Nuevas, a lo que había venido al mundo, sin embargo a partir del momento que sus padres le "pasaron la responsabilidad" según la práctica judía, El no sacó la conclusión de que su vocación no incluía la de ser un ser fiel y obediente a un inferior suyo como José, ni tener que estarle sometido. ¡Todo lo contrario! Por 18 años se siguió preparando en la escuela del trabajo rutinario que sabía combinar en sus momentos de ocio con la lectura y constante meditación de los santos escritos que su Padre Celestial había revelado a la humanidad. Las casas de Nazaret eran de piedra en su mayoría pero con techos sostenidos por gruesas vigas; además puertas y ventanas eran de madera, así como casi todo el mobiliario. Las tiendas y despachos de negocios requerían mostradores, mesas, vitrinas, etc., para todo lo cual la carpintería de José era el sitio obligado para ordenar la hechura de todo ello. Además, para el propio hogar había muchas cosas que hacer, en las que José con sus hijos, a medida que iban creciendo y sirviéndole de oficiales de carpintero, tenía que dedicar quizá hasta 10 a 12 horas diarias para satisfacer todos los pedidos que recibía. Podemos estar seguros que antes de ser un buen predicador, Jesús fue primero un buen artesano. Con conciencia recta y tranquila de que había sabido cumplir bien con su deber de hijo de un trabajador, podía decir al enseñar: Acepten el yugo que les pongo y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, si quieren encontrar descanso para su alma; pues mi yugo es suave y mi carga, ligera" (Mateo 11:29-30). En efecto, hacer yugos para bueyes requería una destreza especial para que la cosa funcionara bien sin dañar a los animales y a la vez para que soportara el recio trato a que la yunta iba a someter al aparato. La clase de oficio, es decir la carpintería, era como para ponerlo en contacto con prácticamente todos los hogares y negocios de la aldea y alrededores, pues hasta los pastores necesitaban cayados de recia madera para sus múltiples usos, que incluían en ocasiones hasta el defender a su rebaño de fieras voraces (1 Samuel 17:34). Un buen día se le presentó un hombre rico para contratar la construcción de un enorme granero con el que iba a reemplazar los grandes que ya tenía pero que ya no le abastecían; mas al día siguiente vinieron los hij9s del rico para ordenar les hiciera el ataúd del padre que había muerto repentinamente la noche anterior (Lucas 30
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12:16-21). En realidad en el taller de carpintería se podían aprender lecciones de la vida que no se dictan en aulas académicas y por eso las parábolas y ejemplos que Jesús dio durante su ministerio público, los tomó de su propia experiencia a través del diario contacto con toda clase de gente que tenía que pasar por su taller. Como bien lo sabe toda persona que tiene a su cargo un negocio, no faltan nunca los que quieren obtener lo mejor por la nada, ya sea regateando o bien no pagando lo que deben cuando han sido servidos. Jesús no fue una excepción pues El también tuvo que ver que José pasó por tal clase de problemas y a la muerte de éste, cuando asumió la jefatura del negocio familiar, tuvo también que lidiar con tan funesta clase de gente. Por eso cuando decía: "el ladrón solo viene para robar, matar y destruir" (Juan 10:10), también lo había experimentado en la vida de negocios de su oficio. En cuanto a actividades fuera de la órbita de trabajo, Jesús participó también de la vida social de la aldea, como los matrimonios, funerales y ciertas celebraciones tradicionales que caracterizan a cada pueblo. Así un buen día la muerte también visitó su hogar cuando José cayó mortalmente enfermo y poco después todos tuvieron que caminar tras el féretro hacia el cementerio ubicado en las afueras de Nazaret. Aún cuando Jesús era la Resurrección y la Vida, su tiempo no había llegado todavía. Primero tenía que ganar la batalla a satanás en el desierto donde por 40 días fue probado capaz de hacer uso de los dones y frutos del Espíritu Santo que había recibido al ser bautizado por Juan en el Jordán. Entonces después sí tuvo el poder de Dios con El para resucitar muertos, incluyendo a uno que ya cuatro días estaba en la tumba en pleno proceso de descomposición (Juan 1l:17). Que José murió antes que Jesús comenzara su ministerio público se deja ver claramente por el contexto de los Evangelios, pues es citado claramente hasta cuando Jesús tuvo 12 años, mas al entrar a su vida pública, los Evangelistas citan a María y a los hermanos y hermanas de Jesús mas no a José, pues cuando volvió a Nazaret en una ocasión, sus paisanos decían: "¿acaso no es éste el hijo de José el carpintero?", clara alusión a que todos habían conocido a su padre terrenal (Mateo 13,55). Marcos es más explícito pues aludiendo al mismo suceso dice: "¿no es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago (Jacobo), José, Judas, Simón y acaso no están sus hermanas aquí en medio de nosotros?" (Marcos 6:3). Al omitir Marcos la mención de José el padre, está dando claramente a entender que ya había pasado a tener su parte en la gloria que le esperaba por haber sido riel en aceptar la misión que Dios Padre le había encomendado para su Divino Hijo. "No se preocupen diciendo, ¿qué hemos de comer? ¿Qué vamos a beber? ¿Con qué nos vamos a vestir?, pues los mundanos andan tras estas cosas, pero Uds. tienen un Padre Celestial que sabe que Uds. las necesitan. Por eso pongan toda su atención en el Reino de Dios y su justicia y entonces recibirán todo lo que necesitan" (Mateo 6:31-33). Cuando Jesús decía esto, también lo sacaba de su propia experiencia, pues como todo negocio tiene altibajos, hubo épocas en que los negocios del taller familiar declinaban, pero no el consumo diario de la numerosa familia. Había sabido poner en práctica aquello que dicen los Salmos: "Nunca vi al justo en abandono de Dios, ni a sus hijos mendigando" (Salmo 37:27); "Descarga en Dios tu preocupación y El te sustentará, pues nunca deja que el justo fracase" (Salmo 55:22); "Dios da la lluvia que hace germinar la tierra y las plantas y da al ganado su sustento... pues El se complace en los que esperan en su amor" (Salmo 147:8-9). 31
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Si bien la plenitud del Espíritu Santo con sus dones y frutos no los recibió sino al comienzo de su ministerio, eso no impidió que estuviera siempre en, comunión con su Eterno Padre, pues "crecía en gracia a la par que en sabiduría y edad" (Lucas 2:52). Así pues no fue solo durante su vida pública que se retiraba a las montañas cuando podía, para dialogar íntimamente con su verdadero progenitor, sino que era una práctica suya que la acostumbraba casi desde niño que le permitía que todas las fibras humanas de su ser se saturaran gradualmente de la misión que le había sido encomendada. Cuando estuvo ya en edad de casamiento seguramente muchas mozuelas de la villa suspiraban porque se interesara en ellas. Según la costumbre judía, el varón llevaba toda la iniciativa en cuestiones casamenteras y la mujer tenía un papel totalmente pasivo; debía esperar que aquel apuesto joven que se había interesado en ella se presentara a sus padres y le propusiera los esponsales. Si era aceptado se convenía en la dote y se celebraba el desposorio, que para ellos no era sólo un noviazgo con compromiso formal de matrimonio, sino que tenía tal fuerza jurídica que equivalía al matrimonio mismo, a tanto que sólo por acción de divorcio se podía romper. La única diferencia con aquél es que todavía no podían llevar vida conyugal o sexual hasta que se celebraran las bodas, en las que de noche venía el novio con su cortejo a la cámara nupcial a cuya entrada era recibido por un cortejo de vírgenes amigas de la novia, tal como vemos una descripción del asunto en la parábola de las 10 vírgenes (Mateo 25:1). Mas Jesús tenía otra Esposa en perspectiva a la que debía serle fiel desde un comienzo: la Iglesia (Apocalipsis 19:7; 21:2,9; 22:17). Todos los que por la gracia magnánima de Dios seamos salvos, estamos desde ya invitados a la majestuosa boda del Cordero que se celebrará con una pompa jamás vista en la historia. Cuentan que una vez se casé la hija de un acaudalado noble en la gran finca campestre que tenía su padre. Este, entre los preparativos especiales, hizo rociar purpurina dorada con grandes pulverizadores, sobre las ramas que cubrían la avenida de árboles que iban a lo largo desde la puerta de la hacienda hasta la capilla, de modo que cuando el cortejo nupcial avanzó, lo hizo bajo un dosel de ramas doradas que lanzaban destellos como prismas al brillo de la luz del mediodía. Pues bien, este fabuloso espectáculo digno de los cuentos de las Mil y una Noches, es basura al lado de lo que vamos a presenciar en la gloria, de la que Pablo apóstol se adelanta a decir: "veremos lo que ningún ojo humano vio, ni oído humano oyó, lo que nadie siquiera ha podido imaginar y que Dios tiene preparado para los que le aman" (1 Corintios 2:9). Es probable que María le comunicara a Jesús el secreto que ella guardaba en lo íntimo de su corazón sobre su concepción virginal por el poder del Espíritu Santo, sólo cuando El alcanzó ya su mayoría de edad. Ciertamente que Jesús bien lo sabía en su espíritu, pero su mente humana también tenía que ser partícipe de tal conocimiento para que pudiera ir atando todos los cabos que debían ligar su destino al de la humanidad a la que había venido a “ trasladar de las tinieblas a la luz" (Juan 8:12, 1 Pedro 2:9), a "arrancar a los hombres de las manos del maldito, del pecado y de la muerte" (Romanos 8:2; 11:27, Gálatas 2:16; 1 Juan 3:5; 5:19; Juan 10:28; Hechos 13:39).
