MUJERES ECONOMIST ECONOMISTAS AS Las aportaciones de las mujeres a la ciencia económica y a su divulgación durante los siglos XIX y XX
LUIS PERDICES DE BLA LASS Y ELENA GALLEGO A BAROA BAROA (COORDINADORES )
© Autores: Luis Perdices de Blas y Elena Gallego Abaroa (coord.) © Ecobook - Editorial del Economista. 2007 Cristo, 3 - 28015 Madrid (España) Tel.: 915 595 130 - Fax: 915 595 072 www. ecobook.com Portada Por tada y maquetación: Cristihan González Suárez Imprime: Infoprint, S. L. ISBN formato papel: 978-84-96877-02-3 ISBN formato PDF: 978-84-96877-06-1 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
ÍNDICE Prólogo Luis Perdices de Blas y Elena Gallego Abaroa ..................9 Capítulo I Las tres primeras mujeres economistas de la historia: Jane Marcet, Harriet Martineau y Millicent Garrett Fawcett Fawcett Elena Gallego Abaroa y John Reeder Reeder ................. .............................. ............. 17 Capítulo II La liberación de las mujeres y la economía según Harriet Hardy Taylor Taylor Mill (1807-1858) Elena Gallego Abaroa ................... ..................................... .................................. ................ 55 Capítulo III La economía social de Concepción Arenal Inés Pérez-Soba Aguilar........ Aguilar ................. .................. .................. ................. ............... ....... 83 Capítulo IV La obra de contenido económico de Emilia Pardo Bazán: La Tribuna y Los Pazos de Ulloa Elena Márquez de la Cruz y Ana Martínez Cañete ...... 119 Capítulo V Mary Paley Marshall (1850-1944) Fernando Méndez Ibisate ................ ................................... ............................. .......... 151 Capítulo VI Beatrice Webb Webb y el socialismo fabiano f abiano José Luis Ramos Gorostiza...................... Gorostiza......................................... ...................... ... 197
Capítulo VII Rosa Luxemburgo Luxemburgo y el pensamiento marxista Estrella Trincado Trincado Aznar .................. ..................................... .............................. ........... 231 Capíutlo VIII Clara Elizabeth Collet (1860-1948) y los primeros intentos de cuantificar los salarios de las la s mujeres trabajadoras María Dolores Grandal Martín ................ ................................... ....................... 259 Capítulo IX Joan J oan Robinson y la competencia imperfecta Begoña Pérez Calle ........ ................. .................. .................. .................. .................. ............. 279 Capítulo X Joan J oan Robinson, ke keynesiana ynesiana de d e izquierdas Covadonga de la Iglesia Villasol Villasol ................. ................................... .................. 315 Capítulo XI La defensa moral del capitalismo por Ayn Rand María Blanco Gonzál González ez ....................... ................................ .................. ................ ....... 349 Capítulo XII Elisabeth Boody Schumpeter (1898-1953). Economista, esposa y editora Manuel Santos Redondo Redondo ................. .................................... .............................. ........... 385 Capítulo XIII La escuela austriaca representada en la obra de Vera Smith Paloma de la Nuez Sánchez-Cascado .................. ........................... ......... 411 Capítulo XIV Edith Penrose: Penrose: una nueva visión de la empresa Mª Teresa Teresa Freire Rubio Rubio y Ana I. Rosado Cubero .......... 435
Capítulo XV Michèle Pujol: historiadora del pensamiento económico Cristinaa Carrasc Cristin Carrascoo Bengoa ......... .................. .................. .................. .................. ......... 463 Capítulo XVI Dos mujeres a la sombra de un nobel: Rose D. Friedman y Anna J. Schwartz Ignacio Ferrero Ferrero Muñoz Muñoz ................. .................................... ................................ ............. 493 Capítulo XVII Marjorie Grice-Hutchinson (1909-2003) y sus investigaciones sobre historia del pensamiento económico Luis Perdices Perdices de Blas .................. ..................................... ................................... ................ 525 Índice Onomástico ........ ................. .................. .................. .................. ................. ............... ....... 557
Prólogo No pasará mucho tiempo sin que se reconozca reconozca que las ideas y las instituciones que han convertido el mero accidente del sexo en la base de una desigualdad de derechos legales, y en una forzosa disparidad de funciones sociales, son el mayor obstáculo al mejoramiento moral, social e incluso intelectual.
John Joh n Stuart Mill1
Las mujeres economistas no son diferentes de los hombres economistas pero su aparición en la historia del pensamiento económico estuvo desacompasada. El desembarco de los grandes clásicos clásico s británicos de la economía se produjo en la segunda mitad del siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX. Era una época en la que las mujeres tenían restringidas sus aspiraciones educativas y profesionales, sus dominios se desplegaban únicamente en la esfera familiar. La doctrina de la economía política continuó imparable en el siglo XIX, acompañando las explicaciones teóricas del desarrollo industrial inglés, en un periodo de crecimiento económico como no se había conocido antes en la historia, mostrando la prosperidad de un país que iba a resultar modélico e imitado por el resto de los países occidentales. En ese contexto expansivo en el que se estaba asentando el modelo de producción capitalista, 1. John Stuart Mill, Principios de economía política, México, FCE, 1996, página 650.
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las mujeres empezaron a escribir y a publicar con éxito en el mercado británico y, antes de que acabara el siglo XIX, algunas de ellas pudieron entrar en las universidades inglesas. Estos hechos componen el contexto que conforma la estructura de este libro, en el que se ofrece una muestra representativa de las más sobresalientes estudiosas de la ciencia económica. Si bien, en el siglo XIX la incorporación de mujeres a la esfera del conocimiento fue poco numerosa, con el progreso del siglo XX fue creciendo la proporción de aquellas que alcanzaron los círculos relacionadas con el saber económico y, en general, se fue normalizando su acceso a la comunidad universitaria. Lentamente, sus publicaciones se integraron con más regularidad en los repertorios editoriales. En una de las pocas fotografías de la primera promoción de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Central de Madrid (ahora Universidad Complutense de Madrid), la primera de su género creada en España en 1943, se puede apreciar a una sola mujer entre los egresados. En la actualidad el número de licenciadas supera al de los licenciados. En pocos años se ha pasado de una facultad tradicionalmente de hombres a una de mujeres. Las mujeres economistas se han integrado plenamente al mercado de trabajo e incluso, todavía pocas, llegan a desempeñar altos cargos, en especial en el ámbito de la política. po lítica. A pesar de esta mayor presencia de la mujer en los círculos económicos y financieros, tanto españoles como foráneos, hasta los años setenta del siglo pasado no se había dado importancia a las economistas que escribieron en los siglos XIX y XX, en el periodo de desarrollo y consolidación de nuestra disciplina. Éste es e s el caso de las mujeres de las que trata el e l presente libro. Las cuestiones hacia las que dirigieron su atención no di fieren de las que ocuparon a sus colegas masculinos, así entre otros temas sobresalientes se ocuparon del estudio del crecimiento económico, el comercio internacional, el dinero, el crédito y la banca, el mercado de trabajo o los impuestos. Nuestro libro no recoge sus ideas tan sólo porque fueran mujeres, sino porque
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fueron importantes en el desarrollo de la teoría económica o en su difusión y divulgación. A pesar de la labor que desempeñaron estas economistas, la mayoría de publicaciones dedicadas a la historia del pensamiento económico no las mencionan, con la excepción de Rosa Luxemburgo y de Joan Robinson. Este libro contribuye a recti ficar la invisibilidad a la que fueron sometidas y se propone incorporar sus obras y aportaciones dentro de las principales escuelas de pensamiento, desde la clásica hasta la keynesiana y la monetarista, pasando por la marxista, la austriaca y la neoclásica. Los profesores que han elaborado los capítulos de este libro han elegido a cada una de las autoras en función de sus preferencias y de su especialidad académica. Cada capítulo analiza la obra de una de las elegidas, excepto en el caso de Joan Robinson, Robinson, que dada la importancia de sus aportaciones teóricas, se ha dividido en dos capítulos. La interpretación que se hace en cada uno de los capítulos se caracteriza por la libertad de opinión de los autores que han participado en su elaboración. El nexo de unión entre los responsables de cada uno de los textos es que todos son académicos y pertenecen a variadas universidades y especialidades económicas, por lo que sus opiniones están avaladas en el conocimiento teórico de la economía. No obstante, siempre hay aspectos subjetivos que subyacen en la ideología de los l os estudiosos cuando se ocupan de explorar y valorar personajes y aspectos del pasado. El propósito del libro es mostrar con la mayor objetividad posible un elenco de grandes autoras y recuperar sus obras para disfrutar con ellas de la riqueza de sus aportaciones a la historia del pensamiento económico. Los diecisiete trabajos que aparecen después de este prólogo quieren traspasar la frontera de los lectores le ctores especializados y, y, aunque primordialmente está orientado hacia la lectura de economistas y de alumnos en periodo de formación universitaria, se ha tenido la cautela de presentar con rigor, pero con sencillez, todas las cuestiones económicas para facilitar la lectura del libro
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al público en general. El libro resulta ser un manual que complementa a los tradicionales de historia del pensamiento económico. Además contribuye a la labor que se está desarrollando actualmente desde los ministerios ministerio s de Educación y Ciencia y de Trabajo Trabajo y Asuntos Sociales, así como desde la Concejalía de Familia y Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Madrid, cuyo objetivo es introducir asignaturas de Género en la inminente reforma de los Planes de Estudios Universitarios para la adaptación de los Estudios de Grado y Postgrado, en el ámbito del Espacio Europeo de Educación Superior. Aunque el objetivo final es no tener que estudiar separadamente a los economistas clasificados según su sexo. El texto está organizado cronológicamente y recoge diferentes per files de mujeres. En primer lugar, lugar, mujeres que contribuyer contribuyeron on a la difusión de la ciencia económica económ ica a través de escritos menos técnicos, pero dentro de un género literario muy accesible a lectores lecto res de diferentes estratos sociales, poco familiarizados con los términos especí ficos de una ciencia nueva, como lo era la economía de la primera mitad del siglo XIX. En segundo lugar, mujeres que escribieron en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX y que tuvieron que publicar sus investigaciones en muchas ocasiones junto al nombre de sus maridos mari dos y a veces, sorprendentemente, el suyo propio quedaba descolgado en la segunda edición de los textos. En tercer lugar, mujeres del siglo XX, que editaron sus obras con su nombre estampado en ellas. Mujeres, en de finitiva, que ya entrado el siglo XX, pudieron acceder a la formación uni versitaria, especializándose en variadas disciplinas, desde la teoría teo ría económica hasta la historia del pensamiento económico, eco nómico, pasando por la econometría y la teoría de la empresa. John J ohn Reeder y Elena Gallego Abaroa se han ocupado de escribir el capítulo inicial del libro, que recoge a las tres primeras mujeres que se atrevieron a escribir con rigor sobre cuestiones económicas sin tener una formación académica previa. La irrupción que hicieron Jane Marcet, Harriet Martineau y Millicent Garrett
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Fawcett fue notable y exitosa. Con ellas se abrió el proceso de incorporación de las mujeres al estudio de la economía política. Elena Gallego Abaroa presenta en el segundo capítulo a Harriet Taylor Mill, más nombrada por la in fluencia socialista que ejerció sobre John Stuart Mill que por ella misma, analiza sus escritos y destaca sus méritos propios como pensadora económica y como feminista. A continuación aparecen dos capítulos sobre autoras españolas. Inés Pérez-Soba Aguilar analiza en el capítulo tercero la obra de Concepción Arenal. Sus escritos sobre derecho penal y las condiciones laborales de los obreros permiten incluir en este libro a una escritora interesada en las cuestiones económicas de la España del siglo XIX. De la mano de Ana Martínez Cañete y Elena Márquez de la Cruz, en el capítulo cuarto, se repasan dos novelas de Emilia Pardo Bazán: Los Pazos de Ulloa y La Tribuna. En la revisión de los dos libros se analiza la situación económica de las mujeres españolas. En La Tribuna, en particular, quedaron re flejadas las circunstancias de un colectivo de mujeres dedicadas al trabajo industrial: las cigarreras. Fernando Méndez Ibisate, en el capítulo quinto, expone la figura de Mary Paley Marshall, una de las cinco primeras mujeres que pudieron acceder a la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, especializándose en el estudio de la economía. Trabajó como profesora de economía política en la primera facultad de mujeres: el Newnham College. José Luis Ramos Gorostiza, en el capítulo sexto, se ocupa de la obra de Beatrice Potter Webb, reformadora social y profunda conocedora de la historia sindical, que junto a su marido, Sidney Webb, Webb, participó en la creación c reación del partido laborista británico, y fueron fundadores y diseñadores de la primera universidad de ciencias económicas en Gran Bretaña, la London School of Economics y Political Political Science. El capítulo séptimo recoge a una de las más conocidas autoras que se incluyen en el libro, Rosa Luxemburgo. La relevancia histórica de su pensamiento político y el estudio que realizó sobre el proceso de acumulación del capital, en sintonía con la
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metodología marxista, es analizado con todo detalle por Estrella Trincado Aznar. María Dolores Grandal Martín, en el capítulo octavo,, incluye una revisión de la obra de Clara Elizabeth Collet, octavo la primera en analizar las cuestiones económico-sociales a través de la cuanti ficación de censos. Una de sus más destacadas aportaciones se encuentra en el estudio de los salarios de las mujeres, realizado a finales del siglo XIX y a principios del XX. Los dos capítulos siguientes, el noveno, de Begoña Pérez Calle, y el décimo, de Covadonga de la Iglesia Ig lesia Villasol, se ocupan de analizar la obra y las aportaciones a la economía de Joan Robinson, una de las autoras más importantes en la historia del pensamiento económico. En primer lugar, se presentan sus investigaciones referidas a la microeconomía, especialmente en cuanto al análisis original que presentó de la competencia imperfecta de los mercados. En segundo lugar, se estudian sus publicaciones sobre temas macroeconómicos, es decir, sobre la teoría del empleo en el marco del modelo keynesiano. María Blanco González, en el capítulo decimoprimero, nos aproxima a la l a escritora Ayn Rand y a su pensamiento cercano a la moderna escuela austriaca, que se desarrolló en Estados Unidos después de la II Guerra Mundial. A continuación, Manuel Santos Redondo muestra el trabajo intelectual de Elizabeth Boody Schumpeter. Entre sus actividades más destacables se encuentra la edición póstuma de la Historia del análisis económico en 1954, a partir de las notas, apuntes y escritos que había recopilado de su marido, Joseph Schumpeter, antes de su fallecimiento. Los últimos cinco capítulos están dedicados a economistas contemporáneas. Paloma de la Nuez Sánchez-Cascado estudia la obra de Vera Smith, una discípula del premio Nobel de Economía Friedrich Hayek y conocida por el profundo estudio que llevó a cabo sobre la desnacionalización del dinero y la competencia bancaria. Ana Isabel Rosado Cubero y Teresa Freire Rubio revelan la magnitud de la obra de otra importante import ante economista, Edith Penrose. En este caso se destaca el análisis denominado de casos, que sirvió para
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desarrollar una nueva teoría del comportamiento de las empresas en los mercados. Cristina Carrasco Bengoa nos introduce en la obra de Michèle Pujol, una notable estudiosa de las cuestiones referidas a las mujeres y a la economía, desde un ángulo más feminista de lo que es habitual encontrar en la academia, y que aporta re flexiones novedosas dentro dentro de la historia del pensamiento pe nsamiento económico. Ignacio Ferrando Muñoz analiza el papel sobresaliente desempeñado por Rose Friedman y Anna Schwartz en la obra del premio Nobel N obel de Economía Milton Friedman, uno de los economistas más populares del siglo XX. El libro se cierra con el trabajo de Luis Perdices de Blas, que se ocupa de la figura y la obra de una de las más signi ficativas autoras incluidas en esta recopilación: Marjorie Grice-Hutchinson. Investigadora y estudiosa de la influencia de las ideas religiosas en la vida económica y que contribuyó al reconocimiento internacional de los logros teóricos de los escolásticos de la Escuela de Salamanca del siglo XVI. En suma, en los diecisiete capítulos de los que consta el libro que tiene el lector entre sus manos puede encontrar las aportaciones a la teoría económica o a la divulgación de la misma de un conjunto de mujeres economistas que trabajaron en el ámbito de las principales escuelas y corrientes de pensamiento de los siglos XIX y XX, siglos en los que la economía ha logrado un pleno reconocimiento académico. Esperamos que este volumen contribuya a que en el futuro no sea necesario publicar libros sobre mujeres economistas porque se reconozcan sus aportaciones y se incluyan con toda normalidad en las historias del pensamiento económico al uso. Luis Perdices de Blas y Elena Gallego Abaroa
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Las tres primeras mujeres economistas de la historia: Jane Ja ne Marcet, Harriet Martineau Mar tineau y Millicent Garrett Fawcett Elena Gallego Abaroa A baroa y John Reeder Reeder
1. JANE MARCET, HARRIET MARTINEAU Y MILLICENT GARRETT FAWCETT: UNA INTRODUCCIÓN CONJUNTA DE LAS TRES AUTORAS
La ortodoxia teórica del modelo capitalista que hoy impera en el mundo occidental arrancó con las obras de los economistas clásicos, de entre ellos las figuras más relevantes fueron Adam Smith, autor de La riqueza de las naciones, nacione s, aparecida en el año 1776; David Ricardo, que publicó en 1817 los Principios de economía política y tributación, y John Stuart Mill, que fue el autor de los Principios de economía política en 1848. Dentro de esta línea teórica que abrieron estos pensadores se enmarcan tres de los nombres que se presentan en este libro: Jane Marcet, Harriet Martineau y Millicent Garrett Fawcett. Ellas tuvieron la originalidad de ser las primeras autoras que escribieron sobre la economía política, y sus textos fueron contemporáneos de las obras de Thomas R. Malthus, David Ricardo y John S. Mill. La economía política del siglo XIX era una ciencia conocida para ellas, a pesar de la imposibilidad que tuvieron de acceder
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a una formación universitaria. Conocedoras de los mecanismos de asignación de recursos y de distribución de bienes a través de los mercados, que presuponían el comportamiento de los agentes negociadores bajo la condición de libertad individual de elección, repararon en una naturaleza humana concreta que aceptaba el modelo clásico: las personas desean mejorar su condición en el tiempo y el ser humano es tendente a especializarse en diferentes tareas productivas. No resulta extraño, en este contexto, que las primeras economistas de la historia desearan disfrutar de la misma libertad que se había asumido dentro de los mecanismos teóricos clásicos. La perseverancia que demostraron en su cometido de observación y estudio les permitió superar las di ficultades de acceso a la educación y al trabajo profesional y, y, con su esfuerzo e sfuerzo personal, se habilitaron para componer sus obras, a través de las cuales se conoce su pensamiento y es posible recuperarlo para las generaciones posteriores. Con su actitud y su trabajo contribu yeron a la integración de las mujeres a la vida profesional, a la igualdad de derechos entre mujeres y hombres y, en de finitiva, colaboraron en el nacimiento de una nueva sociedad. Jane Marcet, Harriet Martineau y Millicent Garrett Fawcett fueron tres grandes economistas británicas del siglo XIX. Sus publicaciones encaminaron el interés de miles de personas, hombres y mujeres, mujeres, hacia la economía política, por la simple razón de que fueron autoras con mucho éxito editorial. Sus libros se reeditaron en sucesivas impresiones, de los que vendieron tantos o más ejemplares que otros autores notables de su época, por ejemplo, John J ohn S. Mill y Charles Dickens. La talla de Marcet, de Martineau y de Garrett Fawcett no necesita de intérpretes ni de interlocutores, su obra habla por sí misma. A juicio de los lectores queda dictaminar sus opiniones sobre esta cuestión, como ocurre con todos los autores de la historia, histor ia, que, sin duda, cuentan con seguidores y detractores. En este capítulo se destaca el contenido económico de sus libros, pero la economía no fue la única materia que inspiraba
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sus escritos. Las tres autoras desplegaron variaciones temáticas, en especial sobre los aspectos históricos y sociales de la sociedad británica del XIX. Marcet también analizó cuestiones experimentales de la naturaleza como la física, la química y la biología, y Martineau estudió la obra de Auguste Comte, la educación en las familias y escribió sobre sus viajes. Garrett Fawcett dedicó una gran parte de su esfuerzo creativo en defender la lucha por la igualdad de los derechos de las mujeres, en especial, el sufragio universal, el acceso a la educación y al trabajo, los derechos de propiedad, la igualdad de trato en las relaciones matrimoniales y el derecho al divorcio. La mayoría de las personas que tienen conocimiento de la obra de las tres economistas aceptan reconocerlas como unas interesantes divulgadoras de los principios de economía política. No se las considera generalmente como creadoras de ideas originales, sino receptoras de unos principios teóricos que tuvieron el acierto de transmitir con efectividad a sus contemporáneos. Esa insipidez se quiere evitar en este capítulo, de manera que se analizan sus obras para estudiar la forma y los contenidos de sus libros más famosos, y meditar sobre sus contribuciones al método de análisis desarrollado por los economistas clásicos británicos, e incluirlas, si se encuentran méritos para ello, en el elenco de los escritores que construyeron las bases de la economía política. En cualquier caso, la magnitud del impacto de sus textos, dado el éxito editorial que tuvieron, tampoco debe considerarse un efecto secundario menor, menor, sino al contrario, las escritoras e scritoras supieron captar el interés de los lo s diferentes estratos sociales, seducidos en la lectura de sus libros. En concreto, en sus manuscritos económicos se destacaba el propósito en hacer comprender la importancia de una colaboración acoplada entre trabajadores y empresarios. Era primordial aunar fuerzas en el empeño de ensanchar los resultados productivos de una sociedad en pleno desarrollo industrial. La intención de las escritoras fue acercar los intereses entre la clase propietaria y los asalariados para acompasar el objetivo
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común: producir con mayores rendimientos y repartir el bene ficio conjunto entre todos los agentes colaboradores de la riqueza nacional. De la obra de Marcet M arcet se destaca, entre otros, el libro que editó en 1816, Conversaciones sobre economía política, y de Martineau se analiza especialmente su colección de veinticinco novelas recogidas bajo el título general de Ilustraciones de economía política, editadas entre 1832 y 1834. De Garrett Fawcett se examinan con detalle sus Ensayos y lecturas sobre cuestiones políticas y sociales, del año 1872.
