LAOCOONTE O SOBRE LOS LÍMITES EN LA PINTURA Y EN LA POESÍA GOTTHOLD EPHRAIM LESSING PREFACIO. El Laocoonte es un tratado crítico sobre normas estéticas. Del aforismo de Simónides, que no por ello dejó de distinguir a la manera aristotélica entre artes, los modernos han mezclado falsos gustos entre ellas. Combatir este erróneo camino y las injustas sentencias atribuidas a los clásicos es nuestro objetivo. Partamos considerando a la pintura como a las artes plásticas en general y a la poesía a las artes progresivas. I. Nada hay más antiteatral que el estoicismo, pues despierta nuestra admiración, pero apaga las demás pasiones. Si es cierto que los gritos derivados de un dolor físico, según el modo de pensar griego, armonizan con un alma grande (“Fil octetes”, “ Hércules moribundo” de Sófocles), entonces la necesidad de expresar esta grandeza no puede s er
el motivo que haya impedido al artista reproducir en el mármol la acción de gritar, sino que ha debido obedecer a otra razón para apartarse en este punto de su émulo el poeta. II. Entre los antiguos la belleza fue la ley suprema de la plástica, no como actualmente, donde se trata de mostrar la fidelidad, la técnica: la sociedad, e incluso la ley, penaban la imitación de la fealdad o el afeamiento de la fisionomía. fisi onomía. De aquí se sigue que cualquier otra consideración que pueda también influir en las artes plásticas debe subordinarse a la belleza, si con ella es compatible, pero debe ceder el puesto en absoluto, si con ella es incomparable. La expresión de las pasiones debe armonizar con la belleza y la dignidad, como en el Laocoonte, donde no se hace por una falta de técnica o de imaginación. III. El arte en tiempos modernos ha ensanchado los límites de la belleza a toda naturaleza visible, de lo que es una ínfima parte. Su primera ley es la verdad y la expresión, bastando que por medio de éstas lo más feo de la Naturaleza sea convertido en bello en el arte. Propongo establecer aquél momento en la expresión que no debe imitarse y sirve de enlace entre los límites materiales del arte con sus imitaciones. El artista escoge un sólo instante, bajo un solo punto de vista y lo reproducirá para ser contemplado múltiples veces. La verdad de la expresión se alcanzará si elige aquel instante de la acción que a la vez sea muy fértil para la fantasía y que merezca por sí mismo perpetuarse. perpetuarse. El paroxismo liga la imaginación, imaginación, pues más allá de él él no se ve nada, nada, y más acá disminuye disminuye el interés. En cuanto a la perpetuidad, sólo se consigue evitando lo transitorio, y las situaciones extremas reciben del arte una apariencia que no es natural, debilitando poco a poco la impresión que nos producen hasta acabar en el fastidio. XVI. Si los signos deben tener con el objeto la relación conveniente con el significado, es evidente que los signos espaciales sólo pueden representar objetos espaciales, e igualmente los temporales con los correspondientes. Los objetos o sus partes que existen unos al lado de otros en el espacio se llaman l laman cuerpos; por consiguiente, los cuerpos, con sus propiedades visibles, son los objetos propios de la pintura. Los objetos, 1
o sus partes, que se suceden unos a otros se llaman en general acciones; por consiguiente, las acciones son los objetos propios de la poesía. Pero los cuerpos también existen en el tiempo, siendo unos a causa de otros (un instante es el centro de una acción), luego la pintura puede imitar acciones por vía indirecta, sugiriéndolas por medio de los cuerpos. Por su parte, las acciones no pueden subsistir por sí mismas, sino que deben referirse a seres determinados. Como estos seres son cuerpos en realidad, la poesía también los representa, indirectamente, a través de las acciones. La pintura, obligada a representar en sus composiciones lo coexistente, no puede servirse sino de un solo momento de la acción, y por lo tanto debe escoger procurando que este momento sea el más fecundo y el mejor para dar a comprender los momentos que preceden y los que siguen. También la poesía, en sus imitaciones progresivas, no puede utilizar sino una sola propiedad de los c cuerpos que describe y debe, en consecuencia, escoger la que con mayor vivacidad despierte en nosotros la imagen sensible de esos cuerpos, bajo el aspecto que le sea más conveniente. De aquí emana la regla sobre la unidad de los epítetos pictóricos y de la sobriedad en la pintura de los objetos corpóreos. XVII. Doble objeción: los signos que emplea la poesía no solamente son sucesivos, sino que además arbitrarios, y como tales, susceptibles de representar los cuerpos tal como existen en el espacio. Pero la poesía descriptiva no lo hace con el mismo éxito que la pintura, porque puede montar partes de los cuerpos, pero no el total, la idea de un conjunto, como las artes plásticas. La poesía es ilusión, y no descripción, con lo que debe hacerlo sólo cuando atañe a concepto claros y completos u objetos materiales.
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