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Capítulo 8
JESUS Y LAS ESCRITURAS Si bien el Espíritu mismo de Dios moraba en el cuerpo y alma de Cristo, sin embargo su mente humana tenía que ir estudiando en la realidad de la vida humana cuál debería ser la manera y los métodos que debía usar en su futuro ministerio para cumplir su misión ante el mundo de la mejor manera posible y de acuerdo con lo que su Padre celestial esperaba de El. El segundo Adán debía superar al primero que no alcanzó a tener toda la plenitud de conciencia necesaria para cumplir tal misión, mejor dicho, que la perdió por autosuficiencia. Así pues la herencia que recibía el segundo, venía viciada completamente de la desobediencia del primero, haciendo la tarea de aquél mucho más pesada, pues no sólo no abordaba una obra virgen, sino una humanidad y un universo en proceso de degeneración y polucionada de tragedia y muerte por doquier, a raíz de haber caído en manos del diablo (Lucas 4:6). Es así que Jesús se dio cuenta desde un principio que su mayor fuente de conocimiento del plan de Dios para el hombre y el mundo estaba en las Escrituras Sagradas a las que tenía acceso para estudiarlas pues estaban en rollos de pergamino en un cofre de la sinagoga de Nazaret, a donde con la anuencia del jefe de ella podía acudir cuantas veces necesitara. Los detalles que nos han sido proporcionados acerca de su vida muestran obviamente que tenía un profundo conocimiento de ellas, por sus constantes referencias a lo que Moisés y los profetas y los salmistas habían escrito. Tengamos presente que hace dos mil años no existía la imprenta y todo tenía que escribirse a mano en pergaminos. Jesús tenía una convicción absoluta en la inspiración de las Sagradas Escrituras y de su carácter profético para todos los actos humanos; estaba totalmente convencido de que ni una tilde estaba demás y que todo cuanto está escrito se cumpliría hasta las últimas consecuencias. ¿Hasta qué punto los escritos del Antiguo Testamento lo podían iluminar respecto a la forma, tipo y características de su futuro ministerio? Teniendo en cuenta que estaba ya escrito que El tenía sobre sus hombros el destino del mundo (lsaías 9:5-6), ¿de qué modo podían tales sentencias orientar su vida para el mejor cumplimiento de tal misión? Antes de dar respuesta a estas preguntas vamos a tomar nota de que Jesús, al llegar a su adultez ya se había dado cuenta de cual era la expectación real del pueblo y cuán divorciada estaba de la expectación bíblica respecto al papel del Mesías. El país, orientado por la dirigencia judía se movía en el terreno de un fiero nacionalismo y un gran desprecio por los demás pueblos. La vida moral de la nación se había reducido a un sistema de formalidades y rituales, en los cuales había una exterioridad de sacrificios pero carente en el fondo de verdadera piedad filial para con Dios. El resultado es que la gente en conjunto era ignorante y supersticiosa, aunque fiel a los ideales que les habían presentado sus dirigentes. Por otro lado, como lógico subproducto de esa moral de cáscara vacía, el pecado y los vicios iban tomando cada vez más arraigo en las masas y, como consecuencia, la degeneración física, mental y social, pues estaba ya bien claramente establecido en Levítico y Deuteronomio que el Pacto o Alianza de Dios con Israel tenía sus condiciones, fuera de las cuales sólo podían esperar tragedia (Levítico 26, Deuteronomio 28). San Pablo sintetiza todo esto en una breve sentencia: "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). En la orilla occidental del mar de Galilea estaban los caminos por los cuales se deslizaban las grandes caravanas de tráfico comercial entre las naciones entonces conocidas. Junto con el comercio y el intercambio de 33
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productos estaba también el intercambio de ideas y opiniones. Esa era la gran oportunidad de Jesús para conocer la manera de pensar de otras gentes. Supo así de la reforma moral iniciada por Buda en el extremo oriente varios siglos atrás. Los viajeros de Persia le informaban acerca de Zoroastro y el sistema de religión que había inventado. De los que venían de Grecia se enteraba de los principios de la filosofía griega, así como también de la manera como hacían dioses de los hombres, adoraban la indecencia y practicaban toda clase de vilezas. Todo ello contribuía a darle una visión global del mundo en que vivía, que realmente marchaba en un franco proceso de degeneración, aunque todavía habían posibilidades de salvarlo. Sentía hondo pesar por la maldad humana y los indecibles sufrimientos que ocasionaba por doquier. La sensación de desesperación y fracaso de la raza humana era el tono general. Lo único que valía en todas las sociedades humanas, incluida la judía, eran las riquezas, el deseo de lujo y placeres, para conseguir lo cual todos los medios eran lícitos, aunque tuviera que correr mucha, mucha sangre. Observaba el triste destino de los pobres, los esclavos y los descastados sociales, por los que nadie se ocupaba. Por un lado la humanidad tenía una gran ansia de inmortalidad pero por el otro existían el cinismo y el materialismo, haciendo de los hombres una contradicción viviente. Hay quienes dicen que Jesús nunca reía, lo cual no es cierto, pero teniendo a la vista el trágico cuadro que presentaba el mundo, las risotadas morían ahogadas en una triste realidad. Mas sin duda que nunca le faltó una bondadosa sonrisa de comprensión y aliento para todos los que se le acercaban a El con confianza. El autor W. P. Livingston en su obra "La Vida del Maestro" hace un sumario de la visión de Cristo acerca del mundo: "El mundo de entonces no necesitaba de un potentado para la política o un coloso militar que se pavoneara por una temporada después de haber sepultado en sangre a todo oponente y más tarde se desvaneciera de nuevo en la nada. Tampoco se hacía necesario un maestro de sabiduría filosófica, científica, económica o industrial, o de los principios que están detrás de las artes, pues por importantes que parezcan todas estas cosas, no tocan a la esencia de la vida; todas, todas ellas no afectan para nada el gusto de lo espiritual que subyace en todo ser humano. Se quedan en la esfera de lo intelectual." Suplir ese gran vacío, esa intocada esfera de lo espiritual era precisamente la misión de Cristo. Lo que se necesitaba era alguien que hablase con autoridad acerca de la gran verdad de fondo, es decir el propósito por el cual la gente había nacido y de acuerdo con el cual debía vivir para alcanzar la verdadera inmortalidad. Jesús debía ser el Evangelista de Dios que proclamara al mundo los principios del Reino y de la Vida Eterna. Era quien había venido para redimir al hombre del pecado que lo estaba aniquilando, y liberarlo así definitivamente del mal y de su autor, el diablo. Jesús debía ser pues el que revelara a la humanidad quien es Dios y cuál es su verdadera naturaleza, la de un Padre al que todo hijo puede acudir. Tenía que mostrar a los hombres que antes que pudieran gozar del cielo, éste tenía primero que nacer en sus corazones. Tenía que hacerles saber que antes de que el Reino de Dios aparezca sobre la tierra, primero tenía que engendrarse en los espíritus. Tenía que hacerles comprender que el alma valía mucho más que el cuerpo que tarde o temprano tenía que perecer, mas el perecer del alma era catastrófico. En esencia su enseñanza es que el hombre debía vivir básicamente de la Palabra de Dios y entonces recibiría el pan cotidiano y "todo los demás" (Mateo 6:33; Lucas 12:31). Claro que su propio pueblo, empezando por los dirigentes hasta el último ciudadano, no estaban interesados en esa clase de mensaje; era más bien el grito de rebelión como el de Judas de Galilea el que capturaba la imaginación de la gente, aunque para lo único que sirvió fue para conducir a miles al desastre y la 34