2. VIDA Y OBRA DE JANE MARCET (1769-1858)
Jane Marcet nació y murió en Londres a la edad de 89 años. El Jane fallecimiento se produjo en su casa familiar, familiar, que se encontraba situada en Stratton Street, Picadilly. Desde su nacimiento, su entorno familiar fue de un alto nivel de vida, consecuencia de las actividades profesionales del cabeza de familia. Su padre, Anthony Francis Haldimand, era banquero y un importante hombre de negocios, de orígenes suizos emigrado a Gran Bretaña, casado con una inglesa, Jane Pickersgill, con la que formó una gran g ran familia. Jane fue la hija mayor de los diez hermanos nacidos del matrimonio Haldimand. Su madre murió inesperadamente por complicaciones en el parto de su último hijo, suceso que ocurrió cuando Jane Marcet contaba únicamente quince años. Este hecho marcó su adolescencia y su juventud porque asumió una parte importante de las tareas familiares, en concreto se ocupó de organizar la vida doméstica tomando la responsabilidad protectora de sus hermanos menores. La vida de la familia Haldimand transcurría entre las ciudades de Londres y Ginebra. Marcet recibió una esmerada educación, impartida a través de tutores especializados que acudían a la casa familiar para educar
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a todos los hermanos. Probablemente, siguiendo las costumbres de su época, ella recibiría una educación más super ficial que la de sus hermanos varones. No obstante, en la tradición suiza era corriente educar con esmero a las chicas y, y, dado que era una primogénita con cierto criterio para establecer algunas decisiones familiares, probablemente pudo orientar su propia instrucción, que sin duda le permitió estudiar en años posteriores diversas disciplinas como fueron la química, la física, la biología y la economía, de manera que no le resultaba difícil extraer los principios básicos de unas materias que conformarían conform arían los temas de sus variadas publicaciones. Se casó a los treinta años, algo mayor para la moda de su época. Jane Marcet era una persona conservadora que asumió con docilidad las costumbres sociales que imponían a las mujeres la sumisión de sus decisiones a la voluntad de los varones de la familia. De jovencita estuvo comprometida con un primo carnal que pertenecía a la armada británica, compromiso que se rompió por el desagrado que le producía a su padre el mal carácter del pretendiente. Cuando Jane se acercaba a los treinta años de soltería, muchos años para el siglo XIX, y sin planes de boda porque su padre desconfiaba de todos los pretendientes dada la cuantía de la herencia que recaería sobre su hija, de una manera poco frecuente para las reglas sociales de su clase, se le permitió designar un pretendiente de entre todas las propuestas que recibía, que eran muchas, y así fue cómo eligió a su marido, con el que contrajo matrimonio en el mes de diciembre del año 1799. El afortunado fue un médico mé dico de Londres, Alexander John Gaspar Marcet, aficionado afici onado a la química y, y, al igual que su padre, de antecedentes suizos. Fue un hombre de reconocido prestigio en su campo y, y, en el año 1808, fue elegido como miembro de la Royal Society londinense, una sociedad que reunía a los científicos más eminentes de Gran Bretaña. El matrimonio Marcet tuvo cuatro hijos y vivieron muy compenetrados hasta la muerte de Alexander, suceso que ocurrió en el año 1822.
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El destino fav favoreció oreció la carrera car rera prosista de Jane Marcet porque acogió con mucho interés la a fición de su marido por el estudio de la química, hasta el punto de contratar a un destacado cientí fico para que la orientara en su aprendizaje, Humphry Davy 2. Era frecuente que los esposos practicaran juntos varios experimentos en el laboratorio que tenían instalado en su domicilio. Cuando Jane J ane terminó el e l curso de química, su marido y el editor Longman le animaron a publicar un libro que recogiera los principios básicos de la química, y así fue como escribió y publicó en 1806 su primer libro, Conversaciones sobre química. En la portada del libro no aparecía el nombre de su autora, debido de bido a que era mujer y les debió parecer poco conveniente anunciarla porque podría restar importancia a la obra. No N o obstante, el libro fue acogido tan favorablemente por el público que se vendieron rápidamente miles de ejemplares y se reeditó dieciséis veces. Se calculan unas 160.000 copias vendidas únicamente en Estados Unidos. Es conocido el agradecimiento que sintió Michael Faraday por Jane Marcet, cuyo libro representó su “primer profesor”, que le introdujo en una disciplina apasionante que marcaría la vida del cientí fico (Polkinghorn, 2000, 281). A pesar de que el ejemplar no explicitaba el nombre de Marcet, era conocida su autoría y sería el primer volumen de una extensa colección de obras. El nombre de su autora apareció en la decimotercera edición, editada en 1837. Sin embargo, el prestigio de la obra fue tal que en los libros que escribió posteriormente posterior mente desde entonces, y en los que tampoco figuraba su nombre en la portada en las primeras ediciones, se la presentaba como “el autor de las Conversaciones sobre química”. La obra fue traducida al francés y reeditada en dos ocasiones en Francia.
2. Humphry Davy fue un eminente cientí fico británico, mentor de Michael Faraday y presidente de la Royal Society londinense en 1820. Entre sus logros se contaba la lámpara Davy,, que se utilizaba en el interior de las minas. Davy
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Marcet eligió presentar los principios básicos de la química a través de conversaciones entre una instructora, a la que apodó Mrs. Bryant, y dos aplicadas pupilas, Emily y Caroline. Este formato de diálogo lo mantuvo en obras posteriores, aunque no en todos sus libros. Consideraba que era el método más didáctico para transmitir los conocimientos cientí ficos. Las conversaciones entre sus personajes le per mitía avanzar despacio sobre preguntas que realizaban las jovencitas a la docta Mrs. Bryant, y si alguna cuestión era más enrevesada se podían dilatar las conversaciones con el objeto de aclarar los mecanismos del análisis mostrado. El libro se estructuraba a lo largo de veintisiete capítulos, con una extensión de 356 páginas. Las explicaciones se completaban con grabados de algunos de los experimentos y utensilios indicados en las exposiciones. En el año 1819 publicó un nuevo libro de ciencias de la naturaleza, titulado Conversaciones sobre fi losofía losofía natural, una exposición de los elementos básicos de la ciencia para gente joven . Este libro tenía una extensión de 220 páginas, en el que se incluía un glosario de conceptos básicos y de de finiciones. Una vez más, se dirigió al mercado escolar para contribuir a la formación de los estudiantes de secundaria. 2.1. Las publicaciones económicas de Jane Marcet El segundo libro que escribió fue Conversaciones sobre economía política, editado en el año 1816. En opinión de Polkinghorn, los motivos que pudieron in fluir en Marcet para interesarse sobre las leyes de la producción y del intercambio, con objeto de volcarlas en una publicación, sin duda se vieron in fluidas por el “debate bullionista” que se estaba produciendo al comienzo del siglo XIX en Gran Bretaña, coincidiendo con la terminación de las guerras napoleónicas. La cuestión hacía referencia a la vuelta al patrón oro de Gran Bretaña y a la función del Banco de Inglaterra como banco de emisión de dinero papel, decisión que implicaba ajustar
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la proporción adecuada entre las reservas de oro del banco y la cantidad de billetes que debía poner en circulación 3. La vida social del matrimonio Marcet tenía relación con los círculos financieros de Londres, lógicamente por las amistades familiares adquiridas por medio de su padre, pero también porque uno de los hermanos de Jane, William Haldimand, fue director del Banco de Inglaterra. En las reuniones sociales que se organizaban en la casa de los Marcet acudían economistas de primera fila, como fueron David Ricardo y Thomas R. Malthus, y algunas mujeres relevantes, entre las que estuvieron Harriet Martineau, Mary Fairfax Somerville y Maria Edgeworth. No resulta extraño, por tanto, que Jane Marcet se decantara en su segundo libro sobre las leyes de la economía política, una ciencia naciente que mostraba los mecanismos del desarrollo industrial británico (Polkinghorn, 1998, 3). El éxito del libro cuajó rápidamente entre la clase media alta, el cual fue editado en catorce ocasiones y traducido al francés y al alemán. En esta ocasión utilizó sólo a dos interlocutoras: interlocutoras: Mrs. Bryant y Caroline. En el prefacio del libro explicaba que era una obra dirigida a los lectores jóvenes, de los dos sexos, para mostrarles que la economía política estaba conectada directamente con la felicidad y el progreso de la humanidad. Como ciencia restringida que era, acotada para una élite especializada, resultaba importante, importante, en su opinión, hacerla popular para captar la atención de su estudio. Los principios que se mostraban en la obra habían sido tomados especialmente de los tratados de Adam Smith, Thomas R. Malthus, Jean B. Say y Jean-Charles L. Sismonde de Sismondi, sobre los que se hacían las referencias teóricas (Marcet, 1816, V-IX).
3. Una detallada explicación sobre el “debate del bullion” se encuentra en las páginas del libro de D. P. O’Brien Los economistas clásicos, Madrid, Alianza Universidad, 1989, páginas 208-215.
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La primera edición contaba con un total de 449 páginas divididas entre veintiún capítulos; correspondiendo cada capítulo a una conversación concreta, que se circunscribía sobre varios conceptos relacionados con algún apartado referente a la producción y al intercambio de los mercados. Por ejemplo, el primer capítulo se titulaba Conversación I : Introducción, que recogía los siguientes contenidos: a) Errores conceptuales derivados del desconocimiento de la economía política. b) Ventajas Ventajas derivadas del conocimiento de los principios. c) Dificultades de abordar su estudio. La segunda conversación, que titulaba Conversación II: Introducción (continuación), entraba de lleno en la de finición de la riqueza y en el marco social e institucional en los que progresaba: a) Definición de economía política. b) Crecimiento y progreso social. c) Conexión entre la economía política y la moral. d) Definición de la riqueza. Las sucesivas conversaciones recogían la estructura ordenada del programa. Conversación III: sobre la propiedad. Conversación IV:: propiedad (continuación). Conversaci IV Conversación ón V: V: sobre la división del trabajo. Conversación VI: sobre el capital. Conv Conversación ersación VII: capital (continuación). Conversación VIII: sobre los salarios y la población. Conversación IX: salario y población (continuación). Conversación X: sobre la condición de la pobreza. Conversación XI: sobre el bene fi cio. cio. Conversación XII: del bene fi cio cio derivado de la propiedad de la tierra. Conversación XIII: del bene fi cio cio derivado de cultivar la tierra. Conversación XIV: del bene fi cio cio del capital . Conversación XV: sobre el valor y el precio. Conversación XVI: sobre el dinero. Conv Conversación ersación XVII: dinero (con-
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tinuación). Conversación XVIII: comercio. Conversación XIX: sobre el comercio exterior. Conversación XX: comercio exterior (continuación). Conversación Conv ersación XXI: sobre el gasto.
La organización de la obra sigue una estructura lógica que va asentando los conceptos sobre las bases de la organización capitalista: la propiedad privada, la organización productiva en la división del trabajo y la reinversión de los bene ficios empresariales. A continuación introdujo el análisis del dinero y el comercio con el exterior, abriendo con ello las relaciones comerciales entre diferentes países. En toda la obra se utilizan las explicaciones clásicas basadas en las reglas de la libre competencia de los mercados. Marcet estaba familiarizada con las exposiciones clásicas referidas a la teoría de la población maltusiana y al concepto conce pto del estado estacionario de Ricardo. Ambos representativos de visiones pesimistas en el desarrollo potencial productivo de la sociedad británica. La teoría de la población, por el supuesto que introdujo de su crecimiento desmedido, que mantendría los salarios salario s de los trabajadores en un nivel de subsistencia, y el estado estacionario porque concebía teóricamente un techo del crecimiento productivo, dados los recursos y la tecnología disponible en cada momento histórico. Sin embargo, su interpretación de las posibilidades de crecimiento económico era más optimista que la de otros autores clásicos, con fiando en el reajuste de las fuerzas expansivas del crecimiento industrial británico (Marcet, 1816, 199). En uno de los diálogos entre Mrs. Bryant y Caroline, referido a las explicaciones sobre la determinación del valor de cambio de las mercancías, Marcet introdujo las disquisiciones ortodoxas de la teoría smithiana, en la que el valor de mercado de los bienes venía determinado por su coste de producción. Sin embargo, añadió otra explicación acumulativa a la anterior, anterior, también in fluía en la determinación del precio de mercado la valoración subjetiva que hacían los consumidores de los bienes, según la utilidad que tuvieran para ellos. Y continuaba su exposición referida al valor del trabajo, calculado en función de la utilidad de los bie-
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nes producidos, por lo que también se podía cuanti ficar el salario (Marcet, 1816, 275). En el capítulo doce, en el que se trataban los bene ficios deri vados de la propiedad de la tierra, argumentaba utilizando la leleyy de los rendimientos decrecientes de la producción (Marcet, 1816, 204). Un aspecto éste interesante y novedoso por la fecha de la publicación del libro, 1816, entre las dos publicaciones de Ricardo: en 1815, El ensayo sobre los bene fi cios, cios, y en 1817, los Principios de economía política y tributación. David Ricardo es el autor referencial que introdujo la ley de los rendimientos decrecientes en los desarrollos teóricos de la economía, y Marcet en el capítulo primero de su libro no le cita como una de las fuentes que inspiran su libro. Probablemente lo tomaría de Thomas R. Malthus, pero no deja de ser interesante este aspecto por la fecha de la edición original de las Conversaciones. Así lo reconoce Joseph Schumpeter cuando admitió que “la cosa es signi ficativa y aumenta considerablemente el interés del libro de Marcet” (Schumpeter, (Schumpeter, 1954, 537). El libro de Marcet no pasó inadvertido a los economistas de su época, que leyeron tanto Thomas R. Malthus como David Ricardo, elogiando los contenidos de la obra por la precisión de los conceptos que trataba y por el acercamiento que representó entre la población y la comprensión de las leyes de la economía política. Incluso Jean B. Say celebró el trabajo de Marcet, indicando que “había sido la única mujer que había escrito sobre la economía política políti ca y se mostraba superior en sus conocimientoss a muchos hombres” (Say citado en Polkinghorn, conocimiento 2000, 283). El interés que demostró Marcet en el estudio y en la divulgación de los principios de la economía política le hizo escribir otros dos libros, titulados Las nociones de economía política de John Hopkins, editado en 1833, y Ricos y pobres, que se publicó en el año 1851. En John J ohn Hopkins se trataba de instruir en los principios de la economía a la clase trabajadora, y en Ricos y pobres, acercar a los niños las bases del entramado económico y social del siglo XIX.
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Las dos nuevas publicaciones no tuvieron la misma aceptación que los dos libros que se han destacado anteriormente: Conversaciones sobre química y Conversaciones sobre economía política, aunque Hopkins sí tuvo buena recepción entre los trabajadores y fue leído por una parte amplia de ellos. El grado de analfabetismo entre la clase trabajadora inglesa no era tan alto como en otros países europeos, debido a que era costumbre familiar leer la Biblia al anochecer, acabada la jornada laboral y reunidos después de cenar. El protagonista del libro, John Hopkins, era un agricultor con las penalidades de los trabajadores del siglo XIX. Se añadía a sus penurias el gran tamaño de su familia, compuesta de dieciséis hijos. Cada capítulo del libro, que se extendía a lo largo de 186 páginas, abordaba explicaciones sobre la evolución de los salarios, el crecimiento de la población, la productividad del trabajo, emigración, maquinaria e innovaciones tecnológicas, comercio exterior y el precio del pan. En este volumen se insistía mucho sobre el peligro que el exceso de población podía provocar en favor de la depresión salarial, y así lo relataban los protagonistas del libro, John John y la señora Hopkins, que veían cómo sus hijos no tenían la calidad de vida de otros vecinos con familias menos numerosas. Dos vivas señales eran los mensajes que Marcet quería enviar hacia la clase trabajadora. La primera para concienciarlos de su papel en el desarrollo de Inglaterra Inglater ra y persuadirlos de la importancia que tenía para el crecimiento económico la suma de las fuerzas productivas de los propietarios y de los trabajadores, ambos navegando en el mismo barco, unidos en el mismo esfuerzo del que resultarían todos favorecidos. Los capitalistas se lucrarían a través de los bene ficios de sus inversiones y los trabajadores viendo crecer el salario real y, con él, el estándar de vida familiar familiar.. La segunda señal que les lanzaba era para inducirlos a frenar el crecimiento poblacional y evitar con ello una posible disminución del salario medio.
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era un libro más breve y sencillo que los otros, con una extensión de 75 páginas distribuidas en trece lecciones. La enseñanza de la economía se localizaba en la escuela de un pueblo rural en la que explicaba la instructora Mrs. Bryant. Los alumnos lo formaban un grupo de seis entusiastas chicos y los temas de las lecciones se referían al trabajo, tr abajo, los bene ficios, el capital, los salarios, la maquinaria, los precios, el comercio, el dinero y los bancos. Marcet escribió varios libros dirigidos a la lectura de niños y niñas, en los que se mezclaba la historia del cuento con algunas cuestiones modernas, con el propósito de componer una obra educativa en la comprensión del nacimiento de la nueva sociedad británica. Por ejemplo, La visita de Berta a su tío en Inglaterra, editado en 1831 en tres volúmenes, se estructuraba bajo la forma de diario en el que Berta escribía cartas a su madre, en ellas relataba sus impresiones de una Inglaterra moderna y en expansión. Otro libro, titulado El viaje de Willy en ferrocarril, editado en 1850, relataba las peripecias de un niño rebelde de seis años que describía las sensaciones de su primer viaje en tren. Ricos y pobres
2.2. Conclusiones referidas a la obra de Jane Marcet Marcet escribió una serie de volúmenes muy populares entre los británicos, en los que se enunciaban con precisión los conceptos y las de finiciones de las leyes de la economía política. Fue signi ficativa la temprana incorporación que hizo en las Conversaciones de economía política de la ley de los rendimientos decrecientes de la producción y de la teoría subjetiva subje tiva del valor valor,, dos conceptos que se generalizarían en los textos de los economistas clásicos en años posteriores. Sus publicaciones traspasaron la frontera británica y se extendieron a otros mercados, como fueron el americano, el francés y el alemán. alem án. El reto que se había marcado tenía una relevante signi ficación: difundir los principios básicos de la economía entre la clase media, las mujeres, los trabajadores y los niños y las niñas británicos. La idea no sólo pretendía conseguir adiestrar de manera educativa a
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la población para favorecer su aproximación a una ciencia joven como era la economía política, sino que el objetivo primordial era reducir las tensiones que pudieran surgir en el proceso productivo entre los intereses de la clase formada por los terratenientes y los empresarios y los intereses de los l os trabajadores del campo y de los obreros industriales. Jane Marcet desempeñó un papel importante en la popularización de una amplia variedad de disciplinas teóricas sobre los principios de las ciencias experimentales y de la ciencia social de la economía. Por otra parte, participó en el avance de la posición de las mujeres, al entrar ella misma en el grupo de pensadores que escribieron sobre los fundamentos teóricos de las ciencias que se impartían en las enseñanzas medias y en las universidades. Coadyuvó con su esfuerzo en la incorporación de las mujeres a la educación y al trabajo.
3. VIDA Y OBRA DE HARRIET MARTINEAU (1802-1876)
Harriet Martineau nació el 12 de junio de 1802 en la casa de Gurney Court, situada en la calle Magdalen de Norwich, una ciudad localizada al noreste de Londres. Vino al mundo en el seno de una familia numerosa de ocho hijos: Elizabeth, Thomas, Henry,, Robert, Rachel, Harriet, Henry Har riet, James y Ellen. E llen. Sus padres fueron Thomas Martineau y Elizabeth Rankin, ambos pertenecientes a la congregación de la Iglesia unitaria 4. Thomas Martineau fue un próspero hombre de negocios dedicado a la manufactura de ropas, profesión que permitió a la familia disfrutar de un nivel
4. Iglesia de raíces protestantes protestantes que rechaza la existencia del infierno, el ser humano está predestinado a la salvación. Niegan la idea de la Santa Trinidad y es una comunidad muy amplia y tolerante. En la tradición unitaria estuvo también Mary Ma ry Wollstonecraft. Wollstonecraft.
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de vida confortable. El apellido francés Martineau venía de sus antepasados hugonotes, que habían huido a Inglaterra escapados de Francia durante la persecución religiosa del siglo XVII. Harriet Martineau recordaba a su padre como un hombre afable y trabajador pero dominado por su madre, m adre, de la que no guardaba buen recuerdo. Elizabeth Rankin era hija de un re finador de azúcar de Newcastle, una mujer inteligente pero también arrogante y despótica. Harriet recordaba su niñez con tristeza, rememoránrememo rándola en su Autobiografía como una etapa de su vida que comenzó con el invierno (T (Todd, odd, 2002, 3). La familia Martineau se ocupó de dar una buena educación a los hijos, tanto a los chicos como a las chicas. Harriet y su hermano James, que llegó a ser un eminente teólogo unitario, fueron educados conjuntamente por los hermanos mayores. Henry les enseñaba redacción y aritmética, Elizabeth se ocupaba de la lectura y les ayudaba con los ejercicios, y su hermano mayor Thomas, al que reverenciaban, les enseñaba latín. James se libraba de aprender las enseñanzas complementarias dirigidas únicamente a las mujeres de la familia, coser coser,, bordar y las tareas caseras. Por suerte para Harriet, aprendía con agrado a coser y a bordar, tareas que llevaba a cabo con placer mientras las combinaba con la lectura de poesía. A los once años comenzó a acudir al colegio, bajo la tutela del honorable reverendo Isaac Perry, cuyos sermones le resultaban espantosamente tediosos, pero de los que obtuvo buenas enseñanzas. En esos años cultivó el francés y, sobre todo, aprendió a escribir y a estructurar la redacción en lengua inglesa con fluidez y claridad. Más tarde, dedicada profesionalmente a sus tareas literarias y periodísticas, no dudaba que el adiestramiento recibido en su juventud, en especial sobre las lecturas y las redacciones, le había permitido escribir con precisión y calidad en su madurez. La escritora George Elliot dijo de ella que era la única mujer británica que poseía el arte de la escritura escritur a (Todd, (Todd, 2002, 6).
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A los doce años Harriet Martineau empezaba una adolescencia más plena al tomar contacto con las tareas que le satisfacían en la vida: leer y escribir. Sin embargo, un nuevo problema vino a perturbar su tranquilidad y le acompañaría el resto de su vida. Empezó a perder la capacidad auditiva. Gradualmente sus oídos empeoraron, y a los dieciséis años era prácticamente sorda. La familia no quería ver el problema de Harriet y consideraban que la incomunicación aparente mostraba su falta de atención y se debía a que no ponía cuidado en las cosas. Ella recordaba fuertes dolores de oídos que poco a poco iban disminuyendo dismi nuyendo el volumen de su percepción auditiva, pero desarrolló un gran coraje que le hizo compensar con tesón su limitación acústica y no le restó capacidad para su trabajo y sus relaciones sociales. Utilizaba una trompetilla que se colocaba en los oídos para facilitar la comunicación con los demás. Contaba Harriet en su Autobio grafía que la sordera le había marcado positivamente a lo largo de su vida porque resultó ser el origen de un gran impulso de superación personal. Siendo una adolescente comenzó a ser una ávida lectora de periódicos, siguió la gran g ran victoria británica en la batalla de WaterWaterloo, en la que Wellington Wellington venció a Napoleón, así como c omo los debates sobre las leyes de granos en Gran Bretaña, que afectaba al precio del pan, elevándolo y provocando hambrunas entre los trabajadores. En 1818 se trasladó quince meses a Bristol para acudir a una escuela a continuar con su educación. Allí estudiaba duro, pero encontró mucho cariño en casa de su tía Kentish, que representaría una persona de toda su con fianza y con la que mantuvo una relación muy cálida y cercana durante toda su vida; aquella casa era un verdadero hogar en el que se sintió acogida. En Bristol los hermanos Martineau, Harriet y James, estuvieron bajo la supervisión de Lant Carpenter, educador y ministro unitario. Fue un periodo en el que Harriet recordaba haber recibido un importante bagaje intelectual bajo la in fluencia de su mentor, que la introdujo en la filosofía de David Hartley y en la tradi-
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ción intelectual unitaria a través de la figura de d e John Priestley Pri estley.. Por otro lado, Martineau conectó con el pensamiento de los filósofos radicales Jeremy Bentham y James James Mill. Harriet había crecido en Bristol mental y emocionalmente, estaba preparada para iniciar su carrera profesional de escritora escrito ra y desarrollar sus propias ideas, que quedarían re flejadas en una extensa obra escrita. En 1824 murió de indigestión su querido hermano Thomas y dos años más tarde también murió su padre, los dos cabezas de la familia. La mala suerte caía sobre ellos, no sólo tuvo que sobreponerse al fallecimiento de dos personas muy queridas para ella, sino que además ocurrió la quiebra de la economía familiar como consecuencia de la crisis desencadenada en Gran Bretaña entre 1824 y 1825, que había atrapado a los negocios manufactureros de su familia. Poco después, en 1827, murió también su prometido, John Worthington, un compañero de estudios de teología de su hermano James. Harriet se mantuvo soltera el resto de su vida, e incluso llegó a posicionarse en contra del matrimonio, en referencia a la desigualdad social que el vínculo matrimonial establecía entre los hombres y las mujeres de su época, como puede leerse en el capítulo III del libro Cómo observar. Moral y costumbres, publicado en 1838. Harriet había empezado a publicar esporádicamente desde los diecinueve años. En 1822 ya era colaboradora habitual de la revista unitaria denominada Monthly Repository, a cambio de cincuenta libras al año. En el número diecisiete de dicha revista, fechado en octubre de 1822, escribió un artículo titulado ‘La educación de las mujeres’, donde expuso que si en Inglaterra las niñas y los niños siguieran el mismo proceso educativo, el progreso de sus capacidades intelectuales sería el mismo (Polkinghorn, 1998, 15). Cuando la familia pasó algunos apuros económicos al final del año 1829, las mujeres Martineau, madre y hermanas, tuvieron que coser para ganarse la vida. Ella compatibilizaba la costura con sus contribuciones en el Monthly Mon thly Re pository .
