LA PARÁBOLA DEL AGUA Nuestra historia se desarrolla en una u na tierra muy árida. Terriblemente seca, parecida a un desierto. Sus habitantes h abitantes padecían una gran escasez de agua, y naturalmente tenían sed. Pasaban muchas horas del día buscándola, e incluso muchos morían de sed porque no la encontraban. No obstante, algunas gentes con mucha suerte habían encontrado agua. Era como encontrar un oasis en el desierto. Pero en lugar de repartirla, la almacenaban avaramente. Por esto, la gente comenzó a llamarlos los “aguatenientes”. Un día el Pueblo fue a donde los aguatenientes para pedirles un poco de agua, con el fin de calmar su sed. Pero los agua-tenientes respondieron al Pueblo bruscamente: ¡Váyanse de aquí, ignorantes! ¿Cómo les vamos a dar nuestra agua? ¿Acaso quieren que nos muramos de sed? Como los aguatenientes eran gente muy hábil y astuta, organizaron al Pueblo para que les sirviera. A unos los pusieron a buscar más agua, a otros a trabajar en los manantiales y a otros a cargarla y descargarla en un gran depósito que se llamó Mercado . Con el fin de estimular al Pueblo, los aguatenientes les dijeron: ¡Escuchen! Por cada balde de agua que nos traigan, les pagaremos un peso . Y si ustedes necesitan, nosotros les podemos vender con mucho gusto, pero a dos pesos cada balde. La diferencia será nuestra ganancia y nos servirá para pagarles a ustedes su trabajo. Como el Pueblo tenía que llevar dos baldes de agua para poder comprar uno solo, los aguatenientes tenían cada vez más agua, y el Pueblo en cambio, cada vez, compraba menos agua. Con este sistema, el depósito se llenó pronto. Naturalmente como los agua-tenientes eran la minoría, consumían poco agua. Y el Pueblo, que era la mayoría, no tenía plata suficiente para consumir mucha agua. Entonces los aguatenientes no le pudieron dar más trabajo al Pueblo, y les dijeron: No traigan más agua. ¿No ven que el depósito se está derramando? Esperen… tengan paciencia. Entonces, claro, vino el desempleo general: como el Pueblo no podía traer agua, no podía recibir ningún sueldo. Y sin plata no podían comprar ni siquiera un poco
de agua. Comenzó entonces la sed, y no sabían qué hacer. No hay trabajo, no hay plata, no hay agua… Los aguatenientes, viendo que no vendían nada de agua resolvieron recurrir a la publicidad y la propaganda, utilizaron la radio, la televisión, los grandes periódicos, los carteles y murales, etc., Toda la propaganda invitaba al pueblo a consumir agua y a aceptar los malos tiempos sin desesperarse. Por todas partes y a todas horas el Pueblo comenzó a oír y a ver la propaganda que decía: “tome agua, tome más agua, consuma agua, usted debe consumir más agua…”. Pero el Pueblo no podía consumir agua porque no tenía trabajo y por tanto, no tenían plata y sin plata no podían comprar agua y sin agua estaban en peligro de morir de sed. Si nos dieran trabajo, decía el Pueblo, podríamos comprar agua y sus dueños no tendrían necesidad de gastar tanta plata en propaganda. Los aguatenientes, terriblemente preocupados, dijeron: estamos en un a crisis económica, ¿Cómo es posible que nuestras propias ganancias sean las que nos están impidiendo ganar más? ¿Cómo es posible que nuestras propias ganancias nos vayan a empobrecer? Tenemos que hacer algo. Por otro lado el Pueblo, comenzaba a quejarse. Se sentía un malestar general, parecía el comienzo de algo importante. Muchos gritaban: por favor, dennos algo de agua porque nuestros hijos se están muriendo de sed. Pero los aguatenientes respondían altaneramente: No, no, de ninguna manera; el agua es nuestra, es propiedad privada . Si ustedes no la compran, no podrán beberla. Allá ustedes. Negocio es negocio. Los aguatencientes, entonces, consiguieron a un grupo de “hablapaja” para que les ayudaran a convencer al pueblo. Eran hombres con alma de secretarios, sin personalidad propia. Y como también necesitaban el agua, decidieron hablarle al pueblo a favor de las ideas de los aguatenientes. Los “hablapaja” eran muy hábiles. Eran Expertos en finanzas y sabían a la maravilla la economía. Cuando los aguatenientes les preguntaron a qué se debía la crisis, respondieron: quizá se deba a los abstencionistas, dijeron unos. Lo que pasa es que la gente no quiere entender por las buenas, dijeron otros, en fin, dijeron que era por la superpoblación. Los “hablapaja”, sin embargo, no tuvieron éxito con el pueblo. El pueblo no entendía por qué tenían que morirse de sed habiendo tanta agua. Y se indignaron