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muerte. Eso era precisamente lo que hacía más difícil la presentación de su mensaje. En verdad que Cristo necesitaba de mucha sabiduría para saber presentarlo al pueblo. Tenía que usar ilustraciones y ejemplos simples, tomados de la vida diaria y de la común observación de la naturaleza para que pudieran entenderlo, pero sin perder de vista que el objeto o finalidad última era llevarlos a todos a las Escrituras como fundamento de toda enseñanza. Jesús sabía que había nacido para ser Rey. Cuando Pilato le dijo: ¿Eres Rey acaso?", contestó: "para eso he nacido", pero al mismo tiempo le aclaró que su Reino no era de este mundo (Juan 18:37). Más antes de ejercer su reinado tenía primero que actuar como profeta y como salvador de su nación, como estaba designado ya desde cientos de años atrás (Deuteronomio 18:15-19). En el Sinaí, Dios intentó hablar directamente al pueblo, pero todos se llenaron de temor y le pidieron a Moisés que fuera él quien recibiera el mensaje por ellos. Moisés fue pues un prototipo del intercesor y profeta que un día había de venir para conducir de nuevo a Israel a la verdadera tierra prometida: el ciclo, aunque al precio de su propia vida. EL MINISTERIO DEL MESIAS Jesús se vino dando cuenta cada vez más y más que el tipo de ministerio que debía tener no era el de librar a su nación de los romanos, sino el librarlos del pecado y de la enfermedad, tal como estaba escrito en el libro de Isaías: "El Espíritu de Dios está sobre Mi, por cuanto me ha ungido para predicar a los pobres las Buenas Nuevas y a curar los corazones destrozados por el dolor y consolarlos en su llanto; a pregonar a los cautivos la libertad y a proclamar el año de gracia de Jehová a la par que el día de su venganza" (Isaías 61:1-2). Esta profecía le decía muchas cosas. La primera es que debía recibir una unción especial del Espíritu de Dios que le daría el poder realizar todo lo que tenía por delante y que después de su resurrección El a su vez repetiría lo mismo a sus discípulos: "recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre Uds. y entonces serán mis testigos ante el mundo" (Hechos 1:8). No era su tarea solamente la de hablar, como la de los otros líderes religiosos y reformadores que habían venido antes que El, sino que debía demostrar su autoridad con un ministerio poderoso en hechos tales como el curar enfermos, librar a los oprimidos de demonios, dar vista a ciegos, oído a los sordos y habla a los mudos. Pero al mismo tiempo que los pobres y descastados sociales, recibirían su ministerio con gran gozo, en cambio las autoridades religiosas lo rechazarían como el mismo Isaías lo predecía sin lugar a duda alguna en el capítulo 53 de su libro y lo confirmaban los Salinos mesiánicos. Mirando ahora en perspectiva, podemos ver claramente que esta profecía se cumplió en el vicario sufrimiento y muerte de Cristo por todos los hombres. Su gloriosa resurrección que derrotó a la muerte y al diablo su autor, proclaman hoy día para todos la salvación y redención que El nos ha logrado con su sangre. En los 18 años de su intensa preparación para tan gigantesca tarea que tenía sobre sus hombros, capaz sólo de poder ser llevada a cabo por un Dios, pues jamás hombre alguno podría siquiera intuirla, vio muy claramente que habían profecías del Antiguo Testamento relativas al Mesías de Israel, que no se habían cumplido todavía y bien sabía que antes se vendrían abajo los cielos que una sola tilde de ellas dejara de cumplirse. En la primera obra de esta serie: "¿Es Jesús el Hijo de Dios?" hemos hecho una detallada comparación al respecto de tales profecías y su cumplimiento en la vida y el ministerio de Cristo, de modo que referimos al lector al capítulo 1 de dicho folleto para su mejor información. 35
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EL SACERDOCIO DE JESUS Las Escrituras mostraban también que El tenía que actuar como sacerdote, aunque no de la tribu de Leví sino según el orden de Melquisedec, de acuerdo con el Salmo 110:4. Jesús bien sabía que el sacerdocio levítico ordenado por la Ley nada hacía perfecto (Hebreos 7:11,18-19) y al venir el Mesías, ese tipo de sacerdocio desaparecía por completo para que el Mesías asumiera el sacerdocio según el orden de Melquisedec (Hebreos- 7:17): "Como Jesús no muere, no pasa su oficio sacerdotal a nadie, pues El puede salvar para siempre a los que se acerquen a Dios por medio de El, pues vive por siempre para rogar a Dios por ellos" (Hebreos 7:24-25). Como sacerdote, Cristo sería el mediador de la Nueva Alianza (Hebreos 8:6) que sustituía a la Antigua (Hebreos 8:13). Ahora bien, antes que pudiera asumir tal sacerdocio debía llegar a la edad de 30 años que era la mínima para servir como tal (Números 4:3). Así pues, si comenzaba su ministerio a los 30 años de edad, ¿cuántos años le quedaban para que fuera "cortado y sacado del mundo de los vivos"? (Daniel 9:26). ¡El cálculo sólo le dejaba alrededor de tres años durante los cuales tenía que cumplir completamente la inmensa tarea que tenía asignada por las mismas Escrituras! Mas el Espíritu de Dios reposaba sobre El y la Palabra Divina era "la lámpara que alumbraba su camino" (Salmo 119:105; 132:17). Era no más cuestión de absoluta fe y poner en práctica instante tras instante todas las provisiones que para cada día tiene tal Palabra que "es perfecta, sin mancha ni defecto" (Salmo 119:140). Así poco a poco Jesús fue ponderando las Escrituras, base fundamental de su ministerio; ellas le señalaban la clase y naturaleza de su acción. Por supuesto que no se limitaba exclusivamente a las Escrituras pues el Espíritu de Dios estaba con El desde un principio para enseñarle y traer todas las cosas a su memoria. Mas durante esos 18 años El todavía no tuvo el ilimitado poder y medida con que fue investido por el Espíritu Santo al recibir su bautismo, "pues Aquel a quien Dios envió, habla palabras de Dios, quien le da sin límite su espíritu" (Juan 3:34). Es muy interesante seguir la narrativa de los cuatro Evangelios y observar la manera en la cual los eventos de la vida de Cristo eran una y otra vez relacionados con lo predicho en el Antiguo Testamento. El mismo decía a los maestros de la ley: "Si ustedes creen que las Escrituras tienen la clave de la vida eterna, busquen detenida mente y verán que ellas testifican de Mí" (Juan 5:39). Y a los que lo rechazaban como Mesías les decía: "Si ustedes creyeran en verdad lo que dice Moisés, ustedes creerían en Mí, pues él me anunció" (verso 46). A los saduceos les decía: "Uds. yerran porque no conocen las Escrituras ni el poder de Dios" (Mateo 22:29). Después de su Resurrección, El abrió la mente de algunos de sus seguidores para que comprendieran el plan de Dios diciéndoles: ¿Por qué son tardos en creer todo lo que dijeron los profetas? ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo todas estas cosas antes de ser glorificado? Entonces comenzó a explicarles todos los pasajes de las Escriturar que hablaban de El, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas" (Lucas 24:25-27).