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Durante esa época, tampoco ella gozó de una buena salud, sufría de dolores crónicos estomacales desde la niñez, pero desarrolló una gran actividad literaria, incluso escribió algunos poemas. Se refugió una temporada en Dudley Dudley,, una localidad cercana a Birmingham, en la casa de su hermano Robert, dedicado al igual que su padre al negocio de la manufactura industrial, y que en aquellos años ya había formado su propia familia. A Harriet le reconfortaba escribir y le hacía sobrellevar mejor sus penalidades. Fue precisamente durante su estancia en Dudley cuando leyó las Conversaciones sobre economía política de Jane Marcet. La lectura del libro le interesó hasta el punto de barruntar ella misma escribir sobre la producción y el comercio. Al igual que le había ocurrido a Marcet, le sedujo la idea de colaborar en la concienciación de la sociedad británica para orientar a la ciudadanía en sintonía con las reformas políticas y sociales que auspiciaran el desarrollo industrial. Las cuestiones referentes a la economía política polí tica habían captado tempranamente su atención. En 1827 publicó dos panfletos divulgativos sobre la industrialización y el “problema de la maquinaria”. El primero, titulado Los alborotadores; o un relato de los malos tiempos, y el segundo, El comienzo, o la paciencia de la mejor política, en ellos hablaba sobre la futilidad de las huelgas. Por estos y otros trabajos parecidos recibía una libra como pago, publicaciones que el editor vendía anónimamente por un penique. Martineau le contaba a Jane Marcet en una carta fechada en octubre de 1832 que había leído las Conversaciones de economía política “una y otra vez, con deleite, durante el año en el que el libro había caído entre sus manos”. Harriet, inspirada por el éxito notorio del libro de Marcet, gestó la idea de popularizar la economía política a través de historias noveladas, lo consideró la mejor manera de exponer las leyes de la producción, el intercambio, la distribución y el consumo de la riqueza. La doctrina económica que utilizó en sus novelas era la que estaba recogida en las obras de Adam Reposit ory,, Willi Smith y James Mill. El editor del Monthly Repository William am J. Fox, Fox, fue el que la puso en contacto con su hermano, Charles Fox, que
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nalmente editó la colección col ección de veinticinco novelas, bautizada en su conjunto como Ilustraciones de economía política. Su vida cambió de rumbo a partir del momento en el que le llegó el éxito editorial que la catapultó a la fama y a la popularidad desde 1832, año en el que comenzó a publicarse la colección. Desde entonces gozó de prestigio editorial e intelectual, que le permitieron alcanzar un nivel de vida holgado. Trasladó su residencia a Londres y se relacionó con la crema de la sociedad británica; entre sus amistades se contaban los parlamentarios Richard Monckton Milnes y Charles Buller, y la economista clásica Jane Marcet. La primera obra de la serie se tituló Vida en territorio salvaje, en la que relataba las peripecias de una colonia inglesa ubicada en Sudáfrica. En este primer libro destacaba el origen de los procesos de producción, desarrollados gracias a la especialización de la mano de obra y que, por tanto, requerían de la división del trabajo. Al hilo de la narración narració n se promovía la organización de la producción en fases y el posterior intercambio de las mercancías en los mercados. La última novela de la colección, La moraleja de muchas fábulas, recogía un compendio de argumentos sobre la potencialidad del crecimiento económico de la economía inglesa. Resaltó especialmente la importancia del avance tecnológico y del desarrollo del comercio internacional para encauzar la actividad de un país dentro de la senda del progreso económico y social. Fue una mujer culta y viajera. Entre 1834 y 1836 recorrió parte de Estados Unidos atraída por el espíritu libre americano y por el potencial de crecimiento que demostraba su economía. Visitó, entre otros lugares, Nueva York, Filadel fia, Baltimore y Washington. Conoció y trató a algunos líderes abolicionistas con los que hizo causa común, pronunciándose en contra de la esclavitud en múltiples ocasiones. Estas experiencias quedaron re flejadas en el libro La sociedad en América, publicado el año 1837. En 1839 inició un viaje por el Viejo Continente que interrumpió en Venecia por una dolencia de ovarios que la tuvo postrada y recluida durante cinco fi
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años en Tynemouth, un pueblo situado cerca de Newcastle. En 1844 fue tratada con mesmerism, un discutible tratamiento de tipo hipnótico, pero que en ella resultó muy efectivo. Recuperada de sus terribles dolores, Martineau fi jó su residencia en Ambleside, ciudad situada en el Distrito de los Lagos, allí se construyó una casa, The Knoll, y ese fue su hogar el resto de su vida. Entre los años 1846 y 1847 emprendió de nuevo un largo viaje por Oriente Próximo, Egipto y Tierra Santa. Las vivencias y las observaciones ocurridas a lo largo de su periplo de ocho meses de duración sirvieron para que escribiera La vida en Oriente. Pasado y presente, editado en 1848. En el año 1839 había publicado una novela que tituló Deerbrook, en tres volúmenes. Durante los años comprendidos entre 1852 y 1866 escribió habitualmente para el periódico Daily News, calculándose alrededor de 1.600 artículos publicados. Cuando volvió a caer gravemente enferma en 1855 y pensó que moriría en poco tiempo, decidió ser la intérprete de su propia vida de cara al público, y por ello comenzó a escribir su Autobiografía, aparecida un año después de su muerte, y su propio obituario. Falleció a la edad de 74 años, y según sus propios deseos, fue enterrada sin ritos religiosos. Murió en Ambleside Am bleside el 27 de junio de 1876. 3.1. La novela económica de Harriet Martineau La novedad que introdujo Martineau fue sacar a la economía política y su lenguaje del ámbito académico, con objeto de hacerlos accesibles entre la ciudadanía, que si tomaba conciencia de la importancia de la potencialidad de crecimiento del capitalismo británico del siglo XIX, participaría con entusiasmo en el esfuerzo común de la riqueza productiva del país, a la vez que se beneficiaría individualmente cada ciudadano como receptor de las rentas, consecuencia de sus aportaciones a la producción. Y así quedaba re flejado en el prólogo de la primera novela. El reto
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que se había planteado con la colección de los libros era popularizar los principios de la economía eco nomía política clásica entre el público no especializado. La colección de novelas estaba proyectada proyectada para aparecer menme nsualmente a lo largo de dos años, que finalmente fueron 1832 y 1834. No fue fácil para ella encontrar el primer editor de sus libros. Le fallaron los primeros editores irlandeses con los que había comprometido el primer ejemplar, ejemplar, a los que siguieron otros de Norwich que tampoco la secundaron. Y, como se ha comentado anteriormente, anterior mente, fue Charles Fox Fox el editor de sus libros. l ibros. Primeramente la edición era pequeña, sólo de cuatrocientos ejemplares, pero el éxito fue tan rápido que inmediatamente se hizo una reimpresión de dos mil ejemplares, y así hasta llegar a cinco mil volúmenes. Los libros, que habían sido editados en papel barato y en un formato sencillo, que cabían en un bolsillo, al poco tiempo, con la demanda creciente de ejemplares, cambiaron de diseño y se editaron con la cubierta de piel, tomos en los que se incluían dos o tres novelas agrupadas. Entre sus lectores entusiastas estaban la princesa Victoria, la duquesa de Kent, el poeta Samuel T. Coleridge, Charles Darwin y Thomas R. Malthus, que elogió con admiración la colección. Antes de comenzar la trama novelada, Martineau presentaba un conjunto de conceptos básicos de contenido c ontenido económico, que si bien para un conocedor de las leyes de la economía no eran necesarios, sí lo era en este caso, y se indicaban al principio de cada obra para evitar confusiones con el lenguaje cotidiano y para de finir con precisión algunos términos técnicos importantes en los que se centraba cada uno de los relatos. Por ejemplo, al principio del primer libro de finió el concepto de riqueza de un país y cómo puede aumentarse con el paso del tiempo. Para Martineau, y para los economistas clásicos, la riqueza material consistía en los bienes que se consumen, y podrían acrecentarse a través de dos vías: la elevación de la productividad física del trabajo y el aumento de
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la cantidad de trabajo existente. La única limitación que Martineau imponía al crecimiento de la producción era la inteligencia humana. En cuanto a cómo mejorar mejor ar la productividad física del trabajo, también se precisaba cuáles eran las rutas adecuadas: se hacía mejor el trabajo que ya era conocido conoci do o en el que se perseveraba, y se ahorraba tiempo de trabajo si se realizaba realiz aba siempre la misma tarea en vez de simultanear varias. Por otro lado, se economizaba trabajo si se utilizaba de manera combinada junto con la maquinaria, que acortaba el tiempo de producción y facilitaba la tarea a la mano de obra. Es decir, que la especialización y capacitación de la mano de obra, junto con los avances de la tecnología aplicados a la maquinaria, mejoraban enormemente los resultados de la oferta de bienes. Una vez definidos los conceptos económicos básicos que servían de esqueleto para la historia novelada, comenzaba el relato. La primera novela, titulada originalmente como Life in the Wilds5, fue traducida al castellano en 1836 con el título de La colonia aislada. En ella se trenzaba la economía con un relato novelado que explicaba la posición ventajosa de Gran Bretaña en el mundo. Para no alargar en exceso las etapas de la historia que explicaban la formación del capitalismo, y dado que se dirigía a un público desconocedor de la teoría económica, imaginaba una catástrofe en una colonia inglesa asentada en Sudáfrica. De esta manera, los colonos estaban familiarizados con el sistema mercantil británico del XIX, pero tenían que comenzar de cero la reconstrucción de la colonia, haciendo un paralelismo con lo que había ocurrido en la historia de Gran Bretaña. Los habitantes de la colonia eran conocedores, por tanto, de las técnicas de producción y de la organización empresarial, pero partían con los mínimos recursos disponibles. La calamidad se había desencade5. La traducción literal debería haber sido Vida en territorio salvaje.
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nado como consecuencia de un ataque inesperado de una tribu bosquimana, aborígenes asentados en la región colonizada por los ingleses. Los pasos sucesivos que permitían alcanzar de nuevo la prosperidad a una organización social y económica mostraban los escalones que históricamente se habían dado en el proceso de industrialización inglés. Todo comenzaba con el principio smithiano de la división del trabajo, que implicaba la especialización de cada individuo en una tarea productiva, de manera que todos estaban abocados al intercambio de los lo s mercados, nadie era autosu ficiente en una sociedad compleja. En la segunda novela, que tituló La colina y el valle, se presentaba al protagonista, el señor Amstrong, como un hombre mayor, rutinario, satisfecho de su existencia y reacio a recibir en su región a una nueva empresa siderúrgica. La vida de Amstrong estaba organizada casi totalmente fuera del mercado con una economía de autoabastecimiento. Con la instalación efectiva de la empresa, en la novela se desplegaba un proceso rápido de desarrollo comarcal, justificado en la contratación de la mano de obra local y en la llegada de otras empresas comerciales que se iban ubicando a la sombra del nuevo brote industrial. La historia no era completamente rosa y también surgían tensiones y huelgas, derivadas de la disminución salarial sobrevenida en la localidad como consecuencia de la pérdida de mercados por la competencia compete ncia del sector sector.. La moraleja de las dos novelas acababa mostrando las ventajas de la división del trabajo y de la industrialización, como consecuencia de los bene ficios obtenidos de la producción y distribuidos entre los ciudadanos, dentro del sistema económico basado en la libre empresa y en la competencia mercantil. En la primera novela se conseguía recomponer la colonia y acrecentar la producción gracias al esfuerzo conjunto de los colonos incentivados en la búsqueda del interés propio y en la superación personal, y en el segundo relato, la siderurgia finalmente quebraba, pero
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el señor Amstrong había abandonado sus prejuicios contra el desarrollo industrial del XIX. Mientras hubiera entendimiento entre los trabajadores y los propietarios todo marcharía bien, y en época de vacas flacas era importante la negociación de los intereses particulares, pero respetándose la mecánica del modelo de libre mercado: ajustes productivos asentados en la flexibilidad de precios y salarios o, al final, todos perderían con la quiebra empresarial. La colección de novelas terminaba con el libro La moraleja de muchas fábulas . Para cerrar el repertorio de libros eligió un ensayo de recorrido histórico en el que se repasaban las sucesivas etapas del progreso industrial en Inglaterra, con las ventajas derivadas del comercio internacional, que permitía a cada región o país especializarse en la producción de determinados bienes para lo que estaban mejor dotados, en función de los recursos disponibles en la naturaleza y en las capacidades industriosas de la mano de obra adiestrada. Por ejemplo, reflexionaba cómo el avance en la construcción de las viviendas, el paso de las chozas de adobe a las casas de ladrillos y luego a las mansiones de piedra, había desencadenado un conjunto de adelantos entre los que citaba a los fabricantes de ladrillo, los carpinteros, los vidrieros, albañiles, pintores, tapiceros, cerrajeros y los fabricantes de muebles. Un progreso que se había alcanzado gracias a la acumulación del capital y a la división di visión del trabajo (Gallego, (Galle go, 2005, 53). 3.2. Conclusiones de la obra de Harriet Martineau La obra de Harriet Martineau fue conocida y valorada por sus contemporáneos. En aquella época la economía política era una ciencia joven, conocida en los círculos financieros, entre los académicos universitarios y rápidamente aceptada en el entorno intelectual de la sociedad británica. Sin embargo, las clases medias y bajas, que representaban a la mayoría de la población, descono-
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cían completamente los principios teóricos del modelo capitalista. Martineau, al igual que había hecho previamente Jane Marcet, abrió las fronteras del conocimiento económico con sus novelas, y esa era la tarea que se había propuesto: concienciar a la población de la importancia que tenía, para todos, armonizar los intereses entre los propietarios y los trabajadores. El crecimiento económico que mostraba el modelo clásico no tenía otros límites que los de la inteligencia humana. Las dos novelas comentadas, Vida en territorio salvaje y La colina y el valle, fueron las que abrieron la colección, publicadas en 1832. La última novela de la serie, La moraleja de muchas fábulas, editada en 1834, repasaba los principios teóricos que habían inspirado todas las novelas, entre los que se destacaban la división del trabajo y la acumulación del capital, que representaban los dos raíles r aíles sobre los que se deslizaba el progreso industrial. novela ela de av aventuras, enturas, con mensajes Vida en territorio salvaje era una nov económicos claros y sencillos. En este libro, Martineau describía la metodología del modelo capitalista, asentado en la propiedad pri vada de los factores, una naturaleza humana tendente a la división del trabajo y al espíritu de empresa. El segundo libro, La colina y el valle, contaba una historia de localización industrial de la metalurgia del hierro. El mensaje de la novela era que la industria podía crecer rápidamente en una región, con los consiguientes efectos externos: formar una masa de trabajadores en torno a la industria y contagiar la prosperidad a otros sectores económicos. Sin embargo, las poblaciones preindustriales se mostraban reacias a cualquier tipo de cambio, como era el caso del personaje central de la novela, el señor Amstrong Amstrong.. El éxito editorial de las veinticinco novelas redundó en beneficio de la economía política como disciplina cientí fica, porque con estos libros salió del ámbito académico para popularizarse entre la ciudadanía. Lo que no se conoce se rechaza por omisión y,, desde luego, no se estudia. Sin duda, hay que achacar el mérito y méri to a Harriet Martineau, que acertó con el producto; pero también se
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puede pensar que la clase media de la Inglaterra del XIX estaba muy receptiva en querer conocer mejor los entresijos del capitalismo. Había optimismo, con fluencia de intereses entre los propietarios y los trabajadores, y también había ganas de afrontar las di ficultades de la movilidad ascendente en la posición social, que se podía conseguir con el esfuerzo del trabajo y el riesgo empresarial. El mensaje lanzado era muy positivo y esperanzador para el capitalismo británico.
4. VIDA Y OBRA DE MILLICENT GARRETT FAWCETT (1847-1929)
Millicent Garrett nació en el seno de una familia numerosa y de un alto nivel de vida. Su padre regentaba una próspera empresa dedicada al comercio de granos y al transporte marítimo en Alderburgh, Inglaterra. Su hermana her mana mayor, mayor, Elizabeth, fue la primera mujer británica que estudió medicina, y era la prometida de un notable profesor de Cambridge y parlamentario británico, Henry Fawcett. Elizabeth rompió su compromiso matrimonial con Fawcett, pero él continuó visitando a la familia, con la que mantenía una buena amistad. Pasado un tiempo, fue Millicent quien aceptó comprometerse con Fawcett, en el año 1866. En 1867, a la edad de 19 años, Millicent Garrett se casó con Henry Fawcett 6, diputado liberal independiente, catedrático de Economía Política en la Universidad de Cambridge, y quizás el más eminente de los economistas formados en la lectura y los debates que siguieron la publicación de las diversas ediciones de los Principios de economía política (1848) de John Stuart Mill en las décadas de 1850 y 1860. Amigo personal de Mill y a veces caricaturizado como mero vulgarizador de los temas económicos de 6. Para la vida y obra de Henry Fawcett Fawcett (1833-1884), véanse Stephen, Leslie (1885).
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Mill, en realidad Fawcett discrepaba bastante de las ideas de su amigo, siendo mucho más descon fiado de cualquier intervencionismo en economía por parte del Estado y mucho más ortodoxamente liberal que Mill, postura que encontrará enc ontrará un eco en las ideas económicas expuestas por su mujer mujer.. Fawcett era ciego, lo que obligaba a su mujer a convertirse durante los 17 años que duró su matrimonio, como ella misma cuenta en sus memorias, What I Remember (1924), “en los ojos y manos” de su marido. Aunque Fawcett tuvo secretario personal desde 1871, ella actuó de amanuense, lectora y ayudante para sus estudios y sus escritos y siempre estuvo con él en el Parlamento, leyendo y redactando para su marido ciego, leyéndole todos los documentos e informes o ficiales que un diputado necesariamente tiene que conocer, ayudándole a redactar sus discursos, y asistiendo constantemente en su apoyo en los debates parlamentarios. Así Millicent Garrett Fawcett presenció en 1867 el primer debate en el Parlamento británico sobre el sufragio femenino. Es de ella, en sus memorias (1924, 64-66) como testigo directo, la mejor descripción del momento de la intervención de Mill en el debate que empezó como un proyecto de extender únicamente el sufragio masculino a capas de la sociedad menos pudientes económicamente. Mill propuso sin éxito el sufragio universal a secas, no solamente masculino, es decir, dando el voto a las mujeres, con la estratagema de sustituir en el proyecto de ley la palabra “hombre” por la de “persona”. Millicent Garrett, aunque provenía de una familia ilustrada —su hermana mayor, Elizabeth, fue la primera mujer de Gran Bretaña en practicar la medicina—, había recibido una educación bastante rudimentaria y casera. Los primeros años de su matrimonio parecen haber sido una especie de curso acelerado ace lerado en ciencias políticas y económicas. Fruto de este proceso es la colección de artículos y ensayos que ella firmaba conjuntamente con su marido, Essays and Lectures on Social and Political Subjects de 1872, una colección de catorce estudios de los cuales ella e lla firma ocho. Si
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ella de verdad es autora de estos estudios —y aquí surge otra vez la misma polémica que vimos en la relación de la supuesta coautoría entre Harriet Taylor y John Stuart Mill de los Principios de economía política de 1848— o incluso coautora, demuestra a los 25 años una soltura en el manejo de la ciencia económica de su tiempo muy por encima de la de sus contemporáneas. Ya, Ya, en 1870, había publicado un texto introductorio de economía para adolescentes, Politica P oliticall Economy of Beginner Beginners, s, basado quizás en su propio aprendizaje en la ciencia, un éxito editorial que tendría una decena de reediciones en las siguientes décadas. Con un enfoque esencialmente milliano, pero más ortodoxamente liberal como co mo su marido, se atreve sin embargo a discrepar de Mill en varios puntos, sobre todo en cuanto al socialismo, donde Garrett Fawcett pone mayor énfasis en sus defectos e impracticabilidad, terminando el capítulo con una pregunta para sus alumnos: “Demuestre, tomando en cuenta las proposiciones anunciadas en este capítulo, que el capitalista es el verdadero benefactor de las clases asalariadas y no los despilfarradores o los que dan limosnas”. Es, sin embargo, en sus contribuciones a los arriba mencionados do nde Garrett Fawcett demuestra sus capacidades Essays de 1872 donde analíticas, en dos estudios económicos firmados por ella. El primero es una larga carta en forma for ma de ensayo publicada en el Times de Londres en diciembre de 1870 sobre los aspectos económicos de la gratuidad de la enseñanza e nseñanza pública. Apoyándose en Malthus, ella se opone a cualquier servicio público gratuito porque considera que en realidad no será gratuito, sino supondrá un aumento en la carga fiscal local, obligando precisamente a los más pobres a pagar más impuestos, con mayor peso todavía en el caso de los solteros y los que no tenían hijos. En un segundo ensayo, sobre deuda nacional y prosperidad nacional, Garrett Fawcett ataca al endeudamiento por parte de los Gobiernos Gobie rnos y el abusar de la venta de títulos de deuda pública como medio de financiación utilizando el argumento ricardiano de que cualquier endeudamiento público a largo plazo empeña injustamente a futuras generaciones. En
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segundo lugar, ella invoca la idea que nosotros conocemos como “crowding out”: la deuda pública absorbe capital que podría ser invertido más productivamente en el sector privado. Amén de un intento de escribir otro best seller como su Political Economy for Beginners, una colección de cuentos ilustrativos de las lecciones de economía a la manera de Harriet Martineau 7, los Tales in Political Economy de 1874, que no tuvo el éxito esperado, Garrett Fawcett Fawcett dejará de lado sus estudios económicos económi cos hasta finales de siglo. En estos años hasta su muerte en 1929 y sobre todo a partir de liberarse de los cuidados de su marido al fallecer éste en 1884, Garrett Fawcett se dedicó de lleno al movimiento sufragista británico, “absorbida en la tarea de sufragio”, en sus propias palabras, llegando a presidir durante doce años la National Union of Women’ omen’ss Suffrage Society, Society, la NUWSS (la Unión Nacional de Sociedades para el Sufragio Feminista), el ala moderada del movimiento. Lamentablemente, esto implicaba el casi abandono de sus estudios económicos, y su progresión como economista, tan prometedora, parece haberse quedado estancada, aunque de forma puntual pronunciaría unas conferencias sobre temas económicos en el Queens College de Londres en 1879 y 1889. En un artículo publicado en 1891 en el Economic Journal de Cambridge, Sidney Webb Webb,, un prominente socialdemócrata, socialdemóc rata, basándose en el análisis de información estadística recogido por la Sociedad Fabiana, que comparaba los salarios de los hombres con los de las mujeres, y los distintos tipos de trabajo desempeñados por los dos sexos, a firmaba que el tipo de trabajos desempeñado por mujeres era “inferior” que el de los hombres, lo cual se re flejaba igualmente en salarios inferiores. Garrett Fawcett, Fawcett, en un opúsculo publicado en la misma revista el año siguiente, discrepaba de tal afirmación (1892). Aceptaba que la productividad de las mujeres era más baja que la de los hombres, pero atribuía esto a la segregaEconomy, 18 tomos. Londres, 1832-1834. 7. Martineau, Harriet, Illustrations of Political Economy,
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ción laboral, al hecho de que a las mujeres sólo les era permitido dedicarse a ciertos trabajos mecánicos o triviales mal retribuidos. Pero aun cuando hay igual trabajo para hombres y mujeres, sus salarios siguen siendo desiguales. Esta situación se debía, según Garrett Fawcett, no solamente a la costumbre, o a prácticas discriminatorias, que las había, sino a la concentración conce ntración y sobreoferta de la mano de obra femenina en ciertas ocupaciones. Según ella, no hay que pedir la igualdad salarial entre hombres y mujeres, mujer es, sino remunerar la calidad del trabajo desempeñado. Cita el ejemplo de un colegio de Londres, donde un exceso de oferta de mano de obra femenina había dado como resultado la rebaja en los salarios de las profesoras contratadas, mientras la escasez de oferta de profesores masculinos había resultado en salarios más altos para ellos. Abunda en un ejemplo de otro colegio que decidió establecer la igualdad salarial entre profesores masculinos y femeninos, con el resultado de que, dado el exceso de oferta de profesoras, entre las cuales entonces el colegio podía elegir, las profesoras contratadas eran de una calidad muy superior, y mucho mejor cualificadas que los profesores contratados. Las profesoras debían de haber cobrado por lógica más que sus compañeros hombres. En cuanto al problema de la segregación segreg ación laboral, la respuesta adecuada es romper con las barreras de entrada al mercado de trabajo, una inversión en capital humano que permitiría a las mujeres el acceso a un mayor abanico de posibilidades de formación formaci ón profesional, intelectual y cientí fica, y así romper con el gueto de las tareas de bajo salario en el cual están recluidas las mujeres. Volverá Garrett Fawcett a este tema con una perspectiva algo distinta al final de la Primera Guerra Mundial. En un ensayo de 1917, The Position of Women in Economic Life, Life, argumenta Garrett Fawcett que el papel que habían jugado las mujeres en esta guerra, sustituyendo a los hombres ausentes en el frente en casi todas las tareas productivas en la economía, desde trabajar en las fábricas de municiones o en las minas de carbón hasta hacerse conductoras de autobuses o desempeñar mil distintos o ficios, había,
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en sus propias palabras, “destrozado la ficción de que las mujeres eran incapaces del trabajo cuali ficado”. Ataca la teoría de que los salarios de las mujeres eran bajos porque eran un mero complemento al salario familiar principal, el del marido. Urge a los sindicatos a ayudar a organizar y promover las reivindicaciones de las mujeres en el mercado de trabajo. En un cambio de opinión algo abrupto reclama para las mujeres igualdad salarial con el hombre, dado que la guerra había demostrado que ellas ya son igualmente e ficientes como los hombres. A igual e ficiencia, igual salario. Quizás el mayor interés en estas páginas es la utilización por parte de Garrett Gar rett Fawcett Fawcett de la idea de las barreras de entrada al mercado de trabajo que sufren las mujeres, idea tomada del comercio internacional. Retomando su postura de 1892, reclama Garrett Fawcett otra vez igualdad de oportunidad para las mujeres a todos los niveles, igualmente en el mundo profesional como en el mundo industrial. En una breve nota publicada en el Economic Journal de 1918, resume su postura así. Lo que las mujeres necesitan para conseguir la igualdad salarial con los hombres es “libertad de entrada a las industrias y o ficios cuali ficados y las oportunidades para una mejor formación profesional, además de la organización de las mujeres en sindicatos, o en los de los hombres, o en los suyos propios, y el poder político, es decir el sufragio femenino, para apoyar sus reivindicaciones industriales” (Garrett Fawcett, 1918, 4). 4.1. Conclusiones de la obra de Millicent Garrett Fawcett ¿Cómo debemos enjuiciar a Millicent Garrett Fawcett como mujer economista? Ella misma no concede mucha importancia a esta faceta de su formación: apenas hay referencia a sus estudios y publicaciones económicos en su detallado relato autobiográ fico escrito a final de su vida, en 1924, What I Remember, unas memorias donde ella destaca su importante papel en la larga lucha para conseguir el sufragio femenino en Gran Bretaña.
