LA RELIGIÓN EN FAUSTO DE GOETHE: UNA REINTERPRETACIÓN DEL DEMONIO
L aura ur a B er nal nal
Filosofía y Letras Universidad de Caldas
Fausto, la obra cumbre de Johann Wolfgang Von Goethe, hace parte de las grandes obras de lo que se ha denominado “literatura universal”, que están fundamentadas en la mitología judeojudeocristiana. Así como Milton con su Paraíso su Paraíso Perdido, o el pionero Dante en su Divina comedia, Goethe toma este gran material simbólico para indagar temas humanos, alejándose del enfoque que daría la Teología. Por el contrario, estos poetas, precisamente desde este registro, lanzan fuertes críticas al efecto esterilizador de la Teología a la hora de concebir al ser al ser humano. Son hombres de otra época, hijos del Renacimiento, y posteriormente Goethe de la Ilustración, que harán reinterpretaciones de este simbolismo religioso. Entre todos los tópicos, caracteres, temas, figuras, quizá una de las más llamativas es la del demonio, representante del mal. Pero su figura trascenderá el maniqueísmo religioso del bien contra el mal, de la virtud contra el vicio, y harán del demonio el representante de otros valores, como el deseo, que se antepondrá a valores como la razón, o más exactamente al racionalismo. En esta medida, la figura del demonio se exaltará como la simbolización de aspectos que hacen parte de la compleja condición humana. Se habla entonces de una “humanización del demonio”. Hace parte parte de todas las religiones crear a sus dioses a su imagen y semejanza. Sin embargo, el cristianismo tajantemente divide el mundo material del espiritual, haciendo de su dios monoteísta una entelequia divinizada hasta tal grado de abstracción que no posee ni siquiera nombre propio. Con el demonio, pasa todo lo contrario. En el solo caso de su denominación encontramos numerosos nombres y sus variaciones. En Fausto lo encontramos como Mefistófeles, cuya rastreo etimológico podría darnos importantes pistas de la forma como Goethe está concibiendo los mitos judeo-cristianos para hacer su obra teatral.
Esta humanización no la hacen los Teólogos, ni la propia Iglesia, a no ser con motivos de propaganda intimidatoria basada en el castigo eterno consecuencia del pecado. En cambio, es la cultura popular la que le brinda todos estos atributos humanos al demonio, y posteriormente aparecerán los grandes poetas universales que harán de él un mito reinventado de otras épocas y otros valores. Así lo observa R. H. Moreno Durán en su biografía sobre el personaje literario de Fausto. Dice: No obstante, el linaje del diablo es extenso y, aunque parezca extraño, no fueron los teólogos los que incrementaron sus nóminas sino la fecunda imaginación del pueblo y la mala o divertida conciencia de los poetas (…) Y para hablar solo de las grandes figuras literarias – desde Dante hasta Milton -, el Demonio ha visto enriquecido su linaje en múltiples formas y caracteres. No obstante ha sido el pueblo el que ha humanizado al demonio, transmitiéndole parte de su ser, es decir, volviéndolo granuja, simpático, lenguaraz, juguetón, lascivo.
Así pues, el Demonio es todo un tópico explicativo del ser humano del que se han válido todos los estratos sociales, desde el pueblo hasta sus entronados poetas. Pero qué es lo que hace concretamente Goethe con el diablo en su obra cumbre. Hablar del Mefistófeles de Goethe es hablar de una tradición literaria, la figura de Fausto, que va desde Marlowe hasta Thomas Mann. No es el interés central de este trabajo profundizar sobre la figura literaria de Fausto. Sin embargo, es necesario señalar que es un mito alemán surgido en el siglo XVI, basado en dos personajes históricos, sabios académicos, que se ganaron la fama de nigromantes. Desde su germen está asociado a la superstición y lo sobrenatural, dando un ingrediente de herejía. Sin embargo Fausto es un consumado Teólogo, quién no encuentra la verdad, o más que eso, una razón de la existencia en ninguna disciplina humana, y que en última instancia acudirá a los favores del demonio. Entonces tenemos la historia de un pacto con el diablo de un sabio erudito que no encuentra la razón de la existencia. Lo que le ofrece Mefistófeles es, dicho en términos del Romanticismo, la vida sensitiva, las pasiones, los sentimientos exacerbados, el deseo, lo carnal, etcétera. Todo esto hace parte de los antivalores del Cristianismo, de un sistema que se basa en la abnegación y la culpa. Lo que hacen entonces los autores que han tomado el mito de Fausto es indagar esa parte innegable de la condición humana que opera en una especie de dicotomía que ha establecido la cosmogonía judeo-cristiana. Porque siempre estamos bajo un enfrentamiento en términos del
bien y del mal. Pero el ser humano es indivisible, y surge entonces la necesidad de esta reivindicación, que será abierta y consciente en el paso siguiente a Goethe: el Romanticismo. Los románticos verán en la figura del ángel caído un nuevo ethos, un símbolo de conducta. Tenemos entonces toda una tradición a la que se inscribe Goethe cuando decide crear su propio Fausto, y al tiempo tenemos su reelaboración. Qué toma y qué agrega Goethe. Es esa la pregunta sobre la que han indagado miles de veces durante casi dos siglos. Aunque las interpretaciones son muy variadas, algo no queda sujeto a duda: Goethe crea el Fausto y el Mefistófeles más importante e influyente de toda esta tradición. Tanto así, que se concuerda en decir que es uno de los grandes símbolos del hombre moderno, un paradigma de un nuevo ethos, el rostro de toda una época. Toda la obra funciona bajo el registro de la cosmogonía judeo-cristiana. El establecimiento de la situación inicial se da en el “Prólogo de los Cielos”, que nace del Libro de Job. En este Dios y Mefistófeles apuesta el alma de Fausto. Dios no cree posible que el demonio gane su alma puesto que es un hombre sin pecado. Sin embargo, la primera intervención de Fausto ya da por sentado que el demonio tiene las de ganar: FAUSTO – Con ardiente afán ¡ay! Estudié a fondo la filosofía, jurisprudencia, medicina y también, por mi mal, la teología; y heme aquí ahora, pobre loco, tan sabio como antes (…) Verdad es que soy más entendido que todos esos estultos, doctores, maestros, escritorzuelos y clérigos de misa y olla; no me atormentan escrúpulos ni dudas, no temo al infierno ni al diablo… pero, a trueque de eso, me ha sido arrebatada toda clase de goce.