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Capítulo 9
LA DIVINIDAD DE CRISTO Durante el ministerio público de Cristo, un buen día les preguntó a los fariseos: "¿Qué piensan Uds. M Mesías?" (Mateo 22:42). Ellos contestaron que debería ser hijo de David, lo que de acuerdo a la humanidad de Jesús estaba cumplido; mas Jesús apuntaba la respuesta hacia su divinidad y entonces les llamó la atención al hecho de que David en sus Salmos exclama: "Dijo el Señor a mi Señor" (Salmo 110:1). Si David llama Señor al Mesías, ¿cómo entonces se explica que pueda ser su hijo? La cuestión de quien es Cristo ha sido contestada en muchas formas. Algunos han considerado que Jesús fue solamente un hombre extraordinario, uno de esos genios que vienen al mundo de cuanto en cuando, Dicen que fue un hombre con una personalidad única y dotado de talentos extraordinarios, pero al fin y al cabo, hombre y nada más que hombre. Entre los que así opinan están los llamados Unitarios, cuya creencia es que las leyes físicas de la naturaleza son constantes e invariables y que la única realidad es la científicamente observable. Por supuesto que basados en ello niegan la inspiración divina de las Escrituras y excluyen la posibilidad de toda clase de milagros, la existencia de los ángeles y demonios y la inmortalidad del alma y, en última instancia niegan toda posibilidad de que Dios pueda gobernar al mundo, pues el mismo concepto de Dios lo ponen en tela de juicio, aceptando a lo más que se trata de algo de lo que nada se puede saber. Semejante posición lleva lógicamente al ateísmo y al materialismo. Hay otra categoría de gente que tiene un criterio a medias en todo, es decir una especie de mezcla de eclecticismo y sincretismo en cuanto que dicen que Cristo es algo más que un simple ser humano, pero algo menos que Dios; admiten la excelencia y sublimidad de sus enseñanzas, lo exaltan por encima de los ángeles al admitir lo grandioso y extraordinario de su naturaleza, pero descartan que esté al nivel de Dios. Hay por otro lado el punto de vista de la iglesia medieval de que Jesús tenía una doble alma: la humana y la divina en un solo cuerpo físico; aunque no están tan disparatados como los criterios precedentes, sin embargo es un punto de vista engorroso pues la verdad simple y llana es muy sencilla y brota de las mismas Escrituras. En efecto, veamos qué es lo que ellas nos dicen al respecto de tan trascendental asunto:
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1.
La Palabra se hizo Carne. El apóstol Juan nos dice en su Evangelio que "la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1: 14). Recordemos que Juan fue el discípulo más íntimo de Cristo y que fue inspirado por el Espíritu Santo para escribir una buena porción del Nuevo Testamento. Pues bien, lo que Juan está diciendo con tales palabras es que el Verbo de Dios se vistió de carne humana con su cuerpo y alma y a partir de entonces se sometió a las limitaciones de todo humano.
2.
Fue hecho semejante a los hombres. Pablo apóstol en su carta a los Filipenses 2:5-8 nos dice que Cristo preexistió como Dios antes de tomar la forma humana. Es decir que Jesús, siendo una Persona Divina, tomó cuerpo humano y se sujetó a todas sus condiciones y limitaciones: "pues aunque tenla la naturaleza de Dios la dejó de lado y tomó la naturaleza de siervo al nacer como hombre".
3.
Tomó sobre sí Carne pecadora. El mismo Pablo en Romanos 8:3 nos dice que: "Dios envió a su propio Hijo hecho hombre en una condición semejante a la de todo pecador para destruir el pecado que estaba en tal naturaleza". En efecto, Cristo a través de María tomó naturaleza humana con todas sus características,
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incluida la de estar acosado de todas las tentaciones de que es víctima todo hombre, pero sin embargo jamás cayó en alguna, es decir, nunca pecó. Dicho pasaje explica que el Hijo de Dios vino al mundo en la persona de Jesús, cuyo cuerpo humano ponía un velo que cubría su divinidad, vaciándose de los poderes que tenía antes de su Encarnación. Es decir que al hacer eso dejó a un lado los atributos propios de su divinidad para actuar sólo dentro de las posibilidades que cualquier ser humano tiene, incluyendo las que el poder del bautismo del Espíritu Santo otorga como una manifestación limitada de la gloria propia de lo eterno. Después que Jesús recibió el bautismo del Espíritu Santo en el río Jordán y teniendo el aspecto de todo ser humano, estuvo sujeto a tener que ir desplegando gradualmente los poderes que tuvo antes de su Encarnación, es decir que volvía a recuperar poco a poco, lo que antes podía en toda su plenitud. Algunos teólogos de los primeros tiempos de la cristiandad pensaron que el sufrimiento por el que pasó era algo incompatible con su divinidad y, en consecuencia, era imposible que un hombre como Jesús que sufrió lo indecible, pudiera ser divino. La verdad es que no se daban cuenta que la naturaleza humana y la divina no difiere tanto en cualidad cuanto en el grado de atributos. En efecto, el amor, la misericordia y la bondad son en esencia los mismos en Dios y en el hombre, pues El lo creó a "su imagen y semejanza" (Génesis 1:26). El Hijo de Dios vestido de carne humana estuvo sujeto a las leyes divinas sobre la naturaleza física. Era un hombre con todas las facultades propias a cualquier otro, los mismos poderes mentales, las mismas debilidades físicas (hambre, sed, cansancio, sueño, etc.), las mismas atribuciones y tentaciones, con la única diferencia que jamás pecó. Un alma humana no difiere "en esencia" al Espíritu divino, pues así como Cristo tuvo simpatías, gustos, amistades, etc., cuando estuvo entre nosotros, vamos a encontrar que en el cielo y en toda su gloria, el alma también las va a tener, sólo que amplificadas al grado de lo infinito. ¿SABIA JESUS QUE ÉL ERA DIOS? Isaías 7:15-16 nos revela que Cristo fue adquiriendo conciencia de sí mismo igual que cualquier otro niño: "antes que el niño (Emmanuel) sepa desechar lo malo y escoger lo bueno" (verso 16). Este versículo hace claro que su propia conciencia humana, en la cual la memoria juega un papel importante, se fue desarrollando gradualmente como la de todo niño que no la tiene definida antes de los tres años. Ahora bien, una vez que ella alcanzó su plenitud, al mismo tiempo tuvo también conciencia de su preexistencia. Lo podemos ver claramente en varios pasajes en los que Jesús fue muy enfático acerca de ello, como Juan 8:42,58; 16:28; 17:5,24. Y no sólo testificó de su preexistencia sino que declaró su deidad en Juan 4:26; 10:30; 9:35; 14:10; Mateo 11:27; 22:42-45; 26:64; Marcos 14:62; Lucas 22:69-70. Que Cristo tuvo conciencia de su divinidad desde muchacho lo dice claramente en el pasaje de Lucas 2:49 cuando su madre le dijo que "su padre y ella" lo habían andado buscando por tres días. Al contestarle, Jesús le dijo cortés pero claramente que su verdadero Padre era Dios, en cuyos asuntos debía ocuparse de preferencia. Terminada su larga preparación de 18 años, Jesús entonces comenzó su ministerio público, de lo que nos vamos a ocupar en el próximo volumen en que veremos las fascinantes historias de los sucesos que fueron el punto de apoyo para la palanca que Arquímedes buscaba desesperado (pero que no la encontró), "para conmover al mundo".