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En la primera etapa de sus publicaciones económicas de la década de 1870, sin embargo, Garrett Fawcett había sido una de las mujeres economistas mejor preparadas de su tiempo. Entonces, a la vez que continuadora de la tradición divulgativa británica ejemplificada por Jane Marcet y Harriet Martineau, demostraba, gracias probablemente a la in fluencia de su marido, y al mundo universitario y parlamentario en el que ambos se movían, ser una precursora de estas mujeres economistas británicas cientí ficamente mejor formadas de finales del siglo XIX, como Mary Paley Marshall o Clara Collet.
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APÉNDICE
1. Bibliografía Bibliog rafía cronológica de Jane Marcet Marcet con los títulos originales de sus principales publicaciones Conversations on Chemistry (1806). • Conversations on Political Economy, Economy, in which the elements of the science are familiarly explained (1816). •
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Conversations on Natural Philosophy, Philosophy, an exposition of the fi rst rst elements of the science for for very young children children (1819). • Conver Conversations sations on Evidences Evidences of Christia Christianity nity (1826). • Conversations on Vegetable Vegetable Physiolog y (1829). Bertha’ss visit to her uncle in England (1831). • Bertha’ • Essays (1831). John ohn Hopkin’s Hopkin’s Notions of Political Economy (1833). • J • The Ladies companion to the Flower Garden (1841). Conversations sations on the the History of Englan England d (1842). • Conver • Conversations on Language for Children (1844). Travels on the Railroad (1850). • Willy’s Travels • Rich and Poor (1851). •
2. Bibliografía cronológica de Harriet Martineau con los títulos originales de sus principales publicaciones of Poli Political tical Economy (1832-1834). • Illustrations of Taxation (1834). • Society in America (1837). • Retrospect of Wester esternn Travel Travel , 3 volúmenes (1838). • How to Observe. Morals and Manners (1838). • Deerbrook, a Novel , 3 volúmenes (1839). • Life in the Sick Room (1843). • Letters on Mesmerism (1845). • Eastern Life, Past and Present (1848). • Household Education (1849). Years’ Peace, Peace, 1816-1846 • History of England During the Thirty Years’ Illustrati strations ons • Illu
(1849). to the History of the Peace Peace (1851). • Letters from Ireland, from the Daily News (1852). • The Posi Positive tive Philosophy Philosophy of Comte Comte,, freely translated translated and condensed Introductio oductionn • Intr
(1853). • A
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Complete Guide to the English Lakes
(1855).
Rule in India, an Historical Sketch (1857). • Suggestions towards towards the Future Future Government of East India (1858). • Biographical Sketches, from the Daily News (1869). • Harriet Martineau´s Autobiog Autobiography raphy.. With Memorials by M. W. Chapman (1877). • British
3. Bibliografía cronológica de Millicent Garrett Fawcett con los títulos originales de sus principales publicaciones Economy for Beginners (1870). • Essays and Lectures on Social and Political Subjects • Tales in i n Political Economy (1874) • Political
(1872).
‘Mr Sidney Webb’s Webb’s article on women’ wome n’ss wages’ (1892), ( 1892), Economic Journal, volumen 5, nº 2, páginas 173-176. W. Harbutt • ‘The position of women in economic life’, in W. Dawson After-War Problems (1917). Journal,, volumen • ‘Equal pay for equal work’ (1918a), Economic Journal 109, nº 28, páginas 1-6. Contemporary ary Review, • ‘Equal pay for equal value’ (1918b), Contempor nº 114, páginas 387-390. • What I Remember (1924). •
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La liberación de las mujeres y la economía según Harriet Hardy Taylor Mill (1807-1858) Elena Gallego Abaroa
1. VIDA, ENTORNO TAYLOR MILL
SOCIAL E INTELECTUAL DE
HARRIET HARDY
Harriet Hardy nació el 10 de octubre de 1807, en la casa familiar que se encontraba ubicada en el número 18 de Beckford Row, una calle del sur de Londres, en Walworth. Su madre se llamaba Harriet Harrie t Hurst, y su padre, Thomas Hardy, Hardy, fue cirujano y ginecólogo de profesión, actividad laboral que le permitió obtener unos ingresos suficientes para financiar la l a educación de sus numerosos hijos: Thomas, Alfred, William, Harriet, Caroline, Edward y Arthur. Arthur. Según cuenta Hayek, Thomas Thom as Hardy era un hombre autoritario y de mal carácter, aspectos de su personalidad que pudieron favorecer el temprano matrimonio de Harriet Hardy, así como la posterior relación no muy cordial que mantuvo con sus padres. Se casó a los dieciocho años con su primer marido, John Taylor, el 14 de marzo de 1826, once años mayor que ella, del que tuvo tres hijos: Herbert, Algernon y Helen (Hayek, 1951, 23).
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John Taylor era un joven socio de la firma David Taylor & Sons, dedicada a la venta al por mayor de medicamentos, actividad que le reportó una posición próspera como hombre de negocios. Los Taylor pertenecieron a la Iglesia unitaria 8, y por otra parte, John Taylor Taylor simpatizaba con las propuestas de los políticos radicales. El cambio de vida familiar y social que supuso para ella el matrimonio produjo dos hechos inmediatos: evitó el control de su enérgico padre y entró en contacto con los unitaristas radicales 9. El matrimonio Taylor fi jó su residencia en el número 4 de Christopher Street, en Finsbury Circus, la casa quedaba cercana a la capilla unitarista de la que William J. J. Fox Fox era ministro. El nacimiento del primer hijo del matrimonio matrimoni o Taylor Taylor,, Herbert, ocurrió el 24 de septiembre de 1827. El segundo hijo, Algernon, al que llamaban Haji, nació el 2 de febrero de 1830, y su hija Helen, a la que apodaban Lily, vino al mundo el 27 de julio de 1831. No hay mucha información infor mación sobre la vida de Harriet Har riet Taylor Taylor,, si se exceptúa la que aportó John Stuart Mill en e n su Autobiografía, pero se conoce alguna descripción del per fil de su personalidad realizada por una hija de W. J. Fox en 1831, fecha en la que Harriet Taylor contaba 24 años. La niña la re fiere como poseedora de una belleza y de una gracia exquisita, de grandes ojos negros y con una dulce voz; era una mujer a la que sus hijos adoraban. Estas observaciones las amplió Hayek indicando que a la delicadeza de su figura se unían unas fuertes convicciones c onvicciones y emociones que la empujaron a rechazar las rigideces sociales y las rancias
8. Iglesia que rechaza la existencia existencia del infierno, el ser humano está predestinado a la salvación. Niegan la idea de la Santa Trinidad y es una comunidad muy amplia y tolerante. En la tradición unitarista estaban otras escritoras conocidas como fueron Mary Wollstonecraft Wollstonecraft y Harriet Martineau. 9. Los unitaristas radicales tenían influencias de la Iglesia unitaria y de los políticos radicales, eran favorables a la igualdad de derechos civiles y políticos y a la educación de las mujeres.
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costumbres de su época, en la que una mujer se encontraba bajo la tutela de los hombres como inferior intelectual y excluida de muchas actividades que ella hubiera deseado llevar a cabo (Hayek, 1951, 25). Sobre su educación no aparecen comentarios en ninguna de las fuentes utilizadas, de lo que parece razonable deducir que fue autodidacta. De estos primeros años de la vida de Harriet Taylor Taylor se conser van algunos breves escritos y unos pocos poemas, pero ninguno puede ser fechado con seguridad; aunque sí es conocida su colaboración esporádica en el Mont Monthly hly Repository 10, en el que se publicaron tres de estos poemas, titulados Written and Daybreak, To the Summer Wind y Nature, que pueden leerse en el Apéndice I del libro de Hayek, 1951, páginas 271 a la 274. Harriet Taylor conoció a John Stuart Mill, presuntamente en 1830, en una cena en casa de William Fox. Es conocida la fascinación mutua que sintieron al conocerse y el profundo afecto que les unió el resto de sus vidas. El círculo de amistades con las que Harriet Taylor mantenía una estrecha relación en esa época estaba formado por William Johnson Fox y las hermanas Eliza y Sara Flower. Fox era un buen orador, orador, pastor principal pri ncipal de la iglesia unitarista y editor del Monthly Repository, además llegó a ser miembro del Parlamento por el distrito de Oldham. Fox Fox se dio a conocer co nocer públicamente por la defensa cerrada que hizo desde la “Liga contra las Leyes de Granos” en favor de la libertad de comercio en oposición a las leyes de granos11. El reconocimiento reco nocimiento que Fox tenía entre
10. Periódico editado desde 1827 por William William Fox Fox con el objetivo objetivo de atraer atraer nuevos fieles a la Iglesia unitaria, en el que colaboraron personalidades importantes de la sociedad londinense, algunos políticos radicales y pensadores utilitaristas. 11. Discusiones teóricas que se llevaron a cabo desde 1816 hasta 1846, fecha en la que se derogaron las medidas proteccionistas que se habían defendido en Gran Bretaña para favorecer la producción interna de cereales frente a la apertura comercial. Ver Schwartz, Pedro, La “nueva economía política” de John S. Mill. Tecnos, Madrid, 1968, página pág ina 79.
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los filósofos radicales 12 le había valido la invitación para ser uno de los colaboradores del primer número de la revista Westminster Review, fundada por Jeremy Bentham y sus seguidores en 1824 y editada por primera vez en 1826. La revista resultó ser un e ficaz medio de expresión de las ideas políticas de John S. Mill y de sus compañeros filósofos radicales (Rossi, 1970, 34). Eliza y Sara Flower eran dos mujeres jóvenes, interesantes y atractivas. Eliza era una compositora de cierta distinción y Sara escribía poesía; habían perdido a su madre cuando eran niñas, y en el año 1829, 1 829, en el que murió su padre, William Fox Fox había sido designado el administrador de sus bienes. En 1830 Eliza contaba con 27 años y Sara con 25. En 1830 William Fox era un hombre de 44 años con un infeliz matrimonio que acabó en ruptura, separándose de su mujer en 1835, suceso que ocurría mientras se asentaba su profunda amistad con Eliza Flower, que además de ayudarle en sus tareas literarias, tras la separación matrimonial de su mentor se trasladó a su casa para encargarse de la administración del hogar. Ni que decir tiene el escándalo que supuso para la sociedad londinense del XIX observar una actitud tan poco convencional. Probablemente este acontecimiento estrechó la amistad entre Eliza F lower y Harriet Taylor, dada la posición en la que se estaba colocando Taylor, mujer casada y sin embargo devota amiga de John Stuart Mill, con el que se la veía con frecuencia. Existen cartas entre Eliza y Harriet Harrie t Taylor Taylor que demuestran la intimidad que tuvieron las dos amigas. Sara Flower se casó en 1834 con William Bridges Adams, un activo político radical que colaboraba con frecuencia en e n las páginas del Mont Monthly hly Repository y que se incorporó al círculo de amis12. En 1823 John John Stuart Mill y un grupo de jóvenes radicales crearon crearon la Sociedad Utilitaria inspirados en las actitudes de los filósofos franceses del XVIII. Sus objetivos eran participar activamente en la política y colaborar con escritos en la prensa británica para favorecer la reforma parlamentaria de Inglaterra.
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tades que frecuentaban Harriet Taylor y John S. Mill. Alrededor de este grupo de personas, cercanas a Harriet Taylor, también alternaban en las reuniones sociales otros escritores, asimismo colaboradores con el periódico unitarista; entre ellos estaban Harriet Martineau, amiga de William Fox y de su hermano Charles Fox, Fox, editor de sus novelas novelas,, y las hermanas her manas Gillies, Margaret y Mary. Margaret era pintora de miniaturas y Mary era novelista y una gran defensora de los derechos de las mujeres (Hayek, 1951, 27 y 28). En palabras de John Stuart Mill, el utilitarismo de Bentham cuestionaba cómo en asuntos de moral y de derecho era frecuente encontrar las expresiones como “la ley natural”, “la recta razón”, “el sentido moral”, “la rectitud natural”, etcétera, que no hacían más que ocultar dogmatismos sin ninguna razón justi ficativa de los hechos o sentimientos expresados a continuación. Mill consideraba que con el utilitarismo empezaba una nueva era en el desarrollo del pensamiento moral, apareciendo el principio de la felicidad en la moralidad de las acciones y de sus consecuencias (Mill, 1986, 84). Existían conexiones entre los utilitaristas y la congregación unitaria, de la que formaban parte varios discípulos de Jeremy Bentham; no era el caso de Mill, que fue un anticlerical, y sin embargo gran amigo de William Fox, con el que mantuvo una estrecha relación. La Iglesia unitaria es de una gran tolerancia incluso hoy en día, y en el siglo XIX acogía cómodamente a los filósofos radicales y a las primeras defensoras de los derechos de las mujeres. La sintonía que compartían unitarios y utilitaristas estaba en la propuesta benthamita de desear disfrutar del placer frente al dolor, y en esa búsqueda de la felicidad se encontraba el deseo de los unitarios de moverse en una sociedad menos convencional. Frente a metodologías tradicionales marcadas por estrechas rutas de razonamiento, concurrentes con una rígida estructura social, se encontraron utilitaristas y unitarios. Mill había recibido una férrea educación dirigida dirigi da por su padre, J James ames Mill. El joven Mill se consideraba a sí mismo una personali-
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dad “árida y una ruda máquina lógica”, como él mismo se de finió en su Autobiografía. Sin embargo, se sintió carente de desarrollo emocional y con di ficultades para entablar vida social, lo que le impedía alcanzar relaciones de intimidad intimi dad con los demás. Cuando contaba algo más de veinte años, el círculo social con el que Mill se relacionaba era un grupo de pensadores radicales entre los que estaban George y Harriet Grote, John Roebuck, Charles Buller, J Joseph oseph Hume, William Molesworth, Sidney Smith, Charles y Sara S ara Austin, Francis Place y Eyton Took, su amigo más íntimo (Rossi, 1970, 34). John S. Mill comenzó a trabajar en el año 1823 en la East Indian Company bajo la inmediata supervisión de su padre, con los años llegó a ser el director principal de la correspondencia con la India en el departamento de los Estados Indígenas, puesto que consiguió alcanzar dos años antes de su jubilación, en 1858. En el año 1826 John S. Mill pasó una profunda depresión, probablemente porque necesitaba desarrollarse emocional y personalmente, rompiendo la dependencia que se había forjado con respecto a la autoridad paterna durante toda su juventud. Su estado nervioso de decaimiento, como denominó a su depresión en la Autobiografía, fue superado volcándose en la lectura, en especial en los libros de poesía. En opinión de Alice Rossi, si esta crisis no se hubiera desencadenado, John S. Mill no habría pasado de ser un mero exponente secundario de las ideas de James Mill y de Jeremy Bentham, sus dos educadores. La amistad entre Harriet Taylor y John S. Mill marcó la vida de ambos a partir de 1831, para Mill supuso entrar en la madurez de su desarrollo emocional. El día que se conocieron Mill y Taylor, en casa de William Fox, había otros invitados presentes, entre los que se contaban dos filósofos radicales, John Roebuck y George John Graham, y la escritora Harriet Martineau. El apego entre ellos se a fianzó tan rápidamente que pasó a resultar algo perturbador, perturbador, tanto para las l as familias de ambos como entre su círculo de amistades. La descripción que hace Mill de ella en el
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capítulo VI de la Autobiografía, que titula ‘El comienzo de la más valiosa amistad de mi vida’, demuestra el enorme cariño y la profunda admiración que sentía hacia la personalidad y las cualidades intelectuales y emocionales de ella. En 1833 la situación personal de Harriet Taylor se complicó hasta el punto de provocar una separación matrimonial de seis meses, con objeto de meditar sobre la continuidad de su casamiento, propuesta que había hecho John Taylor Taylor con la esperanza de hacerla recapacitar y replantearse la relación con Mill. Sin embargo, John S. Mill y Harriet Harrie t Taylor Taylor ese año estuvieron juntos en París varias semanas en otoño, como se demuestra en las cartas que escribieron conjuntamente conjuntame nte a William Fox Fox y Eliza F lower lower.. Las cosas siguieron como estaban y la amistad entre ellos no dejó de progresar. Harriet siguió viviendo con su marido, mientras que J John ohn S. Mill residió en la casa familiar con sus padres y her manos. Su padre, James Mill, falleció en 1836. Mientras tanto, John S. Mill la visitaba tanto en su casa de Londres, donde residía John Taylor aylor,, como en la casa cas a de campo camp o que tenía te nía el matrimo mat rimonio nio Taylor, Taylor, en la que Harriet pasaba temporadas con su hija Helen. Cuenta Mill en la Autobiografía que la entereza del carácter de ella le hacía desdeñar las falsas interpretaciones que podían dar lugar sus visitas cuando estaba alejada de su marido, incluso cuando viajaban juntos ocasionalmente. Resaltó que su relación en aquel tiempo (primeros años de la década de 1840) fue únicamente de profundo afecto y con fidencial intimidad, y aunque no les importaban las convenciones sociales, sí cuidaban el decoro social de su conducta (Mill, 1986, 219). John Taylor murió penosamente de cáncer en 1849, primorosamente atendido por su mujer. mujer. En 1851 1 851 se casaron c asaron Taylor Taylor y Mill, en el mes de abril, en la O ficina de Registros de Londres. Lamentablemente, la salud de la nueva pareja era endeble, tanto Harriet como John padecieron accesos tuberculosos durante largos años, antes y después del matrimonio, lo que les hizo buscar con frecuencia lugares de clima benigno en Francia e Italia, y eso fue lo
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que hicieron en 1852, se trasladaron a pasar el verano a Francia. En otoño de ese mismo año se desplazaron a su residencia londinense en Blackheath Park, en las afueras de la ciudad, desde donde Mill viajaba en tren hasta su trabajo. A veces Algernon y Helen pasaban una temporada con ellos. Parte de la rutina de sus vidas ha quedado re flejada en la correspondencia de sus hijos. Por ejemplo, en una carta de Algernon se relata una escena familiar en la que Mill tocaba ocasionalmente el piano, únicamente cuando se lo pedía su madre. La música que ejecutaba era de su propia creación según la inspiración del momento, y el hijo la califica en la carta de singular y asombrosamente característica. Cuando terminaba la pieza, Harriet le preguntaba cuál había sido la idea inspiradora de la improvisación, porque el hecho de tocar era para a florar nuevas ideas (Rossi, 1970, 69). Se lamentaba Mill en la Autobiografía cómo aquella maravillosa época sólo le duró siete años y medio de su vida, le parecía imposible describir vagamente lo que supuso para él la muerte de Harriet Taylor Taylor,, suceso que ocurrió ocur rió el 3 de noviembre de 1858, en Avignon, camino de Montpellier Montpellier,, como resultado repentino re pentino de un ataque de congestión pulmonar. Incapaz de alejarse mucho de ella, Mill compró una casa cercana al cementerio donde estaba enterrada, en la que pasaban largas temporadas al año él y la hija de Harriet, Helen Taylor.