El gran sabio, símbolo para muchos de ese espíritu universal que representa el propio Goethe, siente que ha desperdiciado su vida, y ese “goce” negado para él, es un anhelo que lo atormenta. Visto desde la religión esté se podría ver como un momento de debilidad espiritual, de la cual se aprovecha el diablo para tentar al pecado, como efectivamente ocurrirá. Es la oportunidad de Mefistófeles que se le aparece a Fausto y le promete darle respuesta a sus tormentos a cambio de su alma. La primera gran acción para lograr este objetivo es otorgarle la juventud. Es en esta categoría donde se fundamenta gran parte de la concepción de Goethe frente a estas oposiciones que empieza a establecer entre lo erudito y lo mundano, entre lo libresco y lo vivencial, que será tratado siempre bajo la dicotomía pecado-virtud y bien-mal, no obstante la
obra está concebida desde estos términos religiosos, pero trasladados a las preocupaciones de Goethe como contemporáneo de la Ilustración y padre del romanticismo alemán. Alfonso Reyes, uno de los grandes estudiosos del poeta alemán, en su libro Rumbo a Goethe afirma: En la tormenta ideológica de su juventud, Goethe trata de emanciparse de las frialdades abstractas y busca la plena simpatía de la vida. Pero Goethe nunca estaba fuera de sí: el Werther no es una enfermedad sino una curación; en el Fausto hay mucho de ironía y de crítica, y el Goetz abunda de sano sentido moral, para no hablar de aquel Egmont tan justo en su concepción de la vida política y afectiva. De una a otra etapa no hay, pues, una negación de sí mismo, sino una maduración lenta y única. Este proceso – aún para tener sentido literario- es rico de contenido moral.
Es pues, en la juventud que se reconoce principalmente estos valores. Goethe desde el influyente Tormenta e ímpetu que muchos dan como germen del romanticismo y expresionismo alemán, había enarbolado los valores de la juventud, que plasmaría de manera inequívoca en su personaje Werther. Manuel José González lo sintetiza en su ensayo “Goethe: El espíritu Universal” de esta forma: Werther es el joven artista idealista que se siente asfixiar en el encogido y plebeyo ambiente burgués de la pequeña ciudad; es el joven ilustrado que se atreve a poner en entredicho comportamientos y normas institucionalizadas; legalidad o no del suicidio, el derecho al amor y a la religión, etc. Werther es el arquetipo de la juventud intelectual. El defensor de los sentimientos, que nunca engañan, frente a la suspicaz y contemporizadora razón.
Son estos rasgos los que Reyes reconoce que siguen siendo centrales en Fausto. Precisamente es en esta contradicción que Goethe crea este hito universal. Todo lo que nos puede decir Fausto nace de la incertidumbre de estas contradicciones. Y es aquí que aparece la figura de Mefistófeles, y este es el rasgo que le da Goethe, derivado de la tradición del mito fáustico. Por tanto, si bien estamos en una indagación metafísica del bien y del mal, esto no se hace desde el mismo registro de la Teología, sino es una indagación moral de un poeta que siente y a presenciado estas mismas tribulaciones. Pero el conflicto no se revuelve en términos de pecado y castigo. El final es la salvación del alma de Fausto, gracias a la intervención de entelequias celestiales, lo que ha llevado a muchos a afirmar que Goethe da como ganador al bien, y hace de Mefistófeles un fracasado, que a pesar de
todo el sufrimiento humano provocado por Fausto, de todos sus pecados y horrores, el bien, o peor aún, Dios termina triunfando. Si bien algo de cierto puede tener esta especie de final “optimista”, sería mejor pensar que lo que Goethe muestra es la imposibilidad del hombre de negar estos impulsos vitales, y que de alguna manera esto no es una condena, sino una naturaleza a la que el hombre tiende. Tenemos entonces que Fausto más que una discusión contra la religión, aunque ciertamente existe, lo que hace es una crítica al predominio de la razón en una época burguesa que va en contra de estos valores. Aunque para el momento ya se había consolidado el movimiento romántico, Goethe es uno de los nombres más importantes en su país para su surgimiento, gracias a esos “tormentos ideológicos de su juventud” de los que habla Reyes. Así pues, este es el sistema de valores en el que Goethe reelabora un personaje literario que está inscrito en la tradición judeo-cristiana, y estos son algunos de los aspectos que hacen del Fausto de Goethe una de las cumbres literarias de Europa.
BIBLIOGRAFÍA
1. GOETHE, Johann Wolfgang Von. Fausto. Editorial Espasa. Madrid, 1973. 2. GONZALES, Manuel José. “Goethe: el espíritu universal”. En Historia universal de la literatura. Tomo III. Editorial Oveja Negra. Bogotá.
3. MORENO DURAN, R.H. Fausto: El infierno tan leído. Panamericana Editorial. Bogotá, 2005.
4. REYES, Alfonso. “Rumbo a Goethe”. Obras completas XXVI. Fondo de Cultura Económico. México D.F., 1995.