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Capítulo 10
JUAN EL PRECURSOR, EN EL DESIERTO Hemos visto que Juan estaba en la línea para ser sacerdote del templo de Jerusalén, por ser hijo de un sacerdote, Zacarías, y porque su madre Isabel era descendiente directa de Aarón, el príncipe de la casta sacerdotal de Israel, cargo que le iba a granjear gran honor ante los hombres, así como ricas vestiduras y joyas y la consiguiente seguridad de un cargo oficial en la religión judía. Mas Juan dio las espaldas a todo ello y se fue a vivir en la maleza del desierto teniendo por todo vestido una burda piel de camello, algo que ni los más pobres usaban, pues lo consideraban un animal "impuro" (Levítico 11:4). Como hijo único de un par de ancianos, no tuvo hermanos ni hermanas con quienes jugar, lo que contribuyó a que creciera solitario e inclinado a la meditación. Suponiendo que quedó huérfano cuando joven y dado su carácter retraído, se acostumbró a ir con frecuencia al desierto para largos períodos de oración y meditación, viniendo a la casa de sus padres sólo en ocasiones. En el desierto aprendió a subsistir en base a magras comidas que la naturaleza proporcionaba escasamente, como miel silvestre que las abejas depositaban en huecos de los árboles y langostas que los beduinos acostumbraban asar al fuego corno un bocado exquisito. Ciertamente que Juan no era el único habitante de los desiertos de Judea, pues ahí se retiraban también los esenios, grupo que hacía votos de pobreza y desprendimiento de toda comodidad. El historiador judío Josefo nos proporciona datos útiles sobre el tipo de vida de estos ascetas judíos, pues él mismo, cuando muchacho, estuvo bajo la tutela de una comunidad esenia. Ellos reclutaban su gente entre los aburridos del mundo y sus vanidades y los que aborrecían "el orden establecido". Desarrollaban una idea de vida comunal que más tarde fue imitada por órdenes religiosas de la iglesia medieval. Algunos de los esenios eran casados mas otros hacían voto de célibes. Común a todos era una decidida creencia en la llegada del Mesías. El reciente descubrimiento de los rollos del Mar Muerto nos ha venido a dar nuevas luces sobre los hábitos que tenían, pues una de sus prácticas era copiar pasajes de las Escrituras y textos de sus tradiciones que luego las ponían en vasijas de barro herméticamente selladas y las enterraban u ocultaban para la posteridad. Un beduino errante descubrió precisamente una de tales vasijas en el año 1947. Según Josefo, el número de los esenios por la época de Cristo era de unos cuatro mil. Tenían discípulos en muchas partes de Palestina pero la principal comunidad se había asentado en las cercanías de En-Gadi hacia el sur de Jericó y al oeste del mar Muerto. Como parte de la vida de comunidad que llevaban estaba el tener todo en común, como las comidas, ropería, provisiones, gastos, etc. bajo el gobierno de un jefe o superior del grupo que administraba los intereses comunes. Si bien participaban en los servicios de adoración del templo en los días mandados para todo israelita, tenían empero sus propios servicios y ritos sacrificiales. Al amanecer comenzaba la vida del esenio con oraciones comunes y antes de las comidas también recitaban más rezos y luego dedicaban la mayor parte de su día al estudio y copia de las Escrituras. No existe prueba alguna que Juan el Bautista hubiera sido miembro oficial de la secta, mas por los rasgos de su vida parece que estuvo en frecuente contacto con ellos y quizá hasta vivió largas temporadas en sus comunidades, especialmente para estudiar los sagrados Escritos, aunque sin hacer los votos de los que se integraban a ellos. Lo que sí se puede deducir de los Evangelios es que cuando comenzó su predicación, muchos de sus discípulos fueron esenios o al menos gente que simpatizaba con el grupo.
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Por lo que Juan decía vemos también que algo que lo impresionó mucho del Antiguo Testamento fue el llamado al arrepentimiento y la denuncia del pecado, rasgos que caracterizaban a los profetas bíblicos. Otro aspecto de los santos escritos que lo cautivaron, fue el relativo al establecimiento del Reino de Dios por el Mesías prometido a Israel. Mientras sus padres vivieron, seguramente que le comunicaron todo lo relativo a su milagroso nacimiento y el anuncio del ángel Gabriel que "precedería al Mesías en el espíritu y el poder de Elías" (Lucas 1: 17), y seguramente el Espíritu Santo lo guió a profundizar bien el libro de Isaías que precisamente predecía a uno que "sería la voz que clama en el desierto" (Isaías 40:3-5). Así como hoy en día estamos en la antesala de la segunda venida del Mesías, que se hace sentir por la manera como el Espíritu de Dios mueve a muchos cristianos a un despertar y avivamiento espiritual, así también en los días de Juan, el mismo Espíritu movió a mucha gente a tomar conciencia de que-estaban en los umbrales de la primera venida del Salvador del mundo. Se nota eso cuando la gente empezó a preguntarle a Juan: "¿eres tú acaso Elías o eres el Mesías, o eres un profeta?" (Juan 1:19-22). Un buen día Dios le dijo a Juan que había sonado la hora profética asignada para que entrara en acción "para enderezar los caminos del Señor" (Lucas 3:4-5) y bajó de los cerros dejando atrás la maleza en la que había crecido y vivido casi toda su vida, empezando a predicar el mensaje de la llegada del Reino de Dios y de su Rey. Por lo que sabemos de los relatos evangélicos, parece que casi toda su predicación fue en las márgenes del Jordán. Tiene significancia el hecho de que hubiera comenzado su predicación cerca de la ciudad de Jericó, edificada bajo los auspicios del sibaritismo de Herodes y su hijo Arquelao; los romanos eran quienes cultivaban las tierras de esa zona y los publicanos se encargaban de recoger los impuestos para el César. Josefo describe la belleza de los jardines y el esplendor de los palacios y lugares de diversión de que disponía la ciudad, entre otras cosas, un hipódromo y un anfiteatro. Podemos suponer que la clase de gente que ahí vivía se había dado a una vida de lujo y sensuales placeres. Sólo un hombre de la integridad y valentía de Juan podía denunciar públicamente y levantar una vigorosa protesta positiva contra tal manera de vivir en medio de un país tan pobre. Los que más se dolían de la situación eran sin duda los esenios, pero el mismo hecho de vivir alejados del mundo como signo de su -protesta" negativa pero pasiva y de su "rechazo por separación" de tal situación, los eliminaba de hecho de toda acción efectiva de su parte. Pero Juan tenía un llamado especial a poner el dedo donde estaba la llaga y ciertamente no quedó corto en su denunciación del mal con palabras duras y cortantes. Lo interesante del caso es que en vez de que la gente se amedrentara, disgustara y alejara de su presencia tosca y de la rudeza de sus palabras, más bien empezaban a acudir multitudes de toda Palestina. Había sin duda algo en él que cautivaba: la pureza cristalina de la verdad que proclamaba, la autoridad que emanaba de toda su extraordinaria personalidad y sobre todo el hambre espiritual de un pueblo que andaba "errante y vagabundo como ovejas sin pastor" (Mateo 9:36; Marcos 6:34). La profunda predicación de Juan tenía la virtud de despertar la conciencia de la gente. Indicaba sin ambages ni rodeos las razones por las que todos debían arrepentirse del pecado y demostrarlo con frutos de arrepentimiento. Cuando confesaban y admitían públicamente ser pecadores, entonces Juan los bautizaba en el río, como acto simbólico de que sus pecados habían sido totalmente perdonados y había comenzado en ellos una nueva vida. Juan condenó la hipocresía y las falsas apariencias hasta de los mismos escribas y doctores de la ley que venían a escucharlo diciéndoles de frente: "Oh, raza de víboras, dicen Uds. que Abraham es su padre. Pero yo les digo que Dios puede levantar hijos de Abraham de estas piedras; arrepiéntanse y den buenos frutos sino quieren ser echados al fuego eterno" (Lucas 3:7-9). 40
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Ante tan valiente franqueza, la gente angustiada le preguntaba qué debían hacer en la práctica de la vida. El les contestó: "el que tenga dos capas dé una al que no la tiene, el que tiene que comer comparta con el que no tiene (Lucas 3:11). A los publicanos o cobradores de impuestos les decía: "no cobren más de lo debido", y a los soldados que lo oían: "no abusen de su autoridad, ni acusen falsamente, ni exijan sobornos; mas bien conténtese con su paga" (Lucas 3:14). ¡Prácticamente el mundo entero se regeneraría de poner en práctica tan sencillos pero fundamentales consejos para la convivencia social! Lo importante y valioso de estas enseñanzas es que no pide a nadie que deje el mundo para ir al desierto a llevar una vida de ermitaño o anacoreta, sino que todos se queden precisamente haciendo lo que han venido haciendo para vivir, pero cambiando completamente de actitud, es decir que en vez de perseguir sólo intereses egoístas en perjuicio de los demás, debían mas bien centrar su vida en la justicia, la equidad, la honestidad, la bondad y el bien. Era algo así como voltear completamente la calceta que cubre los pies (fundamentos) de lo social. Eso es precisamente lo que necesita toda sociedad para componerse: el cambio radical de actitud de los hombres frente al mundo en que vivimos. Lo prueba el fracaso de los regímenes comunistas totalitarios de hoy, que han querido cambiar al hombre desde arriba y solo por fuera, eludiendo el hacerlo por dentro, es decir, el cambio de un corazón de piedra por uno de carne fraterna" (Jeremías 4:4; 31:33-34; Ezequiel 11:19-21; 18:31; 36:26-32; Salmo 51:10-17; Deuteronomio 30:6-20). El resultado de tales "dictaduras del proletariado" salta a la vista de todo el mundo: peor opresión que antes y miseria generalizada a pesar de que todos están obligados a trabajar el doble de lo que en occidente se conoce como la "jornada de ocho horas". ¡Jamás los tiranuelos y sus esbirros van a cambiar el duro y egoísta corazón del hombre si Dios no lo cambia! Lo más increíble es que gente que se dice "cristiana" crea en el comunismo que es esencialmente anticristiano pues propugna soluciones diametralmente opuestas a las que Juan Bautista está propugnando y que Cristo esbozó magistralmente en el Sermón de la Montaña. En efecto, la llamada "lucha de clases" es el llamado a la guerra a muerte y exterminio de la "reacción", como si matando al enfermo se va a sanar la sociedad; es "la misma jeringa pero con distinto bitoque" que propugnaron Hitler y sus nazis de que "eliminando a los judíos del mundo, introducían a éste al reino milenial (el paraíso terrenal), en el que todos serían para uno y uno para todos". Los mensajes de Juan Bautista concluían siempre con la proclamación de la inminente venida del Mesías, el verdadero "regenerador" del corazón humano, el único que puede hacer "nacer de nuevo al hombre" (Juan 3), y de quien Juan era su precursor que solo bautizaba con agua, pues sería El quien los bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego espiritual (Lucas 3:16-17). Desde los días de Amós, Isaías y Jeremías, no había surgido un profeta semejante a Juan. El fuego de su mensaje prendía una llamarada que incendiaba los espíritus por todo el país. Los que más acudían a escucharlo eran los jóvenes y sus discípulos se multiplicaban a ritmo tan intenso que aún 30 años después los encontramos en lugares tan distantes como Egipto y Asia Menor (Hechos 18:24-25; 19:3). El sumo sacerdote Caifás y su padre Anás, que explotaban para su propio beneficio económico e intereses personales la "religión oficial" de Israel, se alarmaron y denunciaron la cosa a Herodes Antipas, el títere de los romanos que tenía a su cargo Galilea y Perea, territorio este último que colindaba con el Jordán donde Juan predicaba y, por supuesto, el tiranuelo envió sus esbirros a observar lo que venía sucediendo por ahí. 41
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Tan pronto se supo en Nazareth que un profeta había aparecido proclamando que era el designado del cielo para "preparar el camino al Señor", Jesús comprendió que había llegado su hora de salir de la aldea y encomendó la dirección del taller de carpintería a su hermano Jacobo (Santiago), quien había venido hasta ese momento actuando como su oficial junto con sus demás hermanos: Judas, José, Simeón (Mateo 13:55). Luego se despidió de su madre y sus hermanas y emprendió el viaje hacia las márgenes del Jordán.