2. LAS REGLAS DEL DEL JUEGO JUEGO SOCIAL PARA LAS MUJERES EN EL SIGLO XIX
Las conductas y tradiciones que impregnaban a la sociedad británica del siglo XIX, referentes a las pautas de comportamiento mujeril, eran de un proceder cavernario, tanto dentro de la familia como fuera de ella. El clima político y social impedía a las mujeres acceder a la educación secundaria y a las universidades, bastaba con que aprendieran a leer y escribir y algunas cuestio-
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nes “propias de su sexo”, como bordar o tocar algún instrumento musical. El acomodo de su supervivencia económica, en la clase media alta, era el matrimonio o el convento, sólo las mujeres solteras accedían a algunos empleos como señoritas de compañía o maestras. Carecían de derechos legales sobre sus hijos y sobre sus propiedades, sin ninguna capacidad para gestionar su herencia, incluso en el caso de las viudas, que veían cómo sus bienes recaían sobre los hijos hij os varones y, y, en su defecto, sobre tutores administradores de la familia. Incluso se les negaba la anestesia en el parto porque la Biblia estipulaba que las mujeres debían parir con dolor y sufrimiento. En la mayoría de los casos, los matrimonios matrimoni os se concertaban en función de los intereses económicos familiares. Mientras tanto, Gran Bretaña se encontraba en la vanguardia mundial y en pleno desarrollo industrial. Los grandes economistas que habían a florado y la aparición de una nueva ciencia estaba en plena ebullición y en un proceso constituyente de las bases de una nueva disciplina cientí fica: la economía política. Entre los más representativos teóricos destacaban Adam Smith, David Ricardo y Thomas R. Malthus. Los nuevos economistas habían asentado la teoría del sistema productivo en tres robustos pilares: la propiedad privada, la libertad de elección de los individuos y el modelo dinámico de crecimiento económico emanado de la continua reinversión de los bene ficios empresariales, siempre estimulados a seguir acreciendo. En este siglo de avances mundiales, en especial para la clase masculina dominante, las mujeres se mantenían al margen del progreso económico y social, pero las aguas de sus inquietudes estaban empezando a revolverse y a cuestionar su deseo de participar, de manera activa, en la nueva sociedad capitalista. Las mujeres tomaron conciencia de su capacidad para elegir lo que más les convenía y se plantearon tomar las riendas de sus vidas, comenzando nada menos que con la exigencia de igualdad de derechos con los hombres. Desde el panorama del que partían las mujeres era difícil romper el círculo social dominante que las mantenía alejadas de
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la esfera política y social y, y, sin embargo, es en e n el siglo XIX cuando todo empieza a cambiar y cuando se inició una ola de demandas para comenzar el acceso a una mejor educación, al trabajo y el derecho a votar. Por primera vez en la historia, el año 1893, en Nueva Zelanda se reconoció el derecho al voto para las mujeres, seguido de Australia en 1902, Finlandia en 1906 y Noruega en 1913. En Gran Bretaña ocurrió en 1918 y en Estados Unidos en 1920. Aunque el reconocimiento del voto femenino sucedió entrado el siglo XX, excepto en el caso de Nueva Zelanda, es a lo largo del siglo anterior cuando se produjeron las discusiones políticas, luchas callejeras y convulsiones sociales que desembocaron en el sufragio universal.
3. EL FEMINISMO TEMPRANO DE HARRIET HARDY TAYLOR MILL
Las ideas de Harriet Taylor no pueden documentarse plenamente sino a través de la Autobiografía de John Stuart Mill, en la correspondencia que mantuvo a lo largo de su vida y que se conoce gracias a Hayek, y en tres ensayos de Taylor, que son los que sirven de referencia a este trabajo. Los dos primeros están escritos escri tos entre 1831 y 1832, uno sobre el matrimonio y el divorcio, que escribió para intercambiar ideas con Mill, que redactó simultáneamente otro ensayo ensayo sobre la misma cuestión. En el segundo escrito se refiref irió a la importancia de romper con el conformismo social. En este segundo ensayo se a firmaba la creencia de que no pasarían muchos años para que las mentes diáfanas se multiplicaran en número, abriendo el camino hacia una sociedad moralmente perfeccionada. Los dos ensayos fueron editados por Hayek en 1951, el primero está incluido en el capítulo denominado ‘Matrimonio y divorcio’ y el segundo se encuentra en el Apéndice II, titulado ‘Un ensayo temprano’. El primero está traducido al castellano y se puede leer en dos publicaciones diferentes españolas. En el año
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2000 fue incluido en el libro li bro Ensayo sobre la igualdad de los sexos de la editorial Antonio Machado Libros, que además contiene el interesante estudio sobre la relación intelectual entre Harriet Taylor y John S. S. Mill de Alice S. Rossi, prologado por Victoria Camps y con un apéndice de Emilia Pardo Bazán. La segunda traducción es del año 2001, recogida en Ensayos sobre la igualdad sexual, editada en Cátedra y con un estudio introductorio de Neus Campillo. El tercer ensayo que aquí se analiza es el más extenso y el más conocido de Taylor, titulado La liberación de las mujeres, publicado originalmente en 1851 en la Westminster Review y que se va a comentar más adelante. Este ensayo fue recuperado por Alice S. Rossi en 1970 y también se encuentra traducido en las dos publicaciones citadas anteriormente y, asimismo, está recogido íntegramente en el libro de Mujeres economistas 1816-1898 , editado por Delta en el año 2005, traducido por María Olaechea y con una introducción de Elena Gallego Abaroa. Los principios utilitarios impregnaban el pensamiento de Taylor, especialmente en los argumentos que desplegaba sobre los derechos de igualdad, libertad y de autodeterminación de las mujeres, deseos embebidos en alcanzar una vida más plena y satisfecha, dirigidos a conseguir cotas de mayor felicidad personal. Para abundar sobre esta cuestión planteada asumía que las mujeres, como seres humanos que son, podían valorar sus propios sentimientos. A lo que añadía que, como cualquier otro individuo, merecían decidir sobre su felicidad. Insistía Taylor en que ningún ser humano debía disponer sobre otro. Así lo indicaba en el último párrafo del ensayo sobre el matrimonio y el divorcio, cuando especi ficó la necesidad de las mujeres en cultivar y desarrollar sus percepciones vitales, “¿no hemos nacido con los cinco sentidos, meramente como fundamento para otros que podamos crear con ellos? (Pujol, 1995, 85). Una crítica razonable que se le hace a Harriet Taylor desde la posteridad discute la relevancia de sus aportaciones dada la escasez de la obra escrita que tiene, y la necesidad de recurrir a
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la palabra de John S. Mill para medir, con generosidad, la talla intelectual de Taylor. En este trabajo se recibe con naturalidad el mensaje de Mill y, y, por tanto, se acepta la colaboración intelectual de los esposos en las obras que se indican en la Autobiografía: el ensayo Sobre la libertad y el capítulo VII del Libro IV de los Principios de economía política.
Si se admite que la talla intelectual de Taylor era apreciable a pesar de las escasas publicaciones, resulta relevante que el trabajo de mayor extensión y profundidad, por el que estuvo dispuesta a escribir y a reconocerlo como propio, comenzara con una exposición de conclusiones de una convención americana en la que se solicitaba el voto para las mujeres y para los hombres de color. Harriet Taylor demandaba la igualdad de derechos para hombres y mujeres en todos sus mensajes, pero hablaba del voto de las mujeres con especial atención y riqueza argumentativa en el ensayo de 1851. Taylor, como decía Mill, tenía la cualidad de adelantarse a los tiempos en los que vivía, y resultó que con este artículo fue una de las primeras mujeres en la historia que apuntaron a la igualdad ciudadana sin distinción de sexos, exigiendo el derecho a votar. votar. Su actitud dejó una huella tan profunda en el pensamiento de John S. Mill que fue éste el primero en solicitar en el Parlamento británico el voto para las mujeres en el año 1866, época en la que fue parlamentario. Su solicitud fue rechazada sin mucho apoyo apoyo en la Cámara de los Comunes. Una relevante economista del XIX estuvo presente ese día en la tribuna de invitados, Millicent Garrett Fawcett, esposa de Henry Fawcett, discípulo de Mill, profesor de Cambridge y también parlamentario británico. El impacto que tuvo sobre ella el discurso de Mill provocó el entusiasmo político de Garrett Fawcett, que además de trabajar en favor de la reelección de Mill en el Parlamento, cosa que no ocurrió, llegó a ser la presidenta de la Unión Nacional de Sociedades de las Mujeres Sufragistas entre los años 1907 y 1919, por lo que tuvo la satisfacción de ver reconocido el voto a las mujeres en el año 1918 en Gran Bretaña.
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La campaña feminista visible y efectiva en apoyo de la demanda del sufragio universal había cobrado fuerza en 1903 con la creación de la Unión Política y Social de las Mujeres, grupo formado por Emmeline Pankhurst y su hija Christabel, que inundaron de pan fletos las calles y el Parlamento británico y que se echaron a la calle, organizaron piquetes y llegaron a estar encarceladas (Offen, 2007, 16). En La liberación de las mujeres arrancaba Taylor con una exposición vibrante sobre las cuestiones discutidas en una reciente con vención sobre los derechos de las mujeres, celebrada en el Estado norteamericano de Massachusetts en el mes de octubre del año 1850. En esta populosa convención, según rezaba el New York Tribune, habían unido sus fuerzas las mujeres y los líderes afroamericanos para luchar juntos contra la discriminación sexual y racial, o la aristocracia del sexo y del color, como lo denominó Taylor. La primera de las seis resoluciones adoptadas por la convención se refería a los derechos que tiene todo ser humano a expresar sus opiniones y a participar directamente en la elección de los políticos gobernantes. En la segunda resolución se decía literalmente: “Las mujeres tienen derecho al voto y a ser consideradas elegibles para cargos públicos..., y que toda persona que a firma representar a la humanidad, la civilización y el progreso de los tiempos, está obligada a defender la bandera de la igualdad ante la ley, ley, sin distinción de sexo o color”. Los argumentos que esgrimió en su ensayo para desmontar las tesis antagonistas que taponaban la liberación de las mujeres giraban alrededor de tres ejes: la maternidad, la incorporación al mercado laboral y el endurecimiento del carácter. carácter. Decía Harriet Taylor en el ensayo que “no es necesario ni justo imponer a las mujeres la obligación de ser madres o nada”. Para esclarecer su proposición exponía unos argumentos tan sencillos como aplastantes. Simplemente dijo, “cuando la incompatibilidad es real se resuelve por sí misma”. Cali ficó de gravemente injusto utilizar la doctrina de la imposibilidad de encaje entre
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la vida familiar y el trabajo para desposeer a todas las mujeres de su potencial laboral, cuando no se legislaban incompatibilidades para los profesionales masculinos. Continuando con la misma cuestión, le resultaba controvertible ofuscarse en esta tesis te sis para el caso de las mujeres solteras, condenadas a la nada, contra las que se solía argumentar que su posible incorporación incor poración al mundo profesional podía aumentar peligrosamente la competencia, haciendo bajar los salarios. En una madeja de frases elocuentes, introdujo la importancia de ampliar la educación que recibían las mujeres con el fin contrario al que sus detractores proponían. El objetivo debería ser capacitarlas mejor, abriéndoles las puertas de la educación para romper su dependencia económica del matrimonio y que la maternidad no fuera el único camino de su supervivencia. El tiempo le ha dado la razón como se ha comprobado en la evolución social y económica del mundo occidental. Sobre el curioso argumento de la peligrosidad que corrían las mujeres de endurecer su carácter si salían del corralito familiar familiar,, ella misma situó dicha proposición en una época anterior y anticuada para la sociedad británica del XIX. A pesar de ello, y considerando que todavía subsistían creyentes en la necesidad de preservar a las mujeres de la insensibilidad y del egoísmo que corrompe a los hombres en el mundo de la política y de los negocios, señaló algunas re flexiones. De nuevo recurrió a explicaciones sencillas e inequívocas, “en las presentes condiciones de vida, no sabemos dónde se hallan esas influencias negativas a las que están sometidos los hombres y exentas las mujeres..., y cuando esa presión es excesiva quiebra el espíritu y entumece y agria los sentimientos, tanto de las mujeres como de los hombres, puesto que ellas no sufren menos que ellos a causa de esos males”. Lo extraordinario de esta cuestión es que resultaba conveniente conveniente preservar a las mujeres de las malas in fluencias del mundo con el fin de contrapesar las maldades masculinas, y así impedir empeorar a los hombres en una degeneración social inhumana. Las mujeres, en su inactividad profesional, resultaban ser una reserva espiritual para el reposo del guerrero. guer rero.
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4. CONTRA EL CONFORMISMO Un ensayo temprano fue escrito por Taylor en 1832. Es una re flexión
sobre la férrea moral convencional impregnada de conformismo, al que cali ficaba como la raíz de toda intolerancia. La opinión social dominante de su época la consideró un poder fantasmal, donde la mayoría de las mentes débiles se oponían a unas pocas mentes fuertes, con el objetivo de conseguir aplastar cualquier manifestación de independencia al margen de la moral dominante. El remedio lo encontraba en permanecer incólumes y su ficientemente fuertes, en solitario, y así conocer el placer de la autosu ficiencia. Si se concebía y permitía que la gente tuviera alguna sospecha de que los líderes sociales podían ser cuestionables, en el sentido de retrógrados, el siguiente escalón que el grupo de seguidores podría alcanzar sería abandonarle y abrir sus mentes hacia otras posibilidades más enriquecedoras, de manera que cada uno de ellos se dejara guiar por su propia luz (Taylor, 1832, 276). Retomaba esta idea en La liberación de las mujeres, y comentaba la inconsistencia de presuponer la conveniencia de instituciones y de prácticas sociales por la simple rutina de ser habituales, cuando de hecho su existencia podía atribuirse a otras causas, como históricamente había ocurrido con la sumisión atávica deri vada de la fuerza física. No era aceptable un prejuicio rati ficado en sí mismo con frases que apelaban a sentimientos preexistentes, y así ocurría en el caso del sometimiento de las mujeres, a las que se las emplazaba en el entorno entor no familiar, familiar, condenadas a la vida pri vada y doméstica. No era admisible que una parte de la especie humana pudiera decidir sobre la otra, sino que la esfera propia de todos debía desarrollarse con una total libertad de elección (Taylor, 2005, 94-96). En el pensamiento de Taylor era insistente el desespero que le producía enfrentarse con argumentos ancestrales cuyo mérito consistía en permanecer recurrentes en el tiempo: lo que ha sido
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así, así debe de continuar. continuar. Rechazaba las costumbres de una aristocracia dominante que dirigía la sociedad de su tiempo y de la que quería separarse. No existían verdades absolutas, y por eso las mentes honestas incluían la tolerancia hacia las nuevas ideas y las nuevas costumbres como base del conocimiento. conoci miento.
5. EL MATRIMONIO Y EL DIVORCIO
La concatenación de las ideas de Taylor tenía un nexo común en el que se traslucía el continuo deseo de liberar a las mujeres de las cadenas más opresoras de la sociedad que le tocó vivir, y el corazón de la cuestión se explicaba por la dependencia económica de las mujeres, característica primordial de las relaciones matrimoniales que determinaban la supervivencia femenina. En este marco, el matrimonio y el divorcio reclamaron su atención, analizados con el mismo prisma que los demás asuntos observados anteriormente, que no era otro que a florar los derechos de las mujeres y su capacidad para tomar decisiones sobre sus vidas, en libertad y en igualdad con co n los varones. Para entrar en esta parte de las propuestas taylorianas se entresacan sus observaciones del ensayo que escribió en 1831, junto con el que compuso simultáneamente Mill. En esta ocasión también recurrimos a John S. Mill porque ha dejado información infor mación más pormenorizada que ella y muestra el contrapunto de una realidad social conformada en la moral dominante. Al comenzar Mill con la redacción de las palabras que ella le ha pedido para que emergieran sus opiniones sobre esta cuestión, consideró el asunto de alcance para sus vidas, porque de todos los temas vinculados con las instituciones humanas era el que tenía más m ás relación con la felicidad de ella. Además, Mill indicaba que su exposición se había realizado sin las sugerencias de Taylor, pero que le había solicitado “poner por escrito para mí lo que ha pensado y sentido sobre
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el mismo tema, y allí aprenderé todo lo que he, y ciertamente lo que no he, descubierto por mí mismo” (Mill, 2000, 91). Las disquisiciones de Taylor localizaban los vicios de la institución matrimonial en la desigualdad legal y social de la relación entre los cónyuges, provocados por la carencia educativa de las mujeres y por los hábitos de dependencia económica imbricados en las relaciones familiares. A firmaba Taylor: “A la mujer se la educa para un único objeto: ganarse la vida casándose (y algunos pobres espíritus lo consiguen sin necesidad de ir a la iglesia; es lo mismo: no parecen ser ni una pizca peores que sus respetadas hermanas). Casarse es el objetivo de su existencia, y cuando lo han conseguido dejan de existir por lo que respecta a cualquier cosa digna de ser llamada vida o cualquier finalidad provechosa” (Taylor, 2000, 109). Taylor consideró que en una sociedad avanzada en la que se concibiera la igualdad de derechos entre todos los individuos, las leyes leyes del matrimonio serían prescindibles hasta el punto de que nadie elegiría legalizar el casamiento. Mientras tanto, había que arbitrar alguna solución para remediar los males del matrimonio, y es en e n este punto donde consideró la conveniencia del divorcio, no permitido en e n Gran Bretaña cuando se redactaron los escritos de Taylor Taylor y Mill. Taylor propuso un divorcio concertado razonablemente entre los esposos, basado en el supuesto ingenuo de ¿quién desearía que otro permaneciera con él en contra de su deseo? Su respuesta fue que nadie con juicio cabal pretendería ni desearía desearí a oponerse a la separación. Propuso no menos de dos años de duración como tiempo razonable para deshacer el matrimonio, estableciendo de esa manera un periodo prudencial para recapacitar antes de estar en posición de contraer nuevas nupcias, pero con la certeza legal de la efectividad de la desunión desde el comienzo de la decisión de la ruptura matrimonial, salvo que durante el tiempo marcado se retirara la petición. A lo que añadió entre paréntesis: “¡Con sólo hablar de ello ya tengo ganas de un abogado! ¡Oh, qué absurdo y mezquino es todo ello!”.
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La manera de abordar la di ficultad añadida de un divorcio con hijos lo resolvía bajo el supuesto de libertad de acceso de las mujeres a la educación y al trabajo, descargando en su análisis a las mujeres de la dependencia económica del marido. En una sociedad donde se concibiera el matrimonio en igualdad de derechos para ambos cónyuges, las mujeres compartirían los gastos derivados del mantenimiento y de la educación de los hijos, a lo que añadió que, en ese caso, ellas tendrían interés en tener menos hijos obligadas a re flexionar sobre la manera de sustentarlos. En un repentino giro de redacción cambió de tema cuando terminaba su ensayo para disertar sobre el amor, considerándolo como la expresión de todo lo mejor y lo más bello que hay en la naturaleza humana. Se dirigió directamente a Mill, cali ficándole como “el más digno apóstol de todas las supremas virtudes”, para que fuera él el encargado de enseñar al mundo que a más calidad del goce, mayor será la cantidad del mismo, y mostrar a los demás el camino de la verdadera igualdad entre los sexos. Mill era un hombre de una formación exquisita y compleja que gozaba de reconocimiento intelectual en la sociedad británica del XIX. Probablemente, una parte importante de la fascinación que provocó en Taylor su famoso amigo estuvo comprendida por la profundidad de sus meditaciones y la capacidad de razonamiento lógico y ordenado que poseía para abordar las cuestiones sociales. En la esperanza de Taylor estaría interesar a Mill en las materias referentes a los derechos de las mujeres, con el objetivo obje tivo de canalizar conjuntamente sus pensamientos y conversaciones para darles un mayor eco social. En cuanto a las ideas expresadas por Mill en 1831 sobre el matrimonio y el e l divorcio, fueron mucho más convencionales que las de Taylor, sobre todo en referencia a la incorporación laboral de las mujeres, pero la estructura del ensayo es magistral en cuanto a los peldaños que construye para terminar apuntando que la disolubilidad del matrimonio es un camino hacia la igualdad de los esposos (Mill, 2000, 108). Las ideas que del ensayo se
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desprenden son muy favorables al respeto mutuo en las relaciones matrimoniales y a la emancipación de las mujeres de las opresoras costumbres de la sociedad de su época. En la literatura especializada sobre la cuestión debatida sobre el matrimonio y el divorcio en Taylor-Mill, se asume que ella era más radical que él en referencia al abordaje del mercado de trabajo, pero en opinión de Evelyn L. Forget, es demasiado sencillo quedarse en esa simple diferencia sobre la radicalidad radic alidad de sus opiniones, y lo adecuado es contextualizar el debate sobre el mapa social del desarrollo industrial del XIX. Para Forget, Mill estaba preocupado por la condición miserable de los pobres, y es sobre este supuesto sobre el que razonaba, temeroso que la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo deprimiera los salarios y pudiera perjudicar a la economía familiar de la clase trabajadora (Forget, (Forget, 2003, 306). En coherencia con sus pensamientos, en el año 1851, en el que contrajeron matrimonio Mill y Taylor, Mill redactó una declaración personal en forma de promesa, mostrando su compromiso de igualdad en la relación con c on Taylor Taylor,, dadas las restricciones legales a las que estaban sometidas las mujeres en el momento del casamiento y que recaerían sobre Taylor una vez contraído el matrimonio. En su declaración expresaba por escrito su “protesta formal contra la actual ley del matrimonio y su promesa solemne de no hacer uso de los poderes que la misma le con fiere” (Rossi, 2000, 67).
6. LAS CUESTIONES ECONÓMICAS HARDY TAYLOR MILL
EN EL PENSAMIENTO DE
HARRIET
Sobre las opiniones de Taylor que recayeron directamente en asuntos económicos hay dos grandes apartados. El primero hace referencia a la dependencia de pendencia de las mujeres de la economía familiar familiar..
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En este caso se retoman algunas opiniones extraídas del ensayo La liberación de las mujeres, en concreto las que tienen relación con la educación, por el efecto que provoca sobre la formación de la mano de obra y la incorporación de las mujeres al trabajo. Ambos aspectos en su discurso derivaron hacia varios comentarios sobre la competencia salarial. En el segundo apartado se presentan las opiniones de Taylor de carácter más general, sin distinción de sexos, y se refiere a la teoría de la distri bución del producto y a las relaciones de producción entre jefes y subordinados. Para desarrollar este segundo elemento se inter pretan los contenidos del capítulo VII del Libro IV de los Principios de economía política, firmado por John S. Mill y editado originalmente en 1848. El motivo que permite fundamentar las opiniones de Taylor en dicho libro se debe al reconocimiento que hizo Mill de la autoría de Taylor de los citados contenidos en su Autobiografía . 6.1. Sobre la economía familiar Taylor renegaba de la organización familiar de su época. Su rechazo se fundamentaba en la subordinación de la mitad de la especie humana con respecto de la otra mitad: las mujeres dependientes de padres, maridos y hermanos. Consideraba que la idea predominante de la virtud había sido de finida por la clase dominante y, lamentablemente, la mayor virtud de las mujeres era medible en una falsa lealtad a los hombres, según un código moral en donde las gracias y las obligaciones convenientes de ellas se medían por la abnegación, la paciencia, la resignación y la sumisión al poder masculino que demostraban en todo lo relativo a su comportamiento social. Según Taylor, “el poder se erigía a sí mismo como el centro del deber moral, según el cual a un hombre le gustaba tener voluntad propia, pero no le gustaba que su compañera doméstica tuviera tuvie ra una voluntad distinta a la de él” (Taylor, 2005, 103).