contra los “hablapaja”: no sean brutos, ¿Cómo va a ser la escasez consecuencia de la abundancia? Y les arrojaron piedras. Ante su fracaso, los “hablapaja” intentaron ganarse a los aguatenientes con estas explicaciones: creemos conveniente hacerle regalitos al pueblo, especialmen te ropa y comida, para que nos escuchen. Como esa gente tiene el estómago vacío no quieren escucharnos, se burlan de nosotros y nos tiran piedras. Pero los aguantenientes irritados respondieron: ¡Nada de eso! Ustedes tienen que cumplir el contrato. Contrato es contrato. Tienen que seguir convenciendo al pueblo, ustedes verán la forma de hacerlo. Tienen que solucionarnos este problema, para eso les estamos pagando. Temerosos los aguatenientes de que el pueblo desesperado decidiera tomarse el agua del depósito por la fuerza, y ante el fracaso de los “hablapaja”, resolvieron pedir ayuda a unos hombres llamados sacerdotes . Y ellos comenzaron a pedir al pueblo resignación y paciencia. Les decían que la responsabilidad de aquella situación no era de los aguatenientes sino de la voluntad de dios que les mandaba aquella calamidad para que se purificaran y que si la padecían calladamente y sin protestar irían al cielo, a un país donde había muchísima agua y no existían acaparadores. Eran profetas cómodos. No obstante, hubo algunos sacerdotes que no se dejaron utilizar por los aguatenientes. Eran profetas incómodos. Ellos comenzaron a exigir justicia para el pueblo, y pidieron el agua necesaria para calmar la sed de aquella gente. Decían que no eran dios el responsable sino los “poderosos”. Por esta actitud algunos de ellos fueron violentamente atacados y perseguidos. Y se hizo correr el rumor de que estaban locos. La publicidad y la propaganda los desacreditaban. Algunos incluso fueron desterrados y asesinados. Desesperados los aguatenientes ante los repetidos fracasos para reanudar el negocio, se acordaron de la sugerencia de los “hablapaja” y resolvieron hacer unos cuantos regalitos al pueblo, regalitos que ellos llamaban caridad. Regalaron algunos cubos de agua a la gente que más necesitaba y que menos había protestado.
Internamente se hicieron la ilusión de que estos beneficiados se convertían en sus amigos, y les ayudarían a convencer a los demás para que, haciendo cualquier sacrificio les compraran agua. Pero ellos apenas tenían fuerzas para sobrevivir y no para hacer propaganda. Como los regalitos no dieron resultado, y los del pueblo cada vez estaban más sedientos, la paciencia del pueblo comenzó a agotarse. Entonces amenazaban con asaltar el depósito de agua y sacarla a la fuerza para saciar su sed y la de sus familias. Entonces los aguatenientes llamaron a algunos jóvenes del pueblo, físicamente fuertes y muy bien entrenados, les dijeron: Ustedes tienen que evitar este desastre. Esta gente violenta nos está amenazando y corremos el riesgo de perder toda nuestra agua. Si tienen éxito, les daremos el agua que necesiten. Aquellos muchachos, acosados más por su propia sed que por las razones de los aguatenientes, aceptaron el encargo y tomando palos comenzaron a golpear a todos los que manifestaban intenciones de llegar hasta el depósito para sacar el agua. Defendidos por aquellos muchachos fuertes, los aguatenientes resolvieron el problema aparentemente y se dedicaron a hacer piscinas y a abrir surtidores muy vistosos para divertirse. Pero de pronto se les acabó el agua y se les desocupó el depósito. Entonces acudieron al pueblo otra vez y les dijeron: tenemos trabajo para ustedes; traigan agua para llenar de nuevo el depósito. Las condiciones son las mismas que antes: Por cada balde de agua les pagaremos un peso, pero si ustedes quieren comprar un balde les costará dos pesos. Como esta situación se repitió indefinidamente sin que el pueblo llegara a solucionar su problema, aparecieron unos hombres a quienes los aguatenientes llamaron agitadores . Estos hombres invitaban al pueblo a rebelarse contra tanta injusticia. Los agitadores le hablaban ala gente en los siguientes términos: ¿Hasta cuándo van a dejar que los engañen con mentiras? Todo lo que les dicen los aguatenientes con sus radiolocutores y periodistas, y en los carteles, murales, es pura mentira. Sus promesas son falsas. Solamente buscan eternizar su explotación.
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