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Capítulo 11
JESUS Y JUAN ¿Se habrían conocido Jesús y Juan en la niñez y juventud? Seguramente que sí, pues los padres de Jesús iban todos los años a la capital a la celebración de pascua (Lucas 2:41), y de ahí a donde vivían Zacarías e Isabel, la prima de María distaba relativamente poco y ambas tendrían un vivísimo interés por saber mutuamente de sus hijos dados los extraordinarios y celestiales anuncios que sobre cada uno de ellos habían tenido respectivamente. Juan, aún antes de nacer saltó de gozo en el vientre de su madre cuando la de Jesús llegó a la puerta de su casa. ¡Con qué gozo y alegría después no se encontrarían de tiempo en tiempo cuando ambos crecían! Dios es el autor de la verdadera amistad que enriquece la personalidad humana, y nunca la niega a los que son suyos, así que bien podemos suponer que ambos se conocieron y tuvieron momentos de gran intimidad y conversación sobre sus respectivos destinos, unidos indisolublemente el uno al del otro. Cuando Jesús llegó donde Juan estaba, se fue directamente a pedirle que lo bautizara. Al verlo Juan exclamó de inmediato: "¿Vienes tú a que te bautice, si mas bien soy yo el que debe ser bautizado por Ti?" (Mateo 3:14). Como hombre recto, Juan comprendió sin lugar a duda alguna que no era propio que nada menos que el Mesías, Salvador de los pecados de los hombres viniera a pedir el bautismo de penitencia y arrepentimiento del pecado. Incuestionablemente su bautismo era para lavar los pecados y estando mas bien frente a frente al que jamás tuvo pecado alguno, Juan sentía que en justicia él resultaba mas bien un pecador ante el Santo de Dios, quien debería ser el que lo bautizara a él para dejarlo inmaculado como su Señor. Mas había algo que escapaba a la comprensión de Juan y es que el Hijo de Dios "dejó de lado sus derechos para tomar nuestra naturaleza pecadora" (Filipenses 2:5-8); así se había sometido bajo las formas de la humana jurisdicción y fue circuncidado según la ley y se hizo obediente a ella. Moisés había dispuesto que todos los que "ceremonialmente se contaminaban, debían someterse al rito de la ablución. Según tal disposición, Jesús en sus treinta años de vida privada en los que había tratado con toda clase de gente, no podía evitar en modo alguno el ser "contaminado ceremonialmente" y tenía que someterse al bautismo de purificación para "quedar justificado" ante Dios según la ley, lo cual quedaba atestiguado por el bautismo ritual. Además el bautismo conllevaba la idea de consagración subsecuente al cambio de vida que implicaba y Jesús no podía omitir su expreso testimonio y atestado de que tenía como misión convertirse en el Cordero de Dios destinado al sacrificio desde la fundación del mundo. En consecuencia Jesús le dijo: "Hazlo no más, pues conviene que yo cumpla todo lo que Dios requiere" (Mateo 3:15). Juan, obediente a su misión frente a Aquel que era la razón de ser de lo que hacía, cumplió fielmente en bautizarlo a Jesús como El lo había pedido. BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO En cuanto Jesús salió del agua, algo extraordinario sucedió: la gloriosa presencia del Espíritu Santo que descendió en forma de una paloma sobre Jesús, al tiempo que una voz decía: "Este es mi Hijo muy amado en quien tengo toda mi complacencia" (Mateo 3:16-17). Esta escena la presenció Juan y por la cual supo con certeza absoluta que Jesús era Aquel que debía venir como había sido prometido en las Escrituras: el Hijo de Dios (Juan 1:32-34). En este evento a las orillas del Jordán, se reveló la Trinidad de Dios: Dios Hijo, bautizado; Dios Espíritu Santo descendiendo sobre El en forma de una paloma y Dios el Padre diciendo: "éste es mi Hijo muy amado". Otro 43
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detalle que debernos tomar nota es lo que Juan Evangelista dice en dicho pasaje: "el que me mandó bautizar con agua", lo que pone en claro que no fue a iniciativa propia de Juan que hizo del bautismo por inmersión el símbolo de su ministerio de precursor del Mesías, sino que Juan bautizó debido a que Dios lo llamó a efectuar tal ministerio. En la antigüedad muchos grupos religiosos, entre ellos los fariseos, usaban el bautismo por inmersión como un acto simbólico de purificación y hasta de proselitismo, pero nunca incluyeron la idea de arrepentimiento, cosa parecida a lo que hoy sucede con la simulación de bautismo que usan algunas denominaciones, que rocían unas gotas de agua sobre recién nacidos, en un acto que es mas bien una mofa del verdadero bautismo cristiano. El bautismo de Juan fue esencialmente un bautismo de arrepentimiento, algo que vino a ser completamente nuevo para entonces. El mismo Jesús afirmó que el bautismo de Juan era algo dispuesto por la Providencia de Dios, cuando discutió con los fariseos en una ocasión y les planteó: "El bautismo de Juan, ¿era de los cielos o de los hombres?" (Mateo 21:25). Este dilema puso a los jefes de los judíos en un serio aprieto, pues si aceptaban que era del cielo como creía el pueblo, entonces "¿porqué no creyeron en ello?". Pero si contestaban que "era cosa de los hombres", se exponían al repudio general, pues todos estaban seguros que "Juan era un profeta". LO QUE JUAN EVANGELISTA DICE DE JUAN BAUTISTA Ya sabemos que el Evangelio de Juan fue escrito muchos años después que los Sinópticos y la intención principal fue la de proporcionar detalles de la vida de Jesús que los otros tres habían omitido. Así también nos proporciona información adicional sobre el ministerio del Bautista. En efecto, comienza diciendo que éste fue un hombre enviado por Dios pero que no era la Luz de] mundo, sino un testigo que diera testimonio público acerca de quien era tal Luz. Ello implica que el Bautista conocía que Cristo había preexistido cuando anunció: "el que viene después de mí es mayor que yo, pues existió antes que yo" (Juan 1:15). Cuando Juan estaba en el apogeo de su ministerio bautismal en el Jordán; los jefes de los judíos (el Sanedrín), enviaron un comité de sacerdotes y levitas desde Jerusalén para investigar lo que hacía y en cumplimiento de su misión le preguntaron si era Elías o si era el profeta al que Moisés había anunciado en Deuteronomio 18:15. Las respuestas de Juan fueron negativas al respecto; entonces le arguyeron que por qué bautizaba si no era ni el Cristo (o Mesías), ni Elías. La respuesta de Juan fue "yo soy la voz que clama en el desierto", previniendo a todo el mundo que enderezara su conducta, pues el Mesías de Israel estaba ya en medio de ellos. Todos estos eventos habían tenido lugar en Betabara, en la margen oriental del Jordán. Precisamente el día siguiente al de la entrevista de Juan con los sacerdotes y levitas, Jesús en persona se hizo presente. Al verlo Juan exclamó a toda voz: "He aquí el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo" (Juan 1:29). Cuando volvió otra vez Jesús, el Bautista repitió el mismo clamor (Juan 1:36). Esta vez dos de sus discípulos al escuchar esto, siguieron de inmediato a Jesús. Uno de ellos fue Juan Evangelista y el otro Andrés, el hermano de Simón Pedro, quien fue en búsqueda de éste para decirle: "Hemos encontrado al Mesías". A partir de ese momento, los tres pasaron a ser discípulos de Jesús y ya no de Juan. SURGE EL MINISTERIO DE CRISTO Y DECLINA EL DE JUAN Después de la aparición del Mesías entre los escuchas de Juan, éste continuó con su ministerio bautismal "en Ainón cerca de Salim, porque había más agua allí y muchos venían a ser bautizados (Juan 3:23). Pero al mismo tiempo muchos de los que lo habían estado siguiendo como discípulos se pasaron a las filas de Jesús, aunque otros 44