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A pesar de la legitimidad del poder arbitrario masculino, el progreso había mostrado algunas mejoras en los sentimientos morales de la humanidad, y resultaban algo esperanzadoras las ideas de Taylor cuando observaba algunos avances sociales en la contraprestación de las obligaciones familiares de los cónyuges. Era práctico que los hogares fueran cada vez más un centro de interés para todos, hombres y mujeres, en el que las circunstancias domésticas representaban una parte importante de la vida y de sus placeres. La mayor intensidad y mejor calidad de la vida familiar estaba favoreciendo la cercanía entre los dos sexos. No obstante, la escasa educación de las mujeres y sus limitadas actividades fuera del entorno familiar familiar,, en opinión de Taylor Taylor estaba empequeñeciendo la masculinidad, debido a las relaciones desiguales de un compañerismo que se establecía entre un marido educado y una mujer sin formación intelectual. La tristeza de sus palabras se encontraba en la consideración de que su análisis se refería a la normalidad social, donde la situación de dependencia de la mujer resultaba desmoralizante para la evolución intelectual de los dos cónyuges. La solución que Taylor propuso le hizo entrar en colisión con los reformadores moderados mo derados de la educación de las l as mujeres, cuyo cuyo objetivo era diseñar una enseñanza su ficiente para mejorar la calidad de la vida de los maridos y de los hijos si contaban con madres y esposas aleccionadas en hacerles la vida más agradable. Para Taylor Taylor la compañía com pañía intelectual bene ficiosa era la que se establecía entre mentes activas y no entre una activa y otra pasiva. Por tanto, lo adecuado era formar a las mujeres en el desarrollo intelectual profundo, de manera que tanto los hombres como las mujeres saldrían bene ficiados. El acceso a la educación no sólo era provechoso por la mera satisfacción personal del desarrollo intelectual que conlleva para cada persona, sino que en igualdad con los varones, las mujeres podrían acceder a un empleo al haber adquirido una formación profesional adecuada a sus capacidades y a sus preferencias personales, rompiendo su atávica dependencia económica.
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La incorporación de las mujeres al empleo contaba con una fuerte oposición, justi ficada en el argumento del peligroso aumento de la competencia laboral como consecuencia de la entrada en el mercado de trabajo de una cantidad excesiva de trabajadoras, cuyo efecto inmediato provocaría provocaría una caída salarial, perjudicando con ello a los ingresos de las familias que, en contra de lo esperado, verían reducida la renta del conjunto familiar familiar.. Taylor replicaba en su ensayo con diferentes razonamientos. El primero refutaba la peor de todas las suposiciones: suposicio nes: la ganancia familiar conjunta del marido y la mujer no superaría la renta familiar original (en la que los ingresos estaban conformados únicamente por el cabeza de familia masculino), y como consecuencia de la excesiva mano de obra en el mercado laboral se produciría la bajada de los salarios. Implicaba, en su opinión, una hipótesis muy exagerada, pero en cualquier caso, aceptándola como punto de partida, era in finitamente preferible que una parte de los ingresos familiares fueran obtenidos por las mujeres, consiguiéndose con ello una relación más igualitaria entre los esposos, soslayando toda forma tiránica y despectiva de dependencia, dependenci a, que reparaba la condición de sirvienta de la mujer elevándola a la de socia del marido (Taylor (Taylor,, 2000, 2000 , 100). En cuanto a la reducción salarial, consideraba que mientras la competencia fuera la norma nor ma general de la vida humana, resultaba una tiranía excluir a la mitad de los competidores de cualquier trabajo útil que se pudiera hacer a cambio de un salario. Como buena economista, a Taylor no le preocupaba la competencia en igualdad de condiciones de los agentes que acuden al mercado. Mientras que permitir el acceso de las mujeres a los empleos monopolizados por los hombres tendería a la quiebra del monopolio, y por tanto a bajar determinadas remuneraciones (Taylor, 2005, 100). Introdujo un comentario final sobre la in fluencia económica y social proveniente de la mano de obra femenina incorporada al mercado de los profesionales laborales, una última observación
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enlazada a los bene ficios derivados que la recepción de mujeres provocaría en auxilio de la mano de obra infantil, materia sobre la que consideraba adecuado establecer algún tipo de legislación para proteger a los niños de la explotación laboral. 6.2. Sobre el futuro de los trabajadores Cuenta Mill en la página 235 de su Autobiografía, refiriéndose a Taylor: “El primero de mis libros en que su participación fue evidente fue Principios de economía política... El capítulo de la Economía política que ha tenido más in fluencia en la opinión pública —el que habla del probable futuro de las clases trabajadoras— se lo debo enteramente a ella. En el primer borrador del libro, li bro, ese capítulo no existía, y ella me indicó que un capítulo así era necesario, y que el libro quedaría imperfecto sin él”. Explicaba también que el capítulo fue una exposición de los pensamientos de Taylor aylor,, algunos escuchados de sus propios labios. Si bien, dijo Mill, no hay aportaciones de Taylor en la parte cientí fica que se re fiere a la teoría de la producción y del intercambio en los mercados, sí están sus aportaciones en lo referente a la teoría de la distribución de la riqueza. En este contexto de colaboración intelectual entre Mill y Taylor, se observa cómo en el citado capítulo, referente al futuro de los trabajadores, se engarzaba la idea de mejorar la distribución de las rentas, apareciendo con ello reglas morales de comportamiento económico de los agentes. Se admitía que la distribución de la riqueza estaba sometida a determinadas leyes que se hallaban sujetas a condiciones que dependían de la voluntad de los lo s hombres. Estas condiciones estaban inmersas en la estructuración de las instituciones y de la costumbre, influyentes ambas en la estimación de los salarios, los beneficios y las rentas. Para conocer los mecanismos de la distribución de las rentas era necesario advertir una concreta organización social y productiva; tratadas ambas en los Principios de economía política como generalizaciones meramente provisionales, pero
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que podían ser alteradas por el progreso y otras mejoras sociales (Mill, 1986, 236-237). Una variación del libro de Mill con respecto a las obras de otros autores clásicos sobre esta cuestión fue la consideración de proponer cambios en la estructura jerárquica productiva tradicional, por considerarla inhumana y superable. La propuesta se refirió a la evolución de la simple autoridad de mando por una relación amable y respetuosa; porque, en su opinión, un modelo económico y social únicamente inspirado en incentivos mercantiles era considerado como repulsivo (Mill, 1996, 645). El progreso social que asociaron Mill y Taylor a una sociedad más humanizada llevaría aparejado una mejor distribución del producto. Expusieron la evidencia empírica de colaboraciones ejemplares entre empresarios y trabajadores, modelos que tomaron de casos concretos ocurridos en Francia y en Inglaterra, en los que se demostraba una mejor correspondencia productiva entre patronos y obreros. Entre los objetivos alcanzables estaba mejorar la educación y la formación de los trabajadores, que, sin duda, optimizaría la productividad de la mano de obra. En estos comentarios se advertía la in fluencia de los principios verdaderos enunciados por Robert Owen, cuya meta se encontraba en mejorar las condiciones de la formación y del entorno laboral de los obreros, de manera que se conseguiría impulsar, simultáneamente, su eficacia en la producción. El capítulo VII del Libro IV de los Principios terminaba con un recordatorio sobre la importancia de la competencia como regla del mercado. En ningún caso se había discutido sobre limitar la competencia, sino al contrario, la competencia era un estímulo para la laboriosidad y la inteligencia de los trabajadores. La novedad que habían aportado Mill y Taylor Taylor al modelo capitalista desarrollado por los economistas clásicos fue deslindar la teoría de la producción de la teoría de la distribución. El modelo económico clásico resultaría, en su opinión, perfeccionable en un marco social más igualitario.
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7. CONCLUSIONES
Harriet Hardy Taylor Mill, una mujer autodidacta, fue una vanguardista rompedora en su comportamiento personal per sonal y en su pensamiento con la ortodoxia del siglo XIX. Escribió tres ensayos, dos de ellos muy breves, y focalizó cuatro aspectos generales de análisis en los que estructuró sus re flexiones. El primer semblante que consideró importante examinar trataba sobre las actitudes personales acordes a una sociedad moderna, con la finalidad de romper con el conformismo social que reprimía el desarrollo intelectual de una parte de la población: los individuos faltos de oportunidades y de derechos, independientemente de su sexo. En concreto, era la educación la cuestión primordial y la base que podría impulsar el crecimiento personal que empujaría a todos los sujetos a desplegar nuevas expectativas vitales. En el caso de las mujeres era la salvación para poder traspasar las fronteras de la vida familiar, a las que estaban condenadas, dirigiendo sus ambiciones hacia nuevas perspectivas que, hasta entonces, estaban bajo el dominio masculino. La segunda meditación sobre la que versaron sus escritos recayó sobre la urgencia de permitir a las mujeres el acceso a la educación secundaria y universitaria para adquirir y desarrollar las capacidades formativas que facilitarían su entrada profesional en el mercado de trabajo, en igualdad de competencia con los hombres. La tercera cuestión que captó su atención hizo referencia a la conveniencia de legislar el divorcio, como una posibilidad real de un desacertado matrimonio, derivado, en parte, a la de ficiente normativa que regulaba las relaciones matrimoniales construidas sobre la dependencia económica y social de las l as mujeres. La cuarta instancia que ocupó sus pensamientos, de más profundo calado porque incluía encaminar la consecución de todas las demás, hizo hincapié sobre el derecho al sufragio universal, así como la necesidad de abrir el camino a la participación de las mujeres y de los hombres de color en la gestión pública.
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La economía social de Concepción Arenal Inés Pérez-Soba Aguilar
1. INTRODUCCIÓN Aquella mujer excepcional fue conocida y admirada, no por su presencia, por su esencia.
Salillas
En Concepción Arenal encontramos una biografía excepcional, y no sólo por ser la de una mujer avanzada en la España del siglo XIX. Su cuantiosa obra escrita y social, su incesante actividad acti vidad en las distintas funciones que desempeña, sus fundaciones, su audacia para superar las limitaciones que para el estudio o la investigación se le imponen, merecen un reconocimiento social que en cierta medida sí creemos que tuvo en su época y posteriormente. Su trayectoria educativa y profesional presenta rasgos similares a los que medio siglo después encontramos entre las primeras mujeres estadounidenses que estudian en la universidad, como Sopho-
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nisba Breckinridge, quien a comienzos del siglo XX debió sortear la barrera discriminatoria que había contra las mujeres en el área de la economía, orientando su trabajo investigador y académico hacia los temas sociales, la economía social, área en la que se miraba con menos recelo que se dedicasen las mujeres. Esta hipótesis podría aplicarse al caso de Arenal. Sin embargo, también podría plantearse como alternativa su decidida orientación a este campo de la economía. Así, después de repasar las características relevantes de su vida, se puede considerar que la obra escrita de nuestra autora parece el resultado lógico de éstas. Sus tristes circunstancias personales desde la infancia y su fe le hacen ser sensible a todo aquello que menoscaba la dignidad, y ello le mueve al compromiso social activo, también desde su aportación cientí fica a las ciencias sociales. Así, sus escritos como jurista, socióloga o economista están enfocados a dar soluciones prácticas a los males sociales que sufren especialmente los más desamparados en su siglo: los que viven en la miseria, las mujeres, los niños abandonados abandonados,, los obreros obreros,, los presos. Sus trabajos, varios de ellos premiados en diversos certámenes, sólo fueron, no obstante, conocidos en un entorno restringido. A pesar del intento de divulgar sus ideas a través de artículos en revistas y periódicos, el bajísimo nivel de educación de la España de ese momento, mal contra el que luchó toda su vida, impidieron su difusión. Incluso, en el ámbito intelectual fue mayor su proyección en el extranjero que en la propia España 13, tal como se recoge en las páginas de El Liberal el 6 de febrero de 1893: “La muerte de doña Concepción Arenal acaso sea más sentida y llorada en el extranjero que en España, por ser su fama una de las
13. Según Lacalzada (1994), su obra fue fallida pues ni su sentido de la educación,
ni de la gestión de las instituciones, ni de la implicación de la sociedad civil, ni de la necesaria complementariedad entre la Iglesia y el Estado, ni la introducción del sentido ético y racional del derecho y de la justicia, tuvieron repercusión en su época.
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más reconocidas, comprobadas, seguras, de la ciencia jurídica y sociológica”. Esta fama en el exterior es especialmente llamativa en esa época teniendo en cuenta que era mujer y, además, “nunca dejó su casa, (...) ni pisó suelo extraño: viajó con su pensamiento y con su espíritu; se difundió en sus obras” o bras” (Salillas, 1894, página 4). La parte de su obra escrita dedicada a tratar los problemas económicos de su época quizá sea la menos difundida de esta autora, al menos por lo que se desprende de las muy escasas referencias a sus trabajos en la literatura económica que se dedica a la historia del pensamiento económico en España. Aunque no cabría reconocer en Concepción Arenal a una cientí fica cuyas aportaciones al campo de la economía fuesen novedosas, su contribución al debate que a finales del siglo XIX se mantiene en torno a la cuestión social está a la altura del de otros autores (a cuyos argumentos en ocasiones ella se anticipa) que sí merecen una mayor atención por parte de los estudiosos de la economía de ese siglo. Por ello, estas páginas que siguen pretenden acercar su personalidad y su obra al ámbito económico económic o con el fin de hacerle “un hueco”, creemos que merecido, en él.
2. CONCEPCIÓN ARENAL Y SUS CIRCUNSTANCIAS Porque fue buena y comprendió... Porque Porque Po rque su cuerpo fue de leña, que su alma clara consumió, como una llama hogareña...
Manuel Machado a Concepción Arenal
Más de un siglo después de la muerte de Concepción Conce pción Arenal Ponte (Ferrol, (F errol, 1820-Vigo, 1893), sus estudiosos, a la hora de abordar su
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gura, suelen mencionar la frase con que Salillas (1894), reconocido penalista del XIX, inició su conferencia en el homenaje necrológico que se dedicó a Arenal en el Ateneo madrileño: “Las biografías referentes a doña Concepción Arenal son tan pobres, que parecen hojas de servicios incompletas” incomple tas” (Salillas, 1894, página 3). La principal responsable de este hecho es la propia Concepción Arenal, persona de carácter introvertido, muy pudorosa de su intimidad y de vida retirada, quien escribe en verso como respuesta a la petición de información sobre ella para escribir su semblanza: “Y a ese pueblo, María, que pasa indiferente, ¿qué le importa la vida de una oscura mujer?”. Según su más citada y mejor documentada biógrafa, Campo Alange (1973), incluso llega a negar a su hijo, en el último año de su vida, datos para una posible biografía. Tampoco es posible contar con las noticias de los periódicos de la época, ya que, como dice Azcárate (1894, página 6) en el homenaje anteriormente mencionado, “la escritora insigne hizo en vida sudar mucho a las prensas y nada a la prensa”. En efecto, para Arenal lo importante de su vida es la obra que deja escrita y publicada, además de su obra social. El móvil predominante de éstas es “un sentimiento de humanidad, siempre en acción, un sentimiento de simpatía por todos los dolores, un sentimiento de compasión para todos los desgraciados” (Azcárate, 1894, página 9). Este sentimiento está construido sobre sus propias circunstancias personales. La vida de Concepción Arenal estuvo marcada por la pérdida de sus seres más queridos desde la infancia, lo que le hace ser extremadamente sensible al dolor ajeno, moviéndole a concernirse concernir se en todos aquellos problemas sociales que producen sufrimientos y merman la dignidad: la miseria, la ignorancia, la esclavitud... A los nueve años pierde a su padre, personalidad que ejerce una gran in fluencia sobre ella a pesar de los pocos años que pudieron convivir. Ángel del Arenal Cuesta fue militar de profesión, hombre de leyes por vocación y liberal de ideología. Empezó a cursar estudios de Derecho que abandona con el fin de ingresar fi
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en la carrera militar cuando comienza la guerra de la Independencia. Su a finidad con el liberalismo incipiente que irradia la Constitución de 1812 le ocasionó ser víctima de las persecuciones per secuciones contra los liberales que llevó a cabo Fernando VII entre 1814 y 1820. Durante el trienio liberal (1820-1823) Arenal Cuesta ejerce cargos públicos, pero posteriormente, en 1827, durante la década ominosa (1823-1833), en la que el rey restaura de nuevo el absolutismo, la Junta de Depuración le condena a prisión. En enero de 1829 muere en su casa de Puentedeume (La Coruña) de enfermedad, posiblemente como secuela de las penalidades sufridas. Concepción Arenal hereda de su padre “la pasión por el estudio, la inclinación al derecho y su amor a la libertad” (Pérez Montero, 2002, página 16). La viuda y las tres hijas se trasladan a Armaño, una aldea del valle de Liébana, en Cantabria, donde vive la abuela paterna, que las acoge ante las dificultades económicas que atraviesan y, se supone, el deseo de llevar una vida apartada después del periodo de adversidades pasadas. Al año de vivir allí, la familia vuelve a ser abatida con la muerte de la hija pequeña. María Concepción de Ponte y Mandiá Tenreiro Tenreiro es la madre de esta familia tan poco afortunada. De noble origen gallego 14, considera que la educación de sus hijas en la montaña santanderina no es la más adecuada y decide en 1834 ir a Madrid al amparo de su hermano, el conde de Vigo, para que las niñas asistan a un colegio de señoritas distinguidas, centros donde, según nuestra autora, se enseñaba “el arte de perder el tiempo”. Finalizados sus estudios escolares, Concepción Arenal mani fiesta su deseo de ir a la universidad a estudiar leyes, algo a lo que se opone su madre, quien debió de considerarlo una excentricidad de su hija mayor. Esta inclinación por el estudio del Derecho debe de pro-
14. Esta línea familiar emparienta a Concepción Arenal lejanamente tanto con la familia de Emilia Pardo Bazán como con la de Rosalía de Castro.
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ceder, supone Campo Alange (1973), de sus estancias en Armaño, ceder, Ar maño, donde su inquietud intelectual le llevaría a leer los libros de leyes que tenía su padre, además de otros temas. Así, se sabe por la correspondencia que mantiene con un pariente 15 que durante esta etapa autodidacta la joven Concepción, con co n sólo diecinueve años, comenta de forma crítica c rítica su parecer sobre diversos libros de ciencias (por ejemplo, el escrito en francés del médico alemán Gall) y otros tratados de filosofía; además, aprende por sí sola latín en nueve meses. En 1840, Concepción Arenal vuelve a Armaño para cuidar a su abuela (y entibiar las relaciones materno- filiales, según algunos biógrafos), regresando a Madrid en 1841, año en que fallece su madre. Campo Alange considera que es entonces cuando Concepción Arenal debió poner en práctica su proyecto de acudir a la universidad. Por entonces, y hasta que entra en vigor la Real Orden de 11 de junio de 1888 16, no estaba permitido que las mujeres se matriculasen o ficialmente en la universidad, por lo que la consideración de Concepción Arenal como primera mujer que acude a las aulas universitarias a estudiar no es en calidad de alumna o ficial, sino de oyente. Campo Alange (1973) (1973 ) deduce que debió de asistir a los cursos académicos de 1842-43, 1843-44 y 1844-45 acudiendo acudien do a clases de asignaturas de la carrera de Derecho, aunque no de todas, pues se detectan ciertas carencias propias del autodidactismo. Así, Cos-Gayón (1893) 17, a la hora de valorar su saber jurídico, dice: “Podemos dar por cierto que meditó más que leyó y que el rico caudal de sus ideas era producto más bien de propia inspiración que de las lecciones ajenas”. Otros biógrafos apuntan a que también pudiese acudir a clases de Física y Matemáticas,
15. Las referencias y citas de la correspondencia de Concepción Arenal que se hacen a lo largo del texto están extraídas de Campo Alange (1973). 16. Y sólo si la “superioridad” lo autorizaba, según el caso y circunstancias de la interesada. 17. Citado en Campo Alange (1973).
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por la soltura con la que luego maneja en sus artículos ciertos términos térmi nos técnicos. En cualquier caso, su asistencia la hacía disfrazada con ropas de hombre para pasar inadvertida. Campo Alange (1973) va más allá pues cree que adopta un aspecto masculino para proclamar su inteligencia y su cultura. Para ello se basa en lo que Concepción Arenal escribe a su amigo, el músico Jesú Jesúss de Monasterio: “A “A las fórmulas fór mulas de sociedad doy la importancia que usted sabe, y en cuanto a los privilegios del sexo, renuncio solemnemente a ellos, por haber notado que cuestan más que valen”. Esta forma de disfrazarse también la emplearía cuando acudiese con su marido a las tertulias político-literarias del Café del Iris en Madrid. Es en la Universidad Central de Madrid donde se cree que conoce a Fernando García Carrasco, licenciado en leyes, escritor y periodista, y de ideas liberales, con quien se casa en 1848. Tenía, por tanto, Concepción Arenal veintiocho años, edad relati vamente tardía en esa época para contraer matrimonio, un detalle más que añadir a su carácter independiente e inconformista. Hay entre ellos una gran a finidad de ideas y ambos pre fieren llevar una vida retirada de la esfera o ficial. El matrimonio tiene tres hijos: una niña, que muere a los dos años, y dos hijos, el menor de los cuales también muere en vida de su madre. El último nacimiento deja con la salud resentida a Arenal para el resto de su vida. Esta falta de salud (otra forma de dolor) será una más de las señas de identidad de nuestra infatigable autora, quien, curiosamente, a pesar de su característica introversión, hace partícipe de ello a sus lectores. Así, inicia un artículo en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza: “Me falta tiempo, salud y datos...”. No obstante, sus jaquecas crónicas, que en ocasiones le impiden im piden trabajar, trabajar, no le dejan “resentido” su fino sentido del humor. En una carta al director de La Voz de la Caridad escribe: “La huelga en que se ha declarado mi cabeza parece que va siendo de finitiva: razones no le faltan y a saber quién era el patrono, se las expondría”. Los García Arenal trabajan como escritores para sostener a la familia, rasgo que Campo Alange (1973) (197 3) resalta por ser un hecho
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singular en esos años que una mujer casada de clase acomodada trabajase de forma remunerada. En esta primera etapa se dedica a escribir novelas, obras de teatro, poesías e incluso el libreto de una zarzuela, obras de muy escaso éxito y algunas poco valoradas por la propia autora, como pone de mani fiesto su hijo mayor en carta a Sánchez Moguel (1894, página 39): “De estos e stos trabajos (las novelas) tenía aun peor idea que de los dramas ... y (mi madre decía) que le servirían para encender la chimenea, en cuyo uso ya había empleado otras”. Mayor reconocimiento tienen, y tiene la propia Arenal, de sus Fábulas en verso (1851), elegidas como texto en la enseñanza primaria, y donde la autora empieza a tratar temas, como la ignorancia, la justicia, el engaño..., de los que se ocuparía el resto de su obra, aunque desde otra perspectiva. Lo más destacado de este periodo es su colaboración, junto con su marido, en el diario liberal La Iberia, vespertino de corte progresista que inicia su andadura en 1854 y la finaliza en 1898. En 1855 publica su, supuestamente, primer artículo, ‘Watt, su vida y sus inventos’, inventos’, donde a lo largo de seis más hace un estudio biográfico-crítico del inventor de la máquina de vapor. A su marido le encargan la “sección doctrinal”, aunque es muy probable que la propia Concepción Arenal escribiera muchos de aquellos artículos. Prueba de ello es que cuando se promulga la ley de imprenta de 15 de mayo de 1857, por la cual era obligatoria la firma del autor en los artículos doctrinales (políticos, filosóficos o religiosos), y ya fallecido Fernando García, el director del periódico releva a Concepción Arenal al no atreverse a que la línea editorial de su periódico apareciera firmada por una mujer. En 1857 muere su marido y le deja “sin más recursos que los que pueda proporcionar a sus hijos con su pluma” (nota en La Iberia, 14 de enero de 1857). Como consecuencia de la mencionada ley de imprenta y la reducción a la mitad del sueldo que recibía por artículo en La Iberia, Concepción Arenal, entre la decepción y las dificultades económicas que le apremian, se traslada a Colloto (aldea asturiana) y, al poco, a Oviedo para que se eduquen sus
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hijos. Una historia parecida a la padecida en su infancia cuando muere su padre. Finalmente, termina su andadura en Potes, donde, por influencia de su amigo Jesús de Monasterio, funda la rama femenina de las conferencias de San Vicente de Paúl. Su misión era visitar en sus casas a los pobres y enfermos. La característica disposición de Arenal para el análisis cientí fico de los problemas y la formación de la gente le lleva a escribir el Manual del visitador del pobre (1860), donde se instruye a las señoras sobre cómo llevar a cabo su tarea de atención a los necesitados. Este manual, junto con el posterior Manual del visitador del preso (1891), son elogiados sin reservas por Olózaga, político notable de la época, quien los considera tratados admirables de psicología experimental. El pripri mero sería traducido al polaco, inglés, ing lés, italiano, francés y alemán. El segundo se edita antes en francés (1892) que en español. En 1863 la familia se va a vivir a La Coruña a raíz del nombramiento de Concepción Arenal como visitadora de prisiones de mujeres en esa ciudad. Es cuando tiene la oportunidad de conocer personalmente a Juana de Vega, condesa de Espoz y Mina, a quien admiraba por su compromiso social y por ello le había dedicado su trabajo escrito en el retiro de Potes, La bene fi cencia, cencia, la fi lantropía lantropía y la caridad (1861). La condesa de Mina había sido el aya de Isabel II, pues se le consideraba persona conveniente para instruir a la reina debido a la adscripción de su marido a la l a corriente liberal-progresista del estamento militar. Al fallecer el conde, su mujer decide dedicarse activamente a las obras bené ficas, lo que le vale ser nombrada viceprotectora de los establecimientos benéGalic ia. Concepción Arenal encontrará en e n Juana Juana de Vega Vega ficos de Galicia. a una de sus más próximas amigas y colaboradoras. Arenal saldrá de su relativo aislamiento social asistiendo a las tertulias que la condesa organizaba en su casa. También podrá bene ficiarse de su magní fica biblioteca, punto en común con Emilia Pardo Bazán, quien también parece que frecuentó esa biblioteca. La condesa acompañará a Arenal a visitar las cárceles de mujeres y participa en la investigación que esta última desarrolla a partir
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del examen realizado a quinientas sesenta reclusas y liberadas a quienes enseña los artículos del código penal y de quienes recoge sus impresiones. Este trabajo se publica en forma de treinta y cinco cartas: Cartas a los delincuentes (1865), lo que probablemente ocasiona su cese como visitadora de prisiones 18. Las dos amigas organizan el Patronato de Señoras para la visita y enseñanza de los presos y fundan, a su vez, la Sociedad Constructora Bené fica, cuyo fin es levantar casas para los obreros. Esta sociedad se constituye a partir de un donativo que le entrega en París la condesa Krandiski a Salustiano Olózaga, amigo de Concepción Arenal. También participa con un donativo la conocida poeta Gertrudis Gómez de Avellaneda 19, a lo que se suma alguna suscripción anónima más. En 1870 Concepción Arenal vuelve a contar con la ayuda de su amiga Juana de Vega y de Fernando de Castro, figura relevante del krausismo español, cuando decide fundar un periódico quincenal: La Voz de la Caridad, que tenía como objetivo denunciar las inmoralidades que se producían en el campo de la beneficencia y las prisiones. Fue su directora durante once de los catorce años de vida que tuvo el periódico y publicó en él 464 20 artículos, algunos de los cuales se irán exponiendo a lo largo de este capítulo. Con Fernando de Castro, Concepción Arenal mantendrá también una estrecha colaboración ya que ambos consideran prioritaria la instrucción de las mujeres. Castro, que por entonces era académico de la Historia y rector de la Universidad de Madrid, organiza unas conferencias dominicales en el Ateneo 18. En carta a su amigo Jesús de Monasterio le dice con ocasión de su cese: “Yo “Yo he hecho lo que he debido y los demás lo que han querido. Era yo una rueda que no engranaba con ninguna otra de la maquinaria penitenciaria y debían suprimirla”. 19. Según Sánchez Sánchez Moguel (1894, página 36), existió entre ellas cordialidad verdadera, afecto y admiración recíprocas. 20. Otros biógrafos señalan que fueron 474 artículos, en función de la compilación que de ellos se tome.