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continuaron a su lado a pesar de que Juan mismo les había señalado quién era el Mesías. Así pues, los que se habían unido a Cristo empezaron también a bautizar más discípulos que Juan (Juan 4:1-2). Al saberse esta noticia en las filas del Bautista, sus discípulos se pusieron celosos y le dijeron: "Maestro, el que estuvo contigo y de quien nos hablaste, está ahora bautizando y todos le están siguiendo" (Juan 3:26). Un fenómeno muy corriente en el mundo para los seguidores de algún notable dirigente, es el celo que se siente porque alguien trate de opacar en algo su prestigio, y fue así como les pareció a los de Juan que, habiendo éste hecho tanto por despertar la conciencia del público, sobre la necesidad de arrepentimiento, aún a riesgo de su propia vida, no era justo que de pronto viniera otro y cosechara los beneficios y hasta se llevara gran número de sus discípulos. Más Juan Bautista, que bien sabía el terreno que pisaba y sus limitaciones, con toda nobleza de alma no solo justificó plenamente lo que Jesús hacía si no que con sublimes palabras afirmó decididamente la Divinidad y la Mesianidad del Señor: "Nadie tiene algo al menos que Dios se lo dé. Ustedes ya me han escuchado decir claramente que yo no soy el Mesías sino su enviado a prepararle el camino. Así como en una boda el amigo del novio se alegra, mas no es el personaje principal, sino el novio, así también yo me lleno de alegría porque El tiene que ser cada “Pez m ás importante y yo menos” (Juan 3:27-30). Escudriñando con cuidado estas palabras del Bautista, vemos que Juan tuvo una cabal comprensión del ministerio de Cristo pues: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.
Juan sabía con certeza que él era solo su precursor y por lo tanto “ El tiene que ser más importante” (verso 30). Juan rechazó todos los empeños de los suyos de tener preeminencia sobre el Mesías, pues él no era sino su predecesor (verso 28). Su oficio era solo el de un "amigo del novio" (verso 29) y que cumpliendo con tal oficio "se llenaba de alegría". Juan sigue adelante diciendo en el verso 31 que "Jesús venía de arriba y que estaba por sobre todo", proclamando la Divinidad de Cristo. Dice en el verso 34 que "El enviado de Dios habla palabras de Dios, pues Dios le ha dado sin límite su Espíritu". "Cristo es el amado del Padre a quien ha entregado todas las cosas en sus manos" (verso 35). Tener fe en Jesús es tener vida eterna; rechazarlo es granjearse la condenación eterna de Dios sobre sí (verso 36).
Con esta notable declaración de fe en el Mesías, Juan Bautista se levanta por encima de todos los pobres celos humanos y rivalidades. Había renunciado completamente a ambiciones personales y reafirmó su absoluta fe en Aquel de quien solo era su heraldo y que lo identificó claramente como el Mesías de Israel. Juan en ese momento ignoraba cual iba a ser el curso futuro de su ministerio, mas él creyó que su deber era continuar llamando al arrepentimiento hasta que recibiera otras instrucciones.
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Capítulo 12
JUAN SE ENFRENTA A HERODES Hemos visto que Herodes el tetrarca de Galilea y Perea, había estado observando a Juan Bautista con bastante interés. Hay dos aspectos contradictorios en la personalidad de este reyezuelo, pues si bien por un lado quedó favorablemente impresionado por la austera figura del profeta, por otro lado, sus perversos instintos lo descontrolaban. En efecto, Marcos Evangelista dice que "Herodes sabía que Juan era hombre justo y recto y le tenía temor a tanto que no permitía que Herodías su mujer le hiciera daño y mas bien le escuchaba de buena gana, aunque no entendía mucho lo que decía" (Marcos 6:20). Pero tan favorable inicial impresión no le duró mucho, pues el problema principal es que su mujer Herodías, que se la había quitado a su hermano Felipe, no tenía el mismo int erés que su actual conviviente; todo lo contrario, lo consideraba un fanático y cuando tuvo el valor de denunciar públicamente el adulterio en que vivían, ella se puso furiosa y exigió al reyezuelo que lo hiciera matar. Al ver la determinación de ella, lo hizo tomar preso al Bautista, aunque aparentemente más con la intención de protegerlo de su propia mujer decidida como estaba ella a tomar la venganza en sus propias manos. Al ver que su principal objetivo de matarlo había fallado, empezó a intrigar insinuando que el Bautista era un revolucionario que incitaba a rebelión al pueblo y que la cosa traería graves repercusiones con Roma. Cierto que Juan era un revolucionario, pero no de la clase de "revueltas" puramente humanas que lo único que hacen es hacer correr sangre inocente, sino de la "verdadera" revolución, la de librar al hombre del pecado y de su autor el diablo, fuente de todo mal social, espiritual, mental, y físico para los seres humanos. El historiador Josefo decía que "Herodes tenía temor de que el gran ascendiente de Juan en la gente lo ponía virtualmente en manos de éste en caso de producirse una rebelión, pues todos parecían estar listos a hacer lo que Juan decía". Es posible que precisamente este tipo de criterio hubiera sido sacado a relucir por Herodías para sustentar la necesidad de eliminar a Juan cuanto antes. Se observa en ocasiones a predicadores que tienen gran valentía para predicar las verdades a la gente común, es decir, son elocuentes en condenar los pecados de las clases bajas, pero que cambian completamente de tono en cuanto se dirigen a las clases gobernantes o dirigentes del país. Sin duda Herodes pensó que el Bautista actuaría con semejante orientación, pero se equivocó por completo cuando Juan lo enfrentó bravamente para decirle "no te es lícito tener la esposa de tu hermano" (Mateo 14:4). A pesar de todo, Herodes estaba renuente a ordenar la ejecución del Bautista, aunque se veía tironeado entre dos fuerzas, la de] bien y la del mal. Sin embargo dispuso que los carceleros le dieran la facilidad a Juan de ser visitado por sus discípulos, con lo que podía tener contacto con el exterior. La fortaleza de Macairo donde Juan estaba preso no era precisamente un lugar apropiado para inspirar a un hombre que casi toda su vida había vivido al aire libre. El edificio estaba a las orillas del mar Muerto en una elevación rodeada de negra lava volcánica, Tenía enormes sótanos que Herodes el Grande había ordenado construir para depósitos de granos y vituallas capaces de permitir subsistir un largo asedio. Sus armerías estaban llenas de espadas, lanzas y escudos como para equipar un vasto ejército. Ciertamente que la fortaleza era inexpugnable y Herodes Antipas estaba ahí a buen cubierto de quienquiera tratara de desafiar su autoridad. Sin embargo el reyezuelo andaba siempre lleno de temores. Cada día 46
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no faltaban rumores de invasiones masivas de los árabes, especialmente en venganza porque desechó a su primera mujer árabe y la envió de vuelta a Aretas, su padre, para unirse con Herodías. Por otro lado el emperador Tiberio César había enviado sus espías para que le informaran a qué se debía la inquietud de los árabes. De esos informes dependía que Tiberio le prestara ayuda militar en caso de invasión, o bien que lo sacara del trono vasallo en que estaba sentado. En medio de tan lúgubre panorama para Herodes, prefirió no hacer nada contra Juan de inmediato para evitar la indignación popular y la consiguiente complicación de su precaria situación; así pues decidió dejar que Juan languidezca en una sombría celda de los sótanos de la fortaleza. Por su parte los discípulos de éste venían a decirle que el Mesías no daba indicaciones de intentar restaurar políticamente a Israel ni mucho menos de acudir en ayuda de Juan. Entonces surgió en su mente una duda. El había estado llamando a todos a arrepentimiento ante el anuncio de que el Reino de Dios estaba ya a la mano, y aunque no pretendía un primer lugar en ello, al menos esperaba ver algo que confirmara sin lugar a dudas que lo que había anunciado se estaba cumpliendo en la realidad diaria. Así que decidió obtener una declaración definitiva de Jesús acerca del desarrollo de los hechos y envió a sus discípulos a decirle: “¿Eres Tú el que tenía que venir o tenemos que esperar a otro?” (Lucas 7:19-23). La respuesta de Jesús a los mensajeros de Juan fue un testimonio de divina sabiduría. En efecto, podía haberle enviado a Juan una larga lista de pruebas de su Divinidad, recordarle el signo sobrenatural que tuvo lugar en el río al momento de su bautismo y de las revelaciones que Dios le había dado a Juan respecto a Jesús. Pero éste no hizo nada de eso, sino que pidió a los enviados que observaran su ministerio diario y luego volvieran donde Juan a darle cuenta de lo que habían visto, en base a lo cual el profeta podía estar en condiciones de juzgar por sí mismo si había en el ministerio de Jesús características propias de un Mesías, como la de dar vista a los ciegos, curar leprosos, levantar a muertos y que los pobres recibieran el mensaje del Reino de Dios. En otras palabras, las necesidades de los hombres se estaban satisfaciendo, las heridas de los que sufrían se sanaban, las penas de los afligidos se confortaban y los enfermos y lisiados encontraban curación. En esto hay una lección para la iglesia cristiana de hoy. Vemos que hay denominaciones y sectas empeñadas en tratar de demostrar cada una que son la verdadera iglesia de Cristo. Hay un grupo que clama haber heredado el manto de Cristo a través de la sucesión apostólica y que ellos son los únicos elegidos de Dios y los demás son usurpadores. Pero he aquí que Cristo mismo muestra cuál es la manera de probar con toda evidencia dónde esta operando su iglesia, es decir, por las obras que realiza y que prueban que Su ministerio viene de Dios. Sus credenciales son: "Crean que el Padre está en Mí y Yo en el Padre por lo que hago" (Juan 14:1 l). Los hombres deben parar de estar arguyendo unos contra otros sobre cual tiene la razón y dejar más bien que los signos establecidos por Cristo mismo sean los que hablen. Cuando los discípulos de Juan regresaron a decirle a su líder lo que habían oído y visto, ciertamente que el Bautista quedó plenamente convencido por la clase de respuesta que había recibido, cosa que lo confortó para afrontar la inesperada y trágica muerte que iba a tener en pocos días más. En efecto, su martirio no se haría esperar mucho tiempo, pues la perversa Herodías venía maquinando la manera de lograr su propósito criminal aprovechándose de las debilidades de su conviviente, que si bien era cruel, astuto y mañoso, en cambio era vacilante y débil de carácter, el contrario de su padre el despiadado Herodes el Grande.
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Se dice que así como Jezabel fue el azote de Elías en el Antiguo Testamento, Herodías fue el azote del Elías del Nuevo Testamento, con la diferencia que el primer Elías logró escapar con vida de la persecución a muerte de la endemoniada Jezabel, más Juan sucumbió en la trampa que le tendió la pérfida Herodías. Ella se había propuesto quitar a Juan del medio de los vivos, pues si éste lograba que Herodes la repudiara para salir del adulterio, entonces ella no tenía dónde ir y su vida se arruinaba; de ahí que su odio era implacable y no paró hasta verlo satisfecho.
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Capítulo 13
MUERTE DEL BAUTISTA Llegó el día del cumpleaños del reyezuelo y, como de costumbre, se celebraba con una gran fiesta a la que estarían invitados todos los personajes de su reino. El banquete tendría lugar en los grandes salones del castillo de Macairo con vista hacia el mar Muerto. Herodías vio que se le presentaba en bandeja una gran ocasión para conseguir que ese mismo día Juan fuera ejecutado. En efecto, preparó una inesperada diversión extra con su hija Salomé, nacida de su primer matrimonio. Esta jovencita iría al salón del banquete cuando los invitados estuvieran ya bien saturados de licores y danzaría un lascivo baile de los que hoy llamamos “strip -tease” o desnudarse a pocos. Por supuesto que cuando terminó su provocativo número, la audiencia estalló en un aplauso general con gran excitación, a lo que Herodes mismo no quedó ajeno. Embriagado por el alcohol y sin tener presente que nada podía hacer sin la anuencia imperial romana, le ofreció a la usanza oriental, que le daría lo que ella quisiera, así fuera la mitad de su reino. La chica que aparentemente no sabía del plan que su madre tenía detrás de la escena, fue a consultarle sobre la respuesta que tenía que dar al reyezuelo. Eso era precisamente lo que la perversa Herodías esperaba ansiosamente y no tardó en persuadir a su hija de que el Bautista ponía en peligro la seguridad de ambas si Herodes hacía caso a la denuncia del profeta y que si pedía la cabeza de Juan quedaban no solo a salvo del exilio y la pobreza, sino que de hecho tenían ya en sus manos la mitad del reino. Cuando la “ estriptisera” regresó c on su respuesta, Herodes quedó desconcertado y quizá hasta hubiera rechazado el pedido, pero delante de toda su corte y ante la simpatía que había despertado la muchacha, no podía dejar de cumplir su palabra empeñada solemnemente en un fatal momento de embriaguez y excitación sexual. Así que sin más ordenó a uno de los soldados de su guardia que fuera enseguida al sótano a la celda de Juan Bautista y le cortara la cabeza para ponerla en una bandeja de plata y ofrecérsela a Salomé, quien a su vez se la dio a su madre como macabro trofeo. Como Moisés, Juan Bautista tuvo por misión conducir al pueblo de Israel a la tierra prometida, el Reino de Dios en el mundo que Cristo había venido a inaugurar. Pero al igual que Moisés, sólo llegó a los umbrales del Reino, o como David que preparó los materiales para la construcción del templo, pero que no alcanzó a construirlo.
Luego de cometido tan cobarde crimen, los discípulos de Juan a riesgo de sus propias vidas vinieron a la prisión y reclamaron el cuerpo del profeta para enterrarlo devotamente. Mas Herodes no se sintió feliz con lo que había pasado pues su conciencia lo acusaba del crimen del que se había hecho copartícipe contra su voluntad. Poco después le llegaron las nuevas de la aparición de otro gran profeta que hacía grandes milagros, y al saberlo el supersticioso reyezuelo exclamó: "Es Juan Bautista que ha resucitado; por eso tiene ese poder milagroso" (Mateo 14:2). Irónicamente ésta fue la razón por la que no obstruyó en absoluto el ministerio de Cristo, pese a que los mismos jefes de los judíos lo consideraban muchísimo más peligroso que Juan para la estabilidad de Israel. La retribución al crimen llegó también a su debido tiempo y de fuente menos esperada: Agripa, el hermano de Herodías. Antipas lo había tratado como a pariente pobre y el jovenzuelo se fue a Roma a aventurar fortuna con tan buen éxito que se hizo favorito del errático emperador Calígula, quien lo nombró rey de Judea. Herodías, llena de envidia y despecho, no dejó tranquilo a Herodes hasta que fue a Roma para que también le diera a él un reino más grande que el que ya tenía. Ese fue su error pues Agripa traicioneramente hizo creer a Calígula que Herodes planeaba una rebelión y fueron desterrados a la Galia (actual Francia) donde acabaron sus días en la miseria y abandono. 49