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madrileño para la educación de la mujer. Como señala Campo Alange (1973, página 164), “aunque de forma bien modesta, les abre las puertas de la universidad”. Concepción Arenal hace los comentarios de estas conferencias en La Iberia, periódico en el que había colaborado en su juventud. También También formará form ará parte de la junta directiva del Ateneo de señoras que en 1869 funda Castro y dará clases en la Escuela de Institutrices (estudios de grado medio), que ese mismo año también había creado el rector. rector. Otro de los cargos que desempeñó fue el de inspectora de Casas de Corrección de Mujeres (1868-1873), periodo en el que desde la Dirección de Beneficencia y Establecimientos Penales le encargan que redacte un proyecto-ley sobre bene ficencia. El que escribe nuestra autora constaba de preámbulo, diecisiete títulos y ciento cincuenta artículos, en los que ponía de mani fiesto su conocimiento de este campo y la minuciosidad con la que realizaba su trabajo. Este proyecto no pudo presentarse a las Cortes debido a uno de los muchos cambios de gobierno que suceden en esta etapa del siglo. Arenal tampoco se quedó al margen de los dolores que ocasionaron las diversas guerras que hay durante este siglo. Durante la tercera guerra carlista (1872-1876), guerras a las que dio lugar la proclamación como heredera de la princesa prince sa Isabel, figura como secretaria de la Sección Central de Damas de la Cruz Roja de Madrid, organización humanitaria que desde La Voz de la Caridad Arenal había apoyado para que se estableciese en España. Con más de cincuenta años, nuestra autora no duda en atravesar los campos de batalla a lomos de un burro para organizar los hospitales. Tras Tras esta experiencia escribe Cuadros de la guerra (1874), que se publica en La Voz de la Caridad . También es destacable su papel como miembro de la Junta para la Reforma Penitenciaria. Escribe entonces Estudios penitenciarios (1895, [1877]), texto que se emplearía en las prácticas de derecho penitenciario de la Universidad de Oviedo, según Pérez Montero (2002, página 109). De esta obra dirá Roeder, discípulo
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de Krause, “la autora revela una originalidad y una elevación de ideas que la ponen al nivel de las primeras pensadoras de Europa”. Concepción Arenal va viendo mermar poco a poco su ya de por sí menguada salud. Su último año de vida, en 1892, se dedica a corregir algunas de sus obras, a romper cartas y papeles, y mantiene su afán de seguir contribuyendo a superar el mal de la ignorancia preparando un trabajo para el congreso internacional de Chicago sobre la educación de la mujer, mujer, que quedará sin terminar te rminar.. A los setenta y tres años, en febrero de 1893, muere en Vigo. Su entierro fue presidido por los asilados de los hospicios y miembros mie mbros de otras instituciones de caridad, políticos, académicos, periodistas. Una representación de aquellos ámbitos a los que ella había dedicado su vida.
3. C ARACTERÍSTICAS DE LA OBRA DE CONCEPCIÓN A RENAL RENAL
Todos sumados, no conozco yo ningún pensador de estos tiempos que le supere en alteza de pensamiento, ni en riqueza de análisis, ni en la exactitud e xactitud de la observación. obser vación.
Cánovas del Castillo
Escribe el hijo mayor de Concepción Arenal, Fernando García Arenal, a Sánchez Moguel (1894, página 11) con motivo del homenaje a su madre en el Ateneo: “(l)a característica personal de mi buena madre era un gran amor al trabajo mientras lo hacía; la obra hecha le interesaba ya muy poco, y esto sólo si creía que era útil a los demás”. Ello explica que una parte de sus obras inéditas se perdiesen. De las que se conservan, llama la atención la variedad de géneros literarios que Concepción Arenal emplea.
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En su primera etapa, como se ha mencionado, escribe novela, drama, poesía, fábula, hasta un texto de zarzuela. Aunque no abandona todos estos géneros 21, en su madurez se decantará fundamentalmente por el de la didáctica, en concreto por el ensayo, el informe, la epístola, y especialmente el artículo, modalidad que más cultivó. En todos sus trabajos mani fiesta un gran sentido crítico e inconformista con los padecimientos sociales de su época. De hecho, su vocación de escritora, como a firma Pérez Montero (2002, página 10), buscaba comunicar sus ideas para in fluir positivamente sobre los demás, para luchar contra el mal y no para adquirir fama. Las principales características de la obra cientí fica social de Concepción Arenal son su originalidad y su independencia. Dice Azcárate (1894, página 32): “Por los temas, por la manera de desentrañarlos, por las soluciones, por el estilo, por todo, se apartaba de los demás. (...) lleva impreso el sello de su personalidad, de su intuición poderosa, de su extraordinaria originalidad”. Esta originalidad y frescura en el tratamiento de los temas tiene su reverso negativo en el aislamiento en que Arenal desarrolla su labor científica, que pudiera haber ocasionado ciertas carencias o incorrecciones por falta de contraste y crítica. De esta soledad se lamenta la propia autora en carta a Armengol, conocido penalista de entonces, fechada en diciembre de 1877: “Del aislamiento en que vivimos algunas personas no quiero hablar por no quejarme; es cosa dura, muy dura, este abandono moral e intelectual. ... no he sentido ni el desvío de los gobiernos gobierno s ni el desconocimiento de la multitud, cosas ambas inevitables: lo más terrible es el vacío que a mi alrededor han hecho muchas personas inteligentes que parecía debían auxiliarme. auxiliar me. ¡Parece que inteligencia obliga!”. También, También, en el preámbulo de sus Estudios penitenciarios (1895, [1877]) dice sobre
21. En 1866, la Sociedad Abolicionista premia su poema Oda a la esclavitud, a cuya
entrega no acude Concepción Arenal por considerarlo un acto político.
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las fuentes del texto, “estamos pues reducidos a unos pocos poco s libros, leídos en el aislamiento más completo; alguna re flexión, alguna personal experiencia y mucha buena voluntad son nuestros únicos auxiliares (...) declaramos emprender esta obra, no persuadidos de ejecutarla bien, sino por creer que es urgente y en e n vista de que nadie la lleva a cabo”. Ello explicaría, según Azcárate (1894, página 21), que sean tan “poco frecuentes en sus obras las citas de las extrañas, y por eso es raro que se detenga a hacer adrede la crítica de los sistemas y de las escuelas; ella surge de la exposición de las propias doctrinas”. En cuanto a su independencia política, nos remitimos al ya muy citado discurso de Azcárate (1894, página 74), político krausista y amigo de Concepción Arenal: “Os llamará la atención saber que habiendo tratado a doña Concepción Arenal durante treinta años cumplidos, no os puedo decir si tenía sus simpatías la monarquía o la república, si era liberal o conser vadora”. A Concepción Arenal le interesa la política, el quehacer del Estado en la organización de la sociedad, pero no se siente comprometida con ninguna ideología. Su disposición política la encauzará a través del periodismo, su obra científica y su obra social. Los principales temas que trata nuestra autora son jurídicos, sociológicos y económicos. Desde el punto de vista jurídico, se considera a Concepción Arenal principalmente como penalista. Wines, renombrado penalista, dice de ella: “En estas cuestiones es una autoridad en su patria y en Europa” 22. Arenal trabajará sobre esta materia desde una triple faceta: 1. desde los cargos públicos que desempeñó, 2. desde sus propuestas de reforma de la legislación penitenciaria en su obra cientí fica y periodística y 3. participando con distintos trabajos en los congresos penitenciarios internacionales de Estocolmo (1878), Roma (1885), Amberes 22. Citado en Díaz Castañón, 1993, página XC.
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(1890) y San Petersburgo (1890). Una de sus propuestas fundamentales, adelantada por aquel entonces, es considerar la rehabilitación como finalidad del sistema penitenciario, para lo que se precisa una buena educación de los penados y una formación formac ión adecuada de los funcionarios de prisiones. En lo que a reforma penitenciaria se refiere, Concepción Arenal aprueba y se suma al movimiento renovador que inician los krausistas. Como homenaje a su celo por intentar mejorar las condiciones de los presos y las leyes penales que regían por aquellos años, Victoria Kent, jurista española de principios del siglo XX, dispuso que se le esculpiese en 1931 un monumento con cuantos grilletes, hierros y cadenas quedaban en los establecimientos penitenciarios. Su otra aportación destacada al Derecho es Ensayo sobre el derecho de gentes que, según Pérez Montero (2002), es su libro más ambicioso en el terreno jurídico. Este texto se utilizaría en el ámbito académico para las lecciones lecci ones de derecho internacional de la extensión universitaria. Desde el punto de vista sociológico, la obra de Concepción Arenal se centra fundamentalmente en la cuestión social, que surge como consecuencia del proceso de cambio social generado por la revolución industrial, y que hace referencia a los lo s con flictos que se producen entre las nacientes clases obreras y capitalistas, y la situación de miseria que se observa en el periodo. Esta cuestión, que centra una parte importante del debate político, social y económico del último cuarto del siglo XIX, también la abordará Concepción Arenal desde su perspectiva económica, como exponemos en los siguientes apartados. En la perspectiva sociológica de “la cuestión social” destacamos su preocupación por la situación de la mujer mujer.. Ésta no se debe, según Rivas (1999), por adscripción al movimiento feminista (ni sufragista) que se iniciaba en los países anglosajones y que Concepción Arenal conocía, sino por carecer las mujeres en la España de ese siglo de las condiciones y medios materiales e intelectuales mínimos que les permitiera desarrollarse como personas, objetivo prioritario de la obra de
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Arenal. El problema de la mujer, mujer, ya sea como trabajadora, presa o analfabeta, no es, por tanto, algo a lo que se dedique aisladamente en su obra. Concepción Arenal consideraba que “la desigualdad de la mujer era una injusticia histórica que entraba dentro de la lista de otras injusticias humanas, que se resolvían con la educación y la cultura” (Rivas, 1999, página 131) y su incorporación al mundo laboral. Sobre ello escribe Arenal: “En el mundo o ficial se la reconoce (a la mujer) aptitud para reina y para estanquera: que pretendiese ocupar los puestos intermedios, inter medios, sería absurdo. No hay para qué encarecer lo bien parada que aquí sale la lógica” — La La mujer del porvenir (1993, [1868])—. Aunque Concepción Arenal trata el problema de las mujeres en muchas de sus obras — Cartas a los delincuentes (1865), Cartas a un obrero (1871-1873), La bene fi cencencia, la fi lantropía lantropía y la caridad (1861), La instrucción del pueblo (1878) o El visitador del preso (1891)—, las más especí ficas son: La mujer del porvenir (escrito en 1861, pero publicado en 1868) 23, La mujer de su casa (1881), El trabajo de las mujeres (1891) y La educación de la mujer (1892). Una síntesis de las dos primeras se encuentra en ‘Estado actual de la mujer en España’, que Concepción Arenal escribe por encargo para The woman question in Europe (1884).
23. Téngase en cuenta para valorar valorar lo avanzado del estudio de Concepción Arenal que en en 1869 Stuart Mill publicó La esclavitud de la mujer .
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4. CONCEPCIÓN ARENAL Y LA ECONOMÍA Todo este trabajo, además de costarme mucho, tiene la ventaja de que apenas lo leerá nadie.
Concepción Arenal
A la hora de clasi ficar la obra cientí fica de Concepción Arenal se habla de ella como jurista (concretamente, penalista), socióloga y hasta psicóloga, y no se la suele cali ficar de economista ni mencionar su trabajo con alguna frecuencia cuando se estudian los problemas socioeconómicos del siglo XIX. Consideramos que para los economistas su figura ha pasado inadvertida por un conjunto de razones, tales como: 1. Ser su obra multidisciplinaria y no presentar principalmente un “per fil” de economista. 2. La poca difusión de sus escritos económicos. Sus principales trabajos, como ya se ha mencionado, tuvieron un alcance muy limitado en cuanto a su divulgación entre la población nacional. El público al que se dirige es al que dedica buena parte de su obra, esto es, los que sufren la marginación, la miseria, la ignorancia, ... precisamente aquéllos que en gran medida forman parte de los tres cuartos de españoles que en las últimas décadas del siglo XIX eran analfabetos. Entre la clase política (en la que se supone que habría menos analfabetos, pero no por ello personas más instruidas 24 ) e intelectual, aunque es admirada desde los sectores más diversos, “su independencia absoluta, un raro amor a la verdad y una temeraria valentía” (Campo Alange, 1973, página 338) no suelen ser distintivos favorables a la hora de ser tenida en cuenta más allá que entre un limitado círculo académico, que en su caso fue el de los
24. “(...) el conocimiento de las primeras letras letras es un medio de instruirse, instruirse, no la instrucción” instrucción” (Arenal, 1892).
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krausistas. Baste recordar su corta “carrera” en los puestos que desempeñó en la Administración. 3. Tampoco facilita su estudio su falta de adscripción a una corriente de pensamien to. 4. A ello habría, quizá, que sumar su carácter reservado e introvertido, su modestia y sus circunstancias personales que le hacen preferir la obra en el retiro y evitar la fama o ficial. Finalmente, Finalme nte, 5. su condición de mujer también podría haber sido un lastre, aunque ello no ha sido un obstáculo para su reconocimiento en otras áreas del saber 25 . Las obras más importantes de Arenal en el ámbito económico consideramos que son: 1. Cartas a un obrero, publicadas en La Voz 1873 , “cuando el pueblo, porque estaba de la Caridad entre 1871 y 1873, armado, se creía fuerte” (Arenal, 1994, [1880]). En esta obra es donde estimamos que Arenal expone, en forma divulgativa, un mayor contenido de teoría económica. 2. Cartas a un señor (1994, [1875]), que no pudieron ser publicadas en la prensa cuando se escribieron y sólo cinco años después, en 1880, “se atrevieron” a hacerlo en forma de libro. En estas cartas predomina el aspecto moral, aunque también se tratan conceptos económicos. Estas dos obras, compiladas en La cuestión social (1994, [1880]), “constituyen dos partes, no dos asuntos: es una misma cuestión considerada por diferentes fases”, señala Arenal en la Advertencia que lo prologa. 3. El pauperismo (1897, [1885]), donde compen-
25. Llama la atención atención cómo, cómo, para destacar destacar el talento talento de Concepción Arenal, sus admiradores emplean como patrón de comparación la capacidad intelectual del hombre: “... y al hablar con voz dulcísima salían de su boca, con pausado acento, las palabras dictadas por un cerebro equilibrado, profundo y varonil” (doctor Tolosa Latour). “Nadie sospecharía encontrar los profundos conocimientos que revela en las ciencias físico-matemáticas, y que han sido generalmente patrimonio de las inteligencias varoniles” (periódico La Iberia). “Doña Concepción Arenal valía más y era más en el orden intelectual que muchos hombres; era el mayor sabio de España, uno de los mayores de Europa en el Derecho Penal, en la Sociología” (periódico El Liberal, 6-2-1893). Pero no sólo es curioso sino irónico en el caso ca so de Concepción Arenal, ya que dedicó parte de su obra La mujer del porvenir (1993, [1868]) a demostrar la igualdad en la capacidad intelectual entre hombres y mujeres.
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dia las ideas principales que sobre la miseria física y moral ha desarrollado desar rollado en trabajos trabajos anteriores anteriores.. 4. La bene fi cencia, cencia, la fi lantropía lantropía y la caridad (1861), trabajo con el que por primera vez la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas premia a una mujer 26, y donde se abordan los principios, medios y acciones que se deben tomar para aliviar la miseria y el sufrimiento. El objetivo fundamental de estas obras de Concepción Arenal no es, por tanto, divulgar simplemente conceptos de economía, sino intentar con sus argumentos arbitrar en la cuestión social, esto es, en el con flicto surgido entre obreros y capitalistas a raíz de la revolución industrial, y analizar la situación de miseria de una parte importante de la población. ¿Cuáles fueron las fuentes de conocimiento de Concepción Arenal a la hora de escribir su obra? Azcárate (1894) señala que eran principalmente dos, “su propio pensamiento y la realidad”. Su propio pensamiento, según Rivas (1999, página 106), estaría fuertemente enraizado en la doctrina de la Iglesia católica, ya que era una mujer de profundas creencias religiosas. No cabe hablar en Concepción Arenal de in fluencia de lo que estrictamente se denomina Doctrina Social de la Iglesia, ya que ésta se considera que se inicia en 1891 con la publicación de la Encíclica de León XIII Rerum Novarum (Montero, 2001), dos años antes de que falleciese nuestra autora y casi toda su obra estuviese publicada (por ejemplo, las Cartas a un obrero se escribieron veinte años antes) 27. No obstante, como señala Rivas (1999, páginas 106-107), el pensamiento de Concepción Arenal se basa en los muy anteriores escritos de los santos padres, quienes demostraron como algo esencial e intrínseco al cristiano el espíritu social, la primacía de la persona, el valor trascendente del hombre, su dignidad superior, superior, la desigualdad acci26. Firma el trabajo con el nombre de su hijo, probablemente probablemente para evitar ser excluida excluida del concurso, recordando su experiencia en La Iberia. Con este premio se le empieza a reconocer en los círculos o ficiales. 27. Ello no le resta ni un ápice de su independencia religiosa, religiosa, como puede deducirse de la lectura de sus obras (por ejemplo, La mujer del porvenir (1993, [1868]).
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dental de los hombres, su igualdad esencial 28. Por eso Concepción Arenal insiste en atender, atender, a la hora de superar los problemas sociales, no sólo las necesidades materiales sino también las espirituales. En consecuencia, la medida del progreso para Concepción Arenal no es ni el aumento de la riqueza ni los nuevos descubrimientos (que sí reconoce que generan bienestar), sino si ha aumentado el amor respecto de los antepasados, algo aun hoy difícilmente incluible en los índices de desarrollo que se elaboran, donde además de variables cuantitativas se incorporan factores cualitativos. También se puede percibir en su obra un talante liberal constatable, con claros antecedentes familiares. Para Concepción AreA renal no son incompatibles el liberalismo y la fe católica —¡Dios y libertad! (1996, [1858])—, pero sus principios vitales son los evangélicos y no los de la Revolución Francesa. Amor (caridad), justicia y libertad serán los pilares sobre los que sustente su trabajo (Campo Alange, 1973, página 335). Así, desde el punto de vista económico, su liberalismo es moderado y matizado por sus con vicciones religiosas. En la obra económica de Arenal podemos encontrar que: 1. Era partidaria de la propiedad privada indi vidual29. 2. Se muestra favorable a que sea la iniciativa privada capitalista quien promueva la riqueza de un país. 3. La intervención del Estado debe limitarse, principalmente, al marco legal, y cuando se den situaciones en que las relaciones de los hombres
28. Siguiendo el argumento de Montero (2001, página 457), sería difícil entroncar el pensamiento de Concepción Arenal con una corriente de pensamiento social de la Iglesia en España previo a la Encíclica, pues la misma Encíclica considera que apenas a penas tuvo influencia en el catolicismo español hasta finales de siglo. 29. Si ésta generase desigualdades injustas y perjudiciales considera que se deben procurar procurar disminuir (a) elevando el nivel moral de los lo s propietarios, tanto a la hora de obtenerlas como de distribuirlas y gastarlas; (b) modi ficando las leyes sobre la herencia de forma que no se acumulen riquezas que no sean producto del trabajo del que las posee, ni de la voluntad del que anteriormente las poseía. Así, Concepción Arenal considera que las herencias ab intestato en las que no hay un testamento donde se nombra a herederos se destinen a la educación del pueblo (Pérez Montero, 2002).
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sean tales que aparezcan diferencias esenciales entre ellos que den lugar a injusticias y odios. Para Arenal, la justicia se debe distribuir equitativamente porque es la protectora de los débiles. 4. Desde el punto de vista fiscal, el fin impositivo debe ser extinguir la miseria, no hacer una distribución por igual que haría harí a inviable la civicivilización y el progreso, ya que di ficultaría la generación del ahorro y de la iniciativa inteligente. Aboga por un impuesto proporcionado a la riqueza del contribuy contribuyente ente y propone diversas vías para reducir el gasto público (reducir el número de funcionarios, el malgasto, el lujo...). Finalmente, señalamos cómo para nuestra autora el criterio que debe regir el gasto del Gobierno es su utilidad. La obra de gran parte de los economistas clásicos está fundamentada en el liberalismo económico, y aunque Concepción Arenal sólo menciona a Malthus entre los autores más relevantes de esta escuela, nuestra escritora conoce y acepta los supuestos básicos de esta doctrina económica, que expone de forma divulgativa en sus artículos, comentados en clave moralista. Así, señala en Cartas a un obrero (1994, [1871-1873])30: 1. La universalidad de las leyes económicas. 2. La búsqueda de la propia ganancia g anancia como móvil que orienta nuestra actividad en el mercado 31. 3. La liber-
30. De todas formas, se aprecia en Concepción Arenal una evolución evolución en sus ideas a lo largo de las cartas escritas entre 1871 y 1873. Esto es especialmente e specialmente llamativo en el caso del concepto de valor, ya que en la carta vigésimo cuarta (Cartas a un obrero) aparece sorprendentemente un concepto más propio de la escuela neoclásica (que se considera configurada en 1874), en la que el valor de los bienes está determinado por el deseo y la necesidad, que de la clásica, donde el valor viene dado por el coste de producción, tal como recoge en la carta décima, y su precio es el que lo minimiza. Así de fine el valor de las cosas como “lo que voluntariamente se da por ellas” (página 76), para continuar diciendo que lo que da y quita valor a las cosas es la opinión, y “como poderoso componente de la opinión que tasa la obra del trabajador, entra el gusto, esta cosa tan vaga, tan fuerte, tan caprichosa, tan avasalladora, tan flexible cuando es insinuación que pretende apoderarse del ánimo, y tan in flexible cuando es ley” (página 136). 31. “Al comprar, comprar, todos tenemos más o menos espíritu de egoísmo y sinrazón” (página 136); “no es posible quitar al hombre la manía de vender lo más caro y comprar lo más barato que pueda” (página 77). De ahí que para pagar paga r lo que es justo se deba “traer la opinión a lo que es razonable” y “saber la justicia y querer hacerla” (página 137).
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tad de mercado 32. 4. Las ventajas de la especialización productiva (relativa). 5. La división del trabajo. 6. La libertad de comercio. Sobre este soporte de conceptos liberales y teoría económica clásica Concepción Arenal construye una parte destacada de sus argumentos económicos sobre la cuestión social. Asimismo es preciso señalar la a finidad de Arenal con los planteamientos generales del enfoque krausista, movimiento intelectual de raíz humanista, según de fine Malo Guillén (2001, página 389), que introducen en España Ramón de la Sagra 33 y Julián Sanz del Río a mediados del siglo XIX, y que tuvo un mayor mayor éxito entre los pensadores de la época que la doctrina utilitaria utilitari a de Bentham. Este éxito se debe a la mayor concordancia de su filosofía con el ideario político-cultural de algunos sectores de la burguesía liberal progresista española de esta época (según Elías Díaz, citado en Pérez, 2002, página 56). Su foco de expansión será la Universidad Central de Madrid (Perdices, 2003). Este enfoque tiene su origen en la teoría filosófica del derecho público del alemán Krause, discípulo menor de Kant, que difunde Ahrens en la universidad libre de Bruselas. El libro de Ahrens se traduce al español en 1841. Sin embargo, el movimiento krausista tendrá una mayor fuerza a partir de la década de los sesenta, especialmente en el mundo académico y político. Las figuras más próximas a nuestra autora serán: Fernando de Castro, con quien Concepción Conce pción Arenal colaborará en sus múltiples tareas para promocionar la educación de la mujer; Gumersindo Azcárate y Francisco Giner de los Ríos, con quienes además de mantener lazos de amistad
32. “La concurrencia es la libertad, con todos los inconvenientes y las ventajas ventajas que la libertad tiene en todas las esferas” (...) “lo necesario es ver cómo acomodándote a ellas (las leyes económicas) mejoras tu situación, y cómo la libertad no se convierte en desenfreno y licencia” (página 66). 33. Emilio González López (1982) señala cómo Ramón de la Sagra transmitió su interés científico en los estudios carcelarios a Juana de Vega Vega y ésta a Concepción Arenal. De forma que hay un vínculo indirecto entre De la Sagra y Arenal, al menos en los asuntos penales.
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entre sus familias, Arenal cooperará en las tareas educativas y jurídicas34 que le proponen. Todos ellos coinciden en su gran preocupación por la cuestión social y en considerar que la tarea más urgente para la transformación del país y de la sociedad de esa época era la de formar for mar personas. De aquí que una de las principales aportaciones del movimiento krausista sea la fundación en 1876 de la Institución Libre de Enseñanza. Desde el punto de vista económico, sus integrantes no tienen una obra económica en sentido estricto (Menéndez Ureña, 2001), y lo que exponen de contenido económico es, desde el punto de vista de la teoría económica y de la política económica, inde finido, por lo que no cabe considerar este movimiento como corriente de pensamiento económico diferenciada (Malo Guillén, 2001). Lo más destacable de este movimiento en cuanto a su pensamiento económico son sus encuentros y desencuentros con la escuela economista, representante de la doctrina clásica y del liberalismo económico más “puro”, con quienes comparten el librecambismo y la defensa del mercado, y sólo matizadamente su liberalismo político, ya que los krausistas son favorables a la intervención estatal mediante la legislación, concretamente en esta época apuntan la necesidad de una regulación laboral, labor al, como respuesta a la situación planteada entre trabajadores y capitalistas en el último cuarto del siglo (Perdices, 2003; Malo Guillén, 2001) y ante el peligro de que se propagasen las soluciones revolucionarias propuestas por los socialistas y anarquistas. Otros puntos de discrepancia fundamental entre los krausistas y la escuela economista son los principios de individualismo metodológico de los economistas, la amoralidad que atribuyen a la ciencia económica y la exaltación que hacen del orden económico sobre todas las demás relaciones sociales, hasta el punto de extraer del análisis de
34. Con Azcárate cuando era director director general de Registros, Registros, y con Giner, Giner, en la Junta Junta para la Reforma Penitenciaria, durante la I República.
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la actividad económica los principios y reglas básicos para todo el ámbito humano. A su vez disentían con la escuela economista e conomista por la carencia de soluciones prácticas y viables que podían ofrecer al problema social (Malo Guillén, 2001). La segunda fuente de conocimiento de Concepción Arenal es la realidad. El entorno socioeconómico en el que vive Arenal se caracteriza por una lentísima transición desde una sociedad gremial y agraria a una sociedad industrial, en la que el empleo en el sector primario no decrece al mismo ritmo que en otros países europeos por la política proteccionista a la agricultura que efectúa el Gobierno, la limitada demanda de bienes industriales y servicios y el bajo nivel de salarios reales en los sectores que no son agrarios (Sarasúa, 2006, página 419). No obstante, la oferta de trabajo crece en el sector industrial, reforzada por la mano de obra procedente de la artesanía, sin que ésta pueda verse satisfecha por la demanda debido al débil crecimiento de nuestra economía. Las condiciones de vida de la nueva clase trabajadora son deplorables, como queda recogido en la literatura e informes de la época, ya que “los jornales que recibía la mayor parte de la población trabajadora eran de miseria (...) insu ficientes no ya para mantener a una familia, sino en muchos casos para mantenerse el propio trabajador” (página 428). Y aún son peores las condiciones de los desempleados quienes, al no existir seguro de desempleo y tener limitada la posibilidad de ahorrar, por lo bajo de los salarios, se asemejarán a las de los mendigos. Una causa profunda del malestar que lleva a la revolución de septiembre de 1868 será, de hecho, el lamentable estado de la economía, con crisis en el sector financiero, industrial (prácticamente reducido al subsector textil catalán) y agrario (donde las secuelas de las desamortizaciones desamortizacione s producen revueltas campesinas, principalmente en Andalucía). Una de las principales reivindicaciones obreras será el derecho de asociación, que se reconoce en el decreto-ley de 20 de noviembre de 1868 por el Gobierno pro visional nacido de esta revolución. Entre la clase obrera española
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arraigó mejor la rama anarquista que la socialista 35. Así, en 1869 se funda la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), de orientación anarquista, creada en Londres en 1864. El apoyo de esta asociación al episodio de la Comuna de París 36 inquieta al Gobierno español, y en 1871 se declara inconstitucional la AIT por 192 votos a favor y 38 en contra, siendo disuelta en 1874 por orden del Gobierno del general Serrano. Es esta realidad sobre la que Concepción Conce pción Arenal analiza, en medio de la soledad intelectual y sobre la base de sus convicciones religiosas y su a finidad de pensamiento con liberales y krausistas, la “cuestión social”.
5. LA ECONOMÍA SOCIAL DE CONCEPCIÓN ARENAL Tu mayor ilustración y tu mayor moralidad son los únicos medios de emanciparte.
Concepción Arenal
Con el término economía social 37 se entiende en el siglo XIX una ciencia económica en la que se integran la teoría económica “pura”, el análisis de los problemas sociales y la proposición de
35. Casi veinte años después, en 1888, Pablo Pablo Iglesias funda la Unión General de Traba jadores (UGT). 36. La Comuna de París es el nombre que recibe recibe el levantamiento levantamiento violento que tiene lugar en 1871 cuyo fin es intentar autogestionar los asuntos públicos de ese municipio sin tener en consideración al Estado. 37. La propia Concepción Arenal subraya en El pauperismo (1897 [1885] , página 127) el término social a la hora de calificar mejor la economía (economía social), respecto del de política (economía política).
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alternativas para solucionarlos. La teoría, en la economía social de Concepción Arenal, estaría basada principalmente en la doctrina clásica; los problemas sociales tendrían como núcleo la cuestión social; las soluciones vendrían dadas por la elevación moral mor al y educativa de la sociedad. En la época en la que se plantea la cuestión social, krausistas, conservadores, católicos y regeneracionistas estaban mejor preparados para abordar este problema que la escuela economista (Perdices,, 2003), representante en España (Perdices E spaña de la “versión francesa” de la escuela clásica, a la que se considera anclada en la receta de la liberalización y sin capacidad para aportar soluciones prácticas a los problemas sociales del momento (Serrano et al., 2001). Quizá sea la obra económica de Concepción Concepció n Arenal una de las pocas en esa época que intentan cubrir esa laguna divulgando conceptos teóricos38 y aplicándolos a la situación existente. Pero, Pero, para nuestra autora, al igual que para el catolicismo social y el krausismo, se precisa también de la religión y la moral, respectivamente, para resolver los problemas que conciernen a las personas. No basta, pues, con la teoría económica: “los problemas que a él (el hombre) se refieren no tienen elementos puramente materiales, sino que han de ser un compuesto de moral, de inteligencia, de sentimientos y de materia como él lo es”. Así, Concepción Arenal concluye en Cartas a un señor (1994, [1875]): “La cuestión social es una cuestión religiosa, moral, cientí fica y económica” y “para resolverse necesita del auxilio directo de la sociedad”. Y debe ser tratada con urgencia pues la situación es tal que la vía revolucionaria, proyectada por socialistas y anarquistas, se plantea cada vez con mayor firmeza. Arenal se opone a los métodos violentos 39 de los 38. En 1892, en el congreso congreso pedagógico hispano-luso-americano celebrado en Madrid, Concepción Arenal se muestra partidaria, en la ponencia ‘La instrucción del obrero’, de iniciar a los trabajadores en la economía, sobre todo la relacionada con la industrialización. 39. “¿Cuándo enseñaremos al pueblo pueblo que las cadenas se rompen rompen con ideas y no con bayobayonetazos?” (Arenal, 1869). “No hay, hay, pues, que contarse; esto es inútil y alguna vez perjudicial, perjudicia l,
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anarquistas y las propuestas de colectivismo estatal de los marxistas. De hecho, en la advertencia que hace en el preámbulo de Cartas a un obrero escribe: “En ellas tratamos la cuestión social dirigiéndonos solamente a los pobres, diciéndoles algunas cosas que debían saber e ignoraban, y procurando desvanecer errores y calmar pasiones entonces muy excitadas”. La reforma social es la alternativa que de fiende, y la que tiene mayor apoyo en gran parte del ámbito político y académico. No obstante, dentro del reformismo, varía el grado de intervencionismo que se propugna para abordar el con flicto entre capitalistas y obreros y la progresiva miseria. En el caso de nuestra autora, su intervencionismo es moderado, quizá más que en los conservadores y krausistas. Arenal aborda un problema que considera co nsidera muy complejo, comple jo, es decir, decir, efecto de muchas cosas, de forma compleja, esto es, con múltiples medidas prácticas, en cuyo fondo se halla la necesaria regeneración del individuo, el cumplimiento del deber, la instrucción 40; la elevación, en suma, del nivel moral e intelectual del pueblo. Ello contribuiría también a evitar que el obrero fuese masa, “esa cosa pesada, sin conciencia ni movimiento propio” y dejase de ser in fluido por los movimientos revolucionarios. revolucionarios. Nuestra autora no confía en que la solución venga dada desde arriba (ni desde los partidos políticos ni ningún sistema), sino del propio individuo, y aboga por el uso de la razón para dirimir las diferencias de opiniones. Ante el conflicto planteado entre el trabajo y el capital, Concepción Arenal se muestra conciliadora en el sentido de intentar presentar argumentos que muestren la armonía de intereses entre
porque la ilusión del número puede conducir al combate y a la derrota; lo que es preciso es pesarse; ver el valor intelectual y moral del pueblo, y a medida que este valor suba, la explotación bajará” (Arenal, 1994 [1871-1873]). 40. No basta la alfabetización para que el pueblo deje de ser masa; es precisa la instrucción porque “instruirse es aprender verdades, adquirir ideas, y ningún error se desvanece, ningún conocimiento se adquiere por saber a qué palabra articulada corresponden ciertos caracteres escritos” (Arenal, 1897 [1885]).
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ambos factores, muy posiblemente por in fluencia de la escuela economista (u optimista). Para Arenal el capital es “un valor que no necesita inmediatamente su dueño, y que puede convertirse en instrumento de trabajo” (1994 [1871-1873], página 49). Como en todos los países civilizados hay pocas personas que no tengan algo de capital (dinero, herramientas de trabajo...), poco o mucho, casi todos los hombres son capitalistas. Por tanto, “(el) declarar la guerra al capital es tan absurdo como sería declarárselo declarár selo al trabajo, al arado, a la sierra, al martillo...” (página 52). Sin capital, en suma, son imposibles para Arenal la civilización, la l a prosperidad, y hasta la existencia de las sociedades. No por ello es ajena al posible abuso que pueda darse de la propiedad del capital, y para evitarlo es imprescindible moralizar e ilustrar al capitalista, cuya responsabilidad demanda en las Cartas a un señor 41. En cuanto a la realidad que observa de miseria, Concepción Arenal realiza un minucioso análisis de las causas de esta lacra social, especialmente en su obra El pauperismo (1897 [1885]), aunque previamente ha expuesto sus ideas principales en las diversas cartas a un señor y a un obrero, que se recogen en La cuestión social (1994 [1880]). Con la concisión que caracteriza a esta autora, define en el primer párrafo del trabajo qué es el pauperismo: “La miseria permanente y generalizada en un país culto, de modo que haya una gran masa de miserables y otra que disfruta riquezas y goza de todos los refinamientos del lujo”. No es ingenua y sabe que no es posible extinguir la miseria colectiva, pero sí sacar de ella, mediante un lento proceso, a los individuos. Las principales causas de miseria, de carácter económico, que distingue son el bajo nivel de los salarios, reales y nominales, que percibe una gran parte de la población, la falta 41. En Cartas a un señor (1994 [1875]) su punto de vista es el del deber, especialmente el de los señores, que según define nuestra autora, son aquellos que más bienes y privilegios han recibido de la sociedad y no precisamente por méritos propios; por ello es deber suyo ponerlo al servicio de los demás.
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de trabajo y las malas condiciones co ndiciones en las que se lleva l leva a cabo 42, y la falta de ahorro. Entre las diversas medidas económicas que propone para intentar solucionar la miseria se encuentran la introducción de maquinaria, la división del trabajo (cuyas consecuencias negati vas también trata y plantea medidas para atenuarlas) y, especialmente, la instrucción del trabajador trabajador,, uno de los pilares fundamentales de la reforma que propugna, que la vincula estrechamente con la corriente krausista y el catolicismo social posterior. posterior. De esta forma aumentaría la productividad del trabajador y mejoraría la calidad de su trabajo, y con ello subirían los salarios. Nuestra autora subraya la necesidad de que los trabajadores razonen en términos de salarios reales, y, por tanto, que tengan en consideración también las posibles fuentes de elevación del nivel de precios en la economía de ese periodo. Concepción Arenal critica el proteccionismo43 y lo crecido de los impuestos, que considera que contribuyen a causar miseria por su efecto sobre el precio de los bienes básicos, especialmente necesarios para los más míseros. También alerta sobre la importancia que en el precio final tienen los márgenes de los intermediarios y aboga por la creación de cooperativas que disminuyan esos costes. Esta propuesta es importante porque pone de mani fiesto otro de los pilares sobre los que Concepción Arenal cree que se debe llevar a cabo la reforma que precisa la sociedad: el asociacionismo (también apoyado por krausistas y católicos). Se queja Arenal (1861) (1 861) de la falta de iniciativa del español, quien quie n “se ha acostumbrado a que
42. Concepción Arenal propone propone que se aborde en un marco internacional los temas temas de seguridad y prevención de riesgos en el trabajo, anticipándose a la OIT actual. También trata en sus escritos las condiciones de salud e higiene en el trabajo, que considera debe tratarse mediante una regulación laboral. 43. A partir de 1880 colabora con La Ilustración Gallega y Asturiana y escribe el artículo ‘Hay Irlanda pero no hay Cobden’, en el que compara la miseria de España, en concreto la de Galicia, con la de Irlanda, culpando de la situación a la falta de librecambistas.
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el Gobierno lo haga todo, acusándole de cuanto mal sucede, y esperando de él el bien que desea. El individuo, en vez de tener alta idea de su fuerza, está persuadido de su impotencia, y la inacción le parece prudente; más aún, necesaria. La asociación, esa poderosísima palanca (...) que ofrece tantos bienes para el presente y tantas esperanzas para el porvenir, puede todavía bien poco entre nosotros”. En línea con lo expuesto, Concepción Arenal no recurrirá al Estado para que “dé limosna en forma de trabajo” en aquellos casos en que la miseria se deba a la falta de trabajo por insu ficiencia en la demanda de bienes y servicios, pues lo considera un empresario inepto. Es más, lo responsabiliza en buena medida de la escasez de capital para la actividad productiva por des viarlo hacia la adquisición de deuda pública para sufragar un gasto público excesivo (lo que actualmente llamaríamos efecto “crowding out”). Cuando las causas de la miseria sean éstas, “si la ley económica es in flexible, queda la ley religiosa, la ley moral, la ley del amor” (Arenal, 1994 [1871-1873], página 41), es decir, debe contarse con la ayuda de la bene ficencia pública y la caridad privada. Las aportaciones principales de Concepción Arenal en el campo de la bene ficencia, materia de controversia en ese siglo, fi cencia, las expone originariamente en su obra La bene fi cencia, la fi lantrolantro pía y la caridad (1861). Con una posición similar a la mantenida por el catolicismo social posterior y, quizá, los krausistas, Arenal considera que se debe tratar de armonizar la acción del Estado, las asociaciones caritativas y los particulares, actuando el Estado como mediador proporcionando los medios técnicos necesarios para que la libertad y la l a voluntariedad de los individuos actuasen en bene ficio de toda la sociedad 44.
44. En particular, particular, propone en el siglo XIX que la beneficencia se llevase a cabo en el ámbito municipal, a ser posible de distrito o de barrio, y por personal especializado, algo que actualmente se realiza desde no hace muchos años.
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La bene ficencia y la caridad (y la familia) también deberían estar presentes en última instancia en aquellos casos en los que la enfermedad, la carencia permanente de trabajo por invalidez y la vejez (el retiro) impidieran trabajar. Pero no por ello exime de responsabilidad a los que la padecen ya que Arenal considera imprescindible fomentar, en la medida de lo posible, el ahorro entre la población, facilitado por la creación de cajas de ahorros, sociedades de socorros mutuos o fondos de pensiones para los obreros, esto es, promoviendo, promoviendo, de nuevo, el espíritu de asociación. De fiende, por tanto, el carácter voluntario del ahorro, también para el retiro (con alguna excepción) respecto al modelo alternativo de financiación obligatoria que propone el sistema bismarkiano. Además, señala la importancia de impulsar lo que, en términos actuales, llamaríamos la creación de activos financieros que se adecuen mejor a las preferencias y restricciones restriccione s financieras de los potenciales ahorradores. Con esta reserva de capital este segmento de la población no tendría “la necesidad perentoria de trabajar todos los días para no morirse de hambre”. Es importante señalar que para Arenal el ahorro es más que una mera variable económica; tiene un componente moral, pues el ahorro es consecuencia del sacri ficio, y el sacri ficio, de la moralidad. En suma, en la economía social de Concepción Concepci ón Arenal se trata la cuestión social desde una perspectiva cientí fica, moral, religiosa y económica, proponiendo un conjunto de medidas que se centran en la necesidad de promover la iniciativa social (el asociacionismo) y la instrucción entre los españoles, elevar su moralidad, asistir con la bene ficencia y la caridad y, además, aplicar principios del liberalismo económico. Conforme pasan los años, se irá mostrando más proclive en su obra a la intervención estatal en cuanto a la necesidad de una regulación laboral.
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6. CONCLUSIONES Estoy resignada hace tiempo a ser una operaria humilde de la obra social.
Concepción Arenal
Se dice de Concepción Arenal que es una autora más citada que leída. En el caso de sus escritos económicos no cabe ni siquiera considerarla muy citada. Aunque lo más representativo, y central, de la obra de nuestra autora se enmarca en el área del derecho penal y la sociología, a lo largo de estas páginas hemos intentado mostrar su contribución a la economía, que en Concepción Arenal se concreta en la economía social. No cabe descubrir, por tanto, en ella a una teórica original de la ciencia cie ncia económica, sino, en todo caso, a una u na divulgadora que tiene como fin instruir al público en esta ciencia como forma de contribuir a paliar los graves problemas sociales de finales del siglo XIX. No sólo eso, sino que también aconseja, juzga, censura y aporta soluciones, lo que, de haber formado parte de los círculos oficiales o académicos, posiblemente habría dado una mayor repercusión repercusión social a sus escritos entonces y posteriormente. posterior mente. En suma, su contribución a la economía es menor respecto de la realizada en otros campos de las ciencias sociales y jurídicas, pero lo suficientemente interesante en el marco de la cuestión social como para que sea tenida algo más en cuenta dentro de la historia del pensamiento económico de España, a pesar de la di ficultad que supone el clasificarla en las corrientes de pensamiento de esa época. Así, el complejo compuesto de autodidactismo, originalidad, independencia, aislamiento intelectual, formación económica formal (en las aulas) en la doctrina de la escuela clásica, su proximidad (por amistad y colaboración en sus tareas) a la corriente krausista, y sus principios doctrinales católicos, hace la obra económica de Concepción Arenal difícil de catalogar y, quizá, por ello menos atractiva de tratar.
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